Recuerdos Matelianos

Descubre los encuentros de Jeanne con el Verbo Encarnado, y como vivió todas las gracias recibidas de parte de Dios.

ALABADO SEA EL VERBO ENCARNADO .....PARA SIEMPRE

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                                                                                                                 TE INVITO A DESCUBRIRLAS
                                        
        C O N T E N I D O

SÍNTEIS BIOGRÁFICA: 
31 mini capítulos  EN TRES ESPACIOS

  Las citas en su mayoría están tomadas de los manuscritos originales que escribió la M. Saint Pierre de Jesús, otros de los escritos de la Autobiografía de Jeanne Chezard de Matel y alguna del Padre Juan Manuel Lozano CME

ESCRITOS: Obras Completas de NVM Jeanne Chezard de Matel repartidas en dos espacios.
100 CITAS BREVES: extraídas de sus escritos
LIBRO: Orar para vivir (citas de como oraba NVM Jeanne Chezard de Matel)
VIDEOS: Espiritualidad, TEMPLO Y BIENAVENTURANZAS, 
               HISTORIA DE LA ORDEN y fotos especiales
                                                                       VIDEOS MUY INTERESANTES
REPRODUCTOR: Cantos varios, Himno instrumental y cantado

                                                                 RECUERDOS MATELIANOS
Descubre los encuentros de Jeanne con el Verbo Encarnado, y como vivió todas las gracias recibidas de parte de Dios.

  • En la Síntesis biográfica se narran mini capítulos de la vida de NVM Juana Chezard de Matel,  que te darán la información inicial que necesitas saber inicialmente sobre ella. Después podrás adentrarte más tanto en este libro en concreto,  como en sus escritos, donde encontrarás que su vida es hermosa y llena de Dios, te enseñará contenidos llenos de amor, bondad, gratitud, servicio, alegría, entrega y muchas cosas más.

Con el correr de los años, ha sido difícil estudiar, profundizar y dar a conocer lo aprendido de la vida y obra de NVM Jeanne Chezard de Matel por falta de materiales accesibles.

Tener este material aquí, además de ser una oportunidad, para orar; será entender con más facilidad el contexto histórico que nos permitirá gozar con este bellísimo y enorme tesoro que nos ella nos dejó como su testamento espiritual, para vivirlo.

Este sitio te permitirá conocer virtualmente a la Madre de Matel, de como fueron sus encuentros, no solo con Jesús Verbo Encarnado sino con la Trinidad, Santísima Virgen María, los Santos y de su relación con las personas que le rodearon.

HERMANAS DE LA ORDEN Y HERMANOS  ASVE
Nuestro objetivo será más alcanzable, en la medida de que más hermanos y hermanas consulten esta página con sencillez, rapidez y eficacia con un acceso fácil a estos materiales que en muchas ocasiones es difícil tenerlos en forma amigable.

El contexto histórico siempre es difícil de leer así que estará en VIDEOCLIPS  para hacerlos más ágiles

Encontrarás colecciones de videos, música, presentaciones, libros, documentos y otros materiales interesantes que he recopilado  y realizado durante varios años.

                     Gracias por consultar estos contenidos que son nuestro TESORO MATELIANO







BORRADOR DE LA AUTOBIOGRAFÍA Capítulo del 1 al 50

BORRADOR DE LA AUTOBIOGRAFÍA Capítulo del 1 al 50

En Diciembre de 1641, el Cardenal Alphonse Louis de Richelieu fue a recoger los escritos de Jeanne Chezard de Matel. Tres meses más tarde, en marzo de 1642, le ordenó los volviera a escribir y todas las gracias que había recibido de Dios. (Obras Completas, Volumen I, Prefacio, pág., VII) Capítulos del 1 al 50

De 1596 a 1642

La copia de Francisca Gravier comienza así: Oro a la Santísima Trinidad y en humilde petición al Verbo Encarnado envíen al Espíritu Santo para ayudarme a escribir mis memorias como manda Su Eminencia, mi más augusto prelado.

[1] Adorable Trinidad, Dios mío, mi todo, Palabra encarnada, mi querido esposo, Amor que mi corazón ha elegido por encima de todas las cosas, te ruego humildemente que me envíes tu divino y verdadero Espíritu, quien no es como el de las personas que se van y nunca regresan. Por su inmensidad, Él está presente en todas partes.

Él imparte su luz cuando quiere y a quien quiere. Prometiste a tus Apóstoles enviar a el Espíritu de la Verdad, quien les enseñaría todas las cosas, recordándoles e incitándoles a cumplir todo lo que les dijiste. Sabes lo frágil que es mi cuerpo, así como el dolor constante que soporto pacientemente a causa de los cálculos biliares, y lo que me costará recordar lo que escribí hace veinticinco años, a menos que guíes mi memoria y me concedas una gracia singular para recordar las cosas que nunca pensé que podría grabarme. 

Perdí el libro que me hiciste escribir por orden del Rev. Padres de Villars, Coton, Jacquinot, Ste. Colombe, de Meaux y varios otros. Te pido que me perdones, oh mi Divino Amor, por la repugnancia que siento ahora y que pesa sobre mí. Sin embargo, como es una orden del Eminente Cardenal de Lyon, mi más augusto Prelado, quiero obedecer sin protestar. Además, como se opone a que yo registre mis pecados mientras escribo mi vida, porque me prohibió expresamente que lo hiciera, adoro tu Providencia y te suplico que me incluyas entre aquellos cuya buena fortuna alabó David: Beati quorum remissœ sunt iniquitates: et quorum recta sunt peccata.:  Bienaventurado aquel cuya culpa es quitada, cuyo pecado está cubierto (Sal 31: 1). Con el profeta Jeremías, puedo decirte: "Misericordiæ Domini quia non sumus consumpti: quia non defecerunt miserationes ejus "Los favores del Señor no se agotan, sus misericordias no se gastan" .(Lam 3, 22). Espero cantarlos por toda la eternidad. Misericordias Domini in æternum cantabo. "Los favores del Señor cantaré por siempre" (Sal 88: 2).

Capítulo 1 - De los votos que hicieron mis padres para obtener un hijo que viviera; de mi concepción y conservación en el seno de mi madre donde Dios me mostró su extraordinaria protección.

Puedo decirte con el Profeta Jeremías: "El amor de Yahvéh no se ha acabado ni se ha agotado su ternura" (Lm_3_22).  Espero cantarlo durante toda la eternidad. "El amor de Yahvéh cantaré eternamente" (Sal_88_2). Para comenzar, ayúdame, Todopoderoso, ya que los obedientes cantan victoria, quiero contigo, superar las inclinaciones de mi propia resistencia. Tu sabiduría permitió, por las razones que tú conoces, que mi padre y mi madre permanecieran diez años sin poder criar niños ni educarlos. Mi madre tuvo cuatro durante esos diez años de los cuales: uno nació muerto, otro fue asfixiado por la nodriza quién lo acostó con ella a pesar de la prohibición que se le había hecho; los otros dos los enterraron en cuanto los bautizaron porque mi madre no los llevaba hasta el final de nueve meses lo cual causaba a mis padres una aflicción muy sensible. 

Esta pena les dio ánimo y motivo para recurrir a la oración y dirigirse a ti, mi divino amor, mediante la intercesión de tus santos y santas. [2] Hicieron voto, que tú no rechazaste, de ofrecer dones a la iglesia de san Esteban de Roanne en honor de la gloriosa santa Ana, madre de tu santísima Madre, y de llevar a la pila bautismal por dos pobres, el primer hijo que tu misericordia le concediera y vestirlo de blanco, en honor de san Claudio y de san Francisco de Asís, suplicándote concedieras una vida larga y feliz a este primer hijo que debería nacer. Poco tiempo después me concibió mi madre. ¡Oh maravilla de bondad! ¡Qué acción de gracias puedo darte por la amorosa Providencia que tuviste y por el cuidado que prodigaste a la madre y a la hija mientras ella me llevaba en sus entrañas! Quisiste ser nuestro común guardián mediante una asistencia muy amorosa para sostener a mi madre en las grandes aflicciones que permitiste le llegarán; siéndote agradable por su vida tan retirada del mundo, tú quisiste probarla en el crisol de las tribulaciones. 

Satanás no olvidó nada para hacerme morir en el seno de mi madre; seis semanas antes de mi nacimiento ella se rompió una vena con evidente peligro de su vida y de la mía; temía dar a luz un muerto como las otras veces pero tu diestra mostró su poder, no permitiendo que yo fuera privada de la vida de la gracia ni de la naturaleza. ¿Quién cerró el mar con una puerta cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y niebla por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos y le dije: ¿"Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas"? (Jb_38_8s) Y eres tu, mi Señor y mi Dios, quien hiciste todas esas maravillas por mi, para la confusión de los demonios, tu gloria y mi salvación.

Capítulo 2 - De mi nacimiento, bautismo y alimentación de leche, y como hablaba clara y razonablemente a los nueve meses.

Me hiciste nacer pronto y felizmente el seis de noviembre de 1596, y el mismo día fui llevada al bautismo por dos pobres según el voto hecho por mis padres,  [4] los cuales envió tu Providencia a nuestra puerta, a saber, un niño y una niña que pedían limosna. El niño tenía ocho años y la niña seis. Fui puesta entre las manos de la inocente pobreza para recibir el sacramento de regeneración en la iglesia parroquial de san Esteban de Roanne, y fui llamada Jeanne como se llamaban mi padrino y mi madrina. Mi padre y mi madre se llamaban Jean y Jeanne, para que yo diga verdaderamente según el Apóstol que debo toda mi felicidad a tu gracia: "Por la gracia de Dios, soy lo que soy." (1Co_15_10). 

Te suplico que no sea jamás vana en mí y que permanezca para siempre en mi alma. Mi nacimiento fue un consuelo para toda la ciudad de Roanne porque él regocijaba a mis padres después de tantos años de aflicción. Mi madre, pensando cuidarme mejor que las nodrizas lo habían hecho con mis hermanitos, quiso probar alimentarme ella misma, pero tú no lo permitiste, privándola de leche completamente sólo tres días después de dar  [5]a luz. 

Durante estos tres días ella tenía tan poca leche que por falta de alimento me puso a las puertas de la muerte, por lo que le suplicaron permitiera que se me diera una nodriza ya que la languidez en la que yo estaba no prometía más de veinticuatro horas de vida. La necesidad la obligó a vencer su inclinación. La nodriza que habías escogido, oh mi divino amor, se presentó casi inmediatamente, y en contra de todos los consejos que las vecinas le daban de no recibir una niña moribunda, ella resolvió llevarme a su casa, porque me dijo que oyó interiormente estas palabras: "Recibe esta niña; no morirá."  Y creyó que eras tú quien la aseguraba de mi vida. No se equivocó. Esos excesos de bondad hacia mí me hacen decir como al real Profeta: "Fuiste tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre, desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eras mi Dios." (Sal_21_10s). "En el vientre materno ya me apoyaba en ti. Muchos me miraban como a un milagro, porque tu eres mi fuerte refugio." (Sal_70_6s). 

Mi nodriza, que hasta hoy está llena de vida, asegura, que durante el año que ella me amamantó,  [6] no me oyó gritar. Cuando salía para los asuntos de su quehacer me dejaba en mi cuna sin temor y cuando regresaba me encontraba despierta, sonriéndole con tanta gracia que el contemplarme era para ella un placer; otras veces, habiéndome dejado tranquila como dije, las señoras de la ciudad me levantaban y me llevaban a sus casas sin que con mis gritos les hiciera resistencia ni después mostrara, por medio de signos o gritos comunes en los niños, la necesidad de comer. Se me retenía sin enfadarme una parte del día. Desde los cuatro meses me acostumbró a comer, al grado que podían detenerme sin preocupación. a los nueve meses hablaba yo claramente diciéndole "Mamá, ten cuidado de que yo hable bien" lo cual le hizo admirar mi juicio tanto como mis palabras bien pronunciadas.

 Capítulo 3 - De las muestras de piedad y devoción que se manifestaron en mi infancia por las cuales Dios mostraba los designios particulares que él tenía. Que yo pensaba en las cosas celestiales y divinas, inspirándome de informarme. 

Mis padres, no pudiendo por más tiempo privarse de mí, me destetaron a fin de año para [7] tener el gusto de verme junto a ellos. Apenas había cumplido tres años y ya me informaba de todo lo que se me podía enseñar a esa edad, preguntando a mi madrina, que tenía seis anos más que yo, como podía hacer para ir al paraíso, y si el camino era muy difícil. Ella me dijo que había que pasar por una tabla que no era más gruesa que un cabello de la cabeza. Yo dije, " ¿Cómo podré pasar? yo peso más de lo que un cabello de la cabeza puede sostener." Viendo que yo tenía temor, me decía: "No te preocupes de nada, los buenos pasan fácilmente, pero los malos caen abajo, en un abismo que es el infierno." Esta pobre niña sin cultura me decía esas cosas y otras que no estaban mal, y que al saberlas me inspiraban miedo al pecado por temor de caer en el infierno. En otra ocasión, pregunté qué se hacía en el paraíso. Se me contestó que los bienaventurados siempre estaban sentados. Esa palabra "siempre" me extrañaba: Cómo podré permanecer siempre sentada? no pudiendo comprender tu eternidad. 

Adoro tu Providencia que entretenía mi espíritu infantil con esos pensamientos mientras estaba en mi cama para que no me aburriera, pues me hacían acostar temprano [8] porque yo no era fácil para dormirme pronto. Mi espíritu no podía permanecer inactivo; se ocupaba de los pensamientos de la eternidad con demasiada concentración. Temía aburrirme en el reposo eterno del paraíso, que me figuraba ser como un palacio en el que los bienaventurados estaban contigo, Dios mío, en una perfecta recreación, sentados en tronos de gloria, que a mí me parecía una mansión enfadosa si no era libre de pasearme en los campos que la rodeaban según mis pensamientos infantiles que a nadie comunicaba. En ese mismo tiempo, oí decir que tu bondad había prometido ese paraíso al ladrón para que viviera ahí contigo. Me preocupé mucho de que siendo tan bueno como tú eres, temí que ese ladrón te engañara, quitándote tu paraíso y así, por hacer el bien, tú te privarías de tu felicidad. Deseaba aprender a saberte rezar devotamente, pero mi padre no permitió que me enseñaran a leer tan pronto. 

Entonces yo procuraba aprender unas oraciones de memoria, y cuando él me quería cerca de él yo le decía:  "Me quedaré contigo, con la condición [9] de que me enseñes la oración que dice que nuestra Señora es el palacio de Jesucristo, y la de mi ángel," al que yo amaba por inclinación, sabiendo que él era mi guardián, y me acuerdo que sin saber lo que fuera un ángel, amaba yo uno que estaba pegado en un mueble. No pudiendo quitarlo de ahí, me abrazaba de él y lo acariciaba con mucho cariño. Tenía tanta confianza en nuestra Señora, tu digna y santa Madre en todas mis pequeñas aflicciones que me dirigía a ella, con una entera confianza, haciéndole promesa de servirla si me libraba de mis penas, y mi sencillez llegó a tal punto que le pedía me enseñara a bailar, prometiéndole que rezaría el rosario en su honor, porque yo no quería aprender de los hombres.

 Capítulo 4 - Del don de memoria que Dios me dio para aprender a leer y a escribir en poco tiempo; del propósito de permanecer virgen para seguir al Cordero a todas partes y de los ayunos que comencé desde mi tierna edad. 

Habiéndome prometido mi padre que tan pronto como cumpliera seis años me permitiría aprender a leer, me estremecí de júbilo, cuando supe que los había cumplido. Tú sabes, querido Amor, con qué fervor de espíritu rogaba a santa Catalina virgen y mártir obtenerme la gracia aprender muy pronto a leer, para tu gloria y para mi salvación. Mi oración fue escuchada, en cuanto a aprender en poco tiempo. Sobrepasé a todas [10] las de mi edad y la previsión de mis padres, lo que aumentó el amoroso afecto que tenían ya demasiado grande porque estando enferma con frecuencia atormentada por parásitos intestinales, el temor de que me hicieran morir ponía a mi padre en una extrema y desagradable tristeza pero; oh divina bondad me curaste cuando ellos creían verme morir. 

A la edad de siete años, deseaba ayunar la víspera de las fiestas solemnes, lo que obtuve muy fácilmente. Habiendo llegado a los nueve o diez, quise ayunar en la Cuaresma lo que hice con un gran valor, aunque mi intención no fue recta porque tenía una pequeña complacencia y una satisfacción de mi misma. En éste mismo año me llevaron una vez al sermón en el que oí decir que las vírgenes seguían al Cordero a cualquier parte que él fuera. Me informe qué debía hacer para ser virgen. Me respondieron que era necesario no casarse, respuesta que me alegró [11] mucho resolviéndome a permanecer virgen para seguir al Cordero por todas las campiñas en una inocente recreación. 

Mi espíritu buscaba siempre estar ocupado, y no pudiendo dejar a mi cuerpo descansar en un lugar se me veía siempre buscando nuevas ocupaciones. Tu sabiduría, oh mi Amor que disponía todas las cosas suavemente y con firmeza para mi bien, quiso o permitió que encontrara una docena de páginas arrancadas de la vida de santa Catalina de Siena en las que decía que guardaba los consejos evangélicos. Yo creía que ella entendía el Evangelio en latín, y como a esa edad yo no pensaba que el Evangelio pudiera estar escrito en otra lengua, te dije: "Señor, si yo entendiera el latín del Evangelio como esta santa, te amaría tanto como ella." Dicho esto, no pensé más en eso. 

O Dios de mi corazón, tú no lo olvidaste, esperando hasta el día en que me harías recordar, [12] para tu gloria y gran beneficio mío, como diré después cuando hable de la gracia que me concediste de entender el latín. El deseo de permanecer virgen y de seguirle por doquier crecía cada día en mí, tanto que viendo a las jóvenes que se iban a casar, me retiraba en algún lugar secreto para llorar su desgracia; esa era mi manera de pensar de las que se casaban.

 Capítulo 5 - Del libro que me impulsó a rezar el rosario todos los días; del ayuno de diez días para recibir el Espíritu Santo en el que Dios me elevó y fui invitada a guardar perpetua virginidad; de mi deseo de ser religiosa. 

Habiendo cumplido once años, la fiebre cuartana me fatigó extremadamente el espacio de diez meses. El frío y el hambre excesiva que me causaba, frenó la vivacidad de mi espíritu, haciéndome de un humor triste y fastidioso, no pudiendo retirarme de estar cerca del fuego. Todo me enfadaba, no se me pudo impedir ayunar la mitad de la Cuaresma ni persuadirme de comer carne. Esto no era virtud, sino seguir mis sentimientos. Es verdad, Amor mío, que yo no pensaba desagradarte, guardando la abstinencia mandada y ayunando la mitad de la [13] Cuaresma. No tema director que me condujera en la vida espiritual. Tuve un gran deseo de comulgar durante este décimo-primer año, pero no me lo permitieron, lo que me afligió mucho. Un día paseándome, entré en una casa donde vivía una joven devota ahijada de mi padre que al presente es religiosa conversa en el convento de religiosas de Beaulieu de la Orden de Fontevraux.

 Esta joven tenía un libro de los milagros de nuestra Señora, tu santa Madre, que yo leí. De inmediato me sentí movida a servirla con fidelidad y a rezar el rosario en su honor todos los días a la hora que lo pudiera rezar. La nodriza que alimentaba a uno de los hermanos de esta joven que practicaba también la devoción quiso llevarnos una tarde con los Capuchinos. El portero que era muy devoto, sus palabras y conversación siendo dulces, [14] se posesionaron de mi alma fácilmente, siendo conformes a mi inclinación porque él nos exhortó a elegirte por nuestro Esposo y consagrarte nuestra virginidad, asegurándonos que tendrías tus delicias con nosotras y que seríamos tus queridas esposas.

 La misma tarde, estando con esta joven y otra que nos frecuentaba, platicábamos de lo que el buen religioso nos había dicho. Experimenté para mi provecho la verdadera promesa que tú habías hecho de estar en medio de los que están reunidos en tu Nombre. Elevaste mi entendimiento por medio de un vuelo de espíritu tan fuerte y tan suave, que él no hubiera querido jamás volver a la tierra. No tuve ninguna visión por entonces, y si mi espíritu estuvo extasiado en un lugar deliciosamente agradable, que atraía suavemente mis inclinaciones, yo no dudo que tú estabas hábilmente escondido. Por eso eres llamado por el Apóstol: Imagen de Dios invisible (Col_1_15). 

Estabas en ese momento presente con una presencia amorosa, aunque fueras Dios escondido, hablándome por medio de tus ángeles que me decían que si yo quería guardar la virginidad perpetua, [15] tu Majestad me tomaría por esposa, me amaría mucho, y que yo te agradaría si permanecía constante en el deseo de guardar la virginidad. Decir si fue un vuelo que sacó mi espíritu del cuerpo o si se pasó en la parte superior de mi alma, tú lo sabes. Digo como el Apóstol: Oí las maravillas del amor que tienes por mí, que no me fue permitido declararlo a los hombres, porque me eran indecibles. Era yo una criatura de la tierra que no sabía hablar el lenguaje del cielo, no habiéndolo oído en ese tiempo sino para admirarlo dentro de mí misma muchos años después.

 Capítulo 6 - De la alegría que tuve en mi Primera Comunión; del placer que tenía al leer la vida de las santas vírgenes y mártires y cómo, por alejarme de mi madre, me entibié de mi devoción durante cinco meses a la cual volví pero con imprudencia.

Habiendo cumplido mis doce años, se me permitió comulgar, lo que fue para mí una grandísima consolación. Comulgué ese año cada mes y a los trece lo hice con más frecuencia; a los catorce, casi cada ocho días. Leía las vidas [16] de los santos y santas con un gran deseo de imitarlas, especialmente las vírgenes. Admiraba yo el valor que tú les dabas para morir por tu Nombre. Yo hubiera querido tener esa dichosa suerte, pero no era digna de eso. Una hermana de mi madre mandó a buscarme para que me quedara con ella cinco meses, durante los cuales me relajé mucho de mi primera devoción, siguiendo las inclinaciones de las jóvenes que yo frecuentaba y complaciéndome en sus caprichos. Me desvié de los deberes que tenía para contigo; apenas comulgué tres veces en cinco meses. No hay por qué extrañarse si me volví tibia en tu servicio, al que no me aplicaba sino raramente y por costumbre. Rezaba aún el rosario pero sin atención. 

Querido Amor, yo experimentaba lo dicho por el Rey Profeta: Estando con los buenos, yo trataba de ser buena, y con los perversos me pervertía. Me dejaba llevar a las diversiones de las jóvenes que viven según las máximas del mundo, las cuales hubieran cambiado todas las buenas inclinaciones que me habías dado, si no me hubieras retirado a tiempo [17] de esas compañías contrarias a la devoción a la que me llamaste. Tu derecha me retiró de ahí santa y suavemente; permitiste que me enfadara en ese lugar para que regresara con mi madre a Roanne, despreciando esas compañías, para conversar con otras que eran de familias más honorables. Me engañaste santamente o permitiste que lo fuera yo misma. Tu designio era atraerme a ti de nuevo por la conversación de esa buena joven, con toda la repugnancia que tuviera de dejar a las de buena posición para frecuentar a ésta que era hija de un carnicero.

 Tu gracia fue más fuerte que la naturaleza; me fui retirando poco a poco de la comunicación de las que me llevaban a la vanidad del siglo y volví a mis ejercicios de devoción empleando una gran parte del día en oraciones vocales oyendo varias misas. Esos excesos molestaban a mi madre y a un tío y se resolvieron a mortificarme para hacerme comprender que debía estar a la hora de comer [18] Las mortificaciones que ellos me proporcionaban me eran muy sensibles. De eso me quejaba contigo diciéndote: "Sufro todo eso por ti. Las jóvenes devotas que no son de posición son más dichosas que yo, nadie espía sus acciones ni el tiempo que permanecen en la iglesia". Después de haber llorado ante ti, pacifiqué mi espíritu o, más bien, tú mismo lo pacificaste. Acortaba las horas de la misa y me ocupaba manualmente cerca de mi madre. 

Mi devoción era más fervorosa en verano que en invierno, acomodándose a la estación y no a la obligación que yo tenía de amarte en todo tiempo ya que me habías amado con amor eterno atrayéndome con misericordia lo cual te agradezco, mi divino amor. Dije a mis padres que me quería hacer religiosa, pero mi padre no quiso consentir a mis deseos, lo cual me afligía indeciblemente. Esperaba con paciencia que tu diestra cambiara sus decisiones continuando mis ejercicios. Ayunaba para todas las fiestas de precepto y muchas de los santos a los que tema devoción. No falté al ayuno de todas las Cuaresmas desde que cumplí once años no obstante la tibieza que hubiera tenido en tu servicio. Ayunaba además cada año todo el Adviento. No practicaba todavía la oración [19] mental; sólo meditaba los misterios del rosario.

Capítulo 7 De mis comuniones; de una segunda tibieza causada por tener demasiada complacencia en mi y por los demás y cómo pensando disimular mi devoción estuve en peligro de perderla.

 A la edad de diecisiete o dieciocho años comulgaba todas fiestas de precepto y todos los domingos. Durante ese último año, una tía mía, hermana de mi madre, se casó, a la boda de la cual yo no quería ir para evitarme las distracciones que hubiera podido tener, pero no por eso pude evitar las visitas; teniendo el espíritu agradable y condescendiente, trataba por un deber de educación, con un familiar del que se había casado con mi tía, el cual dijo después que había estado encantado de mi conversación, que no podía imaginar que una joven que jamás había tratado sino de cosas de devoción y que se mantenía retirada en su oratorio, hablara tan perfectamente de las cosas de las que ella ignoraba la practica. "Si ella hubiera estudiado mucho tiempo la ciencia y el arte de expresarse bien, no me extrañaría de oírle hablar de la manera que ella me habló, sin apartarse ni un punto de la sabiduría y de la modestia de una joven virtuosa y de posición." [20] Querido Amor, ¿por qué permitiste que un tiempo después me vinieran a decir la admiración de ese joven y las grandes alabanzas que él daba a méritos imaginarios? Tú sabías bien que mi espíritu era susceptible de agradarse en sí mismo y condescender con los demás, por eso me dejé ganar por las súplicas que me hizo mi tío de ir a la fiesta de santa Ana, que era la patrona de la población donde él vivía. Mi madre, que no quería rehusarle esta justa súplica, aceptó que yo tomara esa distracción para agradar a su hermana, que deseaba tenerme cerca de ella. Fui con mi confesor, el R.P. Antonio Perrot, jesuita, para pedir su consejo. Él fue de la opinión de mi madre y de mi tío, diciéndome: "Ve allá, hija mía, y no" dejes de comulgar en las dos fiestas consecutivas de Santiago y santa Ana." 

Viendo que sería una descortesía negarme a eso, hice sacar los vestidos que usaba solamente en algunas ocasiones, porque no estaban hechos según mi devoción, pero como debía presentarme ante la gente, resolví ponérmelos con indiferencia y no mostrar la devoción, [21] sino parecerme a las jóvenes que se encontrarían en la fiesta y bailar para ocultarles la piedad que amaba mi corazón. Tan pronto como llegué, se me invitó a bailar. Yo seguía en mi propósito, con la idea de ocultar mi devoción, pero, oh divino amor, no te consulté como a mis padres. Tú permitiste que en dos ocasiones tuviera una hemorragia nasal tan abundante que fue necesario salir del baile y retirarme a descansar; eso no me hizo más prudente, pensando que sangraba porque hacía demasiado calor.

Al día siguiente no quise comulgar para no escandalizar a los que me verían después jugar y bailar, y para no ser considerada como devota. Reía y pasaba o perdía el tiempo como las otras jóvenes escuchando las palabras frívolas que me dirigían, especialmente las que me decían había dicho en alta voz [22] el joven después de haberme visto en casa de mi padre. Me extrañaba de mi misma, diciendo en mi interior: Tú crees que no sabes las palabras de cortesía y de compromiso, y has encantado así a las personas. Esas ideas eran recibidas con agrado y me dejaba arrastrar a condescender a las vanidades y a volverme complaciente en todas las reuniones donde me encontraba, guardando siempre la modestia que se alaba en las jóvenes que quieren vivir decorosamente según el mundo. 

El afecto que se me mostraba en todas partes me forzaba a agradar a todos, enfadándome a mí misma, porque temía no agradarte; no sabía las palabras del Apóstol: "Si todavía tratara de contentar a hombres, no podría estar al servicio de Cristo." (Ga_1_10). Pasaron ocho días aparentemente satisfactorios, en los que procuré no desagradar en nada a mis parientes y a todas las señoritas que me visitaban y que aceptaban mi conversación, que seguía en todo momento los lineamientos de la cortesía y la condescendencia. Permitiste una tormenta y una borrasca que arrancaron gran número de árboles, lo cual me hizo pensar que las enviaste para advertirme que te desagradaba. Yo trataba de contentarte diciendo dulcemente: "Regresaré pronto; estaré en Roanne para la fiesta de Nuestra Señora," lo cual hice, pero no con la mortificación y devoción que tema al salir de casa de mi madre. 

Pensaba solamente en esconder mi devoción para engañar al mundo, pero él me habría engañado si tu bondad no me hubiera abierto [23] los ojos al cabo de algunos meses, para ver los precipicios a los que me habría conducido si tu cuidado no me hubiera prevenido tan fuerte y dulcemente antes de caer en ellos.

 Capítulo 8 - De la condescendencia que tuve de ir al baile, de divertirme con las jóvenes que seguían las máximas del mundo; del cuidado que tuvo Dios para retirarme de todo eso, y de mis pequeñas luchas.

Estando de regreso en casa de mi padre la víspera de nuestra Señora de los Ángeles para ganar la indulgencia plenaria, comulgué como las otras veces, aunque no con la misma devoción. Los respetos humanos me hacían mantenerme en los ejercicios que practicaba desde hacía muchos años. Todo Roanne había siempre admirado mi devoción, por lo que me sentía obligada a mantener la creencia que se tenía  de mí; la perseverante constancia que había mostrado a mi padre y a mi madre desde mi infancia, de querer ser religiosa no me permitía dejarles ver mi tibieza, aunque era muy fácil percibirla, al aceptar sin dificultad ir al baile, habiendo siempre cedido a mi tía y a mi hermana menor las ventajas de ser la mayor de la familia.

 Digo ventajas según el mundo y pérdida según tú, mi Dios y mi todo. Mi madre permitía que me vinieran a rogar y que fuera al baile. Yo hubiera podido persuadirla con facilidad de excusarme, pero no podía resistir a una pequeña inclinación que sentía de ir, diciéndote: "Señor, me acordaré bien de ti en el baile," pero estando allí olvidaba mi propósito, aunque no tu bondad, porque te mantenías a mi lado con una presencia espiritual que no percibía con los ojos del cuerpo, sino muy claramente con los del espíritu, el cual te oía decir amorosamente: "Te ves muy bien en el baile." Ante esas palabras yo enrojecía de confusión, y aunque no hablara a nadie, [24] y mis pensamientos fueran bastante inocentes, estaba avergonzada de mi misma; sin embargo, carecía de la fuerza para rehusar al día siguiente, cuando me venían a suplicar regresara. Tu Providencia me cuidaba siempre, inspirando respeto hacia mi en todos los asistentes al baile, los cuales creían que yo me ofendería si se tratara de divertirme con conversaciones propias de esos lugares. No dejé de ayunar durante todo el Adviento, pero esto era para no dejar la costumbre que tenía de ayunar cada año. No agradándote, oh Dios, Salvador mío, yo vivía descontenta, y eso era razonable; mi corazón, que estaba hecho para ti, se inquietaba cuando buscaba su reposo en otra parte. 

Mi natural dulce y tratable se volvió molesto para todos los que vivían en la casa de mi padre; apenas soportaba una palabra de reproche de mi buena madre pensando que ella ya no me quería; y para distraer las inquietudes de mi espíritu, le pedí ir a ver a mi tía, que estaba enferma corporalmente en el lugar donde yo había contraído esta enfermedad espiritual, que no era de muerte, sino para hacer ver tu gloria cuando el exceso de mi debilidad llegara a su término. [25] Mi tía se alegró en extremo de verme, pensando que la caridad me había impulsado para ir a consolarla en su enfermedad, pero al cabo de algunos días se dio cuenta de que yo no era tan caritativa como había imaginado, y que por alguna razón mi carácter había sufrido un cambio. Yo no le parecía ser la persona que ella había conocido, tan fervorosa e inclinada a la piedad allá en la casa paterna, donde ella se había educado cerca de mi madre. Su suegra y su esposo, que era mi tío, estando en su recamara le dijeron: "Tu hermana piensa que su hija quiere ser religiosa; su disposición parece estar muy lejos de esta profesión; no está casi nunca cerca de ti que estás enferma." 

Yo ignoraba todas esas conversaciones: me decía que era muy agradable para encerrarme en un claustro; que todas las que eran mis compañeras ahí donde yo estuve durante los ocho días que me había quedado en casa de mi tío, estaban sumamente satisfechas de mis amables palabras; que yo era muy gentil y la mayor de la casa y otras palabras semejantes con las que casi me persuadía. Sin mostrar que no lograba nada en mi espíritu, respondía con gravedad: [26] "No, no, yo quiero ser religiosa" Al dar esta respuesta sin mi suavidad acostumbrada en el hablar, alejaba en ella la esperanza de poder desviarme de ser religiosa. 

Al quedarme sola me quejaba contigo, Dios mío, diciéndote: ¿Qué es esto?, ¿Dónde está mi primer fervor? ¿Temo ser lo que tanto he deseado desde mi infancia? " ¿Por qué me has llamado a la vida devota y a la vocación religiosa desde hace tantos años, y al presente me dejas en estos trances? No consiento en amar las máximas del mundo ni en pretender ser otra cosa que tu esposa, pero desgraciadamente me siento demasiado débil para emprender una vida religiosa en la clausura y en las mortificaciones que antes deseaba como las más entrañables delicias que pudiera esperar en esta vida. 

Si cambio de vocación, me opondré a tus designios. Seré culpable ante ti y delante de los ángeles y de los hombres que han visto y sabido mi perseverancia hasta el presente; si tu no me hubieras llamado no sería yo culpable. ¡Ah! Si no hubiera nacido en el ambiente donde vi reinar la devoción, no hubiera sido inducida a la práctica; si no hubiera visto a la niña que puso en mis manos el libro de los milagros de tu santa Madre, no estuviera ahora  [27] en medio de los apuros y tristezas en las que estoy sumergida por la facilidad que tengo de seguir las devociones que ahora me parecen nimiedades, debido a mi intranquilidad; si no sigo el camino que temo tan difícil, quizá me condenaré.

 "¡Ah, Señor, si tu hicieras, para librarme de mis penas, que mi padre y mi madre dijeran resueltamente que no quieren que yo entre en un convento, ¡estaré libre del temor que tengo de serte infiel y de la vergüenza que tendría con los que han sido testigos de la perseverante resolución que he tenido hasta hoy! ¿Qué dirá mi confesor; que dirán los padres capuchinos y mi compañera que era otra joven devota a quien yo quería mucho? Pero, ¡ay!, qué digo, perdona, Señor, a una joven tentada y turbada que pide lo que es contrario a su bien. Dios mío no consiento en dejarte, ni a todas mis tentaciones, pero no tengo la fuerza suficiente para vencerlas. Me abandono a tu misericordia, que tendrá piedad de mi, aunque yo sea indignísima." Esas tentaciones no eran sino de no poder resolverme a las austeridades que yo pensaba había en la religión.

 No tenía la tentación ni la idea de matrimonio; me habías exceptuado de toda sensación sensual; no tenía pensamientos de todas esas cosas, sino más bien de no poder encerrarme [28] por toda mi vida deseando poder vivir en el mundo con libertad y sin obstáculos. Te expresaba mis quejas a ti, no a otros. Después de haberte contado mis penas, una prima mía me convidó a divertirme con sus amigas, e inmediatamente, cuando me puse a jugar, me reprendiste, oh mi divino Maestro, con las mismas palabras que me decías en el baile: " ¡Qué bien te ves en el juego! " Yo te decía: "Acaso no tengo permiso de divertirme inocentemente con las jóvenes, Ellas tienen que cortar todas las rosas en juegos y diversiones, y solamente yo ser picada por las espinas del escrúpulo o de tus censuras" De toda esta conversación interior, las personas no sabían nada; tenía bastante atención hacia lo exterior y lo interior.

Capítulo 9 - De la pena que tuve faltando a la caridad, y como La divina Providencia se sirvió de eso para hacerme volver a mis deberes.

 Habiendo dejado a las jóvenes, regresé acompañada de mi prima que me dijo: "Fui a ver a mi tía, que estaba con mi abuelita y mi tío y decían que no haces lo que tu mamá desea, que estés cerca de la enferma y que ella no piensa que tengas deseo de hacerte religiosa. No lo seas, ¿Qué harás dentro de un claustro, querida prima? ¡quédate con nosotras en el mundo!"

"Esto[29] no te lo prometo," dije, "Dios me llama para ser de él; no quiero ser infiel." Creyéndome constante, pensaba perder tiempo hablándome de permanecer en el mundo, pero me pidió una cosa: no decir que me había advertido de la conversación de su abuelita, de mi tío, que era también suyo, y de mi tía. Le di mi promesa, la cual cumplí. Oh divino amor, ¡tus designios son admirablemente adorables! La complacencia que me impulsaba a agradar a todos me había hecho tratar de disimular mi devoción. Me había puesto en peligro de perderla completamente en el ambiente donde me había metido sin armas para luchar contra mis enemigos, quienes pensaban vencerme y lo hubieran hecho si tú no los hubieras combatido por mí. 

En ese momento, afortunado para mí reconocí mi falta y te dije: "Es razonable, Señor, que las creaturas se enfaden con la que no ama como debe a su Creador y al de ellas, y que lo ha querido dejar para apegarse a ellas por vana [30] complacencia. 

Hasta ahora fui siempre del agrado y satisfacción de mis padres, agradándolos, yo me desagradaba a menudo; estimaba el amor que me tenían y el placer que sentían con mi conversación, que era más edificante que al presente. Eres justo, Dios mío, y tus juicios son rectos. Ya no quiero permanecer aquí; regresaré con mi madre. No puedo estar con los que estiman mi conversación ventajosa para ellos, pues para mi es siempre sin ventaja, porque conversando con las creaturas me alejo del Creador. ¡Perdón, piadoso Señor mío! Agradezco lo que tu Providencia permitió para mi mayor bien. Espero contra toda esperanza; espero en tu misericordia. No te prometo combatir generosamente; sin ti no puedo nada; tu harás todo."  Habiendo dicho esas o semejantes palabras, supliqué a mis tíos que alguien me llevara con mi madre. 

Esta rápida decisión les extrañó en extremo, haciéndome ver el demasiado frío que hacía, porque estábamos en febrero o a fines de enero [31] Todas sus razones no pudieron cambiar mi decisión. Yo quería regresar, pero, como los que tienen ictericia ven todas las cosas amarillas, al contradecirme a mí misma me parecía que todos los que yo veía me contradecían. Luego que entré en mi hogar, pensé que mi madre ya no me amaba, que mi tío y todos los de casa estaban en contra mía. Esos pensamientos duraron hasta el día de la Candelaria, en el que quisiste, oh mi Cirio, iluminarme y convertirme completamente a Ti. Compartiste conmigo las victorias que habías logrado gloriosamente en el desierto; ese mismo día, ¿no me decías: "¿Confía, yo he vencido a tus enemigos?" Tal vez, pero yo ignoraba por entonces mi dicha.

Capítulo 10 - De mi completa conversión; de La amarga contrición de mis faltas que me hacía ser rigurosa conmigo misma; del don de lágrimas; de la comprensión del latín de la sagrada Escritura.

Al día siguiente me fui al sermón que trataba del juicio. Me parecía que las palabras: ¡Vayan, malditos, al fuego eterno!" debían dirigirse a mí. Me vi tan indigna de estar en tu presencia, que no sabía dónde esconderme, pero tus pensamientos no eran sino de paz y bendición hacia mí; era característica tuya ver con tanta dulzura a la que te había ofendido tanto. Me sentía extremadamente enfadada conmigo misma.  En ese día bendito para mí me comunicaste el conocimiento del latín de la Escritura, y pude así comprender la epístola y el evangelio. Admiraba este favor, pudiendo decir con David: "Señor, no estudié las letras, pero es tu bondad misma la que me enseña, para hacerme entrar en sus dominios. Aunque no sé expresarme, entraré en tu fortaleza; a proclamar, Señor, que sólo tú eres justo. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas." (Sal_70_16s). 

Me hiciste recordar las palabras que yo te había dicho hacía ya nueve años, que si me hacías comprender el evangelio en latín como yo pensaba que santa Catalina de Siena lo entendía, te amaría tanto como ella te había amado. [32] Tú me recordaste la palabra que te di como si mi amor hubiera acrecentado tu felicidad. Pero para que me castigaras rigurosamente por mis faltas, te decía: ¡No, no. Señor; no es posible que una ingrata tenga tanta dulzura y sea tratada con amor! ¡Déjala en el temor! Guarda, por así decir, esta benignidad y castiga mis infidelidades, privándome de todas las consolaciones que no son absolutamente necesarias para mi salvación. Cómo acaricias a la que hace apenas un mes te decía: ¿Por qué me has llamado a la devoción, a mí, que mostraba enfadarse porque tu bondad había pensado en ella desde la eternidad? Los pensamientos de paz que tenías hacia mí, oh mi Dios, me hacían deshacer en lágrimas; tu Espíritu soplaba y mis ojos derramaban lágrimas de contrición que te mostraban mi pensar, porque tú eres soberano y divinamente misericordioso. Al comunicarme la comprensión de la lengua latina, me concediste entender el sentido místico de muchos pasajes de la Escritura, gracia que has continuado concediéndome. Un día me dijiste: "Hija mía, te quiero hablar por la Escritura; por ella conocerás mi voluntad. Deseo que ella sea la clave que te enseñe lo que quiero que comprendas para mi gloria, la de mis santos y santas, para tu salvación y la del prójimo. 

A la gente no le hablaba sino en parábolas, y sin ellas predicaba rarísima vez; pero a ti, mi bien amada, quiero darte a conocer mis designios por la Escritura, y por su medio revelarte mis intenciones, explicarte los misterios más adorables y más ocultos al sentido humano." Me diste el don de oración junto con el don de lágrimas; mis ojos eran dos fuentes, dos piscinas, y ese don de lágrimas duró muchos años, siendo fuente de alegría. La unción del Espíritu era tan abundante en mi alma que me vi totalmente consagrada a tu amor. Pasaba dos horas y más en oración mental, sin tener una sola distracción. a partir de ese día me hiciste odiar las cosas que tú odias y amar las que amas.

El mundo y todas sus vanidades fueron pisoteadas; la soledad y el retiro se convirtieron para mí en un paraíso. Me vi, desde ese día, transformada con mis inclinaciones anteriores a tu voluntad [33] ¡Oh, que tu yugo es suave y tu carga ligera! Me escondía continuamente de los de casa, y temiendo me vinieran a buscar en las habitaciones de la casa, me retiraba a un establo donde tú ponías mil santos pensamientos en mi alma; me entretuviste así muchos años en los misterios de tu dolorosa Pasión, y siempre recogida.

 Capítulo 11 - Del horror y del odio que yo tenía de los pecados que habían causado los crueles sufrimientos y la muerte ignominiosa del Salvador de los hombres, habiéndoseme presentado como un leproso.

El primer año consideré tus dolores como el castigo de mis pecados, y los detestaba con un odio extremo, pidiéndote perdón y la gracia de sufrir por mis faltas, lo que con tu gracia podría yo ser capaz de sufrir en satisfacción de todas ellas. Te consideraba flagelado, coronado de espinas, clavado al madero de la Cruz por mis crímenes y los de todos los pecadores según la profecía de Isaías: "El, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus llagas nos hemos curado. Todos errábamos como ovejas, cada uno por su lado, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes (Is_53_5s).

Capítulo 12 - De la amorosa condolencia y dolorosa compasión que tenía de la Pasión de mi divino Salvador, Lo que me puso en mortales sufrimientos

El segundo año compadecía, por una amorosa complacencia y amabilísima condolencia, tus penas y dolores, y esta amorosa compasión era una gracia tan grande, que no la podía admirar lo suficiente. Me encontré unida a tus sufrimientos como si yo hubiera sido tú mismo. Estaba atada y adherida por unos sentimientos amorosos y dolorosos a la columna y a la Cruz; me sentí transfigurada y transformada en tus dolores; sudaba en el jardín, pero no era sino agua; contemplándote ligado a la columna, sentía, por una aplicación de sentidos producida por amor, los golpes de látigo que te daban; viéndote cargar tu cruz, me parecía cargarla contigo sin ser obligada como Simón el Cireneo. 

Quería ayudarte cargándome el peso que tu amor había querido aceptar por mis pecados, por los de todos los hombres. Estaba crucificada contigo en el Calvario, y es verdad, oh mí fiel Esposo, que un Viernes Santo estuve casi [34] en trance de expirar contigo, ya que me encontraba atada a la cruz, pudiendo decir: "Estoy crucificada con Cristo." (Ga_2_19). Mi espíritu estaba a flor de labios, me parecía expirar cuando el predicador dijo que habías inclinado tu cabeza, entregando tu espíritu, al que el mío quería seguir, pero tus órdenes eran que el mío se contentara con tus mandatos, diciendo con el Apóstol: "Y ya no vivo yo, vive en mí Cristo; (Ga_2_20). [...]" sino que viva o muera ahora como siempre se manifestará públicamente en mi persona la grandeza de Cristo. "Porque para mí vivir es Cristo y morir ganancia. Por otra parte, si vivir en este mundo me supone trabajar con fruto, ¿Qué elegir? "(Flp_1_20s). Me hiciste comprender que me querías todavía en el mundo para tu gloria y por la salvación de muchos.

Al otro día, estando aun en el sermón en el que el R.P. Ireneo, capuchino, representó los dolores de tu santa Madre, fui una imagen de sus sufrimientos, pero tan ingenua que el sacerdote dijo: He aquí a tu Madre, y que no fue pequeña maravilla el verme viva aún. Después de esta muerte amorosa conocí, por esta mística experiencia, que el amor era tan fuerte como la muerte, y que dos contrarios pueden subsistir por tu gran poder en un mismo sujeto; tus cinco llagas, de las que yo me representaba la preciosa sangre derramarse en mí como flechas amorosas, me hacían decirte: "Tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre mí." (Sal_37_3). Podía decirte con Job: "repitiendo tus proezas sobre mí."  (Jb_10_16).

Capítulo 13 - Como mi divino Salvador me hizo ver los trofeos de su victoria sobre sus enemigos por su cruz por La cual el enseña los misterios más sublimes

Si recuerdo bien, el tercer año me hiciste ver tus sufrimientos como premio de tus victorias logradas sobre el pecado, el demonio, la carne y el mundo. Al adorarte con tu Padre y el Espíritu Santo, un Dios con nosotros, recordaba las palabras del Apóstol que resucitarías para la gloria de tu Padre. Tú eres nuestra resurrección, vives gloriosamente resucitado después de haber sufrido la muerte para destruir el cuerpo del pecado, del cual deseabas emanciparnos. Dice el mismo Apóstol: "Cancelando el recibo que nos pasaban los decretos de la Ley; éste nos era contrario, pero Dios lo quitó de en medio clavándolo en la cruz [35] Destituyendo a las soberanías y autoridades, las ofreció en espectáculo público después de triunfar de ellas." (Col_2_14s). 

Yo admiraba cómo triunfabas de tus enemigos adorando la cruz que era el carro de tu glorioso triunfo: La gloria de la cruz me parecía tan augusta, que no me gloriaba sino en ella diciendo: "No deseo gloriarme si no es en la cruz de mi Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo." Encontraba mi alegría en mi gloria y sacaba con gran júbilo aguas de gracia de las fuentes de tus llagas.

Te decía: "Señor, te alabo porque odias el pecado por esencia, así como tú mismo te amas por esencia; ese pecado ha sido la causa de que te indignes justamente contra los pecadores que lo han cometido y contra mí en particular, pero lo has borrado por tu muerte al darme tu vida: "Te doy gracias. Señor, porque estabas airado contra mí, pero ha cesado tu ira y me has consolado. Siendo Dios mi salvador, confío y no temo porque mi fuerza y poder es el Señor, él fue mi salvación." (Is_12_1s). y exclamaba con todas las potencias de mi alma: "Sacarás aguas con gozo del manantial de la salvación." (Is_12_3). Invoquen su santo Nombre [36] Anuncien a todas las naciones las hazañas de este divino Salvador; proclamen que sus dolores son nuestras delicias y su muerte nuestra vida; que su humillación es nuestra gloria, que sus riquezas temporales han dado vida a nuestro gozo eterno; hagamos conocer que él ha encontrado el secreto que ignoraban los hombres: estando en la forma de Dios, se anonadó tomando la forma de servidor al hacerse hombre, sin perder la igualdad de condición que tiene con el divino Padre y el Espíritu Santo. Él se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz: Por eso Dios lo encumbró sobre todo y le concedió el título que sobrepasa todo título; de modo que a ese título de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo y toda boca proclame, (Flp_2_9) que Jesucristo, este Señor universal, Rey y Liberador nuestro, está sentado gloriosamente a la derecha de su Padre Eterno, como lo dice san Pedro: Fundado en la resurrección de Jesús el Mesías, a quien sometieron ángeles, autoridades y poderes, llegó al cielo y está sentado a la derecha de Dios (1Pe_3_22)

Pero vemos ya al que Dios hizo un poco inferior a los ángeles, a Jesús, que, por haber sufrido la muerte, está coronado de gloria y dignidad; así, por la gracia de Dios, la muerte que él experimentó redunda en favor de todos. De hecho, convenía que Dios, fin del universo y creador de todo, proponiéndose conducir muchos hijos a la gloria, al pionero de su salvación lo consumara por el sufrimiento, pues el consagrante y los consagrados son todos del mismo linaje (Hb_2_9s). Él nos ha hecho participantes de su cuerpo y sangre preciosa, para con su muerte reducir a la impotencia [37] al que tenía dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, y liberar a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos (Hb_2_14). Todas estas luces son incapaces de colmar de gozo al espíritu a quien te dignas comunicarlas con tanto amor y dilección, ya que todo lo que pueda yo decir jamás expresará lo que son en realidad.

Oh divino esposo, tu cruz ha sido nuestro lecho de cedro y no podría jamás decir los secretos y los misterios que me has confiado, pues me parecen inefables. En ellos me has enseñado la eminente ciencia en la que san Pablo se gloriaba santamente, y por la cual todo le parecía basura. Tú me llevabas de grado en grado, y en esta sagrada academia aprendí de tu amor, durante nueve años, misterios adorables en la medida en que una jovencita podía hacerlo con tu gracia, y comprender con todos tus santos la anchura, la longitud, la sublimidad y la profundidad del gran amor que tienes por la salvación de los hombres, y a fin de llenarme de toda plenitud de Dios, vertiste toda tu sangre preciosa, que ofreciste a tu Padre al morir por todos los hombres; por tu muerte hemos recibido la vida; muriendo sobre la cruz, fuiste vencido y vencedor por nuestra glorificación, la cual deriva de la tuya, y por la que te doy las gracias, divino amor.

[38] Capítulo 14 - Que la sangre de mi Salvador fue el abismo donde sepultó mis pecados; cómo desvaneció mi temor para sumergirme por completo en los pensamientos de su amor y misericordia hacia mí.

La sangre de Abel clamó desde la tierra y exigió del cielo la venganza de la muerte de este inocente, porque su amor no podía borrar el pecado del que le había asesinado con tanta malicia; pero tu sangre exigió la misericordia hacia quienes la habían derramado, porque debía borrar los crímenes y lavar los pecados de los criminales: Al mediador de una nueva alianza; Jesús, y a la sangre de la aspersión, que clama con más fuerza que la de Abel (Hb_12_24). Era ésta la sangre de un Hombre-Dios que es escuchado por su reverencia.

 Divino Mediador, tu pediste perdón para tus enemigos, excusando como ignorancia el deicidio que habían cometido al hacerte morir según el poder que se les había dado de lo alto, y la opción que hiciste de la cruz, sobre la cual hiciste oír tu justa y humilde súplica: Ofreció oraciones y súplicas, a gritos y con lágrimas, y Dios lo escuchó (Hb_5_7). Isaías, al profetizar tu muerte voluntaria, dijo: Si entrega su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años y por su medio triunfará el plan del Señor. Por los trabajos soportados verá la luz, se saciará de saber; mi siervo inocente rehabilitará a todos porque cargó con sus crímenes. Por eso le asignaré una porción entre los grandes y repartirá botín con los poderosos ya que indefenso se entregó a la muerte (Is_53_10).

Me hiciste comprender con un gran amor que mis pecados me habían sido perdonados, que los habías lavado con tu sangre, que mi celo de ser tratada rigurosamente por faltas que habías borrado era bueno para humillarme, pero que tu amor era mejor para santificarme; que la repugnancia en recibir estos favores procedía de la rigurosa justicia de un corazón joven dolido en sí mismo por haber ofendido al que tiene un corazón más grande que el mar y cuya naturaleza y bondad se goza más, en todo tiempo, en perdonar que en castigar. "Yo amo más la misericordia que el sacrificio; soy bueno en mí mismo, y justo con mis creaturas. 

Mi misericordia es una obra que me es propia, y la justicia [39] contra los pecadores algo que me es ajeno, que podría herirme en primer lugar, si no fuera invulnerable por naturaleza. Habiendo, por mi bondad, hecho elección de tu alma para encontrar en ti mis delicias, me harías sufrir si no fuera yo impasible, si tu corazón rehusara mis caricias. Mi divina bondad es comunicativa en sí misma; mi placer consiste en comunicarte los grandes dones que mi amor desea hacerte a pesar de tus temores; no te considera en tus debilidades, sino en su poder. Tus pensamientos se encuentran tan alejados de los míos, como lo está el cielo de la tierra. Mis pensamientos hacia ti son de paz y de alegría; los tuyos de guerra y de aflicción por unos pecados que yo he sepultado en el mar de mi caridad infinita, la cual no solamente cubrió y abismó, sino que yo los he destruido de la manera en que pueden serlo. Recibe pues mis gracias con humilde agradecimiento, y soporta el que te amé y desborden en ti los torrentes de mi bondad."

Viendo que mis lágrimas eran enjugadas por el ardor de tu amor que las producía, aceptaba tu gozo diciéndote: Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado (Sal_41_8). Como te ha complacido que el abismo de mis pecados atrajera al abismo de tus misericordias, y que se hundieran en el océano de tu amorosa bondad, que ha abierto y desbordado sobre mí las cataratas de sus gracias, cuyas olas se alzan y redoblan sobrepasando mis pensamientos, adoro tu generosidad y me pierdo en ellos diciendo con el Profeta: Tus torrentes y tus olas me han arrollado (Sal_41_8b). La sangre de tus mártires es semilla de fe y de cristianos; pero la tuya, oh mi divino esposo, es la semilla del amor en nuestros corazones, la cual se difunde mediante la inhabitación de tu Santo Espíritu, el cual llena el alma con plenitud. La adorna como un cielo exaltado donde habita la Trinidad entera. Trinidad que es Dios. Dios es amor. Quien posee el amor tiene a Dios.

 Mediante esta semilla incorruptible de tu sangre, oh mi Amor, nos haces hijos de tu Padre celestial y hermanos adoptivos tuyos. San Pablo te apropia estas palabras, que diriges a tu divino Padre: Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. En él pondré yo mi confianza: Aquí estoy yo con los míos, los que Dios me ha dado. Por eso, como los suyos tienen todos la misma carne y sangre, también él asumió una como la de ellos (Hb_2_12s).

Capítulo 15 El ver la preciosa sangre de mi Salvador, derramada por mí, me hacía desear ardientemente derramar la mía por su amor.

[40] Se dice que es necesario mostrar sangre al elefante para excitarle a la cólera o al combate. Querido Amor, al ver la efusión tan abundante de tu preciosa sangre, que derramaste por mí, y siendo tú mi Esposo de sangre, tuve el deseo de verter toda la mía en el martirio, pero como esto no puede ser en estos países donde se profesa la fe con libertad, trataba de ofrecerte la mía por medio de disciplinas en las que entrelazaba pedazos de fierro y alfileres, de manera que ellas y todo lo que les ponía eran como clavos en forma de gancho, que se adherían a mi espalda y la desgarraban. Te daba mi sangre; mi gozo era completo cuando la veía sobre el piso de madera de mi salita donde estaba mi oratorio. Sin embargo, esto no duró tantos años como la perseverancia de tus dulzuras hacia mí y en mí. Mis confesores al informarse de mis penitencias considerando que yo estaba enferma y débil, me prohibieron tomar disciplina de esa manera, y me prohibieron también insertarle ganchos y objetos punzantes. Me quitaron, además, una hecha con cadenas de acero, que usaba casi todos los días.

Querido Amor, no merecía yo gozar largo tiempo de este contentamiento de espíritu; había demasiado cuidado del cuerpo. Esto fue un solaz, pero también una mortificación muy humillante para mi espíritu que se complacía en esta amorosa crueldad porque me sentía avergonzada de recibir tantas gracias de las cuales el cuerpo tenía su parte por las dulzuras que saboreaba mi paladar y por el favor que tú le concediste de estar exenta de sentimientos de [41] concupiscencia, pues me dijiste: "Hija mía, No se te acercará la desgracia ni la plaga llegará hasta tu tienda (Sal_90_10). Los latigazos que permito para humillar a algunos por medio de pensamientos y de sentimientos de impureza no se te acercarán. Como tú eres mi tabernáculo, los demonios no podrán turbar tu imaginación ni procurarte pensamientos impuros, ni excitar reacciones en tu cuerpo, yo te guardo y ordeno a mis ángeles que te cuiden. Otras debilidades te humillarán delante de Mi: conocerás constantemente que careces en absoluto de virtudes, y que debes todo a mi amorosa misericordia hacia ti."

Capítulo 16 - De la inclinación que Dios me dio para dar limosna; imitando de este modo el amor de mi madre hacia los pobres

Adoraba tu bondad, que se mostraba tan misericordiosa hacia mí, que no parecía tener sino a mí sobre la tierra para concederme sus favores. Quise por tanto reconocer esta gran misericordia hacia los pobres y daba lo que mi madre me permitía, ya que ella se inclinaba por naturaleza a dar limosna, al grado de regalar sus faldas de abajo a pobres vergonzantes que ella sabía bien no se atreverían a pedir. 

Como yo no deseaba que se supiera que ayunaba los viernes, los sábados y en ocasiones los miércoles, me sentaba a la mesa con mi buena madre, (mi padre de ordinario se encontraba en París), la cual no maliciaba que pasaba suavemente la carne que servía en mi plato, cuando no estaba en su jugo, y la envolvía en mi servilleta. Otras veces decía yo que tenía frío, [42] y me permitía levantarme de la mesa para ir a calentarme. Mis hermanas, que se daban cuenta de mi astucia, no deseaban contrariarme y no decían nada, o no lo mencionaban a mi madre, que me amaba apasionadamente desde que tú me llamaste a la primera obediencia el día de la Candelaria, como dije más arriba. Ella, no queriendo contradecirme, se limitaba a decirme: "Hija mía, cuida tu salud." Yo le decía que tenía mucha salud, y que trataba de conservarme bien para darle gusto.

Había dado mi palabra a una joven pobre que vivía cerca de nuestro hogar de no asombrarse si encontraba carne en el potaje que se le enviaba de casa. Mis hermanas, viendo que me gustaba socorrer a otros y que me sacrificaba para poder dar, hacían lo mismo, y esto me causaba gran alegría. No recuerdo si entonces te lo agradecí, pero lo hago ahora, mi Salvador misericordioso.

 Capítulo 17 Del contentamiento y elevaciones de espíritu que tuve cuando me ocupaba de trabajos humildes y de mis oraciones vocales

Mi madre nos ocupaba siempre en las labores del hogar, y con frecuencia nos hacía barrer, y hasta se privaba de propósito de los sirvientes o les enviaba a trabajar a las granjas para que trabajáramos en quehaceres como lavar las ollas y preparar la comida, cosa que yo deseaba hacer con más frecuencia que ellas, aunque mi madre deseaba dispensarme de hacerlo.

 [43] Pedía yo a mis hermanas me llevaran la olla con el agua caliente al lugar donde se cocía el pan, y lavaba a escondidas la vajilla que ellas me llevaban. La devota joven que era pobre me venía a buscar y me ayudaba.

Oh divino Salvador, qué alegría sentía al hacer estas humildes acciones, y cuántas veces, estando en medio de ellas, elevaste mi espíritu hacia luces sublimes mientras que mi cuerpo se ocupaba de estas funciones de la humildad. Al sacar el agua, te contemplaba a un lado del pozo donde convertiste a la Samaritana, y te pedía continuar recibiendo el agua viva que me dabas con abundancia.

Me obligué a decir ciertas oraciones vocales todos los días, como el rosario, el Oficio Parvo de Nuestra Señora, el Oficio del Espíritu Santo, los Salmos Graduales, las Letanías y otras oraciones. En algunas ocasiones añadía el Oficio de Difuntos los lunes. Sentía gran compasión de las almas del Purgatorio, pidiéndote las libraras de sus males espirituales y de hacerme sufrir en su lugar. En cierto sentido podía exclamar con el Apóstol: Mi carga de cada día es la preocupación por todas las iglesias (2Co_11_28). 

Decía a los de la Iglesia Triunfante que alabasen a Dios por mí, y que yo ofrecía mis penas y pequeños trabajos para acrecentar su gloria accidental; a los de la Sufriente, les ofrecía todo a manera de sufragio para disminuir sus sufrimientos o unirme a ellos. Oraba por todos aquellos que formaban parte de la Militante, a fin de que quienes estuvieran en gracia recibieran un aumento, y que pluguiera a tu divina misericordia dársela a quienes no la tuvieran. En fin, podía yo exclamar con el Apóstol: ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mí me dé fiebre? (2Co_11_29). No tenía, con todo, motivo de gloriarme sino en mis propias debilidades. Si hay de que presumir, presumiré de lo que muestra mi debilidad, y bien sabe Dios el Padre de nuestro Señor, Jesús el Mesías -bendito sea por siempre- que no miento (2Co_11_30s). Sí, dulce Jesús, tú sabes bien que soy consciente de mis debilidades y de mis fallas en todo momento, y que al ser débil yo misma, me hago fuerte en ti.

Capítulo 18 - Que mi Salvador quiso ser mi maestro al enseñarme la meditación en la que su Espíritu me ocupaba día y noche.

[44] Amigo amable y divino, quisiste llevarme tú mismo a subir el monte de la mirra y las colinas del incienso; al enseñarme a orar mentalmente, me guiaste hacia la soledad interior y me hiciste escuchar: Por tanto, mira, voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón (Os_2_16). Al hablarme al corazón, me hiciste ver que la hermosura de los campos residía en ti; habiéndome convertido en abeja mística, me sumergías en tus misterios en plena floración, y me proponías tus divinas Escrituras como flores en las que tu Santo Espíritu me hacía libar la miel de mil santos pensamientos en medio de deleites inenarrables.

En ocasiones oraba vocalmente llamándote con gritos como los polluelos de la golondrina. Meditaba, después, como la paloma, imitando al rey que sanaste de una enfermedad que le hacía languidecer, dándole quince años más de vida para recompensar las amorosas lágrimas que derramó confiadamente en tu presencia: Día y noche me estás acabando. Como una golondrina estoy piando, gimo como una paloma (Is_38_14). Mis oraciones comenzaban por la mañana y duraban hasta el anochecer. Nada me distraía de la oración, sin importar la ocupación exterior que tuviera, tu amor verificaba en mí el dicho del Apóstol: Oren en todo tiempo, no solamente de tiempo en tiempo, sino en el momento presente. Meditaba yo día y noche en tu amorosa ley, y durante mi meditación se encendía el fuego; tu estabas conmigo para cumplir el designio por [45] el cual viniste a la tierra, que es encender el fuego en los corazones, deseando verles arder en tu amor. Yo te decía: Acepta las palabras de mi boca, acoge mi meditación, (Sal_18_15), porque tú eras mi amoroso Redentor que me hacía probar la copiosa redención que llevaste a cabo para poseerme, librándome del dominio de mis sentidos, porque me parecía que los tenías del todo sujetos a la razón; mis pasiones estaban tan amortiguadas, que me parecía estaban muertas, a menos que se tratara de tu gloria, para la cual se aplicaban del todo.

No experimentaba yo odio alguno, como ya he dicho, sino para odiar lo que tú odiabas y amor para amarte a ti. No amando sino a ti en todas las cosas y todas las cosas por ti, mi sólo deseo era agradarte, y mi sólo temor desagradarte. Tenía aversión de aquello que se oponía a las buenas costumbres y a la virtud; mi alma estaba siempre alegre contigo; no podía entristecerme sino por las ofensas cometidas contra tu bondad. Esperaba todo de ti, y no esperaba nada de mí.

No pudiendo decir a mis directores: haré este acto de virtud o esta buena obra, esta desconfianza en mí misma me llevaba continuamente a una confianza total en ti, en quien todo lo podía. Siendo débil encontraba mi fuerza en ti, según el dicho de san Pablo,

[46] y tenía miedo de ofenderte. Fuera de esto, no temía ninguna cosa creada; sentía gran audacia en todo aquello que pudiera propiciar tu gloria; a reprender a quien o quienes veía ofenderte con toda deliberación, o a causa de sus malos hábitos. Yo no sabía además si estaba indignada, deseando con David exterminar a los pecadores de la tierra, no haciéndoles morir, sino deseando verles muertos como lo dice san Pablo: muriendo a ellos mismos y a todas sus malas inclinaciones al estar su vida escondida en ti. Lamentaba el tiempo que había perdido y el que pierden tantos hombres y mujeres. No podía apartar mis pensamientos de tu amor. Raramente salía acompañada, y cuando lo hacía, era para obrar la caridad o por educación. Me daba cuenta de cómo los hombres que no se ocupaban sino en cosas de la tierra merecían estar desolados, porque sus corazones no pensaban en tu amor, para el cual les diste un corazón, y no para amar la vanidad. Al ver sus afectos apegados a la tierra y sus espíritus llevados por los vientos de la vanidad, exclamaba con David: ¡Señores! ¿Hasta cuándo ultrajarán mi honor, amarán la falsedad y buscarán el engaño? (Sal_4_3). Me mostrabas tus verdades con tanta claridad, [47] que no podía dudar diciéndote: Tus testimonios son veraces (Sal_92_5).

 Capítulo 19 - Del don de contemplación que Dios me otorgó y de un rayo luminoso que me dio y que me iluminaba para conocer los sagrados misterios.

No me dejaste solamente en la meditación. En pocos días me elevaste a la contemplación dándome así la parte de María, la cual nunca me has quitado. Sentada a tus pies, la luz de tu divina faz se posaba en mí. Me hiciste entonces ese don sin arrepentimiento, pues lo sigo poseyendo. Me ayudaste a entender que esta luz y esta verdad fueron lo que David pidió, y que es lo mismo que el Profeta Rey admira al decir: En cambio, a mí, Señor, me has infundido más alegría (Sal_4_7). 

Mi corazón se llenaba de gozo al adorar tu belleza que mostrabas a mi entendimiento, como si fuera un espejo querido de tu rostro y de tus ojos amorosos que proyectaban claridades que elevaban mi espíritu en contemplaciones admirables, después de haber meditado anteriormente en tus amables perfecciones. Yo las admiraba por una simple mirada y te decía: ¡Qué hermoso eres, mi amado, qué dulzura y qué hechizo! (Ct_l_16). ¡Mi amado es mío y yo soy suya! (Ct_2_16).

Así como Magdalena no se preocupaba de cosa alguna, mi espíritu permanecía a tus sagrados pies para escuchar tus palabras divinas y por si deseabas pasearlo por tus maravillas: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero (Sal_118_105). Tú eres, decía, la luz de mis pies, oh Verbo divino, ya que te has hecho mi sendero esclarecido, siendo mi Camino, mi Verdad y mi Vida, a pesar [48] de que no esté yo en la tierra de los vivos, tú te haces por adelantado mi heredad y mi parte mejor en la tierra de los muertos. 

Eres mi Viático en este peregrinar mortal. San Pablo dijo que san Lucas era el compañero del suyo. Este santo era pintor, escritor y médico; tú ejercías conmigo todos los oficios, al expresar a mi entendimiento tus divinas perfecciones. Sin servirte de colores que están en la tierra, me explicabas tus secretos, escribiendo en mi corazón tu amabilísima ley; aliviabas mis dolencias con tanta bondad, que parezco ser feliz cuando me enfermo siendo visitada y asistida por un médico divino: El generoso será bendecido porque repartió su pan con el pobre (Pr_22_9). ¿Quién fue jamás tan pronto a poner en práctica las obras de misericordia como tú? Mi propia experiencia me lo ha hecho saber: te has hecho tú mismo mi pan vivo, mi pan de vida y de entendimiento.

Experimento así el dicho del Eclesiástico: Lo alimentará con pan de sensatez, y le dará a beber agua de prudencia; apoyado en ella no vacilará y confiado en ella no fracasará (Si_15_3s). Has continuado nutriendo mi espíritu del pan de vida y del entendimiento y haciéndome beber sin cesar, y a grandes tragos, las aguas saludables de tu divina sabiduría durante nueve años seguidos. En el primero o en el segundo me sentí en la sequedad únicamente el Sábado Santo, lo cual me asombró como algo que jamás me había sucedido desde que compartiste conmigo tus luces. Tu amor, me atrevo a decir, no se pudo esconder por más largo tiempo. Me dijiste: "Hija mía, heme aquí: Te instruiré, te enseñaré el camino que has de seguir, te aconsejaré, no te perderé de vista (Sal_31_8).

[49] Te daré una inteligencia de la Escritura de los misterios sagrados. Yo mismo seré tu Maestro. Elevaré tu entendimiento de una manera divina. Lo uniré a mis claridades, y sin mediaciones le daré luz para fijar en ti mis divinos y amorosos ojos, para que sean tus guías en todos los caminos por los que desearé hacerte pasar. No serás tú como esas personas rudas y de poco entendimiento que son como caballos y muías atados a sus propios sentidos que no desean desatarse; se privan así de conocerme: Consulté al Señor y me respondió librándome de todas mis ansias (Sal_33_5). Experimenta, hija mía, lo dicho por David: Contémplenlo y quedarán radiantes, su rostro no se sonrojará." (Sal_33_6).

Tú y el Padre me dieron el Espíritu Santo que se ofreció a ser mi nodriza y tener más cuidado de mí que todas las nodrizas juntas tienen de sus bebés. Tu amor me quería alimentar magníficamente con la abundancia de los pechos reales y divinos diciendo a todas las potencias de mi alma: Gusten y vean qué bueno es el Señor, dichoso el varón que se acoge a él (Sal_33_9). Teniendo confianza en mí no estarás jamás turbada; acércate a mí con fe y humildad; gusta la miel de mi conversación que no cansa, y aprecia cómo mi hablar es dulce y lleno de suavidad. Espera en mí y comenzarás, ya desde esta vida, a percibir la felicidad de mis fieles que están en la gloria. Yo decía: "Señor, heme aquí para escuchar lo que te plazca decirme. Tú das la paz a todas mis potencias, que son pueblo tuyo. Encuentro en esta divina contemplación a lo único necesario."

Capítulo 20 - De la oración de quietud o de recogimiento que me comunicó el amor divino, con una paz interior; cómo su Majestad quiso hacer en mí su morada pacífica y amorosa.

[50] Como encontraba en ti todo mi bien, y que todo era nada para mí fuera de ti, mi alma vivía en una paz que sobrepasaba todos los deleites de los sentidos corporales, a los cuales no tenía ella necesidad de recurrir para buscarte por medio de las cosas visibles, ya que tú vivías íntimamente en ella, recogiendo todas mis potencias y siendo mi divino Amador y mi tesoro. Mi corazón estaba dentro de ti y tú mismo eras el Dios de mi corazón. Te decía las palabras del hombre que encontraste según tu corazón, y que hacía todas tus voluntades: ¿A quién tengo en el cielo? Contigo, ¿Qué me importa la tierra? Aunque se consuman mi espíritu y mi carne. Dios es la roca de mi espíritu, mi lote perpetuo. Sí, los que se alejan de ti se pierden, tú destruyes a los que te son infieles (Sal_72_25s). ¿Qué buscaré en el cielo fuera de ti, qué podría yo desear en la tierra si no es encontrar sólo a ti, sobrepasando a todas las creaturas para llegar a ti?

Más ya que tu bondad me favorece tanto que mora en mi alma, estoy en calma; que mi cuerpo sea debilitado y que mi corazón se pierda felizmente en sí para encontrarse en ti, que eres mi Dios y mi porción por la eternidad. Si mis potencias se alejaran de ti, se perderían miserablemente y tendrías justa razón de castigarlas privándolas de su más grande dicha, dejándolas vagabundas y sin guía, sin llamarlas a este dulce reposo en el que tu amor las recoge gloriosamente: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio y contar todas tus acciones (Sal_72_28). Mi esperanza está ya en  [51] mi seno, como decía el santo Job (Jb_19_27).

Al poseerte amorosamente en mi corazón, todas las potencias de mi alma corrían al olor de tus perfumes; si ellas se hubieran dispersado, el vino oloroso y dulce como la miel que procedía de tu garganta sagrada de una manera inexplicable las atraería y las encerraría en el nicho de tu sagrado costado abierto, donde encontrarían ellas la dulcísima miel de tu divinidad que las ocuparía y alimentaría deliciosamente. Tu corazón, de una dulzura real, era el rey de estas abejas místicas, del que ellas adoraban y seguían los movimientos que no las privaban de su reposo amoroso ni de esta agradable quietud.

Yo sentía una gran suavidad al adherirme a tu bondad, la cual se proponía recogerme, considerando su gloria al decirme estas palabras amorosas: "Tu eres mi fiel israelita; me gloriaré en ti." Ante esta palabra de gloriarte, mi alma se sentía mucho más recogida y experimentaba las palabras del mismo profeta, sobre todo cuando te había recibido en el divino sacramento de la Eucaristía, me decías que te alojara como un peregrino que saldrá o dejará de estar corporalmente bajo mi techo cuando las Especies se hubieran consumado, y me invitabas a revestirte de mí misma, como un enamorado que se había desnudado por mí para cubrirse solamente de un fragmento de pan, privado de su propia sustancia, ya que las Especies de pan no son sino accidentes que subsisten milagrosamente gracias a tu gran poder: Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz, como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor (Is_58_7s). En este mediodía, me diste un reposo que era casi continuo.

Mi alma estaba llena de esplendor y mi cuerpo aliviado, porque me hiciste tu jardín de recreación donde hiciste crecer flores deliciosas, las cuales estaban abundantemente regadas, porque tú mismo eras la fuente; desbordabas en ellas un río de paz. Me decías que tu morada dentro de mi alma era para ti un desierto agradable porque no albergaba amorosamente sino a ti, y que lo cimentarías tan profundamente, que las generaciones futuras podrían subsistir en él con seguridad.

No comprendía yo aún que se trataba de la Orden que deseabas establecer, que sería llamada tu reposo delicado y tu glorioso santuario: Si detienes tus pasos el sábado y no traficas en mi día santo; si llamas al sábado tu delicia, y honras el día consagrado al Señor; si lo honras absteniéndote de viajes, de buscar tu interés, de tratar tus negocios (Is_58_13). y que en mí serías glorificado diciéndome: [52] "Cuando no sigas tus caminos o inclinaciones, dejando tu voluntad para hacer la mía, seré glorificado en ti." Señor, sé pues glorificado en todo aquello en que no siga yo mis inclinaciones, y que no haga mi voluntad al escribir este libro de mi vida. Tú sabes que me he hecho y me sigo haciendo gran violencia para obedecer; es por ello que creas en mí palabras para hacer un inventario de tus gracias y dones, y una rendición de cuentas de lo que he recibido de tu divina liberalidad. Me alegro en ti, que elevas mi alma sobre todas las grandezas de la tierra, nutriéndome con el mismo alimento del gran Jacob, tu padre por naturaleza y mío por adopción, que se complacía en ti, que cumpliste todas sus voluntades, las que confesaste eran tu alimento, diciendo: Para mí es alimento cumplir el designio del que me envió y llevar a cabo su obra (Jn_4_34). Mi alma está alimentada divinamente de ti mismo y de tus palabras divinas, como lo declaran tus propios labios al aplicarme estas palabras: Entonces el Señor será tu delicia. Te pondré en las alturas de la tierra, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, ha hablado la boca del Señor (Is_58_14).

Capítulo 21 - De los efluvios amorosos que yo tenía enseguida que mi bien amado me hablaba; y como por bondad él se derramaba en mí.

No me asombra el que la amada sagrada del Cántico de Amor confiese que su alma se derritió después de oírte hablar: Al escucharlo se me escapa el alma (Ct_5_6b). Eres un sol, tus palabras son tanto ardientes como radiantes: ¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino explicándonos las Escrituras? (Lc_24_32). Exclamaron los discípulos de Emaús. Tenías por agradable hablarme por tu misma boca y por tus santas Escrituras, que me explicabas amorosa y divinamente. Mi alma se derretía y se derramaba en ti tantas veces, que no sabría contarlas. La dejabas como la cera, dispuesta a todas tus voluntades, por lo que se deshace en cuanto le hablas. Le diste la forma y la figura que te plugo al infundirla en mi cuerpo, creándola, con toda certeza, a [53] tu imagen y semejanza. Conocías a quien habías formado e infundiste sobre mi rostro el soplo de vida. Para comunicarme ese soplo me besaste con un besar tan dulce, que considero que tus labios son como un panal que destila en mí la miel de los divinos deleites, al deleitarme en ti. Me inspiraste y concediste la petición de mi corazón de derretirse y hacerse como un fluido para entrar en ti con todos mis afectos, porque mi alma se complacía más en ti a quien ama, que en este cuerpo que ella anima. David, tu bien amado, exclamó: Mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas (Sal_21_15). Yo te digo las mismas palabras para expresarte las alegrías que experimento en estos sagrados efluvios que tú no ignoras porque tu amor es su causa a partir del momento en que plugo a tu Padre que me visitaras.

Oh divino Oriente, que procedes de lo alto movido por las entrañas de tu misericordia divina para iluminarme con tus luces radiantes; al iniciarme en el camino de la paz y la quietud del cual he hablado al principio, diste a mi corazón el movimiento sagrado que le inclina a tus voluntades, al mismo tiempo que se dilata: Correré por el camino de tus mandatos cuando me ensanches el corazón (Sal_118_32). Y como eres inmenso, se engrandece en ti al derretirse. En cuanto siente tus llamas, se encuentra derretido en medio de mi pecho, que es un vaso que conservas de manera amorosa, porque viertes en él las divinas infusiones de una manera divina, aunque carezco de palabras apropiadas para explicarlo.

[54] Al llenar mi alma de tus divinos esplendores, conservas mi vida corporal como lo experimentó Isaías, el Profeta Evangélico, al hablar al alma a quien favoreces con estas gracias sublimes: Saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos (Is_58_11). Cito con tanta frecuencia a este mismo Profeta porque muestra claramente el placer que ha experimentado tu bondad al comunicar estos divinos favores a las almas a quienes elevas al seno de la oración, entre las cuales la mía, aunque indigna, tiene esa dicha por tu amor el cual, ese profeta diciéndote como a los otros, representando tu Majestad amorosa como una madre que se goza en alimentar ella misma a sus hijos que ha dado a luz en la gloria y en la gracia; quiero decir, en la Jerusalén del cielo, la Iglesia Triunfante, y en la Jerusalén de la tierra que es la Iglesia Militante, las cuales no tienen sino una misma cabeza y un mismo espíritu el cual beatifica a una ya en la meta, y gratifica a la otra en el camino, haciéndolas una con unión admirable, y concediendo en ocasiones que la Militante participe del gozo de la Triunfante, que son probaditas de la gloria, es decir, a los que aún van por la de la tierra.

Como ustedes aman a su hermana gloriosa dentro del reino: Festejen a Jerusalén, gocen con ella, todos los que la aman; alégrense de su alegría los que por ella llevaron luto (Is_66_10). Ustedes los que lloran porque son peregrinos y porque su peregrinar es prolongado, no pudiendo entrar en esta ciudad gloriosa de la que todos los santos han contado tantas maravillas, renueven su esperanza: Mamarán a sus pechos y se saciarán de sus consuelos, y apurarán las delicias de sus ubres abundantes. Porque así dice el Señor: Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz; como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Mamarán, los llevarán en brazos, y sobre las rodillas los acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo. Al verlo se alegrará su corazón y sus huesos florecerán como un prado; la mano del Señor se manifestará a sus siervos (Is_66_11s).

¿Qué alma visitada y acariciada de esta suerte no se derretiría y no se derramaría santamente en estas delicias sagradas? Si Ester, revestida de los adornos de su gloria pasajera: Quedó esplendorosa. Luego, invocando al Dios y salvador que vela sobre todos, marchó con dos doncellas apoyándose suavemente en una con delicada elegancia, [55] mientras la otra la acompañaba llevando la cola del vestido. Ester estaba encendida, radiante de hermosura, con el rostro alegre, como una enamorada, pero con el corazón angustiado, (Est_15_4). No se pudo tener en pie por la anuencia de las delicias que tenía, a pesar de que llevaba escondida en su alma la tristeza que le causaban las aprehensiones de la muerte de su pueblo y de la suya propia.

Los pensamientos de estas muertes que no podía ella evitar sino por la gracia de Asuero le producían grandes contradicciones. Las expresiones de las palabras latinas expresan todo esto con énfasis; los términos franceses no tienen la gracia para expresar lo ordinario que tiene el latín en la santa Escritura. Es por ello que esta palabra contractum se me hace difícil de explicar con expresiones francesas, de las cuales sé muy poco no habiendo jamás tenido intención de estudiar ni cualquier otra ciencia que no sea amarte, mi divino amor, que has deseado ser mi Maestro. Después de esta digresión vuelvo a la narración de los desbordamientos que tu bondad ha hecho con tanta frecuencia en mi alma. Como ella es comunicativa por naturaleza, se desliza dulcemente por estas propias inclinaciones como si tú no fueras el ser inmutable, indeficiente, que subsiste por su propia divinidad.

No me refiero únicamente a las tres subsistencias distintas de tu adorable Trinidad, sino de la subsistencia de toda la naturaleza divina, de todo el ser que es común e indivisible a las Tres Personas, a la que he dado el nombre de secta, si comprendo lo que digo, o si explico lo que entendí una vez en tan sublimes luces. No habiendo de antemano conocido sino tres subsistencias distintas me explicaste que en tu única deidad hay una subsistencia de todo [56] el ser, lo cual no recuerdo haber escrito en otro cuaderno, ni pensaba hacerlo en éste, pero estos desbordamientos hacen correr mi pluma junto con ellos. Por ello la has nombrado pluma de los vientos, al decirme un día por exceso de amor: "Hija mía, tu pluma es la pluma de los vientos, y es impelida por mis inspiraciones a escribir lo que yo te dicto y no tú. La prueba es muy clara: ¿Cómo podrías tú al presente describir estos divinos desbordamientos si mi amor no se derramara y difundiera en tu espíritu? Has invocado mi Nombre, el cual es un óleo extendido en tu alma, y que ha ungido todas tus potencias. Esta unción te enseña, te da claridad, te aparta y te consagra toda a mí, derretida por mi amor. Yo te recibo en mi corazón y a mi vez, divinamente conmovido por el tuyo. Recíbeme como un divino licor que, sin dispersarse de por sí, y sin desistir de estar en mí, se quiere derramar en ti. Recibe, mi bien amada, este rocío que el seno paterno te envía; recibe la lluvia que esta nube divina te destila por el ardor de nuestro amor, que es sol y fuego, y que en todo te favorece. Si te sientes asombrada de la dulzura de mis delicias, sabe, mi bien amada, que desciendo del trono de mi grandeza para inclinarme a ti y decirte que tú eres mi hermana y mi esposa; que las leyes rigurosas no han sido en absoluto hechas para ti, que estás destinada por mi benignidad a las más deliciosas delicadezas. Este es mi deseo que no deben contradecir ni los hombres ni los ángeles; nadie tiene razón de molestarse en lo que mis [57] ojos se complacen. Soy libre para repartir mis dones a quien me place y cuando me place, sin que me obligue mérito alguno. Hago misericordia a quien deseo hacer misericordia. Tú me has dicho al principio que no te has consumido, gracias a mi misericordia; es a ella a quien debes recurrir cuando deseas obtener gracias y favores de mí; es ella la que te hace encontrar gracia a mis ojos; con ellos te miro amorosamente como un blanco al que apuntan mis saetas amorosas."

Capítulo 22 - Que mi bien amado me dijo que le había herido y cómo me hizo el blanco donde disparaba, de diversas maneras, sus amorosas saetas.

Tensa el arco y me hace blanco de sus flechas (Lm_3_12). El arco que habías tensado no era para declararme la guerra, sino para herirme felizmente con dardos repetidos. Este arco era la continua atención que mostrabas hacia mí, por una divina inclinación que no se puede expresar sino admirar. Tus ojos, con sus dardos, me herían con tanta frecuencia que mi espíritu sentía piedad de mi corazón. Por ello, podía decir: "Aparta tus ojos de mí, ellos abren tantas brechas en este pobre corazón, que dentro de poco no podré resistir sus aberturas amorosas."

[58] Una de tantas veces, estando en mi cuarto, me dijiste con mucho cariño: " ¡Has herido mi corazón!" Ante estas palabras tuve miedo de que fuera esto una ilusión del enemigo, que se transforma en ángel de luz, y que trata como un mono de imitar tus acciones para engañar a las almas. Así, me dijiste: "Hija mía, soy yo; él no tiene permiso de acercarse a ti." Por la tarde, me dirigí a la iglesia del Colegio para confesarme y prepararme a la comunión del día siguiente. En cuanto me arrodillé, adorándote en tu divino sacramento, dirigiste un dardo que me hirió de manera que perdí la palabra por algún tiempo. Me dijiste entonces: "Me has herido en tu casa; ahora yo te herí en la mía."

Amor ¿por qué deseas volver intencionalmente contra mí las flechas que te he disparado sin advertencia? Jamás fui entrenada para tirar del arco; si mediante un encuentro feliz para mí, bien previsto por tu Providencia, he dado al blanco de mi objetivo, ¿hace falta que estas flechas se regresen hacia mi corazón? El tuyo no puede padecer más, pero entiendo tu secreto: deseaste hacerme probar las palabras del Rey Profeta: Pero Dios los acribilla a flechazos, por sorpresa los cubre de heridas (Sal_63_8). ¿Qué comparación existe entre tú y yo? de lo finito a lo infinito no existe ninguna proporción. Pero el amor iguala a los amados, y desea que sea recíproco. "Me hice semejante a ti al tomar tu naturaleza pasible en mi condición de viajero. He recibido todos los dardos que un enamorado apasionado puede recibir de quienes ama, pero dardos que con frecuencia me han hecho languidecer de un modo que ni los ángeles ni los hombres pueden expresar." Estas palabras son para disponerme a sufrir todas las flechas de tu carcaj; Amor, descarga toda tu aljaba; mi corazón está presto a todo recibir. Me tomaste la palabra, pues me flechaste varias veces en diversas ocasiones.

Me acuerdo que un día, durante la octava de san Juan Bautista o la octava de la Visitación de Nuestra Señora, tu santa Madre, me dijiste: "Hija mía, mientras que mi Madre conversa con santa Isabel, entra a este claustro virginal. Deseo hablar y tratar de amor contigo; ven con mi Precursor, que me ve y platica conmigo, aunque se encuentre en las entrañas de su madre. Él ha estallado en gozo al ver al esposo cerca de su esposa. Es mi amigo y tu patrón. Yo le escogí como saeta de elección. Al pronunciar la palabra saeta, me lanzaste varias, o tal vez una reiteradamente, las cuales me hicieron lanzar gritos que podían ser escuchados en caso de que alguien de la casa se encontrara en el cuarto donde estaba mi oratorio. Conocí, por mi propia experiencia, con qué destreza hieres un corazón que amas y que te ama. Con frecuencia me has dicho que, desde la Encarnación, eres un divino Centauro que tiene dos naturalezas, y que te complaces en los combates del amor que se realizan por medio de flechas agudas e inflamadas. Los dolores que éstas causan son agradables; es por ello que quienes los sienten los abrazan y en mi caso, aunque haya gritado, impelida por el amable dolor que estos dardos me causaban, no deseaba ser librada de estas heridas amorosas, [59] pues me eran más placenteras que cualquier curación. He dicho, hablando de la compasión y condolencia que me diste para compartir los sufrimientos de tu Pasión, que me crucificabas admirablemente; ahora digo que me traspasabas gloriosamente.

Sigue haciéndolo, Amor; si muero de estas heridas, mi muerte será preciosa en tu presencia, mi Señor y mi Dios. Podré decir con David: Rompiste mis coyundas. Te ofreceré un sacrificio de gracias invocando tu nombre (Sal_115_17). ¿Quién hubiera pensado que tendrías la intención de traspasar mi corazón, para que gozara al invitarme a una conversación tan encantadora en las entrañas virginales? y ¿Quién puede saber las invenciones de tu amorosa sabiduría? La raíz de la Sabiduría: ¿A quién se reveló? la destreza de sus obras: ¿Quién la conoció? (Si_1_6). Eres el Rey de los enamorados y el Rey de los corazones. Tienes el derecho y el poder de poseerlos por la manera como los atraes a ti. Son demasiado felices, pues hieres para dar alivio.

Lanzas dardos a tu enamorada, afín de que, convirtiéndose en una cierva herida, corra hacia ti, que eres su bálsamo. Estas dichosas heridas la hacen sentir una feliz sed de las aguas del manantial fuerte y vivo que no es otro sino tú mismo. Ella te dice con David: Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (Sal_41_2s). Ya he dicho que tus flechas son deliciosas, aunque dolorosas. No me desdigo, pero me permitirás hacer en esta regla general alguna excepción o distinción. Las flechas que disparas en secreto son, parece, muy dolorosas para el alma que no te puede ver, y así lanza las quejas del mismo profeta que ya he citado: Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: ¿Dónde está tu Dios? (Sal_41_4). Se dice que la herida es una división, y que la división marca una desolación.

[60] El alma que no sabe dónde está su bien amado sufre una ausencia que encuentra tan dolorosa como si estuviera dividida dentro de su ser, ya que piensa que está separada de su todo y lo que más la aflige es el temor que tiene de que su bien amado la haya dejado por las razones que él haya tenido de quejarse de sus imperfecciones, contra las que no lucha ella con toda la fuerza que él le ha dado para enmendarse de ellas con generosidad.

Estas heridas no tienen remedio en tanto que el bien amado esté ausente, y ni los hombres ni los ángeles son capaces de consolar a esta enamorada tan felizmente desolada. Experimenta lo mismo que santa Magdalena: no se detiene ni ante los Apóstoles, ni ante los ángeles; es necesario que la presencia de Aquél cuya ausencia llora venga a curarla él mismo. Los hombres y los ángeles pueden aplicarle estas palabras del Profeta doliente: ¿Quién se te iguala?, ¿Quién se te asemeja, ciudad de Jerusalén? ¿A quién te compararé, para consolarte, Sión la doncella? (Lm_2_13). Magdalena, ya no puedes decirnos, al ver el sepulcro abierto: Me han arrojado vivo al pozo y me han echado una piedra encima (Lm_3_53).  La piedra ha sido movida; Aquél que es más que tú misma conversa con los muertos del siglo, lo han quitado y no sé dónde se lo han llevado: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto (Jn_20_2). Esto es lo que me hace llorar: Se cierran las aguas sobre mi cabeza, y pienso: Estoy perdido (Lm_3_54). Magdalena, no está tan lejos como piensas; " ¡María!" " ¡Ah, Maestro!" " ¡No me toques!" " ¿Por qué Señor, deseas seguir hiriéndome? Yo pensaba curar o sanar de mi llaga besando tus pies sagrados." "Mi mano puede aliviarte." ¿Por qué me rechazas con estas prohibiciones, que me harían morir si no me conservaras la existencia para admirar tu vida gloriosa? Invoqué tu nombre. Señor, de lo hondo de la fosa: oye mi voz, no cierres el oído a mis gritos de auxilio; tú te acercaste cuando te llamé y me dijiste: No temas. Te encargaste de defender mi causa y de rescatar mi vida, has visto que padezco injusticia, juzga mi causa (Lm_3_54s).

[61] Esto que sucedió a Magdalena cuando tu Pasión, expresa lo que sucede a las almas que llevas por los caminos de la contemplación, a quienes das conocimientos sobrenaturales. Ellas son, como ya he dicho, el blanco de tus saetas inflamadas; tú combates para salvar, diciendo: Yo, que sentencio con justicia y soy poderoso para salvar (Is_63-1). ¿Por qué son tus vestiduras rojas como la sangre, como los que salen de pisar o prensar el lagar? "Yo sólo he prensado el lagar de la ira de mi Padre. He sido herido en la casa de los que me amaban, como me decían; y yo quiero hacerlo a los y a las que amo; por eso disparo mis saetas para hacerles semejantes a mí, y para hacerles morir a ellos mismos." En este estado de languidez, les haces aparecer como imágenes de la muerte, y puedo aplicarles estas palabras sin contarme entre aquellos por quienes David las pronunció: Tensará el arco y apuntará; apunta sus armas mortíferas, prepara sus flechas incendiarías (Sal_7_13s).

Capítulo 23 -  Del estado de sitio, asaltos y caricias que el divino amor me ha hecho sufrir, y los deseos que tiene el alma de ver a Dios y de gozar de él.

Si las almas no estuvieran destinadas sino a estos dardos inflamados, no podrían ser dispensadas de recibirlos en algunas ocasiones, porque tú no los concedes en situaciones ordinarias, al encontrarse ellas con otras personas que se escandalizarían de verlas en este trance con tanta frecuencia. Es en el retiro más secreto que las encierras y las rodeas después de haberles enviado del cielo el rayo encendido como un carbón de desolación, añadiéndolo a estas saetas, y que este carbón les hace desear ser libradas de esta peregrinación mortal: Flechas de arquero afiladas con ascuas de retama (Sal_119_4).

 Esto les hace [62] decir: ¡Ay de mí, desterrado en Masac, acampado en Cadar! Demasiado llevo viviendo con los que odian la paz (Sal_119_5s). Al recibir estos dardos, ellas pasan junto con las llamas, pero este carro de fuego se desviela y parece someter el cuerpo y el espíritu a la tortura: Tus saetas zigzagueaban; rodaba el estruendo de tu trueno (Sal_76_18).

¿Cuál es la voz del trueno? Es el rayo que estalla al caer, mucho después que el trueno ruge o se extingue. Querido Amor, así sucede en los acosos que experimentan quienes te aman; al verse asaltadas y acorraladas con tanta fuerza, les parece que están en peligro de morir de estos violentos asaltos; la naturaleza sufre mucho sin saber qué le aqueja.

Una cosa consuela al alma: no es ella quien se ha procurado, al menos así le parece, estos arrebatos y que mientras los experimenta no le muestras que ella sea mala, porque siente en sí una resolución de morir siendo fiel a todas tus voluntades, y no puede ni desea en absoluto aliviar su cuerpo a quien ve, si ella puede abrir sus ojos, casi en la agonía. Ella siente el pulso precipitado, de suerte que se encuentra en peligro de expirar, y a fuerza de aspirar no puede ya casi respirar. Todo el cuerpo tiembla, pero con más violencia de la cintura hacia arriba; y si puede decir algunas palabras, son tan precipitadas, que parece que se encuentra excesivamente presionada por Aquél que le ocasiona este asalto, del cual ella se ha enamorado apasionadamente. Dice ella: No importa que mi cuerpo sea privado de la vida, si la pierde por amarte en medio de estos arrebatos amorosos que me das o haces dar; a tal grado estoy asediada.

 No debo esperar que una caricia alargue o agrande la brecha que has causado; como eres un fuego en forma de rueda, inflamas todo lo que te rodea 63] Percibo ya la luz: Los relámpagos iluminaban el orbe, la tierra retembló estremecida (Sal_76_19). Después de estos temblores de tierra, el amor da la vida y el reposo, porque es compasivo. De miedo se paraliza la tierra cuando Dios se pone en pie para juzgar, para salvar a los humildes de la tierra (Sal_75_9s). Ya he dicho en otra parte que de tu rostro y de tus ojos amorosos procede el juicio favorable de quienes te aman, y que son la mansedumbre misma, porque aprenden de ti la lección que les diste mientras que estuviste en la tierra, de imitar tu dulzura y tu humildad de corazón.

Al cabo de estos arrebatos, entras glorioso no para sacar botín, sino para hacerlo. Tu esposa es demasiado pobre, y como ya he dicho, tú combates para salvar; pides para dar; pides una nada para dar un todo, como pides un poco del agua de la tierra a la Samaritana para darle la fuente de aguas vivas que saltan al cielo hasta la vida eterna.

Habiendo causado un incendio en el corazón de tu enamorada, produces en él un mar de delicias y tú mismo estás plenamente en él. Tú te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas, y no quedaba rastro de tus huellas; (Sal_76_20). porque el alma no puede comprender las maravillas de tus senderos en ella. Ella sabe bien que tus obras son admirables; confiesa que tus sendas son insondables y que tus caminos incomprensibles, y que moras en una luz tan inaccesible a las creaturas, [64] que se perderían en estos abismos y en este mar si no las condujeras tú mismo: Mientras guiabas a tu pueblo como a un rebaño, por la mano de Moisés y Aarón (Sal_76_21). Moisés que había sido sacado de las aguas: Lo he sacado del agua, (Ex_2_10). Moisés libró a tu pueblo de los peligros del Mar Rojo y de la tiranía de Faraón, por la fuerza de tu diestra todopoderosa. Eres tú, Verbo divino, que eres llamado: Fuente de la sabiduría es la Palabra de Dios en el cielo (Si_1_5). En el seno de tu Padre, que es la fuente original. Tú conduces a esta alma sobre las aguas renovadoras donde la alimentas para convertirla a ti: Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, (Sal_22_3). Exclamó David. Tú me hiciste las mismas promesas al decirme: "Hija mía, el Señor, que soy yo, te gobierna; nada te faltará. Yo te conduciré y te colocaré en un parque luminoso y fecundo y te alimentaré yo mismo. Yo te elevaré sobre aguas de divinas refecciones y de saciedades amorosas; así, tu alma se convertirá a mí."

Y de este modo me explicó el resto de todo este salmo; y para mi felicidad, me prometió que su misericordia me acompañaría todos los días de mi vida mortal, para hacerme habitar en la eternidad de su vida inmortal en su mansión de gloria, si yo seguía siéndole fiel hasta el fin. Concédeme la gracia de agradarte siempre y en todo, divino Salvador mío.

Me había apartado por la narración que hago de los grados de las vías de oración por las que me has conducido. Vuelvo ahora donde estaba y decía que después de estos arrebatos llevas al alma hacia un sagrado reposo, en el cual participa el cuerpo en gran manera. Como éste ha experimentado el sufrimiento que ya he mencionado, le haces saborear, según su capacidad, las delicias de tu amor; es lo que resta de la fiesta. Se encuentra en reposo [65] El alma le ayuda a darte gracias por el festín que les das a los dos después de haberles ayudado a escapar del fuego y del agua, alimentándoles de un modo divino: Se alzará el poder del honrado (Sal_75_11). En el transcurso de algunos días festejas la parte inferior con gustos que no son comunes aquí en la tierra. Es más: haces o causas que se hagan fuegos de alegría formados de admirable luminosidad; de este modo comunicas al espíritu los esplendores de tu gloria. El espíritu sabe entonces que el Reino de amor sufre violencia, y que los violentos lo arrebatan.

Capítulo 24 - Que el Reino del santo amor sufre violencia; de las elevaciones y suspensión de potencias del alma en que ella adora a Dios en espíritu y en verdad.

Desde que apareció Juan Bautista hasta ahora, se usa la violencia por el reinado de Dios y gente violenta quiere arrebatarlo (Mt_11_12). Antes de que la gracia representada por san Juan apareciera en la tierra, el cielo no había sido tomado por asalto, pues no se conocían las vías, las avenidas ni las fronteras. Hacía falta que este hombre enviado de Dios las hiciera aparecer; que él viniera a preparar tus caminos en la tierra, oh Verbo, Dios encarnado por amor nuestro. Él era el testigo de la luz verdadera; mostraba a los hombres las sendas que se debían tomar para llegar al cielo, que él no estimaba inalcanzable, como lo habían hecho todos los profetas anteriores, de los cuales el más iluminado de todos se contentó con decir:  [66] Cielos, destilen el rocío; nubes, derramen la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia: (Is_45_8). ¡Ojalá rasgarás el cielo y bajarás (Is_64_1)! Que el cielo de lo alto destile su rocío sobre nosotros, y que la nube divina nos llueva al Justo, fecundando la tierra por un poder divino, al hacer que una Virgen conciba sin detrimento de su virginidad, y que nos dé a este Salvador que conversa familiarmente con nosotros. El irradiará entre nosotros la luz y la justicia, pues todos somos culpables encerrados en nuestras propias tinieblas; nuestros entendimientos están oscurecidos e imposibilitados para penetrar esos cielos que son sólidos.

No tenemos el valor de elevar nuestros espíritus tan altos para que los ángeles nos abran la brecha o que el Mesías deseado descienda para derramarse sobre nosotros y hacer que nuestros montes se derritan, como el bálsamo que puede aliviar nuestras llagas; que nos alimenta con la leche de nuestra humanidad unida a la miel de su Divinidad.

Querido Amor, todas estas peticiones eran prueba de su poca valentía; tu sabiduría todopoderosa había resuelto desde la eternidad enviar un hombre celestial que venía para tomar por asalto el cielo y obligarlo, permítaseme la expresión, a redoblar sus defensas. Él era tu Precursor Tú eres el Señor de los ejércitos y de las batallas. No me asombra que el cielo sufriera [67] violencia: tus ojos eran cañones que podían traspasar estas murallas de piedras preciosas. Ellos transpiraban este mar de vidrio inflamado; eran todo llamas: Sus ojos llameaban, (Ap_1_14). Nos dijo tu secretario favorito. Los días de Juan Bautista precedieron los tuyos seis meses. Apareció como una lámpara ardiente y luminosa que maravilló al cielo con la tierra. Bien había dicho Gabriel que sería grande delante de Dios, y que vendría en la virtud y en el espíritu de Elías; pero yo afirmo que su valentía era más generosa que la de Elías. Si él cerraba los cielos y los abría, no se trataba de los más sublimes; no eran sino aquellos en que tú colocaste la esfera de fuego y donde sostienes las nubes porque, del cielo empíreo, él acerca de eso no conocía las puertas. Perdió la valentía cuando una mujer lo amenazó de muerte; no deseaba vivir más, y para incitarlo a subir la montaña, hizo falta un ángel; y cuando quisiste que admirara el paraíso terrestre, le enviaste un carro y caballos de fuego; de otro modo, hubiera descendido, languideciendo, a los infiernos.

No sucedió así con Juan Bautista. Si él descendió al limbo, lo hizo gloriosamente para alegrar a todos los Padres después de haber sacrificado su cabeza en el martirio por condenar el incesto de Herodes, hablando duramente a los grandes de la tierra. Él se enfrentaba valerosamente a las sublimes inteligencias del cielo, que se obligaban a admitir que su valor era merecedor de laureles inmortales y de triunfar en su Roma celestial. Tú lo canonizaste, Verbo divino, por tu propia boca, diciendo: Les aseguro que no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista (Mt_11_11). [68] Tu gracia lo elevó hasta el conocimiento de tu divinidad desde el vientre de su madre, y más tarde en el Jordán, al ser bautizado por él, al elevarlo te glorificabas en él. La Iglesia le atribuye estas palabras que proceden de ti: Tú eres mi siervo (Israel), de quien estoy orgulloso (Is_49_3). Y un poco más adelante; Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra (Is_49_6).

Nadie debe poner en duda que san Juan Bautista, que fue un niño producto de la oración, haya sido criado en los más sublimes grados de la contemplación sobrenatural desde que tú lo santificaste. Su vida fue una elevación perpetua, sobrepasando la naturaleza en todo y por todo y viviendo por virtud de la gracia. El sigue siendo el Precursor de las almas contemplativas. ¿Quién podrá dudar que haya sido él quien me ha obtenido de tu amorosa bondad todos los favores a que me he referido, que citaré más adelante y los que no podré nombrar porque me son inefables tanto por su sublimidad, sutilidad, delicadeza, como por su multiplicidad o cantidad? Con frecuencia me he dirigido a ti con el Rey Profeta: Señor, tú me escrutas y me conoces: me conoces cuando me siento o me levanto; de lejos percibes mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares; no ha llegado la palabra a mi boca (Sal_138_1s).

Señor, tú me has probado por bondad; has conocido cuándo tu Espíritu me ponía en un estado pasivo, y después cuando él me impulsaba, él me hacía obrar en él. Yo estaba pasiva, recibiendo tus luces en el entendimiento, sin hacer otra cosa que padecer o recibir las claridades que me enviabas. En esto me sentía impulsada a actuar contigo, hablando sobre tus maravillas como si después de un estado de inmovilidad hubiera recuperado el movimiento; lo primero se puede nombrar abandono, y lo segundo resurrección. Conocías mis pensamientos y los prevenías al mostrarme rutas en la mar de tus inmensas perfecciones; pero lo que me hacía conocer tu inclinación amorosa hacia mí era que me sujetabas y me aprisionabas en tu misma inmensidad, al elevarme con suspensiones que llamo interrupción de las potencias, lo cual preveías al disponer mi mente para poder soportar estas violentas atracciones, como si la mitad de mi cabeza [69] fuera llevada en alto por una ola de mis propios cabellos: No ha llegado la palabra a mi boca (Sal_138_4).

No puedo encontrar comparación más apropiada para expresar esta interrupción sino afirmando que elevabas las potencias de mí alma como si fueran cabellos; la diferencia está en que los cabellos no son la cabeza, sino cosas que ella produce y que le sirven de adorno. Ahora bien, las potencias del alma no son una producción superflua o un ornamento para el alma; el alma, o el espíritu, es indivisible por esencia, aunque sea distinta en sus potencias, estando hecha a tu imagen y semejanza. Así como no eres sino un Dios en Tres Personas, el alma no es sino un alma en tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad, que son potencias distintas. Sin embargo, en tu simplísima deidad tu entendimiento y voluntad no son distintas; mejor dicho, los términos: el Hijo es engendrado por ti, oh Padre divino, es el término inmenso del entendimiento del cual dimana de un modo eternal, y el Santo Espíritu es el término de la única y común voluntad que lo produce, que encierra con inmensidad a toda la divinidad y que detiene todas las divinas producciones hacia el interior. Cuando las potencias del alma son elevadas de esta manera, tú tienes cuidado, como ya he dicho, de conservar la mente que informan cuando ellas parecen desear emanciparse, porque no pueden sostener el objeto que les atrae a una vida sobrenatural, y al sujeto que vivifica de una manera natural: No ha llegado la palabra a mi boca (Sal_138_4). Para explicar estas suspensiones como sucede de ordinario, es muy difícil hablar; la lengua está impedida en estas suspensiones de espíritu. El alma dice mentalmente: No conozco estas sendas del espíritu; Todas mis sendas te son familiares no ha llegado la palabra a mi boca; (Sal_138_3s). si tú, oh Verbo eterno, no me haces hablar al volver de estas elevaciones, no podría decir cosa alguna, porque es una gracia ser elevada, y otra diferente el poder hablar de ello. Muchas almas tienen recogimientos, efusiones, heridas, asaltos, uniones y suspensiones de espíritu, pero no [70] todas tienen la facilidad de expresarlas y las que fuera de ti carecen de ellas, dicen siempre con san Pablo, que han oído palabras secretas que no les está permitido revelar a los hombres, porque no pueden transmitirlas con la lengua ni con la pluma, más bien a los ángeles, que son inteligencias puras que pueden leer, ver y conocer tanto el discurso de un entendimiento cuando Dios no se los oculta, como los pensamientos que El produce en él.

En ocasiones habla al alma por medio de los ángeles y en la presencia de los ángeles les dice maravillas: No ha llegado la palabra a mi boca (Sal_138_4). Otras veces, es por él mismo sin otro intermediario que une al entendimiento consigo para iluminarlo con su luz, alimentando él mismo su llama en la voluntad que atrae, después de haber dado al entendimiento conocimientos, comunicaciones y operaciones admirables que la lengua no puede explicar: Ya Señor, te la sabes toda, dice el alma suspendida de esta suerte. Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma (Sal_138_5)

Mira Señor, tú conoces todos los fines y todos los comienzos de mis cesaciones y operaciones, y me has hecho y formado a tu imagen para encontrar en mí tus delicias. Porque eres tan bueno como todopoderoso, has puesto tu mano sobre mí para elevarme a ti y para conservar mi vida corporal [71] al hacerme ver cómo tú eres mi vida espiritual, dándome conocimiento de los grandes misterios de tu divinidad; en esto está la vida eterna: en conocer a tu Padre y a ti, el cual te envía como Cristo y Salvador de los hombres, que eres co-igual y consubstancial a tu principio. Quien te ve en espíritu ve en estas suspensiones a tu Padre que es espíritu de verdad y un Dios contigo y el Espíritu Santo.

No es necesario estar de rodillas para adorar en espíritu. Tu divina Majestad no ordena al alma que se aparte del uno necesario en el cual se ocupa ella con sus potencias, pero ¿Cómo le hará cuando tu mano las suspende, ya que sostienes con tres dedos el peso de la tierra? Tu mano todopoderosa para suspender al alma y para hacerle doblar las rodillas corporales si así lo juzgas conveniente, pero no pides siempre las ceremonias de la ley, aunque sean buenas. Los efectos y las acciones de la viva fe animada de la caridad son lo que más te complace; como el alma vive de fe, te adora por la fe, sin la cual no la acercarías a ti ni a tus misterios siendo todavía caminante.

Capítulo 25 - Del primer arrobamiento que tuve, para el cual necesité mucho valor; en este arrobamiento mi espíritu fue enriquecido con siete dones luminosos.

[72] San Juan, el discípulo bien amado, conservó la fe viva y animada de la caridad, que es lo que le hizo subir al Calvario, donde recibió de ti la prenda más preciosa que tuvieras entre las puras creaturas. Es tu santa madre, a quien hiciste la suya. Después de llamarla a ti y elevarla al cielo en cuerpo y alma, tu Providencia permitió que san Juan fuera enviado a Patmos para ser arrebatado y elevar su espíritu a tu lado, diciéndole que tú eras el principio y el fin de todas las cosas: Un domingo me arrebató el espíritu y oí a mis espaldas una voz, vibrante como una trompeta (Ap_1_10s). Deseando ver quién le hablaba con esta potente voz, Juan vio siete candeleros de oro en medio de los cuales te percibió revestido de una larga túnica con un ceñidor de oro a la altura del pecho; tus cabellos eran como la lana, muy limpia y blanquísima; tus ojos resplandecientes como la llama del fuego; tus pies parecidos al bronce acrisolado en el horno; tu voz como la de un trueno; tenías siete estrellas a tu derecha, y de tu boca salía una espada que cortaba de todos lados. Tu rostro brillaba como el sol en su más grande esplendor. El espíritu de Juan fue sorprendido de tal manera que su cuerpo cayó como muerto, y aunque le habías llamado hijo del trueno, lo que vio y oyó en esta visión le atemorizó tanto, que podría haber muerto en ese arrobamiento [73] que fue muy diferente del sueño de las potencias y la quietud de la cena, cuando él reposó sobre tu pecho, y del pasmo que tuvo en el Calvario al ver, en un sublime arrobamiento, el agua y la sangre que manaban de tu costado. Sus ojos y su espíritu estaban atentos a manera de suspensión al contemplarte pendiendo y clavado a la cruz. En esta suspensión Juan no fue arrobado del todo; no cayó a tus pies, sino que se mantuvo en pie junto con tu santa Madre. El veía con mirada segura todos los milagros que se operaron en la naturaleza, sin asustarse. Sin embargo, en el éxtasis de Patmos fue necesario que tu poderosa diestra le fortificara y que le dijeras eficazmente: No temas (Mt_28_5b).

Querido Amor, hasta este punto, mi espíritu había podido soportar todas las operaciones del tuyo sin sentirse presa de la aprehensión o el temor, pero un día de santo Tomás, en 1619, habiendo sido invitada por tu amor a la oración mediante una atracción todopoderosa, mi espíritu fue arrebatado, mi cuerpo se encontró casi en estado de ser privado de la forma que lo encerraba, daba vida y calentaba, sufría con grandes padecimientos, porque se heló y se sintió como privado de su vida, con excepción de la parte superior del cráneo, donde sentía yo un calor que me mostraba que no estaba fuera de mi cuerpo y que la parte superior del espíritu reside en la coronilla de la cabeza. Tu diestra sostenía este cuerpo en tierra, mientras arrebatabas mi espíritu en alto, sin darle a conocer quién lo elevaba, y hacia dónde deseaba [74] conducirlo.

El combate del espíritu y del cuerpo fue muy grande, ya que el cuerpo no quería dejar ir al espíritu, y éste sentía el dolor de dejar el cuerpo; pero como la fuerza que atraía al espíritu era tan poderosa, no podía ni debía resistir. Escuchó que le dijeron: " ¡Animo!" Esa palabra de ¡Animo! fue tan eficaz para él, que resolvió dejar el cuerpo. Así, dijo: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte? (Rm_7_24s). Mi Señor y mi Dios, dame la fuerza para subir hasta ti; considera lo miserable que soy al estar apegado a esta masa, que es para mí un molesto contrapeso. Quisiera librarme de él a pesar de lo que me cuesta; el separarme de él me sería dulce si pudiera estar unida contigo, oh mi Todo. Pero, ¿a quién estoy hablando? ¿No te veo y tú me miras?

Sé bien que el Profeta te llama un Dios escondido y Salvador. Si tu espíritu que me ha seducido no me es favorable, no puedo subir al cielo ni volver a la tierra. Me siento atraída por los dos. Este espíritu de bondad no puede abandonarme en estas penas, pero obrando a su divina manera, me sumergió en un reposo y me comunicó sus siete dones con tantas delicias que jamás hubiera querido volver de este arrobamiento.

Estos siete dones eran siete luces, en medio de las cuales caminabas. Cada una tenía su forma, pero no puedo representarla con objetos que la imaginación y la vista corporal hayan visto o podrían comprender, pues se trataba de las formas [75] espirituales que san Pablo llama: La multiforme sabiduría de Dios, (Ef_3_10). que es un sacramento escondido en ti. Dios mío, y que los ángeles conocen cuando te place que sean espectadores de tus amorosas comunicaciones, o que las almas como un espejo se las muestren. Ellos mismos son también espejos para reflejar tus claridades y tus designios cuando los envías a las almas para instruirlas en tu voluntad. Las siete estrellas que tienes en la mano derecha son también sacramentos que das a conocer a las almas mediante el ministerio de siete ángeles que asisten delante de ti, y que fijan estas luces en ellas, si no es que tú mismo quieres ocuparte de este oficio, pues como dice el Rey Profeta, el firmamento anuncia la obra de tus manos (Sal_8_4).

Los ángeles son cielos que cantan y publican tu gloria, y el firmamento anuncia la obra de tus manos: Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento, (Sal_18_2) y en otro salmo, el mismo Profeta dijo: Obra de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú (Sal_8_4).

Mi espíritu pensaba que moraría en este firmamento donde lo habías asentado como un astro iluminado por tu claridad, pero recibió de tu Majestad la orden de iluminar la tierra y retornar a ella estas luces.

Esto le causó una no pequeña mortificación, porque le pareció entrar a una triste prisión, demasiado alejada de la patria a la que pensaba llegar en virtud de tu diestra, que la había elevado por encima de todo lo que era sensible en la región donde el amor velado hace conocer sus maravillas. El cuerpo, reducido y quebrantado, te podía decir: Pues tú me alzaste y después me has desechado, (Sal_101_11) y al reclamarme que era casi la media noche, me acosté para hacerle reposar, pues no sabía si hubiera podido andar.

Tardé algún tiempo en recuperar las fuerzas y el calor, porque mi cuerpo estaba frío y casi rígido; [76] el espíritu sufría indeciblemente al tener que informarlo. Parecía que no era para él sino una carga insoportable; le odiaba como la causa que le detenía en este exilio, y si no hubiera sabido que tu Majestad así lo mandaba, le hubiera tratado con rigores que hubiera podido inventar un celo indiscreto, si tu sabiduría, que alcanza de un fin al otro, no hubiera dispuesto las cosas de otro modo, haciéndole entender que eras tú mismo quien vivifica y mortifica cuando lo juzgas conveniente para tu gloria y mayor perfección de los que te aman.

Capítulo 26 - Del gran cambio que este primer arrobamiento hizo en mí. Después de ese día mi espíritu tuvo la vida en paciencia y la muerte en deseo, y de otros arrobamientos.

Este arrobamiento obró tan notable cambio en mí, que yo misma no me conocía. Ya no era la de antes; mi espíritu no podía fijarse en la tierra sino con desprecio, diciendo con el Rey Profeta: Pero en mi apuro dije: Todos los hombres son unos mentirosos (Sal_116_11). Todos los que afirman que existe el placer en esta vida, que es común a los hombres y a las bestias, mienten si no elevan su espíritu a quien les ha creado. Ver, oír, gustar, oler y tocar compendia la vida de los sensuales; los animales tienen mayor satisfacción que ellos, pues aventajan al hombre en la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto; si el hombre no se eleva de las cosas visibles a las invisibles, no merece el apelativo de hombre.

Por esta razón dijo san Pablo: El hombre carnal no acepta la manera de ser del Espíritu de Dios, le parece una locura; y no puede captarla porque hay que enjuiciarla con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu puede [77] enjuiciarlo todo mientras a él nadie puede enjuiciarlo (1Co_2_14s). ¿Cómo podrá juzgar el hombre carnal las comunicaciones del espíritu, que no conoce por el estudio, ni experimenta por la devoción?

El hombre espiritual que se remonta sobre sí mismo por el Espíritu de Dios, puede juzgar por medio del mismo Espíritu y discernir el bien del mal; lo mejor de lo bueno. Los que no conocen la sabiduría de Dios la tienen como locura, blasfemando con frecuencia contra lo que ignoran. La ciencia de la cruz es escándalo para los judíos y locura para los gentiles, porque ni éstos ni aquéllos se mueven según el Espíritu de Dios, sino que siguen los caminos y las leyes del mundo, el cual no puede recibir a este divino Espíritu porque no lo conoce ni desea conocerlo. Sin embargo, para hablar de este Espíritu divino es necesario hablar con personas espirituales llenas del mismo espíritu e instruidas y gobernadas por él. En esto consiste el Espíritu de sabiduría: Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina; sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para nuestra gloria (1Co_2_6s).

Esta sabiduría está escondida a los poderosos que, viviendo según la corrupción del siglo, te condenan, oh Amor mío, a la cruz porque no conocen tu bondad, pues si la conocieran no te crucificarían de nuevo. Su conciencia es según sus sentidos y así tú no les manifiestas tus misterios ni las delicias de la gloria que has preparado a los que amas y que con tu gracia y sus deseos te aman recíprocamente. Lo que el ojo nunca vio ni oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, lo que Dios ha preparado para los que lo aman, nos lo ha revelado Dios a nosotros por medio de su Espíritu. Porque el Espíritu lo penetra todo, incluso lo profundo de Dios, (1Co_2_9s) dice este Apóstol quien no ha recibido su Evangelio de los hombres sino que ha sido instruido por el Espíritu Santo que penetra todo, aún los misterios divinos, y que los declara cuando y a quien quiere, mostrando a los que él eleva a esas sublimes comprensiones que todo lo que no es Dios o para Dios, no es nada. Que todo lo que está bajo el sol no es sino vanidad y aflicción de espíritu, ya que el alma es creada por el Creador del sol, el cual es su principio y quiere ser su fin.

[78] Todo lo que está terminado verá su fin o la perfección total, ese es su fin. El fin corona la obra: He visto el límite de todo lo perfecto (Sal_118_6). Todos deben ser consumados en uno, y ver su fin que es Dios. Es lo que tu luz me ha hecho ver, frecuentemente, en todos mis arrobamientos. Mi corazón, hecho para ti, no puede tener un descanso perfecto hasta que se pierda felizmente en ti.

El desea consumirse por ti que eres su fin infinito. Mi espíritu y mi vida están escondidos en ti, queridísimo Esposo mío, en Dios. Es lo que dice el Apóstol a los que tú has embelesado por la afección haciéndoles ver y gustar como eres de amable. Están muertos y su vida está escondida en ti, en Dios. No quieren aparecer sino para honrar tu triunfo glorioso el día que tú te manifestarás. Querido Amor, habiéndome puesto en este estado, me permitiste, sin ser culpable, tener un amoroso deseo de morir, y me dijiste que tuviera la vida en paciencia. Y para hacerme experimentar que mi resignación a tus órdenes te agradaba, me visitaste más seguido y produjiste en mí, varios arrobamientos: unas veces haciéndome ver tu belleza por medio de admirables luces; otras, llenándome de sabiduría; después redoblando en mí una abundante efusión de ciencia que se hacía admirable, por encima de mi espíritu, que felizmente abismado en tu esplendor decía: Tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco. ¿A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo hasta el filo de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha (Sal_138_6s).

Tu ciencia, oh Dios todo bondad, se ha hecho admirable en mi alma, y sobrepasa toda ciencia. No soy capaz de comprenderla, porque es tan elevada y tan abundante en maravillas, que mi alma se absorbe en ella, y en una amorosa admiración te dice: Tu espíritu es inmenso en bondad hacia mí. Si te contemplo en el cielo, ahí te encuentro arrebatando todas mis potencias con tu belleza; si desciendo con el pensamiento al infierno, veo en ese lugar tu justa [79] venganza y tu Majestad terrible con un terror justiciero. Si tomo las alas desde la mañana para volar sobre el mar de tu eternidad, te considero principio y fin de todo lo creado. Te adoro como ser soberano e increado que está en todas partes, que todo lo ve, y que gobierna todo con su sapientísimo poder. Oh Padre, tu Providencia gobierna todo mi interior y mi exterior, y tu diestra me sostiene, me conduce y me eleva divinamente: ¡Silencio todos ante el Señor, que se levanta en su santa morada! (Za_2_17).

Cuando te complaces en embelesar y arrebatar un espíritu, elevándolo mediante el tuyo, es saludable que toda lengua de la carne guarde silencio en tu presencia, pues te agrada obrar estas elevaciones en almas en las que haces tu morada y tu santa habitación. Ellas son tus tabernáculos, así como tú eres el de ellas.

Capítulo 27 - De los éxtasis amorosos con los que mi alma fue favorecida; de las grandes caricias de la divinidad y de la santa humanidad

Habiendo arrebatado su entendimiento con tus admirables luces, este conocimiento engendra el amor, y la voluntad se encuentra toda inflamada para amar tu belleza, que es bondad. Eres lo bueno y lo bello: lo bello por el entendimiento y lo bueno por la voluntad. El amor tiene la propiedad de apartar el alma de lo que ella anima, para llevarla o atraerla hacia el ser amado. El amor es extático; el alma que se sabe amada por ti sale de sí misma para penetrar en ti, que eres soberanamente amable.

[80] Cuando el entendimiento ha sido arrebatado al admirar al ver tu esplendor, la voluntad se siente atraída por tu ardor; la claridad ha elevado al entendimiento como a su objeto luminoso, y el calor atrae a sí a la voluntad como su objeto amoroso. El calor tiene como propiedad el hacer salir al alma voluntaria y suavemente, como podemos observar que el calor del sol hace producir a la tierra flores y frutos en primavera, parece salir de ella misma en sus productos, que alegran y alimentan a los hombres y a los animales. El éxtasis obra especialmente en la voluntad, que se siente abrigada en el calor de tu amor, amor que te hizo venir a ella y como tú mismo dices: Porque así demostró Dios su amor al mundo, dando a su Hijo único, para que tenga vida eterna, y no perezca ninguno de los que creen en él. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo por él se salve (Jn_3_16s). La esposa bien amada cree en ti como en la soberana verdad que ella ama. El amor la hace salir de ella misma para penetrar en ti. Al encontrarte inmenso, desea ella dejar su morada limitada para hallar su extensión en tu inmensidad. Sabiendo que esto es lo que te agrada, te dice: Mi amado es mío y yo soy suya (Ct_7_11). Ven, mi bien amado, salgamos a los campos y hagamos nuestra morada en una aldea.  Las ciudades son muy limitadas; son molestas a causa de las compañías cuya conversación debe uno soportar, pues cansan a los que se aman que les gusta estar solos sin ser distraídos de su amor, que jamás se satisface sino cuando tiene la libertad que la soledad le ofrece, porque el amor une a los que se aman y les convierte a sí, iluminándolos y calentándolos [81] con una misma luz y una misma llama; ella los reduce a una agradable unidad, que es el objetivo de lo que buscan. Por esta razón, oh soberano Amador, has pedido a tu Padre esta unidad, diciendo que, así como saliste del todo por amor, o viniste de él a los hombres, éstos salgan por amor de ellos mismos, y que este amor les conduzca a ti por medio de éxtasis sagrados.

Querido Amor, mi vida ha sido un continuo éxtasis durante varios años. Con frecuencia me has dicho que no vivo más en mí, sino en ti, y que te has complacido en ser mi vida y en que yo acepte morir a mí misma y a todo lo creado para vivir en ti. Me condujiste a los campos de tu inmensa divinidad, y cuando parecía perderme en esta vastedad me hiciste entrar, por una benignidad muy propia de ti, al centro de tu humanidad, donde me hiciste un festín proporcionado a mi naturaleza; y para mostrar que te acomodabas a las debilidades de la que amabas por una amorosa condescendencia, me decías: Ya vengo a mi jardín, hermana y novia mía, a recoger el bálsamo y la mirra, a comer de mi miel y mi panal, a beber de mi leche y de mi vino (Ct_5_1). "Come; amada mía, embriágate, querida. Estando santamente embriagada, dormí con un sueño extático, diciendo: Yo duermo, pero mi corazón vigila (Ct_5_2a).

No deseaba que criatura alguna me despertara de este sueño y repetía: Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, por las gacelas, por las ciervas del campo, no despertéis, no desveléis al amor, hasta que le plazca, (Ct_2_7) conjurando a tus ángeles, por los rápidos relámpagos que les produces, y que pueden transmitir, que no despertasen a aquella a quien tú mismo habías adormecido, hasta que estuviera yo satisfecha de mi adormecimiento, o que por tu mayor gloria deseara yo despertarme por la salvación del prójimo, diciendo a todos que tú mismo serías mi despertar. Así, exclamaba: Yo duermo, pero mi corazón vigila (Ct_2_7). Al adormecerme, escuchaba amorosamente tu voz: ¡La voz, de mi amado que llama! ¡Ábreme, hermana mía, [82] amiga mía, paloma mía, mi perfecta! Que mi cabeza está cubierta de rocío y mis bucles del relente de la noche, diciéndome: Hermana mía, amada mía, paloma mía, inmaculada mía, ábreme porque mi cabeza está cubierta de rocío, y mis cabellos del relente de la noche; recuerda que me he hecho tu hermano al tomar tu naturaleza; conoce por mis esplendores que soy tu amigo. Deseo entrar, como un sol en ti que eres mi aurora; siente, por estos ardores amorosos, que eres mi paloma que debe reposar en mis llagas, las cuales están abiertas para ti, con el fin de escuchar yo tus amores por tus propios gemidos. Ábreme, mi inmaculada, porque mi Padre, que es la cabeza de Cristo, tu Esposo, desea derramar en ti el rocío de la generación eterna. Nosotros deseamos reconocer en ti las gotas del sereno que producimos en la noche de nuestras delicias y que es noche para las creaturas, que no pueden ver la generación y nacimiento del Hijo, ni la producción del Espíritu Santo, porque mi Padre me engendró antes del día en que fueron creadas, antes del lucero (Sal_109_3) a quien mi Padre y yo producimos eternamente en nuestra intimidad, nuestro amor único que es el Espíritu Santo. El rocío y el sereno son eternos, inmensos y estables como su principio y fuente, y como te he purificado con mi sangre, te llamo mi inmaculada.

Deseo que eleves tu espíritu y que abras tu corazón para recibir estas dos divinas emanaciones en ti; has sido arrebatada o extasiada para contemplar los campos inmensos de nuestra divinidad. Has pedido vivir en la ciudad de mi humanidad, la cual me ha hecho hermano tuyo. Te he tratado como hermana mía, te he ofrecido un festín según tu gusto y tu naturaleza, pero espiritualmente te he embriagado, a resultas de lo cual te has adormecido y no he permitido que mis ángeles te despierten. Soy yo, amada mía, quien, celoso de ti como cuidadoso de tu sueño, te desperté, porque quise comunicarte nuestra divinidad en forma de rocío para embellecerte y hacerte fecunda.

Son éstas las pruebas de la unión, es decir, el poder contemplar la unidad divina. Recibe estas joyas, que son nada menos que el Esposo que desea, muy pronto, desposarse contigo [83] Aquél que ha maravillado tu entendimiento es el mismo que ha inflamado tu voluntad, y por el ardor de esta llama has salido voluntaria y libremente para venir a ver los bienes inmensos de aquél que desea desposarse contigo, dotarte con sus gracias y entregarse a ti él mismo, tomándote para sí. Me dijiste palabras como éstas y otras igualmente encantadoras y deliciosas.

Querido Amor, se puede ver y conocer, por los discursos o narraciones que hago, en los que soy fiel a la verdad tanto como me es posible, que se trata de arrobamientos y éxtasis que he recibido de tu sabia bondad. Los arrobamientos se producen, de ordinario, en el entendimiento, que se siente arrobado en tus claridades admirables; los éxtasis en la voluntad, que es abrasada de tus amabilísimas llamas. Estas distinciones que hago entre arrobamientos y éxtasis no van en contra de quienes dicen que los éxtasis pueden llamarse arrobamientos, y los arrobamientos éxtasis. El entendimiento puede elevarse y salir de sí mismo como y la voluntad puede ser arrobada y atraída fuera de ella misma mediante la belleza. La belleza divina es igualmente admirable y amable, como la bondad es paralelamente amable y admirable. Lo bello y lo bueno arrebatan y extasían a la esposa ya en esta vida. El entendimiento no puede conocer a Dios sin ser elevado en la luz, ni la voluntad amarle sin ser atraída por su llama. Por su claridad la luz suspende el entendimiento y el calor dilata la voluntad que voluntariamente se acerca a sus llamas, llamas que al quemar no consumen su objetivo, o al menos lo purifican, pero como el cuerpo no es la finalidad del Amor divino, sino el alma, es por ello que digo que este fuego conserva y purifica su objetivo. Es verdad que por los privilegios que obra el amor cuando lo juzga a propósito, el cuerpo puede ser fortalecido durante estas operaciones, pero pienso que se trata aquí de una fuerza sobrenatural, ya que el cuerpo se debilita extremadamente durante los arrobamientos y los éxtasis.

Capítulo 28 - De las largas enfermedades y diversas dolencias que los arrebatos, éxtasis y fuego divino me causaron

[84] Tú sabes, querido Amor, que los frecuentes arrobamientos y los casi continuos éxtasis que yo experimentaba me causaron frecuentes y largas enfermedades por espacio de seis años, ya que no mencionaba a los médicos que me trataban, que mis continuas fiebres tercianas y doble-tercianas proveían de estos arrobamientos y éxtasis. Tomaba todos los remedios que me ordenaban y sufría con grandísima alegría todos los dolores y los ardores que estas fiebres me causaban; si mis indiscreciones las acrecentaban no era mucho, porque querido Esposo mío, no deseaba yo desobedecer a mis confesores ayunando o haciendo más penitencia de lo que se me permitía, a pesar de mis deseos.

Hubo un tiempo en que mi deseo era tan fuerte, y aunque estoy bien lejos de ser favorecida como santa Teresa, que repetía con frecuencia sus palabras: "O padecer o morir," pidiéndote lo uno o lo otro con la impetuosidad del amor; luego me resignaba a tus mandatos por medio de la sumisión que creía deber a tus deseos, conformando mis inclinaciones. En esto fui ayudada por tu benignidad, que obraba como una buena madre, la cual sondea o pone a prueba las fuerzas de su hijo, para hacerlo andar o para permitirle trabajar según su capacidad, no enviándolo a clases sino cuando tiene capacidad para los estudios.

[85] El fuego que encendiste en mi pecho fue tan ardiente, que lo convirtió en un horno que ardía continuamente; en la opinión de los médicos, mi sangre estaba quemada. Dos contrarios les preocupaban al recetarme medicinas, pues mi estómago estaba indigesto a pesar del continuo ardor que sentía en el pecho, en el corazón, en las entrañas y en el hígado. Cuando me ordenaban remedios calientes, acrecentaban mis llamas; y cuando me los ordenaban fríos, debilitaban todavía más mi estómago, pero como el ardor de la sangre sobrepasaba la frialdad del estómago, tenía necesidad de remedios refrescantes, que pedía continuamente y que siguieron dándome para templar las llamas que tu bondad, oh divino amor, vino a encender en mi corazón sin mérito alguno mío. Puedo decir con toda verdad que he contribuido muy poco a estos ardores, siendo tu caridad la que ha venido a poner este fuego dentro de mí, haciendo que arda según su deseo. Continúa, Señor, hasta mi muerte y hazme, si es de tu agrado, un holocausto perfecto, para que pueda decir en verdad con el Apóstol, sabiendo que eres mi abogado delante de tu Padre: ¿Quién me separará de tu amor? Nada de lo que aflige al cuerpo y al espíritu: Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separamos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor Nuestro (Rm_8_38s).

Que los dolores de cabeza que he sufrido durante veinte años seguidos; que las afecciones de los ojos que he tenido durante casi diez años, que los cálculos me desgasten hasta mi muerte; que los cólicos me atormenten tanto como te plazca; que la repugnancia [86] a toda clase de comida dure hasta el fin de mi vida, pero que te complazcas en bendecirme, así como lo hiciste desde el comienzo, quiero decir mi nacimiento.

 Todo esto me parece nada; lo que me confunde es que muy seguido no hago el bien que deseo, sino el mal que aborrezco: (Rm_7_15b). Esto no se debe, querido Amor, a que alguna vez hayas deseado probarme con tentaciones de orden inferior que tanto hacen sufrir a muchas personas virtuosas, sino a la poca fidelidad con que respondo a tus gracias, que siempre están dispuestas, como lo está tu misericordia, a hacerme ver tus bondades. El pensamiento de no ser digna de ser probada debe servirme de una continua humillación, viendo que desconozco la experiencia de tentaciones por las que haces pasar a otros, y aunque la esperanza del cumplimiento de tus promesas sea diferida, todo esto no me afecta sino muy poco. Si fuera fiel a fijar en ti la mirada con prontitud, en cuanto los pensamientos de esta prórroga me asaltan, el disgusto que pueden causarme se desvanecería en el mismo instante en que surgen en mi interior.         

El Apóstol dice que tú eres fiel, que no permites que una persona sea tentada por encima de sus fuerzas, y yo me digo que eres enteramente bueno hacia mí, que tu bondad previene todas las aflicciones que tu justicia podría enviarme con toda razón: Y de igual manera, el espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza (Rm_8_26). Tu Espíritu, que es compasivo en extremo, se ocupa de aliviarme de todas mis dolencias, dulcificándolas de suerte que no sufro casi nada ni en el espíritu ni en el cuerpo, y cuando no sé orar, él ora en mí y por mí, con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu (Rm_8_26s) Yo le suplico pida en mí lo que más agrade a él, a ti y al divino Padre: Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rm_8_28). Mi deseo es llegar a ser, por gracia y por tu providente bondad, semejante a ti, mi querido Esposo, que eres desde la eternidad la imagen de tu divino Padre, y que serás para siempre, en nuestra humanidad, la de tu queridísima Madre, imágenes que no hacen sino un Jesús-Cristo; un Verbo Encarnado, mi prototipo y mi adorable arquetipo.

Capítulo 29 - De las grandes alegrías que el divino amor produjo en mi alma, la cual gozó del paraíso mientras que mi cuerpo estaba como en un purgatorio.

[87] Si la obediencia detiene mi pluma cuando parece deslizarse para narrar mis pecados e infidelidades, las insignes obligaciones que tengo para con tu misericordiosa caridad la hacen volar para contar, de ser posible, los innumerables favores que he recibido y sigo recibiendo de tu bondad infinita. Hay tantos, de toda clase, que no pienso exagerar cuando digo que me son inexplicables en su calidad y en su cantidad. Con frecuencia, me lo has hecho ver con más verdad de la que puedo yo expresar. Puedo adorar y admirar tus profusiones en mí, pero no expresarlas ni con mis sentimientos ni con mis palabras, ni con mis escritos; y como dice el Eclesiástico hablando de tus excelencias: Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos; la última palabra: Él lo es todo (Si_43_27).

Las grandes gracias que me concedías durante mis enfermedades elevaban mi espíritu tan alto, que en mí parecían el purgatorio y el paraíso. El primero por las ardientes fiebres y agudos dolores del cuerpo; el segundo por las alegrías y júbilos de espíritu, pudiendo servirme de las palabras del Apóstol: Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte (2Co_12_10). Cuando escuchaba decir que en tus caminos se encuentran aflicciones, no me extrañaba porque no sentía nada de eso, de no ser las aflicciones que provienen de los pecados que odias por ser contrarios a ti y a tu amor; por eso, al considerarlas, te decía con gran amargura: ¿Qué he hecho a ti, oh guardián de los hombres? ¿Por qué me has hecho blanco tuyo? ¿Por qué te sirvo de cuidado? ¿Y por qué no toleras mi delito y dejas pasar mi falta? (Job_7_20s). Tu amor te ha constituido guardián de tu esposa; ¿por qué permites que cometa ella faltas que odias? Siendo el Cordero que quita y carga todos los pecados [88] de la humanidad, quítame los míos, pues son para mí una carga insoportable. ¿Pueden, tu caridad divina y tu cortesía humana y amorosa, ver en mí lo que tanto les ofende sin que me lo quiten? Jacob hizo a un lado la piedra que impedía beber a las ovejas de Raquel, a quien amaba.

Tu bondad, viendo mi deseo, lo escuchó precipitando mis pecados en el abismo del amor.  En todas estas cruces, no encontraba sino alegrías y bondades, y las saludaba con san Andrés como los medios más seguros para gozar de ti. Escuchaba con deleite las palabras del Apóstol: Sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios (Hb_12_ 1s).

Consideraba las grandes contradicciones que te infligieron los pecadores, por quienes te encarnaste y viniste a la tierra para salvarlos tú mismo, escogiendo la muerte, la confusión temporal y la Cruz para darles la vida, la alegría y la gloria eterna. La vista de todo esto impedía que mi espíritu se afligiera en el sufrimiento. Muchas personas, al ver mis continuas enfermedades, sentían grande compasión, pero yo, que sentía un gozo mayor por la unción que por la aflicción que me causaban estas cruces, me reía de estos dolores a los que tu Amor daba encanto.

Pensaba que estas enfermedades me servirían de escala para llegar más pronto al cielo, donde, por tu gran misericordia, te alabaría con tus fieles que están continuamente en este ejercicio de alabanza, libres ya del pecado y de los estorbos que desvían a las almas, en esta vida, del amor y las verdaderas alabanzas que desearían rendirte ya pesar de no encontrarme aún con estos afortunados amadores, cuyo reposo y gloria en la delectación admiró David, diciendo: Exulten de gloria sus amigos, desde su lecho griten de alegría, (Sal_149_5) sentía yo, en mi lecho de paciencia, la paz, la alegría y el júbilo de su lecho de santo gozo.

Capítulo 30 - Que el deseo de alabar perfectamente a la divina bondad en el empíreo me puso varias veces a punto de expirar.

[89] El deseo de alabarte continuamente fue tan violento en mí, que en varias ocasiones estuve al borde de la muerte. Una tarde, después de haber conjurado a todas las creaturas de unirse a mí para recitar el último Salmo: Todo cuanto respira alabe a Yahvéh, (Sal_150_6) sentí mi alma subir a mis labios, para terminar mi vida con este salmo. Al volver de este exceso, te dije: Vivo sin vivir; ¿por qué no muero? No te pido sino el golpe de gracia por todo favor. Si estando en la tierra no te ofendiera más, y si tuviera fuerza suficiente para perseverar sin interrupción en este ejercicio amoroso de alabarte en este valle de miseria como lo hacen quienes viven ya en la mansión de la felicidad, esta habitación terrestre me sería tolerable mediante la paciencia; pero cuando pienso en los que habitan tu casa celestial, exclamo con el Rey profeta: Felices los que habitan en tu casa, Yahvéh; te alabarán por los siglos de los siglos (Sal_84_5). Cuando pienso en la belleza de este tabernáculo de gloria, exclamo: ¡Qué amables tus moradas, oh Yahvéh Sebaot! Anhela mi alma y languidece tras de los atrios de Yahvéh (Sal 84_2s). Se dice que hay personas que están muertas, que mueren y pueden morir de tristeza; tampoco se puede negar que existen personas que mueren y pueden morir de alegría. Esto está bien demostrado para tomarme la molestia de probarlo.

Querido Amor, tú sabes cuántas veces me siento desfallecer de amor a causa de la extrema alegría con la que llenas mi alma, y qué sentimiento de amor ha recibido mi corazón de tu bondad. Son incontables, y en muchas ocasiones te he dicho: Señor, es bastante, yo muero de delicias; mi corazón está próximo a estallar de gozo, sus palpitaciones parecen querer fundir mi pecho, y sus dilataciones continuas le hacen desfallecer el corazón. Todas las potencias de mi alma, que son las montañas, sienten el dicho del Salmista: a una los montes exultan (Sal_150_6) por una unión común que dura su tiempo sin interrumpirse. Otras veces las mismas potencias están en la emoción de la alegría y de la exultación como si se estremecieran por los saltos [90] que el Real Profeta expresa en estos términos: Los montes brincaron lo mismo que carneros; (Sal_113_4) el Sabio dice: Se alegrarán como corderillos (Sab_19_9). Son éstas explosiones que salen al exterior, y que hacen exclamar al espíritu: Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo (Sal_84_3).

Todo mi interior y todo mi exterior parecían estar convertidos en alabanzas; mis pensamientos estaban continuamente elevados para glorificarte; mis palabras no producían casi otro sonido que tus bendiciones; mi médula parecía fundirse con el deseo que tenía de alabarte sin cesar; todos mis afectos invitaban a mi alma a bendecirte sin término: Bendice a Yahvéh, alma mía, no olvides sus muchos beneficios. El, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, satura de bienes tu existencia, mientras tu juventud se renueva como la del águila (Sal_103_2s). También, repentinamente, decía yo o pensaba en estas palabras que la Iglesia recita en el Gradual de la Misa del día de san Miguel: Bendice a Yahvéh, alma mía, del fondo de mi ser, su santo nombre (Sal_103_1). Me parecía que todas mis entrañas y mi médula se fundían en mí, y que corrían en tu amor como bálsamo que el calor ha disuelto, o como incienso puesto sobre las brasas. Mi alma se ofrecía a ti por todo lo que le habías dado, con el amor que sentía en ella misma mediante el don que le hiciste, y te decía: ¿Es así que das aquello que ordenas?

Tu ley me manda que te amé con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas; tú las atraes, las excitas y las haces perderse felizmente en ti; recibe lo que es tuyo por retribución. Ya no soy mía; mi vida es morir por ti, y mi muerte será mi ganancia si así lo quieres; pero si deseas verme languidecer de amor sin morir porque tu amor es fuerte como la muerte, que sea entonces de tu agrado sostener a la que muere de amor por ti. Casi no me queda pulso; tú eres médico del cuerpo y [91] del espíritu de la que te ama: El que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias (Sal_103_3).

"Soy yo, amada mía, quien perdona tus pecados y desea curar todas tus enfermedades: Rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura (Sal_103_4). Te retiro del estado extremo al que tus males te reducen. Te doy la salud cuando se teme verte morir, coronándote de mis misericordias y de mi compasión. Te otorgo una indulgencia plenaria por tus culpas; por misericordia sigo teniendo piedad de tus penas, por compasión, y comparto todos tus sufrimientos. Movido de mi misericordia vengo yo mismo a servirte como a David, y por mi amor como a mi esposa. Tú deseas verme en la casa de tu madre, la Jerusalén celestial, o mejor todavía en el seno de la divina caridad. Porque te ama, te ha engendrado como una hija del amor que desea permanecer siempre en el seno de su madre. Es por ello que me expresas tus deseos con las palabras del Cántico del Amor: ¡Ah, si fueras tú un hermano mío, amantado a los pechos de mi madre! Podría besarte, al encontrarte afuera, sin que me despreciaran. Te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre, y tú me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granadas" (Ct_ 8_1s).

Si te agradara hacerme el favor que te he pedido tantas veces, de verte en tu casa, que es la de mi madre; es en el seno de la que te engendró en los esplendores eternos, donde deseo ser tu hermana; te encontraré en ese lugar, fuera de todo deseo de las creaturas. Te daré el beso de esposa y de hermana; ninguna persona dudaría más de nuestro amor; nadie me despreciaría por estas santas libertades que tomo de acuerdo contigo. Seré [92] como una granada abierta a ser saboreada, y que te ofrece lo que le has dado, siendo mi gloria y mi gozo. Yo seré tu deleite, porque te complaces en estas comunicaciones deleitosas, como al bien soberano le agrada hacer profusiones de él mismo, y verter un río y un torrente de gozo, embriagando a tus bien amadas en esta bodega de vino donde las introduces, enarbolando en su corazón el estandarte del amor; y si tú no ordenaras en ella la caridad, moriría en estas delicias. Por esta razón exclama la esposa: Su izquierda está bajo mi cabeza, y su diestra me abraza (Ct_8_3).

Mi bien amado, viendo que mi cuerpo estaba casi privado del alma que le animaba, viniste a poner tu mano izquierda afín de que mi vida languideciente me fuera prolongada, y con tu derecha quisiste abrazar mi alma, elevándola en un éxtasis más admirable que los precedentes. Te plugo ser tú mismo su apoyo y conducirla hacia el desierto amoroso que los ángeles admiran clamando: ¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado? (Ct_8_5). El mismo privilegio se repitió con frecuencia, estando mi conversación más en el cielo que en la tierra. Me encontraba casi continuamente en estos transportes. Mi alma no podía animar más un cuerpo languideciente y elevarse al mismo tiempo con todos sus afectos y potencias hacia placeres tan arrebatadores. Apenas volvía mi espíritu de estos prolongados arrobamientos y éxtasis persistentes, era arrebatado con frecuencia en un vuelo amoroso que pasaba con la velocidad de un rayo, semejante a una saeta disparada por un arquero que podría llamarse sagitario; es tu amor divino, al cual puede darse este nombre. Mi espíritu, llevado así por el amor, tenía más amor para esforzarse que fuerza para amar. No podía aportar cosa alguna, y para animar y amar bien, tenías que obrar un continuo milagro, alcanzando de un extremo al otro al fortificar [93] el cuerpo y elevar el espíritu: Ese morará en las alturas, subirá a refugiarse en la fortaleza de las peñas, se le dará su pan y tendrá el agua segura (Is_33_16s).

Capítulo 31 - Como el amor divino hizo la división entre el espíritu y el alma, lo cual se explica mediante la división de las aguas superiores y las inferiores, y por san Pablo en Hebreos 4; y de la inhabitación de toda la Trinidad en mí.

Pero como tú te complaces en ser mediador entre Dios y los hombres, quisiste hacer este oficio entre mi cuerpo y mi alma, y entre la parte inferior y la superior, lo cual no puedo expresar sino diciendo que separaste el alma del espíritu. Me refiero al alma que tiene relación con la de los animales, que es diferente del espíritu que razona con los ángeles, y que está hecho a tu imagen y semejanza. Me serviré, para expresarme, de las palabras con que Moisés prorrumpe en el Génesis: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras. E hizo Dios el firmamento y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue (Gen_1_6s).

Te plugo un domingo después de Reyes, en 1619, invitarme amorosamente a subir a mi oratorio por medio del signo que tus bondades habían puesto en mi corazón. Habiéndome puesto esta señal, te presentaste como el monarca soberano, para hacer ver que has venido para dominar sobre los espíritus que has escogido, y que este dominio es para ventaja suya; que combates y haces la guerra para dar la paz. Tú permites que todas las potencias de mi espíritu y de mi alma superior e inferior fueran asaltadas como de sorpresa, sin saber yo la causa de este conflicto, ni quiénes eran los asaltantes ni los tomados por asalto.

[94] Esta guerra imprevista asombró mi espíritu, que exclamó: ¿Qué es esto? ¿De dónde vienen esta lucha y estas alarmas? La voluntad respondió en voz alta: Mi Rey y mi Dios, yo estoy del lado de los que combaten por la justicia. No deseo contribuir a quienes se rebelan contra tu obediencia. Hago protesta de mi fidelidad, y si no puedo distinguir las fuerzas que están de tu lado de las de tus contrarios, declaro que no formo parte de su rebelión. Ante esta declaración, el amor dio la orden de situar las potencias superiores del espíritu bajo el torreón de su protección, donde el enemigo no debía acercarse. Sin embargo, el combate tuvo lugar sin poder yo distinguir a los combatientes, pero escuché estas palabras del gran Generalísimo de tus ejércitos, oh mi Rey, san Miguel, quien clamó: " ¿Quién como Dios? ¿Quién es como Dios para hacerse igual a Él? ¿Quién puede compartir su trono, su corona y su cetro?" Ante estas palabras tus enemigos fueron abatidos, vencidos y echados fuera: las potencias inferiores de mi alma fueron humilladas y reducidas a su bajo nivel, y las potencias superiores de mi espíritu quedaron exaltadas. El Amor, todo finura, dirigiéndose a mi voluntad le ofreció la corona, proclamándola reina, mientras que san Miguel y todos sus ángeles cantaban en un silencio arrobador: Santo, Santo, Santo (Ap_4_8).

Habrá quien se asombre que yo exprese este trisagio como un silencio. Es que los ángeles hablan con el pensamiento, y de una manera espiritual que podemos explicar en la tierra por carecer de un término propio para ello. Esto lo comprende muy bien el espíritu, habiendo sido elevado por el poder de [95] Aquél para quien nada es imposible. Eres tú, mi divino Emperador, quien, persistiendo en tu bondad y en tus divinas finuras, me presentaste la corona, haciendo comprender a tu bien amado san Miguel que te complacía el celo que tenía por mi gloria, que estimas como la tuya propia.

Este Serafín todo ardiente me dijo que tu Majestad amorosa había suscitado este combate para hacer ver a todo el cielo que yo era su bien amada, y que su real corazón me obsequiaba cordialmente la corona del Reino; y que no le ofendía mi rechazo, ya que procedía de un verdadero sentimiento y de una humilde modestia; pero que la aceptación de sus conquistas amorosas, en las cuales había yo contribuido con mi consentimiento al proclamar mi fidelidad, le agradaba como a Aquél que consideraba gloria suya el compartir su triunfo conmigo.

Comprendiendo que tal era tu placer de honrar con tu honor a la que no era sino lo que tú la haces ser, recibí humilde y amorosamente toda la gracia, toda la alegría y toda la gloria que tu Amor munificente y magnífico deseaba ofrecerme. Después de mil caricias y miles y miles de testimonios de amor, me dijiste: "Mi bien amada, lo que llevo a cabo esta tarde es la separación del espíritu, que puede llamarse separación de las potencias superiores del alma, que puede identificarse con las potencias inferiores.

"Yo he separado las aguas superiores de las aguas inferiores. Por ser todopoderoso, he creado un firmamento  [96] en tu espíritu al pronunciar las palabras: Haya un firmamento por en medio de las aguas, (Gen_1_6). dividiendo las aguas superiores de las inferiores. A partir de hoy experimentarás esta maravillosa separación que puede también designarse como distinción; tu espíritu será libre, y en medio de tus ocupaciones externas no dejará de tratar conmigo y de recibir mis infusiones, mis irradiaciones y mis locuciones sin distraerse de la atención que deseo recibir de él. A esto se refería el P. Coton cuando dijo que era una participación en la economía de mi alma santísima: cuando estaba en mi Cuerpo pasible era al mismo tiempo viajero y criatura que gozaba sin cesar de la presencia y visión perfecta de Dios; tú me podrás ver y gozar de mí sin estar extasiada ni sentir las penas que los arrobamientos causan al cuerpo; no volverás a estar entre estas languideces extremas y los grandes deseos del cielo."

Después de haberme recreado con estas palabras tan encantadoras, quise salir de mi oratorio para ir a la habitación de mi madre temiendo que, si tardaba yo mucho en volver, tuviera que esperar hasta muy tarde para irse a acostar (durante las ausencias de mi padre, me pedía durmiera con ella porque me quería más que a todas mis hermanas). Esto me mortificaba mucho, porque debía contener mis impulsos: ¡Oh milagro de bondad! Mientras tu te despedías para que saliera yo del oratorio, me dijiste: "Inclinó el cielo, (Sal_17_2) hija mía, he inclinado los cielos para ti, porque mi sabiduría no ha juzgado conveniente [97] mantener enteramente tu espíritu en la gloria del empíreo. El amor que toda la Trinidad siente por ti la inclina a hospedarse en ti de una manera adorablemente admirable y admirablemente adorable, para gloria nuestra y provecho tuyo, a fin de que, gozando de nuestra Compañía, no te aflijas en este valle de miseria, donde vives en penosas debilidades; hija mía, quien tiene a Dios, lo tiene todo." a partir de este momento, me encontré divinamente acompañada de tus Tres Divinas Personas, de las que no me he vuelto a separar. Si desde hace veintitrés años, se han velado durante algunos días, ha sido para ayudarme a conocer, mediante la privación de sus esplendores, la felicidad de la que gozo al poseerlas. Me dijiste: "No hemos hecho un favor parecido entre todas las naciones; así como el Rey Profeta dijo que Dios era conocido en Judea y que su Nombre era grande en Israel, de igual manera la divinidad ha deseado ser conocida en ti, y hacer que su Nombre sea engrandecido en una jovencita: Su tienda está en Salem, su morada en Sión; allí quebró las ráfagas del arco, el escudo, la espada y la guerra (Sal_75_3s). Tú experimentas la paz que nuestra Sociedad divina confiere a todas las potencias de tu alma que residen en la parte suprema del espíritu; gozas de la alegría en el centro de tu alma, y tu corazón es la habitación de Dios, que te ama. Se dice que el justo la ofrece y la da desde la aurora a su Creador; pero nosotros hemos venido a hacer nuestra morada en ti, para poseerte sin interrupción. Nosotros apartamos de ti todas tus penas y todas tus guerras deteniendo a tus enemigos mediante nuestro poder, afín de que no se te acerquen. Sientes, por experiencia, cómo te iluminamos por nosotros mismos: Fulgurante eres tú, maravilloso en los montes eternos (Sal_75_5).

"Nuestras tres divinas y distintas hipóstasis te prodigan caricias amorosas por diversas comunicaciones, por complacernos en ello, y aunque nuestras operaciones externas sean comunes por las maravillas del Amor, [98] nos agrada favorecerte haciéndote conocer que el Padre que me envía a ti siente un deleite (que los ángeles no pueden comprender) de comunicarte de manera admirable su paternidad, haciéndote madre de su propio Hijo. Soy yo, mi bien amada, quien se complace en hacerte el espejo de mis esplendores, donde reflejo mi belleza, y el Espíritu Santo hace en ti un compendio de su bondad amorosa. Mi Padre afirma tu memoria para que no pueda confundirse, y yo ilumino tu entendimiento, el cual refleja las claridades que le envío como lo haría una pieza de cristal. El Espíritu Santo enciende tu voluntad con una llama que te abrasa sin consumirte, como si fueras la zarza ardiente que atrajo a Moisés hacia las maravillas de mi sabiduría divina, despreciando todas las que había conocido de los egipcios, cuya sabiduría le hacía admirar no solamente a Faraón y a todos los adivinos y sabios de Egipto, según el mundo, sino a todas las naciones que han sabido y sabrán que hablaba con él cara a cara, y que le hice mi legislador. Yo le escogí para proclamar fielmente mis oráculos a todas las personas a quienes le enviaba.

Capítulo 32 - Que la primera visión que tuve fue una corona de espinas llevada por un sol que se me figuró el Verbo anonadado, y de otra visión: Dios me hizo su tabernáculo de alianza y su propiciatorio, coronando de luz mi cabeza.

[99] "Si he dado muestra de la dulzura de mi amor en la ley del rigor a mi amigo Moisés ¡qué excesos de bondad no te ha hecho ver este mismo amor en tantas ocasiones! querida hija, pues la primera visión que te hice admirar mi corona de espinas suspendida divinamente por rayos luminosos como los del sol; rayos que, al sostenerla, se detenían sobre las espinas. Por ello conociste cómo me hice por amor el Verbo anonadado, y que mi divina hipóstasis apoyaba la naturaleza humana, sin otra subsistencia que mi divina ayuda. Pudiste admirar la comunicación de idiomas; percibiste, en cierta manera, la distancia infinita que hay entre un sol y sus rayos; entre un arbusto trenzado en forma de corona y sus puntas espinosas. Habiendo contemplado esta gran visión, te acercaste con la fuerza que te daba el amor, que no te pidió te tomaras la molestia de descalzarte, como a Moisés, sino que te dio alas para volar a él, y se hizo tu escudero. Cuando lo tuvo a bien, te hizo subir hasta donde él te esperaba, con un ardor que tu pluma no pudo expresar, pero que tu espíritu supo admirar y adorar. Yo te dije que deseaba convertirte en una nueva legisladora de las leyes de mi amor; que llevarías mi Nombre por toda la tierra, aunque sin decirte cómo sería esto, pues no había llegado la hora de declararte lo que deseaba hacer de ti." Queridísimo Amor, recuerdo  [100] me dijiste que deseabas hacerme tu portaestandarte; que muchas personas, al verme, combatirían por tu gloria; que muchos no te conocían a causa de la necedad de sus espíritus, y que habías sutilizado el mío por tu bondad, no por mis méritos. Al hablarme así, abrasaste mi pecho con un fuego celeste y divino. No sé si este fuego era el estandarte y la oriflama que me dabas al hablarme de esta gracia; el amor me sellaba los labios para abrirme el corazón, en cuyo centro enarboló su estandarte, sin hacerme ver sus colores; mi valor sobrepasaba mis fuerzas. No rechacé este cargo, esperando que tú mismo fueras el guía de la que deseaba llevarlo por mandato tuyo.

Poco tiempo después me hiciste ver una columna cubierta de diversos rollos, en los que estaban escritos, con caracteres admirables, las maravillas de la ley del divino amor, de la cual entendía los misterios sin saber hablar de ellos. Me dijiste que en ellos estaba escrito tu Nombre inefable, y que en el tiempo destinado por ti entendería su gloria. Me hiciste ver un compás, como para medir o recorrer la tierra donde quieres hacer brillar tu nombre. Me elevaste en coloquios embelesadores, retirando mi espíritu y todas mis potencias del yugo de los sentidos, para ofrecerte el sacrificio de alabanza y realizando una feliz salida del Egipto de la conversación de las creaturas, que me era insoportable y fatigosa, [101] hacia la amorosa soledad donde fue puesto en libertad mediante el poder de tu diestra. Cantaba con alegría el cántico de mi feliz liberación; no hablaba sino raramente a las personas de mi casa paterna; mis oraciones eran continuas. Me prometiste darme a diario mi pan supersubstancial, como diste el maná a tu pueblo en el desierto. Rodeaste mi cabeza de luz como de una corona, y con frecuencia parecía luminosa a quienes me veían al salir de la oración; esto fue visto de muchas personas. Marie Figent, una joven piadosa que aún vive, dio testimonio de ello a varios de mis confesores. Tú me decías que, así como Moisés era el embajador de tu voluntad ante el pueblo judío, yo estaba destinada por tu sabiduría a declarar tus intenciones ante quienes deben aprender de mí. Me dijiste que deseabas hacerme tu tabernáculo de alianza y tu lugar de propiciación, y que por mi medio proclamarías tus oráculos. Me dijiste además que estaba yo cubierta de las alas de los querubines, y que me infundirías la ciencia como a estos sabios espíritus que san Pablo nombra Querubines de gloria, [102] los cuales, en comparación con tu esplendor, no son sino sombras maravillosas que atenúan tus claridades y amortecen, por así decir, tus rayos más brillantes. Me complacía en extremo permanecer sobre la montaña de la contemplación, pero me sentía indeciblemente mortificada cuando tenía que alejarme de tus coloquios. Me parecía que el estado religioso me ataría más a ti. Deseaba con gran deseo, sobre todo después de comulgar, verme en un claustro, porque me causaba una pena indecible caminar por las calles después de la comunión, que era mi vida escondida en ti. Vivía para comulgar, y comulgaba para vivir de tu vida. El pensamiento de este Pan Divino era casi perpetuo en mí. Te decía: Si comulgara todos los días, me parece que sufriría más fácilmente el exilio en esta tierra extranjera. Permanecía continuamente, en espíritu, en tus tabernáculos amorosos, diciéndote: Hasta el pajarillo ha encontrado una casa, y la golondrina un nido donde poner a sus polluelos: Tus altares, ¡oh Yahvéh Sebaot, rey mío y Dios mío! Dichosos los que moran en tu casa, te alaban por siempre. Dichosos los hombres cuya fuerza está en tí y no piensan sino en tu santa peregrinación. Al pasar por el valle de lágrimas, lo hacen un hontanar (Sal_84_4s). 

 Capítulo 33 - Cómo Dios me dijo que sería examinada por varias personas, y que se me haría visible para quitarme cualquier temor. Que expresé con sencillez todo lo que él me decía, y de un mandato que me dio Nuestra Señora.

Este año de 1619, el día de la octava de la Concepción Inmaculada de tu santa Madre, estando en la iglesia del Colegio de Roanne, me elevaste en un arrobamiento muy sublime, durante el cual me dijiste que debía someterme al examen de varios doctores y grandes prelados de la tierra, pero que no tuviera temor alguno, pues tú te ocuparías de hacerme discernir y reconocerte, que me parecerías más blanco que la nieve [103] Me explicaste estos versículos del Salmo 67: Mientras vosotros descansáis entre las tapias del aprisco, las alas de la Paloma se cubren de plata, y sus plumas de destellos de oro (Sal_67_14). Hija, duerme y reposa en medio de todos los ruidos desagradables y mortificantes en extremo; yo haré maravillas que se realizan y se realizarán en ti. Mantén siempre tus alas de paloma; declara con sencillez todas mis palabras, que son claras como el sonido de la plata; sé franca con tus directores. Conserva junto conmigo este oro de caridad que se esconde entre tú y yo; es un reclinatorio donde me complace quedarme; di a tu confesor que deseo me recibas todos los días."

Al volver en mí, quise hablar con mi confesor, perdiendo de pronto la palabra por miedo a ser fanfarrona y sometida a exámenes tan diversos. Yo era feliz de ser desconocida de las creaturas, y sentía pena al saber que era necesario abrirme de este modo. Pero como no deseaba resistir a tus órdenes, me conformaba a todas tus voluntades, haciendo a un lado la mía, que tan admirablemente hiciste morir. Mi confesor, que era el R.P. Jean de Villards, esperó pacientemente hasta que me devolviste la palabra. Cuando pude caminar, me dijo que saliera de la iglesia y me ocupara en algo manual para distraerme; pero al ponerme a tender una cama fui repentinamente arrebatada en una suspensión, [104] sin poder pasar a otra cosa.

Me di cuenta que tu santa Madre estaba a mi lado derecho, mostrando una dulce majestad, y que me dijo: "Hija mía, ofrécete para restablecer mi casa que las ursulinas han dejado." Al escuchar estas palabras, respondí: ¿Cómo podré yo hacer esto. Señora mía, encontrándome sin medios ni capacidad? "Ofrécete, hija. Aquél que solo, obra maravillas (Sal_135_4). se ocupará de todo; transmite este mandato al Padre Cotón." Prometí a tu santa Madre obedecerla, lo cual hice, pensando que haría todo lo posible para llevar jóvenes a esta casa, aunque, según entendí, no entraría yo misma. Hice todo lo que pude para resucitar la Orden de santa Úrsula en ese lugar, pero todos mis esfuerzos fueron vanos.

Capítulo 34 - De cómo se me permitió comulgar todos los días, verificándose así la promesa que Nuestro Señor me había hecho de darme diariamente este pan supersubstancial.

Habiendo hecho las diligencias necesarias, me consideré desligada de esta comisión. Habiendo venido a hacer la visita al Colegio de Roanne, el R.P. Bartolomé Jacquinot, en su calidad de provincial, fue instruido por mi confesor acerca de las gracias y grandes luces que te dignabas comunicarme, oh mi divino amor. El me pidió fuese a encontrarlo en la iglesia, y me interrogó sobre los caminos por los que me habías conducido y me seguías conduciendo. El padre sintió una grandísima admiración ante los excesos de bondad que obrabas en mí. Me dijo que no debía dudar que se trataba de [105] tu Espíritu; que el mío no podía alcanzar estas maravillas, recomendándome serte fiel.

 "Hija, existe un escándalo activo y otro pasivo. Esto puede escandalizar a otros. Pero cuando Me dijo: "Me siento inspirado a concederte la comunión diaria," a lo que respondí: "Mi deseo de comulgar es muy grande, pero, Padre, esto hará hablar a todo mundo y tal vez no se verá como algo bueno. Será como un escándalo." se trata de un escándalo pasivo no estamos obligados en rigor y justicia a privamos de él. Comulga sin temor. Hija mía, te escucharé en confesión todos los días de mi permanencia en este Colegio. Que nada te atemorice, oh hija mía; tienes obligación de amar al que te otorga tantas gracias." Querido Amor, tú confirmaste el permiso que, por inspiración de tu espíritu, me dio el padre, diciéndome: "Hija mía, no caerías en cama a causa de estas grandes enfermedades si comulgaras todos los días; este alimento será salud para tu cuerpo y para tu espíritu." El día en que comencé a comulgar diariamente fue el 22 de agosto de 1620, día de la octava de la gloriosa Asunción de Nuestra Señora, tu santa Madre, la cual me dijo: "Hija, te he obtenido esta gracia de Aquél que es todo amor por ti; es la mejor parte. Es una bendición más grande que la que Rebeca hizo tener a Jacob; ésta contiene al Dios de toda bendición." [106)


 Capítulo 35 - De las grandes gracias que el Verbo Encarnado me concedió la víspera de san Bartolomé, diciéndome que me había destinado a instituir su Orden, y del gran amor que dijo tener hacia mí, el día de la fiesta de san Luis.

Al día siguiente, fiesta de este Apóstol, habiendo comulgado, te plugo revestirme con una túnica blanca, lavada y blanqueada como si yo hubiera sido nuevamente bautizada en tu preciosa sangre. Admiraba a este gran san Bartolomé, que fue despojado no solamente de sus vestiduras, sino de su propia piel; como un atleta divino, fue despojado de todo lo que no eras tú: Se privan de todo, y eso por una corona corruptible (1Co_9_25). Su despojo y su martirio le llevaron a ganar la corona incorruptible. Siendo un Apóstol de oración, te imitaba pasando las noches en la oración a Dios. La unción de tu espíritu le hacía doblar e hincar las rodillas cien veces al día y otras cien durante la noche. Las noches eran su iluminación y sus delicias.

  Ya tarde, alrededor de las nueve, estando retirada en mi oratorio, te plugo elevar mi entendimiento en una suspensión muy sublime, durante la que me dijiste: "Hija, tú piensas que debes gozar del reposo y quietud de la contemplación en la casa de tu padre, poseyendo la bendición celestial y divina del Pan Supersubstancial; tú amas tu recogimiento, pero mi divina sabiduría piensa de otro modo, habiéndote destinado para instituir una Orden bajo mi Nombre, que honrará mi persona encamada por amor a la humanidad. Así como he elegido al bienaventurado Padre Ignacio para instituir una Compañía de hombres que honre mi Nombre; yo te he escogido para fundar una Congregación de mujeres. Recuerda que un día de Pascua, en 1617, quise que portaras la cruz, seguida de muchas jóvenes vestidas de blanco, para venir a adorarme ante el altar donde reposaba. Portaste la cruz durante cuarenta horas, pero yo te llevaba y te suspendía deliciosamente, [107] acariciándote con más dulzura que Asuero a Ester, diciéndote que las ignominias de mi Cruz se transformaban en gloria para ti. El llevar la cruz era figura de lo que deseaba hacer de ti, llamándote para el designio que te declaro esta noche. Valor, hija, resuélvete a salir de la casa de tu padre, todo el recogimiento que tanto aprecias, para seguir mis intenciones." Sometiendo mi espíritu a tus leyes, consentí a todas tus voluntades, oh mi divino amor. ¡Qué bueno es adorarte y poner en ti todas mis esperanzas!

Al día siguiente, fiesta de san Luis Rey, me invitaste al comulgar, a entrar en tu costado, que me mostraste como el hospital de los pobres necesitados, diciéndome: "Hija, entra en la llaga de mi costado abierto, pero prevén que un cuerpo afligido no puede sufrir cosas duras sin los sobresaltos de los dolores o cicatrices que producen las cosas creadas; sé sencilla en todos tus deseos y desnúdate de todo lo que no es mi puro amor, y así me consolarás en mis sufrimientos y serás un bálsamo consolador sobre mi llaga; mientras más sencilla es un alma en sus intenciones, tanto más me deleito en recibirla dentro de mi corazón amoroso."

 A las nueve de la noche, estando en mi oratorio, tu Majestad me acarició de un modo divino, diciéndome tres veces: "Oh, hija mía, cuánto te amo; ¿Qué deseas de mí? Pide con toda libertad; yo te lo daré; mi Amor me lleva a conceder todas las peticiones que me presentes." Ante estas palabras, repetidas tres veces, "Hija mía, cuánto te amo," mi espíritu fue sorprendido de asombro y mi corazón lleno de tantas delicias, que estuvo a punto de derretirse o de estallar de gozo. Saltando de alegría, parecía querer salirse de mi pecho. No pude decirte cosa alguna: Amor, no deseo nada. Teniéndote a ti lo tengo todo; pero como deseas que te presente una súplica, te pido en todo y por todo tu mayor gloria y la salvación de las almas rescatadas con tu preciosa sangre. Es todo lo que deseo.

 Capítulo 36 - Como el Verbo Encarnado me introdujo en sus entrañas adorables, y las bodas que se dignó tener conmigo.

  [108] El 26 del mismo mes, estando para comulgar, supe que tu Majestad venía a mí con un amor ardentísimo. Después de recibirte, me abriste tu costado, invitándome a entrar de inmediato, pidiéndome amorosamente atravesar tu corazón y penetrar hasta el fondo de tus entrañas, las cuales me parecieron bóvedas adorables en forma de Galería, como de un rojo transparente, tan bello como jamás vi otro. Ellas me representaban el mar que tu discípulo bien amado describió en su Apocalipsis: Y vi también como un mar de cristal mezclado de fuego, sobre el que se tenían de pie los que habían salido victoriosos contra la bestia, llevando las cítaras de Dios (Ap_15_2). Esta cítara es tu corazón, que es el corazón de un Dios, el cual me diste para deleitarme y para cantar el cántico del divino amor a tu Padre, por el Espíritu Santo que me instruía, corazón que reproduces por medio de diversos afectos, al darlo a los que te aman, pareciendo multiplicarse en quienes moran únicamente en ti.

[109] Me hiciste ver, por esta admirable visión, que los cuerpos gloriosos son transparentes, y que el tuyo lleva en sí y dentro de sí, al amor todo inflamado; que tu preciosa sangre le hace parecer un cuerpo revestido de púrpura real. No me es posible describir las delicias que recibió mi espíritu; no puedo hacerlo. Me dijiste que muchos habían sido admitidos a tu corazón, pero que no habían paseado en esta Galería, y que no habían podido saber todos los secretos de este lecho imperial y divino, que tu Amor te impelía a declararme, como a quien amas en calidad de esposa.

 Los sentidos, como las vírgenes necias, no entraron a esta cámara nupcial; tu corazón sacrosanto fue nuestro lecho adorable y floreciente de pureza, donde me uní a ti con una unión purísima y virginal, pudiendo decirte con santa Inés: Amo a Cristo, en cuyo tálamo penetro; cuya madre es una virgen, cuyo padre no conoció mujer; a quien canto con el órgano modulando mi voz: al amarle, permanezco virgen; al tocarle, quedo sin mancha; [110] al aceptarlo, conservo mi castidad. Me ha dado el anillo de su fidelidad, y con inmensas riquezas me ha adornado; bebí leche y miel de sus labios, y con su sangre decoré mis mejillas. Puso un signo sobre mi rostro, para que no acepte otro amor sino el suyo. Ciñó mi mano derecha y mi cuello con piedras preciosas; colgó de mis oídos perlas de inmenso valor, y me rodeó de gemas variadas y resplandecientes. Ya mi cuerpo es uno con el suyo; estoy desposada con aquel a quien los ángeles sirven, cuya hermosura el sol y la luna admiran; sólo a él sirvo en la fe; a él me entrego con toda devoción (21 de enero, Breviario Romano).

Para expresar las delicias de tus bodas, oh divino Cordero, hace falta que lo hagas tú. Juan Bautista, tu Precursor, estuvo presente haciendo llevar antorchas a los espíritus celestes; no conozco su nombre. Guardaban todos un silencio admirable, adorando en espíritu y en verdad a tu Majestad, sirviéndola con un respeto que no me explicaba, estando arrobada y felizmente abismada en ti. No deseaba ser la escrutadora de tu Majestad; sabía bien que el amor va más allá de la ciencia. No temía ser aplastada por tu gloria, y experimentaba la promesa que me hiciste hacía unos años, antes de concederme este gran favor: prometiste ser para mi alma un muro de fuego, y hacerme experimentar en vida las delicias de este término. La liberalidad de tu amor [111] en este arrobamiento duró dos horas, y me hizo abundar en gozo: Y seré para ellos, dice el Señor, muro de fuego que los rodee; y estaré glorioso en medio de ellos (Za_2_9). Me dijiste que te era tan querida como la niña de tus ojos: Grita de gozo y regocíjate, hija de Sion, pues he aquí que vengo a morar dentro de ti, oráculo de Yahvéh. Poseerá Yahvéh a Judá, porción suya en la Tierra santa, y elegirá de nuevo a Jerusalén (Za_2_14s). Este muro de fuego era ese mar de cristal ígneo; esta gloria era la gloria de un Esposo real y divino que era mi lecho y mi cámara nupcial; mi palacio y mi Louvre. Eras todas las cosas para mí, uniéndome a ti después de la santa comunión en estas bodas divinas.

Yo estaba en ti y tú en mí. Por una amorosa transformación y una augusta deificación, permanecía casta al amarte y pura al besarte, y al entregarme enteramente a tu amor, sigo siendo virgen. Me hiciste cantar divinamente un cántico nuevo; eras mi órgano melodioso; me diste el anillo de la fe, que fue el que tu Padre dio a san Pedro, que la carne y la sangre no pueden revelar, y que todo el infierno no puede arrebatar al alma.

 Capítulo 37  De las delicias, las claridades, las llamas que el esposo divino comunica a sus esposas, y de las joyas con las que las adorna, y como las convierte en la admiración de su corte celestial.

  No sé cómo expresar las arrebatadoras conversaciones con que tu amor me instruía en tus bondades amorosas [112] Ah, qué felices son tus esposas, al ser conducidas al interior del templo sagrado donde ven tu apasionamiento, que es tu corazón, que desborda sus delicias sobre ellas según los oráculos del Rey Profeta: Se saciarán de la grasa de tu casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz. Guarda tu amor a los que te conocen, y tu justicia a los rectos de corazón (Sal_36_9s). Tus esposas, Oh divino esposo, al contemplarte en el origen y manantial de vida que es tu divino Padre, ven cómo eres luz y Dios de Dios; cómo vives de tu vida natural por tu Padre. Ellas ven a través de ti, por una admirable comunicación o participación de esta vida divina. Al mirarte ven a tu Padre, y no te dicen más: Muéstranos a tu Padre y esto nos bastará. Ellas observan cómo estás en tu Padre, y tu Padre en ti. Este es el secreto de la alcoba; ellas ven tus misterios como al descubierto. Si existen algunos velos, es para impedir que estas grandes claridades no las cieguen de tanta luz, modificando tus esplendores afín [113] de que su entendimiento los pueda contemplar, y temperando tus ardores con el propósito de que la sede de la voluntad, que es el corazón, pueda soportarlos, porque está en peligro, por así decir, de estallar a causa de estos ardores amorosos; al ver a un bien infinito. ¿Quién no le amará en extremo? Hace falta un divino poder que sostenga y mantenga la vida al corazón que el amor divino abraza de tal suerte.

Tú eres un sol tan caluroso como luminoso; estas almas son tus tabernáculos. Oh divino esposo, en muchas ocasiones me has hecho comprender estas palabras del Rey Profeta: Levantó en el sol su tienda: y él, como un esposo que sale de su tálamo, se recrea, cual atleta, corriendo su carrera. a un extremo del cielo es su salida, y su órbita llega hasta el otro extremo, sin que haya nada que a su ardor escape, (Sal_19_6s). diciéndome: Hija, yo soy el divino esposo que ha venido a ti como un sol en su alcoba nupcial, con júbilo y estremecimiento. Vengo a paso de gigante, del seno de mi Padre, sin dejar el tuyo y colmándote de gracias. Es mi divino Padre quien te atrae a mí por el Espíritu Santo; [114] tú sabes, mi bien amada, que nadie viene a mí si mi Padre no le atrae, y que nadie conoce al Padre sino aquellos a quienes me place revelar su paternidad. Yo te abrigo en mi seno para hacerte entrar al suyo junto conmigo y presentarle tus oraciones. "Hago todas las cosas por ti: ejerzo el oficio que los ángeles desempeñaban con Jacob; así, yo soy el Ángel del Gran Consejo y el Ángel del Testamento de Amor, y del cual deseo ser yo mismo el ejecutante. ¿Cómo podrás esconderte de mi llama que te descubre mis secretos y que te da a conocer al cielo y a la tierra como mi esposa bien amada, adornada de tu divino esposo como una nueva Jerusalén? En verdad, al verte, mi favorito puede decir: Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo; (Apoc_21_2). Y yo, tu Esposo, me complazco en repetirte: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, (Ap_21_3). Dirigiéndome a mi corte celestial afín de que alaben a la que amo, y a quien he dado como arras el anillo de esposa en signo de mi fe. Hija, las arras no se regalan; se las guarda a perpetuidad, pues son prenda de promesas. Esta luz de la que te hablo con el nombre de fe, jamás te será quitada; ella crecerá hasta el mediodía de la gloria, y te hará parecer una aurora iluminada por el divino Sol, que te transfigura en un ser radiante. Al ver esto, los espíritus bienaventurados, llenos de admiración, exclaman: ¿Quién es ésta que surge cual la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como ejército en orden de batalla? (Ct_6_10). ¿Quién es esta jovencita que avanza como viajera por el camino, a quien ha sido dado el privilegio [115] de ser esclarecida con la gracia del mismo Sol que nos ilumina en la gloria, que es la meta final?

"Es una aurora que crece en méritos y en claridades; es consorte de la Naturaleza divina, por ser la esposa de nuestro Rey. La admiramos como una bella luna al lado de su sol, entre los cuales la tierra no causa ningún eclipse porque ella es un cielo iluminado por los divinos resplandores; ella es elevada por este divino esposo por encima de las creaturas; ella está en él, y él en ella. Esto es lo que la hace majestuosa como una Reina coronada de luz por el Rey, su sol, el cual la hace aparecer radiante y gloriosa. Tú le has dado los brazaletes de la esperanza, esperanza que no se confunde con el collar de la caridad al que santa Inés se refiere en estas palabras: Ciñó mi mano derecha y mi cuello con piedras preciosas y colgó de mis oídos perlas de valor inestimable. Y me rodeó con gemas variadas y resplandecientes (21 de enero Br.Ro.). Nosotros la honramos como la compañera de tu reino y la esposa de tu lecho, a la que has dado tu cuerpo sagrado informado de tu alma bella, estando el uno y la otra cimentados en la segunda hipóstasis de la muy adorable Trinidad; esto es lo que la hace participar de la divina naturaleza. Estos pendientes para las orejas son tus palabras divinas, que son más preciosas que todas las perlas orientales; palabras amorosas que contienen secretos que no se descubren sino a las esposas sagradas y consagradas por tu divino amor. Bendición, claridad y acción de gracias a tu divina Majestad.

 Capítulo 38 - Visión figurando la Orden que Dios me había revelado y como debía ser una nueva introducción del Verbo Encarnado en el mundo, al cual los ángeles tenían la orden de adorar; de los favores grandísimos que me prometió la divina bondad.

 [116] La noche siguiente me pareció ser conducida a una habitación convertida en capilla; había una mesa para servir de altar, en medio de la cual estaba una escultura en relieve, que a primera vista me pareció ser la imagen del bienaventurado Ignacio, fundador de tu Compañía, pero su rostro cambió de repente, apareciendo el tuyo. En los costados de la misma vi dos querubines, el uno frente al otro, que miraban la estatua y que, al mismo tiempo, dirigían sus miradas por toda la habitación. De igual manera los vi contemplar con atención a una joven que estaba sola en este aposento convertido en capilla, adorando de rodillas a la Majestad que se escondía tras de la estatua.

Sobre este altar había un candelero trabajado con tanto artificio que no parecía una obra de aquí abajo. Este candelero iluminaba sin aceite ni cirio; su materia y sustancia me eran desconocidas, más no su claridad. Después de comulgar por la mañana, me hiciste comprender los grandes misterios que me habías hecho ver, y que este cambio de rostro mostraba que las sombras preceden a las verdades, las cuales son perfectas, y que no comprendía de pronto todos los misterios de tu Instituto; que habías deseado instruirme mediante la figura de san Ignacio antes de instruirme por la tuya propia, como dice san Pablo que tu divino Padre nos ha hablado por medio de los Profetas y después por ti, su Hijo, que eres el esplendor de su gloria, la figura de su sustancia y el portador de toda palabra [117] de su virtud: Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa  (Hb_1_ls).

Después de esta visión admirable, me vino a la mente lo que tu santa Madre me había dicho, de ofrecerme solamente al designio de tu sabiduría escondido en ella, asegurándome que tú, el único que obra maravillas, serías tan bueno como poderoso para darle cumplimiento en el tiempo previsto por ti. Estos dos querubines admiraban el amor demostrado por tu Majestad hacia una jovencita, la cual era iluminada por una claridad desconocida a quienes viven en la tierra ya pesar de ser nada, escogiéndola para llevar a cabo un designio tan augusto, comunicándole de manera divina los favores que tu divino Padre había manifestado a Abraham, deseando hacerla madre de una multitud de hijas que serían como estrellas brillantes en esta Orden de amor, introduciendo nuevamente a su primer nacido al mundo mediante este Instituto que sería una extensión de la admirable Encarnación: Y nuevamente, al introducir a su Primogénito en el mundo, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios.(Hb_1_6). Ordenaste a todos, Oh divino Padre, adorar a tu Hijo que deseaba ser introducido [118] en el mundo por medio de este Instituto. Me dijiste que me darías en él al germen de David, Rey, y que tu misericordia y tu verdad precederían a tu obra, la cual estaba siempre en tu presencia, y que mi alma probaría el júbilo del que habla este Rey Profeta: Justicia y Derecho, la base de tu trono. Dichoso el pueblo que la aclamación conoce (Sal_89_15s). Me dijiste que en la luz de tu rostro caminaría en tus sendas; claridad que nunca me abandona, ya que después de tantos años sus rayos me siguen alumbrando por pura bondad tuya, elevando mi espíritu, cuya asunción obras tú mismo. Todas mis potencias te dicen: Por tu favor exaltas nuestra frente; sí, Yahvéh es nuestro escudo; el Santo de Israel es nuestro rey. Antaño hablaste tú en visión a tus amigos, y dijiste: He prestado mi asistencia a un bravo, he exaltado a un elegido de mi pueblo (Sal_89_18s). Te he oído decir a tus santos que tenías la inclinación de amarme, y que en mí deseabas obrar un milagro de amor. Al pronunciar esta palabra, milagro, me hacías más humilde, dándome a conocer el poder de la gracia con que me sostenías y al obrar en mí, mostrándome que por mí misma no puedo nada ni poseo virtud alguna. Es por ello que tu caridad cuidaba de todo lo que deseaba se hiciera realidad, derramando sobre mí en forma divina la unción que endulzaba todas las repugnancias que podía yo tener; [119] que tu mano me ayudaría, y que tu brazo me fortificaría; que mis días serían bendecidos como los días del cielo, porque serían los tuyos; y que te complacías en darme tu misericordia, porque deseabas obrar en mí con misericordia; que este Instituto sería establecido en medio de grandes contradicciones, como el reino de David, porque debía ser eterno en ti; que no le comparabas con el reino de Salomón, que fue dividido por su hijo: el uno y el otro no lo habían adquirido por medio de las armas y la obediencia a todos tus mandatos; que David, a pesar de sus ofensas, había mostrado siempre una inclinación cordial a tu ley, haciendo todas tus voluntades. Si pecó, su contrición mostró el grado de su arrepentimiento. Viendo de qué manera me favorecía tu bondad, permanecía confusa y abismada en la consideración de la misma.

Informé al P. Jacquinot sobre todo lo que me habías dicho. El padre me respondió que no dudaba que tu Majestad establecería esta Orden, pero que debía yo esperar el tiempo que tu sabiduría mostraría como el más propicio; que permaneciese en casa de mi padre, perseverando en mis ejercicios de devoción y comulgando todos los días según el consejo y el permiso que había recibido de él [120). El mencionado P. Jacquinot me pidió le enviara, por medio de cartas, la relación de las gracias que te complaces en darme, lo cual hice mientras que estuvo como provincial en Lyon, y también al ser enviado como superior provincial de la casa profesa de la Provincia de Toulouse. Puede verse en las cartas que le escribí la continuación de tus bondades hacia mí, en caso de que las haya guardado.

Tu Majestad parecía no tener a quien acariciar en la tierra sino a mí, y aunque te decía con frecuencia: " ¡Es demasiado!" si no supiera que eres la sabiduría y la eterna ciencia, diría que ignoras la indignidad de aquella a quien amas sin mérito alguno de su parte. Tu amor hacia mí hace ver a todos tus santos que tu bondad no tiene otros motivos que ella misma para comunicarse a mí. Tú renuevas en mi alma casi todos los misterios que la Iglesia nos representa acerca de tu vida en el curso del año. Como respuesta, me decías: "Hija, al igual que Zorobabel, eres un signo ante mi faz; así como dije a Noé que al ver el arco en el cielo recordaría la alianza de paz que había hecho, y de no volver a enviar un diluvio, de igual modo al verte recuerdo mi bondad, que es comunicativa en sí misma. Es mi esencia; no puedo ignorarla: es lo mismo que mi ciencia y mi ser; es mi naturaleza."

Querido Amor, desde que me dijiste que mi suerte está en tus manos, siempre me he visto rica en ti. Me equivocaría si menospreciara las riquezas y los tesoros de tu benignidad. Me contristo al ver que otros las desprecian al acumular un tesoro de ira para el día de tu justa venganza.

Capítulo 39 - Porqué Dios escogió Roanne para el nacimiento de esta Orden, y las grandes contradicciones que me predijo, dándome la seguridad de sus poderosos favores, y como fui presentada a este Dios de bondad.

 [121] De tiempo en tiempo me hacías ver que se acercaba el día de iniciar el establecimiento de tu Orden. Un día de san Ignacio, en 1621, me dijiste que de Roanne, que es un lugar pequeño, nacería nuevamente el Señor que rige el cielo, la tierra y principalmente el pueblo de Israel. Las almas que han sido elevadas para verte por medio de la contemplación, me decían: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel (Mi_5_1).  "Hija, así como mi primer nacimiento causó grandes inquietudes en los espíritus de los grandes, así sucederá en el segundo; prepárate a sufrir grandes contradicciones. Los grandes árboles extienden sus raíces más lejos cuando son agitados por los más fuertes vientos. Sé siempre mi Sulamita, toda pacífica; que los carros de Aminadab no te arrebaten el valor. Cuando, por ser mujer, te veas afligida, escucha a mi divino Padre, a mí y al Espíritu Santo, pues te llamaremos hacia nosotros. Escucha a mi humanidad que te llamará por cuarta vez, al decirte que vengas a refugiarte en mis llagas. Sé bien, querida esposa, que me dirás con frecuencia: ¿Por qué miráis a la Sulamita como en una danza de dos coros? (Ct_7_1). Y yo te responderé amorosamente: ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! Las curvas de tus caderas son como collares, obra de manos de artista (Ct_7_2). [122] Mi bien amada, los progresos que mi amor te ayudará a hacer serán de mi agrado y tendrán consideración hacia los desvíos de tus pasos del camino de mi temor. Tus afectos, hija, no se extenderán a las creaturas. Seré para ti un signo para el bien, para confundir a todos los demonios, en especial al que tentó a Ario y el que sedujo al Faraón, los cuales se opusieron durante largo tiempo a mi gloria. No les temas, hija; serán vencidos. Miguel los dominará como lo hizo con el dragón. "Sufrirás grandes trances como esta mujer del Apocalipsis, para producirme en la Iglesia por medio de este establecimiento. Mostraré mi fuerza en ti, a pesar de que eres débil. Te juro por mí mismo y por mi salud, yo que soy el primero de los predestinados, que haré realidad mi designio. Yo soy el Padre de los siglos futuros, el Príncipe de la paz, el Consejero admirable, el Dios fortísimo; llevo mi principalidad sobre mis hombros, hija mía. Te prometo proporcionarte lo necesario para fundar; tu suerte está en mis manos y en mis ojos tus recursos; en mi seno, tus tesoros. Este Rey que dijo que de su pobreza me construyó un templo que fue la maravilla del mundo, me complació; pero hija, siento un agrado mucho más grande al ver los que tú me edificarás. Todo está en el presente para mí; el pasado y el futuro es lo que perciben las creaturas. Mi percepción lo conoce todo; es eterna, inmensa e infinita. Contemplo con delicia las casas de mi [123] Orden, donde seré adorado en espíritu y en verdad. No dudes esto, hija; mi Providencia vela sobre ti, y mi misericordia te servirá todos los días de tu vida. Yo soy el Señor que te gobierna. Nada te faltará; deléitate en este Señor todo amor por ti, y él concederá las peticiones de tu corazón; verás cómo él escuchará sus deseos y mucho más de lo que puedas imaginar."

Queridísimo Amor, hablo mucho, pero ni siquiera digo la milésima parte de lo que me has dicho, Esposo mío amadísimo. Cuando escribí mi vida por primera vez, no sabía cómo expresar los favores que me habías concedido. Era el año 1619; no me habías desposado con las magnificencias reales y divinas; me lo pediste, y te respondí que era toda tuya. En aquel tiempo mi confusión era inexplicable, pero ¿dónde me encuentro al presente? Si no temiera desobedecer, me detendría en el abismo de los pensamientos que tus liberalidades producen en mi alma, y diría a mi eminentísimo Prelado algo que te he dicho muchas veces: ¡A, a, a. Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho (Jr_1_6). Tal vez él no [124] me lo perdonaría, ni tú, que me has dicho y me dices aún: No digas: Soy un muchacho, pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás (Jr_1_7). No temas, hija, yo estoy contigo; he puesto mi mano sobre ti. Mi Espíritu te ha dado una lengua y mi Padre unos labios y su mismo Verbo. El te dice: Mira que he puesto mis palabras en tu boca (Jr_1_9). Hija, no te envío para llorar los infortunios de la antigua Jerusalén: Alégrate, Jerusalén, y regocijaos por ella todos los que la amáis (Is_66_10).

Querido Amor, me regocijo en todo momento de ser hija de tu Iglesia. Te pido que todas las hijas de tu Orden se regocijen ante esta dichosa filiación, a la que tu misericordia nos ha destinado antes de nuestro nacimiento. Como tu santa Madre te dio al mundo por la Encarnación, quisiste que ella me presentara a la divinidad, la cual me recibió favorablemente de manos de esta Señora elevada sobre todas las puras creaturas.

Yo vi a la diestra divina un fuego en figura de un sol, el cual ardía sin consumir. Cubría su esplendor acomodándose a la debilidad. Comprendí que era el nombre admirable de Dios, que yo debía proclamar en todas partes, y que el brazo todopoderoso de tu diestra abatiría a todos mis enemigos, haciendo ver su gran virtud.

 Capítulo 40 - Que el Verbo Encarnado permitió las enfermedades de mi director para que, llevándoselo, me dispusiera para el establecimiento de su Orden y de otras muchas visiones que tuve de san Miguel y de mi divino Pontífice.

Tu sabiduría, que dispone todas las cosas suave y fuertemente para tu gloria y aprovechamiento de los que te dignas llamar mediante vocaciones extraordinarias, permitió que el R.P. Philippe de Meaux se enfermara con tanta frecuencia, que los médicos juzgaron que debía salir de Roanne. Si no se hubiera enfermado, le habrían permitido [125] seguir siendo rector del Colegio hasta la muerte del Señor de Chenevoux, porque le tenía cariño y le honraba tanto como al R.P. Joseph de la Royauté, que ha sido rector más de doce años, por deseo del mencionado señor, que era el fundador de este Colegio. Esta enfermedad es uno de los males que permites para sacar un bien. No pienso con ello ofender tu bondad, pues la Escritura dice que no existe el mal en la ciudad que el Señor ha construido. Tu Providencia, que me había dado a este Padre para conducirme por un camino tan sublime como difícil, había puesto un límite a esta dirección, aunque dejándome siempre el valor de obedecer a todo lo que este padre me decía o deseaba de mí. Había tomado la decisión de dejarlo guiarme toda la vida, a pesar de saber que este padre no me permitiría sino con mucha dificultad salir de mi casa paterna, donde me veía dedicada a un recogimiento y oración continuos, y aunque débil de cuerpo, acariciada de tu Majestad, de suerte que con frecuencia las delicias interiores me impedían dedicarme a las cosas exteriores, siéndome penoso hablar y orar vocalmente.

Estos pensamientos podían seguir siendo las grandes dificultades que era necesario vencer, y los medios necesarios para fundar una Orden. El no dudaba de los caminos de tu Providencia, pero pensaba que [126] sería mejor practicar los ejercicios que acostumbraba, y que él llamaba virtudes sólidas, que yo no veía en mí, pues me has hecho ver que nos las tengo. Si las practico ocasionalmente, es por ti mismo, oh mi divino amor, a la manera en que un escribano lleva la mano de un niño para ayudarle a hacer las letras; no encuentro otra comparación presente en mi espíritu que sea más propia para expresar lo que obras en mí o conmigo, dando el movimiento a mi alma y conduciendo mis potencias o facultades hacia la ocupación que deseas para ellas.

 Estimaba tan valiosa la dirección de este padre, que te pedí me lo conservaras, hasta llegar a la inocencia que él me proponía, y que yo no podía alcanzar sin una gracia muy poderosa, que esperaba recibir de tu amable bondad, que ya me había dado tantas otras. Por mi experiencia en el pasado, la suponía para el porvenir. El temor de ser incapaz de una iniciativa tan grande como era el establecimiento de un nuevo instituto, y careciendo de lo que me parecía imprescindible para este gran proyecto, pues no tenía bienes temporales ni el favor de los grandes, no veía en mí la capacidad ni la inteligencia necesaria para ello. Todas estas contradicciones y otras más me parecían razonables para convencerme de que esta empresa podía muy bien ser una tentación; que no estaba obligada a creer las revelaciones que me impulsaban a instituir una Orden que exigía una santidad de la que me encontraba muy lejos; [127] que esto podía ser una temeridad; que muchos habían sido engañados por ilusiones de aquél que se transfigura en ángel de luz.

 Ante estos pensamientos, tu Majestad mostró su celo amoroso, imprimiendo en mi alma un sentimiento de fidelidad; que esta elección procedía de ti, que deseabas mostrar tu fuerza en mis debilidades, tu ciencia en mi ignorancia y tu poder en mi impotencia: En seguida encontraría un asilo contra el viento furioso y la tormenta (Sal_55_9). Reanimaste mi espíritu y mi valor en ti y derrotaste a todos mis enemigos. Tu verdadera luz disipó mis nubes y tu fuego destruyó mis frialdades, mostrándome que levantabas el trono de tu gloria sobre el escenario de nuestras fragilidades; al ver esto, exclamé: ¡Qué grandes son tus obras, Yahvéh, qué hondos tus pensamientos! (Sal_92_6).

 Llegó la Pascua. Durante este tiempo caí enferma cerca de un mes, aunque esta enfermedad no me impidió comulgar diario. Recibí, además, grandes consolaciones de tu santa Madre, la cual me confortaba mientras que la fiebre me desgastaba tan duramente. Para aliviarme en el sufrimiento causado porque te escondías de mí, al cabo de algunos días e ignorando la causa, vi tres coronas sostenidas y ensartadas en una vara, y también unos cálices. Ignoraba el significado de todas estas visiones, hasta que te dignaste, mi divino Intérprete, dejarte ver de mí. Al retomarme amorosamente, me dijiste: "Hija, te has quejado con tu confesor [128] de mi ausencia, como de una pena intolerable a una esposa acostumbrada a los mimos de su divino esposo; mi santa Madre te ha visitado y consolado. ¿No te había yo hecho ver cruces y cálices, y después esas tres coronas en una vara? Todo eso eran signos de aflicciones que yo deseo coronar."

Al decirme estas palabras, se me apareció una grande y pesada cruz de mármol blanquísimo. Tu Majestad, al verme espantada por las dimensiones de esta cruz, me dijo: "Hija, tú no cargarás con esta cruz; es la cruz quien te llevará. Es toda de roca de mármol, y sobre ella deseo fundar el Instituto. La esposa del Cantar dijo que mis piernas son columnas de mármol. Yo soy la verdadera roca sobre la cual está fundada mi Iglesia. Animo, hija, fundaré mi Orden sobre mí mismo." Al mismo tiempo, vi un cáliz lleno de flores. Mi amable Doctor me dijo: "Mi bien amada, este cáliz lleno de flores es para embriagarte y embellecerte. a ello se refería David cuando dijo: Unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa, (Sal_22_5). cuando le hice comprender que mi divina misericordia deseaba acompañarle todos los días de la vida. Tú puedes decir lo mismo: es lo que te he prometido. Mis promesas son infalibles."

Algunos días después de lo ocurrido, el P. de Meaux vino a informarme de la consulta que los médicos habían tenido, y que estaba [129] por partir, lo cual me entristeció en el acto. Sin responderle, me dirigí a ti, mi bien amado, diciéndote que me habías enviado a este padre que ahora me quitabas a causa de sus enfermedades; y que en consecuencia, me volvía al que me había enviado a él, que eras tú mismo. Comprendí que era necesario que el padre dejase el Colegio, afín de que no me hiciera permanecer en la casa de mi padre, cuando tú quisieras que iniciara la Congregación.

 En cuanto salió de mi habitación, se me presentó san Miguel para ofrecerme su ayuda. Al desaparecer, te hiciste ver con una tiara hecha en madera, sin joyas ni adornos. Me sorprendió que tu Providencia, en su diligencia admirable, no la hubiese adornado de piedras preciosas. Estas visiones me hicieron ver que habías dado a san Miguel una nueva comisión de asistirme, encomendándole el Instituto que deseabas establecer. Me le diste como uno de mis maestros, a fin de que me instruyera en tu voluntad por medio de irradiaciones y coruscaciones deslumbradoras. Me diste a entender, por medio de la tiara sin adornos que tenías al principio, que iniciabas tus proyectos en la más pobre apariencia, y los llevabas a cumplimiento por medio de ricos efectos; me enseñaste que eras mi buen Pontífice que proveería a todas mis necesidades, y que me compadecías en todo.

Capítulo 41 - Que la santa Virgen me presentó a la santísima Trinidad. De la venida del Espíritu Santo a mi alma para hacerme renacer espiritualmente; de doce lenguas de fuego y doce puertas. De Los deseos que los santos tenían de mi crecimiento para los designios del divino amor.

 [130] Al día siguiente, al comulgar, mi espíritu fue elevado en presencia de la santísima Trinidad, que se mostró solícita al considerarme como una pequeñita sostenida por la santa Virgen. Supe entonces que toda esta augusta Sociedad trataba sobre grandes misterios, destinando a esta joven, por acuerdo divino, a obrar cosas grandes para gloria de Dios, que, por ser bueno, se dignaba escogerla y aceptarla de manos de aquella que es su Madre, su Hija y su Esposa.

 Al pensar en la partida de este padre, seguía experimentando algunos resentimientos que mostraban mi debilidad. Me consolaste amorosamente, diciendo: "Hija, mis Apóstoles, a los cuales dije que era necesario que yo me fuera para enviarles al Espíritu Santo, seguían siendo imperfectos, entristeciéndose ante mi ausencia."

Querido Amor, me diste este ejemplo para que sobrelleve con mansedumbre mi propia imperfección, esperando el día de la venida de este divino Paráclito, el cual prometiste enviarme, y lo hiciste. En ese día sagrado, al comulgar, quedé extasiada. Llenaste de gozo mi corazón, y vi una mano que, con el dedo índice, me mostraba el oriente del cual deseabas, [131] en unión con tu divino Padre, enviar al Espíritu que de ustedes procede, que es todo amor. Me sentía confusa al verme tan imperfecta y privada de toda virtud. Este piadoso Padre de los pobres me consoló y me lavó, haciéndome renacer en este baño admirable, en el que recibí un nacimiento nuevo que arrebató y elevó mi espíritu en presencia de la santa Trinidad. Contemplé a estas Tres divinas Personas, que obraban esta admirable regeneración, llevándome en brazos como una niñita a la que lavaban con el agua que destilaba una nube. Escuché estas palabras: Destilad, cielos, como rocío de lo alto (Is_45_8). Que esta nube llueva al justo, y que en esta joven sea producido el divino Salvador.

 Vi doce lenguas de fuego, que fueron transformadas en doce puertas que representaban las doce entradas a la Jerusalén celestial. Me dijiste que tu Espíritu hace pasar a las almas por estas puertas, concediéndoles la justificación, mediante la cual es posible entrar por las doce puertas al interior de la celeste Sión [132] Sólo a través de estas doce entradas tendrán acceso a la gloria las naciones. "Mis Apóstoles recibieron estas lenguas, y mi Santo Espíritu ha abierto por ellos las puertas al Evangelio. Por esta razón, el Apóstol (que puede contarse como el décimo tercero, a quien descendí personalmente del cielo para llamarle al apostolado] exhortaba a los Colosenses reunirse para orar, diciéndoles: Orad al mismo tiempo también por nosotros para que Dios nos abra una puerta a la Palabra, y podamos anunciar el misterio de Cristo (Col_4_3).

   "Querida hija, mi Espíritu es un fuego que abre las puertas y que concede hablar en lenguas a los Apóstoles y a las personas que elijo para dedicarlas al gran ministerio de la conquista de las almas. El te ha concedido el lenguaje y la palabra para expresar mis misterios, a pesar de no ser tú sino una jovencita. El te abrirá las puertas que los enemigos de mi gloria desearían cerrarte; no temas, hija, la bendición de los hermanos de Rebeca es para ti, porque eres la querida esposa de tu Isaac, que soy yo.

 Recibe las felicitaciones de tus hermanos santificados y glorificados, los cuales se regocijan por el favor que has recibido de toda la santa Trinidad, la cual te ha elegido mediante una alianza tan augusta y una misión tan gloriosa. Todos te dicen a una: Oh hermana nuestra, que llegues a convertirte en millares de miríadas, y conquiste tu descendencia la puerta de sus enemigos (Gen_24_60). El placer que me has dado al responder a mis inspiraciones que te llaman hacia mí, "Iré," no me ha pasado desapercibido. Saldría de mí mismo si no permaneciera, en una divina persistencia, en mi inmensidad que lo llena todo, para llegar ante ti. Lo hago al reproducir mi humanidad sobre los altares a la manera de Isaac, quien salió al camino cuando vio acercarse a su Rebeca: Isaac se había trasladado del Pozo [133] llamado viviente pues habitaba el territorio del Negueb. Una tarde salió a pasear por el campo (Gen_24_6s). El vio a los camellos, y a Rebeca montada sobre uno de ellos, del cual descendió. Cuando ella a su vez vio a su prometido venir a pie, preguntó a uno de los servidores de Isaac: ¿Quién es este hombre que camina por el campo a nuestro encuentro? Dijo el siervo: Es mi señor (Gen_24_65).

 "Querida esposa, yo soy Aquél que emana del pozo paterno, que es llamado viviente y vidente, y que habito y reposo en el cenit del puro amor. Mi Padre y yo producimos al Espíritu Santo, que es el término de todas las emanaciones y divinas producciones de nuestra intimidad. He venido sin dejar el seno paterno, a las entrañas de mi Madre, que es un campo y una tierra de bendiciones. Ahora me llego a ti, que eres mi tierra y mi campo bendito en estos últimos siglos, que parecen un día que declina. He meditado por amor en los favores que mi Padre, yo y el Espíritu Santo hemos deseado comunicarte por toda la eternidad. He pensado regalarte estas gracias en mi calidad de Verbo divino y Verbo humanado, desde el momento de mi encarnación. Por medio de mi fiel san Miguel, te he enviado favores que son verdaderas joyas, dándole orden de enterarse si deseas ser mi esposa. Tú has respondido, como Rebeca que venías a mí por su medio, y has llegado acompañada de tu nodriza que es el Santo Espíritu, el cual no te ha retirado la leche de sus dulzuras desde que se complació en mostrarte que deseaba alimentarte de sus pechos reales y divinos. El jamás morirá; no es mortal como la nodriza de Rebeca la cual fue sepultada: En las inmediaciones de Betel, debajo de una encina; y él la llamó la Encina del Llanto (Gn_35_8). El Santo Espíritu produce doce frutos, uno de los cuales es el gozo, del cual saboreas la bondad, vives en paz y alegría. Te amo más de lo que Isaac amó a Rebeca, que el amor que tuvo hacia ella suavizó la tristeza que experimentó al morir Sara su madre. Mi bien amada, tempera la tristeza que la tierra debería tener al no haber podido retener a mi santa Madre." Querido Esposo, me dices has orado por mí afín de que yo conciba y dé a luz a dos pueblos: uno en el tiempo y el otro en el claustro [134] Si has destinado unas mujeres seculares por las primogénitas como si fueran Esaús, que no se vean privadas de sus bendiciones en el mundo. Yo espero que tus religiosas suplirán todo y que serán verdaderas israelitas. Es lo que te pido, oh mi divino Isaac.

Capítulo 42 - Que el Verbo Encarnado se me apareció con un manto de púrpura, y después revestido de una túnica blanca; cómo su designio fue revelado a la Hna. Catherine Fleurin.

 Después de que tu Majestad me reveló sus designios, me permitió seguir gozando de la dulzura de mi soledad en la casa paterna durante cinco años al cabo de los cuales, el 15 de enero de 1625, asistiendo a la misa que el P. Cotón decía en la pequeña capilla del Colegio de Roanne, elevaste mi espíritu en una sublime suspensión, durante la cual te me apareciste llevando un manto de púrpura usado y casi descolorido, que me pareció ser el mismo que [156] te dieron de burla junto con la corona de espinas y una caña por cetro, mientras se mofaban de ti diciendo: "Salve, Rey de los Judíos."

 Hiciste de mi alma tu tabernáculo, y de mi corazón tu trono, haciéndome comprender que deseabas que las hijas de tu Orden llevaran un manto rojo. Perdón, Amor, por la respuesta que por respeto humano te di entonces, diciendo: Señor, se reirán de mí cuando les proponga este manto. "Hija, ¿no me fue impuesto por burla? mis esposas deben amar mis desprecios y mis sufrimientos para mejor parecerse a mí. Quiero dirigir a todas estas palabras: Revístanse de Nuestro Señor Jesucristo, (Rm_13_14) y éste crucificado" (1Co_1_23). Querido Esposo, concédenos la gracia de revestimos enteramente de ti crucificado.

Algunos meses después te me apareciste revestido de una túnica blanca, diciendo: "Soy yo, el Esposo blanco y rojo, elegido por encima de todos los hombres y de todos los ángeles, y predestinado Hijo de Dios. Deseo revestir a las hijas de mi Orden de este blanco de inocencia y de este rojo de caridad; son éstos mis colores y mis libreas. Considera, hija, el amor que tengo por ti, asegura a tus hijas y hermanas que las palabras que David dirige a las hijas de Israel se realizan en verdad: Hijas de Israel, por Saúl llorad, que os vestía de lino y carmesí (2S_1_24). Diles, hija, que ellas lloran la muerte del Rey de Amor, que soy yo; y que en mi soberanía las he revestido de mi propia sangre; que ellas son para mí esposas de sangre, pero de una sangre que conservará eternamente su resplandor y la viveza de su color, afín de fortificarlas en el combate de la vida y darles el gozo y la paz al final; que su túnica blanca honra a la que me fue dada en casa de Herodes, y su manto al que recibí en casa de Pilatos. Sobre su escapulario representa mi Cruz sangrienta, mediante la cual he pacificado el cielo y la tierra." Alrededor de la octava de Pascua, la Hna. Catherine Fleurin, de Roanne, vino a verme para decirme que había visto durante [157] un largo éxtasis a cuatro ángeles que llevaban un cuadro en el que estaba pintado tu Nombre adorable, y el designio que me habías ordenado llevar a cabo. Ellos le dijeron que yo lo escondía. Al escuchar hablar a esta joven acerca de lo que los ángeles le habían dicho, admiraba tu sabiduría, que había revelado este designio a una joven que consideraba yo un tanto burda, y que las ursulinas habían despedido al onceavo mes de su noviciado. "Hija, me dijiste, la piedra que desecharon los constructores vino a ser la piedra angular (Sal_118_22). No mires su apariencia; el hombre mira las apariencias, pero Yahvéh mira el corazón (1S_16_7). Yo no miro las apariencias, sino el corazón."

 El domingo dentro de la octava del Santísimo Sacramento, esta buena joven, habiendo comulgado en la capilla de los Penitentes, cercana a mi casa paterna, mi madre me dijo que la invitara a comer. Viendo que había tiempo suficiente después de que comulgó me le acerqué para decírselo, pero me sorprendí al encontrarla en éxtasis. Esperé a que recobrara la palabra, y en cuanto volvió en sí me dijo que tu Majestad me mandaba decir que había llegado el tiempo para la realización de tu designio, y que lo hiciera saber al P. Cotón, quien estaba en París, según parecía, como provincial de la provincia de Francia.

 [158] No prometí a esta joven obrar con tanta rapidez, mostrando no creer mucho en lo que me decía que tu Espíritu me daba a conocer. No creo con facilidad en las revelaciones, y no creo obrar mal cuando discierno las mismas que yo recibo, pues podría equivocarme yo misma. La verificación de todas las que me has comunicado ha sido positiva hasta el presente. Espero que tu misericordia no permita que me engañe, porque no he pedido me pongas en este camino de visiones y revelaciones.

 El último día de la octava me hiciste ver un prado en el que pastaba una multitud de ovejas sin pastora; este prado carecía de redil; me invitaste a ocuparme del cuidado, guarda y dirección de estas ovejas, haciéndome escuchar: Apacienta mis ovejas (Jn_21_18). Querido Amor, no me contristaste por entonces, pero algún tiempo después me dijiste: Otro te ceñirá y te llevará donde no quieres (Jn_21_18). Sabes bien la repugnancia que me causaría alejarme de la soledad, el recogimiento y la quietud que encontraba tan dulce en la casa paterna. Me hiciste ver entonces varias coronas como para coronar altares de sacrificio, con las cuales deseabas que alimentara tus ovejas y que ellas se ofrecieran junto conmigo en sacrificio de amor. Sin embargo, todas estas coronas no me alcanzaban; tu voluntad era más fuerte para atraer la mía hacia la aceptación de este oficio, que no comparo con el de san Pedro, a pesar de que me pedías que apacentara [159] a tus ovejas.

 Mucho tiempo después me representaste gran número de palomas que venían de tiempo en tiempo a picotear sobre mi pecho granos de trigo que tú mismo habías sembrado en él. Sentía yo que el pico de unas me lastimaba, pero sufría este dolor como las madres y nodrizas sufren sin quejarse de los dolores que reciben de sus criaturitas. Si llegan a lamentarse, expresan una queja amorosa que no les impide seguir dando el pecho, aunque esto les cause dolor.

 Capítulo 43 - Que la santa Trinidad, la sagrada Virgen y todos los santos me rodearon de un cerco de luz, para obtener de mí la promesa de iniciar la Congregación lo más pronto posible.

 El día de san Claudio, Arzobispo de Besançon, la Hna. Catherine me dijo que debíamos iniciar la Congregación lo más pronto posible. No estaba yo resuelta a salir de la casa de mi padre hasta tener otros sentimientos interiores. Le dije entonces, riéndome de ella: " ¡Comienza tú misma la Congregación!" Ella se dio cuenta de que hablaba yo así por ironía. Al considerarla, la encontraba buena, pero carente de destreza, sin saber leer bien y mucho menos escribir; incapaz de enseñar las costumbres de la época o la urbanidad que necesitan aprender las jóvenes de buena crianza, la cual los padres de familia consideran más importante que sus deberes de enseñarlas a ser piadosas, pues temen que tu Majestad las escoja para ser esposas suyas. Hay tantos ciegos que en lugar de buscar para sus hijas primeramente el Reino de Dios y su justicia, hacen lo contrario. Más para que lleguen a ser piadosas, nos proponemos enseñarles buenos modales, para que lleguen a serte fieles. Es necesario recurrir a estas estratagemas aunque no para convencerlas de ser religiosas, ya que solamente tu Espíritu da el don de la vocación.

Tú, Señor, que haces las cosas de la nada, impulsaste a esta joven a decirme: " ¡Sí, sí, yo comenzaré! Dios puede muy bien concederme las cualidades que me faltan. Al rehusarte a comenzar, ¡estás resistiendo al Espíritu Santo!"

 Habiéndome dicho estas palabras, mi espíritu se sintió vencido: conocí [160] que tu Espíritu me hablaba por boca de esta joven, la cual se puso a orar delante del altar de Nuestra Señora del Rosario; yo hice lo mismo ante el gran altar de la iglesia de san Esteban de Roanne, después de haber asistido a Vísperas en la misma iglesia. Querido Amor, en cuanto me puse de rodillas, la adorable Trinidad y todos tus bienaventurados me rodearon de luz y me cercaron gloriosamente.

Todos los santos me representaban los deseos que tenían de esta fundación, diciéndome que sería el compendio de tus maravillas; que por ella tu divino Padre te clarificaría como recompensa de la glorificación que le habías dado al estar pasible en la tierra; a su vez, deseaba glorificarte ahora que eres impasible. Tu santa Madre me decía que deseaba favorecer todo el honor que le prodigabas al proteger los establecimientos dedicados a su nombre y a su persona, favoreciendo a su vez esta Orden que tendría como fin honrarte.

 No puedo describir todo lo que ella y los santos me dijeron, ni las caricias inefables que me prodigó toda la santa Trinidad, la cual descendió de su lugar, [161] si puedo hablar de esta manera, sabiendo que está en todo por su inmensidad, para revestirme de una manera inefable. Al verme tan gloriosamente rodeada de un cerco de luz, me rendí después de decirme tu Majestad que permanecería cercada por estos resplandores hasta que prometiera iniciar la Congregación lo más pronto que pudiera. Amor, eres tan prudente como poderoso. Te prometo que saldré de casa tan pronto como reciba el consentimiento del P. Jacquinot, al cual tu Majestad concederá la voluntad de permitírmelo. Habiendo dicho esto, levantaste el sitio, y aunque yo fuera la vencida, tu benignidad, caballerosa en extremo, me regaló sus victorias, prometiendo hacerme triunfar. Adorable Bondad, nada puede comparársete.

Capítulo 44- Que mi divino esposo quiso visitarme acompañado de sus cortesanos celestes, y cómo su Providencia dispuso todo para su gloria y las visiones que me comunicó, así como los grandes favores que me hizo esperar. 

 Contando con mi consentimiento, tu Majestad quiso visitarme nuevamente en unión de todos los santos de su corte celestial. Por la noche, al encontrarme en mi habitación, toda tu corte me felicitaba por la amorosa predilección que mostrabas hacia mí, alabando tu misericordiosa caridad, que había escogido a una jovencita para proclamar tu Nombre [162] eterno y temporal, extendiendo la gloria sobre la tierra. Hacían resonar estas palabras de Isaías: Consolad, consolad a mi pueblo (Is_40_1). Todas sus alabanzas me confundían; imprimiste en mi alma un conocimiento tan profundo de mi nada, que repetí, contando con tu agrado, las palabras de tu santa Madre: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc_1_38). Oh amorosa dulzura, me hiciste escuchar, sin saber quién me hablaba: Bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán en ti las palabras del Señor (Lc_1_45).

 Mi confesor, que era por entonces el P. Nicolás Dupont, me dijo que el P. Jacquinot regresaba de París a Toulouse pasando por este Colegio de la Provincia de Toulouse y que había llegado ya. Me asombré al escuchar la noticia, considerando lo que tuvo que hacer este padre para recorrer algunas leguas más y poderme ver, ya que tú se lo habías inspirado.

 No me equivoqué; llegó el sábado 21 de junio por la noche, lo cual me comunicó al momento mi confesor, pero no pude verle hasta el día 22 por la mañana. Este buen [163] padre me dijo: "Hija, sólo por consideración a ti he pasado por esta ciudad." "Padre, esperaba esto de su caridad; la gloria de Dios le ha hecho pasar. El cielo y la tierra me presionan a comenzar la Congregación. El P. Rector, mi confesor, y el de a Hna. Catherine, el P. Bonvalot, son de la misma opinión. Yo he prometido, a condición de que usted lo ratifique y después de pensarlo me de una respuesta." Querido Amor, el padre lo pensó seriamente. Temía muchas contradicciones que no me comunicaba, y daba largas al permiso, diciéndome: " ¿Qué dices a esto, hija?" "Padre, nuestro Señor me ha prometido que él mismo lo hará. Me ha ordenado le diga que usted y yo sentiríamos su bondad y que sumergiríamos nuestros corazones en su poder, pues él me hará la distribuidora de los bienes de su casa." Después de enterarse que tu Majestad lo deseaba, me dijo: "Comienza, hija, en cuanto puedas hacerlo." Su consentimiento te complació.

  Después del mediodía quise regresar a verlo con la Hna. Catherine Fleurin; [164] ella habló con él. Mientras hablaban, fui a la iglesia del colegio para hacer oración. Al orar, vi una corona de espinas; dentro de ella estaba tu Nombre, Jesús, bajo el cual había un corazón donde estaba escrito Amor meus. Me dijiste entonces: "Hija, mi Nombre es un bálsamo derramado. Muchas jóvenes serán atraídas a esta Orden por su dulzura; haz colocar sobre el escapulario rojo lo que ahora acabas de ver en esta visión, afín de que yo repose sobre el pecho de mis fieles esposas. Mientras estaba en la tierra, me quejé con toda razón de que los zorros tenían sus guaridas y los pájaros sus nidos, y que no tenía dónde reposar mi cabeza. Háganme reposar sobre su pecho". Te pedimos que así sea, querido Amor de nuestros corazones, y que cesen así tus quejas en estos últimos siglos: Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt_8_20).

 Al día siguiente, que era lunes 23, habiendo comulgado, mi espíritu fue arrebatado. Me hiciste ver entonces al Santísimo Sacramento en el sol de una custodia, el cual, conteniendo a este divino Sacramento, se sostenía por su virtud en el aire entre las nubes, donde te me apareciste, mostrándote como de treinta y tres años. Te vi coronando a una joven arrodillada sobre las nubes a tus pies. Me [165] diste a entender que yo era la joven agraciada con estos favores por el exceso de tu amor que me coronaba, no por mis méritos. Yo veía que esta sagrada custodia que contenía al divino Sacramento se inclinaba amorosamente hacia mí, diciéndome: "Mi amor es mi peso." Una multitud de ángeles estaban también en el aire, diciéndose unos a otros: He aquí la esposa del Cordero; venid a ver a la esposa del Cordero: Gocemos y exultemos, y démosle gloria, porque llegó la boda del Cordero, y su esposa se ha vestido de gala. a ella ha sido dado el poder de adornarse con la justificación de los santos para ser agradable a su divino esposo, que es el candor de la luz eterna (Ap_19_7s). Fui revestida de una túnica de candor brillantísima para mí sin explicación. Mi madre estaba conforme con todas tus voluntades, por lo que me permitió en seguida seguir tus inspiraciones, aunque sufría un dolor extremo al privarse de mí, a quien amaba más que a todas mis hermanas. Me dijo así: "Hija, mi inclinación natural es no permitir que me dejes, pero deseo sobreponerme para seguir la divina inspiración.

"Mi vida no durará mucho; yo querría que me atendieras durante el poco [166] tiempo que debo permanecer todavía en este valle de miseria, pero no quiero retrasar los designios que Dios tiene sobre ti." Sus lágrimas eran como flechas que aumentaban mi cariño hacia ella, al ver la violencia que hacía a su amor maternal. No deseaba redoblarlas mezclando también las mías, que retuve hasta que me encontré sola; sin embargo, me disponía a salir el día de la Visitación de tu santa Madre.

 Al enterarse mis tres hermanas de este proyecto, no mostraron tanta resignación a tu divina voluntad, ni tanta confianza en tu bondad. Temían que todo acabaría en una confusión, que después de una larga y muy enojosa espera, no lograra nada. Así me lo hicieron ver, pero les respondí: " ¡No se dejen llevar por estos temores! Aunque hiciera falta esperar cuarenta años, nuestro Señor me dará la constancia de esperar. Esperando contra toda esperanza, tendré confianza en su Providencia."

La víspera de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, habiendo ido por la tarde a la iglesia del Colegio, mi alma se encontró triste al pensar en las contradicciones que tendría, y que ya empezaban a asaltarme [167] Me hiciste comprender que el establecimiento de esta Orden se haría como el del templo: Con una mano cuidaba cada uno de su trabajo, con la otra empuñaba el arma, (Ne_4_1) diciéndome que la oración, la paciencia y la fortaleza con tu gracia me eran necesarias para perseverar en los largos períodos de espera que no me especificaste en manera alguna. Al día siguiente, día de la fiesta de esos dos grandes Apóstoles, me hiciste ver, después de la Comunión, toda clase de armas, con las cuales no pudieron herirme quienes las portaban, aunque fueran expertos en su manejo.

 Tú eras mi escudo. Por la noche, al hacer mi examen, vi un pozo profundo dentro del cual vi un sol como en su origen. Los que portaban esas armas querían destruirlo con ellas, pero sus esfuerzos eran vanos. Me dijiste: "Hija, ¿Qué pueden estas armas contra este sol? Así será en todas las oposiciones que habrá contra mi Orden." Al mismo tiempo, se me apareció la imagen de Nuestra Señora de Puy, y escuché estas palabras: "Confíate a ella; ella te ayudará y yo no te abandonaré jamás."

 Capítulo 45 - De la aflicción interior que me causó fiebre la noche antes de salir de la casa paterna, y de las grandes promesas que me hizo Dios para el bien universal de la Orden, y el mío en particular.

  [168] La noche anterior al día de la Visitación, permitiste a los demonios y a todo lo que se puede llamar aprehensión, terror, pánico, me dieran un asalto general. Mi cuerpo no pudo soportar esta tempestad que se agitaba en mi espíritu, y caí enferma de un acceso de fiebre. Permanecí en este sufrimiento hasta las dos de la madrugada, pero como nunca has dejado a mi alma presa de largas aflicciones, me enviaste un dulce sueño, que duró dos horas, el cual calmó mi espíritu y volvió la salud a mi cuerpo. Al despertarme vi dos claridades: una era la luz del día para el cuerpo, y la otra tu propia luz para el espíritu; todos mis enemigos habían sido dispersados, y mis tinieblas disipadas. Asistí a misa en la iglesia del Colegio, antes de dirigirme a la casa que las ursulinas de París habían abandonado, y que al presente ocupan las religiosas de santa Isabel.

   Después de misa entramos tres jóvenes a dicha casa: la Hna. Catherine Fleurin, la Hna. María Figent y yo. Mi madre me dio veinte escudos; la de la Hna. Catherine diez, y la otra no hizo aportación alguna debido a su pobreza [169] Los Reverendos Padres Dupont y Bonvalot hicieron bien al insistir en mi salida antes de recibir respuesta de mi padre, que estaba en París, pues él no consentía en que saliera yo de su casa, lo cual me causaba no poca aflicción. Pero no quise dejar tu yugo ni volver la espalda a tus designios, decidiéndome a no volver a su casa. Prohibió entonces a mi madre darme pensión alguna, pensando que la necesidad me haría regresar. Mis dos compañeras tampoco recibieron ayuda alguna a partir de ese día.

 Tu Providencia quiso hacer ver el cuidado que tenía de su Orden, pero en particular de mí, diciéndome: Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prendará de tu belleza. El es tu Señor, ¡póstrate ante él! La hija de Tiro con presentes, y los más ricos pueblos recrearán tu semblante. Toda espléndida, la hija del rey, va adentro, con vestidos en oro recamados (Sal_45_11s). Hija, ponme atención; con sumisión, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y yo me complaceré en las gracias que te he concedido. Yo soy tu Señor y tu Dios, [170] que seré adorado por los pueblos a causa de las maravillas que obraré en ti. Mis ángeles desearán ver tu rostro, que es agradable a mis ojos, y lo harán amable. Ellos te llevarán regalos; ellos te abastecerán de todo lo que será de mi agrado: que toda tu gloria radique en el interior, que soy yo, tu interioridad misma, haciendo mi morada en tu alma. El Espíritu Santo es tu nodriza: El Espíritu Santo enviado desde el cielo, a quien los ángeles ansían contemplar (1Pe_1_12). Los ángeles desean continuamente llevar a su cumplimiento sus designios, y por ello le contemplan sin cesar. Hija, aunque te veas abandonada de tu propio padre, y que él te prive de lo que te debe según la naturaleza, te daré lo necesario para edificar mi templo, y llevar a término la obra de tu Señor y de tu Dios. Tú me darás un séquito de vírgenes." Querido Esposo, yo no dudaba de tus promesas, pero eran para el futuro y los rechazos de mi padre y la separación de mi madre eran el presente y afligían mi espíritu. Lloraba como una niña, y tú me consolabas como un Dios escondido y Salvador, pues no permitiste que mi voluntad se determinara a volver a Egipto; no me sentía tan contenta en compañía de estas dos jóvenes como en la casa de mi padre, porque me veía privada de mi querida soledad y de holganza para tratar contigo en la oración.

[171] El segundo día después de la Visitación, estando en misa, tuve que salir con mis compañeras cuando tu Majestad comenzaba a consolarme. Al volver de misa entré a la cocina, en la que no había mucho que hacer, siendo nosotras solamente tres. Tu bondad, al verme desocupada, vino a conversar con pláticas que arrebataban mi espíritu, haciéndole ver una santa montaña sobre la cual vi al Padre Eterno, que llevaba en su seno a todas las hijas de tu Orden, diciéndome que las engendraría él y no la carne, ni la sangre, ni la voluntad humana, sino la divina. Me explicaste, en favor de esos nacimientos de gracias en el tiempo, tu generación natural y eterna, diciéndome: "En este establecimiento yo, que soy el Verbo Encarnado, haré una extensión de mi Encarnación. Habitaré con ustedes y verán mi gloria igual a la del Padre que me engendró entre divinos resplandores antes del día de la creación. Me verán lleno de gracia y de verdad, para cumplir en ti y en mi Orden todas las promesas que te he hecho, que te hago y que te haré."

En este arrobamiento me hiciste ver a todas las hijas que tu Padre llevaba en su seno, engendradas [172] y producidas en forma augusta, las cuales subían esta santa montaña acompañadas de muchas personas de uno y otro sexo, que me eran desconocidas.

 Todas estas hijas y las otras personas salmodiaban y decían al subir: ¡Oh, qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la Casa de Yahvéh! ¡Ya estamos, ya se posan nuestros pies en tus puertas, Jerusalén! a donde suben las tribus, las tribus del Señor, es para Israel el motivo de dar gracias al nombre de Yahvéh (Sal_122_1s).

 En ese tiempo desconocía yo la santa montaña del Gourguillon, que era la que me mostraste en esta visión, sobre la cual me deparabas una casa, impeliendo o invitando a las hijas de santa Clara a salir de ella y buscar una más abajo; esto se hizo por mediación de tu Espíritu, que deseaba prepararme alojamiento; por ello doy gracias a santa Clara, quien me prometió el 3 de enero de 1619 que me ayudaría en algo importante. Estaba en compañía de santa Teresa, y ambas me exhortaban a tener gran valor para llevar a cabo tus designios. El día de la fiesta de esta santa, pensando si se ocuparía tanto de este Instituto como esperaba yo de su caridad, me hiciste ver un reloj solar, y la línea donde el sol marcaba la hora [173], diciéndome: "Hija, yo soy el centro de todas estas líneas que son mis santos y santas. Mi Providencia, que es un sol, detiene su luz sobre quien deseo hacer evidente mi hora, para marcar ante todos los santos el punto donde quiero detenerme. Ellos se inclinan a mi deseo, complaciéndose en lo que me agrada, y no en ellos ni en lo que les parecería más conveniente, según el juicio de personas mortales. Conoce en esto, hija mía, que se trata de la unión, la comunión y la consonancia de todos los santos a la primera regla, que es la Divina Voluntad.

  "La amable complacencia de este primer movimiento que impulsa poderosamente pero con dulzura y sin violencia a todos estos cielos gloriosos, me refiero a todos los bienaventurados, a quienes gobierno por el instinto arrebatador de mi divina sabiduría, que abarca de un extremo al otro, disponiendo fuerte y suavemente de todos en todo y por doquier.

  "Querida hija, no dudes que santa Clara y todos mis santos no tengan sino el gran deseo de contribuir a la Orden que yo deseo establecer. No te sorprenda el no haber sido admitida por las carmelitas. Santa Teresa te considera no como hija, [174] sino como hermana suya; ella se conforma a mis mandatos, y desea que te vistas del blanco del Líbano y del rojo del Carmelo; y yo te digo que he destinado a mi Orden, por toda la eternidad, a portar la gloria del Líbano y la belleza del Carmelo: La gloria del Líbano le ha sido dada, el esplendor del Carmelo y de Sarón (Is_35_2). Hija, la mayor parte de las promesas favorables hechas en Isaías se cumplirán en esta Orden. Al leerlas, las verás realizarse con tanta claridad, que cualquier duda tuya desaparecerá."

Capítulo 46 - De un abandono interior con el que la divina Providencia quiso probarme, después del cual mi divino esposo me consoló, visitándome y comunicándome delicias que sólo él puede expresar.

 El mismo año de 1625, me privaste durante algunos meses de tu deliciosa presencia. No encuentro las expresiones ni las palabras adecuadas para expresar las aflicciones que encontraba mi alma en compañía de aquellos y aquellas con los que necesariamente debía tratar y conversar. Temía haber sido culpable, y que por crímenes que ignoraba hubieras decidido este abandono, que jamás había experimentado en la casa paterna, y como durante nueve años jamás había tenido un solo día de desolación parecido a estos tres meses, te dije: " ¿He sido ingrata a tus favores? ¿He olvidado las gracias que he recibido de tu pura bondad?"

 Jamás pensé haberlas merecido; [175] me dirigiste las palabras del Cantar: Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros (Ct_l_7). ¿Podré discernir bien los pasos de mis rebaños? ¿Qué impresión puede quedar marcada sobre los caminos de una tierra seca, como tierra sin agua? Eres tú quien es mi pastor; si no apareces para alojarme en tu costado, estoy en peligro de permanecer vagabunda y sin rumbo.

 Las almas que llevas por las vías ordinarias y comunes encuentran en estos grandes caminos guías que las conducen a cobijos de ellos conocidos; pero para llegar a ti, que has volado por encima de los cielos, los cuales has, por así decir, convertido en bronce en este tiempo a semejanza del que contempló el Profeta Isaías: ¿Quién podrá penetrarlos?

Y además, al haber tú retirado la escalera, ¿Quién podrá subir hasta ellos? Escucho, o me parece escuchar: a mi yegua, entre los carros de Faraón, yo te comparo, amada mía. Graciosas son tus mejillas entre los zarcillos, y tu cuello entre los collares (Ct_1_9). Si yo soy tu ternerita, ¿por qué permites que sea atada a un carro extranjero? ¿Acaso existe comparación? Faraón significa el que disipa, y Salomón, el pacífico. Tu eres mi Rey pacífico y benigno, amorosamente dulce, que unifica todos los poderes de mi alma con sus encantos; Faraón, en cambio, los asusta y divide con su aspecto terrible, que me atemoriza; tú dices: "Muy bien, amor," al verme rehusar todo otro amor que no sea el tuyo, [176] cuando me comparas a la tortolita, mis mejillas, cubiertas de lágrimas que corren hasta mi cuello para confundirse con este collar que estimas precioso, te hacen ver claramente que no puedo vivir alegre si no te me haces presente con los signos del amor y la benignidad. Es la observación del Rey Profeta: El mismo Yahvéh dará la dicha, y nuestra tierra su cosecha dará (Sal_84_13). Este collar compuesto de las perlas de mis lágrimas te da a conocer que soy tu esclava voluntaria, y no por fuerza.

Al verme la Hna. Catherine Fleurin de un humor tan diferente a la buena disposición que solía mostrar, me preguntó en qué aflicciones me encontraba. Mi franqueza no pudo disimular lo que me desagradaba decir tanto a ella como a las hijas de Jerusalén, y que sólo a ti decía, repitiendo con frecuencia estas palabras en mi pensamiento: Dice de ti mi corazón: Busca su rostro (Sal_27_8).

 Le respondí, por permisión de tu sabiduría, al menos así lo pienso, que no me parecías el mismo de siempre, y que ignoraba la causa de ello, diciéndote con David: Pero ¿quién se da cuenta de sus yerros? De las faltas ocultas límpiame. Entonces seré irreprochable, de delito grave exento (Sal_19_13s).

Querido Amor, ¿se debía tal vez a la pena de haber dejado a mi madre, y de la cólera que me testimoniaba mi padre en sus cartas por haber salido de su casa? ¿Puedo ser insensible a los sentimientos naturales, si no me das esta gracia? Yo no consiento a las inclinaciones naturales que tengo de estar al lado de mi madre, ni a los disgustos que experimenta mi alma por la exageración de los rigores [177] con los que mi padre me aflige en sus cartas.

Te digo, Amor, que por tu gracia sigo resuelta a perseverar en mi vocación, no obstante si mi padre llegara en realidad a tratarme como amenaza hacerlo en sus cartas. Mientras estaba desolada como lo expresó tu profeta doliente al describir las aflicciones y las desolaciones de su querida Jerusalén, mandaste a la Hna. Catherine me dijera que me habías amado, me amabas y me amarías con una caridad infinita. Ella me repitió estas palabras de parte tuya, pero ¡ay! yo estaba como Magdalena: nada sino tus dulces labios me podían consolar; te decía: Dios mío. Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Está seco mi paladar como una teja mi lengua pegada a mi garganta (Sal_22_2s). En este tiempo de tribulación, no dejaba de hablar con quienes me visitaban.

 Reía sin gozo en las recreaciones; durante las comidas comía sin apetito, y en el lecho dormía sin descansar. Me quejaba con soliloquios de mis imperfecciones tanto al dormir como al velar, deseándote para mostrarte mis penas, las cuales no ignorabas, complaciéndote en ponerme a prueba mediante la privación de tus dulzuras, aunque tu bondad te impelía a visitar mi corazón mientras yo dormía, pudiendo repetir con la esposa: Duermo, y mi corazón vela. Oigo la voz de mi amado: Ábreme (Ct_5_2). Pero abriste tú [178] mismo. Mi amado metió la mano por la hendidura; y por él se estremecieron mis entrañas (Ct_5_4).

Mi corazón, abierto por tu mano derecha que es una llave que puede abrir todo lugar, se estremeció. Dirigiste un asalto general contra todas mis potencias; entraste por la brecha que tú mismo habías hecho, te ofreciste como botín; y la vencida se vio, por tu amor, victoriosa y felizmente librada de las aflicciones que había sufrido en tu ausencia. Encendiste en mi corazón un fuego que era ardiente y brillante, el cual disipó todos los pensamientos que la tristeza había producido en mi alma. Tu coro celestial cantaba el himno de tu gloria, produciendo movimientos que se pueden llamar fuego de alegría.

Te me apareciste después, al ir yo a comulgar, teniendo un cuerpo transparente y luminoso, pero tu sabiduría suprimía de un modo divino el resplandor, demasiado luminoso, que ni mi entendimiento ni mis ojos hubieran podido soportar si ella, diestramente, no hubiera velado o desviado estos rayos adorables. Tu Majestad, amorosamente apresurada, se lanzó a mi cuello como lo hace un niño al abrazar a su madre, con ternuras difíciles de expresar, pero más fáciles de experimentar. Te llegaste a mí con un ímpetu que mostraba la dulzura y la benignidad [179] de un Esposo sagrado, que es todo para su esposa así como ella es toda de él, pues no pertenece más a ella misma. Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado: él pastorea entre los lirios (Ct_2_16). Admira el ojo la belleza de su blancura, y al verla caer se pasma el corazón (Si_43_18)..

 No me está permitido expresar a los hombres las delicias que recibí de la unión que tu Majestad hizo conmigo; se trata del secreto de la alcoba divina que un Hombre-Dios, y no una jovencita, puede expresar divinamente a quienes le place. Es el Rey de reyes, el Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver, como él se ve en el Padre y en el Espíritu Santo: a él el honor y el poder por siempre. Amén (1Tm_6_16). Al tomar nuestra naturaleza en las entrañas sagradas de una Virgen más pura que todos los ángeles, tu virtud altísima cubrió con su sombra su humildísimo espíritu, lo mismo que su cuerpo sacratísimo, afín de que el uno y el otro no fuesen oprimidos por las sublimes claridades de tu augusta gloria; viendo al ángel, que había llevado consigo algunas irradiaciones, la Iglesia dice: Protegió a la virgen de la luz. Fue necesario que este príncipe revestido de tus luces, Oh Verbo divino, [180] asegurase a esta joven Madre y Esposa que había encontrado gracia delante de su Padre, su Hijo y su Esposo, cuya fuerza supereminente la cobijaría con su sombra. El Espíritu, solo Dios, obraba esta maravilla incomprensible a las creaturas, e igualmente inefable a todos los espíritus creados. Después de esto, y con mayor razón, repetí con el Profeta Zacarías: ¡Silencie, toda carne, delante de Yahvéh, porque él se despierta de su santa Morada! (Za_2_17).

Capítulo 47 - De los favores inenarrables y las deleitables caricias con que la divina bondad colmó mi alma para prevenir, por medio de estas dulces bendiciones, las lágrimas y las amarguras que me causaría el fallecimiento de mi madre.

 Tu sabiduría clarividente había previsto y prevenido los sufrimientos que me causaría la larga enfermedad de la que murió mi madre. Para disponerme a estas penas, quisiste embelesarme divinamente, desbordando torrentes de delicias en mi alma, entreteniéndola continuamente con ilustraciones arrebatadoras, de tal modo que me vi forzada a decirte: "Señor, ¿cómo podré conciliar este pasaje: El hombre vivo no podrá verme? Vivo en la tierra como peregrina, y me haces [181] ver y gozar las delicias de la meta final."

 "Hija, las reglas generales tienen excepciones, y aunque me puedas decir que siendo, como soy, la verdad infalible, esta palabra se cumple a la letra. Yo te digo que el alma que vive una vida divina por participación, como privilegio del amor, no vive solamente su vida natural; puede, como excepción, verme por prerrogativa al vivir esta vida sagrada que la unción divina le comunica. Soy tan bueno como poderoso, e igualmente libre de hacer en el cielo y en la tierra todo lo que place a mi amor, cuyo agrado es darte a probar por adelantado los gozos de la gloria celestial, y que incline hacia la tierra, por causa tuya, los cielos de mis favores, afín de que puedas decir: ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón! (Sal_72_1).

El día de Reyes de 1626, habiéndome concedido diversos favores que procedían de una misma fuente de caridad, quisiste, durante este año, poner tu sello a todos los bienes que deseabas darme. Se trataba de los tesoros de tu Cruz y de tus infinitos méritos, dotándome con ellos a la manera en que un Esposo y divino Enamorado decide enriquecer con exceso a su esposa, por una dilección más fuerte que la muerte. Me hiciste ver tu Cruz sellada de rojo, diciéndome: "Hija, he aquí mis riquezas puestas en inventario y selladas con mi sangre. Son para ti, son mis tesoros."

Me revelaste después maravillas sobre el estado religioso [182] y en particular de tu Orden, prediciéndome que para darle más gloria, sufriría grandes contradicciones y desprecios casi universales, provenientes de toda clase de personas de posición, de condición humilde, de religiosos y de seglares, a imitación de las contradicciones y desprecios que san José, tu santa Madre y tú habían sufrido en el Establo, en Egipto, en Judea y en el Calvario. Que, sin embargo, después de estos sufrimientos participaríamos en la gloria de que gozas desde tu Ascensión, habiendo hecho llegar la gloria de tu santo Nombre hasta naciones lejanas; que la gloria de esta Orden se extendería a distintos países, de los cuales reunirías a tus hijas en esta Orden bendita por tu Padre, quien deseaba extenderla en diversos lugares de la tierra.

En este mismo mes de enero me dirigiste estas palabras: Pídeme y te daré a los pueblos en herencia y posesión tuya hasta los confines de la tierra (Sal_2_8). Continuaste diciéndome que yo era el Monte Sión donde tu divino Padre te había constituido y establecido como Rey, para predicar en él tus preceptos amorosos. El 9 de marzo de 1626 llamaste a ti a mi madre, librándola de las miserias de esta vida, después de haberme hecho ver una morada adornada de estrellas que tu bondad le había preparado, habiendo permitido que la Sra. Ana, viuda de Barbillon, la viera [183] después de su muerte como un arbusto ardiente que conservaba su verdor sin quemarse con el fuego que consume a tantas otras. Había llegado al grado más alto de castidad a que puede llegar una mujer casada. Mi padre vivió veinte años en París sin verla, seguro de su virtud. Ella me dijo un día que tu bondad le había concedido gratuitamente no tener ni el pensamiento ni el sentimiento de lo que su modestia y mi consideración no le permitía nombrar sino en términos tan atenuados que haría falta tener conocimiento particular para poder entenderse la una con la otra, diciéndome: "Me disgustaría mucho si tuviera que verme obligada a pensar en aquello en lo que ya no pienso nunca: la pena de la estancia de tu padre en París me aflige por nuestras hijas. Si él las recogiera a todas, me sentiría muy feliz de vivir en libertad como soltera, pero ¡qué no se haga mi voluntad jamás, mi Dios!"

 En todas las aflicciones que le enviabas o que permitías, ella exclamaba: Gloría al Padre y al Hijo, añadiendo: Digna Madre de Dios, gran Madre de Dios, me confío a ti. Así murió como había vivido, después de haber [184] recibido todos los sacramentos durante su enfermedad. Estuvo enferma desde el día de san Miguel hasta el 9 de marzo. Se confesó y comulgó varias veces, y se le rezó la recomendación del alma más de una vez, porque durante esta enfermedad tuvo convulsiones, después de las cuales su contrición, su devoción y su paciencia fueron la edificación, por no decir la admiración, de quienes la visitaban. El último día que le concedió tu Providencia fui a verla por la noche, lo cual no era mi costumbre, pues en otros días en que la veía más grave había ido más temprano. Parecía estar mejor esa noche, razón por la cual no se la hizo velar por religiosas, ni se llamó al médico. Tú me inspiraste, oh mi Señor y mi Dios, de permanecer a su lado, aunque ella no deseaba que la sirviera en cosas que le eran penosas, temiendo que a mi vez cayera enferma, y pidiendo a mis hermanas hicieran estos oficios, lo cual me apenaba, pues era mi deber, pero me privaba de este consuelo para no causarle pena y acceder a sus deseos. Me partía el corazón al decirme: "Hija, ¡estoy sola!" "Mamá, mi tío, mis tres hermanas y la joven que te atiende están aquí contigo." "Sí, hija, ¡pero tú no estás!" "Mamacita, si me hubieras [185] dicho tu deseo, me hubiera quedado en casa durante tu enfermedad; nuestro Señor lo quiso; has dado a conocer que le amabas al permitir que entrara de religiosa, lo cual no me impide venir a cumplir los deberes que tengo para contigo."

 Después de conversar un poco, me alejé tres pasos de su lecho para darle un descanso, pero tu Providencia, que le preparaba otro para la eternidad en la gloria, no le permitió tenerlo en esta vida, pues sintió una como sofocación en su seno, que la oprimía. Así, me dijo: "Hija, ¡ven a mi lado y diremos juntas las letanías de la Gran Madre de Dios!" Habiéndome invitado a comenzarlas, ella respondía con tanto fervor, que al dejar de responder a la oración que hice por ella porque casi no tenía pulso, expiró elevando la mano derecha para hacer el signo de la Cruz. Al mismo tiempo que recitaba yo las oraciones que son un adiós para el alma, mis ojos llenos de lágrimas demostraban a tu Majestad que yo era hija de esta madre que me amaba más que a todos sus hijos, y mi corazón te decía: "Ella te amó más que a mí, más que su vida y todo lo creado. Te la encomiendo como tú recomendaste la tuya a san Juan. Pongo a mi madre en [186] tus manos; ponme a mí en las de la tuya, que es tan poderosa; ¡dámela por Madre!"

 Estando sobre este lecho de dolor, percibí un aroma muy dulce y perfumado, que fue para mí un signo de que mi madre era tu buen olor, y que la coronabas de rosas y de azucenas sembradas por ti, después de tantas espinas, que encontró, sin exageración, desde la edad de doce años, en que la resucitaste, según me lo dijo en varias ocasiones, por intercesión de san Claudio. Al estar cubierta del sudario con que se cubre a los muertos, su mamá clamó: " ¡San Claudio, Señor mío, resucitad a mi hija!" La fe de mi abuela fue escuchada, para conservarme a una madre cuya memoria es la bendición de quienes la conocieron como yo, aunque esto me sirva de confusión al pensar en sus virtudes y en mis imperfecciones. Le cerré los ojos y recibí el último suspiro de la que, después de ti, me había dado la vida, el aire, la respiración y la vista al darme a luz; pero, después de todo, la naturaleza pidió su tributo, que fue un pequeño desmayo en el que no perdí enteramente el sentido, haciendo signo con la mano de que no se me diera nada para volver en mí, porque temía fuera ya la media noche, y lo que me dieran me impidiera comulgar, asegurándome que, como me habías sostenido mientras que ella expiraba, para desempeñar a su lado [187] con valor estos últimos deberes, me fortalecerías para recibirte, ofreciendo por ella esta comunión a manera de sufragio por la intención de que, si algo debía a tu justicia, esta comunión la ayudaría a pagar por ti mismo, ofreciendo yo los méritos de tu Pasión.

Escuchaste mi súplica, pero no me apresuré a pedirte morir a todas las penas que me causaba esta privación. Me avergüenzo al confesar que tu amor en mí no fue tan fuerte como para hacer morir los sentimientos de la naturaleza. Tu Providencia se sirvió del tiempo para sanar esta llaga, lo cual me confundía y mostraba bien que carecía de virtud como jamás me había dado cuenta, y de la obligación que tengo de adquirirla después de haber recibido tantas gracias de tu pura bondad. Todas las veces que visitaba su tumba, mis ojos se convertían en dos torrentes que, por la noche, al pensar en ella, continuaban su curso.

 La cólera de mi padre se acrecentaba día con día. La aflicción de mi espíritu se agudizaba cuando él escribía a cada correo que llegaba, pues hubiera querido que volviese a casa para gobernarla, por ser la mayor, y que le quitara este cuidado. El continuó viviendo [188] en París, lo que tú no querías, yo no deseaba dejar tus hijas, mis Hermanas espirituales, por las de él, mis hermanas camales. Querido Amor, pasé casi dos años de penas que sólo tú conoces bien y que no quisiste quitarme sino sacándome de Roanne, pues yo seguía resistiéndome a salir.

Capítulo 48 - Del consejo que me dio mi confesor de ir a Lyon a pedir a Monseñor Mirón la aprobación de la Congregación, y de la repugnancia que tuve de hacer este viaje, al cual Dios hizo que me resolviera por la dulzura de su bondad.

Tu Providencia se sirvió del gran Jubileo, el cual aprovechó mi confesor para decirme que fuese a Lyon y hablara con Mons. Mirón, quien debía llegar durante el tiempo del Jubileo para tomar posesión del arzobispado. "Hija mía, el Jubileo servirá de pretexto para el plan; si no obtienes algo, no se podrá decir que fuiste al establecimiento, porque diremos que fuiste a ganar el Jubileo. Si Dios bendice tu viaje, habremos obtenido nuestro deseo." Este razonamiento me pareció juicioso y muy bueno, pero sentía gran repugnancia de hacer el viaje.

  Mi confesor me dijo que, al comulgar, te pidiera consejo para saber qué hacer. Sacaste mi alma de sus propias inclinaciones, atrayéndola a ti mediante un éxtasis amoroso, [189] y llenándola de un dulce entusiasmo; la persuadiste dulcemente a hacer este viaje. Me hiciste ver un delfín sobre la arena, que parecía morir fuera del agua. Yo te dije: "Señor, ¿qué quieres decirme en esta visión?" "Hija mía, así como este delfín se muere fuera de su elemento y de su alimento, yo te digo que si yo pudiera morir por segunda vez, lo haría. Si deseas ir a Lyon, me pondrás en mi elemento y alimento, que es, porque así es de mi agrado, el establecimiento de la Orden que te he encargado fundar." "Mi muy querido Amor, no deseo resistir, y aunque estoy indispuesta en el cuerpo mi espíritu experimenta repugnancia, saldré de inmediato, en cuanto encontremos compañía."

 Tenía fiebre, pero lo hice; los caminos me cansaban un poco, pero me esforzaba con la confianza que tenía en ti, sabiendo que tu voluntad era el motivo que me llevaba, y no la mía [190].

Llegamos la víspera o antevíspera de tu triunfante Ascensión; tomamos tres días para ganar el Jubileo. El día que llegó Mons. Mirón fue el mismo de nuestra llegada. Esperamos para hablarle al martes de Pentecostés, día en que nos vería, según dijo a Madame Chevrière. Esta señora rogó al Señor Conde d'Eveine que me presentara, diciéndole que ella, la Sra. de Beauregard y la Sra. de Chanron, su hermana, formarían parte del grupo. El Conde d'Eveine tuvo temor de que Mons. Mirón no hiciera nada. Me dijo que su consejo era que me regresara; que si Monseñor rehusaba, no se podría hablar más del asunto, pero que en su ausencia, se me trataría con más miramientos.

Tu bondad me urgió a ir, recordándome que hacía solamente unos días había yo visto en sueños a un obispo que consagraba una iglesia, en la cual entraba yo mientras que él escribía el alfabeto. Al terminar, me presentó pan sagrado que llevaba en la punta de su [191] báculo, invitándome a pedirle todo lo que yo deseara de él. Cuando Mons. d'Eveine me hablaba de eso, estaba yo en la iglesia de san Juan, frente al altar donde se encuentra un cuadro de san Ignacio mártir, al cual me dirigí, rogándole que me ayudara y tomara bajo su protección a dos jóvenes que buscaban la gloria de Aquél que era su amor, y por el cual quiso ser desgarrado y molido entre los dientes de las fieras, para ser su trigo y deseando también que los tormentos de los demonios le ayudasen a sufrir para gozar de Aquél a quien amaba, que eres tú, oh mi divino Salvador.

 Capítulo 49 - Que Mons. Mirón me examinó y me hizo examinar detalladamente por su confesor, y cómo aprobó la Congregación, en espera de que Su Santidad estableciera enteramente la Orden.

Bajo esta protección y la esperanza de tu bondad sobre nosotras, en la cual tenía yo grande confianza, entré al arzobispado con el Sr. d'Eveine y algunas damas, para entrevistarme con Mons. Mirón, quien había reunido un consejo para consultar todos los asuntos de su diócesis. El deseaba que se rechazaran con firmeza las fundaciones de institutos nuevos, y redactó un artículo, que deseaba se observara inviolablemente, [192] lo cual hizo pensar a Mons. d'Eveine que yo no lograría nada, diciendo que el mencionado prelado le había enviado para encargarse de rechazar a nuestro Instituto, del cual había oído hablar como de un rumor popular.

  El temor que me inspiraba un rechazo y su recibimiento, que me pareció muy descortés, me daba miedo. Además consideraba los ojos de las personas que se encontraban en la sala, fijos en mí; me coloqué en el último lugar, del cual me hizo salir Monseñor, para que me acercara, con el fin de preguntarme cómo había yo pensado iniciar una Orden nueva, si había ya demasiadas en la Iglesia, y cómo desearía él más bien dedicarse a reformar las antiguas. Ante estas palabras, le di por respuesta la carta que mi confesor le había escrito. Me apenó que la leyera en voz alta, al escuchar que en ella se mencionaban algunas gracias que tu Majestad me había comunicado para darme el valor de ocuparme de este establecimiento. El se dio cuenta de que estas alabanzas me confundían, y me dijo: "Hija mía, estoy a tu disposición, cuando lo desees, para escucharte en privado."

[193] El Sr. d'Eveine temiendo que se sirviera de esta intención de hablarme en privado para rehusar con más facilidad y sorprenderme en un momento en que él pensaba yo estaba sorprendida, pidió se prorrogara la entrevista para el día siguiente, a lo cual accedió Monseñor, quien pidió al R.P. Morin, del Oratorio, confesor suyo, estuviera presente mientras me interrogaba, lo cual hizo durante casi tres horas seguidas. Yo veía y conocía, oh divina Providencia, que me dabas una boca que expresaba tus luces, ante lo cual dijo este prelado que, contra su propio juicio, se sentía atraído hacia este Instituto, que veía bien era un deseo de tu sabiduría, que sobrepasa la de los hombres. Comisionó al mencionado P. Morin para que me examinara varias veces después de él, y de hacerlo siguiendo con exactitud todas las reglas que pueden servir para discernir si este designio procedía del Espíritu Santo.

Este padre no olvidó nada, tratando de confundirme para ver si lo que le decía no eran lecciones aprendidas por diversas repeticiones. Al ver que no era así, aseguró a Mons. Mirón que todo aquello, por medio de tu Espíritu, lo había persuadido [194] a él mismo. Así, me dijo: "Hija mía, si este designio no fuera sino tuyo, como yo soy el obispo de los obispos que se oponen a los Institutos nuevos, te rechazaría; pero como él viene de Dios, apruebo tu Congregación para Roanne, como me lo has pedido. Haz redactar una solicitud a los Padres Milieu y Maillant, y la firmaré." Los padres así lo hicieron, y él la firmó e hizo sellar. Pero viendo que el mencionado prelado encargó a los padres rectores y prefectos del Colegio de Roanne de la dirección de esta Congregación, el R.P. Milieu me dijo: "Como el Señor Arzobispo te apoya, pídele si está de acuerdo en que vivan ustedes en Congregación en esta ciudad de Lyon, donde progresarían más que en Roanne; su presencia las respaldará." El P. Bensse, del Oratorio, y la Sra. de Chevrière fueron de la misma opinión. Al verme Mons. Mirón exclamó en seguida: "Hija mía, si tú y tus acompañantes desean un lugar en la carroza [195] de mi sobrino, el Protonotario, díselo y yo mismo le pediré las reciba para llevarlas hasta Roanne." Mi respuesta fue tan simple, que le respondí: "Monseñor, preguntaré a mi confesor si él lo juzga a propósito."

Mi confesor, que ignoraba los sentimientos de los Padres Milieu y Bensse, me dijo que Mons. Mirón me hacía un grande honor; que aceptara su ofrecimiento. Pero al ir a decírselo, tu Providencia permitió que dos gentilhombres del sobrino de Monseñor cayeran enfermos de una violenta fiebre. Al enterarse el prelado de lo ocurrido, me dijo: "Hija mía, si tienes prisa de partir, sube a mi carroza, y si encuentras personas conocidas tuyas, invítalas a ir contigo." Al agradecer sus favores, le dije que esperaría tanto como él deseara, y que si estaba de acuerdo, permanecería en Lyon. Ante estas palabras, exclamó: "Hija mía, me gustaría mucho; hoy más que mañana. Si te inclinas a ello, será una alegría para mí [196]. Haría falta informarse de una casa apropiada para la Congregación." "Yo buscaré una. Monseñor."

 Admirable Providencia, al ir a comer con la Sra. Colombe, una viuda que me había pedido comiera esa mañana en su casa en el barrio de san Jorge, me dijo que la casa donde habían residido las Hijas de santa Clara estaba disponible, y podría ser adecuada para albergarnos. Fui a verla y al encontrarme en ella, tu Majestad me dijo: Aquí está mi reposo para siempre, en él me descansaré, pues lo he querido (Sal_132_14). Esto me recordó las promesas de santa Clara y de santa Teresa, así como la santa montaña que me hiciste ver dos días antes, al salir de la casa paterna, como he dicho antes.

Mons. Mirón, favoreciéndome en todo, me dijo: "Hija mía, si se pudiera establecer una Orden nueva sin bula, establecería la tuya; y si hace unos días no hubiera declarado en Roma que es mucho mejor reformar las órdenes antiguas que permitir el establecimiento de las nuevas, yo mismo la enviaría a Roma. Pero no soy tan humilde para retractarme en tres días; mi consejo e inclinación es que envíes una súplica a Su Santidad, la cual [197] hará examinar en la Congregación de Regulares; después, si como tú me dices, pidieran ellos que estuviera bajo el Ordinario, la bula de aprobación me será enviada y te prometo que la ejecutaré lo antes posible." En el mes de septiembre de 1627 fue necesario que Monseñor fuera a París, donde permaneció varios meses, casi un año. Durante su ausencia, viéndonos tan pocas jóvenes y sin medios, mi padre, que se encontraba en Roanne, dijo que esperaría para ver si pedía mi herencia materna, para hacerme sentir "el trato de un padre cuya cólera no se había extinguido," a pesar de no ser yo culpable sino de haber seguido tus inspiraciones. Frente a estas tempestades, pensé que era necesario tener paciencia y arriar las velas.

Capítulo 50 - De las promesas que Dios me hizo en diversas ocasiones, en favor de sus muy cristianas Majestades, de bendecir su descendencia y las armas del Rey por medio de insignes victorias.

 Tu Majestad no me abandonaba, y tu sabiduría disponía suavemente mi espíritu a todos los acontecimientos que permitías. Al día siguiente del día san Miguel, en 1627, el R.P. Voisin vino a verme, recomendándome hiciera oración por sus cristianísimas Majestades, afín de que tuvieras a bien cumplir las promesas que me habías hecho en su favor entre los años 1621 y 1625. Fue así porque los Padres Cotón y Jacquinot me habían recomendado, en 1621, que te pidiera con fervor concedieras descendencia a nuestro digno Rey y bendijeras sus armas. Tú me hiciste ver que mi oración te agradaba, y que [198] convertirías sus armas en una saeta aguda, y que su espada sería muy poderosa, explicándome en ventaja suya una parte del Salmo 44, asegurándome que le darías la victoria contra sus enemigos; que humillarías a otros reyes y sus reinos bajo estas armas, las cuales bendecirías, y que, por amor de san Luis, su abuelo, y en memoria de la clemencia de Enrique IV, su padre, tendría hijos; y como todo está presente ante ti, ya habían nacido en tu mente; amabas a Luis XIII, porque odiaba la iniquidad y amaba la justicia, que le habías ungido y que ungiría su cabeza con aceite de alegría por encima de los reyes y sus consejos; que tu diestra le conducía admirablemente, repitiéndome muchas veces diversos versos de este Salmo, como el que sigue: Cíñete al flanco la espada, valiente: es tu gala y tu orgullo; Tus flechas son agudas, se rinden ejércitos, se acobardan los enemigos del rey. Amas la justicia y odias la maldad; por eso, entre todos tus compañeros, el Señor, tu Dios, te ha ungido con perfume de fiesta. a cambio de tus padres, tendrás hijos (Sal_45_4s).

 Me hiciste ver varias veces al gran Generalísimo de tu milicia celestial. san Miguel, que acompaña al Rey y asiste a la suya. Me dijiste entre 1621 y 1622, que él sometería a los herejes. Al hablar contigo la víspera de san Lorenzo, el año 1622, para insistir en el logro de estas victorias, y para que nos mandaras pronto la paz, [199] te hacía ver cómo este joven rey jamás había gozado de la dulzura de un descanso desde que había recibido el cetro en su mano. Al hacerte esta oración me hiciste ver a Luis XIII como un águila con yelmo en la cabeza, y me dijiste: "Hija mía, mira bien a este rey que es un águila. No descansará hasta que haya vencido a sus enemigos y humillado a sus súbditos rebeldes: los herejes, a los cuales desea hacer ver el sol de la verdad de la fe católica; no habrá paz durante largo tiempo."

Tu luz, oh mi Dios, me ha hecho ver en diversas ocasiones muchas maravillas destinadas a este rey tuyo. He hecho una digresión, habiendo dicho que Mons. Mirón salió a París en septiembre de 1627, y que en este mismo mes y año, después de su partida, el P. Voisin vino a verme al día siguiente para insistir que rogara a tu bondad cumpliera las promesas que me habías hecho, las cuales le había mencionado al pasar por Roanne por orden del P. Jean de Villards, tío suyo, que era mi confesor. Dicho P. Voisin, que está lleno de vida, recuerda bien todo esto, en especial el árbol de flores de lys que vi, del cual se me dijo: "Hija mía, este árbol es la generación de Luis XIII." [200] Este padre me dijo, por tanto, que insistiera con el Señor para el cumplimiento de las promesas que me había hecho con respecto a sus Majestades. " ¿Cuándo veremos este árbol florido, y a nuestra buena Reina dar a luz un delfín para Francia? Vendré a celebrarles misa el domingo 3 de octubre." "Padre mío vaya a decirla en Nuestra Señora de Chassaut. Ahí me encontraré," ya que en ese tiempo no me obligaba la clausura.

La mañana del 3 de octubre, hallándome en el gabinete donde estaba mi oratorio, fui elevada en una suspensión durante la cual te pedía por sus Majestades, diciéndote: "Señor, da descendencia a nuestro Rey; haz fecunda a nuestra Reina." Ante esta oración, exclamaste: "Yo engrandeceré mi misericordia con su Reina. La visitaré como lo hice con santa Isabel, al convertirla en madre. Siento piedad hacia las humillaciones de esta buena princesa." Al hablarme de este modo, mi espíritu estalló en esta suspensión de alegría; pero para no faltar a la palabra dada al P. Voisin, salí de mi gabinete para asistir a su misa en Nuestra Señora de Chassaut, recordando que este padre me había dicho hacía unos días: "Fíjate bien si es Dios quien te habla, o es tu inclinación." [201] No dejé de sentir cierta aprehensión ante estas palabras: podría muy bien equivocarme; pero al encontrarme en el dintel de la puerta de la capilla de Nuestra Señora de Chassaut, escuché: " ¿Sobre quién reposará mi Espíritu, si no es sobre aquella que se humilla ante mí, y que tiembla ante mis palabras?" Pero en ése pondré mis ojos: en el humilde y en el abatido que se estremece ante mis palabras (Is_66_2). Estando en el recinto de la iglesia, escuché: El justo crecerá como un lirio (Os_14_6). "Hija mía, Luis el Justo crecerá como los lirios y florecerá en mi presencia." Estando arrodillada ante la balaustrada, me encontraba en un dulce entusiasmo por la dulzura de la cual salió de sí mi espíritu por medio de un éxtasis sagrado, durante el cual me hiciste ver una espada rodeada de rayos semejantes a los que coronan las cabezas de los santos, que se llaman diademas. Los colores de estos rayos se asemejaban a los diversos colores del arco iris. Una virtud celeste llevaba esta espada, envainada en terciopelo negro. Tú me explicaste: "Hija mía, esta es la espada de Luis, que saldrá victorioso en La Rochelle." (No sabía yo que el Rey sitiaría La Rochelle.) Sentí después un rayo de luz diferente a los que recibo de ordinario, y que procedía del sagrario donde estaba el divino Sacramento, del cual escuché: "Deseo apacentarme entre los lirios. Estableceré mi Orden después de las victorias y bendiciones que concederé al Rey y a la Reina." [202]

 Al volver de este éxtasis, me acerqué al confesionario. El P. Voisin había confesado a todas las religiosas. El me esperaba, pero como pensaba confesarme, sufrí un asalto amoroso que me privó de la palabra. El mencionado padre tuvo la paciencia de esperar a que pasara este asalto. Deseaba saber qué me había pasado, después de lo cual me prometió guardar secreto hasta el tiempo en que tu Majestad hubiera cumplido las promesas. Los Reverendos Padres Jacquinot, de Meaux, Voisin y Gibalin, que aún viven, se han enterado de lo que digo aquí, por lo escrito en diversos cuadernos, y por lo que les he dicho de viva voz antes de que las cosas sucedieran, sobre todo al P. Voisin, quien no ha visto todos los cuadernos que los otros leyeron y guardaron sin tomarlo en cuenta. Unos me dicen que los han perdido; los otros los quemaron y a los demás se los robaron. Cuando llegué de París se hablaba mucho de lo que yo había dicho a este respecto. Cuando regresé de Avignon, la Hna. Francisca, mi secretaria, lloraba porque alguien le había robado mis papeles. En cuanto a mí, los considero con bastante indiferencia, y lo sigo haciendo al presente.

Todo el resto de este año 1627, tu bondad me comunicó tantas maravillas, muchas de ellas en favor del Rey, que me llevaría mucho tiempo el describirlas. La noche siguiente, ya el 4 de octubre, vi del lado de oriente tres soles que me hiciste entender, eran un signo de que tus Tres Divinas Personas alumbrarían los años del Rey, asistiéndole como anteriormente a Josué. En otra ocasión, el mismo año, vi el cielo en armas, todas marcadas de plata, que venían en socorro de los ejércitos del Rey. Algunos días antes de la fiesta de Todos los santos, fui asegurada varias [203] veces de las gracias que concederías a nuestro Rey. Así, me dijiste: "Hija mía, yo venceré a Buckingham." San Martín me aseguró que, en poco tiempo, él haría que el Rey ganara el lugar del cual él era el patrón. Un día, durante este mes de octubre, me parece fue el 24, estando en la capilla de san Denis, ahora dedicada a santa Genoveva, recordando que el es el santo patrón de Francia, y la santa, patrona de París, les encomendaba a nuestro Rey y sus ejércitos. El gran san Miguel se ofreció para cuidarme, como lo hizo en tiempo de Juana la Doncella, diciéndome que deseaba conducirme en espíritu ante el Señor de las batallas, que enviaría de Sión la vara de su virtud para poner a sus enemigos no solamente bajo el escabel de sus pies, sino de los de Luis XIII, quien repararía sus templos sagrados, que los herejes habían convertido en ruinas, diciendo: "Destruyamos las iglesias de los católicos;" que si él permitió que este Rey bebiera de torrentes amargos en el curso de guerras justificadas, él levantaría su cabeza. Este gran Príncipe de los ejércitos del Dios vivo me prometió asistir al Rey de tal manera, que el primer día de siembre de 1627 reuní varias veces a mis pequeñas pensionistas, como inocentes en tu presencia, divino Cordero, para pedirte fueras el león vencedor de Buckingham.

El 5 de ese mes, estando en la recreación de la tarde con las hermanas, sentí tu atracción que me llamaba a la oración. Exclamé: "Señor, como me has llamado a la oración, te pido no tardes en conceder la victoria a nuestro Rey. Dispara las flechas contra mi pecho, y haz que salga victorioso." Transportada de fervor, te dije: " ¡Te aseguro que él establecerá tu Orden!" Al volver de este arrebato, el fervor me llevó a asegurarte que el Rey hará establecer tu Orden; dispón de todo, de suerte que pueda él enterarse de la promesa que el celo de verle triunfar por tu gloria y la salvación de las almas me obligó a hacerte por él. Dejo esto y todo el resto a tu Providencia [204]. Este Serafín, todo en llamas, Príncipe de tu ejército celeste, se me ha aparecido a menudo, para darme el valor de proseguir, según tus intenciones, el establecimiento de tu Orden, de la cual tu Divina Majestad le ha dado la superintendencia, el cargo de protegerla y a mí en particular. Se me ha hecho ver, además, en diversas formas desde que tú me dijiste que al guardarme como tu paraíso de delicias, impediría que todos los amores de las creaturas penetrasen de algún modo en mi espíritu, y que con la espada de tu palabra, espantaría a todos mis enemigos. La forma en que aparece de ordinario es una claridad radiante que me hace sentir muy recogida y gozosa en ti. Fue de tu agrado, como ya he dicho, el decirme que me le habías dado como uno de mis maestros, y que él producía en mí iluminaciones e irradiaciones mediante las cuales me enseña grandes misterios al mismo tiempo que derrota a mis enemigos, reduciéndoles a la parte inferior de su rango mientras que la parte superior, iluminada por rayos celestiales, contempla tus bondades adorables.



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BORRADOR DE LA AUTOBIOGRAFIA  Capítulo del 51 al 90

BORRADOR DE LA AUTOBIOGRAFIA Capítulo del 51 al 90

Capítulos del 51 al 75

Capítulo 51 - Que Nuestro Señor me predijo, en dos diversas ocasiones, la muerte de Mons. Mirón, y cómo yo iría en seguida a París. Cómo este Dios de bondad me consoló de la muerte de aquél; yo pedí, por arzobispo, a Su Eminencia.

 Un día, durante el mismo año, estando en la Iglesia de los Carmelitas descalzos, me dijiste en una suspensión: Hija mía, heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Mc_14_27). [205] Sentí temor ante estas palabras, y respondí: " ¿Cómo, Señor, al herir a nuestro pastor dispersarás nuestra Congregación, tu rebaño?" "No sientas dolor ante este golpe, hija mía, pues él te hará ir a París." El 29 o 30 de abril, un año después, estando todavía en la misma capilla de los Padres Mínimos, fui arrebatada y me dijiste una vez más: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño (Mc_14_27). En esta segunda ocasión, mi corazón se sintió como herido o rasgado. "Mi bien amado, me siento desolada; este arzobispo me favorece en todo y me lo quieres quitar." "Hija mía, irás a París." Tuve que resolverme a este golpe, porque tú lo querías. Comuniqué a Monseñor lo que me habías dicho, con el fin de que se preparara, pues yo no le ocultaba cosa alguna de lo que le mandabas. El recibió esto como venido de ti, afirmándome que sometía su alma a tu poderosa mano, según el consejo de san Pedro, tu Vicario General: Por eso háganse humildes, para estar bajo la mano poderosa de Dios, que él a su tiempo los levantará (1Pe_5_6s).

 Se acercaba el penoso tiempo de esta visitación que era la peste que habías resuelto enviar a Lyon. Durante varios meses, los versículos, las antífonas y las lecciones del Oficio de Difuntos fueron mis oraciones jaculatorias. El 5 de mayo [206] comuniqué a mi pastor, no sin pena, lo que me habías dicho, y a lo que había tenido que resolverme por ser tu voluntad. Al poco tiempo, volvió a su diócesis, mostrándome su deseo de contentarte en todo. La víspera de san Ignacio, penúltimo día de julio, los Padres Milieu y Arnoux vinieron a invitarlo a la solemnidad. Como yo estaba con él, les respondió: "Padres, hace falta que estas jóvenes insistan en Roma. Si Dios me concede la gracia de vivir, lo llevaré a cabo con alegría. Hija mía, ¿qué puedo hacer para darte gusto?" Viéndome abrumada por sus ofrecimientos, le respondí: "Monseñor, me ha dado tanto, que me siento confundida. Nuestro Señor quiere dar a otro su corona." Él se dio cuenta de que yo tenía otras cosas que decirle, e insistió para que no temiera; que yo podía adivinar que él gozaba con lo que yo le comunicaba de tu parte; que tenía un gran deseo de mejorar lo que había hecho, y que trataba de aprovechar todo aquello que yo le daba a conocer.

"Hija, tengo el deseo de hacerte algunos pequeños servicios." No volví a verle [207] a partir de este día. El 5 de agosto, estando en Petit Foret con Mademoiselle Particelle para hablar con los Padres Pontiam e Ireneo, capuchinos (los dos viven todavía) que me parece, estaban aquí para su Capítulo o por pertenecer a esos conventos, vinieron a decirnos que Mons. Mirón estaba en la Deserte, atacado de apoplejía. Recordando lo que me habías dicho, me conformé a tu voluntad. "Señor, tú lo quisiste y lo quieres; yo guardo silencio." El Padre Pontiam me dijo: "Hija, ¿por qué me curaste cuando los médicos me abandonaron en Roanne y dejas morir a tu buen pastor que tanto te ha favorecido?" "Padre, hay tiempo en el que Dios acepta que nos opongamos, como Moisés, y que le pidamos con lágrimas revoque las prohibiciones condicionales, y que obremos como el Rey Ezequías. En dos ocasiones me he opuesto al juicio de los médicos respecto a usted y al P. de Meaux, jesuita; el Espíritu Santo oraba en mi interior con gemidos indecibles. El me hacía pedir con gran simplicidad lo que deseaba concederme por bondad; en esta ocasión [208] no puedo pedir, a pesar de la pérdida que experimento. Es necesario que mi pastor me deje y que consienta yo al divino decreto no solamente con resignación, sino con indiferencia."

Por la noche, al orar por él, tuviste a bien llevarme al Monte Tabor para encantar, con tu gloria, todos los resentimientos que hubiera podido sentir, pues no era ingrata. Todos los que sabían a qué punto se preocupaba por mí este prelado se afligían de mi pérdida, pero después de hablar con nuestras hermanas, se alejaban consolados. Ellas les decían: "Nuestra Madre espera en Dios; ella se conforma a sus mandatos. Él ha llamado a Monseñor Mirón; ella consiente a este deseo suyo; como le debe tanto, reza por su alma y espera de Dios su ayuda y socorro." Querido Amor, desde que me dijiste que deseabas privarme de este prelado, te pedía nos concedieras a Monseñor el Arzobispo de Aix, quien es, al presente, Su Eminencia. Me hiciste comprender que así sería, pero que estaba yo destinada al sacrificio como la hija de Jefté.

Yo me explicaba esto favorablemente, porque por entonces no me diste a entender de qué manera sería yo sacrificada. La experiencia me lo ha aclarado, sin llorar con mis compañeras por mi virginidad, sino por el largo tiempo que debía esperar para consagrártela con los votos solemnes, lo cual será cuando tú lo quieras. Adoro tu Providencia que en todo hace lo mejor. Mi eminentísimo prelado ha relevado el trono de tu gloria que aparece en el escenario de nuestra debilidad, la cual fortificas con la paciencia. No me quejaba de estas pruebas sino contigo y con él mismo, porque tú así lo quieres. A quienes me dicen que es demasiado probar la constancia de las jóvenes, les doy la siguiente respuesta: El corazón de su Eminencia está en las manos de Dios, quien pudo dividir las aguas, para inclinarlas hacia donde le plazca. Espero tu salvación, Señor (Gn_49_18). En ocasiones adoro la punta de esta vara, que florecerá para la bendición de tu Orden; no dudo que todo se cumplirá.

Capítulo 52 - Que los reverendos Padres Milieu y Arnoux me aconsejaron salir de Lyon a causa de la peste, para dirigirme a París, con lo cual se realizó la predicción de Nuestro Señor, y de Lo sucedido durante este viaje.

[209] A fines de agosto la peste había arreciado tanto y estaba tan extendida, que casi toda la ciudad sufría por esta causa. Al ser herido el pastor, las ovejas fueron dispersadas y desoladas por esta inundación que tu justo rigor envió para obligarnos a enmendarnos. Pero es una pena, mi Salvador, que no seamos mejores; no te hemos aplacado en nada por la penitencia. No existe sino tu bondad que, en medio de su justa cólera, como lo dijo el profeta, recuerda su misericordia, sin la cual una parte de la tierra sería destruida. Si ella está desolada, se debe a que los hombres no repiensan de corazón las obligaciones que tienen para con tu caridad. Muchas personas huyeron al campo para evitar este látigo, más no para hacer frutos dignos de penitencia: Restáuranos, Dios salvador nuestro, calma tu enojo con nosotros (Sal_85_5). Durante el mes de septiembre, todo el aire de la ciudad estaba contaminado, y no se veían en ella sino muertos o enfermos moribundos que se arrastraban. La carreta que se los llevaba iba y venía sin parar.

Nuestras hermanas, que eran seis en total, fueron presa del miedo ante el mal, por lo que tres de ellas insistían en que yo saliese; las otras tres se oponían a ello, diciendo que tu Providencia que me había destinado para servirse de mí para el establecimiento de la Orden, me [210] preservaría de este mal. Las otras tres decían que esto era arriesgar no solamente mi persona, sino toda la Orden junto conmigo; que era tentar a Dios obligándole a hacer milagros, cuando se podía evitar este peligro con prudencia. Si me contagiaba, decían, todas se ocuparían en atenderme, y así toda la Comunidad se contagiaría. ¿Quién atendería a las pensionistas, quienes por tenerme cariño no podrían dejar de visitarme?

Yo consideraba sin alterarme los males de esta pobre ciudad, las divisiones que el amor propio, la prudencia y la caridad obraban en los espíritus de nuestras hermanas, sintiéndome tan indiferente como insensible hasta una noche, entre el 10 y el 11 de septiembre, en que la desolación de los vecinos de Ainay me despertó con gritos que podía yo escuchar desde mi cuarto: Mis ojos, que hasta entonces no habían podido derramar una lágrima, testimoniaban a tu Majestad que me compadecía del sufrimiento de todos. Te rogué tuvieras piedad de tu pueblo.

Podía decirte con David que podía yo ser la criminal que causaba esta aflicción, pero no deseabas tú que esta espada me hiriera. Me ordenaste, por medio de los Padres Milieu y Arnoux, saliera de Lyon. El Padre Arnoux escribió a París al P. Jacquinot, para que me mandara ir allá [211] y que mientras duraba esta espera, aceptase yo el favor que me ofrecían el Sr. y la Sra. de Puré, de llevarme a Bermon, ya que a un lado de este castillo había religiosas que no eran de clausura, ni tenían instrucción acerca de sus deberes para serte fieles. Como tenían buena voluntad, podría yo moverlas a la devoción al hablar con ellas. La obediencia y estas consideraciones me hicieron resolverme a salir de Lyon.

 El día de la Exaltación de la santa Cruz, dos de nuestras hermanas me vinieron a acompañar hasta la Iglesia de la santa Cruz, donde quise ir con aquella que debía acompañarme a París. Estas dos hermanas me dijeron adiós en esta iglesia después de haber adorado la santa Cruz. Una de ellas, enferma ya del mal, me dijo al darme el beso de despedida que le dolía la cabeza y se sentía mareada. La tristeza que ella sentía ante mi ausencia podría haber sido la causa. Yo les rogué se alegraran, afirmándoles que me arrancaban de su lado por obediencia. La otra, que estaba muy desolada, no se contagió sino hasta tres semanas después. La primera, que era sobrina del P. Irenée d'Avalon, capuchino, murió a los seis días y la otra a las pocas semanas [212].

 Permanecí en Bermon hasta fines de octubre, atendiendo a las religiosas de Dorieux, que carecían de instrucción. Eran muy buenas por naturaleza; su sencillez me hacía esperar que tu Providencia les prodigaría cuidados especiales, lo cual ha hecho, al retirarlas del lugar donde no podían ser instruidas, para llevarlas al Antiquaille, en el convento de la Visitación. Al enterarme de la alegría que tu Providencia les había procurado, me alegré y se lo agradecí de corazón.

Alrededor de la fiesta de Todos los santos, Mons. de Puré me dijo que deseaba conducirnos a París él mismo después de leer las cartas en que el P. Jacquinot me pedía ir allá y, sobre todo, siguiendo el consejo del P. Arnoux. Salimos por el Loire a dos leguas de Roanne; no pudimos pasar porque la peste había invadido muchas casas.

Querido Amor de mi corazón, ¿hace falta que experimente siempre tanta repugnancia para hacer los viajes que tu Providencia me ordena? Me parecía que en este barco me encontraba en una galera y que mi espíritu era arrastrado con fuerza por cadenas que me parecían insoportables. Vertía torrentes de lágrimas cuando podía estar sola en algún rincón del barco, donde [213] se pensaba me dedicaba a orar; la oración me servía de pan, y comía tan poco de noche y de día, que era una maravilla el poder tenerme en pie; pero no podía comer más, porque hacía un gran esfuerzo para pasar lo poco que tomaba. La náusea y otras enfermedades me desgastaron casi todo el tiempo que duró la navegación. Fue por eso que me detuve en Orleáns, donde pedí al Sr. de Puré informara al P. Jacquinot, quien había pedido al P. Ignacio de Renes, rector del Colegio de la Compañía, de hospedarme algunos días en Orleáns.

Este sacerdote no recibió la carta sino hasta haberme recibido por caridad y benevolencia. Se alegró de haber previsto, mediante su inclinación, la súplica del P. Jacquinot, por entonces superior de la casa profesa de san Luis, en París.

Permanecí diecisiete días en Orleáns, donde los cuidados del P. Rector fueron tan grandes que me confundían. El me hizo visitar a varios señores y damas de la ciudad que profesaban gran piedad. El teniente procurador de justicia quiso costear estos diecisiete días, y pagar todo lo que necesitaba yo para el viaje. El padre rector me dijo: "Hija, no rechaces las ofertas del Sr. Omin; todos los padres de nuestro Colegio desearían ofrecerte lo que este señor nos ha pedido: que le demos [214] el gusto de pagar por ti estos diecisiete días."

Todos los días, este buen padre rector hablaba conmigo sobre cosas espirituales, diciéndome al final: "Hija, me parece que eres la criatura a quien Dios regala más sobre la tierra; desde que he hablado contigo, he sido librado de una pena que ha blanqueado mis cabellos, como lo ves al presente. Desde que era muy joven, ni la soledad, ni la mortificación interior y exterior me habían aliviado en algo este sufrimiento. Admiro la pureza, privilegio que Dios te ha concedido, y que se contagia a quienes tratan contigo."

 Querido Amor, bien caí en la cuenta que eras tú quien obraba estos favores en este buen padre, y que le libraste después de haberle probado largo tiempo, habiéndote permanecido siempre fiel. Tu justa bondad le quiso dar la corona estando al fin de su carrera, después de haber combatido valerosamente.

El día de la fiesta de santa Catarina, virgen y mártir, murió con la muerte de los santos después de haber ganado la indulgencia plenaria. De muy buen juicio, con un entendimiento iluminado por tus luces, la voluntad inflamada por tu [215] amor divino, edificó, al expirar, a todos los padres y hermanos que se hallaban presentes para ayudarle a bien morir. El P. De Lingendes, que tuvo la dicha de estar de paso en Orleáns para ir a predicar a Tours, me dijo que si tu misericordia le concedía la gracia de morir como el P. Ignacio, se consolaría plenamente de tener en esta última hora una devoción parecida a la del padre, cuya memoria es en sí una bendición.

Capítulo 53 - De mi llegada a París, y de las grandes aprensiones que experimentaron varias personas, temiendo que esta fundación aminorase la importancia de las otras, y cómo no omitieron nada para impedirla, tratando de persuadirme de abandonar esta real ciudad, y cómo la Providencia divina me retuvo en ella.

Llegué a París la víspera del Apóstol san Andrés. Todo era cruz para mi espíritu. Trataba de saludar a la santa Cruz junto con este gran santo. El albergue que nos habían preparado estaba en la calle san Andrés, colindando con el Hotel de Lyon. Me dirigí a la iglesia del santo donde estabas expuesto. La Srita. Guilloire me hizo el favor de llevarme allí. Mis ojos se deshicieron en lágrimas en cuanto me arrodillé para adorarte al decirte: "Te adoro y doy gracias porque, según tus promesas, me has conducido hasta París. Sabía bien que ahí sufriría y encontraría cruces. Salí de Lyon el día de la Exaltación de tu Cruz; no rehúso todas las que me tienes destinadas. Mi padre se encuentra en esta ciudad; abrazo las que él me hará sufrir. Dame valor, si te place, o dispón su espíritu a tu voluntad, pues está encolerizado contra mí por haber salido de su casa por seguir tus mandatos."

Tu bondad le ablandó, y no me trató tan duramente [216] como había amenazado hacerlo en las cartas que había escrito. No le pedí nada para mi sostenimiento, temiendo que me ordenara volver a su casa.

La Srita. Guilloire nos proporcionó todo lo necesario hasta dos semanas antes de la Pascua. Me volví a ti cuando supe que ella no pensaba hacerlo sino durante este tiempo, diciéndote: "Salí de Lyon con dos monedas de diez francos cada una, con las cuales compré en Bermon todo lo que podía enviar a nuestras hermanas para provisiones. Tú me has provisto de todo. Mientras que los hebreos tuvieron harina en Egipto, no hiciste caer el maná; pero en cuanto aquella les faltó, hiciste llover sobre ellos este pan del cielo. Espero en tu Providencia. He llegado al lugar donde me has pedido que venga."

Tu bondad me hizo ver que se ocupaba de mí, al darme a la Sra. de la Rocheguyon, que me amaba como a hija suya; pero como aún no administraba sus bienes, sino que vivía junto con sus damas de compañía a expensas de la Srita. de Longueville, tía suya, no pudo darme algo al principio, sino que me dijo te rogara que pudiera recibir su dote. Al poco tiempo fue así, pudiendo alquilarnos una casa el Jueves Santo de 1629. Esto duró tres años y fue una gran Providencia, [217] como lo haré ver más tarde.

Al día siguiente, Viernes Santo, vi, al despertarme, un lagar que debía hacer girar yo sola durante varios días. Llevaba en mi espíritu estas palabras: Hicieron un plan para condenar a muerte a Jesús, (Mt_27_1) y te decía: "Señor, ¿quién se conjura actualmente contra ti y tu Orden?" Ignoraba que la gran reputación que el padre rector de Orleáns me había dado en esa ciudad llegó a oídos de la Sra. de Sainte Beuve, por las palabras del Sr. de Montry, a quien el mencionado padre había contado las maravillas de gracia que tú me dabas.

Temerosa de que el fulgor de una nueva Orden disminuyera el de las ursulinas, de quienes era fundadora, hizo llamar al P. de la Tour, jesuita, y a otros que eran sus amigos, pues también había fundado el noviciado de la Compañía en el barrio de san Germán, para presentarles sus quejas contra el P. Jacquinot, quien, según ella, había hecho venir a París a una joven de la diócesis de Lyon, que venía a establecer bajo su protección y mediante sus cuidados, a las jesuitesas; que este nuevo Instituto atraería a todas las jóvenes, con detrimento de otros conventos. Esto fue suficiente para obligar a tres o cuatro padres a escribir al Padre General, diciendo que el P. Jacquinot deseaba establecer a las jesuitesas; que ello iba en contra [218] de los designios de san Ignacio y de toda la Compañía y que, al ser la Sra. de Sainte Beuve, la fundadora de su noviciado, ella se oponía a esta fundación. Se mencionaba además que ella recurriría al Sr. Procurador General, que era su sobrino; que rogaría al prelado de París se resistiera a dicho establecimiento, que el Guarda Sellos, el Señor de Marillac, recibiría también la petición de no acceder a esta novedad, y que todo el pueblo de París protestaba contra los nuevos institutos religiosos, y teniendo cierta aversión hacia los jesuitas, de los cuales desconocían los méritos, tendrían por enemigos a la mayoría de los habitantes de esta ciudad real.

Era demasiado para no retirar la ayuda del P. Jacquinot hacia aquella a quien él mismo había invitado con tu complacencia. El jueves de la octava de Pascua llegaron de Roma las cartas de prohibición para intervenir en lo referente a este Instituto, tan perjudicial a la Compañía según ellos y según parece, también a la República. El consejo más caritativo era deshacerse de esta joven extraña en la ciudad y no seguirla guiando, abandonándola a todos los contratiempos que una hija a quien su padre no amaba más podría sufrir por haber seguido, por inspiración tuya, los consejos de los reverendos padres jesuitas.

Querido Amor, tu Providencia me llevó a decir al P. de Lingendes que le rogaba me diera los ejercicios, ya que él se encontraba más cerca de mí que el P. Jacquinot, [219] porque el Padre de Lingendes predicaba en san Benito. Le dije que al P. Jacquinot le gustaría mucho que él me confesara y me diera los ejercicios yendo y viniendo a la casa profesa. "Padre mío, como es necesario que haga girar sola un lagar, es necesario disponerme a ello mediante los ejercicios." Los inicié el lunes o martes de Pascua. Ese mismo día, mientras asistía a misa en una capilla de los Grandes Agustinos, vi, en una suspensión, un brazo poderoso que salía de las nubes. El P. de Lingendes me dijo que aceptaba con gusto, y que este lagar era la contrición que tenía yo de mis faltas, pues hice con él una confesión general, aunque mi alma no sentía dolor alguno, pero para disponerme al sufrimiento me mostraste que las palabras de un consejo reunido en contra tuya no se referían al tiempo en que estuviste en la tierra, sino al presente, recordándome que el año 1627 o 28 me habías pedido escribir al P. Benoît, sacerdote del Oratorio, que es ahora secretario de san Nizier, advirtiéndole por mi carta que durante el tiempo de mi estancia en París habría una agitación muy parecida a la que ocurrió cuando tu Majestad entró al templo de Jerusalén: Al entrar en Jerusalén, la ciudad entera preguntaba alborotada: "¿ Quién es éste? " (Mt_21_10).

El P. de Lingendes no me dijo nada más al respecto. El viernes siguiente, dentro de la mencionada octava de Pascua, se enteró por medio del P. Ignace Armand de las cartas de Roma, lo cual lo afligió al considerarme presa de una extrema aflicción, al verme abandonada de [220] todos mis padres. Respondió, al P. Armand: "Padre, no tengo sino tres días para permanecer en este Colegio. Volveré a la casa profesa el lunes. Ruego a su reverencia no tome a mal si le digo que recibiré esta obediencia del P. Jacquinot, quien es mi superior." Sin embargo, me pidió venir a verle al Colegio de Clermont, porque no podría acudir ese viernes al lugar donde me hospedaba para darme las pláticas. Su compañero, que había observado en este sacerdote una tristeza extraordinaria, dijo a mi compañera que el P. de Lingendes había suspirado con impaciencia casi todo el día, que no había estudiado nada, y que tenía una tristeza que él ignoraba. Como yo guardaba el silencio requerido durante los ejercicios, no sabía lo que decía este buen hermano a mi compañera.

 Había recibido ya las noticias de Roma, pero habiéndole llamado vino a verme, disimulando su contrariedad, hasta que le di cuenta de mi oración. Me dijo en seguida: "Y bien, ¿estás preparada a mover sola el lagar y a llevar la cruz más grande que hayas tenido en toda tu vida? [221] No te la diré esta tarde, porque te afligirías demasiado." "Padre, me aflige más el que me la oculte, que, si me la revelara, porque no sabe usted que, a nosotras, las mujeres, la aprehensión a veces nos desgasta más que el mal cuando ha sido descubierto." "Hija mía, existen prohibiciones venidas de Roma y nuestros padres no pueden ayudarte más. El Padre Jacquinot, a quien no he vuelto a ver desde la llegada de estas cartas, tiene prohibición del Padre General de venir en tu ayuda; lo mismo ha sucedido con el provincial, P. Filleau, y el P. Armand. Al cabo de tres días, no podré hablar contigo. ¿Qué piensas de esta cruz?"

            "Padre mío, es grande, pero ¡tengo un Dios que es todavía más grande!" "Te sientes valiente, pero mañana y los otros días este valor será vencido." "Padre, si su Reverencia me asegura que todas las luces que he recibido y que le he comunicado no son ilusiones, y que es verdad todo lo que sus sacerdotes que me han conducido desde mi infancia me han asegurado, no tengo miedo alguno a esta cruz. Con Dios lo puedo todo. El me dará el valor y la fuerza [222]. Mientras no reciba usted la prohibición de darme consejo, démelo y yo lo observaré."

"Hija, no salgas de París, a pesar de lo que otros te aconsejen. En presencia de los nuestros, te diré al menos por prudencia, que vuelvas a Lyon, pero no lo hagas. Es un consejo forzado, a causa de la malicia de las circunstancias, por no decir de los envidiosos. Iré a ver al P. Jacquinot para comunicarle mi parecer. Tú no has hecho el voto de obediencia; nuestros padres no pueden referirse a él para obligarte a quienes te ordenarán y aconsejarán contra sus sentimientos, por seguir la pasión de los y las que piensan obrar de manera que te contraríe." Él me dijo estas y otras cosas que sería muy largo repetir aquí. Le respondí: "Padre, me duele ser la causa de sus penas, pero ¿qué dirán quienes saben que siempre he obedecido y seguido los consejos del P. Jacquinot? ¿Qué sucedería si me valiera de la autoridad de mi padre, pidiéndole ahora que me mire con benignidad y diga que no quiere que salga de [223] París por complacer a la Sra. de Sainte Beuve y algunos padres jesuitas?" "Hija, esta proposición es muy buena; ponla en práctica. Tu padre se sentirá, a no dudar, herido en su honor. Él tiene autoridad y valor para retenerte si tú le pides consejo para que no te persigan y seguir los designios de Dios. Admiro la Providencia que te ayudó a rentar una casa grande durante tres años. Hay que tener precaución de no alarmar a la Señora de la Rocheguyon, en caso de que se entere de que nuestra Compañía te abandona.

 "Hablaré seriamente con el P. Jacquinot, haciéndole ver el daño que este abandono puede hacer a tu reputación y a la obra de Dios; que se podrá decir que hemos reconocido que eran puras ilusiones tuyas, y que la prudencia que se nos atribuye nos ha llevado a retirarte nuestro apoyo espiritual sin decir palabra." Él me dijo estas o parecidas cosas en el mismo sentido después de que me despedí de él para venir a hacer la oración requerida por los ejercicios espirituales.

 "Querido Amor," exclamé, " ¿Acaso he presumido de instituir una Orden por un deseo ambicioso, o eres tú [224] quien, por una bondad incomparable me has inspirado y destinado para esta obra? Si soy yo, entonces, Señor mío, no te asombres si me atrevo a hablarte así: confúndeme en el tiempo, pues esta falta sería más por ignorancia que por malicia. Ya he afirmado en Lyon que no buscaba mi gloria en cosa alguna, cuando una persona trató de disuadirme de este proyecto, temiendo que no se realizara, y me decía: Si usted no fuera conocida sino en Roanne, la confusión no sería tan grande. Le respondí que estaba yo contenta de ser incomprendida no solamente en Lyon, sino en Roma y aún en todo el mundo, por amor a ti. Siento al presente la gracia y el valor de sufrir una humillación universal delante de toda clase de personas; este sentimiento procede de tu bondad, y no de mis méritos."

Al pronunciar estas palabras, mi corazón fue oprimido por un dolor sensible, como si alguien hubiera puesto una enorme roca sobre mi pecho; de mis ojos brotaron solamente dos lágrimas que te ofrecí. Pude contenerlas ayudada de tu poder y decirte: "Señor, recuerdo el discurso de Gamaliel y las palabras que dirigió a los judíos cuando querían [225] cohibir a tus Apóstoles la proclamación de tu gloria: Mi consejo es éste: no se metan con esos hombres, suéltenlos. Si su plan o su actividad es cosa de hombres, fracasarán; pero si es cosa de Dios, no lograrán oprimirlos y se expondrían a luchar contra Dios (Hch_5_38s).

 "Hija mía, esta empresa no es ni tuya ni de los hombres, sino mía. Soy yo, el que sólo hace maravillas, quien permite que seas abandonada de todos, afín de llevar a cabo mi obra. Al tomar su naturaleza, la adopté privada de la hipóstasis humana, y la apoyé en mi divina Persona. Este misterio de mi inefable Encamación se obró divinamente, sin otros poderes que el de Dios. Bien dijo mi Madre que no conocía varón. Gabriel, quien fue formado en la escuela del cielo, dijo a mi Madre que el Espíritu Santo descendería sobre ella y que la virtud del Altísimo la cubriría en la concepción y nacimiento de Aquél que sería llamado el Hijo de Dios y el suyo sin división alguna, y que soy yo." Ante estas palabras, ¿Quién no se embelesaría y confiaría en ti? Respondí después: El Señor es mi luz, y mi salvación, ¿a quién temeré?: El Señor es la defensa de mi vida, ¿Quién me hará temblar? (Sal_26_1).

[226] "Querido Amor, si tú eres mi luz, mi salvación, mi protector y mi vida, ¿Qué he de temer? Mi iluminación divina, mi salvación eterna, mi protector en gracia y mi vida espiritual y eterna, ¿Qué me importa perder la corporal o la incorpórea? Te amo por encima de mi propia salvación; te amo por amor de ti mismo, y no por mi propio interés." Al día siguiente, sábado, me disponía a acostarme cuando me rodeaste de luz, diciéndome: "Hija, me tendrás en el santo Sacramento; no temas. Las contradicciones te harán como a José: la envidia te elevará dentro de mi Iglesia y llegarás a una posición más alta que la de él en Egipto, porque deseo servirme de ella para adornarte de gracias y de gloria." Hallándose el P. de Lingendes de regreso en la casa profesa, se asombró mucho al saber que el P. Jacquinot había sometido a consulta las prohibiciones del Padre General; tres de los consultores eran los mismos que habían redactado esos pareceres para enviar a Roma. No pedían ellos sino exponer sus sentimientos, a los cuales el P. Jacquinot unió los suyos. Yo ignoraba que eran secretarios de la Sra. de Sainte Beuve. El resultado fue que se juzgó necesario prohibir a todos los padres de las tres casas de París mezclarse en estos asuntos, y aconsejar a esa joven que saliera de ahí. El P. Jacquinot parecía ser el más resuelto a este tratamiento riguroso hacia una joven que hubiera atravesado mil mares por [227] obedecerle.

Querido Amor, bien dijo san Pedro que no te conocía por temor a una sirvienta. Era excusable la conducta de este padre; todos los otros podían acusarle por segunda vez a Roma, sin sentirse criminales por ello. Esto se debió, me atrevo a decirlo, que olvidó el poder que tienen los padres de esta Compañía para exponer sus razones, al ver que el Padre General había sido tan mal informado, ya que mi intención no era crear jesuitesas, ni hacer sombra a otras religiosas, sino unir en caridad mi barca a la de ellas, para llevar a las jóvenes al puerto seguro de la religión, y para que las redes de tu gracia se enlazaran industriosamente en medio del mar del mundo, del cual no pueden salir sin la ayuda de las pescadoras, lo mismo que los peces recogidos por los pescadores. Como unas redes no cautivan sus inclinaciones, se sienten más inclinadas a entrar en una Orden que en otra, al dejarles Dios la libertad de escoger la que más les agrade.

Fui a ver al P. Jacquinot, quien me hizo comprender que deseaba obedecer las órdenes de Roma y poner en práctica todas las conclusiones de la consulta. Yo le dije, "Y usted. Padre, ¡me abandona!; ¿no tiene acaso el poder de escribir al Padre Vicario?" "Hija, es preciso obedecer." " ¿Y es a mí, padre, a quien habla de obediencia?" [228] "No, hija mía." "Le digo esto porque deseo saber de su Reverencia si esta prohibición le obliga a darme un consejo contrario a los que me ha dado personalmente, y si no piensa que esta obra sea de Dios." "Sí, hija mía, la obra no es tuya. Me da tristeza que los corazones estén tan condicionados por los celos, que deseen poner límites a las intenciones que Dios desea hacer de su gloria. ¡Pobre inocente! ¡Es necesario que las estrecheces de estos corazones te hagan sufrir y que me obliguen a decirte que no vuelvas más a verme!" "Tomo entonces la libertad que, sin voto, había entregado a usted, pues veo que está impedido y no puede darme sino consejos contrarios al designio que Dios tiene sobre mí." "Hija, escribe al P. Vicario, haciéndole ver como se te trata; quéjate de mí; no vuelvas más a verme hasta recibir respuesta suya."

Pronunció estas palabras con el corazón oprimido y los ojos empañados en lágrimas. "Padre, no me quejaré sin motivo: su rigor es un poco cruel. ¡Adiós, Padre! Me voy a Egipto; volveré a Israel." Esta despedida no fue sin lágrimas. El respondió: "Ve con el P. de Vaillat, que es mi amigo, y dile que [229] le suplico te recomiende un director espiritual." No habiendo encontrado a este último, me acerqué a un confesionario donde confesaba el padre superior, Ignacio de Jesús María, que es muy piadoso. No le pregunté su nombre, pero alguien me lo dijo; yo volví. Este padre mostró una gran caridad hacia mí.

Una tarde, después de 3 meses de abandono, el P. de Lingendes me mandó que fuera a san Luis, ya que el Padre General estaba satisfecho con las cartas que le habían escrito, mediante las cuales se había cerciorado que ni el P. Jacquinot ni yo deseábamos fundar jesuitesas, ni hacer a un lado a las ursulinas fundadas por la Sra. de Sainte Beuve. Fui a ver al P. Jacquinot, sin decirle que se había guiado por la prudencia humana; que bien hubiera podido enviar a Roma sus razones antes de someterlas a consejo, pues dos o tres de sus consejeros eran los mismos que habían escrito a Roma. Uno de ellos había dicho a la Sra. Quisquant que se quejaba con él del abandono de la Compañía hacia una joven que había venido a París sólo por una orden de ellos. "Nuestro Superior la hizo venir," respondió el padre, "y luego no tuvo valor de sostenerla." El R. P. Jacquinot me dijo que le dijera quién era ese padre, pero yo me rehusé a decírselo, temiendo que se lo reclamara. Le dije que tú, oh mi Dios, permitiste este abandono de tres meses para mostrarme tu extraordinaria protección. El Señor de Montreuil, doctor de la Sorbona, siendo el señor cura de san Sulpicio, me vino a ver pues yo era su parroquiana; yo vivía en el barrio san Germán.

Constatando tanta educación y una caridad tan continua al ofrecerme sus servicios que eran verdaderamente grandes favores, me confesé con él y le comuniqué las luces que tu bondad me regalaba. Vio lo escrito sobre el Cantar de los Cantares que yo estaba haciendo. Después de haber considerado y examinado las gracias que me hacías y las luces con que elevabas mi entendimiento se quedó tan sorprendido que dijo que tu Majestad había puesto en mi cabeza una biblioteca de ciencia tan clara y sólida que no se podía dudar que fuera el dedo de Dios que escribía y expresaba en mi espíritu esas luces maravillosas. Testimonió lo que los Padres de Lingendes y Morin no sabían antes de que fuera enviado a Roma y que confirmaba lo que me había dicho muchas veces de viva voz.

El segundo domingo de Pascua, estando en el confesionario, me sentí llena de dulzuras inenarrables, las cuales me sumergían en un dulce entusiasmo que me puso en éxtasis, durante el cual escuché a tu bondad, que me decía: "Hija, no perderás nada; tendrás en grado eminente todo lo que deseaban quitarte."

Capítulo 54 - De las maravillosas consolaciones que el Verbo Encarnado me comunicó durante el abandono de los hombres, y de sus deliciosas conversaciones, que se sucedieron casi sin interrupción.

Permanecí tres meses sin hablar con el P. Jacquinot. Durante este tiempo tu amorosa bondad no me dejó de día ni de noche, desbordando, en todas las potencias de mi alma, torrentes de delicias. Viendo que mi corazón y mi cuerpo desfallecían con esta sobreabundancia que te complacías en comunicarles, te dije: "Señor, es bastante, es demasiado, si me permites hablar de este modo; retén o conserva [230] en ti mismo estas preciosas delicias, si no quieres que muera de gozo. Mi corazón no puede soportarlas sin morir.

"Permíteme decirte que mi muerte será atribuida a la tristeza de haber sido abandonada de los hombres, puesto que permitiste, oh mi Dios, este abandono de tres meses para hacer patente en mí tu protección extraordinaria. No pensarán que fue causada por la alegría de ser acariciada por un Dios divinamente amoroso, cuyos excesos de amor me arrebatarían la vida. Se dirá a propósito que, privada de consolaciones humanas, ha muerto de tristeza, a pesar de la confianza que parecía tener en Aquél que está con los que, por su amor, se encuentran en tribulación." Preocúpate por la gloria de tu Nombre, queridísimo Esposo. Mi muerte será preciosa delante de ti, porque te dignas estar a mi lado al hacerme morir de alegría con tus deliciosas caricias. Pero si se piensa que habré muerto de tristeza, estos pensamientos no permitirán las alabanzas a tu gloria delante de aquellos que ignoren las causas de mi muerte. ¿Por qué esperar al Juicio Final para darles a conocer tu amor hacia la que, sin merecerlo, mostrará, con su vida, que estos favores proceden únicamente de una [231] bondad divina que es en sí misma comunicativa? Si al morir en este exceso de júbilo pudiera mi alma decir a las creaturas de aquí abajo capaces de escuchar tus liberalidades, que la impotencia de recibir en sí la plenitud de tus gozos redoblados la han hecho salir de su cuerpo y de ella misma, para saborearlos en tu inmensidad, no pediría mayor dilación. Tú eres mi vida, y morir por ti es ganancia, la más ventajosa que podría recibir." Vivamos, corazón mío, para exclamar con David: El Señor guarda a los que lo aman; Pronuncie mi boca el elogio del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre por siempre jamás. Alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista (Sal_144_20s), (Sal_145,2). No pongas tu confianza en los hombres; en ellos no hay salvación: exhalan el aliento y vuelven al polvo, ese día perecen sus planes. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él (Sal_145_4s).

Es él quien es fiel a sus verdaderas promesas, las cuales cumple del todo, teniendo piedad de los que sufren menosprecios e injurias por su amor. El es el alimento de quienes fijan en él sus pensamientos: si los hombres parecen estar ligados por apariencias de autoridad, él los desliga con su verdadero poder; y cuando el espíritu que [232] se abandona a él ya juicio de los hombres, parece estar abatido y disipado en sus pensamientos, él le unificará y sostendrá para elevarle a sí.

 El recibe las almas que parecen peregrinar en la tierra de que se dicen habitantes suyos por derecho: El Señor guarda a los emigrantes, sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados (Sal_145_9). Querido Amor, tengo la experiencia de todos estos versículos; como pobre huérfana, recurro a ti, que te dignas ayudarme. Tienes cuidado de mí, que soy extraña en esta ciudad de la que desearían verme salir.

Esto se debe a que he venido para extender tu gloria. Expulsaron de la sinagoga al ciego de nacimiento a quien diste la vista porque respondía con alabanzas tuyas a los que, por malicia permanecían ignorantes de tu ser eterno, de tus dos nacimientos admirablemente adorables, de tu procedencia y del lugar de donde viniste a visitarlos. Pues eso es lo raro, que no sepan de dónde procede cuando me ha abierto los ojos. Jamás se ha oído decir que nadie le haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no procediera de Dios, no podría hacer nada (Jn_9_30s). Señor, por haber sido iluminada con tus divinos esplendores, puedo yo repetir a quienes se oponen a tu gloria, estas mismas palabras por amor a ti.

No conocía tus claridades ni los motivos que te inclinaban a darme estas gracias; en todos los siglos no ha existido persona alguna, [233] de cuantas has prevenido con tus bendiciones, que las haya merecido menos y que fuera más indigna de ellas que yo. Si no fueras Dios, cuya sabiduría es buena y la bondad esencial que se complace en estas comunicaciones que favorecen a los pequeños, no me gratificarías de esta manera. Si yo proclamara tus maravillas, todos me dirían, como los Fariseos a este ciego divinamente iluminado, que yo deseo enseñarles, siendo sólo una joven cuya enseñanza interpretarían como un signo de vanidad y de ambición de llegar a ser fundadora de una nueva Orden que, según piensan, son puras ideas forjadas por mi imaginación.

Quienes me han rechazado a causa de mis deseos de extender la gloria de Jesús, ignoran que tú has venido a mi encuentro, diciéndome amorosamente: ¿Crees en el Hijo de Dios? (Jn_9_35). Señor, yo no te respondí: " ¿Dónde se encuentra, y yo creeré en él?" Yo te veo presente con una presencia amorosa, y te adoro con todas las adoraciones. Creo firmemente en ti. Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de un verdadero Dios, engendrado y no creado, que nació antes de los siglos, que emanaste eternamente de la sustancia de tu divino Padre; que por amor has venido a tomar un cuerpo en las puras entrañas de la Virgen, tu santa Madre; haciéndote Hombre para habitar con nosotros; [234] y para hacernos ver el exceso de amor que tu divino Padre tiene por los hombres, tú mismo te entregaste para salvarlos.

Todos en general, y cada uno en particular, deberían, como signos de tu amor, decir con san Francisco: Moriré por amor de tu amor, que se dignó morir de amor por mi amor. Pero una muerte dolorosa como la tuya por ellos, y que me haría expirar ahora mismo, sería demasiado deliciosa. Es esto lo que me lleva a pedirte modifiques estos deleites; que sea yo crucificada antes de ser glorificada. ¿De dónde me viene este atrevimiento delante de mi Soberano? Tu amor me lo ha dado, ya que sin él, los pensamientos de la muerte al verme culpable, me infundirían temores y estremecimientos que merezco por los delitos que he cometido en tu presencia y contra el cielo; pero como te complaces en alegrar y deleitar mi alma, haz tu voluntad sobre aquella que ves que te ama, aunque sea indigna de estas caricias. Ella las acepta para engrandecerte junto con tu santa Madre, alegrándome en ti, mi divino Salvador, porque has mirado con benignidad la pequeñez de la más indigna de tus creaturas, para colmarla de bendiciones [235].

A pesar de ser tan pequeña, puedes engrandecerla, porque tu Nombre es santo; y hacer que las generaciones venideras reconozcan en ella tus insignes misericordias; siendo ellas incapaces por sí mismas de buenos sentimientos, y pudiendo ofender tus bondades, te buscarán con sencillez de corazón, y encontrarán en ti la dulzura misma. Yo les repito las mismas palabras de la Sabiduría: Amen la justicia, los que rigen la tierra; piensen correctamente del Señor y búsquenlo con corazón entero. Lo encuentran los que no exigen pruebas y se revela a los que no desconfían. Los razonamientos retorcidos alejan de Dios (Sb_1_1s).

Tus pensamientos, que eran pensamientos de paz sobre mí, me hacían alegrarme en la tierra, como un anticipo de aquella que los bienaventurados gozarán en la Jerusalén celestial y que sobrepasa todos los sentimientos de aquí abajo. Mi alma parece ser tu Sión, donde te complaces en habitar. Podía experimentar las palabras del Rey Profeta: Dios se manifiesta en Judá, su fama es grande en Israel (Sal_75_2). Mi alma conocía a tu Majestad a la manera en que un alma que camina en la vida encerrada en un cuerpo puede hacerlo, alabándola y proclamando a su Dios, que se digna fortificarla para gozar de estas claridades, concediéndole en la fe los privilegios de Jacob, y anunciándola victoriosa porque el amor con que amas parece llegar por bondad, diciéndole que si ella es fuerte contra ti, con mayor razón lo será contra los hombres, haciendo en ella tu morada bajo esta forma: Su albergue está en Jerusalén su morada en Sión. Allí quebró los relámpagos del arco, el escudo, la espada y la guerra (Sal_75_3s).

[236] De esta manera, destruyes a todos los ejércitos que desearían perseguirme, no permitiendo gesto alguno, ni en mi parte inferior ni en la superior, la cual iluminas admirablemente, y con triple intensidad, con los esplendores de tus Tres Augustas Personas, para mostrar que quienes se abandonan a ti son divinamente protegidos, mientras que los que presumen de ser sabios se ven turbados porque no son sabios sino de la sabiduría del mundo que es locura ante ti. Entonces me dirigiste estas palabras del Rey Profeta: Tú eres deslumbrante, magnífico, con montones de botín conquistado. Los valientes duermen su sueño y a los guerreros no les responden sus brazos (Sal_75_5s). Me dijiste: "Hija mía, bien puedes decir al confiarte a mí: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean fracasos? (Sal_2_1). Es en vano que se haya tenido una conjura para impedir mi designio: El soberano del cielo sonríe, el Señor se burla de ellos (Sal_2_4). Ya te he dicho que, desde toda la eternidad, he sido constituido Rey sobre Sión, y que tú eres mi Sión, cuyas puertas amo más que todos los tabernáculos de Jacob. Cosas gloriosas se dirán de ti porque tú eres mi ciudad. Por ti, las otras naciones se acercarán a mí, admirando cómo te he favorecido, al renacer por ti mediante una reproducción y extensión mística de mi Encarnación en esta Orden nueva."

Tu bondad me ocupaba continuamente y me dejaba en medio de un júbilo que hacía a mi alma salir de ella misma. No pudiendo comer ni dormir, te pregunté, Señor, si me permitieras dormir un poco, a lo que me respondiste: Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia y su salvación llamee como antorcha (Is_62_1). Todos verán que estoy contigo para justificarte y darte un nombre nuevo [237]. Te pondrán un nombre nuevo impuesto por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán "la Abandonada" ni a tu tierra "la Devastada" porque el Señor te prefiere a ti (Is_62_2s). Pronunciaste el resto de este Capítulo haciéndome gozar de tan gran júbilo, que te decía que mi corazón se dilataba de tal modo, que podría causarme la muerte.

Querido Amor, perdóname por pedirte una vez más me dejes reposar un poco, o será necesario que obres un milagro, pero ¿para qué hacerlo sin necesidad? Sabía que sería una tontería hablarte en estos términos, si no deseara yo conservar este cuerpo para seguir sirviéndote, que en todo se haga tu voluntad, puesto que deseas que vele contigo y me regocije al recibir tus gracias divinamente amables. Yo lo deseo: Alaba, alma mía, a tu amoroso Salvador: Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace germinar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y su fama frente a todos los pueblos (Is_61_10s).

Capítulo 55 - De los trámites hechos en Roma para obtener la Bula; del nombre de esta Orden, bautizada por los labios mismos del Señor; cómo la santa Virgen me alimentó de su seno, dándome leche celestial de sus pechos benditos.

 Al saber el P. de Lingendes que el Padre General había sido enterado de mis intenciones, y que había escrito a quienes le informaron erróneamente que el P. Jacquinot jamás había estado ni obrado en contra de las Constituciones y las intenciones de la Compañía, deseoso de agradarte, me urgió a enviar una solicitud a Roma a nombre de la Señora Duquesa de la Rocheguyon, suplicando a Su Santidad la concesión de una bula para el establecimiento al que se refería la dicha solicitud. El mismo padre me sugirió pidiera al P. Morin, del Oratorio, la enviara al P. Bertin, de la misma Congregación, que se encontraba entonces en Roma. Este padre se ocupó en esto de corazón, pero se formó una oposición de personas que urgían el establecimiento de las Hijas del Santísimo Sacramento, para impedirnos que el nombre de nuestro Instituto no fuera parecido al de ellas, porque veía que en la bula que fue concedida según nuestra petición, [242] se informaba a Su Santidad que deseábamos honrar a su Persona encarnada en todos sus misterios, y como resides verdaderamente en el divino sacramento de la Eucaristía por nuestro amor; deseábamos, tanto como estuviera a nuestro alcance, y ayudadas de tu gracia, reparar con nuestra adoración y servicio los desprecios que los judíos te hicieron mientras estabas visible y los que los herejes y los malos cristianos te hacen todos los días.

Los señores Cardenales Cayetano y Bentivoglio examinaron en particular esta petición y los testimonios de los Padres Jacquinot y Arnoux, jesuitas, y las de Mons. de Montreuil, doctor de la Sorbona y párroco de san Sulpicio; de Dom Pierre de san Bernard, Feuillant, y la del P. Morin, en la que mencionaba los sentimientos del difunto Mons. Mirón. Después de haberla examinado con suma exactitud, por recomendación de este último prelado, dieron sus pareceres a la Congregación de Regulares, que encontró en esta petición y en estos testimonios razones más que valiosas para obtener una bula de Su Santidad, restando solamente saber qué nombre pedíamos, ya que Mons. de Sangres suplicó que se nos diera [243] el mismo título de Santo Sacramento, que había sido concedido en la bula de las señoritas de Port-Royal. El R. P. Bertin nos pidió de parte del Cardenal de Bentivoglio solicitar el nombre que deseábamos.

Me dirigí entonces a tu Majestad con mi acostumbrada confianza, diciéndote: " ¿Qué nombre deseas dar a tu Instituto, que comprenda todo lo que me has prometido?" Mi Oráculo divino, no me hiciste esperar; elevando a ti mi espíritu, me dijiste: "Hija, yo soy la verdad infalible. Cumpliré todas mis promesas y el nombre de mi Orden es Verbo Encarnado; deseo que se pida este nombre, pues comprende con eminencia y por excelencia todo lo que se refiere a mí como Verbo creado y Verbo Encarnado; en este Nombre lo tendrás todo. Quien tiene el todo, tiene las partes; y yo te aseguro, hija, que este nombre será dado a mi Orden sin contradicción. Soy yo, hija mía, quien te adjudico este Nombre augusto y glorioso; desde la eternidad he sido, y sigo siendo, el Verbo Increado [244] Seré infinitamente el Verbo Encarnado. La boca de Yahvéh ha hablado. Mirad, no es demasiado corta la mano de Yahvéh (Is_58_14);(Is_59_1). Ella te dará con supereminencia todos los atributos contenidos en este Nombre."

Tu amable bondad me acarició con tanta dulzura, que me embelesaba de delicias y para colmo de favores, tu santa Madre se me apareció, ofreciéndome sus pechos sagrados para alimentarme con su leche virginal, como hizo con su devoto san Bernardo, ratificando nuevamente las promesas que me habías hecho de acercarme a los pechos divinos y reales, de los cuales deseabas nutrirme delicada y divinamente con la misma leche que mamaste, diciéndome: "He aquí el signo visible de la cosa invisible; este es un sacramento y un secreto de amor con el cual mi Madre te ha querido premiar. Es esta divina Profetisa quien desea darte a su Hijo, que soy yo, según las palabras de mi divino Padre. Te hago este don en presencia de los ángeles y de los hombres que gozan de la gloria en el empíreo. El Profeta Isaías recibió del Espíritu Santo la orden de tomar un gran libro para escribir en él, tomando el estilo de un hombre que debía ser este Dios reducido. Yo te doy, esta tarde, el mismo mandato de tomar un libro para consignar en él el estilo de este Dios que ha querido ser hombre. Este Hombre-Dios es el Verbo Encarnado, de cuya bondad debes proclamar las maravillas, después de lo cual confiesa que te quedas corta en la narración de las mismas, y de todos los favores que él te ha hecho y te hará si eres fiel a mi amor. Me apresuraré a darte gracias que retiraré a quienes se opongan a ti: Porque el que tiene se le dará, y al que no tiene, aún lo que tiene se le quitará (Mc_4_25). Yo los privaré de favores que podrían recibir de mi misericordia, a la cual se oponen, resistiendo a mi bondad por las contradicciones que hacen al Espíritu Santo, resistiendo a sus inspiraciones al oponerse a sus designios mediante obstinaciones maliciosas: Quien tenga oídos para oír, que oiga (Mc_4_23). Apartaré las fuerzas de Damasco y de Samaria antes de que mi bula sea fulminada. Ni la grandeza de la sangre, ni las protestas de los grandes pueden impedir mis designios. Repite, hija mía: Oh Emmanuel, Dios con nosotros" (Mt_1_23).

Capítulo 56 - Que Su Santidad concedió la Bula después de escuchar el informe de los Señores Cardenales, y cómo, mientras esperaba recibirla, la divina bondad me visitó por sus santos; y cómo Su Majestad me ordenó poner por escrito los sagrados matrimonios basados en el Cantar de Los Cantares.

 Los Señores Cardenales quedaron admirados de tu Providencia en este Nombre de Verbo Encarnado, el cual encontraron conforme al Instituto. Así lo expresaron a Su Santidad, quien fue del mismo parecer, diciendo: "se concede la petición." Sólo faltaba a las Hijas del Santísimo Sacramento pedir la suya a Monseñor de París, antes de ver la nuestra, pues la de ellas tendría por superiores a tres obispos. Temía él que fuera rechazada y la nuestra concedida. La Sra. Marquesa de la Lande, que quiso ser nombrada en nuestra bula como segunda fundadora junto con la Sra. de la Rocheguyon, instó al R. P. Morin presionara al R. P. Bertin para el envío de nuestra bula. Este no se apresuró a pesar de tantas solicitudes. Este largo retraso me molestaba; tu bondad me envió a san Miguel y a san Dionisio para consolarme. Me encontraba haciendo oración en una capilla de la iglesia de los padres de santo Domingo del barrio de san Honorio, que en la actualidad se encuentra dentro de la ciudad. San Miguel blandía una espada en una mano y en la otra una balanza. Yo comprendí que esta espada era para defendernos y la báscula para pesar nuestra paciencia.

[246] San Dionisio llevaba su cabeza entre las manos, mostrándome que había sufrido por el Verbo Encarnado, y que me protegería como Patrón y Apóstol de Francia. En otra ocasión se me apareció revestido de alba y estola, como cuando se disponía a celebrar los sagrados misterios. Después de él, se me apareció san Jerónimo, revestido como se pinta a san José, a la usanza de los judíos. Cuando todos estos santos desaparecieron, me hiciste comprender que me los habías enviado para instruirme, alegrarme y consolarme, y que me los dabas para ser mis maestros.

San Miguel, como dije antes, me enseñaría tus misterios divinos mediante irradiaciones e ilustraciones brillantes y sublimes; san Dionisio tenía orden tuya de instruirme en la teología mística, y san Jerónimo en la santa Escritura. Lo confirmaste diciéndome: "Hija, por medio de estos favores, puedes conocer las inclinaciones de mi bondad hacia ti." Mientras esperaba esta bula, tu Majestad me ordenó escribir sobre los cuatro desposorios que había deseado realizar con nuestra humanidad, con la santa Virgen, y con la Iglesia, así como el que se dignó hacer conmigo, la más indigna [247] Me dijiste explicara el Cántico de Amor, y que tu Espíritu me instruiría con abundancia de luces que confiara en él, ya que realizaría en mí las palabras escritas por san Juan: El que crea en mí, como dice la Escritura, de su seno correrán ríos de agua viva (Jn_7_38).

            "Con esto me refería a los que han recibido mi Espíritu, que enseña toda verdad a quien le place: El viento sopla donde quiere, y oyes su voz (Jn_3_8) a ti, hija mía, es dada la gracia de escuchar mi voz, de sentir mi aliento, de ver el esplendor del Padre de las luces, que de su benigna voluntad te ha enviado el don más alto y perfecto, no permitiendo que los obstáculos de las creaturas te hagan sombra. El engendra en tu alma y hace nacer felizmente claridades cautivadoras, que no debes ocultar, sino iluminar con ellas a todos los que viven en mi casa, a fin de glorificar a tu Padre celestial, cuya gloria debes buscar, y no la tuya. Que al hacer la voluntad divina no te preocupe el juicio de los hombres. Recuerda que yo mismo envié a Magdalena a los Apóstoles para anunciar mi Resurrección, y aunque su misión fue verdadera, mis discípulos no quisieron creer ni a ella ni a las otras mujeres que yo había resucitado. Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían (Lc_24_9s).

[248] "Pedro, que estaba destinado para conocer y decretar las verdades de la fe, se levantó y corrió al monumento: Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido (Lc_24_12). Pedro, quien había recibido la revelación de mi divina filiación; Pedro, que había visto mi gloria en mi transfiguración en el Tabor; Pedro, que había estado en el Jardín de los Olivos, donde fui transfigurado de otro modo, cubierto de sudor sanguinolento causado por los pecados de los hombres, quiso cerciorarse si las visiones y las revelaciones de las mujeres eran verdaderas. Conoció que era así: al inclinarse ante el sepulcro vio a los ángeles; vio signos visibles de la cosa invisible que era mi resurrección, la cual no era vista sino de aquellos y aquellas a quienes me plugo manifestarme. Pedro creyó y admiró las maravillas que se habían realizado después de ver los lienzos o sudarios en los que mi cuerpo había sido envuelto y cubierto.

"Pedro, que después de mí debía ser la piedra fundamental, como Vicario General mío, que yo dejaba como cabeza visible de mi Iglesia, contra la cual las puertas del infierno no podrían prevalecer, quiso asegurarse él mismo de mi Resurrección como el misterio más importante de la religión católica, según el dicho del vaso de elección: Y si no resucitó Cristo vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios (1Co_15_14s).

[249] "Pedro no fue solo al sepulcro, sino que vino acompañado de Juan, mi predilecto, quien recibió el favor de asistir al Tabor, la gracia de encontrarse en el huerto, y la fuerza de permanecer firme en el Calvario cuando tembló la tierra, las piedras se partieron y los sepulcros se abrieron para dejar salir a sus muertos que resucitaban para afirmar la Resurrección del primer nacido de entre los muertos. Juan, que había visto el agua y la sangre correr de mi costado abierto, y a quien yo destinaba a ser testigo de las más augustas visiones que serán jamás comunicadas a los hombres; Juan, a quien debían ser revelados los misterios más profundos; Juan, cuyo Apocalipsis no es sino un conjunto de misterios, lo mismo que palabras, secretos y sacramentos que todos los siglos no podrán expresar.

"Soy yo, el Verbo Increado y Encarnado, quien aparece en ellos como el Alfa y el Omega. Yo los declaro a quien me place; soy un espejo voluntario que hace ver mis bellezas según mi voluntad. Soy este Verbo de vida del que mi favorito habla claramente, diciendo: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio (1Jn_1_1). Querida Hija, este discípulo bien amado escribió las visiones y los favores que le comuniqué. El dijo la verdad impulsado e inspirado por el Espíritu de la verdad, que es el mismo Espíritu que [250] desea que tú escribas las que nuestro amor te ha comunicado y te comunica. Recuerda, hija, que te dije, hace ya más de veinte años, que eres como la pluma de un ágil escribano, y que no fue sin una Providencia singular que, siendo niña, encontraste al abrir el Oficio de las Horas estos versos del (Sal_44_1s): Bulle mi corazón de palabras graciosas; voy a recitar mi poema para un rey: es mi lengua la pluma de un escriba veloz. Mi muy querido Esposo, me admiraba mucho ante estas palabras, pues no entendía en ese tiempo lo que me querías decir con ellas. Mi corazón, mi lengua y mi pluma son tuyas; dales los movimientos que más te agraden; y si te place, obra según tu promesa: que escriba yo siempre según tu Espíritu de verdad, y continúes, por bondad, el don que me hiciste del agua y de la sangre que esta águila vio correr distintamente de una misma fuente, lo cual nos muestra tus dos naturalezas, que no tienen sino un mismo cimiento, y que podemos adorar en ti sin mezclar las sustancias, y que la comunicación de idiomas no admite confusión alguna.

Muy querido Amor, concédeme el favor de que, al hablar de tus maravillas, no embrolle los espíritus de quienes las leerán con intenciones sinceras tal y como yo las escriba, que son seguir en todo tu voluntad, procurando tu gloria y la salvación de las almas. Tú me [251] prometiste que en mí y por mí darás testimonio de ti, y que lo seguirás dando, apropiándome estas palabras: Yo soy el que doy testimonio de mí mismo y también el que me ha enviado, el Padre, da testimonio de mí. El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él (Jn_8_18) (Jn_14_21).

Muy querido Amor, cuántas veces te he preguntado: ¿Qué te lleva a manifestarte tan claramente a mí? Tu misericordiosa bondad que se complace en ofrecerme estos grandes favores, que tantas personas más dignas que yo no reciben, es del agrado de tu Padre y del Santo Espíritu visitarme y hacer su morada en mi alma, siendo para ella testigos irreprochables al decirme: "Hija, proclama con fuerza todo lo que te mandamos decir sobre nosotros; nuestro testimonio es verdadero: Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo. Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios (1Jn_5_7s).

 "Podemos ver claramente que, en tu alma, que es nuestro cielo, las Tres Divinas Personas dan testimonio de ellas mismas, valiéndose de las palabras y de los escritos, y que ellas no son sino un Dios muy sencillo en esencia; siendo tres hipóstasis distintas, ellas no tienen sino una naturaleza. En tu cuerpo siguen manifestándose las operaciones de Aquél que ha venido a ti por el Espíritu, el agua y la sangre.

[252] "Por el Espíritu, pues si él mismo no te condujera, en qué dédalo o laberinto te meterías al escribir con tanta frecuencia sobre los misterios divinos que no pueden ser conocidos de una joven sin estudios, sin la unción de este Espíritu que te ilumina con tanta claridad, que hablas de ellos como si se tratara de cosas visibles y familiares, pero con tanta abundancia, que parece claramente que llevas en ti a Aquél que es la fuente de agua viva, y que su sangre te vivifica lo mismo que a tus palabras, siendo tú quien distribuye lo que esta sangre te ha dado y vertido en ti con abundancia, para curar las picaduras de tus enemigos, que desearían hacerte morir con su veneno. No temas, hija, las Tres Divinas Personas no te abandonarán. El que viene a ti por el Espíritu, por el agua y por la sangre, es tu Esposo fiel.

"Soy yo quien ha testimoniado y quien dará testimonio de sí mismo. Si se acepta el testimonio de los hombres, el que viene de Dios es más fuerte para persuadir de las verdades que se manifiestan plenamente. Te confirmo, además, estas palabras: ¡Feliz, la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc_1_45).

Espíritu de Amor, te respondo por labios de aquella que te ha recibido en una superabundante manifestación: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador (Lc_1_46).

Capítulo 57 - [253] Que el Verbo Encarnado quiso consolarme y aliviarme; en su bondad, me prometió que concedería un gran favor al Rey, por medio del Santísimo Sacramento. Cómo me manifestó no ser su deseo que la Orden del Verbo Encarnado fuera unida a la del Santísimo Sacramento, y de otras gracias que Dios me concedió.

La víspera de san Lorenzo, encontrándome indispuesta, me acosté después de haber comulgado. Tu bondad, que se inclina siempre favorablemente a mí, quiso alegrarme en el lecho, donde estaba postrada no solamente por enfermedad corporal, sino afligida espiritualmente por una hermana que no viene al caso nombrar. Me dijiste: "Hija, vine a consolarte y para decirte que tengas confianza en mí. Estableceré mi Orden por medios que nadie imagina. Tú verás la unión de la tiara y de la corona de Francia en esta fundación. Repite con David: Tengo fe, aún cuando digo: " Muy desdichado soy", yo que he dicho en mi consternación: "Todo hombre es mentiroso." ¿Cómo a Yahvé podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahvé (Sal_116_10s). Habla, hija mía, de mis maravillas porque no puedes dudar de las verdades que te enseño. Yo he permitido que te veas afligida, a fin de hacerte practicar este gran sentimiento de humildad que sientes en tu alma, y puedes decir a quienes ignoran el exceso del amor que siento por ti, que todo hombre es mentiroso cuando piensa afligir al alma que yo consuelo." Mi divino Consolador, ¿Qué puedo ofrecerte en reconocimiento [254] de tantas gracias que continuamente me das? "Tomarás el cáliz de tu salvación invocando mi Nombre sobre ti, mientras espero que me ofrezcas tus votos delante de todos los pueblos que haré testigos de mis misericordias sobre ti. Obraré una maravilla para Luis XIII, quien se encuentra al presente en Lyon, para gloria de mi divino Sacramento. Espera con paciencia y mansedumbre; no temas nada, rebañito mío, porque mi Padre celestial se ha complacido en darte el reino en el tiempo divinamente previsto y asignado."

Durante el mes de septiembre, el R. P. de Lingendes supo que nuestro buen Rey se encontraba enfermo. Me pidió rezara por su salud, y que por la virtud del divino Sacramento te pidiera la salud de Su Majestad. Me puse a orar día y noche delante de este trono de la gracia, pues me hallaba en la tribuna que la Señora de Longueville había mandado construir en la Iglesia de santa Magdalena, que es la iglesia parroquial en la calle Ville l'Evêque. Conjuré a tu bondad diera alivio a nuestro buen Rey, lo cual no me rehusaste. El R. P. de Lingendes pidió al R. P. Souffrain rogara a nuestro Rey favoreciera el establecimiento del Verbo Encarnado, pero el R. P. Souffrain respondió que la Señora de Longueville estaba en Lyon con sus Majestades y había pedido al Rey [255] favoreciera con su autoridad la fundación de las Hijas del Santísimo Sacramento, por cuyo medio había obtenido la gracia de su curación. El piadoso Rey le había prometido su apoyo con Mons. de París, y expedir cartas para dicho establecimiento, las cuales habían sido ya firmadas y selladas por el Señor Guarda-Sellos, y que no se atrevería a interceder al mismo tiempo en favor de la fundación del Verbo Encarnado. Sería mejor, sugirió, unirse a estas religiosas, ya que ambos institutos tienen tanto en común, y que nuestra bula tenía incisos que se encontraban en la de ellas.

El P. Souffrain, que tenía reconocida reputación de sabio, santo y hombre de gran virtud, dijo en su respuesta al R. P. de Lingendes, que pensara en esta unión y comisionó a la Sra. de la Lande encontrara el modo de hacer hablar a la Sra. Duquesa de Longueville, nombrada fundadora en la bula del Santísimo Sacramento. La Señora de Longueville quería esta unión, habiéndose enterado en Lyon. Al consultar al R. P. Voisin, lo que éste pensaba de mí y mi proyecto, el padre habló con su caridad ordinaria, y según el conocimiento que tenía de las grandes gracias que me habías concedido. El R. P. Morin quiso sondear los sentimientos de las Hijas de Port-Royal con referencia a esta unión, y encontró en ellas grandes esperanzas de lograr su fundación, y que si se dignaban unirnos [256] a ellas, debíamos adoptar su bula y sus Constituciones, y sumergir nuestro Instituto en el de ellas, como una gota de agua en el mar.

Al enterarme de sus exigencias, humillé mi espíritu delante de ti, Señor mío, y exclamé: "Querido Amor, haz patente tu voluntad. Todos los espíritus de quienes tratan nuestros asuntos se inclinan a esta unión. El mío se encuentra muy lejos de ello; si esto es un deseo de mi propia gloria y una resistencia al desprecio que se muestra a nuestro designio, renuncio a mis propios sentimientos para seguir los tuyos." Habiendo dicho estas palabras y otras parecidas, me hiciste escuchar: Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado (Hch_13_2).       

"Hija, no deseo que sean unidas estas dos Ordenes. Quiero que ustedes vivan separadas de estas religiosas, que por ahora son hijas de la consolación, pues todo les sonríe. Bernabé significa hijo de la consolación, y tú eres un pequeño Pablo, a quien mi Providencia ha destinado a sufrir grandes contradicciones. Endureceré el corazón de quienes deberían ayudarte, para hacer ver en ti y en esta Orden el poder de mi derecha, que con su virtud te exaltará cuando llegue el tiempo para ello. No dudes, hija; soy yo quien te predice estos sufrimientos. Estaré contigo para hacerte crecer en medio de las contradicciones; podrás, así, decir: En la angustia tú me abres salida (Sal_4_2). Estas religiosas no se extenderán como ellas presumen, porque se apoyan en los grandes de la tierra. [257] Entiende lo que quiero decirte, pues el Señor te dará la inteligencia de todo (2Tm_2_7). Este Señor es tu Esposo, que está ante ti y que contempla lo que vas a sufrir por él.

 "No puedes decir que esta profecía no se refiere a ti, ni que el oráculo de la verdad calla ante ti. Si se desea afligirte al contradecirte para suprimir las luces que te comunico y que la prudencia de los tiempos te hace callar, sabe, hija mía, que: La Palabra de Dios no está encadenada. Es cierta esta afirmación (2Tm_2_9s). Repite con mi Apóstol: Por eso todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la gloria eterna (2Tm_2_10). Hija, si te unes a mis sufrimientos, reinarás conmigo. Sin embargo, el sólido fundamento puesto por Dios se mantiene firme, marcado con este sello: El Señor conoce a los que son suyos (2Tm 2,19). Les conozco y bendigo, así como las marcas del signo de mi Cruz, que las invitan a seguirme llevando la que mi sabiduría les permite y envía para ser mis imitadores."

Capítulo 58 - Cómo Nuestro Señor se me apareció, llevando mis lágrimas a manera de ceñidor, habiéndolas enaltecido divinamente sobre sus hombros sagrados, y cómo me explicó las maravillas de su bondad hacia mí.

 El P. Bertin envió nuestra bula después de enterarse que el Rey y el Parlamento habían concedido cartas [258] de autorización para el establecimiento de las Hijas del Santísimo Sacramento, y que el Sr. de la Ville l'Evêque se había dirigido por escrito a Mons. de París, de parte del Rey, para la fundación de las Hijas del Santísimo Sacramento. Durante estos trámites, esperábamos tu hora con paciencia.

Yo te decía: Tenme piedad, oh Dios, tenme piedad, que en ti se cobija mi alma; a la sombra de tus alas me cobijo (Sal_57_2). Aguardando que tu Providencia dispusiera de todos sus designios, escribí, según tu mandato, sobre el Cantar de los Cantares. Al tener la pluma en la mano, no pensaba en los disgustos y aflicciones de una esperanza diferida; pero al estar en oración, me deshacía en lágrimas, sin poder retenerlas a pesar de la violencia que me hacía. Señor, te decía, si mi esperanza en ti es tan firme, ¿por qué lloro tanto? ¿Es que deseas hacerme ver la debilidad de mi sexo? Mis ojos son dos canales que fluyen continuamente, sin que mi alma conozca la causa. Cuando tú le hablas, no se asombra de tus ternuras, ni cuando tu Espíritu sopla con todo ardor para fundirla. Ella recuerda entonces las palabras del Salmista: Envía su palabra y se derriten, sopla su viento y corren las aguas (Sal_147_18). Sabe que; tú eres la fuente y que te dignas fluir en tus jardines de recreo: ¡Fuente de los huertos, pozo de aguas vivas, corrientes del Líbano fluyen! (Ct_4_15).

 [259] Cuando ella sabe que estás presente, sus lágrimas son delicias para ella; las ve como testimonios del amor que te tiene, del cual tiene un signo seguro, que es la llama viva que produces en mi corazón. Ahora, sin embargo, este fuego está escondido como en un pozo profundo y seco, así como el fuego sagrado del tiempo de la cautividad de los judíos. No sabe qué pensar de estas lágrimas, cuya causa y motivos desconoce; al encontrarse en estos fríos, exclama: ¡Levántate, cierzo, ábrego, ven! ¡Soplad en mi huerto, que exhale sus aromas! (Ct_4_16).

Tu bondad, que es todo un mediodía ardiente de caridad, no se puede contener sin hacerme sentir los ardores que ella siente por mí. Fue ella quien te urgió, en forma divina, a visitarme: te me apareciste glorioso, portando un ceñidor admirablemente confeccionado, del que pendían lágrimas maravillosas en forma de brillantes. "Hija," me dijiste, "estas lágrimas son mis delicias y las de mi corte celestial; son lágrimas que tú has vertido sin saber su principio ni su fin, ni a qué pueden ser útilmente dirigidas y empleadas. Esposa querida, son más preciosas para nosotros en el cielo que las perlas orientales son para ustedes [260] en la tierra y la pedrería que tanto estiman los hombres. Todo ello no sirve sino para ornar el cuerpo durante esta vida mortal, pero estas lágrimas derramadas por mi amor son recompensadas y metamorfoseadas en perlas que embellecen el alma y que adornarán el cuerpo durante la vida eterna después de la resurrección universal.  Las lágrimas son admiradas en el Louvre de la gloria, el cielo empíreo, porque ahí no pueden producirse, por ser un lugar de felicidad, a cuya entrada los bienaventurados han recibido la corona después de haber yo enjugado sus lágrimas al terminar su vida mortal.

            "Las lágrimas acrecientan el gozo accidental de los santos cuando son derramadas por actos de amor y de contrición por las personas durante su vida, y que imitan las virtudes de estos afortunados ciudadanos del empíreo. Estas almas simples y pacíficas son como ovejas que acaban de lavarse y como palomas que residen cerca de los manantiales y ríos de las aguas de la gracia: Sus ojos como palomas junto a arroyos de agua, bañándose en leche, posadas junto a un estanque (Ct_5_12).

 "Estas almas de paloma y estas tórtolas sagradas son agradables a los santos que les han dado ejemplo de llorar por la ausencia de una Majestad a quien ellas aman, y que les ha amado desde la eternidad para hacerlas felices. Los santos presentan en sacrificio estas lágrimas al Dios todo bondad, como David presentó el agua que los soldados habían conseguido con peligro de sus vidas, para satisfacer su necesidad y su deseo. Hija, me agrada esta ofrenda, pero más aún la de las lágrimas que el amor produce y hace merecer la [261] vida eterna. Magdalena derramó lágrimas a la medida de su amor. Ella amó mucho; ella lloró mucho. San Pedro derramó tantas como amarga fue su contrición. Gozó de tanta dulzura en la misma proporción en que sufrió de amargura y de dolor durante su vida, desde el momento en que le miré después de sus negaciones: Y el Señor se volvió y miró a Pedro. Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente (Lc_22_61s). este flujo continuó todo el resto de su vida, pudiendo decirme: De mi vida errante llevas tú la cuenta, ¡recoge mis lágrimas en tu odre! (Sal_56_9). En el colmo de mis cuitas interiores, tus consuelos recrean mi alma (Sal_94_19). Hija, al revestirme de tus lágrimas, me glorifico; ¿las ves transparentes y brillantes?

 "Confieso, delante de mis bienaventurados, que tal adorno me place y que lo estimo como bello y precioso: Vestido de esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto (Sal_104_2). Estas lágrimas son un firmamento que me rodea; son aguas que se han levantado hasta mí: Dijo Dios: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras." E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento "cielos" (Gn_1_6s). Te ofrezco un cielo sólido sobre el cual yo reposo al llevarte yo mismo por divina inclinación. Yo ensancho tus pensamientos al multiplicar en ti mis luces admirables. Tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda, levantas sobre las aguas tus moradas (Sal_103_2s). Querida hija, estas lágrimas suben hasta mí como un vapor agradabilísimo, que yo convierto en nubes sobre las cuales me agrada hacer ascensiones maravillosas y volar sobre los vientos de tus suspiros."

 Querido Amor, esto es entonces lo que David proclama en voz muy alta, extasiado de admiración ante tus ascensiones amorosas: [262] Haciendo de las nubes carro tuyo, sobre las alas del viento te deslizas(Sal_103_3b). 

"Estas lágrimas son agradables a mis ángeles, que son espíritus, ministros de fuego y de llamas. Ellos vienen a contemplar estas aguas maravillosas que manan de los ojos de quienes me aman, que envío desde los cielos. Ellos admiran estos cielos elevados de las almas que las atraen a mí. Ellos miran los cuerpos que ellas informan exentos, por mi gracia, de movimientos impuros, como si no fueran frágiles. Soy yo, hija mía: Sobre sus bases asentaste la tierra, inconmovible para siempre jamás, (Sal_104_5) porque estos cuerpos, en virtud de la recepción del mío, santo y sagrado, resucitarán y serán inmortales e incorruptibles durante toda la eternidad. Esto es lo que admirará a los ángeles, porque ellas serán espiritualizadas, habitando en el empíreo en una bienaventurada felicidad que se puede definir como libertad celestial.

 "Ya no se verán atadas por matrimonios, como en esta vida, pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo (Mt_22_30). Del océano, cual vestido, la cubriste, sobre los montes persistían las aguas (Sal_104_6).

"Hija, admira cómo un abismo de dolor ha llamado a otro abismo de dulzura; tus lágrimas, que parecían ser un abismo de aflicciones, han atraído a mi bondad, que es un abismo de amor; mi bondad desea revestir mi cuerpo glorioso, que es la tierra sublime de sus preciosas lágrimas, como de un vestido que hago brillante de hermosura; mi cuerpo santo se ha hecho el cielo sublime; y la más elevada montaña que haya en el reino estima una gloria verse cubierta de tus lágrimas. Mi espalda sagrada fue capaz, aunque en figura, de dar a Moisés una muestra de todo bien; se complace al presente en llevar las aguas de tus lágrimas como un [263] tahalí glorioso, como una cadena que este Dios amoroso ha confeccionado él mismo. Y a la manera de una capa deslumbradora de belleza, mucho más agradable que si hubiera sido de las más ricas telas realzadas con bordados y sembradas de brillantes: Sobre los montes persistían las aguas (Sal_103_6). Tus lágrimas son divinamente realzadas por la gracia de Aquél a quien el sabio llama: la fuente de sabiduría del Verbo de Dios que está en lo alto; (Si_1_5) las porta cuando desea aparecer con el atuendo completo de fiesta solemne. Los ángeles recogen las lágrimas de los pecadores convertidos, que es el día de su más grande gozo. Ellos hacen por ellas sus grandes solemnidades. Ellos las presentan a la santa Trinidad como el fruto que más le agrada.

 "Admiro, mi bien amada, el placer que el divino Padre experimenta al contemplar a su Hijo bien amado, que es su campo bendito, regado por las lágrimas que dignamente le ofrezco en reconocimiento del rocío de agua que él te ha dignado destilar, porque es en sí amorosamente bueno y comunicativo. Él es el Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación, que para consolarte envía a la tierra a su Hijo único, imagen de su bondad, manantial fuerte y vivo: Tú haces brotar en los valles los manantiales, que corren luego entre los montes (Sal_104_10). Soy yo quien personifica esta sabiduría que desciende a los valles, y que hace brotar en los corazones humildes fuente de gracias. Soy yo quien envía las aguas que pasan sutilmente entre las montañas de las elevaciones del espíritu; ella se presenta delante de mi trono en presencia de mis santos, que son por tanto los montes que se alegran al ver estas lágrimas, que obtienen de mí por mi gloria y por la salvación de las almas. Experimenta, hija, esta verdad: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt_5_5). De tus altas moradas abrevas las montañas, (Sal_104_13) y a cambio de estas lágrimas serán concedidas gracias sublimes. Es un don del Padre celeste que viene de lo alto, quien hace producir a las almas las obras que me complacen.

"Magdalena había llorado antes de verter sobre mí su perfume, anticipando mi sepultura. Yo afirmé que ella había hecho una buena obra, la cual sería mencionada junto con la predicación de mi Evangelio. Yo reprendí a mis discípulos de los pensamientos que tuvieron contra esta acción, así como me quejé a Simón el Fariseo por no haberme rendido un testimonio de amor parecido a los de esta penitente, [264] que sabía amar de verdad, diciéndole: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor (Lc_7_44s).

Querido Amor, debo amarte mucho, porque me has perdonado tantos pecados, los cuales se me prohíbe mencionar en este relato de mi vida. Tu sabiduría lo ha permitido para hacerme conocer que ella dispone de todo sabiamente, a fin de que olvide lo que es mío y recuerde lo que procede de tu bondad, y así, diga con el Apóstol: Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús (Flp_3_13s).

Capítulo 59 - Que Dios defiende su Orden contra la rabia de los demonios, ordenando a san Miguel y a sus ángeles combatir por él, cómo lo hicieron por la Encarnación. Nuestro Señor me apropió las palabras de Jeremías, del Apocalipsis y de Isaías.

Olvidándome de mí y de las imperfecciones que cometo, no debo olvidar la secuencia de esta narración de tus misericordias, que sigues prodigando sobre mí como si ellas fuesen para mí sola y para todo lo que puede hacerme feliz. Ellas previenen todo aquello que podría causarme disgusto, para desviarlo y en verdad, puedo [265] afirmar que no me siento ofendida sino por mí misma, y que los demonios furiosos contra el establecimiento de tu Orden no la podrán dañar, pues tienen poder tanto cuanto se los permites.

 El que tentó al Faraón, que se me apareció en forma y apariencia de un muerto obstinado a resistir todo lo que es para tu gloria en esta Orden, y el que tentó a Ario, que adoptó la figura de una persona que se complace en burlarse y mofarse de lo que no puede impedir completamente; ellos no han podido detener el curso de tu Providencia sobre este Instituto. San Miguel y sus ángeles están para socorrernos. Estos tienen la misma naturaleza y están iluminados con la gracia y la gloria que les hace más fuertes que aquellos que tienen este natural y los atributos que tu poder les habría dado si no se hubieran hecho culpables de lesa majestad divina y humana, al rehusar adorar la divinidad que deseaba unirse a la naturaleza humana. No pudiendo impedir que tu amor, oh divina bondad, inclinara y urgiera a la segunda Persona a revestirse de un cuerpo en las entrañas de una Mujer, haciéndose hombre para llegar a ser el Hombre-Dios, ni que fueses llamado el Verbo Encarnado para hacernos consortes de tu naturaleza divina. La vista de esta Virgen incomparable, que estaba destinada desde la eternidad a ser tu Madre, para encerrar en su cuerpo virginal al Hombre Oriente que debía ser esta novedad admirada sobre la tierra, según el dicho del Profeta, quien anunció: Pues ha creado Yahvéh una novedad en la tierra: la Mujer ronda al Varón, (Jr_31_22) este anuncio acrecía las furias de [266] estos espíritus rebeldes contra ti y contra todos los hombres, cuya naturaleza hubieran querido destruir si hubieran podido hacerlo, lo cual muestra claramente el Capítulo 12 del Apocalipsis: Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La Mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada mil doscientos sesenta días. Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos (Ap_12_1s).

"Hija, esta Mujer adorable, que estaba encinta de un Hijo varón, era la figura de mi Madre y de mí que debía ocultarme en su vientre, en el cual quise tomar un cuerpo y hacerme el primer nacido entre muchos hermanos, permaneciendo vivo en el seno de mi Padre al mismo tiempo que visitaba a la humanidad para iluminarla con mi luz, la cual oculté en este seno materno, pero no tan completamente que el dragón no tuviera el presentimiento [267] de la ruina de su imperio. Armado de cólera, se levantó con arrogancia, lo cual puedes notar en estas palabras: Un gran dragón rojo, (Ap_12_3) apareciendo con siete cabezas, cada una teniendo su diadema y atrayendo con su cola la tercera parte de las estrellas como soldados suyos, para que viéndolos se asustara esta Mujer, en cuya presencia permanecía para atemorizarla él mismo, creyéndose lo suficientemente temible para infundirle miedo y para hacerla abortar de pavor y devorar a su hijo varón con su hocico bestial.

"Aparentaba majestuosidad con sus cuernos, ignorando las invenciones poderosísimas de la amorosa Providencia de un Dios que ama a los hombres y al hijo de esta Mujer, el cual era indiviso y único de su Padre Eterno, con el que es igual y sin quitarle nada, posee la misma divinidad que le atrajo al trono y levantó en vuelo a esta Mujer admirable que era su augusta Madre en la soledad donde este Dios todopoderoso le había preparado una morada singular conveniente a aquella que es incomparable, cuyas excelencias sólo Dios puede conocer y darle el trato conveniente a la dignidad que le estaba destinada desde la eternidad. Miguel, teniendo más celo por la gloria de mi Madre que odio tenía el dragón hacia sus preeminencias, combatió con sus ángeles [268] contra este dragón inflado de orgullo y toda su corte, echándolos del cielo al cual jamás volverán, y si guardan su malicia envenenada para afligir a la descendencia de esta Mujer, la tierra de mi Humanidad santa absorberá este diluvio, confundirá a los demonios y será la muerte de la muerte que el dragón y serpiente antigua ha procurado a los hombres mediante las solicitudes que les hace y les ha hecho todos los días para ofender a su Creador. Yo seré la mordedura del infierno; yo engulliré este río: Pero la tierra vino en auxilio de la Mujer: abrió la tierra su boca y tragó el río vomitado de las fauces del dragón (Ap_12_16).

De hecho, he devorado a la muerte, la he absorbido: La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?" (1Co_15_54). Al conversar sobre los poderes, los esplendores y la fecundidad que tu divina bondad ha comunicado a tu Madre, y siendo tú Hijo suyo, arrebataste mi espíritu, lleno de admiración ante sus maravillas; habiéndolo elevado por amor, me dijiste: "Hija, hablaba yo de las supereminencias de mi Madre con estos dos textos de la Escritura: el de Jeremías y el del Apocalipsis, cuyo cumplimiento reconoce toda la Iglesia, por haberse hecho realidad en mí y en mi augusta Madre. Cuando tomé de ella mi Humanidad y absorbí la muerte con mi muerte, vencí al infierno, del cual he sido y sigo siendo el bocado que no ha podido digerir. Los limbos me han reconocido; todos los Padres y todas las [269] almas que se encontraban cautivas en ellos salieron en pos de mí. Yo conduje cautiva a la cautividad, elevándome sobre todos los cielos y concediendo a la humanidad dones de los que mi Apóstol hizo distinciones, asegurando que subí a lo alto para llevar todas las cosas a su plenitud: Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo (Ef_4_10).

Querida hija, entre todos los destinatarios de los dones, te miraba para dártelos con largueza, y para hacer ver en ti a los ángeles y a los hombres una reproducción mística de los misterios más renombrados y más orientados a mi gloria visible y a la salvación de los hombres. Sufre, aunque te sientas confusa, pues te digo que tú sigues siendo esta mujer maravillosa sobre la tierra, que encierra en forma mística al Hombre Oriente que soy yo. Eres tú esta mujer que fue un signo prodigioso revestido de sol, coronada de estrellas y calzada con la luna, que tienes bajo los pies, despreciando las vicisitudes y las vanidades de la tierra; tu mente rebosa de ciencia. Los doctos, en Daniel, son comparados a las estrellas que brillarán en perpetua eternidad; los esplendores con que adorno tu alma, irradian al exterior. Tienes varios testigos de estas claridades, aunque ignores, como Moisés, que tu mente y tu rostro aparecen iluminados con frecuencia. Estos rayos que tú no ves, son visibles a los demás cuando yo lo juzgo conveniente para infundirles devoción y respeto a mi Majestad, que se hace ver en quien le place.

[270] "Debes saber que esto es un signo visible del sol invisible, que te hace su cielo iluminado con sus luces. La constancia que otros perciben al perseverar tú en mis designios muestra tu firmeza, y que no estás agitada por incesantes inconstancias, que son propias de tu sexo. Es mi gracia, hija, que te afirma en mi voluntad. Es mi gracia que te hace agradable a mis ojos. Es mi gracia que desea hacerte mi madre en forma maravillosa, y que te hará dar a luz en la Iglesia, mediante un nacimiento místico una extensión de mi Encarnación, a Aquél que mi Madre parió en Belén. Esto se hará a pesar de las envidias, la ira, la furia de los demonios y las contradicciones de los hombres. Te he dado ojos y alas de águila para verme en el seno de mi Padre, en el foco de los divinos resplandores, y para volar a la soledad de este seno paterno, donde se encuentra el Hijo único que te revela estos misterios, porque ha sido del divino placer honrar de esta manera a aquella a quien se complace en honrar con insignes favores. Como mi Madre jamás levantó la voz, quiso clamar a través de los Profetas que deseaba este nacimiento, y así dio a luz sin dolor.

"Los dolores de parto previnieron a los patriarcas y profetas sobre lo que se muestra claramente en la Escritura. No es necesario que te detengas en ello y en constatar las citas; el Profeta Isaías las proporciona suficientemente, lo cual prueba esta verdad. El deseó que los cielos enviaran su lluvia y que la tierra se abriera para dejar brotar o surgir el germen [271] de David, del cual debía yo nacer. El esperaba que el tallo de la raíz de Jesé saliera y creciera floreciente, pues el Espíritu vendría a reposar sobre ella. Sus esperanzas no fueron defraudadas; sus profecías se han cumplido, y se reproducirán en este Instituto. No lo dudes, hija. Mi espíritu reposa en ti. Él se hará conocer bien. ¿Podrías dudar de ello sin afectar la verdad conocida? Ofenderías su bondad, que se llega a ti como amiga muy querida. Puedes ver cómo te sigo favoreciendo con mis dulzuras, y que no eres tú quien sufre los dolores de parto de mi Orden. Los padres que te dirigen los sienten, porque se afligen a causa de esta larga tardanza, mientras que tú aguardas en silencio y en espera confiada al Salvador divino. Yo estoy contigo para regocijarte, para hacerte sentir que mi compañía no causa molestias."           

 Querido Amor, al estar san Bruno sumergido en la admiración de las dulzuras que experimentaba, se maravillaba y la ensalzaba por medio de exclamaciones: "Oh Bondad, oh Bondad" llamándola por su nombre, para que pudiera reconocer ella misma, divinamente, sus excelencias divinas. Deseosa de imitar a este gran patriarca de los santos, te ruego llegue a ser digna alabanza tuya y tu remuneración suficiente. No ignoro que me has prevenido de bendiciones y dulzuras antes de haberme revelado que deseabas establecer una Orden para honrar tus sagrados misterios junto con tu divina Persona humanada por amor de los hombres. Ya no sé cómo testimoniarte mi humilde reconocimiento. Permanezco abismada en mi impotencia, adorando tus excelencias supremas y diciendo a todas las creaturas a quienes he invitado a bendecirte y alabarte: Con vuestra alabanza ensalzad al Señor cuanto podáis, que siempre estará más alto; y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca acabaréis (Si_43_32s).

 Si por ahora no encuentro palabras para agradecerte los favores que tu [272] bondad ha compartido conmigo, qué puedo hacer sino admirarte en adoración y exclamar con los Serafines: Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos. La tierra entera está llena de tu gloria; todo se estremece de respeto delante de tu Majestad y yo, ¿debo entonces hablar? Isaías dice que siente mal permanecer callado en un silencio que había guardado porque sus labios eran impuros, por habitar en medio de aquellos cuyos pecados le habían ensuciado la boca, y que, estando en esta mala o indigna disposición, había visto con sus propios ojos al Rey y Señor de los ejércitos, el cual miraba con horror los labios manchados de quien debía pronunciar sus oráculos divinos.

 "Hija, los labios del Profeta fueron purificados con el carbón encendido que el serafín tomó con tenazas. Después de escuchar que mi Padre, el Espíritu Santo y yo deseábamos enviar una misión a los hombres, exclamó: Heme aquí: envíame, (Is_6_8) a lo cual respondimos: Ve y di a ese pueblo: "Escuchad bien, pero no entendáis; ved bien, pero no comprendáis." Engorda el corazón de ese pueblo; hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure (Is_6_9s). Hija, te envío en una misión parecida. Aquellos a quienes hablarás no comprenderán al escucharte; me verán en ti, pero me desconocerán; tus luces los cegarán, tus palabras endurecerán sus corazones; se taparán sus oídos. Cerrarán los ojos a mis claridades; sus esplendores les parecerán tinieblas, porque desearán comprender de un modo natural lo que no puede ser conocido sin una iluminación sobrenatural, la cual no concedo [273] sino a quienes humillan sus almas bajo mi poderosa mano, que porta la luz y lleva en el puño a las estrellas que representan la ciencia como bajo su sello. Ciegos son, hija, los que presumen saber lo que en realidad ignoran."

¿Hasta cuándo, Señor? "Hasta que acepten su ceguera, su ignorancia de mis caminos, y que se refugien en mi misericordia, sin la cual, como tú misma has dicho, ya habrían desaparecido."

Querido Amor, te dije: Escucha mi súplica, Yahvéh, presta oído a mi grito, no te hagas sordo a mis lágrimas, (Sal_39_13) que mis lágrimas lleguen y sean recibidas por ti. Sé bien que las miras, que tus oídos escuchan estas lágrimas que te piden me perdones, así como a todos los que se te oponen: Haz gala de tus gracias, tú que salvas a los que buscan a tu diestra refugio contra los que atacan. Guárdame como la pupila de los ojos. Más yo, en la justicia contemplaré tu rostro, al despertar me hartaré de tu imagen (Sal_16_7s). Mi divino Salvador, si tú eres mi justificación, no sentiré confusión alguna al aparecer en tu presencia. Me sentiré segura cuando tu gloria se me aparezca; es decir, cuando vea que los hombres la procuran en todas sus acciones. Es esto lo que pido de tu bondad y que en esta misión que me has dado de la fundación que te honre, no busquemos sino a ti y la salvación de las almas.

[274] Al volver de este largo éxtasis, me apené mucho al enterarme de que la Srita. Guilloire me había estado esperando tanto, pues nos encontrábamos en la Iglesia de Saint-André-des-Arts, que es su parroquia. Dios mío, ¡hubiera deseado tanto en esa mañana estar en mi soledad teniendo un festín con los pensamientos que después del éxtasis me llenaban! Pero como me aguardaba para llevarme a cenar con ella, su paciencia y cortesía me hubieran hecho sentir culpable, a pesar de no dar yo muestras de lo que me había retenido, y dejándola con sus propios pensamientos, pues la conocía como una persona tanto discreta como caritativa.

Capítulo 60 - Cómo se demoró el establecimiento del Verbo Encarnado hasta después del viaje que Monseñor de París debía hacer a san Aubin, lo cual fue Providencial, pues la señora de La Lande se resolvió a dar su dinero de fundación a la Orden de san Benito.

Transcurrieron algunos meses en espera del tiempo oportuno para presentar nuestra bula a Mons. de París, por lo cual no sentía ninguna prisa. La Srita. de Longueville y la Sra. de la Rocheguyon, sobrina suya, fueron de la opinión de presentarla, pero se nos dijo que había que esperar, que la hora no había llegado aún; que Mons. de París deseaba examinarla con su Consejo, compuesto de personas doctas [275] y piadosas, cuya piedad no podía ponerse en duda. Sin embargo, es de pensar que hay mucha verdad en las palabras de san Pablo: los hombres se fían mucho de lo que sienten y sin llegar a pecar, se permiten tener más celo por las cosas que creen ser según Dios, que por aquéllas a las que no sienten inclinación alguna. En Daniel, los ángeles mostraban claramente diferentes inclinaciones; unos y otros tenían razón, y hubieran resistido santamente más de veintiún días si la Divina Majestad no hubiese enviado a Miguel en socorro de Gabriel, ante quien el Ángel de Persia había resistido tres semanas con buena intención, deseando retener al pueblo de Israel ocupado en el culto divino, para atraer con su ejemplo a quienes tenía a su cargo (Dn_9_11).

Es posible que el buen Señor del Val, llevado de un santo afecto hacia la Orden carmelitana, haya deseado dar a París otro Monte Carmelo, deseoso de ver a las almas entregadas a altas contemplaciones. El señor cura de san Nicolás des Champs, llevado de celo caritativo hacia las almas pecadoras, pensaba estar imitándote al buscar y cargar sobre su espalda y cuidarlas en el convento de las Hijas de la Magdalena, dejando a tu Providencia las noventa y nueve que vivían en tu temor. Mons. Le Blanc, a quien se pidió favorecer a las Hijas del Santísimo Sacramento, pensaba que debía honrar a este sol sobre todos los astros, y procurar que sus esplendores iluminasen nuevamente toda la ciudad de París.

[276] El señor le Blanc dijo a la Sra. Marquesa de la Lande que era necesario unirse con las Hijas del Santísimo Sacramento, ignorando que éstas no se inclinaban a ello, y que tu Majestad me había dicho: Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado (Hch_13_2). La Sra. Marquesa de la Lande vino a decirme lo que el Señor le Blanc le había sugerido. Le respondí: "Señora, sabe usted bien que las religiosas de Port Royal desean establecer esta Orden sin admitirnos junto con ellas. Parece ser que Dios no desea esta unión, y que se conforma con que ellas y nosotras, en nuestros diferentes institutos, convengamos en unidad de fe y de amor hacia este santo Sacramento." El Señor Guial, gran vicario de Mons. de París, mandó decir a la Srita. de Longueville que prometía seriamente ocuparse de la ejecución de nuestra bula sin que pasara por el Consejo de Mons. de París, cuyo espíritu no se opondría, habiéndosele informado que el documento estaba sometido a la jurisdicción del Ordinario.

Como la Señorita de Longueville estaba de acuerdo con el sentir del Señor Guial, dispuso que la Sra. de la Rocheguyon, su sobrina, enviara la bula al Señor Guial, pero la Sra. Marquesa de la Lande, presionada por el celo que le era característico y temiendo que este prelado prolongara mucho dicha ejecución mientras esperaba encontrar el momento oportuno para hablar de ella a Mons. de París, pidió la bula para [277] hacer que fuera presentada por otras personas que tuvieran mayor insistencia que el Señor Guial. La Srita. de Longueville dijo a la Sra. de la Rocheguyon: "Mi parecer es no precipitar este asunto; haga usted lo que le parezca bien, usted y la Sra. de la Lande."

 La Sra. de la Rocheguyon, que por deber y por inclinación deseaba seguir el sentir de la Srita. de Longueville, respondió que seguiría con sumisión todos estos consejos, y que sabía bien que yo los seguiría con toda clase de respeto. Entre tanto, Mons. de París fue a visitar a la Srita. de Longueville, con la que se encontraba la Sra. de la Rocheguyon. Les aseguró que deseaba la fundación de la Orden del Verbo Encarnado, pero que les rogaba escucharan las razones que le obligaban a diferirla, que tenían que ver con las Hijas de Port Royal quienes, por mediación de la Sra. Duquesa de Longueville, habían obtenido cartas del Rey para su establecimiento, y que su Majestad había ordenado al Señor de la Ville au-Clerc escribiera al notario con referencia a la ejecución de su bula, en la que se mencionaban tres obispos como superiores, y que posiblemente no se había hecho notar a su Majestad que, si en una diócesis era suficiente un solo obispo, con mayor razón debía bastar un obispo en su diócesis para ser superior de un monasterio. "No pongo en duda la justicia de mi buen príncipe, quien, de haber sido informado sobre mis derechos, y de que le hubieran dicho que esta bula rebasaba la autoridad del Arzobispo de París, su bondad, siempre tan ecuánime, hubiera considerado las [278] razones que tengo para rehusar la bula de estas damas y las que me disponen a establecer la Orden del Verbo Encarnado. Si la estableciera rechazando la otra, sin haber informado a mi buen príncipe sobre mis razones, algunas personas mal informadas podrían decir que no obedezco a sus inclinaciones, y que esto es una desconsideración hacia la autoridad de mi Rey. Señorita, no pido a usted sino cuatro o cinco meses, durante los cuales estaré en san Aubin." Y dirigiéndose a mí, me dijo ¿no puedes esperar más? Veo que la Srita. de Longueville y la Sra. de la Rocheguyon son de mi parecer." Como respuesta, dije: "Monseñor, haría mal en resistir, reconozco el exceso de su bondad, ya que pide la opinión de quien se gloría de seguir y obedecer a lo que es tu voluntad sin haberme yo informado de las razones que le hacen diferir con toda justicia, y que le impiden la ejecución de la bula tan pronto como lo desea. Habrá tiempo suficiente cuando regrese de Saint Aubin."

Este viaje me hizo pensar que la Señora de la Lande, llevada de un santo celo y no pudiendo esperar, se inclinaría a una fundación en la Orden de san Benito; así lo hizo. Tu Providencia, oh mi divino amor, gobernaba los espíritus de estas damas, conservándoles la paz y el amor, y me libraba de los temores que sentía yo de no saber dar gusto a las dos en caso de que ambas llegaran a ser fundadoras.

Capítulo 61 - Que se me mandó hacer un viaje a Lyon para gobernar la Congregación que estaba a punto de disolverse; y como la divina Providencia me consoló, prometiéndome su ayuda en abundancia, exhortándome a la perfección.

Al cabo de algunos días recibí cartas de la Congregación de Lyon, donde se me notificaba que ya no eran sino cuatro, y que dos habían tomado la resolución de dejar si no me regresaba inmediatamente a Lyon, y para persuadirme de que no estaban disimulando, hicieron que los padres jesuitas me escribieran. Al P. Binet le repugnaba que saliera yo de París. Se dirigió al P. Milieu para enterarse por él si era absolutamente necesario que hiciera yo el viaje a Lyon. El respondió que sí, y que llevara el dinero necesario, porque las cuatro hermanas de la Congregación carecían de todo, y estaban endeudadas. Me dijo entonces el P. Binet: "Hija, es necesario que [279] vayas a Lyon mientras que Mons. de París realiza su viaje a Saint Aubin, pero no dejes de estar de regreso después de Pascua; quien deja la partida, la pierde. Trataré de mantener a Mons. de París en sus buenas disposiciones; tu bula puede ser puesta en práctica sin someterla a su consejo." La Srita. de Longueville y la Sra. de la Rocheguyon me permitieron ir a Lyon durante cuatro meses.

Todo estaba arreglado para este viaje y yo, como en otras ocasiones, sentía indecible resistencia, derramando en tu presencia, Señor mío, torrentes de lágrimas y preguntándome atemorizada cómo podría yo alimentar cuatro hermanas en Lyon y tres más que llevaría conmigo. divino Paráclito, tú quisiste darme a conocer que eras mi consolador, mi protector y mi Providencia, diciéndome: "Hija, repite con el Rey Profeta: El Señor es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta (Sal_23_1s). El Señor te guía; nada te faltará. El proveerá a todo. No temas sufrir necesidad; confía en la Divina Providencia. Descarga en Yahvéh tu peso, y él te sustentará (Sal_54_23).

Pocos días después de recibir de parte de tu voluntad esta seguridad entré en la iglesia de los padres del Oratorio, en la calle de san Honoré. Al estar de rodillas delante del gran altar, elevaste a ti mi espíritu haciéndome ver un cielo que se inclinaba hacia mí, el cual estaba cubierto de maná en forma de semillas de cilantro blancas como la nieve. En el centro de este cielo estaba una paloma que me parecía ser el Espíritu Santo. Yo admiraba cómo este cielo podía estar suspendido, ser movido y producir el maná que sostenía milagrosamente del lado de la tierra. Este maná caía sobre mí, y me parecía comprender, en una forma mística, que me iba a Lyon, y que me seguía como si él hubiera tenido sentido y conocimiento para seguirme. Pero todo esto no debe sorprenderme, porque bien puedes hacer que [280] este maná místico venga en seguimiento mío, así como se lo ordenaste y diste la dirección o el instinto al agua milagrosa que brotó de la piedra tocada por Moisés para que siguiera al pueblo de Israel y remediara sus necesidades.

Tu amor es tu peso; él te lleva a emplear a tus creaturas al servicio y socorro de aquellos o aquellas a quienes amas, porque eres bueno e infinitamente misericordioso. Viendo que deseabas que viniese a Lyon y habiéndome prometido lo que Jacob te pidió: la vida y el vestido no solamente para mí, sino para todas las hijas que me darías, hice todo lo posible para obtener el permiso de la Sra. de la Rocheguyon de ir a Lyon durante cuatro meses. Como prenda de mi pronto regreso, me dijo que deseaba guardar la bula, a lo cual no opuse resistencia para no darle a pensar que no volvería tan pronto como ella pensaba y que había yo deseado en el momento de hablarle. Sabía muy bien que no sería yo religiosa en Lyon tan pronto como lo sería en París, de lo cual tú mismo quisiste advertirme. No sé si esto fue para poner a prueba mi valor, mi confianza y mi fidelidad. Quise obedecer tus órdenes por acción, como las había seguido por escrito, de palabra y por pura intención de tu gloria y el bien de mi prójimo.

La Señora de Beauregard vino a verme para decirme que mis hijas de Lyon le habían rogado me hablara de la necesidad que tenían de mi regreso, y que ella les había prometido hacer todo lo posible para [281] llevarme. Le dije entonces: "Señora, estoy pronta a partir cuando usted lo desee. Bendigo al Verbo Encarnado que me pone bajo su protección y guía, que espero siga siendo igual ahí donde él me puso al salir de Lyon; es decir, el Señor de Puré a quien le debo todo mi agradecimiento por los cuidados que tuvo para conmigo y los favores que él y su señora esposa me prodigaron."

Habiendo sabido que el P. Jacquinot, después de sus visitas como provincial, había llegado a París, fui a verle y le dije que nuestras hijas de Lyon me urgían a hacer un viaje a esa ciudad, lo cual le pareció prudente, por temor a que ellas abandonasen la Congregación. Había llegado a París la víspera de la Fiesta del Apóstol san Andrés, en 1628; cuatro años después el mismo día, víspera de san Andrés en 1632, salí de París con el alma triste y el rostro bañado en lágrimas, llevando conmigo a tres señoritas; yo era la cuarta.

La que intimaba más conmigo era la Hna. Isabel Grasseteau, cuya fidelidad hacia ti y hacia mí es admirable. Toda la Orden del Verbo Encarnado debe alabarla hasta el último día por sus virtudes, principalmente por su constante resolución, que no pudo ser quebrantada por ninguna clase de presiones que se le hicieron para que me dejara, tratando de hacerle ver que perdía su tiempo y buscaba seguridad en esperanzas falsas, pues la Orden del Verbo Encarnado jamás sería establecida; que yo estaba enferma continuamente, y que si moría se vendría abajo todo el proyecto. Querido Amor, hace falta esperar contra toda esperanza la fundación de este pobre [282] Instituto. "Hija, haz como Abraham: camina en mi presencia y serás perfecta." Dios de mi corazón, si al hablar, me dieras la perfección sin esperar mi correspondencia, sería perfecta de inmediato; pero no juzgas prudente darme la perfección, diciéndome que trabaje por adquirirla, deseando que conozca mi debilidad al ver mis propias caídas, hasta que te lo pueda decir, reconociéndome enferma en mí misma. De este modo, me veré fuerte en ti, pudiéndolo todo en Aquél que me conforta. En ocasiones me acercas a ti, dándome confianza con las palabras de este Vaso de Elección: Sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado (Hb_12_1s).

Capítulo 62 - De mi llegada a Lyon; de las lágrimas que derramé al tomar la dirección de la Congregación del Verbo Encarnado por encargo de tu santísima Madre y de los sufrimientos que me hicieron pasar dos personas

Llegamos a Lyon el 11 de diciembre, un sábado, pero la carroza de la Señora de Pure, que nos había recogido al descender del coche, no pudo llevamos hasta nuestra comunidad, pues no tenía sino dos caballos y tuvo que dejamos en casa de la Señora Colombe, quien nos rogó pasáramos la noche en su hogar, ya que era demasiado tarde para subir a nuestra montaña. Seguimos su consejo y aceptamos su caridad [283] Al día siguiente por la mañana quise ir a san José para recibir la luz necesaria para el gobierno de tu familia en la iglesia de este santo. Oh divino Verbo Encarnado, que escogiste a este gran patriarca para ser tu padre nutricio, del cual quisiste ser hijo y súbdito al nombrarle padre tuyo. Le pedí tierno amor, reverencia y fidelidad hacia ti. Rogué a tu santísima Madre me mirara como alguien que dependía absolutamente de sus órdenes y que la consideraría siempre como la superiora de nuestra Congregación; que de ella recibiría la comisión de gobernarla en su nombre, siendo su vicaria a pesar de reconocerme tan indigna de este nombre y tan incapaz de prestar este servicio; pero que, al considerarla, después de Dios, mi esperanza, recibía con humildad este cargo.

Subí a la santa montaña después del mediodía. No lo hice con espíritu alegre, sino de tristeza. Vertía mi corazón por los ojos al llegar a nuestra capilla, mientras que nuestras hermanas me esperaban en el coro, cantando el Te Deum. Bañada en mis propias lágrimas, abracé a todas como hermanas e hijas mías; la vista de las pequeñas pensionistas me alegró. Señor, que de la boca de estas niñas tu alabanza sea perfecta; nútrelas con tus pechos amorosos, como espero lo harás.

Algunos días después de mi llegada, el P. Poiré vino a verme, y me ofreció, con gran caridad, toda la ayuda del gran Colegio del que era rector. Mi Hna. Catalina Fleurin me describió las virtudes y la prudencia de este sacerdote, pidiéndome ratificara [284] la petición que ella misma le hizo de tomarse la molestia de dirigir nuestra Congregación, contándome las aflicciones que habían tenido por las importunidades de dos personas incapaces de gobernar y que buscaban con pasión tener el cargo. Estas dos personas dieron tantas muestras de alegría ante mi llegada, que les parecía obtendrían las ventajas que imaginaban tener, que eran de gobernar la Congregación de modo absoluto. La advertencia de esta hija, y la experiencia que tuve de la poca capacidad de estas personas me hizo resolverme a rogar de nuevo al P. Poiré me asistiera con sus consejos, como su caridad me los había ofrecido.

Él me dijo: "Con todo gusto. Madre." Le rogué continuara guiándome como su hija espiritual, y que hiciera progresar la Congregación del Verbo Encarnado hacia la perfección a la que estaba obligada, que es imitar a Aquel cuyo nombre llevan. Viéndose lejos de lo que habían esperado, los dos que pensaban ser autoridad resolvieron emplear tácticas que yo no había previsto. Hablé al uno y al otro con mi franqueza ordinaria, haciéndoles ver la resolución que tenía de seguir bajo la guía del padre rector, que estaba lleno de prudencia, de sabiduría y de piedad.

[285] Ellos me aconsejaron de manera que yo sintiera aversión hacia este padre, pero no pudieron lograr su propósito. El más suficiente, no queriendo aparecer deseoso de hacerme odiar a este padre, sugería al otro todo lo que podría haberme hecho concebir aborrecimiento hacia el sacerdote y su dirección. El consejero, que ocultaba su veneno, no pudiendo verme tan seguido como aquél a quien prodigaba estos consejos, resolvió quitarme a las pensionistas y a aquellas de mis hijas que él pensaba yo amaba más, lo cual sigue haciendo al presente, cuando tiene ocasión de hablarles o hacerlas hablar por medio de otros; pero como tú dijiste, oh mi Señor: Nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre (Jn_10_28s).

Sin embargo, a pesar de todas sus artimañas, no ha podido arrancarme a las que he querido retener, porque tú mismo me las diste, y porque tu mano, que es más fuerte que yo, las ha retenido a pesar de lo que ha urdido para hacerlas salir. Las que ha sacado son aquellas que tu Providencia no quiere dentro de su Orden, y que he dejado ir según su voluntad [286]. Queridísimo Amor, como no tengo hiel para quienes me han hecho sufrir, tampoco deseo tener pluma para especificar y describir los males que han querido hacerme, ya que tu bondad siempre me ha consolado cuando ellos pensaban afligirme.

Deseo repetir con el Apóstol que estos sufrimientos, aunque quienes los han conocido, en una pequeñísima parte, los estimen muy grandes, no son comparables a las delicias que me has comunicado. He descrito únicamente parte de ellos en los cuadernos que Su Eminencia se llevó el 1° de diciembre; él puede ver lo que escribí a partir de 1633. Comencé el mes de abril, después de mi regreso de París y si recuerdo bien, fue para anotar el favor que me hiciste por tus cinco llagas.

Pasé cuatro meses sin consignar por escrito las gracias que me dabas. No podía escribir mucho porque me dolían los ojos y me encontraba enferma, como sigue sucediendo ahora. El cuidado que tu bondad ha tenido de alegrarme mientras que se buscaban toda clase de artificios para afligirme era grande, sabiendo que no me quejaría con él, lo cual no ha sido para mí una pequeña mortificación. Y tú, mi Dios y mi todo, seas eternamente bendito. Así lo has permitido y no me desahogo con las creaturas de la tierra; a ti, mi Señor me dirigí muchas veces cuando esta privación me parecía dura.

 Tú me dijiste que así lo permitías para tu gloria y para probarme; que no perdiera el valor y recordara estas palabras: La piedra [287] que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido; esta ha sido la obra de Yahvéh, una maravilla a nuestros ojos (Sal_118_22s). "Querida hija, la Orden comenzará el día en que muestre el poder de mi diestra, día en que podrás decir: ¡Este es el día que Yahvéh ha hecho, exultemos y gocémonos en él!" (Sal_118_24). Querido Amor, nosotras te decimos en general y en particular: ¡Ah, Yahvéh, da la salvación! ¡Ah, Yahvéh, da el éxito! ¡Bendito el que viene en nombre de Yahvéh! (Sal_118_25s). Tú nos bendecirás en tu mansión de gracia con bendiciones de tu mansión de gloria: Yahvéh es Dios, él nos ilumina (Sal_118_27). Tú solemnizarás este día y nos colmarás de tu gozo con abundantes favores que recibimos en tus altares, donde te ofrecemos nuestros votos. Cada una de nosotras te dirá: Tú eres mi Dios, yo te doy gracias, Dios mío, yo te exalto. ¡Dad gracias a Yahvéh, porque es bueno, porque es eterno su amor! (Sal_118_28s). 

Capítulo 63 - Como el Verbo Encarnado cambió los sentimientos de un Padre que durante cuatro años había sido adverso a su Orden y después fue el más celoso por su adelantamiento.

Teniendo al padre rector por director nuestro, tuvimos casi todo el Colegio a nuestra disposición. Me enteré que el P. Gibalin se había declarado, me atrevo a decirlo, el perseguidor de la Orden del Verbo Encarnado y que clamaba contra la que nunca había conocido. Las cartas que escribía a su sobrina, en la actualidad superiora y primera religiosa de la Orden, respiran [288] los sentimientos de aversión que había él concebido contra todas las imaginaciones de Jeanne de Matel, de la cual hablaba según el juicio que se había formado de ella. Estas cartas se han convertido para mí, al leerlas, en causa de alegría. Su sobrina las guardó para que yo las viera escritas cuando aún no me conocía. Todavía conservo una de ellas.

La antevíspera de Navidad, le mandé pedir que nos predicara el día de tu Nacimiento. Oh mi todo humilde Verbo Encarnado, hiciste ver que llamas a los débiles para confundir a los fuertes. El mencionado R. Padre vino a verme armado de razones, según él irrefutables, para probarme la poca seguridad que tenía de que sus sobrinas se mantuvieran en la esperanza de llegar a ser de la Orden del Verbo Encarnado. Comenzó su primera visita con una expresión de rostro tanto desdeñosa como su palabra. Yo traté de ser lo más cortés que me fue posible, y después de haberle escuchado, le dije que ya había él resistido bastante, y que te había pedido que fuera nuestro san Pablo convertido. El padre encontró más dulzura en mis respuestas que rigores había él preparado en sus proposiciones.

Yo admiraba cómo tu Majestad le convencía, pues yo hablaba muy poco; tal vez le decías: Te es duro dar coses contra el aguijón [289]. "Padre, le dije, Dios le destina para cuidar de todas las casas de la Orden, así como san Pablo lo tuvo de todas las iglesias."

Muy querido Amor, bien sabes que mi trato con mis confesores ha sido sencillo y llano, y que jamás he ocultado ni tus gracias ni mis imperfecciones. El P. Poiré, deseoso de que el P. Gibalin le ayudara al florecimiento de esta Orden, le testimonió una confianza particular en conversaciones familiares. Mi contento fue grande al verles unidos a contribuir con todos sus cuidados al bien del Instituto. Me dijeron que, como en mi ausencia había habido comunicación con Roma sin hacerlo de mi conocimiento, debía yo esperar en Lyon la bula que se había solicitado. No debía, por tanto, pensar en el regreso a París; de ser así, esta Congregación de Lyon no sobreviviría, y que aparentemente tu Majestad deseaba que permaneciera en esta ciudad para establecer la casa lo más pronto posible. "Padres, me aguarde una larga espera, pero como salí de París por consejo de los Padres de la Compañía, permaneceré en Lyon siguiendo el de ustedes."

Las primeras noticias que recibimos fueron que el Cardenal de Bentivoglio no había encontrado la petición que se había enviado de Lyon, igual a la que se envió de Paris, lo que hace pensar cómo, sin advertirme, se envió de aquí una solicitud tan mal redactada y tan alejada del designio que tu Majestad me había mostrado, que este documento fue la causa de esperar tres años sin recibir la bula; si no se hubieran pagado por adelantado los fondos al banquero, que es una medida contra la prudencia ordinaria [290] la bula no me hubiera costado el doble: cerca de 1.200 libras. a pesar de no ser solicitante, no dejé de pagarla. De haber sido advertida, tal vez me hubiera parecido mejor pedir un sumptum de la de Paris.

Queridísimo Amor, yo sé que la persona que pagó por adelantado una parte del dinero que yo le había dejado no estaba capacitada para ocuparse de asuntos para los que era necesario un espíritu y un juicio muy diferentes al suyo, y que tendría yo que sufrir mucho si no despedía a este hombre que deseaba tener un dominio absoluto en nuestra Congregación. Sin embargo, el P. Gibalin abogó por él, para que me resolviera a sufrir lo que no viene al caso contar aquí.

Bendito seas por todo, oh divino amor mío, que me has consolado en todas mis aflicciones con tanta abundancia que puedo decir que tus consuelos han sobrepasado mis cruces, aunque éstas hayan sido grandes según la opinión de los más sensatos, que me han dicho (después de ser obligada a mencionar las razones por las cuales despedí a la persona que las causaba) que el P. Gibalin se había portado, no sólo con severidad, sino con crueldad al persuadirme de tolerar a esta persona cuyos malos tratos podían haberme hecho morir de aflicción, lo cual ocultaba a mis hijas. Alababa a esta persona en presencia de ellas, a pesar de que me es difícil expresar el odio que había concebido hacia mí y que explico valiéndome de las palabras de Job: Su furia me desgarra y me persigue, rechinando sus dientes contra mí. Mis adversarios aguzan sobre mí sus ojos (Jb_16_10).

 [291] Resuelto a sufrir conmigo, el P. Poiré no quiso darme orden de despedir a la causa de mis penas, dejando todo a la discreción del P. Gibalin. Al lamentarme con él, me dijo: "Hija, tienes mucho valor para no poder sobreponerte a todo con la bondad de tu corazón y la ayuda de tantas gracias de Dios, que te acaricia de un modo tan especial por medio de favores tan extraordinarios." He narrado estos favores por escrito tanto como mi poca salud me lo ha permitido, como he dicho antes, y Su Eminencia puede leerlos, si le place, en diversos cuadernos cuyo número ignoro, así como los que me fueron quitados durante mi ausencia. Pido a tu Majestad que quienes los tengan saquen provecho de tus bondades, derramadas sobre mí con tanta largueza, a pesar de ser tan indigna de estas grandes caricias que has querido comunicarme porque eres bueno, y porque me viste privada de las consolaciones que tienen todas las religiosas de esta diócesis, de las cuales me reconozco poco merecedora, ya que todo lo que es gracia no puede ser merecido.

Algunas veces te he presentado mis quejas, oh mi divino consolador, preguntándote por qué permites que [292] mis inocentes hijas sean abandonadas a causa de mis faltas, ya que pienso ser yo la causa de sus penas y hasta donde puedo saberlo, digo la verdad y en lo que a mí concierne, no me aflijo por tan larga prórroga. No deseo nada, sino tu voluntad como regla sobre mí, sobre todas mis intenciones y todos mis deseos.

Capítulo 64 - Que los serafines me prometieron proveer todo lo que fuera necesario para fundar lo temporal de la Orden del Verbo Encarnado, promesa que han cumplido fielmente según las divinas inclinaciones.

En 1633, el viernes o sábado, víspera de Pentecostés, lloraba por la noche delante de tu Majestad, que reposa en su tabernáculo, que es su trono de amor. Escuché a tus serafines, que son los vecinos próximos a tus llamas, como espíritus ardientes y amorosos según tus divinas inclinaciones, que se decían los unos a los otros: Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella? - Si es una muralla, construiremos sobre ella almenas de plata (Ct_8_8s). Al preguntarles en qué sentido pronunciaban estas palabras de los Cánticos de amor, me hicieron escuchar: "Tú eres nuestra hermanita que carece de pechos para alimentar a las hijas de esta Orden. Cuando se hable de la fundación temporal, te prometemos procurar de la Divina Providencia todo lo necesario para fundar en tu Nombre, y obtener lo que la Divina Providencia te dará para que le des esta fundación, sin necesitar agradecer a las creaturas de la tierra.

 [293] "Sabe, oh querida hermana nuestra, que el Rey magnífico, Esposo y Señor tuyo, así como nuestro, hará retrasar su establecimiento hasta que el momento en que hayamos, por mandato suyo, suministrado todo lo que será necesario. No desea él fundar la primera casa de esta Orden por medio de damas que desean su momento y no el suyo, y que vendrá a su tiempo. No desea dar a otro la gloria de esta fundación; su gracia, su espíritu y los bienes que te dará serán suficientes para fundar. Consuélate y pon tu confianza en Aquél que no eligió otra materia para revestirse de un cuerpo sino la pura sustancia de una Virgen. Él ha decidido darte lo que desea recibir de ti para establecer su Orden; ten paciencia y verás grandes cosas; conserva siempre sentimientos positivos del amor que su bondad tiene hacia ti.

 "El cielo y la tierra pasarán y su palabra permanecerá. El cumplirá todo lo que te ha prometido, porque así le place. Como él posee todos los tesoros de la ciencia y sabiduría del divino Padre, por ser el Verbo divino y su Hijo único, tiene, siendo el Verbo Encarnado, en sus manos todos los destinos y los tesoros que desea dar a quienes ama. Tú eres una de ellas por su infinita caridad, de la que eres infinitamente deudora."

Su elocuencia, espíritus puros y sin materia, embelesó mi [294] entendimiento y su celestial retórica me convenció de lo que yo no podría dudar sin ser desagradecida por los favores de este Dios de bondad, que les ha ordenado no sólo de guardarme, sino de proveer lo necesario para edificar su templo. Queridísimo Amor, no me es difícil creer en estas promesas que tus serafines hacen a la que te dignas alimentar de los pechos de tus misericordias, pues sé por mi propia experiencia que siempre me has dado más de lo que podría pedir. Deseo, según tu palabra, buscar en primera intención tu reino de amor y su justicia, y recibiré, en consecuencia, todo lo que necesito. Padre benditísimo. Esposo incomparable, muchas veces me has hecho escuchar: "Aquél que cuida de vestir los lirios del campo de bellezas seductoras que jamás hilan, que alimenta a los pájaros, quienes no siembran para recoger su alimento; y que cuida de los cuervos abandonados, ¿podría olvidarse de dar alimento y vestiduras variadas a la grandeza real de una esposa; podría dejarla en necesidad sea de cuerpo, sea del espíritu, viendo que por serle fiel, ella ha sido abandonada por su padre natural, y que lo sigue siendo de quien lo es según el espíritu? No, mi bien amada, no temas ser abandonada por mí: Ten tus delicias en Yahvé, y te dará lo que pida tu corazón. Pon tu suerte en Yahvé, confía en él, que él obrará; hará brillar como la luz tu justicia, y tu derecho igual que el mediodía. Vive en calma en Yahvé, espera en él, no te acalores contra el que prospera, contra el hombre que urde intrigas [295], pues serán extirpados los malvados, más los que esperan en Yahvé poseerán la tierra. Mas poseerán la tierra los humildes, y gozarán de inmensa paz (Sal_37_4s). Hija, vive alegre en la abundancia de la paz que te doy; deléitate en mí, que soy el don más favorable que tu corazón puede desear. No espero a que me pidan tus labios; yo escucho los deseos de tu corazón, vacío de los afectos de las creaturas."

Mi bien amado, si no me aseguraras tú mismo que este corazón permanece en tal disposición por Providencia tuya, tendría miedo, alguna vez, que todo esto fuera una soberbia que me hace despreciar todo lo que es bajo. Habiendo recibido de tus ángeles, todos de fuego, la promesa de parte tuya de cuidar de lo que me será necesario, creo en sus promesas, que estimo tan constantes como su esencia, pues son espíritus inmutables. No debo dudar como si se tratara de hombres que están sujetos a los cambios. Job dijo que el hombre no permanece en un mismo estado mientras se encuentra en esta vida. La confianza que tengo en estos espíritus caritativos me ha levantado el corazón en muchas ocasiones, experimentando su pronto socorro cuando me veía asaltada por aflicciones que una esperanza postergada puede con frecuencia representar a un alma que va en camino y está sujeta a las imperfecciones inherentes a esta vida miserable. Los invoco en mis necesidades con tanta fe como fidelidad sé que tienen ellos.

Capítulo 65 - Al Verbo Encarnado le agradó que los serafines me recibieran en su coro y que los otros ocho coros me instruyesen sobre su jerarquía de una manera muy familiar. Me comunicó luces sobre el capítulo once de Ezequiel para su gloria y de su augusta Madre.

[296] Un día de la fiesta de san Edmond, 16 de noviembre, al asistir a la santa misa, al quejarme de que permanecía tanto tiempo sin poder ser religiosa, tu bondad urgió a estos espíritus seráficos a que me consolaran. Ellos arrobaron mi espíritu en presencia de tu Majestad, diciéndome que me recibirían en su coro para alabarte con ellos al decir: Santo, Santo, Santo. A partir de este día, fui tan abrasada de su llama viva, que me veía quemada por este fuego seráfico. Mi corazón y mi pecho parecían un horno. Los espíritus abrasados y los otros ocho coros han sido los embajadores que tu Majestad me ha enviado con frecuencia para enseñarme los misterios que no podía aprender de los hombres.

Me hiciste comprender que te complaces cuando converso con ellos, que les has mandado me iluminen con sus luces; explicarme cómo él purifica, ilumina y perfecciona, cómo ellos son purificados, iluminados y perfeccionados en su orden jerárquico, siendo ésta una purgación que instruye, una claridad que embellece, una perfección que les eleva y les introduce en el sublime conocimiento de las excelencias divinas. Ellos me enseñan cómo son los tronos donde tu Majestad se complace en reposar, y cómo los querubines reciben las luces de ciencia y de sabiduría y los serafines las llamas puras, siendo tus vecinos más cercanos del fuego que está sentado a la diestra de gloria que es tu santa Madre, oh mi divino amor, la cual era ya en esta tierra, el arbusto ardiendo sin consumirse que ahora vive ya en el Empíreo. Este trono admirable que fue visto por el Profeta [297] Ezequiel cuando, encontrándose a la orilla del Río Chobar, rodeado de prisioneros, recibió el favor de contemplar las visiones de Dios: Encontrándome yo entre los deportados, a orillas del río Kebar, se abrió el cielo y contemplé visiones divinas (Ez_1_1). El vio, libre de espíritu, a esta Virgen que es un trono superior a los querubines y serafines: Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas (Ez_1_26). Este firmamento, que está sobre la cabeza de los querubines y los serafines, nos muestra que su ciencia y sus luces son fijas y permanentes, porque tu sabiduría los ha hecho esencias espirituales inteligentes, inmutables, no solamente al elegirlos, sino en la gracia y en la gloria que les diste después de su testimonio y confirmación de fidelidad a tu Majestad, de la cual reconocieron tener la naturaleza y la gracia. Este reconocimiento los dispuso a recibir la gloria que fue en ellos una consecuencia de la confirmación de la gracia, gloria que se compara con el firmamento, porque jamás les será quitada. Su entendimiento será iluminado, como firmamento sólido, durante toda la eternidad, con tus luces adorables: Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas, había algo como una piedra de zafiro en forma de trono, y sobre esta forma de trono, por encima, en lo más alto, una figura de apariencia humana. Vi luego como el fulgor del electro, algo como un fuego que formaba una envoltura, todo alrededor, desde lo que parecía ser sus caderas para arriba; y desde lo que parecía ser sus caderas para abajo, vi algo como fuego que producía un resplandor en torno. Con el aspecto del arco iris que aparece en las nubes los días de lluvia: tal era el aspecto de este resplandor, todo en torno. Era algo como la forma de la gloria de Yahvé. a su vista caí rostro en tierra y oí una voz que hablaba (Ez_1_26s).

La Madre del Soberano Dios es este trono que se levanta a la diestra de su Hijo; ella es su trono adorable de la materia, del que tomó un cuerpo que está hipostáticamente unido a su Persona divina, y que es su soporte. Ella es, en su alma, toda fuego y llamas, porque ella sola puede amar más que todos los bienaventurados juntos. En su cuerpo es ella esta piedra de zafiro donde se encerró el Hijo de Dios al hacerse hombre en ella y tomando de ella su humanidad. Él le ha conferido, de una manera inefable, su divinidad que es fuego, la cual llevó nueve meses completos. Al salir su Hijo de sus entrañas, él habitó en ella como su Dios, no solamente de esta habitación de gracia igual a todos los justos, sino de una habitación privilegiada que la hizo reconocer en su alma: Vi luego como el fulgor del electro, algo como un fuego que formaba una envoltura, todo alrededor, desde lo que parecía ser sus caderas para arriba: y desde lo que parecía ser sus caderas para abajo, vi algo como fuego que producía un resplandor en torno (Ez_1_27). Sus entrañas, que llevaron al Verbo Encarnado, están llenas y rodeadas de resplandores. Ella es este arco, este iris, esta nube admirable que nos ha dado la lluvia que ella dio a luz y produjo en la tierra. Y como ella es el centro de la tierra, Dios ha obrado en ella y con ella nuestra salvación, rodeándonos de gracias por su medio. Ella es el signo de nuestra paz; ella nos ha traído la abundancia: Con el aspecto del arco iris que aparece en las nubes los días de lluvia (Ez_l_28).

No ha existido espíritu alguno, iluminado con la luz de la fe católica, que quiera disputar contra esta verdad que tú eres la imagen de tu divino Padre. Yo deseo anotar que no existe un verdadero católico que no confiese al menos por conveniencia que en tu humanidad eres la imagen de tu santa Madre, la cual te llevó [298] en su seno y en sus entrañas virginales, a ti que eres fuego y el Verbo del Padre que es el principio que te engendra. Tú eres con El y el Espíritu Santo una misma esencia, un Dios todo fuego, lo cual conoció Moisés y afirmó san Pablo al hablar del reino inmutable que él es.

Sus imitadores recibían como consecuencia de la gracia, diciendo: Por eso, nosotros que recibimos un reino inconmovible, hemos de mantener la gracia y mediante ella, ofrecer a Dios un culto que le sea grato, con religiosa piedad y reverencia, pues nuestro Dios es fuego devorador (Hb_12_28s). Y san Juan dijo: Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. (1Jn_3_2). No podemos dudar que la Virgen Madre del Verbo Encarnado sea conforme, configurada, transfigurada y transformada por una admirable transformación en la imagen del Padre, que es su Hijo indivisible, así como él es la impronta del Padre que lo engendra en los divinos esplendores desde la eternidad.

 "Tengo la semejanza más genuina con mi Madre, que me concibió y engendró en la plenitud de los tiempos. Yo soy la imagen viva de mi Padre; en mí la Virgen, mi Madre, se reproduce al vivo y al natural, porque yo formo parte de su sustancia.

 "Soy hueso de sus huesos, carne de su carne, sangre de su sangre, habiendo recibido de ella las mismas cualidades naturales, si es posible hablar así al hablar de mi humanidad: quien me ve, ve a mi Madre; quien ve a mi Madre, me ve a mí. Existe entre los dos tanto y tan real parecido como una madre única y un hijo único pueden tener. Mi Madre es [299] toda hermosa, y yo soy el más bello de los hijos de los hombres. Mi Madre es la Madre del Amor hermoso y yo soy el Hijo de su amor. Mi Madre es toda de fuego y yo soy todo de llamas. Mi Madre es mi trono de zafiro, y yo soy su casa de marfil; ella está en mí y yo en ella. Mi Madre ha sido siempre transformada de claridad en claridad, de gracia en gracia, hasta llegar a la sublime transformación de la gloria por el Espíritu que el Padre y yo producimos, el cual encuentra un placer singular en hacerla como el santo complemento de toda nuestra Augusta Trinidad, en la que la Tercera Persona cesa de obrar, siendo el término de todas las operaciones internas.

 "El quiso obrar maravillas continuamente hacia fuera en mi Madre; y como nuestras operaciones al exterior son comunes, hemos obrado con él estas maravillas que los hombres y los ángeles admirarán, y que nosotros amaremos durante una eternidad entera, ya que en ella hay maravillas de naturaleza, de gracia y de gloria; en ella, que es Hija, Madre y Esposa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que dieron, que dan y siguen dando en ella un testimonio eterno de su infinita caridad, porque Dios es amor. Quien vive en el amor mora en Dios. Mi Madre está sentada a mi derecha y yo a la diestra de mi Padre, donde se encuentran todos los deleites divinos de los que habla David: Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre (Sal_15_10).

Mi Madre y yo somos un todo de fuego y de ámbar para amar nuestra divinidad. Somos de fuego y de ámbar para amar nuestra humanidad y atraer a nosotros los hombres, que son de paja. El ámbar atrae a la paja, y la maravilla es que esta paja atraída por el ámbar no es consumida por las llamas de un Hombre y de una Mujer de fuego; al contrario, se conserva admirablemente en el horno de la divina caridad, que hace ver el efecto de mi oración. Todos los bienaventurados son convertidos y consumados en uno como mi Padre y yo somos uno por el Santo Espíritu, que es el lazo de unión y el beso en nuestra Trinidad, y el que procede de nuestra única voluntad, de la cual es el término inmenso. Querida hija, alégrate, aunque seas débil como la paja; nosotros somos de ámbar para atraerte a nosotros. Nuestro fuego ardió sin consumir cuando mi Madre me engendró en Belén. El fuego fue colocado sobre la paja y el heno, y es por ello que el Profeta Isaías recibió el mandato de clamar que toda carne era como el heno, y la gloria de la carne como la flor de los campos: Una voz dice: " ¡Grita!" Y digo: " ¿Qué he de gritar?" Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba, en cuanto le dé el viento de Yahvé pues cierto, hierba es el pueblo (Is_40_6s). La carne sobre la que sopló el Espíritu Santo es admirable en su privación de propio soporte, lo cual es hablar con toda propiedad al explicar este pasaje: Toda su gloria es como la flor del campo, (Is_40_6) y esta carne, privada de subsistencia humana, fue honrada por mi soporte divino, que jamás le quitará lo que una vez tomó; por esto, puedes exclamar: Mas la palabra de nuestro Dios permanece por siempre (Is_40_8).

Capítulo 66 - Que la sangre preciosa del Verbo Encarnado me rodea como una fosa, de la elección que hizo Dios de Su Eminencia Ducal, y el agrado que mostró por la castidad del Rey y como su divina bondad me dio cinco tierras en visión.

 [300] En el mes de agosto de 1634, estando en el confesionario después de haberme confesado, te complaciste, misericordioso Salvador mío, en felicitarme por las grandes gracias que me habías concedido y me concederías en el futuro, todas las cuales considero como venidas de tu bondad. Te doy las gracias por ellas, consciente de mi bajeza, que me confunde en presencia de tu Majestad, la cual, llevada de su divina caridad, me dijo que me había hecho templo suyo, y que establecería su Orden donde ella se agradará de habitar.

Al mismo tiempo, me hiciste ver un templo al lado de un castillo que parecía un palacio. Vi después una ciudad y todo estaba cimentado sobre una Roca. Los fosos que rodeaban todos estos bellos edificios estaban llenos de sangre, lo cual me asustó. Me dijiste entonces: " ¡No tengas temor! Estos fosos llenos de sangre no deben asustarte, porque están puestos para defender e impedir el acercamiento y la entrada de tus enemigos. Están repletos de mi sangre y de la sangre de los mártires, para hacerte ver el amor que tengo hacia ti. Mi cuerpo sagrado es el puente levadizo que te introduce cerca de mi Padre y del Espíritu Santo, que están conmigo [301] por concomitancia y consecuencia necesaria al Sacramento del Amor que recibes todos los días, para que puedas decir con el Apóstol: Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne." (Hb_10_19s).

Tú tienes parte en la Comunión de los santos; eres como un árbol plantado no sólo cerca de la corriente de las aguas, sino de la sangre de los mártires, la cual corre a borbotones alrededor de la casa donde te encuentras. Si santa Inés se ufanaba santamente de que sus mejillas estaban adornadas con mi sangre, hija mía, repite con fuerza que tú estás resguardada, lavada, alimentada, enriquecida y embellecida con mi sangre y la de los mártires que son mis miembros gloriosos." Me dijiste muchas maravillas que no puedo recordar por ahora.

Algunos días después me hiciste comprender que, además, por medio de esos fosos de sangre, deseabas hacerme conocer que la paz no se lograría en mucho tiempo; que los pecados de los hombres atraían tu justa cólera, permitiendo guerras tan largas, que la sangre derramada mediante ellas sería suficiente para llenar fosos más grandes y profundos que los que me mostraste: Yahvé, da paz a nuestros días, pues no hay otro que luche por nosotros sino tú. Dios nuestro. El mismo año de 1634, el P. Carré, superior del noviciado de santo Domingo, en el barrio de san Germán de París, que me había confesado cuando estaba yo en la Ville l'Evêque, junto al convento san Honoré donde él estaba en este tiempo, me escribió suplicando te pidiera fervientemente por el Cardenal de Richelieu, y que le mandase la respuesta que me dieras [302] Yo quise obedecer y orar de una manera extraordinaria por Su Eminencia Ducal, por la que he pedido desde 1622 sin pedirte me comunicaras cosa alguna al respecto; cuando te place, me enseñas lo que deseas que yo aprenda.

Te hice ver que obedecía a este padre que había sido mi confesor, al cual me habías ordenado decir muchas cosas relacionadas con el establecimiento del noviciado del que es superior, las cuales pudo ver con claridad, procedían de ti por los efectos que producían. Te dije entonces: Señor, no tengo curiosidad de saber secretos, sean los que sean, pero ese padre pensará que, estando yo lejos de él no hago caso de lo que me dice por carta. Tu bondad, que conoce los corazones que no desean otra cosa que agradarte, obedeciendo a los que te representan, al ver el mío que no tenía sino el deseo de obedecer a ese padre para tu gloria, me hiciste ver una vara que reverdecía, diciéndome: "Hija, soy yo quien ha elegido al Cardenal de Richelieu como otro Moisés para gobernar a Francia y causar asombro de toda Europa. Con esta vara que has visto, él gobernará al pueblo. Haré ver mi poder en los ejércitos que mandará por medio de excesos maravillosos, de la misma manera en que ya he tomado por asalto y confundido los consejos congregados contra él; así como lo hice con el de Achitophel, destruiré a los que creará contra él en el futuro. El pasará el Mar Rojo de las contradicciones de los hombres y de los demonios. Yo mostraré que mi poderosa diestra obra más por su mediación, que la prudencia ordinaria y extraordinaria de un ministro de estado."

[303] "Hija mía, serás testigo de grandes maravillas, y por las victorias que concederé al Rey, sabrás que me complazco en su castidad, cuyos lirios son más bellos que toda la gloria de Salomón. Deseo apacentarme entre estos lirios." El R.P. Gibalin sabe que le comuniqué todo esto, lo mismo que Monseñor de Nesme, pues me pediste se los dijera en el mismo momento en que me lo revelaste, afín de que si el R. P. Carré perdía o rompía mi carta, de la que olvidé guardar una copia, hubiera dos testigos de todo lo que me dijiste: Pero bueno es ocultar el misterio del rey, y honroso, en cambio, revelar y alabar las obras de Dios (Tb_12_7).

Ya dije más arriba que jamás te he pedido me conduzcas por medio de revelaciones ni visiones, sino por el camino que es el más perfecto, y que me llevará más directamente a ti. Me dijiste un día: "Hija, No se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia (Rm_9_16). Me agrada llevarte yo mismo por el camino de las visiones. Te he hecho ver en el Verbo, que soy yo, el espejo necesario a mi Padre, el cual se ve en mí, que soy la figura de su sustancia, el esplendor de su gloria y la imagen de su bondad. Yo soy la alegría de estas visiones por mi raigambre en la región de los vivos; el Padre y el Santo Espíritu están en mí, viviendo la misma vida que yo vivo en ellos; mi Padre me engendra en las claridades eternas. La ve en mí y en mis pensamientos [304] todas sus divinas perfecciones. Soy tanto su visión, como su dicción, el vapor de su virtud, la emanación sincera de la divina claridad, el espejo sin tacha de la Majestad; yo produzco junto con él al Espíritu común, que es un Dios simplísimo en nosotros. Muchas veces te he elevado hasta la contemplación de la simplísima esencia y de las distinciones personales. He deseado instruirte acerca de la estructura de todo el ser divino y al enseñarte de esta suerte:

1 - Te he conducido a la tierra de visión que es la divinidad que vive en ti, y tú en ella.

 2 - Te he comunicado los misterios adorables de mi Humanidad, que has contemplado en diversas figuras, en diferentes visiones.

3 - Te he dado la Comunión diaria, que es una tierra de visión.

4 - Te enseño por la Escritura, que es un lugar de visión.

5 - Estableceré por tu medio mi Orden, que será una tierra de visión, lo cual ya has experimentado, y seguirás experimentando en el futuro.

 No permitiré que te equivoques; no me has pedido tú esta senda, y te he destinado para atraer otros a mí, y para ser guía de muchas almas. Cuando te mostré la corona de espinas colocada sobre un sol, disponía tu espíritu a contemplar y admirar esta maravilla. Te haré pasar por grandes contradicciones, de las que saldrás victoriosa en el tiempo designado por mi Providencia. Seré misericordioso con quien yo quiera; me apiadaré del que yo quiera apiadarme. Por tanto, no se trata del que quiere o del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Pues dice la Escritura a Faraón: Te he suscitado precisamente para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea conocido en toda la tierra. Así pues, usa de misericordia con quien quiere y endurece a quien quiere (Rm_9_14s).

Capítulo 67 - De la protección, misericordia y caridad de la divina bondad sobre mí, y de la alegría, confianza y favores que el Espíritu Santo me comunicó cuando Su Eminencia rehusó ejecutar la Bula.

 [305] "Hija mía, yo te protegeré en todo si eres constante y fiel en seguir mi voluntad. Mi Providencia te precederá y mi misericordia te seguirá todos los días de tu vida. Confía tu corazón a mi poder." Querido Amor, eres tan bueno como verdadero. Tengo puesta mi esperanza en ti, como en mi soberano Protector. Carezco de virtud; me confío a tu infinita caridad, que cubre la multitud de mis pecados, disimulándolos por la penitencia que tu amor producirá en mi corazón, el cual desea convertirse enteramente en ti con amorosa contrición por haber ofendido a una bondad infinita.

 "Mi bondad y mi Providencia te darán siempre signos para el bien y mi Espíritu te ayudará en tus debilidades. Él te fortificará y rogará contigo con gemidos inenarrables: El que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios. Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rm_8_27s). Confía en las promesas que te ha hecho mi gracia, y cree, hija, que [306] las cumpliré. Abraham creyó y su fe le fue reputada en justicia. El creyó que le haría padre de multitudes. Lo hice Padre de los fieles que he bendecido en él. Pon atención a lo que de él dice mi Apóstol: Abraham, Padre de todos nosotros. Como dice la Escritura: "Te he constituido padre de muchas naciones: padre nuestro delante de Aquél a quien creyó, de Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean. El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones, según le había sido dicho: Así será tu posteridad. No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor, tenía unos cien años, y el seno de Sara, igualmente estéril. Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido. Por eso le fue reputado como justicia. Y la escritura no dice solamente porque le fue reputado, sino también por nosotros, a quienes ha de ser imputada la fe, a nosotros que creemos en Aquél que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados (Rm_4_17s). Que tu espíritu esté en paz, acércate a mi divino Padre por mí, con la confianza y la esperanza de hija de este Padre de misericordia, quien verá la paciencia que ejercitarás en las contradicciones; tu esperanza en él no será confundida. Su caridad se difundirá en ti por la inhabitación que el Espíritu Santo hará en tu corazón."

Querido Esposo, sé bien que me acaricias para prepararme [307] al sufrimiento: a punto está mi corazón, oh Dios, mi corazón a punto; voy a cantar y a salmodiar. ¡Gloria mía, despierta!; porque tu amor es grande hasta los cielos, tu verdad hasta las nubes (Sal_57_6s). Henos aquí en la fiesta del gran san Andrés, quien saludó la Cruz según sus amables inclinaciones, ya que esperaba, por su medio, entrar en posesión de su Soberano Bien. Se dirigió a ella con cumplimientos que podrían parecer piropos si no las hubiese dirigido a un madero, y si el santo amor no las produjera en labios de un enamorado que hablaba de la abundancia de su corazón, el cual estaba lleno de gozo, y se expansionaba en la tribulación.

Envío, porque así te place, la bula de tu Orden a su Eminencia, mi augusto prelado, por conducto del buen Padre Milieu, por el cual te rogué en el año 1633, cuando estuvo a las puertas de la muerte, después de que me mostraste en una visión el lugar donde se pensaba sepultarlo. Te pedí entonces que este padre no nos dejara tan pronto; es un santo que va creciendo en méritos.

Me diste a probar entonces unas muestras de la gloria que le preparabas. Te respondí que no ponía en duda la felicidad que le aguardaba en ti; que tu Providencia la seguiría conservando para él después de algunos años, y que te pedía un poco más de vida para que te sirviera aquí abajo. Concediste mi petición, por lo que te doy las gracias, oh mi benigno Salvador.

 Los Reverendos Padres Poiré y Gibalin supieron entonces por mí lo que digo al presente; el primero ya murió y el segundo aún vive. Lo consideraría indigno de la profesión que ejerce, si el afecto que siente hacia mí le llevara a mentir, pensando favorecerme al hacerlo. Temería que tu justicia hiciera de él y de mí un escarmiento ejemplar, si lo indujera yo a mentir. Espero que tú confirmarás tu misericordia sobre mí, y que tu verdad sobrepasará todo en [308] el tiempo y en la eternidad. Puedo repetir con el Apóstol que no recibí mi Evangelio de los hombres, y que nada he aprendido de ellos. Por que os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo; Y en esto que les escribo Dios me es testigo de que no miento. No se creerá en lo que concierne a mi causa, que considero únicamente tuya (Ga_1_11s):

Diré lo que se puede probar mediante un tercer testigo, que es el R. P. Baltasar de Villard, jesuita, quien al presente es compañero del R. P. Milieu, provincial. El mencionado P. de Villard vino a verme en este día de san Andrés, y estando en mi pequeño recibidor me dijo: "Madre, ¡hoy parece estar muy alegre!" Le respondí: "Es Dios quien me colma de gozo mientras que el R.P. Milieu presenta nuestra bula a su Eminencia, el cual la rechazará. Si su Reverencia desea esperar una media hora en esta sala, será testigo de la aflicción del buen P. Milieu, quien vendrá a decirme con su acostumbrada humildad, encogido de hombros y como enteramente desolado, que otra persona podía hacer más que él, y que su Eminencia declaró que no puede ejecutar esta bula." El R.P. de Villard comentó: " ¿Se siente Ud. alegre al pensar en eso?" "Sí, Padre, al creerlo, que es mucho más que pensarlo únicamente, pues no sabría entristecerme cuando Dios me consuela y me previene del modo como lo ha hecho desde que me levanté [309] Usted, que es tan serio, podría acusarme de ligereza con justicia, si no supiera que por naturaleza no estoy inclinada al disimulo, y que no deseo ocultar a su Reverencia el contento interior que siento por la presencia de Aquél cuya compañía echa fuera y aleja todos los disgustos, trocándolos en consuelos." Todavía estaba hablando, cuando llegó el R.P. Milieu. Entró humillado, como ya dije, encogido de hombros, afligidísimo, como si hubiera sido él la causa de lo que, según pensaba, me apenaría; pero quise prevenirlo con palabras alegres que procedían del corazón que tú llenaste de gozo, diciéndole: "Mi buen Padre, Dios quiso que Ud. hiciera este acto de caridad al presentar la Bula. Si el mismo Dios, por razones que él sabe, no permitió que recibiera Ud. la respuesta que su piadoso celo hubiera deseado y merecido, no por ello piense ser indigno de esta gracia: el corazón de Su Eminencia está en sus manos. Él lo inclinará a lo que él desea; ¡que se haga su voluntad! El R.P. de Villard, a quien ve aquí presente, puede confirmarle que no esperaba otra respuesta sino la que me trae. Suplico a S. R. crea que estamos en gran deuda con su caridad, y que ninguna otra hubiera progresado más que ella, pues la hora del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado no ha llegado todavía."

[310] Al día siguiente, primer día de diciembre, asistiendo a la santa misa, te plugo enviarme a tu divino Espíritu en forma de paloma, pero no sobre mi cabeza como la víspera de Pentecostés, en 1625, estando todavía en casa de mi padre, y que espantó a la sirvienta que me peinaba, obligándola a detenerse hasta que la paloma hubo desaparecido; sino sobre mi corazón, en forma de escudo, cubriendo con sus alas mi pecho para protegerme.

El sacerdote que decía la misa era Mons. Nesme, a quien comuniqué, al concluir esta visión, lo cual le llenó de alegría. Hacia el mediodía, el P. Gibalin me escribió una nota para enterarse de la aflicción que el rechazo de Su Eminencia al P. Milieu me había causado. Le contesté con otra nota, diciendo que mi espíritu estaba en tan perfecta calma como el lecho del divino Salomón, custodiado por 60 fuertes de Israel, quien no permitió al demonio ni a la tristeza acercarse a mí con sus tinieblas; que adoraba yo la Providencia que mantenía el corazón de Su Eminencia a su disposición para inclinarlo a su voluntad; que no se afligiera en vano por aquella que estaba bajo la protección de Dios, que se complace en favorecerla con excesos de amor que le es difícil expresar.

Hacia las seis de la tarde, al verme libre de todas las ocupaciones que me impedían ir a la oración, subí de mi cuarto a la iglesia para adorar al que me concedía tantas gracias. Su bondad me previno, por así decir; Aquél que está en todas partes por su inmensidad, me salió al encuentro con tanto amor, que me asombraba y me extasiaba por la dulzura de las delicias con las que llenaba mi alma, absorta y sumergida en el torrente de su divino apasionamiento. Escuché: La pequeña fuente, crece hacia el río y la luz se ha convertido en grande sol, y alimentará muchas aguas (Est_10_6).

"Mi bien amada, tú eres esta fuentecilla que crecerá hasta convertirse en un gran río y como un sol que [311] alumbrará la Iglesia. Este río de mis gracias se extenderá en ésta con abundancia de ciencia y de elocuencia. El Santo Espíritu se ha puesto sobre tu corazón a modo de escudo, para recibir y reparar él mismo los golpes que tus enemigos desearán descargar sobre ti; alégrate a la sombra de sus alas, hija mía, adhiriéndote a su bondad. Mi diestra te lleva asida para hacerte insensible a todas las contradicciones; quien te toque, tocará la niña de mi ojo, que está amorosamente fijo en ti."

Querido Amor, puedo decir con razón: Y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene (Sal_63_8s). "Hija mía. He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará (Is_28_16). No pertenece sino a ti Salvador mío, colocar los cimientos de tu Instituto, que será fundado sobre ti, que eres la piedra angular y preciosa. Habiéndome prometido y jurado en tu bondad y por ti mismo que establecerías tu Orden, creo que así lo harás; por ello no me apresuro: Quien cree, no se precipita (Is_28_16).

Capítulo 68 - Que el viaje de Su Eminencia ocasionó que las que el Verbo Encarnado no había llamado a su Congregación se salieran; el propósito y los votos de estabilidad que él inspiró a las que llamó.

 [312] A partir del día de san Andrés hasta la Cuaresma del año 1635, tus liberalidades hacia mí parecieron cambiar de nombre; antes eran excesos y si me lo permites, ahora las llamo prodigalidades, previniendo así el disgusto que tendría, viendo que Su Eminencia se fue a Roma sin dirigirnos una palabra amable. Muchos, como los Apóstoles, la pedían por nosotras, sin que yo se los hubiera pedido, pues yo no deseaba provocar el enojo de nuestro prelado con nuestras importunidades. Una cosa me hirió en el corazón: el saber que había dicho a Mons. Su gran Vicario quien le habló de nosotras siguiendo la recomendación que Su Eminencia le hizo de todas las religiosas de su diócesis: "Estas no cuentan."

Recordé las palabras de Oseas. ¿Por qué? Señor, me apropias estas palabras: Ponle el nombre de no-compadecida, lo mismo que a todas tus hijas: No-mi-pueblo (Os_1_6s). Viéndome afligida, me dijiste: "Consuélate, [313] hija mía, Yo soy el buen pastor, y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas (Jn_10_14). Valor hija mía, acércate a mi costado; mira mi corazón que se abre para ti. Vengo a ti con abundancia de gracia: Apacentaré a mis ovejas y las haré recostar (Ez_34_15).

No se había alejado Su Eminencia más de tres leguas de Lyon, cuando los padres de mis hijas tomaron la resolución de sacarlas, y otras que carecían de padres que ejercieran su autoridad sobre ellas, no tuvieron el valor de esperar el regreso de Su Eminencia. Estando en oración, me dijiste: "Hija, no te aflijas por las jóvenes que saldrán; el dragón sacará la tercera parte de ellas, como lo hizo con los astros del cielo. Las jóvenes que arrebatará hubieran sido cometas de mal agüero en mi Orden, más bien que estrellas. No hagas nada ni trates de impedir su salida, y tú verás cumplirse la verdad de lo que te digo."

Querido Amor, hay una a quien prometí no despedir, y que tiene el valor de aspirar a la perfección. "Dices bien, pero será para darte disgustos que no podrías sufrir; yo mismo la sacaré, y en el lugar donde estará sufrirá para obtener la humildad." [314] No había llegado aún la Pascua, cuando de treinta hermanas no quedaban sino 20 exactamente, según tu palabra, lo cual admiró al P. Gibalin. Le hice esta observación: "Padre, reuní al pequeño rebaño que me queda, y les dije: Hijas y hermanas mías, han visto Uds. que el Sr. Cardenal no ha prometido hacernos religiosas. Informó al Archidiácono, Mons. de Gilbertes, que deseaba investigar en Roma de qué manera fue concedida nuestra bula. Esto no significa que nos hará religiosas ni tampoco que no lo hará a su regreso. Les recomiendo rueguen por él, como siempre lo hemos hecho. Su viaje fue Providencial para la Orden, porque Nuestro Señor lo dispuso para proporcionar un pretexto justo y aparente a las que no deseaba tener en su Orden, de salir por iniciativa propia, afín de librarme de las penas que me hubieran dado. De ellas no les diré otra cosa, sino que no eran para esta Orden. Entre ellas había algunas con dotes más ventajosas que las de ustedes, pero esta circunstancia no me inclinó a retenerlas; vean si, con lo poco que [315] tienen ustedes, las recibirían en otros monasterios. Pidan a sus familiares que soliciten un lugar, no me parecerá mal; manifestaría la satisfacción que me dieron ustedes mediante su obediencia, y a qué grado están deseosas de practicar la virtud y de caminar hacia la perfección; si las rechazan después de que sus familias hayan hecho los trámites, y si ustedes desean permanecer en la Congregación, las retendré, aunque parte de ustedes no posea nada, y algunas otras muy poco en comparación de lo que se requiere, hoy en día, para que una joven pueda ser recibida en los conventos de Lyon."

Querido Amor, al decir esto, tenía en mente lo que escribió san Juan, cuando gran parte de tus discípulos te dejaron mientras enseñabas en Cafarnaum: Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: "Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?" Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él (Jn_6_60s).

 La Hna. Isabel Grasseteau, como un segundo san Pedro, dijo muy fuerte: " ¿A quién iremos, Madre mía? Yo, que dejé todo por seguir a usted, no puedo abandonarla; ¡moriría de aflicción al separarme de usted!" Se arrodilló entonces a mis pies y las demás hicieron lo mismo, diciéndome [316] que no deseaban dejarme, ni querían tener a otra por madre; que tratarían, mediante su obediencia, de reconocer la amorosa caridad que tenía yo hacia ellas. Dios de mi corazón, ¡qué feliz se sintió mi espíritu al ver que las que tú llamabas estaban resueltas a seguirte y de amarse, como lo hacen, en tu dilección!

Al enterarse el R.P. Gibalin de su firme resolución, se sintió feliz. Les dio los ejercicios, que hicieron con tanto fervor, que muchas de ellas hicieron el voto de castidad y de perseverancia en la Congregación sin comunicármelo, aunque sí al Padre Gibalin, quien me advirtió de ello el día de tu Ascensión, o de la fiesta de tu Cuerpo sacrosanto, exhortándome a hacer lo mismo, a lo cual me resistí un poco, por razonamiento. Culpaba al que les dio permiso sin mi conocimiento, diciéndole: "Pero ¡qué! Padre, es verdad que amo a mis hijas, y que no las despediré mientras sigan demostrando la buena voluntad que tienen; sin embargo, lo que hago no conlleva obligación alguna para mí; sus votos les obligan sólo a ellas, pero eso necesita caritativamente mi aprobación, que significa el alimentarlas y sostenerlas de por vida: a unas, en todos sentidos; a otras, en parte.

"Usted y ellas tienen razón: usted por caridad [317] y ellas por devoción y necesidad en todo lo que usted les permitió hacer. En cuanto a mí, no hago mal en decirle a usted la carga que me echaré a cuestas." La respuesta del padre fue: "Madre, tiene usted un corazón compasivo para rehusar la caridad a sus hijas, por la que siempre estarán agradecidas; veo su buen corazón, que las recibe en el amor. El Verbo Encarnado y sus ángeles le prometieron todo lo que será necesario para su Orden." Él decía verdad, pues mi alma estaba tan unida a la de mis hijas como la de Jonatán lo estuvo a la de David.

Nuestra Hna. Isabel no emitió este voto. Dije al R.P. Gibalin: "Si mi Hna. Isabel desea hacerlo, consentiré en ello." Habiéndola interrogado al respecto, me dio esta respuesta: "Madre mía, es tal mi resolución de no dejar la Congregación ni a usted, que no tengo necesidad de pronunciar el voto de perseverancia." "Y yo, hermana mía, le respondí, tengo tanto valor, que me parece que el Padre ofende mi generosidad al tratar de persuadirme para que haga el voto de cumplir un designio que el Verbo Encarnado me ha ordenado lleve a su realización, y que me obligaría, aún cuando no fuera sino por consideraciones de orden moral, a no parecer inconstante en un proyecto que es en sí moralmente bueno y laudable [318]. Añada a todo esto la consideración de la gloria de Dios y las obligaciones que tengo de seguir las mociones que para este fin me ha concedido y sigue concediéndome continuamente. Pienso que esto sería pecar contra el Santo Espíritu, quien me hace conocer que es su voluntad santificar, por medio de este Instituto, a muchas jóvenes que entrarán a la Orden. Consultemos al padre, pues nos promete celebrar misas como preparación a este voto hasta el día de la Transfiguración." Él nos prometió todas las que no serían de obligación. Al llegar el día de la octava, me confirmaste que era de tu agrado el que impulsara el espíritu de nuestra Hna. Isabel a hacerlo, y que también yo me resolviese a ello. Así lo hice, al saber que era de tu agrado.

Éramos diez, lo cual me admiró, pues éramos igual en número a los diez primeros padres de tu Compañía. Oh mi divino Jesús, te hablé así: "No pertenecemos al sexo que podría adjudicarnos esta profecía, explicada y aplicada místicamente a estos diez padres jesuitas: En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas de las naciones asirán por la orla del manto a un judío diciendo: "Queremos ir con vosotros, porque hemos oído decir que Dios está con vosotros." (Za_8_23).

Tampoco quisimos aplicarnos la parábola de las diez vírgenes, por haber en ella cinco necias, a quienes faltó el aceite por culpa suya, lo cual fue ocasión para que les dijeras que no las reconocías como tuyas. [319] Nosotras no rehusamos tomar la orla de tu vestidura, como la hemorroisa, con la confianza de que nos librarías del flujo de nuestra sensualidad e imperfecciones naturales, esperando que tu amor producirá su virtud en nosotras, la cual es caridad y nos urgirá a estimar como el mayor favor poder morir por ti, que moriste por nosotras, o al menos mortificarnos por tu amor todos los días de nuestra vida. Providencia adorable, podría decirte que antes dejarías el mar sin agua que abandonar mi espíritu en la sequedad, produciendo en él continuos arroyuelos de bondad por medio de tu Escritura santa.

Me dijiste: "Querida hija, la Escritura santa, que es mi código, se ofrece a ti para decirte que las diez hermanas que hicieron sus votos de castidad y de perseverancia esta mañana me agradan tanto como mi salterio de diez cuerdas, pero deben permanecer en mi Orden unidas en caridad."

Amor muy querido, tu real Cantor nos invita con estas palabras a cantar tu alabanza: Dad gracias a Yahvé con la cítara, salmodiad para él al arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, tocad la mejor música en la aclamación. Pues recta es la palabra de Yahvé, toda su obra fundada en la verdad; él ama la justicia y el derecho, del amor de Yahvé está llena la tierra (Sal_33_2). Hija mía, el Profeta te dice que yo soy la rectitud misma. Soy el Verbo divino y la Verdad Eterna que hará realidad, por la fe que te he dado, todo lo que prometí. Amo, por mí mismo, el hacer misericordia y juicio a mis creaturas, así como por naturaleza soy bueno y justo hacia ellas. Ustedes se entregaron a mí con votos, y yo me doy a ustedes por amor, lo que llamo justa recompensa. Esto es del agrado de mi bondad, que por misericordia vence al juicio, pues desea colmarlas de sí mismo: Del amor de Yahvé está llena la tierra. Por la palabra de Yahvé fueron hechos los cielos por el soplo de su boca toda su mesnada (Sal_33_5s). Por el Verbo divino fueron asentados los cielos [320] y por su Espíritu de Amor, que es el espíritu de su boca, fueron adornados de virtudes; estos cielos son los ángeles engalanados de gracia y de gloria. "Hija, yo confirmaré lo que he designado desde toda la eternidad: es mi Orden. Ten confianza."

Capítulo 69 - La respuesta que el Verbo Encarnado me dio al preguntar yo cuándo establecería su Orden y cómo me prometió que su amorosa Providencia haría nacer mi gloria de mis humillaciones.

 Al considerar los desprecios y sufrimientos de tus hijas mientras perseveran en la Congregación esperando llegar a ser religiosas, te dije: "Señor, ¿Cuándo será que tu Providencia establecerá esta Orden?" Tu Majestad me respondió como sonriendo: "Me preguntas lo mismo que mis discípulos cuando quise subir al cielo: Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel? (Hch_l_6). Hija mía, yo les respondí: a vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (Hch_1_7s). Después de haberles hablado así, me vieron subir al cielo para tomar posesión de mi gloria. Partí del mismo lugar donde recibí una tristeza y una turbación indecibles cuando mi propio discípulo me entregó a mis enemigos, a la hora en que el infierno y los espíritus de las tinieblas tenían levantada la mano para ejercer su poderosa crueldad sobre mí. Fue por ello que dije a los judíos: Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas (Lc_22_53). Yo me ofrecí a mi Padre para cargar con todas las maldiciones, como un novillo expiatorio. La confusión que sentí al verme cargado con pecados que mi divino Padre aborrece por esencia (así como por esencia es amor) fue tan grande, que, intimidado por ella, y el respeto y reverencia que tributo a mi Padre, me doblé y pegué mi rostro [321] contra la tierra, como si este elemento hubiera sido capaz de cubrir la vergüenza que me causaban los pecados.

"Hija, mi angustia fue tan grande, que por ella sudé sangre, viéndome reducido al estado que anunció el Profeta Isaías: No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro despreciable, y no le tuvimos en cuenta. Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que él soportaba. Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado (Is_53_2s).

 "Hija, mi sabiduría escogió el Monte de los Olivos para recibir en él la más grande ignominia. Fue ahí donde se me arrestó como a un ladrón, y donde se rodeó con una soga el cuello de mi bondad. En este mismo lugar quise mostrar mi gloria a los míos, partiendo de ahí al cielo. Convertí este sitio en escabel de mis pies adorables, dejando en él sus huellas sagradas, y no permitiendo que fuera cerrado, sino que siguiera siempre abierto para asegurar a mis predilectos que siguen en la tierra, que me complazco en este lugar, por ser el principio de su gloria, pues yo recibí la mía desde el limbo y el sepulcro. Consuélate, hija mía; también tus hermanas. Te prometo que, desde el lugar donde se te humilla, haré brotar tu gloria de las personas mismas que parecen afligirte y despreciarte. Haré adorar el escabel de mis pies en esta Congregación; te haré tan grande, que se verá que soy yo quien obra esas maravillas, levantando a quienes los hombres abajan. [322] Estas elevaciones nacerán de tus humillaciones. No tengas otra preocupación sino el recibir la plenitud del Espíritu Santo, que te revestirá del poder de lo alto.

"Sabes bien que careces de él aquí abajo, y que atribuyes todo socorro a mi bondad, la que hace parecer como si me divirtiera y riera contigo al escuchar lo que me dices: '¿En qué tiempo establecerás tu Orden?' No deseo que te aflijas con estos pensamientos. Yo me encargo de esta fundación, tal como mi Madre y yo te lo hemos asegurado. Me preguntas cuándo estableceré mi Orden. Deja eso a la poderosa presciencia y Providencia de Dios que te ama y escucha lo que te digo acerca del reino de Israel: ya estaba establecido cuando mis discípulos me hicieron esas preguntas, pero no como lo imaginaban.

"Ellos pensaban que este reino sería exteriormente glorioso como el de Salomón y que el pueblo judío sería restaurado con sus antiguas magnificencias. No conocieron ellos con claridad mi reino espiritual sino hasta después de la venida del Espíritu Santo, el cual les manifestó mi reino y todas las verdades que les prometí después de que recibieran a este divino Paráclito. El Santo Espíritu vino a confirmar mi reino; por fin nació mi Iglesia. El vino para gobernarla y para fortalecer a mis Apóstoles y a mis discípulos, [323] concediéndoles, con las lenguas de fuego, la ciencia y la intrepidez necesaria para anunciar mis palabras, el poder de obrar signos y milagros que asombraban a todos los que se encontraban ahí como espectadores y como oyentes de la sabiduría que él les concedió junto con el don de hablar las diversas lenguas. De todos aquellos que estuvieron en Jerusalén en el día de su descendimiento, majestuoso y glorioso a causa del fuerte viento y las lenguas de fuego que se colocaron sobre cada uno de ellos, llenando la casa donde se encontraban, ¿Quién no se hubiera sentido presa de admiración al escuchar a los tímidos e iletrados anunciar en voz alta las maravillas del Dios Hombre, a quien los Pontífices y los Reyes habían despreciado y hecho clavar sobre una Cruz que consideraban infame?

 "Querida hija, me preguntaste cuándo será que te establecería como mi reino delante de los hombres. Ya lo está en ti, donde he sido constituido Rey por mi Padre, como en mi Sión y mi Jerusalén pacífica. Tú eres mi ciudad, donde he constituido mi fortaleza. He colmado tus debilidades con mis grandezas; mi humanidad y mi divinidad reposan en ti; he edificado en tu alma mi templo. [324] ¿En qué consiste el Reino de Israel si no en reinar con Dios y contemplar sus bondades inclinadas a derramarse en ti con tanta abundancia que luchamos casi continuamente, pero con una lucha que te da mayores ventajas de las que obtuvo Jacob cuando forcejeó conmigo, estando yo escondido en el ángel? Nuestra lucha consiste en que tú insistes en demostrarme que eres indigna de mis grandes caricias, y en que yo deseo convencerte de que mi amor hacia ti las ha merecido, y que no puede reprimirlas sin resistir a las inclinaciones de mi bondad. Yo no me retiro al llegar la aurora, pues soy el Sol Oriente, que desea iluminarte hasta el mediodía, con el puro amor y la caridad perfecta; en lugar de debilitar los nervios, deseo fortalecer tu espíritu. No deseo retirarme después de haberte dado mi bendición, sino que deseo permanecer en ti como Dios de bendición. Baruc 3 predijo que vendría yo a la tierra a conversar con los hombres, después de haber enviado y llamado a las estrellas, que están prestas en todo momento a la ejecución de mis órdenes.

 "Hija, estas estrellas son mis ángeles, que tienen la comisión de visitar a los hombres según mis órdenes, ajustándose a la ley de la naturaleza, la ley escrita, y sobre todo, una vez iniciada, a la ley de la gracia, anunciándoles mi voluntad por medio de apariciones visibles."

Querido Amor, escucho lo que me enseñas por este Profeta: Brillan los astros en su puesto de guardia llenos de alegría, los llama él y dicen: ¡Aquí estamos! y brillan alegres para su Hacedor (Ba_3_34s). Ellas dicen con este vidente, que tú las creaste: Este es nuestro Dios, ningún otro es comparable a él (Ba_3_36). Eres tú quien, por su medio, enseñas tus caminos a Jacob tu hijo, y a Israel tu bien amado [325] después de que estos ángeles lo hubieron instruido .de tu voluntad, tú mismo viniste para hacerte visible a los hombres y conversar con ellos. La Iglesia así lo cree, y yo con ella, pues por tu gracia tengo la dicha de ser su hija, pero poseo tantas seguridades, que te ruego me permitas preguntarte: "Señor, ¿es posible creer cuando se ven tantas maravillas?" Me respondiste que se trata de la fe iluminada por el Padre de las luces, que fue concedida al Príncipe de los Apóstoles, cuya octava solemnizamos hoy, así como la claridad comunicada a su colega, y que me equivocaría al separarlos, puesto que la Iglesia, guiada por el Santo Espíritu, los une en la misma solemnidad.

OG-01 Capítulo 70 -Del amor que tiene el Verbo Encarnado por los hombres, dándose a ellos en el Santísimo Sacramento, amor explicado por las palabras del cuarto capítulo de Baruc y del mismo Verbo Encarnado a san Juan 

¿No es suficiente, oh Enamorado de la humanidad, el haberle concedido este favor durante el tiempo que estuviste en misión para obrar la copiosa redención, sin quedarte además en el Sacramento de Amor, donde pareces ocultarte para mejor darte a conocer, perdiendo tu esplendor? Este velo no es sino un crespón que amortigua o desluce tus rayos, haciendo tu presencia menos impresionante para permitir el trato familiar con Aquél que es Dios oculto y Salvador. Tu amor, que se basta a sí mismo, igual que tu divinidad en su intimidad, no se contentó con permanecer en la inmensidad de su divina suficiencia. Quiso salir fuera de sí mismo, permíteme la expresión, para comunicarse a la humanidad mediante una iniciativa que no procede sino de él.

¿Quién se hubiera atrevido a imaginarla, si no la hubiera manifestado él mismo, mediante los resplandores de sus propias llamas, a quienes se digna visitar? [326] Verbo Encarnado, en este Sacramento permaneces como extasiado. No hablas en él como un hombre; dices ahí maravillas, como Dios, a quienes acaricias como a tus queridas hijas y esposas amadísimas, a quienes enseñas las leyes de la amorosa dilección y los caminos de vida sin los cuales moriríamos. La ley que subsiste eternamente: todos los que la retienen alcanzarán la vida (Ba_4_1). La esposa que mora en ti y tú en ella, ha entrado a la verdadera vida que prometiste a los que comulgaran según tus intenciones: La ley que subsiste eternamente: todos los que la retienen alcanzarán la vida, más los que la abandonan morirán (Ba_4_1).

Habla, Verdad infalible, por tu propia boca, y aprópiate esta profecía de Baruc mediante tu divina palabra y tu augusto Sacramento, que encierra la vida eterna, el memorial de todas tus maravillas, la derogación de todas las leyes; es la consumación de la ley del amor; es el amor divino y la vida divina. Este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan de la vida. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí (Jn_6_48s). El que no coma la carne del Hijo del hombre, apoyada sobre la naturaleza del Verbo, y el que no beba su sangre, apoyada por esta divina hipóstasis, no tendrá en él su vida divina [327].

 En este sacramento, el Verbo Encarnado es el Libro de la vida. El es el libro de los mandamientos de Dios. El es Dios, el mismo que los hizo y los dio. El es el Hombre que los observó con toda perfección. El es la ley del amor mediante la cual los hombres viven si la guardan en ellos. El producirá en ellos la vida eterna. La ley que subsiste eternamente: todos los que la retienen alcanzarán la vida, más los que la abandonan morirán (Ba_4_1).

"Hija mía, continúa explicando lo que sigue." Querido Amor, lo haré por medio de tu Espíritu, ya que insistes en ello: Vuelve, Jacob, y abrázala, camina hacia el esplendor bajo su luz. No des tu gloria a otro, ni tus privilegios a nación extranjera (Ba_4_2s). Queridísimo Amor, si Pablo se afligía ante la dureza de sus hermanos según la carne, que no quisieron aceptar tus amonestaciones; yo me aflijo con él por los hijos de Jacob, que no siguieron las enseñanzas de este profeta. Desdeñaron su mensaje. Cedieron toda su gloria y su dignidad a los gentiles; ellos solos se decían bienaventurados por tener a su Dios cerca de ellos, y que entre todas las naciones ninguna otra tenía el privilegio de la nación judía; estos hijos de Jacob se negaron a seguir el camino de la vida. Rehusaron caminar en su esplendor.

No quisieron aprisionar su entendimiento bajo [328] la acción de la fe ni avanzar por los rectos senderos del Verbo Encarnado: Camina hacia el esplendor bajo su luz (Ba_4_2). No aceptaron creer que él podía dar su carne como alimento y su sangre como bebida, pero de un modo espiritual. No tuvieron fe en que Aquél que les hablaba como hombre y que obraba milagros como Dios, fuera el Mesías, cuyo esplendor vislumbraban a través de sus grandes signos y por su doctrina, que no podían proceder de un hombre ordinario. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron.

Los gentiles poseen su gloria y su dignidad; los verdaderos católicos caminan por la ley de tu esplendor bajo la luz de los sentidos, la cual falla en la consideración de este augusto Sacramento y en varios misterios tuyos. Al adorarlo como lo ordena la Iglesia, cantan al unísono con ella en gozo y sumisión de espíritu, arrebatados de admiración ante este misterio.

El Verbo hecho carne, por su palabra hace de su carne verdadero pan, y el vino se convierte en sangre de Cristo, y si nuestros pobres sentidos no lo perciben, la fe es suficiente para cerciorar de ello al corazón puro.

Ellos reconocen el exceso de amor que te llevó a darte en la noche de la Cena, después de haber comido el cordero Pascual y observado todas las prescripciones de la ley. [329] Ellos creen que, por tu palabra todopoderosa, cambiaste el pan en tu cuerpo y el vino en tu sangre, y aunque sus sentidos son incapaces de conocer estos grandes misterios, sus corazones, encendidos de tu amor, afirman que la fe es suficiente. Con esta viva fe se acercan a tus altares, adorando con amor y reverencia tu cuerpo, tu alma y tu divinidad; el todo velado bajo las Especies.

Ellos no se resisten a dejar cautivo su entendimiento bajo la acción de la fe. Adoran lo que no pueden comprender, y creen lo que no pueden ver con los ojos corporales. Caminan por la vía de tu divino esplendor, que es el don de la fe, el cual es contrario a los sentimientos y razonamientos humanos. Obran según el consejo del Profeta Baruc a Jacob: Vuelve, Jacob, y abrázala (Ba_4_2). Ellos se unen a ti para convertirse en ti, según lo que dijiste a nuestro Padre san Agustín, que no convertiría este pan en su sustancia, sino que sería convertido en ti. Vuelve, Jacob, y abrázala, camina hacia el esplendor bajo tu luz (Ba_4_2). Ellos reciben este divino Sacramento en el camino que es para ellos una senda de amor y de vida. Con la luz de la fe, caminan contra la luz de los sentidos que les diste para guiarse en la tierra. Ellos creen que tu [330] cuerpo sagrado se encuentra todo en un fragmento, y que no está sujeto a ser dividido cuando el sacerdote rompe y fragmenta las Especies. Ellos creen que es un verdadero cuerpo, aunque no tenga en este Sacramento su extensión local ni su cuantitatividad exterior. Ellos creen que se encuentra en este augusto Sacramento a manera de espíritu impasible, inmortal y glorioso, que el Padre y el Santo Espíritu te acompañan en él por concomitancia y continuidad necesaria, que tú has podido hacer creíble esta maravilla, oh esplendor de la gloria del Padre, y que haces caminar, o mejor dicho, volar, mi espíritu por ti mismo, por tu esplendor en la nube de la fe, contra la claridad que concediste a mis sentidos.

Mi espíritu no tiene dificultad alguna al ser llevado por el viento del tuyo e iluminado por tu luz, para sobrepasar la luz natural de mis propios conocimientos. El es Jacob, suplantador de todo lo que es bajo. Está unido a ti, que pareces estar en este Sacramento como vencido por mi amor, sumiso a lo que me agrada. Jamás un religioso mostró una obediencia semejante: tú obedeces a todos los sacerdotes. Cuando te dejan en algún lugar que no deseo nombrar, guardas en él una pobreza sin par, revestido y sostenido por un fragmento casi imperceptible.

 Tu castidad es admirable, por ser un cuerpo a manera de espíritu. Jamás existió una clausura más estrecha, ni tan perfectamente guardada y observada. Tu esplendor fabricó en ella un camino que va contra su propia luz (permíteme expresarme así) para poder unirte a nosotros: Camina hacia el esplendor bajo su luz (Ba_4_2). Deseas, al permanecer [331] visiblemente en la tierra, que la bondad de nuestro Padre celestial haga brillar su sol tanto sobre los malos como sobre los buenos, por lo que te digo que tu excesiva caridad te llevó a instituir el divino Sacramento, al que has bajado como el sol a nuestro horizonte, y donde haces brillar tu misericordia sobre todos; y donde, aún en detrimento de tu luz y tu esplendor, entras en las almas que te ofenden y que son otros Judas.

En este rasgo veo tu benigno esplendor penetrar dentro del traidor contra la luz de tu conocimiento: Camina hacia el esplendor bajo su luz (Ba_4_2). Si san Pablo no hubiese percibido esta incomprensible caridad, la humanidad difícilmente habría podido darse cuenta de las ofensas que te inflige al recibirte en pecado en este Sacramento en el que tu exceso de amor te lleva a entrar en ellas: Camina hacia el esplendor bajo su luz, (Ba_4_2) sabiendo que las almas que te recibirán se obstinarán hasta llegar a ser réprobas y te ofenderán todavía más después de haberte recibido.

Capítulo 71 - Como la divina bondad me ha favorecido con las ventajas de Benjamín; de la vista de un admirable triunfo del Rey y de los Príncipes, sus hijos, todo conducido por celestiales conocimientos; y como la divina sabiduría me consoló y me encargó de encomendarle estos triunfadores.

Al expresar de qué manera te entregaste en este Sacramento de Amor: Camina hacia el esplendor bajo tu luz, (Ba_4_2) hice una digresión muy grande en contra de la brevedad que me propuse en esta narración. El esplendor de tu [332] caridad me hizo obrar contra la luz de la prudencia que deseaba yo tener para no resultar tediosa mediante una larga prolijidad. Tu Majestad me enseña la paciencia: contra mi voluntad, este Capítulo resultó apropiado para que la ejerzan quienes lo lean. Podrán constatar aún más tu bondad y longanimidad, que perdurará en este Sacramento: todos los días, hasta el fin de los siglos. Cuidarán de no seguir ofendiéndote en este amoroso Sacramento, por temor a desagradarte y acumular un tesoro de ira para el día de la justa venganza.

No te contentas con acariciarme en la mañana al comulgar, tomando mi presa y mi porción, ni por la tarde, al hacer lo que Jacob dijo de Benjamín: repartir los despojos de tus victorias entre todas tus iglesias: Benjamín, lobo rapaz, de mañana devora su presa, y a la tarde reparte el despojo, (Gn_49_32) presentando para ello a la Triunfante tus méritos, para incrementar el gozo accidental; a la Militante, gracias justificantes; y a la Sufriente indulgencias, afín de que con ellas sean liberadas gracias a tus méritos. Benjamín dijo: Querido de Yahvé, en seguro reposa junto a El, todos los días le protege, y entre sus hombros mora (Dt_33_12). Durante la noche continúas colmándome de tus favores y conversando conmigo entre delicias que más pueden sentirse que expresarse: La noche sea en torno a mí un ceñidor (Sal_138_1).

El 25 de agosto de 1635 o 36, a eso de las tres de la madrugada, tuve visiones admirables. Mi divino Jesús, me pareció estar en espíritu cerca de la iglesia del Colegio de tu Compañía en Roanne, la cual está dedicada a san Miguel, Príncipe de tu milicia celeste. Vi ahí una multitud de personas atentas a considerar un maravilloso triunfo, en el que percibí a dos jóvenes príncipes, entre los diez y doce años de edad, de una belleza sobrehumana. Los dos reales mancebos iban montados sobre dos caballos blancos como la nieve; sus monturas tenían un aire misterioso, puesto que trotaban y volaban al mismo tiempo, al igual que los enigmáticos animales que [333] vio el Profeta Ezequiel.

Me pareció que los corceles más bien dirigían a sus regios jinetes que éstos a ellos. Cada uno portaba una oriflama que era como un gran estandarte de rojo carmesí, con el que se envolvían y cubrían a sus caballos a manera de funda, y que dichos estandartes, por un poder oculto, se plegaban y los rodeaban por sí mismos en forma de columnas, las cuales, apoyadas sobre los corceles, subían hasta el cielo. Al llegar a lo alto se abrieron, como si con esta apertura estuvieran dispuestas a recibir fuerza y plenitud de felicidad proveniente del cielo y no de la tierra.

Vi además cómo estos estandartes se trasladaban y se arremolinaban por su propia virtud, no teniendo necesidad alguna de las manos de estos niños a quienes protegían con tanta eficacia, como a príncipes de gran esperanza. Vi en seguida a un venerable anciano de cabellos blancos como la nieve y rostro majestuoso. Cubría su cabeza un solideo rojo y llevaba en la frente una lámina de plata admirablemente trabajada, de la que nacía una corona terminada en punta, toda de oro fino. Le seguía otro que llevaba el Santísimo Sacramento, cuyo rostro no pude ver por estar vuelto a otro lado, como si quisiera que no lo viera yo sino de espaldas. Venía un tercero, encargado de las ceremonias, que iba y venía de un lado a otro. Estas tres personas cautivaron mi admiración de tal manera, que fuera de ellas no presté atención a cosa alguna relacionada con este triunfo ni a las personas que asistían a él. A pesar de todo, lo que más me admiró fue el escuchar a este anciano pronunciar con una majestad admirable: [334] Alaba a Dios; alaba a la Madre; alaba a Judá. No hubo persona que respondiera después de estas palabras.

Volví en mí para ser presa de un asombro que me hacía sufrir. Ello se debió a que veía una multitud de pueblos espectadores de todo lo que arriba menciono, sin admirarse y sin prestar atención a esas palabras, tan majestuosamente pronunciadas, en las que la divinidad se complacía. Permanecí en un respeto indecible, esperando con humildad que el Verbo Encarnado me instruyera acerca de estas visiones, que confié al R. P. Gibalin en cuanto pude verlo. La víspera de santo Tomás, 1636, a las ocho de la mañana, el R.P. Gibalin rogó a Su Eminencia, después de su regreso de Roma, se dignará tener piedad de la larga espera de tus hijas, amoroso Verbo Encarnado; que no podía seguir teniéndolas afligidas y sin consuelo. Me dijiste a la misma hora, sin saber yo que el Padre le hablaba: "Hija mía. Su Eminencia rehúsa, en este momento, la petición del Padre Gibalin." Llamé a mis Hermanas Isabel Grasseteau y Catherine Richardon, para decírselo. Me había sentido mal toda la noche, por lo que me fue imposible dormir. Quise descansar durante el día, pero escuché estas palabras con mis oídos corporales, sin ver a la persona que me las dirigía: "Su Eminencia rechaza la súplica del Padre Gibalin, hija mía; no temas que la Orden se logre. Yo mismo la estableceré." Después de mediodía, Mons. Nesme vino a verme para informarme sobre lo que el P. Gibalin no quiso comunicarme, y para saber en qué estado me encontraba después de este segundo rechazo. Me vio igualmente contenta. Cuando me lo dijo, hice llamar al recibidor a nuestras dos hermanas, diciéndoles: " ¿Qué les dije esta mañana?" Ellas manifestaron al prelado lo que antes mencioné, [335] quedando él admirado ante la paz y alegría en la que mantenías mi espíritu. Por la tarde, al entrar en la iglesia, mi alma fue colmada de consuelo, y absorta en un dulce entusiasmo. Escuché: Nacerá en sus días la justicia, y habrá paz en abundancia.

Al mismo tiempo, vi que se me presentaban flores blancas de las que llamamos muguete. Los globitos o corolas son pequeños y todos llevan una corona; las hojas son grandes y largas. Después de que esta clase de flor desapareció, se me presentó un iris, que a su vez desapareció, para dejarme ver cómo plantan la lavanda, y escuchar que mi lavanda había sido aspirada por el Rey de paz, el Verbo Encarnado, quien quiso recrearme en su jardín, y que era muy difícil afligir a un alma a la que tú mismo te dignas consolar.

Amor muy querido, no sabría yo explicar las delicias que me diste a probar en esta noche sin par; al hacer de mí tu morada pacífica, tuve el deseo, si lo encontrabas de tu agrado, de que todo este reino y todos los príncipes cristianos estuvieran en paz. Tú, que conoces los corazones, colocaste al mismo tiempo dos lirios sobre mis espaldas; sus tallos eran muy largos. Me explicaste que se trataba de dos lirios del árbol que había yo visto el año 1625, los cuales me encargabas para rogarte por ellos en mis oraciones; que fuera paciente hasta que me explicaras tú mismo esta visión de los dos lirios; que gozara con agradecimiento los deleites que te complacías en concederme, por un exceso de bondad, en tanto [336] que dos, a quienes tú no consolabas como a mí, pudieran repetir estas palabras de Job: Mis días han pasado con mis planes, se han desecho los deseos de mi corazón (Jb_17_11). "Hija mía, yo recojo los tuyos y los uno por mi amor, que se complace en acariciarte; estas caricias continuarán durante el Adviento, y todo el tiempo que permanezca yo en el establo."

Capítulo 72 - De mis contrariedades de Espíritu y enfermedades corporales; de la privación de consolaciones divinas por un poco de tiempo; del fuego ardiente que recibí de lo alto que presionó al Verbo Encarnado a visitarme y consolarme divinamente.

Ignoro si fue deseo tuyo el que experimentara yo la privación que Judea tuvo de su dicha cuando emigraste a Egipto, pero diré que casi al llegar la Cuaresma de 1637, me sentí extraordinariamente indispuesta. Parecía que no debía vivir sino algunos meses en estos males del cuerpo; a ello quisiste añadir aflicciones de espíritu, sin que supiera yo tu designio. Pensaba que estos males corporales me ensombrecían, porque no podía respirar, y había el temor de que me volviera hidrópica. Comía muy poco y estaba extremadamente alterada.

 El R.P. Boniel dijo al P. Gibalin que hacía falta controlar los males que comenzaban. Recomendó tanto al Padre que se me diera un tratamiento, que me vi obligada a recurrir a remedios que no fueron inútiles, porque con tu ayuda me vi libre de esta opresión, que se temía fuera un comienzo de asma. Una noche, estando en oración, vi la paloma que vino a mi corazón el 2 de diciembre de 1635, la cual se posó sobre el dosel del Santísimo Sacramento. No me diste la explicación de esta visión a la misma hora en que ocurrió, por lo que dije al R.P. Gibalin: "Padre, vi una paloma sobre el dosel de nuestro altar, pero Nuestro Señor no me la [337] explicó. Esperaré a que se digne darme a conocer lo que desea comunicarme por esta visión."

El segundo viernes de Cuaresma, hacia las 10 de la mañana, comprendí por una ruda experiencia que el escudo que me había hecho insensible a todos los rechazos de Su Eminencia no estaba más sobre mi corazón, y que se trataba de la misma paloma que se posó sobre ti, oh divina Vara de Jesé, pues querías informarme de la gracia que me concediste al enviarme tu Espíritu, para impedir que el mío y mi corazón fuesen afligidos, pero que tu sabiduría juzgó a propósito hacerme sentir, en este día las tristezas extremas que me hacían sufrir. Parecía como si me retorcieran y arrancaran las entrañas, produciéndome fuertes dolores internos. Derramé un torrente de lágrimas, diciéndote: Se agotan de lágrimas mis ojos, las entrañas me hierven (Lm_2_11) pero no deseo derramar mi hígado por tierra, como este doliente Profeta. No debes volver a entrar al sepulcro para visitarlo ahí. Prefiero ofrecértelo con mis suspiros inflamados, levantando mis ojos al cielo, de donde me vendrá el auxilio que espero. Al contemplarme en estos amargos dolores me hiciste escuchar: ¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿Quién te podrá salvar y consolar, virgen hija de Sión? Grande como el mar es tu quebranto: ¿quién te podrá curar? (Lm_2_13).

Tú, mi Señor, puedes consolarme, pues por ti estoy en estas grandes desolaciones, las cuales por ventura me durarán hasta la muerte [338] Las deseo, Señor, las recibo de tus mandatos o de tus permisiones. Todos los santos o santas, si son ustedes quienes me dijeron: ¿A quién te comparare?" comuniquen al Verbo Encarnado, nuestro divino Salvador, que le respondo con Job, el milagro de paciencia: Aunque me matara, esperaría en El (Jb_13_15). Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta (Lm_1_12). Ignoro por qué esta desolación me fue enviada o permitida. Todos ustedes, que han pasado por el camino de la contemplación, y que han sido comisionados por su Majestad para cosas grandes, consideren si existe algo semejante al dolor que siento. Tal es el extremo sentimiento de las almas desoladas como la mía, al ignorar la causa o el motivo; pero al hablarles de mis males, siento un fuego que me ha sido enviado de lo alto: Ha lanzado fuego de lo alto, lo ha metido en mis huesos. Me ha dejado desolada (Lm_1_13).

Aquél que se esconde me ama, por tanto, al afligirme, puesto que desde su trono elevado envía su flama a mis huesos, me enseña que no se ha ocultado sino para probar si le amo tanto al estar ausente, como cuando está presente. Amor muy querido, así como los discípulos de Emaús notaron, como efecto de tu enseñanza, que el fuego ardía en su corazón, siento una tan pura y ardiente llama en el mío, en mi pecho y en mis entrañas, que no puede proceder sino de Aquél a quien Moisés y san Pablo llaman un fuego devorador: Pues nuestro Dios es fuego devorador (Hb_12_29); (Dt_4_24). No te digo con los discípulos que esperaba tu Resurrección, sino mucho más: creo que resucitaste, [339] y que estás aquí, cerca de mí, como un Dios oculto y Salvador. Los que se ven reconocidos, se quitan la máscara.

Al considerarme con esta confianza, me dijiste que tu amor te apremió a darte a conocer, como hacen los niños al esconderse; los que aman no se ocultan sino para probar el amor de quienes aman, afín de hacerles ver después las llamas redobladas de sus corazones abrasados, y que todas estas pruebas no fueron sino un poco de agua para hacer arder con mayor fuerza, o más ardientemente, este santo fuego. Me dijiste muchas más cosas provenientes de tu amor hacia mí, pero debo abreviar.

Siendo el Verbo humanado, sabes disculparme, pues tengo un dolor de cabeza tan fuerte, que apenas puedo ver lo que escribo; lo he padecido desde el domingo de la octava de la Ascensión de 1642: al subir al cielo, tal vez llevaste contigo la parte superior de mi cabeza, o quizá permitiste que los lirios que estaban sobre el altar, con su fuerte aroma, me causaran estas suspensiones, que son bien diferentes de las descritas anteriormente, las cuales elevan el entendimiento hacia ti, iluminándolo; mientras que estas últimas lo dispersan o disipan, aturdiéndolo. No sé Señor mío, si debo atreverme a decir que entre las gracias que me concedes, esta de escribir en medio de tan violentos dolores de cabeza no es de las menores.

Yo misma me sorprendo al recordar lo que anoto, pues no puedo expresarlo sino en este papel, sobre el cual me haces hablar por mi pluma, a la que guías y conviertes en la pluma de los vientos, para expresar aquí las maravillas de tu bondad, que produce los vientos de sus tesoros: Levanta las nubes desde el extremo de la tierra; para la lluvia hace él los relámpagos, saca de sus depósitos el viento (Sal_135_7).

Al dulcificar los males, cambias [340] el rayo en lluvia; tu justicia cede con frecuencia ante tu misericordia. Escondes tu terrible Majestad para mostrar tu piadosa benignidad. Haces todo lo que quieres en el cielo y en la tierra, según las palabras del Profeta que menciono: Todo cuanto agrada a Yahvé lo hace en el cielo y en la tierra, en los mares y en todos los abismos (Sal_134_6).

El abismo de las aflicciones fue transformado en un océano de gozo, porque, no pudiendo o no deseando contener por más tiempo tus amorosas inclinaciones sin comunicármelas, me dijiste: "Hija, las desolaciones que has sufrido te hacen ver que la paloma se retiró cuando tú la viste sobre el dosel del altar. Tú has estado sufriendo y sin la particular protección de Dios, que te sirve de escudo, te verías con frecuencia desconsolada y agobiada por las aflicciones que una esperanza diferida y obstaculizada lleva consigo. Valor hija, acepta lo que se te presente, tanto placentero como doloroso; sufre esta llama que une en mí a todos los espíritus, y que parece consumir las entrañas; yo soy su causa y objeto." Señor, obra según tu voluntad [341].

Capítulo 73 - Que el Verbo Encarnado me prometió multiplicar su Orden que quería establecer sobre el zafiro, ordenándome comprar esta casa en honor de la sangre de sus mártires. Él me invitó a elevarme a él de esta santa montaña por las palabras del Cantar 4.

En este mismo año 1637, alrededor del tiempo de Pascua, al representarte un día el crecimiento de algunas Congregaciones, cuyos monasterios se llenaban, mientras que nuestra Congregación apenas si crecía, me dijiste: "Hija mía, te puedo decir con más amor que Alcaná: Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué se aflige tu corazón; es que no soy mejor para ti que diez hijos? Ana, ¿por qué lloras? (1S_1_8). Hija y esposa mía, ¿por qué lloras? ¿Por qué se aflige tu corazón? ¿No soy más agradable para ti que si tuvieras diez monasterios? ¿No encuentras en mí todo lo que puedes tener? Espera mi hora, queridísima mía, y goza de mi amor, que vale más que diez mil hijas. Grita de júbilo, estéril que no das a luz, rompe en gritos de júbilo y alegría, la que no ha tenido los dolores; que más son los hijos de la abandonada, que los hijos de la casada, dice Yahvé. Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te expandirás, tu prole heredará naciones y ciudades desoladas poblarán. Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. Porque los montes se correrán y las colinas temblarán, más mi amor de tu lado no se apartará, y mi alianza de paz no se moverá dice Yahvé, que tiene compasión de ti (Is_54_1s).

 "Hija mía, pareces estéril a los ojos de los hombres. Alégrate, pues te haré fecunda por mí mismo. Te multiplicaré mucho más que aquellas [342] que consideras asistidas por favores humanos; dilata tu esperanza, no escatimes nada; ten siempre un gran corazón, confíate a mí. Te prometo una multitud tan grande, que se extenderá a derecha e izquierda; por un poco de tiempo parezco abandonar mi Congregación en el desprecio aparente, delante de las personas, pero dentro de poco será reunida y extendida con signos bien visibles de las amorosas e inmensas ternuras de mi eterna misericordia: Pobrecilla, azotada por los vientos, no consolada, mira que yo asiento en carbunclos tus piedras y voy a cimentarte con zafiros. Haré de rubí tus baluartes, tus puertas de piedras de cuarzo y todo tu término de piedras preciosas (Is_54_11s).

  "Hija mía, todos tus sufrimientos son comparables a una tempestad pasajera; por un poco de tiempo estás sin consuelo, porque eres mi delicada, que no puede consolarse con las creaturas; esto es muy duro para ti, a quien he alimentado con mis delicadezas. Colocaré con mi mano, tan industriosa como poderosa, las piedras que son tus hijas. Te cimentaré con el zafiro. Hija mía, el cielo ha tenido cuidado de cautivarte; ese cielo que está representado por el zafiro. Pon atención, hija mía, pues según el Éxodo, Capítulo 24: Moisés subió con Aarón, Nadab y Abihú y setenta de los ancianos de Israel. Bajo sus pies había como un pavimento de zafiro tan puro como el mismo cielo (Ex_24_9s). [343] En los Cantares, puedes verlo en la descripción que mi esposa hace de mí: Su vientre, de pulido marfil, recubierto de zafiros (Ct_5_14). En Ezequiel, en el primer Capítulo: Había algo como una piedra de zafiro en forma de trono. Y en el décimo dice: Miré y vi que sobre el firmamento que estaba sobre la cabeza de los querubines parecía, semejante a la piedra de zafiro, algo como una forma de trono, por encima de ellos (Ez_1_26). Fíjate, hija mía, que en el Éxodo mis pies se asientan sobre el zafiro, y en los Cantares mi vientre es de marfil, cubierto y embellecido de zafiros. En Ezequiel, Capítulo 1°, el zafiro es mi trono, y en el décimo mi trono aparece sobre el zafiro, el cual descansa sobre el firmamento, que a su vez se asienta sobre la cabeza de los querubines. ¡Qué insigne favor te prometo, hija mía, por las palabras de Isaías, de cimentar mi Orden y tu persona sobre el zafiro! Es tan grande, que todos los ángeles y los hombres admirarán mi bondad hacia ti y hacia la Orden que deseo establecer.

Sube conmigo, hija: ven a verme con mis santos sobre el cielo. Mi cuerpo sagrado es el cielo supremo, adorable zafiro. Ven, mi bien amada, a reposar en mi propio seno sobre el zafiro engastado en el marfil de mi pureza divina. Ven, mi muy amada, a ver con ojos de águila este zafiro sobre el firmamento colocado sobre la cabeza de los querubines a modo de trono, y participa de mi reino como esposa mía."

El mismo año 1637, tu Majestad me dijo que comprara la casa que estamos habitando, porque deseabas honrar la sangre de tus mártires, que fue derramada en abundancia por causa de tu Nombre en torno a ella, de cuya profusión ha conservado su nombre la calle, habiendo cambiado el vulgo la palabra bouillon [344] por la de Gourguillon. Habiéndome enterado que así era tu voluntad, la compré al Sr. Viau. Nos pusimos de acuerdo en dos palabras. El me dio a conocer sus condiciones; yo, lo que deseaba ofrecerle. Aceptó mi oferta, y aunque amaba esta residencia, sintió gran contento al vendérmela, para verte servido y alabado en ella por religiosas consagradas a este ejercicio. Querido Esposo, real y divino, haz de ella tu templo, como me lo prometiste; tú eres como el ojo del divino Padre, y nos verías con complacencia, al reposar en tu tabernáculo. Tu común Espíritu, que es tu corazón y único amor, morará en ella para amarnos con benevolencia. Llena nuestras bajezas con tus grandezas y establece en ella tu fortaleza. Es lo que espero de tu amor, que animará a esta Sión, según los signos que me has dado, más que todos los tabernáculos de Jacob, a cuya vista el Profeta Balam quedó tan sorprendido, que exclamó: ¡Qué hermosas son tus tiendas, Jacob, y tus moradas, Israel! Como valles espaciosos, como jardines a la vera del río, como áloes que plantó Yahvé, como cedros a la orilla de las aguas (Nm_23_5s). Todas estas tiendas distaban de parecerse a tu Sión, en la cual tú mismo te has detenido para fijar en ella tu morada. Después de que esta casa fue comprada y pagada por tu Providencia, me invitaste amorosamente, diciéndome: "Ven del Líbano, novia mía, ven del Líbano, vente. Otea desde la cumbre del Amana, desde la cumbre del Sanir y del Hermon, desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos (Ct_4_8). Ven, esposa mía, del Líbano, porque mi cuerpo sagrado y mi preciosa sangre reposan en esta capilla; esta sangre preciosa blanqueó la túnica de mis mártires, los cuales son Líbanos blanquísimos por la participación que tuvieron en mi sangre, y el derramamiento de la suya, la cual, unida a la mía, se torna blanca como la leche; es por ello que la Iglesia les atribuye estas alabanzas: Blancos fueron hechos por su Nazareno; dieron gloria a Dios, y como cuajo de leche se tornaron. Mis dos grandes doctores, en el himno de alabanza y de confesión que compusieron, dicen: a ti te alaban los ejércitos de los mártires (Te Deum).

"Mi sangre y la de mis mártires blanquea tu alma; es por ello que te llamo con ese nombre del Líbano, de la cabeza de Amana, donde la fe y la verdad triunfaron por la confesión y la muerte de mis mártires, pues Amana es: Otea desde la cumbre del Amana, desde la cumbre del Sanir y del Hermon (Ct_4_8). Esta montaña o esta cima fue el lugar donde los emperadores desearon destruir y abolir la religión cristiana, deseando borrar mi Nombre mediante [345] la muerte de quienes lo confesaban, ideando tormentos que su rabia y la de los demonios les sugerían para quitarles la vida. Ven, mi bien amada, a esta montaña donde se levantaba el anfiteatro de Vienne. Ven a estas guaridas de leones, a esta montaña de leopardos, porque aquellos emperadores paganos eran más crueles que todas esas bestias feroces, más encarnizados y sanguinarios que ellas en las persecuciones que fraguaron para atormentar a mis mártires.

"Ven, pues, hija mía, ven a mí sobre este monte en el que se sentó su crueldad para perseguirme en mis miembros: mis fieles mártires que imitaron a su Maestro. Ven, pues mi sangre y la de ellos te coronan sobre este monte donde reposo, gracias a la respuesta que has dado a mis inspiraciones y amorosas revelaciones. Siguiendo mis órdenes viniste a Lyon, a la montaña que te mostré en visión, en la que he reservado un lugar para ti, haciendo realidad la visión y la promesa que te hice de alojarte en la casa de marfil. Esta montaña está adornada con la sangre y los cuerpos de mis mártires, que se comportaron como verdaderos elefantes; al ver mi sangre, derramaron la suya, animándose los unos a los otros a estas leales efusiones, de las que nacieron nuevos cristianos; el marfil es la estructura ósea del elefante. Puedes ver, por tanto, hija, cómo permanezco fiel al cumplimiento de las promesas que te hice, exhortándote a salir de la casa paterna y diciéndote que te albergaría en casas de marfil corporal y espiritualmente; en lo interior y en lo exterior.

 "Cuando comulgas, ¿no penetras en mí, que soy Dios y hombre? Mi divinidad es marfil, mi humanidad es marfil, la sangre de mis mártires es fuerte y blanca como el marfil. La casa está fundada sobre marfil. Permanece en ella, hija mía, entre los placeres y honores que los mártires te brindarán. Y escucha el canto real que te dirige este verso: Mirra, áloe y casia son todos tus vestidos. Desde palacios de marfil laúdes te recrean. Hijas de reyes hay entre tus preferidas; a tu diestra una reina, con el oro de Ofir (Sal_45_9s). La mirra es la más preciosa, y es la que te doy voluntariamente; es mi sangre, que te comunico por divina inclinación [346] y la casia para servirte de refrigerio en los ardores que, aunque santos, sientes algunas veces. Tu cuerpo es preservado en la pureza por medio de esta mirra y esta casia y además, querida hija, el hábito de mi Orden ha sido blanqueado y teñido con mi sangre.

"Revisto a mis esposas de mí mismo; mi discípulo amado vio la nueva Jerusalén descender del cielo, preparada por el mismo Dios y adornada de mí, su Esposo. Mi Orden y mis hijas poseen estos adornos, pues yo soy el Esposo blanco y rojo. Al ver esta Orden revestida de mis libreas, se alegran las almas bienaventuradas que son, en su totalidad, hijas del divino Rey." Querido Amor, eres para nosotras un Esposo de sangre; deseamos derramar la nuestra cuando así lo quieras; haz, si te agrada, que seamos como árboles plantados junto a la corriente de la sangre; que demos frutos ahora y en el porvenir. Que todas nuestras intenciones, atenciones y expectaciones incrementen tu gloria, aunque no parezcan sino mero follaje a quienes nos vean sin ser religiosas. Habiendo escuchado lo que dicen, que esperamos en vano, les respondo con las palabras del Apóstol: Estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. (Rm_5_ls). Este Espíritu nos fortifica en la confianza, bendiciendo nuestra paciencia y la esperanza que tenemos en ti, la cual jamás se verá defraudada.

Capítulo 74 - De la fuerza de Dios en su paciencia, de la caridad que me concedió hacia aquéllos que contradecían a su Orden; cómo su Providencia hizo que todo triunfara para su gloria y mi mayor bien, afirmando mi fe y consolidando mi esperanza; y de las dos apariciones de san Jerónimo 

[347] Cuando el Rey Profeta quiso dar a conocer tu poder, te llamó el Dios fortísimo y paciente, que espera día con día nuestra conversión. Como demuestras tu fuerza mediante tu paciencia, nosotros debemos, en la medida en que tu gracia nos fortifique, esperar pacientemente tu hora. Nos corriges con apariencias de rigor, pero siendo bueno como eres, lo haces para hacernos experimentar tus misericordias, disimulando y perdonando los pecados por la penitencia, cuya vista te hace aflojar el arco que habías tensado para disparar flechas mortales. Al llorar delante de ti las faltas que una persona cometía contra ti, me hiciste ver un arco con armazón de hierro de cuatro dedos de ancho; la flecha aplicada sobre este arco era de hueso, la aguda punta estaba teñida de sangre. Comprendí que tu paciencia esperaría durante algún tiempo, apuntando esta flecha sin dispararla. En otras dos ocasiones vi el rayo que parecías lanzar contra esta persona. Me ofrecí para recibirlo, pero no quisiste aceptar mi ofrecimiento, sino que, con gran destreza, lo desviaste y lo vi caer en el agua. Querido Amor, el Apóstol san Pablo nos enseña que debemos poner un carbón ardiente sobre la cabeza de nuestro enemigo al hacerle el bien a cambio del mal que ha querido hacernos. Deseo seguir su consejo, recibido del Espíritu de bondad que te apremió a morir por nosotros cuando éramos tus enemigos y que te hizo descender glorioso para favorecer al que te perseguía [348] y convertirlo, de perseguidor tuyo, en tu predicador. El atribuyó a tu bondad la operación de estos cambios maravillosos, los cuales son mutaciones realizadas por tu diestra todopoderosa. Algunos días después, me hiciste ver un navío de guerra muy bien equipado, en el que se izaron dos estandartes. Favorecido por un viento sobrenatural, bogaba su ruta sobre el mar, sin que viera yo timonel alguno que lo gobernara. Supe entonces que tu Espíritu invisible se ocupaba de ello. Escuché estas palabras: Nave de mercader que de lejos trae su provisión (Pr_31_14).

"Hija mía, tú eres esta nave equipada por mi gracia, armada por mi amor, y dirigida por el Espíritu que gobierna la Iglesia. Él ha enarbolado en ti dos estandartes: el amor de Dios que te ama, y el amor al prójimo; tú traes tu pan desde lejos, yo soy ese pan. Llegarás al puerto con alegría, y triunfarás por mí de todas las tormentas. Sé esta mujer fuerte, y no temas cosa alguna; mi corazón confía en tu fidelidad. Lee el 31° y último Capítulo de los Proverbios: en él verás lo que mi bondad ha destinado para ti desde la eternidad." Querido Amor, me alargaría mucho si explicara lo anterior aquí; me dispensas de ello al pedirme que te ame con todo mi corazón, con toda mi alma, y a mi prójimo como a mí misma, por amor a ti. Concédeme esta gracia.

Se me comunicó que el R.P. Roux, jesuita, tenía la fiebre cuartana, por lo que decidí enviar un sacerdote a san Buenaventura para que ofreciera la misa con intención de librarlo de este padecimiento. Sanó el mismo día. El R.P. Gibalin le dijo que por la mañana mandé decir una misa en san Buenaventura por su salud; en ese día debía presentarse la crisis, lo cual no sucedió. Este buen padre quedó de tal modo encantado con esta curación, que vino a verme para disculparse por haber estado en contra de nuestro establecimiento en tiempo de Mons. Mirón, porque, [349] me dijo, pensaba que deseábamos fundar jesuitesas lo cual no aprobaba. Madre su caridad me ha sobrepasado vengo a hacer honorable reparación al Verbo Encarnado, por habérmele opuesto sin conocer bien sus designios.

 El R.P. Decret, también jesuita, me dijo: "Madre, tiene usted buen motivo para alabar a Dios, quien cambia a los que han tenido pareceres opuestos a sus propósitos. El difunto Sr. Ménards, secretario de san Nizier, y vicario general sustituto, dijo al R.P. Guillot, un poco antes de entregar el alma, que moría con un grande arrepentimiento por haber puesto resistencia a su fundación; que si Dios le concedía la vida, la ayudaría con su autoridad y con sus bienes." "Padre mío, el Sr. Ménards era un buen eclesiástico. Dije claramente a Mons. Mirón que se opondría a este establecimiento, pues temía que disminuyera el renombre de un monasterio que él protegía, y del que la superiora no era con él sino un mismo espíritu. No guardo resentimiento alguno en su contra. Las personas obran según su sentir. Pueden resistir a un designio y favorecer a otro sin ofender al Inspirador de ambos, al no conocer su inspiración sino en la persona a quien aman y protegen. Los ángeles y los santos se han contradicho santamente por no saber con seguridad el decreto del Soberano.

 Mientras dura su resistencia, Dios obtiene su gloria de todo, para utilidad de aquellos a quienes se digna amar y a cuyo bien hace que cooperen todas las cosas. Mi querido Amor, conozco, por mi propia experiencia, que la demora de nuestro establecimiento es un signo de tu amorosa Providencia: perdona mi debilidad si lloro algunas veces delante de ti cuando, como hija débil o como frágil hoja, soy agitada por los vientos de diversos temores. Tu [350] bondad no me permite desprenderme del árbol de tu confianza; la esperanza en tu poder ha reverdecido siempre en mi alma, y así será, por tu gracia, hasta mi último suspiro. Obraré como el Profeta me aconseja: Porque es aún visión para su fecha, aspira ella al fin y no defrauda; si se tarda, espérala, pues vendrá ciertamente, sin retraso. "He aquí que sucumbe quien no tiene el alma recta, más el justo por su fidelidad vivirá." (Ha_2_3s).

Esta fiel expectación no suprime todas las tristezas de una esperanza diferida, que afligen el alma en esta larga prórroga; dos contrarios se encuentran en un mismo sujeto: la fe en que Dios cumplirá lo prometido y la pena de languidecer esperando la realización de estas promesas. El alma desearía que pasara este cáliz cuanto antes, diciendo al mismo tiempo: "Que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Dios mío." Un día del mismo año 1637, estando en la habitación donde se trabaja en común, considerando a todas mis hijas en una tan prolongada paciencia, mi alma sintió una tristeza que no les quise mostrar, pero sí a ti, mi divino Consolador, que te dignaste confortarme por medio de san Jerónimo, el cual se me apareció vestido de negro, teniéndose en pie a mi lado derecho. Lo vi tan extenuado que parecía un esqueleto; sus cabellos y su barba habían encanecido completamente, como si hubiera tenido veinte años más que la primera vez que se me apareció en París, cuando su barba y su cabello apenas si comenzaban a blanquear. Recibí un gran consuelo a la vista de este santo. El me comunicó que envejeció y se consumió en tu servicio, oh mi Soberano, y que veía como un gran favor el sacrificar su vida y todo lo que era para tu honor. Este hábito negro daba a conocer que él estaba vestido de negro como sus religiosos y que se me presentaba tan lívido y enjuto para mostrarme que esa fue su apariencia al final de su vida [351].

La vista de este maestro mío me consoló, de suerte que esta tristeza por la espera de mis hijas se desvaneció por un dulce éxtasis, que las hermanas tomaron por un sueño, por estar yo sentada en su compañía. Creyeron que me había dormido de cansancio.

Capítulo 75 - Del gran arrobamiento en el que el Verbo Encarnado me instruyó por su secretario favorito; de las excelencias de san Dionisio; de la soberana beatitud, de la gloria accidental y cómo todo esto está presente y representado por el Verbo Encarnado; los pecados que él odia tanto como él se ama.

  La víspera de san Dionisio, en 1637, habiéndome retirado por la noche a nuestra capilla para orar delante de tu Majestad, que reposa en su tabernáculo, tu bondad quiso arrebatarme y extasiarme, porque el entendimiento y la voluntad fueron atraídos por ti de un modo sublime y amoroso; el primero para ser instruido e iluminado, y la segunda para verse unida y besada por la belleza y la bondad de Aquél que este gran santo dice ser el Bueno y el Hermoso, pero por una instrucción, iluminación, abrazo y transformación que eran una participación de la beatitud. Te plugo, oh Verbo divino, espejo voluntario, hacerme ver divinamente lo que escribió san Dionisio de más sublime sobre tu ser supersubstancial, de la soberana beatitud, de los nombres divinos y sobre la jerarquía celeste.

Me hiciste conocer, tanto como un alma peregrina puede saberlo, la diferencia entre gloria esencial y gloria accidental. La gloria esencial es un bien soberanamente amable, que de  sí, se comunica por inclinación divina, dando fuerza al sujeto a quien atrae para recibir sus esplendores y soportar sus ardores. Este divino objeto, por una maravilla que no es posible expresar, confiere una aptitud a la potencia que llamaría yo, de alguna manera, capacidad, [352] por no encontrar, en el momento en que esto escribo, una palabra o un término más adecuado para expresar o explicar lo que me es inexplicable. Esta aptitud y capacidad de la potencia hacia el Objeto, hace que el alma pueda recibir en ella a Aquél que la previene, la sostiene y la atrae a sí, penetrando en su interior; su mayor felicidad consiste en desaparecer; no que el alma pierda su ser ni su existencia, sino que sufre deliciosamente las cosas divinas; eso que san Dionisio llama pena divina. Así como un cristal recibe un rayo luminoso, y como el bálsamo restituye el calor y se disuelve o se derrite dulcemente a causa del ardor, ella es devorada por este Océano; la diferencia es que el cristal iluminado por este rayo es incapaz de conocer su felicidad y admirarla por exultación y delectación; el bálsamo no puede sentir el placer y la fruición que está clara y ardiente llama produce en el entendimiento, ni los divinos placeres que experimenta la voluntad. El cristal no es capaz de alabar la claridad que lo traspasa y aclara ni el bálsamo de amar este ardor que lo disuelve dulcemente. Así como el cristal iluminado y brillante y el bálsamo derretido, dilatado y calentado están privados de sentimiento y de razón, el entendimiento, en cambio, recibe la capacidad para entender y ser divinamente instruido por las excelencias de esta luz, y la voluntad se ve dulcemente atraída y felizmente sepultada en este centro de amor. El entendimiento y la voluntad son creados para gozar de la felicidad de Dios, que es principio y fin de estas dos potencias del alma, las cuales perciben augustamente su beatitud. Ellas están dentro de tu común y distinto gozo; y aunque la presencia del Objeto beatífico y beatificante no recurre a la tercera potencia, que es la memoria, que no sirve, [353] propiamente hablando, sino para recordarnos las cosas pasadas, de las que el alma no tiene necesidad, puesto que ve el pasado y el porvenir en Aquél a quien todo está presente, complace, sin embargo, al Dios de bondad, el representar al alma los favores que ha recibido de él y las correspondencias que su gracia le ha hecho dar, cuya representación y recuerdo redoblan en el alma gozos particulares y comunes, por lo que parece decir con el Esposo: El Rey me ha introducido en sus mansiones; por ti exultaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino; ¡con qué razón eres amado! (Ct_1_4). El alma dice que su divino Rey la introdujo en su bodega para alegrar y deleitar el entendimiento y la voluntad en él; ella dice en ti, afirmando que el entendimiento y la voluntad se ven divinamente unidos a Dios por ser las dos potencias idóneas para gozar de la visión y la comprensión del esplendor, y el ardor, la belleza y la bondad, y para mostrar a la memoria lo que le es propio. El alma feliz exclama: Evocaremos tus amores más que el vino (Ct_l_3). Recuerdo los dones que has puesto en mi camino, al elevarme a los pechos de tu gracia, la cual ha engendrado en mí la gloria. El alma peregrina que es arrebatada y extasiada se encuentra unida a Dios con tanta felicidad, que parece participar en el gozo de la paz y la beatitud de su meta.

Es por ello que no encuentro dificultad para decir del alma arrobada y extasiada lo que digo de la que llegó a su meta, porque parece que la diferencia no está en que la que aún camina extasiada no conserva su felicidad sino durante el tiempo de su éxtasis; y en que la otra lo poseerá por toda una eternidad, sin ser privada de él. La que va todavía en camino está en peligro de perder esta gracia gratuita, y aún la gracia justificante con la cual, al morir, puede adquirir la gloria permanente. El alma que desde el camino goza de las prerrogativas del término, puede decir: desde que correspondo a tu bondad, aprecio tus delicias sagradas más que las del vino, porque recuerdo, en mi alegría, la solicitud que has tenido de ayudarme a crecer en este camino, en el que soy libre, y en el que puedo ser embriagada por la copa de la mujer de Babilonia, o apegarme a los consuelos propios, que entretienen a tantos.

Querido Amor, deseo tener un recuerdo eterno de los pechos que me crían y me alimentan como [354] a un niño pequeño que debe crecer, mientras que tú mismo me unirás a ti, adornada como una esposa, embellecida y amada de su divino esposo, el cual le comunica sus claridades y sus llamas, haciéndole ver y experimentar de qué manera es ella consorte de su divina naturaleza.

Este recuerdo producirá en mí el reconocimiento de los favores pasados; si este éxtasis me diera la entrada para la eternidad en ti, en la sede de la gloria que es el término, aceptarás que diga yo a todos tus elegidos lo que has hecho a mi alma, aunque lo vean en ti, puesto que todo permanece amorosamente en ti; en ti están todos los tesoros de la ciencia y la sabiduría del Padre; en ti residen todas las ideas. Tú eres el Archivo de todo lo creado y lo increado.

Todo fue hecho por ti, y nada se hizo sin ti de lo que ha sido hecho; aún el pecado, que es una decadencia, una nada infeliz opuesta al ser, una aversión de la criatura y una conversión a la criatura, se ha cometido delante de ti, contra ti, aunque hayas sufrido la muerte para librar a los hombres del pecado, siendo el Cordero que quita los pecados del mundo, y al cual clavaste en tu Cruz, como dijo san Pablo a los Colosenses: Perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_13_14). El pecado se verá [355] en ti no solamente porque, no habiendo conocido el pecado te hiciste pecado para librarnos de él, y tú destruiste el cuerpo del pecado, el cual murió una vez y Dios vive para siempre, porque, en tu calidad de Verbo Divino, representas todo lo que es, ha sido y lo que será; y aunque este monstruo horrible te desagrade, tanto como te complaces en tu esencia, él aparecerá eternamente, no para afligirte a ti, ni a los bienaventurados, sino para mostrar tu bondad y la malicia de aquél que lo inventó, así como la de sus tentadores, y que nada puede ocultarse en el espejo inmenso que representa todos los pensamientos y acciones de las creaturas, lo cual afirma san Pablo en Hechos: Por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos (Hch_17_28). Puede citarse aquí, pues dijo estas palabras en otro sentido, para demostrar que el Dios que predicaba era el verdadero Dios, adorado sin ser conocido, que es dador del ser, la vida, la inspiración y el movimiento.

 Querido Amor, permanezco elevada de asombro: que vivamos en ti, que nos movamos en ti, y que seamos en ti, cuando te ofendemos y que sigas concurriendo mediante la vida, el ser, el movimiento que nos das, con el pecado que aborreces, y en el que tu equidad, pureza y santidad no participa, puesto que no puedes cometer pecado, y que por esencia lo detestas en la misma medida que amas tu esencia. Es necesario que, en este espejo sin tacha de la Majestad divina, se vea la fealdad que convirtió a los ángeles, creados en gracia y belleza admirable, en horribles demonios. Alma mía, odiemos el pecado por varias razones: porque nos ha privado de la gracia, porque costó la muerte del Verbo Encarnado, porque Dios lo abomina [356] con un odio perfecto, y porque aparece y aparecerá eternamente ante el Verbo. Verbo adorable, el pecado destacará el brillo de tu santa gracia y de tu gloria, y por antítesis hará ver la excelencia del ser subsistente, que es todo belleza y bondad, que es soberanamente amable, como lo bueno y lo bello, que son opacos y densos, al cual no puedo alabar de mejor manera que por negación, confesando que él está sobre toda alabanza, y soberanamente abstraído de todo lo que es visible y de todo lo que puedo pensar. Dios es un ser simplísimo, un acto purísimo. Es supra esencial y supra divino: humíllate, alma mía, junto con san Dionisio, tu maestro, el cual se abisma al humillarse en sus escritos, ensalzando a Aquél que es inefable y también la gloria esencial. Hablando de la gloria esencial según san Dionisio, me parece que olvidé la accidental, pero tu sabiduría me ha guiado suavemente hacia los discursos que me hiciste sobre esta última, mostrándome un ramo de jacintos levantado en alto, los cuales, me dijiste, eran figura de los grados de gloria accidental que concedes a los santos, y que esas sortijas son además gracias concedidas a quienes se encuentran todavía en camino, y son para ellos gloria esencial y que, cuando las obtienen mediante el favor de las oraciones de los santos y santas del cielo, o que a imitación suya practicaron las virtudes en vida, acrecientas la gloria accidental de los santos concediendo este anillo a todas tus esposas que pertenecerán a tu Orden, y que, a su vez, tus manos están hechas para dar todo, y para dejar colocar amorosamente estas alianzas en quienes son de tu agrado, y que bien sabía yo que, estando todavía en la casa paterna, me hiciste ver los diamantes que prepararías a mis hijas, y entre todos, me hiciste ver uno en forma de cruz que me habías destinado, puesto que debía sufrir muchas contradicciones comparables a golpes de martillo, y a ser con frecuencia moldeada y golpeada para ser más conforme a ti.

Me dijiste que [357] me lo hiciste ver en forma de cruz, y al escuchar lo que me decías, me asombré al no ver más a san Dionisio, sino a san Juan, tu preferido, cuya conversación era tan agradable que conocí que hablabas por su medio, habiéndote ocultado diestramente, sutilmente, divinamente en este secretario favorito, el cual se complacía en explicarme y expresar las excelencias de san Dionisio, que tú mismo le dictabas y producías.

Escuché intelectualmente cómo le sugerías lo que decía de san Dionisio, el cual estaba abismado en la adoración de tu Majestad y en la admiración de tu bondad, pero muy especialmente durante la descripción que me hiciste de sus gracias, méritos, virtudes y de la gloria que le concediste. Me parecía que se escondía como si se encontrara en una confusión de reconocimientos inexplicables, de un sentimiento que le hacía salir de sí, que vi terminar para entrar en ti, que eres inmenso, como si en su humilde reconocimiento me hubiera dicho: "Al admirar lo que el Verbo te dice de las maravillas que hizo en mí, dirígete al principio de toda mi felicidad, que es su bondad; haz una circunvolución, hija, con todos los coros de los ángeles y de los santos." Mientras más se humillaba este santo, más grande me lo mostraba el Verbo por mediación de san Juan, expresándome las excelencias que le comunicó en vida y lo que le había de dar en el cielo, exhortándome a escribir lo que escuché en esa noche, durante dos horas de arrobamiento y éxtasis. Te dije: "Señor, ¿Cómo podré escribir estas maravillas cuando mi entendimiento, suspendido y fortificado por ti de un modo tan sublime, ha sido testigo y escucha de [358] tu divina retórica y bellezas?

 "Lo espiritualizaste de tal modo durante este éxtasis y arrobamiento, que comprendí un poco de qué manera la persona espiritual juzga de todas las cosas, por encontrarse en tu compañía por encima de todas ellas, y cómo tampoco puede ser juzgada por ninguna de ellas por estar debajo de todas ellas. De todas formas, Señor, haré lo que sea de tu agrado, a condición de que, al escribir, ilumines mi entendimiento con las mismas luces, y que guíes mi pluma. Así lo hiciste, como se puede ver en el tema que comencé a escribir al día siguiente, fiesta del santo, y aunque tomé un medicamento, este tema procedió de ti de tal manera, que puedo asegurar haberlo escrito a la luz misma con que me lo comunicaste y por la dilección intelectual que me dabas al escribir, sin que fuera elevada. Tomé agua de san Herbam a la misma hora. Quienes la beben saben, por propia experiencia, que estas aguas producen bochornos que suben a la cabeza, que algunas veces aturden, de suerte que parece imposible leer, escribir, o discurrir intelectualmente. La lengua puede hablar, pero el entendimiento casi se imposibilita para razonar, y se incapacita para meditar. Su Eminencia tiene este tema, junto con mis otros escritos [359].

Después de haber escrito el cuaderno que trata de las excelencias que concediste a mi maestro san Dionisio, de las que hiciste participante a su insignificante discípula, me asombró lo que pude expresar y mostrar esos rayos luminosos con mi pluma, por medio de la tinta, ilustrando un rayo deslumbrante con un carbón ennegrecedor. Te adoraba y agradecía el favor que me concediste de poder manifestar tus claridades, el cual no concedes a todas las personas a quienes elevas a semejantes luminosidades, porque como ya dije antes; muchas reciben gracias, pero carecen de la facilidad para expresarlas o escribir sobre ellas. Me dijiste que en dos diversas ocasiones me hiciste ver, por medio de dos vasos, lo que habías obrado en mi alma. La primera, que fue un día de Reyes 1627, me tuviste suspendida durante largo tiempo, [360] mostrándome mi alma como un vaso elegido para recibir en ella una abundante infusión de tu bondad, la cual la sostenía y la llenaba sin derramarse. Esta infusión era como un vapor sagrado pero caliginoso, que me representaba tu santo ocultamiento, el cual obrabas en mi alma, que no comprendía o conocía con claridad tu acción sobre ella ni lo que deseabas pedirle, fuera de que te recibiera en ella por el exceso de tu amorosa bondad, que la llenaba de admiración y de un gran respeto. Te adoraba en esta semioscuridad y si, en ese tiempo, hubiera sido discípula de san Dionisio, habría dado un nombre a lo que no podía penetrar: lo oculto de Dios, que no es conocido sino de Dios mismo; hubiera amado ella estos velos, y junto con los serafines velados, se hubiera ocupado en decir: Santo, Santo, Santo, al ver la tierra llena de tu gloria. "Gran san Dionisio, ¡cuántas veces te he rogado por sus cristianísimas Majestades y por toda Francia, de la que fuiste designado Apóstol por mandato de Aquél que no puede mentir, [361] el cual te permitió llegar, aquí en la tierra, a una edad avanzada! Todo esto lo supe cuando te me apareciste mostrando un rostro majestuoso y una barba venerable. Esta longevidad no disminuía en nada la vivacidad de tu espíritu; tu frente, amplia y cuadrada, me dio a conocer que fuiste naturalmente dotado de un juicio bueno y perfecto; tus ojos conservaban su fulgor; podría afirmar de ti lo que se decía de Moisés: Tenía Moisés ciento veinte años cuando murió; y no se había apagado su mirar ni se había perdido su vigor (Dt_34_7).

Pueden constatarse, en esta narración que escribí en 1637, las ventajas que la ley de la gracia te daba por encima de Moisés; no las enumeraré aquí. Francia tiene motivos para agradecer a Dios por su bondad, que tanto la favoreció al enviarte a ella como Apóstol, lo cual me aseguraste una vez más la última octava de Todos los santos, 1641, diciéndome que quienes niegan esto, aminoran en Francia la alabanza y el culto que en ella te son debidos, puesto que tal es la voluntad del soberano y el sentimiento de la Iglesia, que quiere seas reconocido como el Apóstol [362] de las Galias, el protector de nuestros reyes, cuyos cuerpos sagrados están bajo tu protección. Así como en tiempos pasados las almas de los buenos eran llevadas al seno de Abraham, el Padre de los creyentes, deberías ser nombrado Padre de los fieles franceses, defensor de nuestras flores de lis, de cuya conservación has cuidado con solicitud paternal mediante el admirable convenio que hiciste con san Miguel, el cual ama y asiste a nuestros Reyes como a hijos mayores de la Iglesia lo mismo que toda Francia, hacia la que profesa tanto celo como el que tuvo en tiempos pasados por el pueblo judío, por ser ésta la orden que recibió de Dios. La ama por consideración a ti, reconociendo las alabanzas con las que honraste, en sus distintos niveles, a todos los coros angélicos de la jerarquía celeste; sin ellas tal vez ignoraríamos hoy en día las excelencias de toda la esencia invariable de estos puros espíritus inmateriales. Desconocemos los tres órdenes admirables que integran, su purgación, su iluminación y su perfección, su actividad en torno al principio divino que los creó, y cómo, después del Verbo Encarnado y su santa Madre, son imágenes ultra-perfectas del Soberano Arquetipo, que es increado y supra divino [363] David dijo, que son espíritus, ministros de fuego que entienden las divinas voluntades y están prontos a ejecutarlas; que tenían el mandato de guardar a los hombres, si lo que dice de unos cuantos puede aplicarse a todos: Que él dará orden sobre ti a sus ángeles de guardarte en todos tus caminos. Te llevarán ellos en sus manos, para que en piedra no tropiece tu pie (Sal_90_11s).

El, los otros profetas y san Pablo, nos hablan, con lenguaje muy oscuro, de nueve coros. David habla de querubines, diciendo que la Majestad divina se muestra sobre los querubines. Ezequiel coincide con él; Isaías dijo que vio a los serafines, y san Pablo nos menciona a los otros ocho coros. Dice  (Rm_8_38s): Ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni las potestades, ni otra criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. y en (1Co_15_24): Cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad; en (Ef_3_10): Sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades y en (Col_1_16), refiriéndose al Salvador, nuestro divino Verbo Encarnado: Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones los Principados, las Potestades; en (1Ts_4_16): El Señor mismo a la orden dada por la voz de un arcángel y en (Hb_9_5): Los querubines de gloria que cubrían con su sombra el propiciatorio.

Sin embargo, ni los profetas ni el mismo san Pablo nos instruyen como san Dionisio acerca de los órdenes jerárquicos de estas inteligencias celestes; ello fue reservado al Apóstol de Francia, ô mi divino maestro, que no has desdeñado instruir a una pequeñuela con las mismas luces que comunicaste a su entendimiento. El se complació en favorecer incomparablemente al sexo frágil, al entregar con sus propias manos su cabeza degollada a una mujer llamada Catulla [364] Gran santo te dirijo palabras casi semejantes a las que el Rey Profeta dirigió a Dios: ¿Qué es este sexo débil y frágil para que te complazcas en comunicarle tus sublimes luces? Tu cabeza es un vaso admirable y obra del Altísimo. ¿Por qué nos comunicas tus rayos con tanta abundancia, si no es para que podamos decir: ¿Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros?" (2Co_4_7).

Una mujer guardó tu cabeza y ocultó tu santo cuerpo junto con los de tus dos compañeros fuera del alcance del tirano, afín de que los franceses les rindieran homenaje y veneración en lugares donde la Providencia divina les deparó sepulturas dignas, aunque no condignas a sus méritos, puesto que después del juicio serán elevados en el empíreo, brillando más allá de las estrellas. Has aceptado la devoción de tus devotos y concedido tu favor a tu más pequeña discípula, de visitar las iglesias que honraste con tu presencia, y de venerar tus santas reliquias no con la gran fe que hubiera yo deseado, sino con la que plugo al Verbo Encarnado concederme.

Aprecio tanto esta gracia, que no puedo expresarla. Gran santo, si tuviera yo esa felicidad, irradiaría tu luz por todo el mundo, puesto que la sabiduría amorosa me hizo ver un vaso de cristal que permanecía suspendido al recibir estos rayos que lo llenaban [365] y lo rebasaban, diciéndome: "Hija, en otra ocasión te viste como un vaso que recibía en él la participación de nuestra infusión hasta llenarse de ella, sin desbordarse hacia afuera como en esta última comunicación de luz que llena tu alma, y que por tu medio deseo comunicar a los demás; eres para mí un vaso que he elegido para llevar mi luz al mundo; no te disculpes a causa de tu sexo, aduciendo que no eres predicador para anunciar mi palabra en la Iglesia. La proclamarás de la manera en que te lo pedí, hablando de mis testimonios delante de los reyes, que son los sacerdotes y doctores, en cuya presencia no quedarás confundida."

 Capítulo 77 - De las visiones que tuve durante el sueño en el año 1637; Sus Majestades me recibían favorablemente; que Nuestro Señor me dijo que simbolizaba la concepción del Delfín a quien vi en la noche del 5 de septiembre de 1638

En este año 1637, a principios del mes de diciembre, me pareció ser llevada al Louvre durante varias noches. Ahí me arrodillé para rendir mis deberes y humilde sumisión a sus cristianísimas Majestades; pero ellas me levantaron y se abajaron ellas mismas delante de mí, por lo que me sentí avergonzada. Al despertar pensé: " ¡Estas visiones son sueños!" pero como me fueron [366] reiteradas, recordé las palabras de Joel. El Señor Abad de san Just vino a verme y entre charla y charla le dije gozando: "Explíqueme mis sueños, o yo se los interpretaré, como lo hizo José con sus hermanos. No envidiará usted mi felicidad al dormir, y es que, sin tener parte alguna en ello, cada noche soy conducida al Louvre, donde sus Majestades me confunden con las acogidas que me dan, por no decir el respeto que me demuestran." "Son visiones de vuestra futura grandeza." Yo no me siento inclinada a estas cosas.

Tendría gran necesidad del doble espíritu que el Profeta Elíseo pidió a Elías; el mío no es propio para permanecer en la corte. Soy demasiado sencilla e ingenua. Tu Espíritu, celoso de ser mi Expositor, como el espíritu de los dos videntes que lo espiraban, no me quiso tener más tiempo en suspenso, sino darme a conocer que la Reina estaba encinta. Cuando esta noticia llegó a oídos del P. Jean Roux por medio de uno de sus amigos de la corte, la comunicó al R.P. Gibalin, quien habló más de lo debido que me permita culparlo, por no haber guardado un secreto inviolable, como lo hizo el R.P. Voisin [367]. Por medio de sus argumentos, hizo conjeturar al P. Jean Roux que él sabía, desde hacía algunos años, que tu bondad concedería descendencia al Rey; el mencionado padre lo apremiaba con mucha frecuencia para que le dijera claramente y con todo detalle, lo que la Madre Matel le había dicho al respecto. El P. Gibalin me previno acerca de las preguntas del P. Roux, por lo que le dije: "Padre, si revela usted mi secreto, no volveré a confiarle lo que me suceda en la oración. Le pido no dé ocasión para que sea yo proclamada en la corte como una profetisa. He vuelto de París con este secreto, del cual se enteró usted al leer mi escrito del año 1627, que dejé en mi cofre en esta ciudad de Lyon. No he deseado hablar con la Reina, a pesar de la amistad que existe entre la Srita. Philandre y yo. Padre, si este papel no se hubiera encontrado, el R.P. Voisin no me hubiera impedido el poder decir con el Profeta Isaías: Mi secreto es para mí (Is_24_16). Mi buen Padre, la más grande mortificación que podría llegarme sería la de ser estimada como vidente" [368].

Viendo el P. Gibalin que me causaría un gran disgusto, no confió del todo mi secreto al R.P. Jean Roux, quien lo hubiera revelado en la corte. Seguí pidiendo al Dios de toda bendición por la salud de la Reina y de su fruto, regalo del cielo, esperando de tu bondad la gracia, para esta buena princesa, de dar a luz con toda felicidad. Mi espera no fue vana ni frustrada, pues fue tu beneplácito el que viera a mi señor el Delfín. La noche del sábado al domingo 5 de septiembre de 1638 vi a este niño bendito, mi señor el Delfín, cuya vista produjo en mi alma tanta alegría, que nuestras hermanas percibieron un extraordinario júbilo en mí, sin revelarles yo la causa. La hija que escribe bajo mis órdenes las llamó y les dijo: " ¡Vengan a ver a nuestra Madre: su cara está radiante!" En el transcurso de esa mañana, me importunó varias veces para que no le ocultara la gracia que Dios me concedía; que pediría al R. P. Gibalin, después de comer, me mandara ponerla por escrito. En cuanto llegó el R.P. Gibalin, [369] ella y otra insistieron en que me presionara para descubrir, al menos a él, lo que pasó en mí durante la mañana. El R. P. Gibalin insistió, según su costumbre, en que le comunicara lo que no debía ocultarle por ser mi director.

Le dije que nuestro señor el Delfín había nacido, y que lo había visto la noche anterior; que mi divino amor había deseado complacerme con la vista de este lis, producido por el hermoso árbol que vi en 1625,y que había preguntado a mi bien amado por qué había tardado tanto en conceder este Delfín, después de haberme dicho el 3 de octubre de 1627 que engrandecería su misericordia sobre la Reina, y que me había enseñado mediante su código acostumbrado: "Hija, la salud de Exequias fue asegurada con un signo en el reloj de Acab, por el retraso de diez líneas que hizo el sol; todos los misterios que te enseño están iluminados en la Escritura. Quiero decirte, además, que dejé pasar diez años completos antes de dar mi bendición a la Reina para concebir a su Delfín. [370] Cuenta desde 1627 hasta 1637, cuando ella concibió al mismo tiempo en que, estando tú dormida, fuiste conducida a la corte, mostrándote que un día sus Majestades llegarían a conocer a la que tanto me pidió les concediera esta bendición."

Capítulo 78 - Que el Verbo Encarnado por la intercesión de san Miguel, me concedió el deseo que tenía de conocer su voluntad; de las luces que él me comunicó que fueron vistas de una persona que me hablaba.

Tu amorosa dilección, mostrando que se complacía en realizar las promesas que me había hecho, me concedió el atrevimiento para decir: " ¿Cuándo será que establecerás tu Orden? El Rey ha obtenido ya muchas victorias y le has concedido un Delfín; sólo falta establecer la Orden." Gran san Miguel, ¿Cuándo se hará realidad este establecimiento? ¿Terminará por extinguirse la paciencia de estas pobres hijas? La Señora de la Rocheguyon insiste en que regrese a París, tan grande es su deseo de verme. Tú asististe a san Gabriel cuando el ángel de Persia le opuso resistencia; fuiste el nuncio de las órdenes divinas. Haz que conozca yo el divino agrado, para conformarme a él. Si me envías veinte pensionistas, veré en ello un signo de que no debo aún salir de Lyon". Después de algún tiempo accediste a mi petición, [371] enviándome siete u ocho pensionistas, puesto que sólo teníamos doce o trece, lo cual me llevó a tomar una resolución que no me desagradó del todo, pues temía en extremo los aplausos que se prodigan en París a las personas que tienen la reputación de verse agraciadas con visitas celestiales, a causa de la bondad, piedad y credulidad del buen pueblo parisiense.

Capítulo 79 - El Apóstol san Pedro se me apareció después de que le había pedido el establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, me hizo grandes favores; de los privilegios excelentes de La virginidad

Una vez asegurado mi espíritu de que no deseabas fuese yo a París, se llenó de gozo a causa de esta certeza, aunque sin dejar de sentir un poco de pena ante la prolongada prueba a la que Su Eminencia sometía la paciencia de sus hijas. Me dirigí entonces a san Pedro, tu Vicario universal, diciéndole: "Gran Pontífice, considera la gran paciencia de las hijas del Verbo Encarnado hacia quienes todo el pueblo de Lyon siente compasión, en vista de su larga espera. Los principales de esta ciudad desean vivamente este establecimiento; sentimos mucha gratitud por su buena voluntad. Obtén para ellos las gracias del Padre de las luces, por la dedicación que han demostrado por esta fundación.

No ignoras el poder que te ha concedido el Verbo Encarnado; Su Eminencia es tu súbdito; ¿no podrías, o no querrías inspirarlo a ejecutar la bula que tu sucesor le dirigió?" En cuanto hablé así, este Pastor universal, teniendo piedad de sus ovejitas, se me apareció de pie sobre una roca, diciéndome que se ocuparía de dicho establecimiento [372] que protegería a todas las hijas del Verbo Encarnado, por ser hijas de la Iglesia.

Mi querido Amor, después de esta aparición de tu Apóstol, tú mismo quisiste consolarme diciendo: "Hija, ten siempre gran confianza; yo cumpliré mis promesas: Dentro de muy poco tiempo sacudiré yo los cielos y la tierra, el mar y el suelo firme, sacudiré todas las naciones (Ag_2_6s). Espera un poco de tiempo y verás después el establecimiento de mi Orden." Al hacer los ejercicios la cuarta semana le Cuaresma en 1639, el día del Evangelio de la resurrección del hijo de la viuda de Naim, me dijiste: "Hija, soy yo quien te dice: 'Levanta hasta mi tu espíritu,' así como ordené a ese joven adolescente levantarse del ataúd para entregarlo vivo a su madre, que le lloraba como muerto. Ven, mi bien amada, al seno de la divinidad que te ha engendrado; ven al lecho dolorido de tu divino esposo."

Al escuchar con cuánta dulzura me invitaba tu amor, mi alma se maravillaba y se abandonaba amorosamente en tu seno, diciéndote: Nuestro lecho es florido. El Señor Bernardon, el joven, vino para ayudar a la misa de su hermano, por no tener la edad para celebrarla él. Se acercó a la reja donde hacía mi oración, durante la cual me acariciabas divinamente, invitándome, como ya dije, a reposar sobre tu seno y repitiendo en mi alma estas palabras: Nuestro lecho es florido. El Señor Bernardon me dijo: "Madre, su cara está llena de luz y veo caer de lo alto flores blancas sobre usted. Desde su cabeza resbalan graciosamente sobre sus rodillas; durante largo rato he estado admirando estas flores maravillosas, y el modo como le son enviadas. Se parecen a las flores de los arbustos que se llaman espino blanco, cayendo sobre usted como una suave lluvia. Madre mía, ¡no esconda lo que Dios ha hecho presente en su alma!"

"Señor, hoy en su alma, quiso él mostrar a usted exteriormente estas flores; por ello le confieso que debo, al mismo tiempo, dedicarme a ponderar estas palabras: Puro verdor es nuestro lecho. Las vigas de nuestra casa son de cedro, nuestros artesanados, de ciprés" (Ct_1_15s). ¡Que mi bien amado y divino esposo quiera ser nuestro lecho floreciente y nuestra casa de cedro y de ciprés! Muriendo a mí, te veo a ti; al verme abrumada por tu amor, me rodeas de flores, sin esperar que les niegue tomar en cuenta lo que san Pablo dijo en el Capítulo 7 de 1 Corintios: Mas si te casas, no pecas. Y, si la joven se casa, no peca. Pero todos ellos tendrán su tribulación en la carne, que yo quisiera evitaros. Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen (1Co_7_28s).

"El me regala flores a cambio de las espinas que ha recibido de mí. El R.P. Gibalin salió de aquí después de haber oído mi confesión, que no fue sino una relación de faltas. Admiro la bondad de este Rey de los enamorados, que ha tomado para sí mis espinas para regalarme con flores, diciéndome: Yo soy el narciso de Sarón, el lirio de los valles. Como el lirio entre los cardos, así mi amada entre las mozas (Ct_2_1s). Si las jóvenes del mundo conocieran la gran felicidad que el divino esposo comunica a sus esposas, verían con claridad que los aparentes placeres que buscan en el matrimonio no son sino espinas. Los casados no pecan al casarse, porque el matrimonio es un sacramento que reverencio y que debe ser respetado. Pido a los ángeles me concedan este amor que reclama la esposa de los Cantares cuando, enarbolaba sus sagrados pendones al ser ella introducida en la bodega de vino, exclamó: Confortadme con pasteles de pasas, con manzanas reanimadme, que enferma estoy de amor (Ct_2_5). Mi divino esposo ejerció conmigo todos estos oficios, y por el exceso de su amor, quiso además darme todas las cosas: Él es mi Dios y mi Todo. Colocó su mano izquierda bajo mi cabeza; y al abrazar dulcemente mi cuerpo con su derecha, atrajo mi alma hacia su corazón divino, haciéndola toda para Él, así como Él es todo para ella."

 Capítulo 80 - Que por faltas de un particular la divina bondad no detiene el curso de sus grandes designios que son para su gloria y la salvación del prójimo. De las coronas con que premia la paciencia de sus hijas.

La tarde del 24 de marzo de 1639, estando sumamente cansada por la agitación que la visita de tantas personas me causó, te presenté mis quejas, oh mi divino amor, diciéndote: "Señor, has cumplido las profecías que prometían tu Encarnación. ¿Cuándo será que realizarás las que has hecho, sea a mí, sea a otros, del establecimiento? ¿Qué significa el que tus promesas se hayan retrasado?" "Hija, cuando se trata de profecías que conciernen una redención o un bien universal, las cumplo porque el efecto de ellas es una secuencia infalible [373] al decreto eterno, por no tener en ellas condición alguna del lado de la libertad de la criatura, o que por mi bondad y mi previsión veo que ella no se les opondrá, convirtiéndose en un digno instrumento de mi gracia. Esto se aplica al decreto de la Encarnación y de mi Pasión, por referirse a la salvación de la humanidad después de la gloria debida a la divinidad, que había sido ofendida. Cuando las disposiciones remotas parecían retardar la ejecución, mi poderosa bondad no se detuvo, como está marcado en Isaías, el cual, de mi parte, ofreció a Acab, Rey de Judá, un signo de la encarnación en el lugar que él deseara. Este rey, no por fidelidad, sino por guardar las apariencias, rehusó el ofrecimiento del Profeta, diciendo que no deseaba tentar al Señor.

"El Profeta, movido por el poderoso amor de nuestra bondad, clamó con fuerte voz: Casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (Is_7_13s). Aunque este rey no merecía que yo tomase la carne de su raza, ni que le diera, por tanto, la seguridad de este favor, quise concedérselo para mostrar la verdad de las profecías y el ardor de mi amor hacia [374] la humanidad entera. Hija, no debes temer que, tomando en cuenta tus numerosas faltas, deje de cumplir lo que he prometido, ya que esta Orden debe extender mi gloria y salvar muchas almas; un bien general no se ordena a un particular, aunque parezca retrasarse. Es que mi Providencia lo ordena justamente, para humillar y con frecuencia convertir a quien, por tibieza y ligereza, no está dispuesto a ser el instrumento de mi obra.

Es por esta razón, y por la salvación particular, que la Iglesia repite con tanta frecuencia: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo, pidiendo a mis santos el favor de su intercesión para que los cristianos peregrinos sean dignos de mis promesas, que correspondan a mis admoniciones y a mis gracias mediante la adhesión total de su voluntad, a la que no deseo forzar, sino más bien atraer amorosamente cuando no se me resisten con obstinación, pues he sometido el fuego y el agua a la disposición del franco arbitrio, mostrando por mi bondad el camino de la salvación, afín de que se lo siga en la observancia de mi ley, que manda el bien y prohíbe el mal, prometiendo recompensar a los fieles y amenazando con el castigo a los que la quebrantan."

Durante estas enseñanzas que me daba mi Amor, vi coronas hechas de zafiros y marcadas o distinguidas por estrellas. Comprendí en seguida [375] que se trataba de las coronas que su bondad preparaba para las hijas que esperaban con humildad y constancia el establecimiento de esta Orden tan diferida y combatida por las personas de la tierra, diciéndome que estas oraciones de zafiro me aseguraban que el cielo se complacía en engarzarlas. Vi además dos trompetas moldeadas como cuernos de cacería, las cuales formaban un óvalo, pero seguían siempre unidas. Sin resonar en los oídos corporales, repercutían en los de la divinidad, diciéndome que aguardara en silencio y esperanza al Salvador divino, quien une sus peticiones a las nuestras.

Al permitirme la Divina Bondad expresarle con toda franqueza mis inclinaciones, me permitió decirle: "Debo aprender de ti, oh Amor mío, otros diferentes pensamientos de los que me revelaste en otras ocasiones sobre la Encarnación. Perdona a una hastiada que pide una nueva salsa para este divino manjar. He comprobado tantas veces la diversidad y multiplicidad de los tesoros que me has dado acerca de este inefable misterio, que derivo, en consecuencia, que será de tu agrado si te pido me instruyas en él de una manera diferente; conversaré contigo sobre esto. Es atributo de tu fecundidad el producir en mí nuevas luces para retener amorosamente a una hija [376] extraviada, distraída y hastiada, cuando hizo oración esta tarde."

¡Oh exceso de caridad perfecta! me respondiste con exquisita cortesía: "Hija, contempla cómo durante una eternidad entera permanecí en la plenitud esencial en medio de divinos e indecibles deleites, esperando la plenitud de los tiempos para encarnarme. Esta plenitud es María, mi Madre, que fue llena de gracia en forma singular y supereminente. Hacia esta plenitud nacida, la Plenitud Increada se inclinó amorosamente para unirse a ella, cumpliendo así el anuncio de Esdras: "llena de plenitud", y esto de una manera admirable conocida sólo a la divinidad y al Dios-Hombre, pues María, mi Madre, fue amparada bajo la sombra para que su existencia no fuera destruida por los ardores y esplendores divinos. Ella se sumergió en una agradable vacuidad en la humildad, y Aquél que la miraba para tomar cuerpo en ella, mediante el designio de inanición privó de subsistencia humana a la humanidad que deseaba tomar en ella, para verificar, aunque en otro sentido, las palabras anteriores de Esdras, el escriba: vacía de vacío. Hija, desea entonces que te enseñe por medio [377] de un pasaje, que parece referirse al Juicio Final, las maravillas de este misterio inefable." Habla, Amor mío, dime tus palabras y tus maravillas, y los pueblos que las escuchen te alabarán después de mi muerte: Se escribirá esto para la edad futura, y un pueblo renovado alabará a Yahvé: que se ha inclinado Yahvé desde su altura santa, desde los cielos ha mirado a la tierra para oír el suspiro del cautivo, para librar a los hijos de la muerte (Sal_102_19s). "Sabe, hija mía, que en el momento de mi Encarnación opté por el tiempo, habiendo poseído una eternidad eterna. Quise, desde ese momento, convertirme en temporal y mortal, para convertir un día a los hombres en seres inmortales, después de la Resurrección General. En el momento de esta amorosa Encarnación, fui constituido Juez de toda justicia divina y humana, así como angélica, sentado en mi trono de marfil como Rey y Juez universal.

"Hice justicia a la divinidad ofendida, diciendo a mi Padre, al Espíritu Santo y a mí mismo, que tenía con qué pagar, en riguroso juicio, todo lo debido a nuestra divina Majestad y amorosísima bondad, que era obra maestra de la razón divina y humana; que, desde mi entrada a las entrañas maternales, respondía de todas las deudas; que sería el holocausto perfecto debido [378] a la divinidad; que mi corazón era la mesa y mi cuerpo el pergamino o el pliego virginal donde esta ley divina estaba escrita; que la aceptaba y deseaba sujetarme a ella, a fin de cumplirla por deber a partir de ese momento.

"Este sólo acto, amorosamente ofrecido a mi Padre Eterno, se cumplió de una manera inenarrable e incomprensible a los humanos y a los ángeles, por todo aquello que la humanidad podía deber, y mi Padre encontró en mí una complacencia inefable que se acrecentó en cada momento, hasta el día de mi muerte sobre el Calvario, viendo a un Dios que recibía satisfacción de un Dios hecho hombre, que no escatimó un solo minuto, porque mi valor deseaba aparecer magnífico delante de la divinidad, y munífico ante los ángeles y los hombres. Era Rey de un reino eterno; me convertí en Rey temporal por ser Hijo de David y de mi Madre, la cual, con san José, pertenecía al reino de Judá por disposición divina, como se dice en las alabanzas de san José, que escribiste con anterioridad. Fui Juez por derecho al pertenecer a mi santa Madre, elevándola sobre todas las creaturas, los ángeles y los hombres, en su calidad augusta de Madre de Dios y por sus admirables perfecciones. A partir del momento de mi Encarnación, heredó los derechos de toda soberanía, después de la divinidad esencial. Ella fue mi Soberana Dama, por ser yo hijo y súbdito suyo, y por ella fui sometido al tiempo [379] de mi divino Padre, a quien soy igual desde la eternidad. Juzgué a los ángeles fieles junto con su Príncipe, san Miguel, los cuales rendirían adoración y protestas de fidelidad a mi Majestad divina y humana, al prometerles una recompensa digna de mi excelencia, además de la información en la gracia y en la gloria que poseían y habían recibido con previsión a mis méritos. Toda la humanidad estuvo presente con Adán, que los vinculó con la culpa original. Me hice fiador de todos: respondí de la retribución a la justicia divina lo mismo por uno que por todos. Vi a los elegidos y a los réprobos, y aunque supe que estos últimos abusarían de mis gracias, mis méritos y mis bondades, no quise exentarme de pagar su deuda y de comprar la gloria eterna para ellos y los elegidos; si ellos se alejaron deseando tentar mi presciencia, ésta no impide la libertad y mi bondad no rehúsa la gracia suficiente para la salvación.

"Juzgué a los demonios por medio de mi entrada en el mundo; y al venir en calidad de Redentor y Juez, armado de poder divino y de debilidad humana, anonadándome a mí mismo y humillándome hasta ser el último de todos, me conformé perfectamente al deseo equitativo de la divina grandeza de mi Padre Eterno, de quien me di a conocer como el Hijo Único. Es por ello que los demonios que tomaban posesión [380] de los cuerpos y que tuvieron el atrevimiento de pertrecharse entre los sepulcros, se espantaron a la vista de mi poder, lanzando fuertes gritos al peguntarme: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentamos antes de tiempo? (Mt_8_29). como si quisieran decirme: "Sabemos bien que debes juzgar como último recurso en el último día, como anunciaron los profetas. Job nos asegura lo mismo, al decir que sabe con gran seguridad que su Redentor vive, y que en el último día se levantará de la tierra en la Resurrección General: Yo sé que mi Defensor está vivo, y que él, el último, se levantará sobre el polvo. Tras mi despertar me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios (Jb_19_25s).

" ¿Por qué vienes antes de tiempo para despojarnos de los cuerpos y de los sepulcros en los que hemos establecido nuestra fortaleza, desde la cual afligimos a todos los que van por este camino? Tú nos impediste volver al Jardín del Edén, colocando un querubín a la entrada, no solamente para impedir el acceso a Adán y a Eva, sino para infundirnos rabia y temor, al ver un espíritu, creado como nosotros, desafiar nuestro espíritu y descubrir nuestra astucia. Encontrábamos en el mundo un imperio en los corazones de los hombres que se dejaban seducir; velábamos por ellos hasta el término de su vida, a fin de atraparlos en esa postrimería. Nos escondemos en los sepulcros, huyendo de la [381] presencia de Aquél que tiene en sí la palabra de vida, y que es la vida esencial, hasta que en el gran día de ira y de venganza, reúnas a todas las creaturas de razón para comparecer en el Ultimo Juicio, que deberás pronunciar con equidad. No ignoras que somos leones rugientes que rondamos y cercamos por todas partes, buscando a los hombres para devorarlos; y que, como aves de presa, nos cebamos en los cadáveres, que se convirtieron en nuestro alimento desde que caímos al ofenderte. Respiramos, de algún modo, dentro de los sepulcros, en espera del fin del mundo. ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentamos antes de tiempo? (Mt_8_29). Nos atormentas al obligarnos a confesar nuestra refinada malicia y a salir de nuestra habitación, exhibiendo ante la humanidad nuestra debilidad. ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? (Lc_4_4)v34. ¿Vienes floreciente a salvar a los hombres y obligarnos a perder a quien se encuentre entre tú y nosotros?

"Una bondad sin medida que condena su extrema malicia, una profunda humildad que juzga su soberbio camino; santidad perfecta que demuestra su iniquidad e [382] impureza: ¡Sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios! (Lc_4_34)." Yo les permití este conocimiento para confusión suya y gloria de mi Padre, obligándolos a confesar mi poder, a fin de que los hombres adquirieran, al ver su confusión, una amorosa confianza hacia Aquél a quien el amor convirtió en el Hijo del hombre, y a quien se dio todo poder para escrutar, juzgar y condenar en todo tiempo. Este poder le fue otorgado por el Padre de las luces, de quien soy el esplendor que aclara todas las astucias de los demonios. Hice ver a los hombres la debilidad de sus enemigos, y cómo, revestidos con las armas de mi gracia, todo lo pueden; y cómo, con esta fuerza, lograrán vencer con facilidad a estos espíritus, a pesar de que Job haya dicho que en la naturaleza inferior no existe fuerza alguna comparable a la de los demonios. El no me oyó hablar del poder que la gracia concede al ser humano.

"Cuando así lo deseaba, les arrojaba velos oscuros, cegando así sus conocimientos naturales, por estar privados de la luz de la gracia. Con ellos no podían verme, a causa de la privación de lo que les era habitual. No había vuelta de hoja. Los juzgaba tanto por mis humillaciones como por mis grandezas y milagros. Hicieron caer, con su refinada [383] malicia, a la primera mujer; pero mi Providencia ordenó que la nueva Eva, mi santa Madre, por su juiciosa prudencia, produjera tinieblas en los ojos de sus entendimientos. Ella obró tan sabiamente al estar yo visible en la tierra, que no pudieron saber con claridad el misterio de la Encarnación; su maternal virginidad les fue desconocida. Veían ellos una creatura de pureza admirable, pero no podían acercarse a este tabernáculo divino, como castigo del acceso temerario con que obraron en presencia de la primera Eva. Fueron condenados a acechar el talón de esta augusta Virgen; su rostro luminoso resplandecía demasiado para ser visto por estos búhos. Los vestigios de mi Madre los espantaban, y después de su Asunción gloriosa, aplastó a todos cuando vieron que subió a mi diestra por su sabia humildad, y que está sentada a mi lado, pues soy el Monte de la Alianza del que ella es Madre, y que todo, tal como lo digo a mi verdadero Padre, al dirigirme a Aquél de quien yo emano eternamente en el esplendor de los santos por la adorable generación, así lo digo a María, mi verdadera Madre, por la admirable Encarnación: En el tiempo yo soy su Hijo común por indivisibilidad. Sé que, como Hijo del hombre, todo juicio se me ha dado, y que en el Ultimo Día debo juzgar [384] a los vivos y a los muertos por poder y por mis méritos, habiendo aceptado ser juzgado de Dios, de los hombres y aún de los demonios, puesto que, hasta el tiempo de mi Pasión, fue dado a los demonios y a los hombres el poder para hacerme sufrir la muerte. Por ello dije a los judíos: 'Ha llegado su hora y el poder es concedido a las tinieblas para atarme y hacerme morir sobre la Cruz. Es verdad que seré ofrecido a la muerte, porque así lo he querido, y que la voluntad de mi Padre y mi amor me han llevado a esta aceptación y a esta incomprensible privación, de la cual quise quejarme filial y amorosamente, a fin de que los ángeles y los hombres supieran hasta qué punto la justicia divina y el amor a los hombres, mis hermanos, me habían reducido.'"

Capítulo 81 - De cómo, orando a san León, éste se me apareció, invitándome a fundar el primer monasterio en Avignon. De los grandes favores que el Verbo Encarnado me concedió el día de nuestro Padre san Agustín.

El 9 de abril de 1639, antevíspera del gran san León, rogando a este eminente Pontífice empleara su celo en el progreso de la Orden del Verbo Encarnado, al que tanto amó, y de la Encarnación, de la que escribió maravillas, según he oído, pues no he leído a los Padres; únicamente he hojeado, de paso, las obras de san Dionisio. [385] Este caritativo Pontífice se me apareció portando la tiara. Me despertó bondadosamente y lo escuché decir que me invitaba a ir a Aviñón, donde el Verbo Encarnado establecería su Orden. Algunos días después de esta aparición, el R. P. Jean Baptiste Guesnay, rector del Colegio de la Compañía de Jesús en Aviñón, habiendo venido a Lyon para asistir al Capítulo provincial, pasó a visitarme. Preguntó si deseaba yo agilizar el establecimiento de esta Orden tan esperada. Le respondí: "Desearía que fuese establecida en Aviñón." Ante estas palabras, me dijo: "Madre, si dispone usted de personas que aporten lo temporal, no habrá oposición alguna que no podamos vencer con la ayuda de Dios." "Padre, yo contribuiré con una casa totalmente amueblada; pagaré los gastos de viaje y de las bulas, así como 500 libras de renta para cinco jóvenes, concediendo a cada una 100 libras vitalicias."

Todo esto le satisfizo; me prometió ocuparse de los trámites, y lo cumplió con toda eficacia. Teniendo por nombre Juan Bautista, [386] desempeñó su oficio de precursor del Verbo Encarnado, preparando los espíritus de los prelados de Aviñón que debían recibir esta Orden. La víspera de nuestro padre san Agustín, durante la recitación de Maitines, habiéndome recogido en presencia del Santísimo Sacramento, para recomendar a mi divino amor y Padre el establecimiento de sus hijas, fui dulcemente consolada. Tu benignidad me dijo: "Escucha con atención el himno que se canta en honor de este gran santo, en especial las palabras: Caminó entre los mundos, que pueden apropiársele admirablemente. Su espíritu, sumamente elevado por mis amorosos favores, caminó siempre, o más bien, voló más allá de los astros. Con ello quiero decir que es el sol de los Doctores y el águila real que, al contemplarme, se elevaba en mis resplandores. Tú eres hija suya; por ello, debes evitar que tu espíritu se detenga en cosas de aquí abajo."

Habiendo comulgado el día de la fiesta, y al meditar en la supereminente gloria con la que el amor divino destacó a este grande y querido santo, me dijiste: "Estas palabras son para ti: Que lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe (Ct_7_2). Los astros te sirven de calzado y de carroza, elévate ardorosa y velozmente, aguilucho del corazón de tu padre [387] Agustín. ¿Por qué piensas que se dice en los Cantares que la esposa avanzaba como la aurora, que parecía tan bella como la luna cuando se vuelve luminosa en presencia de su sol? Esto es lo que la hace aparecer elegida como él: uno preside el día, y la otra la noche.

"Esto es, hija mía, lo que sucede en ti; eres como una aurora que anuncia el día. Eres abundante en la afluencia que comunicas en la tierra; eres todo a través de mí, pues me apasiona el hacerte crecer en gracia, y por tu mediación, sigo obrando en contra de los otros. Te convierto en sol para iluminar a la Iglesia; es decir, te hago terrible ante el enemigo mediante los rayos e iluminaciones que toman su brillo de tus palabras, de tus escritos y de tus contemplaciones. ¿Has notado alguna vez en qué consiste la vestidura de la esposa del Cantar?"

Mi divino amor, jamás he pensado en ello, ni me he fijado. En una ocasión, ella dice que se despojó de su túnica; y en otra, que los guardias de la ciudad le quitaron su manto, así que la veo sin ropa tanto en su habitación como por las calles. La primera vez, ella misma [388] se desvistió; la segunda, fue privada de su manto, que había tomado cuidadosamente cuando la dejaste para obligarla a seguirte y pudiera así alcanzarte.

"Hija, es porque mi amor deseaba revestirla de su divina claridad, de acuerdo a la afirmación del Apocalipsis de que la esposa es la nueva Jerusalén, adornada por su esposo. Sabes bien que no posees nada por ti misma, y que, gracias a mí, te ves adornada como Axa. Te he desposado, hija del Gran Caleb Agustín -Caleb es como el corazón- y tienes en mí todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de mi divino Padre.

Quise que tuvieras, por una divina participación, el conocimiento de la santa Escritura; es la ciudad de las letras: Cariath-Sepher; es decir, ciudad de las letras (Jc_1_11) que te he dado junto con la aspersión inferior y superior; son éstos dones que debes a mi bondad que es incomprensible a la humanidad y a los ángeles. Considera, con humilde agradecimiento, cómo te ha favorecido mi bondad por encima de tantos otros."

Amor, no puedo agradecerte dignamente tantos favores; que todos los santos, en unión con mi Padre san Agustín, que es todo corazón como Caleb, [389] te alaben por todo mientras dure la eternidad. Que me gloríe en ti y no en las cosas creadas, para ser revestida de ti, que eres increado. Eres Othoniel, que significa Dios de mi corazón. Tú eres el Dios de mi corazón. Fuera de ti no hay nada para mí. Que mis tendencias y mi afecto no se inclinen como el agua sobre la tierra. Me vería en peligro de convertirme en lodo, lo cual no deseas, habiéndome afirmado que me has destinado para caminar con una delicada majestad sobre los astros, a los que deseabas convertir en mis carros.

Me dijiste que soy tu montura, que te lleva en triunfo con más gloria que la de Faraón. La gloria del mundo, a semejanza de la egipcia, es siempre lodosa y tenebrosa; la tuya resplandece con solidez y penetra todo entendimiento por la pureza de sus rayos, que están siempre adheridos a la fuente de donde proceden. No podrían separarse de ella sin dejar de existir. Es verdad, Amor mío, que dependo constantemente de tus luces. Si me las [390] quitaras, me convertiría en la oscuridad misma. Sabes bien que no poseo virtud alguna; que eres mi Dios, mi refugio y mi fuerza en todas las tribulaciones que me salen al paso, o en las que ocasiono debido a mis imprudencias. Estando tú en mí, nada temo. Eres ese río impetuoso que alegra la ciudad divina, santificando tu tabernáculo. ¡Oh Dios altísimo, haz tu morada en el centro de mi ser! Me diste a entender que las esposas de los hombres poseen adornos prestados, y que sus lechos están rodeados de cortinas y colgaduras aún en medio de las tinieblas de la noche, pero que la pureza de las tuyas es tal, que puedes unirte limpiamente a tu esposa en plena claridad meridiana, adornando su cabeza con estrellas, revistiéndola del sol, calzándola con la luna, y que cuando concibe lleva en sí misma su fruto divino. A éste, por ser Hijo del Altísimo le corresponde por derecho el trono de gloria; diciéndome además que deseabas verla refulgir desde su principio o comienzo, al avanzar y al llegar a su término, a fin de que los ángeles y los hombres exclamaran arrebatados de admiración: Qué bella y radiante es la generación de los castos: su recuerdo será perenne; [391] porque es reconocida en presencia de Dios y de los hombres. Quien pueda entender, que entienda (Sb_4_1s); (Mt_19_12).

 Capítulo 82 - Que el Verbo Encarnado recibió el sacrificio que le ofrecí acompañada de mi buen ángel custodio y todos los demás ángeles. Cómo la Orden fue plantada en mi seno. De mi salida de Lyon para Avignon.

El día de la fiesta del ángel Guardián, en 1639, habiéndome retirado a eso de las siete de la tarde para unir mi oración a la de los ángeles, me acerqué al altar, permaneciendo de pie como el sacerdote que sacrifica y ofrece el cuerpo preciosísimo de mi Esposo, y le dije: Señor y Dios mío, como mi sexo me priva de este gran sacerdocio y del carácter sagrado, permíteme ofrecerme a mí misma en sacrificio en compañía de los ángeles. Son espíritus puros que no pueden ofrecer cuerpos, pues carecen de ellos; en cambio, ellos son todo fuego y llamas para ascender junto con mi sacrificio."

Ante estos pensamientos, mi puro Amor aceptó mi ofrenda y el sacrificio en espíritu y verdad de estos ministros de fuego que tienen la dicha de ver su divina faz, ante cuyas señales se mueven o se detienen, según sus inclinaciones, ya sea como espíritus servidores, o que asisten delante de su Majestad. [392] El querido guardián de esta indigna esposa no dejó de hacerme sentir su caridad. Decir de qué manera me regaló, no lo intentaré; más bien diré que me vi próxima a expirar ante el ímpetu de los amorosos deleites que sentí, ofreciéndome para cumplir todas las divinas voluntades en presencia de estos espíritus encendidos y pidiendo a mi Esposo cumpliera con prontitud las promesas que me había hecho de establecer su Orden.

El me manifestó que así lo haría, pero, oh maravilla de amor, quiso que su Orden fuese plantada primero en mi corazón, y de un modo admirable sembró esta Orden de sus complacencias en mi pecho, diciéndome que la había plantado, hecho germinar, crecer y brotar a la manera de un bulbo que lleva en sí las propiedades de las flores, de los árboles y de la carne. Me dijo entonces: "Hija mía, he aquí lo que te prometí en el año 1626, después de que saliste de tu casa paterna: ofrecí darte el germen de David, que es rey según mi corazón. "Es necesario que te dispongas a ser así; mira que he guardado, plantado y establecido en tu seno, como en la madre de mi Orden, una nobilísima semilla -estas cualidades de la flor, el fruto y el germen admirable [393] de una simiente virginal y divina- manifiesta mi amor hacia ti y hacia mi Orden; lo que has visto es un signo visible de la cosa invisible. Los ángeles admiran el sacramento nuevo que instituyo al erigir esta Orden dentro de tu corazón, antes de fundarla en Aviñón. Una vez me dijiste, a la edad de nueve años, que, si te hacía comprender el Evangelio como santa Catalina de Siena, me amarías tanto como ella. Te concedí este favor; tú tienes obligación de amarme."

Amor, si los demás tienen una deuda, yo tengo diez mil. Viviré no moriré insolvente si tu Espíritu, el Amor sustancial y subsistente que tú produces, no ama por mí tus divinas perfecciones. Le ruego que venga en auxilio de mi debilidad y que obre en mí según su poder. Él sabe mejor que yo que debo devolver purificado todo lo que el Padre, él y tú me han dado [394] Quien no te amé Señor Jesús, merece ser anatema. El 6 de noviembre de 1639, al atender visitantes en el recibidor, te plugo, divino amor mío, inflamar mi pecho con una divina llama, que llevaba en sí la figura de todos los instrumentos de tu Pasión. Dispusiste mi alma de modo que me vi abrasada por esta llama de fuego que representaba todos los enseres de la Pasión, como pintan a san Bernardo. La vista de esta llama y el ardor con que envolvió mi corazón me arrebató; mi espíritu se hubiera sentido feliz de subir hasta la cúspide de la flama, así como el ángel que anunció el nacimiento de Sansón a la cima de la hoguera del sacrificio que Manóaj y Ana te ofrecieron en acción de gracias. Intuí que esta llama me aligeraría las cruces y las aflicciones que tu Providencia me enviaría. Viendo que era tu voluntad que yo fuese a Aviñón, rogué al R. P. Gibalin preguntara si Su Eminencia estaría de acuerdo con este viaje.

Habiéndome dado el mencionado padre la seguridad del permiso de Su Eminencia, mostré el deseo de recibir su bendición antes de salir de Lyon, pero la persona a quien pedí me informara si Su Eminencia lo haría, no me dio respuesta alguna. El mismo día, al pasar los RR. PP. Mazet y Gibalin del puente al puerto, encontraron un patrón que esperaba ser contratado por personas deseosas de bajar a Aviñón. Se pusieron de acuerdo en el precio, [395] y de paso regresaron a decirme que debía partir al día siguiente a las ocho de la mañana. Al apresurarme de esta manera, me privaban de la bendición que tanto deseaba, diciéndome que contaba ya con el permiso que de palabra el prelado había dado al P. Gibalin; que debía contentarme con eso y partir.

Me volví a ti, mi divino Consolador y admirable Consejero. Me dijiste entonces: "Hija mía, sal de Lyon con prontitud, para venir a ofrecerme el sacrificio que deseo. Ignoras que me llamo: Toma rápidamente el botín, aduéñatelo de prisa " (Is_8_1s). Habiéndome manifestado tu voluntad de este modo, el R.P. Gibalin rogó al Sr. Bernardon, primer Prior de Denicé, nos condujera.

Su caridad fue tan grande, que no quiso dejarme, permaneciendo en Aviñón todo el tiempo que estuve ahí, y prodigándome cuidados dignos de su piedad. El jueves 17 de noviembre, 1639, partimos de Lyon, y a pesar de estar muy enferma, no quise resistir a la obediencia ni a tus inspiraciones. Tenía confianza en el gran san Gregorio, el taumaturgo, tuya fiesta celebrábamos ese día. Tenía confianza en que él movería las montañas de las oposiciones que se formarían contra esta fundación, y así lo hizo. [396] Llegamos a Aviñón el lunes, día de la Presentación de tu santa Madre. Al escuchar algunas salvas de cañón, te dije: "Amor, esta ciudad celebra el voto que te hizo. Recibe estos fuegos de alegría por tu nuevo establecimiento, aunque esta ciudad no piense en tu nueva llegada." Los recibiste con doble agrado, oh mi divino amor.

Entramos a la ciudad por la puerta que conduce a Nuestra Señora de Domes. Al ver esta roca, te bendije por haberme conducido al sitio desde el cual presidió tu Apóstol san Pedro, el cual me recordó su aparición. Mandamos decir una misa en esta iglesia escogida por ti por Providencia particular. Encomendé a tu santa Madre tu designio, rogándole lo presentara junto con ella, por ser éste el día de su admirable Presentación al templo, y que te pidiera obraras las maravillas que ella me prometió. Esto fue suficiente, por ser este Instituto una de sus sagradas inclinaciones, y por amar ella tu gloria más que todas las puras creaturas [397].

Saludé a todos los ángeles tutelares de las iglesias de la ciudad y de los habitantes de Aviñón. Después de haberte adorado en espíritu en todos los sagrarios donde estabas presente en el Santísimo Sacramento, les pedí nos asistieran en esta fundación. Así lo hicieron, por lo que les doy humildemente las gracias. No fue ésta la primera vez que los ángeles me hicieron el favor de auxiliarme en favor de la Orden y de mi persona. Fui a cumplir mis obligaciones a san Pedro de Luxemburgo, al que tengo devoción desde 1627. Le recomendé tu Instituto, y fui grandemente consolada en su templo.

Capítulo 83 - Del afecto que tenían los habitantes de Avignon para la Orden del Verbo Encarnado; Cómo él se me apareció en la noche, víspera del establecimiento, y de lo que pasó en mí ese día y los siguientes.

En cuanto llegué, experimenté la bondad y cortesía del pueblo de Aviñón; los señores y damas de más alcurnia vinieron a visitarme y a ofrecerme su ayuda con tanto celo, que me sentí confusa ante su piedad. Queridísimo Amor, devuélveles al céntuplo el afecto que demostraron para procurar tu gloria, concediendo a todos, además, [398] la vida eterna después de una larga vida temporal, si es de tu agrado. Eres munífico en tus dones y un magnífico remunerador. Así lo espero de ti, oh mi Divino Amor.

La Sra. de Vedeine demostró ser toda corazón hacia ti y hacia tus hijas. Debemos reconocerla como nuestra buena madre que nos ama con entrañas maternales; no omitió cosa alguna de todo lo que pensaba ayudaría al progreso de la fundación. La mencionada dama nos presentó al Gran Vicario del señor Arzobispo de Aviñón, quien era legado de Su Santidad en Polonia. El sábado, 26 de noviembre, el Sr. Vicario General y el Sr. De Salvador nos hicieron el honor de venir a nuestro alojamiento. Les hablé con mi franqueza ordinaria. El Sr. de Salvador se admiró al oírme hablar de esta fundación como si se tratara de algo que debía hacerse en [399] veinticuatro horas.

Pidió tres meses para pensarlo. Yo respondí que no podía esperar en Aviñón y que deberían escribirme a Lyon; que, si deseaba un plazo, esperaría allá su respuesta. Se despidió pensando que yo lo apremiaba demasiado, y aunque me había favorecido más de lo que yo pensaba, se dirigió a su gabinete, arrodillándose ante un crucifijo para saber qué responder. Le pareció que su alma le reprochaba por haberse opuesto. La Señora de Salvador, su esposa, recurrió a todos sus argumentos para urgir este establecimiento; me había visto solamente en una ocasión. Me retiré para orar, y estando en ello, mi alma se sintió afligida ante el temor de un largo retraso; pero, oh mi soberano Consolador, no pudiste sufrir el verme llorar sin consolarme. Me dijiste: "Animo, hija. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo (Jn_16_21). Hija mía, ha llegado la hora en que debes darme a luz en el mundo; falta muy poco; te llenarás de gozo cuando nazca de ti, por segunda vez, en la tierra."

Al día siguiente, el Sr. de Salvador se sintió apremiado de tal manera a impulsar este asunto, que se detuvo en el Colegio de la Compañía para formar un consejo que lo discutiera. El Gran Vicario, el Señor de Vente y el Señor de Salvador se reunieron ahí y el P. Rector y el P. Doniol. La decisión final se tomó para gloria tuya. El Señor de Salvador me mandó decir que se había aprobado la fundación. El Señor de Serviére, primer consejero, la aprobó con toda la ciudad. [400] Me dijiste entonces: "Hija, alégrate, apresúrate a tomar el botín: Toma el botín con rapidez, apresúrate a llevártelo (Is_8_1). Presiona esta fundación con la misma urgencia con la que el pueblo de Israel se apresuró a comer el cordero Pascual."

El jueves siguiente escribí a Mons. de Nimes pidiéndole viniese a Aviñón. En cuanto recibió mi carta, su celo le llevó a presentarse ahí el domingo 3 de diciembre por la noche. El lunes cuatro por la mañana, vino a verme acompañado de varios señores de la ciudad, y me dijo: "Mi querida hija, vine para servirte en esta fundación, pero me enteré por estas personas que has obtenido todo lo que podías desear; me alegro y participo en gran manera contigo. Doy gracias por ello a todos los presentes y a toda la ciudad, que en general se siente inclinada a favorecerte. Ya ves, hija, cómo el Verbo Encarnado ha puesto a todo el mundo de tu parte, haciendo realidad su promesa. No dejaré esta ciudad hasta ver esta Orden establecida; ten la seguridad de ello, mi querida hija." [401]

Permaneció ahí hasta el jueves 15 de diciembre, día de la octava de la Inmaculada Concepción de tu santa Madre. Pasé la noche anterior a este día en la habitación de la Sra. de Vedeine, sin poder dormir un solo momento. Justo a media noche, dije a todas las potencias de mi alma: "Viene el Esposo, salid a recibirlo." Mi alma, junto con todas sus inclinaciones y afectos amorosos, quiso salir a tu encuentro, pero tu bondad no las hizo esperar a la puerta. Te me apareciste prontamente, permaneciendo de pie a mi lado. Abriendo entonces tu pecho, me mostraste tu corazón amoroso, abierto y dilatado en forma de una rosa admirable, para albergar en él a todas tus esposas. Vi dentro de este corazón divino esta flor, este árbol y este germen de carne virginal que era tu Orden plantada en tu pecho, en medio de tu corazón. Veía el seno de tu divino Padre, el tuyo en cuanto Verbo Increado y Encarnado, y el mío estando unidos de tal forma, que estos tres senos no eran sino uno; tú y yo permanecíamos en el seno inmenso de tu Padre.

Me dijiste: "Mi toda mía, considera el amor que tengo por esta Orden, que será una flor y una rosa de buen olor, un árbol que fructificará en mi Iglesia y el germen de David que te prometí: [402] una carne virginal que engendrará vírgenes. Seré para ellas Padre y Esposo, y te constituiré madre de todas." Mientras que me comunicabas estas maravillas, vi a la derecha al Espíritu Santo, quien se dirigió hacia mí con la impetuosidad del amor en forma de paloma, a la manera en que los pintores lo representan bajando sobre tu incomparable Madre en el momento de la Encamación, y aunque soy tan indigna de esta comparación, no encuentro palabras más apropiadas para describir la venida de este Espíritu de amor hacia mí. Pasé todo el resto de la noche sin poder dormir, por estar sumamente indispuesta; pero en mi debilidad podía exclamar que era fuerte en ti, mi Dios, que me confortabas.

Al llegar el día, me encontraba en una indiferencia inexplicable hacia esta fundación. Me sorprendí al notar mi frialdad ante esta solemnidad, admirando la disposición que produjiste en mi alma, que no experimentaba complacencia alguna en todo lo que sucedía. Tu Majestad suspendió todos los sentimientos de la naturaleza y del amor propio. No sentía vanidad alguna, y aunque debí estar inmensamente alegre al presenciar el cumplimiento de las promesas del Verbo Encarnado, estaba como insensible a todo, diciéndote: "Eres tú, Señor, quien obra estas maravillas sirviéndote de mí como indigno instrumento de [403] poderosa bondad, a la que doy gracias por todo lo que sucede, y por no permitirme sentir deleite alguno en esta fundación." Mi Señor, mi Rey y Esposo mío, pongo en tus cinco llagas a las cinco jóvenes que van a ser revestidas de tu librea. Te alabo porque mi alma no participa en estas maravillas. Me conformo a tu designio de mantenerme en esta indiferencia. Tu santa Madre me dijo, hace ya veinte años, que tú solo obrarías estos prodigios; que me ofreciera a tu voluntad. No he sido tan fiel como debo, pero te doy gracias por todo lo que has hecho, conforme a lo que ella me prometió. Por ello te digo con el Rey Profeta: Son veraces del todo tus dictámenes; la santidad es el ornato de tu Casa, oh Yahvé, por el curso de los días (Sal_93_5). Querido Amor, no experimenté gozo alguno, pero sí mucha tristeza. El R.P. Lejeune, jesuita, por un celo que pensó era bueno, predicó la homilía en la toma de hábito de mis hijas. Las exageradas alabanzas que me tributó en presencia de muchos asistentes, estando yo a la vista de todos, se me hicieron [404] insoportables. Cualquier persona, estando en su sano juicio, se habría sentido apenada y su rostro habría enrojecido del mismo modo. La confusión y la vergüenza eran el ornato de mi cara, por lo que los asistentes tuvieron piedad de mí. De buen grado hubieran pedido al Padre que me ahorrara esa vergüenza. Mi tristeza no terminó ese día; al día siguiente lloraba casi sin consuelo por todas las faltas que he cometido. Oh Amor mío, te pido humildísimamente perdón de todas ellas, y te agradezco cien millones de veces las bendiciones que diste a este comienzo, y que das al progreso; tú la iniciaste; perfecciona tu obra; yo así lo espero.

Capítulo 84 - Que el Verbo Encarnado me dijo la noche de Navidad que él era mi Booz y yo su Ruth y cómo por los cuidados de la santísima Virgen me había unido felizmente a él. De los grandes misterios encerrados en su santa Orden y de mi partida de Avignon.

La noche de Navidad, nuestras cinco novicias y la Hna. Françoise me rogaron con tanta insistencia que me acostara para dormir mientras esperaba el anuncio de la misa de media noche, que quise complacerlas, afín de que no temieran por mi salud. Me retiré a mi habitación para recostarme, según sus deseos, pero no pegué un ojo, debido a que tu Majestad quiso conversar amorosamente, [405] diciéndome: "Hija, tú eres mi Ruth y yo soy tu Booz. Como te he dicho en otras ocasiones, me has agradado al seguir los consejos de la Virgen, mi Madre por naturaleza, y la tuya por adopción, la cual es una bella y prudente Noemí que te ha procurado el bien de ser mi esposa.

"Tú le has dicho que la seguirás por todas partes, que su tierra será la tuya, su pueblo el tuyo, y su Dios será también tu Dios. Así como la muerte no pudo separar a Ruth del lado de Noemí, será esa la que te unirá aún más a ella, ayudada por sus misericordiosas oraciones, que yo acojo por la gracia. Has venido a Aviñón, que podría llamarse como Yo otra Belén, porque ahí he nacido por segunda vez mediante la institución de mi Orden.

"Booz ordenó a sus segadores que dejaran caer intencionalmente algunas espigas para Ruth, de permitirle recoger junto con ellos, si así lo deseaba, para que no se avergonzara al rebuscar; él la mandó a comer junto con los segadores y las sirvientas, diciéndole que no fuera a otra parte mientras que durase la cosecha. Noemí, viendo las concesiones que Booz hizo a Ruth, y conociendo bien que él mismo se daría a ella en calidad de esposo, exhortó a Ruth a perseverar y a esperar a ser su esposa: Hija mía, ¿es que no debo procurarte una posición segura que te convenga? (Rt_3_1). [406] Querida hija, mi santa Madre conoció, por los favores precedentes que te hice, que continuaría en ti mis dones, y que me entregaría a ti y a mi Orden; por ello te dijo que Aquél que obraba maravillas establecería su Orden, pero que te ofrecieras enteramente a él: Hija mía, ¿es que no debo procurarte una posición segura que te convenga? (Rt_3_1).

"Ella te aconsejó que vinieras a buscarme a mí era, en el Sacramento del Altar, donde se encuentra el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes, y que me dijeras que por ella soy tu pariente, por haber asumido la naturaleza humana, la cual tomé de sus virginales entrañas. Te pusiste a mis pies con tanta humildad como confianza en mí incomparable bondad, diciéndome que soy tu pariente, que extendiera mi manto sobre ti. Querida hija, ya lo hice, viendo a aquél que te ha rechazado. Llamé a los ángeles y a los hombres, no a la puerta de la ciudad, sino a Aviñón, que es mi segunda Belén, la cual me recibió en medio de aclamaciones.

"Es el reino del Hijo predilecto del Padre, pues, aunque soy Rey de toda la tierra y de todos sus reinos, el Santo Espíritu no los ha nombrado reinos del Hijo de la dilección, como al reino de la Iglesia. El Papa es mi vicario y mi virrey en la tierra [407] El lugar donde él es soberano en lo espiritual y en lo temporal es propiamente mi reino, así como Belén fue cuna de la familia de David, que fue un hombre según el corazón divino, pudiendo llamarse el hijo bien amado de la divina elección, porque entre todos los hijos de Isaac, David fue divinamente elegido para ser ungido Rey de Judá y de Israel. Querida hija, alégrate porque el Espíritu común transportó para ti esta Orden al reino del Hijo del amor del Padre, que lo produce conmigo." Escucho las palabras de tu Apóstol que nos dice a todos: que ora afín de que caminemos con dignidad en tu presencia; Para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor (Col_1_10s). De él obtienen ustedes la redención y el perdón de los pecados por medio de su sangre, de la que están revestidas interior y exteriormente [408] Hija, el escapulario de mi Orden representa mi Cruz ensangrentada; por este escapulario, deben pedirme la paciencia y la pureza interior y exterior. Por la sangre de mi Cruz reconcilié y pacifiqué el cielo y la tierra; el manto rojo que les he dado por una amorosa protección, las muestra como esposas bien amadas. Es ésta una prenda real y divina; es la púrpura real. Hija mía, al cobijarte bajo mi sangre, la cual se apoya en la naturaleza divina, me complaciste; si pudiera decirte que esta confianza es para mí una segunda misericordia, así lo haría. Mi corazón amoroso la tiene como tal. Te dije una vez en casa de tu padre que me habías herido con uno de tus ojos al no amar sino a mí. Ahora te digo que me has herido con uno de tus cabellos, porque tu afecto no te une sino a mí. Dejaste todas las órdenes establecidas para recibir de mí la comisión de fundar ésta; has permanecido constante y fiel en procurar mi gusto y mi gloria.

"Querida esposa, soy tuyo y de esta Orden que lleva mi Nombre, y que honra a mi Persona Encarnada, la cual reside en el Sacramento del amor y la dilección. Belén significa casa del pan. Ruth fue colmada. Se convirtió en señora de todos los bienes de Booz; y Booz significa fuerza. Booz se declaró vencido por ella [409] y pariente suyo, después de haber visto y escuchado sus inclinaciones. Manifestó a los diez testigos que se detuvieron a la puerta de la ciudad, que estaba contento de llegar a ser su esposo en lugar de aquél que le había quitado su sandalia o su calzado, es decir, que él le ha cedido los deseos y el afecto que él hubiera debido tener por Ruth.

"Los diez testigos que tomo son los nueve coros angélicos y toda la naturaleza humana, es decir, a toda la humanidad. Querida hija, alégrate al poseer mi amor y recibe con humilde reconocimiento las bendiciones que todos los ángeles y los santos te desean para gloria mía, al decirme: Somos testigos: haga Yahvé que la mujer que entra en tu casa sea como Raquel y como Lía, las dos que edificaron la casa de Israel. Hazte poderoso en Efratá y sé famoso en Belén (Rt_4_11). Debes estos favores divinos y celestiales a mi caridad y a la solicitud de mi santa Madre, quien te ha guiado mediante mis mandatos para llevar esta fundación al punto en que se encuentra." [410]

Te doy las gracias, Madre de Dios, Emperatriz universal, divina Noemí, que eres toda hermosa y sin mancha. Reconozco que esta Orden fue engendrada en tu regazo. Nació para honrar a tu Hijo Encarnado, y para gloria tuya. Hace profesión de honrar afectuosamente tu Inmaculada Concepción. No me atrevería a decir que te amo; soy muy imperfecta, pero bien puedo afirmar que, en este Verbo Encarnado, que ha querido tener un nuevo y místico nacimiento por medio de esta Orden, tienes un Hijo que te ama más que todos los hombres y todos los ángeles; recibe su Orden en tu seno. Es tuya, aliméntala con tu leche, llévala entre tus brazos, preséntala al divino Padre con tus santas y sacratísimas manos, para que todas las hijas de esta Orden sean fieles servidoras de tu Majestad. Oh Reina de los hombres y de los ángeles, hazlas muy humildes delante de Dios, en presencia de los ángeles, para la edificación de la humanidad.

Permanecí en Aviñón hasta después de Pascua. Un día, encontrándome sin la dulzura ordinaria, te dije: " ¿Y ahora qué Señor, te escondes de mí? ¿No basta el padecimiento de la vista que permites me aqueje? ¿Me atreveré a presentarte mis quejas con la amorosa libertad que siempre me has permitido por exceso de bondad, pues habiendo establecido, con tu gracia, el primer convento de tu Orden en esta segunda Roma, según tus inclinaciones, me vea hundida en la ceguera?"

 [411] ¿Es necesario que después de haber visto este establecimiento no vea nada interesante en la tierra? Querido Amor, que tu voluntad se haga en todo. Me conformo a ella completamente. No pudiste más verme enferma, me calmaste el dolor de ojos, pero la devoción deliciosa que yo tenía antes de este establecimiento no me la devolviste muy pronto que digamos.

Me contestaste: "Hija mía, ¿Has considerado que el maná no cayó más cuando el pueblo de Israel llegó a la tierra prometida, por tener ya sus frutos? Ahora que estás en la tierra de la promesa, puedes saborear los nuevos frutos. ¿No son tus hijas fruto de mis promesas? Alégrate en ellas y en el cumplimiento de mis promesas." Habiendo comulgado, elevaste mi espíritu hasta tu Augustísima Trinidad, diciéndome que deseabas viera yo cómo la Trinidad entera moraba en mi alma de un modo admirable, añadiendo que estas Tres Personas eran, sin comparación, más preciosas y deleitables que todo cuanto existe en el cielo y en la tierra. "A ti, hija mía, se ha dado el conocer y recibir el reino divino. Nuestra sociedad viene a tu alma en su totalidad, porque el Dios todo bueno ama quienes guardan su palabra. Yo soy la Palabra del Padre, y tú guardas [412] mi palabra en tu espíritu, en tu corazón y en tu Orden, que es la mía, por habérseme consagrado y dedicado."

Todavía en Pascua, me despedí de los señores y damas de Aviñón, agradeciéndoles tantos favores que su bondad me hizo experimentar, rogándote, Amor mío todopoderoso, preservaras a esta ciudad del mal contagioso que asolaba los lugares circunvecinos; yo confiaba por el agrado que sentiste ante la amable recepción que el pueblo aviñonés ofreció a tu Orden y a tus hijas, que esta ciudad sería librada del mal que tanto temía. Te doy mil gracias por no haber rechazado mi oración. El 22 de abril de 1640, asistí a la vestición de nuestra querida Hna. María Catalina d'André de Visant, sobrina del señor Presidente de Orange. Me alegré al ver que se entregaba a ti, Amor mío, con un corazón sincero y generoso, olvidando a su pueblo y la casa de su padre para complacerte del todo.

Al día siguiente, el 23, me despedí de mis seis hijas novicias, lo cual no se hizo sin lágrimas. Las dejé en buenas manos. Tres de nosotras salimos de Aviñón, acompañadas por los dos priores Bernardon, quienes se ocuparon, con toda la solicitud posible, de nuestras necesidades espirituales, diciendo misa para todas, confesándome y dándome la comunión diariamente.

Capítulo 85 - De mi llegada a Lyon; el desagrado que tuve por la falta de espíritu en algunas de mis hijas; los consuelos que recibí en los ejercicios espirituales y luces que una hermana vio sobre mi cabeza.

 [413] La Sra. de Lauson nos detuvo en su casa en Vienne, devolvió la litera y los caballos, y nos hospedó ella durante dos días. Al tercero ella misma nos ofreció su carroza para llevarnos hasta Lyon, donde mis hijas me esperaban con gran cariño. Sin embargo, encontré a varias muy alejadas del fervor, la humildad y la mortificación que tenían a mi salida de Lyon, lo cual me causó una muy sensible aflicción. Obré conforme a lo que tu Apóstol aconsejó a su discípulo Timoteo cuando le dijo: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades (1Tm_4_2s).

Viendo que estas jóvenes no deseaban sino seguir sus inclinaciones, que no eran ciertamente la perfección -se dejaban llevar por los argumentos de la persona que desvía del servicio de tu Majestad a las almas que no tienen suficiente confianza para permanecer fieles a las promesas que te hicieron- viendo, pues, que no gustaban más de la piedad, las dejé ir hacia donde ellas mostraban tanta preferencia, y como además se sentían ricas, obraron más libremente conforme a sus sentimientos.

Estuve más inclinada a retener a las que eran pobres, empleando para ello todos los medios, porque tú llamaste a los pobres. Me alegré de conservarlas en nuestra Congregación; la caridad se practica de este modo, y se da testimonio de que eres tú quien hace triunfar tus designios, cuando desaparecen los medios que las personas tanto estiman. Pedí a tu bondad enviara su Espíritu. Resolví hacer los ejercicios para pedírtelo diciendo: [414] Envía tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra. ¡Sea por siempre la gloria de Yahvé! (Sal_104_30s).

Durante los primeros días de estos ejercicios, me sentí sin devoción, me desconsolaba en medio de tantas penas. Me hiciste ver que no estabas lejos de la que tenía tanta aflicción y que deseabas ayudarla. Tomaste su corazón entre tus manos, protegiéndolo así de sus enemigos. Lo apretabas amorosamente, como para hacerlo, por una divina expresión, destilar un dulce licor. Lo vi también como una flor que conservabas, a fin de que no se marchitara. Estos dos contrarios me causaron admiración: que fuera una flor oprimida y que se conservara íntegra en toda su belleza.

Este día hice la meditación sobre la muerte. Me dijiste: "Hija, no tengas miedo a la muerte; tu corazón está en manos de la vida. La muerte no puede alcanzarte estando tú en mis manos: Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno (Sb_3_1). La muerte es una privación de la vida eterna y del Ser Soberano; alma que me posee y que es poseída por mí, está unida a su Todo y sumergida en la inmensidad de su centro, que es su principio y su fin: la meta a la que aspira.

El alma que sabe que su felicidad consiste en gozar de su todo, abandona fácilmente su [415] complemento; y si le permito conservar después de la muerte una inclinación a reunirse al cuerpo que es suplemento, ella no desea esta unión sino para llevarlo al cielo, donde gozará, hasta donde su capacidad se lo permita, de la gloria de mi humanidad puesta sobre el poder divino que es la gloria del alma y este todo que ella ama como soberanamente amable, que es para ella plenitud de felicidad, sin que su cuerpo le sea un obstáculo como en la vida terrena, que es una prisión y una masa que la atrae hacia abajo, puesto que es pesado por naturaleza, mientras que el alma es ligera de por sí. Ella es espíritu y fuego que tiende hacia lo alto: es por ello que el Apóstol decía: Desgraciado el hombre que yo soy (Rm_7_24). Me hiciste entender muchas otras hermosas verdades que no viene al caso mencionar aquí, porque me resultaría muy largo el escribirlas. Algún día podrán ser anotadas en un cuaderno, si tengo más salud que al presente. Diré de paso, que, al hacer después de la meditación de la muerte, la referente al juicio, quisiste que tu misericordia dominara a tu juicio. Mi proceso fue ganado con tanta ventaja que la justicia declaró encontrarse más que satisfecha, y que tú la habías compensado con todo rigor, quedando, además, entre tus manos, los tesoros infinitos de méritos que podrían salvar miles y millones de mundos [416]

El celo que tenía entonces me impulsaba a desear reparar el mal que hice a tu bondad, pero como ella es buena de sí, no quiso aparecer justa por iniciativa mía. Me disculpó ante el trono divino, alegando benignamente que mis faltas eran movimientos primos y debilidades. De sus ojos amorosamente dulces procedían rayos que me juzgaban favorablemente, haciendo signos a mi favor, confundiendo a todos mis enemigos y asegurándome sus bondadosas gracias. Todas las potencias de mi alma, acariciadas por la dulce atracción de tus ojos resplandecientes de luz, te decían: ¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro! Yahvé, tú has dado a mi corazón la alegría (Sal_4_7). Mi entendimiento, iluminado por tus esplendores, y mi voluntad, abrasada de tus ardores, gozaban de la gloria ya en la tierra; y por añadidura, quisiste hacer un descenso de un modo admirable.

Me pareció que te acercabas a mí; tu divinidad, que está en todas partes, no está sujeta a detenerse en lugar alguno; tu humanidad, que puede reproducirse en cualquier momento cómo y dónde le place, teniendo todo poder en el cielo y en la tierra, pudo hacer este descenso mediante las inclinaciones amorosas que tenía hacia aquélla a quien se digna amar [417] sólo por misericordia suya. Impulsada por la caridad, tu Persona descendió hasta mí con abundancia de dulzura y gloria, sin abandonar el seno paternal, que es inmenso. Tomó posesión de su esposa, presentándola al divino Padre, quien engendra a la Persona que la llevaba como su hipóstasis, sobre la cual ella se apoya divinamente desde el momento de la Encarnación mediante la unión hipostática, aunque dos naturalezas no hacen sino un Hombre-Dios que eres tú, mi bien amado, que vienes a mí con tanta mansedumbre como majestad, acompañado de multitud de los santos.

Al elevar mi espíritu a ti mediante tus resplandores, que me sirven de cadena luminosa para elevarme deliciosamente a ti, como si hubiese yo deseado prevenir a Aquél que me había prevenido, o mejor, subir a lo alto hasta la presencia de Aquél que descendió a lo bajo; y como tu luz era tan poderosa como encantadora, los ángeles y los santos que te acompañaban decíanse unos a otros: ¿Quién es esta joven que asciende de este modo? ellos mismos respondieron: Es aquélla que pasa por grandes [418] tribulaciones, y que con frecuencia lava su vestidura en la sangre del salvador, nuestro divino Rey, mediante las reiteradas confesiones que hace y las comuniones diarias que recibe; esta sangre la blanquea de este modo.

Vi al mismo tiempo, una multitud de flores de diversos colores, producidas por la sangre preciosa de mi Esposo. Con ellas hace su carro triunfal, viniendo a mi encuentro sobre estas flores sagradas, y levantándome a bordo de este carro glorioso, para hacerme partícipe de su triunfo, y haciendo que mi subida sea de púrpura florida, y que en su compañía tenga yo acceso al santuario, por concesión de su sangre preciosa.

Estas maravillas producían en mi corazón palpitaciones indecibles. Mi rostro brillaba de tal modo que una hermana que entró para decirme algo, me lo notó. Considerando la belleza que estas visiones me dejaban, admiraba durante largo tiempo este camino florido que me habías hecho contemplar. Querido Amor, tú caminaste por el sendero de espinas durante tu vida mortal, para darme una de rosas ahora que eres inmortal, a fin de que proclame yo que la belleza de los campos está conmigo. Tu eres Jesús de Nazareth, Esposo florido; al ascender tu esposa, se ve rodeada de flores; al llevarme a lo alto, me has elevado [419] [420] como el águila a sus pequeños, afín de que pueda contemplar el sol de tu divina claridad, diciéndome que te complaces en comunicarme tus esplendores, creando en mi espíritu un cielo nuevo, y en mi cuerpo una tierra nueva: y el mar ha dejado de existir, (Ap_21_1) porque calmas pacíficamente el espíritu y el cuerpo; y como en el cielo se ven brillar los astros, permitiste que una de nuestras hermanas, al ir a mi habitación dos veces durante la mañana, mientras hacía mi oración, viera luces de formas variadas sobre mi cabeza: primeramente aparecían en forma de estrellas; después, como una luna en cuarto creciente y por último, formaban un globo como el sol.

Esta hermana, presa de temor y de admiración, no se atrevió a mencionarme lo que había visto; lo manifestó más tarde al R.P. Gibalin y a otro sacerdote, quienes han juzgado conveniente que me lo dijera. Le di poca importancia, riéndome de mis hijas cuando me dicen que han visto claridades o percibido aromas que les parecen sobrenaturales. No me detengo en estos signos visibles, sino en los misterios invisibles que operas en mi alma. Estas cosas que son vistas o percibidas por el olfato de las personas a quienes haces testigos de tus bondades sobre mí, que soy tan indigna de ellas, son medios como las claridades exteriores o los olores sensibles con los que deseas atraer a estas almas a un amor interior, a fin de que, a través de estas cosas visibles y sensibles, pasen a las insensibles e invisibles, según el consejo de tu Apóstol a los Romanos.

Capítulo 86 - Cómo sufrí de cálculos; cómo el nacimiento de ese buen hijo de Francia me consoló; cómo san Pedro se me apareció portando la tiara y dando su aprobación a la Orden pocos días antes de la profesión de las primeras cinco novicias; de las tristezas y alegrías que experimenté en ese día, y lo que se obró en mí por esas luces que Dios me concedió.

 [421] Entre los meses de agosto y septiembre de 1640, sufrí excesivamente de cálculos. Bien sabes, querido Amor, que soporté con gran valor esta lapidación. No quisiste privarme de tus consuelos, porque te complaces en acompañar a los que están atribulados. Como se acercaba el día de la profesión de las cinco novicias que había encomendado a tu Providencia, debía, según los pareceres humanos, estar colmada de gozo, pero fue todo lo contrario: mi alma se encontraba en desolaciones que no me es posible expresar. Las palabras de san Simeón a tu santa Madre eran mis pensamientos más ordinarios: Y a ti misma una espada te atravesará el alma (Lc_2_35).

Me dijiste: "Hija, soy el que soy, puesto para ruina y resurrección de muchos, y como un signo de contradicción. Tu alma será traspasada de dolor, pero ten gran valor." Querido Amor, fortaléceme en las cruces que permites." El 6 de diciembre vi a san Pedro portando la tiara. Se presentó ante la reja del monasterio de Aviñón, para asistir a los interrogatorios que se hacían a las cinco novicias antes de admitirlas a la profesión. Esto fue un gran consuelo para mí. Más tarde me hiciste recordar la visión que tuve unos años antes, a mi regreso de París, en la que vi una tiara a la que faltaba un florón y una piedra preciosa, y que estaba suspendida en el aire. Te pregunté entonces: " ¿Qué deseas darme a entender por esta piedra preciosa que falta en esta tiara?"

Me respondiste: "Hija, es mi Orden, que no está enteramente establecida; no se han ejecutado las bulas, sino que están suspendidas. Yo sostengo a esta Orden con mi poder; cuando sea establecida del todo, las tres coronas estarán redondas y perfectamente adornadas.

Cuando, por tanto, vi al príncipe de los Apóstoles [422] ceñido de su tiara, a la que ya no faltaba el florón ni las piedras preciosas, me regocijé y me ayudaste a comprender que había yo cumplido lo que faltaba a tus complacencias. Si no me es posible expresar de tu amorosa Pasión todo lo que tú dijiste a Saulo que él te perseguía en tu Cuerpo Místico, porque eras impasible en tu cuerpo natural y físico, del mismo modo, me diste a entender que sentías desagrado ante la prórroga de la ejecución de tu Orden, mostrándome para ello tu tiara incompleta, pues faltaba en ella este florón y la piedra que deseabas colocar en ella; que en cuanto se efectuara el establecimiento de esta Orden, sentirías el placer que te procuró san Pablo al completar en su cuerpo físico, a favor de tu cuerpo místico, lo que faltó a tu Pasión. Queridísimo Amor, si no fueras la ciencia, la sabiduría y el mismo amor, podría decir que, haciéndote pobre para enriquecernos, quisiste parecer ignorante y apasionado, por no decir loco; tu locura es más sabia que la sabiduría del mundo: Porque lo que parece necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres (1Co_1_25). El día 16, desde la media noche hasta las diez de la mañana, mi alma permaneció en angustias que me sumieron en gran desconsuelo. Al asistir a misa, quise sobreponerme a estas aflicciones por medio de actos de fe, de esperanza y de amor. No pudiendo dejarme más tiempo en tanta aflicción, me dijiste: "Hija mía, soy yo quien permitió que cayeras en estas desolaciones para sacarte gloriosamente de ellas: Yahvé da muerte y vida, hace bajar al sheol y retomar. Yahvé enriquece y despoja, abate y ensalza (1S_1_6s). Hija, ha llegado tu hora de dar a luz. Esta mañana das una Orden a la Iglesia en las cinco hermanas que profesarán. Cuando la Reina da a luz, lo hace llorando y sintiendo dolores de parto, mientras que el Rey y todo el reino se regocijan. Cuando han pasado estas penas, su alegría sobrepasa la de todos, por ser la que más sufrió. A esta hora tus hijas profesan y tú eres recibida, no solamente en el seno de los patriarcas, sino en el de mi Padre eterno; eres partícipe de su privilegio.

"Alégrate porque tal ha sido mi voluntad, dándome gracias porque me plugo, desde la eternidad, escogerte para producir dentro de la Iglesia una Orden que es una extensión de mi Encarnación. Por segunda vez, soy traído al mundo por ti: Consolad, consolad a mi pueblo [Is_40_1). Me dijiste muchas cosas más [423] sin dejar de acariciarme y alabarme divinamente, pero sabía yo muy bien que todo esto procedía de tu pura bondad, a la que atribuía, con todo derecho, las cosas que se habían realizado. No tengo, en mí misma, de qué gloriarme, a no ser mis debilidades, para que tu fuerza habite en mí.

El 2 de mayo del año 1641, estando en oración en mi habitación entre las seis o siete de la tarde, me representaste una multitud de bestias feroces como osos, leones, tigres o leopardos que estaban atados, careciendo por tanto del poder de agredirme, a pesar del furor que mostraban hacia mí. Sin embargo, me preparé a los sufrimientos que vendrían para mi mayor bien, pues me vi libre de las personas que no daban gloria a tu Nombre. Su pérdida me afligió, pero tu bondad enjugó mis lágrimas haciéndome ver que siempre saca bien de los males.

Queridísimo Amor, te encomiendo a estas almas que te han sido infieles por ligereza. Ten piedad de su debilidad y perdona el exceso de tristeza que he sentido por causa suya; apártame de todo lo que es imperfecto, y así como tus ángeles procuran mi salvación sin ansiedad, que yo obre del mismo modo por la de mi prójimo, buscando sólo complacerte y ser más digna de tu Majestad. Estos espíritus caritativos se preocupan tanto de lo temporal como de lo espiritual, como san Rafael lo hizo con Tobías. Lo que escribí durante el mes de septiembre y los dos siguientes, muestran su celo hacia mí. Les doy cordialmente las gracias por su caritativa ayuda.

 [424] El 2 de mayo de 1641, habiéndome retirado a eso de las 8 de la noche para pedirte, oh Amor mío, pacificaras conmigo y en mí todo lo que es del cielo y de la tierra mediante la sangre de tu Cruz, en la cual tengo una entera confianza, te rogué, por diversas repeticiones, me pacificaras junto con tu Padre, tu Persona y el Santo Espíritu, en compañía de tu santa Madre y todos tus santos. Tu amor, que parece apasionarse de aquélla que es tan indigna de llamarse tu enamorada, me representó, en un momento determinado, una flecha admirable, que estaba compuesta de fuego, ámbar y flor. Estas tres cualidades estaban tan bien combinadas, que la veía al mismo tiempo toda de ámbar, toda de fuego, y toda de flor, de las que se conocen como amaranto; y aunque la flecha desapareció en cuanto la vi, me llenó de gran contento.

Me diste a entender que tu Cruz era para mí un trono de amor ardentísimo para abrasarme; que ella era de ámbar para atraerme como una paja que está divinamente conservada. Aunque permanecí inmersa en este fuego sagrado, ¡qué florida seguía siendo esta Cruz, como una flor sin quemarse a pesar de las llamas! El suscitar dos contrarios en un mismo sujeto no está más allá del poder divino [425] Todas estas maravillosas inteligencias atraían mi espíritu a amarte, divino Enamorado de la Cruz, y a estimar la sangre que derramaste sobre ella.

Al elevarme a estos misterios, me hiciste ver por encima de mi cabeza, una cruz luminosa que me protegía de una manera inexplicable. Allí suscitaré a David un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi ungido; de vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará su diadema (Sal_132_17s). Me enseñaste que esta cruz, con sus conos de luz, era el esplendor, la belleza y la fuerza que me comunicabas en virtud de tu preciosa sangre, para gloria tuya y para confusión de mis enemigos [426]

Capítulo 87 - De varias bestias feroces que vi en la oración. De los disgustos que algunas almas inconstantes me causaron, y mis imprudencias por exceso de candidez y del deseo que tenía de ser tenida por loca a causa del Verbo Encarnado, y de lo que él me comunicó por exceso de bondad.

Esto me sucedió el día de san Simón y san Judas, al hablar con mucha ingenuidad de las luces, las caricias y los grandes favores que tu bondad me comunica. Olvidando yo lo que el Apóstol dijo que los días son malos, y que los hombres abundan en su sentir me hace ver claramente que tu amable Providencia vela sobre mí como sobre un niño, y que, de mis faltas saca el bien al humillarme por mis imprudencias.

Queridísimo Amor, te lo digo porque no sé valerme de la prudencia humana; concédeme abundancia de la divina. Como soy incapaz de convertirme hacia la tierra, haz que mi conversión se enfoque hacia el cielo. Después de que las personas a las que hablé con demasiado candor salieron de mi casa, quise reprenderme a mí misma a causa de mi imprudencia, deseando contristarme por ella. No lo permitiste, colmándome sobremanera de tus sagradas delicias y diciéndome que, en lo que no había tenido yo la culpa, no debía afligir mi espíritu con penas estériles; que tu sabiduría permitió estos arranques, que si eran mal interpretados como locuras por quienes escucharon estas imprudencias según los criterios humanos, no debía preocuparme por ello.

"Hija mía, bienaventurados aquéllos que no se escandalizan ante tu candidez ni ante faltas que calificas de locuras. Mi Apóstol dijo: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. [427] ¿Acaso no enloqueció Dios la sabiduría del mundo? (1Co_1_19s). Dios no ha elegido a muchos que son grandes según la carne: Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte (1Co_1_27s). Y también: El Señor conoce cuan vanos son los pensamientos de los sabios (1Co_3_18s). Hija, no busques en nada la gloria de los hombres. Todo es para ti, tú para Cristo, y Cristo para Dios. Quien tiene a Dios, lo tiene todo. Quien tiene todo bien, debe alegrarse." Al exhortarme a la alegría, me dabas lo que me mandabas. Mi alma se vio inundada o transportada de un gozo extraordinario. Al pasearme en mi habitación, te decía: " ¡Señor, sería tan dichosa de ser tenida por loca delante de los hombres sin que mis locuras te ofendieran! Estimo como nada el ser juzgada por ellos y por los principios humanos."

Mientras te hablaba no sólo mental, sino hasta vocalmente sobre esta dicha, me hiciste ver un altar, por encima de él, una multitud de personas que estaban siendo decapitadas [428] o que lo habían sido, y cómo, al mismo tiempo, un poder sobrenatural volvía a colocarles sus cabezas con tanta prontitud como destreza. Parecían así más hermosos y no mostraban señales de haber sido degollados, a no ser por una sobreabundancia de belleza y esplendor: Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios (Ap_20_4).

"Hija, esta es la visión que tuvo san Juan, la cual está descrita en su Apocalipsis. ¿Tienes el valor de ser decapitada por mí?" Animada del Espíritu que diste a tus mártires, desearía mucho poseer esta felicidad de ser degollada por ti, oh mi amable Verbo Encarnado. "Hija mía, como estás dispuesta a dar tu cabeza por mí, hay personas que te han decapitado no física, sino moralmente, reputando como locura tus visiones; pero yo me encargaré de mostrar que mi locura es más sabia que la sabiduría del mundo, corroborando así las palabras de mi Apóstol. Yo te doy y te devolveré tu cabeza y la uniré a ti por medio de las mismas personas que han dicho que todo esto es locura. Haré patente mi sabiduría. De este modo, por Providencia mía, ellos mismos te devolverán tu cabeza, y yo te contaré entre los mártires que dieron [429] su cabeza, y su vida por mí. Alégrate, hija mía, con aquéllos a quienes dirijo estas palabras: Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo (Lc_6_22s).

Durante el Adviento, tu bondad me rodeó de continuas caricias, no permitiendo que sintiera resentimiento alguno a causa de que su Eminencia se llevó mis escritos. Me reía al ver a mis hijas afligidas por no haberlos visto, arrepintiéndose por haberse dominado y mortificado tanto, al no permitirse entrar en mi habitación cuando algunas veces la Hna. Françoise la dejó abierta, estando mis papeles sobre la mesa o en el cofre.

Yo les decía: " ¡Hubieran desobedecido!" "No hemos hecho voto de obediencia para privarnos de lo que podemos hacer según Dios." " ¡Hubieran pecado de curiosas!" "Nuestra curiosidad en esto no nos hubiera hecho tan culpables como nos afligen al presente nuestra mortificación y el temor de desagradar a Ud." "Hijas, su Eminencia me ha prometido que [430] me los devolverá." "Madre, Monseñor no dijo cuándo se los regresará. Estamos disgustadas al verla tan indiferente ante la privación que sienten sus hijas. Ud. tiene la fuente de estas luces, pero su poca salud nos quita la esperanza de participar en los manantiales que Ud. nos prometió cuando llegara la hora." La Hna. Françoise, quien escribe lo que le dicto, era la más afligida de todas, y deseando morir a causa de este despojo, me decía: "Madre, suplique a Dios que la libre de tantos males que la afectan. ¡Ay, he pedido tanto a san José me conceda la gracia de poder pasar sus escritos en limpio para consuelo de la Orden y para alivio de usted en estas grandes aflicciones!"

"Hijas mías, el Verbo Encarnado es el Libro de Vida. El las instruirá por sí mismo y mediante muchas personas más capaces que yo. Además, su Eminencia prometió devolvérmelos en presencia del R.P. Milieu y del Sr. de Ville." "Sí, Madre, pero ¿Cuándo será esto? Hace ya siete años que su Eminencia tiene nuestra bula. Su corazón no siente cariño alguno hacia nosotras." "Es porque desea probar la constancia de los suyos. Obren como Abraham; esperen contra las apariencias de desesperación que se suscitarán en sus espíritus. No se aflijan. El Verbo Encarnado tiene gran cuidado de ustedes y de su Orden, por lo cual debo enmendarme, pues [431] mis pecados son la causa de todo lo que las aflige." Las consolaba como podía; la aflicción por algo, si dura mucho tiempo, es con frecuencia un remedio para otro tipo de penas. La divina Providencia dice que a cada día le basta su malicia; que en sólo doce horas su diestra puede obrar cambios para gloria suya y la salvación del prójimo.

Capítulo 88 - Cómo el Verbo Encarnado me insistió para visitarlo en el establo, para adorarlo y rendir mis humildes homenajes a su santa Madre, diciéndome que deseaba coronarme con su sangre. De otras gracias que concedió a mí y a su Orden.

 El primer día del año 1642, al tomar el sacerdote el copón sagrado para darme la comunión, tu bondad te urgió a entregarte a mí con un amor indecible. Me dijiste: "Ven del Líbano, novia mía, ven del Líbano, vente y serás coronada (Ct_4_8). Pero antes de acercarte a mí, saluda con todo respecto a mi admirable Madre y a su virginal esposo san José. Rinde tus humildes adoraciones delante de mi pesebre diciendo: Salve, santa Madre, que has dado a luz al Rey que reina sobre cielos y tierra por los siglos de los siglos. Admira a la incomparable Virgen, mi Madre, quien coloca su frente sobre mis rodillas para adorarme mientras que recibo la circuncisión con todos los rigores de la ley. Al ver mi sangre brotar con abundancia de mi herida, mezcló con ella su leche y sus lágrimas para acompañar mi llanto.

"Elías inclinó la cabeza hasta tocar sus rodillas; no vio sino una [432] nube que anunciaba una lluvia de agua. La que mi Madre contempló fue de sangre, de leche y de agua. Mi sangre es su leche, porque fui alimentado de sus pechos sagrados. Mis lágrimas se mezclaron con esa sangre y esa leche. Ella es una paloma que contempla los arroyuelos de agua y de leche, a los que adora en su calidad de sangre, leche y agua que fluyen del cuerpo de su Hijo, Dios-Hombre; todo, en conjunto, posee un mérito infinito. Ella engendró esta púrpura real admirablemente adornada, de la que es Madre. Yo soy su Hijo real y divino, su Señor y su Dios, Hijo y súbdito suyo; ella es la primera cuya frente y mejillas están adornadas de mi sangre: Tus ojos, las piscinas de Jesbón (Ct_7_5).

"Sus dos ojos son dos piscinas; al verme sufrir, ella aspira el olor de esta sangre y siente los dolores que el amor materno y la efusión de su propia sangre le causan y le causarán: Tu nariz, como la torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco (Ct_7_5), Damasco significa la sangre que brota o que corre. La Madre no puede ver la sangre de su Hijo sin que le provoque grandes repugnancias. Damasco significa, además, una representación de abrasamiento; esta Virgen contempla al Hijo de su amor dando su sangre ardientemente por amor. Adoraba esta sangre, dejando que le bañara la cabeza; podría habérsele dicho: Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena como la púrpura; ¡un rey en esas trenzas está preso! (Ct_7_6).

 [433] "Dile hija mía: Reina de los ángeles y de los hombres, Madre del Rey de reyes y del soberano Dios, te adoro cubierta de la púrpura real que engendraste y diste a luz en este establo. Te admiro adherida con los ojos, el corazón y el espíritu, a esos canales sagrados, a las venas adorables de tu Hijo, que nos ofrece su sangre. Hija, escucha lo que ella y san José te dicen a ejemplo mío: Ven, hija mía, para ser coronada de mi sangre; humilla tu espíritu y tu cuerpo al adorarme en todos estos misterios, y recibe esta lluvia adorable que te hará fértil en gracias, y más tarde abundante en gloria. Recibe, querida esposa, la sangre tan preciosa y amorosa como corona del reino del Amor, que te concedo y que mi Madre coloca sobre tu cabeza: Salid a contemplar, hijas de Sión, a Salomón el rey, con la diadema con que le coronó su madre el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón (Ct_3_11).

"Esta Virgen y su castísimo esposo san José se alegran por tu venida, se consuelan contigo diciéndote que han estado sufriendo, durante ocho días, temores extremos al pensar en el cuchillo de la circuncisión, que debía someterme a este rito. Yo mismo lo temía, por tener uso de razón y mi ciencia divina."

Me comunicaste muchas otras maravillas acerca de tu amor doloroso acariciándome divinamente. Alabando tus gracias en mí, me recibiste como a tu esposa de sangre, diciéndome que me constituirías princesa de sangre de un modo admirable, y que te había proporcionado un gran placer al seguir tus inspiraciones, dando a tus hijas, también mías [434] al entrar a la vida religiosa un escapulario rojo que simboliza tu circuncisión y tu Cruz ensangrentada, y sobre éste, una corona de espinas que rodea o encierra tu nombre sagrado, que es la unción de tus heridas.

Me siento obligada a repetir el significado de los hábitos de tus hijas puesto que ello es de tu agrado, según lo que me dijiste con tus expresiones amorosas. Es por ello que la Iglesia repite: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo al final de cada salmo. Tu Espíritu, todo Amor, soplaba, y mi corazón destilaba su sangre por mis ojos, que eran dos piscinas rebosantes de compasión amorosa.

Me dijiste que uniera mis lágrimas con las de la santa Virgen tu Madre y las de san José, a las tuyas, añadiendo: "Tú eres mi madre, me has dado a luz nuevamente en el mundo. Este escapulario que tus hijas mis esposas, reciben y portan al entrar al noviciado, es una clara representación de mi circuncisión; pero admira, amada mía, la conducta divina que te ha hecho aguardar hasta la profesión para darles el manto ojo. Esto es por seguir las órdenes que mi conducta divina obedeció desde mi nacimiento hasta mi muerte. En el Establo de Belén porté la banda roja; en Jerusalén y sobre el Calvario fui cubierto de un manto de burla enrojecido por mi propia sangre por la crueldad de los hombres, en cuanto a lo exterior, pero todo se hacía por mandato de mi divino Padre, quien ama a los hombres con el mismo amor que yo y el Espíritu Santo los amaba; amor que fue el motivo o el principio y término de todos mis dolores.

El pecado es causa y materia de ellos; [435] el amor, mediante mi muerte, se mostró al extremo ante los ojos de las creaturas, las cuales consideran mis sufrimientos; sin embargo, este amor es más fuerte que la muerte. Es conocido y comprendido únicamente por la divinidad. Es inmenso, es real. La muerte es sólo una privación, y el pecado una degradación. El amor es esencial, increado y subsistente. El amor es Dios; el amor es bondad que de sí se comunica."

"Hija, el amor agotó mis venas y vació la sangre y el agua que la muerte había dejado en mi cuerpo. El amor ciega para las cosas temporales, haciendo ver claramente las de la eternidad. El amor, aún careciendo de la vista, lleva derecho a la meta que es mi corazón, para hacer brotar en él una fuente después de mi muerte, y para lavar, colorar y vivificar a mis esposas después de su muerte moral y civil; por mi propia sangre, el alma adquiere la suya. Mi alma se adhiere a ellas; mi sangre las cubre por completo, lo cual está simbolizado en el manto que reciben el día de su profesión, que es el día de su muerte al mundo y de su nacimiento en Dios, en virtud de la sangre de mi Cruz. Yo pacifico en ellas al cielo y la tierra. Te corono, querida mía, con la sangre de mi circuncisión. Te visto de la sangre de mi Cruz mediante la confesión y la comunión. Con ella te alimento [436] Ven del Líbano, ven Otea desde la cumbre del Amana, desde la cumbre del Sanir y del Hermon, desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos (Ct_4_8). Ven desde esta montaña en la que los enemigos de mi Nombre y de mi gloria ejercieron tantas crueldades sobre mis mártires. Ven, hija llena de fe y de constancia, a recibir la corona de mis manos liberales; colocar sobre tu frente esta diadema, formada por mi propia sustancia, es la alegría de mi corazón amoroso.

"Mi sangre se apoyó sobre la naturaleza divina, encerrándose y fluyendo de mis venas; es la sangre de un Dios. Mis venas son para ti conductos de vida divina y caminos de salvación. Acércate por esta sangre, mediante la cual me llego a ti con gran deseo; mi amor es mi precio y mi movimiento amoroso está en todas partes como Dios, resido donde me place; yo en cuanto hombre, como el pontífice, subía al santuario por la sangre.

"Hija, recibe a tu pequeño Pontífice y a tu gran Dios por su sangre, que desciende hacia ti. Soy yo quien quiso recibir, por amor a ti, la Circuncisión, así como en otro tiempo Siquem lo hizo por amor a Dina, la hija de Jacob." ¡Pero, ay, querido Esposo! Este amor te hirió en el día de tu carne, pero en el día de tu espíritu te hará morir. Me refiero a los días Jueves y Viernes Santo, en los que habrás llegado a la edad del hombre perfecto, en la que te entregas a tu enemigo para poder entrar en tu amigo, el cual nos ha narrado el penar de tu espíritu: Jesús se turbó en su interior y declaró: "En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará." (Jn_13_21). El príncipe Siquem fue traicionado, muriendo a causa de esa traición. Tú mueres porque el traidor te entregará a tus enemigos y tu amor a la muerte. Al entregar tu espíritu y al inclinar tu sagrada frente, aceptaste esta muerte para darme la vida [437] Adoro la sangre preciosa que ofreces, llorando, el día de tu carne.

"Hija, es la sangre quien habla fuerte y favorablemente por ti a mi Padre, mientras que parezco ser el Verbo mudo." Muy querido y amoroso Esposo, mientras que la Virgen, tu santa Madre, y san José, su esposo, permanecen arrebatados de admiración en todo lo que a ti concierne, se consultan todo mutuamente, habla a mi corazón por medio del tuyo; una mirada de tus ojos me imprimirá tu amor. Este estado de infancia me da libre acceso a besarte amorosa y humildemente.

Tu silencio marca tu amor, que es todo corazón. ¡Mira, tú eres el Dios de mi corazón! He encontrado en este establo al que ama mi alma. Jamás lo abandonaré. Él está en casa de mi Madre en Belén, que perteneció a David, de quien la Virgen es hija. Esta casa del pan es también suya. Ahí ella engendró al verdadero Pan de Vida, produciendo en este lugar la fuente de David, que es un manantial abierto. Lo que Zacarías predijo proféticamente se cumple en este día: Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza (Za_13_1).

Como estás herido, tu llaga es una abertura de la que fluye la sangre que lavará mis pecados. Tu Nombre es una fuente de aceite. Tus ojos, dos arroyos del agua de vida; tu Madre tiene dos pechos que abundan en leche celestial.

Me invitaste a venir; me encuentro bien aquí, en tu compañía. Si lo quieres, moraré también contigo, tu santa Madre y san José, admirando junto con ellos lo que no puedo comprender: Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él (Lc_2_33).

 Capítulo 89 - Cómo el Verbo Encarnado armó a sus Apóstoles por mi causa, diciéndome que yo era su tabernáculo de cristal. De los grandes favores que me concedió en las fiestas de san Antonio, san Sebastián y san Matías, y cómo el Espíritu Santo me condujo al desierto.

 [438] Después de la Epifanía, continuaste prodigándome tus favores, complaciéndote en conversar conmigo en tu pesebre por medio de locuciones divinas. Para escucharlas, no tenía necesidad de oídos corporales. Me hiciste ver una escalera en las nubes, formada por las mismas nubes y construida como las de madera que acostumbramos utilizar. Admiré los escalones, tan bien hechos y acomodados con tanta propiedad. Esta escala se aproximó desde el oriente, deteniéndose al mediodía. Venía seguida de navíos hechos también de nubes, todos ellos equipados de modo admirable. Volaban a favor de un viento que era espíritu y vida. Me dijiste que se trataba de ángeles que se armaban para auxiliarme, los cuales me traían del cielo favores divinos, y que esta escala eras tú mismo; que los Reyes habían venido de Oriente para verte y adorarte, trayéndote el oro, la mirra y el incienso como a hombre mortal, como a Rey de reyes y Dios de dioses, de quien depende todo lo creado.

Me comunicaste muchas maravillas, las cuales no recuerdo por ahora, pero que confié al P. Gibalin. Me hiciste ver un tabernáculo de cristal, admirablemente engastado o cimentado en oro. Se abría por la parte superior, no a los lados ni en la parte inferior. Me dijiste que este tabernáculo estaba hecho para recibir a tu Majestad, que es un sol. Contemplé y admiré este lugar en el que tu Majestad deseaba hospedarse, [439] y te escuché decirme: "Hija y esposa mía, tú eres este tabernáculo de cristal en el que me complazco en entrar y reposar, para transpirar mis claridades a través de él.

"Los sagrarios de madera, de plata y oro, no son, como éste, convenientes para el sol. Tu alma, que es transparente, recibe al divino esposo, el cual es un sol que penetra en su alcoba nupcial. Muchas almas son como la madera, la plata o el oro: fructifican como la madera, resuenan como la plata y se comportan como el oro en la prueba; pero, como todo esto no es transparente, no puedo darme a conocer con claridad debido a que la madera, la plata y el oro son cuerpos opacos que no pueden ser atravesados por la luz. Te hice como un cristal, pero recuerda que eres frágil como el vidrio; me das a conocer porque tu candidez te hace transparente. Me dejo ver a través de ti, como el vidrio de un espejo. Te engarzo amorosamente con oro. Resueno por medio de tu pluma y de tu lengua como si fueran de plata. Considera el contenido del décimo proverbio: Plata elegida es la lengua del justo (Pr_10_20). El amor que siento por ti me lleva a hacer en ti, y de ti sola, todo lo que hago por los demás. Deseo vencer a mis enemigos por ti; sobre los reyes quiero reinar por ti; es mi voluntad transmitir mis órdenes, a través de ti, a los espíritus dominantes.

"Hija mía, no temas cosa alguna; yo te libraré de todos los males. Inclinaré nuevamente las colinas del mundo y a los grandes del siglo hasta mis pies, al camino de mi eternidad, cumpliendo una vez más el anuncio de Habacuc: Se hunden los collados antiguos, ¡sus caminos de siempre! (Ha_3_6). [440] Deseo que este tabernáculo que te he mostrado sea mostrado al mundo, a fin de que pueda ver mi luz. Ella lo hará más bello que todos los tabernáculos de Jacob y nadie podrá escapar a mi calor luminoso. Si los obstinados no se dejan vencer por mi bondad, serán exterminados por mi justicia. Hija mía, he venido del seno paterno al seno materno como vencedor, a fin de vencer. Miré y había un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; se le dio una corona (Ap_6_2). Yo soy este caballero del que se habla en el Apocalipsis, al que uno de los cuatro animales dijo a san Juan que fuese a ver, diciéndole: Ven. Miré y había un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; se le dio una corona (Ap_6_2). Tengo el arco de paz y de guerra en mi poder. Yo llevo puesta la corona. El arco de paz es para acariciar a mis amigos y anunciarles una lluvia de gracias; el arco de guerra es para espantar y castigar a mis enemigos; si no se convierten, mi brazo todopoderoso los destruirá y precipitará en los abismos; después de la muerte sigue el infierno.

"Aquéllos que menosprecien mi sangre, que es la sangre del testamento, serán gravemente castigados; mis mártires claman a mí para que vengue la suya, que fue derramada por la crueldad de los tiranos. Escucha lo que dice mi secretario al respecto: Vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron. Se pusieron a gritar con fuerte voz: ¿Hasta cuándo Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra? Entonces se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco (Ap_6_9s).

 [441] "Hija, espera todavía un poco de tiempo, yo triunfaré en ti. Recibe mi sangre en el tabernáculo que has visto; es un vaso elegido para eso. Enriquécete de mi sangre. Has visto cómo te he colocado como un vaso de cristal sobre el altar para recibirla. En esta sangre te lavarás y blanquearás tu vestidura. Tu alma encontrará en ella su baño agradable." Las palabras que me dirigiste fueron eficaces, pues me vi purificada en espíritu, embellecida y enriquecida con tu pureza, tu belleza y tus riquezas. Conocía en la medida en que deseabas revelármelo, que posees dentro de ti todos los tesoros de ciencia y de sabiduría, y que estás lleno de gracia, de gloria y de divinidad. Por ello te adoré, postrándome a tus pies con espíritu humilde, en compañía de todos los ángeles, los cuatro animales y los veinticuatro ancianos, ofreciéndote todo lo que me has concedido y diciendo: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza (Ap_5_12).

Los días de san Antonio y san Sebastián me hiciste grandes caricias. Antonio quiere decir una flor; fuiste para mí un Esposo floreciente. El día de san Sebastián te convertiste para mí en saeta amorosa que me traspasó deliciosamente [442] En la fiesta de san Matías me introdujiste al consorcio de los santos entre tus luces. Así como san Matías compensó mediante su fidelidad la traición de Judas, deseaba yo completar en mí lo que faltaba a tu Pasión. Descubre en mi alma, querido Esposo, la reciprocidad en el amor que los tuyos te han rehusado; éste es mi deseo: Conforme a la visión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios (Col_1_25). Quisiera quebrantar si puedo la obstinación de quienes ignoran tu amor y cuan apasionadamente (permítaseme la expresión) deseas su salvación, a fin de que no sigan recibiendo tus gracias en vano, sino que saquen provecho de tu divina palabra, llegando a conocer, todos a una, las santas riquezas de tu amor y de tu gloria.

Queridísimo Amor, perdona mis ímpetus; ellos imitan los tuyos. ¿Por qué sobrepasas con tus bondades todas nuestras malicias? Eres tú a quien la esposa se refirió, al verte venir hacia nosotros procedente del seno paternal: Helo aquí que ya viene, saltando por los montes, brincando por los collados (Ct_2_8).

 Tú, que sales del seno y del entendimiento paterno, ven a nosotros rebasando los ángeles. Te veo en este Sacramento de Amor y de gloria contemplándome por las ventanas de tus llagas; y me atrevo a decirlo, por las celosías de tus poros sagrados, por medio de los cuales te dilatas y comunicas a mí, multiplicando tus rayos luminosos y haciendo de estos poros amorosos canales que produzcan manantiales adorables. Me parece que deseaste salir por esos poros como un enamorado apasionado, a quien el amor presiona y hace caer en éxtasis.

 [443] Deseas dar tu vida por medio de tu sangre como muestra de tu amor, que es más fuerte que la muerte. ¿Qué estoy diciendo? Trato de terminar y salvarme a nado en los ríos de tu sabiduría, y me veo nuevamente rodeada por los torrentes de tu sangre. Si el amor no bogara felizmente sobre estas riveras, te diría: Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación, (Sal_50_16), puesto que con ella deseas lavarme y alimentarme, y después de mi muerte sepultarme en ella. Deseo vivir y morir en este mar inflamado, y cantar sobre sus olas el triunfo de tu amor.

Si desembarco en algún puerto sobre la tierra, será para anunciar a la humanidad que habita en ella que, mediante la sangre de tu Cruz, pacificaste el cielo, y que en esta misma sangre deseas apaciguar la tierra; que dejen de menospreciar esta sangre preciosa que es el precio de su redención; que no sigan dejándose encadenar por los lazos del pecado, del que tu sangre los redimió y que no aspiren sino a vivir en la libertad que adquiriste para ellos, por medio de la cual tu Espíritu obrará y será su guía, elevándolos de claridad en claridad hasta que sean transformados del todo en la luminosidad de este Espíritu de Amor. Donde hay amor, no hay más dolor; o si lo hay, nos parece amable.

 [444] Este Espíritu, todo benignidad, quiso conducirme al desierto junto contigo, mi divino esposo, diciéndome que allí te haría compañía y que hablarías a mi corazón, lo cual hiciste en medio de tantas delicias, que no habría querido salir de esta dichosa soledad. Así como tu discípulo amado fue divinamente instruido en tus misterios, te complaciste en enseñármelos y yo en aprenderlos; pero el placer de esta vida oculta y solitaria me fue arrebatado cuando su Eminencia vino de repente en Cuaresma y me dio la orden de escribir mi vida, y hacerlo con la luz de tu gracia. Queridísimo Amor, sabes bien hasta qué punto me mortificó esta orden y cuánta fuerza necesité para sobreponerme a mis repugnancias. Si el Espíritu Santo, que me condujo al desierto, no me hubiese tomado por la mano para encaminarme con sus acostumbradas caricias en medio del recuerdo de las gracias que el Padre, tú y él me han concedido; si no me hubiera elevado el Espíritu hasta la fuente de las divinas luces, en el interior de los archivos sagrados donde vi los originales de los extractos que me fueron comunicados, no hubiera podido escribir con orden ni secuencia, como este Espíritu me ha ayudado a hacerlo. No ha dejado de consolarme durante esta pesada tarea, ayudándome a caminar por los senderos por los que siempre me ha llevado [445].

Capítulo 90 - Que mi divino amor me enseñó a comulgar y a asistir a la santa Misa, diciéndome que hay varias clases de muerte, y a conversar con las tres personas de la santísima Trinidad durante las veinticuatro horas del día y de la noche

Mientras escribía, no me fue posible hacer otra oración sino la de aplicar mi atención a lo que hacía, con excepción del modo en que me enseñaste a asistir a misa y a prepararme a la santa comunión como lo haría un mendicante. Al despertar, después de adorar y dar gracias a tu Majestad, pido: 1. a los santos patriarcas me concedan su fe para acercarme al sacramento que es el misterio de la fe. 2. a los santos profetas, que me den su esperanza, la cual no se vio confundida, porque tú verificaste y cumpliste sus profecías. 3. Ruego a los santos apóstoles me alcancen la caridad que recibieron y aprendieron de ti y de tu Espíritu, que es fuego y caridad. 4. a los santos mártires, la constancia con la que murieron al confesar tu Nombre y sellar su fe por medio de su sangre. 5. a los santos doctores, la inteligencia de tus sagrados misterios. 6. a los santos confesores, la piedad y la devoción. 7. a los santos anacoretas, el don de lágrimas de la amorosa contrición y la unión y adhesión a tu amor, que hace que el alma sea un mismo espíritu contigo. 8. a los santos y santas vírgenes, la pureza para recibirte virginalmente a ti, que eres el vino que engendra vírgenes y la corona de todos ellos. 9. a los santos y santas viudas, la perseverancia en tu servicio y en tu amor [446] a los santos y santas casados, la paciencia para recibirte a ti, que resolviste encarar con paciencia las afrentas y los menosprecios que todos los pecadores te harán hasta la consumación de los siglos. 11. a los santos inocentes, la pureza interior y exterior para acercarme a ti, que eres impecable por naturaleza, y que dijiste que los puros y los rectos de corazón están adheridos y unidos a ti por el amor. 12. a los santos ángeles, la humildad que ejercitan al postrarse profundamente delante de tu adorable Sacramento. 13. a los arcángeles, la pureza que les permite acercarse a ti, que eres el Dios puro, en calidad de amigos de tu purísima Majestad. 14. a los principados, la nobleza y generosidad de corazón para ser unida a ti, que eres Rey de reyes y Señor de señores. 15. a las potestades, la fuerza contra mis enemigos; que me revistan con las armas de la luz, para acercarme a ti que eres el Señor de las batallas. 16. a las virtudes, el adorno conveniente a una esposa real para ser admitida al lugar en que residen las virtudes, que es también el tuyo, por ser el Rey de la gloria [447] a las dominaciones, la sujeción de mis pasiones, para recibirte dentro de mí, pues eres tú a quien estas dominaciones adoran con gran respeto. a los tronos, la paz y la quietud para ser el solio de tu pacífica Majestad. a los querubines, la sabiduría y la ciencia para conocer y adorar tus esplendores en la humilde inteligencia de tus voluntades; a los serafines, el amor ardiente para alojarte en mi corazón a ti Señor, que has venido a encender tu fuego divino, a fin de que arda en los corazones, y nos convierta así en holocaustos perfectos. Pido a mi buen ángel me acompañe en todas estas devociones, y me conduzca hasta la santa Virgen, tu Madre, pidiéndole todo lo que necesito para albergarte en mí y transformarme en ti; a tu Humanidad, la dulzura y la benignidad; al divino Santo Espíritu, la virtud de lo alto; a ti, Verbo divino, la sabiduría divina para conversar contigo; al Padre Celestial, el poder divino para permanecer contigo, según tu deseo, en su seno paterno.

 Hago mi acción de gracias y regreso o desciendo por las sendas que fui elevada, pidiéndote que dupliques la gloria de la Iglesia Triunfante, que multipliques la gracia de la Militante, y alivies las penas de la Sufriente. [448] Te pido por el Papa, por el Rey y por la unión de los príncipes cristianos; por la conversión de los herejes y los paganos, y que introduzcas a todas las almas a tu redil, santísimo y único Pastor.

Un día me dijiste, mi divino Maestro, que deseabas mostrarme de qué manera te agradaría más al asistir a la santa Misa. Primeramente, en el Introito, debía considerarme carente de ser subsistente y existente, en el centro de mi nada; a la Epístola, recibo de tu bondad el ser y la existencia. En el Evangelio, el bautismo, que es el verdadero nacer y la regeneración que me hace hija del Padre celestial por adopción, y me capacita para participar en los sacramentos y en la instrucción de todo lo referente a la religión católica, apostólica y romana. En el Credo, debo hacer profesión de la misma fe católica, conformándome en todo a los sentimientos de la Iglesia. En el Prefacio, me dispongo a morir por tu Nombre y para confesar las verdades de mi fe. En la Consagración, me coloco a manera de una hostia que debe ser sacrificada, como lo son el pan y el vino y recibo con amor sobre mi cuerpo, mi sangre y mi alma, estas divinas y todopoderosas palabras que pronuncia el sacerdote sobre las Especies, deseando ser transubstanciada en ti tanto cuanto sea posible, muriendo a mí misma con la muerte de amor que tanto estimas [449].

Me revelaste que hay varias clases de muerte: La primera es la del pecado, inventada por el demonio. La segunda es la muerte física y natural, que es castigo del pecado. La tercera es la muerte de los justos que deseó Balaam después de haber contemplado la muchedumbre de los hijos de Jacob. La cuarta es la muerte de los santos, que David consideró preciosa. La quinta es la de los ángeles, que consiste en la adhesión a tus decretos y un continuo deseo de honrar el anonadamiento o consumación que hiciste de ti mismo al tomar nuestra naturaleza mortal, para morir en ella. La sexta es la muerte que el amor divino inventó en la noche de la Cena; muerte que es divina porque sustituye, mediante la fuerza y el poder de las palabras divinas, a un Dios vivo, un Hombre glorioso, al destruir la sustancia del pan y del vino. Esta muerte es admirable: produce la vida del alma y la resurrección del cuerpo. Me dijiste que deseabas que muriera yo continuamente de este en el mismo Sacrificio de Amor que se ofrece continuamente en cualquier rincón del mundo, pero particularmente en el momento en que vea, me dé cuenta y escuche que el sacerdote consagra el pan y el vino. Me dijiste además que me sepulte en tu sangre cuando el sacerdote coloca la partícula de la hostia en el cáliz, diciendo: "La paz del Señor esté siempre con ustedes." [450] Añadiste que, en la Comunión del sacerdote, resucitase a tu gloria mediante una nueva vida en virtud de este pan vivo y vivificante, así como tú resucitaste para gloria de tu Padre; y que, al estar resucitada, busque las cosas celestiales y divinas, anunciando al mundo tus maravillas mediante los continuos deseos de tu gloria y de la salvación de las almas, realizando en mí las palabras de tu Apóstol: Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga_2_20).

Si la Sulamita, al considerar las frecuentes visitas del Profeta Elíseo dijo a su marido: Mira, sé que es un santo hombre de Dios que siempre viene a casa. Vamos a hacerle una pequeña alcoba de fábrica en la terraza y le pondremos en ella una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y cuando venga a casa, que se retire allí (2R_4_9s).

Queridísimo Amor, como tu augustísima Trinidad me favorece con su presencia casi continua, ¿de qué manera reconoceré estas gracias inexplicables que tus Tres Divinas Personas me comunican? Cediendo a mi deseo, me enseñaste la manera de obrar en vista de los favores de tu adorabilísima Sociedad y Divina Trinidad, dividiendo el día y la noche en tres partes: ocho horas para cada uno, diciéndome que por la noche, a eso de las ocho, adorase a la Persona del Padre en espíritu y en verdad, pidiéndole me permita conversar con él hasta las cuatro de la madrugada; que debo contemplar a este divino Padre en lo escondido de su gloria, en su propia penumbra: Ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día (Sal_139_12) inmortal e invisible a los ojos corporales, diciendo: Aunque diga: ¡Me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor, ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día, (Sal_139_10s) suplicándole que renueve en mí lo sucedido en la noche en que su poderosa diestra libró a los hebreos de la cautividad del Faraón, permitiéndoles pasar el Mar Rojo a pie enjuto. Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, [451] tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real, en medio de una tierra condenada al exterminio, (Sb_18_14s) rogando a este Padre todopoderoso se complaciera en mostrar el poder de su palabra, destruyendo a todos los espíritus nocturnos, superando el mundo y todo lo que me retiene en la cautividad de mis enemigos, permitiéndome atravesar el fondo seco del Mar Rojo de las pasiones, y haciendo ver en mí su poder adorable. Debo también suplicar a la santa Virgen, Hija mayor de este divino Padre, que supla a mis impotencias en presencia de su paternidad, y que ordene a tres coros angélicos le adoren por mí junto con la multitud de los santos. Desde las cuatro hasta el mediodía, adorarás en espíritu y en verdad la Segunda Persona, que desciende como un maná celestial y divino sobre todos los altares donde se le consagra. A partir de las cuatro horas, volarás por todo el mundo a los lugares donde se celebre la misa, admirando el amor que obra reproducciones de mi cuerpo, de mi sangre, de mi alma, pues son inseparables de mi Persona, la cual los sostiene divinamente mediante la unión hipostática. Conmigo están sobre estos altares, por concomitancia y secuencia necesaria, el Padre y el Santo Espíritu.

"Hija, contempla amorosamente a tu divino Oriente, que emana del seno del Altísimo para visitar a los hombres siguiendo las inclinaciones de la divina misericordia, que viene a iluminarlas porque yo soy el Sol de Justicia. Las libra de la muerte eterna encauzando sus afectos hacia caminos de paz, y dice: Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo (Lc_1_68). Levántate muy de mañana para recoger este y alimentarte de este maná divino, precedida de la gracia preventiva de mi inclinación amorosa hacia ti, y cubierta de la gracia subsiguiente, concomitante y justificante. Eleva tus humildes agradecimientos, ofréceme como acción de gracias a mi Padre eterno. Yo encierro todas las gracias, por ser la gracia sustancial; y como dijo mi Apóstol, [452] la gracia de Dios, que abrazó la muerte por todos, dándoles mi vida, afín de que vivan por mí, así como yo vivo por mi Padre, y que permanezcan en mí y yo en ustedes para que todos seamos consumados en la unidad, y pueda comunicarles la claridad que poseo junto con mi Padre desde antes de la constitución del mundo. Pide a la santa Virgen, mi augusta Madre, supla lo que tú ignoras mediante la sabiduría de la cual está llena, y que se complazca en mandar a otros tres coros angélicos que completen tus deficiencias, lo mismo que a todos los santos, de los cuales es Reina como lo es de los ángeles.

"Al medio día, adorarás la Tercera Persona, que es el Espíritu Santo que el Padre y yo producimos; es nuestro Amor común, nuestra pura llama, el término de nuestra indivisa voluntad, nuestra divina espiración, nuestro beso, nuestro bien, la divina producción emanante de nuestra fecundidad divina. Es el círculo inmenso de toda nuestra divinidad, que retiene en el interior toda nuestra inmensa plenitud sin producir cosa alguna en la Trinidad, porque en él todo es originado divinamente, augustamente y eminentemente. El desea concederte mil favores; es el céfiro que te acaricia delicadamente, al que la esposa llama con tanto anhelo para desterrar los fríos del Aquilón, diciendo: Levántate, cierzo, [453] ábrego, ven. ¡Soplad en mi huerto, que exhale sus aromas! (Ct_4_16).

"Pide ardientemente que aleje de ti toda frialdad, que abrase tu corazón con sus llamas vivas, y que te conserve en buen olor en presencia de nuestra Trinidad, de la Virgen mi Madre, de los ángeles y de los hombres, y que te ayude dulce, fuerte y fielmente, a seguir sus divinas inspiraciones, así como los misteriosos animales que vio el Profeta Ezequiel, los cuales enmudecían en virtud del espíritu de vida que los agitaba y los impulsaba según su impetuosidad; y aunque estaban cubiertos de ojos, y cada uno de ellos tenía cuatro caras y cuatro alas, disponían de manos y pies bajo sus alas para hacerte comprender que este Espíritu te llevaba, te iluminaba y te elevaba, deseoso de que avances y cooperes libremente a sus divinas mociones mediante afectos y obras, afín de que experimentes lo que dijo el Apóstol: Ahí donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad (Rm_8_21). Es esta divina libertad de hijos, en los que este Espíritu obra por amor y no mediante la fuerza: Hijos de Dios son todos y sólo aquéllos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (Rm_8_14s). El Espíritu Santo mismo dará testimonio a tu espíritu de que eres hija del Padre, esposa del Hijo y templo de este Espíritu de amor, quien te ha dicho que él es tu nodriza, con más bendiciones de dulzura que las que recibió Efraín: Yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos (Os_11_1).

454] "Efraín vivía en las sombras, era sólo una figura, mientras que tú eres la luz; no ignoras que este Espíritu te alivia de tus enfermedades y que te alimenta con la leche de la caridad; que él te lleva en brazos porque es tu amor y tú, a tu vez, deseas que él sea tu peso, ese peso del mediodía que te descansa al rehacerte en el parque luminoso que son las entrañas fecundas del Padre de las luces, que me engendra en el esplendor de los santos. Pide a mi dignísima Madre, esposa singular del Santo Espíritu, que ordene a los otros tres coros de ángeles y a todos los santos que te asistan.

"Hija mía, este es el día que la Trinidad actúa en ti; alégrate con ella, por ser ésta su voluntad, y canta: ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿Quién conoció el pensamiento del Señor? O ¿Quién fue su consejero? O ¿Quién le dio primero, que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloría por los siglos!" (Rm_11_33s).

De ti, oh Padre, por ti, oh Hijo, y en ti. Espíritu Santo, están todas las gracias que he recibido. a ti, Augustísima Trinidad, se vuelvan todas ellas para glorificarte por toda la eternidad en tus luces adorables: Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena (Qo_1_6s). Océano de bondad, de ti proceden todos estos favores: Al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir (Qo_1_7).

Continúa, Augustísima Trinidad, si así te place, el flujo de tus gracias sobre mí. Que el cielo, la tierra y el mar, con todo lo que contienen, te den gracias y te bendigan por mí.

He comenzado por ti, que eres mi principio. He proseguido por ti, que eres mi medio. Termino por ti, que eres mi término y mi fin infinito, este Inventario de tus gracias, por mandato de mi eminentísimo Prelado, al que [455]has honrado con la dignidad del cardenalato, nombrándolo Cardenal de tu Augustísima y santísima Trinidad. Bendice su sede con tu grandeza y con las bendiciones de naturaleza, de gracia y de gloria, así como a todas las ovejas de las que lo has constituido pastor. ASÍ SEA.











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AUTOBIOGRAFÍA Capítulos del 91 al 150

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Regreso del Cardenal Richelieu de Narvone a Lyon (1642).

De 1642 a 1665                                    

Capítulo 91 - Regreso del Cardenal Richelieu de Narvone a Lyon (1642). Lo que Dios me dio  a conocer acerca de la muerte de los Sres. De Thou y de Legrand. Su Providencia hizo venir al Canciller para el establecimiento de la Orden en Francia según los deseos de la Sma. Virgen. Triunfo de san Miguel.

            [650] Trinidad adorable, te supliqué continuaras en mi alma las efusiones de tus gracias, y como recibidas de ti, volvieran también a ti su origen y fin, y que no escribiría más, tan sólo me detendría en las adoraciones que tu amor me ha enseñado para estar contigo, la Sma. Virgen y todos los bienaventurados las 24 horas del día y de la noche.

            Hice tres novenas, la primera a san Miguel, la segunda a la Sma. Virgen y la tercera al Verbo Encarnado, por el alivio del brazo de su Eminencia ducal, que se me dijo estaba muy enfermo. Sé por el autor del libro de la Sabiduría, mi divino Salvador, que no hay mal en la ciudad, que tu justicia no lo ordene o por la menos la permita; hieres para curar. Te rogué, pues, que aquél que habías herido no muriera tan pronto, sino que según tu palabra volviera de Narbone, y mi oración fue escuchada, volvió a Lyon en donde se detuvo algún tiempo mientras se hacía el proceso de las Srs. de Legrand y de Thou, de cuya confusión temporal, hiciste nacer su gloria eterna.

            El Sr. de Legrand, no te honró mientras vivió en la grandeza porque la vanidad y la voluptuosidad le cegaron en vida, pero estando próximo a su fin, tu verdad lo iluminó en su abatimiento poco antes de morir.

            [651] La Sra. de Pontal, hermana del Sr. de Thou, llegó a Lyon poco tiempo antes que su hermano, y me hizo el honor de visitarme en nuestra Congregación para recomendar a mis oraciones a su hermano a quien amaba más de lo que podía expresar, me conmovió su dolor, te rogué por él confiadamente y me diste el secreto de este hermano; statum est hominibus semel mori (Hb_9_27). Está establecido que las hombres mueran una sola vez. A lo que te respondí: Señor, sé bien las palabras del Apóstol, que es un decreto que todos los hombres mueran una vez. Hija, los que están muertos y que mueren de la muerte segunda, mueren dos veces; este semel que te digo, es que tú no morirás de la muerte segunda, que es la muerte de los malvados. El no morirá más que una vez: el dichoso momento de su felicidad eterna está cercano. Esto se lo dije al P. Gibalin el 7 de septiembre, un día después de que me lo aseguraste y le rogué, no afligir con tanta anticipación a la Sra. de Pontal, porque tanto ella como otras muchas personas de Lyon esperaban que su hermano no sería condenado a muerte  y esta esperanza se mantuvo en el animo de todos hasta el viernes 17, algunas horas antes del medio día.

            El día de la Natividad de tu santa Madre, fui elevada a una contemplación muy sublime en la que me explicaste el Sal. 24, Domini est terra, et plenitudo ejus (Sal_24_1). De Yahvéh es la tierra y cuanto hay en ella; que la Sma. Virgen estaba en ti y tú en ella, a la que habías llenado de gracias y de gloria; [652] cuando ella te concibió encerró en sus entrañas a aquél que el cielo no ha podido contener; quia ipse super María fundavit eum, et super flumina præparavit eum (Sal_23_2). Que él lo fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos. La apoyaste sobre un mar de divinos favores, e hiciste que una parte de ella misma se apoyara sobre tu soporte divino.

            Después de la Virgen están todos los santos, que son como ríos que reciben de ella su gracia y su gloria, pero ella las recibe en plenitud. Está sentada a tu derecha para comunicar tus favores a las iglesias triunfante, militante y sufriente. De ella salen las aguas como las vio Ezequiel salir del Templo, primero llegaron; usque ad talos, hasta los tobillos; la segunda vez usque ad genua; hasta las rodillas, y la tercera usque ad renes; hasta la cintura (Ez_47_4).

            A los principiantes les purifica los pies de todas las aficiones terrenas; a los aprovechados los hace adoradores de tu grandeza y a los perfectos los fortifica las riñones para que vuelen a ti y sean fieles a tu amor. Para las que ya están en la gloria, ella es un torrente que no pueden pasar sin sumergirse en esas admirables aguas exclamando con el Profeta: Torrentem quem non potui pertransire, quoniam intumuerant aquæ profundi torrentis, qui non potest transvadari (Ez_47_5). Torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar.

            [653] Sólo el hombre que viene de oriente y que es el Oriente en la divinidad, puede medir estas aguas que son las perfecciones de esta Virgen incomparable, la santa Madre. Viéndome abismada en sus grandezas, me abandoné a su bondad perdiéndome en este feliz naufragio y muriendo a todo la visible, ya que no tenía vida mas que para adorar lo Invisible, el cual me invitó a subir sobre las olas de este torrente con deseos inocentes, ofreciéndome los méritos de su Madre para recibir de él una abundante bendición que llenó de alegría mi alma. Parecía que participaba de las alegrías de esta Virgen que contempla la faz del Dios de Jacob y que me trasmitía su claridad y su gozo. Cuando conté todo esto al R. P. Gibalin, se admiró y mandó le dijera todo esto al Abad de Cerisy, quien a su vez se admiró de todo lo que le decía de la incomparable María, [654] que me parecía una fuente de esplendor, veía a Dios en ella y ella en Dios, explicándome el misterio de la Encarnación con tan grandes luces, que hasta mi cara aparecía luminosa y mi espíritu daba a conocer que mi amor tomaba porte en la dicha de aquellos animales misteriosos que arrastraban el carro de la gloria de Dios; Et animalia ibant et revertebantur, in similitudinem fulguris coruscantis (Ez_1_14). Y los seres iban y venían con el aspecto del relámpago. A medio día la Sra. de Pontal vino a verme acompañada del Sr. de Boissac, quien le aseguraba que su hermano no sería condenado a muerte; que este era el común sentir de todos y de la mayor parte de las jueces; pero tú, mi verdadero oráculo que no puede mentir, me aseguraste que dentro de pocos días moriría y que sería uno de aquellos que tomarían parte en la primera resurrección; hecho que no les podía disimular.

            Apareció claro que fuiste su salvación, su sostén y su luz interior que lo fortificó cuando estuvo en el [655] cadalso para ser privado por la espada, de su envoltura exterior. No sólo murió resignado, sino, que le dio valor al verdugo y volviste perfecta su caridad amando a aquellos que le quitaban la vida, parafraseando este Salmo admirable: Credidi propter quod locutus sum (Sal_116_10). Creí por eso hablé. De la abundancia hablaba su boca: humillándose de todo corazón, conociendo que los pensamientos de los hombres son vanos y que sólo en Dios está la verdad. No encontrando nada mas digno en él qué ofrecerte, te presentaba el cáliz de su salvación por todos los bienes que le habías hecho, alabándote porque rompías los lazos que los habían unido a las creaturas, como aquellos de la vida que le ataban el alma al cuerpo, dando testimonio de su entrega en presencia de tantas personas que asistieron a tan bella muerte por la que iba a entrar a la vida eterna, donde iba a entregar su alma delante de los ciudadanos de la [656] celeste Jerusalén, donde tu misericordiosa bondad lo iba a colocar por un amor para mí inexplicable, diciendo con el Apóstol: Dilexit me, et tradidit semetipsun pro me (Ga_2_20). Que me amó y se entregó a si mismo por mi.

            Al día siguiente, 13 de septiembre de 1642, la Sra. de Pontal, su hermana, me vino a ver inconsolable. Oh Madre, me dijo, sabíais bien que mi hermano moriría y no me lo dijisteis, el R. P. Gibalin me ha dicho que dijisteis que el 7 de este mes os lo había revelado Nuestro Señor. Señora, la divina Providencia me hizo prever que no debía anticipar vuestra aflicción; el día de la Natividad de Nuestra Señora, me vinisteis a ver con el Señor de Boissac quien os acompañó a vuestra casa y me quedé con el Abad de Cerisy, al que recomendé la causa de vuestro [657] hermano. El Abad habló con Mons. el Canciller según vuestras intenciones con todo el empeño que su bondad y vuestra gran aflicción le inspiraron, pero ignoré el decreto del Verbo Encarnado, que quería hacerlo participe de su gloria por esta muerte. El P. Gibalin os ha dicho que supe de su salvación por la boca del mismo Señor que lo quiso glorificar el día de su confusión. No calaré Señora, los sentimientos que mi alma tiene de su felicidad, que participa por el amor de nuestro adorable Verbo Encarnado que quiere que yo la consuele con esta feliz noticia: vuestro hermano no morirá de la segunda muerte, y el vivirá la vida eterna toda la eternidad.

            Pocos días después Mons. el Canciller, dijo al Sr. Abad de Cerisy que quería venir a verme, lo que alegró mucho al Sr. Abad que tenía un gran afecto por mi, pues su alma y la mía estaban fuertemente unidas por [658] la caridad como la de Jonatás a David. El le respondió: Monseñor, el R.P. Gibalin, jesuita, me aseguro que la Madre de Matel le había dicho a principios del año de 1633, que el Verbo Encarnado por mediación de san Miguel, os daba los sellos del Reino atados con un cordón azul, asegurándole que seríais el Canciller de Francia.

            Tu sabiduría que dispone suave y fuertemente todas las cosas, permitió que viniera a verme Mons. el Canciller a quien no había visto más que en visión. Tan pronto como me saludó me sobrecogió un gran temor que no podía ni responderle a pesar de que las palabras que me decía estaban llenas de suavidad, sinceridad y caridad. No me dejó el temor sino hasta después que se fue, y me quejé a tu bondad que la disipó diciéndome: descendit in hortum (Ct_6_2). Ha bajado a su huerto.

            Hija el exterior del canciller es como la corteza de la nuez, dura y de apariencia demasiado severa, pero su interior es dulce, ungido con el aceite de mi gracia y misericordia que es muy grande en él; cuando te vuelva a ver [659] no lo temerás. Quiero que tú y él sean como los dos querubines que estaban a los lados del Arca de la Alianza para que miren perpetuamente con intención pura. Los he elegido a los dos para que él juzgue de las cosas exteriores y tú de las interiores. Yo lo he hecho canciller y no los hombres que sólo son ministros de mi voluntad.

            El proseguirá el establecimiento de mi Orden en Francia, te hará ir a París y verás las armas de Francia unidas a la Santa Sede, cumpliéndose así la visión que tuviste estando en Roanne; verás una mística extensión de mi Encarnación, una generación espiritual muy bien expresada por estas palabras de san Mateo: Jacob autem genuit Joseph virum Maríae, de qua natus est Jesus, qui vocatur Christus (Mt_1_16). Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.

            El es por dilección el padre del Abad de Cerisy a quien tú miras como a José para que cuide de mi establecimiento, José será el [660] padre espiritual y superior de mi familia, y el hombre que he escogido para ayudarte; y tú serás, guardada la proporción, como mi santa Madre que me harás nacer; él será como el padre adoptivo y tú la madre de la que ya he nacido por esta Orden en Aviñón y todavía naceré en Francia de ti y por ti, para extender mi Encarnación.

            ¡Y bien, hija mía! ¿La Sma, Virgen, no ha realizado la visión que nuestra hija Isabel Grasseteau tuvo durante las 40 días que permanecí en el establo de Belén? La espada que mi Madre llevaba, figuraba la muerte dichosa de los dos que fueron degollados el 22 de septiembre. El Sr. de Thou le tuvo devoción cuando era escolar y fue congregante, por eso le concedió esta muerte que le permitió actuar como cristiano y reconocer la vanidad del siglo, y si hubiese vivido mas tiempo se habría perdido.

            Sor Isabel no entendió esta visión, te la explico dándote a conocer todo el secreto de cómo mi Madre ha procurado su salvación por esta muerte temporal e hizo que el [661] juicio fuese en Lyon, para hacer venir al Canciller de Francia y así pudiera visitarte y te permitiera fundar mi Orden en Francia. Tú viste como ordenó mi Madre a los ángeles que hicieran venir a los jueces de todas partes de Lyon para asistir al juicio de estas dos personas y dar a conocer así, las gracias que te he hecho, te hago y haré por pura bondad. Queridísimo Amor, seas por todo bendito e igualmente tu santísima Madre, mi bella Noemí, que conduce todo para tu gloria y mi provecho.

            El día de san Miguel me hiciste ver la gloria y honor con que la honras, que pensé ser la tuya, si no me hubieses dicho que esta gloria que te era debida por derecho y por adquisición, por bondad la comunicabas a este primer fidel que arrojó del cielo al primer rebelde a tu ley y a sus deberes, y con él a todos sus adeptos: Et factus est praelium magnum in caelo: Michael et Angeli ejus præliabantur cum dracone et draco pugnabat et Angeli ejus; et non valuerunt neque [662] locus inventus est eorum amplius in caelo. Et ipsi vicerunt eum propter sanguinem Agni (Ap_12_7s). Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya lugar para ellos en el cielo. Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero.

            Todos estos ángeles vencieron bajo sus órdenes y después de esta victoria comprendí grandes maravillas de este gran Príncipe de la milicia celestial: Multa magnalia de Michaele Archangelo qui fortis in prælio fecit victoriam. Muchas cosas grandes se han dicho del Arcángel Miguel que, poderoso en la guerra, consiguió muchas batallas.

            Quisiste que este vencedor se me apareciera en un carro de triunfo lleno de brillo y claridad; ascendentem ab ortus solis, habentem signum Dei vivi (Ap_7_2). Que subía del oriente y tenía el sello de Dios vivo. Pero la mayor maravilla de tu bondad fue al elevarse a ti por tu gloria, se inclinaba a mí por tu gracia, invitándome a subir por orden tuya, al mismo carro de triunfo. Confundida más de lo que puedo explicar, me humillé y abismé en mi nada. Durante este anonadamiento, los ángeles que participaban de su triunfo, se elevaron cerca de él con tanta magnificencia, que ni el ojo ha visto, ni el oído escuchado, ni el corazón del hombre pensado, porque estos favores están por encima de los sentidos y de los pensamientos del corazón humano, y no sé como [663] el alma puede animar su cuerpo mientras ella está tan ocupada en amar, admirar y adorar tu divina gloria en sí y en tus espíritus, todos llamas y esplendor. Solamente diré las palabras del Apóstol después de su arrobamiento al tercer cielo; sive in corpore nescio, sive extra corpus nescio, etc (2Co_12_2). Si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, etc.

Capítulo 92 - El Verbo Encarnado me dijo que quería abatir las colinas del mundo, quitando al Cardenal Richelieu, quería establecer su Orden en Francia y conservarle los sellos a Monseñor el Canciller,

            El día de san Francisco de 1642, el Sr. Abad de Cerisy, nos dio un sermón al que varios de los que aún permanecían en Lyon con Mons. el Canciller, quisieron asistir, entre ellos estaba el Sr. de Laubardemont, consejero del Parlamento de París, quien al salir de nuestra capilla fue a ver al cardenal de Lyon, el cual le preguntó de dónde venía. El respondió: vengo de oír una exhortación del Sr. Abad de Cerisy. ¿En que lugar? En el Verbo Encarnado. Pero queriendo el Sr. de Laubardemont explicarse mejor, le dijo: en la casa de la Madre de [664] Matel: Su Eminencia le respondió: Nada de Madre de Matel. El Sr. de Laubardemont no contestó nada dándose cuenta que su Eminencia no era favorable a la Orden ni a mi persona, que ignoraba sus severas respuestas. Pero tú, mi divino Amor, que en cuanto Dios estás presente en todo por esencia, presencia y potencia, no lo ignoraste y como habla el Apóstol san Pablo: Jesus Christus heri, et hodie: ipse et in sæcula (Hb_13_8). Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre, esperaste la hora en que estuviera sola ante el Santísimo Sacramento como ordinariamente lo hago por la tarde, para mostrarme tu resentimiento.

            Elevaste mi espíritu por una fuerte suspensión y me sorprendí al oírte pronunciar fuertemente estas palabras: quare fremuerunt gentes, et populi meditati sunt inania? (Sal_2_1). ¿Por qué se agitan las naciones, y las pueblos mascullan planes vanos? Señor, ¿Quién te ha puesto en esta justa cólera? Es aquél que se opone a mi Orden; no detengas más mi brazo con tus oraciones, quiero que mi Orden se establezca en Francia, no me ruegues mas que deje en la tierra al Cardenal Richelieu, quiero que muera para abatir y humillar las colinas del mundo en el camino de mi eternidad.

            Hace varios años te dije que heriría al primogénito de Egipto, que ocupa la sede en la que se ha endurecido como [665] Faraón y aunque no es el primogénito por naturaleza, lo es en la corte, en la que está bien representado Egipto; ha recibido el obispado cuando el cardenal de Lyon se hizo cartujo. Hija, quiero romper este vaso de tierra y reírme de aquellos que se apoyan en su autoridad; qui habítat in caelis irridebit eos, et Dominus subsannabit eos (Sal_2_4). El que se sienta en los cielos se sonríe, Yahveh se burla de ellos. Me explicaste todo este Salmo que desprecia los poderes aparentes de la tierra.

            Querido Amor, sabes bien como quedé afligida por tu resolución de quitar la vida temporal a aquél que en otro tiempo me habías dicho que conduciría a Francia por disposición tuya, así como Moisés condujo al pueblo de Israel. Hija, esto se acabó, voy a quitar del paso a las personas que se oponen al establecimiento de mi Orden como su Eminencia, el mismo que te vino a ver y se dijo ser el confesor del cardenal de Richelieu.

            Viéndome triste me acariciaste con dulzuras inexplicables diciéndome que [666] no querías sufrir más que los poderosos de la tierra me hiciesen languidecer por más tiempo, esperando la fundación del Instituto, y que no me afligiese más por lo que para mi era ventajoso.

            Querido Amor, no me aflijo porque quieras quitar el obstáculo que retarda tu gloria en esta Orden sino porque un bien particular no me conmueve tanto como uno general; perdóname, pero me parece que Francia perderá mucho y tu Iglesia no ganará nada, este cardenal eleva la gloria de la una y de la otra, ¿pero Señor, quien soy yo, polvo y ceniza para atreverme a replicarte? No mi voluntad, Señor, sino la tuya, además, me la dices con tanta suavidad que hasta siento un delicado entusiasmo.

            Dirigiéndome a san Bruno de quien al día siguiente era la fiesta le dije: gran santo, ¿No podrías ablandar el corazón del que aún es tu hijo aunque no viva en ninguno de tus conventos? ¿Por qué lo dejaste salir del desierto para que resistiera a la Orden del Verbo Encarnado nuestro amor? Ah, no me dices nada, entonces estás conforme con aquél que la permite sin duda, por buenas razones.

            [667] Desde esa tarde ya no pude orar para que se prolongara la vida de Mons. el Cardenal como lo hacía, aunque su muerte me hizo temer que le fueran quitados las Sellos a Mons. el Canciller, al que dije lo que me habías dicho, y al Sr. Abad de Cerisy, quienes se acordaron de la muerte de la pequeña hija del Duque de Languidiére, que sucedió en el día que se los dije, por lo que vieron que tú eras mi verdadero oráculo. Me acariciaste amorosamente diciéndome que cumplirías todas tus promesas y las de tu santísima Madre.

            La noche del 17 al 18 de noviembre de 1642, cuando dormía, fui llevada en sueños a un barrio de París, donde vi una gran multitud al lado de san Dionisio, el que estaba revestido con sus hábitos pontificales y con él había numerosos santos que lo asistían, entre los que reconocí a san Pedro, san Pablo y a san Martín. San Pablo decía a san Dionisio lo que debía hacer en esta gran solemnidad y cómo debía aparecer como el verdadero obispo de París, ante esta gran multitud. Me dio a entender que lo [668] siguiera y que él hacía esta entrada grandiosa y pontifical para tu gloria, Verbo Encarnado, así me hiciste conocer que tu establecimiento en el barrio de San Germán en París, estaba próximo, y no te desagradó que me entretuviera familiarmente con san Pablo a quien dije: Gran ApóstoL, admiro tu gran humildad, pues a pesar de que eres letrado y maestro de Teología de san Dionisio, le ayudas a celebrar los sagrados misterios. A la izquierda, con un aspecto también de humildad, estaba san Martín, pero tanto uno como el otro, me parecieron grandes santos. Después de este sueño recibí una carta del Sr. Abad de Cerisy, que me escribía de París lo sucedido en ese día. Una persona devota había oído Misa en la capilla del hotel en donde estaba alojado Mons. el Canciller y durante ella tuvo un rapto. Por el confesor de esta persona supo el Canciller lo que le habías dado a entender durante este rapto. Le dijo que tu Majestad quería que Mons. el Canciller, me hiciera ir a París para establecer allí tu Orden y que el Sr. Abad de Cerisy estaba destinado a trabajar en ella; de sí mismo hablaba con gran modestia, humillándose cuando lo querías exaltar.

            [669] La víspera de san Andrés abrasaste mi corazón de amor moviéndome a pedirte el establecimiento de tu Orden en Francia. Ese mismo día Mons. el Cardenal de Richelieu se agravó hasta el jueves 4 de diciembre de 1642 en que murió, todos estos días te he pedido por él, de librar su alma y tú no rechazaste mi plegaria. Ahora te lo vuelvo a pedir, mi divino Amor. Monseñor el Canciller hizo todo lo posible para hacerme ir a París y para apresurar el establecimiento de tu Orden en Francia; pero yo no podía ser movida mas que por tu Espíritu, y permanecí siempre en una tranquilidad que no puedo expresar; por una parte tu amor me instaba a amarte con más fidelidad que antes, testimoniándome que encontrabas sumo placer en cumplir tus promesas y en que yo te lo agradeciera con humilde reconocimiento.

            El 14 de enero de 1643, estando en oración por la tarde, me [670] hiciste ver tus entrañas amorosas consumidas por el fuego de tu caridad diciéndome: Hija, el celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas me ha consumido así las entrañas. Querido Amor, ver tu santo cuerpo, este sagrado templo, quemado, de manera que no veo en tu pecho ni en tu estómago, ni en tu costado; ni corazón, ni intestinos. David hablando en tu nombre dijo: Factum est cor meum tamquam cera liquescens in medio ventris mei. Aruit tanquam testa virtus mea (Sal_21_15s). Mi corazón se vuelve como cera, se me derrite entre mis entrañas. Está seco mi paladar como una teja. Oh mi Jesús, ¿Puedo verte así sin desfallecer? Dios de mi corazón, ¿por qué dejas el mío en mi pecho, cuando el tuyo está consumido por el amor, o es que te lo has quitado para poner ahí el mió que está en ti? Hacedlo, querido Amor, y todos tus santos dirán: Et factus est in pace locus ejus, et habitatio ejus in Sion (Sal_75_3). Su tienda está en Salem, su morada en Sión.

            Señor, es que tú vives entre sombras de muerte porque no ver en ti más que tinieblas, te asemejas a un tronco quemado; esto me hace comprender tu palabra dicha por tu Profeta Ezequiel: Ossa arida, audite verbum Domini (Ez_37_4). Huesos secos, escuchad la palabra de Yahveh. [671] Creería que sueño o que veo un fantasma y no al Verbo Encarnado, la Palabra de vida que hace vivir su cuerpo con las marcas de la muerte hasta dónde el pecado y el amor te han reducido.

            Querido Amor, entras en el Jordán y te ofreces en holocausto y todo esto no puede apagar la llama de tu infinita caridad. Elías, y todo el pueblo con razón, creían ver un gran milagro cuando descendió fuego del cielo para consumir su holocausto, empapado y rodeado de agua aunque no tanta como la del río Jordán. Me invitas, mi Admirable, a contemplar estas maravillas y yo te adoro, sé bien que puedes hacer subsistir dos contrarios en un mismo sujeto; que a un mismo tiempo me muestras el ardor de tu amor y los pecados de los hombres; que eres un Dios vivo, y un holocausto perfecto, un río de gracia, un mar de gloria y un fuego que consume.

            [672] El 18 de enero, acordándome que Mons. el Canciller se llamaba Pedro, te rogué con fervor por él en mi comunión y quisiste asegurarme que lo protegías en predilección que por varios años le conservarías los Sellos. Dirigiéndome a san Pedro y a san Miguel para obtener de tu bondad esta confirmación, no me despidieron, y como respuesta a mi petición, un olor muy abundante y agradable embalsamó todo el día mi cuarto y los lugares por donde pasaba. Una de mis hijas sin advertírmelo llevó a las hermanas y a las pensionistas, unas después de otras y luego a todas juntas para participar dos veces de este agradable olor que se aumentaba con profusión. Te ruego, divino Amor, que él y yo podamos decir con verdad: Christi bonus odor sumus Deo (2Co_2_15). Somos para Dios el buen olor de Cristo.

Capítulo 93 - Diversos estados en que puso Dios a mi alma y sufrimientos interiores indecibles que me envió. Establecimiento del monasterio de Grenoble, mi regreso a Lyon y viaje a París.

            [673] El día de la Purificación de tu santa Madre en 1643, fui favorecida de tu bondad y te dije: Inveni quem diligit anima mea, tenui eum, nec dimittant, danec intraducam ilium in domum matris meæ (Ct_3_4). Apenas habíamos pasado, cuando encontré al amor de mi alma. Le aprehendí y no le soltaré hasta que le haya introducido en la casa de mi madre. ¿Podría dejarte ir sin acompañarte a todas partes después que tu santa Madre te rescató para mí, así fuese al mismo Egipto, para esperar allí con ella ser llamada para volver a Israel?

            Querido Amor, los Evangelistas no dicen nada de lo que les pasó en Egipto a ti, a María y a san José y en verdad, no se sabe cuantos años permanecieron allí; pero sé bien que hace siete años escribo lo que me pasó desde que salí de Lyon para ir a Aviñón por orden de tu providencia y animada por las padres Gibalin y Arnoux; este último me dijo que te pidiera me trataras como lo habías hecho desde mi infancia, pero, ¿es que tengo palabras para expresar lo que mi alma ha sufrido desde el tiempo que tú sabes, divino Amor?

            El miércoles, después de la fiesta de la Purificación [674] pusiste en mi un tedio indecible; ese día mi espíritu cambió de estado casi a cada momento; a veces me veía en el limbo en sombras de muerte deseando mi redención; después me parecía que descendía todavía más abajo donde era tentada a desesperar de mi salvación. Necesitaba decir con Job: Quamobrem elegit suspendium anima mea et mortem ossa mea desperavi, nequaquam ultra jam vivam (Jb_7_15s). ¡Preferiría mi alma el estrangulamiento, la muerte más que mis dolores! Ya me disuelvo, no he de vivir por siempre. Me veía sin orden y sin apoyo aunque merecedora de estos sufrimientos porque mis pecados estaban contra mi, y todas las creaturas tenían derecho de vengar a su Creadas por mis muchas crímenes, más de los que pueda enumerar, otras veces me hallaba en el purgatorio con penas que reconocía ser muy justas, sin poderme quejar de la justicia divina y aunque deseaba verme libre de aquellas penas, no lo quería hasta que pagara por mis pecados, quejándome de mí misma, de mis ligerezas y faltas. Algunas momentos [675] ponía mi espíritu en gozo, pero esta felicidad duraba tan poco, que solo gozaba de paso, volviendo luego a mi tedio diciéndote: Quare posuisti me contrarium tibi, et factus sum mihimetipsi gravis? Cur non tollis peccatum meum, et quare non aufers iniquitatem meam? (Jb_7_20s). ¿Por qué me has hecho tu blanco? ¿Por qué te sirvo de cuidado? ¿Y por qué no toleras mi delito y dejas pasar mi falta?

            Señor mi Dios, que desgracia verme, por tu justo rigor, en un estado que parece contraria a mis deberes y a tu amor, puesto que el amor es fuego para la casa amada. ¿Por qué no me libras de este peso a que me reduce mi propia gravedad? Tú que quitas los pecados del mundo, líbrame de los míos. Quis det ut veniat petitio mea, et quod expecto tribuat mihi Deus? Sit consolatio, ut affligens me dolore, non parcat, nec cantradicam sermonibus sanctis (Jb_6_8s). ¡Ojalá se realizara lo que pido, que Dios cumpliera mi esperanza! Tendría siquiera este consuelo, exultaría de gozo en mis tormentos crueles, por no haber eludido los decretos del santo.

            El jueves antes de la cuaresma de 1643, la Sra. de Revel, Abogada General de Grenoble, llegó a Lyon con los señores priores de san Roberto y de Croisil trayendo carta y orden del R. P. Arnoux para llevarme a Grenoble, de lo que sentí una gran [676] repugnancia, pero el P. Gibalin me persuadió a hacer este viaje. Le dije: Padre, ¿quien dará la fundación y que dirá el Señor Cardenal de Lyon cuando sepa que he salido de Lyon sin su permiso?, además, aún no habré entrado a Grenoble cuando la fundación de París me necesitará. Todas las razones fueron inútiles; el P. Gibalin quería a toda costa que saliera de Lyon, diciéndome que él me excusaría ante su Eminencia a su regreso de Marsella y que retardaría el establecimiento de París hasta que el de Grenoble estuviera hecho. No pude resistir a su voluntad aunque me parecía más a propósito establecer primero el Monasterio de París.

            El domingo de quincuagésima me resolví a dejar Lyon después de haberle dicho al Padre: Padre, esta noche vi una hoguera a la que se me obligaba a entrar, mi sencillez no permitió disimular mi contrariedad a los dos priores y a la Sra. de Revel diciéndoles: Su celo me obliga a pasar por encima de todas las dificultades que se presentan a mi espíritu, [677] porque ni la tempestad, ni la nieve, ni el frío extremo en que habéis venido, ha podido resfriar vuestra caridad: Nescit tarda molimina Spiritu Sancti gratia. La gracia del Espíritu Santo no sabe de tardanzas. Digamos pues con santo Tomás que queremos morir por el Verbo Encarnado, subamos a nuestras literas, Señora, y salgamos de Lyon sin decir a nadie nuestra partida. Llegamos al día siguiente, entre las 3 ó 4 horas, al priorato de Mons. de San Roberto, quien nos trató con gran bondad y como a las 7 u 8 de la noche llegamos a Grenoble. La condesa de Rochefort y la Sra. Presidenta de Chevrière, su madre, la Sra. de Semiane y otras damas de calidad, vinieron a nuestro encuentro y dijeron que era necesario permanecer algunos días desconocidas en Grenoble, que el Sr. Presidente de Chaune y su esposa me ofrecían su casa. Me recibieron con mi querida hermana Grasseteau (mi fiel compañera), con gran bondad, alojándonos y costeando nuestros gastos hasta el Jueves Santo, por la que les estamos muy obligadas. El Sr. de Miribert, pariente de la Sra. de Revel, me ofreció gentilmente una parte de su casa frente a los Rev. Padres Capuchinos para empezar allí el establecimiento.

            [678] El Sr. Presidente de Chaune, admirado de los escritos que el R.P. Gibalin me había mandado dar a la Sra. de Revel y a los susodichos Señores priores, quienes se los habían prestado, me pidió, que si tenía otros se los prestara. Si no hubiera conocido la bondad de tal señor y huésped, se los hubiera negado, pero como ya no eran secretos desde que su Eminencia de Lyon me los había quitado, y el P. Gibalin, a las personas que consideraba conveniente los conocieran les daba los que tenía en su cuarto, ya se encontraban en diversas provincias. Te decía: Mi divino Amor, nuestros escritos son como las manzanas de Jerusalén, quien las puede llevar, las lleva; posuerunt Jerusalem in pomorum custodiam (Sal_78_1). Han dejado en ruinas a Jerusalén. Que esto sea para tu gloria y mi confusión.

            Mons. de Grenoble, habiendo visto algunos escritos en manos del Sr. de Chaune, le pidió dijera a su esposa lo fuera a ver y que yo la acompañase, en cuanto me vio me ofreció su protección y [679] permiso para fundar en Grenoble, pero nadie se ofreció para sostener económicamente la fundación. Me dijo que él creía que yo la podía hacer, que le presentase una solicitud a él y otra a la ciudad, la que hice, obteniendo tanto de él como de la ciudad lo que pedí.

            Cuando ya estaba esto, los Señores del Parlamento me dijeron que era necesario tener las cartas patentes de su Majestad. El Sr. Canciller se tomó la molestia de escribir a 3 o 4 personas del Parlamento, para recomendarles el establecimiento de tu monasterio, algunos me vinieran a ver con mucha educación, pero otros, se opusieran al establecimiento diciendo que ya había bastantes en Grenoble.

            Alrededor de la fiesta de tu Encarnación, estando en oración, vi una cruz semejante a la de san Andrés, que parecía extenderse a los cuatro rincones del mundo. Me dispuse a sufrir en todo y por todo el mundo, para llevar la palabra de la cruz que los mundanos no quieren: verbum enim crucis pereuntibus quidem stultitia est, (1Co_1_18). Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden, pero para las elegidos es sabiduría: et virtus iis autem qui salvi fiunt, id est nobis, Dei virtus est. Más para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios.

            [680] La víspera de las santos Apóstoles Santiago y Felipe, el Sr. Consejero Le Roux, me vino a ver para decirme que iba a ser necesario esperar, porque temía la resistencia de los que eran contrarios a nuestros deseos. Pensé escribir a aquél que estaba más resuelto a resistir, creyendo que tu Espíritu me movía a hacerlo; pero la prudencia humana estaba decepcionada y pensaba que esta persona iba a descomponerlo todo. Tu Providencia al contrario, lo dispuso para afirmarlo. Esta persona resolvió no estar en la reunión diciendo que yo lo rechazaba al decirle que no podía ser juez y parte al mismo tiempo, y fue seguido de otros tres, que apenados por mi carta, pensaron como él; de esta manera dejaron sólo a los que favorecían el establecimiento. ¡Oh divina Sabiduría! Me hiciste decir lo que la Iglesia canta el sábado de gloria: O felix culpa, dichosa falta contra la prudencia humana que hizo salir a los que hubiesen impedido la obra, porque así no hubo mas que una voz unánime en favor nuestro.

            Estaba en la Iglesia de los Capuchinos, donde [681] comulgué y me bañé en lágrimas al acordarme que una noche oí, que en el mes de mayo, y hoy era el día dos, día de san Atanasio, me iba a encontrar con una gran cruz y dije: A imitación tuya espero contra toda esperanza, haz que el Verbo Encarnado triunfe hoy por esta insignificante mujer; es el mismo Verbo Encarnado del que tú sostuviste la divina igualdad que tiene con su Padre.

            Pocos días después, el Sr. Consejero de san Germán, pariente de la Sra. de Lessain, que no aprobaba nuestro proyecto, me vino a ver diciéndome que le perdonara las resistencias que había puesto a la obra, que estaba dispuesto en adelante a ayudarme. Le respondí: Señor, fue necesario que os convirtieseis como Saúl, a quien el Verbo Encarnado se le apareció y dijo los secretos que no decía a las hombres. Aquí tenéis, Señor, os confío la historia de mi vida que escribí por mandato de Mons. el Cardenal Arzobispo de Lyon, vuestra prudencia no lo dirá a nadie, vedla y sabed que Dios solo, ha hecho estas maravillas y que él mismo da testimonio de sí, y su [682] testimonio es verdadero. Ahora os digo que nuestro Rey, Luis XIII, morirá dentro de pocos días porque he oído estas palabras de los ángeles, inscritas en Daniel; in sententia vigilum decretum est (Dn_4_14). Ha sido decretado en base a la sentencia de los vigilantes. Le digo esto porque se dice en Grenoble que una persona devota de Provenza, ha dicha que vivirá aún trece años.

            El 17 del mismo mes de mayo, por la tarde, me vino a ver con la Sra. de Lessain, para saber qué día iría a Aviñón para traer cuatro Religiosas. Le dije: Dios mediante mañana. Como hablamos juntas en una sala, la Sra. de Lessain y él, vieron lo mismo que yo, caer una gran silla sin que ninguna persona visible la hubiese tocado, lo que los extrañó sobremanera.

            Al día siguiente, 18 de mayo, día dedicado a san Félix de Cantalice, salimos de Grenoble para Aviñón, por el río que entra en el Ródano, el Sr. Bernardon, mi querida Sor Grasseteau y yo, y llegamos el sábado 20 de mayo a las siete de la mañana a nuestro Monasterio. [683] Mis religiosas salieron en procesión a la puerta del convento a recibirme. Mi alegría fue tan grande cuando las vi, que olvidé todos los sufrimientos que había tenido y que no es a propósito escribir aquí.

            Después de llegar a esta ciudad, se me dijo que nuestro Rey había muerto, lo que no me extrañó, sabiéndolo ya como noticia del cielo y por la caída de la silla, acordándome que las sedes y tronos de este mundo, no duran.

            Los Señores y Señoras de Aviñón, me vinieron a visitar para testimoniarme su alegría, pidiéndome me quedase en nuestro Monasterio, pero Mons. de Grenoble, me había pedido regresara lo más pronto posible.

            El sábado, víspera de la Sma. Trinidad, dije adiós a mis hijas, no sin lágrimas en los ojos y [684] partido el corazón, dejando la mitad con las que se quedaban, si puedo hablar así. Llevé conmigo a tres de las que habían sido las primeras de la fundación de Aviñón y que eran: Sor María del Espíritu Santo Nallard, Sor Teresa de Jesús Gibalin, Sor Juana de la Pasión Fiot, Sor Petrita de la Concepción, nacida en Grenoble, y una tornera de Aviñón; regresábamos en la carroza siete, contando a mi queridísima Sor Grasseteau, fidelísima compañera cuyas enfermedades y debilidades corporales me daban compasión. Las lluvias habían sido tan abundantes, que los ríos estaban desbordados, los caminos inundados parecían torrentes, y los ríos, mares; al pasar apenas se tocaba la tierra, los caballos asomaban sólo la cabeza, el agua entraba en la carroza hasta por encima de los asientos, fue necesario ponernos todas de pie. Además, la [685] carroza estaba en tan malas condiciones, que se temía no caminara más de tres leguas sin romperse, porque además iban tres cofres y otras casas; el cochero y su criado, estuvieran en peligra de perecer. El prior y las hermanas parecían el miedo personificado, pues temían perecer en este diluvio, y no se atrevían a exponer sus temores viéndome a mí con tanta confianza, como si estuviera en mi oratorio acordándome de lo que dice el Profeta: In mari via tua, et semitæ tuæ in aquis multis. Tu es Deus qui facis mirabilia (Sal_76_20s). Por el mar iba tu camino, por las muchas aguas tu sendero. Tú el Dios que abra maravillas.

            Tú, Dios mío, obraste no sólo sobre las aguas y en las aguas, sino sobre la tierra, porque nuestra carroza por mucho tiempo fue transportada y sostenida por tu poder, por lo que ya [686] no pensé más. Los que me acompañaban, viéndome recogida me pidieran te rogara nos asistieras en este peligro y que tu santa Madre nos mirara con benignidad, diciendo: de vultu tuo judicium meum prodeat. Perfice gressus meos in semitis tuis, ut non moveantur vestigia mea. Mirifica misericordias tuas, Qui salvos facis sperantes in te (Sal_16-2s). Mi juicio saldrá de tu presencia; ajustando mis pasos; por tus veredas no vacilan mis pies. Has gala de tus gracias, tú que salvas a los que buscan a tu diestra refugia contra los que atacan.

            Cuando pasamos todos estos peligros y precipicios, el Prior y las Hermanas, admiraron tu providencia sobre nosotros, y creyeron que tus ángeles, con san Rafael a la cabeza, nos habían conducido milagrosamente y cantaron el Te Deum en acción de gracias. Llegamos a Grenoble el 2 de junio de 1643, entre 8 y 9 de la noche. El Sr. obispo de Grenoble quiso que recibiéramos su bendición antes de entrar a la casa de la Sra. de [687] Vitalieu, preparada para el Monasterio. La mañana siguiente, como a las 8 horas, el Sr. Prior de Croisil, dijo la Misa y expuso el Santísimo Sacramento; nuestras Religiosas recitaron en alta voz el oficio en el coro, y después de vísperas, el R.P. Arnaux pronunció el sermón al que asistieron con mucho gusto, gran parte de los Srs, y Sras, de Grenoble. Mons. de Grenoble me envió su carroza el mismo día por la tarde, para que fuera a verlo; él no pudo venir al nuevo monasterio del Verbo Encamado, porque al otro día, a las 4 de la mañana saldría para París, desde donde comenzó a instarme para que fuese a fundar el tercer monasterio de la Orden, mi querido Verbo Encarnado. Todos mis amigos se interesaban porque me apresurara a fundar este monasterio porque temían se le quitaran los sellos al Sr. Canciller al comenzar la regencia. El Sr. de [688] Servière, que al presente es embajador en el Piamonte y en presencia de la Marquesa de Saboya, me dijo que el Sr. Séguier, no era ya ni guarda sellos, ni canciller, que ya el Sr. de Chateauneuf, era las dos cosas. Entonces le dije: el Sr. Séguier es lo uno y lo otro o el Señor no escucha mis oraciones, confío, aunque indigna, que él las escuchará como lo hizo cuando le pedí la salud de vuestros dos hijos; mi corazón se conmovió cuando os vi llorar temiendo su muerte después de trece días de fiebre continua, y me dijisteis que por mis oraciones el Señor les había devuelto la salud. Las oraciones por sus hijos no las hice con menos confianza que ahora que le pido que los sellos continúen en poder de Mons. Séguier. Es verdad, Madre, me contestó, que debo la salud de mis hijos a vuestras oraciones y quiero creer que el Sr. Séguier seguirá siendo el guarda sellos.

            Muy querido Amor, que te complaces en escucharme [689] y no puedes dejar en la turbación a tu sierva. Por olores muy suaves me confirmaste a la mañana siguiente, que el Sr. Séguier tenía los nuevos sellos del pequeño Rey, Luis XIV: Testimonia tua credibilia facta sunt nimis (Sal_92_5). Son veraces del todo tus dictámenes.

            Los médicos temieron que los excesivos calores me hicieran mucho daño, al grado de decir que no respondían de mi vida, si no se me hacía tomar un descanso, que no podía viajar tanto por los dolores de cálculos que sufría y que no emprendiera el viaje a París sin tomar las aguas y los baños. Dejé Grenoble el día 30, y el 2 de julio, día de la Visitación de tu santa Madre, llegué a Lyon donde tomé las aguas y los baños, para obedecer.

            El Sr. Abad de Cerisy, y la Sra. del Canciller, me apresuraron para que adelantara mi viaje a París y Mons. Obispo de Grenoble, mandó a su oficial con dos religiosas a Lyon, de las cuatro que había llevado de Aviñón, para llevarlas a París. Rogué al Sr. Prior de Denicé, regresara a [690] Grenoble y pidiera al Oficial las Hnas. María del Espíritu Santo y de la Concepción. Este compartir se hizo sin ruido a causa de la peste que había obligado a las Hnas, a irse a la casa del Sr. Barón de Baufin, padre del Prior de Croisil.

            El Sr. Bernardon llegó a Lyon con mis dos religiosas, el 3 de agosto, día de la invención de las reliquias de san Esteban primer mártir, y envié en su lugar a Sor Elías de la Cruz y a Lucrecia de Belly, quienes llegaran el 6 de agosto, a las puertas de Grenoble, pero no pudieran entrar en la ciudad a causa de la peste; y se fueron a reunir con las hermanas a Uriage, donde estaba la casa del Barón de Bouffin padre del Prior de Croisil.

            El viernes 7 de agosto salimos de Lyon para París, el prior, las dos religiosas, mi querida Sor Grasseteau, Sor Gravier y yo.

            Viste bien, mi querido Amor, cómo mi alma estaba triste por temor del gran mundo, pero sin desear otra cosa que sacrificarme por tu gloria y la salvación de mi prójimo. Me acordé que san Pablo, escribiendo a los Romanos les dijo: Unuscuisque vestrum proximo suo placeat in bonum, ad ædificationem. Etenim Christus non sibi placuit (Rm_15_2s). Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación: pues tampoco Cristo buscó su propio agrado.

            Renuncié a todos los placeres que tenía en mi soledad y a los consuelos que mi alma recibía en la santa montaña de Lyon, deseaba que la sangre que con tanta abundancia corrió sobre esta montaña del Gourguillon, en los días de tantos mártires, me hubiese seguido, como se dice del agua de la piedra que siguió al pueblo de Israel.

            [691] La repugnancia a salir de Lyon no detuvo mi camino. Movía con mis deseos el cielo, la tierra y las aguas, rogando a tus ángeles nos condujeran con bienestar y salud a fin de llegar a París el día de la Asunción de tu gloriosa Madre, para dedicarle nuestra llegada y todo lo que se haría después. Mi deseo fue cumplido, a pesar de lo que creían los remeros, porque el río estaba tan bajo que temían nos detuviera la arena, pero oh maravilla, tus ángeles aumentaron el agua en tal abundancia, que los bateleros se extrañaron de ver esta crecida sin haber llovido ahí ni en los alrededores.

            Nos detuvimos casi dos días en Orleans y el cochero que nos llevó de allí a París, se extrañó de que antes del medio día de la Asunción de 1643, que era sábado y habiendo salido el viernes bastante tarde, temió que se le reprendiese por ir demasiado aprisa y nos hizo dar casi toda la vuelta a París y entrar por la puerta de San Honorio, sin haber puente cercano al Louvre.

 Capítulo 94 - Nuestra llegada al barrio de San Germán y cómo la Providencia divina nos alojó esa noche. Al día siguiente el Verbo Encarnado se me apareció en brazos de su santa Madre, y lo que me sucedió hasta la fiesta de Todos Santos.

            [692] Rey de Reyes, Señor de Señores y Soberano Monarca del cielo y tierra, aunque muchas personas de calidad habían ofrecido alojamiento para tus hijas, tu prudencia quiso que la noche que llegamos a París no encontrásemos ninguna, a fin de que con alguna razón pudiéramos decir: Non erat eis locus in diversorio (Lc_2_7). Porque no tenían sitio en el alojamiento. Y por una dichosa necesidad, nos acostamos en un pequeño cuarto más bajo que el piso de la calle, y si no hubiese tenido chimenea, habría estado más apropiado para establo, ya que estaba destinado para varios animales domésticos.

            Entré con una alegría indecible, acordándome que tu santa Madre y su querido esposo san José, estuvieron más mal alojados la noche de tu nacimiento, lo que atrajo a los ángeles a venir a cantar tus triunfos sobre la gloria del mundo y las vanas riquezas de la tierra, alabando la verdadera gloria del Padre, admirando la Paz que habías traído a tu santa Madre, a [693] san José y a todos los hombres de buena voluntad. Pude cantar con deleite y gozo: Regnum mundi et ornatum sæculi contempsi propter amorem Domini mei Jesu Christi (Maitines del Oficio de santas mujeres, responsorio de la 8a. lectura). Desprecié el reino del mundo y el ornato del siglo por amor de mi Señor Jesucristo.

            El R.P. Carré, Prior del Noviciado de santo Domingo, nos vino a ver pronto y nos mandó la cena. Una hora después, el Sr. Abad de Cerisy vino con una antorcha, acompañado del Señor Gurlat; como era tarde estuvieron muy poco tiempo, porque del hotel del Señor Canciller donde se alojaba, distaba alrededor de medía legua del barrio de San Germán. Tu Majestad me hizo conocer que ahí querías establecer tu monasterio, por lo que le pedí al Sr. Abad de Cerisy nos alquilara una casa propia para establecernos allí; lo que hizo en mi nombre por el precia de 800 libras, que estimé como un alto precio para esta pobrecita, pero me confié en tu magnífica liberalidad que me había dicho: meum est argentum et meum est aurem (Ag_2_8). Mía es la plata y mío es el oro.

            Al otro día, 16 de agosto, el Señor Abad de Cerisy con el R.P. Procurador de la Abadía, de parte del R.P. Brachet, Gran Vicario del Sr. de Mest, Duque de Verneuil, Abad de San Germán, Señor de este barrio y Superior del Monasterio,  vino a presentarme [694] las patentes del Rey y el breve de dicho Señor. Me aseguraron que me veía con ojos de bondad y la alegría que muchos tenían por nuestro establecimiento. Tan pronto como se preparó una pequeña capilla y se colocó un altar, el Sr. Abad de Cerisy celebró la santa Misa en la que comulgamos, dando gracias por tantos favores. Después de comulgar te vi, mi divino Salvador en los brazos de tu augusta Madre y teniendo en las manos dos llaves de oro que me presentaste de una manera tan agradable que abrieron mi corazón, diciéndome: Hija, he aquí las llaves para abrir los corazones, así como san Jacinto nos llevó a mí y a mi Madre, salvándonos de nuestros enemigos por un milagro de amorosa confianza, sálvame de aquellos que me persiguen por su mala voluntad y sus desórdenes.

            Por la tarde me vino a ver el R.P. Carré, para decirme que la Sra. Duquesa de Rocheguyon, enviaría su carroza para que me fuera a vivir a su casa mientras terminaban de arreglar en la que estábamos, diciéndome que se ofendería si rehusara su ofrecimiento. Como me sentía obligada por las atenciones que había tenido para mí, durante mi primera estancia en París, quise volver cerca de ella, aunque por ti sabía que las cosas no estaban como los superiores del monasterio deseaban, porque tú querías que yo fuese la fundadora en lo temporal y la Institutriz en lo espiritual.

            El miércoles 19 envió por nuestras dos Religiosas y mi querida Sor Isabel Grasseteau; nos alojamos con ella y nos trató con gran caridad, por ella te suplicamos con humildad, la recompenses.

            [695] Al reconocer todo lo que ella ha hecha por las más pequeñas de tus hijas, según tu promesa, sabes cómo se mortificó y sufrió mi alma, cuando no quedó satisfecha, pues quería sostener a dos jóvenes a perpetuidad, en una fundación que empezaba y era tan pequeña, pidiendo hacerlo en las cláusulas de la minuta; y cómo rogué porque ella gozase de las privilegios de fundadora a mi concedidos, aunque no hubiese dado más que los gastos de las bulas y la alimentación de una compañera y de mí, por cerca de tres años, pero no quiso aceptar mis ofrecimientos ni la compensación por los gastos que por nosotras había hecho, una vez mas te ruego, mi divino Salvador, le devuelvas el céntuplo y la vida eterna. Permanecimos en la casa de la Sra. de Rocheguyon hasta la víspera de Todos Santos en que nos cambiamos a nuestra casa, en donde se había construido una pequeña Iglesia y hecho muchas reparaciones para hacerla en alguna manera cómoda y regular. Tu Providencia me dio antes de salir de Lyon, lo necesario para hacer todos los gastos, lo que te agradecí humildemente, mi adorable Bienhechor confesándote el sentimiento o repugnancia que tuve, cuando supe que una buena señorita, por caridad, había dicho a las personas, que en cierta manera me habían obligado a continuar el establecimiento, que había sido necesario hacer fuertes gastos en la pequeña Iglesia y que los arreglos de la casa me costarían mucho, por lo que no tendría para alimentar a las religiosas ni [696] sostener el monasterio, si no se nos hacían algunas limosnas. A las que me hicieran saber esto los dije: que agradecía mucho su buen deseo, pero que ya no le había pedido esta caridad, ya que no he puesto mi confianza en los hambres sino en la Providencia del Verbo Encarnado que cuida de mi, y que al llegar a la casa, traía seis mil libras para los gastos de su reparación y para amueblarla.

Capítulo 95 - El Verbo Encarnado me dijo no me apresurara a obligarme a la clausura. Gracias que me hizo los días de san Martín y santa Cecilia y el primer domingo de Adviento. Después de la bendición del monasterio, el primer día del año 1644, se colocó la santa Cruz.

            La tarde del día de la fiesta de Todos Santos, te dije: Mi divino oráculo, ¿Qué dices de lo que se me propone, que tome el santo hábito y me haga pronto religiosa? Hija, me dijiste, no precipites nada, di a los que te presionan que Saúl, por no haber hecho caso a mi Profeta Samuel, me desagradó, pensando serme propicio con sus holocaustos, por lo que el Profeta le dijo: Stulte egisti (1Sa_13_13). Te has portado como un necio. Tu Reino será dado a otro mas fiel y puntual en obedecer la voluntad de Dios y que sea según mi corazón, díselo a tu director y él lo hará todo; espera mis órdenes y no hagas nada por respeto humano; homo enim videt ea quae parent, Dominus autem intuetur cor (1Sa_16_7). El hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón. Tu Apóstol dijo: si agrado a los hombres no soy servidor de mi Maestro. ¡Oh Salvador, querido Amor!, no quiero mas que tu gloria, lo que no es tú, es nada para mí. Haré lo que mi director me ordene según tu voluntad. [697] Hija, estás aquí en la soledad, sostenida por dos grandes alas: mi gloria y la salvación de las almas y otras dos grandes alas con apariencia de dignidad sobre la tierra, han apresurado tu venida. Serás alimentada por Dios que te libró del dragón que vomitó un río de cólera contra ti. La tierra de mi Humanidad santa te recibirá y nada te podrá dañar. He provisto a todo lo que falta para mi establecimiento y para tus necesidades. Tu bondad me hizo otras muchas gracias que escribí en otros cuadernos y no pongo aquí para no ser tan larga.

            Los días de san Bartolomé, de nuestro Padre san Agustín, de la Exaltación de la santa Cruz, de las Apóstoles san Simón y Judas, de san Martín y de santa Cecilia, fueran para mi días de grandes favores que tu bondad me concedió; pero ah, mi divino Salvador, no te veía contento con dos personas por las que te pedía y a las que me sentía obligada porque desearon el establecimiento de la casa de París. El mes de septiembre de 1643, vi voltear tu rostro a la primera; y de la otra me dijiste el día de los santos Apóstoles Simón y Judas: Penitet me; me pesa profundamente, haberles hecho el favor que te he mostrado. Desde ese tiempo no me has hecho ver en ellas nada que me alegre aunque he orado por ellas. Querido Amor, mi Señor y mi Dios, te ruego que de tal manera las ilumines, que una y otra te agraden.

            Divino Amor, recuerda que la víspera de san Lucas, del año 1625, que fue en el que salí de la casa de mi padre, me prometiste que no sería llamada la abandonada, y [698] aunque parece que las personas que me hicieron venir, me dejan, no temo. Tus ángeles son demasiado fieles cumplidores de tus órdenes y saben bien que les has encargado cuiden de mi, esto me hace descansar. Señor, te pido perdón de tener una extrema repugnancia a permanecer fuera de Lyon, París me es una estancia molesta. Hija, aquí tú me glorificarás, a pesar de la aversión que sientes. Ten valor, serás mi descanso glorioso; dum non facis vias tuas, et non invenitur voluntas tua (Is_58_13). Lo honras evitando tus viajes, no buscando tu interés ni tratando asuntos. Te elevaré a grandes alturas, et cibabo te hæreditate Jacob, (Is_58_14). Te alimentaré con la heredad de Jacob. Es mi boca la que te ha prometido y promete esto.

            El día de san Martín, me hiciste participar de la gloria y amor de este ferviente prelado y muy digno Pontífice, diciéndome que si habías alabado en la presencia de los ángeles, la limosna que te hizo siendo aún catecúmeno, menos callarías delante de tu Padre y de estos mismos ángeles, el que yo te revistiera al recibir a tus esposas, las alimentara y sostuviera. Divino Amor, lo hago con los bienes que me has dado y me das todos los días, pero tu bondad me confunde al decirme, que las revisto de hermosos y buenos hábitos, y que yo me cubra de los más ruines que pueda tener.

            Dios de mi corazón, que habitas en lo más alto de los cielos, dígnate mirar a la más ruin de tus siervas cuando se cubre de estos harapos. El Rey Profeta me asegura de esta tu amorosa bondad diciendo: Quis sicut Dominus noster, qui in altis habitat, et humilia respicit in cælo et in terra? (Sal_112_5s). ¿Quién como Yahveh nuestro Dios, que se sienta en las alturas, y se abaja para ver los cielos y la tierra? Me dijiste otras cosas que como ya dije, escribí en otros cuadernos, por lo que ya no lo pongo aquí.

            El día de la gloriosa Virgen y Mártir santa Cecilia, me dijiste que de mi [699] pobreza, te había edificado una nueva Iglesia, donde te alojabas con tus amigos como quisiste alojarte con tus santos, en la casa de esta santa, la cual mas tarde fue consagrada como Iglesia, agregando: Mi esposa y mi hija, tus vestidos exhalan mi buen olor, ahorras para darme, te humillas para exaltarme. Señor mi Dios ¿puede la nada abajarse y la soberana grandeza, puede ser exaltada? Permíteme que te diga en mi admiración: Deus meus es tu, quoniam bonorum meorum non eges (Sal_15_2). Tú eres mi Señor, mi bien, nada hay fuera de ti. Que afortunada sería si viviera y muriera por ti y si me hicieras el favor de que tu Evangelio de luz y de amor, lo llevara siempre en mi entendimiento y descansara en mi corazón como se dice de santa Cecilia.

            El primer domingo de Adviento se encontró mi alma en un abatimiento inexplicable, tanto, que le dije a mi querida hermana Grasseteau, que rogase por mí, y bajé a la capilla en ese mismo momento. Aproximándome al altar te dije: Querido Amor, no puedo más, mi alma está acabada de debilidad y tedio, sostenme y ruega a tu Padre por la más débil de tus amantes, me abandono por tanto a tu amor, pues me siento desfallecer si tú no me sostienes. Con amorosa bondad me recibiste en tu seno apoyándome en tus brazos dispuestos de tal manera que podía confiarme al cuidado de tu amor. En este estado recibí el consuelo de un amante fiel, tan poderoso como amoroso. Me pusiste sobre tus brazos y tu corazón, como a la Esposa del Cantar de las Cantares, haciéndome [700] ver que tu amor es mas fuerte que la muerte, porque es la muerte de mi muerte, y el freno para que no caiga en el infierno; porque a esta tristeza la llamé mi infierno, porque mi alma estaba desolada y parecía estar rodeada de dolores de muerte y abrumada de las penas del infierno porque no te veía a ti, que eres su paraíso.

            Me levanté de la oración como una persona que ha sido sacada de las tinieblas y puesta en una gran luz, pudiendo decir lo que Ana, la madre de Samuel: Dominus mortificat et vivificat, deducit ad inferos et reducit (1Sam_2_6). Yahveh da muerte y vida, hace bajar al sheol y retornar. Me encontré a mi querida hermana Grasseteau y le pregunté si había rogado por mí, y me dijo: Lo hice con gran compasión al empezar mi oración y con gran admiración al terminarla. Le pregunte qué oración había hecho y la razón de estos dos diferentes sentimientos. Madre, me dijo, en cuanto estuve de rodillas os vi en espíritu como desmayada y agotada por la pena, pero en un momento, el Verbo Encarnado de edad como de 33 años, se apareció delante de vos que estabais sentada y él de rodillas os miraba con ojos de piedad y amorosa dilección, dándoos una gran confianza, por la que ahora estáis mas cerca de él; os tuvo entre sus brazos y estrechó sobre su corazón, levantó los ojos al cielo y rogó a su Padre por vos de una manera inefable. Durante su oración os vi sin saber cómo, elevada sobre un trono glorioso con vuestros vestidos ordinarios. Estoy admirada, más de lo que puedo explicar, cómo fuisteis elevada de la tierra al cielo, sin que os haya visto pasar por en medio. Esta hija mía me dijo lo que yo ya sabía por mi propia experiencia, no había sido elevada o sentada en el [701] trono donde me había visto sino que ella vio el signo visible de la cosa invisible; este misterio o sacramento de amor, es inexplicable para una creatura sujeta a la carne. Esto sería mejor explicado por los ángeles, espíritus puros que van del principio al término sin pasar por intermedios, sin sacar las consecuencias por los antecedentes.

            El 18 de diciembre, día de la expectación de tu santísima Madre, mi espíritu fue elevado tan alto, que se encontró más en el cielo que en la tierra, y como lo he escrito aparte, no diré más de lo que juzgo a propósito para este inventario de tus gracias. Oí de una manera inefable: Urbs Jerusalem beata dicta pacis visio; Ciudad de Jerusalén, dichosa visión de paz (Himno Coelestis urbs, Oficio de la Dedicación de la Iglesia), que tu bondad hacía una nueva dedicación de tu nueva Jerusalén, donde me hiciste gozar de una paz semejante a la de los bienaventurados, la que pasó muy pronto, porque en este valle de lágrimas el alma no goza de la felicidad; per modum transeuntis, de un modo transitorio.

            El día de los santos Inocentes te me apareciste teniendo en tu pecho varios tubos o conductos, con los que querías comunicarte con tus hijas. Comprendí que habías sufrido mucho y me pareció que tu amor había hecho en tu pecho pequeñas grietas dolorosas, a fin de que por tus sufrimientos recibiésemos nosotras, la salud y santidad. Después te vi con varias coronas que con tus sufrimientos habías adquirido, mostrándome que estas coronas serían para las almas generosas que sufrirían cerca de ti, por tu amor y en tu Orden; et livore ejus sanati sumus (Is_53_5). Y con sus heridas hemos sido curados.

            [702] El primer día del año de 1644, el R.P. Brachet, Prior de la Abadía y Gran Vicario del Ilmo. Sr. Obispo de Mest, Superior de este Monasterio, vino con el Procurador General de la Abadía, para bendecir los lugares regulares del monasterio e imponer la clausura. La víspera había aceptado mil libras de rentas que daba por la fundación de este monasterio, celebró con gran devoción la Misa y declaró oficialmente el establecimiento del monasterio, colocó la cruz e hizo todas las ceremonias que se hacen en estas fundaciones, aunque no había mas que dos religiosas, mi querida Sor Grasseteau y Sor Francisca Gravier y también estuve yo. Querido Amor, tu bendición no fue dada sino a una sola religiosa, ya que la otra se regresó a su Monasterio de Aviñón; Non dicit: Et seminibus quasi in multis. Sed quasi in uno. Et semini tuo qui est Christus (Ga_3_16). No dice y a los descendientes, como si fueran muchos, sino a uno sólo, a tu descendencia, es decir, a Cristo. Dice el Apóstol hablando de la bendición que diste a la simiente de Abraham, a su único Isaac. Me consolaste diciéndome: Hija, no te aflijas si no ves una rápida multiplicación en tu Monasterio de París como la ves en el de Aviñón, en donde mis santos te dicen: Soror nostra es: crescas in mille millia, et possideat semen tuum portas inimicorum tuorum (Gn_24_60). ¡Oh hermana nuestra, que llegues a convertirte en millares de miríadas, y conquiste tu descendencia la puerta de sus enemigos!

            Hago y haré crecer a tus primeras hijas, pero que se guarden de presunción. Lo haré por el amor que te tengo y porque me has pedido que vivan en mi presencia y te lo he concedido; multipliqué y multiplicaré este Monasterio de Aviñón; ecce benedicam ei, et augebo, et multiplicabo eum valde (Gn_17_20). He aquí que le bendigo, le hago fecundo y le haré crecer sobremanera. Llamaré jóvenes a esta gran casa; et faciam illum in gentem magnam. Pactum vero meum statuam ad Isaac (Gn_17_20s). Y haré de él un gran pueblo. Pero mi Alianza la estableceré con Isaac.

            Muy querido Amor, mientras que el R.P. Prior plantaba la [703] cruz en la puerta de la capilla, mi hermana Isabel Grasseteau, veía cómo plantabas otra cruz en medio de mi corazón, como regalo del primer día del año, estableciendo por ella un monasterio interior, cruz que adoro porque la he recibido de tus manos como un valioso presente; cruz que me ha crucificado no un día, sino muchos años; cruz de la cual no puedo expresar el dolor, porque no puedo explicar cómo al mismo tiempo me es deliciosa por unirme a ti.

            El Sr. Abad de Cerisy que fue nombrado Superior sustituto, y el R.P. Carré, Superior del Noviciado de los Jacobinos, viendo que no podía ser revestida de las libreas de mi divino Esposo exteriormente, y no juzgando a propósito permitírmelo, lo mismo que otros padres que habían sido mis directores, bendijeron un hábito blanco y rojo con el velo y me lo dieron en la sacristía, para llevarlo como religiosa, pero debajo de mi vestido exterior de seglar, hasta que los negocios me permitiesen observar la clausura. Mis dos hijas, Sor Grasseteau y Sor Gravier y algunas pensionistas, estuvieron presentes.

Capítulo 96 - El Verbo Encarnado me hizo descansar sobre su pecho haciéndome un lecho con su sangre preciosa y una celda admirablemente adornada, me volvió a decir que aunque los padres me insistiesen, no me apresurara a obligarme a la clausura, me invitó a las bodas virginales de santa Agueda y santa Dorotea.

            [704] El día de la conversión de san Pablo, bajaba la escalera para ir al coro y me caí de tal manera, que temieron tuviese la cabeza abierta por los golpes que recibí con las gradas. El Prior de Denicé nuestro confesor, se asustó, cuando la Hna. Francisca Gravier le platicó cómo había caído. Querido Amor, ¿No fuiste tú el ángel que puso las manos para protegerme, y que no me hiriese? Mi hermana Gravier temiendo no pudiese sostenerme, vino a mí, se puso de rodillas por detrás para que me apoyara en ella, pero ¡oh maravilla de tu providencia! Mientras colocaba mi cabeza en su regazo, tú me presentaste el tuyo para reposar ahí mi espíritu diciéndome: ven mi esposa amada, descansa en mí como en tu lecho nupcial. Benjamín amantissimus Domini habitabit confidenter in eo: quasi in thalamo tota die morabitur, et inter humeros illius requiescet (Dt_33_1s). Para Benjamín dijo: Querido de Yahveh, en seguro reposa junto a él, todos los días lo protege, y entre sus hombros mora.

            Mi Benjamina, hija muy amada del Padre, y esposa querida de tu divino esposo, descansa en mí con confianza, pero no sobre mis hombros, esto era para la ley de Moisés, entonces les ofrecía mis hombros, pero ahora que he aparecido en el mundo y me he dado a mis amantes, las descanso en mi seno, en mi propio corazón.

            ¡Ah, mi querido Amor! Sería necesario ser un querubín, para expresar los pensamientos tan elevados con los que entretuviste mi espíritu, y un serafín para hacer sentir la llama que ardía en tu corazón, que era mi altar adorable y mi lecho delicioso. No puedo hablar mas que por el [705] silencio, Te decet hymnus, Deus, in Sion (Sal_64_2). A ti se debe la alabanza, oh Dios, en Sión. Tampoco podía decir palabra, mi Esposo y mi Dios, por un amoroso y respetuoso silencio te adoraba. Entonces me dijiste: Hija, para que estés en paz y descanses, te ofrezco un lecho de mi propia sangre y como me agrada el que veas cómo está hecho, te lo represento como un lecho cubierto con velos carmesí, cortinas con grandes encajes, ésta será tu celda en la que oirás mis secretos y recibirás mis órdenes, las que por ahora son, que no profeses, aunque se te diga, te cubriré con mi preciosa sangre, y de esta manera estarás revestida del hábito que mi amor te da por un exceso de bondad para ti incomprensible. Que tu Profeta hable, Señor, yo sólo puedo admirar; Quam magna multitudo dulcedinis tuae, Domine, quam abscondisti timentibus te perfecisti eis qui sperant in te, in conspectu filiorum hominum (Sal_30_20). ¡Qué grande es tu bondad, Yahveh! Tú la reservas para los que te temen; se la brindas a los que a ti se acogen, ante los hijos de Adán.

            Tú los ocultas bajo el sello de tu adorable faz, a fin de que los hombres no los turben: Proteges eos in tabernáculo tuo, a contradictione linguarum (Sal_30_21). Tú los escondes en el secreto de tu rostro, lejos de las intrigas de los hombres.

            Señor mi Dios, tu sabiduría es admirable, si no me hubiese instruido de sus voluntades; ¿Hubiera podido estar tranquila mientras tantas personas se turban y aún yo misma, por no traer el hábito religioso exterior de nuestra Orden dándolo a tus hijas? Querido Amor, esto es una gran mortificación que te ofrezco para tu mayor gloria, encontrando allí mi [706] confusión que acepto con todo mi corazón, tantos años cuantos te plazca, puesto que varias personas piadosas, experimentadas y rectas, están de acuerdo en que me vea privada de este gozo. Con la Esposa de los Cantares te digo: filii matris meae pugnaverunt contra me; posuerunt me custodem in vineis; vineam meam non custodivi (Ct_1_6). Los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a guardar las viñas, mi propia viña no la había guardado, cuidando de mis hijas, viña que tú plantaste en tu Iglesia, para que produjera flores y frutos, parece que me olvido de guardar la mía: Indica mihi, quem diligit anima mea, ubi pascas, ubi cubes in meridie (Ct_1_7). Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía. Querido Amor, que amas mi alma, no permitas me equivoque y que pensando hacer avanzar a las demás, yo retroceda, porque en el camino de esta vida, no avanzar, es retroceder. No quiero mas que a ti en todo y por todo, no quiero que ninguna creatura arrebate mis pensamientos que serían vagabundos, ya que en ellas no hay estabilidad ninguna: Vanitati enim creatura subjecta est non volens (Rm_8_20). La creación en efecto fue sometida a la vanidad, no espontáneamente.

            Con toda humildad y confianza te pregunté, querido Amor, en dónde descansas al medio día, para que allí tu divina claridad sea la luz de mi entendimiento, y tu caridad, la llama de mi voluntad, así seré colmada de un suave reposo contigo, mi Dios y mi todo.

            No rechazaste mi oración y me invitaste a celebrar las bodas con dos santas Vírgenes, santa Águeda y santa Dorotea, diciéndome que siendo hermana de ellas, y esposa tuya, bien podía entrar a la cámara nupcial y que en estas bodas gozaría de tus divinas delicias, y vería la casta, pura y virginal generación, y que tu seno era el lecho en el que las tiendas son claridades brillantes. Como tu palabra [707] hace lo que dice, me introdujiste en tu seno con tanta majestad y dulzura, que parecía otra Esther coronada de tu gloria apoyándome sobre ti, abismada por la abundancia de delicias que tu espíritu me comunicaba amorosamente, pues eras la abundancia de gracia, las mismas que ponías sobre mis labios, una misma cosa contigo como se dice del matrimonio corporal: et erunt duo in carne una (Gn_2_24). Y se hacen una sola carne. Éramos dos personas en un mismo amor y un mismo Espíritu. Tu simplísima pureza me comunicó un candor tan inocente, que me dio libertad para besarte virginalmente en esta vida, como en el cielo lo hacen las Vírgenes que permanecen para siempre en tu gloria, mientras que yo, como peregrina me veo todavía en la tierra.

Capítulo 97 - Mi alegría se turbó por temor de que el amor del Verbo Encarnado no reinase en los corazones que le había ofrecido. Mis tristezas angustiosas,

            Querido Amor, tú permitiste que me fuera entregado un recado [708] que me turbó y cambió mi alegría en tristeza, porque vi en él, inclinaciones que no aprobaba, producidas por el espíritu de la carne y de la sangre. Por el contrario yo deseaba que tu Espíritu fuese el lazo de unión de esas personas y que la gracia venciese a la naturaleza imperfecta, pero desafortunadamente no supe que mis deseos se hubieran cumplido y que estas personas no hubiesen cometido culpa ante tu Majestad, por lo que he vertido muchas lágrimas y tenido gran pena. Tu sabiduría permitió que ese recado, que no se dirigía a mí, me fuese enviado desde cien leguas inocentemente, y yo lo recibí con sencillez cuando estaba en el entusiasmo de los gozos que me comunicaste en aquellas bodas, y todavía estaría inconsolable pensando que había turbado una fiesta que bien podía llamar Sabbatum o Sabbato (Is_66_23), Sábado; si hubiera interceptado ese billete y otras cartas que me han sido enviadas desde 300 leguas, sin esperarlas, y por las que me he dado cuenta de ingratitudes que perdono de todo corazón, de personas que tú pusiste en mi seno y para las que todavía tengo pensamientos de paz, redoblando la llama de amor para ellas, deseándoles que la paz y alegría, sobrepasen todo sentimiento y experiencia de este delicioso Sabbato que ellas turbaron, afligiéndome indeciblemente. Quiero sufrir, mi Señor y mi Dios, adorándote en espíritu y en verdad.

            Varios de los Macabeos fueron muertos durante el [709] Sabbato, víctimas sagradas que recibiste cuando Matatías se resolvió a combatir por tu Ley en esta solemnidad, Señor, mi resolución fue de resistir a aquellos que no te eran fieles, resolución que de todas maneras me hizo sufrir, por lo que de propósito he debido tener una mano abierta y en la otra la espada, como se dice en Esdras: una manu sua faciebat opus, et altera tenebat gladium (Ne_4_17). Todos nosotros teníamos el arma en la mano. Pero qué podía hacer una mujercita contra tanto enemigo sino decirte: Quédate a mi lado, Señor de los ejércitos y combate para mí, que es para tu gloria. In te inimicos nostros ventilabimus cornu, et in nomine tuo spernemus, et gladius meus non salvabit me (Sal_43_6s). Por ti nosotros hundíamos a nuestros adversarios por tu nombre pisábamos a nuestros agresores ni mi espada me hizo vencedor.

            Mi pluma, que es la pluma de los vientos cuando escribe las delicias de tu diestra y me tratas como a tu Benjamina, se vuelve de plomo cuando es necesario describir las tristezas de mi alma, cuando la pones a tu siniestra, entonces parece Benoni, el hijo del dolor, se pensaría que la muerte la ha dejado en esta vida para ser su imagen y estar como a su sombra. También te he dicho varias veces: Collocavit me in obscuris, sicut mortuos saeculi, et anxiatus est super me spiritus meus (Sal_142_3s). Me hace morar en las tinieblas, como los que han muerto para siempre; se apaga en mí el aliento. Señor mi Dios, ¡qué diferencia tan grande encuentro en el trato que me dabas en Lyon, en la casa de mi padre, al de hoy! Me parece que hace siglos que no he gustado tus dulzuras, aquellas que tus manos vertían sobre mí abundancia de alegría, y con una continua afluencia de tus gracias, bañabas [710] mi alma hasta inundarla con tus aguas deliciosas, y ella con David te decía: Dominus regit me, et nihil mihi deerit: in loco pascuae ibi me collocavit, super aquam refectionis educavit me (Sal_2_1s). Yahveh es mi pastor, nada me falta, por prados de fresca hierba me apacienta, hacia las aguas de reposo me conduce. Ahora extiendo mis manos diciéndote: Señor, estoy como tierra sin agua; velociter exaudi me, Domine: defecit spiritus meus (Sal_142_7). ¡Oh, pronto, respóndeme, Yahveh, el aliento me falta! No apartes tu rostro de mi, Señor, porque me asemejaré a aquellos que ya bajaron a la fosa, con la única diferencia que ya no tienen esperanza porque ya llegaron al término; en cambio, yo, todavía en el camino, tengo este consuelo: ¡Espero en tu misericordia!

OG-02 Capítulo 98 - Por su bondad el Verbo Encarnado, me consoló y se derramó abundantemente sobre el señor de la Piardière, del que me había hablado cuando yo estaba en Lyon, llamándolo Jacob. Me lo dio por hijo y a mí me dio a él por madre

            El Profeta Habacuc asegura que en lo mas fuerte de tu cólera, tú te acuerdas de tu misericordia, que es la que mueve a tu caridad, y se le representa por el medio día que viene a borrar nuestros crímenes, que hacen la montaña de Farán, es decir, la división; y a llenarnos de tu gloria, cambiando nuestras tristezas en alegrías y dulzura. Eso fue lo que hiciste al verme en la aflicción y dolor, me llenaste de dulzura y alegría, no sólo para mí, sino para comunicarla también a los que me visitaban, entre otros al señor de la Piardière, al que me habías nombrado estando aún en Lyon, con el nombre de Jacob, que es lo mismo que Santiago, diciéndome: está ocupado en finanzas. Me llenaste de tus bendiciones, es decir, de tu gracia y la comunicaste a [711] su corazón cuando le hablaba de tus profusiones y sagradas uniones. Admirado de tus maravillas, no deseaba otra cosa que entregarse todo a ti, sin esperar no obstante, tantos favores. Le di valor asegurándole que le darías el don de oración, que tu Espíritu vertería sobre él su unción, pero no le dije que hacia tiempo tú me lo habías nombrado; era tu Espíritu el que me hacía hablar de esta manera. Al volver a su casa, en su carroza, iba su cuerpo, su espíritu había sido elevado por tu amor por encima del cielo porque lo levantó hasta ti que eres el cielo supremo. Él experimentó el dicho de David, él vio una vez que probó, que eres dulcísimo, que eres la dulzura misma y comenzó a comulgar con más frecuencia sobreponiéndose a todos los respetos humanos, y poco tiempo después comulgaba 4 veces por semana. Con la fuerza de este alimento divino, de este pan celeste subió hasta la cumbre de tu santa montaña, y con tu unción consagraste las potencias de su alma, haciendo en la parte superior de su espíritu, tu Sancta Sanctorum. En menos de seis meses lo vi elevarse de grado en grado, hasta la Sexta Morada señalada en el Castillo de santa Teresa.

            Dios de amor, que llenas el cielo y la tierra, ocupabas el espíritu de tu siervo en sublimes pensamientos haciendo que, por una economía maravillosa encontrara la manera de dejar su empleo de las finanzas, y lo mas admirable es ver a este hombre, más desprendido del oro y de la plata, que muchos religiosos que hacen voto de pobreza, pudiendo decir: Beatus dives qui post aurum non abiit. Nec speravit in [712] pecunia et thesauris!, y todo el resto hasta: Ideo stabilita sunt bona illius in Domino, et eleemosynas illius enarrabit omnis ecclesia sanctorum (Si_31_8s). Feliz el rico que tras el oro no se fue. Sus bienes se consolidarán, y la asamblea hablará de sus bondades.

            Querido Amor, si no me hubieses hablado de este hombre cuando estuve en Lyon, hubiera temido engañarme al ver todo esto que he dicho, hasta pensar fuera invención de aquél que hace ver reinos imaginarios, para ligarnos a las personas que admiramos, que nos pueden ayudar a seguir nuestros deseos y quitarnos la desconfianza en nosotros mismos y la confianza en ti, mi Señor y mi Dios.

            Tu me dijiste: Hija, no hay ilusión en la manera como me conoces, acuérdate que varias veces te he dicho que me glorificaría en ti al negar tu voluntad, al no seguir tus caminos e inclinaciones. Et non invenitur voluntas tua, ut loquaris sermonem: tunc delectaberis, super Domino; et sustollam te super altitudines terrae, et cibabo te haereditate Jacob, patris tui; os enim Domini locutum est (Is_58_13s). No buscando tu interés ni tratando asuntos, entonces te deleitarás en Yahveh, y yo te haré cabalgar sobre los altozanos de la tierra. Te alimentaré con la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Yahveh, ha hablado. Tu sangre sobre mi es siempre admirable, y tus invenciones me alegran sin cesar, no hubiera encontrado una persona capaz como él, para hacer lo que deseas en nuestra Orden ni hubiera sabido pedírtelo. Cuando me ofrecía dinero, cosa que otros persiguen con avidez me daba tanta pena que hasta cambiaba de color, pero lo aceptaba para valerme de aquél que me habías dado para asistirme en nuestros negocios temporales.

            Un día me dijo: Madre, déme sus recibos para pagar sus rentas, y por invenciones que la caridad sabe hacer, me hacía recibir lo que Dios me enviaba diciéndome que tenía obligación, ya que tu bondad lo bendecía y acrecentaba los bienes espirituales y temporales y que además mis negocios eran los tuyos, que lo que le causaba pena y admiración era ver mi generosidad, porque tenía [713] habilidad para huir del interés que otros tienen por el dinero. Desde su juventud había deseado encontrar una persona que fuese colmada con tus favores y en la que se pudiese confiar, y por ella conocer tu voluntad y avanzar así en la perfección. Tu Providencia le había permitido encontrarla y con más ventajas de las que se hubiera atrevido a esperar, ya que tus bondades hacia mí, eran muy grandes, y que conmigo podía decir: venerunt autem mihi omnia bona pariter cum illa (Sb_7_11). Con ella me vinieron a la vez todos los bienes.

            Al rededor de la fiesta de san Juan Bautista, hablándole de tus bondades hacia él, le dije que no le dejarías muchos años en el estado en que estaba. Al oírlo le cogió un temblor al grado de no tener fuerzas para soportar este anuncio. Me apenó de haberle hablado con tanta franqueza, pero cuando pudo hablar me dijo: madre, no os arrepintáis de la que habéis dicho, deseé ser religioso antes de casarme, el celibato no me es menos agradable que el estado en que estoy, seguiré la voluntad de mi Salvador que por vos, me hará conocer, ya que os ha elegido para llevarme a él.

            La víspera de san Juan Bautista, tu precursor y mi santo patrono, subí al coro para rogarte por él; en lugar de escuchar mi oración, hiciste de una manera para mi indecible, una sagrada unión, unión tal, como no había visto semejante con ninguna creatura, pareciéndome por la libertad que tu amor me da, que tenía derecho a quejarme de ti, [714] contigo mismo, diciéndote: A ninguno de las serafines has permitido unirse a mi de esta manera. Hija, esta unión es divina, soy yo, mi muy querida quien la hace, es purísima, es sobrenatural. Me dijiste todo lo que te plugo pero mi espíritu permanecía suspendido hasta que tu sabiduría, que alcanza de un extremo al otro, me dispuso suave y fuertemente. No pude quedar satisfecha, lo cual te agradó. Tu Espíritu me pareció más suave y más benigno, haciéndome conocer que mi amor, desprendido de todo, para no ser más que sólo tuyo, te seguiría a ti mismo, que eres esencialmente lo que dijiste a Moisés: Ego sum qui sum. Sic dices filiis Israel: qui est, misit me ad vos (Ex_3_14). Yo Soy el que Soy. Así dirás a los Israelitas: Yo Soy me ha enviado.

            Al día siguiente me vino a ver y me dijo: Madre, estando esta tarde en Maitines con los Padres del Oratorio, Nuestro Señor me hizo conocer que quiere que os obedezca, y la fuerza de su dulzura me ha movido a hacer un voto, obedeceros en todo lo que mi profesión y estado, me permita; vuestra sabia prudencia juzgará. Hice alguna resistencia, pero temiendo resistir tus órdenes sometí mi espíritu, esperando me darías luz para esta dirección y lo hiciste, mi sol brillante, con tanta claridad, que parece has sido mi medio día, en donde no he visto mas que a ti, ni veré otra cosa si así te place, mi divino Maestro, porque lo que no eres tú me es nada. Te ama poco, quien ama alguna cosa contigo si no la ama por ti y por tu amor. Me aseguraste que esta es la verdadera caridad, que tú eres caridad, y quien permanece en caridad, permanece en ti, mi Señor y mi Dios. Te agradecí [715] que lo hayas hecho crecer en caridad ya que me lo hubieras dado por hijo como tú diste a tu discípulo amado por hijo a tu santa Madre. Lo recibí de ti, y el me recibió de ti, por madre. Este lazo será indisoluble, tu Padre ha puesto el sello a nuestro afecto: Hunc enim pater signavit Deus (Jn_6_27). Dios Padre selló a este. Y este bien amado nos dijo; Si diligamus invicem Deus in nobis manet et charitas ejus in nobis perfecta est (1Jn_4_12). Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado a nosotros a su plenitud.

Capítulo 99 - La divina sabiduría permite las aflicciones y disgustos para que nos unamos a ella, y cómo cumple todas sus promesas para el bien ya sea común, ya sea particular,

            Si no hubiere sido madre más que de hijos de alegría, no hubiese tenido más que gozo y contento. Como tú nos preparas tu Reino, así el Padre la ha dispuesto para ti. Me has hecho madre de otros hijos que me causan grandes aflicciones: filios enutrivi et exaltavi; ipsi autem spreverunt me (Is_1_2). Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí.

            Me quejaba a ti de nuestros hijos espirituales como hacía Rebeca de los suyos corporales: si sic mihi futurum erat (Gn_25_22). ¿Siendo así, quién podrá vivir? Querido Esposo que todo la sabes, sabías bien que no era lo suficientemente fuerte para sufrir las penas que me ocasiona la Orden que por tu inspiración concebí, que no ceso de decir: fuit concipere? (Gn_25_22). ¿Para esto he concebido? Señor, ¿no había en la Iglesia bastantes Congregaciones de jóvenes sin necesidad de ésta? Al quejarme así me olvidaba de la visión que tuve en Lyon, de la tiara [716] a la que le faltaba una piedra preciosa, y que me hiciste entender era nuestra Orden, diciéndome: Hija, esta Orden es esta piedra preciosa, la Iglesia es esta Reina sentada a mi derecha y revestida de las diversas órdenes, la caridad, es su vestido de oro bordado de diversos colores, que son las diferentes órdenes que resaltan su belleza.

            Querido Amor, perdonaste mis debilidades diciéndome que estos hijos eran mas tuyos que míos y que sufrías al ver sus faltas, las que disimulabas por la penitencia y otras razones, que los últimos la harían mejor que los primeros por una emulación de la caridad, pues varios de nuestros hijos espirituales de una y otra parte, parecían avanzar a grandes pasos. Pasé los años de 1644 y 1645, en tristezas indecibles, llorando gran parte de las noches, con una aversión inexplicable a estar en París. Pero tu providencia conduce todas las casas con sabiduría y tenia presente que si me hubiese acostumbrado a París, me habría podido mezclar en intrigas de devoción. Mi franqueza no me hubiera permitido descuidar a los que me hubieran venido a pedir consejo por curiosidad o por piedad y me hubiese visto importunada a rogar por negocios buenos en apariencia, pero no en sus efectos, si me hubieses dado alguna luz para sus tinieblas. Lo que hubiese comenzado con intenciones caritativas, hubiese terminado con intenciones interesadas. Hubiese actuado de manera de no desagradar a nadie pensando hacerlo todo por ti y para ganarlos [717] para ti, por la natural inclinación que tengo de contentar a los que se acercan a mi y me muestran su confianza y me hubiese cargado de cuidados extraños y alejado de mis deberes de casa. No hubiera podido rehusar a la Sra. de Cressay el ir a la casa de Orleans a darle mis respetos a la Sra. Duquesa, la que me habías elogiado desde el año de 1638. Cuando aún estaba en Lyon me habías asegurado que no se destruiría la unidad del matrimonio de la Duquesa con el Duque de Orleans, hermano único del difunto Rey. Sobre este asunto escribí a una persona eminente en dignidad que combatía a este matrimonio: Jamás llegaréis a conseguir la que pretendéis, la Sra. Duquesa será honrada junto con el Sr. Duque, en París, por voluntad de Dios, y cuando ella llegue a Lyon, yo ya no estaré allí. Una noche vi que ella daba a luz una niña que se cayó, se hizo daño, y por eso se la despreciaba; Nuestro Señor quiso que tuviera especial cuidado de rogar por ella, para que le fuera agradable.

            Querido Amor, esto se verificó como las otras cosas que me has dicho o mostrado. Mi secretaria, que sabía todo esto que me has hecho conocer, me ha movido varias veces a descubrir mi secreto a la Sra. de Cressay, quien me quiere como yo la honro, es decir, mucho. Esta Señora, varias veces me ha invitado a ir al [718] Palacio Real, diciéndome que retardo la hora del establecimiento no diciendo a la Reina lo que tú me has dicho de ella, de nuestro Rey y del Sr. Duque de Anjou, pero sus palabras fueron inútiles para persuadirme a dejar mi retiro. Me decía también que mis enemigos me ponían en mal con la Reina, diciéndole que doy el hábito a mis religiosas y yo no lo tomo, que censuran en su presencia lo que no entienden, que tengo la llave de los corazones y no me sirvo de ellos, que no temo esconder los talentos que Dios tan liberalmente me ha prodigado; en fin, me apremiaba, pero me sentía reacia a hacer la que me decía; mi sola alegría era estar escondida a todo la visible para no ser vista mas que de ti, mi querido Amor, que eres la imagen de Dios invisible. Llorando continuamente te decía: Tibi dixi cor meum, exquisivit te facies mea (Sal_26_8). Dice de ti mi corazón: Busca su rostro. O este otro versículo: Tibi derelictus est pauper orphano tu herís adjutor (Sal_10_14). El desvalido se abandona a ti, tú socorres al huérfano. Señor, tú me ves en este lugar como a una pobre huérfana, pues no tengo padre ni madre, no puedo tener confianza en nadie, como la tenía en Roanne y en Lyon a mis directores, a los que veía con frecuencia, me encuentro en este barrio como en exilio. Pater meus et mater mea dereliquerunt me (Sal_26_10). Si mi padre y mi madre me abandonan. Mis antiguos directores y los actuales, no me pueden ver sino rara vez, por la gran distancia que hay desde el colegio de san Luis hasta aquí, donde están mis antiguos padres, y no quiero hacer nada sin sus consejos. Muy pocas veces puedo ver a los Padres de la Compañía a quienes he visto siempre como mis padres, mi dulce Jesus, y a la Compañía como a mi madre, pero estoy tan lejos de su casa, que no me atrevo a pedirlos me visiten con mas frecuencia.

            [719] Tu bondad me consoló con una claridad, pero que se pasó en un momento y siguió el trueno de aquellos que murmuraban porque no tomaba el hábito; amigos, parientes y todos aquellos que estaban fastidiados de no verme en el estado que deseaban; sin saber que desde el año de 1644, como lo dije ya antes, la llevaba con respeto bajo mi vestido exterior. Me veía como un blanco de tiro: et in signum cui contradicetur (Lc_2_34). Y para ser señal de contradicción; me acordé que el 4 de febrero de 1641, te me apareciste en cruz diciéndome: Et tuam ipsius animan pertransivi gladius ut revelentur ex multis cordibus cogitationis (Lc_2_35). Y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.

            Te ofrecía mis sufrimientos y las contrariedades que me hacían todos aquellos que pensaban hacerte un sacrificio porque no conocen la voluntad del Padre que es la tuya. Mis propias entrañas me contradecían, quiero decir, mis hijas de Aviñón, Grenoble y Lyon, diciendo que debería acrecentar mi gloria con la de mi divino Esposo, multiplicando los monasterios y elevando la gloria de éste.

            Pero tú, Señor, me decías por David: Dominus scit cogitationes hominum, quoniam vanae sunt (Sal_93_11). Yahveh conoce los pensamientos del hombre, que no son más que un soplo. Y por Isaías: non enim cogitationes meae, cogitationes vestrae; neque viae vestrae viae meae (Is_55_8). Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos. Tú confía en mi bondad, las palabras que te digo son palabras que cumplen mi voluntad. Harán lo que deseo y te serán provechosas; aquellos y aquellos que piensan que no haces nada por mi establecimiento [720] en París, se asombrarán cuando vean los bienes eternos y temporales que te doy y daré y cómo te hago prosperar sin que tú estés ahí atada. Señor, tú eres para mi todas las cosas.

Capítulo 100 - Muerte de mi muy querida y virtuosa hija, Sor Isabel Grasseteau, la senti con indecible tristeza de la que solo Dios me pudo consolar.

            La mitad del año de 1646, me pareció de menos aflicción que los precedentes, exceptuando el día de san Bernabé, que aunque significa: Hijo de consolación, para mi fue un día de extrema desolación, porque tu justicia se llevó a mi hija muy querida, Isabel Grasseteau, cuya muerte fue muy amarga a mi alma que se veía separada y privada de la persona que yo estimaba la fiel por excelencia, y no me equivocaba. Oh mi divino Verbo Encarnado, desde que dejó su tierra, sus padres y a ella misma por seguirte, practicó eficazmente todas las virtudes; me causaba gran confusión el verme tan alejada de esta perfección, te imitaba en todo aquello que sabía era tu voluntad por lo que se desvivía continuamente. Era humilde de corazón y si se la veía seria, alejada de la dulzura y afabilidad que se hubiera deseado, fue porque temió que la dulzura la volviese amable, sociable o complaciente y que estas cualidades agradables [721] a las creaturas, la volviesen o apartasen de la conversación continua que tenía y tendrá ahora para siempre con nuestro Creador y Salvador.

            Querido Amor, nunca pensé que esta hija fuese tan amada de mi corazón, si no hubiese sentido su pérdida, como la más grande que podía sufrir en esta vida exceptuando tu gracia. La tristeza fue tan extrema, que pareció ponía fin a mi vida. Por dos años continuos tuve una palpitación del corazón que hizo temer a mis hijas que pronto llegaría el fin de mis días y las dejaría huérfanas. Decía y redecía varias veces al día y en la noche bañada en lágrimas: ¿fue necesario que te mandase ir a Lyon, para hacerme ver que me amabas más que a ti misma, pues para mantener allí mi autoridad, has dejado la vida? Oh, querida hija, bien mereces el amor que tu madre tiene por ti; acuérdate de ella, tú que ya estás en el Reino con nuestro divino Rey, por cuyo amor te has privado de todo lo que te podía consolar en la tierra.

            La tristeza y sentimiento de haber permitido se alejara de mi, fue tan fuerte a mi alma, que parecía tener suspendidas todas sus potencias. Con frecuencia te decía con el Profeta doliente: Vide Domine afflictionem meam (Lm_1_9). Mira, Yahveh, mis miserias. Querido Amor, mi Señor y mi Dios, dígnate mirar mi aflicción, te lo ruego por favor, tu Corazón nunca ha sido insensible a los que sufren, [722] sé bien que no hay ningún mal o pena en la ciudad que tú no permitas porque tú no la haces.

            El Real Profeta dice que un abismo llama a otro abismo; te lo digo por mis lágrimas que son dos cataratas abiertas para hacer un diluvio, cuyas aguas como las de los océanos, me envolviesen viva como la ballena que encerró a Jonás, pero su prisión no duró mas que tres días y tres noches y yo ya llevo muchos meses en este abismo de tristezas. Rebeca dijo en otro tiempo a Isaac: Taedet me vitae meae propter filias Heth: si acceperit Jacob uxorem de stirpe hujus terrae, nolo vivere (Gn_27_46). Me da asco vivir al lado de las hijas de Het. Si Jacob toma mujer de las hijas de Het como las que hay por aquí, ¿podrá seguir viviendo?

            Divino Esposo, ¿viviré aún mucho tiempo en estas angustias? Aunque a los demás parezca París una estancia deliciosa, para mi es una prisión. Si estuviera en Lyon, en la santa montaña que es mi Jerusalén, me parece que estaría llena de alegría; la sangre de tus mártires será para mi un cáliz de bendición que me embriagaría, de tal manera, que no sentiría las torturas que me atormentan por dentro y los disgustos que me rodean por fuera, y lo que me aflige más es que no veo quién pueda consolarme, sea quien sea. No querría ver ni hablar con nadie; renuit consolari anima mea (Sal_76_3). Mi alma el consuelo rehúsa. No podía contar mis penas sin aumentarlas, porque pensaba que esto [723] era quejarme de lo que tú permitías por razones para mí desconocidas, lo que me hacia decir con frecuencia: justus es Domine, et rectum judicium tuum (Sal_118_137). Justo eres tú, Yahveh, y recto tu juicios.

            Esperaba tu socorro porque no podía esperarlo de otra parte, pero no podía consolarme y si me parecía que las puertas de mi alma estaban cerradas a tu palabra porque mis oraciones eran sin unción y para encontrar algún consuelo te decía: Ah! Ah! Señor, entraste al Cenáculo con las puertas cerradas y saliste glorioso del sepulcro que los judíos habían hecho sellar y custodiar.

            Querido Amor ¿me atreveré a darte este nombre, no sabiendo si aún soy tu bien amada? No lo merezco, pero verdaderamente sólo puedo amarte a ti y soy rechazada de tu bondad, ¿a dónde iré? Te digo con Job: Aunque tú me hubieras envilecido por tu justicia, esperaría en tu misericordia. Magdalena no se consoló con las ángeles, te buscaba donde había visto que te ponían, en el sepulcro, estimándote como a todos los muertos.

            Pasé el año de 1647, como el de 1646, enferma del cuerpo y abatida del espíritu, sin gusto en nada; me era casi insoportable a mi misma, las visitas que me hacían me importunaban y no hacía ningunas para no salir del monasterio. Los días cortos me consolaban porque tenía mas tiempo para verter mi alma por mis ojos, cuando me podía separar de la comunidad para que no viesen ni oyesen mis [724] sollozos y suspiros, los que no hubieran juzgado razonables porque no podían conocer su origen, ya que nadie en París me descontentaba, hasta buscaban como agradarme. Me daban cosas en abundancia y tu Majestad, sin acariciarme, me hacía conseguir todo como a tu santa Madre en las Bodas de Caná. Confiaba en que harías lo que te pidiera, pero no deseaba nada, estaba como una tonta, extrañándome de que se me pudiese aguantar y entretenerse conmigo. No obstante, adoraba tu sabia bondad que permitía estuviese en ese estado.

Capítulo 101 - Quando el Sr, de Bousquet decía la santa misa en una capilla, vi sobre la patena, una nube y tuve la seguridad de que sería Obispo de Lodève a pesar de la contradicción de que fue objeto,

            El Señor de Bousquet vino una mañana a celebrarnos la santa Misa, durante ella vi sobre la patena como una nube en la que los colores azul y blanco se mezclaban agradablemente. Desde entonces comprendí que lo querías consagrar y elevar a una dignidad que entonces no tenía. Algún tiempo después me diste la seguridad de que lo elevarías al episcopado por una gracia celeste, como la nube, me lo había figurado, y algo le di a conocer desde ese mismo día. Con frecuencia venía a celebrar la misa en una [725] capillita, con una devoción poco común, y algunas veces me hablaba de su interior con gran sencillez, sintiéndose muy indigno en tu presencia; otras me hablaba de mí, como queriendo persuadirme de que tus luces eran mis propios pensamientos que tenía un espíritu brillante y un juicio muy capaz y la facilidad de explicarme lo que me escondías, mientras que a mí me parecía que me habías suprimido como las tres cuartas partes de los bellos pensamientos que me dabas en Lyon y embotado la agudeza del espíritu que muchas personas habían admirado, sin que estos admiradores me hubieran persuadido que merecía sus alabanzas y sin que tus caricias me hubiesen quitado nunca la vista de mi nada, ni producido el pensamiento de haber merecido tus favores. Siempre he reconocido que todo proviene de tu bondad que de suyo es comunicativa.

            El día de la Exaltación de la santa Cruz, recibí una carta muy amplia del Sr. de Bousquet, en la que me decía cosas que hubiesen extrañado a una persona a quien tú no hubieras asegurado, como lo has hecho conmigo, que eres mi Señor, mi Dios y mi todo, lo que te he agradecido como he podido. Adorable Salvador, cuando tú me acariciabas, él celebraba la santa Misa no sé en que Iglesia, durante la cual le hiciste ver que tu amor hacía una maravillosa unión de tu corazón y el mío, al que diste alas y mandaste a tus ángeles que lo elevaran hasta tu seno para ahí descansar, como si hubiera sido el águila que tú hacías descansar ahí, haciéndole ver en sueños los esplendores de tu gloria. [726] Esta visión le extrañó y dio a conocer que tus pensamientos no son los de los hombres y que están mas lejos de su sabiduría, que el cielo está de la tierra, y que el alma que recibe tus palabras amorosas, se nutre de ella, se fortifica y eleva y casi se diviniza pareciendo una misma cosa contigo, de manera que puedo decir que quien se adhiere a Dios, se hace un mismo espíritu con él: Mihi autem adhaerere, Deo bonum est, ponere in Domino meo spem meam; ut annuntiem omnes praedicationes tuas, in portis filiae Sion (Sal_72_28). Mas para mi, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas tus obras en las puertas de la Hija de Sion.

            Pocos días después me vino a ver; su seria gravedad cedió a tu benignidad para conmigo y le hizo hablar acerca de lo que había visto y conocido, afirmando que haces todo la que quieres en el cielo y en la tierra, que eres Señor del uno y de la otra, el Dios que hace maravillas haciéndolo Obispo contra el pensamiento de sus amigos y enemigos. Los primeros se desesperaban y los otros decidieron impedirlo, pero ambos tuvieron que reconocer que nadie hace consejo contra ti, mi Señor y mi Dios.

            El Sr. de Priesac, su fiel amigo, me escribió el día que tuvo el breve, estas mismas palabras: Era necesario que el Sr. de Bousquet fuese Obispo, porque así lo había predicho el oráculo del Verbo Encarnado. Tu bondad me hizo oír: Ves, hija, cómo cumplo todo la que mi Espíritu te hace decir, aunque tú no asegures sea una predicción, sino la confianza que tienes en mi, que te amo y no te quiero dejar confundida cuando has esperado una cosa buena.

 Capítulo 102 - El Verbo Encarnado me hizo apremiar al Sr. de Priesac a escribir los Privilegios de su santísima Madre, ya que por humildad no se atrevía a hacerlo, asegurándome que él le daría abundantes luces.

            [727] Fuiste tú, mi querido Amor, quien me hiciste prometer una asistencia particular, y abundantes luces al Sr. de Priesac, que por humildad y modestia, no se había atrevido a escribir los privilegios de tu milagrosa Madre. Las luces fueron tantas, y tan brillantes, que los doctores que han visto los tres volúmenes que escribió, han confesado con admiración que quien lo hizo, aunque hubiera sido un gran versado en ciencias sociales y políticas y en la pureza del lenguaje, ha sobrepasado todo esto y ha tratado misterios tan profundos sin haber estudiado Teología y habiendo leído poco las Sagradas Escrituras, cuyo sentido ha explicado tan clara y apropiadamente, que parece como si tu Espíritu le hubiese dictado y la Ciencia y la Teología le hubiesen sido divinamente infundidas. Estos libros tienen tanto brillo como palabras ardorosas para alabarte.

            Madre del Amor hermoso, te suplico que recibas las alabanzas que él te presenta, como has recibido las que te han ofrecido las grandes lumbreras de la Iglesia, los santos, quienes han merecido no solamente el titulo de tus devotos, sino de tus mas amados; que el Sr. de Priesac esté en el número de aquellos a los que el Profeta Daniel, su Patrono, [728] vio en el cielo brillar como estrellas por toda la eternidad: Qui autem docta fuerint fulgebunt quasi splendor firmamenti; et qui ab justitiam erudiunt multos, quasi stella in perpetuas aeternitates (Dn_12_3). Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

            Débora, inspirada por tu Espíritu, movió a Baruc al combate, al que no quiso ir sin ella, para darle la gloria de la victoria; así el Sr. de Priesac, no se atrevió a escribir Los privilegios de tu Madre incomparable, hasta que una pequeña mujer le prometió rogar la asistencia de tu luz, y que ella quisiese ver lo que escribía, para darle la gloria de esta victoria que ella había ganado, venciendo la desconfianza que su espíritu tenía de su saber. Virgen santa yo te la devuelvo, te pertenece, has triunfado siempre de tus enemigos; Dios se confiesa vencido por tu humildad, por la que el Verbo, tu Hijo, así será llamado por toda la eternidad, aunque es igual a su divino Padre.

OG-02 Capítulo 103 - Después de dos años en que se habían celebrado misas por el eterno descanso de mi querida hija Isabel Grasseteau, cesaron mis palpitaciones de corazón y ella me obtuvo la gracia de servir en la cocina, oficio que por humildad ella había escogido.

            A fines del año de 1648, las palpitaciones del corazón y mis lágrimas cesaron. Habían comenzado desde que me vi privada de mi muy querida hija Isabel Grasseteau, por la que había mandado celebrar misas durante dos [729] años, para que ella repartiese esos tesoros a la Iglesia sufriente, así como ella había dado todo la que pudo a la Iglesia militante; estimando que tantas buenas obras, limosnas, y continuos sufrimientos, unidos a una inocente y laboriosa vida, que siempre admiré en esta hija, la habían librado en poco tiempo, por tu misericordia, de las penas del Purgatorio, si hubiera ido a él; porque el sábado después de su muerte se me apareció en sueños con una cara muy alegre, pero no me habló ninguna palabra. Entonces no comprendí que lo que me quiso decir fue que no me afligiera por su estado. No habló, pero como el Profeta, me invitó al cielo de los cielos para alabar el nombre del Señor que los ha hecho, diciendo un: fiat quia ipse dixit, et facta sunt; ipse mandavit, et creata sunt (Sal_148_5). Pues él habló y fue así, mandó él y se hizo.

            Esta santa alma, no tenía orden tuya de decirme que no llorara más, ni recibido poder para cambiar mi tristeza en alegría, alegría que ella gozaba, dejando para mí los sollozos, suspiros y lágrimas que me acompañarán mientras permanezca en este valle de miserias que los produce, y son muy abundantes aún comiendo el Pan de los ángeles que eres tú mismo, mi querido Esposo, Dios escondido y Salvador.

            El Sabio dice: Aquae multae non potuerunt extinguere charitatem (Ct_8_7). Grandes aguas no pueden apagar el amor. Estas lágrimas, aunque imperfectas, no pueden apagar la caridad que tenía esta alma para mí, obteniéndome una gracia [730] que nunca pensé obtener, ni lo creían aquellas personas, que por frecuentarme durante varios años, sabían cómo me veía obligada a ir a los baños y tomar las aguas medicinales cada verano; mas ahora podía ir a la cocina sin que me hiciera mal, oficio que Sor Isabel prefería a todas las dignidades y a los otros empleos. Cuando estuve en Lyon, no podía entrar a la cocina sin sofocarme por el calor, y aún me ponía mal el olor de la comida.

            La antevíspera a la fiesta de san Miguel, la hermana de la cocina sufrió la inflamación de un ojo, tan fuerte, que se veía obligada a ir a la cama y la que hubiese podido ir en su lugar, también estaba en cama con un fuerte catarro; y la Asistente, Sor María del Espíritu Santo Nallard que la hubiera podido reemplazar, estaba también en cama a consecuencia de un tumor en la rodilla que había sufrido catorce años en silencio, y que le producía fiebre y tenía la rodilla exageradamente inflamada, al grado que los médicos que la trataban la veían en peligro. Me dijeron que después de la operación, no respondían de su vida. Pero la confianza que yo tenía en tu bondad, mi divino médico, me hizo asegurarles que no moriría y que la otra hermana no perdería su ojo. Viendo que deseaba curarse de sus dolores la exhorté y le dije que debía sufrir con paciencia lo que Dios le enviaba, y que yo la reemplazaría en la cocina, y así lo hice.

            El día de san Miguel, no había pensado rezarle ni a él ni a san Rafael por la curación del ojo de esta joven, pero ella me hizo hacerlo al quejarse fuertemente toda la noche, que la compasión a los sufrimientos de mis hijas, me hizo rezar por ella. Hacia las cuatro de la mañana, cambié de idea [731] diciendo a este santo que se nombra Medicina de Dios: Hasta ahora esta joven no me ha dejado dormir, te suplico la alivies para que se descansemos ella y yo. Al instante este médico celestial abrió el tumor y tan diestramente que el cirujano que vino como a las siete u ocho de la mañana para abrirle, encontró el ojo desinflamado y una herida más bien hecha que lo que él hubiera podido hacer. El médico puso una solución para extraer el pus e impedir que se quedara. Pocos días después el médico me dijo que podría aplicar un cautín para quemar la fístula que la joven tenía en ese ojo desde que le dio la viruela en su infancia. Ella tuvo miedo de sufrir mucho al ver el fuego, pero oh maravilla, ella no lo sintió cuando el cirujano lo aplicó a la herida. Este espíritu angélico hizo lo que había hecho en el horno de Babilonia donde metieron a los tres jóvenes.

            La joven viéndose curada me rogó que le cediera su empleo, pero yo no me resolvía a dejárselo ni despedir a la que había llamado a ayudarme, aunque no sabía cómo hacer un caldo ni cocer un huevo, a pesar de que ya tenía dos años que me ayudaba y esto la humillaba continuamente, pues tenía buena voluntad pero poca paciencia, aunque deseaba contentar a la comunidad.

Capítulo 104 - Sitio de París y necesidad de entrar en la ciudad en donde la Providencia nos ayudó en lo material y en lo espiritual. Ahí tuve la oportunidad de tratar a los Padres de Lingendes, Duret, y de Condé. Enfermedad, y curación de nuestra Hna. Jeanne de Jesús

            [732] En el año de 1649 en que París fue sitiado, tuvimos necesidad de salir del barrio de San Germán y entrar a la ciudad, porque nuestro monasterio está fuera de la barrera y no podíamos tener pan, ni otras cosas necesarias a causa de las fosas que impedían el paso y además por estar expuestas a las acciones, de las gentes de guerra. Tu Providencia que gobierna todas las cosas, tuvo cuidado especial para albergar a tus hijas reservándoles cinco cuartos y una capilla doméstica, en la casa del Sr. Laubardemont, en la calle Vivient, en el departamento que rentaban el Sr. y la Sra. de Rossignol, quienes las recibieron con bondad. Pudieron cumplir con todas sus observancias regulares, oír todos los días la santa Misa, confesar y comulgar en la capilla sin tener que salir a la calle como otras religiosas tenían que hacerlo. La bondad del párroco de San Eustaquio, no solo nos permitía estas gracias, sino que nos permitió el Jueves Santo, tener los oficios como si hubiéramos estado en nuestro monasterio. Querido Amor, si te place, alójalo en tu Corazón y [733] que estos versículos del Profeta le sean aplicados: Beatus qui intelligit super egenum et pauperem: in die mala liberabit eum Dominus. Dominus conservet eum, et vivificet eum. Et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum ejus (Sal_40_2s). Dichoso del que cuida del débil y del pobre, en día de desgracia le libera Yahveh; Yahveh le guarda; vida y dicha en la tierra le depara, y no le abandona a la saña de sus enemigos. Tus hijas fueron saciadas del Pan del cielo, como si hubiesen estado en tu casa, y el pan que sustenta los cuerpos, tampoco les faltó; tuvimos harina y todo lo demás, como nos lo habías asegurado tantas veces.

            Tu Providencia hizo que el Sr. de Langlade se encontrase en París todo el tiempo del sitio, y le agradaba celebrar la santa Misa y confesar a tus hijas, aunque me dijo que lo haría gratuitamente, no lo quise permitir, siendo como era razonable qua el que sirve al altar, se alimente de él.

            El R.P. Morin, sacerdote del Oratorio, les daba conferencias y exhortaciones en la sala baja, que se había erigido en oratorio, porque la capilla ara demasiado pequeña y no podían entrar todas con comodidad. El R.P. de Condé y otros religiosos las visitaban, y así como no les faltó la ayuda espiritual, tampoco les faltó la corporal que les era necesaria. Sólo una cosa me mortificó, que cuatro de las pensionistas fueron separadas por sus padres, dos de ellas habían tomado el pequeño hábito, y como tu justicia, a causa de mi sensibilidad, siempre ha permitido que mi [734] alma se aflija por mis pensionistas, a quienes amo tiernamente, aunque se resigne y quiera tu voluntad, mi aflicción sobre todo fue muy grande el día de Pascua, en que vinieron a decir que una de las pequeñas Beauvais había muerto, y como no tenía nombre, temí que hubiese muerto sin bautismo, por lo que detuve su entierro dos días, hasta que su mamá me mandó decir que estaba bautizada, por lo que había un ángel más en el cielo, que mis cuidados habían retenido en la tierra, pues desde el principios de diciembre una afección del pecho con fiebre, la amenazaba de morir en este tiempo y el haberla recibido así mostraba que la amaba más que a mí misma. Como llorase a esta bendita niña en la iglesia de los Jacobinos, llamada también de santo Tomás, vi a unos serafines que venían a consolarme, pero no era por la muerte de la niña, sino por mi hermana Catalina de Jesús Richardon, que había muerto el Jueves Santo en nuestro monasterio de Avignon.

            No me alojé en la casa del Sr. Laubardemont con mis hijas, porque los Srs. de la Piardière, me rogaron les concediese el consuelo de estar con ellos; la Sra. era tan bondadosa, que ella misma me ayudaba hacer las compras de lo que necesitaban nuestras hijas, a las que yo les servía de tornera, estando en todos los empleos y oficios; además tu Providencia, me había llevado allí para poder asistir a los sermones de cuaresma que en la parroquia de San Eustaquio [735] predicaba un padre jesuita; tratar de mi alma con él y con otros padres de la Compañía, sobre todo con el R. P. de Lingendes a quien di cuenta de todo lo que me acordé después de 1632, en que me había él ayudado en el primer viaje que hice a París.

            No fue poco consuelo el oír de labios de este piadoso y sabio sacerdote, que me querías en el estado en que me encontraba, asegurándome que si me hubiese obligado a la clausura por profesión, no hubiese podido sostener el Monasterio de París, y que Grenoble y Lyon ya no existirían, porque hubiese estado imposibilitada para actuar y socorrerlas en sus necesidades. Otro tanto me dijo el R.P. Duret, quien reconoció que aquellos que le habían escrito de Lyon y de otro lugar, diciéndole que no hacía tu voluntad, eran unos ignorantes de ella y se equivocaban diciendo que revestía a mis religiosas y no tomaba el hábito externo; que era como la campana o como aquellos que construyeron el Arca de Noé y se quedaron fuera, que hacía como los Notarios, que obligaban a otros pero no a sí mismos. Esto no solo se decía entre la gente del pueblo, sino que era el entretenimiento [736] de reyes y eminencias. Yo temía que los desprecios que me hacían, me hiciesen resolver a contentarlos en contra de tus órdenes, mi divino Gobernador. Yo no lo discutía, por considerar que no debía hacerlo, la modestia me detenía, ya que mi sencillez hubiese sido estimada como jactancia, diciendo que hablaba demasiado libremente de las luces que querías comunicarme, mi adorable bienhechor.

            Terminado el sitio, fue necesario hacer algunas reparaciones a nuestro Monasterio, las que duraron tres semanas y nos vimos obligadas a permanecer en la ciudad hasta la Ascensión. A las reparaciones de la casa se unió la enfermedad de nuestra pensionista, ahora Hna. Jeanne de Jesús, hija del Sr. de Belly de Avignon, la que se vio tan grave, que no hubiera podido ser trasladada sin peligro de su vida. El Sr. de la Chambre, médico del Rey, pensó no poder curarla y nos dijo que su cuerpo ya no respondía. La joven había venido de Grenoble el día de Todos Santos, con una fiebre que sufría desde el mes de septiembre y de la que dos religiosas del mismo monasterio habían muerto, y sin duda ella también hubiese muerto si no la hubiera hecho venir a París cerca de mí.

            Querido Amor, sabes bien cuántas lágrimas vertí por la salud de esta hija y cómo [737] te rogaba que llegara a ser religiosa. Te pido perdón por lo que dije al Sr. de Priesac que vino a verme para que me conformara con tu voluntad en la muerte de esta joven a quien tanto quería, pero que sería muy difícil viviera, porque además de la fiebre continua y el mal de pecho, hacía dos días que se estaba hinchando visiblemente. Señor, le dije, sé bien que de acuerdo con los conocimientos médicos, mi hija está en peligro de muerte, pero no, según mi confianza; lloraré cerca del Verbo Encarnado hasta que él me la cure, y así lo hice. Enjugaste mis lágrimas y la curaste milagrosamente, y le hiciste la gracia de tomar el santo hábito el 31 de mayo de 1649, día de santa Petronila, lunes entre la fiesta de la Sma. Trinidad y el jueves de tu fiesta, mi Señor y mi Dios.

            Este día invité al Sr. de la Chambre, a ver su vestición; quedó asombrado cuando oyó la voz de esta joven y dijo: es la muerta resucitada y admiró la salud de su cuerpo y la presencia de espíritu que tuvo durante la ceremonia, que en esta Orden es bastante larga, pero tan bella y misteriosa que nadie se enfada, y es parque tu espíritu la ha dictado, oh mi divino Amor.

 Capítulo 105 - Regreso a nuestro monasterio. Lo que la divina bondad hizo con la vocación de dos novicias. Toma de hábito y profesión.

            [738] No puedo expresar la satisfacción que tuvo la comunidad al verse de nuevo en su monasterio, lejos de las visitas que importunan a las buenas religiosas, por la proximidad de la ciudad. Los seglares sin ocupación buscan pasar el tiempo en los recibidores, y desgraciadamente hay religiosas a quienes les gusta divertirlos. Si no van ahí por la obediencia y mortificación, se engañan a ellas mismas, el celeste Esposo, que está de pie, detrás de la muralla de la clausura, las mira con indecibles celos y las hace volver pronto a sus ejercicios y meditación, en donde verán las hermosas flores del jardín sagrado y gustarán los frutos, y verán el vergel admirable que este Esposo ha plantado para su recreación: Surge, amica mea, columba mea, formosa mea et veni. Jam enim hiems transiit (Ct_2_10). Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven. Porque, mira, ha pasado ya el invierno. [739] No te acuerdes de lo que está en el mundo que es un invierno sin fruto y lluvias cansadas que se van a cisternas que corren por debajo de la tierra en arroyos; nuestro jardín tiene fuentes divinas. El Padre y yo, somos fuente del Espíritu Santo que emana de nosotros, nos mira y relaciona con nosotros, elevándose en igualdad a nuestro único principio: surge, propera, columba mea, flores aparuerunt in terra nostra (Ct_2_10s). Levántate, amada mía. Aparecen las flores en la tierra. A todas en general les muestra las flores y los frutos, y a cada una en particular le dice: Levántate, hermana mía, y ven a mi jardín para recrearte inocentemente conmigo; ven, mi paloma sin hiel, [739] deja el mundo, ven a tu celda que es como una colmena llena de miel bien figurada par los agujeros de la piedra y por una pobre habitación, pero esta pobreza contiene todas las riquezas de les cielos; ahí permanezco contigo, y en mí están encerrados todos los tesoros de la ciencia y sabiduría de mi Padre; medita los profundos misterios de nuestra única esencia y la pluralidad de nuestras divinas Personas, medita las maravillas encerradas corporalmente en mi sagrada Humanidad. No te saco del recibidor para vagar par el monasterio llevando contigo las [740] vanas imágenes que has visto, que éstas desaparezcan en el momento en que tú sales de él, no vuelvas con el pensamiento para ver el incendio de Sodoma, como la mujer de Lot: Surge, amica mea, speciosa mea, et veni. Columba mea, in foraminibus petrae, in caverna maceriae, ostende mihi faciem tuam, sonet vox tua in auribus meis: vox enim tua dulcis, et facies tua decora (Ct_2_13s). Levántate, amada mía, hermosa mía y ven; paloma mía, en las grietas de la roca, en escarpados escondrijos muéstrame tu semblante, y déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce y gracioso tu semblante.

            Estoy deseoso de oír tu voz, que me es dulce como deliciosa música, no debes cantar ni hablar más que para alabarme; tu cara debe estar escondida a todos los del siglo, para estar sólo descubierta en mi presencia. Mi apóstol que ha conocido mis celos, dice que las mujeres, en consideración a los ángeles más que a los hombres, deben cubrirse con velo en la Iglesia. Job que no había sido iluminado por la luz evangélica hizo pacto con sus ojos para no mirar a ninguna virgen, mis vírgenes me deben fidelidad, no viendo ni siendo vistas por ningún hombre, mas que por necesidad, lo que les debe ocasionar pena, pena que es inexplicable a las creaturas.

            He hecho una digresión que te ruego, mi divino Amor, que sea una lección para todas las religiosas que la lean u oigan leer. Estaba diciendo que nuestra comunidad tuvo una satisfacción [741] inexplicable al verse de nuevo en su lugar; pero como no hay regla sin excepción, debo decir que una o dos de nuestras hijas que no tenían aún la virtud del Altísimo, porque no eran recogidas como las otras no encontraron tus flores, y no gustaron de tu miel: no tenían más que hiel, y hojas de apariencia, que cayeron por el rigor de su indevoción.

            Una se hizo llevar por su nodriza, y la otra, con mil astucias para perder su vocación, hizo creer a sus padres y a otros parientes que la había perdido. ¿Quién hubiera creído que estas dos jóvenes debían ser separadas y arrojadas de tu comunidad, por haberse hecho indignas de la felicidad que tú les habías preparado? Todas dudaban de su permanencia en su vocación, excepto la que espera contra toda esperanza y que debe imitar siempre a tu fiel Abraham, que creyó, y le fue reputado como justicia. Así yo, esperé en tu bondad sin que deba reputárseme como justicia, que tus hijas no serían abandonadas del todo de tu misericordia, la cual las llevó a tu Madre y madre suya quien te las presentó. Sus padres confiaron en que su salida no era una [742] enfermedad mortal, sino una demostración de tu bondad y poder, y creyeron en las palabras que yo les había dicho, de que volverían para ser religiosas en el plazo que yo les señalé, demostrando tanto fervor que pedirían el santo hábito. Por más de 40 días seguidos pidieron el santo hábito con suspiros y lágrimas, a mí, a la Asistente, a la Maestra de Novicias, hasta que por fin testimoniaron tanto fervor que manifestaron ser, movidas por el Espíritu Santo: Flabit spiritus ejus, et fluent aquae. Qui annuntiat verbum suum Jacob. Justitias et judicia sua Israel (Sal_147_18s). Sopla su viento y corren las aguas. El revela a Jacob su palabra, sus preceptos y sus juicios a Israel. Que ellas se acuerden así como todos los que lean esto que tu Espíritu no hace siempre este favor a los que resisten a sus gracias y a su vocación, lo que las obliga a corresponder doblemente a esta gracia recibida: Non fecit taliter omni nationi et judicia tua non manifestavit eis. Alleluya, alleluya. Así acaba este salmo admirable (Sal_147_20). No hizo tal con ninguna nación ni una sola sus juicios conoció. Aleluya.

            La octava de Reyes de 1650, la primera tomó el hábito. Te ruego, mi divino Salvador, que oiga de tu misericordia lo que tu Padre dijo de ti por justicia: He aquí mi hija bien amada en la que tengo mis complacencias, y que tu Espíritu Santo la conduzca al desierto de la santa Religión en donde tu gracia la asista de manera que triunfe de todos sus enemigos, para que al fin de su vida, cuando salga de este desierto, se encuentre digna de ser acompañada de tus santos ángeles y que ellos te la presenten limpia de toda impureza, a fin de que en calidad de tu esposa amada le digas: Sponsabo te mihi in sempiternum (Os_2_2I). Te desposaré conmigo para siempre.

            [743] La segunda, viendo que había hecho voluntariamente, lo que el hijo pródigo hizo en efecto; es decir, que ella pidió irse a una región lejana de tu casa, donde tu amor ha producido la santidad que está bien asentada en tus hijas, que son tus templos; deshecha en lágrimas y haciendo resonar sus sollozos, suspiros y quejas, se arrojó a mis pies y mientras el peso de tu amor inclinaba mi amor maternal me incliné, la abracé y besé con ternura inexpresables rogando a los ángeles te alabaran con sus cantos, e invité a todas mis hermanas a celebrar la dicha que aquellas habían querido perder ignorando los precipicios en que se iban a arrojar, porque un abismo llama a otro abismo, cuando se deja la vocación a la que tu Espíritu nos ha llamado.

            Tomó el santo hábito el jueves de la octava de Resurrección, siendo compañera de noviciado de la que lo había tomado en la octava de Reyes y de Sor Jeanne de Jesús, a quien tú habías tan dichosa y milagrosamente curado. Las tres profesaron al cumplir su tiempo de noviciado, cada una según la fecha de su toma de hábito. Señor, revístelas de fuerza, de gracia, y de ti que eres la belleza y que amas a tus esposas para que ellas puedan gozar en el último día.

Capítulo 106 - Nuestro Señor me hizo saber que el tiempo que había destinado para elevar al sacerdocio al Sr. de la Piardière, estaba próximo. Enfermedad, muerte y glorificación que Dios dio a su esposa,

            [744] El día de san Joaquín de 1649, tu bondad me elevó a sublime contemplación diciéndome las palabras de Ageo: et mare, et aridam (Ag_2_6). el mar y el suelo firme. Hija, espera un poco de tiempo y verás lo que haré en ti y en tu querido hijo al que he elegido para servirme por la dignidad del sacerdocio; le quitaré los vestidos mundanos y lo revestiré con los hábitos sacerdotales; ni satán, ni todas las contradicciones de los hombres, podrán impedir mis designios sobre él. Recibirá mi Espíritu y los siete dones, que brillarán en su cabeza como ánforas ardientes; seréis como dos olivos en mi casa. Desde hace varios años te he dicho que eres tú, mi querida Zorobabel, que todos las grandes no son más que una montaña de presunción ante ti, montaña que derribaré y haré que fundes y perfecciones mi casa, te daré los medios y el poder, tus manos la fundarán y nosotros la perfeccionaremos: Manus Zorobabel fundaverunt domum istam, et manus ejus perficient eam (Za_4_9). Las manos de Zorobabel echaron los cimientos a esta casa, y sus manos la acabarán. Tu sabiduría que todo la hace sabiamente y que tiene contado el número de nuestros días, hizo ver que los de la Sra. de la Piardière llegaban a su fin, porque cayó en cama con una fiebre que consumió su vida mortal, para darle la posesión de la bienaventuranza eterna. Todos los que la conocieron pudieron decir que su [745] humildad y caridad habían llegado al último grado de perfección. La primera la llevó a tener bajos sentimientos de si misma y considerar imperfecto lo que hacía, y la segunda, a consumir su vida en el cuidado de los pobres de la Parroquia de San Eustaquio, y así pudo ofrecer el holocausto de su caridad corporal y espiritual; su celo por llevar a confesar y comulgar por Pascua a todos los pobres de la parroquia, la hizo olvidar que ella misma tenía necesidad de descanso y alimento, su esposo, sumamente afligido, me rogó para que pidiera al Señor se la dejara un poco más de tiempo si era su voluntad, y me rogó la fuera a visitar. Fui a la Iglesia de los Padres Agustinos descalzos para oír la santa Misa y a comulgar, y en ella me dijiste: Desde hace muchos años sabes tú, que ella debe morir antes que su marido; si no muere, el Espíritu Santo no descenderá sobre él y no será sacerdote mientras viva su esposa, la que morirá de esta enfermedad. El cielo que la deseaba no quería que permaneciera por más tiempo sobre la tierra. El mundo no era digno de esta hija del cielo que no pensaba ya en las cosas que dejaba en la tierra. Algunas horas antes de morir, le dijeron que si quería ver a su esposo y a sus cuatro hijos y me hizo comprender que no era necesario, pareció decir con el Apóstol: [746] Unum autem, quae quidem retro sunt oblivscens, ad ea vero quae sunt priora, extendens meipsum, ad destinatum persequor, ad bravium supernae vocationis Dei in Christo Jesu (Flp_3_13s). Pero una cosa hago: olvido la que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde la alto en Cristo Jesús. No debo tener nunca afecto ni pensamiento que por Dios.

            Por una santa cesión, me dejó el cuidado de su esposo y de sus hijos, pudiendo todavía decir con el Real Profeta: Domine, probasti me, et cognovisti me; tu cognovisti sessionem meam et resurrectionem meam (Sal_138_1s). Yahveh, tú me escrutas y conoces; sabes cuando me siento y cuando me levanto. Esta alma, desligada de todo lo visible, se unía a ti, mi divino Amor, que eres la imagen de Dios invisible. En este momento le dije de tu parte: Veni, electa mea et ponam in te thronum meum (BR. 4a. Ant; Vp, Virg.). Ven, elegida mía, y coloca en ti mi trono.

            Murió el viernes 13 de mayo de 1650 a las 5 de la tarde; la recibiste, de una manera inexplicable para mí. Había dicho a su esposo que en cuanto la viera muy enferma, me llamase, aunque temía afligirme, quería verme porque le habías hecho conocer por tu Espíritu que yo la amaba de verdad. En cuanto esta alma salió de su cuerpo dije a la persona que me acompañaba (sor Gravier). He aquí una santa. Madre, me dijo ella, vos hacéis muy pronto santas. Esta respuesta no disminuyó en nada la estimación que tenía a esta alma muy amada de tu Padre. A la mañana siguiente tu providencia permitió que esta misma persona me acompañase a la Iglesia de los Padres del Oratorio en la calle de San Honorio. Al ver que me confesaba y comulgaba quiso hacer la mismo, pero, oh maravilla de tu divinidad, quisiste convertir a ésta [747] persona por medio del alma que habías glorificado, haciéndosela ver llena de gloria y revestida con una túnica blanca sembrada de brillantes, sin poder comprender de qué tela estaba hecho este admirable vestido, así como la corona que rodeaba y hermoseaba sus cabellos de una manera celestial. Reconoció en la cara sus rasgos, pero su aspecto y la  belleza que presentaba la hacían irreconocible. Esta alma, divinamente adornada, subía de una manera también divina, y la persona que contemplaba todas estas maravillas percibía que no caminaba sobre la tierra, ni volaba, sino que se elevaba al cielo y le pareció que esta querida alma venía del lugar donde estaba yo arrodillada. Esta misma persona vio también que iba seguida de una multitud de almas o espíritus glorificados, no sabiendo distinguir las almas bienaventuradas, de las naturalezas angélicas, y [748] decía para si, esta gloria es demasiado grande para una mujer que no fue ni virgen ni mártir, esto estaría bien para la que está ahí, se refería a mi, tu indigna sierva. En este momento una voz celestial le dijo: Dios no agota las inmensas riquezas de su gloria, adornando a esta criatura, las tiene infinitas para las almas que quiere santificar y corresponden a la gracia que él les da.

            Querido Amor, la persona a la que quisiste manifestar esta gloria, pensó que también yo había tenido las mismas visiones, y que te había rogado convertirla de sus ideas por la misma manifestación, diciéndome que esta alma había empezado su recorrido del lugar en que yo estaba. El P. Morin del Oratorio, me hizo abreviar mi acción de gracias para que le hablara de la hermosa muerte de la difunta. Cuando me alejé del padre, me extasié de ver todavía de pie en la balaustrada, a esta persona, quien toda extrañada me preguntó: madre, ¿habéis visto a la Sra. de la Piardière en la gloria? A estas palabras le dije que era demasiado curiosa para preguntar lo que tanto había rechazado la víspera. Con mi rechazo aumentó su curiosidad, lo que me hizo mirarla fijamente y conocer por su cara, que mantenía un recogimiento extraordinario. Mientras mas la miraba, mas crecía su modestia, señal evidente de verdaderas visiones, apareciendo cada vez más y más sumergida en una profunda confusión. Como tenía autoridad sobre ella, le pedí me dijera con franqueza y [749] sin disimulo la causa que la había puesto en el estado en que la veía. Me rogó que no la nombrara, pero que si quería podía decir lo que había visto y que lo podía anotar en mi vida como si yo hubiera visto esas casas antes que ella ya que este triunfo empezó a aparecer cerca de mí y había terminado junto a ella; que estas visiones habían durado mucho tiempo y que las había captado tan bien, que en su alma aún permanecía presente lo que había visto, como los Apóstoles en el Monte de los Olivos, cuando tu Humanidad subió a los cielos el día de tu gloriosa Ascensión, y que les mandaste ángeles para sacarlos de su admiración diciéndoles: Viri Galilaei, quid statis aspicientes in caelum? (Hch_1_11). Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? En esta visión esta persona sanó de una enfermedad incurable, que con frecuencia la hacia sufrir de sudores y debilitamiento de todos sus miembros y muy seguido hasta el extremo de morir.

            Le pedí escribiera lo que me había dicho. Noté en ella una repugnancia muy grande porque por su carácter la conocían muchos, pero obedeció aunque escribió con la mano izquierda para que no la reconocieran. Llevé este escrito al Sr. de la Piardière, ayudándolo a leerlo. Encontrándose en el cuarto el Sr. Darchambaut, gentil-hombre del Rey y hermano de la difunta, cuando supo la gloria que poseía su hermana, nos dijo al Sr. de la Piardière y a mi, que en la tarde, como un cuarto de hora antes que muriera su hermana, se retiró de su lecho por no tener bastante fuerza para verla morir: entré [750] al cuarto de mi hermana, porque ella murió en la sala. Me senté en una silla, en donde la tristeza me adormeció por un momento, pero súbitamente fui despertado por un ángel vestido de un color amarillo dorado, que conducía a una mujer revestida con un gran vestido blanco, parecido al de una religiosa; me levanté inmediatamente para volver a la sala, en donde ya la encontré muerta.

            Que admirable eres divina sabiduría con tus elegidos que viven santamente, y qué cierto es que los tormentos de la muerte no los tocarán, los presentas por tus ángeles con su justicia y tú mismo los coronas con tus misericordias y los adornas de majestuosos resplandores cuando llegan al fin. Como dije, murió el viernes 13 de mayo a las cinco de la tarde, y su Ángel que debió haberla acompañado en las obras de caridad, la presentó a tu Majestad y el sábado, a las 10 de la mañana, mostraste que la conducías a tu gloria revestida como una esposa divina, tanto que se le pueden aplicar las palabras de tu discípulo amado: Vidi sanctam civitatem Jerusalem novam descendentem de caelo a Deo, paratas, sicut sponsam ornatam viro suo (Ap_21_2). Y vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalem, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo.

            No debo omitir lo que el padre que la veló me dijo el domingo en la mañana, a saber, que habiéndola velado dos noches seguidas, no experimentó ninguna pena; que su cara estaba bella, y aunque se la dejó en su cama [751] después de muerta hasta el domingo después del medio día, a pesar del mucho calor que hacia en el mes de mayo, no se descompuso su cara, ni causó mal olor. El que hizo la caja de plomo se extrañó, cuando tomó su cuerpo para meterlo en la caja de que estuviera ligero y flexible como la cera blanda a pesar de que hacía ya tres días enteros, en que el alma que encerró, lo había dejado la tarde del domingo. He llegado a pensar que por una divina maravilla esta alma recibió orden o permiso de venir a asistir al entierro de su propio cuerpo que había despreciado en vida. Fue enterrada en San Inocencio el lunes, después de los funerales hechos en San Eustaquio. Puedo asegurar que no la podía visitar sino como un cuerpo que me daba respeto y veneración; me sentía inclinada a doblar la rodilla ante él, lo que no hice para evitar llamar la atención de los asistentes, por lo que tomaba el hisopo la rociaba y me ponía de rodillas frente al Crucifijo, no pudiendo casi rezar por el alma de la difunta, mas bien daba gracias a Dios y le encomendaba a los que tenían necesidad de asistencia espiritual. Te agradecí, mi divino Amor, todo lo que hiciste en tu sierva. La Hermana Gravier quien me acompañó todo el tiempo que permanecí allí, en la noche bajó por una gran escalera extrañándose al sentirse sin miedo y dijo para si: Aquí hay un cuerpo muerto y bajo sola, y al hacer esta reflexión oyó interiormente: Beati mortui qui in Domino moriuntur (Ap_14_13). Dichosos los muertos que mueren en el Señor.

Capítulo 107 - El Verbo Encarnado me hizo admirar su gloria participándome de ella. Me hizo unos favores en el mes de julio. De su amor hacia mí. Su augusta Madre me hizo participar con ella el día de su Asunción. Del nacimiento del hijo del Duque de Orleans. Fiesta de san Mateo. Lo que san Miguel y sus ángeles me dijeron el día de su fiesta. Visiones que tuve el día de los santos apóstoles Simón Y Judas.

            [752] Algunos días antes de la fiesta de tu triunfante Ascensión en 1650, elevaste mi alma a tus divinas delicias haciéndome admirar tu gloria y la dicha de los santos que participaban de ella y me invitaban a esta alegría común, con unas bondades que me son inenarrables. Cuando pude estar en soledad, me olvidé de todo lo que era visible para contemplar la belleza del Dios invisible que eres tú, mi amor y mi peso, que me llevas y elevas hasta el seno del Padre. No pedí hacer tiendas, acordándome de lo que les habías dicho a tus Apóstoles para atraerlos después a ti y quitarles todo afecto terreno: In domo Patris mei mansiones multae sunt (Jn_14_21). En la casa de mi Padre hay muchas mansiones.

            En el mes de julio, mi alma gozaba con santa Magdalena de la mejor parte; cuando se quedó contigo después de que tu fuerte predilección la sacó de la molestia de las ocupaciones domésticas, derramó un perfume sobre tus pies y cabeza, adorando al mismo tiempo tus heridas y humillaciones y en tus soberanas y divinas grandezas viéndote a ti en ella, como saliendo de las profundidades de la tierra, y al mismo tiempo elevado sobre los cielos, habiéndote hecho el cielo supremo. Mi alma [753] disputaba de tus misericordias con esta afortunada pecadora diciéndole: Tú has sido nombrada pecadora de una sola ciudad, en cambio, yo soy la pecadora de todo el universo; Jesús, nuestro amor, me ha perdonado más pecados que a ti, ha tenido por tanto, mayor misericordia. Tan pronto como tú lo conociste, lo amaste y no volviste a pecar más; en cambio yo, he continuado ofendiéndolo; tanto, que se puede decir de esta esposa infiel a quien él se digna amar y que su bondad ha alojado en su casa: Quid est quod dilecta mea in domo mea fecit scelera, multa (Jr_11_15). ¿Qué hace mi amada en mi casa? su obrar, ¿no es puro doblez? Amor que me ha dado desde hace tantos años, todos los días, la carne sagrada de ese divino amador, y con eso me ha dado vida nueva y dejado su preciosa sangre por el Sacramento de la Penitencia, por el que me da una indecible confianza, dando a mi cuerpo y a mi espíritu una gracia que no se puede expresar sino por él: Quam initiavit nobis viam novam, et viventem per velamen, id est, carnem suam (Hb_10_20). Por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne.

            Gran santa, estuviste en el desierto en donde los ángeles te elevaban siete veces al día para alabar con ellos su Rey nuestro mismo amor, pero no se nos dice que te hubieran dado la comunión todos los días, aunque algunos contemplativos dicen, que san Miguel te llevó una Cruz, tanto para que te acordaras de la Pasión de nuestro Amado Esposo, como para combatir y vencer las [754] tentaciones de tus enemigos a los que siempre venciste, porque el amor supera todas las cosas. Ruégale que nunca sea  ingrata a sus favores, que no me deje extraviar, pues él es mi camino; ni errar, siendo él mi verdad, ¿podría morir, si poseo esta vida divina? Los pecados que he cometido los confió a su misericordia y digo a todas las potencias de mi alma: Accedamus cum vero corde in plenitudine fidei, aspersit corda a conscientia mala, et abluti corpus aqua munda: teneamus spei nostrae confessionem indeclinabilem, fidelis enim est qui repromisit, (Hb_10_22s). Acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues él es el autor de la promesa. Y no dejemos nunca nuestra divina colación, no nos privemos de nuestra cotidiana comunión, la que es nuestro viático para pasar de este mundo, que es una noche obscura, al día de la eternidad, día que tú haces, mi Señor y mi Dios.

            Divino amor, podría, sin cometer un gran crimen digno de enorme castigo, por la justicia de tu ardiente amor hacia mi, retirarme de la mesa en donde me alimentas y descansas tan delicadamente, diciéndome que el que ama más, sufre más y que si fueras capaz de sufrir, esta privación te haría sufrir penas para mi incomprensibles. Y referente a tu fidelidad conmigo, que así y con todo eso tú no mueres más, la muerte no te eliminará jamás, así tampoco me [755] quitarás jamás este alimento, y que debo tener en gran estima tu sangre preciosa con la que me purificas y embriagas después de complacer mis peticiones. Que si por algún tiempo sufres con paciencia a los que desprecian esta sangre adorable, que es testamento de tu amor, el castigo de este crimen, hecho a un Dios muerto por nosotros, será ordenado por un Dios viviente: Horrendum est incidere in manus Dei viventis. Justus autem meus ex fide vivit, et quod si subtraxerit se non placebit animae meae (Hb_10_31s). Es tremendo caer en las manos de Dios vivo. Mi justo vivirá por la fe; mas el cobarde, mi alma no se complacerá en él.

            Divino salvador, que sea justificada por tus justificaciones y las de todos los santos, me dijiste que amabas mas tus misericordias hacia mi, que todos los antiguos sacrificios: Immola Deo sacrificium laudis, et redde Altissimo vota tua. Et invoca me in die tribulationis, eruam te et honorificabis me (Sal_49_14s). Ofrece a Dios sacrificios  de acción de gracias, cumple tus votos al Altísimo. Invócame el día de la angustia, te libraré y tú me darás gloria.

            Cerca de la fiesta de la Asunción de tu augusta Madre, me hiciste participar de su gloria, elevándome tan alto que parecía que tu amor era mi peso y que me llevaba cerca de aquella que es tu predilecta y tu [756] amor. Esta admirable Madre, que hace sola tu coro a tu derecha me aceptaba para compartirme las gracias que distribuye desde su trono de gloria a aquellos que tú amas. Me dio una buena parte, de manera que pude decir: funes ceciderunt mihi in praeclaris; etenim haereditas mea praeclara est mihi (Sal_15_6). La cuerda me asigna un recinto de delicias, mi heredad es preciosa para mí.

            El 17 de agosto, a las 5 de la mañana, la portera me vino a decir que la Sra. Duquesa de Orleans, había dado a luz un hijo, según mi palabra que ella llamó profecía, porque tu bondad cumplía siempre lo que me hacia decir mucho tiempo antes. Mi alma se regocijó con la alegría de esta buena Duquesa que había sido probada durante muchos años no concibiendo sino solamente hijas. Mi alegría se turbó porque me hiciste ver un pozo casi lleno de sangre, vertida y esparcida por mujeres, visión que me turbó y obligó a decirlo ese mismo día al Sr. de la Piardière y a mis hijas, quienes aún se acuerdan, lo mismo que él. Tu bondad calmó mi espíritu el día de la fiesta de san Miguel. Alabándolo y admirándolo porque había triunfado del dragón y de los ángeles rebeldes arrojándolos del cielo, victoria que había obtenido luchando con sus ángeles infieles llevado en virtud de tu preciosa sangre: Ipsi vincerunt eum propter sanguinem Agni, [757] et propter verbum testimonii sui (Ap_12_11). Ellos lo vencieron gracias a la sangre del cordero y por la palabra del testimonio que dieron. La palabra que san Miguel pronunció, fue la palabra que le da su nombre: ¿Quién como Dios?, Michael quis sicut Deus, admiré esta maravillosa palabra, y alabé a este primer fiel repitiendo varias veces. Miguel, ¿Quién como Dios?, Este magnifico Príncipe respondía cortésmente con todos las ángeles: Jesus amor meus, Jesus amor meus, Jesús mi amor, Jesús mi amor, y como un eco se continuaba oyendo: Jesus amor meus. Extrañada por la reiterada respuesta, san Miguel me dijo: Así como el Verbo divino me ha honrado con este divino nombre, y le agrada la repetición del mismo, quiere que tú seas alabada y honrada de sus elegidos, llevando sobre tu corazón: Jesus Amor meus, palabras que son tan grandes y adorables como estas otras: Quis sicut Deus? ¿Quien como Dios?

            Regocijada mi alma por estas amorosas repeticiones de todos los santos y espíritus bienaventurados que las decían en honor y a la gloria del Santo de los santos, desee hacer mi morada con ellos, y dejar las ocupaciones exteriores, sin el cuidado de la cocina, diciendo a este príncipe que ya había estado en este oficio varios años y que bien podía ser descargada de este penoso empleo, para vacar con mas calma al reposo y contemplación de los [758] divinos misterios. Reuniéndose como en consulta, concluyeron todos a una, que debía permanecer todavía y ser confirmada en este oficio de cocinera de la casa del Verbo Encarnado; que él, con sus ángeles habían preparado y dado el maná al pueblo de Israel durante 40 años en el desierto.

            La víspera de las santos Apóstoles san Simón y san Judas, entré a la capilla para adorar al Santísimo Sacramento, quisiste favorecerme con bondades inexplicables; te me apareciste con una triple corona de diamantes haciéndome ver el cielo abierto en donde brillaba tu corona. Arrobada ante estos admirables espectáculos tu bondad me invitó a aproximarme a tu Majestad diciéndome: Acércate, esposa mía, no temas la persecución de tus enemigos: multae filiae congregaverunt, divitias tu supergressa es universas (Pr_31_29). Muchas mujeres hicieron proezas pero tú las superas a todas.

Capítulo 108 - El día de todos Santos me recibieron ellos para participar de su felicidad. El Salvador quiso premiarme el día de la Octava de los Santos y de la dedicación de la basílica. Supe algo para su Orden. De su protección y dones para mí.

            El día de Todos Santos quisiste que me recibieran para participar con ellos de su felicidad, pero como peregrina todavía en esta vida, mi alma estaba [759] obligada a informar un cuerpo que la retiene en cuidados muy ordinarios, como ocuparse de cosas bajas que conciernen a los sentidos, por la que te dije: Infelix ego (Rm_7_24). Pobre de mí.

            Estos caritativos cortesanos para disipar mis penas, me hicieron comprender cómo, aun estando en esta vida era regalada con varios favores que otros no tienen, como el ser fundadora de una Orden, la que me colocaba en el rango de los patriarcas del Antiguo y del Nuevo Testamento; de los profetas, porque me has dado el don de conocer y predecir varias cosas que se han verificado; con los Apóstoles, enviada por tu Padre, por ti y el Espiritu Santo para llevar tu nombre y tu gloria al mundo, oh mi divino Redentor; con los mártires, testimoniando con mis palabras, escritos y acciones, que estoy dispuesta con tu gracia, a sellar con mi sangre la fe y la creencia que profesa la Iglesia santa, católica, apostólica y romana, como hija que soy de esta Iglesia de la que eres la cabeza, invitándome a morir por tu amor, confesando tus verdades de la manera que deseas de mi fidelidad; con los doctores, enseñando tus misterios mandándome escribirlos ya por ti mismo diciéndomelo interiormente [760] o por mi Prelado, mis directores y superiores que me lo decían de palabra; con los confesores, diciéndome que hace varios años que tu Espíritu me inspira y conduce en tu presencia; con las vírgenes, por tener parte en sus rosas como en sus lirios, y que me habías ordenado establecer tu Orden con tus libreas blancas y rojas por ser tus colores. Divino Amor, me quisiste honrar con tu matrimonio admirable, desposándome en presencia de tus cortesanos celestes y dejándome sobre la tierra para guiar a nuestros hijos como viuda desde la víspera de la Ascensión de 1617, en que me mandaste permanecer aquí por tu amor. Como viste que estaba abandonada de las personas que podían ayudarme a glorificarte, me designaste para describir tu divino Paráclito, el Espíritu Santo tu amor, de quien recibo todas las gracias y todos los bienes. Me hiciste recordar que desde el año de 1619, fui recibida en la compañía de los santos Inocentes, en el Monte Sión, recibiendo de tu boca un ósculo que produjo en mí la impresión de tu nombre y el del Padre. Todos tus santos ángeles me recibieron en nueve coros, elevándome hasta sus celestes jerarquías por elevaciones maravillosas; tu excelsa Madre me acogió como tu esposa e hija suya, aunque muy indigna de uno y otro favor, me humillé más de lo que puedo expresar y tú hiciste abundar y sobreabundar la gracia en mí, ahí donde había abundado el pecado. [761] Toda la octava de los Santos la pasé como el día de la fiesta, con favores para mi inexplicables, diariamente recibía nuevas bendiciones.

            El día de la dedicación de tu templo, divino Salvador, me concediste tantas gracias, como a Salomón el día de la dedicación del antiguo templo, recordándome que en presencia de tus santos me habías llamado milagro de amor, te dije que estabas obligado a hacerme tal como me habías nombrado, que no debía llevar este nombre en vano, ya que tus palabras son eficaces en lo que significan, sobre todo en lo que concierne a gracias y favores, y que tu misma inclinación te llevaba a darme gracia por gracia; que la ley había sido dada por Moisés: Quia lex per Moysen data est, gratia et veritas per Jesum Christum facta est (Jn_1_17). Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

            Tu bondad, para demostrar que me protegía de la contradicción y me justificaba de las lenguas que murmuraban de que daba el hábito sin llevarlo aparentemente, me dijo: Hija, te puse en el mundo como ejemplo para muchos y como un enigma que los hombres no pueden comprender con su débil razonamiento. Me dijiste que tú habías sido [762] desconocido por los tuyos que no comprendieron tus excelencias que tú eras la sabiduría escondida a los hombres que se creen sabios y prudentes, que los príncipes del mundo tampoco te conocieron, ignoraron la filiación divina que tienes con el Padre que te santificó antes de mandarte al mundo y teniendo la gracia substancial, que ellos creyeron blasfemia, cuando te decías Hijo de Dios, que te clavaron en la cruz y te decían que bajaras de ella si eras Hijo de Dios, burlándose de ti juzgando y estimándote como un Rey y un Dios imaginario que salvaba a otros sin poderse salvar a sí mismo. Ellos daban a san Juan Bautista la calidad de Mesías, que te es esencial y debido solo a ti, porque les parecía más mortificado. Los hombres solo juzgan por el exterior; pero tú eres el sacerdote eterno que recibió el sacerdocio no de los hombres sino del Padre, sarmiento digno de él. Que me digan y demuestren de quién recibió Moisés el sacerdocio, quién consagró e hizo sacerdotes a Aarón y a sus hijos revistiéndolos con las vestiduras sacerdotales. Hija, ¿qué responderán a estas palabras? Señor, que tú los has ungido, consagrado y revestido, tú mismo en tu Tabernáculo, en presencia de los ángeles han recibido eminente y augustamente de ti, la unción y los ornamentos sacerdotales como [763] me hiciste entender haberlo hecho conmigo que soy la mas indigna de tus creaturas.

            El Rey Profeta lo llama Sacerdote con Aarón diciendo: Moyses et Aaron in sacerdotibus ejus (Sal_98_6). Moisés y Aarón entre sus sacerdotes. Hija mía, los que conocerán las misericordiosas maravillas que he querido hacer en ti, no dudarán de que te haya dado de manera eminente y admirable, la Orden y el hábito que has dado y das a tus hijas, te he dado la misión requerida y el poder para hacer lo que tal misión requiere.

            El Santo Padre, el Arzobispo de Aviñón, el Obispo de Grenoble, el Vicario general y los priores de San Germán, no han hecho en esto sino seguir mis órdenes. Deja pues hablar a los hombres, tú sabes que te he elegido para cosas grandes; eres la madre y la nodriza de esta Orden, expuesta como Moisés sobre las aguas, y  para alimentarlo la hija del Faraón llamó a su madre después de haberlo salvado de las aguas. Mi Providencia actuó por encima de las órdenes de los hombres, no hay regla sin excepción; recuerda que varias veces te he dicho que las leyes dadas a otros no son para ti, porque me gusta favorecerte por disposiciones que mi bondad y mi sabiduría hacen, porque soy el Señor que hace lo que quiere en el cielo y en la tierra.

Capítulo 109 - El Verbo Encarnado me invitó a pedirle un aguinaldo. Lo que me dijo el día de Reyes, mientras mis hijas renovaban sus votos. Lo que me dijo el día de la Encarnación, el Viernes Santo, en Pascua y el día de la Ascensión.

            [764] El día de la circuncisión de 1651, elevaste mi espíritu y me invitaste a pedirte con amorosa confianza a ti mismo como aguinaldo, diciendo: soy Aquel por quien mi Padre hizo los siglos y todo la que existe, soy el heredero universal de todos sus bienes, la figura de su sustancia y el esplendor de su gloria, soy tu aguinaldo y todas las cosas.

            El día de Reyes, mientras mis hijas renovaban sus votos, me humillé en tu presencia viéndome sin el verdadero hábito exterior y sin la profesión religiosa. En tu benignidad te inclinaste hacia mi diciéndome: ¿Porqué te turbas mi única, mi paloma mi bella delante de mis ojos? tus hijas están figuradas por las sesenta reinas, las ochenta concubinas y por las jóvenes sin número; pero tú por la única paloma que mi bondad ha engendrado y a quien amo más que a diez mil, y repitiendo las palabras dichas por Elcaná a Ana su esposa: Anna, cur fles et quare non comedis? et quam obrem affligitur cor tuum? numquid non ego melior tibi sum, quam decem viri? (1Sa_1_8). Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy para ti mejor que diez hijos?

            [765] Jeanne, mi esposa, ¿Por qué afliges mi corazón, no te soy todo bondad y amor? ¿No valgo más que diez mil hijas? Consuélate y no te aflijas con la tortura de tus pensamientos, conviene que sepas que si yo fuera pasible, me contristarías. Tú eres la delicia de mi corazón y yo tu durable vencedor.

            El día de tu amorosa y admirable Encarnación recibí grandes favores de tu santísima Madre, quien me invitó de nuevo a entrar a su seno virginal que fue para mi un claustro admirable, en donde esta Reina de las vírgenes me recibió como a una esposa querida y a una hermana, en sus adorables entrañas, en donde adoré al Padre contigo y con el Espíritu Santo en espíritu y en verdad. Me consideró como hermana, porque antes de mi nacimiento me dedicaron a santa Ana, su querida madre. Me ofrecí para ser su sierva y esclava de amor, atada con las cadenas de sus deseos, las que suavemente me unían a su Hijo y a ella, rogándoles que el corazón virginal fuese nuestro altar, en el cual no pueden participar aquellos que sirven a los tabernáculos antiguos que han pasado como las sombras de estas divinas verdades.

            El Viernes Santo, considerándote clavado en la cruz atrayendo todo hacia ti, me hiciste entender [766] que los dones magníficos que nos diste en la cruz, entregando tu espíritu al Padre; tu santísima Madre a san Juan; tu paraíso, al buen ladrón; y a mi me diste todos estos dones. Al inclinar tu cabeza hacia mí me hiciste una donación de tu espíritu, al verme de pie, cerca de la Cruz con tu Sma. Madre a quien san Juan, el discípulo predilecto, había recibido por suya, y que por tu bondad era también mía, la recibí con muy humilde y muy amorosa gratitud.

            El día de Pascua, me ofreciste tus victorias, me hiciste comprender que habías triunfado del mundo, del demonio y de la carne y aunque esto fue mérito sólo tuyo, tu bondad, tu amabilidad y educación tan cortés no te permitieran gozar sin compartir conmigo y me dijiste: Tú eres mi Débora, sentada, de pie o caminando, combates conmigo por la palma que me ha sido asegurada, dejándote vencer para  ser vencedor. Te conjuro, en toda situación, considerar la gloria que he merecido venciendo a mis enemigos que esperaban los despojos, que yo repartí a mis elegidos en las profundidades, en el sepulcro y sobre el Calvario, donde mi admirable Madre como Sízara, permanecía de pie con admirable constancia junto al árbol de la Cruz.

            Ella es esta admirable Jael, que confundió al jefe de los réprobos con sus adeptos, cuando apareció victoriosa sobre el Calvario. Ella es también Débora, y no he [767] querido subir sin su compañía porque estuvo presente en el combate en el que se ganó la victoria sobre las potencias infernales.

            Por un árbol, la primera Eva y el primer Adán recibieron el golpe de desgracia y de muerte, para toda su desdichada posteridad. Por otro árbol, la segunda Eva y el segundo Adán, dieron la vida a todos los elegidos, su dichosa posteridad. El Calvario se cambió en Tabor, porque por la fuerza de mi voz fui reconocido Hijo de Dios: Videns autem centurio, qui ex adverso stabat quia sic clamans expirasset, ait: Vere hic homo Filius Dei erat (Mc_15_39). Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.

            El día de tu triunfante Ascensión desperté como a las 3 de la mañana y oí: Terribilis est locus iste, non est hic alius nisi domus Dei, et porta caeli (Gn_28_17). Qué terrible es este lugar. Esto no es otra cosa que la Casa de Dios y la puerta del cielo, exclamó Jacob cuando vio una escalera que por un extremo tocaba la tierra y por otro el cielo, y Dios estaba apoyado al final de ella y que los ángeles subían y bajaban por sus gradas. Regocíjate hoy, hija mía, viéndome subir del monte de los Olivos a los cielos, a mí, que soy el Ángel del Gran Consejo, que soy Dios y hombre, la gloria del cielo y de la tierra, el victorioso, el triunfador por excelencia, que llevo a los elegidos que estaban cautivos para darles la [768] gloria que les obtuve, verificando lo dicho por el profeta real: Subiendo sobre los cielos llevó cautiva a la cautividad. Soy la asunción gloriosa de todos mis elegidos, dándoles la vida. El día de la Cena sólo hice el testamento para asegurar que mi muerte era necesaria. Ahora, aproxímate mi bienamada, recibe con abundancia la unción que corre de mis sagradas llagas, considera el camino del cielo y de la tierra: Laetentur caeli, et exultet terra (Sal_95_11). Alégrense los cielos, regocíjese la tierra. Admira cómo subo por mi propia virtud y los ángeles dicen con aclamación a mi Padre: He aquí que el que sube en la alegría y al son de trompetas, es tu Hijo, Iste venit, saliens in montibus (Ct_2_8). Helo aquí que ya viene, saltando por los montes.

            El domingo de la Octava de tu Ascensión, quisiste llevar de nuevo mi espíritu a tu derecha diciéndome: Ven mi bien amada, a lo alto de los cielos, cerca de mí, con las vírgenes mis esposas. Toma tu arpa y tu salterio y todas entonen un cántico melodioso.

            He hecho una admirable alianza con todos los santos del Antiguo Testamento, quienes en vista de mi Encarnación, se casaron con la esperanza de que naciera yo temporalmente de su matrimonio, y si he hecho esto con los santos casados de la Ley antigua, ¿Qué caricias no recibirán mis vírgenes de la nueva alianza? Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del [769] hombre pudo pensar estas maravillas. Mi discípulo amado, como Águila real la contempló y habló de ello en su Evangelio y en su primera Epístola con mas claridad que todos: Quod fuit ab initio, quod audivimus, quod vidimus oculis nostris, quod perspeximus, et manus nostrae contrectaverunt de Verbo vitae, et vita manifestata est, et vidimus, et testamur et annuntiamus vobis vitam aeternam, quae erat apud Patrem, et apparuit nobis (1Jn_1_1). Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto y damos testimonio y os anunciamos, la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó. Lo hemos visto lleno de gloria y de verdad, al Verbo del Padre que se ha complacido de habitar entre nosotros.

            ¿Qué dices tú, hija, de todas estas delicias? ¡Ah, Señor! ¿Cómo voy a poder hablar? Estoy llena de admiración, aunque hayas abierto una puerta a la palabra por tu sabiduría, dándome una lengua infantil y torpe para anunciar tus maravillas, confieso que el silencio me hará entender mejor, porque, quién soy yo, Señor, para hablar de esto que es inefable: Mirabilis jacta est scientia tua ex me; confortata est, non potero ad eam (Sal_138_6). Ciencia misteriosa es para mí, demasiado alta, no la puedo alcanzar.

            El Viernes Santo, quejándome amorosamente a mi Esposo porque no me moría con él como le sucedió a san Lorenzo y al Papa Sixto, y pidiéndole asistir a su sacrificio y participar de su propia muerte, me contestó que me dejaba para sufrir una muerte más prolongada, para ser abrasada interiormente como san Lorenzo y para acrecentar el tesoro de la Iglesia, la comprensión de la palabra de Dios, palabra que David estimaba más que el oro y la plata y que todas las piedras del mundo; super aurum et topazion (Ps_118_127).

Capítulo 110 - Gloria y grandeza de la sma. Virgen; gracias que me concedió durante su Octava. La fiesta de san Ennemond. Los serafines son los más cercanos al sacrificio del Verbo Encarnado, que es la víctima inmortal, el sacrificio de paz, el sacerdote eterno que recibe los votos de su fiel amante,

            [770] Estando próximo el día de la Asunción de tu Madre gloriosa, a la que coronaste con doce estrellas, vestiste del sol y calzaste con la luna; mi espíritu, deslumbrado con estos esplendores te dijo: Et nox sicut Dies illuminabitur; sicut tenebrae eius ita et lumen ejus (Sal_138_12). Ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día.

            Hija, te he elegido para hacerte comprender mi maravillosa y misteriosa sabiduría, quiero oponerte a la mujer que describe san Juan en el Apocalipsis y cuyo nombre es misterio: et in fronte ejus nomen scriptum mysterium (Ap_17_5). Y en su frente un nombre escrito: Misterio. Por mi luz poderosa he destruido las obras del diablo y recogido a los hijos dispersos de Israel, quiero que tú también destruyas sus obras malignas, y acerques a mí los doctores, que son mis israelitas que se han extraviado por su vanidad y perdido en su presunción, se han entregado a una vida sensual sabiendo que merezco toda alabanza y gloria, y no me la dan. Señor, mi Dios, ¿que dices? ¿Es para mortificarme por los pensamientos que tendrán de mí? Pero, ¿que digo? Eres el Señor de todos, a tus apóstoles mandaste traerte la burra y el asno para entrar triunfante a Jerusalén, en donde los niños lactantes cantaron tus alabanzas bendiciéndote y rogándote levantaras la Jerusalén de la tierra [771] hasta el cielo diciendo: Hosanna filio David: benedictus qui venit in nomine Domini: hosanna in excelsisis (Mt_21_9). Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas.

            Un día de esta octava, después de la sagrada comunión, cuando admiraba tu bondad para conmigo, me hiciste entender que era tan grande, que los bienaventurados en el cielo suspendían sus espíritus al considerar las efusiones que hacías en mí, las que les parecían un enigma, lo mismo que a los hombres de la tierra, porque unos y otros veían mis imperfecciones, de las que tenía gran confusión en presencia de tu Majestad; entonces, con una ternura inexplicable me dijiste: Babylon dilecta mea posita est mihi in miraculum (Is_21_4). Babilonia mi elegida. Hija, hace varios años te dije que eras mi milagro de amor y ahora te digo que eres el libro sellado con siete sellos, que no puede ser abierto ni conocido sino por el Cordero, Cordero que es León de la Tribu de Judá y vencedor de todos sus enemigos. Libro escrito que  contiene mi sabiduría, es todo un misterio; un misterioso Apocalipsis que hago contigo y en ti, libro escrito por fuera, por tus acciones exteriores que los hombres comunes no pueden leer ni interpretar, porque hace falta un Daniel que tenga y sea el Espíritu del Padre y del Hijo, que es nuestro divino Espíritu. [772] Soy también yo, hija queridísima, el intérprete de nuestros misterios. Bendito seas Dios mío, mi doctor ordinario y extraordinario, que destilas tu rocío en la mañana y en la tarde, haciéndome tu Sión y tu Jerusalén pacífica en todas tus locuciones. Te alabaré: In Deo laudabo Verbo; in Domino, laudabo sermonem in me sunt Deus vota tua, quae reddam laudationes tibi (Sal_55_11s). De Dios alabo la palabra, de Yahveh, alabo la palabra. Sobre mí, oh Dios, los votos que te hice: sacrificios te ofreceré de acción de gracias.

            En Dios alabaré al Verbo; en Jesucristo Nuestro Señor alabaré la palabra en el seno y en el entendimiento del Padre celestial. Adoro al Verbo que es su divina alabanza, la Humanidad llevada por la divina hipóstasis de este Verbo hecho carne, en el que alabaré la Palabra eterna. ¿Podría guardar silencio cuando me mandas hablar de tus maravillas? Sin ser culpable, ¿podría apartarme de mi vida y alejarme de Aquel que me hace vivir? Señor, todas las potencias de mi alma te dicen como san Pedro, cumbre de la Teología: Domine, ad quem ibimus? Verba vitae aeternae habes: et nos credidimus, et cognovimus quia tu es Christus Filius Dei (Jn_6_68s). ¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres Cristo, el Hijo de Dios.

            El día de san Ennemond, 1° de noviembre de 1651, me acordé que te apareciste en el jardín de los clérigos del barrio de San Germán, para asegurarles que te gustaba la modestia y retiro de este santo, que dejaba a sus compañeros para entretenerse en tus misterios; mientras todos estaban juntos, este santo encontraba sus delicias [773] contigo que eres la sabiduría eterna. Imitándolo a él te dije, que en ti sólo, encontraba la alegría y la Paz. Fue de tu agrado elevar mi espíritu a una sublime suspensión, hasta el cielo, en donde me apareciste como un holocausto adorable, ardiendo continuamente en tus amorosas y deliciosas llamas, en la presencia del Padre, del Espíritu, de tu augusta Madre y de todos los bienaventurados. Conocí que los serafines eran los más cercanos a ti en estado de holocausto, adorando y admirando el estado en que el amor te coloca, sin prometer salir de ahí, porque ahí encuentras tus delicias.

            El Padre eterno está contento de que seas el sacerdote eterno y la Víctima inmortal en tu vida gloriosa, los bienaventurados se llenan de admiración y alegría, al ver el exceso de este amor, para ellos incomprensible. Mi alma, dejando todo lo que no es Dios en tres Personas para ver por ella, y en ella esta admirable maravilla que tu sabiduría e incomprensible bondad había inventado, para poder dar a tu Padre celestial un holocausto eterno, en el cual, él tomaba su divino y delicioso placer diciendo a todos los ciudadanos del cielo: He ahí a mi Hijo en el que me complazco; contempladlo adorándolo, y adoradlo contemplándolo.

            Si nunca hubieses pensado en esta sagrada y amorosa invención, de fuerte, dulce y eterna preferencia, amor sagrado que le [774] consume y hace vivir en este estado de víctima gloriosa que no acabará nunca. Puesto que es Sacerdote eterno, quiere ser víctima eterna, para que se reconozca la eterna e inmensa divinidad, y para mantener el culto de la más augusta y más piadosa religión, que un Dios amoroso haya podido inventar. Los ángeles y los hombres por toda la eternidad permanecerán admirados. Mi alma, elevada como he dicho, a esta sublime suspensión, exclamó: Señor; introibo in domum tuam in holocaustis: reddam tibi vota mea, quae distinxerunt labia mea (Sal_65_13s). Con holocaustos entraré en tu casa, te cumpliré mis votos, los que pronunciaron mis labios.

            Divino Salvador, me invitaste a entrar en tu ciudad celestial a visitarte, a ti que eres el Templo y el Holocausto infinito; me llamaste con tanta dulzura, que no pude decirte sino lo que el pueblo de Belén dijo a Samuel: Pacificusne est ingressus tuus? (1S_16_4). ¿Es la paz tu venida, vidente? Porque tú me das tu paz haciendo la mía, asegurándome que eres para mí, un sacrificio de paz y un holocausto de amor infinito e inmenso que ofrezco al Padre contigo que eres el Sacerdote eterno, que ofrece mis votos en presencia de todos tus elegidos, y que mis labios los han pronunciado claramente, con palabras inflamadas que vienen de la fuente abundante, de la hoguera que has encendido en mi corazón, fuego sagrado que tú mismo te dignas mantener, haciendo por ti mismo, lo que pides a los [775] sacerdotes. Te los devuelvo por tu gracia, en la Iglesia militante, y los haré por tu gloria, en la triunfante, pues tú me lo pides con bondades para mí inexplicables; y aunque sea la más humillada, viendo mis pecados e imperfecciones que tú aborreces y odias tanto como amas tu esencia, me atrevo a hablarte por mi propia boca confesándote mis iniquidades que me turban y me afligen, porque eres bueno, y te ofrezco sacrificios; et locutum est os meum, in tribulatione mea: Holocausta medullata offeram tibi, cum incenso arietum; offeram tibi boves cum hircis (Sal_65_14s). Se abrieron mis labios, lo que en la angustia pronunció mi boca. Te ofreceré pingües holocaustos, con el sahumerio de carneros, sacrificaré bueyes y cabritos.

Capítulo 111 - Conocí la fiel humildad de san Andrés, el celo de san Javier, la inocencia y abstinencia de san Nicolás y la suave y a la vez fuerte elocuencia de san Ambrosio.

            El día de san Andrés quisiste elevar mi espíritu por una luz sublime, con la ayuda de la cual, conocí que tu Majestad escogió a san Andrés para ser el primero de tus discípulos dejando a san Juan Bautista tan pronto como él te conoció a ti. Te siguió [776] con su hermano diciéndole haber encontrado al que creía ser el verdadero Mesías. Fue como otro Moisés rescatado de las aguas, para librar a los pueblos que estaban bajo la servidumbre del mundo, del demonio y de la carne.

            San Juan, el discípulo amado, nos narra su vocación en circunstancias que muestran que él era ese discípulo favorito que no nombra, y que anuncia el amor por el amor. Te volviste y les preguntaste: ¿A quién buscan? y conociéndote te dijeron: Maestro, ¿en dónde habitas? El amor urgiendo y urgido, dijo: Vengan y lo verán, y se quedaron ahí todo el día; haec est dies quam fecit Dominus; exultemus, et laetemur in ea (Sal_117_24). Éste es el día que Yahveh ha hecho, exultemos, y gocemos en él. Día que tú hiciste, mi Señor, alumbrando con tu luz a estos dos discípulos que vieron la zarza ardiente sin consumirse; sus pies estaban descalzos de toda afición que no fueras tú. Contentos de ver la tierra prometida que Abraham, los patriarcas y todos los profetas saludaron de lejos, con excepción de Zacarías y san Juan Bautista. En cambio, aquí estaba san Andrés frente a frente de tu Majestad humanizada, recibiendo de ella los oráculos que él iba a hacer oír a toda la tierra: In omnem terram exivit sonus eorum, et in fines orbis terrae verba eorum (Sal_18_5). Mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo.

            [777] Les hiciste entender a quién habías elegido para sumo sacerdote, a saber, a su hermano Simón; esa preferencia no afectó a san Andrés, a pesar de que por edad era mayor y por la vocación, fue llamado primero que su hermano. Concibió Andrés un amor tan perfecto de tu sacrificio, que no pensó más que en sacrificarse él mismo por ti, ya que consideraba que todos los días te sacrificabas como Cordero de Dios ofrecido por la salvación del mundo. Deseaba estar a la derecha del Padre viviendo de tu vida gloriosa, después de que todos los cristianos se hubieran nutrido de tu Sacramento adorable y sacrificio santo. Su alegría fue total cuando vio su altar que le representaba el tuyo, y lo saludó con las palabras de un apasionado amante: O bona Cruz diu desiderata jam concupiscenti animo praeparata, securus et gaudens venio ad te ita et tu exultans suscipias me discipulum ejus, qui pependit in te (Oficio de san Andrés. Antif. II). ¡Oh Cruz dichosa, tanto tiempo deseada, y ya preparada según mis deseos! Seguro y gozoso me llego a ti. Recíbeme tú también gozosamente, pues soy discípulo de aquél que de ti estuvo colgado. Estando en la Cruz no quiso bajar de ella, lo que confundió a Lucifer, pues el amor a la Cruz lo hizo semejante al Hijo del Altísimo sobre la montaña del Testamento, donde vio a toda la Trinidad que venía a él y lo suspendía. Los ángeles con san Andrés, adoraban [778] al que vive por las siglos de los siglos, descubriéndole la gloria de su única deidad y las maravillas de su sociedad adorable. Te vio, Cordero divino, sentado a la derecha del Padre, lleno de gloria y de verdad; te adoró con todos los santos en tu luz admirable, en donde lo acogiste en olor de suavidad como un holocausto sagrado, diciendo con David: Introibo in domum tuam in holocaustis: reddam tibi vota mea quae distinxerunt labia mea (Sal_65_13s). Con holocaustos entraré en tu casa, te cumpliré mis votos, los que pronunciaron mis labios. Sus labios, santificados por el sacrificio divino, expresaron con gran elocuencia sus votos, viendo la esencia única y la distinción de los tres divinos soportes, entrando así a tu gloria por toda la eternidad.

            El día del fervoroso y gran Apóstol de las Indias, san Francisco Javier, mi alma, humillada a la vista de mis pecados, por un sentimiento de justicia, fue impulsada y acosada a hacer actos de reparación, no sólo por mí, sino por todos los pecadores, ofreciéndome para recibir el castigo y la pena de todos, con un celo para mí inexplicable, si tú no lo hubieras producido, ya que estaba dispuesta a padecer las mismas penas del infierno para satisfacer a tu divina Majestad ofendida por todos, con tal, eso sí, de no estar en tu indignación, ni privada de la gracia, sino amándote perfectamente y adorándote en espíritu y en verdad.

            Tu bondad no pudo dejarme por mucho tiempo en ese dolor, se inclinó a mí, si puedo decir así, haciéndome ver [779] un rayo luminoso por medio del cual vi, en letras azules, esta palabra o clave: justus, por la que conocí que mis pecados y las de todos los hombres habían sido asumidos por el Salvador, el Justo por excelencia y fuente de toda justicia, acordándome de lo que dijo san Juan: Advocatum habemus apud Patrem Jesum Christum iustum: et ipse est propitiatio pro peccatis nostris non pro nostris autem tantum, sed etiam pro totius mundi (1Jn_2_1s).       Tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

            Gocé de una gran confianza al ver que me habías perdonado los pecados que con humilde contrición confesé y que lavaste todas mis iniquidades. Mi alma, elevada por un atractivo por encima de sí misma, fue unida a ti, instruyéndome de la gloria que comunicaste a este gran santo, haciéndolo semejante a los que estuvieron presentes en tu Transfiguración, a los que imitó no por la nube que era figura, sino dando el verdadero bautismo al pueblo de las Indias, librándolo de la servidumbre del pecado, haciéndolo pasar por estas aguas saludables a la posesión de la gracia y de la gloria; aguas con las que el Espíritu Santo [780] encendió su corazón comunicándole el fervor de Elías, y el celo de los dos Apóstoles llamados Hijos del Trueno, Santiago y Juan, permaneciendo virgen como este último; y como san Pedro con su predicación, convirtió a millares de personas. Este gran san Javier había sido elevado a una gloria maravillosa, lo que no me extraña conociendo tu bondad.

            El 6 de diciembre de 1651, día de san Nicolás, el señor de Priesac me vino a ver con el Sr. Obispo de Coserant, a quien había visto en Lyon en 1642, y al que estimaba por su ciencia y méritos; su presencia me hizo ver que no estaba nada equivocada, por lo que mi alma se encontró muy contenta cuando oí: Inveni David virum secundum cor meum (Hch_13_22). He encontrado a David, un hombre según mi corazón. Quisiste que hiciera por él dos peticiones: que tuviera la perfección y mansedumbre de san Nicolás y la elocuencia de san Ambrosio, lo que miré como si ya se lo hubieses dado, puesto que tú habías deseado que te lo pidiera con la dignidad de Arzobispo de Toulouse.

            Le platiqué esto al Sr. de Priesac, quien a su vez se lo dijo al Sr. Obispo de Coserant en cuanto lo vio, y esto aumentó el afecto que me tenía desde 1642, diciendo: Quiero mantener esta amistad, mientras puedo ir al Verbo Encarnado. Después que salió del recibidor el Sr. de Priesac, me entretuve contigo y los santos, deseando imitar a san Nicolás en su [781] humildad, y que se consideraba como un gran pecador, aunque se dice que fue santificado desde el seno de su madre.

            El gran Arzobispo de Milán, atrajo mi espíritu tanto por su devoción como por su elocuencia, ¿Podría no amar con un amor muy íntimo, al que nos ha como engendrado un padre, convirtiendo a nuestro Padre san Agustín dándonoslo después que lo regeneró por las aguas bautismales? Debemos cantar el Te Deum con una devoción universal estando particularmente, obligadas a agradecer al divino Espíritu, quien dictó este Himno admirable, en el que se unen la gloria de la Sma. Trinidad, de la santa Humanidad y de toda la Iglesia.

            Como hijas de la Iglesia, alegrémonos de la santidad de ambos, acordándonos que este santo Obispo nos dice que tenemos un Señor muy bueno; sintamos su bondad y busquémosla con sencillez de corazón, amando a este Salvador que se hace nuestro alimento. Al no estar satisfecho de haber creado para nosotros cielo y tierra, y de habernos regalado dones y sacramentos, canales de sus gracias, quiso darse él mismo en la Eucaristía, que es un hecho de su amor y la acción de gracias divina; Dios de Dios, Luz de luz, fuente de dulzura en la cual [782] sacamos con abundancia de la fuente de sus santas Llagas. Saciémonos y embriaguémonos diciendo extasiados: ¡Señor, cuánta bondad para los hombres!: Inebriabuntur ab ubertate domus tuae, et torrente voluptatis tuae potabis eos; quoniam apud te est fons vitae: et in lumine tua videbimus lumen (Sal_35_9s). Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz.

Capítulo 112 - Sufrimientos que tuvo mi alma por un sacerdote que predicó contra la Inmaculada Concepción de la siempre pura Virgen Madre del Dios Encarnado. Luces que recibí.

            En 1651, el día de la Inmaculada Concepción de tu purísima Madre, mi alma estuvo contenta hasta que un predicador, del que se conoce demasiado su nombre, subió al púlpito. Primero me hirió con estas palabras del Cántico: Nigra sum sed formosa (Ct_1_5). Negra soy, pero hermosa; presentí que iba a obscurecer a la que te concibió a ti, Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

            Querido Amor, a qué estado redujo mi alma, tú lo [783] sabes, cuando esa boca indiscreta repetidas veces dijo que tu Sma. Madre, la toda pura y resplandeciente, era negra, y con un desprecio inexplicable,  deteniéndose en estas palabras: Que había contraído el pecado original, y había sido necesario dejarla un poco de tiempo en él. Mi corazón quedó herido por las palabras que habían escuchado mis oídos; esta injuria hecha a la Madre de la hermosa dilección. Mi pluma no puede expresarlo; esa lengua cortante de dos filos, que no es la que san Juan nombra en el Apocalipsis, me traspasó de parte a parte. Me vi tan desolada como cuando tu Profeta manifestaba las angustias y aflicciones de la Hija de Jerusalén y de la Hija de Sión. Todas tus creaturas no podían decir sino lo que la pluma del Profeta en sus Lamentaciones: Cui comparabo te vel cui assimilabo te, filia Jerusalem?; Cui exaequabo te, et consolabor te, Virgo [784] filia Sion? Magna est enim velut mare contritio tua; quis modebitur tui? Defecerunt prae lacrymis oculi mei (Lm_2:11s). ¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿Quién te podrá salvar y consolar, virgen hija de Sión? Grande como el mar es tu quebranto; ¿quién te podrá curar? Se agotan de lágrimas mis ojos.

            Mis hijas, que puedo decir mis entrañas, estaban indeciblemente turbadas; conturbata sunt viscera mea (Lam_2_11). Mis entrañas se turbaron. Ellas vinieron a verme cuando aquel sermón injurioso terminó contra aquélla que no ha podido tener, ni tendrá nunca ninguna mancha; que ha sido, es y será por toda la eternidad, la creatura pura que debía recibir al Verbo divino.

            Se pusieron junto a mí sin poder hablarme como los amigos de Job, cuando lo vieron sumido en lo que es la  aflicción misma. Cuando pude expresar mi dolor, mi espíritu estaba afligido sin medida: quasi arena maris haec gravior appareret unde et verba mea dolore sunt plena (Jb_6_3). Pesarían más que las arenas del mar: por eso mis razones se desmandan. Estas palabras eran para mí flechas punzantes: quarum indignatio ebibit spiritum meum (Jb_6_4). Mi espíritu bebe su veneno. Les dije palabras que las hicieron compartir mis sufrimientos, y me ofrecí a todo género de penas para reparar la ofensa hecha a nuestra toda pura Princesa, pidiendo a todas que hiciéramos actos de reparación en común y en particular, [785] por todas las injurias que el sacerdote había pronunciado en nuestro púlpito y nuestra Iglesia, y renovamos el voto que habíamos hecho varios años antes de nuestro establecimiento, de mantener el honor de la Inmaculada Concepción aún a costa de nuestra vida; acordándome que esta santísima Virgen desde el año de 1619, en la misma fecha, me prometió establecer la Orden del Verbo Encarnado, si yo escribía y sostenía de viva voz, la verdad de su Inmaculada Concepción; tanto que puedo jurar en materia de revelación, que el Espíritu santo me explicó y me dijo en ese día de 1619, que no saldría del éxtasis que me tenía boquiabierta en la Iglesia de san Esteban de Roanne, a menos de prometerle escribir lo que por pura locución me decía, explicándome esta maravilla por la Sagrada Escritura, que en ese tiempo no había leído porque no la tenía.

            El Sr. de la Piardière sufrió el mismo dolor que yo, al saber que tu digna Madre había sido tratada con tanto desprecio, diciéndome que estaba obligada a acusar a ese predicador que había escandalizado a su auditorio, que ninguno de su Congregación se [786] hubiera atrevido a decir la menor palabra a una sola persona en particular, de lo que predicó  públicamente, y que él también se sentía obligado a reparar dicha ofensa. Dirigiéndome a tu santísima Madre con gemidos inenarrables y lágrimas amargas, le presenté mi pecho y mi corazón, para recibir todas esas palabras como flechas aceradas, que me hiciesen morir para satisfacer todo el mal que había hecho a mi santísima Madre: Arcum suum tetendit, et paravit illum et in eo paravit vasa mortis, sagittas suas ardentibus effecit (Sal_7_13s). Tensé su arco y lo aparejé; para sí sólo prepara armas de muerte, hace tizones de sus flechas.

            Al otro día, después de confesarme con él como de ordinario y dando muestras de mi dolor por comulgar de su mano, ya que venía a celebrar la Misa todos los días, dije a la hermana sacristana que le manifestara el descontento que todas teníamos por su exhortación, que todas las Hermanas del Verbo Encarnado hacían voto de honrar la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen. A estas palabras él levantó la voz con desprecio intolerable por ese voto y [787] por las personas doctas, eclesiásticos y religiosos a las que, antes de emitirlo, se habían consultado. Dijo que debían ser sacerdotes ignorantes, ya que varios santos Padres no aprobaban esta imaginación. Temiendo que cambiara el sentimiento que esta hermana debía tener acerca de la pureza de María, volví a la reja del confesionario para rogarle no apartara a mis hijas de la observancia de sus votos, que los que las dirigían eran doctos, piadosos y santos religiosos. Me contestó lo mismo que a la hermana, con sumo desprecio para mí, que quise sufrir por tu amor protestándole que estaba dispuesta a morir mil muertes, por sostener el honor de la Inmaculada Concepción de nuestra santísima Madre, y que la devoción que le teníamos, había obtenido de tan augusta [788] Madre, el permiso de Roma para establecer la Orden, que esta grande Princesa, había hecho que el Santo Padre Urbano VIII, diese la primera Bula el 13 de agosto de 1631, en la Iglesia de Santa María la Mayor.

            Estas verdades lo hicieron estallar más desfavorablemente, profiriendo palabras que no digo ni escribo aquí por prudencia, pero que me hicieron sufrir muchísimo y decirle: Padre, nunca hubiera pensado que vuestra reverencia se irritara de esa manera, porque la hermana sacristana me ha hecho creer que desde hace muchos años os esforzáis en manteneros en la presencia de Dios y en evitar toda palabra inútil, según vos mismo se lo dijisteis; lo que me hizo teneros una estimación particular, además, respeto vuestra [789] profesión religiosa y venero vuestro carácter sacerdotal. Estas palabras, pienso yo, hubieran calmado a otro, pero no fue así con él, profirió palabras que como dije anteriormente, las callo por caridad, añadiendo que no volvería, pero en un tono demasiado hiriente. Sin embargo, le repetí que cambiara de sentimiento, que se calmara, y si no estaba bien lo que decía, que no se molestara más en venir, que ya hablaría con el R. P. Prior. Traté de tomar una actitud de dulzura y ganarlo por medía de tus palabras, divino Salvador, más dulces que el panal de miel y le supliqué subir al altar para ofrecerte en sacrificio, a ti que eres el Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo. Así lo hizo, y te recibí de sus [790] manos como si hubiera sido de ti mismo, con calma y paz, después de estas explicaciones que le pude hacer: In pace in idipsum dormiam, et requiescam (Sal_4_9). En Paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo.

            Querido Amor, tú sabes que continué con los mismos sentimientos de respeto que le tenía, alejando de mi pensamiento todo lo que pudiera disminuir mi estimación y la de la comunidad, salvo el sentimiento de lo dicho tocante a mi divina Reina. La comunidad pudo ver que por la caridad que le tenía y mi sencillez, se dejó seducir, por el relato que me hizo la sacristana de su mortificación, aunque mi pena era grande porque esta hermana resolvió seguir conversando con él, y lo hizo porque además de sacristana era portera; conversaciones cuyo final fue su confusión, la mismo que para la Orden, y para mí motivo de sufrimientos inexplicables.

            [791] No sé si yo era Jonás durmiendo, mientras tantos pilotos se atormentaban por la tempestad que querían calmar, arrojándome fuera del Monasterio y para seguir sus intenciones, querían tomar todo la que tu Providencia me había dado gratuitamente en mi propio nombre por seguir tus intenciones. Ignorando todas las tempestades que ése y otros padres provocaron, pude vivir en completa calma.

            Durante la octava de la Inmaculada Concepción de tu augusta Madre, pensando en los derechos que el Padre, tú y el Espíritu Santo le habían comunicado, hice una apología interior de esa Emperatriz admirable, la más bella de las bellas diciendo. Eres negra mi divina Princesa, a los [792] ojos de los que no pueden ver tu blancura, porque son búhos que odian la luz; eres negra, mi hermosísima, en la profundidad abismal de aquél que te esconde en su oscuridad; Et posuit tenebras latibulum suum; in circuitu ejus tabernaculum ejus, tenebrosa aqua in nubibus aeris (Sal_17_12). Se puso como tienda un cerco de tinieblas, tinieblas de las aguas, espesos nubarrones.

            Los ojos deslumbrados no pueden mirar al sol en su brillante claridad, de la misma manera no te pueden mirar a ti, su Tabernáculo, si no pones nubes que cubran tus claridades, con admirables tinieblas que escondan tu esplendor. Sólo el Águila san Juan, pudo contemplarte rodeada de la fuente [793] de la luz, pero para ser vista por quienes tienen ojos débiles, es necesario que la Sabiduría eterna disminuya y oculte tus rayos luminosos. ¡Oh la más bella, no solamente de todas las mujeres, sino de todas las criaturas! Sal, oh mi Virgen escondida en Dios y ven tras las pasos de tu rebaño, acuérdate que eres nuestra Pastora y cuando estemos extraviadas, lleva a tus ovejas al redil de los Pastores; sí, condúcenos a las Tres divinas Personas, para que el Padre nos lleve a su Hijo, el gran Pastor de nuestras almas, por el amor que es el Espíritu Santo, para que entremos en sus llagas, llagas que recibió en la casa de los que amaba.

            El convento del que ese predicador es miembro, [794] te ama aunque su lengua te haya herido, herida de la que aún siento el golpe y la pena; pero Señora, estoy dispuesta a morir por tu Inmaculada Concepción y al morir quiero decir en ese momento y por toda la eternidad: Tota pulchra est, et macula non est in te (Ct_4_7). Toda hermosa eres, no hay tacha en ti. Eres pura en los planes de Dios, desde antes de tu Concepción, toda pura en el momento en el que Ana tu madre te concibió, hija de Jerusalén. Nuestra augusta Reina es negra en el alma de aquellos que no pueden ver, siquiera una vez, tu brillante blancura; pero eres bella para aquellas que obtienen este favor de verte. Tu Hijo muestra, a quien le place, este espejo que esconde a los que lo ven con sus propios ojos, quienes han sido cegados por la orden que el Profeta Isaías tuvo de este Dios que estaba elevado en su [795] trono. Sus orejas no oyen, parque juzgan según sus razonamientos; no entienden el misterio que el Oráculo divino revela a los pequeños de los que tu Hijo, oh mi Augusta, se alegra diciendo: Confiteor tibi, Pater, Domine caeli et terrae, quia abscondiste haec a sapientibus, et prudentibus, et revelasti ea parvulis. Ita Pater quoniam sic fuit placitum ante te (Mt_11_25s). Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas casas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Si, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.

Capítulo 113 - La Sabiduría divina permitió la duda de santo Tomás para afirmar y esclarecer nuestra fe en su amor, el cual es un abismo. Favores que recibí los días de Navidad, de san Juan y del real profeta David

            [796] El día de santo Tomás te rogué alojarte en mi alma, la que recibió muchos favores de ti, que eres el sol vivo que viene a nosotros por la caridad del Padre, que es Padre de misericordia y el Dios de todo consuelo, cuya providencia gobierna todas las cosas y sabe sacar bien de lo que a los hombres les parece ser un mal. Me hiciste entender que de la incredulidad de santo Tomás, tu Iglesia se había afirmado más; porque la Sinagoga que no creyó en ti como Dios, quiso hacerte pasar después de tu muerte, como un hombre mentiroso y pagó falsos testigos que dijeran que tus discípulos te habían robado del sepulcro, haciendo creer al pueblo que no habías resucitado. Pero tu sabiduría que conoce y puede todo, permitió que uno de tus discípulos cayese en la duda de tu resurrección, a fin de que tú mismo vinieses a mostrarle tus llagas, a la vista de las cuales creyó en tu divinidad humanizada y como te creyó Dios y hombre, te confesó su Señor y su Dios. Si no hubieses hecho conocer tu Resurrección a este discípulo que dudó, quizá varios estuvieran hoy con esta duda. En vano se hubieran predicado tus anteriores milagros, que sólo son premisas auténticas de tu Resurrección, como tan bien lo dice el Apóstol san Pablo: Si autem Christus non resurrexit, inanis est ergo praedicatio nostra, inanis est fides vestra (1Co_15_14). Si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también nuestra fe.

            [797] Pero como resucitaste para gloria del Padre y para nuestra salvación, nuestra Religión es reconocida coma verdadera, por la que la caída de santo Tomás fue para nosotros una dicha, a la que me atrevo a llamar: feliz culpa, que nos ocasionó una demostración auténtica de nuestro Redentor; porque ciertamente hubieran podido decir, que te habías aparecido con un cuerpo cicatrizado, que nadie tocó, por tanto eras un fantasma. De esta manera ya nadie puede dudar que no eras un fantasma aparecido a los ojos engañados de los discípulos que eran tan sencillos, y aún la misma prohibición hecha a Ma. Magdalena de que no te tocara, podría haber hecho creer lo mismo.

            Gran santo Tomás, se te pueden aplicar las palabras del Profeta: qui ascendit super occasum laudabile nomen eius (Sal_67_5). Al que cabalga entre las nubes, alabad su nombre. Eres más grande en tu caída que antes de haber caído, porque nos has impedido caer en la duda del más importante misterio del Verbo Encarnado; por lo que nuestra confianza es nuestra verdadera seguridad de que el Primogénito resucitó de entre los muertos: Et omnia in ipso constant. Et ipse est caput corporis Ecclesiae, qui est principium, primogenitus ex mortuis (Col_1_17s). Y todo tiene en él su consistencia. El es también la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos. El que es nuestro Señor y nuestro Dios, Tomás, es aquél a quien tú amabas tanto, pero que no pudiste estar seguro de su Resurrección, sino viéndolo con tus ojos y tocándolo con tus manos, lo crucificaste nuevamente sin causarle sufrimiento y de tal manera te transportaba el amor, que [798] tu corazón no podía fiarse más que de las sentidos, porque tu espíritu estaba confundido en el dolor y era un abismo de incredulidad. No podías llegar al conocimiento de este misterio más que por el abismo del amor, que producía en ti el autor de la fe que nos has trasmitido, como dice el Real Profeta: los juicios de Dios son grandes abismos.

            Tomás, siempre te he considerado como un abismo en el que Dios escondió grandes misterios, nunca he podido estar de acuerdo con los predicadores que se declaran contra ti, cuando el mismo Maestro te reprendió tan suavemente, para enseñarnos que debemos creer sin querer ver, porque él no se manifestaría a los que dudaran de su Resurrección, sobre todo porque su duda no vendría del abismo de amor en que tu pobre corazón estaba sumergido.

            Magdalena no cesó de llorar a la vista de los ángeles, aún cuando éstos le hablaron angelicalmente, y si el Amor no la hubiese llamado por su nombre, habría continuado llorando aunque el Verbo Encarnado le hubiese dicho como los ángeles: Mulier, ¿quid ploras? ¿Quem quaeris? (Jn_20_15). Mujer, ¿por que lloras? ¿A quién buscas?

            Ella te busca, Amor de los amores; ¿Dónde te pusiste tú mismo? ¿Por qué la haces sufrir? Dile una sola palabra por la que pueda conocerte y verás si no te ama más que todas tus creaturas; llámala por su nombre y ella te conocerá por el tuyo, teniéndote a ti, no quiere nada más; así Tomás te quiere ver para [799] poseerte: Abyssus, abyssum invocat, in voce cataractarum tuarum (Sal_41_8). Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas. Hiciste desbordar sobre él tu amor que es un mar cuyas aguas se elevaron sobre su cabeza y sobrenadando en él exclamaba: omnia excelsa tua et fluctus tui super me transierunt (Sal_41_8). Todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí.

            El día de Navidad, así como no se encontró lugar en las hospederías para ti, así también mi alma no halló reposo, invadida totalmente por una gran sequedad hasta después de la Misa de medía noche, en que presentándote su miseria, tuviste piedad de mí y atrayéndome con tus dulzuras me hiciste entender: Domini est terra, et plenitudo ejus; orbis terrarum, et universi qui habitant in eo (Sal_23_1). De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan.

            Mi bien amada, soy el Señor al que pertenece la redondez de la tierra y toda su plenitud, ¿No crees que mi santa Humanidad es la tierra sublime que encierra toda la plenitud de la divinidad y que encierro todos los tesoros de la ciencia y sabiduría del Padre, al que soy igual y consustancial? Esta Humanidad, sin hacer ninguna rapiña, apoyada sobre mi divino soporte, tiene por comunicación de idiomas las excelencias que sólo pertenecen al Hombre Dios y que se levanta tan alto como el Padre que la engendra, en el esplendor de la santidad. Mientras permanezco en este pesebre estoy al mismo tiempo en los cielos, brillante y resplandeciente.

            [800] Querido Amor, apruebo muy bien lo que dice el Rey Profeta: in terra deserta et invia, et inaquosa, sic in sancto apparui tibi, ut viderent virtutem tuam et gloriam tuam. (Sal_62_2s). Cual tierra seca, agostada sin agua. Como cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria. Mi alma era esta tierra seca y este camino sin agua, la misma esterilidad, que no podía producir ni un buen pensamiento, hasta que tu benignidad se le apareció con una santa alegría manifestándole tu gloria, y como eres el heredero universal del Padre, llevando la palabra de su virtud, me hablaste por ti mismo, tú, por quien el Padre ha hecho los siglos, que eres el esplendor de su gloria, la figura de su sustancia, dígnate comunicarla a mí con las dulzuras de un río impetuoso que regocije tu ciudad de Belén, que es de David tu padre, según la carne, porque eres verdadero Hijo de David y verdadero Hijo de Dios; eres el Hombre-Dios que nació en esta ciudad, la fuente abierta en la que mi alma es lavada de sus iniquidades y vuelta fecunda. Eres mi vida temporal y eterna, mi gracia y mi gloria, mi paz y mi Salvador, nacido en la ciudad de David. La gran alegría que los ángeles anunciaron a los pastores de Judea, es la misma que tú anuncias con tanta alegría, y por tu [801] misericordia poseo la misma dicha que aquellos a quienes el Rey Profeta llama bienaventurados: Beatus populus qui scit jubilationem (Sal_88_16). Dichoso el pueblo que la aclamación conoce.

            Verbo increado y encarnado, mi amor y mi todo, el día de san Juan tu discípulo amado, me hiciste participar del amor que le tuviste cuando eras pasible aquí en la tierra, amor que es la vida eterna anticipada, aunque tú no la comunicas sino pasajeramente a los que estamos en el camino y que podemos decir: eorum Domine, in lumine vultus tui ambulabunt; et in nomine tuo exultabunt tota die; et in justitia tua exaltabuntur. Quoniam gloria virtutis tu es, et in beneplacito tuo exaltabitur cornu nostrum. Quia Domini est assumptio nostra et Sancti Israel regis nostri (Sal_88_16s). A la luz de tu rostro caminan, oh Yahveh; en tu nombre se alegran todo el día, en tu justicia se entusiasman. Pues tú eres el esplendor de su potencia, por tu favor exaltas nuestra frente; sí, Yahveh nuestro escudo; el Santo de Israel es nuestro Rey.

            La luz que me comunicas viene de tu rostro y me hace avanzar en los caminos que tu nombre produce por tu justicia y me llena de alegría. Este sagrado nombre eleva a tus amados porque tú eres su gloria y su virtud, los levantas por ti mismo asociándolos a tu Reino, haciéndolos tu corona como su Rey. Quisiste hacerme todas estas gracias elevándome por encima de las nubes, las que habías escogido para tu trono y en esas nubes hiciste ver a tu esposa, a la que coronaste con una [802] corona de nubes. Al admirar esta maravilla me hiciste entender que mostrabas tu grandeza y tu bondad por la nube. Tu bondad que da las coronas por benignidad y tu grandeza elevando a tus amantes por encima de la tierra, llenándolos de favores cuando a tu amor le place concertar estas riquezas: Rorate caeli, desuper, et nubes pluant justum. Aperiatur terra, et germinet salvatorem (Is_45_8). Destilad, cielos, com rocío de lo alto, derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación.

            El día del santo real profeta David, cuando te daba gracias por todos los favores que me habías concedido durante el año, tu amorosa Majestad me hizo entender estas palabras: In finem dilexit eos (Jn_13_1). Los amó hasta el extremo. En este día tu amor quiso redoblar en mí sus gracias, elevándome a una sublime claridad y haciéndome ver un cuello del que salían luminosos rayos de luz. Me dijiste que este cuello simbolizaba a tu santa Madre, que es como el cuello que une la Iglesia triunfante donde estás tú, la cabeza, comunicando por ella a todos los bienaventurados ciudadanos celestiales; y que tu benignidad encontraba placer en servirse de mí en la Iglesia militante, por la que me humillé en tu presencia. Inclinándote a mí por bondad, me dijiste que yo era Ruth, la que espigaba detrás de los segadores, a quienes habías mandado que esparcieran las espigas con abundancia por el camino donde tu bondad me hace caminar, a fin de que, sin confusión, [803] me vea enriquecida de los admirables tesoros que por tu voluntad me prodigan.

Capítulo 114 - Regalos que la divina bondad me dio el día de la Circuncisión. Luces Y gracias que recibí el día de Reyes y durante la Octava.

            El día de la Circuncisión de 1652, dispuesta a recibirte como regalo, no fui rechazada, sino que tu bondad me atrajo al pesebre en el que te recibí como mi Señor, mi Dios y mi Todo; después no encontré nada que me pudiera agradar fuera de ti, porque tú eras mi Esposo de sangre, la fuente de la ciudad de David estaba abierta, los pañales que te cubrían estaban manchados por la sangre de la Circuncisión. Ardías en amor por tu esposa, ofrecías tu sangre al Padre, como realización de los días de redención, sin esperar la tarde de la Cena para ser nuestro alimento, y el medía día del Calvario para pagar mi rescate; te ofreciste como esclavo para hacerme libre y para poder ser mi comida y bebida, haciéndote todo esto, que todo puedes [804] ser para mí. No entendí estas palabras: et vestimentum mistum sanguine, erit in combustionem, et cibus ignis. Parvulus enim natus est nobis, et filius datus est nobis, et factus est principatus super humerum ejus; Admirabilis Consiliarius (Is_9_4s). Y el manto rebosado en sangre será para la quema, pasto del fuego. Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el Señorío sobre su hombro, y su nombre será: Maravilla de Consejero. Deteniéndome en este nombre, mi alma estaba llena de admiración con tu santa Madre y su esposo san José: Et erat Pater eius et mater mirantes (Lc_2_33). Su padre, y su madre estaban admirados.

            Adorándote, Deus fortis, pater futuri saeculi, Princeps pacis (Is_9_5). Dios Fuerte, Padre del siglo futuro Príncipe de Paz, sabías que por tu sangre preciosa pacificarías el cielo con la tierra y comenzaste a repartirla en tu circuncisión, abriendo un camino nuevo en tu carne bajo el velo de la ley. Tú que eres el autor de la luz de la fe, tomaste la marca del pecado sin cometerlo, te hiciste semejante a la carne del pecado, engañando así al demonio que te miraba como sujeto al pecado, pero se equivocó y por eso pudiste decir: el pecado y el príncipe de este mundo han sido vencidos y sólo han encontrado su confusión: Venit enim princeps mundi hujus, et in me non habed quidquam (Jn_14_30), porque llega el Príncipe de este mundo, y en mí no tiene ningún poder. Seré la muerte del pecado y la mordedura del infierno: Ero mors tua. O mors morsus tuus ero, inferne (Os_13_14). ¿Dónde están, muerte, tus pestes? ¿Dónde tu contagio, sheol?

            El día de Reyes, humillándome ante tu majestad, te ofrecí todos los sufrimientos de los santos con los tuyos y todas sus caridades y oraciones con las tuyas; [805] mi alma llena de confianza no podía pensar que fuera arrojada del pesebre, donde las almas, por más temerosas que sean, son atraídas con dulzura. Dicite pusillanimes: Confortamini (Is_35_4). Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo! Tu gracia se muestra ahí a todos los hombres para su salvación; me encuentro rica de tus misericordias que veo por encima de todas tus obras, las que presento al Padre y al Espíritu Santo, al que te ofreces en holocausto, siendo como eres el Cordero inmolado desde el principio del mundo. Te reconozco y te adoro como mi Creador y Salvador, y este Hijo varón, que esta admirable mujer revestida del sol, ha dado a luz en este establo, donde los ángeles te adoran brillando en el cielo: Jacebat in praesepio et fulgebat in caelo. Estaba en el pesebre y resplandecía en el cielo.

            Divino Verbo hecho carne, mi Rey y mi Dios, recibe el holocausto perfecto que tú mismo te ofreces. Salomón dejó satisfecha a la Reina de Sabá de todas las preguntas y enigmas que le propuso, y eso le bastó para admirar al Rey, pero es que ella estaba en las sombras, pero yo estoy en la luz del sol del recién nacido, en donde todo es nuevo, un hombre Dios; una Virgen Madre. Esto no lo vio el rey que dijo que no veía nada nuevo bajo el sol.

            [806] Jeremías algo dijo de esta admirable novedad llamando al pueblo de Israel bajo la figura de una virgen aunque vagabunda: Revertere, Virgo Israel, revertere ad civitates istas. Usquequo deliciis dissolveris, filia vaga? Quia creavit Dominus novum super terram: femina circumdavit virum, haec dicit Dominus exercituum, Deus Israel (Jr_31_21s). Vuelve, virgen de Israel, vuelve a estas ciudades, ¿Hasta cuándo darás rodeos, oh díscola muchacha? Pues ha creado Yahveh una novedad en la tierra. La mujer ronda al varón. Así dice Yahveh, el Dios de Israel.

            Los reyes de hoy son más dichosos que Salomón porque ellos ven a aquél que hace la felicidad de los cielos y de aquellos que lo contemplan. Beati oculi qui vident que vos videtis (Mt_13_16s). Dichosos pues vuestros ojos porque ven lo que pueden ver, lo que varios profetas y reyes desearon ver y no vieron.

            Querido Amor, nosotros no estamos en esta privación porque aunque no te veamos con los ojos de la carne, desde que te ocultaste a tus discípulos, te contemplamos con los ojos del espíritu, a los que la fe te hace visible asegurándonos con tus palabras: Beati qui non viderunt, et crediderunt (Jn_20_29). Dichosos los que no han visto y han creído. Nuestro amor crece y nos hace decir como santo Tomás: Dominus meus et Deus meus (Jn_20_28). Señor mío y Dios mío.

            La Reina de Sabá se asombró al ver la gran sabiduría de Salomón y yo no me extraño al verte a ti que eres [807] más que Salomón, eres el Sol de justicia, el Oriente de lo alto, que has venido a visitarnos por tu gran misericordia.

            Toda la octava me trataste real y divinamente haciendo de mi corazón tu incensario, siendo mi Rey y mi Pontífice, con una gracia tan admirable, que mi pluma no puede describir; mi espíritu la admiraba y la admira todavía; non est sermo in lingua mea (Sal_138_4). No está aún en mi lengua la palabra. Los ángeles y los hombres confesarán que sólo tú eres elocuente y la misma elocuencia. Los escribas y fariseos queriendo adelantar tu muerte, mandaron a unos ministros a interrogarte pero tus palabras los hicieron regresar a decir: No hemos podido capturarlo, sus palabras nos han cautivado: Nunquam sic locutum est homo, sicut (Jn_7_46). Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre.

            La Iglesia, gobernada por el Espíritu Santo que tú con el Padre producen, solemniza tu admirable Bautismo en donde todo es maravilloso, los cielos se abren para dejar ver al Espíritu Santo que en forma de paloma desciende sobre el más hermoso de los hijos de los hombres. Spiritu sancto misse de caelo, in quem desiderant Angeli prospicere (1Pe_1_12). En el Espíritu Santo enviado desde el cielo; mensaje que los ángeles ansían contemplar. Desean ver la plenitud que este Espíritu vierte sobre ti, que eres el Nazareno por excelencia. Descendit super eum omnis; fons spiritus sancti. Descendió sobre él la fuente toda, del Espíritu Santo. Fuente que cubres y llenas embriagando a los espíritus celestiales que te contemplan.

            [808] Arca adorable en este río sagrado, protegida, adornada, coronada, que flota sin hundirse, dí a tu divino Padre: Omnia excelsa tua et fluctus tui super me transierunt (Sal_41_8). Todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí, sin sobrepasarme por su inmensidad, toda esa plenitud divina habita corporalmente en mí. Estas son las complacencias del Padre eterno que dice desde el cielo: Hic est filius meus dilectus, in quo mihi complacui, (Mt_3_17). Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Y el apóstol que vio esto durante su éxtasis, nos dice, hablando de tus grandezas, que son las delicias del Padre: quia in ipso complacuit omem plenitudinem divinitatis habitare corporaliter (Col_1_19). Nequaquam per partes ut in ceteris sancti (Col_2_9). Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, porque en él reside la plenitud de la divinidad corporalmente, no es en parte como en los otros santos. De la misma manera lo dice san Jerónimo; Tú no recibes en partes estos divinos favores como los santos, el Padre te comunica su plenitud divina; en ti están encerrados todos los tesoros de su ciencia y sabiduría infinitas

Capítulo 115 - Luces que me dio el Espíritu Santo sobre el bautismo de mi Salvador. Bodas de santa Inés. Alegría que recibí el día de la purificación y el día de san Matías. El Sr. de la Piardière tomó el hábito eclesiástico.

            [809] Del cielo abierto la voz del Padre proclamó a la vista de las ángeles y de los hombres, que el Salvador es su Hijo amado, y el Espíritu Santo todo amor se posó con toda su fuerza sobre él. ¿Quién no hubiera pensado que estos prodigios eran para declararlo Rey de cielo tierra y desde ese momento ordenar a los ángeles los hombres, que le rindieran sus homenajes y le adoraran como a su Señor y su Dios? Non enim cogitationes meae cogitationes vestrae: neque viae vestre viae meae, dicit Dominus (Is_55_8). Et statim spiritus expulit eum in desertum. Et erat in deserto quadraginta diebus et quadraginta noctibus: et tentabatur a Satana: eratque cum bestiis (Mc_1_12s). Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos, oráculo de Yahveh. A continuación, el Espíritu le empuja al desierto y permaneció en el desierto cuarenta días siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo.

            El Espíritu Santo que se posó sobre este santo de Dios, este Nazareno, lo empujó al desierto para ayunar cuarenta días, ser tentado por Satanás y reflexionar en las maravillas pasadas en el Jordán. El Espíritu lo coloca entre las bestias durante 40 días y 40 noches, los ángeles no aparecen sino hasta después de estos ayunos y estas victorias, para ser sus servidores. No se oyen músicas angélicas, no pronuncian palabras, no cantan la gloria como en Belén, aunque pudo haber estado rodeado de bueyes y asnos, no hay pastores en este desierto velando las rebaños para invitarlos a ver este Cordero que es el Buen Pastor. El desierto [810] era el lugar de prueba de la fidelidad del Salvador hacia su Padre; era el lugar donde hacía provisión de armas, para combatir a esos espíritus rebeldes que iba a vencer después de comprobar su fuerza, su astucia y su malicia.

            El desierto es duro, horrible, no hay más que el amor divino para suavizarlo, el amor que este Hijo de oración tenía por la gloria del Padre y por la redención de los hombres, le urgía satisfacer en rigor de justicia, a su justicia ofendida, y para adquirirnos el cielo por esos sufrimientos, aunque a él por esencia le es debida la bienaventuranza.

            Las caricias que el Espíritu Santo me hizo con ocasión del Bautismo del Señor, como en otras ocasiones, tales como los cuarenta días que pasé en el pesebre del establo, las fiestas de santa Inés, la Purificación, santa Águeda, santa Dorotea y de santa Apolonia, fueron demostraciones reales de felicidad y alegría, de manera que por ellas se podía pensar que soy una hija bien amada del Padre que se complace en mí.

            En la fiesta de santa Inés estuve en el festín del Cordero participando de su felicidad, per modum transeuntis; beati qui ad caenam nutiarum Agni, vocati sunt (Ap_19_9). Aunque de modo fugaz; dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.

            En la purificación desbordé de alegría al ver la luz de los gentiles, y la gloria del pueblo de Israel; me veía cristífera, como nombraba yo a san Ignacio. Al recibirte en el [811] Sacramento del amor te dije con el buen anciano Simeón: Nunc dimitis (Lc_2_29). Ahora ya; Los ojos de mi espíritu te veían mi divino médico. Te ofrecí a ti mismo al Padre, por todo lo que debiera satisfacer y para agradecer los favores que tu santa Madre me hacía; con santa Águeda, desee honrarte y entregarme por Francia, mi patria en la tierra, para allí servirte y sufrir voluntariamente. Te rogué me santificaras lanzándome al fuego de tu amor, imitando a santa Apolonia; vi un río sagrado que salía de su santa boca. Consideré sus dientes rotos y arrancados por la fe viva animada de la caridad. Veía una fuente de sangre que saltaba hasta la vida eterna. Sus dientes de marfil hubieran sido más apropiados para hacerte un trono mejor que el de Salomón, y sus mandíbulas, vencieron más enemigos que las quijadas con las que Sansón desafió a los filisteos, porque las de santa Apolonia aterraron, a los demonios, vencieron a los tiranos y a la sensualidad. Esta fuente que me parecía ígnea, me refrescaba e inflamaba a la vez, y no tenía más sed del agua de la tierra, ardiendo como estaba por el deseo de beber en tus divinos torrentes.

            [812] Me parecía estar en la alegría de mi Señor, aunque hubiese sido poco fiel en su servicio, pero como nos quiere hacer pasar por los sufrimientos y probarnos por las contradicciones, aún de los buenos; él permite, si no lo ordena, que personas que tienen el carácter sacerdotal, elevadas en dignidad, y otras, recomendables por su piedad, se junten para corregir las cosas que consideran dignas de corrección, y pensando agradar al Padre del que no conocen sus designios. Querían abatir y destruir a la que sostienes con tu misericordia, y que has destinado para hacer ver en su bajeza, la altura de tu gloria y tu fuerza en su debilidad; y como ella ha olvidado a su pueblo y la casa de su padre, con todos sus parientes según la carne y la sangre, fue traicionada por las hijas que tu Espíritu le había hecho dar a luz. Lo que ella no quería saber, por algunos indicios que tuvo, fue que vio claramente los ataques que los demonios maquinaban y que casi siempre terminan en tragedias.

            Querido Amor, sorprendieron a Abel y Zacarías entre el templo y el altar, se les quiso sacrificar para impedir que ellos sacrificasen y que no recibiesen diariamente el pan cotidiano; y todo por pensar que ellos no tenían cuidado ni celo por las cosas sagradas; consideraciones piadosas a mi manera de ver, pero severas por las [813] víctimas que inmolaban, de manera que se podía decir: Quoniam propter te mortificabimur tota die aestimati sumus sicut oves occisionis (Rm_8_36), por tu causa somos muertos todo el día: tratados como ovejas destinadas al matadero.

            Al oírte entendí que el tiempo destinado por tu sabiduría se aproximaba y que querías hacer ver que al que habías elegido no lo había sido por él mismo; sed qui vocatur a Deo, tanquam Aaron (Hb_5_4), sino el llamado por Dios, como Aarón; para ofrecer el incienso y el sacrificio, a pesar de las contradicciones de aquellos que no nombro. Te ruego para que san Judas no los considere en su deseo.

            En el día de san Matías cuando el Sr. de la Piardière fue revestido de los hábitos religiosos por Vicente de Paúl, digno fundador de la Misión, piedra fundamental de varios santos sacerdotes que brillan en su Congregación y en varias diócesis. Este día fue tu día, Verbo Encarnado, en el que ordenaste a tus ángeles alegrarse de nuevo al mostrarles la piedra que había sido rechazada por los constructores para hacer ahora tú mismo, y por ti mismo, maravillas. Me hiciste participar en esta alegría, aunque también me destinabas la cruz, haciéndome entender que la suerte de los santos en la luz también era la nuestra y que cumplirías las promesas que me habías hecho, que no me extrañara de todo lo que se diría, [814] que no se realizarían los deseos de los que se confabulaban contra tus designios sobre mí, que sería tu Zorobabel; que el Sr. de la Piardière sería tu sacrificador como Jesús el gran sacerdote hijo de Josédec y la maravilla que él descubrió fue que, cuando estaba en el refectorio de la Misión de san Lázaro, leyeron en la mesa el capítulo de Zacarías que me habías hecho comprender el día de san Joaquín y que ya narré mas arriba.

            Si las personas que hicieron el consejo y elección hubiesen estado en oración por una celosa y común caridad, tu Espíritu de amor hubiera dado a cada una, una lengua de fuego para contar tus maravillas, pero fue todo la contrario y si me atrevo a decir, varias contristaron tu Espíritu que me tenía a mí en la alegría que eres tú, mi amor y mi todo.

            El domingo de los cinco panes de cebada, fui objeto de tus magnificencias, me dijiste que eras el Dios que desbordaba leche deliciosa de su pecho para mí y eras al mismo tiempo mi torre y fortaleza. Cuando estaba en oración y consideraba tu sudor de sangre en el Jardín de los Olivos, entendí que esos arroyos que corrían sobre la tierra eran más deliciosos que la leche; el vino, el néctar y la ambrosía, y que todos tus poros abiertos, eran para mí otras tantas aberturas por donde [815] desbordaban los torrentes de tus delicias, que los recibiera en mi boca con gran deseo.

            Me vi amorosamente movida a decirte: Satis es Domine: es bastante, Señor, muero de tus deleites cuando quisiera morir en desolación para unirme a la que pasaste en el jardín del dolor, en donde fuiste confortado por un ángel. En tu agonía combatiste con la muerte y el infierno; en cambio a mí, me deleitas con la vida y todo el paraíso, ¡Ah, que admirable eres, Jesús! Mortificas y vivificas al mismo tiempo, metes en el infierno y sacas también de él, mi alma está más en ti a quien ama, que en el cuerpo que ella anima; en ti, ella sufre, en mí, tú la alegras.

            El profeta Isaías dijo que habías querido estar preso para ponernos en libertad, y que por tus sufrimientos fuimos curados y salvados, y tu Apóstol nos dijo que te habías hecho pobre para enriquecernos, que eras el Pontífice que quiso tomar nuestras enfermedades y que quisiste ser tentado de todas maneras, excepto de la ignorancia y del pecado, poseyendo la gracia [816] substancial y limpio de pecado por tu santidad esencial, quisiste gustar la muerte a fin de ser la muerte y mordedura del infierno.

            Eres la victoria que ha vencido al mundo, el autor de la fe y caridad que no busca lo que te alegra, y que no es sino para deleitarme que tú te has entristecido. No quiero mis caminos ni mis pensamientos, sino los tuyos que son pensamientos de paz, y en mí serás glorificado cuando no siga mis caminos. Quiero seguir los tuyos siguiendo las huellas de tu propia sangre vertida, no para pedir venganza al Padre como la de Abel, sino misericordia, para purificar nuestra conciencia de todo pecado y para lavar y blanquear el vestido nupcial con el que revistes a tus esposas. Me invitaste a acercarme a ese río precioso con dulces y amorosas palabras, sumergiéndome amorosa y confiadamente para ser ahí revestida de tu propio vestido, a saber, de la púrpura real, diciéndome que era adorno regio, que mis pensamientos, representados por los cabellos, por una penetración mística, debían entrar en tus poros abiertos para tomar lo que está dicho en el Cántico: Caput tuum ut carmelus et comae capitis tui sicut purpura regis [817] vincta canalibus (Ct_7_6). Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como la púrpura; Un rey en esas trenzas esta preso. Esta fuente de gracia en donde bebí la sangre preciosa a grandes sorbos hasta embriagarme, por tu pura bondad que se complace en sus abundantes comunicaciones repitiendo estas palabras: Quam pulchra es, et quam decora, charissima in deliciis (Ct_7_7); Qué bella eres, que encantadora, oh amor, oh delicias. Hija, el agua y la sangre que he vertido por ti, ¿no te hacen más agradable a mis ojos cuando has sido purificada, adornada y cubierta de esta preciosa sangre? ¿No te ha revestido Jesús, tu Esposo de sangre, con el hábito que tus hijas llevan exteriormente? ¿Es más santo recibirlo de manos visibles porque se ve a los ojos corporales, que el que te doy, invisible a los mortales, pero visto y admirado por los espíritus inmortales? ¿No era acaso Moisés, más agradable a los ojos de la divinidad que lo había revestido de sus propias claridades y cubierto de la nube para esconderlo a los ojos de los hombres, que Aarón consagrado y revestido de los hábitos sacerdotales por Moisés, que no llevaba otro semejante, ni mitra hecha por manos mortales? Pero los rayos de luz de su cara eran más brillantes y augustos. En la presencia de Dios y de los [818] ángeles del Tabernáculo, ¿no era él, el sacerdote que había elegido? No lo reconoció así David cuando dijo: Moisés et Aaron in sacerdotibus ejus (Sal_98_6). Moisés y Aarón entre sus sacerdotes.

            No me fue menos delicioso el domingo de Pasión, pero temí que tus delicias fueran ilusión de aquél que con frecuencia se transfigura en ángel de luz y seguiría en estos temores si no supiera que por tus sufrimientos nos has dado a luz nuestra felicidad y que tu Pasión es para tus amantes un motivo de alegría desde que ya no puedes volver a morir, que tienes el imperio sobre la muerte habiendo hecho morir al pecado y resucitado como Dios para vivir y vivir eternamente. El alma amante y amada de ti, no debe afligirse cuando tú te le presentes como el Cordero inmolado, con las señales y estigmas de tu Pasión, señales de alegría y de triunfo en la gloria, ellas son fuente de alegría a las que el Profeta Evangélico nos invita a acudir con gozo: Haurietis aquas in gaudio de fontibus salvatoris, et dicetis in die illa: confitemini Domino et invocate nomen ejes; notas facite in populis ad inventiones eius, mementote quoniam [819] excelsum est nomen eius. Cantate Domino, quoniam magnifice fecit; annuntiate hoc in universa terra. Exulta et lauda habitatio Sion, quia magnus in medio tui sanctus Israel (Is_12_3s). Sacaréis aguas con gozo de los hontanares de salvación, y diréis aquel día: Dad gracias a Yahveh, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas, pregonad que es sublime su nombre. Cantad a Yahveh, parque ha hecho algo sublime, que es digno de saberse en toda la tierra. Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.

            ¿Qué mortal podría inventar estas maravillas? Y ¿qué alma no hubiera encontrado fortaleza para sufrir las oposiciones que se hacían para impedir que el Sr. de la Piardière recibiese las órdenes sagradas, en especial la del sacerdocio? Estas personas pensaban que yo era la que había hecho que él se decidiera a servirte en tu casa y a ofrecer allí su primer sacrificio, para gloria y santificación de tus esposas, las que estaban abandonadas de aquellos que hubieran podido ayudarlas. Porque aquella a quien habías elegido para fundadora no era según sus gustos, en esto abundan los hombres, y consideraban oportuno rechazarla, cansarla y quitarla, bajo la bella apariencia de la gloria de Dios. Abatiendo, a la que has hecho lo que es, sus deseos parecían tan juiciosos, como sus discursos caritativos para hacer actuar en su favor a los más fervientes prelados, piadosos pastores y aun varios seglares celosos. El predicador del día de la Inmaculada Concepción, para impedir los imaginarios desórdenes que veía  [820] como dije anteriormente, estaba decidido a destruirme, creyéndose capaz de persuadir y hacer cambiar, en especial a la hermana sacristana, a quien hacía visitas secretas en el recibidor, y sin conocer yo sus intenciones, venía todos los días a decirnos Misa y yo le daba 100 escudos por año.

            Querido Amor, mientras esas personas, estimaban proceder con celo santo, continuaban sus actividades en contra mía, por tu parte me acariciabas en mis ejercicios de piedad en este tiempo el más santo del año. Algunas personas piadosas me vinieron a advertir que se había tomado la resolución de negar la última orden al Sr. de la Piardière y para esto se iba a hablar con el Sr. obispo de Periguex, quien le había dado las otras órdenes, para que lo obligara a escoger una parroquia o una casa de los Padres Misioneros y no dedicarse a aquellas de tus hijas para quienes desde hacía varios años lo habías llamado; habiéndomelo dado tú a conocer para que se lo dijese, sin que este conocimiento me hubiera movido a obligarlo. Fue él mismo quien me pidió te suplicara adelantar el tiempo, pero esperé tu hora en esperanza y silencio, y el que espera, no será confundido.

Capítulo 116 - Gracias inefables que recibí el día de san José. El Sr. de la Piardière celebró su primera Misa en nuestra iglesia del barrio de San Germán.

            [821] En la mañana que destinaste, vino tu bondad, me despertó e invitó a una gran alegría por medio de un ángel, que por tres veces, con un tono suave, majestuoso y encantador me dijo: Ecce virgo concipiet et pariet filium (Is_7_14). He aquí que la doncella ha concebido y va a dar a luz un hijo;  palabras que me extrañaron la primera y la segunda vez, temiendo al mal espíritu que quisiera engañarme sirviéndose de las palabras de la Sagrada Escritura, de la que me habías dicho sería la clave para entenderte; a la tercera vez estuve segura que era un buen espíritu el que decía esas maravillosas palabras. Admirando tu bondad por mí y dentro de mí al hacerme madre del nuevo sacerdote que por ti había concebido espiritual y virginalmente, no como la incomparable Virgen te concibió y dio a luz, pero sí de una manera muy espiritual y pura. La pureza que él recibió, fue como un maná escondido que el Apóstol virgen le obtuvo de tu bondad, [822] gozó de esa pureza desde el día de la fiesta de este santo en 1646. A mí me la concediste un día de tu Circuncisión, de una manera que no puedo explicar.

            Elevada luego a una sublime contemplación por tu Espíritu, te dije: Puesto que me aseguras tu gracia; ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum Verbum tuum (Lc_1_38). He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según tu palabra. Sí, virginalmente madre de un sacerdote, y tu bondad se dignó hacerme saber que el Sr. de la Piardière, no hubiera sido llamado al sacerdocio, si no hubiese sido mi hijo espiritual y no me hubieras llevado a París a establecer una casa de tu Orden: He aquí la sierva del Señor, que se haga según tu palabra. Gran san José, me hiciste tantos favores en esa primera Misa del que escogió tu día para celebrarla, que son difíciles de contar. La lluvia favoreció mi atención, y me hizo gozar de una paz y alegría que sobrepasó todo otro sentimiento. Invité a toda la corte celestial a descender con su Pontífice y su Rey, que quería estar presente en este altar cuando los labios de este nuevo sacerdote, su boca, su lengua unidos a su intención, produjesen el cuerpo y la sangre adorables.

            [823] Dios mío, mi amor y mi todo, ¿cuál fue la maravilla que arrebató mi espíritu? Tú, mi divino Salvador, presente sobre tu altar. Pedí que todo el cielo con su gloria estuviese en esta capillita: ¡una inmensidad reducida a un punto!; un mar de delicias que detuviste en la presencia de un grano de arena que dijo: Señor: usque huc venies et non procedens amplius et hic confringes tumentes fluctus tuos (Jb_38_11). Llegarás hasta aquí, no mas allá, le dije, aquí se romperá el orgullo de tus olas.

            Oh bondad de mi Dios, me escuchaste para no permitir fuese asediada ni por asalto ni por éxtasis, sino que tu sabiduría dispuso todo suave y fuertemente, de manera que después de la Misa pudiese ir al recibidor. Me consideré alimentada con carnes sagradas por este hijo de Aarón, porque la comunión que había recibido de la mano de nuestro nuevo sacerdote e hijo, era reciente, y bien podías tú conservar en mi pecho este Pan celestial, sin que mi calor natural lo consumiese, así como habías querido guardar en el Arca el maná que se conservaba poco tiempo en el desierto, ya que para ti nada es imposible, gozas de ser la luz del pequeño mundo al que amas, mientras que el día de tu bondad lo alumbre con tus [824] rayos tan ardientes como luminosos. Sé bendito con toda bendición así como eres el Hijo del Dios bendito.

Capítulo 117 - Las grandezas de san Joaquín y de santa Ana, son la gloria del pueblo de Israel después de Jesús y María, y han honrado a Dios de manera eminente.

            Al día siguiente era la fiesta de san Joaquín el bienaventurado padre de tu digna Madre y le rogué que ofreciera al Padre el divino sacrificio del altar, él que había engendrado a su hija con toda la Trinidad presente en ella. San Joaquín con esto te hizo más favores que los que te había hecho Moisés, quien murió lleno de amor, en recompensa de los servicios que te había prestado, a pesar de que lo reprendiste por los dos golpes dados a la piedra, en contra de la orden recibida de sólo hablarle para que diese agua, vio la tierra prometida, pero no entró en ella porque no te glorificó, y estas aguas fueron aguas de contradicción.

            El favor hecho a san Joaquín y a santa Ana, quienes sí te glorificaron, es incomparable. Produjeron el mar de gracias, la tierra bendita, la tierra [825] sublime, la tierra en la que quisiste apoyar tu hipóstasis; tierra prometida por todos los Profetas, tierra sacerdotal exenta de todo tributo, de todo pecado original y actual. San Joaquín y santa Ana fueron elevados por un divino favor, a una suspensión, o maravillosa contemplación, en la que la santísima Trinidad dispuso su unión, que produjo el sagrado cuerpo de María, en el que infundió el alma santa que lo informó, sin que este sagrado cuerpo ni esta bendita alma hubiesen sido sometidos al pecado ni a la corrupción. Ni los demonios ni el pecado se le acercaron: nec dabis sanctum tuum videre corruptionem (Hch_13_35). No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Este santo cuerpo es en el que el santo de Dios, el Verbo, se iba a encarnar. Desde el momento en que esta Virgen fue concebida, vivió y marchó por caminos de santidad, fue mar de alegría ante la faz y los ojos de Dios, que la destinaba a ser Reina revestida de todas las virtudes, sentada para siempre a su derecha.

            Tuvo la dicha desde su concepción, de ver la unidad de la esencia y la Trinidad de Personas, lo que me has hecho entender desde la última fiesta de su Inmaculada Concepción, como en su lugar lo explicaré.

            Admirando la grandeza de san Joaquín, mi alma se elevó a una muy alta contemplación diciendo por varias [827] veces: Tu autem in sancto habitas laus Israel (Sal_21_4). Mas tú eres el santo, que moras entre las alabanzas de Israel. Siendo el cuerpo de María, sustancia del cuerpo de san Joaquín su padre, y el Verbo Encarnado sustancia del cuerpo de María, su verdadera Madre; san Joaquín habita en la fuente de santidad, en el seno del Padre, en Jesucristo, y esta habitación es divina, es la alabanza de Israel y la grandeza de su gloria, lo mismo afirmo de santa Ana, el uno y la otra, honran a Dios en su propia sustancia, cumpliendo perfectamente el consejo del Espíritu Santo escrito en los Proverbios: Honora Dominum de tua substantia (Pr_3_9). Honra a Yahveh con tus riquezas. La santísima Virgen honra a Dios más que todas las creaturas juntas, y san Joaquín y santa Ana, dando a Dios todo lo que tenían, dándose a sí mismos. Todo se ofrecía a Dios, los presentes y ofrendas dadas al Templo, las limosnas hechas a los pobres y la tierra de donde obtenían sus alimentos y donde vivían con su familia.

            Fueron el templo de Dios, los pobres de espíritu por excelencia. Jesucristo, el pobre por antonomasia es el nieto que su hija concibió, llevó, dio a luz y alimentó. Él dijo que María, la hermana de Lázaro, hizo una buena obra al prevenir su sepultura, y que en el mundo no faltarían pobres ni pobreza, pero que él no estaría siempre en la tierra porque se iría al cielo, y aunque estas palabras no se dirigen directamente a san Joaquín ni a santa Ana, tienen parte, porque él [829] siempre está en ellos y ellos en él, es su templo, su pobre, su muy querido y adorable Hijo, y ellos son sus muy queridos padres, por medio de su única hija, María, de la que nació Jesús por obra del Espíritu Santo, tomando de ella la sustancia, que a su vez había recibido de san Joaquín y de santa Ana, para informar un cuerpo al Verbo eterno encarnado en ella.

            Divino Salvador, en qué laberinto me he metido hablando de tu generación humana comenzando por san Joaquín y santa Ana, precisamente para no extraviarme, si la hubiese derivado desde Abraham como san Mateo, Joaquín, que significa Preparación del Señor, con eso hubiera dicho todo, porque esta materia purísima ha sido digna de recibir la forma de Dios, apoyada en su propio soporte en el momento de la Encarnación, y este Hijo se iguala al Padre sin hacerle rapiña, tomando y poseyendo con todo derecho la misma gloria: qui cum in forma qui in forma Dei esset, non rapinam arbitratus est esse se aequalem Deo (Flp_2_6). El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.

            Se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo: in similitudinem hominum factus et habitu inventus ut homo (Flp_2_7). Haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre. Él se asemejó a san Joaquín, muy humilde, de quien la Escritura no nos habla, tanto se había escondido y anonadado [830] igual que su esposa santa Ana, como si no existieran. Gran misterio escondido en Dios por muchos siglos, porque quiso que en los últimos tiempos se declarara a los santos, a fin de anunciar y notificar a los principados y a los poderosos de la tierra y del cielo, las inmensas riquezas de Jesucristo según la carne, según su nacimiento humano, por el cual: Humiliavit semetipsum factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis, propter quod et Deus exaltavit illum et donavit illi nomen, quod est super omne nomen; ut in nomine Jesu omne genu flectatur caelestium terrestrium et infernorum et omnis linqua confiteatur quia Dominus Jesus Christus in gloria est Dei Patris (Flp_2_8s). Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre.

            Dios colocó a san Joaquín y a santa Ana, en tronos elevados al lado de su augusta hija por su humildad y principalmente por lo que son para Jesús y su sma. Madre, san José los honra con un honor para mí inexplicable, haciendo con ellos lo que Ragüel y su mujer recomendaron a su hija Sara: monentes eam honorare soceros (Tb_10_12). Considera que vas al lado de tus suegros. San José, hombre justo, muy humilde, que conocía íntimamente al Verbo Encarnado a quien alimentó y cuidó sobre la tierra, amaba san Joaquín y a santa Ana, como su Hijo los amaba, imitándolo a él y a su esposa, quienes le tenían más respeto y ternura que Salomón a su [831] madre Betsabé.

            ¿Qué petición podía ser rehusada por esta digna Madre de Dios, hija de Joaquín y Ana, que es poderosa intercesora con el Padre, poderosa intercesora con el Hijo y caridad ardiente por el Espíritu santo? La Virgen posee ese amor santísimo al único Dios que se ofrece a sí mismo en el sacrificio del altar, al divino Joaquín. Recordé que hacía algunos años, san Joaquín se me había aparecido llevando o teniendo a Jesucristo en la cruz, a manera como los pintores lo representan con su eterno Padre. Entendí que esta visión era una sencilla representación de la parte que san Joaquín había tenido en ti mi dulce Jesús crucificado, y si hubiera estado en el Calvario, en la muerte de su nieto, habría sido el más afligido de los hombres, presenciando cuando su hija única, tu Madre, recibió en su alma el golpe de la lanza que abrió tu costado. Tú no sentiste ya este dolor porque ya habías muerto, pero ella fue ahí traspasada y san Joaquín hubiese sufrido tu muerte y la suya, la de su hija, a quien sólo el amor hacia vivir después de tu muerte, su vida era un milagro inaudito, hasta san Ignacio dijo algo semejante al referirse a esta Madre de amor que permaneció firme al pie de la Cruz, [832] cuando todas las creaturas se bambolearon y el Padre eterno abandonó a su propio Hijo, quien un poco antes de expirar exhaló una queja, que debió haber conmovido a esta Madre, en la que se obraba milagro tras milagro.

            San Joaquín no hubiera podido sufrir tantas muertes cuando salió del limbo, si su cuerpo no hubiese sido ya glorificado; ver tu cuerpo, oh Jesús, desgarrado, agujeradas tus manos y tus pies, pareciendo un leproso; no obstante, aunque tus dolores no le podían ser sensibles por su estado glorioso, te abrazó con admiración, adoración y ternura y comprendió que tus dolores eran su propia gloria porque eras su nieto.

            Gran santo, perdóname que explique tan obscuramente, lo que me fue mostrado en sublimes y elevados arrobamientos como águila que sube hasta los rayos del sol. Ahora soy la misma águila, pero que ha descendido a donde está el cuerpo que las potencias de las tinieblas han desfigurado y que es un Dios [833] escondido: Non est species ejus neque decor (Is_53_2). No tenía aspecto que pudiésemos estimar. Todos los que le han visto en este estado miserable pueden exclamar: Vidimus eum et non erat aspectus, desideravimus eum despectum et novissimum vivorum, virum dolorum et scientem infirmitatem et quasi absconditus vultus ejus et despectus (Is_53_2s). No tenía apariencia ni presencia; le vimos despreciable y deshecho de hombre, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. En este Hijo y en esta Madre, que es tu única hija, has sufrido lo que ninguna creatura, porque Jesús es el sin igual y María la incomparable. Es necesario que recorra la cortina por no poder transcribir al papel, la visión que fue mostrada a mi espíritu aún no despojado de su cuerpo ni con aquella misma luz, si así fuera podría exponer a los espíritus, de la misma manera como los ángeles se comunican entre sí sus conocimientos y sus luces. Ellos admiran la excelencia de san Joaquín que es un gran sacramento por los siglos, escondido en Dios que lo creó, para producir en el tiempo la primera de sus puras creaturas, la Madre del Verbo Encarnado, su Palabra que desde la eternidad es el esplendor de la gloria del Padre por generación eterna, y visto en el tiempo como imagen de su maravillosa Madre, el más hermoso de los hijos de los hombres.

            San Joaquín y santa Ana son el compendio de las maravillas de [834] Dios; en ellos escogió una hija, una madre y una esposa, por la que puedo decir: Dominator Domine ex omni silva terrae et ex cannibus arboribus ejus elegisti vineam unica: et ex omnis terrae orbis elegisti tibi foveam unam, et ex cannibus floribus orbis elegisti lilium unum: et ex omnibus abyssis maris repleti, tibi rivum unum, et ex omnibus aedificatis civitatibus, sanctificasti tibimetipsi Sion, et ex omnibus creatis volatilibus nominaste columbam unam, et ex omnibus plasmatis pecoribus, providisti oves unam. Oh Señor, dominador de todas las selvas, de cuyos árboles escogiste una única viña. De todo el orbe de la tierra escogiste para ti, una cueva, y de todas las flores del universo, elegiste solamente un lirio. De todos los abismos llenos del mar, elegiste un sólo río, y de todas las ciudades edificadas santificaste para ti a Sion. De todas las aves creadas, nombraste solamente una paloma y de todos los ganados, plasmaste y te proveíste, de sólo una oveja.

            Señor, dominador universal de todas las creaturas, escogiste a san Joaquín como a una viña de la que tu Hijo es el fruto, san Joaquín y santa Ana han sido una profunda fosa de cuya hija humildísima nació el que se hizo el último de los hombres y que se anonadó así mismo; y de todas las flores es un lirio; de todos los mares un abismo, un arroyo que has llenado corporalmente de la plenitud de tu divinidad. De María, su hija, has edificado tu ciudad, santificada con la divinidad de tu Hijo que es un Dios contigo y con el Espíritu Santo, quien ha hecho a su única [835] paloma y admirable oveja de la que nació el Cordero que quita los pecados del mundo. Joaquín estaba con sus pastores cuando recibió la buena noticia de haber sido escogido para engendrar a María, y a santa Ana se le dijo que produciría la flor de Jesé, sobre la que se posaría el Espíritu Santo, cuando estaba en el jardín de su casa. Quien tiene a Dios tiene todo; quien dice todo, no exceptúa nada. Todos los otros Patriarcas saludaron y vieron de lejos al Mesías, pero san Joaquín y santa Ana, pusieron en el mundo la carne de su carne, su principio según la naturaleza humana que concibió el Sol Oriente, el Hombre Dios, a ti, mi amor y mi todo, y cuando admiraba las grandezas de este santo manifestadas en las tuyas, escuché estas palabras: Hija, tú participarás de estas maravillas porque eres mi esposa, san Joaquín es tu padre y santa Ana tu madre; adhuc unum modicum est et ego commovebo caelum, et terram, et mare, et aridam, et movebo omnes gentes (Ag_2_7s). Dentro de muy poco tiempo sacudiré yo los cielos y la tierra, el mar y el suelo firme, sacudiré todas las naciones. Y yo, que soy el deseado de todas las naciones, vendré a establecer las casas que te he dicho debo establecer para mi gloria, las haré grandes, espera en mí.

Capítulo 118 - Dios me quería toda para él como a san Benito y me hizo ver el mundo bajo sus pies. Dulzuras que me hizo experimentar el Domingo de Ramos. Excesos de su amor a san Juan en la cena. El Viernes Santo estuve en el Calvario y favores que recibí el día de Pascua.

            [836] El día de san Benito de 1652, hiciste de mi corazón un incensario en el que tú eras el fuego y el incienso y para colmo de maravillas, quisiste ser el Pontífice que incensaba los patios y el Sancta Sanctorum, Santo de los santos; en mi cuerpo y en mi espíritu, de los que hiciste tu templo exterior e interior, tu palacio, tu Louvre, tu ciudad y mundo de los que eras la luz, obrando mientras duraba el día de tus esplendores, enseñándome cómo habías sido el todo para san Benito y que habías puesto el mundo bajo sus pies por el desprecio de todo lo que no fueras tú, me hiciste oír estas palabras: Videntis creatorem angusta est omnis criatura. Par quien ve al creador toda creatura es poca cosa. Y que tuviese en gran estima a este patriarca. Me acordé que en 1617, me hiciste ver como a él, que el mundo y sus vanidades no son nada, que me acogiera a ti [837] que eres inmenso dejándome conducir, recrear y gobernar de ti, como un niño. Te veo mi Dios trino y uno, de una manera sublime e intelectual, que no me extasía sino que fortifica mi cuerpo y levanta mi espíritu.

            El domingo de Ramos viniste a mi lleno de dulzura, como a la hija de Sión para colmarme de tu amor, mientras hacía todo lo posible para tratarte como las dos hermanas en la pequeña Betania de tu monasterio, divino y real Esposo. Desee tener todos los corazones de los hombres llenos del perfume de María tu querida para esparcirlo sobre tu cabeza y pies y romperlo como ella hizo con su vaso de alabastro y que el olor hubiese trascendido a toda la tierra en donde tu Evangelio ha sido, es y será anunciado para tu gloria y la salvación de todos.

            El Jueves Santo me hiciste experimentar el amor infinito con que amas a los tuyos que están en el mundo, recostándome en tu pecho a pesar de estar muy lejos de la perfección de san [838] Juan, de quien me aseguraste ser otro tú, por tu poderosa y admirable transubstanciación, verificando en él estas palabras: Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él, asegurándome que habías conservado en san Juan el maná que habías dado a los hombres el día de la Cena; y que este santo era el Arca de la Alianza en donde tú habías puesto el Pan vivo descendido del cielo: Panis enim Dei qui de caelo descendit et dat vitam mundo (Jn_6_33). Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo; dándole tu propia vida lo cambiaste en ti, lo hiciste hijo de tu propia Madre por la fuerza de tu palabra que es permanente y eterna. Si el maná, que no era más que figura de este pan sobre-substancial, por el poder divino se conservó durante varios años, con mayor razón he querido conservar el verdadero maná desde la tarde en que lo dí a mis Apóstoles.

            El cielo y la tierra se bambolearon y temblaron, pero mi [839] palabra permaneció estable en san Juan, porque mis dones son sin arrepentimiento y no quise que su calor natural consumiese las especies, de la misma manera que el fuego del horno no quemó a los tres hebreos y ni siquiera ennegreció sus vestidos; et odor ignis non transisset per eos (Dn_3_94). Y ni el olor del fuego se les había pegado, porque así lo ordenó mi poder.

            El amor todopoderoso, quiso hacer un milagro en mi discípulo amado, ¿no lo podía hacer? ¿Quién se opondrá a mis voluntades cuando son absolutas? Cuando el Ángel Gabriel anunció a mi Madre la Encarnación, le aseguró esta milagrosa maravilla y la fecundidad de su prima Isabel que era estéril, con estas palabras: Quia non erit impossibile apud Deum omne verbum (Lc_1_37). porque ninguna cosa es imposible para Dios.

            Hija, mis ángeles vieron con asombro lo que hice con este discípulo pudiendo decir ellos en el cielo, lo que la Iglesia dice en la tierra: stupendum supra omnia miraculum, domum trascendens omnem plenitudinem, spiritualis dulcedo in propria fonte degustata. La espiritual dulzura probada en la misma fuente, es sobre todas las cosas un estupendo milagro, don que trasciende toda plenitud. Este amable y muy amado discípulo recibió este don y fue lleno de la divina humanidad; recibiendo en sí la fuente y el manantial de la misma fuente, al recostarse sobre mi pecho [840] recibió la fuerza de este pan y este vino, para mantenerse de pie en el monte Calvario sin temer la muerte que combatía con la vida, muerte que me puso en el número de los suyos porque voluntariamente me había sometido por un tiempo a su imperio, para sujetarla para siempre luego al mío, sabiendo que sería su muerte y la mordedura del infierno: Ero mors tua, o mors. Morsus tuus ero, inferne (Os_13_14). Muerte soy tu muerte, infierno, soy tu destructor. Tu discípulo favorito estuvo siempre en la luz cuando toda la tierra estuvo cubierta de tinieblas, verdadero israelita que gozaba de la claridad, por eso él no habla del eclipse que los otros Evangelistas señalan; et tenebrae factae sunt in universam terram (Lc_23_44). Hubo obscuridad sobre toda la tierra, desde la hora de sexta hasta la hora de nona; Et obscuratus est sol (Lc_23_45). Al eclipsarse el sol. Hice en él el compendio de los milagros de todas las leyes: las de la naturaleza, la escrita y la de gracia. Lo constituí el milagro de amor en la Cena, sobre mi pecho lo consagré más esplendorosamente que Moisés consagró a Aarón, porque yo que soy el Creador, el Redentor, el glorificador y el Dios de cielo y tierra, le serví de ornamento y de alimento y de todo.

            [841] Mi Padre habiendo puesto todas las cosas a mi disposición, yo me puse en la de san Juan, porque el amor que sale del alma que anima, para estar en el alma que ama, me hizo entrar en mi querido discípulo que conservó en él lo que iba yo a dejar y dar para la salvación de los hombres, mi propia vida y mi sangre, se durmió a la manera de los santos en el Sancta Sanctorum. Los ángeles vieron a este gran sacerdote como hostia de amor que mis llamas consumían y conservaban, mi vida y todas mis maravillas permanecían en él. En el Calvario lo declaré hijo de mi Madre después de haberlo constituido mi hermano y como ya te dije, sobre mi pecho lo declaré su hijo.

            Las palabras que dije sobre la Cruz, lo declararon hijo de esta Virgen que me perdía a mí al morir, declarándola su Madre; Cum vidisset ergo Jesus matrem, et discipulum stantem quem diligebat, dicit matri suae: mulier ecce filius tuus. Deinde dicit discipulo: Ecce mater tua (Jn_19_26s). Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Yo no dije: te hago, sino: ahí está tu hijo, y a Juan: ahí está tu madre. Todo esto ya estaba hecho por mi palabra la tarde de la Cena.

            Permíteme, Señora, que me dirija a ti y diga, que tu Hijo no te olvidó en su testamento al darse a sus Apóstoles; Samuel reservó el lomo para el Rey que debía [842] consagrar, Jesús permaneció impasible e inmortal haciendo su festín y su testamento de amor, anticipando su muerte física por su muerte mística, por este verdadero sacrificio y verdadero sacramento. Está escondido en san Juan, haciéndole, por su poder, tu verdadero hijo; la hoguera en donde se ha hecho esta identidad ha sido su pecho, su palabra poderosa obró esta maravilla. He ahí a tu hijo, madre milagrosa; he ahí a tu madre, hijo prodigioso, recíbela, es toda tuya; ha llegado la hora de aceptarla. Lo mismo hace ella de ti, con su silencio adorable.

            Después de esta declaración Jesús mi amor, parecía que todo había terminado, pero para cumplir las Escrituras, dijiste que tenías sed y tomaste el vinagre para consumir toda la acidez de los pecados de los hombres, dejándonos en cambio tu dulzura, e inclinando tu cabeza entregaste tu espíritu a tu Iglesia, después de haberlo encomendado a tu Padre.

            Al día siguiente Viernes Santo, me dispuse a morir contigo, mi Esposo y mi Rey, confesando mis pecados ante el cielo y en presencia de la tierra, mi alma fue sumergida en un abismo de dolor y un mar de amargura, lo que extrañó al confesor con el que me confesaba, sorprendido de no haber visto nada semejante. No sé si con su doctrina y elocuencia pudiera él expresar y aclarar este extremo dolor que me hiciste tener por una maravillosa locución, muy dolorosa contrición y un agradable [843] deleite; lo dulce y el amor, la alegría y la tristeza, un momento me perdía en las tinieblas exteriores y otro me encontraba en las luces interiores, dolores de muerte me rodeaban, las penas del infierno me seguían y entraban en mi alma sumergiéndola en el lodo y el fango sin poder encontrar apoyo, por lo que exclamaba: Infixus sum in limo, profundi et non est substantia. Veni in altitudinem maris, et tempestas demersit me. Laboravi clamans, raucae factae sunt fauces meae, defecerunt oculi mei, dum spero in Deum meum (Sal_69_3s). Me hundo en el cieno del abismo, sin poder hacer pie; he llegado hasta el fondo de las aguas, y las olas me anegan. Estoy exhausto de gritar, arden mis fauces, mis ojos se consumen de esperar a mi Dios.

            Mi confesor viendo los diversos estados en que me encontraba y las inauditas mutaciones de mi espíritu, siempre en la inestabilidad de su amor, permanecía en suspenso esperando el final de estos diversos movimientos. Este santo amor me elevaba y abajaba por el peso de su voluntad, parecía querer mostrar delante de él el cielo y la tierra para darse gusto. Daba alas a mi parte superior, que se convertía en águila que contemplaba al sol, si me atrevo a decir así, en su fuente, fija en sus luces se volvía clara, y por reverberación hacía brillar la luz con discursos luminosos declarando los misterios de nuestra fe como si los estuviese leyendo en el libro en donde todo está escrito.

            El Cordero que fue entregado a la muerte abría los sellos y hablaba por mi boca, estaba poseída de Dios que era todo en mí, haciendo aparecer dos opuestos en un mismo sujeto y actuando igualmente al mismo tiempo. Este Cordero por sus siete cuernos vertía en [844] mí los siete dones de su Espíritu de amor y por irradiaciones indecibles me alumbraba siete veces más de lo que hubiera podido brillar el sol en su más fuerte claridad, como si hubiese puesto en mí los siete ojos con los que alumbra toda la tierra. Los santos estaban con El contemplando los prodigios que por pura bondad hacía en mí ofreciendo todos sus méritos para mi santificación.

            Este mansísimo Cordero, tomó de mí todos los pecados del mundo que yo había cargado para presentárselos este Viernes Santo, a fin de que él los hiciese morir una vez más de manera mística. Ordenó a todos los santos que cantasen un cántico mientras él me hacía pasar de la muerte a la vida, haciendo en mí esta maravilla a la que puedo llamar mi Pascua y que era también la suya; Phase id est transitus Domini (Ex_12_11). Es el paso de Yahveh. Su amor lo movió a resucitar en mí, pues por la participación o comunicación de su muerte amorosa, estaba como muerta.

            El día de Pascua, me vi en esta vida, adornada provisionalmente, pues no había llegado a mi termino, iluminada y dando luz a aquellos con quienes hablaba, quienes admiraban la penetración y prontitud por la que expresaba las misterios divinos, y con un cuerpo que no pesaba a mi espíritu y que parecía participar de la impasibilidad y claridad del cuerpo glorioso de mi divino Esposo, al que me veía unida por una maravillosa unión, que se podría decir que era la unidad que él había [845] pedido a su Padre en la oración que hizo en la última Cena, y aunque yo no me viese con la fidelidad que requerían tan prodigiosos favores, no permitió que su indigna esposa, entrase en confusión, moviéndome a recibir toda la parte que el amor me daba de gloria y sin esperar a que fuese despojada de este cuerpo mortal, para verle glorioso tal cual es. Me dijo que era espejo de su claridad, imagen de su bondad y una representación de su candor y que así como él procuró la gloria de su Padre cuando estuvo en el mundo, no buscando la suya, sino la de aquél que la había enviado después de haberlo santificado, que yo tampoco pretendiera la mía, aunque algunos lo pensaran por la sencillez y franqueza con que les hablo.

 Capítulo 119 - Dios me dio a conocer los deseos que tenían algunas personas de privarme de la felicidad que su bondad me había procurado, y me protegió confundiendo a mis enemigos y desbaratando sus decisiones.

            [846] Algunas personas que me visitaron me hicieron saber que se haría un Consejo para confundirme, y tú me diste a entender que no me preocupara porque serías mi abogado para con el Padre; que se trataba de personas llevadas de un celo imaginario por la gloria de Dios y hasta pensando prestarle un servicio. Si me humillan, pensaba, es que no conocen mi voluntad que es la tuya, pero como me aseguraste tu protección, no podía temer a los hombres. Me dijiste: intonuit de caelo Dominus; et altissimus dedit vocem suam (Sa1_17_14). Tronó Yahveh en los cielos, lanzó el Altísimo su voz. Hija, haré que esta decisión no tenga efecto; pasará como lo que se hizo contra David, está tranquila en medio de este ruido, feliz porque eres probada por aquellos que se creen piadosos. El discípulo no es más que el Maestro, si los escribas y fariseos me maltrataron, ¿no debes sufrir paciente y alegremente las amenazas que te hacen? Duerme en las pruebas que mi bondad te ha asignado, no temas, estoy y estaré contigo.

            El 9 o 10 de abril, de 1652 vino a verme mi [847] confesor. Oí que sonaba la campana que anunciaba que se llevaba la comunión a un enfermo, te adoré y le dije a él: Padre, he aquí las visiones de Dios de las que habla el Profeta Ezequiel, y del que habla el Martirologio este día de su fiesta. Es el Verbo, por el que el Padre ha hecho los siglos, el que llevó en sí la palabra del poder divino; es en esa carroza o vehículo maravilloso que la mano de un hombre lleva a la boca de un pobre enfermo, a donde este Dios grande quiere entrar coma carro de gloria, si tiene el alma pura para recibir a este Dios de pureza que se hace el carro y el cochero de aquellos que son verdaderos israelitas, en los que no hay engaño. Su fuerza está en su candor y sencillez, por la que son la morada de Dios que es la luz eterna, luz que elevó mi entendimiento con una elevación tan sublime y que abrazó mi voluntad con una ardiente llama.

            Divino Amor, me acariciaste como a san Juan en la cena, para llevarme después al Calvario y hacerme sufrir por los esfuerzos de aquellos que estaban movidos por los poderes de las tinieblas. Sus poderes duraron varios días; pero lo más pesado fueron tres horas. Me recordaste que te había pedido sufrir el desprecio, el dolor, la pobreza, y que el fervor que tu Espíritu me dio, me movió hasta desear y pedir todos los tormentos como otro san Ignacio, sin tener ciertamente sus virtudes pero confiando [848] en el mismo Dios, que me confortaba.

            Tu bondad me hizo entender que de tal suerte te agradaban mis deseos por complacerte, que si te pedía la mitad de tu Reino, estabas dispuesto a dármelo. Movida por esta amorosa inclinación te dije, que te pedía sufrimientos aquí en la tierra, y me contestaste que precisamente éstos habían sido tu Reino durante tu vida mortal, al final de la cual recibiste sobre tu cabeza la corona que ahora compartías conmigo ya que deseaba la parte que me correspondía.

            Como te agradó esta petición, permitiste que varios me afligieran, entre ellos estuvieron algunas de mis hijas que tuvieron sentimientos que no se pueden excusar, pero no las quiero condenar porque no puedo ser juez en mi propia causa, perdónalas, Señor.

            El 21 de abril de 1652, tercer domingo después de Pascua, hacía mi oración en la mañana cuando oí: La hija de Judá está condenada, te dije: Señor, ¿quién será mi Daniel? y me respondiste: Hija, yo soy. Confiada en tu bondad me fui a confesar y comulgar con una devoción que aumentaste ese día para fortificarme.

            Después de cenar mandé llamar al R.P. Morin del oratorio que viniera a verme, lo que hizo preguntándome por qué lo había llamado en domingo contra mi costumbre. Le dije: Padre, esta mañana en mi oración oí: La hija de [849] Judá está condenada. No sé por quién, pero he sabido que dos personas piadosas se han reunido para hacer que el Sr. de la Piardière abandone el deseo que Dios le ha dado de ayudar a la Orden diciéndonos la santa Misa, e ir a celebrar en otras Iglesias. Han resuelto dirigir sobre mí sus baterías diciendo que el Sr. de la Piardière está demasiado ligado a mi manera de ser y que lo engañaré; no me conocen, soy demasiado franca para engañar a nadie.

            El R.P. Morin no me negó que era un hecho la persecución que contra mí hacía el confesor de la comunidad, que era religioso por profesión y hasta parecía un anacoreta por su silencio afectado en mi presencia para que lo estimara y aceptara. Una de mis hijas que platicaba con él, me decía maravillas, a fin de que no cayese en la cuenta de lo que trataban; no obstante que con el sermón de la Inmaculada Concepción, nos había escandalizado.

            Mientras hablábamos, un caballero me envió, un recado de tres renglones en el que me decía que al pasar por San Sulpicio, se dio cuenta que un párroco de París y dos eclesiásticos acababan de notificar una visita para informarse de mí y me preguntaba si yo la había pedido o quién la había ordenado. No tuve tiempo de contestarle porque el párroco, con los dos eclesiásticos me buscaban en la portería y mientras la portera venía a avisarme, ellos subieron al recibidor. He aquí, dije al P. Morin, la verdad de lo que se me ha dicho esta mañana en mi oración. Los recibí [850] con educación y respeto y oí la notificación de la visita, a la que me sometí acordándome que tú, aunque inocente, habías sufrido los interrogatorios de tus enemigos, sin estar obligado a ello, diciendo al que te juzgó: Non haberes potestatem adversum me ullam, nisi tibi datum esset desuper (Jn_19_11). No tendrías sobre mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba.

            Divino protector de aquellos a quienes se quiere oprimir, te dije que en tus manos estaba mi suerte y confiaba en ti, que sufriría voluntariamente todos los rigores que permitieras. En mi oración durante dos horas, me hiciste muchas gracias, me abandoné a todas tus voluntades y a sufrirlo todo, sabiendo que esta visita había sido suscitada por envidia, desconocida del R.P. Prior Vicario General. Te contemplaba en tu Pasión esperando que alguna de mis hijas hiciese como san Pedro, también como la que había imitado a Judas, a la que le testimoniaba mas amabilidad desde el comienzo de la cuaresma, viéndola enferma, hidrópica. Desde que escuchó a este padre, estuvo decidida a entregarme a los desprecios, al dolor, a la pobreza. Las que no opinaban coma ella me decían que mi bondad hacia ella era excesiva, no me amaba como debía, a pesar de que no tenía después de ti, mi Señor más que a mí para asistirla. Abandonada de todos la recibí de niña proveyéndola de todo, para después ofenderme tantas veces y corresponderme ahora de esa manera. Recordando que, la boca de oro, dijo que nadie es ofendido más que [851] por sí mismo, procuré no dar ninguna señal de creer lo que se me decía, dándole por el contrario los más señalados empleos del Monasterio, menos el de Asistente.

            No pedí aplazamiento de la visita, por lo que comenzó el martes 23 de abril y en la lectura hecha por la comisión, se decía que debía durar un año como consecuencia de las cosas que estaban ahí escritas, las que me di cuenta eran falsedades de mis enemigos. Me dispuse a recibir a estos visitadores orando con más fervor y asiduidad que de ordinario, tratando de que todo estuviera bien. Debía hablar con todos los que me solicitaban y con todas mis hijas, incluso con aquellas que me habían ofendido. Encontrándome sumamente débil, me acordé que tú prolongaste tu oración en el huerto como dice san Lucas: Et factus in agonía prolixus orabat (Lc_22_44). Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Saqué fuerzas de mi debilidad, y no se me apareció el ángel para confortarme, pero sí una ternera que esperaba el golpe de un hombre que no era carnicero, pero mostraba todo el rigor levantando el brazo con el hacha empuñada, con la que parecía iba a quitar la vida a la pobre ternera. No pensando más que en lo que esta visión significaba, oré siempre hasta el momento de vestirme en que te dije: Señor, ¿soy esta ternera que quieren matar? Me ofrezco en sacrificio, [852] pero la visión desapareció sin haber visto su muerte. No la mataron ni la desollaron. No merezco sufrir, y menos morir por ti, mi divino amor.

            Me preparé a recibirte, divino Salvador, eres un Dios escondido para mí. Después de la comunión me dejaste en mis debilidades, terrores y tedio, pero sólo en la parte inferior, porque tomaste tú la parte superior guardándola como el torreón en donde serías alojado para aparecer delante de tus ángeles como mi protector y mi fuerza, aunque escondido para mí a fin de que experimentase lo que el Profeta dijo de ti: Virum dolorem, et scientem infirmitatem; et quasi absconditus vultus ejus et despectus, et percussum a Deo, et humiliatum (Is_53_3s). Varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro herido de Dios y humillado.

            En la tarde me hiciste conocer a la que no había querido considerar tal como me la describieron, la abracé con un amor más que maternal dándole todo mi amor y todo mi dolor: Demasiados testigos, le dije, me obligaron a creer lo que había querido evadir, convencida como estoy de que me habéis traicionado, nadie, no obstante, puede impedirme protegeros. No se os impondrá ninguna penitencia. Mi corazón oprimido, lleno de tristeza, se abrió a la compasión y mis lágrimas siguieron su curso para verter mi dolor por mis ojos, consolándose mi corazón con esta lluvia voluntaria. Experimenté las palabras de David: Terra mota est, etenim caeli distillaverunt a facie Dei Sinai, a facie Dei Israel; pluviam volontariam segregabis Deus haereditati tuae: et infirmata est, tu vero perfecisti eam. Animalia tua habitabunt in ea; parasti in dulcedine tua pauperi Deus (Sal_67_9s). La tierra retembló, y hasta los cielos se licuaron ante la faz de Dios; ante la faz de Dios, el Dios de Israel. Tú derramaste, oh Dios, una lluvia de larguezas, a tu heredad extenuada, tú la reanimaste; tu grey halló una morada, aquella que en tu bondad, oh Dios, al desdichado preparabas.

            [853] Los visitadores vinieron, el principal de entre ellos celebró la santa Misa, en la que, como les había indicado a las hermanas, se cantó como en un día de fiesta de los más solemnes. Después comenzaron la visita abriendo el sagrario para ver cómo se te tenía, mi divino Sacramento, mi amor y mi peso. De ahí subieron al recibidor a donde fuiste conmigo y de rodillas pregunté al que presidía cómo quería que me comportase: si por respeto o silencio debía escuchar todo lo que me dijera o si con candor y confianza le debía hablar como a ti, considerándolo como mi juez, aunque por varias razones que sería largo poner aquí, no estaba obligada a ello. El interrogatorio fue mucho más severo que el de una visita ordinaria a una persona obligada por profesión religiosa. Procuré satisfacerlos con una paz que sobrepasaba mi sentimiento natural, paz que estaba en ti, mi Rey Pacífico que me hacías tu Sulamita diciéndome: Revertere, revertere. Sulamitis revertere, revertere ut intueamur te (Ct_7_1). Vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve que te miremos. Hija mía, los carros de Aminadab te habían turbado tres horas. Nuestras tres divinas Personas te llaman por las tres potencias de tu alma y mi Humanidad por cuatro veces para ver tu interior y tu exterior. Judica me Deus, et dicerne causam meam (Sal_43_1). Hazme justicia oh Dios, y mi causa defiende. Eres mi fuerza, en ti sólo espero, ¿qué podrán hacerme los [854] hombres? Ego autem semper sperabo, et adjiciam super omnem laudem tuam (Sal_70_4). Y yo, esperando sin cesar, más y más te alabaré. Estos Señores se fueron sin haber hablado con ninguna de mis religiosas. Se terminó la visita conmigo. La hija que había estando cegada por el confesor que le decía querer únicamente el bien para todas, reconoció su falta y en voz alta confesó que te había ofendido siguiendo los consejos que el Padre le dio contra mí y el Sr. de la Piardière, consejos que eran contra ti, mi Señor y mi Dios.

Capítulo 120 - La segunda guerra de París nos hizo salir otra vez de nuestro monasterio del barrio de San Germán para ir a la ciudad. Gracias que Dios me comunicó los días de Pentecostés, de la Trinidad, del Santísimo Sacramento, de san Juan Bautista, de Los santos Juan y Pablo y el día de la Visitación,

            El martes después del 7 de mayo fue necesario dejar nuestro Monasterio del barrio de San Germán, a causa de la guerra, ya que estaba demasiado lejos de la ciudad. El Sr. de la Piardière nos [855] recibió en su casa, donde el Sr. Oficial y el Sr. de san Eustaquio nos permitieron tener una capilla para asistir a la Misa, que fue celebrada por el Sr. de la Piardière y en la que comulgamos. Tu bondad me hizo muchos favores que no pongo aquí para no hacer esto mas largo, además, mucho de lo que entonces escribí se encontrará en otros de mis escritos que hice en su casa y fuera de ella.

            El día de Pentecostés, fuiste para mí todo liberalidad; tu Espíritu Santo, siendo para mí  todo fuego y amor, con cuyos ardores asaltaba mi corazón, me causaron asedios amorosos, tanto que mis hijas vieron la necesidad de que hiciera algo para refrescarme. Este Espíritu Santo, llamado fuente viva y fuego de caridad, unción y Espíritu de bondad, fue mi huésped y mi dulce refrigerio en el fuego del amor, y el agua de mis lágrimas parecía inundar mi alma y quemarme sin cesar. Sentimientos diversos de piedad y deseo causaban estos estados a los que me veían; pudiendo decir con san Agustín: Da amantem et sentite quod dico. Da desideratem, da esurientem, da in ista solitudine peregrinantem atque sitientem et fontem aeternae, patriae suspirantem, da talem et scit quid dicam. Dame uno que ame, y comprenderá lo que digo. Dame uno que desee, uno que tenga hambre, dame uno que camine en esta soledad y que tenga sed y que suspire por la fuente de la patria eterna, dame uno así, y entenderá lo que diré (San Agustín).

            El día de la Sma. Trinidad, que es el misterio inefable, del que no tengo palabras para expresar lo [856] que tu adorable Sociedad quiso hacer en mí, exclamé: Dios Trino y uno, no soy digna ni capaz de que tu grandeza venga a mi pequeñez, ¿cómo es que vienes a mí, si el cielo de los cielos no te puede contener y tú te alojas en esta niña? Te vi todo luz y centro de luz que alumbrabas mi pequeño entendimiento, te recibí en mí y me perdí en ti, ¿Es correcto que tu gloria se detenga en mí? Elévame hasta ti. Una pastorcita sufriría una gran confusión si de su pobre albergue, el Rey hiciese su Louvre para alojarse con toda su corte.

            La santa amante viendo a su Rey embriagado con el vino de su amor, del que su garganta y boca estaban rebosantes, exclamó: Ego dilecto meo et ad me conversio eius (Ct_7_11). Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo. Soy toda de mi Amado y le estoy sujeta por deber y por razón; el amor a su Pasión lo hace todo mío, su abatimiento me confunde, ¿qué dirá su Corte al considerar la alianza hecha con su esposa? Dominus est (Jn_21_7). Es el Señor, sí, es el Señor que lo quiere así; Veni, dilecte mi, egrediamur in agrum, commovemur in villis (Ct_7_12). Oh ven amado mío, salgamos al campo, pasaremos la noche en las aldeas. Puesto que tu bondad me ha elevado, ven a esparcir tus gracias abundantes en nuestros espaciosos campos; moremos en la ciudad, estoy arrobada al ver el amor que te transporta, levantémonos de mañana como [857] los astros que te alaban antes que yo existiese, astros que tienen tanta obediencia como firmeza y que están contentos de transportarse a donde tú lo ordenas: Laetatae sunt, et dixerunt: adsumus, et luxerunt ei cum jucunditate, qui fecit illa (Ba_3_34s). Llenos de alegría, los llama y dicen: Aquí estamos, y brillan alegres por su Hacedor.

            Haces en tu sierva todo lo que te agrada, Augustísima Trinidad, gratifícala, gratifícala; el profeta le prohíbe de tu parte, dar su gloria a otros diciéndole: Ne tradas alteri gloriam tuam, et dignitatem tuam genti alienae, (Ba_4_3). No des tu gloria a otro, ni tus privilegios a nación extranjera.

            Sin poder conversar con las creaturas después de haber visto al Creador, repetí varias veces: videntis creatorem angusta est omnis creatura. Par quien ve al creador toda creatura es poca cosa. Tu sabiduría que gobierna todas las cosas, quiso llevarme al altar el día de tu fiesta, Verbo hecho carne; este día, y toda la octava del Santísimo Sacramento me consolaste y dijiste: Hija, pongo en ti la palabra de reconciliación y puesto que casi toda la tierra parece estar en guerra, ruégame por los pecadores. Empezaré a rogar por mi, Dios de misericordia, porque pienso que soy la más pecadora de la tierra, porque si [858] todos los pecadores recibiesen las gracias que tú me das, harían el bien que no hago y no harían el mal que hago, de lo que te pido humildemente perdón.

            Al considerar las gracias tan grandes que me comunicas, tuve un gran deseo de agradecértelas por todo lo que hay en el cielo y en la tierra, y decirte después con el Príncipe de los Apóstoles: Exi a me, quia homo peccator sum Domine (Lc_5_8). Aléjate de mi, Señor, que soy un hombre pecador. Lo diría divino Amor, si no temiera ofender tu bondad, de suyo tan comunicativa, y ofendería su amor por mí y por el que recibo todas las gracias que me hace. Redoblando tus caricias, con gran dulzura me dijiste: Hija, cuando era mortal, admirando la fe del Centurión dije: Non inveni tantam fidem in Israel (Mt_8_10). En Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande; hoy te digo que no encuentro confianza semejante a la tuya, y esto me mueve a darte lo que tú ni siquiera piensas pedirme, confiándote del todo en mí para el tiempo y la eternidad, por lo que te digo amorosamente: Confide filia (Mt_9_22). Confía, hija. Hago salir de mí una benevolencia incomprensible para ti. Qui confidunt in Domino, sicut mons Sion: non commovebitur in aeternum (Sal_124_1). Los que confían en Yahveh son como el monte Sion, que es inconmovible, estable para siempre.

            El día de san Juan Bautista, durante la Misa que el Sr. Obispo de Condom celebró en nuestra capilla, me hiciste mil gracias que después conté al Sr. Obispo, junto [859] con las que me hiciste desde principios de junio, en que tu sabia Providencia me lo envió para protegerme de todos aquellos que se habían reunido en el Consejo del que hablé anteriormente.

            Este piadoso prelado, muy celoso de tu gloria, hizo conmigo lo que san Germán, Obispo de Auxerre, con santa Genoveva cuando supo que la envidia y falso celo de algunos, dio lugar a que me trataran sin caridad, aunque ellos pensaban lo contrario. El Sr. obispo de Condom se tomó la molestia de visitarme con frecuencia y escribirme casi todos los días para conocer las gracias que tu bondad se dignaba comunicarme, y para eso quiso ver mi autobiografía que Mons. el Eminentísimo Cardenal de Lyon, me había ordenado escribir, es decir el inventario de todas tus gracias, y así se confirmó más, que eras tú el que me conducías. Se informó también con los R.P. Jesuitas de aquí de París y vio las cartas de los que, de otras Provincias me habían escrito. Visitó al R.P. Juan Bautista Carré, Jacobino, quien me dirigió durante varios años, quien le aseguró que eras tú quien hacías en mí todas estas grandezas, y que no había conocido otra alma tan favorecida con luces tan abundantes, como las que te dignas comunicarme desde mi infancia. [860] Encontró tanta satisfacción en la conversación de este padre, que procura verlo con frecuencia y de tal manera estima las virtudes que tiene, que las publica, y ha hecho retractar a aquellos que con calumnias han tratado de manchar su buen nombre. Realizaste, mi verdadero Oráculo, lo que me dijiste cuando el R. P. Rodolfo estaba en esta ciudad, al mandarme que le dijera que querías fundar un Noviciado general, del que él iba a ser el Prior y que sería el buey que trabajaría mucho, lo que con sencillez dije a dicho padre. Algún tiempo después añadiste, que cuando hubiera trabajado mucho en este Noviciado, sería santificado por sus propios hijos y por otros, que sin haberte consultado, pensarían agradarte. Tus brazos, Señor, son muy grandes para proteger a los que son afligidos sin motivo; y no quiero hablar de su longitud para castigar a aquellos que, no conociéndote, afligen a los que tú quieres proteger.

            Monseñor de Condom, admirado de tus bondades hacia mí, me pidió orara por él, lo que he hecho con un corazón filial, puesto que me lo diste por padre. La devoción que tiene a tu santa Madre, se redobló por su conversación y ha aumentado la mía. El día de los santos Juan y Pablo mártires, me dijiste que [861] a los pies de esta santa Madre, encontraría todas las gracias y favores, que sus ojos eran la piscina milagrosa de gracias y favores en donde los enfermos encuentran su curación, y que cuando el Ángel Gabriel bajó para saludarla diciéndole que estaba llena de gracia y que tú estabas con ella, estas palabras la turbaron: Quae cum audisset, turbata est in sermone ejus et cogitabat qualis esset ista salutatio (Lc_1_29). Ella se turbó con estas palabras y discurría qué significaría aquel saludo. Fue necesario que aquél que la había turbado, le asegurase que tú la habías elegido para ser su Madre, y que era la piscina donde querías entrar para curar el mal que Moisés reconoció cuando enviaste el diluvio a causa de los pecados de los hombres: Videns autem Deus quod multa malitia hominum esset in terra, et cuncta cogitatio cordis intenta esset ad malum omni tempore, poenituit eum quod hominem fecisset in terra, et tactus dolore cordis intrinsecus poenitet enim me fuisse eos (Gn_6_5s). Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahveh de haber hecho al hombre en la tierra y se indignó en su corazón: porque me pesa haberlos hecho.

            Querido Amor, este arrepentimiento procedía de tu bondad, que te movió a remediar tú mismo las miserias humanas haciéndote hombre en el seno de esta virgen y tomando nuestras debilidades. En ella te encerraste durante [862] nueve meses y por 30 años te le sometiste; me invitaste a ponerme a sus pies o sea, sometida a su obediencia, de esta manera me ganaría su corazón y sus afectos, ella me diría como tú: Ego diligentes me diligo (Pr_8_17). Yo amo a los que me aman.

            El día de la Visitación me preparaba a solemnizar esta fiesta con las cinco personas que la hicieron con gran alegría en la casa de Zacarías, cuando me quedé muy sorprendida de lo que vi, lo cual me hizo pasar de la alegría a las lágrimas, por una visión intelectual que tuve: vi a la Madre del Amor Hermoso hacer ademán de dejar París, llevándose a su Hijo amado y el mismo Amor. Caí en tierra en nuestra pequeña capilla llorando inconsolable, no tenía palabras para explicar tal desolación, pues ignoraba lo que pasaba en las puertas mismas de san Antonio, en donde se peleaba y mataba con furor. Allí las madres perdían sus hijos, los hijos quedaban huérfanos, las casadas se volvieron viudas no estaban menos desoladas de lo que yo estaba diciéndote: Ah, mi Reina, mi augusta. ¿A dónde llevas a Jesús, mi Dios? si tú con él dejas París estamos perdidos, pero no, eso no la harás, tengo más fuerza y constancia que Miqueas para detenerte con tu Hijo que es mi sumo bien, mi verdadero Dios. No me digas: Quid tibi vis. Cur clamas? (Jc_18_23). ¿Qué te pasa para gritar así? Sabes que no puedo estar ni vivir [863] sin él. Ciertamente es tu Hijo, pero también es mi Esposo, lo veo en tu seno virginal como el unicornio donde lo has detenido, admirabilísima Alma, virgen sin igual. No te ofendas al verme por tierra para atraerlo y detenerlo en el mío, está puesto sobre el altar deseado; con mis lágrimas te detendré a ti con él, quien nunca las despreció cuando vivió con los hombres. Con sus lágrimas, la viuda de Naím, las hermanas de Lázaro hicieron que les devolviera a sus muertos, la una, del ataúd, las otras del sepulcro después de haber estado cuatro días.

            Me hiciste entender que él rechaza los tabernáculos de José y no quiere tampoco los de Efraín. ¿Tantas personas que se multiplicaron como José están clamando a él, tantos pueblos que como Efraín se alimentan del pecho de la paz, serán rechazados por él y por ti? Repulit tabernaculum Joseph, et tribum Ephraim non elegit, sed elegit tribum Juda (Sal_77_67s). Monstra te esse Matrem; sumat per te preces qui pro nobis natus tulit esse tuus (Himno Ave Maris - Stella). Desechó la tienda de José y no eligió a la tribu de Efraín: más eligió a la tribu de Judá. Muestra que eres Madre, escucha nuestras súplicas por el que nació de ti y se nos ha dado. Divina María, acuérdate que soy la hija de Judá, que él libró de los jueces que no podían estar de su parte, y que él fue mi Daniel, el huésped deseado. Yo soy la hija de deseos él y tú, por bondad, escuchareis los deseos de mi corazón para esta ciudad real. No dejaré de rogar a los dos, hasta que no vea a nuestro Rey y a los suyos de [864] regreso en París. Tu bondad enjugó mis lágrimas, asegurándome que tu Madre y tú no dejarían París y estarían conmigo, que no temiese la escasez, que no podían verme en la miseria que otros temían. Mons, el Obispo de Condom me vino a decir: Hija, las Madres Carmelitas me han preguntado si habéis hecho provisión suficiente de trigo para toda vuestra Congregación que es por lo menos de 77 personas. Le contesté que el Sr. de la Piardère me había dicho tanto, que por darle gusto había comprado 2 cargas de trigo a 40 libras la carga y que no pensaba que nuestra Congregación las consumiese en el tiempo de carestía, lo que le extrañó pensando que tal vez no tenía ahorros ni cuidado de proveer a nuestras necesidades. El panadero que tuvimos desde la primera guerra, no dejó nunca que nos faltara pan. Me encomendé a ti, mi Amor y mi Rey sabiendo que nada podía faltarle a la que confiaba plenamente en tu providencia.

Capítulo 121 - El Verbo Encarnado quiso ser mi piedra filosofal. Grandes favores que me hizo los días de santa Magdalena, santa Ana, santa Marta y san Ignacio de Loyola

            Después de comulgar me dijiste: hija, muchos pierden su tiempo, sus bienes y hasta sus almas buscando la piedra filosofal, ¿Y cuántos la han encontrado? ¿Quién la conoce? Señor, de eso yo no sé nada. [865] Hija mía, mi bondad te la ofrece, y tu confianza la ha recibido en tu pecho, soy yo, mi muy querida, yo soy esta piedra porque mis pies están apoyados sobre base de oro y mi cabeza es oro fino que te enriquece espiritual y corporalmente, interior y exteriormente. Los ángeles son como navíos veloces que tienen cuidado de llevarte lo que deseas. Me hablaste otras mil maravillas de tu providencia sobre mí que conté al señor de la Piardière, quien se admiró de no haberte oído decir a mí tan bellas cosas, lamentando no haber traído papel y tinta para escribirlas mientras le hablaba, porque así como un torrente no puede ser detenido, me dijo que no podría decir nada de lo que con tanta elocuencia le había dicho.

            También me dijiste: Hija mía, hoy te he hecho como otro edén, un paraíso, del que soy el árbol plantado en medio de tu corazón; soy yo quien produce esta elocuencia, este río de gracias que riega mi paraíso y que divide las aguas de mi sabiduría en ríos.

            El primero te enriquece con los méritos de mi sagrada Humanidad que es más preciosa que el valor de todos los rubíes, diamantes y perlas de gran precio.

            El segundo te ha purificado en tus confesiones que lavan todas las imperfecciones y pecados que a menudo manchan tu alma obscureciéndola, mis misericordias te rodean y siguen a todas partes, estoy en tu corazón como en el trono de mis gracias, soy tu Dios y tu Rey: qui adimplet quasi [866] Euphrates sensum; qui multiplicat quasi Jordanes in tempore messis, qui mittit disciplinam sicut lucem, et assistens quasi Gehon, in Die vindemiae. (Si_24_36s). El que llena el sentido como el Éufrates, el que multiplica como el Jordán en tiempo de cosecha; quien manda el orden como la luz, asistiendo como Gehón en el día de la vendimia. Estos ríos me favorecen mi divino Amor contra las sensualidades y vanidades, me ayudan a vencer a los asirios y me dan la victoria contra los más poderosos enemigos, como Judit triunfó de Holofernes. Con tu ayuda puedo decir que el Ángel del Gran Consejo no me deja, los frutos que produce en mí, me hace ver que eres este Éufrates que me llena de tu ciencia y que hace admirable a esta pequeña hija que con frecuencia exclama: Mirabilis facta est scientia tua ex me: confortata est, et non potero ad eam (Sal_138_6). Tu ciencia es misteriosa para mí, demasiado alta, no puedo alcanzarla.

            El día de santa Magdalena escuché tu voz: Hija mía, el hombre que deseó tener un punto de apoyo fuera de la tierra, para poder moverla, no obtuvo su deseo; los pensamientos de los hombres con frecuencia son vanos: Dominus scit cogitationes hominum, quoniam vanae sunt (Sal_93_11). Yahveh conoce los pensamientos de los hombres que no son más que un soplo. Más feliz fue María Magdalena al abrazar mis pies glorificados, porque mi Humanidad, apoyada sobre la hipóstasis del Verbo estaba fuera de la tierra por su subsistencia y porque por su amor fue arrebatada a un lugar semejante al desierto, en donde siete veces al día era elevada por espíritus celestes que no tienen cuerpo y que pueden tomar la forma humana para hacer mi voluntad, la cual ejecutan fielmente.

            [867] Hija mía, quita tu afecto a lo que es tierra y estos afectos se volverán celestiales como han sido los de todos los santos, lo que me agrada, porque los míos no fueron otros que el amor al Padre, que me hacía decir a los judíos: ¿Hasta cuándo estaré con vosotros generación incrédula que no ama a mi Padre del cual proviene toda paternidad, despreciando al Hijo que ha venido a salvaros? vuestros afectos son terrestres, por eso Isaías profetizó en nombre de mi Padre: Este pueblo dice con los labios que me ama, pero su corazón está muy lejos de mí; y en otra parte por san Juan: Quis credidit auditui nostro? et brachium Domini cui revelatum est? (Jn_12_38). Quién dio crédito a nuestras palabras? y el brazo del Señor ¿a quién se reveló?

            Magdalena con confianza se puso a mis pies y la defendí de sus enemigos; después la llevé al cielo cerca de mí, su amigo escogido entre mil, blanco de pureza y rojo de caridad, como dice la esposa: Dilectus meus mihi et ego illi (Ct_2_16). Mi amado es para mí y yo soy para mi amado. Continuaste las alabanzas de tus amantes y así me entretuviste varias horas. Al terminar me pediste escribiera una parte de lo que me dijiste, lo que hice después de medio día. El R.P. Carré vino y me lo pidió, le envié una copia y en ella se podrá ver lo que ya no pongo aquí.

            El día de tu abuela santa Ana, me humillaba ante [868] tu Majestad deseando alabarte con todos tus ángeles y santos, cuando ordenaste a tu pequeña hija, evangelizar y anunciar las inexpugnables riquezas escondidas a los siglos en tu divinidad y destinadas para santa Ana, diciéndome que los bienaventurados en el cielo y los hombres en la tierra, rendirían con justicia gran veneración a la digna madre de la tuya, y cómo la recibirías a su entrada en el cielo.

            Me dijiste, divino Amor, maravilla de los méritos y gloria de tu abuela santa Ana, lo que escribí en el mismo día, pero para no ser larga no lo pongo aquí. En la mañana en nuestra capilla, a la hora de la comunión, me dijiste que recibiese de tu bondad, las gracias que tú habrías dado a la Reina si se hubiera encontrado en esta capillita; que la oración que te hacía por esta piadosa Princesa, te agradaba porque ella había ofrecido el Palacio Real para alojar allí a tu adorable Sacramento y a todas tus hijas. Te rogué que en cambio de eso, la alojaras a ella y a sus dos hijos, en tu real y divino corazón.

            En la tarde fui a la casa de los padres Teatinos para adorarte en tu trono de amor y recibir ahí la bendición de la Madre de aquella que te engendró; me recibiste con tanta dulzura como bondad. Tu providencia permitió que me diesen una silla frente a frente de ti que estabas expuesto, pues me encontraba tan débil que no pude estar arrodillada, oí tu voz decirme: Estás entre dos de mis servidores, tus hijos [869] espirituales que están de rodillas y tú sentada, entre los tres forman la flor del lirio, preséntamela y así como los homenajes que la Reina y sus dos hijos me darían si estuvieran en esta Iglesia, lo que hice lo mejor que pude diciéndote: Te los ofrezco mi Señor y mi Dios, no sólo en esta Iglesia, sino en todas las que oro y oraré, bendice a la madre, bendice a los hijos, a estos dos Príncipes que me encomendaste desde antes de nacer en los años 1628 y 1634, poniéndolos sobre mis espaldas como dos ramas con su flor de lirio, para allí llevarlos y ofrecértelos. Tu principado está sobre mis hombros según el Profeta evangélico: Et factus est principatus super humerum ejus (Is_9_5). Estará el poder del Señor sobre sus hombros. El encargo que me has hecho de estos dos Príncipes, sea bendecido con amorosas bendiciones y que participen de tus dones admirables de Consejero de los fuertes, Padre de los siglos futuros y Príncipe de la paz: Da pacem Domini in diebus nostris (Si_50_23). Danos paz, Señor, en nuestros días. La paz que el mundo no nos puede dar, sólo tú, nuestro Emanuel que vive con nosotros, Dios y hombre, que hablas con los hombres con los cuales encuentras tus delicias, cuando los hayas cambiado según tu corazón haciendo todos tu voluntad. Me explicaste el Cap. 21 de los Proverbios, aplicándolo a santa Ana [870] y a san Joaquín. Tu Padre, tú y el Espíritu Santo se habían unido a tu Humanidad de la que no se separaban nunca, y por ti, Hombre Dios, están unidos admirablemente en uno; san Joaquín y sta. Ana tuvieron parte en la economía de tu Encarnación, puesto que eres carne de su carne, y hueso de sus huesos que has tomado de su hija por unión hipostática, oh maravilla, oh milagro de amor hasta ahora nunca oído: Deus homo factus id quod fecit. Dios se hizo hombre, él lo hizo.

            El día de santa Marta me hiciste conocer la estimación que tuviste de estas dos hermanas que eran tus esposas, a las que tenías gran confianza, como Lamec tuvo a sus dos mujeres, y ellas a ti, asegurando que tu presencia no habría permitido a la muerte arrebatar el alma de su hermano Lázaro, tu amigo, al que el Padre ordenó morir para hacer ver su gloria, y la confianza infinita que tenías en él. Te ofreciste a la muerte para recuperar la vida de Lázaro. Su muerte te causó una herida de amor que te hizo sollozar y gemir viendo llorar a María, obligándote a descender en persona al limbo, pero tu alma no fue separada de su soporte divino. El Hombre Dios murió y rescató a todos los hombres. La muerte de Lázaro, fue la muerte de un adolescente que el Hombre Dios resucitó por una amorosa compasión.

            [871] La muerte de Lázaro fue vengada siete veces de una manera admirable; porque Jesús fue la muerte de su muerte y la mordedura de su infierno pues al darle de nuevo la vida le diste los siete dones del Espíritu Santo, por lo que tú vengaste la muerte de Lázaro: septuagies septies (Mt_18_22). Setenta veces siete. Vindicada con horrible venganza. Los que desprecien la sangre del Testamento lo resentirán porque pisan con sus pies esa sangre y desprecian al Hijo de Dios muerto por ellos y caerán en las manos de un Dios vivo. La destrucción de Jerusalén es demasiado poco para el desprecio de una tan preciosa muerte, y puesto que la ofensa es infinita: Justus es, Domini, et rectum iudicium tuum (Sal_118_137). Justo eres tú Yahveh y rectos tus juicios.

            Jesús mi Amor, la muerte de tu amigo Lázaro te hizo estremecer; la nuestra nos aterra, Adán causó la muerte a su descendencia, Lázaro era mortal, por tanto estaba comprendido en el pacto de su padre, pero tú, nuevo Adán, moriste porque quisiste. Ciertamente eres hijo de Adán, pero sin ser pecador, impecable por naturaleza, pero el amor te volvió mortal haciéndote semejante a los que están sujetos a la muerte, siendo libre, la caridad te hizo gustar la muerte para darnos la vida de la gracia y de la gloria.

            El día de san Ignacio de Loyola, Fundador [872] de tu Compañía, me hiciste muchos favores y me diste a conocer muchas de las maravillas que hiciste a este gran santo para tu gloria, la salvación de las almas y su santificación; que en los últimos siglos enseñó a los hombres la meditación por medio de los Ejercicios Espirituales, que las palabras del Introito de su Misa le vienen muy bien: Os justi meditabitur sapientiam (Sal_36_30). La boca del justo susurra sabiduría, y estas otras: Gaudeamus in Domino (Flp_4_4). Alegrémonos en el Señor. Me hiciste conocer que tu fiel servidor y padre de familia había velado con todo cuidado sobre ella, y que a todas horas examinaba sus palabras y acciones para dar cuenta de los bienes y talentos que le habías confiado. A imitación tuya deseaba encender en el fuego de la caridad que más lo abrasó cuando estuvo en Manresa como un querubín a la puerta del paraíso que es tu Sta. Madre, porque fue como un cañón que hizo brecha en el cielo e hizo salir al Padre Eterno que te lo recomendó cuando iba a Roma, como a un generoso capitán que iba a conquistar al mundo a la mayor gloria de la santísima Trinidad. Le hiciste conocer tus bondades de las que te daba gracias al comenzar sus exámenes. Me dijiste de él tantas maravillas que sería imposible ponerlas aquí. El Señor de la Piardière, cuando salí de recibir la santa [873] comunión, comprendió algo de lo que pude contarle, como el haberme asegurado tú que a él y a los suyos les habías dado la verdadera ciencia y que los que les fueran contrarios, serían vencidos y confundidos, ya que su doctrina era verdadera. También me hiciste conocer que N. Padre san Agustín y santo Tomás, estaban en todo de acuerdo con él y que todos estarían más contentos si al recibir las gracias de Dios, las agradecieran en vez de contradecir las verdaderas bondades de tu amor; que yo me dispusiera a recibirlas y dejara a los doctores perderse en sus disputas de las que no se obtenía ningún provecho, si la verdadera caridad no iluminaba a estos doctores que más deberían luchar contra los carros de Aminadab, contra aquellos que se pierden porque están fuera de la Iglesia para recibirlos allí y llevar a ella a aquellos que andan por caminos extraviados, que toman senderos estrechos y no son capaces de llegar a tus verdaderos caminos que son: verdad y misericordia, lo que muy bien dijo el Profeta Real porque los conoció por propia experiencia y te pidió con frecuencia enseñarlos y darlos a conocer.

            La brevedad que deseo guardar no me permite decir todo aquí, cuando el Señor de la Piardière regrese de Tourraine a donde fue a llevar a sus hijos y a ver sus negocios, se verá lo que él escribió si me concedes la gracia de volverlo a ver.

Capítulo 122 - Luces y favores que la divina bondad me comunicó los días de la Transfiguración, de san Lorenzo y de la Asunción triunfal de Nuestra Señora.

            [874] El día de la Transfiguración me diste muestras de tu amor universal y particular, admirable Salvador, elevándome contigo sobre la montaña de pureza en donde me hiciste ver la belleza que arrebata los corazones. Como eres el bien y la belleza por esencia y por excelencia sacias a la esposa, que solo desea tu gloria, por la contemplación del Tabor en donde te place aparecer glorioso y en donde la entretienes con los excesos de tu caridad.

            El día del triunfo del admirable levita san Lorenzo, me hiciste ver lucientes y ardientes claridades. Después de disfrutar de tus divinas delicias me dijiste: Surge velociter (Hch_12_7). Levántate aprisa, ve a recoger las despojos de tus enemigos, las armas y el campo me pertenecen. Me hiciste triunfar de todos mis enemigos visibles e invisibles con prerrogativas que no puedo expresar. ¡A ti sea la gloria de este triunfo y de todos los otros que quieras concederme!

            La víspera de la gloriosa Asunción de tu admirable Madre, Oh amorosa María, me hiciste comprender que tú, Señor, habías [875] bajado ese día a su jardín y el día siguiente la habías elevado al tuyo. La víspera de su muerte le permitiste recoger su mirra y sus hierbas aromáticas mezcladas de alegría y de dolor para hacer con ellas un haz de amor que recordara los sufrimientos y gozos que le habían merecido un precio de gloria infinita. Fueron presentados a la Sma. Trinidad, pesados en el santuario y encontrados de valor inestimable para los ángeles y los hombres, porque tu amor era su peso.

            Moisés murió después de ver la tierra prometida porque te desagradó en el lugar de las aguas de contradicción, pero como tu santa e Inmaculada Madre no tenía falta alguna, recibiste su espíritu con amor y reverencia, como su Hijo y su Dios que eres, uniéndola a ti de una manera divina: Et possidebit Dominus Judam partem suam in terra sanctificata, et eliget adhuc Jerusalem. Sileat omnis caro a facie Domini, quia consurrexit de habitaculo sancto suo (Za_2_16s). Y poseerá Yahvé a Judá, porción suya en la Tierra santa y elegirá de nuevo a Jerusalén. ¡Calle toda carne delante de Yahvé porque él despierta de su santa morada!

            El día de tu Resurrección, divino Sol, esclareció por ti mismo el triunfo de tu augusta Madre que fue tan brillante como nunca se había visto ni se verá en el cielo cosa semejante después del día de tu admirable Ascensión, día de gloria para el Dios Hombre, que estaba en posesión de esta gloria desde antes que el mundo fuera creado. Tu alma bienaventurada, en su parte superior gozó de esta gloria desde el instante de su creación apoyada en [876] tu divina hipóstasis, sorprendiéndome que esta alegría le fuera negada a tu parte inferior y a tu cuerpo santo, a quienes les era debida en razón de la divinidad; pero los privas de ella para mostrar tu amor a los hombres de quienes eres el Pontífice, y para compartir sus enfermedades, te asociaste a sus miserias, excepto la ignorancia y el pecado.

            Te agrada, querido Amor, que te contemple elevando tu arca milagrosa por encima de los ángeles y de los hombres, arca santificada por ti mismo. Me hiciste ver esta maravilla: Un globo brillante de luz, llevado por tres dedos que eran las tres divinas Personas, que daban a este globo glorioso el peso del poder, de la sabiduría y de la bondad, de una manera inefable. También entendí que este globo está lleno de Dios y que esta Virgen era la tierra sublime llena de la gloria de tu Majestad, y que es tu trono elevado ante el que los Serafines cierran sus alas diciendo: Santa es la tierra virgen hija del Padre Todopoderoso, santa es la tierra virgen del sapientísimo Hijo, santa es la tierra virgen Esposa del Espíritu Santo que es [877] todo amor; la cual llevó al Verbo Encarnado y ahora es llevada por él mismo al cielo en un espectáculo admirable de gloria para todos los bienaventurados.

            Oí a tu Padre decir: tierra de pureza, escucha la palabra de Dios; tierra bendita, entra en el Verbo de Dios que entró en ti en cuanto dijiste: Fiat mihi secundum Verbum tuum (Lc_1_38). Hágase en mí según tu palabra. Tierra sacerdotal, entra en la gloria del Verbo para asemejarte a él; y entra a los cielos que el Espíritu Santo orna de sí mismo y que el Verbo consolida: Verbo Domini caeli firmati sunt; et Spiritus oris ejus omnis virtus eorum (Sal_32_6). Por la palabra de Yahvé fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca todas sus creaturas.

            Al contemplar a esta Virgen sentada en un trono de luz, mi alma se perdía en sus delicias viendo que los ángeles y los hombres revestidos de gloria, no podían mirar la luz de esta gloria sin ser protegidos por el poder de tu diestra, que disminuía sus rayos para que su esplendor no las cegara. Estos rayos eran semejantes al Sol de Justicia que la reviste de sí mismo; Sol que eres tú, mi divino Oriente, que del seno del Padre viniste a encarnarte en esta Virgen. Pero, ¿tengo libertad para hablar envuelta como estoy en tu ardiente luz, lo que el cielo admira como una zarza sin consumirse? ¿No es esto una maravilla, erizada como estoy de las espinas de mis pecados y miserias? Por pura [878] bondad tuya estoy en estas delicias sin perder mi ser viviente, hablo, y todo permanece en silencio, entro en tus potencias y me invitas a entrar todavía más diciéndome que me siente en este festín de gloria y descanse contigo en el coro virginal.

            En este coro quieres que cante con las Vírgenes el himno debido a tu Majestad. La paz dada a esta Virgen, y por ella, a toda la Corte celestial, hace la unión en la paz, porque ella está en ti, mi Dios y tú en ella, la muestras y la ocultas en tu luz, que es al mismo tiempo tinieblas y claridad juntas. Divina Majestad, perdida en el abismo de tus grandezas, no puedo narrar tus maravillas. Virgen santa, tú estás por encima de todo lo que no es Dios, y además tu hijo, Hombre Dios, está a la diestra del Padre al que es igual porque es el cielo supremo. Toda la octava mi alma fue favorecida por ti, santa Madre y magnífica Reina del Dios humanado.

 Capítulo 123 - El Verbo Encarnado puso en mí un gran deseo de desprenderme de todo lo que no es Dios, su bondad me alojó en su corazón. Gracias que me concedió por intercesión de su santa Madre recomendando la Orden a san Miguel y a sus ángeles.

            [879] El día de la fiesta de san Bartolomé, mi alma sintió grandes deseos de orar para pedir el desprendimiento de todo la que no es Dios. Te adoré como a lo más grande y lo más pequeño. Grande, por tu inmensidad, pequeño, por la sencillez de tu ser sin adición. Eres el centro que está en todas partes y cuya circunferencia no se encuentra en ninguna; eres soberanamente abstracto, habitas en una luz inaccesible a tus creaturas. Te bastas a ti mismo, eres un acto puro más convenientemente alabado por negación que por afirmación.

            Gran Apóstol san Bartolomé, fuiste verdaderamente desprendido, desollado, despojado de tu piel, pero este despojo de tu piel te mereció ser revestido con glorioso y divino vestido de luz.

            En la fiesta de san Luis, Rey de Francia, mi alma se alojó en el hospital de los pobres, que es tu sagrado costado, lugar conveniente para poderte decir: Tibi derelictus est pauper; orphano tu eris [880] adjutor (Sal_10_14). El desvalido se abandona a ti, tú socorres al huérfano. Escuchaste, Dios mío mis deseos y la preparación de mi corazón pudiendo decir con el Rey Profeta: Desiderium pauperum exaudivt Dominus; praeparationem cordis eorum audivit auris tua (Sal_10_17). El deseo de los humildes escuchas tú Yahvé, su corazón confortas, alargas tus oídos. Muchos dirigen los arcos, preparan las flechas para herir en las tinieblas, a aquella que había querido sufrir con un corazón recto par ti y por ellos, sin buscar más que tu gloria y la salvación de todos. Quoniam quae perfecisti destruxerunt; justus autem quid fecit? (Sal_11_4). Si están en ruina los cimientos ¿qué puede hacer el justo?

            Este día regio salió el Sr. de la Piardière de París para ir a la Tourraine, dejándome en su casa con mis hijas, y rogándome no la dejara hasta su regreso para llevarnos él mismo a nuestro monasterio. Su ruego me causó pena pero me consolaste luego, por lo que santa Teresa tenía razón cuando dijo: O padecer o morir, porque tú sabes muy bien consolar a las que se entregan a ti.

            El 27 de agosto, al arrodillarme para adorarte, mi amable Salvador, y ofrecerte la aflicción que tenía por el desprecio de aquellas a quienes amaba en tu amor, me invitaste a descansar bajo el árbol de tu cruz, dándome del fruto de tus trabajos, me pareció tan dulce, que te pude decir: Sub umbra illius quem desideraveram sedi, et fructus ejus dulcis gutturi meo (Ct_2_3). A su deseada sombra estoy sentada y su fruto me es dulce al paladar.

            Querido Amor, tú sabes consolar bien a los corazones afligidos modelándolos deliciosamente para que olviden sus [881] disgustos y no piensen más que en tu amor. Abandonada de todos los que podían consolar mis penas, pero no quitármelas, quisiste tomarlas sobre ti, y como buena nodriza tomaste la medicina amarga y me diste la leche de tu propio pecho haciéndome decir que era mejor que el vino de todas las consolaciones de las creaturas, introduciéndome en tu bodega, en donde tu caridad ordenó a mi alma amar a todos aquellos y aquellas que me afligían rogando por ellas. Me admiró ver que tu bondad enarboló en mi corazón el estandarte de tu puro amor, que pone al alma en lo que ella ama más que en lo que la anima porque la caridad no busca lo que le es agradable, sino lo que te pertenece, a fin de que la esposa sea toda para su Esposo, mi todo y mi más grande gloria.

            Una mañana estando en oración delante de un Ecce Homo, te consideré cubierto de mi confusión y me hiciste oír estas palabras del Profeta Isaías: Non est species ei, neque decor, (Is_53_2). No tenía apariencia ni presencia y el resto del Capítulo hasta: Et nos putavimus eum quasi leprosum, et percussum a Deo, humiliatum (Is_53_4). Nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.

            Hija mía, varias personas creen que no hablo por ti ni que hago ver el poder de mi brazo en tu debilidad. Te ven con ojos que no pueden ver lo que hago en ti; te desprecian diciendo que tú no eres ni seglar ni religiosa, no entienden la manera como me conduzco contigo que veo los sentimientos de tu nada adorándome en espíritu y en verdad. Les das la impresión de estar ciega porque a las jóvenes les das el hábito y las haces religiosas, en tanto que tú no lo tienes, para no someterte a la Orden que has establecido, como si no fuera para cumplir mi voluntad, que te encuentras en este estado.

            [882] Consuélate, hija mía, contemplándome en mis desprecios. Cuando estaba en la cruz decían de mí: A otros ha salvado y él no baja de la cruz; sufría porque me había ofrecido voluntariamente a todo desprecio, tenía sed de los oprobios que mis amados sufrirían, e hice de ellos la oblación al Padre para santificar sus sufrimientos. Ten paciencia y poseerás tu alma unida a la mía.

            El día de la Natividad de tu maravillosa Madre mi alma quiso recibir con todas las creaturas la alegría que su nacimiento causó a todo ser dotado de vida; sólo los demonios y los condenados estuvieron privados de esta alegría. Por orden tuya escribí a Mons. el Obispo de Condom las luces que me comunicaste ¡mi divino Sol! y que no pongo aquí porque ya están escritas en papeles particulares, con otras que tú bondad me ha iluminado.

            El día de la exaltación de tu Cruz triunfal, me ofreciste la sangre preciosa de esta adorable cruz, con la que quitaste toda la amargura que la persecución de varias personas me había causado. Me dijiste que esta sangre pacificaba en mi el cielo y la tierra, que en esta cruz estaba la fuente de Jacob que me dabas gratuitamente, como en otro tiempo Jacob la dio a su hijo José, la fuente y su precio; que tus dones eran sin arrepentimiento y que encontrabas placer en enseñarme que eras el verdadero Mesías, mi amor, mi todo y mi salvación, que en tu cáliz estaba mi tesoro y mi corazón, que te rogase ardientemente por la paz de París, que me habías [883] prometido desde hacía unos días. Continuando en estos amorosos entretenimientos me dijiste: Hija recibe la palabra de la cruz a fin de que ella no perezca; levanta los ojos al cielo al que está elevado sobre este madero del cual viene y vendrá toda dicha: soy el Señor que ha creado el cielo y la tierra. Sube a la palma y toma su fruto, ten confianza en mi santa Madre, no dudes de las promesas que te hizo antes de que salieras de la casa de tu padre. Yo sólo te he hecho y te haré después grandes maravillas. Confide, filia, fides tua te salvam fecit (Mt_9_22). Animo Hija mía, tu fe te ha salvado. Has tocado y tocas todavía la franja de mi vestido; haces bien en ponerte a mis pies de los que sale continuamente una virtud de dulzura para tu consolación porque eres la primera en mi Orden. Por mi consejo te has hecho la última; eres el desprecio del mundo, desprécialo y di con mi Apóstol que el mundo te está crucificado y tú para el mundo. He venido a los míos y los míos no me recibieron; los judíos me rechazaron, pero la Iglesia ruega por ellos el Viernes Santo. Tú ruega por aquellas que te son infieles. Todas las personas que te reciben o recibirán; reciben y recibirán al que te envió. No eres tú, Hija mía, la que recibe el desprecio, soy yo quien lo estima como hecho a mí.

            Rogué a tu bondad por aquellas que no cumplían sus deberes y me hiciste ver un campo sembrado de hierba marchita, doblada ya sobre la tierra y me dijiste como al Profeta Isaías: Grita, hija. Y ¿qué gritaré? Que toda carne es heno. Al mismo tiempo me dijiste que guardabas una flor sobre la que estaba tu Espíritu Santo que la fortificaba y adornaba con sus gracias

            [884] La víspera de san Miguel, estaba en Misa en la iglesia de los R. P. Agustinos descalzos, cuando al recibir la comunión, me elevaste cerca de este Príncipe y de todos tus ángeles diciéndome que estos astros de la mañana, con gran júbilo te alaban por la conversión de nuestro Padre san Agustín, por lo que ellos hacían una gran fiesta. A este gran Príncipe san Miguel y a todos los ángeles, les recomendaste nuestra Orden, pidiéndoles de nuevo que tuviesen gran cuidado de tus hijas varias de las cuales me las mostraste alejadas, como ovejas conducidas por personas severas o mercenarias, por no decir crueles. El campo donde habían sido llevadas tenía un camino estrecho entre dos cercas de espinas, el polvo parecía ahogarlas y se les ponía la hierba en la espalda y no en la boca. Al ver esto mi corazón se llenó de compasión viendo que tratándolas con tanto rigor, parecía que las llevaban al matadero.

 Capítulo 124 - Amable acogida de santa Genoveva en el lugar donde está su sepulcro, Dios me prometió la paz para París. Maravillas de san Francisco. Sufrimientos que tuve el día de san Dionisio y otros varios días.

            El Sr. Obispo de Condom, me mandó decir que el 2 de octubre de 1652, iba a celebrar la Misa que le había pedido en el altar de santa Genoveva, cercano al sepulcro de esta Virgen a la que se le darían [885] gracias por su intercesión en la curación de la Srta. Angélica de Beauvais. En cuanto llegué, esta Virgen, patrona de París, me recibió con dulzura y amistad, diciéndome que la paz de París que le había pedido a nuestro común Esposo, la había concedido y dentro de unos días veríamos su efecto, entreteniéndome con las palabras de santa Águeda a santa Lucía, cuando ella le rogó en su sepulcro.

            Mi alma abismada en un abismo de dulzura, se perdió o salió por un amoroso éxtasis para no ver en esta cueva más que el cielo; si el amor no hubiese ordenado practicar la caridad, mi alma hubiese querido dejar de ser la que animaba, para permanecer en lo que amaba. Pero Mons, de Condom me mandó buscar para llevarme en su carroza a la casa del Sr. de la Piardière en donde por la guerra aún estábamos alojadas.

            Todo este día y el siguiente estuve contigo mi divino Esposo, gozando las delicias de tu paz que sobrepasan todo sentimiento. En la tarde, víspera de san Francisco, mi espíritu fue elevado por los esplendores y abrasado por los ardores que los querubines y serafines habían comunicado a este santo que parecía otro tú mismo y que ha podido decir con san Pablo, que vivía, pero no él sino tú, el que vivías en él. Me lo hiciste ver como un incensario del que se desprendería el incienso ante ti, orando sin cesar. Me mostraste a este gran santo como un templo sagrado [886] como un tabernáculo donde tú estabas con tu Padre y el Espíritu Santo, adorado en espíritu y en verdad, diciéndome: Pídeme la paz para París a fin de que el Rey vuelva ahí. Pídemela con mi seráfico Francisco que es todo amor.

            Al día siguiente continuaste hablándome de las maravillas de este santo, diciéndome: Hija mía, entiende un gran misterio. El Verbo Encarnado, tu amor sobre todos los cielos, parece en este día como el cielo supremo al bienaventurado glorificado con mis llagas resplandecientes como un espectáculo de gloria y Francisco la tiene en proporción. San Francisco está oculto en una cueva con sus llagas, manteniéndose de pie para admiración de aquellos que pueden descender allí. Es una copia sacada de su original que soy yo, y he querido hacerlo mi expresión por una maravilla inefable a los hombres mortales.

            Moisés hizo el tabernáculo que le fue mostrado en la montaña. Francisco fue hecho semejante al original que vio sobre el monte Alvernia como está dicho: Esto que Dios ha unido no puede ser separado por los hombres. Por tanto, la impresión de mis estigmas, impresas en san Francisco, no pueden ser borradas, ni quitadas, ni aún por la muerte que lo destruye todo, parque si yo quiero que este cuerpo santo sea una muestra del mío crucificado, hasta que yo venga, ¿quien me lo puede impedir? Me hiciste entender maravillas de mi seráfico Padre, diciéndome que me habías hecho muchos favores por este santo al que había sido consagrada desde antes de mi nacimiento. Sería demasiado largo escribir aquí esos favores.

            El día del apóstol de Francia, el gran san Dionisio, recibí una carta de una persona en la que me avisaba de la crueldad e inhumanidad con que se trataba a mis pobres ovejas, la visión me había herido pero esta carta me angustió y traspasó de tal suerte, que mi dolor ha llegado al exceso y he vertido un río de lágrimas. Mis [887] sufrimientos han sido inexplicables y lo son todavía porque soy como Raquel, llorando y gritándote sin poderme consolar por las hijas que han muerto y aquellas que languidecen en un lugar alejado no pudiendo irlas a ver y asistir por los impedimentos que me son más crueles y me afligen más que su misma muerte, porque ellas van al cielo a gozar de tu gloria. La comunidad sabe que ellas vienen siempre a decirme adiós, por algunas señales, sea en mi cuarto o fuera de él. Si no hago decir inmediatamente las oraciones que se deben rezar en todos las monasterios, se debe a que tardan en escribir para avisarme de su muerte; dicen que temen darme noticias tristes por varias razones, hasta que se ven obligadas a hacerlo cuando les pregunto, porque creo que alguna ha muerto. Lo que me desagrada es que retengan en el purgatorio a las hermanas privándolas de los sufragios: Misas, comuniones, Oficios, oraciones, etc., que por las Constituciones nuestros monasterios están obligados a ofrecer.

            Los días de san Lucas, san Simón, y Judas, te dije: ¿por qué mi querido Amor, te comunicas conmigo tan indigna de esto, sin ninguna virtud y no a tantas otras que sí las tienen? Me dijiste: En ti, yo quiero misericordia y a otras pido los sacrificios que me han prometido por su provecho temporal y eterno, como hice con Jefté, quien hizo voto de ofrecerme en sacrificio al primer ser viviente que viniera hacia él al regresar a su casa una vez obtenida la victoria: En este caso quise la ejecución de la promesa sin dispensársela como hice con Abraham, no permitiendo la muerte real de su hijo Isaac, al que sacrificó con la voluntad, pues detuve el efecto suspendiendo el brazo y la espada que había levantado para matarlo, prohibiéndole hacerlo y colocando en su lugar un carnero que simbolizó mi muerte futura.

            Querido Amor, te ofrezco a ti mismo al Padre [888] por todo lo que te has dignado dispensar y darme. Par tu divina clemencia, me das gracia por gracia, y me dices que mi confianza la hace avanzar, tanto eres para mí bueno y misericordioso.

            El día de todos Santos quisiste hacerme una gran fiesta y tu santa Madre me hizo favores que te agradaron y que no puedo expresar. Entendí que todos tus santos con ella, estaban cerca de los altares en que estabas presente por la adorable Eucaristía que has instituido para suplir las faltas que los hombres hacen allí mismo, por el desprecio a este adorable sacramento, su impiedad y grandes crímenes y que allí había quién pidiese vengar las ofensas hechas a este Smo. Sacramento. Decirte los sentimientos que estas justas peticiones causaron a mi alma, no es necesario, tú lo sabes querido Amor. Las lágrimas que vertí fueron tan abundantes que pareció que perdería la vista. Estas aguas no extinguieron el fuego de tu cólera el cual se acrecentó, de suerte que me ofrecí en holocausto para ser toda consumida.

            Viéndome en estos ardores insoportables sin tu socorro, me dijiste amorosamente: Pídeme que languidezcas de amor. Obedeciéndote, rogué a todos tus santos te dijeran lo que tu no ignorabas, puesto que me habías mandado ofrecerte mis sufrimientos por aquéllos que redoblaban mi amoroso martirio haciéndome explicar cuan grande era mi llama al hacerles este relato, que me extasiaba a mí misma, para perderme en tus adorables esplendores, y sin ser secretaria de tu Majestad, estaba admirablemente oprimida de tu gloria.

Capítulo 125 - Tuve una visión en la que veía que los bienaventurados entraban a nuestra capillita. El Verbo Encarnado y su santa Madre me enseñaron allí maravillas. Jesús fue el carnero sacrificado al mismo tiempo que el sacrificador. Recibí múltiples gracias.

            [889] El 5 de diciembre de 1652 Mons, el obispo de Condom, me vino a ver como bondadosamente lo hacía con frecuencia. Me platicó que el día anterior varios Obispos habían dicho Misa en la Sorbona, en un funeral por el Cardenal de Richelieu. Le dije que tenía un gran deseo de asistir a una Misa Pontifical; se rió de mi deseo diciéndome que la capilla en donde nos celebraban la Misa era demasiado pequeña, estábamos todavía en la casa del Sr. de la Piardière, cerca de la puerta de Richelieu, en la calle de Vivienne, aún no regresábamos a nuestro monasterio del barrio de San Germán.

            En la tarde, al entrar como de ordinario a esta capillita, donde todos los días se celebraba la Misa me dijiste, mi divino Pontífice, que querías cumplir mi gusto, para no compartir solamente mis necesidades sino también mis deseos. En ese momento vi en espíritu a todos los bienaventurados, quienes llevaban un pozo que colocaron en la capilla: lo veía muy profundo. Me dijeron: Este es el pozo de la Sabiduría, lo miraban con gran atención y sacaban de una manera admirable agua, pero sin que viese emplearan la cuerda que estaba bien acomodada en su polea para descender y tampoco vi cubo.

            Todos los santos sacaban en espíritu la ciencia y la [890] sabiduría sin que de allí disminuyeran. Me hicieron entender que tú habías puesto en mi alma este pozo a pesar de ser tan pequeñita y que hallabas placer en que viesen la maravilla de ciencia que habías puesto en mí, aprendiendo el ejemplo de conformidad que tienen ellos a tus inclinaciones aunque sean habitantes del cielo y tengan que abajarse a la tierra para admirar tus bondades y aprender tus secretos de una pequeña a quien tanto favoreces, diciéndoles aún que en mí estaba su Apocalipsis. Yo quedé arrobada ante los innumerables favores que me hacías. Ven, me dijiste, a ver el sacrificio de amor, de dolor y de fuerza sobre el monte Moria. Ve primero la figura, después te haré ver y gozar de la verdad. Considera a Abraham ofreciendo a Isaac, el brazo levantado para sacrificarlo, y ve también mi amorosa Providencia que la sustituye por un carnero enredado por los cuernos a las espinas que el pecado de Adán produjo.

            Ese carnero, Hija mía, era yo, que me presentaba al Padre Eterno bajo esta figura que hizo cambiar el extremo dolor del corazón de Abraham en una extrema alegría porque sometió los sentimientos paternales a la orden divina, y su entendimiento a la fe.

            Agradó la Divinidad sin que perdiera nada su justicia. Esta necesitaba de mí y de mi Madre para pagar todas las deudas de los hombres, por rigores para ti incomprensibles. Cedí la alegría a Abraham, alegría tan grande, que no ha habido semejante en la tierra antes de mi Resurrección, así como en Isaac le concedió la descendencia. Le di toda bendición y alegría, para mí tomé la cruz, [891] sosteniendo en ella el peso del pecado y de la divina justicia y poniéndome con sumisión voluntaria en las manos de Dios vivo para ser y parecer el Dios muerto en su presencia, y en la de todas las creaturas razonables, no solo en el Calvario, sino hasta el último día, aunque impasible, cuando la señal del Hijo del hombre aparezca en el trono de su Majestad.

            Hija mía, el Carnero era yo. Era yo, hija mía, era yo, mi favorita. Al oír par tercera vez esto, mi alma quiso dejar el cuerpo para entrar en ti, estando como estaba fuera de mí misma, me detuviste diciéndome: Mantente firme para ver a la Virgen de las Vírgenes, a mi santa Madre, que es la sacrificadora que ofrece y sacrifica al Pontífice eterno que es su carne y su sangre, que se presenta y se ofrece para una oblación adorable y verdadera, por miles y miles de mundos haciendo ver que el amor es más fuerte que la muerte.

            Esta admirable sacrificadora permaneció de pie entre el templo y el altar, y como el sacrificio era parte de su sustancia que ofrecía por todos, el sol se cubrió de duelo, la tierra tembló las piedras se hundieron, los sepulcros se abrieron, el velo del Templo se rasgó, toda la naturaleza pareció llegar al término de su destrucción. Esta Madre permaneció firme al lado del altar donde presentaba y sacrificaba su víctima, ofreciéndola como perfecto holocausto al Eterno Padre, pudiéndole decir: Introibo in domum tuam in holocaustis; reddam tibi vota mea quae distinxerunt labia mea; et locutum est os meum, in tribulatione mea (Sal_65_13s). Con holocaustos entraré en tu casa, te cumpliré mis votos, los que pronunciaron mis labios, los que en la angustia pronunció mi boca.

            [892] Te ofrezco todos los sacrificios y holocaustos al ofrecerte mi Hijo en mi dolor. Tú no sufres, Padre santo, la esencia que él recibe de ti es inalterable; es la naturaleza que tiene de mí la que sufre. Todo lo ha cumplido, pero si no estuvieras del todo satisfecho, heme aquí para esperar el golpe de la espada que el Espíritu santo me predijo por boca de Simeón que fue su intérprete. Este Espíritu que le aseguró que vería al Salvador y la vida sobrenatural antes que la muerte natural le cerrase los ojos, que me encontrará firme al pie de la Cruz, altar de mi dolor al que mi Hijo está clavado, para recibir valientemente el golpe de esa lanza que será la espada despiadada que traspasará mi alma, haciendo que sea día para muchos de los que tienen sus pensamientos en tiniebla dentro de sus corazones, que no los podrán ni producir ni explicar con sus suspiros.

            Esta admirable y verdadera amazona llevó la victoria del Dios de los Ejércitos, quien la había entregado al asalto más terrible que jamás había habido en el cielo, en la tierra, en los abismos. Los ángeles lloraron amargamente; los demonios de la guerra fueron allí abatidos con todos sus poderes, los hombres criminales vieron a aquél que habían traspasado sus lanzas, que fueron más crueles que la lanza que atravesó su costado. La Virgen Madre, victoriosa, permanece de pie y ve la consumación del misterio de Dios que estuvo escondido en el sepulcro siendo el verdadero Salvador. Judit victoriosa de un hombre fue admirada de todo su pueblo, pero María es la admiración del mismo Dios, la alegría del Cielo, de la tierra y del limbo.

            Mi espíritu suspendido a la vista de estos espectáculos de amor, había dejado mi cuerpo tan frío, que por largo tiempo no pudo calentarse; esto me produjo una gran inflamación en la rodilla, pareciendo que el hueso estaba partido, y no me curé hasta después de Pascua, aunque se me hicieron varios remedios, el nervio permanecía débil, como contraído, por lo que te decía: Ángel del Gran Consejo, llamándome al duelo del Calvario, me estrujaste un nervio como al luchador a quien pediste permiso de retirarte [893] vencido. Otro día, asistiendo en la capillita a la santa Misa, vi a mi lado derecho la tiara del Papa, haciéndome entender: Hija mía, los que toman a mal que hombres piadosos tomen consejo de una joven, no saben que mi Espíritu que gobierna la Iglesia se sirve de ti para manifestar sus designios, y tú eres hija de la Iglesia; ten cuidado de orar por el Jefe visible de ella a fin de que haga ver mi voluntad a los que ponen dudas que turban las almas, a los que discuten y resisten la gracia. Recibe, Hija mía, gracia por gracia y corresponde a ella con libertad, ve cómo san Pablo exhorta a los cristianos a no recibirla en vano.

            Varios eclesiásticos volvieron a París y entre ellos aquél a quien habías llamado a la dignidad del sacerdocio y enviado a mí, para instruirlo y conducirlo a la perfección de acuerdo con las luces que tu bondad me comunicaba. Un día, uno de estos sacerdotes, le dijo por burla que afortunadamente la Iglesia no había aún caído en manos de mujeres. Tu bondad que se sirve de las cosas débiles, para confundir a los que presumen de sabiduría, permitió que este eclesiástico fuera atacado por una enfermedad que no le permitió ni un momento de lucidez para recibir los Sacramentos, fue necesario atarlo los 4 o 5 días que tuvo de vida y murió en ese estado.

            Otros que pertenecieron al consejo para acabar con tu Orden y poner en confusión a la que tu bondad protege, han demostrado también con su muerte que no hay consejo contra ti, mi Señor y mi Dios, que pueda subsistir. Tres han muerto en lo que va del año, personas que se estimaba podían aún vivir largo tiempo; a otros se les ha obligado a renunciar a sus cargos o dignidades, por la impotencia a que se han visto reducidos.

Capítulo 126 - El Verbo Encarnado y san Juan su favorito me hicieron admirar por un diamante, la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora la que se me apareció llevando la Eucaristía en una mano, y en la otra una corona de espinas. Favores que recibí en las fiestas de santa Lucía, santo Tomás, Navidad y santos Inocentes.


            [894] La noche, víspera de la Concepción de tu purísima madre en 1652, vi como un mar en donde había varios barcos, me aproximé a uno que estaba un poco más alejado de los otros y vi sobre la borda a un pescador vestido con una túnica blanca y roja, que sostenía entre los dedos pulgar e índice un diamante sin tallar; en los ángulos se veían llamas pero no salían fuera, parecía que en él se encerraba toda la luz de los astros. El pescador que contemplaba el diamante era san Juan Evangelista quien lo había recibido de un hombre muy amable que estaba al borde del mar que vestía como él túnica blanca y roja.

            Eras tú, mi Amor, que ordenaste a tu discípulo amado me diera ese diamante para que yo lo diera a conocer y lo enseñara a estimar.

            Me extrañé que los hombres que estaban cerca de mí no admiraran ese diamante que tu favorito me había dado. Este discípulo tu favorito, parecía ser otro tú mismo, yo me gozaba de que parecieran uno solo. Me hiciste comprender que siendo tú, hijo de la Virgen quisiste que san Juan también lo fuera porque el amor [895] infinito que le tienes lo ha transformado en ti ya que el amor unifica. Uno y otro me presentaron ese diamante, haciéndome ver, por un favor divino la pureza de tu santísima Madre y su Concepción Inmaculada. Me dijeron que esta Madre Inmaculada era toda bella, resplandeciente y luminosa pero que guardaba sus claridades sin hacerlas ver sino a aquellos a quienes tu bondad y sabiduría concedía ese privilegio, como a san Juan quien tocó y vio al Verbo de vida que esta Virgen encerró en sus entrañas revistiéndose de su purísima sustancia.

            Eres tú, Verbo Encarnado quien llevas la virtud de la Palabra del Padre; eres la figura de su sustancia, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su Majestad, el esplendor de su gloria que me hace perder en sus claridades y caer con tus tres Apóstoles a la vista de tu candor y decir: Pulchritudinem candoris ejus admirabitur oculus, et super imbrem ejus expavescet cor (Si_43_18). Admira el ojo la belleza de su blancura, y al verla caer se abisma el corazón. Este cuerpo sagrado que tomaste en el seno virginal es más blanco que la nieve, el sol de tu cara, deslumbra la vista y hace desfallecer el corazón. Dichoso desfallecimiento, ahí deseé morir si esto hubiera sido de tu agrado.

            Estando en cama a causa del mal de la rodilla, me excusé por la impotencia para estar de rodillas, pero tú me diste a entender que no me preocupara por la postura, que tu santa Madre estaba sentada cuando el Arcángel Gabriel le anunció tu Encarnación y el descendimiento del [896] Espíritu Santo sobre ella, turbada por estas palabras se hubiera caído por la brillante luz de la que este Espíritu glorioso estaba revestido al anunciar la venida a ella de este Sol de Justicia, la luz de luz que venías a encarnar en ella; todavía, para quitarme todo temor me dijiste que de la misma manera que los Apóstoles en el Cenáculo estuvieron sentados cuando les enviaste el Espíritu de fuego, el viento impetuoso los hubiera tirado, este Espíritu de fuego por el que juzgarán a todos los hombres; que la Virgen de las vírgenes, es el trono de tu Majestad que puede, por la palma de la victoria que ha llevado, juzgar a Israel con más conocimiento y poder que Débora. Este dolor de la rodilla me tuvo en cama por más tiempo que el fervor de mi corazón hubiera deseado. La santísima Virgen se me apareció llevando en una mano la santa Hostia sobre un cáliz y en la otra una corona de espinas que me presentó graciosamente. ¿Quién no hubiese aceptado esta buena gracia, la santa Eucaristía presentada por la llena de gracia? Hubiese sido necesario ser demonio y odiar su bien. Haz querido Amor, que la ame tanto como debe ser amada en el cielo y en la tierra, que la ame con tu mismo amor, que en ella viva y more, que el amor en mí sea más fuerte que la muerte y su celo más duro que el infierno.

            El día de santa Lucía, [897] quisiste hacerme ver a esta virgen y mártir, tu esposa, llena de luz como significa su nombre y adornada para su Esposo, me pareció maravillosamente bella y llena de gracia, su vista consoló mis penas, agradeciéndole el que por varios años el día de su fiesta me hubiera favorecido. Igualmente llevo varios años que la Sma. Virgen el día de su fiesta de la Expectación, me ha hecho favores y así ocurrió esta vez en que continuaste tus gracias para conmigo en este día.

            No queriendo poseer para mí sola la alegría que me comunicabas, movida por tu Espíritu, fui a decir al Abad de San Justo, que muy pronto el Señor de Nay sería Arzobispo de Lyon y que él sería su gran Vicario. Me contestó que sería siempre la admirable, la esposa querida de aquél que es admirable por esencia y por excelencia. De ti me habla en la carta del 2 de enero de 1652, en la que me dice que triunfaré siempre de las contradicciones de mis enemigos.

            La noche de santo Tomás Apóstol, por el que me has dado una gran predilección, el amante que quería morir contigo y que exhortó a los otros Apóstoles para que, de acuerdo con tus deseos, fueran a alegrar a Marta y a María al resucitar a su hermano Lázaro, amigo tuyo, me sucedió una cosa extraña. Me mostraste una flor violeta con [898] la que me recreé aunque parecía estar metida en un cuadro; estaba ahí como en un prado, yo la pude tocar con una varita sin romper el vidrio y saltó a mi boca. La mañana de la fiesta de este santo, era un domingo, día de fiesta y de alegría para mí, en el que de nuevo quisiste decirme que me alegrase, que me recibías con tus santos para que tomara parte en los cánticos del cielo elevándome tu bondad a este grupo, así oí a san Miguel que decía: Quis ut Deus, ¿Quién como Dios? Y al Cantor Real: Rex meus et Deus meus, (Sal_43_5). Rey mío y Dios mío, y a santo Tomás: Dominus meus et Deus meus, (Jn_20_28). Señor mío y Dios mío, y tu muy indigna: Jesus amor meus, Jesús, amor mío. No tengo palabras para expresar las gracias que me hiciste; que por mí te las den todos tus bienaventurados, Jesús mi amor.

            La noche de Navidad me vi obligada a oír cantar Maitines desde la cama por el mal de la rodilla, el dolor desde hacía unos días era mayor que de ordinario, consolándome el saber que sólo una división de madera me separaba de mis hijas que los cantaban. La capilla en donde se celebraba la Misa, estaba [899] completamente llena, así como la sala y el cuarto donde yo estaba cuando fue hora de la Misa. Me consolé pensando que cuantos enfermos no pudieron oír Maitines ni asistir a la Misa como yo lo estaba haciendo, ya que sostenida por algunas de mis hijas pudieron llevarme ahí.

            Tu ordinaria benignidad te inclinó hacia mi, si puedo hablar de esta manera, haciéndome entender que mis penas eran también tuyas, que era como la niña de tus ojos, que los que me resistían, a ti te resistían porque su resistencia era por injusticia, diciéndoles: Discedite a me omnes qui operamini inniquitatem (Sal_6_9). Apartaos de mí todos los malvados, que harías oír la voz de mis quejas y que mis lágrimas te serían presentadas.

            Querido Amor, tú sabes por quién son ofrecidas estas lágrimas. Estoy muy obligada con todos tus ángeles y con todos los santos, uno de ellos con mucha gracia me dijo: Dixit Dominus Domino meo: sede a dextris meis, donec ponam inimicos tuos scabellum pedum tuorum (Sal_110_1). Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies.

            Terminado todo el Salmo me hiciste entender todo lo [900] que querías hacer con mis enemigos, que eran también tuyos, que derribarías a varios y que me levantarías cerca de ti, tú mi Cabeza, pero hasta que hubiese bebido del torrente de contradicciones que permitías para tu gloria y mi provecho.

            En la fiesta de los santos Inocentes me favoreciste con amorosas caricias, haciéndome entender que la muerte cruel de estos niños, los transformó en torres de fortaleza, porque ellos te habían conservado la vida: por ellos venciste a Herodes quien pensó estarías muerto entre ellos; con esta matanza se calmó su rabia y reservó para su fin el castigo merecido por su crueldad y falsedad diciendo a los Magos que te quería ir a adorar cuando ya había resuelto matarte. Inimici Domini mentiti sunt ei, et erit tempus in saecula (Sal_81_16). Los que odian a Yahvé le adularían, y su tiempo estaría para siempre fijado.

Capítulo 127 - El aguinaldo que me dio el Verbo Encarnado. Maravillas que me hizo entender en las octavas de san Juan, de los santos Inocentes, del profeta David y de la Epifanía,

            El día de la Circuncisión de 1653, me dijiste: [901] Hija mía, te doy de aguinaldo toda la Sagrada Escritura; me llamo Jesús Nazareno, y te doy en este día el nombre de nueva Jerusalén. Como ves la primera letra de mi nombre es la misma que la del tuyo y así sucede en la Biblia, la primera y la última letra también son iguales a las de nuestros nombres. El Génesis empieza: In principio, el Apocalipsis termina Veni Domine Jesus, Amen (Ap_22_20). Juan mi favorito también empieza su Evangelio In principio y termina en el Apocalipsis con Jesús Amén. Lo que es de tu esposo, es tuyo también, es tu adorno que hace gozar a los ciudadanos celestes.

            En la octava de san Juan, me invitaste a acercarme a ti para que viera las gracias con que favorecías al discípulo amado reclinándolo sobre tu pecho. Contempla, me dijiste, a este hijo de amor, recostado sobre la fuente de gracias que posee todos los tesoros del cielo y de la tierra, sus afectos están en mi, está en éxtasis elevado hasta aquél que es el cielo supremo, para elevarse no necesita un punto de apoyo fuera de la tierra como lo deseaba aquél sabio que se enorgullecía de mover la tierra entera con una palanca si se le concedía un punto para apoyarla fuera de ella. Este amado mío está en paz mientras todos los demás discípulos se turban, y yo mismo también. El se [902] da cuenta en su arrobamiento y lo dice en su Evangelio: Qui autem me accipit, accipit eum qui me misit, cum haec dixisset Jesus, turbatus est Spiritu (Jn_13_20s). Quien me acoja a mi, acoge a aquél que me ha enviado. Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior. Hija aunque no hubiese tenido más que a él en la tierra, hubiese venido a lavarle los pies, preparándolo con mi amor para que fuera mi sacramento, permaneciendo en él y él en mí, haciéndolo hijo de mi Madre por mi amorosa y todopoderosa palabra.

            Permíteme preguntar querido Amor, esta pequeña hija tuya, ¿Cómo puede entender lo que dijiste, que de los nacidos de mujer, ninguno había tan grande como Juan Bautista? Hija mía, me dijiste, entiende este secreto, en los días de Juan Bautista dije esas palabras, en razón de su santidad y penitencia; pero el día de mi Cena, día en que actué en que reproduje sacramentalmente mi cuerpo, mi sangre, y mi alma por concomitancia con mi divinidad indivisible, Juan evangelista fue otro yo, recibiendo un divino nacimiento en mi propio seno, un fénix que [902] renacía no de cenizas, sino de mis llamas. Tuvo la gracia de subsistir en el esplendor de la santidad, antes del día de la resurrección de mi cuerpo físico y natural apropiándose en mi resurrección estas palabras del profeta real: Dominus dixit ad me: filius meus es tu, ego hodie genui te (Sal_2_7). El me ha dicho, tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. El real Profeta las decía de mí, en nombre de mi Padre, y yo se las dije en mi seno a mi amado san Juan; lo engendré antes de mi muerte y de mi resurrección; lo hice sacerdote sirviéndole de mitra y ornamento, sobre el altar de mi pecho lo consagré siendo como soy, el ungüento y la unción, el aceite y la alegría de mi Eterno Padre. La consagración de Aarón no fue más que figura de la mía y de la que hice consagrando a Juan que debía asistir a mi muerte exterior, teniéndola él interiormente por el sacramento de la Eucaristía, que puse en él, arca maravillosa, para admiración de todos los ángeles, mostrándoles que mi sabiduría tiene tanto más cuidado de conservar este Maná divino, que el que ellos tuvieron con el que amasaron y dieron a los israelitas en el desierto que sólo era figura de la Eucaristía. Por mi amor que es más fuerte que la muerte permanecí en Juan después de mi muerte. [902] Mi amor lo mantuvo de pie en el Calvario con nuestra santa Madre; digo nuestra, porque los dos somos sus hijos.

            Ella había dicho al Arcángel Gabriel: Fiat mihi secundum verbum tuum (Lc_1_38). Hágase en mí según tu palabra. Y el Verbo se hizo carne en ella por esta poderosa palabra, Juan fue hecho hijo de Dios y de la Virgen, en el Cenáculo, y declarado tal en el Calvario cuando dije: Mulier ecce filius tuus (Jn_19_26). Mujer ahí tienes a tu Hijo, y a Juan: Ecce Mater tua (Jn_19_27). Ahí tienes a tu Madre. Esto fue lo que los mantuvo firmes al pie de la Cruz, cuando toda la naturaleza se conmovió, las piedras se partieron, los sepulcros se abrieron dejando salir a los muertos, para que asistieran a este espectáculo hasta entonces nunca visto.

            Mi divino Maestro, ¿podría escribir sobre este papel las luces con las que alumbraste mi entendimiento, llamándome por mi nombre para ver a este discípulo amado recostado sobre tu pecho? Yo te dije: Iré para ver esta gran visión que contiene todo bien. Después de esto, todavía me hiciste conocer, como a san Juan, tu generación eterna y mil favores más, [903] diciéndome que querías conociese el amoroso exceso que tuviste al dar la vida por nosotros, ¿Lo puedo decir y vivir después de estas amorosas palabras? Adiós, Hija mía, me dijiste, dejo la tierra y me voy al limbo. Yo perdería la vida y el ser si tú no estuvieses en una y en otro. No puedo expresar las maravillas que conocí, si las pudiera decir no serían inefables.

            El día de la Octava de los santos Inocentes, que en el año 1619 me recibieron como su hermana, quisieron tratarme así nuevamente. Agradó esto a tu Majestad quien me dio a entender que por la debilidad querías hacer ver la fuerza de la gracia, elevando a estos santos Inocentes cerca de tu trono para recompensarles la muerte que habían sufrido al servirte de escudo, torre y fortaleza. Se les atacó pero no te encontraron entre ellos para quitarte la vida, según lo pensó Herodes, quien quedó confundido.

            Me los hiciste admirar como soles, lunas y estrellas cantando el himno de tu gloria. Sus bocas y sus manos están sin macula porque no habían manchado ni sus cuerpos ni sus almas su inocente sencillez confundió la astucia [904] de Herodes, quien masacrando a pequeños inocentes, pensó destruir un Rey, los hizo a todos reyes a un mismo tiempo en lugar de víctimas, reyes que siguen al Cordero a donde quiera que vaya, cantando un cántico que nadie puede cantar mas que los vírgenes como ellos.

            Entendí que hubo gran alegría en el cielo a causa de la gloria de estos niños inocentes. Qué contraste. La Iglesia militante nos muestra a Raquel llorando sin poderse consolar, en cambio, la triunfante canta de júbilo. Me dijiste: Hija mía, aunque la música del cielo sea diferente a la de la tierra, ambas concuerdan por el Espíritu Santo, quien mantiene la medida en una y en otra, la Iglesia militante, está en la tierra, en donde se gime y se llora, en cambio la triunfante, está ya en la gloria, por eso es júbilo y se alegra siempre. Este Espíritu ruega y gime en los corazones de los peregrinos: gemitibus inenarrabilibus (Rm_8_26). Con gemidos inefables, que llenan de alegría al mismo tiempo a los ciudadanos del cielo, quienes están ya, con su glorioso Señor.

            La víspera de la Epifanía pensé en la alegría de David viendo que a su ciudad venían los tres Reyes a adorar como Hijo de Dios y Rey de los Judíos, a su Hijo según la carne, como habla san Pablo: qui predestinatus est filius Dei in virtute secundum Spiritus sanctificationis (Rm_1_4). Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad. [905] Hija mía, admira la bondad del Padre Eterno que te ha dado este mismo Hijo haciéndote su madre, y la Madre de su Orden, pídele todos los días que te bese con el beso de su boca, él lo hace desde hace 33 años por medio de la comunión diaria, abre tu corazón al abrir tu boca y recibe ahí al Verbo lleno de mansedumbre, que puede salvar tu alma. Como madre y esposa del Verbo habla de la gloria del más hermoso de los hijos de los hombres; si los hombres de la tierra te censuran, no temas, tomaré tu causa y la defenderé en presencia de mi Eterno Padre y de sus ángeles. Acuérdate de lo que Pedro y mis otros Apóstoles dijeron a los que les prohibieron hablar de mí y de enseñar en mi nombre: Obedire oportet Deo magis quam hominibus (Hch_5_29). Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Estando llena del Espíritu Santo que en ti da testimonio y te hace hablar, ¿pueden los hombres imponerte silencio? Los príncipes, los escribas y los fariseos, me dijeron hiciera callar a los niños. Si Eva hubiera hablado en el Paraíso de las maravillas del Dios que la había creado, y hubiera resistido a la serpiente, como Miguel que en el Cielo dijo: ¿Quién como Dios para sobrepasar sus Mandamientos? Eva no hubiese tomado el fruto prohibido ni se lo hubiera presentado a Adán; así ninguno lo habría comido, ni habrían sido heridos por las espinas que este fruto ha producido.

            [906] El día de la Epifanía, estando en el establo, te adoraba sin palabras, viéndote el Verbo mudo y a los Reyes en silencio llenos de admiración; me hiciste ver una esfera y me diste a entender: Hija esta esfera soy yo, los reyes al ver mi humillación en el establo, estaban admirados contemplándome, vieron mi estrella, mis sufrimientos y mi muerte voluntaria; vieron al Sol, al Oriente humillado; vieron esta luna admirable, mi santa Madre, y a la estrella de Jacob, José, hijo de Jacob. La estrella que los condujo no fue más que figura, por eso desapareció al mostrarles el lugar donde estaba el Hijo de Dios y de la Virgen. Estos reyes, lo mismo que mi santa Madre y su casto esposo, quedaron encantados del relato de mi Evangelista: Erat pater ejus et mater mirantes (Lc_2_33). Su padre y su madre estaban admirados. Después de adorarme y ofrecido sus dones, salieron del establo y por mandato de un ángel, tomaron otro camino, conservando y reflexionando en sus corazones las maravillas que habían visto y adorado, hasta que más tarde mi Apóstol santo Tomás, les habló de las maravillas de mi vida, la muerte cruel que los judíos me hicieron sufrir, asegurándoles mi resurrección y mi gloria, y como ellos habían sido testigos segurísimos porque habían visto mis llagas gloriosas, los instruyó, bautizó y asoció con él para predicar mi Evangelio.

            Estaba en la capilla para asistir a la santa Misa y [907] comulgar cuando mi espíritu se abismó en una indecible confusión después de haberte recibido en tu sacramento; al retirarme del comulgatorio, a un rincón detrás de la puerta de la capilla en donde estaban todas las religiosas, mis hijas, quienes con un cirio encendido renovaban sus votos en presencia de la santa Hostia que el sacerdote les daba en comunión, al ver y oír todo eso me confundí todavía más diciéndote: Señor, he elegido ser la última, la sierva, la cocinera, la más despreciable en tu casa y estos oficios bajos de tu casa, me agradan más que un reino y que todas las coronas, por imitarte. Beso en espíritu los pies de tus esposas, y al ver que una de ellas tenía los suyos a la entrada de la puerta, creyéndola ocupada en la acción que estaba haciendo, levanté su manto por detrás sin que lo notara y se los besé con todo respeto escondiéndome y postrándome detrás de la puerta. Continué en los sentimientos de mi nada y en los actos que tu misericordia, me hacía hacer al verme privada de hacer los votos solemnes de pobreza y obediencia, conformándome [908] con darte gusto para estar tanto tiempo como tu Espíritu lo juzgara a propósito, sabiendo que él inspira lo que quiere a aquellos que él quiere y que hace oír su voz de varias maneras: Spiritus ubi vult spirat, et vocem ejus audis, sed nescis unde veniat, aut quo vadat: sic est omnis qui natus est ex Spiritu (Jn_3_8). El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va. Así es todo lo que nace del Espíritu. Conocer de donde viene y a donde va, ninguno de los mortales lo sabe si el mismo Espíritu, con el Verbo y el Padre, no se lo revelan, siendo su único principio y el término de su inmensa producción. ¡Oh divino Espíritu, tu secreto es para ti! Cum regnavit Dominus exercitum in monte Sion et in Jerusalem et in conspectu senium suorum fuerit glorificatus (Is_24_23). Habiendo reinado el Señor de los ejércitos en el monte Sión y habiendo sido glorificado en Jerusalén y en presencia de sus ancianos.

            Mi alma, humillada en tu presencia, esperará tanto tiempo como te agrade, la gracia que has hecho a tus hijas; ellas son exaltadas, como yo humillada. Hija mía, escucha a mi real profeta quien te dice que miro y escucho atenta y amorosamente la oración de los humildes y que no puedo despreciar sus oraciones. Respexit in orationem humilium et non sprevit precem eorum. Scribantur haec in generatione altera, et populus qui creabitur laudabit Dominum (Sal_101_18s). Volverá su rostro a la oración del despojado, su oración no despreciará. Se escribirá esto para la edad futura y un pueblo renovado alabará a Yahvéh.

            Mi bondad hará que tus humillaciones produzcan mi gloria en ti y [909] serán escritas para las generaciones que van a venir. Varias Congregaciones como la mía las aprovecharán y los pueblos que crearé, me alabarán; explicándome los otros versículos que me convenían, me dijiste: Quia prospexit de excelso sancto suo, Dominus de caelo in terram aspexit; ut audiret gemitus compeditorum, ut solveret filios in Sion nomen Domini, et laudes ejus in Jerusalem (Sal_101_20s). Que se ha inclinado Yahveh desde su altura santa, desde los cielos ha mirado a la tierra, para oír el suspiro del cautivo, para librar a los hijos de la muerte, para pregonar en Sión el nombre de Yahvéh, y su alabanza en Jesuralén.

Capítulo 128 - Admiración de san Joaquín y santa Ana que hacen alusión a la Virgen y san José. Humildad de san Juan Bautista en el Bautismo del Salvador. Dolor de la Virgen Madre y de san José. Favores que recibí los días de san Pablo primer ermitaño y de san Antonio abad.

            El 7 de enero, al considerar la dicha de san José, al vivir con su esposa virgen y su hijo Dios, me vino el pensamiento de la alegría que debieron haber tenido san Joaquín y santa Ana al contemplar a su hija los tres años que vivió con ellos en su casa. Pensé que eran como dos querubines que cubrían este propiciatorio de su sustancia a esta hija que se podía decir que era misericordia de estos dos misericordiosos que había producido este olivo admirable, bella por excelencia y escogida [910] para ser la Madre de Dios. El silencio de ambos me imponía uno semejante hasta que el Verbo me hiciese hablar.

            El 8 de enero pensaba porqué la Circuncisión no tenía octava y me hiciste entender que los sufrimientos no tienen fin en esta vida y que me dabas los tuyos como regalo de año nuevo, que te mirase en ellos y encontraría todo bien porque eres mi Salvador, la gloria de los elegidos y todo su bien. Tú te das a mí y yo me abandono en ti, dándome toda a mi todo.

            En la octava de los santos Reyes en el que la Iglesia presenta el Evangelio de tu Bautismo que admiró al Ángel de gracia, tu precursor, a quien tú mismo, fuente de pureza, santificaste, te dijo: ¿Ego a te debeo baptizari, et tu venis ad me? (Mt_3_14). Soy yo el que necesita ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí? Me hiciste entender que la humildad de san Juan fue muy profunda cuando dijo ingenuamente que sólo había conocido y sabido quién eras por el Espíritu Santo que lo había conducido al Jordán y le había dado la señal de la paloma. De esta manera demostró que no se consideraba profeta aunque su padre lo había llamado profeta del Altísimo y tú también lo habías nombrado profeta.

            Juan sabía que la profecía es un acto y no un hábito, una luz que comunicas cuando te place y que eres un [911] oráculo libre y un espejo voluntario. Si se llamaba la Voz, era para preparar un pueblo perfecto. Fue como la trompeta que el Rey envía delante de él, para anunciarlo le vendan los ojos, Juan veladamente fue enviado desde que lo santificaste en las entrañas de su madre y te hizo conocer tan pronto como nació. Ciertamente te retiraste a Nazaret y permaneciste 30 años sin volverlo a ver. El no pudo resistir que se le estimase como profeta viéndote Verbo de Dios, todo luz, todo pureza y toda santidad. Este conocimiento de tus excelencias lo llevó a querer ser bautizado por ti si tú lo querías, puesto que eras el Cristo Hijo de Dios vivo, engendrado en la eternidad y no hecho en el tiempo como él, a quien tú habías creado como tu pequeño servidor de quien dijiste que el más pequeño en el cielo, era más grande que Juan el Bautista.

            Me hiciste entender que los sentimientos de su indignidad en tu Bautismo, fueron mucho más profundos que lo que ordinariamente apreciamos; así cuando confiesa que no es el Cristo, no pudiendo [912] aceptar porque esta cualidad es debida sólo a ti que eres el verdadero Mesías, en cambio, la de profeta sí la podía aceptar. Admirando estos humildes sentimientos de mi santo Patrono, me hiciste oír: Admira lo que le dije; los dos debemos cumplir toda justicia, tú obedeciendo y bautizándome, vertiendo sobre mi cabeza el agua del río, y yo, lavando los pies a mis Apóstoles con el agua de la vasija, aún los de Judas, el más desventurado de los hombres así como yo fui el más dichoso, Hijo amado de mi Padre y la bienaventuranza de todos los santos, ya que mi nacimiento dio gloria a Dios en el cielo y trajo la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Judas abrió los infiernos a donde descendió y yo abrí los cielos subiendo con todos los míos.

            Además, Juan entendió el epitalamio del Esposo y se alegró; Judas se indignó porque la mujer amante vertía su bálsamo sobre los pies del Esposo. Juan quiere toda gloria para el Verbo Encarnado, que el cielo y la tierra lo alaben y se humillen ante él y que Juan, él mismo disminuya aunque le corten la cabeza, para que Jesús crezca y sea conocido como Dios de Dios. Judas envidia el ungüento y la unción de María que previene su sepultura antes de sufrir la muerte que este traidor le procura vendiéndole y entregándolo a sus enemigos. Es bastante extenderse sobre este envidioso que el infierno encierra en sus calabozos.

            Permite a tu pequeña discípula admirarte mientras [913] que tu Padre dice en voz alta que eres sus delicias y que el Espíritu venido del cielo que se abre, inflama a los ángeles en un deseo ardiente de contemplarte: Spiritu Sancto misso de caelo, in quem desiderant Angeli prospicere, (1P_1_12). El Espíritu Santo enviado desde el cielo, mensajero que los ángeles ansían contemplar. ¿Pero quién hubiera pensado que el Espíritu Santo aumentara tus humillaciones llevándote al río de penitencia con los pecadores? ¿No hubiera sido bastante haberte escondido y enviado al desierto con las bestias como lo señala san Marcos? Et statim Spiritus expulit eum. Et erat in desertum quadraginta diebus, et quadraginta noctibus: et tentabatur a Satana; eratque cum bestiis (Mc_1_12s). El Espíritu le empujó al desierto y permaneció cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo.

            El domingo que la Iglesia lee el Evangelio en el que tu santa Madre te buscó tres días, me ofrecí a acompañarla tomando parte en su angustia. No me rechazó, al contrario, me hizo tomar parte en su dolor que era tan grande, como grande era su pérdida. Las almas buenas temen en donde no hay motivo para temer, y ella pensó que no había cuidado bastante a su Hijo que aún no cumplía la redención y que la espada predicha por Simeón bien pudiera ser [914] esa privación de su Salvador y el de todos los hombres. Al encontrarlo, el amor la impulsó a decirle su aflicción y la de san José: Fili, quid fecisti nobis sic? ecce pater tuus et ego dolentes quaerebamus te (Lc_2_48). Hijo, ¿porqué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados te andábamos buscando. Y aunque su Hijo le dio respuesta para infundirle confianza diciéndole como Hijo del Padre no los abandonaba sino en las cosas de él, de su gloria y la salvación de los hombres; pero el Evangelista dice que ella y san José no comprendieron lo que les decía porque sus almas estaban poseídas de tristeza, la que les oscurecía el entendimiento y traspasaba sus corazones: non intellexerunt verbum locutus est ad eos (Lc_2_50). Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Y para consolarlos bajó con ellos a Nazaret en donde les estuvo sujeto. Et descendit cum eis et venit Nazaret et erat subditus illis et mater ejus conservabat omnia verba haec in corde suo (Lc_2_51). Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivió sujeto a ellos. Su Madre conservaba cuidadosamente las cosas en su corazón.

            Admirable cervatilla, conserva en tu corazón esas divinas palabras, y tu bálsamo curará tus heridas. Sumerge tu espíritu en esa fuente fuerte después de haberlo buscado perdiendo no sólo el aliento, sino casi la vida, por lo que estás más sedienta que David. Jesucristo es más tu vida que lo será para san Pablo, vives más en él que en ti, teniéndolo, tienes tu tesoro, tu vida y tu Dios. Haz que por tus cuidados él me sea todo en todas las cosas, digna Madre de mi Esposo.

            [915] El día de san Pablo, primer ermitaño, pensando en la vida de este santo en el desierto a donde se había retirado huyendo de la persecución de los emperadores, admiré tu sabiduría que hace milagros que los hombres no piensan. san Pablo, joven de 15 años no tiene bastante valor para recibir la palma del martirio ni para sufrir en las ciudades, ni en su misma casa la persecución de su cuñado. El desierto lo recibe y él lo hace ciudad de su refugio; una palmera es su alimento y su vestido, y con esto triunfa del mundo, del demonio y de la carne, se vuelve ángel sin dejar de ser hombre. Huye de la crueldad de los emperadores de la tierra y de sus parientes, es recibido por ti, mi Emperador del cielo, haciéndose ciudadano del cielo siervo de Dios. Su nombre, como el de san Antonio, está escrito en el libro de la Vida; se conocieron por divina revelación, tu providencia los alimentó milagrosamente y los condujo a descubrir juntos una vida admirable que el mundo no conocía y que debía animar a tantos de sus amigos a amar los desiertos y retirarse a ellos. Este pequeño san Pablo, grande delante de ti y de los ángeles, no debía morir hasta que [916] este admirable Antonio, padre de tantos monjes, como otro Abraham padre de multitudes, aprendiese el secreto que el cielo le escondía.

            Verbo Encarnado, mi amor a quien adoro, dijiste a tus bienaventurados: Non celare potero (Gn_18_17). No puedo ocultar a Antonio, lo que mi inclinación ha hecho y hará de Pablo, mostrar las gracias que hace mi naturaleza que de suyo es buena, porque siendo Dios, de mi soy bueno, y no puedo ocultar más mis maravillas a Antonio, quiero que las conozca y las diga para mi gloria y la salvación de muchos, que haga entender a los hombres que la Providencia de mi Padre gobierna el cielo y la tierra, y que la vida escondida en Dios se manifiesta cuando él lo ordena y que aquél que huyó de la persecución de los emperadores sintiéndose demasiado débil, es la admiración de aquél que atraerá a muchos por la lectura de su admirable vida admirable, a retirarse de las delicias de la vida cortesana que conocerán ser suplicio por las penas y ansiedades que les ocasiona al buscar favores imaginarios y perecederos. La vida de Antonio que vio Pablo y la admiró, hará conocer que la soledad es más agradable para los cortesanos celestes, que morar en las ciudades y conversar con los príncipes de la tierra.

            [917] Al considerar la dicha de estos anacoretas, mi alma no quiso ya nada del mundo, suspirando por no poder salir de él para darme enteramente a ti, mi Salvador, como mis hijas a las que he dado el hábito y la profesión religiosa; si la caridad no me hubiese ordenado privarme de este consuelo sin buscarme a mí, sino a Jesucristo. Mi divino Amor, ¿cuál es tu mayor gloria? me contestaste: No te aflijas mi muy amada, como ya te la he dicho otras veces, estás revestida de mi sangre, estás revestida interiormente de tu Jesús Crucificado, yo no llevé la túnica blanca mas que el tiempo en que fui enviado de Herodes a Pilatos: ni el manto de púrpura escarlata mas que para aparecer como el Hombre de dolores que se ofreció al Padre para la salvación de los hombres y a la vista del cual todo el pueblo gritaba: Crucifícale, crucifícale. Para hacerme llevar, la cruz se me quitó este manto y me pusieron mis vestidos, para con ellos ser visto y reconocido por todos, llevando mi cruz. Hija no te aflijas si no llevas el hábito blanco y rojo, solo por poco tiempo, el suficiente para hacer ver que tú eres aquella que lo tiene que hacer ver al mundo por orden mía, y [918] darlo a mis hijas, que son también tuyas, que lo han llevado, lo llevan y lo llevarán en el porvenir.

            Recuerda que cuando Moisés entraba al Tabernáculo, una nube lo cubría cuando le hablaba, y no llevaba los cuernos de luz sino en la cabeza que deslumbraban los ojos de los hijos de Israel, por lo que estaba obligado a ponerse un velo sobre la cara resplandeciente con los esplendores de la mía, porque los israelitas no podían soportar sus claridades. ¿Se puede dudar de su sacerdocio y de los ornamentos que recibió en la montaña en donde le hablé cara a cara, como mi amigo que cubría de luz como de un vestido celestial, consagrándolo y adornándolo de una manera tan maravillosa? No te aflijas de que no estés revestida exteriormente de mis libreas, no te turbes por aquellos que nuevamente te dirán que das el hábito y tú no lo llevas, que haces religiosas y tú no la eres. Cree en Dios Padre y en mí su Hijo igual a él y consubstancial con el Espíritu Santo.

            En la casa de mi Padre hay muchas moradas y diversos ornamentos; sé mi nueva Jerusalén revestida de tu Esposo, soy tu Dios, tu vivir y tu vestir interior: toda la hermosura de la hija del Rey está en su interior. Tus hijas son el [919] adorno de tu vestido y tú eres un enigma para muchos. Perteneces a aquél que conoce y mira el fondo de los corazones; dejo mi manto sobre ti, yo, que soy tu prójimo, tu Esposo, tu Pastor y todas las cosas. San Antonio honró mucho el vestido que le dio san Pablo usándolo en los días de fiesta de Pascua y Pentecostés; aunque no tengas el hábito exteriormente, mientras pasas de esta vida a la otra, el Espíritu Santo puede con sus llamas consumar el holocausto que me ofreces con tu deseo, hasta el día en que seas consumida en el uno que amas y que te amó el primero; y que por su bondad te previene y te sigue por su misericordia.

            Estos grandes consuelos me dieron valor en medio de mis perseguidores ayudándome a pisar el lagar de su odio, sin tenerlo contra ellos y manteniéndome en la soledad tanto como podía, y aún en la misma cama a causa del mal de la rodilla. Te ofrecí mi corazón y te conté mis penas; mi cara bañada en lágrimas buscaba los rayos de la tuya que es un sol, para enjugarla desee servir a aquellos que ya no me querían, me hiciste entender que te agradabas cuándo no se tiene hiel, es decir, amargura contra ellos; y que tú, que habías bebido el vinagre antes de [920] morir no quisiste probar la hiel para no tener nada contra tus enemigos, para poder presentar al Padre tu sacrificio y rogarle perdonara a los que sin saberlo hacían aquello.

Capítulo 129 - Favor que me concediste el domingo de las bodas de Caná. Maravillas de san Vicente. Del festín que me hiciste y tristezas y alegrías de los días siguientes que sosegaron mi espíritu con tanto amor.

            El domingo de 1653, en que la Iglesia propone el Evangelio de las bodas de Caná, en donde cambiaste el agua en vino, no quedé contenta porque rehusaron darme un poco de vino para la santa Misa y te dije: Querido Esposo, muéstrame tu poder, y lo hiciste consolando a aquellos que esperan en ti y humillando a las personas que me habían afligido negándomelo y no contentando el espíritu de las que fueron la causa, mostrando que quien no recoge contigo, desparrama. Me lo diste por una persona generosa contigo y con los pobres.

            El día del gran diácono san Vicente, me hiciste [921] conocer que había sido coronado de rosas y lirios por sus propios enemigos que eran los tuyos, los que no permitieron muriese en su cama. Me acordé de las palabras de Zacarías: Salutem ex inimicis nostris, et de manu omnium qui oderunt nos (Lc_1_71). Que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban. Quisiste que lo pusiesen sobre un lecho mullido para ser tu buen olor; su cuerpo fue arrojado a las bestias, que solo se acercaron a él para custodiarlo. El cuervo, pájaro de rapiña, conoció luego que aquella no era una carne común y tuvo cuidado de cuidarlo y alejar a los otros animales que se le aproximaban. Su alma gloriosa se apareció a una mujer y le pidió lo enterrara en su campo como flor que debe florecer toda la eternidad, y así será para este justo victorioso que germinará y florecerá delante de ti hasta la resurrección general.

            La alegría que tuve en este día elevó mi parte superior, pero la aflicción que me causaban mis enemigos, me hacía sentir dos contrarios en mí, actuando casi igual y vertiendo mi alma por mis ojos. Inclinándote hacia mí me dijiste que te habían agradado las lágrimas de santa Ma. Magdalena y las de san Pedro y que no rechazabas las mías, que con ellas te lavase los pies y los enjugase con los pensamientos [922] que me habías dado, y que eran mis cabellos con los que san José tejió un collar hecho de una manera muy agradable en el que mis lágrimas eran las perlas que ensartó a este collar para divertirte de pequeño en el establo y el pesebre; y como las lágrimas amorosas son estimadas como un don de tu caridad, me ofreciste la leche de los pechos de tu Virgen Madre, la que me presentó la leche y miel de tus delicias, haciéndome con ellas un camino de leche y miel. Aunque la rapidez con que habló me haga parecer un rayo a aquellos que se oponen a tu gloria, me dijiste que no me turbara, que me acercase al trono de tu misericordia y bondad en donde encontraría el iris de la paz que rebasa todo sentimiento, que me hacías hablar con fuerza para animar a aquellos a quienes la cobardía en tu servicio desanima y que su tibieza te provocaba a vomitarlos porque no eran calentados por las ardientes palabras que tú produces después de haberte recibido en la comunión como dice san Juan Crisóstomo.

            Me invitaste a un festín que hacías diciéndome que san Vicente era el vino, san Ignacio el pan y san Lorenzo la carne.

            [923] El día de santa Emerenciana, hermana de leche de santa Inés, me hiciste entender: Tú eres hermana de leche de mi santa Madre, porque como fuiste dedicada a santa Ana, mi abuela, te alimentó con la leche de su dulzura, y también mi hermana, porque mi santa Madre te presentó y dio la leche con la que me alimentó. Que dulzura, mi Amor, ¿qué debo pensar, no deberé temer estar equivocada? Pero… ¿Podría temer y ayudar en el festín del Esposo, estando en tus brazos, reposada sobre tu corazón, cuando tu benignidad me invita a estar allí, produciendo gracias para atraerme más dulcemente, experimentando que tu nombre es como aceite esparcido, aceite de alegría del que tú no solo eres el ungüento, sino la misma unción. Tu bondad, redobló sus favores hacia la que se reconoce indigna, diciéndole: Mi hija, mi esposa, tú eres mi cristífera en el establo, en el Tabor, en el Calvario y en el Monte de los Olivos, recíbeme en ti como Verbo injertado, que en su mansedumbre puede salvar tu alma.

            [924] Querido Amor, bien sabías la pena que iba a sufrir el 25 del mes llamando a ti al R.P. Juan Bautista Carré, ignorándolo yo. Como a la una de la tarde de ese mismo día oí un golpe a la puerta de mi cuarto, mi secretaria Gravier se dispuso a ver qué era y pensó luego que era una señal de despedida, temiendo fuese una de mis hijas de Avignon que me daba como otras, una señal de su muerte, me entretuvo leyéndome una carta que yo había escrito, temiendo me apenase como lo hacía cuando moría alguna de mis hijas.

            A la mañana siguiente, Monseñor el Obispo de Condom, me vino a avisar que había muerto el P. Carré exactamente a la hora que oí el golpe a la puerta de mi cuarto. Monseñor lo conocía íntimamente y estimaba su virtud; conocía la bondad de su corazón que había amado a sus más crueles enemigos y que había hecho bien a todos, bondad que había sido desconocida de muchos. Monseñor vio que esta muerte me había afligido, me confesó y se despidió diciéndome: Hija, habéis perdido mucho con la muerte de este buen Padre que os quería tiernamente en el Señor. [925] Yo me fui a comulgar a la Misa de la Comunidad que iba a comenzar. Cuando estaba cerca del altar dónde debía comulgar, me quisiste consolar, mi divino Esposo, aprobando el amor que tenía a este buen Padre, que a su vez me amaba y haciéndome ver su alma despojada de su cuerpo me dijiste: Ecce quomodo amabat eum (Jn_11_36). Mirad cómo le quería. Hija mía, temes no haber tenido suficiente amor a este Padre, no has obrado sino como yo lo ordené. Me agrada el ofrecimiento que me has hecho de un año de Misas por el descanso de su alma, no eres ingrata y él está contento de ti; es tu buen corazón el que viertes por tus lágrimas. Consuélate y sube hasta mí, que soy de ayer, de hoy y que no moriré nunca; soy y seré tu consuelo.

            El 30 de enero, pensando en la gran santa Martina que había sido suspendida de sus cabellos, quisiste mi divino Esposo hacerme comprender que esta Virgen te había herido con sus cabellos, los que fueron dardos y flechas; dardos directos al cielo que yo tomaba con mucho cariño y los enviaba de nuevo, tensado el arco de mis deseos, porque tu bondad [926] me era favorable, enseñándome que debía servirme de estas armas para herirte con tu mismo amor. No pude estar arrodillada sino con una sola rodilla, porque la otra no la podía doblar. Estando así, en la postura de un ballestero te dije: ¿Es de esta manera como quieres ser herido por mí? Mis ojos y mi corazón están en la punta de estas flechas volando a ti como la pluma de los vientos. Ven a mí, si te agrada, todavía más aprisa, para que pueda decir con el Rey Profeta: Quoniam sagittae tuae infixae sunt mihi, et confirmasti super me manum tuam (Sal_37_3). Pues en mí se han clavado tus saetas, ha caído tu mano sobre mí.

Capítulo 130 - San Ignacio fue abrasado con llamas e iluminado con luces. Tenía un gran deseo de sufrir. Purificación de nuestra Señora. Espada de dolor y favores que recibí el día de san Blas y a la mañana siguiente.

            El primero de febrero de 1653, hubiera sido necesario que este gran mártir o un serafín, hubiese tomado del altar un carbón encendido y purificara mis labios, para poder hablar dignamente de las maravillas que me hiciste [927] conocer de este hombre de fuego, a quien llamaron portador de Cristo y portador de Dios, y que deseó ser desgarrado y dislocado, sufrir todos los tormentos inventados no solo por los hombres, sino por los mismos demonios. Su amor para ti era más fuerte que la muerte y su emulación más dura que el infierno. Los demonios, obstinados en su rabia y el odio a su Creador, podían ser la antítesis del amor perseverante de san Ignacio por su Creador y Redentor. Su amor que eras tú, Jesús crucificado y eras su peso, se hallaba en esta afortunada unidad de amor que habías pedido en la Cena. Discípulo de tu favorito, había bebido del agua de esta fuente fuerte y viva, que le llevó con sus llamas ardientes e impetuosas a donde estaba su amor y su centro. Era el discípulo del Hijo del trueno, san Juan, que no había podido morir ni por el fuego ni por el veneno.

            San Ignacio temía ser dispensado por los elementos y resolvió provocar a los más crueles animales, rogando a los cristianos no le [928] impidiesen este favor, y seguro así de triunfar, si el vientre de estos animales le servía a su cuerpo de carro triunfal, así como esperaba que tus llamas llevarían su espíritu al cielo, cerca de los serafines, tus vecinos más cercanos, con los que quería cantar: Santo, Santo, Santo, y abismarse en ti que estás a la derecha del Padre, sumergiendo la muerte en el océano de vida, pero de vida indeficiente, porque tú eres para él todo lo que puede ser la visión bienaventurada. A tu lado ve el celeste prodigio, a tu augusta Madre quien le comunica esplendores para mí inexplicables sin necesidad de tinta y papel. Eres el Verbo que le dices todo lo que quiere que conozca en tu Padre, en ti y en el Espíritu Santo. San Ignacio ama y adora tu unidad de esencia y tus distinciones de soporte con todos los bienaventurados. Su gloria es tan admirable, que la Iglesia puede decir de él que no se ha encontrado uno semejante que haya conservado [929] tu ley cosa maravillosa en tus santos, que te ven admirable y todo poderoso. Haces todo lo que quieres en el cielo y en la tierra, verificando las palabras que dijiste a tus discípulos, que harían las cosas que tú habías hecho y aún más grandes por el poder que voluntariamente les habías dado, tomando en cambio sus debilidades, y compartiéndoles tu fuerza.

            San Ignacio desafió todo, se armó contra todo, no hubo nada visible en él que lo pudiese detener en el fervor de verte a ti, que eres llamado la imagen de Dios invisible. Tú, en cambio, la tarde anterior a tu muerte fuiste sobrecogido de temor, terror, colmado de tedio, abatido de tristeza, sudaste sangre y agua estremeciéndose tu espíritu, buscaste consuelo en tus Apóstoles que dormían, que te abandonaron, excepto Juan a quien habías llamado hijo del trueno y que había tomado fuerzas en tu propio pecho como un niño debilitado, a quien su Madre atrae para darle la leche con la que le da su sangre y su vida.

            [930] San Pablo dijo que te habías hecho pobre, para enriquecernos, que habías querido morir, para hacernos vivir. Moriste para que yo viviera. Quiero pues morir para que tú reines por toda la eternidad.

            San Ignacio recibió la gracia preveniente, cuando siendo niño tuvo la dicha de estar entre tus brazos, cuando les dijiste a los que estaban cerca de ti que si no se hacían semejantes a ese niño pequeño, no entrarían en el reino de los cielos. Desde esa hora lo incendiaste con el fuego que viniste a traer a la tierra y ardió siempre con un fuego más fuerte que todos los incendios que se pudiesen temer. Su centro era Dios, y el cielo, todo fuego debía ser su morada. ¿Podía este fuego divino, permanecer en la tierra en un corazón humano sin estallar como el rayo? Las palabras de san Ignacio eran brillantes, luminosas y ardientes, de la abundancia de su corazón hablaba su boca.

            Por la tarde me hallaba abrasada por los esplendores de este santo; me pareció que si estas llamas crecían no podría vivir más. Deseé esta fuente que está en un lugar muy alto, pero era necesario permanecer [931] todavía en esta tierra diciendo con David: Heu mihi, quia incolatus meus prolongatus est; habitavi cum habitantibus Cedar; multum incola fuit anima mea (Sal_119_5s). ¡Que desgracia para mí vivir en Mesek, morar en las tiendas de Quedar! Harto ha vivido ya mi alma con los que odian la paz.

            No podía todavía volver a nuestro monasterio porque le había prometido al Sr. de la Piardière esperar la Cuaresma que me había mandado pasar en París. Me veía con los habitantes de Cedar, personas a quienes servía y respetaba por amor a ti, y de las que no esperaba ningún favor, antes sufrir su rudeza y recibir pacíficamente varias muestras de rencor. Cum his qui oderunt pacem eram pacificus. Cum loquebar illis impugnabant me gratis (Sal_119_7). Que si yo hablo paz, ellos prefieren la guerra.

            Levanté mis ojos a ti que eres como siempre mi ayuda y mi socorro, me hiciste ver una tiara pontifical cubierta con un velo, como se cubre el tabernáculo con un conopeo cuando estás en la adorable Eucaristía, diciéndome que me protegías como a hija de la iglesia contra aquellos que actuaban contra mí y que tú me cubrías como a tu tabernáculo. Supe lo que esta visión significaba, que debía tener aún un poco de paciencia.

            [932] La mañana del día de la Purificación de tu santísima Madre, me dijiste tantas maravillas que sería largo escribirlas. Vi la gloria de Israel, la luz y revelación de los gentiles, tu gloria mi Salvador, la de tu santa Madre, de san José, de san Simón y de santa Ana la profetisa, pero esta gloria estaba en las humillaciones y sufrimientos. La muerte era el refugio de todo aquel que te contemplaba, el fin de todas las contradicciones. Vi a tu santa Madre, la Madre del dolor que estaba traspasada por la espada del dolor, por no decir cruel, figura de la lanza verdaderamente cruel que te traspasó.

            ¡Querido Amor, quién hubiese pensado que Simeón cantaba tu gloria, anunciando por el signo de la espada y por su muerte pacífica, tu anonadamiento y la tragedia sangrienta del Calvario en Jerusalén!

            Hija mía, si me propusiesen la alegría, escogería la Cruz. Simeón, lleno de mi Espíritu que lo llevó al Templo [933] relata y anuncia lo que ha sido resuelto en el consejo del Altísimo, un resplandor del fuego que arde en mi Corazón. Se oirá el trueno cuando Felipe me presente a los gentiles que poco tiempo antes de mi pasión le pedían; Domine, volumus Jesus videre (Jn_12_21). Señor, queremos ver a Jesús. Y yo respondí: Venit hora ut clarificetur filius hominis (Jn_12_23). Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Y esto que sigue: Nunc anima mea turbata est, et quid dicam? Pater, salvifica me ex hac hora. Sed propterea veni in horam hanc. Pater, clarifica nomen tuum. Venit ergo vox de caelo: Et clarificavi, et iterum clarificabo. Turba ergo quae stabat et audierat dicebat tonitruum esse factum (Jn_12_27s). Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! pero, si ha llegado esta hora para esto, Padre, glorifica tu nombre. Vino entonces una voz del cielo: Le he glorificado y de nuevo le glorificaré. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno.

            Hija mía, todo lo tenía presente el Espíritu que hablaba por Simeón. Yo sabía que debía sufrir y me ofrecí voluntariamente. ¿No temblaste, querido Amor, en el seno de tu Madre, cuando consideraste la espada que traspasaría su alma y todo lo que pasaría en tu sangrienta pasión? Simeón fue inteligente al pedir su descanso y su retiro, conocía la [934] malicia de los príncipes de los sacerdotes, de los escribas y fariseos. Conocía proféticamente la lluvia de sangre y agua que correría en el huerto, y la que caería en la casa de Pilatos y en el Calvario; este santo anciano hubiese muerto más inocentemente que Elías si hubiera visto morir en la Cruz al autor de la vida y hubiese visto traspasada el alma de la Madre del Amor por la lanza de un ciego; lanzada que haría ver los pensamientos de muchos corazones afligidos por este golpe.

            El trece de febrero asistí a la Misa que se celebraba para tu gloria y en honor de san Blas y de sus sufrimientos a los cuales estoy obligada, así como a las de los demás santos, porque te los ofrecí en prenda para ser librada del temor que tenía no sólo el de no poder tomar alimento corporal sino especialmente el alimento espiritual, [935] a saber tu santa Eucaristía. Después de invocar a san Blas fui maravillosamente ayudada para que las cosas pasajeras no me impidan recibir la comida que te alimentaba, mi admirable Salvador, a saber, la voluntad de tu divino Padre: Meus cibus est ut faciam voluntatem qui misit me, ut perficiam opus ejus (Jn_4_34). Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.

            En la tarde mientras hacía mi oración, muchos de los que vivían en el barrio de Richelieu en donde todavía estábamos, se habían ido a París a ver entrar a Mons. el Cardenal Mazarin, y tu bondad que siempre me ha sido favorable me dijo: Hija mía, soy tu Cardenal, alégrate de recibirme todos los días por mi Sacramento; mi santa Madre, mis ángeles y [936] santos se alegran viendo mis gracias que como depósito de mi bondad, señalan el lugar donde debes entrar y alojarte amorosamente. Al mismo tiempo te me apareciste como Pontífice coronado de espinas a manera de tiara con una túnica formada con tu preciosísima sangre y que te cubría hasta los pies. Entra, Pontífice incomparable en tu santuario adornado también con tu sangre. ¡Oh cómo eres bello mi amor y mi todo! Los otros Pontífices, cardenales y prelados, tienen necesidad de orar por ellos [937] antes que por el pueblo porque son mortales, en cambio, tú eres el Pontífice eterno del que dijo san Pablo: Hic autem eo quod maneat in aeternum, sempiternum habet sacerdotium. Unde et salvare in perpetuum potest accedentes per semetipsum ad Deum: semper vivens ad interpellandum pro nobis. Talis enim decebat ut nobis esset pontifex sanctus, innocens, impollutus, segregatus a peccatoribus, et excelsior caelis factus (Hb_7_24s). Pero este posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos.

            En la comunión de la mañana siguiente haciéndome gran fiesta, elevaste mi espíritu como le plugo a tu magnificencia cerca [938] de ti y de varios cardenales entre los que estaba el Cardenal Bérulle que había fundado una Congregación de sacerdotes que no hacen más votos que los que hacen los sacerdotes al ordenarse. Me dijiste: Hija mía, no te confundas, te revisto de mí mismo todos las días cuando me recibes, yo te revisto de mi mismo. Querido Amor, sé bien que no soy digna de tus favores ni del hábito de tu Orden, pero se habla tanto de mí porque no lo llevo parecen decir que el darlo a nuestras hijas no me cuesta y es que yo no merezco tener este consuelo visible por mis pecados.

            Hija mía, ¿a quién debes dar cuenta sino sólo a mí que te he dicho que no te comprometas hasta que te lo diga? Tus directores opinan como yo, [939] no sufras pues, eres como Melquisedec, sin padre, sin madre y sin parientes que te ayuden a establecer mi Orden que es tuya también. Extraña a muchos ver a una joven que sin ayuda de nadie funde y establezca casas, pero soy yo quien te da los bienes espirituales y los temporales. San Francisco, sin ser sacerdote mandaba a los sacerdotes. Alégrate mi muy querida, hago y haré todo por ti, acabaré mi obra, abajaré las colinas del mundo en el camino de mi eternidad.

            Señor mi Dios, no puedo sino decirte la oración del Profeta: Domine, audivi auditionem tuam, et timui. Domine, opus tuum in medio annorum vivificat illud (Ha_3_2). Yahveh, he oído tu fama, tu obra venero, Yahveh ¡En medio de los años hazla revivir!, y el resto que sería demasiado largo escribir aquí. Ego autem in Domino gaudebo, et exultabo in Deo Jesu meo (Ha_3_18). Mas yo en Yahveh exultaré, y alegraré en el Dios de mi salvación.

Capítulo 131 - Dios es la fuerza y el sostén de los que ama, y por sus cuidados paternales los libra de la persecución de sus enemigos. Visiones que tuve. Este divino amor consuela a su amante por la vista de sus dolores aceptando sus sufrimientos. El confunde a sus enemigos y la levanta con sus caricias.

            [940] El día de santa Águeda, en 1653, me hiciste entender que tu amor era como una lámpara de fuego y llamas que no podían apagar todos los torrentes de las aguas de las persecuciones y contradicciones, ni disminuir sus ardores, ni apagar su fulgor, que tú eras el Ángel del gran consejo que había escrito en la presencia de tus elegidos, lo que un alma sencilla y generosa, te había honrado y glorificado al establecer tu Orden. Querías que pidiera para Roanne, lo que santa Águeda te había pedido para Catania y santa Genoveva para París. Muchos hablaron mal de Sta. Águeda y el tirano le hizo cortar los pecho pero tu Apóstol san Pedro, se los volvió a colocar; y san Germán, Obispo de Auxerre, dio a conocer la [941] inocencia de santa Genoveva. De manera semejante Mons. el Obispo de Condom, reprendió a los que habían juzgado maliciosamente mi sencillez y se esforzaban en torcer el pecho de tus bendiciones; pero tú me aseguraste que si me lo cortaban me lo darías de nuevo y me darías siempre una leche celestial de ciencia y sabiduría para alimentar a mis hijas e hijos que me hacías concebir y dar a luz. Encargaste a los ángeles que cuidaran de mis necesidades y me dijiste: Hija mía, te alimentaré y levantaré sobre las aguas de mi sabiduría, y te convertiré a mí aún cuando tus enemigos te pongan por su malicia, permitiéndolo yo, en las sombras de una tristeza casi mortal. Estoy contigo, soy tu vida y tu luz que el mundo no recibe ni conoce. Mi vara y mi cayado serán tu consuelo, soy tu alimento ordinario: parasti in conspectu etc. (Sal_22_5). Tú preparas ante mí… etc.

            Alimento que te fortifica contra tus enemigos, vierto sobre ti la abundancia de mi unción; mi cáliz te alegra y embellece. ¡Oh que hermoso y agradable! calix meus inebrians (Sal_22_5). Rebosante está mi copa, y mi misericordia te seguirá todos los días de tu vida.

            Quejándome a ti amorosamente, el 7 de febrero recibí la noticia de que un alma inocente por serme fiel en su afecto filial, sufría de parte de aquellas que estaban más obligadas [942] que ella a serlo; entonces me dijiste: Hija mía, imítame rogando por las personas que te afligen; yo sufrí ser pospuesto a Barrabás, sufre por tanto el que se prefiera a otros que no tienen tu natural compasivo. Disponte a resistir sufrimientos mortales que con mi gracia lo podrás. Mi santa Madre aún estaba en la tierra cuando se hacía morir a mis testigos, entre ellos especialmente a san Esteban que fue el primero que selló su fe con su sangre.

            Por la tarde me hiciste ver, mi querido Amor, un leopardo al pie de mi cama, te rogué a ti, mi león de la tribu de Judá, cazar y vencer a todos mis enemigos, por lo que confiando en ti, me dormí dejando el cuidado de todo a tu providencia.

            El día 8, al despertarme me dijiste; Hija hoy es la octava de mi querido Ignacio que quería ser trigo por los dientes de las fieras, Ignacio instruía a los diez soldados que lo llevaban a Roma, les daba a conocer sus deberes hacia mí, pero por su malicia y crueldad en los tormentos parecían 10 leopardos peores que las bestias, a pesar de las bondades con que los cristianos los trataban y los presentes que les hacían para distraerlos.

            Las personas a las que tú has hecho y [943] continúas haciendo liberales caridades no las estiman como tales y redoblan su crueldad porque no consideran tus aflicciones maternales. Prueban mi liberalidad y a ti te hacen avanzar y llegar a gozar de mí después de todos tus sufrimientos que ni siquiera puedes expresar.

            Considera, Hija mía, que he sido el varón de dolores, afligido interior y exteriormente en todos mis miembros: mi cabeza coronada de espinas, mi cara con salivazos, mis mejillas amoratadas a golpes. Esta cara resplandeciente que los ángeles desean siempre contemplar, fue velada a fin de que sus encantos no atrajeran al amor, porque el tiempo del odio y de las tinieblas seguía su curso, la verdad estaba escondida, la justicia velada ¿Qué se podía hacer que estuviese bien?

            El 14 de febrero en que la Iglesia celebra la fiesta de san Valentín, sacerdote y mártir, por tu bondad me hiciste muchos favores, asegurándome que mientras mis enemigos me preparaban males y se reunían para calumniarme, pensando hacerte un señalado servicio, por no decir que gran sacrificio, lo estimaban como celo de tu gloria. Juzgan lo que no pueden conocer por la prudencia de la carne y que tú lo destruyes con frecuencia, mientras ellas piensan haber ganado su causa con las astucias de las que se sirven para tender sus arcos y tirar sus flechas contra tus [944] amantes que son sencillas como ovejas inocentes, y palomas sin hiel. Las querrían seducir y quitarles el corazón; pero como David, tus amantes tienen el corazón según el tuyo y tú las proteges como Dios que conserva sus gracias en esos vasos de amor. Me hiciste entender que tus santos en la gloria se arman contra las personas intrigantes y ruegan a tu justicia discernir su causa de la de las almas fieles. Por algún tiempo permites probarlas con sus persecuciones, que las separan de los sentimientos de la carne y de la sangre mostrando que estas almas fieles han nacido de tu Espíritu y por tu Espíritu, y que por su fe y paciencia triunfarán del mundo, del demonio y de la carne. Por ti, triunfarán de todo. Tu benignidad me invitó a confiarme en ella y refugiarme en tus brazos. ¿Podía temer los males que mis enemigos pretendían hacerme?

            El domingo 16 de febrero, tu amorosa bondad, me acarició indeciblemente, me invitó a regocijarme como esposa con su esposo, a los ojos del cual había encontrado gracia por su divina misericordia. El lunes 17 vi a una madre sentada con varios hijos que no respondían a sus obligaciones y ella quería hacerlos corresponder a tu amor como se dice de San Juan Bautista que te preparaba un pueblo perfecto.

            [945] Al llegar la noche del 18 de febrero, permitiste me sobrecogiera el tedio, el dolor, la angustia y, si me atrevo a decir, el infierno, entregándome a la guerra y reduciéndome a una angustia que no puedo explicar. Acordándome que este día era la fiesta de san Simeón, Obispo de Jerusalén, que había sido crucificado por ti, mi Jesús, Hijo de Dios e Hijo de David; le rogué ardientemente te pidiera por mí a fin de obtener fuerzas para sufrir hasta la muerte de cruz, abriendo los brazos a la manera de una persona que quiere ser clavada en la cruz, encontrándome en un desfallecimiento para mi inexplicable, y sin decirme tú por qué estaba desamparada.

            Mis enemigos visibles no conocían este estado, pero los invisibles lo podían conocer por el exceso de tristeza que parecía ponerme a punto de morir, y por mis ojos cansados de tanto levantarlos al cielo y casi convertidos en sangre por la abundancia de lágrimas que vertía como si mi cabeza se hubiera vuelto una fuente de agua caliente, por la que pensaba: ¡Oh mi Dios! ¿Es a esto a lo que me reduces? Me has privado de los padres espirituales que me consolaban. El buen P. Carré, al que te llevaste de este mundo hace unas tres semanas, me [946] consolaría si lo hubieses dejado; se opondría a aquellos que me quieren afligir sin causa justa, por sufrimientos, que no juzgas conveniente para tu gloria los ponga yo aquí. Si estos sufrimientos son para glorificarte, que vengan con todos sus tormentos, tu gracia me hará soportarlos, invocaré a san Simeón, segundo Obispo de Jerusalén rogándole no aparte su rostro de mí. Tu amor como celoso, me dijo: Hija mía, nómbralo tercer Obispo de Jerusalén, porque yo fui el primero y Santiago el segundo.

            Cuando Caifás, desgarrando sus vestidos dijo que yo era digno de muerte y que debía morir por todo el pueblo, desde este día subí por mi sangre al santuario e hice el oficio de Sumo Sacerdote sobre la Cruz, y desde la tarde de la Cena hice la ofrenda de Melquisedec; fui Aarón sobre el Calvario, al mismo tiempo la víctima y el holocausto perfecto.

            Considerándote en tus grandes dolores, no me atreví a rehusar los míos tan pequeños, pero que me oprimían a causa de mi debilidad y del poco amor que tenía en comparación del tuyo. Ya casi agotada por mis lágrimas y trabajos vi de pie, cerca de mi cama, a un religioso de la Orden de Sto. Domingo; visión más sensible que imaginaria, porque notaba perfectamente la sarga de su hábito, tanto que hubiese podido ver cómo estaba tejida su tela. No [947] levanté los ojos para ver su cara, solo vi la postura de su cuerpo sin decirle palabra, ni él a mí. Esta visión fue tan fuerte que aún la tengo presente. Por la mañana dije a Mons, de Langlande, Prior de Molesson que me confesó y dio la comunión, que había visto a un religioso de santo Domingo, como detenido y sin poder pasar a donde quería.

            Algunos días después Mons, de Langlade vino como de ordinario a decir la Misa, y me dijo que Mons. el Arzobispo de Avignon iba a venir pronto a París para pedirle al Rey, de parte de Su Santidad, a Monseñor el Cardenal de Retz.

            Reflexionando sobre esto en tu presencia, pensé que este Prelado venía para los asuntos que él estimaba justos, pero que yo sería sometida a prueba por mis enemigos, y que este prelado prevenido en contra mía por personas que no conocía y que tú sí conoces mi Dios y mi todo que penetras los corazones, le dije a Mons, el Obispo de Condom que Mons, de Langlade me había dicho que ese prelado vendría. Hija mía, me dijo, el difunto Padre Carré había recibido en vida una carta escrita por orden de Mons. de Avignon a petición de aquellos y aquellas que reciben tanto de Ud. y esa carta no quise que el Padre os la enviara, sino que le pedí que él que conocía vuestra [948] inocencia como la de una paloma, la que confundirá a los que habían ofendido al Verbo Encarnado previniendo contra Ud. a este Prelado que no os conoce ni os ha oído ni visto nunca. Si viene a París, lo veré con cuatro prelados que os conocen mejor que él: Mons. el Arzobispo de Toulouse, el Obispo de Lodève, el Obispo de Amiens y Mons. el Obispo de Dole, y otros más si es necesario. El abad que quiso despreciaros, ya ha sido humillado, y pienso que todos los que están contra usted, experimentarán que es a Dios mismo a quien atacan sin saberlo. ¿Quién la puede perjudicar si Dios la ama y acaricia como lo hace? ¿Con sus testimonios de bondad, qué puede temer?

            Querido Amor, tú moviste a Mons. el Obispo de Condom a que me dijera eso haciéndole conocer el amor que tienes por mi. El miércoles 19, tu amorosa Majestad me dijo acariciándome: Hija mía, en ti seré glorificado, vencerás a tus enemigos; mis santos presentan tus oraciones, tus lágrimas y sufrimientos a mi Padre eterno, el cual los recibe con bondad para recompensarte.

            Dios de mi Corazón, ¡qué poderosos son tus consuelos! destruyen y confunden las fuerzas de nuestros enemigos. Te dije con el rey profeta: Mi corazón no teme el ataque de un ejército. Si el Señor está conmigo, ¿Qué pueden hacerme los hombres? ¿Si Dios está por mí, quién contra mi?

Capítulo 132 - Oración de Nuestro Señor en favor de san Pedro. Los doce fundamentos de la ciudad Santa. Santo Tomás se me apareció como un ángel elevado por la fuerza de la gracia y por el espíritu de sabiduría hasta la puesta del sol, escribiendo sobre la encarnación. Cómo recibí la orden de escribir y anunciar la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen desde el año de mil seiscientos diecinueve.

            [949] El día 22, en el que la Iglesia celebra la cátedra de san Pedro, me hiciste entender grandes cosas que habías hecho en favor del Príncipe de los Apóstoles diciéndole: Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam (Mt_16_18). Tú eres Pedro y sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia, contra la cual las puertas del infierno no prevalecerán. Como Satanás lo quisiese tentar, tú rogaste para que su fe no desfalleciera. Me dijiste que tuviese confianza en él, ya que él te amaba, lo mismo que las mujeres que le mostraban los vestidos que Tabita les había hecho cuando se la presentaron muerta, él oró y llamándola por su nombre la resucitó. Te supliqué que tomaras en cuenta la caridad que en vida había tenido para aquellas pobres mujeres y la tuvieses tú con las jóvenes que revestía con tus libreas, y para las que ya estaban en la gloria que sus hábitos se convirtieran en vestidos de gloria y de inmortalidad.

            El día de san Matías, entendí que las doce piedras [950] preciosas eran los doce Apóstoles y los fundamentos de la Ciudad Santa; san Matías estaba representado por la amatista. Pensando por cual piedra estaría representado san Pablo que fue el Apóstol décimo tercero, entendí que la Iglesia gobernada e instruida por el Espíritu Santo, lo comparaba al jaspe, luciente como el cristal: Et lumen ejus simile lapidi pretioso tanquam lapidi jaspidis, sicut crystallum (Ap_21_11). Su resplandor era como el de una piedra muy preciosa, como jaspe cristalino. El hecho de que este Apóstol estuviera representado por el jaspe, como san Pedro, fundamento de la Iglesia, era una demostración de la grandeza de san Pablo a quien la Iglesia, nombra junto con san Pedro, sin que este favor del Espíritu Santo mengüe de ninguna manera la autoridad de san Pedro.

            Este Espíritu de Amor, para quitar todo objeto de envidia al pueblo gentil, quiso que san Pablo se uniese a san Pedro y que la Iglesia celebrase en un mismo día la fiesta de uno y de otro. San Pablo para hacer entender su apostolado dijo: Qui enim operatus est Petro in apostolatum circumcisionis, operatus est mihi inter gentes et cum cognovissent gratiam, quae data est mihi, Jacobus et Cephas et Joannes, qui videbantur columnae esse, dextras dederunt mihi, et Barnabae societatis, ut nos in gentes etc. (Ga_2_8s). Pues el que actuó en Pedro para hacer de él un Apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles y reconocer la gracia que me había concedido, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, tendieron la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión. Y al comienzo de esta Epístola a los Gálatas dice: Paulus Apostolus non ab hominibus, neque per hominem, sed per Jesum Christum et Deum Patrem. Notum enim vobis facio fratres Evangelium quod evangelizatum est a me, quia non est secundum enim ab hominem neque enim ego ab [951] homine accepi, neque didici sed per revelationem Jesu Christi (Ga_1_11s). Pablo, Apóstol, no de parte de los hombres, ni de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre: Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino de Jesucristo.

            Después hizo saber cómo él persiguió a la Iglesia de Dios, pensando hacerlo por el celo y por deber, y hacer observar las tradiciones de sus padres: Cum autem placuit ei qui me segregavit ex utero matris meae et vocavit per gratiam suam ut revelaret filium suum in me ut evangelizarem illum in gentibus, continuo non acquievi carni et sanguini (Ga_1_15). Mas cuando aquél que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre: Y lo que sigue muestra cómo fuiste glorificado por él. Dios mío, lo separaste y llamaste desde el vientre de su madre para manifestar por él tus maravillas a los gentiles, a los que hizo ver que la fe justifica por ti, mi dulce Jesús, diciendo: Scientes autem quod non justificatur homo ex operibus legis nisi per fidem Jesu Christi et nos in Christo Jesu credimus, ut justificetur ex fide Christi; diciendo: In fide vivo Filii Dei, qui dilexit me, et tradidit semetipsum pro me. Non abjicio gratiam Dei (Ga_2_16s). Conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino solo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, diciendo: vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí. No tengo por inútil la gracia de Dios.

            Ruega, gran Apóstol, ruega a aquél que se da a ti, que reconozca yo, lo que ha hecho por mí, que lo ame como él me ama, por su puro amor. Y tú san Pedro, cumbre de la Teología, pídele que le ame con el amor que te pidió más que todos y por encima de todos y como dice san Pablo, pueda tener la [952] mayor caridad porque es la ciencia que no hincha, sino que edifica, es la suerte de los santos en la luz, la suerte que cayó sobre Matías. Te suplico pidas a tu divino Espíritu, para mí, la gracia de contarme entre tus fieles y queridas esposas ya que no puede ser entre tus Apóstoles siendo como soy una pequeñita, pero tú puedes aparecer grande en mí, Jesús, amor de mi Corazón, que hecho para ti, no tendrá descanso más que en ti.

            El primer domingo de Cuaresma, por tu gran amor y amorosa Pasión, me ofreciste tus victorias. El lunes quisiste invitarme a poseer tu Reino como bendita de tu divino Padre; y el día de santo Tomás de Aquino me dijiste: Ven a ver otro ángel distinto de aquellos que son esencias espirituales, es decir, que son únicamente espíritu sin cuerpo. Es Tomás, quien por la fuerza de mi gracia y por el espíritu de sabiduría ha sido elevado hasta el sol para escribir las maravillas de mi Encarnación, y también, ver mi Aurora, en su purísima Concepción, misterio escondido a muchos, en los siglos precedentes, en Dios que ha creado todo. La santidad de mi santa Madre es un gran sacramento que contiene las inexpugnables riquezas de mi humanidad en la que habita toda la plenitud [953] de mi divinidad corporalmente.

            Este cuerpo sagrado, formado del de mi purísima Madre, no podía haber sido formado en una creatura que hubiese sido contaminada del pecado original, pobreza y corrupción de todos los hijos de Adán que son pecadores. Como por naturaleza yo he sido exceptuado, mi santa Madre lo ha sido por gracia y bondad; esta culpa no tuvo lugar en ella, quien es siempre bella y sin mancha, ni su espíritu, ni su cuerpo, han visto la corrupción del pecado. Anuncia, Hija mía, mis incomprensibles riquezas y la divina dispensación de este sacramento escondido en Dios creador de todas sus creaturas, ha querido exceptuar a una hija de gracia, de toda desgracia, en una sola Virgen exceptuada de toda culpa, para ser el principio corporal de su Hijo inocente, sin mancha y separado de los pecadores.

            La Iglesia que alumbra como un sol, transforma a mis ministros, según dice san Pablo, de claridad en claridad hasta que sea la claridad de mi Espíritu que les quitará todo velo para verme como soy, no se me verá más en parte o por enigma. Los santos en la gloria tienen esta dicha, así Tomás en el cielo conoce las razones que ha tenido mi sabiduría para esconder en un tiempo, lo que manifiesta en otro. Es tan humilde, que se goza en que manifieste en el tiempo esta pureza por medio de una joven a la que dije hoy en presencia de todos los santos, que ella es el Tabor donde el Verbo Encarnado manifiesta su [954] gloria.

            Tú puedes decir Hija mía, lo que Débora dijo a Barac: La victoria será atribuida a la mujer de Lapidot, la cual no temió ni tuvo aprensión al rayo, al trueno ni a los relámpagos. Tú di atrevidamente: ln principio erat Verbum (Jn_1_1). En el principio era el Verbo. Como tu Patrono el Hijo del Trueno, sube al monte Tabor y escucha la voz de mi Padre Eterno sin caer por tierra, sin que seas deslumbrada por la nube resplandeciente que me escondió a mis apóstoles.

            El ángel del Gran Consejo, por bondad, hace que no temas la salida de la Aurora, es tu Sol y el Oriente del Altísimo que te visita por las entrañas de misericordia de mi Eterno Padre y las de mi admirable Madre. Tomás, el ángel de la Teología, te cede la visión de estas gracias que te he comunicado.

            Gran Doctor, no te dejo hasta tener tu humilde y abundante bendición. El me miró sin hablar, sus ojos se alegraron, e inclinando su cabeza hacia mí me encargó dijera a los hombres de este siglo que María, digna Madre del Verbo Encarnado, ha sido concebida sin pecado, que no tema declararlo en presencia de aquellos entre quienes este misterio es aún desconocido, serán los Esaús siendo yo por un favor divino hecha la Israelita, fuerte contra Dios; que yo no debo temer nada.

            [955] Gran santo Tomás, tú sabes que te me apareciste así como lo digo, y que Jesucristo en la Eucaristía me instruyó en el misterio de la Inmaculada Concepción en el año de 1619, en un arrobamiento que no pude resistir y del que no podía salir hasta que prometiese escribir lo que entendí, lo que he hecho sin haberlo aprendido de los hombres.

Capítulo 133 - Los ojos del Verbo Encarnado son como los altares y los espejos de la santísima Virgen, y también los espectáculos y altares de su amada a la que concede permanecer allí para ver los sacrificios que se ofrecen al Padre. Dicha del alma fiel y lo contrario de aquellas que se dejan cegar por el pecado.

            El tercer domingo de Cuaresma, levanté mis ojos a ti, mi divino Amor, y quisiste que tus ojos fuesen mis altares diciéndome que eran los de tu divina Madre, espejos donde ella se mira y te contempla. Ella recibe admirablemente tus bellezas e imprime las suyas en tu cara; refleja los rayos de luz y las llamas que arden sin consumirse en tu pecho sagrado, y en tus ojos adorables, hace continuos sacrificios de amor, alabanza, paz y gloria, para mí inexplicables.

            [956] Entendí que tus ojos eran para mí espectáculos y altares, y que debía hacer allí mi morada tanto cuanto pudiera, y según la gracia que me concedieras. Tus ojos son la casa del Sol en donde también se encuentra el Padre del que tú haces sin cesar sus divinas complacencias. El está en ti y tú en él por admirable circumincesión.

            Tu santísima Madre sacrifica con tanta gracia y gloria, que los bienaventurados admiran estos holocaustos perfectos y sus deseos son de una piedad singular, que mi pluma no puede describir.

            Cuando san Juan, tu favorito aún vivía sobre la tierra, se extasiaba cuando la contemplaba elevando ella sus ojos al Dios de su corazón en el cual los veía divinamente expresados y como tu amor era su peso, los vi suspendidos por los rayos de luz que los ojos de tu santísima Madre producían en unión con los tuyos, elevándola hacia ti con más fuerza que el ángel que arrastraba al profeta Habacuc por los cabellos.

            Al contemplar esta maravilla, no se en qué estado quedó mi espíritu, pero creo que estaba en la unidad que tu pediste en la última Cena.

            Así como te has complacido en hacerme conocer la dicha y felicidad del alma unida a ti, también me hiciste comprender la desgracia de aquellas que han sido divididas por el pecado mortal y [957] la horrible desolación de las almas en las que habita tu enemigo. Este enemigo tiene un imperio más cruel después que el alma que había sido hecha tu esposa por el bautismo, viola los deberes que te tiene, diciéndome que después de haber sido purificada, iluminada y unida a ti por el sacramento de regeneración, los demonios hacen ahí su fuerte, se refuerzan con más rabia contra ti, gloriándose de tener su sede en el aquilón, de tener un trono semejante al tuyo, de ser el rey de este imperio por los pecados de esta alma infiel, explicándome las palabras: Qui non est mecum, contra me est et qui non colligit mecum, dispergit (Lc_11_23). El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.

            Esta pérdida y división no es comprendida en esta vida por las almas cegadas por sus iniquidades que dan nueva entrada a los espíritus inmundos que vuelven a esta alma más y más criminal, la que comete pecados sobre pecados, en tanto que ella se vuelve la abominación y desolación predicha por Daniel, porque habiendo sido santificada por el bautismo, hecha templo de Dios que ha sido adorado en el estado de gracia, se vuelve por el pecado el horror de todos aquellos que la consideran morada del enemigo de toda pureza. Esta alma, manchada con tantas inmundicias, parece la fealdad misma, abusando de su libertad, no siendo fiel a la gracia, se vuelve esclava del pecado, pero voluntariamente, ya que los demonios no la pueden forzar.

Capítulo 134 - El regreso a nuestro Monasterio después de la guerra (segunda paz). Los días de san José, san Joaquín y san Benito, fueron de alegría y bendición para mí por la victoria que Dios me dio sobre mis enemigos. Tuve gran pena por la muerte del Señor Cardenal de Lyon. San Gabriel y las esencias espirituales me visitaron. Mi espíritu estuvo poseído al mismo tiempo de alegría y tristeza.

            [958] El Sr. de la Piardière mandó decir que por negocios del Rey permanecería todavía mucho tiempo en la Tourraine, en Loche. Le mandé preguntar si encontraría bien que dejásemos ya su casa para volver a nuestro monasterio del barrio de San Germán y me hiciste oír alegremente: In exitu Israel de Aegypto, domus Jacob de populo barbaro (Sal_113_1). Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de un pueblo bárbaro.

            Salimos la víspera de tu padre nutricio san José en 1653 a quien podría llamar tu salvador y libertador pues te libró de las crueldades de Herodes. Nuestra alegría no puede ser expresada, nos parecía, que pasábamos por el desierto y a la mañana siguiente entró a nuestro tabernáculo, el maná celestial, que el poder de tu palabra había producido por manos del sacerdote. Maná que no se fundía ni desaparecía a los rayos del sol, sino que sus propios rayos son el tabernáculo del que sales como divino Esposo, [959] y vienes a mí como a tu cámara nupcial, no con paso de gigante pero sí con prontitud, de coruscación que alumbra el cielo y la tierra e inclina a tus ángeles que están en el cielo, para adorar las altas montañas que son las tres augustas Personas que por concomitancia están necesariamente en este Sacramento de amor la una en la otra. Esta divina unión produce -las alabanzas que no son humo sino emanaciones de la divina virtud, emanación de tu claridad todopoderosa que entra en el alma convirtiéndola en luz y llama, haciéndola divina por participación y permaneciendo en ella para transformarla en ti. Qué alegría habitar en tus tabernáculos, hacer morada en tu sabiduría cuya conversación no cansa. Tu sabiduría llega de una a otra parte disponiendo el exterior y el interior con tanta fuerza como suavidad.

            El día de san Joaquín no nos fue menos dichoso y agradable. Toda bondad nos llena de dicha al considerar lo que te honra san Joaquín, divino Salvador que has tomado de su sustancia porque has tomado un cuerpo de su hija, cuerpo que está apoyado en tu substancia divina. Este cuerpo formado del de María es de la substancia de Joaquín y Ana.

            El día de san Benito, desbordaste en mi alma múltiples bendiciones de caridad, [960] favores y deliciosas dulzuras haciéndome ver en este santo, las que tu bondad dio al Patriarca san José, pero con una amplitud para mí inenarrable, haciéndome ver que las de sus antepasados fueron como sombra y figura de la Ley antigua y en san Benito verdaderas y eternas felicidades de bienes eternos de este mejor Testamento, del que habla san Pablo a los Hebreos. Tú te quisiste hacer pobre para enriquecerlo a él y a los suyos y a todos los que son y serán santos porque contemplándote en tus inmensas grandezas, él estimó en nada a las creaturas.

            De este santo recibí grandes favores, testimoniándome que le había agradado el llamado que le hice cuando me visitaron mis enemigos para confundirme. No sé si ellos ofendieron al cielo, pero los males que me prepararon cayeron sobre ellos; su cólera parecía haber producido un Mar Rojo que se extendió por las provincias que no nombraré, porque han sido lugares donde estas personas, demasiado celosas, se hicieron conocer procurándome laureles por los sufrimientos que me causaron, y que duraron largo tiempo oponiéndose anticipadamente al designio que tú tienes de ser glorificado en esos lugares que son para ti como propios.

            Te suplico, divino Amor, poseerlos y hacer ver que todo poder se te ha dado en el cielo y en la tierra, [961] dándome la fe que puede transportar las montañas de oposición, cambiándolas en lugares de adoración de tus divinas grandezas en donde tu Padre sea adorado en espíritu y en verdad. Espero esta gracia de ti, mi divino Mesías que das gracia por gracia y me hiciste saber que después de algunos meses darías el arrepentimiento a su Eminencia el Cardenal de Lyon, por la resistencia que te ha presentado, pero que ya sería tarde.

            Mi aflicción por este fin próximo no puede ser expresada. Tú lo permites, querido Amor, para que mi prelado rinda este acto de reconocimiento. Si hubiese podido ir a Lyon, me hubiese aún postrado a sus pies para implorarle el establecimiento de tu Orden; pero por mi ausencia se realiza tu palabra: Quaeretis me, et non invenietis (Jn_7_34). Me buscaréis y no me encontraréis.

            Mi alma tenía sentimientos de piedad pero mi cuerpo la retenía en el lugar en donde la sorprendió la enfermedad y no pude ir hasta allá. Por prudencia humana no quiso retractarse de las palabras que había dicho en voz alta. Qué pena que aquellos que lo vieron tan mal, no hubieran hecho esta obra buena, que sí hubieran podido hacer, pues conocí que él hubiese concedido ahora, lo que en otro tiempo rehusó. Spiritus ubi vult spirat, et vocem ejus audis sed nescis unde veniat, aut quo vadat (Jn_3_8). El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.

            Si hubiese creído las palabras del Oráculo, si no se hubiese endurecido a resistir, quizá no hubiera muerto de la hidropesía que lo aquejó casi toda su vida y podido morir con toda tranquilidad en la cama del Cardenal de Lyon, [962] y no en la de Don Alfonso. Si no hubiese sido advertido de todo lo que le sucedería, no hubiera temido la muerte, porque el Verbo de vida que eres tú, mi amor y mi Dios, lo habría consolado. ¿Pero quién te puede resistir y tener en paz su alma? Todas las paces políticas y aparentes no son la verdadera paz y no hay consejo estable contra ti, Señor. Aquellos que quieren volver falsas las verdaderas revelaciones y obtener las luces con las que iluminas a quienes quieres iluminar, al final tienen que arrepentirse, y ordinariamente ya es demasiado tarde.

            Querido Amor, tú sabes la tristeza que tengo por esta muerte de la que había sido prevenida con tus luces y que le declaré a él por escrito cuando me preguntó si el Oráculo no decía nada. Me mandaste le dijera que tú no estabas ligado a nada y que le dijera así: Verbum Dei non est alligatum (2Tm_2_9). La palabra de Dios no está atada. Esta carta la recibió cuando estaba en París en su hotel de Lyon, y me mandó decir le hiciese saber lo que no había querido creer endureciendo su espíritu más y más, hasta ahora en que ha visto la verdad en todo lo que le he escrito y que yo había guardado en secreto durante varios años diciéndolo únicamente a dos o tres personas, un de ellas fue el R.P. Carré, Jacobino que ya murió que entonces era mi confesor, las otras dos viven.

            [963] El 24 de marzo de 1653, haciendo lo que podía para prepararme a la fiesta de tu amorosa Encarnación, invoqué con respeto y confianza al gran san Gabriel, tu admirable servidor y como era el día en que los RR.PP. del Oratorio celebran su fiesta, me uní a su solemnidad para honrar a este Arcángel, mensajero de tus bondades y cuyo nombre es interpretado como Fuerza de Dios, rogándole viniera a nuestra capilla con todos los espíritus que hacen tu voluntad, te asisten, te sirven, en una palabra a toda la milicia celeste a la que estoy sumamente obligada. No fui desoída de estos ciudadanos del cielo y con ellos bendije tu santo nombre diciendo: Benedic, anima mea, Domino, et omnia quae intra me sunt nomini sancto ejus, et noli oblivisci omnes retributiones ejus (Sal_102_1s). Bendice a Yahveh, alma mía, del fondo de mi ser su santo nombre y no olvides sus muchos beneficios.

            Mi alma se sorprendió al verse, en esta fiesta llena al mismo tiempo de alegría y tristeza. Alegría por unirse a estos espíritus bienaventurados y tristeza por la muerte de Mons. el Cardenal de Lyon que había muerto esta noche, mientras que el silencio suspendía a varios espíritus. Mons. el Obispo de Condom, quien no había estado aún en nuestro monasterio porque sólo lo conocí en París, en el retiro que nos dio en la casa del Sr. de la Piardière en tiempo de la guerra, vino a casa después del medio día y quiso [964] saber la causa de esta tristeza cuando ya estaba en nuestro amable desierto que tanto había deseado: Monseñor, le dije, mi Pastor murió esta noche y es esto lo que me aflige. No se extrañó este piadoso Prelado sabiendo que lo quería, pero para consolarme me dijo que ya no impediría el establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado en Lyon, ni de que sus hijas se santificasen en este desierto por los votos de Religión y me dejó en esta razonable tristeza. ¡Ah! este golpe dado a mi Pastor ha sido doloroso para esta la primera de sus ovejas que lo amaba. Me atrevo a decir que estas palabras son verdaderas, porque siendo aún Arzobispo de Aix, Monseñor Nesme, le ofreció mi obediencia aún antes de ser Arzobispo de Lyon. La hija de Jefté, que como tal le pertenecía vino a su encuentro para tomar parte en la alegría de su padre por su victoria, pero se le cambió en tristeza. Esta hija, obediente a Dios y a su padre no pidió que se evitara el sacrificio, sólo pidió fuese retardado para ir con sus compañeras, a llorar por lo que hubiese podido reír si no se hubiese visto privada de la esperanza del matrimonio con quienes pretendían que la venida del Mesías fuera por ellos. Isaías aún no había predicho que nacería de una [965] virgen, de la raza de David y de su casa, y que te debía concebir, dar a luz virginalmente y permanecer siempre virgen. ¡Oh divino Emmanuel!

            Tu amorosa bondad me quiso consolar la mañana siguiente, día del gran sábado, del reposo que tú, Espíritu de Dios y de verdad, querías tomar en el seno virginal más puro que los espíritus que asisten delante de tu trono. Tu Espíritu Santo la escogió y colmó de una profusión de gracias para mí inexplicables y lo mismo para las demás creaturas, aplicando si puedo hablar así, estas palabras: Non permanebit Spiritus meus in homine in aeternum, quia caro est (Gn_6_3). No permanecerá para siempre mi Espíritu en el hombre, porque no es más que carne.

            En esta Virgen, el Verbo que eres tú, Espíritu y Dios vivo, fuiste hecho carne por la operación inefable de tu Espíritu Santo. Bajo la sombra y virtud del Altísimo, tu Madre te concibió, encontrándose Madre, y permaneciendo al mismo tiempo virgen, y Madre de Dios, siendo su hija. Mi pluma no puede expresar lo que me hiciste conocer de esta virginal maternidad y de esta maternal virginidad, por lo que exclamo con la Iglesia: Mirabile mysterium declaratur hodie. Innovantur naturae, Deus homo factus est, id quod fuit permansit et quod non erat assumpsit, non comixtione passus neque divisionem (Ant. Laudes. Sma. V. María desp. Navidad). Admirable es el misterio que nos es revelado: Uniéronse dos naturalezas y Dios se hizo hombre; siguió siendo lo que era y asumió lo que no era, pero sin sufrir mezcla ni división.

            Querido Amor, tú sabes que desde hace varios años te adoro los nueve meses que estuviste encerrado en el claustro virginal de tu divina Madre y el favor que has hecho a mi espíritu de recibirlo ahí, cerca de ti, llenándolo [966] de amorosas y maravillosas bendiciones siendo el Hijo de Dios bendito y el fruto bendito de esta tierra sublime. ¿Con esta compañía sagrada puede mi alma estar triste? El nuevo Adán y la nueva Eva viven en el paraíso de la voluntad del Padre, este paraíso es la carne adorable de este Hijo y de esta virginal Madre. Aliméntame, querido Amor de esta mesa que me hará una misma cosa contigo, tu santa Madre ha anticipado la Cena por esta gracia.

Capítulo 135 - El Jubileo que deseé ganar varias veces. Mandato de mis directores para que continuara escribiendo lo que el difunto Monseñor, el Cardenal de Lyon, me había mandado escribir. El apóstol de gloria me dio su diestra para llevar el nombre del Verbo Encarnado ante los grandes y pequeños y que la señal distintiva que hace conocer a sus hijas es Jesus Amor Meus. Elevaciones de mi espíritu los días de la Visitación y santa Magdalena, 1653.

            El R.P. Prior, Vicario General de Monseñor de Mest Abad de la Abadía de San Germán de Près, como Superior de nuestro Monasterio de París, me escribió el domingo de Ramos para que dispusiera a mis hijas al jubileo ofreciendo confesores a las casas y conventos que aún no habían participado, en el deseo de aquellos que le habían solicitado la visita, tantas veces señalada en esta narración, de esta manera se hizo ver tu providencia hacia aquella que se confía siempre en ti, mi amor y mi todo.

            [967] Durante los dos meses que duró el Jubileo me concediste muchas gracias, traté de ganarlo dos veces aunque tenía dificultad en decir las oraciones vocales mandadas para ganarlo. Esta pena de pronunciar me hacía experimentar gran dificultad, por no decir imposibilidad, hasta para rezar el Oficio, aunque me sintiera obligada a hacerlo, aún tratándose del de tu digna Madre.

            La Semana Mayor me obligó a meditar en el gran amor que tienes a los hombres, por los que has sufrido tan vivos tormentos y una muerte tan cruel e ignominiosa, acordándome de las palabras del Apóstol: Hoc enim sentite vobis (Flp_2_5). Tened entre vosotros los mismos sentimientos. Tratando de sentir y compadecer tus sufrimientos, deseaba aborrecerme a mi misma y conformarme a ti en el amor a los oprobios de los que has querido ser colmado, soportando pacientemente a los pecadores, adorándote en tu amor sufriente. Quería morir a todo lo que no es tu puro amor con el que me has amado, dándote para mi salvación y ser para mí, todo en todas las cosas. Sé eternamente, mi Dios y mi todo, divino amor.

            El Jubileo se podía ganar dos veces en los dos meses, por lo que me esforcé en ganarlo en Pentecostés como en Pascua. [968] El Apóstol nos exhorta a alegrarnos nuevamente, por eso quise hacerlo en este tiempo de alegría que la Iglesia llama al júbilo y repite los aleluyas.

            En estos dos meses las fiestas de tu Resurrección, Ascensión y la venida del Espíritu Santo, fueron solemnidades en las que me hiciste derroche de tus magnificencias reales y divinas. Pasaba dificultades al ocuparme diariamente aunque fuera por poco tiempo en trabajos manuales. Como ya he hablado, en otros apuntes y diversos cuadernos, no lo repetiré aquí ni me extenderé en las maravillas que tu augusta Trinidad me hizo conocer tu bondad, mi mal de ojos y la muerte del Señor Cardenal de Lyon, que me había mandado escribir lo que hasta aquí llevo narrado, y otros cuadernos por separado que le había enviado, como habían sido sus deseos, me hicieron creer sinceramente que todo esto me dispensaba de seguirlo haciendo y lo suspendí, pero mis confesores y directores actuales de la Iglesia de san Luis, los R.P. de Lingendes y de Condé, de la Compañía como el R.P. Gibalin, de la misma Compañía, no permitieron que por esta muerte dejara de escribir, sino que me ordenaron que continuase anotando las luces y gracias que liberalmente me otorgabas, y como ellos me hacen conocer tu voluntad, así también Mons. el Obispo de Condom. De esta manera te ofrezco un continuo sacrificio de mi voluntad para agradecer tus infinitas y misericordiosas liberalidades hacia mí tu indigna esposa. Haz, Señor, que todas las creaturas digan y canten en el cielo y en la tierra: Santo, Santo, Santo es el Señor, fuerte y poderoso.

            [969] Después de la fiesta de la santísima Trinidad, Misterio adorable y a mi alma muy amado y venerado, fui invitada al banquete de tu amorosa Eucaristía. Humillándome ante tu Majestad te pedí conocer como la Cananea mi indignidad y sentí con Lázaro mis llagas y mi necesidad  de comer las migajas que caían de tu mesa, tú que eres inmensamente rico, posees todos los tesoros de tu Padre, que guardas en esta amorosa Eucaristía, en este sagrado Cuerpo que posee toda la plenitud, de la divinidad.

            ¿Podrías, querido Amor, rechazar o dejar hambrienta a esta pobre que tiene tantas bocas para pedirte esta caridad, como heridas abiertas causadas por los dardos de tu amor? ¿Te es indiferente por sus debilidades? ¿Su languidez no moverá a piedad este corazón que es el trono de la misericordia? No queriendo retenerte más por tu sabiduría, tu bondad me hizo entender que eres plenamente humano, el Dios Hombre que deseó hacer el banquete en la adorable cena con sus amigos, para saciarlos con el trigo de los elegidos y embriagarlos con el vino que engendra vírgenes y ser su corona. Quisiste ser el Cordero que los recibe en este jardín alimentándolos de ti mismo haciendo su camino recto, su verdad [970] cierta y su vida indeficiente, entrando en su pecho por la comunión para alojarlos en el tuyo por una divina transformación.

            Si el ángel dijo a Zacarías que, muchos participarían de su alegría por el nacimiento de su hijo, tu gran precursor, cuyo nombre no es otra cosa que gracia, mi alma aunque indigna prevenida por ella desde tanto tiempo, ¿podía estar privada de estas alegrías? Tu amor deseó conservarlas en mí no por largo tiempo, sino para siempre. Dame por caridad tu Espíritu a fin de que haga ver que tus caminos y senderos son rectos. Que aquellos que te buscan vuelvan y se conviertan a ti, e ilumínalos por ti y en ti te formen un pueblo perfecto.

            Aquella, a la que tantas veces has dado la llave de David, que es la confianza en tu bondad, que le abres tu corazón sin que se le pueda cerrar, ¿podía ser rechazada de aquél a quién tú has dado la llave del cielo? No, porque él la hizo tomar parte en las luces que vio no sólo en el monte Tabor, a tu derecha, sino que obtuvo de tu corazón esta gracia que ella experimenta deliciosa y fuertemente, la dicha de participar de tu naturaleza divina.

            [971] El Apóstol de gloria que deseó ser anatema por sus hermanos cuando peregrinaba en la tierra, ¿Podría tener en el cielo menos amor por esta pequeña hermana, que aún se dice hija, sin compararse con santa Tecla? No, de él recibo finezas de excelente caridad que no puedo describir, ¿No puedo cuando menos anunciar al cielo y a la tierra que me ha dado su diestra para llevar con él tu nombre santo a los grandes y pequeños? Este anuncio caracteriza y hace conocer a tus hijas, divino Verbo hecho carne, por estas palabras: Jesus Amor Meus, llevadas no sobre la frente, sino sobre el corazón.

            Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo y la magnificencia de estas tres augustas Personas, elevada sobre todos los cielos, ¿Quién podría expresar los indecibles favores que me hiciste el día de tu visitación? Tu visita elevó mi espíritu al cielo y lo conservó en la tierra de su cuerpo por un maravilloso poder, actuaban en ella dos fuerzas contrarias: el deseo de expirar para dejar pronto la tierra y la paciencia de respirar todavía quedándome en la vida y diciendo: Ten la vida en paciencia y la muerte en deseo.

            Con el deseo de abreviar, no me extiendo sobre los favores recibidos durante el verano; pero no podría dejar de hablar de los ardores de aquella cuyo amor por la Iglesia dice que excede al de los otros santos, y que mereció verte la primera el día de tu gloriosa Resurrección, cuando le dijiste que no [972] te detuviera en el sepulcro porque aún no subías a tu Padre. La hiciste la evangelista de los apóstoles dándole esta honrosa misión y gran encargo de avisarles que habías triunfado de la muerte y que debías subir a tu Padre y al nuestro a tu Dios y nuestro Dios, que la gloria de tu cuerpo sagrado no te había despojado de la familiaridad para con ellos. Te le apareciste como jardinero y le mostraste que querías hacerla tu Edén y tu discípula. No, no te desdeñaste de aprender el oficio de pescador y pusiste tu luz en el mar, comiste con tus discípulos te les apareciste diría yo de cocinero, pues no había ángeles que hubiesen puesto a asar los pescados que aparecieron sobre los carbones encendidos, ni panadero que hubiese hecho el pan que se encontró cerca de los pescados. Tu Resurrección no cambió tu dulzura ni quitó la humildad a tu divino corazón que quería ser para siempre asilo de pecadores, bien lo mostraste por la invitación que hiciste a Tomás de meter sus dedos en las llagas que los clavos habían dejado en tus manos y en tus pies y su mano en tu costado abierto.

            Por estas cosas visibles tú los querías elevar a las invisibles siendo su real y divino Doctor, les hablabas del Reino de Dios, de que les ibas a preparar en él lugares y tronos para hacerlos jueces y reyes. [973] Soplando sobre ellos les diste tu divino Espíritu, los hiciste dioses y les diste el poder de perdonar los pecados, y si es verdad que les reprochaste su dureza para creer después de tantas apariciones y señales sensibles y visibles de tu Resurrección, era que querías hacerlos doctos conocedores bien informados con toda esta serie de pruebas. Después subiste al cielo dándoles antes tu bendición, cumpliéndose así la petición del Profeta: Benedicat nos Deus noster, benedicat nos Deus, et metuant eum omnes fines terrae (Sal_66_7s). Dios nuestro Señor, nos bendice, Dios nos bendiga, y teman ante él todos los confines de la tierra.

            Y para hacer ver la eficacia de tu reprensión, pruebas y bendición, a los diez días les enviaste al Espíritu Paráclito que los hizo doctores en toda ciencia, capaces de hacer oír su voz por toda la tierra: In omnen terram exivit sonus eorum, et in fines orbis terrae verba eorum (Sal_18_5). Mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo.

Capítulo 136 - Del día de fuego que rodeó los poderes infernales. Gracias que recibí el día de santa Ana. Nuestro padre san Agustín amaba más la preparación para recibir la gracia, que disertar sobre ella. Lo que pasó por la compra de la casa de la Orangerie. Dios mostró su Providencia y favores. Favores que obtuve el día de la Natividad de Nuestra Señora y de mis enfermedades.

            [974] Desearía abreviar este inventario de las gracias que me has hecho, y no hablar del día de fuego, día del viento, día del gran ruido que asombró a los poderes infernales, sometiendo a los pescadores que se habían encerrado en una sala por temor a los judíos después de tu ascensión. Como su Maestro, les ordenaste retirarse ahí hasta el día que les habías prometido visitarlos y amarlos con la virtud del Altísimo, y con estas armas de fuego prevenir a los enemigos y destruirlos por tu Cruz, que pareció escándalo a los judíos y locura a los gentiles y no obstante no se pudo impedir que ésta apareciera hasta en las coronas imperiales, siendo siempre el terror de los malvados y de los demonios.

            El día de santa Ana recibí muchas gracias de ti Verbo hecho carne; su nombre es la misma gracia, me hizo grandes comunicaciones de las que ruego hacer buen uso y no las reciba en vano. Gracias muy grandes que son eficaces y otras ordinarias que son cooperantes en el alma que ayuda con la franqueza de su libertad. Por esta cooperación voluntaria, con tu bondad, das gracia por gracia. Señor, que nos has creado sin nuestra voluntad, [975] no nos quieres salvar sin nosotros. Quiero detenerme con este pensamiento de nuestro Padre san Agustín, que me dijo una mañana del año de 1644, en compañía de santo Tomás de Aquino, que tendría gran alegría, y yo diría gloria accidental, si aquellos que se inquietan y se turban por disertar sobre la gracia, se dispusieran mejor a recibirla, la pierden porque ignoran que los impulsa la pasión y no el celo. Ignoran que la gracia es semejante a la caridad o mejor dicho, es ella misma, porque no es ambiciosa, no busca su gloria sino la tuya, mi Jesús. Llena con ella mi corazón y espárcela sobre mis labios, que mis pensamientos, palabras y obras sean todas hechas en gracia, de gracia, por la gracia y para la gracia, que en verdad pueda decir con el Apóstol: Por la gracia de Dios, soy lo que soy.

            El día de Nuestra Señora de los ángeles, me sentí movida a ir a la Iglesia de las religiosas Recoletas para recibir la bendición con el Santísimo Sacramento y ganar la indulgencia que tú mismo prometiste a san Francisco tu verdadero imitador. Ahí me hiciste ver el cuidado que tienes de tus hijas y de mí misma, que mostraste por un aviso que no habría recibido si no hubiese ido, pero tus ángeles, mis celestes protectores, me condujeron ahí y no es la primera vez que reconozco sus cuidados sobre mí.

            [976] La víspera de la Asunción de tu Augusta Madre me impulsaste a salir de casa, para tu gloria. Quisiste que comprara no un castillo, sino casas y jardines para alojarte y de esta manera me acordé de lo que varias veces te había dicho durante los diez años que estuve en París: Querido Amor, las zorras son listas y tienen madrigueras; muchas personas más hábiles que yo tienen casas, los pájaros son más prestos a proveerse que yo, tienen sus nidos; y tú, Verbo Encarnado, a quien todo pertenece, no tienes en París un pedazo de tierra para descansar tu cabeza: pero que cese esta queja, querido Amor, quiero comprarte una casa con lo que me has dado por el cuidado que tus ángeles tienen conmigo. Les has ordenado proveerme y han inspirado a los que venden estas casas, un precio que no me habían querido conceder, ya que antes de la guerra de París les ofrecí 45 mil libras, pero ellos querían 50 mil.

            Ecónomos celestiales, ¿Qué haré para agradecerles sus caritativos cuidados? Les hago los ofrecimientos del anciano y del joven Tobías al gran san Rafael, las deudas que tengo con todos, no me impiden reconocer las que tengo con este divino médico y prudente guía, el cual me defiende de mis enemigos, me provee de amigos curando muchas veces a aquellos a quienes con confianza le recomiendo. Sé que él hace todo según tu voluntad, Señor, a la que me someto con mucho gusto. Si deseara o pidiera alguna cosa contraria a tu voluntad, me harías una [977] gracia rehusándomela, y si este mal de muelas que tengo desde hace algunos días y el frío me ocasionó, que sea un  freno al un gusto que yo tenía de pedir. Quiero sufrirlo todo el tiempo que quieras.

            El día de la degollación de mi gran patrono tu precursor, quisiste que se hiciese el contrato de la compra de la casa de la Orangerie y que pagase al contado 25,000 libras. Como no podía pagar una hipoteca que pertenecía a menores, tuve que esperar a que la liquidaran, conociendo bien que tu sabiduría dispone todo fuerte y suavemente. El mal de muelas disminuyó y el gusto que tenía por esta adquisición creció, pues fueron más de 17,000 libras menos de lo que hubiese tenido que pagar 5 o 6 años antes y los intereses hubiesen sido mayores. El Sr. Lalive, el propietario, rehusó dos pagarés de 17,000 libras que le hizo el Sr. de Cantariny, temiendo su quiebra. Yo no me preocupaba porque sabía que era hombre de honor, de bien y mi amigo y por esta razón aseguré a los que pensaban que no debía confiar mi dinero a este banquero, que estaba segura en tu protección. Y por lo que se refería al Sr. Cantariny que como hombre de honor no me haría una villanía, y como hombre de bien no me haría una injusticia y siendo mi amigo no lo quería afligir. Querido Amor, él pagó todo poco después y no ha quebrado y es porque te teme y ama y quiere que sus hijos hagan lo mismo; me confió para que le educara [978] a dos de sus hijas antes de las guerras. Te he rogado por tu gloria y su salvación, porque él ha confiado la formación de sus hijas a nuestra Congregación y no a otra.

            Cuando consideraba que estas tres casas y jardines me pertenecían; recordaste a mi espíritu, satisfecho de todo lo que había pasado, una visión que tuve en Lyon, antes de partir para fundar los monasterios de Grenoble y de París. Me hiciste ver sentada en un hermoso lugar en que había árboles de los que no distinguía el fruto, rodeada de jóvenes. Estando en este lugar me llevaron un parasol, lo que hubiera pasado desapercibido si estando ahora verdaderamente en este lugar, una de las pensionistas no me hubiese traído un parasol real, como me había sido mostrado en la visión diez años antes, para hacerme conocer que eres fiel en todas las profecías o figuras que me haces ver. Había mandado cantar en el coro varios días el Veni Creator para hacer en tu Espíritu esta adquisición.

            El día de la natividad de tu santa Madre no se pasó sin recibir grandes favores, aunque el mal de muelas no me dejó dormir por varias noches. Estaba enferma, pero me sentía fuerte con esta Virgen que tenía a todos mis enemigos encadenados, caminando sobre el áspid y el basilisco y hollando con sus pies al dragón. Todos los ángeles admirando esta maravilla exclamaban: Quae est ista quae progreditur quasi aurora, etc. (Ct_6_10). Quien es ésta que surge cual aurora,... .

            David decía: Si el Señor es mi ayuda ¿qué podrá hacerme el [979] hombre? María ha venido en mi socorro, ¿que podrán hacerme mis enemigos? Es terrible como un ejército listo para la batalla; es la alegría del cielo y de la tierra, la alegría de Joaquín y el deleite de Ana, la amable gracia de los peregrinos y la gloria resplandeciente de los que ya están en el cielo, después del Hombre Dios que es la gracia substancial y la visión beatifica. La Iglesia canta que su nacimiento es la alegría universal. San Pablo dijo con Isaías: Oh inmenso Verbo increado, que te hiciste el Verbo anonadado por la Encarnación en el seno de María, tu gozo es haber sufrido la cruz sometiéndote a la contradicción de los pecadores.

            Tu divino Padre al ver que María sería la cooperadora de la Redención y que se mantendría firme cerca de tu cruz donde pagarías por todos los pecadores, quedó más satisfecho dándote un nombre que está por encima de todo nombre y ante el cual toda rodilla se dobla.

Capítulo 137 - San Mateo es el buen publicano. La verdadera satisfacción de nuestras faltas y cómo la quiere Dios. El es el Cordero inmaculado y la santísima Virgen la divina Pastora.

            El día de san Mateo entendí grandes maravillas de las gracias que me hiciste. Me dijiste: ¿No piensas que san Mateo fue el publicano que entró al templo golpeándose el pecho sin atreverse a levantar los ojos y al que Dios justificó mientras se humillaba mientras el fariseo se elogiaba de sus vanos pensamientos, despreciando al penitente?

            Querido Amor, te respondo con las palabras de san Juan al anciano que era interrogado: Domine mi tu scis (Ap_7_14). Señor, tú lo sabes. Sé que el publicano, cuya fiesta solemnizamos, te siguió hasta morir por ti y que llegó a tu gloria por medio de grandes tribulaciones. Fue víctima de la virginidad. Deseo ardientemente hacer una perfecta confesión para agradarte y estar dispuesta a seguirte en el momento en que me llames.

            Quisiste mi pastor y amoroso director, decirme: Ofrece al Eterno Padre la contrición que tuve en el jardín de los Olivos donde el dolor y el amor me pusieron en agonía hasta verter agua y sangre por mis poros para lavar la tierra; preséntame la confesión que hice delante de Pilatos; Bona confessionem, buena confesión, después de la cual llevé todos los pecados de los hombres al Calvario, ofreciéndome voluntariamente por la redención de todos ellos. Presenta al Espíritu Santo para satisfacción de amor, la sangre y el agua que salieron de mi costado. Don de la sangre y del agua [981] que hice a mi digna Madre y a mi amada Magdalena, devolviendo a mi Madre la sangre que me dio en mi concepción; sangre que reservé amorosamente en mi pecho para hacer mi tesoro donde estaba mi corazón. A Magdalena di de esta agua divina por aquella que vertió de sus ojos por mí, y que atraje por mi amor como el sol atrae por su calor el vapor, y lo devuelve en lluvia.

            Después de todos estos admirables favores, te di gracias por tanta bondad que no pude expresar y me levanté de mi lugar para ir a la cocina, pero aún no había salido del coro cuando te me apareciste en figura de un cordero blanco como la nieve, llevado entre nubes blancas sobre las que galopabas graciosamente llamándome para que te siguiera. El día de santa Tecla, tu divina Madre se me apareció después de la oración, a mi lado derecho, con sus ojos más hermosos que el sol, resplandecientes como la aurora que me llenaron de alegría y admiración. Me dijo con mucha, gracia: Soy la pastora de mi Cordero, lo voy a seguir a Lyon a dónde él y yo te llamamos.

            Mi amable pastora, te vi como de la edad de 17 o 18 años semejando la misma gracia. Si hemos recibido la ley por Moisés, ¿debía rehusar la gracia que el Hijo y la Madre me presentaban? [982] Te dije: Te sigo con todo el amor y placer de mi corazón, ya no estaré más en París; dejo esta ciudad real para ir cerca de tu Hijo a la santa montaña dispón todas las cosas para este viaje y todos los corazones que deben ceder para emprenderlo. Lo hiciste maravillosamente, mi divino Amor y me dijiste: Ve Débora, sobre el monte Tabor donde el Verbo Encarnado manifestará su gloria, no temas, lleva contigo a Barac para vencer a Sízara, ten confianza, tendrás la victoria, será reputada a una joven sentada bajo la palmera y juzgarás a Israel sobre la santa montaña en donde mis mártires te cubrirán con sus palmas y te coronarán con sus laureles por todo lo que sufrirás por mí.

            Algunos días después fui a la Abadía con el Sr. de la Piardière para pedirle al R.P. Prior, gran Vicario de Mons. de Mest, me diera 4 religiosas de nuestro monasterio para llevarlas conmigo a Lyon. Hiciste como lo habías dicho, consintieron al fin dejarme salir de París con la condición de que les prometiese volver si era necesario con la ayuda de Dios.

            El bueno y venerado P. Iván vino a verme trayendo una carta en que me decía maravillas de personas que en apariencia se sometían a todas mis voluntades lo que no creí, pues no pude someter mi espíritu a esto que no era articulo [983] de fe y que podía estar convencida de lo contrario. La prudencia en este momento hubiese sido mi gloria ante este buen padre, pero sólo mis lágrimas me hicieron aparecer como una madre ultrajada por los sufrimientos de una hija inocente, acusada como culpable sin serlo.

            Este buen padre volvió otro día y tuvo más conocimiento de los verdaderos sentimientos que tenía; me dio una satisfacción y no encontró mal la compasión que como madre tenía, y me dijo que Dios mismo inspira a los fundadores lo que concierne a la dirección de las Ordenes que quiere funden: Como vi que este buen padre no viviría más de pocos días se lo dije al salir del recibidor.

            La víspera de san Dionisio, apóstol de Francia, cerca de las 9 de la mañana, me llevaron un papel en el que me decían que el P. Iván había muerto repentinamente esa mañana. Como había vivido largos años como un servidor fiel de tu Majestad, quisiste separar el alma de su cuerpo sin dar tiempo a los demonios de turbarlo durante el paso de la muerte a la vida. Que él esté para siempre en tu eterno descanso y ruegue por mí a fin de que te sea fiel.

Capítulo 138 - Nuestro viaje a Lyon. Favores y protección divina a su indigna hija. Nuestra llegada a Roanne y entrada a Lyon.

            [984] Preparadas todas las cosas para partir salimos con el Sr. de la Piardière, de quien me dijiste ser Baruc, el viernes 17 de octubre, víspera de san Lucas el compañero de viaje de san Pablo, a quién rogué nos acompañara, y a ti, Sol amoroso, que nos fueras favorable conduciéndonos con tus ardientes y luminosos rayos hasta Lyon; señal que te pedí si era de tu agrado, sin querer tentarte, pero sí para detener las malas lenguas que decían que la hija del Sr. Abad de la Piardière de sólo 4 años, y meses, no resistiría el frío y el mal tiempo más intensos en esta estación que en años anteriores.

            Me diste confianza, querido Amor, de que estarías en el viaje, que tendríamos buen tiempo hasta llegar a Lyon, que el sol no desaparecería, lo que así sucedió como todos pueden testimoniar en París, Lyon y hasta a cien leguas. [985] El confesor de nuestro monasterio de París Mons. de Langlade me escribió a principios de noviembre que la Sra. Condesa de Rochefort le había dicho que en París se decía que este tiempo había sido el verano de la M. de Matel; lo hubieran llamado  mejor el verano del Verbo Encarnado.

            Como llegamos a buena hora a Roanne, el Sr. de la Piardière me dijo que quería ir a ver el canal y le respondí que yo iría a la Iglesia para adorarte a ti, la fuente de agua viva y que en tu Humanidad sacrosanta me harías experimentar las profusiones de tus sagradas llagas que son canales de gracias para las almas que no buscan más que tu amor. El cambió su deseo y vino conmigo a la Iglesia, que si me acuerdo bien, está dedicada al levita y primer Mártir san Esteban. El Sr. Presidente Chausse vino después con nosotros. No permanecí mucho tiempo de rodillas, pero me diste a conocer que era bienvenida y me concediste muchos favores; me acordé haber recibido en Roanne la primera gracia, a saber: el bautismo en la Iglesia parroquial de san Esteban. Elevada en espíritu oí estas deliciosas palabras: Orietur stella Jacob Virgo peperit salvatorem (Ant. Of. Sma. Virgen, después de Navidad). Ha nacido una estrella de la casa de Jacob, la Virgen ha dado a luz al Salvador. Te adoré naciendo de tu divina Madre con sentimientos inexplicables y quisiste decirme: Mi muy amada, por mi Instituto me darás a luz, y permanecerás [986] virgen a imitación de mi incomparable Madre. Te he escogido como mi estrella por la que brillaré y me darás de nuevo a luz. ¡Oh mi divino Salvador! Esto será por tu bondad de la que recibo estas noticias con alegría y satisfacción.

            El domingo en la mañana mi alma estuvo en un indecible desamparo temiendo los aplausos de mis paisanos, sintiéndome triste más de lo que puedo expresar.

            El Sr. Abad que me observaba, me preguntó de dónde venía esa tristeza que aparecía en mi semblante; como era mi confesor y a quien tenía a la vez obligación y confianza, le dije que tu sabiduría divina ordenaba o permitía este estado porque querías que me desligase de todo lo que me podría atraer según la carne y la sangre. Yo me privaría de ver a mi única hermana a la que no había visto más de dos o tres horas en 25 años, si esto te agradaba más que la alegría de verla. Te bastó mi disposición en la que me mantuviste los cuatro días que nos alojamos en su casa. Qué visita. ¡Qué alegría! Todo el pueblo, mi hermana, mi cuñado Grimaud, y demás parientes nos prodigaron, sus atenciones y cordialidad. Mi alma unida a ti no podía saborear estos aplausos porque experimentaba en mí las dos cosas opuestas a la vez. Una satisfacción aparente y voluntaria para no molestar a nadie, entreteniéndome con todos, como si Roanne hubiese sido mi paraíso terrestre y todo el pueblo de mi natural complacencia. Durante las aclamaciones mi espíritu estaba ajeno a las personas. Dividiste las aguas en dos; hiciste de mi espíritu un firmamento de confianza [987] contigo, y en mi exterior desconfiaba de mi misma pero me alegraba con todos los que se me acercaban y no quería entristecer su esperanza de que regresaría cuando tu providencia lo ordenara.

            El jueves 30 de octubre salimos de Roanne bastante tarde para llegar a Lyon el día de Todos santos. Tu Majestad acariciándome por pura bondad, me hizo entender: Ego ante te ibo, et gloriosos terrae humiliabo portas aereas conteram, et vectes ferreos confringam; et dabo tibi thesauros absconditos, et arcana secretorum, ut scias quia ego Dominus, qui voco nomen tuum, Deus Israel (Is_45_2s). Yo marcharé delante de ti y allanaré las pendientes. Quebraré los batientes de bronce y romperé los cerrojos de hierro. Te daré los tesoros ocultos y las riquezas escondidas, para que sepas que yo soy Yahveh, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre, y el resto que sigue.

            Entramos a Lyon por la puerta de san Justo, saqué la cabeza fuera de la carroza llamando a los que cuidaban la ciudad para decirles que llegábamos 14 personas, entre ellas el Sr. Abad de la Piardière, dos niñas, cuatro Religiosas del Verbo Encarnado y la M. de Matel. Extrañada de que no me respondían palabra ni a mí ni a mis compañeros, te dije: Es que entras Señor, como dueño absoluto sin que nadie te pregunte quién eres. Una vez dentro, nos encontramos con una multitud que acompañaba el cuerpo del difunto Sr. Parísot, que iban a enterrar. Varios que me conocían vinieron a testimoniarme su alegría por mi regreso, lo que me mortificaba mucho; a ti sea dada toda la gloria. Tu sabes la violencia que tuve que hacerme para obedecer y salir de nuestro monasterio de París, para obedecer al Sr. Abad nuestro conductor, que estimaba ser aún necesaria mi presencia a mis hijas, que dejé muy afligidas por nuestra partida.

Capítulo 139 - Llegada a nuestra Congregación. Lo que pasó en el espíritu de las personas a las que me dirigí, de las que debía esperar alegría y consuelo, y la prueba en que Dios me puso.

            [988] Al llegar a nuestra pequeña capilla hice cantar a las cuatro religiosas el Veni Creator Spiritus, porque quise entrar a nuestra Congregación como san Simeón que te esperaba en el templo; adorándote en tu pequeño tabernáculo como a mi gran Dios, y me sometí a todas tus voluntades. Me dijiste, querido Amor; Ascende, tu qui evangelizas Sion, exalta in fortitudine vocem team, noli timere (Is_40_9). Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión. Clama con voz poderosa, sin miedo. Por tu bondad volví a Lyon, pero al ver a las que se encontraban para recibirme, me entristecí, noté que no eras amado como lo deseaba.

            El mundo y sus vanidades tenían allí su lugar. Dirigiéndome a todas y a algunas en particular, les hablé como me habías ordenado: Quis credidit auditui nostro? et brachium Domini cui revelatum est? (Is_53_1). ¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahvé ¿a quién se le reveló? No se tenían los verdaderos sentimientos de tu gloria, se despreció tu palabra, vi lo que san Pablo [989] predijo cuando escribió a Timoteo: Erit enim tempus, cum sanam doctrinam non sustinebunt, sed ad sua desideria coacervabunt sibi magistros, prurientes auribus, et a veritate quidem auditum avertent, ad fabulas autem convertentur (2Tm_4_3s). Porque vendrá tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana sino que serán arrastrados por sus propias pasiones, se harán de un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.

            Se retiraban de sus deberes a lugares donde no fuesen vistas por mí, pero no a donde no fuesen amadas de mi corazón que las quería a todas, especialmente a la que le estaba obligada por voto de estabilidad en la Congregación, afligiéndome de las que se habían ido en invierno. Me dijiste que tu celo arrojó en otro tiempo a los vendedores y compradores del templo que no pudiste sufrir que tu casa fuese despreciada, por no decir profanada; que las palomas y las ovejas eran vendidas y que ellas mismas se entregaban, cargando todo el peso del trabajo a una sola que se consumía como un buey de pena. Con su salida podría decir con el corazón y la boca Zelus domus tuae comedit me (Jn_2_17). El celo de tu casa me devora. Tu casa debía ser una casa de oración. Te rogué con todos tus santos, cuya fiesta celebrábamos, supliese las faltas de todas y las mías. [990] Tú no me condujiste por estas moradas celestes, pero los cielos se inclinaron a mí haciéndome favores inexplicables. Esta noche fue mi iluminación y mis delicias, admirándote a ti que venías en una nube blanca con tus mártires.

            El día siguiente, destinado para rogar por las almas detenidas en el purgatorio después de la sagrada comunión, te rogué que las visitaras a fin de que pudiesen decir: He aquí que nuestro Redentor viene, rogándote las hicieras tomar parte del festín de la gloria, que no rechazaste. Me llenaste de dolorosa compasión para subir contigo y todos los santos sobre nubes blancas, diciéndome: He llevado la cautividad cautiva. Daré dones a los hombres que te sean favorables.

            El Sr. Abad de la Piardière, después de la santa Misa me dijo que iba a ver al Abad de san Justo según nuestros deseos y resolución. Saludándolo a Ainay lo recibió agradablemente, pero cuando le habló de mí se volvió frío, por lo que el Sr. de la Piardière, extrañado le dijo: Señor, ¿por qué sois indiferente a los saludos de una persona a la que por muchos años habéis querido, estimado y honrado con vuestra amistad? A lo que le respondió que se debía a que no le había avisado de mi salida de París, ni mi llegada a Lyon, trayendo conmigo [991] religiosas. El Sr. de la Piardière le replicó que él había apresurado el viaje; que la obediencia de las cuatro religiosas la había dado por escrito el gran vicario el Sr. de Ville y que mi alegría era venir a Lyon a ver a Mons. el Arzobispo al que creía favorable a nuestro establecimiento. En París me habían asegurado su bondad conmigo, habiéndolo sabido por la boca de aquellos que habían sido testigos de mi gozo por saber que era mi querido prelado, presentándole mis respetos y obediencia, pudiéndole asegurar que hacía varios años que pedía a tu Majestad que él fuese mi prelado después de la muerte de su Eminencia, que lo había deseado porque lo amaba siendo como era mi Pastor.

            A su regreso pregunté al Sr. de la Piardière, cómo se había portado el Sr. Arzobispo y cómo lo había recibido el Abad de san Justo. Como era demasiado educado y caritativo, no me dijo otra cosa sino que se le había hecho demasiado honor y recibido muy bien. En el momento en que me hablaba de esa manera le dije: Todo estuvo bien para Ud. pero para mí hubo frialdad. Este pensamiento sobrepasó en mí los otros, lo que él [992] aceptó con mortificación. Sois demasiado sincero para disimularme esta cruz, después del Benedictus y las palmas de Roanne. Estoy resuelta a ser tenida por loca en Lyon por los grandes y los pequeños, por mis ángeles como por mis enemigos, si el Señor así lo hace o lo permite; me callo y me conformo a todas sus voluntades o permisiones. Imitaré a Abraham, esperaré contra toda esperanza sin osar esperar que mi confianza me sea reputada como justicia.

            Querido Amor, toda esta confianza que estaba en la parte alta del espíritu, dejaba mi parte inferior sorprendida y triste. Divididas las aguas experimento dos contrarios al mismo tiempo. Veo un firmamento sólido de confianza en ti, y las aguas de desconfianza en mí. Ante este asombro dije: He caído de las nubes; ¡Ah, Señor! me escurro como el agua.

            Querido Amor, que se haga tu voluntad. Si hubiera desobedecido y si hubiese sabido que debía pedir permiso por carta para venir, a verter mi alma a mi Pastor y Arzobispo, lo hubiese hecho. La pecadora de la ciudad no te preguntó si podía entrar al festín para estar a tus pies y verter su alma por sus ojos. No se la censuró por haberse acercado a su Salvador, sino que sin razón se censuró la bondad de su Salvador que tomó su defensa. [993] Te recomiendo la mía, querido Amor que es la tuya. Estoy triste y un poco turbada por haber inocentemente desagradado a mi Prelado. Tu misericordiosa bondad para mí, me hizo oír: Et quid dicam? (Jn_12_27). ¿Y que voy a decir? Pensando qué me querías decir por estas palabras, y no teniendo mi pequeña Biblia en latín, que dejé olvidada en la maleta del Sr. Abad de la Piardière, tomé las concordancias y encontré en san Juan, Cap. XII, esas palabras.

Capítulo 140 - Frutos antiguos y nuevos que presenté al Verbo Encarnado. Gracias que los santos y santas me alcanzaron los días de su solemnidad cuando me preocupaba por el retardo del establecimiento, pero continuaban favoreciéndome dándome fuerza para participar todos los días de mi divino alimento.

            [994] Plantaverat autem Dominus Deus paradisum voluptatis a principio, in quo posuit hominem quem formaverat (Gn_2_8). Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, donde colocó al hombre que había formado. Si Moisés no hubiese dicho que tú hiciste el jardín del Edén y plantaste los árboles y las plantas llenándolas de flores y de frutos, no me hubiera atrevido a decir que me invitaste al comienzo del Adviento a entrar a tu jardín para ver y coger las flores y los frutos, los antiguos y los nuevos para presentártelos todos como tuyos que eran. Te los presenté y presento de nuevo, divino jardinero y amoroso esposo, te ofrezco a aquél que está sobre el árbol de la cruz, al gran san Andrés, el primero que recibiste enviado por tu precursor. La fidelidad de san Juan debía ponerlo muy pronto al final de su carrera y a Andrés hacerle comenzar la suya. Juan quiso disminuir y esconderse en el [995] limbo sabiendo que tú debías crecer, mi Salvador y aparecer sobre el Tabor y el Calvario al medio día de tu gran amor por la salvación de los hombres. Habacuc te rogó vivificar tu obra en medio de los años y yo te suplico hacerla perfecta en medio del día, que encuentre allí mi mesa y mi lecho y que no me extravíe por otros caminos; post greges sodalium tuorum (Ct_1_7). Tras los rebaños de tus compañeros.

            El día de san Javier mi alma estuvo tan llena de tus bondades que te dije: Querido Amor, ya es bastante gozar las delicias, por ti deseo los suplicios, quiero el crucifijo que el cangrejo llevó a este apóstol a las Indias. Te da gloria hacer que un alma retrocediendo, avance, y cuando los hombres creen que tiene grandes imperfecciones y los demonios piensan que por sus grandes faltas se aproxima al abismo, tú haces ver que está sostenida por tu diestra y que puede decir con el Real Profeta: Dextera Domini fecit virtutem, dextera Domini exaltavit me. Non moriar, sed vivam; et narrabo opera Domini (Sal_117_16s). ¡Excelsa la diestra de Yahveh, la diestra de Yahveh hace proezas! No, no he de morir, que viviré y contaré las obras de Yahveh.

            Corrigiéndome, me haces ver que soy tu hija; no exponiéndome a mis [996] enemigos, me impulsas paternalmente a pedir entrar a tu Corazón embriagado de amor por mí y que es mi justicia y mi alivio: Aperite mihi portas justitiae ingressus in eas, confitebor Domino. Haec porta Domini, justi intrabunt in eam (Sal_117_19s). Abridme las puertas de justicia, entraré por ellas, daré gracias a Yahveh. ¡Aquí está la puerta de Yahveh por ella entran los justos! Te quiero alabar mi Señor, por tus misericordias que me han prevenido, me has escuchado cuando te he presentado mis miserias y mis oraciones, porque me quieres salvar.

            Siendo tú de suyo bueno y justo era necesario que fuese despreciada por aquellos que ocupan tu lugar, como la piedra desechada por los constructores; hic factus est in caput anguli (Sal_117_22). En piedra angular se ha convertido. Las maravillas se hacen por tus bondades, esto extraña a aquellos que no conocen ni el principio ni el fin, ni de donde viene tu Espíritu preveniente. Este es el día que hiciste por tu amorosa presencia en las almas de los israelitas. Viendo y temiendo a Dios están contentos por tus claridades; en cambio, aquellos que los combaten por su autoridad, tienen la felicidad temporal únicamente. Haz, querido Amor, que cumpliendo todas tus voluntades, alcancen los gozos eternos.

            Los días de santa Bárbara, san Nicolás y san Ambrosio, fuiste para mi luz, caridad y dulzura. Luz y lámpara [997] por las oraciones de santa Bárbara; caridad por las de san Nicolás, que te pedía renovaras nuestro sagrado matrimonio en la comunión; y dulzura y ambrosía por este Doctor que es la ambrosía misma, no pude más que decir: Crastina die delebitur iniquitas terrae. Et regnavit super nos salvator mundi (Of. día Navidad). Mañana se borrará la iniquidad de la tierra. Y reinará sobre nosotros el Salvador del mundo.

            A la serpiente antigua que es la iniquidad sobre la tierra, le fue quitada la esperanza que tenía de engañar a los hombres. Vi que aquella que la aplastó bajo sus pies comenzó a ser Inmaculada desde el momento en que fue concebida y oyó decir al soberano Rey: Veni electa mea BR 4a. Ant. II Vp, vírgenes). Ven, mi elegida. Tú eres toda bella y en ti no hay, ni habrá nunca ninguna mancha. Digna Madre de Dios, quién pudiera decir las bondades que me hiciste probar en la santa comunión y la que tu Hijo, expuesto en el altar, en la amable Eucaristía puso en mi alma, para hacer arder mejor el sacrificio que le ofrecía. Me hizo derramar lágrimas en abundancia acordándome del sacrificio de Elías. Dios Verdadero y vivo sé de todos bendito y adorado.

            El día de san Dámaso, mi alma se ocupó en alabar a la santísima Trinidad, agradeciéndote la inspiración que diste a este gran Papa de amar a san Jerónimo, y por medio de uno y otro hacer que se cantara en occidente el Gloria Patri que se canta en oriente. Me alegré porque los ángeles, estrellas de la mañana, te alaban juntos en el cielo desde antes de la creación del hombre, pidiéndote que nos enseñaras a hacerlo después de nuestra creación, mientras permanezcamos en esta baja tierra, esperando el día en que para siempre te alabemos con ellos en la tierra sublime, tierra viviente, diciéndote con David: Beati qui habitant in domo tua, Domine; in saecula saeculorum laudabunt te (Sal_83_5). Dichosos los que moran en tu casa, te alaban por siempre.

            Santa Lucía, con la que tengo antiguas y nuevas obligaciones, me participó en su día de la firmeza de su amor, confiándome a este amor divino que eres tú; Espíritu de vida y vivificador que abrasaste su corazón y elevaste su alma con tus llamas que apagaron los apetitos del cuerpo, templo sagrado que querían violar exponiéndolo a los pecadores, pero este templo se hizo inconmovible. El amor puso ahí su peso confundiendo a todos los espíritus locos. Por la Eucaristía entraste a su pecho virginal por su boca purísima en donde le concediste tus gracias de unión y así con ella recibiste el golpe de espada que atravesó su garganta. Como se había alimentado de ti, y tú estabas con ella, no tuvo ningún temor, el amor la había vencido y encontró tu lecho en medio de su corazón. Eres el amor mismo y la alegría [999] de todas las hijas de Jerusalén, allí estuvo tu lugar de paz y habitación en Sión, entraste en ella para hacerla entrar y permanecer en ti experimentando tu promesa.

            La espera del alumbramiento de tu santa Madre, el 18 de diciembre, no fue para mí una temeraria presunción, pues a tu bondad le agradó prevenirme de sus dulzuras, no dejándome en la pena que muchos experimentan elevándolos antes de que venga la aurora, por la que su sol hará débil el día. Tú nombre fue para mí un aceite abundante, por no decir esparcido, que quemaba mi corazón ardientemente y alumbraba mi entendimiento de tal manera que la noche me era clara como el día por tu presencia, mi querido Esposo: Quis tenebrae non obscurabantur a te: et nox sicut dies illuminabitur (Sal_138_12). Ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día.

            Dejando a varios en la meditación de la incredulidad de santo Tomás el día 21, de diciembre, mi espíritu fue elevado a contemplar su celo amoroso que hacía apresurar a los discípulos a que mostraran su valor acompañándote a los lugares en donde tu inclinación quería llevar tu cuerpo por el peso del amor, pero él les decía: Eamus et nos, ut moriamur cum eo (Jn_11_16). Vayamos también nosotros a morir con él. Admirando este favor antes de tu pasión, pasé este Mar [1000] Rojo, encontrándome transportada al Cenáculo, te adoré con este santo como mi Señor y mi Dios, repitiendo por varias veces estas palabras, confesando más con el corazón que con la boca, que tú eras mi todo. Con estos amorosos pensamientos que llenaron de alegría mi corazón entré a tu casa donde oí a tus cantores sagrados que me recibieron en sus coros invitándome a tomar parte en su música, como antaño, encantada de oír al gran san Miguel que te hacía conocer como Dios, David como su Rey y el mismo Dios a quien santo Tomás confesaba ser su Señor. Acabé diciendo: Jesús mi Amor eres nuestro Rey, nuestro Señor y nuestro Dios.

            El día de Navidad la gripa y una gran neblina, me obligaron a guardar cama después de haber oído las 3 Misas de la noche y de haber comulgado. Me hiciste experimentar la paz que el silencio y las tinieblas no turban, naciendo del seno de tu Padre y de tu virginal Madre, viniste a tomar un lugar real en el mío, en donde hice, como me habías enseñado, actos de adoración, agradecimiento, contrición, ofrenda, conformidad y abandono entre las manos de tu adorable Padre y las de tu milagrosa Madre, la que te envolvió en pañales y recostó en el pesebre.

            [1001] Querido Amor, cuando entraste en mi seno, eras una nube adorable. Consagraste tu templo llenándolo de tus maravillas. Yo no podía hacer mis funciones ordinarias ¿No debía como los ministros del templo, ceder mis funciones a esta nube que llenaba tu casa? Nebula implevit domun Domini et non poterant sacerdotes stare et ministrare propter nebulam (1R_8_10). La nube llenó la casa de Israel y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio a causa de la nube.

            La gripa me duró más de 40 días, la neblina muy espesa duró también largo tiempo en Lyon, me hizo permanecer en mi cuarto sin fatiga porque tu bondad ocupaba mi espíritu y calmaba los dolores de mi cuerpo, dormía poco por temor a que la fluxión y la tos me privasen de recibirte, pero arreglaste las cosas de tal manera que te pude recibir todas las mañanas en la Misa de la comunidad, haciéndote mi divino alimento y mi verdadero elemento.

 Capítulo 141 - La santísima Virgen nos invita a un festín que ella nos ha preparado. Mis mortificaciones ordinarias. La bondad divina recibe nuestros pensamientos y nuestras lágrimas. Moisés me mostró dos tablas. El Verbo Encarnado es mi primer y último ermitaño, mi principio y mi fin, pastor y cordero.

            [1002] El día de tu circuncisión de 1654, al considerar el cuchillo que hirió tu carne inocente, casi a tu entrada a este mundo, no pude menos que decir que eras la uva prensada en las viñas de Engadía, mientras que tu santa Madre decía abrazándote contra su pecho: Fasciculus myrrhae dilectus meus mihi: inter ubera mea commorabitur (Ct_1_12). Bolsita de mirra es mi amado para mí, que reposa entre mis pechos. Mezclando sus lágrimas y su leche con las tuyas y tu sangre, preparó un festín al que me invitó a comer y beber hasta embriagarme de este vino virginal que no embota los sentidos, sino que los eleva para sentir tus bondades y para buscarte hasta encontrarte con simplicidad de corazón, según el consejo del Profeta: Quaerite Dominum, et confirmamini, quaerite faciem ejus semper (Sal_104_4). Buscad a Yahveh y su fuerza, id tras su rostro sin descanso.

            [1003] El día de Reyes, mientras oía a nuestras religiosas renovar sus votos, mi alma renovaba sus sufrimientos, viéndome privada por tus órdenes, de esto que se hace en la Orden. Me dijiste oh Rey de mi corazón: Ofréceme tus pensamientos mientras tus hijas me ofrecen sus votos y no dudes que el mismo que recibe los corderos de mi oveja, recibe amorosamente los pelos o pensamientos de quien como un rebaño de cabras sube la montaña de Galaad: Oculi tui columbarum, absque eo quod intrinsecus later. Capilli tui sicut greges caprarum quae ascenderunt de monte Galaad (Ct_4_1). Palomas son tus ojos a través de tu velo, tu melena cual rebaño de cabras, que ondulan en el monte Galaad.

            Los pelos de cabra eran ofrecidos y recibidos en el Templo para hacer objetos que servían al santuario de diversas maneras, se los hilaba, torcían y labraban; se teñían de escarlata o empleaban según órdenes recibidas del cielo. Tus mejillas cubiertas de lágrimas y tu amor tan íntimo, me agradan tanto o más que estos votos; estos amorosos pensamientos suben hasta mi trono con los mártires: Galaad auricus testimonii. Galaad auditorio de tus testimonios. Testimonian que soy su Dios y su Amor, Galaad abjectio, Galaad desprecio; viéndote en el desprecio, [1004] los elevo a mi gloria: super te Jerusalem orietur Dominus, et gloria ejus in te videbitur (Is_60_2). Sobre ti Jerusalén amanece Yahveh y su gloria sobre ti aparece. Durante los 40 días que permaneciste en el establo con tu admirable Madre y su virginal esposo, me concediste muchas gracias, tus santos me entretuvieron allí con alegría, con un regocijo común: Laetentur caeli, et exultet terra (Sal_95_11). Alégrense los cielos, regocíjese la tierra.

            Moisés se me apareció llevando dos tablas en las que no había nada escrito, cosa que me extrañó al mirarlas, pero entendí que este legislador venía ahí con los santos a cantar la ley de gracia, que yo buscara en ellas la ley del amor, y entonces conocería lo que deseabas que hiciera.

            Los días de san Antonio y san Pablo, primer ermitaño, de santa Inés, san Vicente, santa Emerenciana, y san Timoteo discípulo de san Pablo, Verbo divino, envuelto en pañales, te mostraste libre y liberal para derramar gracias en aquella que te adoraba en este establo. Eras su sol que ella adoraba [1005] dando la espalda a todo lo demás. Eras su primero y último ermitaño siendo su principio y su fin; no veía en el tiempo más que a aquél que es la eternidad; deseaba ser siempre el objeto y el blanco para recibir todas tus flechas y un día ser traspasada por ellas, a fin de que se abriesen las puertas por las que tus rayos alumbrarían toda la tierra, flechas tanto más ardientes y luminosas cuanto más veloces y fuertes.

            Deseaba, divino Cordero, que las mismas bendiciones eternas te fuesen dadas como al verdadero Jacob a quien el Padre bendijo. En fin, era hija de deseos, deseaba seguirte por todas partes con santa Inés y santa Emerenciana, de las que me sentía hermana de leche ya que no podía serlo de sangre porque yo no había obtenido como ellas el favor del martirio. Te consideraba que llegabas vencedor a fin de vencer, no solamente coronado, sino dando coronas de gracias y de gloria.

            Este maná escondido tenía un nombre nuevo que tú y el alma que lo recibe conocen. Es tu voluntad o más bien [1006] tu gusto. Quisiste que sin ir a la Roma terrestre, mi alma visitase este templo celeste y divino pidiéndote continuamente ese mismo favor; ella habitó ahí todos los días de su vida según tu agrado, adorándote, Rey de los siglos inmortales, invisible, y que todo lo creado te rindió en sus homenajes, que con el Padre y el Espíritu Santo tuvieras en el cielo la gloria que te es esencial y que ninguna creatura te puede quitar.

            San Pablo dice a Timoteo, que tú eres inmortal e invisible, así como impasible, permaneciendo solamente Dios; pero en cuanto Hombre, asegura que eres el Pontífice que se compadece de nuestras enfermedades, y oyó de tu propia boca: Saule, Saule, quid me persequeris? (Hch_26_14). Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, aunque entonces ya habías resucitado y la muerte no tenía sobre ti ningún dominio pues estaba bajo el tuyo, ya que habías destruido el cuerpo del pecado eras por tanto y para siempre, el Dios vivo.

            Te quejaste de la persecución de Saulo cuando parecía; lupus rapax, (Gn_49_27) lobo rapaz; tú eras su presa y él se hizo la tuya, tu luz lo cegó y tu voz lo confundió, volviste nulo el poder que recibió del Sumo Sacerdote. Este lobo, lleno de gozo tuvo [1007] que confesar que el Cordero, desde el principio del mundo era tu figura, y a quien persiguió es ahora al que adora y es digno de todo honor y toda gloria. Que tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec llamado por Dios como Aarón, que eres Dios y Hombre, juez de vivos y muertos, y que a tu nombre toda rodilla debe doblarse en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Asombró a todos aquellos que en Damasco lo oyeron decir: Quoniam hic est Filius Dei (Hch_9_20). Que él Jesús es el Hijo de Dios; confundiendo a los judíos que vivían en Damasco, afirmaba: Quoniam hic Christus (Hch_9_22). Que Jesús era el Cristo.

            Hablando de ti mi Cordero, que venciste a este lobo y lo hiciste pastor de las ovejas que él quería matar sacándolas del aprisco, porque eres el gran Pastor de las almas y al mismo tiempo el Cordero que quita los pecados del mundo, te rogué con confianza en tu bondad, que quitaras los míos, a ti que quisiste ungir el Sancta Sanctorum; el Santo de los santos, abreviando las semanas, quitando los pecados que tenías que soportar. Ofreces a tu divino Padre tu muerte por amor a todos así como por mí, tú que eres el Cristo Dios.

            Para hablar dignamente y alabar las [1008] perfecciones de este Apóstol de gloria sería necesaria la boca de oro del gran san Crisóstomo. El día de su fiesta yo guardo un respetuoso silencio: Habla, gran Prelado, de la abundancia de tu corazón que es un altar de oro. Tu boca nos enriquece distribuyéndonos las maravillas de este apóstol. Su caridad merece nuestra emulación, ciencia excelente que nos ha aconsejado aprender de él por medio de ti.

            San Ignacio en su día, me trató con gran magnificencia. Como a lo largo del año precedente ya hablé de ello, no repetiré lo que ya dije. Todos los años me hace grandes favores; su amor es todo fuego, todo llama, todo luz, también él nos da al prodigio que aparece en el templo el 2 de febrero. La Virgen cristífera que lleva a Cristo el ungido por excelencia, para presentarlo al divino Padre, el primogénito de entre los muertos, la gloria de la tribu de Leví, el cetro de la corona de Judá, cuyo sacrificio y alabanza honran al Padre Eterno con un honor infinito.

Capítulo 142 - Las gracias y los favores que Dios me hizo desde el día de Septuagésima hasta Pascua, y cómo llenó mi espíritu con los pensamientos de los evangelios de esos días, él da generosamente sus bienes a los que lo buscan.

            [1009] El domingo de septuagésima, aunque parecía ociosa permaneciendo sólo por deseo y sin trabajar hasta la última hora en tu viña, fuiste bueno previniéndome de tus favores, y sin hacer menos a aquellos a quienes recompensaste según tu justicia, de acuerdo con lo que habías convenido con ellos.

            Querido Amor, es demasiado que tu misericordia perdone mi ociosidad y que tu bondad me invite y envíe a última hora a trabajar en tu viña, para mí, es un indecible favor. Mi alma humillada permanece en suspenso cuando ve que la previenes con tus bendiciones, lo que la hace exclamar: Dios de mi corazón, qué bueno eres, haces misericordia [1010] porque quieres hacer misericordia; muchos corren y te buscan. Tu amor da el premio a quien le place, no privas de tus bienes a los que claman para agradarte y no por amor propio.

            La Palabra de Dios es un fruto perfecto que hace la santidad del alma que la ama.

            El domingo de sexagésima me hiciste experimentar que tú eres el divino sembrador que ha venido a sembrar en nuestras almas y en nuestros corazones la palabra de vida; que si la recibimos y guardamos en el corazón con paciencia, produce el fruto perfecto que recibes con agrado. Quien escucha atentamente lo que esta palabra les dice, cumple tu voluntad y se santifica.

            El alma se debe despojar de todo para entender el secreto de tu Pasión.

            El domingo de Quincuagésima, deseosa mi alma de subir contigo a Jerusalén, dejó todo, despojándose de todo para entender el secreto de tu amarga Pasión, de tu sangrante flagelación, rogándote hacerla partícipe de ella y que no viese en las creaturas más que a ti, mi Jesús crucificado, y que en verdad pudiese decir con el Apóstol: Christo confixus sum cruci, Vivo autem, jam non ego, vivit vero in me Christus (Ga_2_19s). Con Cristo estoy crucificado, y no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí.

            Me hiciste ver un macho cabrío expiatorio y entonces te dije: Señor, [1011] has sido hecho maldición por todos y en particular por mí; no rehúso los desprecios y los sufrimientos, solo te ruego que no me abandones. Contigo, divino Amor, lo puedo todo, si tú me consuelas, si tú quieres ser mi desprecio mi dolor y mi pobreza, seré dichosa en este estado contigo porque quien tiene a Dios tiene todo. Demasiado avaro es aquél a quien Dios no basta. A mí siempre me bastarás tú, mi amor y mi todo.

            Jesucristo llevado al desierto por el Espíritu santo, permitió al demonio tentarlo, enseñándonos a vencer las tentaciones.

            El primer domingo de Cuaresma ansiaba irme al desierto para encontrarte rechazado del gran sacerdote, y conducido por tu Santo Espíritu, como dice san Marcos. Tú fuiste allí tan pronto como tu divino Padre te dijo: Tu es filius meus dilectus In te complacui. Et statim Spiritus expulit eum in desertum (Mc_1_11s). Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco. Y a continuación el Espíritu te conduce al desierto, para permanecer allí 40 días y 40 noches mirando los pecados de los hombres de los que te habías hecho responsable, tú sólo por todos los hombres, los cuales, desconociendo el honor que tú les hacías, se hicieron semejantes a las bestias.

            [1012] San Marcos dice enseguida: Et tentabatur a Satana: eratque cum bestiis (Mc_1_13). Siendo tentado por Satanás estaba entre los animales del campo. ¿Qué combate mi Señor, te libró el demonio? El que libra en el mundo por medio de las tres tentaciones, con las que quiso probarte a pesar de que no eras del mundo porque lo habías vencido. Tus ministros, los ángeles vinieron a servirte. Querido Amor, por tu bondad transpórtame del mundo a ti para que converse con los ángeles y participe de tus victorias. Sé tú mismo mi fe que venza al mundo. San Matías reemplazó el vacío que dejó Judas y entró en el Corazón divino.

            Tu caritativa y amorosa bondad me concedió muchas gracias el día de san Matías, el cual recibió de tu Espíritu la gracia del apostolado, la luz y la fidelidad que Judas no quiso recibir. Por no haber querido despojarse de su avaricia y propio interés, no recibió la caridad propia de los santos en la luz. En estas tinieblas tú luciste Divino Sol, y Judas odiando la luz, se hizo esclavo del demonio, semejante a lo que amó.

            Matías llevó la luz como los otros Apóstoles, reemplazó el vacío de Judas, el cual fue a su lugar, el infierno. Matías entró en tu corazón que es el paraíso. Gran san Matías, acuérdate de mí ahora que estás en [1013] tu reino, que en este día yo sea un paraíso de caridad, amando a nuestro buen Maestro.

            El Verbo Encarnado tendió redes al cielo a la tierra sobre el monte Tabor.

            El segundo domingo de Cuaresma quisiste llevarme contigo sobre el monte Tabor en donde te encontré tendiendo cordones y redes al cielo y la tierra. Tu Padre y el Espíritu Santo estaban allí atados y atraídos por el amor, si me atrevo a hablar así. Moisés y Elías, y tres de tus Apóstoles cayeron arrobados por tierra. ¡Que encanto! ¡Qué maravilla! se extasiaron el cielo y la tierra y sólo el infierno se obstinó en que no hubiese esta clase de luz. Querido Amor, en tus manos pongo mi suerte, en tus ojos mis energías y en tu seno está mi tesoro. Eres mi bien donde quiera que estés. San Pedro no supo lo que dijo, por eso yo quiero aprender de ti lo que quieres que haga. Tu Padre me manda oírte, habla, Señor, que tu sierva calla para oír en paz y quietud. No quiere ver sino a Jesús de Nazaret, su Esposo. Es el fin de tu Transfiguración, [1014] úneme a ti, átame con tus lazos, quiero ser tu cautiva, si estoy muda como un pez, cógeme en tus redes, en ti encontraré mi elemento y mi alimento, ya que eres el mar inmenso en donde mi espíritu se desplegará y perderá, pues eres mi vida, y mi ganancia está sólo en ti.

            El alma que posee la paz, es el cielo del Señor.

            El tercer domingo te pedí mantener en paz tu reino, y que fueras en mí el muy amado, que yo no fuese dividida, porque según dijiste: Todo reino dividido es desolado, lo que es verdad infalible. Haz que por tu gracia sea toda tuya y tú seas mi amor y mi todo, bendiciendo a aquella que te llevó, dio a luz y alimento.

            Mis deseos y peticiones en los días de la canonización de los santos.

            El día del gran san Gregorio Papa, mi alma recibió grandes favores. Pedí participar en sus méritos y en la alegría de los santos que fueron canonizados ese día, porque en ellos tú fuiste glorificado, tú, Señor que eres admirable en tus santos. Con san Ignacio [1015] deseé hacer todo a tu mayor gloria; con san Javier convertir a todos los que aún no tienen la luz del Evangelio, anunciarles que tú eres su salvación; glorificándote, con san Felipe Neri, por tu doctrina, la que dijiste que era de tu Padre del que deseo hacer su voluntad. Ofrecí todas mis obras con el buen san Isidoro; con santa Teresa quise desligarme de toda creatura y deseé con ella poderte decir de verdad: que todo lo que no eres tú, es nada; padecer o morir, padecer por ti y morir a mí para no vivir más que en ti, de ti, para ti y por ti. Concédeme esta gracia mi divino Salvador.

            Participé del banquete que el Señor celebró con los que le siguieron al desierto.

            El cuarto domingo de Cuaresma me podrías haber exceptuado del gran banquete que ofreciste a todos los que te habían seguido pasando el mar, pero como viste que mi alma vive en Lyon como en un desierto, pasando sobre mis deseos, luchando contra todas las tempestades del mundo, que es un mar, que excita, y no deseándote más que a ti: Amor meus pondus meus, que eres mi amor y mi peso; quedaría satisfecha cuando tu gloria se me apareciera y viera que eras amado como el soberano bien, sumamente digno de ser amado.

            [1016] El Verbo Encarnado entró de nuevo en el corazón de su amada, la volvió su santuario y la invitó a ser como su amada Magdalena.

            El quinto domingo, después de que los judíos te arrojaron del templo, te rogué que vinieses a mí corazón y lo renovaras e hicieras en él tu santuario, entrando en él por tu sangre como Pontífice Eterno y haciéndome por ella un camino nuevo para entrar en ti. Se aumentó mi confianza al oír las palabras del Apóstol: Habentes itaque fratres fiduciam introitu sanctorum in sanguini Christi, quam initiavit nobis viam novam, et viventem per velamen id est, carnem suam (Hb_10_19s). Teniendo, pues, hermanos plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Cristo, por este camino nuevo y vivo, a través del velo, es decir, de su propia carne.

            Adorándote gran Sacerdote Dios y Hombre que eres el Señor de tu templo, que es tu casa santa y sagrada procuré ayudada de tu gracia, subir con un corazón fiel, lleno de fe y confianza en tu bondad, lavada por el agua y la sangre que habías vertido por mí y por todos los hombres. El jueves de esta semana de Pasión, viendo a tus pies a la santa penitente, lavándolos con sus lágrimas y enjugándolos con sus cabellos, me dijiste me acercara [1017] a besarlos con amor y reverencia. Imitando a esta amada te dije: Señor, puesto que he cometido muchos pecados, que confieso a tus pies, dame mucho amor y perdónamelos por tu caridad.

            Rompí mi corazón lleno de compasión a los pies de Jesucristo.

            El domingo de Ramos te rogué vinieras a mi casa que es tu casa, en donde te había preparado una comida a imitación de santa Marta, poniéndome en espíritu a tus pies con María, y vertiendo sobre ellos y sobre tu cabeza, todos mis deseos, rompiendo de compunción mi corazón, como ella el frasco de perfume, para no retener ninguna afección ni pensamiento, ofreciéndote todo lo que soy.

            Testamento en donde se hizo el milagro de amor y la señal que el cielo jamás había visto.

            Preparándome el jueves para asistir a tu Cena, en donde querías hacer ver la fuerza de tu amor a tus Apóstoles dándoles tu cuerpo sagrado como comida y tu preciosa sangre como bebida, entraste en ellos para cambiarlos y convertirlos en ti. Tu ángel no presentó al Profeta Elías más que agua; David, Rey y Profeta no se atrevió a esperar que el vino se convirtiera en ti, que lo conducías diciendo: super aquam refectionis educavit me, animan meam convertit (Sal_22_23). Hacia las aguas de reposo me conduce y conforta mi alma. ¿Por qué? porque la viña que Jacob [1018] había visto proféticamente, no había aún producido la sangre de las uvas para lavar el manto de su hijo Judá que debía dar la presa que él mismo tomaba; todos esos leoncillos con ojos hermosos como el vino y dientes blancos como la leche. Eres el Esposo blanco y rojo, que alimentas y revistes a tu esposa, y me quisiste tratar real y divinamente para mostrar que eres grande y mi Rey pacífico, aún cuando el infierno y los poderes de las tinieblas te hacen la guerra más cruel que jamás se haya visto. Antes de tu muerte más amorosa que dolorosa, hiciste tu prodigioso testamento, un gran milagro de amor, hasta esa tarde desconocido.

            Este es el gran Sacramento escondido en Dios que contiene todas tus inagotables riquezas y la plenitud de tu divinidad corporal. Y yo, la mas pequeña de todas tus creaturas, recibo esta plenitud y sus riquezas, para anunciarlas a todos tus santos en la gloria así como los múltiples dones de tu único y divino Espíritu, todo amor, que nos dio la más grande señal que el cielo y la tierra hubiesen visto; a saber, una extensión de tu amorosa encarnación bajo la sombra de la virtud del Altísimo, en las entrañas virginales. Las especies de pan y de vino sirven de sombra y de velo. Descansaré bajo la sombra de aquél que ama mi alma.

            [1019] El Verbo Encarnado fue espléndido sobre el madero de la Cruz donde fue reconocido Señor de los ángeles y de los hombres y verdadero Hijo del Dios vivo. Nos invitó a alojarnos en sus sagradas llagas.

            El Viernes Santo, no disminuyeron en nada los dones de los tesoros de tu bondad que hiciste en la Cena. Te diste con largueza a todos los hombres tanto en tus gracias como en tu sangre. Subiste al Calvario cargado con tu Cruz, llevándola, para ser llevado por ella; elevado sobre este madero, atrajiste a todos a ti. Si los cielos se abrieron en tu bautismo de agua para admirar tu inocente humildad en el río Jordán, no lo hicieron en la cruz para esconder a los espíritus celestiales los excesos de tu amor. En este bautismo de tu propia sangre, Spiritu sancto misso de caelo, in quem desiderant Angeli prospicere (1Pe_1_12). El Espíritu Santo enviado desde el cielo, mensajero que los ángeles ansían contemplar. Sobre este madero, querido Amor, fuiste reconocido por Mesías, declarado cabeza de los ángeles y de los hombres, el verdadero Hijo de Dios vivo que había sido dado al mundo para salvarlo, el soberano Pontífice que subió al santuario para perdonar los pecados que lavaste en tu propia sangre. Tu clemencia me atrajo con una indecible ternura diciéndome: Ven, hija mía, ven a recibir la absolución papal, ven a besar mis pies sagrados clavados en este madero, bordados con mi sangre preciosa. [1020] Mis llagas sagradas son adorables, son rosas que conservarán su color y su olor por toda la eternidad.

            Divino salvador, ¿no soy yo, criminal de tu muerte por mis pecados? Cor meum conturbatun est in me, et formido mortis cecidit super me. Quis dabit mihi pennas sicut columbae, et volabo, et requiescam (Sal_54_5s). Se me estremece dentro el corazón, me asaltan pavores de muerte. !Quién me diera alas como a la paloma para volar y reposar! Tú, mi amor y mi Dios. Ecce elongavi fugiens, et mansi in solitudine (Sal_54_8). Huiría entonces lejos, en el desierto moraría. Escogí tus santas llagas, ya que por tu misericordia me dejaste escoger. Qui salvum: me fecit pusillanimitate spiritus, et tempestate (Sal_54_9). Enseguida encontraría un asilo contra el viento furioso y la tormenta, seré tu paloma en los agujeros de la piedra, haré mi morada en la caverna de tu sagrado costado.

Capítulo 143 - Al Verbo Encarnado le agrada que le pidan grandes gracias, encontrando gran placer en concederlas. Visión de un cordero en un bosque, y el por qué.

            El día de Pascua de 1654, te veía glorioso y triunfante del pecado, de la muerte y del infierno, en un día lleno de claridad y de delicias. La belleza del campo de tu inmensa divinidad y la muy [1021] agradable de tu humanidad, hizo salir mi alma de ella misma para retirarse con los que te seguían, los cautivos que habían sido librados de la prisión, de tu justicia, de los limbos tenebrosos, y dije: Haec est dies quam fecit Dominus, exultemus, et laetemur, in ea, O Domine, salvum me fac; O Domine, bene prosperare, benedictus qui venit in nomine Domini, benediximus vobis de domo Domini, Deus Dominus et illuxit nobis (Sal_117_24s). Este es el día que Yahveh ha hecho, exultemos y gocémonos en él ¡Ah, Yahveh, da la salvación! Ah, Yahveh, da el éxito; Bendito el que viene en el nombre de Yahveh! Desde la casa de Yahveh te bendecimos. Yahveh es Dios, él nos ilumina. Permitiste divino Amor, te dijese estas palabras como un cántico alegre, al verte triunfante después de tu Pasión, después de haber pasado generosamente el Mar Rojo de tu sangre, en donde salvaste a los verdaderos israelitas y venciste a los pecados y a los demonios como a los egipcios. Tu santa Madre, arrobada de dulzura te decía: Levántate gloria mía, haz oír mi arpa y mi salterio en el cielo como en la tierra. Estando todo en alegría, ¿podía yo permanecer triste? Aquellos que no te amaban, Jesús resucitado, se hacían anatema, pero los que te amaban saltaban de alegría. Aún cuando se cerrasen las puertas, adorable sembrador, tú podías entrar en los corazones obstinados en no creer sino a lo que veían, oían y tocaban sus [1022] manos como santo Tomás y convencerlos por tu caridad, de lo que su fe no podía creer, porque estaba como muerta y enterrada en tu sepulcro; pero sus corazones no eran más duros que las piedras que tú penetraste gloriosamente diciéndoles que se acercasen a ti. Se encontraron en ti y tú en ellos exclamando admirados: Dominus meus et Deus meus (Jn_20_28). Señor mío y Dios mío.

            La fe animada de la caridad, hace que el alma colmada con profusión de dones divinos hace que tu Espíritu Santo haga en ella su morada. Este Espíritu es el que tú quisiste que tus discípulos pidiesen a tu Padre, para que su alegría fuese total, estimando en poco todo lo que habían pedido hasta el día en que los moviste a pedir tu gran bondad, que de suyo es comunicativa: Usque modo non petistis quidquam in nomine meo: Petite, et accipietis, ut gaudium vestrum sit plenum (Jn_16_24). Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado.

            Cuántas veces me has invitado a pedirte grandes cosas, haciéndome entender que te [1023] agrada concederlas a las almas que confían en tus bondades que esperan todo perdón y todo don de tu misericordia, de la que la tierra está llena, como el cielo de tu justicia, porque el reino donde alojas a los justos lo has adquirido con tu sangre que es de un mérito infinito y por eso has pagado más de lo justo, siendo rico te hiciste pobre para enriquecernos y moriste para darnos vida.

            El día de la Invención de la santa Cruz, te me apareciste en la figura de un cordero que caminaba por un bosque grande y espeso en donde no vi ninguna hierba. La lana te cubría hasta la tierra y me hiciste oír: Es mi vestido sin costura del que he querido revestir a los hombres; mi alimento en este bosque es la voluntad de mi Padre que ha amado tanto a los hombres que les ha dado a su propio Hijo, para salvarlos por la cruz. Hija mía, mi amor es mi peso, amo la Cruz porque por ella parezco y pareceré el Rey de los amados y el amor mismo.

            Adorándote y contemplándote en este bosque, caminando solo, tú te aproximaste a mí y te dije: Queridísimo y dulcísimo cordero, ¿quieres [1024] que sea tu pastora? Mis deseos desde la infancia son de seguirte a donde te agrade ir.

            Dime, ¿eres el cordero que galopaba en las nubes revestido de esas mismas nubes, cuando tu Madre me dio a entender que te siguiera a Lyon? ¿Descendiste a este bosque para ser de nuevo sacrificado como humilde y dulce víctima? ¡Ah! querido Amor, entiendo el misterio, te haces todo, para ganarnos a todos. Cuando me hiciste venir de París con gran ruido lo que me mortificó mucho, volabas sobre las nubes, y ahora que se me humilla, resistiéndote a ti más que a mí, me compadeces en este bosque en el que me veo sola contigo.

            Queridísimo Amor, mi Isaac y mi Señor, con alegría bajo a este bosque en donde arrobada me has levantado hasta las nubes para caminar contigo. Soy feliz de estar aquí, Esposo mío. Llévame si te agrada, a la tienda de Sara tu santa Madre y regocijarás a todos tus elegidos; soy tu Rebeca, valientemente sufriré con tu gracia las [1025] resistencias de estos dos pueblos que quieres lleve en mi seno. Conozco, Salvador mío, que es necesario que sufra contradicciones al seguirte. Tú las has sufrido por los pecadores, tú que eres la misma inocencia. ¿Podría ser exceptuada yo que soy una gran pecadora? Yo puedo todo en aquél que me conforta a pesar de que quieran contradecir tus designios.

            Querido amado, me acuerdo que hace algunos meses se me apareció Moisés llevando dos tablas que no tenían nada escrito. Yo esperaba que escribieses algo en ellas, y entendí que no debía desesperar de los designios de tu poder sobre mí, que cuando las resistencias de aquellos que te deben todo, vinieran a quererme hacer sentir desamparada, no recibiendo tus órdenes, recordara que tú las escribirías de nuevo, que me habías puesto con los santos patriarcas y profetas, los apóstoles y mártires, confesores y vírgenes, y que todo lo debía sufrir por tu nombre para testimoniar tanto las verdades ya cumplidas, como las que cumples y cumplirás, ya que tú das testimonio [1026] de ti mismo al darme la sabiduría a la que mis enemigos, que son los tuyos, no podrán resistir, siempre que tenga paciencia, ya que con ella poseeré mi alma.

Capítulo 144 - Tuve deseos ardientes de seguir al Verbo Encarnado en su gloria. En mi soledad Dios me dio abundancia de lágrimas. El estado en que me encontré hasta Pentecostés y la fiesta de la sma. Trinidad. Fui tratada divinamente manteniéndome en un estado glorioso.

            El día de tu ascensión mi alma deseó seguirte, pero con gran pena tuvo que detenerse en este valle de miserias y lágrimas, resolviéndose con violencia inexplicable a sufrir por tu amor su vida miserable y decirte con frecuentes suspiros: ¡Ah, sufro un martirio privada de lo que me atrae! Consiento que subas a tu Louvre de gloria, amándote en tus delicias, pero desfallezco al permanecer en la tierra en suplicios tan [1027] prolongados. Reprochaste a los apóstoles su dureza e incredulidad después de tantas señales de tu resurrección, se extasiaron en tu ascensión; sus ojos, fijos en ti, no podían volverse a los dos ángeles que en forma humana se les aparecieron; hubiesen querido permanecer sobre el monte de los Olivos, como san Pedro sobre el Tabor, pero la nube y los ángeles los privaron de su inclinación.

            Es necesario que sufra la misma privación y que viva languideciendo, puesto que me ordenas permanecer en este exilio diciéndome que subes cerca de tu Padre para ser mi abogado, hablando tú mismo, por ti mismo, después de haber hablado de varias maneras por tus profetas y tus ángeles, sube, mi bienamado y hazme oír tu voz. La oigo querido Amor, que me dice que eres la Palabra eterna que intercede por mí en el cielo, que me dejas la pluma para que escriba para tu gloria aquí en la tierra las bondades de tu amor.

            Los diez días que pasé en oración y lágrimas me [1028] causaron tal debilidad en la vista, que el médico me dijo que tenía síntomas de cataratas, ordenándome curaciones reiteradas para tratar a tiempo de remediarlas a tiempo. Con gran sufrimiento y por obediencia tuve que retener las lágrimas para no perder la vista, como se temía, si no hubiera detenido el curso de mis lágrimas y hubiera dejado de leer y escribir, casi no hubiera podido hacer oración con fervor porque experimento con frecuencia que las llamas que enciende el Espíritu Santo dan al alma las aguas que fluyen en abundancia: Flabit spiritus ejus, et fluent aquae (Sal_147_18). Sopla el viento y corren las aguas.

            Era necesario que me sintiese inútil de espíritu. El cuerpo hacía lo que no le agradaba hacer; soportaba con frecuencia las visitas que me importunaban cuando mi inclinación era estar sola contigo, Señor. Hacía las oraciones vocales como tú sabes las puedo hacer, diciendo varias veces durante el día y la noche el rosario, paseándome dentro de las habitaciones pues no podía sufrir el aire. Con frecuencia te visitaba en tu morada de amor, la divina Eucaristía, permaneciendo de pie o sentada porque tenía enferma una rodilla y no me permitía permanecer largo tiempo arrodillada.

            [1029] Si tu caritativa bondad me permitía pasear, lo hacía en la Iglesia cuando estaba cerrada o en el coro, con intención de hacer procesiones con aquellos que las hacen rogando a todos los santos y a todos los ángeles me asistieran y ofrecieran mis oraciones a tu adorable Majestad uniendo mis intenciones a las tuyas y a las de ellos. Algunas veces te rogaba que elevaras mi espíritu como Enoc que fue elevado en el cuerpo cuando le hiciste el favor de pasearse contigo. Si oraba de pie, te miraba como te vio san Esteban; si sentada, te miraba sentado a la derecha del Padre o en la Cena; si postrada, te veía a los pies de tus apóstoles o en el jardín de los olivos, suplicándote rogaras por mí, y me permitieras enjugarte y darme esa sangre preciosa que corría sobre la tierra, diciéndote que este rocío divino me podía enriquecer, adornar y justificar ante tu Padre. Con tus santos ángeles, rogaba a aquél que me conforta, me asistiera para hacer una oración que te fuera agradable. Querría ser esa tierra y abrir mi seno a esas gotas divinas para que ahí germinara el Salvador que eres tú, mi amor y mi Dios.

            El día de Pentecostés y durante la octava, no me privaste del don que tu Padre y tú enviaron al [1030] Cenáculo. Podía decir que tu Ley estaba en medio de mí corazón y que mis enemigos no podían vencerme mientras que tu Espíritu armado con las armas del amor, me protegiese, y que su caridad estuviese ahí derramada, lo que era verdad, porque la bondad es de suyo comunicativa. El día de la fiesta de tu santísima Trinidad me trataste divinamente. Me hiciste ver un brazo muy fuerte con la mano llena de ungüento para fortificarme y endulzar todas las contradicciones que me hacían a mí y a tu Orden.

            Por la tarde, después de haber tomado algunos remedios corporales, quise descansar, pero tu amorosa y augusta sociedad, me recibió con una extrema dulzura, haciéndome experimentar una gracia que no puedo expresar. Me tenía en un estado glorioso y pacífico suspendiendo todos los males que me aquejaban al concederme este divino favor. Esta suspensión elevó mi espíritu sin causarme ninguna pena en la cabeza, porque a veces estas suspensiones son como elevaciones o raptos violentos. Esta fue muy deliciosa al espíritu y un consuelo para el cuerpo. Era el 31 de mayo en que la Iglesia celebra la fiesta de santa Petronila virgen de gran belleza que se me apareció y estuvo largo tiempo conmigo sin hablarme, pero me extasié con su visita.

            [1031] La hermana enfermera, pensando que dormía, no se atrevió a turbar mi descanso, pero viendo que era muy tarde me dijo que ya casi era medía noche y me dio algún alimento Haciéndome violencia y accediendo a su voluntad me retiré de estas divinas caricias y elevadas suspensiones.

 Capítulo 145 - De las profusiones reales y divinas y de una sagrada unción hecha por Jesucristo, san Pedro y san Pablo. Las gracias que varios santos me hicieron y tranquilidad en que Dios puso a mi alma.

            El día de la fiesta de tu Santísimo Sacramento y toda la octava, me concediste grandes gracias según las inclinaciones de tu amorosa bondad que le agrada hacer profusiones reales y divinas. Invité a la Sión celestial para alabarte con la secuencia que se dice todos los días de la octava, en presencia de esta adorable maravilla que se muestra escondiéndose y se esconde mostrándose sobre nuestros altares.

            [1032] Eres tú, Eucaristía, la gracia de la tierra que alegra a los ciudadanos celestiales, los que adoran admirando y admiran adorando estos formidables y amados misterios, expuestos en nuestros tabernáculos para alojar y extasiar a las almas peregrinas en esta vida, siendo su viático en las muertes misteriosas o si me atrevo a decir, místicas, pues el alma que recibe esta maravillosa ambrosía, se extasía, se abisma exclamando: Mihi enim vivere Christus est et mori lucrum (Flp_1_21). Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. El alma dice con más ventaja que David: In pace in idipsum dormiam, et requiescam (Sal_4_9). En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo.

            San Claudio, san Antonio de Padua y el gran san Basilio, me obtuvieron muchos favores los días de su fiesta, pero ahora no puedo decir todas las bondades que compartieron conmigo, sólo diré que mi petición ordinaria ha sido de dones celestiales y gracias divinas que los elegidos han recibido y los réprobos no han aprovechado, suplicando al Espíritu Santo que reciba la gloria y se la comunique a sus santos para agradecerles de mi parte.

            Divino Salvador, tú sabes que tu Precursor, mi gran Patrono, lleva la alegría universal al alma que te quiere amar, y que aquella que lleva este nombre gracioso te pide gracia por gracia por la intercesión de aquél a quien llenaste de gracias desde el [1033] seno de su madre, visitándola cuando a ti te llevaba en el suyo tu santa Madre. La cima de la teología y el vaso de elección, san Pedro y san Pablo, no me podían olvidar los días de sus grandezas y no dudé ponerme a la sombra del primero, considerándolo después de ti, mi sol, acabando de comulgar y bañada en lágrimas, rogué a san Pablo me prestara su pañuelo para enjugarlas y quitara la tristeza en que estaba mi espíritu, si tú lo querías, para consolarlo. Recibí de los dos estos favores.

            Después de la comunión del 30 de junio, llenaste mi alma de sobreabundante alegría vertiendo en ella tu sagrada unción, ¡oh mi divino Pontífice! y me hiciste oír: Hija mía, ayer fue el día del Arzobispo de Lyon; hoy es el tuyo, ayer fue sagrado para tres Obispos de la Iglesia militante; hoy, mis Apóstoles Pedro y Pablo, de la triunfante, han venido conmigo para consagrarte toda a mí y para mí. Este brazo y esta mano que has visto que vertían sobre ti la unción de una gracia que no puedes expresar, te hace conocer mi bondad que se complace en hacer sobre ti y en ti, profusiones de amor. He cumplido lo que predijiste, en el mes de diciembre de 1652 al rededor de la fiesta de santo Tomás, al Abad de san Justo [1034] cuando le anunciaste una gran alegría. El ha visto y vio ayer las verdades que te mandé predecirle y las creyó. Querido Amor, parece que ahora el abad desprecia las luces que en otro tiempo estimaba, pues ya no aprecia a su pequeña dirigida o cambia sus intenciones con el nuevo cargo de vicario. Hija mía, mi Iglesia fue fundada después que mi Padre reveló a Pedro mi divinidad y yo lo consideré dichoso por esta revelación: Beatus es, Simon Bar Jona: quia caro et sanguis non revelavit tibi, sed Pater meus, qui in caelis est. Et ego dico tibi, quia tu es Petrus et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam (Mt_16_18). Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

            Verbo del Padre, querido Amor, siempre te ha agradado lo que agrada a tu Padre, y en El y con el Espíritu Santo que es el Espíritu de verdad eres un sólo Dios; te adoro en unidad de esencia y en trinidad de Personas. Son tres los que dan testimonio en el cielo y las tres Personas no son más que un sólo Dios, y tres quienes testimonian en la tierra: el agua, la sangre y el espíritu y estos tres no son más que un Jesucristo. Y yo te digo como David: Testimonia tua credibilia facta sunt nimis (Sal_92_5). Son veraces del todo tus dictámenes. Tu bondad amorosa recibió con agrado esta confesión que le hice.

            Esa mañana relaté por escrito al Sr. Abad de san Justo [1035] las gracias que me habías hecho, a las que no tenía respuesta. El Sr. de Grésole me pidió que lo fuera a ver sin saber lo que le había escrito. Movido de celo, le habló acerca del establecimiento de tu Orden, pero tuvo que contentarse porque tu hora aún no había llegado.

            Al día siguiente el Señor de Grésole me vino a ver y al encontrarme de acuerdo con tus voluntades se quedó satisfecho, sobre todo al ver la constancia que das a tu hijita. Me dijo permaneciera en este estado de esperanza y silencio hasta que él volviera a Lyon para recibir tus órdenes, lo que hizo en las cuatro témporas de cuaresma.

Capítulo 146 - El celo por la salvación de las almas del purgatorio me hacía pedirla con lágrimas. La santísima Virgen me hizo participar en el triunfo de su Asunción. La ingratitud me causó tristeza haciéndome ver mi debilidad. Vi la tiara del santo Padre.

            [1036] El mes de julio de 1654, te me hiciste ver como un león de la tribu de Judá y como aquél de Sansón, tu fuerza y tu dulzura fueron mi entretenimiento, por no mi enigma, el que nadie entiende si tú no lo explicas a su tiempo, porque mi corazón sólo confía en ti que me has amado fielmente, no exponiéndome a la fuerza de mis enemigos, más crueles que los filisteos fueron con Sansón después de haberlo cegado. Ellos querían dejarlo vivir para que los sirviera y divirtiera, y si no lo hubiesen tenido por su enemigo, y si no hubiesen pensado que los quería destruir, no lo hubieran atacado. Sansón los consideraba tus enemigos, mi Señor y mi Dios, y los vencía por tu Espíritu que recibió en abundancia cuando los combatía, como se dice varias veces en el libro de los Jueces: Irruit autem Spiritus Domini in Samson (Jc_14_16). El Espíritu de Yahveh invadió a Sansón.

            Veía, querido Amor, que las personas incircuncisas [1037] de corazón que no te amaban, me odiaban y se alejaban de tus designios. Mi espíritu, movido por tu celo, me daba fuerzas espirituales y razones para vencerlas, no con una quijada de asno, sino por la boca de ésta tu pequeña hija en la que derramabas gracias y bendiciones que los confundía para tu gloria, victorias que te pertenecen, mi adorable vencedor. Triunfa, Señor de los ejércitos, el fuerte y poderoso en la batalla; y como el Rey de la gloria entra en los corazones que te resisten, a fin de que cooperen a las gracias de su vocación, especialmente mi hija la que no ha perseverado como había comenzado.

            En este mes de agosto en que tantas personas temían morir a causa del eclipse solar y sus consecuencias, mi espíritu confiaba en tus claridades tan ardientes como luminosas, y no temía esta obscuridad que fue casi imperceptible, ni los males corporales que se creían inevitables. Mi temor más bien era ofenderte y ser ocasión de que otras lo [1038] hicieran, disimulando algunas veces las faltas de aquéllas que las cometían porque no veía en ellas disposición a la penitencia, y esperaba su arrepentimiento de tu misericordia. Te suplicaba que hiciesen penitencia en este mundo, lloraba ante tu Majestad con confianza, la que quería descubrir en sus ojos misericordiosos, con las lágrimas que tu Espíritu producía en mí, suplicándole a este Espíritu que él intercediera en mí, por mí y por aquéllas que te presentaba, con gemidos inenarrables.

            La víspera de la triunfante Asunción de la Esposa del Espíritu Santo, Hija muy amada del Padre y muy augusta Madre del Hijo que eres tú, mi divino Amor, fui consolada y participe de sus delicias, de suerte que mi corazón y mi cuerpo se regocijaron en la gloria de esta divina Madre, de esta divina Hija y de esta divina Esposa de las tres divinas Personas, las que me la hacían admirar enseñándome cómo es ella, su perfecto gozo, pudiéndola llamar la complacencia de esta augusta Trinidad. No tengo palabras para expresar lo que [1038 bis] entendí y experimenté el día en que llegó a la perfecta felicidad esta pura creatura que es la Hija Inmaculada, la Esposa Virgen, y la Madre perfectísimamente virgen fecunda de su Creador.

            El 30 de agosto, el infierno tuvo poder de ti para hacerme ver su rabia y afligirme por medio de personas que me estaban muy obligadas y que aún no han querido confesar ser las autoras de estos crímenes y negras ingratitudes. Aunque hubiese podido convencer de ello a estas personas, me contenté con que me aseguraran que eran ignorantes de lo que les decía.

            Cuando me vi libre de esta prueba que hiciste de mi debilidad, la que aún no conocía como ahora, parque no veía en mi ninguna fuerza de espíritu, sino un abatimiento inexplicable, sin encontrar nada que me pudiese fortificar. Los sacramentos y la oración me consolaban tan poco que si tú no hubieses suspendido mi espíritu para no dejarlo caer en los abismos de esas tenebrosas desolaciones, no sé si hubiese continuado mis cotidianas comuniones y ordinarias confesiones. Pero tú eres fiel.

            En este tiempo de aflicción se me apareció suspendida, la tiara de nuestro santo Padre, sobre la que había tierra como [1038 bis, ] si hubiese sido sacada del sepulcro. Me dijiste que este sería Papa por algunos meses. Lo platiqué al R.P. Gibalin y otras personas de confianza que se fueron a Turín, pero viven y se acuerdan bien de esta predicción.

Capítulo 147 - Dios permitió que tuviese una prueba y me libró de ella. Fui invitada a ver un sacrificio admirable y conocer su significado. Visión de un Pontífice con su tiara y el pecho abierto.

            En la fiesta de san Lucas te rogué me pasaras de clase, mi divino Maestro; consideraba que me podías bien sacar de mi ignorancia que me ponía no sólo a nivel de los animales, sino más bajo aún. Estaba reducida a la nada, no poseyendo en mí, poder ni instinto para hacer el bien. Con frecuencia me acercaba al altar para ser mirada por tus ojos misericordiosos, pero mi [1039] ceguera no los podía ver; estaba ciega, sorda y muda en tu presencia. ¡Oh Dios, qué estado!

            Este santo Evangelista, pintor y médico, fue caritativo conmigo como lo había sido varias veces en el día de su fiesta. Yo no estaba poseída del demonio que arrojaste, como nos narra este santo; mis ojos, lengua y oídos me servían para aquello para lo que me los habías dado físicamente, pero en mi interior sentía una impotencia inexplicable; no oía hablar tus palabras eficaces y encantadoras y no experimentando este consuelo, no sabía si debía hablar a tu Majestad como en otros tiempos, esperando contra toda esperanza, o si debía permanecer muda, sorda y ciega.

            Los días de los santos apóstoles san Simón y san Judas, les pedí que por caridad rogaran por mí y que me señalaran dónde se alojaba tu Majestad seguido de todos tus santos, en mi alma ya que es propio de tu bondad producir la luz en las tinieblas como lo asegura el Apóstol a quien iluminaste en la ceguedad. Quoniam Deus, qui dixit de tenebris lucem splandescere, ipse [1040] illuxit in cordibus nostris ad illuminationem scientiae claritatis Dei (2Co_4_6). Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, él ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios

            Me hiciste, oh delicia de todas las naciones, experimentar el placer que tienes al escuchar a la tierra cuando ésta ruega al cielo, y cómo eres grande y admirable en tus sacramentos, mis tinieblas y mis penas se disiparon desde ese día. La tarde de la víspera de Todos santos al entrar a nuestra capilla para hacer mi oración, oí: Se te invita al sacrificio. Veni ad victiman. Ven como víctima. Tan pronto como me puse de rodillas elevaste mi espíritu de una manera admirable y me hiciste ver sobre el altar a muchos santos entre las que distinguí a san Pedro. A todos estos santos las veía con sus cuerpos ágiles como los espíritus, ocupados todos en llevar un cordero que no pesaba nada.

            Este cordero era la víctima que se sacrificaba y que todos sacrificaban unánimemente, este sacrificio no era sangriento su muerte era mística. Permanecía entero y se comunicaba de una manera admirable e inefable que no puedo expresar. [1041] Las maravillas que conocí y entendí y el estado en que mi alma estuvo durante el tiempo que contemplé estas misteriosas visiones, no se puede explicar, sólo digo con el Profeta: A, a, a Domine Deus ecce nescio loqui (Jr_1_6). A, a, a, Señor Yahveh mira que no sé expresarme.

            Por esta invitación me di cuenta de que debía sufrir, y en efecto, esa misma tarde, veía a la hijita del Sr. de la Piardière, que caía enferma de una fiebre maligna, de la que los médicos no daban ninguna esperanza de que se aliviara. Pronto apareció la viruela, la púrpura y otros diversos males que pusieron a esta niña de 6 años, en un estado que daba compasión, durante tres meses, en los que lloré tanto, que mi cabeza parecía una fuente de agua, porque sabía que los parientes de parte de su difunta madre no se consolarían sino por un milagro y que sin cesar culparían al padre, de haberme dejado a su hija única a 100 leguas de él.

            Si tu bondad me consolaba algunas veces, no podía recibir en el fondo tus consuelos, sin decirte como Agar: no [1042] puedo ver morir a la hija de tu fiel Abraham. Agar decía estas palabras de su hijo, y yo te rogaba oír la voz de esta pequeña huérfana que había recibido en mis brazos y alojado en mi corazón, después de haber pasado por tres nodrizas en dos años, y privada de su madre natural. Que tu divina madre se encargue de ella, yo no soy digna de ser escuchada, y dirigiéndome también a los santos, les supliqué tuvieran piedad de mí y te rogaran aliviar a la pequeña a la que amaba y amo, más de lo que puedo expresar.

            El R.P. Gibalin me dijo: Madre, no debería temer su muerte, el cordero que vio llevado y ofrecido por todos los santos, no murió, fue ofrecido como víctima y permaneció vivo, esta visión expresa mucho, contiene varios misterios y le promete gracias interiores y exteriores. Dios la trata siempre como a su favorita, no he visto alma al que él haya protegido de esa manera. Ha cumplido todas las predicciones que le ha hecho para su gloria y su provecho; la prueba, es para hacerla más grande delante de él, de los ángeles y de los santos. Es necesario que reconozca sus bondades y conducta divina. Debe señalar fielmente [1043] esta providencia que tiene sobre usted, aprovechándola para su gloria y el crecimiento de su Orden, estoy seguro que su Espíritu está en usted.

            Te pido perdón, querido Amor, porque he retardado escribir los varios dones de los que me hubiera podido olvidar si tú mismo no los reproduces en mi memoria por medio del Espíritu que enviaste a tus apóstoles para que se acordaran de lo que les habías dicho.

            El día de la dedicación de san Pedro y san Pablo, estando en oración, me hiciste ver un Pontífice con su tiara, con el pecho abierto, y una multitud de víctimas que se ofrecían a él en su pecho y eran consumidas en holocausto, perdían la vida humana y natural y recibían la divina y sobrenatural. Esta consunción de ellas mismas las divinizaba, vi una paloma blanca que se unía nuevamente a este pecho sagrado por un maravilloso afecto para ser allí consumida como las [1044] otras víctimas, las que no tenían más su propia vida ni sus propios sentimientos. Esta paloma sufría por verse todavía en estado de ser devuelta a la tierra y poder volar. Si hubiese podido hablar habría dicho: ¿Por qué estoy todavía en esta vida mortal? El amor me fuerza a morir con las otras víctimas y consumirme en ese pecho que ha cambiado la vida natural y humana de esas víctimas afortunadas, en una vida divina. Las veo dichosamente perdidas para todo lo que no eres tú, oh mi Dios y mi todo.

            Divino Salvador, qué afortunadas son estas almas al experimentar las palabras que dijiste de que, quien pierda su alma en este mundo, la encontrará y conservará en el otro. La eternidad entera dentro de tu pecho sagrado, ¿qué cosa puede ser comparada a esta dicha? Te poseen y son poseídas por ti, gozan del tesoro inapreciable que me estás mostrando, ¡oh si la pudiese tener y morir luego, que contenta estaría! Pero veo que es necesario que permanezca todavía en el camino, que sea esa paloma que quiere arder y consumirse en la hoguera de ese pecho que es todo fuego, altar de los holocaustos admirables. Estas maravillas me son [1045] incomprensibles, no expresan sino muy por debajo el misterio que está por encima de las alas de los serafines. Es necesario anonadarse ahí y perderse para poder cantar: Santo, Santo, Santo. El silencio es más propicio que la palabra para hacer entender la altura, la profundidad, la anchura y longitud de esta caridad y ser sumergida en la total plenitud de Dios.

            Divino Salvador, ¿es esta plenitud la que me ordenas pedir a tu Padre? Padre santo, Padre amoroso, dámela, puesto que tu Hijo quiere que te la pida porque El la ha merecido haciendo siempre tu voluntad. Después de haber visto estas maravillas me dijiste, querido Amor, que dabas todos los tesoros de tus méritos y los de todos los santos, al soberano Pontífice, para que todas las almas fieles recibieran en su seno las divinas operaciones y las diversas formas que les quisiera dar el único Espíritu de tu Padre [1046] y tuyo, Espíritu que gobierna la Iglesia en la persona del Pontífice Romano. Qué alegría para mi alma ser hija de la Iglesia, tu bondad me hizo esta gracia que estimo muchísimo.

            Estos favores consolaban las penas que la enfermedad de nuestra pequeña parisina me causaba y por la que te pedía constantemente. Esperaba de ti, mi divino Amor, compasión para mis lágrimas, viéndolas, tendrías piedad de mí. Conjuraba a tu augusta Madre hiciera aparecer su poder en todo lo que mira a tu gloria y confiaba en su benignidad. Le decía como a ti, todo lo que me sugería el dolor y la compasión que tenía por los sufrimientos de esta pequeña.

Capítulo 148 - Dos abismos. Frutos divinos que san Esteban y san Juan me presentaron y pláticas que tuve con ellos. Descanso que el Verbo Encarnado me proporcionó sobre su pecho. Los divinos energúmenos y el delicado Sabbat. Los santos Inocentes son hijos del Señor y sus manos están llenas de flores de jacinto.

            [1047] Todas estas penas me parecieron noches continuadas hasta el primer domingo de Adviento en el que la Iglesia nos dice: Nox praecessit, dies autem appropinquavit (Rm_13_12). La noche está avanzada. El día se avecina. La noche ha pasado, el día está cercano y la aurora lo propone. El divino precursor con su vida milagrosa atrae a la tierra a los ángeles celestiales que estiman a este hombre a quien honraste, Verbo Encarnado, con tu primera visita, haciéndose digno de que lo mandaras a tu Louvre de gloria, el cielo empíreo, que él asedió y batió por las violencias que tú le aseguraste ser tan poderosas, que lo hubieran arrebatado si no hubieses suspendido esta fuerza para darle tú mismo, tu humana y divina dulzura después de tu Ascensión.

            La espera del alumbramiento de tu divina Madre regocijó a la hija de Sión y colmó de alegría a la hija de Jerusalén prevenida por la venida de su Rey Pacífico: Dicite filiae Sión: ecce rex tuus, venit tibi sanctus et Salvador; (Za_9_9). Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, Santo y Salvador. [1048] El Apóstol santo Tomás, abismo de incredulidad alumbrado con los rayos luminosos de tu humana divinidad que lo cambiaron en un abismo de fidelidad, afirmó y reafirmó en alta voz: Dominus meus et Deus meus (Jn_20_28). Señor mío y Dios mío, abismó mi espíritu en divinas exultaciones moviéndome a decir: Benedictus es, qui intueris abyssos (Dn_3_55). Bendito tú, que sondeas los abismos.

            La Noche de Navidad, en la que quisiste nacer Divino Oriente, de la más humilde y pura de las creaturas, mi alma se abismó en las partes inferiores de la tierra donde tus divinos rayos se dignaron alumbrarla por las penetraciones que percibía y sentía pero que no reproducía y mucho menos expresaba. Pertenecía a ti, divino Niño eterno y temporal, hacer las divinas reproducciones.

            El día de san Esteban, tu primer mártir, en cuya Iglesia recibí la primera gracia por el sacramento del bautismo, le rogué con renovada confianza me obtuviese de ti nuevos favores. Este levita que apareció con una cara angelical cuando [1049] lo lapidaron, estuvo preparado, como esas llamas de fuego para presentarte mi oración, obteniéndome de tu bondad gracia por gracia, y unida para ti con tu discípulo amado del que me impusiste el nombre, con una unión para mí inexplicable, me hicieron gozar pasando por una felicidad que me representaba todos los bienes creados, un paraíso terrestre, porque me veía todavía en la tierra, presentándome gran variedad de hermosos frutos, buenos y agradables que tu bondad todopoderosa producía para deleitarme. Podía decir como los hebreos: Manhu, ¿que es esto? Este maná me fue ofrecido con gustos divinos y como mi espíritu y mi corazón habían sido hechos para ti, para gozarse con cosas elevadas, tus santos me entretuvieron con tus divinas excelencias.

            El deseo de poseerte y de entrar en tus alegrías, me movían a subir mas alto y a perderme dichosamente en mi centro, ¿No tenía motivo de estar contenta puesto que me hacías reposar sobre [1050] tu pecho con el discípulo querido de tu corazón? Tú que te haces toda la dicha de la amada que te posee, siendo poseída de Dios.

            Divino energúmeno que eres mudo y poseído por el divino Espíritu, término fecundo de la voluntad del Padre y de la tuya; que sin cesar lo producen como su único principio, teniendo en él, su sábado en el que haces fiesta a quien este amor contempla divinamente ya que es la bondad que goza de difundirse por una divina profusión.

            En qué dédalo me hubiera metido si los pequeños inocentes no me sacaran de él con la red de Adán, para escuchar los gritos que los golpes de los verdugos les causaban enrojeciendo la tierra con su sangre inocente. Belén es el campamento de Damasco donde fueron colocados sobre la plaza, para de ahí ser elevados hasta el trono del Cordero por el lazo de la caridad, del amor, que los acepta y recibe como arras del pago completo que hará por ellos.

            [1051] Querido Amor, sobre el Calvario, tu Divino Padre los hace y los nombra sus hijos, hipotecándolos sobre todos los bienes de su Hijo legítimo y heredero que tú, mi Salvador, quien le dijiste el día de la Cena que querías que los tuyos tuviesen la misma bienaventuranza que tú tienes, y que fuesen uno, como tú y tu Padre, sois uno, poseyendo la misma caridad.

            El día de la circuncisión de 1655, tus manos, colocadas alrededor de mí no me fueron quitadas, estaban llenas de flores de jacinto, las que agradaron al Padre y al Espíritu Santo como a ti, mi amor, cuando repartían toda clase de luz y de bondad. Al abrirlas llenaste el cuerpo y el espíritu de celestes bendiciones, me arrojé a tus pies, ¡oh Justo por esencia y por excelencia, que has tomado la señal del pecador!

Capítulo 149 - Tres milagros de los ríos santificados, ríos de amor y de gracia. El martirio de la sma. Virgen. La fuente que produjo un río que se volvió luz y sol. El torrente que nos da la vida y frutos divinos y nuevos.

            [1052] El día adornado por tres milagros, la Trinidad del cielo y la trinidad de la tierra me hicieron participar de su grandeza por los pequeños regalos que les ofrecí con los magos.

            El día de esta octava real deseé ser de nuevo bautizada en este río santificado por ti, te supliqué divino Cordero que quitas los pecados del mundo, me libraras de aquellos que he cometido y cometo. Tu bondad se complace más en la misericordia que en el sacrificio si viene de un corazón contrito y humillado, por lo que no me rechazó sino que me acogió con dulzura. Al recordar [1053] que te me habías aparecido en figura de cordero que se había dejado trasquilar, comprendí cuánto te agrada el despojo de todo aquello que no es para tu gloria, por lo que te dije: Entraré en tu casa y me ofreceré a ti en holocausto y haré mis votos aunque no aparezca revestida exteriormente como mis hijas. Introibo in domum tuam in holocaustis; reddam tibi vota mea quae distinxerunt labia mea (Sal_65_13s). Con holocaustos entraré en tu casa, te cumpliré mis votos, los que abrieron mis labios, los que en mi angustia pronunció mi boca. A ti, Dios y mi Esposo, con un silencio misterioso que mis labios te expresaron amorosamente.

            Recordé ese día que mis hijas habían renovado sus votos el día de Reyes, quise celebrar esta octava, y si no pude hacerlo como en el cielo y en la tierra la celebraron, sí dije con el gran Bautista: Ecce Agnus Dei, ecce qui tolis peccatum mundi (Jn_1_29). He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, y oí con alegría a Dios tu Padre: Hic est Filius meus dilectus, in quo mihi complacui (2P_1_17). Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco. Pensaba detenerme en estas deliciosas caricias, cuando escuché al Espíritu que, santamente celoso, te llevó al desierto con las bestias salvajes: Et statim spiritus expulit eum in desertum (Mc_1_12). A continuación el Espíritu lo condujo al desierto. [1054] !Qué rigor, enviar al exilio al Cordero inocente por los machos cabríos culpables. O altura y profundidad de la ciencia y sabiduría de Dios. Quis enim cognovit sensum Domini? Aut quis consiliarius ejus fuit? (Rm_11_34). ¿Quién conoció el pensamiento del señor? o ¿quién fue su consejero?

            Este mismo Espíritu es el que movió al anciano Simeón a entrar al templo para anunciar a tu inocente Madre, tan contenta en esos momentos, los más crueles suplicios que jamás se habían anunciado a criminales, la misma muerte que es el fin de sus sufrimientos. Esta muerte, profetizada 33 años antes, fue el principio de la de esta incomparable Madre y virgen, que con razón le valió el titulo de Reina de los mártires y en este día, lo confirmó el anciano que le dijo: tu corazón y tu alma serán traspasados por una espada despiadada; et tuam ipsius animam pertransibit gladius ut revelentur ex multis cordibus cogitationes (Lc_2_35). Y a ti misma una espada te atravesará el alma a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.

            Virgen santa, ¿Podría permanecer en delicias cuando tu Hijo y tú, estuvieron en continuos sufrimientos? Su circuncisión y tu purificación no tienen octava, para enseñarnos que es necesario cortar y purificar constantemente [1055] lo que no es puro. Que el Hombre Dios sea circunciso y que la virgen Madre se presente a la purificación, es algo que los ángeles y los hombres admirarán por toda la eternidad. Et sanctus, sanctificetur adhuc (Ap_22_11). Y el santo, siga santificándose. Que todos los cristianos se humillen y todos los justos se justifiquen sin cesar, para agradar al Justo por esencia y por excelencia.

            Los sufrimientos justifican a las almas fieles que Dios prueba como el oro en el crisol, para hacerlas dignas de él. Todos los santos han sido probados y si tu discípulo amado estuviese todavía en la isla de Patmos, viéndolos resplandecientes y felices le preguntaría si se atreviera al anciano de días, quiénes eran y de dónde venían. Hi sunt qui venerunt de tribulatione magna (Ap_7_14). Son los que vienen de la gran tribulación. Han lavado y blanqueado sus vestidos en la sangre del Cordero. Han sufrido grandes tribulaciones por el amor y para el amor y han merecido los vestidos que el Cordero ha hecho preciosos con la sangre que empezó a derramar en su circuncisión, y siguió derramando hasta después de su muerte, cuando se convirtió en un río de sangre mezclado con agua, que salta de su costado abierto. [1056] Et deducet eos ad vitae fontes aquarum (Ap_7_17). Y los guiará a las manantiales de las aguas de la vida.

            Para entrar en este divino Corazón es necesario que la esposa sea blanqueada en este río sagrado que la lanza de un soldado abrió y dio curso. Unus militus lancea latus ejus aperuit, et continuo exivit sanguis (Jn_19_34). Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.

            Este es el río de gracia, el río del amor que hace a la esposa semejante al Esposo, esposa de sangre porque así es el Esposo. Sponsus sanguinis tu mihi est. Tú eres para mí, Esposo de sangre. Puede decirle admirándolo, adorándolo y amándolo por él mismo.

            Virgen Madre, al abrir este corazón sagrado, el tuyo fue afligido. Esta lanza traspasó tu espíritu que había podido subsistir en tu cuerpo virginal, después que tu Hijo entregó el suyo a su Padre. Parecías la fuerza misma, pues permaneciste firme al ver, oír y sentir este golpe de la lanza diez mil veces mortal. Diez mil madres hubiesen muerto si hubiesen estado presentes a [1057] crueldades semejantes hechas a los cuerpos de sus hijos inocentes. Tú vives, Señora, la única mujer fuerte. Tú estuviste de pie para hacer ver a los ángeles, a los hombres y los demonios, el milagro de los milagros, el espectáculo de los ángeles de los hombres y de Dios mismo.

            Mi divina Princesa, Mardoqueo se extrañó de la pequeña fuente que dio origen a un río que se volvió luz y sol: parvus fons, qui crevit in fluvium et in lucem, solemque conversus est, et in aquas, plurimas redundavit (Est_10_6). Ni la pequeña fuente convertida en río, ni la luz, ni el sol, ni el agua abundante. Me extraña más, ver esta fuente que sale del costado de tu Hijo, agua y sangre de tu seno, que hace un río, un sol, un mar y un océano.

            Humilde Virgen que ha producido a este río, a esta luz; Quia ex te ortus est sol justitiae Christus Deus noster (MR, Misa de la V.M.). Porque de ti ha nacido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios. Mar de mar que ha salido de ti, naciendo de su divino Padre, luz de luz y Dios de Dios. Viste en el Calvario que de tu Hijo muerto por todos los hombres, brotó una pequeña [1058] fuente de sangre y agua que inundará la tierra y que se elevaría hasta el trono de Dios, hasta ver fundada la Iglesia, en la que todas las almas rescatadas podrán ser lavadas en esta agua cristalina y adornadas con esta sangre roja, y por este río que es también la sangre de la Cruz, en donde el cielo y la tierra son pacificados. Después de la muerte de tu Hijo esta fuente saltó de la vida indeficiente a la vida eterna, si su humanidad está muerta, su divinidad vive y vuelve a este cuerpo invulnerable e inmortal.

            Digna Madre de Dios; ¿a dónde he ido a parar entrando en este río en el que me veo sumergida, muriendo y viviendo al mismo tiempo? Estoy en un torrente en donde las aguas son mayores que aquellas del torrente en el que el profeta Ezequiel fue puesto y conducido por el hombre salido de oriente: Qui habebat funiculum in manu sua (Ez_47_3). Con la cuerda que tenía en la mano. Para medirlo varias veces, creciendo a la vista del [1059] profeta que estaba dentro y gritaba que estas aguas eran tan profundas que no las podía vadear. Torrentem quem non potui pertransire quoniam intumuerant aquae profundi torrentis, qui non potest, transvadari (Ez_47_5). Era ya un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar. El hombre que vino de oriente la sacó de este torrente y la puso en la orilla. Vio cómo estas aguas entraban y salían del mar después de bajar: ad plana deserti, intrabunt mare, et exibunt et sanabuntur aquae. Et omnis anima vivens, quae serpit quocumque venerit torrens, vivet (Ez_47_8). Deja el llano, desemboca en el mar, en el agua hedionda y el agua queda saneada. Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá.

            Este torrente daba la vida en abundancia, frutos nuevos que no se secaban porque las aguas que los regaban, salían del santuario, quia aquae ejus de sanctuario egredientur; et erunt fructus ejus in cibum; et folia eius ad medicinam (Ez_47_12). Porque esta agua viene del santuario sus frutos servirán de alimento y sus hojas de medicina. Mi augusta diosa, si me es permitido llamarte así, ¿y porqué no? te reconozco Madre del soberano Dios, del hombre Dios que ha producido este torrente y que ha venido a medir conduciéndome allí [1060] y retirándome cuando lo juzga conveniente. Las maravillas que he visto no las puedo expresar, creo que no puedo decir nada, y que los ángeles y los hombres deben abismarse extrañados de los misterios escondidos en Dios por los siglos. Si el Espíritu Santo no los instruyese como lo hizo con san Pablo, dándole esta gracia y el privilegio de enseñarlos: Mihi omnium sanctorum minimo data est gratia in gentibus evangelizare investigabiles divitias Christi, et illuminare omnes, qua sit dispensatio sacramenti absconditi a saeculis in Deo qui omnia creavit, ut innotescat principatibus et potestatibus in caelestibus per Ecclesiam, multiformis sapientia Dei secundum praefinitionem saeculorum, quam fecit in Christo Jesu Domino nostro (Ef_3_8s). A mi el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo y esclarecer cómo se ha dispensado el misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los principados y a las potestades en los cielos, mediante la Iglesia, conforme al previo designio eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor Nuestro.

            Gran Apóstol, tú aceptaste todos los sufrimientos que el Señor había determinado para hacerte digno vaso de elección. Ruégale, te suplico, que yo corresponda a todos sus designios sobre mí y que sufra valientemente todo lo que pueda glorificarlo, que todo lo haga por su [1061] gloria, la salvación del prójimo y la mía, que no pierda el valor en las persecuciones que me han hecho y hacen aquellos que muestran mucha ingratitud en su divina presencia, en la de sus ángeles y en la de algunas personas a las que ruego no lo manifiesten porque causarían una extraña confusión y los culpables podrían ser castigados según sus faltas. Ruego a su bondad les perdone la culpa y disminuya la pena y espero la gran alegría de que su divina clemencia nos absuelva enteramente y todos caminemos por una nueva vida.

            Las aflicciones que no quiero escribir aquí son tales que me habrían hecho morir mil veces, si tú divino Amor, no me dieras mil vidas conservando continuamente la que una vez me diste. Me has dicho que mi reino estaría en los sufrimientos y que así como David sufrió por sus hijos, así yo sufriría por los míos. [1062] Isaías hablando de parte tuya, dio a conocer al cielo y a la tierra tu palabra: Dominus locutus est, filios enutrivi, et exaltavi: ipsi autem spreverunt me (Is_1_2). Habla Yahveh; hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí.

            Comencé y continué la Cuaresma con sufrimientos que tú, escrutador de los corazones conocías. No podía calmar las palpitaciones que me daban, vivía y moría al mismo tiempo, por los constantes temores que me causaban las personas que no te querían y desconocían las bondades que habías puesto en este corazón afligido por ellas y que te decía: Exaudi, Deus, orationem meam cum deprecor: a timore inimici eripe animam meam: protexisti me a conventu malignantium, a multitudine operantium iniquitatem, etc. (Sal_63_2s). Escucha, oh Dios, la voz de mi gemido, del terror del enemigo guarda mi vida; ocúltame de la pandilla de malvados, de la turba de agentes del mal . Mi esperanza está en ti, Señor, donde se encuentra la alegría permanente. Haz que seamos rectos de corazón a fin de que nos gloriemos solo en ti que eres la eterna bienaventuranza.

Capítulo 150 - Rogué al Verbo Encarnado que enviara a sus 60 fuertes, sus asistentes a Roma. Del buen olor de su sacrificio en el Calvario y las penas de espíritu en que me encontré.

            [1063] Algunos días antes de Pascua, el Sr. de Ville me vino a ver para darme a conocer su contrariedad por que los Señores Cardenales no se habían podido poner de acuerdo en la elección del Soberano Pontífice. Le rogué me contara las ceremonias que se hacían en la elección de un nuevo Papa. No me rehusó este consuelo contándome todo la que había visto cuando Inocencio X fue elegido y él estuvo en Roma con su Eminencia de Lyon. Estas maravillosas ceremonias me movieron a rogar a Dios, mi todo, nos diera un Papa según su corazón. Le dije: Monseñor, confío en nuestro divino Salomón, el Verbo Encarnado, al que con mucha confianza suplico envié a Roma a los 60 fuertes que asisten cerca de su alcoba divina para ahuyentar y rechazar a los [1064] espíritus nocturnos, y que su Espíritu que intercede por los santos, ruegue en nosotros para que nos dé un Papa que haga todas sus voluntades.

            El miércoles una persona pidió me presentara al día siguiente, con Monseñor el Arzobispo para pedirle su bendición después que hubiera consagrado los santos Oleos; y otra me dijo que sería rechazada, pues él había dicho que no tenía nada que tratar con la M. de Matel. El Jueves Santo te dije, mi divino Amor: Dame la bendición papal, tú eres el Pontífice Eterno siempre vivo, ad interpellundum pro nobis (Hb_7_25). Para interceder por nosotros. Tú eres santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores, el cielo supremo que puedes todo por ti mismo. Espero de tu poderosa bondad todo favor y toda gracia.

            Al día siguiente, Viernes Santo, me levanté para ir a adorarte en el Smo. Sacramento, vi mi cama cubierta de lavanda y oí estas amorosas palabras: Dum esset rex in accubitu suo nardus tua (Ct_1_12). Mientras el rey se halla en su diván, mi nardo exhala su fragancia. [1065] Rey de amor, mientras estás acostado sobre tu lecho de honor, tu lavanda y tu nardo han dado su olor. Divino Rey de los amados, la hediondez de mis pecados y los de todos los hombres, te hicieron morir en el Calvario, pero el olor que tú allí dejaste por tu santo sacrificio ha sobrepasado esa hediondez. Tu Padre eterno te dijo en presencia de todos tus ángeles: He aquí el olor de mi Hijo que es como un campo que he bendecido con toda bendición.

            El día de Pascua y toda la octava, fuiste para mi resurrección y vida. Podía decir con David: Levántate tú mi gloria, toma tú mi arpa y mi salterio. Tú te levantaste muy de mañana, previniéndome con tus dulces visitas que los ojos de los búhos no pueden sostener porque ellos no ven, con la luz del día.

            Las personas que conocían mis cruces pero no veían tus consuelos, tenían gran compasión de mí y me decían: El Señor Arzobispo tiene atenciones para todas y no se ve que las tenga para usted. El martes de Pascua dio de [1066] palabra su aprobación a las Hijas de la Visitación para establecer un tercer monasterio en Lyon, Mons. el abad de san Justo, tiene suavidad y estima a las Hijas de santa Isabel que pronto serán vecinas al lado de los padres Mínimos y las Religiosas de Flandes que ya tienen permiso para establecerse, en cambio no se piensa para nada en el suyo. Estas palabras me las dijo cerca de la reja del Santísimo Sacramento el Padre que se disponía a dar la bendición el lunes de quasimodo, al que se había transferido la fiesta de la Encarnación.

            ¿Qué te dije en esos momentos, querido Amor, viéndote en las manos de este sacerdote que te mostraba y nos bendecía contigo mismo? Todo eso tú lo sabes y no lo puedo escribir aquí, ni los sentimientos que mi corazón tuvo cuando dijo la oración por nuestro digno Arzobispo. A la palabra, Camilo, qué amor sentí por nuestro querido Prelado y por nuestro soberano Pontífice, para cuya elección te había rogado enviaras tus sesenta fuertes que asisten cerca de tu trono divino.

            Al día siguiente y toda la segunda semana después de Pascua, varias personas me vinieron a ver para decirme que las Religiosas de santa María de la Antiquaille, me [1067] debían haber avisado para que estuviera con ellas el martes de Pascua en que mi dicho Señor fue allí con Mons, de Fléchère para ver su Monasterio con la casa y la viña que habían comprado al Sr. le Roux y compararla con la que las Hijas de santa Isabel habían comprado al Sr. de Sirode. Me hiciste entender, divino Oráculo, que tu hora no había llegado, que no me afligiese, vertí algunas lágrimas en tu presencia y me dijiste con más gracia y ternura que Elcaná a Ana: ¿Joana, cur fles? numquid non ego melior tibi sum quam decem filiae? (1S_1_8). Juana, ¿Porqué lloras? ¿No soy para ti mejor que diez hijas? Juana, mi hija y mi esposa, ¿Por qué está turbada tu alma, no te soy más amable en tu soledad que diez hijas, mejor aún que diez monasterios? ¿No soy el escogido entre mil? soy y seré tu Samuel, descanso de Dios y Dios mismo. No te apenes viendo a aquellas que son fecundas y favorecidas. Escucha Hija mía, las palabras del Profeta Jeremías dirigidas a las personas que siguen los sentimientos humanos: qui dereliquerunt me, etc. (Jr_1_16), por haberme dejado a mi. Tú verás cumplidas al pie de la letra estas mismas palabras. Espera un poco de tiempo: Adhuc unum modicum est, etc. (Ag_2_7). Dentro de muy poco tiempo, etc.






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AUTOBIOGRAFÍA Capítulos del  151 al 178

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Capítulo 151 - El fervor de los apóstoles. Los diez días después de la Ascensión. Milagro no oído y las profusiones divinas del Santísimo Sacramento, y como pasé y permanecí en disposición de recibir como órdenes de Dios, los diversos acontecimientos.

            [1068] El día de tu triunfal Ascensión deseé sin cesar mi cautividad cautiva, y tu humana benignidad me hizo dones por compasión a las penas que mi alma sufría al verse todavía con los habitantes de Cedar. Heu Mihi, quia incolatus: (Sal_119_5). ¡Qué desgracia todavía para mí!

            Levanté mis ojos al cielo, a las montañas, de donde me puede venir el auxilio, a ti, mi Señor y mi Dios, que eres el [1069] creador de cielo y tierra, que tienes por mérito y por esencia, todo poder en uno y en todo lugar. Rogué a todos tus santos intercedieran por mí, para seguirte con el pensamiento los diez días en que tus apóstoles pidieron fervientemente tu Espíritu consolador y su admirable consuelo que los debía volver fuego y llama para abrasar sus corazones en tu amor. No niegas este Espíritu de bondad a los que te lo piden. Es bueno y comunicativo como tú y tu Padre, desea y quiere nuestra santificación.

            ¿Qué deseo te mueve a bautizarnos con el bautismo de fuego? Para dárnoslo has esparcido toda tu [1070] preciosa sangre, te nos has dado en comida, bebida, en gracia y en gloria. Nos has abierto por amor un camino nuevo por tu carne sagrada; milagro que suspende todo entendimiento, milagro nunca oído hasta estos tiempos en que has hecho ver las invenciones de tu amor, que te ha puesto en un continuo éxtasis ofreciéndote tú mismo para nuestra santificación.

            Una enim oblatione, consummavit in sempiternum sanctificatos, quam initiavit nobis viam novam, et viventem per velamen, id est, carnem suam. Habentes itaque fratres fiduciam in introitu sanctorum in sanguine Christi (Hb_10_14),(Hb_20_19). Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne. Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús.

            Por este Sacramento del que has hecho un memorial y resumen de tus maravillas entras en nosotros para cambiarnos en ti y permaneces con nosotros hasta el fin de los siglos.

            Durante esta octava de tus profusiones, permaneciste, aunque cubierto, a la puerta de nuestro tabernáculo para recibir allí a las [1071] almas peregrinas que tienen los dones angélicos de vivir y adorar sin intermisión este pan sacrosanto que tiene en si todo bien y toda belleza, el trigo de los elegidos y el pan que engendra vírgenes; quid enim bonum ejus est, et quid pulchrum ejus, nisi frumentum electorum, et vinum germinans virgines (Za_9_17). ¡Qué espléndido será, que hermoso! El trigo hará florecer a los mancebos y el mosto a las doncellas.

            Por este pan sagrado, pan de los fuertes, por esta mesa, puedo vivir sobre el mar y no obstante mis debilidades puedo subsistir y resistir a mis enemigos y decirte con David: Nam, et si ambulavero in medio umbrae mortis, non timebo mala, quoniam tu mecum est. Parasti in conspectu meo mensam, adversus eos qui tribulant me; impinguasti in oleo caput meum; et calix meus inebrians quam praeclarus est (Sal_22_4s). Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo. Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa.

            Elías, por la fuerza del pan que un ángel le dio, subió la montaña del Horeb, hasta ti, mi Dios. Si este pan que no era más que figura le produjo tanta fuerza, tanto valor, en el momento que se había dormido [1072] por la tristeza y las persecuciones, lo habían hecho desear la muerte; petivit animae suae ut moreretur et ait: sufficit mihi Domine tolle animam meam (1R_19_4). Se deseó la muerte y dijo ¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida! Así quisiste verter sobre mí cabeza tus sagradas unciones que alumbraron mi entendimiento y afirmaron mi voluntad por medio de este cáliz que embellece y que no atonta los sentidos ni los humilla, sino que por el contrario los eleva.

            El 24, el gran Bautista asaltó al cielo, haciéndole sufrir violencia desde que nació y del que tu bondad nos aseguró la grandeza de su persona, su magnánimo valor y la firmeza de sus virtudes. Esta firmeza de espíritu en sus resoluciones me hizo esperar la victoria contra mis enemigos cantando con el cantor real: Mihi autem nimis honorificati sunt amici tui, Deus; nimis confortatus est principatus eorum (Sal_138_17). Según yo, tus amigos son elevados a gran honor, su poder está sólidamente confirmado.

            [1073] Me vi asistida el día 29, de aquél que estableciste Príncipe y cabeza de los apóstoles, el que debía desafiar las puertas del infierno junto con san Pablo, el apóstol de los gentiles, el cual, asegurado de tu poder no temió a ninguna creatura, ¿Qué me hubiese podido hacer temer a los que se armaban para perjudicarme? Teniendo a estos dos Príncipes de mi parte, mi divino Monarca, me atreví a pronunciar estas palabras: Quis me separabit, (Rm_8_35). ¿Quién me separará...?

            El 2 de julio tu divina Madre llevándote en su seno, me fortificó con sus visitas haciéndome saltar de alegría cuando pensaban acabar conmigo por la tristeza, confesando que estos favores me venían de tu benevolencia, exclamé: Confitebor tibi (Rm_15_9). Te alabaré.

            El 8 de julio me confié a san Rafael, esperando que la intercesión de este ángel me preservara de los males que por este tiempo de calor, atacan a los débiles, y que guiara mis deseos que tienden siempre a tu gloria.

            [1074] El doctor que se caracteriza por lo ardiente de su amor me abrasó de sus llamas y me dio a conocer que mi destino era muy alto cuando escuché estas palabras: Si dormites inter medios cleros penae columbae deargentatae et posteriora dorsi ejus in pallore auri (Sal_67_14. Si dormís en medio de la suerte, las plumas de la paloma serán de plata y las partes posteriores de su dorso, brillarán como el oro.

            Te conocí mi bien amado, como Elías, en el suave céfiro; cuando el carro me transportó te dije con santa Margarita: Tú eres mi perla preciosa de incomparable precio, dándote mi Corazón para poseerte, me veía rica y opulenta, deseé volver a darte todo esto que tenía de ti por la dicha de tu gracia. Mi corazón, roto como alabastro y mis [1075] ojos siendo dos arroyos, me hacían semejante a Magdalena que dejó de hablar para llorar. Tus ojos, al ver estas dos fuentes y en ellas tus rasgos, las amaste como a ti mismo. Olvidándote de mis pecados admiré en mí tus gracias, y no permití a los fariseos me juzgaran como culpable, porque tú te confesaste deudor de aquella que es insolvente.

            Entrevisté al suplantador, uno de los hijos del Zebedeo, conoció el fuego de mi corazón y que te era amada; la gracia, que habló por mi, le hizo entender grandes maravillas. Santa Ana, oh mi Rey, concibió a la sin igual y la más pura de todas las creaturas, la Inmaculada, y toda [1076] bella, día en que el humilde san Francisco, la llama su Señora, su dama, lo mismo que de todo lo creado, ese día le concediste un jubileo nunca oído hasta entonces, en su presencia y la de todos los espíritus bienaventurados que tuvieron un gozo indecible por este favor concedido a los hombres, los que procuran su salvación con un cuidado para mí inefable, lo mismo que los favores que ella y tú, mi Dios, me hacen.

            El 5 de agosto me hiciste admirar a esta virgen en la Iglesia que se hizo construir sobre el monte Esquilino, señalando su pureza por la nieve que cubrió el lugar, el cual lleva el nombre también de su excelente grandeza, santa María la Mayor. [1077] Fue en esta Iglesia en donde tú quisiste conceder la primera Bula de tu Orden, por boca de tu oráculo el Papa Urbano VIII, de feliz memoria, al que prolongaste la vida 15 años por haber accedido a la humildísima petición que te hice el año mil seiscientos veintinueve en que enviamos nuestra petición a Roma, recomendada por María de Médicis, Reina Madre del difunto Rey, a su Santidad, al que concediste muchas bendiciones, así como a sus sobrinos por haber favorecido tus designios. Te rogué los bendijeras con tus eternas bendiciones, especialmente a la hora de su muerte después de una larga vida.

            He hecho sin [1078] querer, una digresión. Tú sabes la gloria que debes recibir. No deseo nada para mí sino la gracia de seguir en todo y siempre tus órdenes y hacer tu voluntad. Sabiendo que no desprecias las oraciones de los corazones humillados, quise ir a la Iglesia de la Visitación a cumplir el voto que hice para obtener la salud de nuestra pequeña Piardière, al corazón del Beato Francisco de Sales. Me causó alegría el que llegara el Abad de san Justo a celebrar la santa Misa, después de la cual nos dio a besar ese Corazón amable y amante. Al besarlo entre sus manos le dije: Monseñor, ruego a Dios que su Corazón tenga para mí la dulzura y la bondad que este Corazón tuvo para la digna madre de Chantal. A la que me respondió, que él no tenía la caridad de este santo corazón. Señor, le dije, su modestia le hace hablar así. Mi deseo no quita ni disminuye nada al digno corazón de este Beato.

            Después de esto fui a saludar a la Reverenda Madre Superiora, en la que no vi nada de la dulzura de este bendito Corazón, al contrario, me pareció áspera, sus palabras fueron para mi como flechas, por lo que le dije: Madre, parece que el Espíritu Santo le ha inspirado decirme como a san Simeón, por sus palabras duras que mi alma sería traspasada por una espada, lo que sería así, si el Verbo Encarnado que he recibido en la santa Comunión no invirtiese la punta y no moderase el dolor. Entiendo que lo que me anuncia es muy duro, pero deseo aún más por amor al Verbo Encarnado.

Capítulo 152 - La fuerza que el Verbo Encarnado da en los sufrimientos. Por su muerte san Lorenzo vivifica a los hijos de la Iglesia. Varias víctimas de amor en la santísima Trinidad, en La santísima Virgen, en los ángeles y en los santos. Deseos de alabar y de imitar a la santa Virgen, a san Bartolomé y a mi patrono san Juan Bautista.

            Jesús, esplendor de la gloria del Padre, figura de su sustancia, te me apareciste glorioso sobre el Tabor, consolándome con tus bondades y suavizando con tu unción, las rigurosas palabras que me habían sido anunciadas el día precedente, me dijiste que en mí se manifestaría tu gloria y me dijiste varias veces que tu bondad era mi Tabor en donde querías aparecer glorioso. Las almas valientes no se espantan cuando se les habla de combates; seguras de tu asistencia soportan con amor todos los golpes que les envían el [1081] cielo, la tierra y los infiernos, porque fortificándolas el amor soportan con alegría todo lo que las almas tímidas temen, omnis vincit amor. Todo lo vence el amor.

            El día del invencible levita, san Lorenzo, acostado sobre la parrilla de hierro encendida y presentándose para el holocausto en el que debía ser consumido, me pareció un serafín. Su corazón ardiente repetía sin cesar que estaba ansioso de dos deseos que lo aguijoneaban como los del gran Apóstol san Pablo: estar contigo en el cielo y permanecer aún en la tierra para la salvación de todo el mundo si pudiera rescatarlo con sus propias entrañas. Su sangre que bañaba la parrilla y los carbones, me hicieron recordar al pelícano que se hiere el corazón para verter la suya sobre sus hijos cuando son mordidos por una serpiente, y pierde amorosamente su vida para darla a los suyos. Lorenzo, dándote la suya, vivifica muchos hijos de la Iglesia que son tuyos, mi divino Salvador.

            Cuando Salomón quiso colocar el arca milagrosa en el [1082] templo de tu complacencia en la tierra, imitando a su padre David, te ofreció tantos sacrificios y tantas víctimas, que los caminos por los que eran llevadas podían ser considerados como altares consagrados por estas dichosas y benditas víctimas. Pero todos los antiguos sacrificios y todas las víctimas no fueron más que figuras y sombras de la misteriosa de la maravillosa de la divina y solemne que tu deseabas elevar en los días en que tu digna Madre, verdadera Arca de la alianza de lo eterno con lo temporal, de tu divinidad con nuestra humanidad, que fue hecha en sus castas entrañas, apoyando esta humanidad adorable sobre tu divina hipóstasis, inseparable, aunque distinta de la del Padre y del Espíritu Santo, apoyo que no dejó jamás la visión hipostática que durará tanto como tú seas Dios.

            La santísima Trinidad, los ángeles, y los santos alaban a esta Madre y como víctimas celestiales, se inflaman, se ofrecen y se regocijan con gran alegría y suprema elevación, que no puede ser comprendida más que por las tres augustas Personas, las que realzan la divina Asunción de la Hija del Padre, la Madre del Hijo y [1083] la Esposa del Espíritu Santo. Tú, divino Pontífice la elevaste hasta tu soberana grandeza. Siendo tú, el cielo supremo, la colocas a tu derecha coronada de ti mismo, adornada de toda la belleza que tu sabiduría ha querido producir por el exceso continuo de tu amor que es tan ardiente, como luminoso o brillante. Su entrada en ti que eres en el cielo la casa de sus delicias, como ella fue la tuya en la tierra fue admirable e indecible.

            El 17, octava del santo diácono que entró en el cielo en un lecho de fuego más abrasador que el carro flameante que llevó a Elías al paraíso terrestre, fui llevada con suspiros inflamados, según mis inclinaciones y peticiones, a ti, mi Amor y mi todo, rogándote te acordaras de esta pobre a la que tantas veces le has dado tus caritativos tesoros para enriquecerla con tus múltiples dones que le han hecho reconocer que eres el donador infinitamente liberal, dándote tú mismo con tu divina plenitud llena de amor. Y exclamé: Omnia excelsa tua, et fluctus tui super me transierunt (Sal_41_8). Todas tus olas y tus crestas, han pasado sobre mí.

            [1084] El 22 de agosto de este año 1655, me acordé que el año de 1620 tu augusta Madre me había obtenido de tu divino Padre, la bendición que se puede llamar de todos los bienes, haciéndote mi porción y mi herencia en la tierra de los que mueren, queriendo ser mi viático. Te ofrecí como acción de gracias todos los bienes que me habías dado y los sacrificios en que te ofreces sobre nuestros altares. Deseé con el Apóstol san Bartolomé, cubierto de su sangre y despojado de su piel, ser un perpetuo sacrificio alabándote y adorándote incesantemente con los serafines que vio el profeta Isaías que decían sin intermisión: Santo, Santo, Santo, estando el cielo y la tierra llenos de tu gloria.

            El día de la degollación de tu precursor, mi admirable patrono, que siempre deseó cumplir como tú le dijiste, toda justicia lavado con la sangre que corría de su cuerpo después que la bailarina se llevó su preciosa cabeza de la prisión, más honrada que el altar de los holocaustos del templo que fue una maravilla del mundo; ese día me hiciste [1085] comprender y probar que los potentados de este mundo pueden hacer morir el cuerpo de tus elegidos, pero no tienen poder sobre sus almas: Justorum animae; (Sb_3_1), las almas de los justos...

            En la natividad de tu admirable e incomparable Madre, no puedo decir el número de veces que invité en general a todos los pueblos de la tierra y a los cristianos en particular, a decir: ¡Adora a la bella Aurora, que tu desgracia cambia en dicha!

            El día de la exaltación de tu triunfante Cruz, te admiré lleno de gloria, alegría del cielo y de la tierra, y dije a todas las naciones que tú, el nuevo Adán, habías vencido sobre el Calvario con el madero de la Cruz en compañía de la nueva Eva, a aquél que había dado muerte en el paraíso terrenal al viejo Adán, seduciendo a la antigua Eva.

Capítulo 153 - La gracia que Dios me hizo de libertar a un prisionero. El verdadero pobre san Francisco detuvo al sol de justicia. Sus días son una claridad continua, su cuerpo fue una expresión del Verbo Encarnado sobre el Calvario. El día de san Dionisio.

            La víspera del príncipe de los ángeles, el gran san Miguel, quisiste que bajase a la prisión llamada Roanne y que pagase cinco mil seiscientos sesenta y cinco libras, para que pudiera salir [1086] un prisionero y suprimir el decreto que tenía sobre sus bienes. Todos sus parientes lo habían abandonado, padres, hermano y aquellos que lo podían haber ayudado. Sentí que tú me movías, divino Amor, a liberarlo, lo que me dio tanta alegría que no lo puedo expresar.

            La tarde y el día de la fiesta del gran santo cuyo nombre es interpretado, Quis sicut Deus ¿Quién como Dios?, me acariciaste divinamente y me dijiste varias veces, pequeña libertadora, ven con san Miguel y los ángeles a oír las alabanzas que me gusta dar a la generosidad que he puesto en tu corazón. Toda confundida por tus bondades, me despojé de todo lo que no eras tú, volviéndote tu gloria divina. Pude entonces comprender, pero en su debida proporción lo que el Apóstol dijo de ti: Cum autem subjecta fuerint illi omnia: tunc et ipse Filius subjectus erit ei, qui subjecit sibi omnia, ut sit Deus omnia in ómnibus (1Co_15_28). Cuando hayan sido sometidas todas las cosas en él, entonces también el Hijo se someterá a Aquél que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.

            El abismo de confusión que veía en este hombre librado de las amenazas y poder de sus acreedores, me produjo diversos pensamientos que me humillaron en tu presencia. Consideré la obligación infinita que tengo con tu divina caridad y amorosa benignidad y te dije con el Apóstol: in fide vivo Filii Dei, qui dilexit me, et tradidit semetipsum pro me (Ga_2_20). Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí.

            [1087] La noche siguiente al día de san Francisco, me hiciste oír que este santo era un milagroso Josué, por el que habías hecho maravillas para mí inexplicables, que te había detenido a ti, Sol de justicia para castigar a tus enemigos pero para convertirlos y perdonarlos.

            El día de san Francisco es de una claridad continua, sin intermisión, en la Iglesia triunfante; su alma brilla allí con gran esplendor, y su cuerpo es una copia cotejada al original del tuyo, con el que es honrada la Iglesia militante, milagro continuo porque no está permitido a los hombres mortales ver a Dios sin morir. Puede decirse a aquellos que desearen verle lo que en otro tiempo fue dicho a Moisés: el hombre en su vida mortal, no puede ver a Dios inmortal sin morir. Ni el cuerpo de san Francisco, sin arriesgar su vida. La experiencia así lo manifiesta.

            Este santo cuerpo estigmatizado con tus propias llagas por el amor seráfico, incluso deífico, es una expresión del tuyo sobre el Calvario. Sus manos traspasadas, sus pies agujerados y el costado abierto, nos hacen ver que tú nos has dejado el retrato [1088] de ti mismo. Saliste glorioso del sepulcro para ir cielo haciéndote el cielo supremo, dejándonos la muestra gloriosa de tu divino amor.

            Has querido que el cuerpo de san Francisco permaneciera de pie en una cueva, para muestra dolorosa de tu mismo amor, señalado con los signos de nuestra redención. Es un misterio que tú escondes, ¡Ay quién se atrevería a preguntarte hasta cuando! ¿el mismo tiempo que dure tu Sacrificio perpetuo? No me atrevo a preguntarte, al recordar lo que respondiste a tus apóstoles y discípulos cuando te preguntaron cuándo restablecerías el reino de Israel: Non est vestrum nosse tempora vel momenta quae Pater posuit in sua potestate (Hch_1_7). A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre por su autoridad.

            Te ruego que yo permanezca con el tuyo, que por tu gran misericordia te reciba todos los días hasta fin de mi vida mortal, que él sea mi viático cuando tu me hagas la gran misericordia de llamarme a la inmortal, que viva de la vida de la gracia por la recepción de este sagrado cuerpo, que me sea las arras de la vida gloriosa. Te pido un doble favor; si yo me atreviera te pediría el tercero: verte elevado; y esos tres favores no serían más que una bienaventuranza comenzada, [1089] continuada y consumada, puesto que la gracia en esta vida es la gloria comenzada, y la gloria en la otra, es la gracia consumada. Te pido esta gracia por tu gran misericordia y te ruego que no me estimes temeraria porque si te pido como Eliseo, tú me concedes como Elías. ¿Por qué me has dicho tantas maravillas en este día de tu milagroso Francisco, sino por una franqueza de bondad que es de suyo comunicativa?

            Si presumo de esta bondad, es que ella se muestra excesiva hacia mí aunque soy la más pequeña y la más indigna de todas tus creaturas, viéndome colocada en lo último de la tierra, te veo a ti elevado por encima de todos los cielos. Mi memoria no me sirve ahora para escribir los favores que me hiciste la víspera y el día del gran san Dionisio, puesto que su nombre es una divina destilación, me contentaré con poner aquí que mi alma fue fundida cuando la visitaste la víspera y el día de su fiesta, hablándome al corazón, escuchándome con dulzura. Dame la forma y la figura que te agrade. Soy tuya, mi Dios y mi todo.

Capítulo 154 - Monseñor nuestro Ilmo. Arzobispo, me honró con reiteradas visitas para conocer la Congregación y mi manera de conducirla y cómo aprobó todo, comprometiéndose con su palabra al perfecto establecimiento de ella. Dios me aseguró que éste amable arzobispo, era el que me hizo ver hacía muchos años.

            [1090] El 20 de octubre de 1655, inspiraste a nuestro dignísimo Arzobispo. Mons. Camilo de Neuville, de anunciarme su bendición de dulzura subiendo a la santa montaña para venir a decirme de viva voz, que había celebrado tres Misas para saber y conocer tu voluntad y que tú le habías inspirado que estableciera tu monasterio de Lyon. Quería preguntarme si yo aportaría el dinero para la fundación y qué suma podría dar. Agradecida por tus favores y por los favores pastorales de él, le respondí que daría seis mil escudos para la fundación. Se fue contento y yo me quedé igual al ver tu perseverante veracidad y tus promesas casi verificadas por la inspiración que le habías dado a nuestro muy querido pastor, al cual sólo había visto en visión en el año 1627, cuando me predijiste la muerte de [1091] Monseñor Miron diciéndome en latín: Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas.

            El día siguiente, dedicado a la solemnidad de santa Úrsula y sus compañeras, las once mil vírgenes esta santa, coronada de blanco y rojo y acompañada de todas sus santas vírgenes y mártires, me manifestó mucho agrado por la visita que les hacía en las Iglesias en donde estaban sus imágenes como ahora en la de san Justo, me dijo que fuese fuerte y valiente, que esperara todo bien de tu providencia que es bondadosa en exceso con las almas que destinabas a grandes empresas, que ella era por disposición de tu sabiduría, no solamente la maestra de sus compañeras sino también su madre al darlas a luz por su celo, Que ellas al morir entre lágrimas renacían con palmas, que su sangre virginal engendraba vírgenes de las cuales verdaderamente era llamada madre y las miraba a todas como a sus hijas, aunque antes de su martirio no hubiesen tomado el hábito [1092] de religión claustrada; que yo era su hermana por el voto de virginidad y mis muchos sufrimientos para el establecimiento de la Orden que tu sabiduría me había encomendado haciéndome también madre y maestra: Os enim Dominus locutum est: Benedictus Dominus Deus Israel (Is_58_14). Porque la boca de Yahveh ha hablado. Bendito el Señor Dios de Israel.

            Mons. nuestro muy digno Arzobispo, quiso el día de Todos santos, por segunda vez, honrarme con su visita en la santa montaña. Al entrar en tu casa y la suya, divino Verbo hecho carne, me dio su bendición y dijo haber celebrado la santa misa a fin de conocer más tu voluntad, y que por cuarta vez le habías inspirado, todavía con más fuerza, hacer este establecimiento, por tanto venía para efectuar tu voluntad y ver cómo quería yo dar la fundación. Le enseñé los contratos por más de 50.000 libras en rentas, en casas y tierras, viendo por lo que le mostraba que la fundación de este Monasterio estaba asegurada, su bondad le hizo decir a Monseñor de san Justo: Esta casa está establecida; apruebo todo esto que han hecho los Señores Miron y de Marquemont. No habló nada del difunto Cardenal de Lyon.

            Me exhortó con bondad pastoral a [1093] dar el velo a las jóvenes, para lo que me dio todo poder. Ya solo era necesario hacer inmediatamente el contrato. Su celo le hizo promover tu gloria y testimoniarme bondades tan grandes y comprometedoras que al mismo tiempo me daban confusión y alegría. La modestia no me permite enumerarlos aquí, pero sí exaltar tu sabiduría que llenó de sus gracias y bondad heroica al Arzobispo por las grandes acciones que él hace y hará para la gloria de Dios y el bien de todos.

            Yo le dije: Monseñor, entre todos los sufrimientos que una esperanza diferida me habían causado, los más aflictivos fueron las frialdades de Monseñor el Abad de san Justo. Ese virtuoso Abad me dijo, que dudando que Monseñor hiciera el establecimiento que tanto había rechazado el difunto Cardenal, temía le insistiese sobre este asunto que él no hubiera podido obtener, por esto se hacía indiferente, frío.

            Al ver una bondad inexplicable en la actitud y palabras de mi dignísimo Prelado, estaba sumamente extrañada y consideré cómo este Pastor me favorecía en todo, más por bondad que por mérito de mi parte, por lo que pude decir con David: [1094Thabor et Hermon in nomine tuo exultabunt; tuum brachium cum potentia (Sal_88_13s). El Tabor y el Hermón exultan en tu nombre. Tuyo es el brazo y su bravura.

Capítulo 155 - Visita con que me quiso honrar Mons. el Arzobispo y contrato de fundación de éste monasterio de Lyon.

            Satisfecho el Señor Arzobispo de todas las cuentas que le había rendido desde el comienzo de la Congregación y de la visita de una parte de la casa, bendijo conmigo a todas mis hijas. Al salir dijo que se redactara la Minuta y el Contrato según mis deseos y que él la firmaría.

            Quién tomó esto con gran empeño y al que estoy muy obligada, pues además hizo adelantar mi regreso de París, hizo la redacción, pero con sentimientos que no eran los míos, pues los encontré ásperos, sin unción, lo que mi sencillez no pudo disimular, por lo que le rogué al Señor de Chausse, a quien Monseñor estimaba mucho, le llevara a Vimy una carta que tu bondad me inspiró escribirle y en donde con respeto de su humilde hija le decías por Baruc: Ne tradas alteri gloriam tuam, et dignitatem tuam genti alienae (Ba_4_3). No des tu gloria a otro, ni tus privilegios a nación extranjera. Suplicándole no firmara el contrato que le habían mandado; que no tuve la oportunidad de verme a [1095] sus pies para decirle esto que no podía yo ordenar.

            Este buenísimo Pastor dijo a la persona que le llevó mi carta, que no lo firmaría hasta que no me hubiese escuchado porque yo era la que debía hacerlo, que volvería a Lyon la víspera de Navidad y que él me daría toda clase de facilidades para este establecimiento.

            Ante esta respuesta quedé llena de confusión y de agradecimiento, admirando como otras muchas veces tus verdades sobre mí, ya que no olvido las palabras que dijo al día siguiente en que tuvo el breve del Rey, a los que le presentaron mis respetos en París: Deseo que esta nueva calidad de Obispo me dé ocasión de servirla; ella será la maestra. A estas palabras te dije: ¿Señor, estos son cumplimientos de educación en la corte? No, Hija mía, es mi Espíritu que ha hablado por él; es tu Obispo y tu Pastor, os enim Domini locutum est (Is_58_14). Porque la boca de Yahveh ha hablado.

            ¿Quién hubiera creído que yo era la más dichosa de todas las hijas, con la promesa de mi Prelado, y tantos favores a su indigna hija, y que debería gustar todas las dulzuras del cielo y la tierra [1096] esperando la dicha de verme a sus pies, bendecida de su corazón benigno? Pero Dios, todo sabiduría, que me había hecho gozar de una deliciosa transfiguración, sabía que después de dos veces seis inviernos, estaba destinada al calvario y a la muerte de espíritu. Lo sabes mi amor, aquellos que después lo han sabido, me han dicho: Cui comparabo te vel cui assimilabo te? (Lm_2_13). ¿A quién te compararé? ¿A quien te asemejaré? Es necesario levantar la cortina, nadie puede describir mi tristeza y mi dolor viendo que Dios era tan indignamente ofendido con voluntad deliberada, por aquellas que cerraban los ojos a sus luces y tapaban sus oídos a sus divinas amonestaciones.

            Era una espada cortante la que hacía una división más dolorosa que aquella del alma y del espíritu, que yo no comparo en nada a aquella de la que habla tu Apóstol, pero es necesario tome sus palabras para mi consuelo: Habentes ergo Pontificem magnum, qui penetravit caelos, Jesum Filium Dei, teneamus confessionem. Non enim habemus Pontificem, qui non possit compati infirmitatibus nostris: [1097] Adeamus ergo cum fiducia ad thronum gratiae; ut misericordiam consequamur, et gratiam inveniamus (Hb_4_14s). Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos firmes en la fe que confesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas. Acerquémonos por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna.

            Pasé varios días en angustia y soledad rogándote me levantaras por encima de todas estas aguas de amargura para que no me anegasen porque un abismo llama a otro abismo. santo Tomás, que estuvo en un abismo de tristeza por tu muerte, fue mi consolación. La víspera y el día de su fiesta, fui divinamente consolada, lo que te agradecí, mi abismo de amor, mi Señor y mi Dios. Sé mi todo en todo tiempo y lugar.

            La víspera de tu natividad, en la que tu Humanidad apareció sobre la tierra, llegó el Pastor que te representa. Mi secretaria Gravier a quien siempre recibe [1098] con suavidad fue a su casa episcopal en donde supo que estaba en la catedral, en las primeras vísperas que comienzan: Rex Pacificus magnificatus est cujus vultum desiderat universa terra (Ant 1as visp. Of. Nav. Sma. Virgen). El Rey de la paz ha sido exaltado, toda la tierra anhela ver su rostro.

            Habiéndole presentado mis respetos, recibí estas palabras: Aquí estoy para firmar el contrato según mi promesa. Decidlo a la Madre. Indicó a su gran Vicario que le parecía como si los días fuesen años y queriendo terminar cuanto antes este asunto, le pidió viniera con la minuta para verla con él, lo cual hizo. Hablándole en la reja de nuestra Iglesia aproveché la ocasión para presentarle mis filiales quejas por la indiferencia que me había mostrado tanto tiempo en que fui privada de ver a mi Pastor.

            Me confesó que había querido prepararme por estas mortificaciones a tus bendiciones y estima de Monseñor nuestro Arzobispo. Mi secretaria, a la que muestra mucha bondad, tomó la libertad de decirle en confianza; Quién hubiese creído Padre que tan ardientemente haya ocultado la [1099] caridad y benevolencia para nuestra buena Madre, con una aparente indiferencia y haciéndonos creer con su ausencia, que no tenía parte en el afecto que le había testimoniado por más de 20 años seguidos. Qué habilidad tan prudente, para mortificar a aquella a quién honráis con amistad y benevolencia.

            Dejándome la minuta, me dijo que Mons. el Arzobispo esperaba que el Notario le llevase el contrato para firmarlo, y que después lo regresaría para que lo firmara yo. Mons. el Prior de Denicé, fue con él al Arzobispado y se dio cuenta que había unas personas que no me tenían la buena voluntad de mi Prelado y creyó sería más conveniente que yo bajase al arzobispado y no me dijo que Mons. le había dicho su deseo de no ocasionarme la molestia de bajar la montaña y que lo viera en su casa episcopal. Al verme Monseñor me dijo que él [1100] no hubiera querido ocasionarme esta molestia, que con el Prior de Denicé, me lo había mandado decir, pero este salió de la oficina a la sala para evitarse una caritativa reprimenda. Le dije que no quise privarme del honor de presentarle en su casa, mis humildes respetos, y recibir en persona su bendición. No pude entretenerme más a causa del gran número de personas que esperaban para hablarle; él llamó a dos personas, que creyó serme íntimas, pero yo no pensaba así y no me equivocaba, por lo que no pudiendo disimular, pronto hice conocer a estas personas no estar contenta de sus sentimientos.

            Monseñor volvió a repetirme que él era el Arzobispo y padre de mis hijas y que enteramente yo sería el ama, que deseaba tenerme contenta y que esas personas que pensaba me eran contrarias, le habían hablado ventajosamente de mí. En fin, ganada por sus dulzuras firmé después que él lo que hizo, y con tanto agrado que se veía [1101] satisfecho y que no dudaba de que yo no hiciese más que bien a mis hijas, que prometía ser allí la verdadera Madre, por lo que le dije: Mons. Ud. conoce mi natural que se gana por las bondades a las cuales Ud. me obliga. El Abad de san Justo dijo: Sus hijas son felices de tener un buen padre y una buena madre. En este momento me arrodillé para recibir la bendición de mi muy querido Pastor, pero él paso hasta la tercera puerta, o sea desde su despacho hasta la sala donde nuevamente me postré para que me bendijera, bendición que no quitó todo el descontento que tuve de la severidad de las dos personas a las que perdoné desde hace tiempo, sabiendo que los hombres abundan en sus sentidos. Uno ya murió, por lo que te ruego lo alojes en tu gloria y multipliques en el otro tus gracias.

            En la tarde, cuando entré a nuestra capilla, para agradecerte y adorar tu divina Eucaristía, te inclinaste a mi, Verbo Encarnado, por tu bondadosa benignidad y me dijiste: [1102] ¿Por qué estás triste mi esposa después de haber visto mis promesas y predicciones cumplidas?. Regocíjate con la idea de que tu querido Prelado tiene dulzura y bondad para ti. Considéralo bien y ve que es el pastor que te mostré en visión el año 1627, cuando decía Misa y se elevó en el altar por un divino favor, y del que te aseguré entonces, que a su tiempo establecería el monasterio de Lyon. Te previne anunciándote la muerte del pastor que te quería y que tú también, estimabas diciéndote: Percutiam pastorem, et dispergentur oves gregis (Mt_26_31). Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Me dijiste que lamentabas por adelantado esta dispersión, temiendo la entera destrucción del rebaño de nuestro aprisco. Te aseguré mis cuidados pastorales y que podías decir con el pastor coronado: Dominus regit me, et nihil mihi deerit: in loco pascuae ibi me collocavit; super aquam refectionis, etc. (Sal_22_1s). Yahveh es mi pastor, nada me falta, por prados de fresca hierba me apacienta, hacia las aguas de reposo, etc.

            Cuántas gracias has probado confiándote y convirtiéndote a mí, caminando con seguridad entre sombras de muerte sin temer sus horrores, porque te he acompañado. Los sufrimientos que han abatido pueblos enteros, las varas de mi indignación, la peste, la guerra y [1103] el hambre, han sido ocasión en las que has probado mi protección conduciéndote según mis voluntades que no todos conocen, alimentándote de mí mismo, de mi mesa, la que ha asombrado a todos aquellos que te han querido turbar, vertiendo la unción abundante y deliciosa de mis dulzuras, embriagándote de mi propio cáliz, que hace que la esposa, así apoyada en su divino Esposo, se encuentre llena de delicias, y que mis ángeles se han extrañado varias veces diciendo: Quae est ista quae ascendit de deserto, deliciis affluens, innixa super dilectum suum? Pone me ut signaculum super cor tuum, ut signaculum super brachium fortis est ut mors dilectio dura sicut infernus aemulatio (Ct_8_5s). ¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado? Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la muerte, implacable como el sol la pasión.

            Después de una repetición de tus divinos favores, ¿Qué melancolía no se hubiese cambiado en alegría inenarrable? Lo mismo que en otras ocasiones, lo puedo expresar, con estas gracias maravillosas se acabó el año mil seiscientos cincuenta y cinco.

Capítulo 156 - Oraciones y transportes de amor durante las divinas y amorosas solemnidades del Verbo Encarnado, de sus santos y santas hasta Pentecostés y lo que pasó en mi alma durante este tiempo solemne.

            [1104] A principios del año de 1656, te adoré, admirándote en el establo como en un trono de amor y de misericordia, marcado por mis miserias hecho semejante a la carne de pecado, no habiéndolo cometido nunca. Vi los ardientes serafines con seis alas, dos cubrían sus pies, otras dos la cabeza, las que tenían extendidas volando en tu eternidad, invitándose el uno al otro a cantar el trisagio, proclamándote por tres veces: Santo, Santo, Santo el Dios de los ejércitos acostado en la paja. Yo exclamé con el Profeta Evangélico: omnis caro foenum, et omnis gloria ejus qua si flos agri, Verbum autem Domini nostri manet in aeternum (Is_40_6s). Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo, mas la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.

            [1105] Mi espíritu arrobado, entendió las maravillas que están enunciadas en todo el resto de este capitulo que es el 40 de este Profeta de la raza real del Rey tres veces sagrado, en la ciudad en donde tú quisiste nacer y recibir la circuncisión y el nombre de Salvador, lavándonos con tu preciosa sangre que se convirtió en una fuente abierta profetizada por Zacarías: In die illa erit fons patens Domui David in ablutionem peccatoris; (Za_13_1). Aquel día habrá una fuente abierta para la Casa de David, para lavar el pecado.

            El día de Reyes, te adoré con ellos, ofreciéndote todo lo que ha sido, es y será en el tiempo y en la eternidad. Atrayéndome amorosamente me hiciste oír: Surge, illuminare, Jerusalem (Is_60_1). Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz. Soy tu luz que resplandece delante de ti, sobre ti y en ti, alrededor y detrás de ti; los reyes y los pueblos marcharán a la luz que dejarás en tus escritos, luz que procede de mi. Recibo tus presentes y me doy a ti, yo que soy el paraíso. ¡Oh Rey de amor inefable, estas pocas lágrimas que [1106] he vertido, tienen su recompensa con una mirada de tus ojos amorosos Monarca de los hombres y los ángeles!

            Cumplida la cuarentena, fuiste llevado al templo como fuego sagrado, escondido entre pañales, presentado en forma de esclavo como los otros niños primogénitos. Simeón te conoció Dios resplandeciente de luz, presentado por la nube blanca de pureza y roja caridad, y sobre su seno brillaste como Sol de justicia. Diste a conocer a tu digna Madre y amable nodriza, la espada despiadada que recibió en su corazón y que puso de manifiesto los pensamientos de muchos corazones. El mío no se cerró ni fue insensible a este amoroso dolor que hizo la división entre el alma y el espíritu, dolor que vuelve al alma feliz de sufrir por el amor y para el mismo amor: Virus est enim sermo Dei, et efficax et penetrabilior omni gladio ancipiti; et pertinges usque ad divisiones animae ac spiritus: compagnum quoque ac medullarum, et discretor cogitationun et intentionum cordis (Hb_4_12). Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz y más penetrante que aguda espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.

            [1107] Las vírgenes adornadas de blanco y rojo, santa Águeda y santa Dorotea, me han parecido muy amables al atraerme cerca de ellas para alabarte con su canto y siguiéndote a todas partes a ti que eres su camino de leche trazado por la Virgen tu Madre. Deseé ser de su número y darte mi sangre como ellas, ya que eres nuestro Esposo blanco y rojo, vi a santa Apolonia el día 19, ella misma se puso en el fuego, ardiendo en llamas divinas, la gracia la impulsó a consumar su holocausto para entrar en tu casa de gloria.

            Al día siguiente rogué a santa Escolástica pidiera para mí, a ti que eres bendecido de los hombres, de los ángeles y de tu Padre divino, permanecer conmigo toda la noche de esta vida, para estar contigo durante una eternidad, el día infinito de la otra. Ella no rechazó mi oración.

            [1108] Admiré la gracia de san Guillermo convertido por san Bernardo, a vivir tu gran misterio; lo derribaste por tierra para elevarlo a los cielos por su conversión y severa penitencia, dando a la Iglesia lo que le había quitado: Crescens mirabiliter in consummatione. Creciendo admirablemente en la consumación. Su espíritu crecía delante de ti, mi divino Amor, consumiendo su cuerpo por el ayuno.

            El día de la Cátedra de san Pedro en Antioquía, deseé ser verdaderamente cristiana; nombre que fue dado por primera vez a los fieles en este lugar, nombre con el que fueron gloriosamente honrados. El día de san Matías te pedí con sencillez la suerte de los santos en el cielo y que recibiese con fidelidad la gracia de aquél que es el testigo fiel. Tú miras el corazón de san Matías para hacerlo tu apóstol reemplazando el lugar del pérfido Judas. Al ver a personas hipócritas, sufría por todas y de todo, porque te traicionaban y se volvían culpables de tu preciosa sangre.

            [1109] El día primero del mes, dedicado a nuestros fieles guardianes que tienen gran cuidado para hacernos llevar laureles y palmas por toda la eternidad, deseé para su alegría, la conversión de los pecadores y el aumento de gracias de lo justos. Quo justus est justificetur adhuc (Ap_22_11). Que el justo siga practicando la justicia. Tienen una perfecta caridad para que todos seamos santos como Dios es santo. ¿De qué manera podríamos agradecerles sus celestiales bondades si tú mismo amor no fueses su eterna y alegre recompensa?

            Quisiste recompensar al Doctor lo bien que ha escrito de ti y le pediste que te dijera el premio que quería, te respondió: ninguna otra que a ti mismo, Señor. Tú eres un abismo que llama otro; Abyssus abyssum invocat (Sal_41_8). Un abismo llama al abismo. Pregunta según su nombre y tú le respondes: Fiat ut petitur. Hágase como se pide. [1110] Te suplico, mi divino Salvador, me des por bondad según mi nombre; gratiam pro gratiam, (Jn-1_16) gracia por gracia. De tu plenitud recibimos tantos favores y gracias; por medio de aquella que es tu tesorera desde que tomaste un cuerpo en sus entrañas virginales por la venida de tu Espíritu Santo, cuando la virtud del Altísimo la protegió con su sombra para hacerla subsistir llevando en su seno a un Dios todo luz y fuego, quien había dicho a Moisés: el hombre durante su vida natural no me puede ver. De la misma manera le hablaste en la nube, cubierto de la obscuridad que modificó tu claridad.

            ¿Qué es esto, Señor de los abismos? estoy en el abismo; estoy aquí en el mar contigo que eres un abismo de gracia, un abismo que ha hecho oír su voz diciendo: Secundum verbum tuum (Lc_1_38). Según tu palabra. Pero maravilla sobre maravilla, te veo en el seno de tu Madre, virgen adorable: Manhu ¿qué es esto?

            Los hebreos se extrañan de ver en el desierto el maná que los debía alimentar solamente cuarenta años. Tengo un motivo mayor para extrañarme y para ser arrobada, fuera de mí, admirando el maná que está en este seno virginal que es desierto adorable. Te veo y adoro Verbo Increado y Encarnado y te recibo porque es de tu agrado que yo sea una misma cosa contigo. Lo que agrada se toma y nutre. Revísteme de púrpura y de lino.

            Tú mismo me alimentas y me haces un festín perpetuo. Llévame a la Cena, repósame sobre tu pecho, entraré con todo gusto en este paraíso con el discípulo amado para servir de medicina a tu corazón agonizante y palpitante, viendo entrar al demonio contigo en el infierno del corazón del traidor que te vendió y [1112] te entregó a los pérfidos judíos. No te dejaré nunca. Mihi enim vivere Christus est, et mori lucrum (Flp_1_21). Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.

            Este jardín regado por el torrente de tus heridas, me es más agradable que el cielo con su río admirable. Estas gotas que caen en grumos, no tienen comparación con las doce perlas que hacen las doce puertas de esta ciudad maravillosa. Et civitas in quadro posita est (Ap_21_16). La ciudad es un cuadrado.

            Todas estas piedras preciosas, las murallas y fundamento del empíreo que brillan de luz, no tienen precio al lado de estas gracias de la noche que son inapreciables, ya que emanan de un hombre-Dios, inclinadas y humilladas sobre su cara, Manhu, ¿Qué es esto? La primera mirra que corre de sí mismo por el ardor del amor, amortaja al amado y a mí, amabilísimo Señor, viviendo y muriendo por el amor que causa lo uno y lo otro, dos contrarios en un mismo sujeto, actuando y padeciendo al mismo tiempo.

            [1113] Levántate mi adorable corazón, atráeme cerca de ti por el olor de tu ungüento, perfumando todas las calles por donde pasarás y los lugares donde entrarás y te detendrás. Que lleve tu cruz y muera contigo puesto que en ella llevas mis pecados y los has clavado pagando por mí, rescatándome tú mismo, dando todo para librarme de mis enemigos y los tuyos según dice el Apóstol a los Colosenses: Et vos cum mortui essetis in delictis convivificavit cum illo, donans vobis omnia delicta; delens quod adversus nos erat contrarium nobis, et ipsum tulit de medio, affigens illud cruci: et expolians principatus, et potestates traduxit confidenter, palam triumphans illos in semetipso (Col_2_13s). Y a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos, os vivificó juntamente con él y os perdonó todos vuestros delitos, canceló la nota de cargo que había contra nosotros y la suprimió clavándola en la cruz. Y una vez despojados los Principados, y las Potestades, los exhibió públicamente incorporándolos a su cortejo triunfal.

            Al resucitar tu cuerpo glorioso dotado de cuatro dones admirables [1114] claridad, sutilidad, agilidad e impasibilidad, decía: Ero mors tua, o mors morsus tuus ero, inferne (Os_13_14). Oh muerte soy tu muerte, ho infierno soy tu destrucción. Querido Amor, tú fuiste la muerte de la muerte y la mordedura de mi infierno, para aquellos que me habían dicho que moriría del descontento que todo el infierno había suscitado. Todavía poseen la rabia y continúan sus malicias. Tú, por tu poderosa bondad, me hiciste victoriosa de todas sus invenciones y picardías y todavía lo harás, si quieres, mi Monarca triunfante. Todo poder se te ha dado en el cielo y en la tierra y eres la delicia de las almas que son fieles a tus pruebas, Isaías dice a cada una: Ego Dominus Deus tuus, docens te utilia, gubernans te in via qua ambulas, utinam attendisses mandata mea; facta fuisset sicut flumen pax tua, et justitia tua sicut gurgites maris (Is_48_17s). Yo, Yahveh, tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el camino por donde debes ir. ¡Si hubieras atendido a mis mandatos, tu dicha habría sido como un río y tu victoria como las olas del mar!

            El día de la Ascensión, me quisiste fortificar para soportar esta ausencia que me hacía morir y volver a morir dejándome en esta tierra donde me sentía extranjera aunque en mi casa, con las hijas de mi corazón. Hería la tierra como el pelícano para verter por mis ojos la sangre que el amor hacia brotar pues las lágrimas son llamadas, sangre del corazón. Hubiese perdido voluntariamente mi propia vida temporal para procurarles la eterna, librándolas del veneno de la serpiente, como esta Madre traspasada de amor por su hijo, aceptando que él hiciese abrir su seno y viese sus entrañas en donde había sido concebido y llevado con un amor más que maternal, aceptando esta crueldad para desearle la realeza. Quiero sufrir todo esto que me anuncias y que ellas tengan la corona en el cielo.

 Capítulo 157.-El santísimo Sacramento es la hoguera de la divina caridad. Visión de un cordero. Dios prueba a las almas por los sufrimientos. Sostiene a la mía en sus reiteradas angustias. El viaje de dos religiosas que envié a París.

          El día de la venida de tu Espíritu de fuego, que es el consolador por excelencia, le rogué vivificara tus promesas permaneciendo conmigo para consolarme en mis sufrimientos, que no son pocos para describirlos y expresarlos con palabras, tú los conoces mi Dios, y los has previsto: Intellexisti cogitationes meas de longe; semitam meam et funiculum meum investigasti; et omnes vias meas previdisti, quia non est sermo in lingua mea (Sal_138_3s). Mi pensamiento calas desde lejos; esté yo en camino o acostado tú lo adviertes, familiares te son todas mis sendas, que no está aún en mi lengua la palabra...

            [1117] En la fiesta en que el amor te hace estar expuesto sobre nuestros altares, a la puerta de nuestros tabernáculos, para las almas peregrinas a las que apresuras a recibir el consuelo que tu bondad les ha preparado, el pan sagrado cocido no bajo la ceniza sino en el horno preparado de tu caridad; la grasa, la leche y el becerro cebado, eres tú, mi bien amado nuestro elemento y nuestro alimento, nuestro amador y nuestro amado. Rogué a todos los bienaventurados descendieran del cielo para adorarte en la tierra en el verdadero prodigio y milagro de amor, y que suplieran todas las alabanzas que yo no puedo ni sé rendirte.

            El nacimiento del gran Bautista, que fue anunciado por un ángel a su padre Zacarías mientras ofrecía el incienso, asombró a todos los que en aquél tiempo se encontraban en el templo, viendo a aquél que había oído sin palabras al oráculo. No sé si a mí me pasó lo mismo cuando te vi, mi divino Salvador en forma de un cordero que se escondía debajo de una pequeña silla de paja, en la octava de esta alegre solemnidad; [1118] pero sé bien que sufrí mucho al verte en tan bajo y estrecho lugar.

            Me dijiste que te protegiese y me opusiese a los males que se te hacían. No podía soportar que estuvieras ahí sin tener el alma llena de gran dolor y no sabía cómo sacarte, no me atrevía a levantarme de la silla donde estaba yo sentada en la que parecía te escondías y tus enemigos no se me presentaban con claridad, tú los veías y no decías las ofensas que te hacían, si no me decías que te cuidase de sus intentos y convenios que eran malignos. Si tales personas hubiesen sido dóciles para hacer tu voluntad como san Pablo, dada tu bondad, y viéndolas en el camino de sus maliciosas ignorancias, les habrías dicho como a él: ¿Por qué perseguís a vuestro Salvador? Ustedes son crueles como lobos y yo soy la misma dulzura, no temáis que os castigue y entregue a los leones rugientes que os rondan para devoraros.

            Muy divina Emperatriz, el día de santa Tecla me dijiste en París, que tú eras la Pastora de tu cordero, ¿Dónde lo dejaste ahora? Lo viniste a seguir a Lyon cuando él galopaba y saltaba entre las nubes?, te recomiendo su gloria. Te dije que estaba en espíritu y voluntad en Lyon y que no tenía más que el cuerpo en París, pero que era para mí demasiado honor seguirte a todos los lugares en donde tú me harías la gracia de indicar los sufrimientos que me fuesen preparados. Los pensaba grandes y numerosos, [1119] pero no sabía los que serían, ignoraba la calidad y la cantidad.

            Mientras que la Iglesia cantaba el triunfo de todos los santos, el día de su fiesta en 1656 yo lloraba por mis combates, lo que me anonadaba de confusión pensé no desagradarte, mi benigno Salvador, porque no podía superar las resistencias o antipatías que aparecían a la vista de aquellos que no me querían.

            Me resolví a decir mis angustias al Prior de Denicé, mi fiel monitor y caritativo confesor, al que tengo entera confianza desde hace muchos años. Lo noté asombrado pero como tiene el espíritu resuelto a todo la que tú permites, habló poco y no me dio a conocer toda la compasión que tenía de mi desolación, antes juzgó que era necesario con paciencia beber este cáliz tanto tiempo como tú lo permitieras, mi Señor y mi Dios.

            Satán, a quien tú permitiste probar a Job, el más sencillo y fiel de todos los que vivían en su tiempo, no olvidó nada que le hiciese perder la paciencia, de la que es el espejo y el milagro. Tú te reservaste su alma constante a pesar del juicio contrario que de él hacían sus amigos. [1120] Tu Espíritu Santo nos asegura por la Sagrada Escritura que este paciente por excelencia, Job, no pecó en sus palabras: In omnibus his non peccavit Job labiis suis (Jb_1_22). En todo esto no pecó Job con sus labios.

            Cordero de Dios, haz que no peque ni de pensamiento ni de obra, asísteme con tu gracia sin la cual no puedo nada. Estando afligida por las personas que debían procurar toda satisfacción para tu gloria y la perfección de mi Orden, mi espíritu se puso en tus manos. Perdona la ignorancia de aquella que me causa angustias que no se pueden decir; tu sabia providencia puede poner el orden que juzgue conveniente.

            La persona que parecía ser más yo que ella misma, simuló alejarse de mí pues deseaba desagradarme, pero pronto cambió de parecer pensando que acercándose a mí, sería amada de los que la vieran. Gran Salvador, tú conoces nuestros corazones y que yo deseo consagrártelos enteramente y que no puedo disimular cuando no te aman perfectamente. Siempre he tenido gran antipatía al disimulo, te quiero agradar en todo para tu gloria. En tus manos está mi suerte, en tus ojos mi fuerza, y en tu seno mi tesoro: Da mihi sedium tuarum assistricem sapientiam et noli me reprobare a pueris tuis (Sb_9_4). Dame la Sabiduría, que se sienta junto a tu trono y no me excluyas del número de tus hijos.

            Gran Papa san Clemente, que enviaste a Francia a san Dionisio, ruega por mí a fin de que envíe a las personas a donde fue este gran santo y que esto sea para la gloria de mi Dios. [1121] Puedo decir con toda seguridad que escuchaste mi oración, porque el día de santa Catalina virgen y mártir, un virtuoso sacerdote de Provenza me vino a ver ofreciéndoseme para asistir y conducir a París, a donde él iba, a mis hijas, para celebrarles la santa Misa y administrarles los sacramentos.

            Me alegré de este ofrecimiento y le tomé la palabra, aunque él tenía mucha prisa por la compañía con la que iría; sacerdotes y religiosas que viajarían con él. No tenía para preparar todo más que de las cinco de la tarde, a las cinco de la mañana y ayudar a mis hijas a este viaje, dos religiosas y mi Secretaria Gravier para acompañarlas, la que, como a las seis de la tarde acudía con nuestro digno Arzobispo para obtener el permiso y el honor de recibir su bendición.

            A la mañana siguiente, día de san Pedro, Patriarca de Alejandría, le encomendé a mis hijas quienes partieron para reunirse a esa buena compañía sin considerar el frío que hacía entonces, esperando en tu divina bondad y en aquél que había sido fiel en combatir tu divina igualdad y consustancialidad con tu divino Padre.

            El día del Apóstol san Andrés de 1656, supe por el hombre que condujo la litera donde iban mis dos religiosas, que mi secretaria había caído del caballo en un río medio congelado, que sus hábitos quedaron todos mojados. Ella había subido a un caballo siguiendo la litera, pero muy incómoda porque estaba mojada y por el gran frío que había congelado su hábito que [1122] brillaba como si la rodearan diamantes, y no podía hacer correr su caballo como lo deseaba por no llevar ni espuelas ni látigo. El arriero, sin considerar que esta hija no conocía el camino para correr cerca de la litera, la detuvo para consolar a su caballo dándole a comer una lechuga como él había hecho con los suyos, dejándola allí le dijo se pasara al camino real, el cual estaba todo congelado y era de piedra, con lo que se detenía más de lo que hubiera querido, de manera que se encontró más de un cuarto de legua detrás de la litera a la que él hacía correr siempre sin considerar a la que iba detrás de él. Esta hija se vio sola en el camino en medio del campo y llena de pena, me ha asegurado que en su miedo tan grande, se acordó que la habían encomendado a san Rafael al cual ella recurrió en esta extrema necesidad, pronto se acercó a ella un caballero muy extrañado de encontrarla sola y después de algunas palabras que intercambiaron, la consoló en su aflicción haciéndola galopar siempre a través de tierra, y la condujo hasta la litera. Una vez llegados dio una buena reprimenda al arriero con caritativas y obligadas palabras para que en adelante tuviese más cuidado, esta hija mía se quedó llena de alegría como si hubiese recibido este favor de un ángel del cielo, tanto que pensé si sería san Rafael, por la semejanza que tenía este caballero con el gentil hombre que nos ayudó en el viaje que hicimos en 1653.

            Cuando a su regreso el arriero me contó todo esto, me apené tanto que sufrí un mal de costado que me duró mucho tiempo, lo que me impidió anotar lo que me sucedió en los meses de diciembre, enero, febrero y marzo de 1657, [1123] aunque tu bondad como de ordinario, me hizo favores por pura caridad, por la que te suplico no solamente cubrir la multitud de mis pecados, sine destruirlos enteramente y conducirme siempre por tu gracia que sin cesar me es necesaria.

            Experimenté bien el poder de tu caridad en los grandes sufrimientos por los que permitiste pasara, viéndome perseguida no sólo por personas de importancia, demasiado fáciles para creer los cuentos o acusaciones de aquellos o aquellas que debían estar obligados a reconocer los beneficios que tu bondad me hace de poderlos ayudar. Con tanta ingratitud y arrogancia se me ha tratado, que esto me ha hecho pensar que sería un crimen el no amarte y reconocer tus bondades y divinas misericordias, por lo que te suplico me favorezcas siempre y me des fuerza y consistencia para sufrir hasta el fin, todo lo que quieras darme.

            El día de san Benito de 1657, personas de profesión religiosa dijeron palabras contra mí para complacer a quienes a eso las invitaron. Te ruego las perdones por la difamación hecha a su superior con tal de despreciarme.


 Capítulo 157 (Bis). - Las maravillas que vio el profeta Ezequiel nos están divinamente expresadas en la donación y acción de gracias que hizo nuestro Señor en la Cena.

            [1124] El Jueves Santo, viéndome en estado de impotencia para amar el bien, lloré mucho, pero mis lágrimas me parecían inútiles para obtener tu amor y por consiguiente el amor del prójimo. Esta impotencia, me afligía mucho porque este día era aquél en el que hiciste ver el amor infinito, para los tuyos. Estando todo en tus manos, te dabas todo dándote a ti mismo. Sabías todas las cosas, que dejabas este mundo para volver al Padre, y quisiste darnos la señal más grande de tu excesivo amor.

            Sumergida en un abismo de penas y tristeza, pusiste en mi espíritu lo que el Profeta Ezequiel vio cuando estuvo con los prisioneros al lado del río Kebar, las visiones de Dios y el carro de su gloria.

            Me elevaste en el pensamiento y te dije: ¡Oh Señor! tus hermosos ojos que elevas hoy son más admirables que toda la gloria que vio este santo Profeta. Son dignos de admiración, siendo los ojos de Dios y lo que ven son visiones divinas. Tú eres sus elevaciones divinamente humanas y humanamente divinas; son teándricas. El cuerpo sagrado que nos das en esta Cena es la carne de la gloria de tu divinidad.

            Tú eres todo lo que estas visiones figuran: eres la verdad de todas estas figuras y sus formas, eres hombre, eres león, eres buey, eres águila. Eres Dios en el oriente y occidente, en el septentrión y en el sur; estás donde te place en esta adorable reproducción, te reproduces donde quiera que tu amor te lleve y tus deseos serán cumplidos. Tú te llevas a ti mismo, te recibes tú mismo, te reúnes en ti mismo si me es [1125] permitido hablar así.

            Tu Padre y tu Espíritu Santo, inseparables de tu Persona divina, Verbo Increado y Verbo Encarnado, están por concomitancia en esta reproducción, veo ahí la divina circumincesión por penetración inexplicable. Su distinción de soporte no divide la unidad de esencia, ni la simplicidad de naturaleza. El cuerpo y la sangre que tomaste de tu Virgen Madre, es divinamente llevado sobre tu divina hipóstasis tan adorable, como la del Padre y el Espíritu Santo.

            Tus ojos brillantes y radiantes arroban a los ángeles y extasían a san Juan, son soles que la transportan, la ciegan y la iluminan al mismo tiempo cuando duermen sus ojos corporales sobre tu seno. El te ve con los ojos espirituales en el seno del Padre, en donde conoce y contempla tu generación inenarrable, de la cual él hablará y escribirá cuando anuncie a los hombres lo que estos ignoraron hasta entonces.

            Divino Amante, ¡que arrobamiento el de esta prisionera adherida a tu pecho sagrado! Tus entrañas eran los vínculos, es la hija de amor adherida a este seno de llamas que es una hoguera de caridad. No digo que sus pies son rectos, [1126] pero sí aseguro que están limpios al ser lavados con el agua santa que pusiste en la vasija para santificarla y a todos los demás, lavados con tus manos sagradas que abajaste a los pies de todos, aún del mismo Judas al que nada le aprovechó.

            Veo divinamente las visiones maravillosas de este Profeta Ezequiel en la donación de tu cuerpo en esta institución de tu Eucaristía, en esta divina unión; en este divino resumen y compendio de tus maravillas, y si me atrevo a decir de tus milagros, el milagro de amor, el amor mismo, veo el fuego, veo círculos concéntricos que llevan al espíritu de vida a todo lugar llenando el cielo y la tierra. Uno de estos círculos ha llegado a cada hombre es tu benigna humanidad, tu gracia y tu bondad.

            El viernes santo yo puede decir: Mihi enim vivere Christus est, et mori lucrum (Flp_1_21). Para mí la vida es Cristo y la muerte, una ganancia. Porque todo lo que no eras tú, no podía contentarme.

            Si después de tu resurrección me visitaste, fue para animarme viéndome aún triste el Sábado Santo. Me empeñaba en sacar fuerzas de mi debilidad considerando a san Pedro y a san [1127] Juan tomar el camino para ver lo que María Magdalena les decía que te habían quitado del sepulcro, siguiéndolos con el amor y el deseo de mi corazón.

            Me hiciste el favor de invitarme a entrar al sepulcro después de ellos diciéndome: Amada mía, consuélate, piensa en lo que dijo el profeta Isaías: que mi sepulcro está glorioso, goza las delicias de mi resurrección con mi amada compañía. Este día y la mañana siguiente del domingo y toda la octava, después de haberme dado tu paz, desapareciste y podía decir que te habías extralimitado, que no te veía, que mi alegría se había desvanecido contigo.

 Capítulo 158 - Es necesario amar a nuestros enemigos haciéndoles el bien con Jesucristo, a fin de subir con él al Padre. Una persona infiel me causó tristeza. Con lágrimas y oraciones pedí a los santos y a los ángeles que rogasen al Verbo Encarnado para que sostuviera su Orden y le concediera sus dones.

            El día de los santos Santiago y Felipe de 1657, te adoré en tu divino Padre, rogándote me pusieras en las moradas destinadas para alojar a las almas peregrinas que van detrás de ti por los caminos que les has señalado, dándoles confianza y atrevimiento para pretender llegar un día a donde tú subiste haciendo el cielo supremo, y elevándonos en espíritu aunque débiles en nuestros cuerpos terrestres: Audientes igitur semper, scientes quoniam dum sumus in corpore, peregrinamur a Domino; (per fidem enim ambulamus, et non per speciem). Audemus autem, et bonam voluntatem habemus magis peregrinari a corpore, et praesentes esse ad Dominum, et ideo contendimus sive absentes, sive praesentes, placere illi (2Co_5_6s). Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión. Estamos pues llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo, para vivir con el Señor. Por eso, bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle.

            [1129] La mañana siguiente, día de san Atanasio, un sacerdote vino a la reja de nuestra Iglesia con una persona de dignidad para hablarme y decirme todo lo que había pasado en Grenoble donde se había tenido un pequeño consejo que tú, mi Pontífice eterno, no confirmaste. Tú estabas a favor de aquella que le querían quitar su lugar, Verbo Increado y Encarnado. Rogué a san Atanasio te presentara tu elección que se contradecía.

            El día de la santa Cruz, tales personas, fingieron querer lo que en realidad temían, para engañarme; pero tú me hiciste la gracia de tratarlas con tanta bondad y sencillez en vez de la severidad que debía tener, y continué por caridad lo que hubiese podido rehusar por justicia. Concédeme la gracia de imitarte dando bien por mal, perdonándome a mí y a ellas nuestras faltas, por tu infinita misericordia.

            Tú ascensión al cielo elevó mi espíritu rogando a tu corazón amoroso te acordaras en tu reino de aquella que había estado en cruz cerca de ti, aunque con la gran diferencia que tú siempre eres inocente y yo sin cesar criminal ante [1130] tu Padre, bebiendo la muerte: Ut vitae aeterne heredes efficemur (1P_3_22). Para que nos hagamos herederos de la vida eterna.

            A fines de octubre, preparándome para la fiesta de tus santos apóstoles Simón y Judas, encargados de tu Majestad para alojarme con todos tus santos, aprendí que unas personas pensando quizá no desagradarte, habían hecho quitar lo que ya estaba atribuido para un señor cura y canónigo. Conociendo la buena intención del canónigo a quién querían turbar por esto que había hecho, y a donde la caridad lo había llevado a excederse por compasión y por otra parte, yo conocía su piedad y su celo pues con frecuencia nos celebraba la santa Misa, mi corazón fue tocado de un sensible y justo sentimiento que me hizo rogar y hacer rogar a tu Majestad hasta que él viera claro todo, asegurando a su señora madre que el cielo estaba por ellos y que tu bondad no me negaría lo que le pidiese continuamente y con confianza; y como Santiago dice que la oración hecha con asiduidad obtiene de tu bondad lo que no puede obtenerse por mérito; digo con el real profeta: Qui confidunt in Domino, sicut mons Sion; non commovebitur in aeternum (Sal_124_1). Los que confían en Yahveh son como el Monte Sión, que es inconmovible, estable para siempre, [1131] te presenté a la madre de este hijo único, la Sra. Mabire, que es tan generosa como piadosa, poseyendo las virtudes cristianos y morales con perfección, buen sentido y un buen espíritu en todo conforme a tu voluntad.

            Me representaba la confianza del Profeta Eliseo viendo a su discípulo espantado por el gran número de perseguidores; le dije que mirara la gran multitud de los santos ángeles o de amigos que venían para protegerlo y confundir a sus enemigos.

Capítulo 159 - Rogué con confianza a todos los santos amar y sufrir a fin de expiar mis pecados y llevar los lirios, las rosas y los laureles. Fui elevada a considerar la grandeza de san Joaquín, príncipe de todos los santos en Jesucristo. Él y santa Ana participaron del beso del Señor y de ellos nació la aurora que dio a luz al sol, la noche de Navidad

            El primero de noviembre consideraba a todos tus santos y santas y al Santo de los santos por esencia y por excelencia, que venía en nuestra ayuda y yo te decía con toda la devoción que podía: Exultabunt sancti in gloria, et laetabuntur in cubilibus suis (Sal_149_5). Exalten de gloria sus amigos, desde su lecho griten de alegría. La gloria de los santos es amarte en el cielo y protegernos en la tierra por tu amor, obteniéndonos gracias y virtudes para serle semejantes.

            El día de san Martín, el bienaventurado Pontífice que te amaba con todo [1132] su ser y todas sus fuerzas como canta la Iglesia, habiéndote revestido en el pobre al que dio la mitad de su manto, apareciste glorioso en presencia de tus santos ángeles alabando a este santo que no era entonces mas que un catecúmeno.

            Por él y su ardiente amor, y por el globo de fuego que fue visto sobre su cabeza, te ofrezco el sacrificio de amor para tu gloria y mi perfección.

            Al celebrar la presentación de tu santa Madre la virgen, rogué con ella, con san Joaquín y santa Ana, que sus incomparables méritos y la correspondencia que ella tuvo a tus inspiraciones, supliesen mis faltas deteniéndome en este versículo: sacrificate sacrificium justitiae, et sperate in Domino (Sal_4_6). Ofreced sacrificios de justicia y confiad en Yahvé.

            ¿Podía pasar estos días sin dirigirme a estas vírgenes adornadas de blanco y rojo, santa Cecilia y santa Catalina, sin invitarlas a decirte mis penas y llevar mi tristeza a Aquél que ellas aman y que querría amar tanto como ellas al grado que mi alma languidece de amor siendo hija de Jerusalén? ¿Podían rehusarme las flores y los frutos para confortar mis debilidades de amor por mi Esposo adorable?

            [1133] No me olvidé del gran san Clemente, ni del cordero que le mostró la fuente. Debo gran veneración al patriarca de Alejandría, al que hiciste ver el mal que Arrio te hacía al querer desconocer la igualdad y consubstancialidad que tienes con tu Padre y que toda la Iglesia católica reconoce adorándote un Dios en tres Personas distintas. Yo dije con san Juan: Tres sunt, qui testimonium dant in caelo, Pater, Verbum et Spiritus Sanctus: et hi tres unum sunt (1Jn_5_7). Tres son los que dan testimonio en el Cielo, el Padre, el Verbo y el Espiritu Santo y los tres son uno.

            Te dije: Verbo Increado y Verbo Encarnado, haz que esta hijita por la que has querido establecer una Orden en tu Iglesia, quien te adora llevando el nombre de Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento sea fiel en todo para tu gloria y tu servicio, buscando en todo tu gloria, ¡Oh mi Amor!

            Tuve necesidad el día de san Andrés, de fuerza y de amor para interpelar la cruz y saludarla coma portadora de bien ya que por ella la divina Bondad nos hizo donación de gracias, vertiendo hasta la última gota de su sangre preciosa, aún después de su muerte [1134] abriéndonos allí una fuente para lavarnos y purificarnos; su muerte hizo gemir a toda la naturaleza que pareció estar a punto de acabarse. El autor de ella, muriendo en un patíbulo ¿no debió temer así como sus ángeles de paz que lloraban amargamente mientras los demonios en el infierno temblaban espantados?

            El día de san Francisco Javier, mi poco valor me llenó de confusión; postrándome bajo la cruz, casi me atreví a decir: Amor mío, es mucho sufrir; pero vi que esta cobardía debía hacerme enrojecer de vergüenza y confusión. Sacando fuerzas de mi debilidad o más bien de las fuentes de tus bondades pedí socorro porque ellas son tan inteligentes como condescendientes, tan fuertes y vivas como que proceden de ti mi Dios fuerte y vivo. Te dije con David: Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum: ita desiderat anima mea ad te, Deus. Sitivit anima mea ad Deum fortem, virum; quando veniam, et apparebo ante faciem Dei? (Sal_41_2s). Como jadea la cierva tras las corrientes de agua, así jadea mi alma, en pos de ti, mi Dios. Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver la faz de Dios?

            [1135] El día de la fiesta de santa Bárbara, virgen y mártir, que fue degollada por la rabia de su padre, tu enemigo jurado que era más cruel que las bestias feroces, mi amor propio que me hace cometer pecados, me pareció más cruel que su padre porque ha causado la muerte de mi Señor. Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, quita los míos de mí para que te siga por todas partes con las santas vírgenes, y que esté en gracia al fin de mi vida mortal. Sé mi sagrado viático. Muriendo por ti, puesto que tú has muerto por mí, haz que viva para ti y por ti.

            Desde mi infancia tuve devoción e inclinación para honrar a los Pontífices, prelados, arzobispos y obispos. San Nicolás y san Ambrosio me han parecido resplandecientes de santidad, en milagros y en amor; la providencia de uno alimentando a los indigentes, haciendo liberalidades con su derecha que no quería las supiese su izquierda para impedir a los jóvenes cometer faltas, etc.

            Grandísimo Prelado, la dulzura ambrosiana que tuviste desde tu infancia atrae a todo el mundo; las [1136] vírgenes te alaban con admiración y tienen la gloria, por su valor, de llevar los lirios, las rosas y los laureles triunfando del mundo, del demonio y de la carne, cantando el cántico que sólo las vírgenes pueden cantar. Siguiéndote divino Cordero, a cualquier parte que quieras ir, llevarte y robarte hasta en el seno mismo de tu divino Padre: Haec nubes aera, angelos, sidera quae transgrediens Verbum Dei in ipso sinu Patris invenit et toto hausit pectore (Común de Vírgenes V lec.). La virginidad se eleva sobre los ángeles y los astros; va al encuentro del Verbo de Dios en el seno mismo del Padre, la atrae llenando su corazón.

Capítulo 159 (Bis). La Generación temporal de la santísima Virgen María, dignísima Madre del Verbo Encarnado. Gracias que recibí de su excesiva bondad, yo, su pequeña hija e indigna sierva.

            [1137] El día de la Inmaculada Concepción de tu purísima Madre, 1657, pensando en tu generación temporal desde Abraham hasta san José, esposo de esta Virgen Madre, de la cual tú naciste, divino Salvador, llamado el Cristo; te plugo elevar mi espíritu a la admiración de la grandeza de san Joaquín diciéndome en latín: Princeps sanctorum omnium. Príncipe o el primero de todos los santos, y así lo llamo yo.

            Me dijiste que no me extrañara de que así como habías escogido a santa Teresa, para hacer admirar en estos últimos siglos la gloria de san José, me llamabas a mí, que soy nada, para anunciar las grandezas de san Joaquín, padre de tu admirable Madre, a la que engendró por deseo de la santísima Trinidad. En este dichoso momento san Joaquín y santa Ana participaron del beso que, por un especial amor, dio el Señor a esta Hija del Padre, a esta Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, que fue declarada: tierra santa, tierra de promesa, tierra sublime, tierra sacerdotal, templo, morada y tabernáculo del Señor, recibiendo milagrosamente el ser de [1138] naturaleza y gracia; el trono revelado al profeta Isaías, que vio lleno de la Majestad de Dios, cerca del cual los serafines volaban cantando sanctus, sanctus ,sanctus, etc.

            En san Joaquín y en santa Ana concurren tanta gracia y tanta santidad, como convenía al padre y a la madre de la Madre de Dios y a los abuelos del Verbo Encarnado. Para honrar a san Joaquín, tú te nombrabas ordinariamente Hijo del hombre, mostrando y ocultando en estas palabras por un misterio indecible la santidad de san Joaquín, por eso me dijiste Hija mía, exclama con el profeta Isaías: Generationem ejus quis enarravit (Is_53_8). Y de sus contemporáneos ¿quién se preocupa? Todos los ángeles y todos los hombres no pueden expresar dignamente esta generación temporal ni la santidad de la Inmaculada Concepción. Joaquín es mi padre y mi santo, reservado y retirado en mi que soy el Señor, el cual fue preparado desde antes de la creación del mundo. Esto que digo de Joaquín, lo digo de Ana mi abuela, de Abraham, Isaac y Jacob y los otros [1139] patriarcas que, aunque sus padres, han sido sus figuras.

            San Mateo ha podido escribir esto, hasta san José el esposo de mi Madre de la que he nacido. El Espíritu Santo no le ordenó escribir la generación de Joaquín, y él mismo cubrió con una nube la Inmaculada Concepción de mi Madre mientras estuve visible. En estos últimos tiempos ha iluminado a almas que ha escogido elevándolas de claridad en claridad hasta transformarlas en él, porque ella [la inmaculada] es la aureola de un Esposo apasionado que la ha convertido en una obra maestra de la creación para su deleite y para hacer en su pura creatura la extensión de la Encarnación del Creador, y creatura del Dios Hombre que soy Yo.

            A ti, pequeña hija, que te reconoces la más indigna de todas las creaturas, se te ha dado el encargo de anunciar este misterio escondido a los siglos en Dios. Mi querido san Juan dijo estando aún en el mundo, que nadie había visto todavía a Dios; y el apóstol que fue arrebatado hasta el tercer cielo dijo que Dios habita en una [1140] luz inaccesible que nadie puede ver, sólo yo, el Verbo Increado y Encarnado, he visto y veo a mi Padre haciendo lo que él hace.

            Ahora te hago el favor de instruirte, por bondad de las excelencias de mi padre san Joaquín pidiéndote invocarlo con estas palabras: Princeps sanctorum omnium. Príncipe o primero de todos las santos. Mi santa Madre lo honra como a su padre aunque sea la Reina de los ángeles y de los hombres, a la que he querido estar sujeto y por ella a san José su esposo al que llamé mi padre.

            Todas estas grandezas no disminuyen en nada la gloria de san José, ¿Pensarías que fuesen degradadas al exaltar a san Joaquín, esposo de santa Ana? Soy su corona, y la carne de mi Madre es su carne; ella es sustancia de su sustancia, por la que han honrado al Dios oculto y Salvador pagando el rescate de todos las hombres con la carne y sangre que tomé de mi santa Madre y que es la suya, carne y sangre que no vieron la corrupción del pecado en la concepción [1141] de mi Madre. Su alma inocente conoció siempre los caminos de la vida y fue exceptuada del pecado por mi amor poderoso más fuerte que la muerte, más celoso de su gloria eterna que la dureza del infierno obstinada contra mí. Las lámparas son todas de fuego y llama.

            Pasé el Adviento en los deseos de los santos Padres: Utinam dirumperes caelos, et descenderes (Is_64_1). !Ah si rompieses los cielos y descendieses! Rorate caeli desuper et nubes pluant justum. Aperiatur terra et germinet Salvatorem (Ant. Adv. Of. Sma. V.). ¡Cielos destilad rocío, lluevan las nubes, al Justo; ábrase la tierra y germine al Salvador!

            El día de santo Tomás, en mi oración le rogué me preparara para ser la morada de tu benigna humanidad y a san José con su esposa que yo permaneciera en la casa de David que pertenece al Verbo Encarnado, nuestro pequeño Emmanuel que tenía todo bien, la grasa y la miel, la divinidad y la humanidad unidas hipostáticamente en el seno virginal de la esposa virginal, que dentro de tres días por un nuevo nacimiento daría a luz. Esperé por la fe amorosa, ser [1142] invitada caritativamente, para ver este espiritual nacimiento. Mi esperanza no fue frustrada, porque en esta noche, clara como el día y en esta fría estación, vi como un sol ardiente y luciente en las mantillas, que esta divina Madre había llevado los nueve meses en su seno, sin ser afectada por sus ardores ni ser cegada por sus resplandores.

            En la aurora maravillosa de esta mañana, al elevarse el sol, destilaba un rocío como no había habido otro igual, y de los párpados de la Madre rodaban lágrimas sobre este divino Niño que de nuevo encendían las llamas, por una amorosa antiperístasis, de cuyo ardor nadie se podía ocultar. Entendí estos tres versículos de inteligencia sublime: In sole posuit tabernaculum suum; et ipse tanquam sponsus procedens de thalamo suo; exultavit ut gigas ad currendam viam; a summo caelo egressio ejus; et occursus ejus usque ad summum ejus, nec est qui se abscondat a calore ejus (Sal_18_7). En el mar levantó para el sol una tienda, y él, como un esposo que sale de su tálamo, se recrea, cual atleta, corriendo su carrera. A un extremo del cielo es su salida, y su órbita llega al otro extremo, sin que haya nada que a su ardor escape.

            En un mismo instante vi á este divino sol brillar [1143] en el seno de su divino Padre y temblar, como Niño, en el seno de su virginal Madre. Este Niño que veía al Padre y era hombre peregrino a la vez, arrobaba al cielo y a la tierra. Los ángeles extasiados llevaban ahí los pastores: Et pastores erant in regione eadem vigilantes, et custodientes vigilias noctis super gregem suum. Et ecce angelus Domini stetit juxta illos, et claritas Dei circumfulsit illos, et timuerunt timore magno. Et dixit illis Angelus: Nolite timere: ecce enim evangelizo vobis gaudium magnum, quod erit omni populo: quia natus est vobis hodie Salvator, qui est Christus Dominus, in civitate David. Et hoc vobis signum: Invenietis infantem. Et subito facta est cum angelo multitude militiae caelestis laudantium Deum, et dicentium: Gloria in altissimo Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis (Lc_2_8s). Había en la misma comarca unes pastores, que cuidaban durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El Ángel les dijo: No temáis pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y recostado sobre un pesebre. Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.

Capítulo 160 - El Verbo Encarnado en el establo enarboló el estandarte del amor. Su amada se encuentra ahí afligida, confundida y desfallecida de amor y es admitida a las bodas místicas. La benigna humanidad nos aparece afable y permite a san Simeón ir a consolar a los santos Padres pero movido por el Espíritu Santo, hunde en el corazón de la santísima Virgen la espada despiadada. Ella como esposa permanece fiel a la cruz de Jesús.

            [1144] Viéndome afligida y abrumada por la herida el día de tu dulce y amarga circuncisión de 1658, me dijiste que la unción sagrada de tu nombre consolaba este dolor y que por este nombre yo recibía nuevas fuerzas, porque este nombre era como un aceite esparcido: Oleum effusum nomen tuum; ideo adolescentulae dilexerunt te. Trahe me, post te curremus in odorem unguentorum tuorum. Introduxit me rex in celaria sua (Ct_1_2s). Ungüento derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas. Llévame en pos de ti: corramos al olor de tus perfumes. El rey me ha introducido en sus mansiones.

            Este día y el de la Epifanía, me introdujiste en tu bodega donde me hiciste beber tú mismo, un buen vino real [1145] y divino embriagándome divinamente. Los ángeles del cielo, con los bienaventurados, fueron invitados a estas bodas místicas, diciendo: Exultabimus et laetabimur in te, memores uberum tuorum super vinum, recti diligunt te (Ct_1_4). Por ti exultaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino; ¡con qué razón eres amado! Después de haber experimentado las delicias inenarrables que hacen que el alma no esté más en ella; si en su éxtasis habla transportada de amor por tus excelentes y eminentes perfecciones y bondades, por la impetuosidad de tu Espíritu, solo pocas personas de la tierra pueden comprender estas maravillas. Es necesario que el divino Esposo les explique él mismo y haga entender los excesos de su amor: Introduxit me in cellam vinariam; ordinavit in me charitatem. Fulcite me floribus, stipate me malis, quia amore langueo (Ct_2_4s). Me ha llevado a la bodega y el pendón que enarbola sobre mi es Amor, confortadme con pasteles de pasas, con manzanas reanimadme que enferma estoy de amor. [1146] Entendí mi querido Esposo, que habías enarbolado sabia y fuertemente en mi corazón el estandarte de tu amor y permanecí en el establo la cuarentena amorosa. Herida, abismada, desfallecida de amor, no hubiera deseado dejar esta agradable morada si tu divina Madre con san José, no hubiesen salido para llevarte al templo al cumplirse según la Ley de Moisés, los días de su purificación, aunque la purísima Virgen no estaba obligada a ella. A los ángeles, como a las hijas de Jerusalén, se les prohibió despertar a la amada de estas divinas y místicas bodas. El divino Esposo, el Espíritu Santo, la llamó y la invitó contigo con estas palabras: Vox dilecti mei (Ct_2_8). La voz de mi amado. Ella se levantó de sus profundas adoraciones y salió del establo para acompañarte a Jerusalén, en donde el Espíritu Santo movió a Simeón y a Ana la profetisa a acudir al templo llenos sus corazones de amor y de gozo. Me invitaste, divino amador, a entrar después de ellos y oí tu voz: vox dilecti mei (Ct_2_8). La voz de mi amado. Tú que sobrepasas [1147] las colinas y las montañas, no invitas a los patriarcas, a los profetas ni a los Reyes que tienen tan gran deseo de verte. Tu amigo Moisés, que deseó ver tu cara como una señal del amor que le tenías, no obtuvo ningún otro favor durante cien veintes años, o mejor dicho; seis veintes años (120), sino ver como de paso tus hombros, y hoy san Simeón te tiene en sus brazos. Como soberano mandaste a Moisés morir permitiendo solamente que contemplara desde lo alto de una montaña, la tierra prometida, pero negándole la entrada. Es que tú hablabas como Dios a Moisés y ahora ríes como niño a Simeón, porque te has encarnado y hecho semejante a nosotros.

            Tu gracia y benigna Humanidad se nos presenta muy durable; san Simeón pide permiso de ir a consolar a aquellos que están detenidos en sombras de muerte para decirles que dentro de pocos años gozarán [1148] del esplendor de tu faz, de la luz de los gentiles y de la gloria de su nación de todo el pueblo de Israel; santo anciano, transportado de alegría bendijiste al Niño y a sus padres que están admirando todo lo que se dice de él en esta fiesta de alegría, y dirigiéndose a la Madre después de una elocuente bendición, le dijiste: Ecce positus est hic in ruinam, et in resurrectionem multorum in Israel, et in signum cui contradicetur: et tuam ipsius animam pertransibit gladius ut revelentur ex multis cordibus cogitationes. Et erat Anna prophetissa, filia Phanuel (Lc_2_3s). Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción; y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel. Después de estas dolorosas palabras no tuviste nada que decir para fortificarla. Por estas severas predicciones hundiste la espada despiadada en su corazón y la heriste de temor hasta su propia muerte. No se le retirará nunca del pensamiento la muerte de su Hijo, verá la ruina de los malvados antes que la resurrección de los buenos.

            [1149] El Espíritu Santo le presenta por tu lengua la dulzura y la amargura que permanece en su pecho en donde su querido Niño se prepara para comenzar su combate. Permanece en silencio y no dice: Padre mío, si es posible que este cáliz pase sin que esta paloma sin hiel lo beba. El Espíritu Santo le dijo en el establo a su Madre: Surge, propera, amica mea, columba mea, formosa mea, et veni (Ct_2_10). Levántate, amada mía, hermosa mía y ven. Espíritu Santo, me dijiste hace cerca de 20 años, las mismas palabras y he sentido sus efectos y todavía ahora me las repites, confieso que por mis crímenes merezco los tormentos del infierno y que soy indigna de consuelo y de gracia y que no hay ninguna comparación entre esta purísima, inmaculada e inocente virgen Madre y yo.

            Virgen Madre, como te dignas anunciarme sufrimientos que bendices y que mi Salvador recién nacido te dirá cuando sea mayor; que él nos dispone para los que él nos destina a sufrir [1150] para tener un lugar en su reino, así como su Padre lo ha destinado a sufrir a él, inocente. Los siento y resiento, pero como culpable te digo: Quoniam die ac nocte gravata est super me manus tua, conversus sum in aerumna mea, dum configitur spina. Delictum meum cognitum tibi feci, et injustitiam meam non abscondi. Dixi: confitebor adversum me injustitiam meam Domino; et tu remisisti impietatem peccati mei (Sal_31_4s). Mientras pesaba día y noche, tu mano sobre mí; mi corazón se alteraba como un campo en los ardores del estío. Mi pecado lo reconocí, y no oculté mi culpa; dije: Me confesaré a Yahveh de mis rebeldías, y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado.

            Por este tiempo supe que una joven de Roanne a la que al presente estoy muy obligada por la perseverante fidelidad que tiene desde hace varios años de ayudar a tu Orden, estaba atacada de una enfermedad de la que se temía su muerte; prontamente dije que no moriría. Arrepintiéndome como ordinariamente por esta rapidez en responder, fui confirmada en mi confianza en ti de que la curarías después de haber rogado por ella a ti, mi piadoso y misericordioso médico.

            [1151] Pasé la cuaresma triste como los otros años sin poder guardar la abstinencia, ni observar enteramente el ayuno y esta tristeza se aumentaba cuando oía leer el prefacio de la Misa los días de san Matías, san José, san Joaquín, san Benito, y el de tu Encarnación, mi adorable Verbo Encarnado. Me hiciste multiplicadas gracias, pero por haber escrito gracias similares y luces de este último día en otra parte, ya no diré nada aquí. Amor mío, sé bendito con toda bendición.

Capítulo 161 - El signo de la paz ha librado la guerra al todopoderoso. Ante mis ojos la Madre de misericordia cubría a su Hijo con un manto misterioso y me invitó a adorar sus llagas resplandecientes que irradiaban sus rayos sobre mí. Viaje que hice a Roanne. Ternura para mis paisanos. Mis devociones. Remedios que tomé y mi regreso a Lyon.

            [1152] Viendo los preparativos que se hacían en todas las Iglesias el miércoles santo de 1658, para preparar los paraísos, nombre que se da a los lugares en que reposas desde el Jueves Santo al medio día hasta el Viernes a la misma hora, en que el sacerdote te recibe pues ese día no hay consagración, deseé que el cielo y la tierra me adornasen para alojarte en mí y contemplar tus misterios amorosamente dolorosos y dolorosamente amorosos. Escuchaste los deseos de esta pobre y recibiste la preparación de mi corazón dispensándome esta mañana de atender la cocina y los demás cuidados temporales, retirando de allí mis pensamientos y deteniendo mi espíritu en la consideración de la traición de Judas y la venta que hizo a tan vil precio, de aquél que dio todos sus bienes y que contiene en si todos los tesoros de ciencia, prudencia y sabiduría divinos: Quia in ipso inhabitat omnis plenitudo divinitatis corporaliter, (Col_2_9). Porque en él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente.

            Te hizo la guerra con un beso símbolo de la paz, entregándote así a tus enemigos mortales que habían hecho pacto con el infierno y tú les dijiste, divino Profeta: Haec est hora vestra et potestas tenebrarum (Lc_22_53). Pero esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. [1153] Perdida en estas tinieblas espantosas del pecado de Judas, me hiciste encontrarte iluminándome con tus luces y mostrándoteme todo cubierto de heridas.

            No me atrevería a decir que sentí lo que dice san Pablo, porque no tengo bastante amor como él para así sentirlo. Viéndote hombre de dolores, humillado hasta el anonadamiento, pudiendo sin hacer rapiña, igualarte a tu divino Padre como Dios, preferiste tomar la forma de siervo, de esclavo vendido por tu discípulo traidor. Mi alma, confundida y abismada de dolor se deshacía y de mi corazón y de mis ojos, salía sangre en abundancia, sufriendo lo que no puedo explicar.

            Tu santísima Madre no pudo dejarme en estas angustias dolorosas; con maravillosa gracia colocó un manto admirable sobre ti haciéndome oír que esta representación de tus dolores me ponía en estado de morir de compasión, estaba desvanecida y casi sin sentido. Me dijo benignamente que [1154] tú no morirías más y que yo, mejor te contemplara glorioso. Todos los santos que habían venido después de ella, estaban como a cinco o seis pasos del altar y ella elevándome con una bondad inefable, me condujo al pie del altar levantando el milagroso manto con que te había cubierto y me invitó a adorar tus llagas después de ella, llagas que se habían vuelto resplandecientes como soles enviando sobre mí sus rayos adorables. Me pareciste la misma belleza. Esta Madre Virgen te miraba con una mirada amorosa que me es imposible describir así como a los pintores poder pintarla.

            Me hizo oír que eras para ella una posesión admirable que nadie mas podría pretender, porque lo que una vez Dios había puesto en ella, no se lo quitaría jamás, y que poseía para siempre todo lo que tú eras. El Jueves, el Viernes y el Sábado Santos, seguí ocupándome de estas bondades que la Iglesia nos presenta en estos días con admirable profusión. Así el Jueves, el Sacramento del Amor, [1155] el Viernes muriendo por todos los hombres, vertiendo toda tu sangre preciosa y rogando por los pérfidos judíos. El Sábado preparándonos para tu santa Resurrección agradeciendo que la Iglesia haga elogio de la feliz culpa de Adán, que ha tenido un Redentor tan santo como magnifico, que nos ha rescatado con una abundante redención. El día de Pascua, gozoso, victorioso y triunfante de todos nuestros enemigos, haciéndote nuestra Pascua o nuestro paso de la muerte a la vida, pero una vida nueva, siendo la muerte de nuestra muerte y la mordedura del infierno. El lunes, alentando nuestra esperanza, el martes, dándonos tu paz en la que permaneces.

            La semana después de Pascua recibí cartas de Roanne que me urgían a ir para negocios de la Orden y el arreglo con los parientes a causa de la muerte de mi cuñado. París por su parte me instaba con urgencia extraordinaria a ir. Te consulté, mi divino Oráculo y me hiciste oír: Adhuc unum modicum est, et ego commovebo caelum, et terram, et movebo omnes gentes, et veniet. Desideratus cunctis gentibus (Ag_2_7s). Dentro de muy poco tiempo, sacudiré yo los cielos y la tierra; sacudiré todas las naciones y llenaré de gloria esta casa. [1156] Esto lo dije al Sr. Prior de Denicé y a otras personas después de haberlo dicho al R.P. Gibalin, personas que nombraré cuando se requiera.

            Escribí al Sr. Abad de Verneuil, quien mandó de París a mi Secretaria Gravier para que me acompañara a Roanne y vino hasta Lyon donde mi sobrina Dumas, envió su litera para hacer el tan deseado viaje a Roanne y tan esperado por mis parientes y paisanos. El primer día me puse bastante enferma en la litera, me puse tan débil y agotada que casi me desvanecí y cuando llegué fue necesario me llevaran al barco hasta que se detuvo cerca de la casa La Galera. Me volví a ti y te dije: Señor, la galera y la patria son incompatibles; sin embargo, a mi llegada encuentro dulzura. ¿Qué será verse en la patria celestial, cuando en la terrena se olvidan los males? !Oh Dios, eres admirable.

            Mi alegría fue muy grande al ver acrecentada la devoción en el lugar de mi nacimiento. Tuve un gozo indecible cuando te adoré en la Iglesia parroquial donde había recibido la vida de la gracia por el sacramento de la regeneración; redoblé mis oraciones al [1157] ferviente y santo levita san Esteban, el primero de tus mártires que me hizo tantos favores, habiéndoseme abierto el cielo en su Iglesia; varias veces recordé la multitud de gracias que recibí por espacio de veintinueve años. Al estar recordando los favores pasados me hiciste otros nuevos mi divino Bienhechor. Recordé como había comulgado ahí casi todos los días con un gozo muy grande y oyendo varias Misas en diversos altares; la gran Misa cantada todos los días, elevaban mi espíritu y los días de fiestas solemnes no podía salir de la Iglesia sino haciendo violencia a mi espíritu.

            Este pueblo devoto me recordaba las ternuras que san Juan Crisóstomo tenía por su pueblo de Antioquía, del que era el buen Pastor y no tenía nada que igualase esta dignidad. Tenía el amor de pastora para tus ovejas y corderos en una piadosa sociedad natural, siéndolo de una manera mística y divina, en la que todo me encantaba.

            Mis enfermedades no me fueron tan sensibles y tú bendecías los remedios que por orden de los médicos tomaba. Bebía las aguas de san Herbam sin observar las reglas que ordinariamente me eran prescritas como a las personas que las [1158] toman en esta estación. Me fortificaron el estómago y me pusieron en tan buena disposición corporal que me parecía haber recibido una nueva constitución y salud para continuar trabajando por tu Orden y tu gloria. El celo que mostraba el Sr. Cura y todos los eclesiásticos de Roanne así como las personas de alta condición social, los pobres, los pequeños y los grandes, daba a mi espíritu una gran satisfacción, rogándote a ti, inspirador de todos los buenos consejos, aumentaras en nosotros tus gracias y nos fortificaras en tus deseos, bendiciéndolas con toda clase de bendiciones temporales y eternas.

            El día de tu abuela santa Ana no se me dieron los remedios, sino una hora después de haber oído la santa Misa y comulgado, lo que hacía siempre sin omitir la comunión desde hace 39 años que la recibo todos los días, aunque indigna. Después me vi obligada a permanecer en mi cuarto.

            Esta caritativa princesa, Madre de tu augusta Madre, se me apareció con gran dulzura testimoniándome que me ayudaría en el deseo que tenía para la gloria del Verbo Encarnado, al que podía decir: Eres carne de mi carne, lo mismo san Joaquín, ya que eres el Hijo de su única hija. [1159] Esto me alegró y en mi sencillez le dije: Señora, si el Sr. Cura viene hoy, veré que tú quieres que le cuente esta aparición y lo que me has dicho.

            No es mi costumbre pedir señales, temería faltar a la sencillez y confianza que ordinariamente tengo, pero que Dios no permita que el espíritu maligno me venga a engañar con visiones sin tenerlas, procurarlas, ni desearlas. Desde mi juventud le he rogado me conduzca por la fe que acerca a él las almas que no quieren más que su gloria y no la propia. Me convencí de que me habías movido a pedir esta señal, cuando vi entrar a mi cuarto al Sr. Cura, quien el día anterior me había ido a ver, sin acostumbrar él hacerlo tan frecuentemente.

            Admiré tu providencia que había permitido que el Señor de la Salle, el menor, eclesiástico muy devoto y noble por virtud y por familia, viniese a despedirse de mí para ir a Lyon yendo al encuentro de una litera en la que no pudo [1160] irse porque el conductor no quiso llevarlo, lo que supe hasta el día siguiente. Mi divino consejero, tú habías juzgado aquello a propósito para hacer saber al Sr. Cura tu voluntad. Mi secretaria le llevó los cuadernos de mis escritos que ya había hecho ver al Sr. de la Salle, con el permiso y voluntad del R.P. Gibalin.

            El día de san Ignacio fundador de tu Compañía comulgué en la Iglesia del colegio y rogué también al gran san Miguel, quien tantas veces me ha favorecido, que no fuese rechazada por este Príncipe de los ángeles. No pude volver a oír vísperas y el sermón, porque me encontré fuertemente indispuesta, fui a la que ordinariamente voy, a la Iglesia de san Esteban que está más cerca de la casa de mi hermana, en la que permanecí un poco más de tres meses, dándole a san Ignacio una excusa por no poder volver a la Iglesia del colegio. Tu bondad excusándome me dijo: Veni electa mea et ponam in te thronum meum (Ant, del Común de Vírg.). Ven, mi elegida, y pondré en ti mi trono; que él me amaba igual en esta Iglesia donde estaba sola con él y sus santos, los que tenían su placer y su gozo haciendo su voluntad.

            Elevando mi espíritu recibí favores que se pueden sentir pero no explicar. Varias veces que he asistido a esta Iglesia en días de fiestas solemnes o feriales, durante los tres meses, [1161] o sea desde del 25 de mayo hasta el día de la Natividad de tu santísima Madre, he dicho o escrito ya la mismo, por lo que ya no lo hago ahora.

            Después de haber comulgado en la capilla del Rosario, deshecha en lágrimas de ternura, recibí la bendición del Sr. Cura, al que consideraba en este lugar como mi querido Pastor. Al despedirme de todos estos sabios y piadosos eclesiásticos, tuve que hacerme violencia para separarme de todos, lo que me confundía indeciblemente. Hasta después de haber pasado la ribera del río Loire, detuviste mis lágrimas diciéndome que habías permitido estas ternuras para hacer ver que era hija espiritual de esta santa sociedad, y querida ciudadana de todos mis conciudadanos, que los habías bendecido y los bendecirías más hasta el fin, cumpliendo las promesas que me habías hecho para tu gloria y su santificación, deteniéndome en estas palabras del profeta Isaías: Ecce ego mittam in fundamentis Sion lapidem, probatum, angularem, pretiosum, in fundamento fundatum; qui crediderit, non festinet (Is_28_16). He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará.

            La litera que me llevó me fue más favorable que la de mi sobrina, la que rehusé aunque estuviese más hermosa y sus [1162] caballos buenos y de gran precio, pero tenía más apariencia de lo que me era necesario para mi comodidad. El Señor Dumas, mi sobrino, quiso acompañarme con el Sr. Paradis, sobrino suyo, quien se quedó en Avignon para tomar el hábito de tu Compañía, mi Jesús y mi todo.

            El Sr. Dumas con el conductor volvieron a Roanne a la mañana siguiente, contento de que no me hubiera puesto mal. Te adoré al llegar en tu Sacramento de amor, encontrándote lleno de dulzura en tu santa montaña, haciéndome oír que aunque indigna de tus favores era la bienvenida, diciendo: Transivi per te, et vidi te; ecce tempus tuum, tempus amantium; et expandi amictum meum super te. Juravi tibi, et ingressus sum pactum tecum, ait Dominus Deus, et facta est mihi: Et lavi te aqua et emundavi sanguinem tuum ex te (Ez_16_8s). Entonces pasé yo junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo de los amores. Extendí sobre ti el borde de mi manto; me comprometí con juramento, hice alianza contigo, oráculo de Yahveh, y tú fuiste mía. Te bañé con agua, lavé la sangre que te cubría. Haciéndome conocer que te habían agradado las aguas, las sangrías y todos los remedios que había tomado en Roanne, los que tú habías bendecido como ya dije antes; y la alegría con que recibía las visitas de los pobres más que las de los ricos, aunque hubiese tenido algunas incomodidades al tomar los alimentos y los remedios con horario muy variado, lo mismo cenaba a las 7, 8, 9 o 10 de la noche y algunos veces no lo hacía para no perder la comunión del día siguiente y [1163] oír la homilía. Tomaba los baños a las 7, 8 o 9 y algunas veces no podía salir de la iglesia sin hacerme violencia y no podía dejar los atractivos de tu bondad; y los días de fiesta solemne dejaba de beber y laxarme, extrañando a los médicos que estas interrupciones no me hiciesen ningún daño.

            Encontrándome en mejores disposiciones volví a tomar con empeño mis ocupaciones, necesitaba mi salud para consolar y asistir a casi todas mis hijas que encontré enfermas a mi regreso de Roanne, aunque tuvieron lo suficiente para los gastos de alimentos y medicinas. Continué en mi oficio de cocinera y en casi todos los oficios de la casa que son mi entretenimiento aunque sin omitir mi aplicación a los ejercicios espirituales, durmiendo el sueño místico en medio de fogones y calderos. Perseverando en mi franca y sincera sencillez, reprendía las faltas que veía te desagradaban porque eran contrarias a tu Espíritu, el cual no habita en los corazones [1164] dobles sabiendo lo que dice el Sirácide: Vae duplici corde, et labiis scelestis, et manibus malefacientibus, et peccatori terram ingredienti duabus viis (Si_2_14). Ay de los corazones flacos y las manos caídas, del pecador que va por senda doble.

            No me extraña que san Pedro no haya podido sufrir la mentira de Ananías y Safira, porque mentían al Espíritu Santo por la autoridad que tenía de ti, Verbo Encarnado que eres la verdad, los privó de la vida y los hizo enterrar por las personas que habían presenciado la mentira dicha por ellos. Que esto haga temer a todos aquellos que oyeron que mentir al Espíritu Santo, es difícil de perdonar: Et factus est timor magnus in universa ecclesia, et in omnes qui audierunt haec (Hch_5_11). Y un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron esto.

            No podría poner aquí el castigo justo que por muerte repentina o por accidente sufrieron 10 ó 12 personas que inventaron maliciosamente calumnias contra aquella que tú te dignas proteger por tu bondad y no por sus méritos, siendo toda para ti, de ti, y por ti. Te ruego les perdones la culpa eterna misericordioso Salvador, como te lo pido también para aquellas que todavía me ofenden y lo mismo para mi, que quieras perdonar mis pecados.

            [1165] San Gabriel, ruega al Verbo Encarnado nuestro amor, abrevie las semanas de prevaricación y que el pecado tenga fin y quiera aplicarnos los méritos de su muerte santificándonos por la unción de su Espíritu Santo y que la paz se haga en esta hija de deseos. Que el gran príncipe san Miguel venga en nuestra ayuda para vencer contigo a todos aquellos que resisten al divino querer. Que los príncipes celestes alaben a aquél que Daniel vio en una visión: Fluvius igneus rapidusque egrediebatur a facie ejus; millia millium ministrabant ei, et decies millies centena millia assistebant ei (Dn_7_10). Un río de fuego corría y manaba delante de él. Miles de millares le servían, miríadas de miríadas estaban de pie delante de él.

            Santo profeta, sé mi protector contra todos los enemigos de la verdad, la cual, para gloria del Anciano de días vencerá y triunfara de todo. Haz que experimentemos los oráculos del apóstol Pablo: Qui Sancti per fidem vicerunt regno operati sunt justitiam, adepti sunt repromissiones (Hb_11_33). Estos santos por la fe, sometieron reinos, hicieron justicia, alcanzaron las promesas. Sancti Dei omnes intercedere dignemini pro nostra omniumque salute (Oración para terminar el oficio). Santos todos de Dios, dignaos interceder por nosotros y nuestra salvación. Laetamini in Domino, et exultate, justi; et gloriamini, omnes recti corde (Sal_31_11). Alegraos en Yahveh, oh justos, exultad, gritad de gozo, todos los de recto corazón

Capítulo 162 - Mis devociones a san Martín, a la Presentación de la santísima Virgen, a santa Cecilia, a santa Catalina, a san Andrés y san Francisco Javier, quien te abrazaba tendido sobre tu cruz. Un cangrejo le sirvió de paje de honor, y como un fénix renació sobre el lecho de tu corazón que le apareció abierto.

            [1166] Encontrándome en la fiesta de todos los santos, en los que eres admirable: Exultabunt sancti in gloria, laetabuntur in cubilibus suis (Sal_149_5). Exalten de alegría sus amigos, desde su lecho griten de alegría. Quise saltar de alegría por su gloria, y alegrarme de su descanso, rogándoles alabaran tu grandeza con alabanzas, divinas que sus gargantas hiciesen resonar con júbilo tu gloria y que tomasen la espada de tu poder absoluto, para hacer justicia a todos aquellos que no siguen tus deseos. Escuché estas palabras dichas con toda justicia: Ut faciant in eis judicium conscriptum; gloria haec est omnibus sanctis ejus (Sal_149_9). Para aplicarles la sentencia escrita ¡será un honor, para todos sus amigos!

            [1167] En su día rogué a san Martín resistir a aquél que le dijo cuando estaba en esta vida, que le sería siempre contrario, y le supliqué continuara las bondades que durante años seguidos, había mostrado a la que tiene gran confianza en sus méritos. Este corazón inflamado que apareció llevando una espada de fuego sobre su cabeza, no despreció la debilidad de una hija favoreciéndola con su caridad, y preparándola a la venida y entrada del Rey del que recibió bendiciones indecibles. Señor, mi magnífico bienhechor, me concediste grandes favores el día de la presentación de tu amadísima Madre, haciéndome oír que la santísima Trinidad había recibido más por esta ofrenda, que todo lo que el cielo y la tierra le hubiesen podido ofrecer, y que el Espíritu Santo lleno de alegría te había querido formar un cuerpo de su purísima sustancia, al que tu alma se uniría [1168] por unión hipostática, a tu Persona divina, la que sería el soporte del uno y de la otra. Por él, esta maravillosa Madre pronunció su cántico: Magnificat anima mea Dominum; et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo, etc. (Lc_1_46s). Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador.

            La mañana siguiente, día de santa Cecilia, quien te alaba según los anhelos del real profeta: in psalterio et cithara, in tympano et choro, in chordis et organo, in cimbalis jubilationis, (Sal_150_3s). Con arpa y con cítara, con tamboril y danza, con laúd y flauta, con címbalos sonoros, con címbalos de aclamación, acabando este Salmo, Omnis Spiritus laudet Dominum (Sal_150_6). Todo lo que respira alabe al Señor.

            Quisiste muy de mañana elevar a ti mi espíritu, concediéndome gracias que no puedo explicar; según tu magnificencia, fueron excesivamente grandes, favoreciéndome por una extensión inenarrable de tu amorosa Encarnación. Tu Espíritu Santo, en forma de paloma, con las alas extendidas permaneció largo tiempo sobre mi cabeza y mi pecho. Tu providencia me previno en la cama, eran como las tres de la mañana cuando me hiciste [1169] oír por varias veces: Fundabo te in saphiris (Is_54_11). Te fundaré sobre un zafiro. Esta repetición era para mí una música que alegraba mi alma. No pude sostener tantas delicias fuera de la cama, sin pasmarme como Esther. Al día siguiente, fiesta de san Clemente Papa, deseé tener mi conversación en el cielo, para admirar y adorar ahí la dulzura de tu clemencia haciéndonos esperar la maravillosa resurrección que volverá a nuestros cuerpos impasibles, comunicándoles por tu bondad, las cualidades de tu cuerpo glorioso.

            Con la docta santa Catalina, quería confundir la sabiduría mundana con tu doctrina que nos pone miel y leche sobre la lengua, y que esta boca que prometiste a tus apóstoles, convierta a los filósofos de la tierra [1170] en niños deseosos de esta leche de la que habla san Pedro, y que todos aquellos que están en las tinieblas del error sean favorecidos con esta grande y admirable luz que comunicaste al santo Patriarca de Alejandría que te confesó igual a tu divino Padre: Deum de Deo, lumen de lumine, Deum verum de Deo vero (Credo de la Misa), Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero del verdadero Dios. Engendrado y no hecho, naciendo en el esplendor de santidad eterna antes de todos los siglos que fueron hechos por ti.

            El día del gran san Andrés que te amó fuerte y suavemente, cuando oyó a tu divino Precursor decir que eras el Cordero que quita los pecados del mundo, te siguió hasta la cruz donde tuvo el privilegio de presentar tus maravillas y de ser sacrificado por ti; después de haberte ofrecido en el altar, dándote al fiel en este sacramento de amor y de muerte.

            El día de aquél del cual todo el mar no puede amortiguar las llamas de su ardiente amor, san Francisco Javier, que pudo decir al morir que tus lámparas son todas de fuego, abrazándote [1171] acostado y tendido sobre tu cruz. El cangrejo te llevó a él entre sus manos; le sirvió de paje de honor, por no decir de navío que llevó su pan de lejos, del que estaba divinamente saciado, diciendo: Satis est Domine, satis est. Basta, Señor, basta. Acabó su vida mortal en tus sagrados abrazos y divinas iluminaciones, renaciendo como un fénix sobre el lecho amoroso de tu divino corazón que le apareció abierto, como cuando él se abría el pecho porque tus llamas lo urgían a expirar, buscando aire para respirar, diciendo que el mundo era demasiado pequeño para servir a un Dios tan grande, el que le dio la voz y la palabra; así que se puede decir de él: In omnem terram exivit sonus eorum et in fines orbis terrae verba eorum. In sole posuit tabernaculum suum; et ipse tanquam sponsus procedens de thalamo suo exultavit ut gigas ad currendam viam. [1172] (Sal_18_5s). Mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo. En el mar levantó para el sol una tienda, y él, como un esposo que sale de su tálamo, se recrea, cual atleta, corriendo su carrera.

            Nec est qui se abscondat a calore ejus (Sal_18_7). Sin que haya nada que a su ardor escape. Su carrera fue prodigiosa, su cela apostólico lo hizo un gran apóstol y un gran santo.

Capítulo 163 - Que santa Ana es el manantial de la fuente y vena de vida. San Joaquín y santa Ana han sido unidos en su hija, y por ella a Jesucristo.

            El día de la Inmaculada Concepción de tu purísima Madre, fui tratada con gran benignidad por tu Espíritu, el cual me hizo ver la fecundidad inexplicable y maravillosa de tu abuela santa Ana. La vi en forma de paloma, y me enseñó que había sido hecha semejante a la que amaba y era las [1173] delicias de la santísima Trinidad. El Padre eterno recibió de ella a la Hija por excelencia. El Hijo la respetaba como aquella que le cuidaba y nutría a una Madre que era y sería el milagro de los milagros. El Espíritu Santo la iluminaba y protegía como al manantial de la fuente y vena de vida, de la que él quiso formar un cuerpo al Verbo Increado, que debía ser el Verbo Encarnado, la gloria y bienaventuranza de los hombres y de los ángeles, dándome entonces el gusto anticipado y las arras, elevándome en espíritu a una sublime y arrebatadora contemplación.

            Me vinieron a la memoria estos versos que hice y dije en mis primeras años estando en la casa de mi padre, y en un santo entusiasmo y transporte de amor los escribí: Cierra tu boca a la queja, madre de la Virgen santa, que bastante has suspirado porque tu seno, por mucho tiempo permaneció estéril [1174] pero ahora tu tristeza se ha borrado totalmente, pues nunca se encontrará en el mundo otra mujer tan fecunda, que en esta gracia te iguale. Abuela del Omnipotente tu única Hija, por todos sus privilegios, vale más que el universo, y la voz mejor dotada, nunca llegará a alabarla lo suficiente. Si a esta doncella, árbol de vida llamamos, con toda seguridad afirmo que la tierra que le dio el ser, es otro paraíso: y desde luego la prefiero a las más hermosas estrellas que en el firmamento brillan, pues si la comparo con ellas: el sol me parece menos brillante y la luna menos bella. J. de Matel

            [1175] Si al comienzo del Génesis, la Palabra santa dice hablando de Adán y de Eva: Erunt duo in carne una (Gn_2_24). Y se hacen una sola carne; san Joaquín, esposo de santa Ana, fueron dos unidos en uno por antonomasia, en María su hija, y por ella, a ti, divino Verbo hecho carne de su carne, pero carne que es la vida del mundo, llevada por la divina hipóstasis sobre la que el Espíritu Santo descansa y hace su morada cambiando las palabras pronunciadas contra las gentes criminales que pervirtieron por sus vicios y su espíritu a su carne, en el tiempo del diluvio. Non permanebit Spiritus meus in homine in aeternum quia caro est (Gn_6_3). No permanecerá para siempre mi Espíritu en el hombre porque no es más que carne. Pero el profeta Isaías, de la raza real dice que cambió su justicia en arrepentimiento, viniendo a nosotros por la inclinación de su bondad, asegurándonos que este espíritu de pureza reposará sobre el humilde Joaquín y la agradable santa Ana, cuyo nombre significa gracia.

            Te suplico, mi divino Salvador, que por san Joaquín, te prepares en mí tu morada y que quieras por la gracia de santa Ana adornarla: Verbo Domini caeli firmati sunt; et spiritus oris ejus omnis virtus eorum (Sal_32_6). Por la palabra de Yahveh fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca todo su ejército.

Capítulo 164 - No se debe juzgar por las apariencias, sino dejarle el juicio a Dios que ve el corazón y los ojos. Solo él puede enjugar las lágrimas de su amada a quien fortifica en las angustiosas aflicciones de la noche del milagro. El día que Dios se hizo hombre apareció nuestro Amor.

            [1176] Así como no se encuentran en esta tierra las rosas sin espinas, así mientras los humildes y bienaventurados del cielo me favorecían, los envidiosos en la tierra ávidos de su propia gloria no olvidaron nada para perseguirme. Los demonios que no duermen, les suscitan bajo apariencia de celo por tu gloria, censurar y blasfemar contra lo que ellos no pueden comprender, y con un espíritu precipitado como torbellino condenan la paciente perseverancia, para ellos cobardía o frialdad, sin considerar que tu espíritu, mi Salvador, no está en el torbellino de su empresa e impetuosidad natural, ni en el fuego de su presunción. David nos advierte no levantarnos antes del [1177] día mientras comamos el pan de dolor y bebamos el agua de las tribulaciones y angustias. Esto ha sido, es, y será el alimento ordinario de mi espíritu sostenido en el abatimiento de mi cuerpo, las aflicciones que sufro desde hace varios años, habrían hecho morir a muchos, pero a mí me sostienes con el pan de los fuertes, por lo que te digo: Parasti in conspectu meo mensam, adversus eos qui tribulant me (Sal_22_5). Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios.

            Es tu paternal bondad la que permite que sufra tantas persecuciones; y de mis queridas hijas, por las que desearía descansar con dulzura de los negocios de mis casas. Dame tanto espíritu y bendiciones como tu amor dio al rey profeta en esta dolorosa vida, cuando su hijo Absalón lo quitó por un tiempo de su trono, obligándolo con sus violencias no controladas a salir de Jerusalén con un pequeño número de sus más fieles [1178] amigos y pasar el torrente Cedrón, llevando con ellos el Arca de la Alianza y de tus maravillas, la que él hizo regresar a la ciudad confiándose en tu voluntad y renunciando a la suya: Et dixit Rex ad Sadoc: reporta arcam Dei in urbem. Si invenero gratiam in oculis Domini, reducet me et ostendet mihi eam, et tabernaculum suum. Si autem dixerit mihi: non places: praesto sum, faciat quod bonum est coram se (2S_15_25s). Dijo el Rey a Sadoc: Haz volver el arca de Dios a la ciudad. Si he hallado gracia a los ojos de Yahveh me hará volver y me permitirá ver el arca y su morada. Y si él dice: No me has agradado, estoy listo, que me haga lo que mejor le parezca.

            También dijo David al sacerdote Sadoc: Videns, revertere in civitatem in pace (2S_15s). Mirad, volveos en paz a la ciudad. Porro David ascendebat clivum Olivarum scandens et flens, nudis pedibus, incedens, et operto capite, sed et omnis populus, qui erat cum eo, operto capite ascendebat plorans, (2S_15_30). David subía la cuesta de los olivos, subía llorando con la cabeza cubierta y los pies desnudos; y toda la gente que estaba con él había cubierto su cabeza y subía la cuesta llorando. Cuando supo que Ajitofel estaba en la conjuración con Absalón te dijo, Señor; infatua, quaeso, Domine, consilium Achitophel (2S_15_31). Vuelve necios Yahvéh, los consejos de Ajitófel.

            Es lo que hiciste, mi Señor y mi Dios, por tu providencia, hiciste que el consejo de Jusay, amigo de David, fuese preferido al de Ajitofél quien se vio obligado a volver a su casa y después de haber [1179] puesto en orden los negocios de su casa él mismo se ahorcó, olvidando los intereses eternos y la salvación de su alma. David por su confianza en ti fue escuchado pero siguió amando tanto al rebelde Absalón que le había hecho salir de Jerusalén por su soberbia presunción. Quedó suspendido en un árbol por sus cabellos señal de su vanidad y ahí fue atravesado por tres lanzas y puesto enseguida en una gran fosa donde su cuerpo fue cubierto de piedras. Su corazón fue más duro que el mármol hacia el de su padre David que era como cera fundida dentro de su pecho, haciéndole decir y repetir: Fili mi Absalom, Absalom fili mi: quis mhi tribuat ut ego moriar pro te, fili mi, fili mi Absalom (2S_19_1). Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! Quién me diera haber muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío.

            Absalón fingió rendirte votos y ofrecerte sacrificios en reconocimiento de la libertad que había obtenido de la bondad de su padre David, diciéndole: Vade in pace. Et surrexit et abiit in Hebron. Misit autem Absalom exploratores in universas tribus Israel dicens: Statim ut audieritis clangorem [1180] buccinae, dicite: regnavit Absalom in Hebrón (2S_15_9s). Vete en paz. El se levantó y se fue a Hebrón. Envió Absalón mensajeros a todas las tribus de Israel diciendo: cuando oigan sonar el cuerno decid: Absalón se ha proclamado Rey en Hebrón. Los 200 hombres que había escogido para ir a Jerusalén; euntes simplici corde, et causam penitus ignorantes, accersivit quoque Absalom Achitofel, Gilonitem consiliarium David de civitate sua Gilo. Cumque inmolaret victimas, facta est conjuratio valida, populusque concurrens augebatur cum Absalom. Venit igitur nuntius ad David, dicens: toto corde univers Israel sequitur Absalom (2S_15_11s). Eran inocentes y ni sabían absolutamente nada. Absalón mandó a buscar a su ciudad de Guiló a Ajitófel el guilonita, consejero de David, y lo tuvo consigo cuando ofrecía los sacrificios. Así la conjuración se fortalecía y los partidarios de Absalón iban aumentando. Vino uno que avisó a David: El corazón de los hombres de Israel va tras Absalón.

            Para conservar su vida y a su pueblo fiel, David salió de Jerusalén, pero sin dejar de amar a su hijo Absalón, el cual se portó como ya se dijo. Ordenó a Joab y a todo su ejército no matar a su hijo Absalón que reinaba en su corazón, puesto que el alma del amado está más en lo que ama que en la que anima.

            Todas estas bondades paternales, despreciadas por este hijo pérfido y rebelde, cambió por tu justa indignación el género de muerte que mereció su soberbia. ¡Ay, Ay! mi Juez soberano, temo que sólo veamos hasta el fin, las invenciones de aquellos espíritus que desean y buscan con pasión reinar en este mundo de confusión y nos asombraremos de ello.

            [1181] Algunos dicen que aquellos que han sido sorprendidos por su simplicidad y buscan los honores y el reino temporal, merecen reinar pero algún día cambiaran de modo de pensar. Hazme conocer tus divinas voluntades, mi Oráculo sagrado, por medio de la clave que me has enseñado y dado para conocerlas, o por inspiración. Hija mía, tú sabes bien que aquellos que ignoran mis deseos juzgan sólo las apariencias, y yo miro el corazón y el tuyo que por mi bondad he hecho igual al mío. Te he manifestado como un Samuel: Positus a Deo. Puesto por Dios.

            Tú sabes, Señor, que no he recibido paga de todas aquellas que gobierno como madre, a las que solo he procurado orientar e instruir en tus voluntades, y se les desprecia más que a mí que no deseo otra cosa que tu amor. Hija mía, soy yo mismo quien resiente las impertinencias e injusticias de aquellos y aquellas que resisten mi voluntad, que por el contrario [1182] deberían buscar. Por mucho tiempo he tenido paciencia, pero por mi te juro en mi ira que no entrarán en mi descanso eterno. No daré mi gloria a ningún otro, porque soy el Señor Todopoderoso.

            A estas palabras, tú sabes mi Señor, que mi corazón se deshacía en dos fuentes de lágrimas que corrían de mis ojos, y que no despreciabas sino que me decías que fuese inquebrantable como el monte Sión, que era Débora, madre en Israel y que juzgase bajo la palma de tus victorias a tu pueblo. Me dijiste que edificase un templo y que con una mano hiciese la obra y con la otra sostuviese la espada, como se hizo en el tiempo de aquellos dos grandes capitanes cuando Jerusalén fue reedificada y tu templo purificado.

            La gran santa Lucía acrecentó los días, si bien no me iluminaban completamente. Aproximándose el Sol entré en tus potencias a pesar de no haber estudiado letras ni las máximas de la política. [1183] Al ver tu grandeza sentada sobre los querubines, la cual miraba y penetraba los abismos, fui confirmada en mis esperanzas. santo Tomás me hizo grandes favores; él es un abismo de gracia y de gloria, desde que te dijo: Dominus meus, et Deus meus (Jn_20_28). Señor mío y Dios mío. En un abismo de confusión la invoqué animada por la compasión que tenías de mis penas las que consolaste de una manera para mí inexplicable.

            Me veías verter lágrimas por la ceguera de una persona exaltada por tus bondades pero apegada a las grandezas que pasan. Tu indigna sierva había orado por esta persona y tú no habías rechazado sus plegarias. Nuestro caritativo médico, el Sr. Guillemin, que no es indiferente a lo que me hace sufrir, se conmovió de mis lágrimas porque es generoso. No quería hacerme ver sus penas y me dejó sola en el locutorio en medio de mis sufrimientos, ya eran como las 5 de la tarde.

            Atravesé mi cuarto para ir a verter mi corazón [1184] por mis ojos cerca de tu tabernáculo, en donde haces cuando te place, tu gran milagro, tus antitesis y tus antiperístasis por esta poca agua vertida sobre el corazón que tú iluminas, tu lo haces ardiente y a nuestras lámparas todas en llamas, que los ríos y aún los torrentes no pueden amortiguar, menos detener. Si el más rico de los hombres diese toda su sustancia, a la que él está fuertemente ligado como a su gloria; el alma que está unida a ti, mi divino amador, no estimaría todas sus grandezas sino como una insignificante paja una nada. Tú enjugaste mis lágrimas en la puerta de tu paraíso, en la capilla cerca de tu altar.

            La noche de Navidad me hiciste oír: Veni in hortum meum, soror mea, sponsa; messui myrrham meam cum aromatibus meis, comedi favum cum melle meo: bibi vinum meum cum lacte meo (Ct_5_1). Ya he entrado en mi huerto, hermana mía, novia mía; he tomado mi mirra con mi bálsamo, he comido mi miel con mi panal, he bebido mi vino con mi leche. Fuiste para mi toda flor y todo fruto, no solamente la noche del [1185] milagro, sino toda la octava de tu milagrosa Natividad y me dijiste: Hija mía, se te censura que me llames tu Amor y des en este nombre tus saludos, esto es demasiado favor para los grandes de la tierra. El apóstol que fue llevado al paraíso y vio los excesos de este amor, saludó en el nombre del Señor a los Corintios: Salutant vos in Domino multum. Salutam vos omnes fratres. Salutatio mea manu Pauli. Si quis non amat Dominum Nostrum Jesum Christum, sit anathema, Maran Atha, y después agrega: Gratia Domini nostri Jesum Christi vobiscum. Charitas mea cum omnibus vobis in Christo Jesu. Amen (1Co_16_19s). Os saludan en el Señor. Os saludan todos los hermanos. El saludo va de mi mano, Pablo. El que no ama al Señor, ¡sea anatema! Maran Atha. !Que la gracia del Señor Jesús sea con vosotros! Os amo a todos en Cristo Jesús. Amen.

Capítulo 165 - Año 1659. Los regalos que el divino amor da a su esposa. Es el esposo floreciendo y el campo bendecido. La esposa es como las ovejas que entran y salen limpias al lavarlas, unidas y como palomas que anidan en el agujero de la peña escondida, donde ella tiene su comida y su descanso, contemplando los ríos de gracias y la unidad de la esencia y la distinción de personas.

            [1186] Fuiste todo bondad, divino Niño, el día de tu circuncisión de 1659. Me diste por regalo o aguinaldo, tu sangre y tu esperanza, habiendo arrebatado la mía por el exceso de tu amor y el resplandor de tus bondades, tu unción que hizo brillar más en esplendor tus benignas gracias reproduciéndote maravillosamente. Adoré la continuidad de tu sacrificio sobre nuestros altares, es necesario cegarse en esas luces y decir con David: Dominus, illuminatio mea et salus mea (Sal_26_1). Et nox dies illuminabitur. Et nox illuminatio mea in deliciis meis (Sal_138_11s). Yahveh es mi luz y mi salvación. Y la noche es luminosa como el día. Y la noche sea en torno a mí un ceñidor.

            El día de reyes y toda la octava, fueron días en que quisiste se orara por la paz y porque tus profetas fuesen reconocidos como verdaderos. Quisiste confirmar en la Jerusalén celestial, lo que se había oído en la tierra cuando tus profetas dijeron las palabras del Apocalipsis: Nunc facta est salus et virtus; et regnum Dei nostri. Propterea laetamini caeli, et qui habitatis in eis (Ap_12_10s). Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios. Por eso, regocijaos cielos y los que en ellos habitáis.

            Me concediste muchas gracias el día de [1187] san Hilario y de san Pablo, primer ermitaño, pero sería muy largo ponerlas aquí, sobre todo ahora en que tengo un fuerte dolor de cabeza; las dejaré para otro lugar, al fin que ya las dije al R.P. Gibalin, mi director El 17 rogué a ese gran anacoreta, padre de tantos monjes santos, que quisiese visitarnos y que el cielo multiplicara sus gracias por sus visitas que nos harán agradables a aquél que es la flor de los campos y el lirio de los valles, y que dijo: Pulchritudo agri mecum est (Sal_49_11). Mías son las bestias de los campos. Esposo florido, eres tú el campo bendecido por tu divino Padre. La esposa que sale de ella misma, para entrar en tu gozo de bellezas inmensas, sale de la nada y entra en el todo.

            Magníficamente me trataste el día de la cátedra de san Pedro. Vi una procesión en la que iba una de mis hijas, que con todo el mundo cantaba: Laetatus sum in his quae dicta sum mihi: in domum Domini ibimus, etc. (Sal_121_1). ¡Oh qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa de Yahvéh! etc. [1188] La corte de la tierra había dejado Lyon y la del cielo vino para hacerme favores celestes y divinos, alojándote por una real benevolencia, en la casa que te pertenece, haciéndome oír que era tu morada, tu amable Sión, pronunciando el Salmo: Fundamenta ejus in montibus sanctis, diligit, Dominus portas Sion super omnia tabernacula Jacob gloriosa dicta sunt de te, civitas Dei! etc.(Sal_86_13). Su fundación sobre los altos montes ama Yahvéh: las puertas de Sión más que todas las moradas de Jacob. Glorias se dicen de ti, ciudad de Dios, etc.

            Me dijiste que amabas más las puertas de esta Sión, que todos los tabernáculos de Jacob, que te había agradado mi retiro porque no había salido para ver la que atrae los corazones por los ojos, y la insinúa por los oídos volviéndolos esclavos de los placeres aparentes del mundo que está fundado en malicia, según dice tu discípulo amado que prohibió a sus hijos espirituales amar el mundo y todo lo que está en él: Nolite diligere mundum, neque ea quae in mundo sunt (Jn_2_15). No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. El alma que permanece [1189] en retiro y en soledad, experimenta esto que dijo el profeta Jeremías: Sedebit solitarius, et tacebit, quia levavit super se (Lm_3_28). Que se siente solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone. Y sus otras palabras: En la esperanza y el silencio estará mi fuerza. Pars mea Dominus, dixit anima mea; propterea expectabo eum (Lm_3_24). Mi porción en Yahveh dice mi alma, por eso en él espero.

            Si él tarda, es necesario tener paciencia. Vendrá sin duda porque con deseo quiere ser deseado. Qui crediderit in eum, non confundetur (1P_2_6). Y el que crea en ella, la piedra angular no será confundido. Te deseaba, mi Salvador, como deseo las colinas eternas y te decía como san Pedro que no podía ir a otros, porque tú tienes la palabra eminente de vida; aquél a quien tres veces le preguntaste si te amaba más que los que estaban allí presentes y más que todo le encomendabas, toda la Iglesia, todos los corderos y ovejas a quienes le mandabas repartir el alimento espiritual del pan de vida y del entendimiento.

            El día 20 consideré las flechas del noble y maravilloso mártir san Sebastián, las que estaban tan brillantes que alegraron [1190] al cielo y a la tierra que admiraron su constante generosidad. Podía decir gloriosamente: Tetendit arcum suum, et posuit me quasi signum ad sagittam; misit in renibus meis filias pharetrae, suae (Lm_3_12s). Ha tensado su arco y me ha fijado como blanco de sus flechas, ha clavado en mis lomos las flechas de su aljaba. Su cuerpo estaba casi todo traspasado, pero su espíritu emprendió el vuelo, volando a tu costado abierto no sólo por la lanza de Longinos, sino por el amor de tu corazón afligido por el mismo amor, que ama más sus angustias que todo consuelo. Estas son las puertas de justicia por las que entran los justos, son también las puertas de caridad por las que entran las almas amorosas y de ahí salen con abundancia de gracias y bienes que distribuyen a su prójimo.

            El día siguiente, admiré la gracia de tu incomparable Inés, con las mejillas adornadas con sangre preciosa, fuente de belleza; ella y sus santas compañeras me parecieron como las ovejas que entran y salen puras de este lavadero sagrado y [1191] palomas en estos agujeros de las peñas donde descansan viendo allí todo bien mucho mejor que Moisés, que te suplicó ver tu cara, pues lo amabas y lo conocías, bendiciéndolo según su propio nombre al retirarlo de las aguas por la hija del Faraón y confiándole el paso del Mar Rojo. Por el amor que le tenías marchabas delante de él y de todo tu pueblo y hablabas con él. Loquebatur autem Dominus ad Moysem facie ad faciem, sicut solet loqui homo ad amicum suum (Ex_3_3s). Yahveh hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo.

            Después le diste muchas señales de amistad: Non poteris videre faciem meam; non enim videbit me homo et vivet (Ex_33_20). Pero mi rostro no podrás verlo, porque no puede el hombre verme y seguir viviendo. Toda la gracia que te puedo hacer es: Ecce, inquit, est locus apud me, et stabis supra petram, cumque transibit gloria mea, ponam te in foramine petrae et protegam: tollamque manum meam, et videbis posteriora mea; faciem autem meam videre non poteris (Ex_33_21s). Mira, hay un lugar junto a mí: tú te colocarás sobre la peña y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado; luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver.

            [1192] Querido Amor, la ley escrita sobre papeles no era la ley de gracia impresa en los corazones o esparcida en los cielos por tu propio corazón, al que invitas a tus virginales esposas a tomar su delicioso alimento y amoroso descanso. No viven por su vida humana sino por la tuya divina. Han sufrido par ti martirios y muertes crueles, y así han vencido a los tiranos; las fieras y los tormentos no las han espantado ni aún a las de muy poca edad. Las palomas anidan en ti y observan el agua y la sangre, como san Juan, sus ojos bañados de leche fijan su vista sobre tus ríos de gracias: Super rivulos aquarum quae lacte sunt lotae, et resident juxta fluenta plenissima (Ct_5_12). Junto arroyos de agua, bañándose en leche, posadas junto a un estanque.

            Ellas contemplan la unidad en la esencia y la distinción de los soportes que son los ríos tan abundantes como su fuente. Toda la naturaleza está en el Hijo y en el Espíritu Santo con la misma plenitud [1193] que en el Padre, que es la fuente de toda la divina Trinidad.

            Me hiciste grandes favores, mi Salvador, el día de la conversión de tu apóstol, al que llamaste tú, Señor de la gloria, a la hora de mediodía. Atrajiste a san Pablo por tu luz a pesar de su fuerza. Jericó fue abatida al son de trompetas y el arca fue llevada por los levitas que la rodearon siete veces. San Pablo fue abatido y vencido por tu luz y tu voz, más fuerte que el son de trompetas.

            ¡Oh querido Amor! si te agradara cambiar a tus enemigos que te persiguen y hacer de ellos vasos de elección y de amor, qué alegría habría en el cielo al oír que estos perseguidores se habían vuelto tus predicadores a su imitación, sometiéndose a todas tus voluntades. Tú la puedes, Verbo Encarnado, porque eres todopoderoso, [1194] sabio y bueno: Quia non erit impossibili apud Deum omne Verbum (Lc_1_37). Porque ninguna cosa es imposible para Dios. Dijo san Gabriel a tu Virgen Madre.

            El 26 contemplé la ardiente llama que ardía en el corazón de san Policarpo, la que me hizo ver que la gracia triunfa donde la naturaleza es débil, como en la ancianidad que es toda de hielo. David, tan belicoso en su adolescencia, y todo fuego en su edad viril, se vuelve como hielo en su ancianidad. Las puertas del cielo no estaban abiertas en la ley escrita para ser a la hora de la muerte inflamado el deseo de entrar al cielo. Fue necesario que san Juan Bautista descendiese al limbo inflamado de amor, lo mismo que san José, san Joaquín y santa Ana. Era a propósito, hasta conveniente y necesario, que Cristo padeciese, muriese y fuese sepultado, para que descendiese a las partes inferiores de la tierra, para ahí dar fuerza y valor a las almas santas que estaban prisioneras y llevarlas después de él, antes de subir sobre todos los cielos para hacerse el cielo supremo, esto es lo que con espíritu [1195] profético había dicho David: Christus ascendens in altum captivam duxit captivitatem: dedit dona hominibus (Ef_4_8). Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres. San Policarpo recibió estos dones, inflamado por los ardores del amor de su soberano Pontífice; penetró en los cielos abrasado, después de haber puesto fuego en la tierra deseaba quemar los corazones, haciendo en ellos una hoguera cuya llama se elevara al que es Hombre-Dios, todo fuego y llamas, las que todas las aguas del pecado no han podido apagar, ni toda la envidia del infierno disminuir su caridad hacia los hombres; conociendo a aquellos que son suyos, los ha probado en esta hoguera y los recibe como holocaustos.

            El 27 admiré la elocuencia de san Juan Crisóstomo, la cual procedía del amor depurado que tenía en su corazón, de la abundancia del cual esta Boca de Oro hablaba. Es el río del paraíso que es más claro que el cristal. Es este río de fuego que [1196] procede de la fuerza de Dios, con el que este gran santo se había identificado pero sobre todo durante la celebración de los grandes misterios, en donde las potencias sobre-elevadas temblaban, y las dominaciones celestes adoraban con un santo temor, y los serafines velaban los pies y la cara cantando sin cesar: Santo, Santo, Santo.

            El 28 me extasié viendo a una virgen que llevaba un cordero acompañada de un numeroso grupo de vírgenes resplandecientes que cantaban con una admirable armonía, volando y danzando con una cadencia maravillosa, la cual no puede ser imitada ni cantada más que por la integridad de esas nubes aladas que el profeta Isaías admira sin saber quiénes son, exclamando: Qui sunt isti qui ut nubes volant, et quasi columbae ad fenestras suas? (Is_60_8). Quiénes son éstos que como nube vuelan, como palomas a sus palomares?

            Santo profeta, son vírgenes adornadas de blanco y rojo, en las cuales como en las nubes el sol se refleja, son palomas que tienen derecho de entrar en sus ventanas, que son las llagas sagradas del Salvador, donde ellas habitan [1197] como esposas puras el día de sus grandezas que el Cardenal de Bérulle ha reconocido haciendo que su Congregación la solemnice con octava. En esta fiesta los ojos del amor hacen maravillosas ascensiones: Et sublevatis oculis in caelum, dixit: Pater, venit hora (Jn_17_1). Y alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, ha llegado la hora.

            Esta águila imperial desafió a su aguilucho, san Juan virgen, a sus elevaciones y a contemplar sus claridades adorables, rayos muy resplandecientes del Sol de justicia, desde que dejó el mundo para ir a su Padre. Le pagó rigurosamente para cedernos sus dulces claridades que tenía como propias antes que el mundo fuese creado, poseyéndolas en su gloria como esplendor y figura de su sustancia, llevando toda la palabra de su virtud, siendo la imagen de su bondad y el espejo sin mancha de la Majestad.

            [1198] No puedo expresar las gracias que con alegría recibí el primero de febrero de 1659, este gran santo, Porta-Dios, el cual llenando el cielo y la tierra no dejó vacía el alma que no desea más que a él, su amor crucificado, que atándolo a la cruz, le hizo comprender que su justicia había pagado lo que ella debía por sus pecados del cuerpo y del espíritu: Donans vobis omnia delicta, delens quod adversus nos erat chirographum decreti, quod erat contrarium nobis, et ipsum tulit de medio, affigens illud cruci: et expolians principatus, et potestades, traduxit confidenter, palam triumphans illos in semetipso (Col_2_13s). Nos perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal.

Capítulo 166 - Fui librada por la Providencia de una caída peligrosa. En mi oración pedí tener la suerte de los santos. Una noche fui visitada por santa Magdalena que se inclinó sobre mi cara,

            [1199] El día de la purificación, del año 1659, de aquella que tú has transfigurado momento a momento de claridad en claridad, de pureza en pureza, hasta que ha sido transformada por tu Espíritu, revestida de ti, Sol de justicia y del esplendor que ilumina cielo y tierra, medité que siendo tu Virgen Madre, y tú su hijo divino, te ofrece al Padre como el cordero de Dios que quita los pecados del mundo, que alumbra por su propia virtud sin que tengan necesidad de sol las almas en donde esta divina Madre hace su amorosa morada.

            A san Blas en su día, le pedí varias veces nos librara enteramente de una persona, que detiene en el camino el curso de tus gracias para la alimentación espiritual de tus esposas y que nos hace sufrir mucho. [1200] Los días de las santas Verónica, Águeda, Dorotea, Apolonia y Escolástica, las puse como intercesoras muy especialmente en la Misa pero también en muchos otros momentos del día y puesta mi confianza en ellas recibí insignes favores, a las que tú recompensaste y, recompensarás con acrecentamiento de su gloria. El día de san Simeón, 1659, Obispo de Jerusalén, tu primo según la carne, y tu fiel imitador que tuvo la gracia de morir en cruz por ti, a la edad de ciento veinte años, yendo de la Iglesia militante a la triunfante me concediste una gran alegría.

            El 20 de febrero de este mismo año, jueves de Sexagésima, medité en lo que dice la epístola, de este día o del domingo, no recuerdo. San Pablo describe los diversos peligros en que ha estado, causados por diversas personas y en diversos lugares, tanto en el espíritu como en el cuerpo, los que [1201] por la gracia que haces a las almas que se confían en tu bondad, ellas son libradas.

            En la mañana subí al coro de san José, en donde se nos da la comunión, que hice agrandar para tener más espacio si se quería decir ahí el Oficio divino y dar el santo hábito. Los carpinteros habían dejado sobrepuestas las dos puertas de la ventana del centro que da al patio como vi unas virutas que podían servir muy bien para el fuego y preparar la comida, y como de ordinario era yo la cocinera, las recogí para arrojarlas por la ventana, que creí que estaba sujeta con pedazos de madera clavado como las otras que formaban la clausura de este coro, pero no lo estaba. Miré abajo para no interrumpir a los obreros que trabajaban en la construcción de la barda de la calle Epies, pensando que la ventana no se abriría y estuve a punto de caer al patio adoquinado de una altura de dos pisos, caída de la que sería casi imposible no morir.

            Como no tuve un punto para detenerme en este evidente [1202] peligro, ni tiempo para retirarme, con el cuerpo pesado e inclinado, tu divina providencia o tus ángeles asistentes me retiraron hacia atrás, y no se el nombre de estos seres caritativos que me libraron de este golpe.

            Al verme así librada de este tan gran peligro, no podía reponerme de mi asombro. El pensamiento de esta caída con frecuencia me ha espantado obligándome a sentarme para admirar y agradecer tu bondad, mi Señor, y sentirme nuevamente obligada a darte gracias por esta protección divina y angélica y de enmendarme de mis faltas. Ruego a todos tus santos y santas y a mis ángeles guardianes a los que estoy tan obligada, te agradezcan y rueguen que evite las caídas del pecado y de todo lo que no es de tu agrado.

            El día de san Matías te pedí por su intercesión, como acostumbro, la suerte de [1203] los santos en la luz de tus bendiciones, y que mi corazón te sea fiel, ya que tú miras los corazones, como te dijo san Pedro y todos los que se habían reunido para constituir y elegir a aquél que tu Espíritu Santo quisiera poner en lugar de Judas el traidor.

            Al principio de la cuaresma oré especialmente por dos de mis hijas a quienes tú habías inspirado tomar el santo hábito. Pedí por intercesión de santa Magdalena en honor de la cual hice celebrar 9 misas para doblegar los corazones de algunos que se oponían a este hecho; les testimonié que continuaría rezando a esta poderosa abogada de aquellos y aquellas que se confían en tu amor, de la que él toma la causa para defenderla y sostenerla. Protege, divino Amor, a estas buenas hijas y su piadoso deseo que es para tu gloria.

            Frecuentemente despierto, [1204] alrededor de las tres a cuatro de la mañana y no puedo dormir un sueño largo, lo que me debilita e indispone; a veces no he dormido hasta la medía noche y una de la mañana, pero no siempre me levanto para rezar, sino que confiándome en tu amorosa bondad, te hablo o te escucho acostada, como se pinta a santa Magdalena. Una de estas noches la vi venir a mi cama de una manera y porte majestuoso, revestida de azul celeste realzada con bordados de diversos colores, su cara radiante de hermosura, sus ojos llenos de bondad atraían mi corazón por su dulzura; sus cabellos hermosos y dorados esparcidos graciosamente sobre sus espaldas y una parte sobre sus mejillas, las que parecían un pedazo de jardín: Sicut areolae aromatum, consitae a pigmentariis (Ct_5_13). Eran de balsameras, macizos de perfumes. Las flores extasiaban los ojos; sus cabellos admirables servían de velo delicado y claro para hacerla ver la misma belleza, pudiéndola todavía decir: Sicut fragmen mali punici, ita genae tuae, absque eo quod intrinsecus late; sicut turris David collum tuum quae aedificata est cum propugnaculis, mille clypei penden ex ea, omnis armatura fortium (Ct_4_2s). Tus mejillas como cortes de granada a través de tu velo. Tu cuello, la torre de David, erigida para trofeos: mil escudos penden de ella, todos paveses de valientes.

            Parecía la fuerza y la dulzura, como ejército y adornada, bella y pacífica como Jerusalén. Se aproximó a mí como un cuerpo glorioso sin levantar ni correr las cortinas, inclinándose sobre mi cara, asegurándome su protección. Sin hablar me hizo oír maravillas que no puedo expresar, pero sí admirar.

Capítulo 167 - El Salvador se me apareció en forma de león haciéndome tomar parte de sus alegrías y tristezas. De una visión en la que la belleza sin igual, se me mostró acompañado de una multitud de pueblos. Los caminos que Dios tiene para atraer a las almas les son desconocidos a los hombres

            [1206] El primer domingo de Cuaresma, 1659 rogué a tu divino Padre con la oración del profeta evangélico: Emitte agnum, Domine, dominatorem terrae de petra deserti ad montem filiae Sion (Is_16_1). Enviad corderos al señor del país desde la roca del desierto al monte de la hija de Sión. Te me apareciste no en figura o forma de cordero, sino de león haciéndome oír que eras el León de la tribu de Judá, que en tu sueño tenías las ojos abiertos para dar a la fuga a mis numerosos enemigos, que tenías más ángeles para asistirme, que yo tenía enemigos para perseguirme.

            Que me veían sola, perseguida, como en un desierto, [1207] abandonada de todos aquellos que me deberían proteger, y que si ellos te amaban en espíritu y en verdad, les harías ver tu bondad y dulzura de cordero para mí y confundirías a mis enemigos, ya que tenías la eternidad para juzgar las justicias, cum accepero tempus, (Sal_74_3). En el momento en que decida.

            Que abajarías las colinas del mundo en el camino de tu eternidad, a las personas que se elevan por presunción, que hacen su morada en su propia gloria. Et erit: sicut avis fugiens, et pulli de nido avolantes. Audivimus superbiam Moab; superbus est valde; superbia ejus, et arrogantia ejus, et indignatio ejus plus quam fortitudo ejus. Et praeparabitur in misericordia solium, et sedebit super illud in veritate in tabernaculo David, judicans et quaerens judicium, et velociter reddens quod justum est (Is_16_2s). Como aves espantadas, nidada dispersa. Hemos oído la arrogancia de Moab: ¡una gran arrogancia! su altanería, su arrogancia y su furor y sus bravatas sin fuerza. Será establecido sobre la piedad el trono, y se sentará en él con lealtad en la tienda de David, un juez que busque el derecho, y sea presto a la justicia.

            Me has hecho muchos favores todo el mes de marzo los días de los santos y santas que en otros lugares he señalado, y los domingos de cuaresma continuaste tu caridad hacia mí, aunque haya habido también algunas contradicciones, siempre has sido mi [1208] bienhechor y remunerador de tus propias gracias que coronas con tu benignidad, diciéndome en un exceso de amor lo que dijiste a los que vinieron a ti de parte del Precursor: Beatus est quicumque non fuerit scandalizatus in me (Lc_7_23). caeci vident, claudi ambulant, leprosi mundantur, surdi adiunt, mortui resurgunt, pauperes evangelizantur (Lc_7_22). Dichoso aquél que no halle escándalo en mi. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva.

            El día de Ramos me hiciste participar de tus alegrías y de tus tristezas: de tus alegrías viniendo a la hija de Sión con gran dulzura, y de tus tristezas, viendo el desprecio y resistencia que varios hacían a tu gloria por prudencia política, enfadados porque la inocente sencillez te alababa como al que por bondad había venido a salvarnos, censurando las acciones en las que no comprendían ni tus designios ni tu providencia.

            El lunes Santo me detuve en el Evangelio del día, [1209] contemplando las grandezas de tu amada Magdalena, las que ya escribí en otros cuadernos y no los repetiré aquí, sobre todo porque tengo un dolor de cabeza muy grande, que alivias porque eres bueno, para poder asistir todos estos días a los oficios que nos representan tus sufrimientos, en los cuales nos honras al poder participar, seguirte, e imitarte amorosamente como dice san Pedro: Sed si bene facientes patienter sustinetis, haec est gratia apud Deum. In hoc enim vocati estis: quia et Christus passus est pro nobis, vobis relinquens exemplum ut sequamini vestigia ejus, etc. (lPe_2_20s). Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas, etc. San Pablo, que ha sentido en sí tus dolores, nos dice que los sufrimientos momentáneos producen un precio de gloria eterna. Tu amorosa y dolorosa pasión nos ha adquirido la gracia y la gloria; por adelantado estamos resucitados si somos observadores fieles de todas tus voluntades, [1210] las cuales son nuestra santificación: Si consurrexistis cum Christo: quae sursum sunt quaerite, ubi Christus est in dextera Dei, sedens: quae sursum sunt sapite, non quae super terram (Col_3_1s). Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.

            La noche del viernes de la octava de Pascua, me detuve en espíritu en el Evangelio donde haces magníficas promesas a tus discípulos: Undecim autem discipuli abierunt in Galilaeam in montem, ubi constituerat illis Jesus (Mt_28_16). Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Tú les quisiste enseñar, antes de subir al cielo desde esta montaña, en la que viéndote, te adoraron. Aunque, quidam autem dubitaverunt (Mt_28_17). Algunos sin embargo dudaron.

            El amor y el temor subsistían en estos pobres espantados al ver vivo y glorioso a aquel que habían visto morir sobre un monte lleno de ignominias y de confusión, el Evangelio dice que tu te acercaste a estos pobres asustados para confirmarlos en la fe: Et accedens Jesus locutus est eis dicens: Data est mihi omnis potestas in caelo et in terra: Euntes [1211] ergo docete omnes gentes; baptizantes eos in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti: docentes eos servare omnia quaecumque mandavi vobis: et ecce ego vobiscum sum omnibus diebus, usque, ad consummationem saeculi (Mt_28_18s). Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

            Elevado mi espíritu por tus luces, te me apareciste en una montaña donde me hiciste ver la belleza sin igual, revestida de blancura siendo el candor de la luz eterna. Atrás de ti, vi una multitud de gente de todas las naciones que subían esta montaña para acercarse a ti. Las hacías caminar con una ligereza tan maravillosa que parecía caminaban sobre las nubes y en subiéndola todos se ocupaban en sus oficios y menesteres. Entre estas personas de diversas regiones me hiciste ver varias personas de Roanne, de uno y otro sexo, de las cuales te agradaba su contemplación y su acción. Llevabas un estandarte o gallardete blanco, conduciéndolas, divino Verbo Encarnado, como jefe amoroso de ellos.

            [1212] Me di cuenta que una de esas personas subió hacia ti, divino Amor, no sabía su nombre, oportunamente, dos días después recibí una carta del Rev. Padre Trilliard, de tu compañía y que me trajo el R.P. Gibalin, en la que me decía que había asistido en la enfermedad y en la muerte a la Srta. Defétière, mi prima, y que le había rogado me testimoniara la confianza y amistad que me tenía, agregando que su vida y su muerte fueron un testimonio de santidad en Roanne, la que yo conocí en mi estancia ahí, en donde siempre nos entreteníamos conversando de tu reino y de tu gloria, mi divino Salvador.

            Esta querida prima aunque casada con un hombre mortal por obediencia, ha cantado victoria después de todos sus combates. Habiéndote dado el corazón desde su infancia, no lo dio a ningún otro, teniendo al señor su marido y a sus hijos en ti y para tu amor porque habías ordenado en ella [1213] la caridad. En su enfermedad, por tu amor tomaba los remedios que le ordenaban aunque con ellos tuviese mas sufrimiento que alivio, así me lo dijo ella, estando más contenta de sufrir para ir pronto a verte. Su corazón y el mío permanecieron unidos en ti y no nos separamos más que los cuerpos, partiendo de Roanne el 8 de septiembre de 1658, como ya dije antes; nuestros corazones permanecieron en su centro que eres tú, nuestro amor y nuestro tesoro, divino Verbo Encarnado.

            Después de esta demostración de tus bondades por el lugar de mi nacimiento, mi alma no se admiró de que el día de la Natividad de tu Divina Madre sintiese tanta resistencia de salir de la Iglesia donde había recibido la primera gracia, el bautismo y los otros sacramentos, con tanta profusión de dulzura y de luces, me hiciste recordar lo que me habías hecho oír el día de santa Lucía, estando aún en la casa de mi padre, que así como santa Lucía y santa Águeda, habían hecho ilustres las ciudades de Siracusa y de [1214] Catania, que Roanne recibía grandes favores de tu bondad, por ser el lugar en que yo había recibido tantas gracias y así la querías porque eras bueno y recompensabas a aquellos y aquellas que tienen inclinación a amarse, a querer el bien, por el amor exuberante que tienes para mí

            El sábado in Albis fuiste para mí el candor de la luz eterna y la imagen de su bondad. Viéndote, veía al Padre, el cual me ama por bondad, me atrae a ti y tú me conduces a él por tu amor que es tu Espíritu Santo, el cual sopla donde quiere, como quiere, sobre todo cuando ruegas al Padre nos la envié por tus méritos para consolarnos de tu ausencia, la que es más dura que el infierno, porque el alma que te ama sufre un infierno distinto al de los condenados, porque sufre, amándote, mientras que estos desgraciados están allí odiándote, diciendo a las montañas y a las colinas que caigan sobre ellos, y les escondes tu cara lleno de justa indignación.

            [1215] Pero el alma amorosa, en tinieblas por razones que tú sabes, pero que ella ignora, desea verte diciendo: Emitte lucem tuam et veritatem tuam (Sal_43_3). Envía tu luz y tu verdad. Envíame tu mano todo poderosa y tómame bajo tu protección. Escóndeme, querido Amor, por misericordia, en tu costado sagrado y haz si te agrada, que te diga con el apóstol santo Tomás: Dominus meus et Deus meus (Jn_20_28). Señor mío y Dios mío. Tú me has llamado del abismo de pena al abismo de alegría, de las tinieblas a la luz.

            Que goce, sin tentarte ni ser temeraria, de tus favores, de tus benignas y divinas visitas y que me honres haciéndome subir con todos tus fieles al Monte de las Olivos, cuando por tu propia virtud subirás sobre todos los cielos atrayendo mi corazón después de ti, asegurándole que permanecerás en él hasta la consumación de todo esto que es mortal, haciéndome vivir de tu vida divina; y si es necesario bajar, que permanezca en el Cenáculo con esta santa compañía en continua oración, para recibir allí al Paráclito que has prometido darnos para siempre.

            [1216] Espero todo de ti mi gran bienhechor, tengo estos sentimientos por tu bondad, te busco sin cesar por mis deseos, teniéndote siempre por la fe, rogándote que me eleves a ti por la esperanza, y que me transformes en ti por la caridad. Qui manet in charitatem, in Deo manet, et Deus in eo (Jn_4_16). Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. Quien tiene a Dios tiene todo. Quiero perderme en ti y morir a mí.

            Después de la venida del Espíritu de amor, me dijiste que me querías escondida en la humildad como el grano de trigo, y que muriese a todo lo que no fueras tú; que no tuviese miedo al desprecio ni al rechazo que se hacía y hará de mí, ya que no se conocía ni al Padre, ni a ti, en las operaciones interiores que haces y harás en las creaturas que quieres santificar; que habitas en las alturas y que tus caminos no son conocidos por todas las almas aunque ellos sean de misericordia y de verdad, que a pocas personas de la tierra manifiestas tus secretos y designios misteriosos.

            Tú envías a personas así como enviaste al profeta evangélico, para cegar a aquellos que ven con sus ojos y volver sordos a aquellos que [1217] oyen con sus oídos y piensan con su corazón. Deseas corazones fieles como el de David, según el tuyo, que siempre hacía tu voluntad, y fue perseguido, pero pronto mereció ser alabado después de su consagración por las hijas de Israel; fue perseguido desde el rey Saúl hasta Simeí que lo ofendió e injurió obstinadamente, lo que encontró suave en comparación de lo que le hizo sufrir su hijo Absalón, y así dijo a los que lo acompañaban en su huída: Filius. Sarviae: quid mihi et vobis est filii Sarviae? Dimittite eum, ut malediceret: Dominus enim praecepit ei ut malediceret David: et quis est qui audiat dicere, quare sic fecerit? (2Sm_16_10). Hijos de Sarvia, ¿que tengo yo con vosotros? Dejad que maldiga, pues si Yahveh le ha dicho: Maldice a David, ¿quien le puede decir: Por qué haces esto? Y como dijo Ana, Madre de Samuel, el Señor mortifica y vivifica. El lleva a los infiernos y saca de allí a las almas que él quiso hacer pasar por caminos que previó para conducirlas a él. Hace decir con el Rey Profeta: In terra deserta, et invia, et in aquosa sic in sancto apparui tibi, ut viderent virtutem tuam et gloriam tuam (Sal_62_2s). Cual tierra seca, agostada, sin agua, como cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria.

Capítulo 168 - La alegre fiesta de san Juan Bautista que nos da leche. El día de la visitación, hace 34 años que salí de la casa de mi padre; el carbón del altar es puro, luciente y ardiente. Santa Teresa ha hecho tantos paraísos de delicias como monasterios ha establecido. Los días de santa Magdalena, santo Santiago, santa Ana y san Ignacio de Loyola en 1659.

            [1218] Adorándote en el Santísimo Sacramento de tu amor el día de tu fiesta y toda la octava, te decía: Dominus regit me, et nihil mihi deerit: in loco pascuae ibi me collocavit (Sal_22_1s). Yahveh es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta. Allí permaneceré contigo en tu trono y mesa de gracia y de bondad donde me haces ver tus grandezas alimentándome espléndidamente con tus dulzuras y tus luces en el medio día de tu amor.

            El día del nacimiento de tu precursor y mi patrono, me dijiste lo llamara, fiesta de alegría para muchos, según la declaración que hizo san Gabriel a su padre Zacarías. Haciéndome gozar, [1219] me regocijaba de tu alegría porque Juan fue el más agradable a tu Padre que te mira como el Sol al que esta aurora prevenía por sus celestes claridades, para perderse y retirarse al limbo el día de su degollación.

            El día del apóstol que no encontró nada en el mundo que le gustase según sus deseos y que le hablase según sus inclinaciones, te dije con sus propias palabras, en nombre de todas tus hijas: Domine, ad quem ibimus? verba vitae aeternae habes (Jn_6_69). Señor, ¿donde y a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna. Lo que no eres tú, es nada, y no nos puede contentar; creemos y esperamos en ti, divino amor. Aquellos y aquellas que te hablan, nos confirman en la resolución de confesarte el Hijo único de Dios vivo, Verbo Encarnado, nuestro amor y nuestra paz. Querríamos ser crucificadas con la cabeza hacia abajo, a fin de elevar nuestros ojos al cielo como aquél que te dijo que, sabiéndolo todo, [1220] no ignorabas que él te amaba con un amor indecible tal, que te lo pedía diciéndote: Manda lo que te agrada y danos lo que te contenta.

            Vi el espíritu de aquél que es tu pariente, volar al cielo una vez liberado de la mortalidad de su cuerpo, y que su cabeza vertió arroyos de leche sobre la tierra para alimentar a todas las hijas que había engendrado por la palabra de tu poderosa verdad. Deseaba esta leche sagrada a fin de vivir de la vida que él había recibido de ti que eras su vida pudiendo también ser la mía, por su intercesión te pedí dulcemente; Mihi enim vivere Christus est, et mori lucrum (Flp_1_21). Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Mientras tanto, espero de tu misericordiosa bondad el momento que tienes en tu poder, aunque movida de dos deseos: Coarctor autem e duobus: desiderium habens dissolvi, et esse cum Christo, multo magis melius, permanere autem in carne (Flp_1_23s). Me siento apremiado por las dos partes, por una parte, deseo partir y estar con Cristo, cual, ciertamente, es con mucho la mejor, mas, por otra parte, quedarme en la carne para las almas que me has encomendado.

            [1221] Me acordé, el día de la visitación de tu incomparable Madre, que hacía 34 años había salido de la casa de mi padre, para comenzar la misión que tú y tu santa Madre me habían ordenado para tu gloria y la salvación de muchos, te dije: Querido Amor, tú terminaste tu carrera en poco más de 33 años. Heu mihi, quia incolatus meus prolongatus est! (Sal_119_5). Qué desgracia para mi vivir con habitantes de Meses. ¿Quieres, Señor, que viva más tiempo con los habitantes de Quedar que significa tristeza? ¿Cómo poder estar contenta, viéndome tan imperfecta, que yo misma no me puedo sufrir, me atrevería a decir que esta carga es dura?

            El 14 de julio, el doctor seráfico me regocijó por sus ardores, le rogué pusiera sobre los labios de todos los corazones, el carbón del altar que lo volvió puro, luciente y ardiente, que le hizo conocer su amor y su peso, pues quiso fuera llevado a su boca, si no, él mismo se la hubiera llevado a ella. Al Ángel del Gran Consejo, el Dios de vivos y muertos ha hecho que este celoso doctor sea el apoyo y consuelo de [1222] unos y de otros, defendiendo y apoyando su Orden contra sus perseguidores y componiendo esa admirable poesía que da gran consuelo a los fieles difuntos y mueve a los vivientes a rogar con devoción por estas almas que desean verte, mi Dios, y ser libradas de los lazos que les impiden volar a ti como palomas a los agujeros de tus sagradas llagas, divino salvador. Sus ojos, lavados en esa preciosa leche podrán permanecer cerca de esos arroyos de inmortalidad, como esposas muy queridas. Oculi ejus sicut columbae super rivulos aquarum, quae lacte sunt lotae, et resident juxta fluenta plenissima (Ct_5_12). Sus ojos como palomas junto a los arroyos de agua, bañándose en leche, reposadas junto a un estanque. Viéndose en ti, por tu bondad, se hacen semejantes a lo que ellas aman.

            Después de haber sufrido una parte de la noche un gran dolor de cabeza, el 20 de julio, mi espíritu también en sufrimiento, [1223] consideró las palabras del apóstol Santiago cuando se refiere a la oración de Rebeca, que la oración constante es poderosa para obtener todo, de tu bondad misericordiosa: Elias homo erat similis nobis passibilis: et oratione oravit ut non plueret super terram, et non pluit annos tres, et menses sex. Et rursum oravit, et caelum dedi pluviam, et terra dedit fructum suum (St_5_17s). Elías era un hombre de igual condición que nosotros oró insistentemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Después oró de nuevo y el cielo dio lluvia y la tierra produjo fruto.

            Acordándome que la Iglesia lo colocó en el martirologio y que los religiosos y religiosas de su Orden le celebran la fiesta como de su padre y santo fundador, rogué a mi buen ángel y a todos los otros, lo saludaran de mi parte en el lugar que estuviera siguiendo la opinión común. De mi parte lo saludé en espíritu en el paraíso terrestre, rogándote mi divino Amor, le inspiraras rogara por mí y me abriera el cielo que me parecía cerrado y de bronce. De pronto mi corazón se encontró en tal ternura de amor que por mis ojos destilaron dos fuentes de lágrimas, más de dos horas enteras.

            Recibiste de este hombre de fuego el sacrificio [1224] que te ofrecí haciendo de mis ojos canales o dos arroyos, para hacer por una milagrosa antiperístasis, redoblar tus llamas sobre el altar de mi corazón para consumar allí el holocausto: la madera y las piedras, todo era para servirte, haciendo una espiritual consunción para hacer ver que tú eres mi verdadero Dios.

            Me veía afligida de esta vida por mis propias imperfecciones y las persecuciones que se me hacían, pero me despertaste de mi adormecimiento por dos excitaciones del espíritu: la fuerza del pan sagrado, el pan de los fuertes, cocido no bajo las cenizas, sino en la divina y humana hornaza, del que tomo valor para subir por la oración hasta ti, y después, diversos caminos a donde tú has enviado mi espíritu; me has hecho pasar el Jordán como otro Eliseo, como Elías al que tus ángeles en figura de carro [1225] inflamado han elevado de esta tierra por tu agrado, haciéndome comprender que este carro había entrado al paraíso terrestre por el oriente, sin que el querubín hiciese resistencia, que su espada flameante no era para resistir a este carro de fuego y llama ni a aquellos que condujeron a este hombre que vivía del ayuno y oración. Este lugar se debía volver felicidad en este mundo.

            Desde el tiempo de Juan Bautista, el reino de los cielos había sufrido violencia, los ángeles la consideraron digno de su gloria celestial desde los días de Elías; los que eran guardianes del paraíso terrestre, el primer reino de la tierra, donde Adán y Eva fueron rey y reina antes del pecado de gula y presunción de ser semejantes a ti mi Dios, fueron desterrados de allí por estos dos crímenes, fuente de todos los males. Tu santo Profeta Elías [1226] fue alojado ahí después de haber ayunado y dicho con un verdadero sentimiento de su nada, que no era mejor que los otros hombres, incluso se consideraba mas débil, viéndose abatido por las persecuciones de una mujer la que poco tiempo después fue comida por los perros y lamida su sangre en el campo de Jezrael donde estaba la viña de Nabot.

            Me dijiste maravillas de este gran hombre Elías en este paraíso del Edén, y en proporción, estas maravillas se realizan en una joven que conocí que ha sido elevada y ha oído hablar de los secretos qui non licet homini loqui (2Co_12_4). que el hombre no puede pronunciar. Ella trata con los ángeles a los que ruega visiten con frecuencia a Elías, rogándole te pida, mi divino Amor, por ella y la gran santa Teresa, digna hija de este gran santo, que ha hecho en la tierra tantos paraísos de delicias, como monasterios que su Reforma ha establecido; donde no fui recibida, a pesar de haberlo tanto deseado. [1227] Siendo demasiado débil e indigna, fui rechazada antes de pensar en tus designios. Tu sabiduría lo ordenó así: seas bendito por todo, mi divino Amor.

            El día de tu enamorada Magdalena, me hiciste comprender maravillas de su gran amor, que la puso en éxtasis en la casa de Simón, cuando la invitaste a ver cómo esta maravillosa mujer parecía el amor mismo, porque se transformaba en lo que ella amaba. Me dijiste que debía llamar a la fiesta de santa María Magdalena, el día o la fiesta del amor, porque había sido transformada en ti mismo y que así como tú eras el espejo de la Majestad, ella era un espejo que arrobaba a los ángeles, los cuales, en proporción desearían mirarla sin cesar, mientras escuchaban que decías a Simón, que contemplara lo que hacía a tus pies, a los que se había abrazado con sus cabellos sin dejar de lavarlos, besarlos y enjugarlos, porque el amor no puede decir: [1228] es bastante, porque nunquam satis, nunca se sacia.

            Parecía que tu alma estaba más en ella a la que amabas, que en tu cuerpo que animaba, y que la unción que derramó sobre tu cabeza en Betania, endulzó tus crueles y amargos dolores que dentro de pocos días por tu voluntad sufrirías en el Calvario. Censuraste a los que no aprobaban el derramamiento del maravilloso ungüento ni que se rompiera el precioso frasco. Saliste en su defensa diciendo que ella había hecho una buena acción que sería anunciada y predicada por todo el mundo.

            El día de Santiago Apóstol deseé que los que llevaban su nombre fuesen dominadores del mundo, del demonio y de la carne y al apóstol le rogué que combatiera por la Iglesia para que sus enemigos fueran vencidos y te reconocieran a ti, Verbo Encarnado, nuestro amor.

            El día de la muy amada santa Ana, que concibió, llevó y dio a luz a la Reina de los hombres y de los ángeles, Emperatriz del Universo, quien ha dado una Hija incomparable a tu divino Padre, y a ti, mi divino Salvador, una Madre sin igual y al [1229] Espíritu Santo una Esposa sin semejante; le pedí me participara de los dones de gracia según su nombre y me presentara a ti, como lo había hecho el año 1619, que tuve el bautismo de amor que vuelve al alma una misma cosa contigo, mi benigno Redentor.

            El día de aquél que en todo profesó tu mayor gloria, el prudente fundador de tu Compañía, mi divino Jesús, recibí de él muchos favores. Me hiciste oír que su fiesta debía ser llamada la fiesta de gloria, que si David estuviera todavía en la tierra, sería saciado de alegría viendo a Ignacio, porta fuego, llevarlo por todas partes, de manera que podemos decir con alegría: Dominus regnavit; exultet terra; laetentur insulae multae. Ignis ante ipsum praecedet et inflamabit in circuitu inimicos ejus illuxerunt fulgura ejus orbi terrae; vidit, et commota est terra (Sal_96_3s). Reina Yahvéh, la tierra exulte, alégrense las islas numerosas. Delante de él avanza fuego y a sus adversarios en derredor abrasa, ilumina el orbe con sus relámpagos, lo ve la tierra y se estremece.

            Con frecuencia le digo: Ignacio de Loyola, tú tienes el poder, obtenme si lo quieres, de la divina esencia, que vencido y vencedor estén juntos y a nuestros corazones ríndelos, e ilumínalos como hogueras.

 Capítulo 169 - Las cadenas de san Pedro. Nuestra señora de los ángeles. La esplendorosa transfiguración del Señor. Martirio de san Lorenzo. Vi una vara de madera aromática. Las comuniones de cuarenta años. El día de san Bartolomé. Degollación del gran Bautista y bautismo del Salvador, el cordero figurado por Isaac.

            [1230] El día de la fiesta de las cadenas del Príncipe de los apóstoles 1659, atado más por el amor espiritual que por las ligaduras para su cuerpo, mi alma languidecía en esta vida de tristeza y deseaba ser desligada de todo lo que la pudiese detener en la tierra. Si un ángel me hubiese favorecido liberándome, hiriendo mi corazón con la herida de gracia, hubiese cantado el triunfo de la amorosa libertad.

            Siguiendo la multitud de ángeles que fueron vistos en la Iglesia de la Porciúncula acompañando a su Señor y Señora, cuando le fue concedida al gran san Francisco, la maravillosa indulgencia para la salvación del que visitara dicha Iglesia, recibí de tu bondad y de tu santa Madre, muchas gracias.

            El día de tu esplendorosa Transfiguración, de la hermosura por excelencia que los ángeles desean contemplar sin cesar, y que san Pedro también quería permanecer viendo en tus tabernáculos con la ley y los profetas, sin saber lo que decía, olvidando la multitud que más tarde tenía que conducir y subirla más alto cuando tuviera las llaves del cielo. Mi alma te adoró y te dijo que no tenía otro querer que el tuyo, que tu divino Padre le ordenaba escucharte hablar de los excesos de amor y de sufrimientos que se debían cumplir en Jerusalén.

            Estuve muy contenta de venir contigo solo, y me hiciste el favor de decirme que me hacías el Tabor donde manifestabas tu gloria, así como me habías dicho antes de salir de París: que eras fiel a las [1232] almas que no buscaban más que tu agrado, consolándome de las aflicciones que recibo de una persona que en otro tiempo me consolaba con el entretenimiento espiritual de tus admirables maravillas.

            La víspera y el día en que fue quemado san Lorenzo Mártir, mis ojos como de ordinario vertieron lágrimas casi continuas que le presenté diciendo: que las pupilas de mis ojos le hablaban para mostrarle mi pena, y que así como el bienaventurado Estanislao le había rogado llevara una carta a tu Sma. Madre, en la que le expresaba sus deseos, los que ella aceptó, así esperaba de él, que pidiese sus favores y gracias al Hijo y a la Madre.

            Como tú sabes, recibí muy grandes favores el día de la triunfante Asunción de tu Augusta y Divina Madre que no puedo nombrar, por considerarme demasiado indigna. Después del sermón el Rev. P. Gibalin, me dijo que [1233] tenía prisa de regresar, para encontrarse en el colegio con los padres, a las oraciones que ellos hacen por la felicidad del Rey.

            Saliendo del confesionario en donde había oído el sermón, entré a un pequeño cuarto a un lado, para allí poder tomar aire. Tu bondad me dijo: In me sunt, Deus, vota tua (Sal_55_13). Sobre mí, oh Dios los votos que te hice. Hazlos hija mía, yo los recibiré con mi Madre y todas las santas. Admirando tu bondad, vi subir una vara de madera aromática, acordándome de: Quae est ista quae ascendit per desertum sicut virgula fumi ex aromatius myrrhae, et thuris, et universi pulveris pigmentarii? (Ct_3_6). ¿Quién es la que sube del desierto, cual columna de humo sahumado de mirra y de incienso, de todo polvo de aromas exóticos? Mi espíritu permaneció largo tiempo elevado diciendo: mi divina diosa; no te puedo seguir, sol ardiente, o bien dejar de vivir si te pierdo.

            [1234] El día de san Bernardo deseé llevar en mi corazón este haz de mirra que amaba apasionadamente, diciendo que tu muerte era la muerte de su muerte, que para hacerlo vivir; tú habías querido morir.

            El día de la octava de la Asunción de tu Augusta Madre, traté de agradecerte la gracia inestimable que me hiciste el año 1620, de comulgar todos los días; de esto hace 39 años contando año por año. Imploré a la corte celestial te presentara todas estas sagradas hostias recibidas todos los días por obediencia y por amor, para darle gracias de tu liberalidad hacia mí, diciéndote: Tú me has alimentado con este maná cotidiano durante 40 años menos uno, aunque ya está comenzado, puedo tomar mi parte por el todo. Me has hecho más favores que al [1235] pueblo hebreo, porque el maná que le diste no era más que figura del que me has dado y das todavía por pura bondad, te suplico que todas estas comuniones sean para tu gloria y mi salvación. Acordándome de las palabras que me mandaste decir al Rev. Padre Juan de Villard y al Rev. P. Pinol, Rector entonces del colegio de Roanne. Hija mía, di a estos padres que así como hice llover el maná todos los días para mi pueblo, estas son sus propias palabras, quiero que tú comulgues todos los días. Este bueno y santo Rector vio en esto, según su razonamiento, grandes dificultades.

            Por este tiempo vino a Roanne el Rev. Padre Bartolomé Jacquinot, Provincial de la Provincia de Roanne y habiéndome oído en confesión general y dándole cuenta de tus bondades para mí, me dijo que se sentía inspirado a darme la sagrada comunión todos los días, [1236] como ya lo escribí antes, y que él escribiría su sentimiento al Rev. Padre General; lo que hizo en el mismo año de 1620, el día de la octava de la Asunción de tu santa Madre, la que me hizo favores que no se pueden expresar en este mundo.

            El día de san Bartolomé me hiciste favores según tus magnificencias ordinarias. Te adoré en tu inmensidad y en tu simplicidad; te consideré como el más grande y el más pequeño según el decir del Apóstol. Le rogué te adorara despojado de todo, aún de su propia piel por tu amor, agradeciéndote la gracia que te habías dignado hacerme en el día en que la Iglesia nos propone la vocación de los apóstoles, ya que tú querías te trajese un gran número de almas y de jóvenes, que serían tuyas en un nuevo Instituto bajo tu estandarte venerando tu nombre, tu persona y todos tus misterios.

            [1237] Divino amador, qué contento estuvo mi corazón el día de nuestro amoroso padre san Agustín, al que has amado por tu propio corazón y él perdió por ti el suyo, o tú mismo por amor lo robaste y arrebataste con gracia en este combate apasionado, donde sin embargo él encontró en ti, la vida eterna, mi divino Amor.

            La siguiente noche el día del anonadamiento del gran Bautista, quisiste entretenerme varias horas en los misterios de su vida y de su muerte. Me dijiste: Hija mía, en mi bautismo, Juan me dio un verdadero ejemplo de humildad: Ego a te debeo baptizare, et tu venis ad me (Mt_3_14). Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Y le respondí: Sine modo: sic enim decet nos implere omnem justitiam (Mt_3_15). Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia. [1238] Habiendo oído con respeto la divina ordenanza, me bautizó. Después que salí del río, subiendo con diligencia, los cielos se abrieron, el Espíritu Santo en forma de paloma descendió a mí y se posó sobre mi cabeza y mi Padre Eterno dijo desde el cielo: Hic est filius meus dilectus, in quo mihi complacui (Mt_3_17). Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Llevándome al desierto para allí ser tentado del diablo. Las tres tentaciones que me puso, las vencí y salí triunfante de la carne, del mundo y de él. Los ángeles fueron enviados para servirme y cuando supe que Juan había sido apresado, me detuve dejando Nazaret en Galilea para habitar in Capharnaum maritima, in minibus Zabulon et Neptalí: ut adimpleretur quod dictum est per Isaiam prophetam (Mt_4_13s). en Cafarnaún junto al mar, en el término de Zabulón y Neftalí; para que se cumpliera el oráculo del Profeta Isaías. Y comencé a predicar y a hacer ver que era la verdadera luz de los pueblos que estaban sentados en tinieblas.

            [1239] Hija mía, el encarcelamiento de Juan y su degollación, fueron a propósito para que se verificara lo que él había dicho de mí: Es necesario y que él crezca, que sea suprimido y que él sea engrandecido; no solamente en la manera de morir, como la explica el águila de los doctores, Juan, siendo degollado y Jesús crucificado para detener el error del pueblo, et cogitantibus omnibus in cordibus suis de Joanne, ne forte ipse esset Christus (Lc_3_15). y andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería el Cristo. Este pueblo incrédulo llevado por la idolatría, lo hubiese adorado si me hubiese visto crucificado y Juan hubiese vivido más tiempo que yo.

            La disputa de san Miguel con el demonio por el cuerpo de Moisés, hizo ver que la divina sabiduría lo había escondido, a fin de impedir que fuese adorado como Dios. Hubiesen tenido a Juan par Mesías, a pesar de la razón que les dio para desengañarlos, la confesión auténtica [1240] que les hizo de mi divinidad, su negación, la hubiesen atribuido a su humildad, y aunque no hizo milagros, su manera austera de predicar, les persuadía a juzgarlo más santo que aquél que el Padre había santificado y enviado al mundo como Salvador y Redentor. Sus propios discípulos le dijeran como extrañados: Rabbi, qui erat tecum transjordanem, cui tu testimonium perhibuisti, ecce hic baptizat, et omnes veniunt ad eum (Jn_3_26). Rabí el que estaba contigo al otro lado del Jordán, aquél de quién diste testimonio, mira, está bautizando y todos se van con él.

            Ningún hombre puede hacer lo que él hace ni decir lo que dice, si no lo recibe del cielo. Seréis mis testigos de esto que he dicho que no soy el Cristo, sino que he sido enviado antes que él. El que tiene una esposa es esposo. Qui habet sponsam, sponsus est: amicus autem sponsi, qui stat, et audit eum gaudio gaudet propter vocem sponsi. Hoc ergo gaudium meum impletum est. Ilium oportet crescere, me autem minui (Jn_3_29s). El que tiene la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud.

            [1241] Juan estuvo muy contento de morir antes que yo, yendo todavía como mi precursor a los limbos. Grande fue su alegría de anunciar a los santos padres de que en el tiempo, yo había nacido 6 meses después que él, pero que él había confesado que yo existía desde la eternidad en el esplendor de los santos, no mereciendo ni aún desatar la correa de mis sandalias ni servir a mi humanidad divina.

            Abraham recibió de nuevo una gran alegría al saber que el único que estaba y está en el seno del Padre por toda la eternidad, sobre la tierra era el cordero figurado por aquel que el ofreció por Isaac. Mi alegría divina fue grande en mi humanidad, la cual ama a la divinidad sin medida, más que todos los hombres y todos los ángeles la han amado, la aman y la amarán.

            Como Verbo Encarnado soy con el Padre y el Espíritu Santo, igualmente celoso [1242] de la gloria esencial que nos es debida. El soporte de esta santísima humanidad siendo inmensa, infinita y Dios mismo, dio a mi humanidad una alegría inmensa, infinita y divina, tanto que ella ha sido capaz de ser ungida con el aceite de júbilo, por encima de todas las puras creaturas, siendo pequeño en mi humanidad, no teniendo subsistencia humana, pero apoyado por la segunda hipóstasis de la santísima Trinidad, como Verbo de Dios, y Verbo Dios, era y soy más grande que Juan Bautista.

            Hija mía, todos las ángeles sufrieron grandes asaltos y violencias extremas, desde los días de Juan Bautista, viéndolo elevarse tan alto y volver tan grande en el espíritu de los hombres, porque comprendían los elogios y las alabanzas que decía de él, me [1243] conocían como la verdad que no puede mentir y que hago lo que digo, llamo a las casas que no son y les doy el ser para que estén en continua admiración. El día en que descendió a los limbos fue recibido como precursor y como amigo del esposo y no como el mismo esposo, el cual debía llegar allí como Redentor de nombre y de mérito.

Capítulo 170 - Del día de san Gil. El nacimiento de la santísima Virgen. Gracias que recibí y conocimiento que tuve del M.R.P. Cotton. Año 1659.

            Este día medité con admiración en la regia resolución de san Gil, que supo que, servir a tu Majestad, es reinar, y salió de su patria y de lo que conocía, para vivir en la soledad la vida eremítica. Sedebit solitarius, et tacebit, quia levabit super se (Lm_3_28). Que se siente solitario y silencioso, cuando el Señor se la impone. [1244] Tu providencia le envió una cierva, como en otro tiempo al profeta de fuego un cuervo, pues tú cuidabas de sus cuerpos mientras sus almas sólo pensaban en amarte. Me hiciste oír: Hija mía, si pones tu pensamiento en mi, te alimentaré de mis propias delicias. Soy tu pan y tu leche todos los días de tu vida mortal. Si tú no me hicieses este favor, divino Amor, me atrevería a pedirte me sacaras de esta prisión para estar con tus santos, y como ellos, bendecir por siempre tu santo nombre.

            El nacimiento de aquella que encantó a los hombres y a los ángeles y que es la Madre de su Creador produjo mucha alegría a todas las creaturas, ya que es la maravilla del mismo Dios. ¿Me atreveré a decir? Si Dios no fuese como Sadoc, suficiente a si mismo, hubiera tenido una divina impaciencia que le hubiera apresurado a darle la existencia a María antes de crear a las ángeles y a las hombres. El Padre eterno deleitándose en el poder que le preparaba, el Hijo en la sabiduría que le comunicaría y el Espíritu Santo en la bondad y amor de que la colmaría, en fin, toda la santísima Trinidad mirándola, realizaría su divina complacencia.

            David, divinamente iluminado pidió reiteradamente habitar en la casa del Señor y visitar su templo para ver ahí su divina complacencia todos los días de su vida. Yo lo deseo mi amado Maestro, por toda la eternidad. Mi augusta diosa, si me es permitido hablar así, ¿puedo desear la misma vista y el mismo favor de tu magnifica benevolencia? ¿Por qué no? puesto que cuando me exhortaste a ofrecerme para el establecimiento de la Orden de tu Hijo nuestro Verbo Encarnado, me dijiste: Hija mía, no temas, aquél que hace maravillas, lo hará todo el sólo. Escríbele al padre Cotton.

            [1245] Este buen padre me contestó, que hablaría a Monseñor de Marquemont, Arzobispo de Lyon, que fue hecho cardenal aquel año en Roma, de donde fue al cielo a recibir la corona de gloria debida a las buenas obras que él perseverantemente había hecho en la tierra. Las religiosas de la Visitación le están muy obligadas; después de su fundador, san Francisco de Sales, el cual, siguiendo el consejo del muy sabio, piadoso y esclarecido Arzobispo y Eminente Cardenal, pidió que fueran religiosas y su Orden se ha afirmado y multiplicado de maravilla. El R.P. Cotton murió santamente el día de san José de 1626.

            Varias veces hablé con él cuando iba a Roanne, admiraba su gran dulzura, la cual parecía innata en él; por ella daba valor a las almas tímidas para abrirse con él aunque no lo hubiesen premeditado. Confieso que éste ha sido el primer padre al que declaré las grandezas que la divina Majestad me había hecho y fue por la providencia de Dios que entré a su confesionario, y le dije sin haberlo pensado, lo que pasaba en mi alma. Su dulzura era un buen anzuelo.

            Un día, el 13 de enero de 1625, como ya lo dije el R.P. llegó a Roanne; yo estaba en oración y dejó a otras personas lo vieran primero. Yo estaba fundida en lágrimas de dulzura íntima de tu amor, fundida en lágrimas, cuando me hiciste ver en visión imaginaria una ciudad sobre una alta montaña, provista de torres, bastiones, y avenidas. Vi también grandes redes de seda cuyos hilos venían del cielo.

            La mañana siguiente, estando en la misa del [1046] R.P. Cotton, escuché: el padre es esta ciudad fuerte provista de buenas fortalezas para su defensa y para la conservación de la Iglesia de Dios y destrucción de sus enemigos. Las redes representaban sus palabras llenas de dulzura, por las que toma a los hombres sacándolos del mar del pecado y poniéndolos en el puerto de la gracia; una persona que había ido con él con sutileza y doblez, no obtuvo ningún provecho.

            Tenía una palabra tan suave y ardiente, que inflamaba los corazones de sus oyentes de tal suerte, que puedo asegurar que las palabras del P. Cotton, eran como cañones cuyos golpes abrían brechas.

            Varias veces, hablando con él o estando en sus sermones, me llegaban asaltos tan impetuosos, que me daba pena retirarme por temor a que se diera cuenta, lo que no siempre podía impedir, y me obligaba a pedir a Dios la fuerza de penetrar y sufrir sus luces sin ser incomodada. Al padre le rogué me obtuviera de Dios esta gracia, lo que con liberalidad me obtuvo de la divina bondad.

            Su gran devoción al Santísimo Sacramento se manifestaba cuando celebraba la santa Misa y cuando exhortaba al pueblo. También le infundía la devoción a la santa Virgen, digna Madre de Dios, atrayendo los corazones de sus penitentes y oyentes por estos caminos y devociones tan necesarias. Movía a las almas a la piedad por su caridad y las animaba a pertenecer a asociaciones caritativas. Me asoció a él, diciéndome que la hermana María de Valence, y la Srta. de Conche, estarían muy contentas de que perteneciera a su grupo y él, rogaría todos las días seis veces por mí en particular. Si lo hacía por mí que no lo merecía, con mayor razón por las otras: su caridad se extendía a todas las necesidades del prójimo.

            [1247] Su humildad era tan grande que me confundía; por otra parte aumentaba la estima que le tenía, su manera humilde de hablar, como se ve en las cartas que se dignó escribirme, enseñándome con frecuencia la devoción a san José y a la Sagrada Familia de Jesús y de María, devoción que deseo y anhelo recomendar muy particularmente a todas las hijas de nuestra Orden, haciendo según nuestra intención particular profesión de honrar y de imitar a Jesús, María y José, san Joaquín, santa Ana, santa Isabel, san Zacarías, san Juan Bautista y el Evangelista, y todos los otros miembros de la Sagrada Familia de Jesús.

 Capítulo 171 - Gracias y luces que recibí los días de la exaltación de tu santa cruz, de tus apóstoles y santos, maestros y protectores particulares, hasta la fiesta de todos los santos, Año 1659.

            El día de la exaltación de tu preciosa Cruz, me elevaste a ti y me hiciste oír que si te estimaba y amaba únicamente a ti, serías en mi parte superior todas las cosas y que todas las potencias de mi alma probarían la dicha de esta divina [1248] atracción que es superior a todo, mientras el alma está, en ti y tú en ella. Posee todo bien que se puede incluso nombrar tu gloria: per modum transeúnte, de manera transitoria. Et ego exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum (Jn_12_32). Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí.

            El alma en estos afortunados momentos goza delicias inexplicables; querría muy bien ser librada de la prisión de su cuerpo mortal para habitar en esta dichosa región de los vivos para agradarte allí y contemplarte eternamente.

            El día de santa Tecla, quien pudo decir como el Apóstol dice de la caridad, que no podía ser separada de su cuerpo por los tormentos; la vi triunfante y fuerte por tu asistencia soberana. Si me permites divino Amor, apropiarle las palabras del profeta Oseas: ¡Yo seré tu muerte, oh muerte, y tu mordedura, oh infierno, para matar la vida por el martirio! No temo tus rabias. Viviré aún varios años para enseñar en la tierra la vida angélica y celestial a muchos y seré invocada por los agonizantes, los asistiré en este paso y los presentaré para entrar a la vida eterna. Virgen milagrosa, obtenme este favor en el último día de mi vida temporal.

            La caridad y unión de san Cosme y Damián, para curar como médicos las enfermedades corporales, me hizo rogar a estos dos santos para obtener de su caritativa bondad, la perfecta salud y santidad espiritual, que es pasar de las cosas visibles a las invisibles, y por esto que es natural a lo sobrenatural, lo que varias veces ellos me lo han concedido.

            El gran Doctor san Jerónimo, quien durante su vida mortal se humilló para enseñar a una pequeña hija de santa Paula, quiere abajarse de lo alto de su vida inmortal para instruir e interpretar la Sagrada Escritura, a la más imperfecta de todas [1249] sus criaturas. Qui autem docti fuerint, fulgerunt quasi splendor firmamenti; et qui, quasi stellae ad justitiam erudiunt multos in perpetuas aeternitates (Dn_12_3). Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

            El generalísimo de los ejércitos de Dios, que es su fiel por excelencia, abatió a sus enemigos hasta lo profundo de los abismos con la lanza de su divina palabra, por no decir la espada de fuego que sale de su boca: de ore ejus gladius utraque parte scutus exibat (Ap_1_16). de su boca salía una espada aguda de dos filos suprimiendo la gloria a los espíritus soberbios, distribuyendo la gracia a los humildes, pesando sus méritos, elevándolos por estas divinas irradiaciones hasta llenar las sedes de los cielos, haciéndome gozar de sus celestes favores, y haciendo que la estéril viva algunas veces en la casa de los hijos de la alegría. Es esto lo que me obligó a ordenar a nuestra Orden, decir el día de la fiesta de este gran Arcángel san Miguel, su Oficio, la que se ha observado desde el año 1626, al 1631 y que exijo se continúe para rogarle sostenga en la tierra tu Orden, divino Verbo Encarnado, como ha sostenido tu querella en el cielo contra los espíritus rebeldes a tus voluntades.

            Este día de san Francisco, copia cotejada al original crucificado, me hizo volver a sentir sus amorosas expresiones, configurándome a los deliciosos dolores del Rey de los amadores que es el amor mismo. ¡Oh mi Dios y mi todo!, repetí estas fervientes y divinas palabras de mi padre san Francisco y continúo diciendo: Oh mi Dios, mi Dios, tú me eres todas las cosas, sé para mi, Dios mío, mi todo, en el tiempo y en la eternidad y elévame a ti en el último momento de mi vida.

            [1250] Dionisius, divinitus stillatus. Dionisio, divinamente destilado. El día de este santo me uní y me llené de gracias de aquel en el cual habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente, pues en él el ser de la Majestad es mejor expresado por negación que por afirmación, y del que la alta inmensidad no es conocida ni penetrada mas que por él mismo. Me puse en éxtasis, salí de mi misma, me alojé en él, y me enseñó esta divina teología, porque las almas divinizadas resienten y ven en la feliz densidad en donde Moisés oyó las divinas ordenanzas: Lex Domini immaculata, canvertens animas; testimonium Domini fideli, sapientiam praestans parvulis (Sal_18_8). La ley de Yahveh es perfecta, consolación del alma, el dictamen de Yahvéh, veraz, sabiduría del sencillo.

            El día del Evangelista san Lucas, quien tuvo la dicha de pintar con una maravillosa perfección y confianza a la Madre del Altísimo, la que le enseñó y confió todo lo que pasó en la angélica y celeste embajada en donde Dios se hizo Hombre y el hombre se hizo Dios. Fui elevada por una dispensación divina para oír esta inefabilísima Encarnación, pero como ya en varios cuadernos he dicho lo que podría narrar aquí, siempre tartamudeando, después de hacer la legítima excusa del profeta santificado desde las entrañas de su madre. A, a, a. Domine Deus ecce nescio loqui, quia puer ego sum (Jr_1_6). ¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho. No me extenderé en este discurso, diré únicamente las palabras de la Virgen Madre: Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum Verbum (Lc_1_38). He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra Y retirándome con el ángel: Et dicessit ab illa Angelus (Lc_1_38). Y el ángel dejándola se fue. El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra en el misterio adorable de esta maravillosa encarnación: quod enim incarnatum est mihi de Spiritu Sancto est (Mt_1_20). Lo encarnado en ella, del Espíritu Santo es.

            [1251] El día de los santos apóstoles san Simón y san Judas, parientes del Verbo hecho carne y provisores de todos los santos, tu divina bondad me hizo decir con gran asombro, lo que Judas no el Iscariote, te dijo en la cena: ¿Domine, quid factum est, quia manifestaturus es nobis teipsum, et non mundo? (Jn_14_22). Señor, ¿qué pasa porque te vayas a manifestar en nosotros y no al mundo? ¿Por qué me haces tantos favores y te me manifiestas con tanto amor y profusión tan perfectamente?

            Inefable bondad, fueron tantas las gracias que recibí de tu divino amor, el día de todos los santos, que me hicieron decir y repetir con admiración que no puedo expresar: O quam gloriosum est regnum in quo cum Christo gaudent omnes Sancti! Amicti stolis albis, sequuntur Agnum quocumque ierit (Ant, la Visp. de todos los santos). Oh cuán glorioso es el reino, en donde todos los santos se alegran con Cristo. Revestidos de blancas vestiduras, siguen al Cordero por donde quiera que vaya.

            Si en la transfiguración, san Pedro quiso permanecer en una montaña toda una eternidad, contemplando una muestra de la gloria que tu Majestad hizo aparecer a cinco personas, cuando tu cuerpo era aún pasible y que a los pocos días iba a ser desfigurado, qué alegría y excitación transportará a todos los bienaventurados que gozan de la amplitud de la inmensa felicidad, tanto cuanto esta divina bondad los vuelve capaces. En tu luz, ellos ven toda luz, del divino esplendor y del torrente de tus complacencias son embriagados.

Capítulo 172 - Arrobamiento que tuve el día de san Andrés. El amor de san Javier. Día de la Inmaculada Concepción. Resplandeciente noche de la natividad de nuestro divino amante.

            [1252] El día del gran san Andrés, uno de los dos primeros discípulos de tu divina y amorosa sabiduría: erat autem Andreas, frater Simonis Petri, unus ex duobus qui audierant a Joanne, et secuti fuerant eum (Jn_1_40). Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Probé las inefables delicias de esta adorable felicidad pues la sabiduría encarnada festejó estos dichosos y primeros favoritos.

            No sé si mi arrobamiento fue semejante a aquél de la Reina de Sabá al ver y oír la maravillosa sabiduría del Rey Salomón, que no fue más que figura de nuestro divino y amoroso Salvador: in quo sunt omnes thesauri sapientiae et scientiae absconditi quia in ipso inhabitat omnes plenitudo divinitatis corporaliter (Col_2_3s). Porque en él están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Porque en él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente.

            Fui invitada a participar del gozo que recibieron estos dos afortunados discípulos y no pude menos que admirar y alabar a aquél que es más que Salomón, que hablaba no a siervos, sino a amigos, comunicándoles sus humanas y divinas grandezas.

            Yo exclamé el día del apóstol del Japón y las Indias: Satis est Domine. Basta, Señor, al contemplarlo extasiado, teniendo en su cara el ardor de los serafines, abriendo su sotana para abrasar a todos los habitantes de la tierra del amor que lo llenaba, estimando que su cuerpo no podía contener el ardor de su gran corazón, el cual, hecho por ti, no podía estar lleno más que de ti, mi Dios y mi todo.

            Estaría satisfecha cuando tu gloria se me apareciera y llenara de tu inmensa caridad, la cual me mueve a decirte que este mundo es demasiado pequeño para poder darte un servicio condigno. Tú lo creaste y lo has amado tanto hasta darle a tu Hijo único para salvarlo por medio de él, Verbo Eterno, imagen de tu bondad, figura de tu sustancia y el esplendor de tu gloria. Portansque omnia Verbo virtutis (Hb_1_3). El que sostiene todo con su Palabra poderosa.

            [1253] El día de la Inmaculada Concepción, a la que todas las generaciones declaran bienaventurada, la saludé como a Hija del Padre, Madre del Hijo Esposa del Espíritu Santo y Templo de la santísima Trinidad. ¡O si en un exceso de fervor me arrebataras, tres divinas hipóstasis, por tres éxtasis, para contemplar a mi Reina, augusta, justa y divina, bella de cuerpo y de espíritu con un amor perfecto y más fuerte que la muerte!

            La víspera de tu maravillosa y excelente natividad, nos previenes con bendiciones de divina y humana dulzura por las palabras más elevadas de todos los hombres, diciendo: Hodie scietis quia veniet Dominus et salvabit nos: et mane videbitis gloriam ejus (Ant ad Benedic, Vig. Nativit.). Hoy sabréis que vendrá el Señor a salvarnos; al amanecer veréis su gloria. Gloria que rodeó a los pastores por su magnífica claridad: Et ecce Angelus Domini stetit juxta illos, et claritas Dei circumfulsit illos (Lc_2_9). Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor.

            Luz que los revistió al uso de los cortesanos celestiales, llevando las libreas del único que nace siempre del seno del Padre, en la luz que es más clara que el día y penetró del seno de su Madre a mi seno, con dulzura inefable y me hizo experimentar las delicias de la diestra del Padre estando aún sobre la tierra, por la benignidad del Verbo. Este corazón maternal me hacía decir: Apparuit benignitas et humanitas. Apareció la benignidad y Humanidad.

Capítulo 173 - Dolor de la circuncisión y cómo el divino amor permitió que experimentase la pena que algunas personas me causan alejando de mí a aquélla que me era muy necesaria.

            El día de la Circuncisión de 1660, no teniendo a mi secretaria, sentí esta privación más dura que la de Abraham cuando tuvo que enviar a [1254] Agar e Ismael por orden tuya y de Sara, porque estas dos personas no eran tan necesarias ni útiles al padre de multitudes: Abraham pater excelsus, Abraham pater multitudinis. Abraham, padre excelso, Abraham, padre de multitudes. Tu Sabiduría muy fuerte y muy suave, dispuso suave y fuertemente el espíritu de este padre de los creyentes a obedecer a Sara, a quien él puede llamar su señora, así como él lo llamaba su señor, siendo su compañera, puesto que tu prudente sabiduría la hizo dueña de Abraham y de todo la que era de él. El profeta evangélico, altamente iluminado con tus luces, vio la fidelidad del uno y de la otra y comprueba sus perfecciones, como hijos suyos, debemos semejarnos a ellos.

            Diré que en el año 1633, viendo esta secretaria que yo padecía una gran inflamación en los ojos que me impedía escribir y poner en limpio lo que escribía, pidió a san José que por su gran caridad y piedad, le concediese que escribiese fácilmente con mi letra para poder escribir después de mí, pues ella escribía con la letra redonda de los escribanos, la que se le concedió. En pocos días escribió tan perfectamente, que imitaba en todo mi escritura y también pronto pudo leerla con facilidad, lo que antes hacía con mucha dificultad y ninguna otra pudo prestarme con asiduidad este servicio más que ella desde el año 1633.

            Como no podía dictar sin escribir de mi mano, la que con dificultad seguía la luz que me instruía e iluminaba, y cada vez me incomodaba más y más mi mal de ojos, [1255] mi escritura se hacía a la vez más difícil de , y no se hubiera podido leer si mi secretaria no hubiese pasado en limpio lo que yo escribía.

            Los que la alejaron de mí, verán delante de ti que no se te debe tentar a hacer milagros sin necesidad y que lo que tú habías unido para reproducirte de una manera espiritual y divina, no debió ser separado. Úneme a ti mi divino amador tan perfectamente que siempre sea toda tuya y tú seas eternamente mío.

Capítulo 174 - La corte de Belén. El Templo de la Divinidad en donde ésta es adorada perfectamente. La purificación de la Virgen. Aparición del alma del difunto monseñor el Duque de Orleans. 1660

            La magnificencia de la corte de Belén es mayor que la de la corte del cielo, ya que este divino Delfín tiene cortesanos que son príncipes de sangre y que Zacarías, la Virgen y san José allí están admirando todas estas maravillas. La divinidad ahí está visible y adorada por tres jerarquías, los nueve coros de ángeles, espíritus que asisten y sirven en el establo; la Humanidad sagrada es adorada por el cielo y la tierra y este Delfín adora a su Padre que hasta la Encarnación había sido adorado únicamente por los ángeles y los [1256] hombres. En el establo un Dios adora a un Dios y este pequeño Niño puede igualarse sin hacer rapiña a su Padre.

            El día de la Purificación, la corte de Belén fue al templo, la Virgen, templo viviente del Seño, el Hijo, templo sagrado, divino y humano, templo de la divinidad y Dios mismo, en donde el Padre fue adorado en espíritu y en verdad por el verdadero adorador, deseado de los collados eternos, tres divinas hipóstasis esperando sus adoraciones y deseándolas, si puedo hablar en estos términos y decir que son las colinas eternas, que son divinas, que son Dios.

            El 12 de febrero, víspera del primer domingo de cuaresma bajé de la capilla a la cocina para el cuidado de mis hijas, quienes me aseguraron que había estado en oración más de dos horas; elevaste mi espíritu a ti, en presencia de dos hermanas que estaban conmigo, la hermana Catalina Fleurin y la hermana María Chaut, las que esperaron hasta cerca de las 9 ó 10 de la noche, interrogándome e informándose sobre lo que me había pasado y de lo que había oído en este arrobamiento. Creí que tu sabiduría me ordenaba decirlo, y lo hice. Que un hijo del Rey había venido a agradecerme las oraciones que había hecho a Dios en el año en que había estado muy afligido y acusado a su Majestad para desheredarlo de la corona y lo que yo había dicho al difunto Monseñor el Cardenal de Lyon, en su residencia de París, que entonces estaba cerca de la puerta de Bussy, cuando su Eminencia me dijo: que qué sería del Cardenal Duque su hermano, y si tú, mi divino Oráculo, no hablabas nada. Le dije que Monseñor su hermano no fue Joab. Me pidió que le explicase, porque esto era un enigma. Monseñor, le dije, es que Joab tiró tres lanzas en el [1257] corazón de Absalón, lo que afligió a David como Ud. lo sabe mejor que yo, ya que David le había recomendado conservase la vida de Absalón su hijo, aunque rebelde. Joab, al saber que estaba suspendido de un árbol, detenido por los cabellos, dijo al que lo había visto por qué no lo había atravesado e hizo él mismo lo que su soldado no quiso hacer por obedecer al Rey, padre de este hijo rebelde.

            Si Monseñor el Cardenal hacía morir al Señor Duque de Orleáns, en el estado en que estaba, esta muerte sería lanzar la tercera lanza y condenarlo, que él se convertiría porque amaba al Rey y que yo le aseguraba que Dios lo amaba más que David amó a Absalón. Desde entonces el Cardenal Duque oyó a su hermano, pidiendo que el Señor de Orleans viniese, y se casase con una princesa que era según el corazón de Dios y que tuviese en su casa una persona que lo llevara a la piedad, cuando comprendió el prefacio que el sacerdote leyó en la Misa después del domingo de Pasión, que dice que el pecado ha causado la muerte a los hombres por un árbol, que tú has querido morir sobre el leño de la cruz para salvarlos cambiando así la maldición en bendición, la muerte del pecado, en vida de la gracia, este príncipe se sintió atraído a amar lo que era tu ley, lo movió a observarla y hacer que su corte se llamara la corte de la santa Cruz. Su alma bienaventurada, después de haberme testimoniado su agradecimiento y su alegría, debía estar en camino de salvación, pues me había dicho que la vida de este mundo no era más que un soplo: Esta vida es poca cosa [1258] y no hay que apegarse a ella. Se fue y me dejó en gran paz pero sin darme a conocer si estaba en el purgatorio o ya había salido de él.

            No pensé preguntárselo. Mi alma suspendida admira tu sabiduría y bondad por la obligación que inspiraste de pedir por la salvación de este afortunado príncipe. El señor de Boissac, que en paz descanse, tuvo una alegría muy grande cuando le platiqué y aseguré lo anterior, diciéndome: No me lamentaré más del poco bien que dejaré ni de mi pequeña fortuna, pero alabo a Dios que mi maestro Gastón sea del número de los elegidos. La señora Charrin, de Lyon, estuvo presente en este último día del año de 1660, y bendijeron conmigo tu misericordiosa bondad y benignidad.

Capítulo 175 - Agradecí a Dios la elección de san Matías. Entretenimientos sobre los evangelios los días de la cuaresma.

            El día de san Matías, que siempre me ha sido favorable, admiré en él, la suerte de los santos a la luz divina y humana del Hombre-Dios traicionado y vendido por uno de sus apóstoles. Agradecí la sabiduría encarnada de esta elección en la que pesó la oración de la primitiva Iglesia, la primera asamblea que después del [1259] éxodo de san Pedro me pareció maravillosa: Et statuerunt duos. Joseph, qui vocatur Barsabás, qui cognominatus est justus, et Mathiam. Et orantes dixerunt: Tu Domine, qui corda nosti omnium, ostende quem elegeris ex his duobus unum, accipere locum ministerii hujus, et apostolatus, de quo praevaricatus est Judas ut abiret in locum suum. Et dederunt sortes eis, et cecidit sors super Mathiam, et annumeratus est cum undecim Apostolis (Hch_1_23s). presentaron a dos: a José, llamado Barsabas, por sobrenombre Justo, y a Matías. Entonces oraron así: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar el ministerio del apostolado, el puesto de que Judas desertó para irse a donde le correspondía. Echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce Apóstoles.

            Matías fiel, con tanta humildad como amor, recibió esta feliz suerte recompensando todas las infidelidades del prevaricador. Fue el decimosegundo apóstol que coronó de alegría el corazón de la augusta Virgen María con la corona de alegría que verán en la gloria todos los elegidos. ¿Quién de los mortales ha podido comprender la aflicción de esta Madre dolorosa? Fue la espada despiadada la que atravesó su alma. Su Hijo, el varón de dolores, dijo que Judas y los Pontífices eran más culpables de su muerte que Pilatos que lo condenó al suplicio de la cruz.

            Miércoles, [Ceniza, 1er. día] 1660. Me vi obligada a romper el ayuno de este santo tiempo de cuaresma, y estaba ordinariamente triste, porque oí en el prefacio de la santa Misa que este es un tiempo que eleva al alma, le atrae dones del cielo y la enriquece de virtudes, y me veo vacía de todas, colmada de faltas y de imperfecciones que me hacen gemir sin descanso, veo mi pobreza espiritual.

            Jueves 2. Después, esperando contra toda esperanza, te dije: Señor, no soy digna de tus bondadosas visitas, pero di una [1260] palabra y mi alma será consolada.

            Si no es consolada del peso que la detiene en su propia miseria, no merezco que pienses en mí.

            Viernes 3. Pero tú eres mi misericordia, aleja de mi corazón lo que no eres tú. Haz que ame a los que me hacen sufrir, que les sirva de salvación.

            Sábado 4. Líbrame de las olas y diversas agitaciones que nos turban en el mar de la vida de este mundo. Di, mi querido Salvador, a todas las potencias de mi alma y de mi corazón: Confidere, ego sum, nolite timere (Mc_6_50). Animo, yo soy, no temáis.  Mi dulce Jesús, ven a mí y haz cesar los vientos y las tempestades.

            Domingo 5. Condúceme al desierto por medio de tu Espíritu y hazme vencer todas las tentaciones y a todos mis enemigos.

            Lunes 6. Que practique por caridad, todas las obras de misericordia espirituales y corporales y que tu benignidad me diga como a todos los elegidos: Venite benedicti Patris mei (Mt_25_34). Venid, benditos de mi Padre.

            Martes 7. Entra en tu templo y arroja a todos los vendedores y compradores, y conságralo de nuevo por tu morada, tus oraciones y tus méritos y que todos mis inocentes deseos te digan: Hosanna filio David (Mt_21_9). Hosanna al Hijo de David.

            Miércoles 8. Deseé oír a aquél que es más fuerte que Salomón y hacer la voluntad de su Padre celestial. Me vi obligada a ti divino Salvador con una triple alianza de hija, de hermana y de madre.

            Jueves 9. [1261] Salí de los confines del amor propio para rogarte como a Hijo de David, tuvieras piedad de esta perrita, dejándole caer por tu natural piedad las migajas de aquellos que me turban, fortificándome en la fe, aproximándome a ti por la confianza.

            Viernes 10. Lávame gratis en la piscina de tu caridad misericordiosa, oh Salvador, librándome de todos los males de culpa y de pena. Mándame que lleve mi camilla y que no peque más.

            Sábado 11. Levántame y sepárame de las cosas terrestres que obstaculizan mi oración. Intret in conspectu tuo oratio mea. Inclina aurem tuam ad precem meam (Sal_87_3). Llegue hasta ti mi súplica, presta oído a mi clamor.

            Domingo 12. Haz divino Salvador, por tu inenarrable bondad, que sea transformada en ti, y que no te vea más que a ti, y que oiga tu divina palabra por orden de tu amado Padre.

            Lúnes 13. In corde meo abscondi eloquia tua, ut non peccem tibi (Sal_118_11). Dentro del corazón he guardado tu promesa, para no pecar contra ti. No me dejes sola y que siempre, según te agrada, haga tu voluntad.

            Martes 14. Sé mi único Maestro, mi verdad, mi camino y mi vida. Que me humille de verdad y te bendiga en el tiempo y en la eternidad.

            Miércoles 15. Que entienda el secreto de tu amorosa pasión; que un día pueda decir: No sé nada en esta vida mas que a mi Jesús crucificado: Mihi vivere Christus est, et mori lucrum (Flp_1_21). Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia.

            Jueves 16. Que día y noche medite tu ley, que la observe y esté siempre en medio de mi corazón. Que tú seas mi peso y mi amor. Benedictus vir qui confidit in Domino, et erit [1262] Dominus fiducia ejus (Jr_17_7). Bendito sea aquél que se fía en Yahvéh, pues no defraudará Yahveh su confianza.

            Viernes 17. Haz mi Dios, mi Padre y mi Esposo, que te entregue todos los frutos antiguos y nuevos en todo tiempo, bendiciéndote con todos tus santos.

            Sábado 18. Revísteme por tu misericordia de la túnica de inocencia y de todos los adornos de la gracia, perdóname mis faltas de pensamientos palabras y obras: Ab ocultis meis munda me; et ab alienis parce servo tuo (Sal_18_13s). De las faltas ocultas límpiame, guarda también a tu siervo del orgullo.

            Domingo 19. Ilumíname y haz que mis ojos te miren sin interrupción, diciéndote con los santos ángeles: Oculi mei semper ad Dominum, quoniam ipse evellet de laqueo pedes meos. Respice in me, et miserere mei; quia unicus et pauper sum ego (Sal_24_15s). Mis ojos están fijos en Yahvéh, que él sacará mis pies del cepo. Vuélvete a mí, tenme piedad, que estoy solo y desdichado. Arroja los demonios, que yo bendiga tu nombre junto con el de tu digna Madre que te llevó, dio a luz y alimentó con su leche virginal y divina y que oiga tu divina palabra y la guarde en mí, que no retorne vacía, sino que cumpla todas tus voluntades.

            Lunes 20. Que te reciba, mi divino Elías. Deus Dominus, Mi Dios, mi Señor, bendice en mí tus misericordias, que me alimenten de ti mismo por tu Augusto Sacramento que es el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes, después de haberme lavado en el río de penitencia como Naamán en el río del Jordán.

            Martes 21. Verbo Encarnado, nuestro todo en el Santísimo Sacramento, permanece eternamente en medio de tus hijas que tú me has ordenado reunir para tu gloria y mi salvación. Haz que ellas y yo te alabemos eternamente.

            Miércoles 22. [1263] Divino amor, llena nuestros corazones, y que de la abundancia del corazón nuestras bocas hablen y publiquen tus alabanzas. Padre eterno, planta en nuestros corazones el árbol de vida, tu Hijo, Hombre Dios, que confesamos ser el Verbo que los salvará por si mismo. In mansuetudine suscipite insitum Verbum, quod potest salvare animas vestras (St_1_21). Recibid con docilidad la palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar nuestras almas.

            Jueves 23. Divino médico, líbranos de todos nuestros males y danos tus bienes. Que toda nuestra vida mortal te sirvamos fielmente, para que tú nos alojes en el cielo durante toda la eternidad.

            Viernes 24. ¡Oh amado por excelencia! que te has cansado y fatigado, descansa en nuestros corazones de tal manera que tu vista y tus favores, los llenen de tu amor y de esta agua que quita la sed y que salta hasta la vida eterna.

            Sábado 25. Varón de deseos, santifica a tu sierva por tu inocencia divina y humana. Que permanezca en tu presencia elevada en ti mismo y por ti mismo. Que todo lo que no sea Dios, le se nada.

            Domingo 26, Providencia adorable, elévame sobre la montaña de la perfección, haz sobrepasar todo lo que no es Dios, porque fuera de ti, todo está sujeto a la inconstancia como las olas del mar.

            Lunes 27. Padre eterno, que el celo de tu casa consuma mis [1264] entrañas y que todas las potencias de mi alma bendigan tu santo nombre, y haz que todas las creaturas reconozcan y adoren tu nombre y tu amor.

            Martes 28. Mi buen Maestro: docere facere voluntatem tuam quia Deus meus es tu; enséñame a hacer tu voluntad porque tú eres mi Dios, que tu Espíritu me conduzca in terram rectam propter nomen tuum. Domine vivifica me et qui tacet me. A la tierra recta por tu nombre, Señor, vivifícame y al que me hace callar.

            Miércoles 29. Que seas santificado en nosotros y nos reúnas de todas las naciones de la tierra y derrama sobre nosotros esa agua clarísima que nos lave de todas nuestras manchas, y danos tu Espíritu Santo que cree en nosotros un corazón limpio, recto y nuevo. Abre nuestros corazones y nuestros ojos por tu divina virtud, que te vean aquí por los ojos de la fe y te adoremos en espíritu y en verdad, como a verdadero Hijo de Dios.

            Jueves 30. Dios de los profetas, visita a todas tus hijas. Consuela a aquella que llora por ellas y todos sus hijos espirituales; hazlas fieles a tus inspiraciones. Que ellas y yo vivamos una vida santa y divina.

            Viernes 31. Amigo de amigos, llámame fuertemente y dime por amor que salga de todo lo que es tierra y fango; deslígame de todo lo que me detiene en mis bajezas y que haga ver tu gran amor y la gloria de tu divino Padre que siempre te escucha.

            Sábado 32. Jesús, esplendor de la gloria del Padre, sé mi luz indeficiente, que siempre te siga; no permitas, mi divino Salvador, que camine en tinieblas. Estate conmigo, muéstrame [1265] tus caminos y senderos y que haga todas tus voluntades. Muestra que eres mi Dios y según tu palabra y tu promesa, bendíceme con toda bendición haciendo que tu hija crezca en el bien. Que mi madre sea profetisa, puesto que le inspiraste decirme que yo sería José.

            La perfeccionaste con grandes aflicciones; sufrió por la espada, el fuego, el agua, por la que debe estar ya descansando como lo has hecho ver a varias almas buenas, antes y después de su muerte en gracia y en la gloria con todos los bienaventurados. Te alabo y agradezco, mi Señor y mi todo.

            Domingo 33. Eres antes y después de Abraham siempre adorable en tus bondades divinas y humanas. Has querido hacerme ver tus dos nacimientos y hacerme participar en ellos, los que son inenarrables. Generationes ejus quis enarrabo? (Is_53_8). ¿quien podrá narrar su generación?

            Lunes 34. Te doy gracias, divino amor, de que hayas querido invitarme varias veces a beber de tus aguas vivas y fuertes y de hacer por la ley del amor una fuente en mí, dándome tu Espíritu divino. Que él sea siempre mi llama pura, mi fuente fuerte y viva, y mi fuego que inflame y encienda mi caridad, mi espiritual unción. Todo es común en los amadores.

            Martes 35. ¡Oh Dios!, mi Dios, ¿Cuándo será que seas reconocido y adorado de todas las naciones, por tus bondades y que tus propios hermanos crean en ti y te adoren con un divino respeto en la unidad del Espíritu Santo?

            [1266] Miércoles 36. Pastor de pastores, defiéndenos de los lobos y haznos oír tu voz y cumplir todas tus voluntades santas y adorables.

            Jueves 37. Pontífice eterno, después de haberme permitido besar todos los días ciento cincuenta veces, tus santos pies, dime que mis pecados me son perdonados dándome mucho amor e indulgencia plenaria.

            Viernes 38. Redentor de los humanos, que moriste por todos, dame tu vida, que viva y muera por tu amor y para tu amor; es lo único necesario que deseo y desearé siempre.

            Sábado 39. El profeta que te vio en un trono glorioso. In anno quo mortuus est rex. Ozias, vidi Dominum sedentem super solium excelsum et elevatus; et ea quae sub ipso erant replebant templum (Is_6_1s). El año de la muerte del rey Ozias vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado y sus haldas llenaban el templo. Entonces los serafines exclamaban: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos, plena est omnis terra gloria ejus (Is_6_3). Llena está toda la tierra de su gloria ¿No oigo la voz del Padre que te glorifica en el Jordán llamándote su Hijo muy amado y sobre el Tabor, asegurando que tú eres sus delicias? Este es el día en que recibiste la gloria que reiteradamente pediste a tu eterno Padre: Pater, clarifica nomen suum. Venit ergo vox de caelo: et clarificavi, et iterum clarificabo, (Jn_12_28). Padre, glorifica tu Nombre. Vino entonces una voz del cielo: Lo he glorificado y de nuevo la glorificaré. Todos aquellos que te bendicen, te dicen: Hosanna, Benedictus qui venit in nomine Domini Rex Israel (Jn_12_13). Hosanna al Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel

            Después de todas estas maravillas, divino Salvador, el evangelista [1267] dice que tú te retiraste y escondiste y así Isaías había escrito: Vere tu es Deus absconditus et salvator (Is_45_15). De cierto tú eres un Dios oculto y Salvador. Y se puede temer no regreses a Jerusalén, indigna de tu visita, pero donde abundó el pecado por la malicia de tus enemigos, tú quieres por tu bondad hacer que sobreabunde la gracia, muriendo para darles tu vida.

            Jueves Santo. Alrededor de las diez de la noche del Jueves Santo, estaba en el escalón del altar en donde estabas en el Santísimo Sacramento, lloraba amargamente con tus ángeles de paz y me hiciste oír: Hija de Jerusalén, llora sobre ti y sobre tus hijos. Tus hijas te oprimen el pecho; eres madre en Israel y Débora sentada bajo la palma de mis victorias, o sea, bajo mi cruz. Ruega por aquellos que te traicionan y tratan indignamente.

            Viernes Santo. Al día siguiente desperté muy temprano y escuché: Han echado la suerte sobre mi túnica y repartido mis vestidos. Vi tres. No conocía los deseos de aquellas que me afligían, alejándose de tu camino.

            La santa Iglesia guarda silencio, lo guardaré hasta que tú me ordenes romperlo y que mi corazón se funda y se rompa como las piedras y el velo del templo. Que mi entendimiento obscurecido como el sol, entre contigo al sepulcro después de haber hecho tu voluntad Consúmeme con las llamas de tu divina humanidad y que cese de ser la que soy, para venir a ser lo que tú eres y deseas que sea.

Capítulo 176 - La Pascua y su octava. Alegría de mi corazón por la abundancia de tu asistencia y luces que me dio tu amor.

            [1268] El día de Pascua 1660, adorándote como al verdadero Fénix que toma nueva vida cantando tu inefable victoria al hacer glorioso tu sepulcro, aseguraste la timidez de nuestro sexo por dos de los sesenta fuertes que están al lado de tu lecho, lecho majestuoso: In lectulum Salomonis sexaginta fortes ambiunt ex fortissimis Israel: omnes tenentes gladios et ad bella doctissimi; uniuscujusque ensis super femur suum propter timores nocturnos (Ct_3_7s). Ved la litera de Salomón. Sesenta valientes en torno a ella, la flor de los valientes de Israel: todos diestros a la espada, veteranos en la guerra, cada uno lleva su espada al cinto, por las alarmas de la noche.

            El gran san Gregorio Papa, ha dicho que los arcángeles Miguel y Gabriel, han sido los que más parte han tomado en todo lo que ve a tu gloria en la Encarnación y en todos los divinos y humanos misterios y que son los príncipes más fuertes de los ejércitos celestiales que asisten ante tu trono que es tu lecho de justicia y de paz, y combaten tanto para salvar a los hombres como para exaltar tu gloria. Abraham hizo prestar juramento a Eliezer de tomar y llevar a Rebeca para esposa de su hijo Isaac: (Eliezer). posuit ergo servus manum sub femore Abraham domini sui, et juravi illi super sermone hoc (Gn_24_9). Eliezer, el siervo, puso su mano debajo del muslo de su señor Abraham y le prestó juramento según lo hablado.

            Magdalena tuvo el atrevimiento de ir a ungirte con su ungüento, vertiendo sus lágrimas y su perfume. Si tú me permites, déjame acercarme a tu lecho adorable rodeado de sesenta fuertes de Israel, para rogarte les ordenes vayan [1269] a Roma a curar al Santo Padre o para mantener al que hayas escogido en su lugar para reemplazar dignamente la Sede de san Pedro. Esto lo dije al Señor de Ville, oficial y Vicario Sustituto como lo he dicho anteriormente.

            Describir la alegría que mi alma recibió el lunes de Cuasimodo, no puedo ni lo podré hacer en este mundo sin tu luz sobreabundante y perseverante asistencia. Pasé todo el tiempo de alegría y de aleluyas, con grandes delicias en tus misteriosas maravillas y misterios maravillosos de nieve y fuego, y no pudiendo hablar de ellos dignamente, la boca del Altísimo suplirá mis deficiencias dando la gloria a su alabanza.

            Boca adorable, ¿Cómo estoy todavía con vida, después de haber visto y oído estas divinas alocuciones? Aquellos que dicen que tus palabras eran, Verbo Encarnado, tan encantadoras que no podían menos que admirarte, dirán que ningún hombre habló como tú, por eso, en lugar de prenderte y entregarte al poder de tus enemigos, ellos mismos fueron tomados y gustaron y vieron cuán dulce y suave eras a tus amigos, pues que así encantaste a tus enemigos.

 Capítulo 178 - Nacimiento de san Juan a quien Jesucristo canonizó con su propia boca. Tres soles que entraron en mi cuarto. Matrimonio del Rey, y lo que supe tocante al difunto Monseñor Cardenal de Lyon (1660)

            [1270] En la fiesta del nacimiento del que no tiene semejanza entre todos los nacidos de mujer, tu milagroso precursor, el que canonizaste con tu propia boca, ¡oh Señor! que alcanzas de un extremo al otro, que unes lo finito a lo infinito, dos naturalezas en unidad de personas, de subsistencia y de hipóstasis, sin separarte del Padre que te engendra desde la eternidad, antes del día del esplendor de los santos produciendo con él, como en un solo principio, la llama única, el amor de los dos aspirantes que por sus diversas formas abraza y llena los corazones.

            Único en sí, multiplica sus favores y sus gracias fuera, sin salir de la fuente de origen, de la fuente de la Trinidad, penetrando este Padre a este Hijo como él es penetrado por ellos. Sus tres soportes aunque distintos, están el uno en el otro por tu maravillosa circumincesión que adoro, así como sus relaciones activas y pasivas, sus emanaciones inmanentes e inmensas ad intra, y haciendo el bien ad dextra, por lo que exclamo con los serafines: Santo, Santo, Santo, rogándoles me hagan volar con sus alas o me consuman las llamas de este beso para el cual me purifiquen tomando con las pinzas un carbón de los que arden incesantemente sobre el altar de la Jerusalén celestial, el cielo empíreo, alumbrado por la faz de Dios mismo, por esas divinos ruedas que están la una en la otra. Daniel, hombre de deseos, ruega por mí, y tú santo Profeta Ezequiel, fortitudo Dei, Fuerza de Dios. Estoy en un torrente de fuego que me puede transformar en él.

            [1271] San Pedro en la transfiguración, quiso hacer tres tiendas, no sabía lo que decía: Non enim sciebat quid diceret (Mc_9_6). Pues no sabrá qué responder. Viendo entrar tres soles en mi cuarto ¿podría hablar? No, mi Dios, me excusaré como el profeta Jeremías y si me mandas escribir toma mi mano, gobierna como también mi lengua, Lingua mea calamus escribae velociter scribentis (Sal_44_2). Mi lengua es la pluma de un escriba veloz. Entre tus manos solamente, serán capaces las mías de esto que tú quieres.

            Estos tres soles fueron san Zacarías, santa Isabel y san Juan Bautista, que me representaban tus tres divinos Personas. San Zacarías, esposo de santa Isabel y padre de san Juan Bautista, como ella era la madre, san Juan, procedente de los dos, me figuraba el Espíritu Santo, del que es la morada, y lleno de una manera admirable y milagrosa los tres, porque la estéril concibe, el mudo canta un cántico, el niño razona y adora a su creador encerrado en sus entrañas. Hace su oficio de heraldo y precursor del Salvador. Este Dios escondido en su Madre Virgen, es descubierto por los movimientos y saltos de san Juan al saludo de María. Es la voz del Verbo Encarnado e Increado en las entrañas virginales que nos ilumina en medio de las tinieblas mostrándonos la luz esencial y eterna.

            Después de estas visitas oí: Per viscera misericordiae Dei nostri: in quibus visitavit nos [1272] oriens ex alto: illuminare his qui in tenebris et in umbra mortis sedent: ad dirigendos pedes nostros in viam pacis (Lc_1_78s). Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una luz de la altura a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

            Hija mía, ten confianza, la misma bondad que te prometió en 1627 que visitaría a la Reina para darle un delfín, el cual sería rey, es la misma que te envía visitar por estos tres soles que te dan esperanza del feliz matrimonio que me has pedido y las múltiples bendiciones. No dudes y no estés muda, la prudencia de las personas que afectan humildad te insulte hasta que mi poder las humille por la confirmación de la verdad; tu confianza, incita mi clemencia. Estos tres soles que han entrado y que has visto en tu cuarto, te anuncian todavía la alegría y la paz de los príncipes y de toda Francia. Espera contra toda esperanza, espera la salvación de esto que parece contrariarte.

            Estas palabras, oráculos de Papa y de Rey, hicieron ver por milagro los efectos de tu voz. Una noche, durante la quincena del jubileo, fui llevada en espíritu a la capilla del arzobispado de Lyon donde vi al difunto Monseñor el Cardenal, el cual tenía la cabeza descubierta, con hábito de cartujo, su corona como la usaba y un alba. Vino a mí y me presentó el Te igitur del canon de la Misa, pidiéndome [1273] decir lo que podía decir por él. Recibí este canon con respeto, de rodillas, como él se presentó con mucha educación. Viendo que no leía prontamente, me lo volvió a pedir.

            Ya de día, entré a nuestra Iglesia que estaba sola, subí al altar y tomé el Te igitur, lo dije todo, menos las palabras de la consagración y después hice decir la santa Misa por su intención. Estando en mi oración me agradeció y me hizo conocer que había tenido el placer de haberme visto recitar todo el contenido de este Te igitur, y rogarte, Padre eterno, pronunciaras las palabras sagradas para tu gloria y para satisfacer todo lo que él deseaba o que él había omitido. Todavía te pido aún que me des para él, mucho amor y celo, aunque siempre los he tenido porque me lo diste por Pastor.

            No teniendo secretaria, no he podido violentarme a escribir más que muy poco, además el flujo que tengo en un ojo me ha aumentado. Es por lo que te reenvío tus palabras, conjurándote por ellas que no vuelvan a ti vacías, sino que obren todo lo que tu caridad desea de mí. Tus pensamientos están tan alejados de los de los hombres, como el cielo lo está de la tierra. Lléname de tu divino rocío: Rorate, caeli, desuper, et nubes pluant justum; aperiatur terra, et germinet Salvatorem, etc. (Is_45_8). Destilad cielos, como rocío de lo alto, derramad nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca la salvación. etc.


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CARTAS de la 1 la 100

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Cartas en orden cronológico que escribió NVM Jeanne Chezard de una manera sencilla, franca, espontánea, sin trabas cómo era ella en la vida diaria. Probablemente escribió muchas otras que hasta hoy no conocemos.

                                                

 Carta 1. 

Reverendo Padre Bartolomé Jacquinot, S.J. Provincial de la Compañía de Jesús en Lyon, 20 de octubre de 1620

Mi muy Reverendo Padre:

Que la paz de Cristo sea con usted.

Recibí su carta fechada el día de san Miguel, por la que me doy cuenta de que usted no sólo ha contenido sino acrecentado sus deseos de mi perfección. Inspirado por su caridad, hace todo lo posible para ayudarme a crecer en ella. Pido al que es la caridad misma, se la devuelva centuplicada por medio de lo que, con la ayuda su gracia, pueda yo hacer por la suya. Jamás me rehusaría a ello, y si la divina bondad se digna aceptar el humilde esfuerzo que aporto para poner en práctica sus inspiraciones, deseo que usted participe de todo, tanto como yo misma.

            Esto, sin embargo, no es suficiente para corresponder al bien que usted me ha hecho. Deseo además, rogar a la divina majestad le conceda compartir conmigo las mismas gracias y favores que, por pura bondad, me otorga sin cesar. Me sentiría muy feliz si fuera de su divino agrado dar a usted más de lo que yo recibo. En el trabajo que usted realiza tendría oportunidad de emplear esas gracias, con más eficacia en quien usted crea conveniente, como un buen administrador que sabe distribuir lo necesario a su familia.

            No sé si está usted de acuerdo con los escritos que le envié en el sobre anterior. Contenía tres cartas en las que anoté, como le prometí, todo lo que me ha acontecido. Por esta razón, no quise dejar de comunicar a usted el sentimiento de miedo y dolor que sentí ese día ante la muerte del P. Rector. Comencé a poner en duda las gracias que la divina misericordia me había concedido con anterioridad, temiendo que no fueran sino ilusiones.

A pesar de todo, conservé en mi espíritu más convicción y certeza de que en verdad eran obra de Dios y no imaginaciones. Como estaba turbada, no es de extrañar que no pudiese ver con claridad; la nube de tristeza se interponía frente al sol de la verdad, rechazando la tristeza para no causarme terror ante lo que no existía. Sin embargo, Dios me comunicó que este temor no lo había ofendido, pues no ponía yo mi fe en cualquier espíritu. Para demostrarlo, sufrió que durante todo ese día rechazara el suyo, que me trataba así según su costumbre.

            No, exclamé, no deseo seguir este camino. Son palabras que después no se cumplen según las había escuchado; pero mientras más rehuía estas dulzuras, tanto más me penetraban, de manera que desde el medio día de la fiesta de san Mateo, me vi sumergida en un delicioso entusiasmo. Por la tarde subí a mi oratorio para recitar el rosario. Apenas lo hube comenzado, perdí la palabra a causa de la superabundancia de luz y de dulzura que inundó tanto mi entendimiento como mi voluntad. Este suave amor me rodeaba por fuera en la misma medida en que me llenaba por dentro, colmándome de una caridad indecible a cambio de haber dudado de sus gracias y de cualquier otra razón que me hubiera llevado a rechazarlo todo el día, pero que en este momento ya no podía resistir.

            Se me dijo entonces este versículo: Estaré a su lado en la desgracia, etc. (Sal_91_15) El Padre estaba atribulado. Lo he tomado y lo he glorificado, liberando, según la primera petición que me hiciste, de la persona afligida que el Padre encomendó a tus oraciones. Se trataba de él. Nada hubiera podido redimirlo eficazmente sino mi gloria. Me pediste que le permitiera dormir y, repentinamente, lo hizo. Imploraste, además, que le conservara la razón, que, por diversos motivos, temía perder debido principalmente a esa terrible aflicción del espíritu. ¡Hija mía! tenías un fuerte adversario que lo llamaba al cielo mientras deseabas que siguiera en la tierra, aunque esto fuera por el bien de las almas. A esto añadiste el temor de haberte equivocado, de haber mentido al padre, y de jamás volver a sentirte segura de estas palabras. Te dije: Dejadme ir, pero no lo aceptabas. Por ello hice que el padre pareciera declinar el domingo, y que, en vista de ello, desistieras un poco en tu empeño. Al ver esto, me dijiste: Que se haga tu voluntad y no la mía; si fuera posible, desearía que este cáliz se cambiara en vida. Te había yo dicho claramente que tenía en mente otro rector, y por ello te sorprendiste ayer al conocer su mejoría.

            Mientras esto acontecía, me veía colmada de celeste alegría, y comprendí que se me permitía participar en su gloria. Sentí el impulso de recitar el A Ti, oh Dios, (Te Deum), junto con la disposición de entregarlo a Dios si el padre continuara viviendo en la tierra. ¡Ah! te dije ayer que el amor era fuerte como la muerte. Ella te había contristado, y por su causa deseaste no volver a escribir, tanto por temor a mentir como por pensar que, en adelante, continuarías estando triste porque, a pesar de mi palabra, ocurriría su muerte. Pero el amor te ha librado de todo; no puede verte sufrir.

            Entonces, en un arrebato, mi espíritu exclamó: ¡Oh, Dios mío! ¡Qué grandes son tus obras! Por espacio de tres días participé en esta gloria. El Reverendo Padre de Villards me ordenó continuara escribiendo sin esperar respuesta de su reverencia, por pensar que así lo querría usted. Al leer su carta, vi que él tenía razón, pero no tardó en asaltarme el mismo temor que siente usted de que todo esto pueda turbar mi espíritu.

            El Reverendo Padre Coton me dijo lo mismo el día de la fiesta de san Miguel; pero después de haber leído los escritos y escuchado las palabras que el Espíritu Santo puso en mis labios, como lo hizo cuando usted estuvo en Roanne, se dio por satisfecho. Le dije: Padre, se dará usted cuenta de que tengo un espíritu sutil para poder comprender con una sola palabra, lo que Su Majestad quiere decir. En ocasiones tiendo a exponerlo mediante un largo razonamiento que procede de mi espíritu; pero he llegado a entender que Su Majestad lo acepta de este modo, y que por estar unida a él hace que todo proceda de un mismo espíritu.

            Hija mía, respondió, Dios es autor de la naturaleza y de la gracia. Te sentirás segura en la medida en que te comuniques con tus padres espirituales. Hasta el presente, veo que todo va bien; tus escritos son buenos. No encuentro en ellos nada en contra de la fe. También se los he mostrado al P. de Sainte-Colombe, que es un hombre profundamente espiritual.

            Lo anterior dio por resultado que, por la tarde, antes de su partida, me refiero al P. de Sainte-Colombe, me mandase llamar por medio de dos personas: el P. Coton y el P. de Villards, diciendo que deseaba hablar conmigo. Este último me dijo: Accede a su petición, lo cual me asombró un poco, pero obedecí ignorando que el P. Coton le había mostrado mis escritos.

            A partir de entonces supe que el P. de Villards pidió a usted me ordenara comunicarle las gracias que Nuestro Señor me ha concedido, que usted accedió a ello, y yo he obedecido. Como en esa ocasión quedaba solamente media hora de luz del día, y él salía al día siguiente muy temprano, me dijo que no podía expresar la satisfacción que le habían producido mis escritos, y que rogara por él; que lo haría a su vez por mí diariamente en la eucaristía, y que podía yo recibir con toda confianza, diariamente, la santa comunión, y preguntar a Dios el significado de mi nombre. Padre, me parece que este Padre de Sainte-Colombe hará honor a su nombre dentro de la Compañía. Me rogó que así lo pidiera a Nuestro Señor. Jamás he visto humildad parecida a la de él en un sacerdote, para confusión mía.

            El Reverendo Padre Coton se despidió a su vez el día de san Francisco. Tuvimos una larga conversación, y al final me dijo: Hija mía, el Espíritu Santo es tu director. Ruega a Dios por mí. Por mi parte, te encomiendo a él seis veces al día. Todo esto me causó gran admiración. El P. de Villards le dijo lo que el Señor de la L. le dijo lo que su hermana le había comunicado, y más tarde yo también le hablé de lo mismo. Respondió: Hija, no recuerdo si hablé de esto con ella. No fue, desde luego, después de conocerte bien; pero pude haber mencionado que Nuestro Señor te concedía gracias muy grandes. Me regaló una imagen de Nuestra Señora tallada en madera de Montaigu, muy bien colocada en un estuche artísticamente confeccionado. Me dijo al mismo tiempo: Adiós, querida hija, impartiéndome su bendición con un amplio gesto a la entrada de las aulas.

            Debo aclararle que crucé muy pocas palabras con el Reverendo Padre Jacques Jorge; casi no tuvo tiempo para despedirse, pues debía salir de inmediato. Lo encontré a la puerta, mientras llamaba para buscar un confesor. Me detuvo diciéndome que usted había corrido la voz de que Nuestro Señor me concedía gracias muy grandes. No quise negarlo, y continuó diciéndome que precisamente por eso debía humillarme y sentir más temor. Le respondí que, en mi opinión, no me estimaba yo más por ello; que con frecuencia Su Majestad me hacía ver mis faltas, pues él mismo preside el capítulo de mis culpas, y que era mi deseo obtener la humildad sobre todas las cosas, repitiéndole a menudo que me sentiría más feliz poseyéndola, que teniendo todas estas gracias extraordinarias sin haberla adquirido. Entonces, con gran bondad, se despidió de mí diciéndome: Hija mía, te encomiendo un asunto de importancia. Reza por esta intención.

            Nunca busqué esta oportunidad de hablar con él; pienso que, por el contrario, lo había evadido porque, como dije a usted antes, jamás me sentí inspirada a hacerlo, siguiendo su consejo de confiarle únicamente lo que, a mi parecer, contribuiría a la gloria de Dios, al provecho del padre y al mío. A ello se debió el que me fuera indiferente hablar con él, pues me sentía tranquila teniendo a usted al tanto de lo que me acontecía, ya que usted me advirtió en su carta que, entre los sentimientos inspirados por el Espíritu Santo, podrían mezclarse los míos y que debía cuidarme, por tanto, de los que procedieran de mi propia afectividad, que, en ocasiones, puede ser desbordante. Siento gran temor hacia ellos, y por esta razón dejaría de expresarme por escrito si usted así me lo mandara.

            Como, a pesar de todo, he comprendido que puedo hacerlo sin temor, por obediencia a los demás padres, veo que es voluntad del Espíritu Santo el servirse de mí para explicar sus secretos, cuya puerta me abre, para introducirme en ellos y darme a entender y captar su significado. El me instruye mediante el mismo espíritu de la Iglesia, que se manifiesta con palabras adecuadas a la condición de sus hijos. No quiero decir que deje él de hablar, sino que así como en Italia dicen en su idioma lo que nosotros decimos en el nuestro, no por ello deja de ser la misma cosa, aunque esté expresada en distintas lenguas. Se dice, por ejemplo, que san Bernardo era dulce y suave en sus sermones; que los de san Juan Crisóstomo eran elocuentes, y así de los demás doctores. Nosotros concluimos diciendo que todos hablaron el idioma del Espíritu Santo.

            Padre, le estoy hablando tan llanamente, que yo misma me asombro al decir estas cosas, como si fuera un poco demasiado sabia. Sin embargo, no puedo ignorarlas ni ocultárselas sólo para parecer ingenua. Tampoco se las confío para moverlo a dar su aprobación a lo que escribo. Sólo deseo al divino Paráclito, quien concede a usted su espíritu y su discreción; pues jamás he tenido ni tendré la intención de ser sabia, sino la de poder amar más que todos los santos, si esto fuera posible y de acuerdo al querer divino.

            En cuanto a lo que escribo sobre el estilo de san Ignacio, puedo haber cometido varios errores, los cuales le ruego me haga el favor de corregir. Si usted juzga que los escritos no deben ser dados a conocer, aceptaré su decisión. No deseo en esto sino la gloria de Dios y del Padre san Ignacio.

            Sin embargo, si me expresé de él de la manera que usted me recomendó, le ruego no los dé a conocer sino hasta después de mi muerte; lo contrario me afligiría mucho, pues no he querido escribir en forma de revelación, sino de intuición, tal como percibí el deseo del Espíritu Santo, el cual me ha asistido siempre que he tomado la pluma, aunque en realidad pienso que se la he prestado a él. Puedo equivocarme; y si usted así lo juzga, le creeré a pesar de los sentimientos que se me han comunicado. No deseo ocultárselos, puesto que soy hija y confidente suya.

            Como me entristecí ante las dudas de usted sobre este escrito, fui consolada profusamente por medio de una infusión de la caridad del Espíritu Santo. Escuché estas palabras: Hija mía, yo soy tu nodriza, según lo que te prometí hace tiempo. Vengo a consolarte con la dulce leche de mis pechos, como a los bebés que no se apaciguan sino con el alimento que reciben de sus nodrizas. Soy yo quien te hizo escribir todo eso; que el padre procure no contristarme.

            Estas palabras me afligieron, y aunque tenía algo que escribir de san Francisco, que había comenzado a redactar en el mismo estilo con mucha anterioridad, pregunté al P. de Villard, Padre, ¿puedo continuar de esta manera? El P. Provincial piensa que no está bien así. No sé qué hacer, pues me vienen a la mente las palabras del Apóstol: Guárdate de contristar al Espíritu Santo. Este glorioso Santo Espíritu me consuela extraordinariamente, y me comunica que si el libro es rechazado a causa de su estilo, el Padre se expone a contristarlo. Más tarde me apené por haber dicho esto al Padre, porque solamente a usted debo revelarlo.

            Es todo lo que, por ahora, puedo escribirle. Hágame saber si hice mal en decirlo. No lo haré más si vuelven a presentarse situaciones parecidas. Me someto en todo a su juicio. No he dejado de suplicar al Espíritu Santo que no le impute sus juicios como faltas, porque estoy convencida de que usted tiene el derecho de examinar todo lo que hago. De no ser así, no me atrevería a decirle estas cosas, pues le considero como mi querido, tal vez mi muy querido, Padre.

            La presente le será entregada por el buen Padre Bohet. No la escribí, como todas las anteriores, en tercera persona. Anoté un poco de lo que usted me mandó, pero veo que no podría hacerlo tal como usted me lo indicó sin experimentar una gran inquietud de que no resulte del todo bien, tanto por no poder discernir lo que es necesario a la vida activa, iluminativa y unitiva, al presente me veo conducida por estos tres caminos a un mismo tiempo, y por no saber ortografía.

            Si está usted de acuerdo con esta sugerencia le suplico pida al P. Bohet transcriba todo esto en el tiempo que su trabajo en el noviciado le deje libre. Estoy segura de que Dios recompensará a usted lo mismo que a él, pues el tiempo que podría yo dedicar a este trabajo sería casi inútil, a causa de las faltas de ortografía, que tendrían que ser transcritas. Sin embargo, una vez hecha la trascripción, volvería a escribirla de mi puño y letra, si usted así lo deseara. Si esto es posible, tenga la seguridad de que ofreceré‚ mis oraciones y comuniones con más provecho para usted.

            Siempre será usted mi muy Reverendo Padre.

Su muy humilde y más pequeña hija y servidora en Jesucristo,

            Jane Chésar. De Roanne, el 20 de octubre de 

  Carta 2. 

Mi muy Reverendo Padre: Bartolomé Jacquinot el 27 de octubre 1

Que el divino amor deifique nuestro e

            Le hablaré acerca de la persona a quien dio usted su santa bendición como último adiós a la puerta del colegio. Ese mismo día acudió a una casa de piedad con dos de sus compañeras, pero, con su acostumbrada irreflexión, se permitió demasiada recreación. Notó su falta en ese mismo lugar, y para contener la rienda de las vanas conversaciones en que participaba, tomó un libro de la bienaventurada Madre Teresa, encontrándose con el primer capítulo, que trata de la humildad de esta santa. Después de haberlo leído, regresó a la capilla del colegio. Al ponerse de rodillas, su corazón sintió repentinamente la presencia de su esposo, pero como estaba acompañada de una de las jóvenes antes mencionadas, no pudo explayarse ahí, por lo que se puso en pie diciendo a su esposo que hablaría con él a sus anchas en su oratorio.

            Se dirigió ahí con toda rapidez para pedir perdón de su falta, como usted le aconsejó esa mañana. A continuación rezó vísperas y leyó el libro que usted le dio. Su delicado céfiro se hizo sentir en ella con más fuerza, y apretando la cabeza con sus manos para su reposo, estimuló así su descanso espiritual. Experimentó este último como un dulce sueño, sintiéndose movida a pensar en el ministerio que usted ejerce y en los lugares a los que tuvo que ir sin encontrar acogida. Ah, dijo ella a su amor, si le concedieras un guía como el que proporcionaste a Tobías, o bien esta gentil brisa que me proporcionas como signo de tu amada presencia.

            Al decir esto, derramaba lágrimas de compasión. Al orar por esta intención, comprendió que su petición no era concedida, pero tampoco rechazada. A pesar de todo, le pareció que si, a una con ella, sigue usted pidiendo esta gracia, podrá alcanzarla, puesto que ella recibió la inspiración de encomendarla desde un principio.

            Esta mañana del 30 de octubre, al comulgar, se sintió tan recogida en su interior, que lo sucedido ayer no fue nada en comparación, a pesar del trabajo que le costó conversar con usted a causa de este recogimiento. En este día, por tanto, se vio unida a su amor y favorecida por la santa  Trinidad con gracias muy grandes. Comprendió que fue el Padre quien la atrajo hacia el Hijo, de quien se veía acariciada con amor y halagada por el dardo divino, que es el Espíritu Santo. Vio además alas extendidas para protegerla. Le fue revelado que se trataba de los espíritus angélicos, quienes, animados por el amor de su bienamado, venían a acompañarla; sin embargo, este mismo amor les impedía avanzar, a fin de que ella pudiera subir hasta alcanzar un lugar de mayor perfección. Pero, ¡ay! ¿Cuándo sucederá esto? No se trata de salir de esta vida, pues por entonces no tenía deseos de morir, sino de vivir en Dios y obtener la salvación de las almas, que le son tan queridas. Comprendió que usted le había proporcionado los medios para adquirir esta morada. Imagine con cuánto fervor pidió ella a su Todo que recompense a su reverencia, concediéndole la santa perfección que él desea ver en usted.

            Por la tarde, su dulce amor abrazó su corazón con tanta fuerza, que, cayendo de rodillas en una iglesia a donde se dirigió para saludar y adorar al Santo Sacramento, se perdió en él. Oh feliz pérdida de la nada, para encontrar el todo. Le es imposible expresar semejante gozo. Pero, ¡ay, dulce Jesús! concédelo en la misma medida al que no desea sino tu amor, pues las palabras son insuficientes para explicárselo. ¡Mi querido Jesús! fue muy grande su dolor al tener que despertar de este dulce sueño, para seguir a su compañera; pero bendito seas por ello.

            Por la noche, después de haber llevado la paz a un hogar atormentado, al que pacificó mediante tu gracia, Dios mío, se retiró a su oratorio, donde repentinamente se expandió en su pecho el fuego divino. Este dulce céfiro la rodeaba por fuera y, como el tema de su oración era la santa Pasión, centrándose en el momento en que a Jesús le vendaron los ojos en casa de Caifás para abofetearlo y espetarle: Adivina quién te golpeó, comprendió que hoy en día los pecadores siguen obrando del mismo modo pero con más malicia, pues se le dijo: Los sacerdotes son mis lugartenientes; me representan en los confesonarios a la manera de un buen médico por cuyo medio se me deben descubrir las llagas para que pueda curarlas. Pero sucede lo contrario: hay muchos que las ocultan, y después de golpearme en las personas de los sacerdotes, parecen retarme a que adivine quiénes son los culpables.

            Ante estas palabras, fue presa de un profundo dolor, deshaciéndose en lágrimas de compasión al ver a los enfermos esconderse y burlarse del médico soberano. Se volvió entonces a los ángeles guardianes, exclamando: Pero, ¡ay! ¿Por qué no los urgen a buscar la salud?, y escuchó esta respuesta: Con frecuencia los movemos a ir a confesarse, pero ellos convierten la confesión en confusión, y después van a comulgar, obrando de este modo como aquellos judíos, que vomitaron sus inmundicias en el rostro del Salvador. Hemos querido incluso curarlos, pero no lo han permitido, prefiriendo doblarse bajo el peso de sus muchos pecados y sacrilegios, que, como rueda de molino, los precipitan al infierno. Ante estas palabras, sus lágrimas corrieron con más abundancia; pidió perdón a su esposo por ella y por todos los pecadores, suplicándole que nunca más se cometieran sacrilegios durante la confesión, particularmente por las personas que acuden a usted.

            El sábado pasó todo el día inflamada en este divino amor, habiéndolo experimentado con mayor intensidad al recibir la santa  Comunión. Después de ella, tuvo una visión imaginativa en la que vio un monte bellísimo y muy elevado, en cuya perfilada cima estaba su Salvador crucificado. Le pareció ser éste un crucifijo viviente, y no una simple imagen; comprendió que era el cordero inmolado. Sintió entonces una gran luz sobre su frente, y se acordó de orar por usted

            El domingo, día de Todos los Santos, la dulzura de su amado la colmó desde la mañana. Sintió, por esta causa, gran agotamiento en el cuerpo, el cual fue fortalecido en cuanto recibió la santa comunión, debido a la intensidad con que se unió a este sacramento. Durante esta experiencia, vio una mano de oro que la bendecía levantando tres dedos. Se le comunicó que esta mano era el signo del Dios vivo en tres personas y una sola esencia, y que el resplandor y el calor que sintió sobre la frente la hicieron pensar que había sido marcada junto con las tribus que menciona san Juan en la epístola. Suplicó entonces a su amor que se dignara marcarlo a usted también.

            Por la tarde asistió al sermón que predicaba un padre capuchino en la parroquia, el cual, hablando de la pobreza espiritual, dijo que el Hijo del Hombre no había tenido dónde reclinar su cabeza. Escuchó entonces estas palabras: Hija mía, durante mi vida mortal, quise estar pobremente alojado, al menos durante treinta y tres años; pero ahora, en el Santo Sacramento donde deseo morar para siempre, quiero verme acogido en la riqueza del oro de la caridad. Deseo ver que se construyan mis moradas en este amor. Fue presa entonces de un vehemente deseo de poseer riquezas de la más alta perfección, para ser digna de alojar a su Rey. Siguió escuchando: Cuando instituí este sacramento, escogí una sala grande y bien dispuesta. ¡Oh amor mío, respondió ella, cuántas veces me has dicho que en la casa de tu Padre hay tantas moradas! En la casa de mi madre la Iglesia, también hay muchas. Ven a vivir en ellas, y enriquece a las que te albergan cada día. Esta petición la hizo también para usted.

            Esa misma tarde le fue comunicado: Si he prometido el paraíso a cambio de un vaso de agua ofrecido en mi nombre, ¿piensas que lo rehusaré a quienes por mi amor que te concede tantas gracias, te dan día con día el pan de mi divino sacramento para saciar tu hambre de él? Ahora sabes que son bienaventurados los hambrientos de la justicia, pues, según mi promesa, serán saciados. Oh mi Jesús, que dijiste que los misericordiosos serán felices, porque alcanzarán misericordia; te conjuro la muestres hacia quienes la tienen para conmigo al entregarte a mí, así como tú mismo te das del todo a ellos. Te declaro en su nombre que eres su heredad; y también la mía por toda la eternidad, respondió ella.

            El día de la conmemoración de los Fieles Difuntos se sintió colmada de esta mortificante dulzura. Por la mañana, al examinarse antes de la confesión, penetró en ese dulce recogimiento. Se le informó que su confesor había ido a predicar el día anterior a un lugar en el que tuvo que pernoctar a causa de la lluvia. El P. Gaspard atendía a tantas personas en su confesionario que le fue imposible acercarse a él. Pidió entonces al sacristán que le consiguiera un confesor; de ser posible, el mismo P. Rector. Se le respondió que este último nunca había confesado en la iglesia, pero que el P. Bernardin la atendería. Quedó entonces aguardando la llegada de un confesor.

            Al poco rato, volvió el sacristán y le dijo: El P. Rector vendrá. Vaya a esperarlo al confesionario del P. Villard. Aunque sentía un poco de temor a confesarse con él, y deseosa de librarse de este sentimiento, fue lo primero que confesó, diciendo: Voy a comunicarle de dónde me viene este temor. Hace tres o cuatro días, ese sacerdote fue a la casa del que dijo que se decía se le daba la comunión todos los días. No alcancé a oír bien si, entre otras cosas, dijo que la trataba como a la Madre Teresa, o si dijo que usted piensa que es como ella.

            También se rumora que ella habla con usted cuando se encuentra aquí. El padre respondió a todo esto que sus directores conocen muy bien sus necesidades.

            Esa misma tarde, repitió ella lo anterior al P. de Villard, el cual le respondió que la esperanza del bien y del progreso que la santa comunión obraba en ella debía quitarle cualquier duda, y que no hacía nada indigno de la comunión cotidiana. Pero ¡ay! se considera una gran pecadora, y así lo manifestó al P. de Villards. El respondió que no era así, en tanto no tuviera ella que sufrir los tormentos del infierno, no se refiere ella a los mortales, pues tiembla de horror sólo al pensar en ellos, sino a faltas veniales, aun antes de cometerlas, puesto que no se ve libre de ellas. Dijo al sacerdote: Tráteme como crea necesario. Cuando considere usted que debo comulgar, lo haré; Cuando no lo crea conveniente, me abstendré a pesar de los ardientes deseos que se me han concedido para ello.

            No, contestó, deseamos que sigas haciéndolo. Deja hablar a la gente. Todo esto es responsabilidad nuestra, como ya expliqué al Padre Rector.

            Volviendo a su confesión, dijo ella al P. Rector que no podía recordar, tanto por el recogimiento interior, como por la aprensión. El replicó que no debía sentirse intranquila con él, y que, en ausencia del P. de Villard, estaría siempre dispuesto a ayudarla cuando deseara recibir sus pobres consejos. ¡Cómo es humilde! también le recomendó la humildad, diciéndole que la Virgen ocultó la Encarnación a su esposo exponiéndose al peligro del vituperio.

            Le dijo Hija mía, repite en tu comunión lo que decía Moisés al interceder por su pueblo: Con todo, si te dignas perdonar su pecado..., y si no, bórrame del libro de la vida. Insiste en esto mismo por las almas del Purgatorio, para que Nuestro Señor las haga partícipes de las gracias que te concede; díselo con san Pablo... No terminó la frase, pero ella comprendió que se refería al deseo de ser anatema por su prójimo. ¡Claro que sí, Padre, lo haré! respondió, hace un año que sufro mucho por las almas del Purgatorio; los asaltos que soporto por las almas pecadoras me ocasionan muchas penas.

            Al terminar se dirigió de inmediato a recibir la santa comunión. El ardor la embargó a tal grado antes del comienzo de la misa, que no pudo recitar verbalmente la penitencia que le fue impuesta, acercándose a la sagrada mesa encendida en fervor. Después de haber recibido al Salvador en su boca, le dijo: No pasarás al corazón si no libras a las almas del purgatorio; ellas te alabarán en el cielo, puesto que deseas dejarme todavía en la tierra.

            Se volvió en seguida hacia los ángeles guardianes, quienes parecían ansiar la liberación de las queridas almas confiadas a sus cuidados, diciéndoles: Oh, presenten al Padre este Hijo que acabo de recibir. Díganle que, en unión con él, salgo fiadora.

            Escuchó entonces lo siguiente: Las bodas se celebraron ayer. La primera mesa fue para la Iglesia triunfante; la segunda, para la Iglesia militante; el resto es para la Iglesia purgante. Hay tantos manjares en esta última como en las dos primeras. Recuerda que, cuando el banquete se realizó en el monte, de dos peces y cinco panes sobraron doce canastos. Esto la movió a presionar a su Salvador, pidiéndole que las librara: Deseo padecer por ellas. Le pareció recibir la misma respuesta que dio él a santa  Catalina: que tendría que pasar por grandes sufrimientos, puesto que así lo había querido.

            De pronto sintió encenderse la llama en su corazón; la sangre se precipitó hacia este órgano, dándole la sensación de que su pecho era un horno ardiente. Con gran dificultad prestó atención al resto de la misa después de la santa comunión. El cuerpo le ardía del lado derecho, junto al corazón, hinchando el pecho hacia afuera, mientras que el resto de su cuerpo se estremecía. Fue asaltada por una fiebre ardiente a la cual quiso resistir, pero tuvo que meterse a la cama presa de un fortísimo calor que duró hasta la media noche. No había necesidad de tomarle el pulso; por el color de su rostro se adivinaba el ardor de la fiebre.

            Hizo llamar al P. Rector, el cual le confirmó que su petición había sido concedida, por haberla hecho con la seguridad de obtenerla; que así se lo aconsejó a pesar de que los otros padres trataban de reprimir sus fervores, especialmente el P. de Villards, quien no deseaba verla enfermar. Padre, ¿qué me dirá este padre? Quiero preguntarle antes de su regreso. El padre rector respondió: Si hubiese adivinado el fuego que te devora, no te habría dado ese consejo. Obedece al padre y pide a Nuestro Señor que te alivie.

            Ella le confió el sinnúmero de gracias que Nuestro Señor le había concedido, y él respondió: He querido conocerte desde hace mucho tiempo, pero he dominado mi deseo hasta que se presentara una ocasión como la de hoy; es un gran consuelo para mí el saber estas cosas. Me parecen buenas y maravillosas, sobre todo porque no se divulgan; pienso que todos te dicen esto mismo. Fue en Lyon donde supe que recibías gracias especiales.

            Ella olvidó preguntarle quién lo había informado; él le pidió que lo tuviera presente en sus oraciones. Ella, a su vez, le suplicó que rezara para alcanzarle la humildad, después de lo cual le hizo él tantos amables ofrecimientos para ella y su familia, que le sería imposible mencionarlos. Al terminar esta conversación, quedó grandemente consolada por este buen Padre, y también inspirada a descubrirle su interior, ya que Dios había obrado según lo que él le sugirió.

            Al día siguiente por la mañana disminuyó la fiebre. Ella lo pidió así a su Esposo, pues deseaba recibir la santa comunión. Sin embargo, su madre se opuso, obligándola a tomar un caldo. En cuanto lo vio se echó a llorar, pues le dolía mucho no poder recibir la santa comunión, en la que su corazón se sentía tan fortalecido que podría muy bien haber resistido el ser llevada a la iglesia. No quiso, sin embargo, que su madre la viera llorar, sino que volviéndose a su amado, le pidió la comunión espiritual, ofreciéndole su obediencia como sacrificio. Con todo, se sintió más enferma.

El padre envió a una joven para saber si podría ir, sin dejar de respetar el parecer de su madre, la cual no lo permitió. Envió más tarde a otra muchacha para decirle que hacía buen tiempo; pero en vista de que el caldo que había tomado le impedía comulgar, no tuvo fuerzas ni valor para levantarse. Después del mediodía vino el padre de Villards, quien le dijo repentinamente: Adivino de dónde procede este malestar, ya que por la mañana se me vino a la mente la idea de que tú lo habías pedido por las almas del purgatorio.

            Ah, respondió ella, el Padre Rector se lo dijo. No, replicó él. Yo lo adiviné. Ella tuvo que conceder que el padre tenía razón. Ahora debes pedir a Nuestro Señor que te alivie, no sólo por ti, sino por consideración a los demás. Pero, padre, si usted no hubiese pedido que me sometiera al parecer de mi madre, habría yo comulgado.

Lamento no haber podido venir yo mismo, continuó el padre, Con toda seguridad la sagrada comunión te hubiera curado. Pide a Nuestro Señor que te sane para mañana, que es día de san Carlos. Así lo hizo, y recuperó la salud.

            El jueves 5 de octubre, al recibir la santa comunión, se vio inundada de grandes consuelos. Escuchó lo siguiente: Instituí este sacramento para llevar a mis amigos a la perfección. Salomón lo expresó muy bien cuando escribió: ¿Quién es esa que sube del desierto apoyada en su amado? Es la Iglesia, no la sinagoga. He querido darte la sagrada comunión todos los días para que te sirva de apoyo, mientras yo mismo te ayudo a subir en medio de las delicias de que te rodeo.

            El Padre Rector le sugirió acercarse a recibir la santa comunión. Durante ese día pidió a su esposo concediera al padre la gracia de ejercer bien su ministerio: Amor, decía, éste es sin duda aquél a quien te referías al decirme que habías elegido a otro para reemplazar al rector anterior. Ella escuchó: Sí, como respuesta. Su rostro se vio entonces envuelto en el dulce céfiro, en especial sus labios: Mi bien amado, concede siempre al Padre Provincial sabiduría para disponer de sus religiosos según tu voluntad. Le pareció que su amado le decía de este Rector lo mismo que dijo de David, que era según su corazón y cumplía siempre sus deseos, por lo que él lo confortaría con el poder de su brazo.

            Ella siguió pidiendo con fervor indescriptible por todos los pecadores y por el reino de Alemania con estas palabras: Ah, si me hubieras hecho varón, podría ir allá, sin por ello dejar de alegrarse por ser mujer. Comprendió que podía ofrecer al Padre al mismo el Hijo que siempre hizo su voluntad. El le dijo: Hija mía, dejé mi Santo Sacramento en la tierra; todo lo que hago ha sido siempre de su agrado.

            Ella pide a usted, R. Padre, ofrezca a este hijo en el Santo Sacramento con frecuencia. Haciendo siempre lo que agrada al Padre, superará incomparablemente las ofensas que le hacen los pecadores: éstas son finitas, por proceder de criaturas; en cambio las acciones que proceden de él, como Creador, son infinitas como el Padre y el Espíritu Santo.

            Por la tarde tomó las notas de usted, para leer el punto de la meditación en cuanto llegó la hora. Sin embargo, en el transcurso del mes lo leyó solamente tres veces. Esta ocasión fue para ella una providencia divina: eligió el tema de la nobleza de alma. La consideración de su valor la llevó a un abismo de paz, que la hizo darse cuenta de que Dios es la sola razón de su ser.

            Siguió pensando en lo que Jesús ha dado y sigue ofreciendo por el alma que con frecuencia desprecia estos dones. Al recordar los pecados que ha cometido y los que se veía en peligro de cometer, y al ponderar su generosidad hacia ella, fue presa de gran dolor y confusión. No se atrevía a levantar la cabeza, colocándola bajo el altar de su oratorio y expresando su dolor con suspiros, sollozos y lágrimas. Por entonces este dolor la envolvía sólo a ella; pero al darse cuenta de que era incapaz de sobrellevarlo, imploró la ayuda de todos los santos para que intercedieran por ella. Recordó que al día siguiente era su cumpleaños, y reflexionó en todas las bendiciones con que Dios la había prevenido. Después fue consolada por su dulce esposo.

            El día siguiente, viernes, recibió la santa  Comunión en medio de consuelos indescriptibles. Se le representó un círculo de oro, en el que fue colocada para recibir apoyo en estas intensas experiencias. De este modo, quedó suspendida sin tocar la tierra. Dijo entonces: Oh, Dios, haz conocer tú mismo lo que has obrado en tu amada, cuando, extasiada, te dijo que tu amor la hacía feliz. No terminaba aún de hablar, cuando el P. de Villards la tocó por detrás, indicándole que llevaba ya mucho tiempo ahí: había transcurrido hora y media desde que recibió la hostia. Obedeciendo, abrió los ojos del cuerpo y recuperó sus sentidos aletargados. No pudo decir palabra al Padre; se levantó y salió de ahí como pudo.

            El sábado comulgó por usted ¡Ven pues, oh Espíritu Santo! Ni siquiera los serafines son capaces de purificar sus labios para obligarla a hablar. Cuando quiso comulgar, estaba ya extasiada. Vio entonces una multitud de manos blancas levantadas en alto y a dos personas que tomaron un líquido para derramarlo sobre ella, aunque sin experimentar sensación alguna, pues se trataba de una visión puramente intelectual. Comprendió que las manos eran de los santos, quienes oraban por ella rogando a su esposo la condujera a un lugar de descanso. Vio además un árbol sobre el que se posaba una hermosa paloma. Más tarde se le recordó la impresión que causó Salomón en la reina de Sabá, la cual quedó fascinada ante las maravillas del rey sabio. Mi Jesús le permitió ver claramente que El era más sabio que Salomón, y todo lo que ella había oído decir era nada en comparación con lo que El mismo le manifestaba. También le habló acerca del honor que rinde a la Virgen, su santa Madre, quien, como Reina, está sentada a su derecha. Es ella quien la favorece y escucha, así como el Padre eterno la ha fortalecido. Durante este éxtasis, hizo grandes peticiones por todos diciendo: Aquél que da el árbol da también el fruto. Se le comunicó que la paloma que vio era el Espíritu Santo, que le daba el fruto de este árbol: este fruto es Jesús. Oh, amor, ¿qué podría expresar esta alma abismada en ti? Padre, lo deja a su imaginación.

            No transcribo estas cosas en otra hoja, pues ambas me costarían el mismo trabajo. El P. de Villards piensa que debo callar todo esto. Le manifiesto únicamente lo que me ha mandado revelarle acerca de la persona arriba mencionada, pero nada que concierna a usted, Padre. Sólo a usted lo comunico por escrito. Guarde estas cartas para devolvérmelas, si así lo cree prudente; o bien tome de ellas lo que crea conveniente para anotarlo en el cuaderno que se llevó. En cuanto a la persona a quien mostró usted las cartas a su llegada, tenga la seguridad de que ella ignora por completo lo sucedido.

            Volviendo a lo que escuchó, se le dijo lo siguiente: Hija mía, mi apóstol san Pedro huía de la muerte cuando me le aparecí llevando mi cruz y diciéndole que iba a que me crucificaran por segunda vez. Si esta criatura parece huir, es debido a su fragilidad, y a todos les pasaría lo mismo si no les concediera la fuerza necesaria. A pesar de estas palabras, ella no comprendió qué espíritu guía a esa persona. Tenga temor y asegúrese; pero sobre todo, haga oración. Ella lo hará por su parte.

            El domingo, octava de Todos los Santos, al dirigirse a comulgar, escuchó: En este día, muchos se apresuran a invocarme, lo mismo que a mis santos, pero sólo uno se lleva el premio. Ella, rebosando de amor, se lo pidió. Su querido Esposo le hizo ver con claridad que deseaba que ella lo obtuviera, y mediante una fuerza gentil, la condujo hasta la presencia de su Padre eterno, el cual conversó con ella cerca de una hora en un sabroso coloquio, acariciándola de manera que pudiera gozar de él.

            Hija mía, me complazco entre las mujeres, especialmente contigo. Mi Hijo me agradeció el que revelara mis secretos a los pequeñines, y lo hago contigo. Acércate a mí, o nada te protegerá con su sombra; sólo yo concedo los dones más altos y perfectos.

Estuvo con él mucho tiempo, al cabo del cual se levantó, pues eran ya las once y cuarto, permaneciendo el resto del día en un estado de gran consolación.

            El martes, durante toda la mañana y hasta las cuatro de la tarde, experimentó un calor luminoso sobre la cabeza, y una palpitación del corazón que se convirtió después en un dulce desahogo, el cual procedía de un conocimiento interior de la presencia de su amado. Esa misma noche, estando en la iglesia del colegio, se vio completamente sumergida en este fuego interior. No sabiendo qué sucedía, o qué significaba esa luz ardiente sobre su cabeza, decidió preguntarlo al Padre cuando viniese a hablar con ella, pues lo estaba esperando. Escuchó estas palabras en latín: Et induxit in virtute sua Africum. Y revistió a Áfrico de su poder. Estas palabras le fueron repetidas varias veces, pero ella no pudo desentrañar su significado. Entonces escuchó: El Verbo, sol de justicia, brilla sobre ti y te ha revestido del Espíritu Santo. Su fuerza es la que te ayuda a soportar los rayos ardientes de este sol.

            Esto se prolongó durante toda la tarde. Escuchó además estas palabras: Estás disfrutando del globo de fuego que san Martín tenía sobre su cabeza. El lunes, un poco antes del amanecer, vio en sueños a un pontífice revestido de sus atuendos pontificales, suspendido en el aire como si surgiera de un campanario. Este personaje estaba del lado opuesto al sol, el cual hacia brillar sus vestiduras como si fueran idénticas al astro rey; él mismo parecía un ascua de oro. Ella sintió un singular placer al contemplar a este dignatario caminar en su presencia, como si fuera impulsado por el sol.

            El día de san Martín le pareció entender que era este Santo quien venía a guiarla para mostrarle la verdadera luz. Comprendió que era tan luminoso, que aunque el espíritu maligno se disfrazara de ángel de luz, seguiría pareciendo tenebroso y oscuro en presencia del Santo. Siempre, al celebrar su fiesta, experimenta ella su caridad. En ese día ofrece la santa  Comunión por todos los que, como usted, se dedican a la dirección de las almas. Después de la comunión, experimentó un reproche por haber dudado de lo que tantas veces le había dicho la divina bondad, al lamentar que hubiera permitido que el convento de santa  Úrsula se quedara vacío, sin sus religiosas.

            Hija mía, quiero que tú sola me sirvas como lo hubieran hecho todas ellas. Debes saber que eres la perla única, y que por adquirirte lo he dado todo; después de las arras de gloria y los dones de la gracia, te he entregado al Autor de la gracia.

            Escuchó entonces al Padre eterno: Hija mía, para poseerte, te entregué a mi Amado Hijo. ¡Cuán preciosa eres para mí! Una vez más le pareció recibir reproches por haber callado esto a usted y por no comunicarlo al P. de Villards. Oyó además: Si las ursulinas hubieran permanecido aquí, hubieras deseado ingresar con ellas y habrías tenido mucho que sufrir sin disfrutar de los bienes que ahora gozas. Con todo, El no aminoró el deseo que tiene ella de llegar a ser religiosa.

            El mismo día de san Martín estaba tan abrasada de amor, que casi no podía respirar. Buscando alivio, fue con sus amigas a Beaulieu a escuchar una plática. Durante el trayecto, dirigió a sus compañeras palabras ardientes acerca de la perfección de las almas puras que aman a Dios por ser quien es. Con esto sintió algún alivio. Más adelante, pensando en sus palabras, se arrepintió por haberse permitido hablar así, ya que podrían atribuirse a ella esas expresiones. Dijo entonces faltando a la verdad: No soy de esas almas. Esto era mentira, pues sabía muy bien que la divina bondad le hacía experimentar todo lo que había expresado.

            Ese mismo día, por la tarde, su alegría se convirtió en una gran tristeza y un vivo temor por no haber pedido permiso a su madre para todo lo que hacía. Al día siguiente, comunicó su alarma al P. de Villards, su confesor, pero explicó; al P. Provincial no le parecerá necesario que le pida permiso de subir a mi oratorio; él desea que obre yo con prudencia. Muy bien, dijo él, no se lo pidas específicamente para eso, pero sí para otras cosas.

            Ella deseaba obrar conforme a su consejo, pero se vio asediada por un gran dolor y mil pensamientos. Se sintió a tal grado prisionera de todo esto, que no podía salir de casa sin pedir permiso. Comunicó al Padre su sufrimiento y él le advirtió que debía someterse aún más, y que, para ello, dijese a su madre que iría a misa si ella estaba de acuerdo.

            Padre, protestó, yo sé que ella está de acuerdo; me parece que decírselo sería una simpleza, y aun cuando lo hiciera, me sentiría más apenada. El R. Padre me había proporcionado un gran alivio al prohibirme pedir permisos de más.

            ¡Ah! dijo él, es que ha condescendido con tu sensualidad, pero es necesario que pidas permiso para todo; ésta es también la intención del mismo Padre Provincial. Deseosa de obedecer, pidió esta gracia a su Esposo con tal efusión de llanto, que sufrió un verdadero martirio durante cuatro días.

            El sábado, estando en su oratorio, su Amado la abrasó inesperadamente con un fuego devorador, consolándola y diciéndole: Hija, amo tanto a las personas de tu sexo, que permití a Magdalena derramar el óleo sobre mi cabeza antes de ir a ofrecer el sacrificio de la misa. Los demás obispos son ungidos por hombres; yo quise recibir la unción de una mujer.

            En ese mismo instante, se sintió totalmente inmersa en él. De este modo, su amado le ayudó a comprender que era ella quien lo ungía. Permaneció durante algún tiempo en este efluvio, que provocó en su cuerpo un conflicto que no le causaba dolor alguno. Sin embargo, al día siguiente, al ir a confesarse, su angustia se agudizó más que al principio; y la opresión del corazón se acrecentó mientras se confesaba. A la hora de la comunión le fue difícil contener sus lágrimas ante el tropel de tentaciones contra la confianza en la bondad de Dios. ¡Ah! qué aflicción sintió en su alma cuando la asaltó este pensamiento: ¿Crees que Dios piensa en ti? y muchos más por el estilo. Luchaba por vivificar su fe y su esperanza, y para lograrlo, permaneció dos horas después de la comunión pidiendo la humildad y la gracia de poder pedir sin temor todo a su madre, llegando a ser esclava de todos. Sin embargo, nunca había podido obtener esta gracia de su Esposo.

Observe usted que esto le quitaba el poder de pensar para rezar por los demás. Su prójimo estaba alejado de su memoria; más aun, ni al menos por ella misma podía orar con eficacia. Le parecía que su confesor era el causante de su aflicción. Por fin se lo manifestó: usted me hace sufrir; quisiera que sus palabras fueran eficaces, puesto que usted mismo desea que obre yo de este modo. Puedo obedecer sin dificultad en cuanto otras personas me dan una orden. ¡Ah!, contestó él. Somete tu juicio y las volverás eficaces.

            ¡Ay, Padre! me someto y quiero hacer lo que usted me dice, pero el temor de sentir inquietud por este acto de humildad me parte el corazón. ¡Ah! dijo él, es menester que lo hagas. El domingo pidió esta gracia con mayor fervor ante el Santísimo Sacramento, que estaba expuesto ese día; pero veía acrecentarse cada vez más su tormento. Por la tarde, al estar en su oratorio llena de tristeza, se sintió rodeada de luz; su dulce amor la consolaba. Más en cuanto pidió la fuerza de someter su juicio, él le devolvió la repugnancia. Este mal se duplicó cuando entró al confesionario.

Padre, dijo ella, sufro mucho porque no puedo vencerme. Si esto se debe a falta de humildad, prefiero morirme, pero lo ignoro; me parece que Nuestro Señor no desea que pida yo esto, puesto que es un impedimento para recibir sus favores; estoy tentada de dejarlo a usted. ¿Y por qué, mi pequeña? preguntó el sacerdote, al verme tan turbada. Esto no quiere decir que haya consentido en esa tentación, pues no quiero serle ingrata. El respondió: Ah, debes librarte de ese pensamiento, pero temo que te aflijas todavía más.

            Padre, esto me hace palpar mi debilidad, pero no deseo hacer otra cosa sino la voluntad de mi madre; en adelante pediré su consentimiento en todo aquello que yo dude sea su voluntad, pero en cuanto a venir a misa, a verlo a usted y a practicar otras devociones, pienso que no hay ningún obstáculo, puesto que la aprensión de pedirle este permiso me entristece mucho sin quererlo, y además me impide rezar por los demás. Si Dios desea que me someta a la obediencia, le pediré que me haga religiosa, para sujetarme así a todas las hermanas.

            De pronto cambió el padre su manera de pensar y le dijo: No pidas todas esas cosas, recupera tu tranquilidad. Yo mismo te daré la santa  Comunión, para unir en él nuestros corazones. El Espíritu Santo dirige de muchas maneras.

            Ella recobró su paz con la antífona de entrada, que decía que sus pensamientos los de Dios eran de paz y no de aflicción. Ese día escuchó: Yo quería que Magdalena se sintiera tranquila, por lo que tuve que reprender a su hermana, quien se quejaba de que no le ayudaba en lo tocante a mi servicio. Tú eres mi esposa; las esposas dejan padre y madre por el esposo.

            Ese mismo día le dijo el Padre de Villards: Hija mía, he recibido nuevas luces para dirigirte. Dios quiere que le sirvas en santa libertad, como a un esposo. Te ama tanto, que no desea verte como sirvienta. Queda, pues, en paz. Padre, respondió ella, estoy algo avergonzada por no haber podido vencerme en esto. Pero él la tranquilizó: Deja ya de preocuparte.

            Después de lo anterior, fue grandemente consolada por su esposo antes de recibir la sagrada comunión. Al entrar él en su corazón, le pidió la paz que fue concedida a Samuel; pero cuando todavía tenía a su amor en la boca, el P. de Villards la hizo llamar para que fuese a la puerta y hablara con el P. Voisin. Suplicó entonces a la Santísima Virgen y a todos los santos que diesen gracias por ella, y obedeció al P. Voisin, el cual le comunicó que usted se encomendaba a ella, lo cual le agradece. Preguntó al P. Voisin si tenía carta de usted para ella. Por favor contéstele, y dígale cómo debe comportarse respecto a su madre; si sus acciones proceden de falta de humildad, dará la vida por obedecerlo, si usted cree que debe ser así. Le suplico sea pronto, pues aunque ahora se encuentra en paz, ignora si podrá sentirse así más adelante; no quiere apoyarse en su propio juicio, sino en el de usted, que es más prudente.

            Adiós, mi muy querido Padre. Tenga la seguridad de que ella le es incondicional en el corazón de Jesús, su amor. Termino la presente, para no alargarme demasiado y para irme a dormir. Si deseo agregar algo, lo haré en otra ocasión.

            Mi madre lo saluda y le agradece que la haya recordado. Le suplica que rece por ella. María me dijo que, si puede, haga lo mismo por ella. Yo le ruego que siga haciéndolo, pues confío en sus santas oraciones. Las que ofrezco son tan suyas como mías. Quedo de usted por siempre, mi querido y reverendo Padre, su muy humilde y afectuosa hija y servidora en Jesús.

Jane Chesar.

De Roanne, el 27 de octubre de 1620.

            Ahora ya no siente repugnancia para confesarse con el Padre de V.

Carta 3. 

A mi Reverendo Padre Jacquinot, Provincial de la Compañía de Jesús en la Provincia de Lyon. 3 de noviembre 1620

Mi muy Reverendo Padre:

            Que el Salvador crucificado sea el blanco en el que converjan, con verdadera eficacia, todos nuestros deseos.

            Resumiré para usted en la presente lo que dejé de manifestarle en las cartas que el Sr. Carriges le llevó, acerca de lo que ha acontecido a su querida hija.

Un día, estando en oración ante el Santísimo Sacramento, con el cual se lamentaba de que le prohibían los libros que la conducían a estos dulces éxtasis, escuchó: Hija, Yo soy el libro principal, en el que te doy a leer la voluntad de Dios, mi Padre. Obra conforme a ella. Y en otra ocasión: Hija mía, no has recibido tu ciencia evangélica de los hombres, sino de mí, como apóstol mío. Deseo la comuniques a quienes son mis representantes. Te dije hace tiempo que hablarías de mis testimonios delante de los reyes, que son mis sacerdotes, y que no serías confundida.

            Lo anterior le fue dicho en la fiesta de santa  Catalina; mejor dicho, al día siguiente. Llegó un momento en que, sintiéndose admirada ante la ingenuidad y el atrevimiento con que manifestaba las gracias divinas a quienes se le mandaba, escuchó en latín, por ser esta lengua la más ordinaria de sus revelaciones: Soy yo quien da testimonio de mi mismo.

            Olvidó dar a usted más detalles de la revelación que ya le había mencionado acerca de los estigmas de san Francisco; en caso de que no la recuerde, se lo repito por escrito. Un viernes por la tarde, después de haber pedido fervientemente a su esposo la gracia de no volverlo a ofender, fue arrebatada en un altísimo éxtasis. En él comprendió que san Miguel fue el serafín que imprimió físicamente las llagas que el enamorado crucifijo había grabado en el interior de san Francisco, el cual era una de las columnas que sostienen la Iglesia, cuyo protector es san Miguel. Para recompensar al santo, el arcángel obtuvo de Dios la gracia de honrar su cuerpo con las libreas de Jesucristo y la de ir a liberar a las almas del Purgatorio en virtud de las mismas llagas, pues san Miguel es su abogado, como nos dice la santa  Iglesia en la misa. Otra vez, estando en la iglesia del colegio, escuchó: Hija, ¿Quieres conocer la profundidad de mi cruz? Está en la ley natural, brotando de la boca de Adán, de donde toma su raíz para siempre. El vivía en mi presencia, pero infundí un soplo en Adán. Su profundidad perduró hasta la ley escrita, en la que encuentra su anchura, ya que este madero fue encontrado entre las aguas y arrancado de su lugar para fabricar mi cruz con él. Su anchura se halla en la ley de la gracia al ser llevada por mis predicadores con el viento de mi palabra, que abre los corazones para poderla implantar en ellos. Su altura está en la ley de la gloria; el cielo es el lugar donde este árbol será exaltado. Hay que llegar a la gloria para contemplar esta sublime altura. Pero, amor mío, tú no quieres recibirla tan pronto en ese lugar. ¡Ah! ¡Si te dignaras confirmarla en gracia! ¿Cuándo le darás ese corazón puro y blanco de la sustancia de las perlas que le hiciste ver dibujado y resaltado en oro? No ha podido esclarecer del todo esta visión.

            Ella prosigue a partir del día en que fechó los escritos que envió a usted anteriormente por medio de la persona arriba citada; era el día 17 del mes cuando pensó que había sido liberada de su sufrimiento. Sin embargo, resultó que no era sino una tregua para auxiliarla en la debilidad permitida por su esposo. Al día siguiente, 18, manifestó a su confesor que se sentía muy consolada, pero también avergonzada por haber emprendido la retirada antes de vencer. La actitud de él había cambiado respecto a la seguridad que le dio el día anterior. Esta vez le dijo que su libertad debía ser santa, sometiéndose a lo que se le dijese; que Dios había enviado a sus ángeles a san José y no a la santa  Virgen, la cual hacía de inmediato lo que este Santo le sugería. Se dirigió entonces a comulgar llena de consuelo, pero repentinamente los sentimientos de temor volvieron a apoderarse de ella, sumergiéndola en indecibles sufrimientos durante cuatro o cinco horas.

            El P. Voisin llegó a la casa acompañado del P. de Villards. Enviaron por ella, pues estaba en su oratorio, pero casi no podía hablar. Su corazón estaba cerrado. Les dijo que se sentía mal, y el P. de Villards observó a su compañero: Sé bien que algo le pasa. Ella guardó silencio a causa de la compañía, pero encontrándose más cerca del P. Voisin, le confesó en voz baja que estaba muy afligida. El P. de Villards dijo entonces: Vamos a ver su oratorio. Esto le brindó la oportunidad de comunicar su dolor al P. Voisin, quien permaneció con ella y una de sus hermanas, que no pudo escuchar la conversación a pesar de estar presente.

            El padre hizo lo indecible para consolarla, dándole valor para vencer esta nimiedad por medio de la sumisión hasta la muerte, así como el Hijo de Dios obedeció hasta la muerte de cruz, con la que se adueñó del paraíso; le dijo que seria muy feliz si moría en la cruz de la humilde obediencia; que si temía ser objeto de burlas por pedir permiso para salir con tanta frecuencia, ¿cuánta mayor vergüenza y burla no era el espectáculo de todo un Dios pendiente de la cruz? Estas y otras palabras del P. Voisin la reconfortaron.

            Para vencerse, preguntó a su madre si tenía inconveniente en que pasara al colegio para entregar unas cartas al Maestro Carriges. Entró a la iglesia y, repentinamente, su dulce amor la consoló diciéndole: Hija mía, todo esto es para ti una cruz. No la dejes hasta que, sobre ella, hayas muerto a ti misma y obtenido la victoria. Ahí tienes a san Andrés como patrón de este mes. El rehusó ser bajado de la cruz, a pesar de haber ya triunfado en ella; yo mismo quise morir en ella. Bien sabes que te he dicho que las marcas de tus sufrimientos están en mi corazón, el cual lleva impresos en si todos los sufrimientos físicos que sufrí en la cruz. Como fui ofrecido en sacrificio por mi propia voluntad, mi corazón fue crucificado antes que mi cuerpo. Amaba tanto la Pasión, que la grabé en mi voluntad, cuya sede es el corazón. Ella se sintió alentada por estas palabras y por las que el P. Voisin le dirigió después; pero especialmente por el gran consuelo que experimentó por la tarde en su oratorio. Su esposo le dijo: Antes incliné los cielos para consolarte; ahora es preciso que subas al Calvario para venir a mi encuentro.

            Al día siguiente por la tarde se dirigió a su oratorio después de haber hablado con el Padre Rector, pues el P. de Villards estaba ausente, habiendo tenido que ir a Marcigny con el P. Voisin, quien le ofreció su compañía. Fue necesario, por tanto, que el P. Rector la confesara y, al terminar, le diera valor para humillarse en todo, hasta para pedir permiso de ir a su oratorio, en una que otra ocasión, sólo para vencerse. Así lo hace y lo hará si usted lo aprueba, a pesar de su repugnancia, pues le parece que obrará como aniñada y escrupulosa; sin embargo, si esto es preciso para adquirir la humildad, lo hará hasta su muerte.

            Como había subido a orar, tomó un cuadrito representando a san Bernardo, en el que Virgen lo alimentaba con su propia leche. Al pensar en ello muchas veces, recibió grandes dulzuras y éxtasis. Escuchó: No pienses que esta leche es siempre dulce. Aunque este santo saboreó su dulzura, paladeó también su amargura, pues llevaba mi pasión en su pecho. Yo la gusté igualmente pero de una manera muy dolorosa, cuando el Espíritu Santo, esposo de sangre, como mi madre podría llamarlo, hizo decir a san Simeón que yo seria un signo de contradicción. A partir de entonces, mamé la sangre dolorosa que la espada de mi muerte hacia brotar del corazón de mi madre. Quiero que sepas que sufrí desde entonces hasta mi muerte; mis dolores crecían día con día a la par con mi edad. Si al principio cargué con el peso de un ternero, al final se convirtió en un buey tan grande como las ofensas de los hombres, el cual se valió de los instrumentos o reja de arado de mi pasión para abrir surcos en la tierra de mi cuerpo. De ahí brotó el trigo del Santísimo Sacramento, que he dejado como memorial de mi pasión, pues echó raíces en ella. Pensaste que lo comerías en medio de dulzuras, pero es necesario que lo comas con el sudor de tu rostro, que son las lágrimas. Ármate de valor.

            Ella se sintió como cansada y molesta al decírselo a los padres, así se trate de usted o del P. Rector, diciéndole: ¡Oh amor! todo esto, esta pena, es de tan poca monta, que siento vergüenza al decirles que estoy tan afligida por una insignificancia. Además, no sé cuánto debo decirles de todo lo que me revelas. Ayer, por ejemplo, al orar por ellos, me dijiste que, en cuanto alcanzara la santa humildad les concederías muchas gracias; pero ¡estoy tan lejos de ella! Había olvidado mencionarle esto. El respondió: Quiero que se lo digas para hacerles comprender que eres débil, puesto que te afliges por cosas tan pequeñas. Entonces sabrán que en lo poco doy a mis amigos una pesada cruz. Sé fiel a mí en esta pequeña aflicción, pues recibirás muchas otras; cuando hayan pasado, entrarás en el gozo de tu Señor.

Escucha a mi real profeta, quien dijo que aprendió cómo debía conducirse por medio de mis santos que viven en la tierra, y no de los que están en el cielo; pues éstos son intercesores, mientras que los de la tierra, incluyendo a tus confesores, son jueces. Debes conformar tu voluntad a la suya; deseo que manifiestes todo, pues me alaban por ello. ¿Te has puesto a pensar cuánto provecho sacan de esta alabanza? Ellos me ofrecen un sacrificio que me honra, y, en su nombre, rindo este honor ante mi Padre, lo cual se transforma en un gran bien para ellos. Hija, consuélate con esta gracia tan grande que te concedo: las personas que hablan contigo, o que al menos te ven, llegan a amarme.

            ¡Me has dicho tantas veces que yo era tu elegido entre todos, y que eres mi viña a la que amo más que mil! Esto se demuestra con las gracias que te he concedido desde hace algún tiempo. Desde antes de la fiesta de Todos los Santos, has sentido casi de ordinario un sol sobre tu cabeza, que se hace visible aun externamente. Tu parte superior está como Moisés en mi compañía, sobre el monte de la contemplación; lo demás es como Josué, que al combatir detuvo mi sol sobre su cabeza.

            Todos estos razonamientos la sumergían en un suave descanso y valor. No sé cómo describir a usted todo esto, pues ella no se siente tan desolada como para no sentir consuelo, ni tan consolada como para no sentir desolación.

            El viernes 20 por la mañana, al estar en oración, su Amor la consoló diciéndole: Una vez te dije que, al ascender, ibas apoyada en mí y abundando en delicias. Ahora es necesario que subas sostenida por mi pero crucificada y sintiendo los suplicios del Calvario, pues este amor es más fuerte. Cuando mis apóstoles subieron conmigo al Monte Tabor, al verme glorioso quisieron apoyarse en mi diciendo: ¡Qué bueno es estar aquí!; pero al mirarme, cayeron en tierra, por ser incapaces de soportar mi gloria en este mundo. Sin embargo, sobre el Calvario, mi madre y mi discípulo amado se mantuvieron en pie.

            ¿Qué piensa usted, mi querido Padre, que respondió su querida hija al escuchar todo esto? Sus ojos hablaban y razonaban con sus lágrimas. Cuando estaba a punto de terminar su oración, escuchó: ¡Ah, hija mía! nunca fui tan bien reconocido como Hijo de Dios como en mi muerte, al exclamar el centurión: Verdaderamente éste era el Hijo de Dios. Del mismo modo, serás reconocida como mi verdadera hija en tus padecimientos. Sabe que he deseado tanto esto, que mi real profeta lo expresó en el salmo Quemadmodum, en el que me retrata como un ciervo ansioso por derramar la fuente de mi sangre y agua. Deseaba, mediante el manantial de mi muerte, hacerte experimentar junto conmigo mi vida divina, y comparecer de este modo en presencia de mi Padre. Por esta razón, mis días me parecían panes amasados con lágrimas; sufría mucho al ver que Dios no era conocido.

            El Domingo de Ramos, al ver la ingratitud de mi Jerusalén lloré: Yo lo recuerdo, y derramo dentro de mi alma (Sal_42_4a), pues a la vista de esta ciudad las lágrimas saltaban de mis ojos y mi corazón se deshacía de dolor. Entonces me dirigí allá para ir y venir por sus calles, hasta llegar a aquel templo que encerraba al tabernáculo admirado por todas las naciones, en el que Dios había hecho su morada. Al cabo de cinco días hice este banquete de mi mismo, con gritos de júbilo, (Sal_65_14c), reanimando así a mis apóstoles entristecidos por mi partida. Hija mía, ¿qué más hubiera podido exclamar en el huerto, sino que mi alma estaba triste hasta la muerte, poniendo mi confianza únicamente en la voluntad del Padre?

            Y continuó escuchando el resto del salmo. Se me acaba el tiempo. Se dirigió en seguida a comulgar; vio dos ojos muy amorosos y escuchó: Hija mía, tú eres esa piedra observada por varios ojos. No te extrañe que no seas exaltada en el templo de la religión. Te parece ser rechazada, pero cuando te haya moldeado y cincelado con mis manos, te introduciré en mi templo.

            Ella ignora si él se refirió a una congregación religiosa. Que se haga su voluntad. Por favor hágale saber a ella su opinión respecto a pedir permiso expreso para todo, pues acostumbra hacerlo en general. Su madre se alegra mucho al verla pedir permiso en cada ocasión, hasta para ir a hacer la oración de la mañana.

            Le suplica, por tanto, que examine con cuidado si es la humildad lo que la mueve en esto para ayudarla a disciplinarse, o bien pura imaginación o una tentación para privarla de su paz interior. El P. Voisin le dijo claramente que no era necesario pedir esos permisos, ni aun para ir a misa o a otras devociones ordinarias para las que cuenta con la avenencia de su madre.

El portador de la presente es persona de confianza; puede usted mandar la respuesta con él, por favor. Ella le ruega que rece por su perfección, y le promete hacer otro tanto por la suya.

            Un millón de adioses sin adiós, quedando en compañía de usted en el corazón de su esposo como la única paloma de este santo nido en el que, mi muy querido y reverendo Padre, soy su afectísima para siempre en Jesucristo. Jeanne Chézar.

Carta 4

 A mi Reverendo Padre, el Reverendo Padre Jacquinot, Provincial de la Compañía de Jesús en la Provincia de Lyon. Roanne, 29 de noviembre de 1620.

            Mi muy querido y reverendo Padre:

            Que se abran los cielos para hacer descender, cada vez con más abundancia sobre usted, el rocío de la gracia divina.

            Le informo que su querida hija recibió de manos del P. Rector la primera de sus cartas fechada el martes 24 de noviembre. Le ruega siga enviándolas de este modo, pues desea que únicamente él se las entregue. Hoy, viernes 27, él prometió ocuparse de ello al entregarle su otra carta junto con una del P. Bohet. En esta última, el Padre expresa el santo deseo de verla tranquila según los santos consejos y órdenes que recibe de usted. Lo está y seguirá estándolo con la ayuda de Dios, en lo que se refiere a las dificultades tantas veces mencionadas.

            Comienzo, pues, a describir lo que le ha sucedido a partir de la última carta que usted ya recibió. El sábado fue presa de un acceso de fiebre, lo cual le pareció que podría ser una tentación. Quiso ahuyentarla con la disciplina, por ser la hora en que deseaba dársela para ofrecerla por usted. Después se sintió algo aliviada y aunque recayó en la noche, no por ello dejó de ir a comulgar el domingo por la mañana, recibiendo así consuelo de su esposo.

            El mismo día, al asistir a vísperas, recibió grandes gracias junto con una dulce unión. Al terminar este oficio, celebrado en la iglesia de san Esteban, y habiendo salido de ese suave reposo, se encontró con una mujer afligida que le pidió consuelo. Así lo hizo, o mejor dicho, su Amor se ocupó de ello. Se dirigió en seguida a la iglesia de los capuchinos, y muy pronto advirtió en su corazón la presencia de su bien amado. Pensó en san Clemente, cuya fiesta era el lunes, al que Dios favoreció edificándole una tumba en el mar mediante el ministerio de los ángeles.

            ¡Oh, Dios mío!, exclamó, si es tu voluntad, me puedes hacer muy firme contra mis enemigos; como el mármol en medio del océano que es el mundo, puesto que yo soy el sepulcro de tu Hijo. Escuchó esto: Si tuve tanto cuidado del cuerpo muerto de un pontífice mártir, ¿Cuánto más lo tendré del cuerpo vivo de mi Hijo, rey de los mártires y pontífice soberano?

            La víspera, estando cerca del fuego en compañía de todos los de casa, se sintió fuertemente inspirada a retirarse en su oratorio y así lo hizo. Recibió entonces grandes favores del Padre eterno, pero también derramó copiosas lágrimas a causa de sus imperfecciones. Tuvo además la inspiración de orar por usted y pedir a Dios perdón de las faltas que ha cometido durante el año, recordando que era el último domingo del ciclo de la Iglesia. Agradeció también a su divina Majestad las gracias que ella recibiría el año siguiente.

            El lunes, antes de recibir la sagrada comunión, consideró cuánta pureza es necesaria para acercarse a recibir a este Señor, y qué impura y pobre se veía. Por ello preguntó a su confesor que, si deseaba, le pediría día con día un permiso especial para comulgar, aunque ya tenía autorización general para ello. El no aceptó y, además, se le dijo interiormente que se trataba de una tentación para volverla escrupulosa. Mientras ponderaba todo lo anterior, mi querido esposo le dijo: ¡Deseo tanto venir a ti, aunque tuvieras que alojarme en un establo! Para poder morar en el alma me he limitado tanto, que me encuentro todo entero en el más pequeño fragmento de pan.

Después del mediodía la fiebre subió muchísimo, pero prometió al P. de Villards que iría a verlo, y lo cumplió. Estaba ya en la iglesia cuando regresó de la ciudad a la que había ido con el P. Rector. Venían en compañía de un joven conde y de un jesuita que llegó, según entiendo, de Roma. Para su confusión, le pidieron que hablara con el conde. Lo hizo con mucha brevedad. El P. de Villards intervino: Su presencia la cohíbe muchísimo. Ella no había previsto este encuentro, pero ese señor lo deseaba mucho, y así lo hizo notar el P. Rector. Cuando apenas llegaban, ella alcanzó a oír a unos decirse: ¡Qué coincidencia!; y a otros exclamar: Es obra de la divina Providencia.

            Ella pensó entonces que mencionaron al conde los favores que su bien amado le concede. Más tarde supo que el P. de Villards había manifestado, en presencia de tres o cuatro padres que estaban con el conde y también con el Sr. de Lingendes, lo sucedido con relación al fallecimiento del P. Pival.

            No pudo evitar sentirse molesta con el P. de Villards al enterarse de su indiscreción, pero las personas que la informaron le prohibieron decir palabra, lo cual no ha hecho por consideración a esta petición. Ocurrió además que, en cierta casa, se dijeron muchas cosas de ella, lo cual rehusó escuchar por tratarse de rumores que empezaban a circular acerca de su santidad. Por este motivo, mostró disgusto en su rostro ante su hermana. De momento se fue a acostar con el corazón dolorido y los ojos arrasados en lágrimas.

            Al día siguiente, al confesarse, se quejó con el sacerdote: Estoy disgustada con usted porque habló de las gracias que Dios me concede; no le doy permiso para ello, pero si para publicar mis pecados. Por esta razón me abstendré de comunicárselas; pido a la Divina Majestad me mantenga escondida.

            El respondió: Y yo le pido que te de a conocer, o bien que te oculte su rostro. Estas palabras le ocasionaron mayor tristeza. El inquirió: Dime qué te dijeron que dije. Ella no quiso referirse al P. Pival, porque se lo habían prohibido. Ah, contestó, No quise escuchar cuando mi hermana me decía que soy santa; en cuanto a usted, sabe muy bien lo que dijo.

            El lunes continuaba con fiebre cuando habló con el conde. El se volvió a los sacerdotes y les dijo: Es una bendición para ustedes el conocer un alma como ésta. Ella respondió que, por el contrario, era una bendición para ella el poder contar con ellos.

            Al terminar tuvo que guardar cama, en la que sufrió un fuerte acceso de fiebre acompañada de un ardor extremo provocado por su enfermedad y por el fervor de su amor. Dese usted cuenta de que el cuerpo sufría mientras el alma se mantenía unida a su amor. Vio una flor parecida a un clavel que crecía a su lado derecho, cuyas hojas inferiores estaban muy maltratadas. No supo el significado de esta visión, pues la flor estaba intacta y lozana. Escuchó: Hija mía, los padres son el arco y tú la cuerda. Mantente tensa en mi amor, y tus oraciones serán flechas que mi mano lanzará. Es mi Santo Espíritu quien te mueve a recitar oraciones que llegan a ser meritorias por mis merecimientos.

            Soportó esta fiebre toda la noche, pero el valor de comulgar hizo que se levantara por la mañana. Cuando el P. de Villards llegó a verla, no se había atrevido a levantarse sin permiso. Su madre quería que tomase algo, pero ella le rogó que la dejara ir a misa; que debido a ello no podía probar nada.

            Después de invitarla a levantarse, el Padre le dijo: Voy para esperarte en el confesionario, termina de arreglarte. Como deseaba confesarse y sentía mucha debilidad, exclamó: Padre, desearía más bien comulgar al principio de su misa. El respondió: Si, si no puedes más. La santa comunión te fortificará. Al acercarse al comulgatorio para asistir a misa, sintió un olor como de canela mezclado con otros aromas, que desapareció rápidamente. Esto la hizo pensar que su amor le había permitido sentirlo para fortificarla. Comulgó entonces dulcemente consolada, pero temiendo halagar a su cuerpo, se puso de pie a la hora del evangelio de la misa que se celebró inmediatamente después, privándose del consuelo del espíritu. Algunas horas más tarde, como seguía con fiebre, volvió a recostarse.

            Despertó al día siguiente pensando en santa  Catalina, pues era el día de su fiesta. Le pidió que la acompañara al templo del rey, su Señor. En cuanto amaneció, se levantó para ir a confesarse y a comulgar. A la hora de la comunión, exclamó: ¡Oh amor mío!, ¡qué gracia concediste a esta santa cuando permitiste que tus ángeles llevaran su cuerpo a la cumbre del Monte Sinaí!

Escuchó entonces: Te concedo una gracia mayor que la de esta santa, pues te convierto, por medio del sacerdote, en portadora de mi sagrado cuerpo, que es una montaña mucho más admirable que sostiene al tuyo, ya que sobre él se promulgó la ley de la gracia y del amor. Es la piedra viva en la que está escrita con los cinco caracteres de mis santas llagas.

            ¡Ah, Padre! ¡Qué gran consuelo recibió en compañía de este maestro de la ley del divino amor, que fue escrita sobre la montaña de su sagrada humanidad! Por la tarde sintió su corazón abrasado por un fuego tan amoroso, que no sabe cómo expresarlo. A partir de ese día, la fiebre desapareció.

            El jueves fue grandemente consolada por un fuego similar en su pecho. Olvidó mencionar que, la tarde del día de santa  Catalina, mientras estaba en su oratorio casi fuera de si, le pareció que le abrían suavemente el pecho, aunque sin saber qué pasaba en esa incisión. Vuelvo al jueves, día en que se vio inundada de dulzura y fervor. Sin embargo, mientras gozaba de ese reposo, llegó a su casa un sacerdote de Carpentras que le dijo sin preámbulos: Señora, he sabido que, entre otras cosas, usted escribe libros y se encuentra en un estado de alta perfección. Asombrada al oír esto, expresó disgusto en su semblante. El prosiguió: Quienes me lo dijeron no le desean mal alguno. ¡Los padres jesuitas la alaban tanto! Pero no fueron ellos quienes me informaron, aunque el P. Coton habló muy bien de usted fue la Sra. de Château-Morand quien me envió a usted.

            Ella respondió que la mencionada señora no la conocía, que no era autora de libros y que la caridad movía al P. Coton a hablar bien de las personas. Salió en seguida, dejándolo en casa, para ir al encuentro del P. de Villards, a quien informó de lo sucedido. Este respondió: ¡Ah!, tendrás que soportar muchas más conversaciones como ésta. Ella replicó: ¡Padre, todo esto me da mucho disgusto! Hace dos o tres días que me siento impulsada a rogar a mi padre que me busque un lugar en algún convento desconocido en París.

            El Padre la riñó y le dijo: Cuídate de hacerlo, es una tentación. ¿Deseas por ventura poner obstáculos a la gloria de Dios? Al día siguiente la informaron que este sacerdote se fue rumbo a Les Bains, preguntando: Díganme, ¿dónde se encuentra una mujer que es santa y escribe libros? Imagine cuánta pena le causa todo esto, y aunque sigue con el deseo de escribir a su padre, no quiere hacerlo sin pedir a usted su consejo.

            El sábado, octava de la Presentación, al recibir la sagrada comunión fue muy acariciada por su amor mediante una suave y fuerte preparación para atraer el cielo hasta ella, lo cual agradeció. Al ver a su amor en las manos del sacerdote que le iba a dar la comunión, repitió las palabras de san Andrés: ¿Dónde moras, amor mío? Y escuchó: En ti. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué consuelo, mi querido Padre! Dulces lágrimas le arrasaron los ojos, aunque no derramó sino una. Después de recibir la hostia en la boca, exclamó: Puesto que me dices que te quedas conmigo con tanto gusto, ¿qué concederás entonces al Padre que me dio el permiso de hospedarte en mí diariamente? Gracias a él puedo comulgar; mora, pues, en él.

            No se lo negó; escuchó ella a la persona del Padre que le decía: Hija mía, puedes decir con razón: Lo envío, sé que el Padre Eterno envió a su Hijo a la prisión de mi cuerpo para liberarme de mis imperfecciones. Recuerda que el sábado pasado, día de la Presentación, se te reveló que, gracias a los favores que precedieron a tu nacimiento, y antes de ser establecida en el valle de la naturaleza, eres la ciudad edificada sobre la montaña de la gracia.

            Al verse tan favorecida de su amor, pidió beneficios para los que se encomiendan a sus oraciones, rogando a su bienamado les conceda el céntuplo de los bienes con los que el cielo y la tierra la han colmado, es decir, los dones mortales y los inmortales. Escuchó estas palabras: El cielo está abierto. Los ángeles y los santos reciben ya su recompensa de gloria accidental por los bienes que te conceden; son elevados a estos favores por mis méritos como Hijo de Dios e Hijo del hombre. Los ángeles bajan también para conceder gracias a las personas que me encomiendas.

            ¡Oh amor!, respondió ella, obra todo esto en el Padre Provincial mediante la inspiración de uno de estos espíritus. Eran cerca de las diez de la mañana. Ella sintió el corazón adolorido de amor y siguió escuchando: Ya los cielos proclaman mi gloria; el Evangelio, que es mi palabra inconmovible, anuncia mis obras. Quieres contar los favores que te hago, y yo los multiplico más que las arenas del mar.

            Imagine usted con qué sentimientos de gratitud salió del templo. Por la tarde, sin embargo, experimentó un gran cambio al escuchar a varias personas decirle que en la ciudad se la tenía por santa y se rumoraba que Dios y su ángel custodio le hablaban. Sintió el corazón oprimido de dolor al enterarse de que la gente la elogiaba. ¡Dios mío! Padre, ¡cuán grande fue su pena y qué intensos sus deseos de no verse más en el mundo, al que está crucificada, y cuya atención no puede atraer hacia ella para ser despreciada por él! Si no temiera ofender la gloria de Dios y desobedecer a usted, obraría de modo que los elogios que se le prodigan cesaran de una vez por todas.

            El primer domingo de Adviento por la mañana, al dirigirse a comulgar por usted cosa que seguirá haciendo por esta misma intención hasta Navidad, según su promesa y con la ayuda de Dios su dulce Salvador la llenó de consuelo: Hija mía, lloras cuando se te alaba, como lo hice el día de Ramos en la ciudad de Jerusalén. Hoy en día, al venir a las almas, traigo conmigo mi corte a la tierra para asistir a mi Iglesia y a ti en especial. Sabe que así como las colinas celestes se abajan para venir a la tierra y ayudar a los que me aman, de igual modo los valles infernales se levantan para afligir y tentar a todos. Escucha también a mi apóstol, quien dice: Al vigilar, revistes a las almas con las armas de la luz. Yo soy la luz y el sol divino: ármate de mí, reza por la Iglesia.

            Oh, mi Amor, dijo ella, te la encomiendo, pero muy en especial a sus jefes, prelados y a mi querido Padre espiritual. Escuchó a continuación: Hija mía, en medio de los combates, te alimento con mantequilla y miel.

            Habiendo terminado, se levantó de su acción de gracias. Sentía un fuerte dolor de cabeza que las tristezas del día no habían contribuido a aliviar. ¡Ah, Padre mío!, quiera su esposo asistirla siempre en el mundo, si es que desea dejarla todavía en él. Como ella seguirá comulgando por usted durante el Adviento, le ruega que la encomiende muy especialmente en este tiempo, a fin de que Dios le perdone sus pecados, pues se encuentra muy lejos de la santidad. ¡Dios mío! ¿Cuándo se encontrará en soledad contigo? Que se haga tu divina voluntad. Aquí tienes mi corazón, Jesús. Te lo encomiendo. Mi alma triste es toda tuya. Mi muy querido Padre, quedo de usted su pequeñísima hija y afectuosa servidora en Jesucristo. Jeanne Chezard.

            Hace algunos días le dijo su Amor: Hija mía, los que comen a mi mesa desconocen mis secretos. Tú los sabes porque además de compartir mi mesa, compartes mi lecho, que es mi dulce reposo, en él duermes y velas por ser mi esposa. Jamás ha ignorado su querida hija el deseo de usted de verla humilde y ocupada en actos de humilde obediencia. Desea hacerlos siempre con la sal de la discreción y del discernimiento, tal como usted se lo ha mandado.

Carta 5. 

Roanne, 7 de diciembre, 1620. A mi Reverendo Padre, el P. Bartolomé Jacquinot, Provincial de la Compañía de Jesús en la Provincia de Lyon.

            Mi muy querido y reverendo Padre:

            Que el Verbo divino haga en usted su morada sempiterna.

            En cuanto a la persona que usted conoce, le informo que sigue viéndose favorecida de su divino Esposo. El primer domingo de Adviento por la mañana la consoló grandemente al comulgar. Por la tarde habló con el P. Rector para entregarle la carta que debió usted recibir junto con la suya. Al retirarse, un fuego ardiente abrasó su corazón de tal modo que hizo sufrir al cuerpo. Su dulce amor le dijo: A mi me toca sustentarlo; me deleito en morar en ti.

            El día de san Andrés no disminuyeron las caricias, y le dijo por la tarde: Hija mía, fíjate cómo a este santo le encantaba estar conmigo, no por un tiempo, sino en definitiva; pues cuando le pregunté: ¿Qué buscas? él respondió: ¿Dónde vives?, dándome a entender así que deseaba quedarse a mi lado. Cuando lo llamé, llegó a ser parte de la familia en el lugar donde yo vivía. Al oír decir que para ser mi discípulo era necesario llevar la cruz, la deseó con ardor. Como hice de ella mi última morada, y al morir me ofrecí (Is_53_7) por mi propia voluntad, también quiso este santo ir hacia la cruz con alegría para habitar en ella hasta el fin de su vida mortal. Observa cómo procuraba estar sólo conmigo.

            Al día siguiente, colmada de dulzura por la presencia de su esposo que vive en ella, fue a recibir la santa comunión con el deseo de morar en él como él en ella. Escuchó entonces: Si he honrado a tal grado la cruz de madera que recibió mi cuerpo por algunas horas mientras lo torturaban hasta el extremo, imagina con qué honor y con cuánto amor recompensaré a quien, con tantos deseos y afectos, me recibe en si cada día. Este madero era de por si inanimado e incapaz de conocer y amar a su bienhechor como lo puedes tú. Si hice resplandecer por doquier ese madero como estandarte mío, a ti, que lo eres en vivo concederé que por tu medio lleguen mis gracias hasta los confines más lejanos.

            ¡Ah, mi R. Padre! ¡Cuánto consuelo recibió! No se olvidó de usted en esta oración, en la que estuvo tan unida con el soberano bien. Por la tarde, al estar en su oratorio para hacer oración, fue sorprendida por un cerco de fuego y más tarde por un asalto impetuoso tanto en el alma como en el cuerpo. El del alma consistió en deseos de avanzar en la perfección y llorar sus imperfecciones; el del cuerpo se redujo al ardor del fuego. Eligió como tema de su oración la vocación del Beato Padre Francisco Javier, por ser la víspera de su fiesta. Al considerar que él se había atado las piernas y los pies, escuchó: Mientras que este bienaventurado padre se amarraba los pies exteriores, yo ligaba a mí sus pies interiores, enfocando hacia el amor divino todos sus afectos. Cuando lo hube transformado en la bodega donde guardo por rango el vino de la caridad categorizándolo según su excelencia, dejé caer sus cuerdas como se hace con la madera cuando la bóveda de la cava está bien terminada.

            En la fiesta de este beato se acercó a comulgar, pidiendo a su esposo encauzara hacia El todos sus afectos y los de todos los miembros de la Compañía. Hizo esta petición en especial por usted y algún otro. Escuchó entonces: Como te comuniqué hace tiempo, yo soy el Verbo injertado. Estamos en la época en que se injertan los árboles de la tierra, pero también es el tiempo en el que deseo implantarme en ti y en ellos los sacerdotes. Quiero adueñarme de toda su sustancia y transformarla en la mía, pues sin mi son ustedes como árboles silvestres cuyos frutos, roídos por el gusano del amor propio, desagradarán el paladar de mi Padre hasta que, por mi poder, pueda cambiarlos en mi, en quien encuentra sus complacencias.

            ¡Oh Dios! ¡Cuánta consolación es verse unida a este Verbo! A pesar de todo, su espíritu fue turbado por una emoción del cuerpo. La vergüenza me impide contárselo, pero hay que superarla. Al recordar, al final de la misa, lo que había escuchado después de comulgar, dijo: Señor, sufro violencia, responde por mí; alego mérito en esto.  Sin embargo, no tuvo el poder de pedir ser liberada de ello. Tuvo que sentarse estaba arrodillada hasta que todo pasó. El resto del día se sintió colmada de divinos consuelos. Esa misma tarde experimentó un asalto tan impetuoso como el de la tarde anterior, después del cual se vio unida a su Todo en un profundo reposo. El día siguiente, jueves, recibió también grandes favores.

            El viernes, fiesta de santa  Bárbara, al ser tenido en alto el copón para la comunión, escuchó: Yo soy la torre y en mi están las tres ventanas de la Santísima Trinidad, que no son sino una pura y clara esencia; si te alcanza la persecución, entra en la roca de mi costado santa Bárbara tuvo una torre en la que hizo abrir tres ventanas que recibían la luz del mismo lado; una roca la ocultó. ¡Oh, mi querido Padre! qué bien se hallaba en esta torre de la sagrada humanidad, en donde experimentaba la triple claridad de la unidad de esencia.

            Por la tarde tuvo un gran éxtasis en el que se veía con la boca y la cabeza incendiadas; al mismo tiempo, sintió un fuerte ardor en el corazón, que palpitaba, en su reposo, con un grato ritmo. Escuchó que los bienaventurados santos deseaban acercarse a ella. Hija, si en la tierra las almas oyen hablar de la belleza de mi tabernáculo, o bien, cuando tienen alguna revelación dicen que desfallecen por el deseo de verlo, mis santos tienen más puros y ardientes deseos de ir al interior de mis tabernáculos, que son las almas. Desean hacerlo por pura caridad para contigo, al ver que yo lo hago con tanta frecuencia. Ten en mente que los rayos solares derriten las nubes; que si estos rayos permanecieran bajo el nublado, el agua caería sobre ellos de la misma manera que cae sobre la tierra. Tu corazón me lleva dentro de si; yo soy un sol divino cuyo ardor hace que se licúe la nube de mis gracias.

            El sábado, habiendo comulgado, invoca esta bella nube; a la Sma. Virgen, e invita a todos los santos con el Salvador, para que vengan en su ayuda. Pidió mucho por vuestra Reverencia, y oyó: Los Padres del Salvador ofrecerán el pan y el vino, ellos deben ser santos, para que no manchen su nombre; hija mía, di al Padre que esto se entiende de ellos, pues son ellos los que llevan su nombre, no el de un Santo Domingo u otros para que sean santos y puros; diles que se acuerden de la preparación que hizo su fundador antes de de celebrar su primera Misa.

            Esa mañana del segundo domingo de Adviento, después de haber salido del confesionario, donde sintió un gran dolor por sus pecados, y derramó copiosas lágrimas por su causa, así como por los rumores que mencioné en mi carta anterior, se preparó para comulgar, o más bien, fue su amor quien la preparó al concederle un gran deseo de acercarse a él con prontitud en este divino sacramento. Al estar ya en el comulgatorio, vio, del lado izquierdo, algo como un rayo de luz que descendía de lo alto sobre su cabeza. Esto es algo muy normal para ella. Dijo entonces a su amor: ¿Tú eres el que ha de venir? (Lc_7_19). Pero, ¿eres tú, mi todo? ¿Eres tú el esperado de todos? ¿Eres tú el que mi corazón desea y espera con ansia? Hija mía, lo sé y yo mismo vengo a decírtelo, sin enviarte discípulos como a san Juan cuando estuvo atado por mi causa, pues yo mismo desaté su cuerpo en el seno materno. Vengo a ti, que estás atada por los lazos de tu cuerpo, pero sobre todo por ataduras de tus imperfecciones.

            ¡Oh Amor! líbrala de esos impedimentos cuando haya recibido la hostia en la boca; su corazón anhela recibirla. Después de pasarla, su corazón sintió el dulce fuego eucarístico. ¡Ah, qué alegría! Escuchó enseguida: Hija, yo soy el esperado de todos, pero desde la eternidad soy el deseado de mi Padre. A pesar de que él me poseyó en si eternamente, deseaba con deseo eterno mi venida a ustedes en el Santísimo Sacramento. Esperaba mi sacrificio desde toda la eternidad. Con qué deseo debes esperarme, aunque no puedas hacerlo con deseos eternos. ¡Cómo ha deseado mi Padre que venga a ti y por ti!

Pidió entonces verse libre de sus ataduras y también usted de las suyas. Después rogó al Espíritu Santo que le comunicara sus deseos, para tenerlos semejantes a los del Padre eterno. A continuación su espíritu fue suspendido, detenido, tal como la antífona de la comunión de ese día la invitaba a estar.

            Ese mismo domingo le entregó el P. Rector su carta del 3 de este mes, la cual, como las dos anteriores, la alegró muchísimo, sobre todo por la súplica que hizo usted a los padres de no contribuir en manera alguna a los rumores que, según las habladurías, han esparcido los Jesuitas. Aunque se ha visto tan favorecida por su humildísimo esposo, es para ella una pena estar tan lejos de su corazón impasible ante las alabanzas y las burlas, pues el de ella se altera de inmediato. ¡Oh Dios!, asiéntate en su medio y no será conmovida (Sal_45_6). Que seas tú el primero en levantarse en sus pensamientos, palabras y acciones, y acuéstate también al terminar el día, cubriendo el fuego que encendiste en ese corazón con las cenizas de tu santa humildad. Ella desea gloriarse y alegrarse en las burlas; en las alabanzas, ansía humillarse en tu presencia dirigiéndolas a ti, pues eres tú a quien son debidas, ¡oh su todo!

            Respecto a lo que le escribió acerca del deseo que tenía y sentía de verse encerrada en un monasterio desconocido, si usted lo creía conveniente para gloria de Dios y salvación de su alma no le dice usted nada expresamente sobre ello. Es verdad que, por el contenido de su carta, comprende que desea usted que se tranquilice en cuanto a los rumores, lo cual será más meritorio para ella que el no enterarse de nada en un lugar oculto. Mientras su dulce amor la consolaba el jueves pasado, le hizo escuchar: Hija mía, algunos temen que los grandes favores que te concedo te enorgullezcan; sin embargo, deben humillarte más. Cuando mi apóstol Pedro me vio favorecerle al grado de lavarle los pies, se humilló tanto, que para detener esa humildad desmedida le dije: Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo. Como le hice ver que lo cumpliría, respondió que era un pecador indigno de estar a mi lado. Mi Santísima Madre se llamó esclava impulsada por el humilde sentir que tenía de si misma cuando el ángel le anunció que seria mi Madre. Considera, pues, si mis gracias son la causa de tu humildad.

            El lunes por la mañana, al salir del confesionario, sintió en el corazón una moción: comprendió que se trataba del Espíritu Santo, quien venia a prepararla. Recordó entonces el amor que san Ambrosio tuvo al Santísimo Sacramento, y cómo llegó a ser el sumo sacerdote que, durante su vida, supo complacer a Dios. Ella pidió de inmediato a su amor que sea usted también un sacerdote que, ya desde esta vida, agrade sólo a Dios, no teniendo otra preocupación sino la gloria de Dios, a ejemplo de este santo que demostró tanta fortaleza ante la maldad de los poderosos. Escuchó también esto: Hija mía, si durante el tiempo de su vida, que es corto, tratan de agradarme, yo los deleitaré en el mío, que es eterno. Al cabo de todo esto se levantó para dirigirse a la iglesia de san Esteban a escuchar el sermón. Cuando éste llegó a su fin, el fuego se intensificó en su corazón, y después de un dulce desahogo, percibió estas palabras: Hija, por estar mi gracia en ti, me complace que ores por los sacerdotes, pues este dulce licor se derrama sobre ellos. Tus palabras, que son las portadoras de mis gracias, son una suave efusión sobre su cabeza: sus entendimientos se iluminan y se alegran por medio de este ungüento, de modo que están como consagrados de nuevo al acercarse a ofrecer mi sacrificio.

            ¡Oh Jesús, sacerdote eterno! despierta pues, muy de mañana con tu gracia infusa para verterla, por medio de sus oraciones, sobre todos tus sacerdotes, pero muy especialmente sobre aquel que, en ti, es amado sobre todos los otros. No he dado respuesta alguna al Reverendo Padre Bohet, por estar tan ocupada escribiendo a usted Le escribiré hoy al terminar la presente, quedando para siempre, mi muy querido y Reverendo Padre, como su afectísima hija y servidora en Jesucristo. J. Chezard

De Roanne, 7 de diciembre de 1620

 Carta 6. 

Roanne, 24 de diciembre, 1620. A mi Reverendo Padre, el P. Bartolomé Jacquinot Provincial de la Compañía de Jesús en la Provincia de Lyon.

            Mi querido y Reverendo Padre:

            Que el Santo Emmanuel permanezca siempre en usted.

            Su querida hija recibió la extensa carta que usted se dignó escribirle. Su dulce Amor recompensará el tiempo que su caridad le dedicó; ella le pide que devuelva a usted el céntuplo en este mundo, y eternamente en el cielo.

            Ha encontrado la paz en sus santos consejos y está muy deseosa de observarlos con la máxima perfección tanto en teoría como en la práctica. Espera lograrlo ayudada de sus santas oraciones. Esta perfección es la santa unidad con el divino amor, que es la mejor parte; comienza en este mundo para no tener fin en el otro.

No le pidió usted en la suya que tuviera el valor de santa  Lucía, a menos que se viera divinamente inspirada para ello. Durante varios días, se sintió fuertemente impelida a escribir a usted, lo cual no quiso hacer en uno de los dos cuadernos que su reverencia se llevó, en el que hablaba de esta santa. Por esta causa dejó un espacio en blanco después de referirse a ella, pero ahora no es necesario ocultarlo: el año pasado, al leer la vida de la santa, escuchó estas palabras: Así como obtuve y sigo obteniendo bendiciones y favores para mi ciudad, tú lo harás por Roanne.

            Un día, durante la octava de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, le fue dicho: Hija mía, eres bienaventurada al creer lo que te dice el Espíritu Santo, pues todo se cumplirá.

            Comienzo, pues, a escribir en orden lo que le ha sucedido desde la última carta que le envió. El día de la gloriosa Concepción de Nuestra Señora, al despertar, fue presa de una gran tristeza, sin causa aparente, a no ser sus imperfecciones. Se confesó, pero no sintió alivio. Se acercó a la balaustrada para asistir a misa, deseosa de comulgar en ella, pero las lágrimas corrieron en abundancia, sin que pudiera contenerlas. Se admiró al verse tan triste y llorosa en el día en que se celebran las primeras alegrías de su querida única, después de Dios. Dijo entonces a la Virgen: ¡Ay, Señora!, ya que la gracia divina te lleva a tales alturas, ten piedad de aquella a quien asalta el pecado. Perdóname por estar tan triste en este santo día, pues por otra parte, en unión con el Creador y sus criaturas, me regocijo sobremanera en tu jubilosa solemnidad. Mientras lloraba, la Madre de la santa esperanza y del verdadero consuelo se acercó a consolarla: Hija mía, ahora me veo muy enaltecida en el cielo y en la tierra porque mientras estuve en el mundo no recibí honor alguno. Mi luz estaba oculta, y si deseaba esconder también la de mi Hijo cuando él permitía que se viera, parecía retirarse de mí, pues durante mi ausencia del templo, quiso mostrar uno de sus destellos a los doctores.

            Más tarde, cuando quiso mostrar una vez más la luz de su divinidad en las bodas mediante la transformación del agua en vino, me dijo: ¿Mujer, qué nos va a ti y a mí? En especial, quiso ocultarla, junto con la luz del sol meridiano, al estar yo con él al pie de la cruz, sobre la tierra material. Estaba sujeta a sufrir por causa de su santísimo cuerpo, que tomó forma del mío, pues aún no había sido glorificado. Entre su alma, que es sol para ustedes, y yo, que soy su luna, se interpuso la tierra de nuestros cuerpos pasivos que ocasionó un eclipse; pero en cuanto él y yo fuimos glorificados en nuestros cuerpos, comencé a irradiar, e irradio en el cielo y en la tierra un gran resplandor, pues mi cuerpo es un cristal clarísimo del que la divina luz se sirve como medio para que ustedes puedan contemplarla.

            A pesar de estos consuelos, no cesaba su llanto. Escuchó: Sin embargo..., (Sal_31_6), fue entonces cuando ella exclamó: Señora mía, tú eres mi refugio en mi tribulación. De pronto el sentido de este versículo iluminó su espíritu, y pudo escuchar: Hija mía, las inmensas aguas del pecado original fueron la causa de un diluvio universal en la naturaleza humana, el cual impide a las almas acercarse a Dios al ser concebidas. Esta bondad todopoderosa me libró, únicamente a mí, como a su única paloma, desde toda la eternidad. Con mirada eterna, contempló este diluvio en el tiempo e hizo un arca en el cielo empíreo, donde apartó a su familia angélica confirmada en gracia, echando fuera al cuervo que era Lucifer, junto con todos sus secuaces. Salieron por la ventana de su libre albedrío, que optó por la rebelión contra su hacedor y creador. Se encontraron, de este modo, apoyados en la carroña del pecado mortal, el cual fue llevado por ellos a las cloacas infernales.

Estos desgraciados espíritus, rugiendo en su furia contra Dios, sobre quien no podían descargarla, atacaron su imagen en Adán, ganándolo para sí, junto con su mujer, por medio de sus mentirosos argumentos. Infectaron de este modo a todos sus hijos, dejándoles como herencia la culpa original. Yo, sin embargo, fui exenta de ella: Mi morada será la casa de Yahveh (Sal_23_6). Este divino Noé, estando en su arca del cielo, abrió su ventana y me colocó a su derecha sobre las aguas del pecado, sin permitir que se mojara la planta de mis pies. Su Santo Espíritu caminó conmigo sobre ellas, concediéndome por su gracia este singular privilegio, pues el alma de mi Hijo transita sobre su superficie por naturaleza.

            La Divina Providencia me había reservado el olivo de la misericordia preveniente, en el que me pude posar con seguridad. De este dulce olivo tomé una ramita y emprendí el vuelo hacia el arca del cielo empíreo. Gracias a mi humildad, me remonté por encima de los coros angélicos llegando hasta el trono de la divina esencia. Ahí presenté amorosamente la verde rama de la misericordia que se me había concedido para ganar la partida del pobre género humano, aunque era reo del crimen de lesa majestad contra la divinidad. Obtuve, de este modo, misericordia para él y que se retiraran las aguas del diluvio. Este fue el momento en que el divino Noé vino desde el cielo empíreo, procedente del seno de su Padre, para encarnarse y habitar en medio de nosotros como Dios y Hombre. De esta manera, transformó nuestra carne haciéndola Purísima y casi espiritual. También descendió el Espíritu Santo para cubrirme con su sombra. Como este Espíritu es uno con el Verbo, representa a la mujer de Noé. Al igual que los hijos de Noé, también salieron de ella el arca del cielo los espíritus angélicos, para estar presentes en la Anunciación y la Natividad en Belén.

            Quiso entonces mi Hijo ofrecer el sacrificio no de la carne animal sino de la nuestra, por ser él parte de la mía, pues toda carne estaba corrompida por el pecado. Se extendió voluntariamente sobre la cruz, convirtiéndose en un arco dispuesto en la ballesta para apaciguar la justicia divina. Este fue el signo de paz entre su Padre y nosotros, pues el Padre prometió que no volvería a enviar sobre los cristianos los efectos de su justicia en forma de diluvio, y que por ser Jesús este verdadero Noé, él mismo sería su juez. Se presentaría ante los buenos como un arco de paz, disparándoles flechas de amor; en cambio para los malos se convertiría en arco de guerra, lanzándoles saetas de maldición porque, a ejemplo de Cam, se burlaron de él ante la desnudez de su amor, que quiso mostrar en la cruz después de haberse embriagado con el vino de su amor hacia nosotros, que había plantado en su corazón como una viña cultivada tiernamente por la mano de su Padre Eterno.

            Padre mío, cubramos a este Padre común, pero con el manto de la caridad que nuestra Madre nos proporcionará, pues por la tarde, al estar su querida hija en su oratorio gozando de grandes consuelos, vio un manto real recamado en oro y algunas piedras preciosas. No comprendió su significado, pero sí que se lo presentaba la sagrada Virgen en persona, para que pudiera cubrir a Jesucristo, su amado Padre.

            Al día siguiente de la Inmaculada Concepción, después de haber comulgado, fue a casa de la persona a la que usted regaló una imagen de Nuestra Señora de Montaigu, en la visita que hizo en agosto pasado al Colegio de Roanne. Esta persona la recibió diciendo: Haga que yo sea favorecida como usted, pero ella respondió: Le deseo tantas bendiciones como las que a mí se me han dado. La primera tuvo un violento arrebato y dijo muchas palabras desconsideradas, por lo que la pobre muchacha, no poco sorprendida, trató de apaciguar a esa persona hablándole con suavidad, pero ella respondió que el rostro bondadoso que le mostraba y las buenas palabras que le dirigía eran pura apariencia. Acto seguido se puso de rodillas e hizo una oración según lo que sentía, diciendo a nuestro Señor que sin duda estaba él de su lado, y no en el de quienes saben disimular. ¿Puede usted imaginar lo que sentía el corazón de su querida hija? Ella, a su vez, se arrodilló y rezó por la otra el himno Ave Maris Stella; Salve del mar estrella,  a la Virgen, pero aquella, redoblando su cólera, le dijo que saliera y no volviera más, pues su sola vista la atormentaba demasiado.

            La pobre muchacha respondió: Vengo aquí por obediencia a nuestro confesor, y a petición del P. Coton. Sin embargo, como usted no puede verme, saldré, pero no dejaré de rezar por usted, a pesar de echarme en cara que obro con disimulo. La otra, temiendo algo, le dijo: No me dirigía a usted; pero todo había sido muy claro; tal vez quiso disculparse. Sea como sea, salió de ahí sintiendo profunda compasión hacia esta alma. Pasó el resto del día en su oratorio para llorar delante de su querido esposo Jesús, como santa  Catalina de Siena por una hermana que estaba en contra de esta santa, la cual temía ser causa de la pérdida de su alma. Escuchó estas palabras: Hija mía, bien dijo Simeón refiriéndose a mí que yo sería causa de la ruina de muchos; pero ¿acaso deseaba yo su mal? Siguió en oración toda la tarde. La Santísima Virgen la consoló diciéndole: Hija mía, piensa en mí, asciende en tu vuelo lejos de la tierra y abandona tus aflicciones. Las águilas suben muy alto; te he prometido mis alas, y san Juan sus ojos. Vio entonces un firmamento al que se adherían con firmeza los astros. Comprendió que se trataba de la Virgen, pareciéndole que le decía: Hija mía, yo soy el esplendor de mi Hijo, quien es la gloria de su Padre. No dudes en escribirlo, pues mi Hijo ha hecho de mí su esplendor. Estoy revestida de él, sol de justicia, y su luz me hace resplandecer sobre ustedes en la tierra, y más todavía en el cielo. Yo soy la puerta de la mañana que se abre para darles el día. Soy como un árbol cuya copa sobresale entre las demás, y, después de la humanidad de Jesús, su Hijo, la montaña más cercana a la altitud divina. El me confió a Juan, el águila, su discípulo amado, pues solamente ojos como los suyos podían detenerse a contemplarme en su vuelo. Acércate a mí, querida hija mía.

            Se sintió entonces muy consolada y con una gran luz interior que se traslucía también al exterior. Al pedir a esta Señora que se dignara consagrarla del todo a su querido Hijo, su esposo, oyó lo siguiente: Hija mía, soy la llena de gracia; de mi plenitud reciben todos. Mi Hijo me ha concedido esto por gracia, así como su Padre se lo ha otorgado por naturaleza. Puedes afirmarlo de mí, no tengas alguna duda. Mi devoto san Bernardo afirmó con toda razón que todos los favores divinos concedidos a las criaturas pasan por mis manos para que yo los distribuya. Todos aquellos a quienes me encomiendas, recibirán de esta plenitud; Usted padre mío, es una de esas personas. Pidió entonces a los ángeles custodios de cada persona que tomaran el óbolo de esta bienhechora para darlo a las almas a quienes acompañan. No olvidó a la persona que le causó algo de aflicción, rogando a la divina bondad le concediera las mismas gracias que ella recibía, aunque la privara de ellas si la divina sabiduría juzgaba que a dicha persona le serían más provechosas.

            Amor mío, exclamó, no es que rechace tus gracias, sino que deseo amarte en mi prójimo tanto como en mí, pues eres el Padre común y en todo quiero buscarte sólo a ti. Si es tu voluntad que ella comulgue con tanta frecuencia como yo, y que yo lo haga solamente una o dos veces por semana, así lo quiero; es más, esperaría hasta un mes si ello fuera necesario para tu gloria y su salvación, y aunque esta dilación me causara una gran pena.

            Al terminar su oración, vio en visión a una persona sentada en una silla, ceñida con un lienzo blanco, que estaba sola ante una mesa con su servilleta. Pudo comprender que se trataba de su querido esposo, el cual esperaba que ella se acercara para hacerle compañía, aunque no vio otro manjar sino a él. El era, por tanto, el verdadero alimento que deseaba ofrecerle para que comiera.

            Padre, imagine cómo estaría el espíritu de su querida hija: totalmente encendido en amor hacia este divino enamorado que tanto la ama. No cesaba de proferir bendiciones según el exceso de su amor. A eso de las diez de la noche, se levantó para irse a dormir, y al pasar por la puerta de su oratorio, escuchó: Hija mía, llamé a la puerta de tu corazón y me abriste. Que tu lámpara ardiente y luminosa tema ofenderme. He venido a servirte mis manjares.

            El siguiente viernes o jueves, después de haber comulgado, su dulce amor le dijo: Un alma santa y dispuesta agradó a su Dios y liberó a su patria. Ella sabía muy bien que se trataba de santa  Águeda, aunque en este caso lo decía también por ella.

            Hija mía, me has agradado porque estás dispuesta a comunicar mis dones a tu prójimo por medio de tu entrega y oraciones. A ejemplo de santa  Águeda, que oró por algunos de sus compatriotas que ocasionaron su martirio y su muerte, has rogado por quienes desean acabar con tu vida sacramental.

            Padre, si su querida hija amara únicamente a Dios, todo redundaría en su bien. Le suplica, por tanto, tenga compasión de quien pareció afligirla, pues su hija atribuye la causa al espíritu maligno, que deseaba apartarla, y no a la otra persona, del soberano bien que es la santa eucaristía. Ella sabe muy bien que su caridad toma a bien todas las cosas. Si lo dudara, temblaría al repetirle las palabras que la pasión humana profiere antes de que la razón llegue a formar un juicio.

Como esta persona enfermó durante diez días, fue a visitarla por consejo del P. de Villards. La besó caritativamente en su lecho de enferma y habría hecho lo mismo a la hora en que sucedió todo si hubiera sido oportuno.

            El 13 o 16 de diciembre, al estar en la iglesia del Colegio, un sereno entusiasmo la absorbió en su amor, el cual le dijo: Hija mía, cuando fui llevado fuera de la ciudad de Jerusalén para ir a morir al Calvario, san Miguel quiso luchar a mi favor como la primera vez que me defendió en la Jerusalén celestial contra Lucifer, el cual quiso hacer suya mi grandeza divina y estar por encima de mi humanidad, separando así a esta humanidad de la diestra de Dios. Sin embargo, no quise permitir que Miguel combatiese hasta que me hubieran sacado de la ciudad, pues deseaba salir de allí para morir por ti, hija mía. Dije también a mi apóstol que metiera su espada en la vaina, porque si yo lo hubiera querido, mi Padre me habría enviado doce legiones de ángeles para luchar al lado de san Miguel. Te confío este secreto y quiero decirte otro: mi profeta dijo: los ángeles de la paz lloran amargamente. Hija mía, fueron los ángeles quienes, en mi nacimiento, entonaron el cántico de: gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Ahora bien, cuando estos ángeles me vieron morir a causa de la malicia de los hombres, pidieron llorando a mi Padre que les permitiera acompañarme en mi pasión. No porque estos espíritus bienaventurados sean capaces de llorar, sino que, como aparecen en forma humana para cumplir los oficios que son de mi agrado, y pueden llorar con los afligidos, de la misma manera vinieron a acompañarme con sus lágrimas. Cuando mueren los grandes de este mundo, se recurre al oficio de personas que lloran o pretenden hacerlo, para incitar a los otros deudos a llorar. Ellos vinieron a llorar para mover a los hombres a dolerse de mis sufrimientos, cuya causa eran sus pecados y mi amor.

            Al escuchar lo anterior, quiso ella condolerse amorosamente con él, diciéndole: ¡Oh, amor! Sé que muchas almas desean acompañarte en tu dolor; te las presento y respondo por ellas. Usted, Padre, es una de estas almas.

Por la tarde, al estar en su oratorio toda abrasada de amor, tuvo un altísimo vuelo del espíritu. Vio a su alma muy alejada de ella en espíritu; la virgen le prodigaba grandes consuelos y le decía: Hija mía, soy la hermosa Raquel, tú eres mi hija, mi Benjamín y mi José, pues como Benjamín, tienes pensamientos elevados y altas contemplaciones. También eres como José en el Egipto del mundo, en el que mi Hijo te ha llamado a almacenar el trigo eucarístico para remediar la necesidad de tus hermanos y de los sacerdotes que te ayudan a crecer con su ayuda. Así como José creció, debes progresar en virtud, no te extrañe el no ser religiosa: José no estaba en su tierra sino en Egipto para distribuir el trigo que a otros sobraba. Te he puesto en el mundo para pedir a mi Hijo los frutos y gracias que concederá a los sacerdotes regulares y seculares y a los laicos mediante la recepción de los sacramentos, si ellos se preparan según su capacidad y con la ayuda de la divina gracia. José fue considerado semejante al rey y obedecido como su virrey. Es voluntad de mi Hijo que seas considerada como él, su presencia en la tierra mediante los favores que te concede.

            Padre, fue entonces cuando esta criatura se encontró de tal modo fuera de ella, que siendo ya tarde, al levantarse para ir a dormir, permaneció de pie en su oratorio con los brazos extendidos hacia lo alto, repitiendo, toda transportada en su amor, el prefacio que usted dice en la misa de Navidad.

            El día 16, estando en la Compañía, se apartó un poco para arrodillarse a rezar su rosario. Apenas si podía musitar palabra debido a la acción de Dios en su interior. Entonces escuchó: Hija mía, la sabiduría divina está en la boca del Padre para venir prontamente a la tierra, y en especial a ti. Pídela; hubo un tiempo en que el Hijo decía que estaba oculto y como retenido en el seno del Padre, manifestando de esta manera que tardaría en venir al mundo. Pero como dice el dicho: Tengo la palabra en la punta de la lengua, lista para pronunciarla, así el Verbo está a punto de llegar.

            Se le dijo que diese a conocer esto al Padre Rector, que por entonces era su confesor, ya que el P. de Villards estuvo ausente diez días asistiendo a un enfermo hasta el momento de su muerte. Siguió escuchando: Hija mía, tú eres mi lecho rodeado de los más fuertes de Israel, que son las sabias personas de la Compañía. Ellos tienen la espada refulgente de mi palabra para infundir espanto a tus sombríos enemigos y evitar que se acerquen a ti para turbarte. Es preciso que la caridad reine en ti, pues te introduzco con gran frecuencia a mi bodega de vino.

            Experimentó un gran progreso espiritual durante los primeros días que acudió a confesarse con ese Padre, a quien la divina Majestad concedía luces clarísimas respecto a su vida interior. Le concedió además el espíritu propio para conducirla hacia la suprema perfección, pues sabe muy bien cómo adelantar el espíritu mediante mortificaciones interiores que a ella le parecen muy suaves porque se las regula con tanta caridad. Cuando reflexiona sobre lo anterior, se convence de que el Padre está de acuerdo con muchas cosas que usted ha dicho a su querida hija. Siente gran contento en su interior cuando puede confesarse con él puesto que Dios permite la ausencia de su confesor. No busca en esto consuelo personal, a pesar de que Dios se lo proporciona, ni alejarse del que hasta ahora la ha dirigido con tanto esmero y caridad como le es posible. Desea únicamente complacerlo, a pesar de sentir la aversión que manifestó a usted en otra ocasión.

            El espíritu de Dios es uno en sí, pero se multiplica en las criaturas cuando concede el don del Espíritu a un sacerdote por cuyo medio conduce al alma que posee al mismo Espíritu. Esto es un paraíso y el verdadero reino de Salomón. Pero, Dios mío, que se haga tu voluntad (Mt_6_10), para tu mayor gloria. A usted, mi querido Padre, dirige las palabras: Júzgame y defiende mi causa (Sal_43_1).

            El sábado 19 fue colmada de tal modo de las consolaciones divinas, que sintió desmayos en varias ocasiones, tanto en la comunión y en la predicación, como al acompañar el cuerpo de una hermana de la Cofradía del Santísimo Sacramento. Hubiera preferido no estar presente por sentir su cuerpo tan débil. Tuvo que detenerse en una casa y comer dos guindas para reanimarse, pues guardaba el ayuno de las cuatro témporas de Adviento.

            El cuarto domingo de Adviento y tercero del mes, hubo exposición del Santísimo Sacramento. Imagine qué ardor debió sufrir. Escuchó estas palabras: Mi Santo Espíritu fue concedido a san Juan en el tiempo de su concepción y nacimiento, y mi Palabra a su padre Zacarías, sumo sacerdote. Sin embargo, después de su muerte lo envié a su hijo Juan en el desierto, porque sus labios eran puros del todo, ya que no los había manchado con palabras inútiles. No concedí mi palabra a los que se mencionan en el evangelio de este día, a pesar de su sabiduría y su alta dignidad.

            Suplicó entonces a su amor concediera a usted esta palabra, para que la predique con las cualidades y energía de san Juan. El día de Santo Tomás, a la hora de la comunión, escuchó el salmo Yahveh es mi pastor (Sal_23_1), que le repitió este Santo añadiendo: Debes saber que el Señor me dirigía por el amor que me tenía, y yo a él. Aunque no estuve el primer día con mis hermanos cuando se les apareció. Al octavo me condujo hacia el lugar de paz para apacentarme con su dulce presencia. Además, me hizo beber de las aguas de su divinidad y me convirtió completamente a él, haciéndome decir: Señor mío (Jn_20_29), con los demás apóstoles. Sobre todo, intuí a la divinidad, añadiendo: Y Dios mío (Jn_20_29), cosa que los otros no hicieron, aunque todos tuvieron la impresión de que me encontraba en las tinieblas de la incredulidad, que son como la sombra de la muerte. No tuve miedo; el amor de mi Salvador estaba conmigo. Estaba velado a todos, porque no pensaban ellos que mi amor parecía opacarse ante las sombras de la tristeza, y no porque yo dudara del poder de Jesús, el cual me reprendió con la vara de su palabra: Tomás, porque me has visto, has creído; y con la fusta: Bienaventurados los que, sin verme, han creído (Jn_20_21s). Esa vara y ese palo fueron para mí como un consuelo especial, pues entre los que se aman son más dulces y apreciadas las reprensiones que todos los consuelos de los que no se quieren, sino que sólo se tratan con camaradería. Quiso reprenderme delante de todos para confirmarlos en la fe, a fin de que no siguieran mi ejemplo. Me pidió que tocara sus llagas y principalmente con su palabra, ungió mi entendimiento con el aceite de su sabiduría. Me embriagó, además, con el vino de su amor, pues pude contemplar su divina belleza gracias a su misericordia, con la cual me acompañó el resto de mi vida como a un soldado valiente. Quiso que muriera de una lanzada, ya que también había yo dicho a mis hermanos: Vayamos y muramos con él. Me dijo que metiera mi mano en su costado abierto por una lanza, para anunciarme la muerte que debía sufrir.

            Ella pidió con gran fervor, desde esta fecha hasta el día de Reyes, el asunto que usted le encomendó.

Hoy se sintió fuertemente abrasada de amor, mientras hablaba en la iglesia con el Padre Rector del colegio. Alguien se acercó a llamarlo. En este corto espacio de tiempo fue herida por una flecha tan viva, que se sintió desmayar en presencia del padre; pero al decírselo como pudo, volvió en sí. El quiso dejarla sola, pero ella le pidió que se quedase allí porque, dijo, esto se repetirá si me deja sola en este trance. Con frecuencia se siente aliviada al hablar a sus confesores, quienes conocen bien su interior. Pudo constatar esto el día de san Simón, al hablar con su reverencia.

            Ella es siempre toda suya en su divino amor. Está apenada por su ausencia de Lyon, pero usted le hará el favor de escribirle desde Viena. Le suplico me envíe como regalo un par de las Horas del Concilio; las mías están muy desgastadas.

            Lo saludo, mi querido y Reverendo Padre, como su afectísima hija y servidora en Jesucristo. Jeanne Chezard. Desde Roanne en la víspera de Navidad de 1620.

Carta 7. 

Roanne, 26 de diciembre, 1620. A mi Reverendo Padre, el P. Bartolomé Jacquinonot, Provincial de la Compañía de Jesús en la Provincia de Lyon

            Mi muy querido y Reverendo Padre:

Lo saludo en el Santo Nombre de Jesús, mi esposo.

            El divino amor consume a su querida hija desde hace ocho días, pero en especial desde de la fiesta de Santo Tomás. La víspera de Navidad, su Majestad quiso tener un capítulo de faltas, para corregir lo que estaba fuera de orden en su espíritu. A la hora de comulgar se sintió tan conmovida, que tuvo que dejar correr sus lágrimas con gran abundancia. Escuchó: Si no te haces semejante a mí, que me hice niño, no gozarás del reino de mi paz. Le hizo ver sus imperfecciones que estaban tan escondidas en su interior, que sólo el ojo del amor las podía detectar. Le pidió entonces que se deshiciera de todo, en especial de ella misma, mediante una total negación de sí. ¡Ah!, cuántas lágrimas derramó hasta que se vio libre de todo apetito y deseo. Escuchó entonces: Por ti salí del seno de mi Padre con una prontitud y gozo incomparables. De esta manera debe unirse tu espíritu a mí, tu esposo: déjalo todo. Mi Madre quiso pagar el tributo; yo deseo que tú me lo pagues con tus lágrimas. Ella dijo: Amor, no quiero a nadie sino a ti. Si mi afecto está en otra cosa, quiero sufrir para apartarlo de ella. Rompe mis ataduras y te sacrificaré una hostia de alabanza.

            Esto sucedió a eso de las seis de la mañana. Entonces su dulce amor aceptó su generosa y buenísima voluntad, concediéndole la paz en él, en ella y en todas las demás cosas que había corregido en ella, a fin de que hiciera un acto de resignación, diciéndole que en el cielo se cantaba la gloria de esta acción. Persevera, hija mía, poseyendo todo y no teniendo nada sino a mí, que soy el que es en todas las cosas.

            Después de la santa comunión escuchó: El intenso fuego que te abrasa es el Verbo divino que habita en ti y se ha hecho carne al unirse contigo.

¡Oh, mi querido Padre! ¡Qué fuego tuvo que soportar en ese día de Navidad! No podía encontrar sosiego en ningún lado, sobre todo en la iglesia; corría de una parte a otra toda transportada, y para encontrar refrigerio fue a buscar al P. de Villards, quien tenía que confesar a varias personas que lo aguardaban. Ella no se atrevió a detenerlo sino unos quince o treinta minutos. Si este fuego se prolongaba, tendría que morir o por lo menos caer extenuada. Su apoyo en estos ardores es hablar con usted por escrito, al no poderlo hacer de otra manera; también cuando habla con el P. de Villards o con el P. Rector.

¡Oh, mi querido Padre! Necesitaría obrar como santa  Catalina de Génova respecto a su confesor, aunque esté tan lejos de la perfección de esta santa. Sin embargo, no se atreve a acudir a los padres con mucha frecuencia. Tal vez nuestro Señor le acrecienta este fuego para conceder lo que usted desea: que ella le encomiende calurosamente el asunto importante, para su gloria.

            Hoy, fiesta de san Esteban, escuchó que este santo fue el bienaventurado que murió en su Señor, el cual le comunicó sus méritos tomándolos de la diestra de su poder divino. A partir de entonces, las virtudes que menciona la epístola fueron posesión de san Esteban y siempre lo acompañaron.

            Hija, san Esteban fue la primera corona de la ley de la gracia, san  Juan Bautista es como el Patriarca y Padre de esta misma ley, san  Esteban es su corona y yo soy el soberano. Me exceptúo en mi divinidad por ser la corona de mi Padre eterno; en mi humanidad, soy también la diadema de mi Madre. Hija, considera cómo san Esteban dio a conocer a la santa Trinidad en su unidad, al decir que me veía a la derecha del poder de Dios. Este poder o virtud de Dios es Dios mismo; y yo, El que soy, sigo siendo Dios en tres personas, en una esencia que es un solo Dios. Esto es comparable a la manera como en mí, Jesucristo, aparece solamente una persona con dos naturalezas.

            Al asistir a misa para recibir la comunión, su entendimiento fue soberanamente elevado mediante la recepción de grandes luces sobre la santa  Trinidad, la cual vino a morar en ella junto con el Santo Sacramento. Su corazón pareció estallar de gozo tres veces al contemplarse como la morada de Dios trino y uno. Escuchó lo siguiente: Hija mía, en otras fiestas de san Esteban, eras elevada al cielo por tu deseo de comulgar. Sin embargo, en este día, nosotros venimos a ti y abrimos tu corazón, que es el cielo. Tu bienamado penetra a tu jardín de nogales. Las nueces son tus imperfecciones, que en un principio son duras y amargas, pero con el azúcar de mi gracia cambio su amargura en dulcísimo sabor. Así como se obtiene aceite de las nueces, de igual modo tus imperfecciones hacen destilar mi misericordia. Te llevo grabada en mis manos, pues las manos simbolizan la generosidad. Te doy todo y te hago mi administradora para que repartas mis bienes a todos.

            Yo soy la justicia que mora en el cielo eternamente. Cuando deseaba conceder grandes favores a la Beata M. Teresa, le reprochaba sus defectos; contigo obro del mismo modo. ¿Por qué en algunas ocasiones dudas que perdone tus faltas veniales mediante las indulgencias y también por actos de virtud? A pesar de ello, crees que estas mismas cosas otorgan el perdón a las faltas veniales de los demás. Ella sabe que la confesión es necesaria para los pecados mortales, en caso de poder hacerla. Si te amo tanto, ¿por qué dudas de mi perdón?

Después de recibir la santa comunión salió con tanto gozo y consuelo, que le es difícil expresarlo.

            Encomendó insistentemente el asunto por el que usted le mandó pedir. Si desea enviarle las horas, entréguelas al portador de la presente. Mientras espero su respuesta, me suscribo para siempre, en el bien infinito, mi muy querido y R. Padre, como su afectísima hija y servidora en Jesucristo. Jeanne Chezard. Desde Roanne en la fiesta de san Esteban, 1620.

Carta 8.

 Enero de 1621. Mi muy querido y Reverendo Padre: Bartolomé Jacquinot

            Que su regalo de año nuevo sea el incomparable nombre de Jesús grabado en su corazón.

            Su querida hija sigue siendo favorecida en todo momento por su dulce esposo de la manera como se lo describió en su última fechada el día de san Esteban. Al pensar en lo que escuchó de este santo y cómo él fue la corona de san Juan, percibió además estas palabras: Hija mía, así como san Juan sufrió por reprochar los vicios, y así como llamó a los pecadores raza de víboras, de igual modo san Esteban los vituperó por estar endurecidos en su malicia, con lo cual confirmó las palabras de mi precursor.

            En la fiesta de san Juan Evangelista, recibió grandes gracias a la hora de comulgar. Fue íntimamente unida a Aquel que la llamó su bienamada. Al terminar su acción de gracias, se dirigió a oír el sermón, después del cual asistió a la misa solemne de la Iglesia de san Esteban. El amor divino la absorbió completamente, por lo que no pudo pronunciar las palabras y dejó de esforzarse. Aunque estaba rodeada de muchas personas, no creyó que alguien lo hubiera notado.

            Por la tarde, al estar en la iglesia del colegio consolando a una persona afligida, el Reverendo Padre de Villards vino a buscarla; tuvo que dejar a dicha persona para hablar con él. A medida que conversaba, un dulce y amoroso céfiro embalsamó su boca, llamándola de este modo a ir a escucharlo en la oración. Lo hizo en cuanto terminó su coloquio con el Padre. Se vio así envuelta en un recogimiento y dulce entusiasmo, en el que escuchó: Hija, debes saber que mi amado discípulo recibió al Espíritu Santo el día de la Cena. Fue la primera Iglesia de la Ley de Gracia; yo era su centro, a pesar de que carezco de centro porque estoy en todo lugar. El reposó sobre mi pecho, cerca de mis tetillas; abrió la boca de su espíritu, y yo la llené del Espíritu Santo. Por ello fue lleno de sabiduría, saboreando su dulzura y contemplando la sublimidad de mi divina Majestad. Mi Ley de Amor fue impresa en su corazón. Ella le permitió estar a mi lado en mi pasión. Esta ley moderó el celo excesivo que debió haber mostrado hacia Judas, el cual me traicionó, como en la ocasión en que él y su hermano Santiago se indignaron contra los que no me recibieron, en la que tuve que contenerlos.

            Le concedí mi Santo Espíritu el día de mi última Cena, sin aplazárselo hasta el día de Pentecostés como a los otros apóstoles. Quise anticipar el tiempo por dos razones: la primera, para concederle la fuerza de beber mi cáliz en el Monte Calvario, donde se mantuvo en pie a la izquierda de mi cruz; ahí comenzó mi reinado, pues en ese día acepté el título que me dio el buen ladrón, diciéndole: Hoy estarás conmigo (Lc_23_43).

            Su madre me había pedido este lugar para Juan sin saber lo que decía, pero yo me aseguré de fortalecerlo en aquel día con mi Santo Espíritu, pues sin este Paráclito hubiera sido el último, o bien, como los otros, se habría escondido a la hora de mi muerte, ya que ninguno de los apóstoles hubiera podido arrostrar la muerte sino hasta después de la recepción del Espíritu Santo.

            Hija, era en verdad necesario que este predilecto fuera revestido de la virtud de lo alto para soportar la furia de todos los ministros de mi muerte. Lo embriagué con la fuente de la caridad para sufrir la vergüenza que debió sentir al verme desnudo y pendiente de una cruz entre dos ladrones. El, a pesar de todo, me confesó como su maestro. Solamente uno que ama de veras puede proclamarse discípulo amante de un crucificado.

Le di mi Santo Espíritu por amor de mi Madre, que estaba al pie de la cruz. Deseaba encomendársela para que fuera su hijo en mi lugar. En la última cena, quise que el Espíritu Santo descansara sobre él así como reposa sobre mi humanidad, de la que esta Virgen fue Madre según la naturaleza. Al recibir a Juan en mi nombre, encontró en él a su santo Esposo: el Espíritu divino que me había entregado a ella por la naturaleza. Juan le fue dado como hijo adoptivo por la gracia, a fin de que este discípulo amado la asistiera después de mi muerte. Permanecieron unidos en la caridad del Espíritu Santo, el Esposo, quien consoló a la Madre y al hijo durante mi pasión. No la llamé, por tanto, Madre mía, sino Madre de san Juan, el cual representaba la gracia. Yo, en la cruz, representé al pecado que ella jamás cometió. Fue por ello que no dije: Madre mía, aunque ella lo fuera verdaderamente según la naturaleza que tomé de ella para mi humanidad impecable.

            Por añadidura, escuchó: Hija mía, yo puedo conceder a mi Espíritu Santo varias veces, Juan lo recibió también en Pentecostés. Reitero cada día el don de mí mismo en el Santísimo Sacramento del altar. ¡Oh Jesús, mi querido Esposo!, concédeme a este Paráclito con tanta frecuencia como tu amor quiera hacerlo. Puesto que en la Eucaristía vienes a mí todos los días, me obtendrás meritoriamente a este Santo que allana el camino a tu corazón. Es él quien late en mi pecho. No tengo otro corazón sino el tuyo. Quiero amar en ti a todos los que deseas que ame según el mandamiento de tu caridad; pero amo más a los que más te aman.

            ¡Oh, mi querido Padre, cómo desea su querida hija ver en usted al amor supremo! Como usted es superior, está segura de que lo posee, pero desea verlo crecer sin otro término que el mismo infinito.

            El día de los santos Inocentes, después de confesarse y antes de comulgar, quiso dedicar una hora de oración para meditar en la muerte de aquellos niñitos. Escuchó: Hija mía, como la justicia divina no se apaciguó con los sacrificios antiguos, debía yo darle plena satisfacción. Esto pudo haber sido inmediatamente después de mi nacimiento, pero la divina misericordia se opuso y pidió una tregua a mi Padre, ofreciéndole, de parte de la humanidad, a todos esos niños inocentes como prenda de mi redención hasta que llegara el momento de mi Pasión. Sin embargo, como estos pequeños carecían del uso de razón para ofrecerse voluntariamente a la muerte, fue necesario que mi querida Madre y yo aportáramos lo que faltaba a este sacrificio: ofrecernos en espíritu a sufrir voluntariamente, en el fondo de nuestro ser, todas esas angustias y masacres. ¡Ah, mi querida hija! ¡Cuánto tuvimos que sufrir por esta causa! Piensa cuántos trabajos tuve que soportar durante mis primeros años; sufrí mucho en el tiempo al comenzar a vivir mi encarnación. No lo aparentaba, pues, al igual que otros bebés, no había comenzado a hablar, así que padecí solo por ustedes.

            Al escuchar lo anterior, su corazón se derretía de amor hacia este querido enamorado, y sus ojos derramaban lágrimas de compasión que sentía al verle sufrir por ella a tan corta edad y que, no contento de su dolor, su santa  Madre y san José participaran en él.

Hace unos días, al meditar en cómo llevó su cruz, escuchó: Hija, al dirigirme de Jerusalén al Calvario, ofrecí reparación eficaz por los crímenes de lesa majestad que la humanidad ha cometido contra Dios. Mi corazón era el cirio encendido, pues se derretía en el fuego de la justicia amorosa. Cargué voluntariamente con ella la cruz hasta ese lugar, en presencia de todos los ángeles, de mi Padre y también ante la mirada de los espíritus malignos y de la muchedumbre que pululaba en Jerusalén durante esos días.

            El 30 de diciembre volvió a escuchar: Hija mía, cuando fui crucificado, la primera palabra que pronuncié demostró que, en verdad, era yo un niño, y como tal, tenía un lugar en el cielo. En otro tiempo dije a mis apóstoles que debían hacerse como niños para entrar en el Reino de los cielos. Los bebés aman a la madre que los amamanta, y la llaman a gritos, a pesar de sentir las sopapinas que algunas veces les dan; estos chiquitos parecen sufrir más a causa del alejamiento de su madre, que de sus castigos. Del mismo modo, Jerusalén, mi madre, me hizo sufrir más con su rechazo, que con los golpes que descargó sobre mí, y hasta con la muerte que me preparó. Dije, pues, la primera palabra: Padre mío perdónalos, para animar a los pecadores y a todos mis apóstoles a considerar a mi Padre como suyo, a pesar de que cometieron un fratricidio al condenarme a morir. Esta muerte los privó del atrevimiento para decir: Padre nuestro (Mt_6_9), como yo les había enseñado.

            No, no, hija mía, no quise permitir que por haberme crucificado, perdieran ustedes el título de hijos, sino que lo consolidé al resucitar, por medio de mi querida enamorada Magdalena, cuando le dije: No he subido aún a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. De este modo, llamé hermanos míos a los apóstoles, y, lleno de caridad, les ofrecí la salvación. Ese mismo día mientras se preparaba para la comunión, su corazón estallaba de júbilo en su Amor, el cual le confirió la misma herida que recibió de él su santa  Madre, según lo recuerda el Evangelista. Al verse asediada de este modo, redobló su valor, y con ello fortificó su cuerpo. Recibió en seguida, y en forma admirable, al Espíritu Santo, quien le concedió el poder de atraer sobre ella la virtud del Eterno Padre para luchar contra el león de la tribu de Judá, como lo hizo Sansón, cuando el Espíritu de Dios tomó posesión de él. Escuchó entonces: Soy cautivo de una mujer a causa de la ley de mi amor. Quise nacer de una mujer, así que estoy sujeto según mi humanidad, pero no a un hombre, pues ninguno puede tener autoridad para mandarme según la naturaleza. Esto es un atributo que sólo mi Madre posee, pues soy hijo suyo en cuanto hombre. En este día tú me tienes cautivo y atado a ti: Dejadme libre (1S_20_29).

Ella no aceptó, pues comprendió que el Espíritu Santo deseaba que retuviera a su querido Jesús para pedirle grandes gracias para ella y los demás. Y así lo hizo. Mientras se afianzaba de este modo a Jesús, sufrió un asalto que le duró hasta que mandó avisar al Padre para que fuese a ayudarle a soportar esta pena. Sintió un dulce alivio después de confesarle todo. Escuchó: Bendeciré a quienes te bendigan.

            Al día siguiente, último del año, se vio casi sumergida en este fuego, por lo que buscó el mismo refrigerio, ya que su amado Jesús se lo permitía. Por la tarde, experimentó vuelos del espíritu que la elevaron a alturas inconmensurables.

            El día de la Circuncisión sintió sobre su frente una especie de corona de luz, y escuchó: Hija, mi nombre permanecerá fijo sobre ti hasta que salga el sol; esto sucedió antes del amanecer. Pidió a todos los santos que obtuvieran muchas gracias para usted, para ella y para otras personas. Se le dijo: Da y recibirás. Después de esto, su amoroso Jesús quiso verla presente en su santa circuncisión, diciéndole: Hija, esta mañana mi nombre de Jesús te coronó. Yo soy tu corona, pero a esta hora voy a retirarte mis consuelos. En este día yo mismo experimenté la privación de aquella carne tan pura que tomé el día de Navidad, a pesar de que mi inocentísimo cuerpo no tenía nada superfluo, pero el amor me llevó a obrar así. En este día quiero alejar las santas delicias que te doy, de las que gozas con todo derecho; pero te amo, no lo pongas en duda. A pesar de ello, en este día he querido mostrar mi ternura hacia muchas personas que rarísima vez se acercan a mí. Tú vienes todos los días y yo te acaricio. Todo lo que tengo es tuyo.

            Esto sucedió a eso de las cinco de la tarde. Ella regresó a su casa para cenar con su familia. Más tarde, al estar cerca del fuego en compañía de todos, sintió una atracción muy íntima para ir a su oratorio, lo cual hizo de inmediato. Su dulce amor acudió presuroso a consolarla, convirtiendo sus lágrimas en llanto delicioso.

            Hija mía, en este día acompañas a mi santa Madre y a su querido esposo san José, pues sólo ellos sufrieron conmigo el cuchillo de mi circuncisión. Los demás derivaron gran alivio de ella porque suprimí el rigor del precepto y puse fin en mí a la circuncisión de la ley escrita. ¡Ah, hija mía! yo era esa piedra viva que contemplaban los ojos angélicos y la mirada piadosa de mi Madre. En este día la piedra fue cincelada para ser colocada y marcada con el oficio de Salvador, convirtiéndome en piedra angular que mediante la amalgama de mi cuerpo y sangre, unió las dos naturalezas en una. Pareció, hija mía, que la gente no confió suficientemente en mi palabra; pero debes saber que, a la vista de mi sangre, la divina justicia se alegró al contemplar el pago de toda culpa. Trata de comprender este pasaje: El justo se alegrará en el día de mi venganza. Fue necesario que me comprometiera por todos y cancelara el pago a la hora de mi muerte.

            Al día siguiente, al meditar en cómo el Señor encomendó a la santa Virgen-Madre a san Juan, se vio bañada en lágrimas y escuchó: Hija mía, una vez dije: El que quiera seguirme debe dejarlo todo: al padre, a la madre y hasta su propia alma para volver a encontrarla en Dios, que es su fuente. Yo hice lo mismo; sabes que dejé a mi santa Madre antes de subir hacia mi Padre. ¡Ah, qué duro fue para mí arrancarme de su lado y dejar a mi querida Madre; la encomendé a mi discípulo y dice la escritura que, a partir de esa hora, la recibió en su propia casa. Fue por ello que la llamé Mujer.

            ¡Ah! bien podría aplicarle, lo mismo que a ti, las palabras del Cantar cuando ella la esposa me pidió que la condujese al lugar donde me apacentaba con la hiel y me acostaba sobre el duro lecho de mi cruz en el mediodía de mi muerte. ¡Eh, mujer, la más hermosa de todas, ya no podrás reconocerme como el más bello de los hijos de los hombres! La fealdad de los pecados, con la que he cargado, te impide recordar quién soy. Sal de aquí para que tus ojos y tus pies, me refiero a tus afectos, sigan los pasos de tu rebaño, que son mis discípulos, especialmente el predilecto a cuyo cuidado te dejo. ¡Ah, Madre mía! te olvidas de ti misma para acordarte de mí. No tengas miedo de que tu olvido te haga morir y deje a Juan en la orfandad.

            ¡Ah, mi querido Padre! su querida hija padece una opresión del corazón al escribir todo esto, porque escuchó además: Hija mía, varios autores han interpretado de diversa manera este pasaje, aplicándolo a la persona que, a causa de sus pecados, se olvida de mí. Es una buena explicación, pero considera lo que se dice: La más hermosa de las mujeres. Ahora bien, si me dirigiera al alma pecadora, no la llamaría la más hermosa, porque el pecado de un olvido ingrato la cubriría de fealdad. Esto sucedió por la mañana antes de ir a misa. Más tarde, al asistir a ella, recibió grandes gracias. Así como san Esteban, al morir, se durmió en su Señor, ella se adormeció en un sueño extático a la hora de comulgar. Este se prolongó durante dos misas y hubiera seguido a no ser por el sacristán, que se acercó a decirle que deseaba cerrar el templo, despertándola del sueño que su amado le concedía.

            Podía haber pasado todo el día en ese estado si se hubiera recogido en soledad; pero por la tarde, en cuanto entró a su oratorio, fue tan inundada de consuelos, que cayó en éxtasis. Su madre la llamó para que se acostara. ¡Oh Jesús, lecho florido, cuán duro pareció al espíritu el lecho del cuerpo!

            El domingo, octava de la fiesta de san Juan, recibió también grandes favores. El tema de su oración esa mañana fue el abandono que sufrió su Salvador en la cruz. Deseosa de acompañarlo, mendigó todos los consuelos de la santa  Trinidad y de los santos para ofrecerlos a su desolado Jesús, quedándose después sola con El.

Por la tarde, al meditar en su oratorio el tema de san Juan, por ser el día de su octava, escuchó: Hija mía, al estar a la mesa en la última cena, me invadió la tristeza y me sentí casi tan abandonado de mi Padre como al estar en la cruz; pero contaba con san Juan, mi amado predilecto, lo cual me consoló y no me quejé del desamparo. Acababa de decir que compartía mis secretos con mis discípulos, pero no como si fueran sirvientes. Sin embargo, sólo a san Juan se los revelé. Reservé los últimos para él, por ser el más querido y el que podía leer mi interior y adormecerse de amor al desfallecer de compasión a causa de mis penas. Por ello no le pregunté como a Pedro en el huerto: Simón, ¿duermes? Sufrí mucho al verlo sufrir tanto durante mi pasión. Por amor a él, llevé a su hermano Santiago junto con él y san Pedro también por varias razones; una de ellas fue impedir que surgiera alguna rivalidad entre estos dos apóstoles; pero a la hora de mi muerte estuvo solo conmigo fíjate como tiene poder el amor entre dos que se aman.

            Ahora te diré un secreto: le di a mi Madre para visitarlo con más frecuencia que a los otros, y para impedir que fuera enviado lejos por san Pedro cuando echaron suertes para destinar a cada uno según la voluntad divina. ¡Ah, cuántas gracias concedo a mis queridos enamorados!

            El día de la octava de los Inocentes por la mañana, al meditar en la sed de mi Salvador, escuchó: Hija mía, soporté esta sed extrema después del abandono, para obtener de mi Padre sus gracias para los mártires, quienes parecían no sufrir durante su martirio. Bebí de ese amargo brebaje que me hizo daño, y me encontré en un desierto y en una sequedad penosísimos. Tuve en mente las sequedades que mis enamorados y enamoradas contemplativos tendrían que soportar. Tuve presentes sus gemidos. Fue entonces cuando mi virtud obtuvo de mi Padre el agua viva que estaba reservada en mi corazón para las almas de los israelitas, a la manera en que Moisés obtuvo agua de la roca para su pueblo, la cual los acompañó en todos los caminos de su peregrinar. Moisés tuvo, además, el maná para alimentarlos; pero se manifestó un mayor amor y liberalidad de mi Padre cuando Longinos me hirió a mí, que era la piedra viva, pues hizo brotar el agua como bebida y la sangre como alimento. Según mi evangelista, no han dejado de fluir.

            Por haber tocado la piedra, Moisés no entró a la tierra prometida; pero Longinos, por haberme golpeado a mí, la piedra viva, entró al cielo. Contempla, hija mía, de qué manera obtuve esta agua viva para las almas contemplativas, entre las cuales estás tú. Es el consomé para restaurarla, el agua imperial y la esencia y subsistencia de mi corazón, que había quedado en ese estado al cabo de las ebulliciones de treinta años. Una sola gota de esta agua vivifica al alma.

            Hija mía, has tenido sed de mi cuerpo y sangre. Te he satisfecho, y lo hago todos los días. Con frecuencia te he dicho que estarías sedienta, y lo he cumplido. Tengo sed de tu justicia; ¿Cuándo me la apagarás?

            Oh, mi Jesús me gustaría ser toda de agua para que ya no tengas sed. Bebe mis lágrimas, que ahora me haces derramar en abundancia, en espera de que tu gracia me justifique en mis pensamientos, palabras y obras, para calmar enteramente tu sed. Te pido también esto para mi querido Padre. En ese momento, lo nombró a usted.

            La víspera de la Epifanía por la mañana, antes de irse a confesar, se sintió triste a causa de sus imperfecciones. Lloró por ellas aun al confesarse con el Reverendo Padre Rector, pues el P. de Villards estuvo ausente desde la mañana hasta eso de las cuatro de la tarde. El P. Rector la consoló de tal manera, que este querido Jesús obró al instante en unión con él, quedando ella absorta en consuelos divinos. Después de darle la absolución, el padre fue a decir misa y ella salió del confesionario. Se acercó al comulgatorio lo más que le fue posible. Le parecía ser una niña, y escuchó: Hija mía, en este día, mis pechos son mejores para ti que el vino. Los bebés acostumbran llorar para ser amamantados. Actuaste con el candor de un niño en presencia de tu confesor, al decirle tus faltas. Esto me agradó más que si le hubieras manifestado las elevaciones y éxtasis que experimentas con tanta frecuencia gracias a mi bondad, y que muestran la senda por la cual te llevo.

            Después de lo anterior recibió tantos dardos durante la misa, que le es difícil expresarlo; fueron saetas amorosamente dolorosas y deliciosamente amorosas. La misa le pareció muy larga debido al deseo que tenía su corazón de recibir cuanto antes a su amado. Al ir a comulgar, tuvo que aferrarse a la balaustrada porque su cuerpo parecía desfallecer. Ofreció esa comunión por usted, por el Padre que la confesó, aunque no se lo mencionó, y por ella misma. Su Amor la inspiró a hacerlo así en memoria de los tres reyes, imitando así su adoración y ofreciendo lo que podía por los tres, teniendo cuidado de pedir por sus intenciones. Después de comulgar, repetía con frecuencia esta palabra sagrada: ¡Amor! que su corazón susurraba a su querido enamorado. El parecía contender con ella en el deseo de herirla con la leche de sus pechos. Su hija deseó que usted pudiera gozar de esto mismo.

            Más tarde vio cerca de su corazón del lado izquierdo, a un infante ligado con vendas y envuelto en pañales desde la cabeza hasta los pies. Le pareció escuchar, porque no podía ver, que usted y el Padre Rector estaban ahí en espíritu, adorando y admirando a este divino bebé, el cual estaba semioculto, pues su carita estaba vuelta hacia lo alto, orando al Padre eterno por ella y por ustedes dos. Entonces ella exclamó: ¡Oh, amor! durante la misa se dijeron estas palabras: Yahveh es rey, de majestad vestido (Sal_93_1). ¿Acaso reinas al convertirte en niño revestido de nuestras debilidades? ¿Son estas vendas y pañales la espada y armadura con que te has armado? Escuchó esta respuesta: Hija, estas vendas y esta forma de niño ha ganado y vencido a mi Padre y atraído al Espíritu Santo.

            Recibió grandes gracias de parte de la Santísima Trinidad por intercesión de la sagrada humanidad. Los dardos llovieron en mayor número durante la tarde a tal grado, que para dar alivio a su cuerpo tuvo que privarse de la oración.

            El día de Reyes, después de comulgar por las mismas intenciones, se vio fuertemente unida a su querido amado. Vio entonces un lecho blanco y riquísimamente adornado en la parte inferior, pues carecía de dosel y cortinas en derredor. En este lecho vio cadenas de oro que pensó estarían ahí para cautivarla amorosamente en el dulce reposo de la contemplación. El hecho de que fueran dos cadenas le dio a entender que usted sería hecho partícipe de esta unión contemplativa.

 Carta 9.

 12 de enero, 1621. Mi muy querido y Reverendo Padre: Bartolomé Jacquinot.

            ¡La paz de Cristo!

            Como recompensa por los caritativos favores que usted me dispensa, pido a la divina bondad comunique a su reverencia los tesoros de sus riquezas mediante la gracia en este mundo y la gloria en el venidero.

Si tuviese la virtud del Beato Luis Gonzaga, las Horas que usted me envió serían para mí objeto de mortificación a causa de su canto dorado. Como estoy tan lejos de aquella santidad, deseo servirme de ellas por la virtud de la caridad, recibiéndolas de usted con todo el corazón. Si fuera como él, las aceptaría en humildad rechazando la parte correspondiente a Santo Tomás, que presenta un dorado tan rico.

            Digo que las acepto con amor porque recito las Horas en honor de Aquél cuya cabeza es toda de oro, y de aquella que está sentada a su derecha con vestidos en oro recamados y rodeada de pedrería: en esta variedad percibo el brillo de la humildad. (Sal_45_14s). Espero que, mediante sus favores, su único esposo y su queridísima Madre, transformarán mis palabras en oro, a fin de que lleguen a ser, interiormente, doradas como el oro terrestre y humano. Si esto me es concedido, usted, a quien su queridísimo esposo no olvida, tendrá tanta participación como yo en todo el bien que el puro amor divino obra en mí a través y para el bien de su querida hija.

            Al día siguiente del día de Reyes, después de haberse confesado por la tarde, se entristeció ante la frecuencia de sus faltas, a pesar de las gracias que su amor le concede. El buen Padre Rector la consoló y le ayudó a contener sus lágrimas interiores. No recuerdo si las derramó al exterior, pues a la hora en que escribo la presente, han transcurrido ya ocho días después de lo sucedido. El P. Rector le sugirió que fuese a su oratorio a hacer oración; ella obedeció de inmediato.

            Su dulce amor la contentó, dándole muestras de una santa delicadeza: Hija mía, así como los grandes tienen jardines con hermosos árboles, albercas y fuentes para su contentamiento y el de sus queridas esposas, yo poseo el jardín de mi Iglesia, en el que se encuentran las piscinas del bautismo y de la confesión para mis queridas esposas. Hija mía, tú eres una de esas bien amadas. Te lavé una vez en las aguas del bautismo sacramental. Te baño también en las fuentes de mis gracias y de tus lágrimas, las cuales te purifican. Después te caliento con un fuego divino y amoroso; para moderarlo, te envío el dulce vientecillo de mi aliento ya sea directamente o por mediación de tus confesores. Te doy árboles, es decir, mis dones; pero sobre todo, reposas bajo el árbol de la vida que es el Santísimo Sacramento eucarístico, el cual te comunica el fruto de mi sustancia humana y divina. ¡Oh, mi querido Padre, cuánto consuelo sintió!

            El ocho de enero fue muy consolada por su querido amor, el cual le prometió gracias para las personas que ama en él. El sabe qué lugar ocupa usted entre ellas.

            El noveno día del mes, sintió cierta inquietud de espíritu causada por su imprudencia de escuchar las cosas que un padre le dijo. En esta ocasión, su enemigo no durmió para infundirle temor hacia lo que no existía. Como aun no se levantaba, escuchó: Hija mía, levántate y haz oración sobre la piedra viva de mi corazón. Yo te ensalzaré.

            Su meditación se centró en el episodio de la lanzada. De este modo, fue grandemente consolada. Escuchó lo siguiente: Hija mía, después de haber pagado todas vuestras deudas y encomendado mi espíritu a mi Padre, quise conservar en el cofre de mi corazón el tesoro de quienes me aman, pues me son entrañables. Era éste el libro sellado que ni la misma muerte ni todos los enemigos podían abrir, por ser yo el cordero inmolado que había muerto, pero yo mismo vine a abrirlo. Fortifiqué el brazo de Longinos, dirigiendo el empuje de su lanza hacia el interior de mi costado. Fue éste el acto por cuyo medio quise abrir el abismo de amor de manera que ustedes fueran sepultados en él por razón de ese mismo amor y llevarlos, con dilección insaciable, a devorar este libro que es amable, pues nada es difícil para el fervor de los que aman, aunque la naturaleza encuentre amargura en ello. Es su corazón el que sufre quebranto al verme padecer tanto por ellos. Hija, esta abertura de mi costado fue la casa u oratorio de mi santa  Madre, de san Juan y de santa  Magdalena. Fue en el Calvario donde me preocupé por ellos al ver que se quedaban sin hogar. Vine a abrirles esta ventana, a la que también invité a san Pablo y a santa  Catalina de Siena. Esta es la roca a la que les hice subir para conocer los secretos de mi Padre. Por esta razón pudieron decir: Vi los arcanos de Dios. ¿Y a ti, oh hija mía, cuántas veces he mostrado estos secretos? La carne, que era el velo de este templo, se rasgó y entonces apareció el propiciatorio, todo de oro. Mi sabiduría divina fue siempre los ojos de mis dos naturalezas unidas a mi cuerpo, y mi alma constituyó siempre la divina esencia. Ella pidió a su Amor que compartiera con usted este libro.

            Después se confesó y comulgó con tanto gozo, que su corazón estallaba al ver a su amado venir a ella. El la llevó a un lugar de reposo, después de haberle mostrado en una visión un camino color ceniza. Con ello comprendió que tendría que enfrentarse a dificultades, pues el camino parecía subir una montaña muy escarpada. Al encontrarse en la cima, su espíritu entró en un dulce reposo. Esto sucedió el sábado dentro de la octava de Reyes, en el que comulgó por usted.

            Al día siguiente, domingo, se conmemoraba el encuentro del niño Jesús en el templo. Por la mañana, sintió un poco de pena a causa de las palabras que le fueron dichas: se le hizo saber que ella, a su vez, decía con frecuencia a su madre lo que este amable Jesús dijo a la suya. Ella respondió que las decía por mandato de usted, y hasta trataron de obligarla a desobedecerle. Como permaneció firme en su obediencia, dejó de sentir presión al respecto, pero este incidente mostró claramente de qué manera se la juzgaba.

            La pobre muchacha salió muy triste de aquel lugar y, escondida en un rincón, lloró durante toda la misa a causa de este incidente. Después fue a buscar al P. Rector a la entrada de las aulas. El la consoló en verdad, diciéndole que no se preocupara de cosa alguna y que fuese a comulgar, lo cual hizo de inmediato. Dijo ella a su amado: Ay, mi querido Jesús, obra tú mismo en mí la preparación, y ocúpate de las obras de tu Padre, el cual, en su caridad, me ha atraído tantas veces a ti; estoy muy triste para prepararme por mí misma.

            En cuanto hubo comulgado, su dulce Jesús la hizo verse en su compañía, rodeada de guardias de oro que parecían niños pequeños. Sostenía El al mundo con su mano izquierda, y ella estaba del lado de su mano derecha, con la que parecía bendecirla y atraerla a él sin estar en el mundo. Como un favor especial, quiso que, de su lado, se dirigiera ella hacia un lugar encumbrado en el que vio bóvedas abiertas en su parte superior, a manera de puertas, para abrirle un pasaje hacia el cielo. Esto la consoló grandemente y le ayudó a comprender que su esposo deseaba que ella hiciera lo que usted le ha mandado y aconsejado, de no pedir tantos permisos a su madre, puesto que se ocupa de las cosas del Padre Eterno, y además su amable esposo la ha exentado de los asuntos del mundo, deseando verla en él como peregrina que sube a la montaña donde se encuentra la morada celestial. Con su divina y todopoderosa bondad, ha quebrantado el poder de quienes quisieran impedirle ir allá. Al contemplar las bóvedas abiertas, se levantó consolada en su Dios y oró por usted.

            Por la tarde, al estar en oración en la misma iglesia, escuchó: Hija mía, convéncete de lo que viste esta mañana. Ten fe en lo que te dice el Padre Provincial y ven a mí sin pedir permiso para ello. Te favorezco con numerosas gracias extraordinarias a pesar de lo que se te diga. Fíjate cómo a la esposa no la detuvieron ni los golpes ni el ver que le arrebataban su manto, del que se vio privada hasta que encontró a su amado. Se te dan golpes en secreto, ignorando al Padre; se te priva de tu manto diciéndote que no deseas sujetarte. Esto te hará sufrir, pero acércate a mí, hija mía. Con esto, su corazón se derretía de amor.

            Al día siguiente por la tarde, estando en oración en la iglesia del colegio, sin preparación previa, sino según las mociones del Espíritu Santo, lloró movida en parte por el amor, en parte por el dolor y temor de sus faltas, y de la pena de verse en la tierra sujeta a tantas imperfecciones.

Oh, Amor, decía, ¿no basta a un alma que no desea otra cosa sino tu amor el sufrir la ausencia de tu clara visión, donde se encuentra la perfecta caridad? Ah, ¿estarías dispuesto a soportar mucho tiempo, permíteme la expresión, careciendo de su presencia si ella se ocultara de tu rostro?

Hija mía, si eso fuera sufrir, entonces hubiera yo padecido durante toda mi eternidad. Debes saber que cuando estaba yo en la tierra, sufría mucho más en espera de que aparecieran ante mí aquellas a quienes amo, a pesar de que en mi presciencia podía verlas a todas. ¿No crees que he esperado mucho más que tú?

            Como ya era tarde, salió ella de la iglesia y se fue a casa. Se le hizo saber que algunas personas la habían criticado con cierta animadversión porque, en una ocasión, ella había hablado bien de cierta persona y la había alabado demasiado en sus conversaciones. Ella explicó por qué lo había hecho, con lo cual se hizo patente que dicha persona la acusó sin culpa de su parte, en lo que todos estuvieron de acuerdo. Permaneció con los visitantes cerca de tres horas, sintiéndose apenada por haber faltado en sus palabras, pensando que hubiera sido mejor guardar silencio.

            Subió después a su oratorio, donde sus lágrimas corrieron en abundancia. Reflexionó en lo cambiantes que son los afectos de las creaturas, que se vieron impulsadas a alabarla demasiado, y ahora, se dijo, las veo volverme la cara. Acto seguido alabó a su Majestad, suplicando a la gloriosa Virgen y a todos los espíritus celestes que entonaran el Te Deum.

Continuó diciendo: Oh, mi amor, no tengo sino a ti como apoyo seguro. Aquellos que me aman por amor a ti, que me concedes tantas gracias, pueden al fin cambiar a causa del mal ejemplo que les doy con mis pecados. ¡Ay! si como ellos tú mismo me dejaras, ¿qué haría yo? Amor mío, no me dejes, pues ¿Qué puedo tener en el cielo o en la tierra sino a ti? No deseo sino tu divina voluntad. Aun cuando ella se complaciera en condenarme, yo lo querría a condición de que ahí, pudiera yo alabarte.

            Durante estas lamentaciones, su Bien amado no estaba lejos; el ardor de su corazón mostraba a las claras esta amorosa presencia. Ella escuchó: Hija mía, ¿acaso ignoras que cuando predicaba sobre el monte y al estar entre la gente haciendo el bien se me amaba y alababa de un modo extraordinario? ¡Y cómo me ensalzaron el día de Ramos! Más tarde, sin embargo, ¡qué cambio casi universal! El afecto se cambió en odio de muerte al fin de mi vida. Hasta aquél que tanto me amaba me negó y Judas me traicionó. Consuélate, hija mía.

            Lo anterior le proporcionó un gran consuelo. Pidió por todos aquellos que le ayudan a practicar esta virtud del menosprecio y del desasimiento, aun interior, de todas las creaturas.

            Al día siguiente, martes 12, hizo su oración por la mañana sobre el descenso de la cruz. No lloró como las otras veces en que ha meditado sobre la Pasión. Su dulce amor había enjugado sus lágrimas. Escuchó lo que sigue: Hija mía, esta cruz es mi lecho del Líbano, cuya subida es la púrpura de mi preciosa sangre. Las cuatro columnas son mi santa  Madre, san Juan, santa  Magdalena y el buen ladrón. Ellos, a mi muerte, hicieron resonar su amor puro y argentino. El reclinatorio de oro es mi cabeza, que incliné sobre mi pecho al entregar mi espíritu en manos de mi Padre por amor a todos ustedes. Todos los ángeles asistían armados con el poder divino. Blandían sus espadas para intimidar a los guardias que Pilatos envió para custodiar mi cuerpo durante la noche. Pero esos ángeles eran los fuertes de Israel que rodeaban mi lecho y también el tuyo, puesto que estás en mí. En el centro de mi costado estaba alojado mi corazón rebosando caridad hacia las hijas de Israel, es decir, tú y todas las que me aman.

            Hija, mis ángeles me adoran ahí desde aquella noche de la Cena, cuando pronuncié, en unión con mi Padre y el Espíritu Santo, la poderosa palabra que cambió en mí la sustancia del pan y del vino. Esta fue la segunda vez que mi Padre mandó que los ángeles me adorasen, pues fui introducido al mundo por este divino Sacramento. Los ángeles permanecieron en incesante adoración desde la Cena hasta el Monte Calvario. Sabe, hija mía, que ahí dije que todo estaba consumado; me refería a la Jerusalén terrestre, a Palestina, y a la sinagoga judía.

            Por esta razón mi Padre envió del cielo a mi espíritu, junto con todos sus méritos, para formar la nueva Jerusalén de mi Iglesia, la cual descendió verdaderamente del cielo adornada de mí, su esposo. Las doce puertas eran los doce frutos del Espíritu Santo. ¡Cuán precioso era su vestido! La fe era el pavimento y las murallas la esperanza inconmovible ; el techado, la caridad. La fe se atribuye a mi Padre, a mí la esperanza, y la caridad al Espíritu Santo. He aquí la fortaleza de esta Jerusalén: la santa Trinidad que está unida a mí, Jesucristo, Señor todopoderoso de esta ciudad que se funda en todos mis santos y santas.

            Después de mí, mi Madre es la piedra fundada sobre mi divina persona. En ella está comprendido el precio de todas las otras piedras preciosas. ¡Ah, qué hermoso es contemplar la Jerusalén que es mi Iglesia, donde la luna de los sentidos humanos, o el sol de su juicio natural, no brillan para darle luz; es mi gloria, la del Cordero, luz de la fe viva, la que los ilumina en ella.

Carta 10.

 24 de febrero, 1621. Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor Bartolomé Jacquinot.

            El 31 de enero terminé mi última carta para usted, que se refiere a la obra de Dios en su querida hija. Comienzo ahora la presente, para continuar narrándole los favores que su amor realiza en ella.

            En la fiesta del glorioso pontífice y mártir san Ignacio, se sintió unida a su amor y acariciada por él. Durante la santa comunión, en la que ella se sujetó a la cruz de su Salvador, permaneció en una suspensión durante la cual vio dos ojos que la miraban fijamente. Estos ojos emanaban su claridad como el óvalo de un sol, lo cual le proporcionó un gran consuelo durante casi todo el día. Por la tarde fue también profusamente acariciada de su amor, el cual durante su oración, pareció difundir sobre su semblante los rayos de su ardiente amor. Ella no olvidó pedir por su Reverencia.

            El día de la gloriosa purificación, por la mañana, se sintió triste y un poco enferma. Podría deberse a que su Dios quiso que sintiera en el espíritu y en el cuerpo la espada que traspasó a la Virgen. Antes de comulgar, hizo su oración sobre las palabras que la sagrada Virgen conservó en su corazón durante los cuarenta días después de Navidad. Escuchó: Hija mía, estás triste, pero ten valor y ve a Belén, donde verás a tu Salvador y a su santa  Madre despojados de todo, pobres y menospreciados. Es necesario que te resuelvas a deshacerte de todo, pero en la práctica, de manera que los desprecios no te afecten más que si alguien te dijera que no eres la Reina de Francia. Me refiero incluso a lo que es tuyo en casa y en lo particular. Recuerda cuántas veces me dediqué al trabajo de los pobres junto con mi padre san José, hasta ir al bosque y cargar sobre mi cuello el fuego del amor. El cargarlo por ti me lo hizo ligero, pues pensaba además en el peso de la cruz. Sabe que, desde ese día, mi Madre sufrió por adelantado el temor de mi muerte, y por si esto no bastara, lo sufrió de hecho en el Calvario.

            Hija mía, donde va mi santa  Madre, el Espíritu Santo, su esposo, se adelante a preparar el lugar. Si te preparas a recibirla conmigo en la comunión, él vendrá como lo hizo en casa de Zacarías, cuando ella fue a visitarlo. De manera análoga, está en san José, quien es llamado justo porque el Espíritu Santo estaba en él para hacerlo digno esposo de mi Madre y de morar en su compañía.

            En esta fiesta, estuvo también con san Simeón. Hija mía, fue él el Espíritu Santo, quien quiso saludar amorosamente a mi Madre a través del gozo del santo Simeón. Fue él quien también quiso que la profecía de este buen anciano traspasara su corazón cuando le predijo mi pasión. ¡Ah, cuán duro fue su dolor hasta después de esta muerte!

            Todo esto contribuyó a fortalecer a su querida hija.

El jueves siguiente se vio asediada por pensamientos e imaginaciones molestas que la sorprendieron. No se atrevió a pedir verse libre de ellas, pues sabía que Dios las permitía para humillarla, después de haberla preservado de ellas durante tantos años. Se contentó con decir a menudo que sufría violencia, y su divino amor no dejó de consolarla de vez en cuando, pero no con tanto empeño como en otras ocasiones, lo cual la sumergió en el temor de ser la causa de esta retracción.

            En la fiesta de la gloriosa virgen mártir santa  Águeda, al comulgar, comenzó a lamentarse de la pena que le causaban esas sucias imágenes, y se le dio como respuesta: Hija mía, ¿Por qué deseas alejarte de la conversación con los demás a causa de estos pensamientos impuros? ¿Acaso san Jerónimo no los soportó también?

            El día de santa  Dorotea sufrió un nuevo asalto, aun a la hora de comulgar. Llena de confusión, exclamó con las mismas palabras del Apóstol: ¡Pobre de mí! (Rm_7_24), después de lo cual escuchó: Hija mía, durante varios años te he preservado de estas imaginaciones, con lo que llegaste a pensar que nunca tendrías que sufrirlas. Respecto a estas cosas, te permití vivir en un cuerpo a manera de espíritu. Sin embargo, a partir de la Pascua, te he sometido a una estrecha obediencia en cosas más bien pequeñas que grandes, lo cual significa que te he dado más frecuentes ocasiones para practicar la virtud.

            De este modo, te he hecho pasar casi repentinamente por una extrema pobreza de espíritu hacia la que sientes repugnancia. Ahora deseo probarte con la aversión que sientes hacia estas representaciones, para que conquistes en la práctica, mediante la lucha, el bastión de la castidad. Estás practicando los tres votos de la religión, lo cual te parece difícil porque vives en el mundo. Valor, hija mía. Nadie, dijo mi santo Pablo, será coronado si no ha combatido legítimamente. ¿Crees en verdad lo que las vírgenes dijeron a los tiranos que amenazaron con arrebatarles su castidad? Con ello, nuestra castidad aumentará al doble. Se trataba de enemigos visibles. Hija, la tuya será más insigne, pues combates con enemigos invisibles que son como los traidores, pero mucho más peligrosos; su confusión aumentará al verse vencidos, y tu victoria será más gloriosa.

Con estas palabras se animó grandemente, a pesar de encontrarse enferma en el cuerpo.

            Por la tarde, al estar en compañía de algunas personas, su corazón fue atravesado por una saeta del amor divino. Comprendió bien que él deseaba retirarla de ahí para que subiese a su oratorio a hacer oración. Dejó, pues, la reunión, resistiendo la oposición de su cuerpo enfermo y del frío tan extremo que hizo ese día. Habiendo subido, se puso a orar comenzando con tristes quejas que hizo a su amor, pues seguía viéndose tan imperfecta después de haber recibido tantos favores divinos. Temía continuar profesando un gran afecto hacia las cosas creadas.

            Entonces experimentó un asalto impetuosísimo que hizo desfallecer su cuerpo, teniendo que apoyarse en su reclinatorio. Poco después se retiró a causa de la debilidad y del miedo de estar enferma. Escuchó: Hija mía, cuando me tengas presente mediante la práctica y el discurso amoroso, no te privaré de los afectos que tengas hacia las creaturas, así como el esposo no reprocha a su esposa el que esté con otra persona cuando sabe que él está presente en espíritu y se siente seguro del amor que ella siente por él.

            El domingo de Septuagésima meditó en las palabras que su Salvador pronunció con gran tristeza en la Cena: Uno de ustedes me entregará. Escuchó entonces: Bien podría haber dicho entonces lo que dice mi esposa la Iglesia en este día, en la antífona de entrada, pues los dolores de muerte que debía sufrir me cercaban el corazón. Pero las penas del infierno lo penetraban debido al temor que tenía de la condenación de Judas, quien comía conmigo. Hija mía, tu Madre la Iglesia está bien triste y tú, como verdadera hija, ¿no deseas unirte a su pena? Permanece junto a mí en mi aflicción, yo te daré lo que otros hubieran recibido.

            Acto seguido se puso a orar por su prójimo, diciendo: Oh, amor, deseo que otros participen en esta compasión. Hija mía, yo también lo deseo. Mi Apóstol dijo que mi pasión se comunica. Comparte con tu prójimo.

            En seguida se sintió toda transformada en una amorosa condolencia en el cuerpo y en el espíritu.

            Hija mía, al estar yo pálido y descolorido, mi rostro era tan agradable al Padre eterno, que pudo decirme que se lo mostrara, pues era bello y mi voz muy dulce, como lo digo en el himno. Hija mía, cuando estaba más desfigurado, era la verdadera imagen de la bondad divina, pues ¿qué padre hubiera permitido este sufrimiento en su hijo, de no ser un padre de bondad infinita?

            El martes 9 de febrero durante la oración, que seguía haciendo sobre el tema de la purificación, por estar en la octava, escuchó: Hija mía, san Simeón era justo y temeroso, y por sus virtudes llegó a ser la morada del Espíritu Santo, el cual quiso pagar a su querido anfitrión concediéndole el objeto de sus complacencias: la persona de Jesucristo, el Verbo Divino. ¡Ah, cómo se alegró el buen anciano al ver el gozo de los ángeles y el consuelo de toda la Jerusalén celestial! Ya podía desear la muerte, pues tenía en sus brazos al creador de la vida y al mismo que venía a destruir la muerte. Podía muy bien haber dicho con san Pablo: Vivo, pero no yo, pues entrego mi vida a este niño Jesús.

            En otra ocasión, siguió escuchando: Hija mía, con su mirada profética, san Simeón pudo percibir claramente que yo era el sumo sacerdote. Por tanto, humilde como era, me cedió su sacerdocio, así como lo hizo san Juan Bautista, hijo de Zacarías y del linaje de Leví, quien fue más que un profeta.

            Hija mía, por ser el Espíritu Santo el amor divino, me concede a sus queridos amigos como recompensa. Esta es su obra preferida. Tú lo has complacido en varias ocasiones, como cuando deseaste prepararle una morada, ayunando y orando los diez días desde mi Ascensión hasta el día de Pentecostés, en cuya fiesta te favoreció y te sigue beneficiando. Te ha recompensado generosamente con la comunión cotidiana, que soy yo mismo; esto no es por sólo una hora o un día como en el caso del santo Simeón, sino para siempre. ¿Te das cuenta de que es él mismo quien te ha concedido estos vehementes deseos, que suben hasta mi Padre como gemidos inenarrables? Como tus deseos provenían de Dios Espíritu Santo, y como los míos proceden de mí, el Verbo-Dios, han resonado al unísono.

            El miércoles fue también muy consolada al recibir la comunión. Su Amor, en la persona del Padre, la incitaba a subir hacia la perfección, a imitación de su querido Hijo Jesús. Vio en una visión imaginativa un ángel levantando el brazo derecho, que le mostraba el cielo con el dedo. Pero veía muy difícil subir hasta él. A pesar de ello, se sintió llena de valor ante la vista de tan poderoso auxilio, y todo ese día, así como el siguiente, permaneció absorta en un santo entusiasmo.

            El jueves, al estar en oración, sintió que su espíritu salía de ella para reposar en el regazo de la gloriosa Virgen. Impulsada por un fuerte afecto, se adhirió a uno de sus pechos, imaginando que el pequeño Jesús, su amante esposo y hermano queridísimo, se alimentaba del otro. ¡Ah, que dulzura llenó su paladar! Comprendió así cómo, cuando san Antonio fue a ver a san Pablo en el desierto, la divina Providencia se sirvió de un cuervo para enviarles una doble ración de pan.

            Hija mía, mi santa  Madre es el delicioso desierto en el que habité treinta años. Hace algún tiempo, en especial desde hace ocho o diez meses, me pides ir a morar en él conmigo, o en sus entrañas en el tiempo en que la Iglesia conmemora mi permanencia en él durante nueve meses, o sobre su seno sagrado. ¿Dudas acaso que mi Padre, al verte venir a mí, te envió no un cuervo sino al Espíritu Santo, el cual impulsó a tu confesor a darte el Pan cada tercer día? Sin embargo, para acercarte más a mí, envió al Padre Provincial, el cual, movido más por el Espíritu Santo que por tu petición pues no te atreviste a pedir la recepción diaria de la santa  Comunión te dijo que deseaba que comulgaras todos los días. No se detuvo ante nada; sólo el pensamiento de lo que diría la gente lo hizo vacilar un poco. Sin embargo, pasados algunos días, tomó la decisión de concederte la comunión diaria. Como debía permanecer aquí hasta después del día de la octava de la Asunción de mi santa  Madre, él mismo comenzó a dártela.

            ¡Ah, qué manera tuvo ella de comunicarte la mejor parte, tal y como se la habías pedido! De igual manera, el 29 de agosto, rogaste a su devoto Bernardo intercediera por esta intención. Muchas almas corren hacia la perfección para obtener el premio de la comunión. A pesar de ello, siguen careciendo de él. Yo, movido por mi amor, te lo he concedido.

            Mas tarde volvió a escuchar: Hija mía, has olvidado escribir lo referente al adiós que me dio mi santa  Madre antes de mi muerte, en el cual mostró más generosidad que Judith. Yo era el sumo sacerdote que la bendecía. Mi Padre fortaleció el brazo de su voluntad para presentarme ante la muerte y de este modo, mediante su sangre y su carne, cercenó la cabeza del pecado. Puede decírsele que es la alegría de Jerusalén. Al contemplarla, el santo Simeón vio claramente la realización de sus esperanzas como el mayor consuelo que podrían tener, después de mí, los Israelitas.

            El viernes experimentó una vez más estas deliciosas familiaridades, en medio del fuego de un gran amor. Aun en presencia de otras personas, sentía esta amorosa presencia en su corazón mediante una moción amabilísima.

De igual manera, el sábado, se sintió herida por tres dulces flechas y atraída extraordinariamente a la oración. Como la obediencia a su confesor le permitía escoger entre la oración o visitar a una persona enferma, se decidió por esto último, sintiéndose muy feliz y edificada al encontrar a su amiga desprendida de todo a fin de poder unirse a su Todo.

            El domingo, al comulgar, fue muy favorecida por su querido esposo. Lo contempló solo en el jardín, orando a su Padre y mojando nuestra tierra con su sudor. Pidió ella comunicara este rocío a su alma y aun a su cuerpo; y que si era de su agrado, contribuyera con sus lágrimas para ablandar todo su ser, a fin de que el Padre eterno se complaciera en sembrar este Verbo divino en ella por medio del Santísimo Sacramento. Como tenía puesta su confianza en la divina bondad, no fue rechazada, y su cuerpo fluyó hacia su Amor. Escuchó: Hija mía, mi Apóstol hace resaltar, en diferentes lugares, los peligros a los que tuvo que enfrentarse. No dejé de estar expuesto a ellos en el huerto. En realidad, me encontraba en un abismo, pues llevaba a cuestas el fardo de vuestros pecados y la piedra de la obstinación y malicia de los judíos. Considera, hija mía, cómo tuve que llorar al recordar la pérdida de Sión, que dentro de poco se convertiría en una Babilonia. La preví, sintiéndome por ello invadido de turbación y teniendo que soportar las agonías que describen los evangelistas. Contemplé a esta nación llevada en cautividad y cayendo miserablemente al infierno a causa de sus pecados.

            El martes 15 de febrero despertó con las palabras de la esposa: Hijas de Sión, ¿han visto al amado de mi alma? Ante estas palabras, recitó jaculatorias con gran fervor. Después se levantó, y cubriéndose con lo necesario para resguardarse del frío, se arrodilló sobre su lecho y centró su oración en el Salvador agonizando en el Jardín de los Olivos. Al encontrar ahí a su amado enteramente solo, le rogó se dignase admitirla junto a él, para padecer también con él. Su dulce Jesús aceptó diciéndole: Hija mía, las palabras que se dirigieron a Job pueden ser repetidas por mí con mayor razón a los tres apóstoles y a todos aquellos que se dicen mis amigos: ¡Piedad, piedad de mí, vosotros mis amigos, que es la mano de Dios la que me ha herido! (Jb_19_21), hasta la muerte más cruel e ignominiosa que existía en aquella época. Job fue afligido en sus bienes, en sus hijos, en su cuerpo; pero su vida fue reservada al cuidado de la divina bondad. Además, su mujer también fue preservada para que más tarde pudieran ambos gozar el uno del otro, rodeados de los bienes más excelentes. Sin embargo, Job no era sino el servidor de mi Padre, y yo su Hijo único.

            ¡Ah, hija mía, fue voluntad de mi Padre que hiciera reparación por el pecado hasta la misma muerte! Como el amor me llevaba a desearlo y a quererlo, pagué por ustedes un precio mayor que su deuda. Mi alma no fue preservada de estas penosísimas angustias por el hecho de estar unida a la divinidad.

            Hija mía, las aguas amargas de tus pecados y de los de toda la humanidad penetraron hasta las profundidades de mi espíritu. Para ustedes, estas aguas del pecado eran dulces como la miel; para mí, que las apuraba, más amargas que la hiel. Mi dolor se agudizaba al considerar que, a pesar del precio que pagaba, ustedes seguirían en deuda por el pecado actual cometido después del bautismo, en el que los habría de lavar. Si no fuera yo impasible, y por tanto, no sujeto al sabor amargo, ustedes me seguirían dando hiel a beber. ¡Ah, qué poción tan amarga! Hija mía, el profeta trató de cambiar la amargura de la bebida a la que añadió algo de harina. ¿Acaso no quise hacer lo mismo con la que es ingrediente del pan de los ángeles, que es verdaderamente el pan de mi Padre eterno? Me refiero al Santísimo Sacramento, delicia de la augustísima Trinidad. Sin embargo, la aflicción del pecado está siempre en ustedes, y tú, que recibes diariamente la comunión, sabes por experiencia cuán grande es su amargura después de haberlo cometido.

            ¡Oh, amor mío, dijo ella a través de sus lágrimas, aun cuando no hubieras tú bebido sino los míos, qué amargura te hubieran brindado! Se sintió entonces agobiada por el dolor y, abriendo los brazos del espíritu y también los del cuerpo, imaginó abrazar a su Salvador bañado en las aguas amargas del pecado. El le hizo escuchar: Hija mía, te he dicho que Job fue librado de sus aflicciones y no murió. Su esposa fue preservada; tuvieron otros hijos, y sus bienes le fueron devueltos. Sin embargo, después de mi resurrección, mi Esposa la Iglesia ha padecido más que nunca. Ha visto a casi todos sus hijos degollados, martirizados y despojados de todo, pues algunos se desprendían voluntariamente de todo, mientras que a otros se les arrebataban sus bienes. ¡Cuántos monasterios, iglesias y casas cristianas fueron saqueadas por los tiranos! ¿Puedes imaginar el peso de mis dolores, que sólo yo tenía presentes? Cuando, después de mi ascensión, dije a Saulo: ¿Por qué me persigues en mi esposa la Iglesia? ya era yo impasible; pero en el huerto sufrí realmente. Mi alma estaba triste al considerar la tristeza y la pena de los elegidos. Dejé a mi Iglesia las almas que podía yo salvar del pecado de impenitencia final. ¡Ah, hija mía! ¡Cuánto ha sufrido y sigue sufriendo mi Esposa de parte de sus enemigos y hasta de sus hijos e hijas!

            El domingo pasado, día de Septuagésima, ella la Iglesia clamó a causa de los dolores de muerte causados por los pecados de quienes la rodean, y manifestó el vivo dolor que le mordía las entrañas ante las penas que padecerían en el infierno. A pesar de todas estas quejas, siguen adelante en su camino, sobre todo en este tiempo de carnaval.

            En un domingo anterior, al darse cuenta de su impotencia hacia ellos, clamó hacia mí, que soy su esposo y su Padre, como una Madre piadosa: ¡Socórreme!, decía dolorosamente, pareciéndole que yo dormía y pidiendo me despertase para salvarlos de sus pecados, en especial de los de sensualidad. Hija mía, el recuerdo de todas estas cosas hacía que se secara mi espíritu.

Ella pidió entonces que usted y otros padres que le vinieron a la memoria no diesen a beber al Señor un cáliz tan amargo como es el del pecado, aunque sea venial. También pidió esta gracia para ella misma.

            Hija mía, identifícate con tu madre la Iglesia, la cual, entre todas sus hijas, te ha acariciado y nutrido con el manjar más precioso que posee, que es mi cuerpo. Ha obrado hacia ti como Rebeca hacia Jacob, al obtenerte, del verdadero Isaac, la bendición de sus gracias y la heredad que soy yo mismo por encima de tus mayores. Todos ellos son severos y rígidos; en su austeridad parecen correr hacia la búsqueda de almas como su presa; sin embargo, carecen de la dulzura que tú posees. Ella, la Iglesia, te comunica su verdadero espíritu a través de mi amor.

            Después de comulgar, escuchó: Hija mía, se te ha concedido la inteligencia de mis misterios tal y como se los revelé a mis apóstoles (Mt_13_11).

            El miércoles 18, después de recibir la comunión, se sintió muy unida a su amor mediante la santa cruz, a la que anhelaba abrazarse. El mismo día, después de haberse confesado, se preparó a la comunión con jaculatorias y fervientes aspiraciones. No se atrevió a iniciar un tiempo fuerte de meditación debido a un malestar físico. Por ésta y otras razones, rehusó dar libertad a sus lágrimas. Expresó, por tanto, con actos de amor, los deseos que tenía de su Salvador de la mejor manera que le fue posible. Escuchó estas palabras de su Amado: Hermana y esposa mía, heriste mi corazón con tus reiterados actos de amor y de obediencia (Ct_4_9). Experimentó entonces en su interior una confianza filial unida a un temor nupcial. Continuó expresando sus deseos hasta que, al llegar a la santa mesa, sintió que su cara enrojecía de gozo en presencia de su querido amor, y dulces lágrimas llenaron sus ojos sin que el sacerdote lo notara por lo menos así le pareció. Escuchó: Dirigiste tus flechas hacia mí, que soy la piedra viva. Al abrir así mi corazón, has hecho fluir mis aguas hacia ti y hacia las personas a quienes me encomiendas. Hija mía, las flechas arrojadas a las piedras con frecuencia rebotan en contra de quienes las disparan. Me has herido, y a mi vez te hiero. Emanas centellas de fuego que alcanzan a los sacerdotes por los que me pides.

            Usted mi queridísimo Padre, es el primero en recibirlas. Amable Jesús, inflámalo, así como a todos los demás, con tu divino fuego. Ya podrá imaginar el consuelo que sintió después de haber recibido en ella a tan dulce amor.

            El viernes, a la hora de comulgar, escuchó: Hija mía, he impreso mis llagas en las almas de quienes me aman, pues son mi morada. Si me amaras con mayor intensidad, las sentirías con más fuerza. Contempla a las almas seráficas a las que he comunicado estas llagas aun en el cuerpo, marcándolas con mi propio sello. Ella permaneció profundamente unida a esas llagas.

            El sábado, después de confesarse, su confesor le dijo que comulgara por un asunto de gran importancia: temía él que algunas personas provocándose a un duelo, perdieran la vida del alma junto con la del cuerpo. Ella respondió que había prometido ofrecer la comunión por usted en ese día, pero que dada la urgencia de esta petición, lo dejaría para otra ocasión, lo cual no dejó de hacer. Ese mismo sábado, al comulgar, fue grandemente consolada. Su dulce amor le hizo escuchar: Hija mía, has hecho bien en oponer la roca firme de mi cuerpo, pues ella embotará la espada de la ira y de la cólera de aquellos por quienes me pides. Hija mía, para reconciliar a las personas, es necesario invitarlas a comer y a beber juntas. Si esto se logra con alimentos y bebidas corruptibles, ¿Qué no hará el gran poder del pan y el vino, como hostia pacífica, para obrar la paz?

            A partir de entonces, tuvo gran esperanza en la solución favorable de ese asunto. Por la tarde, al estar en compañía de otras personas, fue prevenida por un ardor interior, sintiéndose deseosa de salir. Poco después se dirigió a la iglesia del colegio e hizo allí oración sobre el tema de la huida a Egipto. Entonces escuchó: Hija mía, deseo mucho hacer saber que no es necesario buscar en este mundo una morada permanente, sino vivir en actitud de peregrino. Hija, observa cómo llevé el signo de David: tuvo que huir de sus enemigos, de Saúl y de su hijo Absalón, que eran las personas que más debían haberle amado. De la misma manera Herodes, de quien tuve que huir, debió haberme amado.

            Ella le rogó entonces que la conservara cerca de él mediante la huida de las ocasiones de pecado. Pidió por usted, y a continuación sintió que su corazón se deshacía en lágrimas que fluían en abundancia de sus ojos. ¡Ay, Amor, cambié, por razones que tú conoces, la intención de la santa comunión que debí haber ofrecido por mi querido Padre! Conjuro a tu santa  Madre, a todos tus santos bienaventurados y a ti, mi dulce Jesús, sin exceptuar a los espíritus angélicos y santos, que intercedan por él en el cielo. Si ese glorioso ejército lo hace, no perderás nada; como a ella se le pidió obrar de ese modo, es probable que ellos, en su caridad, le estén inspirando esta petición.

            El domingo se sintió como muy triste y como rodeada de sus enemigos. Redobló entonces su oración. Le parecía que en ese día su Dios había concedido permiso a sus enemigos interiores para que la atacaran. Para oponerles resistencia, recurrió a las armas de la oración continua. Escuchó entonces a su amor: Hija mía, deberías encontrar consuelo y reposo en todo lugar. Tienes tu morada en mi heredad, que es el Santísimo Sacramento.

Sin embargo, estas palabras no fueron pronunciadas con todo el poder de su amor, y no se consoló del todo.

            Por la tarde, como seguía sintiendo tristeza, se retiró a tres o cuatro pasos de la compañía con la que se encontraba, para rezar y llorar, después de lo cual el Espíritu Santo alegró su corazón. El le recordó, a través de esta divina infusión, lo que dijo el apóstol: La mayor de todas las virtudes es la caridad (1Co_13_13).

            El lunes siguió sintiéndose un poco triste, pero no dejó de perseverar en la oración. Oró hasta el momento de vísperas, que durante esos tres días se dijeron en el colegio. Se sintió herida por varios dardos, y en seguida presa de un asalto.

            Al día siguiente, después de confesarse, sintió gran consuelo. Se le reveló que el cielo de su corazón, al que vino su Salvador, había sido abierto por el mérito de su confesión. Recibió entonces una suave infusión, después de la cual vio una especie de enrejado de madera, precedido de espadas entrelazadas, cuyo objeto era impedirle la entrada en un lugar claro y hermoso que vio más allá del cancel. Más tarde le pareció entrar en él, con lo que su corazón dio saltos de alegría. Escuchó: Hija mía, aunque todavía te encuentras en camino, te doy a beber del torrente de mis grandes delicias, para que mantengas en alto tu cabeza. Tu espíritu mora en mí.

            Por la tarde se vio fuertemente abrasada del fuego del amor y su corazón sufrió una herida. Faltó poco para que le llegara un asalto en la iglesia, pero se le concedió en cambio la absorción de los sentidos exteriores y el recogimiento de su espíritu en Dios mediante el desasimiento de todas las cosas creadas. Después, viéndose totalmente abrasada, salió de la iglesia para descansar de este exceso, pero su espíritu fue repentinamente sumergido en una tristeza que apesadumbró y fatigó al cuerpo. Había, sin embargo, gran diferencia entre la primera pesadumbre, que provenía del amor divino, a ésta que era sólo un disgusto del amor propio, lo cual impedía al espíritu ejercer su actividad en la oración.

            Al día siguiente, Miércoles de Ceniza, al considerar a su Salvador totalmente bañado en su sangre mezclada con el agua de su doloroso sudor, escuchó: Hija mía, mi cuerpo fue el vellón humedecido por el rocío que el sol del divino amor había producido en mí, derritiéndome interiormente a causa de la reverberación que obraba el ardor de mi oración. Este mi vellón de cordero inmaculado daba ya signos de la victoria que obtendría sobre los enemigos al detener el sol en medio de las tinieblas, pues combatía contra ellas. Era yo el sol que veía todo; la victoria de ustedes tuvo lugar cuando el vaso de mi cuerpo se rompió, y salió de él mi alma luminosa para espantar y hacer temblar al mundo y al infierno.

            Ese mismo día, al considerar cómo este Salvador había sido atado, esposado y conducido fuera del huerto, escuchó: Hija mía, yo era fortísimo frente al pecado y frente a los soldados, pues los hice caer a tierra con sólo decirles: Jesús de Nazareth, mostrándoles así que tenía el poder de escapar, como cuando se me quiso apedrear; pero que les concedía el poder de prenderme mediante la traición de Judas, mi apóstol y amigo, a quien había dado mi cuerpo sagrado durante la Cena. No solamente había puesto la cabeza sobre sus rodillas, como lo hizo Sansón sobre las de Dalila, sino que por amor había posado mis labios sobre sus pies. En un acto de olvido propio, hice a un lado el recuerdo de los males que me acarrearía esta traición. El traidor me tomó por el cabello de mis afectos, que fueron entregados a la muerte para dar a ustedes la vida. El me llamó Maestro, y yo a él, amigo.

            ¡Ah, hija mía! Así como Sansón fue agarrotado por la traición de su amiga, yo con frecuencia me veo aprisionado por la de aquellas que son mis amigas. Obran mal al traicionarme. Confío en ellas, y aun cuando sea yo fortísimo para echar fuera a todos los filisteos que me hacen la guerra, con frecuencia me dejo atar a un alma a la que amo, aunque más tarde haga conmigo lo que quiera. ¡Ah, hija mía, cuántas veces he combatido y abatido a los filisteos de tus pasiones, que se empeñaban en afligirte después de haberte yo escogido por amor, recostándome en tu seno! ¿Desearías ahora traicionarme y volver a ofenderme? Ah, mi dulce Jesús, te seré fiel hasta la muerte. Más tarde, al asistir a misa, siguió sintiéndose triste. Como la tarde anterior, su dulce amor la consoló: Hija mía, debes alegrarte en este día, pues te dije en otra ocasión que el primer día de Adviento y de la Cuaresma haría cesar las bodas carnales para llevar a cabo las espirituales con aquellas a quienes amo. Consuélate.

            La sumergió en seguida en un suave recogimiento. Escuchó, en seguida, el sermón y, al salir del templo, su Esposo la acompañó. Hija mía, así como el lugar de Judas fue concedido a Matías, lo cual fue para él la salvación, debes hacer lo mismo con el que tienes. Yo dije a los apóstoles: Hagan lo mismo que yo. Judas no lo hizo, pues no llegó a ser sacerdote. Sin embargo, comulgó del mismo cuerpo que los otros recibieron, haciendo de él ocasión de muerte, y los otros de vida. Hija mía, ¿por qué estás triste? ¿Acaso no te he dado la porción de la comunión amorosa?

Se sintió entonces consolada, y por la tarde, tan abrasada de amor, que se abismó en un dulce entusiasmo mientras permanecía recogida en compañía de su Salvador.

 Carta 11.

 12 de marzo de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            A pesar de los favores que me concede Aquél que es rico en misericordia, sabe usted que caigo en más imperfecciones que otras personas que no disfrutan ni de la milésima parte de lo que este divino amor se digna comunicarme.

            Debo decirle que ayer, después de haberlo dejado, me confesé con el R. Padre. Mientras le hablaba, mi divino Esposo me abrumó de delicias, lo cual hice saber de inmediato a mi confesor, el cual me dijo que se las describiera, aunque sin mucho detalle.

            Más tarde, al acercarme al comulgatorio para asistir a la misa en la que debía comulgar, escuché: Hija mía, soy rico por toda la eternidad. Esto es verdad porque poseo en mí los tesoros de mi Padre. Debes contemplar cómo es bella la púrpura de mi humanidad al reposar en el seno de mi divinidad. Con estas vestiduras interiores y exteriores, mi hermosura no tiene igual.

            Mira cómo te revisto de mí mismo. Todos los días ofrezco un banquete espléndido, con viandas muy delicadas, como lo son mi cuerpo sagrado y mi sangre preciosa. Lo que da el mejor sabor a este alimento es el sol de mi divinidad, que se infunde en ustedes para alegrarlos e iluminar las palabras dichas por mí. Este santo himno es la música de los espíritus bienaventurados. Tú eres como mi esposa, a la que invito a sentarse a mi lado para hacerla gozar de estos favores a la manera de una reina.

Hija mía, regalo las migajas a otras personas que acuden a la puerta todos los días. Ellas no reciben el pan entero como tú, o algunas lo reciben sin experimentar el gusto que pongo en él para ti. ¡Con cuánta frecuencia te hace sentir un gran fervor!

            Después de lo anterior fui a comulgar. No encuentro palabras para expresar la felicidad que sentí. Sólo puedo decirle, mi querido Padre, que mi corazón latía casi hasta estallar, ensanchándose a medida que se acercaba a recibir la afluencia del divino amor.

            A continuación permanecí en éxtasis cerca de tres cuartos de hora. Esto se hubiera prolongado si no me hubiera venido el pensamiento de que debía ir al sermón, y también por temor de fatigar demasiado al cuerpo, que estaba muy debilitado por la fiebre de la noche anterior.

            ¡Ah, cuán delicioso era para mi espíritu el poder salir de mí misma para entrar, no en el seno de Abraham, sino en el del Padre Eterno, en el que el Espíritu Santo me dio a entender que me comunicaba la alegría de su amor redentor! Me dijo que asistiera al banquete en compañía de los justos, y sobre todo del Santo de los santos, y que redoblara mi felicidad en mi alegría, porque además las llagas de mis imperfecciones estaban curadas y dejarían de causarme dolor. En ese momento su dulce amor apaciguó mis sufrimientos.

            Pedí por su reverencia, pues pienso que usted fue la causa de las flechas del divino amor que recibí durante los tres días anteriores. El sábado pedí por usted para que sanara de su fatiga; también para que El me hiriera con flechas procedentes de su amor, que coincidieran con el número de golpes que sus pasadas imperfecciones hubieran asestado a nuestro Jesús. Fue sin duda un gran atrevimiento que alguien culpable de grandes delitos, como yo, abogara por alguien que no había cometido sino pequeñas faltas, que, comparadas con mis imperfecciones, ocuparían el lugar de las obras buenas. Sé bien que, humilde como es, no me reprenderá por esta presunción; sin embargo, hay muchas otras faltas que cometo. Le ruego me corrija en todo, con toda libertad. Le prometo hacer lo que me pida y procurar alcanzar el bien de morir a mí misma al esforzarme en obedecerle.

            Mi hermano acaba de avisarme que la persona de la que le hablé ayer me pide que vaya a buscarla después de comer. Si usted así lo quiere, iré a verla sin importar lo que yo sienta, guiada únicamente por la inspiración divina que usted me comunique. De otro modo, esperaré hasta las cuatro de la tarde para salir a escuchar el sermón del P. de Villards, lo cual me servirá de excusa para no ver a esa persona. Adiós, mi muy querido y Reverendo Padre.    Su muy humilde sierva, y única hija en Jesús. Jeanne Chézar

Carta 12.

 18 de marzo de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Aquél que es autor de la paz en mi corazón: El es el Padre de quien dimana toda paternidad en el cielo y en la tierra, el cual me ha concedido el reposo interior, haciéndome indiferente a todo lo que no es su voluntad. Me ha concedido el comprender que mis imperfecciones, y el interés que usted demuestra hacia mí, no llegarán a destruir el lazo paternal de usted hacia mí, y el mío de hija hacia usted, pues El mismo lo anudó, diciéndome: No debes deshacer lo que yo, el Creador, he hecho. Yo puse a la Virgen-Madre y a mi querido Hijo en manos de san José para que fuera su guardián y guía, para que no estuvieran en peligro de perder el camino. Como este Santo quiso dejarla, envié al ángel para impedírselo. Así como la Virgen, llevas diariamente a mi hijo Jesús al Egipto de este mundo; lo llevas en tus entrañas, pero debes también cargarlo en brazos. El sacerdote te ayuda en esta tarea, así como san José ayudó a llevar a mi Hijo en sus brazos.

            San José fue también guardián del cuerpo de la Virgen e impidió la detracción que hubiera podido herir el alma de María. Este Padre ha aprendido, por medio de otras cartas, de qué manera debe conducirte a mí pura de espíritu y de cuerpo. No, no son ustedes quienes me han escogido, sino yo a ustedes. Mientras más se inclina él a retirarse, tanto más le impulso a ocuparse de ti. Para que un árbol hunda con fuerza sus raíces, debe ser sacudido por los vientos. De igual modo, te ves agitada por los vientos de tu naturaleza para, más tarde, adquirir consistencia en una profunda y humilde obediencia según su criterio.

            No te pido una obediencia negativa, como pareció cuando te hizo prometer que pondrías por obra lo que él te dijera por escrito. Esta promesa es nula, porque se ha dado cuenta del poder que ejercen en ti sus palabras, y aun sobre mí, de manera que podría decirse que mis actos gratuitos en ti le obedecen. A semejanza de Elías, él ordena al cielo de tu corazón que contenga las aguas que amenazan convertirse en diluvio de lágrimas. Ellas se retiran con presteza y, cuando así lo permite, vuelven a brotar. Que siga bendiciéndote, y el aceite de mis favores abundará en ti. Ábrele los vasos interiores de las potencias de tu alma junto con tus acciones exteriores, para que vierta en ellos, mediante una graciosa y prudente vigilancia, el óleo de su palabra. De este modo, por medio de su acción, tu espíritu renacerá, pues hice engendrar en él esta pureza de inocencia en la que deseo seas conducida por él. Es necesario que, para gloria mía, recompensa suya y tu propio bien, te ayude a nacer según lo que dice el Apóstol Pablo en la Epístola del domingo de la Octava de Pascua. ¿Acaso crees que las promesas que le hiciste de palabra entre otras las de ayer, en presencia del Santísimo Sacramento, al que acompaña la Santísima Trinidad, son suficientes para darle a conocer mi voluntad? Por añadidura, renunciaste completamente a la tuya. Tu tristeza y las lágrimas que derramaste al darte cuenta de tu falta, ¿no son para ti una prueba suficiente, de que esta contrición proviene de mí? No comprendiste lo que te dije después de la santa comunión: Confía, hija, tu fe te ha salvado (Mt_9_22). Esto es lo que hizo la cananea cuando la rechacé. Que él imite esta palabra, pues, mientras más la rechace, más lo presionarás.

            Mi Reverendo Padre, sé bien que no soy digna de recibir entero el pan que usted da a la más querida hija en Jesús, que usted ha aceptado. Pero diga que soy la última, y recibiré a sus pies las migas que usted dejará caer con sus solas miradas de caridad cuando no desee el pan completo de sus mandatos absolutos. Estos serán para mi parte superior manjares deliciosísimos, pues está resuelta a subir la montaña de la perfección aunque para ello deba pagar el precio de la muerte exterior de la cruz y del cuchillo de la abnegación y de la mortificación interior. Tómelo en sus manos y ejerza el oficio del sacerdote: circuncide todo lo que haga falta en aquella que, una vez más, promete obedecer y que es, mi muy querido y Reverendo Padre. Su muy humilde sierva y obediente hija en Jesucristo. Jeanne Chezar. En este 18 de marzo de mil seiscientos veintiuno.

 Carta 13. 

19 de marzo de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            ¿Qué devolveré a usted por los favores tan deliciosos que a El le place concederme cuando me porto como hija sincera con usted, sea en la confesión, o al conversar fuera de ella? Presento este mismo Señor al Padre Eterno para que sea El mismo su recompensa y para mayor gloria suya.

            Debo decirle tres cosas que me apenaría manifestar por escrito en la presente, pues resultaría demasiado larga y no dejaría lugar para algo más. Es suficiente con decirle que ello me mortificaría. Se lo diré en la primera ocasión de viva voz, puesto que mi queridísimo y amado esposo Jesús se complace tanto en el cuidado que usted tiene de mí, su pequeñísima sierva.

Ayer me dijo lo siguiente: Deseo que este padre te ayude a ser completamente celestial y renovada, para que salgas y entres sin defecto a mi cámara nupcial. El ayudará a que, entre tú y yo, nuestras deseadas bodas lleguen a consumarse como un sacramento irreprensible, según dijo san Juan, mi discípulo amado. Nuestro matrimonio se hará realidad gracias a su vigilancia, la cual guiará tus intenciones y pensamientos íntimos, así como tus acciones tanto exteriores como interiores.

            Hoy sentí miedo de lo que ciertas personas dicen o pueden decir con demasiada libertad acerca de cosas que no comprenden respecto a la intención que usted me pidió encomendar a Dios. Por esta razón, visito a usted con menos frecuencia; temo a quienes podrían hablar o pensar mal de lo que es del agrado de su Majestad por encaminarse al bien de mi alma. Escuché entonces: Cuando tú y él toman la decisión de no verse con tanta frecuencia, permito que sucedan cosas que les lleven a obrar de otra manera. Los dos se dan cuenta claramente del gran provecho que te ayudo a sacar de estas frecuentes comunicaciones. Hija mía, quiero verte perfecta, me comunico a ti en todo momento, sin limitar el tiempo. No quiero que existan barreras entre tú y él, salvo que, por causa justa, no puedan hacerlo. Recuerda lo que pasó entre Magdalena a quien deseaba hacer perfecta. No quise impedir el contacto personal entre nosotros dos por la sola razón de las murmuraciones de los judíos, o por el pensamiento y el juicio interior de Simón el fariseo. Tampoco me lo impidió la queja de santa  Marta, a pesar de su solicitud y caridad hacia mí. Esa misma familiaridad de María y yo parecía dar lugar a la envidia de su hermana. Sin embargo, a Marta no se la conoció vulgarmente como pecadora, como se hizo con María. Después de haber respondido a Martha, permití que María se me acercara en todo momento, pues sabía interiormente que tenía necesidad de mi presencia continua; más aun, después de mi resurrección, quise visitarla en primer lugar, según lo narra el evangelista; (Mi querido Padre, yo creo que, con esto, quiere dar a entender que su gloriosa madre fue la primera, sin que el evangelista hablara de ello), para que en el futuro, estuviese del todo junto a mí, la retiré al desierto. Esto mismo es lo que tu director hace contigo, pues te encamina al desierto, es decir, a ocultarte y a no dejar que te eleves sino hacia el cielo de la perfección en mi presencia, en la de mis ángeles y santos y en la suya propia, pues debe tener conocimiento de tu más profunda intimidad.

Ahora bien, mi querido Padre, sea usted el juez de todo esto, pues yo me siento indiferente a todo. Que la voluntad divina se haga en mí a través de usted. Después de mi comunión, me sentí muy feliz con mi esposo.

            Volviendo a otra cosa, hablé a usted anteriormente de mi madre. Ya está mejor, gracias a Dios.

            Tuve que interrumpir aquella deliciosa contemplación en que escuché cómo san José, que fue bienaventurado por el santo temor que tuvo hacia Dios al darse cuenta de que era el esposo de la Virgen, nuestra Señora, y que el Dios de toda bendición, al humanarse, quiso sustentarse del trabajo de sus manos para darle a san José una recompensa eterna. Entonces se le dijeron estas palabras: Y será bueno para ti (Sal_127_2) en este mundo, mediante la gracia.

            El sufrimiento, si así puede llamársele, por el que este Santo tuvo que pasar al ser guardián de la Virgen, verdadera viña, y de Jesús, la uva mística, debía merecerle un lugar a su lado en el cielo, gozando en abundancia de las grandezas del imperio que María poseía en la divinidad según el querer divino. Y esto sin referirme al que posee como Madre de Jesús y señora de todas las creaturas angélicas y humanas, pues todos los seres humanos son hijos suyos. Así como ella es nuestra Madre, podemos decir que José es nuestro padre, lo cual agrada a la Virgen, pues ella misma le honró con este nombre cuando preguntó a su querido y único Hijo: ¿Por qué nos has hecho esto?, añadiendo que su padre y ella le buscaban. Además, miran a todos los elegidos como hijos suyos, a manera de brotes de olivo de un verdor eterno, sentados en torno a la mesa de la gloria, junto a la de la gracia. Su alegría es mayor que la de todos los israelitas que entraron a la tierra de promisión.

            Volví a casa después de haber ofrecido al Salvador a su Padre por todos los miembros de la Compañía, incluyendo a usted. Hice algo para alegrar a mi madre, y me dirigí en seguida al sermón, durante el cual la flecha del divino enamorado de mi alma hirió mi corazón con una llaga deliciosa.      Permanecí durante algún tiempo en contemplación, pero ninguna de las personas que me rodeaban se dio cuenta de ello. Quise recitar la antífona de san José, la cual se me explicó como sigue: Hija mía, he aquí al verdadero hombre que, sin consejos humanos, realizó todo lo que diría yo más tarde en mi evangelio: que dejó todo, hasta su medio de vida, para ir a Belén y más tarde a Egipto despreciando así al mundo y todas sus riquezas terrenales. Sin embargo, hija mía, te diré un secreto: es porque conducía las delicias del cielo, que son la Virgen y Jesús. El hace las delicias del Padre, y la Virgen las del Espíritu Santo. El guiaba a los dos con sus palabras, y Jesús y María obedecían. Ellos, que son los más ricos soberanos del cielo y de la tierra, se dejaban llevar por la mano de Jesús. A su vez, Jesús tomaba la mano de su santa  Madre. José se dirigió hacia el triunfo en compañía de esos cuerpos formados de tierra virginal. Este es el tesoro de la ciudad celeste.

            Mi querido Padre, en qué éxtasis hubiera caído de no ser por la gente que me rodeaba. Después, rebosando con la alegría de este santo, fui a mi oratorio. Lo he tomado como Padre, pues Jesús es mi esposo y la Virgen mi madre. A ellos lo encomiendo y soy de usted sin reserva, mi muy querido y Reverendo Padre, su más pequeña servidora, pero única hija que le obedece en Jesucristo.

            Jeanne Chezar. 19 de marzo de 1621.

Carta 14. 

23 de marzo de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Cometería una grave ofensa contra el Espíritu Santo si no tuviera fe en la doctrina que usted me enseña; ella procede de El como su principio, debido a los efectos que su bondad obra en mi alma cuando trato de poner en práctica sus consejos, que no son otra cosa sino la divina voluntad.

            El abrirme a ella me ha traído la paz, recordándome que el lugar de su morada es el corazón pacífico, lo cual concedió al mío mientras decía mi penitencia. Después me regaló con un suave recogimiento interior, y al comulgar me dijo: Hija mía, es necesario que, de aquí en adelante, seas un paraíso. Las personas de mentalidad terrenal no lo descubren; únicamente aquellos a quienes mi Padre desea revelar esta gloria. Debes actuar de tal manera, que las manzanas de las revelaciones que te son comunicadas se adivinen mediante su aroma, el cual se conserva mejor en un cofre cerrado que en plena calle. No hace falta descubrir estos aromas sino a quienes deben tener la llave del cofre. Con ello me refiero al Padre tu director, a quien debes permitirle juzgar el contenido del arcón. Esta es mi voluntad. Es necesario que seas la puerta cerrada por la que no entre persona alguna sino yo y el que debe purificar ese lugar mediante sus enseñanzas, enderezando el humo de tus acciones y oraciones hacia lo alto. He dispuesto que él sea el sacerdote a quien he permitido penetrar en tu interior, a pesar de que quisiste cerrarle la puerta. No debes hacer esto por tu propio bien. Lo sabes por experiencia cuando le manifiestas tu vida interior y mantienes tu reserva hacia todos los demás a quienes no has revelado aún estas cosas. Sin embargo, no puedes seguir ocultando estos favores a quienes ya los has revelado.

            La esposa dijo que era como un muro. Yo soy esto para ti, pues cuando no quieres darlos a conocer, oculto a las personas los secretos que introduzco en ti. Tus pechos son las inclinaciones naturales que tienes hacia el amor y deseo de mí, de ti misma y de las otras creaturas. Yo debo ser como las torres en las que te sientes a cubierto de tus enemigos debido al ardiente y anhelante amor que tienes hacia mí, el cual nunca deja de crecer por medio de las atracciones de mi amor y hasta con las reprensiones que te dirijo. Se dirige también al prójimo a través de oraciones y buenos ejemplos, que son para él una antorcha que les invita a venir a encontrarme en estas torres.

            ¿No tendrías en ellas mil hombres armados a tu disposición? Ellos son mis continuas inspiraciones y mis santos están listos para ponerlas en orden de batalla, para luchar contra tus enemigos internos y externos. No dejes de vivir en el recinto de esta torre; permanece firme en ella. Las virtudes que practiques te traerán la paz y abundarás en manjares deliciosos que son mi sagrado cuerpo y sangre, cuya dulzura y amabilidad has probado cada vez que te alimentas con ellos.

            Después de lo anterior quedé muy consolada y respondí: Mi amado es para mí y yo para él. Lo tengo y no lo dejaré. El quiere morar en mí, que soy indignísima de tal huésped. Sin embargo, él aporta consigo lo que es necesario para su grandeza. Yo le presento todo esto para suplir a mi bajeza y le pido, en virtud de su caridad y de la solicitud que usted tiene de mi bien, que se dé a sí mismo a usted mediante su gracia en este mundo y la gloria eterna en el otro. Yo le conjuro, por esta misma caridad, que me ordene absolutamente todo lo que crea conveniente; yo le obedeceré, pues soy, mi muy querido y Reverendo Padre, su humildísima servidora, pero única hija en Jesucristo.

            Jeanne Chézard. 23 de marzo de 1621

OG-03 

Carta 15. 24 de marzo 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Ya era tiempo de tener el capítulo de culpas y el examen de mi alma, del que mi Salvador solía ocuparse cuando era el único en hacerlo. Ahora ha dado a usted esta tarea, como me ha dicho en tantas ocasiones. Esta mañana debe usted hacerlo, según el consejo que me dio usted mismo de moderar y concertar mis afectos aun hacia usted. Es verdad que entre usted y yo existe un afecto ordenado, que se demuestra en los hechos. Seguirá siendo así si su fin no deja de ser la soberana gloria del Dios, Dios de nuestros corazones, Jesucristo, nuestro único todo.

            Después de la comunión reflexioné acerca de lo que usted me dijo, y colocándome al lado de Aquél que se digna estar en mí, repetí varias veces la frase de san Agustín: Que te conozca y que me conozca. Me detuve en este punto; haz que todas mis acciones, tanto las del espíritu como las del cuerpo, se dirijan a ti, pues ¿Quién es semejante a ti?

            No escuché otra respuesta sino esta: El amigo del esposo te acompaña y se alegra ante el amoroso bien del esposo y de la esposa. Después, en pleno recogimiento, volví a casa para ir más tarde al sermón, durante el cual mi recogimiento se hizo más íntimo. Esto me causó un vivo temor y un latir del corazón, pero más de paz que de agitación. Expresé mis intenciones a mi Rey, sin omitir mis imperfecciones como usted me las ha hecho ver. A continuación me sobrecogió un santo temor de que mi esposo me reprochara con un toque de encelamiento, pues dejé ver algunos pequeñísimos signos exteriores de las gracias naturales y sobrenaturales que había recibido, para contentar el afecto de una criatura. Escuché lo siguiente: Hija mía, es verdad que al obrar así me has lastimado, a mí que te he dado vida y regalado con tantas gracias. Te he alimentado con mi propia leche, que es mi sangre preciosa, la cual transformo en sangre deliciosamente dulce mientras te abrazo sentada sobre mis rodillas. Este es el reposo de la santa contemplación, pues te beso y te abrazo con mi divino amor e infundo profusamente en ti las aguas vivas del manantial de mi divinidad. Si las guardaras o las volvieras hacia el afecto de una criatura, que es de por sí, igual que tú, como una cisterna árida, los dos terminarían por secarse si mi gracia previniente y tu director no velaran continuamente por tu bien.

            Entonces, mi querido Padre, derramé abundantes lágrimas, pues estaba, por providencia divina, a la sola vista del sacramento y de ninguna otra persona. Había tomado asiento al extremo de una de las bancas, en el área donde se reúnen los sacerdotes. Por entonces no había nadie, pues todos estaban cerca del púlpito, a la mitad del coro, cantando una misa de difuntos. Durante esta misa continué recibiendo grandes consuelos en medio de tantas desolaciones, y mi corazón herido parecía embriagado del todo. Escuché al divino amor alabar mi fidelidad, oponiéndola a las acusaciones con que mis enemigos me censuraban. Entre estos se cuenta mi amor propio, que es el que me inspira más temor. Extendí entonces mis brazos en forma de cruz y, con lágrimas en los ojos, sollozos y suspiros del corazón, decía a mi bienamado que él sabía con qué amor lo he amado durante los últimos seis años a pesar de que, durante ese tiempo, cometí tantas imperfecciones. El sabía también que no amaría yo su santa  Humanidad si su Divinidad no lo hubiera querido así. También que había yo sacrificado un director a quien tenía afecto, por su amor y por mi bien. Sin embargo, al verme privada de él, permanecí en paz e indiferente, para cumplir su divina voluntad. Ahora estoy lista, como le he dicho en otras ocasiones, a ofrecer el holocausto de la felicidad que, según su divino amor, sentía por ser hija de su reverencia. Escuché entonces: No deseo que lo dejes. ¿No ves acaso, por los frutos que él te ayuda a adquirir de verdaderas virtudes y que hace en ti lo que leyó el domingo?: Así como el cedro fue llevado del Líbano para fabricar el lecho de Salomón, de igual modo aparta tu corazón del vacuo mundo. El corta y combate la vanidad que pudiera elevarse en tu espíritu, y la retira de mi presencia como en la tierra de Israel. El ha tronchado ya, además del pecado, las pequeñas complacencias que tenías en ti misma, así como tantos otros detalles sutiles que le disgustaban en ti. Ahora quiere retirar los frutos que produce tu natural, como las acciones e intenciones habituales que tienes, entre las que se encuentra el afecto hacia él, para hacerte el único tálamo de mi sabiduría divina. ¡Ah, cómo me es fiel! Yo soy el Verbo que desea venir hacia ti, de manera que puedas en verdad decirme que no conoces otro amor humano en ti, repitiendo con mi santa  Madre la cual se preocupó, en especial, por enviarte a alguien que te ayudara además del Padre Provincial, como te ha dicho también este Padre: Dios mío, no amo ni deseo amar a nadie sino a ti. Soy tu esclava, por humilde deber y porque perdonas mis afectos desordenados; también por el doble lazo de tu caridad. Cuando hice en María mi morada personal acompañada de mi Padre y del Espíritu Santo, ¿acaso no tenía ella en san José, además de esposo, un amigo íntimo? El vivió siempre con ella amándola con un amor castísimo y puro, sirviéndole de guía y apoyo en todo lugar. Después me tuvo a mí, y a la hora de mi muerte le di a san Juan, mi verdadero amigo, y del Espíritu Santo, que es esposo de María. ¿Acaso no le recomendé que la amara en lugar mío sobre la tierra?

            Te doy a este sacerdote como un san José y un san Juan; no te apartes de él. Quiero que sea un verdadero padre para ti; que te guarde para mi lecho, al que subo revestido de la púrpura de mi preciosa sangre, y por el natural sanguíneo que te he dado. Deseo también que él te ayude a ejercitarte en una profunda humildad, en la que depositaré el oro de mi sabiduría. Este es el lugar, conocido de nosotros, en el que me reclino. El también podrá verlo. En el centro colocaré el amor, es decir, la sagrada Eucaristía, que es en sí misma la caridad. La gracia te transformará en mí; tu corazón será la morada del amor a mí y al prójimo.

            Después de lo anterior, mis lágrimas dejaron de correr y quedé en posesión del bien que el divino amor suele producir en mi corazón. ¡Cuán bueno es para mí! cuánta razón tengo para amarlo e invitar a todas las creaturas a recitar el Te Deum y el Laudate Dominum omnes gentes, (Sal_116_1) pues me ha concedido, ayer y hoy, tan grandes favores.

            Suplico a usted le de las gracias por todos ellos, en los que usted ha tenido un papel tan importante. El le pagará según su munificencia divina, la cual me ha puesto bajo su cuidado, en el que soy, mi muy querido y Reverendo Padre, su humildísima servidora, pero única hija que le obedece en Jesucristo.

            Jane Chesar. De Roanne. Marzo 24 de 1621.

 Carta 16

A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne. 25 de marzo de 1621

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            No me quedé sino un cuarto de hora sintiendo el dolor que el silencio de una hija muy querida y única por el cuidado de su caritativo Padre, de no decirle lo que sus enemigos exteriores e interiores murmuraban a su oído para seducirla y, por fin, arrancarla de las manos benignísimas que pueden apartarla de sus maldades.

            Después de haber subido a mi oratorio, quise recitar la hora Nona del Santísimo Sacramento, pero no pude hacerlo por sentir este reproche: Aun cuando fueras una roca, ¿no deberías, por obediencia a mi palabra, que te ha hablado de aquél a quien te di como director y superior, ofrecerle prontamente el agua, al ver la sed que tiene de tu perfección? El desea que esta agua se le dé libremente como un sacrificio que se me ofrece, sin que tenga que usar el báculo de mando para golpear tu corazón. Te ordeno que lo hagas; de otro modo, serás desobediente. Es necesario que hables con él por iniciativa propia o por mandato expreso, a pesar de la repugnancia que puedas sentir. Deseo que él te lo ordene, pero no tendrás tanto mérito como si, cuando él te indica que le manifiestes tu interior, lo haces de inmediato. Pero ¿de qué clase de espíritu te dejas seducir, cuando te incita a guardar silencio ante aquél a quien te he mandado que abras tu corazón? ¿No ves que, por medio de la tristeza, este espíritu desea pescar en la turbulencia de tu espíritu, diciéndote cautelosamente que seas reservada y que permanezcas en soledad como mi santa Madre cuando la saludó el ángel? Eso es bueno sólo cuando estás en paz, pues mis ángeles la llevan a quienes pueden ser turbados. Te lo demuestro con las palabras: No temas, María (Lc_1_30).

            El espíritu te decía también que harías un acto de mortificación al privarte de volver a ver tan pronto a este Padre, hacia el que tienes inclinación natural, mientras que en este momento sientes repugnancia de ir a su encuentro. Si fueras pronto a verlo, perderías la repugnancia junto con el mérito de la mortificación. Ah, ¡qué máscara tan engañosa era este pretexto aparente y sin fundamento! Fue igual que el de ayer, el cual, bajo color de humildad, te decía que no descubrieras tus revelaciones recibidas de mí, y que no las escribieras de inmediato. Hija mía, ¿te das cuenta ahora de la mentira de este traidor de tu corazón? El te decía que no dijeras estas cosas, que eran grandes gracias, por temor a la soberbia; lo que deseaba en realidad era impedirte que mencionaras tus imperfecciones. En este momento, esas imperfecciones no son pecaminosas; no es conveniente para ti el mencionarlas en esta línea del pecado; pero para practicar la humildad y ganar trofeos sobre tu natural, haciendo de él un holocausto en mi presencia, por medio de este Padre, resuélvete a hacerlo. ¿No te dije esta mañana de qué manera debe él ver tu corazón? Lo has olvidado: decía yo que debes ser un cristal transparente en el que deseo morar. Mi sagrado cuerpo es la reliquia de mi santa  Madre; se te da cada día para que lo guardes, en una caja de cristal, en tu interior. ¿Acaso no es necesario que este Padre mire el cristal y, si encuentra defectos, los suprima, a fin de verme engastado en el centro de tu corazón? Para los del mundo, una caja recubierta de piel es suficiente; para mí, debe ser de cristal.

            Querido Padre, vea de qué manera fui engañada, y cómo Dios es admirable en el espíritu que le ha dado para dirigirme. Sin duda es él quien le concede tanta firmeza para exigirme lo que me pide. Siento un gran pesar ante la pena que le he causado; si no me hubiera usted prohibido llorar, estallaría en llanto ahora mismo. No podría dormir sin el perdón de esta y de mis otras faltas.

            Dejaré para otra ocasión el escribirle acerca de la revelación de ayer. Pronto iré a verlo. Por ahora, protesto nuevamente obedecer en todo lo que usted tenga a bien pedir de aquella que es, mi muy querido y Reverendo Padre, su humildísima servidora y única hija en Jesucristo. Janne Chesar

Carta 17. 

28 de marzo de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Después de que su reverencia me hubo confesado, escuché: Hija mía, no es suficiente con someter tu voluntad; somete también tu juicio y todo tu ser a lo que el Padre te dirá, y responde a los pensamientos venidos de parte de los enemigos, de ti misma o de otros, quienes te dirán: Es sólo un hombre; puede equivocarse y ser débil: Necio: (Lc_13_25) no lo sé. Ignoro si es un hombre sujeto a fallar, como respondió el ciego de nacimiento: Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo. Esta es la verdadera luz, la cual no puede ni quiere engañarme, en cuya presencia desea él que camine y que, mediante esta claridad, haga ver mis acciones interiores y exteriores a él y a los que tienen el oficio de discernir y aprobar a los buenos y rechazar a los malos.

            Hija mía, abandónate entre sus manos. Te hago la misma promesa que hice a san Pedro y a los otros: al dejarte a ti misma, no dejas nada y lo ganas todo. Al dejar todas las cosas creadas, poseerás al Creador mediante el céntuplo de la gracia en este mundo y la vida eterna en el otro.

            Ayer me escuchaste decir que te engendré con los dolores de mi Pasión. Por su mediación te atraje, en primer lugar, a la unión espiritual sobre el lecho de mi cruz. Hija mía, sobre este mismo lecho he querido alimentarte; hice abrir mi costado para que fuera como un canal procedente de mi corazón, por el que fluyera la exquisita leche con la que te alimento con los pechos de la gran luz sobre mis misterios, y el fuego ardiente de mi divino amor. No quise entregarte a una nodriza, como lo hago con otras. Yo mismo te he concedido el don de la oración. No tuviste que buscarla en libros o en otros maestros o nodrizas extranjeras. Soy yo, hija mía, ámame y yo te adornaré. Ya desde este mundo que es la puerta del cielo para quienes hacen mi voluntad, yo te coronaré. El viernes, después de haber llorado, viste una corona detenida en el aire, sobre la nave de la iglesia. Ayer te dije al acercarte a comulgar que vinieras directamente a mí como mi esposa, para aceptar la corona que he preparado en mí, que soy eterno. Sé, pues, como un niño en tu relación con este sacerdote, y que de tus labios de niña de pecho se perfeccione mi alabanza. Tú confundirás a mis enemigos, que son también los tuyos. Cuando vean que, con toda sencillez, manifiestas todo a quien es como una madre para ti, se desesperarán de rabia al ver que su malicia ha sido confundida. La red se rompió (Sal_124_7) y tú serás libre, hija mía. Te digo en verdad que este sacerdote te ha dirigido mejor que todos sus hermanos. Yo comparto casi siempre mi amable presencia contigo, ayudándote a comprender mi palabra inmediatamente después de que la has escuchado en libros y sermones.

            Sentí nuevamente esa dulce brisa a mi lado derecho, y mi corazón latió de alegría tres veces. ¿Cómo no alegrarme, Jesús mío, ante los favores que tu bondad me concede sin mérito alguno de mi parte? Ah, mi dulce amor, si en este día mi madre la Iglesia cubre tus imágenes como signo de que te escondes de tus enemigos, pues quieren darte muerte, escógeme entonces como amiga y retírate a lo más íntimo de mi ser, y a mí en ti, para convertirme en un canal desde el cual puedas verter tus gracias en todos aquellos en quienes lo desees, especialmente en el que me das como Padre. Es usted, mi muy querido y Reverendo Padre, de quien soy. Su humildísima servidora, pero única hija que le obedece en Jesucristo. Janne Chesar

Carta 18. 

28 marzo de 1621. Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor Philippe de Meaux.

            Es voluntad del Espíritu Santo purificar, por medio de usted, el templo que le pertenece, que es la morada del Santísimo Tabernáculo, el cual edificó en las entrañas virginales, y es el precioso cuerpo de mi esposo Jesús.

            Me parece que El desea verme como materia prima en manos de usted, para que pueda formarme según la inspiración de este divino Maestro. Me veo como un insignificante trozo de madera áspera, a la que hace falta pulir; como un alma rocosa y endurecida a fuerza de seguir sus propias inclinaciones y que tiene necesidad del martillo de los mandatos firmes; un espíritu de oro al que nuestro buen Dios desea transformar en el amor, es decir, en sí mismo; pero este metal necesita del fuego para ser purificado hasta la exterminación de la menor impureza. ¡Ah, cuán lejos me encuentro de todas estas perfecciones! Sin embargo, si debo llegar a ellas, renovaré mi valor para seguir el camino que usted crea conveniente señalarme.

            Deseo todo esto, Dios mío, porque así lo quieres. Te suplico impulses a tu obrero, mi querido Padre de Meaux, a trabajar en tu viña. Padre, usted no podrá negarse. El Padre de familia le pagará en la medida en que su caridad se ocupe de ella.

            El lunes pasado El me comunicó que yo debía ser un jardín cerrado y un manantial oculto, que él mismo se encerraría conmigo mediante una presencia continua. A partir de entonces, me la concedió por su santa bondad, la cual me dio a entender que desea cosechar para ella los primeros frutos de mis intenciones y los últimos de mis acciones.

            Ayer martes, al confesarme, sentí un fuerte impulso a reservar todo para él. Para ello pedí a mi confesor me recomendase a un Padre a quien poder declarar los favores secretos con los me halaga mi dulce amor a pesar de mi indignidad. Le dije: Padre, diga a este sacerdote que quise dejarlo a usted, lo cual es verdad, ya que, en muchas ocasiones, he sentido el temor de que usted revele todo a otras personas, y que, para ello, he obtenido cartas del Padre provincial en las que me dice que, en su opinión, estos divinos favores deberían manifestarse únicamente a mis directores y a nadie más; que él les ha ordenado que no me descubran con tanta evidencia.

            Dije a mi confesor que no diría nada de lo que me concierne. Padre, él me preguntó si debía pedir a usted que hablara conmigo. Lo Pensé un poco y le respondí: Puede hacerlo si así lo desea. Sin embargo, decidí en mi interior que para ello no descubriría nada acerca de mis experiencias particulares. Mi confesor continuó: Lo mencionaré al Padre Rector. Le respondí que la palabra del Padre provincial era suficiente para mí, y que no debía decir que esta petición salió de mí.

            En cuanto terminé, me dirigí a comulgar, sintiéndome muy consolada, pues mi Rey estaba en su trono y, como soberano pontífice en su templo, me dirigió estas palabras: Hija mía, como soy el Señor, posees en mí ahora al sumo sacerdote. Ayer, al final de mi Evangelio, dije que siempre hacía la voluntad de mi Padre. Yo soy el verdadero sacerdote de eterna dignidad; siempre hago lo que complace a mi Padre. Soy yo quien ha unido la obediencia y el sacrificio. Jamás hubo ni habrá alguien parecido, pues soy incomparable por ser el Hombre-Dios. Sólo yo he tenido el poder de obrar la reconciliación entre mi Padre y la humanidad.

            Después de lo anterior, me pareció que tomaba mi corazón para hacer de él su altar. Me dirigí entonces a escuchar el sermón, sintiendo ahí tan gran recogimiento, que me pareció estar en algún lugar profundo de la tierra. Con ello salí experimentando un gran deseo de vivir escondida, y de hecho, me dirigí a un lugar secreto en el que tuve un asalto.

            Después del mediodía, al subir a mi habitación, buscando la soledad, fui sorprendida por la llegada de dos muchachas, pero el divino amor obraba en mi corazón de un modo tan atrayente, que casi me desmayé al hablarles. Tuve miedo de hablar con María, una de las dos, pues está enterada de todo. Pero la divina Providencia quiso que se fuera pronto, quedando solamente una que no sabía qué me pasaba, atribuyéndolo a un malestar físico. Me dijo llena de lástima: Está muy pálida y, de repente, le sube la sangre al rostro. ¡Ha cambiado usted tantas veces! Después de sobreponerme a los éxtasis, le dije que deseaba entrar a mi oratorio. Así lo hice, lo cual me convino mucho para proseguir la meditación que hacía sobre la vida de santa  Francisca, que me tocó en suerte para este mes. Me admiraba el que hubiera tenido un ángel guardián de orden superior, por lo que tuve el impulso de pedir otro además de mi propio ángel de guarda. Como tú, mi Dios, te dignas morar en mí, habrías necesitado un serafín; tu Majestad lo merece inmensamente, pues, ¿Qué son ellos delante de ti? Repliegan sus alas delante de tu trono. Por tu amor misericordioso, soy también un serafín.

            Un día en la fiesta de san Enemond, arrebataste todo mi ser de tal manera, y durante tanto tiempo, que no pude pronunciar otra palabra sino Santo, durante un momento. Después me hiciste ver en visión intelectual el coro de los serafines, aceptándome como uno de ellos. Por entonces no tenía la gracia de comulgar todos los días como al presente. ¿Acaso es demasiado lo que ahora te pido, en caso de que ésta sea tu voluntad?

Mientras gozaba de esta dulce unión, alguien vino a interrumpirme. Después leí el capítulo del libro que usted me señaló, y al venirme el pensamiento de preguntarle por qué no desea que lea el resto, escuché: La obediencia ciega es como una estatua, la cual no pregunta por qué razón su dueño hace esto o aquello, entonces...

 Carta 19.

 2 de marzo, 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

           Mi único Padre después de Dios:

            Que el santo amor sea el alma de nuestra vida, a fin de lo que él ya unió y ató sea nuevamente unido.

            La caridad es fuerte como la muerte y más que ella, pues después de la muerte recupera su fuerza para detenerse en su centro, pero con una permanencia que hace más ágil su movimiento sagrado. Hasta ahí debo encaminar mi esperanza, cuando la fiebre que usted padece amenaza con arrebatarme el consuelo de ser dirigida, por su reverencia por el suavísimo camino de la inocencia. Es éste el prado floreciente en el que el divino esposo desea deleitarse con compañía de su esposa. Usted fue nombrado por el soberano rey guardián de este jardín, pero sus cuidados no son suficientes sin que se dediquen a ello los dos, su reverencia es merecedor de la recompensa que sólo Dios puede darle.

            Hasta qué punto mereció espinas, y aun la muerte, el descuido y la ociosidad de Adán. La dedicación y su incesante actividad han merecido a usted las flores de un crecimiento de méritos rodeados de un laurel que reverdece. Esto es signo de que la vida le será concedida cuando la muerte le haga pagar la deuda contraída por Adán. Es verdad que su reverencia ha gozado anticipadamente de la bienaventuranza, pero, ay, sin omitir los tristes pesares que he sentido en el alma por no aprovechar el tiempo feliz de su querida dirección.

            Que este buen Dios sea por siempre alabado al obrar con el poder de su diestra, quitando a usted la fiebre. Ha demostrado este poder consolándome en mi tristeza, la cual parecía querer provocar en mí un mar de lágrimas. Me parecía escuchar interiormente estas palabras del profeta: ¿A quién te compararé, virgen hija de Sión? Tu dolor es como el mar. El Reverendo Padre Minguet habrá podido decirle algo al respecto.

            Dios lo sabe todo, y si he puesto en práctica sus santos consejos. Hay que orar siempre, pero esta vez por su reverencia Por ello he conjurado a la Jerusalén celestial, para que lo haga sin interrupción. Cómo he suplicado a la Madre de Dios que interceda, como otra Betsabé, ante su pacífico Salomón. A este mismo Salomón me he dirigido en su sagrado banquete, recitando con todo fervor el himno Alaba, Sión, a tu Salvador. ¡Cómo he rogado a su Santo Espíritu que hable con gemidos inenarrables, lo cual no ha dejado de hacer!

            Fue esta infinita bondad la que, por los méritos del nombre sagrado de Jesús, me hizo ver una flor coronada de una hoja de laurel. Habiendo comulgado antes, vi una palma como signo de victoria, pero pensé que podría ser la palma que Dios deseaba conceder a su Reverencia como remate a su triunfo. La flor tal vez indica que mi buen padre será llevado al cielo como un brote digno de ese lugar, en el que recibirá la corona del laurel inmortal.

            Si he rogado al Hijo y al Espíritu Santo, no por ello he olvidado al Padre todopoderoso para que me fortalezca, recordando que la debilidad de mi sexo le da oportunidad de mostrar su poder, como lo demostró en el caso de muchas vírgenes, entre ellas santa  Águeda, cuya conmemoración se hizo en ese día. ¡Ah, qué bondadosa santa! Ella me ayudó a orar, a sentir consuelo y aun a alegrarme el lunes por la tarde, pues estaba deseosa de hacerme partícipe del santo Alegrémonos, que se dijo en la antífona de entrada.

            Para terminar, me dirigí a todos los santos, y entre ellos, en especial, a la santa Virgen de las vírgenes, diciéndole con frecuencia: santa  María, socorre, etc. y además el Bajo tu amparo. Si hacía penitencias, las ofrecía por usted, si comulgaba, también, me ofrecía a padecer por usted, diciendo: Ego autem in flage, ahora soy flagelado, pareciéndome que sólo llevaba sobre mis hombros el mal que había caído sobre mí pero que pienso, es usted quien lo sufre. Mi amor visita mi corazón para aliviar a usted en él mediante sus dulces favores. ¡Ah, querido amor!, le decía yo, es al padre, en cuya presencia vertía los pensamientos de este corazón, a quien deseaba obtener la pureza que por su medio has querido darme. Mi buen Jesús, lloro delante de ti como otra Magdalena, hablándote como ella, pues aquél a quien amas está enfermo. Si quieres, puedes curarlo. Si quieres hacerlo, mi amado Jesús, romperé como ella el vaso de alabastro, que es mi corazón, sobre ti. Seré sincera como antes, aunque no pueda serlo tan pronto. De esta manera, exhalaremos un suspiro de alegría y reposaremos en ti.

            Durante estos días escuché: La muerte y la vida lucharon en un duelo admirable. Es en Jesús que la vida sale victoriosa; es Jesús quien nos hace vivir y reinar con él sobre todas las cosas creadas. Me parece que he recordado aquí todo esto para pedir a usted un agradecimiento ¿hacia él? Me refiero a que si usted no hubiera sido el primero en obligarme, no desearía que usted lo dejase caer en olvido.

            Hay otra cosa importante que me obliga a escribirle, y es que no hice como yo le había dicho a usted en casa de la Srita. D'Aix, cuando usted se alivió de su penúltima enfermedad, que si el Reverendo Padre Jacquinot estaría solo que yo no haría por usted otra vez lo que hice anteriormente.

            Adiós, buen Padre. Puedo repetir a usted lo que se dijo de Jacob: catorce años de trabajo no fueron nada a causa de la amistad que tenía hacia Raquel. Todo lo que ha hecho no parece nada a la caridad que Dios ha puesto entre usted y yo,

            Jeanne Chezard

            Usted sabe que, desde hace más de quince días, he tenido dolor de muelas. Esto es todo lo que he podido escribir en 23 días, exceptuando los santos del mes y algunos recibos o firmas a nombre de mi madre. Tampoco he respondido al P. Pontiant.

            El 11 de febrero, hace unos ocho días, el P. Prefecto me mandó llamar para darme a leer una carta de la Sor Catalina Marez, la cual le mencionó algo sobre mí en dicha carta. Respondí al Padre con algunas líneas al respecto. No se trata de algo que deba decirle de inmediato. Prefiero enviarle la mencionada carta con mi hermanita, que hablar sobre ella; por otra parte, no salgo si no es para comulgar.

            He tenido la presente escrita y guardada desde el 11 de febrero. Se me informó que el médico prohibió a usted la lectura de cualquier carta. El Reverendo Padre Minguet me dijo esta mañana que mencionó a usted que yo guardaba una carta escrita para usted, la cual conservaría hasta que usted pudiera contestarla. Le pregunté, ¿qué le dijo el P. Rector? El se echó a reír, lo cual me molestó. Le dije entonces: Sé bien que él no me responderá; no acostumbra hacerlo. Ignoro si dije al P. Minguet algo más. No quería que usted se sintiera obligado a escribirme; únicamente que se aliviara.

            En estos 15 o 16 días he sufrido algunos dolores de cuerpo, los cuales no me han impedido comulgar ni un solo día. Sin embargo, para obedecer y contentar al P. Minguet, permanecí tres días sin hacerlo, pues él decía que si salía me pondría peor.

            El primer domingo del mes me pareció estar al borde de la muerte. Dije la oración: en tus manos (Lc_23_46). Se apresuraron a desabrocharme la ropa al ver que me desvanecía. El martes siguiente me vi más asediada de dolores desde las tres de la tarde hasta las 9 de la noche. Me pareció ver cráneos y osamentas de muertos. Pensé: Esto puede ser signo de mi muerte. No estaba preparada como es necesario para gozar de Dios, pero su misericordia me sigue concediendo tiempo para hacer penitencia. Sin embargo, hoy me prohibió el P. Minguet tomar la disciplina hasta que él me lo permita, si usted desea concedérmela, haré su voluntad.

            Adiós, mi querido Padre, a pesar de que no haga usted recomendación alguna a quien casi pareció morir por usted

 Carta 20.

 Marzo de 1621. Mi muy querido y Reverendo Padre: Bartolomé Jacquinot

            Pido a El que, en su bondad, lo llene más y más de su divina sabiduría, para que sus santos deseos sobrepasen a los de la reina de Sabá y pueda así gozar de la presencia del Salomón terrestre, ya que Jesús, nuestro Rey, nos dijo: Y aquí hay algo más que Salomón.

            ¡Ah, cómo debe alegrarse su querida hija ante el favor que el Espíritu de este Rey pacífico le ha comunicado mediante el caritativo permiso que usted le concedió de detenerse, o más bien abismarse, en el gozo cotidiano de este divino Salomón y verdadero Jonás, pues él es Hijo de la única Paloma del Espíritu Santo, es decir, de la Virgen! ¡Ah, Señora mía, seas por siempre bendita de la santa  Tríada por las obras de tu Jonás, quien fue devorado, permíteme la expresión, por el mar de su amor que es también el tuyo! De esta manera, quiso conectar su morada desde el pasado hasta el presente; y, así lo espero, en el futuro en su pequeñísima esposa, la cual, como la ballena, se encuentra en el mar de este mundo. Le pido que ella misma lleve a usted hasta el puerto de la bienaventuranza victorioso de todos sus enemigos que son también suyos, y que su vida permanezca en usted, gloria suya.

            Su querida hija terminó su última carta el día de san Matías, en cuya fiesta su divino amor redobló sus deliciosas confidencias hacia su querida hija. Esto continuó durante tres días mediante un fuego casi ordinario que agota en verdad al cuerpo, pero que deleita sumamente al alma.

            El domingo su Salvador la mantuvo a su lado; y como deseaba llegarse a ella en la comunión, la consoló de este modo: Hija mía, piensa en mis palabras de este día: fui conducido al desierto por el Espíritu. Esto es un misterio: el Espíritu Santo me conducía por doquier por tener en mí su morada. Sabe que esta palabra significa que el Espíritu Santo, a quien se atribuye el amor, me tomaba más íntimamente desde que escuché la deliciosa voz de mi Padre en el Jordán. Su sonido fue como un relámpago para mi corazón, en el que el fuego ardía a tal grado, que debía ir al desierto para desgajar la roca de obstinación que es el demonio y reducirlo a confusión mediante el desprecio que le demostré.

            Hija mía, así como el amor me condujo al desierto, te doy este amor a través de un fuego sensible para conducirte hasta él. Ven, pues, a mi lado.

            Con frecuencia tiene la experiencia de que este fuego la lleva al desierto, pues nada en el cielo y en la tierra puede consolarla sino el estar a solas con su Salvador, es decir, fuera de ella misma y perdida en la roca del sagrado costado de su amante Esposo. Escuchó también: Sabes que te amo, y como eres mi bien amada, comparto contigo los despojos de mi victoria; este es el día en que la obtuve.

            Por la tarde al asistir a vísperas, se sintió absorta y, dejando la oración vocal, se dejó llevar a la mental en seguimiento de su amor, hacia el desierto, donde escuchó: Fíjate cómo mi palabra profética es también mística. Confundí a Satán cuando me propuso que, si era el Hijo de Dios, cambiara las piedras en pan. Bien sabía que Dios alimentó a los israelitas durante muchos años con el pan del maná y sació su sed con el agua de la piedra; pero yo le dije que el hombre vive no sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Con esto quise decir que, para alimentar al ser humano, cambiaría el pan en carne y en palabra procedente de la boca de Dios. Yo soy el Verbo y palabra expresada de la sabiduría de mi Padre, que es el altísimo, la cual alimenta el espíritu y el cuerpo cuando así lo deseo.

            Hija mía, entre todas las palabras registradas en las santas Escrituras, no hay ninguna dictada expresamente de la boca de Dios sino aquella de la transubstanciación del pan y del vino en mí mismo. No quise, por tanto, cambiar las piedras en pan sino en miel para ofrecerlas a las almas más queridas. Sin embargo, la piedra es Cristo, como dijo mi apóstol (1Co_3_23), y Cristo es Dios, el cual es dulce, como afirmó David: Gustad y ved cuán dulce es el Señor. De esta piedra sale el fuego que abrasa los corazones para confundir a Satán cuando se acerca a ustedes con las piedras de sus tentaciones.

            Esa tarde se sintió triste, pero como tenía el mandato de alegrarse, y deseaba obedecer, hizo un acto de amor a Dios y se ocupó en una obra caritativa. En esta ocupación le dieron las nueve de la noche. Le dio fin para hacer el examen y, en seguida, hizo con gran fervor un acto penitencial, tenía para ello permiso de su confesor. Después se fue a descansar.

            El lunes se levantó muy alegre y recibió en su corazón una dulce efusión de amor. Más tarde, en el confesionario, estando ya recogida en ese amable fuego, su confesor le habló del juicio que la Iglesia propone en este día exhortándola suavemente a la humildad para comparecer ante el juez. Ella le dijo: Padre, en este momento, al desear meditar en el juicio y en el temor al juez, experimento una consolación sumamente deliciosa.

Al salir del confesionario quiso prepararse a la santa comunión mediante la meditación, que centró ese día en la presentación del Salvador delante de Anás, amarrado y maniatado como un criminal. Recibió entonces la inspiración de cambiar de escena y considerar al Salvador como rey y juez soberano, presidiendo en compañía de su santa  Madre y de sus santos. Ante ellos, que estaban sentados a su lado, Anás, los perversos y los réprobos se mantenían en pie, encadenados por sus crímenes como reos de lesa majestad divina y humana. Contempló entonces a su Rey en plena majestad para compensar la ignominia de su muerte en la cruz, la cual aparecerá radiante de gloria en el gran día del juicio.

            Comprendió que este signo de victoria de la cruz santa y triunfante, signo que revelará que él es el Hijo del Hombre y el verdadero Hijo de Dios, sería llevado delante de él por san Miguel, príncipe de la milicia celestial. Así será para consuelo de los elegidos y para recompensar a san Miguel por su asistencia a la Iglesia. Así como se dijo que venció por la sangre del cordero, sangre que fue derramada en la hora tercia, es probable que será él quien lleve la Cruz. Su nombre, Miguel, significa que será el portador del signo del Hijo del Hombre, que es como Dios, puesto que este amable Jesús quiso unir por hipóstasis nuestra humanidad a su divinidad. Dios es, por tanto, hombre y el hombre es Dios. ¡Oh, mi querido Padre, cómo será glorioso Miguel, el santo serafín, al portar el lecho de honor en el que Jesús desposó a la Iglesia, su esposa queridísima! En ese tálamo murió con un amor más fuerte que la misma muerte, pues subsiste como un lazo indisoluble por toda la eternidad.

            Después fue arrobada hacia el exterior y escuchó: Hija mía, ven a mi jardín. ¿No sientes que respiras un aire como el del valle de Josafat? En el día del juicio yo soy el árbol de vida y la flor de los campos que fue plantada en un claro fuera de la ciudad el día del viernes santo. Ahí recogí todos mis méritos y los mezclé para alimentar y dar de comer a mis amigos y embriagar a mis muy amados. Así será en el día del juicio, y estos amados reposarán bajo el árbol de mi santa Cruz, cuyo fruto será dulce a su paladar. Embriágate ahora, querida mía, pues hice para ti esta mezcla de mis favores y de tu obediencia. Mi cruz, que deseas llevar, te ofrece desde hoy su dulcísimo fruto. Mi juicio se realiza dentro de ti mediante el fuego delicioso que llevas ya en el corazón.

            Con esto se perdió ella en las divinas llamas, diciendo a su esposo Jesús: Júzgame, oh Dios, etc. (Sal_43_1), a lo que se le respondió: Hija mía, sabes que yo dije: Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia. Cierto día, el año pasado, el P. de Villard se apiadó de tu deseo y te concedió la santa comunión. ¿Quieres pagarle, en esa fecha, el favor que te hizo y devolver el bien a todos los que te lo han hecho y te lo siguen haciendo? Le encomendó de inmediato a todas esas personas.

            Después de la santa comunión, sintió que el torrente de las delicias divinas la inundaba, especialmente la parte superior de su cabeza y su entendimiento, pues por sí misma no puede comprender este consuelo. Se vio absorta en la inteligencia del Salmo 91, pues comprendía que el Altísimo la cubría con su protección, y que este buen Dios, que hacía su cielo en su corazón, la abrazaba con los brazos de su amor. Su precioso cuerpo era un escudo contra sus enemigos; la fidedigna palabra del Salvador los rechazaba, apartando de ella la tristeza nocturna del amor propio y sus espíritus malignos. Su dulce Jesús desviaba las saetas de los vanos temores con que estos espíritus perversos deseaban acribillar el corazón de su querida hija, para cambiarlas en un mediodía de consuelos divinos.

            Este sol divino de ardientes rayos meridianos hizo ver, mediante su claridad, la negra confusión de estos espíritus tenebrosos. Las saetas reiteradas de este divino amante hacían caer muy bajo, a la izquierda del juez, a las potencias infernales junto con los réprobos. A ella la conservó a su derecha, impidiendo que se acercasen a él y a ella, pues el divino amor hacía uno a Jesús y a su alma. Escuchó: Hija mía, en el día del juicio, defenderé de este modo a quienes me aman. Los pecadores, sin embargo, verán con dolor extremo cómo mis amables ojos considerarán las obras de los buenos y los recompensarán con la divinidad misma, la cual examinará amorosamente sus más pequeñas acciones.

            Ella exclamó a continuación: ¡Oh, amor mío, me das ya desde esta vida tantos consuelos! Te pido que me los guardes en tu gloria para la otra, y que me concedas en esta todas las penas que desees, para que allá pueda ser tu amiga. Pero como te place, oh dulce amor mío, hacerme saborear tu gloria ya desde este mundo, me entrego en todo a tu voluntad.

            Más tarde siguió escuchando: Para cuidarte, el Padre Eterno envía su ángel, que no es otro sino su Hijo querido. Ese Ángel del Gran Consejo la encerró entre los brazos de su dilección. ¡Ah, qué bien resguardada estaba!

Pensó, sin embargo, que el sermón estaba por iniciarse en la Iglesia de san Esteban, por lo que se levantó de este tálamo divino. Sin embargo, dulce Jesús, te llevó consigo, pues eres su dulce lecho. Después del sermón experimentó nuevamente el delicioso abrazo que le produjo un entusiasmo que la privó del poder de orar vocalmente, por lo que dejó de recitar el oficio. Escuchó: Hija mía, escuchaste al predicador decir que el fuego toma para él todo lo que hay en un bosque, como dijo el profeta. Considera que la cruz era su floresta y yo el árbol; mis venas eran las ramas. El fuego de mi amor a ustedes formaba tal parte de mi ser, que duró todo el día y me consumía. Por ello dije: Todo está consumado. ¿Acaso no es razonable que los pecadores permanezcan en el fuego que los consumirá eternamente sin reducirlos jamás a la nada?

            El martes, después de recibir la comunión vio a su lado derecho un ángel de rostro moreno. No entendió por entonces esta visión, pero más tarde, al abrir su misal para escoger al acaso un santo para ese día, le salió al paso santa  Francisca Romana junto con estas palabras: devoción al ángel custodio. Con ello entendió que su ángel de guarda era el mismo que había visto.

            El miércoles se sintió abrasada de tal modo, que cayó en éxtasis en cuanto se puso en oración. Durante el sermón de la tarde, que se dirige a los estudiantes, fue presa de tal entusiasmo, que se vio elevada en vuelos intermitentes del espíritu.

            El jueves siguió sumergida en un fuego delicioso. Sin embargo, no por ello dejó de sentirse muy afligida por un malestar que la humillaba mucho. Escuchó a su dulce Amor, quien la consoló y le aseguró que no era debido a su culpa, sino que lo permitía para ayudarle a ser más humilde y salir victoriosa de sus enemigos.

            Vio entonces reflejos de agua en forma de lenguas de fuego, y una mano de oro que parecía atraer, por amor, un tesoro del cielo. Llamó con fuerte voz al dulce Jesús para que saliera del cielo, así como en otro tiempo salió de Tiro y Sidón al encuentro de la Cananea. Con muchos suspiros, sollozos y lágrimas, pidió a los santos, a la Virgen y al divino Paráclito que intercedieran por ella. Cuando hubo pasado este exceso de fervor, se levantó de su oración y salió de su oratorio.

            Ese mismo jueves, después de haberse confesado, recibió grandes consuelos y comulgó antes del sermón. Su dulce amor la sumergió en la piscina de sus delicias, renovando de este modo su corazón y sus entrañas. Después de obrar así, este Ángel del Gran Consejo la inundó de paz y de gran consuelo, elevando su espíritu de tal manera, que el cuerpo estuvo, a su vez, a punto de dejar la tierra.

            El sábado recibió la inspiración de centrar su meditación en la Visitación. Escuchó entonces que el amor divino era el peso de la Virgen, por ser el Espíritu Santo quien llevaba el alma y el cuerpo de María, que encerraba en su interior al Verbo, el cual deseaba ir a casa de Zacarías.

            Hija mía, ¡que admirables eran los pasos de esta Virgen! Ella iba acompañada por la santidad que alabé en ella, y le dije: ¡Qué hermosos son tus pies en tus sandalias, hija del príncipe soberano! El es el Padre eterno y mi esposo. Tus sandalias son el mismo Verbo hecho carne a quien llevas en tu seno. El es el verdadero cordero que ha engastado en sí mismo el alma de esta Virgen, pues estaba unido a ella por dobles lazos: el del amor natural, por ser hijo de sus entrañas virginales, y el del amor sobrenatural. Por ello, al caminar, centraba todos sus afectos en su interior, donde se encontraba este Verbo divino, y con sus labios y sus ojos sostenía dulces coloquios con la persona del Santo Espíritu, su esposo. Más tarde su querida hija escuchó: Amada mía, debes imitar a esta Virgen según mi gracia y tus posibilidades. Sabes que el Padre eterno te ha escogido para ser su hija. Como tal, ha querido darte como hijo a su Verbo divino, el cordero inmaculado, a fin de que encierres, dentro de su sagrada piel, animada por él, los pies de tus afectos. Este querido Jesús te hace su madre al entrar en tu seno, uniéndose a ti en cuerpo y espíritu; el Espíritu Santo completa en ti lo que falta mediante mis sagrados besos y coloquios animados de tantas miradas amorosas. Querida mía, debes, por tanto, conservar los pies de tus afectos en tu calzado, que es Jesús. ¡Ah, qué bellos los hará parecer ante los ojos de la Santísima Trinidad y de toda la corte celestial, cuando en unión con el Verbo divino, vayas a visitar a las personas a quienes deseo regalar con mis favores, y converses con ellos! El amor será tu peso, tu seguridad, tu norma y medida. Imitarás así a la santa  Virgen, quien llevaba el celo de mi casa en sus entrañas, san  Juan fue la primera casa que visité después de haber entrado en ella y en su esposo san José, pues ambos no formaban sino una morada.

            ¡Ah, si este santo celo te llevase a las alabanzas de lo que se te ha dado! No buscarías sino acrecentar la gloria de la divina esencia, alegrándote en tu divino salvador y engrandeciendo su santa humanidad como Señor absoluto de todas las creaturas. Si practicas todo esto, podrás repetir junto con san Pablo que llevas en ti el nombre de Jesús, deseando verlo crecer en las almas sin desear otra cosa sino que Jesús viva escondido en ellas a la manera en que se oculta en la gloria de su Padre, donde te hará aparecer cuando él mismo aparezca. Estas divinas exhortaciones la consolaron mucho.

            En ese domingo se conmemoraba la Transfiguración. Por la mañana estaba triste a causa de una enfermedad física, pero después de confesarse sintió el contacto de una mano muy querida. Pensó que sería la de su esposo, debido a una flecha disparada por el divino amor, que atravesó su corazón produciéndole heridas dolorosas y deliciosas. Escuchó entonces: Si las flechas disparadas por tus enemigos enfermos te entristecen, las mías, que son todopoderosas, deben regocijarte y hacerte decir con David: Pues en mí se han clavado tus saetas, ha caído tu mano sobre mí (Sal_38_3). Hija mía, como en ti domina el valor, ánimo, echa fuera al esclavo junto con el malestar que te causa, y permanece unida a mí.

            Más tarde comulgó en medio de una gran dulzura y sublime contemplación, mirando en su interior a su Salvador transfigurado.

Escuchó: Hija mía, san Pedro pidió únicamente tres tabernáculos; yo tengo cinco. Ofreció su comunión por cinco personas, entre las que se contó ella misma. Quiso penetrar en el tabernáculo con el pie izquierdo, pero ¡oh bondad de su amante esposo! escuchó: Hija mía, como tomé tu corazón en mi mano antes de que comulgaras, el mío te pertenece a causa de mi amor. ¿No ves que, en este día, hago aparecer al exterior de mi tabernáculo la gloria que reside en mi alma y que procede de la divinidad? Se dice de Abraham que salió a la puerta de su tienda en pleno calor del medio día. De la misma manera, hice aparecer esta gloria y su esplendor luminoso en el ardor del medio día de mi amor, cuyo calor sientes dentro de ti. Hija mía, mira cómo, con pasos de gigante, tomé a mis discípulos y los conduje a la cima del monte Tabor. Siempre fui un cielo en mi parte superior, cuya gloria se mostró prontamente en mi humanidad, que era el tabernáculo de mi divinidad, la cual es un sol. Así como el esposo celestial, salí de este tálamo delicioso con la vestidura blanca de mi pureza divina y humana, la cual maravilló de amor a quienes me miraban en el cielo y en la tierra.

            San Pedro y los otros apóstoles no pudieron soportar este fulgor, por lo que tuve que volver a esconderlo dentro de mí. Y los llevó, a ellos solos, aparte, a un monte alto, pero dejé prendido en el corazón de cada uno el fuego del santo amor. Se escuchó entonces la voz de mi Padre diciendo que yo era su amado Hijo, en quien tenía sus complacencias. Escuchen cómo los aconseja en las palabras del real profeta; presten oídos santamente a mi Hijo, que es su Señor, de quien Moisés y Elías recibieron la ley natural y la escrita. Su ley es inmaculada. El mismo es el testigo fiel de la sabiduría, la cual desea conceder a sus tres apóstoles; pero, para darles mayor seguridad, ha querido tener testigos del cielo, del limbo los padres y del Paraíso terrenal.

            Hija mía, mi justicia es recta porque apunta hacia el cielo. Ella alegra el corazón, como tú misma has podido experimentar. Mis preceptos iluminan con profusión los ojos del espíritu, así como viste que obré con san Pedro, el cual conoció a Moisés y a Elías...

 Carta 21.

 7 de abril de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Cada vez que usted me dice las palabras: haz lo que tú quieras, u otras similares, me causa en el espíritu y en el cuerpo una pena muy grande. Si pudiera mostrársela en vivo, pienso que usted jamás me abandonaría a mi voluntad si llegara a no estar de acuerdo con la suya, que me parece ser la misma de Dios. Como tal, deseo llevarla a la práctica con la ayuda de la divina gracia, que su bondad no deja de comunicarme a pesar de mi indignidad.

            El me ayudó a comprenderlo el sábado o el domingo de Pasión. Le pedí que hiciera brillar en mí el estandarte de la cruz, y a partir de ese día lo he experimentado. Esto me pasó en la mañana, y lo comuniqué a usted en una carta. Por la tarde, como también sabe, fue para mí un golpe la noticia que me dio en cuanto la recibió de F.M.

            Al día siguiente, Oh mi Jesús, viste mi dolor y el furor del combate que se libró en mi alma. Me pareció escuchar al infierno desatado contra mí. Tú me acompañaste a velar, pues no pude dormir en toda la noche. Ayúdame siempre, Amor mío, porque sin ti no puedo nada. Escuché: Hija mía, has sentido la cruz en tu cuerpo. A partir de este lunes, la he seguido teniendo bajo la forma de un dolor de cabeza.

            Pero, mi querido Padre, el pronunciar la palabra cruz debería ser una delicia, puesto que mi Rey se encuentra en ella junto con toda su corte; me ayudó a comprenderlo entre ayer y hoy, en medio de mis lágrimas. Como seguía llorando en la noche, escuché: Tuviste miedo de haber perdido las dulzuras de mi presencia, pero en este día las has sentido más que los ocho pasados. Entonces caí suavemente en varios éxtasis.

            Hija mía, te dije que los afectos bien ordenados que sientes hacia el Padre no te impiden gozar a mis pies, que son símbolo de mis afectos, como te lo demostré el miércoles. No pienses que te privaré de la contemplación, la cual no es fruto tuyo; aun cuando te valieras de todos los artificios, jamás podrías obtenerla si no te la diera mi Padre, pues todo don procede de él. Entonces experimenté sus dulcísimos favores.

            Hija mía, tú eres única para mí. Ves claramente la solicitud que tengo hacia a ti, y cómo te beso con el beso de mi boca. No temas entonces, desear ser única para el Padre. Mi santa  Madre fue única para san Juan, pues él la recibió en su casa sin pensar: Todos los apóstoles podrían recibirla, por ser su Madre y Señora. Sin embargo, como esto se lo encomendé especialmente a él, san Juan la recibió y jamás la abandonó.

            ¡Qué afligida me sentí hoy después de confesarme con usted! Mis lágrimas no cesaron de correr hasta que usted leyó la Pasión, después de la cual mi dulce amor me consoló: Hija mía, ¿No eres tú mi bienamada? ¿No deseas recostarte conmigo sobre el lecho de mi cruz? ¿Acaso no te di a luz en ella, en medio del dolor, desposándote en la amargura de la hiel para derramar en ti la miel de mi amor? Es preciso que apures la una y la otra. Las dos proceden de mi cruz, que te quise dar en tu confesión de hoy. No fue mi voluntad que el Padre te consolara en este día; hice que te brindara una aflicción mayor para ayudarte a repetir con el apóstol que la cruz es una gloria. Que ella resucite en ti el deseo de padecer. Ten valor, yo estoy contigo.

            Entonces, mi querido Padre, me abracé con tal fuerza a la cruz, que me pareció que debía morir en ella para vivir con mi dulce Jesús, el cual me dijo: Hija mía, si muchos desean borrarme de la tierra, no te extrañe que en este día no recibas consuelo alguno.

            ¡Oh, Jesús, que tu voluntad se cumpla en mí y por mí!

            Pida por ella, pues usted es por siempre mi muy querido y Reverendo Padre. Su muy humilde servidora, pero única hija en Jesucristo. Janne Chezar.

            El Padre G. me mandó un mensaje con François d'Aix, diciendo que, si me fuera conveniente y estaba en buena salud, fuese a verlo a esta hora. Respondí que no me era posible, que estaba sola descansando y cuidando la casa, pues mi madre se encontraba en el granero. De inmediato me envió otro mensaje con la María, con estas líneas: El P. Rector me dio permiso para pedírselo. No tema y hágame saber lo que resuelva.

Carta 22. 

8 de abril de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en mi Jesús:

            ¡Ay, cuán difícil me parece describir la alarma y temor que sufrí durante más de dos horas después de que le dejé! Ese león rugiente y su execrable tropa me presentaron un combate interior tan fuerte, que sentí debilitarse mis fuerzas para resistir sin la ayuda del León de la tribu de Judá, que los rechazó a la hora en que comulgué.

            Le doy más detalles acerca de esta lucha: antes de cantar victoria, puse mi interior delante de Dios diciéndole que examinara mi causa, y que si el afecto que siento hacia usted no era en todo conforme a él, no buscando otra cosa que su gloria y mi perfección, estaba presta a morir para testimoniarle la fidelidad de su legítima esposa, o bien alejarme de usted. Ante esta proposición, el astuto ángel de luz, más oscuro que las tinieblas palpables que ocasiona en el alma que cae en pecado mortal, me empujaba a tomar la resolución de dejar a usted, diciéndome que mi esposo tolera muchos defectos, pero que éste de tener un afecto íntimo hacia una persona jamás lo permitirá; que es irrelevante la idea de declarar hasta los pensamientos más íntimos y que, por complacer a usted, me alejo de tantas personas cuya compañía podría ser más provechosa para mí. Añadió que pensaba solamente en mí misma y no en la salvación de los demás.

            A medida que escuchaba estos argumentos, comencé a creer en ellos experimentando una turbación tan grande, que debió ser en sí misma, una señal de los engaños de este turbio espíritu. Me atacó entonces un dolor de cabeza tan fuerte, que al recitar el oficio tuve que sentarme y apoyar mi cabeza sobre una mano. Me sentí impulsada a salir de ahí, abandonando la recitación del oficio. Pensé entonces: Esto es una tentación y fijé mis ojos en una imagen de Nuestra Señora, pidiéndole su ayuda. Esta buena Madre consoló un poco a su hija. Después de esto, rogué a mi Salvador que me amara por su propio fin, y por el fin que es él mismo. Deseaba amar todo o nada. Pedí al Padre eterno, por el amor que tiene a su querido Hijo, que viniera en mi ayuda y que tomara mi corazón con su mano derecha, librándolo así de inclinarse hacia las creaturas. Antes de comulgar, con intención de discernir lo que él deseaba de mí, invité a toda la corte celestial a preparar en mi corazón una morada a su Rey. Fui entonces a comulgar, recibiendo en mi boca al Sol de Justicia. Volví mi corazón a sus divinos rayos, y el llanto se apoderó de mí. Entonces, llena de paz, escuché:

            Hija mía, al fin me demuestras que me amas. Estas lágrimas dan testimonio evidente de ello. Escuchaste al engañador, el cual te causó tanta pena. Permanece ahora en paz y escúchame: Sabía yo muy bien cuánto afecto ibas a sentir hacia este Padre. ¿No se te ocurrió pensar que te ayudaría a sobrepasar el amor natural por uno superior, cuando parecía que habías perdido el corazón? El demonio te recordó lo que se dijo de Efraín, infundiéndote el temor de ser una paloma seducida y sin corazón. No, hija mía, cuando estás en paz, encuentras tu corazón, y el mío dentro de él.

            Recuerda lo que te dije: adormécete en medio de los ruidos de la tentación y extiende las alas de la sencillez con este Padre, dejando que tus pensamientos resuenen como plata pura en su presencia. Que tus intenciones más profundas sean de oro puro. Entonces encontrarás al Rey celestial de tu corazón, el cual, en su candor, te torna blanca como la nieve.

            Te dije esta mañana que te envié a este Padre guardián de tu alma como al querubín que fue enviado al paraíso terrenal. ¿No ves cómo ejerce este oficio hacia ti, teniendo en sus labios la espada de mi palabra? Llevado del celo ardiente de mi gloria y de tu bien, defiende la entrada de mi paraíso, que es tu alma. Fíjate cómo la defiende en todas partes, sin excluirse a sí mismo, haciendo a un lado lo que te movería a permitirle la entrada de un modo ajeno al designio de mi voluntad. Hija mía, no te sorprenda el que lo compare al querubín, pues concedo a ellos una sabiduría clarísima; y a este Padre le he dado una visión y un conocimiento de tu interior sumamente sutil.

            Entonces, mi muy querido Padre, descansé en un dulce reposo. Levanté la mirada hacia el Smo. Sacramento y puse el discurso anterior, junto con mis rectas intenciones, en su presencia. Después me sentí inspirada a tomar la resolución de ponerme totalmente bajo su dirección, escuchando a continuación: Por el amor de todos ustedes, y del tuyo en especial; me arrodillé a los pies de mis apóstoles, aun de Judas, entregándome por su medio a los judíos, según el querer de mi Padre. Después sufrí un combate mucho más furioso que los que tú has tenido. No pienses que toda dolencia procede del amor propio; la resistencia que le opone el divino amor también contribuye.

            Hija mía, si me hice esclavo por ti, es necesario que tú lo hagas por mí. Prostérnate a los pies del Padre, entregándote a su voluntad. Es necesario que comience a colocarte en la cruz.

            ¡Oh, mi Jesús! Tú fuiste clavado en ella porque así lo quisiste; abandono mi voluntad a la tuya, a pesar de todas mis repugnancias. Que la muerte a mí misma corone todas tus gracias.

            Usted me recibirá, pues, a sus pies en presencia de Dios y de sus santos, mi muy querido y Reverendo Padre, como a su pequeñísima servidora, pero única hija que le obedece en Jesucristo. Janne Chezar.

            Este jueves 8 de abril, 1621. Después de lo anterior, me encontré con la María, que se acercó lisonjeramente a tocarme la mano, pero la llevé al exterior de la capilla, entregándole la imagen del Padre junto con estas palabras: Entrega esta imagen al Padre. En cuanto a ti, te ruego que, entre tú y yo, no se crucen otras palabras que los buenos días y las buenas noches. Me encomiendo a tus oraciones. Ella, muy sorprendida, dijo: Paciencia. Me alejé de ella en el acto.

 Carta 23. 

A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne. 10 de abril de 1621

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Si él me ha hecho participar en los dolores y tristezas de su Pasión, en este día me concedió una gran parte en su resurrección. En cuanto salí de con usted, después de haberme confesado, me sentí tan abrasada, que mi corazón se derritió en mi interior. Por ello experimenté una dulzura sumamente grata. Este fuego era tan vehemente, que ocasionaba en mi interior un movimiento fortísimo, a tal grado, que mi corazón parecía estar enfermo, no de temor, sino del deseo amoroso de recibir su alimento sacramental. Por ello dije al Hno. Mauricio que preguntase a usted si deseaba que comulgara antes del oficio, después de oír la misa, lo cual me proporcionó un gran alivio del fuego ardiente que llameaba en mi interior. Escuché: Hija mía, tú me pides por la conversión de las almas. Este fuego tiene un gran poder sobre mi Padre: puede romper su arco y abatir las armas que su justicia desea esgrimir contra los pecadores. Este fuego puede también arrebatarle el escudo con que se cubre para poder resistir a las peticiones que se le hacen a causa de las imperfecciones, y de otros motivos. Hija mía, un corazón de fuego puede vencerlo. Pídele no solamente la conversión de los herejes, sino la de los paganos.

            Mira que yo soy el Dios que desea ser justo en el cielo y en la tierra. Se dijo que, si yo me entregaba por el pecado, se me daría como botín las naciones y los pueblos. Pequeña mía, en una ocasión te coloqué sobre el Calvario del sacrificio sangriento; en un día como ayer, y todos los días, renuevo este mismo sacrificio, que no por ser incruento deja de ser meritorio. Pide esto a mi Padre en mi nombre: Que todo lo mío te pertenezca.

            Por la tarde, en una visión, viste muchas clases de flores elevadas en la altura. Era el lecho que te preparaba para tu descanso, que seguirá al de la cruz. ¿Te das cuenta de que nuestro tálamo está adornado de flores?

            Querido Padre, vi claramente esa visión mientras oraba por la tarde, pero debido a un dolor de cabeza, temí que fuera producto de una debilidad de la imaginación. Pedí encarecidamente al Padre Eterno por esa intención. También me dirigí al Verbo divino respecto al asunto que usted pospuso para el lunes, dejándolo en manos de esta divina sabiduría.

            Tocante al P. Adrián, hice una tercera petición al Espíritu Santo. No pude pedir a la divina bondad que permitiera al Padre seguir en la tierra, pero sí que participara en la gloria de la Resurrección. Pensé entonces en lo que usted me dijo: Rece por la salud del P. Adrián, así que para obedecerle, dije: Dios mío, te pido la salud corporal o espiritual de este Padre. Yo entendí que usted quería siempre la voluntad divina, pero de preferencia en lo espiritual. Pedí además al Bienaventurado P. Ignacio de Loyola que fuera su procurador en el colegio celestial, así como el padre lo fue en el colegio de la tierra para con sus hijos.

            Más tarde recordé que este buen Padre me había dicho: Como con frecuencia doy a usted la santa comunión, pida al Señor que haga su voluntad. Así lo hice y ahora me pregunto: Dios mío, ¿acaso te pedí la muerte de este padre cuando te rogaba que le concedieras la gracia de hacer tu voluntad? Me pareció escuchar que sí, pero no estoy segura. Sin embargo, al oír la campana de su capilla me di cuenta de que había fallecido. Que el Señor reciba su alma y nos conceda la gracia de vivir bien para bien morir, a fin de tener una nueva vida con Jesús. Amén.

            En espera de que así sea, quedo de usted su pequeñísima servidora, pero única hija que le obedece en Jesucristo.

            Janne Chezar

 Carta 24.

 Abril 1621. Mi muy querido y Reverendo Padre Philippe Meaux

            Bendito sea Nuestro Señor.

            Mi muy querido y Reverendo Padre: Sólo El y su santa  Madre deben ser su esperanza y la mía.

            Recuerde usted estas palabras: Convenía que el Cristo padeciera (Hb_2_10) para entrar en su gloria. Es necesario que usted sufra para llegar a ella, y padecer si desea ser miembro de su cabeza.

            Ya comuniqué a usted por carta dónde están mis relicarios. Fui advertida de su enfermedad algunos días antes de ir a Grenoble. Tuve, en sueños, la visión de un religioso postrado en cama. Me parecía estar inmóvil, pero también oraba a Dios. Más tarde, estando en Grisolles, mientras dormía por la noche, vi a su reverencia delante de un altar, como celebrando misa. De repente le fallaron las piernas y se le recostó en su cama, lo cual me hizo lanzar un grito. El domingo tal vez el lunes anterior, día en que usted se sintió mal, estando ya dormida, me pareció verlo en su habitación postrado en cama y que alguien llevaba hasta ahí al augustísimo Sacramento. Todas estas cosas me fueron reveladas mientras dormía.

            No he tenido confidencia alguna respecto a su muerte. El día de hoy, mientras oraba ante mi dulce esposo con mayor insistencia que los días anteriores de esta semana, vi un fuerte por tierra. No sabía si con ello se me mostraba que el ardor de mi aflicción, o el Espíritu Santo, me incitaban a orar por su reverencia, haciendo que el fuerte se levantara en presencia de Su Majestad.

            Estaba llena de gran esperanza y lo sigo estando, pero es necesario que su resignación lleve a usted a obtener de Dios lo que Abraham logró. Ofrézcase en holocausto, en caso de que Dios así lo quiera. Desearía ser el carnero que murió, muriendo a mí misma por usted, pero puedo afirmarle que me encuentro rodeada de dolorosas espinas.

            Estando afligida y llorosa por su reverencia, escuché: ¡Pero si él te ha mortificado y afligido tanto! Ha sido por mi bien, y con el gran deseo que tenía él de mi perfección y de hacerme llegar a la santidad de la que ¡ay! estoy tan lejos. Tenía esperanza de llegar a ella por el camino que Dios le inspiraría para conducirme.

            Dios mío, recuerda las palabras: Y vuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn_16_20). Toma la mía y apártala de tus fuertes, o bien Mi rostro está inflamado, etc. (Jb_16_16) Mi dolor está siempre ante mí.

            ¡Ah, mi buen Padre! tenga valor y paciencia a fin de obtener rosas de buen ejemplo de las espinas de sus dolores. Entréguese al dulce Jesús, nuestro amor. Yo, como si fuera sordo, no oigo (Sal_38_13). Y en sus sufrimientos, Alegraos, otra vez os digo: alegraos siempre en Nuestro Señor. (Flp_4_4s) Que su modesta paciencia enseñe y revista de virtud a todos sus hijos, y consuele al menos a su única hija.

            Es ella quien pide y pedirá para usted con un corazón filial, mostrándole que lo que Dios ha unido en su amor por medio de su gracia, no lo separarán las creaturas. Estos lazos son más fuertes que la muerte; y sólo serán reforzados en la vida eterna cuando él nos lleve a ella.

            Encomendándome a su paciencia, quedo de usted, mi muy querido y Reverendo Padre, su única hija en Jesús. Janne Chesar

Carta 25. 

19 de abril de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux, Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            El 19 de abril pasado recitaba el oficio de Nuestra Señora en la iglesia de san Esteban, uniéndome al santo sacrificio que ahí se celebraba. Fue entonces cuando el manso cordero sacrificado me invitó a alabarlo, a discernir lo que quiere de mí y a ir a mi oratorio a meditar sobre la aceptación que hizo del juicio de Pilatos. Este era el punto sobre el que debía meditar en ese día, según el orden que he puesto a los acontecimientos de la Pasión. Entonces me hizo escuchar: Hija mía, fíjate en la sumisión con que acepté este juicio, sin recibir ni apelar los cargos por los que se me condenaba, a pesar de que el juicio fue inicuo, el juez injusto, los testigos falsos, y yo inocente. Tú, en cambio, no me imitas en esto, a pesar de que el procedimiento que empleo o que causo para mortificarte sea justo, suave y razonable. Según tú, deseas morir por mi amor. Pues bien, el juicio ha empezado. Insisto en ser el demandante que presenta el conocimiento de causa. Tú misma eres un testigo llamada a serlo a causa de la luz que te doy, lo mismo que a tu confesor, que es el juez. El deseo que tienes de tu perfección es el abogado; el amor propio es el acusado, cuyo abogado defensor es tu natural, del que te dejas llevar o agitar, lanzar una apelación, o por lo menos pedir una prórroga. Así, pasa el tiempo, los deseos de mi amor no progresan y la causa sigue en el cartapacio de la pusilanimidad. El reportero es tu valor, pero las tentaciones, asociadas a tus pasiones, lo despiden con frecuencia, le impiden entrar a la cámara del juez o, si entra a la sala del juzgado para presentar todos los documentos sobre los que tu confesor ha emitido su juicio, surge de repente una reclamación y me crucificas mediante el deseo de retirarte cuando hace falta remitirse a los hechos.

            ¡Oh, dulce Jesús! mira mi confusión. Sin embargo, como tu bondad me ha concedido el deseo, dame la fuerza de llevarlo a cabo. Oh Virgen sagrada, en quien el Divino Amor hizo su voluntad sin necesidad de un proceso ayúdame por tu caridad. Y usted, mi Reverendo Padre, obligue al amor propio a pagar los gastos. Con la gracia de Aquél que es el único ser, reduzca a este acusado y a sus secuaces a la nada. Una vez hecho esto, podré con más libertad suscribirme, su muy humilde hija en Jesucristo, Janne Chesar

 Carta 26. 

Domingo del Buen Pastor, 1621. Mi muy querido y Reverendo Padre: Philippe de Meaux

            A eso de las diez de la noche sentí una extrema tristeza causada por mis faltas e imperfecciones. Derramé abundantes lágrimas mientras yacía rostro en tierra, a semejanza de mi Salvador en el huerto. Ignoraba dónde se encontraba mi consolador y carecía del valor para llamarlo. Pero recordé su bondad y el consuelo que me da en mis aflicciones. También lo que usted me recomendó de esperar contra toda esperanza.

            Me levanté y salí al patio con los brazos abiertos. Me abandoné a la divina bondad, arrojándome a los pies de su clemencia. Apenas había dado tres o cuatro pasos cuando me sentí consolada por este amable Salvador. Con ello se desvaneció mi tristeza.

            Hija mía, no te turbes al verte tan cambiante en las resoluciones de la perfección cuando se trata de ponerlas en práctica; considera a mi apóstol san Pablo, el cual fue tan favorecido con grandes gracias infusas. A pesar de ello, se lamentaba con frecuencia al verse imperfecto, diciendo: No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no deseo.

            Esta mañana, al entrar a la iglesia, me sentí repentinamente absorta en un efluvio dulcísimo, unido a un fuego delicioso en el corazón. Más tarde, durante la misa, escuché: Hija mía, te dije ayer que yo soy tu buen Pastor; aunque andes errante, ¿puedes sentir mi presencia? ¡Dios mío, cuán dulce sentimiento me causaste!

            Yo soy más comprensivo que Moisés: no me contenté con decir que se me borrara del libro de la vida por salvar a mi pueblo, sino que me vi tan abandonado de mi Padre, que no pude soportarlo sin lanzar una queja. Moisés condujo a sus ovejas a un pastizal, en el que fue consolado con visiones divinas. Yo, sin embargo, las conduje hacia mí, que soy la verde pradera donde se apacientan, y las delicias de los reyes. Pero seguí adelante hacia el Calvario, donde no me esperaban sino afrentas, furias infernales y hombres desalmados. Sólo respiraba podredumbre. Yo era la flor rodeada de estiércol, que debía dejarles mi fragancia...

            Hija mía, si el Padre te abandonara en tus aflicciones, sería mercenario y no pastor, pues lo propio de un buen pastor es mostrar mayor solicitud hacia sus ovejas cuando se extravían que cuando están reunidas; él debe, como yo, aliviarlas con sus propios medios y aun llevarlas en brazos.

Carta 27.

 26 de abril de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor: Que su bondad se derrame en usted.

            Después de que usted me oyó en confesión, me quedó una profunda tristeza que duró la noche del sábado y el domingo. Pienso que mi Salvador no quiso que usted me consolara porque me habló en un tono muy diferente al que suele usar conmigo. Esto pudo haber sucedido, como pienso, por permisión de la divina providencia, la cual, al verme tan triste al comulgar, me consoló según su acostumbrada misericordia, tomándome entre sus brazos por medio de un dulce éxtasis. Mi espíritu decía en latín: Ciñe tu espada a tu costado, oh valiente. No me di cuenta de ello sino hasta que me sentí consolada. Escuché: Hija mía, mi fuerza y la de mis santos te protege. Te quejas de tu natural afectuoso: átalo a mi cruz amando a todos por amor a mí. Mi apóstol san Pablo se vio inclinado a amar como lo manifiesta en sus escritos: hasta el punto de ser anatema, por así decir, por el prójimo y viéndome crucificado en cada persona. Haz lo mismo. El amaba en general a todos, y en particular a su querido Timoteo. Ama a todos; si en lo particular quieres a este Padre ello no me ofende, siempre y cuando esto sea en mi amorosa presencia. Yo soy tu refugio en la tribulación. Procura morar conmigo en la paz. Aun cuando la tierra de las aflicciones y de las sequedades se convirtiera en un mar de tentaciones cuyas olas amenazaran con devorarte, no tengas miedo, hija mía, yo estoy en ti: Non commovebitur (Pr_10_30): no te sacudirán.

            Sentí entonces un gran consuelo, y tuve que esforzarme para ponerme en pie a la hora del Evangelio, pero lo hice al pensar que era voluntad de usted. Durante el día fui presa del fuego divino, sin dejar de estar enferma y, además, triste.

            Esa noche, a eso de las nueve, prodigaba a mi madre los servicios que requiere su enfermedad. Escuché entonces: Yo soy el Señor que te gobierna, ¿qué te puede faltar? Si deseas amarme en medio de todas tus ocupaciones, te llevaré al prado delicioso y a la pastura de mi Smo. Sacramento. Además, beberás de las aguas de la contemplación, que están muy por encima de todas las aguas del refrigerio terrestre. Si te parece que te golpeo con la vara de la reprensión de tus faltas y el bastón de la tristeza, el saber que soy yo, y que lo hago por tu bien, debe consolarte por todo. Fíjate en la fuerza que te doy en la mesa que te preparé en presencia de todos los que desean atribularte. Esta es la vara de hierro y las armas con las que serán rechazados y vencidos. Valor, hija mía.

            Me sentí mucho más tranquila que el sábado en todas mis ocupaciones, usted ha rezado por mí; le doy las gracias por ello, a mi vez, no le olvido en las mías, que son tan indignas.

            Quisiera que fuesen consideradas dignas por Aquél en quien soy de usted, mi muy querido y Reverendo Padre. Su pequeñísima servidora, y única hija en Jesucristo. Janne Chézar

 Carta 28. 

15 de mayo, 1621 Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor: Philippe de Meaux.

            Es de tal modo necesario que sea yo sincera con usted como una niñita que no sabe sino lo que su madre piensa que es bueno o malo para ella, y que le confía todo con su lengua aún vacilante y que experimente que mi esposo le ha puesto como fundamento del edificio de mi reposo espiritual, en el que se encuentra el cónclave de su divino amor. Este se manifiesta con tal vehemencia, que sus llamas hacen saltar mi corazón continuamente. Esto, añadido a otra enfermedad del cuerpo, es tan agobiante, que me siento cansada de vivir en compañía del espíritu, el cual estaría mucho más contento de salir de él para unirse a ese fuego divino y escalar la pirámide que sus llamas formarán de aquí al cielo, cuando se haya purificado de sus imperfecciones, pues, al considerar la presciencia de Dios, pienso que por su causa sigo cautiva aquí en la tierra.

            ¡Oh, si mi Jesús, que ascenderá a las alturas el próximo jueves, me tratara como a los cautivos de quienes habla el profeta, qué dones recibirían las personas que me han ayudado en la medida de su caridad! Ella los ha impulsado a pasar por en medio de mil molestias que les han causado mis faltas.

            A pesar de todo, este buen Dios saca de ellas motivos para ejercer su misericordia, y por su mismo medio, reemplazar y reparar mis pérdidas concediéndome bienes mucho más grandes, que proceden del abismo de su divina bondad. Por ejemplo, ayer, al decir mi penitencia después que usted me dejó, me sentí atraída a hacer mi oración con estas palabras de Santiago: Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, etc. Estas palabras del Apóstol me animaron a tener una santa confianza hacia este Dador, junto con los signos amorosos de su divina clemencia.

            Considera cuán amada eres de este Padre que te ha amado hasta el grado de darte a su Hijo; él es Padre de luz y de ciencia y, por ello, sabía muy bien lo que hacía y no ignoraba las faltas que cometerías. No pierdas la esperanza por esta causa, pues aún no se ha dignado gratificarte con su Santo Espíritu. El nunca cambia al hacer el bien; nada ensombrece a ese sol de gracia cuando desea comunicarse de una manera absoluta, pero de ordinario, cuando la voluntad de tu libre arbitrio está entre sus manos, entregada a la suya, sus dones descienden sobre un alma profunda, que tiene el humilde conocimiento de su nada pero que confiesa con amor la grandeza divina.

            Hija mía, no fue sin misterio que mi apóstol Santiago dijo esto. Recordaba muy bien lo que dije cuando la mujer de Zebedeo se postró en adoración a mis pies, pidiendo que sus hijos se sentaran uno a mi derecha y el otro a mi izquierda. Yo respondí que era prerrogativa de mi Padre el dar estos dones a quienes bebieran del cáliz que él me daría. Así lo hicieron, y mi Padre los recompensó con dones de alta perfección. Junto con san Pedro, fueron escogidos para ser testigos de algunos misterios a los que los demás no fueron invitados. Considera cómo ellos tres hablaron de la santa  Trinidad: Santiago habló de mi Padre, san Pedro de mí, y san Juan del Espíritu Santo.

            Después del gran consuelo de esta oración, escuché: Hija mía, valor, sube alto hacia la perfección, ayudada de la divina gracia y de este Padre, de quien puedes en verdad decir: Bendito el que viene en nombre del Señor, puesto que lo envié para ayudarte a progresar.

            Entonces me pareció escuchar que usted recibía grandes bendiciones, lo cual prolongó mi alegría. A pesar de que, como hija suya, tengo muchas cosas que decirle, y que tuve muchos deseos de manifestarle esta mañana, no tuve el valor de ir a llamarlo. Si después de su sermón, usted me hubiera hablado, me habría encontrado dispuesta a hacer su voluntad; por esta razón no fui con usted, quedándome a la expectativa de lo que usted haría. Volví a casa con el pensamiento de que usted es mi padre y yo su hija que debe obedecerle con santa indiferencia. Le digo esto con toda tranquilidad, pues mi deseo de hablar con usted era mucho más fuerte que el de no hacerlo. Más tarde me dirigí a la iglesia del colegio, donde el fuego divino se redobló; escuché estas palabras de mi Jesús: Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis.

            Formulé entonces peticiones, rogando a la corte celestial que, a su vez, hiciera lo mismo por mí, pues seguía careciendo de la verdadera tenacidad para pedir. Recordé mi comportamiento después de haber recibido tantas gracias. Sé bien lo que puedo hacer cooperando con la divina gracia, pero a pesar de ello, dejo de hacer cosas que serían muy fáciles. Esto pareció conmover a mi querido amor:

            ¡Cómo, hija mía! ¿No te atreves a poner en práctica los propósitos de amor que tantas veces me has ofrecido, sino que poco después haces lo contrario? No pierdes tu buena voluntad, aunque por debilidad no cumples lo que prometes. Ten valor, hija mía, ¡me has dicho tantas veces que deseas amarme sobre todas las creaturas! Tú sola me demuestras más amor que todas ellas juntas.

            No he olvidado esas palabras, así como no dejé que las de san Pedro se perdieran: Aunque todos se escandalicen, yo no... Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré. A pesar de ello, fue el único en negarme y huyó de la muerte. Sin embargo, después de mi resurrección, salí a su encuentro y le recordé lo que dijo en el pasado: ¿Me amas más que estos? El pobre apóstol, con el mismo amor, me aseguró que me amaba, sin dejar de repetir esas palabras a causa de su caída. Como estaba seguro de que yo veía su corazón, me dijo que, yo lo sabía todo; que yo sabía que él me amaba. Por ello, una vez más, lo declaré pastor de todos. Conocía yo muy bien, al mismo tiempo, su buena voluntad y su debilidad. Esta no fue la última ocasión en que mostró su fragilidad, pues quiso huir del martirio. ¡Cuánto valor demostró al predicar mi palabra, y qué poder recibió de mí para convertir a los demás! Volví de nuevo para darle valor, apareciendo ante sus ojos cargado con mi cruz. Al verme preguntó: ¿A dónde vas? Voy a Roma por segunda vez. Hija mía, con frecuencia actúo de esta manera hacia ti después de que cometes una falta. Comprendo muy bien tus deseos y tus promesas; ten confianza y ruega a mi Padre.

            Oh, Jesús mío, le pediré en tu nombre el amor perfecto que será la corona de mi vida. Tu corazón es la vida del mío; es todo lo que tengo. Si no fuera así, la muerte anidaría en mí, privándome del deseo de vivir, y en consecuencia, de tener un corazón.

            Pedí esto mismo para usted, mi querido Padre. Con esta petición quedo por siempre, mi muy querido y reverendo Padre, su pequeñísima servidora, y única hija que le obedece en Jesús.

Janne Chezar

            Si mañana me levanto a las 5 de la mañana, iré a llamarlo si usted, así lo desea.

Carta 29. 

A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne. 17 de mayo de 1621.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            No puedo decirle cuán complacido estuvo mi esposo con mi entrevista con usted esta mañana. Me comporté, en verdad, como una niña hacia su nodriza, de la que no quiere separarse por el tierno afecto que siente hacia quien la nutre con su leche y la sienta sobre sus rodillas para adormecerla, librándola de todo cuidado, y reservando esta solicitud a sí misma. Así me sentí.

            Después, viendo que usted me dejaba, un santo resentimiento me causó pena de salir, pero la resignación a la voluntad de usted prevaleció. Salí, pues, radiante de alegría, y como extasiada en el amor que mi querido Jesús me demostró. Escuché: Hija mía, tu director es la nodriza que necesitas. Soy yo quien te da esta leche junto con el trigo cereal sacramental que se añadirá a tu biberón para fortalecerte. No es una novedad que el niño se vuelva tanto hacia la nodriza, como hacia su madre, a la que no ve con tanta frecuencia como a su nana cuando es pequeño. Sin embargo, al crecer, se da cuenta de que su madre le proporcionó y costeó estos cuidados. Por ello la quiere más, sin disminuir el afecto razonable que debe a su nodriza, no por el gusto de su leche, sino porque ya no tiene necesidad de ella. Esto mismo sucede en el cielo, pues mientras estás en la tierra, es necesario que seas una niña; si dejas de serlo, no entrarás en el paraíso. Por ahora, al estar conmigo en el Santo Sacramento del altar, estás en el cielo. Reposa en mí, niña mía.

            Entonces, mi querido Padre, salí fuera de mí para reclinarme sobre el pecho de mi queridísimo amor. Vi una escalera cuyo maderamen era aguzado y muy estrecho, pero amplio en la parte alta. El extremo de la parte estrecha descansaba en su cintura, y el ancho en su boca, que me prodigó un beso delicioso. Escuché: Hoy te besé con una reprensión en mis labios. Mi boca era amarga, pero ablandado por tus lágrimas y por tus resoluciones de obedecer, te introduje al dulce interior de mi paladar. La escalera estrecha es el amor divino. Al principio es difícil colocar bien el pie sobre el peldaño, pero habiéndolo logrado, se vuelve tan ancho que las almas duermen y descansan en él como tú lo haces.

            ¡Ah, mi querido Padre, qué bien me sentía! Sin embargo, tenía que ayudar a mi madre, haciendo algunas cosas para ella, por lo que fue necesario salir de ese amable lugar de reposo. Lo hice por obedecer y para sacrificarme en obediencia. Sólo tiene usted que hablar y yo le obedeceré.

            Soy de usted, mi muy querido y reverendo Padre, su pequeñísima servidora, y única hija que le obedece en Jesús.

            Janne Chezar

 Carta 30. 

A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Si a causa de mis imperfecciones, le he comunicado parte de mi desolación, por la perfectísima caridad de mi querido esposo compartiré también parte del gran consuelo que mi dulce Amor se apresuró a traerme.

Después de que usted me dejó, quedé con la intención de relacionarme con usted como hija, lo cual he hecho hasta ahora a pesar del sentimiento de tristeza que se apoderó de mi, sintiéndome atraída a volver al confesionario para llorar en él durante la misa. ¡Ah, de haberlo hecho, de qué tentación y turbación me habría dejado llevar! Sin embargo, resistí diciéndome: Mi Padre desea que esté alegre; debo obedecerlo tanto como pueda. Huiré de la ocasión de desasosiego. Después me acerqué al comulgatorio para decir mi penitencia. Mi corazón se abrió y sentí que la médula de mi cuerpo se conmovía ante el sentimiento de la visita divina. Escuché estas palabras: No pierdas valor ante el proyecto que han hecho ustedes dos para conducirte a la confianza inocente. Podría parecerte que, a pesar de que llevas algún tiempo bajo su dirección, no has obtenido fruto de ella. Di al Padre que, en el transcurso de los tres años antes de mi muerte, de los cuarenta días después de mi resurrección y aun el mismo día en que los dejé para volver al cielo, tuve que soportar la debilidad e imperfección de mis apóstoles y reprocharles su incredulidad y dureza de corazón mientras los instruía para que practicaran mis enseñanzas. Sin embargo, no dejé de ser maestro. Los mandé a llevar al mundo la fe que a ellos mismos les faltaba y me mostré como su verdadero Padre, quien después de haberlos reprendido por sus faltas deseaba que pasaran de ellas a la obediencia. Les dije que permanecieran juntos en la ciudad, hasta que les enviara al Espíritu Santo, el cual les ayudaría a poner en práctica mi mandato por toda la tierra.

            Tu director debe ayudarte a permanecer en el recinto de su obediencia. Esta es la ciudad donde debes permanecer sin moverte del Cenáculo de su voluntad, para recibir de ella al Espíritu Santo.

            Después comulgué invadida por una paz muy grande y por los sentimientos de un amor indecible, los cuales me llevaron a un dulce éxtasis, en el que permanecí hasta después de la misa escolar. Durante esta alegría del divino reposo, mi corazón se abrió con tal violencia, que quedó llagada y casi sin fuerzas para respirar. Este gozo interior abrió mi corazón tanto como la tristeza precedente lo había cerrado, casi hasta quitarme el aliento. Escuché: Hija mía, ahora es necesario que te pongas en manos de tu obispo y pastor para ser transformada. Tengo tu alma en mis manos porque soy tu soberano pontífice, pero la pongo en las de este Padre, que es tu pastor.

            Entonces tuve una visión tan delicada, que no puedo manifestarla en toda su finura, pues no fue imaginaria sino intelectual. En ella, mi alma era como un pequeño bebé acurrucado en brazos, muy cerca del pecho de mi esposo. Sentía en mi rostro su dulce aliento cuando me puso entre los de su reverencia con la misma ternura con que me llevaba en los suyos. Un rayo de sol descendía de lo alto sobre mi cabeza, del lado izquierdo, y mi espíritu se perdía en Dios.

            Hija mía, salí de mi Padre para venir a la tierra, y volví a él a la primera indicación de su voluntad. Obra de este modo hacia tu director en lo que te pida que hagas. Póstrate a sus pies y obedécele.

Deseo esto en verdad, mi amable Jesús, sólo por tu amor. Quedo por siempre, mi muy querido y Reverendo Padre, su pequeñísima servidora, y única hija que le obedece en Jesús.

            Janne Chézar

 Carta 31.

 Reverendo Padre Philippe de Meaux. Roanne 1621.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Ignoro si le causé o no un disgusto al haberme puesto a llorar después de confesarme con usted, pues me había pedido permanecer alegre. Desafortunadamente, a causa de mi temperamento, no pude obedecerle, usted me dirá que la obediencia lo puede todo junto con la divina gracia, cuando colaboro con sus inspiraciones, comportándome como verdadera hija suya, pues usted es siempre para mí un Padre tan bueno. Por ello, después de haberlo dejado, sentí temor de no haber mostrado la debida confianza hacia usted, que es la persona a quien mi querido esposo y Padre me ha dado como tutor de sus bienes según los términos en que me lo expresó: Hija mía, para ti, la leche es mejor que el vino. Si no te haces como niña, no encontrarás reposo. Este Padre es el tutor de la heredad que te he dado. El es fiel a mí; por ello, es necesario que conserve en ti mis gracias, y que te ayude a crecer. Confíale todo, pues eres una niña y tus enemigos, y aun los que piensas que son tus amigos, te arrebatarán de las manos el tesoro que mi bondad te ha concedido.

            Seguí sintiendo tristeza y perdí mi alegría. Me veo tan débil para imitar la sagrada humildad de mi amor que practicó durante su vida de paz en la tierra y en la paz de su vida sobrenatural después de su resurrección. Después de comulgar, me sentí impedida de expresar cosa alguna, pues me mantuvo cerca de él en el cielo. Por esta causa, poco faltó para que me desmayara después de un efluvio, y temiendo que así fuera, hice un esfuerzo para volver en mí; arreglé mi vestido me di ánimo y salí de la iglesia, transitando por las calles un poco fuera de mí. Resolví seguir hasta mi oratorio, pero me pareció mejor asistir a la misa solemne; me quedé también a otras dos que siguieron.

            Después, sin dejar de sentirme triste, volví a casa. Me sentí molesta al tener que sentarme a cenar, a pesar de que la familia ya había terminado. ¡Ah, cuánto hay que padecer, sobre todo cuando se es tan imperfecto como yo!

            Su pequeñísima servidora, y única hija que le obedece en Jesús, mi muy querido y Reverendo Padre.

            Janne Chezar

Carta 32. 

Mayo de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Dos razones me impidieron expresarme al entrar en el confesionario del P. de Villard. Ya le mencioné una: usted me dijo que no estaba dispuesta, y así he querido creerlo. La otra es que, al prepararme a la contrición y a hacer memoria de mis faltas, me circundó un fuego tan ardiente y devorador, que me abismé en este divino amor.

            Acabo de subir a mi oratorio para decir el rosario por la persona a la que culpé interiormente por algo que no hizo. El fuego se reanimó, por lo que casi no pude terminar la recitación verbal del rosario, a pesar de que solté un poco mi vestido. Al pensar en este fuego, me pareció escuchar: Como te dejaste llevar de pensamientos contrarios a esos deseos plenos de caridad de su confesor, los cuales atribuías a desinterés hacia tu bien, y a pretextos para abandonar el proyecto que hizo él de conducirte a la perfección. Esto te ha llevado a un desaliento causado por la tristeza. Tus frías oraciones por esa persona deben ser reemplazadas por su contrario, que es el fuego de la caridad.

            Mi Dios y mi todo, clamo a ti pidiendo misericordia. Y a usted, mi Reverendo Padre, le prometo no volver a caer en esta falta. Tengo miedo de no hacerlo: tal es el grado de mi imperfección cuando se trata de actos de virtud sólida, a pesar de verme prevenida por altísimas gracias que mi esposo me concede.

            Hoy, al comulgar, me lo hizo ver al reprenderme, a su manera, con palabras cariñosas: ¡Pero hija mía, gracias a mi bondad te cuentas entre las almas escogidas de Israel y en el número de las que me ven a través de la contemplación deliciosa y pacífica! Sin embargo, sigues ignorando los efectos de la práctica de la perfección, que se basa en actos de generosidad. Nadie puede subir a las alturas con solo desear esforzarse, o especulando aunque en el cielo hay varias personas que lo hicieron. Sólo aquellos a quienes desciendo y hago ascender por medio de la verdadera humildad y anonadamiento de ellos mismos podrán lograrlo, así como yo me anonadé cuando me hice pasible, para renacer impasible. Si como yo, mueres a ti misma resucitarás sin duda alguna, pues cuando la muerte se levantó para aferrarme, la resurrección se levantó más alto que ella para hacerme renacer a la gloria.

            Hija mía, ¿quieres conocer el agua del Espíritu Santo, por la cual son regenerados todos los que desean entrar al paraíso? Es el agua y la sangre que este divino Espíritu hace llover por la fuerza de su amor y que Longinos hizo brotar de mi costado. Fue entonces cuando di a luz a mi Iglesia después de haber sufrido dolores de parto sobre el lecho de la cruz, cuyo hallazgo se celebra en este día. Hija mía, sobre este lecho derramé mi sangre por la vida de todos.

            Me sentí tan consolada, que me pareció ver un sol sobre mi cabeza.

            Deseaba mencionar cuatro faltas mías que recordé, pero me alargaría mucho. Le suplico me obtenga el perdón de ellas con sus santas oraciones. Le encomiendo a mi madre, que está enferma, aunque sin guardar cama. Su reverencia puede pensar que se lo hago para invitarlo a venir a verla, lo cual no me desagradaría y la haría sentirse mejor. Creo que ella espera una visita de usted Mi muy querido y Reverendo Padre, quedo de usted como su única hija y servidora que le obedece en Jesucristo.        Janne Chezar

            Desde que terminó la cena, dejé de sentir el fuego interior.

 Carta 33. 

Junio de 1621. Reverendo Padre Philippe de Meaux.

            El sábado, víspera de Pentecostés, al recibir la comunión, me sentí fuertemente unida a mi amado, el cual difundió su caridad en mi corazón. Vi a una persona coronada, pero con escaso ropaje. Escuché: El verdadero amor que se adquiere por el Espíritu Santo corona el corazón y lo reviste de todo. Experimenté un gran consuelo.

            El día de Pentecostés, al comulgar, escuché: Hija mía, así como ascendí al cielo para preparar un lugar para mis apóstoles y para todos mis bien amados, el Espíritu Santo, que no se queda atrás en cortesía, quiso recompensarme y bajar a la tierra a preparar los corazones en los que vendría a morar. Es él quien prepara el tuyo.

            Durante las vísperas, mi corazón ardió tan fuertemente con el fuego divino, que me sentí perdida en él. Al considerar su bondad, escuché: Hija mía, el Padre Eterno amó de tal modo al mundo, que le envió a su Verbo. Puso entonces a la humanidad a su derecha para estar por siempre en su compañía en la Iglesia Triunfante. El Espíritu Santo, por santa emulación, quiso descender sobre la Iglesia Militante para acompañar en todo momento a la esposa, y que así como el esposo tenía al Padre para encontrar en él sus delicias, ella tuviese al Espíritu Santo para complacerse en él.

            Hija mía, si el Padre te amó a tal grado que te entregó a su Hijo, yo te amo también con el mismo amor, pues soy uno con El. Esta es la razón por la que me entrego a ti, para concederte un don semejante al del Padre.

            El martes, al acercarme a comulgar, sentí algún temor por mis faltas. Escuché: Queda en paz. Me inundó entonces el espíritu de paz, y mi corazón se sintió abrasado.

            Veamos, hija mía, ¿acaso no te dio el Padre a su Hijo en el Santo Sacramento, no para juzgarte, sino para salvarte por sus méritos y suplir tus deficiencias? Si esta es la tarea del Hijo, con mayor razón me entrega a ti en este día, pues yo soy el Espíritu Santo y, por tanto, el amor que te invade, tanto el cuerpo como el alma gozan de grandes gracias.

            Hija mía, desciendo sobre todos, llenando también la casa con mi presencia. Sin embargo, sabes que descendí por la gracia sobre cada uno en particular, pero con diferentes dones. Así será en el cielo, donde cada uno recibirá en sí la participación de la visión beatífica, de un modo singular, mediante la gloria. La misma esencia llena todo el cielo, pero se comunica más a unos que a otros. Hija mía, en este día recibes una gracia particular.

            Efectivamente, durante todo ese día, experimenté sentimientos muy vivos del divino amor. El mismo martes, al meditar en la venida del Paráclito, escuché: Hija mía, el Espíritu Santo es el Padre de los pobres y su recompensa al céntuplo, como lo prometió Jesús. Este Santo Espíritu lleva, en él, la vida eterna. Para recompensar a los apóstoles, se la concedió bajo la forma de un viento huracanado. ¿De dónde piensas que procedía este bien del cielo que llegó con tanto ruido? Sabe, hija mía, que el Salvador, habiendo sido traspasado en su costado, pies y manos, recibió en sus llagas las vehementes aspiraciones y suspiros de los fieles que, a fuerza de aspirar, parecían casi expirar su espíritu. Como el divino amor llevaba en sí el viento de las almas de la tierra, y como sus aspiraciones procedían del Padre y del Espíritu Santo, al ser éste enviado a la tierra se produjo el gran ruido del gozo que sintió al venir. Hija mía, ¿deseas saber, además, por qué vino en forma de viento? Esto se debió a que el fuego ardiente que traía consigo requería un refrigerio para los corazones en los que entraría, que no tenían cañones suficientemente preparados para enfrentarse a semejante fuego, que llegaría cargado con toda la pólvora de los méritos del Salvador, pues el Verbo divino estaba en él. Este Verbo es un fuego, y Jesús lo dijo muy claro: Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Mis palabras son ardientes; es necesario un viento de Paráclito. Como prueba de ello, hija mía, recuerda lo que sintieron los dos discípulos en la conversación que tuve con ellos camino a Emaús. Devolví ese fuego al cielo, portándolo sobre mi lengua, de la cual brotaron todas las que el Espíritu Santo les hizo llegar el día de Pentecostés.

Carta 34. 

1° de agosto, 1621. Reverendo Padre Philippe de Meaux

            ¡Ay, mi buen Padre! Philippe de Meaux. Si usted me conociera bien y quién es el que me visita el cual, si fuera mortal, derramaría lágrimas de sangre a la vista de mis pecados, no saldría en casi una eternidad de lo profundo del infierno que no es suficiente para castigar mi soberbia. Lo digo para humillarme, pues no quisiera estar en él bajo un decreto de castigo eterno, a pesar de que lo merezco mucho más de lo que cualquiera puede imaginar.

            Con toda verdad, y delante de Dios, declaro que, en esta mañana, tuve una visión tan clara de mí misma, que todos los ángeles, santos y el resto de las creaturas, serían incapaces de arrebatármela. Yo soy la pecadora más grande, no a causa de mis considerables faltas, sino de las gracias que Dios me ha concedido y me sigue concediendo. Creo que jamás dio tanto a persona alguna que no fuera mejor que yo. ¡Ay, cuánta ingratitud hacia un Dios tan bueno, el cual, en medio de mis lágrimas, sigue regalándome tanto! Todo esto me llevó a quedarme en la iglesia durante más de dos misas, pues deseaba consolarme en mi hondísima tristeza.

            Hija mía, el P. obtuvo más que yo al venir a visitar tu alma, que es la Jerusalén mística: es que él pudo hacerte llorar y darte a conocer al que te visita. ¡Cómo es bueno hacia ti, más que todos los otros! Aquí estoy. El te ha hecho ver tus pecados y los demás enemigos que te rodean.

            Pero yo seguía llorando.

            Te quejaste con él por estar triste, y por no acompañarme con tu llanto. En este día he cambiado las lágrimas que el amor propio te hizo verter; si al confesarte no te hubiera incitado a llorar de verdadera contrición, apropiándote la causa de ellas, no sabrías ahora la causa de estas lágrimas. De otro modo, hubieras culpado a alguien más con algo de resentimiento.

            Mi llanto continuaba. Me sentí tan humillada, que no podía decir cosa alguna ni prometer algo bueno. Desesperando de mí misma, le pedí entre mis lágrimas, y con un corazón contrito, que sólo El fuera mi esperanza, a fin de verme humillada eternamente.

            ¡Ay! Pensé, mira que las personas te creen buena, pero ¿Qué significa eso delante de Dios? ¿Por qué algunas veces te complaces en ello? ¡Cuánta ceguera te causa todo esto!

            Todo mi ser me pareció más culpable; lo que agravó mi dolor fue el verme impotente para hacer el bien. No me atreví a prometer ser mejor, pues recordaba tantas promesas que hice a Dios una y otra vez durante tanto tiempo, que nunca fueron cumplidas, esto mismo he hecho con usted. Mientras me condolía de este modo, fui iluminada con respecto a cuatro o cinco faltas que olvidé mencionar en mi última confesión. Estas se referían a cuatro o cinco personas conocidas mías, en las que había buscado consuelo de mis faltas.

            Comprendí que trataba de competir con Dios, para ver quien podría humillarme mejor. Desde luego fue El; pero para consolarme, cedió a mi contrición al producir los actos de humildad. Me di cuenta de que, en verdad, esa humildad venía de El. Al comulgar, le dije con san Pedro: Retírate de mí, que soy una pecadora. Escuché: Hija mía, me comporto hacia ti como con este apóstol: algunas veces, después de humillarse ante mí, yo lo exaltaba; pero en otras luchaba con él para ver quién lo humillaría. El mismo se humilló diciendo que era un pecador y rehusando que yo le lavara los pies. Entonces lo humillé dejándole caer en pecado y huir del martirio. Su cobardía le humilló entonces, pero, hija mía, en lo secreto, qué hicimos él o yo... porque me venció así lo quise. Fue crucificado de cabeza. ¡Ah, qué alegría me dio el que este apóstol me conquistara con su humildad! Obra del mismo modo, hija mía.

            Mi buen Padre, a pesar de todo esto, mi dolor no cesó, pero me fue más querido que todas las delicias de un éxtasis. ¡Ah, el verdadero éxtasis consiste en salir de mí mediante el desprecio de mí misma, y de retirarme de mí para verme tan miserable, y excitar, mediante mis suspiros, a la divina misericordia!

            Al fin, ¿Quién obtuvo la victoria, Dios o yo? Fue él, pero yo también, pues me glorié en el sentimiento de mi debilidad, mediante el cual fui exaltada. Esta última palabra me humilla.

            Por favor, hágame saber la hora en que su reverencia me escuchará, pues no sabría guardar estas faltas que ya conoce, además de otras muchas que le son desconocidas. Sabe usted bien que esta enferma crónica no pide la ausencia del médico. Reflexione en la causa de esta palabra: Dios o yo. La pronuncio en su presencia sin escrúpulo, permaneciendo indiferente a cómo usted la juzgue, pues usted es el pastor. En esta fiesta de san Pedro, el pastor, recibí a Jesús, el Pastor soberano, por sus intenciones. El no se detendrá ante mis numerosas imperfecciones, sino más bien ante el deseo que tengo de ver a usted, tal como su bondad lo desea. Su única hija en Jesús.

            Janne Chesar.

 Carta 35.

 12 de agosto de 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi buen Padre: Lo llamo así porque mi queridísimo esposo me ayuda a darme cuenta de que usted es verdaderamente bueno hacia mí, especialmente en este día de la piadosísima santa  Clara, en el que me dio una profunda apreciación de su pureza, diciéndome: Hija mía, el año pasado te concedí una luz sobre estas palabras: ¡Qué hermosa! ¡Oh casta generación, cuya claridad rodeó a esta santa! ¿Deseas que esto se lleve a cabo en ti? Ella te ayudará a lograrlo mediante el candor que debes tener hacia tu confesor. ¿Qué generación más clara que la que desea ayudarte a obtener este Padre, haciendo tu corazón cristalino y tu alma inocente; produciendo mil actos de puro amor y de verdadera humildad? ¿Qué persona hay en el mundo que tenga para ello más oportunidad que tú? ¿Qué deseas para llegar a ello? ¿Acaso te rehúso mi gracia? ¿Desearías un Padre más adecuado para ti que aquél que te he dado? Fíjate cómo es bueno.

            Hija mía, si en realidad lo deseas, llegarás a ser, en poco tiempo, y en todo lugar, hija mía y suya. Eres mía en la oración, en la que te arrullo sobre mis rodillas, dándote mi seno como reposo y mis pechos como mesa en la que puedas saborear la dulzura misma aun en medio de todas tus acciones y de tu actividad. ¡Ah, cómo me gustaría verte como una niña en tu actitud hacia el Padre director! Pero una niña amada únicamente por él y yo.

            Al comulgar gocé de una santa paz junto con una dulzura tan grande, que para describírsela sería necesario que ella me sirviera de tinta, y mi corazón de papel; y que todo ello se derritiera dentro de su boca. Estaría dispuesta a hacerlo si con ello le ayudara a experimentar lo que escribo. Ofrecí entonces mi comunión para obtener la gracia de ser como una niña, y continuaré haciéndolo por la misma intención tanto como usted lo crea conveniente. Mi dulce niño Jesús me ayudó al concederme el sentimiento de infancia, estando a su lado.

            Hija mía, te dije ayer que, por amor a la humanidad, me revestí de sangre sin sentir horror, y después seguí siendo niño a pesar de ser un hombre perfecto. Permití que mi querida y santa Madre me llevara en brazos, me tomara por la mano y me guiara. Entiende bien, hija mía, que escogí voluntariamente hacerme niño y habituarme a ello, lo cual tiene mucho más valor que ser niño por naturaleza; algo así como el ser virgen mediante voto y por resolución, o por privilegio natural, sin el deseo de serlo; pero indiferente a casarse o a permanecer así. Presta atención a lo que digo: Si no se convierten y no son como niños, no entrarán al Reino de los cielos, lo cual significa transformar la infancia natural en una infancia espiritual, a la que te quiero conducir.

            Después de este amable sentimiento de mi amor, dejé esta oración y unión para recitar mi oficio, durante el cual me pareció ser llevada de un Padre al otro, mirando a usted con ojos tan llenos de ingenuidad, que no podría describirlo.

            La divina providencia hizo que estuviera sola en la iglesia, cerca del Santísimo Sacramento, el cual me animó con el celo de las almas, de su gloria y de una humildad profundísima, junto con una gran confianza. Derramé lágrimas de consuelo; con el rostro en tierra, experimenté una fe viva en mi oración. Dije un celo por las almas porque, para contribuir a la gloria divina, me dejaría aniquilar por ellas con tal de que la más pequeña del mundo creciera en humildad. Me veía indigna hasta de ser el escaño de Lucifer, pero mi confianza en Dios era tan grande, que esperaba contra toda esperanza. Sería delicioso derramar lágrimas provocadas por tan agradables sentimientos, pero todo esto se desarrolló sin éxtasis ni embelesos; únicamente por una unión o impresión indescriptible.

            Al volver a casa después de la misa, me quedaron dos sentimientos hacia Ud, uno de confianza afectuosa, como la de un niño que se refugia en su seno, y la otra de temor respetuoso, que me ponía bajo sus pies, en los que soy su única hija en Jesús.

            Jane Chesar.

 Carta 36. 

24 de agosto, 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Bohet de la Compañía de Jesús. En Lyon.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Si la tristeza era grande, el consuelo no fue menor desde que su reverencia me bendijo y me despidió en paz.

            El divino amor se hizo sentir fuertemente en mi pecho aun antes de mi confesión, después de la cual asistí a misa con el deseo de comulgar. Aunque había pensado un poco en lo que habría pedido en presencia de mi Salvador, no me di cuenta de ello sino hasta que comencé a sentir esta experiencia. Comprobé fuertemente, por tanto, la bondad de mi Dios, la cual hizo elevarse mi corazón, sin que yo supiera, por entonces, otra cosa sino que él me amaba y estaba en mi compañía.

            Mi corazón, en especial, parecía querer salir de mí en cuanto hube comulgado, por lo que me aflojé la ropa. Sentí temor de que usted lo hubiera notado, así como los fuertes latidos, pues hubiera tosido para hacerme volver de estas acciones. Pensando que sin duda habría tenido usted esta intención, me esforcé en salir del éxtasis, el cual me hubiera arrebatado, como empezaba a sentirlo.

            ¡Si pudiera describirle las maravillas que escuché, vi y gocé! Pero no puedo hacerlo. Dije entonces a mi amor: Un serafín es incapaz de escribir tus admirables acciones. Mi corazón se detuvo para sumergirse más profundamente en su Dios. Vi entonces una palmera toda de oro, podría haber sido un olivo, pero al fijarme en ella, observé que sus frutos eran grandes y hermosos, lo cual me hizo comprender que se trataba de lo primero. Escuché entonces a mi amor que me felicitaba: Has ganado una victoria sobre aquél que te afligía. Yo soy esta palma, yo soy tu gloria.

            Ayer te hice comprender que la Asunción de mi Madre y sus méritos resonarían por toda la tierra; que ella era el tabernáculo del Espíritu Santo, el cual fue llevado hasta el sol: Una mujer vestida del sol. En este día, y en el de la Anunciación, el sol entró en ella como un esposo: desde su tálamo celestial, el Espíritu Santo vino, junto conmigo, en búsqueda de esta esposa, y fue arrebatada para Dios y para su solio, llevándola hasta el cielo.

            Es ella, hija mía, quien desde el cielo y desde ese santo tálamo ha velado sobre ti. Ella te obtiene la palma de la victoria y te da su fruto, que soy yo.

            Tuve también la visión de un puente construido sobre varios precipicios, al cual nadie podía acercarse sin la ayuda de un ser sobrenatural, en caso de que hubiera alguno, pero sólo vi a una dama con un niñito en brazos. Los dos estaban vestidos con túnica y manto de oro, con el que se cubría la cabeza.         Escuché: Hija mía, se trata de la reina misma, revestida de oro. Tu le has pedido los dones por excelencia. ¿Qué caridad hay más grande puesto que ella y yo poseemos al Espíritu de la caridad? El divino Paráclito que ella te comunica te ha sacado del precipicio en el que empezabas a caer, atrayéndote hacia ella sobre este puente, en compañía de su cordero.

            ¡Oh, Dios! Padre mío, vivía yo y moría, todo a un mismo tiempo. Moría para irme con ella; vivía para servir a este Hijo y a la Madre, y quedando en suspenso, me perdía en alabanzas a la divinidad, diciendo en latín: Que sean confundidos los que adoran a los ídolos y se glorían en sus simulacros. Ángeles, santos, creaturas todas, adorad y alabad a Dios; y tú, alma mía, y todo lo que es mi cuerpo, alaben a Dios y anonádense, para que yo desaparezca diciendo: ¡Aleluya! y después: ¡Magnificat!

            Al acercarme a comulgar tomé lugar en lo más bajo de los infiernos, a fin de que la altura de la divina caridad descendiera a ellos: Un abismo llama a otro abismo, que uno tirara del otro. Después de dicha comunión, me pareció escuchar que caminaba sobre Lucifer, con la ayuda del Hijo y de la Madre.             ¡Qué bueno es Dios conmigo, a pesar de lo mala que soy! Deseo cambiar y ser buena hija suya y de usted también, ya que su reverencia ocupa su lugar.

            Después escuché: Hija mía, ayer te dije que debes ser de oro puro; hacía falta someterte al crisol de la humildad, el cual fue este temor que ha renovado tu aflicción pasada, y te hizo humillarte aun más en presencia del Padre.

            Después de lo anterior quedé en paz respecto a estas cosas. Comprendí que san Bartolomé era aquél a quien temían los espíritus malignos, y que en este día él nos ayudó a vencerlos. Si no entendí mal, Dios les concedió permiso de afligirnos. Como su reverencia los irritó mediante los actos de humildad que me pidió hacer, ellos reventaban de despecho. Hicieron grandes esfuerzos para fastidiarnos, la herida y mi escrúpulo son signos de su cólera, pero para confusión suya, su reverencia tuvo el mérito de soportarlo todo, y si se cura de ello, continuará humillándome.

            Se lo suplico en nombre de mi esposo Jesús, a quien el día de san Luis Rey, habiendo comulgado, fui unida en un dulce reposo, en el que vi una torre de marfil sin techumbre. Su parte más alta tenía la forma de una punta pequeña, en forma de cruz o de una flor de lis. Los remates de esta torre estaban ceñidos por un círculo de oro, que le daban, al mismo tiempo, el aspecto de una corona y de una torre.

            Comprendo que se trata de la torre que usted desea edificar mediante la humildad, y que la blancura del marfil es la pureza a la que usted desea conducirme. El círculo de oro es la caridad perfecta. Yo hago su voluntad y Dios, que es la verdadera caridad, me ceñirá con ella como con un círculo. La abertura de la torre está en lo alto, porque la aurora María y su sol Jesús desean venir del cielo. Las torres de la tierra tienen tejado; como sus habitantes son de aquí abajo, es necesario que la puerta esté junto al suelo, y que el techado les muestre el límite de su altura. Janne Chesar

 Carta 37. 

30 de septiembre de 1622. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Jesús María.

            Mi muy querido y Reverendo Padre, pido al espíritu de Nuestro Señor que asista a usted en todo lugar.

            Esperaba encontrar a su reverencia en Roanne, a mi regreso de San Germain y de Grésole. Mi esperanza fue vana, porque usted estaba ausente. Su ausencia me puede mucho porque, además, me ocasiona grandes temores respecto a sus sufrimientos, que me es difícil tolerar. Quisiera, si esta es la voluntad divina, poder padecerlos yo, pues él me daría la fuerza de sobrellevar lo que usted debe soportar.

            Ánimo, mi buen Padre, este Salvador común no fue impasible sino hasta después de haber entregado su cuerpo a la cruz bajo el poder de los tiranos y crueles verdugos. Sin embargo, en el momento en que pensaron haber terminado con él, fue cuando tuvo más fuerza y se levantó de la tumba con este título: el Cristo resucitado de la muerte, a quien ésta no volverá a dominar, pues él será su Señor. Usted, por la virtud de este Salvador, dirá lo mismo después de ser extendido sobre el madero. Este es un signo de pertenecer a Dios, y de ser nombrado por él digno de padecer. Se concederá a usted ese glorioso nombre al recibir este bautismo. Quiera Dios que sea su voluntad el que pueda yo encontrarme cerca de usted en cuanto salga de la operación, para poder hablarle y decirle: Mi buen Padre, usted ha dejado de sufrir. Si no ha sido así al recibir la presente, suplico a usted me deje sola en el temor, y se mantenga alegre.

            El martes, al anochecer, estando en Grésole, tuve cierta intuición de sus dolores corporales. Esto me entristeció, pero fui consolada en Dios, esperando que él vendrá en su ayuda. Así lo hará.

            Envío una carta a la Señorita Marine, su reverencia la verá. Si usted no cree conveniente que lo visite, puede romperla o guardarla hasta su regreso a Roanne.

            Si mi cuerpo fuera espíritu, iría a Lyon de inmediato. Tal vez tarde usted doce días; ¡qué larga me parecerá su ausencia! Mi alma no puede descansar del todo sino hasta después de descubrirse a su reverencia, de quien sigo siendo, mi muy querido y Reverendo Padre, su única hija y servidora en Jesucristo.

            Janne Chesar

            La Srita de Grésole escribió a usted el jueves en mi lugar, guardaré la carta hasta su regreso. Mi madre le envía saludos y se encomienda a sus santas oraciones, lo mismo que yo. Adiós, mi querido Padre. Haga posible, por amor de Dios, que pueda verle pronto; pero que esto suceda en su santo amor.

 Carta 38. 

Octubre, 1621. Mi muy querido y Reverendo Padre Philippe de Meaux.

            El día 21, fiesta de santa  Úrsula y de las once mil vírgenes, escuché mientras hacía mi oración: Hija mía, quise honrar el martirio de un gran grupo de mujeres vírgenes, así como lo hice con los diez mil hombres mártires. ¿Te das cuenta de cómo mi sabiduría es admirable en su creatividad para atraer a las bodas celestes a los que van por el camino? de la vida. Esa sabiduría guió a santa  Úrsula y a sus once mil vírgenes. Mis ángeles pudieron haber dicho: ¿Quién es ésta que surge como la aurora de la noche de las bodas, en las que se le prometió ser la abanderada del sol y también su litera, es decir, su cielo? Es tan hermosa como la luna llena de las virtudes, que me contempla fijamente antes de que produzca un eclipse entre ella y yo. Ella hizo que se rompiera la tierra de su cuerpo y del de sus compañeras. A causa de su virginidad, fue elegida para seguir al sol divino que por amor la hace semejante a él. ¿La ves junto con sus compañeras, como un ejército ordenado para la batalla y terrible frente a sus enemigos?

            En la noche del 23, mientras dormía, me pareció estar en oración en la iglesia de los Capuchinos. Entonces vi entrar al coro, del lado del altar del Santísimo Sacramento, a tres o cuatro personas entre las que estaba el rey de Francia, pero me pareció que era Luis XIII. Sin embargo, tenía un parecido con su Padre, Enrique IV. Tuve un sentimiento de consuelo al ver su devoción hacia el Smo. Sacramento. Al día siguiente, creyendo que había sido Luis XIII, no me asombré, pues conocía bien la devoción que tiene este piadoso rey.

            Después de este sueño abrí una carta donde se me pedía que interrogase a Nuestro Señor acerca del estado del alma de Enrique IV. De pronto recordé esta visión que tuve al dormir, y me pareció comprender que era él, y que se encontraba en estado de gracia. Dios escuchó las oraciones que algunas personas ofrecieron por él, gracias a la misericordia que mostró hacia sus enemigos cuando se convirtieron en súbditos suyos. Esto me recordó lo que san Gregorio hizo por Trajano, aunque nunca escuché que Enrique fuera sacado del infierno después de su muerte. Esto debe haberle sucedido cuando exhaló su último suspiro.

 Carta 39.

 1621. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Después de haberlo dejado sentí mi corazón presa de tan gran dolor por mis faltas, que apenas si podía respirar. No pude dar lugar a mis lágrimas. Sin embargo, sentí la presencia de mi dulce esposo en su santo céfiro, y mediante un aroma de incienso que me ayudó a comprender que los santos oran por mí, por lo que debo reanimar mi confianza. Con ello, me sentí más fuerte y escuché: Hija mía, cuando te confesaste con tu Padre director, ¿por qué te dirigiste a él como si fuera un mercenario y no como hija suya, dejando que las palabras fueran dictadas más bien por el temor? ¿Acaso no es propio de ti el ser imperfecta? ¿Por qué no le hablas como una niña?

            No cedas a la tentación que te aconseja el no manifestarle tus pensamientos, bajo el pretexto de pureza o de disgustar a él y a mí. ¿No he querido darte como directores a mis más queridos y virtuosos enamorados, cuya penetración de las almas los capacita para manifestarles sus pensamientos, cualquiera que éstos sean? No deseo volver a escuchar en ti este lenguaje del miedo; deseo que seas hija.

            Después comulgué con tan profundo sentimiento de mi indignidad, que no me atrevía a acercarme a Aquél cuya bondad lo precede. Más tarde, durante la misa, la antífona de entrada retumbó en mi corazón como un cañón. Estas palabras me tranquilizaron y comencé a sentir un asalto. ¡Ah! cuánta necesidad tenía de que el Señor de las batallas, tomase a usted como escudo y armas para combatir a mis enemigos.

            Podría muy bien ayunar, si usted lo permitiera. Dígame, por medio del portador de la presente, sí, o si no lo desea, no. Haré lo que usted crea conveniente. ¡Ah! cuánta necesidad tengo de despreciarme a mí misma, para amar al que se despreció por mí, que soy, mi muy querido y Reverendo Padre, su pequeñísima servidora, pero única hija en Jesucristo. Jane Chezar

Carta 40.

 Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor: Philippe de Meaux

            ¿Cómo podría manifestarle los consuelos que he experimentado desde ayer? Dos horas después de que lo dejé fui presa de un fuego tan vehemente en el pecho, que difícilmente podía hablar, pues estaba con otras personas, lo cual me hizo salir para dar rienda libre a este ardor. Mi cuerpo parecía desfallecer a causa del agrandamiento de la llaga que tengo en el corazón. Un deseo me impulsaba a salir de mí: el anhelo de hacer penitencia, lo cual no pude hacer por carecer de permiso para ello. Sentí un poco de pena, pensando que esto me ayudaría a tener más confianza cuando rezo al Espíritu Santo, si se me permitiera ayunar durante diez días. Entonces este divino enamorado vino a consolarme, haciéndome escuchar: Hija mía, todo lo mío es tuyo. Ofrece a mi Padre el ayuno que hice en la soledad del desierto, ya que tú no puedes hacerlo. Así lo hice, sin dejar de pedir al Padre permiso de ayunar un día, lo que no me fue posible conseguir. Hubiera deseado los diez, pero sin duda el otro confesor no lo permitió, lo mismo que su reverencia. Por ello no quise insistir ante el Padre. Escuché: Hija mía, los ricos tuvieron hambre y yo los satisfice. Me refiero a los que fueron buenos amigos de mi Hijo, y que guardaron en su sepulcro el sagrado cuerpo que lleva en sí la divinidad. ¡Ah, qué tesoro adquirió ese buen hombre al tener a mi Hijo, a quien pertenecen todas las riquezas! Tú, a quien he enriquecido ya con tantas gracias debes desear ahora, con más ardor, este pan y te sentirás satisfecha.

            Este deseo se redobló en mí a tal grado, que después de la comunión me uní enteramente al divino sacramento. Sufrí mucho en espíritu cuando tuve que ponerme en pie, no para los evangelios, como usted me dijo porque no lo hacía, sino después de dos horas. Exclamé: ¡Oh, Dios! si alguien me pusiera en cama al verme en este estado, ¿Cómo podría regresar a casa? Tal vez mi madre diría que me había quedado demasiado tiempo. Todos estos pensamientos me ayudaron a levantarme lo mejor que pude.

            Después de cenar me dirigí a escuchar su sermón, durante el cual el fuego devorador siguió ardiendo en mi interior sin darme tregua. Más tarde, al asistir a vísperas en la iglesia grande, impulsada por este ardor, escuché: Hija mía ¡tienes tantos deseos de poseer a tu Jesús! Una nube lo esconde; este fuego que experimentas es como un rayo cuando lo percibes, pero te consuela mientras lo sientes. Desciende hasta el Santísimo Sacramento en una nube, de la misma manera como subió al cielo. Los ángeles tuvieron razón al decir: Hombres de Galilea, ¿Qué están mirando al cielo? Vayan a ofrecer el sacrificio. Entonces este mismo Jesús vendrá oculto bajo las especies, pero tal como subió al cielo: Dios y hombre, glorioso e inmortal.

            Hace dos horas se me acercaron dos muchachas para decirme que el P. G. me enviaba saludos y que fuese a verlo mañana no recuerdo si dijeron que hoy, porque tiene una carta para mí. Ignoro de donde procede. Hágame saber su voluntad, por favor, pues no deseo hacer sino lo que usted me ordene.

            Hice un acto de resignación cuando usted pasó por alto lo que le dije; sin embargo, no quise hacerlo salir de la plática, como ayer, para que hablara conmigo. Me hizo bien recibir de usted, en este día, la mortificación de su porte severo; nunca lo había visto tan serio, usted quiere que yo le diga todo en pocas palabras. Por eso le hablo así. De otro modo, soportaría todo en silencio para humillarme. Lo menciono únicamente por obediencia, no para quejarme de la actitud que adopta mi buen Padre por mi bien. El recado de ayer no fue otra cosa sino el apego al buenas noches de una criatura. ¿Qué debo hacer? Soy muy imperfecta; es propio de mí el tropezar, y de usted el ayudarme a ponerme en pie.

            Mientras tanto, quedo de usted, mi muy querido y Reverendo Padre, su única hija que le obedece en Jesucristo. 

Janne Chesar

 Carta 41. 

Reverendo Padre Philippe de Meaux

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor, Philippe de Meaux.

            Después de haberlo dejado para hacer mi oración de media hora, según lo que usted me ha permitido, quedé asombrada ante el repentino cambio que se obró en mí después de la hora en que tuve el consuelo de hablar con usted. Al principio y en el transcurso de nuestra conversación estuve muy triste: usted me habló suavemente, y lo que a otra persona le hubiera parecido miel, para mí fue como hiel.

            Con ello veo de qué manera desea mi querido Jesús que me comporte en presencia de usted, lo cual es muy diferente con otras personas, aun tratándose de Padres espirituales. Me parece que, probablemente, él se siente satisfecho con que les manifieste sus gracias y mis pecados; pero a usted debo revelarle los pensamientos más íntimos, lo cual, con frecuencia, es contrario a mi naturaleza, pues siempre me veo humillada, sea por El, sea por mí misma, sea por su reverencia Cuando esto no sucede, no quedo en paz al salir del confesionario. Una cosa es, por tanto, necesaria: el olvidarme del todo, sin reservarme cosa alguna, sea en el interior, sea en el exterior, y poner todo entre sus manos por amor de Aquél que se vació de sí mismo, dándose en arras para que no tenga sino a él a manera de boutique, en la que desea desplegar sus riquezas inestimables, lo cual me ayudó a comprender durante mi oración.

            Escuché además: Hija mía, debes ver con claridad que, lo que ha pasado, procede de mi buen espíritu, el cual ordinariamente comienza con el temor y con algo de tristeza, para terminar en el afecto y en la alegría aun en la ejecución de las obras más difíciles.

La gloria del apóstol y de todos aquellos que desean imitarlo, consiste en estar crucificado, clavando al viejo Adán, cubierto con las hojas de las disculpas, para vivir en espíritu con el nuevo, Adán recién descubierto, revestido con sólo la inocencia. En él es natural, mientras que a mí, por su gracia, desea dármela por el ejercicio de la mortificación interior y exterior, según el juicio de usted, al que me someto con un verdadero corazón filial, pues no quiero tener nada como propio; aun cuando le pareciera bien privarme de la oración, y que huyera de los consuelos tanto como me fuera posible, desnudándome de todo con la voluntad cuando no pueda hacerlo por sentimiento, no puede uno estar en el agua sin mojarse, sino quererlo en realidad cuando lo pide la obediencia. Aun cuando llegase usted a privarme de la santa comunión, lo soportaría a pesar del dolor que, en mi imperfección, podría sentir. Lo aceptaría todo si su reverencia lo juzgara conveniente para la gloria de Dios y mi propio bien, pues tengo la seguridad de que no busca sino esto.

            Como estoy convencida de ello, ordene, prohíba, quite de en medio lo que me puede complacer;  deme lo que podría disgustarme, tráteme como a un estribo o un pedazo de cera. Considéreme como la más pequeña de las creaturas e indigna de serlo, ya que tantas veces he dejado el ser para entregarme al no-ser que es el pecado.

            Aun cuando jamás lo hubiera cometido lo cual no es así, no desearía robar nada a la sumisión que he prometido a usted, con la gracia de mi Dios, durante el tiempo que le plazca que yo siga bajo su dirección. Al obrar de este modo, demostrará su bondad.

            Por favor, nunca permita que pase imperfección alguna sin reproche, pues todo lo que hay en mí no es sino imperfección. Por ello, mi querido Padre, colaborador de mi Jesús, mire seriamente y con ojo de sabio médico, pues El le ha concedido el conocimiento de mí misma, y haga el oficio de boticario, haciéndome tomar las medicinas, sin importar cuáles sean. Si la soberbia o algún otro tumor me hinchan el corazón, o si mi espíritu se infla, utilice la lanceta en contra del tirano cuando perciba, con solo una mirada, el menor signo de su presencia.

            Como me veo enferma, deseo estar bien amarrada para no retroceder cuando usted se acerque a poner en práctica lo que yo le pido y Dios le manda. Si sus deseos son órdenes para las almas que él ama, deseo escoger el santo amor deseando lo que usted desee.

            Soy de usted, mi muy querido y Reverendo Padre, su nada en sí misma, pero afectísima y única hija en Jesucristo.            Janne Chezar

Carta 42. 

Reverendo Padre Philippe de Meaux

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Esta mañana, después de haberlo dejado, mandé llamar al Padre para confesarme. Tardó cerca de un cuarto de hora en llegar. Si me hubiera dejado llevar de mis inclinaciones, habría pedido que llamaran a usted para que escuchara mi confesión, sobre todo si hubiera sabido que usted estaba a la puerta. Este buen Padre llegó por fin y se disculpó, pues confesaba a un hombre que no podía esperar debido a que, con gran dificultad, lo acercó al sacramento. Me dijo: Querida niña, en cualquier otra ocasión, estaré aquí en cuanto me mandes llamar. Me confesé antes de la elevación de la hostia en la primera misa de los escolares. Si me hubiera dejado llevar por el humilde deseo que tenía de volver a verle antes de partir, habría comulgado en esta misa, pero no quise hacerlo. Escuché otra, durante la cual sentí claramente la presencia de mi Jesús mediante un derramamiento de mi interior hacia el suyo. Me hizo escuchar: Hija mía, tu natural es una red, y mi gracia es otra que te facilita el que puedas pescarme a mí y a los demás. Si careces de mi presencia, no pescarás cosa que valga la pena; si la red llegara a romperse, mi ausencia sería como una noche oscura para ti. Querida mía, echa estas redes a mi derecha, ama a todas las creaturas por amor a mí. Haz que tus intenciones sean rectas, y lograrás una pesca muy grande, para después volver a la orilla donde con frecuencia encontrarás la mesa puesta de mis dulces consolaciones, que yo mismo te he preparado. Seguiremos alegrándonos juntos con la pesca de las virtudes que recogiste para ti y para las almas pescadas por mí.

            Mientras duraban estos consuelos, escuché a usted hablar y sentí algún deseo de salir, pero prevaleció el de permanecer junto con mi buen Jesús. Este nombre elevó mi espíritu, haciéndole caminar por los caminos del santo amor. Dije a mis potencias: Déjenme ir, unos con los carros, otros con los caballos, etc. Rogué a su Majestad acompañara a usted con su querida presencia, a fin de que, en medio de las cosas temporales, pueda usted contemplar las eternas.

            Después fui con algunas amigas a la casa donde me despedí de usted. La intrigante estuvo ahí esa mañana. Después de algún tiempo, me pidió que les hablara sobre algo piadoso. Yo me disculpé y dije que algunas de las presentes podían muy bien hacerlo. Entonces la Señorita me pidió que les repitiera alguna predicación. Mi respuesta fue que no recordaba ninguna. Sin embargo, para satisfacerla, le dije algo de la última que escuché. Como ya estaba cansada, dije muy poco. Entonces la Señorita habló de esta manera: Aquí vino un pobre hombre enfermo de una pierna. Si hubieras estado aquí, podrías haberlo curado.

            ¿Cómo? pregunté, No sé hacer cataplasmas curativas. Ah, dijo ella, No necesitaba cataplasmas, sino tus oraciones. Cómo, respondí, ¿Mis oraciones tiene poderes curativos?

            Entonces me arrepentí de lo que dije, y respondí: Y las tuyas, ¿por qué no recurriste a ellas? Me devuelves la pregunta, respondió. Las mías no tienen valor, pero las tuyas son efectivas, pues recibes tantas gracias.

Entonces respondí que eran sólo decires del mundo, que ignora de qué habla. La C. tomó la palabra para apoyar la causa de M., quien prosiguió: Todo lo que digo se toma a mal. Sin embargo, si M y tú hubieran orado juntas, lo habrían curado. No debes resentir lo que M dijo. Me habría molestado si ella me hubiera dicho: Debías ayudarme a auxiliar a esta persona, pero decir lo hubieras curado es como afirmar que hiciste un milagro.

            Ante esto, cambié de tema, y como la charla tomó un giro intrascendente, me despedí de ellas. Me preguntaron por qué me retiraba tan pronto. Pero si llevamos aquí más de una hora, respondí.

            Me sentía muy fastidiada, y acosada del mal que esperaba en ese día. Esta enfermedad natural causa en el cuerpo y en el espíritu una pesadez y una melancolía que acrecentaron mi malestar. La jornada me pareció tan larga como si fueran dos.

            Su ausencia no me ayudó, y para colmo, no me atreví a hacer la meditación para no agotar más mi salud.

            El jueves por la mañana me sentí mucho peor, así que me levanté cerca de las siete. Fui a confesarme y estuve muy recogida antes y después de la comunión. Tuve sentimientos muy cordiales de Jesús, mi dulce amor, el cual me elevó en contemplación; me abandoné a ella, aunque sin poder olvidar mi malestar. Escuché: Hija mía, sólo yo pude consolar a Magdalena cuando se quejó de que me habían llevado. Heme aquí cerca de ti. Te está permitido tocarme íntimamente tanto en el espíritu como en el cuerpo, puesto que me incorporo a ti. No te digo que deseo subir a mi Padre, pues estoy con él y con el Santo Espíritu al descender a ti. Hija mía, ¿acaso piensas que la palabra, No me toques, fue dicha para alejar a Magdalena? La dije para atraerla. Yo mismo la toqué en la frente, signándola con el nombre de mi Padre, el mío y el del Santo Espíritu. No encomendé este oficio a un ángel, pues el amor me llevaba a ejercerlo personalmente. Deseaba subir a mi Padre por bien de ella, a fin de pedir que pudiera morar en las alturas a las que sería elevada siete veces al día para cantar junto con los ángeles. ¡Ah, cuánto me agradaban los cantos de esta enamorada y verdadera hija de Sión! Yo la libré también de todos los lazos, no sólo del pecado, sino de los corporales, que enredan al espíritu.

            ¡Ay, mi dulce Jesús! me dejas uno que estrangula mi espíritu con mil lazos de imperfecciones. Soy responsable por no reprimirlas, domándolas como debiera. Mi querido Padre, tengo buen motivo para verter las lágrimas que han acudido a mis ojos, al verme tan profundamente enraizada en la tierra, a pesar de tantos vuelos y atractivos que el divino amor me ha dado y sigue concediéndome este jueves. Pero, ay, es porque sigo muy ligada a las cosas de aquí abajo. Escuché: Hija mía, si la mano del ángel fue tan fuerte como para transportar a Habacuc hasta el profeta Daniel tomándolo por uno de sus cabellos, la mía fue más poderosa para llevar a Magdalena hasta el cielo y alimentarla de lo mío. Yo soy el hombre del deseo, pues dije a mis apóstoles: Con gran deseo he deseado. Si esto hice por ellos, ¿Qué no habré hecho por Magdalena, quien no anhelaba otra cosa sino transformarse en mí, y yo en ella?

 Carta 43. 

12 de marzo de 1622. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Estoy muy triste y he contribuido a esta tristeza al pensar que no me comporté como un pedazo de cera entre sus manos. Lo he resentido más al pensar en la pena que tendría si usted estuviera dispuesto a poner en práctica lo último que me dijo: que haga mis confesiones más breves que en el pasado.

            ¡Ay!, desde mi entendimiento, descubro a usted con sencillez mis pensamientos sin pensarlos dos veces, y usted detiene su juicio para no interpretar o desear dilucidar lo que significan, ¿Qué será de mi alma, la cual es un navío agitado por tantos vientos, sin la dirección del divino piloto, que se vale de su reverencia como si fuera su misma mano para impulsarme al bien y detenerme ante el mal? Si usted me ha mostrado su gran caridad tanto en el pasado como en el presente, le conjuro por el amor de Dios que me la siga manifestando aún más en el futuro, pues este buen Dios no sólo hace de mí su nave, en la que se aloja el pan que viene del cielo empíreo que es el lugar más alejado de este globo terrestre sino que, además, quiere que sea yo un arca en la que desea encerrarse junto con su santa Madre y sus hijos: los ángeles y los santos, no para salvarse, sino para librarme del diluvio cuyas aguas rodean al mundo, amenazando con abismarlo a cada momento.

            Se trata del pecado y de todas las imperfecciones que en mí son tan ordinarias, como usted puede apreciar mejor que yo. Es por ello que este Salvador de las almas quiere, según me ha dado a entender, que sea usted el armador de su arca. Si el tiempo le parece largo por tener que trabajar con madera tan dura, abundante en asperezas de vanidad y amor propio, el fuego de sus oraciones junto con la navaja de doble filo de sus enseñanzas, que son la palabra de Dios, que es una espada que corta en todas direcciones, terminará con estas resistencias. Recuerde usted el tiempo que empleó Noé para edificar el arca temporal para él y los suyos. No tendrá usted que arrepentirse de haberse tomado el trabajo de construir el arca del Noé eternal, el cual desea hacerla inmortal después de haber atravesado sana y salva las aguas de este mundo, tan anegado en el diluvio, y llevarla a reposar un día sobre las montañas celestes.

            Desde que dejé a usted, no he salido de casa, de mi habitación, ni de mi oratorio. Lloré un poco: usted no me prohibió las lágrimas. Las dejé correr al hacer mi oración, pidiendo a mi Salvador que echara fuera de su templo, pues he llegado a serlo mediante su santa presencia de cada día, a todos los vendedores y compradores. ¡Ay, cómo vendo a la vanidad acciones que podrían tener quizá el precio de la gracia divina y de su gloria eterna! Esto me aflige y me hace llorar a la hora en que escribo a Ud estas líneas. Tal vez esté bien que yo me sacrifique con mi propio cuchillo por reprochar a usted su tardanza: es necesario que la viña de este divino Padre sea cuidada en todo momento por el viñador a quien él la ha confiado. Siempre es tiempo de cultivarla, pues no deja él de desear encontrar fruto en ella, lo cual sucederá en la estación debida, al igual que en las viñas de la tierra material. Usted, mi muy querido Padre, ha sido constituido por Dios trabajador y guardián de ella mediante el don que El le ha concedido del ojo conocedor de su naturaleza y de las raposas que tratan de derribarla. Sin duda lo lograrían si usted no se levantara de mañana, previniendo mis pensamientos y ayudándome en la confesión a levantarme junto con usted. Con la divina gracia, continuaré haciéndolo, mi querido Padre en cualquier forma que usted desee, porque estoy segura de que su voluntad es la de Dios, al que me sacrifico como Isaac. Sea usted Abraham. No pido que el ángel detenga el golpe, en caso que llegue a darse, a menos que sea para mayor gloria de Dios.

            Debe ser un caso muy serio el que sea yo tan voluble después de tantas firmes promesas, pero no lo creo tan grave, pues sería la misma inconstante si usted no me diera mandatos enérgicos a los que la naturaleza se resiste, pero que la gracia considera más preciosos que los topacios. Esta gracia me es dada íntimamente por mi querido esposo, quien sólo puede ocultarse de mí tras la reja de una santa celosía, al considerar mis acciones para reprenderlas y consolarme después delicadamente cuando me ve afligida. Así sucedió esta tarde al hacer mi oración, a ratos de rodillas y en parte sentada o apoyando mi cabeza sobre el reclinatorio de mi oratorio. El me habló de esta manera: Hija mía, ¿por qué te entristeces temiendo que el Padre no tenga el mismo juicio del predicador y que el tuyo sea diferente? Recuerda lo que dijo mi apóstol: que cada uno abunde en su criterio. ¿Qué sucedería si todos los doctores hubieran dicho o escrito mi doctrina en un mismo sentido? La diversidad de manjares es deliciosa en un banquete, y éste es un festín, en el que se sirven diversos platillos. Esta variedad de interpretaciones de mi palabra no es sino una doctrina en la que me complazco y hago que se regocije el espíritu humano, que se deleita en la multiplicidad de sus concepciones.

            Yo he puesto en la naturaleza del ser humano el sentir alegría al exponer sus pensamientos y discursos interiores hacia el exterior, juntamente con el deseo de ser aceptado por sus oyentes. Mi espíritu es uno en sí mismo, pero al mismo tiempo se multiplica. Esto puede admirarse en mi Iglesia. Uno es el Padre, uno el Hijo, uno el Espíritu Santo, pero no son sino un sólo Dios. Una es la concepción de un alma, una la de otra, y todo queda ordenado bajo una sola fe.

            No sería tan fácil predicar y exponer mi doctrina con tanto valor a quienes tienen la misión de ganar a las almas, si no tuvieran el deseo de ser escuchados con aceptación. Yo mismo te lo he pedido y he parecido retirarme de aquellos que no me escuchan de buena gana; por otra parte, cuando se me escucha me siento obligado a demostrar de algún modo mi afecto. Pongo como testigo a Magdalena, y estas palabras dan testimonio de ello, felices los que escuchan mi palabra y la ponen en práctica.

            ¡Oh Jesús, mi todo!, haz hablar, entonces, a mi querido Padre; que guarde yo sus preceptos aun al precio de mi vida corporal, lo cual me parece poco, ya que me darán la vida eterna, en la que deseo ver a usted como un serafín.

            Mi muy querido y reverendo Padre, soy su muy obediente y única hija en Jesucristo.

            Janne Chesar

 Carta 44. 

abril de 1622. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Después de lágrimas, ansiedad y tristeza a causa de mis numerosas imperfecciones, Aquél que es la soberana bondad me consoló ayer, 19 de abril, diciéndome: Hija mía, a pesar de que se te dijo que una persona sabia según el mundo, opinó que no podrías perseverar, no debes turbarte ni afligirte tanto: con frecuencia repruebo la prudencia humana y la sabiduría del siglo.

            Por la tarde, al estar en mi oratorio, después de haber llorado vi una sortija en el dedo de mi esposo. Ostentaba un rubí de un rojo tan subido, que lo confundí con el color del jacinto. Me consolé bastante, pero hoy, día 20, después de la comunión, escuché: Hija mía, ¿Qué temes? Me has prometido ser mi esposa. Mira, llevo el anillo que viste anoche y tú, ¿no tienes acaso, como arras, el anillo nupcial que es el Santísimo Sacramento? En él está contenido el círculo y el globo de la divinidad.

            Quedé en paz después de recibir numerosos testimonios del amor de mi Jesús, a quien entregué mi corazón como a mi único amor.

            Esta tarde, estando en oración y deseosa de encontrar un tema, fui inspirada a centrarme en uno que me pareció haber meditado en otra ocasión. Se trata de la alegría de Nuestra Señora al ver a su Hijo resucitado. Me pareció comprender que, por naturaleza, la Virgen tuvo más parte en la resurrección de su Hijo que el Padre eterno, pues la divinidad, por la cual el Verbo es Hijo natural de su Padre, no experimentó en ella crecimiento alguno por ser inmensa e imposible de ser aumentada o disminuida. A pesar de ello, esta altísima divinidad parece abajarse para dar relieve a la gloria de la humanidad, la cual dijo después: Todo poder se le ha dado en el cielo y en la tierra, y por ello se dice que el Hijo del hombre vendrá a juzgar con toda su majestad.

            Ahora bien, como la sagrada humanidad tomó su principio del cuerpo sacratísimo de la Virgen y se nutrió de sus pechos sagrados, el alma misma de esta Madre purificó aquella leche con sus ardientes deseos de penetrar en ese sagrado cuerpo por medio de dicho alimento. Fue como si aquél fuego diera cocimiento a la leche para mejor sustentar al bebé.

            Así como ella sola dio forma a su Hijo, sin padre alguno, su gloria fue, por tanto, más de ella que del Padre eterno. Me refiero al derecho de naturaleza, como dije antes, hablando de la humanidad y por encima de cualquier otra criatura. Escuché que ella fue desde entonces proclamada Reina del cielo. Ya lo era en Dios desde la eternidad, y probablemente en presencia de los ángeles el día de la Encarnación, pero en ese día fue consagrada, coronada y constituida emperatriz de la humanidad y de los ángeles. Comenzaron a llamarla Reina en ese día y no el de la Encarnación, haciéndole patente, por así decir, la razón de este nombramiento con estas palabras: Porque aquel a quien mereciste llevar resucitó según su palabra.

            Así como esta Virgen aceptó al embajador de su maternidad, por ser voluntad de Dios, respondiendo al ángel: Hágase en mí según tu Palabra (Lc_1_38), los ángeles le dirigen hoy en día este fuerte argumento: Tu Hijo anunció que resucitaría el cuerpo que tomó de ti, y aseguró que el mérito que tuviste, al llevarlo en ti con su gracia, te convierte en soberana Reina del cielo a pesar de que permaneciste después, durante algún tiempo, sobre la tierra. ¡Alégrate, porque tu Hijo te destinará un lugar en el que ningún otro podrá sentarse!

            Es muy probable que en ese mismo día subió el Hijo de Dios, juntamente con su humanidad, hacia su Padre, a cuya diestra estaba el lugar que ocuparía el día de la Ascensión como posesión suya, en presencia de las santas almas del limbo que debían subir en su compañía.

            También hizo que la de su Madre fuera honrada con un rito de gloria por los ángeles, y después de la Ascensión, por los espíritus bienaventurados, a medida que ella seguía creciendo en gracia sobre la tierra. De este modo, el trono de la Virgen fue embellecido a cada momento con nuevas maravillas, pues si antes de su nacimiento en la tierra, fue tan ennoblecida por tantas figuras y profecías, ¿por qué dejaría de serlo en el cielo por la divina majestad y sus felices habitantes?

            Es por ello que en esta antífona se reitera a esta Señora la exhortación de alegrarse, como si quisiera decírsele: ¡Oh, Señora Nuestra! tu participas en esta resurrección tanto en el cielo como en la tierra, en la que permanecerá tu Hijo hasta su Ascensión. Tu servicio sigue en ella como si tu persona residiera ahí. Isabel te llamó bienaventurada por haber creído en la palabra de la Encarnación; para entonces, tu Hijo era ya un hombre perfecto en tu vientre, a pesar de no aparecer como tal ante los ojos de los mortales. Eres también Reina del cielo porque tu Hijo así lo dijo, aunque no perciban esto las personas de la tierra. Por ser humilde, tal vez seguiría repitiendo: Ecce ancilla, y seguiría haciéndose en ella según su palabra.

            Escuché que el Salvador entró en su corte compuesta de ángeles y de almas bienaventuradas, y que esta habitación era el cielo, en el que apareció el gran signo que vio san Juan y que narra en su Apocalipsis. Nos dice que esta Virgen Madre fue abrasada y rodeada por este Salvador, que es el verdadero sol, el cual la revistió así como ella lo vistió al comienzo de su Encarnación haciéndola probarse esta vestidura de gloria que es él mismo. Bajo sus pies estaban los despojos del limbo: esos padres que, como la luna, estuvieron en el cuarto creciente antes de venir al mundo, llegaron al segundo en el limbo, y en el tercero, hablo de este modo a pesar de que no suelen mencionarse sino el cuarto creciente y el cuarto menguante habían alcanzado su plenitud, como lunas perfectas al lado de este sol que brillará por toda la eternidad delante de ellos, sin ningún obstáculo procedente de la tierra. Ellos serán los testigos fieles en el cielo y estarán, por tanto, prosternados al lado de su Redentora. Es voluntad de su Hijo que se le dé este título. La santa  Trinidad, en unión con los nueve coros de los ángeles, fabricó su corona imperial.

            ¡Ah, cuántas maravillas! ¿Cómo no perderme en este abismo de gloria que hiciste contemplar a mi espíritu? ¡Pobre cuerpo terrestre, eras para mí un peso, y mis pecados e imperfecciones mis ataduras! Querido esposo mío, Madre mía santísima, ¿Cuándo podré ir a veros? Esto será cuando pueda exclamar: Rompiste mis ataduras (Sal_2_3). Entonces, Dios mío, te ofreceré una hostia de alabanza perfecta, pues por ahora todos mis sacrificios se queman en el fuego del amor propio; de ellos se eleva únicamente el humo de la vanidad. ¿Hasta cuándo, mi todo, podré ofrecerte algo que no sea esto? Te ofreceré por tanto el cáliz y la hostia de mi salvación; apoyándome en ti y en tu nombre, tu Padre no me rechazará. Amén.

Carta 45.

 7 de mayo de 1622. Reverendo Padre en Nuestro Señor Philippe de Meaux.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Catalina Fleurin vino ayer a casa para hablarme sobre lo que el día de san Jorge o de san Marcos no quise escuchar de sus labios, ni mucho menos hablarle sobre el particular.

            Su conversación se refirió a los ofrecimientos que les hizo M. V., ante quien ella se inclinaría si la obediencia que desea observar en todo aquello que diga y haga su reverencia no la detuviera. Es por ello que deja el camino mencionado, habiéndome dicho muchas veces que pida a usted que hable al Sr. de Chenevoux, quien según se le informó, estará aquí mañana. Se trata de pedirle que les ceda la casa como un donativo, con la condición de que, si no llegan a ser religiosas dentro de un tiempo razonable, esto se podrá arreglar mediante la suma o ingresos de las jóvenes, lo cual devolverá a dicho señor o a sus herederos.

            Ella dice que usted lo puede todo, y le suplica se ocupe de este asunto. Ellas aceptarán, me dijo, las condiciones que usted establezca. Si usted lo cree conveniente, la hermana hablará en esta ocasión con el Sr. de Chenevoux; tiene gran deseo de hacerlo. No sé a qué se deba, pero se muestra cada día más interesada en este asunto, y pienso que si habla con usted, con toda la libertad de su fervor, usted la recibirá mejor que si fuera su verdadera hija.

            Yo no sabía qué responderle, sino que era bueno lo que decía. Que obedeciera y pidiera mucho al Espíritu Santo en estos días. No creí conveniente exponer a usted sus deseos de viva voz, pero para orientarlo, se los menciono en la presente, encomendándome a sus santos sacrificios y fervientes oraciones.

            Ayer fue día de san Juan. Ignoro si usted recordó hacer por mí lo que yo hago por usted el día de san Felipe. Lo hago por deber, pero usted lo hace por caridad, la cual Dios recompensa siempre con la suya, que es mayor que la mía hacia usted

            Después de pedirle que arregle este plumaje, quedo, mi muy querido y Reverendo Padre, su pequeñísima hija y servidora en Jesucristo.

            Janne Chesar

 Carta 46.

 29 de mayo de 1622. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Que Su bondad sea bendita eternamente por los efectos que obra en sus creaturas, particularmente en mí, que soy la más indigna.

            Esta mañana, después de la santa comunión, decía a mi amor: Sea lo que sea, mientras más me rechace el P. Rector, tanto más lo desearé como director. Cualquier mortificación que me ocasione, y otras cosas que no me agraden, ¡cuánta dulzura traerán consigo!

            Al considerar en este momento mi confesión, me doy cuenta de que las faltas de que me acusé fueron disculpadas por el Padre. He sometido mi juicio con el pensamiento de que usted las vería como tales. Escuché: Hija mía, cuando rechacé a la cananea diciéndole que era una perra, mi Padre la atrajo más fuertemente hacia mí. Cuando el Padre te despide, yo te retiro aun más, de modo que se vea vencido.

            Entonces, al desear yo la inocencia de la que usted me habló hace seis meses, escuché lo que se dijo de san Juan Bautista: Puer qui natus, el niño que nació; siendo más que un profeta. Al pensar en el significado de estas palabras, sin cambiar su sentido, escuché: Hija mía, un alma que renace en y mediante la gracia y la primera inocencia, es más que un profeta. Entonces me pareció comprender que esta inocencia era la tierra prometida, y que usted era el Josué que, al llevarme noticias de ella por medio de la luz divina y de sus enseñanzas, aportó a mi alma frutos muy dulces madurados por el ardor del sol divino, que es el mismo que hace correr la leche y la miel del amoroso pecho de su caridad. Escuché: Hija mía, di a este Padre que el pueblo de Israel fue animado de un gran valor para conquistar este lugar, pero que no habría logrado nada sin la dirección del capitán. Es necesario que el Padre te lleve hasta ahí, y yo haré posible tu entrada. Yo soy el verdadero Josué.

            Pero, oh sabiduría eterna, frecuentemente te he pedido, con una tímida confianza, que el Padre que tengo me guíe hasta allá. Parezco preguntar por qué no le concedes esta luz. Me ha venido a la memoria lo que, en otra ocasión, escuché en latín, pero lo expresaré en francés: No son los que lo desean o corren para dirigirte, sino aquellos a quienes te envía mi misericordia.

            Espero de esta misericordia divina que, así como por obediencia a un padre fui enviada al que me confiesa, así mediante la obediencia a otro, seré dirigida enteramente a manera de un trozo de cera o del cayado de su reverencia en el Reverendo Padre Provincial, en caso de que desee tanto mi perfección como sucedía con el P. Jacquinot, cuya pérdida lamentaría si no supiera que la divina sabiduría ordena con suavidad todas las cosas, y que a cambio de uno tendré dos padres, ya que este buen Padre me informó que me recomendó a su superior. Espero en verdad que la caridad de este nuevo provincial me asistirá, pero el santo afecto que ambos profesan me asegura de ello.

            Le suplico, pues, me conceda este bien entre los otros, aunque a su reverencia no le gusta confesar. Sin embargo, como el divino Padre de familia ha dicho que mi alma es su viña, a la cual usted debe cultivar y conducir ante él como a mil pacíficas, él lo recompensará.

Quedo de usted, mi muy querido y Reverendo Padre, su pequeñísima hija en Jesús. Janne Chesar

            Me sigo sintiendo muy débil; hoy por la mañana más que ayer. Esto empeorará si me esfuerzo en caminar durante el día, aunque sea con paso débil o pesadamente.

 Carta 47. 

Mayo de 1622. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Suplico a Dios que, mediante los consejos y mandatos de su reverencia, aprenda yo en la práctica la verdadera humildad.

            ¡Ah, mi dulce Jesús! si todas las creaturas fueran lenguas disertas y elocuentes, que no hicieran otra cosa sino decir alabanzas, y que yo las mereciera por tus gracias lo cual no es verdad, pues soy merecedora de toda clase de vituperios y desprecios, y que tuviese en ello un pequeño acto de complacencia propia, cuánto te desagradaría. Perdería con dicho acto mucho más de lo que ganara en alabanzas, ya que éstas no serían sino benevolencia de las creaturas y causaría con ello un disgusto al Creador. ¡Oh, Dios mío! eres tú solo quien me ha sacado de la nada para darme el ser de naturaleza y de gracia. Para conservármelo, tu providencia vela sin cesar sobre mí. Hazlo siempre, pues eres bueno.

            ¡Ah!, mi querido Padre había dicho a usted que no lloraría en la iglesia esta mañana, pero me excedí, usted no me lo había prohibido si el motivo era bueno. Habría podido pensar en lo que dijo su reverencia, que las personas no me habían obtenido estos favores y gracias celestiales, y que Dios no desea que me hagan perderlas por medio del temor y de las lágrimas, aun mientras escribo estas líneas. ¡Ah! Permítame derramarlas por amor a mi dulce esposo, que con lágrimas de sangre adquirió estos favores para mí. Le conjuro, con los suspiros, los sollozos y lágrimas que brotan en este momento de mis ojos, que sea yo el desecho, el desprecio y la habladuría del mundo. Que busque agradarle no tanto por mi propia salvación, sino para que no se pierdan en mí las gracias que se ha complacido y sigue complaciéndose en concederme.

            Por la mañana, este divino amor me penetró y, rodeándome con un vientecillo bastante ordinario, me consoló de este modo: Hija mía, yo soy y debo ser tu vida. La mayor ganancia que podrías adquirir sería el morir a todas las cosas creadas, en especial en lo que se refiere a tus propias inclinaciones. Pon en práctica lo que dije a mi apóstol, estima como lodo todo aquello que no sea yo, pues éste es tan repugnante que ni siquiera desea uno tocarlo con los pies. Recuerda lo que te di a entender ayer: eres un árbol plantado en el suelo de mi humanidad, la cual está unida al agua de mi divinidad, la cual te riega con los arroyos de sus gracias.

            Las hojas que los cubren son necesarias para que los frutos de un árbol puedan crecer. De igual manera, la humildad que el Padre te recomienda cubrirá tu fruto, el cual, si eres dócil, se dará en cuanto yo juzgue que ha llegado el tiempo. Estas hojas de humildes sentimientos no se perderán. Todo lo que hagas al obedecer prosperará en ti y en tu prójimo.

            Sentí entonces un gran deseo de practicar la humildad. Que Dios me conceda esta gracia. Por favor, pida por mí.

            Soy, mi muy querido y Reverendo Padre, su pequeñísima servidora y única hija en Jesucristo. Janne Chesar

 Carta 48. 

junio 29 de 1622. Philippe de Meaux.

            Algunos días antes de Pentecostés, habiendo comulgado, fui consolada y vi una luz triangular, la cual se volvía hacia abajo, como para entrar en el corazón. Respecto a su origen, me pareció comprender que se trataba de la divinidad trina en persona, que penetraba en mí.

            El lunes, después de la fiesta de la Sma. Trinidad, me sentía tan abrasada, que casi no pude sostenerme mientras duró este éxtasis.

            El día del Cuerpo del Señor sentí tristeza en mi espíritu, por no poder dedicarme a la oración a causa de la debilidad de mi cuerpo. Todo lo que pude hacer fue asistir a una misa y comulgar, porque la víspera, en tres ocasiones, estuve a punto de desmayarme durante el santo sacrificio, al que asistí para poder comulgar. Cuando llegó la hora, casi no pude tenerme el tiempo que dura un avemaría, por lo que pedí a mi Salvador, que ya estaba en las manos del sacerdote, la fuerza para poder recibirlo. Así lo hizo. Sea alabado por ello.

            Se me obligó a guardar cama de inmediato, por lo que me lamenté con mi Rey al no poder participar en la procesión ni hacer mis oraciones.             Escuché: Hija mía, consuélate y pide a la celeste Sión que supla tus deficiencias, pues este es el día en que la Iglesia Militante la invoca para alabarme.

            Por la tarde, estando en la iglesia de los Capuchinos en presencia del Santísimo Sacramento, expuesto en el ciborio, me asaltaron lágrimas de grande contrición, pero mezcladas de consuelo. Escuché: Hija mía, si te ves tan consolada y tan inflamada al contemplar estas especies, piensa que la santa  Sión no posee un objeto de mi gran amor, pues me contempla al descubierto, sin especies. Es ahí, donde se encuentra la perfecta caridad. Hija mía, ¿qué harías durante esta octava si no tuvieras permiso de comulgar diariamente? ¡Cuántos deseos tendrías de mí! Hazlo mientras estés autorizada para ello, pues se te concedió gracias a mis deseos. Compré mi gloria a tan alto precio, como si no me hubiera pertenecido, a pesar de que me corresponde por esencia.

            El viernes por la tarde escuché: Hija mía, quiero que sepas que el amor era tan vehemente en mí cuando acepté partir de este mundo, que no pude dejar la compañía de mis apóstoles sin quedarme con ellos en este Santo Sacramento. Sin embargo, al dejarles mi presencia, no di a conocer el fin para el que lo instituí, que era mi deseo que gozaran de él en este mundo. Me dolía el tener que dejarlos en él hasta su muerte, hasta que pudiera manifestarles la gloria de la visión beatífica.

            Hija mía, te amo con este amor. He visto cómo deseas gozar de mí, que soy tu último fin. Mi bondad ha querido anticipar el tiempo y unirme a ti cada día. Por ello puedes deleitarte en tu fin mediante la gracia, en expectación del gozo de la gloria.

            El amor impulsa a los que aman a darlo todo junto con lo que desearía tener, incluso lo que tienen los demás, para también regalarlo. Mi Padre puso todo en mis manos, y yo, el enamorado de la humanidad, le entregué lo que el poder de Dios obró en la creación; lo que la sabiduría tomó en la Encarnación; y el día de la Cena del Señor, lo que se hizo y queda por hacer en la Redención. El amor me presionó para que diera por adelantado todos mis méritos humanos, unidos a la divinidad.

            El domingo por la tarde, estando en oración delante del Smo. Sacramento, escuché: Hija mía, en Pentecostés, la sabiduría eterna envió, con toda su fuerza al Espíritu Santo, cuyo amor llenó toda la casa de los apóstoles. Ahora deseo que, en este día, los fieles vengan a llenar mi casa, en la que todo está preparado. Ven a ella, hija mía; también he insistido con los enfermos y otras personas minusválidas. Yo soy el verdadero médico.

¡Oh, Jesús mío! cuánta necesidad tenía de verme curada de mis imperfecciones, sobre todo en este día. ¡He llorado tanto a causa de ellas!

El lunes, al acercarme a comulgar, me sentí muy consolada. Vi de pronto, en una visión imaginativa, la imagen de Nuestra Señora revestida con una túnica de oro. En seguida apareció una columna y después una corona de oro macizo hecha con dos cordones. Con ello entendí que, cuando sea firme en la virtud como una columna, recibiré una corona de oro.

            Después caí en éxtasis, derramándome en Aquél a quien recibí al comulgar. Vi a una persona, sin saber si se trataba de mi Esposo o de alguien más. Tenía la apariencia de una nodriza y acunaba mi espíritu como si fuera una bebita, mientras lo alimentaba con sus pechos. Me miraba con una mirada tan tiernamente amorosa, que me sería imposible describirla. Esto despertó en mí grandes sentimientos de amor que superaron a los que recibí durante una semana. En verdad pedí a mi Esposo concediera estos sentimientos de amor a cierta persona mediante la cual su divina bondad me ha enviado varias gracias cuando hago su voluntad. Según pienso, se trata de la misma persona que se me mostró en la visión, pues recuerdo haber escuchado en otras ocasiones que mi esposo me la enviaba con tanta plenitud, proporcionándole la leche de su caridad infinita, que es la misma con la que esta persona me alimenta.

            Reflexioné que en ese día, fiesta de san Juan Crisóstomo, en las lecturas de maitines se lee que este amable Jesús es como una madre que da el pecho. Trátese de él o de algún otro, El es siempre la fuente de las dulzuras que se me otorgan. Que sea bendito por todo.

            Me pareció escuchar que en este día mi amoroso Jesús hizo con mi espíritu, mediante la santa comunión, una unión natural de él mismo. Me faltan palabras para manifestarlo. Escuché: Hija mía, dices que tú me perteneces, y yo a ti. La esposa lo dice en los cantares, y vine a ella para responderle en persona a través de los escritos del Smo. Sacramento, que son el Cantar de los Cantares de la ley de la gracia. Dije: Permanece en mí, y yo en ti. Salomón, que me prefiguró, compuso el primer cantar. Yo, con mis propios labios, dicté los siguientes, que son su continuación. La esposa, llevada por el amor, desea la unión mediante un beso de mi boca sobre la suya.

            Yo no deseo únicamente un beso de su boca, sino también penetrar en ella y besar, es decir, transformar, su corazón en mí y yo en ella. Soy presa del amor a tal grado, que exclamo: Con gran deseo he deseado.

Un lunes de mayo, después de la comunión, vi unas espuelas. Con ello entendí que se me reprendía por ser reacia a la virtud, y que era menester que avanzara.

            En la fiesta de san Juan Bautista, sintiéndome triste ante mis imperfecciones, escuché estas palabras: ¡Cómo! ¿Acaso no soy el mismo que libró a san Juan del pecado original? Después me las aplicó: ¿Entonces, no te podré desatar de tus pecados actuales? Sí que puedo, pero aparta de ti el amor propio y vuelve a mí.

            El viernes, Experimenté dolor en todo el cuerpo, el cual procedía de la tristeza de mi espíritu. El sábado, al estar meditando sobre la partida del Salvador, escuché: Hija mía, la víspera de Pentecostés escuchaste cómo el dolor de mi santa  Madre sobrepasó a todos los dolores naturales, a causa del amor sobrenatural y divino que formó ese santo cuerpo en su vientre. Al considerar todo esto, sus dolores parecen inmensos al entendimiento. ¿Qué mayor aflicción pudo sentir la luna, sino el eclipse del sol? Este eclipse fue causado por las tinieblas del pecado, el cual bloquea la luz del sol cotidiano. Esta nada tenebrosa, que no fue causada por el Verbo, fue tan densamente oscura el día de su Pasión, que la tristeza del Verbo se me adjudicó a causa de mi amor. Hice ver las tinieblas sobre la tierra, que eran el mismo pecado hacia el que deseaba infundir horror, y mediante su vista, dar a todos ustedes una idea de las tinieblas del infierno, que son como golpes y tan horribles, que deben permanecer ocultas en los abismos debajo de la tierra.

            En la vigilia de san Pedro y san Pablo me vi abrasada de un fuego tan ardiente, que me consolé un poco de la tristeza que sentí cuando mi confesor me mortificó en algo que me era querido. Después de comulgar, sentí mayor consuelo al resignarme a su buena voluntad. Vi una gran cruz junto con la corona, los clavos y otros instrumentos de la Pasión. Estos fueron puestos en mis brazos, y la cruz sobre mi cabeza, como ofreciéndome la humildad. Entonces la acepté.

Carta 49. 

8 de julio de 1622. Philippe de Meaux.

            El 8 de julio, estando muy triste a causa de mis imperfecciones, esperaba recibir consuelo de una criatura, a la que no pude ver en esta expectativa; me sentía, además, un poco enferma, pero a pesar de ello me hice violencia para ir a la oración, en la que fui arrebatada en un éxtasis. Abrí mi alma a mi querido esposo, quien dirigió sensiblemente a la puerta de mi corazón tantos disparos de flechas amorosas, que me causaron cinco o seis desmayos, por lo que tuve que sentarme.

            Durante esta oración, vi en una visión imaginaria a este dulce Jesús portando una diadema, sentado sobre un trono y llevándose a sí mismo entre sus manos para ofrecerse a mí así como se dio a sus apóstoles en la última Cena.

            Hija mía, el amor hace vivir con una misma vida a quienes se aman. Yo vivía por mí mismo, pero quise darme como vida y alimento a mis apóstoles. Hago esto mismo contigo, pues no puedo sufrir que vivas si no es de mí.

            Al día siguiente amanecí enferma, y guardé cama durante dos días; sin embargo, me levantaba por las mañanas para comulgar. Durante este tiempo mi confesor me ordenó pedir la salud, lo cual hice por obediencia, aunque me sentía inclinada a seguir enferma por parecerme ser ésta la voluntad de Dios. Dije así: Haz, si te place, su voluntad y no la mía; alíviame. Escuché entonces: Hija mía, hago mucho con darte la fuerza para ir a misa y comulgar.

            Después se me ordenó que guardara cama todo el tiempo, temiendo que me hiciera daño levantarme por la mañana. A pesar de ello, languidecí durante los días en que estuve en cama, por lo que dije a mi esposo: Mi corazón desfallece (Sal_116_9), porque le ha faltado su pan.

            Los de casa, pensando que mi debilidad procedía de una causa natural, me ofrecieron vinagre. Expuse esto a mi confesor, pidiéndole permiso de levantarme si encontraba la fuerza para ello. El me lo concedió en apariencia.

            La víspera de santa  Magdalena me invadió una gran tristeza por no haber sido sincera en decir todo al Padre. Escuché: Pero qué, ¿acaso santa Magdalena obró así en mi presencia? ¿No debes tú imitarla delante de este Padre que cuida de ti como si fueras la niña de sus ojos, y resiente tus aflicciones al grado de sentir que se le hiere en los ojos?

            Después de mucho llorar, pensé que con ello había perdido todas mis fuerzas. Las copiosas lágrimas que derramé sin cesar me quitaron la esperanza de poder levantarme en el día de la santa, pero un poco después, pensando en otra cosa, pude verla vestida de azul, con un recipiente de alabastro tan blanco, que no recuerdo haber visto otro parecido. Un poco antes había visto la cabeza de un muerto. Me pareció que esta santa me decía: Espero que mañana podrás recibir a aquel que recibió mi ungüento. En este día he vuelto a derramarlo por ti; aun cuando te vieras al borde de la muerte, no pierdas la esperanza. La fiebre se apoderó de mi toda la noche; pero, ¡oh poder de la santa! no carecí de fuerzas para comulgar en su santo día, y recibí grandes consuelos.

            El día de Santo Domingo, a eso de las ocho o nueve de la noche, al hacer mi examen, pedí a mi esposo juzgara y discerniera mis intenciones en el afecto que tengo por una persona; sólo Dios sabe de quién se trata y cuánto se esfuerza en dirigirme para la mayor gloria de su Majestad.

Durante este tiempo, tuve gran afluencia de lágrimas. Pero, Amor, decía yo, el natural afectuoso que me has dado me lleva a quererlo, pero este mismo natural se ve muy mortificado por esta persona con actos de humildad y otras repugnantes acciones que me manda practicar. Después quedé en sosiego, que vino acompañado de una gran luz dividida en dos rayos muy definidos: uno iba a la cabeza y el otro al corazón. Su Majestad me mostró que estaba contento por la rectitud con que este afecto alegra mi espíritu, exhortándome a orar por esa persona, deseándole y pidiendo para ella una sublime perfección. Pero no terminó aquí, sino que más tarde escuché: Amada mía, tu espíritu está en mí como un lirio entre espinas. Me apaciento con él mientras que el día de tu perfección aspira. Hija mía, las mortificaciones que sientes, y las humillaciones que te causa esta persona, te parecen espinas; pero yo te aseguro que el lirio de la pureza es más admirable que ellas y esta azucena de la humildad mejor conservada aún. Con estas espinas te haré un tocado de triunfo. Hija mía yo fui bien coronado de ellas.

            El día de Nuestra Señora de las Nieves, sentí fuertemente los favores de la toda pura, en forma de abstracciones amorosas. Al considerar su candor, escuché: Si todos los santos fueron blanqueados por la sangre del cordero, su Madre, que dio esta preciosa sangre a ese cordero, ¿de qué modo llegó a ser blanca? Todas las creaturas son incapaces de ver su candor, y menos de comprenderlo. Sólo Dios puede decir: Toda hermosa eres, amiga mía (Ct_4_7).

            Entonces me sentí animada a pedir la blancura que debe tener toda persona que es lavada todos los días por esta preciosa sangre en el sacramento de la confesión, y que se alimenta con ella en la comunión. Amor mío, concédemela por tus méritos.

Carta 50. 

10 de julio, 1622. A mi Reverendo Padre. El Padre Bohet de la Compañía de Jesús en el Colegio de Aix.

            ¡Qué grandes son tus obras!

            ¡Oh, Dios mío! Mi buen Padre, como yo he sido la causa de su aflicción, el Espíritu Santo desea que, a esta hora, sea yo su consuelo. Su reverencia tiene en mí un Benjamín y un Benoni. Soy Benjamín por obra del divino amor, y Benoni a causa del amor propio. Pero al fin, gracias al amor divino, me quedo con el primer nombre.

            Por la mañana, después de abundantes lágrimas, pedí a los santos que me recibieran en sus tabernáculos. De repente vi muchas cruces ahuecadas, como ofreciéndome un nicho. Con ello me di cuenta de que es necesario sufrir, pero el todo bueno me mostró de inmediato otro número de ramas floridas y muy resistentes. Con este consuelo, las cruces se transformaron en laureles.

            Con estos consuelos mezcla de dolores y dulzuras, dejé volar mi espíritu a quien lo creó para sí. Aquél que me había exiliado y consolado ha deseado que siga combatiendo para prolongar la victoria. Su modo de hacerlo es admirable. Escuché: Cómo, ¿después de que Dios te hubo ganado para mí, porque no fui yo, fuiste a ver al Padre con el divino amor que hacía la operación, en la que él descubrió al amor propio, que es su contrario? Este, al verse descubierto, quiso devorar tu corazón hundiéndolo en sí junto con mi amor, el cual se encontró con un gusanito cubierto del polvo de tu debilidad, el cual sacudió destrozando con su poder a la serpiente.

Esto significa que su reverencia me dejó tan afligida, que el corazón se me rompía de dolor, sin atreverme a llorar. ¡Buen Dios, qué dolor tan grande! Me di valor entonces para obedecer por puro amor a Dios, y rogué a todos los santos que entonaran el Alabad por la aflicción que yo sufría.

            Este divino amor permitió cuatro lágrimas: dos que brotaron en cuanto dejé a usted y otras dos en el último esfuerzo de la violencia, las cuales, como digo antes, fueron involuntarias. Después de hacer mi examen volví a casa con dolor de cabeza. Para calmarlo, merendé y después subí a mi habitación, donde fui prontamente reanimada por el fuego divino, el cual me alentó a orar por usted postrada en tierra.

            Le dije plegarias que él bien conoce, pero no, fue más bien el Espíritu Santo quien las hizo en mí, pues yo casi no podía decir palabra. El torrente de su caridad me absorbía y lo sigue haciendo. Sin embargo, me parece que quiso despertarme para que manifestara a usted mi reposo. Quisiera, por su divino amor, transmitirlo a usted y sufrir una vez más mis penas junto con todas las suyas, ocasionadas, en su mayor parte, por la imperfección de su única hija en Jesucristo; pues en verdad lo soy en él. Sin embargo, su reverencia sabrá acoger todo eso, la imperfección, por amor a Jesucristo.

Carta 51.

 20 de septiembre de 1622. Jesús María. Reverendo Padre en Nuestro Señor Philippe de Meaux.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor.

            Después de que su reverencia me dijo que ni ayer ni hoy debía yo comulgar, fui presa de una tristeza tan grande, que tuve que hacerme una violencia excesiva para retener mis sollozos. En cuanto a las lágrimas, no cesaron de correr durante dos misas y aun más tiempo. Mientras duraban decía con el corazón y los labios: Dios mío, que se haga tu voluntad.

            ¡Ah! este es sin duda el rayo que vi en sueños el domingo, el cual se lanzó sobre mí como un proyectil, haciéndome perder el habla. Una sola cosa me consoló: la confianza que tenía en su bondad, que sabe muy bien que mi voluntad no es otra sino la de hacer la suya, pues de hecho, he sido culpable de muchos delitos.

            Mientras duraba todo esto, vi que alguien llevaba el augustísimo sacramento pero sin saber a quién, pues veía el tiempo nublado. Mi todo, mi alma está rodeada de bruma; debo contentarme con adorarte. Después de la caída del rayo, pronuncié esas dos palabras no expresa, sino tácitamente. La desventura más grande en mi aflicción consistía en verme angustiada y llorando. Escuché: Hija mía, las lágrimas que viertes no impiden en nada la resignación. Yo las derramé en abundancia en el huerto: por todos los poros de mi cuerpo brotaron lágrimas de sangre. Valor, es necesario que te resuelvas a sufrir. Recuerda a san Pedro: Otro te ceñirá.

            Respondí a mi vez: Mi todo, no permitas que me aten, pues temo que mis enemigos digan: Persigámosla, Dios la ha abandonado. Luché entre quedarme o salir de ahí. Las lágrimas que vertía eran un fuerte motivo para retenerme, para no ser vista por las personas.

            En cuanto tuve una tregua, salí del confesionario para prepararme a la comunión espiritual. Dije, pues, con gran confianza: Oh, mi todo, como se me ha quitado la vida, hazme morir a mí misma en todo lo que se refiere a ti.

            Esto es bueno, hija mía. Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor; entrarán en posesión de toda su heredad ya que él mismo se las da. Cuando alguien viene a mi, no lo echo fuera.

            Repentinamente, mi espíritu encontró reposo en Dios, el cual le concedió la resignación junto con una dulce paz. Hija mía, en esto consiste la preciosa muerte.

            Más tarde me sentí inspirada a prepararme a comulgar espiritualmente, como si fuese a hacerlo en la realidad. Hija mía, experimenté la muerte por obediencia, y resucité por el amor. Tu has muerto a no desear comulgar, por ser contrario a la obediencia.

            Entonces invité a toda la corte celestial a prepararme para mi dulce esposo, el cual me dijo: Hija mía, yo vine por los pecadores y por los enfermos. Entre ellos te encuentras tú, pues eres pecadora: has cometido numerosas faltas. Estás enferma a causa de mi amor. Heme aquí en tu interior, así como estuve en casa de san Mateo. Todos mis santos están conmigo. Organiza para nosotros un gran banquete.

            ¡Ah, mi querido amor! Aquí estoy para ser transformada, es decir para que cambies mi sustancia en la tuya. Después de esto gocé grandemente en unión con toda la corte celestial y mi rey y soberano sacerdote, el cual se levantó en medio de todos, diciéndoles: Tengo un alimento que ustedes no conocen, para comerlo en tu compañía, querida mía. ¿De qué manjar se trata, mi amor? De la necesidad de que hagas la voluntad de mi Padre. Lo deseo de corazón.

            Al pronunciar estas palabras, me pareció estar presente a un festín sacrificial ofrecido por el sumo Sacerdote Jesucristo, en el que se sació junto con toda su corte.

            Hija mía, eres como un olivo en mi casa. Por mi misericordia, todos mis santos, en compañía de mi santa  Madre, han venido a comer de él. Mi Padre se regocija ante la alegría del esposo y de la esposa. Hija mía, el amor es una llave maestra: llega a donde otros no pueden ir. El Padre tiene una llave y el amor tiene otra. Como tú la tienes, puedes entrar en mí, y yo en ti para darte mi vida, porque tú me has entregado la tuya.

Así es, amor mío, me tienes en un lugar de delicias. Si el Padre me lo mandara, dejaría este festín para obedecer.

            Todo esto tenía lugar en la parte superior del entendimiento. Oh, amor mío, tú echaste fuera de aquí a mis enemigos, mediante la verdadera práctica de una pura y franca voluntad. Me entrego a ti con todo lo que soy, para ser sacrificada.

            En medio de nuestros coloquios, me fue presentado en visión imaginativa un corazón abierto, en el que había un crucifijo formado de la sustancia del corazón. Diría más bien que transformaba el corazón en sí mismo, no restando sino el exterior, que rodeaba a este crucifijo. Una persona a quien no vi lo sostenía con las dos manos. Me pareció que alguien decía: ¿Conoces este corazón? Yo lo ignoraba. Así es como hay que ser. Lo deseo en verdad. Eres tú, mi bien amada. Durante estos días el amor y la obediencia te han crucificado el corazón. ¡Oh, bondad, oh incomprensible bondad: Está satisfecho, está satisfecho! ¡Oh, mi todo, qué contenta estoy! ¡Oh palabra de verdad! Me has colmado del todo sin especies sensibles. Sabes hacerlo muy bien; y si alguien viniese a decirme: Comulga, no lo haría sino para obedecer, pues estoy más satisfecha que en otras ocasiones en que he comulgado.

            Esto no se debía a los consuelos que experimentaba, sino por sentir mi parte superior unida al Dios de los consuelos, a quien he encomendado y sigo encomendando a usted así como Jesucristo pidió por todos aquellos que lo crucificaron, así yo deseo orar por su reverencia.

            Su obediente hija y servidora en este dulce Jesucristo. Janne Chesar.

            Aunque en otras ocasiones he sentido gusto al escribirle, hoy experimento repugnancia al hacerlo. Es que mi propia vida es una hidra que rechaza después de haber sido cortada. Le suplico que rece por mí, a fin de que pueda morir en la cruz que usted me ha preparado, o Dios por su medio.

Carta 52.

 13 de octubre de 1622. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre:

            Hoy hace ocho días que quise escribir a su reverencia, pensando darle algún consuelo por medio de mi carta y hacerle saber a qué grado comparto sus dolores.

            Sin embargo, el Hno. Maurice me dijo que usted no creía necesario que yo escribiera, a menos que se tratara de una cosa importante. Me detuve, por tanto, ante estas palabras junto con otros pensamientos que no quise poner por obra, pues me hubieran impedido continuar ofreciendo por usted algo que había iniciado, 9 comuniones. Hoy las completé, a pesar de que se me comunicó que su estado ha empeorado.

            No hay que perder el valor ante esto, sino acrecentarlo, esperando contra toda esperanza, como usted me dijo una vez: Su enfermedad es para su bien, y yo añado: supremo. Recuerde que fue necesario que Cristo padeciera. Bienaventurados aquellos a quienes ha juzgado dignos de imitarle. Se dice de él que, estando afligido, buscaba alguien que le ofreciera algún consuelo: Y no lo hallé (Sal_68_21). No había persona que se contristara con él. Su reverencia tiene a muchos que hacen por usted lo que se hizo por san Pedro cuando estuvo en la prisión: le fue enviado un ángel para liberarlo. Usted ha ido al encuentro del Ángel del Gran Consejo, dígale que él puede, si quiere, sacarlo de la prisión para el bien general de su rebaño.

            Por lo que a mí toca, al escuchar la voz de su Reverencia, sentiré consuelo como Ana, una trabajadora doméstica que se encontraba en la congregación de los fieles cristianos que oraban por san Pedro. Le recomiendo a este buen alumno.

            Mi carta le causaría gran molestia si me alargara; la acortaré para que su incomodidad sea pequeña. No digo esto sin consideración, pues usted me dijo por pura caridad que usted era para mí un padre. Las molestias son, para éstos, un pasatiempo. Sepa que tiene una hija que entrega a Dios su espíritu para liberar a usted en su cuerpo. Mantenga, pues, su espíritu alegre, es decir, gloriándose en la cruz del cuerpo. Adiós, mi querido Padre, las espinas que sufro por usted son como rosas para mí. Las ofrezco a mi queridísimo esposo Jesús, suplicándole que me ayude a ser como un lirio entre las espinas. Soy de usted única hija en Jesucristo. Janne Chesar

            Me sorprende que, en catorce días, me haya enviado sólo tres o cuatro veces noticias suyas, devolviendo mis cartas en las demás ocasiones. No puedo evitar el ser sincera: alíviese, para que diga yo cien Alabad al Señor todos los pueblos (Sal_116_1). Es ésta otra promesa de acción de gracias que hice ayer, si usted recupera la salud Vea si dejo de portarme como hija. Espero que usted se comporte también como un Padre. No estoy disgustada con su reverencia aunque no me mande noticias suyas.

 Carta 53. 

1° de noviembre de 1622. Al Padre Philippe de Meaux.

            La noche del domingo 1° de noviembre al lunes 2, vi en sueños a un niño tan hermoso como jamás había visto otro. En ese instante se presentó junto a él una niña que se le parecía en belleza. Aunque aparentaban tener solamente 4 años, mostraban un espíritu superior a su edad.

            Después de mi comunión pregunté a mi Jesús si era él, y cuán bello era entre todos. Me pareció que me decía: Debes ser tan bella como yo, que soy hermosísimo. Entonces disfruté de una fuerte unión con él.

            El jueves 12 de este mes, también en sueños, me pareció ver al augustísimo Sacramento siendo llevado bajo el palio a las afueras de la iglesia. De repente, lo vi volverse con estas palabras: Levantaos, puertas eternas (Sal_24_7). La entrada se abrió, y yo, muy sorprendida ante todo esto, exclamé: Hoy no es el día de Ramos y están diciendo esas palabras.

            Muchas veces he dejado de escribir sobre las cosas que veo mientras duermo, por considerarlas únicamente sueños. Sin embargo, después de varios días sentí escrúpulo por ello, y cierto arrepentimiento por menospreciarlas.

            Mientras duerme la esposa, su esposo está con ella y le habla a su corazón que vela. Este es el amor que ve mientras duerme, y así ambos contemplan: ¿Acaso no he pronunciado con frecuencia este nombre en su sueño? ¿Y no envió mi Padre un ángel para prevenir a san José mientras dormía? Su fe los lleva a acercarse a mí para hablarme en el Smo. Sacramento, donde duermo como en mi tálamo, guardando silencio y sin dejar oír una respuesta aunque los escuche, porque siempre estoy en vela. Si Uds. hacen este acto de fe por amor a mí, ¿dejaré de hacer, por amor a ustedes, el de la caridad, que consiste en cuidarles y hablarles mientras duermen?

Carta 54.

A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            No carece de razón el que ese divino Maestro que es el Espíritu Santo desee que corrija usted primero los defectos de la reina y señora que es el alma, y después los de la carne animal y esclava servidora de esta dama, así como lo comprendí ayer, cuando me pareció sentir pena porque su Reverencia no me permitió usar el cinturón cilicio.

Hija mía, ¿Qué me agrada más, el que se hermosee a mi esposa o a un animalito mío?

            Esto me hizo entender que usted complace más a Su Majestad cuando corrige las imperfecciones de mi espíritu, que si comenzara exteriormente por el cuerpo. El uno y el otro le agradan, pero mucho más el embellecimiento de la esposa para complacer a su Salvador, quien vive en su interior y alrededor de ella, según me comunicó esta mañana: Hija mía, he concedido montañas de dones y gracias a muchas personas; pero a ti, yo el soberano Señor, te guardo morando en ti y en tu entorno. Sin embargo, te dejo libre para actuar, para que tengas mayor mérito cuando tus acciones sean buenas.

            Esto es verdad, mi muy querido Padre, pero cometo muchas que son imperfectas. En este momento soy consciente de siete u ocho faltas bastante serias, pero cuántas deben serme desconocidas. En todo caso, esta divina bondad no deja, por esta causa, de colmarme de sus deliciosas visitas. Para comunicar a usted la dulzura en que sumergen a mi alma y aun a mi cuerpo, después de la exhortación que hizo su reverencia, haría falta que mi pluma fuera un esquife y la tinta esos mismos licores, y sus oráculos un paladar para captar esto que digo, aunque sé muy bien que usted lo conoce mejor por su propia experiencia interior.

            Que pueda saborearlo eternamente en la gloria, la cual deseo a usted con el mismo corazón en el que soy, mi muy querido y reverendo Padre, su muy humilde servidora, pero única hija en Jesucristo. Janne Chesar

Carta 55.

 1622. A mi Reverendo Padre. El Padre Bohet de la Compañía de Jesús. En Baugez.

            Querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            Ayer tuve el deseo de que su Reverencia me diera la absolución. Le habría dado mucha materia, pero olvidé pedírselo. Será mañana.

Me hubiera gustado mucho que fuese hoy por la mañana si la persona que usted sabe hubiera enviado a la otra. Si no, paciencia; no estoy tan mal como para no poder ir. Esto pasó porque lo hice ya tarde, para aprovechar la ocasión de ayunar hoy en caso de que el Padre me lo permitiera. Sólo tengo un ligero mal de cabeza, que pasaría sin duda si hubiera dormido esta noche como la de ayer.

            Al pensar en la manera que tengo de hablar a su reverencia, exclamé: ¡Oh, amor mío! jamás pensé que tendría que ir por este camino de expresar todos mis pensamientos. Hija mía, la confusión que sientes aumenta tu mérito.

            Tenía yo el deseo de que así fuera, y que no tuviera que decir cosas parecidas, pero pensé que aun no había llegado al final. Escuché entonces: Hija mía, ya te dije en otras ocasiones que yo te deseaba a ti escrutador, y a mí con la luz ardiente sofronista, pero quiero que esto siga siendo con aquella que he encomendado a este Padre, el cual ocupa el lugar de aquellos a quienes digo: Ustedes son la luz del mundo. No es necesario, hija mía, que la tengan oculta bajo el celemín del silencio para no dejar ver a los demás lo que pertenece a la intimidad. No quiero que obres así. Tú eres mi arca y no deseo que los afectos del mundo encuentren lugar en ella, pero no me molesta el que un sacerdote descubra su interior y que dé apoyo al exterior con los hombros de la caridad, como lo hace este Padre. Así como en verdad hago la carga ligera a quienes voluntariamente se ofrecen a llevarla, de idéntica manera hago muy fácil a este Padre la molestia que se toma al probarte y sobrellevar tus imperfecciones.

            ¡Ay, mi querido Padre! siempre adolezco de ellas y por esta causa mi dulce amor no deja de comunicarme sus más amables delicias. Ayer me hizo experimentar la primera palabra del Cantar y me concedió además otros favores sobre los que no escribiré a esta hora.

            Como estoy cansada, descansaré junto con la promesa de ser de usted, mi muy querido y Reverendo Padre, su muy pequeña servidora, pero única hija en obedecerle en Jesucristo, Janne Chesar

 Carta 56. 

13 de marzo de 1624. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Mi muy querido y Reverendo Padre en Nuestro Señor:

            A él pido y le sigo pidiendo me conceda los dolores corporales que usted padece, sin privar del mérito que tales aflicciones aportan a quienes las sufren por amor de aquél que las soportó hasta la muerte de cruz por nosotros.

            Ahora me siento mucho más urgida a orar por su reverencia, a quien veo olvidarse de sí mismo para acordarse de mi bien. Le aseguro, delante de mi dulce esposo Jesús, que las cosas que le he manifestado respecto a mi interior, se las seguiré diciendo con un corazón más filial que antes, a pesar de que tantas veces se las he dicho salidas del corazón.

            Después de haberlo dejado esta tarde, ofrecí mi rosario por su reverencia mientras decía la letanía, me sentí extasiada con un nuevo sentimiento de la presencia de mi amor a mi lado derecho, pues en lo que respecta al sentimiento del fuego del corazón, casi no he tenido respiro desde el día en que usted fue a Grésole. Comprendí que era el beso del Padre eterno, el cual había pedido al terminar la oración que hacía cuando fui inspirada a ir al encuentro de usted por santa obediencia. Muy pronto recibí el fruto de ella, pues este beso del divino amor me recordó las gracias que la Madre del amor hermoso me ha obtenido del Padre eterno, según me comunicó esta mañana a la hora de comulgar.

            Volviendo a otra cosa, diré primero lo que escuché hoy por la tarde: Hija mía, ¿te das cuenta de que eres amada de muchos, y que al hablarles los unes a ti mediante un lazo de santo cariño? Así como un día te dije que me ofrecieras las alabanzas que las creaturas te prodigan para suplir las que dejas de darme, deseo que ahora me presentes y regales todos los afectos que se te profesan.

            Así lo hice, junto con un deseo: ¡Oh, amor mío! quisiera que todos los infieles y herejes, en compañía de todos los demás pecadores, pudieran amarme para poder entregártelos.

            Hija mía, yo hago la voluntad de quienes desean cumplir perfectamente la mía y ponerla en práctica. Es por ello que te concedo el cumplimiento de casi todos tus deseos.

            Ah, mi queridísimo Padre, como bajo la dirección de usted la puedo cumplir, siga, ayudado por la gracia, cultivando la viña del Noé celestial, quien parece embriagarse del vino que el lagar de su amor hace brotar y borbotear en mi corazón, hasta lograr que se despoje de sí mismo para revestirme de él, mostrándome al descubierto su corazón amoroso.

Comprendí que él desea que esta viña le sea ofrecida por usted en forma más agradable que mil hostias pacíficas. Me refiero a mil almas que posean la gracia suficiente para estar un día en el cielo de la paz, y que a cambio de ellas él concederá a usted centenares de monedas de plata como premio a sus trabajos.

            Siga siempre haciendo sus pensamientos más profundos, pero sobre todo, cuide de arrancar lo que es superfluo, aunque gima la naturaleza: esto es lo propio de las viñas. Este divino sol, mediante su calor, seca mi llanto y lo cambia en vino de alegría que hace estallar al corazón, como pude comprobarlo después de que usted me dejó.

            Fíjeme, tanto como lo crea necesario, al santo madero de la obediencia, pues lo que usted ate, atado quedará, y lo que usted desate también lo será. Se lo prometo una vez más, y con la gracia de mi esposo, cumpliré mi promesa todo el tiempo que usted permanezca aquí por voluntad de sus superiores y de usted mismo. Quisiera que esto durase hasta la muerte de mis imperfecciones, que desearía fuera muy pronto; pero deseo añadir algo: hasta la separación del alma del cuerpo.

            Si mi espíritu ha tenido y tiene más que otros este instinto natural de no detenerse en cosas vanas, ¿no debo utilizarlo en lo que dijo el apóstol: Buscad las cosas de arriba (Col_3_1) y en lo que dijo más amorosamente mi querido esposo: Sé perfecta como tu Padre celestial, y en procurarme tesoros, como me invita a hacerlo en otra parte?

            He recordado lo que el Reverendo Padre Provincial desea de mí: que tenga un corazón viril y no sólo de mujer. Esto fue lo que ayer comprendí que mi esposo desea de mí, cuando este estrépito, resplandor llegue a la persona que usted conoce: Hija mía, ¿sabes por qué te he concedido grandes gracias, sin que éstas provoquen la murmuración de los demás? Es porque tengo tu alma entre mis manos, que son prudentísimas. Así será siempre que tú lo quieras mediante la obediencia a quienes ocupan mi lugar.

            De todos modos, caí nuevamente en faltas de caridad al no sentir hacia esa persona la pena que hubiera sentido hacia mí. Esto me sucedió en público, pues me pareció sentir algún contento en ello, porque de ahí me venían pensamientos de que esto daba realce a la devoción que Dios me concede, como alguna persona lo dijo más tarde. Padre mío, no puedo consentir en esto, pues ¿qué tengo que no haya recibido, y que he desperdiciado tantas veces? ¿En qué me gloriaré sino en las debilidades que sentí en los días pasados, y en tanta vanidad que veo en mí? ¿Que diré a usted al confesarme mañana si recuerdo bien todo, pues de mencionarlo aquí me alargaría demasiado?

            Igual que ayer, rechacé los pensamientos que parecían hacerme indagar por qué me ordenó usted hablar tan pronto con la persona a la que me refiero. Al decir esto, no deseo pensar sino lo que mi Padre quiera.

            Como permanecí indiferente, escuché por la tarde: Hija mía, esta persona está ligada a la casa por lazos de obediencia a este Padre. El yace en el lecho del deseo de hablar contigo, pero aquél que es tu superior debe pensar y obrar por él lo que hizo el centurión por su servidor: vino a mí para que el enfermo sanara con una de mis palabras. Le dije: Iré yo mismo, pues deseaba curarlo.

            Esto se me repitió dos veces. No quería mencionarlo a usted por temor de inclinarle a ello, y por haber sentido el día anterior algo de repugnancia que me retenía del deseo contrario al suyo. Escuché entonces: Esto no es por tu propio provecho. Le pedí mucho que inspirara a usted su voluntad, pues no haría yo sino lo que usted quisiera.

            Por la mañana, durante la oración, al meditar en mi Salvador hablando con Pilatos, escuché: Sabe, hija mía, que dije a Pilatos cuando él me interrogaba si yo era rey: ¿Dices esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mí? Lo soy, y para ello he venido a este mundo. Con esta palabra demostré mi autoridad, la cual manifesté con tal fuerza que Pilatos no pudo colocar otro título sobre la cruz, sino aquella que hizo escribir, porque yo lo quise así. Por ello dijo a los judíos que lo escrito estaba, no solamente por mí, sino por la voluntad divina.

            Hija mía, como yo soy rey del cielo y de la tierra, cuyo reino tengo en mi poder, deseo reinar en ti, y para ello he venido todos los días, en persona, al mundo de tu cuerpo y de tu espíritu.

            Ah, Padre mío, ¿Cuándo será que sólo este rey dominará en mí? Le pedí también que reine en usted, puesto que viene a usted todos los días. Después asistí a la eucaristía, en la que recibí una dulce impresión que me derritió de gozo interiormente. Mientras esperaba la santa comunión y estando a la santa mesa, comprendí que la Virgen ha hecho por mí lo que Rebeca por Jacob: Hija mía, muchos primogénitos carecen del bien que tú posees, aunque hagan obras más generosas y penosas que tú. Te he obtenido la bendición del Padre eterno a través del manjar que procede del divino amor y de los enemigos de mi Hijo, que lo persiguieron para prenderlo. Lo he ofrecido en banquete a su Padre, el cual lo encuentra sumamente delicioso. Estás revestida de él mismo, ah, qué vestidura. Aunque sé que tu voz es débil, a causa de las imperfecciones, el Padre no se fija tanto en ella cuanto en el hábito que vistes, que es el cordero inmaculado y su primer nacido. Este Padre no te maldecirá, pues su Hijo y tú no son sino uno y recibirán, por tanto, su bendición.

            ¡Oh, Dios! Mi querido Padre, sentí un gran consuelo después de comulgar, mientras usted decía su misa con más devoción que otras veces, lo cual redobló mi alegría. Estaba extasiada, pero me obligué a levantarme mientras usted leía el Evangelio, por pensar que era su deseo, según el cual seguiré siendo su obediente y única hija en Jesucristo. Janne Chesar

Carta 57. 

AL Reverendo Padre de Meaux, 1625.

            Del año 1625, en que salí de casa de mi padre.

            Algunos días antes de la fiesta del Santísimo Sacramento del altar, al consolarme mi dulce amor con sus favores durante la santa comunión, vi una Virgen, ignoro si era Nuestra Señora, que extendía su manto por debajo de sus costados yo estaba cubierta por él, así como una multitud de hermanas.            Vi también una religiosa que lloraba implorando el auxilio de Nuestro Señor para un asunto de vida religiosa.

            La víspera de la fecha mencionada, vi grandes coronas y diademas destinadas a las religiosas del futuro. El domingo siguiente, Nuestro Señor dijo a una persona: Di a Jeanne Chézard que escriba acerca de mi nombre. Durante la octava hubo días en que fui inflamada como sólo Dios lo sabe. El día de san Claudio, Nuestro Señor hizo una revelación a este respecto al P. Coton y a tres sacerdotes religiosos. Mi confesor me habló respecto a la ocupación de la casa donde habían vivido las Ursulinas, con objeto de prepararla para lo que se me había pedido desde hacía tanto tiempo. Me despedí de él, disculpándome a causa de mis numerosas ocupaciones, y aduciendo que estaba muy bien en casa de mi padre, pues en ella me sobraba tiempo para practicar mis devociones con paz y tranquilidad.

            Ese día por la mañana recibí grandes favores al comulgar. Por la tarde, después de vísperas, estando aún en la iglesia de san Esteban, mi compañera me dijo que era necesario, si deseábamos obedecer a Dios, iniciar la Congregación de su santo nombre. Yo no sentía inclinación alguna hacia ello. Esto fue causa de que, con un gesto de menosprecio, le dijera que todavía no podía hacerlo, pero que comenzara ella misma.

            A la primera palabra, me hizo ver, con una respuesta eficaz, que estaba resistiendo al Espíritu Santo, y que tomaría la iniciativa a pesar de sus limitaciones, porque tenía confianza en Dios. A pesar de todo, se puso a orar, yo me fui del lado contrario, con tanta eficacia, que obtuvo su petición, pues en sólo quince minutos Nuestro Señor me cambió, infundiéndome el temor de resistir a su santo Espíritu. Le pedí entonces luz para conocer su voluntad.

            Entonces mi dulce amor me rodeó de su luz y me hizo escuchar grandes maravillas, mientras derramaba yo abundantes y deliciosas lágrimas. Me reveló de qué manera había resuelto que esto se hiciera, y los grandes dones y favores que concedería a esta Orden religiosa; que, después del Santísimo Sacramento, ella sería el compendio y el memorial de sus prodigios, y figura de la Santísima Trinidad, de la humanidad del Salvador y de la Santísima Virgen, hasta en el estilo del hábito con el que deseaba revestirla. Pídeme, me dijo, y te daré como heredad las naciones, pues por la misericordia del Padre, el compasivo Señor Jesús será el camino y el término de esta obra.

Las cosas que escuché entonces fueron tan sublimes, que no las describiré aquí. Ese mismo día o la víspera vi una pradera en la que pacían corderos sin pastor. Con ello comprendí que Nuestro Señor deseaba que yo lo fuera. Creo recordar que me dijo: Apacienta mi rebaño. Al salir de la oración, comuniqué a mi compañera lo que había pasado, y que tenía el ánimo dispuesto a comenzar.

            En ese tiempo veía yo con frecuencia el dedo de la derecha de Dios, que se declaraba hacedor de esas cosas. Desde que di mi consentimiento, no puedo describir las caricias que mi dulce amor me concedía, ni hasta qué punto el divino fuego me acompañaba, o los éxtasis en que me arrebataba después de comulgar. El domingo, el lunes, y en especial el martes, estuve sumergida en un abismo de dulzura y el Espíritu Santo inspiró a una buena joven para que se uniese a nosotras. Fue así como el lunes por la tarde prometió en presencia de Dios que jamás se separaría de nosotras dos, siendo así la tercera en unírsenos. Prometió además que vendría muy pronto a la casa para comenzar.

            En cuanto a mí, no prometí entrar tan pronto como ellas dos, pues no deseaba faltar a la obediencia al Reverendo Padre Bartolomé Jacquinot, de la Compañía de Jesús, por haber recibido de él los más señalados privilegios que mi alma hubiera podido desear. Ahora bien, supe que este Padre había pasado por Toulouse a su regreso de París, para convocar la reunión regional de la que era Provincial. Se me dijo que había pasado a Lyon y ya no se encontraba ahí. Por esta razón dije que no podría entrar junto con esas jóvenes hasta que me llegara la respuesta, que en vista de los hechos tardaría unos tres meses. El domingo y la mañana del lunes 9 de junio, Nuestro Señor me concedió muchísimos favores, pero no los recuerdo bien.

            Por la tarde, estando en el examen, tuve una hermosa visión: vi la imagen de Nuestra Señora de Puy, la cual me dijo que me ayudaría. Me pareció que tenía un gran deseo de que hiciera un viaje a ese lugar junto con mis compañeras, pero la obediencia a mis superiores no me lo permitió. Si no fuera porque la santa obediencia vale más que el sacrificio, diría que esta negativa nos causó el disgusto de la joven que con tanta firmeza se ofreció a sí misma y nos dio su promesa, pues el plan estaba hecho para ir allá durante la fiesta de san Juan Bautista: esta muchacha no asistió al baile, y partió sin haber regresado hasta el presente. Así es el mundo de fuerte contra quienes se dejan atrapar por sus vanidades. Ahora bien, ignoro si yo preví que el impedimento de este viaje nos causaría una aflicción, y persistía en conseguirlo.

            Estando, pues, en el examen, tuve otra visión. Vi un inmenso globo solar que estaba en tierra. Este globo me parecía un abismo, pues su rayo era negro como cuando se ve el cuerpo del sol. Al decir rayo, no me explico bien, pues me parece que se trataba del centro del sol, porque no brillaba con diversos rayos, sino como una sustancia que era toda espesa, en la que nada podía verse. Ella misma se veía y se abarcaba. No podría yo explicar esto a menos que un pintor pintara la imagen del sol y pintara un círculo que rodeara el centro, sin que se vieran los rayos. Ahora bien, vi a este sol en cuyo seno debía encontrar protección, pues al día siguiente, martes, al recibir la santa comunión, comprendí que el alma que vive en este centro no puede ser lastimada por sus enemigos. En esa misma comunión vi lanzas de hierro, pero mi amor me dijo: Hija mía, los hierros no pueden herir al sol; él es tu fortaleza y se ha inclinado hasta la tierra. Lánzate en su seno, nadie puede acercarse a él. Todos los artefactos inventados por las criaturas no me causan miedo alguno.

            ¡Oh, Dios! Cuánto se fortalece ahí el alma sin combatir, pues duerme y se reanima en un reposo y contento indecibles. Ignoro si esta visión me reveló que entraría a ese lugar para compensar la prohibición que recibí de ir a Puy. Pero a pesar de sus esfuerzos, los enemigos de nuestro proyecto no pudieron turbarme. Esto se debió a que, en lugar de que las contradicciones me desanimaran, como en otras ocasiones, acrecentaron mi valor en esta empresa. Pero ¿qué digo? Ya no siento estas cosas: ni siquiera me rozan.

            Tengo muchas otras cosas que contar en la presente, pero carezco de tiempo para decirlas.

Carta 58.

 [julio 2 de 1625]. Al Reverendo Padre Coton, S.J

            ¡Toda gloria a ti, mi puro y santo Amor!

            Por ser tu deseo el que yo hable, diré lo que has revelado a aquélla que es menos que polvo y ceniza. Tu fuego, Dios mío, me ha consumido e iluminado de modo que he podido ver mi nada y la de toda criatura: Porque mi corazón está inflamado y mis entrañas conmovidas, y yo estoy reducida a la nada en tu presencia; he llegado a ser como un jumento ante ti, y estoy siempre contigo (Sal_72_21s).

            Es en verdad un gran favor el llevar tu carga y estar contigo. Has tomado mi mano derecha, me has conducido según tu voluntad y me has recibido en medio de tu gloria. ¿Qué puedo tener en el cielo o desear en la tierra si no es a ti? ¿Han desfallecido mi cuerpo y mi carne por estar tú en ellos, Dios mío, verdadero centro de mi ser y porción mía por la eternidad?

            Todos los que se alejan de ti perecen ¡oh soberano bien! Perderás a todos aquellos que forniquen de ti, porque salen de su ser, de su principio, de su medio y de su fin. No encuentran reposo por haberte abandonado. ¡Ah, qué bueno es para mí adherirme a ti, Dios mío, y poner toda mi esperanza en el Señor mi Dios, tu Hijo, mi esposo amadísimo, el cual desea que yo proclame tus maravillosas enseñanzas, desde las puertas de la hija de Sión, a las almas que me has enviado en la Iglesia, que es tu Jerusalén.

            No sabría expresar todas las inteligencias admirables que me concedes y que proceden de ti, mar inmenso. Yo las vuelvo a ti. Lo que diga de ellas será como pequeños brazos de este mar, los cuales no parecerían tan diminutos si no pudiesen portar grandes navíos, en los cuales quedará la estela de una sencilla visión en la que se podrá ver el rastro de tu Hijo, el hombre Dios, pasando por la Virgen sin lesionar su virginidad.

Me has mostrado además de qué manera subiste directamente hasta tu tabernáculo, que es el sol eternal, descubriéndome admirablemente cómo procedes de tu Padre por vía de generación eterna, recibiendo de él tu esencia sin dependencia, y que él te comunica lo que posee sin detrimento de su eminente plenitud.

            Me enseñaste cómo bajaste al seno de la Virgen a tomar tu presa y hacerte la nuestra, al apropiarte la sustancia purísima de María virgen. A su vez María te tomó, Verbo eterno, Dios de Dios, luz de luz, corona de virginidad. Como una serpiente, introdujiste tu cabeza en el corazón de María, encontrando en él un cuerpo que es verdaderamente tuyo.

            Dios es la cabeza de Cristo y Cristo lo es de la Iglesia, en especial de las vírgenes. El es su padre, su esposo y su hijo. El es el Verbo divino, cabeza de la humanidad que es su cuerpo, el cual nació de María en el tiempo, sin dejar rastro de mancha, sino una vía purísima que sólo puede ser vista por las bienaventuradas potencias del corazón, a las que modificas y purificas por medio de las aguas divinas que brotan de tu Padre y del rocío de la leche de tu madre.

            Me dijiste que yo me cuento en este número por pura bondad y misericordia tuya; que no lo pusiera en duda, y que entre miles y miles de testimonios de tu inmensa caridad, hay tres signos que son evidentes. En primer lugar, soy hija de tu Padre eterno, a quien puedo llamar mi papá, pues él se complace en sentarme sobre sus rodillas y acunarme en su seno, desbordando sobre mí un río de paz y acariciándome tiernísimamente de un modo inexpresable. El me da la confianza de lanzarme hacia él, abrazándolo con mis bracitos, para desaparecer felizmente en su pecho. Ahí me concede miles y miles de dulzuras para solazarme, pareciendo que no tiene otro quehacer sino recrearse conmigo, diciéndome: ¡Mira lo que significa ser papá de Juanuca! Un filósofo que jugaba con su hijito, al recibir las burlas de otro, le dijo que si fuera padre sabría lo que significa el amor a los hijos. En mí, querida hijita, reside toda paternidad en el cielo y en la tierra. Yo soy el padre de las misericordias y el Dios de todo consuelo. Eres bien consciente de mi paternidad por la confianza que tienes en mí y la que yo pongo en ti.

            Segundo signo ¿Deseas saber de qué manera eres esposa del Verbo Encarnado, y cómo darlo a conocer a las creaturas? Es cuando él participa contigo en todos los juegos que te gustan. ¿En qué se dio a conocer que Rebeca era esposa de Isaac? Cuando Abimelec, rey de los filisteos, se asomó a una ventana, vio a Isaac que hacía demostraciones de amor a su mujer Rebeca. Y habiéndole llamado, etc. (Gn_26_8s).

Todos aquellos que se fijen con atención en lo que el Verbo Encarnado hace contigo, reconocerán que él es tu esposo y tú su esposa. Que se asomen a la ventana, y lo verán deleitarse con su propio corazón todo en ti, y a ti toda en él.

            El tercer signo es que eres la pequeñuela lactante del Espíritu Santo, el cual te alimenta continuamente con el pecho de los reyes. El se te ha mostrado como una nodriza envolviendo en pañales a su bebita, arrullándola y adormeciéndola divinamente. Así lo has visto estando despierta o dormida. El se te ha mostrado como si se hubiera convertido, por así decir, en tu dama de compañía. ¿Qué más puede haber después de estas caricias acompañadas de miles y miles de besos y favores? No ha habido otras parecidas en el transcurso de los siglos.

            ¿Deseas saber cómo te ama María? Ella te concede todo lo que ponderó en su corazón que son las maravillas que aprendió de su mismo Hijo por medio del entendimiento que Dios quiso darle para conocerlas. Ella guardó silencio para que tú pudieras hablar.

            Habla, querida mía: has recibido una misión de la santa  Trinidad, tienes una misión del Verbo divino, tienes una misión de María, tienes una misión de todos los santos. Debes ser mi embajadora ante todas las naciones.

¡Oh Dios, que eres el único deseado de todas las gentes y el anhelo de los eternos collados!

 Carta 59.

 Mayo de 1628. A Monseñor Charles de Miron, Arzobispo de Lyon.

            ¡Jesús, María!

            Mi Reverendísimo Padre y muy ilustre Cardenal:

            Un humilde saludo en Nuestro Señor Jesucristo.

            No puedo decir a usted el anhelo y los deseos que he tenido desde hace mucho tiempo de poder hablar con usted y comunicarle las inspiraciones que Nuestro Señor me ha concedido desde hace seis años y medio, y cómo empezaron nueve años atrás.

            No tuve el atrevimiento de hablar con usted durante su última visita a Roanne, aunque tenía orden para ello; sentir temor es natural en las jóvenes. Sin embargo, es propio del Espíritu de Dios el hacerlas sobreponerse al temor mediante la caridad que infunde en sus corazones, otorgándoles el celo de su gloria y de la salvación del prójimo. A unas las llama a una Orden y a otras a otra; esta diversidad es el adorno de la túnica del esposo, y con la variedad de estos manjares se alegra el paladar de los hijos de Dios. El mismo Dios saborea estos frutos, que son para él manjar y bebida en la casa de nuestra madre la santa Iglesia.

            En ella se digna enseñar no sólo a los doctos, sino también a los ignorantes, sin desdeñar a las más pequeñas de sus hijas, y eligiendo nuestro frágil y delicado sexo para asentar sobre él el trono de su gloria y, mediante sus gracias, hacerlo aparecer más admirable aún ante sus creaturas.

            En verdad él será grandemente alabado al realizar, por mediación de la más pequeña e imperfecta de sus creaturas, lo que prometió y sigue prometiendo hacer, pues la miseria de ella es tan grande, que suele obstaculizar lo que él desearía hacer en ella siempre con su cooperación. Sin embargo, como las cosas corruptibles disminuyen constantemente, ella tiene la esperanza de que su naturaleza corrompida e inclinada al pecado decrecerá, y que la gracia hará su oficio sin tanta contrariedad u oposición.

            Es por tanto necesario, mi Reverendísimo Pastor, que una de sus ovejas declare ante usted lo que el espíritu del cordero divino le ha hecho concebir: hace ya 6 años le ha estado pidiendo, por la voz de su Madre, que restaure la casa abandonada por las ursulinas. Esto me sorprendió muchísimo y respondí con estas palabras: ¡Ah, Señora! no tengo medios suficientes ni el espíritu necesario para ocuparme de semejante cosa. Se me replicó lo siguiente: Aquél que hace maravillas se ocupará de todo. Ve a decirlo a esas personas. Se referían a mi confesor y a otra persona con quien no me sería posible hablar de momento.

            Pasado un tiempo me sentí desanimada y, al estar en oración, escuché: David tuvo muchos soldados que fueron tan valientes, que en cuanto se enteraron del deseo que tenía el Rey de beber del agua de la cisterna de Belén, se dirigieron allá pasando por en medio del ejército. ¿Carecerás tú del valor de darme de beber, o por lo menos lanzarte a ello? ¿No se te ocurre pensar que ofrezco a mi Padre tu tentativa como un sacrificio agradabilísimo?

            Nuestro Señor le había dicho, en otra ocasión, en la fiesta de su circuncisión: Pide como aguinaldo lo que desees; y después: A quien pregunte mi nombre: Jesús.

            Pasados algunos años, le afirmó: Tú serás mi portaestandarte. Y en otra ocasión le repitió que había una Orden masculina que llevaban su nombre, pero que era su voluntad que también hubiera mujeres con este privilegio.

            Así sucedió una y muchas veces. Esta persona ha escuchado muchas cosas de Nuestro Señor y, además, otras tres personas diferentes, bien fundamentadas, han recibido importantes revelaciones al respecto. Si desea usted enterarse, con gusto le informaré. Estoy segura de que no pondrá dificultades, lo mismo que la curia romana; espero más bien que todo se aprobará. Si usted nos hace el favor de ser el protector y fundador, Dios le concederá ver a su Orden religiosa establecida como la de Monseñor de Genéve.

            Deseo, ante todo, testimoniar mis inspiraciones a mi pastor y obispo. Si los religiosos de Mons. de Genéve llevan el nombre de María, Dios quiere que las de usted porten el de Jesús en estos últimos tiempos. ¡Ah!, si pudiese yo hablar solamente una hora, no dudo que usted apoyará el proyecto, puesto que se dirige a la mayor gloria de Dios, nuestra perfección y la enseñanza de las jóvenes.

            Me dirá usted que las religiosas de santa  Ursula se dedican a lo mismo que nosotras haríamos. Puede ser, pero si Dios desea que lo hagamos bajo otra insignia, y que su disciplinado ejército esté integrado por diversos batallones, logrará con ello hacerlo más vistoso y mejor organizado. Si él mismo desea tenerlo en su compañía como coronel, aunque toda la armada le pertenezca, lo hará si así lo desea. No deseará usted contradecir su voluntad; tampoco nuestro soberano pontífice, quien demuestra tanto celo por la gloria de Dios; usted tiene todo poder en Francia y en Italia. Si usted desea ocuparse e esta obra, la llevará a término, y recibirá por ello una gloria particular en el cielo.

            Si desea usted enterarse de las reglas y del fin de este instituto, también se las enviaré.

Carta 60.

 1° de agosto de 1628. Al Reverendo Padre Philippe de Meaux.

            ¡Viva Jesús!

            Muy Reverendo Padre: Philippe de Meaux.

            Que el amor del pequeño Jesús esté con usted, es mi muy humilde saludo.

            Como mi Todo ha echado fuera de mi corazón las molestas tristezas, puede ahora colmarlo de gozo y entregársele como vencedor, para hacerme experimentar las palabras del profeta: Los que confían en el Señor son como el monte Sión, que es inconmovible, estable para siempre. Qué bueno es el Dios de Israel para los de recto corazón. (Sal_125_1s) El valiente David continúa invitándome a la alegría: Exultad ante su rostro, pues es Padre de los huérfanos y tutor de las viudas (Sal_68_5).

            Por tanto, diré a usted que, después de haber sufrido esta larga y extraordinaria tristeza, escuché estas palabras: ¡No lo advertí: Conturbose mi alma por los carros de Aminadab! (Ct_6_12), las cuales eran para mí un enigma pues no osaba creer en la exposición o explicación que mis tristes pensamientos me producían, y aunque las tres divinas personas me llamaran a ir hacia ellas, y la humanidad de mi pequeño Jesús me apelara con los lazos de Adán para atraerme hacia él o para entrar en mí llevado por el fuerte vínculo de la caridad, no podía responderle otra cosa sino: ¿Por qué miráis a la Sulamita, como en una danza de dos coros? (Ct_7_1) Si mi amor se ha complacido al ser llamado así, Jesús me respondería: ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! (Ct_7_2) Cómo me complace el ver que tus afectos y tus pasos están rodeados y encerrados dentro del calzado de mi vocación! Sin embargo, este encierro tiene más extensión que toda la Idumea, hasta la que dije, por medio de David, que deseaba asentar mi pie. Yo, Jesús, quise tener piernas de mármol fundadas sobre bases de oro, es decir, quise asentar mi humanidad sobre el soporte de la divinidad, como base de oro que nadie, jamás, ha podido separar.

            De igual modo he formado, con mi mano artificial, la juntura de tus muslos, configurándolos como un collar al que ninguna persona puede hacer o deshacer sin tu consentimiento. Se trata de un verdadero collar de la orden de mi nobleza, por el cual debes plegarte a mi voluntad y resistir lo contrario.

            Que así sea, mi buen Jesús. Permíteme que ahora me refiera a tu Eliezer.

            Cuando Eliezer puso la mano bajo el muslo de Abraham, obró como si hubiera jurado delante de Dios que le sería fiel, conduciendo con seguridad a la virgen Rebeca hasta Isaac, su hijo. ¿Acaso el Padre eterno, que es el Gran Abraham, no ha elegido a usted para ser su Eliezer? ¿No le ha prometido usted, delante del Santísimo Sacramento, en la iglesia del colegio que sería fiel para conducir hasta él a la esposa de su hijo Isaac? Y el santísimo sacramento, ¿no es acaso el muslo del gran Abraham que es el Padre Eterno?

Es su generación eterna, puesto que este Isaac es el Verbo, y este Verbo tiene dos moradas desde que se hizo hombre. ¿No es él la espada que mencionó David diciendo: ¡Ciñe tu espada sobre el muslo, poderosísimo!? (Sal_45_4) La palabra de Dios, ¿no es una espada de dos filos que Jesús empuña cuando le place, para vencer a los enemigos y defender a los amigos?

            San Pablo tuvo mucha razón al decir: Todo lo puedo en Aquél que me conforta (Flp_4_13). Se dice que el apóstol, después de cumplir su misión, obró como Eliezer: condujo a las almas como si se tratara de castas esposas, ante Jesucristo, nuestro Isaac. Imite, pues, a san Pablo, ya que usted es uno de los suyos y está destinado a actuar como él. Además, usted me prometió ser una roca endurecida contra todas las olas y tempestades; y que, como él, Dios y usted harán más que todos los otros.

            No he dejado que se pierda ninguna de las palabras que el pastor me ha dirigido. Se dice que la oveja debe conocer la voz de su pastor así como él la conoce a ella, y que esto se aplica al soberano pastor, usted no duda que su oveja le ha hablado con toda sencillez. Pero yo, ¿qué voy a decirle? Se ha dicho a la oveja que su pastor ha cambiado de voz. No fue por tanto sin motivo que la pobre ovejuela, inspirada o mejor dicho, probada por el divino pastor, dirigiera su triste balido hacia el cielo: ¡No lo advertí! Conturbose mi alma, etc. (Ct_6_12).

            Por ello se vio obligada a pedir a usted una explicación, lo cual ha hecho en dos cartas. Pero Jesús no quiso que su pobre hija siguiera sumergida en estas tristezas desconocidas, ya que la pobrecilla no se atrevía a juzgar ni sus propios pensamientos. El Padre de las misericordias la condujo ayer, día del gran san Ignacio, hasta la iglesia del colegio, en la que, después de comulgar, se le advirtió que el Padre director había dado noticias bien novedosas: dijo que el pastor seguía a cargo, y que después de haber pasado a Tournon, había modificado sus pensamientos haciéndolos volverse hacia Rebeca, sabiendo bien que ella se había ofrecido a sacar agua no sólo para Eliezer, sino también para sus camellos.

            Como esto fue la verdadera señal de que ella estaba destinada a ser la esposa de Isaac, después de beber se le ofrecieron los brazaletes y los pendientes para las orejas. Estos significan que el esposo dice: Ponme por marca sobre tu brazo (Ct_8_6), después de haberse referido al corazón.

            El amor de Jesús es más fuerte que la muerte, y sus celos duran más que el infierno a partir del momento en que llama a un alma y la enciende con el fuego que vino a traer a la tierra. El trajo este amor, todo radiante y ardiente como lámpara de fuego y de llamas, con el cual transformó a mi padre san Ignacio en un ser de fuego.

            Ayer clamé hacia él cuando se me informó que su hijo deseaba hacerme cambiar. No me hablará él de todas las aguas del Rhône que llevaron al pastor hasta Tournon, ni de los ríos de contradicciones que se le han presentado. Tal vez se culpe a la pobre joven que desea convertirse, o a las jóvenes que han ofrecido su sustancia y subsistencia quiero decir sus constituciones, apoyándose en éstas y en las bulas de Roma.

            El valor de san Ignacio está en su hija, a causa del amor que le tiene en Jesús. Considerada como nada (Ct_8_7), hasta que la pobre pequeña tenga pechos. Ah, bien saben los ángeles lo que hará falta el día en que se hable con ella, pues el P. Gerin no le explicó lo que se le encomendó decirle de parte de usted, por habérsele respondido que ella no hará tal cosa, porque se piensa que no es voluntad de Dios.

            No se la cree tan voluble: hace ya mucho tiempo que se le habló de las religiosas de esta Orden, y que las de Puy se han referido a ella. Se piensa, en fin, de común acuerdo, que el pastor disimula para probar la fidelidad de la oveja y para comprobar la firmeza de su vocación.

            Sí, padre mío, llegará a serlo con la ayuda de Dios y pondrá su fe en el apóstol, quien dijo que cada uno debe permanecer en la vocación a la que ha sido llamado. También cree que usted lo hará, aunque llegara a pensar lo contrario de lo que usted dijo al Reverendo Padre superior, y que él repitió diciendo que usted se lo comunicó sin otra intención que constatar si la hija de Dios conserva siempre el valor de seguir las inspiraciones del espíritu inicial. Tal vez jamás volverá a fiarse de las creaturas, aunque confía en la fidelidad que el Creador les concede. Como también sabe que son libres para responder o no a las mociones de Dios, desconfía de ellas en todo incluyéndose ella misma no teniendo absoluta seguridad sino en Dios.

A él pide que lo bendiga y conduzca hasta el día de Aquélla que tuvo en su Creador la singular confianza para decir que era su sierva, y que se hiciera en ella según su palabra, para la que nada es imposible. Si él lo dice, lo cumple, como dijo usted durante la octava. El será escuchado de su Padre, y tendrá misericordia o piedad de quien es, en todo momento, toda suya en Jesús, nuestro todo. Janne Chesar

            Que el ángel del gran consejo se digne librarme de mis imperfecciones. Por favor responda Amén, y ruegue por mí. Sólo a usted sigo escribiendo cartas tan largas.

Carta 61.

 27 de octubre, 1628. A mi Reverendo Padre. El Padre Philippe de Meaux. Rector del colegio de Roanne.

            Bendito sea Nuestro Señor.

            Mi muy querido y Reverendo Padre: Sólo El y su santa  Madre deben ser su esperanza y la mía.

            Recuerde usted estas palabras: Convenía que el Cristo padeciera (Hb_2_10) para entrar en su gloria. Es necesario que usted sufra para llegar a ella, y padecer si desea ser miembro de su cabeza.

            Ya comuniqué a usted por carta dónde están mis relicarios. Fui advertida de su enfermedad algunos días antes de ir a Grenoble. Tuve, en sueños, la visión de un religioso postrado en cama. Me parecía estar inmóvil, pero también oraba a Dios. Más tarde, estando en Grisolles, mientras dormía por la noche, vi a su reverencia delante de un altar, como celebrando misa. De repente le fallaron las piernas y se le recostó en su cama, lo cual me hizo lanzar un grito. El domingo tal vez el lunes anterior, día en que usted se sintió mal, estando ya dormida, me pareció verlo en su habitación postrado en cama y que alguien llevaba hasta ahí al augustísimo Sacramento. Todas estas cosas me fueron reveladas mientras dormía.

            No he tenido confidencia alguna respecto a su muerte. El día de hoy, mientras oraba ante mi dulce esposo con mayor insistencia que los días anteriores de esta semana, vi un fuerte por tierra. No sabía si con ello se me mostraba que el ardor de mi aflicción, o el Espíritu Santo, me incitaban a orar por su reverencia, haciendo que el fuerte se levantara en presencia de Su Majestad.

            Estaba llena de gran esperanza y lo sigo estando, pero es necesario que su resignación lleve a usted a obtener de Dios lo que Abraham logró. Ofrézcase en holocausto, en caso de que Dios así lo quiera. Desearía ser el carnero que murió, muriendo a mí misma por usted, pero puedo afirmarle que me encuentro rodeada de dolorosas espinas.

            Estando afligida y llorosa por su reverencia, escuché: ¡Pero si él te ha mortificado y afligido tanto! Ha sido por mi bien, y con el gran deseo que tenía él de mi perfección y de hacerme llegar a la santidad de la que ¡ay! estoy tan lejos. Tenía esperanza de llegar a ella por el camino que Dios le inspiraría para conducirme.

            Dios mío, recuerda las palabras: Y vuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn_16_20). Toma la mía y apártala de tus fuertes, o bien Mi rostro está inflamado, etc. (Jb_16_16) Mi dolor está siempre ante mí.

            ¡Ah, mi buen Padre! tenga valor y paciencia a fin de obtener rosas de buen ejemplo de las espinas de sus dolores. Entréguese al dulce Jesús, nuestro amor. Yo, como si fuera sordo, no oigo (Sal_38_13). Y en sus sufrimientos, Alegraos, otra vez os digo: alegraos siempre en Nuestro Señor. (Flp_4_4s) Que su modesta paciencia enseñe y revista de virtud a todos sus hijos, y consuele al menos a su única hija.

            Es ella quien pide y pedirá para usted con un corazón filial, mostrándole que lo que Dios ha unido en su amor por medio de su gracia, no lo separarán las creaturas. Estos lazos son más fuertes que la muerte; y sólo serán reforzados en la vida eterna cuando él nos lleve a ella.

            Encomendándome a su paciencia, quedo de usted, mi muy querido y Reverendo Padre, su única hija en Jesús. Janne Chesar

Carta 62.

 París, 10 de septiembre, 1629. Al Padre Jean Chabanier.

            Que el amor de Jesús sea con usted, es mi muy humilde saludo.

Me he enterado, por la carta que se dignó escribirme, que junto con los dos sobres que se perdieron se extravió otra que usted mencionó, y que no he recibido. No puedo dejar de agradecerle la solicitud que demuestra hacia aquella que es tan indigna de sus cuidados y de todas sus bondades.

            Espero que aquél que le concede esta voluntad de hacernos tanto bien no se quedará atrás y recompensará a usted con sus gracias en este mundo y su gloria en el otro, y que dirá a usted junto con todos los que se salvarán: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber (Mt_25_34s).

            Yo sé que su caritativa humildad responderá como los buenos: ¿Señor, cuándo te vimos hambriento, etc.?, y este amable remunerador le responderá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt_25_40).

            Ignoro a qué religiosas se refiere la bula de la que usted me habla. Todos aquellos que hablan bien de mí lo hacer por caridad, ocultando así mis imperfecciones. Los que hablan de modo contrario lo hacen por justicia, pues no pueden disimular la verdad.

            Que nuestro Señor dé a todos su bendición, e inflame a usted siempre de su puro amor. Es lo que desea para usted aquella que es, con todo su corazón, su muy humilde servidora en Jesús.

Janne Chesar de Matel

            Mi hermana deseaba besar a usted la mano y agradecerle el acordarse de ella. Se encomienda a sus celebraciones del santo sacrificio, lo mismo que yo. Sería superfluo encomendarle a nuestras hermanas, puesto que su caridad las hace tan queridas a su corazón.

 Carta 63. 

París, junio o julio de 1630. A sor Catherine Fleurin.

            Viva Jesús. Mi muy querida hermana, Catherine Fleurin.

Su divino amor mediante un muy afectuoso saludo. Sus cartas se han rezagado unos trece o catorce días sin haberme sido entregadas, lo cual me parece mucho tiempo. Apenas por la tarde recibí su paquete y su carta fechada el 27 de junio, día del Reverendo Padre Luis de Gonzaga, antiguamente víspera de la fiesta de san Juan Bautista, y mismo día en que tomó la pluma para informarme de la muerte de aquel que, en Nuestro Señor, me amaba más que a su propia vida mediante una caridad más divina que humana.

            El Sr. de Ville se tomó la molestia de venir a verme. Después de conversar un poco, y temiendo contristarme por las noticias que había recibido de Lyon, me dijo: Usted tenía afecto hacia el Señor Conde de Vichy. Al instante me di cuenta de lo que me quería decir. Le respondí: Sí, señor, usted viene a decirme que ha muerto. El asintió y me dijo: Murió el lunes pasado, día 27 de este mes.

            Mi querida Hermana, no puedo expresarle cuánto afecto sentía y sigo sintiendo hacia ese joven, digno de ser amado por los ángeles y los bienaventurados, debido a las virtudes que el Santo de los santos había concedido a su hermosa alma, la cual ha querido coronar. Más bien puedo decirle que no he podido sentir tristeza alguna ni derramar una sola lágrima por lo sucedido. Puedo asegurarle que era la persona que más honraba y quería yo, y de la que esperaba más ayuda de entre todos aquellos que están en el mundo. Pero esto sucedió por voluntad divina, que hace bien todas las cosas.

            Me guardo de quejarme pues mi lamento sería injusto, viendo cuán admirable se ha mostrado al no privarme del gozo que muchos desconocen en la natividad de san Juan, y al fortalecerme de suerte que no he podido resentir mi pérdida tanto en la parte inferior como en la superior. Me asombraba de mí misma, y tenía razón, pues carezco de la virtud de la indiferencia o de la resignación, lo cual experimento en muchas cosas pequeñas. ¿Cómo no pude sentir lo mismo en esta pena tan grande? El que me dio a este querido hermano me lo quitó; bendito sea su santo nombre, el cual es suficiente para los que le aman, y muy avaro es quien no encuentra su hartura en Dios.

            No digo esto porque me considere una de esas hermosas almas que manifiestan que fuera de Dios todo es nada para ellas; estoy demasiado colmada de amor propio; más bien aseguraría que todo lo que no es amor propio me parece sin valor. En esto consiste mi perfecta imperfección: Dios les hace un gran bien, que todas ignoran por caritativa humildad: librarlas por algún tiempo del mal ejemplo que les daría si, cediendo a sus deseos y a los míos, me hiciera El ir prontamente a Lyon.

            Mi querida hermana, si la Hna. Vallier hablara con la verdad, les diría estas palabras: Mis queridas hermanas, ¿desean ustedes estar en compañía de aquella que no merece nombre alguno? Pregunta usted: Madre nuestra, ¿puede usted beber el cáliz que yo bebo viviendo junto con ella? No dudo que en su celo respondan todas a una: ¡Podemos!; tanto aman la cruz todas estas buenas hijas. Pero esta bondad no es suficiente para ser perfectas. Es necesario ser mejores y además, nunca pensar haber alcanzado la cima de la perfección, lo cual sólo sucede cuando el alma llega al cielo empíreo, donde el amor es perfecto y el pecado ha sido desterrado.

Mi buena hermana, le ruego ponga toda su esperanza en Dios solo, sin descuidar las causas segundas, pero tomando siempre a Dios como el primer móvil, centro y término de todos nuestros planes. Que El sea nuestro amor y nuestro todo; fuera de El todo apego no es sino vanidad y aflicción de espíritu. Lleve con alegría y paciencia la carga que, más que yo, El mismo le ha impuesto; yo la llevo en espíritu, y estoy frecuentemente con ustedes.

Las abrazo con un cariño que no puedo expresar. No merezco el nombre de madre, pues no soy sino una niña a causa de mis imperfecciones y debilidades; sin embargo, poseo el amor de madre junto con una íntima compasión.

            El Sr. Chabanier me es tan querido, que si no les fuera absolutamente necesario, abusaría de su bondad, llevada de mi deseo de pedirle que haga un viaje a París. Sin embargo, sé que ama a Dios y yo debo hacer lo mismo, porque el verdadero amor no permite al ser que ama permanecer en sí ni en su voluntad; vive en el ser a quien ama, cumpliendo todas sus voluntades. Esta es la razón por la cual este Dios de amor manda que estemos separadas corporalmente por algún tiempo, que tal vez no sea tan largo como las personas quieren hacerles creer. Sólo les hago una súplica por el amor de Dios, que nos lo manda: oren y hagan orar con fervor, y ámense las unas a las otras en una santa unión. Yo, a quien llaman ustedes madre, se los recomiendo de corazón, en el cual atesoro a las cinco en honor de las cinco llagas del amable Salvador, así como a nuestras once pensionistas.

            Insistimos tanto como nos es posible para obtener nuestras bulas; se nos informa que el retardo se debe a que al mismo tiempo se han presentado a Roma solicitudes idénticas o parecidas. Lo que nos ha causado un gran contratiempo, es lo que han hecho ustedes por mediación del Reverendo Padre Ireneo, aunque no sepamos cómo van las cosas. Vean, por tanto, si en lugar de progresar esto nos ha hecho retroceder y complicarnos; sería un milagro que lo lograran del modo como han tratado de obtenerlo. ¡Oh Dios! si a pesar del favor de que gozamos y de tantas personas influyentes que nos ayudan, tenemos tantos temores e impedimentos ¿qué piensa hacer el P. Ireneo? Se nos informó que, además de nuestras contribuciones, necesitaremos mil libras más.

            Tenemos mucha necesidad de rogar a Dios por la Sra. de la Rocheguyon. Esta joven dama ha sido una gran providencia, a pesar de que todos pensaban nos retiraría su ayuda. Pero he esperado y sigo esperando en Dios que cumplirá lo que siempre me ha prometido. Nos ayuda para nuestros alimentos, a espaldas de su tía, a quien no ha pedido su parecer. Dice que nos ayuda de su peculio y que más tarde, cuando hayamos obtenido nuestras bulas, contribuirá con sus propios medios. Esto no se debe a que su tía, la Sra. de Longueville no sea caritativa en extremo, sino a que es la fundadora de las Carmelitas en Francia y ha establecido, además, un convento de Ursulinas.

            Digan a la Señorita Bufout que soy su muy humilde servidora; que si ya hubiéramos terminado nuestros asuntos, iría yo a Lyon, donde sería muy bien recibida, y su petición atendida.

            Saluden al P. Brunet; estamos también muy obligadas con el P. Morin. No les puedo dar idea del interés que ha desplegado este buen padre para hacer progresar nuestro asunto. Oren a Dios por él.

            Cuídense mucho de decir que pretendemos el título del Santísimo Sacramento.             Ya les he dicho que el gran ruido que ha provocado nuestro proyecto ha sido la causa de tantas cruces y oposiciones que se nos han hecho. No presionen a su banquero para que haga tratos con Roma; no ganarían nada con ello, y sí nos traería más impedimentos. Nos hace temblar el que se descubra que esta petición también sea de mi parte, a causa de las constituciones y de la Concepción de Nuestra Señora que pedimos en nuestra última solicitud, donde se me nombra, así como en los testimonios. Por esto se darán cuenta de mi temor de que se afirme que hemos obrado con astucia, lo cual es falso, pues no deseo otra cosa sino seguir avanzando limpiamente. El buen P. Ireneo nos ha causado esto, aunque con buena intención; no dejamos de estarle agradecidas. Ténganlo siempre por amigo, yo lo respeto y lo quiero de corazón; guárdense de demostrarle lo contrario.

            No tuve problema para albergar a la Sra. de Beauregard en la casa que Madame nos había rentado, pero ya no estamos en ella. Era demasiado grande para dos señoritas y dos pobres mujeres que vivían en ella para servirnos a cambio de su alojamiento. Salimos de ahí desde el día de la Visitación de Nuestra Señora, para vivir en casa de la Sra. de Longueville, que está alejada de la puerta de la…; pero hay peligro de que contraiga matrimonio y no nos proporcione el donativo de mil libras de renta que nos prometió. No mencione lo que le envíe de hoy en adelante sino al Sr. Chabanier.

Carta 64. 

1634. Al padre Joseph Gibalin

            Mi muy querido Padre en Jesús:

            Mil buenos días en el corazón de mi divino amor. Usted sabe bien que el Dios de Israel es bueno para los rectos de corazón.

            Quiero decir a usted que tengo razón para alabar a esta divina bondad, por manifestar el exceso de su puro amor sobre aquellos que tienen pensamientos disipados, y que dispersan las potencias del alma con extravagancias indecibles, encadenando un corazón que está destinado a gozar de la libertad del divino amor, el cual está en guardia sobre este corazón con todo su ejército, que está compuesto de todas sus criaturas.

El siempre triunfa sobre todos sus enemigos, concediendo la victoria a este corazón al que tanto quiere; coronándolo de gloria y honor, entregándole el cetro del poder y haciéndose su carro triunfante, que va tirado no solamente por todos sus súbditos, sino que es llevado sobre las alas de los vientos. El Espíritu Santo es el principio que produce los vientos en la tierra, y parece desear conceder a Jeanne lo que recibe del Padre y del Hijo de una manera admirable, pacificándola en medio de estos ejércitos bien ordenados que le alaban por las maravillas que ha obrado en ella (Ct_7_1).

            ¡Oh hija de príncipe! ¡Qué bellos son tus pasos en tu calzado! (Ct_7_1) Las demás caminan descalzas con peligro de lastimarse; pero tú, hija adoptada del Rey de reyes, acariciada por él como hija suya; tú vas calzada y hasta guardada en su corazón, que encierra todos tus afectos. Como favor inefable, él mismo te lleva y te hace volar desde su seno, hasta el de su Padre. El es el ángel del gran consejo, que quiso tener el cometido de guardarte en todos tus caminos y de llevarte en sus manos, por temor a que seas herida al caer sobre la piedra de la desconfianza y la dureza de corazón. Caminarás sobre el áspid y la víbora; tocarás al león rugiente y al dragón devorador, haciéndolo reventar de despecho. La libraré porque esperó en mí. La protegeré porque invocó mi nombre (Sal_90_11s).

            Jeanne está creada por mí, yo mismo la hice; estoy con ella en sus aflicciones, de las cuales la libraré y la libro para glorificarla. La ensalzaré por la gracia en esta vida momentánea para colmarla de felicidad mientras duren los tiempos eternos. Ahí le manifestaré a mi salvación, y cómo yo mismo he querido salvarla. ¡Ah, querida mía! cómo te beneficia, en tu peregrinar considerarme como un gigante salido del seno de mi Padre para venir hacia ti en gozo de esperanza. Crece, a tu vez, como un gigante y despréndete de todo como una esposa que va calzada de su esposo, y que se estremece en el seno paterno. Vuela con fuerza hasta el regazo en el que encontrarás tu tabernáculo, que es el sol de justicia y la sabiduría eterna; todos los espíritus elevados son iluminados y aun absorbidos por él.

            Aguilucho del corazón divino, contempla intensa y fijamente a este divino sol. Esposa queridísima, tu esposo lleva sobre sus vestiduras su santa humanidad y sobre su muslo su divinidad. El es Rey de reyes y Señor de Señores. Es este fiel y verdadero Verbo del Padre quien va coronado de virginidad y acompañado de toda su caballería virginal revestida de pureza para rodear el lecho de la amada que es su esposa (Ct_3_7s), la cual vela al reposar y descansa al remontar el vuelo.

            ¡Oh, maravilla de amor! ¡La esposa del Verbo Encarnado es admirablemente transformada por este amor, y es como configurada con él! Las junturas de tus muslos son como goznes labrados de mano maestra (Ct_7_1). Así como el esposo lleva sobre el muslo el signo de su realeza, así se realiza la obra inefable de la juntura y unión de esta esposa con él, por obra de la mano artífice del Espíritu Santo y en suma, de las tres divinas personas, que operan comúnmente hacia afuera. El Verbo divino es el esposo que, en medio de los hombres, vivifica su obra, quedándose él mismo para darles su propia vida.

            ¡Ah! cuán hermosa eres con ese collar de la orden supraceleste, en el que la mano del artista se ha grabado a sí misma. El Espíritu Santo mora en ella para demostrar que así obra el amor, y que la visión de esta unión es más bella y pura que el cuello de una casta esposa, aunque esté rodeado de piedras preciosas y el cual tampoco puede compararse a los muslos de la divina esposa, toda virgen, en sus divinos desposorios.

            Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta el vino. Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado (Ct_7_3). El ombligo debe entenderse así: el interior de tu corazón es un cáliz, todo redondo, formado con el propósito de recibir la afluencia divina de las manos del esposo, que lo torneó. Este ciborio te pertenece, y a él se acerca a beber el néctar que él mismo produce en su concavidad, y que vierte según su voluntad sobre quienes le place. El es la fuente divina, fuerte y viviente, y es su deseo estar en ella como un pequeño bebé. Su amor se complace en obrar metamorfosis increíbles, haciéndose todo para ganar y poseer por completo a Jeanne.

            El es el trigo de los elegidos. Tú eres su granero. Este divino José ha almacenado en ti gracias que te sería imposible enumerar; gracias rodeadas de blancas y purísimas azucenas. Sus dos naturalezas son dos pechos con los que te alegra y te alimenta. El es su placer y su vida; te desea como dos pequeños cervatillos a quienes él ha engendrado, y quiere estar en ti como dos mellizos de gacela para que des a luz el amor a Dios y el amor al prójimo; la vida activa y la vida contemplativa.

            Tu cuello es como una torre de marfil. Su corazón es también de marfil y lo derrama por tu nuca, con el deseo de que tu cuello vierta en su corazón su mismo don. Entrégale con pureza lo que se te da con tanta pureza. Sus ojos destilan gotas de perla, o fluyen como dos pequeñas piscinas que arrebatan su espíritu amoroso y atraen a toda la multitud de los elegidos a su alabanza, y a obtener nuevos favores, ya que el placer del divino rey consiste en el bien general de todos sus hijos.

            Tu nariz es como la torre del Líbano, la cual mira hacia Damasco. Tu prudencia juiciosa ha discernido claramente lo que debes hacer y lo que debes desechar, oponiéndote a los enemigos, es decir, a la carne y a la sangre que se oponen al Espíritu divino.

            Tu cabeza es como el Carmelo, donde el Verbo Encarnado manifiesta su gloria.             El es tu corona. El hace brotar de tu cabeza pensamientos divinos empurpurados por su sangre, los cuales lo atraen a ti más y más. El construye en ella acequias que están unidas a su púrpura: su sagrada humanidad, la cual fue destrozada por los poderosos, y sus poros abiertos en el jardín de los olivos por la fuerza del dolor. Ahora se dilatan por el exceso o la presión de la dulzura. Todos sus cabellos están entrelazados y unidos fuertemente como canales que llevan las gracias a las almas.       Considera, hija mía, si puedes contar estos cabellos y proclamar todos los favores que mi bondad te concede. Es como echar raíces en el primero de todos los elegidos, Jesucristo, (podría yo extenderme...) ¡Qué bella eres, qué encantadora, oh amor, oh delicias! (Ct_7_7).

            ¡Ah, qué hermosa eres, amada mía, encantadora y bien adornada! Cómo me complaces en tu contentamiento; tú haces mis delicias. Sales victoriosa de todas las dificultades. Triunfas sobre las criaturas y aun de tu bien amado, que es, en forma mística, vencedor tuyo y que está como bajo tus pies, considerándote la palmera elevada y recta. Tus pechos son semejantes a racimos de uvas.

            Me siento desfallecer a la vista de su hermosura. Pero lo que me reconforta es este vino que brota de sus pechos, el cual me fortifica y me provoca el deseo de levantarme y subir como un bebé al seno de mi bien amada, pues cuento como mías sus victorias. Recogeré los frutos de esta palmera en ella misma. Cosecharé o cortaré este racimo sin hacerlo sufrir. Me apretaré sobre tu boca y recibiré el aroma de esta viña que se evapora por tus labios. Beberé de tus mismos labios. El vino que está en tu pecho, que hace suave tu paladar, será bebido por mí, con mis labios, y lo retendré en mi boca para saborear su bondad. Por su medio cantaré alabanzas a mi Padre eterno, que es mi amigo y que siempre está conmigo. El te ama porque tú me amas. Repite estas palabras: Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo. ¡Oh, ven, amado mío, salgamos al campo! Pasaremos la noche en las aldeas (Ct_7_11s).

            Ven, queridísimo mío. Sácame de la ruidosa ciudad, pues lo que no eres tú me parece sólo estiércol. Todo lo estimo así con tal de adquirir a Jesucristo.   Salgamos al campo espacioso que es el seno inmenso de tu Padre; que yo muera a todo para vivir en él contigo. Moremos en las aldeas de tu humanidad, ahora en un lugar, ahora en otro. Si es de tu agrado que sirva yo al prójimo, vierte en mí el aceite de tu gracia. Seré tu cristófora. No tendrás que encaminarme, fuente de gracia, pues al vivir en mí, tú mismo irás al encuentro de las almas.

            Levantémonos de mañana y salgamos a las viñas. Veamos primeramente si el huerto está en flor, y si las flores harán esperar frutos de virtudes sólidas; si los granados también florecen con tu gracia. Todo esto es posible viniendo tú en mi ayuda al llegar la aurora, morando en medio de mi corazón, siendo mi meta y mi fin. Al contemplarte para siempre, seré auxiliada por la dulzura de tu divino rostro. Si deseas ser un bebé acariciador, apriétate contra mi seno en los lugares apartados de los tumultos populares; en ellos te daré mi leche con toda libertad. Las mandrágoras han exhalado su fragancia. Todo lo que ha sido creado en el cielo y en la tierra te pertenece, oh amado mío. He reservado para ti todas las cosas antiguas y nuevas.

            ¿Quién me dará, o hermano mío, Verbo Encarnado que mamas a los pechos de mi madre la Virgen, que te encuentre a ti solo, lejos de todo cuidado y de todas las personas cuya presencia puede distraer la atención que te debo, y causarme el temor de escandalizarlas al ver las intimidades que tu bondad permite a la confianza que me has concedido? Estaría fuera de la vista de las criaturas si me condujeras junto contigo hasta el seno de tu Padre. Sin embargo, estando en ti estoy en tu Padre, porque tu estás en él y le pediste que los que te dio estuvieran contigo en el gozo de tu claridad y de tu amor, por el cual deseas que todos seamos uno.

            Esta es la clarificación admirable que deseas obrar con los elegidos en tu Padre, a fin de que lo que era antes de la creación del mundo, siga siendo en el presente y cuando el mundo se acabe. En tu principio, pondré mi fin y mi entorno.

            Esto es lo que deseo, Padre mío, y que todos los míos estén donde yo esté

Carta 65. 

Lyon, 11 de julio, 1635. A la Señorita María Poulaillon. Superiora de las Hijas de la Providencia de París.

            Señorita:

            Le envío, como humildísimo saludo, la amorosa caridad del Verbo Encarnado, nuestro amor.

            La caridad urgía el corazón amoroso del gran san Pablo a procurar la salvación de las almas rescatadas por la muerte de este divino Salvador; con celo infatigable se hacía todo para todos, para ganarlos a todos hasta el punto de desear convertirse en anatema por la salvación de sus hermanos.

Mi querida señorita, esta misma caridad es la que impulsa su celo para contribuir con toda su solicitud, en la medida en que su estado de salud lo permite, hacia el mismo fin, engendrando a Jesucristo en las personas que ha reunido en su Congregación.

            Adoro el poder que me ha concedido hijas llenas de buena voluntad para trabajar en ello bajo sus órdenes, y que la Hermana Claudia Bernard, a quien le envío a cambio de las dos que he retirado, permanecerá fiel junto con sus otras dos compañeras, nuestras hermanas Catalina Fleurin y Catalina Obert. Aunque su espíritu es bueno y su celo ardiente, su cuerpo se ha debilitado.      Su delicada complexión y sus 52 años de edad la dispensarán en justicia de trabajos pesados. Podrá usted disponer de ella con la caritativa prudencia y la dulzura que le son características.

            Puedo asegurarle que va allá por hacer la voluntad de Dios, a pesar de la mortificación que pueda sentir de apartarse del lado de aquella a quien ama sin que ella lo merezca. Así considera ella la persona de su muy humilde servidora. Jeanne de Matel

Carta 66. 

16 de marzo, 1639. Al religioso Tournillon, de los Padres de la Misión

            Señor e hijo muy amado:

            Jesús, el amor de los ángeles y de los hombres, sea por siempre bendito por las llamas que enciende en los corazones de todos los hijos de la Misión.

            Tuve una singular edificación durante las pláticas del Sr. de Gautheri y del Sr. de Chatel; la alegría del primero y la humildad del segundo me satisficieron plenamente, al constatar cómo el espíritu de este Divino Salvador les va perfeccionando.

            El Sr. Datier, su muy querido padre superior puede muy bien decir con Moisés: El Señor reinará eternamente y para siempre (Ex_15_18). Veo que se cumple en la Misión el deseo del Rey Profeta: Mis ojos, en los fieles de la tierra, por que vivan conmigo; el que anda por el camino de la perfección será mi servidor (Sal_101_6).

            Esta fidelidad en la tierra pone al alma en el seno del Padre Celestial, y la hace avanzar con inocencia en el camino. Esto es servir al Verbo Encarnado, y servirle es reinar. Sean pues como reyes; caminen en el esplendor de su rostro, y ruéguenle todos por aquella que les ama como a la niña de sus ojos, y que sigue siendo, Señor, en el corazón de Jesús, su afma. Jeanne de Matel

Carta 67. 

Marzo de 1639. El Sr. de Matel, su tío.

            Señor y querido tío:

            Que el gran san José sea nuestro protector espiritual y corporal, y le conceda crecer al máximo delante de Dios y de los hombres, es mi humilde y afectuoso saludo.

            Hace tiempo que deseo tener el honor de verlo. El Sr. Cura de Roanne me hizo el favor de venir él mismo, y me prometió pedir a usted de mi parte que hicieran juntos este corto viaje. Le dije que empleara toda su elocuencia para persuadirlo. Si pudiera dejar la Congregación, me sería una honra pasar a saludarle.

            Todas nuestras hermanas y pensionistas envían a usted sus muy humildes saludos, y se encomiendan a sus santas oraciones como lo hace aquella que es cordialmente, mi querido tío, su afma.

Jeanne de Matel

Carta 68. 

20 de marzo, 1639. Al Padre Gautheri, de la Congregación de la Misión.

            Señor:

            Un saludo muy afectuoso en el Corazón del Verbo Encarnado, quien al presente vierte lágrimas de amor para acompañar las de su amigo que llora la muerte de su hermano. Si nuestros corazones fueran rociados por ellas, producirían frutos de vida eterna.

            Me parece escuchar la carta que ha escrito al Sr. C. Soy hija de once horas; espero el mediodía de la gloria para ver dónde se apacienta y dónde reposa el único bien amado de los corazones bondadosos, al cual escucho amorosamente, y agradezco con humildad las bendiciones que derrama sobre la Iglesia por medio de los hijos de la Misión, que son los hijos de mi corazón. El es, por su bondad, el esposo de su sierva. Si él dispone que sea la madre de ellos, ella no se opondrá pues, ante todo y sobre todo, quiere hacer la santa voluntad de su divino Padre, al cual ha ofrecido las comuniones que se pidieron por los pobres y por la Misión.

            Ella saluda al Sr. Autrer y le dirige las palabras de Isaías: Tus hijos vienen de lejos y tus hijas son llevadas en brazos (Is_60_4). Los Sres. Begue, Chateauneuf, Tournillon y Lafond, todos ellos de la Misión, verán aquí mis muy afectuosos saludos, suplicando la ayuda de sus sacrificios por mi conversión, y la participación en sus fervientes oraciones. Estoy segura de obtener lo que pido, puesto que la caridad los apremia, así como a usted, a desearme el bien, lo mismo que a todas mis hijas, sus hermanas, quienes les dirigen la misma súplica, al mismo tiempo que les saludan cordialmente, como lo hace la que es, Señor, su afma. Jeanne de Matel

Carta 69. 

21 de abril, 1639. A Monseñor el obispo de Nîmes.

            Monseñor:

            Un saludo muy cordial al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, quienes han derramado su divina caridad en sus entrañas, para asistir a las esposas del Salvador, dándoles nuevo ánimo para tender a la perfección.

            Sabiendo que su bondad paternal gusta de estos oficios de caridad, me apresuro, con filial confianza, a suplicarle recomiende sus buenas religiosas a Mons. de Lodéve, en especial a la que es de Roanne, hija del Sr. Falconnet, médico tan digno de alabanza por su bondad como por su ciencia, hacia quien me siento muy agradecida por haberme curado, después de Dios, y estando aún en casa de mi padre, de seis enfermedades tan graves que se temió por mi vida.

            Le digo esto porque sé bien que su piadoso celo le lleva a tomar mis intereses como propios, y que no haría falta ser mi reverendo padre, para no sentir todo lo que afecta su corazón paternal, en el cual se ha dignado alojarme para el tiempo y la eternidad. Si lo dudara, me sentiría culpable, y como castigo tendría usted el derecho de privarme del privilegio que ambiciono sobre todos los demás: ser eternamente, Monseñor, su afma. Jeanne de Matel

Carta 70.

 22 de abril, 1639. A la Señora marquesa de Vedene.

            Señora:

            El ofrecimiento que usted bondadosamente me hizo cuando se dignó honrarme con sus visitas, de emplear su influencia para el florecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, me da el atrevimiento y la confianza de suplicarle muy humildemente que interponga su asistencia en favor nuestro, y acepte que el Reverendo Padre Guesnay, rector del Colegio de Avignon, le proponga sus ideas dialogando con usted, señora, acerca de los trámites que hay que hacer para el establecimiento en Aviñón.

            He rogado a la Sra. Orlandin, sobrina suya, le recomiende este asunto. Es una obra de su piedad, la cual se complace en todo lo que acrecienta la gloria de Dios, que engrandece a usted en la tierra y la engrandecerá todavía más en el cielo.

            Señora, es la súplica que le hago como su afma. Jeanne de Matel

Carta 71.

 23 de abril, 1639. AL Reverendo Padre Gabriel Roux, S.J

            Muy Reverendo Padre:

            Un saludo en el Corazón del Verbo Encarnado, quien muy pronto se irá sobre todos los cielos.

            Como él amó tanto las montañas, sobre las que inició y terminó sus sermones, no me sorprende el que desee usted imitarlo. ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio de la paz; como se centran todos sus afectos en manifestar a los demás las claridades de aquel que es hermoso por esencia y por excelencia, y muy digno de ser amado!

            Que crezca millares de miríadas; no se quede en algo atrás de los demás apóstoles; todo lo puede en aquel que lo conforta. Supe por su padre rector que la gracia de Dios no ha sido estéril en usted, y que con ella gana los corazones y con su celo, enciende en ellos el fuego de la caridad divina, que se sirve de usted como de un digno instrumento, puesto que la caridad de Jesucristo le apremia a estimar su muerte, que es la prueba de su amor.

            Es en él que todas nuestras hermanas le saludan, así como aquella que quiere ser, en el tiempo y en la eternidad, cordialmente suya,

            Mi muy Reverendo Padre. Jeanne de Matel

 Carta 72. 

28 de abril, 1639. Al Cardenal de Lyon

            Monseñor:

            Hace ya varios años que esperamos en silencio. El justo y divino Job, espejo de paciencia, oprimido y humillado por grandes aflicciones, tuvo la osadía de quejarse a Dios de Dios mismo, diciéndole: Te me has vuelto cruel. Sin embargo, a pesar de todos esos lamentos, la Escritura nos asegura que Job jamás pecó. Monseñor, pido a su Eminencia permiso para quejarnos de usted mismo, llenas de filial confianza porque sabemos que tiene un corazón de cera, que se ablanda y se derrite en cuanto se entera de la menor aflicción de los suyos.

            Ese corazón ha sido duro hacia con nosotras, como si fuera de bronce o de diamante. Isaías deseaba que los cielos se rasgaran y que el Verbo descendiese a la tierra para destilar las montañas como cera ante el fuego. Monseñor, nuestro deseo es que este mismo Verbo, que es un fuego divino, mueva su corazón para que se incline a nuestras humildísimas súplicas, y se apiade de sus hijas pequeñitas, que esperan de su caridad lo que no pueden alcanzar con sus propios méritos, y que ruegan al Verbo Encarnado derrame sobre su Eminencia los torrentes de sus delicias.

            Son los deseos, Monseñor, de su afma. Jeanne de Matel

 Carta 73. 

11 de mayo, 1639. A Monseñor de Nîmes.

            Monseñor:

            Que aquel que estimó en más la obediencia que su propia vida, sea para siempre nuestra victoria, nuestro triunfo y nuestra eterna gloria.

En obediencia a su voluntad, comulgué a su intención, y ofrecí al divino Padre este cordero sin mancha, como hostia pura e inmaculada, en quien él se complace, y que es digna de él mismo, para obtener lo que usted desea, y que llegue a ser realidad lo que el apóstol desea para usted cuando escribe a su Timoteo.

            El amor divino, apasionado por la más insignificante de sus enamoradas, me ha dicho: A mi jaca, entre los carros de Faraón, yo te comparo, amada mía (Ct_1_9). Mi bien amada y paloma mía, te he atado al carro de mi gloria, y me complazco en triunfar por ti, pero con mayor majestad que todos los reyes y emperadores de la tierra.

            Deseo, por tanto, que me lleves a todos los lugares de mi imperio. Yo lo deseo, Salvador mío; todo te es posible.

            Es en ti que soy y seré, de mi buen padre, afma. Jeanne de Matel

 Carta 74. 

20 de mayo, 1639. AL Reverendo Padre Cosme de la Tercera Orden.

            Mi Reverendo Padre:

            Un humilde saludo en el corazón del Verbo Encarnado, a quien suplico haga creer al suyo pues mi silencio no se debió a un olvido o frialdad hacia usted, sino al número de mis ocupaciones. Las visitas ordinarias y extraordinarias me roban todo el día; por la noche me encuentro tan abatida por la debilidad y el dolor de cabeza, que no puedo escribir una carta sin imposibilitarme con ello a dormir al menos una hora.

            Pedí al P. Gibalin que dirigiera los ejercicios para poder descansar de cuerpo y espíritu, y a pesar de que me lo concedió me fue imposible gozar de dicho reposo porque se me importunó a tal grado, que me vi obligada a conversar con varias personas cuya irritación habríamos provocado en caso de haberlas despedido.

            No he olvidado a las dos palomas que anidan en el hueco de la piedra, las cuales por sus oraciones emprenden el vuelo hasta el seno del Padre para, desde ahí, mirar fijamente al Verbo Encarnado, sol de justicia, mientras que las personas del mundo se ciegan en las tangibles tinieblas de toda clase de vicios.

            Alabo su prudencia que supo echar un velo para calmar a quienes les podían afligir, entristeciéndolos con sus propias consideraciones. Como el Verbo Encarnado ama la dulzura, no rompe la caña quebrada ni apaga la mecha que aún humea, a pesar de lo que dijo Isaías: Que los muertos entierren a los muertos (Mt_8_22). Esto no es para todos, ni viene al caso. La sabiduría no condena la discreción, ni lo que se retrasa está interrumpido. Esperó su hora cuando estaba entre los hombres. Nosotros debemos esperar la hora ordenada por la Divina Providencia, la cual se nos dará a conocer si somos fieles.

            Deseo que la pureza y el amor sean el adorno de su gracia y de su gloria, y que el Espíritu Paráclito los llene en las fiestas que se acercan. Los saludo cordialmente, pidiendo sus santas oraciones, y permaneciendo siempre, muy Reverendo Padre, de usted, Jeanne de Matel

 Carta 75.

 29 de mayo, 1639. Al señor Canónigo Maurice.

            Señor:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor, el cual conoce bien la fidelidad del suyo, en el que, no me cabe duda, este divino Salvador hace su morada.

            Por los frutos se conoce al árbol; los sentimientos que de sí mismo tiene usted muestran las profundas raíces que ha echado en la humildad, la cual contempla Dios en sus elegidos para asegurar su vocación, después de los dones de la gracia, que es semilla de la gloria que les dará al final, y que usted debe esperar de su bondad y de su justicia a imitación del gran Apóstol, quien invita a todos los fieles cumplidores de su voluntad a la esperanza de la corona, después de haber combatido legítimamente.

            El Sr. Comy me ha ayudado de diversas maneras, pero no es menor la gratitud que tengo hacia la caridad que me ha dado a conocer la piedad de usted.   Aunque no pude verle sino un momento, me alegraré por ello en Dios por toda la eternidad.

            Permaneciendo en su divino amor, quedo de usted, Jeanne de Matel

Carta 76. 

3 de julio, 1639. Al señor de Nesmes

            Señor:

            Un humildísimo saludo en el Corazón del Verbo Encarnado.

            Parecerá que usted ha jurado un obstinado silencio si la hija del Verbo Encarnado no le devuelve la palabra al leer estas líneas. No cree Usted en su resurrección si no ve las huellas que los clavos de una fidelidad inquebrantable expresan. Ella no se encuentra en el empíreo, aunque parezca que no la ve Usted más sobre la tierra. Dos de sus pensionistas ya están allá, para anunciar al divino esposo que ella languidece por el deseo de verle en su gloria, sin que pueda decir que este deseo sea la única causa de los males que sobrelleva. Estos proceden de sus debilidades, de las cuales no será liberada sino cuando este peregrinar llegue a su fin. Tiene necesidad de proferir las mismas quejas de David: ¡Qué desgracia para mí vivir en Mések, morar en las tiendas de Quedar! (Sal_120_5).

            Mientras espero noticias suyas, y que el gran médico me alivie, quedo como siempre, Señor su afma. Jeanne de Matel

Carta 77. 

29 de julio, 1639. Al señor  Lardot.

            Señor:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado, que es el lazo de un afecto muy santo entre usted y yo, el cual durará toda la eternidad.            ¿Acaso olvida una mujer al hijo de sus entrañas? (Is_49_15) Ni la lejanía ni las enfermedades, ni aun las contradicciones que parecen haberse desencadenado a partir de Pentecostés, me han impedido un sólo día decir la oración por la santificación de aquel que me ha dado el Santo de los santos.

No sabría describirle la malicia y la rabia del Sr. Chabanier, desde que el P. Gibalin me ordenó despedirlo. No tengo palabras para expresarme, pero sí un corazón que no puede odiar, ni aun naturalmente, a quien trata de perseguirme con tal encono, por sentir tanta bondad hacia él. Hace todo lo que Usted no podría imaginar para calumniar a su madre, y para arrancar de su seno a todas sus hijas. Pero no podrá arrebatarlas de las manos del Padre Celestial, en el cual soy, Señor, su afma. Jeanne de Matel.

 Carta 78.

 5 de agosto, 1639. A la Señora de la Rocheguyon.

            Señora:

            Un humildísimo saludo en el corazón de la Madre del Altísimo, la gran María, cuya fiesta celebramos este día; a la que pido sea para Usted una Madre de Gracia, puesto que la Providencia divina dispuso que la Sra. Matignon fuera su madre según la naturaleza, todas nuestras hermanas, igual que yo, continuamos orando por el reposo de su hermosa alma, a fin de que sea felizmente llevada a la gloria del Verbo Encarnado, gloria que Usted, en su piadoso celo, procura con tanta entereza que los torrentes de aflicciones y las olas de las contradicciones chocan contra su grandeza como contra una roca que deshace toda su impetuosidad.

            Como hija y querida niña de su buen corazón, me uno a su pena, Señora, y a los sufrimientos que el cielo le ha enviado al arrebatarle por la muerte, en menos de un año, a quienes, después de Dios, le dieron la vida y la educación.

            Señora, no pudiendo censurar sus decretos, adoro la Providencia que desea, en su divino ardor, ser todas las cosas para Usted, y hacer ver a todos que su grandeza procede de su bondad supereminente, que es fuente de la de Usted, a la cual conjuro a que ame para siempre a quien la honra y enaltecerá en el tiempo y en la eternidad.

            Gloriándome en la calidad de los dones que Usted le ha ofrecido, quedo, Señora, su afma. Jeanne de Matel

 Carta 79. 

10 de agosto, 1639. Al Padre Guesnay de la Compañía de Jesús.

            Mi Muy Reverendo Padre: Que las llamas que elevaron al gran san Lorenzo hasta el empíreo, enciendan en nuestros corazones el celo de la gloria del Verbo Encarnado, es mi muy humilde y afectuoso saludo. El ha inflamado el suyo con el celo de su mayor gloria, a imitación de este gran santo y de su fundador, el gran san Ignacio, en cuyo honor he mandado decir una novena de misas, con la intención de que dirija el asunto del cual su caridad ha querido ocuparse.

            La Sra. de Vedene me ha escrito diciendo que empleará toda su influencia, y que espera encontremos la satisfacción que esperamos. En cuanto se alivie, y pueda ir a Aviñón, dicha señora irá a entrevistarse con su reverencia, para recibir instrucciones acerca de cómo actuar.

            El Reverendo Padre Gibalin me dijo que informó a su reverencia que yo contribuiría con los fondos necesarios para la bula. Con la ayuda de Dios, aportaré lo suficiente para las necesidades de las jóvenes que serán recibidas. Su prudente caridad lo dirigirá todo.

            Delante de Dios agradeceremos, con nuestras humildes oraciones y mediante los pequeños servicios de los que su reverencia nos juzgue idóneas, el interés que muestra hacia nosotras, y en especial hacia la que es, mi R. Padre, su afma. Jeanne de Matel.

Carta 80.

 10 de agosto, 1639. A la Señora Orlandin.

            Señora:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado.

            Fue él quien hizo brillar a san Lorenzo como un sol luminoso durante la noche de su martirio. Esa noche tuvo para él más claridad que el día de quienes viven en los aparentes placeres de esta vida mortal.

            Tengo mil gracias que dar a su bondadosa caridad, Señora, que me obliga muchísimo. Jamás seremos ingratas. Nosotras reconocemos delante de Dios las atenciones que la Sra. Marquesa de Vedene presta a nuestros asuntos, y el interés común que muestran ustedes para el establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, que se complace en honrar a quienes le glorifican.

            El Señor su hijo debe esperar una gracia particular de este divino Salvador, por la molestia que se toma al solicitar un designio tan importante; es una gran gloria ser empleado en semejante cometido, porque servir al placer divino es reinar.

            Es en este divino placer que espero el honor de sus órdenes, en calidad, Señora, de su afma. Jeanne de Matel

Carta 81. 

12 de septiembre, 1639. Al R. P. Guesnay S. J.

            Muy Reverendo Padre:

            Un saludo muy humilde en el Corazón del Verbo Encarnado, que escogió a su reverencia como un nuevo Juan Bautista para ser su precursor y procurador.

            Le pido, por tanto, alquile una casa para las esposas de este divino Salvador. Espero a dos de nuestras hermanas que están en París, a las que he pedido para llevarlas conmigo, porque a una de ellas la dejaría como superiora; la divina Providencia dispondrá de todo. Llevaré dinero para la bula y todo lo que sea necesario, a fin de que estos señores no tengan temor alguno de que les deje hermanas que les serán una carga.

            No tomaré el hábito para poderme ocupar de darles lo que prometí, y para no despoblar la casa de Lyon, que me seguiría completa, además de otras razones que diré a su reverencia de viva voz. Iremos siete, de las cuales dejaré cinco, pues será necesario conservar una para que me acompañe. Si nos hace favor, su reverencia cuidará de rentar una casa bien ventilada, si esto es posible, porque nuestras hermanas están acostumbradas a tener buen aire. Si mientras espera nuestra llegada, encuentra Usted dos cuartos para alojarnos algunos días, veríamos con Usted qué vivienda sería la más adecuada.

            Le pido perdón por importunarlo tanto, pero su caridad jamás dejará de trabajar por la gloria del Verbo Encarnado, en cuyo amor sigo siendo, mi Reverendo Padre, su afma. Jeanne de Matel

 Carta 82.

 20 de noviembre, 1639. A Monseñor de Nîmes.

            Monseñor y Reverendísimo Padre:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado, en cuyo nombre y gloria le ruego venga lo más pronto posible a Aviñón, para dar fe de esta fundación: Porque ya es hora de levantaros de sueño; que la salvación está más cerca de nosotros (Rm_13_11).

            Venga, buen padre, para disipar las tinieblas que quedan todavía en algunos espíritus tímidos, que no se sienten capaces de ser revestidos de las armas de la luz. No presionaría a Usted de esta manera si el Verbo Encarnado no me apremiara también a mí, diciéndome de buena gana: La multitud tomó rápidamente los despojos y se apresuró a robar.

            Su paternal bondad me ordenó que le tuviese al tanto de mi llegada a Aviñón, a fin de que el celo de la gloria de Dios le haga venir con la diligencia de un buen Padre a quien espera con una santa impaciencia, mi Reverendo Padre, su humilde servidora. Jeanne de Matel

 Carta 84. 

Aviñón, 14 de diciembre, 1639. Al R. Padre Berteau, S.J.

            Mi Reverendo Padre:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado.

            Henos aquí en vísperas del establecimiento que tanto hemos deseado, si es que las persecuciones antiguas no se renuevan al final, para venir a ser más fuertes que las primeras. No me ocupo en condenar a quienes nos han hecho permanecer un mes en Aviñón, sin suministrar una casa hasta el presente. Deseo más bien adorar a la Providencia divina que lo ha permitido, y a la sabiduría eterna que dispone de todo fuerte y suavemente, y que abarca de un confín al otro confín. La Sra. de Saint André ha sido la depositaria del Verbo Encarnado. Si la señorita, su hija, tuviera tanta determinación como inclinación me ha demostrado ella, de verla entre el número de sus afortunadísimas esposas, yo me alegraría doblemente en este divino Señor, según el dicho del Apóstol. Se me arrebató a esta querida señorita al mismo tiempo que estaba yo deseosa de saludarla.

Pido a Usted que mi silencio no le lleve a dudar de mi cordialísimo afecto, que no tendrá otro término sino la eternidad; y como el amor es el principio eterno de ésta, es necesario que también sea su meta infinita. Esto es lo que le pido, y para Usted, que le haga santo.

            Pida lo mismo para la que es, mi Reverendo Padre, su muy humilde servidora. Jeanne de Matel

Carta 85.

 Aviñón, 16 de diciembre, 1639. Al señor de la Haye.

            Señor y muy querido hijo mío:

            Aquel que, yaciendo en el pesebre, resplandece en los cielos, sea por siempre nuestro amor.

            Dejo al Reverendo Padre Gibalin la narración del establecimiento de ese Verbo hecho carne, diciendo a Usted con el apóstol: Apareció la benignidad y la humanidad de Dios nuestro Salvador, quien nos salvó no por obras de justicia que hubiésemos hecho, sino según su misericordia (Tt_3_4s). Es en su benignidad que sigo siendo, Señor, su muy humilde servidora. Jeanne de Matel

Carta 86. 

20 de diciembre, 1639. Al señor Abad de San Just.

            Reverendo Padre:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado, quien me hace exclamar con el gran san Pablo: ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento del Señor? O ¿Quién fue su consejero? ¡A él la gloria por los siglos! (Rm_13_33s).

            Me veo al mismo tiempo en el gozo y en la confusión, después de comprobar lo que ha hecho su diestra en Aviñón, invitándome, por medio del primero de sus apóstoles a ir allá para establecer el primer convento de su santa  Orden. El ha querido una segunda Roma, y escogió a la más pequeña de sus hijas para levantar el trono de su gloria mediante la bajeza de mis debilidades, a fin de hacer ver que elige a los frágiles para confundir a los fuertes, y que revela a los pequeños lo que esconde a los grandes. Es por ello que el Verbo de amor alabó a su divino Padre, pues en esto encuentra su complacencia. Para cumplir con ella, he aceptado el verme privada del santo hábito por un tiempo, pues soy indigna de él.

            Cinco de mis hijas lo recibieron el día de la octava de la Concepción, en medio del júbilo común de toda la ciudad de Aviñón, que nos testimonia una cordialidad inexpresable. Es en este amor en el que soy, mi Reverendo Padre, su muy humilde y obediente hija y hermana. Jeanne de Matel.

Carta 87. 

20 de diciembre, 1639. A la Hna Elizabeth Grasseteau.

            Mi querida hermana y amadísima hija:

            Te saludo en el Corazón del Verbo Encarnado, que es un abismo de amor, en el que deseo vivas en espíritu sin por ello perder las fuerzas de la vida corporal. Tú sabes que la obediencia es mejor que el sacrificio, y que Santo Tomás se alejó de éste para dirigirse a donde el celo de la gloria del Señor y la salvación de las almas lo destinaba. Como te considero apta para el gobierno de la Congregación, quiero que te dediques a cuidar de tu salud, lo cual te conducirá a la santidad.

            Este es el deseo de tu buena Madre. Jeanne de Matel

Carta 88. 

Aviñón, 21 de diciembre, 1639. A las hermanas de Lyon.

            Mis muy queridas hermanas e hijas en nuestro señor:

            Las abrazo a todas en el corazón divino en donde el Apóstol Santo Tomás encontró su fe, su alegría y su vida, confesándolo por su Señor y su Dios. No ha sido necesario que confiese con este gran santo, que el Verbo Encarnado es nuestra fe, porque ha cumplido sus promesas de pregonar mi alegría y hacer confesar a los ángeles y a los hombres que él es mi vida. Este hijo y la madre del bello amor, solos han hecho maravillas, no obstante mis grandes infidelidades de las que les pido perdón de todo lo que hasta este día he hecho a mi divino Amor, quiero de aquí en adelante volverlo mi Benjamín.

            Le he dado con todo cariño cinco hijas como cinco porciones y cinco hábitos, él en el Santísimo Sacramento entra en nosotras y nos toma por su herencia queriendo ser la nuestra y que seamos las muy queridas hijas del Verbo Encarnado. Esto es un favor inefable que nos obliga a todas a una perfección inconcebible que sólo él nos puede dar y nos dará si correspondemos a su gracia y a nuestra vocación, que es lo que las exhorto y ruego le supliquen que por su misericordia sea tal que su amor me mande ser toda de él, como él es todo mío, es el deseo mis queridas hijas de su afectísima madre. Jeanne de Matel

Carta 89. 

26 de diciembre, 1639. Al señor  Bernardon el joven. Prior de St. Nizier-des-Argues

            Señor e hijo mío:

            Como le hace falta imitar a san Esteban perdonando a sus enemigos, yo perdono a un hijo que ha querido despreciar sin motivo. Esto es escupir contra el cielo. Pero como en el nacimiento del Verbo Encarnado se nos manifestó la benignidad y la humanidad de este divino Salvador: No nos salvó por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia (Tt_3_5).

            Deseo pedir al cielo que cambie sus mandatos para imitar la dulzura del Adán celestial, que ha trocado nuestros males en felicidad. David no quiso castigar al malvado Semeí cuando lo injuriaba, porque este gran santo fue ungido rey. El Verbo Encarnado, que es la unción y el ungüento de su divino Padre, perdona todo, y me dice que haga lo mismo en este tiempo en que él nació. Es rey de los corazones, donde reina por razón del amor, y no mediante la tiranía.

            El amor lo sobrepasa todo; su imperio es deseable. Experimento sentimientos de bondad hacia el Sr. Chabanier, quien me conmueve profundamente al ver cómo se ha privado del gozo que le deseaba y le seguiría deseando, si no me hubiese obligado a obrar justamente con él. Lamento su mala conducta. Mi corazón no podría olvidar a quien fue, un día, amado con dulzura. Todas las amarguras que me hizo sufrir fueron digeridas en Lyon, al encontrarme allá.

            No tengo sino pensamientos de paz hacia él; no puedo traicionar la dulzura de mis sentimientos hacia una persona que me ofende; ¿cómo podría ser rigurosa contra alguien que se ingenió tanto en herirme? Le sigo queriendo con la misma ternura que si fuese mi hijo. Su muy humilde sierva.

Jeanne de Matel

Carta 90. 

Aviñón, 26 de diciembre, 1639. A la Señora de Lauson.

            Señora, mi buena hija:

            Un saludo muy humilde ante el pesebre del Verbo Encarnado, en cuya contemplación se ocupa Usted, admirando junto con la Virgen y san José la humildad del Salvador, que es el esplendor de la gloria de su Divino Padre.

            La benignidad de esta infancia da libre acceso a quienes temblarían al considerar la grandeza de esta esencia, pues los serafines se cubren el rostro y los pies al no poder abarcar a quien no tiene principio ni fin, por ser la eterna eternidad, en la cual sigo siendo, de su Señor y de Usted, Señora.

            Su muy humilde y afectísima servidora. Jeanne de Matel

Carta 91. 

27 de diciembre, 1639. A la Señora de la Rocheguyon

            Señora, mi buena mamá:

            El discípulo amado del Verbo Encarnado, cuya fiesta celebramos, la colme de sus divinos favores, es mi afectuoso saludo.

            No he querido tardar más en comunicar a Usted las felices nuevas del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado en Aviñón, por mandato del Apóstol san Pedro, que se apareció a esta hija suya, y a quien siguió san León Papa, los cuales le demostraron que era voluntad del Salvador fuese ella misma a colocar los cimientos de este instituto en la segunda Roma, debido a que el Verbo Encarnado deseaba triunfar en esta ciudad por medio de varias jovencitas, así como lo hizo en la primera, valiéndose de pobres pescadores.

            Esta fundación se ha llevado a cabo en medio de la alegría universal de todas aquellas personas de Aviñón hacia las cuales me siento agradecida por haber correspondido a la divina voluntad sin conocer los secretos que no deseo ocultar a mi buena mamá. Los ángeles dijeron a esta hija suya que le darían lo necesario para fundar, lo cual era la voluntad del Verbo Encarnado, que la había escogido para asentar los cimientos espirituales y temporales, y que él se sirvió del gran corazón de Usted para obtener la primera bula, así como para hacer el primer voto de establecer este Instituto, que fue aceptado por él, así como su parecer de no establecerla en París sino hasta el año 1640, que comenzará dentro de cuatro días.

            Esto no significa que la divina voluntad la presione, sino que espera con gran benignidad el tiempo en que podrá Usted hacer resplandecer su gloria en París, y yo el momento dispuesto por ella para ser revestida del santo hábito, si El ha resuelto que esto se haga en presencia de Usted.

            ¡Qué gran favor sería para su hija el verse al lado de su buena mamá!, que ama tanto a su predilecta como a ella misma, porque la hija es la corona de su madre, la cual recibe su gloria de su amor, siempre creciente. Es esto lo que me obliga a ceder a Usted en amor y en grandeza, continuando en mis humildes acciones de gracias, que nunca serán igualadas, ya que Usted es mi única mamá, en cuyo seno he recibido el privilegio incomparable de haber sido depositada, a fin de que su buen corazón fuera unido a ese Verbo de amor que quiso ser el lugar de reposo de su discípulo preferido, en cuyo nombre comencé y termino la presente, ya que en su bondad ha querido honrarme con este glorioso título. Jeanne de Matel

Carta 92. 

30 de diciembre, 1639. A la Madre Denise de santa Ursula, Superiora de Nîmes.

            Mi Reverenda Madre:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado, en el que se encuentra el mío afectuosamente unido al suyo, al que amo con su sagrada dilección, que es más fuerte que la muerte, y que no tendrá otro final que la eternidad.

            La carta que escribí a su Reverencia se rezagó, lo cual no me permitió explicar mi silencio, con detrimento de la credibilidad que ha adquirido Usted por sus méritos. Siempre encontrará en mí una persona que está inclinada a su favor, sin restricciones ni reservas.

            Monseñor, su prelado, a quien he descubierto mis pensamientos más secretos, habrá podido hacerle patentes los sentimientos que tengo hacia su perfección y la de toda su santa casa, a donde Dios atrae a las almas, sacándolas de las tinieblas de la herejía para iluminarlas en su camino con la luz de la gracia, en espera de hacerlas resplandecer con las de la gloria cuando lleguen a su término.

            Son los deseos, mi Reverenda Madre, de su muy humilde servidora. Jeanne de Matel.

 Carta 93. 

30 de julio, 1640. A Sor Catherine de Jesús Richardon, novicia del primer convento del Verbo Encarnado.

            Mi muy querida Hija.:

            Que el gran patriarca y santo fundador de la Compañía de Jesús le obtenga el puro amor mediante el cual morirá a Usted misma y vivirá para Dios, es mi afectuoso saludo.

            Espero que en el porvenir será mejor de lo que ha sido en el pasado, y como Usted dice, le sería necesario un ángel para expresar la alegría que la invade con el santo hábito de la Orden del Verbo Encarnado, pero debe también vivir en la pureza y obediencia de un ángel.

            El Rey Profeta dijo que estos espíritus puros son ministros de fuego que obedecen humilde y amorosamente todas las mociones de la divina voluntad, la cual debe Usted reconocer en las personas que son sus superiores. Ame la mortificación y trate de progresar en la perfección a la que su vocación la llama y la compromete. Recuerde lo que tantas veces le inculqué: hay que pisotear y dominar las inclinaciones naturales que más haya fomentado. Usted entiende bien lo que digo.

            Ruegue por aquella que tiene y seguirá teniendo más amor por Usted que por ella misma. Salude a todas mis hijas y pensionistas, que rueguen por mí. Desde su partida, he arrojado tres cálculos. Me encuentro bastante mal. Dios sea alabado; mis pecados son dignos de los más grandes castigos. Mi muy querida Hija su buena madre. Jeanne de Matel.

Carta 94. 

30 de diciembre, 1639. A la Señorita María Molinot.

            Señorita, hijita mía:

            El amor del Verbo Encarnado, por muy afectuoso saludo.

            El profeta dijo que el Verbo se anonadó para hacernos ver el exceso de su amor. Le escribo estas pocas líneas para asegurarle que siento un gran afecto hacia su corazón, el cual deseo llegue a ser el pesebre de este cordero que san Juan nos muestra en el evangelio de este día.

            Obre como san Andrés, quien después de haber saboreado las dulzuras de la conversación, atraía con ellas a las almas que El ha rescatado con su sangre, que tiene un valor infinito.

            Es lo que su bondad desea de Usted, ruéguele que sea para mí todas las cosas. Que pueda yo decir: Mi bien amado es para mí, y yo para él.

Es en el amor de este divino enamorado que soy, señorita, hijita mía, su afma. Madre. Jeanne de Matel.

 Carta 95. 

A un Abad, director suyo. Para darle a conocer, desde la casa de Lyon, la fundación que hizo en Aviñón.

            A mi Padre director, un saludo en el Corazón del Verbo Encarnado.

Siento que el gozo y la confusión me ahogan al mismo tiempo, después de haber visto lo que la mano todopoderosa ha hecho en Aviñón, mediante el ministerio de la más humilde de sus siervas.

            El me ha escogido como la más pequeña de sus hijas para levantar el trono de su gloria por medio de la indignidad de mis debilidades, y confundir así a la fuerza, haciendo ver que él revela a los humildes lo que esconde a los grandes.

            Gracias sean dadas a El por siempre jamás en su hijo el Verbo Encarnado, por cuya gloria he aceptado privarme, por un tiempo, del santo hábito que cinco de mis hijas recibieron el día de la Octava de la Concepción de la Virgen, en medio de la alegría universal de toda la ciudad de Aviñón. Como soy indigna de esta gracia, sufro al verme privada de ella, abandonándome enteramente a Aquel en cuyas manos está mi destino, a semejanza de David.

            Ruéguele que reine sobre nuestros corazones, de los cuales es esposo y rey. Es en su amor salvífico que soy, mi Padre y Director. Su muy humilde. .. ..

 Carta 96. 

Responde a un santo religioso que deseaba saber cual era el espíritu de la Congregación del Verbo Encarnado.

            Muy Reverendo Padre:

            Un saludo muy humilde en el Corazón del Verbo Encarnado, al que ruego haga en Usted su eterna morada.

            La epístola de este Domingo de Pasión nos dice que él subió al santuario por su sangre, obrando una redención eterna. Como por la sangre de su cruz pacificó el cielo y la tierra y Usted tiene el honor de ofrecerla en el altar, puede por este medio obtener toda clase de gracias para mí, que no soy sino una pequeñita que no puede ofrendarla con el carácter ministerial que le confiere este poder. La ofrezco mediante el deseo y la confianza, y puedo afirmar, mi Reverendo Padre, que a causa de esta sangre puedo gozar de la paz interior que sobrepasa los sentidos.

            Me acerco al trono de la misericordia con la seguridad de que, en virtud de esta sangre, el Padre Eterno no me rechazará; y al verme lavada, adornada y teñida con esta sangre adorable, pienso que los demonios se ven confundidos y no podrían dañarme si por desgracia abusara del excelente valor de tan precioso don.

            Me alegro grandemente al considerar que el hábito de esta Orden es blanco y rojo. He tratado de hacer comprender a nuestras hermanas que el espíritu de este Instituto debe ser la inocencia, la caridad y una imitación perfecta de las virtudes que el Verbo Encarnado practicó en la tierra.

El manifestó el exceso de su humildad en su encarnación, mediante un anonadamiento inefable, junto con su amor y obediencia al morir por toda la humanidad.

            Después de su muerte, el amor divino quiso demostrar que era más fuerte que ella, vaciando lo que restaba de sangre en el corazón de este amable Salvador. Es esta sangre cordial la que hace nacer a las hijas del Verbo Encarnado. Por ser las últimas en llegar a la Iglesia de Dios, deben ser las más fervorosas.

            Ruegue, mi Reverendo Padre, que sean humildes y fieles a su vocación, que imiten mediante la mortificación a su esposo, que es un esposo de sangre y que, si ellas no pueden derramar la suya por causa de su nombre, porque la fe ya ha sido instaurada y se profesa libremente, lo harán a partir del momento en que se consuman con la caridad ardiente del fuego que él vino a traer a la tierra, el cual desea ver arder sobre el altar de nuestro corazón.

            Una de las principales disposiciones que el Verbo Encarnado exige a las jóvenes que deben entrar en su Orden, es venir por amor, dispuestas a despojarse de todo y a ser sus perpetuos holocaustos, así como él lo fue por ellas.

            Su Reverencia desea saber cuál es el espíritu del Instituto. Se lo diré brevemente: es suave, pues la Regla de san Agustín que observamos no es austera. No hace falta estar muy fuerte para ser admitida; las actividades que aquí se realizan son más elevadas por sus fines que por los sufrimientos corporales. No se recibe con facilidad a las enfermas porque no podrían dedicarse a la instrucción de la juventud; pero estando ya aquí, si enferman no se las despide, sino que se ejerce con ellas la caridad, sirviéndolas y permitiéndoles adquirir méritos al sufrir con paciencia.

A Dios gracias, nuestro monasterio de Aviñón goza de muy buena reputación de santidad y observancia. Ruegue por mí para que sea fiel al Señor y cumpla los designios que tiene sobre mí, que soy, en él, su muy humilde. Jeanne de Matel

 Carta 97. 

A la Superiora de las Carmelitas de Marsella... Responde a esta religiosa, quien le había pedido su amistad, y que rogara por ciertas personas cuya salvación estaba en peligro.

            El Espíritu Santo, que une al Padre y al Hijo, será el lazo de nuestros corazones, mi querida Reverenda Madre, puesto que Usted desea esta unión en la caridad pura, que es la perfección de los amigos que viven en caridad, y en Dios, que es amor, el cual la apremia a estimar la salud de las almas. Ruego y seguiré rogando por la salvación de aquellas cuya pérdida le causa temor.

            Lo propio de Dios es perdonar y obrar con misericordia, no una vez, sino muchas, mientras los pecadores estén en camino y no desprecien la benignidad de Jesucristo, que los rescató con su sangre preciosa, el cual pacifica y une por medio de su cruz el cielo y la tierra, el espíritu y el cuerpo.

            Tengo motivo para agradecer al Sr. Nesmes, quien me procuró esta unión que su humildad solicita. Ella me beneficia grandemente, y aborrecería yo mi bien si no apreciara una gracia nueva que el Verbo Encarnado me concede, a la que deseo no ser ingrata, sino reconocerla delante de él. Lo conjuro a que nos una en su divino Corazón, con una armonía que no tenga otro término que la eternidad, y que colme de santidad a su comunidad y a la nuestra.

            Saludo a sus queridas hijas, pidiendo sus oraciones unidas a las de Usted por mi conversión, y para merecer la calidad de su muy humilde. Jeanne de Matel

 Carta 98.

Lyon, marzo de 1640. A la Señora de la Rocheguyon.

            Señora, mi buena madre:

            Un saludo muy humilde en las amorosas llagas del Verbo Encarnado, el cual, por medio de un profeta, lamenta el haberlas recibido en casa de los que ama. Es la queja que el corazón de Usted lanza hoy contra su hija, que no ha seguido los mandatos que su amor filial le dicta, por medio de pensamientos de su deber e inclinación hacia Usted, Señora.

            Sabe Usted bien que quienes son enviados por los monarcas en embajadas de sus majestades, deben comportarse según las nuevas órdenes que se les dan de parte suya. El Verbo Encarnado hizo escuchar a su Hija, directamente de El, y a través de su director, que era necesario partir sin dilación y sin revelar su designio, ya que podría ser obstaculizado por sus enemigos si él mismo no obraba con prudencia sobrenatural, lo cual no hace sin necesidad. Haría falta que estuviera yo a su lado, para expresarle las razones que no pueden ponerse por escrito.

            Este proyecto se concluyó en Aviñón en veinticuatro horas. De habernos retrasado, tal vez nada se hubiera hecho. No piense, Señora, que son puras disculpas. Usted conoce muy bien mi sinceridad; ni Usted ni persona alguna habrán notado jamás en mí doblez alguna. Es Usted demasiado caritativa para acusarme de una falta que detesto más que ninguna otra.

            No puedo expresarme. Si recurre Usted a su juicioso razonamiento, éste le hará ver que la divina Providencia tiene momentos para sus asuntos, y que si aquellos pasan, jamás llevará éstos a cabo san  Pablo desea que todos los cristianos teman el momento del cual depende su eterna felicidad o desdicha. No nos atreveríamos a decir por qué el Espíritu Santo no pidió a la Virgen que revelara a san José su maternidad divina. Ella no se habría gloriado en ella, ni san José lo hubiera publicado. Habiendo sido instruido más tarde por un ángel acerca de este misterio, hizo de él un secreto ante los hombres y los demonios.

            El hijo de Dios no la dio a conocer sino hasta después de su muerte, por medio de los Evangelistas. Si la Divina Providencia hubiera pensado en otra fundadora y no en su hija, tendría Usted razón para quejarse, puesto que ella sólo se gloría aquí en la tierra en la dependencia que tiene de su buena madre. Bien sabe Usted que los hijos son la corona de los padres y de las madres. David no tomó a mal, sino más bien se alegró, cuando sus súbditos pidieron a Dios que su hijo Salomón fuera más grande que él, y que su trono fuera más elevado que el de su padre, quien amaba a su hijo más que a sí mismo.

            Usted sabe que el amor tiende a descender; es necesario que yo condescienda con Usted porque es mi madre, y que me gloríe sobremanera en amarla y honrarla en calidad de toda suya, puesto que soy, sin que Usted, Señora, mi buena madre, pueda desmentirlo, su muy humilde y obediente hija. Jeanne de Matel.

Carta 99. 

13 de enero, 1641. Al padre Mazet, S.J.

            Mi Reverendo Padre:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado, que es su amor y su paz.

            Esto lo aprendí no solamente por la primera y única visita que me dice Usted haber hecho a su primera casa, sino por tantos cuidados que tiene Usted en todo lo concerniente a su gloria y a la perfección de sus hijas, de las que soy la más indigna, aunque la más obligada a su bondad infinita, que se complace en mostrar que la gracia superabunda donde ha prevalecido el pecado.

            El obra en su misericordia porque desea hacer misericordia. Es el buen pastor que ha dado su alma por sus ovejas; alma santísima, sobre la cual Usted me ha pedido le comunique, de mi puño y letra, los pensamientos que tengo de sus excelencias. Con el profeta, le digo que soy un niño que no sabe hablar si el Verbo mismo no lo hace. Según el evangelio de hoy, se oyó esta voz del Padre fue en el Jordán, durante el Bautismo de este amable Salvador. Dicha voz nos dice en pocas palabras todo lo que los ángeles y los hombres no podrán aprender en toda la eternidad, puesto que los serafines se velan los pies y el rostro, arrobados ante las incomparables grandezas de este hombre incomparable, cuyo apoyo es Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero.

            Alma adorable desde el momento de su creación, pues se vio afirmada y sostenida sobre la hipóstasis del Verbo; alma sacratísima, que poseyó en ese mismo instante el gozo de la beatitud al ver la esencia de aquel a quien estuvo personalmente unida. Pero, ¡oh milagro estupendo sobre todas las cosas! en sus divinos designios, el amor divino realizó un milagro por espacio de treinta y tres años, privando a la parte inferior de esta alma caritativa de la gloria que por esencia le era debida, así como al cuerpo que ella informaba a causa de la hipóstasis del Verbo, que es de tal manera el apoyo del uno y de la otra, que podemos decir que Dios, de un modo inefable, dividió las aguas superiores de las inferiores, creando en esta alma gloriosa un firmamento de gloria en la parte superior, y dejando a la inferior en el sufrimiento.

            Jesucristo fue comprensor y viajero durante esta vida pasible, agradando en todo, por todo y siempre, a aquel que jamás lo dejó solo. Tuvo el poder de entregar su alma por sus ovejas, rescatándolas con su sangre preciosa, y de retomar esta alma para hacerla gozar de su gloria. En cuanto dejó su cuerpo, fue a visitar las partes inferiores de la tierra para iluminar a los que esperaban en su divina bondad, y para cumplir la promesa que hizo al ladrón llevándolo a gozar del paraíso en cuanto expiró. Alma impecable por naturaleza, apoyada en la subsistencia del Verbo, que se ofreció al divino Padre por los pecadores. Viendo las delicias de la alegría, escogió por amor las congojas extremas de la cruz por todos aquellos que sufren aflicciones eternas, por cuya causa Jesucristo exclamó que estaba triste hasta la muerte.

            Esta alma bendita, viendo los desprecios que los réprobos harían de su amor, que mostraba y vertía la preciosa sangre de su cuerpo sagrado, quiso que tuviéramos conocimiento de la caridad infinita con la que el Verbo nos ama, cuyo amor es el mismo del Padre, el cual amó tanto al mundo que le dio a su hijo bien amado para salvarlo.

            Alma felicísima, que nos muestra en sí el esplendor y la gloria del Padre, que hizo conocer a los ángeles y a los hombres que es la imagen de su bondad; el espejo de la divina Majestad, donde jamás hubo ni habrá mancha alguna. Alma que nos ata, nos une y nos adhiere a ella mediante un amor más dulce y más fuerte que el que unió el alma de Jonatán con la de David, a quien amaba como a su propia alma con un amor más fuerte que el de las mujeres.

            Esta alma, que es deiforme y toda amor, se entregó por sus enemigos sobrepasando los límites de la caridad y el amor de las almas: Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos (Jn_15_13). ¡Ah, quien pudiera expresar y comprender las palabras que este Verbo Encarnado dijo después de haber prometido a aquellos que le amaran que estarían donde él estuviera!

            Si alguno me sirve, el Padre le honrará (Jn_12_26). Este Salvador pacífico, por exceso de bondad, permite que la vista de los réprobos que han despreciado la copiosa redención, pisoteando la alianza bajo sus pies, la aflija y la lleve a exclamar: Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre (Jn_12_27s) cualquiera que sea el sufrimiento que me inflijan aquellos que despreciarán mi benignidad y mi muerte, haciendo de ese tesoro un cúmulo de ira para el día de la venganza.

Padre Santo, me turbo a mí mismo viéndolos insensibles en su obstinación. Si no estuviera sostenido por la hipóstasis de aquel a quien engendras en el esplendor de los santos, que lleva en su plenitud la palabra de tu divino poder, este espectáculo me reduciría a la nada, o al menos me haría salir de este santo cuerpo que debe subir al calvario. Padre, líbrame de esta hora. ¡Oh divino Salvador!, el Padre te ha glorificado y te glorificará de nuevo. El te ha dado a conocer como Hijo único suyo en el Jordán y en el Tabor, por la voz que fue escuchada. El te glorificará en el juicio del príncipe de este mundo, el cual ha sido arrojado fuera de muchas almas que creía poseer. En virtud de tu muerte, serás muerte de la muerte y de la mordedura del infierno. Los condenados temblarán con él, y a pesar de su furia y de su rabia doblarán las rodillas ante tu nombre. El anonadamiento que escogió, eligiendo el desprecio, los dolores, la pobreza y la cruz, hará conocer tu grandeza, que es igual a la del divino Padre, a cuya diestra subirás después de tu Resurrección. Alma generosa, tu descenso a los infiernos manifiesta el poder de tu imperio, al librar las almas de los Padres e iluminarlas con tu esplendor, para hacerlas participantes de la felicidad que posees como alma del Verbo, a cuya disposición están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia divina, beatífica, infusa, experimental y adquirida. Es en este sentido, al referirme a la experimental y adquirida, que aplico las palabras de san Lucas: Y Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres (Lc_2_52).

            Todos sabemos que esta alma fue dotada de la gracia capital, como a soberana emperatriz de los ángeles y de los hombres. Soy muy atrevida al hablar de tus maravillas supereminentes; me dirijo a tu bondad con entera confianza, rogándole me permita alabarte lo mejor posible. ¡Alma santísima, que posees y eres poseída por la gracia sustancial; tu hermosura es admirable y arrebatadora! Atrae todo a ti, porque eres la cabeza de los ángeles y de los hombres. Atrae mi corazón y todos mis pensamientos hacia ti. Llena la mía de tus ardores y de tus esplendores, y complácete en hacerme consorte de tu abundantísima unción. Que tu plenitud desborde en mí los tesoros de tus anhelos; seré saciada cuando tu gloria se me aparezca, en lo que toque a mi felicidad y propia satisfacción, en cuanto podré ser testigo de tu reinado eterno. Jacob dijo que moriría contento después de haber visto el rostro de su hijo José. Por verle, amaba la vida; pero después de haberlo visto, esperaba la muerte con alegría.

            Mi Reverendo Padre, si por obedecer a Usted parezco temeraria, hablando de las eminentes excelencias del alma del Verbo, que son inefables, ello se debe a la sabiduría, que presta su elocuencia a los labios de los niños, y hace cantar victoria a los obedientes.

            Es por ella que reinan los reyes, especialmente el nuestro, tan piadoso, por el que me recomienda orar con fervor, ya que es otro David según el corazón de Dios, y al cual encomiendo por deber y por obligación. Hago lo mismo por su Reverencia, de quien soy y seré, después de mendigar sus celebraciones eucarísticas, su muy humilde sierva en Jesús, Jeanne de Matel.

Carta 100. 

16 de febrero, 1641. A las cinco primeras religiosas de la Orden del Verbo Encarnado.

            Mis queridas hijas:

            Pido al Verbo Encarnado las haga tal y como las desea, y que ustedes se sientan obligadas a ello por la profesión que su misericordia les ha permitido hacer.

            Recuerden que deben estar muertas a todo lo que no es Dios, y dispuestas, en todos los momentos de su vida, a derramar su sangre por aquel que murió por ustedes y que no solamente las ha engendrado y alimentado al abrigo de su pasión y de su propia sustancia, sino que ha querido revestirlas de su preciosa sangre, a fin de que se enfrenten con valor a toda clase de enemigos, especialmente los domésticos, mortificándose todos los días de su vida mortal como víctimas y hostias destinadas al holocausto perpetuo. Tal es su intención, que yo les declaro por haber recibido de su Majestad el encargo de hacérsela saber.

            Si son obedientes, cantarán sus victorias; si no lo hacen, su justicia no las defenderá. Deben Uds. saber que la Escritura dice que el juicio comienza en la casa de Dios. Obren de manera que el Verbo Encarnado las encuentre dignas de entrar en la casa de su gloria en el último día. Ruéguenle que haga yo siempre y en todo su santa voluntad, y que sufra valerosamente lo que su santa providencia permita para mí. Así lo desea quien es, en su Corazón divino, mis muy queridas hijas, su buena madre, Jeanne de Matel.

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Carta 101. 

Lyon, 11 de abril, 1641. A Sor Catherine de Jesús d'André en Aviñón.

            Mi muy querida hija:

            Que Aquel por quien el Padre ha creado los siglos sea su corona eterna, es mi muy cordial y afectuoso saludo.

            Si su Providencia hubiera dispuesto mi viaje para estar presente en su profesión habría yo recibido tal contento, que me sería difícil expresarlo. Pero, aunque ella ordene que permanezca en esta ciudad de Lyon en cuanto al cuerpo, también me permitirá estar en Aviñón en espíritu, para asistir, con todo mi cariño, a su segundo bautismo, del que saldrá Usted liberada, iluminada y perfectamente unida a Aquel de quien el Padre es Dios y la Virgen, madre. Morirá a Usted misma para vivir de él. Su vida estará escondida en el seno de la divinidad, con este divino Salvador. Cuando aparezca glorioso, se presentará Usted gloriosa con el que sufrió, durante su pasión, el haber sido cubierto con un velo de confusión a fin de merecer para Usted el del honor, que recibirá el día en que se entregue con todo su amor al que es todo amable.

            Después de haber recibido el manto de púrpura que se le impuso por burla, Pilatos le mostró al pueblo, diciendo: He aquí al hombre. Con estas palabras, deseaba cambiar la crueldad de los judíos en compasión, pero su plan quedó sin efecto, ya que sus corazones carecían de piedad. Mi querida hija, tenga en el suyo la compasión que faltó en la pasión de este divino Salvador. Al cubrirse con este manto, revístase de Jesucristo crucificado, de suerte que pueda decirse: He ahí a la hija y esposa del rey del amor y del esposo de sangre, del cual ella se ha adornado y embellecido. Que la sangre del Verbo Encarnado pacifique en Usted el cielo y la tierra, el cuerpo y el espíritu; con esto quiero decir que sea Usted una hostia pacífica y agradable a Dios.

            He pedido a la Augustísima Trinidad, por intercesión de la Madre del Verbo Encarnado y de todos los santos, acepte este sacrificio que le presentará Usted, de castidad, pobreza y obediencia, en olor de suavidad y que ella la haga santa. Recuerde, mi querida hija, a su Madre a quien la justicia divina priva razonablemente del bien que su bondad le entrega en posesión; ruegue al Verbo Encarnado cambie muy pronto su Congregación en monasterio y vida religiosa, y mis pecados en gracia y virtudes para merecer la cualidad, mi querida hija, de ser su buena Madre. Jeanne de Matel

 Carta 102. 

9 de octubre, 1641. A la Madre Margarita de Jesús, superiora del monasterio del Verbo Encarnado de Aviñón.

            Mi muy querida hija:

            Que aquella que es la rosa sin las espinas del pecado sea siempre su protección, es mi saludo afectuoso. El Reverendo Padre Fleur, superior de la casa del Oratorio de Lyon, ha querido tomarse la molestia de llevarle la presente. Se trata de un padre de gran virtud, al que respeto y estimo cordialmente en el amor del Verbo Encarnado por cuya gloria es todo entusiasmo, y que procura, en los lugares que juzga a propósito, el establecimiento y la extensión de su santa Orden. Puede Usted dirigirse a él con toda confianza. Olvidé pedir a Sor Francisca le escribiera para decirle que comulgaré por la joven de la cual me habló. La ofrezco al V. E. junto con la que ingresó hace poco.

            Infundan en todas los principios de las verdaderas y sólidas virtudes, siguiendo las máximas de este divino Salvador, quien desea ver a sus hijas desprendidas de la carne y de la sangre, a fin de que el Padre Eterno les revele las excelencias de su Hijo bien amado, que siempre ha hecho su voluntad. Exhorte en esta línea a todas las que dependen de Usted. Es necesario que Usted misma les sirva de ejemplo, despojándose de todo aquello que le es más querido según la naturaleza.

            Su Hna. Elena de Jesús tiene tanto cariño por Usted como Usted hacia ella, por lo que juzgo conveniente en Nuestro Señor se mortifiquen mutuamente, hasta que las vea más desprendidas de todo lo que no es Dios. Debe trabajar en esto, buscando ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo le llegará como consecuencia. Todo coopera al bien de los que aman a Dios.

            Digo lo mismo a todas mis hijas, a quienes saludo cordialmente en las entrañas del Padre de las misericordias, que nos invita por su Hijo Oriente, el cual ha venido de lo alto de su gloria para habitar en nuestros corazones, aunque seamos la bajeza misma.

            Compadezco más de lo que puedo expresar a la Sra. Servière; todo lo que la hace sufrir me afecta en la niña de mis ojos. Pido al Verbo Encarnado, mi amor, que esté con ella en las aflicciones. No conozco muchacha alguna en Lyon que sea apta para enviársela. Es raro encontrar una que sea fiel a Dios y a su patrona, pues la vanidad y los amoríos dominan hoy en día de tal manera, que aunque el Verbo Encarnado nació Rey, dijo en este sentido más que en los otros que su reino no es de este mundo.

            Pídale que viva en el corazón de la que es y será su buena Madre en su amor. Jeanne de Matel

Carta 103. 

29 de octubre, 1641. A una de sus hijas que tomó el pequeño hábito.

            Mi querida hija y mi Isaac:

            Puesto que Usted es mi reír, tenga un gran valor para ofrecerse junto con el sacrificio del Calvario. Es la providencia eterna quien la lleva a participar de este misterio, pues su nombre es del Calvario. El cordero, que es el Verbo Encarnado se ofreció a su Divino Padre por Usted, su muerte es su vida, y Usted no viviría eternamente si El no hubiera muerto por Usted en el tiempo.

            Como Usted misma se acusa de inconstancia, abrace la cruz junto con el gran san Pablo, y ruéguele que haga yo lo mismo. Es por la cruz como El entró en su gloria, y el medio por el que todos los santos llegan a alcanzarla. Ella es camino seguro; es la montaña empurpurada con la sangre preciosa de este divino Salvador. Por ella entrará Usted en su corazón amoroso, así como todas sus queridas compañeras, mis queridísimas hijas, a quienes saludo en este divino corazón en calidad de su buena Madre. Jeanne de Matel

Carta 104.

29 de octubre, 1641. A Sor Seráfica Piala.

            Mi muy querida hija:

            Que el Santo de los santos, que es el Verbo Encarnado, sea su santificación, es mi muy afectuoso saludo.

            El Reverendo Padre Abad, mi querida hija la Madre Margarita, y Usted, me aseguran que su vocación procede del Espíritu Santo por una gracia enteramente extraordinaria. Consiento en que se le dispense el tiempo marcado en las constituciones, y que en consideración a la fiesta de todos los santos sea Usted revestida de las libreas de nuestro divino esposo, rey de los santos.

            Su vocación y esta solemnidad deben ser para Usted dos poderosos motivos para hacerse santa. La santidad perfecta consiste en un despego total de todo lo que no es Dios. La inocencia y la caridad la conducirán a ella, si es Usted fiel a las mociones del Espíritu Santo, observando exactamente sus reglas. A ello la exhorto. Recuerde, al recibir el blanco de la pureza y el rojo del santo amor, rogar por la que desea ser, en el tiempo y en la eternidad, en el corazón del Verbo Encarnado, su toda buena madre. Jeanne de Matel

Carta 105.

 20 de noviembre, 1641. Al señor de Servière, abogado general.

            Señor mío:

            Un saludo muy humilde en el amor del Verbo Encarnado, el cual conoce a todos los que le pertenecen, haciéndolos parte de su cáliz y de su cruz.   Este es el signo de los elegidos; todo lleva su sello. El asegura que encuentra su placer estado con ellos en la tribulación, mientras se encuentran en el camino de la vida, y que al final los tomará para llevarlos con él a la gloria por toda una eternidad.

            Humilla para exaltar: he compartido con Usted sus sufrimientos. Le aseguro que no puede Usted dudar de que no participo del gozo que recibe al ver la elección que hizo de nuestra benjamina, aunque ella sea Benoni de su madre, a quien saludo cordialmente, como me lo dicta mi afectuosa inclinación. He sabido que su corazón maternal no tuvo la fuerza necesaria para estar presente cuando esta querida hija, también mía, se presentó al Verbo Encarnado para subir al Calvario, cuyo nombre ha tomado al revestir las libreas de este amado esposo de sangre. Siempre esperé esta gracia de la bondad divina, y esta generosidad de su hija, mi querida Teresa del Calvario.

            La subida al Calvario es la ascensión de los que aman. Espero que ella amará fervientemente a Aquel que la ama con un amor más fuerte que la muerte. A ello la exhorto, asegurando a Usted, Señor, que además de la alegría que tengo al considerar la elección que Dios ha hecho de ella para la Orden del Verbo Encarnado, siento una muy particular por tratarse de la hija de dos personas que me son más queridas que yo misma, y con las que me siento muy obligada. Pido al Verbo Encarnado les agradezca todo en mi nombre, que los colme de gracias y los bendiga en todo lo que les atañe.

No me cabe duda de que así será, ya que Uds. han procurado su gloria mediante el establecimiento de su Orden en Aviñón, y lo siguen haciendo a diario. No les encomiendo el avance de su Orden, puesto que su interés les proporciona tanto afecto para que siga progresando. Deseo testimoniarles con las obras, que soy, tanto de la Señora como de Usted, Señor, su muy humilde y afectuosa. Jeanne de Matel

Carta 106. 

24 de febrero, 1642. AL Reverendo Padre Dupont, S.J.

            Muy Reverendo Padre:

            Que el Espíritu Santo, que es la heredad de los santos, sea siempre la suya.

            Es éste el deseo que hago para su reverencia, de quien todas mis hijas y yo somos muy humildes servidoras en Nuestro Señor. Le pedimos que lo haga santo, y Usted, Padre, recuérdenos en el santo sacrificio de la misa y en sus oraciones. Ya se ha ganado las nuestras en el amor del Verbo Encarnado. El alejamiento de los lugares jamás puede disminuir ni enfriar su pura llama, sobre todo de aquella que le asegura que sólo la eternidad será su término.

            Sabe Usted que deseo demostrárselo más con hechos que con palabras, cuando la divina Providencia me conceda la ocasión, pues soy, mi reverendo padre, su muy humilde servidora en Jesús. Jeanne de Matel.

Carta 107.

 Lyon, 24 de febrero, 1642. Al hermano Ambroise de la Compañía de Jesús.

            Mi querido y bien amado hermano:

            Un saludo en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor crucificado, por cuya gloria se ha sacrificado Usted al servicio y salvación de los pobres nativos, donde encontrará Usted miles y miles de ocasiones para cargar con su cruz y unirse a los sufrimientos que él padeció por la humanidad en general y por cada uno en particular. Diga con frecuencia, junto con el gran apóstol, que está Usted clavado en la cruz con este divino Salvador; que no tiene otro deseo sino gloriarse en ella.

            Nuestras Hnas. Elizabeth Grasseteau y Jeanne George le dan las gracias por recordarlas ante Dios; ellas le piden que lo haga santo. Por lo que a mí respecta, me es Usted tan querido como si fuera yo misma. Si mis oraciones son eficaces, sentirá Usted los efectos.

Será para mí una satisfacción el saber nuevamente que Usted se santifica, y que desea transformarse en aquel que es el Santo de los santos. Ruéguele por todas sus hijas, particularmente por aquella que es en él su afectísima servidora. Jeanne de Matel

Carta 108. 

Lyon, 24 de febrero, 1642, A Monseñor el obispo de Nîmes.

            Padre mío:

            Que el Espíritu divino, que es la parte de los santos en la luz de su partida, sea siempre su dichosa heredad. Sea éste mi humilde saludo.

Si pudiera yo quejarme con justicia, al no poder ver más a mi Padre sino con la duración de un relámpago, lo haría ante mi divino esposo, con un profundo y tierno respeto, pues adoro sus mandatos y permisiones. El hace que, por su bondad, todo coopere al bien de aquellos a quienes se digna amar como suyos, aun por su sencillez e ignorancia, puesto que ellos se reconocen como la nada en presencia del todo.

            Esto es lo que vio su hija esta mañana, al ir a comulgar después de que Mons. Laubardemont la dejó. Los reverendos padres Gibalin y Voisin la comprometieron para que hablara con el Sr. de Rossignol. Con él se encontraba el Monseñor de Chartres, a quien hablé sin saber su hombre hasta que se despidió. Sin embargo, sentí en mi alma un respeto natural en mí al hablar con prelados, a pesar de que no me atreví a preguntarle su nombre.

Asistí, pues, a la eucaristía, y después de recibirlo, mi divino Salvador me dirigió estas palabras: Hija mía, es sobre ti que la herencia de la luz ha descendido. Escucha las palabras de mi apóstol, puesto que deseas caminar siempre en mi presencia, adorándome en espíritu y en verdad. Crece en mi presencia en ciencia divina, pues me complazco en hacer progresar tu espíritu a mi lado, en la soledad, a semejanza de Moisés en la cima del Monte Sinaí, para hablar contigo. Consuélate en la virtud, según el poder que te da mi gracia mediante la luz que ilumina tu entendimiento y la llama que abrasa tu voluntad. Da gracias a tu divino Padre por concederte el favor que mi apóstol pondera tanto a los colosenses, diciéndoles: Confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor (Col_1_11s).

            Me explicó divinamente todo este capítulo, que la brevedad de una carta me impide compartir, pero debo pedirle, Monseñor, que le dé las gracias por la dicha de haber sido feliz y poderosamente liberada de las tinieblas de mi ignorancia, y conducida por su diestra al reino de este Hijo bien amado, el cual, por su sangre, es mi redención, mi adorno y alimento, pacificando por ella mi cuerpo y mi espíritu, mi interior y mi exterior, con una paz que sobrepasa todos los sentimientos, enseñándome los misterios escondidos para hacer ver en mí las riquezas de su gloria, la cual se manifiesta en la elección que hizo de una jovencita para comunicarle sus sacramentos o sus secretos. Porque así plugo al divino Padre.

            Por todo ello doy gracias a este Hijo tan amado, como lo expresa el evangelio de hoy, lo cual satisface mi impotencia como espero que él satisfará el deber de aquella que es, en su divino amor, la muy humilde servidora de su Padre. Jeanne de Matel

Carta 109.

 24 de febrero, 1642. Al señor de Nesmes, capellán del Cardenal de Lyon.

            Monseñor:

            Un saludo muy humilde en Jesucristo.

            El portador de la presente, cuyos asuntos le encomiendo, le dirá de viva voz lo que su madre no pudo escribir con todo detalle.

            Que no haya recibido ninguna carta de su hijo, es lo ordinario. No sabe dónde está. El Sr. de Chartres se tomó la molestia de subir a la santa montaña con el Sr. de Rossignol, para entrevistarse con la que suscribe. No sé si estuvieron contentos con ella. Su alma estaba tan distraída con los pensamientos de la suerte de san Matías, que tuvo gran trabajo para escuchar lo que le preguntaban, y más para responderles. Los reverendos Voisin y Gibalin la convidaron a hablar con sencillez, según su orden.

            Al salir de con ellos, asistió a la santa misa y comulgó. Durante la eucaristía, la ventura de los santos descendió sobre su espíritu, para elevarlo hasta aquel que es fuente de toda santidad, dando gracias al divino Padre por las palabras de san Pablo: El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados (Col_1_13s).

            Es en esta luz que ella encuentra su paz y su alegría, y donde quiere permanecer como su muy humilde sierva en Jesús. Jeanne de Matel.

 Carta 110. 

Lyon, 25 de febrero, 1642. Al Padre Fang, misionero.

            Señor mío:

            He dado gracias al Verbo Encarnado, nuestro amor, quien le ha demostrado con creces que cuida de los suyos, y los protege en la tierra y en el mar, concediéndoles la fuerza y la salud cuando tienen el valor de declararse a su servicio, y de hacer todo lo posible, con ayuda de la gracia, para extender su gloria al ocuparse de la salvación del prójimo.

            El celo que tiene Usted de procurar la de los pobres nativos, le hizo embarcarse en esta conquista, esperando contra toda esperanza. Su confianza jamás quedará confundida. Si mis oraciones pueden serle de utilidad, son ofrecidas de todo corazón al Verbo Encarnado, para secundar sus piadosas intenciones. Ruéguele que sea yo fiel a sus designios. Soy en él su muy humilde servidora. Jeanne de Matel

Carta 111.

 Lyon, 1o. de marzo, 1642. A la Señora de Beaunam.

            Señora:

            Un saludo muy humilde en Jesucristo.

            El honor que me hizo Usted al escribirme una carta que es la perfecta representación de su buen corazón, obliga al mío a tomar parte en todo lo que a Usted concierne, y a rogar por el Sr. Marqués de Coligny, sobrino suyo, cuya confianza puede obtener del Verbo Encarnado lo que mi indignidad le haría rehusar enteramente.

            Este conocimiento de mis miserias me impediría presentarme a orar, si el sentimiento que tengo de la bondad infinita del divino Salvador no me atrajera a la oración con tanta confianza en ella como confusión llevo en mí, esperando, Señora, que su misericordia sobrepasará su justicia.

            Le he pedido conceda al Sr. Marqués, si es por su bien, lo que yo no merezco obtener. Reiteraré esta súplica a la divina Majestad, rogando a Usted me acepte en calidad de su muy humilde servidora. Jeanne de Matel

Carta 112. 

Lyon, 7 de marzo, 1642. AL Reverendo Padre Celestin de Soissons, de san Francisco, guardián del Convento de Puy

            Mi Reverendo Padre:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro sagrado amor, que es su peso.

            Su espíritu se inclina hacia donde él lo lleva. La caridad de este divino Salvador lo apremia para que estime la muerte que él sufrió por toda la humanidad. Que este caritativo pensamiento anime su amor, su celo y el cordial cuidado de aquellos que la Providencia le ha confiado, exhortándolos a crecer de virtud en virtud, a fin de que lleguen a ser dignos de contemplarlo en Sión. Usted es el primero en darles ejemplo de la perfección que Dios les pide.

            Suplico a su reverencia continúe sus santos sacrificios, eucaristías y oraciones que ofrece por aquella que desea enmendarse, que no le olvida en sus comuniones y oraciones, y que le honra ya desde esta vida como lo hará por toda la eternidad, puesto que soy y seré sin fin,

Carta 113. 

A Monseñor de Nesmes, capellán del cardenal de Lyon.

            Monseñor:

            Aquel que dice en el evangelio de hoy que conoce a sus ovejas y que nadie las arrebatará de manos de su humanidad, que es la misma protección que la de su Padre, sea por siempre bendito con toda bendición por el cuidado que tiene de aquellas a quienes dirige con tanta dulzura, que me hace abundar en consuelos interiores, diciendo con el rey profeta: ¡Cuán dulce al paladar me es tu promesa, más que miel a mi boca! (Sal_119_103).

Desde el jueves por la tarde sufro de grandes dolores de cálculo. Mi paciencia no es tan grande como se dice, porque grito bastante fuerte y con mucha frecuencia, mientras que me veo felizmente lapidada. No puedo decir con el Hijo de Dios que soy apedreada por mis buenas obras, puesto que no hago ninguna con perfección. Escribo lo que puedo, obedeciendo las órdenes del Sr. Cardenal, que Usted mismo me transmitió, admirando el celo que tiene por cubrir la multitud de mis pecados con su eminente caridad. Son éstos nuevos motivos de agradecimiento que debo a su juiciosa prudencia, que vela por mi reputación y mi salud, al mandarme conservar la primera y prohibiéndome que ponga en peligro la otra.

            El Reverendo Padre Gibalin espera sus órdenes para partir, y yo permanezco siempre en la indiferencia en la que Usted me vio al partir de aquí. Quien tiene a Dios, lo tiene todo, y es demasiado avariento aquel a quien Dios no basta.

            Que él sea siempre su hartura de gracia y de gloria en el tiempo y en la eternidad. Monseñor, soy en Jesús, nuestro amor, su muy humilde. Jeanne de Matel

Carta 114.

 25 de septiembre, 1642. Al Padre Gibalin, S.J.

            Mi muy Reverendo Padre:

            Que aquel que es rico en misericordia y que previene con las bendiciones de sus dulzuras a las almas que su bondad se digna favorecer, sea por siempre el amor de nuestros corazones. Este es mi muy afectuoso saludo.

            El profeta Isaías tuvo la satisfacción de poder decir: mi secreto es para mí. Usted me priva de ella al mandarme confiarle los que el Verbo divino se complace en manifestarme. La tarde en que el Canciller partió, este enamorado que no puede mentir, y al que gusta ratificar lo que me promete, siendo él mismo el sello de sus promesas, me habló de este modo: Hija mía, acabas de ver al Canciller que hizo el Señor. No te asuste su exterior, de apariencia áspera. Baja a mi huerto, para que te deleites en los valles.  Cuando oraste por él, descendí y me incliné, por bondad, a considerar este jardín de nueces, las cuales, como te dije, son duras por fuera; sin embargo, su interior es dulce y blanco; así es él por las intenciones que tiene de complacerme.

            Cuando me pides por él, estimulas mi caridad y apremias mi bondad para que produzca en su alma, con abundancia, el aceite de mi grande misericordia. He producido en su alma un sentimiento de su nada que contemplo como manzanas de los valles: exhala ella un delicioso aroma semejante a un viñedo floreciente. De ello te doy un signo sensible, que también es interior, desbordando en tu alma un torrente de dulzura que reverbera hasta llegar a los sentidos.

            Querido Amor, agradezco todas tus bondades sobre él y sobre mí: ¡Manda, Dios mío, según tu poder, el poder, oh Dios, que por nosotros desplegaste! (Sal_68_29). A fin de que te ofrezcamos nuestras alabanzas por toda la eternidad en el reino de gloria, la Jerusalén celestial. Esperaré a tu salvador: Dios mío, espero a tu Salvador. Es la bendición de Jacob a su hijo Dan, a quien Dios constituyó juez según la profecía de este usurpador, quien portó dignamente el nombre de Israel: fuerte contra Dios, y vio a Dios, que es un espejo voluntario y un oráculo libre que guarda silencio delante de Elías, y habla en presencia de Samuel; todos ellos fueron constituidos por Dios, porque ama él más la obediencia que el sacrificio. Observando al uno y al otro, permanezco en mi confusión para su gloria, muy Reverendo Padre de su muy humilde hija y servidora. Jeanne de Matel

            ¿Qué significa el que su Reverencia no haya venido al Verbo Encarnado hace cinco días? Lo espero esta tarde después de comer; venga a oír y le contaré, lo que él ha hecho por mí. A él gritó mi boca, la alabanza ya en mi lengua. ¡Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi oración ni su amor me ha retirado! (Sal_66_16s).

Carta 115. 

11 de octubre, 1642 - Al Canciller Séguier.

            Monseñor:

            El Espíritu que dijo por boca del profeta Isaías que se anuncia al justo que la divina Providencia no tiene sino bienes para él, es el mismo que asegura por la pluma de san Pablo: Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio (Rm_8_28).

            Este amorosísimo Espíritu, que es el mismo amor, me ordenó manifestar a Usted el exceso de bondad del Verbo Encarnado, que es un Dios con el divino Padre y él, el cual se ha regocijado en la primera visita que Usted le hizo tanto como se alegró con la de los Reyes Magos.

            Después de la segunda, se complació en anunciarme en el momento de recibirlo en el sacramento del amor, que confirmaba la alianza y la santa dilección que él mismo inspiró a dos corazones que debían ser uno en él por toda la eternidad, y que siendo el Verbo y el carácter del Padre, él era el sello de las promesas que se digna conceder por pura bondad: a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello, (Jn_6_27), pues, por su divina misericordia, tal fue su divino querer: hacer del padre y de la hija dos querubines, así como los que ordenó se colocaran sobre el arca que debía ser de madera de olivo, bajo cuyas alas estaba el propiciatorio, donde su Majestad adorable daba a conocer oráculos infalibles por ser la verdad esencial.

            También añadió, continuando las profusiones de sus dulzuras, que, a través del padre, declararía sus voluntades, mediante los juicios equitativos que pronunciaría en las causas que se defienden en la tierra; y por la hija, las que él mismo, como abogado, defiende en el cielo delante de su Padre eterno; que los querubines del propiciatorio, miraban el arca al verse ellos mismos, a fin de conformarse a las inclinaciones de Dios, quien los aceptó y se dignó elegirlos para dar a conocer sus designios y sus órdenes, por su gloria y su salvación; y que, a semejanza de ellos, el uno y la otra dirían con gran confianza en la bondad de este Dios, que es uno en esencia y trino en persona: ¡Abridme las puertas de justicia, entraré por ellas, daré gracias a Yahveh! Aquí está la puerta de Yahveh, por ella entran los justos (Sal_118_25s). Estas puertas adorables son las llagas del Verbo Encarnado nuestro amor.

            Por él y para él, me atrevo a suscribirme de Usted, Señor, su muy humilde

 Carta 116. 

11 de octubre, 1642. A la esposa del Presidente de Pontat

            Señora mía:

            Henos en vísperas de nuestra gran santa, quien tenía por divisa: Cantaré eternamente las misericordias del Señor. Esperemos, a imitación suya, cantarlas con ella en el cielo en el transcurso de una feliz eternidad.

            El portador de la presente, que estima y aprecia la virtud, le dirá de viva voz la inclinación que siento por el uno y por la otra, y que su alma está unida a la mía por el santo amor que es más fuerte que la muerte. El es más firme que el infierno: nuestras lámparas son todas de fuego y llamas, alumbradas por el espíritu que el Padre y el Hijo producen desde la eternidad, el cual es el término de todas las divinas emanaciones que proceden de su intimidad.

            Deseo esperar que muy pronto dará fin y detendrá el curso de sus lágrimas por la muerte de aquel que vive en este Dios de bondad. Señora, él le dice que un momento de pena y de sufrimiento le ha valido el precio de un gozo perenne.

            Terminé la novena de comuniones. Nuestras hermanas, quienes la saludan con toda humildad, han orado, y siguen haciéndolo, por el hermano y por la hermana. Las oraciones que no son ya necesarias a un alma glorificada, son, por la misericordiosa economía del Verbo Encarnado aplicadas a las que están en el purgatorio. No sabiendo con entera certeza si la pena ha sido satisfecha del todo, debemos continuar nuestras oraciones.

            Como estoy enferma de los ojos, me veo obligada a terminar la presente, asegurando a Usted que sólo la eternidad será el término de nuestro cariño. La abrazo cordialmente en el seno del Padre Eterno, donde se encuentra el único Hijo que engendra en el esplendor de los santos, el cual se ofrece por nosotros a sí mismo a este divino Padre, en perfecto holocausto. Por su reverencia, es escuchado. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Es en él que soy, Señora, toda suya en éste nuestro todo. Jeanne de Matel

Carta 117. 

12 de octubre, 1642. Al señor Abad de Cérisy.

            Señor:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado el rey de los corazones, el cual ha unido los nuestros en su divino amor, que es un bien sumamente amable: el alma de Jonatán se apegó al alma de David, y le amó Jonatán como a sí mismo. Hizo Jonatán alianza con David, pues le amaba como a sí mismo. (1Sam_18_1s). No ignora Usted que estas palabras sagradas, que expresan el gran cariño que unió y fundió el alma de Jonatán con la de David, son muy apropiadas para ilustrar la producida por el Espíritu Santo, que cumplirá tanto al hijo como a la madre.

            Estas pocas líneas dicen mucho. El portador de la presente me aseguró que entregaría mis cartas en propia mano; no he querido esperar a recibir las suyas, ni dispensarme de escribir, a pesar del dolor de cabeza que me agobia en el momento de hacer la presente, que no obedece otra orden que mi salud. No me preocupo por ello, y tampoco por iniciar con cumplimientos nuestra conversación por escrito. Habiéndolos desterrado de nuestras conversaciones de viva voz, diré a Usted con frecuencia lo que el Verbo Encarnado dijo a sus discípulos, a pesar de que el sentido no sea del todo adecuado: Tengo mucho más que decirles, pero no lo podéis entender ahora.

            Esto no quiere decir que no pudiera Usted comprenderlas, sino que no me es posible escribirlas. Este no poder significa que las cartas no pueden decirlo todo. Cuando estemos, por misericordia, elevados en la gloria, podremos ver y entender todo en el Verbo y por el Verbo, de quien procede toda dicción, toda locución, toda palabra y toda sabiduría, lo cual comparte con nosotros según nuestra condición de peregrinos: Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido (1Co_13_12).

            Ahora y entonces, seré en este Dios de amor, Señor, su muy humilde sierva y buena Madre Jeanne de Matel.

            Mi señor Abad meditará en el celo que urgió al apóstol a dar gracias continuas al Dios que amaba, por todos los dones que concedió a los Corintios en Jesucristo, por el cual fueron enriquecidos con toda palabra y doctrina, a fin de que no carecieran de ninguna de las riquezas de la gracia, y que colmados de todo, esperaran el cumplimiento de las promesas infalibles de este amoroso Salvador, el cual las confirmó por su bondad, a fin de hallarlos sin culpa el día en que vendrá a juzgarlos.

            Mi señor Abad aprovechará las dulzuras del Dios que murió por él, a fin de no caer en las manos del Dios vivo, que posee el ser en sí mismo, que es bueno en sí mismo y justo hacia nosotros, lo que hizo exclamar al apóstol ya citado que los que desprecian la sangre de la alianza, se hacen merecedores de los suplicios que expresa por medio de estas formidables palabras: Es terrible caer en manos del Dios de los vivientes. Para no caer en manos de su justicia, moremos en el seno de su bondad, donde experimentaremos el dicho del profeta. ¡Qué bueno es el Dios de Israel hacia los rectos de corazón!, asegurando que este Dios es su herencia y su felicidad eterna, y diciéndole: Dios de mi corazón y mi heredad, eres Dios para siempre; porque los que se alejan de ti se perderán; todos los que fornicaron lejos de ti se extraviarán.

Carta 118. 

París, 14 de octubre, 1642. Al señor Presidente de Versigny.

            Señor mío:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado el cual ha unido el suyo al de la Señora con lazos y nudos indisolubles; el del matrimonio los hace una misma carne, pero el de su cariño los hace uno en su amor, en unión con su divino Padre, que es lo que él pidió en la noche de la Cena, y en la claridad de su alegría, que llevaba en sí desde antes de la constitución del mundo para los suyos.

            Para obtener este reino de gloria y claridad, su providencia y su sabiduría nos quieren conducir por los caminos que el divino Salvador nos trazó. El afirmó que nos daba este reino como su Padre se lo entregó. Fue él quien dijo a los discípulos de Emaús que era necesario que el Cristo sufriera para entrar en su gloria, aunque ella le fuera debida esencialmente por razón de naturaleza divina.

            Señor, si padecemos y sufrimos con él, reinaremos con él y por él, y recibiremos la gloria según la medida de su gracia. Las penas y las aflicciones de esta vida no son comparables a las alegrías y a las delicias de la otra; en un momento se obra el peso de una gloria eterna. El ojo no vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre mortal pudo pensar en la felicidad que Dios ha preparado a quienes lo aman: todo coopera a su bien.

La muerte de su hijo fue para Usted, y tal vez sigue siendo, sumamente aflictiva; pero, como plugo al soberano Dios retirarlo de esta vida miserable y de este siglo de maldad antes de que cayera en los vicios que infectan a tantos, y que Usted no hubiera tolerado, se somete plenamente a los decretos de su soberana sabiduría, bendiciendo a la mano que le dio, que es la misma que le quitó. Esta resignación a sus mandatos obtendrá de su bondad nuevas bendiciones, si las oraciones de nuestras hermanas, hijas mías y de Usted son eficaces ante el Verbo Encarnado nuestro amor, el cual redoblará sobre Uds. dos y sobre todos sus seres queridos, sus abundantes dones, concediéndoles el ciento en este mundo y la vida eterna en el otro, como recompensa por todos los favores que han hecho Uds. a aquella que ambiciona santamente la calidad de ser, Señor, su muy humilde y agradecida servidora. J de Matel.

Carta 119. 

15 de octubre, 1642. A la Superiora de Aviñón.

            Muy querida hija:

            Un saludo en el corazón de la gran santa Teresa, quien amó seráficamente al Verbo Encarnado, nuestro amor y nuestro todo.

            El Reverendo Padre Gibalin la habrá informado de las extraordinarias ocupaciones que Su Eminencia me ha dado desde el mes de marzo, y que es una no pequeña gracia de Dios que junto con él haya llegado al final de una obra tan larga y tan contraria a la razón de una persona que desea un trabajo según sus inclinaciones. Bendiga al Padre de las luces, cuya buena voluntad ha hecho brillar su sol sobre todos, y que se complace en hacer misericordia puesto que es bueno en sí mismo.

            La hija del Sr. Chrétien puede tomar el santo hábito, pues ha sido fiel en lo poco y en sus pequeñas ocupaciones. El Verbo Encarnado la asistirá en lo mucho y en las acciones grandes. El le dice como a todas: sean santas, porque yo soy santo, y perfectas como su Padre celestial es perfecto. Es el Verbo Encarnado quien habla, el cual es poderoso para hacer abundar toda virtud en ella y en las demás. Saludo a todas, exhortando a mi hija Teresa del Calvario a estar también santamente enamorada del amor del Verbo Encarnado a ejemplo de su patrona, cuya fiesta celebramos, y que ama la Orden del Verbo Encarnado con un amor que no puedo expresar. Ella no me quiso para la suya porque me reservaba para ésta, conforme a los mandatos de quien es todo para ella, y sin el cual todo lo creado le parece nada.

            El Reverendo Padre Gibalin tenía tanta prisa, que no tuve tiempo para decirle adiós, ni hacer una relación de lo que se llevó. Puede Usted cerrar y firmar el contrato de esa casa que les es necesaria recibiendo a esas dos jóvenes, y que el Sr. Jay le proporciona por lo que pide. Me gusta más así que del otro modo. Jeanne de Matel

            ¿Qué edad tienen ellas? Usted no me lo indica; no hay que temer sino una cosa: que si las jóvenes no perseveran, se me quisiera quitar la casa, lo cual sería para Usted y quienes estuvieran viviendo en ella una pérdida bastante perjudicial. Haga lo que le parezca en caso de que no lleguen a ser religiosas del Verbo Encarnado en cuyo amor saludo a todas, exhortándolas a redoblar sus oraciones por mí, que soy de todas, como de Usted, mi muy querida hija, su buena madre.

Carta 120.

 23 de Octubre de 1642. Al señor Rosignol.

            Señor:

            Un saludo muy humilde en el amor del Verbo Encarnado.

            Usted sabrá que la palabra santa  afirma que la madre no puede olvidar a su hijo y que si ella llegara a olvidarlo, Díos no olvidará a aquél que ha adoptado por tal, según el amor de su Espíritu.

            Pudiera pensar usted, que mi silencio es señal de que he olvidado a aquél que le ha pedido a este Espíritu Santísimo que me lo diera por hijo, pero sólo esperaba noticias del Abad de Cérisy, para testimoniarle cuánto lo he recordado delante de Dios y de su santa  Madre en mis comuniones y oraciones, pidiéndoles que lo hagan Santo.

            Ya que su piadoso celo me previene en todo y ha pedido al Sr. Virodric de subir nuestra santa montaña, para asegurarme su bondad hacia mí, no quiero retardarme en agradecerle por escrito todos sus favores, y confirmarle la promesa de continuar las oraciones que hacemos en nuestra Congregación por su Excelencia ducal como por la persona más necesaria para nuestro buen Rey, para la gloria de su corona y por el bien de Francia.

            Este gentil hombre tiene prisa, lo que me hace terminar la presente, suplicándole me siga considerando, Señor, en calidad de su muy humilde y buena madre en Nuestro Señor. Jeanne de Matel.

Carta 121. 

4 de noviembre, 1642. Al señor Abad de Cérisy, capellán del Canciller Séguier.

            Señor:

            Mi corazón desea más a su hijo la virtud y la sublime santidad de san Carlos, que la eminencia cardenalicia. Sea este mi afectuoso saludo.

He dado gracias al Verbo Encarnado por haber bendecido su viaje permitiéndole llegar a París sano de cuerpo y espíritu. Le ruego sea él su camino, su vida y su verdadera luz en todo, pues en esto consiste la salvación universal: La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría (Col_3_16).

            Si fuera yo la mujer fuerte de que hablan los proverbios; si nunca hubiera estado ociosa, y por mi fidelidad hubiera confiado en mí el corazón de mi esposo Jesús, no sentiría tanta confusión al escuchar estas palabras: Se levantan sus hijos y la llaman dichosa; su marido hace su elogio (Pr_31_28).

            Aquel de quien la palabra es efectiva, puede hacer abundar en mí su gracia. Ruéguele que no la reciba en vano, y que en verdad diga yo con el apóstol: Mas por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí (1Co_15_10).

            No puedo expresar a Usted cuánta alegría ha tenido mi corazón al recibir cartas tan cordiales de una madre y de dos hijos de bendición. Sabe Usted bien a qué personas me refiero, a quienes, por una divina dispensación, son descubiertos los misterios: Y esclarecer cómo se ha dispensado el misterio escondido desde siglos en Dios, creador de todas las cosas, para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos, mediante la Iglesia, conforme al previo designio eterno que realizó en Cristo Jesús (Ef_3_9s), en el cual yo me afirmo, y por el que debemos tener acceso, con entera confianza, a su divino Padre, apoyándonos en sus méritos y mediante la fe en la verdad de sus promesas, que serán infalibles si le soy fiel. Ruéguele que me conceda esta gracia.

            Hágame favor de asegurar a la hija de mi corazón que tiene una madre que es toda de ella, y que bien pueden darse al mismo tiempo una benjamina y un benjamín; una hija de la diestra y un hijo, puesto que la bondad del Padre celestial le ha concedido la posesión de sus gracias y de sus bienes, como a las hijas de Job junto con su hermano: Y su padre les dio parte en la herencia entre sus hermanos (Jb_42_15).

            Todas sus hermanas presentan a Usted su muy humilde saludo, y se encomiendan a sus celebraciones eucarísticas y fervientes oraciones. Usted me hace ver mi pereza, al decirme que no le he enviado las cartas de las que su bondad quiere ser tanto el distribuidor como el portador. No deseo disculparme por ello, habiendo faltado a lo que pensaba hacer, pero sí decirle que el fuerte dolor de cabeza que me aqueja desde hace tiempo me sirve de excusa legítima.

            Debo responder a nuestra Hna. Catalina Fleurin sobre un asunto de sus amigos. Le demostré con pocas palabras la confianza que tengo en mi hijo; puedo juzgar que su reputación y sus méritos no le son desconocidos. Veré por su carta si ha abandonado sus deberes por esta causa, llevada por su reconocimiento hacia todos aquellos que la hacen sentirse obligada por haberme favorecido. Ella y yo tendríamos necesidad de aprender la cortesía necesaria en la conversación en la que nos vemos comprometidas por orden de la Providencia que gobierna todas las cosas, y no en los modales de la prudencia humana, tan alejada de mis inclinaciones como lo está el cielo de la tierra.

            He escrito por mediación de un gentilhombre de su eminencia ducal al Sr. de Rossignol, quien tenía orden de informarle acerca de mi estado de salud, y de comunicarme el gozo que el Sr. Lombardemont le proporcionó, dándole esperanzas de que muy pronto tendrá a su Madre en París. Todos los hijos anhelan que su madre se ponga a disposición del Verbo Encarnado y de su Santo Espíritu, quien es el inspirador de los poderosos, y cuyos mandatos son leyes que no se pueden quebrantar sin aparecer como un criminal.

Tengo varios maestros, pero solamente un padre. Por favor presente mis humildes respetos a Mons. el Canciller, y créame que no he cambiado en aquel que es eterno e inmutable. Su muy humilde hermana y buena madre, mi muy querido hijo. Jeanne de Matel.

Carta 121.

 Lyon, 11 noviembre, 1642. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy [Germain Habert] en París.

            Señor:

            Pido al Verbo Encarnado inflame su corazón con las llamas en que abismó al de san Martín, sobre cuya cabeza apareció un globo de fuego mientras decía la santa misa y ofrecía el sacrificio y el sacramento del amor.

            Admiro este globo como un signo visible de la llama invisible y como otro sacramento, pues siendo aún catecúmeno, vistió a Jesucristo, quien se le apareció disfrazado de pobre. Cuando llegó al sacerdocio, el mismo Jesús lo recompensó enriqueciéndolo interior y exteriormente, y coronándolo con una diadema de fuego.

            San Martín fue un perfecto holocausto. Elevemos nuestros corazones y nuestros espíritus mediante esta llama, que es más ardiente que deslumbrante, aunque el Evangelio de hoy no nos habla sino de luz. El Espíritu Santo desea que contemplemos a este santo inflamado y radiante, que nuestro ojo sea sencillo, mirando sólo a Dios y para Dios en todo lo que amamos y nos esforzamos por aprovechar las abundantes gracias que su bondad ha querido y quiere seguirnos comunicando para nuestra salvación y la de nuestro prójimo.

            El nos dice a cada uno: Bebe el agua de tu aljibe, y de los manantiales de tu pozo. Rebosen por fuera tus manantiales y espárzanse tus aguas por las plazas (Pr_5_15). Es lo que escuchó su madre un día de la semana pasada, mientras se reprochaba el ser demasiado libre en sus comunicaciones al exterior. El Verbo Encarnado, la sabiduría amorosa, dijo en un exceso de misericordia: Yo, como canal de agua inmensa, derivada del río, y como acequia sacada del río, y como un acueducto salí del paraíso (Si_24_41), así como el resto de este capítulo 24.

            Es necesario que exclame junto con David: Ah, cómo es bueno el Dios de Israel para los de corazón recto e intención sencilla y pura, que buscan complacerle en todo, y que no buscan convenir con los malvados ni tener parte alguna con las tinieblas. Un alma o un espíritu fiel al Verbo Encarnado escucha estas divinas palabras: Las mismas tinieblas no serán oscuras para ti, y la noche como el día lucirá: la oscuridad es para ti como la luz (Sal_139_12).

            Pedí a Mons. de Nesme que me disculpara ante Usted por no haber contestado la carta que Usted me hizo el honor de apresurarse a escribir, en la cual Usted le saluda junto con el Reverendo Padre Gibalin, el cual presenta a Usted por mediación mía su muy humilde saludo. Esta carta no me fue remitida sino hasta algunos días después. La segunda, que se me entregó en propia mano, venía bien sellada.

            Me alegra mucho que se haya sentido satisfecho de la visita a Charonne, y que haya Usted conocido a una hija más virtuosa y más llena de celo que su madre, la cual permanece siempre indiferente hacia cualquier suceso, lo cual demuestra mi pusilanimidad respecto a las obras santas.

            Me dice Usted que la señora honró con su visita a nuestra Hna. Catalina, pero no me dice si mi Benjamina estaba de viaje. Le ruego me informe en qué fecha llegará a París la Sra. de la Rocheguyon y si es conveniente escribirle, cuando consulte Usted al oráculo bajo las alas del querubín de su barrio, pues bajo el de Lyon, seguirá escuchando las mismas respuestas.

            ¿Es Usted de la opinión que nuestra Hermana Catalina vaya, junto con el Reverendo Padre V., a preparar al Sr. de P.? Si ella fuera tan elocuente como virtuosa, podría obtener esta petición. Me sorprendería mucho que así fuera. Espero recibir esta noche noticias suyas, sin atreverme a esperar las de Usted.

            Los ruiseñores no son signo del frío, sino de la primavera y del verano. Si Aquilón hubiera cambiado al escucharlos en un mediodía de benevolencia, les estaré doblemente agradecida, sobre todo por el afecto que han demostrado hacia una hija que ama con verdadera caridad a su madre.

No hemos recibido noticia alguna de aquél a quien se notificó el día de san Francisco que no había nada de Verbo Encarnado. Por favor dígame la causa, después de haber presentado mis humildísimos respetos a las personas a quienes estimo más de lo que puedo expresar. A mi hija mis saludos afectuosos, sin olvidar a la Señorita Poulaillon. Estoy segura de que no olvida Usted en sus santos sacrificios y fervientes oraciones a la que es por siempre, en el Eterno, Monseñor, mi muy querido hijo, su humildísima servidora.

            Nuestra Hna. Isabel le da humildemente las gracias. Le ruega que pida, junto con el testamento del difunto M. Perrot, tío suyo, los contratos de las rentas que recibió ella de sus dos hermanos. La hermana no cuenta sino con el contrato de las 500 libras que su difunta madre le dejó. Ella, Sor Elena y toda nuestra congregación, saludan a Usted en el corazón del Verbo Encarnado.

            Como con Usted no debo molestarme en revisar y corregir mi escritura, ello es y será causa de que pueda escribir a Usted más seguido. Mi mano se hace violencia cuando debe escribir con demasiada propiedad.

Carta 122. 

Lyon, 17 de noviembre, 1642. A M. El Abad de Cérisy [Germain Habert], en casa del Sr. de Séguier, Canciller de Francia en París.

            La paz de Cristo,

            Después de haber orado al que inspira pensamientos santos, escuché: Mis pensamientos son de paz y no de aflicción. No temas, pequeña grey, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (Lc_12_32); (Ro_8_31).

            Digamos, a ejemplo del apóstol, que deseamos amarle en la amabilidad, en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra de verdad (2Co_6_6s). Con su divino poder rebasaremos los muros de todas las contradicciones mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces: como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos (2Co_6_7s). Tengamos en nada, como este apóstol, el ser juzgados por los hombres, ya que son incapaces de leer nuestros corazones. Seamos fieles al Verbo Encarnado: El iluminará los secretos de las tinieblas y descubrirá los designios de los corazones; pues el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón (1Co_4_5);  (1S_16:7b)

            Este Dios todo bondad me ha concedido la sinceridad y me ha recomendado amorosamente que diga la verdad. Junto con su misericordia, me la ha dado como mi porción, lo cual han reconocido como un don por no decir mi natural todos aquellos que han dirigido mi alma. El me ha puesto delante de su rostro como el signo de su bondad, sin mérito alguno de mi parte, como a otro Zorobabel, el cual alcanzó el premio con la fuerza de la verdad.

            Si las razones que alego carecen de valor, que sean rechazadas; pero me parece que se sostienen por sí mismas, mientras que las aducidas por la persona que se queja sin motivo se ven destruidas por sus proposiciones. Aquella que no sabe nada sin el Verbo, ¿acaso mintió al no encontrar la puerta abierta en el momento de ser interrogada, respondiendo que no sabía nada? El Verbo no me instruía por entonces para responder a un hombre que me era desconocido, y que no me dio a conocer la autoridad que él pensaba tener para interrogarme.

            Hacía unos cuantos días que Su Eminencia, nuestro prelado, había desaprobado la imprudente candidez que demostré al responder a dos sacerdotes a quienes jamás había visto, pero cuyos nombres me fueron dados por dos capuchinos a quienes conozco desde hace cuatro años. Esta falta debería hacerme prudente, humanamente hablando, si el Espíritu Santo no me hubiera dispensado sus arrebatos, gratificándome con el fervor mencionado en Hechos: El Espíritu Santo les concedía expresarse (Hch_2_4).

            Señor, el Precursor del Verbo Encarnado, del cual se dijo: ¿Qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta (Lc_7_26). Y Zacarías: Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo (Lc_1_76) san  Juan, en el primer capítulo, dice que vino a dar testimonio de la verdad. ¿Acaso mintió al responder que no era un profeta? ¿Quién puede acusar de falsedad al gran apóstol cuando dijo a los Corintios (1Co_2_2): Pues no quise saber entre vosotros sino a Cristo, y éste crucificado?

            Continúa diciendo, en el mismo capítulo, que se refiere a una sabiduría misteriosa y desconocida a los grandes de este mundo. Tanto en éste, como en los capítulos siguientes, parece enseñar todas las cosas a los Corintios. Me parece que su actitud básica al escribirles fue: Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso (1Co_2_3).

            ¿Cómo no haberme sentido así ante un desconocido que me interrogaba acerca de lo que no debía descubrirle a primera vista, aun cuando las luces para ello fueran en verdad producidas por aquél que me las había comunicado en la oración, y que él mismo me dictó mientras que yo las anotaba en escritos que él aprecia y con razón, pues jamás procedieron de los hombres, sino de aquél que es el Hombre-Dios: El Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado? (Jn_1_18).

            El es un espejo voluntario y un oráculo libre. No le plugo responder al rey que deseaba, conocerlo por mera curiosidad. ¿Mintió al callar? ¿Blasfemó en presencia del sumo sacerdote al decirle que era el Hijo de Dios, y que le vería venir revestido de majestad a juzgar con equidad al que desgarró su túnica diciendo: Ha blasfemado? ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia (Mt_26_65). Después de estas palabras, el inocente por esencia y por excelencia fue declarado reo             Señor, ¿podría ser tratada con más dignidad la hija de este Verbo hecho carne, que murió por ella y por toda la humanidad? Todos sus hijos e hijas deben alegrarse si se les honra de la misma suerte, aceptándola con sencillez en unión de aquél que se complació en tratar con los sencillos que no recurren a los artificios de este mundo: Pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios, el cual prende a los sabios en su propia astucia (1Co_3_19). El Señor conoce cuán vanos son los pensamientos de los sabios. Sentid al Señor en la bondad, buscadlo en la sencillez de corazón, pues lo encontrará aquél que no lo tienta. Se hace visible ante los que tienen fe en él. Los pensamientos perversos apartan de Dios (Sb_1_1s).

            Busquémosle confiados, con sencillez de corazón. Esto es lo que me parece debo decir en esta carta respecto a lo que se dice de aquella que no sabe odiar sino al pecado, y que ama a sus enemigos por amor a Dios, en quien sigo siendo, Mi señor. Su muy humilde servidora. Jane de Matel

Carta 123.

 De Lyon, el 9 de diciembre de 1642. A M. Abad de Cerisy, [Germain Habert] en casa del Señor, Canciller. En París.

            Señor mío:

            La doble cuartana no ha osado aparecer en presencia de la aurora que debe engendrar para nosotros al sol de las dos naturalezas unidas en un mismo soporte, sin mezcla ni confusión; y así como lo concibió sin división o detrimento a su integridad, ella lo dará a luz en una media noche que será más clara que el mediodía del sol que alumbra tanto a los animales como a los hombres. Se trata de nuestro divino sol, que aleja los fríos y rompe el hielo en pedazos como si se tratara de frágiles pedruscos de vidrio.

No repito nada de lo que Usted ha visto realizarse delante de todo el pueblo, que no aprendió los misterios sino a través de parábolas. A Usted como le informé le han sido revelados porque plugo al Verbo Encarnado que su Madre se los declarase, a fin de que sea Usted testigo de sus verdades infalibles, y que se recuerde a sí mismo lo que él le dijo el 5 o 6 de octubre pasado, al aplicarle el segundo salmo.

            Quiero preguntarle de qué humor se encuentra Aquilón. Es menester que confiese a Usted que su Madre siente una compasión inexplicable hacia el Inflexible, quien vio la penúltima plaga de Egipto en el mismo estado de aquél que se sentaba sobre su trono. Si Aquilón no hubiera exhalado sus fríos para formar un hielo, el que envía su palabra para cambiar en lluvia los rayos de sus amenazas, hubiera demostrado que él mortifica y vivifica; que conduce a los infiernos y libra de ellos.

            Imagine Usted a su Madre a partir del jueves, en que la doble fiebre cuartana la dejó como una persona caída de las nubes, que no ríe sino por condescendencia y sólo come ante los insistentes ruegos de la portera y de la Hna. Francisca y que de buena gana enfermaría de la doble cuartana cuando debe tomar sus alimentos y animar la recreación.

Salude, por favor, a Philomèle, quien recibirá del cielo la recompensa de su caritativa melodía. La santa  Virgen y su Hijo la han bendecido y volverán a hacerlo. Jamás la olvidaré delante de ellos. José es el hijo que va creciendo, aunque tenga un poco de timidez en consideración a la prudencia humana, que no puede en ningún momento igualar su valor.

            Me arrepiento de no haber abierto la carta que el Reverendo Padre Gibalin me envió para mi hijo, el cual no hubiera tomado a mal que su Madre hubiera obrado con esta libertad, que cortésmente llama derecho suyo, por estar lleno de sumisión y de respeto. El estará de acuerdo con esta ¿franqueza, franquicia, licencia?, y me hará el favor de enviarme una copia, pues pienso que el Reverendo Padre Gibalin no guardó oscuridad alguna. Sigue en ejercicios y saldrá mañana.

            Me parece que Usted me mandó decir que me escribió el penúltimo viernes. Esperaba sus cartas con el afecto con que Ana esperó a Tobías: no con lágrimas, sino con las alegrías que la doble cuartana me producía contra los pensamientos que los médicos expresaban. El Reverendo Padre Gibalin estima y honra a Usted de un modo que no puede ocultarle nada. Yo le había dicho que no hiciera referencia alguna a la potencia, de la que Aquilón se había cargado o saboreado según su manera de hablar, pues contrariamente a lo que Usted piensa, no era necesario pedir sus favores.

            Pedí a Usted que no insistiera ante mi padre san  Pablo y san Dionisio, a quienes me confío, están llenos de celo por la gloria del Verbo Encarnado. ¿Qué dirá Usted de aquella que siempre es larga en sus cartas? Que sea éste un día más de purgatorio, después de la sangría.

            Monseñor el Prior le ofrece sus respetos y se suscribe como su muy humilde servidor. No he releído la presente. Para el Señor y a la Señora, mis respetos de su querida hija y sierva y para mi hija, sigo siendo su buena madre. No dude Usted de lo que soy, y seré infinitamente en el corazón del Verbo Encarnado: Su muy humilde servidora y buena Madre J. de Matel.

 Carta 124. 

De Lyon, el 16 de diciembre de 1642. Al señor Abad de Cerisy, [Germain Habert] en casa del Señor Canciller. En París.

            Señor mío:

            La paz en Nuestro Señor

            Como el P. Gibalin me envió esta carta para que a mi vez la dirigiera a Usted, hago a un lado los enigmas para escribir estas líneas. No podía dejar partir la carta sin asegurar a mi Hijo que su madre está muy bien, que no olvida a su José ni a su benjamina, la cual le escribió a media noche diciéndole que está más cerca de ella que su José y que todo el mundo reunido. Alabo en ella su generoso valor.

            Todas sus hermanas la saludan, y su madre le prodiga ternuras maternales. Como no tuve tiempo de alargar la presente, saludo al Reverendo Padre Lambert, asegurándole de lo que pide a la que es

 Su muy humilde servidora en J

J. de Matel

Mons, mi MQH

Señor mío, mi muy querido hijo.

            A mi Padre y a la Señora, mis humildes respectos. Tengan la seguridad de que, por deber y por inclinación, redoblo mis oraciones por su bienestar temporal y eterno. 16 de diciembre de 1642

 Carta 125.

 Lyon, 2 de diciembre, 1642. Al señor Abad de Cérisy [Germain Habert]. En París

            Señor mío:

            Casa de Jacob, ven, y, caminemos a la luz del Señor (Is_2_5). Este es mi deseo, que le envío como muy afectuoso saludo. Pero yo me alegro en el Señor y me regocijo en Dios mi Salvador (Lc_2_46s). No hay río que pueda extinguir ni enfriar la caridad, ni fiebre doble cuartana que incapacite totalmente la mano de su Madre, para escribir los caracteres que son signos de su dilección maternal.

            El domingo pasado el Reverendo Padre Gibalin, al verme temblar a causa de los escalofríos de la fiebre, creyó que no podría escribir la presente. Me envió una carta para Usted, con objeto de que mi secretaria la pusiera en un sobre y la pusiera la dirección. Sin embargo, no pude dejar partir esta carta sin acompañarla de unas cuantas líneas, temiendo que la mía le provocase una fiebre más fuerte, porque Usted es como el apóstol, que se compadecía de las debilidades de los suyos por un exceso de bondad.

Tenga Usted la seguridad de que esta fiebre no es sino un juego y un temblor de tierra que me hace reír en presencia de aquél que lo permite: Tembló la tierra y calló (Sal_75_9) por un poco de tiempo, para prepararme a recibir a este Enamorado que tembló sobre el heno. Los temblores son inherentes a mi naturaleza, pero los ardores son propios de él, que sin duda vendrá a encender su llama y mandará a la fiebre que salga de mí en el momento en que llegue sobre la nube blanca en compañía de su augusta Madre y de miríadas de sus santos.

            Pero ¿Qué digo? El ha venido ya por la misión del fuego supremo que ha enviado a mis huesos, el cual me enseña que su poder y su presencia pueden mantener a dos contrarios en un mismo sujeto: Señor, tu obra le da vida en medio de los años; en medio de los años lo das a conocer. Cuando estés enojado, recordarás tu misericordia. Dios vendrá del austro y el santo de los montes Parán.

            Usted leerá y comprenderá mejor que su Madre, quien se llena de alegría cuando su hijo es valiente como los generales Macabeos y se apoya en la poderosa bondad de Dios, que todo lo puede por si mismo. Por la causa de uno, puede vencer a diez mil aunque todo el mal proceda de Aquilón. El hace descansar a su Esposa y restaura sus fuerzas al medio día, tanto en el cuerpo como en el espíritu.

            Diviértase al leer esta carta en compañía de mi hija, a quien saludo cordialmente. Cuando el Reverendo Padre Gibalin salga de sus ejercicios, que comenzó ayer, se reirá también conmigo.

            Adiós, mi querido hijo. Mis muy humildes respetos a mi padre y a la Señora. No les olvido en mis oraciones. Todas nuestras hermanas le saludan. Puede ver Usted que tomé varios descansos para escribirle más de lo que me había propuesto. Donde hay un santo afecto, no hay lugar para penas. Espero noticias suyas esta misma tarde; siempre me parecen bien amables, ya que proceden de aquel de quien soy, invariablemente, señor, mi querido hijo en Nuestro Señor, muy humilde servidora y afma. madre en Jesús. J. de Matel

            Mañana hará 15 días que el Sr. de Nesme partió inopinadamente en compañía de Su Eminencia para Marsella. A Philomèle, por favor, que la envío saludos. De Lyon, de la Congregación del Verbo Encarnado, este 2 de diciembre de 1642. Pido al Verbo Encarnado y a su santa  Madre le transformen según sus deseos.

Carta 126.

 De Lyon, diciembre de 1642. Al señor   Abad de Cerisy, [Germain Habert] en casa del Señor, Canciller. En París.

Señor mío:

    Glorificad al Señor por una doctrina pura (Is_24_15) es el afectuoso saludo de su madre.

    Como respuesta a la suya del viernes: Ellos gimen, los que tenían el corazón festivo (Is_24_7). El Señor hace todo lo que quiere en el cielo y en la tierra. El manda a nuestro Padre: A quien me confiese delante de los hombres, yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos (Mt_10_32); tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt_16_18a). Esto es lo que escuché hoy por la mañana al comulgar, y lo que se me ordenó comunicar por escrito a mi hijo después de mi acción de gracias.

    Doy gracias al Sr. Presidente de Margua y al hermano de Usted, sin olvidar a los padres de mi hijo en mis oraciones. No es conveniente comprar los permisos de esta dama. El Verbo Encarnado desea tenerlos por amor, y recompensar también por amor a quienes los concedan.

    El P. Gibalin ya salió de ejercicios. Me repitió lo que expresó en su carta, lo cual demuestra claramente que estima a mi hijo, y que es un director que no se molesta en pedir permiso para decir los secretos de Dios y de sus santos. Tiene el mismo sentir de san Rafael: Bueno es mantener oculto el secreto del rey y también es bueno proclamar y publicar las obras gloriosas de Dios (Tb_12_7).

    Nuestra Hna. Isabel Grasseteau agradece a Usted la gran solicitud con que se ocupa de sus asuntos. Le ruega que insista ante el Sr. Mathieu para el retiro de sus rentas vencidas.

    El Sr. Deville ya la informó de la razón por la cual no retiró la de 500 libras, para lo que no es necesario esperar cartas poder, atestados ni repartos, como él lo ha pedido para las otras. En cuanto al testamento de su tío, hizo bien al omitirla de él, pues dice que él no le daría nada de lo suyo, aun cuando le hubiera heredado sin condiciones lo que menciona bajo una cláusula que demuestra que él no ama la religión, puesto que desestima la vida monástica. 

    Respecto al testamento, ella hará lo que juzgue pertinente en caso de ir a París en mi lugar. No puedo forzarla a escribir y a entregar un recibo a su tío, el comendador de Saucay. La hermana siente gran desprecio hacia esos cien escudos y dice que su tío ha demostrado claramente que la odia, sin otro motivo que el deseo que ella tiene de pertenecer a Dios.

    Escribo estas líneas para satisfacer un espíritu de hija a quien se han dado muchos motivos de aflicción. Es necesario que yo la consuele algunas veces. Sin embargo, a pesar de todas sus debilidades, es una santa cuyos pies no merezco besar, aunque no le demuestre la estima en que tengo su virtud, sabe que cuenta con mi cariño más afectuoso.

    Para mi hija, mi afectuosa ternura. Que ella y su hermano recen por la conversión de aquella que desea ser indefectiblemente, en el corazón del 

V. E.  Su muy humilde servidora y buena madre 

Mons, M.H.C.H.J. de Matel

 Mis humildes respetos a  M.P. y a M.M. (mi padre y a mi madre). Sus personas me son muy preciosas delante de Dios.

 [Espero] no causarle molestias cuando le escribo. No sé dictar mis cartas. Le envío lo que escribo sin revisarlo ni corregirlo mucho, porque me llevaría mucho tiempo y me ocasionaría incontables molestias. No me ocupo de estas cosas cuando escribo con prontitud, aunque tal vez cometo una falta al escribir a Usted con más frecuencia de la debida.

    Después de que la doble fiebre cuartana dejó a su Madre, debe ella ocuparse de las maravillas ocultas, que son el saber de los santos. Ella espera poderlo hacer si el Inflexible no vuelve a visitarla. Escríbame, por favor, para informarme si lo han enviado al lugar donde su hijo la querrá ver. Es el rumor de esta ciudad que lo llama de la paz (frase inconclusa).

Carta 127. 

De Lyon, el 1 de enero de 1643. Al señor el Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor Canciller. En París.

    Un saludo muy humilde en el amor del Verbo Encarnado, quien quiso ser el mediador universal de la humanidad, y muy especialmente de los elegidos.

    El fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_7). De todos los días de su humanidad, el de su Circuncisión es llamado con más propiedad el día de su carne, puesto que sacrificó a la justicia divina una parte de ella con efusión de su sangre. No dio por adelantado el oro ni la plata, sino esa sangre preciosa, bajo promesa de verterla toda en el momento de entregar su espíritu a su Padre.

    El me enseña a ocuparme de la causa de los suyos en el cielo y en la tierra, y de pedir a Usted que acoja favorablemente al Sr. de Revel, cuyos derechos le dará a conocer él mismo si le concede Usted audiencia, a fin de que a su vez hable Usted con el Sr. Canciller, quien tiene tanta bondad como equidad para favorecer justamente a las personas que se defienden cuando se las quiere privar de sus prerrogativas.

    El conocimiento que tengo de la piedad del Sr. y la Sra. de Revel, y del celo de la gloria de Dios que los mueve en todo, me lleva a decir que, al ayudarles, promoverá Usted las verdaderas virtudes y a las personas verdaderamente amantes de su hogar, que promueven, protegen y propagan la fe.

    No creo incurrir en exageración. La verdad, la caridad más sincera, me hace hablar de esta suerte con la franqueza que Usted conoce tan bien en mí, señor, lo que haga Usted por ellos lo hará por aquella que es más que ninguna otra, en el corazón del Verbo Encarnado. Su muy humilde servidora J. de Matel

Carta 128.

 De Lyon, el 5 de enero de 1643. Al señor el Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor Canciller. En París.

            Señor mío:

            Escribí a Usted el primer día del año a favor del Sr. de Revel, Abogado General del Parlamento de Grenoble, a quien se quiere despojar y privar de lo que él y sus predecesores poseen por derecho desde hace muchos años.

            Lo que dije a Usted en la carta que él mismo le llevó, la cual le entregué abierta, expresa mis sentimientos y convicciones. El y su esposa aman y adoran a Dios en espíritu y en verdad. Ambos se cuentan entre el número de personas de bien de quienes se desea abusar.

Ellos son verdaderos propagadores de la fe y muestran, además, una singular inclinación para establecer la gloria del Verbo Encarnado en todas partes. Su gran deseo es procurar la fundación de un convento de su Orden en Grenoble.

            Son éstas razones suficientes para persuadir el corazón de un buen hijo a proteger el derecho de los servidores de la fe. Ellos se han enterado de que el Señor Canciller junto con mi hijo, han venido a verme, y que mis ruegos a su favor no dejarán de ayudarles. No creí oportuno enviarlos sin entregarles una carta que no presiona a lo que no sea posible según Dios, pero que ruega se obre según las posibilidades y la voluntad de Dios, por su amor y el de su santa  Madre, a quienes sirven con tanto fervor.

            Escribí a la Señora; quizá el afecto me hizo rebasar los límites del respeto al llamarla madre mía. Esto no fue intencional. Si esto es abusar de su bondad, corrija Usted esos ímpetus con su prudente discreción. Su Madre carece de ella cuando el peso de su cariño la impulsa, por tratarse del afecto hacia los buenos, con los que quiere sentirse en comunidad sea en la cruz, sea en la alegría.

            Si no fuera por las habladurías acerca de los cambios de oficio, estaría ella en un paraíso completo, pues el Verbo Encarnado la sumerge en sus delicias, las cuales no se pueden expresar. Sin embargo, no puede poseerlas del todo pues compadece a todos aquellos que, sin culpa de su parte, se ven amenazados por personas que amenazan con dividirlos y desolar su reino, pero no por consejo de lo alto, sino por el de aquí abajo: No entendieron y anduvieron errantes: los cegó su malicia y no conocieron los misterios de Dios. Fue así como, por la envidia del diablo, entró la muerte en el orbe de la tierra (Sb_2_21s). He redoblado mis oraciones por mi padre y por mi madre.

            Las dulzuras se duplican; me abismo en ellas para acallar mis temores. No se me habla sino con mimos al lado de este niño recién nacido; sin embargo, lo que quiero decir acerca de las aflicciones que sufren las personas que amo no es escuchado o al menos no parece serlo. En esta fiesta no se aceptan las lágrimas ni el ayuno. Como son bodas de alegría, las lágrimas son cambiadas en agua de Naffe y en néctar por aquel que vino a cambiar el agua de la aflicción en el vino del consuelo.

El dijo que era el Rey del amor, ungido con el óleo de la alegría; por ello le dije: Pero si eres el pequeño pontífice que sube por su sangre al pesebre, el cual simboliza el santuario y el altar donde yace la víctima ensangrentada: estás en el lugar de tu circuncisión enteramente mudo, como podría parecer ante los hombres.

            El respondió a su amada, arrodillada a sus pies: Yo soy Aarón y tú eres la orla de mi túnica, hasta la que desciende y fluye la unción sagrada de la cabeza que mi Padre consagró. Estás a mis pies, que son mis afectos; tú eres mi alegría, mi amor y mi corona.

            Estas palabras fueron dardos, tal vez cañones, que arremetieron contra su Madre, la cual no opuso resistencia sino que se alegró, esperando ver aparecer en la brecha al vencedor del santo amor, quien combate para salvar y se ofrece como botín. Ella le dijo: Si yo soy la franja de tu vestidura, que está tan próxima a tus pies, dame un gran afecto hacia tu gloria y mucho amor por tu gracia, perdonándome mucho, es decir, todos mis pecados. Detesto el pecado, que es la decadencia, y acepto la gracia, que es tu complacencia: Oh Dios, escudo nuestro, mira, pon tus ojos en el rostro de tu ungido. Vale más un día en tus atrios que mil en mis mansiones, estar en el umbral de la Casa de mi Dios que habitar en las tiendas de impiedad. Porque Dios ama la verdad y la misericordia, él da gracia y gloria; no niega la ventura a los que caminan en la perfección. Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti (Sal_84_10s).

            Es en este Señor en quien confío, y en el que soy, por la eternidad, mi muy querido hijo, su muy humilde servidora y buena madre. J. de Matel

Ya había terminado mi carta cuando recordé que no le dije palabra sobre la multa del difunto Señor de Thou. Yo me apoyé en lo que Usted me dijo, sin poner en duda que otros más poderosos que nosotros dos se ocupaban de ello Le ruego mencione a mi Padre, si no lo cree una imprudencia, que a él le plugo asignarme lo más seguro: mi espíritu, tal vez demasiado soberbio o demasiado generoso, no hablaría de ello si Usted no me hubiera escrito al respecto. Este silencio no se debe a la humildad; vea Usted hasta qué punto su Madre carece de virtudes.

            Compadezco a mi Benjamina por las aflicciones que su madre causa a Benoni. Que sea ella siempre hija de la diestra de su divino Padre, en quien debe abandonarse por completo y repetir con David: Mi padre y mi madre me abandonaron, el Señor, con todo, me ha recibido y elevado hasta su corazón.

 Carta 129.

 De Lyon, el 13 de enero de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor Canciller. En París.

            Señor mío:

            Que sea Usted designado por adopción con el nombre que el Verbo Encarnado lleva por naturaleza: el Hijo bien amado del Padre celestial, y que él encuentre en Usted sus complacencias. Sea éste mi muy afectuoso saludo.

            A pesar de haber tomado medicamentos, no deseo dispensarme de escribirle con el correo de hoy, por no haberlo hecho en el anterior.

Al cabo de algunos días he tenido molestias causadas por las piedras, cálculos. A ello se debe que tome los remedios que me fueron prescritos. Me apena el que mis cartas le causen temores sin yo proponérmelo. Es necesario que no me explique tan claramente o que Dios, para hacer que Usted merezca su consuelo, le permita comprender todo en un sentido menos favorable que el que a mí me concede. Cuando digo que el Señor me ha ocultado la enfermedad de M. y su causa, hablo claramente porque él no me ha predicho ni anunciado aflicción alguna para mi padre ni para su madre.

            Los versículos que marqué del capítulo 15 del II Libro de Samuel, ilustran la confianza y la resignación de aquel que era según el corazón divino, dispuesto a todo lo que la divina providencia le ordenara respecto a si mismo y al arca. Después de haber dicho: Haz volver el arca de Dios a la ciudad. Si he hallado gracia a los ojos del Señor, me hará volver y me permitirá ver el arca y su morada. Y si él dice: No me has agradado, que me haga lo que mejor le parezca (2S_15_25s), Dios probó la fidelidad de su bien amado con aflicciones que fueron muy sensibles. Las maldiciones que le lanzó Semeí cuando huía de su hijo Absalón, parecían amables a ese rey en comparación con los sufrimientos que le causaba su propio hijo. A pesar de ello, su respuesta a Abisaí demuestra la adhesión y la confianza que tenía en los mandatos divinos y en la misericordia que esperaba de Dios, quien le amaba con un amor más que paternal, ya que se trataba de un amor más divino que visceral.

            Los envidiosos, a quienes me abstengo de llamar hijos de Belial, pero que son indignos del nombre de cristianos, inventan calumnias y provocan falsos rumores que afligen a quienes profesan afecto hacia aquel a quien Dios ama. Es mucho el ser amado de un protector todopoderoso que libra a los justos, cuando claman a él, de las persecuciones que se desea infligirles a causa de la justicia.

            Ellos pueden decir a quien Usted conoce de un modo singular: El Señor viene en mi auxilio. ¿Qué mal me puede hacer el hombre sin el permiso de su providencia? Cuando se acercan contra mí los malhechores son ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropiezan y sucumben. Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no teme (Sal_27_2s). Quien tiene a Dios, lo tiene todo.

            Es en este todo que ruego a Usted presente mis muy humildes respetos a mi Padre y a mi Madre. Para mi benjamina, mi especial ternura; José es el hijo que crece y posee todos los privilegios que Jacob le predijo. Es el preferido de su madre, quien le da lo que ella ha adquirido con su arco y flechas, que no es otra cosa sino el Verbo Encarnado.

            A la vista de este arco de paz sobre el pesebre, y de sus ojos, de los que se dijo son saetas, bendígalo y crea que soy en él, perdurablemente, mi muy querido hijo, su muy humilde servidora y buena madre. Jeanne de Matel

Carta 130. 

Lyon, 23 de enero de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor Canciller. En París.

            Un saludo muy afectuoso en el corazón amoroso del Verbo Encarnado, nuestro amor.

            El da a Usted el trato de los fuertes y a mí el de los débiles, diciéndole como a san Pedro que Usted le seguirá por el camino de la cruz y las contradicciones. Usted está conforme con todo lo que él ha ordenado, extendiendo generosamente su cáliz, a pesar de la amargura que esto le haga sentir.

            Me parece que Usted estima en nada las privaciones al decir que no hace nada por él al ofrecerse sin sacrificar cosa alguna; ha dejado de pertenecerse para ser todo de él. Parece ser que el deseo de padecer causó la muerte a la buena Hna. María de la Encarnación, cuya vida me envió mi madre. Le suplico se lo agradezca por mí. La leo con una confusión inexplicable, al verme tan lejos de sus virtudes como lo está el cielo de la tierra, aunque la divina bondad no sea conmigo menos espléndida que con ella, desbordando sobre mí los torrentes de sus delicias como si no tuviera sino a mí para comunicarse por amorosa inclinación, mediante esta abundancia de favores.

            Soy muy pobre en méritos, y reconozco que soy la más indigna de todas sus creaturas. A la vista de lo que soy, estuve próxima a expirar el domingo pasado y dejar huérfanos a Usted y a mi Benjamina. Hubiera podido decir con Job: ¡Preferiría mi alma el estrangulamiento, la muerte más que mis dolores! ¡Ya me disuelvo, no he de vivir por siempre; déjame ya; sólo un soplo son mis días! (Jb_7_15s).

            Este Dios que había dicho a san Pedro, de quien la Iglesia solemniza la gloriosa memoria de su cátedra en Roma que debía perdonar setenta veces siete o más, me ofreció el perdón de mis faltas con tanta gracia, que mi alma estuvo también a punto de salir debido al exceso de júbilo, en la misma medida en que estuvo en el abismo de la tristeza.

En medio de estos dos extremos, me sentí fuertemente atraída a orar por mi Padre. Pregunté después al P. Gibalin si se llamaba Pedro, pero me dijo que ignoraba su nombre. Si esto es mera curiosidad, Usted me hará el favor de decírmelo. Debo confesarle que, al cabo de tres semanas, el temor que sentí la primera vez que tuve el honor de hablarle retornó a mi espíritu y comenzó a desterrar poco a poco la confianza, llevándome a pensar que yo era muy atrevida y que podría pasar como inoportuna y que bastante se había molestado ya a causa del proyecto que Usted, con santo apasionamiento, desea ver triunfar.

            No dije nada de esto al P. Gibalin porque no pude hablarle en privado, pues estaba en compañía de otros padres a quienes, por cortesía, no podía dejar solos. Así, cuando le pregunté si mi padre se llamaba Pedro, fue sólo de paso y sin mencionar la razón.

No tuve el cuidado de pedir al mencionado P. de aquél que llevó el billete que él me hizo el honor de enviarme, a causa de las mismas consideraciones que él tiene. Sé bien cuántos disgustos recibe de muchos que se interesan en aquellos que no son sino lo que Dios ha ordenado en el cielo, lo cual ha sido ejecutado en la tierra. Envío a Usted dicho billete junto con una carta poder.

            El Reverendo Padre Gibalin escribió a la Sra. de Pontat acerca de lo que Usted desearía que yo hiciera. No pude violentar mi espíritu demasiado altivo o demasiado generoso y hablarle de la multa. Vea cuán lejos me encuentro de la humildad. Esto le obligará a pedírselo por mí. El poder está en blanco, para que Usted haga escribir en él el nombre del Sr. Mathieu o de quien Usted lo juzgue a propósito.

            No le hablo más del procurador general puesto que lo que solicita va en contra de su amigo, a quien no conozco. Mis intenciones no son de obligar a Usted a hacer por los últimos lo que Usted crea deber a los primeros. Respeto demasiado las inclinaciones de mi Padre. Siento un temor indecible a tener pensamientos que no se ajusten del todo a ellas. Soy una hija que con frecuencia tiembla como una hoja. Cuando me dejo llevar de los temores de parecer demasiado libre, si Dios me dejara en ellos, sólo podría vivir temblando a su lado. Sin embargo, como me conoce en extremo, me lleva a la borde de la confianza filial, la cual aparecería como un gran atrevimiento a los ojos de las personas serias, si no existiera un Padre tan amoroso como él.

            Envío a Usted en sobre abierto la carta del P. Gibalin para que la lea. Después de hacerlo, puede cerrarla y hacerla llegar, por favor, a la Sra. de Pontat junto con la mía, la cual le envío también abierta para que la lea y la cierre como la primera.

            Si viera Usted las que ella me escribe, detectaría en ellas un espíritu magnánimo, grandemente afligido, que no excusa en manera alguna a quienes ella piensa la han privado del ser que le era más querido que ella misma. Yo me esfuerzo, dándole razones, para orientarla hacia donde Dios la quiere; y así como se lo dije de viva voz y con expresiones de franqueza y amistad, lo hago en una carta, ya que juzgo el poder hacerlo por un escrito que perdure.

            Lo haré con mayor fuerza y dulzura de viva voz, respondiendo a sus palabras según la disposición en que la vea. Rece por ella y por mí. Digo esto mismo a mi Benjamina, quedando de Uds. dos, señor, su muy humilde servidora y buena Madre. J. de M.

 Carta 131. 

25 de enero, 1643. A un religioso.

            Mi Reverendo Padre,

            El apóstol que tanto sufrió por la extensión de la gloria del Verbo Encarnado sea nuestro pensamiento, es mi muy afectuoso saludo.

            Pido a su Reverencia comunique a esa persona que conoce, que este gran apóstol le dice que no ha resistido todavía hasta derramar su sangre, y que no ha seguido fielmente a aquel que en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz (Hb_12_2). Así como Job oró por sus amigos, pediremos por ella. Es necesario huir de las ocasiones del mal: Quien concibe dolor, desgracia engendra (Jb_15_35). Es necesario que con el rey penitente, esté dispuesta a recibir la corrección de un padre caritativo que castiga y reprende a los que ama, y que en medio de su justa cólera se acuerda de su misericordia. Es esto lo que espero de su bondad.

            El sobrino a quien el Verbo Encarnado concedió la salud hace algunos años, está doblemente obligado a prepararse bien para la vocación a que la gracia lo llama para servirle en tan augusto ministerio. Cuando su hermano venga a verme, le recomendaré su oficio, y le hablaré de las queridas sobrinas.

            Todas rogaremos por la salud de la madre enferma. Su carta me fue entregada personalmente ayer por la tarde, pero reservé su lectura para la habitación secreta, a la luz de la vela. Temo, por los rumores, que los exentos se sientan, por ello, ofendidos. La virtud tiene necesidad de una buena reputación; cuando debe uno vivir en el mundo, hace falta gozar de cierta honra; sólo los corazones grandes son capaces de sufrir grandes aflicciones. La memoria del difunto es una bendición para mí. Pido por sus hermanos y por aquella que no cambiará y seguirá siendo, en el corazón del Verbo Encarnado muy Reverendo Padre su muy humilde. J. de Matel

Carta 132. 

De Lyon, el 29 de enero de 1643. Al Abad de Cérisy[Germain Habert]

            En Dios está nuestra fuerza, y él reduce a la nada a los que nos atribulan (Sal_59_14).

            Si hemos recibido consuelos que estimamos como bienes que proceden de la mano de Dios, ¿por qué no recibiremos de la misma mano las aflicciones, ya que él no ama menos a los que aflige que a los que consuela? Lo que el ángel Rafael dijo a Tobías asegura que Dios prueba a quienes son sus amigos, cuyas obras y oraciones le complacen: Porque eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probara (Tb_12_12). Pasadas estas pruebas, Dios los corona con su misericordia y caridad amorosa.

            No se aflija por los rechazos que él permite hacia mí. Estas noticias no me preocupan ni afligen en absoluto. Si no adorara sus voluntades en todos los acontecimientos, sufriría a causa de los disgustos que esos desprecios causan a mi padre y a mi madre. Esta es la mortificación mayor que siento en mi espíritu. Al mismo tiempo, desearía sufrir mucho y que ellos no resintieran esas ofensas.

            Lo que me consuela es que el Verbo Encarnado los recompensará abundantemente en el tiempo señalado por él, ya que es Rey de reyes, Señor de señores, fiel y veraz, todopoderoso para hacer en el cielo y en la tierra todo lo que le parece para bien de los elegidos y mayor gloria suya: Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo; su tiempo el callar y su tiempo el hablar (Qo_3_1s). Es necesario esperar en confianza y silencio al salvador divino. Las puertas del infierno no prevalecerán contra las casas del Verbo Encarnado. El cielo y la tierra pasará, pero su palabra permanecerá; sus promesas son infalibles. Si tarda, aguardémosle. El que no cree no se acelerará (Pr_2_2).

            Escribí a Usted el martes pasado, pero no pude terminar mi carta; la fiebre reumática me lo impidió y me privó de este consuelo. Sólo la tuve tres días, pues hoy me abandonó. Bendito sea nuestro divino Salvador, que sabe herir y curar a sus amados, aunque sean tan imperfectos como yo.

            El se apareció a su Madre la noche del viernes de la semana pasada, mostrando su costado abierto en forma de una brecha como las que causan el fuego y las balas de un cañón. Tendría mucho que decir a Usted acerca de esta admirable abertura y de los efectos que obró en su Madre, pero estoy muy débil para escribir una carta tan larga como sería necesario para expresar, si pudiera, el celo que devoró las entrañas del Verbo Encarnado, y que provocó un incendio en ese horno de amor que me concede un nuevo afecto hacia mi padre.

            Este va acompañado de una ternura tan filial, que desde entonces me considero en todo como hija suya, junto con un gran deseo de verle a pesar de la aversión que siento hacia el bullicio de París. Este deseo me lleva en espíritu hasta sus pies con una actitud que el cielo sabe es del todo cordial e inocente. Ignoro si alguna vez mi espíritu se encontró en esta disposición hacia persona alguna de la tierra. La Providencia que dirige a su hija permitió un gran temor a fin de concederle una mayor audacia. He manifestado a Usted el amor que siento hacia mi Madre porque el cielo se complace en él. Siéntase contento al igual que ellos.

            El P. d'Angle, S.J., procurador de la provincia de Champagne, vino a verme de parte del Reverendo Padre Jacquinot, provincial suyo. Me urgió a escribirle, a fin de que él, a su vez, lo haga al Sr. de Noyers. El y el Reverendo Padre Gibalin me mandaron escribir al Sr. de Noyers, acompañando las cartas que el P. Jacquinot y él le escribirán. Esto no será tan pronto, porque el P. d'Angle debe ir a encontrarse con el P. Jacquinot en su provincia.

            Quise poner esto en su conocimiento, a fin de que si mi padre, al hablar con el Sr. des Noyers, lo escucha decir que recibió cartas para hablar al Rey acerca de una fundación, sepa de qué se trata y recurra a su caritativa prudencia para gloria del Verbo Encarnado, el cual recompensará al Sr. Duque de Sully. Yo rezo por su santificación y la de su hija, la Sra. Duquesa.

            Adiós, H. mío. Estoy cansada de ellos, pero no de amar a Usted en Nuestro Señor como su buena Madre. J. de Matel

            A mi P. y a mi madre, mis muy humildes respetos; para mi Benjamina, mi natural afecto.

 Carta 133. 

Lyon, 4 de febrero de 1643 Al Señor  el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor, Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor.

            La partida del Sr. Bernardon me obligó a adelantarme al correo ordinario. Usted sabe que se trata de un hijo mío que está deseoso de progresar en las virtudes cristianas y morales delante de Dios y delante de los hombres. Su señor padre y su señora madre han querido que vaya durante algún tiempo a su gran ciudad de París, en la que se encuentra la Universidad de las ciencias divinas y humanas, a pesar de estar ya doctorado en teología y en derecho civil y canónico.

            Se sentirá feliz y muy agradecido a su bondad si le enseña cómo debe comportarse en un lugar donde será un recién llegado. La gloria de Dios, la cortesía y lo que Usted significa para su Madre, son motivos poderosos para servirle de hermano mayor mediante sus consejos. Más tarde diré a Usted que todo lo que hizo por mi hijo lo hizo con aquella que es, en todo momento, mi muy querido hijo.

            Nuestra Hna. Francisca no encontró en limpio, sino un cuaderno del día de Todos los Santos, el cual envío a Usted con el portador de la presente, a quien Dios haga santo con la santidad que desea Usted a su M., la cual desea no tener sino santos como hijos suyos.

Carta 134. 

Lyon, 4 de febrero de 1643 Al Señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor, Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, con el cual el de la Virgen Madre comparte sus pensamientos y comunica los afectos de estos dos corazones. El tercero está unido y atado a ellos, es el de san José. Los tres no son sino un corazón y un alma, lo cual fue una trinidad en la tierra para la Iglesia primitiva, en la que tenemos la gracia de haber sido admitidos, formando con ellos una congregación de fieles. Moremos en ella, mi querido hijo, mi padre, Madame  y mi Benjamina. Los que confían en el Señor son como el monte Sión, que es inconmovible, estable para siempre. Jerusalén está rodeada de montañas (Sal_125_1s).

            En él conservaremos nuestra paz, que es el lugar donde seremos inmutables. El corazón del Verbo Encarnado es un tabernáculo asentado por Dios y no por el hombre, que no hace nada permanente. El rumor general, el común ruido es bien que los lirios serán transplantados. Se trata de los sentimientos humanos que mi padre está en la postura que mi hijo me manifiesta. Y la Sra., ¿se encuentra en el estado en que mi hijo me informa, a causa de su delicada situación? No estoy enterada de esta pena. El Señor me la ocultó y no me la reveló.(2R_4_27)

            No sé si él me considera demasiado débil para sufrir que los hombres tomen lo que él ha dado. No ha expresado si permitirá esta ilusión a quienes deben pedir la verdadera luz de la sabiduría y decir con el sabio: Envíala desde tu santo cielo y del trono de tu majestad, para que esté conmigo y obre conmigo; para que sepa lo que es acepto en tu presencia, que es aquél a quien ella escogió y no era el que era (Sb_9_19).

            El sábado recibí una carta del Hno. de mi hijo, la cual discutí entre mí de detenerla por ser muy libre en sus expresiones: se deja llevar por su entusiasmo. Sin embargo, como sus pensamientos llegan a lo vulgar en cuanto a la interpretación, la regresé a su domicilio, mi hijo la romperá o se servirá de ella con prudencia. No suelo condenar la prudencia humana cuando no se opone a la divina.

            Redoblaremos nuestras oraciones según nuestros deberes y nuestras inclinaciones. La providencia del Padre celestial gobierna todas las cosas. Que mi padre lea los versículos 25, 26 y 27 del capítulo 15 del segundo libro de los Reyes, para que imite a aquél que era según el corazón de Dios, el cual dispone todo para el bien de los elegidos.

            Como él se complace en insistir, digo a mi padre que se ocupe él mismo del asunto, en caso de que Usted haya escrito las cartas que él le recomendó hacer. El Reverendo Padre Gibalin me dijo que le había informado de sus sentimientos. Yo no los contradigo; después de habérselos presentado al V. Encarnado, él mostró que eran también los suyos, y que desea que mi padre demuestre esta firmeza inicial hacia los demás. Todo vendrá a su tiempo; es necesario no perder el valor. El Verbo Encarnado es signo de contradicción.

            Cuando sea necesario que su Madre vaya a ver a su padre, madre, y a su hijo, irá, sin importar las molestias que pueda sufrir en la gran ciudad de acceso universal, el cual teme más de lo que puede expresarle. Sin embargo, el Reverendo Padre G., y todos los demás la urgen a no permanecer más bajo el yugo del inflexible.

            Ella les responde que ello no la hace sufrir puesto que el Verbo Encarnado, que lleva el suyo sobre sus espaldas, la ha llevado sobre su corazón, y la ha hecho aparecer pacífica; que ella seguirá en todo sus consejos, porque él es el Ángel del Gran Consejo, el Dios fortísimo, Padre de los siglos futuros, que bendecirá la generación que busca su rostro. El es el Dios de Jacob, vencedor de todos los enemigos de su gloria, de la que soy, así como de mi Benjamina y de mi muy querido hijo, la muy humilde servidora y buena Madre J.D.M.

            A mi padre y a mi madre, mis muy humildes respetos. Comenzaré hoy una novena de comuniones ofreciendo la Persona del Verbo Encarnado, la cual es el soporte de la santa humanidad. De este modo ofreceré apoyo a la persona a quien quiero como a mí misma con una ternura inexpresable.

            El Reverendo Padre Voisin no ha regresado. Como mi hijo cuenta con el afecto de su M., no puede privarse de tener un día sus escritos, cuando ella se encuentre cerca de él.

Carta 135. 

Lyon, 6 de febrero de 1643. Al Señor  el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor, Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, por cuyo amor demuestra Usted tanta solicitud hacia S. Madre, quien le escribió con el Sr. Bernardon, el cual le entregará un cuaderno de los santos junto con mi carta, en la que le pido ayude con sus consejos a su hermano, que es joven y jamás ha frecuentado otras compañías. Como es nuevo [en ese ambiente], temo que vaya a emanciparse de la virtud, yéndose de un extremo al otro. Yo le quisiera devoto y cortés, como se debe ser cristiana y moralmente.

            Usted conoce mi franqueza, que no oculta nada de lo que creo debo decir a mis hijos para gloria de Dios, su perfección personal y la edificación del prójimo. Su respeto y sumisión ameritan que se trate a Usted con amabilidad. La estima en que tiene Usted la palabra de vida le hace grato al Pastor soberano, el cual le conduce como a un cordero, según se dijo de José. Raquel le quiere con ternura, y el gran Jacob le ama más que a sus hermanos, lo mismo que a su Benjamina. No importa que ambos hayan sido los últimos en nacer en los designios de Su Orden. Es él quien ha llamado Pedro a mi padre cuando habla de él a mi h., dándole testimonio de que le ama fuertemente. Si su providencia permite que hable yo con Usted de viva voz, diré a su oído lo que las cartas no pueden llevar hasta sus ojos.

            El P. Gibalin me dijo que pedirá al Reverendo Padre Milieu escriba al confesor del Rey. Esto llevará tiempo, ya que el P. Milieu está en Provenza visitando los colegios como provincial de Lyon. Informé a Usted con el último correo ordinario que el P. d'Angle, S.J., procurador de la provincia de Champagne, pediría al Reverendo Padre Jacquinot, provincial suyo, que escribiera como él al Sr. de Noyers, quien aprecia a los dos. El P. G. y él desearían que también yo escribiera al mencionado Sr. des Noyers. Ignoro cuándo enviará estas cartas. Se rumora que el inflexible vendrá a Lyon para dirigirse después a París. Si no tenemos la palabra del maestro antes de que él llegue a su lado, impedirá su pacífica oportuna intercesión. Todas estas consideraciones no turban a S. Madre, porque ella desea lo que permita el Señor, esperando que su diestra demostrará su poder y algún día la librará del dominio de quienes le oponen resistencia, protegiéndola como a la niña de sus ojos y edificándola como su Jerusalén

            El reinará con gloria en medio de ella. Es necesario que bromee un poco con Usted.

            Hoy recibió el Reverendo Padre Gibalin respuesta a la carta que Usted hizo entregar al Sr. Dupuis vía M. de P., en la que le presenta excusas que me hacen reír. No sé cómo pudo ella imaginar que es el P. G. quien le pide albergue para mí. El no me comunicó haber escrito con esta intención. Abrí la carta que ella le dirigió, porque el correo está por salir; él mismo no la verá sino hasta el domingo.

            Querido H., su M., que estaba en la gloria, ha caído de las nubes al comprobar la pena de esta buena Señora al no poder albergar a aquella que no desea alojarse en una casa de seglares, en caso de ir a París. La Señora habló sobre ello a la Señorita Poulaillon, quien ha mostrado un gran deseo de la ida de su Madre., diciendo que su presencia obraría maravillas, y que poco le sería imposible, es decir, que ella es todopoderosa. Después de esto, diga Usted que es débil, siendo hijo de un padre y de una madre todopoderosos, sin comparar la criatura con el Creador. Es verdad que ella lo puede todo en aquel que la fortalece.

            Si la Señorita Poulaillon le habla de mí, su prudencia le llevará a responder o a preguntar si tiene cartas mías diciendo que deseo ir a París; que Usted está conforme con ello, pero que no piensa que yo aceptaré hospedarme sino en una casa que pueda llamar mía, sea comprándola, sea rentándola, en la que pueda vivir en comunidad, teniendo al Santísimo Sacramento y la clausura.

            Saldré del paraíso para ir al purgatorio. No tendría tantos deseos de sufrir si Dios no me manifestara que ésta es su voluntad. En caso de ser así, descendería hasta los infiernos esperando contra su desesperación que un abismo visitaría a otro abismo, desbordando torrentes de dulzura para rebasar los diluvios de amargura que rebasan esas tenebrosas mazmorras.

Su amor me da este atrevimiento, sin miedo de ser temeraria, por tratarse de la confianza que él desea que tenga yo en su misericordia, en la que soy y seré eternamente, mi muy querido hijo,

            Su muy humilde servidora y buena madre J. de Matel

            En Lyon, de la Congregación del Verbo Encarnado.

            A mi padre y a mi madre, mis humildísimos respetos.

Carta 136.

 Lyon, 10 de febrero de 1643. Al Señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert]. En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy afectuoso en la llaga del costado adorable del Verbo Encarnado, nuestro amor. Hacia esta abertura voló en forma de paloma el alma de la querida hermana del gran patriarca san Benito, después de su conversación, toda inflamada del divino amor que era su peso.

            Querido hijo, estoy muy lejos de las virtudes de esta santa, y Usted es tan humilde, que no se atrevería a pensar haber alcanzado las de su santo hermano. Sin embargo, los dos podemos pensar que, en nuestras conversaciones ante la reja del Verbo Encarnado, hemos experimentado la gracia de recibir en nuestro entendimiento y en nuestro corazón las dulzuras de sus divinas luces, tan plenas de ardor para amarlo como de claridad para admirarlo.

El no nos pedirá otra cosa sino que imitemos a este hermano y a esta hermana en la correspondencia que tuvieron a la gracia y a las divinas inspiraciones. El Verbo Encarnado nos exhorta a que así lo hagamos, con un celo digno de su bondad. Todas las contradicciones de la tierra serán incapaces de impedir que nuestros corazones se eleven, mediante estas llamas, a su centro que es Dios, y que nuestra conversación transcurra en espíritu en el cielo: Ni la multitud de aguas podrá extinguir la caridad, ni los ríos sumergirla (Ct_8_7).

            Es esta caridad la que impulsa el corazón de mi padre, el cual no se desanima ante todas las dificultades que el Verbo Encarnado permite para hacer su Orden más ilustre y a mi padre más grande en presencia de su divina Majestad, quien multiplicará sus gracias en su alma.

            Si el Rey olvidó el voto que se hizo tanto por él como por la Reina Madre y el difunto P. Suffren, que mi padre le diga prudentemente que lo hice yo misma, urgida por el Verbo Encarnado, el cual le concedió la salud en cuanto prometí que él sería advertido de que yo había hecho este voto por el establecimiento de su Orden, si él le concedía sanar de su primera enfermedad. Ya había yo hecho la misma promesa para obtener la victoria de La Rochelle y de l'Ile de Ré, como podrá Usted constatar en la relación que tiene del año 1627.

            Aun cuando de momento esta petición no fuera del agrado del Rey, no hay que desesperar ni perder el ánimo en este asunto. Continuaremos insistiendo aun cuando no se arregle por ahora, pero con otros medios y en distintas ocasiones. Tal es el sentir de su Madre en Nuestro Señor. El Verbo Encarnado desea que perseveremos, y a pesar de mi gran temor de ir a París, él sigue queriendo que yo esté dispuesta a ir allá cuando sea necesario. Me veo ya como una peregrina que hace este viaje en espíritu, aunque su cuerpo permanezca en Lyon, que me agrada por inclinación. Amo nuestra santa montaña por la paz que poseo al estar lejos de toda compañía.

            Ya leí el billete del Sr. de Lot, el cual destruí. Usted conoce mi índole, que es demasiado conocida. Yo no me preocuparía por esta pérdida, sin dejar de estar agradecida hacia mi padre y hacia mi H. por la solicitud de uno y el don del otro. He constatado su bondad hacia mí, la cual procede de su impulso piadoso y caritativo. No dudo que un buen hijo desee ver a su Madre, y por ello no debe pensar que carezca ella de una singular inclinación de hija y de Madre para estar con aquellos a quienes honra y ama con respeto y ternura.

            El Reverendo Padre Gibalin me pidió escribir lo que mandé a Usted el viernes para la enmienda. Haga lo que crea mejor. Me parecerá bien todo lo que Usted haga.

            Mis muy humildes respetos a mi muy querido y honorable padre, a mi muy querida y honorable madre. Cuando esté de regreso llevando consigo a mi querida Benjamina, de quien soy, lo mismo que de Usted, Muy humilde servidora y buena madre J. de Matel, señor muy querido en nuestro Señor.

Carta 137. 

Grenoble, 22 de febrero de 1643. Al Señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor, Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado.

            No sé qué habrá pensado de mi silencio, si no le hubieran avisado de Lyon que la Sra. de Revel, acompañada del Sr. de Croisil, su cuñado, y del Sr. de Saint-Robert, ambos beneficiarios piadosísimos, pasó a recogerme secretamente para llevarme de incógnito en su compañía, con objeto de establecer en Grenoble una casa del Verbo Encarnado. Se le había ocurrido una idea: interesar al Obispo de Grenoble sin hacerse anunciar por su nombre.

            Ella le dio esperanzas, sin habérmelo advertido, de que si se hacía esta fundación, agradaría grandemente con ello a la Reina y al Sr. Canciller. Monseñor de Grenoble, que había rechazado todo lo que se le dijo antes de proponerle lo de la Reina y el Sr. Canciller, respondió que, en consideración a su buena soberana y al Sr. Canciller, acogería dicho establecimiento de todo corazón, y que desearía que el mencionado Señor le testimoniara por escrito el haberse enterado de conformidad.

Esta dama, entusiasta sin aparentarlo, le hizo decir por medio del Presidente, pariente suyo, cuyo nombre no dio a conocer, que estaba bien seguro de que el Señor Canciller le daría las gracias por todo. El Presidente le dijo maravillas acerca de su Madre, haciéndole ver la grandeza del favor que el Reverendo Padre Gibalin había proporcionado a la Sra. de  Revel por medio de mi secretaria.

Mons. de Grenoble se mostró encantado y deseoso de verme. El Presidente le prometió enviar por mí y hospedarme en su casa, en la que me encuentro desde el martes pasado. Tan pronto como el Obispo supo que yo estaba en su ciudad, una santa impaciencia lo impulsó a urgir al Sr. de la Bastie también llamado Presidente de Chaune, que es el mismo con quien me alojo, a que me condujera al obispado, o de hacerme llevar a él por su señora esposa, la cual accedió a ello.

            Mons. de Grenoble me recibió con tantas muestras de alegría, que no podría expresarla. Comenzó alabando a su Madre por los privilegios que Dios me había dado. Prosiguió diciendo, y esto la conmovió muchísimo, que se había enterado de que la Reina me concedía el favor de amarme, y que el Sr. Canciller, a quien estima como un gran hombre, me honraba con su amistad personal, añadiendo que, en su consideración, así como en la de la Reina, su buena soberana, sentía una inclinación especial a establecer la Orden del Verbo Encarnado en Grenoble.

            Expresó el deseo que lo hiciera saber a Mons. mi padre, por lo que ruego a Usted le diga que no envíe a Mons. de Grenoble testimonios por escrito de haberse enterado de conformidad, sino que esto sea por medio de las suyas. De esta manera, crecerá Usted en la estima de este buen prelado. Como mi padre lleva el nombre de la piedra fundamental sobre la que el Verbo Encarnado estableció su Iglesia, ha sido nombrado para serlo de esta Orden por el mismo que no puede mentir, el cual me aseguró que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella, a pesar de la rabia que manifiesten los demonios, y las contradicciones que susciten.

            Lo que más me ha afligido es el fuerte resentimiento que me han causado los rechazos de que fue objeto mi padre, por pensar que nací únicamente para causarle disgustos. Tal vez él se afligió, lo mismo que M.M. No noté en la [carta] de Usted rastros de estos recuerdos. Usted es tan prudente, que no desearía darme a conocer que el uno y la otra han abandonado a su hija. A pesar de todo, la creencia común es que me aman y que soy muy privilegiada al contar con su protección.

            Mi padre demuestra mucha bondad hacia su hija y una grande y constante fidelidad hacia el Verbo Encarnado. San Pedro lo engrandeció en la cruz, sometiendo su juicio a sus decretos. La señal de su humilde sumisión consistió en ser crucificado boca abajo, a fin de que esa cabeza humillada fuera el fundamento de la Iglesia, y que sus afectos estuvieran sobre todo en el cielo, como lo figuraron sus pies en alto.

            Mons. de Grenoble me dio la esperanza de someter esta fundación a la aprobación de Usted Así me lo hizo esperar esta mañana al enviarme su carroza para que fuese a entrevistarme con él al obispado. El mismo quiso confesarme y darme la comunión con bondad entrañable, diciéndome que deseaba confesarme diariamente, que enviaría su carroza a recogerme cada mañana y que vendría personalmente a recogerme en casa del Sr. Presidente de Chaune, en caso de no sentirse indispuesto como ahora.

            Vea Usted, muy querido hijo si Dios no premia a mi padre, y si deja de servirse de él a pesar de su ausencia cuando permite, para poner a prueba su indefectible caridad. Los rechazos, todavía recientes, que no pienso sean tales pues el Reverendo ha respondido; Si perseveramos, a su tiempo lo obtendremos. Lo que se demora no está perdido. Ofrezca, por favor, mis muy humildes respetos a los dos. Viviré y moriré siendo la hijita de mi padre y de mi madre y Usted me considerará, indefectiblemente, mi muy querido hijo, su muy...

Carta 138. 

Grenoble, 25 de febrero de 1643. Al Señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert]. En París.

            Mi muy querido hijo,

            Que la suerte de los santos sea su heredad, como fue la de san Matías.

            Sus cartas me fueron entregadas en Grenoble, en mi propia mano, gracias a la solicitud del Obispo del lugar. Vivo en una continua confusión ante la amabilidad de Mons. de Grenoble, quien me envía cada mañana un paje y su carroza para conducirme al obispado, donde él dice la misa, me confiesa y me da la comunión diariamente, aunque se encuentre enfermo. Parece que nadie le es tan querido en la tierra como su Madre.

            Si el P. Gibalin no hubiera permitido presentar la bula de Aviñón, según mi consejo, nuestra autorización ya habría sido escrita. Mons. de Grenoble se preocupa más que yo por nuestro asunto.

            Mi querido H., trate de encontrar el modo de que mi padre le exprese su agrado. Este buen prelado vive según Dios. Si hay beneficios con los que no se cuenta por ahora, hizo el voto de fundar una casa del Verbo Encarnado. Por ahora no le es posible, por tener tan pocos ingresos.

            Todo Grenoble está admirado ante el interés que demuestra hacia mí. Nunca se había visto algo parecido. El desea que el Verbo Encarnado se establezca en París con tan santo apasionamiento como mi H., ya que para venir a Grenoble me vi obligada a hospedarme en una casa secular, aunque en ella encontré tanta piedad como en las casas religiosas.

            No me puedo atener más a las condiciones que Usted puso para lo de París. Como el Verbo Encarnado tiene diversos caminos que son todos misericordia y verdad, me dejaré guiar por su sabiduría cuando sea necesario ir allá y alojarme en una casa seglar, para ocuparme en persona de nuestro establecimiento.

            Dije a Usted en otra ocasión que no deseaba esta casa regular, por tener entonces la idea de que se podrían obtener las autorizaciones sin dificultad, ya que Mons. de Metz era de este parecer. Si mi Padre concuerda con él, el mío se someterá en todo. No hay que desanimarse; las obras de Dios se realizan, de ordinario en medio de las contradicciones, para que el poder de su diestra se manifieste.

            ¿Qué dirá Usted de mi valor, tal vez temerario, al fundar el monasterio de Grenoble dotándolo de 4 mil libras al contado para comprar una casa, 400 francos para el mobiliario y 110 libras anuales de pensión vitalicia para cada hermana, sin que esto me aflija? ¿No es esto ser demasiado atrevida? No, mi querido hijo, puesto que el Verbo Encarnado tiene en su poder los tesoros de la tierra, así como él posee incomparablemente todos los del cielo.

            Como su última carta no hizo mención alguna de un padre y de una madre, dejó el alma de la hija en aflicción indecible, lo cual es quizás una grandísima falta de mortificación, o un exceso de afecto filial.

Le dará trabajo leer mis cartas. Es necesario que robe momentos, porque se me visita con demasiada frecuencia. A pesar de que trato de no ser reconocida, estoy más expuesta de lo que quisiera. Es necesario que soporte las cortesías de personas piadosas que son llevadas de un santo celo. Mi H. hizo bien en escribirme. No sabía qué pensar de su silencio.

            Después de escribir la primera página, Mons. de Grenoble me envió su carroza como de ordinario. El mismo me dijo que, aunque nuestra bula no estuviera en Grenoble, debido a que el P. Gibalin la retuvo, contra mi parecer en Lyon, él estaba dispuesto a conceder y firmar mi solicitud, deseando al mismo tiempo ser como un padre para mí y ocuparse de todo.

            Después de haber regresado a nuestro alojamiento, me envió con un paje una carta dirigida a su persona. Ignoro el contenido, del cual se enterará Usted, también desea que Usted le escriba. Mi querido hijo, por su madre, Usted hará lo posible. En cuanto a este buen prelado, sitúelo bien, si se puede, en el espíritu de mi Padre.

            Me he enterado de que la Reina siente aprecio hacia este prelado. Vi en su casa los retratos de ella, de mi Señor el Delfín y del Sr. d'Anjou, que, según me dijeron, la Reina le envió como signo de su afecto. Me encantaría que ella sintiera un afecto especial hacia mi Padre, lo cual daría el mentís al parecer de muchos que piensan que él no está bien espiritualmente. Hablo con Usted como lo hago conmigo misma.

            El Sr. de Sautereau salió de nuestro alojamiento. Tuve que dejar la presente para ir a recibir sus respetos. Me ha ofrecido sus servicios, prometiéndome otros del Parlamento. Cuando el Sr. de Colombière se entere de la bondad que Usted demuestra hacia mí, no ingresará en el número de los que me contradicen. Aún no ha regresado el buen Sr. de Revel; su esposa vino por mí a Lyon. No deja él de pedir mis oraciones; tengo presentes a todos sus parientes y a la Señora.

            Soy más feliz que sabia. Pida por mi conversión y envíeme, por favor, noticias de M. Padre y de mi M., a quienes presentará mis muy humildes saludos. Dígame como está la Hna. Catalina Fleurin, y considéreme en todo momento, en el corazón del V. Encarnado, mi muy querido hijo, Su muy humilde servidora y buena madre J. de Matel

En Grenoble, este 25 de febrero de 1643.

            Le envío la carta del Sr. Bernardon, para que se la haga llegar. Ignoro dónde reside. No quisiera tener a la Sra. de Pontat como enemiga. El nombramiento me causa pesar. Quisiera que esto no tuviera consecuencia alguna, pero es menester obedecer al P. Gibalin.

Carta 139. 

Grenoble, 25 de febrero de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            No hace ni dos horas que le escribí un larga carta, después de la cual Mons. de Grenoble me envió su carroza por segunda vez en este día para discutir, con la Sra. de Revel, qué se puede hacer para apaciguar y reducir al silencio a nuestros oponentes, quienes chocan entre sí para pedir las patentes.

            El Verbo Encarnado es la impronta de la gloria del Padre. Es necesario, por favor, que mi padre nos envíe las cartas. No me atrevo a urgirlo, pero se me ha dicho que es necesario hacerlo para no dar ventaja alguna a nuestros enemigos de la tierra, para [el bien] de los proyectos piadosos y la gloria de Dios, en la cual tiene puesto todo su corazón. El celo por la gloria de su Orden obligará a su divina Majestad a cuidar de todo lo que debe hacerla grande en su presencia y la de sus ángeles, y de ser su magnánimo remunerador.

            Mons. de Grenoble me dijo que ruega a Usted vuelva a recordar la sugerencia de aquella que escribió a Usted querido hijo, si Usted ama a la que significa para Usted más que para ella misma, trate de lograr que mi Padre proteja a esta Orden, aun cuando carezcamos de patentes y testimonios [escritos]. De este modo, realizará y ofrecerá una insigne satisfacción al Verbo Encarnado obligándome a redoblar mis ruegos a Dios por su grandeza y para que llegue a ser santo por la gracia en esta vida, y por la gloria cuando llegue a su fin.

            Mi insistencia le hace ver claramente la presión de que es objeto su servidora, mi querido hijo, su buena madre, J. de Matel

Carta 140. 

Grenoble, 28 de febrero de 1643. Al Señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París

            Señor mío:

            Que aquel que lanzaba los demonios cuando estaba visible, sea su terror ahora que es invisible.

            Ellos no han podido penetrar al obispado para acercarse a un prelado que ha concedido no solamente su aprobación, sino que se ha declarado en contra de quienes se oponen al establecimiento del Verbo Encarnado. La ciudad ha imitado a su pastor al dar su consentimiento, pero una parte de los Sres. del Parlamento han resuelto hacer todo lo posible por impedirlo. La otra parte está a nuestro favor, con una constancia digna de su generoso fervor.

            Los parientes del Sr. de Revel quieren aparentar que Dios es el objeto de sus pretensiones. Este Señor dijo por carta a su señora esposa que se siente muy obligado hacia mi Padre, que me dé las gracias por ello, y que me asista, junto con todos los suyos, con todas sus fuerzas. Así lo hacen uniéndose a Mons. de Grenoble, quien dijo con voz muy fuerte que por esta intención daría no solamente (y en especial) su mitra, sino hasta su vida; que yo soy su hija y la niña de sus ojos. Sigue enviándome su carroza diariamente. Dice misa para mí, me confiesa y me da la comunión.

Me enteré de que las Ursulinas pidieron a los padres de sus hijas, que son los de quien ha sido su amigo durante seis años, el cual viajó a Tournon y a Valence durante los días en que debíamos tratar sobre nuestro asunto.

            El Sr. de Sautereau redactó la petición, la propuso y la llevó ante su Cámara, que fue la primera. La segunda tuvo audiencia para otra cuestión. Pasó entonces a la tercera, en la que presidió el Sr. de St. André, el cual estuvo lejos de comportarse como el gran apóstol que llevó ese nombre y que fue el primer discípulo del Verbo Encarnado :rechazó al Señor, diciendo que deseaba que todas las Cámaras se reunieran. Temía sin duda que el Sr. de Sautereau se dirigiera a cada Cámara en particular, como lo hizo con la primera.

            El Sr. de la Rivière dijo que Grenoble debería obrar como el inflexible. Tres o cuatro de sus partidarios piensan como él. Pide las patentes del Rey, por lo que pido a Usted diga a mi Padre que, si no es un inconveniente para él, le suplico me las envíe. Me parece que no es necesario hablar de esto a aquél que, sintiendo tanto respeto hacia los votos, sería presa de escrúpulos durante tres semanas si se le hiciera ver que se hizo uno por la fundación.

            Querido hijo, no se asombre ante nada; contamos con la protección del Verbo Encarnado. El es la palabra todopoderosa del Padre, el cual es un Parlamento soberano. Mons. de Grenoble, junto con el consentimiento de la ciudad, que ya tenemos, dijo que fundará, y que está encantado de poder servir al Verbo Encarnado y dar gusto a mi padre

            El Sr. de Revel, en la última que envió a su Sra. esposa, insistió en que mi mencionado Padre había prometido agradecer por carta a este buen prelado. La Sra. le dio a leer esta carta, que ha redoblado su valor. Al mismo tiempo, escribió a santa  Ursula para decir a la madre que la hará regresar a Lyon, de donde vino hace ya 18 años, y que está justamente irritado al enterarse de que una mujer insignificante se opone, aunque ocultamente, a la gloria de Dios y a lo que él ha de proteger. Me dijo además que no permita que se detenga el establecimiento de una casa, y fuese a buscar religiosas en Aviñón; que él las instalará a pesar de las contradicciones de todos aquellos que se esfuerzan por impedir la gloria del Verbo.

            El Sr. Presidente de Chaune es constantemente nuestro huésped y amigo. Su Madre se admira al verse inmutable en sus pensamientos de paz y de esperanza. No puede dejarse afligir; Dios está de su lado. Todas las damas de la ciudad y las esposas de los oponentes la vienen a visitar, diciéndole que estas farsas pasarán y que dentro de muy poco podrá ella ver el reverso de la medalla. Que una sola carta de mi padre los convertirá en corderos.

            Sus cartas me son entregadas por cortesía del Sr. Dulieu, padre. Escríbame con toda confianza, querido hijo, que se den las gracias a Mons. de Grenoble; de otro modo, pensaría yo que mi padre no ama a su hija, y me quejaré de ello al Verbo, quien le ha dado su gracia por caridad y por adopción.

            Preséntele mis muy humildes respetos y mi obediencia sumisa. Lo mismo va para mi M., rogándoles que sigan mostrando su entrañable bondad hacia su hijita, que no puede sino vivir y morir sin poder pagarles. Si tuviera tiempo, pasaría en limpio este borrador, pero robo momentos a las visitas pasivas, ya que no me ocupo de las activas. No cuento ni con nuestro confesor ni con mi secretaria para desahogarme. La sobrina del Reverendo Padre General de los Cartujos, que está enferma, se encuentra sola conmigo, lo cual es una buena cruz. Pida por su buena madre J. de Matel

Carta 141. 

Grenoble, 15 de marzo de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

Un saludo en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor, por cuya causa se hace Usted todo corazón y todo fuego. El celo de su gloria le lleva a ser todo para todos, a fin de ganar a todos para el progreso de la fundación de su Orden.

            El Parlamento no concede todavía lo que no puede negar sin cometer una injusticia. El Sr. de Sautereau merece una carta de agradecimiento de mi hijo. Ruego a Usted se la dirija. El se comporta dignamente en el progreso de algo tan justo, sin desanimarse ante las contradicciones que se le presentan en este proyecto mediante las iniciativas de personas que no conocen ni al Padre ni al Verbo, y que piensan hacer un sacrificio agradable a Dios al contrariar lo que no va conforme a sus inclinaciones. Los hombres abundan en su criterio.

            Debemos hacer llegar las cartas que Usted se dignó enviarnos. Mons. de Grenoble me expresó un gran contento cuando le entregué la que tanto agradezco a Usted haberle escrito. Mi confusión soportaba sus bondades y las de Usted, al escuchar la confirmación que hizo de los caritativos pensamientos que Usted puso por escrito. Esto me obliga, después de los deberes que tengo hacia Dios, de ser en verdad lo que su caridad me cree.

El espera las cartas de su Majestad y del Sr. Canciller, de las cuales le he dado esperanzas. Le recomiendo los asuntos de este buen sacerdote, mi padre tiene demasiada bondad para retener sus efectos en sus entrañas paternales. Los pone en evidencia sin disminuir cosa alguna en su interior, imitando así a la bondad divina, que quiso comunicarse hacia afuera a sus creaturas en la plenitud de los tiempos.

            Esperamos de su gracia las patentes mediante la solicitud de Usted. Este Parlamento no se muestra tan favorable al Verbo como debería; la ciudad en cambio ha demostrado su obediencia a la palabra eterna encarnada para divinizar la carne mediante su buena y divina voluntad.

            Mons. de Grenoble está muy disgustado con estos señores. Yo quisiera que no lo diese a conocer, pero no desea guardar silencio; esto es lo que me mortifica. Espero que terminarán por mostrarse favorables. El Verbo manifestará su gloria derribando las contradicciones y haciendo ver el poder de su diestra, que exalta a los suyos y les da la misión de proclamar sus maravillas.

            Nuestra digna Reina compromete infinitamente a todas las hijas del Verbo Encarnado a un agradecimiento eterno delante de él, a causa de los favores que nos concede. Hace cerca de 25 años que la más indigna de sus súbditas oraba en particular por la prosperidad espiritual, corporal, temporal y eterna de su Majestad. Empero lo hacía de un modo más ardiente, por no decir apasionado, siguiendo las mociones de sus inclinaciones y de sus deberes por mandato expreso de Dios, quien la ama divina y realmente. Usted conoce muy bien el fervor que siempre (y muy debidamente) me ha impulsado a orar por nuestro justo Rey. Sería culpable si olvidara hacerlo. Si el P. Sison se opone al designio del Verbo Encarnado, temo el rigor de este Verbo, el cual reduce a pedazos a los hombres de arcilla con una vara de hierro. Querido H., ellos tiemblan de temor a causa del mal del contra-golpe. El serafín de gloria hizo levantarse a su madre sobre un carro tan brillante como triunfal en el día de su fiesta, el cual parecía hecho para aquél que tiene tan poco, tan poco ardor por la gloria de su imperio, el serafín de gloria.

            Pida por la conversión del obstinado y la del inflexible, quienes son causa de males difíciles de curar. Nuestras hermanas han redoblado sus oraciones.

            Mis humildes respetos al Sr. Canciller y a su Señora. Puedo asegurar que posee el corazón de aquella que se debe toda a su caridad. Con ella demuestra una solicitud que no podría expresar según las intenciones, que Usted me encomienda. Usted conoce los nombres: el P., la M. y toda la familia de mi H. están muy cercanos a mí para omitir los deberes que creo tener hacia ellos a causa de mi José. Si mi benjamina es incapaz de cambiar, yo soy inmutable en el amor que tengo hacia ella. Su fidelidad merece su constante bienestar, por no decir reconocimiento, aunque no describiré con esta expresión nuestros propios sentimientos.

            Si nuestra Hna. Catalina ha tomado la resolución de salir de París, y su salud ha mejorado, le daré el hábito en Grenoble, en caso de que el Parlamento acepte nuestra petición.

            Las hijas de santa  Úrsula nos ponen obstáculos por doquier. Que Dios las bendiga. Mons. de Grenoble les ha expresado los disgustos que le causan, pues considera enemigos suyos a todos aquellos que se nos resisten.

Ruego a Usted que haga todo lo posible por conceder todo lo que él le pide; da lástima ver los desprecios que se hacen a Aarón y a su dignidad. No tengo tiempo de releer la presente; por favor supla lo que falte.

Carta 142. 

Grenoble, 19 de marzo de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado.

            No le escribí con el último ordinario. No creí conveniente repetirle que las potencias de las tinieblas han tenido su hora, valiéndose de hombres ligados en contra de la Orden del Verbo Encarnado.

            Las cartas patentes y las paternales casi rompieron esos lazos, casi abatieron a esos soberbios poderes. Si hubieran llegado tres días antes de la víspera de la clausura del Parlamento, hubieran sido verificadas. Ayer el Sr. Procurador General las presentó en el momento en que se llevaba a cabo la conclusión de los asuntos de Palacio. Había pasado la una de la tarde. Se dijo: Que sean presentadas, y él pidió que fueran registradas. No hubo tiempo de concluir su petición, la cual hizo junto con un gran testimonio del afecto e inclinación del Sr. Canciller, diciendo a todos esos señores que él debía dar cuenta de lo que ellos dijeran e hicieran respecto a esta fundación, a favor de la persona que había él recomendado, asegurando que participaba en todo lo que la concernía, y que estimaba como hecho a él lo que se hiciese a ella.

            El Sr. Abogado General y él hablaron uniforme y conformemente acerca del afecto que mi padre tiene hacia su hija. No hubo tiempo de concluir enteramente y dar lectura a la verificación y registro de las cartas del Rey. Se las remitió a la apertura del Palacio para después de Pascua, dando buenas esperanzas de que todo se haría para complacernos.

Dios quiera que perseveren. Querido hijo, esto que sucedió el sábado pasado demuestra con claridad que ni todo el infierno reunido puede resistir a la verdad de los oráculos, y que ha sido necesario ceder ante el poder de aquél a quien Dios ha escogido. Hacían falta dos piedras para comenzar esta fundación en Francia, en la capital del Delfinado.

            El buen Prelado que lleva este nombre ha demostrado a las claras su firmeza; sin embargo, no se le ama ni respeta como lo merece. Se opone resistencia a sus deseos, junto con desprecios que no puedo expresarle, por no poderlos repetir sin faltar a la dignidad. No se han tocado la conciencia para decir que contradicen esta fundación porque él siente afecto hacia ella. Si mi padre no hubiese escrito, el Parlamento hubiera firmado para resistir también la orden conocida como jussion. No comprendo los términos que menciono.

            No he tenido tiempo de hablar más extensamente con Usted acerca de las maravillas del cielo sobre M. Padre, al cual mira con ojos de gracia y benevolencia. ¡Ah! ¡Cómo hace bien el ocuparse de los intereses del Verbo Encarnado! Sobre todo, no se le ha dicho que El es la luz y la unción divina que ilumina sus dones y difunde sus gracias sobre aquellos que lo reconocen en torno a ellas, y que destina coronas eternas para aquellos que le honran. Si mi padre juzga a propósito escribir al Parlamento en general, ello será una poderosa fuerza para confundir a los enemigos y contentar a los amigos. Todos harán cara de estar obligados a sus favores y los enemigos se convertirán en amigos nuestros.

            Mi querido hijo, presente a la Sra. su profundo agradecimiento de la manera en Usted sabe hacerlo y como, a mi vez, desearía yo presentárselo. Asegure a mi Benjamina de la perseverancia de mi afecto y diga al Sr. Esprit que le estoy muy agradecida. En cuanto a Usted, soy toda suya en nuestro todo, el Verbo Encarnado; es decir. Su buena madre de Matel

Carta 143.

 Grenoble, 22 de marzo de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Aquel que fue expulsado del templo por haber dicho la verdad mientras era pasible, ha sido rechazado por el Parlamento de Grenoble, por haber querido testimoniarles su benignidad, su celo y su caridad.

            Si mi P. no envía las patentes, la gloria de este Verbo hecho carne sufrirá detrimento. El Verbo, quien lo ha escogido junto con Mons. de Grenoble para establecer y consolidar esta Orden, desea que él lo confiese y lo sirva delante de los hombres, así como me prometió confesarlo delante de su Padre y de sus ángeles.

            Una parte de los señores del Parlamento, aquellos que aman a Dios, me dijeron e hicieron decir que ruegan a Usted obtenga las cartas, y que lo conjuran a encumbrar la causa de este Dios de amor por medio de cartas patentes y por otra que certifique claramente que desea, llevado por un celo piadoso (que será para todos un mandato) que el Parlamento consienta en lo que no pueden resistir sin injusticia, puesto que difiere del parecer de la ciudadanía. Mons. de Grenoble le ruega que demuestre su piedad y su poder, que la gloria del Verbo Encarnado ensalzará la suya. El [prelado] me dijo que está resuelto a fundar si encontramos una casa; que las patentes detendrán a los revoltosos y consolarán a los humillados y justamente indignados.

            El Sr. Procurador General se muestra afectuoso a la del Sr. Canciller y de Usted, pero los Sres. de La Rivière, de Saint-André y de Saint-Germain se oponen y hacen todo lo que pueden en contra. Ganaron para ellos a otros 20, e hicieron vacilar a 17 que estaban de nuestro lado. El más venenoso fue el Sr. de Saint-Germain, quien arengó en contra de nuestro instituto, diciendo que está en contra del de las Ursulinas. Mi querido hijo, si mi padre ama al Verbo Encarnado y a su gloria, es menester que lo demuestre en esta ocasión, y que repita con El lo que dijo antes de la Pasión: Es necesario que el mundo sepa, por mi fidelidad, cuánto amo a mi Padre.

            El Sr. de Revel da esperanzas a Mons. de Grenoble respecto a la carta y las patentes, diciendo que el Sr. Canciller siente una gran inclinación hacia este establecimiento, y que sabrá agradecerlo a quienes le presten su ayuda.

            Tengo muchas cosas que decirle, pero el correo de hoy está por salir. A mi padre y a mi M., mis muy humildes respetos. A mi Benjamina, mi afectuosa ternura. Para que pueda ir pronto a París, es necesario agilizar la fundación de Grenoble.

            Ruegue por mí, que soy de Usted, en el corazón del Verbo Encarnado, Sr. mi muy querido hijo en calidad de

Carta 144. 

Grenoble, 23 de marzo de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Una madre piensa que su hijo no se cansa de recibir noticias suyas, sea para expresarle sus inclinaciones, sea para asistirlo en sus necesidades y ayudarle a ser agradecido con todas las personas que lo han favorecido. Usted sabe que el Sr. Presidente de Chaune nos ha albergado en su casa, y nos trata como un padre lo haría con sus propias hijas; su Sra. esposa nos prodiga un cariño maternal. Jamás sabríamos agradecer suficientemente sus bondades. Conozco el buen natural de Usted y el poder que ejerce al lado del Sr. Canciller, a quien el Sr. Barón de La Marcoux, hermano de la Sra. de Chaune, envía al portador de la presente, para los fines de los que su Señoría se enterará.

            El espera que su justa bondad acceda a su petición. Su virtud ha equilibrado su dolor para sufrir una aflicción sobre la que es más fácil pensar que hablar. La equidad es el motivo que lleva a su Señoría a hacer justicia. El me hizo el honor de decirme de viva voz que me aceptaba como hija, haciéndolo también por medio de su pluma de Usted, que participa en todos mis intereses así como Dios se interesaba por aquellos a quienes se dignaba honrar con su amistad. La escritura nos da fe de esta promesa divina a nuestros padres, que eran sus amigos.

            Esta seguridad me da la libertad de pedir al mencionado Señor que manifieste al Sr. y a la Sra. de Chaune que él toma parte en todo lo que hacen ellos a mi favor, protegiendo sus derechos. La solicitud de Usted les da esperanza en su justa causa. Yo así lo espero, ya que Usted no puede rehusarme nada.

            Le escribí con el último correo de hoy, que tal vez no llegue a París al mismo tiempo que el portador de la presente. Como el Sr. de Sautereau fue despedido junto con la solicitud que presentó al Parlamento para el establecimiento del Verbo Encarnado, Usted me compromete a testimoniarle, con una de las suyas, la participación que tiene Usted en el agradecimiento que le debo, alabándole por no desanimarse ante todo lo que los Sres. de Saint-André, de Saint-Germain y de la Rivière hicieron en contra de los argumentos que él presentó para gloria del Verbo Encarnado y bien de las almas. Lo que estos señores hicieron representa una no pequeña ventaja para los herejes, por oponerse, después de ellos, a nuestro instituto, que es el más santo.

            La ciudad entera, que consintió en este bien con alegría, está sorprendida ante el proceder de estos tres señores, que hicieron una cábala y porfiaron a fin de que el Sr. de Revel dijera de frente que el Sr. Canciller apoya la buena obra que harían por Dios y el agradecimiento que yo les debería.

            Aquellos que demuestran su celo por el honor del Verbo Encarnado, resienten vivamente lo que se hace en contra suya, y han insistido en que yo escriba a Usted, rogándole nos procure, por favor, con prontitud, las patentes que ya le he pedido. Si mi P. ama a su hija como ella no pone en duda, me las concederá para acrecentar la gloria del Verbo Encarnado, contra la que el infierno se ha armado en este tiempo de Pasión.

            El Sr. y la Sra. de Revel manifiestan su fervor y desean escribirle. Todas las personas que, como ellos, son más de Dios que del mundo, esperan el favor de mi Señor, y que dará testimonio de su parecer ante los señores del Parlamento al aprobar el fervor de los más piadosos y reprobar las aportaciones de los que, sin justas razones, han resistido a Dios y optado por complacer a las ursulinas, prefiriéndolas a quienes se despojan de todo interés propio para optar por el del Verbo Encarnado. Menosprecian, de este modo, los poderes de los cuales dependen por orden divina y humana.

            Por lo que a mí toca, he exteriorizado mi acostumbrada indiferencia, a pesar de las palabras de desprecio que se han dicho en contra mía. No guardo hiel hacia aquellos que tratan de causarme disgustos. Soy insensible a esto. Dios me pone en este estado, y no yo, que carezco de virtud alguna. Digo al Padre eterno que los perdone porque ignoran el mal que hacen. Como la Sra. de Séguier se digna honrarme con su amistad y desea, con una activa bondad, verme muy pronto en París, le he pedido, con toda humildad, que sea la abogada del Verbo Encarnado e interceda ante mi padre y quienes crea ella que pueden activar la fundación de Grenoble, que sería el puente para la de París.

            Es importante que todo termine; un pergamino sellado humillaría a quienes no han tenido otra finalidad sino el contrariar a los buenos y tratar de chocar con Mons. de Grenoble, quien está justamente irritado contra su proceder, el cual demuestra el poco respeto que tienen a la Iglesia.

            Quéjese también ante el Sr. Procurador General de la conducta del Sr. de la Rivière, del cual le había dicho el viernes anterior que, después de haberse enterado por la carta de Usted, de que el Sr. Canciller me honraba con su afecto, él no contradiría más a la Orden del Verbo Encarnado para dar gusto a las ursulinas, y que todo mundo vería la estima en que tiene el honor de su amistad. El Sr. de Saint-Germain hacía esperar su favor en consideración a Monseñor, pero hizo todo lo contrario.

Me hago violencia al hablar de esto, pero treinta personas interesadas en esta fundación me urgen para que informe a Usted, querido hijo. Es su buena madre quien no tiene al menos una hora para ella, a causa de las personas que la visitan.

            El Sr. de Colombière merece que Usted le de las gracias cuando vaya a quejarse del Sr. de la Rivière, el cual, dicen, no está de parte de las ursulinas por un motivo sagrado, sino por algo muy escandaloso, ya que está enamorado de una de ellas que fue enviada a ese lugar por la esposa del condestable. Esto es vulgar, pero de toda la ciudad se me ha pedido advertir a Usted. Su prudencia sabrá qué hacer de esta información.

Carta 145. 

Grenoble, 24 de marzo, 1643. A Monseñor el Canciller, en su Hotel de París.

            Monseñor:

            La Virgen santa  guarda un misterioso silencio desde el tiempo de la Encarnación, después de haber dicho: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc_1_38). Sin embargo, cuando el Altísimo le manifestó a santa  Isabel que su divino poder la había hecho Madre de su Señor y Dios, su espíritu glorificó a su Soberano, que se había dignado mirar la bajeza de su humilde sierva.

            Monseñor, mientras que los favores de su paternal bondad sobre mí no fueron conocidos más que del cielo y del ángel sagrado que se los anunció, mi espíritu permaneció en un respetuoso silencio adorando al inspirador de todos estos beneficios; pero ahora que su gran caridad ha hecho ver en Grenoble las inclinaciones que tiene de glorificar al Verbo Encarnado en la más pequeña de sus criaturas y de sus siervas, me siento movida a publicar en alta voz la infinita gratitud que debo a su grandeza, suplicando al Verbo hecho carne, que tiene en sí todos los tesoros de la ciencia y sabiduría de su divino padre, de ser su eterna recompensa, de hacerme digna de todas sus gracias, y de poseer la gloriosa calidad que él se complace en darme por su medio. Jeanne de Matel

 Carta 146. 

París, 2 de abril, 1643. A Sor Elizabeth Grasseteau.

            Mi muy querida hija:

            Un saludo muy afectuoso en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor y nuestra salvación.

            No pongo en duda su fidelidad hacia Dios y mi persona, pero temo que tantas contradicciones disminuyan su valor. No deseo se muestre Usted estoica hacia quienes la visitan. La urbanidad consiste en una santa dulzura que gana los corazones.

            Apruebo la resolución de mi Hna. Ana Colombe. Ella sabe que siempre la he querido, tratándola como a mi querida hija a la que, por bondad, nunca he querido molestar en cualquier temor que haya sentido con o sin motivo. Todos los informes que se me han dado no han podido alterar el afecto que mi corazón conserva hacia ella, sin tener en cuenta la posesión o la privación de bienes temporales. La generosidad que Dios ha puesto en mi corazón no me permite parecer abatida cuando todo parece girar únicamente en torno a la razón y al deber.

            Sé muy bien por experiencia que es atributo de la poderosa diestra de Dios, que nos ha reunido a todas para su gloria, el hacer maravillas por sí solo, y que en nuestra debilidad hace patente su fuerza.

No se aflija por todas aquellas que desean salir; la Providencia nunca me ha faltado, ni lo hará en el futuro. Si no tiene Usted pensionistas para sufragar los gastos, yo vendré en su ayuda. Haga lo posible por tenerlas, pero que sean virtuosas. Son éstas las que deseo, y no las que causan problemas en las casas. Que su virtud alcance lo que la habilidad de otras ha logrado. Salga lo menos que pueda, y que todas las demás no salgan sino por necesidad; el Espíritu de Dios les acercará a las que él desee. El Sr. Potau me dijo muchas veces que no dejaría a sus hijas a la consideración de Sor Helena, sino a la mía. Pregúntele porqué no ha enviado respuesta alguna a la que le escribí alrededor de Navidad. No he querido hacer juicio alguno, debido a que siempre lo he considerado como un amigo fiel al sincero afecto que conservo para él, su mujer y sus hijas. Cuando pueda obtener las autorizaciones para volver a Lyon, mi sinceridad parecerá siempre la misma. Se verá que en mi corazón sólo existe bondad hacia todos, sin pensar en interés propio alguno, que no sea la gloria de Dios y el bien común. Así como Dios cambia los rayos de su justa cólera en lluvias de misericordia, así haré yo respecto a las quejas que justamente he expresado, si existe el deseo de seguir siendo leal hacia aquella que no desea sino la santificación de sus hijas.

            La Gurlet no tiene sino a Dios y a mí para auxiliarla, según su tío, quien se ha enterado de que ella descuidaba su deber. Dios no tiene necesidad de todas nosotras. El puede convertir las piedras y las rocas en hijos de Abraham. Me opongo más a quienes atiborran las casas con jóvenes sin vocación, que a quienes no las reciben. La alegría del cielo no se acrecienta multiplicando a las personas; un reducido número de jóvenes bien formadas agrada más a Dios que cientos de ellas que no se adhieren al orden ni a la regla. Hija, cuánta verdad hay en el proverbio no todo lo que brilla es oro.

            En el último día, las hijas del Verbo Encarnado conocerán a la madre que las engendró entre congojas y dolores no pequeños; ellas conocerán los medios que otros han empleado para sustraerlas del abrigo de sus alas y arrancarlas con violencia de sus propias y maternales entrañas, y a las cuales desea ella alimentar y unir, a imitación del horizonte que nos visita por su misericordia para iluminarnos y encaminarnos en la senda de paz que deseo a todas, de modo que nuestra congregación sea la Jerusalén pacífica y no la Babilonia de confusión.

Espero esta dicha del Dios de paz, en la que saludo a mi sobrina y a todas mis hijas, pero soy de Usted en especial, mi queridísima hija, su afma. y buena Madre. Jeanne de Matel

            Reciba todo lo que se me debe, así como los donativos que se le hagan, pero lleve cuenta de todo. Si es posible, revise los últimos recibos de todas las que deben pensiones, si no cuenta con una relación al día de los mismos. Sor Elena recibió varias desde hace un año, sin ocuparse de los recibos. No me cabe duda de que, con ello, embrolló los registros que la Hna. Gravier lleva aquí, y que, además, la negligencia de esta última podría haber omitido las anotaciones. No ignora Usted la pena que su poco cuidado me causa, lo cual me obliga, aún estando enferma, a hacer el esfuerzo de escribirle una larga carta de mi puño y letra, lo cual coincide con los afectos de mi corazón, que la ama en Nuestro Señor. Ruegue por mí y por toda nuestra comunidad de París, que la saluda cordialmente.

Carta 147. 

Grenoble, 5 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert]. En París.

            Señor mío:

            Que aquel que murió para ser la muerte de nuestra muerte, y resucitó para estar en la gloria de su divino Padre, sea nuestra eterna felicidad, es mi muy afectuoso saludo.

            Ignoro si edificaré a Usted para bien o para mal, diciéndole que estoy de acuerdo con la queja que Usted me hace caritativa y cortésmente, a causa de la privación de mis cartas ordinarias que Usted menciona. Esto es un signo de que, al serle entregadas, no causo a Usted molestia alguna.

            Querido hijo, espero de su santo afecto todo lo que no puedo expresarle. Al medirlo con el mío, ¿quién piensa Usted que tiene un amor mayor? Deseo que Usted sea el árbitro en esto. Si no hubiese venido a Grenoble para fastidiarme en él, no experimentaría tan gran deseo de ir a París. Vea pues si el afecto de un hijo, de una Madre y de una Benjamina, y el cansancio de una estancia son motivos poderosos para llamarme a ir allá.

            Si estuviera sobre la santa montaña, tal vez no me sentiría tan deseosa de hacerlo. Vea, querido hijo, cuánta imperfección [demuestro] al declararle sinceramente mis sentimientos. Estoy acosada de visitas en esta ciudad, lo cual contribuye a mi agobio. Tal vez en París no tendría tantas. ¡Ay! ¿Quién me dará alas de paloma para descansar en los agujeros de la roca, que es Jesucristo, en una santa soledad? Ahí desearía ver cobijado a mi hijo y conversar con él en esas sagradas aberturas. Yo pienso que no me distraería, porque no seríamos sino uno en nuestro único amor, que es el Verbo hecho carne para transformarnos totalmente en espíritu.

            El Sr. Bernardon para quien olvidé adjuntar una carta en el sobre que envié a Ud. me escribió el 27 de marzo, diciendo que vio al Reverendo Padre Binet, a quien hubiera podido visitar en Lyon, cuando el mencionado P. regresó de Roma, el cual le dijo amablemente que está interesado en mí en N. Señor, asegurándole que me serviría en todo lo que pudiera. Pedí al Sr. Bernardon le agradeciera estas bondades y no rehusara sus favores. Ruego a Usted lo visite en el tiempo apropiado y no pierda, por favor, esta ocasión de manifestarle que Usted está interesado en mis intereses. Hágale saber la parte que mi P. y mi M. tienen en ellos.

            Le informo además que desearía que nuestras autorizaciones fueran concedidas antes de la venida del inflexible. Obténgalas, si le es posible, a mi nombre, como fueron concedidas las de Grenoble, y con anterioridad las de Aviñón, porque la Sra. de la Rocheguyon querrá, según la Bula de París, establecerse bajo la jurisdicción de Mons. de París, lo cual complicaría nuestro asunto.

            Las mil libras de nuestra Hna. Isabel no pueden faltar. Su madre las administrará, pues Sor Isabel cree que Dios así lo quiere. Esto no impedirá que la Sra. sea cofundadora, pero las autorizaciones obtenidas sin su intervención le demostrarán que la buscamos movidas por el afecto y no llevadas por la necesidad; además, la obligarán a resolverse con más facilidad a renunciar a su exigencia de que dos jóvenes escogidas por ella se distingan de las otras llevando un medallón [relicario] y un rosario, portando a perpetuidad el título de hijas de la fundadora. Esto sería una particularidad muy peligrosa en la Orden, la cual jamás permitiré, aunque estén de por medio los 50 mil escudos, debido a la envidia o el desprecio a que esto daría lugar.

            Después de que Usted contestó la carta que le escribí, no sé si le dije, con el correo de hoy o el penúltimo, lo que pienso que hace falta para sondear sus sentimientos. Le envío cartas del Obispo de Grenoble. Agradeceré a Usted que ejerza su influencia para que se le tome en cuenta. El sigue demostrando al doble, por así decir, su santo afecto hacia su Madre. Mis muy humildes respetos a mi padre y a mi madre, y mi afectuosa ternura para mi Benjamina. Escribiré con otro mensajero a nuestra Hna. Catalina. Estoy muy cansada por ahora. Si mi cuerpo tuviera las cualidades de un cuerpo glorioso, no se sentiría tan agotado. Rece para que mi espíritu sea uno con aquél que debe ser adorado en espíritu y en verdad. Es en verdad que soy, cordialmente y por siempre, Sr. mi muy querido hijo, su muy humilde servidora y buena madre J. de Matel

            Esperamos la apertura del Parlamento. El Sr. de Colombière ha demostrado que estima como debe las recomendaciones del Sr. Canciller respecto a los mandatos. Profesa un gran respeto hacia Usted, y demuestra una gran inclinación a favorecer nuestro asunto.

Carta 148.

 8 de abril, 1643. A Monseñor de Nesmes:

            Un saludo muy cordial en el corazón amoroso del Verbo Encarnado, nuestro amor.

            Si su hijo pudiera venir a consolar a su madre, le proporcionaría un gran placer; no tiene ella palabras para expresar la pena que le causa la injusticia de los hombres que, con los judíos, imitan su perfidia hacia la hija del Verbo, el cual fue arrojado fuera de la ciudad y de los campos.

san Esteban su primer mártir, fue llevado fuera de las puertas de la ciudad, y después apedreado. Aunque su Madre previó todos estos tratos, no se afligió, esperando la hora en que los hombres ciegos harían ver que la envidia los conduciría a hacer todo lo que hicieron. Fue ésta la espada de dolores que le fue predicha por el espíritu que lo anunció a la Virgen Madre por boca de Simeón, quien pidió al Señor lo llevara de este mundo, no sintiendo suficiente valor para presenciar todas las crueldades de un pueblo amotinado, ingrato y rebelde a su creador, redentor y legítimo rey, quien no deseaba reinar sobre ellos sino para hacer a todos reyes de un reino que no tendrá fin. Esta rebelión tuvo su origen en el infierno, que deseaba destruir las obras de la luz para vengarse del Verbo Encarnado, quien destruyó todas las del príncipe de las tinieblas palpables, siendo la muerte de nuestra muerte y la mordedura de nuestro infierno. Un poco de tiempo y el Verbo Encarnado triunfante absorberá nuestra muerte en su victoria, y hará ver a Usted que su Madre no ha predicho nada en falso, y que al nacer verificará lo contrario.

            El Hijo dice valientemente que la iniquidad miente a sí misma, y que los que hablan sin verdad son falsos testigos. Cuando una frágil embarcación ha sido llevada y traída por las olas, golpeándose repetidamente contra las rocas, termina por romperse. Aquel a quien Usted conoce, que fue enviado a investigar, será un día destruido por la piedra angular, que aplastará al inflexible. Cuando sea colmada la medida de su obstinación, se arrebatará el poder de las tinieblas, el sol de justicia se levantará; la hija del Verbo Encarnado será buscada, y no se la podrá encontrar. Si no mueren en pecado, morirán lamentando las pérdidas que se le causaron. Si el inflexible, que tiene suficiente espíritu, no estuviera preocupado por su pasión, podría juzgar con justicia que se trata de la calumnia de un hombre que no fue aceptado como director, cuando dijo que el gobierno de M. era riguroso y tiránico. La visita que hizo el Sr. de Ville, a quien saludo, pidiendo a Usted el favor de presentarle mi saludo, confundirá a todos aquellos que no saben que la M. es una paloma sin hiel. Que durante su ausencia se nombre a otra, y se verá que ella atrae y gobierna a sus hijas con la miel de un trato caritativo y maternal, que las une más fuertemente que los votos religiosos.

            Quiero pensar que por ahora la hija no ha hecho semejante rechazo, sino que lo ha procurado por medios ocultos, valiéndose de artificios que no puedo descubrir. Si ella es más santa, no me quejo de ello. Tomaré hijas de París, de Lyon, y después las de Grenoble. Ella conservará a las de Aviñón y las alimentará, porque como no se desea poner en práctica todos los artículos que integran el contrato, no estoy obligada a observarlo. Se me rehúsa lo que con todo derecho se me debe, y que está expresa y especialmente escrito: Matel debe entrar y salir cuantas veces quiera, y permanecer tanto como lo desee en el monasterio junto con dos de sus hijas que escoja como acompañantes. Monseñor de Nîmes hizo que así constara.

            Por lo que a mi toca, digo en voz bien alta que no fundaré este convento, si no se me conceden todos los privilegios de las fundadoras en Francia, y si no se me permite gozar de ellos, no pagaré pensión alguna. El no ha muerto; mi hijo puede declarar, si así le place, lo que se me ha hecho, y pedir, con el poder de su gran elocuencia, que se conserven mis derechos en cosa justa y prometida mediante contrato, como él mismo lo hizo anotar en las actas.

            Monseñor de Grenoble está indignado ante semejante injusticia. Me dijo que él concederá el velo a las hermanas que yo designe, sea en París, sea en Lyon, sea en Grenoble, y que todos mis intereses son también los suyos. Mi hijo no podría medir la bondad que este prelado demuestra hacia mí. Me dijo que le pidiera venir a Grenoble. Ruego a Usted por tercera vez: si es posible, solicite a M. de la Coste que venga a este lugar. Sus padres lo desean ardientemente. Ya le diré lo que por ahora no puedo anotar en papel, señor, Vuestra Jeanne de Matel.

 Carta 149.

 Grenoble, 8 de abril, 1643. Al Prior Bernardon, el mayor.

            Padre mío:

            Mi silencio no debe hacerle creer que mi inclinación a tenerle siempre cerca de mí ha cambiado.

            El buen Dios, que ve los corazones, ha visto el mío más afligido de lo que puedo expresar, al verme alejada de mi prior, quien verá por las cartas que envío a su hermano los disgustos que he tenido, y sí tenía yo razón al contradecirlo, cuando insistía en que comprara una casa para las hermanas de Aviñón, que después no tomaron en cuenta a su Madre, lo cual dio ocasión a estos señores para hacer lo que han hecho.

            Dios sea bendito; ruegue por su buena madre Jeanne de Matel

Carta 150. 

8 de abril, 1643. A la Señora y Señor de Servière en Aviñón.

            Señor mío:

            Un saludo muy afectuoso en el corazón del Verbo Encarnado.

            La Madre Margarita no pidió mi parecer cuando expuso al más perfecto de mis amigos a un rechazo, pero un rechazo sumamente injusto de un derecho muy bien fundado. Esto no se debe ni a la consideración del  concilio, ni el temor a las censuras que la ha obligado a obrar, sino a las deliberaciones de un consejo muy semejante al que describe san Juan en el capítulo 11 de su Evangelio.

            Se me niega lo que se concede con facilidad a las bienhechoras. Me veré precisada a recurrir a otro consejo para saber qué debo hacer después de este rechazo. Pido al Verbo Divino, del que procede todo buen consejo, instruya a quienes me darán su opinión, y que sea la recompensa de los favores que recibo del caritativo celo de Usted jamás seré ingrata.

            Señora, podrá ver aquí que mi afecto suscita en mí el deseo de verla, atrayéndome poderosamente hacia Aviñón; pero como Dios ha permitido este obstáculo, esperaré las disposiciones de su Providencia, siendo siempre de Usted, señora y del señor, su muy humilde y obediente servidora. Jeanne de Matel.

Carta 151. 

Grenoble 9 de abril de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy cordial en el corazón amoroso del Verbo Encarnado que resucitó para ser nuestra resurrección.

            Cuando haya Usted respondido a mi carta en la que le digo que me sentiré muy tranquila al saber de Usted lo que la Sra. de la Rocheguyon quiere hacer, le escribiré lo que el Espíritu Santo me inspirará. Esto es hablar como madre a un hijo que se complace en recibir las órdenes que ella le da.

            Su H., que ha regresado de Provenza, me escribe de Lyon diciendo que el inflexible irá muy pronto a la Corte. No dejará de tramar en secreto todo lo que pueda para impedir lo que Usted quiere hacer y que su Madre desea: ver a su P. y a su B. en caso de no haber hablado oportunamente con aquél que, a pesar de estar enfermo, lo puede todo por y para el Verbo Encarnado. Desde hace tres semanas con más insistencia que en los 10 últimos años, su Madre ha estado pidiendo a este benigno Salvador que lo conserve y le dé su salud, que es tan importante para todos. A pesar de no haber sido escuchada, ella espera contra toda esperanza hasta que se la desanime del todo. Pida que esto no suceda, porque es una cruz muy grande el desalentarse en la oración...

            Nuestra Hna. Catalina me informa que no podrá conseguir de la Señorita Poulaillon el permiso para venir, si no escribo a dicha señorita. No pienso hacerlo. Pido a Usted le haga ver de buen modo que Sor Catalina tiene la libertad de venir a Lyon, y de ir, tal vez, de ahí a Grenoble, donde me encuentro, para prepararse a tomar el santo hábito del Verbo Encarnado.

            No tengo corazón para rehusar a nuestra buena hermana esta gracia, que ella pide con tanta sumisión en sus cartas. Se la he concedido a muchas otras que no me son tan queridas como ella, considerando además que Nuestro Señor la ha puesto en estado de poder venir a tomar el hábito, pues la libró de la fiebre. Pienso que es voluntad suya que ella venga. Por favor dígaselo, Señor; que ella deje al cuidado de mi B. y de mi H. el escaso mobiliario que yo le...

Carta 152. 

Grenoble, 11 de abril de 1643. Al señor, de Cerisy, [Germain Habert] el domingo de Cuasimodo.

            Señor mío:

            Un saludo muy cordial en el costado abierto del Verbo Encarnado, a cuya vista Santo Tomás le confesó como su Señor y su Dios, y en cuya abertura el alma de este santo apóstol hizo su entrada para jamás salir de ahí. Habiendo renunciado a toda incredulidad, fue firme en la fe, y sus dudas han afirmado a muchos otros después de que el benigno Salvador lo exhortó a permanecer fiel. ¡Oh caridad incomparable de un maestro hacia su discípulo! ¡Oh palabra poderosa que realiza lo que anuncia! Tomás, abismado en sus tinieblas, se encuentra repentinamente elevado hasta la fuente de luz, que san Pablo describe como una luz inaccesible al hombre.

            Gran santo, si tu regla general sufre una excepción, que Tomás reciba el privilegio, y que un abismo atraiga a otro abismo a la vista de las llagas del divino Salvador, las cuales no eran sino cataratas abiertas que llovían sangre hacia nosotros. La del costado nos dio agua, según expresión del discípulo amado, quien nos dio a conocer la aparición en la cual plugo al Verbo Encarnado gratificar a este apóstol cuando se encontraba en compañía de los otros.

            ¿Qué diría Usted de una persona que no tiene tiempo para respirar, y que desea detenerse a conversar por carta? Hago esto para buscar alivio de la rémora que las continuas visitas de las damas del Delfinado me causan. Muy querido hijo, con frecuencia deseo estar en la santa montaña donde mi alma se encontraba en reposo y donde gozaba de la dulzura de la contemplación.

            Sin embargo, hace falta vivir sin apoyo, abandonarse a Dios y perder todo en él.

            Le ruego me conceda el placer de decir de viva voz a nuestra Hna. Catalina que salga de París el día 1°, para encontrarse conmigo en Grenoble. Quisiera que fuera ella la primera en tomar el hábito aquí.

El inflexible pasó por Aviñón. Se obró de suerte que el Gran Vicario dijera que no permitiría a su Madre, que es la fundadora, la entrada al monasterio que fundó, a la casa que compró con sus propios medios. A pesar de que esta fundación llegó a cerca de 20 mil liras, se le impide la entrada. Esto la llevó a tomar la resolución, con el parecer de su consejo, de dejar a las religiosas que ya se encuentran ahí, para conceder el velo a las de Lyon.         Como quiere [en especial] a Sor Catalina, desea gratificarla primero. El Obispo de Grenoble prometió darle el velo.

Carta 153. 

Grenoble, 12 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy humilde en las llagas adorables del Verbo Encarnado.

            Me dice Usted, en la carta que recibí con el penúltimo correo ordinario, que está inquieto por mi salud, por no haber recibido noticias mías con el correo precedente. Por ahora le diré algo parecido: al verme privada de las suyas con el último correo, temí que estuviera Usted indispuesto. Su Madre se preocupa siempre por su hijo.

            El Sr. Dulieu, padre, está ansioso [por saber] si recibió Usted el paquete del 29 de marzo, en el que iban dos cartas de Mons. de Grenoble: una para el Sr. Canciller, y la otra para Usted Este buen hombre me informó que no lo reconoció para recomendárselo, y ello pasó desapercibido. Me parece que la envoltura fue rotulada por el Sr. de Chaune. Espero que Usted me avise si le fue entregada, para tranquilizar al buen Sr. Dulieu.

Ruego a Usted se comunique con la Señorita Poulaillon y la salude de mi parte, asegurándole que estoy a sus órdenes. También pídale que acepte de buena gana que mi Hna. Catalina Fleurin salga el día primero para ir a Lyon, en donde recibirá mis órdenes respecto a Grenoble, pues deseo que sea la primera en recibir el hábito en Francia. La aprecio por ser mi primera hija y compañera.

            Esperamos la apertura del Parlamento para la verificación de nuestras cartas. El Sr. de Saint-Germain pidió ayer a su señora suegra que viniese a visitarme de parte suya, para decirme que está sumamente molesto por tener la sala de recepción llena de damas que favorecen a las ursulinas, las cuales se oponen abiertamente a nuestra fundación; que está muy arrepentido, protestando que se pondrá a mi servicio con tanto fervor, que podré constatar la estima en que tiene a una persona cuyo nombre dejo en el anonimato, por quererlo así el Sr. Saint-Germain. Dicha señora tuvo tantas expresiones de cortesía, que el conocimiento de lo que soy me hizo sentirme indigna de ellas.

            Habiendo terminado la presente, el Sr. de Saint-Germain vino en persona a confirmarme todo lo que su suegra me dijo, protestando ponerse a mi servicio con respeto y santo entusiasmo. No dejó de notar que mi habitación carece de tapicería a la entrada. Esto se debe a que no admití que la hubiera en una casa donde nuestras hermanas deben alojarse, y en la que vivo a partir del Jueves Santo. Al verme obligada a salir de su casa, causé un gran disgusto al Sr. y a la Sra. de Chaune, pues me aman como si fuera su propia hija.

            Esto que le digo es para hacerle ver que los oponentes cambian. No queda sino el inflexible, el cual me ha hecho todo el mal que ha podido a su paso por Aviñón. Le enviaré detalles con otro mensajero. Por ahora, después de un acceso de fiebre, me encuentro muy indispuesta; por esta razón me abstengo de escribirle más extensamente.

            Mis respetos a mi padre y a mi Madre, así como mis afectuosas recomendaciones a mi B. No dude Usted de las que tengo para José, puesto que soy y seré por siempre en Jesús, Sr., mi muy querido hijo, Su muy humilde servidora y buena madre, J. de Matel

 Carta 154. 

Grenoble, 15 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy afectuoso en el corazón del Salvador resucitado.

            Me pareció caer de las nubes al enterarme, por su última, fechada el 7 de este mes, que Usted no recibió cartas mías durante varios viajes del correo. No creo haber dejado ir un solo mensajero desde hace dos meses. Le escribí, además, con el gentilhombre de cuya causa no puede Usted ocuparse.

Aunque le había escrito el Domingo de Pasión, volví a hacerlo el lunes de esa semana, para informarle a qué grado hubo resistencia en el Parlamento el sábado anterior, y para darle los nombres de los principales miembros que nos atacaron. El jueves siguiente recibimos nuestras patentes a las 19 de la noche. Nos ayudó el que llegaran en sobres rotulados con otros nombres, pues se las hubiera detenido a fin de impedir que nos fueran entregadas, así como se han confiscado las cartas de todos los ordinarios que Usted me dice no haber recibido.

            Envié a Usted, con el correo del día de Ramos, un paquete en el que había una carta del Obispo de Grenoble para el Sr. Canciller, en el que este buen prelado declara a qué grado nos está agradecido por el honor que él le concedió al escribirle, y la estima en que tiene a su Madre. Me parece que dijo demasiado, y por ello le dije esta mañana que el exceso de su caridad era quizás la razón por la que Dios permitió que ese paquete se perdiera, pues colmaba de elogios a una persona que no los merecía, la cual había sufrido una gran mortificación cuando su secretaria la leyó en su habitación antes de cerrarla por mandato suyo, al que había sometido mi juicio. Este buen prelado escribió también a Usted, pero ignoro lo que decía en esa carta, la cual ya estaba cerrada cuando su secretario la entregó junto con la que venía abierta.

            A partir de entonces escribió una más al Sr. Canciller, que también iba cerrada lo mismo que otra que dirigió a Usted, lo cual me hace pensar que se refería a sus propios asuntos.

            Sin incurrir en mentira, da compasión el ver a qué grado se le falta al respeto. El me confesó esta mañana que alguien tomó de su portafolios la carta escrita por el Sr. Canciller, junto con tres de mis cuadernos que él me había pedido prestados. Ignoro quién tomó estas cosas de su gabinete, ni si se trata alguno de sus allegados que haya sido sobornado, o de personas extrañas procedentes de alguna parte de la ciudad. Mientras unos lo distraían, los otros las hurtaban.

            Ruego a Usted pida a su Señoría le conceda el favor del que le habló acerca de....

            También le ruego me indique por qué usted no recibe ordinariamente las mías y no me dice las que ha recibido mías. Carezco de copias de las cartas que escribo a Usted de Grenoble, debido a mi falta de tiempo y porque se que Usted, aunque con trabajos, es capaz de leer mis garabatos como un buen H. que no desea que su Madre trabaje de más al copiar en limpio sus cartas. Providencialmente, guardé la copia de la que escribí a mi P. su Señoría. La hice en limpio, con fecha del mismo día, para que me haga el favor de presentársela.

            Infórmelo acerca de las desgracias que hemos tenido, y dígale que he admirado juntamente su bondad y la sabiduría de Usted, al no reprocharme en modo alguno el ser desagradecida por los favores que me han hecho, por no recibir testimonios de mis sentimientos y humildísimo agradecimiento hacia tan buen señor y padre.

            Perdóneme si me quejo de su reserva. ¿No debería Usted revelarme francamente la falta que no le es desconocida? Buen Dios, cómo sufriría mi alma si mi padre me tuviera por ingrata, y si en las últimas dos cartas que Usted me escribió, a pesar de que no recibí la del 3 de marzo deja de hablarme de él por pensar que he faltado al deber de una hija hacia su buen padre.

            Querido hijo, sáqueme de esta aflicción y asegúrele que puedo fallar por ignorancia, pero no por malicia o por olvido. Sé bien que llevo este nombre de hija únicamente por favor suyo y del cielo, y que la bondad divina y la de él me lo han dado y me lo siguen conservando.

            La Señora, mi M., me ama por gracia de un mismo espíritu, y mi benjamina por mandato de la providencia y por solicitud, de Usted, mi José. No ponga en duda la unión que Dios ha obrado entre Usted y su madre.

Mis respetos a mi padre y a mi madre, mi ternura para mi Benjamina. Mi querido hijo, vea al Abad. Bernardon, y dígale que le escribí tres cartas con el último correo ordinario. Dos van en el paquete dirigido a Usted, y otra en el que va a Lyon.

            Le ruego diga a nuestra Hna. Catalina que salga de París en cuanto se entere de que así lo deseo, y que vaya a Lyon. Ahí le diré lo que debe hacer. Son cerca de las 4, y el ordinario me apremia. Soy de Usted, en todo, su buena madre J. de Matel

            Varios de los que estuvieron en contra del Verbo Encarnado el sábado de Pasión se arrepintieron en Pascua; entre ellos, el Sr. de Saint-Germain. Le informé acerca de ello el domingo pasado. Lo que hace falta ahora es señalar los días en que nos.... El ángel sagrado a quien me refiero en la carta de su Señoría, es mi humildísimo Hijo; los sacerdotes son ángeles. No tuve tiempo de releer la presente. Enmiende la letra y corrija las faltas tanto de la ortografía como de las expresiones.

Carta 155. 

Grenoble, 19 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo en el regazo del Verbo Encarnado, nuestro Buen Pastor, que entregó su espíritu por nosotros.

            Tuve una gran alegría al enterarme, por su carta del 10 del presente, que recibió Usted dos paquetes el mismo día, aunque fueron escritos en distintas fechas. Espero que los otros le sean remitidos. Sin embargo, como en esta vida las alegrías van mezcladas o seguidas de la cruz, con el mismo ordinario que me entregó las suyas de París, recibí tres cartas de Lyon trayendo la noticia de la desgracia que sufrió el Sr. des Noyers, la cual fue divulgada por todo Grenoble por personas que llegaron de Lyon hoy mismo, y que predicen otra parecida dentro de pocos días, como una secuencia que piensan es infalible. Dejo a consideración de Usted el adivinar a qué se refieren y de qué hablan en voz tan alta.

            El cielo no desea darme a conocer la hora para no afligirme antes de tiempo. Al verme tan débil, sabe que a mí me basta la malicia de un día. Así se expresó el Verbo Encarnado cuando se le quería aconsejar cómo evitar la muerte. No había llegado la hora en que los poderes de las tinieblas levantarían la mano contra él, y en que la tristeza del huerto le ocasionaría el sudor sangriento y la agonía. Más tarde, sobre el Calvario, llegaría al sufrimiento de un abandono incomprensible del que se quejó confiadamente como un hijo al Padre que lo había desamparado a causa de sus servidores, y para redimir, con la efusión de su sangre, a todos aquellos que lo habían ofendido y que lo agraviarían en el futuro.

            El Salvador murió, pues, por nosotros. El nos dijo que quienes no perdonaron al maestro, tampoco perdonarían a sus discípulos.

Si ellos no sintieron compasión al maltratar al inocente por esencia, ¿cómo la tendrían de aquellos que son reos, aun cuando no hubieran cometido sino un pecado venial en toda su vida? Que estos sufrimientos no nos asusten. Si sufrimos con él, reinaremos con él, por él y en él.

            Querido H., he apremiado a Usted para que diga a mi padre que expida las patentes para París, porque desearía encontrarme allá para servir, según Dios, a quien me compromete infinitamente y para detener los golpes que se puedan evitar si yo estoy presente.

            Si el P. Gibalin me hubiera traído al P. Binet, como hizo con el P. d'Angle a su regreso de Roma, le habría manifestado mis pensamientos. Siempre he creído que debemos acceder al P.S. desde que murió el Cardenal-duque. El buen P. Gibalin no quiso creerme, diciéndome que el P. d'Angle haría más por mis asuntos, que cuentan ya con la estima de Usted, que otra persona cuya simpatía habría que comenzar a ganarse. La prudencia humana no es mala, pero la inspiración divina es mejor.

            Duplico mis oraciones por aquellos a quienes debo algún favor en cualquier aspecto. Cuando mi P. haya hecho las cartas, y que el mismo que firmó las anteriores ponga en ellas también su rúbrica, nadie podrá objetar en contra, por carecer de toda defensa, ya que contamos con el favor de la reina.

            No hablaría con tanto atrevimiento si no fuera madre de un H. que sabe que yo no me valgo de mis derechos según el poder que él me ha concedido conforme a sus deseos.

            Con esta certeza lo hago, siendo, mi muy querido hijo, su buena madre J. de M.

            H. mío, entregue por favor la carta adjunta a su destinatario. Supe, por algunos padres jesuitas, que esta dama dijo a varias personas, cuyo nombre no se me quiso dar, que no aprueba la fundación, pero que no desea que yo sepa que no me dará más su apoyo, habiendo prometido a su tía, a quien pasará a recoger en su viaje a Lyon, que sea favorable a mis proyectos. Yo permanecí inalterable, manifestándole mi agradecimiento por la palabra que ella y el Sr. D. empeñaron a la que está en Lyon por encontrarme yo en Grenoble. Por favor observe Usted sus palabras y gestos, e infórmeme sobre ellos. Supe de fuente fidedigna que ella siente temor hacia el espíritu de su Madre, el cual, según dice, está extático, por lo que prohíbe que se me den a conocer sus miedos. También dijo que su tío rechazó las c. de la Orden del Verbo Encarnado y que jamás se ocupará de ella.

            No haga caso de todas estas peroratas, ni lo manifieste al exterior a persona alguna, sea quien sea. Dígame si la esposa del Canciller le mencionó o recomendó nuestro asunto, y si alguien habló con el Señor Duque, su marido. Se me indicó que pidiera a Usted presentarle mis cumplidos y agradecimientos, como si se tratara de un establecimiento que ella hubiera protegido, por habérselo prometido a la Marquesa de Villeroy. ¡Ah, querido hijo! Qué necesario es representar a diferentes personajes a ejemplo del apóstol. Es menester ser todo para todos para dar gloria al Verbo Encarnado

Al Señor y a la Señora, mis muy humildes respetos. Por concomitancia, a la señora de Gualin, su madre, y mis afectos para mi Benjamina Soy, mi muy querido hijo, su buena madre Jeanne de Matel

Carta 156. 

Grenoble, 26 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo en Aquel que es, que era y que vendrá. Gracia y paz en Jesucristo, que es el testigo fiel y veraz, el primer nacido de entre los muertos y el príncipe de los reyes de la tierra, el cual nos ha amado por ser bueno y nos ha lavado con su sangre, que nos da en alimento. A El, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria y el imperio por la infinitud

            Me alegré en estas palabras, que aparecen en la primera lección de este tercer domingo de Pascua, después de haber estado un poco triste a causa de los males que algunos temen, y que difícilmente se podrán evitar. El predilecto del Verbo, al estar desterrado en la Isla de Patmos por haber confesado al mismo divino Verbo Encarnado, se sintió alegre al verse alejado de las ciudades. Querido hijo, su madre se fastidia en ellas. ¡Qué amables son los lugares apartados de sus huellas y de sus grandes embrollos, pues en aquellos se encuentra el amado a quien la esposa apremiaba para que acudiera, o sobre todo, para que volara hacia allá!

            Es en ellos donde la esposa asciende apoyada en este esposo bien amado, de quien fluyen delicias purísimas. Qué afortunada es al establecer su morada en unión del Verbo hecho carne, que es la flor del campo espacioso e inmenso del divino Padre, y el humildísimo lirio del valle sagrado de su purísima madre.

            La lluvia me proporciona la alegría de tener tiempo para platicar con Usted acerca de las delicias de una soledad que mi espíritu ama más de lo que puedo expresar.

            Por fin me escribió el P. Carré, expresando que el correr del tiempo no ha podido alterar ni disminuir las inclinaciones que el cielo le dio hacia mí desde que comenzó a confesarme y a conocerme en París.

            Me dijo que estima al Sr. Canciller y a su Señora más que cualquier otra persona. Creo que así es, pero pienso que en esto debe ceder a mí, y si me atreviera, también diría a Usted lo mismo. Usted contribuyó en gran parte al principio: Dios se sirvió de Usted para dármelos a conocer y, por su mediación, me sigue concediendo la dicha de tener con frecuencia noticias suyas, y mil y mil ocasiones de agradecimiento a su caritativo interés.

            En Grenoble admiran el cariño y la bondad de mi padre hacia mí. Muchos temen que haya cambios, después de lo del Sr. des Noyers, que alarmó a los espíritus. En días pasados se decía que aquel cuya esposa debía venir a verme cuando Usted estuviera en Lyon, estaba en prisión. Sabe Usted bien que se trata del pariente del inflexible, el cual, según las cartas más recientes del último correo ordinario de Lyon a Grenoble, debe partir dentro de dos días; pero según la cuenta, debería haber salido a la hora en que le escribo la presente.

            M. Q. H. (Muy querido hijo), mis oraciones por aquel que ha querido impedir la entrada del Verbo Encarnado no parecen ser escuchadas; él me lo ha reprochado como algo que no le complace, y me ha dejado casi sin sentido a causa del golpe. Sin embargo, no las continúo con la intención del contra-golpe, el cual temo como hija de mi padre El no me ha revelado en qué consistirá, pero tampoco me ha permitido saber si lo impedirá. Me parece que mi afecto es más fuerte que la muerte, y que estoy al lado de la persona [que sufre] estas humillaciones de la cual se ha compadecido, como pudo Usted enterarse por la carta de su M. del 3 de octubre de 1627.

            Le hablaré de modo que pueda crecer en gracia junto a Dios, quien la ha bendecido por imitar su bondad y su clemencia divina. Esta ausencia sólo me parece dura por verme alejada de servir a aquél a quien amo y honro como a mi padre, y de quienes le pertenecen, como la Señora, mi Benjamina y mi José.

            Seguimos sin recibir el consentimiento del Parlamento. Todos estos señores desearían tener una carta para cada uno, o una para todos: la envidia está rampante. No me atreví a prometerlo a quienes me informaron sobre este deseo, respondiendo que pediré a Usted que obtenga para ellos una de agradecimiento. Vea si esto es posible sin importunar a mi padre.

            El P. Carré me dice que la Sra. de la Rocheguyon está enferma. Es una oportunidad para que su buena amiga vaya a verla, en caso de que este motivo no sea apropiado para que Usted encomiende a alguien el hacer esta visita.

            Olvidé pedir a Usted que pregunte si el Sr. conde de Meaux se casó, y si sigue siendo tan piadoso como cuando pasó por Roanne a su regreso de Italia. En aquel entonces deseaba ser jesuita, pero los Reverendo Padre Jesuitas me pidieron que lo disuadiera por pensar que sería más fiel a Dios y que la compañía lo necesitaría más en el mundo. Si llega Usted a verlo, dígale por favor que no lo he olvidado en mis humildes oraciones, a pesar de que hace casi veinte años que lo vi por última vez en Roanne. Como no lo he vuelto a ver, quisiera saber si recuerda, como yo, de pedir por...

            Envíe, a M.P. (mi padre) y a M.M. (mi madre), mis muy humildes respetos; para mi B., mi afectuosa ternura. Su muy humilde servidora y buena madre Janne de Matel

Grenoble, este 26 de abril de 1643

Habiendo terminado la presente, el Sr. de Saint-Germain vino a verme esta mañana para manifestarme su pesar por la tardanza en el establecimiento del monasterio del Verbo Encarnado Al igual que a otras casas religiosas de Grenoble, se nos han adjudicado 25,000 libras de la almendra.(amande)

            Siempre ha creído que, sobre las otras 25,000 libras, Monseñor nos podrá distribuir lo que le plazca. El mismo quiso elaborar el recibo adjunto, pidiéndome que lo enviara a Usted para que se lo muestre al Sr. Canciller, pero que únicamente desea manifestar al Sr. Bodet el donativo que se nos ofrece, pues teme que esto atraiga la atención de otras religiosas.

No hay favor que el Sr. de Saint-Germain deje de hacerme. Busca todas las ocasiones para servirme. Mi querido hijo, es bien merecedor de una carta de agradecimiento. Haga del conocimiento de mi padre su buena voluntad. A decir verdad, se trata de uno de los más sólidos juicios de Grenoble, y de una recia virtud Me dijo que si su Señoría me concede estas enmiendas, él mismo se ocupara de cobrarlas, para que no me suceda lo mismo que a los Sres. de Fiot y de Letrade. Estas inclinaciones me mueven a hacer esta petición, a pesar de ser tan orgullosa como Usted bien sabe.

         ----- espcio en blanco----

Señor, por favor lea la carta para el Reverendo Padre C., y después ciérrela y envíesela para ser entregada en su propia mano. Pero antes tenga la bondad de sacar una copia y conservarla, pues no tuve tiempo para copiarla yo misma. Guárdela [en el sobre] junto con un nombre de Jesús o un corazón traspasado de flechas.

Carta 157. 

Grenoble, 29 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo en el amor del Verbo Encarnado, quien nos ha entregado su Reino así como su Padre se lo entregó a él. Así como sufrió para entrar en su gloria, quiere que su Orden sufra rechazos y contradicciones. Los Sres. de la Coste, de Colombière, de Revel, de Bourg y de Saint-Germain, han testimoniado que desean complacer a Dios y presentar sus recomendaciones al Sr. Canciller, haciendo todo lo que les es posible para el establecimiento de esta Orden.

            El Sr. de St. André y otros diez han resistido fuertemente. Nuestros amigos, los Sres. de Sautereau, de Chevrière, de Ponta están en el campo y el Sr. Odorer en cama, muy enfermo. Cuando se le quiso entregar la carta de Usted, se pensó que estaba a punto de expirar; había recibido todos los sacramentos desde hacía varios días y se me advirtió que no se encontraba ya en estado de escuchar su lectura. Con todo, insistí en que le fuera entregada diciendo con tono alegre: Recuperará las fuerzas en cuanto la reciba. Accedieron a darme gusto. La obediencia de la persona que la llevó agradó al Verbo Encarnado el cual bendijo un remedio extremo que este buen presidente quiso tomar, diciendo: como estoy condenado a morir dentro de unas horas, esta poción no acelerará mi muerte. La tomó y sintió un gran alivio, de suerte que han pasado 8 o 10 días de todo esto y aún no ha fallecido. Aunque está muy mal para ir a palacio, no lo está tanto como antes de haberle yo enviado la carta de Usted, en la que le pedía que obrara a mi favor.

            El buen presidente ya había hecho todo lo posible, y hasta llegó a demostrar un exceso de santo apasionamiento en las dos ocasiones en que se habló en palacio en contra de quienes resistían a un proyecto tan justo y que no buscaba sino la gloria de Dios. Puede Usted ver si su carta le fue agradable. El es muy recto, lo cual desespera a los médicos y aflige a quienes conocen su virtud Por favor rece por él, querido hijo; estamos entre el temor y la esperanza. El Sr. de la Rivière evita estar en palacio porque no desea ayudarnos. Si Usted le hubiera escrito, tal vez se habría sentido como forzado a estar de nuestro lado.

            Su Sr. de Lescot no se encuentra en esta ciudad, para entregarle su carta. Nuestros amigos temen que dictamine una jussion. Si su Señoría hubiera escrito al Parlamento en general, esto hubiera servido para contentar a todos. El asunto sigue sin solución. Todos se reunirán una vez más. Fue Usted un profeta cuando dijo que su Madre sufre, como el apóstol, lo que falta a la Pasión del Verbo Encarnado [ofreciéndolo] por la congregación.

            Aquel que vino a informarme acerca de la resistencia de quienes han opinado en contra, dijo al entrar en mi habitación: Todos los demonios están desencadenados en contra esta orden. No me sorprende que aquel que teme los votos, haya demostrado y defendido el cuidado que se toma para impedir la entrada al soberano. Esta es la hora de los poderes de las tinieblas; los demonios esperan más aún. Es preciso decir con David, pero teniendo un corazón conforme al de Dios: Levántate, Dios todopoderoso, y derrite a tus enemigos así como el fuego funde la cera. Que quienes te resisten se esfumen junto con sus malvados designios.

            Que esto no le haga perder el valor. No insista en lo de las cartas de París, porque los días son desfavorables. Ya vendrán otros buenos. Obremos como Abraham, esperando contra toda esperanza. Rece por mí, y créame que soy, en todo momento, M., mi muy querido hijo, Su muy humilde servidora y buena madre Janne de Matel

            A su Señoría y a su Esposa, mi muy humilde agradecimiento y obediente respeto. A mi Benjamina, que la amo fuerte y tiernamente. Si se desea verme en París, mi deseo no es menor. No desespero de ello, a pesar de la oposición u obstáculos que se presenten san  Miguel vencerá en todo en la hora marcada; aquellos a quienes él asiste agradecen poco los favores que les ha hecho. Pero, como Dios, él hace el bien a quienes son desagradecidos. Creeré que el P. Carré me ha escrito cuando vea su carta.

 Carta 158. 

Grenoble, 3 de mayo de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Alabado sea el Verbo Encarnado, quien triunfó el día de san Atanasio de las oposiciones que se hicieron a su establecimiento.

            Hasta el presente, no había podido informar a Usted que el Parlamento verificó las cartas patentes. En este sábado bendito dio su hasta aquí a todos los argumentos en contra. El Sr. Presidente de la Coste pudo demostrar su celo por la gloria del Verbo Encarnado y el aprecio en que tiene las recomendaciones del Sr. Canciller. De igual manera, todos aquellos que recibieron sus cartas demostraron en cuánta estima las tienen.

            Por favor escriba al Sr. de la Rivière dándole las gracias como si nos hubiera favorecido; ya le diré las razones por las que le pido [que se comunique con él] sea de viva voz o por escrito. Por ahora no tengo tiempo de especificarlas.

            El Sr. Consejero Roux hizo maravillas: fue nuestro portavoz, a falta del Sr. de Sautereau, quien se mostró muy pesaroso de que sus asuntos personales le hubieran detenido forzosamente en Vienne, donde permanecerá durante algunos días.

            La Sra. esposa del Canciller me compromete mucho por la confianza que demuestra hacia su indigna hija y humildísima servidora. Estoy maravillada de que haya dicho a Usted que sabrá, por mi respuesta, si Usted me encomendó el asunto del Sr. Duque de Sully. Puede Usted darle la seguridad de mis respetos y que, por deber y por inclinación, encomendé y seguiré encomendando a Dios este asunto. No tengo sino una pena en el alma: me veo tan imperfecta, que temo que mis pecados me hagan indigna de obtener esta gracia, y que el asunto sea juzgado según el derecho, pues pienso que se trabaja por una causa que se tiene como justa.

            Me prometió Usted que el Sr. Duque de Sully escribiría al Sr. de la Rivière. Cuando Usted mismo le escriba, habrá hecho lo correcto. Repito a Usted estas palabras: Lis in sabatho esta carta. Dígale que lo estimo, y que Usted le pide que obre en mi favor y el de mis hijas cuando la ocasión así lo pida y que Usted quedará más comprometido con él por este servicio, que si lo hubiera hecho por Usted mismo. Tengo buenas razones para decirle esto. Usted vio la carta del P. Carré y lo que le decía en ella. Es necesario que confiese a Usted que el jueves, día en que recibí la suya junto con dos anteriores, me encontraba sumida en debilidades y aflicciones que no puedo expresar. La enfermedad del Rey me hizo derramar lágrimas como si mis ojos hubieran sido las dos piscinas descritas por Salomón. En verdad era hija de multitud de dolores, y no se me podía comparar a ninguna otra.

            El Verbo Encarnado hubiera podido consolarme, pero se comportó como un Dios escondido en mis tinieblas. Le pedí que fuera Salvador, y que aunque puede mortificar, él mismo vivifica. Este espejo voluntario se veló ante mí, y este libre oráculo no me decía palabra alguna. Los ángeles, a pesar de ser espíritus radiantes, no me consolaban con sus sentencias, y aunque hubiera yo podido apelar al soberano estaba en tanta oscuridad, que me sentía como proscrita.

            En mi profunda tristeza dije: Señor, tú escuchas cómo te habla mi corazón, y mi rostro te muestra su aflicción. Querido Hijo, no le diré más al respecto; únicamente que todas las buenas noticias que se han publicado sobre la verificación de nuestras cartas patentes, no han podido sacar del todo a mi espíritu de este abismo de aflicción.

            Seguí diciendo al Verbo Encarnado: Tú dijiste que la mujer que da a luz está triste porque sufre grandes dolores, pero que al traer un hombre al mundo, se regocija. Yo no era digna de darte a luz; sin embargo, tu bondad me concedió esta gracia hoy mismo, pero ella no me produce alegría alguna. Querido amor, hace cuatro años me dijiste que en el mes de mayo

Carta 159.

 Grenoble, 6 de mayo de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert].

            Señor mío:

            Mi deseo es que, el [discípulo] amado del Verbo Encarnado, que salió del aceite sin sufrir daño alguno y más resplandeciente de luz, nos obtenga la gracia de elevarnos por encima de todas las contradicciones sin herirnos de impaciencia, y que las hogueras y las tribulaciones nos conviertan en oro más acrisolado.

            Si es del agrado de Dios, me reservo platicar con Usted acerca de las penas que la Providencia ha permitido para contrariar su fundación de Grenoble, y cómo ha salido de todas con destreza admirable. Su Madre tiene muchas cosas que comunicarle, pero le habla con el Evangelio de esta semana, pues por ahora no puede expresarlas.

            Si no ha entregado Usted la carta a la Sra. de Ledig, no lo haga. Nuestro asunto está arreglado, pero nuestros oponentes llegaron al extremo de hacer anotar en la declaración que yo no podría comprar una casa construida en la ciudad de Grenoble para alojar a mis hijas, sino únicamente un lugar para construirla. Jamás designio alguno fue tan contradicho por tan poca cosa, y Dios ha hecho ver su brazo todopoderoso disipando los designios de los soberbios que se oponían, y que no han cambiado. Pero ellos no son tan poderosos como imaginaban.

            Esto no significa que el ruido que ocasionan deje de ser una pena para mí, porque yo quisiera ver todo en paz. Me he arrojado al mar para calmar la tempestad de dos partidos, con frecuencia contrarios, que hay en el Parlamento. No sé si lo he logrado, ni mucho menos reconciliar a Mons. de Grenoble y al parlamento. ¡Oh, Dios! hijo mío, qué dichosa es el alma que está en la paz de la soledad, y Cuánto mortifican los obstáculos de las cortes de la tierra, así se trate de la corona perecedera, de la espada formidable o de la pluma injusta en sus decretos.

            No sé si me explique. Quizá Usted me comprenda mejor que yo misma, a pesar de que conjeturo, por su última, que Usted no entendió mi sentir. Cuando posea Usted el espíritu de los D., como Daniel, podrá comprenderlo. Usted va bien y es, desde hace mucho tiempo, el hombre de las predilecciones, como san Gabriel lo llamó a Daniel (Dn_9_23).

            Mi Benjamina me perdonará. Las cartas para Usted no le están vedadas, pues pienso que Usted le permite verlas y que ella es una de las hijas de Job, pues tiene parte en la heredad de su hermano.

Esta mañana tomé un medicamento que hubiera podido disculparme o dispensarme de escribir a Usted si hubiera yo seguido las enseñanzas de Hipócrates o Galeno. La prudencia regirá mis deseos y detendrá mi mano, que está muy débil. Pida por su M. pero con fervor, como ella lo ha hecho por su H. Sabe Usted bien quién es él. Es todo, y considéreme, M., su muy humilde y buena madre Janne de Matel

            Para el Sr. Canciller y su esposa, mis muy humildes y obedientes respetos. Si su Señoría no hubiera escrito al Sr. Presidente de la Coste, los demonios hubieran impedido nuestro establecimiento. Este presidente ha demostrado que ama a Dios y aprecia al Sr. Canciller. Será difícil para Usted leer mi carta.

Carta 160. 

Grenoble, 10 de mayo de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Que el Verbo Encarnado, quien dijo que salió de su Padre para venir al mundo, y que dejaba al mundo para volver a su Padre, lleve cautiva nuestra cautividad, concediendo sus gracias a todos. Es el afectuosísimo saludo que le envío.

            Esperamos al Sr. Prior Bernardon para que nos lleve a Aviñón, a donde deseamos ir para buscar a nuestras religiosas y traerlas a Grenoble. Usted me hizo el favor de escribir al Sr. de la Rivière, pero la Providencia del Verbo Encarnado quiso que esta carta llegara justamente el día en que no podía ya sernos de utilidad, lo cual no fue precisamente su intención, sino el contrariarnos en todo.

            Hice que la solicitaran todos aquellos con quienes creía tener acceso, crédito o cierto grado de amistad, pero todos esos ruegos no modificaron su intención, que era embrollar y detener nuestro asunto en caso de no poder arruinarlo, temiendo disputas en el palacio entre los dos partidos, la raza rica y la raza bella.

            Le escribí por la mañana diciendo que debíamos hablar y encaminar nuestro asunto; que después de haber soportado sin quejarme durante la Cuaresma y a partir de Pascua todo lo que dijo en contra mía que sería muy largo contar, me quejaba con él de él mismo, asombrándome ante su extremo rigor hacia mí, sin haberle yo dado motivo para decir todo lo que dijo contra mí, contrariando así el establecimiento del Verbo Encarnado y que teniéndose como mi juez, parecía estar de mi lado, lo cual yo no deseaba creer.

            Yo lo consideraba demasiado piadoso para oponerse a la gloria de Dios y demasiado cortés para rechazar la humildísima petición de mi querido hijo. [Sin embargo] pensó que esta carta lo ofendía y la exhibió en palacio como si se tratara de una injuria. El mismo se recusó, haciéndonos un gran favor, pues por despecho habría impedido nuestra verificación y se habría salido con la suya. A nosotros sólo se nos concedió decir lo indispensable. De haber seguido allí, habría arrastrado a dos o tres que estaban vacilantes.

            Lo informo de esto a fin de que, si Usted oye decir que él se queja de mi carta, no se aflija por ello y aparente que ignora todo lo que le digo antes acerca de él. Tampoco le escriba, pues no es necesario. Mi carta fue escrita después de la oración por mandato del Verbo Encarnado el cual me hizo levantarme para escribir. Fue él quien triunfó en su designio, impidiendo la disputa que hubiera surgido entre él y aquel que se queja de la pluma, lo cual me hubiera afligido, pues en verdad este buen Sr. de Revel me ha ayudado mucho. El Sr. procurador general no estaba presente. Por consideración al Sr. Canciller, tanto él como el Sr. de la Coste me han servido fielmente. Ni el uno ni el otro eran del mismo parecer de Revel, pero no pudieron atraerlo al suyo; los hombres abundan en su sentir.

            Si yo me obligara a corregir bien las cartas que escribo a Usted, no tendría tiempo para narrarle tanto, y Usted se molestaría menos. Pero es una M. que se queja de hablar largamente con su H. El Sr. Ferrand, consejero del parlamento de Grenoble, me ha servido con todo su afectuoso crédito. Ayer me pidió recomendara a Usted su asunto. M., su hermano es abogado suyo en el gran Consejo; yo lo hago con todo afecto. El dice que su causa es justa; yo quisiera que Usted no hubiera enviado mi carta a la Sra. Dag. No dudo que el Abad de... me haya puesto en su pensar como usted ha sabido.

            Paciencia, pero ¿qué ha sido de Aquilón? No he sabido más sobre el degüello de Philomèlle. Usted podría pensar que no tengo ocupaciones serias, puesto que me informo de lo anterior. Deseche esta idea. Me divierto para descansar, pues me siento acosada de todos lados por ocupaciones de las que no puedo dispensarme. Este es un contrapeso para mi espíritu, que desearía ir en pos de su amor, que está cerca de su gloriosa Ascensión.

            Pidámosle que nos bendiga y que nos envíe a su divino Espíritu. Es lo que deseo para mi P., mi M. y mi hijo, de quien soy, en todo momento, en el amor divino y subsistente que es este mismo espíritu, mi muy querido hijo, Su muy humilde y afectísima servidora y buena madre Janne de Matel

            El Sr. Consejero Barrot me interrumpió al escribir la presente. Regresó a ofrecerme sus servicios, y me leyó la minuta de la carta que escribió a su primo. El ha sido para nosotros lo que afirma. Le envío la carta que he escrito apresuradamente a la Señorita Poulaillon. No tuve tiempo para pasarla en limpio. Le ruego se la reescriba, para evitarle la molestia de adivinar.

Carta 161.

 Grenoble, 13 de mayo de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Que el Verbo Encarnado, al penetrar todos los cielos, después de hacerse el cielo supremo y nuestro precursor, sea siempre nuestro amor y nuestra gloria. Este es mi muy afectuoso y humilde saludo.

            Si no recibe Usted una o dos de mis cartas ordinarias, no se preocupe, pues ignoro si pasaré por lugares donde haya mensajeros, ya que debo salir de viaje a Aviñón para recoger ahí a mis hijas y regresar con ellas a Grenoble, donde tomaremos posesión del Monasterio que el Verbo Encarnado ha deseado tener en ese lugar porque El es bueno para todos, pero en especial para con su Madre, a quien, con el poder de su diestra, hizo salir victoriosa de las contradicciones. El la exalta cuando sus propias imperfecciones y los enemigos de la gloria de este adorable vencedor parecen abatirla. Es necesario tolerar estos borbotones, ya se calmarán.

            Mi Benjamina demuestra muy bien que ama a su Madre, la cual está admirada tantos favores suyos. Su amor materno se redobla, si esto es posible, hacia el hermano y la hermana, que son dos hijos de bendición que crecen mil entre millares.

            El Sr. de Saint-Just me confirmó lo que dije a Usted por escrito antes de partir de Lyon: que la Sra. de Villeroy le había asegurado que el Sr. Duque y la Sra. Duquesa de Lesdiguiére habrían testificado favorablemente para el establecimiento del Verbo Encarnado a su regreso de París. Ni ellos ni yo estábamos seguros de que así fuera antes de que volvieran. Yo no pensé que alguien viniera a recogerme a Lyon sin darme aviso con al menos ocho días de anticipación. A pesar de ello, se me dieron sólo dos, por miedo de abordar la diligencia a París a causa de un hijo que no se atreve a expresar sus sentimientos para apremiarla a ir allá, temiendo que su deseo parezca demasiado apasionado a su madre, la cual apresura sin recelo su inclinación maternal.

            No me equivoqué al imaginar la sorpresa de la Soberana por la carta de su súbdita, que fue firmada de ese modo debido a razones que no me fue posible explicar; se conoce al león por las uñas. El Abad de R. se ha contenido en su propio parecer. El Verbo Encarnado podría decir como a muchos de su categoría: Uds. no siguen mis caminos, y sus pensamientos no son conforme a los míos. La diferencia o alejamiento es como del cielo a la tierra. El no es hijo de madre como Usted, ni el favorito de Jacob.

Si mi padre no coincide en sus sentimientos con los del P. Carré, su hija jamás ha ocultado los suyos al respecto. Conozco a este Padre como si lo hubiera criado. Mi carta no fue escrita sin una finalidad, como Usted ha podido constatar. Todo se lo explicaré cuando tenga el honor de conversar con Usted, si Dios me concede esta gracia.

            ¡Cómo me alegró al decirme que el Sr. Conde de More es un ejemplo de virtud eminente en el reino! Los obedientes cantarán victoria. Digo esto porque mi confesor me mandó decirle que desistiera de la idea de entrar en religión. Así lo hice y no me arrepiento, porque este señor es digno de la dama que escogió, o que el cielo reservó para él.

            ¿Qué ha sido de la hija del Sr. Duque d'Attrée? Se intentó obligarla a ingresar a Port-Royal. Fui del parecer que no era llamada a ese lugar, y habré cometido una gran equivocación si persevera ahí por su propia inclinación. Yo le tenía un cariño especial; no cualquier persona sabe ganar debidamente un espíritu como el de ella. El de su Sra. tía, siendo universal, no ignoró el modo para sí; me di cuenta de ello al conversar con Usted al respecto.

            Usted pasará la esponja a la tinta de esta carta, que no estimará digna de sus ojos. Se me ha distraído tantas veces al escribirla, que no está tejida de la misma manera. Carece de secuencia, y tal vez deseará rehacerla después de tantos e interminables obstáculos. Los milagros los podrían modificar, si fueran absolutos y sin condición.

            Si el Verbo Encarnado fuera, como los proscritos, llamado a su tierra por su Padre permítame hablar así le llama al cielo a su gloria, de la cual se dijo que salió para venir al mundo por medio de la Encarnación. El abandonó este mundo el día de la Ascensión. Si nosotros no podemos seguirlo con el cuerpo, hagámoslo con el espíritu. El es nuestro tesoro y debe poseer nuestro corazón. Usted conoce mi natural, que carece de humildad para pedir.

            El Sr. de St. Germain quiso escribir el billete. Escríbale Usted, por favor, agradeciéndole los favores que me ha hecho y que me sigue dispensando cada día, manifestándole que ha complacido al Sr. Canciller, el cual me haría un nuevo favor si escribiera en general para agradecer a todos los Sres. del Parlamento. De este modo, todos se sentirían contentos y obligados a favorecer a su hija. El buen Obispo de Grenoble espera la de Usted con gran paciencia.

            El Sr. de Nesme me escribió diciendo que el Inflexible sale a París esta semana; la persona humillada en el pasado, ¿podrá recordar el rechazo que hizo a su petición tan piadosa como justa?

Mis muy humildes respetos a mi padre y a mi M. Soy, mi muy querido hijo, su buena madre J. de Matel

            Nuestra Hna. Catalina no está obligada a seguir ahí si no está de acuerdo con ello, a pesar haber yo escrito a la Señorita Poulaillon, cuya carta me apremiaba tanto por motivos de caritativa piedad, que no pude contestarle de otro modo sin manifestar que carecía de ella del todo, de lo cual líbreme Dios. El Sr. Dulieu me hará entregar las cartas de Usted en cualquier lugar donde me encuentre. No me prive de ellas, ya que Usted está en un lugar donde puede enviarlas con todos los ordinarios. A mi Benjamina, mis afectuosos saludos. Olvidó Usted la promesa que pareció hacerme de escribir al Sr. de Revel. Una palabra de respuesta y agradecimiento; él ya escribió a Usted y me ha me ha prestado grandes servicios.

Carta 162. 

Grenoble, 7 de junio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Que el Verbo Encarnado sea por siempre nuestro amor y nuestro todo.     Este es el humildísimo y afectuoso saludo que hoy le envío.

            Llegamos a esta ciudad el miércoles a las 8 de la noche. El jueves por la mañana se celebró la primera misa y se depositó al Smo. Sacramento en un sagrario. Como el ciborio y la custodia no estaban listos, no hubo exposición. Mientras tanto, se le colocó sobre la patena y las hostias pequeñas en el cáliz. Hoy está expuesto, pues la custodia ya está terminada. Nuestras religiosas recitarán el oficio y cantarán las vísperas el día de la fiesta del cuerpo precioso de nuestro amoroso Verbo Encarnado.

            En el sobre, nota de la M. de Bély: Se habla en esta carta del 7 de junio de 1643, del establecimiento de nuestro monasterio de Grenoble, que fue presidido el viernes, el 3 de este mes por Mons. Pierre Scarron, obispo del lugar, el cual lo favoreció siempre con su protección a pesar de las grandes persecuciones y contradicciones de los herejes, que se habían confabulado para impedirlo en el Parlamento, donde fueron verificadas las cartas patentes del difunto Rey Luis XIII, quien, debido a la persuasión de los enemigos del instituto, rehusó concederlas para París antes de caer enfermo, muriendo al poco tiempo. Después de celebrada la primera misa, que fue seguida de la exposición del Smo. Sacramento el día del Cuerpo del Señor, fue depositado en el sagrario. Esto prueba de que nuestra piadosa fundadora, M. J. de Matel, había provisto la capilla de ornamentos, tres vasos sagrados, cáliz, copón y custodia, así como a todo lo necesario para celebrar en ella los santos misterios. También consiguió buenas voces para que cantaran ahí el oficio divino.

            El Obispo de Grenoble demostró gran alegría al vernos instaladas en Grenoble antes de su salida a París un viernes de este mes para establecernos él mismo.

            Se habla también aquí de la muerte del príncipe que el Verbo Encarnado mostró a nuestra fundadora en una revelación, la cual menciona también algunas otras particularidades que dan a conocer su bondad, su dulzura, su generosidad y su celo por la gloria de este adorable Verbo, al cual se complacía en exaltar en proporción a la furia de los satélites del faraón de los infiernos, quienes se esforzaron en vano en perseguir e impedir el establecimiento de la Orden. A pesar de la malicia a la que recurrieron ciertas personas para hacerlo desistir, escribiéndole mientras que yo estaba en Aviñón, para decirle que no conocía el espíritu de su Madre. No quiso él mostrarme la carta, ni decirme quién la escribió. Si Usted pudiera preguntárselo, me haría un favor al decírmelo, así como el [nombre] de aquellos que dicen a Usted cosas que lo afligen y no a mí. No temo a quienes sólo pueden matar el cuerpo y decir males al mentir.

            La gracia del Verbo Encarnado y su verdad, que están sobre mí, sobrepasarán todo. Ni la altura, ni la profundidad, ni el instante, ni la eternidad, ni los ángeles, ni los hombres ni todo el resto podrán separarme de la caridad de este amable Salvador, el cual no me ha ocultado cosa alguna de lo que ha sucedido sino el fin de mi padre

            No me refiero al que mira la eternidad, sino al de la persecución de sus enemigos, que se han multiplicado. El me aseguró que no sería destituido durante el reinado del difunto Rey, y que con Su gracia establecería su Orden sobre la piedra firme contra la que no puede prevalecer el infierno.

Así se ha hecho. Las palabras que escribí al P. Carré: in sente vigi… etc., que los guardianes de Israel habían decretado que aquél que se comprometió con usted dejaría el trono perecedero lo cual reveló su Madre a tres personas: a Mons. de Grenoble, a M. el preboste de la Iglesia del Smo. Salvador, apellidado Marché, conocido del Sr. de Nesme, quien se lo puede preguntar por carta, y al Sr. de Saint-Germain, amigo íntimo de su madre. Escríbale, si lo juzga a propósito, e infórmese de lo que ella le dijo, manteniéndose firme a pesar de que se quiso hacer creer a varias personas que el Hno. F. hizo un milagro.

            No hablaría a Usted de este modo si el Verbo Encarnado no deseara revelarme sus verdades, y si aquella a quien se desea acusar de astucia, de mentira y de otras culpas no fuera instruida por él y por sus buenos ángeles, quienes han recibido el mandato especial de impedir que los malvados se acerquen a su tabernáculo.

            En Aviñón pudo ella constatar la bondad de su esposo, quien le ayudó a triunfar contra los enemigos que se confabularon para privarla de los derechos de su fundación. Todos ellos acudieron a ofrecerle sus servicios y admirar los progresos de la Orden del Verbo Encarnado Me abstendré de repetir a Usted los elogios de que fue objeto su Madre, pues no los atesora. Más bien se gloriaría al verse confundida, si así lo permitiera el amor del Verbo Encarnado

            Ella no es digna de sufrir grandes contradicciones a causa de su nombre; más bien se compadece de las que sufren sus amigos. Sólo se aflige al temer por ellos lo que tal vez nunca llegue a suceder. Si sus oraciones fueran poderosas, desviaría los males temporales que con tanta frecuencia alborotan al vulgo.

            Ruego a Usted que mi padre haga todo lo que pueda por Mons. de Grenoble. El no será un ingrato. La persona que se ocupa de sus asuntos en París lo ha informado de que mi padre no ha querido conceder todo lo que él esperaba de su bondad. Esto me ha mortificado un poco, pues no quisiera dejarlo con la impresión de que me valí de él para esto. A mi regreso de Aviñón le di esperanzas de que mi padre haría todo lo posible para mostrarle su estima, pues conozco el natural de aquella persona, que carece de dominio sobre sus impulsos y habla demasiado de sus sentimientos.

            Los que no tienen el poder de ayudarnos, tienen el suficiente para mortificarnos. Cuando Dios permite o deja que se obre, no siempre desea recurrir a su poder absoluto para librar a los suyos de las tempestades que se suceden continuamente en el mar de este mundo, pero en la corte más que en ningún otro lugar.

            La Sra. de Séguier sigue demostrando, en toda las ocasión, su ardiente fervor hacia la Orden de aquél que ama a quienes le demuestran un amor como el de ella. Si para entonces sigo en Grenoble, me sentiré encantada de poder expresar de viva voz mi agradecimiento al Sr. Duque de Sully. ¿Qué podrá dar su Madre al Señor por todos los bienes que le ha dado? ¿Con qué respeto y con qué favores podrá expresar su reconocimiento por todo lo que la Sra. hace por ella? Aunque su bondad reciba todo sin reserva, ella no puede sentirse satisfecha; es todo lo que puede dar, pero no todo lo que debe.

            Tome el aliento para leer esta larga carta que le escribo escondiéndome de una multitud de personas que desean hablarme. Mi Benjamina me hará un favor al pensar que, al escribir a Usted, también le escribo a ella. Mis dos hijos me son igualmente queridos. Cuídese de la dama que fue sorprendida por mi carta, a la cual no ha respondido. Sé bien que ni ella ni todos los suyos me han prestado servicio alguno. Yo no me doy por aludida; como ya se arregló todo en Grenoble, no podrá impedir la fundación ni todo lo que se ha establecido.

            Muy querido hijo, que yo no viva y muera sino en Jesús. Su muy humilde y buena madre, J. de Matel.

            Ni el Inflexible ni Aquilón cambian o se ablandan. Por lo que a mí respecta, y de serles posible, obrarán siempre como lo han hecho hasta ahora. Dios está sobre todo.

Carta 163. 

Grenoble, 8 de junio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Que pueda Usted hacer un festín eterno con los restos de la fiesta del Sacramento del amor, para gloria del Verbo Encarnado, nuestro todo. Es mi muy afectuoso saludo.

            Me encuentro mal desde mi regreso de Aviñón. Le escribo con gran trabajo por tener adolorido el costado derecho de la cintura para arriba, lo cual me obliga a lanzar gritos contra mi voluntad. No puedo permanecer en cama porque mis males se acrecientan en ella. Sólo he podido recostarme sobre el lado izquierdo. Pida, por favor, por mi conversión. Que la sabiduría toda sabia reinvierta, por así decir, las normas ordinarias que suele observar aplicar en la conversión de los demás, para llevar a cabo la mía. Digo esto porque con frecuencia me ha hecho ver que me ha puesto como excepción a las leyes generales de su justicia, dándome a probar los excesos de su divina bondad y admirable paciencia para concederme la gracia y sobrellevarme amorosamente por su gran misericordia.

            Si pudiera volver a Lyon dentro de poco, me imagino que el Sr. Guillemin me prescribiría remedios que me aliviarían mucho. La confianza que tengo en él es muy grande, aunque tal vez se trate de una fantasía juvenil.

¡Qué felices son la Sra. de Séguier y mi Benjamina, por tener acceso frecuente al retiro de una santa soledad que mi corazón desea sin poder gozar de él! Las almas que sólo hablan con los santos están libres de faltas; pero las que debido a una profesión molesta se ven obligadas a conversar con hombres y mujeres del siglo, las cometen de ordinario. Si me fuera permitido optar por la dicha de una hermana de velo blanco en su cocina, con qué gusto lo escogería; no puedo expresarlo.

            Querido hijo, mire Usted de qué le habla su Madre: ¡de lo que no puede tener! No se trata de una fantasía juvenil que su gloria desaprueba san  Pablo dice que obra el mal que aborrece y no el bien que ama, porque no hace lo que quiere sino lo que no desea.

            Me alegro ante su queja injustificada de que sufre a causa de la privación de mis cartas. Usted es el único a quien escribo con cada mensajero ordinario, lo cual debería ser un signo de la estima e inclinación que tengo hacia mi H. Desde que llegué a Grenoble, debo más de 40 respuestas por escrito. No lo he hecho ni lo haré por carecer de salud, tiempo libre y poca inclinación para deshacerme de ellas. Por favor ocúpese de que mi carta llegue con prontitud

            Diga al Sr. de Nesmes que le pido me perdone por no haberle escrito con estos dos ordinarios; mis malestares y las visitas, que no me dejan tiempo alguno, me sirven de excusas legítimas. No deje ver que encuentro horas para aquél que es mi José en crecimiento. Mi B. participará en ellas de buen grado.

            Mis muy humildes respetos a mi P. y a mi M. De ordinario los tengo presentes en mi espíritu. Si mis oraciones fueran efectivas, podrían sentir sus efectos, lo mismo que Usted, de quien es, mi querido hijo, su muy buena Madre. J. de Matel

Carta 164. 

Grenoble, 10 de junio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Que aquél que está a las puertas de sus tabernáculos en el mediodía de su ardiente amor, para invitarnos al reposo y a la refección en su morada, con él y de él, sea nuestra delicia durante el peregrinar de esta vida.

            Es el Padre más excelso de las multitudes; es nuestro fiel enamorado, el Verbo Encarnado, el verdadero testigo y el caritativo consolador de las almas que viven como peregrinas en este exilio junto con los habitantes de Cedar. El se hace nuestro viático sobre el mar de este mundo, tan agitado por huracanes y tempestades.

            Querido H. me refiero a los que peregrinan, porque desde hace algunos años he hecho dos y hasta tres peregrinaciones por la causa del Verbo Encarnado: Una de Lyon a Grenoble y la segunda de Grenoble a Aviñón, de donde volví con rapidez para estar presente antes de la partida de mi muy caritativo prelado, a quien Usted verá casi tan pronto como reciba la presente. Su Madre le es muy querida; por esta razón, no olvidará Usted de mostrar ante él la parte que le toca en los favores que ella ha recibido de su digno pastor.

            Le pido esto de corazón, y que ruegue a mi padre le haga ver la parte que ha tenido en lo que me ha sido de provecho para gloria del Verbo Encarnado, el cual será su protector en el tiempo de la contradicción provocada por lenguas que son más cortantes que agudas espadas de doble filo.

            Mis dolores de cálculos y de un lugar que me oprime mucho me obligan a terminar estas líneas, asegurando a Usted que jamás cambiaré la resolución que he tomado para toda la eternidad de honrar a Usted, Señor, en calidad de su muy humilde sierva en Jesucristo, nuestro todo. J. de Matel. Para mi padre y a mi madre, mis muy humildes respetos; a mi Benjamina, que soy su buena madre Si mis dolores se hubieran aliviado, no habría dejado de escribir a Mons. de Grenoble, quien me dijo a su salida de Grenoble que desearía recibir de manos de Usted una de mis cartas, a su llegada a París.

Carta 165. 

Grenoble, 17 de junio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado nuestro amor.

            Me agrada mucho escuchar a dos hermanos que parecen disputar a causa del celo que tienen hacia su Madre; el menor no cede en nada al mayor. No duda que su madre siente tanto afecto y ternura hacia él como hacia el otro, el cual, si lo apremiara, lo ofendería por no tomar en cuenta el principio y el término de todos sus afectos e intenciones, que se basan en una santa emulación por el advenimiento de la Orden del Verbo Encarnado, que será la corona de ambos. Mi Benjamina es extremadamente loable por su continua solicitud para lograr el mismo designio. Que no se desanime ante lo largo del tiempo, lo cual merma el valor de quien no considera que Dios muestra su fuerza en su paciencia, y que la virtud se perfecciona en la debilidad. El poder de Jesucristo abunda y mora en nuestra indigna fragilidad.

            No conozco persona alguna en la tierra que pudiera tener acceso a los cuatro del Consejo de la persona que al presente ocupa tan alto puesto.

¿Y si el P. Carré quisiera interceder por mí cerca del Sr. C. Mazarin, cuya persona me recomendó tanto al enviarme la carta a la dirección de Usted, antes del deceso de nuestro difunto Rey? Infórmeme si debo escribirle, pues pienso que mi carta no le dirá nada que sea de su agrado.

            Por lo que se refiere al Sr. Vicente, quien desea unirse a los Padres de la Misión de Provenza, sepa que su primer instaurador y él son íntimos conocidos míos: se trata del Sr. Olier, quien fue el primero en tener esta idea. Es un santo y un gran amigo. El me dijo al pasar por Valence, a mi regreso de Aviñón, que el Sr. Vicente le había mandado ir a París a efectuar la unión y que deseaba conocer mi parecer al respecto.

            Yo le aconsejé que la hiciera, que la obra contribuiría, más de lo que se piensa, a la mayor gloria de Dios y provecho del prójimo; que después de haber meditado en ello durante largo tiempo, y haberlo consultado con nuestro Señor, me sentía impulsada y aun apremiada a aconsejárselo. Si el Sr. Vicente puede unirse a estos Señores, el Espíritu Santo hará maravillas después de esta alianza: los bendecirá y multiplicará a todos. El Sr. Olier es un santo; puedo decírselo a Usted, porque sé de qué estoy hablando.

            Que Dios bendiga al Sr. de Revel y a su tío. Si durante mi estancia en París viene a verme este coadjutor, le hablaré de modo que pueda hacerle entender que me devuelve mal por bien, y que incurre en juicios contra la justicia y la sencillez.

            M., mi muy querido hijo, el correo me urge a terminar y mis deberes e inclinaciones a perseverar, por toda la eternidad, en calidad de su muy humilde servidora y buena madre J. de Matel

            Cuando vea Usted a Mons. de Grenoble, hágame el favor de darle la seguridad de mi obediencia, y diga por favor a mi padre y a mi M. que soy su muy humilde hija y que pido muchas veces al día por su prosperidad temporal y eterna. No temo nada de Charonne.

Carta 166. 

Grenoble, 22 de junio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], En París.

            Señor mío:

            Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, a quien mi padre y mi H. pueden repetir con el apóstol: por causa tuya somos perseguidos todos los días. Usted acepta sufrir al procurar la gloria de este Señor que nació y vivió en la tierra en medio de desprecios incomparables, y que al fin murió por todos nosotros.

            Querido José, Usted experimenta y palpa lo que dijo san Lucas, que la Virgen fue obligada a acostar a su delfín en el pesebre. Le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento (Lc_2_7). Ve Usted cómo se realizan las palabras de su discípulo amado. Vino a los suyos y no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, etc. (Jn_1_11s).

            Yo no esperaba otra respuesta de aquél que no podía, de momento, encontrar pretexto de impotencia con aparentes muestras de cortesía. El Reverendo Padre de Gibalin no quiso creerme cuando le dije que obtendríamos esta respuesta. El decía que, si las consideraciones de la eternidad no movían a este espíritu, las temporales lo llevarían a ocuparse de sus deberes, concediendo la petición de una piadosa persona que puede favorecer a él y a los suyos en numerosos aspectos.

            Querido hijo, considere la ceguedad humana; parece que el Mesías viene por medio de este instituto, con la misión del Profeta Isaías, el cual dijo a Dios: Dije: Heme aquí: envíame. Dijo: Ve y di a ese pueblo: 'Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis.'Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure (Is_6_9s).

            Todas estas ingratitudes no pueden detener el designio que el amor divino tiene de obrar una nueva Encarnación. Por eso, así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará (Is_28_16). La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido Sal_118_22s).

            En esta fe, su Madre le habla francamente, asegurándole que está admirada por su sumisión a este Espíritu, y de su fidelidad al Verbo Encarnado, el cual muestra que lo ama tres veces más desde que ha llegado a ser lo que él desea, para llegar al Reino de Dios y contemplarlo, pues está en su interior, lo cual es suficiente para vivir contento a pesar de las ocasiones de disgusto que las máximas de la prudencia humana nos procuran, las cuales no siempre podemos evitar por vivir en ciudades que hacen, me parece, profesión de observarlas.

            Si Juan Bautista se acerca a ellas, es enviado a prisión. Es necesario que sea precursor del Verbo Encarnado tanto por su muerte como por su nacimiento. Sin embargo, todo esto es ventaja para quienes aman a Dios: todo coopera a su bien. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm_8_29).

            Mis muy humildes respetos a su Señoría y a la señora. Soy del mismo parecer de los tres. Si se nos puede alojar en el Barrio Saint-Germain, me inclino más hacia esto. Me sentí muy bien cuando viví ahí. Dejo esta disposición a la divina providencia y a los caritativos cuidados de aquellos que no se cansan de procurar la gloria del Verbo Encarnado el cual los glorificará. Si de momento no se encuentra una casa para comprarla, tendremos que rentar una. Después del establo de Belén, el Verbo estuvo en el Cenáculo de Jerusalén.

            No es necesario, en absoluto, someter este asunto al consejo que se les ha mencionado, pues temo que se trate de un plan perverso y preconcebido contra la gloria del Verbo Encarnado por rehusarle lo que, como soberano, le pertenece. Aunque se le llamó León de la Ciudad que estaba revuelta a su llegada, él no dejó de cumplir las profecías. Fue ahí se le nombró Rey de los que no lo recibieron, y donde se le reconoció como verdadero Hijo de Dios. En él soy y seré por siempre, mi muy querido hijo, Su muy humilde servidora y buena madre J. de Matel

Carta 167.

 Lyon, 28 de julio de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Que aquella que apaciguó las ansias de los profetas y produjo la aurora que nos dio a luz al mismo Sol, sea por siempre bendita en unión con su sagrado fruto. No he perdido la esperanza que tenía de obtener por su intercesión dones de la gracia para mi alma y la salud para mi cuerpo, con objeto de disponerme al viaje a París, cuando su nieto y su gran Dios así lo quieran.

            Ella es poderosísima al lado de él, como hija incomparable, para ser rechazada en sus peticiones por nuestro divino Salvador, el cual se complace en mostrar su benignidad hacia las que le presentan las manos de esta mujer fuerte, que se dedican a hacer grandes cosas para gloria de su soberano; sus dedos no desdeñaron emplearse en oficios bajos para ayudar al prójimo.

            La Sra. Séguier la imita en lo uno y en lo otro, moldeando e instruyendo al mismo tiempo a mi Benjamina, que se convierte en hija de dolor como Benoni cuando, con toda justicia, se da un mal trato a su madre. Como soy tan imperfecta, no debo esperar sino justos desprecios que al fin no me parecen tan desagradables. Adorando a aquél que los permite con equidad, David halló gracia al huir de su hijo Absalón, respondiendo a los reproches que Abigaí, hijo de Sarai lanzaba con derecho a Semeí por maldecir a su Rey: ¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Deja que maldiga, pues si Yahveh le ha dicho:'Maldice a David' ¿quién le puede decir: 'por qué haces esto'? (2S_16_10).

            Querido hijo, si en Grenoble mis hijas tienen enemigos que son amigos de Dios; si en Lyon, el mismo Dios me ha enviado dolores corporales, ¿me engaña él al permitirlos y al ordenar que en París se me trate como a una pecadora? Mi amor propio, que engendra mil y mil imperfecciones, me causa mucho más mal que todos los discursos que afligen a mi José y a mi Benjamina. Deje que digan lo que quieran; merezco más que eso. Aun cuando fuera inocente, esta sería una causa que aprovecharía la divina bondad para darme su gracia y haría que su mirada buena y piadosa se fijara en mis males para mudarlos en bienes. Todo triunfa en bien de quienes él se digna amar y proteger.

            Esperaré hasta mañana para enviar ¿carta? a Grenoble, pues me parece que sale un ordinario. Para entonces tendré lo que pedí a Usted Mons. de Grenoble me aseguró mucho a su partida que me serían concedidas las justas peticiones que le haré para otra persona como si fueran para mí, y que no rehusará a Usted algo que él mismo propicia por tratarse de algo bueno, y porque desea favorecer siempre a aquella que es y será sin cambio en el tiempo y en la eternidad, Señor mío. Su muy humilde, afma. servidora y buena madre, J. de Matel

            Ruego a mi Benjamina me disculpe por no haberle escrito. Es que no deseo meter en cama mi salud, sino conservarla para mi viaje.

Carta 168.

 Lyon, 28 de julio, 1643. Al señor  Canciller.

            Monseñor:

            El rey profeta inicia el sagrado epitalamio con un saludo extático: Bulle mi corazón de palabras graciosas; voy a recitar mi poema para un rey (Sal_45_1). Considerando el transporte de este real profeta, después de haber guardado un largo silencio, mi corazón, saliendo de mí misma, ha dicho una buena palabra, dedicando al rey de reyes el establecimiento de su Orden, y agradeciendo al Padre celestial por habernos dado a su Verbo, que es la impronta de su gloria y el sello de sus promesas, habiendo elegido la sustancia de santa Ana, tomándola en las entrañas de su hija, como de una cera virgen, para unirse hipostáticamente a ella, apoyando nuestra naturaleza sobre su divino soporte: Pero a éste el Padre lo señaló como Dios.

            Lo he adorado en sus decretos; es una elección que ni todo el infierno pudo impedir, al elegir a su persona para sellar sus promesas mediante las cartas del establecimiento de su Orden en Francia, haciendo, mediante el celo de su grandeza, una extensión de su Encarnación, pudiendo decir además con admiración: Pero al que el Padre, Dios, lo marcó con su sello y que por medio de sus cuidados y los de la Señora, su Providencia ha realizado su obra, que no perecerá, puesto que es para su gloria y la salvación de muchos, y que él dice a Usted: Tú eres mi siervo, Israel, en ti me gloriaré (Is_49_6). Si él es glorificado en Usted, Monseñor, él, a su vez, lo glorificará en él. Esto es lo que le pido.

            Después de agradecer humildemente a Usted y a la Señora tantos favores como he recibido de su mutua bondad, les fuego, con todo respeto, sigan mostrándome la estima que se han dignado concederme, Monseñor, su muy humilde y muy obligada hija y servidora. Jeanne de Matel

Carta 169.

 Lyon, 31 de julio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.

            Señor mío:

            Que el gran san Ignacio, que despreció la tierra con perfecta indiferencia cada vez que miraba al cielo, nos obtenga la verdadera estima y afecto del agrado de Dios en todo lugar, en todo tiempo y durante la eternidad, para su mayor gloria y nuestra santificación. Son estos los deseos que hace una madre movida por el amor hacia un hijo que es el más amable y el más amado de la tierra. ¿Quién es el hijo de mis entrañas, quién el amado de mis votos? (Pr_31_2) Diré a Usted de viva voz, con el favor de Dios, a qué M. y a qué hijo me refiero, así como la explicación de estas palabras del capítulo 31 de Proverbios.

            No prometo a Usted el poder expresar los sentimientos de un corazón maternal hacia el mejor de todos los hijos que viven en este siglo. Si Usted es como Daniel, interpretará el significado de lo que, con la ayuda del Espíritu del Padre y del Hijo, va escrito en este papel. No digo a Usted lo que Baltasar dijo a este profeta: He oído decir que en ti reside el espíritu de los dioses (Dn_5_14), porque Usted y yo adoramos a un solo Dios, aunque trino en persona.

            Pero ¿hacia dónde me desvié? o más bien ¿Dónde me abismé? En un océano sin fondo. Dejemos al santo de este día en este abismo de gloria, para que diga con David: Todas tus olas y ondas pasaron sobre mí (Sal_42_7). El está sumergido en la gloria de su Señor, por haber sido fiel. Hablemos como aquellos que van por el camino de la vida y que imitan al hombre que era el corazón de Dios, el cual hizo todas sus voluntades mientras duró su peregrinar: Enséñame tu camino, Señor, guíame por senda llana, por causa de los que me acechan (Sal_27_11).

            La parte que Usted tiene en todo lo que a mí toca no me permite separarme de mis alegrías ni de mis penas, si es que puedo llamar así a lo que no es pecado. Más bien diré mis males y mis bienes, o como se desee llamarlos: gozos y aflicciones, alabanzas y desprecios.

            Las personas mortales, y los que no conocen los dones de Dios, ignoran que él se complace en hacer su morada en quienes viven en el sufrimiento corporal y espiritual, que da más a unos que a otros. Tampoco saben que los eleva, al mismo tiempo, a su gloria al pasar por esta vida, dándoles a probar por anticipado un momento de lo que les tiene reservado en la eternidad.

            Querido hijo, no sienta pena alguna por todo lo que se ha dicho, se dice y se dirá. su Madre estima en poco el juicio de los hombres y la gloria del día humano. Aguardemos en esperanza y silencio a nuestro divino Salvador. Dentro de pocos días verá Usted levantarse su gloria. Aquéllos y aquellas que la han procurado, la procuran y la procurarán durante toda su vida, aparecerán con él sobre las nubes del cielo, portando la corona de justicia que este justo juez les concederá, como asegura el apóstol que abrió las puertas de París según las profecías del mes de noviembre, después de haber sido cerradas con doble cerrojo. El que tiene oídos para oír, que oiga (Mt_11_15)

            Espero a mis hijas de Grenoble para informar a Usted del día de mi salida. Saldremos de esta ciudad, Dios mediante, un día de la semana próxima, lo más pronto que yo pueda, puesto que el Verbo Encarnado me ha devuelto la salud Con la ayuda de sus oraciones, él me concederá la gracia de verme a los pies de mi P. y de mi M. para darles las gracias de viva voz o más bien con el silencio, manifestando así que me es imposible expresar los sentimientos que llenan mi corazón a causa de la infinidad de favores y gracias que su caridad me ha procurado, así como a todas las hijas del Verbo Encarnado el cual será su magnífica e inmensa recompensa.

            Mi B. y mi José participarán en la heredad de los santos en el esplendor y el calor del sol de justicia. A su luz contemplarán la luz.

Es, Sr., muy querido hijo, su buena madre que ha escrito de su mano los pensamientos de su corazón. J. de Matel

Carta 170.

 Lyon, 31 de julio, 1643. Al señor  Gurlet.

            Señor mío:

            Usted demuestra muy bien que ama al Verbo, puesto que por su gloria no es sino fuego y llamas.

            Se expresa Usted como amigo del esposo, al invitar a su esposa a disponerse a ir a él con las palabras del cántico del amor, asegurándole que el invierno ha pasado, que las lluvias de las contradicciones, que hasta ahora han sido torrenciales, han desaparecido. La paloma saldrá un día entre semana, para que dirigirse a la ciudad de Lyon, que ha sido el arca en la que ha morado durante varios años, para ir hacia donde dice Usted que el Creador y las criaturas la invitan.

            Si no supiera ella que la que comparte el cetro con su hijo imita a la divina bondad, se sentiría confundida al ver, por su carta, que esta augusta reina se digna amarla e invitarla a ir a la ciudad real. Es éste un mandato glorioso que su Majestad hace a la última de sus súbditas: participar en las inclinaciones del Altísimo, quien, desde el trono de su sublime grandeza, mira benignamente a los humildes; no solamente a los que son ciudadanos del cielo, sino además a los que peregrinan en la tierra, para darles un lugar al lado de los príncipes de su pueblo.

            Aquel a quien su Majestad ha concedido, por inspiración divina, los nuevos sellos, y que es contemplado por la mirada de gracia del Verbo Encarnado me ha obligado tanto por los cuidados que ha tenido del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado y ocupándose de la más pequeña de sus servidoras, que aparecería yo como una ingrata no solamente hacia él, sino hacia la inexpresable caridad de la Señora que Dios le dio por suya, así como es de El, si no me apresurara a ir a París para manifestarle mi respeto, agradecimiento y humilde obediencia a los sentimientos de mi corazón, que conservo muy cordiales en todo lo que a Uds. respecta, por deber y por inclinación.

            No es únicamente por hoy que me repito de Usted, Señor, su muy humilde servidora. Jeanne de Matel

Carta 171. 

2 de agosto, 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en Paris.

            Señor mío:

            Que Dios, que es amor, viva en su corazón y su corazón en él, es mi muy cordial saludo.

            El Sr. Bernardon le escribió el viernes pasado para informarle que salimos de Lyon. El domingo nos embarcamos en Roanne, debiendo quedarnos a descansar en Dijon, la noche siguiente en Tombes, y la de hoy en La Caridad.

Si el fuego interior nos sirviera de refrigerio, así como al gran san Lorenzo, desearíamos convertirnos en un perfecto holocausto, que a partir de este momento el Verbo Encarnado se dignaría aceptar, ofreciéndonos sobre el altar de su corazón divino, que es todo de oro, y el incensario que eleva nuestras oraciones hasta el seno de su Padre eterno, que es el trono de misericordia en el que encontramos tanta clemencia como confianza tengamos en su bondad paternal, que consuela a las madres cuando dejan su patria, sus hogares y sus hijos por amor a él.

            Sentí necesidad de su ayuda, al dejar a tantas hijas afligidas y desoladas. Como él escucha los deseos de las almas que se han despojado de todo lo que no es su pura gloria, no rechazó la oración de aquella a quien se digna favorecer en todo momento, porque es bueno, sumamente benigno y su misericordia infinita jamás abandona a su indignísima esposa.

            Con su ayuda, llegamos el jueves a Orleans, donde decidiremos si salimos a París en carroza o litera, en caso de encontrarla. A nuestra Hna. Isabel Grasseteau le dan mucho miedo las sacudidas del coche. Las dos religiosas y Sor Gravier lo sienten menos, porque gozan de mejor salud que ella o que su Madre, que no sale al mundo sino para afligir a toda persona que se encuentre a su lado.

            Aquí entrará en juego su caridad. Tendrá Usted mucha necesidad de la dulzura del bienaventurado Francisco de Sales, de la cual habrá hecho gran acopio, y mi benjamina del gran celo de san Pablo, para el progreso de la orden. Mi P. y M. ratifican lo que este apóstol dijo de El respecto a las jóvenes, al enviarlas al mundo para formar en ellas a este divino Salvador, engendrándolas nuevamente para su gloria mediante este tercer monasterio, que no es menos grato al Altísimo que el templo de Salomón. Ahí detiene su mirada y su corazón, para producir en él el cuerno de David y la luz de su Cristo, cubriendo de confusión a sus enemigos, y haciendo florecer de nuevo, por un admirable celo, el lirio sagrado.

            José será el hijo que crece lleno de sabiduría divina y revestido de justicia, como sacerdote del Señor, de los hombres y de los ángeles, que desea levantarse con el arca de la santificación, para reposar en su nuevo tabernáculo que es la nueva Sión que ha elegido para habitar en ella, porque así le place.

            En él permanezco en el tiempo y la eternidad, Sr., mi muy querido y venerado hijo, su buena madre J. de Matel

Carta 172.

12 de agosto, 1643. Al señor de Grimeau

            Señor mío:

            Pido a la Virgen triunfante atraiga vuestros corazones hacia los cielos, para contemplar su gloria; éste es mi saludo y mi deseo para Usted

Llegamos felizmente a Orleans, con la bendición del Verbo Encarnado y la buena conducción del primo de Barre, cuyos cuidados alabamos. Partiremos mañana, viernes 14, con la ayuda de Dios, hacia París, para procurar en ese lugar su gloria y para servir a Usted

            Si ama Usted a mi hermana y procura tenerla alegre y contenta, la moverá a honrarle y a redoblar la ternura que siento hacia mis sobrinas, a quienes recomiendo aprovechar delante de Dios, de los ángeles y de los hombres. De este modo, poseerán la gracia y la gloria.

            En espera de ello, quedo de Usted, señor y hermano mío, su muy humilde sierva, Jeanne de Matel

Carta 173. 

12 de agosto, 1643. A la Señora de Grimeau.

            Mi queridísima y única hermana:

            Que aquel que nos hizo nacer de una misma sangre nos haga renacer un día en una misma gloria.

            Mi corazón, oprimido al decirte adiós, impide a mis labios expresar los sentimientos que tengo ante una separación tan precipitada. No habiendo podido conversar contigo después de estar alejada de ti cerca de diecisiete años, no encuentro palabras para manifestar el dolor esta privación, que me causaría gran confusión delante de Dios si no permitiera él que te ame como a una hermana muy querida, cuyos sufrimientos siento más que los míos propios.

            Si, mediante el afecto, el amor desplaza al alma al objeto amado más que si se tratara del cuerpo que ella informa o anima, y que el objeto irradia ese poder, me veo más en ti que en mí.

            Esta última vista, transcurrida como un relámpago, ha encendido en mi corazón una llama hacia ti que ni todos los ríos podrán jamás extinguir. Siento lo que dice David, que cosa buena es cuando la naturaleza y la gracia integran una perfecta dilección, si no puedo decir entre a dos hermanos, sí entre dos hermanas. Me hice una gran violencia al privarme tan pronto de la vista de todo lo que amo en Roanne, por la causa de las cosas divinas. Es por Dios que apresuro mi viaje, que salí hace ya 17 años de la casa de mi padre, y que me arranqué del seno de una madre tan santa y tan perfecta como era la nuestra, que Su bondad ha glorificado. Querida hermana, imitemos sus virtudes, y esperemos verla en el cielo. Si la divina Providencia nos concede volver a encontrarnos algún día en esta vida, conocerás que una primogénita ama a su hermana menor como José amaba a Benjamín.

            Los dos virtuosos eclesiásticos que me apremiaron con órdenes soberanas, me privaron de conversar con mi querido tío, y de testimoniarle, al partir, que tiene una sobrina que le honra como si fuera su propio padre. El conocerá por los hechos que mi pluma expresa según los dictados de mi corazón. Asegúrale todo esto, al ofrecerle mis humildísimos respetos. No pensé amar tanto como lo hago a todos mis compatriotas. Hace falta pasar en medio de ellos para renovar esta querida inclinación que los buenos corazones conservan en Dios y para Dios.

            Es en él que soy y seré, de un modo especial, mi queridísima hermana, tu muy humilde hermana. Jeanne de Matel

Carta 174. 

13 de agosto, 1643. Al señor de Matel, su tío.

            Mi honorable señor y querido tío:

            Que la Virgen triunfante sea por siempre nuestro amor después de Dios, es mi humilde saludo.

            El apremio que me hicieron nuestros dos señores priores Bernardon para embarcarme y llegar pronto a París, me privó de la alegría y del deseo de mostrarle mis respetos en los que mi espíritu se regocijaba al pensar que estaría al lado de aquel a quien, por deber y por inclinación, amo y respeto como si fuera mi padre. Fue para mí una mortificación muy sensible el subir al barco sin haber saludado a Usted una vez más, y sin recibir sus mandatos y órdenes de viva voz, más tarde me los comunicará por escrito, si me hace el favor; para mí será una gracia y una gloria el poderlos cumplir, y demostrar a Usted que ni el transcurso del tiempo ni el alejamiento de los lugares pueden apartar mi corazón del deseo que tiene de manifestar, mediante mis demostraciones de respeto, que soy constante y fervientemente, más que persona alguna, Señor, mi respetable y queridísimo tío, su muy humilde...

            El primo de la Barre mostró gran solicitud al conducirme hasta Orleans. Junto con su esposa, es merecedor de gran cariño de parte de Usted y mía. Me sentiré feliz de poderles servir; pediré a nuestra hermana portera le envíe desde Lyon algo que le ruego se digne aceptar.

Carta 175.

 París, 28 de agosto, 1643. AL Reverendo Padre Gibalin, S.J.

            Mi muy querido Padre:

            Que los torrentes de nuestro Padre san Agustín sean siempre el ardor de su amor hacia el Verbo Encarnado es mi humilde saludo.

            No puedo decirle que estoy del todo en París, puesto que Lyon y Grenoble participan de mis inclinaciones y solicitudes. La santa montaña no puede compararse a todos los palacios reales. Este afecto sirve de cruz a los poderosos que, sin dudar, afirman que la considero como mi morada más querida. Mi franqueza no me permite simular que no tengo amor hacia la sangre de los mártires: mi sumisión me lleva a adherirme a lo que Dios ordena de un momento a otro.

            Como al presente es necesario permanecer en París, trato de acomodarme al humor de tanta diversidad de personas, y a estar en guardia. Me inclino mucho más a la sencillez de la paloma, que a la prudencia de la serpiente. No sé si seré más feliz que sabia. No me detengo en las grandezas de la tierra sino para adorar las del cielo, del cual espero todo mi auxilio. Esto no se debe a que no sienta gratitud hacia la bondad de las de aquí abajo, que se han mantenido firmes a pesar de todas las tramas que mis enemigos han ideado para perjudicarme, haciéndoles ver que la Madre está equivocada.

            Los ángeles son los guardias del lecho de Salomón, al que acechan los espíritus nocturnos, que hacen todo lo posible para oscurecer las claridades supra celestes y exponerlas a la confusión. Pero la iniquidad se engaña a sí misma. Es necesario que las hijas del Verbo Encarnado pasen por el fuego y por las aguas de la contradicción. Ella espera encontrar su refrigerio en la solicitud de aquel que no es sino benignidad hacia ella.

            Si su Providencia obra en París lo que ha hecho en otras ciudades, ella se sobrepondrá a todo. A pesar de verse sorprendida con gastos que no pensaba tener que hacer, no pierde su valor; su generoso corazón no se desanima, esperando que Dios vencerá y extenderá sus liberales manos, que colman a todos los seres vivos de bendiciones.

            Estoy enferma de los ojos, lo cual me dispensa de escribir a muchas personas, aunque me gustaría poder hacerlo. Su Reverencia presentará mis disculpas, y saludará a todos sus padres y hermanos. Con frecuencia veo al Sr. Berteau, cuyo celo me obliga en toda ocasión. Viene a ofrecerme sus servicios con gran cortesía. Las cartas del Reverendo Padre Pierre, su hermano, la apremian con su gran caridad; es la caridad del Verbo Encarnado que lo urge.

 Carta 176. 

París, 23 de septiembre, 1643. AL Reverendo Padre Berteau, S.J.

            Mi Reverendo Padre:

            Un saludo humildísimo en el corazón del Verbo Encarnado.

            Me es difícil expresarle por medio de estas líneas el agradecimiento que siente mi corazón ante la solicitud que demuestra su Reverencia para el establecimiento de la orden.

            Dejo a la elocuencia del señor, su hermano, el explicarle todo. Su celo no omite esfuerzo alguno para procurarme personas influyentes e igualmente piadosas que ayuden a su progreso. Sería muy feliz si el cielo me brindara ocasiones para manifestar ante todos que soy, más que ninguna otra, después de solicitar el auxilio de sus sacrificios eucarísticos y fervientes oraciones, muy Reverendo Padre, su muy humilde y obediente…

 Carta 177.

 24 de septiembre, 1643. AL Señor G....

            Señor mío:

            No puedo expresar la parte que tomo en su disgusto.

            Si la Sra. de la Rocheguyon me permitiera salir para hablar con la persona que es la causa, le manifestaría el dolor que todo esto me ha ocasionado. Si mis lágrimas pudieran mover un corazón que no puedo creer sea insensible a la piedad, obtendría por compasión lo que Usted me dice fue rehusado a la autoridad y a la justicia.

            Si alguien me viene a ver, no callaré: mis labios hablarán de lo que siente mi corazón. Mi pena no tiene parecido porque soy, más que ninguna otra, Señor, S.M.H. (su muy humilde)

Carta 178. 

París, 28 de septiembre, 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en Fontainebleau.

            Señor mío y muy querido hijo:

            Que el gran san Miguel, que salió victorioso por la virtud de la sangre del cordero, nos obtenga la gracia de sobreponernos a nosotros mismos, puesto que no podemos ser ofendidos sino por nuestras propias faltas.

            Confieso a Usted que las cartas de Roma, de Grenoble, de Lyon y de Fontainebleau mortifican mucho más a mi espíritu que la medicina que he tomado, que no es de mi gusto. Tengo mucha necesidad del auxilio del gran príncipe de la milicia celestial después de haberlas leído. He recordado a los mensajeros que llevaban las noticias al Santo Job, y he repetido como él: ¡Sea bendito el nombre del Señor! Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal? (Jb_1_21); (Jb_2_10).

            Su ausencia no es la pena menor que una madre pudiera sufrir al verse privada de un hijo al que ama más que su vida. Pido al Verbo Encarnado le traiga prontamente de regreso, y lo santifique más y más. Señor mío, crea que soy, en su amor, su muy humilde servidora y buena madre, J. de Matel.

Que aquél que pudo repetir con el apóstol: Llevo en mi cuerpo las señales de nuestro Señor Jesucristo (Ga_6_17), nos obtenga una perfecta semejanza en el día de su fiesta. Es mi muy cordial y afectuosísimo saludo.

            La modestia del Sr. de la Piardière no pudo sufrir el agradecimiento que quise demostrarle. El protesta que para él es una gracia inestimable el poder servir a una persona de su mérito. Añada la ternura que siente hacia su hermano. No menciono a Usted el de su Madre, la cual siente un indecible contento al ver el amor recíproco de sus queridos hijos. José es el hijo que crece. A mi Benjamina, que soy toda para ella. Si me atreviera a presentar mis saludos a mi Padre, lo haría. Usted los presentará a discreción, según lo juzgue conveniente. No le olvido en mis oraciones, encomendándome a las fervientes de Usted con el mismo corazón con el que soy en Jesús, M., mi muy querido hijo, su buena madre J. de Matel.

            Señor mío, nuestro prior saldrá el viernes. Pasará a Fontainebleau para recibir sus órdenes y para entregarle copia de la carta del Obispo de Grenoble.

Carta 179.

 París, 9 de octubre, 1643. A Sor Teresa del Calvario de Servière

            Mi muy querida hija:

            Que el Verbo Encarnado, nuestro amor, sea siempre nuestra santificación, es mi muy cordial saludo.

            Su carta me trajo gran alegría. Benjamín es siempre el hijo del corazón, las delicias de quien le ama más de lo que puedo expresarle. El alejamiento de los lugares no puede disminuir un amor perfecto. Siempre que me es necesario salir de un monasterio, sufro en extremo a causa de los lazos que me unen con el corazón de mis hijas, a quienes deseo una gran santidad. Las de Aviñón, por ser las mayores, deben servir de ejemplo a las otras, y llevarlas a una santa emulación para aspirar, todas juntas, hacia la más alta perfección.

            Mi hija del Calvario, que lleva el nombre de santa  Teresa, debe en verdad repetir las palabras de esta santa: que fuera de Dios todo le parece nada, y que ama la cruz del Rey de los que saben amar, el cual ha demostrado, mediante su muerte, la fuerza de su amor.

            La presente lleva a todas sus hermanas la seguridad de mi muy cordial saludo. Si tuviera tiempo, les escribiría, así como a su buena mamá, hacia quien profesaré gran cariño en el tiempo y en la eternidad. Sírvase presentarle mis humildes respetos, diciéndole que el Verbo Encarnado le ha dado otra hija según mis deseos. Es extremadamente fiel hacia quienes la aman. Su señora abuela y su señora tía verán en la presente la seguridad de mi recuerdo, unido a mi humilde saludo. Las encomiendo, junto con Usted y todas sus hermanas, al Verbo Encarnado, en el que soy, mi queridísima hija, su buena madre. Jeanne de Matel

 Carta 180. 

Sin fecha (1643?) A la Señora de Servière

            A la Señora, mi tan querida hija de Servière:

            Tenía pendiente una respuesta a mi Benjamina, junto con mil agradecimientos al Señor de Servière por los favores que me ha hecho.

Pero cuando pienso en aquella que es mi otro yo, dejo de estar en mí, para permanecer toda en ella. El amor pide la reciprocidad; el deber y la inclinación son poderosas razones para persuadir a Usted que estimo como muy preciosa, a mi queridísima hija la Señora.

            De Usted, humildísima y muy….

            Su señora madre y su señora hermana se asegurarán, por la presente, de mis humildísimos respetos.

 Carta 181.

 París, 20 de octubre, 1643. A la Señora, de Servière

            Señora:

            Le escribí por conducto del Sr. de Bressac, su hermano, quien le confirmará de viva voz el cariño que profeso a su querida persona. Sin embargo, recibí una segunda carta fechada el mismo día, por lo que robo este momento a mis presentes ocupaciones, para decirle que no hay persona que tuviera más poder para obtener el hábito para Sor Elia que Usted, si me fuera posible permitirlo.

            Tenga pues a bien, querida mía, lo que digo: no me consta que sea voluntad de Dios que Sor Elia tome el hábito por ahora. Carezco de una hermana como ella, de la que pueda disponer libremente, y en cuya fidelidad pueda apoyarme. Las otras tienen padres que me las pueden desviar cuando desee darles una orden. Si la casa de Lyon estuviera establecida, no tendría dificultad para asignarla a Grenoble; pero tanto ella como yo debemos privarnos de este consuelo para sostener la casa de Lyon; obraría ella contra mi parecer, y ya no podría seguirla considerando hija mía si por ahora tomara el hábito. Desconocería los favores que le he hecho y que deseo seguirle haciendo, si mostrara la menor inclinación a ser revestida del hábito sin mi expreso permiso, que le concedería sin demora si no buscara yo la mayor gloria de Dios.

            Querida señora, pido a Usted le comunique de viva voz, en privado, que le reitero la prohibición de tomar el hábito que le hice a mi partida. No ignoro la presión de que yo hubiera sido objeto para concedérselo, de no haber venido a París.

            Le escribo la presente como a mi más querida confidente y amiga, como si fuera otra yo misma, para rogarle me devuelva a mi Roland, de la que se me dijeron cosas contradictorias. Lo que supe desde mi llegada a París que llenó mi corazón de amargura y enfrió mi afecto hacia ella. No tuve tiempo para investigar la procedencia de estos rumores a mi regreso de Grenoble. Ahora los conozco; estaba obcecada por aquella que tramaba este juego, con el fin de sacarla de Lyon para llevársela a Aviñón a desempeñar el oficio de cocinera en ese lugar, en condición de hermana conversa. De este modo se la dedicaría de por vida a una ocupación para la que es muy hábil, pero que le ha quemado la sangre a tal grado, que me parece imposible pueda vivir en Aviñón, donde el calor es tan extremoso.

            Su vida me es tan querida como su fidelidad. No le he manifestado el cariño que le tengo, ni la resolución que tomé desde hace mucho tiempo, de hacerla hermana de coro y tenerla cerca de mi persona, por temor a la envidia. La quiero por inclinación; es una hija que me ha atraído desde el tiempo en que le escribí, por conducto del Prior Bernardon, diciéndole que deseaba tenerla a mi lado. El Reverendo Padre Alipe debió conocer el afecto que siento hacia mi hermana, ante la resistencia que opuse a sus peticiones.

            El amor que tengo a Usted, querida mía, es más fuerte que la muerte. El que Usted me haga ver que su disposición es la misma, así como su constancia para concederme volver a ver a mi Roland son más poderosos que el infierno. Tiene Usted tanto espíritu como tino, por lo que creo que tendrá éxito en esta justa y caritativa empresa.

            Comparta la presente con la Sra. Roland y la señorita de Bourg, quienes me dieron a esta hija, cuya separación me es tan penosa. Sor Elena no me envió aviso alguno sobre la precipitada partida de esta hermana. Confío en sus cuidados. La presente es una promesa: si me es devuelta, será recibida como hermana de coro, puesto que tal es mi buena voluntad hacia ella. ¡Cómo desearía yo que al fin se la conociera, después de haberla tratado tanto y verla salir tan airosa de las pruebas! Le escribiría, pero las cartas no le serían entregadas.

            Le prometo que nuestra querida hija Gravier visitará a Usted tan pronto como vaya a Lyon.

            Soy toda de Usted sin reserva, mi querida Señora,

Carta 182.

 Noviembre de 1643. A la Madre de Loudun, Ursulina

            Mi reverenda y muy querida Madre:

            David dice que su celo lo hace participar en todo lo que toca a quienes temen santamente desagradar a Dios en su corazón. El suyo la ha impulsado a la unión, cantando con aquellas que deben amarlo tiernamente, como niñas que no hacen sino nacer en la Iglesia. Acepto, para todas estas hijas, de las que me considero la menor, los ofrecimientos que su piedad nos hizo en su nombre y en el mío, en general y en particular.

            Le concedo la petición que quiso hacer, en su humildad, a aquella que es toda suya por una perfecta inclinación que ni la muerte ni el infierno quebrantarán jamás. Comencemos, pues, mi querida Madre, diciendo que es una dulce y deliciosa alegría el estar unidas en el espíritu del Verbo Encarnado quien inspiró a Usted fuera la primera en pedirla, procurando así para nosotras bendiciones de dulzura; que nuestras amigas sean más fuertemente unidas al corazón divino que el alma de David lo estuvo a la de Jonatán.

            Seamos consumadas totalmente en el Uno, según los deseos de este divino Salvador. Hagamos todo por su gloria, o dejémosle obrar según le plazca, diciendo con su santa madre: He aquí a tus esclavas, hágase en nosotras y de nosotras según tu palabra y tu verdad, que sobrepasa todo y permanece para siempre.

            En la duración de la eternidad quiero ser un mismo corazón con el suyo, y después de saludar con todo respeto a su ángel, a quien honro, termino la presente, mi Reverenda Madre, como su

Carta 183.

 16 de febrero, 1644. A la Señora de Servière

            Mi muy querida señora:

            Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado.

            Me extrañaba su largo silencio, pero no podía creer que me hubiese colocado entre los pecados olvidados, ni que las justas razones que tuve para rehusar a la hermana lo que no podía concederle, haya enfriado el afecto de mi querida señora. El mío será eterno, puesto que está fundado en el Eterno.

            No puedo expresar a Usted el disgusto que me han ocasionado en Lyon, al retener sus cartas. No recibí sino la tercera, donde menciona las otras dos. Mons. de Grenoble me escribió conforme a lo que Usted escribe.

            Compadezco los dolores de su hermano, y comparto profundamente las aflicciones de la Sra. de Bressac. Sus disgustos me son comunes; nuestro afecto es fuerte como la muerte. Si Nuestro Señor me concede la gracia de volverla a ver, le expresaré de viva voz lo que no debo confiar al papel, y aun así no sé si la presente será interceptada, como fueron retenidas las que escribí e hice escribir a varias personas.

            Redoblamos nuestras oraciones por el enfermo, por la conservación de su señora madre y por todo lo que le es querido. Por la presente, recibirá el ofrecimiento de mis humildes servicios, y la Señorita de Bressac mi muy cordial saludo, y que soy de Usted muy especialmente, muy humilde, afectísima y buena madre

Carta 184. 

1o. de enero, 1644. Al señor Dulieu

            Señor mío:

            Me vería culpable en su pensamiento por el crimen de ingratitud, después de tantos favores recibidos de su bondad en el transcurso de los años pasados, si al iniciar el presente no le asegurara nuevamente que jamás podré olvidar todos sus beneficios, y que buscaré todas las ocasiones, sea en presencia de Dios, sea delante de las criaturas, de servir a Usted y a los suyos.

            El alejamiento de los lugares y la estancia en París no me han arrancado ni disminuido la inclinación que tengo de volver a Lyon, lugar al que amo como a mi querida patria, si es que puedo tener una en la tierra. Cinco meses de ausencia me han parecido como cinco siglos.

            Siento más ternura por Marion, mi corazoncito, que por todas las niñas que veo en esta gran ciudad. Agradezco su caritativo celo, que nos la conserva; espero de su bondad la continuidad de este favor, como una singular muestra de su benevolencia. Jeanne de Matel

Carta 185. 

7 de enero, 1644. Al Canciller Séguier

            Monseñor:

            Al tomar sobre sí en este día el estigma de pecador para satisfacer la justicia de su divino Padre, el Verbo Encarnado me dejará el de la ingratitud si no agradezco a su paternal bondad el cúmulo de gracias que me otorga, al establecer su Orden, por segunda vez, en Francia.

            Monseñor, es este mismo Verbo quien levanta a quienes le glorifican. Es propio de su magnificencia, ya desde esta vida, el echar raíces de gloria en sus elegidos, las cuales ni los hombres ni los demonios pueden arrancar. Sus promesas son infalibles, y sus verdades permanecen para siempre. Su sabiduría es adorable, y su sapiencia dispone todos sus designios fuerte y suavemente. Su bondad me lleva a decirle con el rey profeta: Gracias te doy, porque me has respondido, y has sido para mí la salvación. La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido; esta ha sido la obra de Yahveh, una maravilla a nuestros ojos. ¡Este es el día que Yahveh ha hecho, exultemos y gocémonos en él! ¡Ah, Yahveh, da el éxito! (Sal_118_22s).

Son los deseos que expresa para su Excelencia, Monseñor, su muy humilde y agradecida hija y servidora. Jeanne de Matel

Carta 186. 

25 de enero, 1644. AL Reverendo Padre Gibalin

            Muy Reverendo Padre,

            Que el apóstol a quien el Verbo Encarnado no prometió sino sufrimientos para la extensión de su nombre, sea mi pensar y mi consuelo en los que su Providencia me destina por bondad, y permite por justicia.

            Es bueno que me humille, para que aprenda a bendecirle en todo con el mismo corazón que lo ha bendecido en las alegrías pasadas. Estaba enamorada del desprecio y deseosa de llenarme de oprobios. Los atraje al abrir mi boca y mi corazón, rogando a aquel que me las ha procurado con el deseo de hacerme conforme a él. Pero este deseo de dilección perfecta, que se concede a los inocentes, no existe en mi espíritu sino para acrecentar en mí la admiración, al ver a las almas generosas que buscan estos bautismos para imitarle.

            Se queja Usted de mi silencio; pensé que debía guardarlo, por temor a quejarme de su violencia y de la de su seguidor. Esperaba con paciencia el momento deseado por Usted para solicitar a los que, según Usted podrían presionarme de viva voz y por escrito, para sujetarme a una profesión que el cielo aún no desea para mí: ni su hora ni su tiempo han llegado. Si Usted ignorara que las plantas que no siembra el Padre celestial no echan raíces profundas en el santo amor, diría que Usted piensa obrar bien al emplear toda clase de artificios para empujar a los espíritus a abrazar lo que Usted cree es mejor para ellos. No sé si ha olvidado del todo los caminos de Dios para mí, a los que Usted se conformó en el pasado, culpando a quienes deseaban idear otros diferentes.

            Siempre fue Usted de la opinión que los caminos por los que Dios me conducía estaban muy por encima de los humanos, más de lo que el cielo está de la tierra. Su palabra jamás ha vuelto a El sin los frutos de su bondad; las de los hombres son vanas, como sus pensamientos. Ellos conducen o precipitan a quienes los siguen en los abismos de las tinieblas que cubren el rostro de confusión. Y si el que vino a iluminar a los ciegos y enderezar a los cojos no hace un milagro parecido a estos dos, verá Usted la confusión en mí y en Usted mismo; habríamos visto la consolación si no hubiéramos madrugado antes que el día.

            El tiempo no había llegado cuando Usted apresuró el viaje, siguiendo los instintos de aquel que presume de saber turbar la paz de Jerusalén, para llevar a Israel cautivo a Babilonia; según él, Dios lo bendice, y se ha nombrado capitán de los hijos perdidos. Deseo creer que en su ciego proceder tiene buena intención; sin embargo, ha dejado tras de sí religiosas muy apartadas de los caminos de la perfección. Si su sobrina me hubiera creído, así como los y las que eran de su parecer, tendría más santidad, y posiblemente buena salud No me hubiera procurado disgustos indecibles al conceder el hábito a la que Usted señala como indigna de la vocación, al estar donde se encuentra por desobediencia.

            No me sorprende si no logra victoria alguna sobre sus pasiones, a las que se apega por presunción. Cuando alababa yo lo que Dios le dio, contemplaba a Saúl obedeciendo a Dios; pero cuando decidió apartarse de las órdenes que le transmitió su oráculo, se encontró, como aquel, en desorden; si David hubiera estado a su lado, tal vez habría procurado su fin. Si no me traspasa con una lanza, ella y las otras me hieren con punzantes espinas. He sufrido todo en silencio, pudiendo decir cuando yo me callaba, se sumían mis huesos en mi rugir de cada día (Sal_32_3) al Dios que ha parecido no sentir piedad por mis males. Mientras pesaba, día y noche, tu mano sobre mí; mi corazón se alteraba como un campo en los ardores del estío (Sal_32_4).

            Hace mucho tiempo que Sor Catarina no ha venido a nuestro monasterio, que se encuentra al final del barrio san Germán, a la misma distancia de Charonne, la parte de la ciudad donde se encuentra, del lado de la calle de san Antonio. Hace tanto frío, que será muy difícil hacerla venir si la temperatura no cambia. Ignoro también si podré ayudarle a decidirse a ir a Grenoble. Su sobrina Teresa me respondió por su secretaria que no la podía recibir, cuando le hablé de enviarla ahí. Piense Usted un poco en la aflicción que me causará si no me resigno a sufrir lo que Dios permitirá después de hacer, con su gracia, todo lo que me fuera posible, y sufrir que aquellas que he llevado y llevo en mis propias entrañas, me las desgarren.

Las perdono y pido a Dios perdone mis propias ofensas. Si estuviera en Lyon, iría a Grenoble a poner orden. Vea Usted ahora si me equivocaba cuando le decía que no era necesario erigir dos monasterios en un año; entre los dos acaban conmigo. No tengo quien me consuele. Si Dios no me mostrara su misericordia y me diera su salvación, como espero que lo hará, me consumiría en las tribulaciones. Espero contra toda esperanza, y soy en él, mi Reverendo Padre su muy humilde hija

Carta 187. 

25 de enero, 1644. Al Obispo de Grenoble

            Monseñor:

            Si la caridad aparta el temor, la confianza filial no da entrada a la sospecha, cuando conoce las bondades de un corazón paternal, que se hace agradecer tanto como el suyo.

            Habiéndome prevenido siempre con bendiciones de dulzura, no podía ni podría pensar jamás que Usted permitiera un fraude, a menos que le hubiera parecido un acto de piedad, para demostrarme que su caritativo celo se extiende incluso a las que se dicen enviadas por mí para tomar lo que les he prohibido por justas razones, que sería muy largo exponerle aquí.

            Usted, Monseñor, ha conocido bien los espíritus que tan bruscamente me han ocasionado un disgusto que durará largo tiempo, a causa del mal ejemplo y de la ingratitud de una hermana que, jamás habiendo conocido padre ni madre según la naturaleza, se rebajó ante la opinión de aquellas que, durante tantos años, la alimentaron gratuitamente movidas por la caridad.

            Las personas que, contra todo derecho, la empujaron a tomar el hábito, escribieron cartas amenazadoras e insultantes, que sólo se soportan por amor a Dios, diciendo que ellos solos, junto con la M. Teresa, y sin otra autoridad, sostendrán y protegerán a la que hicieron revestir contra mis intenciones.

            Su celo me edificaría si su pasión no me pareciera extrema e irrazonable. No he querido enviar a Usted estas cartas para provocar su justa indignación al leer expresiones satíricas contra aquella que Usted, en su caritativa benignidad, ama con ternura tan paternal como el Padre de misericordia y Dios de toda consolación, le dio para Sor Elia. Yo haré en todo su voluntad y la suya, y si puedo persuadir a las personas con autoridad que por el bien de la Orden del Verbo Encarnado se justificará un viaje a Lyon y a Grenoble, me pondré en camino.

            Tengo un gran deseo de verme a los pies de mi ilustrísimo prelado y buen padre, para expresarle de viva voz lo que no es posible poner por escrito. Espero que el abogado Le Moins me entregue las actas para solicitar las investigaciones que su Ilustrísima crea pertinentes, entre personas cuyos nombres me ha sugerido, con las que no me ha sido posible hablar en particular. Me han dado esperanzas de venir al monasterio del Verbo Encarnado en primavera. De ser así, no callaré. Mis labios hablarán desde el abismo del corazón que le ama y honra con todo respeto, pidiendo al Verbo Encarnado le colme con sus celestiales favores, y me conceda la gracia de manifestarle con eficacia que soy de su Ilustrísima, más que ninguna otra, su muy humilde

Carta 188. 

París, 1° de febrero de 1644. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert]

            Señor mío, mi muy querido hijo:

            Un saludo en el corazón del gran pontífice san Ignacio, en quien Jesús, nuestro amor, triunfó del mundo, del demonio y de la carne.

Invito a Usted a la dedicación celestial de este santo obispo y a la consagración de su corazón; que nuestro amor sea consagrado por su benditísimo nombre, que es un bautismo y un óleo derramado que atrae a todas las potencias de su alma, iluminándolas con los divinos resplandores que el sol de justicia produce en este tabernáculo de gracia y en el Louvre de gloria donde lo adoran todos los bienaventurados en compañía de aquella que es un prodigio celestial.

            Mi querido hijo, gocémonos en este Señor en la fiesta que los ángeles y los santos solemnizan angélica, santa, gloriosamente y, el Santo de los santos, divinamente. El me mandó llamarlo mi amor, crucificado en otro tiempo y ahora glorioso, a pesar de lo que puedan decir quienes juzgan este santo atrevimiento una locura y una temeridad.

            He orado con fervor por aquél que aflige a mis amigos al coronarme con laureles de justicia. Es demasiada gloria el ser tenida como imprudente y loca por causa de Jesucristo. La locura a la que su amor lleva nuestros espíritus es más sabia que la sabiduría del mundo.

            Si me atreviera, le diría que el Sr. Coadjutor me hizo un favor mayor al de Usted y todos aquellos que sufren como Usted, puesto que me trata no como Usted desearía, sino como yo ambiciono, para ser, en cierta manera, semejante a mi amor despreciado delante de los príncipes de la tierra. Que mi alma se alegre con aquél a quien él convirtió hace ya ocho días, según estas palabras: A Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos (Hb_2_9).

            Qué feliz sería yo si participara en el martirio del gran heraldo de Cristo, sin por ello desear la persecución del cristianismo en Francia, bendiciendo al Señor que hace florecer su santísima religión católica, apostólica y romana.

            Tengo mucho que decir a Usted, que el papel no puede comunicarle al presente. ¡Qué buen maestro es el Verbo! ¡Enseña los grandes misterios en tan poco tiempo! ¿Quién puede abarcar su sabiduría? Mi querido hijo, cuánta suavidad en la explicación y en la aplicación que me hizo de la epístola de la misa de ayer. ¡Qué gran favor me concedió al situarme en compañía de san Pablo, el cual rogó a los Corintios que soportaran su insensatez! Plugo a este divino Maestro elevar mi espíritu por medio de sus grandes visiones y revelaciones, eximiéndome de todo lo que no hubiera podido soportar si no tuviera en mí una superabundancia de su gracia.

            ¿Quién puede preguntarle por qué razón me concede lo uno y no me castiga por lo otro? El es el Señor. Hay muchas personas que son ángeles de Satanás, los cuales serán conocidos como tales el día en que comparezcan delante de su tribunal. Ellos abofetean a los servidores y asistentes de este divino Salvador, para que se manifieste la gracia que perfecciona la virtud en la debilidad. Son los contrapesos que humillan a las almas después de haber sido arrebatadas hasta el trono de gloria, en el que han contemplado las bellezas y escuchado los secretos que las personas de la tierra, puramente terrenales y animales, no podrán escuchar ni comprender; pues los soberbios, que se tienen por sapientísimos no entienden lo que Dios revela a los pequeños, por ser ésta la complacencia de aquél en quien soy su buena madre. J. de Matel

            Me duele demasiado la cabeza para pasar en limpio esta carta. Mi secretaria está en cama a causa de su caída. El Verbo cuida de la suya; espero que, dentro de poco tiempo, pueda levantarse. Me afligí más del golpe que recibió esta hija que el embargo de los papeles en Lyon. Me acuerdo de los afligidos y pido por ellos por inclinación y por deber.

Carta 189. 

5 de febrero, 1644. Al señor de Pontat, Consejero de Grenoble.

            Señor mío:

            Los ángeles alaban a la gran santa  Águeda, cuya fiesta celebramos hoy, diciendo que agradó a su Dios al aceptar de todo corazón morir por su gloria, y que su gran caridad liberó a su patria.

            El interés que Usted caritativamente ha demostrado hacia la Orden del Verbo Encarnado así como la ayuda que recibe su ciudad de su bondadosa solicitud, le han atraído las alabanzas que su modestia me impide mencionar en la presente; sin embargo, no es contrario a la justicia reconocer sus favores ante aquel que es la fuente de donde proceden, pidiéndole redoble en Usted, en la Señora y en toda su familia, sus abundantes bendiciones.

            Si las hijas a quienes le pedí ver no han recibido todas las cartas que les he escrito, o hecho escribir, se debe tal vez a que la persona que Usted menciona se ha quedado con las que ha deseado retener. Sin embargo, han recibido suficientes para instruirse en su deber y en mis justas demandas, no estando alimentadas y sostenidas sino de mis bienes.

            No hablo de la Hna. Fiot, pues dejó su dote en Aviñón, donde yo misma la llevé; deseo que se le proporcione el sustento durante toda su vida. Me refiero a la Madre Teresa, quien concedió el velo a Sor Elia el último día de junio, a pesar de mi prohibición, la cual desea obligarme a sostener y dotar a esta hermana, a quien no debo nada, y a la que, igual que a ella, he ayudado durante varios años. No se puede decir que las he abandonado a partir del mes de junio, puesto que les doné trescientas libras y cerca de otras mil en muebles y ornamentos, no habiéndome ofrecido sino cuatrocientas libras después de muchos ruegos. No menciono aquí otros gastos que hice. Que el buen Dios sea alabado. No impido que las personas que le han hablado tan alto demuestren su liberalidad tanto como su dominio; si Mons. de Grenoble les concede la superioridad y el gobierno, me conformaré a lo que haga.

            En cuanto a las quejas de que no contesto las cartas, he respondido siempre a las que se me escriben con términos de cortesía, de buena voluntad y decencia. Sin embargo, he sentido el deber de guardar silencio ante las que no traen sino injurias y calumnias, que considero proceden de un celo desconsiderado.

            Como Usted, Señor, en su bondad, se tomó la molestia de advertirme de todo, perdonará la extensión de la presente, que procede de la confianza que tengo en Usted Respeto todos sus sentimientos, pidiendo a Usted me crea más que ninguna otra, su humilde hija y sierva.

Carta 190.

 15 de febrero, 1644. A Monseñor de Nesmes, teólogo de Aix.

            Monseñor:

            Que el Verbo Encarnado, a quien el evangelio de este día nos presenta terrible, sea a la hora de nuestra muerte un Salvador misericordioso; este es mi afectuoso saludo. Será entonces cuando él manifestará los pensamientos que ahora están escondidos. De su rostro procederá nuestro juicio, que será más verdadero que el de los hombres, quienes con frecuencia declaran a los inocentes criminales, y a éstos sin culpa.

            El viaje que piensa hacer, según se me escribe de Lyon, me quita la esperanza de verlo en mucho tiempo. Pido a Dios encuentre Usted ahí toda clase de felicidad, y que triunfe en Roma, mientras que su Madre sufrirá y luchará en París contra sus imperfecciones y contra el extremo disgusto que le causa vivir allí.

            El Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert] me pidió unir mi oración a la suya, por el proceso del Señor de Moumors en el Parlamento de Aix en Provenza. Sé bien que Usted estima como un favor el servir a una persona de su mérito, que le honra de manera singular, y que es algo superfluo pedírselo a Usted, pero no he podido rehusar hacerlo sin parecer ingrata hacia él, o hacerlo pensar que M. no toma parte en la santa dilección de F., lo cual podría ser, pero ella no desea creerlo así, puesto que jamás cambiará la resolución que ha tomado de vivir y morir como su muy humilde servidora y buena Madre, J. de Matel.

            Le ruego dé las gracias al Sr. Marche, antes de su salida para Roma. Podrá ver aquí mi muy humilde saludo. Si viene a París, trataré de suplir, de viva voz, la falta que cometí al no escribirle, según los deberes que tengo hacia su bondad, la cual nunca podré pagar debidamente.

Carta 191. 

París, 1° de marzo, 1644. A la Superiora de Aviñón Margarita de Jesús Gibalin.

            Mi muy querida hija:

            Que el Verbo Encarnado, que fue colmado de oprobios, sea nuestro pensamiento y nuestro amor, es mi muy cordial saludo.

            Según san Juan Crisóstomo, ninguno recibe ofensa más que de sí mismo. La maledicencia puede empañar o dañar nuestra reputación por algún tiempo, pero jamás nuestra conciencia si permanecemos fieles al Verbo Encarnado, que la ha purificado con su sangre. Veo por experiencia que, mientras estamos en camino, necesitamos sentir muchas y diversas aflicciones antes de llegar al término y presenciar el fin de los combates. No debería Usted dudar de que las tengo y muy variadas; y si debo estimar las más aflictivas, entre aquellas que me oprimen el corazón y destrozan mis propias entrañas, está el desorden de la casa de Grenoble, el cual ha desgarrado a Usted por un lado, y a mí por todas partes.

            Bien le había dicho que Sor Teresa no acertaría con estos Dauphinois; que debía Usted irse allá durante algunos meses y poner al frente a Sor de Jesús, cuyo carácter los hubiera contentado. Las últimas cartas que he recibido de Mons. de Grenoble y de algunas personas religiosas y seglares, describen por completo la situación. Monseñor me culpa de haber nombrado una superiora tan incapaz de gobernar y, después de una discusión respecto a todas las acusaciones que se le hacen, todos acordaron que ninguna joven ingresará al monasterio hasta que ella salga de él. Se quejan de su ignorancia y rudeza; me escriben que, solamente en medicinas, ha gastado casi 300 escudos sin contar los honorarios del cirujano y del médico, así como otros gastos.

            Los seglares afirman que el P. G. y ella se han hecho los dueños y regidores del monasterio, a pesar de la razonable resistencia que opuse a todas las cartas que el mencionado padre me dirigió para que les concediera este dominio absoluto. Sor Teresa se ha abierto un lago y cavado una fosa al conceder el hábito, a pesar de mis prohibiciones, a la que ahora ella y el P.B. acusan. Tienen el mal que se han buscado, y yo, que no lo he querido, sufro más que nadie.

            Hice el donativo de 300 libras y toda la madera con que se construyó la primera capilla, que se me devolvería en pagos de 100 libras; Sor Teresa no me ha enviado pago alguno. El día de mi partida le entregué 200 L y más adelante 100 que tomé de Lyon. Tampoco me ha enviado el recibo de los muebles que doné, y que tienen un valor de 800 L. Debía ocupar a su secretaria en escribir lo debido, en lugar de dictarle cartas arrogantes y desconsideradas, que tantas veces he pasado por alto guardando silencio y depositando las espinas en mi seno.

            No veo remedio para esta casa si no va Usted misma acompañada de Sor de Jesús. Todavía no puedo ir allá, pero haré lo posible para obtener, de las autoridades que pueden concedérmelo, el permiso para hacer este viaje.

Puede Usted recibir a las dos jóvenes y conceder el velo negro a mi querida hija Magdalena de la Trinidad. Al crecer en número, crezcan en santidad y pidan todas por aquella que las ama con un amor sincero en el corazón del Verbo Encarnado nuestro todo. Soy, mi muy querida hija, su buena Madre. Jeanne de Matel

Carta 192. 

París, 14 de septiembre, 1644. Al Canciller Séguier.

            Monseñor:

            Que aquel de quien proviene toda paternidad en el cielo y en la tierra, colme a Usted de sus más preciosas bendiciones.

            Encontrándome ayer más triste que alegre cuando salió Usted de nuestro recibidor, me dirigí a mi divino Esposo con la confianza que Usted sabe me ha dado, buscando la causa de mi pena. El me hizo escuchar: Esta turbación viene de mí, que he deseado mezclar en ti la dulzura y la amargura, a fin de que te acerques a consultarme. Di a mi Canciller que te lo he dado por padre protector, que apruebo su modestia, su humildad y su celo, pero que su parecer de que vendas mi casa de Lyon no es el mío; que Jacob derramó el ungüento sobre la piedra donde había dormido, mientras que los ángeles subían y bajaban por la escala mística que le fue mostrada en una visión, por lo que exclamó en cuanto despertó: ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo! (Gn_28_17).

            Esta casa de Lyon es mi Bethel; te consta la elección que hice de él. En este lugar te mostré las heridas que le mandé por ministerio de mi fiel Miguel. Has visto el rango a que lo elevaré, y que apoyaré mis propios favores sobre mí mismo y sobre mis dones, que él debe siempre reconocer, y ofrecerme en acción de gracias. Hay que amar primero al donante, y después los dones. El está afligido por el disimulo de su hija natural. Deseo que se alegre en la sencillez de su hija adoptiva, quien debe decirle de mi parte que no haga consejo contra el Señor; que deseo cumpla todas mis voluntades para llegar a ser, al igual que David, el hombre según mi corazón: Mío es Galaad, mío Manasés, Efraín, yelmo de mi cabeza (Sal_60_9). Hija mía, la casa de Lyon está bien representada por Galaad. Galaad, a su vez, figura el testimonio del siervo. Ella es también amada de aquel que debe estimarla; la elegí de tal manera, que la cimenté sobre la sangre de mis mártires, que son mis testigos congregados para confesar mi nombre en ese lugar, y sellar su fe con el derramamiento de su propia sangre.

            Ella es Manasés, olvidado de los hombres; pero a quien amo y sobre el que fijo mis ojos. Ella es mi Efraín fructífero que crece sin cesar, del que he recogido frutos antiguos y de quien retiraré frutos nuevos en el tiempo designado, y aunque ella parece estar desolada y abandonada, y también casi destruida, debe ser por ahora tu carga y tu dolor; más adelante se convertirá en tu alegría. No temas el amor propio al amarla. Soy yo quien te da esta inclinación. Este afecto no es contrario a tu perfección; amo esta puerta de Sión sobre todos los tabernáculos de Jacob. Cosas gloriosas serán dichas de esta casa, a la que designo como mi ciudad, regalada y defendida por mis ángeles, quienes la guardan con gran solicitud. El Cardenal de Lyon no ha osado destruirla, porque yo la protejo, aunque él ignora mi protección.

            Estando mi Canciller y tú instruidos por mi luz, ¿podrían deshacerla o destruirla? Deseo reinar en ella y recibir la alabanza y la confesión de mi nombre, que es santo. Si el Canciller hace todas mis voluntades, yo seré su gran recompensa, y mi luz lo conducirá; que siga caminando en mi presencia. Y tu, hija mía, espera en mi Providencia; no te abandonaré, ni tampoco a mis designios.

            Monseñor, después de estos divinos consuelos, me sentí tranquilizada, habiendo recibido el mandato de la Majestad santa de comunicar a Usted lo que ha hecho saber a su hija, que después de haber dado gracias humildemente por sus bondades, estima como un favor constante el llevar esta calidad de la que se considera muy indigna, permaneciendo en un respeto profundo, Señor, de su Alteza, la más humilde, obediente y agradecida hija y servidora en Nuestro Señor.

            Jeanne Chézard de Matel

Carta 193.

 A un religioso.

            Mi Reverendo Padre,

            Un saludo en Nuestro Señor, a quien pido haga brillar su luz divina sobre todos los pobres canadienses, como él iluminó el espíritu del ciego de nacimiento, al concederle la vista corporal. Este es el evangelio de hoy.

Su señor hermano nos alegró trayéndonos sus queridas cartas hasta París, donde se estableció el tercer monasterio del Verbo Encarnado el día primero del año en curso, 1644. La Providencia dispuso que fuera precedido por el de Grenoble. Al enterarse de estas fundaciones, se dará cuenta de que solamente permanecí en Lyon dos meses del año 1643: enero y julio.

            Ya ve qué feliz soy en Francia, mientras que su celo le lleva a vivir entre pobres nativos para convertirlos al Señor universal, que les ha rescatado como a nosotros y que desea sacarlos de las tinieblas para iluminarlos con su divina y abundantísima luz. Si mis oraciones sirven de algo, las ofrezco de buen agrado, en especial por la santificación de mi querido José, que no olvida a su madre ni a sus hermanas, a quienes amo y valoro en el corazón del Verbo Encarnado nuestro divino Salvador y nuestro amor crucificado, por el cual sufre Usted generosamente, M.V.

Carta 194. 

9 de Julio, 1645. Al Canciller Séguier

            Monseñor:

            Debido al agradecimiento que debo al P. Carré, no puedo dejar de tomar parte en lo referente a los disgustos que se le han ocasionado por lo que ha pasado tocante a su Orden. Aumenta mi aflicción el hecho de que quienes se han declarado en contra suya se jactan del honor de la protección de Usted, y que habiendo estado presentes la última vez que dicho padre cumplió sus deberes hacia Usted, crean ellos tener más motivos de esperanza que nunca.

            Me parece, Monseñor, que Usted sabe que no se le objeta nada al presente. La objeción del año pasado, se hizo en presencia de todo el capítulo general, el cual, después de haber escuchado sus respuestas se irritó de tal modo contra sus calumniadores, que quiso, acto seguido, iniciarles un proceso. Sin embargo, este caritativo padre presentó de inmediato una petición al capítulo, y se las ingenió de manera que sus enemigos fueran perdonados.

            Se le sigue reprochando el largo tiempo que ha estado a cargo del noviciado, sin considerar que en su Orden, como en todas las demás, aun entre los mismos jesuitas, los superiores de los noviciados pueden ser reelegidos sin interrupción, pues el tener más experiencia les hace más capaces para gobernar. El P. Carré fue instituido por sus generales, y por el último capítulo general, padre maestro de novicios y superior del noviciado, cargo que ha ejercido durante varios años, por lo que me parece que tiene derecho a esperar alguna consideración de parte de su Orden, la cual concede grandes privilegios a quienes pueden continuar por espacio de diez años.

            Por otra parte, fue maestro de novicios durante diez años en la Congregación de san Luis, antes de iniciar el noviciado. Durante todo este tiempo no se le dirigió una sola palabra, y ahora que trabaja para el bien de toda la Orden, se comienza a mortificarle de todos lados. Se dice que no ha dado fruto; sin embargo, Dios sabe el bien que han hecho y siguen haciendo dieciséis religiosos que él envió a las Indias, que viven como ángeles y convierten a los nativos, a los herejes y a los malos cristianos mediante su predicación y ejemplo.

            Sin ir tan lejos, fue él quien reformó el colegio de Poncio, enviando al P. Gurgeat y a otros religiosos algún tiempo después. El primer superior del Noviciado de san Sixto, en Roma, salió de su noviciado; el P. Ambrosio, que fundó y ha trabajado en el Noviciado de Bruselas, es también religioso suyo. Es su casa la que ha suministrado priores al convento reformado de Langes. Recientemente se ocupó, además, de la reforma del convento de Caen. Si no ha hecho todo lo que hubiera deseado en el de Rouen, es por no haber recibido ayuda de unos, y por haber sido estorbado por otros que son menos entusiastas y quieren turbar el noviciado, haciéndolo caer en la tibieza y la relajación en que se encuentran otros conventos.

            Este buen Padre me dijo hace tiempo que Usted le había hecho la gracia de prometerle solemnemente que su asistencia no le faltaría jamás. Esto es lo que me anima a implorar para él su protección. Me siento más obligada a ello cuando recuerdo que el padre inició este noviciado y ha continuado con él siguiendo mi opinión y consejos.

            Monseñor, pido a Usted perdón muy humildemente por la libertad que me permito frente a su bondad, en la que tengo una gran confianza, sabiendo que aceptará las humildes oraciones y el respeto de aquella que será eternamente, su muy humilde, agradecida y obediente hija y servidora.

            Jeanne de Matel

 Carta 195.

 14 de octubre, 1645. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en Fontainebleau.

            Señor mío y muy querido Hijo:

            Alabo y agradezco a la divina bondad las gracias que le concede al encontrarse en la corte de la tierra; es su poder admirable el que hace brotar la luz en medio de estas tinieblas.

            Debería poner por obra lo que Usted me aconseja. El día del gran san Dionisio, lo contemplé en sus elevaciones pidiéndole su doble espíritu, como lo hizo Eliseo, pero que es el único amor de aquél que es uno por esencia y por excelencia. Es en este único donde amo a todos sus hijos, que son los míos, y que deseo que sean todos consumidos en uno por las llamas de la caridad, que ahuyenta la envidia y los celos de los corazones que posee, como sucede en los de las personas a quienes Usted me nombra. Las dejo en su contentamiento, sin culpar su silencio, el cual ofrezco a Dios junto con las palabras que Usted, en su corazón filial, expresa en su carta, la cual he leído con el mismo corazón con el que soy, en el del Verbo Encarnado, Señor mío, su muy humilde servidora y buena Madre. J. de Matel

            Estoy muy presionada en este sábado 14 de octubre de 1645.

            Mis respetos al Sr. Canciller.

 Carta 196. 

1646. A las hermanas de Grenoble, a la muerte de la hermana Elizabeth Grasseteau.

            Mis muy queridas y bien amadas hijas:

            Un saludo muy cordial y afectuoso en el corazón de nuestro amable y tan poco amado Verbo Encarnado.

            Deseo creer, para alimentar la caridad, y para mi propia satisfacción, que Uds. me expresan los pensamientos de sus corazones por medio de su carta, que mi corazón maternal recibió con agrado, y decirles con estas líneas que las amo tierna y fuertemente, compartiendo sus penas, que considero mías. Ni la separación del cuerpo ni el alejamiento de los lugares apartan ni desunen los espíritus a quienes ha unido el santo amor.

Mi intención es aportar todo lo que he ofrecido a Monseñor de Grenoble y a los regidores de la ciudad, para el establecimiento del monasterio. Insisto con oportunidad y sin ella, para obtener la licencia de ir a verlas. Espero conseguirla.

            Se han enterado Uds. de la preciosa muerte de nuestra hermana Elizabeth Grasseteau, la más fiel de las hijas de la Orden del Verbo Encarnado. Aunque adoro los decretos del soberano que la ha arrebatado de la tierra para acogerla en el cielo, y me conformo a su divina voluntad, no dejo de sufrir una tristeza indescriptible. Mis ojos son dos fuentes de lágrimas en mi dolor, lo cual no me parece razonable, pues pienso que con el llanto me pongo en peligro de perder la vista, y la vida con mis sollozos y suspiros.

            Mis queridas hijas, obren de manera que encuentre en Uds. lo que he perdido en ella. Permaneciendo fiel a Dios, también lo fue hacia su madre. El celo por la gloria del uno y de la otra la llevó a tomar la resolución de dejar su tierra, sus conocidos y todo lo que justamente hubiera podido adquirir, para dirigirse a la santa montaña a sacrificar su espíritu y su cuerpo por la consolidación de la comunidad de Lyon. Si el cielo no me la hubiera quitado, y este plan hubiera sido únicamente una moción de mi espíritu, experimentaría un acrecentamiento de dolor tiranizado por un continuo arrepentimiento, el cual, pienso, no podría perdonarme; y aunque la divina bondad me perdonara la culpa, mi pesar prolongaría la pena hasta el día en que la volviera a encontrar en la morada de su eterna dicha, a cuya entrada son enjugadas todas las lágrimas.

            Hijas mías, se trata de una de sus hermanas que corrió en el amor y la grandeza de su corazón, no sólo por el camino de los mandamientos de Dios, sino por el de los consejos, que abrazó por medio de los votos. La gracia de Dios y la virtud la elevaron a esta santidad, mediante su profunda humildad, su incesante mortificación, sus continuos sufrimientos y su fiel amor en todo lo concerniente a la Orden del Verbo Encarnado. Ella nos ha dejado sus ejemplos; sigámoslos, pues practicó en grado eminente los mismos votos que Uds. profesan.

            El cielo la ha reclamado, a pesar de las oraciones que la tierra haya dirigido al creador del uno y de la otra: llegó para ella el momento de recibir la estola de gloria a la puerta del empíreo, donde su divino esposo la coronó al revestirla de sí mismo, que es blanco y rojo por esencia y por excelencia.

            Es en él que soy de todo corazón, por su amor, mis muy queridas hijas, su afectísima, cordial y buena Madre, Jeanne de Matel

Carta 197. 

París, 18 de octubre, 1646. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], Superior de las Religiosas del Verbo Encarnado.

            Señor mío, mi muy querido Hijo:

            Un saludo en Nuestro Señor. Confieso que mi silencio da a Usted motivo para pensar lo que me indica en su segunda carta. Su madre, me entregó en persona la primera el día de san Francisco, pues ni mis enfermedades ni la insistencia de nuestras hermanas, pudieron obligarme a tomar medicina. Ellas temían que la abundancia de humores malignos me sofocaran mientras esperaba a nuestros médicos, que se encontraban en Fontainebleau, lo mismo que el Sr. de la Piardière.

            La causa de estas enfermedades son, tal vez, mis pecados y los desvelos de diez días seguidos, en que la pequeña de Fruges tuvo fiebre continua. Temiendo que contagiara de dicha fiebre, que se consideraba maligna, a todas las demás, hice que fuera trasladada y colocada cerca de mí, para mejor prodigarle mis cuidados. Al fin la Sra. de Fruges la recogió, llevándose también a su hija mayor. Vinieron también a buscar a las dos Cantariny. Hace unos días se me trajo nuevamente a la más pequeña, pero se quedó la mayor, la cual desea volver, pero su padre quiere probarla por tres años para ver si persevera. Es ésta una prueba bien larga para ella; que Dios sea alabado por todo lo que manda y permite.

            Como mi silencio me hacía sentirme culpable, pido perdón a Usted después de agradecerle los testimonios de su fiel amistad en dos de sus cartas. También le doy las gracias por las libras. Ya distribuí las otras. El Sr. Lardot se ha encargado de entregar lo del Sr. de Chaponay y lo del Sr. de Nesme en Lyon. Espero que el Sr. Deville se encargue de los otros tres para nuestras casas de Lyon, Grenoble y Aviñón.

            Si no pensara Usted que no me gusta mentir, le daría trabajo creer que una enferma la haya podido leer hasta después de quince días, el día de retiro. Esta lectura llenó mi espíritu con tanta alegría y contento, que olvidé mis males. Una madre no tiene mayor gozo que el poder ver y escuchar lo que hace mejores a sus hijos, admirando en ellos los dones de naturaleza y gracia que tienen sobre todos los demás.

            Sé bien que ofendo su humilde modestia, pero es menester que Usted sufra la verdad dicha por una persona que es la sinceridad misma. Ella admira el estilo, la elocuencia y la pureza del lenguaje, pero deja a los bellos espíritus del tiempo todas sus perfecciones para alabarlas y admirarlas. Lo que ella ensalza es la aplicación de la santa  Escritura, que se adapta con tanta propiedad, que no parece sino hablar ella misma acerca de la grandeza de aquél que habló tan altamente de las de Jesús, su amor y el nuestro.

            Mi querido hijo, Usted sabe bien que yo no soy ni complaciente ni aduladora y que con frecuencia falto a la prudencia por exceso de franqueza en expresar lo que pienso. La experiencia que mis imprudencias le han causado, le hará temer que exprese mis sentimientos con sinceridad, de viva voz y por escrito. Si pudiera manifestarlos en París como en Lyon, vería Usted que mi corazón no ha cambiado, y que Usted ocupa en él un lugar que sólo a un hijo queridísimo se puede conceder. Si esto no lo digo con tanta ternura, lo expreso con mayor solidez. Habiendo cumplido con las obligaciones, los agradecimientos no disminuyen delante de Dios, quien será su digno remunerador. Esto es lo que le pido, y que lo haga santo. Son los deseos de aquella que desea su regreso más que ninguna otra, y que se encomienda a sus santos sacrificios y fervientes oraciones. Soy, M., mi muy querido hijo, su muy humilde servidora y buena madre en Jesús. J. de Matel

            Todas sus hijas presentan a Usted sus humildísimos respetos y mendigan el auxilio de sus fervientes oraciones y de sus santos sacrificios. Habiendo terminado la presente, el Sr. de la Piardière vino a verme. Le di sus saludos, y él me dijo que deseaba escribir a Usted para agradecerle el haberse acordado de él. Su viaje me ha parecido más largo de lo que yo pensaba. Le pido que vuelva lo más pronto posible.

Carta 198. 

27 de abril, 1647. A un desconocido.

            Señor mío:

            La santa palabra dice que el Señor miró primeramente a Abel, y después su ofrenda. Aquella que recibió los dones del varón de deseos, afirma eso mismo, añadiendo que es, como David, un hombre según el corazón de Dios.

            Así como él se ofreció al total cumplimiento de su voluntad, me siento impulsada para asistir al sacrificio y tomar parte en él. La comunión me invita a recibir al que hace la unidad de los corazones.

            Es en él que soy y seré, en el tiempo y en la eternidad, Señor, su muy humilde y segura servidora.

            J. de Matel

 Carta 199. 

Mayo de 1647. Al señor de Priésac.

            Señor mío:

            El Verbo Encarnado nos dice hoy que en la casa de su Padre hay muchas moradas, y su celo caritativo me envía la Historia de la Vida de los santos Padres, que las obtuvieron por medio de la fe y la fuerza del amor divino. Al superar la naturaleza con la gracia, ganaron por asalto esta ciudad que no se rindió sino a su amorosa violencia.

            Esto ha sucedido desde los días de Juan Bautista, precursor del Verbo humanado, sobre el cual descendió el Espíritu Santo en forma de paloma para invitar a las almas sencillas como la mía a volar hacia los agujeros de la roca que se transforma en el cielo más alto, al decir de san Pablo. Ahí aprenderé del Verbo de vida, fuente de sabiduría, cómo debo conversar con los santos que ya han alcanzado la meta, y tratar con quienes aún caminan por la senda de la vida.

            Al contarlo en este número, deseo aprender de viva voz lo que debe hacer aquella que es más que ninguna otra, en el divino amor, señor, su muy humilde servidora, J. de Matel

Carta 200.

 París, 13 de octubre de 1647. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En Fontainebleau.

            Señor mío, mi querido hijo en Nuestro Señor,

            Las madres no se reprochan el permitirse prevenir a sus hijos por carta, sino que lo hacen con amor y ternura. Dios no les ha dado mandato alguno para obligarlas a ello, pero sí a sus hijos, prometiéndoles una larga vida sobre la tierra y gozar de la eterna en el cielo.

            El texto que Usted aporta del profeta evangélico, le obliga a confesar que una madre no puede olvidar a su hijo; y aun cuando las madres según la naturaleza los olvidaran, aquellas que lo son por gracia no pueden hacerlo; ellos están presentes a los ojos del espíritu cuando se encuentran alejados de los del cuerpo.

            Aunque su humildad eche un velo sobre sus virtudes, Usted no sabría ocultarlas a sus hermanos y menos a su Madre, la cual ama a Usted por justicia, a la que Usted llama bondad.

            Ella no sabría disminuir este afecto sin aparecer injusta delante del cielo y de la tierra. Ruegue por ella y créala por siempre, con todo el corazón,

            Señor mío, mi querido hijo, su muy humilde servidora y buena madre en Jesús. J. de Matel


         

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Carta 203.

 30 de julio, AL Reverendo Padre Carré.

            Muy Reverendo Padre:

            Hace ocho días le escribí una larga carta, como respuesta a la grata que recibí de su Reverencia. No puedo expresar el descontento que he sentido hacia la superiora de Aviñón, su hermana y su prima, todas sobrinas del hombre a quien Usted jamás aprobó. Dije que esto era como desgarrarme las entrañas, pues al mismo tiempo que yo las ayudaba, hacían y hacen sufrir a toda la comunidad de Grenoble, deseando obligarlas a pedir personalmente al Sr. Arzobispo de Aviñón otra sobrina del mencionado padre, para continuar con su dominio opresor, por no decir tiránico, sobre estas pobres pacientes, que lejos de ser culpables, son muy virtuosas, y que no pueden respirar bajo la violencia de la superiora que las ha afligido durante seis años enteros.

Hicieron pedir a Mons. de Grenoble les permitiera algo que no tiene derecho a rehusar: elegir una superiora de su Monasterio de Grenoble, a quien su Madre instauradora y fundadora, superiora general, conocía y conoce, deseaba y desea para ocupar este lugar. Se les rehusó esta petición, amenazándolas con la excomunión si no piden una superiora de Aviñón, a lo cual no pueden resolverse porque temen la continuación del imperio tiránico, y de verse privadas del consuelo de su única madre, quien desea librarlas de este yugo insoportable que las agota, en lugar de conducirlas a la perfección. No se les permite recibir las cartas que les escribo, ni las que saben les he enviado.

            Su Reverencia pedirá, por favor, al Sr. Arzobispo de Aviñón que no les envíe jóvenes de esa ciudad para el superiorato. Esto sería fomentar la división en una orden naciente, y escandalizar a los seglares, que pueden enterarse de esta situación violenta. Mis hijas de Grenoble tienen a sus padres en esa ciudad, los cuales pueden ser advertidos. Hasta ahora han rehusado hacerlo, soportando todos los rigores que se les han impuesto. Tres de las más jóvenes y virtuosas murieron; esperaba hacer de las tres muy buenas superioras para Grenoble y las fundaciones.

            Si no tuviera urgencia de terminar la presente para ir a tomar las aguas de san Mion, tendría mucho más que decirle. Usted sabe hacer, mejor que yo, lo que es necesario: por favor, haga oración.

            Mi muy Reverendo Padre su muy humilde y obediente hija y servidora.   J. de Matel

Carta 204. 

30 de julio. A la Señora de Revel.

            Señora:

            Un saludo muy humilde en el amor del Verbo Encarnado nuestro todo.

            La solicitud que su piedad demuestra hacia su monasterio de Grenoble, no puede ser recompensada sino por él mismo. Exhorto a su bondad que no desfallezca y siga ayudando a mis queridas hijas, a quienes compadezco con ternura indecible.

            Escribí e hice escribir a Aviñón y a Grenoble, para impedir que se las obligue a recibir otra superiora que no salga de entre las que están en Grenoble, y sigo afirmando que mi hija del Calvario es la persona adecuada para este cargo. Si se impone una del monasterio de Aviñón, no haré efectiva la fundación durante el tiempo que ella permanezca ahí.

            Personas muy doctas, piadosas y experimentadas en materia de elección de superiora, dicen que no se puede forzar a toda una corporación; que se ha obrado correctamente hasta ahora. Los obispos dispensan la edad que el consejo requiere; he sido paciente todo este tiempo, guardando un largísimo silencio, pero he resuelto romperlo para aliviar mis propias entrañas, a quienes se trata con tanto rigor, y demostrarles con hechos que tienen una madre que sabe amarlas con el corazón que Dios le dio para ellas.

Es en este mismo corazón que ella reconoce, delante de él, los deberes que tiene para con el de Usted, aquella que es y será siempre, Señora, su muy humilde y agradecida servidora. J. de Matel

Carta 205.

 París, 13 de agosto, 1649. Al Prior Bernardon.

            Señor mío

            Hace un momento recibí la suya del día 3 del corriente. Como ya casi anocheció, no puedo detener al cartero sino para contestarle con brevedad, y por vía ordinaria.

            No se pondría Usted en cuarentena si tuviera tanta bondad para venir a París, como deseos tenemos el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], el Sr. de la Piardière y yo de volverle a ver. El cariño que le profesamos es más fuerte que el miedo a la peste.

            Si mis oraciones tuvieran eficacia, sentiría Usted sus efectos mediante una muy amplia participación. Me intereso mucho en todo lo que concierne a sus intereses temporales y eternos. Mi espíritu sufrió mucho cuando se me dijo el año pasado que Usted estaba enfermo. Ofrecí 40 comuniones por mi padre; me parece que debe creerme, puesto que no me gusta expresarme con exageración.

            Obró Usted sabiamente al no comunicar al Sr. Lalive lo que le dije del naranjal. Se lo hice saber para tenerlo al corriente de todo. Las casas en París han rebajado tanto, que mis amigos me aconsejan espere un poco a que suban de valor. Me daría lo mismo pagar las 30 mil libras, pues no cambio de opinión con facilidad, pero hay que tomar en cuenta sus consideraciones.

            Por lo que toca al asunto del Sr. Chabanier, he demostrado en todo momento la generosidad que Usted alaba en mí. Pienso darle 800 l., sin debérselas, únicamente por caridad. Aun cuando M. de Clapie me condenara en Lyon, no sucedería lo mismo en París. Sin embargo, como me dice Usted, deseo comprar la paz por la salvación del Sr. Chabanier. Deseo que retire Usted toda la producción al mejor mercado. Ya envié un recibo del Sr. Dugas, por 54 l., a la Hna. María Chaud. Tome 50 de ahí para completar las 800 l. El Sr. Chabanier no rechazó a los paisanos de Oulins, yo creo que aceptará al Sr. Comendador. No deseo otorgarle otra parte sino la de Oulins, de manos del Sr. Comendador, que me debe trescientas libras, además de las 5O que mi Hna. María Chaud entregará a Usted al mostrarle a él la presente.

            Deseo enterarme de todo lo que Usted crea que debe darse al Sr. Guiet, así como estos procedimientos y arreglos. Le enviaré una carta poder como Usted me la describa. Si los notarios de París estipulan en los mismos términos que los de Lyon, la que le envié fue elaborada por el Sr. de la Piardière; envíeme, por tanto, un recibo, si me hace el favor.

            El Sr. Chabanier sabe que no ganará nada al quejarse a París. Tiene vivos deseos de obtener dinero, según supe de fuente segura. En caso de que deseara yo hacer el trato en este lugar, el Sr. Rochette cuenta con una carta poder; si me la devolvió, fue porque le dije que no deseaba hacer sino lo que el padre de Usted me aconsejara e hiciera al respecto.

            En cuanto a los planes del Sr. Consejero Jannoray, hágame saber qué cantidad desea aportar, y responderé más tarde. Por consideración a Usted, haría favores que no concedería a otras personas. El tiempo me apremia tanto, que no me queda sino el suficiente para pedirle que salude a su Padre y a su Madre, asegurándoles que soy su humilde madre y agradecida servidora. J. de Matel

 Carta 206.

 19 de agosto, 1649. AL Reverendo Padre de Condé.

            Mi Reverendo Padre:

            Un saludo en el corazón del Verbo Encarnado nuestro todo.

            Ruego a Usted asegure al Reverendo Padre Décret que le estoy muy agradecida. Veo, por la respuesta del Reverendo Padre superior de Grenoble, que no omitió cosa alguna para persuadir a quien debía. Bendito sea el Verbo Encarnado, que entrega su reino a estas hijas de Grenoble, así como su Padre se lo entregó. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron; es necesario que ellas se gloríen en su cruz.

            Mi corazón está preparado para recibir todo de su mano, sin discriminación alguna, conformándome a todo lo que su amor permita para mí.

Me esperan muchas personas en el recibidor, lo cual me impide dar a Usted las gracias como es debido. Ruegue para que no viva yo sino en él, de él y por él; esto mismo deseo para su Reverencia, de quien soy, muy Reverendo Padre su muy humilde servidora e hija, J. de Matel

Carta 207. 

27 de agosto, 1649. AL Reverendo Padre de Condé.

            Muy Reverendo Padre.

            El último martes, la Señorita Lolo informó, mediante una nota a nuestra Hna., de la Cruz, que su Sra. Madre llegaría al Verbo Encarnado el 29 del mes de agosto, para escuchar la exhortación que el Reverendo Padre de Condé daría en esa fecha, por no poderlo hacer el día de nuestro Padre san Agustín, dándonos la esperanza de que los Sres. de Priésac, de la Fosse y de la Chambre, se encontrarían ahí; no menciona ella al Sr. Canciller.

            Hace diez o doce días me indicó el Sr. de Priésac que ella le dijo que no deseaba llevar consigo a la pequeña de la Duquesa de Sully, a quien no he visto. Si ella devolvió esta visita el domingo, tendremos los favores del cielo y de la tierra.

            Me gustaría heredar la gracia de mi patrón san Juan, pues hoy es el día de su santa muerte. Su Reverencia puede obtenérmela por medio de sus oraciones, por favor se lo ruego. Tengo personas importantes que me obligan a terminar para ocuparme de ellas. Soy su muy humilde hermana y servidora.      J. de Matel

 Carta 208.

 A las hermanas de la Congregación del Verbo Encarnado.

            Mis muy queridas hijas:

            Que el Padre de las misericordias y el Dios de todas las consolaciones bendiga a todas Uds., es mi afectuoso y cordial saludo.

            No sería necesario tener el nombre y las entrañas de madre para olvidar a quienes la divina bondad me hace engendrar. Mientras más alejados estén los cuerpos, más me parecen estar presentes los espíritus debido a las continuas aprehensiones que se crea un corazón maternal a causa de su inexplicable afecto.

            Antes de ser madre de dos pueblos que encerraba en su seno, Rebeca tenía su paz dentro de ella misma. El menor de sus hijos debía ser el bendito del Señor. No sé si la comunidad de Lyon, que será la menor por nacimiento religioso, mostrará un día más dulzura que los otros monasterios hacia la que los concibió y los ha dado a luz, con la ayuda de la gracia, en medio de tantos sufrimientos. Ella posee mis inclinaciones de un amor más fuerte que la muerte. La santa montaña es mi Sión bien amada y mi querida Jerusalén. Si la viera desierta, lloraría sobre ella las lamentaciones del profeta doliente.

            Cuiden que la falta de devoción y las infidelidades que cometemos no den ocasión de retirarse al guardián de Israel. Renueven su fervor al comienzo de cada año, pidiéndole las colme de nuevos favores y a mí de nuevas fuerzas para no sucumbir bajo el peso de tantas casas, que me ocasionarían grandes aflicciones si no contentaran al Señor de los ángeles y de los hombres, de cuya providencia debo esperar lo temporal y lo espiritual. No hace falta apoyarse en las creaturas, porque el brazo de la carne es tan inconstante como débil. Todo es vanidad; el puro amor es la verdad.

            El es en quien confío, y en quien soy, mis queridísimas hijas, su toda buena madre, Jeanne de Matel

 Carta 209.

 París, 4 de marzo, 1650. A las religiosas de Grenoble.

            ¡Alabado sea el Verbo Encarnado en la amabilísima Eucaristía!

            Mis muy queridas y amadísimas hijas:

            Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor, para el cual y por el cual las he engendrado en su santa Orden, deseando que sean santas, porque es para santificarlas que su bondad las ha llamado.

            El largo silencio que han guardado no las ha hecho pasar como culpables ante el espíritu de su única madre, quien ha continuamente hablado por ustedes a nuestro divino Padre, a fin de que las fortalezca en todos los sufrimientos que permite para probar su constancia. El les dirige estas palabras por mi pluma: No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino (Lc_12_32), que les serán explicadas por quien las consuela y asiste de su parte, el cual las recompensará en el tiempo y en la eternidad. En las ocasiones que él me hará nacer, él sabrá que no solamente las ha obligado a Uds.; tomo toda la responsabilidad de una madre que ama a sus propias entrañas más que a ella misma, y que hace suya al ejercer estos oficios de caridad. Es en la caridad que las abrazo. Perseveren en la resolución que el Dios de caridad les ha inspirado. La violencia que se ejerce contra sus derechos es un martirio que el Verbo Encarnado mira con compasión. El las auxiliará, tengan confianza en él. Cuando les haya devuelto la santa libertad de elegir guiadas por su Santo Espíritu, no permitiré que les falte el sustento; aportaré lo necesario para la fundación junto con todas las rentas, y más que él me ha dado para acudir en su ayuda.

            Uds. serán siempre las queridas hijas de mi corazón maternal; sus nombres están grabados en él por el santo amor que es fuerte como la muerte. Es en este afecto que pido al Verbo Encarnado les dé su santa bendición, sin olvidar a aquellas que son como las perdices ladronas; ellas conocerán un día, junto con las seis que me han sido fieles, la voz de su afectísima, muy cordial y buena Madre, mis muy queridas y bien amadas hijas. Jeanne de Matel

 Carta 210.

 6 de mayo, 1650. Al señor de Bély.

            Señor mío:

            Escribo después de esperar poder comunicarle que el año de noviciado de nuestra Hna. Jeanne de Jesús, mi querida hija, llegó a su término, y para invitarlo a alabar la divina bondad, que ha coronado este año de dulzuras de su benignidad. Así, podemos decirle: Tú visitas la tierra y la haces rebosar, de riquezas la colmas (Sal_65_10). En esta tierra que ha parecido seca y árida, hizo ver su gloria y su fuerza, y en ese cuerpo que parecía un esqueleto, el alma escuchó la palabra del poder del Señor, la cual, contra el parecer de los médicos, devolvió la vida a la que condenaron ellos a morir, por lo que la llaman la niña resucitada, y aunque carece de las atributos de los cuerpos gloriosos, no muestra los efectos de sus enfermedades pasadas: Destilan los pastos del desierto, las colinas se ciñen de alegría; las praderas se visten de rebaños, los valles se cubren de trigo; ¡y los gritos de gozo y las canciones! (Sal_65_13). Bendito sea este Dios de amor que da la gracia y la gloria.

            El Abad de Charles, me mostró el trato que hizo Usted con mis hijas de Aviñón; recibo a ésta con las mismas condiciones que puso Usted, a saber, 700 escudos; le concedo el lugar de una con dote de seis mil libras, y la quiero más que a otra de diez mil. Nada le ha faltado ni le falta, y con el favor de Dios, no carecerá de nada. No haré menos por mi pequeña de lo que Usted me enviará tan pronto como le sea conveniente.

            Ella tomará aquí el pequeño hábito y aprenderá mejor la lengua francesa que en Aviñón. Me encantaría que pudiera Usted venir a la profesión de nuestra hija, quien conducirá a su hermana. De no ser posible, envíe una carta poder para cerrar el contrato. Tendrá Usted toda suerte de satisfacciones; no pongo en duda la seguridad del capital ni de la pensión, y menos todavía de su afecto hacia aquella que es más que ninguna otra, tanto de la Señora como de Usted, su muy humilde y afectísima hermana en Jesús. J. de Matel

 Carta 211. 

19 de mayo, 1650. A una Religiosa.

            Mi muy querida en el Verbo Encarnado:

            He creído que esta noche sería lo suficientemente larga para pensar en lo que debe Usted hacer para agradar a Dios, y por ello le digo con el apóstol: Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa. Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. (1Co_7_31s)

            Estuve tan mal ayer por la noche, que no pude resistir meterme a la cama. La he tenido en mente, repito, aunque no pudimos vernos a causa de las visitas, que no nos permitieron conversar. Le ruego conserve su poca salud hasta que el Verbo Encarnado, que es el ángel del Gran Consejo, nos dé a conocer lo que debemos hacer por su gloria y nuestra perfección.

            Mi dolor de cabeza no me permite escribirle más, pero el santo amor me lleva a amar a Usted sin interrupción, y mientras dure la eternidad.

            Es en el amor del Eterno que soy, mi muy querida y venerada hija su afma. y buena madre. Jeanne de Matel

Carta 212. 

19 de mayo, 1650. A la Superiora de Aviñón. María Margarita de Jesús Gibalin.

            Mi muy querida hija:

            Veo por las suyas que su interés crece cada día hacia aquella que no ha disminuido su cariño, puesto que es su única madre después de la santa  Virgen, que es la Madre del amor hermoso.

            Me siento urgida por dos deseos: el de verme perfectamente unida a Dios, y el de ver a todas Uds. según su corazón divino. Los más criminales son descoyuntados en el potro de castigo al ser tirados por cuatro caballos. Yo me siento distendida y tirada por cuatro casas que parecen disputar sobre cuál será la más fuerte. Mi querida hija, amo a todas de un modo tan igual, que la sola voluntad del Verbo Encarnado es mi peso en este amor; él me deja en este valle de lágrimas para convertirme, y llama a él a mis hijas de Aviñón para coronarlas.

            No puedo decirle que carezco de sentimientos de ternura y de dolor en estas privaciones; no tenga duda en esto. Mi corazón no es insensible; la muerte y el amor lo exponen a tan violentos asaltos, que lo obligan a tener necesidad de Aquel que es el Señor fuerte y poderoso; pero el omnipotente Señor combate. Yo les confieso que su sabiduría y su bondad me defienden para que ellas no me arrebaten mis entrañas, con sólo alejarlas de mi vista. Obraré como Agar con su Ismael: no puedo ver morir a mis hijas. Su hermana Elena ha aprendido mucho durante su penosa enfermedad: hice lo que se dijo de Raquel: Lloró por sus hijos sin querer ser consolada.

            No le menciono esto como una señal de perfección, sino de una fuerte pasión o desolación que no debe Usted imitar. No tendría yo fuerzas para soportar muertes tan frecuentes, sin morir a vista de ellas. Mis hijas no me son ni extrañas ni indiferentes; el padre y el esposo que las ha engendrado es un Dios todo de fuego; él ha encendido en mi corazón su divina llama para amar la generación que desea tener siempre ante su divina faz, de la cual procede su juicio favorable. La niña de mis ojos no podría contenerse cuando una de mis hijas perdiera la palabra, estando yo presente.

            Mi querida hija, no imite esta debilidad de su Madre; Dios no sufre de parte de todas sus esposas lo que sufre de mí: No hizo cosa semejante con ninguna otra nación, y no les manifestó sus designios. Bendígale por las misericordias que muestra hacia aquella que es más de lo que puedo expresarle, mi queridísima hija, su afma. y buena Madre, Jeanne de Matel

 Carta 213. 

A las Religiosas de Grenoble.

            ¡Alabado sea el Santo Sacramento del altar!

            Mis queridísimas y respetables hermanas:

            Pido al Verbo Encarnado llene a todas de su Santo Espíritu; este es mi muy afectuoso saludo.

            Dirijo a ustedes estas líneas por mandato de nuestra santa Madre, quien ha sacado fuerzas de su debilidad para escribir a la Hna del Calvario. Ella padece un fuerte resfriado desde hace casi quince días, que le causa fuertes molestias. Las abraza a todas y les pide, por medio de mi pluma, que la enteren de los detalles de la partida de Sor Teresa, lo que ha llevado consigo y quién la ha acompañado. Infórmenla también de cuántas religiosas quedan, y si la Hna. de la Circuncisión ya profesó. Yo creo que no harán Uds. como Sor Teresa, que no daba cuenta de nada. Ya que nuestra Reverenda Madre muestra tanta bondad y preocupación hacia ustedes, no dejen de informarla de todo. Ella desea que no esperen su llegada para llevar a cabo la elección. Háganla lo más pronto posible. No dudo que están Uds. enteradas de su voluntad, que es también la de Dios.

            Todas Uds. tienen, según creo, buenos sentimientos hacia mi Hna. del Calvario. Su celo y su virtud la ayudarán a acoger con buena voluntad el cargo de superiora. No tendrá ella la reprobación que adquirió Sor Teresa a causa de su mala administración. Estamos obligadas, por la gloria de Dios, a manejar rectamente todo lo que se nos encomienda.

            En cuanto le sea posible, nuestra Reverenda Madre satisfará sus deseos, pero algunos asuntos la retienen por ahora. Mientras tanto, ha dado orden de entregarles 500 L y 50 escudos, que les hará llegar dentro de algún tiempo, como renta anual de la difunta Sra. de la Piardière. Pero tengan cuidado, mis queridas hermanas, de no mencionar esto a nadie, porque tal vez el padre desearía recibirlas.

            Manden decir la misa de difuntos lo más frecuentemente posible; nuestra Reverenda Madre dice que hagan orar por una de estas personas fallecidas. Apliquen las que no sean de difuntos por ella, y pidan por mí, que soy, mis muy queridas hermanas, su humildísima y afma. Hermana y servidora. Sor Elías de la Cruz. Religiosa del Verbo Encarnado.

Carta 214. 

1650. Al señor de Priésac.

            No puedo tardar más tiempo en dar a Usted las gracias por su incomparable libro. Es un regalo que vale un tesoro, y no se lo podría estimar en lo que vale, sino diciendo que está colmado de perlas angélicas, y que hace falta vender todo para comprarlo.

            Su arte es digno de la materia; su cuerpo es el arte, como el espíritu; lo práctico y lo agradable se mezclan en él de un modo admirable; la devoción y la elocuencia, que rara vez se combinan, parecen encontrarse ahí de buen acuerdo. Todas sus partes son preciosas; la suma de sus expresiones, hasta la menor palabra, tiene algo de radiante, de luminoso, por haberlo henchido de bellas ideas tomadas del espíritu, acerca de la verdadera y perfecta belleza de nuestro Salvador.

            Ha Usted esparcido tanta hermosura, excelencia y verdad en esta obra, que me parece imposible no enamorarse de ella. No creo que el Sr. de Lannay y el Sr. Rigaud, que creen tener razón al sostener que el Hijo de la Virgen no era bello, se atrevan alguna vez a decir que la pintura que Usted hace de esta Virgen no sea muy hermosa. Es bella, Señor, en todo sentido; es una pintura privilegiada. No solamente deleita, sino que hace enmudecer; tiene algo de ardiente y de celeste, presentando algunos rasgos secretos de la divinidad que atraerán a todos los ojos y los espíritus.

            Su libro, por tanto, hará no solamente maravillas, sino milagros. Nos dará un gran consuelo el ver que Dios le da sin medida lo que en su fervor le ofrece Usted con tanta solicitud, tratando de enseñar al mundo que el rostro de Jesús estaba lleno de encanto. Es él quien hace que sus expresiones sean tan atractivas. El embellece sus pensamientos y sus palabras y, al aprobar de este modo su devoción, declara suficientemente que su opinión es la más sólida.

            Pido a Usted perdón por la libertad que me tomo, y le suplico muy humildemente esté de acuerdo con mi interés y el deseo respetuoso con el cual soy y seré toda mi vida, Señor, su muy humilde, obediente y agradecida servidora. J. de Matel

Carta 215. 

27 de mayo, 1650. A la Hermana Elisabeth del Calvario Gerin, en Grenoble.

            Mi muy querida hija:

            Le deseo la venida del Espíritu Santo que los apóstoles recibieron el día de Pentecostés; éste es mi muy cordial y maternal saludo.

Recibí ayer, día de la triunfante Ascensión, su carta y la de la comunidad, por las que supe que Sor Teresa salió del convento de Grenoble el viernes 3, día del fallecimiento de la Señora de la Piardière, quien dejó esta vida mortal para ir a gozar de la inmortal. Vivió y murió en olor de santidad, como digna esposa de un marido que lleva una vida santa y por el cual pido sus oraciones como si se tratara de mí.

            El me prometió acompañarme en el viaje que tanto han deseado, en cuanto ponga en orden los asuntos más urgentes; sin embargo, le he rogado escribir hoy para enviar a Uds. las 500L que recibirán del empleado del Sr. Amat, quien se encuentra en Grenoble. Hagan un recibo que deberá ser firmado por las que rubricaron la carta de la comunidad; la divina Providencia las ayudará en su extrema necesidad. Si hubiera yo tomado el hábito hace seis años, las religiosas de París no podrían ahora ni socorrerlas, ni subsistir. Bendigan a Dios, que obra con sabiduría, bondad y justicia en todas las cosas. El no priva de estos dones a quienes caminan en la inocencia y en rectitud de intención. El Sr. de la Piardière me ha prometido escribir a Mons. de Grenoble, para ofrecerle toda clase de satisfacciones y hacerle patente la fidelidad de las promesas.

            Una persona importante me espera en el recibidor, por lo que debo terminar la presente, quedando siempre, mi muy querida hija, su muy afectuosa y buena madre, Jeanne de Matel

Carta 216. 

Al señor de Priésac.

            Señor mío:

            Le estoy tan agradecida por tantos favores como caracteres hay en su obra, en la que expone en tan bella trayectoria los privilegios de la Virgen, al grado que la hace aparecer incomparable tanto en sus expresiones como en sus ideas.

            Lo que ella es para Dios, lo es Usted para ella, el espejo sin tacha. En medio de tantos atractivos sin par, entre tantas maravillas, esta luz eterna no puede representar a Dios en sus perfecciones, sino descubriendo las suyas propias, y las claridades que Usted reparte en todas sus páginas no la muestran en todo su esplendor sino reflejando el fulgor de su genio, el cual se traduce en un estilo profundo sin oscuridad, elevado pero no inflado, extendido sin desbordarse, ordenado sin justeza, libre sin negligencia, dulce sin empalago, vigoroso sin austeridad, majestuoso y familiar, impetuoso y moderado, elegante y modesto, y a la altura de quien desee penetrar en él.

            He aquí al teólogo en el hombre de Estado, la sutilidad del Doctor en la madurez del consejero, el digno oráculo que no depende de los concilios ni de los senados. Y lo que más me encantó: la piedad unida al estudio, todo el calor de la devoción al abrigo de las luces de la ciencia; toda la ternura de sus afectos unida a la fuerza de sus especulaciones.

            Ahora bien, si el placer indecible que me proporcionó esta lectura me precipitó en la pena de encontrarme al final demasiado pronto, le conjuro, Señor, a no diferir el consuelo que espero del segundo volumen. Dará Usted contento a una infinidad de ojos que están ávidos de contemplar las elevaciones de un astro de tal magnitud hacia su oriente, y si su adquisición estará al alcance del público, sentiré mucha más satisfacción en lo particular, al verle acogido con un aplauso universal, lo cual reforzará los deseos singulares con que desea honrar a Usted, Señor, su muy humilde y obediente hija en Nuestro Señor. J. de Matel

 Carta 217. 

29 de Junio de 1650. Al Prior Bernardon.

            Señor mío:

            El Apóstol cuya fiesta celebramos, dijo que la caridad es benigna, que no se deja llevar por pasiones desordenadas, y que nuestra modestia debe ser patente a todas las personas, puesto que el Señor está cerca.

            Tengo necesidad de su divina presencia y de su gracia para leer la carta que su primo, el Sr. Combet, puso en mis propias manos, y a quien informé no haber recibido las dos cartas que dice Usted haberme escrito el 10 y el último de mayo. Le pedí fuera al correo para informarse si no estarían rezagadas, pues el 12 de mayo la Sra. de la Piardière dejó este valle de lágrimas para ir a recibir la corona por las obras de caridad que tan generosamente practicó ante la edificación de todo París. El señor ha tenido necesidad de consuelo, y aunque había otras personas más capaces de este oficio, quiso el recibirlo de mí, ya que, durante su enfermedad, la difunta pidió que solamente yo estuviese a su lado, hasta que exhaló el último suspiro. Yo me sentí obligada a acceder a los deseos del uno y de la otra, pero durante esos días nadie me trajo carta de Usted.

            Estando ya de regreso a nuestro monasterio, pregunté a nuestras hermanas si habían recibido cartas de Lyon. Ellas respondieron: Ninguna, por lo que pensé: El Sr. Prior ha tenido su consulta conforme lo deseaba, se ocupa de sus asuntos y teme perder el tiempo escribiéndome. Mis pensamientos no eran de paz y de dulzura; la lectura de la suya los hubiera modificado, si no estuviera segura de que era y soy inocente de todo lo que Usted me acusa.

            Sus intereses me son más caros que los de cualquier otra persona, y aun me atrevo a decir que los míos propios. Cuando el Verbo Encarnado tomó el vinagre, dijo que todo había terminado. Pero yo sigo deseando servir a Usted por amor a él, y porque le respeto y honro. Tenga la bondad de enviarme el informe y la dirección del Sr. Combet.

            Aquella que le escribió cuando Usted estuvo enfermo diciendo, en la liberalidad de su corazón, que emplearía mil escudos para obtener su curación, no se quejará al presente por gastar únicamente diez soles. Ella es, Señor mío, su muy humilde servidora. Jeanne de Matel

Carta 218. 

de julio, 1650. A la Hermana Elisabeth del Calvario Gerin, en Grenoble.

            Mi muy querida y amada hija:

            Como respuesta a sus dos últimas y largas cartas, que tanto me alegraron, le envío unas cuántas líneas por encontrarme mal de un ojo. No podrá medir por ellas la amplitud del afecto que el Verbo Encarnado, nuestro amor, ha puesto en mi corazón por el suyo, que me es tan fiel, y del cual puedo ver claramente que el Espíritu Santo ha hecho la elección. Todas las cartas que Usted me dirige me confirman en este sentir.

            Hago todo lo posible por agilizar los asuntos del Sr. de la Piardière, a fin de apresurar mi viaje para gloria de mi esposo y consuelo de mis buenas hijas. Los que no aman al Verbo Encarnado son muy castigados por el anatema de san Pablo, sin que yo se lo desee. El me prometió, estando todavía en casa de mi padre, que todos los que le verían en mí llegarían a amarle. Pídale que no me haga indigna de esta preciosa promesa; busque siempre estímulos eficaces para animar a todas sus esposas a serle fieles. No permita que amen ellas cosa alguna sino con él, y si no es por él y en él. El es celoso, y su celo es más duro que el infierno; sus lámparas son todas de fuego y llamas. Lo que no sea Dios, debe ser como nada para las hijas de su Orden. El habla del amor que ellas deben tener hacia él por medio de Isaías, quien, refiriéndose a su gloria, dice que él no la concederá, ni la cederá, ni la dará a ningún otro.

            Quien tiene a Dios, lo tiene todo. Nuestras reglas y constituciones no nos obligan a austeridades que otras practican, sino a amar con mayor perfección que todas las demás al Verbo Encarnado, mediante la profesión especial que hacemos de seguirlo, honrarlo y adorarlo en espíritu y en verdad. No permita ninguna parcialidad, ningún apego, ninguna singularidad. En la Iglesia naciente, no eran todos sino un solo corazón y una sola alma, perseverando en la oración. Ámense las unas a las otras con santo amor. Que cada una de mis hijas pueda decir en verdad: Soy toda de mi amado, y él es todo mío. El se apacienta entre los lirios de la pureza, cuya intención me ha dado para complacer sólo a él y a ningún otro; que cada una tenga en el corazón y en la boca estas palabras de santa  Inés: Retírate de mí, objeto de muerte, porque ya pertenezco a otro amado. Puso un signo sobre mi rostro, para que no conozca otro amor sino el suyo. Me entrego a él con todo mi fervor. El anillo de su fidelidad me ha exaltado. Haga explicar estas palabras de la santa por el P. Bragant, su confesor, a quien saludo en el corazón de nuestro Todo, esperando hacerlo de viva voz. No he olvidado la ayuda de Nuestro Señor hacia todas mis buenas hijas en su aflicción, ni el consejo que me dio mediante la pluma de aquella que, habiendo sido Benoní, ha merecido ser Benjamín. Ámenla y también a todas las demás.

            El Sr. de la Piardière les enviará en el primer ordinario los 50 escudos que les remití después del despacho de las 500L. Manden hacer las cosas más necesarias para la utilidad común, por dentro y por fuera. No hace falta poner a prueba la paciencia de quienes vienen a verlas, exponiéndoles al frío, al calor, a la lluvia y a la nieve. Aunque David pidió a Dios le librara de estas necesidades, no pudo verse totalmente privado de ellas; son las miserias de esta vida, que nos deben humillar.

            Observen las Constituciones en todo lo que se refiere a la perfección del espíritu; por lo que respecta a las cosas que abundan, sean discretas como lo fue san Pablo, quien dijo que sabía bien lo que debía hacer en la abundancia y en la privación: la prudencia es una virtud que rige y armoniza a todas las demás; la perfección está muy lejos de la avaricia y el despilfarro. Sea buena ecónoma; la que está bajo su responsabilidad debe considerar que administra los bienes del Verbo Encarnado, quien mandó a sus apóstoles recoger los restos de los cinco panes de cebada y los dos peces milagrosos que saciaron a cinco mil hombres, sin contar a las mujeres ni a los niños pequeños. Los apóstoles obedecieron a su maestro y llenaron doce canastos, que coincidían con su número, lo cual no deja de ser un misterio. Si somos verdaderamente obedientes a su divina voluntad, y por tanto, buenas ecónomas de los bienes espirituales y temporales que el Verbo Encarnado nos confía, seremos saciadas de sus bienes temporales y eternos, y de él mismo cuando se nos aparezca en su gloria. Al serle fieles en lo poco, nos constituirá en lo mucho, invitándonos a entrar en su gozo, lo cual espero de su bondad, a la que pido la bendición de gracia y de gloria. Es el deseo que formulo para todas ustedes, mi muy querida y bien amada hija, su afma. y buena Madre, Jeanne de Matel

Carta 219. 

París, 1650. Al Prior Bernardon.

            Señor mío:

            El Sr. Consejero Jannoray me envió con toda fidelidad su paquete; entregué al mismo tiempo la carta escrita por Usted al Sr. de la Piardière, cuyo fervor conoció Usted durante su estancia en París.

            El no ha fallado; la luz del justo crece hasta llegar a la plenitud del medio día. Ni él ni yo no hemos omitido cosa alguna para poder ver a Usted a nuestro lado, pero estos deseos no siempre se cumplen. La solicitud que tiene para aliviar a su Señor padre y a su Señora madre, nos prohíben quejarnos de Usted con Usted mismo, a causa del afecto sincero que no nos permite ocultar a Usted un secreto escondido a todos, con excepción de su hermano el prior, y es que, al privarme la divina Providencia de mi prior, me ha consolado en la pena común del fallecimiento de la Sra. de la Piardière, su esposa, concediéndole aspirar al carácter sacerdotal.

            Para no retardar un gran bien para la gloria de este Dios de bondad, y por su santificación, el Sr. Prior de Loches, hermano suyo, redactó un extra tempora para enviarlo a Roma, a fin de que pueda celebrar con prontitud los sacrosantos misterios, e introducir a un hijo sagrado en lugar de aquel por el cual Usted y yo hemos ofrecido a Dios suspiros y lágrimas.

Podría decir espiritual y místicamente lo que Eva dijo corporal y literalmente: Dios me ha otorgado otro descendiente en lugar de Abel (Gn_4_25), a quien el primer homicida, que es el demonio, privó de la vida y la luz espiritual, según lo que me dijo Usted por escrito, y que aquellos a quienes pedí lo vieran, temen y se alarman por aquel que no aceptó ni quiere reconocer su pérdida. Temo que cuando busque al Verbo Encarnado, le repita él lo que dijo a los judíos, ya que no lo reconoció cuando estaba presto a favorecerle. Una madre que ama, llora sin cesar en todo tiempo, como Raquel, de quien se dijo: Es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse porque ya no existen (Jr_31_15).

            El Sr. Jannoray tiene un hijo que posee grandes cualidades. Debe apreciarlo mucho, pues lleva en él todo lo que puede complacer a Dios y a los hombres: la virtud, la ciencia, la urbanidad perfecta y ama a Dios como es debido. Se le puede decir: Leche y miel debajo de tu lengua (Ct_4_11). Su conversación es amena y dice la santa misa con una gran devoción. Dejo a Usted juzgar si aquella, que según Usted no se puede contener ni forzar sus inclinaciones, no se siente feliz de poder contar con una persona tan íntegra para la gloria del Verbo Encarnado tanto para su perfección como para la de sus hijas.

            Si aquel a quien le nombro al comienzo de mi carta no se hubiera ofrecido con una caridad inexplicable a su madre, a sus hermanas y a toda la Orden, ha conservado los sentimientos de estima hacia Usted, los cuales no le son desconocidos. El me prometió acompañarme en el viaje de Lyon a Grenoble; veremos qué se puede hacer para sostener la congregación de Lyon. El fuego no ha calentado la sangre ni la cabeza de la cocinera del monasterio de París, ni quema ella tanta leña y carbón; alimenta a la comunidad de tal manera, que en París no hay ninguna otra que tenga mejor salud, ni se encuentre en mejor forma que las hijas del Verbo Encarnado

En cuanto a sus asuntos, los activaré y haré que se agilicen más que los míos, porque no cambio ni cambiaré. J. de Matel

 Carta 220. 

26 de julio, 1650. A la Señora de Beauvais.

            Señora:

            Sus intereses temporales y espirituales han llegado a ser también míos. He suplicado al Verbo Encarnado de quien todos los buenos consejos proceden, le inspire en este asunto, y en cualquier otro, su divina voluntad para su gloria y por su salvación.

            La he ofrecido a su divino Padre en la santa comunión, a la que nos acercamos mis hijas y yo con la más grande confianza que su bondad nos ha concedido, sabiendo que él es en el cielo un espejo voluntario, y un oráculo libre en la tierra, al imitar a su santa madre cuando ella le hizo notar en las bodas de Caná que el vino faltaba.

            Obre, Señora, según la luz que él le dará. Nosotras continuaremos orando por esta intención, pidiéndole que la transforme según su corazón divino, en el que soy y seré sin reserva, Señora, su muy humilde y obediente servidora en Jesús. J. de Matel

 Carta 221.

 18 de agosto, 1650. A la Madre Margarita, en Aviñón.

            Mi muy querida Hija,

            Que el Espíritu Santo, que da testimonio en nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, sea nuestra seguridad y nuestro todo, es mi muy cordial y maternal saludo.

            Este Espíritu se complace con las almas que viven con sencillez y que tienen su confianza puesta en él. Está cerca de quienes lo invocan en la verdad. Las amenazas de la visita de un padre, que se han hecho a las hermanas, no debe afligirlas si cumplen fielmente su deber. Dios ha librado en muchas ocasiones a su Madre del foso de la lengua y de los labios que practican la mentira. Yo sé que Uds. tienen enemigos visibles e invisibles. No teman cosa alguna si están bien unidas al Verbo Encarnado nuestro amor, el cual, después de existir durante la eternidad como la imagen del Dios invisible, aceptó, al llegar la plenitud de los tiempos, tomar nuestra condición y hacerse Verbo Encarnado, hombre visible, para habitar con nosotros y será nuestro Emmanuel. Quien tiene a Dios, lo tiene todo.

            Le envío la copia cotejada que me pide. La Sra. de la Rocheguyon no deja de afirmar que puso la bula de París en manos del Sr. de Langlade para que la entregase a Uds., poco tiempo antes de mi venida a París. El vicario mayor de Mons. de Metz, Abad de san Germán, y muy digno superior de las Hijas del Verbo Encarnado, no demuestra desconfianza alguna hacia su Madre; a quien confía de corazón la dirección de sus hijas, de las cuales diez han recibido el velo y viven unidas de manera que no son sino un corazón y un alma.

            No quiero menos a mis hijas de Aviñón que a las de París; las de Grenoble gozan de una paz que sobrepasa todo sentimiento. Si leyera Usted las cartas que me escriben, exclamaría: ¡Feliz el pueblo que habita en la alegría!

            Deseo a todas este santo gozo; quisiera partir mañana mismo para decirles de viva voz que soy mi muy querida hija, su humilde y buena madre, Jeanne de Matel

            De nuestro Monasterio del Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento.

Carta 222. 

12 de septiembre, 1650. A la Madre Margarita en Aviñón

            Mi muy querida hija:

            Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado.

            Hace unos días que el Reverendo Padre Carré vino a mostrarme una carta donde el secretario del Sr. Arzobispo de Aviñón le dice que dicho Señor llevó a cabo un negocio para mis hijas del Verbo Encarnado de Aviñón, el cual les aportará 1,500 libras. Díganme de qué se trata, pues él no me lo especificó. He pedido al mencionado padre le haga presente mi humildísimo agradecimiento. He solicitado su asunto, sobre el que Usted me escribió hace cerca de un año; seguiré insistiendo en ello. Se trata de un prelado que vive santamente. No deben temer su visita; podría él repetirles las palabras que Samuel dirigió al pueblo de Belén.

            Le envío la carta que la comunidad de Grenoble escribió a la Sra. de Revel, después de haber tenido la elección. Adjunto una que la superiora le escribió, que me trajo ella misma esta mañana. Por ella podrá darse cuenta de la situación en que mi hija Teresa las dejó, y las grandes deudas que contrajo después de haber cargado al monasterio con 13 jóvenes con dote de hermanas conversas, cuyo importe gastó en buena parte. Pocos días después de su salida, el día siguiente a la Ascensión, les envié 500L, y 150L más al cabo de un mes. Ellas me urgen y hacen que se me insista en apresurar mi viaje. No existe urgencia más imperiosa que el amor materno que profeso hacia todas mis hijas; si París no estuviera rodeado de enemigos que están casi a nuestra puerta, saldría al instante.

            No pudiendo hacer lo anterior, entregué, alrededor de las cinco, 3,400L al Sr. de la Piardière para hacerlas llegar a Grenoble al Sr. Lessain, quien confiscó la caballeriza y el jardín, como podrá enterarse por la carta adjunta. En la que me dirigió, anotó ella cerca de 700L de deudas. Si su prima me hubiera obedecido hace cuatro años, podría cantar victoria, contaría con varias hermanas de Langeac, y el monasterio de Grenoble no sería la irrisión de toda una provincia; tampoco existiría el rumor de que las hijas del Verbo Encarnado están a la venta en subasta. Mi querida hija, tengo muchas más cosas que decirle que no es posible poner por escrito. Si hubiese tomado el velo, el monasterio de París habría sido destruido, junto con otros ocho, al cabo de cuatro años; la casa de Lyon habría sido vendida y Grenoble nos abrumaría de confusión. ¡Y Usted y yo amamos tanto al Verbo Encarnado! Es mi humillación verme privada de la dicha que he querido darles.

            Pero la gloria de mis hijas consiste en tener una madre que sufre más de hecho, que aquella que desearía ver reinar a su hijo, a pesar de que ello costase la vida de él. Si las tuviera, daría yo diez mil vidas por todas mis hijas. Salude a todas mis hijas de Aviñón. Soy de Usted, y de todas, mi queridísima hija, su afma. y buena Madre, Jeanne de Matel

Carta 223. 

París, 6 de diciembre de 1650. A Sor Ana Colombe

            Muy honorable hermana:

            Un saludo muy humilde en el amor del Verbo Encarnado.

            Nuestra Reverenda Madre le habría escrito, pero está muy mal de los ojos, y me ha ordenado hacerlo para expresarle su pena por la aflicción que recibió Usted de la Hna. Alejandra. Ella no puede creer que haya sido falta de Usted; más bien que la Hna. Claudia quiso imponer a su espíritu su devoción, que dista de ser perfecta, pues no conduce a la obediencia y a la sumisión.

            Por lo que se refiere a Sor Catalina Obert, quien ha mandado decir a nuestra Reverenda Madre Fundadora que la Señorita Ferrotin la necesitaba en Provenza, ella le permite ir, que Sor Claudia tome las clases para instruir a las pensionistas, y que Sor María Chaud vaya a la cocina y, después de comer, se ocupe de las provisiones. Nos sorprende mucho que se sientan tan mortificadas. Nuestra Reverenda Madre se molesta en hacer la comida de las 18 personas que somos, sin permitir que alguien le ayude, lo cual nos apena mucho.

            Ella la saluda y le manda tener paciencia. Dios le hará gozar en cualquier momento lo que tanto desea tener. Nuestra comunidad la saluda, así como a todas nuestras hermanas, de las que soy, como de Usted, mi muy honorable hermana, su muy humilde hermana, servidora en Jesús. Sor Elías de la Cruz, Religiosa indigna del Verbo Encarnado

            De nuestro monasterio del Verbo Encarnado y del Smo. Sacramento.

Carta 224. 

París, 28 de abril, 1651. A Monseñor de Ville.

            Monseñor:

            La mañana en que tuve que ocuparme de una procuración, recibí la carta de mi querida hija Colombe, por la que me enteré que su bondad había retirado mis papeles y nuestra bula.

            Su humilde modestia, Monseñor, no me hubiera impedido decirle, después de un millón de agradecimientos, que Usted es en la tierra el incomparable amigo y el más considerado que conozco. Ni el transcurso del tiempo, ni el alejamiento del lugar enfriarían, retardarían o disminuirían su caritativa solicitud

            El celo por las casas del Verbo Encarnado es siempre muy ardiente en su buen corazón. Así como el Verbo que sale de lo alto nos ha visitado por las entrañas de su divina misericordia, Usted nos hace mil favores por las de su caridad. Sufra, Monseñor, que le diga que al imitarlo, ninguna persona puede ocultar su ardiente fervor. De la abundancia de mi corazón hablan mi boca y mi pluma.

            Si el alma está más en aquello que ama que en lo que ella anima, yo estoy más en Lyon que en París, donde se encuentra forzosamente el cuerpo que yo animo. Hago lo posible para disponer los espíritus que se oponen a mi viaje, a fin de apresurarlo, y repito con David: Con mi Dios escalo la muralla (2S_22_30). Pido a Usted además sus sacrificios eucarísticos y fervientes oraciones, a fin de que haga yo todas las voluntades de Dios, y que me modele según su corazón divino. Es en El que soy y seré, con respeto.  A Monseñor de Ville, vicario sustituto y oficial de Lyon.

 Carta 225. 

A la Madre Margarita Gibalin, Superiora de Aviñón.

            Mi queridísima hermana:

            Que Jesús sea nuestro todo, es mi saludo afectuoso.

            He utilizado un poco de mi sangre para escribir, pues carecía de tinta para ello. Alabo a Dios porque se ha curado. Siento compasión hacia nuestra Madre de Santo Domingo. Salúdela de mi parte, así como a las otras dos. Me sigo sintiendo bastante mal, pues me han dado ya remedios muy fuertes. ¡Es una pena! ¿Hacía falta resolverme a comer carne durante la Cuaresma, después de haberme privado de ella durante cuarenta años? Pida a Dios que practique la abstinencia del pecado y que me conforme a su divina voluntad.

            Dé mis saludos al Sr. teólogo, a quien pido entregue las cartas que he escrito a la Señorita y a la Sra. Es todo lo que he podido hacer a mano. Escribiré cuando pueda al Sr. Cura de La-Ville-Evêque. Me encomiendo a sus santas oraciones, quedando toda suya en Jesús. Jeanne de Matel.

Haga entregar las cartas en la propia mano del Reverendo Padre Carré, por conducto del Sr. teólogo, después de haberlas leído Usted, ciérrelas de nuevo antes de mandarlas.

Carta 226.

 20 de septiembre, 1651. A la Madre Elisabeth del Calvario Gerin.

            Mi muy querida hija:

            Los santos inocentes fueron ahogados en su propia sangre a causa de la crueldad del rey que deseaba la vida del Verbo Encarnado. Fueron éstas las primeras flores que la Iglesia presentó al divino Padre para reconocer el favor que nos hizo al darnos la flor de los campos y el lirio de los valles.

            San Juan dijo que este Verbo Encarnado vino a nosotros por el agua, por la sangre y por el espíritu, y que estos tres no son sino uno. Aunque vertiéramos toda nuestra sangre, y que el diluvio nos hubiera devorado, si no llevamos en nosotras el amor que es el Espíritu Santo, que derrama en nosotros la caridad, ni todos nuestros sufrimientos juntos serían capaces de merecernos la gloria. La caridad es paciente, todo lo sufre, no murmura. La paciencia es una obra perfecta. La verdad eterna nos dice que en nuestra paciencia poseeremos nuestras almas.

            Usted se hizo nombrar Sor del Calvario; debe ser, por tanto, mi hija de la Cruz y repetir con san Andrés: O buena Cruz que me lleva a poseer al Crucificado, porque fuiste felizmente obligada a llevarlo en su divino misterio. Santa Clara no recibió favor más grande, aunque haya sido más santa y pobre que Usted Los sarracenos no hubieran podido encontrar provisiones que tomar, porque ella practicaba, junto con sus hijas, la regla de san Francisco, y abrazó la admirable pobreza del Verbo Encarnado, nuestro amor, quien nos dice que los pájaros tienen sus nidos y los zorros sus guaridas, pero que el Hijo del Hombre no tiene dónde reposar su cabeza.

            El ha deseado descansar sobre nuestro pecho, y traspasar dulcemente nuestros corazones con sus amorosas espinas. Es necesario que seamos lirios entre las espinas. Esto que digo a Usted lo digo a todas mis hijas, a las que abrazo en medio de sus aflicciones. Una madre no puede olvidar a sus entrañas, a las que ama más de lo que puede expresar.

            Es este amor el que me urge a enviarles 500L que recibí con gran dificultad, pues nadie quiere pagar en este tiempo de guerra y de completa miseria. Que Dios nos preserve de la del pecado, y nos llene de las riquezas de su gracia; es lo que les desea, mi muy querida hija, su buena Madre.          Jeanne de Matel

Carta 227.

 A las Religiosas de Grenoble

            Mis muy queridas hijas:

            Escribí dos cartas, una que iba dirigida a mi queridísima hija del Calvario, y la otra a toda la comunidad. La última es del día de san Dionisio. Volveré a enviarles la copia en otro correo ordinario. Es más extensa que la presente, y les expresa mi dolor, que me impide el pensamiento y la palabra, al ver el extremo en que me dicen se encuentra mi hija del Calvario. Mi corazón dice a Dios sus penas, y mi rostro cubierto de lágrimas lo busca en el lecho de mi aflicción.

            La guerra me ha impedido enviarles el dinero que solicitaron en varias ocasiones. Lo piden a una madre que no puede recibirlo por ahora. He pedido a nuestro confesor lo exija a mis deudores, hasta que lo reciba podré enviárselos. Haré todo lo posible para que así sea, y rogaré al todopoderoso que sea nuestra fuerza y nuestro consuelo. En él tengo puesta mi confianza. Le encomiendo a mis hijas, a fin de que les conceda su espíritu, que el mundo no puede conocer ni recibir, por estar hundido en la malicia, y por no ser sino vanidad. Es en este espíritu de bondad que soy de todas, con todo el corazón, mis queridísimas hijas, su buena madre.

            Jeanne de Matel

            Estoy, en espíritu doliente, junto al lecho de mis hijas enfermas en Grenoble. Todas las de París se encuentran en perfecta salud.

Carta 228. 

22 de marzo, 1652. A la Madre Margarita Gibalin

            Mis muy queridas hijas:

            La amable santa  Catalina de Suecia, hija de Brígida, la santa enamorada de la Pasión, nos obtenga la unidad de espíritu y el amor al sufrimiento. Sea éste mi cordial y afectuoso saludo.

            Recibí varias de sus cartas, a las que no respondo de mi mano, porque he estado continuamente enferma desde la fiesta de Todos los Santos. Pedí a Sor Gravier las informara por escrito de cómo nuestro Sr. Arzobispo fue inspirado, en cuatro distintas ocasiones, durante la celebración eucarística, a establecer el Monasterio de Lyon y a testimoniarme, de viva voz y por escrito, todas las bondades que un dignísimo prelado puede manifestar a una de sus ovejas, la más pequeña de todas, que cree y espera todo del gran Pastor de nuestras almas, sin obligarme a tomar el santo hábito, que he anhelado tan apasionadamente desde antes de conocerlas. El P. Gibalin habrá podido exponerles las razones que me privan de esta felicidad, hasta que el Verbo Encarnado, nuestro amor, haga llegar el feliz momento de tal dicha.

            Agradezco mucho a todas la bonita colección hecha con bolillos que me enviaron, así como sus otros regalitos. Todo está perfectamente trabajado, pero me satisfaría sin comparación el poder ver y abrazar a mis queridísimas hijas, artífices de esta hermosa obra. Los bellos y prodigiosos frutos que fueron llevados de la tierra de promisión redoblaron el deseo de los hijos de Israel de entrar en ella, y vencer todos los obstáculos que les impedían su entera posesión.

            Ruego a aquél que bendijo en Abraham, Isaac y Jacob a todos los elegidos, que nos bendiga a todas en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro todo, y que este divino Verbo hecho carne las bendiga en el mío, abrasado de amor por ustedes. Soy, mis queridísimas hijas, su buena Madre en Jesucristo.   Jeanne de Matel

            Sor Catalina y Sor Gravier las saludan muy cordialmente y se encomiendan a las santas oraciones de todas, como lo hace su buena Madre.

Carta 229. 

18 de abril, 1652. AL Reverendo Padre Dom Jacques de santa Barbe en Paris

            Mi Reverendo Padre:

            La experiencia que el cordial amigo tiene de semejantes gracias y la santa curación que su Reverencia recibió de Aquel que está a la cabeza de los hombres y de los ángeles, confirmará a Usted en los sentimientos de agradecimiento que siente hacia este divino bienhechor.

            La cocinera envía un millón de saludos en el corazón del que se hizo nuestro alimento y nuestra bebida. El viñador enlodado es el emisario que se encarga, todas las tardes, de todos los pecados del mundo, el admirable leproso que dio gloria al Dios que lo quiso sanar; es en el corazón de su Madre Virgen que soy, más de lo que puedo expresarle, muy Reverendo Padre su muy humilde y muy obediente servidora en Jesús. J. de Matel

            De nuestro Monasterio del Verbo Encarnado y del Smo. Sacramento.

Carta 230. 

Al Canciller Séguier.

            Monseñor:

            Habiéndome protestado siempre que su paternal bondad participa en todos mis intereses, y que desea ayudarme en mis limitaciones, deseo expresarle mi agradecimiento y atreverme a pedirle que favorezca, en la asamblea de los señores prelados, la recepción del Sr. Habert, hermano del Abad de Cérisy[Germain Habert], a quien debo infinidad de favores.

            Su piedad, sus méritos y la capacidad de M. su hermano me hacen esperar que Usted concederá no solamente su aprobación, sino que empleará su elocuencia para alabar la elección que hizo el cielo de una persona que será del agrado de todos.

            Confía en que así será, Monseñor, su muy humilde

Carta 231.

 A la Superiora de Grenoble

            Mi muy querida hija:

            ¡Que en estos santos días podamos recibir el amor del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo!

            Le escribí el último domingo al salir de la santa comunión. Pondere bien todo lo que le dije después de un largo silencio. Recibí después la suya en la que me informa que el Abad de la Coste ha hecho esperar a los padres de la que pide el pequeño hábito, para concedérselo el domingo, omitiendo el contrato. Este es mi sentir. Me dice Usted que difiere del suyo, que no debe ser discrepar, puesto que es mejor esperar a que la niña llegue a la edad de ser religiosa, por las razones que Usted menciona. Los obedientes cantarán victoria.

            La que ha escrito a la Sra. de Revel, por orden mía, no debe tener el poder que dicha dama parece temer. Si ella le ha escrito, o hace que se le escriban algunas otras cartas, debe Usted devolvérmelas con tanta fidelidad como sencillez. El Santo Espíritu ama más a su única paloma que a las sesenta reinas y a las ochenta concubinas: todas las jóvenes sin nombre que se mencionan en Cantar, 3. Espero que la cizaña que un enemigo sembró durante la noche sea echada fuera, y que la verdadera semilla aparezca el día que la Providencia ha destinado para recoger el buen grano.

            He conservado siempre mi estimación hacia aquél que me obliga al protegerla a Usted; si hubiese podido o debido hacer lo que él espera, lo habría hecho y previsto movida por el respeto que siento hacia él.

            El Verbo Encarnado dijo, después de su resurrección, que todo poder le había sido dado en el cielo y en la tierra. Su favorito le reconoció ¡Es el Señor! san Pedro, que era la cabeza de la Iglesia, estando desnudo, se revistió de su túnica y se arrojó al mar: Simón, que quiere decir obediente, creyó que su maestro lo instruía en su voluntad por medio de san Juan. Hija mía, quien tiene oídos, escucha. El Reverendo Padre superior los tiene. Me encomiendo a sus celebraciones del santo sacrificio; no he tenido tiempo para pasar en limpio esta carta. Hágalo Usted, así como la del domingo, y recen todas, de corazón, por su buena Madre. Jeanne de Matel

Carta 232.

 París, 7 de mayo, 1652. A las Religiosas de Grenoble.

            Mis muy queridas hijas:

            Les envío dos cartas en lugar de una, porque la Sra. Marquesa de Toussi ha querido obligarme, de buen grado, a escribir en la otra página después de que la Sra. de Bonnelle, hija suya, escribió a favor de Uds. Si la Sra. Mariscala de Lamothe se hubiera encontrado a su lado, habrían recibido Uds. tres cartas; tanta es la amabilidad de estas damas. Ellas aseguran que el señor intendente hará lo que le han pedido con tanta confianza como cortesía.

            Les envío la carta abierta; Uds. la cerrarán y la enviarán, testimoniándole su gran reconocimiento hacia estas señoras y hacia él mismo, así como las oraciones que elevan por la prosperidad de todos ellos.

Estoy segura de que no se olvidan de pedir por las comunidades religiosas que han sido obligadas a entrar a la ciudad. La nuestra se cuenta en ese número. Estoy escribiendo de casa del Sr. de la Piardière, quien envía saludos a todas por mi medio, el cual les dice que soy, mis muy queridas hijas, su buena Madre. Jeanne de Matel

Carta 233. 

París, 2 de octubre, 1652. A las religiosas de Aviñón.

            Alabado sea el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

            Pido a aquel que envió visiblemente a san Dionisio para la salvación eterna de Francia, vuelva a enviarlo invisiblemente, para procurarnos la paz. La guerra devasta París y todos los lugares circunvecinos. Todo se ha encarecido, y la totalidad de las rentas producto de las entradas del vino, ha dejado de pagarse en París. Con esto sostenía mi monasterio de París, y aparte enviaba algo a Grenoble. Además, esas entradas me ayudaban a hacer la caridad después de haber pagado mis deudas. Por ahora debo frenar mi celo, pues he dejado de percibir mis rentas.

            El Sr. de la Piardière no se encuentra en París. La guerra y los enormes gastos a los que tendría que enfrentarse para vivir lo detuvieron en Touraine junto con su familia.

            Necesitamos por ahora un sacerdote para celebrar la santa Misa pero no gratis como ustedes, pues le pago y sostengo a mis religiosas. Solamente a una le pagan su pensión. Los familiares de todas las demás no pagan lo que deben, diciendo que a ellos tampoco se les paga. Consideren qué puedo hacer teniendo a diecinueve personas. La Sra. de Revel se quedó sin palabras al ver la carga que llevo. Sugieren ustedes que les permita admitir jóvenes por 400 escudos. No les prometo alimentarlas, ni enviarles algo si no recibo mis rentas.

            Los días son malos. Sean prudentes, y vean que el deseo de tener más religiosas las hace emprender algo que más tarde sería insostenible. ¿Qué piensan hacer de tantos muebles? No tengo sino ocho profesas en París. No percibo las pensiones de Sor María del Espíritu Santo, de Sor de la Pasión, de Sor de la Cruz, ni de Sor Seráfica, que son profesas. Tampoco de Gravier ni de Constanza. Vean que, de mis ocho profesas, hay cuatro que no tienen nada. Si las abandonara, no recibirían un solo centavo; no cuentan con nadie desde que las traje a París. Gravier me debe ocho años y Constanza tres. De las otras cuatro profesas una sola ha pagado su pensión; las otras tres deben dos años, y algunas pensionistas los seis años enteros, sin contar cinco mil libras que ignoro si alguna vez recibiré al menos en parte, y tantas otras pérdidas que no puedo especificar.

            Las aspirantes no serán recibidas si no tienen de qué vivir en estos tiempos tan duros. Hemos visto muchos monasterios en la quiebra, que tal vez nunca saldrán a flote. El ejemplo nos debe hacer prudentes. Las considero, pero no puedo abandonar a las que tengo en París. Ustedes saben que el objeto mueve a obrar; la necesidad que está ante nuestros ojos nos presiona más que la que nos parece más lejana. El privar a unas de lo que les es necesario no sería suficiente para ustedes, y ellas seguirían en necesidad.

            Pidan a Dios que nos conceda la paz, y reine en los corazones. Después de esto, podré socorrerlas caritativamente. En esta caridad estoy con ustedes, mis muy queridas hijas....

Carta 234. 

23 de diciembre, 1652. Al Reverendo Padre Dom Jacques, Cartujo

            Muy querido y reverendo Padre:

            El sabio dice que recibió todos los bienes junto con la sabiduría. Debo agradecer al Verbo Encarnado, que es la sabiduría eterna de todas las gracias que me ha concedido todos los días, pero en particular por las que me hace, haciéndome presente el celo que su caridad tiene por las almas que son todas de él por todos los títulos.

Mi querido Padre, él es bueno, es la bondad infinita cuya madre, que es también la nuestra, distribuye con generosidad sus tesoros. ¡Cuántos favores nos han concedido este Hijo y esta Madre incomparables desde que Usted partió! Sin embargo, no correspondemos a tanta prodigalidad. El espíritu suyo ilumina. Según sé, el apóstol dijo grandes verdades como esa de que todos buscan sus intereses y no el de este Verbo hecho carne. Le agradezco que su Reverencia no esté en esta regla general, y que en su soledad procure únicamente la gloria de Dios, y la de su dignísima Madre.

            El Sr. de la Piardière no ha regresado. Ha adelantado mucho los negocios que tenía en Touraine. Espero que, al terminarlos, se dirija al Barrio de san Germán, al pequeño recibidor donde Usted le conoció como el amigo más constante que jamás he tenido. El verá a la Reverenda Madre Gerin en cuanto llegue a París. Aún no le mando sus barriles, esperando un transporte adecuado, porque el correo no los llevaría.

            Doy a Usted las gracias por él y por mí, que estoy encantada ante las maravillas que Dios obra por los méritos de su fiel servidor, a quien su santa  Madre ha dado un imperio casi universal, obligando a los demonios a confesar su poder, que viene de la gracia y de sus méritos. La curación de hombres y animales, las profecías de diversos acontecimientos, son señales de que él es de aquellos de los que habla el rey-profeta: Dios honra grandemente a sus amigos. Ruegue al Dios que le ama, que yo le sea fiel.

            Las miserias comunes afligen a los buenos corazones y los animan a prolongar sus gemidos cerca de la Madre de las misericordias. Sus cartas son admirables y apremiantes. Si la persona deja de sacar provecho de ellas, temo la cólera del cielo, y que Dios no derrame más sobre ella sus dulzuras. Si las montañas las recibieran, las destilarían y repartirían por los valles. Usted dice mejor que yo estas palabras del salmo 71.

Ruego al Verbo Encarnado que sea el maestro de todos los corazones, mediante las oraciones de su Santísima Madre, que es la Madre del amor hermoso. Que ella las abrase de sus vivas llamas, y que todos los actos de piedad que produce su fervor en el cielo, se conviertan en incendios en la eternidad.

            Son los deseos, mi querido y reverendo padre, de su muy humilde y obediente servidora. Jeanne de Matel

            A la muy digna y reverenda madre Magdalena del Salvador, un millón de saludos cordiales de parte de aquella que la quiere y honra indeciblemente. Saludo a toda esta santa comunidad, encomendándome a sus oraciones.

 Carta 235.

 16 de enero, 1653. Al señor obispo de Condom

            Monseñor:

            Aquel que mandó a san Juan escribir: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor, me concede el atrevimiento de dirigirle estas líneas para decirle, Monseñor, que después de haber oído una misa pregunté a nuestra Madre si se conformaba con la voluntad de Dios en esta aflicción, como en otras que él le ha enviado. Comprobé que lo hace con toda generosidad, mostrando el agradecimiento que tenía al buen P. Carré cuya memoria le es tan significativa.

            Le pregunté también si Dios le había comunicado algo a la hora de la comunión. Ella me respondió que la había consolado, diciéndole: Mira de qué manera; que su dolor mostraba que su amor era más fuerte que la muerte, que deseaba suavizar su amargura, haciéndola participar en la dulzura que comunicaba al espíritu del P. Carré su elegido, quien pasó por muchas tribulaciones antes de poder entrar en su gloria. Ella misma explicará a Usted todo esto mejor que yo. Nos dijo que vio en un sueño, mientras dormía, un lugar muy extenso en el que había una gran puerta, la cual estaba abierta. Vio también un fuego ardiendo, y reprendió a quienes deseaban ocultarlo bajo la ceniza, pues veía que esto no era del agrado de Dios.

Le dije al respecto, si no recordaba un golpe que alguien dio a su puerta mientras escribía, y que alcanzamos a oír ayer después de comer. Como yo no estaba ocupada, sentí un poco de miedo, pero no quise demostrarlo y distraerla mientras leía lo que había escrito.

            Ruego a Usted Monseñor, no considere importuna a quien viene a suplicarle muy humildemente, de parte de nuestra digna Madre, se sirva honrarla con su amable visita, sobre todo ahora que ella es, por así decir, doblemente su hija. Se estima muy dichosa por tener este privilegio, que aprecia muchísimo y sobre todas las cosas, lo mismo que yo en este momento que me proporciona el medio de suscribirme con todo respeto, Monseñor, su muy humilde y obediente sierva en Jesús. F. Gravier

 Carta 236. 

A Dom Jacques Cartujo.

            Mi Reverendo Padre:

            Le pido mil perdones por haber esperado tanto para contestar sus cartas yo misma; pero lo hice muchas veces con el corazón, utilizando las palabras del rey profeta: Dice de ti mi corazón: Busca su rostro (Sal_27_8).

            Si el cordial amigo estuviera en París, obedecería al oráculo visible, y sería acompañado de aquella que no puede, sin enemistarse con su felicidad eterna, separase del uno y de la otra. Lo haré en la diminuta capilla del Verbo Encarnado, junto con el sacerdote que nos celebra la Eucaristía.

            Desde su partida, lo que escribe Usted a nuestra buena princesa es tan apremiante y piadoso, que un corazón coronado no puede permanecer insensible a la devoción. Las súplicas de los patriarcas y de los profetas siguen resonando con doble fuerza a través de los siglos, para obtener la paz a los hombres. Al fin la obtuvieron; es necesario que el padre de familia y la hija obren como Abraham, quien creyó contra toda esperanza.

            Es en esta fiel esperanza que perseveraré en la oración confiada a los pies del Hijo y de la Madre de gracia y de paz, hasta que gocemos de la que nos desea el apóstol, de la que el gran san Francisco tuvo la mejor parte, que jamás le será quitada. No me arrebate la que, por pura bondad, me ha concedido en una perfecta comunión y comunicación, mediante las cuales nos hacemos uno en la unidad del Padre y del Hijo por el Espíritu Santo, en el que sigo siendo, Mi Reverendo Padre, su muy humilde y obligada hija y servidora, J. de Matel

 Carta 237. 

2 de junio, 1653 - AL Obispo de Condom.

            Monseñor, mi buenísimo Padre en Nuestro Señor:

            Aquel que no tuvo nada más querido que a su Padre, manifestó el ardor de su amor cuando le libró del incendio, como a su único tesoro.

            Aquella que estima y ama el suyo más de lo que puede expresar, muestra el exceso de su amor presentándolo y hasta impulsándolo con el viento de sus suspiros hacia las llamas, y para obrar una antiperístasis, sus ojos vierten ahí, sin cesar, el agua que les conduce a la vida eterna, en el seno del divino Padre, donde mora este único hijo que ha dado él a la humanidad para salvarla él mismo, y que nos habla adorablemente de esta vida divina que es toda luz, así como es toda fuego, diciendo al Padre y a su hija: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas las cosas se os darán por añadidura (Mt_6_33).

            Quien dice todo, no omite cosa alguna. Es el mismo que dice a su hija, cuando ella le ruega por su padre, como si fuera por ella misma: Le respondió: Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia (Mt_3_15).

            Orando y llorando, después de que Dios, su padre vino a hablarle, ella oyó decir a los ciudadanos celestes, testigos de sus lágrimas: Ved cómo le amaba (Jn_11_36). Sus testigos son irreprochables, así como infinita será su gloria. Les pido que el amor de Usted no tenga otro límite que el infinito.

            Es en él que permanezco, después de haber pedido su paternal bendición con profundo respeto y humildad.

Monseñor, buen padre y prelado mío, quiero demostrarle mi respeto, por ser en Nuestro Señor mi padre bueno, su muy humilde y obediente hija y servidora. Jeanne de Matel

Carta 238. 

10 de julio, 1653. Al señor de la Piardière.

Mi muy querido y venerable hijo:

            Si existiera más que el cariño y el respeto para sentirse obligado a llamarse hijo de una buena madre, que jamás los ha exigido, no tiene ella motivo de queja. Sin embargo, teme poder pensar con toda justicia que todo se reduce a honrarla con los labios y la pluma; que el corazón no participa más.

            Por fin puede ella comenzar esta carta como respuesta a la suya, que aguardó durante dos meses. Quien es el que amo, es el amado de mis entrañas (Pr_31_2) No tema que ella se valga del poder de los votos que hizo Usted de servir a la Orden del Verbo Encarnado, que le fueron dados por obediencia, para persuadir a Usted de que sus inclinaciones actuales van en dirección contraria. Ella se refutaría a sí misma, porque la caridad la hace ahondar más en lo que ama, que en lo que ella anima. Si ella no ha persuadido a aquel que decía Usted debía entrar donde deseara, ella no ha podido hacerlo, ni conseguir otro para su monasterio; y debido a razones que atañen a Usted más que a ella, pondrá todo en su conocimiento si logra entrevistarlo en París, donde le esperará hasta que su Sr. Arzobispo se encuentre en disposición de cumplir lo que le ofreció.

            Su gran vicario, que se encuentra en Lyon, me informó hace ya un mes que no espera sino mi presencia para dar el hábito a mis hijas de Lyon, donde varias jóvenes se han presentado, lo cual he diferido, diciéndole que deseaba esperar que Monseñor fuese allá. Hice todo esto para dar a Usted tiempo de volver a París y hablar con Usted personalmente, sin proponerme en manera alguna forzar su libertad, la cual pido al Verbo Encarnado esté en su espíritu.

            El papel no puede decirle lo que no debería Usted ignorar. No encontrará ingenuidad parecida a la de su Madre. Ella no fue humillada sino para ser indeciblemente elevada. No encuentra en ello su contento, puesto que aborrece los aplausos que Lyon, Grenoble, Aviñón, Roanne y muchas personas en París le rinden al presente. No piense que las humillaciones del año pasado la abatieron ni la debilitaron. No, no; ella las considera como sus agradables recreaciones; detesta su estancia en París cuando le faltan ahí las contradicciones; pero después de todos esos platillos, conserva el corazón más grande que el mar. Todas sus aflicciones han pasado como torrentes. El que las probó antes que ella, ha levantado su cabeza. Mil millones de días felices, esperando la eternidad, donde el gran Pastor de nuestras almas reconocerá a sus ovejas fieles. El está sobre todos los demás san  Pedro dirige a Usted las mismas palabras que le dijo a El, y que le escribí al estar en su casa. Guarde mis cartas y recuerde lo que tantas veces le he dicho.

            Todas sus hermanas lo saludan; ellas gustan cuán dulce es el Señor, y lo es al presente hacia aquella que es con todo afecto, a pesar de lo que Usted pueda decir o hacer, mi muy querido y venerado hijo, su buena Madre. J. de Matel

Carta 239.

 A la Hermana Gravier, su secretaria

            Mi muy querida hija:

            Le deseo un año santo, como muy cordial saludo.

No he recibido las cartas del Sr. de St. Just, de Ville Blanchéri, ni del Sr. Conde de St. Jean, del cual ha olvidado Usted el nombre. Si mi memoria fuera tan hábil como la suya, y que no tengo la presencia de espíritu hacia quienes me honran con su amistad, me habría olvidado del Sr. Conde de Polioney, el cual, con todos los que Usted me nombra, están en mi memento. Si fuera yo como ellos, no sería religiosa. La Iglesia triunfante tendría un mayor gozo, la militante mayor fuerza, y la sufriente más alivio, por el sacrificio y el sacramento que ofrecería yo en el santo altar, a la Santísima Trinidad, por todos.

            El Sr. N. me devolvió sus dos cartas, con dos testimonios de bondad que dan a conocer la dicha de aquellos a quienes honra él con su afecto. El cuaderno que le mandé no debe ser separado de todos los otros que Usted tiene o debe tener. Se les desea vivamente para poder admirarlos. También se lamenta el rapto que se dice llevó Usted a cabo. Pero yo, a quien ellos han pedido se los confíe a usted, como si se tratara de mí misma, confío a Usted mi corazón con una dilección que no encuentra semejanza en la tierra. No desconfíe jamás de lo que Dios ha hecho y unido; los hombres no podrán desunirlo; la separación de los corazones no es como la de los cuerpos; lo que Usted dice es más duro a quien más ama. Soy, en el corazón del Verbo Encarnado, su buena Madre. Jeanne de Matel

            A todos los nuestros, mis muy humildes y afectuosos saludos. No he recibido respuesta alguna del Sr. Prior de todo lo que le escribí, o hice escribir. Su saludo, que me lo hacen presente, así como el del Sr. Chabanier, me han consolado. Los saludo y me recomiendo a sus celebraciones del santo sacrificio.

Carta 240. 

A la Hermana del Santísimo Sacramento de Beauchant.

            Mi muy querida hija:

            Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor.

            He sabido que el señor su hermano, movido de su bondad, y llevado de su afecto filial, quiso honrarme con su visita. Faltaría yo al agradecimiento que debo al uno y traicionaría las inclinaciones que tengo hacia la otra, si no escribiera estas líneas según sus deseos, para asegurar a Usted mi amor maternal y mi ternura, que es más grande y fuerte hacia Usted de lo que a Usted misma le ha parecido.

            Tomo en cuenta su generosidad en mi espíritu. Crezca en fortaleza y perfección delante del Verbo Encarnado, de los ángeles y de los hombres, para glorificar a nuestro Padre celestial y para que, si es posible, crezca yo en amor para su santificación.

            Asegure a su señor padre y a su señora madre la seguridad de mis humildes respetos y la confianza que tengo en sus santas oraciones. Salude a su superiora y a todas sus hermanas de parte de aquella que las ama y abraza a todas en el corazón del Verbo Encarnado, del cual deseo ser, mi muy querida hija, la extensión en la eternidad. Jeanne de Matel

Carta 241.

 Lyon, 11 de diciembre, 1653. Al Prior Bernardon.

            Señor mío:

            Nuestra Reverenda Madre lo saluda muy cordialmente, lo mismo que la Señorita.

            Le envía una copia de su carta, pues considera ser justo el que ella tenga un comprobante de lo que ha escrito al Sr. de la Piardière, ya que éste no le ha escrito.

            Como Usted a su vez escribirá una carta, haga el favor de tomarse la molestia de enviarle un recibo escrito de su puño y letra, de lo que ella le envía, a saber: 2 casullas, una blanca y roja y otra verde y morado, con sus bolsas y sus cubre cálices, así como un cíngulo de tafetán blanca con borlas negras en las puntas, la morada no tiene cíngulo y su hermosa alba. Ayer le envió su cáliz grande junto con el resto de cosas de la capilla, es decir, las vinajeras, la piscina y la campana, todo de plata dorada.

Carta 242.

 Lyon, 1° de abril, 1654. A la comunidad de Paris.

            Mis muy queridas hijas:

            Mi Padre, habiendo puesto todo en mis manos, al fin de mi vida mortal, y yo amando infinitamente a los míos a través de los ilimitados signos de mi amor, me entregué a ellos después de lavarles los pies. Mis queridísimas hijas, ustedes me pertenecen de un modo singular. Yo me entregué por amor a ustedes. Guárdenme infinitamente. Yo soy su Verbo Encarnado, y deseo entrar en ustedes. Quiero ser su apoyo. Permanezcan en mí, que soy la verdadera vid plantada por mi Padre, que las ama. Si ustedes me aman con el amor que me deben, le pido para ustedes la gracia y la luz que tengo junto con él. Ahí donde yo estoy, quiero que ustedes estén. Así como fui el grano de trigo arrojado en tierra y muerto para fructificar, ustedes lo serán a su vez; fructificarán después por mi gracia, y darán frutos de vida eterna. Si se ven agobiadas por sus imperfecciones, vengan a mí. Yo las aliviaré. Aprendan de mí a ser dulces y humildes de corazón; tomen mi yugo, que es muy suave, y mi carga, que es muy ligera, y encontrarán el reposo de sus almas, a pesar de todos sus enemigos, que son también míos. Si ellos me han perseguido, ¿no serán Uds. muy honradas al ser tratadas como yo mismo por quienes pensarán hacer un servicio a la divinidad? Es que ellos ignoran todos los designios de mi Padre y yo, el Verbo Encarnado. Siendo la palabra del Padre, hablo a todas las almas a quienes él desea instruir, en especial a las que ha escogido para enseñar.

            El nos ha dirigido a todas estas bellas palabras; son nuestra lección, mis queridísimas hijas. Obremos y enseñemos, ya que su bondad nos ha llamado a este oficio. Para llegar a ser grandes en el cielo, seamos pequeñas en la tierra. Este esposo celeste nos dice: Sean santas, porque yo soy santo; sean perfectas como su Padre celestial es perfecto. El desea darnos esta gracia de corresponder a su gracia; al imitarlo, participaremos de su santidad y de su perfección, amándole con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, y a nuestro prójimo por amor a El.

            Es en este divino amor que recibo a todas como a hijas mías y muy honorables hermanas. Todas sus hermanas de Lyon las saludan muy cordialmente en el corazón del Verbo Encarnado, y en el corazón virginal de su Santísima Madre, a la que refiero todas estas cualidades y todo lo que se me da, habiéndola tomado como nuestra soberana Madre, porque es Madre de nuestro divino esposo, el Verbo Encarnado, quien nos la quiso dar. Ella no nos rechazará, sino que nos acogerá a todas en sus entrañas de madre, y sobre su seno virginal. Digamos con nuestro Padre san Agustín que tenemos las llagas del Hijo y los pechos de la madre como parte y porción nuestra; ¿qué más podemos buscar en el cielo y en la tierra? Por el Verbo Encarnado lo tenemos todo; es en este todo que soy y seguiré siendo, mis queridísimas hijas, su buena madre. Jeanne de Matel

            De nuestra casa de la Congregación en Lyon.

Carta 243. 

Lyon, 3 de abril, 1654 - A la Madre de Bély, en Paris.

            Mi muy querida hija:

            Ruego al gran san Rafael presente a Dios las oraciones comunes de dos personas afligidas, quienes, a pesar de estar alejadas más de cien leguas de sus casas, confían en su Providencia a pesar de las persecuciones de los demonios. Que se vean confundidos, así como las almas de quienes no temen ofender una bondad inexplicable.

Habría llevado a cabo la orden que se me dio, pero con ello se hubieran vuelto más criminales, y sus espíritus desordenados, obstinados y sin guía como dos ciegos, se habrían precipitado a la fosa de su última desgracia.           Abraham, Isaac y Jacob poseyeron las promesas y las bendiciones, a pesar de estar lejos de sus tierras y de sus conocidos. Medite en estos misterios: Dios fue su protector en todas partes. La promesa del Verbo Encarnado a los extranjeros, seguida de la expulsión de sus propios hijos, debió ser terrible para estos últimos.

            La salvación está muy lejos de las almas que se complacen en el pecado. Una persona que ama a Dios nunca esta sola, pues él se complace de hacer en ella su morada. Es necesario ser fuerte para conservar a este Señor, y actuar virilmente, a pesar de pertenecer al sexo débil; todo lo puede en Dios, que la fortifica. Su Madre no puede describirle sus cruces; nadie ha descubierto en verdad de qué madera fue hecha la cruz del Verbo Encarnado, nuestro amoroso redentor.

            Mientras espero la carta, envíeme la copia, ya que ha sido escrita con tanto apresuramiento y en tantos diferentes lugares. La que hace de secretaria sin rectitud, va sin alegría por el camino que lleva a la perdición. Cuando se carece de temor hacia los juicios de Dios, siempre se camina sin rumbo.

            Envío un millón de gracias a la persona que, dos veces por semana, dirige sus pasos; el cielo la bendice. Es ésta una caridad que no quedará sin recompensa ni en esta vida ni en la otra. La primera moción hace que los otros cielos se conmuevan.

            Es necesario que la madre y la hija cumplan con toda clase de justicia. El discípulo del profeta Eliseo se espantó a la vista de los enemigos. Cuando su maestro le dijo que abriera la ventana, se tranquilizó al ver la multitud de amigos que venían en su socorro. La Madre del Verbo Encarnado es esta ventana por la que podemos vislumbrar toda felicidad.

            Si mis oraciones son escuchadas, la Señorita Lolo será grande delante de Dios y de los hombres. Pido al Verbo Encarnado llegue yo a ser tal como ella me nombró, siendo todavía una niña. Me siento tan obligada con su Sr. Padre y su Sra. Madre, que jamás sabría cómo reconocer sus bondades. No tengo palabras suficientemente expresivas para darles las gracias. El profeta dijo que el silencio conviene más a Sión que la palabra, para alabar a quien todas las creaturas adoran y reconocen como su bienhechor, haciéndome ver en el espíritu que no soy ingrata delante de Dios al no expresarles, por medio de pobres cartas, los fuertes sentimientos que tengo hacia sus beneficios. Usted les afirmará estas verdades.

            No puedo olvidar en mis oraciones a todos los suyos. No me arrepiento de haber tenido a bien enviarle a su hermana para hacer la profesión; tuve que ceder por conveniencia caritativa, para no inquietar a las personas que se hacían fuerza para alejarla de su vista y acercarla a la de Usted

            Valor, hija, Dios es fiel y recompensará a su servidor con su propio Hijo. El Verbo Encarnado vale lo que Isaac, pero sin comparación. El será nuestro reposo cuando hayamos pasado por momentos de tristeza. Nuestra alegría no nos será quitada si tenemos la dicha de verlo y de ser poseídas por él. Es en esta venturosa posesión en la que reside toda la felicidad que le deseo de corazón. Soy, mi muy querida hija, su buena madre de todo corazón. Jeanne de Matel

Carta 244.

 6 de mayo, 1654. A las religiosas de Aviñón.

            A mi querida hija, Madre Margarita de Jesús, superiora del monasterio del Verbo Encarnado adelante de Cordeliers.


            ....diferida aflige al alma que languidece. Hace varios años que no he visto a la mayor parte de mis hijas, hacia las cuales Dios, desde lo alto, ha encendido en mi corazón un fuego devorador que lo hace parecer todo amor, abrasándome y sofocándome casi sin cesar. No tengo refrigerio alguno. Mis lágrimas se parecen al agua que arroja uno al fuego de un horno ardiente, que no hace sino avivarlo.

            En la última que le escribí, le preguntaba por el estado de dos de mis hijas, y Usted me dio a conocer el fallecimiento de tres. ¿Qué sucedió el día 18? Queridas hijas, no piensen que no recibo signos de su muerte. La comunidad de París, junto con las pensionistas, pueden asegurarles que ni una sola ha fallecido sin haberme dado señales de ello, y que nunca he dejado de decirles: Hijas mías, en tal día, alguna de ustedes ha fallecido. La hermana de la Concepción, a las cinco de la mañana del 18 de septiembre, me tomó las dos manos, apretándolas largo tiempo; también se acercó a mi cara. Por la tarde se apareció a una niña de nueve años, después de haber golpeado tres veces a la puerta de su habitación, lo cual asustó grandemente a la chiquilla. Nuestra Hna. de Bély, portera, la encontró espantada, con las manos sobre los ojos. Al preguntarle de dónde procedía ese temor, ella le contó lo que acabo de describir.

            Desde la primera semana de nuestra llegada a Lyon el día de Todos los Santos, hemos perdido la cuenta de las diversas ocasiones en las que hemos escuchado golpes parecidos. La hermana que comparte mi habitación se ha visto obligada a levantarse en varias ocasiones, para ver quién andaba cerca de mi gabinete y de mi mesa y quién abría y cerraba mi Biblia y mis concordancias, que estaban sobre ella. Estos ruidos me hicieron preguntar a ustedes el estado de estas hijas a las que no pude ver, pero que me dieron señales para orar a Dios por sus queridas almas.

            Mis queridísimas hijas, los ruidos han continuado. Hemos mandado decir las nueve misas, recitado las preces, recibido la comunión y demás. Les pido, como Madre suya en la Orden del Verbo Encarnado, que al recibir la presente me envíen una relación de los nombres de religión y del mundo de todas aquellas que han fallecido, comenzando con la pequeña Dupuy de Villeneuve, hermana de mi hija de la Concepción. No deben ni pueden ustedes rehusarme este ruego, que para ustedes es un mandato. Estamos obligadas a tener piedad de las almas del purgatorio, y sobre todo de las de nuestra Orden del Verbo Encarnado, en cuyo amor saludo a todas las que han quedado, siendo su afectísima, después de encomendarme a las oraciones de ellas y a las de ustedes.

Carta 245. 

1o. de noviembre, 1654. A la Superiora de Grenoble.

            Mi muy querida hija:

            Recibí al Reverendo Padre que ha sido su director, y le he agradecido los cuidados que ha tenido de Uds. Entregó su carta en mis propias manos.

Gobierne siempre según el espíritu del Verbo Encarnado, nuestro amor; su imperio será infinito en su firmeza. El me protegerá en la confusión de lenguas. Estimo los juicios de los hombres como poca cosa; él revelará lo escondido en las tinieblas.

            Que el Sr. de Croiseul viva contento, el espíritu de Dios es uno, y dirige a su hija segura y sabiamente; ni las exigencias ni el rechazo la hacen vacilar. La madre de Samuel no cambió de rostro cuando Dios la bendijo.

            No es posible mostrar carta alguna escrita por mano de su madre, ni de parte mía; ella no se entera de nada de Grenoble que no sepa de antemano, y no teme sino a Dios, al cual desea amar con caridad perfecta, la cual aleja el temor. Cuando así lo quiera, él llevará a cabo el establecimiento de Lyon. La paciencia es una obra perfecta, según dice Santiago. Ni el negro ni el gris pueden algo sobre un corazón poseído por Dios, en el que asienta su trono sobre una columna de nube durante el día, y de fuego por la noche.

            El conduce a su pueblo con mano fuerte y brazo extendido. Que el alma que ama a Dios esté en paz; es en esta única paz que soy, mi muy querida hija, su buena Madre, Jeanne de Matel

Carta 246. 

Lyon, 1o. de noviembre, 1654. A la Madre Nallard, Superiora de Paris.

            Mi muy querida hija:

            He recibido sus cartas y sus cuentas, con las que estoy de acuerdo. Haga siempre todo lo que pueda para agradar a Dios, y para consolar a su buena Madre, que la ama y la ha amado siempre.

            El Sr. Comendador fue a su intendencia para tratar de obtener dinero para pagarme. No lo presiono, pues temo afligirlo y apagar, con ello, lo poco de vida que resta a un hombre de cien años. Por más diligencias que hace, Gravier no ha recibido sino cuarenta libras del total que se le debe por concepto de capital y de intereses. Sale dos veces al día para hacer sus reclamaciones, por lo que ha sido necesario suministrarle ropa adecuada. Ella misma ha llevado al correo cuatro cartas que he dirigido al Abad de Verneuil de la Piardière, ninguna de las cuales ha recibido. Se queja él de mi silencio; a mi vez, estaba resuelta a quejarme del suyo. Le envío la carta que le escribí para el Señor de Langlade para que haga lo posible por enviarla a Loches. Véala con Sor Jeanne y tímbrela. Al señor  de Langlade antes de dárselas pídanle que venga mejor a recogerlas en mano propia. El Señor Roger no me ha escrito acerca de mis asuntos absolutamente nada. El se confía en ustedes. Pregúntenle que tanto ha recibido de mis rentas después que me vine. Tengo muchos problemas, necesito dinero para resolverlos. La madre superiora de Grenoble que recibe siempre jóvenes por poco, me dice que tomó 400 escudos del capital para hacer las provisiones de este año. Cuando llegué a esta ciudad me escribió que ya había tomado 300 el año pasado y que ya no tienen que para tres meses con los intereses del poco capital que les queda. El consejo de la señora de la que usted sabe lo hace por inclinación, la hace recibir novicias que cargan al convento. Ha recibido cuatro en cinco meses. Ya dije lo que creí debía decir pero no tuve la fuerza sobre mi dolor de rehusarles la profesión. Las carmelitas están en Grenoble, desde que yo estaba en Paris y ellas no han recibido a nadie. La madre Superiora de Paris me dijo que no deseaba aceptar esa carga en tiempos como los que corren, en que todo se ha encarecido en extremo.

            Las hermanas de Lyon no quieren ir a Grenoble. Basta mencionar el convento de Sta. María y Sta. Isabel, para ser consideradas ricas. San  Pedro y La Deserte están llenos con ochenta o cien religiosas por lo menos, con excepción de Chaseaux, debido a que su casa ha sido comprada dos veces, y aún no les pertenece. Se dice también que han cerrado un convento en el barrio San Germán, en París. ¿De qué convento se trata? No deje de informarme. ¿Cómo están las buenas religiosas Bernardinas, a quienes tanto quiero, y a cuya superiora respeto? Es una excelente administradora.

            La Hna. Gravier tiene tan poca vista, que es necesario que yo escriba todo; no puede pasar las cosas en limpio. Dios ha curado mis ojos cuando los médicos temían que perdiera la vista a causa de las cataratas. Cuando escribo mucho, los debilito y no tengo la acostumbre de dictar; además, las que tengo a mi lado no están preparadas para poderlas ocupar en ello. Ruegue a Dios por su buena madre. Jeanne de Matel

 Carta 247. 

Lyon, 1o. de noviembre, 1654. A la Superiora de Grenoble.

            Mi muy querida hija:

            Que la corona de todos los santos, que es el Verbo Encarnado, sea también suya, es mi muy cordial y maternal saludo.

            A causa de una ligera fiebre que tuve anoche, deberá Usted contentarse con una cartita que le expresa en pocas palabras que, durante el año que pasé en Lyon, tuve tantas espinas como rosas. París se fastidia ante un retraso tan prolongado, y reclama la presencia de aquella a quien desea Usted ver desde hace nueve años, y cuyo deseo de poder abrazar a todas como a mis queridas hijas no se queda atrás.

            Si me hubiesen mandado dinero de París, se lo habría enviado; sin embargo, no he recibido una sola de mis rentas. Están en la creencia de que una fortuna mucho mayor que la de César no me ha de faltar. Me siento grandemente obligada hacia la Providencia, que me ayuda a alimentar a tantas personas sin haber podido recibir lo que se me hace esperar.

            Si esta señorita tiene cuatro mil libras, puede concederle el santo hábito; y si las otras que menciona, cuya aportación sería de seis a siete mil libras desean entrar, puede tomar prestado lo que la Sra. Revel me ruega suministre a Usted para hacer la construcción. No puedo hacerlo yo misma, porque el establecimiento de Lyon me impediría prestar esa cantidad, lo cual sería inexcusable ante la ruina o la desgracia del señor de Blanc. No me falta buena voluntad, puesto que soy toda amor hacia las que el Verbo Encarnado me ha dado. No dude Usted del sitio especial que ocupa en mi corazón, que la ama. Soy, mi queridísima hija, su buena Madre. Jeanne de Matel

Carta 248. 

Lyon, 3 de noviembre, 1654. A la Superiora de Paris. María del Espíritu Santo Nallard.

            A mis queridísimas hijas, Madre María del Santo y Sor Juana de Jesús. Al monasterio del Verbo Encarnado. En el Barrio de san Germán.

            Mi muy querida hija:

            Que el Verbo Encarnado, corona de todos los santos, sea la suya, es mi muy cordial y maternal saludo.

Le permito mandar hacer una puerta al lado de la chimenea. Me parece que esto distraerá a las personas en el coro, a menos que se le haga una pequeña ventila parecida a la de la despensa.

            No comprendo cómo se ocupa de la cocina, si le hace daño. Sus ojos, sus dientes y sus oídos me son más preciosos que muchos tesoros. Su corazón es para mí tan valioso como el mío lo es para usted en el del Verbo Encarnado, nuestro amor.

            Tengo muchas pruebas de su afectuoso respeto. Aquella que está en mi lugar recibe también expresiones de mi cariño, por las que se ha mostrado agradecida. Mi amor es más fuerte que la muerte. Piensen que le son tan queridas como yo. El Verbo Encarnado diría: Lo que hagan por el más pequeño de los míos que creen en mí, por mí lo harán.

            Madre, su padre me prometió ir a ver al Sr. de Priésac, así como a todos aquellos y aquellas a quienes usted crea necesario entrevistar. Ya me he dirigido por escrito a todas estas personas: a la señora esposa del canciller, a la Marquesa de Royan, a la Sra. de la Chambre, a la Sra. de Servient, quien me ha notificado, a su regreso de París, que no recibió mi carta. Esta iba en el paquete que llevaba la dirección del Sr. de Priésac, al cual he escrito varias cartas para mis parientes, que estaban interesados en la supresión de las elecciones de Montbrison y de Roanne.

            Permití que les informaran sobre la curación de mis ojos, pero dos días después recaí del izquierdo. El viento siempre me hace daño. Mis queridas hijas, pidan para que los del espíritu sean tal y como el Verbo Encarnado los desea; que me conceda un corazón puro a fin de que pueda contemplar la faz de Dios, su Padre, y verlas santas, lo mismo que a todas sus hermanas. La santidad es muy conveniente en la casa, por la gracia y por la gloria.

            Gravier las saluda, y les pide que traten a Margot como una de ustedes, y que le enseñen todo lo que debe hacer por el cielo y por la tierra. Los ángeles cocinaron para el pueblo de Israel cuarenta años en el desierto, utilizando para ello el fuego de su caridad. Yo lo he hecho durante cuatro años, que me parecen más gloriosos que mil rodeada de honores de la tierra.

            Termino, pues tengo muy enfermo el ojo. Sigo siendo para todas, lo mismo que para ustedes, mis queridísimas hijas, su buena madre. J. de Matel

Carta 249.

 Al señor de la Haye

            Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido (Is_49_15).

            ....Para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí (Jn_17_22s). Esta unión es admirable, y consiste en que todos los miembros del cuerpo místico de Jesucristo, que es la Iglesia, permanezcan unidos en él, que es la cabeza, el cual influye libremente y da claramente a los miembros de este cuerpo, del cual es la cabeza, y que él llama su cuerpo, en el cual somos uno, no por una identidad natural o local, sino de virtud, de eficacia, de energía y de operación, porque el Verbo Encarnado es como el alma, el espíritu y el soporte de la Iglesia, que corre por todos sus miembros, y que obra en y a través de ellos sus admirables ministerios.

            Es él quien da eficacia a sus gracias en ellos; quien bautiza, quien absuelve, quien consagra, y todo lo que Usted sabe mejor que yo: Pues hemos venido a ser partícipes de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio (Hb_3_14).

            Esto es lo que debe pedir a su divina bondad, por favor, para aquella que es siempre, Señor,

Su muy humilde servidora y buena Made. J. de Matel

Carta 250. 

Lyon, 31 de diciembre, 1654. A la Superiora del Monasterio de Paris, María del Espíritu Santo Nallard.

            A mi muy querida hija, la superiora del Monasterio de Religiosas del Verbo Encarnado. Barrio san Germán.

            Mi muy querida hija:

            Le he escrito por medio de un padre de los Carmelitas llamado M. Bourg, para que le busque un lugar donde pueda hospedarse convenientemente. Más tarde le escribí por medio del hijo del Sr. Papillon, quien me prometió entregarle prontamente la carta, en la que recomendaba a Usted le ayudara a encontrar alojamiento en uno de los mejores lugares, pues me siento muy obligada con sus padres.

            A partir de entonces he recibido sus dos cartas: una donde viene el recibo de estos dos señores, y que llegó más tarde que la del Señor Roger. El Sr. Ferrari no ha tenido tiempo para venir a entregarme las 750 libras. Lo espero de un momento a otro para hacer el recibo. Sor Catalina Obert se hospedó con su primo Bertet desde la vendimia.

            Marion de la Piardière volvió con una llaga abierta sobre la cabeza, pero aquella que no desea hacer nada se opuso, diciendo que sería necesario trepanarla, y que ella y las tres de su partido no la servirían más que la P. H. Yo no quise imponer mi autoridad. No me valgo de ella y trato de ejercer la paciencia más de lo que ustedes se imaginan. Habría tenido Usted mil aflicciones sensibles, si yo no me hubiera encargado de ella hasta el punto de caer aplastada por tanto peso.

            Noche y día hemos tenido que turnarnos de tres en tres al lado de nuestra pobre enferma, la cual, según la opinión del Sr. Falconnet y de otros, ha escapado a la muerte de esta viruela maligna, que ha afectado más el hombro derecho, después de haber sido curada de la garganta, los brazos y las piernas. Médicos y boticarios la han estado tratando desde hace sesenta días. La niña cumplirá mañana los seis años. Los médicos, los boticarios y los cirujanos dicen que ella recibió el origen de esta viruela maligna desde el vientre de su madre y de la leche de sus nodrizas. Todo mundo admira lo mucho que ha soportado, y he escrito a su señor padre, diciéndole que alabe a Dios por haberle conservado una hija que sufre males que ninguna otra hubiera podido soportar. Hubieran bastado el sarampión y la escarlatina para causarle la muerte.

            Es el consuelo que me dan en medio de tantos sufrimientos. Se sorprenden mucho de que no haya yo caído en cama después de tantas lágrimas, desvelos y penas. Dos de las otras pensionistas se han contagiado de viruela, pero no han tenido ni la sombra de los males de aquel pobre cuerpecito. A las tres semanas dejaron la cama He enviado a casa a todas las otras, temiendo las consecuencias, aunque todavía tenemos una de Lyon, que se contagió, y aún no sale de su habitación. Les digo todo esto para animarlas a pedir mucho a Dios por nosotras; y si mi salud es todavía necesaria, que me la confirme tal y como está, pues sólo de esta manera puedo ser portera, porque no tenemos ninguna tornera.

            Desde hace tiempo una persona nos ayuda a cuidar a Marión durante el día, porque no puede velar con nosotras; no me quejo de los 130 francos que le pago.

El Sr. De Soleil ha dejado de celebrar la misa en el Verbo Encarnado. La dice donde su hermano le ha pedido que vaya. Pago al sacerdote que la celebra y que confiesa, pero 10 centavos me parecen nada. Aprovechen al que me piden, ya que no hay otros a disposición. Traten de conocer bien a los que vayan a emplear. Vele sobre su pequeño rebaño.

            Como soy la portera, la pastora no ha hablado sino conmigo, así como un anciano caballero que ha estado en el recibidor del barrio san Germán preguntando por mí. Tenga cuidado de a quien envía, que no sea la portera. La otra ha dicho su nombre; aunque esté entrada en años, tiene criterio inmaduro. Les doy este pequeño consejo. Utilícelo con prudencia, y sobre todo vele con sus acciones y palabras sobre todas aquellas que están en el monasterio. Soy su buena Madre. J. de Matel. Saludos a todas mis pensionistas.

Carta 251. 

A la Madre Elisabeth del Calvario, Superiora en Grenoble.

            ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento en su trono de amor!

            Mi muy querida hija:

            Usted y yo debemos cumplir con toda clase de justicia. San Juan recibió este mandato del Salvador, cuando se consideraba indigno de bautizarlo.

            Después de haber agradecido a Monseñor de Grenoble, con toda humildad y respeto, las bondades que ha tenido hacia todas mis hijas, entre las que soy la última por mi indignidad, pero la primera obligada a reconocerlas por medio de estas líneas, esperando hacerlo dentro de poco de viva voz y a sus pies, den gracias, además, al Sr. Bernard y a las dos personas cuyos nombres me son conocidos, por su dedicación al progreso de nuestra santa Orden, así como por su ilimitada piedad.

Dígales que, siendo su sentir el mismo de Monseñor, que es, a su vez, el del Verbo Encarnado y el mío, la maestra de novicias sigue en rango a la asistente, según las constituciones.

            En su carta me hace algunas súplicas, utilizando una retórica que persuadiría a toda persona sensible a la piedad, si no la supiera tan industriosa para huir de esta preferencia. Cuántas otras tendrían la imprudencia de pedirla. Mi objetivo no es alabar ni censurar, pero puedo decir que Dios da sus gracias a los humildes y resiste a los soberbios.

            Es la Escritura quien habla. Por ella termino esta carta, pues el Verbo Encarnado la hizo la consumación de su Pasión, como afirmó de su bien amado discípulo. Soy, mi queridísima hija, su buena madre. Jeanne de Matel

            El correo me apremia; no puedo pasar en limpio esta carta escrita por mi mano y dictada por mi cariño.

Carta 252. 

Al señor de la Piardière.

            Señor de la Piardière:

            No sé si juzgue Usted a propósito mostrar mi carta. Es por ello que he omitido las muestras de afecto singular de su madre a su único hijo. No las perderá en esta vida; seguirá teniéndolas por toda la eternidad.

El Reverendo Padre Gibalin escribió a Usted, sin que antes le mostrara yo su carta, ni mencionara al Sr. Margolin. El parece ser tan fiel a M. como los otros piensan que disimula, cosa que ella no puede creer: es tan sincera, que no puede pensar que los demás sean falsos.

            Nuestra querida Marion va muy bien, sobre todo a donde el viento la lleva. Todas corremos para seguirla y levantarla cuando cae. Si Dios no la cuidara en sus caídas, estaríamos en continua alarma. Con frecuencia se raspa los codos y las rodillas, pero su cara no muestra la menor señal de la viruela. Ya no mancha la funda de la almohada, y se nos dice que curará del todo en cuanto pueda tolerar los remedios, que se trata de algo ligero y que dejemos de preocuparnos.

            Ella envía saludos a su papá, a su abuela y a sus tíos y tías. Pido a Usted asegure a su buena señora madre el humilde agradecimiento que tengo por sus bondades y las de todos los suyos, que me honran con su amistad.

 Carta 253.

 6 de abril, 1655. A Monseñor Camille de Neuville, Arzobispo de Lyon.

            A mi señor, el ilustrísimo Arzobispo de Lyon, en su palacio de Lyon.

            Monseñor:

            Estamos en vísperas de su partida, sin haber tenido el bien de recibir su tan deseada bendición, cuya gracia esperábamos de su bondad.

            Si nuestra montaña no estuviera fecundada por la sangre de los mártires que fue semilla de cristianos, la consideraríamos, respecto a nosotras, tan desdichada como los montes de Gelboé. Si el Verbo Encarnado no la ha fulminado todavía con las maldiciones que aquel bondadoso príncipe lanzó contra los de esa comarca, se debe a que el ungido del Señor y su muy amable Jonatán derramaron ahí su sangre y perdieron su vida; de este modo, la unción del padre, la hermosura del hijo y la fuerza de ambos, fueron ahí respetadas.

            Monseñor, no digo yo a mis hijas que lloren a estos desventurados príncipes, sino más bien que lloren conmigo nuestros pecados, que dieron muerte a Aquel que las revistió con el escarlata de su sangre preciosa en los días de sus suplicios, que fueron para él tiempo de delicias y alegría de su corazón amoroso, pues estaba en juego la salvación de nuestras almas.

            Esperamos en Usted, Monseñor, contra toda esperanza. El Profeta Jeremías dijo que los hijos de Rebeca permanecieron siempre en la casa del Señor, por haber obedecido el mandamiento de su padre. Yo debo esperar esta gracia, pues desde el año 1612 he obedecido la orden que me dio mi padre de rogar a Dios toda mi vida por la prosperidad de su abuelo, el difunto Monseñor de Villeroy, y de su padre, M. d'Halincourt, y que hiciera esto mismo por todos sus hijos, deseando que fuera Usted nombrado Arzobispo de Lyon y mi pastor, de quien soy, con toda sumisión, Monseñor, su muy humilde y obediente hija y servidora. Jeanne de Matel

            De su Congregación del Verbo Encarnado,

Carta 254.

 Lyon, Mayo de 1655 - Al Señor de la Piardière.

            Señor mío:

            Habría respondido a la suya del 9 del actual si el Sr. Ferrari hubiera estado en su casa de Lyon cuando le envié a nuestra hermana tornera.

            El viernes pasado escribí a mi hija del Espíritu Santo, superiora del monasterio del Verbo Encarnado de París, pidiéndole que pusiera en conocimiento de Usted que no he recibido la carta que dice Usted haber escrito el 9 de abril, hace ya un mes. Tendría Usted la respuesta que hoy le envío: el Sr. Ferrari escribió a los Sres. Prevost y Bastonneau, comerciantes que residen en la calle de Trois Mores, para recibir las mil doscientas libras de mis rentas que fueron entregadas a Usted en París, para serme enviadas a Lyon. Por tanto, señor, le pido haga el favor de entregarlas a dichos señores, y exigir de ellos el recibo a nombre del Sr. César Ferrari de Lyon. Se trata de las mismas personas a quienes envió las mil quinientas libras de estas mismas rentas en el mes de noviembre pasado, cuyo recibo reclamó para enviármelo. Debe hacer esto mismo, por favor, respecto a estas mil doscientas libras.

            ¿Qué puedo hacer para agradecer tantos favores y la molestia que su bondad se ocasiona por mí? Pido a Dios me conceda ocasiones para agradecerlos, y que le colme de sus dones, así como a todos sus seres queridos: su amiga la señora, y sus hijos, a quienes saludo cordialmente, quedando de ella como de Usted, su afma. Jeanne de Matel

 Carta 255. 

Al señor de Priésac.

            Señor mío:

            No he tenido tiempo sino para decirle, mediante este billete, que da Usted cumplimiento a las palabras del profeta, pero en otro sentido: sirve Usted pan delicioso sobre la mesa; hace todo con sabiduría en este el día en que actuó aquel que llevó consigo nuestra salvación al elevarse de la tierra.

            El nos ha mostrado los cielos, a donde ha ido a preparar tronos al lado del suyo, que produce los rayos y truenos que me reducen al silencio, junto con los ciudadanos de la celeste Sión, admirando junto con los serafines de fuego al que es todo amor, así como es tres veces santo.

            Es en su santidad que soy, Señor, su muy humilde y obediente servidora. Jeanne de Matel

 Carta 256.

 En Lyon, el 4 de junio de 1655. A las Religiosas de Paris.

            Mis muy queridas hermanas:

            He encargado a Gravier les comunique que M. Dupuis me vino a ver, y me testimonió el descontento que, tanto él como sus padres, experimentaron ante el disgusto de su hermana, añadiendo que bien merecía tener estas aflicciones, pues tuvo más fe en un extraño que en todos ellos; que ella debe meterse al orden. Me entretuvo mucho tiempo con otros asuntos que le parecían muy tristes, y que no pienso mencionar en la presente, pues Gravier no puede escribir por ahora, teniendo.... hacer.

            Ella merece que la quieran como me lo dicen. Entiéndanse siempre con ella. Me he privado de su persona para dejárselas, lo cual es para mí una no pequeña privación. Con ella no tendría yo tan grandes sufrimientos: el tener una hija fiel a Dios y a su Orden es algo inestimable. Si aquella a quien no olvido hubiera sido constante como su nombre, no estaría sumergida en tanta pena. No le rehúso lo que me pide por algunos días, recomendándole sea sensata y temerosa de Dios.

He dejado de ocuparme de sus asuntos con mi cuñado; nos acercamos ya al 29° año del fallecimiento de mi buena madre. Pidan a Dios que los pueda terminar en paz. Si es necesario, no rehusaré tomar parte de los fondos cuando deba regresar el sobrante que sea calculado. Hagan todo lo posible para enviarme lo que se me debe de más. La Sra. Celée debe todavía mucho. Sin molestarla, traten de hacerla pagar, lo mismo que a las otras, exceptuando a la Sra. de Beauvais y al Abad de Verneuil No toquen estas dos cuerdas.

            Al Sr. de Priésac y a la Sra. de la Chambre, mis respetos más humildes, y afectuoso agradecimiento. No me atrevo a pedir los favores de los poderosos. Aguardo en silencio y esperanza la ayuda de Dios. Es en El que soy, mis muy queridas hijas, su buena Madre. J. de Matel

Carta 257.

 Lyon, 10 de junio, 1655. A la Madre Elisabeth del Calvario, Superiora en Grenoble.

            ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento!

            Mi muy querida hija:

            Aquél que deja acercar a los pecadores a quienes ha venido a llamar para demostrarles su misericordia, me concede una singular confianza en que mis pecados no lo alejarán de mis hijas, y que nos concederá la gracia de seguir en todo sus divinas voluntades.

            No había querido responder a sus dos últimas por buenas razones. Mi confianza en su Providencia es bien conocida en su Orden; es un don de su bondad hacia mí, pero ella no excluye la prudencia que nos dicta que todo lo que hacemos debe ser prudente y santamente ponderado, aun al pie del sagrario, pues sabemos muy bien que todo ser viviente tiene necesidad de ser alimentado.

            Usted sabe que el monasterio de Grenoble se ha visto afectado a causa de las reducidas dotes de las jóvenes que han sido admitidas. Estando en París, tenía la posibilidad de enviar dinero, y así lo hice; en Lyon no he podido porque me encontré con tantas deudas y cargos, que es casi un milagro el poder pagarlas y, al mismo tiempo, sostener y alimentar a diez personas, sin recibir pensión alguna. No se me envía nada de París, y mis rentas no me han sido pagadas desde hace dos años. Dios quiera que no sean suprimidas del todo; si Uds. conocieran las aflicciones de su madre, rogarían por ella sin cesar junto con todas mis hijas, a quienes abrazo con los brazos del santo amor que Dios me ha dado hacia ellas.

            Hace casi nueve meses que salí de París, sin haber progresado en la fundación. Lo que me conserva en paz es que pienso haber hecho el viaje por voluntad de Dios, sin tomar en cuenta la mía. Si no he escrito al lugar ni a la persona que me indican, se debe a que sospecho se han quejado de Uds., o bien que las faltas, por no decir los pecados, dan respuesta a quienes muestran su descontento. Si Dios nos reúne, nos diremos de viva voz lo que el papel es incapaz de comunicar.

            La paciencia y la constante perseverancia de cinco novicias me lleva a pedirles les concedan el velo y la profesión el día primero. Un sacerdote de la misión le dirá de parte mía que me he compadecido de su larga espera. Consuélelas, nuestro buen Dios corona nuestra persistencia. Sin embargo, tenga cuidado de no recibir en el futuro a las que no aporten lo suficiente para su alimentación y vestido. Carezco de su celo, y me contento con ocho profesas a las que ya he repartido, dejando cuatro en París. Las sigo rehusando a Lyon, temiendo abrumar a los monasterios. Considere que Usted no tiene con qué alimentar a las que en su celo desea conservar, ni construcción para extenderse. Mi querida hija, los monasterios que gastan el capital hacen temblar a los más prudentes, ya que muchos conventos femeninos se han venido abajo. Uno que nos atañe, del que podemos comentar en voz baja, y que está a punto de desaparecer, es el que me envió a mi hija del Espíritu Santo. Las pobres religiosas se ven obligadas a salir de él a causa de las deudas y la pobreza de su casa, que tiene una hermosa apariencia, recubrimiento de pizarra y varias hectáreas de terreno con una vista preciosa.

            Es una maravilla que haya podido escribirle, ante la amenaza de la catarata. Pidan mucho a Dios que haga en todo su santa voluntad. Que, al visitar sus templos, me percate de sus deseos, es decir, que pueda ver a todas Uds. santas. Las demoras me hacen sufrir tanto como a Usted y a mi hija de la Asunción, a la que amo sin detrimento de las demás. Que exhorte a sus novicias a la santidad, y que todas ellas me amen como yo las quiero. No dude Usted del afecto maternal de su buena Madre. Jeanne de Matel

            A todas nuestras hermanas, amigos y amigas, saludos con el correspondiente agradecimiento. Asegúreles mi afecto.

 Carta 258. 

Lyon, 29 de junio, 1655. Al señor Abad de la Piardière

            Señor mío:

            Que los gloriosos apóstoles, cuyo triunfo celebramos, sean nuestros protectores celestiales.

            Hace un año que la unción fue vertida sobre Aarón, pero las que son la orla de su túnica no han recibido ni una gota. Esta falta de bondad hacia nosotras me lleva a cometer otra con el espejo de paciencia que fue Job: Preferiría mi alma el estrangulamiento... (Jb_7_15), mientras que pueda yo decir con el mismo: Oh, mis ojos han visto todo esto, mis orejas lo han oído y entendido (Jb_13_1). No sé qué aconsejar al que me pregunta con tanta modestia, celo y pasión para procurar la gloria del Verbo Encarnado; su amor se la concederá.

            El Sr. Abad de San Justo dijo a un eclesiástico que el Señor Canciller pidió al Sr. Arzobispo el establecimiento del Monasterio de Lyon, lo cual no rehusará, aunque en un principio dijo, por cortesía, que no deseaba ser suplicado por las grandezas de la tierra para permitir una fundación que fija su vista en las del cielo. Por lo que a mí toca, espero el auxilio de estas últimas.

            Le envío copia de una carta que el difunto P. Barthélémy Jacquinot me escribió en el año 1620, la cual, si Usted así lo juzga oportuno, puede mostrar a quien insiste que es necesario forzar, mediante la autoridad de los hombres, a aquella que no busca sino las voluntades de Dios, cuyas gracias no son menores que la mano que desciende hasta ella. El es quien la fortifica, y lleva a Usted a afirmar que la Sulamita no será desamparada, a pesar de los fríos con que el Aquilón la hostigue. Es el esposo quien la guía y le muestra el lugar donde él se apacienta y reposa en el zenit de su puro amor, a pesar de que ella llegase a olvidar su propio nombre y los intereses de la gracia que no desea recibir en vano.

            Ayudada de la misma gracia, avanza y sigue los pasos de estos rebaños para colocarlos junto a los alojamientos de los pastores. El gran pastor de las almas constituye su indecible confianza. Que los guardianes de las grandes ciudades la golpeen y le quiten su manto; ella considerará pequeños todos los sufrimientos por complacer a Aquel que desea honrar y servir durante toda su vida, y amarle por toda la eternidad. He seguido contando las misericordias de Dios...

Carta 259. 

Lyon, 5 de julio, 1655. Al señor Abad de la Piardière

            Señor mío:

            Pensé que mis cartas le serían entregadas con mayor rapidez en París que en Loches, pero por lo que leo en la tercera de las suyas que ayer llegó, no ha recibido Usted las tres que le dirigí. Ni siquiera la M. del Espíritu Santo se queja como Usted de mi silencio. Le escribí tres, dos demasiado largas refiriéndome a negocios y en calidad de respuesta, y una breve para M. Petit.

            No he dado respuesta alguna al Sr. Marqués de P., esperando que Usted se tomara la molestia de decirle lo que se puede hacer estando ya en esos lugares.

            Los señores de buena voluntad ponen a prueba la paciencia del Verbo Encarnado, quien dijo que a quien se ataca es a él y no a las hijas, que no les dan motivo alguno para expresarse de esa manera. La persona que podría protegerlas las aflige mediante su gran credulidad. Si las cosas han llegado a tal extremo que se ha visto obligada a informarme por medio de este señor, no veo otro remedio que el que el mismo cielo y la prudencia de Usted pondrán, despidiendo a aquellas que no pueden guardar la clausura. Para solicitar su proceso, he enviado a Usted copia de una carta del difunto P. Jacquinot, fechada el año 1620.

            El Reverendo Padre Gibalin escribió a Usted una. Puede Usted presentar las dos a quienes le dicen que la madre debe tomar el hábito, y hacer lo mismo con el Sr. Canciller. Si éste le concede audiencia, hable como le inspirará el Espíritu Santo. M. de Saint-Just dijo a un eclesiástico que él pensaba que el Sr. Canciller no recibirá una negativa si solicita nuestro establecimiento en Lyon. El Reverendo Padre Gibalin, que ha hecho a un lado sus serias reservas, dijo que el difunto Sr. Cardenal de Lyon declaró, durante la última guerra en París, que se habría ocupado de dicha fundación en Lyon si hubiera estado yo ahí. Dejó de ser inflexible, pero mi ausencia le privó del poder de hacer, en ese tiempo, lo que hubiera rehusado en otro. Esto me lleva a repetir lo del apóstol: que hagamos el bien mientras tengamos tiempo para ello.

            No puedo expresarle la pena en que estoy al enterarme de que la Sra. de la Chambre está enferma de una fiebre adversa. Nosotras ofrecemos encarecidamente nuestras oraciones por ella. No me parecería este mal tan largo y aflictivo si estuviera yo a su lado. Pido a san Rafael que los consuele con sus caritativas visitas, recordado a aquella que amo, pero en aquel de quien soy, mi muy querido y venerable hijo, su afma.,

            Le ruego presente mis muy humildes respetos al P. Brachet, a quien pido me informe si las oraciones ofrecidas por su estancia en la querida ciudad de Orleans fueron escuchadas.

            Jamás ha faltado la confianza a la que le prometió no desistir hasta que el Verbo Encarnado le concediera esta petición, como signo del beneplácito que tenía de las bondades que este querido padre hizo aparecer en aquella que es su hijita y de Usted, mi muy querido y venerado hijo, su afma.,

Al Sr. de la Piardière, en París.

Carta 260. 

14 de julio, 1655. A la Superiora de Grenoble.

            Mi muy querida y amada hija:

            Tiene razón al quejarse de mi silencio. Muchas otras profieren las mismas quejas con toda justicia. Si pudiera multiplicarme para agradecer de viva voz a todas las personas a las que debo agradecimiento, sería necesario hacerlo en varios lugares a la vez, casi a cada momento.

            Si todos los cristianos tienen una obligación hacia los mandamientos de Dios, yo la tengo dos mil veces más. Su bondad, que es en sí misma comunicativa, parece no tener límite alguno ni medida hacia mí. El se da todo para ganarme del todo; y aunque muchos me nombren hija del Verbo, le digo con Jeremías: ¡Ah, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho (Jr_1_6).

Mis inclinaciones son de estar y de habitar para siempre con el seráfico doctor san Buenaventura, en el sagrado costado del Verbo Encarnado, nuestro amor, revestida de esa preciosa sangre para ser alimentada por ella. El es el precio de nuestra redención y la gloria de nuestra santa Orden, al que muchas personas del siglo no escuchan ni pueden comprender. Es el misterio escondido al mundo en Dios, que todo lo tiene. El mismo ha querido enseñar todo esto a la más pequeña de todas las creaturas, a la última hija de la Iglesia; que el apóstol hable a Usted y le explique, por medio de su divino Espíritu, el tercer capítulo de Efesios: Para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios. A Aquél que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos (Ef_3_19s).

            El Sr. de Cérisy les explicará lo anterior si no tienen Uds. una Biblia en francés. Para tenerla Usted misma, mi queridísima hija, desea Usted que agradezca por escrito a ese padre, que es también hijo, que el Santo Espíritu albergó poco tiempo al lado de nuestro monasterio, para gloria de su santa Orden. Reconozco delante de Dios todo lo que ellos hacen y desean hacer en el futuro en la Provenza, donde la enamorada del Verbo Encarnado me atrae desde mi infancia, para recibir ahí las llamas del puro amor con las que ella fue más abrasada que cualquier otra persona. Es lo que canta la Iglesia. ¡Ah, hija mía, no sabe Usted con qué tragos me ha desconsolado! Amo esta herida más que la curación de esta enamorada tan querida del Verbo Encarnado, nuestro amor. Jamás me tranquilizo: deseo tener su amor y ser como su otro yo.

            El Sr. Presidente de la Rochette me ha ofrecido en París, desde que estuve en Lyon, toda la ayuda que un Presidente tan poderoso como piadoso puede ofrecer a una persona a la que concede el honor de su interés y amistad. Si estuviera yo libre de los lazos que me detienen por algún tiempo, a causa del Verbo Encarnado, en la comunidad de Lyon, vería con mis propios ojos a aquél cuya perfección me describe, y diría a Usted, en proporción, lo que los samaritanos dijeron a la samaritana, después de haber escuchado ellos mismos Sus arrebatadoras y encantadoras palabras, y de haber conocido una muestra de su divina piedad. El fuego sagrado fue escondido y reducido al barro durante la cautividad, pero en el día de la santa liberación, apareció como lo que era: un fuego celestial y brillante.

            Con la ayuda de este astro que nos representa al sol del oriente y de la justicia, mi queridísima hija, el que cree no se apresura, dijo el profeta. No me levanto antes del día, pero digo al que hace todos los días de los hombres, y que hará el suyo: Dios mío, ven en mi auxilio. Si todavía tarda un poco, esperémosle, pues vendrá en el momento designado por él. Obren como los padres del limbo: rompan, con sus oraciones, los lugares que parecen de bronce; pidan con fervor que se fundan y desciendan como el rocío. Que la nube nos llueva al justo, que es este Dios oculto y salvador que vendrá para salvarnos, y que bendecirá al Sr. de Galiffet y a su hijo. El recompensará las bondades que han tenido hacia Usted, esperando lo que el Verbo Encarnado les inspirará y hará por ellos.

            Quedo de ellos muy humilde y agradecida servidora; y de Usted, mi queridísima y bien amada hija, su buena madre. Jeanne de Matel

Carta 261. 

23 de julio, 1655. A la Madre de Bély.

            ¡Viva el Verbo Encarnado, nuestro todo!

Mi muy querida hija:

            Estoy apenada por cuatro o cinco cartas que he escrito al Sr. Abad de la Piardière, y otras tantas a mi hija del Espíritu Santo, en una de las cuales expresaba a qué grado estoy satisfecha del Sr. Vivel, que fue, durante algún tiempo, confesor de mi monasterio de Aviñón.

            El reconoció la inocencia y la señaladísima virtud de mi querida hija María Catalina D'André, la cual ha querido sufrir un desprecio general. Tenía yo esta confianza en el Verbo Encarnado: que él descubriría su justicia y conocería la causa de sus sufrimientos. Ella sigue sin saber que la mostré tal como es, y lo seguiré haciendo. Dios humilla a los que se enaltecen, y levanta a los que se humillan. Las penas momentáneas que sufrimos por él son cambiadas en felicidad eterna. Tiene tanta bondad, que considera las que se infligen a su indignísima esclava como hechas a él mismo, y castiga en esta vida a quienes profesan un odio sin causa hacia su paloma sin hiel, pero no sin pico. Ella lo eleva hacia el cielo, del que es favorecida; y como ella es la hija de Judá y de Israel, él ha sido y sigue siendo su Daniel contra todos sus enemigos. Las que están abatidas, no se den por vencidas. Estas cruces internas afligen más que las externas.

            Mi hija del Espíritu Santo está muy bien conmigo. Se dan cuenta Uds. de que no he dado respuesta a los argumentos de la dama conocida suya, y que dejo libertad de acción. ¿Sabe Usted si el Sr. Abad recibió dos cuadernos de la continuación de la historia que me pidió? Enferma como estoy, le dirijo estas líneas para decirle que mis pensamientos hacia Usted son de paz y no de aflicción. Sé que no podría Usted sufrir todo lo que otras sufren. Soy de Usted mi muy querida hija, su buena madre. Jeanne de Matel

            A todas mis hijas, mis cordiales y maternales saludos; buenas noches mil veces.

Carta 262. 

A la Comunidad de Grenoble.

            Mis muy queridas hijas:

            Aquél que se hizo el Verbo anonadado ha mostrado más amor hacia el hombre, que cuando creó el cielo y la tierra para su servicio y amor. Estas pocas líneas asegurarán a todas sus hijas y mías, que el amor concentrado en mi corazón hace aparecer un amor más fuerte hacia lo que él ama. Estas tres líneas las unen dentro de mi seno, que las porta con deleite, así como Dios lleva con tres dedos el peso de la tierra sin esfuerzo alguno.

            Redoblen sus oraciones por la que es toda de Uds. Jeanne de Matel

Carta 263.

 Lyon, 16 de agosto, 1655.A Sor Jeanne de Jesús de Bély en el monasterio de Paris.

            Mi muy querida hija:

            Le envío la copia de la carta que su padre me ha dirigido. Verá en ella una bendición que no es solamente la de un caballero, la de un padre, la de un cristiano que busca conformarse con la voluntad de Dios, sino la de un santo que se encuentra en el rango de la jerarquía más alta, que es la de los serafines, los cuales se dicen el uno al otro delante del trono de ese Dios todo fuego: Santo, Santo, Santo. Al hablarme de su seráfico hermano, que ha expirado entre estas llamas, se expresa como un serafín. El amor divino es un fuego. Este amor lo sobrepasa todo.

            El me pide que le dé mi amor y la consuele. Estoy siempre en la práctica del primero, amándola tanto como puedo quererla; no debe Usted dudarlo. Para consolarla, es necesario que ante todo haga este acto de caridad conmigo misma; pues el Dios del amor me concedió, desde hace catorce años, o tal vez más, una ternura de madre y un santo fuego tanto hacia él como hacia Usted, que alimentaré en el tiempo y en la eternidad.

            Ruegue al Eterno que le sea yo fiel en toda ocasión, sea de aflicción, sea de contento. No deseo sino el suyo. Es en El, mi muy querida hija, que me suscribo como su buena Madre. J. de Matel

            N. Reverenda Madre no pudo escribir ni una letra en la carta. Saluda a la querida M. del Espíritu Santo, y a toda la comunidad.

 Carta 264. 

Lyon, 6 de septiembre, 1655 - Al Abad Jacques de la Piardière.

            Mi muy querido hijo:

            Las señales, golpeando a la puerta que daba a mi recibidor y teniéndose más de pie que a mi lado, que mi muy querida hija [Nallard] nos ha dado de su partida de esta vida, nos han hecho conocer que guardaba y conservaba todavía el temor respetuoso que practicó durante veintidós años y algunos meses, La tarde del día de la degollación de mi gran patrón, y el día de san Simón, dije a mis hijas que temía recibir cartas que me afligirían, pero que confiaba en Dios, el cual me fortalecía por adelantado, previniendo este alumbramiento de dolor para mí, el cual es tan grande que no recuerdo haber tenido otro semejante.

            He querido permanecer sola con Dios, no pudiendo recibir consuelo alguno de las criaturas, diciendo y repitiendo gran parte del día en que recibí esta triste noticia: ¡Ah, Dios mío, me siento afligida, ten piedad de mí! Mi pensamiento calas desde lejos; esté yo en camino o acostado, tú lo adviertes, familiares te son todas mis sendas. Que no está aún en mi lengua la palabra, y ya tú, Yahveh, la conoces entera; me aprietas por detrás y por delante, y tienes puesta sobre mí tu mano (Sal_139_3s).

No me atreveré a decir con Job que ella es dura, ni a mis amigos que tengan piedad de mí. No estoy triste, pero por ser tan grande pecadora, les suplico recen por mí, para que todas las voluntades del Soberano se cumplan sobre mí, en mí y de mí, que soy en él, mi muy querido hijo, su afma. J. de Matel

Carta 265. 

Lyon, 6 de septiembre, 1655. Al señor Abad de la Piardière.

            Señor mío:

            Debo hacerle conocer por la presente que deseo y juzgo a propósito que mi hija, Hna. Jeanne de Jesús, ocupe el lugar de la difunta M. Nallard, hasta que pueda yo volver a París, pues al presente no puedo salir de Lyon, donde espero la autorización del Sr. Arzobispo de esta ciudad para erigir como convento esta casa de la congregación del Verbo Encarnado.

            Advertí de todo al Reverendo Padre Prior de la Abadía de Saint-Germain-des-Près, así como mi deseo de nombrar a mi hija Jeanne de Jesús de Bély, a quien también escribí. Conozco su repugnancia, pero es necesario que ella y yo cumplamos con toda clase de justicia. Haré llegar allí a las otras, con el favor de Dios. Abrazo a todas mis otras hijas. Estoy segura de que la amarán como a hermana y madre suya.

            Sigo crucificada todo el tiempo, de manera que puedo decir como el apóstol: Estoy crucificada con Cristo. Es en la cruz que soy su buena madre,

Carta 266. 

21 de septiembre, 1655. A las Religiosas de Grenoble.

            Mis queridísimas hijas:

            Como saludo cordial y maternal, pido a las tres divinas personas que las hagan santas.

            El fallecimiento de aquella que me dio indecibles satisfacciones en el cargo que el Espíritu Santo me había inspirado darle, me sigue siendo tan sensible que no he podido dirigirles estas líneas sin rociarlas con mis lágrimas.

            No he sentido menos esta muerte que la de mi hija Grasseteau. Si Dios no hubiera querido a las dos, me quejaría de la muerte, que me ha arrebatado a dos superioras: una en la comunidad de Lyon, que no ha tenido, desde su muerte, otra semejante que haya observado como ella la ley del Altísimo. Mi querido Monasterio del barrio san Germán en París, al ser librado de aquella que ocupaba indignamente este cargo recibió la mejor parte por la elección que el cielo hizo de la Madre María, del Espíritu Santo que me es tan necesaria.

            Pido al Espíritu Santo se digne convertirme. Si la niña de mis ojos no me traicionara, no les hablaría de....Si me atreviera, me excusaría mediante la pluma del gran doctor san Jerónimo, quien nos dice que la gran santa Paula, a pesar de estar resignada a la divina voluntad, vertía torrentes de lágrimas ante la separación de sus seres queridos, de cuyo lado se arrancó ella misma. El Verbo Encarnado, nuestro amor, hizo este esfuerzo la noche de su agonía, después de exhortar a sus discípulos a orar, diciéndoles: Velad y orad, para que no caigáis en tentación. Y se alejó de ellos (Mt_26_41s). Y cayendo de rodillas en tierra, suplicó a su divino Padre diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú (Mt_26_39). Es en esta divina voluntad donde me encuentro, mis queridas hijas. Su buena Madre,

Carta 267. 

Lyon, noviembre de 1655. Al Canciller Séguier.

            Monseñor:

            El Dios que hizo al rey profeta según su corazón y obediente a todas sus voluntades, es el mismo que ha escogido a Usted para cumplirlas en su Orden.

La carta que tuvo a bien escribir a mi favor, que es una expresión de su buen corazón, ha impulsado al de mi incomparable prelado a establecer el monasterio de Lyon. Con esta fundación, el Verbo Encarnado triunfa de todos sus enemigos y corona el celo y la paciencia de sus amigos. No puedo sino exclamar, admirando sus bondades: Tú eres ese rey mío y Dios mío,...

            Los grandísimos favores que debemos a su bondad, nos llevan a suplicar al Señor derrame sobre Usted, la Señora y todos aquellos que tienen la gloria de pertenecerle, sus gracias más preciadas.

            Es el deseo de sus hijas, y de la más agradecida de todas, Señor. Jeanne de Matel

Carta 268. 

Al señor de Priésac. En Paris. (Borrador)

            Señor mío:

            Si el Dios que habló por sus criaturas no se hubiera explicado por su propio Hijo, el primer príncipe de los teólogos, seguiría adorando su misterioso silencio, y su oráculo no le diría otra cosa que las palabras mudas del profeta doliente: Yo dije: ¡Ah, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme" (Jr_1_6).

            Aunque soy hija del Verbo Encarnado, él desea que le diga que gracias a él soy otra Débora victoriosa de los enemigos de su gloria. El se levantó desde antes de la aurora, en el momento en que su incomparable pastor lo llamó en el sacrificio de la misa, haciendo brillar sus luces para establecer el monasterio de Lyon y cumplir sus profecías.

            Este esposo, fiel por experiencia, me dijo que su hora había llegado de cambiar el agua en vino. Debo este favor, después de Dios, a. Sr. Canciller y a Usted, Señor, a quien llamo con toda razón el sin par.

            Le ruego tenga la bondad de comunicar estas noticias al Sr. y a la Sra. de la Chambre, a quienes escribiría si el mal de mis ojos, que me incomoda mucho desde hace dos meses, y me causa además un fuerte dolor de cabeza, me lo permitiera.

            Soy, con un respeto muy sincero, en el corazón de nuestro divino Salvador, Señor, su muy humilde Madre y agradecida servidora. J. de Matel


Carta 269. 

Lyon, 4 de diciembre, 1655 - A la Madre Jeanne de Jesús de Bély.

            Mi muy querida hija:

            Que Jesús sea nuestro todo, es mi muy cordial y afectuoso saludo.

            Deseaba quejarme con justicia de su tan prolongado silencio, cuando Usted se me anticipó quejándose del mío, al decirme que no había tenido noticias mías desde hacía cinco semanas. Sin embargo, con la mano y el corazón he comunicado por escrito a todas la tan deseada noticia del establecimiento del Monasterio de Lyon.

            Este invierno ha sido tan rudo y tan largo, que a las personas enfermas como yo les resulta muy penoso escribir. El dolor de ojos y de cabeza no me permite charlar con Uds. como quisiera, pero puedo leer con gusto las suyas.

            No dejen de escribirme con frecuencia sobre todo lo que debo saber, es decir, todo lo referente a la Orden y a la salud de nuestros amigos y de mis hijas, a las que abrazo tiernamente. Soy, mi queridísima hija, su buena Madre. Jeanne de Matel

            Mis saludos a su señor hermano. No le muestre este borrador tan mal escrito, aunque haya sido hecho por mano de su Madre.

Carta 270. 

Lyon, 31 de diciembre, 1655. Al señor de Priésac.(original)

            Al señor de Priésac, Consejero de Estado de Monseñor el Canciller. Calle de Grenelle, en París.

            Señor mío:

            Si este Dios, que habló de diversas maneras a través de sus criaturas, no se hubiera explicado por su propio Hijo, el príncipe de los teólogos, seguiría adorando el misterioso silencio, y su oráculo no le diría otra cosa sino las mudas palabras del profeta doliente: ¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme..., (Jr_1_6). Aunque es hija del Verbo Encarnado, desea él que le diga, como Judith y Débora, que por él ha salido victoriosa de los enemigos de su gloria; que se ha levantado desde antes de la aurora al mismo tiempo que su incomparable pastor, para pedirle, mediante el sacrificio en su honor, sus luces para establecer el Monasterio de Lyon y llevar a su cumplimiento las profecías.

            Por ello debo dar gracias, después de Dios, al Señor Canciller y al sin igual, a quien suplico dé parte de estas buenas nuevas al Sr. y a la Sra. de la Chambre, a quienes escribiría si no tuviera un dolor de ojos que me incomoda mucho desde hace dos meses, y si un gran dolor de cabeza que eso mismo me causa me permitiera hacerlo.

            Soy, Señor mío, su muy humilde, agradecida y obediente. Jeanne de Matel.

            Ruego al sin igual tenga la bondad de escribir a Monseñor, nuestro arzobispo, para agradecerle tantos favores que me ha hecho, y dirigir otra en términos iguales de Mons. de Nesmes. A este efecto, mi comunidad le presenta sus humildes respetos, especialmente Gravier.

Carta 271.

 Lyon, 2 de enero, 1656. Al señor Abad de la Piardière.

            Señor mío:

            No menciono la constancia que he tenido esperando noticias suyas durante tres meses. Salió Usted de París sin informarme de ello, ni de su llegada a Tourain.

            Esto me causó gran asombro, y no encuentro palabras para expresar los sentimientos que mi afecto materno me causó. La víspera de Navidad puso fin a mis penas, al recibir una de sus cartas, que mencionaba dos que Usted recibió un mes después de su fecha, el día de san David, el rey profeta, en que nuestra querida Marion vino al mundo hace ya siete años, y en el cual fue ofrecida al Verbo Encarnado.

            La ofrenda que esta pequeña ha reiterado en varias ocasiones, según el consejo del angélico Santo Tomás, le dio el valor de descender de la santa montaña de Gourguillon, para acompañarme hasta el arzobispado, y mostrar sus respetos a nuestro amable y piadoso prelado. Se trató además lo relativo a la firma del contrato de fundación de este monasterio de Lyon, y el poder expresarle, al fin, mi agradecimiento por el honor de dos visitas con las que su Grandeza se dignó favorecerme el 20 de octubre y el día de Todos los Santos de este año 1655, diciéndome que había sido inspirado, al decir misa en tres o cuatro ocasiones, para llevar a cabo esta fundación, sobre la cual deseaba conocer la voluntad de Dios, a la que no se opone, preguntándome de un modo muy comprometedor si deseaba yo dotar la fundación, y de qué manera.

            Le entregué mil libras de rentas sobre el fondo de dieciocho mil. Me pidió en seguida religiosas capaces de sostener esta fundación. El Sr. de Saint-Just, su gran Vicario, le dijo que contaba yo, en el Convento de Grenoble, con varias muy virtuosas y capaces de gobernar el de Lyon, para gloria del Verbo Encarnado, y satisfacción de todos. Este ofrecimiento no lo contentó del todo.

            Le mostré entonces la carta que Usted me escribió el mes de mayo pasado, comunicándome que me haría llegar a Lyon la cantidad que recibió de su banquero, el Sr. de Cantariny. El Sr. Arzobispo se mostró entonces muy contento, lo mismo que el Abad de san Justo, que se veía radiante al ver que contaba Usted con el dinero, y alabó su piedad con toda la razón.

            Habiendo leído a su entera satisfacción la carta de Usted el día de Todos los Santos, nuestro prelado ha insistido mucho en la terminación del contrato, pero al carecer de noticias suyas, no pude resolverme a hacerlo, estando de acuerdo, con el parecer de este incomparable Prelado, que los asuntos que lo detenían estaban sin terminar, y que no podría Usted volver a París; pero al menos se anotaría Usted un punto bueno si me ayudase a parecer veraz tanto en lo temporal como en lo espiritual.

Sabe Usted muy bien cuánto estima él las gracias con las que Dios se ha complacido en favorecerme, a pesar de ser yo tan indigna de ellas. Es en su Espíritu Santo que seré siempre, con respeto en mi confianza ordinaria, Señor, su muy humilde, Jeanne de Matel

            De nuestro monasterio del Verbo Encarnado y del Smo. Sacramento de Lyon.

Carta 272.

 Al Canciller Séguier.

            Monseñor:

            El ángel que anunció el nacimiento del Verbo Encarnado a los pastores les dijo que era un gran gozo para ellos y para todo el pueblo, y que la claridad de esta noche sería como el día, porque el Verbo Encarnado Jesucristo, Señor de los hombres y de los ángeles, es el sol que ilumina el oriente. Habiendo nacido en la eternidad de su divino Padre, nació en ese día en el tiempo de la Virgen, su madre, en la ciudad de David, de quien ella era hija.

            Mi cuñado me alegró por la buena noticia que me dio del nacimiento de varios Cristos. Usted comprende, Sr., que doy ese nombre a todos los que ingresarán al seminario que su piadoso celo ha establecido.

Carta 273. 

Lyon, 12 de enero, 1656. A un desconocido.

            Señor mío:

            No he notado, en la memoria que hizo Usted favor de enviarme, algo que sea imposible realizar. Le digo, mediante mi pluma, las palabras que el profeta Natán dirigió al profeta David: Anda, haz todo lo que te dicta el corazón, porque Yahveh está contigo (2S_7_3). He hecho un santuario para venir a ti: dentro de pocos días llegarán tres religiosas escogidas por mí para el monasterio en esta ciudad. Ellas y yo decidiremos juntos qué jóvenes deseamos darle.

            Tal vez la divina Providencia me concederá esta gracia de traerlas hasta su santa ciudad y a Sta. Beaume, para venerar ahí las preciosas reliquias que llenan de alegría este santo lugar. El tiempo para estas devociones podrá ser esta cuaresma, si gozamos de buena salud.

            Pedimos al Verbo Encarnado modele a Usted según su corazón. Es el deseo, Señor, de su muy humilde servidora. Jeanne de Matel.


 Carta 274. 

Lyon, 24 de enero, 1656. Al señor de Rossignol.

            Señor mío:

            No puedo expresar la alegría que Mons. de Neuville, nuestro dignísimo y buen arzobispo, nos ha causado al decirnos que celebró la Eucaristía tres o cuatro veces para pedir al Verbo Encarnado le hiciera conocer su voluntad, y que en todas esas celebraciones fue advertido por este oráculo divino que es voluntad suya erigir como convento esta casa de nuestra congregación, lo cual ha llevado a cabo dignamente y con agrado; es decir, con fervor y afecto, el 1° de noviembre, fiesta de Todos los Santos. Sé la parte que toma Usted en todo lo que concierne a este Verbo hecho carne y a mis intereses. Siendo yo en él lo que Usted es para mí, he querido comunicarle esta noticia, así como a su Sra. esposa, quien ama, al igual que Usted, mis intereses temporales. Los de Usted y los de ella me son muy queridos en presencia de la divina Majestad.

            La caridad que tuvo Usted al recomendar con tanta bondad y éxito la causa o los justos derechos de mis amigos, por quienes intercedí ante Usted, me hace esperar que ayude Usted al sobrino del Sr. Gayet, mi administrador. Se lo encomiendo con entera confianza, según su deseo, para pedir a Usted emplee su caritativo y favorable criterio en la causa de este señor. El portador de la presente le informará de todo el asunto. La bondad con la que Usted recibe a todos los que le envío, me dispensa de hablar más tiempo con Usted, con objeto de avivar su caridad en esta buena obra.

            Me encomiendo a sus piadosas oraciones, así como a las hijas de nuestro instituto, del cual soy la más indigna, a pesar de que el Verbo Encarnado ha querido que sea yo la madre de todas. Créame siempre, en su Santísimo Espíritu, Señor, su muy humilde, Jeanne de Matel

 Carta 275. 

Lyon, 25 de enero, 1656 - A las madres Jeanne Fiot y Jeanne de Bély. Superiora y asistente de París

            Mis muy queridas hijas:

            Pido al Vaso de Elección les obtenga del Verbo Encarnado el perfecto amor. Les escribo estas líneas para recomendarles el asunto del sobrino del Sr. Gayet, mi procurador, tanto delante de Dios como cerca de personas prominentes que nos hacen el honor de ocuparse de nuestros intereses haciendo valer su influencia. El portador de la presente les entregará los antecedentes para instruir a las personas a quienes Uds. y yo encomendamos estos caritativos oficios. Como sigo enferma de los ojos, discúlpenme por enviarles tan pocas líneas. Rueguen al Verbo Encarnado por mí, que soy, en El, mis queridísimas hijas, su buena Madre. Jeanne de Matel

Carta 276. 

8 de febrero, 1656. A la Madre Jeanne de Jesús de Bély.

            Mi muy querida hija:

            Que el Verbo Encarnado sea nuestro todo en el tiempo y en la eternidad, es el cordial y maternal saludo de su buena Madre, que está un poco aliviada del continuo mal de ojos, para decirle con su pluma y de su mano, así como de su corazón, que todo lo que su fidelidad hace en su casa será recompensado por Aquél que es el verdadero testigo fiel, según nos lo describe san Juan, su favorito, en el Apocalipsis.

            Recuerde que rehusé al difunto P. Carré, de cuya virtud y méritos recibí muchos buenos consejos, la entrada de religiosas de diversas órdenes, abadesas, prioras y demás, que solicitaban entrar como pensionistas, una de las cuales habría pagado mil quinientas libras de pensión, junto con una sola joven para servirla, y hacia la cual me sentía sumamente obligada, porque siempre he visto que no es ésta la voluntad del Verbo Encarnado. Si hubiese sabido que mi prima iba a permanecer más de tres meses en el monasterio de París, no hubiera permitido que entrara. Siempre es mi parecer el no recibir pensionistas mayores.

            El Verbo Encarnado decía a sus apóstoles: Dejen que los pequeños se acerquen a mí. Cuando quiso enseñar al pueblo, ordenó a san Pedro apóstol condujera su barca mar adentro, a fin de retirarse del gentío. Permaneció treinta años con su santa  Madre y san José. No censuro el celo de quienes aprueban las comunidades numerosas; es su espíritu. El dijo que cuando dos o tres se reunieran en su nombre, él estaría en medio de ellos; es decir, en su corazón. Permanezcan unidas en el espíritu de su Orden, y constantes en lo que les ordene por el espíritu que tantas veces se ha dignado autorizar por medio de señales demasiado evidentes de su divina voluntad. Si él está con nosotros, ¿quién estará contra nosotras con la fuerza suficiente para desbaratar sus designios? El permite, por razones que no entendemos, las tempestades y las contradicciones, y es todopoderoso para calmarlas en el momento oportuno.

            El Sr. Abad de Verneuil de la Piardière me dijo en su última carta que estaría en París en el mes de enero, o antes si le pedía yo que fuera allá, para hacerme enviar a Lyon lo que había recibido para mí del Sr. Cantariny. El frío ha sido tan intenso, que pienso no le fue posible cumplir su palabra. Le pido que no permita la entrada de religiosas, y que reciba con dificultad a pensionistas mayores. No he advertido que se reciban en Lyon; la superiora de Grenoble y la de Aviñón no reciben a las grandes sino como aspirantes, y para ser religiosas. Durante mi estancia en París, no recibí sino con estas condiciones. Mi hija María del Espíritu Santo obtuvo de mí un consentimiento para el que, a mi juicio, tuve que hacerme violencia. Que mi hija de la Pasión no me insista, lo mismo que mi hija de la Natividad, para conceder la entrada. Les repito lo mismo. Si la casa perteneciera a otras y no a mí, o si fuera propiedad de la Orden, la perderían a causa de estas entradas. Sean firmes y constantes en seguir las órdenes que les he dado de parte del Verbo Encarnado; lo repito, así como que soy, mi queridísima hija, su buena Madre. Jeanne de Matel.

 Carta 277.

 24 de marzo, 1656. Al Señor de Priésac, Consejero de Estado.

            Señor mío:

            Después de haber leído y releído el onceavo privilegio, la víspera del día que hizo el Señor, que es el de su Encarnación, invité al cielo y a la tierra a tomar parte en su júbilo, suplicando al Verbo hecho carne colme al sin par de sus más santas bendiciones.

            He adorado y admirado esta bondad antigua y siempre nueva, que ha iluminado divinamente al príncipe de los teólogos, a quien pido mire con buenos ojos y asista con su favor al portador de la presente, que me es tan querido como otra yo misma. Se trata del hijo del Sr. Presidente de Chausse, quien hace de ángel Gabriel, el cual me trajo a París la buena noticia que deseaba con tanto anhelo: saber que venía de saludar a nuestro Sr. arzobispo al día siguiente de haber recibir el breve del Rey.

            Es la misma persona que fue, además, el primero en venir a darme noticias sobre nuestra santa montaña el día en que este digno arzobispo recibió la carta de Mons. el Canciller, diciendo que establecería la Orden del Verbo Encarnado en Lyon. Fue él también el mensajero que, mi buen prelado, me envió para urgirme a hacer escribir el contrato de esta fundación, por sentirse santamente apremiado a firmarlo, lo que hizo de buen grado, diciéndome: Usted será la maestra, no me fijo en las hipotecas de las mil libras de rentas que Usted aporta para fundar este monasterio; haga todo lo que le sea posible. No pude darle mejor respuesta que las palabras de la Madre del Verbo Encarnado; He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc_1_38).

            Exhorto al sin par cumpla su palabra escribiendo el tratado del Verbo Encarnado. Es en él que soy, más que ninguna otra, Señor mío, su muy humilde y agradecida servidora. Jeanne de Matel

            En este día dedicado a san Gabriel, víspera de la Encarnación, 1656.

Carta 278. 

A la Madre María Margarita Gibalin.

            ¡Viva el Verbo Encarnado, nuestro amor!

            Mi primera y más querida hija:

            He sido indeciblemente feliz al recibir su carta del 25 de marzo, que me envió con la Sra. Robin, en la octava del nacimiento de mi patrón, san Juan Bautista. Ella le dará detalles de nuestra conversación, que versó sobre el amor que siento hacia mi primer monasterio, que es el hijo bendito de la promesa multiplicada. Si Dios me concede la gracia de volverlo a ver, así como el monasterio que está por fundarse, entonaré con san Simeón el cántico Nunc Dimitis, Ahora, Señor (Lc_2_29).

            Ruegue por mi conversión, que será para mi consuelo y el suyo. Abrazo a todas según mis anhelos y deseos, en la paciencia. ¡Qué desgracia para mí vivir en Mélek, morar en las tiendas de Quedar! (Sal_120_5).

Carta 279. 

A la Madre de Bély.

            Mi muy querida hija:

            Que Jesús sea nuestro amor y nuestra confianza; él humilla y enaltece; él conduce a los infiernos y rescata a sus esposas cuando desea probarlas. Amemos a este Verbo increado, que es la imagen de Dios invisible. El puede destruir a todas aquellas que no se conforman a este original, por haber sido formadas por los demonios y la naturaleza. Pueden tomar su nombre de imaginaciones y de fantasmas. Pasan como ficciones y sueños que espantan al dormir. Cuando las débiles les dan tregua o los combaten sin valor, se convierten en terror para ellas. Pero las almas humildes, fuertes y valientes, los superan y alejan. Con el Verbo Encarnado, nuestro amor, pasaremos sobre los muros que amenazan detenernos.

            No puedo representarles los combates que todos los enemigos de Dios libran contra las almas que él quiere coronar. Si ellas combaten la buena lid, y a ejemplo del apóstol llegan a la meta, no deteniéndose en las cosas que han dejado, sino en las que esperan de su bondad y de su gracia, respondiendo a sus divinas mociones, arrebatarán la corona. Si Dios está con nosotros, ¿qué fuerza podrá abatirnos? Todo lo podemos en aquel que nos fortalece. Experimentaremos su fuerza en nuestra debilidad si sabemos esperarlo todo de él, y al mismo tiempo confiar en su cordial amor.

            Diga a la persona que es tan amada de su buena madre, que sea valiente. Uno hace, en proporción, lo que toda la Iglesia llevó a cabo cuando san Pedro estuvo en prisión. Para Usted, mi querida hija, deseo mil bendiciones. Le enviaré el domingo por la mañana dos de mis religiosas de mi monasterio de Grenoble, que mi querida secretaria, otra yo misma como Usted, ha tenido el valor de acompañar, a pesar de encontrarse enferma, lo cual me apena. Su celo por la Orden, su cariño hacia Usted y la resolución de complacerme después de Dios, la llevan a emprender todo. Cuando ella vaya a hacer sus comisiones, de las que ha querido encargarse para gloria de Dios y para probarme su fidelidad, que no pongo en duda, le ruego no le permita salir sin tomar un caldo o alguna otra cosa que la fortifique.

            Después de Dios, el Sr. Abad de Verneuil le debe la vida de su hija, la Señorita Marión. Sin sus continuos cuidados, habría salido de esta vida; su amor hacia esta niña, a quien tanto quiero, me ha obligado a amarla como la amo.

            No deseo hacer comparación alguna, ni expresar lo que Dios puede ayudarle a comprender mejor que mi pluma. Ella le disputará el amor de su Madre, y al admirar la fuerza de su corazón podrá decirle que el de ella tampoco es débil. Quiérala, ame a las dos profesas que le va a presentar. Ame a todas con el santo amor del Verbo Encarnado, nuestro amor y nuestro todo. Es en él que soy, mi queridísima hija, su buena madre. Jeanne de Matel

 Carta 280. 

Lyon, 16 de junio, 1656. A la Madre de Bély.

            A mi querida hija, Hna. Jeanne de Jesús de Bély, del monasterio del Verbo Encarnado y del Santo Sacramento en el barrio san Germán, en París.

            Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.

            Mi muy querida Hija,

            La gracia del Verbo nuestro amor, es mi maternal y muy cordial saludo. Estoy encantada de que haya adivinado sola los enigmas y entendido lo que el Espíritu dijo a la esposa. Cuando el diga: ¡Ven!, verá el cumplimiento de sus deseos. Por ahora, exclama ella al final del cantar: ¡Huye, Amado mío, sé como la gacela o el joven cervatillo, en los montes de las balsameras! (Ct_8_13s).

            Oh Dios, mi querida hija, cómo es necesario que El esté pronto para encontrarse, momento a momento, sobre el lugar embalsamado por la sangre de los mártires, para hacer evaporar su aroma con el fuego de sus amorosos recursos. El Calvario era un lugar repulsivo, de malos olores, antes de que El subiera para ofrendar ahí el incienso de sus oraciones y la fragancia de la bendición paternal, siendo el Hijo bendito de toda bendición, el campo que el divino Padre bendijo antes de los siglos. Yo le pido que sea el Padre de los siglos futuros, obrando con misericordia hacia las generaciones venideras; las actuales no la reciben; provocan su justicia para que las castigue. Su buena Madre tiene razón para quejarse de cuatro Madres. Su Benjamina es su única; que ella persevere. Si Dios está por nosotras, como lo está, ¿quien podrá estar en contra? Amemos a nuestro divino amor, y él bendecirá todo.

            No me informa Usted si ha hecho entregar la carta a la Sra. Marquesa de Royant. Espero saber la acogida que la Sra. de la Rocheguyon hizo a la o las que le he dirigido por medio de Usted Si estas dos cartas que envié a Usted en dos ocasiones diferentes, se extraviaron, las otras pueden haber corrido la misma suerte. Lo que Usted escribió al Sr. Dulieu asustó a los mensajeros de esta montaña, pues se sintieron amenazados.

            No me las entregaron hasta tres días después, y no veo que lo hayan hecho con todas las ordinarias. Anoten siempre la fecha de la última, que yo tendré buen cuidado en marcar o hacer anotar la fecha de las mías. Tengo necesidad de fuerzas extraordinarias.

            La Sra. Rousseau ha mostrado demasiado interés hacia las personas que ella estima. Le ha respondido Usted con cordura. Confíe en Dios, que asiste a las almas. No me dice si su compañera estaba con ella, ni quién es esta persona que se queja tan justamente de cosas indebidas. Agradezco y honro con todo mi corazón a las personas que son fieles a Dios. Hay poco de esto, mi muy querida hija.

            Espero que el Padre se encuentre en París para escribirle lo que Dios me inspirará. Hace falta obrar siempre como Abraham: esperar contra toda esperanza, y caminar en su presencia con toda fidelidad. Estos son los deseos, mi muy querida hija, de su buena Madre, Jeanne de Matel.

            No me dice si recibió la carta que envié para la Señorita Angélique de Beauvais.

De Lyon, el 15 de junio, 1636.

            Saludo nuevamente a la Señorita Bero en el corazón del Verbo Encarnado, en el cual amo a su pequeña y a las que ella todavía quiera dar y hacer dar. El dijo que a los pequeños pertenece el reino de los cielos, y que se los deje acercarse a El.

Carta 281.

 Lyon, 5 de julio de 1656. A Sor Jeanne de la Pasión Fiot.

            Jesús, María,

            Mi muy querida hija,

            He querido guardar silencio porque no deseo redoblar sus aflicciones, habiendo sido advertida por personas que no están alejadas de Usted, hasta que el Abad de V. me escribió, diciéndome que ya se me había informado por carta que mi monasterio ha perdido su reputación a causa de las G.P., y así sucederá en efecto si no le ordeno las haga salir. No puedo obrar con rapidez por carta. El Padre, que se encuentra en París, actuará con prudencia para reinstaurar el buen olor del Verbo Encarnado.

            Las ovejas pequeñas están más preparadas a ser llamadas por este Salvador, que dijo: Dejen que los niños vengan a mí. Quien tiene a Dios, lo tiene todo. ¿De qué sirve al hombre ganar las riquezas del mundo si daña su alma? Ya les había advertido, antes o después de Navidad, acerca de lo que la Pastora decía de mis ovejas, pero Uds. recibieron a algunas como los perros, que muerden la piedra que los golpea y no el brazo que la ha lanzado. La compañía de la buena gracia es de rigor para Usted

De París y de otras partes se me informa que usted dice que su buena madre la ha dejado en necesidad, y que se le ha respondido que esto es falso. Quien haya dicho semejantes mentiras, se hará indigna de la caridad que, sin distinción alguna, tiene su Madre para con sus hijas. ¡Qué cruces le dan de los cuatro rincones de las cuatro casas! Los peores criminales solamente son desmembrados por cuatro caballos, y ella es desgarrada por cuatro casas. Si entre todas forman la cruz de san Andrés, ella la saluda como buena para ella; con este amor servirá ella al Verbo Encarnado, que es su Maestro y su Todo.

Recomiendo a todas pidan por mí, y busquen la manera de contentar a Dios y edificar al prójimo.

            Quedo, para siempre,

Carta 282.

 A un desconocido.

            ¡Alabado sea el Santo Sacramento del altar!

            Señor mío:

            Un saludo muy humilde en la gloria que el Verbo Encarnado hizo aparecer hoy sobre el Tabor, para dar valor a quienes deben seguirlo en la confusión del Jardín de los Olivos y del Calvario. En estas dos montañas fue reconocido el Hijo de Dios. Sobre la primera por su divino Padre, quien dijo: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco (Mt_3_17); en la segunda por el centurión: En verdad este hombre era Hijo de Dios (Mc_15_39).

            San Juan nos dice que el amor del Padre nos ha dado a su Hijo único, y que solamente en el Unigénito se engendra el que es único, que está en el seno del Padre, y que manifestó la generación y la filiación que recibió del Padre, del cual es la imagen y figura de su sustancia. Es propio del Hijo ser la única generación de este Padre fecundo, y la imagen dentro de la Trinidad; el espejo sin mácula de la majestad, el esplendor de la gloria paterna, la emanación límpida de la claridad del Padre que lo engendra en el esplendor de los santos antes del día de las criaturas, el cual es su dicción, su Verbo y el término de su fecundo entendimiento. A él comunica todo su ser por vía de generación, y él con el divino Padre producen al Santo Espíritu por vía de espiración, el cual es su amor y el término de su voluntad única, coligual y coeterno a su único principio.

            Oí decir que es el amor personal y sustancial en el seno de la Trinidad, el cual no es creado ni engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo, que son los dos espirantes que lo producen como un solo y único principio; que él es el término de todas las divinas emanaciones hacia el interior; que es estéril en la Trinidad; que en él todo es producido; que es el círculo inmenso de las divinas producciones.

            No he oído decir que la producción del Santo Espíritu se llame la perfecta semejanza del Padre y del Hijo, como dice Usted en su nota, ni he tenido alguna vez la curiosidad de querer saber de Dios ni de los hombres por qué no es producido por vía de generación como el Hijo, con el cual es consustancial como con el Padre, de quienes recibe toda la esencia y todo el ser.

            Adoro la esterilidad del Espíritu Santo, cuya beatitud consiste en recibir pasivamente su ser, que el Padre y el Hijo se glorían en comunicarle activamente. Su fecundidad no les atribuye ninguna superioridad sobre él, ni su esterilidad le da dependencia alguna del Padre y del Hijo, sino que procede de ellos por vía de voluntad, de la que es el término, como ya he dicho, no para contentar la curiosidad de quienes escribieron la nota para plantear la pregunta que Usted me envió para responderla, sino para no desviar a Usted mediante un silencio que lo culparía por haber prometido una respuesta a tal cuestionamiento, proveniente de una señorita que no es teóloga, que jamás ha leído a los Padres, que siempre ha adorado a Dios en su santa penumbra, confesando que estas luces son tinieblas para ella, y experimentando una gran suavidad cuando él cautiva su entendimiento bajo la actividad de la fe, al meditar ella en estas palabras: No os estiméis más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual (Rm_12_3). Tenga la fe que aproxima al Dios del amor, que es la fe viva. Así permanecerá Usted unido a él.

            Ruegue al Verbo Encarnado me conceda esta gran fe, una firme esperanza y una ardiente caridad; esto es lo que pide para Usted, Señor, su muy humilde servidora en Jesucristo. Jeanne de Matel

 Carta 283. 

25 de agosto, 1656. A la Madre de Bély.

            Mi muy querida hija:

            Le recomiendo su salud; no trabaje más de lo que puede. Usted sabe cuántas lágrimas he derramado para obtenérsela. Que su servicio sea razonable, según el consejo del apóstol; no se aflija por nada. Dios conoce a los que son suyos, todos los cabellos de su cabeza están contados. Si él no descuida a un pajarillo, ¿podrá olvidar el cuidado que prometió tener hacia su Orden? Aunque me enviara la muerte, dijo el Santo Job, esperaría en él, que es la esencia de la vida. Nuestro Verbo Encarnado e increado es nuestro todo; su derecha se armará de fuerza y nos exaltará, y lo proclamaremos el día destinado por él para sus obras maravillosas.

            Deseo saber si fue Usted quien hizo se me escribiera el 18 de septiembre por el Sr. de Langlade, para oponerme a las peticiones de mi hija de la Pasión y a la resolución del P. Prior para concedérselas. El P. de la Piardière me escribió por su parte, pidiendo que no me opusiera a ellas. Pierda cualquier temor de que la providencia del Padre que gobierna todo abandone a su Orden. Si Usted permanece sola por un tiempo ante los ojos de los hombres, no lo estará ante la mirada de Dios. Dispondremos de jóvenes para enviar a París en el momento destinado por Dios.

            Mi mencionado Sr. de Langlade me escribió como una persona que duda de la constancia y estabilidad de mi hija de la Natividad. Si ella siente un miedo tan extraordinario hacia la muerte del cuerpo, ¿cómo debería, y con mucha mayor razón, temer la del espíritu? Ella, que ha encomendado a mis oraciones la que es momentánea; ¿no mostrará preocupación alguna hacia la que dura una eternidad? Debe considerar su vocación a la luz de las palabras del apóstol san Pablo, ser más estable, y repetir con el profeta que Dios ha hecho ver en nosotros sus grandes misericordias, puesto que el fuego de su justicia no nos ha consumido. El Verbo Encarnado dijo que de todos aquellos que su Padre le dio, ninguno se perdería salvo el hijo de la perdición, el cual ya está en su lugar, según lo afirma san Lucas en los Hechos de los Apóstoles.

            Me duele que el Sr. de Langlade haya tenido en tan mal concepto a mi buena hija de la Natividad Gellée, a la que quiero con todo mi corazón y ahí tiene un lugar aunque se encuentre algo alejada de mis ojos, que siempre la miran con benevolencia. Ellos sufrieron por lo que dije, no poder verla; ella temió ser una carga en Lyon, al enterarse de que su pensión no pudo ser enviada ahí con facilidad, lo cual no me causó preocupación alguna.

            Su señora madre, a quien saludo y respeto con todo mi corazón, ha conocido por experiencia que la estimo muy por encima de los intereses a los que veo atadas a tantas personas, que no buscan la gloria de Dios y la salvación de las almas. La suya me es muy querida. No puedo decirle cuántas veces al día pido por la preservación y santificación de las dos. La de la Sra. Gellée, su madre, la de la Sra. Bernard, tía suya y la de su señor hermano me han sido muy encomendadas. Su fe me hizo esperar contra toda esperanza, a ejemplo de Abraham. Ella está obligada a amarme como buena hija mía; yo la quiero en calidad de buena madre suya y de todas mis hijas, a las que abrazo en el amor del Verbo Encarnado. Es de corazón que soy para todas mis queridas hijas, su buena madre. Jeanne de Matel.

Carta 284.

 Lyon, 13 de noviembre de 1656 - Al Párroco de Charles, para la Madre de Bély.

            Al Párroco Sr. de Charles, próximo al Hotel de Brienne, barrio san Germán, para hacer el favor de entregar prontamente a mi muy querida hija Sor Jeanne de Jesús de Bély, en París.

            Mi muy querida Hija

            Mi cordial y maternal saludo en el amor del Verbo Encarnado. Mi última por correo ordinario fue dirigida al Sr. Abad de Verneuil. Dentro del sobre incluí una carta a mi hija de la Natividad, escrita de mi mano, lo mismo que la presente, en la que hablo de corazón, porque la quiero. Si ella tuviese el mismo amor y fe en la amistad de su madre ausente o presente, san Martín la curaría de lejos, como lo hizo de cerca en la víspera de su fiesta, estando ella enferma de lo que pensábamos era pulmonía. Y cuando se temía que caería la pequeña alondra, 31 días de fiebre continua no la pudieron abatir para hacerla morir.

            Yo la saludo y la abrazo con cariño, lo mismo que a todas mis queridas hijas. Si el Sr. Abad ya partió, no dejen de remitirle mi carta a la dirección mencionada en las suyas. Saquen la de mi hija de la Natividad, y vuelva a incluir la suya, para volvérmela a enviar. Si en verdad me concede la alegría de venir a verme, podrá traer consigo a las religiosas de Grenoble que están en ese lugar.

            La noche me obliga a terminar, y Sor María a enviar la presente. Continúa amándolas, mi muy querida hija, su buena madre. J. de Matel.

 Carta 285. 

Lyon, 5 de enero, 1657. A la Madre de Bély.

            A la muy querida hija, Madre Jeanne de Jesús de Bély, superiora del Monasterio del Verbo Encarnado del Barrio san Germán de Près, en la calle de Grenelle, en París.

            Mi muy querida hija:

            Comparto todas sus penas desde que, habiéndome separado corporalmente de Usted, he permanecido inseparable en el espíritu. Usted me es muy querida y como otra yo; no lo dude, pues todo el cielo sabe que su fidelidad me es amabilísima.

            Hace más de tres semanas que me acosa un mal de costado que me obliga a guardar cama más de lo que mi actividad puede sufrir. Estoy admirada de saber por su medio y por el de mis hijas que mi hija de la Natividad Gelée obra milagros en la observancia de sus reglas. La quiero mucho. Su última carta me ha traído gran alegría.

Pido continuamente por su salud Le recomiendo sea buena ecónoma, y que lleve sus cuentas según las intenciones del Verbo Encarnado, quien ordenó a los apóstoles reunieran y recogieran las sobras de los panes que había él multiplicado milagrosamente. Esto me ha hecho pensar en la cuenta que pedirá de todo lo que nos encomienda, sea espiritual, sea corporal; sea temporal, sea eternal.

Recuerde que pagué novecientas libras por la renta de la casa al Sr. La Line. Además, sostuve a mis hijas del Espíritu Santo, de la Pasión, de la Cruz, Gravier, Munier, Constanza y otras. Todo esto sin otra pensión que la que el Verbo Encarnado me había concedido. Gasté cien escudos en la celebración de la santa misa, y ayudé a la iglesia y a tres pensionistas que no me han pagado. Me hacía toda para servir a todas, pero mis imperfecciones sobrepasaban todos estos oficios y los abismaban en mi confusión, siempre sin par, al considerarme en la oración. ¡Oh Dios! Mi querida hija, sea Usted más fiel a Su Majestad que su Madre, al responder a las gracias que El nos comunica. Pídale que me convierta en este año del 57, y que encuentre en mí su reposo como en el día de la creación.

            Esta carta puede servir a mi hija Gravier tanto como a Usted Marion se siente perfectamente bien. No está enferma de los ojos ni padece reumatismo. Yo le caliento los pies y la cuido en todo como si fuera la niña de mis ojos.

            Abrazo a todas como mis queridas hijas, y soy para ellas, como para Usted, mi muy querida hija, su buena Madre, pero, en el corazón, de todas. J. de Matel

De nuestro Monasterio del Santísimo Sacramento de Lyon

Todas mis hijas, sus hermanas, las saludan y les desean, como aguinaldo, el amor puro en la santidad

Carta 286.

 Lyon, sin fecha. A Sor Gravier.

            Mi muy querida hija:

            ¡Viva el Verbo Encarnado, nuestro amor! Si mi afecto hacia Usted no fuera conocido sino por mis cartas, tendría Usted alguna razón al reprimir la convicción que tiene de que la amo; pero habiendo experimentado mil veces el gran cariño que mi corazón maternal tiene hacia Usted, no imagino que pueda Usted tolerar pensamientos de desconfianza. Sus quejas no me incomodan, pues brotan de su afecto filial, y mi corazón las comprende muy bien. Su ausencia me ha llevado a darme cuenta de mi gran cariño hacia Usted y, aunque amo a todas mis hijas, mi hija de Bély y Usted son mi principal apoyo.

            El dolor de costado que sufro desde que Usted se ausentó es prueba de ello. Se alejó físicamente de mi vista, lo cual fue causa de que mi espíritu se sintiera inconsolablemente afligido. No ignora las promesas y oraciones que he ofrecido a Dios por Usted y por la salud de mi hija de Bély. Que demuestre que me ama, como creo que lo hace. Sus penas me han afligido y las de Usted han agrandado mis heridas. Sin embargo, como todas proceden del amor maternal y entrañable, me parecen muy dulces.

            Oren las dos para que mis dolores de costado vayan unidos a los del Verbo Encarnado, por cuya gloria la quiero y sufro, temporalmente, su alejamiento de mí, que soy su buena madre. Jeanne de Matel

Carta 287. 

Lyon, noviembre de 1658. Al señor Roger, Consejero del Rey.

            Señor mío:

            A mi regreso de Roanne, donde bebí de las aguas de san Erbam, recibí la suya del día 3 del corriente, en la que encontré un giro con valor de mil doscientas cincuenta libras, mil de las cuales provienen de mis rentas, y doscientas cincuenta que proceden del Sr. de Rossignol, para la pensión de mi Hna. de la Asunción.

El mencionado giro me fue pagado con tanta prontitud como generosidad por el Sr. de Saint-André. Con el favor de Usted, estas líneas le servirán de recibo, al que adjunto un comprobante para el Sr. de Rossignol, a quien pedirá Usted el justificante que tuvo a bien hacerle.

            Es éste, Señor, uno de los testimonios de la bondad que tiene Usted hacia todo lo que me concierne, al ocuparse de mis asuntos como si fueran suyos, por todo lo cual pido al Verbo Encarnado, además de la Señorita, por su esposa y por toda su familia, a la que bendice el corazón que recibe sus favores, rogándole me salgan al paso ocasiones en que le demuestre mi agradecimiento con los hechos.

            Soy, más que ninguna otra, Señor, su muy humilde y agradecida servidora. Jeanne de Matel.

            Me apené al saber el estado de salud del Sr. Abad, y el de su señora madre, pero la seguridad que me da por medio de su muy apreciable, me ayuda a comprender que va bien, puesto que deberá encontrarse en París dentro de pocos días. Hágame el favor de ofrecerle, en ese lugar, el cordial afecto de su buena Madre y la respetuosa obediencia de su Marión, nuestra querida mascotita.

Carta 288. 

28 de febrero, 1659. Al señor Abad de la Piardière.

            Mi muy querido hijo:

            He recibido todas las suyas con gran gozo y afecto materno, viendo que las dictan su afecto y respeto filial. Sabiendo que Dios humilla y levanta, mortifica y vivifica, baja a los infiernos y saca de ahí a las almas a quienes desea probar, aguardo en la esperanza y en silencio su divina salvación. Si el está por nosotros, ¿quién se volverá contra nosotros? Le hablo por medio de su profeta Habacuc, recitando la oración completa del tercer capítulo de sus oráculos, y pidiendo a todos los santos que le alaben: Salmodiad a Yahveh los que le amáis, alabad su memoria sagrada. De un instante es su cólera, de toda una vida su favor (Sal_30_5s).

            Es en esta divina voluntad que espero a Usted con una santa impaciencia, para decirle de viva voz lo que este papel no puede llevarle. Le ruego me sumerja siempre muy dentro del cáliz de su preciosa sangre.

Tengo un acceso de tos que me obliga a terminar la presente, pero que no me impedirá ser, en el tiempo y en la eternidad. Jeanne de Matel

Carta 289. 

Carta 6. Lyon, 25 de marzo de 1659. Al señor Abad de la Piardière

            Al Señor, el Abad de la Piardière, Señor de Verneuil, recomendado por el Señor de Rossignol, Maestro de Cuentas, para que haga el favor de hacerla hospedar en la calle Vivier, cerca de las Religiosas de Santo Tomás.


            Señor, mi muy querido y venerado hijo:

La suya del 11 de marzo me produjo alegría y dolor. Esto no se debió solamente a que, en el tiempo en que el Salvador padeció, algunas personas de notable dignidad tuvieron consejo contra él y contra su gloria, a fin de exterminar al uno y a la otra, procurándole una muerte afrentosa, por no decir infame, bajo pretexto de que valía más destruir a este Dios Salvador, que ver perecer a los culpables. Si el Espíritu Santo no hubiera hablado mediante la voz del pontífice, porque había llegado su tiempo, el Verbo Encarnado murió una vez para vivir eternamente. Esto sucedió ayer, continúa en el presente, y seguirá por toda la eternidad. Aun cuando destruyera todas las esperanzas creadas, yo esperaría en él. Judith no pudo aprobar la desconfianza de los príncipes y de los sacerdotes de Betulia para poner condiciones a la poderosa sabiduría y bondad de Dios, que hizo ver la fuerza en nuestra debilidad. Su brazo no ha decrecido; es nuestra fe la que parece sufrir menoscabo.

            Si he guardado un silencio que ha sorprendido a todos aquellos que me honran con su amistad, se debe a que el profeta Zacarías me lo mandó hace ya seis años. El fue el oráculo del Espíritu Santo al hablar de Jesús, el sumo sacerdote, y de Zorobabel en la época en que Usted se encontraba en san Lázaro en casa del Sr. Vicente, para prepararse a la dignidad que recibió por bondad de Dios y mediante los cuidados de su M., la cual espera a su venerable hijo con anhelos que le es difícil explicar.          Ella no está sola. Nuestra querida Marion y muchas otras están con la misma expectación de que venga sin tardanza. Usted es el deseado de las colinas y de aquella que es, Señor mío, mi muy querido y venerado hijo, su muy humilde, agradecida servidora y muy buena madre, J. de Matel. Todas mis hijas, religiosas y aspirantes, agradecen a Usted el honor de su recuerdo, y le presentan su humilde respeto, en especial Gravier.

Carta 290. 

Lyon, 21 de diciembre, 1659. Al señor Abad de la Piardière.

            ¡Viva el Verbo Encarnado!

            Muy querido y venerado hijo:

            Jesús, al pasar, hacía milagros … daba la vista a los ciegos, haciendo lo que su Espíritu inspiró a Isaías, a fin de que fuéramos iluminados con la luz divina, y que conociéramos que nuestras claridades no son, con frecuencia, sino tinieblas.

            El paso de Usted, que fue tan luminoso y lleno de alegría, se pareció al Domingo de Ramos para la gloria del Verbo Encarnado, aunque seis días después los pareceres cambiaron, asegurando que todo sería destruido si el que hizo varias promesas no las cumplía después de su partida, mediante el envío de las diez mil libras que prometió a los grandes del siglo en su palacio.

            La cruz sigue en pie, lo mismo que sus dos discípulas, que lo escucharon con sus propios oídos Después de que me dejó en la iglesia, personificando al dolor mismo que Usted prometió y dijo en la calle al Sr. Mabire que asegurara a Monseñor y al Sr. de Saint-Just que Usted las enviaría en cuanto ellos se las pidiera.

A partir de entonces, el procurador del obispado me ha estado presionando más de lo que puedo expresar a Usted, para que se las pida, que le ordene hacerlo, o que al menos apruebe la carta que su celo le llevó a escribir. Cuando rehusé ver dicha carta, y mucho más el aprobarla, el día de la Purificación por la tarde salió de nuestro templo, en el que no ha vuelto a poner un pie, dejándome clavada la filosa espada que se predijo a la santa  Madre del Verbo Encarnado, el cual abrirá los corazones de muchas personas para hacer ver la diversidad de sus pensamientos.

            Se dice a su madre que su venerado hijo pertenece a la corte de la tierra, que ha fingido estar de su lado, y que es su peor enemigo; que él se queja de ella, y que con gran astucia ha retirado a su hija, y sonsacado a la secretaria, para acompañar a una M. disimulada, que llevará a su término la desolación de la abominación que ella misma ha anunciado.

            Mi muy querido y venerado hijo, dé el mentís a todos los que hablan con falsedad, y alegrará a la que no pide sino ser librada de oprobios. Pero que se haga la voluntad de Dios y que, en su verdad, pueda ella servirle siempre con espíritu sincero.

            Y como él no habita en los corazones dobles, que se digne morar en el mío y hacerlo más sencillo cada día; que al tratar de asuntos temporales, no olvide los eternos. Es en esta Trinidad que desea permanecer, mi querido y venerado hijo, su muy humilde y buena Madre, Jeanne de Matel

            No hemos visto a aquel de quien Usted habló. Las maravillosas bondades de Dios en favor de aquella que no desean echar de su sinagoga, sino de sus casas, y todos aquellos que dicen: Bendito el que viene en el nombre, exclaman como yo: De todos mis opresores me he hecho el oprobio (Sal_31_12).

 Carta 291. 

A un desconocido.

            Señor mío:

            No dudo que haya Usted sentido tristeza al verse obligado a partir sin despedirse de su Madre, la cual le ama como a su pequeño hijo.

            La petición que me hace de perdonarlo, siendo inocente, procede de la ternura de su buen corazón, al que el mío está perfectamente unido, así como al de nuestra Benjamina.

            Las amistades que se hacen en Dios no pueden ser disueltas; no podría Usted negar que me ha dado la mejor parte de Usted mismo, al dejarme a la Sra. Seguin.

El favor que le pido es que redoble sus cuidados por la salud del Rey y de la Reina.

Carta 292. 

A un desconocido.

            Señor mío:

            El gran san Agustín escribió, después de haber ponderado en su amor, que es Dios: ¡Oh bondad antigua y siempre nueva!; y el rey profeta dice que en su meditación su corazón se volvía todo de fuego. Habiendo leído y releído las palabras con las que se expresa la esposa del cántico de amor para manifestar su pasión por encontrarse sola con él, y de poseerlo en la soledad como al único objeto de sus amores, veo que el corazón de Usted se ha convertido en una pura llama, a la que deseo dar el nombre de caridad, la cual lo apremia a estimar la bondad que Usted admira. Dejo a Usted el pensar en qué arrobamiento se encuentra mi espíritu, al hacer suya su felicidad.

            Es en esta unión, mejor dicho, unidad, que deseo ser en el tiempo y en la eternidad, su muy humilde servidora, Jeanne de Matel.

Carta 293. 

A las Religiosas de Aviñón;

            Mis muy queridas y bien amadas hijas:

            Saludo y abrazo a todas en las entrañas del Padre de las unir por las que El Verbo Encarnado, Oriente, nos ha visitado.

            Les envío por conducto del Sr. Tixsier, un eclesiástico muy piadoso, veintisiete medallas y diez cruces de reliquias de santos mártires que tuvieron el honor de padecer hasta la muerte por este Verbo de vida, que murió por ellos y por nosotros. Muramos, mis queridas hijas, a todo lo que no es Dios, pero hagámoslo por su amor y en su amor. Es lo que anhela para Uds. su madre, que desea apasionadamente su gloria, la cual ni Uds. ni yo podremos poseer sino mediante la cruz y los sufrimientos. No les menciono los que sobrellevo a causa de todas ustedes, a pesar de las razones que pudieran tener para disculparse al no cumplir hacia mí los deberes a los que el Verbo Encarnado, nuestro todo, las ha obligado.

            Es en sus llagas sagradas donde gimo como paloma sin hiel, y donde las amo con cariño efusivo y dilección maternal, quedando, mis queridas y bien amadas hijas, su buena, afectuosísima y muy cordial Madre. Jeanne de Matel

 Carta 294.

 Al Prior Bernardon.

            Mi querido Padre:

            Un saludo en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro todo. Tan pronto como abrí las dos amables cartas que recibí a la misma hora del mismo día, tomé la pluma para responderle en pocas palabras, pues el correo me apremiaba.

            En primer lugar, le aseguro que ni el Sr. de la Piardière ni yo hemos recibido las cartas que dice habernos enviado, ni noticia alguna de lo que ha hecho Usted respecto al Sr. Chabanier, desde que devolvimos a Usted el acuerdo o transacción que me había enviado. Me sentiría muy molesta si los papeles que le pedí estuvieran allá, pues me vería privada del placer que espero tener al leer todas las palabras e injurias que lanza en ellos contra la que no hace sino querer la dicha y bienes que el Verbo Encarnado me pide que le desee.

            Le ruego crea que nuestras hermanas de París, que por ahora no muestran ser buenas amas de casa, no pueden mostrar mayor asombro ante los gastos que la Hna. María Chaud hace en mi nombre. Yo alimentaría a veinticuatro personas y las mantendría en buen estado con lo que ella emplea para doce, y las haría sentirse más calientes que si fueran treinta viviendo en las mejores casas de París. Cuando estuve en Lyon hacía mejor comida para treinta personas, y no utilizaba sino la mitad de la leña y del carbón. Dejé ahí esta misma cantidad de la provisión necesaria para dos años.

            Sor Isabel era mejor administradora. Sor María obraría como los que derraman la harina para recoger un poco: se arruinaría sin llegar a cocinar una buena cena.

Yo me ocupo de la cocina y desde hace dos años no tengo ecónoma. Toda nuestra comunidad goza no sólo de buena salud, sino que no existen otras jóvenes ni religiosas en todos los monasterios de París que tengan tan buen aspecto como las del Verbo Encarnado, y eso que no se gasta el costal de carbón ni el cuarto de leña que compra la Hna. María. Paso, en cada comida, tres platillos muy bien servidos.

            Le informo de esto en secreto. Si pudiese ir a Lyon, el Prior vería que digo la verdad y constataría las bendiciones que nuestra querida Hna. Isabel me ha obtenido, al dejarme su oficio no me atrevo a decir beneficio.

            Sor de la Pasión se siente mejor que cuando estuvo en Lyon, Aviñón y Grenoble; su cordura es óptima. Se da cuenta de lo que dice, y todas las demás se complacen en imitar el mandato que el ángel dio a la madre de Sansón. Puede Usted leerlo en el libro de los Jueces.

            Me dice Usted que no deje leer a nadie su última carta. Pierda cuidado. Le ruego sea el único en leer la presente, pues no debo desear pasar por una excelente cocinera, ni ser considerada como la mujer fuerte, que pone la mano en cosas grandes, y sin embargo, no olvida el manejo del huso.

            Mi querido Prior, no tengo palabras para expresar los sentimientos de mi corazón ante la pérdida de aquel que le causó tan sensible disgusto. Quiera Dios que el ofrecimiento de mi sangre y de mi propia vida lo puedan volver al lugar donde Dios lo tenía antes de que él se fuera del lado de aquella que lo hizo renacer con la ayuda de la gracia, y entre arroyos de lágrimas.

            He pedido al Sr. de la Piardière pida informes en casa de este abogado del Consejo, y que no descanse hasta encontrarle, para invitarlo a entrevistarse conmigo; me encontrará llena de dulzura y de amor maternal, y la misma que conoció en el año 1637. No quise mostrarle la carta de Usted Espero poder informarle de todo lo que se pueda averiguar, y que él me hará saber si se resuelve a venir a verme.

            Como el correo me apura, termino la presente pero sin terminar jamás de apreciarle, puesto que quiero vivir y morir siendo su humilde hija y sierva en Jesús. Jeanne de Matel

 Carta 295. 

2 de febrero, 1666 - A la Madre Elena Gibalin de Villard

            Mis queridísimas y bien amadas hijas:

            No habiendo recibido sino una carta de su parte, respondo con la presente, así como a todas las que dicen haberme escrito, sea que haya recibido sus cartas o no.

            Deseo creer que son sinceras y que de la abundancia de sus corazones hablan sus labios, al expresar los deseos que tienen de verme cerca de ustedes. Van los reiterados deseos de mi corazón que las ama con un amor maternal y cordial, pero que se siente lastimado ante las diligencias que hacen para inquietarme, al insistir en que venda mis rentas, que son buenas y constantes. Al venderlas, pierdo 500 L de entradas perpetuas y con ello no ganan ustedes ni un céntimo. Si esto fuera para su provecho, y percibieran las 1,260 libras por las 18,000 de mi fundación, no lo sentiría, porque tendrían Uds. la ganancia y se beneficiarían con mi pérdida.

            Si, con la ayuda de Dios, y como es mi deseo, puedo ir a Lyon después de Pascua, veremos entonces cómo podemos arreglarnos sin vender las mencionadas rentas, que siempre nos serán útiles. Me contrista en extremo el que las tengan controladas, lo cual es causa de que no reciban Uds. la satisfacción que esperan, y que también yo lo deseo, pidiendo a Dios para todas les conceda llegar a ser santas y fieles esposas del divino Esposo.

            Encomiéndenme a El, para que me guíe al cumplimiento de todas sus divinas voluntades. Estos son los deseos, mis queridísimas y bien amadas hijas, de su buena Madre en Jesús. J. de Matel, Fundadora y superiora del Verbo Encarnado.

            Me extraña que mi querida hija, la Madre Margarita de Jesús, no haya firmado con su nombre la carta de la comunidad de Aviñón. ¿Es que está enferma o ha fallecido? ¡O tal vez esté resentida por seguir siendo superiora desde hace 25 años! La cargué con esta responsabilidad, que no le he quitado. Los mandatos de Dios no siempre son conocidos de los hombres.

Carta 296. 

París, 2 de Mayo de 1666. Al Reverendo Padre Dom Ignace Philibert, Prior de la Abadía de San Germain-des-Près.

            Alabado sea siempre el Santísimo Sacramento.

            Muy Reverendo Padre:

            Hace poco me enteré que vuestra reverencia toma siempre como verdaderas las razones que le previenen en contra de la verdad, por lo que me siento obligada para defenderla, a informaros de nuevo de todas las faltas que hay en el acta de transacción, ya que como sabéis se me violentó a firmar el 18 de abril de 1663, sin haber querido dejarme ni un día la Minuta para darla a conocer a mi consejo, que yo deseaba viera a causa de ciertos términos que siempre desaprobé. Después de este tiempo he persistido en pedir la corrección. Al fin mis hijas han abierto los ojos a su falta y la Superiora vino a decirme que ella quiere lo que yo quiero y no desea sino el que sea satisfecha.

            Como no tengo mas que a vos para que en esta ocasión se me haga justicia, mi Reverendo Padre, os lo pido protestando que no lo deseo sino por la gloria de Dios y el bien de mis hijas.

            Considerad que en esta acta me hacen pasar por una persona que da bienes que no son suyos, por lo que me hace una injuria que recae sobre ellas por ser demasiado onerosa a la Orden, puedo decir, mi Reverendo Padre que no tengo nada de mis hijas, ni recibido para ella mas que 2,000 libras que Mons. el Canciller me dio al establecer esta casa, las que ayudaron a pagar los gastos para establecer la clausura y construir la iglesia que costó 6,000 libras, sin embargo, por esta donación no les tomé en cuenta mas de 4,000 de las que entonces me hicieron recibos. Ellas saben que no me he apropiado lo que les pertenece, y que mientras tuve cuidado de lo temporal me contenté con la pensión de algunas, ya que la mayor parte no tenían nada y no se encontrará nadie que me pueda convencer de tener bienes de otros por que legítimamente he adquirido lo que tengo, Dios lo ha bendecido y multiplicado varias veces, bien porque ha subido el valor de las monedas, o por mi economía evitando gastos inútiles, o porque me he privado de cosas aún necesarias. El Verbo Encarnado ha bendecido mi trabajo y mis cuidados, así como cumplido la promesa que me hizo de darme para fundar cinco casas de las que no me queda por establecer más que una, la que ya estaría fundada si por esta acta no se hubiese puesto turbación a mis negocios y afligido mi espíritu con su resistencia y poniendo falsedades que detienen el curso de la gracia de Dios sobre estas casas. Se está oponiendo a los designios por los que me permitió comenzar y sostener en Lyon, nuestra Congregación, de haber establecido esta Orden y sobrevivido a todo sin ser una carga para nadie, no he hecho comunidad de bienes temporales con las hijas de la Congregación por razones que sería demasiado largo aducir aquí y he recibido gratuitamente a las que han querido ser religiosas después que se estableció la Orden de manera que la carga ha sido para mí sola.

            Si le place a su Reverencia podrá constatar que lo que dice el acta y de lo que me quejo, lo he hecho movida para continuar el establecimiento de este Monasterio y porque las personas que allí sirvieron de testigos no pudieron decir la verdad porque me conocieron 20 años después que hice la fundación, es decir, después de este último viaje que hice a París donde como usted sabe, fue el 22 de mayo de 1663, y en el acta se ha querido hacer aparecer a la Sra. de Rocheguyon como la que estableció este Monasterio, pero en verdad ella no contribuyó para nada en él. Ciertamente deseó ser la fundadora e hizo un voto a Dios y ofreció para su ejecución la cantidad de 16,000 libras con la condición de poner en él a perpetuidad dos jóvenes que serían nombradas por los fundadores de un convento de religiosas en donde estaba su director, las que podrían hacer rendir la dicha suma en caso de que la comunidad rehusara tomarla en sus manos. Estas condiciones fueron causa de que el Reverendo Padre Dom Brachet, uno de vuestros predecesores no quisiese aceptar a dicha dama como fundadora, la que se sintió molesta y se retiró con la bula diciendo que ella quería fundar en París. Esto me obligó a conseguir otra en Roma haciendo los gastos por mi cuenta y ofrecí dar 18,000 libras con las condiciones que fueron aceptadas por M. Mair y de su gran Vicario después que vieron las cartas patentes del Rey para el establecimiento y pagué la misma suma que había prometido como lo podéis ver en mis cuentas o en los recibos. Si es que os habéis tomado la molestia de examinarlos debisteis haber encontrado que desde el año de 1643 hasta el 29 de agosto de 1653 en que compré las tres casas que di a mis hijas de este Monasterio, pagué todos los años 800 libras por el alquiler de esta casa que ocupaban; 300 libras al capellán, sostuve todos los otros gastos de la iglesia y la sacristía y amueblé todo lo que era indispensable para la casa y proveí los gastos extraordinarios que fue necesario hacer en tiempo de las dos guerras que afligieron a esta ciudad de París, después de las cuales pedí establecerme en Lyon, sin por eso abandonar a mis hijas de París. Durante mi ausencia les deje la posesión de las casas en donde están alojadas, más 1200 libras de alquiler, les dejé también las pensiones de dos religiosas que había traído de Lyon, además pagué la renta de 300 libras que pesaban sobre la casa y todas las reparaciones y mejoras que se hicieron durante los diez años que estuve ausente, y lejos de hacer mención en el acta de lo que con razón me quejo, se dice lo contrario, o sea, que todo fue hecho hasta el año de mi llegada 1663, y como no se me permitió hacer las declaraciones y reconocimientos necesarios, es por lo que ahora vengo a satisfacer para aligerar mi conciencia, como por el derecho adquirido de mis hijas.

            Ahora bien, mi Reverendo Padre, os pido si puedo darles algo a mis hijas, ya que no he tocado la dote de ninguna, las que están en manos de sus padres todavía. Además he sufragado los gastos que unas y otras han hecho al convento de París y los que yo he hecho para el servicio de la Orden y de este Monasterio que me han costado mucho. Sin embargo, en lugar de testimoniarme algún agradecimiento por todos estos bienes recibidos, al regresar a la cuidad, cuando sabían venía a ayudarlas y aumentar sus bienes, en esta acta me maltratan poniendo en ella falsedades, las que además de serme injuriosas pueden un día hacerme mucho mal, porque si alguna revolución de estado se promoviese, de lo que Dios quiera librarnos, o políticas y otros asuntos en los que se vieran obligadas a actuar mis hijas, ¿cómo podrían defender sus derechos si se les ataca? Lo único que se vería es que tuvieron una fundadora que las fundó con bienes que no eran de ella sino que los tenía sólo en depósito, lo que no es verdad y sí se podrían frustrar sus intereses sin tomar en cuenta mis intenciones.

            Siendo esto así, ved, mi Reverendo Padre, qué consecuencia tan grande tendría esto para toda la Orden. Además les he dado mis tres casas y 2,000 libras de renta, y ellas no solamente no me lo han agradecido, ni tampoco los otros bienes que les he dado durante 20 años y lo que es peor, que en lugar de poner en la dicha transacción que todo esto lo he hecho de mi pura y franca voluntad a causa del amor que les tengo y el celo que Dios me ha dado por el adelanto de esta Orden, me hace decir que los cedo para descargo de mi conciencia. Mi Reverendo Padre, os puedo asegurar en la presencia de Dios que no estoy cargada más que de la ingratitud con que mis hijas me hacen aparecer en esta acta, en la que veo con dolor que en el tiempo en que les he aumentado mis bienes, la Madre que ha precedido a la que hoy está en el cargo, me quita el derecho que había adquirido por mi contrato de fundación del año 1643, de nombrar seis jóvenes de lo que de todos es bien sabido que no he abusado, pero ella quiso apropiárselo para seguir su voluntad y no la mía; que no busca mas que la gloria del Verbo Encarnado y el bien de mis hijas.

            Si Vuestra reverencia se toma la molestia de examinar esta acta como tantas veces se lo he suplicado, no dejará de ver que en todo he sido muy mal tratada y tal vez al reconocerlo acabará por estar de mi parte y ver que tengo razón en persistir pida sea corregida pues todo depende de ella. Me atrevo a creer en su equidad y por eso le envío también la Minuta para aclarar los términos de la otra que han sido mal entendidos y mal explicados; recordad mi Reverendo Padre, que aún no se me han devuelto las copias de mis títulos que os fueron remitidos de mi mano y di todos los originales debo tener por lo menos las copias cotejadas. Espero tendréis la bondad de hacerlas expedir lo más pronto posible según me disteis vuestra palabra y que siempre me creáis en el espíritu de Aquél que por su sangre pacificó el cielo con la tierra. Mi Reverendísimo Padre, vuestra muy humilde y obediente hija y sierva. Jeanne de Matel.

Carta 297. 

23 de marzo, 1667. A la Madre María Margarita de Jesús Gibalin.

            Adorado sea Jesús en la adorabilísima Eucaristía.

            Muy querida y bien amada hija:

            Mi más afectuoso, cordial y maternal saludo en la Encarnación adorable del Verbo, nuestro amor.

            No había podido hasta hoy responder a su última carta, aunque sé que hubiera sido demasiado fácil testimoniarle mi afecto maternal, lo que hago asegurándole que la llevo con mucho cariño y ternura en mi corazón desde hace muchos años, tantos como el Señor que reina en él me permite estar unida a la primera de mis hijas a quien ha concedido el velo en su Orden, y que le ha congregado un buen número de esposas bajo el techo donde ella gobierna.

            Pero esto no es suficiente, mi muy querida hija: aumente su celo y su valor, y no se aleje del camino de este Señor que recompensa generosamente a sus buenos y fieles servidores, y que da el céntuplo y la vida eterna, que le deseo junto con la triple bendición de las tres divinas personas, lo mismo que a todas mis queridas hijas, a quienes saludo cordialmente.

            En este monasterio solemnizaremos toda la octava de la Encarnación, como se ha hecho en años anteriores, exponiendo diariamente al Santo Sacramento y teniendo un sermón al que sigue la bendición con el Santísimo. Tengo vivos deseos de que se observe esta devoción en todos los monasterios de la Orden, pues nunca mostraremos suficiente veneración y respeto hacia este santo y sagrado Misterio, que es la esencia de nuestra Orden por el propósito que tenemos de honrar al Verbo Encarnado en todos sus misterios. Siendo éste el primero, debemos darle honor sobre todos los demás.

            Si puede Usted, por medio de sus amistades, trabajar y ahorrar para la fundación de Roanne o de otro lugar, con personas que contribuyan para que no falte la alimentación, aportaría yo de cinco a seis mil libras. Me encantaría que me manifestara su interés al respecto.

            No dude de mi afecto y ruegue fervientemente por mí, para que sepa cumplir el beneplácito de Dios, son los deseos ardientes, mi amada y muy querida hija, de su buena Madre. Juana de Matel Institutriz y fundadora de la Orden del Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento.

            No hemos recibido todavía las indulgencias de las cuarenta horas, que esperamos de un momento a otro para esta octava; tan pronto como las tengamos pediré que se las envíen. Usted sabe que las Bernardinas tienen la devoción a la santa  Espina todos los viernes del año, día en que exponen al Santo Sacramento. Las Recoletas han escogido el sábado en honor de la Inmaculada Concepción, y las Benedictinas han elegido el jueves para venerar al Santo Sacramento. De esta manera manifiestan su devoción en esos días, y además celebran octavas particulares para atraer a las personas de fuera y edificarlas con sus devociones; lo mismo hacen todas las casas de religiosos y religiosas establecidas en este barrio.

Carta 298.

 París, 30 de mayo, 1668. A la Superiora del Monasterio de Aviñón.

            Mi muy querida hija:

            Que el Verbo Encarnado sea siempre nuestro único amor.

            Hija mía, la Madre de la Asunción Saurel ha regresado al cabo de poco tiempo a nuestro monasterio de Grenoble, del cual, como Usted sabe, es religiosa profesa. Ha sido llamada por la comunidad, que la eligió para ser nuevamente superiora. Mi querida hija, Sor Juana de Jesús de Bély, por obediencia, aceptó ocupar por segunda vez el cargo, con la esperanza que les di de enviar algunas buenas hermanas de su comunidad que, siendo numerosa, podrá fácilmente ayudarnos al menos con dos de las más capaces para el gobierno, y bajo mi dirección, que no les rehusaré por ser la buena Madre de todas las hijas de esta congregación a la que el Verbo Encarnado me ha llamado, a pesar de lo indigna que soy por mi poca virtud.

            Ruéguele que me proporcione aquellas que me son más necesarias para poder sobrellevar el estado de sufrimientos en que El me tiene. Sin embargo, mi querida hija, espero su respuesta sobre el asunto pendiente, y sobre el recibo que le pedí con anterioridad. En cuanto lo reciba, consultaré con el Prior de San Germán-des-Près, superior de este monasterio y de todos los demás de esta zona. Haré que se le escriba respecto a las deliberaciones sobre el superiorato de este monasterio, donde tanto sufro interiormente, como Usted sabe, después del hecho ocurrido a causa de las diligencias de la Madre Gerin, quien ignorando mis asuntos ha introducido el desorden. Esto me hace gemir sobre la cruz a la que el cielo me ha hecho subir. Pídale que permanezca sobre ella con constancia, y considéreme en el amor del Verbo Encarnado, que es todo caridad, su buena Madre. Jeanne de Matel.

            Presente mis humildísimos saludos al Sr. Dantrechaux, su piadoso director. Tengo en cuenta los cuidados que él dedica en todo momento a su adelanto espiritual y temporal. Mis respetos al Sr. y a la Sra. de la Bâtie et à leer familla.

Carta 299. 

7 de diciembre, 1668. A la Madre María Margarita Gibalin.

            ¡Alabado sea el Verbo Encarnado en la santa  Eucaristía!

            Mi muy querida y bien amada hija:

            Recibí su carta en la que me habla de la dichosa muerte de nuestra querida hija, la Hna. María Seráfica Robert, la cual en poco tiempo llenó la medida del amor divino, que la ha llamado a sí, y que fue tan amoroso para con ella, como me dice en el relato que de su vida hace en la carta.

            Esto debe ser un consuelo para su dolor y el mío, que confiesa tener tan gran ternura hacia todas las hijas de nuestra Orden, ya que parecen abrir una brecha en el corazón que las ama y aloja a todas con la cordialidad, interés y afecto que puede tener una madre que las concibió y dio a luz, estando cerca de Dios mediante la oración y grandes trabajos de tantos años en que he sufrido con paciencia toda clase de penas, desprecios, enfermedades y dolores, a fin de dar al Verbo Encarnado esposas consagradas a su servicio particular, honrándole y sirviéndole en todos los misterios de nuestra redención, sobre todo en el misterio de la Eucaristía y el culto a su santa  y divina Madre.

            Dios me concedió esta gracia y a Usted, querida hija, de ser la primera religiosa y la primera Madre después de mí y por mí; pero también es necesario que procure, por su piedad y cuidado, que la primera casa, que ha gobernado durante tantos años en calidad de superiora, y que sigue dirigiendo por designio de la divina Sabiduría, florezca siempre con toda clase de virtudes. Todos aquellos que vienen de esos sectores de la ciudad me consuelan al enterarme y confirmar que mi monasterio exhala siempre el aroma de una muy buena reputación.

            Pido a Dios la sostenga y le conceda crecer en santidad y fervor hacia el Verbo Encarnado y su santa  Madre. La fiesta de la Inmaculada Concepción, que la Iglesia celebra mañana, debe ser para nosotras un gran aliciente para no contentarnos con festejarla un día, sino toda la octava, como las Recoletas, pues debemos a ella el nacimiento de nuestra santa Orden.

            Quiero decirle que ordené a las hermanas de la comunidad de Lyon digan el oficio de la Concepción Inmaculada durante la octava y todos los sábados del año, lo que se ha venido observando desde 1626, lo mismo que en París durante mi estancia allí, porque nuestro deseo ha sido siempre honrar de manera especial esta fiesta a la usanza de los antiguos breviarios de los padres de san Francisco y de san Benito, que profesan una veneración tan grande a esta Inmaculada Concepción.

            Yo me siento obligada junto con mis hijas, después de la promesa que hice a la santa  Virgen estando todavía en casa de mi padre, cuando me mandó ella escribir las luces que me concedió sobre este misterio, lo que puse en práctica por orden del P. Coton, jesuita, quien era mi director y confesor. Sin embargo, olvidamos mencionarla expresamente en las constituciones impresas, lo mismo que la octava de Todos los Santos y la fiesta de san Miguel, quien fue el primero que sostuvo en el cielo la lucha del Verbo Encarnado y de la santa  Madre Virgen. Mi intención es que se las celebre, así como las fiestas de santa  Ana, san Joaquín y la de santa  María Magdalena, la enamorada del Salvador. Márquelas, por favor, al menos en el costumbrero, a fin de que se las solemnice con el Oficio Romano, como se hace con las devociones particulares; así me obligarán a estimar más de lo que amo ya a mis queridas hijas, a quienes saludo y bendigo con usted, en el adorable Sacramento, por el cual estaremos todas unidas a su amor durante la eternidad.

Me encomiendo a sus oraciones y a las de todas mis hijas. Su madre y humilde sierva, institutriz y fundadora de la Orden del Verbo Encarnado. Jeanne de Matel

            Dé mis humildes respetos al Sr. de la Bâtie, su confesor, a quien me encomiendo en sus celebraciones del santo sacrificio. Saludo a mi muy querida hija, la Madre Catalina D'André; pido noticias suyas, así como de mi querida hija, la Madre Teresa de Jesús.

            Mi hija, la Madre de Jesús, les escribió no hace mucho tiempo, y se disculpa por ahora de contestar la de Uds. Le ofrezco mis muy humildes saludos, lo mismo que a toda su santa comunidad. También nosotras hemos cumplido el deber y las oraciones que tenemos hacia el alma de la difunta y querida Madre. María Seráfica.

            Del monasterio del Verbo Encarnado y del Smo. Sacramento.

 Carta 300. 

8 de marzo, 1669. A la Superiora del convento de Aviñón, María Margarita de Jesús Gibalin.

            Mi muy querida y amada hija:

            Su afecto y las muestras de reconocimiento que me da en todas las suyas llegan al corazón que Usted siempre ha amado y estimado más que ningún otro.

            Siento vivamente y con ternura todas las protestas de afecto y de fidelidad que Usted y todas mis bien amadas hijas de su comunidad me expresan en sus cartas, que atesoro con la misma dilección que mostraría hacia sus personas si tuviera yo la dicha de verlas personalmente, como lo hago en espíritu en nuestro amor, el Verbo Encarnado, a quien pido en todo tiempo las conserve y haga crecer en sus gracias. Ruéguele que sepa yo agradarle.

            Sin embargo, pido a Usted me haga descansar en espíritu informándome si desea recibir pensiones de mí. Bien sabe que me entregó un recibo portando promesa, cuando estuve en Aviñón para tomar conmigo a cuatro religiosas de ahí y a una tornera, y que había cumplido con las pensiones que hasta entonces pagué. En verdad fue así; las pensiones seguirían llegando de ahí en adelante, y, en el futuro, quedaría yo libre de este compromiso para con Aviñón. Yo me atuve a esto, habiendo enviado a la Hna. de la Concepción, a quien tomé de París en lugar de Usted junto con la Madre del Espíritu Santo, habiendo asignado a mi hermana de la Pasión a ese lugar, del cual salió a pesar mío. La Hna. de la Concepción murió al poco tiempo en Aviñón. La Madre Teresa, que estuvo establecida en Grenoble, pasó ahí algunos años, lo mismo que la Hna. de san Luis y su compañera, también de Grenoble, donde pagué la pensión debida. Al presente, y a partir de 1660, su hermana, la Madre Elena, la Hna. de Rhodes y de la Trinidad, fueron designadas a la fundación de Lyon.

            Debe Usted considerar este gran peso, que no puedo expresar del todo, ya que me he despojado hasta de lo necesario, no restándome sino mi casa de Lyon, de la que no obtengo nada, y que deseo alquilar para tener con qué sostenerme. Respecto al dinero proveniente de la hospedería, no he recibido nada; siempre tuve la intención de destinarlo para Usted, para llevar a cabo una fundación. Si no se ha perdido, me ocuparé de poner esto en orden.

            Considere todas estas cosas y todo el bien que le he hecho, incluyendo a sus tres familiares, sin dirigir jamás reproche alguno a Usted o a cualquiera de las casas de la Orden, a pesar de tantos viajes que me han costado mucho en preocupaciones, vigilias, ayunos, fatigas y todo lo que Dios me quiso dar, incluyendo mis bienes legítimos para salir de mis compromisos. Todas estas razones de peso que le expongo con tanta brevedad, así como su edad y la mía, que es avanzada, me obligan a pensar que, antes de la muerte de la una o de la otra, saldemos estas diferencias para no dejar dificultades o disputas después de nuestra muerte. Por ello, ruego a Usted una vez más obre con toda justicia, reconocimiento, compasión y benevolencia. Que todo sea hecho delante de notario, en presencia de su comunidad o del consejo y la secretaria, y en comparecencia de su superior; elabore un acta en la que aparezca yo libre de obligaciones, como en realidad lo estoy con relación al pasado, al presente y al porvenir, a fin de que Usted y yo podamos irnos en paz cuando Dios nos llame.

            Según mi edad, podría Usted quedar después de mí, que la recordaría delante de él tanto en este mundo como en el otro, para testimoniarle mi afecto y el sentir de un corazón que la ama y simpatiza con el suyo, para reunir a los elegidos del Señor que guarda la alianza que hizo con este motivo, mi muy querida hija: Los que me atribulan se alegrarán si perezco; sin embargo, yo espero en tu misericordia. Si Usted me da esta satisfacción equitativa y justa, diré en su favor: Clamor de júbilo y salvación en la tienda de los justos: ¡La diestra del Señor hace proezas! No he de morir, sino viviré para contar las obras del Señor (Sal_118_15s).

            Unámonos para cantarlas eternamente en la paz del Señor, por el que soy, mi muy querida hija, su buena madre.    Jeanne de Matel

 Carta 301.

 17 de julio, 1669. A la Madre María Margarita de Jesús Gibalin, Superiora de Aviñón.

            Mi muy querida y bien amada hija:

            Me he dado cuenta, por su favorable y afectuosa carta, de su sentir, y me daría muchísimo agrado si me siguiera informando sobre el interés que ha tenido y sigue teniendo para tranquilizarme respecto al asunto sobre el que le escribí e hice escribir, a fin de que mi alma vaya en paz al Señor, y que haga Usted un acto de justicia y de reconocimiento para testimoniarme con hechos la gratitud que siente Usted hacia mí, a quien he amado y preferido sobre tantas otras que me quieren de verdad. ¿Por qué dice Usted que esperará hasta después de mi muerte para pedir una pensión que no debo, habiendo roto mi obligación al retirar a las cinco jóvenes, y teniendo todavía tres en mi convento de Lyon, donde ellas pueden permanecer hasta que el convento de Aviñón reciba a satisfacción lo que pretendía de mi? Todo esto significa que, en rigor de justicia, quiere Ud. tiranizarme, y me cuesta creerlo; estoy siempre en espera de que me envíe una constancia del notario, para poder vivir y morir tranquila.

            Su arzobispo y aquellos señores amigos nuestros, que ya están con Dios, hubieran escuchado sus expresiones de reconocimiento y de justicia si les hubiera Usted hablado como era debido. No habiéndolo hecho, puede hacerlo ahora informando favorablemente al vicario mayor y a su comunidad, mis muy queridas hijas, a quienes saludo cordialmente, esperando esta satisfacción de buen grado tanto de ellas como de Usted.

            Si hace falta, echaré mano de otras vías de poder: la intervención de personas a las que Usted no podrá resistir, con lo cual quedaré libre de obligación para con Usted, sobre todo porque, hasta lo que se me hizo saber de Lyon, no he creído deberle cosa alguna, y es lo que más me sorprendió de esta noticia, que jamás habría esperado. Si mis hijas y Usted, mi muy querida hija, son mías más que nunca, según me dice con tantas muestras de afecto, ¿por qué me niegan un acto de reconocimiento y de abolición de la obligación en la que me metí para establecerlas y comprometerlas, a Usted y a las otras, con la gloria de Dios? Me faltó hacerla delante de un notario, pero jamás dudé que en poco tiempo me vería libre para emprender un nuevo establecimiento, mediante las comodidades temporales de los bienes que la comunidad adquiere con la dote de las hermanas que, poco a poco, van con Dios al dejar este mundo.

            Cuando hice venir a su hermana a Lyon con su compañera, Usted debió haberme dado esta satisfacción. Mis hijas y yo recordaremos la recomendación de la Sra. de Beauchamp.    Le presentamos nuestros muy humildes saludos. Yo la honro, la aprecio y la quiero de modo especial, y puedo asegurarles que ella también. Sentiré una viva alegría al volver a verla, así como a todos nuestros amigos antes nombrados, y a mis queridas hijas, sobre todo a Usted.

            Pido a Dios bendiga a todas con la misma bendición con que él bendijo a sus apóstoles al entregarse a ellos en la institución adorable de la Eucaristía, en la que soy cordialmente, mi queridísima y bien amada hija, su muy humilde servidora y buena Madre, Jeanne de Matel.

Carta 302. 

2 de noviembre, 1669. A la Madre Elena Gibalin, Superiora de Lyon.

            Mi muy querida hija:

            Que Jesús sea amado y adorado en el Santísimo Sacramento.

            Al mismo tiempo que recibí su carta en la que notifica la enfermedad de mi queridísima hija, la Hna. de la Anunciación Dornaison, llegó el Sr. Abad Duport, procedente de esa localidad, el cual me confirmó el contenido de sus cartas, Contemplé además que Usted hizo volver a Aviñón a mi queridísima hija, la Hna. de la Trinidad.

            Veo por ello que no se ha enmendado Usted de la falta que cometió al hacer regresar del mismo modo a su compañera, la Hna. de Jesús Amable De Rouvert, sin habérmelo advertido, aunque al presente me habría sido fácil enterarme de la partida de esta última. Yo hubiera examinado sus motivos, y tal vez se habría sentido tan contenta de venir a París como de volver a Aviñón. Sin embargo, comprendo que, debido al retiro que hice de las pensiones de las tres de Aviñón, haya Usted devuelto una a Lyon, que es ya la tercera contando a Usted y a mi querida hija de Rhodes, de manera que siendo tres en Lyon, cuyas dotes están en el convento de Aviñón, me vea yo libre de la pensión que no puedo suministrar.

            Hace mucho tiempo que la Madre Margarita, mi querida hija, la superiora, me dio un recibo por ella, como había prometido hacerlo por todas las que llevara conmigo. Yo esperaba que, en cuanto el convento estuviera en buena situación, como lo está, recibiría yo demostraciones de su agradecimiento, pero tengo la desgracia de que mis hijas, a las que he criado y sostenido, me abatan y despojen tanto como pueden, lo mismo de un lado que del otro. Bien lejos de esperar de ellas algún favor o gracia, puesto que faltan a sus menores obligaciones, he escrito y hecho escribir en Aviñón acerca de mi constante deseo e instancia de que se me enviara un recibo general elaborado delante de un notario superior, contando y calculando el tiempo que he tenido religiosas en Aviñón, París y Grenoble, y desde 1661 en Lyon, donde puede Usted restituir, siendo las dos más jóvenes, lo que podría faltar en el recibo.

            Sin embargo, aunque expliqué todo claramente, todavía en vida del arzobispo, y después de su muerte, a la Madre Margarita, hermana de Usted, no he obtenido razón ni recibido justicia de mis hijas ni de su hermana, sino de vez en cuando. Dudo mucho que Dios bendiga sus planes y su manera de obrar, como lo haría si cumpliera con su deber de justicia elemental hacia la que Dios le ha dado por Madre, institutora y fundadora, y que se ha visto siempre tan afligida y apurada para dotar a sus monasterios con un poco más de largueza, puesto que ella ha olvidado que las hijas jamás llegan a tener el cuidado y la ternura de una madre, y del cual recibiría yo, sin embargo, una satisfacción tan grande como la necesidad que experimento a causa de la edad y de los males que soporto. Si ellas me demostraran con los hechos su reconocimiento y consideración, agradarían a Dios, que odia la ingratitud, y obtendrían por este medio gracias y bendiciones que pierden por la ambición de poseerlo todo; Usted en especial, que goza de mi casa sin pagarme los alquileres.

            A partir de 1661, pedí recibir doscientas libras anuales como amortización de mi aportación fundacional de 18,000L, no restando sino 600L por concepto de intereses vencidos, que Usted anotó en su propia relación. Le dejé 200L y le hice llegar otras 400 a las que siguieron 1,600 más, lo que equivale al pago de dos años y nueve meses. Usted se benefició, sobre las 18,000L con el alza de la moneda y con 1,000 de intereses vencidos, causándome, por la tenencia de la hipoteca, no solamente la pérdida de 600L que restaban, sino más de 2,000L de intereses atrasados, de los que no he retirado ninguno, quedándome con la deuda de 600L.

            He notificado al Sr. Colombet, y hecho escribir a Usted y a las demás, que deseo salir, en dos años, de esta última deuda. Al menos podría Usted haber sido un poco agradecida y benévola, teniendo en cuenta la ganancia que ha obtenido, y pudiendo además disponer de mis muebles, prendas de vestir y objetos de plata, mientras que yo no he recibido ayuda alguna ni de Usted ni de las otras.      Parece que todas mis hijas desean verme reducida a necesidades lastimosas y que mi vida no les dure demasiado.... que Dios las castiga prolongando mis días. Pido a su bondad que todo sea para mi santificación y su gloria.

            Mi hija de la Anunciación podrá, con la gracia de Dios y sus cuidados, salir de su enfermedad. Unimos siempre nuestras oraciones a las suyas, para obtener de Dios su salud Si es de su agrado dejársela todavía, le ofreceremos acciones de gracias. Sin embargo, envíen noticias suyas y denle la seguridad de mi cariño maternal. Me encomiendo a sus impulsos de amor hacia Dios en medio del ardor de la fiebre que sobrelleva con tanta paciencia. Y Usted y todas mis hijas, a quienes saludo, rueguen por mí, que seré hasta la muerte, en el amor divino, su buena Madre. Jeanne de Matel.


















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DIARIO ESPIRITUAL I Capítulo 1 al 100

DIARIO ESPIRITUAL I Capítulo 1 al 100

Capítulo 1 - Pequeño reglamento de las horas del día en mis primeros año.

    [1] En nombre de la santísima Trinidad y para su mayor gloria, deseo emplear el tiempo que su bondad me concede. Ruego a la gloriosa Virgen María y a todos los santos que me obtengan luz del Espíritu Santo para escribir y poner en práctica la distribución de este tiempo tan precioso de acuerdo al juicio de mi confesor, en cuyas manos lo pondré‚ para que lo corrija y apruebe.

    Desde la Pascua hasta Todos los santos me levantaré a las cinco; fuera de este tiempo, a las seis. El primer pensamiento ser de amorosa gratitud hacia aquel que me conservó durante la noche. Le presentaré el día que llega, en el que debo creer nuevamente en su santo amor. Al saltar de la cama, adoraré a este todo, consagrándole mi exterior y mi interior para su mayor gloria; tomaré mi relicario de rodillas e invocaré a los santos diciendo: santos de Dios, etc.

    A las cinco y media dedicaré una hora a mi oración: de las seis y media hasta las siete y media. A continuación iré a misa hasta las nueve más o menos, según el tiempo de que disponga y de lo que el Espíritu Santo obre en mi comunión según sus divinas operaciones (Mandato del [2] confesor) Asistirá a dos misas: en la primera comulgar y en la segunda dar gracias a Nuestro Señor.

    Ya de regreso, si no se me presenta algún quehacer doméstico, una vez que haya tomado lo que se me ha prescrito para mi salud en mi necesidad, leeré un libro espiritual en mi habitación, o bien escribiré o solamente me recogeré al hacer algún trabajo manual hasta la comida, cuya hora no necesito fijar. Anoto las once horas para los días en que no es necesario ayunar.

    En días laborables trabajaré desde esta hora hasta las dos, o hablaré con las personas que me visiten. También visitaré a las que crea conveniente, sobre todo a los presos y necesitados después de haber invocado la asistencia del Espíritu Santo, o iré a caminar, como tanto se me ha recomendado, para bien de mi salud (el confesor) ... Y que yo le aconsejo más que cualquier otro, tierna y afectuosamente en Jesús.

    A las dos debo retirarme y hacer mi examen. Recitaré vísperas a continuación, lo cual llevará media hora. En la media hora siguiente, podré bajar y, si es necesario, me quedaré‚ hasta las tres y cuarto. A partir de este tiempo hasta las cuatro, añadiendo el cuarto debo guardar silencio y lo [3] interrumpiré sólo por causa justa. En este intervalo podría escribir, trabajar, leer o descansar si me duele la cabeza como es frecuente a esta hora. El remedio que me aplico es colocar la cabeza entre las manos durante algunos minutos. Con el favor divino, esto me capacita para orar y hacer mi oración, la cual debo comenzar a las cuatro y media y terminar a las cinco y media o seis, según las mociones del Espíritu Santo.

    De seis a siete es hora de cenar; no porque dure una hora, sino debido a que ignoro exactamente el tiempo que la familia desear estar a la mesa. Desde este momento hasta las ocho y media podré dedicarme al trabajo o al arreglo de la casa. También podré conversar con los demás o, si es día de fiesta, salir de paseo a visitar algunas iglesias no haciéndolo sin motivo después de las ocho.

    Habiendo recitado maitines y laúdes, me retiraré a más tardar, a las ocho de la noche para hacer mi examen y recitar mi rosario u otras oraciones hasta las nueve. Me acostaré en seguida.

    Únicamente me podrán apartar de este orden mi confesor, el toque de campana del Santísimo Sacramento al ser llevado como viático a los enfermos, o la obediencia a mi madre. JESÚS, MARÍA. El confesor Mi querida hija en Jesús, sea muy exacta y cuidadosa en la observancia de este pequeño reglamento, y su divino y celestial esposo bendecirá sus santas acciones e intenciones.

    [4] La vigilia del día en que debía solemnizarse la beatificación del Beato Francisco de Borja, Duque de Gandía, fui muy consolada por mi dulce amor. Vi un umbral en el que estaba encerrada una persona muy querida. Parecía ser una joven o una mujer.

    Contemplé después un cetro y una corona de oro grande y muy macizo, que coronaba un globo como el que representa la tierra. Este globo se movía y la corona lo seguía por doquier, coronándolo en todo momento.

Capítulo 2 - Virginidad a la que Dios me llamó a la edad de once años. De la manera en que la Santísima Virgen la vivió. Las vírgenes participan, ya desde este mundo, de la alegría, fuerza y belleza del Señor (1616)

    [5] Mientras yo pensaba y preguntaba a mi amado si era de su agrado la respuesta que había dado a mi padre al rehusar un esposo mortal, me dio a entender que su Espíritu había hablado en mí. El me llamó desde antes de mi nacimiento para seguir al Cordero, pero muy en especial en un domingo, cuando contaba yo apenas once años de edad. En ese día, este divino Espíritu elevó al mío en un vuelo muy dulce y vigoroso para darle a contemplar la belleza de la virginidad y cuanto la aprecian su ciencia y sabiduría. También me hizo ver que entre las vírgenes, encuentra sus delicias más regaladas, y que la fuente esencial de la virginidad es la divinidad.

    Me enseñó que el Padre eterno engendra a su Verbo virginalmente, comunicándole su esencia por vía del entendimiento y de purísima generación. Por estar este Verbo divino en su Padre, la imagen [6] de su bondad, la figura de su sustancia y el esplendor de su gloria, lleva en sí todo su poder. El Padre se contempla en su Verbo con suma perfección, que se expresa mediante su purísimo, ardentísimo y castísimo amor. Es así como se abrazan mutuamente, produciendo por un solo principio al divino Espíritu, que es llamado el amor del Padre y del Hijo, que es con ellos un mismo Dios igual y consubstancial.

    El Espíritu es el lazo de unión y el término infinito de las divinas emanaciones o producciones. Es así como en estas tres divinas personas se encuentra la virginidad fecunda, lo cual hace exclamar a los bienaventurados arrebatados de admiración: Oh, cuan bella es la generación casta con esclarecida virtud. Inmortal es su memoria, y en honor delante de Dios y de los hombres (Sb_4_1).

    La Santísima Virgen (quien conocía el amor que Dios profesa a la virginidad, siendo su prototipo y como el Padre de ella) parece haber dicho estas palabras a su esposo san José y a todas las vírgenes: Cuando está ausente, la imitan, y cuando se ausenta, la echan de menos; y coronada triunfa eternamente, ganando el premio en los combates por la castidad (Sb_4_2). El Verbo eterno no quiso encarnarse sin haber [7] hecho aparecer antes en la tierra a la que había escogido desde toda la eternidad como su madre, a la cual poseyó con una posesión muy singular. Así como él nació desde la eternidad de un Padre virgen, quiso también nacer temporalmente de una madre Virgen, la cual parecía tener mayor inclinación a guardar su voto de virginidad que a ser elevada a la dignidad de madre de Dios. Ella, que creía humildemente en todos los misterios divinos, quiso informarse prudentemente de qué manera podría, conservando su virginidad, llegar a ser madre de Dios.

    Cuan grande estima demostró la santa Virgen hacia la virginidad, desconocida por la humanidad hasta el día de la Virgen. Ella sabía, como por espíritu profético, que el Verbo eterno sería la corona de esta virtud y la colocaría en tan alta estima, que llegaría a decir: la quiero dar como el premio a los vencedores, diciendo: Quien pueda entender, que entienda (Mt_19_12).

    La pureza acerca a Dios; ella hizo que María tuviera un hijo común e indivisible con Dios Padre, que es su corona. Este hijo, empero, es simiente, semilla divina. Es el germen prometido, sin el cual la línea de Israel no sería tan exaltada. En Jesucristo es fuerte de cara a Dios, pues Jesús, satisfizo en rigor de justicia al Padre eterno.

    [8] Este divino Jesucristo ha estado siempre viendo a Dios; su alma bienaventurada, en su parte superior, le vio desde el instante de su creación y unión al Verbo, el cual es su soporte mediante un cuerpo al cual, por derecho de esta unión, se debe semejante gloria, ya que los méritos del Salvador son infinitos en razón de dicho apoyo, por ser verdadero Dios con el Padre y el Espíritu Santo, el cual descendió sobre la Virgen para cubrirla y obrar en ella la Encarnación. La mirada sencilla de la Virgen hizo su cuerpo totalmente luminoso, ya que el sol de justicia, que venía a tomar su sustancia, la miraba fijamente pero a la manera de un rayo.

    Santa Virgen, no me sorprende la turbación que sentiste al ver tan grande resplandor. Sin la benignidad del Espíritu, este rayo te hubiera consumido con su calor, pues procedía del seno del Padre, fuente de luz inaccesible y columna de fuego, que es su eterno tabernáculo.

    Un sol brotó de este sol; luz de luz, Dios verdadero de un verdadero Dios. Salió como esposo para desposar nuestra naturaleza: Allí le puso Dios su tienda al sol, que sale cual esposo de su á lamo (Sal_18_5).

    Realizó su carrera de gigante desde el seno del Padre al tuyo. [9] Nadie podría soportar estos ardores infinitos y eternos si un Dios infinito, valiéndose de su industria, no fuera el parasol: el divino Espíritu, el cual obró la maravilla de maravillas, haciéndote madre y virgen. Aquel que podría haber destruido la subsistencia humana al tomar para sí un cuerpo de tu propia sustancia, deja intacta tu subsistencia al par que tu virginidad. Tu seno Virgen santa, fue el tabernáculo del sol, el cual penetró virginalmente en ti, donde moró virginalmente durante nueve meses, al cabo de los cuales salió sin deterioro de tu virginidad. Es por ello que exclamaste que el todopoderoso hizo en ti maravillas.

    Al contemplar de lejos estos prodigios, el profeta Isaías exclamó: ¿La generación suya, quién podrá explicarla? (Sal_18_53s). Santo profeta, aquel que es el único engendrado en el seno del Padre vendrá a describirla con una sola palabra. San Juan la declarar mediante la narración de la generación eterna, como águila del Espíritu Santo y predilecto de Jesucristo. El volar al seno paterno y contemplar a este sol oriente; de esta visión se dirigir al seno de una Virgen para reconocer al Verbo hecho carne, al que aferrar como a su presa, de la cual comer con tanta avidez, que dirá que posee su felicidad y soberano bien al contemplar su gloria como del unigénito del Padre, lleno de gloria, de gracia y de verdad. Donde se encuentra este cuerpo, ahí se reúnen las águilas virginales.

    [10] Si me fuera dado describir la pureza que el discípulo amado contempló en el seno de Jesucristo con sus ojos de águila, y el abrazo sagrado que se hizo mutuo en la noche de la cena, cuando esta águila virginal se alimentaba con la médula del gran cedro del Líbano y candor de la luz eterna. Volvió a gustar la suavidad de la divina esencia que habita en este cuerpo divino con toda su plenitud. Fue un sueño delicioso; el hálito sacrosanto adormeció a ese bebé‚ adherido a los pechos celestiales. Esta emanación, lejos de ofuscarlo, le iluminaba divinamente, penetrándolo con su pureza. Alcanza a todas partes, a causa de su pureza: siendo como es una exhalación de la virtud de Dios, o como una pura emanación de la gloria de Dios omnipotente: por lo que no tiene lugar en ella ninguna cosa manchada: como que es el resplandor de la luz eterna, y un espejo sin mancilla de la majestad de Dios, y una imagen de su bondad. Y con ser una sola lo puede todo y siendo en sí inmutable todo lo renueva, y se derrama entre las naciones y entre las almas santas, formando amigos de Dios y profetas (Sb_7_24s).

    Jesús, corona de las vírgenes prudentes, ¿no fue tu sabiduría la que hizo gozar a san Juan de estas divinas delicias? Le comunicaste después las revelaciones tan singulares que hiciste a tu santísima madre acerca del tálamo nupcial, haciéndolo partícipe de tu pureza y uno [11] contigo, así como tú eres uno con el Padre. Le concediste la luz que en que moran tú y tu Padre desde antes de que el mundo fuera creado y tu amorosa llama lo consumó en la unidad, para que donde tú estás, permanezca él por siempre.

    ¿Podría yo decir, bondad infinita, que me has concedido muchas veces gozar de estas delicadas comunicaciones? Lo digo porque es de tu agrado. Eres conmigo dulce y benigno y traspasas mi corazón con tus dulces y amorosas flechas sin dejar de morar en el seno de tu Padre.

    La sabiduría, hablando de ti, prosigue: Es más ágil que todas las cosas que se mueven (Sb_7_24). Siendo inmutable en si mismo, y siendo siempre el mismo, parece desplazarse al comunicarse a su esposa, y como todas las acciones hacia afuera son comunes a las tres divinas personas, excepto las que corresponden al Salvador en su calidad única de Hombre-Dios, por estar encarnada su sola hipóstasis, parece que la esposa recibe en sí a la Santísima. Trinidad.

    Es verdad que, habiendo recibido a esta divina palabra, que se denomina simiente, el Padre y el Espíritu Santo vienen con ella por concomitancia, pues son indivisibles. Ellos hacen compañía a este esposo y celebran nupcias como él, con la excepción de que él es en particular el esposo, ya que posee un cuerpo y un alma para efectuar la unión de cuerpo y espíritu con la esposa. El se identifica con la esposa más que el alma de Jonatán con la de David. El comunica a su esposa sus excelencias divinas y humanas, así como los secretos que escucha de su divino Padre. El es el rey eterno; la convierte en su reina y su reinado no tiene fin.

    [12] El Padre eterno no está comprometido a decir a este Verbo divino, este divino Jonatán, que él ama a esta esposa, así como lo estaba Saúl para decir a su hijo que le podía dar autoridad o quitársela, porque este reino es esencial al Verbo Encarnado, y tanto ama el Padre a esta esposa, que le da a su hijo para que él mismo la salve. Al entregárselo, lo conserva siempre en su seno, pues el Verbo se hizo carne sin abandonar la diestra del Padre. Alégrense los cielos y regocíjese la tierra; resuene el mar y cuanto lo llena; salte de gozo el campo y todo cuanto contiene (Sal_95_11).

    La esposa salta de alegría en su parte superior, lo cual repercute en la inferior. El corazón experimenta un gozo sin par; la médula (de sus huesos), como un mar, se agita de contento en plenitud de dulzura. Los sentidos, que son como los campos representados por las palabras salte de gozo el campo y todo lo que han en ellos, participan también de este santo júbilo, porque se encuentran llenos en la medida en que han sido fieles servidores del esposo y de la esposa.

    La iglesia militante, en su totalidad, participa en estas nupcias. Si la esposa está llena de Dios, participa también al purgatorio y los que se encuentran en él exclaman en medio de sus penas: Nuestro Redentor ha venido a nosotros por medio de su esposa. Ella no debe olvidarlos; ella tiene algo que dar a todos gracias a la bondad de Aquel que se ha llegado hasta a ella con abundancia. Ella es y hace todo lo que se ha dicho de la mujer fuerte.

    [13] Me extendería mucho al explicarlo. Ella participa, ya desde este mundo en la alegría de su Dios, el cual no espera a que llegue el último día para hacerla reír. Se encuentra revestida de fuerza y de hermosura porque está engalanada de Dios-Hombre. Como Verbo, él es su espada; como hombre es su túnica luminosa, puesto que su cuerpo es glorioso. Así como Jonatán dio todo a David, él da todo a su esposa, la cual exclama con razón: Jesucristo, hermano y esposo mío, eres amable por encima de todo el amor que las esposas han dado a sus esposos; haces gustar más delicias a los sentidos por medio de estas santas verdades, que son purísimas, que las que han proporcionado, en su totalidad, los sentimientos terrenales, que son indignos de este nombre.

    No puedo decir más por causa del santo sacramento del matrimonio, el cual es aprobado por Dios; pero yo alabar‚ las bodas que él celebra con sus fieles esposas, vírgenes dichosas que jamás deben separarse del esposo ni aun por el pensamiento, como dijo el apóstol. Es menester que la virgen sea toda de su todo, pensando en lo que es divino, en Dios. La pureza acerca a Dios; la pureza hace ver a Dios y ver a Dios es gozarlo. Gozarlo es ser divinizado, pasando de una claridad a otra. Esto es aparecer justificado por su justicia en su presencia y ser saciado de su gloria, la cual se manifestar ante la esposa.

    [14] Toda la gloria de la joven esposa del rey es interior. Todo lo que ya he dicho no hace sino mostrar la franja de la túnica, que es toda de oro. Es esto lo que toca la tierra, ya que se describe con palabras muy burdas, comparadas con las que he dicho, que parecen flores que se levantan sobre este elemento tan bajo. Que la tierra, representada por la palabra CARNE, guarde silencio, dijo Zacarías, cuando el Señor se levante de su tabernáculo y elija a una joven a ser su tabernáculo y su santa habitación, que es el SANTO DE LOS SANTOS. Este es su cielo nuevo y su tierra nueva; la santa Jerusalén pacífica, toda celestial, adornada por Dios como esposa del Verbo; es su templo sagrado.

    David pedía el favor de visitar el santo templo de Dios y gozar de sus delicias; la virgen que lo posee y es poseída por él, goza de estos deleites en su compañía; ella es el trono de zafiro que vio el profeta Oseas, y el que contempló Isaías rodeado de serafines velados; está llena de la majestad divina.

    La tierra de su cuerpo virginal y el cielo de su espíritu, ya purificados, están llenos de su gloria. Dios la santifica en su cuerpo y en su alma; la santifica en su divinidad. El hace que ella no viva más, sino [15] que Dios viva; o si ella vive, que sea por él y para él, ya que él murió para darle su propia vida. El está escondido en Dios en el cielo, donde ella debe estar con él. Si permanece en la tierra, que haga su morada en la eucaristía en compañía de este esposo, que es verdadero cuerpo a manera de espíritu, a fin de enseñarle la pureza virginal y divina. El desea enseñarle de qué manera debe vivir en su cuerpo, como si fuera espíritu; que permanezca muerta a todo lo que es sensible, para vivir con él una vida divina. El hará brotar de ella el río que vio san Juan, que se extender hasta las cuatro esquinas del cielo, ciudad cuadrada, y por toda la tierra.

    El árbol de vida ser plantado en su corazón por el Padre de las luces; ella poseer a este Verbo humanado que salva el alma y el cuerpo, y que hunde en ella sus purísimas raíces, convirtiéndola así en su elegida. Este es el deseo del Espíritu Santo que la llamar, por los méritos de la humanidad sagrada, primera esposa, esposa del Verbo, el cual, a su vez, que la quiere para sí. Amor, tú me llamas. Soy toda tuya, tuya para siempre. No deseo pertenecer a otro sino a ti.

Capítulo 3 - Amabilísimo Jesús que vive en la Eucaristía. Abandono al cuidado de la divina Providencia y entera sumisión a mi padre espiritual, caritativo guía de mi alma, en la ciudad de Roanne, viviendo todavía en casa de mi padre, que se encontraba ausente de ella. Votos. junio de 1625.

    [17] Misericordiosísimo creador y Salvador mío, gracias a ti tengo todo lo que poseo por naturaleza y por gracia. Mi alma y mi cuerpo son obra de tus manos. Si algunas virtudes hay en mí, son efecto de tus misericordias y de gracias que mereciste para mí por tu muerte y pasión. Te entrego y restituyo por deber y por amor todo lo que me has dado por caridad y misericordia. Me abandono y me arrojo ciegamente en el seno paternal de tu divina providencia; me entrego y me someto con un entero e irrevocable abandono de todo mi ser a tu divina voluntad, prometiéndote por voto obedecer hasta la muerte como a ti mismo, a aquél en cuyas manos deposito este abandono. Renuncio desde ahora, con toda la plenitud de mi libre arbitrio, a mis propias inclinaciones, juicios y voluntad; a todos los honores, [18] riquezas, dignidades y entendimientos; a todas las amistades, parientes y, en general, a todas las criaturas en la medida en que me impidan el ejercicio de este voto y abandono. Aquí estoy, Señor, despojada de toda voluntad, afecto y deseos; ¿Qué quieres que haga? No quiero nada, no me aficiono a nada; nada deseo sino tu santísima voluntad. A ti dejo el desear todo para mí. Si quieres que, durante todo el tiempo de mi vida, y después de ella, permanezca entre dolores e ignominias, lo deseo; si quieres que vaya al paraíso, ahí quiero ir; si no lo deseas, tampoco yo. Mi paraíso, mi heredad, mis aspiraciones y mi soberano bien consisten en hacer tu voluntad. La adoro y abrazo con toda la extensión de mis afectos en la ignominia y en la pobreza lo mismo que en la paz y en la prosperidad; en los sufrimientos interiores y exteriores así como en los consuelos y en la alegría; en la enfermedad y en la muerte tanto como en la salud y en la vida.

    Dios de amor y Salvador amabilísimo serás por toda la eternidad el único objeto de todos mis afectos y aspiraciones. No deseo ni ambiciono en el cielo y en la tierra, ni en el tiempo y la eternidad, felicidad alguna sino la que se encuentra en el cumplimiento de tu santa voluntad; Estoy firmemente segura de que no sabré encontrar esta [19] voluntad sobre la tierra mejor que en el amor y honor que te debemos en la muy augusta, amable y adorable Eucaristía. En ella me entrego una vez más como esclava; y como tal, me postro a los pies de tu divina bondad y majestad ocultas en este inefable sacramento.

    Me ofrezco, dedico y consagro por deber y por a ti, mi dulce Salvador y amorosísimo Señor, en tu trono de amor, en tu exceso de amor en esta sacrosanta y divina hostia, a la que adoro y abrazo con todos los afectos de mi corazón; a la que amo con todas mis fuerzas, con todo mi corazón, con toda mi alma y todas mis potencias. Prometo vivir y morir en este amor y trabajar con todas mis fuerzas hasta verter la sangre de mis venas, si se presenta la ocasión, para que todo el mundo conozca, ame y adore este maravilloso misterio de tu amor infinito.

    Renuncio al cuidado de mí misma y de toda otra cosa, deseando que, en el futuro, todas mis preocupaciones, pensamientos, palabras y acciones, sean por amor a este memorial de tu santo amor. Amoroso y muy amable Salvador, concédeme la gracia de cumplir y perseverar indefectiblemente en este amor, voto y abandono, los cuales confirmo y ratifico mediante mi firma en tu presencia y las de la gloriosa Virgen María, del glorioso san José y de mi Ángel Guardián. J. de Matel  [20] 

Para llenar este vacío, recibí el consejo de incluir en él la siguiente copia, sacada del original de los votos que hizo nuestra digna Madre Jeanne Chézard de Matel, piadosísima instauradora y fundadora de la Congregación del Verbo Encarnado, después de haberla escrito con su propia sangre el 14 de junio de 1635.

    Augustísima y adorabilísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo, Juana Chézard de Matel, aunque la más pequeña de tus siervas y la más indigna de tus criaturas, confiando en tu divina bondad, movida por el deseo de servirte y de un amor especial a la adorable persona del Verbo Encarnado, Jesucristo, deseando contribuir según mi debilidad a la gloria de su Santo Nombre y de los misterios que obró por nuestra redención; de reconocer la amorosa dilección que le hizo vivir entre nosotros en el Sacramento de la Eucaristía y de honrar la Concepción Inmaculada de la gloriosa Virgen su madre, hago voto a tu divina Majestad, en presencia de la gloriosa Virgen, de su esposo san José‚ y de toda la corte celestial, de perpetua castidad, de vivir y morir en la santa congregación del Verbo Encarnado y de jamás abandonar el designio que plugo a él inspirarme para establecer esta congregación como una orden religiosa en la que el Verbo Encarnado sea perpetua y especialmente servido y adorado.

    Conjuro a tu bondad, por las entrañas de su caridad infinita, por los méritos de la sangre del Verbo Encarnado, por las intercesiones de su purísima madre y de su muy amado padre nutricio, reciba el sacrificio que le hago de mi cuerpo y de mi libertad en olor de suavidad, y me conceda una gracia muy abundante para cumplirlo. Amén. Jeanne Chézard de Matel

    Estos votos fueron pronunciados por nuestra mencionada madre ante el Santísimo Sacramento en la capilla de la congregación del Verbo Encarnado en Lyon, el 14 de junio de 1635, día de la octava de Corpus Christi. Nueve de las hermanas de la comunidad hicieron a continuación voto de castidad y de estabilidad en la congregación, después de lo cual comulgaron, tal como lo había hecho nuestra piadosa fundadora.

Capítulo 4 - San José supera a todos los antiguos patriarcas en bendiciones, gracia y santidad; es una montaña que exhala el vapor aromático de un sacrificio perenne. Marzo de 1626

    [21] El día de san José me encontraba muy cansada, y no pudiendo pensar en sus grandezas como lo deseaba, expuse ante Dios mi aridez y debilidad. El se complació en iluminarme al instante sobre estas palabras de David: Inclina los cielos y desciende (Sal_17_10); toca los montes y humean (Sal_103_32). Este Dios de bondad me dio a entender que él había inclinado los cielos de su grandeza no sólo para enviarle a los ángeles con objeto de manifestarle la divina encarnación de su Verbo, sino en especial para someter a su Verbo hecho carne a su autoridad, a la que María, la madre de este Hijo del Altísimo, estuvo igualmente sumisa.

    Este Verbo, que es de manera admirable el cielo animado de la divinidad del Dios todopoderoso, preparó dos montañas prodigiosas que fueron María y José, ya que hasta entonces no se había encontrado alguien que guardara virginidad continua.

    [22] Estas maravillosas montañas, tocadas divinamente por el Verbo que se hizo tangible por la Encarnación, exhalaron la fumarola aromática de un sacrificio perpetuo de alabanza. El sacrificio eterno de Jesús, que perdura hoy en día, pertenece a José‚ y a María, ya que Jesús es carne de la carne de María, cuyo cuerpo pertenece a José. Ambos contribuyeron, cada uno a su modo, a este sacrificio, en el que se ofrecieron muchas veces. José lo pudo hacer por anticipación, puesto que sabía muy bien que toda la economía de la vida del Salvador en la tierra debía desembocar en este doble sacrificio cruento e incruento.

    Después de este conocimiento, Dios me hizo ver cómo todas las antiguas generaciones habían culminado en José y en su Hijo, y que había participado de inmediato en todas esas bendiciones antiguas. José es el Adán creado en justicia y santidad, pues fue llamado 

Justus, el justo por excelencia, y por haber guardado el honor de la Virgen y el de su Hijo mediante una justicia admirable, preparándose a un exilio voluntario antes que faltar en este punto violando la ley o exponiendo el honor de María.

    [23] En santidad, por haber sido separado de todos mediante el prodigio de la vara florida para convertirse en esposo de la Virgen, y por haber sido santificado mediante el trato y conversación continua y familiar del Verbo Encarnado. Fue creado según Dios y para Dios, habiendo sido hecho digno de que Dios le diera como esposa a su hija antes de hacerla madre de su Hijo, a fin de que el hijo que nacería de la esposa legítima de José fuera de José, a quien había elegido para ser, de manera enteramente prodigiosa, el padre de su Hijo.

    Fue escogido para guardar el paraíso, mas no para trabajar en él, pues esta tierra de bendición debía producir el fruto sublime de magnificencia y el germen del Señor, sin ser cultivada por mano de hombre; él debía proteger la tierra del paraíso, el fruto de la Virgen que es el Verbo Encarnado. Habiendo Dios ocultado en sí mismo a su Verbo durante la eternidad; lo encubrió en el seno de José, a quien confió su cuidado al llegar la plenitud de los tiempos, que fue cuando le plugo enviarlo al mundo. Jamás caminó Enoc con Dios y delante de Dios como José, quien anduvo con Dios humanado corporal, sensible y espiritualmente. Las [24] ascensiones y las subidas del Verbo Encarnado fueron las gradas por las que hacía ascender a san José. El descansó en José. Se hizo el Verbo anonadado bajo la mirada de José, quien lo llevó en brazos en su infancia. San José es el superior de un Dios humilde; san José es transportado continuamente al cielo sin dejar la tierra, depositando sus afectos en la divinidad y en la humanidad de Jesús, unidas del todo; y que lejos de separar sus espíritus, los unieron adorablemente enlazados en la unión de una persona. El, más que cualquier otro, después de la Virgen, honró humildemente el misterio de la Encarnación del Verbo y la operación del Espíritu Santo en el seno virginal de María, su esposa. Sólo él ha honrado el alma de Jesucristo y de la Virgen de manera superior a todos los santos, por haber tenido sentimientos y conocimientos más sublimes.

    Noé, quien se encargó del gobierno del arca, esperanza del mundo perdido, sólo fue un bosquejo de José, quien poseyó esta arca admirable y divinizada, cuya única abertura era del lado del cielo, y que jamás fue conocida sino por el entendimiento celestial concedido a José. El era justo, y las aguas de un simple juicio no pudieron entrar jamás en esta arca, a la que la justicia de José había calafateado con brea muy [25] resistente. A él fue confiado el único engendrado que existe en el seno del Padre. ¿No es El quien ocupa el primer lugar entre muchos hermanos, el primer nacido de todas las criaturas, el cordero que ha borrado los pecados con el diluvio de su sangre?

    Cual paloma, María encontró en seguridad en José al ser librada de la calumnia y de la muerte a la que la ley la condenaba, ley que carecía de luz para conocer la venida del Espíritu Santo sobre ella, y la encarnación del Verbo en sus entrañas virginales.

    Jesucristo fue la viña que el Padre Eterno sembró y plantó en tierra de José: el seno virginal de María, la cual, junto con él, ofreció a este Salvador en sacrificio al derramar su sangre en la circuncisión, misma que recibió el Padre en un olor de suavidad mucho más suave que el que ascendió del sacrificio de No‚ después del diluvio.

    Abraham, según el significado de su nombre, es el padre exaltado y multiplicado, nombre que conviene eminentemente a José en la posesión que tiene de la Virgen y de su singular paternidad sobre el Hijo de Dios y, por consiguiente, de toda su generación.

    El Padre eterno es el altísimo Padre, y no el Padre exaltado, ya que no puede serlo y llegar a ser más grande; sin embargo, san José fue exaltado en su paternidad por haberse Dios abajado para ser su hijo, y por haber querido engrandecerlo con su pequeñez. Es en la simiente de [26] José que los hombres, las mujeres y los ángeles han sido bendecidos, así como todas las generaciones de la tierra.

    El Verbo, que por la generación eterna recibe todas las bendiciones de su Padre, al convertirse en el hijo de José bendice a todas las generaciones temporales. Abraham creyó y su fe le fue reputada en justicia; la fe por la que José creyó en la maravilla del misterio de la Encarnación, dio vida a su esposa la Virgen y a su Hijo. La ley, como ya he dicho, la hubiera condenado a muerte al ser convicta de un aparente y supuesto adulterio; y esta fe de José quien, sin infringir la ley, procuró conservar el honor de la madre y la vida de su hijo en esta sospecha que mostraba demasiada evidencia para no ser temeraria, su espíritu se abrió sin dificultad para creer en la revelación del ángel.

    Con esto vemos que la ley mata, mientras que la fe justifica y salva a los inocentes. ¿Cuál no sería la admiración y ternura de José, ante esta revelación? Habiendo tenido Dios el designio de mantener a distancia la muerte de su hijo para que no se extinguiera en cuanto llegara a la tierra, y deseando hacerlo nacer de una Virgen, se sirvió de José para apartar de él la muerte y prolongar su vida. Confió la custodia de su hijo a José, y no a la de los ángeles. Fue en él y en sus cuidados que Jesús reposó. La maravilla en este matrimonio y de esta [27] concepción fue que el Espíritu Santo asumió los deberes de esposo, mientras que san José guardaba el lecho y el tálamo divino a fin de que el Verbo Encarnado apareciera a los ojos de los hombres como hijo de José. Como aquellos eran todavía incapaces de conocer este misterio, lo hubieran considerado ilegítimo, tachando de adúltera a su madre.

    José cedió su lecho y su esposa al Espíritu Santo, y su trono al Verbo, al no haber querido tocar para nada ese cuerpo virginal que era para él, aceptando que su esposa concibiera por obra del Espíritu Santo. Tenía derecho al trono de David y debía sentarse en él, sea él mismo o los hijos que hubiera podido engendrar legítimamente, pues en la familia de David los hombres, no las mujeres, habían poseído siempre la realeza. Sin embargo, la divina sabiduría dispuso esta maravilla, haciendo que el hijo de María y suyo también, no por generación carnal, ni por simple adopción, se sentara en el trono de David y reinar eternamente en Jacob.

    Su reino no tendrá fin. Su trono es del todo luminoso; es el sol de justicia. El único argumento con el que los evangelistas justificaron y comprobaron el derecho que el Salvador tenía al trono de David, fue que José gozaba de esa prerrogativa. Por tal motivo, tejieron para nosotros la genealogía de José, demostrando así que él era nieto de David en línea recta. El Verbo Encarnado le dio, en cambio, el trono de gloria y el derecho de mandarlo a él mismo.

    [28] José veló el misterio oculto en la eternidad a todas las criaturas, en tanto que él mismo contemplaba un perpetuo Apocalipsis en revelación. No es un abuelo, ya que todas las generaciones terminan en él, aun la eterna, en cuanto que el Verbo quiso, por una extensión, tener una segunda. Abraham adoró de lejos las promesas y José recibió el efecto de ellas. Al primero le fue ordenado que se circuncidara para portar la marca y carácter de servidor. José circuncidó a Jesús a fin de hacerlo servidor de los hombres, sujetándolo a la ley y a sí mismo, por disponer la divina voluntad que estuviera sujeto a José por medio de María, su esposa.

    Isaac fue la alegría de su padre y de su madre; José fue la sonrisa y el gozo de Jesús, de su Padre eterno y de la madre de este divino Salvador. La Virgen es la Rebeca que le estaba destinada para esposa por Dios mismo. Los brazaletes y las primeras arras del matrimonio fueron las flores que el pontífice hizo brotar de la vara de José. Rebeca se cubrió con su manto al acudir al encuentro de Isaac, su querido esposo; la Virgen, al volver de casa de Zacarías, cuando ya era manifiesto su embarazo, y en el momento en que José pensaba llevarla a su casa, se [29] veló con un maravilloso silencio. Este encuentro hundió a José en una gran perplejidad, pero en medio de las tinieblas de la noche, el ángel lo libró de la ignorancia del misterio, que lo había sumergido en la duda. Habiéndolo iluminado la luz de la revelación, declaró todo a su esposa, cediendo al Espíritu Santo los derechos que el matrimonio le confería sobre ella, e hizo voto de virginidad perpetua. Esto es lo que nos dice el evangelista al declarar que la Virgen se encontraba encinta antes de que José y ella hubieran decidido, de común acuerdo, hacer este voto: Antes de que hubiesen vivido juntos, se halló que había concebido en su seno (por obra) del Espíritu Santo (Mt_1_14).

    Si Isabel, y Juan en su seno, fueron llenos del Espíritu Santo y de la luz de profecía, que es un favor de este Espíritu de bondad, ¿de qué plenitud no habrá colmado a san José? Es de creer que habrá recibido del Salvador el distinguir a las tres augustas y divinas personas con mayor claridad que la noche en que el ángel le dijo: Lo que se ha engendrado en su vientre es obra del Espíritu Santo (Mt_1_20). El fue el secretario más confidencial y depositario del Espíritu Santo. En un ímpetu de su amoroso corazón, dedicó al Padre Eterno la obra más excelente del Espíritu Santo, que es el Verbo Encarnado, el más hermoso de los hijos de los hombres.

    Jacob suplantó a su hermano, desposó a Lía y a Raquel y se enriqueció guardando sus ovejas. Vio una escalera que partía de la tierra [30] y llegaba al cielo, la cual servía de subida a los ángeles. Ungió una piedra y la consagró como altar; combatió con un ángel y, a pesar de que acabó cojo, obtuvo la victoria. San José es el suplantador, si me es lícito hablar así, de todos los patriarcas. Tomó al Verbo Encarnado y lo retuvo por los pies de sus santos afectos. Desposó a María, más hermosa que Raquel y más fecunda que Lía, que fue madre de un hijo que es Hombre-Dios. José no es únicamente padre de los doce patriarcas, sino que es padre de todos los hermanos de Jesús: la humanidad entera. Cuidó al Cordero de Dios; veló por María, la oveja escogida, guardando en ella al Verbo que sigue siendo en ella su divino pastor, con toda la plenitud de su divinidad, así como al Espíritu Santo, que había escogido ese lugar como su trono. No vio escalera alguna, porque el Dios de los ángeles descendió hasta él para morar con él, deteniéndose y como enclavándose ahí con él. Tampoco derramó aceite sobre la piedra; ungió al Salvador al darle el nombre de Jesús, y al circuncidarlo le ungió con sus lágrimas, que brotaron continuamente sus ojos y que alimentaron maravillosas llamas de amor. Fue herido en el nervio, la parte animal y sensitiva, sacudiéndose todo en él con los besos de Jesús, al que llevaba en brazos cuando se cansaba.

    [31] Al cabo de un ayuno de cuarenta días, Moisés recibió la ley, tan dura como la piedra en la que estaba grabada. Jesucristo recibió la ley de José, a quien comunicó la ley secreta de su amor. Existe un cierto secreto y misterio entre Jesús, María y José, que los otros santos no conocerán, aun en la gloria. Hay como un velo, ciertas tinieblas, que los otros bienaventurados no penetrar n. Existe en el cielo una nueva constelación del sol, de la luna y de la primera estrella que, al mezclar su luz, forman un orden aparte, ofreciendo un nuevo espectáculo a todas las demás estrellas, que son muy inferiores en luminosidad.

    David llevó gloriosamente la corona real. He aquí a su legítimo heredero, en el que resplandece la grandeza del reino de David, reinado que concluyó felizmente en Jesús para no tener fin. Jesús cerró el círculo, porque este reino, salido de Dios, vuelve a Dios en la persona de Jesucristo, hijo de José, el cual reinar con él y con su esposa por toda la eternidad. David dijo que con los santos se volvía santo; nosotros podemos decir de san José que Dios lo quiso elevar a una triple santidad. El santo de los santos que es el Salvador, lo santificó con su conversación. María, la santa por excelencia, lo santificó por su permanencia con él. Mediante la gracia, fue santificado cada día.

    [32] Después de otras mil maravillas de la gloria de san José que pude conocer, se me reveló que aparece terrible y espantable ante los demonios, enemigos del Verbo encarnado, a los cuales persigue y derriba cuando hacen la guerra a sus devotos y a quienes pertenecen a la orden del Verbo hecho carne, por haberlo escogido como nuestro protector especial. Mientras este gran santo me acariciaba un día, me dijo que me hacía saber que mis pensamientos le habían tejido un hermoso collar con el cual quería aparecer como mi cautivo, mientras que Jesús y María colocaban sobre mi cabeza una diadema resplandeciente de claridad, y que me prometía proteger a nuestra orden como la obra de su Hijo, el Verbo Encarnado, así como a todas las mujeres que serían llamadas a ella en espíritu y en verdad.

Capítulo 5 - Consuelos que mi Salvador me comunicó al verme triste porque el Sábado Santo me vería privada de la santa Comunión. Viernes Santo de 1625.

    [33] El viernes santo, el Padre Provincial de la provincia de Lyon me llamó a la Iglesia del colegio. Después de haber conversado conmigo acerca del amor de aquel que murió por mí, me dijo que me abstuviera de comulgar al día siguiente, lo cual fue para mí una cruel mortificación durante toda la tarde de aquel gran viernes.

    El sábado santo, durante el oficio, mi bien amado Jesús me consoló amorosamente, diciéndome que no había querido esperar hasta el tercer día para alegrarme; que él era la uva exprimida por la fuerza del amor divino, el cual derramó su vino en su pecho, sobre el que el discípulo predilecto se adormeció después de haberlo bebido con fruición, y que en aquel sueño extático había contemplado la dilección que Dios Padre tenía hacia la humanidad al darle a su Hijo único para ser él mismo su salvación. Con su muerte les dio la vida; solo pisó el lagar de la ira de su Padre para darnos a gozar el vino que es germen de virginidad. Habiendo sido ese grano que murió al ser sepultado en la [34] tierra, multiplicó y mereció a los elegidos, mediante su muerte, la salvación y la vida eterna.

    Habiendo comulgado el día de Pascua, contemplé dos espejos y escuché: Hija mía, yo soy el espejo sin mancha. Es menester que, a ejemplo mío, seas un espejo sin mancha; el más puro que sea posible con mi gracia.

    Otro día oí: Hija mía, no se me encontró en el sepulcro por dos razones: la primera, por estar tan apremiado por el amor, por lo cual me dirigí prontamente a los lugares destinados para la salvación de todos ustedes; la segunda, porque deseaban ungirme como a un muerto, estando yo vivo. Es privilegio de mi Padre eterno ungirme con el óleo de la alegría; por ello dije a Magdalena: No me toques, aún no he subido a mi Padre y vuestro Padre (Jn_20_17). Era como decirle: no sólo no tengo necesidad de tus ungüentos, sino que deseo ir a mi Padre para que me colme, a fin de que participes de mi abundancia. La que comparto contigo es celestial y divina. Hija mía, a partir del sábado, te he hecho partícipe de mi resurrección, pues te vi realizar acciones generosas. Impedí que me tocaras haciendo que te prohibieran recibir la sagrada comunión, para subir a mi Padre y para alcanzarte un amor más perfecto.

    El lunes de Pascua estaba afligida, o más bien contristada, al verme tan imperfecta. Mi confesor deseaba que yo comulgara, según el [35] permiso que desde hacía tiempo se me había concedido; pero el dolor y la contrición me oprimían con gran afluencia de lágrimas. Me amonestó por dar lugar a las lágrimas después de la tarde del día de Pascua, y para obedecerlo, acepté contenerme y demostrar a mi Jesús que estaba resignada a su voluntad, a pesar de que el dolor me estrujara el corazón. Este dulce amor no cesó de animarme, diciendo: Hija mía, se fuerte en la paciencia y poseerás tu alma. Yo soy el pontífice que conoce bien tus necesidades. Se te puede impedir que recibas la hostia, pero no evitar que recibas mi amor, el cual hará crecer tu hambre y tu deseo. Hija, mi deseo de darme a los míos duró treinta y tres años, durante los cuales me sentí presionado para comunicar a los que amo este divino sacramento. Cuando el tiempo se cumplió, el exceso de amor con el que me entregué fue percibido por san Juan mucho mejor que por los demás. Al dar mi vida por el mundo, querida mía, si mi sabiduría permitía que se te privara de ella durante algunos días, durante los cuales morías a ti misma, y hasta se burlaban de ti, yo te decía: Consuélate al hacerme compañía. Se dijo de mí: Dios lo ha abandonado, persigámosle; pero eso requería que perdiera yo el ánimo y la confianza, la cual, por el contrario, era entonces mucho más grande hacia mi Padre.

    Tenla también en él; y así como él hizo aparecer y confesar ante el pueblo que yo era su verdadero Hijo, así hará aparecer que tú eres su hija adoptiva y mi esposa muy querida, y que es él quien te ha enviado este pan del cielo, complaciéndose al ver que lo comes en este mundo.

    [36] Este es el cumplimiento de lo que escuchaste cuando te prometí la comunión de cada día: que pasarías por el tribunal de los padres de la Compañía. Sin embargo, por eso mismo estarías en paz, durmiendo en medio de estas pruebas y teniendo alas de plata, de pureza y sencillez de la paloma a pesar de lo que harán de ti. En tu interior conservas la caridad, toda de oro, mediante la cual me conocerás y poseerás. Quien permanece en la caridad, permanece en Dios; quien tiene a Dios, lo tiene todo.

    Cuando mi amado me hubo fortalecido, me acerqué a la balaustrada para oír la misa que se estaba celebrando. Mi corazón apremiaba a su divino amor mediante el impulso que sentía para entrar espiritualmente en ese castillo, pues con la otra comunión cumplí con la voluntad del P. Provincial, a cuya misa me uní diciendo: Amor, un día me invitaste a entrar en tu jardín; es decir, en el alma del sacerdote que decía la misa (el cual era mi confesor). Aquí estoy para entrar en él. Sin embargo, no fue así, pues en la elevación mi dulce amor me hizo escuchar: Hija mía, el hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de mi boca. Te he dicho en otras ocasiones que puedo hacer comulgar a mis predilectos sin necesidad de las especies.

    [37] Sentí entonces en mi lengua un dulce sabor, aunque no duró mucho, lo cual me hizo pensar que se trataba de la santa comunión, que se me daba mediante una palabra divina. David la llamó dulce sabor.

    En esta misma misa sentí a mi lado derecho un céfiro, junto con esta palabra: Dominus. El Señor está a mi derecha. Por ello, no tuve más pena o turbación, pues sentía que mi corazón se alegraba con una grande esperanza en el mismo Dios, el cual me concedía sus favores por pura bondad, la cual me probaba como el oro en el crisol. A pesar de ello, este santo amor me dio la paz de la resignación: me sentía contenta sin importar lo que otros me hicieran.

    Durante el día, mientras desempeñaba labores domésticas, no perdía en absoluto su divina presencia, ni el ardiente deseo de recibirlo sacramentalmente cuando se me permitiera.

    Al día siguiente por la mañana, fui despertada por el fuego íntimo de su amor, que hacía arder mi pecho colmándolo de dulzura, sin perder la disposición, si mi confesor lo ordenaba, de aplazar aquel deseo que me consumía. A pesar de todo, este divino amor siendo, como parecía, ávido, me hizo escuchar: Si te privan de ella, yo, que soy el que más ama, sentir‚ mayor pena. Dándome entonces la comunión, sólo él sabe las gracias que me concedió en ella. Vi un velo verde, con orla bordada en oro, el cual me [38] exhortaba a la esperanza. Después de esto vi un gran número de cintas rojas propias para formar lazadas amor, que me daban a entender que como las palabras de mi boca procedían del corazón, eran los lazos que lo habían aprisionado.

    Vi después un lugar del todo enrojecido, que parecía un lecho o una litera, y oí: Este es el amor ardiente, teñido de púrpura con mi sangre, donde te quiero hacer reposar. Este amor divino, que comprende muy bien de qué manera ha hecho arder su fuego en mi pecho, me dijo: He aquí, hija mía, la recompensa de tus deseos y de tu obediencia voluntaria. Esta demora ha hecho que te sientas más abrasada. No se pierde nada al amarme; yo se muy bien cómo devolver en un día el doble de lo que se te privó en otro. No son los hombres quienes te han dado este pan, sino mi Padre celestial, el cual se complace en visitarte todos los días en el sacrificio que lo honra porque yo mismo estoy en él para alabarlo. Hija, espera en mi palabra. Aun cuando tiemblen el cielo y la tierra, ella permanecer, tal como se lo dije a Ananías al manifestarle que yo haría saber a san Pablo lo que debía sufrir a causa de mi nombre. Te digo y te prometo que dar‚ a conocer al P. Provincial que te he elegido para ser mi morada sacramental. Cuando quise tener la sala de Sión, envié a dos de mis discípulos con estas palabras: El Señor quiere celebrar la cena aquí, lo cual bastó para que me la dejaran libre. ¿Por qué dije que siguieran a un hombre que llevaba agua? Porque con ella deseaba hacer un lavatorio. Es por ello, hija, que te he concedido el don de lágrimas, pues [39] quiero lavarte con ellas. Estas lágrimas son como el agua que Elías derramó sobre su sacrificio Ellas reavivan el fuego ayudadas por el puro amor que baja del cielo. Por este amor que arde en tu pecho, y mediante la exposición que te hago de la Escritura, sin que la leas, se sabrá que soy yo quien te conduce y te abre los ojos para comer de este pan. Quise morir para cumplir la escritura. Si ahora fuera yo mortal, moriría, si fuera necesario, para verificar los escritos que el amoroso Espíritu Santo y la obediencia te han hecho escribir. Recuerda que este Paráclito, que es la caridad verdadera, te ha hecho comulgar cuando la envidia parecía impedírtelo. ¿Acaso se enojó Jacob al verse perseguido, después de recibir la bendición y la heredad? Siempre salió victorioso, no sólo de los hombres, sino de mí mismo, después de obtener mi bendición y la promesa de que le daría el pan durante su peregrinación, y que yo sería su Dios, pues considero como un título de honor el ser llamado Dios de Jacob. Hija, me siento constantemente vencido por tu fervor. Te he prometido ser siempre tu Dios y Señor y darte tu pan. La aurora, mi santa madre, viene en tu ayuda en el [40] combatir de tus deseos, que no son tuyos, sino del Espíritu Santo, que intercede con gemidos indecibles. Es mi santa madre quien te alcanza no sólo mi bendición, sino también al Dios de las bendiciones. Es la mejor parte, que jamás te ser quitada. Nadie la arrancar de tus manos. Yo soy tu Pastor y, al mismo tiempo, tu pastura; mi Padre es más fuerte que las criaturas. Si yo les he enseñado a pedir naturalmente la vida corporal, ¿por qué no desear‚ que se me pida la vida espiritual de cada día que pedí al Padre? Jacob fue un suplantador y esas contradicciones lo hicieron más rico. Tuvo dos mujeres: Lía y Raquel. Yo soy quien te hizo ver una mujer que tenía cuatro mamas, con las que deseaba alimentar a su hijo lactante. ¿Es posible que puedas olvidar la promesa que el Espíritu Santo te hizo de ser tu nodriza? El posee ahora cuatro pechos porque quiere que comulgues diariamente, dándote, además, el doble deseo de comulgar en todo momento. El espíritu maligno que se te presentó al final de tu oración para perturbarte no cesar de quererte privar de él, mientras que está en ti como animal inmundo. Teme al cordero inocente que es su contrario. Yo se que tú [41] reposarás bajo este árbol. El te querrá arrancar de él, como has visto, pero la tierra de la confusión lo cegar y este árbol permanecer en pie. Es una falacia querer arrancar un árbol grande con el hocico, como si fuera una col. Hija mía, ha sido confundido; te he mostrado esta visión y la anterior para tu consuelo en todo lo que te digan en este tiempo de prueba para ti; como dije a mis apóstoles, no pienses en lo que responderás a tus jueces. Yo te dar‚ una boca a la que no podrán resistir. Que el P. Provincial juzgue estas cosas; su nombre es furriel, pues designa mi casa con su ratificación. Si yo prometo el paraíso por un vaso de agua que se da en mi nombre a un pobre famélico, ¿Qué no daré por una hambrienta a quien haré saciar por mi causa? No tengas miedo; tú darás testimonio delante de los reyes; es decir, los sacerdotes, sin ser confundida. Soy yo quien suelta la lengua de los niños; y como a hija mía, deseo alimentarte así yo como soy alimentado por mi Padre. Mi fuego que arde en ti provoca esta hambre, y este ardiente ardor consume tus fuerzas y hace que tu débil corazón se seque hasta que se le proporcione su pan.

 Capítulo 6 - La Santísima Trinidad es la primera Orden y la primera comunidad religiosa de la cual se derivan todas las que se han establecido en la Iglesia. Todos los religiosos y todas las órdenes religiosas deben conformarse a ella para cumplir con lo que pidió el Verbo Encarnado en la noche de la Cena.

    [45] Glorioso Espíritu Santo, guía mi pluma para mostrar que la Santa Trinidad es la primera orden y la primera comunidad religiosa, de la cual se derivan todos los religiosos y todas las religiones, y que todos y todas deben retornar a ella para dar cumplimiento a lo que pidió el Salvador en la noche de la cena: que todos sean consumados en uno, así como tú eres un Dios en tres personas distintas, y que Jesucristo es uno en tres sustancias. La naturaleza angélica es una; el orden difiere en tres maneras: superior, medio e inferior. Tres leyes se han impuesto a la tierra: la ley natural, la ley escrita y la ley de la gracia, las cuales tienen un solo fin, que es el de complacer a Dios, que es su legislador, sea inmediatamente por si mismo, sea por sus ángeles, sea por el Verbo humanado, el cual vino a la tierra tanto para enseñarnos como para salvarnos. Vino para ser nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida, dándonos a conocer a su Padre que lo envió por el Espíritu Santo. En esto consiste la vida eterna, según la verdadera palabra mediante la cual nos promete la claridad que tiene con el Padre, el cual nos ha amado hasta el punto de darnos a su propio y único Hijo, para ser verdadero hombre y para morir por nosotros. [46] Resucitó para ser nuestra gloria y el principio de nuestra resurrección, y se nos da en el divino sacramento como germen de inmortalidad, a fin de resucitar nuestros cuerpos en el último día y transformarlos en gloriosos por siempre. Este divino sacramento es prenda y arras de la vida eterna. Aunque en la iglesia militante está en forma velada, en la triunfante es el todo que está al descubierto. Si la una posee el gozo de la felicidad y la bienaventuranza, la otra tiene el bien de merecer y acrecentar, mientras espera la alegría de esta misma felicidad. Si la una es como una reina, sentada a su derecha, la otra es como una amazona o guerrera que combate por su gloria contra toda clase de enemigos. Una está gozando con él; la otra padece por él. Santa teresa lo [47] expresó muy bien a una persona que era devota suya: Nosotros los del cielo y ustedes los de la tierra somos uno en este divino sacramento: nosotros en el gozo, y ustedes en el dolor.

    Padre santísimo, manantial y fuente de origen, tú eres el general en el orden divino, al comunicar tu esencia a tu Verbo por vía de entendimiento, con lo cual produces, por un solo principio, por vía de voluntad, al divino y Santo Espíritu, que es amor. Es como si dijera que el Verbo es el provincial y el Espíritu Santo el guardián en un orden divino, en el que todo está ordenado hacia Dios. El Verbo recibe de ti y contigo produce al Espíritu Santo, guardián igual a ti y al Verbo. El es el término del ciclo de las emanaciones y el lazo divino en la divina Trinidad. Ustedes son, oh tres divinas personas, la primera sociedad, perfectísima y suficientísima para ustedes mismos. Oh Dios trino y uno desde toda la eternidad hasta la infinitud, eres el uno en el otro mediante tu circumincesión divina en unidad de esencia y distinción de hipóstasis: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, etc. Tu orden es eterno e infinito, siempre permanente en sí mismo, inaccesible e incomprensible a las criaturas, a causa de su excelencia, las cuales nos hablan de ti con más propiedad por negación e ignorancia abismal, que por exultación. [48] Si no nos hubieras dicho por tu profeta: Vengan y vean que yo soy Dios (Sal_46_10), no nos habríamos atrevido a ocuparnos en pensamientos tan sublimes; pero ya que tu benignidad nos invita a ello, contemplando desde la altura de tu eminencia a las pequeñas criaturas como sepultadas en el lodo y en la tierra para colocarlas con los príncipes de tu pueblo junto con el glorioso san Miguel, quien es el primer general de tus ejércitos y el fiel escudero del divino Jonatán, el Verbo divino, que por amor quiso establecer una alianza con tu naturaleza, uniéndola por hipóstasis más íntima y fuertemente que el alma de Jonatán a la de David, por lo cual la santa Iglesia exclama con admiración: Oh admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando un cuerpo y un alma, se ha dignado nacer de una Virgen, y hecho hombre sin obra de varón, nos ha donado su divinidad; lo que ya existía permaneció, y lo que no, fue asumido sin mezcla ni división (Vísperas de Navidad. Antífona). Esto que el Verbo divino tomó una vez, jamás le ser quitado.

    Te plugo, divina sociedad, tener desde toda la eternidad el convenio de comunicar hacia afuera tu felicidad; y recogiéndote en ti, [49] extender tu admirable religión y orden divina, enviando, oh Padre benignísimo, a tu hijo amadísimo como provincial en la tierra, estableciendo esta divina religión, siendo el fundador, el fundamento, el socio y su extensión inenarrable. Al considerar tu designio, mi alma exclama con el profeta Habacuc: Oí, oh Señor tu anuncio y quedé lleno de temor. Señor, aquella obra tuya, ejecútala en medio de los años (Ha_3_1).

    Verbo eterno, esplendor de la gloria paterna, figura de su sustancia e imagen de su bondad, que lleva toda palabra de verdad; te escucho, por el bien de nuestra naturaleza, responder al divino propósito de la Santa Trinidad: ¿A quién enviaré, y quién de nosotros ir? Aquí estoy, envía me (Is_6_8). Verbo adorable, te adoramos y damos gracias muy humildemente por esta resolución, y temblamos al presenciar la revuelta de los ángeles rebeldes, a los cuales te presentó tu Padre para ser adorado por ellos, según tu designio de hacerte hombre.

    Esta fue la primera rebelión que tramaron tus criaturas y tus súbditos. Si esto sucedió en la Jerusalén celestial, visión de paz, ¿qué no sucederá en la tierra, en el mundo, Babilonia de confusión, de contradicción? ¡Ah! de esta rebelión no dices palabra, dejando la disputa de tu derecho a san Miguel, el cual, como presidente, juzga tu causa y, como general de tu milicia, combate y sale victorioso en un silencio admirable y espantoso para los enemigos. Mediante una fuerza divina, los arroja hasta los abismos: Entretanto, se trabó una batalla grande en el cielo: Miguel y sus ángeles peleaban contra el dragón, y el dragón, con sus ángeles, lidiaba contra él, pero no resistieron, ni quedó después para ellos lugar alguno en el cielo (Ap_2_7s). [50] Cuando tomaste esta naturaleza, haciendo realidad en la tierra el designio eterno, ¡cuan gran contradicción causaste cuando Herodes se enteró de la noticia!: Al oír esto el Rey Herodes, se turbó, y con él toda Jerusalén (Mt_2_3). Al saber que debías nacer en Belén, mansión de paz, resolvió degollarte, ordenando que se te hiciera morir, a ti que le venías a dar la vida eterna después además de la temporal; y para no fallar en su inhumano designio, se volvió parricida además de deicida. Su rabia lo arrastró de tal manera, que hizo asesinar a su propio hijo en la cruel carnicería de los inocentes. Tú escapaste gracias al aviso del ángel y a la conducta de san José, el cual tomó a ti y a tu santa madre para conducirlos a Egipto, para derribar ahí a los ídolos mediante su entrada. Sin embargo, quisiste vivir ahí como Dios desconocido, acompañado por los dos primeros religiosos de la tierra: tu santa madre y san José, quienes integraban contigo la divina sociedad terrena que es la tercera extensión.

    La primera se da en tu persona, que tiene tres sustancias: la sustancia del cuerpo, la sustancia del alma y la sustancia divina; todas ellas se refieren a un Jesucristo.

    [51] La segunda está en el vientre de la purísima Virgen, donde eres religioso y ella religiosa, perfectísimo y perfectísima. Encerrado en sus entrañas y ella en tu corazón como su amor, en el que ella está más que en su cuerpo, al que anima, además del ser y de la vida que tiene en ti [52] y por ti como Verbo divino. Esta Virgen, sin embargo, no estuvo exenta de sufrimientos. Apenas te hubo concebido, al ver a su esposo, aunque justo, en perplejidad, pensando en su interior abandonarla, si el ángel no le hubiera advertido de parte del Espíritu Santo que la conservara, la alimentara y la defendiera; a ella y a su Hijo, todo el tiempo [53] que la prudencia se lo ordenara. En cuanto hubo cumplido con esta misión expiró, dejando a esta Virgen con su hijo en medio del abandono de los hombres, pero al cuidado de los ángel es, quienes, sin embargo, no impidieron que sus enemigos hicieran morir al hijo y traspasaran a la madre con la espada que es peor que mil muertes; y aunque el profeta dice que lo lloraron amargamente, el evangelista nos relata que después de que el Salvador fue arrancado por la fuerza de la compañía de sus tres discípulos, rogando a su Padre que apartara de él este cáliz, se le apareció un ángel del cielo, confortándole. Y entrando en agonía, oraba y vino un sudor como de gotas de sangre que chorreaba hasta el suelo (Lc_22_43s).

    ¿Qué consuelo es éste que sumerge en la agonía y que hace sudar sangre hasta formar arroyos sobre la tierra? ¡Qué visita tan dura, que oprime y estruja al Salvador hasta comprimir y hacer brotar la sangre por todos los poros! Oh Jesucristo, Verbo Encarnado. ¡Cuántos sufrimientos para extender tu orden en el cielo, en Belén, en el desierto, entre los demonios, en el templo, entre los príncipes de los sacerdotes que contradicen la alabanza que los inocentes te prodigan!: Entrado que hubo en Jerusalén, se conmovió toda la ciudad, diciendo: ¿Quién es éste? (Mt_21_10).

    [54] En la cena, ¿Qué contradicción habrás sentido, Señor de los ejércitos y Dios de las virtudes, Verbo divino, por el cual se afirman los cielos, después de exclamar: El que come el pan conmigo, levantar contra mí su calcañal (Sal_40_10); (Jn_18_18), al referirte a Judas, y al prometer la recompensa a los buenos? san Juan nos dice: Habiendo dicho estas cosas, se turbó en su espíritu y exclamó: En verdad, en verdad os digo, que uno de ustedes me hará traición (Jn_13_21).

    ¿Acaso cesaron las contradicciones cuando estuviste clavado en la cruz? No, todas las criaturas se turbaron. Un ladrón crucificado contigo te contradiría; después de tu muerte, tu sepulcro sería vigilado para impedir en vano tu resurrección, contradiciendo (así) tu estado de gloria tanto como el de sufrimiento.

    ¿Y cuando enviaste a tus apóstoles a extender la orden de la cual eres el fundador? Cuántas contradicciones les habías anunciado. Los sufrimientos les serían ocasionados por las mismas criaturas que pensarían hacer con ello un servicio a la divinidad, a fin de que los discípulos se conformaran al Maestro, y la sangre de los mártires fuera semilla de cristianos. Mientras las personas más deseen conformarse, transfigurarse o transformarse en él, más deben sufrir, aceptando tu doloroso cáliz y esperando de la bondad divina el descanso beatífico en la gloria eterna.

    Escribo esto, mi queridísimo esposo, a fin de disponernos a la cruz, después de suplicarte humildemente que nos llamaras y eligieras como [55] hijas tuyas y pobrísimas esclavas, en una esclavitud que nos llevar a reinar. Nos ofrecemos en sacrificio, aun de holocausto, a tu divina majestad, deseando seguirte a todas partes. Admítenos en la gracia, aunque por ahora sólo seamos hijas tuyas, conscientes de lo que dijo tu gran apóstol: Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados. No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor (1Co_1_26s).

    Las palabras que pronunció el Espíritu Santo a través de esos labios apostólicos, tienen fuerza para darnos valor en las contradicciones. Cuan fiel fue al Señor este vaso de elección y de dilección, el cual lo escogió para ser su embajador universal. Cómo debemos agradecerle, nosotras, hijas de Francia, el haber dado a conocer el Dios desconocido a nuestro apóstol san Dionisio, cuando entró en Atenas para proclamar allí al Verbo Encarnado, a quien (aquel) desconocía ,saliendo victorioso de todos sus enemigos, ya que se había erguido para combatirlo y para derribarlo!

    Esos sabios mundanos habían prohibido bajo pena de muerte el que se admitiera cualquier religión nueva. San Pablo llevaba la vida y estableció allí al anciano de los días, al creador del cielo y de la tierra, al nuevo Adán, al Dios desconocido revestido de nuestra humanidad, al Verbo Encarnado; aquel que es el principio y el fin; el primero y el último, que nos llama a sí. Sigámoslo, hijas mías. Si él está de nuestra [56] parte, ¿Quién podrá contra nosotras? Morir por él es nuestra vida. Los honores, los menosprecios, las ignominias, dan gloria a su amor. Bienaventurados los que lavan sus vestiduras en la sangre del Cordero, para tener derecho al árbol de la vida, y a entrar por las puertas de la ciudad (Ap_22_14).

    Sigamos a nuestro pastor, entremos por la puerta del sufrimiento para franquear con él la de la gloria. Su santa madre y todos los apóstoles pasaron por ahí. Todos proclaman al unísono: La diestra del Señor hizo proezas, la diestra del Señor me levantó; la diestra del Señor hizo proezas. No moriré‚ mas viviré, y contar‚ las obras del Señor. Me castigó, me castigó el Señor, mas no me entregó a la muerte. Abridme las puertas de la justicia: entrando por ellas, dar‚ gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor, los justos entrarán por ella. Gracias te dar‚ porque me escuchaste, y te hiciste mi salvador. La piedra que rechazaron los constructores ha venido a ser la piedra angular. Obra es ésta del Señor; es admirable a nuestros ojos (Sal_117_16s).

    He manifestado todo lo que antecede para gloria de Dios; para demostrar que la fuente de toda vida religiosa es él mismo, por él mismo, y debe volver a él. De manera especial, las que emiten la profesión religiosa mediante la observancia de los tres votos, y todas aquellas que serán y son llamadas a la Orden del Verbo Encarnado, deben tender perfectísimamente al fin que él les señaló, diciendo a todas nosotras: Sed santas como yo soy santo; sean perfectas como su Padre celestial es perfecto.

Capítulo 7 - Sublimes luces que Dios comunicó a san Dionisio, y cuan humilde y obediente fue en la recepción y manifestación de ellas, según la divina voluntad, que siempre fue la regla o directriz de su espíritu.

R.P., Salud en Jesucristo:

    [57] Estoy muy mortificada debido a que la medicina que hoy tomé me impidió comunicarle las innumerables maravillas que mi divino amor me ha revelado acerca de las excelencias de mi maestro san Dionisio. Después de conversar conmigo sobre ellas durante varias horas, me hizo ver varias veces montículos de arena dorada; y al sorprenderme la repetición de esta visión, me enseñó que se trataba de la multitud de los dones divinos y de las gracias conferidas a este santo, el cual, mediante su correspondencia a dichos favores divinos, multiplicó de tal manera sus méritos, que éstos llegaron a ser tan numerosos como las arenas del mar.

    Me dijo que la humildad y la obediencia de san Dionisio fueron admirables; que por la humildad se abajó hasta un abismo, y por la obediencia se elevó tan alto, que llegó a la penetración de los misterios más eminentes; obediencia que Dios me hizo ver como el seguimiento de su divina voluntad.

    Estas virtudes le mostraron destellos purísimos de las insondables claridades de la divina esencia, en la medida en que fue capaz de ello. Estas claridades le parecieron tan inmensas y adorables, [58] que anonadándose, confesaba la grandeza de la divina y supersubstancial divinidad; deidad invisible e incomprensible, impenetrable a todo entendimiento creado, luz y ser por sí mismo como de sí, que permanece en sí, infinitamente abstraído a todo lo que tiene el ser participado y creado. Tal fue el claro conocimiento de su ilimitada excelencia que Dios concedió a este santo.

    Este mismo santo decía que lo oculto de Dios estaba reservado a Dios solo, el cual se comprende totalmente, y esta totalidad no ha sido, ni ser jamás, conocida enteramente por las criaturas, aunque Dios haya concedido cierto conocimiento de su esencia a un pequeño número de almas, la cual, por ser indivisible, no puede ser fragmentada; aquellos a quienes a él place hacerla ver, la contemplan toda, aunque no en su integridad.

    san Dionisio gozó, pues, del favor que ha sido concedido a pocos santos de contemplar esta esencia simplísima, sin poder ver su totalidad, puesto que es inmensa. Esta visión lo hacía divinamente participante de este esplendor inefable y adorabilísimo, el cual la divina sabiduría le daba claramente aunque se lo escondía prudentemente, produciendo sombra en su espíritu tan humilde, a fin de que no perdiera la audacia de elevarse hasta los divinos misterios con respeto y libertad.

    Esta libertad le era necesaria para instruirnos, como lo hizo, acerca de estos espectáculos divinos que lo mantenían continuamente en suspenso, sin permitirle retroceder por timidez ni avanzar demasiado por temeridad. En la discreta luz veía reverentemente la luz, el divino rayo que lo elevaba al iluminarlo y lo abajaba al instruirlo. Veía en este espejo voluntario todo lo que la divina voluntad quería que le fuera manifestado; ella le velaba el rostro y los pies cuando quería que el adorara y admirara esta maravilla que es el principio y el fin de todo, siendo ella misma sin principio y sin término, como un ser indeficiente que siempre ha existido, y que ser infinitamente sin dependencia de las criaturas; sin caducidad ni disminución de su ser, ni de su excelencia super esencial.

    El gran santo hacía el oficio de los serafines, alabando la unidad de la esencia y la distinción de personas por medio de las alabanzas que el divino amor le inspiraba, amor que lo introducía tan íntimamente dentro de la divinidad a la que alababa, que penetraba hasta la caliginosidad donde recibía leyes inefables que no nos manifestó, porque la providencia guardó su secreto en sí misma con este santo, el cual nos [59] dice solamente que el amor, cegado por demasiada luz, penetra por pasión en lo que no puede alcanzar por acción, ni explicar por locución propia, una acción intelectual en sí misma.

    Ignoro si me explico con propiedad cuando digo penetra; diré más bien que el espíritu es penetrado, imbuido o empapado por esta divina presencia, que no se disemina o desparrama al entrar en el alma, ni se mezcla con las criaturas por confusión. Ella se une y transforma el espíritu que la recibe, sin agotarse cuantitativamente, ni aplicarse cualitativamente a ella. Es simplísima en todo momento; sumamente inmensa y pura, aun cuando en si misma es comunicativa, como el soberano bien que es lo bueno y lo bello que esclarece el entendimiento e inflama la voluntad, deificando, uniendo y simplificando el espíritu que se digna habitar; pero con una verdadera deificación participada, sin manumisión de lo que le es esencialmente propio y que de ninguna manera puede convenir al ser creado. Ella une a sí al espíritu creado, pero de un modo divino que es inefable aunque verdadero, lo cual simplifica al espíritu y lo configura con su arquetipo: ese divino patrón y sublime original que es forma divina e inmaterial.

    El espíritu se espiritualiza en esta hoguera todopoderosa, sabia y enteramente buena, la cual lo beneficia haciéndolo supereminente por encima de todas las cosas que le son inferiores. A esto se refirió el apóstol cuando dijo que la persona espiritual juzga todas las cosas sin ser juzgada por ellas en modo alguno, porque este divino rayo la eleva sobre ellas mediante su fuerza, retirándola así de su jurisdicción. El espíritu elevado en Dios juzga lo que está debajo de Dios con un discernimiento admirable, mediante la claridad que se comunica sólo a él. Es capaz de discernir distintamente las divinas perfecciones que existen en los ángeles y en los seres humanos, expuestos a su mirada por mandato de la suprema providencia, de este soberano Dios que se complace en constituir a este espíritu así como faraón constituyó a José, aunque con mucha más sabiduría .

    José poseía el poder del rey, pero el rey no hubiera podido hacerlo capaz de ejercer este oficio si la providencia, que lo había destinado para este favor, no lo hubiera capacitado para desempeñarlo. Ahora bien, Dios da la capacidad, como ya se dijo: al dar el ser, da las consecuencias del ser. Dios se posesiona de una persona, la hace capaz de su amor, y éste de los oficios que le encomienda. El amor puede hacer todo lo que Dios [60] desea de la criatura amada. Aquel que dice: Ama y haz lo que quieras, experimentó fuertemente el poder del amor que arrebata en éxtasis al Verbo que está en todas partes y cuya circunferencia no está en lugar alguno, aun cuando el Verbo eterno mora en el seno del Padre mediante una fusión inefable. El entró en María convirtiéndose en el Verbo humanado, a fin de permanecer nueve meses en el seno materno, en el cual nació y del cual salió para manifestarse a los hombres por los cuales había nacido; amor a la humanidad que lo arrobó en éxtasis, moviéndolo a esconder su grandeza bajo nuestra pequeñez, su majestad bajo nuestra vileza; sus riquezas bajo el embozo de nuestra pobreza.

    Fue el amor a nosotros lo que lo despojó, en apariencia, de sus ornatos. Su gloria, que guarda en efecto en el seno de su Padre, del cual es el esplendor y la figura de su sustancia, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su majestad sincera, el aliento de su divina virtud, el cual no empaña este cristal adorable en el que el divino Padre contempla sus divinas perfecciones. El Verbo es la tierra inmensa de este entendimiento fecundo del cual emana, y en el que dimana conservando, sin embargo, sus propiedades personales.

    En unión con su divino Padre produce el amor común que es el término de su muy única voluntad, el cual se detiene en el interior de todas las divinas emanaciones, siendo personalmente distinto de las otras dos personas. Constituye la tercera subsistencia de la pacífica Trinidad, distinción fundamental que no divide la esencia simplísima de este ser super esencial, que era, que existe y existir sin detrimento, por ser invariable, inmutable, super eterno. Es la eternidad perenne que carece de todo antecedente o subsiguiente, abarcando, por así decir, del uno al otro confín. El Padre, que es principio y origen, penetra en la tercera persona, que es el término de todas las emanaciones, así como penetra al Verbo que está en su Padre y en el Espíritu Santo, el cual penetra al Padre y al Hijo así como es penetrado por ellos. Esta es la divina circumincesión. Sus divinas ruedas están una dentro de la otra. Una de estas ruedas apareció en la tierra para elevarnos al cielo, haciéndose hombre para constituir al Hombre-Dios y hacernos a todos consortes y participantes de la naturaleza divina, revelándonos su gloria como único Hijo del Padre, lleno de gracia y de verdad, que sobrepasa todo y que permanecer eternamente unido, mediante la unión hipostática que ha [61] unido a dos naturalezas infinitamente alejadas, la divina y la humana, las cuales están inseparablemente unidas en una sola persona que se llama Jesús.

    El nos enseñó los secretos que aprendió de su divino Padre antes de la creación del mundo, preparándonos el reino de su gloria a fin de que estemos a su derecha en el tiempo y en la eternidad, gozando de su claridad inmortal, en la cual seremos sumergidos como en un mar inmenso, y de la cual poseemos las arras ya desde este mundo, así como prendas muy ventajosas gracias a la divina comunión, que es un refrigerio divino y humano; un convivió en el que está Jesucristo para conferir a la esposa divina todo lo que es para su mayor gloria y eminente santidad, deseando que ella se conserve santa por participación, así como él es santo por esencia, y que nosotros lo imitemos transformándonos conforme a su belleza, la cual es la imagen de la bondad eterna, cuya perfección nos propone como modelo, diciéndonos:

    Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto, y santos porque yo soy santo. Antes de instituir este sagrado convite, me santifiqué por ustedes, a fin de que mi Padre, que es santo, y el Espíritu Santo, que es el santificador que desea santificarlos de nuevo, los encuentren dispuestos, gracias a mis méritos, a la santificación amorosa que ellos les quieren dar en abundancia.

    Cuando yo sea glorificado, el Padre y yo lo enviaremos, pues él desea, con gemidos inenarrables, venir a ustedes y estar en ustedes, acompañado del Padre, como secuencia necesaria, en este divino sacramento. El Espíritu Santo ansía, como mi Padre y yo, hacer una morada espiritual en ustedes y difundir en sus corazones la divina caridad mediante su habitación. Anhela verter profusamente en ustedes su unción sagrada.

    Esteban colmó los anhelos del divino amor por haber recibido el bautismo, que es sacramento de iluminación. Siempre conservó su luz; siempre creyó en ella hasta el cenit de su gloria. Sus caminos fueron justos, y todo bien habitó en él.

    Moisés deseó ver mi rostro y yo le prometí enseñarle mis hombros; pero a mi bondad le pareció bien la idea de hacerle ver todo bien, pues no quería privarlo del deseo que tenía; no le prometí que vería mi cara, pero en cambio le concedí el favor de morir del beso de mi boca divina.

    Si, a la sombra de una ley rigurosa, concedí a Moisés [62] gozar de la vista de mi dulce luz, que jamás le quise prometer expresamente ¿Qué piensas tú, hija mía de las delicias que comuniqué a Dionisio, quien fue tan afortunado que pudo gozar de las claridades de la ley de la gracia, claridades que yo había merecido y pedido a mi Padre durante la Cena, pudiendo regalarlas como él, puesto que lo que es del Padre me pertenece? Por ello dije: Oh Padre. Yo deseo que aquellos que me has dado estén conmigo allí mismo donde yo esté: para que contemplen mi gloria, cual tú me la diste desde antes de la creación del mundo (Jn_17_24). Padre santo, si el mundo no te conoce, yo te conozco, yo que soy tu Hijo natural y consustancial. Los míos son tus hijos adoptivos, a los cuales he manifestado tu nombre. Ellos te conocen, y haré que te conozcan nuevamente y crezcan en tu conocimiento, a fin de que los ames con el amor con que me amas: Para que el amor con que me amaste en ellos esté, y yo en ellos (Jn_17_26). Si ellos desfallecen a causa de su debilidad, quiero morar en ellos para satisfacerte por medio del sacramento de amor. Ellos estarán en mí y yo en ellos a fin de que todos seamos consumados en uno.

    Dionisio recibió este favor y jamás lo perdió. Subió de grado en grado hasta llegar a Sión. Se dijo que yo amé a Jacob desde el vientre de su madre, como a un fiel servidor: Tú eres mi siervo, Israel: en ti ser‚ glorificado (Is_49_3). Lo que dije de Jacob, también se cumplió en Dionisio, pero de un modo más augusto. Jacob vio en sueños una escalera por la cual los ángeles subían y bajaban, y a Dios apoyado en lo alto de ella. Dionisio contempló una maravilla más grande, no en sueños, sino despierto. La de Jacob era una figura; la del divino Dionisio le mostró la verdad. Esta escala era su intelecto, la cabeza de Dionisio era el lugar admirable en el que aquel se apoyaba como la puerta del cielo y la morada de Dios. Ángeles de todas las jerarquías subían y bajaban en Dionisio, haciendo su circunvolución en su cabeza sagrada, en la que residía la divinidad gracias a un privilegio especial, que era como el primer móvil que impulsaba a todos estos cielos intelectuales.

    Si todas esas sólidas inteligencias eran impelidas, ¿me ser posible permanecer en mí y hablar de las maravillas obradas en Dionisio? Si me extravío, un abismo atraer a otro abismo. Me contento con que tus rayos me rodeen y circunden como a ti te agrade.

    [63] Hija mía, en la cabeza de Dionisio estaban toda la Trinidad y todos los ángeles en tres órdenes: superior, medio e inferior. Purificando, iluminando y perfeccionando, nuestra divinidad cumplir sus oficios en este divino Dionisio, a quien te he dado como maestro para que te enseñe la teología mística. Pablo, que fue el suyo, es mi conquistador; Dionisio es mi adorador.

    Pablo es mi legado apostólico; Dionisio permaneció a mi lado de una manera singular para recibir pausadamente el influjo de mi amor sagrado. Pablo es como el general de mis ejércitos; Dionisio es mi secretario después de Juan, el predilecto. El permanece tranquilo en mi gabinete sagrado para escuchar los misterios que deseo revelar en el tiempo establecido.

    Dionisio es un fénix que no resurgió de sus cenizas porque yo no fui reducido a ellas. Nació de las tinieblas de mi muerte, tinieblas que fueron luz para él, porque conoció, mediante mi sabiduría secreta, que yo sufrí en la carne. A través de estas tinieblas, Dionisio vio una gran luz, la cual no lo despertó del todo; la providencia aguardaba la hora de enviar al apóstol de la gloria que debía hablar del Dios desconocido, a quien Dionisio adoraba sin conocerlo, para instruirlo acerca de la resurrección universal.

    Entonces apareció este fénix, si no en vida perfecta, cuando menos deseoso de ella, el cual recibió la luz de la fe y el sagrado bautismo, en el que se sumergió tres veces, renunciando previamente a todo lo que no era Dios. Recibió el sagrado carácter de hijo adoptivo de la divinidad. Mi Padre, yo y el Espíritu Santo, produjimos nuestra imagen perfecta. Dionisio llegó a ser conforme a su prototipo; Dionisio ascendió en la palma de mis victorias.

    Dionisio hizo su nido dentro de mi corazón, donde multiplicó sus días s; Dionisio fue hecho semejante al que amaba; Dionisio se fusionó de un modo único a la unidad divina; Dionisio se extendió admirablemente en el conocimiento de las emanaciones divinas, sin salir de su centro. Dionisio fue esclarecido por montañas eternas mediante la admiración continua de los espectáculos divinos que la festiva deidad exponía ante él, y que a su vez contemplaba con respeto y admiración incesantes, siguiendo en todo momento la atracción del rayo de luz divino, [64] el cual lo conservaba en la voluntad divina. Permaneciendo en las divinas balanzas de la divina providencia, ascendía o descendía según la moción divina. Se detenía cuando ésta le ordenaba el descanso, durante el cual sufría a causa de las cosas divinas, que se le tornaban inefables. A pesar de las maravillas que dijo acerca de ellas, confesó haber dicho muy poco.

    Dionisio, hablas con verdad: este Dios inmenso es inenarrable. San Pablo, tu maestro, escribió: Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios: cuan incomprensibles son sus juicios, cuan insondables sus caminos (Rm_11_33). Estoy de acuerdo contigo en que el silencio es más decoroso cuando se trata de cantar sus alabanzas, y que la suprema deidad es más dignamente ensalzada por la negación que por la afirmación. A pesar de todo, el amor a la humanidad tuvo sobre ella el poder de atraer por compasión a una de las divinas hipóstasis a hacerse hombre, y como las entrañas de la misericordia, permítaseme la expresión, se conmovieron por piedad, hicieron posible que el Oriente que nació eternamente en ellas tuviera a bien venir desde la altura de ese seno paterno para tomar carne en la humildad de un seno materno, para desde ahí iluminar a todos los paralíticos que yacían en las tinieblas, a fin de convertirse en su camino luminoso y pacífico. Quienes han caminado en esta luz, han avanzado con seguridad; en esta luz visible han visto la invisible; en este Verbo hecho carne han contemplado la carne convertida en una misma persona con el Verbo, dos naturalezas en un solo soporte; un Dios hecho hombre y un hombre convertido en Dios sin confusión ni mezcla de sustancias. Por esta razón, la Iglesia exclama: Hoy se nos anuncia un misterio admirable: perfeccionando la naturaleza, Dios se hizo hombre. Lo que ya existía, permaneció, y lo que no, fue asumido sin que ocurriera mezcla o división alguna (Liturgia de Navidad).

    Si el Verbo invisible en su deidad quiso hacerse visible mediante nuestra humanidad, hablándonos de los misterios en un lenguaje humano, tú, en proporción, puedes muy bien hablar de ellos, según lo que él dijo: que en su nombre y por su poder, sus apóstoles harían los signos que él hizo, y aun mayores. ¿Puedo decirte que su sabiduría te ha ordenado hablarnos así como él te ha hablado, tal vez de un modo más claro, ya que los misterios ocultos en esta divinidad escondida a los siglos pasados han sido manifestados abiertamente en el presente?

    [65] Se bien que esta apertura no los manifiesta en su totalidad, exponiéndolos enteramente; de otra manera, cambiarían de nombre y dejarían de ser misterios admirablemente inefables. La fe no triunfaría como lo hace, y la gente se familiarizaría demasiado con ellos. Aun habría que temer que les faltaran al respeto, ya que en la tierra sus acciones tienen mucha rusticidad. Son como los rústicos que no pueden ser educados en sus hogares, sino que hace falta cambiarlos de lugar y transportarlos a la ciudad celeste o empíreo, donde aparecerán metamorfoseados por las divinas llamas de tu amor sagrado y real, que los convertir en sacerdotes, reyes y reinos. Todo se manifestar en la luz de la bienaventuranza: podrán ver al Dios de la gloria, el cual se les hará presente sin riesgo de ser menos respetado.

    Este Dios descubierto les enseñar por sí mismo sus divinas excelencias, tal y como se da a conocer a las inteligencias supremas, sabiendo que él las instruye acerca de sus deberes, a los que nunca faltan. Es el orden eminente que estas esencias espirituales reciben de la supereminente sabiduría divina, por medio de nociones muy luminosas, de la cual son vecinas, ya que, mediante una transmisión inenarrable para mí, comunican esta claridad en proporción a su capacidad, observando la primera regla que norma tanto su recepción como su producción, sin que se confundan por la circunvolución que efectúan ante el divino arquetipo, del cual reciben lo que comunican a sus inferiores. Los que son de Dios, guardan un orden (Rm_13_1).

    Este orden divino es observado inviolable e invariablemente por estos espíritus ígneos que, cual ministros de fuego, vuelan según su voluntad, y que son estables en sus decretos como esencias inmutables, detenidas en el orden que les fue señalado por el soberano que las creó, y que las ha glorificado al confirmarlas en su voluntad adorable, en la que encuentran su felicidad. Refiriéndose a esto, Jesucristo dijo después de haber pedido a su divino Padre que viniera a nosotros su reino: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo (Mt_6_10). El pan de los ángeles es el cumplimiento de la divina voluntad, sea por acción, sea por pasión; agente o paciente, recibiendo o dando.

    [66] Voluntad divina que en la tierra era el delicioso alimento del divino Salvador, único en conocer la fidelidad de estos espíritus puros, los cuales habitan en el empíreo, siempre dispuestos a las inclinaciones de la divina voluntad, asistiendo alrededor del trono para recibir la divina efusión, que después ponen en evidencia a sus inferiores, quienes a su vez manifiestan una admirable adhesión a lo que les transmiten estas divinas claridades, mediante las cuales giran alrededor del divino principio, dispuestos siempre a obedecer sus mandatos con alabanza y bendición. Bendecid al Señor todos sus ángeles, poderosos en fuerza, ejecutores de sus órdenes en cuanto escuchan su palabra (Sal_102_20).

    ¿Qué los mueve a alabar y bendecir a la divina bondad? Es un río de amor que les es comunicado por el soberano bien, el cual los llena y colma, deteniéndolos ahí donde su beneplácito los quiere: Salía de delante de él un impetuoso río de fuego: eran millares de millares los que le servían, y mil millones los que asistían ante su presencia (Dn_7_10). Todos se conforman al mandato de la divina sabiduría, asistiendo con adoración, sirviendo de nuncios de esta voluntad con obediencia prontísima, como y a quien a ella le place, sin oponer resistencia alguna a lo que les es ordenado; obediencia que es amada de la divina beatitud, la cual es su recompensa. Por ello decimos que la gloria es aquella de la gracia, gracia que en la tierra es el comienzo de la gloria, así como la gloria que está en el cielo es la gracia consumada.

    El único que está en el seno del Padre quiso descender a la tierra para enseñar a la humanidad la etiqueta inmutable de esta suprema corte, a fin de pulirlos y hacerlos capaces de tratar con altura los misterios supremos que estas esencias sublimes penetran íntimamente en razón de su conformidad con los movimientos y decretos de la divina beatitud, de la cual observan invariablemente todos los designios que les son notificados. Están puestos como tiro al blanco de las divinas sabidurías, cuyas puntas los penetran sin herida ni dolor, atravesándolos con amabilísimas dulzuras que los deleitan con gozos inenarrables. David compartió su buena experiencia del impacto de estos dardos, al decir que el deleite de la gloria está en la diestra hasta el fin, que es infinito. Quien se adhiere a Dios, se hace un mismo espíritu con él por medio de la unión íntima.

    El Salvador nos dijo que su Padre jamás lo ha dejado solo porque [67] siempre hace todo lo que agrada a este divino Padre, el cual manda que él sea escuchado cuando habla del exceso de amor con el que manifestó que amaba a su Padre, aceptando la cruz para entrar en su gozo, haciendo a un lado la voluntad humana para cumplir la divina, a fin de que todas las criaturas supieran que él amaba a su Padre. Quiso morir para satisfacerlo en rigor de justicia, rescatando a la humanidad, para quien preparó su reino tal y como su Padre lo había dispuesto para él. Dijo así: Quien quiera venir en pos de mí, que tome su cruz y que me siga; perdiendo su alma en esta vida por mi amor, la encontrar en la vida eterna. ¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo si su alma sufre detrimento?

    Dionisio imitó perfectamente a los ángeles y al rey de los ángeles hecho hombre mortal, para rescatar a los hombres y ser su vida. ¿Quién murió una vez? El pecado. ¿Quién vive por siempre? Dios. La muerte quedó absorbida en la victoria del Salvador, el cual quiso elegir a Dionisio para señalar su triunfo, llamándolo a sí mediante la gloria de su resurrección, a fin de que poseyera desde esta vida el gozo de su Señor, y para darle el valor de salir de su tierra y de sus conocidos e ir al lugar en el que su providencia lo quería exaltar como padre: padre de multitudes, padre de los fieles franceses, padre de estrellas brillantes que engendró con su doctrina celestial y divina.

    Fue como si Dios hubiera dicho a sus ángeles: ¿podría esconder mis secretos a Dionisio? No, porque quiero que los comprenda divinamente y admire los brotes inflamados de mis llamas, recibidas por los ardientes serafines, los cuales iluminan a los sabios querubines, adornan a los tronos de belleza admirable, ordenan a las dominaciones, ennoblecen a los principados e instruyen a los arcángeles en el orden monárquico que se observa en el empíreo, para que sepan cómo deben guiar a los monarcas de la tierra.

    El Verbo Encarnado quiso traer estas llamas a la tierra para hacerlas arder en los corazones de los pequeños, a quienes atraía a si para que ejercieran el oficio de los ángeles, que se encargan de guiarlos sin perder de vista al divino Padre que está en el cielo. Este divino Señor nos dijo: Guárdense de escandalizar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, pues les digo que están bajo la tutela de los príncipes que gozan del favor de contemplar sin intermisión el rostro adorable de mi Padre celestial.

    [68] Dionisio es otro Samuel puesto por Dios para servir en el templo divino y ser, él mismo, el santuario de la divinidad, la cual se complacía en hablarle en la penumbra más clara que los rayos del sol visible, mostrándole cómo se apacienta y reposa en el cenit de su gloria. Lo hizo juez de sus divinas claridades hasta donde puede ser capaz una criatura en su carne, de las cuales habló con tanta dignidad, que sus palabras nos hacen ver al vivo la majestad de Dios, de quien nos habla, llevando nuestro espíritu a las profundas y verdaderas adoraciones de esta adorable verdad, que era, es y ser eternamente el ser sublime, cuyo encubrimiento es visto clara y totalmente de si mismo, por él mismo y en él mismo; que es contemplado desde el Padre por el Hijo, cuya inmensidad termina en el Espíritu Santo con una dichosa felicidad, la cual se desborda sin salir de ella misma en sus moradores más próximos, a saber, como ya dije antes, los serafines, considerando la excelencia de estos ardientes espíritus.

    Todo su ser era de fuego, pero lo que elevó a nuestro Dionisio sobre todos ellos, fue la proximidad que tuvo con el Verbo Encarnado. Por ser sacerdote y pontífice, representaba a este soberano con toda magnificencia; siendo, como dice san Pedro, consorte de su divina naturaleza y de los elegidos para ver la gloria sobre la santa montaña de la divina contemplación, en la cual su espíritu purísimo se transfiguraba de claridad en claridad, hasta llegar a ser transformado por un poder divino en el espíritu del Señor a quien amaba y adoraba con entera fidelidad.

    El agradecía estos favores especiales y la familiaridad divina, redoblando sus muestras de respeto hacia esta deidad super esencial. Jamás olvidó su nada al elevarse hasta ese todo inefable, estimando como inapreciables las irradiaciones que le eran comunicadas, sea por esta deidad en el santo cobijo de su propia gloria, sea por la inteligencia de la palabra de las divinas escrituras, las cuales siempre admiró como preciosísimas, y por las cuales comprendía los sagrados misterios que (a su vez) nos comunicó con clara evidencia.

    Jamás se apropió lo que era debido a esta deidad, ni lo que ella concedió benignamente a las esencias sublimes y a los primeros doctores, de los cuales él se reconoce como un pequeño escolar, a pesar de que toda la Iglesia lo acepta como pontífice altamente iluminado, que entraba [69] no una vez al año en el santuario, sino que casi nunca salía de él, o, como he dicho antes, él mismo era la morada visible del Dios invisible que comunicaba por mediación de Dionisio sus oráculos infalibles con una mansedumbre admirable, siendo siempre muy dulce y humilde de corazón, y verdadera expresión de este favor divinamente concedido por el amable Salvador, que es por excelencia la humildad misma transformada en corazón, corazón del Salvador que se complacía en destilar estas amabilísimas perfecciones en su amadísimo Dionisio, que había llegado a ser conforme a la imagen del Padre, que es este Hijo amado en el que ha puesto sus complacencias desde la eternidad, lo cual seguir haciendo por toda la infinitud.

    Las tres divinas personas, que son montañas supra eternas, se complacían divinamente en derramar su dulzura inenarrable en Dionisio, cuyo nombre quiere decir divinamente destilado.

    El profeta Isaías, divinamente instruido acerca de este rocío sagrado, escribió: ¡Oh cielos!, derramad desde arriba vuestro rocío (Is_45_8), y que la nube llueva al justo; que ante mi voluntad, todo lugar se convierta en un delicado vaso que se llenar según mis deseos, a fin de que este divino rocío proveniente del seno paterno se difunda en nuestra creación.

    Dionisio apareció después de que este rocío fue comunicado a los hombres por la Encarnación, y de que ésta hubiera permanecido en el sacramento de la eucaristía, mediante la cual la recibió, entrando en ella y ella en él. Fue así como se vio transformado en aquel a quien amaba, del cual habló con sentimientos admirables. De la abundancia del corazón, habló su boca, y de la plenitud de su espíritu produjo su pluma ríos incomparables. Si en ocasiones guardó silencio, esto se debió a que el entusiasmo lo absorbía, de suerte que pudo exclamar: Tu ciencia ha hecho maravillas, me ha confortado y no me separar‚ de ella (Sal_138_6).

    Es menester que guarde yo un silencio adorable, adorando la deidad inefable, la cual habita en una luz inaccesible que no puedo alabar dignamente, pues está por encima de toda alabanza. Si las divinas balanzas lo llamaban a ensalzar una vez más a aquel que sobrepasa toda alabanza, seguía divinamente este atractivo del fulgor divino, que le servía de carro glorioso. En esta gloria, contemplaba la gloria; en esta luz infusa, veía la luz difusa; en todos los espíritus que habitan cerca de ella sin salir de su inmensidad y deidad original, iluminaba ella su espíritu con [70] una brillante claridad que lo llevaba a discernir la diferencia entre la luz creada y la increada, que es un océano insondable y un abismo que las simples criaturas no pueden penetrar, por ser muy profundo en su profundidad tan sublime, en su inmensa altura, en su amplitud extensísima, y en su longitud que es infinita.

    De lo finito a lo infinito no existe proporción alguna. Esto es lo que encantaba al gran san Dionisio, el cual gozaba al ver que la deidad super esencial no podía ser dignamente alabada sino por ella misma, que es la única alabanza suficiente. Deseaba que todo lo que posee un ser participado de ella la alabara según el poder que esta deidad le hubiera concedido, y que todas las criaturas confesaran su incapacidad, admirando la gloria de su excelencia divina y cantando con los espíritus ardientes: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos, dueño de todas las criaturas, que existen de él, por él y en él, así como las lides en las que combate y derriba todo cuanto resiste a su poder absoluto.

    Cuando él quería que el cielo y la tierra se llenaran de su gloria, de la cual Dionisio estaba colmado, ésta se desbordaba en él como un río impetuoso, alegrando esta ciudad de Dios, santificando este tabernáculo del Altísimo. El Dios de amor estaba en medio de su corazón, pacificándolo divinamente; corazón del que manaba el agua viva hacia el prójimo, sin vaciarse jamás. En el espíritu de san Dionisio residía el brote fontanal de la divinidad, sin que por ello saliera de sí misma y de su preexistencia, infinitamente abstraída de todo lo que existe fuera de ella, a pesar de que todo recibe su ser de ella, y que ninguna criatura puede subsistir sin esta deidad. Si se retirara, aquellas permanecerían en su nada, pues sólo ella conserva continuamente el ser que les dio al crearlas.

    Dionisio conoció esta verdad mediante una luz natural que las tinieblas de la pasión le aportaron. Este gran santo supo muy bien que el desorden de las criaturas insensibles provenía del desarreglo de las criaturas razonables. El creador sufrió por esta causa, a fin de establecer un orden nuevo en la tierra. No satisfecho con hacerse hombre, su amor lo hizo mortal, impulsándolo hasta morir bajo el poder de las tinieblas para iluminar a los hombres en esta humana penumbra, la cual permitió que el centurión percibiera su divinidad y conociera al divino Salvador, a [71] pesar de ser un Dios escondido. Dionisio es el Dios desconocido a quien ustedes deben conocer e ignorar: conocer por su resplandor aparente, ignorar por su fondo oculto.

    De este ocultamiento de Dios hablaste dignamente y lo adoraste humildemente junto con esos espíritus ardientes, remontándote en alas de complacencia y benevolencia, que no tienen necesidad de pies para caminar porque no lo pueden alcanzar, ni de ojos para ver lo invisible, al cual no pueden percibir, sino más bien adorar. Eres este trono ensalzado, más augusto que el cielo empíreo, que no es intelectual y, por tanto, incapaz de estos deleites divinos, por no ser un espíritu racional ni un cuerpo animado.

    ¡Qué arrobamiento tendría a estas inteligencias celestes en suspenso, alabando a la resplandeciente deidad que se complacía benignamente en producir sus rayos en ti, transpirando tu intelecto para hacernos partícipes de él después de que estuviera bien colmado, sin estar sobrecargado! La caridad se difundía en ti mediante la inhabitación del único Espíritu de esta sapiencia super esencial, cuya amorosa compañía no cansa. Ella te inundaba sin diluirte, pues morabas en ella como un delfín en el océano: Porque es más vasto que el mar su pensamiento, y su consejo más que el gran abismo. Y añade todavía: Yo, la sabiduría, derramé ríos. Yo, como canal de agua inmensa, derivada del río, y como acequia sacada del río, y como un acueducto salí del paraíso. Dije: 'Regaré mi huerto, y hartaré de agua los frutales de mi prado' (Si_24_30s).

    Dionisio, quiero que tú recibas mis ríos y mis torrentes, y que en la tierra goces de las delicias de mi paraíso. Eres mi jardín de recreo en el que deseo ser rociado; eres mi verde prado, al que deseo embriagar con mis aguas, a fin de que abundes en pasturas para apacentar a mis ovejas en mi Iglesia militante, de la cual fuiste constituido pastor. Te he escogido como a otro vaso de elección en el que hago destilar el deleite de mi gracia según tu nombre: Dionisio, el divino destilado. Tu cabeza es este vaso admirable, la obra del altísimo: Orgullo de las alturas, firmamento de pureza, tal la vista del cielo en su espectáculo de gloria. El sol apareciendo proclama su salida: ¡Qué admirable la obra del [72] Altísimo!' En su mediodía reseca la tierra, ante su ardor, ¿Quién puede resistir? Se atiza el horno para hojas de forja: tres veces más el sol que abrasa las montañas; vapores ardientes despide, ciega los ojos con el brillo de sus rayos. Grande es el Señor que lo hizo, y a cuyo mandato emprende su rápida carrera (Si_43_1s).

    Dionisio es este elevado firmamento en el que se contempla la belleza divina, la visión de gloria, leyes que emanan de sus divinas contemplaciones. Aparecía como un sol radiante que quemaba con sus rayos; todos los corazones que recibían sus rasgos, quedaban encantados de portar su atracción: Ante su ardor, ¿Quién puede resistir? (Si_43_3). Este horno era iluminado triplemente por el ardor de estas tres divinas hipóstasis, que son un incendio. ¿Quién de nosotros podrá cohabitar con estos ardores eternos? Sólo Dionisio puede ser el ciudadano de esta deidad, que es el horno de esta divina llama, que lleva en sí su fuente, su progreso y su término inmenso, infinito e increado; que es luz y tinieblas: luz para sí, tinieblas y luz para las criaturas, que se ciegan o iluminan por un mismo rayo, mediante el cual él era instruido claramente en esta semioscuridad divina. Vapores ardientes despide, ciega los ojos con el brillo de sus rayos (Si_43_4). Después de esto, él nos dice que es un esplendor invisible, incomprensible, insondable; a pesar de haber transmitido sus rayos en su interior, penetrándolo y circundándolo divinamente, lo trasladó con rapidez a donde lo quería. Aun después de ser degollado, el Verbo quiso hacer ver que la cabeza de Dionisio estaba llena de luz y que era llevada por su luz, la cual envió al regazo de una mujer, para representar la divina encarnación, mediante la cual la cabeza de los ángeles y de los hombres se encerró en el de una Virgen, que fue el tabernáculo de este sol divino: Encerraste en tu seno a aquel a quien el cielo no puede contener (Oficio de la Sma. Virgen).

    La humildad de Dionisio es inexplicable; arrebata a los ángeles y a los hombres, glorificando a Dios, el cual se complace en levantar a los humildes: Grande es el Señor que lo hizo, y a cuyo mandato emprende su rápida carrera.

    Admiramos el ingenio del profeta Elías, el cual colocó su cabeza entre sus rodillas para hacer caer la lluvia del cielo. Esto prefiguró la [73] Encarnación, por ser el Verbo una lluvia divina que el Padre quiso enviarnos en el tiempo propicio, en que el Verbo debía someterse al poder de una Virgen, tomando carne en su seno y abrigándose en su regazo: Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley (Ga_4_4).

    Contemplo ahora a este divino Dionisio, que imita a su modelo, colocando su cabeza sagrada en el seno de una mujer para obtener una lluvia divina, en primer lugar, sobre nuestros reyes, que recibieron la gracia del cristianismo por intervención de una mujer: Clotilde. ¿Acaso no persuadió ella, con la fuerza del Espíritu Santo, al Rey Clovis, para que recibiera el santo bautismo, lo cual fue una lluvia abundante para toda la pobre Francia, desolada por la privación de la lluvia admirable que mojaba tantas otras regiones donde los apóstoles la atraían por la fe que predicaban, fe que obraba maravillas sin número para consolidar el conocimiento de la fe y del verdadero Dios en los recién convertidos?

    En la mente divina, Francia era la benjamina del Padre, a pesar de haber sido el Benoní de su madre la Iglesia, la cual ha sufrido grandes trabajos a causa de los errores que la han afectado durante tantos siglos. Francia tiene como protector al gran san Miguel, a fin de que el mismo príncipe que es tutelar de la madre lo sea también de la hija que ella engendra, guardándola por un amor especial en las entrañas amorosas, que movieron a compasión el Papa Clemente para enviarle a Dionisio con objeto de que destilara en ella los favores divinos como una lluvia sagrada que mitigara los ardores de la fiebre que la hacían delirar y preferir lo falso a lo verdadero; lo malo a lo bueno.

    Este sagrado y sabio médico, que tanto hizo para restablecer la salud de esta pobre enferma, aplicándole la unción divina que suaviza los miembros tullidos por una prolongada parálisis, la capacitó para seguir los pasos de su divino pastor, que no desdeñó prepararle el camino y unirla a su rebaño, que es uno así como él es el único y soberano pastor; unión que este Pastor de profetas y profeta de pastores había profetizado diciendo: Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco: las cuales debo recoger y oirán mi voz, y se hará un solo rebaño y un solo pastor (Jn_10_16). ¿Quién las llevar a las verdes praderas? Ser Dionisio, que es la dulzura misma, mediante la cual los franceses son atraídos como por un anzuelo. Mostrarás el ramo de los varones a la oveja, y la atraerás; y será atraído el que corre, atraído el que [74] ama; atraído sin lesión de su cuerpo; atraído con el vínculo del corazón; atraído con todos sus deseos.

    Dionisio portaba la divina dulzura para atraer a todos los que deseaba embriagar con la abundancia de su casa. Dionisio era su dispensador; Dionisio mereció que el soberano rey visitara personalmente la prisión, apareciendo visiblemente mientras celebraba los divinos misterios. Dionisio contempló en la cárcel la gloria del soberano Dios estando en compañía de los demás prisioneros, no junto al río Cobar, sino el Sena; gloria que el mismo Dios que habita el empíreo.

    Jesucristo, que es el esplendor del Padre, la figura de su sustancia, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su majestad, le proporcionó el consuelo de morir por su amor. Un ángel apareció al príncipe de los apóstoles en la prisión de Jerusalén para librarlo de las manos de Herodes y de la cólera del pueblo judío. Jesucristo se manifestó a Dionisio para invitarlo a dirigirse a la Jerusalén celestial por medio del fuego y del hierro. No, esto sucedió por un amor más fuerte que los tormentos y que la misma muerte, amor finísimo que traspasó el corazón de Dionisio. Después de este golpe de gracia, expiró, dejando la vida mortal para gozar de la inmortal por toda la eternidad. ¡Cuan preciosa fue la muerte de Dionisio a los ojos de Dios!

    Señor, sólo soy una servidora, la más pequeña discípula de este gran san Dionisio, por cuyos méritos rompes mis ataduras. Te sacrificaré una hostia de alabanza, invocando tu santo nombre.


Capítulo 8 - En el día de san Francisco de Asís: 4 de octubre, 1627. A La mayor gloria del Verbo Encarnado. Tratado sobre las ocho Bienaventuranzas, que servirá de materia en las conferencias espirituales de nuestra pequeña comunidad, congregada en su nombre para gloria suya. 

ORACIÓN

 [77] Quiera el Espíritu Santo que lo que voy a escribir sea lo que él desea para mostrarnos la manera de construir un templo a este admirable Salvador. Le ruego me inspire lo que anotar‚ aquí. Lo que está‚ bien, proceder de él; lo que no, de mí. Se le perdona a una joven que se ha puesto en disposición de obedecer y complacerle en todo.  

CONSIDERACIONES

El primer fundamento sobre el que colocaré las columnas de este templo, será la fe, la cual profesamos ante todo.

    Sobre este fundamento, situar‚ las ocho bienaventuranzas, que serán las ocho columnas.

    Dos mirarán al Oriente, dos al occidente, dos al septentrión, y dos en el cenit.

    Lo que rodear este templo ser la esperanza, pues a pesar de que somos débiles mujeres, no dejaremos de emprender la construcción de este edificio, confiadas en la providencia de aquel que no nos faltar si nosotras no le fallamos en fidelidad.

    Dejaré‚ para el final de este discurso el techo, el pavimento y las puertas.

La primera columna ser la paz: “Bienaventurados los pacíficos, etc.”(Mt_5_9). La paz es su lugar. Mis queridísimas hermanas, como hemos sido llamadas a llevar el nombre de hijas del Verbo Encarnado, construyámosle un templo en el que more con nosotros. Ahí reposar y ser nuestro doctor todos los días: “…y enseñaba todos los días en el templo.” (Lc_19_47).

La primera columna será la paz, pues este gran artífice del universo siempre ha querido verla en todas las obras maestras que ha establecido y fundamentado en el cielo y en la tierra.

 [78] Primeramente, habiendo creado el cielo, propuso a los ángeles la paz, si hacían el acto de adoración de latría al Verbo humanado. Ellos, rehusando este deber y buscando la guerra, fueron arrojados de ahí por san Miguel y precipitados en el infierno, donde están y estarán eternamente en guerra y en desorden, quedando el cielo para los ángeles de paz, por lo que es llamado visión de paz.

Cuando Dios creó al hombre, le concedió o le inspiró el espíritu de vida y de paz. Es su gracia, que coloca al ser humano en un orden pacífico por subordinación; es decir, de obediencia a Dios y de sometimiento de su parte inferior a la superior. Aun los animales le estaban sujetos, y no trataba con ellos sino en paz.

Sin embargo, habiendo creído al espíritu de la guerra, y cometiendo el pecado al desobedecer, perdió la paz y este bello jardín terrestre, pues Dios hizo que lo echaran de ahí, prefiriendo ver deshabitado ese lugar a verlo ocupado por el hombre, que estaba al margen de la paz y de la gracia. Aun así, el buen Dios le dio la oportunidad de la penitencia, prometiendo restaurar la paz en la tierra.

En el tiempo de la abominación de la corrupción, hizo que llovieran las aguas del diluvio, en las que se ahogaron todos los hombres, con excepción de ocho personas de la familia de Noé. La misericordia, movida a compasión, prometió la paz e hizo ver el arco en el cielo como signo de la paz que deseaba conceder al mundo. Quiso también mostrar el olivo como símbolo de paz, para que reposara la paloma, que es un animal sin hiel. En tiempo de Abraham, Dios prometió su Hijo a este santo patriarca, haciendo aparecer un ternero o cordero pacífico, verdadero signo de paz.

Desde la ‚época de este santo padre, quiso que Melquisedec, rey de Salem, le presentara su ofrenda. En tiempo de Moisés, que era la persona más amable y pacífica de aquel tiempo, le ordenó construir un arca de alianza y de paz entre él y su pueblo; no quiso una morada sino en la paz, y que ésta fuera edificada por gente pacífica

[79] David, el hombre según su corazón, habiendo prometido un templo a su majestad divina, para gloria del santo nombre de Nuestro Señor, hizo, o quiso hacer la argamasa destinada a dicha construcción, lo cual le fue prohibido a causa de la sangre que había derramado, y porque Dios quería que este templo fuese edificado por su hijo Salomón, rey pacífico.

Sin embargo, al acercarse el tiempo de la venida de nuestro dulce Jesús, éste, mediante su sabiduría, y el Espíritu Santo con su bondad, edificaron un templo, el más pacífico que el cielo y la tierra jamás tuvieron o vieron aparte del de la divinidad y de la santa humanidad, pues la Virgen jamás tuvo dificultades a causa de la imperfección o del pecado, que son inherentes a la humanidad. El espíritu de paz y el rey de la paz descendieron para hacer en ella su morada. Esta virgen no fue reconocida en especial como madre del rey pacífico hasta que llevó la paz a casa de san Zacarías, a Santa Isabel y a san Juan, y desde luego al buen anciano, el cual terminó su cántico diciendo: “Para alumbrar a los que yacen en las tinieblas y en la sombra de la muerte; para enderezar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc_1_79). ¡Qué cántico se escuchó en la noche de Navidad, mientras que todo estaba en silencio! Los ángeles cantaban: “Gloria a Dios en lo alto de los cielos, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc_2_14). Era la gloria de Dios en los lugares más elevados, y la paz en la tierra a los hombres (y mujeres) de buena voluntad.

Este amable Salvador, que es nuestro rey pacífico, vino a dar a Dios su Padre la gloria que, en cierta manera, le había arrebatado el pecado, en tanto que Dios se glorifica en el alma que no está el pecado mortal, que es causa de enemistad entre Dios y el ser humano. Este manso cordero venía a consumarla, trayendo consigo la paz a los hombres de buena voluntad. Después de su resurrección, dio la paz en los lugares en los que se apareció, y además, al ver a sus apóstoles, les dijo: En cualquier casa

[80] donde entraren, digan: la paz sea en esta casa” (Lc_10_5). Ellos fueron los primeros fundadores de la Iglesia católica, verdadero templo del Dios de la paz. Amémosla, pues, de corazón, mis queridas hermanas, y llevémosla bien metida en nuestras almas; tengamos buena voluntad, que es la de Dios, haciendo a un lado la nuestra, que es fuente de turbación. La paz tiene tres objetos o distinciones: el primero es la paz con Dios, pues el alma que está tranquila sin estar en gracia de Dios, goza de una paz falsa. Es menester, por tanto, mediante la gracia y el amor, estar en paz con él, porque la gracia es su sitial. Tratemos de que él more en nosotras, para que esté, de este modo, como en su templo de paz.

 La segunda paz está en nosotras mismas, pues cuando el alma se inquieta, es incapaz de reconocer al buen espíritu. Nuestro Señor dijo a sus apóstoles: “No se turbe vuestro corazón” (Jn_14_1). Por tanto, lejos de inquietarnos, sobrepongámonos a nuestras pasiones y gozaremos de la segunda paz. También es necesario, sin embargo, que tengamos paz con nuestro prójimo; porque Dios no recibirá nuestras oraciones y ofrendas si no tenemos paz con el prójimo. Si traes tu ofrenda, etc.” (Mt_5_23). Si estamos en paz y en caridad cordial, él la recibirá. Tratemos de tener las tres clases de paz, y procurarla a quien la necesite, pues cada uno está obligado a servir a los demás en lo que pueda. Seamos mediadoras de la paz entre nuestro prójimo y Dios.

La segunda columna será la bondad o mansedumbre. Para obtener la heredad de nuestro rey y Padre celestial, es menester ser bondadoso. Su heredad son todos los mortales, por los cuales dio su vida y su sangre hasta la última gota. El Padre eterno dijo a Jesucristo, su hijo: Pídeme por los pecadores, y te los daré como tu heredad, a causa de tu mansedumbre. Este es un buen anzuelo para atrapar a los pecadores que están en el mar de este mundo. Nuestro divino pescador, al enviar a sus apóstoles para pescar hombres, les comunicó

[81] su ciencia en este oficio, diciéndoles: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt_11_29). La humildad se esconde en el corazón, pero Dios la ve. Es ella quien hace agradables a estos pescadores de almas ante su divina majestad. La dulzura es su red y el anzuelo que gana a las almas. He aquí una rica heredad, pues este buen Señor dijo que ganar almas redundar en beneficio para nuestros hermanos. Mediante la dulzura, ganamos la tierra virgen, porque la simpatía tiene mucha fuerza para hacerse amar. Ahora bien, la sacratísima Virgen, de quien se dice que era muy dulce y humilde, ser nuestra buena madre. Mediante la dulzura, poseeremos a Jesús, su divino Hijo, el cual se complace en ser recibido por las almas bondadosas.

Para guardar el arca, el rey profeta, o su hijo Salomón, dijo a Nuestro Señor: “Acuérdate, Señor, de David y toda su bondad” (Sal_132_1). Lo mismo Moisés, por ser bondadoso y tan amado de Dios, el cual permaneció tanto tiempo con él, y que murió junto a su boca. Dios se complace en extremo en los bondadosos. En fin, mis queridas hermanas, les diré todavía una cosa: la bondad posee su propio corazón; con frecuencia se percibe, en cambio, que los espíritus turbulentos no poseen la tierra de su corazón, la cual pertenece ante todo a la pasión que se adueña de ella, haciéndoles salir de sí mismos. La virtud más notable del Señor Obispo de Ginebra es la dulzura y la bondad, la cual se dedicó a estudiar casi la mitad de su vida. Este hábito vació su hiel, transformándolo y dejando en su lugar pequeñas piedras (o cálculos), según he sabido.

 La tercera columna es la pobreza. Bienaventurados los pobres de espíritu, etc.“  (Mt_5_3).

[82] Mis queridísimas hermanas, no es suficiente para las almas que desean llegar a la perfección apostólica y aun religiosa, el ser bondadosas y poseer todas estas tierras diversas que he mencionado; es menester llegar a una gran heredad que es el reino del cielo. Escucho a la divinidad, para alegrar a la cual Nuestro Señor dijo a sus apóstoles: Es menester que yo me vaya, para enviarles el Espíritu Santo, En verdad les digo, etc.“ (Jn_16_7). Vean pues, mis queridas hermanas, cómo es necesario despojarse de todo y hacerse verdaderamente pobres para poseer el reino de los cielos dentro de nosotras mismas; fíjense que Nuestro Señor no dejó para el futuro este reino celestial para darlo a los verdaderos pobres de espíritu, sino que dijo: “…porque de ellos es…” (Mt_5_3), lo cual proclamaba san Juan Bautista prediciendo la publicación de la pobreza evangélica. Muy pronto anunciaría Jesucristo el reino de los cielos, diciendo: El reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc_17_21). Ahora bien, para tener este reino dentro de nosotras, es preciso hacer salir de ahí cualquier otro reino: no se puede servir a dos señores. El arca de la alianza no pudo permanecer con un ídolo. El espíritu que aloja en sí como en propiedad cualquier cosa, alberga en el templo del verdadero Dios a los ídolos. El espíritu que es verdaderamente pobre no sólo está libre de la posesión o de la propiedad de los bienes temporales, sino del afecto a los mismos. Por ello, evidentemente, es menester que la religiosa esté libre de esto, no teniendo al menos un alfiler como propiedad. Su cuerpo no le pertenece, lo mismo que su espíritu. No tiene ya voluntad (propia) y su alma no debe ser suya. Lo compruebo con la palabra de la verdad soberana, la cual dijo: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo y lleve su cruz” (Mt_16_24); es decir, el altar donde debe ser sacrificado mediante la mortificación del cuerpo y del espíritu, pero con un renunciamiento total, siguiéndome sin otro deseo que el mío, pues se trata de una pérdida de

[83] si mismo por amor a mí. Volver a encontrarse en la vida eterna, en el seno de Dios. Estando vacío de todas las cosas creadas, lo increado viene a llenarla, porque el buen Dios colocó este instinto de hacer el vacío en la naturaleza. La gracia también lo hace, y el Dios de gracia viene a llenar el alma; nos hizo para él y, como dice san Agustín, nuestro corazón estar inquieto hasta que se llene de Dios. He aquí, pues, de qué manera el reino de los cielos pertenece a los pobres de espíritu.

En el arca se guardaron las tablas de la ley y el maná (Me reservo hablar de la vara de Aarón para la última bienaventuranza). Estas tablas representan la obediencia. Lo propio de los pobres es obedecer a su señor. Ahora bien, las religiosas verdaderamente pobres, obedecen excelentemente y sin reserva, por carecer de algo que las retenga, ya que su vista debe ser la de su superior y superiora, y como no poseen más su espíritu, tampoco poseen su (propio) juicio. No teniendo ya cuerpo ni alma que pertenezca a ellas mismas, carecen del derecho de eximirse de obedecer cuando se les ordenan cosas penosas y fatigosas para el cuerpo. Nuestro Señor sometió el suyo, obedeciendo hasta la muerte de cruz, que por entonces era una ignominia, y perdió antes la vida que la obediencia. Sus esposas no deben tener otra voluntad que la suya. Valor, hermanas mías, obedezcamos sencilla y generosamente, pues los obedientes cantan victoria. El triunfo se celebrará en el cielo, más para entrar ahí es necesario, además, ser como niño, porque nuestro divino Maestro nos dice: Si no os hacéis como niños pequeños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt_18_3). Los niños son obedientes, pero con una obediencia amorosa y un temor filial. Explicar‚ la infancia en la siguiente bienaventuranza.

La cuarta columna es la pureza de corazón. “Bienaventurados los corazones puros y limpios, pues ellos verán a Dios” (Mt_5_8).

[84] La infancia que el Señor desea ver en nosotros no es una impotencia pueril, sino una pureza y candor que se encuentra en los niños por la gracia del bautismo y por el h bito que tienen de no temer ser castigados, o por no saber discernir el bien del mal, ya que carecen de razón. Tal vez me dirán ustedes que, sin embargo, la religiosa la tiene; a lo cual respondo que, en cuanto a la gracia recibida en el bautismo, ingresar en un monasterio para abrazar en él la vida religiosa mediante los votos de castidad, pobreza y obediencia, es un bautismo que hace entrar en la primera inocencia de los niños que lo han recibido, y son por naturaleza cándidos e ingenuos en sus acciones. Sepan, mis queridas hermanas, que el candor y sencilla apertura de nuestra conciencia a nuestros superiores y superioras, es un medio eficacísimo para obtener la pureza de corazón. “Derrama como agua tu corazón” (Lm_2_19), dice un profeta.

Este es el estudio que los antiguos anacoretas pedían hacer a sus novicios, tornándolos por este medio inocentes y tan puros de corazón, que quedaban preparados para gozar de la vista de Dios mediante la contemplación, ya que él es un sol que ama lanzar sus rayos como dardos sobre espejos sin tacha. Jesús y la santísima Virgen, su madre, son llamados espejos sin mancha. Este amable Salvador nos exhorta a ser como él, que es la luz y el candor eterno. Cuando su humanidad sagrada quiso mostrar a la divina María, ella apareció toda de blanco, hasta en sus vestiduras, y su cara relucía como el sol. Su alma bienaventurada era un hermoso cristal en el que el sol de la divinidad estaba encerrado. Este sol permanecía bien unido a su cuerpo, aun cuando no lo hacía resplandecer, pues diseñó un manto que

[85] cubriera esta gloria a los ojos de los hombres, ya que si lo hubiera hecho aparecer luminoso, ellos no hubieran podido fijarse en él. Si no podían mirar a Moisés al volver de la montaña, y le era necesario cubrir su rostro, con mayor razón el Salvador, a menos que les hubiera dado una vista (suficientemente) fuerte (para ello). Ahora bien, si Moisés podía hablar con Dios durante tanto tiempo solos los dos, no hay que dudar que esto no fuera en medio de una gran luz, ya que este profeta apareció todo resplandeciente de ella. Por medio de la pureza de corazón podía hablar con Dios cara a cara, como amigo. Tal vez me respondan ustedes que al pedir Moisés ver la cara de Dios, su santa majestad le dijo: “No podrás ver mi rostro; no me verá hombre alguno sin morir” (Ex_33_20). Mis queridas hermanas, podemos pensar que Dios se refería al rostro glorioso que muestra a los bienaventurados, que son fortalecidos por una cualidad que les infunde, a fin de poder verlo en la gloria, pues esta vista de Dios sobrepasa el alcance de la vista mortal; pero yo consideraría esta vista como una nube, o bien que, en su condición de todopoderoso, retiene sus brillantes rayos según la medida de la vista que él da a los corazones puros y limpios, pues si él ha dado a los hombres la inventiva para hacer lentes, según las diferentes edades, ¿ por qué no ha de conceder una dioptría para verlo en este mundo y otra para verlo en el paraíso?

Confesemos, mis queridas hermanas, que Dios hace todo lo que quiere en el cielo y en la tierra, y que todas sus palabras son efectos. Tratemos, pues, de alcanzar la pureza de corazón, que es el ojo de nuestra alma. Tengamos gran cuidado de que el polvo de las cosas terrenales no entre en él para empañarlo. Una insignificante pajuela de vanidad es para él un gran impedimento para percibir la luz. Si nuestro ojo es

[86] sencillo, quiero decir, si no lleva en si otra cosa que el amor de Dios, el interior sin duda ser luminoso.

Cuando una religiosa ama a su Esposo, que es la corona de las vírgenes, considerar la castidad con tanto afecto, y la conservar de un modo tan cabal, que aun todo su cuerpo ser luminoso, así como toda nuestra congregación, en la que la pureza debe brillar más que en cualquier otra, por estar particularmente dedicada al Verbo Encarnado. Es tan fácil dañar la castidad, que es menester cuidarla como la pupila del ojo y la pureza del corazón. Representa muy bien el maná, el cual sólo caía después del primer rocío, y después un segundo lo cubría. El primero es la gracia divina; el segundo es la guarda de los sentidos. El primero representa el voto de castidad que emite la religiosa; el segundo, la clausura. El primero es el guardián de la castidad; el segundo, el de los sentidos corporales. Si el sol daba sobre el maná, éste se corrompía. Si un alma religiosa permite que las vanas claridades o brillo del sol mundano de la vanagloria y sus rayos de concupiscencia dejen en ella algún falso brillo, permitir con ello que se corrompa la castidad.

Tengamos mucho cuidado en esto, mis queridísimas hermanas, se lo suplico por amor de nuestro divino esposo y de la santísima Virgen, su madre, que es también la nuestra y de este santo instituto. Vivamos como ángeles en nuestros cuerpos, puesto que deseamos seguir a este amable Salvador. Es a las vírgenes a quienes se ha concedido este privilegio, pero a vírgenes angélicas, que son sabias y prudentes, y que velan sin cesar con el aceite de las buenas obras. A estas se concederá el permiso de entrar con el esposo castísimo. Sigámoslo sobre el monte de Sión mediante la pureza, ya que es necesario subir a la montaña. Nuestro instituto está cimentado en el primer sermón que este amable Maestro pronunció sobre una montaña,

[87] en el que proclamó las ocho bienaventuranzas. He observado que, mientras vivió en la tierra, le gustaba manifestarse y obrar maravillas sobre las montañas. Sin embargo, ¿quién subirá al monte del Señor? El inocente de manos y limpio de corazón, que no recibió la vida en vano“ (Sal_24_3). Para ser inocente de manos, jamás hay que emplearlas en obras que ofendan a Dios, sino más bien en hacer buenas obras, asistiendo al prójimo, edificándolo y socorriéndolo con una verdadera caridad y haciéndolo progresar en el amor de Dios, mediante buenos ejemplos o instrucciones caritativas y fervientes, en especial a la pobre juventud. Subamos pues, mis queridísimas hermanas, y volemos como aguiluchos en seguimiento de nuestra gran águila. Si somos los pequeños aguiluchos de su corazón, veremos (de frente) al sol, que es el Verbo Encarnado, y él nos mostrar su rostro y nos dar su bendición, la cual recibiremos si permanecemos fieles a él.

Me he alargado mucho en esta bienaventuranza. Perdonen a aquel que tiene tanto poder para detener mis pensamientos y hacer correr mi pluma cuando así le place, lo mismo que a mi lengua, que quisiera cantar sin cesar las misericordias de nuestro gran Dios, el cual desea que siga platicando con ustedes acerca de su misericordia,

…a propósito de la quinta columna, que es la siguiente.  “Bienaventurados los misericordiosos” (Mt_5_7). Sabemos que el Dios soberano y autor del universo, ama tanto la misericordia, que la hace aparecer por encima de todas sus obras. El cielo fue creado por misericordia, y mediante su bondad, fue colmado, pues todos los bienaventurados están en él por su misericordia. Todos los doctores afirman que en el infierno también hay misericordia, pues no hay en él tantos castigos como amerita el pecado. El profeta conocedor de esta verdad, alaba y canta con frecuencia, y al alabar la misericordia y la

[88] justicia, dice que ensalzar al Señor porque es bueno, porque ser eternamente misericordioso, y por ello cantar su misericordia eternamente. Nuestro dulce Señor la recomienda tanto, que dijo que la prefiere al sacrificio, y para animarnos, añade: “Sed, pues, misericordiosos, así como también vuestro Padre es misericordioso” (Lc_6_36). A Moisés dijo que fuera un ejemplo como él, a quien había visto en la montaña.

Aprendan, mis queridas hermanas, lo que él nos dijo al bajar de la montaña de la oración, donde hemos visto al mismo Dios todo misericordia, el cual no desdeñó instruirnos por pura bondad, pues a pesar de que sólo somos polvo y ceniza, no ha dejado de hablarnos. Por ello, el rey profeta dice: Escuchar‚ lo que me dirá el Señor” (Sal_85_8). Este buen rey lo había escuchado tan bien, y fue tan misericordioso, que uno de los títulos que se daban a nuestro dulce Jesús para moverlo a misericordia era decirle: Jesús, hijo de David, ten piedad de nosotros” (Mt_15_22). 

Ahora bien, mis queridas hermanas e hijas, deben saber que, aunque se nos hayan dado prendas y arras mediante tantos favores recibidos, debemos esperar que tenga misericordia de nosotras si la ejercitamos hacia el prójimo. Hagamos primeramente misericordia a la divinidad. No les parezca extraño que hable de esta suerte. Diré, si me lo permiten, que Nuestro Señor, según nuestra manera de hablar, la requiere. Él es nuestro fin beatífico, pero su bondad ha querido, en cierto modo, encontrar sus delicias y complacencias entre nosotras: “Mis delicias son con los hijos de los hombres“ (Pr_8_31).

Dios hizo al hombre precisamente para ser su reposo, pues habiendo salido una vez para crear el cielo y la tierra, hizo al hombre y descansó a continuación el séptimo día. Habiendo estado en la acción de crear los seis primeros días, reposó al séptimo, después de haber creado al hombre. Al verlo en gracia, se alegró con él, haciendo que toda la tierra también se regocijara. Sin embargo, cuando el hombre cayó y fue

 [89] herido de muerte por el pecado, Dios se apenó. Digo esto según nuestra manera de hablar, sin por ello afirmar que hubo en él mutación o pasión. Al enviar el diluvio, dijo: “Me arrepiento de haber hecho al hombre” (Gn_6_7), como si hubiera dicho: Me siento dolido y herido por haber hecho al hombre, que es tan débil, que el pecado lo haya herido a muerte separándolo de mí, y que mi justicia lo haya abismado casi por completo en las aguas: Penetrado su corazón de un íntimo dolor” (Gn_6_6). He aquí, pues, a nuestro Dios lastimado de dolor y herido en el corazón. Es un mal que parece ser muy doloroso. Un profeta dijo con razón que Dios está enfermo, lo cual confiesa él mismo al hablar a su esposa en el Cantar: Heriste mi corazón, hermana mía” (Ct_4_9). Este Dios de amor está, por tanto, herido por un amoroso afecto hacia nosotros. ¡Ah, hermanas y queridas hijas, nosotras podemos curarlo! Su enfermedad proviene de ver al alma enferma de una enfermedad que la aleja de su soberano bien. Acerqué monos a él, visitémosle, pues para ser curado, no quiere otra cosa que vernos todas de él por amor. El alma que lo ha herido lo puede curar. Hagámoslo sin tardanza, y mostraremos misericordia hacia nuestro Dios y Salvador, que la tornar infinita. Recordemos que se dejó cubrir de llagas desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza; que desde la mañana de su nacimiento hasta el mediodía de su muerte, siempre ha tenido la pobreza, la escasez y los trabajos.

Queridas hijas, tengan compasión de nuestro querido Salvador; sintamos en nosotras sus dolores. Seamos como Magdalenas y samaritanas a través de las lágrimas de nuestra contrición ferviente y constante. Le dieron hiel cuando estaba cruelmente clavado en su cruz, desde donde clama hacia nosotras: “Tengo sed “ (Jn_19_28). Démosle el néctar de nuestros pensamientos castos y de nuestras dulces

[90] contemplaciones; que nuestros labios destilen miel que sea como un paraíso cuando pronunciemos palabras de cielo; que nuestras manos exhalen aromas de incienso y toda suerte de bálsamos perfumados de una verdadera piedad en nuestras ofrendas. ¡Ah, esta misericordia le agradará como lo hicieron las acciones de Magdalena a sus pies y sobre su sagrada cabeza! Es necesario, además, que nuestra misericordia se extienda hasta el prójimo, pues este buen maestro así lo quiere. Él dijo: Lo que hagan al más pequeño, me moverá a misericordia. El concede, después del motivo de su bondad, la posesión del reino de los cielos. Promete que un vaso de agua dado en su nombre no perder su recompensa. Sin embargo, la misericordia hacia el espíritu, que es más noble que el cuerpo, es más apreciada por la divina Majestad. Así, entre todas las obras, la de enseñar es la que nuestro querido maestro recomendó más a sus discípulos; a ella nos dedicamos en nuestro instituto.

Teniendo en cuenta lo anterior, mis queridas hijas, enseñemos con buenos ejemplos, practiquemos antes de enseñar, a imitación del Verbo Encarnado, de quien se dijo: Jesús comenzó a hacer y a enseñar” (Hch_1_1). El buen ejemplo es una enseñanza eficaz. Mi seráfico san Francisco, uno de mis protectores, cuya fiesta celebramos hoy, practicó todas las obras de misericordia: En primer lugar, siempre estuvo unido a la divinidad. Compartió los trabajos dolores y pobreza de la santa humanidad, pues fue pobre e hizo profesión particular de serlo. Sufrió grandes trabajos desde (que se entregó a) su vocación. Participó en los dolores de Jesús, su esposo, mediante una amorosa conmiseración, y se mantuvo como el vivo retrato del pobre crucificado. Regaló todo lo que tenía por amor a él. Enseñó a toda criatura el camino de la salvación, exhortando aun a los animales a alabar la divina misericordia que les había dado el ser. Enseñemos, pues, mis queridísimas hermanas, en nombre de la Santísima Trinidad, e imitemos a Jesús nuestro esposo, con cuyo poder arrojaremos los demonios fuera de las almas, exhortándolas a dejar el pecado, que es la causa de que hayan entrado en ellas. Tratemos de

[91] curarlas de los malos hábitos, desterremos de sus lenguas la jerga serpentina que son las murmuraciones contra el prójimo, aun las inútiles, tanto como nos sea posible. Enseñémosles el nuevo lenguaje, es decir, las cosas que se refieren al reino de los cielos; ayunemos por la salvación de los pecadores y hagamos penitencia por ellos. De este modo, impondremos nuestras manos provechosamente, liberándolos de sus malos hábitos.

Es posible que parezca extraño que yo diga que hagamos el oficio de evangelistas, y que se me objete que el apóstol dijo que las mujeres guardaran silencio. Yo respondo que, en la ‚poca en que este clarín celestial estaba en el mundo, su voz, fuerte y radiante, animada del primer fervor de la caridad, cuando todos los cristianos eran un sólo corazón y una sola alma, se bastaba a sí misma, afirmando sin vanidad que había hecho más que todos los otros. Sin embargo, en este tiempo, en que la profecía del Salvador se ha cumplido, en que la iniquidad abunda y la caridad de muchos se ha enfriado, no está mal que las mujeres enseñen, e insisto en que son delegadas por el mismo Salvador que envió a la samaritana a Samaria. ¿Acaso no es el soberano Mesías, que se dignó tomarse la molestia de enseñarle los altos misterios de nuestra fe, después de lo cual se dirigió ella a Samaria para anunciar la verdad y la llegada de nuestro Redentor, el verdadero Mesías, el cual quiso hacer, por medio de esta mujer, más de lo que había hecho a través de sus apóstoles o él mismo, permítanme la expresión, pues no ignoro que todo se hizo por el Salvador, pero que quiso valerse de una mujer, ya que se complace en escoger a débiles criaturas para confundir a los fuertes? El mismo san Pablo dijo que él había elegido a los frágiles del mundo. Sin embargo, deseando nuestro buen Maestro abatir o humillar la ciencia de los ricos y poderosos, habló con

[92] voz fuerte, reprochando al pueblo donde había enseñado y obrado muchos milagros, su maliciosa ignorancia: “Yo te glorifico, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeñuelos. Sí, Padre, por haber sido de tu agrado que fuese así “ (Mt_11_25s). 

Fue, por tanto, el Salvador quien envió a la samaritana después de haberle enseñado. Permíteme, dulce Jesús, decir que tú, el fuerte por excelencia, estando cansado del trabajo de ganar a las almas, enviaste a una frágil mujer a realizar una obra que habías dejado de hacer. Oh, Salvador mío, actúas como esos hábiles maestros que dejan una necesidad a sus jóvenes aprendices, llevándoles siempre la mano; y aunque más tarde se alabe a estos aprendices, nadie ignora sin embargo que el maestro haya sido el primer agente, lo cual es causa de mayor admiración. Esta fue, pues, la forma en que él envió en verdadera misión a una mujer durante su estancia visible en la tierra. Después de su resurrección, asignó una misión a Santa Magdalena, su enamorada, pero una misión tan excelente, que la convirtió en evangelizadora de los apóstoles, diciendo: Anda, ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”  (Jn_20_17). Ella fue la santa evangelista, en el territorio mismo del príncipe de los apóstoles, a quien fue enviada por la voz de los ángeles, quienes dijeron a ella y a las otras mujeres que la acompañaban: “Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro” (Mc_16_7). Nuestro Señor envió a estas mujeres, pues después de que los ángeles les hablaron, él se apareció a ellas; y habiéndolo adorado a sus pies, recibieron el mandato de advertir a los discípulos que le verían en Galilea. Sin embargo, lo que Nuestro Señor enseñó a las mujeres y les

[93] envió a decir fueron grandes misterios. Basta leer lo que enseñó a la samaritana y a Magdalena, hablando de su divino Padre, que es el nuestro; de su Dios, que es también el nuestro. No sabría decir a cuántas mujeres o vírgenes este buen Maestro y amable Salvador ha conferido su misión y dado su misericordia. Envió un ángel a Catalina de Alejandría para otorgarle la misión de ir a predicar o discutir contra los 50 filósofos a los que ella ganó a la fe católica, así como un gran número de personas de toda clase. ¿Y quién instruyó a Catalina de Siena? Fue Nuestro Señor, y ella predicó hasta en presencia del Papa y los cardenales. ¿Quién rechazará entonces, a las mujeres y a las hijas de nuestro tiempo? ¿Acaso no fue él maestro de Santa Teresa? En una ocasión en que ésta le decía que estaba afligida por tener que ir a fundar un monasterio, y en consecuencia, enseñar a las almas a quienes admitiera en él, reflexionando en lo que dijo el apóstol san Pablo, exclamó: Me parece, puesto que este gran santo habló de encerrarlas, según se me reveló hace pocos días, y por haberlo sabido con anterioridad, que esto sería voluntad de Dios. El (en cambio) le habló así: Diles que no se rijan de acuerdo a una parte de la escritura, y que se cuiden de las otras. Pregúntales también si tienen poder para atarme las manos. Valor pues, mis queridas hermanas, ya que nuestro soberano maestro, al reunirnos aquí, nos ha enviado para instruir al prójimo; en especial, a la pobre juventud. Pero seamos muy humildes. Aun cuando tuviéramos la ciencia de los doctores, lo cual no es así, mantengámonos siempre bajo su obediencia. Cuando Dios quiere una cosa, hace que la deseemos con

[94] ardor. Si poseemos una caridad humilde, enseñaremos con provecho; empero, si somos soberbias, seremos como globos inflados de viento y nos convertiríamos en juguete de los hombres; todas nuestras obras serían humo, y Dios nos rechazaría y privaría de sus gracias, que reserva para los corazones humildes y misericordiosos. Yo las pido para ustedes y para mí, para que nos ocupemos en las obras de misericordia que él quiere que hagamos. Estemos seguras de que si lo hacemos, obtendremos la evidencia de sus divinas palabras, así como el efecto de sus promesas.

Sexta columna: Bienaventurados los que lloran”  (Mt_5_5). Mis queridas y muy amadas hijas, si poseemos la misericordia, ¿Cómo podrá ser que no lloremos ante tantas miserias que devastan este mundo, que es llamado valle de lágrimas? No debemos ignorar que tenemos que llorar. Lloremos, pues, que esto es propio de los mortales. Lloremos primeramente nuestras miserias, que son nuestros pecados, pues Nuestro Señor nos dice “…que lloremos sobre nosotras y sobre nuestros hijos“ (Lc_23_28). Sobre nosotras quiere decir sobre nuestro amor propio; sobre nuestros hijos se refiere a los actos del enemigo de nuestra perfección.

Si, pues, el Verbo Encarnado, quien jamás tuvo amor alguno por elección que el de su divino Padre, y sólo hizo obras que agradaban a su Padre eterno, este Hijo amabilísimo llegó hasta llorar lágrimas de sangre, ¿Cómo pensaríamos vernos eximidas del llanto? Jamás se oyó decir que Nuestro Señor se haya echado a reír durante su vida mortal; y este dulce Salvador, al anunciar lo que harían sus apóstoles después de su ascensión, les dijo: Discípulos míos, ustedes llorarán y el mundo se alegrará” (Jn_16_20), en sus diversiones y aun en sus pérdidas de tiempo, pues en estos 

[95] regocijos perderán la oportunidad de la eterna dicha. No nos asombremos si el mundo se alegra: es su eternidad, que pasa en un momento; llorar más tarde, por toda la eternidad. Su ceguera es lo que debe hacernos llorar y ser motivo de dolor, al verlo maltratado por sus pasiones, que lo arrastran a su pérdida, pues el celo de la casa de Dios que los mundanos profanan, debe, por así decir, devorar nuestras entrañas, aunque no se dediquen sino a reír al profanar sus almas, que deberían ser templos de Dios. Ellos reirán al demoler las iglesias; se reirán de nuestras mortificaciones y sufrimientos... Nuestro divino Maestro nos advirtió que hasta creerán hacer un sacrificio a su santa majestad al dar muerte a sus fieles servidores. Pero todo esto se debe, dice él, a que no conocen ni a mí ni a mi Padre, y porque no desean aceptar mi ley ni observarla, a pesar de ser tan suave. Estarán enfermos en sus almas, y a causa del pecado, encontrarán amargo todo cuanto les digamos; desvarían más por malicia que por ignorancia. Se alegrarán, pues, pero las almas apostólicas y religiosas como nosotras debemos ser, mis queridas hermanas.

Es menester que empleemos el tiempo que Dios nos ha dado en clamores, llanto y gemidos continuos. Ay, quién dará nuestra cabeza una fuente para verterla por nuestros ojos a manera de ríos corrientes que nuestro Dios nos dirá son dulces piscinas, de suerte que pueda decir: Tus ojos son como los estanques de Hesebón, que está a la puerta de la hija de la multitud” (Ct_7_4). Esta hija es la Iglesia católica, que es una multitud de congregaciones de fieles. ¿Quién es esta puerta? Es la Virgen Nuestra Señora, la cual presenta nuestras lágrimas y es una puerta de acceso al Hijo, que es la verdadera puerta, según dijo, por la cual entramos hacia su divino Padre. Si, este

[96] amoroso y amabilísimo Verbo Encarnado concede ingresar hasta su Padre mediante sus méritos, uniendo nuestras humildes lágrimas a las suyas, para presentárselas. Es más lloroso que Isaías y Jeremías aquel que llora por nosotros delante de su Padre. No afirmo que Jesucristo sea pasible en el presente, y que llore lágrimas como lo hizo cuando vivió sobre la tierra; pero quiero decir que ofrece las que derramó, por ser de un precio y mérito infinito. Las une a las nuestras, que son aceptadas por el Padre y el divino Paráclito, el cual viene a nuestros corazones para encenderlos y, como dijo el apóstol, “…ora o intercede por nosotros con gemidos inexplicables”  (Rm_8_26). ¡Ah! ¿Cómo presiona al corazón? Mediante la fe o las manifestaciones que les ha concedido de la bondad y belleza de Sión, que es la tierra prometida, en la que la leche y la miel forman ríos y manantiales. ¡Ah! Cuántas lágrimas vierte, deteniéndose de cansancio después de un largo trabajo, ante el pensamiento de las miserias que corren impetuosamente en pos de ella como el río de Babilonia, pues el mundo es una verdadera Babilonia de confusión y esclavitud para la pobre alma que mora en Sión. Si estando desprendida de él, desea volver a él, y si los mundanos la ven divertirse, o sobre todo, si ella les sirve de diversión, ¿no dirá con lágrimas a sus compañeras: No, no, no se puede reír en este mundo? Lloremos, pues, hermanas mías, nuestros pecados, los de nuestros prójimos y su ceguera; lamentemos sus trabajos y aflicciones, los dolores de Jesús crucificado por nuestra salvación. Seamos imitadoras suyas y de tantos santos, pues somos hijas suyas. Al gran san Pedro, las lágrimas, le marcaron canales sobre sus 

[97] mejillas, cruzadas por la abundancia de agua que sus ojos derramaron. San Francisco lloraba tan amargamente, que tenía el poder de hacer llorar a quienes deseaban disuadirlo de llorar, san Ignacio, que fundó a los Padres de la Compañía de Jesús, lloró muchísimo mientras trabajaba sin descanso por la salvación de las almas. Si una infinidad de santos derramó tantas lágrimas por los pecadores, a imitación del Verbo Encarnado, ¿por qué nosotras dejaremos de llorar? Gimamos como palomas, que nuestras mejillas sean cubiertas por nuestras lágrimas de contrición y de amor a los pies de Jesús, nuestro único todo. Es una carga que las hará agradables a este divino esposo. El ama por encima de todo esta voz que gime, cuando es producida y excitada por los movimientos de su puro amor, el cual vino a darnos mediante el fuego que vino a traernos, el cual quiere ver arder en nuestros corazones, deseoso de que este perfume se derrita y exhale su aroma en dirección del cielo. Esta agua volverá a brotar allí, diferente de la de la tierra, pues regresa a su origen que es el Espíritu Santo, fuente viva, fuego, caridad y unción espiritual. Juzguen pues, mis queridas hijas, si me equivoco al decir que ella vuelve a lo alto.

Nuestro Señor lo dijo a la Samaritana, incitándola a pedir esta agua. ¡Ah, mis queridas hermanas! pidamos el don de Dios con un gran fervor. Este don es el Espíritu Santo, quien dice ser fuego y adorno de los cielos. Para el alma religiosa que mora en su convento o en su celda, éstos ocupan el lugar del cielo. Ella misma es un cielo nuevo y una tierra nueva; es también una Jerusalén celestial adornada de su divino esposo. ¿Puede aspirar a dicha más grande en este valle de lágrimas? No, sin duda, sino vivir ahí de manera que responda a estas grandes dignidades y privilegios.

[98] Cuando la verdadera religiosa posee la gracia de Dios, y sobre todo, cuando ha recibido al autor de la gracia en el Santísimo Sacramento, es descrita muy bien por san Juan con estas palabras: y yo, Juan, oí una voz grande que venía del trono, y decía: “He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, donde mora con ellos. Y ellos serán su pueblo, y él ser su Dios. El enjugar de sus ojos todas las lágrimas y a la hora de su muerte, todas serán enjugadas, por ser preciosas delante de él” (Ap_21_3s).  No habrá más dolores después de esta dulce expiración del alma. Cuando ésta sea dura y dolorosa, pensemos que nuestro amor, el Verbo Encarnado, murió con dolores indecibles. Sin embargo, el amor que tenía a su divino Padre, por ser más fuerte que la muerte, le hizo encontrarlos tan dulces, que clamaba: Tengo sed de sentirlos todavía más amargos. La hiel que se le dio no fue suficiente amarga, comparada con el deseo que tenía de sufrir por nosotros. Cuando todo fue consumado, Jesucristo murió una sola vez para no volver a morir. Los dolores, las lágrimas y la muerte no lo afligirían más. Después de que hayamos llorado suficientemente, este buen Salvador, nuestro esposo, enjugar nuestras lágrimas y las cambiar en gozo, pues muchas veces sentimos gran tristeza al sufrir.

Muchas personas están tristes, pero por vanidades y bienes temporales. Son éstas tristezas tontas, pues las verdaderas se refieren a nuestra salvación y a la de nuestro prójimo. Esto es llorar por amor, mediante el amor y de amor a Dios. Por ello, esta tristeza ser cambiada en gozo, como él lo afirmó a sus apóstoles y a nosotras, si somos apostólicas. Feliz el alma que derrama lágrimas de dolor y amor a sus pies, es y ser muy consolada por la divina Majestad, que las contempla con agrado.

Séptima columna:Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”(Mt_5_6).

[99] Es nuestro Dios quien lo promete. Después de que los niños nacen, lloran y sienten, además una necesidad natural de alimento. Si tuvieran uso de razón y pudieran hablar, pedirían el pecho. Demostré a ustedes con anterioridad cómo las lágrimas son las aguas del Espíritu Santo, mediante o en las cuales, Nuestro Señor dijo a Nicodemo que era necesario renacer. Omito el latín aquí y en algunos otros lugares, por ser la lengua francesa más familiar para ustedes. Habiendo un alma derramado lágrimas de las que hablé, y vertido por sus ojos su amor propio, desnudándose de ella misma, después de haber recibido la gracia del Espíritu Santo, que es la sabiduría y el agua que también es fuego pues el divino Paráclito es todo esto se encuentra ella inflamada por el ardor del fuego que ha hecho brotar el agua, lo cual llamaría yo humildad radical pero espiritual. No me refiero a lo que es natural dejo esto a los médicos pues estas lágrimas prenden el fuego, y este fuego hace brotar las lágrimas o las estimula. Todo esto vacía al alma, la cual, famélica y sedienta, clama con el rey: “Mi alma tiene sed del Dios vivo; ¿Cuándo ir‚ y contemplar‚ el rostro de Dios? Mis lágrimas son mi pan día y noche, mientras que los poderosos me dicen cada día: Dónde está tu Dios” (Sal_42_2s). Ellas me han causado más hambre y sed de verlo, recordándome que él es el pan que fortifica y el vino que vivifica y alegra el corazón. Al verme privada de él, mi alma se ha derretido y casi desvanecido de debilidad, pues sé que mi Dios se ha alojado en sus admirables tabernáculos. He sido impulsada por la porción que me ha concedido, de avanzar mediante la contemplación hasta el interior de sus tabernáculos, hasta la casa de Dios, por el camino del alborozo y la alabanza al son de la

[100] música. Me tranquilizaba, diciendo a mi alma: ¿Por qué me turbas? Espera en tu Dios” (Sal_41_6), sin dejar por ello de abatirme a mí misma al recordar que los habitantes del cielo tienen, no el Jordán, ni un claro monte terrenal, sino otro celeste y divino: la humanidad y la divinidad, que son el pan y el vino que no pueden saciar. Sin embargo, al encontrarme en este abismo de hambre y sed, el abismo de bondad me llamó mediante las sagradas llagas, abrió sus manos, que son las cataratas del cielo, y entonces todo lo que contiene el Altísimo, aun su río desbordante, se derramó sobre mí. Valor, queridas mías, estemos hambrientas y sedientas y seremos saciadas. Saquemos nuestros corazones de Egipto, lo mismo que nuestros cuerpos, y en la tierra santa de la religión nuestro amabilísimo Verbo Encarnado, que nos llama a su instituto, hará caer el maná de mil bendiciones, si poseemos la justicia. Al menos, mediante el deseo, estemos sedientas y cumplamos toda clase de justicia, como él lo dijo a san Juan: El que es justo, será aún más justificado. Este divino Salvador nos dio ejemplo de ello al recibir el bautismo. Sabemos que él es el cordero sin mancha, el candor de la luz eterna y figura de la sustancia del Padre. La voz que fue escuchada da testimonio de ello. Él nos enseña que mientras seamos peregrinos aquí abajo, debemos estar siempre, siempre, hambrientos de justicia.

La justicia consiste en que Dios sea amado con un amor incomparable, y que todas las criaturas le den gloria después de la que él se da a sí mismo, que es la suprema. Alegrémonos de que la posea, deseémosle la que pide a sus criaturas

[101]  estemos siempre hambrientas de todas las cosas que procuran su gloria, en especial la santa Eucaristía, la cual es el alimento de los niños y de los fuertes. ¿Acaso no somos niñas y aun hijas del Verbo Encarnado? Pidámosle continuamente este pan, en el que encontraremos nuestra vida y toda clase de bienes. Esta es la vida y el tesoro del Padre celestial. Él es nuestro fundamento, nuestro fundador. Recuerden, mis queridas hermanas, que durante la vida de todos los fundadores de monasterios y comunidades religiosas, éstas florecieron en todos aspectos, aunque su muerte fue, en ocasiones, causa de su relajamiento; pero nuestro Señor y buen Padre dijo: “Estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt_28_20). ¿Acaso una promesa tan favorable y consoladora, dejar de animar nuestros corazones a la oración, al verlo en medio de nosotras? Caminemos, pues, generosa y constantemente en pos de él por los caminos de la santidad. El ser nuestra recompensa. Estemos hambrientas y sedientas de justicia, de suerte que se diga con verdad lo que se afirmó del padre y madre de san Juan Bautista, mi patrono: que caminaban delante de Dios en toda justicia, perseverando no sólo en la observancia de los mandamientos, sino también de sus consejos. Huyamos de la murmuración y todo lo que puede lastimar o alterar la caridad que debemos tener hacia nuestro prójimo. Soportémoslo y sirvámoslo en lo que nos sea posible, dándole siempre buen ejemplo y, por este medio, seremos saciadas con los frutos de nuestras buenas obras, pues para los justos todo se convierte en bien.

[102] Recuerden, mis queridas hermanas, el consejo que se nos dio de beber de las aguas de la cisterna de Belén, debido a que nuestro Salvador estaba aún en esta gruta cuando se le dio el nombre de Jesús. En ella nos presenta un abismo de humildad, de justicia que derrama sobre nosotros las aguas de sus méritos, que nos ofrece y participa. Él nos dice: Beban, fieles míos; embriáguense, mis muy amados, porque tienen sed de justicia. Yo soy pan, pues esta casa de Belén es la casa del pan. Coman y beban, yo soy la verdadera cisterna y el pozo que se derrama por ustedes; es más, soy todo de ustedes, y todos ustedes, míos. Como este amable pastor es todo nuestro ¿dejaremos de sentirnos bien saciadas? Él nos dice además: Mi querido rebaño, que es como una fuente que mana de mí mismo: derrámate y reparte las gracias que te doy, comunicándolas al prójimo, de manera que, en cualquier lugar, las aguas de tu instrucción se extiendan. A pesar de lo anterior, que cada una guarde esta cisterna para sí sola, y que los extranjeros no tengan parte en ella. Quiero decir que el humilde conocimiento de nosotros mismos guarda estas fuentes interiormente ocultas en nuestros corazones, que ya no nos pertenecen: son de Dios, el cual es de nosotras mismas si somos tales. Nosotras poseemos la justicia, la cual nos llevar a morar en un paraíso terrestre en esta vida, obrando en él y guardándolo como fue mandado al primer hombre cuando recibió la justicia original, a la que debemos aspirar, porque sin ella no podemos estar dispuestos para tomar posesión de la celestial. Es necesario tener esta justicia y, para lograrlo, caminar por todos los caminos que conducen derechamente allá, por los que se logra llegar al reino eternal de nuestro divino esposo, el Verbo Encarnado. Dios lleva al justo por sendas derechas” (Sb_10_10).

Octava columna: Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia (Mt_5_10).

 [103] Dije antes que reservaba la vara de Aarón para mostrar o declarar esta bienaventuranza. La vara se aplica muy bien al sufrimiento y a la persecución, más para aquella que se sufre a causa de la justicia, pues muchas personas sufren, pero no por la justicia, sino a causa de sus injusticias. Como estos mismos no la soportan para llegar a ser justos, no se pueden contar entre los bienaventurados a los que se refirió Nuestro Señor. Son estos sufrimientos los que con frecuencia matan el cuerpo y hacen morir eternamente al alma de los pecadores endurecidos en sus crímenes, o los pecados de los cuales no quieren enmendarse. Dejemos esta clase de sufrimientos y hablemos de los meritorios, que en este mundo florecen plenos de esperanza y que dan frutos de gozo en el otro, a semejanza de la vara que floreció en manos del sacerdote Aarón.

Mis queridas hermanas y muy amadas hijas, seamos sacrificadoras, mortifiquémonos todos los días de esta vida, sea en el cuerpo o en el espíritu, pero con gran valor; no podremos morir a todo lo de aquí si no nos causamos la muerte a nosotras mismas. No temamos la mortificación, que nos santifica y que tantos santos han practicado. Seamos generosas y roguemos al Espíritu de Dios que tome posesión de nosotras. Si está con nosotras, encontraremos la mortificación llena de miel, como sucedió con Sansón en la boca del león que se arrojó a él. Créanme, hermanas mía s; el alma valerosa saborea la dulzura ahí donde las almas tibias y cobardes sólo encuentran amargura. Las generosas encuentran tanta dulzura en los actos de mortificación, que no querrían vivir sin ella. Santa Teresa decía: o padecer, o morir, y el gran san Ignacio

[104] mártir, decía a voces que ansiaba ser trigo molido por los dientes de las bestias, y que cuando fuera expuesto a ellas, las incitaría a que lo devoraran con toda crueldad. Amaba tanto el sufrimiento, que su amor estaba en la cruz, y la cruz en su amor, aun en su amor crucificado. Estaba tan enamorado del santo nombre de Jesús, que lo había grabado sobre su corazón con letras de oro. Era todo su tesoro y su vida, pues el alma vive más en el objeto que ama, que en el cuerpo al que anima. Él vivía más en Dios que en sí mismo, al igual que el gran apóstol, que decía que la vida presente lo contrariaba y como que lo avergonzaba, por lo que exclamaba: Estoy clavado en la cruz de mi Salvador Jesucristo que vive en mí; esta vida me es tan gloriosa, que a mí líbreme Dios de gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo!” (Ga_6_14).

Este santo Pablo aficionado a los sufrimientos de su buen Maestro los había impreso de tal manera en su espíritu, que afirmó no haber encontrado entre todos los hombres sino a Jesús crucificado. Por lo demás, no le preocupaba sufrir: para él era un placer llevar en su cuerpo los estigmas de Jesús, su Salvador, Pues, decía, mi espíritu está clavado en su cruz, mi cuerpo lleva también interiormente sus llagas y estigmas. Deseo tanto ver a este buen maestro, que siento un dolor que me hace exclamar: soy desdichado en este cuerpo, deseando verme separado de él para vivir sin obstáculo material, unido a mi señor Jesucristo. Esta es mi vida y mi ganancia. Después de todos los servicios que les he prestado, mis queridos amigos, pues he trabajado por su salvación con

[105] tanta rectitud de intención que puedo asegurar ser inocente de la sangre de toda persona, deseo derramar la mía por aquel que dio la suya por todos nosotros en medio de crueles e ignominiosos tormentos. Completo en mí su pasión, siendo un vaso elegido para llevar su nombre; pero para ser capaz de ello, él me da la gracia de sufrir por él, así como dijo a Ananías que me mostraría de qué manera debía sufrir por su santísimo nombre. Sin embargo, el amor y caridad con que este amable Jesús me ha atado a él es tan fuerte, que estoy cierto de que ni todas las criaturas, ni todos los tormentos me separarían del amor que le profeso, el cual está cimentado en su divinidad. Ahora bien, mis queridas hijas, todo lo que dijo este gran apóstol debe excitarnos a estar ávidas de beber el cáliz de nuestro divino esposo el Verbo Encarnado, y a sufrir toda clase de tormentos y contradicciones por la gloria de su santo nombre, que es justo por excelencia. El de Jesús le fue dado por justicia, pues por haberse humillado y hecho obediente hasta morir en la cruz, Dios, su Padre, lo exaltó por encima de todo nombre, de modo que al pronunciarlo, toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Valor, hermanas mías, suframos y obedezcamos al santo amor hasta la muerte de cruz.

Al contemplar a este amable Salvador que sufrió por todos los bienes que su amor deseaba conceder a los hombres, éstos lo crucificaron a causa de sus justísimas obras. Lo cargaron, por manos de los judíos, con todas las injusticias de las criaturas; Dios mismo pareció armar a todos contra este sapientísimo Hijo único. Padre eterno, se dice que tú armas a tus criaturas contra los insensatos. Mi Jesús, perdóname si te digo aquí que te echaste a cuestas todas mis locuras, dejando que te

 [106] tomaran por loco. Qué felices seríamos si los hombres nos consideraran locas por amor a ti. Si ellos te persiguieron, apedrearon y crucificaron por tus buenas obras, cometeríamos un grave error si nos quejáramos de que alguien se levantara en contra nuestra para oponerse a nuestro piadoso designio, que no es otro que procurar la gloria de tu santa Majestad, ¡Oh Verbo adorable!, y la salvación de las almas, que tanto te han costado, mediante la instrucción de la juventud. Sería demasiada dicha el ser estimadas dignas de sufrir a imitación tuya.

Mis queridas hermanas, sigamos a nuestro divino esposo, que nos dice: Confía, yo he vencido al mundo” (Jn_16_33), pues sin su victoria jamás triunfaríamos del mundo. Gracias al poder del Verbo Encarnado, podemos vencer a nuestros enemigos. Llevemos generosamente nuestra cruz, renunciemos a nosotras mismas, hagámonos violencia para entrar en la patria celestial, ya que el cielo sufre violencia desde los días de san Juan Bautista. Los violentos lo arrebatan por fuerza y se lo llevan. Antes de que el precursor apareciera en la tierra, nadie había sido capaz de asaltar el cielo, pues todos ignoraban las tácticas. El Salvador se las enseñó a este santo profeta, librándolo de la caída de Adán, del pecado original y situando su alma en gracia y en justicia. El lo armó con todas las piezas, poniéndole en la boca una espada tajante, lo cual (también) le sirvió de poderoso escudo. El fue la mano del Señor, el cual hizo de este profeta una saeta elevada en el aire para dar directamente en el blanco. Así, señaló con el dedo el reino del cielo, mostró al Salvador y los cielos se abrieron cuando bautizó a Nuestro Señor, el cual le dijo que era necesario que los dos cumplieran toda justicia.

[107] Juan Bautista, tú darás tu cabeza por la justicia al desear rescatar a una mujer a quien un hermano había quitado al otro, diciendo a esta justicia ofendida Dios, los hombres y yo, para rescatar a los pecadores y enseñarles la verdad, me crucificarán para cumplir toda justicia. Sin embargo, en virtud de la justicia que te he concedido, precursor mío, arrebatarás el reino de los cielos, pues entre todos los hijos de mujer, nadie ha sido más grande que tú, que haya podido llegar a los cielos. Si los ángeles son fuertes, eres un ángel, el ángel particular de mi Padre todopoderoso. Eres el profeta del Altísimo que traza sus caminos. Eres el temible cañón de la santa Sión; eres el asombro de sus puertas cuando les dices: "Ábranse, puertas eternas, para que entre el rey de la gloria. Él es el Señor fuerte y poderoso, el más formidable que haya venido a batallar contra ustedes". ( Salmo 24_ 7) El vino a consolarme desde el vientre de mi madre, escribiendo mi nombre en el registro de su memoria. El me armó de gracia y fortaleza, la cual he ejercitado en toda suerte de combates contra el mundo al retirarme para revestir las armas en el desierto y salir de ahí para atacar los vicios y la carne, la cual sujeté a rigurosa penitencia, alejándola de sus padres, que la hubieran halagado y causado su pérdida.

También combatí al demonio derribándolo no sólo por mi bien, sino por el de mi prójimo. Este gran guerrero se esforzó tanto, que se llevó la victoria, esperando

[108] triunfar con Jesucristo, su Maestro, en el reino eternal. Este santo profeta penitente llegó al limbo para ser en él heraldo y precursor de los primeros soldados que se habían retirado ahí, esperando como paga o salario que el mariscal de campo, el Verbo Encarnado, se manifestara en ese lugar, para ser admitido en su gloria y en el trono de Dios, a cuya diestra está sentado para glorificar eternamente a los bienaventurados que se encuentran ahí gozando de su gloria. Sigue en pie, no obstante, para auxiliar y animar a sus soldados con su gracia, los cuales combaten en este mundo. Tal fue el parecer de su bravo campeón san Esteban, quien sabía muy bien que su fuerza procedía del cielo, por lo que fijó en él su mirada. Valor, mis queridas hijas, seamos amazonas del Verbo Encarnado, combatamos y él nos fortalecer con una mirada llena de amor. Que las piedras de las persecuciones no nos sorprendan. Amemos a los que nos contradicen, y a ejemplo de san Esteban, roguemos por ellos. Podría suceder que algunos se convirtieran, como san Pablo, en los más entusiastas protectores de nuestra congregación. Nuestro Señor, con su poderosa virtud, los convertirá. No podremos conseguir la victoria sino combatiendo; el triunfo es posterior a la victoria. Nadie será coronado si antes no combatió con valor. El Verbo Encarnado, nuestro esposo, a quien la gloria era debida esencialmente, la quiso comprar, afirmando él mismo que era necesario que sufriera para entrar en su gloria. Reprendiendo a sus dos discípulos, les dijo: “¿Por ventura no era menester que el Cristo padeciese todas estas cosas para entrar en su gloria?” (Lc_24_26). Y en otra ocasión les dijo: "Deben perseverar a pesar de la tentación. Así como mi Padre puso a mi disposición el reino eternal, voy a preparar un lugar para ustedes" (Jn_14_2). Si el Padre eterno lo hizo comprarlo a un precio tan

[109] elevado, que el Hijo tuvo que darlo todo y padecerlo todo, sepamos renunciar enteramente todas las cosas; suframos todo, pero comprendiendo que lo que sufrimos y damos es una nada, a la cual, sin embargo, el Señor concede el premio de su eterna gloria, merecida por su Hijo, Dios y hombre. Gracias a él gozaremos de esta gloria, pues su bondad desea contemplar nuestra nada en sus méritos infinitos. Es por mediación suya que nuestras más pequeñas obras son meritorias, aunque este amable Salvador las alaba para animarnos al sufrimiento, diciendo: Bienaventurados los que sufren” (Mt_5_10). Más adelante, en otro encuentro, dijo: Dichosos seréis cuando los hombres por mi causa os maldijeren, y os persiguieren... Alegraos y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos” (Mt_5_11s). Mis queridas hermanas, digámosle pues: dulce Jesús, te bendecimos y damos gracias con todo nuestro amor, por las grandísimas recompensas que nos prometes. Esperamos, sin embargo, que la dicha de seguirte por el duro camino que nos trazaste, nos lleve a alcanzar tu reino eterno y a gozar en él tu divina esencia. Aceptaste el designio o promesa que hizo David a tu santa Majestad de construir para ti un templo, prometiéndole a tu vez que harías su sitial y su trono como un sol delante de ti, y como una luna perfecta.

He aquí un templo que deseamos edificar a tu Majestad divina, pero esto será a expensas tuyas, pues eres rico. Nosotras no somos sino pobres y débiles hijas tuyas. Tu gloria será de este modo, más grande. Acepta estas ocho columnas sobre las que deseamos apoyarlo y colocar el pavimento, el techo y los muros.

[110] El pavimento que debemos colocar en él, mis queridas hermanas, debe ser la humildad, la cual este gran Dios contemplará con agrado, pero esto será después de que hayamos hecho todo lo que he señalado, y aun todo lo que los santos han hecho para complacerle, después de lo cual debemos convencernos de que somos siervas inútiles que no han cumplido bien todos sus deberes, pues nada podemos por nosotras mismas. Es la divina misericordia a quien debemos el ser, y sólo por ella no somos consumidas por la nada del pecado. Si pensáramos ser algo, mentiríamos. Deseemos más bien ser reconocidas como nada y tenidas por tal. Estemos contentas de ser menospreciadas; en esto se manifestará la verdad, y vendrá la divina misericordia. Alguien se anticipó a la verdad: fue Jesucristo, el Verbo eterno y Encarnado, el cual, reparando en nuestra nada, vino a revestirse de ella. Porque habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo, “…el cual teniendo la naturaleza de Dios” (Flp_2_6). Por medio de esta humildad, Dios su Padre lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, a fin de que al nombre de Jesús se doble toda rodilla. Deseamos llevar este nombre adorable sobre nuestros corazones junto con nuestras santas libreas. Humillémonos, pues, en verdad en nuestro interior y en el exterior. Hagamos todas nuestras obras para glorificar su santo nombre, lo cual es andar en justicia, a la que dará el beso de paz. La misericordia y la fidelidad se saldrán al encuentro,”…la justicia y la paz se besarán” (Sal_84_11s). Ahora bien, después de que todas las columnas están colocadas, y terminados los muros, es muy razonable construir un techo en el templo de nuestro querido esposo. Durante su estancia en este mundo, pasó mucho tiempo expuesto al sereno, sujeto a los trabajos y siendo tan

[111] pobre, que no tenía dónde reposar su cabeza. Se acostaba sobre la dura tierra sin lecho, sin almohada y sin cobertor. Es necesario que seamos más caritativas que las personas de aquel tiempo. El techo del templo en cuestión debe ser la caridad, virtud que es la más grande de todas las otras y la pieza principal, pues ella mantiene a cubierto esta construcción, resguardando a sus habitantes de las injurias del tiempo. Además, el techo se presta a cobijar a los pájaros, pero sólo en primavera y en otoño, pues durante el invierno no viven ahí. Con esto quiero decir que, cuando florece la caridad en piadosos y santos pensamientos, lo mismo que en buenas obras, es entonces cuando los pájaros celestes anidan en él; pero si uno es frío y perezoso, no deseando esforzarse en producir, mediante el calor del santo amor, frutos primaverales y la claridad de los bellos días de otoño, las aves celestiales vendrán sólo por milagro, pues la prueba de todo se manifiesta en la producción de buenas obras, que acompañan a la caridad. Esta es una reina que lleva consigo a su séquito. Es la esposa del rey que se sienta a su derecha revestida de oro y toda enjoyada, como dijo el profeta, pues la caridad abarca el amor a Dios y al prójimo. La caridad es paciente y benigna con todos, como lo dijo el apóstol; “…es el árbol que produce los dulces frutos que sacian a los habitantes del cielo y de la tierra. La fe y la esperanza son buenas, pero la caridad las sobrepasa" (1Co_13_13), prosiguió diciendo el apóstol de las naciones. Y aun cuando tuviera el don de profecía, y penetrase todos los misterios,

[112] y poseyese todas las ciencias, y tuviera toda la fe que hace trasladarse de una a otra parte los montes, no teniendo caridad, soy nada.” 1Co_13_2),

Aun cuando yo distribuyese todos mis bienes a los pobres, y entregara mi cuerpo a las llamas,” si la caridad me falta, todo lo dicho no me sirve de nada” (1Co_13_2s). Ahora bien, mis queridas hermanas, que cada una busque la forma más excelsa de caridad. Es la vía más excelente que, después de este apóstol, les puedo enseñar. Alcancemos la caridad, pero la más sublime, la que sobrepasa todas las cosas creadas. Son éstas las manzanas y frutos de la granada que aman y mencionan el esposo y la esposa del Cantar. Su fruto lleva la corona y es más bello por dentro que por fuera. De igual manera la reina, que es la caridad, hija del rey, porta toda su gloria en el interior, quiero decir, en el corazón; pues esta caridad bien ordenada es como el estandarte divino implantado en el corazón. ¿Cuál es el título y nombre que blandimos, sino el estandarte que es todo amor? Es el santísimo y sagrado nombre de Jesús, Verbo Encarnado, que es tan augusto, tan dulce y deleitable a la boca. El paladar del esposo es dulcísimo en todo, los labios de la esposa que lo pronuncia adquieren el sabor del sol divino, sol que destila el cielo, pues cuando el alma inflamada pronuncia estas palabras: Jesús, o Verbo Encarnado, amor mío, ¡cuánta dulzura no experimenta! Pidámosla a san Francisco y a san Bernardo, el doctor melifluo. Mis queridas hermanas, nuestro divino enamorado nos dice amorosamente: Ponme por sello sobre tu corazón, ponme por marca sobre tu brazo” (Ct_8_6), y el resto que anoto aquí en lengua francesa para su consuelo: Esposo mío, ponme como un signo sobre tu

[113] brazo, porque el amor es más fuerte que la muerte. Ella es implacable, vigorosa su emulación, pero no hay cosa que el amor no queme con un fuego que no puede extinguirse, en tanto que sea amor. Mis lámparas están llenas de fuego y de llamas, que los grandes no pueden extinguir, ni los ríos más impetuosos anegar. Aun cuando el hombre diera toda su sustancia por la caridad, ella lo reputaría por nada, pues la caridad sobrepasa todo en cuanto amor perenne. "Te he amado, dice el divino enamorado a su amada, y te he grabado en mis manos a fin de contemplarte por siempre" (Is_49_16),  Sin embargo, me dirán ustedes que preferirían que el divino esposo hiciera esto en su corazón. ¡Ah! Bien resguardada está ella en las manos de este amable Salvador, ya que poseen todos los recursos de este bajo mundo y los mismos tesoros del Padre celestial. Este Hijo, sabiendo que su mismo Padre tenía todo en sus manos, y que el amor y gran caridad que tenía hacia la humanidad lo hizo salir de la diestra para venir a la tierra, y que por amor regresaría al cielo, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, al final los amó hasta el fin. Dulcísimo Jesús, ¿Qué quiso decir este discípulo de amor? no podría expresarlo, pero diré lo que pueda: En la última hora de tu vida mortal, tu amor se redobló de tal suerte, que hubieras muerto de él si no hubieras deseado retenerlo para exaltarlo sobre una cruz, a fin de que combatiera contra los dolores de tu Pasión, en la que salió vencedor. Dios mío, es que los amaste con un amor infinito, de modo que, si hubiera sido necesario que tu cuerpo y la parte inferior de tu alma

[114] soportaran una pasión hasta el infinito, lo hubieras hecho. Nos amaste hasta el fin. Es por ti, que eres nuestro último fin, aun conociendo que jamás sabríamos amarte como tú nos amaste en este fin, ni brindarte la reciprocidad del amor, que tu Padre nos amó al enviarte a tomar carne humana. Hiciste el acto de amor infinito, ofrendándole este amor como suplemento al nuestro. Nos amaste hasta el fin para siempre al permanecer con nosotros en el Santísimo Sacramento, en el que nos demuestras el amor que nos tienes, morando en nosotros a fin de que moremos en ti y que así como en todo vives por tu Padre, también nosotros vivamos por ti. ¡Dios de amor, cuan amoroso eres; eres el mismo amor! El amor iguala a los que se aman, bien nos lo hiciste ver. El amor saca de sí mismo al que ama, para introducirlo en la cosa amada; y ésta, al penetrar en quien la ama, ya no es más que una cosa en él. Para demostrarles esto con mayor amplitud, mis queridas hermanas trataré, en toda su extensión, si dispongo de tiempo, el capítulo 14 de san Juan, el predilecto, en el que este divino enamorado lo explica al que ama. El, ora por los suyos a fin de que Dios su Padre los guarde en el mundo así como él los defendió mientras fue pasible. El pide que la misma claridad de que gozaba y goza con su Padre, nos sea comunicada, pues también rogaba por todos los fieles. “No solo te pido por estos, sino por aquellos que han de creer “ (Jn_17_20). A fin de que todo el mundo crea que me has enviado, y la claridad que me has dado, se la doy, a fin de que todos sean uno como nosotros somos uno. Que sean siempre consumados en la unidad, y que el mundo conozca que me has enviado y que yo los he enviado así como tú me amaste. [115] Padre mío, quiero que los que me has dado están donde yo estoy, pues deseo tenerlos conmigo, y que vean la luz que me has dado, porque me has amado desde antes de la constitución del mundo. Padre justísimo, el mundo no te conoce, pero yo te conozco, y éstos me conocen y saben que me has enviado. Les he dado a conocer tu nombre y se lo hará conocer de nuevo. Después de estas palabras, nuestro amable Redentor se dirigió a la muerte, efecto supremo del amor que nos tenía y el signo más grande de un verdadero amor. Nadie tiene mayor caridad que aquel que da su alma por su amigo. Permíteme, mi dulce Jesús, decirte que superas a todos, ya que diste tu vida por tus enemigos.

Ahora bien, hermanas y queridas hijas mías, amemos constante y ardientemente al Verbo Encarnado, nuestro supremo bien y caritativo Salvador. Amémonos todas en él y a nuestro prójimo.

Son éstos los tres portales del templo que vamos a construir en su honor y para su mayor gloria. La caridad lleva en si todo lo que Salomón puso en el templo. Esperemos con paciencia, fervientes oraciones y sacrificios de holocausto de nosotras mismas, la venida de la nube que se difundir en el templo de la divina majestad. Después de esto, transportadas de admiración, nos abismaremos delante de Dios. ¡Oh abismo feliz y deseable, moremos siempre en él! Mi mayor deseo es verme cada vez más sumergida en él. Amen. Fiat. Jeanne de Matel [116]

N.B. Para completar lo que resta de la página en blanco, pienso que no estar fuera de lugar escribir en ella la copia fidedigna de una carta importante que nuestra citada madre Jeanne Chézard de Matel, piadosísima instauradora y fundadora de la Orden y Congregación del Verbo Encarnado, escribió como respuesta al Señor Canciller Séguier con motivo de un consejo que él le había dado en 1644, urgida por el verdadero celo que este piadoso magistrado mostraba hacia nuestro monasterio de París. Esta carta es muy consoladora para el (monasterio) de la ciudad de Lyon, al que la divina Providencia me ha hecho volver por cuarta vez según los designios de su gloria.

    Monseñor:

    Que aquel de quien deriva toda paternidad en el cielo y en la tierra colme a Ud. de sus más preciosas bendiciones.

    Encontrándome ayer más triste que alegre cuando salió Ud. de nuestro recibidor, me dirigí a mi divino esposo con la confianza que Ud. Sabe me ha concedido, buscando la causa de mi pesadumbre. El me hizo escuchar: Tu pesar procede de mí, pues he deseado mezclar tus dulzuras con amargura, a fin de que acudas a consultarme. Di a mi Canciller, a quien que te he dado como padre y protector, que apruebo su modestia, su humildad y su celo. Sin embargo, el pensamiento que tiene de que vendas mi casa de Lyon no es el mío; que Jacob derramó aceite sobre la piedra donde había dormido, mientras que los ángeles subían y bajaban por la escala mística que le fue mostrada en visión, exclamando al despertar: En verdad esta es la casa de Dios y la puerta del cielo (Gn_28_17).

    Esta casa de Lyon es mi Betel; en ella has sido testigo de la elección que hice de él; en ella te hice ver los sellos que quise le fueran encomendados mediante el ministerio de mi fiel Miguel. Pudiste contemplar los grados a los que lo elevaré, apoyando mis propios favores en mí mismo y en mis dones, que él debe siempre reconocer y ofrecerme con acciones de gracias, amando primero al donador y después a los dones.

    El se ha afligido ante el disimulo de su hija natural. Yo deseo que se regocije ante la sencillez de su hija adoptiva, quien debe decirle de mi parte que no hay consejo contra el Señor, y que deseo que haga mi voluntad en todo, para que sea, como David, un hombre según mi corazón. Mío es Galaad, y mía la tierra de Manasés; y Efraín el yelmo de mi cabeza (Sal_108_8).

   [ 117] Hija mía la casa de Lyon está bien representada por Galaad. Galaad, a su vez, figura el testimonio del siervo. Ella es también amada de aquel que debe estimarla; la elegí de tal manera, que la cimenté sobre la sangre de mis mártires, que son mis testigos congregados para confesar mi nombre en ese lugar, y sellar su fe con el derramamiento de su propia sangre. Ella es Manasés, olvidado de los hombres; pero a quien amo y sobre el que fijo mis ojos. Ella es mi Efraín fructífero que crece sin cesar, del que he recogido frutos antiguos y de quien retirar‚ frutos nuevos en el tiempo designado, y aunque ella parece estar desolada y abandonada, y también casi destruida, debe ser por ahora tu carga y tu dolor; más adelante se convertir en tu alegría. No temas el amor propio al amarla. Soy yo quien te da esta inclinación. Este afecto no es contrario a tu perfección; amo esta puerta de Sión sobre todos los tabernáculos de Jacob. Cosas gloriosas serán dichas de esta casa, a la que designo como mi ciudad, regalada y defendida por mis ángeles, quienes la guardan con gran solicitud. El Cardenal de Lyon no ha osado destruirla, porque yo la protejo, aunque él ignora mi protección.

    Estando mi Canciller y tú instruidos por mi luz, ¿podrían deshacerla o destruirla? Deseo reinar en ella y recibir la alabanza y la confesión de mi nombre, que es santo. Si el Canciller hace todas mis voluntades, yo ser‚ su gran recompensa, y mi luz lo conducir; que siga caminando en mi presencia. Y tu, hija mía, espera en mi Providencia; no te abandonaré, ni tampoco a mis designios.

    Monseñor, después de estos divinos consuelos, me sentí tranquilizada, habiendo recibido el mandato de la Majestad santa de comunicar a Ud. lo que ha hecho saber a su hija, que después de haber dado gracias humildemente por sus bondades, estima como un favor singular el llevar esta cualidad de la que se considera muy indigna, permaneciendo en un respeto profundo.

    Monseñor,

De su monasterio del Verbo Encarnado de París, el 14 de septiembre, 1644. [118]

               De Usted, la más humilde, obediente y agradecida hija y servidora en Nuestro Señor.

               Jeanne Chézard de Matel

               N.B. A petición de nuestra mencionada madre fundadora, esta carta fue remitida el mismo día al Señor Abad de Cérisy, el cual era en ese tiempo superior de nuestro monasterio de París. Este eclesiástico afirmaba sin cesar en toda ocasión que era hijo espiritual de la madre, en vista de las gracias que había recibido del Verbo Encarnado, del que había llegado a ser muy devoto y entusiasta en lo que concernía a todos los monasterios de nuestra Congregación.

               En 1642, predicó en presencia del señor Canciller, que se encontraba entonces en la capilla de nuestra casa de Lyon, donde entrevistó por vez primera a nuestra citada piadosa madre, movido por los grandes relatos que se le habían hecho sobre su mérito y sólida virtud, de los cuales se persuadió muy pronto el buen magistrado a través de los temas espirituales de que fue objeto la conversación que ambos tuvieron. Quedó tan edificado de ella y de su humilde modestia, que depositó en ella una confianza sin límites, pidiéndole que de ahí en adelante contara con su protección, de la que le dio pruebas admirables, sea en favor de los asuntos de las casas de su instituto, o para consolar a personas afligidas que pedían ayuda.

               Cuando este ferviente funcionario recibió de manos del Abad de Cérisy la susodicha carta se puso tan contento, que él mismo acudió a asegurar a nuestra digna madre la continuidad de su protección, así como su confianza en sus consejos y santas oraciones, que le pidió con más insistencia aún por mediación del Abad, confidente de los pensamientos más íntimos de su interioridad, encargándole confirmara sus buenas intenciones respecto a la extensión de los conventos de su instituto, al que deseaba poder establecer más allá de los mares, para gloria del Verbo Encarnado.

               En espera de que la ocasión se presentara, su celo le había llevado a dar el consejo mencionado, en la carta que antecede, de vender la casa de Lyon, creyendo que con ello se consolidaría la de París, que nuestra digna madre compró en ese lugar en cuanto pudo, pagando por ella ochocientas libras anuales. En ella vivió con su comunidad desde que nos fundó y estableció en medio de felicísimas circunstancias, hacía casi un año. Los dos períodos de turbulencia que hubo en París retrasaron los arreglos de compra que hizo después del restablecimiento de la paz en 1653. [119]

               Esta adquisición, que comprendía tres casas y cinco jardines contiguos alrededor de cuatro arapendes por los que habíamos rehusado (pagar) sesenta mil libras, causó verdadera alegría tanto al Canciller y su esposa, la Sra. Séguier, como a los demás amigos de la piadosa fundadora, quienes admiraban la solicitud del Verbo Encarnado hacia todo lo que concernía su instituto, y para sostenerla en la ilimitada confianza que ella depositaba en la infinita bondad de aquel de quien se la veía esperar todo su auxilio.

               Esto redobló su aprecio y la seguridad de su protección, pues ella, a su vez, les había asegurado la de la divina bondad hacia sus personas y todas sus familias. El permitió que hicieran la prueba de esto en dos ocasiones muy importantes, que pienso debo señalar en esta narración, por haber sido testigo de la conmoción que causaron en todo París, cuyos habitantes las comentaron, y que me fue confirmado por la señora de la Chambre, pues ella y su esposo se habían alojado en la casa de Séguier, por ser aquél su médico familiar y gozar de un mérito altamente reconocido. A su vez, su esposa tenía reputación de sólida piedad y gran caridad hacia los pobres vergonzantes.

               Sucedió que, durante los disturbios de París, la vida de este buen magistrado se encontró en peligro inminente al ser perseguido (en una ocasión) por el populacho apoyado y soliviantado por los envidiosos enemigos de su influencia en la corte, a causa de sus méritos y fidelidad por el bien del estado, de lo que daba pruebas en toda ocasión. Se le persiguió con tanto furor por las calles, que, viéndose cerca del Hotel de Ville, entró en él y se ocultó como pudo en un lugarcito de uso común muy sucio, que estaba circundado por una vieja cerca de tablas tan mal unidas, que a través de las rendijas podía ver fácilmente a las personas que lo buscaban con un furor tan intenso, que las cegaba. En el ínterin, clamaba con todo su corazón al Verbo Encarnado, el cual acudió en su auxilio de tal suerte, que (libró de la muerte) al generoso protector de su instituto. La fundadora, que, con sus hijas, se encontraba en oración rogando por su preservación, fue advertida prontamente y dio gracias a la divina bondad por el cuidado que había tenido de él.

               No obstante, una secreta envidia continuaba reinando en el corazón de los adversarios del Canciller, los cuales no se cansaban de perseguirlo sordamente en toda ocasión, principalmente en la corte, [120] para hacer que se le retiraran los sellos. Esto llegó a tal grado, que en dos ocasiones parecieron lograr su intento, valiéndose de astutas sorpresas y malignos ardides; los cuales, habiendo sido descubiertos, se convirtieron en gloria para él y confusión para sus enemigos. Sin embargo, mientras esto último sucedía, tuvieron éstos el placer de afligirlo con sus embrollos, los cuales causaron (gran) desolación al Canciller y a su ilustre familia debido a los hechos que se le imputaban, de los cuales era inocente.

               Como su señora esposa acudiera a consolarse al lado de nuestra piadosa fundadora, ésta le dijo: No se aflija, Señora, ya fui advertida de su justo dolor, el cual compartí de corazón a los pies del Verbo Encarnado. Consuélese mediante la sumisión a sus órdenes. El ha querido probar su virtud y la del señor Canciller al permitir que los sellos se le hayan quitado también esta vez. El sabrá cómo hacer que le sean devueltos. Espero en la infinita bondad que, por haberlos recibido de la bondad y justicia del rey, jamás volverá a ser privado de ellos en cuanto su inocencia sea reconocida. .

               Esto, que era la verdad, sucedió poco tiempo después, pues su majestad, al depositarlos en sus manos una vez más, le dijo: Señor Canciller, sé que Ud. tiene muchos enemigos, y estoy persuadido de su celo. Siga siendo siempre fiel a su rey.

               Este digno y primer oficial de la corona continuó siéndolo hasta su último momento, conservándolos todavía más de veinte años, al cabo de los cuales, considerando su avanzada edad y delicada salud, hizo llevar los sellos al rey junto con su humilde gratitud por el honor que le había concedido al habérselos confiado con tan gran voluntad hacía ya tanto tiempo. Empero su Majestad, para colmarlo, tuvo la bondad de devolvérselos en ese mismo instante, guardándose de disponer de ellos hasta que el Todopoderoso así lo hiciera.

               Es fácil comprender el consuelo que experimentó el bueno y piadoso Canciller, así como la alegría que embargó a toda su ilustre familia, en especial a la señora, su piadosísima esposa, la cual reconoció sin tardanza, en cuanto recibió la noticia de este favor, con el que la bondad del rey distinguió a sus personas, las seguridades que le había dado la buena madre de Matel al consolarla en su aflicción, prediciéndole que los sellos serían devueltos al señor Canciller, y que jamás le serían quitados. [121]

               De este modo, la alta estima que ambos esposos profesaban desde hacía algunos años a los méritos y virtud de la piadosa fundadora de la Orden del Verbo Encarnado, creció más y más. Redoblaron las muestras de su protección hacia su monasterio de París y en las causas de las personas que acudían a solicitarla ante este gran magistrado, después de cuya muerte todos sus sucesores han gozado, hasta el presente, de la guarda de los sellos.

               Anoto en este cuaderno las observaciones que evidencian los títulos gloriosos con los que plugo al Verbo Encarnado honrar nuestro monasterio de Lyon, los cuales se mencionan en la carta que antecede, escrita por nuestra citada venerable madre de Matel al señor Canciller Séguier. La he transcrito en uno de los últimos cuadernos del grueso volumen de la vida y obras de esta piadosa fundadora, en la cual incorporé diversos hermosos tratados que su obediencia la llevó a escribir, y que he recuperado, así como otros que hasta el presente habíamos dejado sueltos en manos de algunos prelados y otras personas de importancia, que habían solicitado datos acerca de los grandes relatos que les hicieron algunas personas honorables, a quienes la secretaria las había prestado con permiso del director de nuestra piadosa fundadora, la madre de Matel, sin que ella lo supiera. Tuve la dicha de ser puesta en sus manos por mi difunto padre, según mis deseos, para ser dedicada al Verbo Encarnado cuando apenas iba a cumplir los seis años de edad y su orden no se había establecido, la cual gestionaba ella en ese tiempo en Aviñón, donde fue recibida un mes después por los habitantes de toda la ciudad entre grandes manifestaciones de alegría.

               Esta fiel servidora de Dios sólo pudo permanecer en ese lugar alrededor de cinco meses, ya que sus hijas de la comunidad de Lyon reclamaban su presencia (Lyon) tuvo la dicha de verla de regreso y victoriosa del infierno, el cual había puesto en juego todos sus recursos a fin de impedir o postergar más aún el establecimiento de esta orden que es tan digna de veneración, de respeto y de amor por muchas razones que se refieren a la gloria del Verbo Encarnado y a la salvación de las almas [122 ]a las que él quería redimir, en cuyo número tengo la dicha de encontrarme a pesar de mi indignidad.

               Ingresé en ella, en seguimiento de esta caritativa fundadora, a fines de abril del año 1640, en la mencionada casa de su congregación de Lyon, por haberme prometido al recibirme de manos del señor Bély, mi padre, en Aviñón, según mis deseos, que me revestiría con la santa librea de la orden del Verbo Encarnado en cuanto tuviera la edad requerida para ello, pues aun no tenía seis años. Gracias a su generosa bondad, ella cumplió su palabra el 30 de mayo de 1649, regalándome el nombre de Jeanne de Jesús, el cual añadió al de Lucrèce de Bély, sin tener en cuenta mi indignidad e incapacidad, sino únicamente el deseo que tenía yo de ser muy fiel y agradecida al Verbo Encarnado, su esposo, al cual me consagró para que también fuera mío.

               Él ha observado una conducta particular sobre mi indigna persona, por permitir que permaneciera algunos años en los cuatro primeros conventos de su instituto, que fundó esta virtuosa madre en honor de este amable Salvador. También (permitió) que ella me favoreciera con su confianza particular, hasta el punto de ocuparme como secretaria suya en nuestro monasterio de París, cuando la antigua se encontraba ausente, para servir a la congregación en la que esta joven fue recibida a los quince años de su edad. Ella fue una de las diez primeras que emitieron los votos de estabilidad en la orden en 1655, así como de proseguir su establecimiento.

               También tuvo la dicha de asistir a la fundación del primer convento, habiendo tenido el consuelo de acompañar a nuestra digna madre en los viajes de Aviñón, Grenoble y París, lo mismo que a Lyon, donde había pronunciado los votos antes mencionados.

               El cielo ha permitido que me encuentre por quinta vez, después de mucho tiempo cerca de seis años en que la divina Providencia me hizo descender con tres de nuestras hermanas de París, para los asuntos que menciono en otra parte (Al presente) mi pluma puede dedicarse holgadamente a comentar temas espirituales, que son más satisfactorios para ella que las actividades de que tuvo que ocuparse en París para defender los intereses de la pobre casa desolada, a la que los vientos tempestuosos de una violenta y prolongada persecución terminaron por derribar. Nosotras fuimos echadas fuera de ella por haber querido mantener nuestros estatutos en (toda) su pureza frente a la ambición de una religiosa Agustina, que deseaba mandar ahí de por vida.

Capítulo 9 - Caricias que me prodigó la santa Trinidad durante el viaje de Lyon a París. Inefables favores del cielo cuando la tierra me abandonaba. 1628

    [125] Al estar en Orleáns vi que toda la Trinidad me acogía y atraía dulce y fuertemente hacia ella. El Padre, acariciándome, me hacía ver cómo se complacía en abrigarme en su seno junto con mi divino esposo, que se encontraba en él como en su cámara nupcial. Este divino Padre, por un afecto admirable, cuidaba de preparar esposas a su Hijo y encauzarlas hacia el amor a la virginidad, cuya corona es el Hijo, pues estas esposas virginales son coronadas el día de sus bodas. Fue con referencia a la virginidad que Jesucristo dijo: Quien pueda entender, que entienda (Mt_19_12).

    Comprendí que, estando en el seno del divino Padre, debía regocijarme divinamente, por ser él el todopoderoso y que, si le era fiel, nadie sería capaz de quitármelo; que el Verbo Encarnado se complacía en acariciarme allí como en su deleitable y mullido lecho, por ser la corona de las vírgenes.

    Se me dijo que el que va a la cabeza de los mártires me invitaba con su ejemplo, me fortalecía con su gracia y me iluminaba con su luz; que deseaba hacerme mártir del amor para volverme, si no digna, al menos no tan indigna del glorioso título de esposa suya, participando en sus sufrimientos por medio de deseos amorosos de sufrir por su amor. Este divino amor me dijo que el Espíritu que recibió de él su esencia me enseñaría los misterios divinos; que este docto Espíritu instruye a los doctores de la Iglesia, de la cual es esposo, y a la que comunica estos dones de muchas maneras, enseñándoles sus secretos. El es comunicado mediante la inspiración, para explicar las Escrituras, descubriendo su sentido a los apóstoles, a quienes concede la inteligencia de las mismas, después de lo cual les confiere su misión mediante el valor para llevar la palabra, que es el Verbo, a todo el mundo, verificando así la profecía de David: Por toda la tierra corre su sonido, y hasta los confines del orbe sus palabras (Sal_18_5). Este Espíritu, que aceptó de buena gana ser mi nodriza para alimentarme con el pecho del Padre, que es el Verbo, me dio a entender que me sustentaba con la leche de la sabiduría que daba a los doctores, sin exigirme el trabajo que reclamaba de ellos, pues me trataba como a su hija pequeña y [126] delicada por medio de deliciosas infusiones, dándome el pecho en la boca; que su amor lo impulsaba a darme su leche en abundancia, lo cual me ocasionaba eructos sagrados que no eran signos de un recargo de alimento corruptible, sino de una plenitud de espíritu, de agua de vida que es fuego y fuente viva y poderosa que produce ríos de vida eterna en los corazones de quienes él toma posesión, transformándolos en tronos de la Trinidad en toda su integridad.

    Seguí escuchando que tenía demasiada experiencia de la bondad de esta adorable sociedad, la cual, por un exceso de amor, me había dicho que era como un cielo inclinado sobre la tierra para hacerme morar en él con menos trabajo porque, sin esta compañía, me vería en un destierro que me parecería insoportable. Que si había yo tenido necesidad de su inhabitación en mi alma cuando todavía me encontraba en casa de mi padre en un continuo retiro, esa permanencia me era más necesaria aún al dirigirme a París para sufrir ahí lo que no hubiera podido resistir sin su admirable asistencia.

    Pedí entonces a los ángeles, a los hombres, a la Sma. Virgen y a la humanidad sagrada, le dieran gracias; y a esta misma Trinidad, de alabarse a sí misma con digno loor, diciendo: Gloria al Padre, etc.

    Tenía gran confianza en este Dios trino y uno, el cual me favoreció indeciblemente todo el tiempo que estuve en París, donde tuve grandes contradicciones; sin embargo, los consuelos divinos fueron tan admirables, que me parece debí morir a causa de la afluencia de las delicias celestiales. Mientras que, delante de los hombres, parecía abandonada de todos, la divina providencia multiplicaba su ciencia en mí a una con sus caricias, como si sólo tuviese a mí a quien acariciar. Aunque los hombres me habían desamparado, no sentí temor alguno a mis enemigos, pues el Señor era mi auxilio. ¿Qué podían hacerme las personas? Llegó al cabo de sus designios por su poderosa bondad.

Capítulo 10 - Santo Tomas de Aquino se me apareció mientras meditaba yo en la inmaculada concepción de la Virgen, estando de acuerdo con los sentimientos que el Espíritu Santo me inspiraba en ese tiempo. 1630

    [129] Al estar en París paseándome por un bosque contiguo a un jardín, meditaba yo sobre la concepción inmaculada de la Virgen y en cómo se afirmaba que Santo Tomás había enseñado lo contrario. Admirada de que Dios hubiese permitido a este gran doctor tener una opinión que restara honor a la Virgen, experimenté un gran resentimiento. De repente, el santo se me apareció mostrando un rostro sonriente, pareciendo querer congraciarse conmigo y aprobar mi manera de pensar. Me contempló largo tiempo con una dulce sonrisa, la cual me mostró que aprobaba de buen grado que mi pensamiento rebasara con creces las injusticias contra la Virgen, madre del Verbo Encarnado, por vivir en un siglo en el que Dios esclarecía el conocimiento y privilegios de su madre, elevando mi alma de claridad en claridad por medio de su divino Espíritu, el cual aprobaba lo que yo escribía sobre su esposa, así como el Verbo Encarnado aprobó lo que el santo escribió sobre él.

    Este santo doctor, al aprobar mis pensamientos, parecía hacerme saber que le había causado un grandísimo placer y que, no podía afligirse a causa de lo que no llegó a conocer en su tiempo, debido a que aún no había llegado la hora en la que Dios quería manifestar este misterio. Sin embargo, le llenaba de alegría el que en mis tiempos hubiese sonado esta hora en la que el Dios de bondad quiso complacerse en declarar esta maravilla a una jovencita, a fin de verificar el dicho del apóstol: que Dios eligió a los débiles para confundir a los fuertes, llamando a aquella que no estudió y que se tenía por ignorante, para destruir a los que piensan ser algo por la suficiencia en los estudios, mediante los cuales los hombres se glorían de su ciencia y se inflan de vanidad. Dios los priva de su sabiduría. Los que aúnan la caridad y la ciencia, edifican a las almas.

    Este grande y humildísimo santo me reveló que en el cielo los bienaventurados no pueden contristarse a causa de lo que [130] ignoraron, y que se alegran cuando Dios lo manifiesta a quienes todavía se encuentran en camino. Ni el disgusto ni la tristeza los pueden afectar, pero sí la caridad y el gozo, los cuales pueden ocasionarles nuevas delicias de un modo accidental. Ellos son miembros gloriosos del Salvador, que se alegran ante el acrecentamiento de luz y de gracia de quienes pertenecen a los rangos de la iglesia militante, con los que están unidos mediante la caridad. Por ser Jesucristo la cabeza de los hombres, de los ángeles y del cuerpo místico, se complace en ver cómo los del cielo y de la tierra se congratulan ante su gloria y su gracia, sea en este camino, sea al llegar a su fin.

    Este santo desapareció dejándome colmada de alegría y confirmada en la creencia de la inmaculada concepción de la Virgen, en cuyo honor estaría dispuesta a morir. Me causó un gozo inmenso el pensar que su Santidad el Papa nos concedió indulgencia plenaria en este día, en la bula que nos concedió primeramente para París y después para Lyon.

    El día de Santo Tomás, en 1636, al pensar en las grandezas de este santo, y en la opinión que tienen los religiosos de su orden, lo cual me siguió causando pena, recordé la visión mencionada que tuve en París y escuché estas palabras del capítulo 12 de Daniel: Tú, ¡Oh Daniel!, ten guardadas estas palabras y sella el libro hasta el tiempo señalado; muchos le recorrerán, y sacarán de él mucha ciencia (Dn_12_4). Dios había mantenido oculto este conocimiento hasta el último siglo, y la Providencia, por justas razones, no lo declaró al gran doctor, complaciéndose en manifestarlo, en el presente, a una pequeñuela, porque así le plugo, ya que es un espejo voluntario y un oráculo libre.

    En otra ocasión, dije a la Santísima Virgen con filial confianza: Santísima Virgen, ¿Podrías perdonar mi osadía al preguntarte por qué permitiste que tu hijo Santo Tomás ignorase tu Inmaculada Concepción, y que esto fuera un motivo para que todos los de su orden, que tanto te aman, se opusieran a ella? Esta buena madre, queriendo satisfacerme de algún modo y para no incriminar a sus hijos me hizo escuchar:

    Hija, he recibido tantas rosas de Domingo, que tolero sin dificultad esta espina de Tomás y todos sus seguidores, sin ofenderme ante lo que [131] piensan de mi Inmaculada Concepción. Aguardo el momento que se lo revelaré abiertamente. Hija mía ,para recompensarte por el cariño con que apoyas esta verdad, he hecho aprobar la orden del Verbo Encarnado según la promesa que recibiste en el año 1615, precisamente el día en que se celebraba la fiesta de mi Inmaculada Concepción.

Capítulo 11 - Dios protege y consuela a los que sufren por su amor. 12 de noviembre de 1641.

    [133] Esta mañana del 12 de noviembre de 1641, supe que algunas personas de alto rango se disgustaron mucho al enterarse de las gracias que la divina bondad me ha concedido, las cuales, con gran sencillez, que podría considerarse imprudente, di a conocer tan fácilmente, que me desestimaron al grado de decir que estoy loca.

    Por esta razón, quise humillarme delante de Dios acusándome de esta imprudencia, que podría hacer aparecer como ridículos sus favores en los espíritus que juzgan según la prudencia humana, y enfurecer a los que quisieran verme cubierta de confusión y de desprecio. [134] Cuanto más trataba de culparme, tanto más este Dios bendito me disculpaba, diciendo: Bienaventurados los que no se escandalicen por causa tuya.

    El colmó mi espíritu de delicias, hasta verme transportada de alegría. Yo decía que me contentaría con que se me cortara la cabeza por el Verbo, y que mi corazón saltaba de alegría con sólo pensar que se afirmaba que estaba loca. En el mismo instante, vi un altar bajo el cual se encontraban personas que habían sido degolladas para dar testimonio o confesión del Verbo Encarnado, las cuales seguían vivas después de ser decapitadas porque el Verbo de Dios les había infundido nueva vida.

    No me entretuve con esta visión, pero hoy me dijo su amor en la santa mesa: Hija mía, recuerdas el altar que viste ayer y las personas que tenían la cabeza cortada. Tú eres de este número, no exterior o físicamente, sino en lo moral. [135] ¿Aceptas que se te llame loca? ¡Sí, mi Señor, y experimento con ello un gozo grandísimo en cuanto pienso en ello! Te decapitan al llamarte loca, lo cual no es un martirio cruento, pero ciertamente muy duro para un espíritu que amaría tener una reputación de cordura, afecto del que tú careces. Me alegra el verte contenta cuando otros te han apenado por haber hablado de mis verdades y de las visiones que te he comunicado. Yo soy la visión beatífica; por haber confesado que soy Hijo de Dios, los mártires perdieron su vida física. A tu vez, no te aflige perder toda la estima de los hombres por causa mía; al contrario, te llena de gozo. Todo coopera en bien de los que me aman. Tú lo comprobarás, hija mía.

Capítulo 12 - Santo Domingo ofreció rosas a la santa Virgen, y santo Tomás espinas. San Dionisio la contempló purísima y libre de toda mancha, 8 de diciembre De 1631.

    [137] El día de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen, al ponderar en la afirmación de que Santo Tomás había sostenido la opinión contraria, y que, sin embargo, el Hijo de Dios había aprobado sus escritos por un milagro tan señalado, comprendí que estas palabras: Tomás escribió bien de mí; contenían una limitación. Jesucristo aprobó lo que Santo Tomás dijo de él, pero no lo que toca a la concepción de su gloriosa madre, que es inmaculada en sí misma y en su concepción; y que no había aprobado lo escrito sobre otras materias, pues de otro modo jamás hubiera sido lícito disentir de la opinión de este doctor. [138] Sintiéndome todavía insatisfecha, me quejé a la Virgen madre por haber permitido que esta opinión, tan poco honrosa para ella, fuera defendida con tanto ardor en una Orden consagrada del todo a su servicio. En ese momento la Virgen madre tuvo a bien hacérseme visible, manifestándome benignamente que sufría esta espina de Tomás porque Domingo le había dado y ofrecido tantas rosas.

    Mi divino amor, tomando entonces el partido de su santa madre, me mandó consultar, en favor de esta augusta reina de su divino corazón, a san Dionisio, de quien Santo Tomás confesó ser discípulo, por cuya mediación, en su calidad de doctor jerárquico, nos reveló tantos misterios ocultos. Prosiguió diciéndome que el mismo nombre de Dionisio significa la lluvia y el rocío de Dios, pues el rocío de la doctrina divina nos es comunicada por su boca sagrada y por sus misteriosos secretos, y al cual me concedió para ser mi maestro y doctor en la ciencia de la [139] teología mística, así como a san Jerónimo en la inteligencia de las Escrituras.

    Me vino a la mente que este santo, al contemplar a la santa Virgen en varias ocasiones, quedó tan sobrecogido ante su majestad, que si la fe no le hubiera enseñado que era una mujer y una pura criatura, la habría adorado como a una deidad: tan deslumbradores eran los rasgos e improntas que la divinidad, a la que había recibido en su seno, había grabado en ella.

    Escuché: Si este mismo santo, al tratar de los ángeles, no hubiera reconocido con sutileza sus jerarquías, sus órdenes y sus acciones jerárquicas, podrías pensar que consideraría en esta Virgen divina una falta de conocimiento y distinción entre Dios y las criaturas. Admira, sin embargo, cómo estos esclarecidos entendimientos son purificados, iluminados y perfeccionados, así como las comunicaciones de los primeros a los de en medio, y de éstos a los inferiores. El habla altamente de estos órdenes y jerarquía s: cómo se acrisolan, ilustran y perfeccionan mediante el orden y conexión admirables que existen entre la diversidad de sus rangos.

    [140] Jamás advirtió purgación en la Virgen. Si la hubiera vislumbrado, la habría considerado bien alejada de la divinidad y nunca hubiera estado indeciso para rendirle la adoración debida a la majestad de Dios. Si hubiese advertido en ella impureza alguna, no sólo a la manera de los ángeles, cuyas purificaciones conocía, sino lo que es más, de la culpa original, aunque borrada, no se la hubiera Dios mostrado toda pura, sin rastro de mácula.

    Vio a la Virgen como un bello témpano de cristal, sin imperfección alguna, recibiendo sobre sí y en sí, aunque con esta diferencia: nuestros espejos reflejan al sol, pero sin unirse a él ni formar un solo cuerpo con él. Cuando la luz es intensa, sólo percibimos los rayos del sol que refleja el espejo, y no a éste, que se oculta a nuestros ojos y los deslumbra con el resplandor más intenso del sol, que encubre al espejo y al cristal que lo recibe.

    [141] La Virgen recibió de tal manera al sol de la divinidad del Verbo, que se hizo una con esta luz de manera mística y supereminente. El Verbo es un sol que es, a su vez, una emanación sustancial del Padre y una luz de la luz. El no sólo representa al Padre, sino que es la imagen natural y el carácter sustancial, pero conservando su identidad.

    De igual manera, la Virgen, con cierta ventaja y proporción, aunque infinitamente distante, se convirtió ella misma en sol a través de las divinas irradiaciones, como jamás fueron comunicadas a ninguna otra criatura. No sólo vemos al cielo en este espejo, sino que, favorecidos por el mismo sol, los espíritus esclarecidos como san Dionisio lo contemplaron, sin tacha y libre de impurezas, apareciendo como otro sol en medio de la luz que lo revestía sin ocultarlo.

    De esta contemplación resultó que san Dionisio estuvo a punto de adorarla como una deidad o un sol divino, lo cual jamás [142] le sucedió en la consideración y conocimiento de los ángeles, aun tratándose de luces y conocimientos intelectuales y de espíritus puros, siendo Dios la primera inteligencia y una esencia purísima, soberanamente abstracta, como escribe san Dionisio.

    Del discurso anterior se puede conocer que este santo observó en la Virgen una mayor pureza, una luz más brillante y una perfección más sublime que en los ángeles, lo cual lo sumergió en una sensación de admiración y percepción de la majestad de la madre de Dios, lo cual no puede coexistir con la inmundicia del pecado original.

    Mi divino Amor prosiguió enseñándome de qué manera pudo darse la concepción sin mancha, diciéndome que había hecho realidad lo que anunció David: Tú que das firmeza a los montes con tu poder, ceñido de potencia (Sal_64_6). Estos montes son san Joaquín y Santa Ana, a quienes él preparó desde la eternidad. Se ciñó de su poder, impidiendo divinamente la impureza que hubiera resultado en esta concepción, para impedir que salpicara a la Virgen, la cual era su sangre, que jamás vio en si, [143] ni delante de si, corrupción alguna. No consentirás que tu Santo vea corrupción (Sal_15_10).

    La hiciste participar, desde el momento de su concepción, de los caminos de la paz; tu diestra la recibió con rostro amoroso, por serte agradabilísima en el tiempo y en la eternidad. A ella destinaste incomparables deleites en el trono de gloria cuando la hiciste sentarse a tu derecha como reina y soberana emperatriz de la humanidad y de los ángeles, y madre augusta tuya, para cuya gloria te complaciste en ser el humilde súbdito de su augusto y amoroso imperio.

 Capítulo 13 - Aguinaldos que se dieron el Salvador y su santa madre, que fueron sus pechos colmados de leche admirable en dulzura; el título de Verbo Encarnado para la Orden

    [145] El último día del año 1631, estando en París, fui elevada en espíritu. Mi divino enamorado me comunicó que me daría aguinaldos deliciosos: la Virgen madre me mostró sus pechos, ofreciéndomelos con gran demostración de amor maternal para nutrirme con ellos, ordenándome que me acercara y recibiera la leche de sus sagrados senos, que estaban colmados por el cielo.

    Al punto sentí en espíritu que no debía ya envidiar esta dicha a san Bernardo, pues lo que él recibió tal vez en forma sensible, sucedía en mí de manera intelectual que no aportaba provecho ni dulzura a mi alma, lo cual experimentaba con un contento indecible que es imposible expresar. Después de haber recibido esta gracia tan inmerecida e inestimable, se me ordenó tomar un gran libro, como al profeta Isaías, y escribir con pluma humana las maravillas con las cuales Dios deseaba instruirme, que eran los anhelos de su amor de hacerse hombre y Verbo anonadado: Destrucción y disminución hará el Señor Dios de los ejércitos en toda la tierra (Is_10_23); y san Pablo: Porque en su justicia reducir su pueblo a un corto número; el Señor hará una rebaja sobre la tierra, como predijo Isaías (Rm_9_28).

    Este Verbo es la semilla divina y el Hijo único de Dios, que quiso hacerse hijo del hombre. En él la Virgen nos dio el germen bendito que el Santo Espíritu sembró en su seno virginal, que es el medio de la tierra. Mientras que esta raíz de Jesé germinaba al Justo y la virtud del Altísimo cubría y daba sombra a la Virgen, esta estrella de Jacob se elevaba en el horizonte del entendimiento de aquella que era un firmamento y una aurora que [146] debía engendrar a este sol, el cual ella deseaba transmitirme para reproducirlo en estos últimos siglos, haciendo una extensión de su Encarnación. El cielo y la tierra serían testigos del don que ella me concedía, para que escribiera yo con la pluma de un Dios amoroso que se había hecho hombre por amor a la humanidad, convirtiéndose en Emmanuel: Dios con nosotros (Mt_1_23); que ella me ofrecía sus pechos para nutrirme con esta leche sagrada que hacía las delicias del rey de reyes.

    Al succionar sus divinos senos, él encontraba en ellos manteca y miel. Al gustarlos aprobó la bondad de su madre y reconoció la malicia de los pecadores, que fueron causa de la espada que esta Virgen recibió según la profecía de Simeón. Y es que el Salvador debía morir a causa de los pecados de los hombres. Por ello, cada vez que este niño sorbía los sagrados pechos, la Virgen recordaba que él debía ser la ruina de aquellos que contradecían las voluntades de su divino Padre, ofendiendo a su Majestad y cometiendo un deicidio al hacer morir a este Hombre-Dios. Esta Virgen era, con antelación, traspasada por la espada del temor, que hubiera sido mortal si su hijo no hubiera conservado dos contrarios en un mismo sujeto: lo dulce y lo amargo, y la vida a pesar de las aprehensiones de la muerte.

    Esta caritativa madre, al ofrecerme sus pechos, no me hizo sentir sus penas sino sus deleites, asegurándome que este niño, por estar ya resucitado, ya no podía morir; que no me atribulase ante estos temores, y que pusiera por escrito las intenciones de su amor, que lo había hecho tratable como un niño que es la dulzura misma y que diera a conocer que él deseaba extender su Encarnación.

    Prosiguió pidiéndome que me ofreciese a sus deseos de ser nuevamente su madre para engendrarlo en la Iglesia y en las almas; que me hiciera pequeña para imitarlo y que ella me alimentaría junto con él del pecho de los reyes, diciéndome que yo tendría un camino de leche, porque mis escritos son una senda de ciencia que conduce al cielo con dulzura, la cual puede ser llamada vía láctea. Muchos serán conducidos por ella en medio de la abundancia de sus dulzuras, porque en todo esto se ha complacido el divino amor, cuyas divinas invenciones amorosas no dejo de saborear.

    Este divino niño me dijo que en nada temiera las contradicciones de los hombres; que pidiese al Papa el título de Verbo Encarnado como nombre de mi instituto, y que en éste tendría todo lo que había sido desde la eternidad y lo que seguiría siendo en el transcurso y duración de la infinitud, diciéndome además: La boca del Señor ha hablado (Is_58_16).

Capítulo 14 - San Pablo, convertido y elevado hasta el tercer cielo, es la magnificencia del Salvador.

    [149] Después de la comunión, me vi elevada hasta el paraíso en compañía de san Pablo, cuya fiesta era solemnizada. Contemplé allí el esplendor de la gloria de Dios y las grandezas de este apóstol, que formaba parte de la magnificencia de Jesucristo, el cual aparecía grande y magnífico en san Pablo, por cuya causa tuvo a bien descender después de su Ascensión.

    Los demás apóstoles fueron llamados por el Salvador cuando aún estaba en la tierra, pasible y mortal; sin embargo, cuando llamó a san Pablo era ya inmortal y glorioso. Todas las circunstancias de esta vocación la tornan magnífica. Se vio rodeado de una luz celestial a la hora del medio día, hora en la que Dios se paseaba en el paraíso terrenal; tres ángeles visitaron a Abraham a la hora del zenit. El sol, en esta hora, alcanza su mayor intensidad; hora que parece estar destinada para la realización de misterios deslumbradores, en que el fervor animar al amor.

    Escuché el octavo salmo, explicado a favor de san Pablo: Señor, Dios nuestro, cuan admirable es tu nombre en toda la tierra (Sal_8_1). San Pablo: ¡qué manera de mostrar, mediante su conversión y su vida, la grandeza del nombre de Jesús, el cual llevó a toda la tierra como un vaso de elección y dilección, escogido por una soberana benevolencia de Dios hacia él, para ejercer tan noble ministerio!

    San Pablo hizo ver la magnificencia del Salvador, que parecía estar oculta en los cielos, la cual se manifestó a través de las gracias que concedió a su encarnizado perseguidor; favores y dones que san Pablo hizo repercutir en su fuente y remontar hasta el seno de su autor, confesando que él no poseía cosa alguna si no era por la gracia y liberalidad de Jesucristo, el cual previene nuestras obras.

    La boca de los niños que maman la dulzura de su pecho es en verdad la que rinde al Señor su alabanza, el cual destruye y arruina a sus enemigos por medio de sus débiles manos. Como san Pablo llegó a ser como un niño pequeño, dócil y obediente al Salvador, a cuyo pecho estuvo siempre adherido, alimentándose sólo con esta leche, fue ésta la que derramó en lugar de sangre al ser decapitado. Reconocía enteramente su debilidad cuando decía que si era algo, se debía al poder de la gracia: Por la gracia de Dios soy lo que soy (1Co_15_10). A pesar de ello, luchó contra las potencias de las tinieblas y los príncipes [150] del mundo, venciéndolos, como él mismo confesó. El Salvador lo elevó tan alto, que todo lo puso bajo sus pies, aun cuando este gran apóstol desafió a los ángeles, a los que esperaba poder juzgar un día.

    Podría parecer que hurgó hasta en los tesoros de la ciencia y sabiduría divinas, que encontró ocultas en el seno de la humanidad de Jesucristo, lo mismo que en el de su divinidad durante sus éxtasis, los cuales lo llevaron a tal altura, que le descubrieron los secretos tan admirables que no pudo explicarnos.

    ¡Quién podría explicar la unión que tuvo con Jesús, su maestro, su amor y su todo! El lobo rapaz arrebató santamente al cordero que es adorado por todos los santos, coligual al divino Padre y al Espíritu Santo. Jesús es la flor de la viña contraria a la malicia de la serpiente antigua, que incitaba a san Pablo a perseguir, no sólo a los hombres, sino a las mujeres, a las que deseaba encadenar y arrancar por fuerza de manos del Salvador, germen virginal de la admirable mujer que aplastó la cabeza de la serpiente infernal.

    El divino Cordero convirtió a su perseguidor: Jesús lo rodeó de luz en el medio día de su ferviente amor, con el cual lo abrasó, de suerte que fulminó anatemas contra todos aquellos que no sienten llamas amorosas hacia tan amable objeto, llegado al extremo de desear ser anatema él mismo para atraer a su amor a sus hermanos. ¡Ah, qué exceso de amor el de este Benjamín, que fue llevado por el exceso de su entendimiento al conocimiento de la sublimidad del poder de Dios! Es a él a quien cumplimentan los príncipes de Judá por tanta felicidad. Es éste el Apóstol que llamó a los gentiles a participar de sus favores.

    Como me invitara a participar en ellos, exhortándome a prepararme para ser otro vaso de elección y dilección, a pesar de que en otro tiempo prohibió a nuestro sexo enseñar en la Iglesia, me dio a entender que de ninguna manera prohibió que hablásemos de las cosas de Dios en la conversación ordinaria y que tampoco puso límites a las mociones del Espíritu Santo. En fin, mi alma fue tan altamente elevada junto con san Pablo, que ignoraba si estaba fuera de mi cuerpo o dentro de él. Esta elevación, que estoy bien segura me llevó a la gloria, hasta la diestra de Dios, es un favor y una gracia inefable. Después de haber contemplado el paraíso, me es imposible expresar hasta qué punto llegó a desagradarme la vida en este mortal peregrinar, sobre todo mientras duraron estas gracias.

    Al volver en mí, admiré la bondad del glorioso Salvador, que elevó a san Pablo hasta hacerlo formar parte de su magnificencia, convirtiéndolo en admiración de los ángel es por ser vaso admirable y obra del Altísimo, plena de [151] luz divina, la cual lo circundaba y penetraba transformándolo conforme a él, que es la imagen del divino Padre, y comunicándole sus perfecciones de manera muy sublime, ya que su divino Espíritu lo impulsó a afirmar que aquel a quien perseguía era el verdadero Mesías y Redentor de los hombres, que lo hicieron morir y a los cuales ofreció su perdón y salvación eterna .

Capítulo 15 - La adorable Trinidad es la fuente primera de toda vida religiosa y de todos los religiosos, 1632.

    [153] A la mayor gloria de Dios: todo lo que de Dios procede, conserva un orden. (Rm_13_1).

    Mi Dios y mi todo, ya que plugo a tu amor servirme de maestro y director, anotar‚ aquí lo que has tenido a bien enseñarme sobre el origen y excelencia del estado religioso.

    Te complació elevar mi espíritu hasta tu adorable Trinidad, fuente, prototipo y excelencia de todas las órdenes religiosas y de todos los religiosos, los cuales, por proceder de ti, deben retornar a ti, su principio y su fin.

    Me dijiste, Padre y santo amor mío: Hija, ¿quieres ver mi primera comunidad religiosa en su esencia y subsistencia; la orden divina y admirable de la que se derivan todas las órdenes? Contempla la persona del Padre comunicando su esencia a su Verbo por generación, y al Espíritu Santo por producción, el cual es el término inmenso e infinito y el guardián en la divinidad. El Padre es el general; el Hijo, el provincial. El Padre no es engendrado, sino que engendra. No es producido, sino que produce al Santo Espíritu. El Hijo es engendrado sólo por el Padre, junto con el cual produce en un solo principio al Espíritu Santo, que es el custodio, recibiendo su producción del Padre y del Hijo y terminando en si este orden divino, que es Dios mismo. El ha perdurado por toda la eternidad y permanecerá por toda una infinitud siempre poderoso, siempre sabio y siempre bueno.

    [154] El rango que existe en esta religión divina no es de superioridad y dependencia de una persona a la otra, sino de divina unidad y divina Trinidad; unidad de esencia y Trinidad de personas, las cuales poseen sus tres distintas hipóstasis. El Padre no es Hijo, ni el Hijo es Padre; el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo. Estas tres personas forman una divina sociedad, permaneciendo la una dentro de la otra en su circumincesión divina, con su inefable relación; clausura inmensa en su longitud sublimísima, en su altura infinita, en su fondo abismal, en su hondura. ¡Oh profundidad...! (Rm_11_33). Como este orden no se guarda por dependencia, sino por eminencia, los tres votos de castidad, pobreza y obediencia corresponderían aquí a las excelencias divinas, comunes y distintivas.

    El Padre, por tener su esencia, es ante todo Padre, pues tiene un Hijo; el Padre y el Hijo no anteceden al Espíritu Santo, que es una divina eternidad. Quien dice Padre, significa que existe un Hijo; quien dice Santo Espíritu, dice Espíritu común, que es el amor del Padre y del Hijo: un solo Dios que es espíritu y verdad, verdad increada, esencial, pura y simple, sin composición ni mezcla de materia o cosa creada. Para hablar de esta pureza y simplicidad divinas, es necesario eliminar todo lo que es creado, pues nada de lo que es participado es Dios y todo lo que es participado procede de Dios.

    Para hablar menos indignamente de Dios, es necesario que digamos que él no es todo lo que pueden comprender los ángeles y los hombres, sino aquel que es por esencia, un acto puro que es Dios riquísimo, pobreza que, por esencia y eminencia, constituye la riqueza divina, el reino de los cielos y el reino divino que es Dios. [155] Este divino Padre, fuente y origen de pureza y virginidad, al contemplarse a si mismo sin salir de si, engendra eterna y virginalmente a su Verbo, esplendor de su gloria, figura de su sustancia e imagen de su bondad, en la cual se expresa toda su virtud, la cual este divino Hijo le representa divina y virginalmente. Por medio de un amor común a este Padre y a este Hijo, el divino Santo Espíritu es producido, el cual abraza virginalmente al Padre y al Hijo. !Oh virginidad divina, oh ¡Oh fecundidad divina, oh pureza esencial!

    Lo que aquí es obediencia, es libertad divina y orden excelentísimo, que muestra la maravilla de maravillas. El Padre, como general, según lo que antes afirmo, no recibe su origen sino de él, que es origen y fuente en la divinidad, sin tener otro principio que él mismo. El es principio del Hijo y del Espíritu Santo; el Hijo es principio del Espíritu Santo junto con el Padre. Este Hijo es como el provincial, el cual considera a su Padre como su principio, y al Santo Espíritu como su producción, el cual es custodio de todas las perfecciones divinas que posee en la misma beatitud que el Padre y el Hijo. ¡Oh divino orden que jamás ser alterado!; tu rango es tu orden, oh Dios, y tu orden es perseverancia eterna: Según tus decretos, subsisten en todo tiempo, porque todas las cosas te sirven (Sal_118_91).

    El Padre, como general, envía a su Hijo, sin dependencia. El Hijo viene sin servilismo; [156] el Espíritu Santo lleva a cabo la obra de la Encarnación. El Hijo retorna al cielo y junto con su Padre envía al Espíritu Santo, el cual es amor sin barreras, libérrimo y deseoso de venir con la misma voluntad del Padre y el Hijo que lo envían. Oh fidelísima fidelidad, oh igualdad bien ordenada; procesión distintísima. Oh religión y religiosos sin semejanza en su eminencia, fuente de toda vida religiosa y de todos los religiosos angélicos y humanos.

    El gran san Dionisio habló muy bien de la excelencia de los ángeles y del Salvador, diciendo que en el cielo todos serán como los ángeles han querido ser mediante la operación de la gracia en la tierra. No hablar‚ de esto aquí, y si lo hago, es para afirmar que, a partir de su confirmación en gracia, permanecieron siempre constantes en su obediencia, según el dicho del apóstol, el cual desea que seamos religiosas como los ángeles, y que la vida religiosa de los ángeles signifique la pureza y la perseverancia que debemos profesar a la observancia del divino querer.

    Jesucristo, amor mío, dijiste que tu Padre es mayor que tú, y, en otro pasaje afirmaste que el que te ve a ti, ve también a tu Padre; que tú estás en él y él en ti, que todo lo que tienes es de él, y todo lo que él tiene es tuyo. Tú eres la soberana verdad y no puedes mentir. No debo extenderme y explicar estas palabras, por disponer de poco tiempo libre.

    He dicho que la Trinidad es la comunidad religiosa sin par, lo cual es una verdad incontestable. Declaro también que el Verbo Encarnado es todo lo que es en la Trinidad. Siendo Dios, eres también indivisible; el Padre y el Espíritu Santo son también inseparables, aunque distintos, de tu persona. Permanecen siempre en ti, así como tú permaneces en ellos. Toda la plenitud de la divinidad habita corporalmente en la humanidad, la cual no tiene otro apoyo, que el de tu divina persona. Esta es su bien y su gloria divina; sus acciones son su soporte, y a pesar de haber sido hechas humanamente, son de un mérito infinito, por ser teándricas.

    [157] Verbo divino, que vienes para forjarte una vida religiosa que represente la religión divina, has venido pobremente y por obediencia a tomar virginalmente un cuerpo y un alma, encerrándote en el claustro más pequeño que haya existido, si tomamos en cuenta la extensión exterior.

    Verbo eterno, te uniste en verdad al cuerpo que tomaste de María, y al alma que recibiste, al igual que el común de las almas; la diferencia está en que la tuya es impecable, lo mismo que el cuerpo. El alma y el cuerpo del Verbo debían tener esta pureza por naturaleza y por excelencia, a la manera en que este sagrado cuerpo fue concebido y esta alma infundida, así como para otros fines que no mencionar‚ aquí. Veo, pues, al Padre que te envía y a ti tomando este cuerpo y esta alma. Contemplo a dos que te revisten y a ti revistiéndote, obrando junto con ellos, para ser el único revestido de nuestra carne mortal.

    ¡Qué! Vienes a instituir una vida religiosa como y según aquella que has visto y contemplas en la divina Trinidad, en la cual y de la cual eres la segunda persona. Acudes a practicar una obediencia admirable, permaneciendo de pie detrás de la pared, atisbando por los resquicios de la ventana de los sentidos de la Virgen, la gota purísima de su sustancia que deseabas tomar, la cual no quisiste aceptar sino hasta después de que el largo discurso de su prudente humildad hubiera terminado, al decir al ángel para concluir su embajada: He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra. En el mismo instante, obedeciendo, mira en ti al Verbo Encarnado, con el que concurren el Padre y el Espíritu Santo.

    ¿Qué obediencia practicaste? Todo lo que te fue ordenado, momento a momento, por tu Padre. Aparte de los lazos de amistad y amor, los de las entrañas de tu madre Virgen te mantendrán ligado nueve meses completos sin permitirte salir. Su sustancia [158] ser tu alimento, así como lo es tu naturaleza. Tu subsistencia humana está anonadada a pesar de que posees la sustancia divina, pareciendo que te vales del apoyo de tu santa madre: a donde ella, te dejas conducir. Su respiración te da el aire; su vida es tu vida.

    ¡Ah, pobre Salvador! Vives de las limosnas que te da tu santa madre, a la cual san José alimenta con el sufrimiento de su trabajo. ¿Acaso no eres un pequeño Lázaro, que recibe las migajas y las gotas de la sustancia, del cuerpo y la sangre de tu querida madre? san José y tú, Virgen humilde, comparten su pan con aquel que, siendo Dios, es rico y liberalísimo. El colma a todos los animales con la abundancia de sus bendiciones. La inmensidad es encerrada en este claustro virginal. Virgen santa, al amar a tu hijo te conservas casta; al besarse ambos de corazón a corazón, eres pura y te abrasas interiormente en tus sagradas entrañas. Son dos vírgenes que producen en el corazón de san José sentimientos de pureza virginal. San José es el guardián de esta dichosa sociedad.

    Aquel que, sin estar sujeto al Padre eterno, se hizo hombre, se sometió a él y a su santa madre según el mandato que Dios le dio, y al que lo impulsó el amor. Jesucristo, Dios y hombre, Verbo Encarnado, en tu persona existe una admirable congregación religiosa: Verbo general, amado como provincial, que es guardián de toda la plenitud divina. En ti, Jesucristo, reside toda la plenitud al estar en las entrañas de tu santa madre. Contemplo esta excelente comunidad religiosa que duró treinta años con ella.

    ¿Qué prácticas de observancia religiosa de un novicio no habrás practicado? Si tu Padre te retiene en el templo, se te dice: [159] ¿Qué tienes que hace tres días te buscamos afligidos? si no expresabas tu obediencia al Padre, se podría haber creído que desobedecías a san José y a tu santa madre. Después de exponer con sencillez tu obediencia, regresaste para cumplir la voluntad de san José y de tu santa madre con una sumisión que amabas más que cualquier otra libertad. La aprovecharías delante de Dios y de los hombres hasta los treinta años, cuando hiciste una especie de profesión en el río Jordán, sometiéndote a san Juan Bautista, hijo de Zacarías, el gran sacerdote, al recibir de él el bautismo como tu Padre lo mandó, y donde él y el Espíritu Santo te dieron a conocer como auténtico profeso y novicio irreprensible, por haber cumplido siempre las órdenes del Padre eterno y sus divinas voluntades.

    El Espíritu Santo, en su calidad de guardián tuyo, te llevó después al desierto para ejercitarte en el ayuno y para ser tentado ahí, como si quisiera probar tu voluntad y tu virtud. ¡Ah, qué maravillas practicaste en el desierto! Tu ayuno y oración incomparable no pueden ser suficientemente admiradas. Pasaste todo el tiempo en oración con Dios, adquiriendo lo que te era esencialmente debido, distribuyendo a la parte inferior del alma y a tu sagrado cuerpo, según el mandato divino y tu sagrada economía, lo que juzgabas a propósito y como muy necesario. Llegó a parecer que no pensabas en atender la necesidad de tu cuerpo. Los demonios, tus enemigos, salieron de los infiernos para pedirte que tomaras el pan necesario a los hambrientos fatigados por el ayuno; no porque tuvieran deseos [160] de aliviarte, sino para causarte un grandísimo mal, deseando saber si eras el Hijo de Dios, a fin de impedir tu obra de redención, y para ver si podían tener algún ascendiente sobre el nuevo Adán.

    Pero el príncipe de los infiernos se engañó a causa de tu obediencia a los decretos divinos, teniendo que llevarte a la muerte después de misionar tres años junto con tus apóstoles. Quisiste consagrar tu cuerpo y tu alma santa en un holocausto perfecto sobre el Calvario, y antes de hacerlo público y cruento, lo entregaste impasible, aunque aún eras mortal, en la Cena, estableciendo la última orden en la tierra, en la cual está el más reducido de todos los demás mortales. Es en la institución del divino Sacramento donde eres orden religiosa y religioso más estrechamente aún que en el seno virginal de tu santa madre. Te encuentras como en estado de muerte en este sacramento, como un cordero sacrificado con tus sagradas llagas, reducido y careciendo de tu extensión local, teniendo ojos y no viendo, oídos y no oyendo, lo mismo que los otros sentidos. Tu santa alma no actúa más por medio de sus sentidos. Conservas tu verdadero cuerpo a manera de espíritu, y así ser hasta el fin del mundo.

    ¡Oh Dios inmenso! ¡Qué claustro tan reducido: un fragmento puede contenerte! Por tu voluntad, un pequeño estómago te delimita; un corazón cerrado te niega hospedaje; con frecuencia solitario y ¡ay! en demasiadas ocasiones, se encuentra en tu lugar tu enemigo, de donde te expulsa si en él eres el primero. Si todavía fueras mortal, qué sufrimiento, aunque no seamos menos culpables de él.

    ¿Cuál es tu castidad? Es tal, que, siendo verdadero cuerpo y verdadera sangre, existes, como ya lo expresé, pura y espiritualmente, [161] espiritual y virginalmente. La carne no aporta nada a los sensuales e impuros, si no es para purificarlos, ya que esta carne es trigo de los elegidos, y tu sangre el vino que engendra vírgenes.

    Tu pobreza se reduce a un fragmento que apenas puede percibirse, siendo únicamente la sombra o el accidente que te oculta. Cuanta necesidad te haríamos pasar si fueras capaz de sufrir. Serías siempre el pobre Lázaro llagado y macilento, a la puerta de nuestros corazones, mendigando una migaja de nuestro recuerdo o compasión. Nuestros ingratos corazones te las rehusarían con frecuencia, y te echarían a los perros rabiosos de nuestras pasiones para acrecentar tus males y arrojarte fuera del todo. Después de sufrir algo semejante, los ángeles llevaron a Lázaro al seno de Abraham, pero los hombres, peores que los demonios, te llevan al antro de los hechiceros.

    He aquí la más incomparable obediencia que jamás haya resplandecido ni resplandecer. Cualquier sacerdote puede hacerte descender donde le plazca si dispone de pan y vino; y cuando lo desee, aun al antro mismo de la superstición, como ya lo dije. ¡Oh, amor mío, qué exceso de obediencia! Permaneces en cualquier lugar hasta que las especies son consumadas, aun en el cuerpo de las bestias o cuando los pecadores se comportan hacia ti peor que los judíos, los paganos y los herejes.

    Qué más te hacen los malos cristianos, tú lo sabes, lo ves y lo sufres. El amor es lo que te ha llevado a hacer todo lo que escribo, y todo lo que ni los ángeles y ni la humanidad entera podrían explicar. Tú mismo, que eres la palabra del Padre, has querido explicármelo con claridad diciendo: Tanto amó Dios al mundo, etc. (Jn_3_16), hasta dar a su propio Hijo para salvar a ese [162] mundo, sin explicar la inmensidad de los sufrimientos que tienes que soportar.

    Mi divino amor, tú me has ayudado a entender que las palabras del profeta Isaías son verdaderas, es decir, que las cosas que tienen primacía en la intención de tu sabia bondad, deben perdurar hasta el fin de los siglos, así como enviaste a todos los patriarcas y profetas, con sus figuras y profecías, hablando por medio de ellos de diversas maneras y dando la ley escrita a aquel que predijo que de la raza judía saldría el Mesías, el cual fue en la tierra el Hijo único, el Verbo de Dios.

    El apóstol dice que Dios nos habló por medio de él, y toda la Iglesia cree en él como verdad divina y fundamento de la vida religiosa en el cielo y en la tierra, ante el cual el Padre eterno ha querido que los ángeles en el cielo, desde el momento en que fueron creados, doblaran las rodillas; más tarde, habiéndolo enviado y hecho reconocer aun más en la tierra, lo proclamó como su Hijo amado, diciendo que en él tenía sus complacencias, y que recibiéramos de labios de este Hijo sus voluntades, para cumplirlas e imitar a este divino y amabilísimo Verbo Encarnado.

    Ahora bien, entre todos y todas aquellas que deben escuchar e imitar al Verbo Encarnado, se encuentran las que son llamadas para servirlo en el instituto antiguo y nuevo que al presente promueve en la tierra. Antiguo, porque fue el primero de todas las disposiciones o designios del Padre: los ángeles en el cielo, la creación, los apóstoles en la plenitud de los tiempos, todos hicieron profesión solemne de ser servidores y servidoras, adoradores y adoratrices del Verbo Encarnado, con quien están el Padre y el Espíritu Santo, un Dios en tres personas, [163] que reconocen a Jesucristo como Dios y hombre verdadero, Salvador y Redentor nuestro; legislador bueno y verdadero hacia nosotros; nuestro capitán y nuestro todo.

    Así como eligió a doce apóstoles como fundamento de sus designios, cuando apareció visiblemente, siendo él mismo el primero y único fundamento en su calidad de Verbo Encarnado, Dios y hombre, solo mediador y redentor, ha querido escoger al presente a doce jóvenes para que practiquen en el claustro lo que se hacía en los comienzos de la Iglesia primitiva. Si estas jóvenes son fieles a su vocación, él las enviar, aunque encerradas en sus claustros, a lugares donde gloria las trasladar a trabajar por la salvación de las almas.

    El les dice de un modo especial: "Sean perfectas y santas como yo soy santo". Así como mi Padre me ha enviado, yo las envío para que lo complazcan. El me envió a un claustro virginal, donde permanecí todo el tiempo que él destinó para mí, después de lo cual, como verdadero religioso, fui un verdadero novicio por espacio de treinta años, obedeciendo a san José y a mi santa madre con toda perfección.

    Hice mi profesión en el Jordán, en presencia de la santa Trinidad y de Juan Bautista, mi precursor. Aunque fui escogido como superior, por resolución divina, humana y también de los ángeles, me hice inferior a toda criatura, anonadándome; toda mi vida mortal no fue sino humillación y abajamiento. Ahora que poseo una vida inmortal, he deseado dar a conocer que mi amor es más fuerte que la muerte, y a pesar de estar glorioso en el cielo, he querido permanecer en el divino sacramento como muerto, estando vivo, para ser ejemplo y cabeza de todos los mortales y por muchas otras razones, en especial para ser la forma y el fin hacia donde deben orientarse todos los religiosos y religiosas que son, mediante un título singular de mi Providencia, mis discípulos, mis hijas y mis esposas. [164] Ellas deben ser recipientes unidos a la fuente que soy yo y mi santa madre; y así como mi Padre es el manantial de origen en la divina Trinidad, mi santa madre lo es en la humanidad.

    Yo soy la fuente abundante y viva de la divinidad, que produce al Santo Espíritu, que es Dios conmigo y mi Padre. Deseo, en unión con mi santa madre, producir cristóforas que consideren a esta digna madre como un prodigio celeste en el rango de mi Instituto.

    El día de san Ignacio mártir, la petición que solicita el establecimiento de mi orden a mi Vicario Urbano VIII, le fue presentada en este día del año 1631. Un año después, fue expedida en un día semejante mediante la aprobación que hizo de ella mi Vicario. Es necesario también que mis hijas, que son y serán recibidas en la congregación de mi Orden, que lleva el nombre de Verbo Encarnado, se inmolen para mi gloria e imiten el fervor de este santo mártir, lleno de amor por mí, y que sean trigo mío. Como este día de su martirio y de su muerte, es, además, la víspera de la triple fiesta de la Purificación, la Candelaria y mi presentación al Templo, mis hijas no deben dejar de purificarse de nuevo a imitación de la Virgen, mi madre purísima, la cual, toda inmaculada como es, no dejó de presentarse para obedecer la ley, a pesar de que hubiera podido dispensarse de ella por ser virgen. Deben, además, ser luminosas mediante la práctica de las virtudes cristianas y religiosas, como lo exige su calidad [165] de hijas del Verbo Encarnado, la cual no se puede valorar y estimar suficientemente por ser tan eminente, pero que las obliga a una profunda y continua humildad.

    Cuando vine al mundo por vez primera, las tinieblas no me comprendieron. Deseo que ellas, mis religiosas, sean hijas de la luz para recibirme en ellas, que deben ser una continua presentación a mi divino Padre, apoyadas en mí por amor. Así como mi humanidad dejó su propio soporte, deben renunciar a ellas mismas y vivir sólo para mí, y que todo su amor sea para su Salvador crucificado. Si ellas son levantadas en esta cruz de amor, serán mis queridísimas esposas y verdaderas imitadoras; por su mediación, atraer‚ a muchas almas.

    Que a sus ojos sean tan pequeñas como un grano de mostaza, y llegarán a ser mi reino de amor en el que todos mis santos pájaros celestiales anidarán. Si perseveran guardándome con ellas y en ellas, mi Padre y el Espíritu Santo vendrán conmigo para establecer en ellas una perpetua morada en el tiempo y en la eternidad, en la que su fidelidad ser coronada por la visión de nuestras tres divinas personas.

    ¡Oh Jesús, amor mío!, concédenos esta gracia por todo lo que eres, mediante la intercesión de tu santísima madre y de todos los santos.

Capítulo 16 - El Verbo Encarnado me instruyó acerca de los misterios representados por las libreas de su santa Orden, que se consagra en especial a honrar su Encarnación y los misterios de su Pasión.

    [166] Hija, en espera de que llegue mi hora para manifestar la obra para la cual te he destinado desde la eternidad para mi gloria y para demostrarte abiertamente mi amor, a fin de que el mundo conozca que eres mi esposa queridísima, deseo que instruyas a mis hijas, de las que te he hecho madre, enseñándoles que deben considerarte más que nunca como tal, y conocer por tu medio mis intenciones por ser la madre fundadora de mi Orden, la cual debe honrar en particular no sólo el profundo misterio de mi Encarnación, sino también los de mi Pasión. Deben, por tanto, portar con gran respecto las libreas con las que revestirás a esas hijas de la congregación de mi Instituto, de la que te he constituido madre.

    En calidad de tal, las revestirás de una túnica de tela blanca, sin forma, que caiga hasta los pies, pero sin tocar la tierra, diciéndoles que, mediante este color, honrarán mi pureza; y por la sencillez del modelo, mi humildad, así como los desprecios que recibí en mi Pasión, en la cual me impusieron por burla una vestidura blanca que permitió a la corte de Herodes tratarme como imbécil.

    El cinto de cuero rojo que mis hijas recibirán el día de su vestición, deber moverlas a recordar las cuerdas con las que fui tan cruelmente ligado, que se tiñeron de mi sangre durante mi flagelación al estar yo atado a la columna, y que brotó abundantemente de todo mi cuerpo en este cruel suplicio. La segunda librea de mi orden debe ser un colgante o escapulario de sarga roja de color sangre, el cual ser para mis hijas símbolo de mi cruz, y les traer a la memoria el exceso de mi amor hacia los ingratos pecadores, por cuya conversión me rogarán con todo el fervor que les sea posible al ponerse diariamente su escapulario. Recordarán también la sangre que el cuchillo de la circuncisión hizo brotar de mi cuerpo, y cómo mediante ella comencé a pagar el rescate de todos los pecadores a fin de apaciguar la justa [167] cólera de mi Padre eterno, irritado contra todo el género humano.

    Sobre este escapulario habrá una corona de espinas bordada en seda azul, en la que la figura de mi cruz se apoyar sobre mi nombre de Jesús, bajo el cual deber aparecer un corazón simbólico traspasado por tres clavos, y bajo éste: Jesús, amor meus. Esta corona de cuatro varas entrelazadas, evocar a mis hijas, al besarla, los crueles dolores que sufrí en mi cabeza al ser hundida en ella con gran fuerza, lo cual resentí en mi alma tan vivamente como en mi cráneo, en el que las espinas penetraron hasta mis ojos, que fueron vendados. Después me golpearon las mejillas, preguntándome quién me había pegado y saludándome a continuación como si fuera rey, para llevar al colmo la burla. ¡Ay, hija mía queridísima! este indigno trato, unido a muchos otros, causó a mi alma grandes dolores al ver tanta dureza en el corazón de aquellos desleales judíos.

    El manto rojo que mis hijas recibirán públicamente el día de su profesión, después de haber hecho sus votos de castidad, pobreza y obediencia, que son los triples lazos mediante los cuales se declaran públicamente como mis esposas ante el cielo y la tierra, las hará aparecer como otras tantas reinas al ser revestidas de él. Esta capa es también un signo externo de mi singular protección, que las obliga doblemente, no sólo a reconocer mi amor hacia ellas, sino a honrar en particular las afrentas e ignominias que sufrí en silencio al verme cubierto por la vieja [168] clámide que Pilatos ordenó se me impusiera sobre la espalda, después de ser desgarrada por la flagelación, y que apenas la ocultó. En este cruel suplicio fui tratado con tanta abyección e inhumanidad, que el profeta, dijo de mí con razón: Gusano soy, y no hombre (Sal_21_6).

    Tus hijas, mis queridas esposas, al conocer parte de mis sufrimientos, deben compartirlos más que nadie y reflexionar en ellos con frecuencia, para estar mejor dispuestas a recibir generosamente los que mi providencia permita que les lleguen, para su progreso en los caminos de la perfección, en los que deseo verlas avanzar de día en día bajo tu dirección, a la cual deben estar tanto más sumisas cuanto más fiel te vean a la mía y a la de los padres espirituales que mi providencia tiene el cuidado de enviarte.

    Reservo gracias especiales para las hijas más fervientes y constantes a mi amor, pero aquellas que deseen obrar por sí mismas y fuera de tu jurisdicción, serán humilladas de tal suerte, que, creyendo avanzar grandemente en lo que respecta a mi gloria, se desviarán, aun contra las más bellas apariencias, en las que se las veía confiar al apoyarse en el brazo de la carne. Ten la seguridad, mi queridísima esposa, que el mío te sostendrá en todas partes porque has puesto toda tu confianza en mí y no en los poderosos de la tierra.

Capítulo 17 - Mi divino Esposo, viéndome temerosa de presentarme ante él a causa de mis ligerezas, me puso a la sombra de su bondad, invitándome a retomar mi libertad de hija hacia él.

    [169] El domingo de la octava del Santísimo Sacramento, no atreviéndome a presentarme a mi esposo con mi familiaridad ordinaria, pues temía haberlo disgustado me parecía por haber dado excesivas muestras de afecto a algunas personas que podían ayudar a agilizar el establecimiento de su orden, que yo proseguía .Me parecía que cualquier afecto que no se encaminaba directamente a mi amado, era una infidelidad.

    Mi divino esposo, que penetra los corazones y los pensamientos más íntimos, me consoló prontamente. Me vi a la sombra del Espíritu Santo de manera admirable, y escuché estas palabras: ¿Qué deseas, queridísima mía? El Espíritu Santo te servir de sombra en todas tus amistades, que no lo son sino en mí. No dejar‚ de enviar el maná de mis consuelos y de mi doctrina a causa del amor que profesas a todo el universo.

    Contemplé este maná que la divina y amorosa bondad derramaba sobre las cuatro partes del mundo, en una de las cuales caía menos que sobre las otras tres. Me vi toda rodeada de este maná delicioso, como si la caridad divina hubiese querido volcar en mí su magnífica munificencia, aunque yo me veía en un estéril desierto, por no encontrar en mí virtud alguna a pesar de las insignes gracias que el Dios del cielo me comunica.

    Me guarda bajo su protección y se hace todas las cosas para alimentarme y deleitarme en mi camino, a fin de que no desfallezca en él y, aunque no sigo todos sus atractivos con la fidelidad que merece semejante bondad, toma en cuenta que confío en su benignidad. Por ello, cuando mi espíritu se desvía o actúa con ligereza, debe volverse a ella con sencillez, buscarla sin tentar su poder y confiar en su dilección, que es más fuerte que la muerte, diciéndome que sus lámparas son todas de fuego y de llamas que los ríos [170] de mis imperfecciones no podrán extinguir ni disminuir en su ardor. Veo, al contrario, que su misericordia redobla su amor como una antiperístasis. ¡Oye, Dios de todo bien! ¿Es que el agua de mis frialdades reaviva tus llamas? Donde ha abundado el pecado, ¿quieres que sobreabunde la gracia? Lo puedes, lo sabes y deseas hacerlo en mí. Seas bendito con toda bendición.

    En otra ocasión me quejaba a mi divino esposo de tanto afecto que me demuestran todos los que tratan conmigo, protestando ante él que de ninguna manera quería ganar para mí los corazones; que yo rendía un homenaje voluntario a su majestad, aduciendo que sentía confusión al verme amada por las criaturas, pues temía ser infiel a su único amor. Este incomparable enamorado me dijo entonces:

    Habla, amada mía, yo pondré cordeles en tus labios. Fiado en tu palabra, echar‚ la red (Lc_5_5). Quiero dejarme atrapar por tus expresiones de cariño; deseo que sean hilos y redes. Por ello te he concedido la gracia de explicarlas e insinuarlas en los afectos de quienes te escuchan, que exclaman admirados: ¡No habla como una joven, Dios habla por ella! Te he hecho el anzuelo con el cual atraigo los corazones como a peces que viven en el mar del mundo.

    Mi divino amador, mientras se complacía en conversar conmigo acerca de sus divinas liberalidades hacia mí, me prometió darme grandes alas de águila, como las que fueron concedidas a la mujer del Apocalipsis, figura de la Iglesia y de la Santa Virgen, para que volara a los desiertos cuando me cansara la conversación de las criaturas, diciéndome que me daría los ojos de san Juan a fin de que, al elevarme mediante la contemplación, pudiera penetrar los misterios más secretos y elevados, así como el predilecto del Verbo, san Juan, de quien había recibido la misma promesa hace ya muchos años.

    El espíritu del hombre vano se va para no volver; el espíritu de Dios permanece. Cuando ha entrado en un alma, es para no salir si ella no lo echa fuera por el pecado. La vanidad y la impureza lo hacen salir, así como el humo y la podredumbre a las abejas y a las palomas. Quien tiene el espíritu de Dios, saca miel de todos los pensamientos y se inflama divinamente con toda clase de consideraciones piadosas. La sabiduría es muy sabrosa; las almas que obran sencillamente la encuentran y permanecen con ella, pues su compañía no cansa jamás.

    [171] La esposa que se complace con el divino esposo saborea por adelantado las delicias sagradas. Lo que es duro como piedra produce dulzuras inefables a las almas que le son fieles y que experimentan su bondad. Ellas clamarán: Señor, ¡cuan suave es tu Espíritu, en quien manifiestas a tus hijos tu dulzura; pan suavísimo que desciende del cielo para colmar de bienes a los necesitados y despedir vacíos a los ricos injustos!

    Las almas que desprecian el mundo y superan la timidez que detiene a muchas en el camino de la perfección o las hace retroceder en él, gozan de este maná escondido mediante la amorosa y filial confianza que se apoya en la benignidad de este divino esposo y bondadosísimo Padre, que no muestra las varas de castigo, sino a los hijos que se apartan de su deber y que resisten los mandamientos que les ha dado.

Capítulo 18 - Jesús, ejemplo de vida afligida en el cuerpo, en el alma y en la reputación.

    [173] De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su propio Hijo para salvarlo, y aun cuando la sabiduría no juzgó a propósito extenderse mucho para declarar esta verdad, nos la dejó para meditarla y considerarla.

    Hombre-Dios, que tanto has amado al hombre, ¿me atreveré a explicar entre balbuceos lo que me enseñaste sobre ella? Los judíos, al ver lo que sucedió en ti cuando resucitaste a Lázaro, dijeron: Mirad cómo le amaba (Jn_11_36). Te turbaste con un estremecimiento de espíritu; tu rostro, cubierto de lágrimas, los llevó a pronunciar esas palabras. Amor mío, diré lo que pueda, que ser poco. Sin embargo, al igual que tú, dejar‚ a la mente lo que ignore o deje de expresar. Tú lo supiste y lo sufriste porque fuiste rey desde el día en que tomaste nuestra naturaleza: rey de los mártires, rey de los afligidos y el único afligido por todos tus súbditos por mandato del poder divino contra la debilidad humana, de la sabiduría divina contra la locura humana; de la bondad divina contra la malicia humana. Esta naturaleza humana, por ser culpable de lesa majestad, no podía cargar con las penas debidas a sus crímenes.

    ¿Qué dices al ver a esta naturaleza insolvente e incapaz de sufrir los rigores de las penas merecidas? Heme aquí, envía me, Padre. Ir‚ por toda tu Trinidad ofendida: soy parte y juez. Como testigo, no olvidar‚ nada de lo que toca a nuestros derechos divinos. Haré sufrir a la humanidad con tanto rigor, que sólo yo lo podré soportar. Soy una persona divina; al igual que tú y el Santo Espíritu, me llamo Dios de los ejércitos. Se todo lo que haré sentir a la humanidad, y se lo advertir‚ en el momento de la Encarnación.

    Tomar‚ un cuerpo pasible bien integrado: el más sensible de todos los cuerpos, [174] lo cual le hará sufrir más que a todos los demás cuerpos. Tomar‚ un alma capaz de comprender la índole del crimen que deseo pagar en rigor de justicia hacia Dios ofendido. Ser‚ el varón de dolores. El dolor ser ante todo mi rostro, no sólo la apariencia exterior de hombre. Nadie, empero, podrá conocer del todo su intimidad. Es un secreto que me pertenece, es el secreto vinculado a mi alma y a mi cuerpo, que son los únicos en conocerlo por propia experiencia.

    San Pablo dice que muere todos los días por ti, oh mi Jesús, de muchas muertes reiteradas, pero ¡ay! tú moriste en cada momento a partir de tu Encarnación. Fue una muerte continua y sin intermisión que tu divino amor escogió para mostrarnos su llama. A los criminales se les oculta la sentencia dada en contra suya hasta su ejecución, por temor a que mueran por adelantado de diversas muertes, no estando condenados sino a una. Si son reos de lesa majestad en primer grado y merecedores de varias, se les reserva para aquella que debe ser presenciada por el pueblo para darle un escarmiento, pues es obvio que sólo pueden sufrir una muerte. Sin embargo, tú sufriste todas las muertes. Fuiste llamado el primogénito de los muertos; los quisiste tomar como tu heredad en la tierra, cargando sobre ti todas las maldiciones, como el macho cabrío que era enviado al desierto portando sobre sí todas las imprecaciones. Siendo eternamente el Hijo de Dios bendito, quisiste ser temporalmente el hijo del hombre maldito.

    Este macho cabrío era echado fuera del campamento para no ser visto más, llevando sobre si, simbólicamente, los pecados. Podría parecer que daba compasión y que se lo alejaba de la presencia de los hombres, pero no se lo podía apartar de la vista de Dios. No fue así contigo, pues cargabas en verdad con nuestros pecados. Fuiste arrojado fuera de la ciudad, seguido de tus crueles verdugos y desalmados enemigos, que más bien deberían llamarse la crueldad misma, a fin de sufrir las contradicciones de los pecadores con todos los dolores inherentes al pecado. Siempre estuviste uncido al sufrimiento, y tu dolor estuvo siempre delante, detrás y dentro de ti. Cordero sacrificado desde el origen del mundo, cordero inmolado en el Calvario, cordero que guardar las marcas de su sacrificio en el cielo empíreo tanto cuanto dure la tierra, para demostrar cuanto ha amado a la humanidad. Presentas a tu Padre el recibo que obtuviste al pagar por sus [175] derechos, después de sufrir de parte de las criaturas conforme al mandato de un Dios ofendido.

    Divino apóstol, tú nos dijiste: Sientan en ustedes lo que Jesucristo sintió. Sería necesario tener la forma de Dios y anonadarse como Jesucristo, sufriendo interiormente en el alma y exteriormente en el cuerpo como él, para sentir lo que él sintió. Sólo hay un hombre Dios, un solo Jesucristo. Confieso, gran apóstol, que sufriste muchísimo, y aun tormentos que Jesucristo no padeció, porque dices que completas en ti lo que faltó a su pasión; y esto en tu cuerpo, por su cuerpo místico que es la Iglesia.

    El no debía sufrir la corrupción ni la rebelión de la carne por ser su cuerpo santísimo, pero sufrió las angustias de la muerte, aunque no como los condenados. Su alma no podía quedar desamparada en los infiernos en calidad de enemiga de Dios, por estar siempre unida a la divinidad, por ser bienaventurada y por tener la visión beatífica mediante su unión con el Verbo, que era su soporte, lo mismo que del cuerpo. El hizo al uno y a la otra impecables. No dejó ella de sufrir las penas indecibles de un abandono extremo, desamparo de su mismo Padre, del que quiso quejarse amorosamente a él, sabiendo que ni los hombres ni los mismos ángeles eran capaces de conocer la extremidad de su dolor. No se quejó a causa de los tormentos que le aplicaron los poderes de las tinieblas. Job dice que no hay poder como el de ellos. Estas palabras quedaban bien en boca de Job, que fue probado por aparecer como hombre justo, aun cuando no dejaba de ser pecador.

    Jesucristo, empero, que parecía ser pecador por llevar sobre si todos los pecados, sufrió todas las muertes debidas al pecado original y actual. Es inocente y parece pecador; bajo esta figura todo se dispone en contra suya: la creación entera y el mismo Dios, quien lo afligió con rigor al negarle la asistencia que podía haberle consolado. No contento con haber visto las penas de toda su vida, las angustias, tristezas, sudores del huerto, y las muertes frecuentes y continuas, fue abandonado por un tiempo. Para sacarnos del eterno destierro, abrevió las semanas en que los elegidos debían sufrir la pena de sangre y la privación temporal, pagando las penas eternas merecidas por el pecado. Daniel, cuando Gabriel te toca en el sacrificio vespertino, te revela la muerte [176] del Salvador, diciéndote que su amor disminuía nuestras penas: Se acabará la prevaricación, y tendrá fin el pecado, y la iniquidad quedar borrada (Dn_9_24).

    Amor Jesús, ¿Quién podría reconocer la ternura que has tenido hacia nosotros al consumar la prevaricación y abreviar la pena debida a nuestros pecados, consumiéndote en los tormentos, llevando a cumplimiento las Escrituras y concluyendo tu vida mortal, mediante la cual tomaste sobre ti nuestros pecados para borrarlos y saldar nuestras iniquidades? ¡Ay!, me digo, ¿Quién podría conocer lo que no puede saberse sino por tu propia experiencia como Hombre-Dios? Eres tú el que fue enviado para que se acabe la prevaricación, y tenga fin el pecado, y quede borrada la iniquidad; y para que venga la justicia perdurable y se cumpla la visión y profecía, y sea ungido el Santo de los santos (Dn_9_24).

    Adquiriste para nosotros la justicia por siempre jamás, a fin de que todas las visiones se cumplieran y que todas las profecías se realizaran en ti. Era preciso ungir el Sancta Sanctorum, el Santo de los santos. Tú fuiste ungido con óleo de alegría por encima de todos tus compañeros; fuiste ungido con óleo de tristeza interiormente todos los días de tu vida. Sin embargo, la unción fue extrema en la postrimería del agua y de la sangre, las cuales, al brotar de tus venas y poros, te ungieron exteriormente con un óleo singular, pues tu dolor era incomparable.

    Fuiste ungido sobre la cruz, oh Santo de los santos, cuando de tu costado abierto manaron el agua y la sangre aun después de la muerte. Magdalena te ungió durante tu vida; tú quisiste ungirte con tu propio ungüento antes de que José y Nicodemo acudiesen a hacerlo. Contemplo aquí un nuevo misterio.

    Quisiste ungir la cruz, que es el altar sagrado del Santo de los santos. Es el Sancta Sanctorum al que se permite a todos los cristianos tener acceso en todo momento, así como ser hijos del sumo sacerdote que nos concede el poder para ello, llamándonos ahí y diciéndonos que en ese lugar recibió la unción que mitigó los rigores de la ley. ¿Puedo decir de la cruz? Sí, mi Jesús, esto es lo que deseas expresar. Quiero subir a ella, amado mío; [177] es el monte de la mirra y la colina del incienso. Que Dios te bendiga y te haga fecundo en frutos de bendiciones, de flores y frutos que son producto de Jesucristo, Dios y Hombre, que es el Verbo injertado, producido y hecho por acciones teándricas, acciones divinamente humanas y humanamente divinas.

    Al meditar sobre el juicio durante mi oración, fui presentada ante el juez. Viéndome culpable, caí en la confusión, lo cual mi benigno y misericordioso juez pareció no poder permitir en su bondad. Me dijo que pagaría por mí y que yo encontraría los derechos de su justicia en sus sufrimientos; que se los ofreciera como prenda para satisfacerla, y que apelara al trono de la misericordia a fin de que ella me librara de la paga, que ya había sido ofrecida por el amor.

    Viendo claramente que, por mí misma no tenía con qué pagar, ofrecí en consecuencia el pago que me ofrecía mi divino amor, admirando la misericordia que presentaba a la divina justicia la justicia del Hombre-Dios. Sentí la presencia de un rey divino, majestuoso y adorable, pero muy amable, que abogaba por mi causa en mi favor, no sufriendo que se argumentara en contra mía. Presencié cómo el divino Padre dejaba el juicio al Hijo, remitiéndole todo el conocimiento de una deuda que él mismo había saldado enteramente, lo cual me dio la audacia de dirigirme con confianza al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo y a la Virgen, así como a todos aquellos a quienes consideraba presentes en este juicio. A pesar de que veía claramente que era culpable, me daba cuenta, sin embargo, de que se me perdonaba y que Dios deseaba que todo quedara oculto bajo el manto de la divina caridad, que, por exceso de bondad, parecía borrar secretamente mis faltas.

    Después de desligarme de mis ataduras, el Hijo me convidó a redoblar mi confianza. Me elevó hasta su gloria, en la que me hizo entrar y gozar delicias muy grandes. El mismo estaba presente para asegurarme su benevolencia, comportándose en todo como un rey que, muy enamorado de la reina, deseaba colmarla de contento y alegría. Subió, para ello, a su trono a fin de manifestarse en el resplandor de su noble [178] majestad, fijando en ella su mirada y haciéndole una divina reverencia para significarle el favor que había encontrado allí.

    Esta visión, unida al sentimiento de la gloria de mi esposo, de la que gozaba, no me impedía ver mis faltas ante Dios y dentro de mí, sin que esto último me turbara ni disminuyera el contento interior que experimentaba por la gloria de mi esposo, el cual me mantuvo en una actitud de adorable respeto y en un bajísimo sentimiento de mí misma.

    El divino rey me hacía subir con él la cuesta de púrpura de su sangre preciosa, y esta sangre elevaba y purificaba mi alma. El Salvador se llegaba hasta mí de una manera divina. Enviado del seno materno para una misión de amor, este divino enamorado parecía inclinarse hacia mí con una propensión singular a semejanza del sol, el cual inunda e ilumina todo el cielo con su luz, penetrando sin embargo algunos lugares e insinuándose en los cuerpos que están más convenientemente dispuestos a recibirlo. De semejante manera, Jesucristo, sol de bondad, llega a ciertas almas para iluminarlas y penetrarlas, concediéndoles una infinidad de bienes sin que ellas, con frecuencia, lo perciban o estén preparadas para ellos.

    Lo veía venir a mí como un rey apasionado que hace mil presentes a la reina, visitándola y estando a su lado sin que ella pueda prever su venida, complaciéndose en llegar cuando ella menos lo espera. Mi divino Rey me dijo que me concedía este favor viniendo a mí por el ardor de su amor y abajando su divina grandeza mediante el exceso de este mismo amor, así como se comportó Asuero con su amadísima Esther, para darle a besar el cetro de oro de su real clemencia, y no para condenarla a la muerte que ella temía, pues la ley común no estaba hecha para ella; nada debía inquietarla, pues él era su hermano y esposo. Con ello, le llenó el corazón de seguridad y confianza.

    Este divino rey me ofrecía las mismas seguridades: yo veía que podía ser justamente condenada, pero esta visión no me daba miedo, y admiraba cómo mi alma se sometía amorosa y justamente a la justicia de Dios, a la que percibía continuamente en mí. Su corazón me invitaba a abandonarme a su misericordia, que intercede amorosamente por mí, y que gana su causa en virtud de la sangre del Cordero. Veo claramente la justicia de Dios en mi condena, lo mismo que su bondad por haberme librado de las penas que merecía. Me adhería fuertemente a los cuernos del divino altar, que era mi único asilo, mientras que la sangre de la víctima fluía no sólo en derredor de sus cuernos, sino que los mismos sagrados y admirables cuernos vertían favores inefables por mandato del amor. No temía que alguien pudiera arrancarme de este altar que es Jesucristo. Sus pies y manos eran sus adorables cuernos.

    Admiraba el canal mediante el cual sobrenadaba yo en abundancia de sangre y agua. Era su costado abierto, en el que encontraba su corazón, que no es otra cosa sino inclinación de amor hacia mí, corazón que jamás ha clamado en contra de los criminales, intercediendo más bien por ellos. Este corazón del Hijo nunca ha pedido a su Padre que los condene, sino que les conceda, por bondad, el perdón. Ignora lo que es el odio; está abierto para amar y no para odiar. La divinidad aborrece esencialmente el pecado pero sin crueldad ni pasión, pues no puede amar la iniquidad. Por ser el corazón de Jesucristo el mismo corazón del Salvador, está lleno de amor, no de odio. El ama y está ceñido de un cinto de oro de caridad para amar, a fin de que jamás se ensanche hasta llegar al odio. El furor centellea en sus relucientes ojos; su boca es una espada de dos filos y sus pies son de bronce; pero lleva el amor en el corazón. Ve el mal, lo condena y lo castiga, pero siempre con un corazón lleno de amor y compasión. Al afligirse a causa de aquellos a quienes condena y castiga, este corazón tan bueno vuelve a encontrarse consigo mismo.

    Parecía afligirse y desgarrarse de ternura y dolorosa compasión mientras era mortal; haría lo mismo hoy en día si la gloria inmortal no se lo impidiera. En el ejercicio de su justicia, me aseguraba que me amaba porque me había dado un corazón incapaz de odiar a nadie a pesar del mal que se me hace, diciéndome que mis enfados no son sino arranques y chispas diminutas; que jamás había sabido lo que era odiar de verdad y alimentar la hiel de la amargura; y aunque sólo viese en mí mis pecados, debía tener confianza en su bondad y asirme a los cuernos de este [180] altar, pues la justicia divina estaba satisfecha por la sangre que había sido vertida sobre ellos; que la sentencia no pudo ser pronunciada en contra mía ,sino modificada a mi favor, y que el arresto de cuerpo y espíritu que hubiera podido decretarse había sido impedido debido a que los demonios tenían la boca cerrada para no acusarme. Mi divino esposo me dio a conocer sus bondades por medio de un sentimiento intelectual, pero yo ignoraba si había sido perdonada para siempre, en forma definitiva e irrevocable. Acepté la voluntad de mi Dios y permanecí contenta en el estado presente, sin inquirir en otro ni pensar en el futuro.

    Más tarde vi y sentí cómo mi esposo descendía dentro de mí. Experimenté sus sagrados acercamientos sin cambiar de lugar y únicamente por los cambios que obraba en mi corazón y los bienes con que me colmaba. Sin abandonar el seno de su Padre, tomaba posesión de mi alma, la cual, al sentir estas divinas operaciones, le preguntaba amorosamente quién era y si se trataba del caballero blanco que portaba una corona y salía para vencer.

    Escuché que sólo él posee por sí mismo la blancura de la inocencia. Todas las demás han sido blanqueadas por su sangre. Mi alma se sentía elevada en él y por él, ascendiendo con la fuerza de mi amado. Los ángeles y los santos estaban presentes, preguntándose entre ellos quién sería la que subía en esa forma. Se les respondió: Es aquella que sale de las grandes tribulaciones, que ha pasado por el agua y por la sangre, lavando con tanta frecuencia su vestidura en la confesión y en la comunión, que se ha blanqueado en esta sangre conservando, por este medio, su inocencia.

    Al mismo tiempo vi un sinfín de flores que caían del cielo, atravesando el aire en manojos. Me vi entonces circundada de luz, cuya extraordinaria belleza se reflejó largo tiempo en mi rostro. Advertí un nuevo descenso de Dios significado en esas flores: el Verbo Encarnado se reproducía a si mismo en esas operaciones, dándome a entender que aún había muchos misterios ocultos. Por esta razón, el divino amor respondía así a la pregunta de los ángeles: ¡Es aquella, es aquella!, dando a entender mucho [181] con tan pocas palabras.

    ¡Qué glorioso eres, Monte Calvario, por haber sido rociado con la sangre de Jesucristo, rey de reyes! ¡Cuan grande es tu dicha por ser el lugar en que el hierro cruelmente dulce encontró un corazón divino para atravesarlo, a fin de que mostrara su real y divino amor! No fue éste un Saúl presentado para ser rey y acuciado para reinar sólo por un tiempo; se trataba de aquel que fue pedido, enviado y concedido para reinar eternamente. Su reino no tiene fin. Murió con el título de rey, así como nació siendo rey. Es el rey de reyes, el rey de los enamorados, el rey del amor; el mismo amor, que es más fuerte que la muerte. Su dilección es más duradera que el infierno. Todos los ríos y todos los mares han sido incapaces de extinguirlo, porque es un amor eterno.

    La sangre que brotó de sus venas y el agua que manó de sus poros y de su costado son capaces de amortiguar las llamas del fuego creado. Esta misma sangre, junto con el agua que san Juan vio distintamente, son la púrpura y la simiente doblemente teñida con la que él desea revestir a sus reales esposas. El invita a todos para que vengan a verlas el día de sus bodas y de la alegría de su corazón, ciñendo su diadema; él desea adornarlas, a semejanza suya, con su púrpura y su escarlata.

    Lloren, hijas de Israel, al considerarlo muerto por sus pecados; compadézcanse de sus dolores, pero no lloren por él ya que su madre le dio un cuerpo para morir sobre el madero y, mediante éste, reinar. Por María, fue coronado de espinas, aunque ella no produjo sino rosas porque siempre fue inocente. El amor la hizo morir más allá de la misma muerte.

    Es sorprendente que esté muerto, este bravo Jonatán, que jamás volvió armado de saetas, y que jamás disparó una que no diera en el blanco del seno de su padre y de su madre, la cual quedó traspasada por su causa: fue una espada de dolor transformada en dulzura, ya que él sufrió por amor y para el amor, el cual reveló grandes secretos y los pensamientos más íntimos de los corazones.

    Jesucristo, Hombre-Dios, murió por todos; sus dos naturalezas en nada se separaron ni en la vida ni en la muerte. Es el escudo de Israel fuerte contra Dios y, con mayor razón, contra todas las criaturas. Siendo fuerte como un escudo, apareció con nuestra debilidad para ser rechazado por los hombres y abandonado por el Padre, como si jamás lo hubiera ungido. Es éste un misterio muy grande, [182] escondido en Dios en los siglos pasados, y descubierto después a los hombres en nuestros tiempos para manifestar las riquezas de la sabiduría eterna, que nos son insondables.

    Aunque parezca muerto y ensangrentado, es él quien ha dado este golpe y no los filisteos. Aunque antecede al primero, si este bravo Jonatán ha muerto, no es menos amable después que antes de su muerte. El amor vive para atraernos a él como el águila. El sabe cómo hacernos volar hacia la cruz con él. La cruz es un cielo, es un trono de gloria más bello que el de Salomón. Este león de la tribu de Judá es un vencedor que aparece como vencido.

    ¡Alégrense, hijas de Israel!, dice el Salvador, que tiene dos naturalezas. El las revestir eternamente de su púrpura y de oro muy reluciente, concediéndoles sus dos naturalezas. El es su esposo. Es amable por encima de todo lo que ha sido creado, no sólo sobre el amor de las mujeres. Me alegro en ti, Jesucristo, hermano mío, porque mi alma se une a la tuya por toda la eternidad; porque en tu muerte has hecho ver tu fuerza, has demostrado que eres el escudo de los más fuertes de Israel. Eres amable como tu madre, la más amada de todas las mujeres. Eres su Hijo único, pero eres amable como el Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Si durante tu vida fuiste conocido como Hijo de Dios, lo eres mucho más en la muerte, porque ante todo, el amor te hizo morir para hacer ver al mundo que amas a tu Padre y para demostrar a tu Padre que amas a la humanidad con un amor infinito hasta el fin.

    Tu cruz es el lecho nupcial donde consumaste el matrimonio amoroso con tus esposas; pues si en éste te conviertes en su esposo de sangre, ellas saben que tu Padre así lo ordenó, a fin de que conozcan que eres el esposo incomparable.

    Esta sangre preciosa es mirra destilada por cuyo medio las purificas, uniéndote a ellas y ellas a ti, lo cual es la verdadera casa de marfil. Recíbeme entre tus brazos, recíbeme, querido amor mío, en tu corazón. Amoroso pelícano, que tu muerte sea mi vida, pues no puedo vivir sino por tu muerte. Que abrace al modelo de la vida afligida en el cuerpo; que pierda mi alma en el dolor amoroso de tu vida afligida en el alma; que sea el consuelo de tu alma apenada. Que llegue a ser verdad que el alma afligida de Jesús y el alma de Jeanne se aglutinan con el mucílago de la sangre amorosa; [183] que ame tu alma más que la mía. ¡Ah!, mi alma es la tuya. He perdido la mía en ti.

    Que sea yo totalmente transformada en Jesús crucificado y afligida en el cuerpo, en el alma y en mi reputación; que mi amor sea crucificado. Me abrazo a tu cruz, rey mío, pierdo mi vida en la tuya. Me atrevo a cantar el triunfo de mi gloria: Vivo, o más bien, no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí (Ga_2_20). Amén, amén. Que así sea, corazón mío, te lo suplico por todo lo que eres.

Capítulo 19 - Pureza y dulzura que experimenta la esposa al contacto sagrado con las llagas del Verbo Encarnado

    [185] El martes de Pascua me acerqué a comulgar sin mucha preparación, por no habérmelo permitido mi indisposición y debilidad corporal, viéndome por ello obligada a comulgar antes de asistir a misa. Al recibir a mi divino Salvador le dije que, así como en este día había entrado al Cenáculo, estando las puertas cerradas, para visitar a sus apóstoles, del mismo modo podía entrar en mi corazón y en mi alma visitando todas mis potencias, aunque no viera en mi alma las disposiciones y preparación necesarias. Se me apareció entonces una flor color violeta de incomparable belleza, y sobre todo, de una admirable suavidad al tacto. No se ve algo parecido en nuestros jardines ni en nuestros prados. Cuando desapareció esta flor, pregunté a mi divino esposo qué quería significarme con ella.

    Me dio a entender, mediante una sublime elevación, que él mismo era esta flor, por ser el esposo floreciente; que no era sólo una flor, sino todo un jardín, un prado entero, según el decir de la esposa en el Cantar de los Cantares: Tus mejillas como eras de plantas aromáticas, plantadas por perfumeros (Ct_5_13), (Prosiguió diciéndome) que esta flor me había sido representada de color celeste más bien que blanco, porque esta pintura causa mayor impresión que la blanca, la cual, por dispersar la vista, no impresiona tan fuertemente al desvanecerse, o más bien, perderse. El color azul o violeta representa la mortificación; es por ello que la Iglesia, que durante el Adviento y la Cuaresma gime en medio de las penitencias mientras espera el nacimiento o la muerte de su esposo, se cubre o reviste de este color. .

    Por la inocente delicadeza que se sentía al tocar esta misma flor, me reveló las delicias de que gozan las almas adelantadas en la mortificación al contacto de su humanidad glorificada y de sus llagas. Me hizo comprender, ver y experimentar de qué manera realiza este contacto el espíritu espiritual aunque se trate de un objeto sensible, y cómo por este medio se alcanzan contentos más deleitables que los que se encuentran en los contactos más agradables de los cuerpos. Me hizo ver la gran diferencia que existe entre unos y otros: los que son sensuales y terrenales, y los espirituales y celestiales, más deliciosos en una eminente pureza e inocencia.

    Los que sólo se obtienen mediante el contacto corporal, son groseros, impuros y apegados a la materia. Son propios de los animales y del hombre animal que se hace semejante a ellos al desearlos. Por ello es incapaz de concebir o penetrar las cosas divinas que son espirituales, con las que las almas santas gozan con mayor inocencia y placer que el que procede del cuerpo de cualquier persona, quienquiera que ella sea.

    El principio del placer que experimenta el sentimiento ante el contacto sensible y corporal, es sobre todo la vida que existe en el objeto tocado, del que procede que el sentimiento de los cuerpos vivos sea más dulce, más delicioso y agradable. La carne, que sólo está animada por una vida brutal, sólo puede producir contentamientos brutales y animales.

    Ahí donde la humanidad del Verbo está viva con la vida más excelente -humanidad que es vivificada y vivificante por la vida del mismo Verbo en el que subsiste- es divinizada por su divinidad, ungida incomparablemente con el óleo de la alegría y engendra sentimientos y deleites proporcionados a la vida de un Dios Encarnado, que es su fuente.

    Comprendí que así deben escucharse las palabras de san Juan: Lo que contemplamos y palparon nuestras manos referente al Verbo de la vida.. (1Jn_1_1). El Verbo que es la vida se hizo palpable, tratable y manejable mediante la humanidad a [187] la que él se unió en unidad de persona. Este contacto no es el de una carne muerta o viva con una vida meramente animal, sino con una vida divina. Y así como se dice que tocamos a toda la persona, a pesar de que sólo palpamos su carne y no su alma, y que miramos al sol, aunque con frecuencia sólo vemos el aire iluminado o una nube radiante, así tocamos al Verbo de Dios, que forma un compuesto admirable con esta divina carne, que subsiste divinamente en él y por él. La nube no siempre se interpone para ocultarnos al sol e impedirnos la visión y el gozo de su belleza, pero lo hace con frecuencia para atenuar y cubrir el brillo cegador de sus rayos, que la debilidad de nuestros ojos no podría soportar, y para hacer a este sol más visible y más proporcionado a nuestra vista y que así podamos tolerar su claridad. Esta carne ha servido para hacernos tangible al Verbo.

    Comprendí que si las cosas espirituales, al unirse al cuerpo, se vuelven casi corporales y caen, en cierta forma, bajo el dominio del sentimiento, de un modo mucho más elevado la humanidad, unida a la hipóstasis del Verbo, fue como espiritualizada, pudiendo así dar su consentimiento al espíritu, para que pudiera cortar la flor de todas las delicias que se encuentran en los cuerpos y en los sentimientos de éstos, sin caer en imperfección alguna.

    Mi divino amor me ayudó a comprender la manera en que las almas bienaventuradas penetran en sus llagas, cómo las tocan mediante una aplicación de ellas mismas en una íntima presencia, y los sentimientos admirables que experimentan al hacerlo. Añadió que deseaba ser esta flor y el esposo florido en el centro de mi corazón, cuyo jardinero sería él mismo; que, recíprocamente, fuese yo una flor en él, donde me alimentaría y crecería.

    Este benignísimo enamorado me hizo tocar sus sagradas llagas de la manera antes descrita, que es propia de las almas despegadas del cuerpo, sumergiéndome en un torrente de delicias indecibles. [188] Mi corazón se abrió a la alegría en un estremecimiento de amor, y él me preguntó si después de estos deleites podría yo desear algo más.

    Me dio a entender que en los contactos corporales no podía darse algo semejante a estos santísimos placeres, y con cuanta predilección me favorecía su bondad al permitirme gozar de todas estas voluptuosidades sagradas, que no se encuentran en los matrimonios de la tierra. Me llamó a estos contactos celestiales en la eminencia de una pureza inexplicable, que me hacía semejante a una abeja que gira sobre las flores de las que va libando y sorbiendo lo mejor y lo más dulce que encuentra en ellas.

    Me dijo que, sin ofender mi inocencia, es decir, adquiriendo una gran santidad, debía tocar sus sagradas llagas con frecuencia; que él me participaba de las mismas delicias que su humanidad concede a los bienaventurados mediante su inefable contacto. Prosiguió comunicándome que deseaba que describiera esta gracia por escrito para confundir a los que creen que no es posible sentir el placer del cuerpo, porque siempre es corporal y engendra sentimientos de impureza. Me aseguró que me había comunicado este favor para enseñar a los hombres que los matrimonios de las almas con el Verbo Encarnado no suprimen los placeres inocentes, sino que generan y conservan la virginidad sin empañarla, a pesar de ser causados por el contacto con esta carne divinizada, pues sus sentimientos no son corporales y carnales más que en razón de su objeto, y no del sujeto, ni del efecto que producen.

    Fui invitada al banquete que este divino Señor celebró con sus apóstoles después de que tocaron sus llagas. Me hizo saborear la dulzura de su amor mientras yo gozaba de su divinidad, que se encontraba en la humanidad como en su abismo. El pez asado era la misma humanidad en la parrilla del fuego de la pasión, toda en retazos como un pescado emparrillado; su amor producía delicias inexplicables.

    Este divino enamorado me dijo que no se comunica ni enseña a todas las almas en la misma forma; que a unas las premia [189] con favores a causa de su bondad, y a otras por la mortificación y otros ejercicios que practican; que a las de condición ordinaria las ilumina mediante el ministerio de los ángeles y de los hombres, pues los doctos tratan de mejor gana con los eruditos y los inteligentes, y sólo por condescendencia se abajan, en ocasiones, a enseñar a los ignorantes. Sin embargo, de ordinario confían este cargo a aquellos a quienes han instruido directamente, que son destinados a instruir a los de pobre condición. Los más instruidos aprenden directamente de boca de los doctores.

    Mi divino esposo me dijo que trataba conmigo de esta suerte, enseñándome él mismo que los ángeles habían producido la imagen de esta flor en mi imaginación sólo para que sirviera de símbolo; a esto se debió que desapareciera repentinamente. Las divinas instrucciones me fueron infusas en la cima del alma, que es el Sancta sanctorum, donde sólo el sumo sacerdote desea entrar. Este es el divino Salvador, quien, como único Dios, está con el Padre y el Espíritu Santo, los cuales erigen su trono en la parte superior del alma que es su morada.

    Me enteré de que hay personas que no creen que semejantes operaciones ocurran en el alma en tanto que está unida al cuerpo, ni que pueda obrar por los sentidos exteriores o percibir los objetos que la rodean en su justa proporción. Se obstinan en negarlo, razonando según su principio de que Dios no puede, en el plano sobrenatural, obrar estas maravillas en el alma y con el alma, actuando divinamente en ella y con ella, a pesar de seguir adherida al cuerpo al que informa. Dios la eleva mediante una elevación [190] muy sublime, que ya desde este mundo la transforma anticipadamente, haciéndola partícipe del estado en que se hallar cuando se vea libre del cuerpo mediante su separación del mismo. El alma dominará e imperará sobre éste. Después de su resurrección, sus operaciones en la gloria serán y parecerán poderosísimas y muy gloriosas, pudiendo, conforme a esta doctrina, gozar del cuerpo cuando le plazca, sin excitar sus órganos ni depender del mismo. Qué cierto es que ni un ángel ni cualquier otra criatura pueden elevar a este modo de obrar tan sublime a un alma que sigue atada a la materia, ni liberarla de su cuerpo, de cuya acción tanto depende.

    De aquí se sigue que, gracias a la misericordia de Dios, este conocimiento, este favor, ha sido grande y muy sublime para mi alma, sin ilusión ni engaño, ya que su sola causa es el mismo Dios, el cual no está sujeto a las leyes naturales. Si alguien dijera que esta admirable operación no es verdadera, menos confesar al menos la pena de los ángeles que son atormentados por las llamas, y que Dios puede producir tormentos en las almas que animan sus cuerpos, a los que siguen unidas. Si Dios obra este portento para atormentar a los culpables y satisfacer su justicia, ¿qué podrá impedirle, mediante un exceso de bondad, producir en las almas que escoge para si algún contento exterior y corpóreo?

    Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre animal ha podido imaginar los deleites espirituales que Dios ha preparado, por toda una eternidad, para sus amados. Los misterios de su sabiduría sólo se entienden entre los perfectos a quienes Dios mismo se digna enseñar, en ocasiones, en el origen de su luz deslumbradora, y otras veces, en el santo ocultamiento de su adorable semioscuridad, que semeja una noche de la que habla David: Las mismas tinieblas no serán oscuras para ti, y la noche como el día lucir: la oscuridad es para ti como la luz (Sal_138_12).

 Capítulo 20 - El divino amor acepta la confianza del alma a la que honra con su benigna y poderosísima dilección. Favores que le concede. 2 de abril de 1633.

    [193] Hoy, 2 de abril, me sobrecogió un temor amoroso de que mi manera de tratar privadamente con Dios fuera demasiado atrevida y casi temeraria. Le pregunté si esta libertad le complacía, y si no sería más conveniente callar los favores que recibo a diario de su bondad, en lugar de descubrirlos con tanta franqueza a mi director y ponerlos por escrito según su mandato.

    Mi divino amor me dijo que el amor producía en mí esta audaz confianza, y que con este sello de amorosa confianza me sobrepondría, según su voluntad, a toda clase de dificultades, [194] repitiéndome con frecuencia estas palabras: Con este signo vencerás. Acércate a mí, hija mía muy querida, mi predilecta. Te entrego mi corazón. Si pudiera sufrir, me apenaría tu temor de acercarte a mí. Tu confianza me agrada, pues con ella juzgas bien mi bondad, que ama tu sencillez de paloma.

    Añadió que san Pedro lo complació al confesar audazmente su divinidad y al recibir como palabras de vida las promesas que hizo de darse como alimento, que a los cafarnaítas parecieron tan duras y que algunos discípulos no pudieron sufrir. Prosiguió diciendo que san Pedro lo había complacido tanto con su confianza, cuanto más tarde lo disgustó con su temeridad e incredulidad, la cual le echó en cara llamándole Satán, es decir, amenazándole con no tener parte con él si se dejaba llevar por semejante pusilanimidad.

    Mi amado prosiguió instruyéndome para asegurar mi alma en su santa confianza, afirmando que su bondad me la había concedido porque jamás, ni en mis afectos ni en mis [195] palabras, la había apartado de su divino Padre, en cuyo seno se encuentra con toda igualdad; que él había respondido a san Felipe cuando éste le pidió que colmara su felicidad mostrándole al Padre: El que me ve a mí, ve también al Padre (Jn_14_8). Padre de quien es espejo sin mancha y figura de su sustancia, dentro del cual él idéntico al Padre y en el que está por razón de la unidad en la esencia y de la circumincesión de personas; y aunque le fue inferior en su humanidad, el Padre no dejó de considerar esta humanidad como unida al ser mismo del Verbo, ni a este hombre como fusionado con Dios; que el amor del Verbo Encarnado y Hombre-Dios producía esta santa osadía y confianza amorosa, y que él mismo deseaba que me acercase a él como Ruth a Booz, para pedirle todo lo que necesitara o deseara de él; que así como por mediación de Noemí estableció Ruth una alianza con Booz, así a través de la Virgen madre fui recibida por él con muestras de benevolencia como esposo amoroso; que esta alianza se hacía por amor y que su bondad producía una nueva generación que Nicodemo no pudo comprender, por la cual mi alma volvía a entrar a su principio, del que salió Jesús cuando asumió la existencia.

    Estas invitaciones amorosas me elevaron y unieron a este Dios de bondad, que es el origen de mi ser. vi con claridad que, mediante la unión con Jesucristo, se realiza el retorno admirable del alma hacia Dios, diciéndole que, cuando por su amoroso poder se elevara sobre la parte superior de mi alma y la ocupara enteramente, atraería entonces a sí todo lo que había en mí misma: la parte inferior y el mismo cuerpo; que en esta atracción sagrada se considera la muerte como una dicha, y deseable la pérdida del alma afortunada que se pierde en la vida eterna, la cual no debemos llamar únicamente futura ni venidera, sino vida presente, de la cual ella goza en Dios; pues como el alma está más en lo que ella ama que en lo que anima, al amar a Dios sale de sí misma para permanecer en su Dios.

    Cuando el alma se despoja de todas las criaturas, casi deja de animar su cuerpo en esta elevación que la lleva hacia su Dios. Su amor la impele a perderse en [197] él, y aunque siga informando la materia, lo hace con gran languidez, no abajándose sino con gran trabajo a ejercer las funciones vitales y, en ocasiones, al estar suspendidas todas sus potencias, parece no poder animar su cuerpo mas que con pesadumbre, deseando dejar de informarlo y deshacerse de él enteramente para gozar de un bien mayor. Sucede, sin embargo, que el afecto natural que tiene a su otra parte y querida mitad continúa reteniéndola como a la fuerza y ofreciéndole resistencia. En los desvanecimientos naturales, por ejemplo, parece que el alma huyera dulcemente para dejar el cuerpo, pero resiste cada vez, retirándose al corazón. La vida desfalleciente y moribunda combate tanto como puede, pero si el alma cree entonces poder entrar en posesión de un bien mayor, toleraría de buen grado este desmayo y huiría con placer del cuerpo, a pesar de toda la resistencia e inclinación natural que tiene como forma de esta materia.

    [198] Mi divino Amor me trajo a la memoria lo que en otras ocasiones me había hecho ver en un caos o abismo tenebroso mediante el destello de su luz: todas las criaturas que había hecho de la nada, dándoles su ser participado en un exceso de bondad que volvía hacia él al alma en dicho exceso, mediante divinos atractivos; que esta alma, abandonándose a él, no se acordaba más de ella ni de la inclinación que tenía hacia su cuerpo, por estar así elevada en esa luz nebulosa que es la santa caliginosidad, en la que es divinamente protegida por aquel que le da la vida. En dicha condición, el alma puede comprender las palabras del apóstol: Vuestra vida está escondida en Dios (Col_3_3). Por la unión que nosotros tenemos con Jesucristo, que está en el seno del Padre, el alma vuelve a su principio sagrado, viviendo en la intimidad de Dios una vida oculta a semejanza de la humanidad, que vive de la vida del Verbo, en el que subsiste conservando, no obstante, su ser y su existencia distinta del ser y existencia del Verbo, como ya lo expliqué en otra parte.

    Así pues, por medio de esta estrecha alianza con Cristo Jesús, el alma [199] vive con una nueva vida en Dios, y no hay por qué maravillarse si de dicha unión, producida por el amor, nace la confianza que demuestran estas almas en su conversación familiar con Dios, en el que viven y en el que permanecen ocultas y como perdidas.

    Mi amado me invitó a volar como un aguilucho real al origen de la luz divina, y a caer como un águila grande sobre la presa de su sagrado cuerpo, aferrándolo fuertemente en el Sacramento Eucarístico. Fui tan altamente elevada en la divinidad, y tan amorosamente transportada en las delicias de su diestra, que me es imposible poner por escrito las admirables maravillas que mi divino amor me enseñó, o las cautivadoras palabras de sus labios sagrados, que procedían de la plenitud de su corazón amoroso.

    [200] Tan solo diré que este divino esposo me demostró tanto amor, que puedo definir nuestra conversación con estas palabras que manifiestan el exceso de su bondad: Hija mía, me dijo, ¡sufre el que yo te ame!

    No es necesario dudar que todas las delicias del paraíso me fueran prodigadas junto con estas palabras tan obsequiosas como divinamente encantadoras. Permanecí desvanecida de amor y de placer consintiendo en los excesos de tu amorosa bondad, a la que pertenezco y a la que me abandono del todo.

    Al verme prevenida por tu misericordia en esta mañana, a pesar de mi pereza, y de la distracción de varias visitas, puedo decir que, repentinamente, me volví a ti, querido amor. Te vi como una madre con el pecho descubierto y los senos tan rebosantes de leche, que ésta chorreaba sobre ella. Su pequeñuelo, en tanto, distraído con diversiones infantiles, parecía despreciar el dulce licor que era [201] su alimento y su vida. Su madre, empero, lo apretó dulcemente contra su pecho, le colocó el pezón en la boca, y oprimiendo su corazón con tan agradable fardo, se derritió de gozo vertiendo un raudal de leche como una amorosa explosión sobre su amor. Si él se retiraba y hacía ademán de irse, la apasionada madre le descargaba torrentes enteros por sus canales de amor, casi bañándolo en su leche.

    Este bebé que no tenía tanto deseo de recibir como la madre de dar, puede, sin embargo, ser disculpado por desconocer su bien; pero yo, querido amor, soy culpable en verdad por huir de quien corre tras de mí para otorgarme estos favores inexplicables. Mas, ¡Oh maravilla de la benignidad divina! mientras más indigna me considero de sus grandes favores, más tu amor se vuelve pródigo en ellos. Después de haber cometido mil ligerezas y haberme derramado y distraído con tantas y diversas ocupaciones, [202] tus atractivos llaman a mi espíritu a contemplar tu bienhechora bondad sobre mí, obligándole a rendirse a tu santo amor, que corona tus misericordias y las realza con tu luz. En tus manos pongo mi suerte, que está pletórica de bendiciones de dulzura en las que me pierdo a mí misma para no vivir sino en ti y de tu misericordia.

Capítulo 21 - El agua, la sangre, el alma y la santa humanidad dan testimonio de la divinidad, 3 de abril de 1633.

    [203] El miércoles, mientras admiraba al Salvador resucitado, mi alma fue altamente elevada con relación a las palabras de Salomón en el capítulo 7 de la Sabiduría, las cuales me figuraron la resurrección de este primer nacido de los muertos, que es la sabiduría del Padre, el cual es verdaderamente el vapor de la virtud del Altísimo, que sale del sepulcro. El es la emanación auténtica y veraz, el candor de la luz eterna que resplandece en las tinieblas de esta noche. Es la imagen de la majestad de Dios, que aparece sobre su faz radiante, bondad que brilla en esta majestad, haciéndose ver y tocar por sus apóstoles y conversando familiarmente con ellos por una condescendencia admirable. Es un espejo oblicuo. Todas las maravillas hechas en si mismo las realizar [204] en las almas y en los cuerpos de los bienaventurados en la gloria al terminar el hermoso día que él comenzó, abarcando eficazmente de un extremo al otro la mañana hasta el mediodía ,ya que no habrá ocaso en este día ,que ser ante todo un zenit perpetuo. Por el agua y por la sangre (1Jn_5_8). Dios vino por el agua y por la sangre; la sangre, el agua y el espíritu dan testimonio: el Verbo se hizo hombre para darnos su espíritu y su divinidad.

    El alma está en la sangre; por ello se bebe la sangre y se reservaba a Dios en los sacrificios, pues él deseaba que su divinidad se uniera a nosotros y nos sirviera de alma. El hombre pecó por fragilidad, simbolizada por el agua, y por sensualidad, cuyo signo es la sangre. El mal espíritu tentó al hombre, empujándolo a su desgracia.

    El agua de las lágrimas superó la sangre de todos los sacrificios. Fueron el acercamiento a Dios, aunque inútiles sin el espíritu, el espíritu de Dios que previene al hombre; el espíritu del hombre que debe adherirse al Hombre-Dios. El espíritu de Dios se ha [205] acercado siempre a nosotros hasta tomar nuestra sangre. Ahora viene con el amor, el corazón y el espíritu, a fin de que ya no vivamos de nosotros mismos. El no quiere ya esta sangre porque subió a donde estaba desde el principio. San Juan contempló el agua, la sangre y en ellos la divinidad, pero se necesitaba también el espíritu para colmar el tesoro. Hemos sido engendrados en las fuentes vivas que saltan hasta su primer manantial y origen; de este modo se realiza la poderosa atracción del alma hacia Dios.

    La cubierta del arca era de piel de cabra; debemos cubrirnos con el velo de la humildad. La pobreza de los apóstoles encubría el propiciatorio de la humanidad del Salvador, pero Dios subió y apareció en ella. La columna de nube y de fuego es la fe, y Jesucristo, que se queda en el sacramento donde poseemos al Verbo, es la humanidad, el fuego y la nube. Raab escondió a los espías bajo haces de lino (Jos_2_6). El Salvador ocultó la divinidad bajo almas débiles y ardorosas.

OG-04 Capítulo 22 - El día de la Anunciación de la Virgen me ofrecí a ella como esclava; el tributo que me fue impuesto. La Virgen, por estar libre de toda culpa, no estuvo sujeta a la enfermedad.

    [207] El 4 de abril, día en que la Iglesia de Lyon solemnizaba la fiesta de la Anunciación de la Virgen, me presenté a ella como esclava, haciéndome ligar los brazos y las manos con una cuerda que pendía de mi cuello. Llevaba un cirio encendido, y haciendo propósito de enmienda, me arrepentí de todas las faltas que había cometido. Ofrecí a la Virgen su hijo, y al Hijo todo lo que yo era. Se me impuso entonces la obligación de pagar un tributo de amor a este rey y a esta augusta princesa. Tuve el honor de penetrar al seno de la madre Virgen con el pequeño Jesús y, adorando a este Verbo encarnado de nuevo, le dije con toda generosidad: Hazme un lugar si te place (Rt_2_7). Este seno virginal es capaz de recibirme en tu compañía; en él aprender‚ a adorar a tu divina majestad en espíritu y en verdad.

    Se bien que hay muchas moradas en la casa de tu Padre, porque es muy espaciosa. Puedes ensanchar o alargar este seno materno, pero, ¿Qué digo? a pesar de sus inmensas dimensiones no es como el de tu madre, el cual es más capaz de contenerte que el cielo de los cielos. Su latitud amorosa puede recibir en tu compañía a todas las que te aman, ya que ella es la madre del santo amor y de la hermosa dilección. Es la casa de marfil en la que una hija del rey puede morar honorable y amorosamente, y veo con claridad que este seno se abre para recibirme. Sus entrañas me quieren alojar junto contigo, ya que este corazón es como la granada: sin envidia, cada uno ocupa en él su rango. Querido amor, allí tendrás el lugar de Dios y de hijo suyo, común con el divino Padre por ser indiviso, hijo y heredero natural y legítimo de todos los bienes de este divino Padre y de esta augusta madre, por ser de su sustancia; [208] pues si no tomaste toda la de tu madre, sino parte de ella, ella en cambio te dio todo lo que era necesario para formar un verdadero y perfectísimo cuerpo, nutrido en sus entrañas con su sustancia virginal, purísima, delicada y buena en sumo grado. Podemos decir de esta madre lo que se dice de David en el Eclesiástico: Como la grosura se separa de la carne, así fue David separado de entre los hijos de Israel (Qo_47_1). Ella es la grasa de la tierra y las delicias del rey de amor; su sagrado cuerpo jamás estuvo sujeto, como las demás, a la enfermedad como castigo del pecado; como siempre estuvo exento de corrupción, nunca estuvo sujeto a las dolencias comunes.

    Su alma, perfectamente ordenada en sus operaciones tanto superiores como inferiores, no le causó indisposición alguna a causa de las pasiones. Todo estaba divinamente ordenado en la Virgen. Su bendita sustancia aprovechaba al niñito que llevaba en sí, a ti, mi amor, que eres mi peso. No tomes a mal si su inclinación me impulsa y me lleva a ti para morar contigo, a quien pertenece esta tierra virginal y sacerdotal. Te contemplo en ella como al pequeño Samuel y como al verdadero sacerdote eterno según Melquisedec, sin padre de tu humanidad y sin madre de tu divinidad. Me ofrezco a ti como diezmo, me ofrezco a ti como víctima. Si deseas ofrecerme en holocausto sobre el altar del corazón virginal, tu Padre aceptar este sacrificio de tus agradabilísimas manos.

    David no rehusó el presente que Abigail le presentó a pesar de que estaba justamente irritado ante el rechazo que le hizo Nabal. Se bien que mis pasiones te han dado con frecuencia motivo para destruirme y retirar de mí tu favorable asistencia, por haber menospreciado tus bondades. Pero, Señor mío, me arrepiento de todo y vengo a tus pies a implorar tus misericordias. Empléame en los oficios más bajos si hay algo que sea bajo en tu casa. Elijo ser la última de todas, despreciando el primer lugar cuando el mundo me lo ofrezca. Soy tu humildísima [209] esclava. Recíbeme, Señor y Dios mío, para hacer de mí y en mí, enteramente, tu voluntad.

Capítulo 23 - Perfecta alabanza que ofrece el Verbo Encarnado a su divino Padre. Sus manos alcanzan la victoria por la fuerza del amor. abril de 1633.

    [211] En este jueves de Pascua, en que cantamos en la antífona de entrada de la misa: Todos juntos, !Oh Señor! alabaron tu diestra vencedora (Sb_10_20), comprendí que los antiguos sacrificios fueron instituidos para dar alabanza a Dios con la dignísima satisfacción que su Hijo le ofrece por nosotros, y que toda esta alabanza y esos sacrificios antiguos eran imperfectos en si mismos, por no tener más valor del que les participaba el sacrificio que este divino Hijo ofrecía en la cruz sobre el Calvario, y que ofrendar cada día en nuestros altares como sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

    Sacrificio que contiene eminente y divinamente todas las alabanzas de los antiguos holocaustos. Este amable Hijo de Dios se ofrece a si mismo en sacrificio con amorosa voluntad: Se ofreció porque así lo quiso (He_7_27). [212] Al instituir el Santísimo Sacramento, se llevó a sí mismo entre sus manos y por sus manos, a semejanza de David en presencia del príncipe de quien quería ser reconocido: llevado por sus propias manos (1S_22_13). En la institución de este divino sacramento, que es un memorial de su pasión, se ofrece como muerto, estando vivo: igualmente o en proporción, habiendo equiparado supereminentemente todas las ofrendas que habían sido presentadas a la divinidad, y dando, con su propia excelencia, la alabanza equivalente al deseo de su Padre eterno, el cual no puede exigir una más grande por ser ésta de un mérito infinito. Lo alaba asimismo por los hombres y los ángeles, por ser cabeza de unos y otros.

    El Padre se alaba por su Verbo, el Verbo recibe la misma alabanza que ofrece al Padre y ambos la comunican al Espíritu Santo con su propia sustancia y todas sus perfecciones. Esta alabanza encerrada en el Verbo Encarnado continúa en la hostia eucarística, en la que las dos naturalezas son como dos manos [213] que alaban a la divina bondad por los prodigios que ha hecho a través de la muerte del Hombre-Dios, Cristo Jesús, que se humilló hasta la muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre (Flp_2_9), ante el cual toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en los infiernos, confesando que está victorioso y sentado en un trono de grandeza a la diestra de su divino Padre, al que es igual sin menoscabo y merecedor de esta gloria que participa a sus santos, para los que adquirió esta felicidad por medio de sus padecimientos voluntarios.

    Adoremos estas admirables manos rogándole que salgan victoriosas por nosotros, que combatimos en el camino; y que por su medio se digne elevarnos en triunfo cuando lleguemos al término. Como el profeta se atrevió a decir que Dios se complace indeciblemente en sostener el globo terráqueo con tres dedos (Is_40_12), ¿ por qué no esperar que este Verbo hecho visible, que concedió su soporte a nuestra naturaleza, no se digne levantar de la tierra a los hombres de tierra y glorificarlos en el cielo, donde, ya desde este mundo, les permite [214] conversar con él, según las palabras de san Pablo, al cual humilló abatiendo su cuerpo hasta el polvo, para después elevar su espíritu hasta el cielo cuando lo convirtió camino a Damasco, donde proclamó Dios santísimo, al mismo a quien pensaba perseguir como hombre condenado por los pontífices?

Capítulo 24 - Admirables luces, favores y profusiones que Dios, el Verbo Encarnado y su madre, me comunicaron durante mis ejercicios.

    [215] El 5 de abril de 1633 comencé los ejercicios espirituales, durante los cuales Dios me concedió señalados favores. Sin embargo, mi debilidad e indisposición de entonces me impidieron ponerlos por escrito; de ahí la dificultad que experimento para hacerlo ahora.

    Con algunos días de anterioridad, mi confesor me dijo que mis escritos son apresurados, que da trabajo encontrar en ellos ilación y secuencia. Me quejé amorosamente a mi divino esposo, por cuya orden había escrito, y me respondió: Estas personas son curiosas: desean que cuentes y pongas en orden las gracias que te doy, que son innumerables. Este oficio corresponde a los pequeños comerciantes, quienes llevan sus mercaderías en un bulto colgado al cuello, para exhibir los pocos efectos que poseen.

    Hija mía, ¿te has detenido a considerar cómo en los grandes almacenes se apilan bultos uno sobre otro, sin orden alguno, lo cual es signo de abundancia y de riqueza? Una reina no tiene más que guiñar un ojo o volver dulcemente el cuello para que de inmediato sus damas se apresuren a vestirla o desvestirla, quitarle o cambiar sus joyas. El rey, que la ama, jamás se cansa de proveerla de nueva pedrería y de flamantes atavíos. Mi largueza hacia ti es mucho mayor: siempre se está prodigando. Que acomoden tus aderezos como quieran o como a ti te guste. Las personas que te hablan de este modo son pajes de honor, cuyo oficio es poner en orden la habitación de la esposa, así como es propio de mi amor dar sin escatimar todo cuanto quiero que tengas.

    Que ordenen, si pueden, las profusiones de mis gracias, que son agradabilísimas en la amorosa confusión que no constituye un desorden, sino una admirable liberalidad. Cuando san Juan contó los miles marcados en la frente, dijo que vio [216] una multitud de toda lengua y nación que ni él ni hombre alguno sería capaz de contar. No te dije hace algunos años que no estaba en tu poder enumerar los favores que deseaba concederte, y que en proporción puede aplicarse a ellos lo que dijo Isaías de mis generaciones: ¿Quién podrá contarlas? (Is_53_8)

    El Reverendo Padre Poiré, quien deseaba dirigirme en estos ejercicios, me dio como tema de mis meditaciones la obligación y el modo de buscar a Dios. Mi divino esposo me dijo que no era necesario que lo buscara, puesto que estaba dentro de mí y en mí; que él era mi principio, mi medio ambiente, mi fin y mi todo para ganarme en todo y en todas partes. Que él era mi Isaac, cuya vida debía imitar; que deseaba que viviera yo de él, por él y para él; que era mi camino, por el que debía andar, y que encontrara en él mi solaz no solo en el cielo y en la tierra, sino en las perfecciones de su santísima humanidad.

    Prosiguió diciendo que lo adorase admirando la unidad de la esencia y la distinción de las personas; que los grados y peldaños serían las tres divinas personas, quienes me apoyarían mediante un privilegio suyo que procedía de su amor, por ser mi enamorado. Que él era el deseado de las colinas eternas, las delicias del Padre y del Espíritu Santo, que el divino amor me dotaría de fuerza para una subida tan alta y me elevaría mediante poderosos y maravillosos atractivos a contemplar la inaccesibilidad del Padre, el nacimiento del Hijo, y cómo el Espíritu Santo es producido por un sólo principio del Padre y del Hijo, al que inspiran y suspiran como su espiración, del todo única.

    Continuó afirmando que debía adorar esta admirable espiración con un amor inflamado, por ser la generación del Verbo, que es imagen de su bondad paternal, esplendor de su gloria, candor de su luz eterna y figura de su sustancia, que contiene en sí toda la palabra de la virtud divina; que en este Verbo y por este Verbo, me elevase hasta el seno paterno, donde se encuentra la fuente de origen, la alegría de Dios, la plenitud divina en la que Dios engendra a Dios, en la que Dios produce a Dios, en la que Dios contempla a Dios, en la que Dios abraza a Dios... Que adorase a Dios, que es esencialmente trino y uno; que adorase la unidad de la [217] esencia, que adorase la fecundidad y multiplicación de personas que forman una sociedad perfecta; y que, por un favor inconcebible, podría contemplar en mí misma, como en una Sión, este incomprensible misterio, estas emanaciones eternas de personas sin división en la esencia, y que al contemplar en mí a este Dios de dioses, encontraría en mí desde este mundo una Sión más favorecida y amada de él que los tabernáculos de Jacob.

    Ese mismo día, al descender de tan sublimes elevaciones para considerarme como una pequeña criatura que va por el camino sujeta a las imperfecciones y aun a los pecados, sentí deseos de verter lágrimas amargas por los que había cometido. El Espíritu Santo, con su amoroso aliento, quiso soplar para derretir mi corazón. Su amor hizo que mis ojos destilaran lágrimas dulcísimas, inspirándome que las ofreciera amorosamente a mi divino esposo en unión con las suyas para ablandar los corazones de los pecadores empedernidos.

    De no conocer la bondad de mi esposo, habría quedado atónita al ver que la multitud de mis pecados no le impidió verter su corazón en mí y sobre mí; que me atrajera a si y que un peso sagrado me sumergiera en el abismo de su divino amor. En medio de un contento indecible, me veía como la Ciudad de Dios regada por un río impetuoso que me alegraba; y que era yo el tabernáculo del Señor santificado por sus méritos y por su santidad esencial, la cual me decía que yo era su esposa ataviada con los adornos de su justicia y que cubriría los defectos y la desnudez de su amada con sus propias virtudes.

    Hubo un combate entre mi divino Salvador y mi alma, pues él se complacía en darme con largueza. Yo, al recibir, quise expresar mi agradecimiento. Deseando que estas aguas de gracia se remontaran hasta la fuente de la cual brotaban, y llevada por ellas, subía hasta mi amor para vivir en él, por él y para él. Mientras duraban estas caricias y las profusiones de sus torrentes de amor, percibía yo claramente mi abyección y bajeza, confesando que jamás había existido criatura más indigna que yo de los favores divinos, o que hubiera hecho menos buenas obras. Me parecía haber ofendido más que todas las otras criaturas a esta bondad; y viendo que sobrenadaba en gracias tan exquisitas, me sentía más confusa de lo que puedo expresar.

    Me dirigí entonces a la Virgen madre del amor santo y hermoso como a la única inocente y singularmente llena de gracia y de gloria, a la que mediante una confianza filial, más bien infantil, llamaba mi buena mamá, diciéndole que, ya que Dios se complacía en llenar lo vacío, [218] le suplicaba que, mediante sus favores, mi vacío y mi nada fueran colmados por la divinidad de su hijo y que se dignara vaciarme de todo lo que disgustaba a Dios para que él mismo me llenara.

    Contemplé al amor divino que obró el inefable misterio de la Encarnación en el seno de la Virgen, y cómo este amor excesivo hizo descender al mismo Verbo Encarnado hasta las partes inferiores de la tierra para buscar allí a mi alma y llevarla en su corazón hasta el seno de su madre; y una vez ahí, junto con el corazón de esta misma madre, introducir el mío al seno de su Padre en compañía de estos dos incomparables corazones.

    Me comunicó, por último, lo que no puedo expresar, que la Virgen vio y conoció perfectamente. Me reconocí y confesé por siempre esclava de esta reina de amor, ofreciéndole como tributo de amor a todas las criaturas y todo lo que es voluntad de Dios. Le ofrendé también todos los favores que le concedió su querido hijo, que es mi todo, el cual me ha sido dado por el Padre de las misericordias para que sea para mí todas las cosas y, mediante ellas, por lo que ambos tienen de común e indiviso, me una, corazón a corazón, a este hijo de los corazones, de los que él es rey.

 Capítulo 25 - Se me apareció san Joaquín llevando en brazos al Salvador crucificado, que le pertenece por ser su cuerpo sagrado sustancia de Joaquín, padre de la Virgen madre del Salvador.

    [219] El 5 de abril de 1633, día en que se celebra la fiesta de san Joaquín, al que profeso una particular devoción junto con Santa Ana, cuyas oraciones me han favorecido. Por ser hija adoptiva de esta abuela del Verbo Encarnado, me sentí también hija de san Joaquín y hermana de Nuestra Señora.

    Durante algún tiempo me detuve en esta consideración, en la que vi a mi divino Salvador quebrantado y sostenido por un hombre venerable, vestido a la usanza judía. Se me dijo que era san Joaquín, el cual, después de la Virgen, tenía más derecho sobre el cuerpo del Salvador que todos los padres de la antigüedad, el cual fue dignamente instruido con grandes gracias que recibió en virtud de la elección que Dios hizo de él para que fuera padre de la Virgen y de su Hijo.

    Comprendí que engendró a esta misma Virgen sin mancha ni rastro de pecado original mediante un privilegio singular, y que ella recibió favores singulares; que siendo el origen del cuerpo de la Virgen, de la cual el Espíritu Santo formó el cuerpo del Salvador, Joaquín hubiera podido decir: He aquí la carne de mi carne, hueso de mis huesos; esta joven convertida en madre del único Hijo de Dios es mi carne, de la que nació Jesús. El Salvador y yo somos uno. El es mi hijo y mi heredad; la heredad de mi salvación.

    Gran Patriarca, ¡cuan grande es tu gloria; cuan afortunado tu destino! La belleza que posees en aquel que es el más bello de los hombres no tiene comparación: es divina y humana. Tu florido lecho es de cedro, la corrupción no se atrevió a acercársele ni permitió Dios que la vislumbraras. Santa Ana y tú se unieron por voluntad del Espíritu Santo, y vuestra unión fue santa. La hija aún más santa que recibió su ser de ambos, y el hijo santísimo que ella concibió, es el Hijo del Altísimo, que se complacer en llamarse hijo del hombre. Se le considerar hijo [220] de san José, pero ser en realidad hijo de san Joaquín, el cual engendró a María de su propia sustancia, por lo que puede afirmarse que antes de su resurrección final resucitó en él y con él y que en su carne vio a su Redentor vivo con la vida de Dios y la vida humana. Es éste el mismo hombre que nació de María y sufrió la muerte por todos los hombres, convirtiéndose así en su Redentor. Estos mismos hombres deberían bendecir el día en que san Joaquín engendró a la Virgen y aquel en que Santa Ana la dio a luz.

    ¿Quién podrá describir dignamente la excelencia de esta generación? Los ángeles la admiran, proclamándola inmaculada gracias a la diestra del Altísimo, que santificó su tabernáculo desde antes de la aurora con su presencia favorable. Que los doctores y toda clase de personas creadas pongan en tela de juicio esta concepción; si no hablan dignamente de ella, el Altísimo se reirá de ellos. El está en medio de sus corazones para confirmar la gracia que comunicó a aquella que es el tabernáculo de su Hijo, que es abundantísima: El río alegra la ciudad de Dios, santísimo tabernáculo del Altísimo: Dios la socorrerá al despuntar la aurora (Sal_45_5).

    El Señor fue refugio y fortaleza de san Joaquín y Santa Ana en las tribulaciones que tuvieron que sufrir durante el tiempo de esterilidad que los convirtió en desecho de los hombres. El poder de Dios, que los había elegido, los consideraba abuelos de su Hijo, por lo podían decir: El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro baluarte es el Dios de Jacob (Sal_45_8). El Señor fuerte está con nosotros, nos ha unido a él y se ha aliado con nosotros al dar su hipóstasis a una parte de la carne de nuestra hija, la cual es, al mismo tiempo, hija de gracia y de naturaleza según el eterno designio que Dios ha tenido de eximirla de todo pecado. Como Dios de Jacob, abatió y superó todo lo que se atrevió a presentarse para causarle daño. ¡Que todos los ángeles del empíreo salgan para venir a ver la obra del Señor, que es un prodigio sobre la tierra: la Virgen que ha nacido de Joaquín y Ana!

    San Ignacio alabó dignamente a María, llamándola prodigio celestial sobre la tierra, pues es madre del Salvador, que es la tierra sublimada, el cual se sometió a esta madre Virgen como un hijo a su madre, por cuya causa rompió y redujo a pedazos el arco y todas las demás armas, quemando los escudos porque jamás ofreció resistencia a la gracia: es toda santa y toda pura. El quiso que todos los hombres y los ángeles contemplaran y supieran, en el juicio, de qué manera ha elevado a María, y con cuanta grandeza levantó [221] a san Joaquín, a quien podemos decir: Mas tú habitas en el Santuario, ¡gloria de Israel! En ti esperaron nuestros padres, esperaron, y los libraste; a ti clamaron, y fueron salvos; en ti confiaron, y no se avergonzaron (Sal_21_4s).

    San Joaquín fue ensalzado en Jesucristo, el Santo de los santos, que es su hijo. El es la gloria y la alabanza de Israel, que ha esperado en él; al disponerse a morir, adoró el extremo de la vara; al retirar sus pies, dijo que esperaría en el sepulcro y en el limbo a su salvador. San Joaquín debía ser la preparación más próxima, como su nombre lo indica.

    San Joaquín pudo dirigirme estas palabras del Rey-Profeta: Mas yo soy gusano y no hombre, el oprobio de los hombres y el desprecio de la plebe (Sal_21_7). Los que me vieron despreciado del sumo sacerdote cuando recibía mi ofrenda, rehusándola porque Ana no había recibido la bendición, se burlaron de ella y de mí, lo cual me obligó a retirarme a las montañas entre los pastores y a practicar una gran humildad. Los dos nos abajábamos delante del Altísimo, y esto atrajo al Verbo y al Santo Espíritu, los cuales se complacen con los humildes y sencillos de corazón.

    Dios no sólo preparó a san Joaquín para ver su zarza ardiente en figura, sino a producirla de su propia sustancia, por ser la Virgen la realidad de lo que contempló Moisés. San Joaquín no dio a los hombres la ley escrita sobre una piedra, sino a la madre del Señor de la ley, que debía ser la piedra angular en medio de la cual está escrita la ley del amor, el cual, al venir al mundo, se ofreció a su Padre eterno en sacrificio de justicia para rescatar a los hombres.

    Al hacerse niño y estar sujeto a una mujer que era hija de Joaquín, se puso bajo la ley para librar a los hombres de la ley del rigor, estableciendo la de la gracia, que es admirable y que recibe su eficacia del sacrificio del Salvador. Es éste un gran sacramento que contiene la sustancia de la hija de san Joaquín, sustancia que se apoya en la hipóstasis del Verbo, que es la figura de la sustancia del Padre, el cual, teniendo la forma de Dios, y para hacerse hijo de Joaquín en las entrañas de María, quiso tomar la forma de siervo, convirtiéndose en verdadero hijo del hombre, hijo de san Joaquín y Ana por María, en cuyo seno ofreció el sacrificio en calidad de hombre, para recibirlo en calidad de Dios.

    Fue pastor y cordero, sacrificio y sacrificador, holocausto perfecto sobre el altar admirable del seno virginal que san Joaquín dio al cielo y a la tierra para redención de los hombres y en olor de suavidad a Dios, quien lo recibió con una complacencia mil veces mayor que el de No‚ después del diluvio que lavó la tierra infectada por los crímenes de la carne, que había corrompido sus caminos.

    Al concebir a su hija, Joaquín y [222] Ana la engendraron sin la maldición del pecado, que David lamenta en la suya, que fue semejante a la de todos los hijos de Adán: Mira que en culpa nací, y que en pecado me concibió mi madre (Sal_50_7). Salomón, iluminado por la sabiduría, vio en espíritu la que obraron san Joaquín y Santa Ana y exclamó: ¡Cuan bella y radiante es la generación casta! Inmortal es su memoria, y en honor delante de Dios (Sb_4_1). Generación hermosísima a los ojos de Dios, que la bendice con toda bendición divina y humana y preserva a la Virgen para ser madre de su Hijo e hijo del hombre, que fue, aún más que David, según su corazón, porque siempre hizo su voluntad. La Virgen por un derecho especial, presentó al Padre eterno al niño divino y humano quebrantado por su gloria y la salvación de los hombres.

    Si Abraham contempló el nacimiento del Salvador y se regocijó en él; si David vio en espíritu los sufrimientos del mismo Salvador y si Isaías los describió como si hubiera sido uno de los evangelistas, ¿Cómo no pensar que san Joaquín tuvo conocimientos que no han llegado hasta nosotros, semejantes a las revelaciones que tuvo san José, respecto a este hijo, con el que era uno por medio de su propia sustancia, pero que pertenecía al otro por el derecho que le confería el matrimonio sobre el cuerpo de la Virgen?

    Si Jacob sufrió un dolor indecible al ver la túnica ensangrentada de su hijo José, ¿Qué sufrimientos no habría experimentado san Joaquín, si aún viviera, al contemplar con sus ojos al Salvador desgarrado y clavado en la cruz? san Simeón, después de encontrarse con este niño, que debía ser la ruina de los malvados y la resurrección de los buenos, y a cuya muerte la Virgen sería traspasada por la espada del dolor, pidió salir de esta vida según la voluntad del Espíritu Santo.

    San Joaquín no debía ser, en esto, más que san José. No era necesario que tres hombres murieran por todo el pueblo. La justicia de Dios sólo quería uno, que fue Jesucristo, Hijo del Padre eterno y de san Joaquín, que murió en el Calvario. San Joaquín que vio declinar su vida cuando Jesús era todavía un mortal. Le hubiera sido imposible seguir viviendo después de contemplar a su hijo destrozado y clavado a la cruz en que murió por nosotros.

 Capítulo 26 - Dos consumaciones en las que el alma estuvo perfectamente unida a su fin y centro que es Dios, no poseyendo sino a este soberano Ser y teniendo en nada todo lo que no es Dios.

    [223] Al prepararme con gran deseo a recibir la santa comunión, mi divino Esposo Jesucristo me dijo que yo era su litera, semejante a la que Salomón se mandó hacer: Ved la litera de Salomón (Ct_3_7); que los peldaños o gradas de púrpura eran mi lengua y mis labios; las columnas de plata mis dientes y mi garganta, y el centro adornado de caridad su interior tapizado de amor (Ct_3_10), era mi corazón, al que había abrasado con el fuego de la caridad, y que él mismo era la caridad viva que lo llenaba para las hijas de Jerusalén; que los ángeles y los bienaventurados se alegran con mis comuniones tanto cuanto su gloria accidental aumenta con ellas, y que este Dios del todo bueno concede muchas gracias a aquellos por los que pido, a quienes aplico los méritos de mi Salvador ya que llevo en mí todos los tesoros del Padre eterno, cuya inclinación conozco: él da sin agotar jamás su abundancia, complaciéndose más en dar que en recibir. Me decía que, con amorosa confianza, distribuyera sus bienes a todas las criaturas que fueran capaces de recibirlos.

    Al acercarme a la santa comunión con esta amorosa confianza, recibí a este divino esposo mío, que deseaba conducirme al reclinatorio de oro y a lo más íntimo de su corazón divino, ordenándome cerrar la puerta a las vírgenes necias que son los sentidos, por temor a que perturbaran nuestra felicidad; mejor dicho, él mismo la cerró. De inmediato fui elevada por una suspensión de todas mis potencias durante dos horas. El Verbo me iluminó con una luz nueva y sobrenatural y escuché estas palabras: De toda perfección vi que había límite (Sal_119_46).

    [224] Comprendí que mi divino esposo me llamaba a una doble consumación que quería obrar en mí mediante su poderosísima sabiduría y amorosa bondad. La primera consumación consistió en un despojo total y universal, que es el entero desprendimiento de mí misma y de todas las criaturas, de tal manera, que repentinamente me encontré sin tener ni poder tener afecto alguno hacia mí o hacia cualquier otra criatura, por no vislumbrar en mí perfección o cualidad alguna; únicamente la nada o un ser sin apoyo, sin subsistencia, desfalleciente y perdiéndose y consumiéndose en la nada. Todas las criaturas me parecían infinitamente más pequeñas que un punto sin adorno, sin atavío, sin perfección.

    Es imposible que, ante semejante panorama, el alma se aficione o ame a criatura alguna, pues no descubre en ninguna perfecciones o cualidades que la atraigan; sólo una nada que en nada es amable, a la que el alma que la perciba claramente jamás se aficionar, pues lo único que hay de amable es el bien y la belleza. Nada de bello y de bueno existe en el ser que se encuentra en la nada, y el no ser en el que se pierde. Junto con el ser se pierde todo lo que podría atraer el afecto de la voluntad. No es, pues, de maravillar si, en semejante estado se encuentra el alma en una desnudez total, que es consumación y pérdida de si misma.

    Mi segunda consumación fue de perfección y persistencia, pues en el mismo instante vi la esencia divina como la plenitud del ser. Contemplé un ser soberano y perfectísimo, subsistente en sí mismo, origen, principio, medio, fin y apoyo de todo ser creado. No vi a las tres personas distintas, pero si la esencia divina como origen y fuente de todo ser, que está y existe en Dios, de Dios y es Dios mismo.

    Vi cómo en la plenitud del ser, o de la divina esencia, tenía mi propio ser, vida y movimiento. Mi ser brotaba de esta fuente, no subsistiendo ni persistiendo sino en el apoyo de este gran ser de otro modo, desfallecería y se perdería en su nada. Vi en él mi vida natural operando sólo en virtud de este ser soberano, y no viviendo sino de la vida emanente de dicha esencia. Contemplé en él mi vida sobrenatural de la gracia y sus perfecciones, y cómo poseía mi libertad para rehusar o recibir la vida de la gracia y los dones sobrenaturales que Dios me comunicaba.

    También me pareció que todas las criaturas estaban [225] en este ser como en su origen, en su idea, en su apoyo, en su subsistencia y en su causa total. Conocí cómo Dios comunicaba su ser; no como el mismo persistente infinito, independiente y esencial que es en si mismo, sino como un rayo y emanación que sólo subsiste mientras y en tanto que está adherido al ser soberano y persistente del que sólo es un reflejo. Vi en esta plenitud del ser cómo Dios llenaba mi nada con su ser: él mismo y sus perfecciones de naturaleza y de gracia. Percibí de qué manera Dios estaba en mí y yo en Dios, recibiendo un ser persistente, perfecto y consumado. Vi que el ser de Dios era luz, y que yo me transformaba en luz y en día por participación.

    Escuché estas palabras: Mientras alumbre el sol permanecerá su nombre (Sal_72_17). Por el orden que el Verbo de amor ponía en mi alma, el día de su luz perseveraba en ella. Toda mi perfección y consumación procedían de él, por él y en él; y así como dije antes que el alma divinamente iluminada no puede amar la nada de las criaturas, en la misma proporción siente una inclinación y un divino atractivo para amar a este ser soberanamente amable, en el que percibe todo bien y toda plenitud esencial. En esta plenitud ve cómo se sumerge en Dios, protegida y apoyada por el Verbo, el cual, mediante su palabra, lleva en si toda virtud divina, humana y angélica.

    Me veía subsistiendo y persistiendo en Dios como en mi ser, en mi origen, en mi medio y en mi fin. Contemplaba en mi interior a este Dios divinamente amoroso, como el ser amabilísimo que colmaba mi nada, el cual me perfeccionaba y sostenía con su poderosa diestra. Yo abrazaba con todos mis afectos y todo movimiento de mi libertad amorosa a este ser soberano, del que a mi vez era divinamente abrazada y acariciada.

    Por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús, dice el apóstol san Pablo (Flp_3_12). Este divino apóstol se explica de algún modo a través de estas palabras y de las que siguen: Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía (Flp_3_13). [226] Cuando digo que yo abrazaba a este Dios del que a mi vez era abrazada, no quise decir que abarcara yo su inmensidad, sino que abrazaba su bondad tanto cuanto ella me hacía capaz de hacerlo. Por ser indivisible esta esencia, la abarcaba entera; pero por ser inmensa, no podía abrazarla en su totalidad. Un niño pequeño puede ser totalmente abrazado de su buena madre, la cual lo abraza como puede. El, no teniendo los brazos suficientemente grandes para abarcar el cuerpo de su madre, rodea su cuello por ser proporcionado a sus bracitos, contentando así a su madre. De modo similar, Dios muestra una satisfacción indecible al alma que lo estrecha según la gracia, el poder y la inclinación de la libertad que Dios le ha dado, y que recibe de ella admitiéndola en su interior para ser su todo. De esta manera, encuentra ella en él todo su bien y nada fuera de él. El alma se olvida de si misma voluntariamente junto con todo lo que la ocupaba antes de conocer a este bien soberano, diciendo con el mismo apóstol: Mi única mira es, olvidando las cosas de atrás, y atendiendo sólo y mirando las de adelante, ir corriendo hacia la meta, para ganar el premio a que Dios llama desde lo alto en Cristo Jesús. Pensemos, pues, así todos los que somos perfectos (Flp_3_13s).

    El alma sabía que todo se debía a los méritos de Jesucristo, y que por su amor había sido elevada al gozo del bien adorable que la atraía, mediante su suavísimo atractivo, a no amar sino a Dios, que es amorosamente amable y que la hace rebosar de él.

    Al encontrarme en esta divina posesión, no tenía ni deseaba tener otra unión ni adhesión que Dios mismo, ni otro afecto que el suyo, olvidándome de todas las cosas cualesquiera que ellas fuesen. No consideraba nada digno de amarse en las criaturas, de no ser el grado en que estuvieran llenas del ser de Dios, que les ha comunicado en su bondad. A pesar de esto, era bien consciente de que poseía mi libertad, y que, absolutamente hablando, Dios me dejaba libre para rehusar o aceptar sus favores, de amarlo o dejar de amarlo, de desdeñar la vida y el ser sobrenatural que él me daba, y que su amor no era una imposición.

    Amaba libremente y aceptaba de buen grado estas gracias, sabiendo que Dios era mi principio, mi centro y mi fin. [227] Lo amaba con el amor que él me daba. No podía amar cosa alguna fuera de él, ni ser atraída por el amor a las criaturas, porque no veía en ellas sino nada. Mi espíritu y mi corazón estaban adheridos a este objeto en el que tenía todo mi ser, todo mi apoyo y toda mi perfección, aunque la libertad que experimentaba en este amor y adhesión a Dios radicaba propiamente en el hecho de no tener que hacerme violencia alguna, y que Dios me dejaba el poder de optar y el de aficionarme a algunas otras cosas, así como el de sustraerme a la afluencia de gracias que recibía. Esto jamás lo hará el alma que se encuentre en este estado, por no encontrar en si misma ni en el resto de las criaturas cosa alguna que pueda contentarla o atraerla. En una palabra, esta libertad es un mero poder físico, pero no moral, pues hablando en sentido moral, el alma que goza de esta alegría no puede, sin odiar su bien, alejarse de Dios, en quien encuentra toda su dicha, y al que tiende infaliblemente con toda su inclinación amorosa. Su amor es su peso.

    Fue tal la claridad que me comunicó mi divino sol, y tan abundante la plenitud de luz en que me sumergió, que todo que digo me parece extremadamente alejado de lo que vi y conocí de manera tan eminente como inexplicable. Cuando digo que contemplé la esencia de Dios, quise decir que la vi tan claramente como plugo a Dios hacerla ver y conocer a un alma peregrina en este mundo, y que sigue unida a su cuerpo mortal, de modo transitorio.

    Se me podría preguntar por qué razón no contemplo a las tres personas si percibo su esencia. Yo respondería que Dios es un espejo voluntario y libérrimo; que aún no estoy en el empíreo, donde los bienaventurados contemplan la unidad en esencia de la Trinidad de personas a la luz de la gloria, y que Moisés no vio a la Trinidad a pesar de que nos dice la Escritura que hablaba con Dios cara a cara, como un amigo con su amigo. Para Dios es muy fácil dejar ver su esencia sin mostrar la distinción de los soportes, así como no encontró dificultad en que la segunda persona se haya encarnado y no la primera o la tercera, las cuales la acompañaron por concomitancia y secuencia necesaria. [228] Por ser indivisible su divina naturaleza, son inseparables; se encuentran la una dentro de la otra por circumincesión, por su inmanente penetración y porque, como dijo el arcángel Gabriel a la Santa Virgen, nada es imposible para Dios, que es todopoderoso.

    El hizo todo lo que quiso en el cielo, en la tierra y en todas partes. Todos los bienaventurados contemplan en su integridad la esencia divina porque es simple e indivisible, pero ni todos ellos congregados pueden verla en su totalidad porque es inmensa. Los habitantes del cielo poseen diversos grados de gloria, así como lo fueron en niveles de gracia. San Pablo nos describe esta diferencia diciendo: Una es la claridad del sol, otra la claridad de la luna, y otra la claridad de las estrellas, y aun hay diferencia en la claridad entre estrella y estrella (1Co_15_41).

    La visión que se complació este amoroso Dios en comunicarme, elevando mi espíritu sobre todo lo creado, fue tan augusta y eminente, que mi entendimiento pareció transformarse en la claridad de su espíritu, experimentando estas palabras del mismo san Pablo: Porque el Señor es Espíritu, y donde está el espíritu del Señor, allí hay libertad. Y así es que todos nosotros, contemplando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de claridad en claridad por el Espíritu del Señor (2Cor_3_17s).

    Después de iluminar mi entendimiento, este claro conocimiento abrasó mi voluntad con una llama ardentísima; admiraba y amaba las divinas perfecciones de este Dios que me favorecía comunicándome sus claridades. Veía cómo todas las luces creadas se eclipsaban en presencia de esta luz increada, y cómo toda la belleza de las criaturas se desvanecía delante de esta soberana hermosura, que posee su ser y subsistencia de ella misma, por ella misma y en ella misma. Estas visiones producían en mí un amor muy ardiente, depurado y unificante con la divina belleza que con tanta bondad se dejaba ver, uniéndose con aquella que podía recibir estos ardores y esplendores, aunque sin poder expresarlos.

    Es ésta la unión soberana y la más afortunada que el alma tiene con Dios, exceptuando la de la gloria, ya que se une a Dios sin la mediación de las criaturas. Es una admirable deificación o transformación del alma en Dios, [229] la cual sólo conocen las almas que gozan de ella por un privilegio especialísimo. Estas almas son muy pocas en número, ya que este favor requiere la desnudez del alma y el desasimiento de todo lo creado. Es un anonadamiento muy íntimo del alma que es favorecida por el divino amor. Señor, líbrame de los hombres; de los hombres, cuya riqueza es esta vida, y cuyo vientre hinchas de tus tesoros (Sal_17_22).

    Señor, tú te complaces en colmar de bondades interiores a un reducido número de almas que son pequeñas a sus propios ojos y a la vista de los hombres. Estas almas saborean en el camino de esta vida las dulzuras de la gloria a la manera de quienes viven todavía en el mundo. Mediante estos preceptos, sus corazones son colmados de deleites sagrados y del maná escondido. Estas almas felizmente sumergidas en ti, donde se encuentran en su centro, se ven vacías de todo; al renunciar a permanecer en ellas mismas, se introducen en Dios, en el que se consuma su matrimonio con este Dios de amor. Escuché, al respecto, estas palabras del apóstol: Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia (Ef_5_32), por cuyo medio comprendí la unión soberana de Jesucristo con su iglesia.

    Escuché que el alma es toda de Dios y está toda en él, recibiendo su ser, su vida y movimiento en la interioridad de Dios. El está en ella por bondad inefable para acariciarla y apoyarla, dándole y comunicándole sus divinas perfecciones y la persistencia en este mismo ser. Mientras que ella se encuentra en este estado de gozo, no puede aficionarse a nadie sino a Dios, viendo y encontrando fuera de él solamente la nada, que no puede invitar a ser amada.

    Mi divino esposo me hizo ver esta sagrada pérdida como muy venturosa, y felicísimo este retorno del alma al interior de Dios, que es su principio y su fin. El divino enamorado me aclaró y explicó estas maravillas con unas palabras de David: Se inflamó su corazón y mis entrañas se conmovieron; he sido reducido a la nada y no lo sabía. Porque en este anonadamiento del alma sólo resta una llama que es como la quintaesencia, llama que ha consumido, al parecer, todo el ser material; [230] llama que sólo vive y subsiste en Dios, que la conserva para ser divinamente amado por el amor purísimo de su amada. Por esta razón, el profeta añade que los reinos han sido transformados, pues estos afectos terrenales, materiales y groseros que siguen a los objetos creados a los que se apegan, han sido cambiados en afectos divinos. Aquellos desfallecieron ante esta llama que impulsa enteramente al alma hacia Dios. Por eso continúa diciendo: He sido reducido a la nada y no lo sabía.

    Este es el anonadamiento del alma que se pierde en Dios, pero no mediante una identidad del ser, o por una confusión y mezcla con el ser infinito de Dios, sino porque ella ve que su ser se pierde en la nada y sólo subsiste en el de Dios. Al contemplarse a si misma, se ve sin apoyo ni soporte, a semejanza de la humanidad del Verbo. Aunque dicha humanidad tenga su existencia y su ser distintos de los del Verbo, sólo subsiste en el Verbo y por el Verbo. Si se considera a si misma, se ve sin apoyo o soporte propio, dándose cuenta de que dejaría de existir si Dios no obrara la maravilla de apoyarla de esta suerte. Habiéndola privado de sustentáculo o subsistencia creada, él la sostiene con su fuerza, dándole seguridad él mismo por medio de un concurso extraordinario, lo cual sería decir que esta humanidad subsiste únicamente en lo que ha recibido de él, y, haciendo a un lado lo que recibe del Verbo, no podría obrar ni actuar.

    El alma que se encuentra en esta suspensión tan alta ve que su ser subsiste en Dios y que, por ella misma, se va perdiendo y consumiendo; y que toda su perfección está en aquel que le ha dado su ser y le concede la persistencia. Esto mismo se aplica a las especies sacramentales, pues al perder su ser el pan que las sostiene, se encuentran sin apoyo, y si no fuese porque tienen un ser distinto de su materia de pan, perderían este ser si no fuera conservado por una mano todopoderosa que suple la falta de la materia del pan. He aquí la nada a la que el alma se ve reducida, considerándose en si misma mediante esta visión. Ella no ve sino un ser desfalleciente que se pierde en la nada, por lo que exclama con el rey profeta: Estoy reducido a la nada y no lo sabía.

    [231] Es éste un gran secreto, pues la nada no puede ser conocida. Es tan sutil, que se eclipsa aun de los ojos del alma, de donde se sigue que, aunque nosotros estemos siempre en esta nada, no podemos verla. Dios, empero, da una especie de cuerpo a esta nada, haciéndola al parecer material y cognoscible al alma a la que eleva de la manera antes mencionada: Como un jumento fui delante de ti. Mas yo estar‚ siempre contigo (Sal_72_22). En esto ella ve que el divino amor se descarga sobre ella, sin que tenga que hacer otra cosa que recibir esta dulce carga de sus divinas liberalidades, dejándose conducir como un asno o un caballo por su escudero. Jamás desea abandonar a Dios, en el que ella se encuentra y se ve subsistir, lo cual se expresa con más claridad en el versículo siguiente: Tomaste mi mano derecha (Sal_72_23). Dios la sostiene y la apoya. Es un grandísimo favor el que Dios se digne ser el apoyo del alma.

    ¡Oh grandeza de la divina caridad! El Salvador, el mismo Verbo Encarnado, quiere conducir a esta alma en el día de su triunfo así como Amán condujo a Mardoqueo para realzar su gloria delante de toda su corte, diciendo a todos los príncipes: Así se honra al que el rey quiere honrar (Est_6_9).

    El sostiene la mano derecha de su amada, conduciéndola hasta el conocimiento de su esplendor y al interior de sus bondades. Con humilde reconocimiento, ella le dice: Tomaste mi mano derecha; con tu consejo me guiarás, y me recibirás al fin en la gloria (Sal_72_23s). El le revela, mediante un claro conocimiento la nada de su ser, y cómo su caridad la apoya y la recibe en su intimidad mediante un sagrado retorno y a través de delicias inefables. El alma que regresa a Dios, su principio, se vuelve toda gloriosa, participando en la gloria de aquel que la colma de alegría al entrar en ella para recibirla en él. Al captar esto, exclama ella: y me recibirás al fin en la gloria. Por estar inundada de esta gloria, no es de sorprender que se encuentre despojada de todas las criaturas y del afecto hacia ellas, no encontrando cosa alguna, ni en el cielo ni en la tierra, por grande y sublime que parezca, que pueda atraer y retener su corazón.

    Esta alma generosa y santamente gloriosa se dirige con admirable impetuosidad a su divino esposo diciéndole: ¿Quién hay para mi fuera de ti en el cielo?, y si contigo estoy, no me deleita la tierra (Sal_72_25). [232] Su amor ardiente la hace caer en un admirable y amabilísimo desfallecimiento. La naturaleza, representada por el cuerpo y la carne, comienza a flaquear: como el corazón languidece de amor, late precipitadamente en aquel que causa (esos latidos), llegando hasta parecer que deja de latir, pues carece de fuerza suficiente para aportar el calor y energía necesarios al resto del cuerpo. La esposa llega a sentir que se desvanece, diciendo por ello: Desfallecen mi carne y mi corazón, ¡Roca de mi corazón, y mi parcela Dios para siempre! (Sal_72_26). Dios ocupa todo este corazón que no pide participación alguna ni heredad fuera de Dios, así como tampoco posee cosa alguna que no sea Dios, descubriendo sólo el vacío fuera él.

    Todo lo contrario sucede a los que se alejan de Dios, ya que al no apoyarse más en él, se pierden. Como su ser carece de subsistencia, por haberse alejado de aquel que es el único que puede ofrecérsela, él pierde a todos aquellos que se retiran de él por el pecado y dirigen sus afectos a otra parte. No los pierde por afirmación, exterminándolos en su ser, que sólo les permite ver en los infiernos, sino por negación, dejando de comunicarse con ellos por la gracia, como lo hace con las almas que permanecen en la caridad, a las que él mismo sirve de soporte. Estos desventurados, al salir de su ser, de su principio, de su centro y de su fin, se quedan sin apoyo ni sostén por haberse alejado de Dios: Pues los que se apartan de ti, perecerán, pierdes a todos los que, dejándote, adulteran (Sal_72_27).

    David añade con toda razón que es bueno adherirse soberanamente a Dios; adhesión que lleva el alma a poner toda su esperanza en Dios, ya que sólo en él puede subsistir. Mas para mí, bueno es estar cerca de Dios, poner en el Señor Dios mi refugio (Sal_72_28). Esperanza que el alma deposita en Dios su Señor y en Jesucristo su esposo, gracias a cuyo favor puede llevar a cabo esta soberana adhesión y unión tan estrecha, el cual desea que ella anuncie sus maravillas y enseñanzas a las a puertas de la hija de Sión, a las almas que están en su iglesia, que es su (nueva) Sión. Para que anuncie todos tus loores en las puertas de la hija de Sión (Sal_72_28). Porque el alma, al volver de este exceso, del que jamás quisiera salir, por haberse perdido felizmente una vez, no querrá volver a encontrarse. Contar entonces las maravillas de la bondad de Dios, de las que la colmó por su pura misericordia y no [233] por sus méritos, exclamando con el amigo de Job: Pues estoy lleno de conceptos, y no caben ya en mi pecho (Jb_32_20).

    Si, al volver a sus sentidos, esta alma toda espíritu y llena de las delicias celestiales, encontrara en la tierra otros espíritus capaces y voluntariamente dispuestos a escuchar las maravillas que contempló durante estas elevaciones admirables, les contaría sus sublimes conocimientos; y si no pudiera hacérselos comprender, las exhortaría a no blasfemar de lo que no entienden y a conocer que Dios comunica estas gracias admirables como y a quien le place. Por eso dice a cada uno de ellos: y así no verás en mí cosa maravillosa que te espante; ni te será molesta mi elocuencia (Jb_33_7).

    Que la maravilla que la bondad me ha concedido no te asuste ni extravíe tu espíritu al no poder comprenderlo. Que mi elocuencia no te oprima. Te ruego que, al compartir contigo las luces que la sabiduría me ha infundido en estas sublimes suspensiones, no sea yo una carga para ti con mis elocuentes discursos. Si pluguiera a este Dios, que te ha formado de la misma materia que a mí, y que te ha dado un alma sacada de la nada como la mía, sabrías por experiencia que digo muy poco de lo que él me ha enseñado. He aquí que abro mi boca; formar la lengua palabras en mi garganta (Jb_33_4). Saboreo esta dulzura que la sabiduría me ha infundido aunque no puedo infundirla en ti según los deseos de mi corazón, que ama la sencillez: Mis discursos saldrán de un corazón sencillo, y mis labios proferirán sentimientos de verdad (Jb_33_3).

    Lo que te he dicho es lo mismo que aquél que es un Dios simplísimo y un puro acto sin añadidura me ha enseñado. Son sus propias palabras, las cuales son expresiones purísimas, que purifican mis labios como el carbón del serafín purificó los de Isaías, el profeta evangélico que se consideraba infortunado por haber callado y por convivir con un pueblo que estaba corrompido por las acciones y palabras que disgustaban al Dios de la pureza, el cual eligió a este profeta para anunciar su admirable Encarnación, que debía realizarse por obra del Espíritu Santo en las entrañas de la Virgen más pura que el Sol. Este mismo Espíritu, que efectuó esta operación admirable, es aquel que, con el Padre y el Hijo, te ha creado como a mí: El espíritu de Dios me creó, y el soplo del Omnipotente me dio la vida (Jb_33_4).

    Habiéndome hecho, me dio la vida con su soplo divino. Es todopoderoso [234] y todo bueno; la bondad, que es de suyo comunicativa; me ha comunicado sus insignes favores, que son luces comunicantes. Si puedes resistir a ellas cuando te las expongo, hazlo.

    Respóndeme, si puedes; y opón tus razones a las mías (Jb_33_5). Si no puedes hacerlo, adora a este Dios que hace disertar las bocas de los niños, y que se complace en revelar sus secretos a los pequeños y a los sencillos, ocultándolos en tanto a los grandes, a los sabios y a los prudentes del mundo. Honra lo que no puedas comprender y no te escandalices por ello. Y así no verás en mí cosa maravillosa que te espante; ni te ser molesta mi elocuencia (Jb_33_7).

    Trata de despojarte de todos los afectos que no son de Dios ni para Dios. Recibe las gracias que él quiere concederte haciendo buenas obras, si en la tierra no has alcanzado la vida contemplativa. En el cielo gozarás de la unitiva, y poseerás la gloria según la medida de la gracia. Amen. J. de Matel

Capítulo 27 - Bondad de Dios hacia todas las criaturas. Ella conserva el ser a los demonios y a los condenados, que la odian obstinadamente. Mi alma deseaba sufrir sus penas a fin de que reconocieran esta bondad. 8 de abril de 1633.

    [235] Al detenerme en la consideración de la bondad de Dios, que se difunde en todas las criaturas, visité el universo entero en compañía de mi amado, el cual me condujo hasta los infiernos para hacerme ver en ellos los rasgos de su bondad y las muestras de su dulzura en medio de los rigores de su justicia. Vi las llamas de su amor en el centro de los braseros de su venganza, dejando al demonio el ser natural, sin aplicar a estos revoltosos toda la severidad que podría emplear.

    Me hizo saber que así cumplía el oráculo de Isaías: ...ni apagar el pabilo que aún humea (Is_42_3). Comprendí que los demonios son tizones humeantes que el Salvador no extingue. Tampoco destruye su ser mediante una aniquilación o exterminio, aun cuando estos obstinados persistan en su rabia. Por este humo hediondo debe entenderse la cólera y la furia que han concebido y conciben contra el Verbo Encarnado, el cual, no obstante, los sufre y los sufrir. Cuando se rebelaron en su contra, no quiso combatirlos en persona ni destruirlos del todo. Como no le gusta destruir sus obras, confió a san Miguel la misión de expulsarlos del cielo por resistirse a obedecer sus divinos mandatos.

    [236] Mi alma, arrebatada ante tanta bondad, se sintió impelida a pedirle la confiscación de todos los bienes que en otro tiempo poseyeron estos demonios, es decir, las gracias y favores que había concedido a las almas condenadas. Solicité además todos los méritos que, mediante el ejercicio de buenas obras, habían adquirido durante el tiempo que permanecieron en gracia, rogándole que me los apropiara en vista de que todos estos méritos inútiles para ellos, pues al llegar su fin estaban en pecado mortal. Proseguí diciéndole que si su bondad me concedía todos sus bienes y todas sus gracias, sería para glorificarlo en el tiempo y en la eternidad.

    Después de estas peticiones, le di las gracias por el ser y los otros bienes naturales que poseen estos desventurados, que se niegan a reconocer como beneficios de su bondad, o a rendir voluntariamente el tributo y homenaje debidos a esta Majestad, de la que dependen en todo como tributarios, y que les deja la existencia y el ser por considerarlos esencias espirituales, formas sin materia, y de tal manera obstinados, que son invariables en su esencia.

    Mi alma, llena de amor, deseaba satisfacer por ellos a esta divina Majestad por medio de humildísimas y amorosas acciones de gracias. Me ofrecí como intermediaria en estado de gracia para sufrir [237] todas las penas de los condenados, para satisfacer a su justicia, si esto fuera posible, y, si fuera de su agrado, vaciar el infierno a fin de que lo alabe tan gran número de criaturas que blasfemar contra él por toda la eternidad.

    Mi divino amor me manifestó que estos actos le habían sido agradabilísimos. Me hizo reconocer su bondad hacia los judíos al no haberlos acusado delante de su Padre cuando lo crucificaron, diciéndome que los había disculpado por su ignorancia, rogando por ellos, y que el exceso de su amor lo movió a piedad hacia ellos después de haberles permitido unir su odio con el de las tinieblas para afligirlo, consintiendo en que todas las criaturas tuviesen poder sobre él.

    Este divino enamorado podría parecer insensible y pasar como tal si no fuera la soberana sabiduría y si la locura de Dios no fuera más sabia que la sabiduría del mundo. A imitación de san Pablo, quisiera poseer la santa locura por Jesucristo y reputar en nada la sabiduría y la prudencia que Dios reprueba porque es vana, engañosa y conduce a los infiernos a quienes la siguen. Una vez en estos abismos, sólo tienen ojos y luz para ver sus suplicios, y horror para avistar a sus patrones, es decir, los demonios. No tienen otro sentimiento que el de atormentarse en su horrible desesperación. Desengañados de sus falsas ilusiones, caen en verdaderas confusiones en estas tiniebla exteriores; atadas de pies y manos, no pueden salir de ahí, y así permanecerán por toda la eternidad, incapaces de amar a aquel que los creó y condenó con toda justicia.

    Tendrán arrepentimientos eternos, no de amor, sino de rabia, pues odiarán [238] eternamente a su creador y Redentor, ya que no quisieron aprovechar la abundante redención que él obró por ellos. Verán su extrema locura, rechinando los dientes de furor cuando sus cuerpos malditos se reúnan con sus almas, a causa del pecado que los ha desfigurado y por las llamas que los quemarán en estas mazmorras en las que no reina el orden, sino un eterno desorden.

    Padecerán remordimientos agudísimos que no serán de arrepentimiento por haber ofendido a Dios en su bondad, sino por [238] verse encadenados y atormentados por los demonios a quienes odiarán más de lo que amaron estarles sujetos cuando, voluntariamente y con placer, siguieron sus intenciones y encauzaron sus pensamientos a complacerlos, mofándose de Dios y de sus santos mientras vivieron. Son justamente castigados por sus crímenes. Mientras los santos viven en paz y alegría, sus remordimientos serán sin conversión ni remisión. Comparecerán llenos de espanto por el remordimiento de sus pecados, y sus iniquidades se levantarán contra ellos para acusarlos. Estar entonces el justo en pie con gran confianza en presencia de los que le afligieron y despreciaron sus trabajos. Al verle, quedarán estremecidos de terrible espanto, estupefactos por lo inesperado de su salvación. Arrepentidos, y arrojando gemidos de su angustiado corazón, dirán dentro de sí presas de un dolor desgarrador al ver a los santos, a quienes antes despreciaron: Estos son los que en otro tiempo consideramos como gente sin valor, blanco de nuestros desprecios y de nuestras burlas, a quienes vemos ahora coronados de gloria, compartiendo la suerte de los santos, en el número de los hijos de Dios y revestidos de la estola resplandeciente. Estábamos ciegos a causa de nuestras vanidades, errábamos por el camino y el sol de la verdad y la justicia no brilló en nuestros entendimientos porque le oponíamos los obstáculos de nuestros vicios, que nos conformaban a los demonios, cuya malicia imitábamos (Sb_4_20); (Sb_5_1s).

    Ahora estamos confinados en sus profundas fosas, acompañándolos en sus suplicios así como imitamos sus crímenes, y aunque al presente conozcamos que Dios nos castiga por su justicia, no queremos amarlo; estamos confirmados en malicia y en nuestra desesperación. Si pudiéramos, destruiríamos su poder en esta postrimería, así como despreciamos su bondad cuando aún estábamos camino hacia él. Amén.

Capítulo 28 - El divino amor, en su bondad, se complace en comunicar sus favores a los que confían en él. Diversas gracias que recibí del Salvador y de su santa madre.

    [239] Los días 9 y 10 de abril de 1633, después de recibir la santa comunión, vi un río de leche. Mi amado Jesús me invitó a lavarme en ese delicioso baño, que podía blanquearme y alimentarme. Al admirar la hermosura de ese río, comprendí que procedía de los senos sagrados de la Virgen, en cuyo pecho entraba con mi amabilísimo esposo. Una vez ahí, paladeé las caricias de su divino amor, que me parecen inexplicables. Su bondad me colmaba de gozo y confusión. Adoraba a este real y divino niño Jesús sobre el corazón de la Virgen madre como sobre un altar. Presenté en él mis ofrendas después de mis adoraciones, deseando ser consumida en un perfecto holocausto, recordando que este divino Salvador era la víctima que el Padre eterno exigía. Habiendo despreciado los sacrificios de las antiguas víctimas, aceptó la que su Hijo le ofrecía, que era de un mérito infinito, por ser sacrificador y sacrificio, pastor y alimento, creador y criatura, Dios y hombre, bondad y belleza antigua y siempre nueva.

    La noche de ese mismo día, estando despierta y padeciendo una sed intensa que provenía de mi indisposición, ofrecí esta sed a mi esposo, el cual me dijo que David, después de haber deseado ardientemente beber del agua de la cisterna, y habiéndola recibido gracias al valor de sus soldados, la derramó en sacrificio ante Dios, privándose de ella. Como recompensa, la divina Providencia le dio toda la cisterna de Belén, la cual era figura de los pechos de la Virgen, de la misma Virgen y de su hijo, el Verbo Encarnado.

    Hija mía, tú posees el mismo favor. La madre y el Hijo se entregan a ti con sus pechos colmados de dulzura. Debes alabarlos amorosamente cual hija de estos pechos sagrados, para confusión de los enemigos de la gracia.

    Poco tiempo después caí en cierta inquietud, [240] preguntándome si todas estas caricias y agradables favores procedían de Nuestro Señor, o si se trataba de una ilusión. Este temor me daba pena, predisponiéndome a recordar una conversación que me había visto obligada a escuchar para sacar a un alma de su lodazal, temiendo que, al hacerlo, me hubiera dejado llevar de mucha curiosidad. Aunque muchas veces mis confesores se esforzaron en quitarme este temor, dándome ánimo y confianza, derramé gran abundancia de lágrimas. Mi corazón se oprimía paulatinamente y me quejaba a mi esposo diciéndole que parecía olvidar sus promesas de que el demonio jamás se acercaría a mí para afligirme, habiéndome asegurado que yo sería su fuente sellada y su jardín cerrado; que yo era su tabernáculo que él santificaría como si fuera el santísimo y el altísimo.

    Su bondad, no pudiendo verme turbada durante largo rato, me rodeó repentinamente de una valla que consistía en un enrejado de hierro erizado de agudas puntas de varios colores, diciéndome: No se te acercar el mal (Sal_90_10). Me aseguró que estos barrotes detendrían todos los esfuerzos de los demonios, y que permanecerían abiertos a fin de que se divisaran las flores del jardín que era mi alma, adornada de diversas gracias, y que las obras de este Dios de bondad en mí no eran obra de las tinieblas; que la diversidad de colores simbolizaba la multitud de gracias que él se complacía en concederme, las cuales me guardaban y continuarían protegiéndome. Abajo de mi cabeza percibí un arco iris que era promesa de esa paz que sobrepasa todos los sentimientos, arco que era para mí un signo de clemencia. Como a pesar de todo mi corazón, oprimido por la melancolía, no se expandía y mis lágrimas no cesaban de correr, se me presentó un racimo de granadas circundado por un rayo de luz para consolar mi corazón. Esta granada significaba la dulce conversación de mi esposo, la cual me concedía por pura bondad.

    Poco tiempo después vi cuatro espadas flameantes. Comprendí que eran otros tantos querubines que Dios había puesto alrededor de mi corazón para guardarlo, como en el paraíso donde se encontraba el árbol de la vida.

    Me es imposible describir los mimos y caricias que, por espacio de cuatro horas, me prodigó este divino esposo mío para alegrar mi corazón. Parecía un enamorado apasionado por el amor de su amada. Cuan dulcemente enjugó mis lágrimas, y cuántas muestras de su amor experimenté durante la jornada que siguió. Me colmó de tal exceso de favores para devolver a mi alma su inefable tranquilidad y reposo. Alejó de mí toda clase de desconfianza y me dio a entender que, debido a su compasión, el amor lo hacía participar de mis sufrimientos, y que si el [241] estado de gloria no lo hubiera vuelto impasible, se habría identificado con la aflicción misma para condolerse.

    Cuántas veces me dijo que, siendo tan amorosamente amada por él, carecía yo de motivo para apenarme o desconfiar de su misericordia. Me instó caritativamente a beber de la cisterna de David, la cual me pertenecía por el nuevo don que de ella me hacía: Bebe del agua de tu cisterna (2S_23_15), hija mía amadísima, y compártela con tu prójimo. Los pechos de mi santa madre te son ofrecidos y entregados junto con el río que corre desde el seno paterno hasta el seno de María; todo llega hasta su humanidad como a una cisterna.

    Me prometió que, así como las aguas que Moisés había hecho brotar de la piedra habían seguido a los hebreos a través del desierto, sus misericordias me seguirían todos los días de mi vida; que al llevarlo en mi seno, portaba en mí la piedra misma de la fuente en toda su integridad; que esta piedra y esta fuente, según la explicación del apóstol, se referían sólo a él: La piedra, sin embargo, es Cristo (Ef_2_20). Que él estaría siempre en mí, que jamás me dejaría, aunque no siempre se dejara ver, diciéndome que los ardores que yo sentía demostraban suficientemente su presencia, como lo notaron los dos discípulos que se dirigían a Emaús, los cuales sintieron los efectos de la suavidad de su presencia sin conocerlo cuando desapareció. Me recordó además las palabras de Jacob, que estuvo con Dios sin saberlo, recibiendo sus gracias mientras dormía.

    Me dijo que le complacía mi confianza amorosa, y que David ofendió más su amor y su bondad, tan magnífica y liberal hacia él, mediante el censo de su pueblo que mandó hacer a Joaz que con muchos otros pecados que fueron más graves y enormes, debido a que aquello provenía de la poca confianza que tenía en aquel que deseaba asistirlo. Con ello demostró su vanidad, pues quiso medir sus fuerzas, portándose como un hijo emancipado. Este estado no agradó a Dios, el cual quería que en todo lo tratara como a su Padre bueno. San Pedro, habiendo oído decir a san Juan, Es el Señor (Jn_21_7), se arrojó desnudo al agua para llegar más pronto que él. A este buen santo y a sus compañeros les falló la confianza más tarde, por creer que era un fantasma.

    Hija mía, este es el sentir de un alma desconfiada, que habiendo reconocido al principio a su Salvador, y habiéndose impuesto el deber de seguirlo, lo toma por un fantasma cuando debería abrazarlo. Pierde así todo el mérito que ha ganado en esta sagrada búsqueda, ahí donde las almas generosas [242] y confiadas caminan sobre las aguas como el Espíritu de Dios, al que están adheridas.

    Espíritu que, al cernirse sobre estas aguas les comunicó en su bondad la fecundidad, dejando la simiente de los peces y de los pájaros que más tarde se formarían en ellas. Esto representa la versión que se aplica a las almas inclinadas al bien, las cuales conciben y engendran todo a una como Dios, el cual, al conocerse a si mismo, engendra a su Verbo y produce a su Espíritu en el mismo instante; es como el sol, que lanza sus rayos, iluminando y aclarando todo al mismo tiempo. Lo mismo sucede en el alma mediante la operación del Espíritu Santo, que en ocasiones obra imperceptiblemente. El hace escuchar su voz sin que se comprenda su eterna producción ni la infinitud de su amor, al que desea conducirnos: El viento sopla donde quiere: y tú oyes su sonido, mas no sabes de dónde sale o adónde va (Jn_3_8).

    La confianza es la llave de David que abre el corazón de Dios y que encierra al alma en él con exclusión de todo lo que pueda perturbarla si permanece fiel a él; llave que este Hijo de David me da por ser su amada.

    Quiso seguir consolándome, por lo que me aseguró que yo era amada por su Padre, el cual se complacía en mí y me consideraba su hija amadísima; él, como su esposa, y el Santo Espíritu como su niña de pecho. En cuanto a su madre, que ella tenía el seno abierto para recibirme y llevarme sobre sus rodillas; que me animaba por ser ésta la voluntad de su divino Padre, y que me concedía benignamente muchos consuelos de los que ella se había privado santamente; que ella había conservado en su corazón muchos grandes misterios, según nos dice san Lucas, su secretario, para comunicármelos como lo hacen las madres, que adornan con sus aderezos y joyas a sus hijas para lucirlas mejor.

    Esta incomparable madre me dio a entender que me había hecho preparar dulzuras sumamente deliciosas, que había dispuesto para mi deleite espiritual, y que en mi corazón había guardado ardiente y preciosamente a aquel que lleva en si toda dulzura divina y humana. Su seno virginal era el horno o el fuego del amor sagrado que les daba cocimiento. Se distribuían mediante el conocimiento de las misericordias de la divinidad y de la humanidad del Verbo Encarnado, conocimiento que esta Virgen había guardado en su corazón, el cual me comunicaba a través de su dilección maternal. ¿No era todo esto capaz de levantar mi corazón abatido y consolar mi alma en las aflicciones más amargas que hubiera podido tener?

    Al día siguiente, mi divino esposo me reconfirmó todos estos favores diciéndome que todo lo que su amor me comunicaba por medio de su [243] santa madre y de sus santos, y él mismo, no debía caer bajo sospecha de ilusión; que en ello se podía observar una eminente pureza que el espíritu de mentira no podía producir; que su sabiduría ,mediante las sagradas comunicaciones de su puro y santo amor, confundir a aquellos que no pueden encontrar deleite sino en el deseo brutal, ni amar sino con afectos sensuales e imperfectos. Que así como los buceadores, después de llenar su boca de aceite, se lanzan a buscar perlas en el fondo del mar, y gracias al aceite ven tan claro debajo del agua como en la superficie de la tierra, del mismo modo las almas purificadas por obra de la gracia divina encuentran la perla de la inocencia y de los placeres del paraíso allí donde los [244] impuros se pierden en el fango y lodazal de los malos deseos.

    Para poner su sello en esta grande confianza, en medio de una infinidad de gracias que mi divino amor me concedió, me dijo que son tres los que me daban testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo (1Jn_5_7); y tres en la tierra: el espíritu, el agua y la sangre (1Jn_5_8), complaciéndose en mí y dándome permiso de llamarle mi papá; recibiéndome en su seno, desbordando sobre mí un río de paz, y complaciéndose en que lo abrace con mis bracitos de niña, derramando tanta dulzura, que parecía no tener otro quehacer que deleitarse conmigo, diciéndome: Mira lo que significa ser papá de una niñita que es divinamente amada.

    Los que se admiraban al ver a un rey divirtiéndose con sus hijos recibieron de él una respuesta muy acertada: No saben ustedes lo que es ser padre. Este divino Padre de misericordia y de toda consolación, fuente de toda paternidad en el cielo y en la tierra, hacía desbordar en mi alma todas sus delicias mediante la dulzura de sus entrañas misericordiosas, la cual redoblaba mi confianza en su bondad paternal.

    El segundo testimonio consistía en que mi divino esposo, el Verbo Encarnado, me decía que todos aquellos que observen con cuántos juegos se recrea conmigo, confesarán con dificultad que es mi esposo y yo su esposa queridísima. Abimelec, al ver por una ventana a Rebeca y a Isaac intimar entre ellos y divertirse juntos, reconoció la amistad conyugal que existía entre ambos. De igual modo, las personas que me vean rodeada de estos favores, no podrán ni deberán formar de él y de mí otro juicio que la santa privacidad que su amor purísimo me concede. El mismo se complace, por un exceso de amor, en mirarme por la [244] ventana de su sagrado costado, recibiéndome en su corazón, en el que gozo hasta el presente de todas las delicias del paraíso, y donde soy toda de mi amado, y mi amado es todo mío. El se constituye cono la feliz consumación de este matrimonio santísimo que no marchita la pureza, sino que la hace florecer y engendrar la virginidad.

    El tercer testimonio de seguridad que recibí fue que mi amado me dijo que yo era la niña de pecho del Espíritu Santo, el cual se complacía en nutrirme con el pecho de los reyes, recordándome que en otra ocasión me había visto envuelta en pañales por este Espíritu todo amor, y fajada con bandas amarillas, las cuales simbolizaban el oro de su caridad. Por medio de este color, me hacía parecer un niño al que su nana recuesta en su cunita. Me hizo saber que, durante mi sueño, se acercaba como mi dama de honor, vistiéndome o desvistiéndome con un inefable amor, y haciendo en mi alma su delicioso cielo, al que adornaba con los dones de su caridad amorosa. Después de estas caricias, ¿Qué más podría yo pedir, o cómo dudar o desconfiar de tu bondad inefable, oh adorable y amabilísima Trinidad?

    A todas estas seguridades siguió el afecto de la reina del cielo, la cual, como dije antes, me había reservado el conocimiento de todos los misterios de su hijo, los cuales había querido callar, llamándose a sí misma la hija del silencio, y a mí la hija de la palabra para moverme a anunciarlos, diciéndome que el tiempo de manifestarlos había llegado. Tú, querido esposo mío, me invitaste a proclamarlos con valentía, por haber recibido esta clase de misión de la santa Trinidad.

    Comprendí que los tres que dan testimonio en mi interior sobre la tierra, son su espíritu, que es la divinidad del Verbo; la sangre, que es su cuerpo, y el agua, que figura su alma. Mi divino amor me aseguró que era todo mío en el misterio de la Encarnación y en el sacramento eucarístico, el cual me concede todos los días, otorgándome mediante él un manantial de nuevos favores y gracias escogidísimas.

 Capítulo 29 - El alma que se confía a su divino esposo es protegida por su bondad en todas las aflicciones que él permite para hacerla crecer en gracia, en merecimientos y en gloria, la cual él mismo da a probar anticipadamente, por medio de una gran paz y misericordia ya desde ésta vida.

    [247] Después de recibir algunas noticias referentes a los asuntos del establecimiento de la Orden, que me causaron motivos de aflicción, me vi al mismo tiempo combatida por dos afectos contrarios: uno consistía en la amorosa confianza y resignación a la divina voluntad, la cual producía en mi alma una gran dulzura y quietud; la otra, el fastidio ante las dificultades que obstaculizaban mis proyectos, que había emprendido sólo para gloria de Dios y por su inspiración particular, los cuales se había convertido para mí en cruz y motivo de pena.

    Estas dulzuras y afectos tan diversos oprimían mi alma y mi corazón; haciéndolo sudar con su violencia y destilar por mis ojos. Debido a ello, me sentí como una piscina a la puerta de la hija de la multitud; muchos pensamientos me arrastraban en pos de ellos. El divino y pacífico Salomón, ángel del gran Consejo, agitó espontáneamente la piscina, y arrojando en ella a la pobre paralítica para curarla y tranquilizarla le ordenó que cargara su camilla.

    En verdad mi divino amor no toleró mucho tiempo que mi alma permaneciera en semejante turbación y pequeña inquietud, y habiéndome prohibido romper la carta que debía ser el instrumento de las gracias que yo recibía, me calmó dulcemente con su [248] íntima presencia, que no perdí un momento de vista hasta las nueve de la noche, hora en que acrecentó en mí la amorosa confianza, situándome en este espíritu con estas palabras: Tú que das firmeza a los montes con tu fuerza, ceñido de potencia, que amansas el estruendo del mar (Sal_65_7).

    Todas las virtudes se encuentran en Jesucristo, pero las que le son más propias son la dulzura y la misericordia, que manifiesta singularmente a mi alma, reanimando mi debilidad y dándome valor a fin de que no tema la conmoción de las pasiones corporales ni las sacudidas de las montañas, es decir, de las potencias superiores. Aun cuando todo esto sea arrojado en medio de un mar tempestuoso y de amargura, no me estremeceré, pues el favor divino que me fortifica es más poderoso que la rudeza con que me asaltan mis enemigos. Todo se transforma o tiene éxito en favor de aquellos que aman sinceramente a Dios, sin cuyo permiso jamás sucederían estas cosas. Estos ruidos y alborotos son incapaces de alterar la paz de un alma que, al mismo tiempo es consolada y consolidada por el mismo Dios, el cual difunde en ella un río impetuoso de delicias, que con su sonido y dulce murmullo sofoca las estruendosas olas de la tempestad, que es la rabia de los demonios.

    Si se impedía, al son de instrumentos, que los gritos de los niñitos inmolados a Moloc enternecieran el corazón de los padres y madres desnaturalizados, con mucha mayor razón podemos decir que el amor del corazón de Dios imaginó esta admirable invención de ahogar en un torrente de alegría los sentimientos extraños al alma a quien rodea o ciñe como su ciudad y santifica como su tabernáculo.

    El está presente, con todos los encantos de su benevolencia, en medio del corazón oprimido, a fin de que no sea perturbado: Dios en medio de ella, no ser conmovida (Sal_46_6). Me hizo ver de qué manera [249] ocupa en verdad mi corazón, o mejor aún, que él era mi verdadero y único corazón; que él me prevenía, me detenía y me seguía en todos mis pasos, contemplándome para, a su vez, ser avistado y contemplado por mí. Continuó diciendo que me ayudaba desde la aurora del día y la madrugada por medio de su clarísima preciencia y graciosa providencia. Abraham no se daba bien cuenta de lo que decía cuando respondió a su querido Isaac, que le preguntaba dónde estaba la víctima: Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío (Gn_22_8), porque Dios no sustituyó únicamente a Isaac con un cordero, sino con su propio Hijo, que es Dios y hombre.

    El mismo amor que proveyó una víctima tan extraordinaria sigue haciendo que Jesús prevea y provea por sí mismo en todas las necesidades y dificultades de las almas que tiene en calidad de esposas, y si su estado impasible se lo permitiera, y la necesidad así lo exigiera, se ofrecería voluntariamente, por segunda vez, en holocausto.

    Este divino amor mío añadió que su rostro siempre me sería propicio, sea que aparezca desfigurado por los pecadores, sea configurado con la gloria de su Padre, del que es el verdadero rostro; que ella sería para mí un auxilio fortísimo y delicioso en extremo. Dios la socorrerá al despuntar la aurora, Dios volverá su rostro hacia ella (Sal_46_5). Todas las inquietudes se desvanecieron, y aquellos que creían estar tan seguros de su poder, cegados por su amor propio, sabrán un día, no sin pesar, que creyendo haber expulsado a los enemigos de fuera, conservaron a los de casa y pecaron con ellos mismos.

    Comprendí que podía muy bien decir con todas mis potencias que el Dios de Jacob era mi fuerza, acudiendo en mi auxilio cuando todas las criaturas me fallaran por impotencia o por malicia, y que ponderara este versículo de David: Venid a contemplar los prodigios del Señor, el que llena la tierra de estupores. Hace cesar las guerras hasta el extremo de la tierra (Sal_46_9). Porque él quebrar el arco, las flechas y todas las armas con las que se me querrá ofender, empleando su justicia en contra de los que lo [250] hagan por malicia, y de misericordia hacia aquellos que fallarán por ignorancia y por sorpresa; que el fuego que quemar las armas de sus enemigos ser para mí una clara y ardiente llama que me servir al mismo tiempo de refrigerio, pues este fuego sagrado arde y conserva lo que abrasa, siendo, por consiguiente, muy razonable que yo dejara todo y por su medio acudiese a mi esposo: ¡Venid a contemplar! Reposo más ventajoso que todos los apresuramientos de aquellos que se jactan de la nobleza de su oficio y ocupaciones, que con frecuencia relumbran y resuenan mucho, pero que son estériles y vacíos de frutos.

    Finalmente, me dijo estas palabras: Mira, hija, yo soy tu Dios todo bueno hacia ti y para ti, exaltado delante de los pueblos, yo ocupo tus potencias superiores y las exalto en la tierra, poseyendo tu cuerpo, que no es de la tierra repitiendo las primeras palabras que había pronunciado para mí, añadió:

    Te he destinado, mi queridísima esposa, para ser una montaña en mi Iglesia: tú que das firmeza a los montes con tu poder (Sal_65_7); que dar firmeza consiste en derramar en mí las abundantes gracias que recibo cada día; que en mi debilidad hace aparecer su fuerza, ceñido de poder (Sal_65_7); y que su brazo está siempre dispuesto a socorrerme. Es él quien agita el mar: que amansas el estruendo del mar, y el estruendo de sus olas, (Sal_65_8), porque así como él envía aflicciones a los que bogan por el estruendoso mar del mundo, ellos mismos se espantan y atemorizan ante el horror de sus olas. Estos son los que viven en el extremo de la desesperación, que no pueden avizorar el estandarte de las aflicciones y de la cruz... Y el tumulto de las naciones. Y temen por tus portentos, los que moran en los términos de la tierra. (Sal_65_8s).

    Por el contrario, las almas que aman a Dios, encuentran la calma en el vaivén de las olas, regocijándose en medio de las aflicciones; al ver aparecer el estandarte de la cruz que temen los otros, lo adoran y se encuentran repentinamente henchidas de gozo y de contento. Para ellas, la tormenta y las aflicciones sólo duran una mañana. Esto lo sé por mi propia experiencia, pues Dios me visitó con gran intensidad en esa tristeza que poco a [251] antes me apretaba el corazón, visita de la que David habla con mucho provecho en las siguientes palabras del mismo salmo 65: Visitaste la tierra y la regaste, en gran manera la enriqueciste (Sal_65_10). Mi divino amor me habló así: Mi sangre, que corre sobre tus labios, se convierte en un dulcísimo néctar, y tu boca se llena de un celeste licor y divina ambrosía. Tus músculos se funden por amor y se unen con el amor como dos cirios que juntos se derriten. Amor que llena al alma de tal plenitud de gracias con estas efusiones, que todos estos favores se multiplicarán y crecerán sin interrupción por un exceso de mi misericordia, que me mueve a verter sobre ti el río de mis aguas saludables y de consuelos sobrenaturales. Siempre serás este río colmado a perpetuidad, aunque corra y se desborde continuamente. El río de Dios rebosa de agua (Sal_65_10), por no tener otra fuente que el seno inagotable de la divinidad, que, además de esto, te ha preparado desde la eternidad un alimento delicioso en extremo al prevenirte de este modo con sus bendiciones y dulzuras junto con todos sus elegidos. Preparaste sus trigales; así, pues, la preparaste (Sal_65_10).

    Este alimento no es otra cosa que Dios mismo, que quiere ser el alimentador y el alimento de tu alma. No te dar una saciedad perfecta como en la gloria, donde los amigos beben a su placer y según su deseo, del torrente de la divina abundancia en el que se sumergen santamente, abismándose así en el río de Dios.

    De este modo, durante el peregrinar de estas queridas almas, les envío torrentes impetuosos que los embriagan santamente: su río rebosa de agua, lo cual les permite producir, tanto en la parte superior como en la inferior, muchas plantas de virtud bendijiste sus gérmenes (Sal_65_11), sobre las que la divina sabiduría destila gota a gota una prudencia y una medida desconocida a cualquiera que no sea ellas. A su vez, estas virtudes atraen nuevos favores, de suerte que germinan todos los días, proporcionando una gran alegría al corazón que las posee [252] y a Dios, que las siembra. Al regarlas, les ayuda a nacer y a crecer bajo la influencia y el rocío de sus bendiciones, que producen en un momento coronas capaces de recompensar (los esfuerzos de) años enteros: Coronaste el año con tu largueza, y tus huellas destilan abundancia (Sal_65_12).

    Todo esto se logra a través de una bondad sin medida. Oh Dios, que favoreces a estas almas que han encontrado gracia delante de tus ojos amorosos, a las que atesoras como posesión tuya; ¿no es de maravillar que, con tu presencia, las conviertas en campos fertilísimos? Ellas se han vaciado de todo lo que no es tu voluntad, morando en un desierto que es bellísimo por ser de tu agrado; desierto que cambiará sus tierras estériles en campo fértil por obra de tu favor: destilan los pastos del desierto (Sal_65_13).

    Todos sus pensamientos son como colinas elevadas que alegrarán la vista de quienes las contemplen; por estar impregnadas de tu deliciosa exultación: los collados se ciñen de alborozo (Sal_65_13). En fin, las acciones generosas de estas débiles ovejas son revestidas de una fuerza grandísima, las colinas se cubren de rebaños (Sal_65_14). Todos los pensamientos de sus bajezas se transforman, mediante tu bondad, en abundancia de trigo: los valles se cubren de trigo (Sal_65_14).

    Estas almas reconocerán sin vacilar el principio de todo su bien y le darán gracias con himnos y cánticos: Aclaman y cantan un himno (Sal_65_14).

 Capítulo 30 - El Verbo divino me mostró de que manera está en el seno de su Padre, del que salió para venir a dialogar con las criaturas

   [255]  El día del gran Papa san León, después de muchos consuelos que recibí en la comunión, mi divino esposo quiso conversar amorosamente conmigo sobre el misterio de su Encarnación, diciéndome que él era el Verbo en el entendimiento y seno de su Padre, así como su tabernáculo eterno; que él era el divino sol oriente de lo alto que procede de su Padre por vía de generación eterna, recibiendo su esencia de él sin dependencia alguna. Admiraba cómo el Padre le entrega todo lo que tiene sin detrimento de su plenitud. Más tarde aprendí de qué manera este mismo Verbo descendió a la Virgen, a semejanza de un navío, para bogar en y sobre este mar, colmándola de su divinidad, ya que una parte de su sustancia virginal fue unida al soporte divino sin detrimento de su virginidad. Ella fue convertida en madre admirable del Verbo Encarnado, el cual, como águila real, se había dejado caer sobre la Virgen para hacerla su presa y hacerse la nuestra, pues al tomar la pura sustancia de María Virgen, se hizo hombre el Verbo eternal, Dios de Dios, luz de luz, corona de virginidad unida hipostáticamente a nuestra naturaleza; él nos dio su cuerpo, su alma y su divinidad en la eucaristía. Quién puede fijarse en los rasgos de este divino colibrí al entrar y al salir en el seno y en el corazón de María, donde se esconde. Toma en ella un cuerpo que es verdaderamente suyo. En la eucaristía nos da su cuerpo, su alma y su divinidad. Quién puede captar los rasgos de este divino colibrí cuando entra y sale del seno al corazón de María, donde se esconde. Toma en él un cuerpo que es verdaderamente suyo. Dios es cabeza de Cristo, y Cristo es cabeza de la Iglesia, aunque muy en particular va a la cabeza de las vírgenes. El es su padre, su esposo y su hijo; el Verbo es cabeza de su humanidad, que es su cuerpo natural. No dejo de pedirle que encabece todos mis designios e intenciones. Conocí la senda por la cual comenzó a andar el joven (Pr_22_6), de qué manera nació Jesucristo de María en el tiempo sin dejar rastro de impureza, pero este camino purísimo sólo puede ser contemplado claramente por los [256] bienaventurados y por aquellos que poseen la pureza por medio de una gracia grandísima y un favor muy especial, los cuales son lavados en la sangre y el agua que brotan del costado y de las llagas de este Hijo amadísimo, así como de la leche de los pechos de su misericordiosa madre. Adheridos a sus llagas, prendidos de sus pechos, levantados hasta su costado, contemplan como otro san Juan la distinción del agua y de la sangre, vislumbrando por medio del Hijo al divino Padre que lo engendra en el esplendor de los santos.

    Los pequeños aguiluchos de este corazón contemplan fijamente, tanto como a él le place fortalecer sus ojos, por estar todavía en un cuerpo mortal, a este sol oriente naciendo eternamente de su Padre eterno; ven al Verbo en su principio, a esta luz de luz, a este Dios de Dios, por cuyo medio el Padre hizo los siglos, y sin el cual nada de cuanto existe ha sido hecho, salvo la maldita nada del mal que es el pecado, al que Dios odia tanto como se ama a sí mismo.

    Ellos contemplan la gloria del único Hijo de este divino Padre, que igual a la suya, y que no es sino una mismo gloria, así como es un solo Dios con el Espíritu Santo, simplísimo y único por excelencia, que quiso venir a nosotros, haciéndose hombre para habitar con los hombres y conversar con ellos. Es este Dios que despide la luz y ella marcha; y la llama y ella obedece, temblando de respeto. Las estrellas difundieron su luz en sus estaciones, y se llenaron de alegría: fueron llamadas, y respondieron: Aquí estamos; y resplandecieron, gozosas de servir al que las creó Este es nuestro Dios, y ningún otro ser reputado por tal en su presencia. Este fue el que dispuso todos los caminos de la doctrina, y el que la dio a su siervo Jacob, y a Israel su amado. Después de tales cosas, él se ha dejado ver sobre la tierra, y ha conversado con los hombres (Ba_3_33s).

OG-04 Capítulo 31 - Recompensa que otorgó el divino Salvador al que me concedió la santa Comunión; de las gracias con que me favorece su bondad, 12 de abril de 1633.

            [257] Pregunté con amorosa confianza a mi divino esposo qué daría al padre que me había permitido recibir con frecuencia la sagrada comunión. Al decírselo con amorosa confianza, escuché estas palabras: Al que bajo dos especies di mi carne y mi sangre, para dar de comer a todo el hombre bajo dos sustancias; que le daba todo al darse a sí mismo bajo el pan y el vino, y que le concedería el refrigerio interior y exterior, espiritual y corporal si correspondía y cumplía los designios de su bondad. Di por ello gracias a mi divino esposo, y alabándole por un doble afecto de complacencia en todos sus designios y benevolencia en sí mismo, la cual no quita nada a su excelencia porque Dios es inmenso en sí, y no puedo desearle más de lo que ya posee en este todo. Mi benevolencia hacia Dios encuentra su reposo viéndolo suficiente en sí mismo y en su soberana beatitud y perfectísima felicidad.

            Después de la santa comunión vi un [258] laúd, y mi divino amor me dijo que, al escuchar mis alabanzas, encontraba en ellas tanto placer como un rey enamorado al oír sus loores cantadas por su amadísima esposa; que complacía yo su divino gusto, que mi deseo de alabarlo en voz muy alta, si podía, era para él un laúd cuyo armonioso son le parecía muy placentero. La esposa encuentra en su presencia un favor muy grande cuando lo alaba; sus divinos ojos se clavan en mí, y sus oídos están atentos a esta voz resonante.

            Vi además una guirnalda hecha de ramas de olivo, que significaba la misericordia y la esperanza. No era una corona terminada en círculo y redondez perfecta, porque debía yo seguir trabajando para merecerla mediante mi correspondencia a la gracia que su bondad quiere concederme. Debo perseverar en la esperanza de que su misericordia me acompañar todos los días de mi vida si le soy fiel como David, y que, para fortalecerme, me ha preparado una mesa mediante la cual puedo resistir a todos mis enemigos, manteniéndome sobre aguas refrescantes apropiadas para convertirme a él y en él, a fin de librarme de las asechanzas de los espíritus de las tinieblas que quieren hacerme caer en sus lazos. Su bondad me sostiene, dándome como apoyo el báculo de su cruz, [259] consolándome en mis aflicciones con el óleo de sus dulzuras, haciendo que su cáliz, aunque a veces amargo, me embriague y me embellezca.

            Al considerar esa bondad en la cruz, derramando toda su sangre por mi salvación, sentí un valor renovado para sufrir todo lo que su sabiduría ordenara, sabiendo que nadie ser coronado si antes no combatió legítimamente, y que él se complace en estar con los que sufren tribulación, con objeto de glorificarlos por toda la eternidad a cambio de los momentos de dolor en esta vida, sufrimientos que no pueden compararse con el premio de la gloria que él ha preparado para los que ama. Ni el ojo mortal, ni el oído mortal, ni el corazón mortal han visto, oído ni imaginado lo que Dios ha preparado para los que le aman y adoran en verdad.

            ¿Qué hermosura increada puede compararse a la de Dios? ¿Qué música puede asemejarse a la que se canta en el empíreo? ¿Qué puede haber más encantador que esta invitación: venid, benditos de mi divino Padre, a poseer el reino que les estaba preparado desde antes de la constitución del mundo? ¿Qué amor puede compararse con esta bondad incomparable? Que nuestros ojos, nuestros oídos y nuestro corazón se priven de todas las bellezas de todas las melodías y de todas las delicias de esta vida para regocijarse según los deseos del Dios de amor en las de la otra. El nos ofrece gracia para ello, si queremos permanecer fieles a él.

 Capítulo 32 - Traslación de pensamientos o digresión de espíritus que la bondad de la divina Providencia obra en mí por un gran favor, a los que la Santísima Virgen unió los suyos. 13 de abril, 1633.

            [261] Al afligirme por mis pecados, que me parecían grandes por haber ofendido al que es la grandeza sublime e inmensa, su bondad me invitó a pasar prontamente el Jordán de la penitencia porque deseaba que detuviera mi espíritu en su amorosa inclinación, que le movía a venir a mí para acariciarme por medio de la recepción del sacramento de amor.

            Aprendí que, mientras las especies no se consumen, Jesucristo, mi divino enamorado, estaba presente en ellas según su humanidad, y que debía yo decirle como Eliseo a Elías: Vive Dios, que no te abandonar‚ hasta que me hayas prometido tu protección, tu bendición y, con ésta, tu doble espíritu, espíritu que es Dios, producido por dos espiraciones que son un único principio. Te pido el espíritu que anima tu cuerpo, que es tu alma santísima. Te pido el cuerpo animado de este espíritu creado y apoyado por tu hipóstasis. Quien es Dios, es espíritu. El Padre eterno es espíritu; tú, Verbo divino, eres espíritu; el Espíritu Santo es espíritu. Este es el nombre que le conviene, y que tú mismo nos has enseñado y manifestado. Es indivisible de ti y de tu Padre. Quien recibe a una de las personas de tu Trinidad, recibe a las [262] otras dos por concomitancia, siendo inseparables aunque distintas. Tú eres la una en la otra mediante una divina circumincesión y admirable penetración. Pido tu espíritu como Dios, y tu alma como hombre para poder vivir sobre la tierra y conversar en público, porque no me permites morar en los desiertos. Querido esposo, extiende sobre mí tu manto; seamos dos, virginalmente, en una carne; seamos uno por la unidad del Espíritu de amor, que nos consume en uno según lo que pediste la noche de la Cena. Mereces ser escuchado a causa de tu reverencia.

            Como su bondad, hizo a un lado los pensamientos de mis faltas para que me ocupara de su amor, su justicia me permitió pensar en las postrimerías para que ya no pecara y deseara morir a todo lo que no es Dios. Decía que Jesucristo era mi vida, y morir por él, mi ganancia. Al detener mi espíritu en el pensamiento del juicio, en el que este juez justísimo debe pronunciar la sentencia de cada uno, mi alma se sobrecogió de temor al contemplar al Hijo de Dios como Hijo del hombre encolerizado. Sufría y me afligía indeciblemente al ver a mi rey en esta actitud, a pesar de que no estaba indignado en contra mía. Esta visión me mostró cuan grande ser la pena de los culpables al ver a este juez airado con una ira infinita. Consideré que los buenos estarán en el aire y los malos en el valle mientras el juez delibera con equidad, pareciéndome que el amoroso juez de los buenos ocultaba la maldad de la vista de los elegidos. Yo podía observar sin malestar los rigores de la cólera de Dios hacia estos desventurados, el cual se complacía en alegrar a sus santos en todo, apartando de su vista los objetos deplorables.

            [263] No deja de ser una gran providencia que el infierno está‚ en el centro de la tierra, porque si bien se ha dicho que los elegidos se regocijarán al ser testigos de la justa venganza de Dios, justamente irritado conforme a sus justísimos decretos, se producir la apariencia del horrible rechinar y los tormentos espantosos, que no agradarían a los justos como las alabanzas sagradas. Si el estado de beatitud que los exime de todo mal y los colma de todo bien no los dispensara del sufrimiento, se podría decir de ellos lo que se dijo del mismo Dios cuando envió el diluvio: y penetrado su corazón de un íntimo dolor (Gn_6_6), dolor que causó que Dios dijera que borraría a los hombres criminales de sobre la faz de la tierra. Esto hace pensar que la benevolencia que muestra hacia los justos les oculta a los réprobos, que son horribles de ver.

            Después de la santa comunión, se me apareció la Santa Virgen con el seno cargado de rosas blancas y rojas, invitándome a reposar en ese lecho que ella misma me había preparado, donde no había una sola espina y la inocencia y el amor se encontraban unidos. Fui invadida de un sueño sagrado y de un dulce reposo. De este seno virginal pasé al costado de mi esposo para visitar su santo templo, gozando del deseo de David, aunque me veía muy lejos de merecer este gran favor: contemplar la abundancia del Señor y visitar su santo templo radiante de luz y ungido con óleo de alegría, pues dicho templo estaba animado por dos clases de vida: una divina y otra humana; vida espiritual y vida corporal; delicias redobladas, gloria superabundante.

Capítulo 33 - Diversas gracias y redobladas caricias con las que plugo al Verbo Encarnado favorecerme por su pura bondad, que es en sí comunicativa.

            [265] El 15 de abril, al despertar, escuché‚ estas palabras del Apocalipsis: Bienaventurado y santo, quien tiene parte en la primera resurrección (Ap_20_6), que me sirvieron de meditación y de preparación para la santa comunión. Por ellas me di cuenta de que aquellos de que habla san Juan son los elegidos que murieron en Jesucristo para resucitar a una vida nueva en él; que el germen de la resurrección, aun corporal, era el santo sacramento y que el cuerpo del Salvador, por haber estado siempre unido, aun en la muerte, al Verbo que es la vida sustancial, esencial y divina, había elegido la vida que se daría a nuestro cuerpo, y que ahora en la Eucaristía era el germen de David, Si Dios no nos hubiera dado el germen, seríamos como Sodoma y Gomorra (Is_1_9). Este germen sagrado produce la pureza de cuerpo y espíritu.

            Después de la santa comunión, mi corazón fue acometido por tres violentos asaltos que casi me hicieron entregar el alma en un dulce desmayo de amor que me duró todo el día. Sólo podía reaccionar como una persona moribunda: no podía hablar ni mucho menos explicar lo que sentía. Deseaba en verdad morir a fin de que el amor viviera, fuese mi vida y reinara en mí. Recordaba las ambiciones de aquella emperatriz que tenía anhelos dignos de un hijo mejor que el suyo, la cual quiso edificar su imperio con su propia muerte. Mi alma deseaba que Jesús, que murió una sola vez por el pecado, sofocara en mí todo lo que podía desagradarle, y que viviera en mí y yo en él y con él, para nunca más morir o vivir para otro.

            Durante este tiempo, sólo amaba a mi Dios, viéndome incapaz de sentir afecto hacia criatura alguna; así de violento fue aquel [266] golpe para mi corazón, al que mi amado ocupaba y llenaba enteramente con su presencia. Redoblando sus favores, mi divino amor me sugirió muchas veces que pesara el fuego y midiera el viento, y que entonces podría yo nombrar y pesar las gracias que su amor me concedía continuamente, que me parecen incontables.

            El día siguiente, 16 de abril, me vi otra vez extraordinariamente acariciada por este esposo mío, todo amor, al grado, que sería necesario que un serafín del paraíso tomara la pluma para describir las caricias que el celestial esposo dispensó a mi alma mientras duraron esas sagradas conversaciones y divinos coloquios. Con todo, lo poco que yo diga al respecto, aunque bien alejado de la majestad de las palabras de este sagrado enamorado, y de la dulzura de las delicias del paraíso, que inundaba dulcemente mi corazón, ser suficiente para anhelar la dicha de ser esposa del Verbo Encarnado y admirar la condescendencia y bondad de este mismo Verbo, que a partir de su Encarnación se ha vuelto tan amoroso y como apasionado de las almas puras e inocentes, en cuyo número y rango no me atrevería a contar la mía.

            Lo que es aún más admirable es que, a pesar de mis múltiples imperfecciones, todo un Dios se complazca en acariciarme con tanto deleite, desbordando en mi alma el torrente de su bondad, que es de suyo comunicativa.

            Al volver en mí, pregunté a mi amor dónde se apacentaba, dónde reposaba al mediodía: Dime dónde tienes los pastos, dónde el sesteadero al llegar el mediodía (Ct_1_6). Recordé algo que había leído en otra ocasión: que este dulce Salvador en ningún lugar del mundo se complacía tanto como en el corazón de Santa Gertrudis, a excepción del santo sacramento del altar; y como buscara razones por las cuales dicho esposo se complace tanto en ocultarse bajo las especies sacramentales, descubrí que su amor lo llevaba a amar un estado en el que siempre está dispuesto a darse a todos aquellos que desean recibirlo y que pueden tranquila, confiadamente y sin temor a su majestad, acercarse a él; que la calidad de la ofrenda y del sacrificio mediante el cual apoya continuamente a su Padre en la Eucaristía, concuerda muy bien con el título de mediador y Redentor, ya que sufrió con tan buena voluntad morir por la humanidad.

            Continuó diciéndome que él sigue amando la representación (de esa muerte), que se perpetúa en el santo Sacramento; que la ofrenda de su sangre, reiterada en el sacrificio de la misa, era una invención del mismo amor que es, a su vez, un invento para difundirse a sí mismo y a su Santo Espíritu sobre los hombres; que después de conquistar todo su reino y subyugado, o según la expresión de san Pablo, haber vaciado o despojado a todas las potestades y principados, destruir a la muerte, enemiga de la vida: En seguida será el fin; cuando hubiera entregado su reino a su Dios y Padre, cuando habrá destruido todo imperio y toda potencia, y toda dominación. Entretanto, debe reinar hasta que todos los enemigos sean puestos debajo de sus pies. Y la muerte será [267] el último enemigo destruido (1Co_15_25).

            Mi divino esposo me dijo que en otro tiempo se había complacido verdaderamente en el corazón de Santa Gertrudis, pero que ahora se deleitaba y explayaba en el mío, al que había señalado como su albergue ordinario, y que su amor lo atraía continuamente hacia mí; que se complacía en hacer en mi corazón su morada; que así como Santa Magdalena era elevada desde la tierra hasta el cielo varias veces al día, mi espíritu subía mucho más alto, como si mi divino amor hubiera querido decirme que, después de haberlo amado durante muchos años y crecido más ardientemente en su amor día tras día, no podía él vivir sin mí, a quien llamaba su amada, y que con este fin me elevaba y atraía hacia él, estando continuamente ocupado en concederme gracias aunque yo siga considerándome llena de grandísimas imperfecciones.

            Me aseguró entonces que combatía por mí contra el ejército de las criaturas, y que después de haber subyugado y vencido a todos mis enemigos, los cuales no podrán resistir su fuerza, colocará todas estas coronas sobre mi corazón, por el cual habrá combatido y vencido, complaciéndose en hacerlo aparecer victorioso, coronado de gloria y de honor, y haciéndolo su carro de triunfo seguido no sólo por los enemigos vencidos y cautivos, sino aun llevado sobre las plumas de los vientos:

            Este es el Espíritu que produce los vientos en la tierra, el Espíritu Santo que comunica sin cesar un soplo sagrado y un viento impetuoso a tu corazón, mi querida esposa, el cual te lleva sobre sus plumas y te eleva más allá de ti misma y de todas las criaturas hasta el seno de la divinidad. Espíritu Santo que te hace participar de manera admirable en las delicias y placeres de nuestra apacible Trinidad, pues lo que recibe del Padre y del Hijo, que es ser su amor, te lo comunica porque es bueno. Pesa, pues, si puedes, este fuego de amor divino y mide este viento de gracias divinas.

            Después de todas estas victorias, me quedé tranquila y deudora con mi esposo, que canta el triunfo con los coros de escuadrones bien ordenados que son el espanto de los enemigos, por ser sus ejércitos. Ellos alegran a los amigos que aman la paz, ya que son coros y cantores celestiales que asocian felizmente los laúdes con el fuego y la guerra. Estos santos producen una música admirable. [268] David dice muy atinadamente: ¡Bendito sea el Señor mi Dios, que adiestra mi mano para el combate y mis dedos para la guerra! (Sal_17_35). Todas estas victorias eran muy merecedoras de este canto de triunfo, pero, ¡oh maravilla del divino amor! mi esposo mismo quiso cantarlo a favor de su esposa, contando las perfecciones que le ha comunicado generosamente. Esta voz era tan encantadora y amorosa, que me hacía desvanecerme de amor al escucharla resonar dulcemente en el oído de mi corazón.

            La naturaleza inmortificada sólo escucha con gusto sus alabanzas, aunque de ordinario sean más adulación que verdad. No existe música más agradable para una esposa que oírse alabar por su esposo; para él solo siente afecto, y aunque con frecuencia los del mundo, cegados por sus pasiones, alaban lo que es reprochable, el divino esposo, que adorna a sus esposas con bellezas y perfecciones, se ha dignado escogerme para demostrar sus maravillas. A pesar de considerarme indignísima de ellas, ha querido, pues, como digo antes, alabar las perfecciones de su esposa diciéndome: ¡Con qué gracia andan esos tus pies en tu calzado, hija de príncipe! Las junturas de tus muslos son como goznes (Ct_7_1).

            ¡Oh hija de príncipe! ¡Cuan bellos son tus pies en tu calzado; qué agradable tu andar! Quienes aman a las criaturas caminan con los pies desnudos y llevan riesgo de herirse; pero tú, como hija adoptiva del rey de reyes y como hija suya, vas calzada con los afectos de tu esposo, o de tu mismo esposo, si esto te agrada más, en cuyo corazón estás engastada. El Padre, yo y el Espíritu Santo admiramos tus pasos majestuosos y audaces en tu amorosa confianza; tus pasos son un vuelo de espíritu que te impulsa gentilmente. Tu modestia es agradable como un collar de piedras preciosas, muestras de tu pureza. Tú arrebatas a los bienaventurados que te ven subir de la tierra al cielo, del corazón del Hijo al seno del Padre a través del ardor del Santo Espíritu; y así como el divino esposo vino dando saltos de una colina a otra, saltando por los montes (Ct_2_8), del mismo modo subes por las colinas adorables del corazón de la humanidad del Salvador hasta llegar al Espíritu Santo, y del Espíritu al Verbo. El te conduce hasta su Padre, donde te sumerges en las divinas dulzuras como una esponja en el mar, y embriagada en el torrente de la divina abundancia, estando saturada de su bondad y dulzura, eres recluida, mejor dicho, absorbida, en la amplitud e inmensidad de la inestimable circumincesión de las divinas personas. Reposas volando y vuelas reposando con amorosa majestad. Eres besada y acogida por una boca que destila miel, cuyos sagrados labios, puros como la azucena, te llaman en secreto, al oído del corazón, su muy amada.

            Mientras duraron estas caricias, experimenté [269] sentimientos del todo inexplicables. El amor es misterioso en sumo grado; el silencio es su alabanza conveniente en Sión; los votos que proceden de un corazón amoroso son dignamente emitidos en Sión.

            No sólo me decía el divino esposo que admiraba mi caminar audaz, sino que deseaba alabar su donaire, diciéndome que él era el ángel del Gran Consejo que había tomado sobre sí el cuidado o encomienda que acostumbra confiar a sus ángeles destinados al ministerio y servicio de los elegidos de guardarme en todos mis caminos, y que me llevaba dulcemente entre sus brazos y en sus manos adorables. Me dijo que no pretendiera poder describir en su totalidad los grandes favores que me concede, sino más bien decir algo sobre ellos para revelar su bondad, y que llegan a ser tantos, que me es imposible contarlos, pero que en obediencia a mi confesor y para hacer su voluntad, que tantas veces me ha mandado hacerlo, dijera lo que me pareciera más fácil de contar.

            Me dijo además: Pequeña mía, confíate a mí por temor a que te hieras golpeándote contra alguna piedra de desconfianza o de dureza de corazón. A fin de que camines con seguridad sobre el áspid o el basilisco y aplastes bajo tus pies al león rugiente y al dragón devorador que revienta de despecho al verse bajo los pies de una chiquitina, recuerda estas palabras: Porque se volvió a mí, le libraré; lo protegeré porque conoció mi nombre. Me invocará y lo escucharé, con él estaré en la tribulación, lo libraré y lo glorificaré. Con larga vida lo saciaré, y le mostraré mi salvación (Sal_91_14). Diré con un placer divino: Mi hija me ha llamado dirigiéndome estas amorosas palabras, y yo la escuché. Estoy con ella en sus aflicciones, de las cuales la librar‚ para glorificarla mediante la gracia en esta vida, y, después de ella, colmarla de felicidad en todo lo largo de los días eternos. Allí le mostrar‚ a su salvador, dándole a conocer que quise salvarla por propia iniciativa, porque yo soy bueno.

            Después de estas seguridades, me invitó de nuevo a proseguir mi ruta con las mismas palabras del cántico de amor, repitiendo amorosamente: ¡Ah!, qué bueno es ver tu andar, amada mía. Tu donaire me ha hecho salir del seno de mi Padre como un gigante para venir a ti con la alegría y los atavíos de un esposo real y divino. Es menester que [270] llegues a ser grande por mis dones y que crezcas en gracia y en amor. Querida esposa, vas admirablemente calzada por tu esposo, es decir, por sus afectos; quiero que vengas brincando y saltando hasta el mismo seno del que yo partí. Ahí encontrarás tu tabernáculo, el sol de justicia, la sabiduría eterna delante de este trono majestuosamente dulce. Los espíritus celestes se abaten o absorben al adorar el exceso de bondad de mi divino amor. Aguilucho del corazón divino, contempla fija e insistentemente a este sol que es tu fuerza, tu vida y tu objetivo. El Padre que se complace en mí te ha mirado desde toda la eternidad, destinándote estos admirables favores.

            Al escuchar estas palabras, mi alma se humillaba, pero mientras más me abatía, más él me exaltaba, haciéndome ver cómo me había hecho semejante a él mismo, otorgándome en la comunión sus títulos de honor y sus arrebatadoras perfecciones, instándome a que admirara cómo lleva escrito sobre su muslo y sobre su túnica el nombre de rey de reyes y Señor de señores, enseñándome que el muslo significa la divinidad y la túnica la humanidad, que recibe todas las perfecciones de la divinidad del Verbo, en el que se apoya por una unión inefable. Prolongando sus caricias, me decía: Mi querida esposa, deseo que lleves la corona del reino y el nombre de reina. Has sido exaltada como otra Esther, pero con una majestad más augusta en razón de la unión matrimonial que yo, el Verbo Encarnado, rey de reyes, contraje contigo. Mi muy amada, esta unión es tan admirable, que hace comunes nuestros bienes y nuestros títulos. Yo mismo, que soy tu esposo, la alabo magníficamente: Las junturas de tus muslos son como goznes labrados de mano maestra (Ct_7_1). Esta juntura y unión conyugal significada por los muslos, símbolos de la generación purísima y virginal, sobrepasa la belleza y riqueza de todos los goznes trabajados por las manos de los más excelentes artesanos.

            Comprendí con un entendimiento sublime que hay tres admirables enlaces o uniones del Verbo: la primera, de la divinidad con la humanidad en la hipóstasis del mismo Verbo, que es en ella como el nudo; la segunda, del Verbo Encarnado con la Virgen, madre y esposa suya; y la tercera, con la Iglesia, con la que se ha enlazado por medio de un matrimonio indisoluble y por un gran misterio, en un gran sacramento. El mismo Verbo me decía: Niña mía, quiero renovar estas uniones y venir como por segunda vez al mundo aliándome a ti, mi querida [271] esposa, y por tu medio me dar‚ a mi orden. Por este nuevo instituto, me unir‚ de una nueva manera y me dar‚ a toda mi Iglesia. Debes saber, hija mía, que en estas bodas sagradas me uno en proporción a tu alma, que se convierte en mi esposa y en mi madre, pues me concibes dentro de ti misma y me darás a luz en una gran multitud de almas a través de las bellas palabras que pongo en tu boca, habiendo tenido el cuidado de proporcionarte la hermosura y la gracia que encanta santamente a los corazones. Tú me engendrarás en tu orden, a la manera de san Pablo, que no sólo engendró a los cristianos, sino a mí mismo, a quien iba formando y figurando en ellos. Por quienes segunda vez padezco dolores de parto, hasta formar a Cristo en vosotros (Ga_4_19).

            Por temor de que alguien empañe la eminente pureza y blancura de nuestro sagrado matrimonio y sagrada unión por medio de pensamientos carnales propios de una generación manchada a causa de la palabra esposo, digo expresamente: Las junturas de tus muslos son como goznes, ya que nuestra unión es tan bella e inocente, que no se compara en belleza con el cuello de una reina y de una esposa castísima y modestísima, adornada y cubierta de gargantillas y collares preciosos.

            Mi querida esposa, cuando tú me amas, eres casta; cuando me besas, te conservas pura; cuando me abrazas, permaneces virgen. Esta unión es el origen y sello que abarca la totalidad de la nobleza y la realeza que te he comunicado, la cual, como un collar de la orden supraceleste, te distingue del común de las almas ordinarias o que no son levantadas hasta esta divina nobleza. Una esposa participa de las cualidades de su esposo.

            La mano que tan artísticamente enlazó y realizó esta unión del esposo contigo es la de las tres divinas personas; es la mano de Dios. El Padre quiso como clarificar por ti a su hijo mediante una segunda encarnación, deseando hacerlo aparecer de una manera especial en el mundo. El Hijo, que es el Verbo, se une a ti para contribuir a la fundación de esta orden por ser su propia obra, la cual realiza en la mitad de los tiempos, obra que he vivificado por ser la verdadera vida que permanece en ti, no sólo por mi inmensidad, por la que estoy en todas las criaturas, ni por una presencia de gracia común a todos los justos, sino por la presencia de mi santa humanidad, sobre todo porque estoy frecuentemente contigo, esposa mía, mi predilecta, tanto por la comunión sacramental, que recibes diariamente, como por una presencia íntima y amorosa, multiplicándome para visitarte. Aunque no veías las especies, antes de que te concedieran el permiso de comulgar todos los días te daba la comunión de una manera divina cuando te veías privada de hacerlo. Tú sabes que puedo [272] hacer lo que me plazca en el cielo y en la tierra; es por ello que puedo concederte comulgar sin las especies visibles.

            Mediante su íntima y real presencia, el divino esposo, el Verbo Encarnado, acompaña casi continuamente a su querida esposa, la cual se ocupa en todo momento en platicar y jugar con él. Experimenta con tanta frecuencia la presencia de su amado, que es incapaz de dudar de ella, esforzándose por hacerla más estrecha. El se complace en adornarla todos los días y en dar vida a la obra que realiza en mí, la cual destina para crear su santa orden por mediación mía. De ahí que me diga que soy mucho más audaz que Habacuc, quien se atemorizó al comprender el designio que Dios tenía de llevar a cabo, por una amorosa osadía, la primera unión en la Encarnación con la humanidad, la Virgen madre y la Iglesia su esposa.

            Tú has trabajado en esta nueva unión, que es una representación de la primera, y que encierra un mundo de maravillas. Mi Padre te ama de tal suerte, que me entrega a ti. El Espíritu Santo experimenta un placer singular en esta unión, que es una obra maestra del amor. Es el Espíritu Santo quien te nutre por ser mi esposa, y el que cuida de adornarte y engalanarte a fin de que parezcas hermosa y agradable a los ojos de tu esposo y de toda la corte celestial. ¡Benjamina mía!, ¡Cuan perfecta es esta unión, cuan santa! ¡Cuan bien han sido trabajados estos zarcillos de oro, que han salido directamente de manos de la augusta Trinidad, la cual se complace en hacer resplandecer su bondad, su sabiduría y su poder en semejantes obras!

            No dudes, esposa y predilecta mía, que sobre tu muslo virginal está‚ grabado el nombre de reina, así como el de rey sobre el muslo y vestiduras del Verbo Encarnado, tu esposo. Se dice en el Apocalipsis que la túnica de la esposa es de un lino blanquísimo en pureza, resplandeciente de gloria y majestad. Quiero manifestar que te he hecho semejante a mí mismo Tu ombligo es un ánfora redonda donde no falta el vino (Ct_7_3). Por el ombligo debe entenderse el corazón tan puro como el marfil, fabricado en el torno por las manos del esposo. Esta pureza muestra la virginidad y está hecha a manera de copa o ánfora para ser llenada por la mano del esposo y recibir en ella el divino néctar que derramo en ella continuamente, pues yo soy la fuente impetuosa y viva que me descarga en tu corazón como en un recipiente del que yo mismo he de [273] beber, como si tuviera sed de mis propias aguas.

            Me complazco en estar junto a la fuente que he producido en este vaso sagrado, para distribuir el agua a los que quiero, y dar de beber a muchas almas estas aguas que son tanto tuyas como mías. Las he entregado, junto conmigo mismo, a tu amor. Por el amor todo es común entre nosotros, y como el amor se complace en obrar metamorfosis, y ha hecho todo para poseerte, me hago a mí mismo trigo de los elegidos, escogiendo tu corazón como mi granero: Tu vientre como montoncito de trigo, cercado de azucenas (Ct_7_3).Así como José construyó inmensos graneros en Egipto para almacenar toda clase de granos, así yo he acumulado en tu purísimo e inocentísimo corazón, rodeado de azucenas, un número casi infinito de gracias, muchas de las cuales contribuirán a la salvación de otras personas. ¿Recuerdas, amada mía, que viste en sueños tu pecho agobiado bajo un montón de trigo, sobre el que una bandada de palomas blancas se acercaba a banquetear con esos granos y a tomar su alimento de tu seno? Lo recuerdo, querido amor, y cómo me lastimaban sus picos.

            Valor, hija; alimenta a mis expensas a las almas que te envío y que darás a luz, aun cuando esto sea entre gemidos. Yo te daré con qué, pues soy rico en misericordiosa bondad, la cual ansía comunicarse. Vengo de mi Padre con abundancia, y de ti regreso a mi Padre con la misma abundancia.

            Divino esposo mío, tienes dos pechos que son tus dos naturalezas, con las que me alimentas y deleitas al mismo tiempo, pues eres mi deleite y mi vida. Por medio de tu bondad, produces en mí tu amor y el del prójimo, que son las dos maneras en que deseas que yo dé a luz. divino esposo, haces a tu esposa semejante a ti, te complaces en conceder tus dones y dices amorosamente:

            Mi esposa tiene dos pechos como dos cervatillos mellizos, con y entre los cuales me complazco y apaciento como entre lirios purísimos. Tu cuello es como torre de marfil (Ct_7_4). Por tu cuello, deseo que me devuelvas los dones que has recibido de mí con idéntica pureza. Yo soy la fuente que salta hasta la vida eterna. Al morar en mí y yo en ti, ambos habitamos en la torre de marfil.

            Me alargaría muchísimo si quisiera extenderme para explicar otros mil favores, delicadezas y caricias de mi divino esposo, que, por ser tan extraordinarios, [274] no me permiten anotarlos aquí para poder contarlos; son admirables en demasía. Diré únicamente, para gloria de este divino esposo, que, releyendo, mediante una paráfrasis del todo divina, el texto de los cantares, él me dijo que de mis ojos fluían gruesas perlas y cristalinos ríos, pues toda yo estaba bañada en lágrimas que eran de consuelo y confusión al mismo tiempo. Estas lágrimas arrebatan su espíritu amoroso, moviendo a toda la multitud de sus santos a alabarme y a procurarme nuevos favores, pues se alegran al ver contento al rey de reyes, que es su Señor y su Dios, así como el mío.

            El me dijo que mi nariz era como la torre del Líbano, que mira contra Damasco, a causa de la juiciosa cordura que él me daba para discernir lo que había que aceptar o rehusar, oponiéndome a los enemigos, concretamente a la carne y a la sangre, que resisten al Espíritu divino. Añadió que mi cabeza era como el Carmelo, en el que este Verbo Encarnado se muestra glorioso. Por ser mi corona, hacía nacer en mi cabeza pensamientos del todo divinos y empurpurados, encontrando, por este medio, un singular placer en que lo atrajera más y más hacia mí. De estos pensamientos, representados por los cabellos, formaba canales que estaban unidos a la púrpura de su sagrada humanidad por un maravilloso misterio, pues la humanidad del Verbo se abre con dos salidas al jardín por la fuerza del dolor, temor y tristeza. Los tormentos le marchitaron y abatieron el corazón; y la generosidad y audacia de su valor, impulsado por el amor de nuestra salvación, y el deseo de obedecer a su Padre, lo obligaron a reaccionar contra la tristeza de la muerte en cruz. Estos esfuerzos de amor y de dolor esparcieron la sangre, recogiendo sus espíritus en torno al corazón para socorrer su angustia. Sangre que, al ser sutilizada de esta suerte, transpiró como un vapor que escapó por los poros que dilató el ardor de su extraordinaria caridad, espesándose al contacto con la frialdad del aire: y le vino un sudor como de gotas de sangre que chorreaba hasta el suelo (Lc_22_44).

            El amor y el dolor abrieron todos sus poros, por ser propio de un corazón generoso demostrar su valor en el combate legítimo y glorioso mediante el cual estos mismos poros se expandieron, mediante la dilatación, al exceso de gozo y de dulzura que el Salvador tenía en mente para los elegidos, complaciéndose en verter su sangre mediante este sudor, que formó arroyos sobre la tierra. Estos poros eran como aberturas o conductos a los que se adhirieron los cabellos y pensamientos de la esposa, que pueden ser de tristeza que comparte los dolores de su amado, o de alegría y amor, regocijándose ante la gloria que posee como comprensor y viajero, todo al mismo tiempo. Mientras fue pasible, gozó de la visión beatífica en la parte superior de su alma santísima, sin dejar de ser en todo momento esplendor de la gloria de su Padre, figura de su sustancia, imagen de su bondad y hermosura, a pesar de que apareció en la carne del pecado y que se hizo mortal para morir por nuestro rescate.

            Mi amor me dijo que introdujera todos mis cabellos, que como he dicho, son mis pensamientos, en sus poros dilatados y que los anudara fuertemente a ellos; que serían transformados, según la promesa, en canales que me aportarían diversas gracias, y por mi medio, también a los demás; que así como no puedo contar mis cabellos, tampoco podré‚ contar los favores que he recibido de su bondad, la cual me ha escogido, y que, depositar mis pensamientos en sus poros es propiamente echar raíces en el primero de los elegidos, que es el primogénito entre muchos hermanos y el primer predestinado.

            Este rey de amor continuó demostrándome sus amorosos afectos, diciéndome: ¡Cuan bella y agraciada eres, oh amabilísima y deliciosísima! (Ct_7_6). Eres bella, querida mía, eres agradable, amada mía. Tú sales victoriosa de todas las dificultades, victoriosa de las criaturas y de tu amado, que es, de un modo místico, tu vencido. Te considera como una palma cargada de fruto, elevada con recta intención; tus pechos como ramos de ciprés. Desfallezco a la vista de tus bellezas, pero este vino que corre de tus pechos me fortifica el corazón y me provoca un deseo de levantarme y subir como un bebé hasta el seno de mi amada, para cortar el fruto de esta palma, estimando como mías estas victorias. Vengo, amada mía, a cortar este racimo sin herirte y sin violencia, para después pegarme a tu boca y aspirar el suave olor que sale de ella como de una viña florida. Vengo a beber por el canal de tu boca, a la que uno la mía, el vino delicioso que contiene tu pecho, y que da tanta suavidad a tu paladar; vino que revolver‚ en mi boca, saboreando su bondad y cantando alabanzas a mi Padre eterno, que es mi amigo y que está siempre conmigo y yo en él, el cual te ama, queridísima mía, porque tú también me amas.

            Estando toda confusa ante tantas caricias, de las que me reconocía indignísima, me abandoné a mi divino amor, diciéndole que era toda suya así como él se complacía en ser todo mío. El me dijo cosas tan arrebatadoras, acompañadas de caricias tan admirables, que me es del todo imposible [276] expresarlas porque su grandeza sobrepasa toda descripción. El apóstol san Pablo dijo que había escuchado palabras secretas, y su espíritu arrobado fue elevado hasta el tercer cielo, es decir, el paraíso celestial, las cuales no le era permitido revelar a los hombres de la tierra, pues fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables, que no es lícito a un hombre proferirlas (2Co_12_4).

            Sin pretender comparar estos secretos con los que oyó el apóstol, afirmo que no es posible declarar a los hombres lo que el Verbo, fuente de sabiduría, me reveló: fuente de sabiduría la palabra de Dios en las alturas (Pr_18_4). Cuando él se dignó elevarme hasta el paraíso de su amor, donde mi alma ha escuchado estos misterios secretos, pude decirle: Callen todos los mortales ante el acatamiento del Señor; porque él se ha levantado y ha salido de su santa morada (Za_2_13).

            El Verbo, que apoya con su divino soporte la santa humanidad que tomó en María por una divina y amorosa dilección, apoya y eleva al alma a la que ama tan altamente, que ella es incapaz de decir aquí abajo, en la tierra, lo que ha oído en el cielo de esta divina ilustración. Dirá a su esposo: Inclina tus cielos y desciende para hacer ver tus divinos fulgores con tus propios esplendores, o por tus ángeles que son brillantes claridades, llamas ardientes. Ellos son esencias espirituales que no están adheridas a cuerpos groseros y opacos como los humanos. David se refirió a estos espíritus innatos cuando dijo: A los vientos haces tus mensajeros, y tus ministros al fuego ardiente (Sal_103_4).

            Pero, oh mi divino enamorado, mi alma, toda tuya, no puede detenerse con estos espíritus que no son Dios. Como otra Magdalena, se ve obligada a seguir su atractivo y su peso, que eres tú. La belleza de aquellos no es sino una imagen de tus perfecciones; tú eres su todo por ser su Dios: Yo soy de mi amado, y está siempre inclinado a mí. Ven, querido mío, salgamos al campo, moremos en las aldeas (Ct_7_10s). Soy tuya, amado mío, y todas estas bellezas que admiras no son mías sino tuyas y para ti. Mi gloria es mucho mayor al poseerte a ti mismo, que eres todo mío; me parece que sólo tienes ojos para mirarme, ojos en los que me miro como tu amada.

            Jamás quiero tener a nadie sino a ti. Ven, pues, amor mío, sácame del bullicio que me envuelve al frecuentar las ciudades y los hombres. Todo lo que no viene de ti, es nada para mí. Lo dejo voluntariamente para poseerte. Vayamos al campo espacioso del seno de tu divino [277] Padre, en el que deseo vivir contigo y morir a todo lo demás. Moremos en la aldea de tu santa humanidad, deteniéndonos ya en una llaga, ya en la otra. Si es de tu agrado que sirva yo al prójimo, derrama el óleo de tu gracia en mí, para que sea tu cristófora. Te prometo que no te apartarás de mí, fuente perenne e inagotable de la gracia. Al estar en mí, atraerás a las almas hacia ti. Levantémonos de madrugada y vayamos a las viñas para indagar si la mía está florida, y si da esperanza de virtud sólida. veamos si los granados florecen bajo tu favor, el cual me hace esperar todo si tú moras en medio de mi corazón y me asistes desde temprano, según tu promesa: Dios la socorrer al apuntar la aurora, volver su rostro hacia ella, Dios está en medio de ella, no se estremecer (Sal_45_6).

            Únicamente los rayos de tu divina faz me darán fuerza. Si place a tu amor hacerte como un lactante, pequeño y amoroso, adhiérete a mi pecho en estos lugares apartados del ruido y del gentío del mundo, donde con toda tranquilidad te dar‚ a comulgar mi leche, dándote el pecho y el jugo de mis granadas. Las mandrágoras embalsaman ya el aire con su aroma.

            Que todo lo que hay en el cielo y en la tierra se rinda a mi todo. ¡Oh, amado mío!, te he consagrado, conservado y destinado todas las cosas viejas y nuevas. ¡Ay! ¿Cuándo gozar‚ de este favor? Verbo Encarnado, hermano mío, que al mamar los pechos de una misma madre, la Santa Virgen, te pueda renovar, viéndote solo, la oblación que te es debida.

            Los que no experimentan tus deliciosas delicadezas me acusarán, tal vez, de temeridad al ver las intimidades que el exceso de tu bondad permite a mi amor y confianza. Es por ello que deseo encontrarte solo en el seno de mi madre la Virgen, o en el de tu divino Padre.

            ¡Oh, amigo de mi corazón! estaría segura y fuera del alcance de las criaturas si me escondieras en el seno de tu Padre junto contigo; pero estando en ti, estoy en tu Padre, ya que tú estás en él y le has pedido que aquellos que te fueron dados están donde tú estás, gozando de tu claridad por el exceso de amor mediante el cual todas nosotras seremos consumadas en uno. Esta es la admirable clarificación que deseas hacer con todos tus elegidos en el seno de tu Padre, a fin de que el que era antes de que el mundo fuese, siga siendo en el presente y después de que el mundo acabe, retornando a su principio eternal de sí, por sí y en sí; de él, por él y en él.

Capítulo 34 - Mis confesiones hechas con dolor y confianza, y mis comuniones recibidas con amorosa dilección, me hicieron recibir de Dios la bendición de Jacob a su hijo Judá.

            [278] Las caricias que menciono duraron varios días, durante los cuales mi alma se encontraba sumergida en un mar de delicias y de dulzura. Mi divino Señor continuaba mostrándome cómo él me había hecho semejante a sí mismo por participación, añadiendo que me había escogido para hacer revivir la raza de Judá, y que así como él es el león de Judá, quería que yo fuese su leona, concediéndome la misma bendición que a su hijo Judá. Me explicó Génesis 49 en un sentido profundamente misterioso: A ti, Judá, te alabarán tus hermanos (Gn_49_8).

            Judá quiere decir alabanza. Amada mía, mediante las alabanzas que rindes continuamente a Dios, y por la confesión que haces de tus faltas y debilidades, acusándote a ti misma, elevándote mediante la contemplación a las alabanzas de Dios y abajándote por medio de la contrición hasta un vil sentimiento de ti misma, tus hermanos, los bienaventurados, te honran porque yo, tu Salvador, te he escogido entre mil para ser respetada por todos como mi muy amada: Tu mano en la cerviz de tus enemigos (Gn_49_8). Yo armé tu brazo con mi fuerza para que resistas a tus adversarios, cuyo espíritu humillarás, superando a los sabios del mundo y a los prudentes del siglo, quienes, al someter los consejos y obras de Dios a las reglas y máximas de la prudencia humana, se opondrán a mis gloriosos designios. Tú abatirás a los demonios, quienes experimentarán que todas sus fuerzas unidas no son sino debilidad y su ciencia ignorancia y tinieblas: Inclínense ante ti los hijos de tu padre (Gn_49_8). Los ángeles y los bienaventurados me adorarán en ti, respetándote como a la esposa de su rey y postrándose ante el escabel de mis pies.

            Después de estas promesas, oh mi divino esposo, me exhortaste a tener valor y a convertirme en una leona pequeña y ardiente en la cruz: Cachorro de león es Judá, de la presa, hijo mío, has vuelto (Gn_49_9).

            Leona en generosidad y valor. Tú eres esta leona, amada mía, que duerme con los ojos abiertos en razón de las grandes luces que te iluminan, mientras reposas dulcemente en el seno del Padre de las luces. En este sueño de la contemplación eres de tal modo iluminada, que llegas a conocer lo que pasa en ti y ves el rayo que te ilumina. Puedes manifestar lo que has visto y conocido a favor de la luz divina, en la que de ordinario las almas [279] más elevadas miran sin ver ni poder retener lo que les fue revelado. Vieron tanta grandeza, tanta majestad y luz durante su sueño, que quedaron deslumbradas, por no decir ciegas, ante ese exceso de claridad. Habiendo escuchado al oráculo, quedan mudas como el profeta.

            El león y la leona despiertan a su cachorrillo con sus rugidos. A los hijos que nazcan del celestial matrimonio que yo, el Verbo Encarnado, contraje contigo, por ser de los dos, los despertaremos con los rugidos de nuestra voz y la eficacia de nuestras palabras, sobre todo al establecer nuestra orden, nueva en la Iglesia. A través de estos gritos saludables, la tierra, que está desolada, retumbar y no quedar en ella nadie que no piense en mí de corazón o que deje de regular sus afectos con los pensamientos que las divinas luces producen en los corazones de quienes las reciben.

            Hija mía, leona de Judá, tú también despiertas, con tu fuerte voz, a la leona incomparable, la Virgen, mi santa madre, y al mismo león, tu esposo, que parece no poder resistir tus amonestaciones, complaciéndose en ser dulce y santamente apremiado por los ardientes suspiros de su enamorada, a la que, si persiste en su fidelidad, entregar‚ el cetro de Judá: No se irá de Judá el báculo (Gn_49_10), que no es otro que yo mismo, que soy tu rey y tu reino.

            Habiéndome dado a ti en calidad de esposo, me entregaré a título de rey, haciéndote reinar en mi Iglesia como en un nuevo reino. Yo mismo reinaré en ti y en la Orden. Vendré como de nuevo para bien de tantas almas que me esperan en tantas provincias y en diversas naciones, que se alegrarán entonces en su salvación: Este será la esperanza de las naciones (Gn_49_10), dijo Jacob refiriéndose a mí.

            Hija y esposa mía, este segundo advenimiento del Verbo, que soy yo, llegar indudablemente antes de que el reino de la Iglesia militante llegue a su fin, y que el cetro de Judá sea hecho pedazos. El esposo mantendrá atado su potro a la viña durante el tiempo en que su humanidad siga unida a la vida: me refiero a que yo mismo me he atado en el sacramento eucarístico. Por ser mi esposa, tú también estás amarrada con lazos de amor a esta viña y a este sacramento de vida. Deseo que encadenes a una gran multitud de almas, ligándolas al único que puede ser su apoyo y su ayuda.

            Lavé la túnica de mi humanidad en vino de uva, y mi manto se tiñó con su jugo, que es mi propia sangre. Por ser mi esposa, te lavas todos los días en esta misma sangre por la confesión y comunión cotidiana. La escarlata del manto y del escapulario que revestirán tus hijas estar teñido de esta misma sangre, de la cual portarán las libreas y el color.

            [280] Lavé tus ojos, por ser los de mi esposa, en el vino del que toman su brillante color; tus dientes están blanqueados en leche. El vino que conforta el corazón y alegra con su color a quienes lo miran, significa la sabiduría que ilumina el ojo interior de tu alma, que arrebata con su hermosura a quienes la contemplan, fortifica además a las almas abatidas.

            Tus dientes blanqueados por la leche representan la facilidad y amabilidad con que comunicas y distribuyes a los demás los conocimientos que has recibido. Los dientes cortan y desmenuzan el alimento, pero el Cantar compara, además, los dientes de la esposa a rebaños de ovejas que salen del baño sin que entre ellas haya una sola estéril, lo cual simboliza la fecundidad de tus discursos en su pureza, candor e inocencia.

            Tus ojos, querida mía, son tan bellos y arrebatadores, que cautivan a quienes los miran; se produce en ellos un brillo divino al contemplar la divinidad de tu esposo. Tus dientes se blanquean al considerar la leche de la humanidad, que enseña los sagrados misterios; tus labios destilan miel cuando hablan de mi divinidad. Mi Padre eterno te surte el vino generoso que ilumina tus ojos con la ciencia de nuestra divinidad, y mi madre te ofrece su leche para blanquear tus dientes, que se emplean en desmenuzar o declarar los secretos de la humanidad. Querido Esposo, ¿qué podría añadirse a las alabanzas con las que te complaces en compartir tu gloria con tu indigna esposa, haciéndola participar en dignísimas cualidades con las que te dignas favorecerla?

            Hija mía, Rebeca fue agraciada con una belleza tan fascinante, que conquistó enteramente el amor de Isaac: Enjugó sus lágrimas, lo consoló y le quitó el duelo por la muerte de Sara, su madre. Así, no teniendo ya madre en la tierra, en la que moro en el sacramento eucarístico, he querido que suplas esta ausencia tomándote por esposa y por mi Rebeca. Me deleito en las gracias con las que te he adornado, así como en otro tiempo me recreaba en las perfecciones sin par de mi santa madre en la tierra. No hago esta comparación en términos de igualdad, como cuando dije: Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto; quiero, más bien, hacer resaltar la proporción y analogía comprendida en ello y demostrar el gran amor que tengo hacia ti, mi pequeña; amor que te previene y se adelanta hasta ti como Isaac a la vista de Rebeca, la cual descendió del camello sobre el que estaba sentada.

            Querido esposo, me humillo delante de tu majestad, adorándote como a mi rey y mi Dios: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc_1_38).

Capítulo 35 - El divino amor hace profusiones de bondad, acariciando al alma a quien ama exaltando sus designios, 18 de abril de 1633.

            [281] No pudiendo sufrir más el mar de delicias que desde hacía varios días inundaba santamente mi corazón, ni la llama que me abrasaba sin dejar de intensificarse, me vi obligada, por la tarde, a apartarme de mis hijas, quienes estaban en el refectorio, para conversar con mi divino esposo, el cual me había preparado un manjar delicioso en extremo. Me presenté, pues, ante este divino amor para cumplir con lo que me pedía. Me habló en el abismo de su bondad y me sumergió en tan grandes dulzuras, que tuve miedo de se tratara de un engaño o de un impulso del amor propio.

            A medida que me sumergía más y más en estas delicias, suplicaba al Padre eterno que se complaciera en dar el imperio al Verbo hecho carne mediante la fundación de su Orden, Orden cuyo establecimiento me había mandado él que procurara y que no permitiera que reinara Adonai en lugar de Salomón, su querido hijo, al que había prometido su cetro y su corona, pues temía que se dijera que yo no era de los llamados por él mismo, sino por la imaginación.

            Mi amado, no pudiendo ver a mi alma sufrir más, me dijo que él era rey de mi corazón, al cual había conmovido con una palpitación oprimente y una agitación amorosa, la cual bien sabía yo que no era natural. Mi corazón, amorosamente oprimido, le pidió aire y ventilación, lo cual me concedió diciendo que no tuviera motivo para turbarme o dudar de que estas delicias fueran del todo santas e inocentes, por ser fruto de nuestros santos y sagrados matrimonios; que esta noche era la tercera en la que debíamos estar juntos y unidos en una unión muy íntima; que él era Hijo del divino Padre en su generación eterna, e hijo de los patriarcas; que él era mi Tobías y yo su Sara, a quien había preservado para sí, a pesar de que muchos tuvieran intenciones de que fuese para ellos; que para este fin había reducido a la nada todas las pretensiones de quienes deseaban recluirme en otras órdenes religiosas; que él mismo [282] era el ángel Rafael, que había atado al demonio, el cual jamás me había molestado, y al que había relegado al desierto para mantenerlo alejado de nuestras bodas virginales, a las que nunca se acercaría.

            También me dijo que adorara y honrara al patriarca de los patriarcas que es su Padre eterno, del que, como ya se dijo, él procede por generación eterna; que honrase a su madre, en cuyo seno virginal fue engendrado en la plenitud de los tiempos, haciéndose hombre sin dejar de ser Dios; que yo participaría, en cierto modo, de esta gloria y que estaría unida al divino Padre, a esta augusta madre y a esos patriarcas por la extensión de esta generación, que se hacía realidad en el sacramento que su orden honraba con un culto especial.

            Dicha extensión se realizaría, además, en la institución de su orden, pues llevaría su nombre de Verbo Encarnado; que también, en cierta forma, sería yo contada en el número de los patriarcas fundadores de órdenes religiosas, porque a él le agradaba el título de fundador de esta nueva orden, diciéndome que compartía sus títulos conmigo al hacerme su cofundadora, no sólo su colaboradora, mediando en ello la gracia, como lo ha hecho hacia los institutos de otras órdenes, pero de una manera particularísima e inexplicable para mí. Continuó diciéndome que él moraría personalmente en medio de esta orden como en el sacramento de la Eucaristía, asistiéndonos como nuestro Padre particular y amándola como a su propia obra, a la que desea vivificar. Añadió que yo estaba, santamente unida a él en el seno amoroso de su Padre eterno, en cuya presencia se llevaba a cabo la consumación de nuestro casto matrimonio, el cual, por su inviolable pureza, engendra la virginidad.

            Prosiguió diciendo que él se daba a mí como dote, porque encierra en sí todos los tesoros de ciencia y sabiduría de su divino Padre, los cuales, con toda libertad, puedo atreverme a pedirle a él o a su divino Padre, diciéndome que muchos poseen a este divino Salvador sin conocer los tesoros que su Padre ha ocultado en él, ya que no se manifiesta a todos los que están en gracia por no juzgarlo conveniente.

            Escuché que el joven Tobías fue favorecido con muchas de estas gracias y favores en consideración a las buenas obras de su padre, el cual frecuentemente dejaba de cenar para dar sepultura a sus hermanos israelitas que morían durante el rigor de la cautividad. Mi amor me aseguró que me había escogido porque en renovadas ocasiones había yo dado sepultura en mi corazón a su amor, que se encuentra en un verdadero estado de muerte en el sacramento de la Eucaristía, diciéndome que para ello había dejado muchas veces mi alimento, privándome de las comodidades corporales y mortificando los apetitos de la sensualidad. El recompensaba esta caridad con un matrimonio mucho más feliz que el de Tobías, y [283] sería seguido de un linaje bendito.

            Me dijo, además, que el germen que él me daba contemplaría la belleza de la nueva Jerusalén que iba a construir en la tierra a través de este instituto, cuyas puertas serían de zafiro de celestial pureza y de una esmeralda de firme esperanza; las murallas, fabricadas con toda clase de piedras preciosas que representarán las diversas virtudes; el adoquín de mármol blanco, la recta intención, con la que todas mis hijas serán adornadas. Todas las calles resonarán con un continuo aleluya. Los que tengan la dicha de contemplarla bendecirán al señor que la edificó con tanta gloria y magnificencia, y pedirán que su duración se prolongue a lo largo de los siglos, adorando el imperio eterno de este Señor que la fundó para él mismo.

Capítulo 36 - A la voz del Verbo Encarnado, se abren las fuentes de la gracia para lavar y saciar a las almas. 18 de abril de 1639

            [285] Después de comulgar, escuché que el Salvador no sólo era prefigurado por Isaac, gozo de su padre, alegría del corazón de Sara que figura la de la Virgen su madre, y risa del mundo y de toda la naturaleza, sino todavía por Ismael quien fue arrojado de la casa paterna junto con Agar, su madre. El fue aparentemente abandonado por su Padre eterno a causa de los pecados de los hombres, de cuya expiación se encargó revistiendo la librea de los pecadores y haciéndose semejante a la carne del pecado. Murió en la cruz por Agar e Ismael, es decir, por toda la naturaleza, por todos nosotros, lanzando un fuerte grito, haciendo oír su voz, que fue escuchada. Su costado, que era el pozo que ocultaba el manantial de agua viva, fue abierto para darnos sangre y agua.

            El ángel que nos descubre esta admirable fuente es san Juan, que fue el primero en beber de ella las aguas de la divina sabiduría. Jesús, que abrió la fuente de su corazón y del seno paterno en el sacramento de la eucaristía, ¿no es acaso un Ismael, en vista de que está [286] como rechazado por toda la naturaleza y reducido a un estado en el que no puede obrar ni padecer, por estar impedido de expresar sus sentimientos?

            Sara es la Virgen, que siempre ha llevado el bello título de dama y señora por jamás haber estado sujeta como el resto de los hijos de Adán, quienes antes que hombres se convirtieron en siervos y esclavos a causa del pecado original.

            Amada mía, tú eres Agar, pues recibes cada día a tu querido Ismael en el santo sacramento. En él encuentras al Ismael místico, que clama a su Padre por ti y por los pecadores. Estrecha entre tus brazos a tu divino enamorado, al que ves desechado y deshonrado en este estado por la mayor parte del mundo. Suspira y vierte lágrimas a causa de los oprobios y afrentas que acepta por la conversión del mundo. Es allí donde tu corazón debe depositar sus impulsos amorosos y sus fuertes voces, que subirán hasta los oídos de mi Padre eterno y herirán santamente su pecho.

            Admira esta fuente de amor, la sangre recogida en el cáliz de la Eucaristía. Bebe a largos tragos del torrente de la divina abundancia, de este néctar que brota del paraíso y de la leche en la que se ha cocido este cabrito. Yo soy el ángel que guarda la llave de estas aguas, que abre las compuertas y las deja desbordar para solaz de las almas afligidas y abrasadas de mi amor, y para lavar en ellas a las que aún se encuentran en la vía purgativa. Por ser el rey, experimento un singular placer al dejar correr estas aguas sobre ellas y dárselas a beber, lo mismo que a todas las almas que están sedientas, las cuales pueden compararse al ciervo que, perseguido por los perros, se lanza hacia las fuentes que encuentra a su paso para refrescarse en ellas.

Capítulo 37 - La divina bondad, que se complacía en favorecerme y en dárseme a conocer, me ordenó revelar sus maravillas, diciéndome que, por ser hija del Verbo, quería que fuera un testigo valiente del exceso de su bondad hacia mí; de éste modo, animaría a otras almas a amarle. 22 de abril de 1633

            [289] Mi divino esposo me comunicó, en varias ocasiones, su deseo de que manifestara al mundo lo que él me enseñaba, y que diera a conocer las maravillas de su bondad. Un día me dijo que me había escogido para ser luz de las naciones, Te he destinado a ser luz de las gentes (Is_42_6). Yo misma me acusaba de temeridad al tener que hablar con tanta facilidad sobre los misterios más excelsos, pensando que el silencio era lo más decente para mi sexo femenino.

            El divino enamorado me respondió que, por ser hija del Verbo, no debía callar; que su bondad había derramado su gracia en mis labios a fin de atraer a su amor a las personas que conversaban conmigo; que el profeta Isaías se arrepintió de haber callado, y que así como él había escogido a los apóstoles para ser testigos de sus maravillas y de su doctrina, quería que yo le sirviera como testigo irreprochable de su bondad, de la que me había dado pruebas y certezas tan convincentes.

            Prosiguió diciendo que la abundancia de sus gracias en mí, a semejanza de la fuente de David, me abriría a todos aquellos que desearían beber las aguas de una doctrina de salvación, y que para este mismo fin me había recomendado con frecuencia que escribiera lo que escuchaba de él. [290] Cuando he dejado de hacerlo, él me ha reprendido diciendo que sus palabras son de más valía que las piedras preciosas: mis palabras son más preciosas que el oro y el topacio; que sería un crimen menospreciarlas y, por descuido, dejarlas caer en el olvido bajo pretexto de humildad. Cuando mis achaques no me permitieran escribirlas a la hora debida, debía resumirlas y entregarlas a mi confesor, cuyo regreso de París había permitido a fin de que pudiera confiar mis secretos a una persona capaz de recibirlos, para escribirlas después en detalle cuando mi salud mejorara.

            Al preguntarle por qué había escogido a esta persona, que había estado en contra mía durante tantos años, mi divino amor me dijo que su divina providencia solía sacar el remedio de nuestros propios males, haciendo contribuir a nuestro bien lo que causaba nuestra pérdida, produciendo, según su química admirable, un contrario de su contrario, y diciéndome que el celo que san Pablo tuvo por la ley de sus padres, lo había hecho cruel al perseguir al cristianismo, pero que este mismo celo se había orientado a predicar la nueva ley que él había abrazado después de su divina visita. También añadió que, por ser este padre de un natural curioso, deseoso de saberlo todo y que había empleado varios años en el estudio de muchas vanidades y cosas inútiles, lo había convertido mediante el conocimiento que le dio la providencia de los maravillosos favores que me dispensaba, por lo que (dicho padre) se ocuparía, de ahí en adelante, de la ciencia de las cosas de Dios y de las operaciones secretas y admirables que realiza en las almas que posee.

            [291] Mi divino amor me dijo que no tenía yo más excusas, pues me había dado seguridades tan fuertes de la verdad de su palabra, que no podía dudar de ella, y que jamás persona alguna observó que no tuviera buen espíritu; que tenía yo el testimonio de su Espíritu de sangre y del agua que san Juan menciona; que su alma, que me instruía, me sería fiel por siempre; que san Juan, con su aguda mirada, había distinguido el agua y la sangre que salían de su costado, para darme a conocer misterios muy sublimes, añadiendo que su testimonio era verdadero, por estar apoyado en esta sangre y agua sagrada y milagrosa. Afirmó que me concedía la misma certeza que a su discípulo predilecto.

            Viéndome apenada al no poder distinguir mis propios pensamientos y palabras que él me decía, como las había distinguido al principio, y temerosa de hacer pasar mis sentimientos particulares por luces divinas, este divino Señor y esposo mío me dijo que, después de la consumación del matrimonio, todos los bienes y títulos de honor son comunes a los esposos, y que no suele decirse: Esto es del Señor y aquello de la Señora. Por ser nuestra unión más estrecha que la de los matrimonios de la tierra, por llegar hasta la unidad del espíritu, la comunidad de nuestros bienes llega a ser más íntima por tener afectos, pensamientos y palabras comunes.

            Ese mismo día, mi querido esposo me consoló nuevamente por la misma dificultad, diciéndome que él apreciaba mis pensamientos, que yo culpaba de precipitación; que el pelo de las cabras era recibido en sacrificio [292] aunque fuera símbolo del espíritu, que jamás se detiene en un objeto, y que sólo obra por saltos; y que este pelo era santificado por el contacto con el Arca; que él mismo usaba como peluca un vellón blanco, aunque sus cabellos parecían de lana, manifestando así la estima en que tiene los afectos y pensamientos de las almas santas.

            No pudiendo resolverme enteramente a declarar sus favores, aunque me complacía naturalmente en la sencillez e ingenuidad que me son ordinarios, me exhortaba él a descubrir del todo mi interior y las maravillas que se dignaba obrar en mí con tan abundante profusión, asegurándome que se complacía en mi candor, en el que me hacía semejante a él, que es el candor de la luz, el vapor de la virtud divina, como dice el sabio, y emanación parcial de la claridad del omnipotente, diciéndome que hace aparecer en mí un rayo de su claridad, ya que soy, por ahora, incapaz de recibir en su plenitud la luz del sol que me ilumina; que soy como la nube que es un vapor un poco espeso, en el que se oculta el sol, haciéndome con frecuencia luminosa e iluminada con su propio esplendor; que yo le sirvo de velo, y que a través de mí se comunica más suave, apropiada y tolerablemente a la debilidad de nuestros ojos; que experimentaba un gran placer al ver en mi alma esta claridad de la virtud de Dios, pues por ser el Verbo Encarnado, permanecería en mí por la fe, oculto y cubierto para iluminar a quienes lo buscaran y se acercaran a él. Me dijo: Amada mía, eres el espejo sin mancha de la majestad de Dios, que te ama (Ef_5_27).

            [293] Como me sorprendieran sus palabras, me hizo escuchar: Hija, puedo hacer todo lo que quiero mediante mi palabra, que produce, como a través de un bello cristal, la belleza de la majestad de Dios; palabra que, al ser comunicada al alma, la configura con el Verbo, que es imagen en la Trinidad. Si tu alma no está manchada, recibir esta luz, que en nada merma su hermosura en sus comunicaciones participadas. Al ser sincera y veraz, no perderás nada al manifestar las palabras que recibes del mismo Verbo con tanta fidelidad y candor como el espejo que reproduce el rostro del que se mira en él. Hija mía, ¿acaso no es tu alma la imagen de la bondad divina, que parece jamás haber concedido gracias suficientes, ni tan continuas, a persona alguna después de la madre del amor hermoso?

            El me aseguró amorosamente que se había entregado a mí de tal modo, que me había hecho su imagen. Al cabo de algunos días, habiendo leído en mi mente estas palabras: ¿de quién soy yo?, pensando que se encontrarían en la Escritura, se me respondió que David dijo a Saúl en el exceso de su humildad: ¿Quién soy yo, o cuál ha sido mi vida, ni de qué consideración goza en Israel la familia de mi padre para llegar a ser yo yerno del rey? (1S_18_18).

            Al acercarme a la santa comunión, después de lo anterior, mi amado me repitió las mismas palabras diciendo: ¿de quién soy yo?, a fin de que las profiriera amorosa y humildemente, pero con confianza. El me respondió que yo era toda de él, y que así como había preguntado a los que le presentaban la moneda dónde estaba la imagen del césar, ¿De quién es esta imagen? (Mt_22_20), que así debía yo considerar de quién era yo imagen. Afirmó que yo era una representación de su bondad; que así como él recibió la vida de su Padre, deseaba que yo tuviera vida por él, y que recordara estas palabras, que él me había explicado mediante la sabiduría que se manifestó en [294] san Pablo, quien dice claramente que el Verbo es la figura de la sustancia del Padre, el esplendor de su gloria, el cual la da a conocer a los hombres. El alma que es favorecida con esta transformación lleva en sí una muestra de la belleza del Verbo, ya que lo expresa tanto como esto puede ser posible.

            Admiré el exceso del divino amor, que se complace en comunicarme tan grandes gracias, elevando mi espíritu en sus sublimes conocimientos sea mediante uniones intelectuales, sea por locuciones y no a través de figuras materiales. Si este Dios de bondad hubiera querido darme a conocer sus misterios con visiones imaginativas, éstas se desvanecerían de cuando en cuando, y me valdría únicamente de símbolos para explicarlas, por ser estas imágenes más familiares a los hombres que las ilustraciones que son puramente espirituales, que son infusas y divinamente comunicadas de una manera inefable, y que son captadas por el espíritu mediante una mirada intelectual muy depurada de toda clase de formas de aquí abajo, y por una luz enteramente sobrenatural.

            Es éste un don muy excelente y perfecto del Padre de luz, el cual me decía que, habiéndome llamado para instituir una Orden que tiene como idea y título la persona y el nombre del Verbo Encarnado, su Hijo, podremos asegurar que Él nos ha dado todo por ser ésta la Palabra que encierra todo su poder (2Cor_12_19).

            Al mismo tiempo, mi esposo me explicó las palabras del salmo: Construyó como las alturas del cielo su santuario, como la tierra que fundó por siempre (Sal_78_69), diciéndome que la intención pura y sencilla lo había atraído hacia mi seno para hacer en él su morada, y que por su bondad, había santificado su tabernáculo.

 Capítulo 38 - Al ofrecerme como esclava a la Santísima Trinidad y a la Virgen, san Gabriel me dijo que me ofreciera como presa. La presa es el placer del Rey de amor

            [297] El 27 de abril, meditando en la encarnación del Verbo divino, anunciada a la Virgen por san Gabriel, me postré en tierra delante de una imagen de esta incomparable Señora, ofreciéndome como esclava a la adorabilísima Trinidad y a la santa Virgen, considerándola como hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo y conjurando a este arcángel, por todos los bienes que su embajada había procurado al mundo, pidiera para mí esta calidad de esclava, que estimaba yo como un grande favor.

            El arcángel me respondió Ofrécete como presa. Esta palabra sacudió mi corazón, llenándome de una amorosa alegría que deshizo mis ojos en una dulce lluvia de l grimas. Dije estas palabras: Me ofrezco como presa a tu divino placer.

            Al preguntarme, más tarde, ¡porqué san Gabriel me haría esta oferta tan extraordinaria? se me respondió que ofrecerse como presa era más que ofrecerse como esclava; que había diferencia entre ser esclava y ser una presa, pues la esclava sólo es comprada para servir a aquél que la adquirió, mientras que la presa es masacrada y devorada, es decir, consumida enteramente al gusto del que la compró o la logró, a la que da muerte para que le sirva de alimento. La virgen no sólo dijo al ángel: He aquí la esclava y sierva del Señor, sino hágase en mí según tu palabra, ofreciéndose, con estas últimas palabras, a ponerse en manos del Señor, de cuyas voluntades era portador este serafín, como la presa es aprisionada por el águila que la ha perseguido durante largo tiempo. También, ante esta misma palabra, el Verbo se dejó caer sobre su presa, haciéndose carne de la sustancia purísima de María y revistiéndose de ella con grandísimo deleite. El fue la presa de su presa, y el hombre se hizo Dios y Dios, hombre. Aquel que era desde la eternidad el Verbo increado, se hizo a partir de ese momento Verbo Encarnado y la Virgen, por haberse entregado a Dios como presa, fue hecha madre del Verbo, maternidad que comprende todas las grandezas, ya que una simple criatura no puede ser elevada a mayor altura.

            El divino Padre me ofreció la dicha de esta santa Virgen, diciéndome que [298] él y el Espíritu Santo se encuentran, por seguimiento, necesaria y convenientemente, donde el Verbo es bien recibido, complaciéndose en acompañarlo al ir de cacería y lograr una buena presa; que a él le agradaba la de mi alma, que se ofrecía y abandonaba enteramente como presa al rey del amor.

            Durante la comunión que hice después de estas dos conversaciones, mi divino amor me explicó el misterio de su cacería, diciéndome que su cuerpo era la red y sus poros las mallas o pequeños orificios; las aberturas más grandes eran sus llagas; sus sentidos, los perros que olfatean la presa; su alma, su arco; su divinidad, la flecha y los brazos su sabiduría, que da alcance fuerte y suavemente, capturando así la presa que persigue para hacer de ella un festín real.

            Añadió que yo era su regio banquete, diciéndome que en este sacramento de amor me alimentaba con la leche de los reyes, y que a su vez, deseaba sustentarse de mí para cambiarme en él y hacerme, de esta manera, figura de su sustancia, como dije anteriormente, y transformarme en su claridad y su imagen, haciéndome pasar de una claridad a otra para que aparezca como la imagen de su bondad, y cuando se convierte al Señor, se arranca el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad. Mas todos nosotros que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Co_3_16s).

            En esta conversión hacia Dios, el alma es elevada y todas las cosas que amábamos antes se nos aparecen con otro rostro. Se ve una transformada en el Espíritu de Dios y unida a sus fines. En esto se encuentra la verdadera libertad, ya que puede una adorar en espíritu y en verdad.

            Es menester contemplar su rostro, verdadero espejo de belleza, que se comunica al espíritu que la mira, el cual recibe las características de la luz divina, de la que procede el amor, que iguala a los que se aman para unirlos con más fuerza y transformarlos mediante una metamorfosis admirable: el esposo transforma en sí a su esposa, transfigurándola de claridad en claridad.

            Mientras admiraba este maravilloso crecimiento que mi divino cazador obraba para provecho mío después de aceptarme como su presa, me dijo que era para mí un gran favor y una grandísima dicha ser la satisfacción y el placer de Dios; que no se puede ser amada ni acariciada por el Hijo sin serlo también por su divino Padre, ni por el Padre [299] sin que lo sea del Hijo en el amor, que es el Espíritu Santo, pues así como ellos son una misma esencia, del mismo modo poseen un mismo amor, que es el término de su única voluntad.

            El Padre de las luces, complaciéndome en honrarme, me dijo que extendiera la Encarnación, que la orden que él deseaba establecer sería su extensión; que le agradaba que me conformara a su voluntad y que penetrara en sus potencias y que, a pesar de no haber estudiado en escuelas y academias de la tierra, su ciencia se había hecho admirable en mí, añadiendo que su Verbo era mi maestro y yo su alumna e hija queridísima de este divino Padre. Prosiguió diciéndome que, así como concedió a Isaías hijos prodigiosos, así, por una bondad del todo paternal, me había dado a su Hijo como una hija prodigiosa; que mi Salvador quería ser mi padre, mi hijo y mi esposo, todo a una; que, para ganarme del todo, me había dado a la profetisa María, para que fuera hija de esta madre y de su Hijo, que era para mí todas las cosas y que sería yo presa de mi presa.

            ¿Qué otra respuesta podría haberte dado, divino amor mío, después de verme prevenida con tantas dulzuras y bendiciones, sino la que sigue?: Querido amor, que eres todo fuego, enciende mi sangre; amor ardiente, obra en mis entrañas y consume mi todo en ti. divino cazador, alegra a todo el paraíso con la gacela que alcanzaste con tanto trabajo, después de perseguirla largo tiempo. Derrama sobre mí y sobre todas las hijas a quienes atraigas a tu congregación, tus amables bendiciones. Te suplico que todos los hijos que conciba yo de tu amor, lleguen a ser prodigios de gracia y de virtudes recibidas mediante una amorosa adopción de tu Padre. Se siempre el Dios de mi corazón y mi porción por la eternidad. A ti acudo, mi Dios y mi todo.

            Extasiado en el amor divino, mi espíritu fue llevado a presenciar la conversión del gran apóstol, a quien el Verbo Encarnado atrapó en el camino de Damasco como una presa, el cual, temblando y estupefacto, preguntó: Señor, ¿qué quieres que haga? (Hch_9_5). Dicho apóstol sirvió después como manjar delicioso a Jesucristo. Es verdad que, así como a través de una sagrada conversión, el alimento se transforma en la sustancia del que lo come, Pablo fue totalmente transformado en Jesucristo, siendo portador de su figura e imagen suya, por ser el Verbo figura e imagen de su Padre. Llegó hasta decir que llevaba en su cuerpo las marcas y llagas de Cristo, diciendo que sólo vivía de su misma vida y estaba animado únicamente por su Espíritu: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga_2_20).

            [300] De la contemplación del gran apóstol pasé a la admiración de la felicidad parecida que experimentó san Agustín. Sin dejar de ser Agustín, su corazón y todas sus entrañas pertenecían, sin embargo, enteramente a Jesucristo, y Jesucristo era todo de él. Como creyó en otro tiempo, él no cambió a Jesucristo en sí, sino que fue transformado en él. Si, por un imposible, hubiera sido Dios, hubiera querido dejar de ser Dios para hacer Dios a Jesucristo, mediante el deseo de su amor apasionado. Jesucristo, siendo Dios, llegó a ser, permítaseme la expresión, Agustín, y Agustín se convirtió en Dios mediante una divina transformación y amorosa deificación. Al entregarse como presa del divino amor, fue cambiado de una manera admirable, según las palabras del Verbo Encarnado, quien dijo que el que come su carne y bebe su sangre preciosa se hace una misma cosa con él, y según las palabras de este doctor, el cual dijo que el hombre se convierte en cielo si ama las cosas del cielo, y en Dios si ama Dios.

            Como Agustín amaba a Dios, llegó a ser Dios gracias al poder del amor divino.

Capítulo 39 - Santas intimidades que mi divino amor me permitió y bondades que tuvo hacia mí. Trono que su amor me prepara, el cual parece reforzarse cuando los hombres se empeñan en contrariarme.

            [301] Mi purísimo y santísimo amor, como te agrada que yo diga lo que haces en mi alma, lo manifestaré. Antes de comenzar, exclamar‚ con el profeta: Sólo soy una niña que no sabe expresar con palabras las maravillas que me has comunicado.

            A las cinco de la tarde, me dirigí a tu encuentro en tu capilla, ofreciéndome para ser toda tuya. Repentinamente, me acogiste con un amor inefable que me dio atrevimiento para quejarme de que varias personas encuentran difícil creer en las caricias que me haces, y en la libertad con la que trato contigo valiéndome de la lengua latina, en la que me hablas porque así te gusta, y por habérmela dado como código.

            Tuviste a bien escuchar mi queja, presentándome una cruz como la de san Andrés, la cual tenía un clavo de diamante que adhería fuerte y ricamente las dos piezas de madera que la componían, dándome a entender que los obstáculos humanos me unían fuerte y gloriosamente a ti, con una unión comparable al diamante. Después me dijiste que yo era tu esposa, lo cual se debe juzgar por las intimidades que me permites, así como Abimelec dedujo que Rebeca era la esposa de Isaac al verla jugar con él con una familiaridad permisiva, que en nada era motivo de escándalo. Seguiste exhortándome a tener buenos sentimientos de tu bondad, y a imprimirlos en las almas que desearán buscarte con sencillez de corazón.

            Como es tu costumbre, seguiste hablando siempre en latín. Después de varios discursos que arrebataron mi alma, me hiciste ver el marfil que me destinas como trono, invitándome a pasar a la casa de marfil que me has preparado para deleitarme como hija de rey con el rey de la gloria, del que era también esposa, [302] a la que él mismo quería honrar acompañado de su corte.

            Ante estos deliciosos favores, mi alma se perdió en ti, su trono de gloria, gozando de las delicias de tu poderosa diestra, la cual me sostenía. Exclamé: Tu ciencia es admirable para mí y se redobla de suerte que desfallecería de amor sin el apoyo de esta diestra de amor, a la que me abandono. Entonces me introdujiste en tu seno, comunicándome el secreto de tu adorable alcoba. Al amarte, permanecía casta; al besarte, seguía siendo pura; al abrazarte y transformarme en ti, recibía al que es guardián y origen de la virginidad. Al mismo tiempo, y con una dulzura inexplicable, el Espíritu Santo susurró en el oído de mi alma el divino epitalamio, añadiendo que yo era una reina revestida de caridad, por lo que mi túnica ostentaba admirables bordados.

            Me hiciste olvidar todo lo creado. Contemplaba a mi amor, que es mi rey, convidar a la belleza que estaba en mí, la cual, residía en el interior. Todo lo que pueda decirse no es sino la franja de la vestidura de gloria con la que estaba ataviada. Me dijiste que estabas en mí como en tu templo, ocupado en las obras que tu Padre eterno te ordenó hacer y discutiendo contigo los misterios sagrados, no por duda, sino por analogía, interrogando a mi intelecto con claridades que tus ojos producían en él, y diciéndome que yo era tu Esther; que tu amor y tu peso te inclinaban hacia mí, humilde fuentecilla a la que quieres hacer crecer como un sol y redundar en muchas aguas. Me dijiste: Mira que te he dado y enviado al mundo para ser luz de las gentes, a fin de que seas mi salvación hasta las extremidades de la tierra. Tú eres mi porción, que yo he elegido, porque confiesas que todo lo has recibido de mí, dando gracias y glorificándome con alabanzas: y poseer a Judá como herencia suya en la tierra santa, y escoger otra vez a Jerusalén. Callen todos los mortales ante el acatamiento del Señor; porque él se ha levantado y ha salido de su santa morada (Za_2_13).

            Me mandaste escribir cuando saliera de la oración, para demostrar a los hombres el exceso de tus bondades en mí. Te obedezco, divino amor mío, pues comprendo que tu bondad ha elegido a los débiles para fortalecerlos y elevarlos hasta ti, hasta tu seno, que es la tierra santificada; y que ninguna criatura, estando en carne mortal, [303] puede expresar la sublimidad ni la delicadeza de las elevaciones que tu amor mismo obra en las almas a las que favoreces de este modo, porque así lo has querido.

Capítulo 40 - La virginidad divina y humana, de su purísima fecundidad, que no puede ser explicada ni comprendida por los espíritus que viven aquí abajo. 3 de mayo de 1633

            [305] El tres de mayo de 1633, mientras agradecía a Dios tantas gracias que me concede siempre que medito en la virginidad, le plugo enseñarme que el Padre eterno es el origen remoto de la virginidad, en el que la generación del Verbo se encuentra unida a una eminente virginidad. Contemplé cómo el Padre lleva en si a su hijo sin división y sin salir fuera de sí, al que poseía y posee como un fruto en su justo tamaño y en el que producía a otro él mismo.

            De ahí volví la vista a la tierra y contemplé al mismo Verbo en el seno de la Virgen, a la que hacía madre sin herir su virginidad, así como no había causado alteración ni corrupción alguna en su primer nacimiento del Padre. Todo sucedió de manera que este Hombre-Dios, después de permanecer nueve meses encerrado en las entrañas de la Virgen, salió de ellas como un rayo de su sol.

            Como el Verbo increado permanece siempre en él de una manera [306] particular, y sintiéndome animada por una santa confianza, pedí al Padre eterno que, ya que se había dignado escogerme para fundar la Orden del Verbo Encarnado, fuera de su agrado comunicarme virginalmente a su Verbo, a fin de producirlo en el mundo a través de este instituto.

            El Padre no me rehusó lo que me invitaba a pedirle, diciéndome que las producciones que obraría por mi medio serían virginales y reflejos de las que tienen lugar en su seno paterno, mismas que se operan divinamente en el de la Virgen. Me hizo ver que le complacía mi petición mediante un diluvio de delicias con las que me colmó por su pura bondad. Exclamé divinamente: ¡Cuan bella y radiante es esta generación casta! Inmortal es su memoria, y en honor delante de Dios y de los hombres. Cuando está presente, la imitan, y cuando se ausenta, la echan de menos; y coronada triunfa eternamente, ganando el premio en los combates por la castidad (Sb_4_1s)).

            Este divino Padre, al que pertenece toda paternidad en el cielo y en la tierra, me comunicó que se complace en mostrar su poder [307] en nuestra debilidad, y que es él quien hace habitar a la estéril en su casa, mediante la eficacia de la gracia, con alegrías que el mundo no puede conocer ni recibir, lo mismo que a su Espíritu, el cual hace fecundas a las vírgenes humildes que esperan en la divina bondad y desconfían de ellas mismas a ejemplo de la Virgen de las vírgenes, que dijo a san Gabriel: hágase en mí según tu palabra. Después de este humilde consentimiento, el Verbo eterno e increado se hizo el Verbo Encarnado.

            Ante semejante humildad, la virginidad no fue esterilidad, sino una adorable fecundidad gracias a la sombra de la virtud del Altísimo. El Santo Espíritu, descendiendo sobre la Virgen, la hizo en el tiempo madre del Hijo al que el Padre engendra virginalmente en los divinos esplendores desde toda la eternidad; paternidad que no disminuye en nada el resplandor de la virginidad de María, sino que la eleva y la hace resaltar con un lustre divino. Jesucristo, teniendo a un padre que es Dios, quiso tener una madre que es Virgen y madre de las vírgenes, la cual ha blandido en alto el estandarte de la virginidad, virginidad que el Verbo Encarnado alabó tanto cuando dijo: el que pueda entender, que entienda (Mt_19_12). Querido esposo, sin ti, no es posible tenerla: tiene alas y no habita en los cuerpos sujetos al pecado. Quiero decir en los cuerpos a los [308] que las almas tibias dejan enlodar en el fango de la impureza, que turba la imaginación y ocupa indignamente sus pensamientos con ilusiones engañosas, pues al complacerse en ellas, se vuelven horribles a causa del consentimiento que les otorgan.

            No me estoy refiriendo a cuerpos tentados por el pecado de concupiscencia, los cuales son purificados como el oro en el crisol. Los espíritus que informan estos cuerpos, asistidos por tu gracia, lograrán con tu poder rebasar los muros de cualquier rebelión, comprender que la virtud se perfecciona en el sufrimiento y que tu gracia les basta, gracia que convierte la virginidad natural en una virtud sobrenatural. Cuando ésta es dedicada solemnemente en un holocausto perpetuo, la haces fecunda con goces inexplicables que sólo quienes poseen la gracia de gozar de esta felicidad pueden admirar, aunque no expresar. No es posible comprender, según la naturaleza, lo que se posee en el orden sobrenatural. ¿Quién, pues, podrá comprender con un ingenio humano las cosas que no están incluidas en las leyes naturales?, o ¿quién podría expresar, con una voz natural, lo que está más allá de lo que es común a la naturaleza? Acopiamos en el cielo lo que imitamos en la tierra; tampoco merecemos vivir la vida que el Esposo encontró para sí en lo alto. Estas célibes serán ángeles que atravesarán los aires e irán más allá del firmamento para encontrar al Verbo de Dios en el seno del Padre, de cuyo pecho dimanan todas las cosas. ¿Quién, habiendo hallado tanto bien, sería capaz de abandonarlo? Tu nombre es perfume exhalado; por eso las jovencitas te amaron y, a su vez, te atrajeron. Por último, no es cosa mía el afirmar que, como no se casan ni se casarán, serán como los ángeles de Dios en el cielo. Nadie, pues, se admire si se las compara con los ángeles de Dios, pues a ellos se unirán. ¿Quién será capaz, por tanto, de negar que esta vida fluye del cielo, y que no sería fácil encontrarla en la tierra sino hasta después de que Dios descendiera para informar los miembros de este cuerpo terrenal?

 Capítulo 41 - El amoroso Salvador ocupa y llena santamente de gracia y de alegría al alma que está unida a él por el amor.

            [309] Si el amor a las cosas de aquí abajo ocupa nuestros espíritus, aún los sentimientos, que al estar bajo la acción del sueño parecen impotentes de producir acción alguna, y, aunque mientras dormimos carecen de pleno conocimiento forman por lo menos fantasmas e imágenes de cosas de la tierra a las que estiman y aplauden, por buscar en ellas la posesión del bien que vanamente creen pertenecerles.

            El amor de Dios no ocupa menos a las almas de los santos, produciendo efectos parecidos y recogiendo los vestigios de los bellos pensamientos que han tenido durante el día para formar con ellos imágenes agradabilísimas durante su sueño y su reposo, pareciendo que no pueden descansar sino en Dios, ya que sólo viven y obran en el amor de Dios. La Escritura nos cuenta los sueños de los santos, que son más misteriosos que todos los pensamientos y las meditaciones de los mundanos que velan en el ejercicio de sus propias pasiones.

            Me vi entonces amorosamente invadida por la tierna dilección de este Dios de bondad, el cual se complació en verter sobre mí una plenitud de dulzura casi continua. No es de admirar entonces que no pueda olvidarme de aquel que es todo mi amor ni al velar ni al dormir, ni que su bondad ocupe mis afectos de modo que la noche me parezca tan clara como un hermoso día, por lo que puedo decir: Duermo, pero mi corazón vela con tanta felicidad, que no pierde la presencia de mi divino enamorado, que debe ser mi solo amor.

            Pude contemplarlo un día después de las fiestas de Pascua del presente año, apretándome la mano con divina fuerza como signo de fidelidad, al mismo tiempo que me mostraba su pecho y su braza. Yo admiraba esta admirable humanidad que abundaba en pequeños tubos de órgano que procedían de su cuerpo gloriosa y divinamente resucitado, cuerpo sagrado que anteriormente se mostró del todo magullado por los golpes y cubierto de llagas. Mientras admiraba esos tubos, escuché que esas adorables cicatrices, a partir del momento de su resurrección, se convirtieron en maravillosos canales que nos aportarían las gracias y bendiciones de su divino Padre, y que esta santa [310] humanidad es el órgano amoroso de la divinidad; que sus venas y poros son los tubos pequeños, y sus heridas los conductos mayores; que debemos admirarlos como otras tantas bocas sagradas que alaban dignamente a la divina majestad; que el Verbo Encarnado es el salterio admirable que encanta con el sonido melodioso de su adorable armonía a todos los bienaventurados en el cielo, y que por ser tan bueno y misericordioso hacia mí, se digna alegrarme en la tierra.

Capítulo 42 - La confianza del Salvador incita a su corazón divino a colmarnos de su gracia

            [311] Al despertarme por la mañana, escuché estas palabras de mi divino amor: Tu confianza es una espuela para mi clemencia. Ellas me animaron a confiarme más y más a la bondad de mi esposo, el cual me invitó a hacer lo que dijo David: Arroja sobre el Señor tu cuidado, y él te sostendrá (Sal_54_23). Añadió que mis pensamientos serían flechas recibidas por la caridad, la cual se complace en recibir poco para dar mucho, y que mis pensamientos serían como redes que lo atraparían para mi como presa felicísima que me alimentaría de si misma como sucedió con Sansón, el cual encontró la miel en el león que le había servido de presa: ¿Qué cosa más dulce que la miel ni quién más fuerte que el león? (Jc_14_18).

            Prosiguió diciendo que, humana y divinamente, encontraría en él la fuerza y la dulzura incomparables. Es verdad que, por ser Dios, no se convertiría en mí sino a mí en él en el sacramento eucarístico. Su amor me invitó una vez más a sumergirme como una esponja en el mar de la [312] divinidad, para ser colmada de él mismo, que es el agua de vida mediante la cual viviría yo con la vida de la gracia y del amor. El deseaba ser mi alimento, a fin de que no hubiera en mi nada que no procediera de Dios y en Dios, para divinizarme tanto como puede serlo una criatura que es amada por él.

            Experimentaba un contento indecible al verme alimentada tan divina y deliciosamente por su amor divino, amándolo como a mi sustento divino y agradabilísimo baño. Lo que complace, sacia. Este divino y misericordioso enamorado dio a gustar a mi alma lo que complace y alimenta, según la predicción del rey profeta referente a su amorosa caridad, la cual, al instituir un memorial de sus maravillas, se dio como alimento a las almas que le temen y le aman. A ellas concede el favor de transformarlas en si mismo mediante una admirable y divina metamorfosis, perdiéndose en ellas, por así decir, para volver a encontrarse en él y abismando su ser consumado, sacado de la nada, para coincidir apoyadas en el suyo que es eterno, inmenso [313] e infinito. Podrán por ello decir con el apóstol que viven de la vida del Dios vivo y fuerte, y no de la vida languideciente y moribunda. ¡Oh vida feliz, vida admirable, vida deleitable, vida de la gloria que el profeta pedía cuando exclamaba: Mas yo, en justicia, ver‚ tu faz, me saciar, al despertar, con tu vista! (Sal_16_15).

            El alma que es alimentada por Dios, es justificada por su misericordia, se convierte en muestra de su magnificencia y se glorifica en su largueza así como el soberano, se complace en comunicarse en abundancia, por ser la fuente inagotable que jamás disminuye a causa de estas comunicaciones creadas por la soberana plenitud. El experimenta un placer indecible al saciar de si mismo a las almas que lo aman únicamente a él, permaneciendo en ellas tan glorioso como espléndido.

            Así como quiso elevar su magnificencia hasta el cielo en el día de su Ascensión, desea abajar cada día su bondad sobre nuestros altares para alimentarnos con su propia sustancia, dándonos nada menos que a si mismo al decirnos:

            Así como yo vivo por mi Padre, quiero que ustedes vivan por mi, y que sean transformadas en mi; que seamos uno y consumados en uno en unión con mi divino Padre, [314] del que soy figura sustancial y esplendor glorioso que se les manifiesta bajo el velo de la fe, pero en tal proporción a su estado de viandantes, que comienzan a ser saciados ya desde esta vida por creer que estoy glorificado. Para ustedes, esta noche se vuelve deliciosa y estas tinieblas, luces.

Capítulo 43 - Amorosas enseñanzas del divino esposo, que imparte su Espíritu mediante sus dones. Qué hay qué hacer cuando se está distraído en la oración. 12 de mayo de 1633.

            [315] Después de la comunión, mi divino amor me dijo estas dulces y amorosas palabras: Ven, electa mía, te pondré sobre mi trono. La palabra ven, es muy agradable y da a conocer que el amado urge a su amada a unirse a él. Es por ello que el esposo dice en el Cantar: Ven, paloma mía, amiga mía, hermosa mía (Ct_4_10). Jesús dice a sus elegidos: Venid, benditos de mi Padre. (Mt_25_34). En el último día, el amor los unir a él por toda la eternidad.

            En el Apocalipsis nos dice: Dichosos los llamados a la cena de las bodas del cordero. (Ap_19_9). En los matrimonios de la tierra, la unión jamás es perfecta como en las bodas divinas, en las que la santa esposa se une de tal modo a su divino esposo, que no son sino uno mediante una unidad santa y admirable.

            Atraída por esta agradable lección, me presenté a mi queridísimo esposo en nombre de todas las criaturas, que, como escalones, me hacían subir hasta él. Mediante las relaciones con las divinas personas, por las cuales fui recibida con caricias sin par, este divino esposo mío me felicitó por haber obedecido su palabra y haberla conservado en mi corazón. Presionándome con su caridad divina, me dijo al mismo tiempo: Compréndeme y yo te comprenderé.

            Al verme admirada ante su bondad, y deseando enseñarme los secretos de su amor, me dijo: Amada mía, hay mucha diferencia entre comprender y poseer a Dios, y entre ser comprendida y poseída por él. Dios es comprendido según vuestra manera de concebir a través del alma cuando él se acomoda a su pequeñez, contrayéndose como lo hizo el profeta sobre el niño al que deseaba resucitar con su respiración. Dios los comprende cuando los recibe en su plenitud e inmensidad, penetrándolos divinamente y rodeándolos infinitamente. Cuando yo envié por vez primera al Espíritu Santo a mis apóstoles mediante un soplo sagrado, ellos me comprendieron en la medida en que este aliento estaba proporcionado a sus bocas. Sin embargo, el día de Pentecostés, cuando mi Padre y yo enviamos al Espíritu Santo con la plenitud de sus dones, en forma de lenguas de fuego u como un viento impetuoso que hizo un gran estruendo e invadió toda la casa, este Espíritu inmenso llenó consigo mismo y sus dones a todos los fieles [316] que estaban con los apóstoles, abarcando a todos de manera divina. Por ello, podían exclamar: Comprendemos a este espíritu como nos es posible, ya que estamos colmados de su amorosa dilección y de sus dones.

            Todos los cristianos reciben al Verbo Encarnado en el Santísimo Sacramento, en el que habita y se esconde. Está en él con su cuantía interna y no con su extensión local. En él está contraído para acomodarse a nuestra pequeña capacidad, y nos comprende por sí mismo al encerrarnos dentro de él. A nuestra vez, lo abarcamos por la fe, a la que nos exhorta san Pablo: Corred de tal manera que lo obtengáis (1Co_9_24). El nos comprende por la caridad.

            Los apóstoles, que recibieron primeramente la fe, fueron abrasados con el fuego de la caridad el día de Pentecostés. Comprendieron y fueron comprendidos, comprensión mutua y recíproca, que se cumple felizmente en el cielo y en la gloria de la divina caridad; que nos corona y ensancha el corazón, haciéndolo capaz de la plenitud de su divinidad, en la que este mismo corazón y el hombre, todo entero, es devorado y sumergido como una esponja en el mar que está pleno de la mar; el mar la colma, y si ella permanece en su seno y en su vastedad, que en su situación de esponja no puede contener en su totalidad, quedar sin embargo enteramente comprendida en este océano.

            Si la esponja pudiera saber que la excelente grandeza del mar la rodea por todas partes, poseyéndola del todo, se alegraría en si con toda razón y se gloriaría en su seno, que la estrecha inmensamente. Lo que digo de la esponja se aplica mejor a los cristianos que han recibido la plenitud de su divinidad en el sacramento eucarístico, y más adelante en la gloria en la que pedimos a la divina misericordia nos reciba para alabar, admirar y adorar su bondad infinita, la cual se complace en comunicarse a los Ángeles y a los hombres.

            Además de estos grandes favores, la sabiduría divina permite que el alma sufra distracciones y se encuentre en sequedad algunas veces. Se ve distraída en la oración sea por enfermedad corporal, sea por el impedimento de los asuntos temporales, sea por la ligereza del espíritu humano que se deja cautivar por objetos sensibles y externos.

            Mi divino amor, del todo bueno, se dignó enseñarme cómo hay que aprovechar todas las distracciones que ocurren en la oración: debemos alabar su divina estabilidad, considerando que él es el ser inmutable mientras que la criatura está sujeta al cambio. Me dijo que, si me humillaba ante estas inconstancias, podía imitar a los cazadores que, habiendo perdido la presa grande que perseguían, tomaban la que les salía al paso, aunque fuera más pequeña y consistiera únicamente de aves pequeñas, con las que confeccionan platillos deliciosos, preparándolas con esmero para las personas enfermas.

            Un alma que está distraída en la oración está enferma, sea a causa de su infidelidad, sea como prueba de aquel que desea constatar su perseverancia en permanecer constantemente en la oración, [317] sea que se moleste en cazar estas distracciones, humillándose al verse sin fervor. Debe, como Abraham, cazar las moscas que vuelan en su espíritu, el cual puede ofrecer en su estado de humillación con el corazón contrito y recordando que el Doctor apasionado dijo que las moscas no se detenían sobre una vasija hirviente. Su corazón contrito y su espíritu humillado es un sacrificio que Dios acepta cuando se le presenta con humilde confianza en su misericordia.

            En el acto de alejar estas distracciones, hace la voluntad de Dios, ofreciéndole sus buenos deseos como pequeños volátiles que el fuego de su amor puede hacer dignos de su boca. Ella se ofrece con todas sus potencias, a pesar de que, por estar disgregadas o mal dispuestas, se encuentren bien alejadas de la oración de quietud.

Capítulo 44 - Vi el cielo abierto, y en él un templo magnífico, el arca de la alianza y el propiciatorio. Deliciosos favores con los que me gratificó el Verbo Encarnado, mi divino enamorado. 13 de mayo de 1633.

            [319] Estando, por gracia divina, elevada en espíritu, vi el cielo abierto y en él un templo magnífico, el arca de la alianza, el propiciatorio y los querubines que lo cubrían; visión que me alegró muchísimo.

            Mi divino amor, acariciándome con sus divinas ternuras, me presentó la llave de David, diciéndome que con esta llave de oro abriría, cuando lo quisiera, este templo magnífico que encerraba la admirable arca, delante de la cual haría mis oraciones al igual que este rey que fue según su divino corazón, el cual, con celo piadoso, poseía una llave para pasar de su palacio al tabernáculo que servía de santuario antes de que Salomón hiciera construir el templo que fue una maravilla del mundo, templo para el que el mismo David había preparado los materiales. Las delicias de este gran rey consistían en escapar, durante el día y la noche, a los asuntos temporales, para tratar aparte con su Dios, en la oración, todo lo que se refería a su salvación, diciendo que desearía contarse en el número de los que temían ofender a su Majestad, y rogándole que en su bondad le concediera visitar su santo templo y contemplar su gloria, es decir, el lugar en el que el Dios de amor encontraba sus complacencias, para contribuir al divino contento, o más bien ser él mismo (permítaseme la expresión) el objeto del deleite de Dios y su complacencia.

            Comprendí que esta llave de oro era la amorosa confianza que debía ser mi llave [320] maestra, pues con ella obtendría de la divina benignidad de mi amor, con maravillosa facilidad, los dones y gracias que su amorosa inclinación deseaba concederme gratuitamente por pura misericordia y bondad, y cuyas delicias y admirables complacencias quisiera llegar a ser.

            Entendí que esta confianza era la perla inapreciable por la que se vende todo para darlo a los pobres, librándose de los afectos hacia las criaturas para hacer no sólo la voluntad de Dios, sino para ser también sus delicias. Es el maná escondido que agrada a todos los gustos y que da sabor a todo, haciéndonos encontrar nuestra dulzura y deleite en Dios, que nos pide nuestro corazón.

            Es el nombre nuevo que Dios da al alma a quien ama, nombre que es más deseable que el de hijos o hijas, nombre de la esposa y de la voluntad de Dios en ella, que es pronunciado por su boca adorable.

            Los querubines con los que traté en ese día, según la práctica de mis devociones durante los diez días que van desde la Ascensión del Salvador hasta la venida del Espíritu Santo, me rodearon formando un circulo, diciéndose entre ellos: Nuestra hermana es pequeña, no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos en el día en que se le haya de hablar de desposarla? (Ct_8_8). Se turnaban para formar murallas de sabiduría, de la que están colmados, a fin de que cuando se le venga a hablar, la gracia, la sabiduría y la sublimidad de sus discursos encanten santamente a los corazones. Si es como un muro, edifiquémosle encima baluartes de plata (Ct_8_9).

            Si ésta es la ciudadela de una nueva Jerusalén, el palacio del Dios vivo o una muralla golpeada por los arietes de las contradicciones, es menester flanquearla de bastiones y avenidas que puedan resistir a todas las tentaciones y asaltos de los enemigos. Si se trata de una puerta por la que muchos irán a Dios, y por ella llegar Dios a las almas que la rodean, y que se dirigen a ella, hagámosle un revestimiento de cedro incorruptible: si es como una puerta, reforcémosla con tablas de cedro (Ct_8_9). Hagamos que ella explique, con eminente pureza, las [321] caricias que intercambian el Verbo, su esposo, y ella, el cual la instruye en su amor mediante la comparación de los matrimonios de la tierra, sin atenuar la blancura de sus puras intenciones ni la santidad de sus sentimientos y pensamientos, que son purísimos y virginales.

            Mi alma tuvo la saludable experiencia de que los favores prometidos por los serafines me serían concedidos, viéndose fuerte como un muro y protegida por todo el poder de su amado, mismo que le servía de muralla de fuego: Yo soy el muro, y mis pechos una torre. Los pechos que ella succionaba continuamente eran las dos naturalezas del Verbo Encarnado, mi amor, que me alimentaba con un maná celestial sirviéndome, al mismo tiempo, de torre y bastiones para defenderme.

            No es de maravillar, por tanto, que haya yo encontrado la paz con mi amado, a quien Isaías llama un río de paz, el cual derramó, todo entero, en mi corazón: Así soy a sus ojos como quien ha encontrado la paz (Ct_8_10), diciéndome: Hija mía, tú eres esta viña que goza de la paz en medio de las turbaciones; en medio de la multitud de los hombres, conservas la soledad. Eres una ciudad cuya quietud no altera el trato con muchas personas que se te acercan casi todos los días. Nada es capaz de alejar tu espíritu de la presencia de tu amado, pues también tú deseas pertenecer del todo a este ser de paz, y a ningún otro: El pacifico Salomón tuvo una viña en Baal-hamon (Ct_8_8).

            Mi divino amado me ha confiado a varios directores, pero para guardarme, no para poseerme; para servirme y trabajar para su gloria, elevándome hasta él: Encomendó la viña a los guardas (Ct_8_8). Su trabajo ser liberalmente recompensado por la magnificencia de este divino y amoroso rey, a causa de su bondad hacia mi, concediendo mil gracias y favores a cambio de la molestia que se toman al prestar un pequeño servicio: Cada uno le paga por sus frutos mil monedas de plata, lo cual no me sorprende al considerar el afecto que este príncipe de gloria profesa a esta viña suya, a la que no pierde de vista, como él mismo asegura: Mi viña está ante mí (Ct_8_8). El derrama al mediodía sus bendiciones sobre ella y a centenas sobre los que la guardan: Los mil siclos para ti, pacífico, y doscientos para los que guardan los frutos (Ct_8_12).

            Este enamorado me decía: Mi toda mía, mis conversaciones más familiares [322] las tengo contigo. No hay para mi música tan agradable en la tierra como la voz de mi amada, que sólo mora en los jardines sagrados, que son recreaciones e inocentes alegrías. Tú eres la flor y el jardín entero de tu esposo: ¡Oh tú que moras en los huertos, mis compañeros prestan oído a tu voz! ¡Deja que la oiga! (Ct_8_13). Los Ángeles ,que son los amigos comunes que tienen la dicha de ser testigos de las delicadezas con las que yo te halago, se asombran ante ellas, se complacen en escuchar mis coloquios sagrados y admiran cómo mi corazón divino, por un exceso de amor, se derrama en el de su amada, la cual se deja arrebatar el suyo con la violencia del amor, para llegar felizmente hasta el seno de su esposo, que es de marfil sembrado de zafiros: ¡Oh tú, que moras en los huertos, mis compañeros prestan oído a tu voz! ¡Deja que la oiga! ¡Huye, amado mío, como la gacela o el joven cervatillo, por los montes de las balsameras! (Ct_8_13s).

            Me estimaba indigna de tantos favores, que no me impedían reconocer mi nada. Temerosa de no corresponder, como era mi obligación, con la inocencia de una fiel enamorada, pedí a mi esposo que huyera e hiciera su morada sobre las montañas aromáticas de los espíritus celestes o en alguna otra alma elevada por encima de la tierra, en los que encontraría más fidelidad y correspondencia que en mí, diciendo esto en medio de una gran confusión, al verme indigna de sus divinas caricias y humillándome como san Pedro: Apártate de mí (Lc_5_8).

            Al considerarme tan grande pecadora, dije con la santa esposa del Cántico del amor: Huye, amado mío, por los montes de las balsameras. Me abandonaba en todo momento a su amor, diciéndole que encontrara sus complacencias en aquella que era toda suya. Viéndome obligada a recurrir a la Biblia para citar e interpretar este pasaje a mi director, y preguntando a mi esposo por qué así lo deseaba, él me respondió que era para dar a conocer la inteligencia que me daba de las santas Escrituras; que él mismo, al entrar en la sinagoga, tomaba el libro sagrado, provocando el asombro en los espíritus de todos los doctores de la ley, [323] los cuales, después de tantos años de estudio, no habían comprendido el sentido que él declaraba. Lo mismo sucedía con este Padre, el cual, después de haber enseñado teología durante varios años, quedaba admirado ante tantas bellas interpretaciones como aprendía de mi boca. Sería, por ello, un testigo irreprochable de estas divinas claridades al estar convencido, por su propia experiencia, que el espíritu de sabiduría era el principio de tanta ciencia y de los raros conocimientos que recibía de mi esposo.

            Oh, Amor son los rayos resplandecientes de tu divina luz y de tu sagrada faz los que imprimen esta sublime inteligencia en mi alma. Sin ellos, no podría contemplar tus deslumbradoras claridades, que son una gracia particular con la que tu bondad me favorece.

            Este esposo mío siguió conversando conmigo de su amor, diciendo que me comparaba a la paloma que describe David, que tenía alas plateadas y plumaje amarillo como el oro Alas de paloma relumbraban con plata, y sus plumas con amarillez de oro (Sal_67_14). La maravilla consiste en que esta paloma conserva su hermosura a pesar de encontrarse en medio de calderos y morillos: mientras reposabais entre los apriscos (Sal_67_14), con los que debía, podría parecer, ennegrecer y perder la blancura con que la él me había favorecido, y en la que yo debía reconocer su amor, que se complace en purificarme en medio de los carbones que atezan a los demás; que podía yo exclamar con la esposa del Cantar: Soy negra, pero hermosa (Ct_1_4).

            Mi esposa es en verdad pálida a causa de la mortificación y del ardor del santo amor, que es un sol que la decolora. Parece negra o morena a los ojos de los que no penetran su belleza interior, aunque no pueden negar que ven el oro de sus obras de caridad, y que lo mismo que hay en la superficie no sea admirable y magnífico, porque su modestia no puede ocultar enteramente los brillantes de luz que el sol de justicia comunica a su alma, que en ocasiones irradia hasta el exterior.

            Quien ama, jamás alaba lo suficiente al objeto amado. Mi divino amado, que se fija en los afectos de sus amadas, y no en sus pasiones o imperfecciones, explica a favor de su enamorada [324] el salmo 47: Grande es el Señor, y muy digno de alabanza (Sal_47_2). Me dijo que se complace en hacer patente la magnificencia de su bondad en la construcción de este templo y de esta ciudad que él mismo fundó con el aplauso de toda la tierra, adornándolo de sus gracias y hermosura como a su amadísima Sión, a la que sus príncipes celestiales guardan con gran cuidado.

            Queridísima mía, me gozo en darme a conocer en mi casa cuando me recibes en el divino sacramento del altar. Yo te sostengo y elevo en espíritu para que me conozcas en mis bendiciones. Dios en sus alcázares, se mostró baluarte seguro (Sal_67_4). Algún día ser‚ mejor conocido en las casas de mi orden. Los reyes de la tierra, que son los sacerdotes y doctores, se reunirán para contemplar las innumerables maravillas de su presencia. Hay quienes se han pasmado ante ellas, pudiendo así confirmar mi doctrina en ti; han sido presa de un santo temblor, de un temor respetuoso, adorando mi sabiduría que hace disertar las bocas de los niños. Aquellos que han querido dar demasiada credibilidad a su propio espíritu y a su sabiduría, han sido confundidos y derribados por un temor ante Dios, que ha hecho en ti tales maravillas: Apenas la vieron se pasmaron, se turbaron, se dieron a la fuga, un temblor les acometió (Sal_67_6).

            Yo he volcado todas las naves de la tierra y disipado las oposiciones de todos los que han contrariado los designios que te he inspirado como a mi esposa escogida, para erigir mi Sión en mi Iglesia. Te he dicho muchas veces: No se ha oído en el mundo: jamás se ha oído decir que yo hubiera tratado tan privada y continuamente, sin molestarme, con cualquiera otra como contigo, mi querida esposa. La maravilla que jamás se podrá admirar lo suficiente es que, con todas mis caricias y sublimes conocimientos que he infundido en tu alma, siempre he preservado en ella una clara visión de tus faltas y de tu nada, para que sólo veas en ti las operaciones de mi gracia y tus propios defectos. Esto es lo que te conserva en una profunda humildad y en un bajo sentimiento de ti misma.

            Mi amor no ha permitido que tu corazón se hinche con vanidad alguna ante los beneficios que recibes de mi tu esposo amabilísimo. [325] La cooperación que aportas con tu libre arbitrio parece consistir únicamente en no rehusar mis gracias, no obrando sino con la ayuda de esta misma gracia, la cual te mueve a decir con el apóstol: Yo soy lo que la gracia de mi amado obra en mí

            Te pido, mi divino amor, que no la reciba en vano, sino para tu mayor gloria, mi salvación y la de mis hijas, que las casas de tu orden sean tus moradas deliciosas, y que la santidad permanezca en ellas hasta el fin de los siglos.

Capítulo 45 - Excesiva contrición causada por el temor de haber ofendido a mi esposo, el cual me disculpó ante su Padre eterno, y los santos comparecieron junto con él para mi consuelo. Venida del Espíritu Santo sobre mi cabeza. 15 de mayo de 1633.

            [327] Como temía haber cedido a cierta curiosidad, aunque ligera, pregunté al confesor a quien acudí después de comer si esta falta le parecía muy grande. Dicho Padre, deseando conservarme en espíritu de humildad, me respondió que mis faltas eran tales, que Dios las conocía. Esta respuesta me entristeció muchísimo y la consideré como portadora de mi condenación, pues señalaba una gravedad que tal vez no quería él descubrirme claramente por temor de afligirme.

            Sucedió, sin embargo, todo lo contrario, pues mi corazón fue presa de tan fuerte dolor, que mis ojos derramaron un torrente de lágrimas y mis sollozos entrecortados oprimieron de tal modo mi pecho, que se me podía escuchar desde lejos. Mi confesor, muy sorprendido, temió que muriera yo de tristeza, y que la vehemencia del dolor, los suspiros y los gemidos hicieran estallar mi afligido corazón. Trató de consolarme disminuyendo mi falta y alabando la bondad de Dios, cuya experiencia debía infundirme confianza. Sin embargo, todo esto agudizó mi dolor y aumentó mi aflicción, por considerarme tanto más culpable cuanto había ofendido a una bondad tan liberal hacia mí

            Pero, cómo, Señor, se me dice que confíe en tu bondad, que he experimentado tan fuertemente hasta este momento, y que si hubiera ofendido a un hombre riguroso, podía dejarme llevar por tan grandes temores, pero que no debo temer nada de un Dios tan dulce y amoroso. Es esto lo que me hace más indigna de tu misericordia y más criminal, y lo que me penetra hasta el [328] fondo del corazón. Mi malicia y mi falta serían, pues, ligeras, porque tu bondad es grande, pero nada me aflige tanto como haber ofendido a tu bondad. Si, por una imposibilidad, no vieras mis faltas y pudiera huir de tu vista, que todo lo penetra, no dejaría de ser, sin embargo, una pena insoportable el haber cometido la falta más pequeña contra tu bondad y la fidelidad que te debo.

            Los lamentos mezclados con lágrimas que como ríos corrían sin cesar, continuaron toda la noche, que pasé sin cerrar un ojo, y siguieron por la mañana, hasta que mi confesor me prohibió llorar a causa de mi salud, pues me había invadido la fiebre.

            Esta tristeza me duró todo el tiempo hasta que mi esposo me consoló enteramente de manera maravillosa. Primeramente, jamás creí que esta falta fuera mortal. Mi conciencia, con la divina luz que poseía yo interiormente, me daba en esto una gran seguridad. Bastaba, sin embargo, que se tratara de una falta que disgustara a mi amor, para arrojarme en estos gemidos, lo cual sucedía con demasiada frecuencia si mi esposo no me consolaba prontamente, como suele hacerlo, temiendo, podría parecer, abandonarme en la pena.

            Este dolor no residía solamente en el fondo del alma, sino que llegaba hasta afligir el cuerpo, causándome la fiebre y desfigurándome de tal manera, que era difícil reconocerme. A pesar de ello, esta aflicción no me quitaba la presencia de mi amado, de la que gozaba como antes; no me arrojaba en la desesperación, sino en un profundo arrepentimiento. La parte superior del alma permanecía en paz mientras que la parte inferior era conmocionada por diversos movimientos. En una palabra, gozaba y sufría de la alegría y la tristeza al mismo tiempo, dándome cuenta de que existían dos contrarios en un mismo sujeto.

            Mi divino esposo, que no podía sufrir el llanto y contrición de su amada, la consolaba tiernamente, pero yo rehusaba estos consuelos y caricias por estimarme indigna de ellos, deseando castigarme yo misma, ya que mi esposo me trataba con tanta dulzura. Le dije que, si deseaba otorgarme la autoridad de juez, yo misma me juzgaría severamente y castigaría mi infidelidad con todo rigor.

            Me ofrecí a él para expiar mi falta con mi muerte, pues prefería [329] morir a ofenderlo aún ligeramente; en ningún momento deseaba resistir su voluntad ni impedir que su Majestad encontrara en mí sus complacencias, pero no quería yo aceptar nada de esto, por merecer al menos esta privación y que, mediando la gracia, que no deseaba me quitara, me privaría voluntariamente de todo el resto y sufriría todas las penas, aún las de los condenados; en fin, que mi Señor pudiera acercarse a su sierva; pero que yo no me atrevía a ir a él con mi antigua familiaridad de esposa, ni arrojarme a su cuello para darle un beso de amor, aunque él me lo permitiera con tanto cariño como antes.

            Mi divino amor me dijo que esta humildad y moderación, mis suspiros y mis lágrimas, atraían con más fuerza el afecto de mi amado y sus divinos consuelos. Se entabló a continuación un sagrado combate entre nuestros dos corazones, pues el divino esposo, compadecido de su esposa, que lloraba amargamente, la consoló asegurándole que todas estas desolaciones y llantos entrecortados de sollozos no eran sino muestras de amor, que producían sentimientos muy diferentes en ambos corazones.

            Por ello, esa misma tarde mi divino amor se me mostró como un pontífice revestido de blanco, portando en la cabeza una tiara dividida no en tres, sino en varios niveles. Los florones que la adornaban aparecieron primeramente en forma de cruz, y después como columnas vacías y abiertas en la parte superior, como recibiendo algunos licores del cielo; por último, apareció con un cetro. Pienso que con esta visión quiso significarme que él era el gran pontífice que perdonaba los pecados, el que devolvía la inocencia y la conservaba; el que abría el paraíso derramando sus gracias en los corazones que él afirmaba y convertía en columnas, en los que llegaba hasta comunicar la realeza que le era connatural. Le dije que sabia muy bien que él era el verdadero pontífice que, con su sangre, habla lavado los pecados del mundo, pero que era muy necesario que mezclara con ella mis lágrimas y que deseaba, con mi dolor, expiar mis faltas; que no quería yo jubileos ni indulgencias, sino sufrimientos a cambio de mis pecados.

            Un religioso testigo de mis lágrimas, pasó la misma noche, a partir de las dos de la tarde, en aflicción a causa del establecimiento de esta nueva orden. Las contradicciones que yo [330] experimentaba le produjeron un temor que lo llevó a caer en cierta desconfianza. Durmió la tercera parte de un cuarto de hora, cinco minutos. A eso de las cuatro de la mañana y, durante su sueño, vio que alguien disparaba sobre un papagayo, pero que nadie podía herirlo. El tirador más acertado sólo había podido rozar el borde del balancín en el que se apoyaba el papagayo, que parecía ser muy pequeño y de madera. Al tratar de observarlo con más atención, percibió una gallina de gran tamaño que volvía majestuosamente su cuello de plumaje reluciente, la cual emprendió el vuelo en medio de un gran ruido y con un roce de impaciencia que permaneció largo tiempo en su imaginación de religioso. Contempló cómo se transformaba en una enorme águila blanca que, suspendiéndose en el aire, se volvió contra los arqueros. Su rostro era el de una joven y sus dos alas se plegaban en torno a él a la manera en que se pinta a los querubines. Al cabo de esto, volvió ella a posarse sobre el balancín que antes la sostenía, dejando bien confundidos y burlados a los arqueros, lo mismo que al religioso, el cual, volviendo la vista en dirección del oriente, vio pintado en el cielo a un san Lucas que agarraba a su toro por los cuernos. Nuestro Señor aparecía sentado y vuelto hacia este mismo toro. Estaba totalmente desnudo, cubierto en parte sólo con su manto, como es costumbre representarlo. Del lado contrario estaba san Juan junto con su águila. No tuvo tiempo de contemplar la parte alta del cuadro ni a los que estaban allí con él. Pasmado ante esta maravilla, pensó que sólo se trataba de una fantasía.

            Vio además un templo como el de san Pedro de Roma, todo luminoso, y a un Salvador semidesnudo, como se le pinta en su Resurrección. Este Salvador estaba sobre un arco iris, que se extendía sobre un puente y el agua. En ésta percibió a dos hombres desnudos sumergidos hasta el cuello. Un resplandor iluminaba dulcemente todas estas maravillas, las cuales, creciendo insensiblemente, obligaron a este buen religioso, arrebatado ante tantas bellezas, a exclamar repetidamente: ¡Ah, que bello es todo esto! Al aplaudir con las manos, despertó. Escuchó entonces, sensiblemente a una persona que, a su lado izquierdo, lo llamaba por su nombre. Esto es lo que me platicó aquel buen religioso, que acudió a verme por la mañana. He querido contarlo aquí para hacer constar las maravillas que obra Dios en sus amigos, cuya interpretación dejo a los que Dios ilumina de esta suerte. El me dijo que Dios le había enviado dicha visión para mi consuelo.

            [331] Ponderando, por mi parte, dicho sueño, mi divino amor quiso explicármelo diciéndome que todo él se refería a mí: que el pájaro blanco de las flechas, que no pudo ser alcanzado, representaba suficientemente las contradicciones que sufría yo sin que pudieran dañarme; que su asistencia hacía resaltar la virtud que me había concedido en esta prueba.

            La transformación en gallina que cubre con sus dos alas a sus polluelos y en águila que emprende el vuelo y se desvanece en lo más alto de los cielos, fuera del alcance de los disparos y las flechas de los cazadores, mostraba evidentemente que era yo a quien se representaba ante dicho Padre bajo estas figuras. El templo luminoso eran la orden y yo misma, pues bien sabia que Dios me había dicho que le levantaría un templo; yo misma era el templo de su amor y de su divinidad, como se podrá constatar en todos mis escritos.

            San Juan y san Lucas acuden en mi ayuda debido a que en sus escritos trataron, de manera especial, el misterio de la Encarnación: san Lucas, la natividad temporal; san Juan, la generación eterna junto con el anonadamiento del mismo Verbo en su carne. San Lucas tenía al toro por los cuernos. Fue también un día de la fiesta de este Evangelista cuando recibí la promesa de una asistencia inviolable de mi esposo, que me dijo: No se te llamar abandonada (Os_11_8), y que jamás me abandonaría.

            Este Salvador, en medio de la consideración de las faltas que me afligen, no se apareció como un juez severo, sino como el hermoso arco iris de una paz y una alianza que no pueden ser quebrantadas por faltas ligeras; es decir, que mientras yo me abandono al llanto que el amor respetuoso y el temor de ser culpable hacen brotar de mis ojos, él me prepara una gloria que crece sin cesar, mientras que aquellos que me dan motivos para ejercitar la paciencia y la virtud que él me concede, son devorados por las aguas hasta el cuello; únicamente la bondad y misericordia de Dios les impiden perderse y detienen su justicia. Al explicarme el sueño, mi divino amor me mostró a las personas que se encuentran en este estado. Las reconocí muy bien, pero rehusó descubrirlas debido a que su falta ha sido demasiado notoria.

            Todas estas seguridades no pudieron, sin embargo, tranquilizar mi afligido corazón ni restañar mis lágrimas, que seguí derramando toda la mañana. El lunes, después de la exhortación, mi divino amor me descubrió la causa de mi llanto, y por qué había permitido que este espíritu de tristeza se apoderara de mí.

            Me dijo que, cuando me dejé llevar de la curiosidad, él me había disculpado delante de su Padre, haciéndose garantía de mi fidelidad; que una desconsideración tan súbita y perdonable no podía enfriar nuestro amor; que no obstante, a fin de que nadie pudiera hacerme algún reproche, sería bueno que yo misma la lavara con un río de l grimas. Con ello se cumplió lo que se canta en la tierra: y tronó desde el cielo el Señor, y el Altísimo emitió su voz, y se descubrió el álveo del mar, y quedaron desnudos los cimientos de la tierra (Sal_17_14s).

            Prosiguió diciendo que él hablaría a mi corazón con una voz que, llamando como un trueno retumbante, me obligaría a deshacerme en l grimas; mis ojos se transformarían en dos fuentes perennes y, mediante el abajamiento de una profunda humildad, él me descubriría todas las partes, aún las más ocultas, de mi interior, en el que se glorifica. Me declaró además que deseaba de mí un sacrificio, que es el sacrificio de contrición rociado con agua, como el de Elías, y consumado por el fuego del cielo que el Espíritu Santo había enviado sobre él; que los demás obran como los profetas de Baal, macerándose con golpes, disciplinas y austeridades corporales y clamando largo tiempo sin poder obtener al menos una chispita del fuego celestial para consumar el sacrificio. Sin embargo, en cuanto derramo el agua de algunas lágrimas, las divinas llamas se apoderan de mi corazón y consumen todo el holocausto, sucediéndome lo mismo que a David: Creí aun al tiempo que dije: (Sal_115_10).

            Yo había creído en la fidelidad y en el amor de mi esposo. Yo había hablado, confesando mi falta y alabado en alta voz la majestad de mi Señor. En mi profundísima humillación, había conocido, en mi exceso y en el transporte de mi corazón, cómo los hombres son mentirosos en sus juicios y fantasías, lo mismo que en sus acciones, buscando para ellos lo que deben ofrecer a Dios por tantos beneficios recibidos de su generosa mano.

            Mi amado me mostró el cáliz y el dolor mezclados con el de la Eucaristía, el cual es verdaderamente saludable, pues me hace morir a mí misma y a todas las criaturas para no vivir sino en él; [333] que en ello consiste la preciosa muerte de los santos, ofreciendo mis votos y cumpliendo mis promesas con un amor tierno, fuerte y sincero, en medio de Jerusalén, en presencia de los Ángeles y de los santos, apareciendo como la esclava de mi Dios e hija de la Iglesia, su sierva y esposa, en la que trataré de hacer las santas voluntades que su amor me ha inspirado, y que, en fin, era ésta la gloria que me habían ganado mis lágrimas.

            Todas estas caricias y palabras de mi esposo tuvieron el poder suficiente hacer a un lado todas mis amarguras, y la consolación acostumbrada se apoderó de mi alma, que no había perdido, en medio de esta turbación, ni la paz ni la presencia íntima de Dios.

            El jueves siguiente, al comulgar, un asalto de amor me aportó plenamente lo que un asalto de tristeza parecía haberme arrebatado. Caí en un gran desfallecimiento o desmayo, por lo que tuve que ser llevada a la cama. Mi divino amor me hizo saber que venía a mí como un unicornio, al que David lo compara. Le ofrecí mi seno para recibirlo, pidiéndole que, mediante su inocencia y pureza, hiciera desaparecer la actitud de temor que había manifestado hacia él en días pasados. Puso su cuerno delante de mis ojos, pues sabe muy bien dónde acometer, hiriéndome sensible pero amorosamente el corazón con golpes redoblados y obligándome a gritar y gemir con un dolor muy deseable, añadiendo que las aguas en las que el unicornio remojaba su cuerno perdían su amargura y su ponzoña, convirtiéndose en saludables y medicinales. De esta manera, su contacto sagrado quitaba toda la tristeza de mi corazón, y su cuerno, por una cualidad muy rara, se hacía fecundo: era un cuerno de la abundancia; el de los animales, en cambio, era del todo estéril. Añadió: Yo haré germinar en ti, queridísima mía, toda clase de bienes.

            El cuerpo, incapaz de soportar la dulzura con que estas palabras inundaban su alma, cayó desvanecido mientras que mi espíritu permanecía quieto en medio de estas consolaciones. El Espíritu Santo se me apareció como una voluntad viva y no como simple pintura. Batía dulcemente sus alas sobre mi cabeza para darme testimonio de lo que obraba en [334] mi corazón, y al desvanecerse ante mis ojos corporales, todas mis aflicciones me abandonaron y emprendieron el vuelo junto con él.

Capítulo 46 - La Trinidad y el matrimonio que en su bondad, se complace en llevar a cabo con el Espíritu, abrasado de su pacífico amor, elevándolo de este modo más allá de toda la creación.

            [335] El día de la Santísima Trinidad, mi alma fue sublimemente iluminada y elevada en una amorosa confianza que me llevó a pedir el llegar a ser esposa de la Santa Trinidad. El amor da una santa audacia. En ese momento, vi varias sortijas, entre las que había una roja como un rubí; las otras eran blancas y relucientes como diamantes. El rubí desapareció, o bien fue transformado en diamante.

            El granate que se esfumó significaba que los fervores no siempre duran, pero que el alma debe perseverar en la firmeza, pues Dios nunca es el primero en fallar. El desea desposar al alma por toda la eternidad, lo cual estaba representado por la resistencia de los diamantes. Dios se complace en desposar en fe al alma: es el esposo fiel.

            Recordé que él permitió que uno de mis confesores ausentes me escribiera diciendo que el Señor iluminaría para mí montañas eternas de un modo admirable, y que al mismo tiempo el divino amor me decía con gran dulzura: ser llevada sobre las alturas de la tierra (Is_58_14). Por tanto, le pedí que, en su caritativa bondad, se complaciera en recordar sus promesas y me las renovara. Entonces me vinieron a la mente estas palabras que dicho Padre me escribió: iluminas admirablemente desde los montes eternos (Sal_75_5), y que estos montes eran las tres personas de la Trinidad, que tienen una misma fuente de luz, y que acudían hasta mí para iluminarme.

            Volví mi corazón hacia la madre del amor hermoso y de la santa esperanza, la Santísima Virgen, a fin de que, mediante su favor, por ser eminentemente hija [336] del Padre, augustamente madre del Hijo e incomparablemente esposa del Espíritu Santo y Virgen de Dios, en el que ella encerraba a todos los demás, me hiciera digna de recibir estas divinas iluminaciones.

            En el mismo instante se me ordenó acercarme a estas divinas montañas y a la tierra sublime sobre la que me vería elevada. Esta es la montaña sensible de la que irradian los rayos de la divina luz, es decir, de la humanidad del Verbo que encierra en sí la luz divina de las otras montañas mediante la unidad de la esencia y la circumincesión de las personas.

            Fui, pues, iluminada para conocer la unidad de naturaleza y la distinción de personas. Vi a Dios en medio de mi corazón como en su trono, al cual colmaba de dulzuras indecibles. Mi divino amor me dijo que permanecería conmigo hasta la consumación de los siglos (Mt_28_20). Le rogué que llevara a cabo enteramente dicha consumación del siglo, extinguiendo todo lo que fuera secular en mí. Este benigno amor me dijo que consumaría en mí sus deleites y que el sacrificio de Judá le sería agradable largos días por los siglos de los siglos (Sal_20_5), y que él mismo era la consumación de los siglos, ya que todos culminan en él como en su fin y perfección.

            A esto siguió una gran paz y un profundo silencio o quietud de todas las potencias de mi alma, junto con estas palabras: Dios está en medio de ella, no ser conmovida (Sal_47_5). Conocí que la fuerza de Dios sobre el alma es un rayo que inspira en ella la presencia íntima del mismo Dios, pues hay mucha diferencia entre ver a una persona y sentir su íntima presencia. Es esta presencia de Dios la que llena el recinto del corazón y todas las potencias del alma. El las purifica, las perfecciona y las sitúa en un profundo silencio. Disipa, de este modo, toda turbación a la manera del sol, que difumina las nubes, [337] alegra la vista y perfecciona todas las cosas en las que produce esta profunda paz, que es efecto de esta plenitud, de la que nacen las delicias del corazón. Lo colmaste de gozo en tu presencia (Sal_20_7).

            Mi alma saboreó entonces las divinas uniones. Mi divino amor me abrazó con su diestra, que contiene todas las delicias: a tu derecha delicias para siempre (Sal_15_11). Los rayos de su rostro divino, de su íntima presencia, y esta plenitud, produjeron estos dos efectos: auxiliar con su poder y alegrar con su dulzura. Percibí esta diferencia en que el alma es como pasiva al recibir las impresiones de su divino poder, y que al obrar coopera, además, con estas delicias, ya que su corazón se expansiona con libertad, gozando del bien que posee, a pesar de parecerle que esa faz divina sólo se muestra en la gloria, en la que sus divinos rayos iluminan con plenitud, pero que en ocasiones también reluce en la tierra: Le has hecho una bendición para siempre, lo colmaste de gozo en tu presencia (Sal_20_7). Así como la gloria es la gracia consumada, así la gracia es la gloria comenzada en estado de gracia, pues la gloria se inicia en un alma cuando ésta se encuentra en gracia y caridad; la gracia es el hueso, y el árbol, la gloria, el fruto delicioso.

            La gloria es una participación y comunicación de Dios con gran esplendor e inmensa alegría. La gracia es la misma comunicación, pero cubierta; el alma en este estado está colmada de Dios, y tanto cuanto es capaz de dicha plenitud, se da en ella la quietud de todas las potencias del alma, lo cual yo experimentaba divina y amorosamente gracias a la bondad del rey del amor.

            En esta misma iluminación, conocí dos excesos de la divina bondad: el primero, en la inocencia de la Virgen, a la que llamo la Virgen de Dios, ya que siempre fue pura e inocente y jamás tuvo mancha alguna por estar reservada en Dios de manera singular. Sólo él la poseyó y penetró [338] sin división alguna, sin divagación en el alma ni en el cuerpo.

            El segundo exceso consistió en que, a pesar de mis culpas, el divino amor me acercó hasta su trono, al lado de la Virgen, y que fui elevada hasta la presencia de estas montañas eternas; y aunque captaba la distancia casi infinita entre estos dos excesos de la divina bondad en la inocente Virgen y en mi ser culpable, no sentía pena alguna.

            Mi amor me dijo que ambos excesos se manifestarían a todos los bienaventurados durante toda la eternidad, y que serían para ellos un motivo más para admirar la liberalidad del amor divino y su magnificencia en una persona tan inocente como la Virgen y en otra tan pecadora como yo. Me sentí confusa y como fuera de mí al contemplar tantos favores extraordinarios concedidos a quien es tan indigna de ellos.

            Mientras gozaba de la alegría de estas delicias, alguien me llamó y me vi obligada a dejar la oración. En medio de mis ocupaciones exteriores, escuchaba a mi divino amor, que me decía: Vuelve, vuelve, amada mía. Si él me llamaba, deseaba yo ardientemente verme libre de asuntos tan engorrosos, y llevar a todas las criaturas hasta Dios. Deseaba que todas ellas rindieran honor y gloria a la adorabilísima Trinidad, pidiéndole que se alabara ella misma mediante el Gloria al Padre. Se me reveló que san Jerónimo se complacía en esta divina sociedad, llevando esta alabanza desde el Oriente hasta el Occidente. Por mandato del gran papa san Dámaso, se la canta en la Iglesia al final de cada salmo.

            Mi divino amor me hizo saber que todos los Ángeles y los santos se alegraban por las alabanzas que daba yo a esta tranquila y venerabilísima Trinidad, y aún más de que todos los hombres llegaran a tener el conocimiento de este augusto misterio para adorarlo en espíritu y en verdad; Trinidad a la que debo favores indecibles, lo cual me impulsa casi incesantemente a orar ante ella, a adorarla y amarla.

 Capítulo 47 -El mundo entero está representado en la túnica de Jesucristo, soberano Pontífice, que ofrece un sacrificio digno en presencia de la Trinidad. Él es el templo adorable y el portador del racional admirable que lleva en sí los nombres de los elegidos. Me invitó a unirme a él para ofrecer el sacrificio.

            [339] Al considerar el gran favor que recibí de la Santísima Trinidad en este día, tuve el deseo de conocer la explicación de lo que vi en sueños durante esa noche.

            Contemplé, pues, un templo magnífico, y en su interior a un Pontífice elevado sobre la tierra, que celebraba un oficio del todo nuevo y extraordinario, que yo no podía comprender. Al mismo tiempo, tocaba el órgano de manera muy melodiosa. Admirada ante esta maravilla, no me atreví a acercarme a la Majestad adorable. Invoqué a todos los santos para presentarme ante ella, reconociéndome demasiado culpable e indigna de cantar sus divinas alabanzas, y diciéndoles que, con su favor, podría ser admitida ante ella. Invoqué confiadamente a todos los ángeles, en especial a los siete que permanecen en presencia de esta soberana Majestad, sirviéndola en todo momento.

            Escuché que el Pontífice a quien vi en mi sueño era Jesucristo, que es el Sumo Sacerdote por excelencia: encumbrado por encima de los cielos (Hb_7_26), el cual se convirtió en el cielo supremo por ser el único que había tributado a la Augustísima Trinidad una alabanza digna de su grandeza. Por ello, todas las criaturas callan en su presencia, no habiendo entre ellas nadie que se atreva a entrar en concierto con él. A esto se refirió Zacarías cuando dijo: ¡Silencio, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa morada! (Za_2_17). Cuando el Señor se levante de su trono para ejercer el oficio de sacrificador, es necesario que todas las criaturas con entendimiento presten atención en medio de la admiración y un silencio [340] respetuoso.

            La regia vestidura, en cuyos bordados está historiado o descrito el mundo entero, es su Iglesia, de la que se reviste, como dijo san Pablo. Las campanillas y las granadas entrelazadas que forman el ruedo inferior son la humanidad y los ángeles que se unen por este Pontífice. Las campanitas significan que debemos imitarlo; las granadas, la caridad o amor que tiene a la humanidad y a los ángeles. Cuando Aarón subía hasta el altar para comparecer ante el oráculo, las campanillas sonaban, y mientras permanecía en el santuario presentando el tummin sagrado, dejaban de tocar (Ex_28_3), lo cual manifiesta que los sacrificios antiguos terminaron cuando Jesucristo, el Sumo Sacerdote, ofreció el suyo. Su racional tiene forma triangular, en la que están grabadas la doctrina y verdad que le son connaturales. Las doce piedras colocadas en diverso rango, brillan sobre su humeral, piedras en las que estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel, que representan a todos los elegidos, las que reciben su forma y belleza al verse engastadas en su Pontífice y al ser portadas por él, pues mediante su virtud son aceptadas como un aderezo de amor.

            El divino Pontífice me invitó a sacrificar en su compañía, lo cual rehusé en un principio, excusándome a causa de mi sexo al que jamás se ha concedido la dignidad del sacerdocio y debido a las dificultades de vestuario y preparación necesarias, pues sólo veía en mí imperfecciones. Mis excusas no fueron válidas.

            Se me dijo que hasta entonces había yo invocado la asistencia de los santos antes de acercarme al trono, y que todos habían mediado por mí con sus oraciones, en especial los siete espíritus asistentes, quienes experimentan un placer singular al presentar las almas y disponer a los hombres a ofrecer dignamente estos sacrificios, a los que ellos asisten de muy buen grado; que a estos siete espíritus ha confiado el Espíritu Santo, como en depósito, sus siete dones para distribuirlos entre las almas fieles. Son éstos los siete ojos que Zacarías contempló fijos sobre la piedra misteriosa que es Jesucristo, en el que reposa toda la plenitud de los siete dones del [341] Espíritu Santo, a cuyo lado se encuentran continuamente los príncipes del cielo, asistiéndolo como cortesanos de primer orden y ministros de sus estados. Estos siete espíritus habían preparado mi alma al sacrificio al que el Sumo Sacerdote me invitaba. Se me comunicó que, en cuanto al sexo, nadie estaba excluido del sacerdocio interior, y de poder ofrecer el sacrificio de alabanza; que Dios no tiene sexo, a pesar de que la Trinidad lleva un nombre femenino.

            Escuché que la Virgen había ofrecido, como nunca antes, el sacrificio más augusto y agradable, al ofrendar sobre la cruz al mismo Hijo que los sacerdotes inmolan sobre nuestros altares; que las tribus de Judá y de Leví celebraban en la antigua ley dos alianzas y dos matrimonios, y que él me había dicho desde hacía mucho tiempo que yo pertenecía a la tribu de Judá mediante la doble confesión de sus alabanzas y la costumbre de acusar de mis faltas. No obstante, era necesario que me convirtiera en hija de Aarón al tomar parte en el sacrificio al que se me invitaba, a ejemplo de su madre la Virgen admirabilísima, que poseyó los privilegios de ambas tribus: la realeza de Judá y el sacerdocio de Leví, al ofrecer a su hijo, sacrificador y sacrificio. Por tanto, debía revestirme, con santa confianza, de los ornamentos necesarios y acercarme a este Pontífice, que me llamaba para asistirlo como ministra suya en el sacrificio solemne y novísimo que presentaba a la Augustísima Trinidad mientras que todas las criaturas, estremecidas de asombro, permanecían en un respetuoso silencio.

            Ante estas dulces amonestaciones, me presenté como un cuadro imperfecto, apenas esbozado al carbón, que sólo podía ser acabado por la Santísima Trinidad mediante la intervención de las tres personas en mis potencias, lo cual se realizó de manera muy admirable.

            Hice, a continuación, hice mis ofrendas, que consistieron en todo el ser creado, poniéndolas en manos de la gloriosa Virgen para ser presentadas a su hijo, el Sumo Sacerdote, que consumaría el sacrificio [342] consagrándolo del todo a la siempre adorabilísima Trinidad, la cual se complace en que Jesús y María lo presenten, como hostias puras y agradables, al Dios de bondad.

            ¿Qué puede rehusar el Padre cuando el Hijo le muestra sus llagas, que recibió para hacer patente el amor que el Padre tiene a la humanidad? ¿Qué favor dejará de conceder el Hijo a su santa madre cuando ella le presenta y ofrece sus pechos, con los que tan tiernamente lo amamantó? Esos pechos lo presionan amorosamente a conceder la petición de su corazón maternal, porque él posee un corazón filial que también ama a sus hermanos, que son hijos adoptivos de esta Virgen madre.

 Capítulo 48 - Dios trino en persona y uno en esencia, junio De 1633.

            [343] Mi puro amor, ¿cómo podría yo describir la inefable bondad que ejercitas en mí y sobre mí? Consciente de que mi meditación consistía en buscarte, te encontré más pronto de lo que hubiera pensado. Eres para mí el comienzo, el medio y el fin; te haces todo para ganarme en todo, por todo y sobre todo. Te has complacido en enseñarme que eres mi verdadero ser, y que me apoyo y moro en ti; que eres para mí vida muy deliciosa que vivo de ti, por ti, en ti y para ti; que eres mi camino, que subo, camino y paseo, no sólo en el cielo y más allá de la tierra, sino en tu inmensidad; que hago ascensiones diversas a causa de la distinción de tus personas, en cuya esencia no hay división. De modo admirable, quieres ser las gradas de mis ascensiones; que tu amor me conceda el privilegio inefable de apoyarme en el deseado de las colinas eternas, el Verbo Encarnado.

            Mediante la atracción del divino amor, es decir, por mandato de la adorabilísima Trinidad, el divino amor quiere ser mi legislador y que yo sepa que es voluntad de las tres personas divinas que suba distintamente por ellas, deteniéndome a contemplar el Espíritu producido por un solo principio de dos espirantes de la espiración toda única; que, al subir, me detenga a contemplar al Verbo engendrado, es decir, a la imagen de la bondad paterna, al esplendor de su gloria, candor de su luz eterna, figura de su sustancia, que lleva en sí la totalidad de la palabra poderosa; que me eleve junto con este Verbo y por este Verbo hasta el seno paterno, en el que está la fuente de origen, el gozo de mi Señor, la plenitud divina; en el que Dios engendra a Dios, en el que Dios produce a Dios, en el que [345] Dios contempla a Dios, en el que Dios besa a Dios, en el que Dios es el único esencial y trino en fecundidad a través de una perfectísima sociedad; en el que se encuentra la circumincesión divina. Esta santísima sociedad quiere que yo conozca, por un divino privilegio, que él es mi paz y que lo contemple en ti, que eres mi Sión. Podría yo describir los favores que me ha concedido el Dios de los dioses valiéndome del salmo 83.

            Amor mío, mientras que yo debía temblar delante de tu Majestad a causa de mis pecados, me colmas de delicias. Lloro pero con lágrimas que tu dulzura hace destilar. Tu benignísimo espíritu sopla y derrite mi corazón, que se desborda por mis ojos como si fueran dos piscinas. Te ofrezco estas lágrimas, mi amado Jesús, para unirlas a las tuyas y que concedas a éstas la eficacia de cambiar y ablandar los corazones endurecidos.

            No tengo nada qué darte ni qué ofrecerte; sólo mis pecados. ¿Son éstos los [346] lazos que te unen a mí? ¿Es para desbordar tu corazón que lo mantienes cerca de mí, para que, ante todo, me atraiga a tu interior? ¿Qué peso es éste que me engolfa en el abismo de tu amor? Es la multitud de tus misericordias, que es como la voz de muchas aguas; voz que me llama con tanta fuerza como dulzura. Río impetuoso, ¿es que te complaces en alegrar a tu ciudad y santificar tu tabernáculo mediante tus méritos y tu santidad esencial?

            Compareceré con los preciosos atavíos de tu justicia. Lo que tú eres, cubrirá, es decir, hará a un lado lo que soy, y quedaré saciada del todo cuando la pureza de tu gloria se manifieste en mí. Como te gusta deleitarte en favorecerme, complácete en darme. Me regocijo al recibir y devolverte lo que has tenido a bien concederme. Fuente [347] divina, me envías tu torrente, y yo hago rebotar sobre ti tus mismas aguas, con las que subo hasta ti, hasta dentro de ti, por ti y para ti. Guárdame de dos males: separarme de ti, fuente viva y vivificante, y acercarme a las cisternas secas de las criaturas, que carecen de manantial vivo, y que, además, son incapaces de retener las aguas mortíferas que los mortales desean beber con tanta avidez.

            Es precisamente a mí que tú dices: bebe de las aguas de mi amor sin pagar. Te las doy gratis. Confieso ante ti, Dios mío, y delante de todas las criaturas, que soy la más pobre de todas y la más pecadora. Es mi creencia, Dios mío, que jamás ha existido criatura más indigna de tus favores, ni se la encuentra al presente, ni se la encontrará, que haya hecho menos bien que yo y que haya pecado más en tu presencia, [348] que experimente lo que me haces sentir. Madre del bello y santo amor, tú eres la única inocente y la singular llena de gracia y de gloria. Eres la incomparable en toda santidad.

            Me dijiste una vez que me ofreciera a reconstruir tu casa, y lamentándome a ti y ante ti a causa de mi incapacidad espiritual y corporal, te plugo decirme: Ofrécete sencillamente tal y como eres, pues él único que hace maravillas, hará lo que te pidió. Santa Virgen, me ofrezco tal y como era y como sigo siendo: una nada, una vanidad. Me dices que a Dios le agrada llenar lo vacío. Virgen humildísima, tú estuviste vacía de toda imperfección por ser concebida sin pecado, para ser colmada por el autor de la perfección. Vacíame, mamá, mi buenísima mamá. Yo soy la más culpable, porque, a causa de mis divagaciones, he llegado lejos, a lo más profundo de las partes inferiores de la tierra, a las que el divino Oriente, gracias a la compasión de la divina misericordia, se [349] digna descender y penetrar para iluminarme y llevarme dentro de su corazón hasta tu lado y dentro de tu seno, del que tomó este corazón, que también tomó del tuyo en el de su Padre, por la fuerza del amor que obró en ti el divino e inefable misterio de la Encarnación, a fin de comunicarme lo que no me es posible expresar.

            Señora, tú lo ves, y cómo Dios es dulce para mí. Soy tu esclava. Te ofrezco el tributo de amor, a todas las criaturas; te ofrezco todo lo que Dios quiere que te ofrezca. Reconoce, mi toda, lo que me concede mi todo a través de tu queridísimo hijo, que es el Hijo amadísimo del Dios de las misericordias, el cual me ha dado a este Hijo, que es mi queridísimo esposo, para que sea para mí todas las cosas.

Capítulo 49 - Deseo que Dios tiene de que sus amigos dejen los afectos a los bienes de la naturaleza y de la fortuna, estima el sacrificio que se ofrece con buena voluntad.

            [351] Este día, en que se solemnizaba la fiesta de san Claudio en Lyon, Dios ordenó que, al llegar a la oración, penetrara yo en el tabernáculo de las Escrituras y que ahí encontrara el arca y los dos querubines, que me iluminaron y me ayudaron a comprender.

            Al abrir la Biblia, encontré felizmente el sacrificio de Elías, y Dios me invitó a presentarle uno semejante, haciéndome ver la diferencia que existe entre los sacrificios, pues aunque Abraham tuvo toda la voluntad de sacrificar, Dios lo recompensó magníficamente. Jefté sacrificó de hecho, pero a Dios no se complació tanto en esta acción tanto como en la voluntad de Abraham, porque este padre de los creyentes fue movido por el amor de agradar a su Dios y no por el temor de disgustarlo, como Jefté después de su voto.

            Isaac era tan virgen como la hija de Jefté, y de él debía nacer el Mesías y la dicha de todas las naciones. Además, Isaac se ofreció voluntariamente, pero la hija de Jefté lloró largo tiempo y cumplió con pesar el voto de su padre, obligada por una necesidad que ella pensaba no se podía evitar sin incurrir en un delito grave. Más aun, su padre se contristó al ver que su hija había acudido la primera para recibirlo, deseando que hubiera sido alguna otra cosa de su casa o al menos otra persona y no su propia y única hija.

            Dios sólo olfateó el sacrificio de Noé. Al de Elías, en cambio, lo devoró con la llama sagrada que envió desde el cielo, la cual consumió la víctima, la leña, el altar y el agua que se había derramado sobre él. El buen olor complace, pero sólo de paso, y no se recibe de él todo lo que se aspira. Noé había masacrado una víctima para dar gracias a la divina bondad, que lo había librado del diluvio, escogiéndolo para repoblar el mundo, cuya simiente había preservado en su arca. Pidió, a cambio de su ofrenda, la bendición para desempeñar dignamente la responsabilidad de restaurador del orden natural.

            [352] Elías preparó aquel sacrificio tan solemne para consolidar la gloria del Dios de Israel frente a las impiedades de la superstición de quienes, bajo la protección de un príncipe apóstata, adoraban a Baal, deshonrando así a la verdadera divinidad. Hay almas que sacrifican buscando su interés, para dar gracias por bienes recibidos o por males evitados, o para obtener nuevos favores. Esto no se dirige puramente a la gloria divina. Dios acepta estos sacrificios y los encuentra aromáticos, pero no los devora y no se refacciona con ellos como con los que le son presentados por espíritus grandes y generosos, que obran únicamente llevados por el celo de la gloria de Dios, como en el caso de Elías.

            Mi divino amor me dijo que esta es la clase de holocaustos que me pide y que debo inmolar a diario, no pretendiendo en todos mis designios sino cumplir la divina voluntad de mi esposo y afirmar su honor; que para ello me ha enviado este fuego sagrado y este incendio de amor que consume casi continuamente mi corazón.

            Me presenté de nuevo ante mi esposo para ofrecerle un sacrificio, cuyo altar era mi corazón; las doce piedras, los doce patriarcas; los doce cántaros de agua derramados en diversos momentos, los doce apóstoles; el agua, los dones del Espíritu Santo, y la víctima, yo misma.

            Mediante esta preparación, me presenté a la santa comunión, después de la cual, en tanto que las especies no se habían consumido, y que el Verbo Encarnado estaba presente en mí según su humanidad, me invitó a reiterar estos holocaustos de mí misma a la manera de Elías, y a decir estas palabras del salmo, que se cumplirían en mí: Porque no quisiste el holocausto; tú me has formado un cuerpo (Sal_40_7s); que Dios no había aceptado los otros sacrificios, y me había dado un cuerpo en este sacramento, que no es otro que el mismo Jesucristo, de quien soy esposa por su divina misericordia.

            Me comunicó que, en esta calidad de esposa, tenía yo un derecho como de propiedad sobre su cuerpo virginal, y que me lo había hecho anunciar como a la madre de su nueva Orden. Entre otras cosas, me dijo: Ten cuidado, mi queridísima esposa, porque siempre voy delante de ti o a tu lado opuesto, a fin de que me encuentres en todas partes. Me comporto como un enamorado apasionado que va por donde espera encontrar al objeto de su amor, para contemplarlo y ser visto por él. Tú has ganado tan perfectamente mis afectos, por jamás rechazar mis gracias o retraerte a ellas, que he [353] cumplido y cumpliré en ti todas mis voluntades, amada mía.

            Me manifestó admirablemente que le disgustan las almas que lo rehúyen movidas por una falsa humildad, haciéndose rogar ante tan grande majestad. Si una pastora hubiera sido honrada con la corona de reina y la dignidad de esposa por un monarca muy poderoso, sería muy descortés e indiscreta si rehusara acercarse al rey su esposo, rechazando las caricias de tan enamorado príncipe, bajo pretexto de la bajeza de su extracción. Esto ofendería a su real esposo, disminuyendo el afecto que siente hacia aquella que recurre a tantas ceremonias para recibir los presentes, arguyendo que son demasiado ricos. Este rechazo parece desobligar al que tanto desea darlos, puesto que ella se niega a aparecer agradecida hacia él. La verdadera humildad no obra de este modo. La Virgen, al saber que el Espíritu Santo descendería hasta ella con abundancia de gracias y haría en ella cosas grandes, exclamó: He aquí la sierva del Señor, y ella no rehusó ser su madre. Que se haga en mí según tu palabra que es la del Verbo.

            Este divino y amantísimo esposo mío, para demostrarme que se entregaba a mí, me besó de una manera intelectual y maravillosa, arrojándose a mi cuello como un niñito y besándome con un beso deliciosísimo de sus labios sagrados, semejante al que la esposa del Cantar deseó tan apasionadamente: ¡Que me bese con los besos de su boca!; mejores son que el vino tus amores (Ct_1_29). Me besó con todos sus afectos y entrañas, asegurándome que lo que no podía hacer sin un nuevo milagro con los brazos de su humanidad, a causa del estado en que se encontraba en el sacramento, lo hacía admirablemente con los de su divinidad.

            Me exhortó amorosa y recíprocamente a besarlo y estrecharlo corporalmente, por tenerlo todavía presente en mí bajo las especies, y que lo hiciera con toda la extensión de mis afectos. Me repitió una y otra vez estas palabras: bésame mi consentida, yo soy todo para ti, quiero hacerte ver cuanto te amo y que yo no soy que para ti, agregando que él era mi adorno, mi amor y mi todo, que él había traspasado y perfeccionado mis oídos y había puesto como aretes su cuerpo; toda su humanidad [354] a mi izquierda, y su divinidad a mi derecha; que él me servía de adorno y excelencia; que nadie podría negar que tuviera yo los oídos perforados al considerar el claro entendimiento que poseo de las cosas divinas y de las palabras de mi esposo.

            El me hablaba con frecuencia, enseñándome los misterios más ocultos, y, besándome divinamente, me hacía experimentar las palabras de David: ¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos! (Sal_133_1). ¡Ah!, esta unión me parece dulcemente fuerte y fuertemente dulce estando unida a mi esposo, mi hermano y pontífice, que mora tan cordialmente en mi compañía. El ungüento de la cabeza de este Aarón descendía y corría sobre mí y sobre mi cuello, del que Jesucristo era collar y ornamento, como lo es el esposo de la esposa: De junto a Dios, engalanada como una esposa ataviada para su esposo (Ap_21_2).

            Este divino enamorado me halagaba diciendo: hija mía, yo repudié muchas otras almas, y abandoné el tabernáculo de Silo, rechacé la tribu de Efraín y anonadé Israel por elegirte como a la tribu de Judá. No es mi culpa, pero mientras que esas almas rechazan las gracias que se les presentan, no tienen ante mí ninguna consideración y estimadas como nada :Le irritaron con sus altos (Sal_77_58). Quiero decir que con su ingratitud y dejadez provocaron mi menosprecio. Este esposo todo amor me exhortó a decir con santa confianza: Dios mío, así lo quiero, y tengo tu ley en medio de mi corazón (Sal_40_8).

            Por medio del sentimiento del amor, me presenté para guardar la ley escrita en mi corazón. Con un valor generoso, presenté mi corazón y mi pecho a fin de que mi amado reposara en él como una ley de amor. Sentí que arborecía como un estandarte de amor, en tanto que mi corazón quedaba herido sensiblemente. Quise apoyarme para resistir con más fuerza la divina operación, pero un desfallecimiento cundió por todo mi cuerpo, alarmando a la comunidad, que estaba aún en el coro. Esto afligió grandemente a mis hijas, pues creyeron que estaba casi muerta. Me condujeron hasta mi lecho tratando de aportar algún alivio a mí mal, que ignoraban me era tan agradable a causa del gran deleite en que me encontraba, experimentando así las palabras de David: Ten tus delicias en Yahvé u El te dará lo que pida tu corazón (Sal_36_4).

            Durante todo este tiempo, mi alma se mantenía respetuosa, gloriosa y, al mismo tiempo, animada por una santa osadía alimentada por la dulce majestad de mi esposo, que me estrechaba amorosamente como a su esposa queridísima. Las caricias de Dios tienen atractivos que no disminuyen en nada el respeto debido a su majestad, y su [355] grandeza no le impide inclinarse hacia el alma a través de una condescendencia y comunicación amorosa cuando ella le es fiel: Pon tu suerte en el Señor, confía en él, que él obrará; hará brillar como la luz tu justicia, y tu derecho igual que el mediodía (Sal_36_5s).

            En ese tiempo el afecto hacia las cosas creadas se había extinguido en mí a tal grado, que despreciaba generosamente todo lo que había de amable fuera de mi amado, entre cuyos brazos y sobre cuyos labios reposaba yo con gran contentamiento.

            En medio de estas caricias, se me mostró sobre una nube el símbolo que se atribuye ordinariamente a san Judas, e hice la pregunta que se lee en el capítulo 14 de san Juan: Señor ¿porqué te manifiestas a nosotros y no a todo el mundo? (Jn_14_22). Mi divino amor me dijo que, porque me amaba, se daba a conocer a mí con el mismo amor con el que había amado a los apóstoles y se había manifestado a ellos. Para ratificarlo, me besaba y me apretaba tan estrecha y afectuosamente, que podía yo decir: Mi amado es para mí y yo soy para mi amado (Ct_2_16). Escuché que estos favores y caricias se me dispensaban como recompensa a que en cierto día, ocho años antes, había prometido a Dios salir de la casa de mi padre para dar comienzo a la Congregación que más tarde se consolidó bajo el nombre de VERBO ENCARNADO, quedando erigida como instituto religioso.

            Mi divino amor me dijo que Dios me daba como morada perpetua su propio seno a cambio de la casa paterna que había dejado voluntariamente por amor a él. Por la mañana me había dicho que, así como el alma de Jonatán se había encariñado con la de David con un afecto inviolable que la muerte no pudo romper, pues David preservó la posteridad de Jonatán en consideración a su buen amigo, haciendo que los hijos de éste se sentaran a comer a su mesa real, se había unido a mí estrechamente con un lazo indisoluble, prometiéndome que después de mi muerte cuidaría de la orden y de mis hijas, las cuales serían siempre sus muy amadas, y se sentarían a su mesa revestidas de la púrpura de su preciosa sangre para ser alimentadas con su pecho real y divino.

            Aquellos que han deseado que sus hijos sean cubiertos de púrpura, para demostrar que han nacido con los derechos del imperio y de la realeza, no han tenido tanto amor para [356] darlos a conocer como dignos herederos de la corona, como el que Verbo Encarnado ha mostrado hacia sus hijas. Cuántas veces me ha dicho: Mi toda mía, reconoce la dignidad a la que te llamo. Te enalteceré sobre todas las grandezas de la tierra y te daré a comer de la mesa de Jacob como a hija mía; mis labios te lo aseguran.

Capítulo 50 - El amor divino ensalza a sus esposas, haciéndolas templos suyos y mediante el conocimiento místico de las escrituras, les concede salir victoriosas de sus enemigos y las desposa a través de una admirable renovación de sus purísimas bodas, 7 de junio de 1633.

            [357] El día del Santísimo Sacramento, fui a ocultarme bajo la escalera por la que sube el sacerdote para dar la comunión a las hermanas. En ese lugar, me humillé y me postré delante e la majestad de mi esposo. Me parecía estar en un paraíso, porque no podrían encontrarme en semejante lugar.

            Mi esposo, no pudiendo tolerar por mucho tiempo que permaneciera yo en tan baja opinión de mí misma, me testimonió interiormente que yo era su templo, en el que encontraba sus complacencias. Para ello, me explicó el salmo 109 en un sentido acomodaticio, invitándome a ocupar el sitio de esposa y de reina a su derecha: Oráculo del Señor a mi Señor; Siéntate a mi diestra (Sal_109_1), y que él quebrantaría todos los esfuerzos de mis enemigos interiores y exteriores junto con sus oposiciones, los cuales sólo servirían de escaño a mi gloria, y me levantarían a mayor altura: hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies (Sal_109_1). Continuó diciéndome que la vara y el cetro de Sión serían mi fuerza y mi virtud porque el rey de Sión y el Espíritu Santo vendrían siempre en mi auxilio, ayudándome a vencer en todas partes: El cetro de tu poder lo extenderá el Señor desde Sión: ¡domina en medio de tus enemigos! (Sal_109_2).

            El Padre eterno está en mí como principio de la generación que hago de Jesucristo, el cual habita en mí y en las demás por la institución de esta Orden, que es reputada como una nueva Encarnación, y que en esta fundación yo soy engendrada entre esplendores de santidad. El Hijo, que mediante la generación eternal, sale del seno del Padre antes de la aurora, me es comunicado de manera muy particular e inmensa en grado sumo: Contigo el principado el día de tu nacimiento en esplendor de santidad; te engendré antes del lucero, como al rocío (Sal_109_3).

            Este amor divino me decía amorosamente que yo era recibida en calidad de [358] hija del Padre, fuente de toda paternidad, y que todas las promesas que Dios me ha hecho referentes a mí y al establecimiento de la Orden, son segurísimas e irrevocables. Como Dios es inmutable, no cambia jamás: Juró el Señor y no se arrepentirá. Tú eres sacerdote eternamente según el orden de Melquisedec (Sal_109_4). El comunicó el fruto del sacerdocio de su Hijo y la víctima que se inmoló según el prestigio de su Hijo, que él me dio ese mérito, aunque siendo una mujer yo no tenga el carácter sagrado para consagrar como los sacerdotes, al menos que tenga el privilegio de ofrecerlo todos los días por la comunión que recibo. Tú eres sacerdote eternamente según el orden de Melquisedec (Sal_109_4).

            El Señor, que está a mi derecha, ha vencido a las potencias más invencibles de la tierra en torno a su ira; a menudo ha apaciguado y restaurado las ruinas que he causado e impedido, las que la divina justicia había decidido castigar, y con la fuerza de mis oraciones y el ardor de mis afectos ha obrado misericordia: El Señor está a tu derecha: quebrantará en el día de su ira a los reyes. Juzgará a las naciones, amontonará cadáveres; quebrantará cabezas en tierras dilatadas (Sal_109_5s).

            En fin, que las aguas de las tribulaciones, que había yo bebido durante tanto tiempo, se tornarían saludables para mí: Del torrente beberá del camino (Sal_109_7); que caminara con la cabeza en alto, por haber salido victoriosa. En efecto, mi amor siempre me da la certeza segura, en especial mientras duermo. La noche anterior me vi, en sueños, en medio de una tempestad y rodeada de sombras tenebrosas. De inmediato clamé a mi esposo, y en el mismo instante vi una luz resplandeciente que disipó las brumas, hizo reaparecer el día y me encontré en su compañía.

            El día que siguió a mi sueño, encontrándome enferma y molesta, con un espíritu triste, tuve el deseo de morir para gozar de mi esposo y no verme ya en peligro de ofenderlo. Me acerqué a la santa comunión con estos deseos, y después de comulgar, obligada por mi enfermedad, me arrojé sobre la cama llamando confiadamente a mi esposo para que me auxiliara en mi debilidad. La Santa Virgen se me apareció, mirándome e inclinándose dulcemente hacia mí. De momento rechacé esta visión, por pensar que fuera vestigio de la imaginación, ya que no hacía mucho tiempo había visto una imagen de la Virgen en la misma postura. Sin embargo, escuché claramente que la Virgen era la imagen real de mi esposo, que había reposado en su seno en el tiempo de la misma manera que, desde la eternidad, reposa [359] en el de su Padre, en el que permanece oculto, haciéndose invisible bajo las especies del sacramento así como estuvo, en otro tiempo, en las entrañas de su madre.

            Contemplé entonces, en una visión imaginaria, un diamante con un brillo tan extraordinario, que me impedía ver la mano que lo sostenía. Dicho diamante me pareció bien misterioso, pues estaba engastado en una rica sortija de oro y tallado por varios ángulos de distintas formas, todo muy trabajado. De él procedía esta intensa luz, producida por el conjunto de rayos que brotaban de todas sus caras. De la punta del diamante nacía un rubí perfectamente bello, colocado de manera que no se podía notar cómo estaba engastado, tan sutil había sido la mano que los había acoplado.

            El entendimiento que recibí de lo anterior fue que se trataba de una figura de Jesucristo, mi divino esposo, en el que hay tres sustancias: la persona del Verbo, que posee su sustancia divina, la de su santa alma y la del cuerpo, que estaban representadas en dicha sortija por el diamante, el rubí y el arillo de oro. El diamante representa a la divinidad, que encierra en sí una infinidad de perfecciones que son como diversos ángulos. El rubí es el alma que los antiguos creyeron ser de una sustancia ígnea y celestial. El oro es la carne, en la que se encuentran el alma y la divinidad en la unidad de una persona: serán dos en una carne. (Gn_2_24). El rubí aparecía engastado en el diamante y no en el oro del anillo, por parecer que así lo requería la conjunción del alma y del cuerpo al formar la naturaleza humana. El conocimiento que obtuve fue que el alma tiene más afinidad que el cuerpo con la divinidad, ya que éste estuvo unido al Verbo sólo en razón del espíritu que lo animaba.

            Después de haber considerado y admirado a mi placer el misterioso anillo, la Sma. Virgen, por benevolencia, lo adhirió como un emblema sobre mi cabeza, asegurándome que con ello seguía la inclinación de la Santísima Trinidad, en especial del Verbo Encarnado, mi esposo, que se entregó para ser mi atavío, y añadiendo que una esposa nunca está tan bien adornada como cuando es el esposo quien la adorna, que así estaba yo. Dicha sortija fue adherida a mí en forma extraordinaria. El diamante, junto con su rubí y el aro de la misma, aparecían solamente al exterior, para manifestar que eran mi corona y distintivo.

            Poco antes había visto un báculo de oro que rechacé, pues no me agradaba la dignidad de abadesa, a pesar de que imponía la primera bula de confirmación del Verbo Encarnado para el establecimiento del monasterio de París. Fue por ello que [360] mandé elaborar las Constituciones trienales, por cuyo medio lo impediría. A continuación vi un anillo. Ambos constituyen los dos objetos mediante los cuales se pone un instituto en manos de obispos o abades. Con ello se me daba el nombramiento de superiora y vicaria de la Virgen madre en esta santa Orden.

            Mi divino esposo me dijo que ya me había dicho en otras ocasiones que así como se coloca abierta la Sagrada Escritura ante los obispos cuando se los consagra, así, habiendo sido escogida para fundar y gobernar su orden, me había abierto en verdad las santas Escrituras a través del admirable entendimiento que de ellas me ha comunicado. Recordé entonces las palabras de Santa Inés: Cristo me dio en arras el anillo de su fe. Supe así que el amor confirma el matrimonio que hace tiempo contrajimos el Verbo y yo, pues este esposo amoroso y apasionado se complace en renovar nuestras bodas para indicar que sus amores no envejecen jamás, y se conservan siempre en su primer fervor.

            No obstante, me afligí al no poder encontrarme tan plenamente ocupada de la presencia de mi Bien-amado, como me sucede con caricias semejantes. Me vi entonces embargada por un asalto violento y por un desfallecimiento acompañado o más bien, causado más bien por la plenitud que yo anhelaba. Fue así como, durante esta octava, la esposa corrió por las calles y encrucijadas buscando al amado de su corazón, que se encuentra en todos los caminos cuando la Iglesia celebra procesiones solemnes, al que deseaba acompañar con el afecto y el corazón, invitando a los ángeles y a todos los bienaventurados a salir al encuentro de su rey y mío: Salid a contemplar, hijas de Sión, a Salomón el rey, con la diadema con que le coronó su madre el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón (Ct_3_11). La Iglesia, aunque es su esposa, puede ser también llamada madre suya, porque lo engendra en las almas. Bien dijo san Pablo que engendra de nuevo a los cristianos, hasta que Jesucristo sea formado en nosotros: Hijitos míos por quienes segunda vez padezco dolores de parto, hasta formar a Cristo en vosotros (Ga_4_19).

 Capítulo 51 - Jesucristo desea ser visitado en el lugar que su amor escogió para habitar, y cuánto le disgustan los pretextos que la humildad pusilánime suscita en los espíritus poco animosos. Se apasiona por las almas que se conforman a sus inclinaciones, tratándolas como a sus esposas queridísimas, a las que ama como Salomón amó a su Sulamita.

            [361] El octavo día de junio de 1633, habiendo sido trasladado el Santísimo Sacramento a la sacristía, a fin de poder barrer y preparar el altar con más reverencia, me dirigí allí para ofrecer compañía a mi esposo y divino amor, lo cual le agradó tanto, que me invitó de inmediato a ir con él hasta el santo de los santos. Hice cara de rehusar en consideración a mi bajeza, por lo que me dijo que la verdadera humildad no consiste en rechazar los dones de Dios, a pesar de que se reconozca uno indigno de ellos, y que una pueblerina convertida en reina ofendería al rey si, a causa de su primera condición, desairara los adornos que el rey le obsequiara y las caricias que le hiciera; que la Virgen su madre, la más humilde de todas las criaturas, jamás rehusó cosa alguna de lo que Dios le ofreció, por grande que fuera; ni aun la maternidad divina.

            Ella preguntó: ¿Cómo ha de ser eso? (Lc_1_34), para informarse sobre la manera, mas no como rechazo, jamás en actitud chocante, sino proponiendo únicamente la cosa y dejando todo el resto a la divina voluntad mediante una fuerte adhesión a ésta y una firme indiferencia de su parte, como cuando fue necesario ir a Egipto o volver de ahí; cuando su hijo se perdió en el templo, cuando estuvo en las bodas de Caná, donde faltó el vino, ordenando a los servidores que hicieran sencillamente lo que el Salvador les dijera. En el Calvario, guardó silencio y no metió fuerza para librar a su hijo, para cubrirlo, o para pedir morir junto con él. Silencio que provenía no de un dolor aturdidor que le impidiera la palabra, sino de una total conformidad con el querer divino. Tampoco detuvo a su hijo al subir al cielo, ni lo importunó para que la llevara consigo; en todo lo que hacía elegía la voluntad de Dios.

            [362] Es ésta la verdadera humildad, que consiste en la adhesión e indiferencia; es el camino y la vida de los ángeles: salir de Dios y volver a Dios, como afirmó de sí mismo el Salvador al decir que había salido de su Padre para venir al mundo, y volver de él a su Padre. Esto es lo que pedimos en la oración dominical cuando decimos que su voluntad se haga en la tierra como en el cielo, a través de la docilidad de todas las criaturas, pues la grandeza de Dios consiste en la obediencia que todo ser creado rinde a sus voluntades, a las que se sujeta la misma nada, que se hace dúctil a su palabra cuando recibe el ser por ellas. Las criaturas irracionales jamás tienen otra moción que aquella que la palabra y voluntad divina han impreso en ellas. El quiere que la misma flexibilidad se encuentre en las voluntades libres, a las que ha concedido un franco arbitrio para contradecir; y que mediante sus opciones, abracen con adhesión inviolable el querer de Dios. Es esta fe adherente la que nos lleva a obrar y nos sitúa en el estado de la divina conformidad y semejanza.

            Mi divino amor concluyó, por fin, con estas palabras: "Sufre, hija mía, que haga en ti todo lo que deseo". ¿Quién hubiera podido resistir a tan insistentes y amorosas palabras? Me ofrecí, pues, a entrar en el santuario y a ser todo lo que mi esposo quisiera.

            Primeramente, me dijo que deseaba que estuviera junto a él en este sacramento, así como la Sulamita estuvo al lado de David. Dicho príncipe estaba ya anciano y débil cuando desposó a esa joven. Jesús me hizo escuchar: "Y yo, amada mía, estoy en un estado de muerte, porque no tengo uso alguno de mis sentidos". David desposó a la Sulamita sin tocarla carnalmente. Las bodas celebradas con Jesucristo no marchitan la virginidad del cuerpo ni del espíritu. Aunque se reciba corporalmente a este Salvador, él sólo se une en espíritu con una unión más estrecha en la que el alma recibe más de lo que hace. La Sulamita servía a David con gran cariño; de igual manera, es menester que nunca obre yo si no es impulsada por el amor de mi David. Adonías, el amor propio, anda tras la Sulamita; pero Salomón, la sabiduría divina, la ama por ella misma. Con su poder, la toma en matrimonio para dar nueva dimensión a su imperio en este reino del corazón, contradiciendo así a Adonías, quien por medio de esta unión creyó abrirse paso a la realeza.

            Más tarde, la Sulamita conquistó de tal manera el afecto de Salomón, que él quiso inmortalizar en el Cantar el amor que sentía hacia ella. El rey desposó a la hija de faraón, pero no por inclinación de afectos, sino por razones de estado, para establecer la paz en su reino y asegurar su cetro aliándose con un rey vecino.

            Como pusiera en duda que esta Sulamita fuera la misma de que habla [363] Salomón, mi alma justificó su pensamiento a través de la narración que hace Salomón en los cantares, pues llama a la Sulamita hermana suya por considerarla más hija que esposa de David, el cual no tuvo relaciones con ella; y como además Adonías había querido desposarla, hubiera llegado a ser su hermana. Por ello, la llama hermana y esposa. Es esta paloma, a la que solamente se adjudican las cualidades de única y bella, la que, sin embargo, es tan humilde, que mora gustosa en las viñas, en los bosquecillos y en los campos. Es también una pastorcita a la que Salomón visita como a escondidas.

            No se trata de la princesa egipcia que caminaba con tanta ostentación, a la que hubo necesidad de construir un palacio que casi igualaba la magnificencia del templo, y que se hacía seguir por tantos carros y una guardia tan numerosa. Salomón mandó fabricar para ella una litera riquísima, con columnas de plata y un reclinatorio de oro, para que recibiera en ella a las damas de Sión que acudían a visitarla.

            Semejante fastuosidad choca con la humildad y el oficio de esta Sulamita, hacia la que Salomón sintió tanta pasión. Por ello, dice en los cantares que la compara a los carros de faraón y a la caballería que había designado para escoltar a la hija de faraón: A mi yegua entre los carros de Faraón, yo te comparo, amada mía (Ct_1_9). Esta Sulamita le era más agradable en su modestia y amabilidad, que la hija de faraón con sus magníficos adornos y su séquito real. Amaba a una por inclinación y honraba a la otra por elección y por consideración. Por ello, es muy evidente que esta esposa tan querida no moraba como reina, ya que su esposo, al llegar a hurtadillas hasta la puerta de su habitación, sufría las incomodidades del sereno, de la lluvia o del rocío de la noche, lo cual demuestra que su aposento no estaba lejos de algunas puertas, ni tenía sala, galería, o antecámara al estilo real.

            En los campos, en medio de sus rebaños, se había curtido al sol, y las soledades en las que él pinta misteriosamente sus amores, están inspiradas en una vida propia de pastores. Dónde se encontraba esta amada cuando su amado la buscaba en los campos, donde crecía como un lirio inocente entre los cardos, diciéndole: "Vuelve, Vuelve" (Ct_7_1). La egipcia no huía de este modo, sino que caminaba sola. El llama paloma a la pastora, porque era sencilla, designándola como Sulamita, que era su verdadero nombre. No menciona el de otras [364] jóvenes en los cantares; esta pastora, que por su origen sería despreciable, es amada por su virtud y dulzura, y es posible que la egipcia, erizada de celos, la afligiera a través de los miembros de su corte, lo cual obligaba a la muchacha a lamentarse, diciendo quedamente: Conturbose mi alma por los carros de Aminadab (Ct_6_12). ¡Ay!, ¿Qué hice para ser perseguida de este modo, después de haber sido ensalzada como una aurora? He descendido a mi huerto para ver en él las manzanas de los valles, a ver si la vid estaba en cierne y si florecían los granados. Sólo pienso en el amor inocente y en mantenerme en mi condición de pastora, contemplando las viñas y los vergeles para aliviar mis aflicciones. Sin saberlo, se conturbó mi alma por los carros de Aminadab.

            Se me alaba y se me persigue. Estoy rodeada de huestes importunas. Los que en apariencia, para no disgustar a Salomón, que me ama, aparentan alabarme, me hostigan secretamente para complacer la cólera de la princesa, hija de faraón, de quien esperan recibir favores. Les ruego me dejen en paz. Mira, pastora hermosísima, que tu real enamorado te echa de menos y te ha llamado cuatro veces. Duerme, como indica tu nombre de Sulamita, en el recinto de tu pequeña morada. Sí, en los recovecos de los matorrales, después de haber sufrido las dolorosas puntas que me traspasan el alma y afligen mi pobre corazón: ¡Vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve, que te miremos! (Ct_7_1).

            ¿Qué podréis ver en la Sulamita sino coros de escuadrones armados? (Ct_7_2). Me creen dichosa por ser amada por nuestro rey. Esto es verdad, pero al ser objeto de la envidia, mi dicha está mezclada de aflicción. Es por ello que me retiro a la soledad: ¡Qué hermosos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! (Ct_7_2). Te consideras rústica. ¿Acaso ignoras que el rey David te ha conservado en su corte como una hija, y que su hijo Salomón te ama como esposa suya, a pesar de que no hayas desfilado en los carros para incrementar su gloria? Tu caminar es tan encantador y tus pasos tan dignos, que al ser pastora por nacimiento eres princesa por adopción y mérito. ¿Por que huyes? Porque busco a mi rey durante la noche por temor a los celos de la hija de faraón, que sabe cuanto me ama. Por ello jamás comparezco en presencia de esta reina. ¡Pobre enamorada! Te despojaron del manto porque te desconocieron.

            Estas idas y venidas nocturnas nos dicen claramente que esta [365] esposa no es la princesa egipcia a la que los guardias no hubieran tratado groseramente, pues conocían su grandeza y estaban a su servicio para asistirla como reina. No andaba sola; tenía una gran comitiva y una corte magnífica, cual convenía a la hija y esposa de un rey. Si todo lo que digo no es prueba suficiente de que esta Sulamita fue la muy amada del rey, su belleza es una razón más que suficiente, pues la hija de faraón era egipcia y distaba mucho de la hermosura tan ponderada por los que se encontraban con Sulamita, y por el mismo rey, que la llamó la más bella de las mujeres. Su cabellera rubia no era propia de una hija del Egipto; sus mejillas de rosa y de lirio, su boca formada por una cinta encarnada, muestran que el pudor de pastora y la blancura de la más hermosa muchacha de toda la Palestina la hacía tan graciosamente modesta e inocentemente ruborosa, que se le subían los colores al recibir cumplidos. Para desviar de sí los halagos, se dedicó a describir las bellezas de su amado de manera tan candorosa, que demostró muy bien ser ella la que hablaba, recurriendo a expresiones que le eran naturales y no a estudiadas lisonjas que son propias de las jóvenes formadas en la corte real en la que nacieron.

            Se me podría objetar que, de ordinario, los cortesanos adulan a las princesas, llamándolas bellas para complacerlas, aunque de hecho no lo sean, y que las personas próximas a la hija de faraón, esposa de Salomón, la alababan con dichos términos de excelencia. Concedo esto, pero el rey se contuvo con un silencio majestuoso y real y por razones de estado. Fue más bien culpado por hacer resaltar más el honor que el amor, por temor a que ella le hablara como la hija de Saúl a su padre David, que lo despreció cuando danzaba delante del Arca en presencia de sus servidores. Por ello, esta gloriosa egipcia llamaba a las hijas de Israel, que verdaderamente estaban sujetas al rey, pero esta sujeción, lejos de rebajarlas, las podía ennoblecer, confiriéndoles la condición de damiselas. Ahora bien, si el rey no debía tener en público intimidades con la princesa, para preservar la grandeza real mediante el protocolo que convenía al uno y a la otra, con mayor razón se ocultaba al ir a visitar a su paloma, a menos que se tratara de sus más allegados, que estaban enterados de sus inocentes amores, ya que la Sulamita amaba la inocencia y se complacía entre lirios de pureza; por esta razón, él la llama: Huerto cerrado, hermana mía, esposa, huerto cerrado, fuente sellada (Ct_4_12).

            [366] David conservó en su integridad a esta virgen reservada para él. Adonías se prendó de ella por ser tan perfectamente bella, escogiéndola entre todas las doncellas del reino para su padre David; dicha elección se hizo en razón a su belleza, ya que su condición era muy humilde. De hecho, la Escritura nos dice solamente que provenía de la aldehuela de Sunem, de la que deriva su seudónimo de Sulamita, sin que se sepa el nombre de sus padres. Así, en razón de la insignificancia de su familia y la ausencia de cualidades apreciadas por el mundo, es comparada a una columnilla de humo en un desierto, a la que el mundo no se digna mirar.

            Cuando Salomón iba a verla, en lugar de perfumes regios, de bálsamo y fragancias de la Arabia, perfumaba su habitación y su lecho con nardos, que son una planta muy pequeña y común a los pastores en toda Palestina: Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo exhaló su fragancia (Ct_4_12). También le propuso ella banquetes a la rústica, consistentes en pan y fruta. El príncipe se citaba con ella en los albergues de los pastores y en las cuevas. En estas últimas, se retiraba y anidaba como una paloma: ¡Ven, paloma mía, tú que anidas en las concavidades de las peñas! (Ct_4_14).

            Sólo la recibía como en celada y de prisa: brincando por los collados (Ct_4_8). La Sulamita es la más casta, la más castamente buscada; por ello la llama su gacela. La reclama desde la primavera, que es la primera estación después de los fríos del invierno y de las grandes lluvias: Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven. Porque, mira, ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han ido (Ct_4_11). La invita a dejar los bosques y las montañas, que son las guaridas de los leones; y para atraerse su afecto, le promete pulseras de oro, zarcillos y otras baratijas que llaman la atención de las chicas pueblerinas, y que la princesa hija de faraón no hubiera considerado como grandes regalos, por poseer riquezas suficientes para comprar provincias enteras.

            En ocasiones, esta esposa era llamada al palacio real. Se sonrojaba entonces por humildad si era alabada por su belleza y por el favor que el rey le concedió al desposarla como a la hija del faraón, y porque él la amaba más que a todas las reinas y concubinas. Esto le causaba un embarazo indecible, que la llevó a expresar deseos como éstos: ¡Ah, si fueras tú un hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre! Podría besarte, al encontrarte afuera, sin que me despreciaran (Ct_8_1). Hermano mío, ya que te complaces en amarme, concédeme esta gracia: que te contemple a mi antojo en la casa de mi madre, donde nadie me despreciará cuando te bese con mis derechos de hermana y [367] esposa. Las reinas no estarán allí; mis amores serán más libres y te demostraré la alegría de mi corazón, que vive aquí en medio de penas y opresiones que le impiden respirar como es debido para inflamar con aire mi inocente llama. Cuando estemos lejos de la ciudad y de las compañías que tanto me afligen, te serviré con libertad y te presentaré el vino de mis granadas. Lo beberás por bondad, ya que no desdeñas ser mi esposo y prometerte a mí, habiéndome elegido por una gran caridad. Sal, pues, amado mío, y ocúltate con destreza ante tu séquito y tus guardias: Huye, amado mío, sé como la gacela o el joven cervatillo por los montes de las balsameras (Ct_8_14). Aseméjate al corzo y al gamo que huyen por los montes aromáticos.

            Estos amores de Salomón y de la Sulamita son purísimos, y verdadera figura de las bodas virginales de la Encarnación y de las que el Verbo Encarnado, que es más augusto que Salomón, y la sabiduría increada e infinita, celebra con las almas a las que llama dulcemente con el nombre de paloma, hermana y esposa. Porque es bueno, se ha complacido en favorecerme con estos privilegios.

            Le ruego me haga fiel a todos sus designios, y que en su verdad pueda yo decir en el tiempo y en la eternidad: Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado; él pastorea entre los lirios (Ct_2_16). Mi amado es para mí y yo para él. Que él me haga toda pura como un lirio que crece inocentemente en el camino, para reposar en su seno cuando llegue al término.

Capítulo 52 - La divina bondad nos muestra la exaltación de su gloria y se incrementa cuando ofrecemos el sacrificio de todo lo que poseemos. Dios se complace en concedernos su justicia y su paz

            [369] El doce de junio de 1633, después de despertarme, encontré en la Biblia el relato del transporte de Elías y aprendí que Eliseo, después de haber sacrificado sus bueyes y su carro, pues deseaba ir en seguimiento de su maestro Elías, recibió como recompensa la visión del carro y los caballos de fuego que arrebataban a su maestro.

            Comprendí que un alma que se sacrifica junto con su cuerpo por el Verbo Encarnado, lo verá un día glorioso y en sus dos naturalezas. Ya desde este mundo, mediante el fervor del fuego divino, dicha alma experimenta espiritualmente lo que el Profeta contempló corporalmente. Ella ve a través de la fe y del ardor, a su maestro y amor elevado en cuerpo y en espíritu por esas dobles llamas. El cuerpo es el carro del espíritu, que la abrasa de una manera divina que no puedo expresar sino admirar.

            Al estar en la cueva, Elías vio al Señor, no en medio de torbellinos y estruendo, sino en la dulzura de un vientecillo. Ese mismo Señor descendió a mi alma con una dulzura admirable. Sentí entonces la acostumbrada brisa en mi mejilla derecha, señal de la presencia de este divino amor mío. Contemplé dos ojos admirablemente bellos que me miraban oí estas palabras: Los ojos del Señor sobre los justos y sus oídos hacia su clamor (Sal_34_16), ojos penetrantes que velan en todo momento sobre las almas a quienes ama la divina bondad, en cuyo número me dijo Dios que yo me contaba, pues me ha hecho agradable a sus ojos la eficacia de su sangre, con la que soy lavada en el sacramento de la penitencia y alimentada en la Eucaristía.

            Me comunicó que mis oraciones llegaban hasta los oídos de la bondad de mi esposo. Recordé entonces que en una ocasión me dijo que él era mi timonel, y por ello [370] me presenté para subir a su navío, rogándole que me gobernara y cumpliera todas sus voluntades; que además me concediera el favor que hizo a David, recibiéndome a su diestra.

            Como me sintiera incomodada y pasara algunos días sin devoción sensible, lo cual era muy raro en mí, dije a mi esposo, presentándome como Jacob al salir de la casa de su padre: Querido amor, podría yo hacer esta peregrinación si tu Providencia me dejara sin vestido y sin mi sustento ordinario, habiéndote reconocido desde hace tanto tiempo como a mi Dios. Si mi alma no se adorna con tus claridades y se nutre con tus bondades, no puede vivir ni soportar los sufrimientos de esta peregrinación mortal que prolongas al mandar que permanezca en este valle de l grimas. Te pido el vestido y el sustento, y que veles por mis necesidades espirituales y corporales.

            Este Dios de bondad me hizo comprender que me había dado el pan cotidiano, el cual no me sería quitado, y en el que ponía toda dulzura y todo sabor para deleitarme; que me revestía de sí mismo, que él era mi vestidura de gracia y de gloria; que su humanidad, apoyada sobre su hipóstasis, era para mí, con el trasfondo de oro de su divinidad, que la sostiene, oro que lleva en sí la totalidad de las diversas bellezas del cielo y de la tierra. Esta belleza reside eminentemente en su cabeza sagrada, que es preciosísima, como lo expresó la esposa: Su cabeza como oro finísimo (Ct_5_11).

            Prosiguió afirmando que su amabilísima humanidad descansa en bases de oro y que sus méritos me pertenecen gracias a la amorosa dilección que lo mueve a entregarse del todo a mí, a fin de que yo sea toda suya; que él me había adornado con su pedrería, que hace a la esposa agradable al esposo. Después de estos dones inestimables, qué podía yo decir a mi divino amor sino pedirle que fijara en mí su tienda en el tiempo y en la eternidad, y abandonarme a él por ser para mí todas las cosas, y darme todo lo que había dado a Jacob, diciéndome que yo era su amadísima Sión, a la que entraba glorioso. El, continuó, estimaba más la puerta por la que hacía su entrada y su salida con abundancia de favores, que todos los tabernáculos de Jacob, que eran tan hermosos, que su hermosura había arrebatado de admiración al espíritu de Balaam, el cual, colmado de admiración ante su excelencia y viendo el poder del Dios de Jacob, no tuvo el valor de pronunciar la maldición que el rey Balac le mandó desatar sobre ellos.

            Cambió la maldición en bendición por ser esa la voluntad del que hace todo lo que quiere en el cielo y en la tierra. Todo coopera al bien de los que ama, y el Espíritu Santo [371] ora en ellos: Pero aquel que penetra a fondo los corazones, conoce bien qué es lo que desea el espíritu, el cual no pide nada por los santos que no sea según Dios. Sabemos también nosotros que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios, de aquellos que él ha llamado según su decreto para ser santos (Rm_8_27s).

            Un día, durante el mes de junio, encontrándome en el gozo de esta paz que sobrepasa todo sentimiento, escuché: Hija mía, soy yo el que está contigo y en ti. Señor, tú eres la justicia y la paz; agradece a tu divino Padre todos los favores que me concede. Tú eres el sol de justicia y el oriente que ha venido a visitarnos desde lo alto hasta las partes más profundas de la tierra y a situar nuestros pies, es decir, nuestros afectos, en el camino de la paz. La justicia, a través de tus sufrimientos, y la paz, por medio de tus bondades, se han besado; la misericordia y la verdad en tus promesas se han encontrado en el amor.

Capítulo 53 - Gracias y asistencia que he recibido de la divina bondad mediante el auxilio e intercesión de san Juan Berchmans y del beato Luis Gonzaga, de la Compañía de Jesús.

            El día de san Luis Gonzaga tuve un fuerte asalto que duró dos horas, al que siguió una unión muy íntima con mi divino amor.

            Durante este tiempo, pedí a su divina bondad me concediera como escuderos a este beato y al santo Berchmans, por ser su esposa real según el matrimonio que se dignó celebrar conmigo, diciéndole que eran de su Compañía y que yo estaba destinada a trabajar en la institución y establecimiento de la Orden que llevaría como nombre Hijas del Verbo Encarnado. Añadí que ambos santos se complacían en honrar sus designios y en procurar su mayor gloria, y que, como escribí en otra parte, me habían demostrado mucho afecto, obteniéndome grandes gracias, en especial el despego a las criaturas, para ser toda de él.

            Su benignidad no desechó mi petición; me recibió apoyada confiadamente en los méritos e intercesión de ambos bienaventurados, así como Asuero recibió a Ester apoyada en dos doncellas que la sostuvieron cuando se presentó para obtener el favor de dicho rey, que era su amigo, su hermano y esposo. Dichas jóvenes carecían de [372] méritos para impetrar del rey las gracias que su esposa la reina iba a pedirle, pero servían de apoyo a su debilidad y de séquito a su grandeza real.

            Sin embargo, estos dos excelentes escuderos eran los favoritos del rey de reyes, el cual me benefició en consideración a ellos, dispensándome grandes gracias. El primero me obtuvo la devoción amorosa hacia el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, antes de que hubiera yo obtenido el privilegio de comulgar todos los días, imitando sus preparaciones y sus acciones de gracias cuando sólo se me permitía comulgar dos veces por semana.

            El otro me consoló en mis tristezas y me desprendió del afecto inmoderado que sentía hacia un confesor que Dios me había mandado, al que debía amar porque mi sapientísimo Dios me mandó acudir a él y porque era muy fiel a su divina Majestad, pero no al extremo que su ausencia me causara desolación y aflicción. Sólo Dios debe bastarme, y debo estar continuamente dispuesta a dejar todo lo creado por su amor, lo cual me obtuvo este santo.

Capítulo 54 - Vi un sol, un ojo y una fuente, que me daban a conocer la inclinación amorosa de Dios hacia mi bien, y vi además un rubí que simbolizaba el alma santísima de mi Salvador alegre y triste al mismo tiempo, revelándome que se encuentran en mí éstos dos contrarios.

            [373] Después de la comunión, y durante una unión muy íntima con mi Dios, vi un sol naciendo de una nube que dardeaba sus rayos sobre mí. Percibí también un ojo abierto perfectamente bello, que me miraba, y contemplé una fuente que penetraba en mi corazón y lo rodeaba a manera de una agradabilísima corona, después de haberlo llenado.

            Mi divino amor me hizo comprender con gran dulzura que el ojo que había visto abierto me mostraba que la divina Providencia velaba sobre mí, y que él es mi sol de bondad. Con la fuente quiso mostrarme su inclinación a concederme su gracia, con la que me ha colmado y me rodea, convirtiéndome en un escudo admirable y realizando en mí las palabras de David: pues tú bendices al justo como un gran escudo tu favor lo cubre (Sal_5_13). Al cabo de algunos días vi sobre mi cabeza esos deliciosos rayos, de los que ya hablé en otra parte. Ese mismo día me dijo mi amado que él me daba la santa comunión para coronarme según su benevolencia, demostrándome que se complacía en venir a mí acompañado de su Padre y del Espíritu Santo.

            A fines del mes de junio, habiendo pasado algunos días en aflicción, vi un rubí cuyo engarce no percibía. Mi divino amor me reveló que dicho rubí simbolizaba su alma bondadosísima, que se compadecía de mis penas; que la divina sabiduría ocultaba su divino poder a fin de que sufriera yo una especie de desamparo, por cuyo medio comprendería o probaría en parte el dolor de este divino Salvador en el huerto y en la cruz, donde se sintió triste, y además, abandonado de su Padre, que era uno con, él en la simplicidad de la esencia. El Padre quiso que él sufriera en nuestra naturaleza durante la división de las aguas [374] superiores de las inferiores: en su parte superior, su alma se encontraba llena de gozo y de gloria; y en la inferior, abrumada de tristeza y confusión.

            Pude apreciar la compasión que esta alma bendita y adorable hacia mis congojas, consolándome en mis aflicciones sin por ello quitármelas, y mostrándome que dos contrarios pueden coincidir al mismo tiempo en un mismo sujeto; que lo dulce y lo amargo pueden ocupar un espíritu prisionero de un cuerpo pasible; que bien puede Dios hacer que ríos de agua dulce corran en el mar sin mezclarse con el agua salada. Fue su voluntad ser, al mismo tiempo, las delicias de su divino Padre y la espada de dolor de su madre humana. Desde el momento de su Encarnación hasta su muerte, fue viandante y comprensor: su alma, apoyada en la hipóstasis del Verbo, gozaba de la gloria de la visión beatífica en su parte superior, mientras que la inferior, junto con el cuerpo, padecía tristezas y dolores mortales.

Capítulo 55 - Cuatro tiendas de reunión. Las esposas más queridas son privadas de las delicias de la devoción en las fiestas solemnes, mientras el común de los fieles parece lleno de fervor. Tres diferentes cadenas que Dios quiso darme como adorno y atavío (1633)

            [377] Me quejaba amorosamente a mi esposo por haber pasado la hermosa octava del Santísimo Sacramento sin mucha devoción y sin haber podido vacar a la oración a causa de mis achaques e incesantes visitas, cuando escuché que la vara de Aarón floreció a pesar de no haber sido puesta delante del arca junto con las de Coré, Datán y Abirón. Las de estos rebeldes permanecieron secas y fueron arrojadas lejos del arca. La de Aarón en cambio, fue encerrada en ella junto con el maná y las tablas de la ley, como un monumento eterno a la elección que Dios hizo del linaje de Aarón para ejercer el sacerdocio.

            Mi divino y amoroso pontífice, deseoso de favorecerme, me aseguró que aunque yo hubiera estado como privada del altar a causa de mis indisposiciones, al que todo mundo se había acercado de un modo [378] extraordinario no me vería privada, sin embargo, de sus flores; es decir, que moraría yo en el arca y en el santuario. Continuó diciéndome que los demás se retiran de él para dirigirse a sus diversas ocupaciones, y como vuelven de vez en cuando, se detiene con ellos, por así decir, ocupándose en recibirlos. Como yo soy de la casa, no tengo necesidad de tantos cumplimientos, pues en cuanto pasa la fiesta, puedo gozar de él a mi placer.

            Me dijo también que los hijos de Aarón permanecían en el tabernáculo y celebraban sus banquetes en la sección conocida como el santuario, mientras que las hijas no podían comer sino en los atrios y en las habitaciones que estaban a la entrada. Me hizo notar que en este punto gozo del privilegio de los hijos de Aarón, por participar de manera eminente en este sacramento y en dicho sacerdocio; que yo entraba en el santuario que es el alma del Hijo de Dios, mientras que las demás personas, que son como las hijas, se detienen a festejar en la parte exterior del templo, que es el cuerpo y la carne de este divino Salvador.

            En ese mismo día, mi querido esposo me ordenó prepararme a recibir el relicario de la fiesta, diciéndome que el estuche de las celebraciones y solemnidades del mundo es insignificante, pues así como las vanidades nada son, el resto de una nada no puede ser sino nada, y nada más. Por el contrario, todo lo que proviene de él, es infinito e inmenso. El relicario de un Dios es Dios mismo; lo que nos resta de las solemnidades pasadas, es el mismo Santísimo Sacramento, en el que está el mismo Dios oculto en el misterio, al que honramos con un culto solemne durante estos ocho días en que permaneció en nuestras iglesias expuesto a la puerta de los sagrarios.

            Me dijo, pues, que deseaba que yo fuese su tabernáculo de reunión. No comprendí de pronto estas palabras, pero me fueron explicadas de este modo: Hija, hay cuatro tabernáculos de reunión: el primero es el de las divinas personas, pues la divinidad sola se encierra y comprende en sí misma y por sí misma en la Trinidad de personas, que no teniendo sino una divinidad, poseen una inconcebible armonía tanto en la trinidad e identidad de la esencia, como en su distinción y circumincesión; distinción que está dentro, es decir, en el interior, en razón de vínculos que concuerdan y alternan unos con otros.

            El Padre contiene, abraza y encierra en sí al Hijo; y el Hijo, en reciprocidad, abraza y contiene en sí al Padre. El Padre y el Hijo reciben al Espíritu Santo, y el Espíritu Santo, al Padre y al Hijo. Como estas tres personas no poseen sino una inmensidad por la que están presentes y son íntimas a todo el ser real, es necesario, por secuencia ineludible, que cada una esté en todo el ser real y en las otras personas que constituyen el ser real y soberano [380] en este tabernáculo, que es en verdad de reunión y de paz, ya que no existe otro que lo iguale en su inmensidad y comprensibilidad de la divinidad y de las divinas personas sino ellas mismas, que están recíprocamente la una dentro de la otra en razón de esa misma inmensidad.

            El segundo tabernáculo es el de la santa humanidad, en la que habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad; en ella se encierran todos los tesoros y riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios. Ella está en el Verbo como un injerto adherido a su árbol, y recibe en sí al Verbo sin abarcarlo. A su vez, es sostenida por el mismo Verbo, quien sirve de base y apoyo a su ser, no formando sino una sola persona con él. La conformidad de este tabernáculo es maravillosa, y consiste en el lazo sagrado y la hebilla de oro que une a estas dos naturalezas tan distantes entre sí en la unidad de una persona, que hace realidad el amable compuesto de un hombre Dios; de un Verbo Encarnado, de un Jesucristo.

            El tercer tabernáculo es el de la Virgen, que entre todas las criaturas se conformó de manera eminentísima a la muy Augusta Trinidad. Ella fue el tabernáculo santificado por el Altísimo, abrigado a la sombra por el poder del Padre y honrado con la presencia del Espíritu Santo, que descendió sobre ella para recibir al Verbo que, desliándose hasta su seno, se unió a nuestra naturaleza; y habiéndose [381] hecho Hombre-Dios, reposó en él nueve meses enteros. ¿Quién podrá expresar esta armonía y los coloquios entre esta madre y aquel hijo, que es el mismo Hijo del Padre Eterno, al que concibió por obra del Espíritu Santo? Sólo él, como sabiduría del Padre, puede ayudarnos a comprenderlo.

            El cuarto tabernáculo es el que mi divino esposo, el divino Salvador, escogió en mi alma, a la que desea unirse de nuevo para morar en ella, así como habita, mediante el sacramento, en el sagrario de las iglesias. Me prometió que esto no se haría realidad sin hacerme sentir los efectos de su amorosa presencia, afirmando que la conformidad que parece faltar aquí a causa de la desproporción entre Dios y yo, se convertirá en una diferencia que la hará resplandecer más aún.

            Dios permanece en toda su grandeza cuando llena a su criatura; nada pierde su inmensa dignidad al hospedarse en un tabernáculo tan pequeño. Permanece ahí todo entero junto con la infinidad de sus perfecciones, sin sentirse oprimido ni constreñido, es decir, sin estar comprendido por otro ser que no sea él mismo. El alma, al retener al ser que posee, se transforma en algo que no era: el sitial, el trono y el tabernáculo de Dios, que al colmarla de sí la dilata, y al dilatarla la engrandece, la llena; y dentro de la pequeñez de su ser, recibe, en proporción, la inmensidad de las tres divinas personas, sin que por ello se vean limitadas y abarcadas por su criatura.

            ¡Oh maravilla! en [382] Dios se encuentra un abismo de inmensidad y plenitud del ser, de grandeza, de poder, de bondad, de perfección, de sabiduría, de luz; y en el alma existe otro abismo que es el vacío de la nada, de la pequeñez, de las debilidades, imperfecciones, locuras y tinieblas. Un abismo sólo puede ser colmado por otro abismo; la nada, por el ser soberano; la bajeza, por la grandeza; la debilidad, por el poder; las tinieblas, por la luz; la ignorancia, por la sabiduría; el vacío, por la plenitud.

            Cuando Dios mismo llena el vacío de mi alma y de todas mis potencias, no deja en ellas oquedades ni abismo alguno. Habiéndome escogido para ser su tabernáculo, lleva a cabo, por esta bella convención y encantador atractivo, la comunicación de su plenitud al vacío, del ser a la nada, y el abismo de sus perfecciones a la sima de mis defectos e imperfecciones. Nada atrae tanto a la misericordia como la miseria, que es su objeto; que la luz a las tinieblas que disipa; que la ciencia a la ignorancia que erradica; que el poder a la debilidad que sostiene y refuerza; que la perfección al sujeto al que perfecciona; que el ser a la nada que anonada al darle el ser; y que un abismo a otro abismo, al que colma y desborda.

            El alma que recibe el ser sobrenatural a través de estas plenitudes y de las divinas perfecciones, conserva su ser creado a la manera en que el hierro recibe las cualidades del fuego sin dejar de ser hierro. El alma adquiere una conformidad con Dios que la hizo a su semejanza y por ser, además, su tabernáculo.

            Operación admirable que Dios realizó entonces en mí, tomando posesión de mi alma como de su trono y de su tabernáculo de reunión, haciéndolo propio y conveniente a su bondad y a su grandeza.

            Como ignoraba qué había atraído al divino esposo a escoger este tabernáculo y a descender a las partes inferiores de la tierra, mi divino amor me dijo que habían sido mi confianza amorosa y la esperanza que tengo en mi esposo y en su Padre Eterno, el cual me considera hija suya, desposándome por ello con su Verbo, que se complace en habitar en mí y hacer de mí su tabernáculo; y que las otras dos personas divinas lo acompañan por concomitancia.

            Esta operación tan divina llenó mi alma de tal plenitud, que pasé varios días totalmente absorta en Dios y ocupada sólo en El, de suerte que parecía no vivir más en mí. Estaba como arrebatada por una santa locura. Lamenté ante mi esposo este júbilo tan grande, que parecía ocasionarme un humor demasiado alegre, diciéndole que la gente escrupulosa lo atribuiría a ligereza causada por la locura. El me respondió que en esta enajenación aparecía su divina sabiduría, mediante la cual había producido en mí una especie de escenario teatral, para que representara yo a diversos personajes e interpretara las acciones que él me dictara. Me complació muchísimo jugar de este modo con mis criaturas, así como lo hacía ya en presencia de mi Padre desde la primera creación: Jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres (Pr_8_30s). Añadió que la tierra jugaba en su presencia, y que en tanto me dejara conducir de su Espíritu, que en ella es el primer actor, que obra en todos los elegidos y los lleva a obrar, él me prescribiría una gran diversidad de acciones: ya de dolor y contrición, más adelante de amor; ahora de llanto, después de gozo; ora de encuentro con él, ora con el prójimo.

            Este divino esposo mío, que es la sabiduría increada, me dijo que encuentra sus ratos de esparcimiento en todo esto, y que juega gustoso conmigo porque yo comprendo fácilmente sus palabras y los movimientos de sus ojos; y que me lleva en ellos de cuando en cuando con todos mis afectos y con amor. Le respondí amorosamente: Querido esposo, se dice que ordenas la caridad. ¿Qué mandato existe en la mía, que aparece sin medida, y que manifiestas además por medio de multitud de favores que compartes conmigo, sobre los cuales tal vez sería preciso callar? El me respondió: Hija mía, la caridad tiene un orden que nadie conoce sino aquellos que me aman. Este orden sin regla, que parece un desorden a las criaturas, me complace, pues la caridad embriaga santamente, y el alma jamás ama con tanta perfección como cuando se encuentra en el interior de la bodega de mis vinos, que están purificados de toda hez. Es preciso que la esposa realice acciones diversas, que pueden parecer locuras a los sabios del mundo, y que duerma y repose la acción de mi vino. Por ello, en los cantares la esposa sólo habla de dormir, y ser rodeada de flores y manzanas; ella misma se cansa de otros discursos, deleitándose únicamente en conversar con sus amigas, las hijas de Jerusalén, quienes consideran como gran sabiduría los aparentes desvaríos del santo amor. El apóstol, abrazado por estas llamas, exclamó: Somos tenidos por locos por causa de Jesucristo; ustedes, los del mundo, son sabios, pero la locura que nosotros poseemos es sabiduría delante de Dios.

            A pesar de tan presionantes favores, no cabía en mi asombro al verme tan distraída durante la octava tan de gran solemnidad. Por ello, me quejé‚ una vez más a mi esposo, representándole mi pena por haber tenido tan poco tiempo para hacerle compañía. El me dio a entender que con frecuencia las reinas y las princesas se complacen en adornar con sus perlas y piedras preciosas a las doncellas de condición humilde en el día de sus bodas, durante las cuales las buenas aldeanas, ricas en atavíos y adornos ajenos, aparecen como princesas, y las princesas como damas descuidadas, sin joyas ni collares; aunque no por ello sean más pobres ni pierdan un ápice de su grandeza y majestad, pues en cuanto termina la boda, recogen todas sus cadenas y sortijas, dejando a las nuevas casadas en su pobreza original, según su estado y condición.

            Como el divino esposo, que es el único adorno de sus esposas, a las que adorna con una infinidad de gracias como si fueran sortijas y collares de gran precio, contrajo nuevas alianzas con varias almas durante la solemnidad de la octava, se dio a ellas; y aunque era suficiente para todas, creyó conveniente dejar sin aderezo, durante todo este tiempo, a la reina y princesa que lleva la corona del reino. Sin embargo, al terminar la boda, se volvió a ella como a su única esposa, por estar cautivo de su amor, regresándole todas sus joyas y atuendos, que ella posee como si fueran propios, por haberlos recibido legítimamente de su esposo sagrado, y no prestados para solemnizar una fiesta.

            Mi divino esposo me dijo que me tenía en calidad de reina por haberme concedido la corona del reino del amor; que yo llevaba esas cadenas con las que su amor sagrado atraía a sí a mi alma, ligándola amabilísimamente a través de los lazos de su amor, y que el matrimonio sagrado que celebró conmigo me enriqueció y embelleció en proporción a lo que poseemos, que es común a los dos. Le plugo, pues, adornarme con estas agradables cadenas, diciéndome que la primera estaba formada por hebillas de oro; la segunda por un tejido de perlas, y la tercera por diamantes.

            La cadena de oro es el buen natural y todos los dones tanto del cuerpo como del alma, que no exceden, sin embargo, el orden de la naturaleza, y que son grandemente apreciados por los hombres, quienes los estiman por tratarse de perfecciones de la generosa mano de Dios, que nos atrae por semejantes beneficios a su conocimiento y a su amor. Y así como el oro, a pesar de que entre los hombres fija el precio a todas las otras cosas, es extraído del lodo y de la tierra, siendo formado en sus entrañas por exhalaciones sulfurosas y otras materias hediondas, de igual manera las raras perfecciones de naturaleza que el mundo tanto estima por ser cualidades del cuerpo y de la carne, nacen de la complexión y del temperamento de los órganos, que son un poco de lodo amasado y revestido de una lámina de oro que con frecuencia engaña a las personas que idolatran estas cualidades, haciendo de ellas un dios, en lugar de permitir que los sujeten, como si fuesen cadenas sagradas y preciosas, a Aquél que es el autor de todo este oro.

            Por el collar o cadena de perlas, es necesario valorar los bienes de la gracia o las perfecciones que la acompañan; las perlas son tan maravillosas en sus producciones, que son apreciadas por su belleza. La madre perla, al abrirse al rocío del cielo, lo mezcla con su secreción, formando esa pequeña redondez que vale, en ocasiones, provincias enteras. El alma debe abrirse mediante la libertad y la franqueza de su voluntad al dulce rocío del paraíso y a la divinidad. Ella misma, que se destila en ocasiones en este corazón como una lluvia sagrada, se conforma a todas las cosas creadas de manera que lo salado del mar no penetre en ellas, formando en su interior una infinidad de hermosas perlas que las hacen agradables a Dios; que atraen al esposo al alma y adhieren el alma al esposo. En fin, con la mezcla de ambos corazones, del licor destilado del seno de la divinidad y de los afectos de un alma enamorada del amor sagrado, se realiza la bella unión o la unidad de espíritu del alma con Dios, del esposo con la esposa.

            Por la cadena de diamantes comprendí los dones de la perseverancia y de la gloria definitiva. Los réprobos han endurecido su rostro como diamantes que el martillo no puede romper, a propósito de los cuales dice la Escritura con razón que se han endurecido ellos mismos, y son ellos quienes se condenan de manera parecida a los judíos, que se rechazaron por sí mismos al negarse a reconocer el cetro de David: Nada tenemos que hacer con David, ni que esperar cosa alguna del hijo de Isaías (2S_20_1). Los elegidos son diamantes de una fuerza insuperable; no pueden ser demolidos sino por la sangre del cordero. No se santifican ellos mismos, sino que cooperan a su santificación con una firme constancia y fidelidad de diamante, jamás apartándose de Dios o arrepintiéndose de lo que han prometido al Salvador. Es ésta la tribu de Judá que permanece fiel a Dios, que trata con él en sinceridad y atraviesa el Jordán de la tribulación y de la penitencia; que acepta todas estas vicisitudes sin jamás dejar a su Señor.

            Como mi divino esposo me concedió el favor de regalarme estas cadenas y collares, fui reputada como hija de Caleb y divinamente adornada por el todo amable corazón del Padre Eterno, el cual me entregó al Verbo en calidad de esposa mediante las arras del Espíritu Santo y todas sus gracias, que es el rociador de lo alto y de lo bajo, en razón del conocimiento de las cosas altas y bajas, cuya inteligencia he recibido de él, así como la facilidad para explicarlas. El quiere darme una gran perfección y adornos si le correspondo en todo. Le suplico me conceda gracia para ello.

            Escuché que mi divino esposo alababa mi fidelidad de diamante y mi gran confianza en él, y conocí que dicha confianza era el germen de David, el cual había apoyado toda su fortuna en el Maestro que debía nacer de su simiente. Pongo en esta paz mi corazón, mi amor, mi confianza; es la flor de Jesé, el germen de David, Jesucristo, al que mi Padre me ha dado sin arrepentirse de ello.

            Tantas bondades sumergieron mi alma en la admiración de la gran bondad de Dios, que se comunicaba tan profusamente a una hija suya, dejando a varios grandes doctores en su aridez y sequedad. Al pedir una razón de esto a mi esposo, me respondió que dichos sabios están llenos de su propia excelencia, en la que siempre se consideran, ufanándose en sus hallazgos e idolatrando casi todas sus ideas. Esto da lugar a que no comprendan las de Dios y que tampoco entiendan sus palabras. Esto ocasiona que él no pueda sufrir tan grande ignorancia, que está saturada de vanidad.

            Mi corazón, que estaba fuertemente agitado por el amor, que aumentaba con la presencia de mi amado, y por las tiernas caricias que me prodigaba, casi no me permitía permanecer en un sitio. Me retiré, por tanto, a una gruta de la casa situada bajo la calle del Gourguillon, que deriva su nombre de la sangre de los mártires que borboteó y corrió en grandes olas a través de ella. Pedí a todos estos santos mártires por las almas del purgatorio, a fin de que sintieran la frescura de esta sangre derramada en testimonio al Verbo Encarnado, mi amor, el cual me manifestó que mi oración le era acepta y, permaneciendo a mi lado, me enseñó muchos bellos secretos

 Capítulo 56 El Verbo Increado y el Verbo Encarnado se expresan muy bien bajo los símbolos de la viña y el vino. Los misterios de su divinidad y de su humanidad pasiva y mortal, e impasible e inmortal. 28 de junio de 1663.

            [393] El Verbo divino ha dado a conocer en muchas ocasiones la eficacia y el poder del vino eucarístico bajo el símbolo del vino material. Mi divino Salvador me dio a entender que nos dijo claramente que El era la viña, y que deseaba enseñarme varios secretos ocultos bajo la corteza de esta similitud.

            En primer lugar, el Verbo es una viña y el Padre el viñador que lo plantó desde la eternidad; que lo plantó en su seno al engendrarlo de sus entrañas (Sal_109_3). La viña en la divinidad se extiende como un viñedo en la multiplicación de personas mediante emanaciones comparables a la manera en que la viña se reproduce y multiplica: varios sarmientos nacen de un mismo tronco, al que permanecen unidos; la propagación de otros árboles se realiza mediante la semilla arrojada en tierra, por gérmenes que sirven de semilleros o por tallos cortados de un primer árbol. Sin embargo, y hablando con más propiedad, el Verbo Encarnado es una viña que el Padre eterno, por la virtud del Espíritu Santo, plantó en la tierra sublime y gloriosa en sumo grado, como es llamada la Virgen en Isaías (Is_6_3). Jesucristo fue como una vara en ese seno virginal, cuyo zumo fue destilado en la cruz.

            Este enamorado de nuestras almas pisó el lagar enteramente solo, recogiendo en el perol sagrado de la Eucaristía el vino que engendra vírgenes; y así como la viña tiene un arrimo que se adhiere a un olmo o a cualquier otro árbol robusto para que no se arrastre o caiga por tierra, así la humanidad es sostenida por el puntal del Verbo, en cuya hipóstasis subsiste. El me decía que tenemos esta verdad en la Escritura, encubierta bajo diversas figuras que la razón de la divina luz me hacía penetrar, enseñándome que el [394] árbol de ciencia que Dios prohibió tocar fue la viña, que estaba cubierta de hojas y cargada de grandes uvas.

            Este resultó ser el árbol más atractivo cuando Dios lo plantó, por ser recto y su fruto delicioso en extremo. Eva cometió una gran descortesía al presentar a Adán una manzana que ya había mordido y empezado. No se ve mal, en cambio, que varias personas coman juntas las uvas de un mismo racimo, aunque la palabra manzana signifique indiferentemente, en las santas Escrituras, toda suerte de frutas.

            ¿Quién ignora que en la Biblia el vino es el símbolo de la ciencia, que es el fruto de este árbol maravilloso que tomó de ella su nombre? Ese vino no turbaba la mente con su olor ni cegaba la razón; más bien los esclarecía, como lo experimentaron nuestros primeros padres, pues sus ojos se abrieron y recibieron nuevos conocimientos.

            Se me puede objetar que hubiera sido mucho mejor que ignoraran la desnudez, que reconocieron después de haber comido de este fruto y perdido la justicia original junto con las ventajas que la gracia les confería, adornándolos de inocencia agradable a Dios. Lo acepto y lamento su pérdida y nuestro daño; pero como el mal está hecho, es necesario pensar en un bien, en caso de poder descubrir alguno que pueda nacer después, que al menos tenga una apariencia decente. Sintieron vergüenza al verse desnudos: el primer vino, lejos de ser causa de impureza, suscitó, ante todo, pensamientos de pudor. Es claro que, de dicha manducación, resultaron la vergüenza y la confusión que se apoderaron de Adán y Eva después de comer de la vid, al verse desnudos. Las grandes hojas de la vid fueron las más apropiadas para ocultar a la serpiente, que se enroscó facilísimamente a dicho árbol. Adán no se cubrió con esas hojas, sino que fue a ocultarse bajo la higuera tanto para huir de la serpiente, que se ocultaba en la vid, como para no ser sorprendido como un ladrón y malhechor en el lugar de su hurto y de su falta.

            El Salvador prefirió compararse a una vid en lugar de otros árboles que parecían tener rarísimas propiedades, pues quiso que el madero que había causado nuestra pérdida, fuese el leño de nuestra felicidad. Hasta en su nombre existe alguna conformidad y relación con la vida que nos devolvió este divino Señor, que es el Verbo de vida: vid y vida sólo difieren en una sílaba.

            A pesar de que la serpiente no puede, por una antipatía y contrariedad [395] natural, sufrir el aroma de la vid cuando florece, muestra con creces, sin embargo, la virtud de la vid verdadera que es Jesucristo, así como la enemistad natural que tiene hacia la mujer que la ha aplastado con su talón, contra el que ha atentado con intenciones de causarle daño. Podemos señalar con admiración el imperio de la Virgen sobre la orgullosa cabeza de la serpiente antigua. En el segundo nacimiento del mundo renovado, Noé plantó y cultivó la vid bajo el feliz presagio de la verdadera vid, que sería plantada en la plenitud de los tiempos para darle un nuevo ser y un principio más dichoso. Noé se embriagó con el vino de su viña y se desvistió sin sentir vergüenza, aunque no por ello lo acusa la Escritura de haber pecado. Adán, por el contrario, incurrió en un gran delito por haber comido algunas uvas en contra de la prohibición que había recibido al respecto, siendo arrojado fuera del paraíso como castigo a su falta, y por temor a que, al seguir comiéndolas, conociera los secretos y los misterios que Dios deseaba ocultarle. Noé se embriagó porque bebió vino en abundancia; Adán sólo comió unas cuantas uvas. Como la vid del paraíso fue plantada por mano del mismo Dios, su fruto tenía que ser saludable en extremo. Noé, en cambio, plantó la suya, a la que Dios no retiró las propiedades malignas y contaminantes que afectan el cerebro cuando se bebe en demasía.

            Por medio de la vid que el Padre nos dio al entregarnos a su Hijo, que es el Verbo como ser, vemos una representación límpida de la sabiduría divina y de la sabiduría mundana. La primera nos ilumina y nos convierte en santos amigos de Dios, ennoblecidos por su gracia. La segunda vid, en cambio, provoca una ebriedad que nos arroja en la confusión y en la locura de los insensatos.

            Agradezcamos la bondad de este Dios que nos ha obsequiado el delicioso vino de la sabiduría que nos ilumina, permitiéndonos cortar estas uvas sagradas y beber a grandes tragos su delicioso vino. La prohibición hecha a Adán ha sido levantada. El vino de nuestra viña sólo nos embriaga con la santa ebriedad del amor sacratísimo de nuestro soberano bien, que nos lleva a amar rectamente y a despojarnos de todas las cosas de la tierra, sin prestar atención a las mofas de nuestros seres más cercanos, como el divino Noé sobre la cruz.

            Josué y Caleb consideraron que sólo debían llevar a los israelitas, como muestra de la [396] Tierra Prometida y para demostrar la abundancia y fertilidad de la misma, un racimo de uvas de un grosor y un volumen prodigiosos, que fue transportado por dos hombres fornidos. ¿Qué hay en la tierra que pueda ser comparado a nuestra viña mística? He gozado al leer la narración del libro de los Jueces (Jc_9_12), en que todos los demás árboles defirieron la realeza a la vid, que la rehusó, lo cual es figura del rechazo que de la misma hizo el Salvador cuando quisieron proclamarlo rey en la montaña, después de hacer el gran milagro de la multiplicación de los panes. Prefirió esperar hasta recibir la corona de espinas cuando fuera, como una uva, hollado por los sufrimientos y colocado sobre el lagar de la cruz, de donde corrió en abundancia el vino que engendra vírgenes. Fue allí donde brotó la fuente del Señor, y un torrente bañó las espinas que lo coronaron como señales de su realeza.

            Moisés se sorprendió al ver arder una zarza sin ser consumida por las llamas. Por mi parte, admiro estas espinas empapadas por el vino delicioso que es la alegría de los santos, que se complace en regar este arbusto y elevarlo sobre todos los árboles, sin renunciar a su gloria en el lugar de confusión; enaltecido hasta el trono de la cruz, tendido sobre ese lecho de honor y de justicia, a cuyo lagar lo adhiere más su amor que los clavos.

            Fue proclamado rey por el ladrón, y por el centurión que lo reconoció como verdadero Hijo de Dios, como la vid. El alegró a Dios, su Padre y a la Virgen, su madre; y como zarza sagrada, nos protegió de las bestias carnívoras, como podríamos llamar a las inclinaciones de nuestra carne animal. David pidió a Dios que horrorizara su carne mediante el temor, concediéndole miedo a sus justos juicios: Se horroriza por tu temor mi carne: y temo tus juicios (Sal_119_120).

            La corona de espinas sobre su real cabeza nos ha merecido la venida del Espíritu Santo, que no se comportó como un fuego devorador, sino como un fuego que eleva los corazones. Fue este Santo Espíritu de amor, a quien envió en forma de lenguas de fuego sobre los apóstoles y los discípulos, el que los transportó con tal fervor, que se les creyó embriagados. Este vino era como un combustible de fuego y llamas, todo ardiente, que nos daba la vida. Todos los corazones que lo confiesan como su rey, serán protegidos por su amor, que es más fuerte que la muerte y que la mordedura de nuestro infierno.

            Abimelec, a quien Joatam representó con la zarza o espina, de la que dijo, saldría fuego para devorar a [397] sus hermanos, llevó madera para encender fuego y quemar a sus enemigos (Jc_9_15); (Jc_9_47s). El Salvador llevó su cruz para ser consumido en ella por el fuego del divino amor. Venció y despojó a todos sus enemigos, triunfando sobre los poderes y los principados y haciéndolos retroceder hasta la confusión. Una mujer segó la vida de Abimelec; en su seno, la Virgen dio el ser mortal al Salvador cuando él tomó carne humana en sus entrañas para morir por todos sus hermanos. La maravilla está en que este rey de amor retomó su vida en la tierra dentro de la roca del sepulcro, del que se levantó victorioso de la muerte y del infierno, subiendo hasta el reino de gloria en el que embriaga a sus elegidos con vino refinado, según la profecía de Isaías (Is_25_6).

            El primer milagro que hizo el Salvador y que confirmó en la fe en su divinidad a los apóstoles, fue la transformación del agua en vino en las bodas de Caná ,para significar que había venido a darnos el vino de su divina caridad, y que su bondad, que en sí misma es comunicativa, nos daba el vino, la uva, las hojas, los sarmientos, el sitial, el tronco y la viña, toda entera, cuando comemos del fruto de este árbol que no es prohibido. No moriremos, sino que viviremos con una vida del todo divina.

            Nuestros ojos están iluminados; nos hemos convertido en pequeños dioses por participación, a través de la unión admirable que tendremos con Jesucristo, pues estaremos en él mismo. Los sarmientos se adhieren a la vid de la que nacen. El engaño de la serpiente, que bajo la fascinación de privilegios parecidos y la ambición de una falsa divinidad, perdió a Adán y a Eva. No hará lo mismo en la recepción de este vino purificado de toda hez, por tratarse de una amorosa invención de la sabiduría divina, que nos da en verdad todo lo que es bueno y bello. Junto con este vino virginal, nos brinda el don del trigo de los elegidos.

            En Esdras, en la célebre disputa que surgió en presencia del rey de Persia, algunas personas concedieron al vino el precio de la fuerza; otros, a la verdad; otros, al rey; y los demás a la mujer. [398] Al recibir de este vino en el Santísimo Sacramento, recibimos al mismo Jesucristo, que es rey soberano, que es la verdad infalible. Gozamos de todo en el sacramento adorable de la Eucaristía: encontramos en él los favores del cielo y de la tierra, la figura de la verdadera sustancia del divino Padre, y la de la más fuerte de todas las mujeres: la Virgen madre. Ningún católico duda que este vino sea la preciosa sangre que ella le dio cuando se convirtió en madre del Rey de reyes, ni que esta vid haya sido plantada en la tierra bendita de su seno virginal. Es en este vino que los ojos de Judá, al ser lavados, son iluminados para conocer los misterios ocultos y las verdades celestiales; es éste el vino que engendra la pureza de corazón, de cuerpo y espíritu en los elegidos. El pan y el vino eucarísticos abarcan en sí todo lo que Dios tiene de bello y de bueno, según la expresión de Zacarías. Es aquí donde los fuertes y los grandes, ya avanzados en el conocimiento de las divinas verdades, beben del vino de la sabiduría, y los débiles, que siguen siendo niños en pañales, encuentran la leche de sus pechos sagrados, pues la divinidad y la humanidad del Verbo Encarnado son los dos pechos de las almas inocentes.

            No sólo en la Iglesia militante gozamos de este vino y del fruto delicioso de nuestra viña, sino que en la gloria se lo sirve a los bienaventurados. Es el torrente voluptuoso del que dijo David que serían embriagados. Esta preciosa sangre, que nos es dada en la tierra bajo el símbolo del vino en el sacramento del amor, se sirve abiertamente a los santos que se encuentran en el empíreo, como néctar de la gloria, aunque es mucho más delicioso que el néctar y la ambrosía.

            El Salvador dijo en la Cena que no volvería a gustar bebida alguna que fuera engendrada por la vid, hasta la llegada del reino de Dios, su Padre, y que entonces bebería de un vino nuevo con sus apóstoles. Su amor nos lo regala anticipadamente.

            san Juan, en el capítulo 4 de su Apocalipsis 12, vio un mar de vidrio: sus aguas eran espesas y se habían vuelto sólidas como el cristal. En el capítulo 15, vio el mismo mar de cristal mezclado con fuego, por haber sido cocido y consolidado en tierra por el fuego del divino amor. Todos los que habían triunfado de la Bestia y del anticristo rodeaban este mar, llevando las cítaras del Dios vivo sobre las que cantaban el Cántico del Cordero que había sido inmolado, lo cual es una imagen muy representativa de la gloria.

            [399] La Trinidad es un mar, un océano sin fondo y sin orilla, del que salen dulcemente todas las criaturas como pequeños ríos. La naturaleza angélica y la naturaleza humana son como anchos ríos cuyas olas se descargan en el mar para volver al cauce del que salieron para regar la tierra; la humanidad, y por su medio, todas las criaturas que sólo fueron hechas para su servicio, vuelven al seno de la divinidad en la gloria.

            El Espíritu Santo es verdaderamente un manantial: las aguas que comunica a los santos saltan hasta la vida eterna. El Verbo, en su Encarnación, trajo a la tierra la plenitud de este mar, del que se dilatan los ríos con una infinidad de gracias que retornan a su fuente primera, volviendo así a la humanidad al origen de su ser.

            Es verdad que en la tierra los santos nadan en el vaivén de un mar agitado, pero son afirmados en la gloria, en la que todas estas aguas se vuelven sólidas como un cristal; esta es la razón por la que san Juan vio un mar de vidrio en lugar de uno líquido e inquieto. Ahora bien, es mediante la sangre del Cordero que los santos llegan a la gloria, en la que beben del vino de nuestra vid, que permite que cada uno, al gozar de una gloria particular y diferente, cante con su cítara el cántico de Moisés, servidor de Dios; cualidad que san Juan anota para distinguirlo del Hijo del Padre eterno, que es Dios con el Espíritu Santo.

            Este cántico es el mismo que se cantó después de cruzar el Mar Rojo, que representó el mar de la sangre del Hijo de Dios y de todos los mártires que lo han seguido valerosamente. El cántico del Cordero es el himno que entonó la víspera de su pasión, después de entregarse en la noche de la Cena mediante una acción de gracias anticipada, pues estaba seguro de ganar la batalla y arrancar la victoria. Puede decirse que el cántico del Cordero es el mismo que san Juan escuchó y que nos ha transmitido, por el cual la bendición, la claridad, el honor, la gloria y la divinidad, son dadas al Cordero por haber sido sacrificado, es decir, y ante todo, como él mismo lo expresa, él solo pisó el lagar y produjo este vino que es germen de vida inmortal, y que sacia a todos los ciudadanos del paraíso.

            Es éste el río al que el mismo san Juan llama agua de vida, que corre como agua cristalina desde el trono de Dios y del Cordero. El agua de vida es la flor del vino, del que se extrae mediante un fuerte cocimiento. [400] A través de la unión hipostática, la sangre del cordero fue destilada, sobrenaturalizada y transformada, de vino común y ordinario, en agua de vida, en agua ardiente que abrasa el pecho de los mártires y de los santos que moran en la tierra de los vivos, en la que se encuentran todos los bienaventurados, que no es otra que el cielo. Es éste el vino todo fuego, figurado por los rayos y los relámpagos que salían del trono del Cordero. La Sagrada Escritura nos comunica la misma verdad de varias maneras y bajo diversos símbolos, que la divina luz no daba a conocer de golpe, por una simple mirada.

            No es de extrañar, entonces, que yo me extienda tanto y sea tan prolija en mis escritos, después de haber sido iluminada con tantas luces y abundantes conocimientos, y de verme colmada de tan diversas ilustraciones. En su bondad, el Espíritu del Padre y del Hijo me enseña maravillas sobre las verdades de la Escritura, sin que experimente yo dificultad alguna para encontrar el hilo. Hablo o escribo según me lo permite la multitud de pensamientos que se presentan como en aglomeración. Los que están en el agua hasta el cuello, salen de ella como pueden; a los que sólo les llega a las rodillas, como quieren.

            En ese tiempo me fueron representadas en visión tres clases de vino: uno blanco como el cristal, que es el vino de la gloria, como ya expliqué; el otro, mezclado de blanco y rojo, que es la Eucaristía; el tercero era un vino ordinario que representaba la gracia y sabiduría que Jesucristo comunica a la generalidad de los justos.

            Todas las luces que mi divino amor me comunica llegan siempre acompañadas de sus deliciosas caricias. Me dijo que había plantado en mí, nuevamente, la vid mística, que no es otra sino él mismo; que podía gozar de ella de manera especial en el Santísimo Sacramento, y que, con mi arpa, podía cantar en compañía de los santos el cántico de alabanza y de gloria. Añadió que me había dado un nombre conocido sólo de él, nombre que no es sólo de esposa y de hija querida, sino de vicaria y lugarteniente de su madre en la tierra, lo cual me ha confirmado en algunas otras ocasiones, con motivo de la institución de su orden, diciéndome que él recompensa mis victorias con el [401] triunfo, dándome a comer del fruto del árbol de vida que es la mística vid a la que él me ha unido de manera admirable, a pesar de mi indignidad, afirmando ser ésta la voluntad de su divino amor; pues siendo el esposo, quiere ser una misma cosa con su esposa.

Capítulo 57 - Mi esposo se complace en concederme gracias, lo mismo que los santos. Su bondad me bendice porque no busco sino a él. A fin de que él me desposara, su santa madre me entregó a él.

            [405] Mi divino amor me ha dado a entender varias veces que yo soy su querida Ruth, y que él es mi divino Booz. Hoy, sin embargo, se dignó elevarme en espíritu para platicarme de sus amorosas bondades hacia aquella que, siendo indigna de ellas, quiso amar desde que tuvo el pensamiento de crearla.

            Me dijo que Booz amó a Ruth a primera vista, y ordenó a sus segadores que le permitieran no sólo rebuscar, sino segar en su compañía, para impedir la vergüenza y confusión que hubiera podido sentir si alguno la maltrataba. De manera semejante, este divino Booz permite a mi alma segar en todas direcciones en la iglesia militante y en la triunfante. Así como Ruth fue invitada por Booz a tomar su alimento con los segadores, a mojar su pan en el vinagre y a comer de la polenta en su compañía, él me aseguró que yo podía sentarme a la misma mesa con los santos, recibiendo luces tan claras como ellos respecto a los mismos misterios que conocen; que me había hecho sentir la acidez del sufrimiento que santifica a su amada, y que tratase familiarmente con ellos.

            Fui, por tanto, amablemente invitada por mi divino amado a acercarme a sus hijos y domésticos, es decir, a los santos que sufrieron después de él para entrar en la gloria, en la que se regocijan, pues la hiel y el vinagre de su pasión les hicieron gustar deliciosamente el gozo de la glorificación. Quiso, pues, que con pureza y sencillez de intención comiese yo de la polenta en compañía de los pequeños inocentes.

            El primer día, Ruth recogió tres modios, que significan las tres sustancias que se encuentran en Jesucristo: el Verbo, el alma y el cuerpo, que poseo en el Santísimo Sacramento. De ahí, subiendo al cielo mediante su poder, me uní al divino Padre, al Verbo y al Espíritu Santo, [406] a los que considera‚ en la humanidad sagrada como estando en ella de manera muy particular, en razón de la circumincesión de las tres divinas personas. De este modo, mediante esta doble terna, se completan las seis medidas que Ruth recibió en presencia de Booz, y que llevó a Noemí así como yo entrego a la Virgen madre y a la Iglesia todo lo que recibo; a saber, las divinas luces y las gracias de mi esposo.

            Comprendí que era voluntad de la Sma. Virgen que hiciera una extensión de su maternidad, engendrando una orden en su regazo, la cual le sería atribuida por llamarse del Verbo Encarnado, su hijo amadísimo, al que dio a luz en Belén; rey todopoderoso y todo bueno, que habitaba en Belén como en su casa del pan, lo mismo que en su entorno, en el que reposaba.

            Parecía complacerse en repetirme las mismas palabras que dije más arriba. Como dicha repetición le agradaba, no se la debe censurar: al amor le gusta volver a decir, repensar y ponderar lo que le es agradable, pues por este medio encuentra y produce nuevas delicias, sin que sus repeticiones lleguen a ser superfluas, como se puede apreciar en los cantares, en los que aparecen varias veces repeticiones de las mismas palabras, pero presentando nuevos significados, o al menos, haciéndose amar y admirar.

            Dios quiso que se le sacrificaran animales rumiantes. Esto quiere decir que los hombres deben repensar los misterios divinos, que son muy dignos de ser meditados. Las almas gustan delicias suavísimas en sus diversos y admirables significados, que bien merecen ser ponderados y reflexionados de diversas maneras.

            Mi amado me hizo saber que se complace en mostrar a los santos el contento que siente cuando siego en compañía de ellos, sea mediante la lectura de la Escritura santa, sea que eleve una oración que les dé un signo, a fin de que me arrojen, de propósito, rayos de luz que han recibido de él, que es su origen, y que los ángeles compartan conmigo sus conocimientos con largueza, por inspiración o a modo de resplandores; y que él les hacía ver que me había escogido para él como esposa, porque jamás quise a otro sino a él; que en mi calidad de esposa, me daría toda la heredad junto con sus bienes, y que estoy bajo su protección siempre que él se encuentra en sus campos.

            Me dirigí a su encuentro, con filial y amorosa confianza, hasta el seno de su madre y del sacramento eucarístico, rogándole que extendiera su manto sobre mí porque el amor lo convertía en pariente mío; que él deseaba ser mi queridísimo esposo, a fin de suscitar [407] una simiente divina que no llevaría el nombre de otro. Por ser él mi único esposo, la prole que engendrara de mí en la orden, llevaría su nombre.

            Este enamorado, me atrevo a decirlo, no me acogió con menos bondad que Booz a Ruth. Quiso valerse de las mismas palabras, pero con una elocuencia divina y amorosa, capaz de derretir y hacer estallar de reconocimiento y tierno amor a cualquier corazón: Bendita seas del Señor, hija mía, que has sobrepujado tu primera bondad con la que manifiestas ahora (Rt_3_10).

            Hija mía, seas bendita de mi divino Padre, al que como hombre, llamo mi Señor y mi Dios; pues con esta confianza en mí has sobrepasado a todas las que me has demostrado con anterioridad. No has buscado ángel ni hombre, sino a aquel que es tan amoroso como poderoso para realizar lo que desearías hacer por su gloria y tu salvación, y para engrandecerte en presencia de los ángeles y de los hombres según los designios de mi Padre, del Espíritu Santo y de tu esposo, los cuales te buscan y te pueden conceder todas las bendiciones que el pueblo deseó a Ruth, diciendo: que el Señor hizo que fuera como Raquel y Lía, las cuales fundaron la casa de Israel, para que sea dechado de virtud en Efratá y tenga un nombre célebre en Belén (Rt_4_11).

            El que ama parece insaciable cuando habla de o a su amada. Queridísimo esposo, es por bondad que me concedes todos estos favores; que todo cuanto existe y existir eternamente, te alabe por ellos.

            Que todos los bienaventurados de la Iglesia triunfante te bendigan y que puedan decir que en nuestra Iglesia militante ha nacido un hijo a Noemí: se ha fundado una orden que lleva el nombre de Emmanuel, de Verbo Encarnado, de hijo de la incomparable en belleza como hija, madre y esposa de Dios, que se dignó llevar una esposa a su pariente, a su hijo amadísimo, para que esta nueva Ruth establezca casas en las que el Dios de Israel ser adorado. Que sea un ejemplo de virtud, aprovechando las gracias y favores del gran Booz, y que su nombre sea bendito en Belén, en la casa del pan de vida y del entendimiento.

            Que tu corazón jamás se marchite por el olvido de comer el pan de los ángeles. De ello se lamentó David en el día de sus tribulaciones. Que ella sea el ideal de virtudes en todas las casas; [408] que lleve en sí al Espíritu Santo, que more en ella con sus doce frutos; que sea caritativa, pacífica, alegre, benigna, modesta, casta, sobria, fiel y no incrédula, paciente, humilde, dulce, no agriándose contra aquellos que la priven de algo que la haría llorar si siguiera sus inclinaciones. Que no busque lo que agrada al amor propio; que crea fielmente en la bondad de su prójimo; que lo apoye en sus debilidades; que no ambicione la gloria momentánea, sino que todas sus acciones se encaminen a la gloria del Eterno.

Capítulo 58 - Mi divino Salvador me dijo que él era el árbol plantado en la corriente de las aguas de mis lágrimas, y cómo se me apareció ceñido por una doble corona, diciéndome que exclamara con Isaías: Toda carne es heno. 4 de julio de 1633

            [409] Como me dirigiera a la oración con ánimo triste, el Dios de bondad se dignó consolarme.

            Mi divino amor me explicó el primer salmo, diciéndome que él era ese hombre al que David tanto alabó, que jamás siguió el consejo de los impíos; que él era ese hermoso árbol plantado sobre la corriente de las aguas de mis lágrimas, que corrían de mis ojos como dos arroyos que formaban un río, una corriente sobre la que se complacía en producir sus hojas y frutos, deteniendo sus ojos sobre la ribera de dicho río.

            Me dijo después que me había transformado el árbol que regaba con el torrente de sus gracias, y que ni una hoja de él caería sin su providencia particular; que la aflicción contribuiría tanto a mi bien y a mi gloria, como la prosperidad; que él está con los que sufren para dilatarlos en la aflicción. Tales son las ocurrencias y las caricias del divino amor, tan ingenioso para con los que se digna amar.

            El Verbo Encarnado, todo amor, quiso mostrárseme cuando era niño, llevando sobre su cabeza una corona de flores de las que nacía una segunda corona de heno o paja, diciéndome que él se coronaba con mis aflicciones, y que deseaba demostrarme que consagraba todas mis penas, colocándolas como diadema sobre su cabeza.

            Le plugo invitarme, con las palabras de David, a penetrar en su amoroso corazón; y que, una vez en él, tomase todos sus tesoros y los repartiera liberalmente. Escuché: Confiad vuestro corazón a su poder y distribuid de los bienes de su casa, para que lo contéis hasta la última generación (Sal_112_3). [410] Esto fue seguido de una dulzura sensible que me duró largo rato en el corazón y en la boca. Durante este tiempo, vi una ternera o novilla, y al pedir la explicación a mi Salvador, me dijo que era yo misma, y que debía tener mi pesebre sobre su cabeza, que había visto poco antes coronada de flores y de heno, diciéndome que este heno era más augusto que las coronas de los príncipes y reyes del mundo; que podía yo clamar: Toda carne es heno, y toda su gloria como la flor del campo (Is_40_6); que él se había convertido en la flor de los campos al encarnarse, por haber querido tomar nuestra carne mortal para morir en ella por nuestra salvación; que esta carne jamás había sido abandonada por el soporte divino sea en su vida pasible, sea en su muerte, sea después de su resurrección; que dicho Verbo eterno la tomó para no dejarla más, aun en el sepulcro, en el que yació como una flor marchita, tendida en la oscuridad con los muertos del siglo y separada de su alma, mas no de la divinidad ni del Verbo de vida que es su hipóstasis, la cual permanece eternamente porque él es eterno.

            Hija mía, admira esta corona; como tú eres mi ternera, sáciate de este heno que está ensalzado a la derecha del Padre. Puedes decir de él lo que san Andrés dijo del Cordero, al que sacrificaba, ofrecía y distribuía diariamente; sin dejar de ser el mismo Cordero siempre vivo y entero, a la derecha del Padre. Este heno es mi carne, que es vida de los buenos; una carne viva que está unida hipostáticamente al Verbo, que es espíritu y vida, que es espíritu vivificante.

            Alzate hasta esta corona y sacia con ella la vista y el gusto, y a tus hijas contigo, en tu diadema floreciente. Tú eres mi ternera, la que debe trabajar conmigo Debes estar unida a mí y llevar el arca de la alianza, que soy yo mismo, que te conducirá por el camino recto que lleva hasta mi Padre.

            Deseo que triunfes conmigo portando el arca de la gloria del Dios de Israel. No puedes, por tanto, ignorar que eres mi ternera, porque te he confiado varios secretos que no se conocerían en la tierra si no los hubieras revelado. Es que mi designio y mi mandato fueron de no decirlos sino a ti, y que por tu medio fueran manifestados. No me molesta que los reveles. Te mando que lo hagas: explica mis misterios a quienes yo te envío, a los que podría yo decir: Si no hubieseis arado con mi novilla, no descifrarais mi enigma (Jc_14_18).

 Capítulo 59 - En su bondad, el divino Salvador se dignó hacerme partícipe del amor que concedió a su amada Magdalena, y revelarme la bondad y belleza de los pies que anuncian la paz, junto con muchas otras maravillas relativas a su enamorada.

            [411] El día de la gran Santa Magdalena, maravilla del divino amor, habiendo recibido a mi divino esposo en la comunión, fui íntimamente unida a él.

            Se dignó elevar mi espíritu para que conociera y sintiera el amor que había comunicado a esta enamorada suya, a la que imaginé a los pies del amable Salvador, de los que se podría decir: Oh cuan hermosos son los pies de aquel que anuncia la paz; de aquel que anuncia la buena nueva (Is_52_7).

            El contacto con esos pies sagrados comunicó y produjo el amor y la paz en Magdalena. Aquellos pies divinos abatieron su soberbia, pisotearon su vanidad y domaron su orgullo, venciendo todo lo que era enemigo de su salvación y del Dios que estaba más enamorado de ella, que ella de él, a pesar de que lo amaba tanto. Contemplé esos pies tan bellos en su calzado, que no era otro que los cabellos, los labios y las lágrimas de esta santa penitente, que se había transformado en enamorada y se gloriaba en emplear todo lo que tenía de más querido para que sirviera de adorno a esos pies adorables, bajo los cuales dobló amorosamente su cabeza.

            David predijo con razón que su hijo, a imitación suya, extendería sus pies hasta la Idumea, y que los extranjeros y sus enemigos serían para él amigos y servidores. El amor llevó a este generoso Salvador, el muy amado del divino Padre, hasta la ciudad amurallada custodiada por siete demonios, que guardaban dicho fuerte o ciudadela sintiéndose seguros de ella. Sin embargo, el Señor fuerte en la batalla los arrojó fuera como vencedor, haciéndolos contribuir a su triunfo para su propia confusión y, como canta la Iglesia, transformó el amor imperfecto de Magdalena en su divino [412] amor, que es perfecto y santísimo: De vaso natural, a vaso de gloria transformado. Resucitado y victorioso, vio a Jesús salir de los infiernos; y mereció el gozo primero la que le amaba sobre todo lo creado.

            Al día siguiente, pude darme un festín con el recuerdo de esta fiesta, por encontrarme fuertemente unida a mi divino amor, el cual conversó conmigo sobre estas palabras: Dios es espíritu, y por lo mismo los que le adoran, en espíritu y verdad deben adorarle (Jn_4_24). Vi dos oídos como atentos a mis oraciones, y dos ojos que me miraban fijamente; oídos sagrados que habían estado atentos a los sollozos de Magdalena, ojos divinos que le dieron signos favorables y exhortaron al fariseo a considerarla, no como a una pecadora, sino como a una perfecta enamorada suya, que merecía ser amada y a la que había perdonado sus pecados, que ella había ido a poner sobre su espalda, a los que su amor sepultó en el mar de su misericordia, transformándola en santa en un instante, a través de una divina metamorfosis de su amor.

            Querido amado, esos oídos son los mismos que se inclinan a escuchar mis sollozos y plegarias. Fijas en mí tus dos astros resplandecientes de luz, tan ardientes como brillantes, para que obren en mí con tanto poder y autoridad como sobre santa Magdalena, perdonándome muchos pecados, pues muchos he cometido. ¡Es tanto lo que debo amarte! concédeme esta gracia por amor a ti mismo. Que te adore en espíritu y en verdad, porque eres un Dios con tu Padre y el Espíritu Santo. Haz que sea semejante a aquel a quien amo, pues tal es tu designio, ya que me creaste a tu imagen y semejanza, inspirando en mí el espíritu de vida al soplar o espirar sobre el rostro del primer hombre, que fue hecho con un alma viviente, pero con una vida parecida a la de los ángeles.

            Magdalena no se atrevió a esperar el beso de tu boca, si no que se inclinó hasta tus sagrados pies para lavarlos, secarlos y besarlos, pidiéndote, si me es permitido pensar de este modo, el resto del espíritu principal que concediste a Adán: a nadie lo dio entero, pues el resto de su espíritu quedó en él; y ¿en quién está completo, sino en la simiente de Dios?

            Ordenaste a Oseas que tomara como esposa a una pecadora, pero él no pudo santificarla como tú a Magdalena, a la que diste tu amor, que es tu Espíritu. Ella estuvo a tus pies para recibir la divina semilla que es tu palabra. Dejó de pertenecerse, y suspirando, pareció expirar al besar tus pies. Tu espíritu obró maravillas de amor en ella: Custodiad, entonces, vuestro espíritu y no despreciéis a la esposa de vuestra juventud (Pr_5_18); (Ef_5_29). El amigo [413] que se atrevió a decir que su amigo lloraba muerto, seguía viviendo en él a pesar de la muerte. Magdalena tenía derecho a decir que su Salvador y su amor vivían en ella después de su muerte: Dulce Jesús, no veo, no vivo sino por ti; Soy un cuerpo sin alma, ausente de tu vista. Pero cuando mi espíritu tan dulce te contemple, el amor, para animarme, me inflama y me traspasa.

            Ella no se dignó detenerse con los ángeles cuando la interrogaron porque lloraba entre los muertos del siglo al que estaba vivo en presencia de su Padre eterno, y cuya resurrección gloriosa venían a anunciarle. Estaba muerta en él, y su vida sólo existía para conservarlo vivo en su alma, la cual pareció animar su cuerpo para darle la fuerza necesaria para llevarse el de su amado de cualquier parte donde lo hubieran puesto. El amor hace vivir a pesar de la muerte, y hace todo fácil a los que aman: Nada es difícil para el que ama.

            Apenas dijo el Salvador ¡María!, se sintió ella resucitada junto con él y reconoció al maestro de la vida. Recibió las primicias del espíritu glorioso junto con la misión de anunciarlo a los apóstoles.

            Al terminar su misión, el amor, que era su peso, la retiraría al desierto. No encontrando más a su amado entre los hombres, iría a verlo siete veces al día, llevada por los ángeles, para alabarlo con ellos en su coro y adorarlo sobre su altar, en el que, cuando subía a este altar se veía renovada como el águila.

            El divino esposo la escogió desde su adolescencia para hacerla su esposa. No la despreció, sino que la honró con su primera visita en cuanto hubo salido del sepulcro. No pudiendo dejar a su divino Padre porque son inseparables, quiso que ella fuese a ver dónde establecía su morada viva, para recompensar su preocupación de llevarlo consigo al creerlo muerto.

            ¡Qué bellos son los pies de Magdalena al prepararse a llevar al Verbo Encarnado, que es el Señor del Evangelio y el Evangelio de paz; el Evangelio de Dios, y Dios mismo! san Juan, en su Apocalipsis, vio un ángel volando en medio del cielo, llevando el Evangelio eterno. Magdalena lo quiso sacar y cargar, ella sola, de la tierra, si es que en ella seguía sepultado.

Capítulo 60 - La humilde mortificación, las lágrimas de compunción y la confianza en la bondad Divina, hacen feliz al alma que peregrina en la tierra, 24 de julio de 1633.

            [415] El domingo en que la Iglesia lee el evangelio del publicano, considerándome culpable delante de Dios, quise privarme de todas las dulzuras de las que gozaba y, ocultándome bajo las gradas próximas al confesionario, por las que sube el sacerdote para darnos la comunión, derramé muchas lágrimas, las cuales recogía en mis manos para ofrecerlas a mi Dios.

            Me consideraba en un estado de deseo del mal, no por malicia, sino por impotencia, y sólo deseaba el bien mediante el favor y ayuda de la gracia, en la que confiaba, esperando la misericordia de aquel que no vino para llamar a los justos, sino a los pecadores, el cual, siendo un gran médico, vino a buscar a la más enferma de sus hijas, que era yo, a fin de que pudiera yo decir: "Viendo mi debilidad, me siento fuerte en aquel que me conforta". Al divagar mi espíritu en estos pensamientos, escuché la voz de mi pastor, que reunía las potencias de mi alma, atrayéndolas con la verde rama de la esperanza en su bondad.

            Admiraba el celo de este buen pastor, que conocía mis enfermedades y se compadecía de ellas, y que entregó su alma por mí para introducirme en su redil, donde encontrar‚ la abundancia de su caridad, entrando con él hasta el reposo de la contemplación, y saliendo, como él, para el bien de las almas, anunciándoles la obligación que tienen de seguir los [416] caminos que este amable pastor les ha señalado, y de estar atentas para escuchar su voz, que las llama dulce y fuerte mente para apacentarse en sus propias delicias, a fin de que cada una de ellas pueda decir con el rey profeta: El Señor me apacienta: nada me falta; en verdes pastos me hace recostar. Me conduce a las aguas donde descanse; restaura mi alma (Sal_22_1s).

            No cuido más de mí. Soy conducida por este divino pastor que es mi rey, mi Dios y mi todo; cuya providencia me proporciona todo lo que es para mí deleite, paz y fe. El es la sabiduría eterna en la que todo es suavidad; las aguas que emanan de su fuente hacen brotar en mí un manantial vivo y fuerte, al que no se pueden comparar las aguas de todos los pozos, fuentes y ríos. Aunque lleven a estos y refresquen a aquellos, son incapaces de nutrirlos con las delicadezas y los refrigerios con que soy alimentada y sostenida por las de la sabiduría sagrada, que tienen el poder de transformarme en ella y hacerme feliz, y que, al hacerse mi alimento, es también, para mí, camino y término.

            Por ella soy conducida por senderos de justicia, glorificando a su santo nombre, el cual es terrible para los enemigos de mi salvación, que son los demonios y el pecado. Aquellos no pueden oírlo nombrar; éste es destruido por su poder. Aunque es pastor, es también el Cordero que quita los pecados y los lava en su sangre; como pastor, hace huir a los leones y a los lobos con el cayado de su cruz, que es mi defensa y su terror. Como se entrega a mí, yo me doy a él.

            En él tomo posesión de mi herencia y comienzo a reinar. El unge mi cabeza con óleo de alegría, y me embriaga con su amor, que [417] es más fuerte que la muerte, la cual parece dulce a los que une a sí, que es la vida indeficiente.

            El es viático seguro, arras y prenda de la gloria eterna que su bondad me promete para el fin de mi peregrinar, durante el cual me acompaña: La benignidad y la gracia me acompañan todos los días de mi vida (Sal_22_6), esperando habitar en su mansión celestial en una eternidad ininterrumpida.

            Entonces, como el publicano, comprobaré sus divinas palabras: el alma que se humilla en su corazón es exaltada por su misericordia, que la justifica con su benignidad. Amén.

Capítulo 61 - Mi divino esposo quiso hacerme salir victoriosa de una fuerte inclinación que mi corazón no podía sufrir, por querer amarle sólo a él, que es mi único amor, 26-27 de julio de 1633.

            [419] Habiendo pasado algunos días en aflicción a causa de algunos afectos e inclinaciones naturales que sentía hacia algunas personas, y no pudiendo sufrir en mi corazón otro cariño aunque sólo natural que no fuera el de mi esposo, llore mucho y luche con el favor del divino amor, para amarlo Únicamente a él.

            El sólo triunfó y salió vencedor, haciéndome ver un tapiz blanco extendido por tierra, en el que estaban esparcidas flores deliciosas; me mostró, además, una rica corona de perlas preciosas. Admiré cómo la bondad y la divina misericordia me habían hecho salir victoriosa, preservándome de varias imperfecciones en las que temía caer. Mi divino amor me dijo que, por la violencia a la que me había preparado, extendió el tapiz al estilo real, a fin de que avanzara yo como reina y emperatriz, portando la corona que él me había ofrecido.

            Me acarició mucho hasta el día siguiente, en que mi divino esposo me detuvo en el capítulo décimo de la Sabiduría, diciéndome que ella había servido de pabellón al pueblo: y les sirvió de toldo durante el día, y suplicó de noche la luz de las estrellas (Sb_10_17), dándoles sombra, durante los grandes calores del día, mediante la nube que cubría todo el campo como una tienda real. Añadió que, durante la oscuridad de la noche, había hecho brillar sobre mí las estrellas, y que esta adorable sabiduría había cubierto mi alma en el día de sus dulzuras, iluminándome durante la noche de mis aflicciones. La sabiduría escondida en el ángel condujo a los israelitas a través del Mar Rojo y los precipitados torrentes de muchas aguas: Los pasó por el mar Rojo a la otra orilla, y los fue guiando entre montañas de aguas (Sb_10_18). Mi divino enamorado me dio a conocer cómo, gracias a su providencia, escapó mi alma del peligro de las aguas y de los afectos naturales, que no eran pocos, llevándome y levantándome como al arca durante el diluvio mediante las aguas de mis lágrimas, que fueron abundantes.

            [420] Los enemigos de los judíos fueron abismados en el mar: Pero a sus enemigos los sumergió en el mar (Sb_10_19), y ellos se llevaron el despojo para que sirvieran de trofeo a su monumento, a su victoria y a su gloria: Así es que los justos se llevaron el despojos de los impíos (Sb_10_19). Entonaron entonces, de común acuerdo, un bello cántico, alabando la mano todopoderosa del Señor, que les había concedido la victoria: y celebraron con cánticos: ¡oh Señor!, tu nombre santo, alabando todos a una a tu diestra vencedora (Sb_10_20).

            Contemplé a mis enemigos a mis pies gracias a la victoria de mi divino amor, que me ofrecía sus despojos según lo que había pedido a su misericordia, diciéndole: "Haz que mi corazón salga vencido y vencedor: vencido por ti, y vencedor de todo el resto". Mi amado me dijo que mi corazón no era otro que él, pues por su caridad había vencido, y que podía yo decirle: "Tú eres el Dios de mi corazón, y mi corazón mismo". También me exhortó a decir: ¡Cuan poca cosa le parece la tierra al que mira al cielo!, ¡y que añadiera que él era mi cielo! que todo lo demás sólo era polvo para mí, comparado a su Único amor. Me recordó que me había prometido que me levanta ría por encima de las alturas de la tierra.

            Al alimentarme de la vara de Jacob, mi amor me ayudó a suplantar la naturaleza con su gracia, pudiendo ver bajo mis pies todo lo que no era él. San Pablo se prometió juzgar a los ángeles, diciendo que el hombre espiritual juzga de todo porque, al no ser sino un espíritu con Dios, participa de sus divinas cualidades y de su sabiduría soberana, lo cual resultó en su desprecio de todas las vanidades y que las pisoteara bajo sus pies. Mi divino amor me dijo que, al imitar a san Pablo, podría yo volverme espiritual en su compañía y despreciar todo lo que es vanidad y que no se dirige a su gloria. El apóstol tenía en tan poca estima el juicio de los hombres y despreciaba todo como estiércol, con tal de ganar a Jesucristo cristo. Por ello dijo que no se preciaba de saber otra cosa sino a Jesucristo, y éste, crucificado por todos a causa de su grandísima caridad, con la que nos amó y se entregó por nosotros a la muerte, pues lo que hizo por san Pablo también lo hizo por nosotros de diversas maneras, y aunque no haya descendido con la luz y voz exteriores para convertirnos, tirándonos a tierra, lo hace al dejarnos ver, por experiencia, nuestras propias debilidades.

            El nos presenta su gracia para ayudarnos a levantarnos, y nosotros recibimos sus inspiraciones. Nos la concede en cuanto decimos con entera voluntad: ¿Señor, qué quieres que haga?", y no con una voluntad negligente que quiere y no quiere que es lo que impide que la gracia sea eficaz en muchos que la reciben en vano. Por esta razón, dicho apóstol, que conocía su excelencia e importancia, diría a los Corintios: Os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios. Pues El mismo dice: Al tiempo oportuno te oí, y en el día de la salvación te di auxilio (2Co_6_1). Este tiempo es el día que dura tanto como el día de nuestra vida, en la que hay un momento del que depende nuestra eternidad dichosa o infeliz, momento que llega a la hora de la muerte, pues Dios mira el fin [421] para coronar su obra. El es fiel y no permite que seamos tentados sobre las fuerzas que su gracia nos quiere dar, si cooperamos fiel y valerosamente con ella.

            Nadie será coronado que no haya combatido legítimamente. Todos saben que deben morir, pero ignoran la hora y el momento. Deben por tanto pensar que el que tienen será, tal vez, el que los anime a corresponder a la gracia. Cuando haya pasado, deben amar con perseverancia, mientras siguen por el camino, a aquél que desea hacerlos felices para siempre ya desde la tierra.

            San Pablo, por la entrega que hizo de su voluntad a la de Dios, recibió la gracia y la caridad. Dios quiso que, a través de esta palabra, mereciera el favor que deseaba concederle: ¿Señor, qué quieres que haga? (Hch_9_6). Como si hubiera dicho: Señor, me diste mi libre voluntad; ¿cómo quieres que la use para corresponder a tu gracia? "Pablo, aunque eres más versado en la ley que Ananías, mi discípulo, sométete a lo que él te dirá sobre la fe, en cuyo servicio debes cautivar tu entendimiento. He cegado, con mi luz adorable, tus ojos corporales, con objeto de iluminar los ojos de tu espíritu. Después de esta sumisión, te revelaré lo que deberás sufrir por mi nombre. Te doy un fondo de gracia por adelantado. Sé un buen comerciante; trafica santamente con él, practicando las verdaderas virtudes. Sé un fiel dispensador de mis bienes; combate el buen combate. Mi palabra te promete la recompensa que no puede faltar. Si aprovechas mi gracia te daré la corona de vida y de justicia porque yo retribuyo justamente las buenas obras, aunque sean más producto de mi gracia que de tu correspondencia. Sin embargo, me contento con que cooperes a ellas con tu libertad, empleándote en hacer lo que me agrada para vuestro bien, pues yo soy Dios, suficiente en mí mismo; no tengo necesidad de vuestras acciones, pero las recibo, sin embargo, para glorificarme en ellas y para recompensaros por ellas".

            San Pablo es un ejemplo de lo que deben hacer todos aquellos y aquellas que desean vivir en perfección, cuando la bondad divina les inspira a dejar su propio sentir y adherirse al Espíritu Santo, que desea conducirlos a la santidad bajo la dirección de aquellos a quienes su providencia elige, como hizo con Ananías para que dijera a san Pablo lo que debía de hacer, después de anunciarle que debía sufrir por su nombre.

            Después de su conversión, el gran apóstol dijo que en nada estaba apegado a la carne ni a la sangre; que había dejado el pasado y apagado sus deseos de las cosas presentes, a fin de caminar con perfección delante de Dios, más santamente aunque Abraham, no esperando recompensa temporal en esta vida, ni teniendo ciudad permanente por esperar y aspirar sólo a la futura.

            Mi divino esposo, que era mi vencedor y mi victoria parecía desempeñar el oficio de los ángeles, que acudieron a servirlo [422] después de que hubo vencido al tentador en el desierto. Me colmó de deliciosos sabores, convirtiéndose él mismo en mi alimento, mi delicia y mi gloria. Su bondad tuvo a bien otorgarme la palma que su gracia me había hecho ganar sobre la naturaleza.

Capítulo 62 - Tres transfiguraciones del Salvador: la primera, en el Tabor, la segunda, en el jardín de los Olivos, la tercera, resucitando del sepulcro, 4 De Agosto De 1635.

            [423] Durante su vida mortal, el Salvador, se transfiguró dos veces. San Pedro, Santiago y san Juan fueron testigos de estas transfiguraciones.

            La primera tuvo lugar en el Tabor, donde se demostró y manifestó su divinidad, pues el Padre lo proclamó Hijo suyo. Moisés acudió desde el limbo; Elías, del paraíso terrenal y los apóstoles, del mundo. Moisés, como representante de los muertos, y Elías de los vivos, asistieron a ella. Los ángeles no aparecieron porque no dudaban de dicha divinidad.

            La segunda transfiguración ocurrió en el Huerto, donde, por sus dolores, demostró su humanidad. Los ángeles se encontraron allí, y san Lucas dice que, después del sudor de sangre, un ángel apareció, el cual fortaleció y animó al Verbo Encarnado, considerando el exceso de amor que tenía hacia la humanidad.

            En el triunfo de los reyes de la tierra sólo se habla de gloria, exultación y alegría. El pueblo lanza exclamaciones como ésta: ¡Viva el rey! En el triunfo del Salvador sobre el Tabor, sólo se habló del exceso de ignominia y los dolores de muerte que él debía sufrir en Jerusalén; y como san Pedro no hablaba ese lenguaje y no comprendía sus puntos oscuros, no supo lo que dijo; pues la verdadera gloria del Salvador está en la cruz, que escogió para merecernos la alegría.

            Cuando los apóstoles volvieron de su asombro, sólo vieron a Jesús. Comprendí que no debía ver en todas las criaturas sino al mismo Jesús, y a éste transfigurado en sus dolores. Aprendí que debía sentir en mí lo que él había sentido según el dicho del apóstol: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ser igual a Dios, Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos (Flp_2_5s).

            El Verbo Encarnado, al que la gloria era debida en razón del soporte divino, no quiso que la parte inferior de su alma, apoyada como su cuerpo en su divina hipóstasis, gozara en la tierra de esta gloria, suspendiéndola y reteniéndola en la parte superior mediante un continuo milagro. La transfiguración fue una suspensión milagrosa para manifestar el amor que, desde el instante de su encarnación, manifestó a su Padre al satisfacer su justicia, recurriendo a sus derechos naturales, mismos que, a partir del momento en que lo ofendió, perdió el hombre junto con su justicia original, la gracia y la gloria.

            Si Jesucristo se privó de lo que le era debido, con mayor razón debemos sufrir vernos privadas de la alegría y abrazar las cruces cuando su providencia, su justicia y su bondad nos las envía o las permita para nosotros, y sentir, en compañía de este humilde Salvador, lo que experimentó a partir del momento en que tomó nuestra naturaleza, hasta aquel en que murió en la cruz por nuestra redención. Si lo compadecemos, reinaremos con él y por él. Quien ama el escándalo de Jesucristo crucificado, gozar de la glorificación de Jesucristo glorificado, gloria que comunicó a su cuerpo en el momento en que se reunió con su alma, resucitando lleno de gloria.

            Es ésta la tercera transfiguración, en la que su cuerpo recibió los dones gloriosos de impasibilidad, de sutilidad, de claridad y agilidad, con los cuales subió más allá de los cielos, convirtiéndose en nuestro precursor y el cielo supremo al elevar nuestra naturaleza en su humanidad [425] gloriosa hasta el trono de la divina grandeza, a la derecha del Padre, donde desempeña el oficio de intercesor de sus hermanos, a pesar de estar constituido como juez de vivos y muertos, y de que todo poder le ha sido dado en el cielo y en la tierra.

            En él hemos tomado posesión de la gloria. El es nuestra cabeza y nosotros sus miembros. Es por ello que san Pablo nos exhorta a buscar y aspirar a esta gloria y a desear estar continuamente a su lado; es decir, ser uno con él, lo cual pidió el Salvador a su divino Padre en la oración de la Cena, a fin de que todos fuéramos consumados en la unidad.

Capítulo 63 - El Padre celestial consuela a las hijas del Verbo Encarnado, las cuales, en razón de su elección, deben imitar los sufrimientos de Jesús, para reunirse con él en la gloria. 8 de agosto de 1633.

            [427] Después de comulgar, encomendé nuestro Instituto a mi esposo, pues por entonces sufría gran oposición. Le dije: Recíbeme según tu Palabra, y escuché en respuesta estas amables palabras: No temas, pequeña grey (Lc_12_32). Ese mismo día, lamentándome al Padre eterno de que parecía que se nos había hecho a un lado, por habérseme informado que una persona de gran influencia había dirigido su interés hacia otra parte, el Padre eterno me dijo: Ustedes son conciudadanos de los santos, y domésticos de Dios (Ef_2_19); que por ser hijas privilegiadas de su Hijo, no debía temer; que mediante el Hijo tenemos acceso a su bondad paternal; Así que ya no sois extraños ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y domésticos de Dios.

            Hija, este Instituto se establecerá, como la Iglesia, en medio de las contradicciones. Mi Hijo es su fundamento y piedra angular. El las convocará y reunirá, congregándolas de muchas naciones bajo una misma regla y profesión. El les prepara su reino así como yo se lo preparé a él. Es preciso llegar al reino celestial por la cruz y el sufrimiento. Quienes piden entrar en él así como el Verbo Encarnado, a quien la gloria era esencialmente debida en razón del apoyo divino, fue recibido en él, deben sufrir de diversas maneras. Así como se dice que el discípulo no es mayor que su maestro, las hijas y esposas no deben eximirse del sufrimiento, considerando que su Padre y Esposo sufrió antes que ellas y por ellas.

            Deben tener en mente las palabras del apóstol, huyendo del pecado y de las ocasiones de caer en él: Corramos con paciencia al término del combate que nos es propuesto, poniendo los ojos en Jesús, autor y [428] consumador de la fe, el cual, en vista del gozo que le estaba preparado, sufrió la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios (He_12_1), recordando las contra dicciones que él sufrió de parte de los pecadores, que, como tales, le causaban repulsión, ya que, debido al amor inherente a su ser, aborrece esencialmente el pecado, que en sí mismo se opone al bien y a la justicia, que es rectitud y equidad. El pecado es injusticia e iniquidad.

            Considerando lo que él tuvo que sufrir de los pecadores, sus hijas no deben perder el ánimo: aún no han sufrido hasta derramar su sangre por el celo de su gloria y por la repugnancia que deben sentir hacia la ofensa que causó la muerte de su Amor cuando era mortal. Deben estar dispuestas a morir antes que ofenderle.

            Así como él dijo que allí donde él estuviera, ahí estaría su servidor; y que donde estuviera el Esposo estaría la esposa, donde está el Padre, allí estarán las hijas. Serán recibidas como el Verbo Encarnado, el cual les dará la bienvenida a la gloria, en la que serán ciudadanas del cielo y miembros de la familia de Dios. Serán eso y más, por ser hijas, esposas y favoritas suyas.

            Por esta razón, no deben contristarse si los habitantes y poderosos de la tierra las abandonan y menosprecian. Como no son de este mundo, no deben reinar en él ni tener ciudades permanentes, debiendo aspirar sin cesar a la ciudad futura, que es la Jerusalén celestial y pacífica.

Capítulo 64 - Dulzura de la Virgen y sus maravillosas perfecciones; su gloria y los favores que ella me ha alcanzado de Dios, quien hizo de ella lo que es.

            [429] La víspera de la Asunción, vi un templo en el que estaba la Virgen rodeada de una balaustrada de azúcar. Su bondad maternal me invitó a acercarme a ella, lo cual hice con filial confianza. Recostándome en su seno, le pedí el pecho bendito y la leche con la que había alimentado a su divino hijo, diciéndole que él era mi esposo.Admiraba a esta incomparable Jael (Jc_4_17s), que, con su leche sagrada, adormeció a nuestro Sízara y sujetó, con los clavos de su humilde consentimiento, a dos naturalezas que se unieron en su seno mediante la unión hipostática.

            Al admirar dicha balaustrada de azúcar, conocí la diferencia que existe entre la majestad de la Virgen y la realeza de la tierra, pues ésta se resguarda detrás de barandas de hierro, bronce, plata y oro, lo cual es señal de su temor así como de su grandeza, ya que dichos barandales le sirven de defensa, impidiendo el acercamiento de quienes tuvieran el designio de atentar contra sus sagradas personas.

            Las balaustradas que rodean a la Virgen son, todas ellas, de dulzura y atraen nuestros afectos con su clemencia. Son un atractivo para los pequeñuelos que aman, con manos inocentes y pureza de corazón, esta azúcar y esta leche. Se adhieren a las barandas deliciosas y se levantan al encaramarse, tanto cuanto les es posible, a esos pechos que son como montañas de las que reciben su alimento. Se encuentran en su elemento en ese seno virginal, esperando de él todo su auxilio: Dichoso el hombre que me oye y vela diariamente a mis puertas, guardando sus postigos. Quien me halla, ha hallado y la vida, y alcanzar del Señor la salvación (Pr_8_35), [430] nos dice esta madre de bondad.

            Antes de la Encarnación, las puertas del cielo eran de bronce y el paraíso tenía por muralla un cerco de fuego. Desde que la Virgen recibió en su seno al verdadero paraíso, el Salvador del mundo y árbol de la vida, las murallas son de azúcar. El fuego del divino amor unió, por medio de unión hipostática, la persona del Verbo a la naturaleza humana. El Verbo Encarnado y la Virgen son, ellos mismos, las puertas que permanecen abiertas a los hijos de la gracia. En cuanto a la leche que yo pedía, no se trataba solamente del alimento de los niños, sino también a las delicias de las jóvenes y de las pastoras, las cuales la prefieren al vino. Jesucristo ama esta leche, complaciéndose en recibirla del seno de su madre y de su esposa. El dice que esos divinos pechos son mejores que el vino, pues son como uvas ciprinas, que dan leche y vino. El alma recibe el conocimiento de los misterios de la humanidad con esa leche, al acercarse al seno de la Virgen madre. El vino es un símbolo de los misterios de la divinidad. Es necesario beber de este vino purísimo en el seno del Padre Eterno, en el que eleva al alma con gracia poderosa y abundante gloria.

            Mi divino amor me invitó a esta doble experiencia: a sorber la leche de la Virgen y a aspirar el vino del Padre eterno. San Pablo dijo que tenemos un altar al que los profanos no pueden ni acercarse, ni comer de él: se trata del divino sacrificio y del adorabilísimo sacramento. Tenemos el seno de la Virgen y el seno del Padre eterno, a los que sólo las almas santas tienen el privilegio de acercarse, y en los que son alimentadas.

            Con estas consideraciones, la Virgen me preparaba a la solemnidad de su triunfo, dándome esperanzas de recibir una gracia muy grande, que no me faltó. Al día siguiente, estando en oración, mi alma, por un deseo ardentísimo, se situó en un profundo anonadamiento y desasimiento de todas las criaturas, para hacer con ello un regalo a la Virgen gloriosa y triunfante, animando a todas ellas a alabarla como a hija del Padre, madre del Hijo, esposa del Espíritu Santo y emperatriz de cielos tierra. En acción de gracias y para incremento de su gloria, le entregó‚ todo cuanto había recibido, pidiendo esto mismo a la Santa Trinidad, única conocedora de la grandeza de las perfecciones que ha concedido a esta Virgen, y única en valorar dignamente todos sus méritos y darle la gloria que le es debida por todos ellos. [431] Entonces fui elevada al sublime conocimiento de la maravillosa gloria de la Virgen, escuchando estas palabras: "Santa madre de Dios, has sido exaltada sobre los coros de los ángeles en el reino de los cielos". La contemplé elevada en Dios con una elevación tan alta, que todas las criaturas la perdían de vista; elevación tan admirable en cuanto al alma y el cuerpo, que me es imposible expresarla.

            El Verbo divino jamás dijo a criatura alguna: "Tú eres mi verdadera madre; me has dado una naturaleza unida a mi persona". María Virgen, y ninguna otra, es su madre natural. Por ello la elevó a tan alto grado de gloria, que la de todas las demás criaturas juntas no se aproxima a la de la Virgen. Todas la han recibido parcialmente, lo mismo que la gracia; María, en cambio, con plenitud. Mi amor me dijo: "No es suficiente darle el título de emperatriz del cielo y de la tierra, como se hace comúnmente". Me ordenó llamarla reina madre de la divinidad, pues ella la recibió en dote junto con la persona del Hijo, sobre el que su calidad de madre le da autoridad.

            Se desposó, como hija, con estas tres cualidades, ingresando en la comunidad de las tres divinas personas por privilegio especial, y el Dios trino y uno le concedió, por amorosa dilección, todo lo que ella posee por encima de las puras criaturas. La heredad y la dote pertenecen a los hijos.

            Me pareció que las hijas de esta madre del Verbo Encarnado participan con gran ventaja de su grandeza, y que cuando mi divino amor me ordenó engendrarlas y multiplicarlas a través de la institución de esta orden, dándolo a conocer y haciéndolo adorar nuevamente en la tierra, era yo no sólo su hija, sino también su madre en esta segunda Encarnación, exhortándome a dirigirme con audacia a esta divina Reina madre, que es tan magnífica como rica, y que posee en sí tanta dulzura como grandeza, lo cual me ofrece en su muy amorosa y maternal inclinación, haciéndome partícipe de sus bienes y de sus títulos de honor y de gloria.

            Yo la contemplaba tan eminente y tan augustamente ensalzada, sentada en el trono de la gloria que su Padre, su Hijo y su Esposo prepararon y destinaron a sus méritos y a la dignidad de su divina maternidad. La admiraba resplandeciente de hermosura en aquel rutilante [432] trono de claridad, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres.

            En uno de sus éxtasis, Isaías contempló a los ardentísimos serafines, que se cubren los pies y la cabeza al adorar a su majestad divina, que está sentada en ese trono de gloria. El cuerpo del Salvador fue tomado, formado y alimentado del de la Virgen; es la sustancia que Dios elevó hasta el Verbo divino para ser unida a Jesús mediante la unión hipostática. Su admirable unión con Dios la llevó a entrar en posesión de sus divinas grandezas, por ser su Padre, su Hijo y su Esposo.

            Así como las reinas madres tienen una pensión asignada sobre parte de los bienes de los maridos, así Dios le comunicó, por una participación muy sublime y sin par, varias de sus perfecciones, que la hacen única y singular entre todas las criaturas: tus años no se acabarán (Sal_102_27). Jamás cambiará, imitando la eternidad de su hijo y dejando las vicisitudes a nuestra mortalidad, pues todos nosotros pasamos como el agua y desfallecemos, acercándonos a la tumba de momento en momento: todos moriremos, y nos disiparemos como el agua. Como su hijo es el soberano monarca del cielo y de la tierra, es digna portadora de los títulos de reina y emperatriz universal: tuyos son los cielos. Todo está sujeto a la madre y al Hijo, aunque no con igualdad, pues el Hijo posee este dominio por naturaleza, y la madre por privilegio. Esta elevación me fue representada por lo que está escrito en Esdras, donde el Profeta, al hablar a Dios, dice: De entre todas las flores de la tierra, elegiste un lirio para ti; y entre todas las aves de la creación, llamaste a una para ser tu única paloma.

            La Virgen es el lirio que, sobre todas las flores de la tierra, fue escogido en cuanto al cuerpo y en cuanto al alma, habiendo el cuerpo aportado la sustancia a la humanidad del Verbo, y el alma, un generoso consentimiento. Esta paloma voló más alto que todos los pájaros del aire, aleándose más allá de los cielos y de los espíritus angélicos. Esta fecunda paloma no conoció al Verbo divino antes de volar sobre las montañas de Judea, al ir a visitar a su prima Santa Isabel. La plenitud de Dios le dio agilidad y el amor sagrado le sirvió de peso, por lo que voló a llenar de gracia y de verdad a aquel que debía, en su nombre, en sus obras y mediante su palabra, anunciar al autor de la gracia y de la verdad, el cual, habiendo ya colmado el seno de María, debía poco después comunicarse al resto del mundo. María es la bella Esther, y solo ella, quien, por ser agradable a los ojos de Asuero, subió hasta el trono real, deseando preparar a la divinidad un banquete delicioso en extremo, para exterminar el pecado y dar muerte a Amán.

            El Padre eterno le confirió el poder de pedir lo que ella deseara, prometiendo no rechazarla aunque se tratara de la mitad de su reino, pero ella pidió cierta cosa más grande que todo eso, al decir: Hágase en mí según tu palabra, lo cual la convirtió en madre de Dios según la palabra que el ángel le había llevado de su parte. El decreto de que este Hijo se haría hombre después de su fiat, se dio en él asamblea secreta de la muy Augusta Trinidad. Sería, sin embargo, un hombre mortal y mediante la muerte del Verbo Encarnado, la humanidad entera sería rescatada y destruido el cuerpo del pecado.

            La Virgen sufrió incomparablemente ante esta muerte, padeciendo así con su Hijo, que se había convertido en oprobio por los pecadores. Se manifestó semejante a la carne del pecado, habiéndose hecho pecado, según expresión de san Pablo, es decir, víctima por la expiación del pecado. Fue clavado en la cruz no en la ciudad de Susa, sino en las afueras de Jerusalén. Compareció ante todos con sus llagas empurpuradas, que seguían manifestándose por toda la duración de la eternidad, mostrando el resplandor de la majestad del Hijo del hombre, es decir, del Hijo de la Virgen.

            Comprendí que esto no se realizó sin misterio: este príncipe hizo preparar su banquete real a la entrada de un delicioso vergel, al abrigo de tiendas y tapicerías de púrpura y de jacintos, que figuraban las llagas de las manos, de los pies y del costado de aquel que nos mereció el bien y el poder gozar de estas delicias. La esposa dice que las manos de su esposo, perforadas por los clavos, están cargadas de jacintos; las meritorias cicatrices que conserva son las marcas imborrables de la divina justicia, y se dice con razón que la palabra justicia debe grabarse sobre las puertas del cielo, y misericordia sobre las del infierno. Por la muerte del Salvador, el pecado fue exterminado y arrojado fuera del cielo por una justicia rigurosa, y encerrado en el infierno por una excesiva misericordia. Pero volvamos al banquete que Dios nos ha preparado en virtud de la cruz de su Hijo. Las almas que siguen aquí [434] abajo, banquetean fuera de la ciudad junto con el pueblo; pero las que gozan de la gloria, saborean sus delicias en la habitación del rey. Este favor es concedido en ocasiones, como de paso y sólo por un tiempo, a algunas personas, poquísimas, que aman y son queridas y muy amadas durante esta vida mortal. Esta divina Esther conserva, en todo y en todas partes, el primer rango; es la escogida entre todas, así como el lirio entre las flores de la tierra, y como la paloma entre los pájaros del cielo.

            Mi espíritu continuaba en una gran admiración, contemplando la magnificencia y el brillo de la gloria de la Virgen, que no podría describir aunque tuviera la lengua de los querubines. Estaba del todo transportada, fuera de mí misma y comencé a desfallecer. Exclamé tres veces: ¡Oh gloria admirable! Estaba arrobada ante las bellezas que contemplaba en la Virgen, pero lo que me fortaleció fue que me vi sorprendida por mis hijas, ante quienes no pude disimular que se trataba de una operación divina. Recordé entonces lo que mi divino amor me advirtió en otra ocasión parecida en que perdí el aliento ante las divinas operaciones a causa del temor y respeto humano diciéndome que era una rudeza grandísima que una casta princesa rehusara las inocentes caricias del rey, su esposo, por temor a los pajes y lacayos.

            Mi divino amor me dijo que no importa tanto saber por qué camino llegó la Virgen a este grado de honor y de grandeza, cuanto conocer el resplandor de su gloria. Esto fue lo que aprendí durante dicha contemplación, pues en todo momento se me representaron estas palabras: Bienaventurada tú que creíste, que se cumplirían las cosas que se te han dicho de parte del Señor Lc 1:45). El me hizo ver que el triunfo de este día era efecto de la humildísima y admirable fe de la Virgen, fe generosa por haber creído que podía ser madre de Dios sin detrimento de su virginidad, y que, para complacerlo, debía dar su consentimiento a su embajador con un hágase en mí. Esta fe, que sobrepasa la de todos los hombres en generosidad, no pudo detenerse ante el conocimiento de su propia bajeza, y por ello llegó a tan gran altura. Fe humilde que se abajó al centro de su nada, excluyéndose, al mismo tiempo, hasta el punto de consentir en la maternidad de Dios, de manera que, con justa razón, se pueden designar su magnanimidad y humildad como las dos columnas de la fe de la Virgen, sobre las que se levantan los trofeos de sus victorias y el trono de sus reales grandezas.

            [435] La Virgen me invitó a pedir una fe altísima y magnánima, asegurándome que todo lo que su Hijo y ella me habían prometido respecto al establecimiento de nuestra Orden, tendría, al fin, su cumplimiento. A esto respondí: Hágase en mí según tu palabra. Me confié a esta Santa Virgen, que acudía en mi auxilio, diciéndome que me ayudaría y que era ella quien me había exhortado a tomar entre manos el designio de Dios y corresponder a él con fe y confianza en su poder. Sólo experimentaba en mí una fe y un valor interiores; ninguna fuerza ni poder físico. En mi impotencia y debilidad, me vi fuerte en Dios, que me confortaba con las oraciones de su madre.

            Sentí que, a medida que me despojaba de todas las criaturas, y aun de mi propia gloria eterna, si Dios me lo hubiera pedido, era revestida de fe y esperanza como de una túnica o vestidura divina y luminosa. Esto no parecer extraño a quien considere que la Escritura atribuye a Dios la luz como una vestidura gloriosa. Al crecer en mi alma la fe, fui invitada a emprender el vuelo como una paloma y, sobrepasando a todas las criaturas, a fijar mi vista en el trono eminente de la Virgen, para contemplar en él la participación misteriosa que obra la divinidad con tan augusta Virgen y madre. Esto no significa que Dios se vea privado del poder que concede a la Virgen, o que se dé la igualdad entre el creador y la criatura; pero de una manera amabilísima, veía yo que Dios se daba como heredad y dote a la Virgen, recibiéndola en su gloria mediante una eminente comunicación de la misma, que esté reservada únicamente para la Virgen, la cual se regocijaba ante el beneplácito divino, que quiso invitarme, una vez más, a alegrarme de su triunfo.

            De éste recibí gracias grandísimas e impresiones admirables como la firmeza. A manera de canciller o dignatario, entré en Dios y participé en las grandezas maternales y en los tesoros de la Virgen madre. Como esposa del Verbo Encarnado, su Hijo, fui invitada por él, como otra Rebeca, conduciéndome divinamente hasta su cámara nupcial y diciéndome que él era mi esposo como Isaac lo fue de Rebeca, y que esta Sara Virgen, su madre, deseaba que ocupara su lugar [436] en la tierra; que debía yo alegrar la tierra después de ella, y que tenía necesidad de una fe generosa para llevar a cabo aquello para lo cual estaba destinada.

            Se me comunicó a continuación que los tres dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y que tres dan testimonio en la tierra: el agua, el espíritu y la Sangre; Jesús, María y Jeanne. El Espíritu es Jesús, porque vivifica al mundo; María es la sangre, porque la sangre que nos compró fue tomada de la sustancia de María. El agua es Jeanne, porque ella dar un nuevo testimonio de la bondad de Dios en estos últimos tiempos, testimonio que se extender como el agua, diciéndome que recordara que el Espíritu del Salvador hace brotar en el corazón de los fieles una fuente que salta hasta la vida eterna.

            Prosiguió diciéndome que aquellos que, como yo, deben dar testimonio del Espíritu tienen necesidad de una fe eminente; que, junto con estas, todas las promesas se cumplían y yo dar‚ un testimonio perfecto e irreprochable; que verter‚ las aguas de las gracias y de los conocimientos que el cielo me ha dado ante el asombro del mundo y la alabanza de su divina bondad y que, después de ser colmada de ellas, las comunicaría en abundancia: Bebe, pues, del agua de tu aljibe, y de los manantiales de tu pozo. Rebosen por fuera tus manantiales y espárzanse tus aguas por las plazas (Pr_5_15s).

Capítulo 65 - Pedí a mi divino esposo el contagio del santo amor para todas mis hijas y para quienes aman su Orden, 16 de agosto de 1633.

            [437] El día de san Roque, encontrándome mal y considerando que todo el mundo lo invocaba para librarse del contagio, el amor me sugirió una nueva idea, haciéndome pedir un sagrado contagio en el cual, mediante el divino contacto, se reciba, no un mal, sino el ardor que hace morir al cuerpo, la llama celestial que santifica al alma.

            Este contagio reside en las tres divinas personas, y el Verbo lo trajo al mundo, comunicándolo mediante el contacto de su humanidad, aliviando al alma y purificando el cuerpo. Pude exclamar: Cuando le amo, me conservo casta; cuando lo toco, me purifico.

            Agradecí a mi esposo que a la hora de la tormenta, del diluvio de este mal, me hubiera enviado fuera de Lyon como una paloma, volviéndome al arca de la congregación cuando la peste hubo pasado, portando la rama de olivo del Verbo Encarnado.

            Como este nombre me fue revelado durante mis viajes, pedí llevar esta rama de olivo de la misericordia todos los días de mi vida, y que fuese voluntad del divino Padre que no me abandonara a la hora de la muerte, a fin de que la alabara por toda la eternidad; que fuese su deseo concederla a todas las hijas de su Orden así como la había hecho pasar a todas las generaciones desde Abraham hasta [438] el día de su encarnación; que se complaciera en purificar a todas las personas que amaran su Orden por su amor, cuya venturosa dolencia les deseaba; y que a través de un contagio de gracias, les fuera permitido asociarse a su divino Padre por su mediación, según las palabras escritas por san Juan acerca de su aparición en el mundo, de la cual él y los demás discípulos fueron testigos, y cuyas manos tocaron al Verbo de vida que existía y existe en el seno del divino Padre: Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo (1Jn_1_3).

            Por esta sagrada unión, los santos son purificados en virtud de la sangre del Santo de los santos, que los ha iluminado con su luz: Si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado (1Jn_1_7).

            Esto es lo que debemos pedir en el tiempo y en la eternidad a aquel que nos amó primero, llamándonos a la santidad por su indecible bondad. Amén.

 Capítulo 66 - El amor divino escogió la cruz para comunicar su alegría. Participación que la Virgen tuvo en una y en otra durante la Pasión y en su Asunción. 18 de agosto de 1633.

            [439] A eso de las tres de la mañana, mientras oraba, vi un delfín coronado con una diadema radiante de luz. Después de la santa comunión, mi divino esposo, abriendo mi corazón a la alegría, me dijo que se entregaba a mí para que sobreabundara en gracia, haciéndome como un mar, pues deseaba morar en mí como el delfín en el océano, donde se complace en reinar sobre todos los peces. Añadió que él era mi Dios y mi rey, y que yo debía ser toda suya. Al considerar este exceso de amor, mi alma conoció que procedía del manantial de su bondad, que en sí es comunicativa, admirando el amor del Padre, que le movía a entregar a su único Hijo para que él mismo me salvara; y que, pudiendo haber optado por la alegría, se decidió por la cruz.

            El amor divino, que se complace en favorecer a los que ama, me dio una señal de benevolencia, invitándome a subir en seguimiento de la Virgen madre, cuya triunfante Asunción admiraba la Iglesia. Así como durante la pasión fue sumergida en el dolor, en su Asunción fue coronada de dicha; en aquella hubo un mar de amargura; en ésta, un mar de dulzura en el que el delfín eterno-temporal se mostró siempre como el rey.

            [440] Fui elevada, mediante una gracia extraordinaria, a ese augusto seno en el que contemplé, en una visión admirable, cómo el Padre amó tanto al mundo que le dio a su Hijo, y cómo el Hijo, teniendo la forma de Dios, no estimó como usurpación hacerse igual a Dios, al enfrentarse a la cruz y a la alegría que se le proponían. Escogió, sin embargo, la cruz debido al gran amor que profesaba a la gloria de su Padre, así como por la dulzura de su benignidad, pues se compadecía de las miserias de la humanidad.

            Quiso hacerse hombre, pero hombre mortal, para morir por la humanidad. No se contentó con el anonadamiento de su Encarnación y de la forma de servidor y esclavo que escogió desde toda la eternidad para levantar a nuestra naturaleza hasta el trono de gloria, después de haberla apoyado con su soporte divino. Mi Amor deseaba adquirir esta gloria a través su propia confusión; esta alegría por la tristeza y este trono de felicidad por el dolor. Haciéndose sacrificio y pontífice para padecer, se ofreció en holocausto sobre la cruz, que fue el santo de los santos al que subió una sola vez, lavándonos en su sangre y obrando una eterna redención que el amor divino había ideado, a fin de que supiéramos cuanto nos ama el Padre, en cuyo seno contemplé la invención de la cruz, a la que su Hijo amó más de lo que puedo expresar.

            Observé esta cruz en el seno de la Virgen madre después de que ella dio su consentimiento, al decir: Hágase en mí según tu palabra. A partir de aquel fiat, la Virgen aceptó la cruz al recibir [441] el gozo de la venida del Verbo Encarnado en su seno, el cual dijo: Heme aquí, Padre; recibo este cuerpo para sacrificártelo. No me opondré a que sea azotado, desgarrado, crucificado y perforado por clavos y una lanza después de la muerte. El amor que tengo a tu gloria y a la salvación del género humano es más fuerte que la muerte. Mi madre sobrevivirá estos dolores y esta muerte. Ella sentirá lo que yo sufra; estará de pie sobre el Calvario en el día de mi confusión. Que se siente sobre el empíreo, en torno a mi resplandor de gloria. Como pidió asemejarse a mí en el dolor, ahora deseo que esté conmigo en la felicidad. Al entregarme a la muerte por toda la humanidad, mi madre ratificó su donación, a pesar de que la intensidad con la experimentó mis sufrimientos cobró mayor fuerza cuando la espada de dolor traspasó su alma en el momento de perforar mi costado.

            Al escuchar lo anterior, me ofrecí a acompañar a mi esposo y a su santa madre, para participar en sus dolores con un afecto sincero, pues dichos dolores son más deseables que todas las delicias de la tierra. Como el doctor seráfico así lo comprendió, pidió a esta madre de dolor participar en ellos: Porque tu pasión y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea. Haz que su cruz me enamore; y que en ella viva y more, de mi fe y amor indicio. (Stabat Mater)

            Este gran doctor estaba tan enamorado de los dolores del Hijo y de la madre, que sufría al no sufrir al grado que su amor le confiriera los sufrimientos de Jesús y de María, asegurando que la negativa que esta Virgen le hiciera de herirlo con esas dichosas [442] heridas, lo heriría por no haber sido herido, sabiendo que es propio del amor igualar a los enamorados, haciendo comunes sus alegrías y sufrimientos. Así sea.

Capítulo 67 - El matrimonio del Verbo Encarnado y tres grados de pureza en estas bodas sagradas, en las que las delicias y los gozos son purísimos y acrisolados, por lo que divinizan a la esposa.

            [443] El día de nuestro padre san Agustín, fui elevada en un arrobamiento en el que conocí y experimenté las dulzuras del matrimonio entre el alma y el Verbo Encarnado, comprendiendo de manera purísima lo que quiso expresar una de las más queridas esposas del Salvador: la gloriosa virgen Santa Inés: Al amarlo, me conservo casta; al tocarlo, me purifico; al recibirlo, permanezco virgen. Palabras que señalan la santidad incomparable de estas bodas celestiales que engendran vírgenes, en tanto que las terrenales las marchitan.

            Comprendí que esta santa distinguía sutilmente tres grados de integridad, a saber: la castidad, la pureza y la virginidad. La castidad es un acuartelamiento de los deseos y placeres sensuales en la esposa del Verbo Encarnado que aspira a estas bodas; es un desasimiento, un entero y total desprendimiento de todo lo que está fuera de Dios y que no es su Dios, lo cual obtiene por medio del amor, que tiende y dirige todos sus afectos hacia su esposo, no poniéndolos en criatura alguna si no están marcados con la imagen de aquel a quien ama únicamente: Al amarlo, me conservo casta. De este atrincheramiento de los afectos nace la integridad y pureza del alma, pues la impureza es el resultado de una cosa imperfecta; así, decimos que el oro mezclado con otros metales de menos ley es impuro, quedando purificado al ser separado de ellos.

            La exención de manchas y turbiedad es sólo parte de la pureza. Es necesario, además, un factor positivo, que consiste en un cierto lustre, un destello y belleza que se adquiere mediante la alianza con cosas más perfectas que, sin perder algo de sus perfecciones, la comunican a los demás con gracia y santidad mediante una pura unión; pureza y hermosura que el alma recibe de su divino Esposo: al tocarlo, me purifico, el cual, con sus besos sagrados, comunica sus bellezas y sus luces a su fiel esposa.

            El tercer grado es la virginidad, que se engendra en la consumación de este matrimonio mediante la unión, o sobre todo, la unidad del alma con Dios, llegando a ser un mismo espíritu por una unión misteriosa e inexplicable sin imperfección, en la que Dios eleva a la esposa que se ha convertido en él, uniéndose a ella sin confusión del ser creado con el increado. El alma se pierde admirablemente en Dios sin dejar de ser y sin mutación en la realidad del ser de Dios, pero permaneciendo en este soberano ser como en su principio, su medio ambiente y su fin, así como explico más arriba.

            Me veo iluminada por la luz que Dios comunica a mi alma mediante la similitud de la humanidad que subsiste en el Verbo, que sin embargo retiene su propio ser. Esta diversidad de ser no impide la unidad de la persona con Jesucristo en el matrimonio del que he hablado, ni que el esposo sea uno con la esposa, ni que Dios y el alma se fundan en una unidad de ser inexplicable, que se concede conservando la distinción de sus personas y de su cuerpo, más allá de costumbres, carácter, espíritu y voluntad. Son éstas las metamorfosis de la gracia, que transforma el alma en Dios sin decolorar al ser amado, el cual conserva su colorido, y, sin detrimento alguno, comunica a la esposa lo que ella no tenía; él tiene lo suyo, que le es inseparable.

            En esta unidad de espíritu germina el lirio de la virginidad, que es la pureza en su grado más sublime de nobleza, pues nada hay más virgen que Dios, ni nada más fecundo que la naturaleza divina, con la que el alma llega a ser (en la consumación de este matrimonio, mediante una firme e inviolable adhesión), un solo espíritu con Dios: al recibirlo, permanezco virgen. La Virgen fue más pura al concebir al Verbo Encarnado por la virtud del Altísimo y por la venida del Espíritu Santo, que la cubrió con su sombra cuando el Verbo Encarnado se revistió de su sustancia.

            Es imposible expresar la alegría que recibí entonces. Algo se podrá conjeturar con estas palabras de David, que me fueron explicadas: Alégrense los cielos y alborócese la tierra (Sal_96_11).El cielo y la tierra se asocian en esta fiesta: el cielo, que es la Trinidad santísima de la divinidad; la tierra, la humanidad santa; el cielo del alma de este divino Salvador, y la tierra de su cuerpo. Jesucristo es el verdadero cielo, el verdadero empíreo y la tierra sublime. El esposo, que es el cielo y la tierra, que es la esposa, se regocijan. ¡Oh alegría cuan grande eres por ocupar y llenar a tantos corazones!

            Me dijiste, querido amor, que me habías escogido y elevado a esta gran dignidad de esposa, y que todo debía regocijarse en mí: el cielo de mi alma y de mi espíritu, y la tierra de mi cuerpo: resuene el mar y cuanto [445] lo llena (Sal_96_11). El mar entero de la divinidad parecía conmocionarse, por bondad inexplicable, para verter su plenitud en mí, que estaba abismada y sumergida en la plenitud de sus delicias. Ningún vacío vi en mí, pues todas las potencias de mi alma, todos mis miembros, todas mis partes interiores y exteriores, estaban colmadas y nadaban en un océano de dulzura: salten de gozo los campos (Sal_96_11). Los campos de los sentidos exteriores estaban plenos de gozo. Todo contribuía a mi contento: y todo cuanto contiene (Sal_96_11). Todas mis potencias sentían una fruición particular; es decir, todo lo criado recibe no sé qué perfección y adorno en estas bodas, y toma parte en su regocijo: Entonces gozarán todos los árboles de la selva (Sal_96_12). Únicamente las personas carnales, que sólo buscan su satisfacción en la basura, son incapaces de comprender lo que digo: grande misterio es éste entre Dios y mi alma, que ha sido convertida en su tabernáculo. El quiso escoger, por amorosa dilección, no sólo mi alma, sino además mi cuerpo, que es todo suyo por voto y donación irrevocable: y poseerá a Judá como herencia suya en la tierra santa, y escogerá otra vez a Jerusalén. Callen todos los mortales ante el acatamiento del Señor; porque él se ha levantado y ha salido de su santa morada (Za_2_12s).

            Muchos no entenderán lo que digo, porque no han experimentado los favores que el Espíritu divino concede a aquellos o aquellas que se entregan del todo a él, dejándose regir por sus mandatos y obrando según sus sagradas mociones. Quien se adhiere a Dios, se hace un mismo espíritu con Dios; por ello, las esposas que han recibido sus divinos favores pueden exclamar con el apóstol: Nosotros, pues, no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el espíritu que es de Dios, a fin de que conozcamos las cosas que Dios nos ha comunicado, las cuales por eso tratamos no con palabras estudiadas de humana ciencia, sino conforme nos enseña el espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual (1Co_2_12s).

            La parte animal del hombre, o el hombre animal, no penetra en las gracias que son del Espíritu de Dios, pues para él todas son una necedad, y no puede entenderlas, puesto que se han de discernir con una luz espiritual (1Co_2_14). El hombre espiritual juzgará todas las cosas, y nadie puede juzgarlo a él. Porque, ¿Quién conoce la mente del Señor, para darle instrucciones? Mas nosotros tenemos el espíritu de Cristo (1Co_2_16).

            Ha sido del agrado del divino esposo instruir a su esposa y revelarle sus secretos porque la ama y confía en la fidelidad que su divino Padre le ha concedido, ya que todo don perfecto y bueno viene de arriba, del Padre de las luces, en el que no existen sombra ni altibajos: nunca se arrepiente de sus dones.

 Capítulo 68 - Inclinación que tiene Dios de comunicarse. Divisiones y uniones que obra el amor. Cuatro génesis que me dio a conocer.

            [447] El 7 de septiembre de 1933, Dios me reveló, en una altísima contemplación, que la inclinación que tiene a comunicarse es tan grande, que si supiéramos que no puede estar sujeto a pasión alguna, y que su soberana sabiduría es infalible, calificaríamos su amor de santa locura y pasión extrema.

            Entendí que el amor lleva a la división y a la unión al mismo tiempo, porque quien ama quisiera desprenderse y arrancarse de sí mismo para comunicarse y unirse a su objeto, haciéndose uno con él. Sansón permitió que su querida Dalila lo atara y encadenara externamente, por estarlo ya interiormente. Los lazos sensibles del cuerpo parecían aligerar los que ya llevaba en su espíritu, porque, cuanto más fuertemente se está atado en el alma, tanto más ardientemente se desean los lazos que atan nuestro cuerpo con el objeto que amamos, si es sensible. En medio de los bulliciosos amores del mundo, vemos que los listones, las trenzas, los cabellos y otros lazos parecidos son testimonios de afecto; tan verdadero es que el amor exige los lazos, la unión y la división. Se goza en sus heridas, sin que la una impida la otra, a pesar de parecer contrarias entre sí. Comprendí que Dios, al multiplicarse en sí mismo mediante la distinción de personas, retiene la unidad de la esencia y de la divinidad, permaneciendo siempre indivisible.

            Contemplé cómo las personas en Dios, a pesar de [448] su distinción y multiplicación, están unidas en la identidad de la simplísima naturaleza que poseen. Las admiré enlazadas por el vínculo indisoluble de su amor, que es el Espíritu Santo, que liga al Padre y al Hijo, uniéndose a ellos con un mismo lazo que lo afianza a ellos con un mismo nudo.

            Dios está dividido en sí mismo, permítaseme la expresión, mediante la división de personas, y sin afectar su unidad, se difunde fuera de sí compartiendo sus perfecciones con las criaturas por una división admirable, a pesar de permanecer en sí mismo con toda la inmensidad de sus atributos y de su grandeza, pues esta división no se efectúa con jirones o piezas arrancadas del ser de Dios, sino por una participación de perfecciones semejantes que Dios comunica a las criaturas al compartir con ellas su ser. Si, movido por su amor, quisiera, además, recolectar, por así decir, estas divisiones y (como) parcelas de su bondad, y único capaz de este enlace, las atraería a sí con ataduras de caridad para entregarse a ellas: atrajo a Adán con sus cordeles. Son éstas las continuas atracciones de Dios hacia la criatura, y de ésta hacia Dios, cuya intermediaria es la caridad.

            El amor infinito de Dios no se contentó con estos lazos y divisiones, sino que ideó un medio por el cual Dios, indivisible en sí mismo, se situó en estado de sufrir cierta clase de división y sujeción, lo cual puso por obra en la Encarnación, mediante la cual, al hacerse hombre, experimentó en su alma las divisiones y sentimientos del amor en la diversidad de sus afectos y en la variedad de las mociones de su corazón. Lo mismo sucedió con las heridas del mismo amor en su cuerpo, que, por dichas razones, quiso que fuera pasible. Por ello, fue dividido y guardó, como trofeos del amor, las huellas y cicatrices de las llagas y divisiones que el amor imprimió en su carne inocente, aunque para esto se haya servido de la mano mortífera de sus enemigos.

            [449] Comprendí que, aunque Adán no hubiera pecado, el Verbo se habría encarnado a fin de satisfacer la tendencia de su amor, y hacerse capaz de dichas divisiones. Para hacerlo con mayor provecho, no impidió la ofensa de Adán, la cual le dio ocasión de exponer su vida y recibir en su cuerpo pasivo y mortal las heridas y fragmentaciones cuyas cicatrices seguimos adorando. En cuanto a los lazos, su propia hipóstasis sirvió de atadura al Verbo para unirlo estrecha y sustancialmente a la criatura humana. Se ligó a las entrañas de su madre Virgen, adhiriéndose de tal suerte a ella que se fundieron en un solo ser, por lo que ella pudo exclamar: Cayéronme los cordeles en parajes amenos; y me encanta mi heredad. Bendigo al Señor, porque me dio consejo (Sal_16_7).

            La bondad y la belleza divinas me poseen admirablemente, por haberse ligado a una parte de mi sustancia. Bendigo al Padre eterno por haberme entregado a su Hijo, que es el término de su entendimiento, para hacerse hijo mío, el cual nos es común por ser indiviso. El es heredero universal de todos sus bienes. Es mi hijo y mi heredad. Es el primogénito de todos sus hermanos. Lo que es por naturaleza, quiso que fuera yo por la gracia. Está ligado conmigo como con su madre. Estamos unidos eterna, deliciosa, humana y divinamente. El ama estos lazos y se ha atado con las especies sacramentales en la Eucaristía. En ella ha ligado sus sentidos, que subsisten sin ejercer sus funciones; y así como los que aman se miran y dejan atar voluntariamente, el Salvador ama el estado al que lo reduce el sacramento, porque en él se contempla en un verdadero estado de amor, permaneciendo siempre uno en conjunción con su Padre, aunque parezca estar dividido y separado de él por la Encarnación. Es éste el gran misterio que reveló a san Juan, su predilecto, al que apretó contra su pecho, ligándolo a su seno para figurar la unión que deseaba tener con todos sus elegidos por la gracia y por la gloria.

            Después de la gran inclinación de Dios, que lo mueve a amar hasta las clases de génesis: uno eterno en Dios; otro temporal en la [450] creación del mundo, que duró seis días; un tercero en la Encarnación del Verbo, que fue el término y restauración del segundo, y un cuarto que es el de los bienaventurados en la gloria.

            En el primer génesis, que no tuvo principio ni terminará jamás, observé la comunicación que de su ser hace el Padre al Hijo, y del de ambos al Espíritu Santo. Vi también que en esta distinción de personas radica la unidad de la esencia que impide que la multiplicación cause la división del ser, así como la circumincesión, por la que el Padre está en el Hijo y el Espíritu Santo en ellos. Vi cómo el Espíritu Santo, como amor subsistente y sustancial, es el lazo de unión entre el Padre y el Hijo, a los que él mismo se ata.

            Comprendí que el génesis del tiempo, que Moisés nos describió, ocupó a Dios por espacio de seis días, a pesar de que hubiera podido terminar esta obra en un momento. Sin embargo, quiso comportarse como un joven aprendiz que se ejercita en trabajos muy fáciles y de poca monta, antes de ocuparse en los más importantes. Vi que el hombre fue la última pieza del universo en la que Dios trabajó, habiéndose como ensayado en las demás; y que no descansó hasta la formación de Eva, no sólo porque Adán no debía quedar sin compañía, pues no fue creado únicamente para él, sino porque Dios no terminó su obra sino hasta después de haber creado a María, de la que Jesús, el ornato del cosmos, para cuya gloria trabajó Dios, debía nacer. Por ello, sólo ocupó seis días en este segundo génesis.

            En el tercero, que es el de Jesucristo y de María, transcurrieron más de cuatro mil años. Dios y la naturaleza engendraron tan maravillosa obra. El génesis que escribió para nosotros san Mateo es mucho más noble y misterioso que el que nos dejó Moisés. Dios se arrepintió de haber creado al hombre, ya que su obra distaba de ser perfecta porque él mismo, con sus propios delitos, destruyó y empañó la belleza que recibió de su divino artesano. Dios permitió esta destrucción para hacerlo mejor. Tales son las industrias de Dios: derriba para construir y afirmar, cuando se piensa que el edificio se ha desmoronado y es una ruina. En el tercer génesis, los designios de Dios consistieron en abolir la maldición en que el hombre, su obra principal, había incurrido. Quiso que su Hijo, al tomar esta maldición sobre sí, nos atrajera la bendición. Para figurarla, impidió que Balán maldijera al pueblo de Israel durante la persecución del rey Balac, pues su propio Hijo quiso llevar y borrar esta maldición con la infamia de su muerte, y levantar así la maldición fulminada sobre el orden natural.

            El se perdió para liberarnos, amando sus propias pérdidas para hacerse nuestra ganancia y remuneración, y permitiendo que los mismos vicios sirvieran para su reparación. Así, el incesto de Lot dio comienzo a la raza de Moab, de la que descendió Ruth, una de las antepasadas de Jesús, Dios y hombre, lo cual, no sin misterio, recordó san Mateo.

            Ahora bien, como todo este génesis ocurrió en el seno de María, y su hijo la amó más que a todo el resto de las criaturas, puedo afirmar no sólo que esta Virgen madre levantó la maldición del mundo, sino que su hijo la creó y comenzó a existir en ella, librándola de las impurezas de la concepción y de los dolores, manchas e inmundicias que acompañan a los partos, así como de toda clase de culpa original y actual; y que este divino Hijo de sus benditas entrañas la amó con una pasión más grande que la de Rebeca hacia Jacob, pues esta última, deseando obtener la bendición de Isaac, su marido, y el derecho de primogenitura para su querido Jacob, se expuso a recibir una maldición sobre ella si el buen anciano se daba cuenta del engaño. Jesucristo sufrió en verdad el anatema para alcanzar las bendiciones del cielo sobre sus elegidos, haciéndolo por prevención en su madre. Le profesó tanto amor como el Sansón cuando vio a la filistea; de cuyos encantos quedó tan prendido, que le fue imposible seguir morando con [452] sus padres y dejó todo por ella. De manera semejante, cuando el Verbo contempló a María en la mente divina desde la eternidad, a partir de entonces, por así decir, resolvió dejar el seno de su Padre para encarnarse en sus entrañas. Fue María quien lo atrajo a la tierra, y fue por María que se libró, o tuvo lugar, el primer combate en el empíreo entre los ángeles. Lucifer y sus secuaces, hinchados de la vanidad de su propia hermosura, no pudieron sufrir que el Verbo se dejara atraer y atar a una naturaleza que consideraban inferior a la suya, pues desconocían las excelencias de aquella hija, madre y esposa sobremanera incomparable.

            Este Hijo divino surgió del seno virginal como del seno del Padre eterno, sin lesionar la virginal pureza de su madre. El Espíritu Santo había purificado y santificado divinamente su seno, comunicándole claridades adorables para concebir al que el divino Padre engendra en el esplendor de los santos, que es su Hijo único. El Espíritu Santo, viendo que la Virgen no hubiera podido resistir tan resplandeciente luz, la cubrió con la sombra de una adorable nube, a manera de pabellón, cuya hermosura hacía palidecer la belleza de los pabellones de Jacob, a pesar de que su encantador panorama arrebató de admiración a Balán, moviéndolo a cambiar su maldición en bendición; belleza que es imposible comparar a la que adornó a María.

            El Verbo Encarnado se lanzó como otro Jonás al fondo del océano para apaciguar la justicia de su divino Padre y para seguir sus inclinaciones. Se ligó a María, y por ella a los elegidos, mediante el cordel de Adán y con lazos de caridad, lazos que lo unían primeramente a su madre; lazos de caridad con los que se ató para librarnos de las ataduras con las que el pecado nos tenía impedidos. Se ligó con las cuerdas de su paciencia, que la gravedad de los tormentos no pudo romper; y a los que se habría atado, si lo hubiera juzgado más conveniente para nosotros, hasta el fin de los siglos y por una sola alma.

            Estos lazos son inexplicables; [453] únicamente la Virgen conoce los secretos de las ataduras del amor en la Encarnación. Ella es la Dalila que abatió la fuerza divina, (permítaseme la expresión) como Dalila los cabellos de Sansón. Dicha fuerza le descubrió los misterios de su amor; pues él reposó sobre sus rodillas con nuestras debilidades y nuestras dolencias, para comunicarnos su fortaleza. Los que participan de las gracias de la misma Virgen María, reciben con frecuencia claros conocimientos de los lazos que unen al Salvador con nosotros.

            Dios descansó en la consideración de su obra después de la creación, complaciéndose en la hermosura que plasmó en sus diversas criaturas, pero fue presa de un grandísimo amor al contemplar su obra póstuma.

            En cuanto Jesucristo apareció en el Jordán y sobre el Tabor, el Padre eterno, como sorprendido por un exceso de gozo, y arrebatado ante la belleza de aquel Hombre-Dios, exclamó: Este es mi hijo amadísimo. He aquí a mi querido Hijo, mi amado, mi único, al que amo. Que todas las criaturas lo reconozcan como tal; que sea honrado y obedecido. En él encuentro mis complacencias; en él tengo mis delicias y mi reposo desde la eternidad.

            Escuché que el cuarto y último génesis tendrá lugar en la gloria, que es como el sábado y el reposo que seguirá a los precedentes durante el transcurso de la infinitud, en la que veremos cómo Dios nos ha amado, sin jamás poder comprender del todo cómo es admirable. Será sábado de sábados: Sabathum ex sabatho, pasando del Padre al Hijo y del Hijo al Espíritu Santo, contemplando que nos han amado con el mismo amor con el que se aman ellos mismos. Allí se hará la unión de todos los corazones en aquel que sólo es su amor. Allí veremos la creatividad del amor de un Dios para comunicarse, para compartirse y [454] dividirse si es necesario expresarlo de este modo, a fin de unirse y ligarse a sus criaturas y a ellas con él. Si nuestros corazones no recibieran la capacidad de soportar este amor, se dividirían y estallarían de amor por el mismo esfuerzo del amor.

            Mi alma, suspendida en la admiración y consideración de estos génesis, exclamó: ¿Quién podrá contar su generación?

            Mi divino amor me respondió que yo misma lo haría, asombrando al mundo con mis palabras y mis escritos; que yo ensalzaba la gloria de este Dios todo bueno, que nunca parece tan grande como cuando se vale de los seres pequeños y débiles para cumplir sus designios. Me aseguró que ya me había dicho que sentía gran inclinación hacia mi sexo, y hacia mí en particular, debido a mi sencillez y candor. Me hizo notar que todos los nombres de Dios son femeninos: divinidad, trinidad, sabiduría, felicidad, y otros semejantes.

            Mi divino esposo me dijo además que siempre había enaltecido con sus bendiciones y favores más escogidos a quienes le habían levantado altares, como Noé después del diluvio, Abraham, Isaac, Jacob y otros, y que no sería mezquino conmigo, que le preparaba una orden en la que tendría una gran multitud de altares sobre los que reposaría en el adorable sacramento de la Eucaristía; y que obraría un génesis tan agradable y numeroso en esta orden, que no se podría nombrar su generación en mí.

            En este mismo día escribí sobre las grandezas de la Virgen, bajo la luz de las cuatro dimensiones.

 Capítulo 69 - Nacimiento de la Santa Virgen. Se me apareció como niña de un día. Más tarde, como si tuviera quince años. Me mostró, en ésta segunda aparición, los progresos de mi alma. Cosas que me dijo respecto a la Orden

            [455] La noche del 7 de septiembre de 1633, estando despojada mi alma de todo lo que no era a Dios, para adherirse perfectamente a su divino amor, le plugo mostrarme un lecho de satín verde que representaba la visión que describe san Juan en su Apocalipsis: y en torno del solio, un arco iris, de color de esmeralda (Ap_4_3), signo de paz y de esperanza.

            Mi corazón se conmovió con una palpitación amorosa, esperando ver muy pronto al divino esposo, lo cual me mantuvo amorosamente despierta hasta la mañana, en que lo recibí en la santa comunión. En ella experimenté delicias inenarrables, abrazándome y uniéndome a él mediante una unión fuerte, dulce y muy íntima. Lo que este Dios de amor ha unido, no puede separarlo criatura alguna; unión que se podría llamar unidad en razón de la adhesión. ¡Ah, qué bueno era incorporarme al Dios de mi corazón, que era mi porción y mi pacífica heredad! No deseaba nada del cielo ni de la tierra, pues poseía admirablemente al Creador y Señor del uno y de la otra; a aquel que es en verdad todo bien y felicidad, el cual me prevenía con sus dulcísimas bendiciones para que participara en las deliciosas bodas que la adorabilísima Trinidad deseaba celebrar nuevamente en la Virgen, que se acercaba como una bella aurora que anuncia la claridad del día más hermoso que jamás haya amanecido en el mundo. Con perdón del divino amor, podemos cantar así la gloria de la Virgen: ¡Este es el día que hizo Nuestra Señora! ¡Alegrémonos en este dichoso día!

            La noche siguiente, que fue el 8 de septiembre, contemplé a esta virgen admirable arropadita en su cuna. Le pedí que, así como sus padres dividieron sus bienes en tres partes: una para ellos, otra para el templo y la tercera para los pobres, tuviera a bien compartir los bienes en que abundaban el seno y la leche de Santa Ana, diciéndole con afecto [456] infantil me hiciera un lugar en esas entrañas: que la primera porción sería para la gloria de la Sta. Trinidad; la segunda para ella, y la tercera, reservada a los pobres, sería la mía. Ese seno estaba lleno de amor y de clemencia, según el significado del nombre "Ana. Añadí que no podría encontrar otra persona más pobre y necesitada de él que yo.

            Al romper el día, vi a la misma Virgen, que me pareció tener quince años. Es que la Virgen crecía maravillosamente en cada momento de su vida, por haber tenido uso de razón desde el instante de su concepción. Así como san Juan comenzó su oficio de precursor desde el vientre de su madre, la Virgen debió poseer en verdad la gracia de mostrar su capacidad ante la gente, como consecuencia de dichas bodas y de la maternidad divina, a pesar de que el día de la Anunciación no había llegado aún. Para Dios todo es presente. Los profetas vieron a la luz divina las cosas futuras como presentes; no es de admirar si mi divino amor quiso favorecerme con la visión de esta reina de naturaleza, de gracia y de gloria, que era la madre del amor hermoso, del temor, de la grandeza y de la santa esperanza. Ella me representaba con fuerza dicho arco de paz, cuyo color de esmeralda me llenaba de confianza. Ella fue el arco que trajo la paz, porque debía engendrar al Verbo Encarnado, nuestra paz, cuyo nombre es sol de justicia. Por ella se dieron un beso la paz y la justicia.

            Las profecías comenzaron a cumplirse con el nacimiento y durante la vida de esta virgen, que siempre correspondió a las mociones divinas, redoblando sus gracias a cada momento. Por ello se complació el Espíritu Santo en mostrármela el día de su nacimiento, perfectamente bella; capaz de ser su esposa y madre del Verbo ya desde aquel día si la sabiduría eterna no hubiera ordenado esperar el tiempo que destinó desde la eternidad: que llegara a la edad núbil, así como esperó que Jesucristo cumpliera treinta y tres años, haciendo todo con peso, nombre y medida.

            Se me apareció, pues, como si tuviera quince años. Su rostro era dulce y su tez morena, pero hermosa. Sus ojos eran negros y relucientes; su modestia y majestad me hicieron admirarla. Estaba vestida de rojo y me confesó estar complacida ante el proyecto que tenía yo entre manos. Me prodigó mil inocentes caricias con sus amantes ojos, pareciéndome que me prometía el establecimiento de esta Orden con el mismo hábito [457] rojo que ella vestía. Fue con su sangre preciosa que el Verbo se quiso revestir, no en el campo de Damasco, sino en el de Nazareth, en el que como niño inocente y como esposo florido, quiso tomar nuestra naturaleza y encontrar sus delicias en sus purísimas entrañas y en su seno virginal.

            Me prometió además que aquel que por sí mismo obra maravillas, las haría en esta Orden. Ella es fiel a sus promesas; de ello estoy bien segura. La confianza y la esperanza que tengo en su bondad no serán vanas. Ella es, pues, la admirable esmeralda que me alegra la vista; el arco que me permite gozar de la paz interior; el trono divino en el que está sentado el Dios de la gloria.

            Los veinticuatro ancianos depositan sus coronas a sus pies. Ella es su soberana Señora; ella quien les dirige, como a todas las criaturas que gozan de razón y entendimiento, estas palabras del Eclesiástico: Desde el principio, antes de los siglos, me creó y no dejaré de existir por siempre; en el tabernáculo santo oficio en su presencia (Qo_24_14).

 Capítulo 70 - Visión de un arco iris que no tocaba la tierra, figurando la excelencia de la Virgen madre. De la paz. El Salvador, en unión con ella, concede la paz a quienes lo aman.

            [459] Durante la homilía, vi un arco-iris de tres colores: rojo pálido, azul y blanco en el medio. Los dos extremos del arco no se apoyaban sobre la tierra, como sucede con otros, sino que se perdían en el aire.

            Pensé que era figura de la Virgen, que nos trajo la paz, y que estos colores significaban su eminencia sobre la naturaleza angélica y humana, así como la unión y relación que, por su fecunda virginidad, tiene con el divino Padre. Dicha elevación sobre la tierra señalaba la sublimidad de sus dones, y cómo Dios la había elevado por encima de todas las criaturas.

            De ahí pasé a la consideración de las virtudes y excelencias de la misma Virgen, así como de los favores que su Hijo, el Verbo Encarnado, le ha concedido. Recordé los pensamientos que había tenido el domingo anterior sobre el evangelio del día, tomado del capítulo V de san Mateo, donde se afirma que nadie puede servir a dos señores. La Virgen jamás hizo esto, por tener un solo corazón, un único amor y por haberse prometido enteramente a su Dios. En verdad se cumplieron en ella las promesas del Salvador: Buscad primero el reino de Dios (Mt_6_33). Constaté que el reino de Dios es el Verbo, el cual la escogió para reinar en ella, haciéndose hombre en su seno para satisfacer con todo rigor a la justicia divina.

            Comprendí además que ella deseó la venida del Verbo a la tierra para satisfacer al Padre eterno y para rescatar la humanidad, a fin de que la culpa fuera borrada y que la Iglesia pudiera cambiar dicho adjetivo llamándola "feliz" por haber servido de ocasión para que el divino Redentor ejercitara su amorosa misericordia con [460] los humanos, a quienes deseaba introducir al reino de los cielos ya desde la tierra, para pasarlos después a su reino celestial, donde los sumergirá en su gloria, en la que reside la felicidad soberana.

            A través del arco que contemplo, quiero adorar la caridad del Salvador, el cual quiso pacificar al cielo y a la tierra con su sangre, que tomó de la Virgen su madre, al cielo y a la tierra; y cuya caridad no se contentó con la decisión de hacerse hombre, sino hombre mortal y morir por la redención de la raza humana. Al rehusar la realeza de la tierra, la aceptó en el aire, sobre la cruz, porque el fruto prohibido fue tomado en el aire, sobre un árbol. Aceptó un manto de púrpura descolorido y raído para darnos, con él, uno bellísimo teñido en su preciosa sangre, que tiene el poder de blanquear las vestiduras de sus esposas al igual que las de sus mártires, como nos dice su predilecto en su Apocalipsis.

            No contento con entregarse en el camino ,e incitado por la caridad hacia sus enamoradas, quiso darles el azul de la fidelidad del cielo, que es el término, concediéndoles por adelantado sus arras ya desde este mundo, agraciándolas con la paz que sobrepasa todo sentimiento y contrayendo con ellas una celestial y divina alianza.

            Mediante el rojo, son prevenidas con los dones del Espíritu Santo, que al descender a ellas las inflama.

            Mediante el blanco, el divino Salvador las purifica, revistiéndolas de su candor.

            Mediante el azul, son honradas con la inhabitación del Padre celestial, quien las gratifica con sus altísimos dones, buenos y perfectos en sumo grado, introduciendo en ellas al Verbo humanado, al que reciben con mansedumbre, el cual puede salvar sus almas y santificarlas en la tierra para después glorificarlas en el cielo por toda la eternidad, admitiéndolas en compañía de la Virgen de las vírgenes: Las vírgenes, sus compañeras, tras ella son llevadas a Ti. Con gozo y alegría entran al palacio del rey (Sal_44_15s).

Capítulo 71 - Grandes favores que el divino amor me comunicó en el Santísimo Sacramento, los ángeles al admirar su bondad, participaron del fruto de esta prenda de amor.

            [461] En 1633 agradecí a mi divino amor los favores que concedía a un religioso de gran virtud y santidad, que al celebrar a diario la santa misa veía días una multitud de ángeles de todos los órdenes y jerarquías que adoraban al Santísimo Sacramento. Después de la consagración, veía un sagrado vapor que se elevaba desde el cáliz en el que la preciosa sangre bullía con una efervescencia admirable.

            Ante esta contemplación, me alegró el que Dios encontrara almas en las que se complace y a quienes comunica sus gracias. Su corazón amoroso aparentó considerar este agradecimiento como un pequeño reproche, dándome a entender que no era menos liberal hacia mí que hacia dicho padre, y que me comunicaba las mismas gracias de manera más eminente y menos peligrosa, diciéndome que los signos exteriores deben considerarse en razón de las operaciones interiores que obran en las almas, y que los signos visibles son símbolos de cosas invisibles en el sacramento, significando lo que obran invisiblemente en el alma a la que santifican. Si nuestros sacramentos no confirieran la gracia, sólo serían elementos vacíos y estériles, como san Pablo llamó a los de la ley de Moisés, que tenían tanto aparato exterior y un mundo de ceremonias.

            Es maravilloso constatar que los ángeles acuden a adorar al mismo Dios en mi alma, admirando la multitud de gracias que me concede. Estos fervientes espíritus se alegran al contemplar los excesos de su divina bondad en mí, añadiendo que, para encontrar la devoción que buscan en este sacramento, comulgan de modo angélico y admirable junto conmigo, y que la experiencia les da a conocer el fruto que obtienen de él. Esto me causó grandísima alegría en unión con todos esos espíritus de [462] fuego, admirando esa preciosa sangre que produce vapores sagrados a través del ardor ininterrumpido que me consume, y por los sagrados discursos que salen de sus dulces labios, que me dan el beso de paz y amor, llenando mi corazón de su pura caridad, de cuya abundancia y amores habla mi boca, dedicando a su gloria todos mis pensamientos, palabras y acciones.

            Mi ardiente corazón parecía un vaso sagrado al que un santo ardor elevaba hasta el cielo con el deseo, reteniéndolo en tierra como cautivo y moviéndolo a sollozar como un corazón oprimido que suspira por su muy amado, que habita en el santo de los santos como gloria de Israel mientras me encuentro en este largo peregrinar, exclamando: ¡Ay de mí, pues mi destierro se prolonga! ¡Moro en las cabañas de Cedar! (Sal_120_5)). ¿Cuándo querrás, buen Jesús librar mi alma de esta prisión para que more con tus santos y bendiga tu nombre santísimo?

Capítulo 72 - El Verbo Encarnado es mi león generoso, mi fuerza, mi alimento y dulzura. El me escogió para multiplicarlo a través de su Orden. Permitió que san Pablo sufriera la rebelión de su carne, 12 de septiembre de 1633.

            [463] En este día en que Lyon celebra la dedicación de la Iglesia de san Pablo, fui presa de un gran deseo durante la santa comunión: pedir a Dios que fuera su voluntad consagrarme él mismo. Su divino amor, que es pronto en escucharme, me ayudó a comprender que yo soy su templo construido, no sobre el monte Moriah, sino sobre el Calvario, y que yo era su Calvario, a lo que yo respondí: "Querido Amor, he aquí verdaderamente el lugar de los esqueletos y de los cadáveres, toda suerte de imperfecciones se encuentran en mí. Pero [464] mi querido Amor, Tú puedes purificar todo lo que es para el mundo y este calvario que te está consagrado"

            Su caritativa bondad me reveló que él era la muerte de mi muerte y la mordedura de mi infierno; que debía considerarlo como al generoso león que murió para darme la vida, pues él es mi fuerza, mi alimento y mi dulzura, y que mediante su luz ha llegado a ser para mí todas las cosas. Me vi a mí misma como el monte Moriah, en el que mi divino amor, como el carnero, fue ofrecido por mí, muriendo para darme la vida divina. Me comunicó que ganaba yo mucho y lo complacía aún más entregándome y dedicándome enteramente al querer divino; que si continuaba caminando en su [465] presencia y tendiendo a la perfección, sería para mí una magnífica recompensa que sobrepasaría el orden creado por ser mi Verbo Encarnado. Así como escogió a Abraham para ser figura de él y convertirse en su padre antes de su venida a la tierra, eligiendo su simiente bendita y naciendo de su raza, así me escogió para reproducirlo en la tierra mediante la institución de su Orden.

            Las caricias que siguieron a estas sagradas palabras fueron tan excelsas y admirables, que no me es posible expresarlas. Al pensar en las penas que sufrió san Pablo, sobre todo por la rebelión de su carne, comprendí que completaba lo que había faltado a la pasión del Salvador, que abundó en toda clase de sufrimientos menos en este tipo de disturbios, por ser indecorosas para la dignidad de su persona. Jamás fue atacado por pasión alguna. El permitió que san Pablo fuera [466] afligido por ellas para sufrir en su cuerpo místico lo que no tuvo a bien sufrir físicamente en su sagrado cuerpo, que estuvo unido a la divina hipóstasis.

            Su poder residió en san Pablo, acrisolándolo en sus debilidades; su fuerza abundó en este apóstol como abundante gracia bastó para hacerlo grato a sus ojos, divinizándolo y dándole la victoria sobre lo que podía serle imputado como pecado, pues la ley del amor lo mantenía en el cielo a pesar de las ataduras de sus miembros. Esa ley lo cautivó con un peso incorruptible, moviéndolo a odiar santamente su cuerpo mortal para vivir de la vida inmortal de su vino Salvador.

Capítulo 73 - El divino esposo se complació en hacer una genealogía mística representada o figurada por la de Jacob. Me mostró la de la santa Virgen, su madre, la cual se me apareció después de santo Domingo, aceptando el deseo de erigir un altar del santo Rosario en nuestra Congregación. Octubre de 1633.

            [467] Mi divino esposo, no contento con haber conversado conmigo, acariciándome tiernamente desde la octava del Smo. Sacramento hasta el domingo siguiente, quiso duplicar sus favores hacia su indigna esposa. Habiéndome prevenido a partir de las tres de la mañana, me invitó a elaborar una nueva genealogía junto con él, explicándome la manera durante la oración.

            Para comenzar, descendí hasta un manantial que está en una de las fosas de la casa e invité a mi amado a bajar hasta las partes más bajas e inferiores de la tierra, ya que me considero la última de sus criaturas; que fuera su voluntad retroceder diez gradas, tal como lo hizo a favor de Ezequías, que se encontraba justamente a diez gradas en el descenso material de la fuente, la cual me sirvió de símbolo al verter lágrimas de amor (Is_38_1s). Mi divino esposo me aseguró que mis lágrimas lo complacían; que valoró a tal grado una sola lágrima de Ezequías, que hizo desandar la sombra del sol diez líneas en el reloj de Acab. Me dijo que venía hacia mí como Jacob cuando se encontró con Raquel en el pozo, a la que besó en calidad de prima, retirando la piedra que le impedía abrevar los ganados de su padre a los que pastoreaba. Jacob significa pastor, y Raquel oveja. A partir de ese momento, Jacob amó a Raquel como a su corderita, alegrándose [468] grandemente en este primer encuentro y en aquel beso inocente y delicioso.

            El verdadero Jacob me dijo que había hecho a un lado todos los impedimentos, a fin de que las potencias de mi alma se saciaran libremente en las aguas saludables que brotan hasta la vida eterna. Mediante un beso sagrado, se unió a mí como a su Raquel, a la que acaricia como a su esposa, y a la que guarda como a su oveja. Jacob, apasionado por el amor de Raquel, trabajó mucho para obtenerla en matrimonio, estimando que su trabajo no era comparable a su placer amoroso. Ella le engendró a José y a Benjamín, lo cual fue figurado por varas: unas de diversos colores, y otras de un mismo color. Jacob las arrojó en los canales y abrevaderos, lo cual ocasionó que las ovejas parieran crías listadas, pintas o negras. José, con la belleza de su túnica de colores, es perfectamente figurado por las primeras. Benjamín, el lobo rapaz que ardiente devora su presa, como profetizó su propio padre en la bendición que le deparó, es figurado por el vellocino negro.

            Mi divino amor me prometió que mis hijas irían con ardor tras de la presa, pero con el celo de las almas, y que tendría muchas que podrían competir con la hermosura de José mediante la diversidad de raras virtudes que las revestirían como una bella túnica, y que caminarían avanzando y creciendo en la perfección en todo momento a semejanza de la luz de la aurora, que progresa hasta el mediodía; y como José, que es el hijo de la edad madura.

            Después de la comunión, me invitó a contemplar las grandezas de la Virgen bajo la misma figura de Raquel, diciéndome que él es Jacob, el segundo del ángel en cuanto a su naturaleza humana, y que Lucifer es el réprobo Esaú. Que él es Jacob el suplantador, pues la naturaleza humana suplantó en él al ángel; que, en el cielo, había combatido primeramente contra Lucifer a través de san Miguel, el cual tomó las armas para sostener la [469] contienda y el honor que le era debido por haber querido encarnarse. Cuando al ángel rebelde lo supo, se negó rotundamente a someterse al Verbo humanado.

            Me dijo además que atravesó el Jordán, llevando hasta su Padre dos ejércitos como trofeo de sus conquistas: los judíos y los gentiles, a los que liberó por haber reparado las ruinas de los ángeles. Exaltó también a las demás criaturas, que le están sometidas. En esta sumisión encuentran su gloria.

            Este divino Jacob descendió hasta la Virgen enamorado de su amor, como a su Raquel, como a esposa suya. Aunque Raquel le fue prometida la primera, tuvo que desposar antes a Lía, su hermana mayor. Lía fue conocida primeramente por su fecundidad, así como la Virgen fue conocida como madre de Jesús antes de ser conocida como Virgen, ya que el pueblo judío ignoraba el misterio oculto detrás de su matrimonio con san José, de quien se creía era hijo Jesús. Esta admirable Lía engendró a Rubén, su primogénito, que fue su fuerza y principio de su dolor. Jesús es la fuerza y el principio del dolor de la Virgen: es su gozo en su nacimiento y su dolor en su dolorosa muerte. Su parto fue, por tanto, exento de dolor y de impureza y tan suave como inocente. Jesucristo se desbordó como las aguas, no por haber subido al lecho de su Padre (Gn_49_3), sino para adornarlo y enriquecerlo; y en lugar de la maldición que impidió a Rubén multiplicarse en su posteridad, Jesús tuvo la dicha de una continua e ininterrumpida fecundidad. El fue el Simeón obediente, el sagrado Leví en razón de su sacerdocio y Judá por su realeza. La Virgen llevaba en ella el bello fruto de una confesión excelentísima cuando entonó el cántico que tan altamente engrandeció a Dios.

            Será fácil encontrar en esta genealogía mística concubinas que, según la antigua costumbre, fueron atribuidas a Lía y a Raquel. Este Dan es la culebra que persigue a los soberbios y el Zabulón que aligera la tierra del peso de sus pecados e impone a los ligeros y volubles la dulce carga del amor, que hace infatigables a quienes la llevan a cuestas. Jesucristo solo llevó a cabo lo que doce Patriarcas hicieron juntos. Si la Virgen, como una Lía fecundísima, tuvo toda la fecundidad de Lía en la persona de su único, no por ello fue privada de la de Raquel. El es su Benjamín, hijo de la diestra del Padre y de su dolor en la cruz; un auténtico Benoní. El es su José en la plenitud de gracias y dones que posee; el hijo de su madurez: Un hijo que va en auge es José; el Dios de tu padre será tu auxiliador y el Omnipotente te llenará de bendiciones (Gn_49_22s).

            Es el bendito con las bendiciones del cielo y de la tierra, las cuales poseyó desde el instante de su concepción. El es el fruto bendito que lleva en sí la bendición de los pechos divinos; el único que mora en el seno del Padre, que lo engendra en el esplendor de los santos; que se apacienta y se complace en el zenit de su gloria; que se alimenta de su esencia y de su sustancia, siendo con el Espíritu Santo, su divina suficiencia, su felicidad dichosísima, su bienaventuranza completísima colmada de todo bien y exenta de todo mal. Es la misma plenitud. En el Hombre-Dios habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad; en él se encuentran todos los tesoros de la ciencia y sabiduría del divino Padre.

            Los ángeles y los hombres le están sujetos y doblan las rodillas ante su grandeza. Al adorar su majestad, le reconocen como rey del cielo y de la tierra; no como a la segunda persona de Egipto, sino de la Sma. Trinidad, que es coligual a la primera, con la que produce al Espíritu Santo, el cual se complació inefablemente al formar, mediante una operación adorable en el seno de la Virgen, un cuerpo para este divino Salvador, ofreciéndolo a los cristianos como alimento, y como bebida su sangre. Este es el trigo de los elegidos, el vino que engendra vírgenes, el bueno y hermoso por excelencia. Sus ojos y sus dientes son la hermosura misma. El es Judá, él es José, el verdadero Nazareno entre sus hermanos; el Rey de reyes y Señor de señores. El lleva estos títulos sobre su muslo y sus vestiduras. Es rey por su divinidad; es rey en su humanidad. Nació rey en la eternidad y nació rey en el tiempo. Empuña el cetro de Judá y posee todas las grandezas de José. Es el más bello de los hijos de los hombres. Todas las grandezas y raros privilegios de la Virgen se encuentran en este hijo, que la ama más que a todas las criaturas. Por ser tan única, ella lo ama más que todas ellas juntas, pues él es su esposo y su hijo.

            En esta visita de mi esposo, fui instruida acerca de varias maravillas. Me comunicó inteligencias tan sublimes, que me es imposible expresarlas. Fui invitada por él a ocupar el lugar de su santa madre en la tierra. Me dijo que, a través de una pureza eminente, [471] me haría agradable a sus ojos como Raquel, haciéndome fecunda como Lía mediante una numerosa posteridad espiritual en la institución de su Orden; que su amor me concedía perfecciones de las que los doce patriarcas de la antigüedad sólo poseyeron algunos destellos, y que obrarán entre nosotros una generación mística y nueva.

            Mientras que mi espíritu se ocupaba dulcemente en estos pensamientos, mis hermanas me pidieron permiso de erigir en el coro, en ese mismo día, un altar dedicado al rosario. Cuando lo hube concedido, Santo Domingo se me apareció vestido de blando. Me pareció que sus cabellos no estaban atados ni recogidos, sino agradablemente esparcidos. Me postré a los pies de este santo patriarca, el cual me acogió benignamente, colocándome un collar cuyo material no pude notar. Mi divino amor me dijo que Santo Domingo me manifestaba, con tan bello presente, la alegría que le daba el que yo hubiera permitido levantar un altar para honrar a su santa madre, y que imprimiera en los corazones de muchos la devoción del hijo y de la madre, que ese santo predicó con celo ardentísimo. Ese mismo día, durante la exhortación, vi a la Sma. Virgen portando un largo manto azul arremangado bajo su brazo izquierdo, como la pintó san Lucas, llevando en su seno un cordero cuya lana era más blanca que la nieve. Dicho cordero levantaba sus piernecitas como para abrazar a la Santa Virgen, su madre.

            A través de esta visión pensé que debía acunarme en el seno de la divina pastora, por ser la oveja perdida de la que hablaba el evangelio del día; y que su caridad maternal me llevaría de buen grado en su seno al igual que a su benignísimo hijo, el cual dejó a las noventa y nueve justas para buscarme en los desiertos de mis insensibilidades, donde vagabundeo y en los que su caridad sabe hallarme. Me lleva entonces sobre sus hombros, pero también en su seno, a fin de que sus amorosos ojos me den la seguridad de sus amables gracias. "Perdona la libertad que me tomo al pedirle este favor, que sólo se concede a los muy amados" Recuerdo que Samuel mandó reservar la espaldilla de la víctima del sacrificio para Saúl (1S_9_23). Esto me parece era un signo de que te volvería la espalda y que tú lo alejarías [472] de tu rostro, por haberte desobedecido. La unción con la que fue consagrado estaba contenida en un pequeño frasco que debía durar muy poco. Sin embargo, David fue consagrado con óleo abundante, ya que Samuel recibió de ti la orden de llenar su cuerno. Debía ser el hombre según tu corazón. El amor me da esta audacia, sabiendo que te dignas amarme y que puedo decir con el apóstol: Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí (Ga_2_20). Después de este amor, ¿Qué no esperaré de tus amorosas llamas?

Capítulo 74 - Gloria que la bondad del divino amor concede al vencedor, haciendo participar en sus victorias y en su triunfo a sus esposas valientes y fieles. Resultado de la transformación, vocación, justificación, glorificación, previsión, predestinación, y deificación. 17 de octubre de 1633.

            [475] ¿Qué quiso decir el apóstol cuando exclamó: Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos? y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó (Rm_8_29s).

            Veamos la relación que existe entre las palabras de san Pablo y las siete victorias señaladas al comienzo del Apocalipsis. Yo encuentro seis gradas y la séptima es el trono, al que se dirigen las almas santas y donde reposan en el gran sosiego de la gloria. Gradas y trono se adquieren con siete victorias que el amor obtiene según el designio divinamente amoroso de Dios.

            La primera es la previsión divina. El vencedor comerá del árbol de vida que crece en el paraíso de Dios. Son éstas las primicias que el Verbo ofrece en el cielo a cambio de las que el alma ofreció en la tierra. Así como el pecado comenzó por un árbol, la primera gracia y la primera gloria se nos dan por un árbol.

            La segunda es la predestinación divina, que consiste en jamás ser sometidos a la segunda muerte.

            La tercera es la vocación divina, que también puede llamarse "Maná escondido", por ser la luz de la fe que está velada. Es éste un don que Dios concede al alma, con el que cautiva su intelecto por obra de la misma fe, lo cual significa reinar ya desde este mundo mediante la fe, que proporciona mil delicias al alma, la cual adquiere para sí, a través de dicha fe, un maná que permanece oculto o encerrado en el propio ser a través de la gloria esplendorosa que Dios le concede por su victoria.

            Poseerá, además, una piedra blanca que llevará grabado el nombre nuevo, [476] más excelso que el de hija o hijo. Dicha piedra será blanca porque debe ser una perla preciosa encontrada por la creatividad divina en el campo de la divina hermosura.

            "La belleza de los campos está conmigo y en mí, dice Dios". Es éste el premio del triunfo que deseo entregar a mi magnánima esposa, que tuvo el valor de dar en el blanco, hacia el que nunca dejó de apuntar. Muchas corren, pero ella arrebató el trofeo. Todos los elegidos son vencedores, pero ella sale victoriosa del vencedor. Ella posee la gloria que es común a todos, teniendo además la que le es particular. Todos los santos gozan de una porción y una participación que les es singular; es decir, la gloria diferente que se concede a cada vencedor. Así como dice la Iglesia que no se ha encontrado uno parecido, en el cielo existirán diferencias y distinciones a la manera de las estrellas, cuya luminosidad difiere entre sí.

            Dios será todo en todos, pero no todos participarán de igual manera. Cada uno guardará el secreto revelado sólo a él por el enamorado de la humanidad, lo cual hará muy íntimo el amor por toda la eternidad. Cuando la divina bondad pronuncie dicho nombre, o lo haga brillar sobre la piedra blanca como un retrato sacado de su propio original, ya que el Verbo divino es la piedra esencial y el candor de la luz eterna, entonces la esposa experimentará lo que no se puede expresar, a no ser al Verbo y mediante el Verbo, que lo manifiesta al Padre y al Espíritu Santo, que son un solo Dios, el cual se complace en esta sencilla y única noción que el alma lleva en sí para deleitarse eternamente en el único eterno. Es ésta la divina simiente de gloria que le es concedida como garantía del buen recibimiento que el alma dio a la semilla de la gracia en el divino y velado sacramento, que es un maná escondido, pero también una piedra preciosa, las arras y la prenda de la gloria futura. Aquellos que lo reciben amorosamente sienten algo que sólo podrían explicar mediante la luz de la gracia; es decir, ayudados por la divinidad misma de Dios, que es dador de la gracia y de la gloria.

            Esta piedra blanca es un diamante inestimable a toda criatura, a menos que Dios mismo le revele su valor. Es el pectoral sagrado en el que residen la doctrina y la verdad, el conocimiento y el amor divino. No es menester grabar en ella los doce nombres de los [477] hijos de Israel; sólo hay necesidad de uno, que es divino y humano: el nombre del Verbo Encarnado.

            La cuarta grada es la cuarta victoria. Quien venza, conservará eternamente en sí mi obra, mi Verbo eterno, que es mi eterna creación, al que engendro en mi seno y en mi entendimiento. El es el espejo voluntario mediante el cual ella ve lo que yo deseo que sea visto. El es el cristal admirable y elevado sobre todo lo creado; el que regirá a todos con gran poder en su reino eternal, que no tendrá fin; reino recibido del Padre por ser su Hijo natural; reino concedido por el Hijo a su esposa y hermana adoptiva, por ser coheredera con él. Ella poseerá la estrella matutina de Jacob, que aparece al rayar el día, mostrando que el Verbo divinizado me amó primero y jamás desistirá en su amor.

            Quinta: El vencedor será revestido de blanco. Así como por esencia, el esposo se reviste de blanco, la esposa lo será por participación. Jamás será repudiada ni borrada del libro de vida, en el que fue escogida como esposa de la vida divina, recibiendo un nombre viviente junto con una vida amorosamente deliciosa; nombre que él alaba delante de su Padre y en presencia de sus ángeles: esposa del Dios de Judá, que equivale a lo mismo que una confesión; por ello, el esposo la confiesa y alaba como tal delante de su Padre y de sus ángeles.

            Sexta: A la vencedora la convertiré en columna del templo de mi Dios y jamás saldrá de él para soportar cargas opresoras. Por ser columna del templo divino, será recibida en él junto conmigo como ayudante y acompañante mía; lo que me pertenece por esencia, es suyo por participación. Deseo que todo sea común entre ella y yo por mi voluntad amorosa. El amor se entrega a sí mismo. Con caridad eterna la he amado y la he establecido en el amor. Mi esposa lleva grabado el nombre de mi Padre, que es el suyo. Es su hija y escribió sobre ella el nombre de la nueva ciudad de mi Dios, en la que es una dama por ser esposa, hija adoptiva y amada de mi Padre. Lleva, además, mi nombre nuevo, que gané para mí con mis victorias. Se lo doy en participación a mi esposa, cumpliendo así la voluntad de mi Padre.

            Séptima: Quien venza perfectamente, avanzará de claridad en claridad. Así como yo soy Dios de Dios por esencia, ella será transformada en divinamente divina por la gloria que es común a todos los bienaventurados. Poseerá el privilegio eminente de una participación supereminente en la divina claridad, de manera que podrá decir que sus potencias superiores están transformadas en Dios por la fuerza del amor divino, que es el Espíritu santificador y deificador, que la ha convertido en un mismo espíritu con Dios, al que ella se adhiere [478] con una libertad divina: Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es espíritu (2Co_3_17). Todas las potencias exclaman: ¡Nos vamos transformando en esa misma imagen!

            La esposa que ha vencido en todo, rebasando lo que no es Dios, se encuentra por encima de todo. Es por ello que el Hombre-Dios, que está sentado como vencedor en el trono de su gloria, la hace partícipe de su triunfo, invitándola a sentarse con él, pues él es su cabeza y ambos no son sino uno en un sitial y en un espíritu; tanto en razón de la Encarnación y de la adhesión, como del gran sacramento del matrimonio contraído y consumado en la gloria, donde él le da poder de sentarse así como quiso su Padre que él se sentara en su trono.

            El Verbo Encarnado obtuvo del Padre que su amada se sentara en su trono como quien ha triunfado de todo lo que no es Dios. Más aún: salió victoriosa del mismo Dios, ya que él se confiesa vencido por las bellezas que puso en ella, mismas que apetece. Desea que ella se siente en un trono de gloria; es decir, en su seno, así como él está sentado en el de su Padre eterno.

            No ha podido encontrar, según el gusto de su divino amor, trono más digno para sentar a su amada que su propio seno. Así como ella lo alojó en el suyo cuando estuvo en la tierra, a manera de un manojito de mirra, el real pontífice la aloja en medio de su seno como su pectoral, su prototipo de amor sobre el que difunde miles y miles de rayos de sus divinas claridades para convertirla en esplendor de su gloria compartida, así como él es esplendor y claridad sustancial de la gloria de su Padre.

            La hace poseer lo que él pidió para ella; a saber: la claridad que él mismo recibió de su Padre y la unidad que tiene con el mismo Padre y el Espíritu Santo, que une al Padre y al Hijo con un lazo inmenso, por ser el amor sustancial. Es éste el término de las divinas emanaciones y el reposo de la deidad eminentemente pacífica; el sábado delicado de la Augustísima Trinidad, siempre tranquila y sosegada en sí misma.

            La esposa llega a esta visión y fruición de paz. Cuando estaba en la tierra, era el trono de Dios. En el cielo, él es su trono y mansión de gloria. Ella entra en el gozo de su Señor, que jamás le será quitado; arriba a la ciudad celestial y divina donde se encuentran la seguridad cierta, la segura eternidad, la felicidad tranquila, la suavidad feliz y el suave regocijo; donde tú, Dios, Verbo Eterno, con el Padre y el Espíritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

Capítulo 75 - La oración es eficaz cuando se eleva hasta Dios con fe y confianza. 17 de octubre de 1633.

            [479] El R.P. Antoine Millieu, de la Compañía de Jesús, se encontraba gravemente enfermo. Como le debía grandes favores tanto por su dirección y buenos consejos como por su protección hacia nuestra orden, oré por su salud, con muchas lágrimas y durante varios días, para obtener de la bondad de Dios que el buen Padre entrara en estado de convalecencia.

            Vi al amable sacerdote en un carro de David, llevado sobre dos ruedas y una pala para sepultar a los muertos, lo cual me representó la muerte del mencionado Padre, pero importuné más y más a mi divino esposo que lo librara de este golpe y recuperara su salud primera, a pesar de estar anciano y sin esperanza a los ojos de quienes lo veían.

            Vi entonces una mano de muerto que escribía; pregunté si se trataba de la sentencia de muerte del mencionado Padre, y rogué que su ejecución se retrasara. Escuché que mi petición no sería desechada, y esta seguridad me consoló.

Capítulo 76 - Elevaciones que obra Dios en las almas que escoge para sus grandes designios, ofreciéndoles como trono su divino corazón. Octubre de 1633.

            [481] Cerca de la fiesta de san Lucas, encontrándome en oración, consideraba los designios que Dios me había manifestado en tantas ocasiones, de querer valerse de una jovencita como yo para fundar la Orden del Verbo Encarnado, su querido Hijo.

            Tenía miedo de no corresponder con fidelidad a una empresa tan grande, pues me consideraba muy imperfecta al verme caer en faltas continuas. Sólo veía en mí el deseo de complacerlo, que me proporcionó un poco de audacia para suplicarle que jamás me abandonara.

            Me vino a la mente que, en esos días, los escolares pasan de grado y que los maestros de retórica inician el curso académico con bellos discursos que demuestran su elocuencia e instrucción. Supliqué a mi divino amor, que es la sabiduría encarnada, Verbo y palabra del Padre, que dijera un discurso en mi corazón, añadiendo que el Padre y el Espíritu Santo serían sus oyentes, y que, mediante su poder, me ayudara a pasar a un grado más alto de gracia y perfección; que deseaba yo pasar a otra clase y elevarme hasta una sublime perfección apoyada en mi amado, que me atraía benignamente a él.

            El día de este santo evangelista, cuyo nombre significa elevación y luz, media hora después de la santa comunión, que hice con algún recogimiento, recordé que la noche anterior me vi tiernamente acariciada en el seno paterno, y que mi amor me invitó a reposar en él. Su palabra fue eficaz, haciéndome experimentar un dulce reposo. Después de un profundo acto de humildad, me abandoné a sus halagos, reclinándome sobre su pecho de manera espiritual e inexplicable. Mi divino esposo, multiplicando sus amorosas caricias, me dijo: sobre el zafiro te fundaré (Is_54_11), invitándome a pedir lo que promete en este capítulo [482] de Isaías, todo lo cual me concedería. Al escuchar tan ventajosas ofertas hechas por su bondad, caí en una humilde confusión. ¿Cómo corresponder a estas caricias sino abandonándome a la disposición y providencia de mi amado y aceptando todas sus promesas, por quererlo así su voluntad?

            Este enamorado sin par, complacido en la aceptación que hice de sus favores, me aseguró que su corazón me serviría de morada y sería para mí un trono de marfil sembrado de zafiros. Me invitó a morar en él desde aquella hora, diciéndome:

            Ven, paloma mía; amada mía, ven. Sube, progresa hasta esta clase en la que mis santos desean honrarte. Acércate, hija mía, como un José que madura. Como posees tantos privilegios, no temas poder subir a lo alto de las murallas. Aunque seas mujer, participarás de mi eminentísima ciencia. Conserva, sin embargo, tu gran corazón y no te asombres ante las maravillas que te son enseñadas. Sé magnánima, recibiendo todas las grandezas que la divina bondad desea concederte por las entrañas de su misericordia, que hicieron descender al Verbo para encarnarse, el cual, como un bello Oriente, ha visitado a los hombres. Mi Padre quiso, por su entrañable misericordia y bondad, que vinieras a visitarlo y que, en tu calidad de hija querida y amadísima esposa, fueras elevada hasta él mediante la gracia. No temas, mi toda mía, ser temeraria al subir hasta nosotros.

            Estas palabras no fueron vanas en mí, pues me vi elevada en espíritu, sintiendo una especie de alas bajo los brazos, que me permitían volar y elevarme hasta el amor que me atraía. Me dejé llevar por el divino poder hasta mi amor. Sin embargo, el Dios de bondad duplicaba sus amorosas caricias, deseoso de que sus santos hicieran lo mismo y diciéndoles que en mí estaba el deseado de las colinas eternas, por cuyo medio les concedía muchos favores; y que en mis comuniones era yo como un José que iba creciendo por las bendiciones de los abismos de lo alto: Dios, sus santos, la Iglesia triunfante. Lo mismo hacían por mí los abismos de lo bajo: la Iglesia militante, el sufrimiento y la oración que ofrecen por mí las Iglesias que tienen una misma cabeza.

            Prosiguió diciendo que las almas santas, que son como águilas, contemplaban no sin admiración, desde lo alto de los cielos la hermosura que mi divino esposo [483] me comunicaba; que los ángeles más poderosos y ardientes multiplicaban sus dardos y sus venablos con sagrada emulación, para herir mi corazón con su divino amor.

            Durante estas visiones, prosiguieron las amonestaciones de mi divino amor, que es Dios de amor, diciéndome: No pierdas el valor, mi toda mía, sufre generosamente todos estos tratos. Sube hasta mí llevada por mí mismo, aunque en verdad sufres al verte todavía ligada a tu cuerpo. "Querido Amor", respondí, "a ti te toca librarme o desatarme, ya que sólo contigo puedo salir de esta prisión terrenal. Sin embargo, mi amor introduce mi alma en ti, a quien amo, con más realidad que en mi cuerpo, al que anima."

            Durante estos amorosos coloquios, mi alma subía sin cesar, elevándose como otro Jacob y recibiendo las bendiciones celestiales; mejor dicho, al Dios de las bendiciones.

            Dios todo bueno y misericordioso, tú mandaste a los santos que me elevaran y me colocaran la corona y la diadema, prometiendo la victoria en virtud de la sangre del cordero, diciéndome "Ven, amada mía, nosotros te bendecimos". A esto respondí: "que me bendiga Dios Padre, que me bendiga Dios Hijo, que me bendiga Dios Espíritu Santo" exclamando: "Que todas las criaturas te adoren, Dios mío, que te amen y temen en mí".

            Esta operación fue tan sublime, que no sabría expresar lo que Dios me hizo experimentar en aquella mañana. ¿Quién puede comprender las invenciones de un Dios de amor? El me dijo además que era mi trono y a su vez me hacía el suyo, a fin de que sólo él fijara en mí su morada, y yo en él. Me aseguró que su dominio era el mío; que él mismo me serviría de templo, y que él era mi todo. Me felicitó por las elevaciones y las ascensiones que su amor me había movido a hacer. Habiendo llegado a ser, por su divina bondad, el trono elevado que vio el profeta Isaías, exclamé con los serafines: Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos. La tierra está llena de su gloria. Mi cuerpo era como los postes o columnas de la misma. Me veía colmada de la majestad divina a la que adoran los serafines cubriéndose la cara y los pies.

            Escuché que las elevaciones de las almas en Dios jamás les hacen perder la humildad y el conocimiento de su nada. De esto procedía que sintiera yo gran confusión ante las divinas alabanzas [484] y felicitaciones, lo cual expresé con estas palabras: ¡Eh, amor!, tengo buen motivo para decir con el profeta: ¡Desgraciado de mí, que habito en medio de mí mismo; que soy impuro a causa de mis imperfecciones! Pero tú eres el carbón encendido que será aplicado no sólo a mis labios, sino a mi corazón (Is_6_5s). Tú llamas a quien deseas enviar, para que vaya según tus mandatos. Heme aquí, envíame, Trinidad santísima. Tartamudeando, proclamaré tus maravillas para tu gloria, a la que me consagro. Tú moras en mi templo; ¡Dios mío, cuan admirable eres!: ¡Señor, Dueño nuestro, cuan admirable es tu nombre en toda la tierra, pues ensalzaste tu majestad sobre los cielos! (Sal_8_2).

            Deseas, por tanto, recibir alabanza de labios de aquella a la que elevaste hasta los pechos de tu real y divina grandeza. ¡Cuan amables son estos pechos, que alimentan y fortalecen! Son mejores que el vino y dan a la boca de tus hijos elocuencia y sabios discursos para confundir a tus enemigos. David se asombró de que hubieras querido visitar al hombre, que es un poco inferior a los ángeles. Por mi parte, admiro la bondad que te mueve a levantar a una humilde joven hasta el seno de tu Padre, para transformarla en el trono de tu majestad, uniéndote a ella para ascenderla por ti mismo.

Capítulo 77 - Paciencia del divino amor, que sufre mis imperfecciones con caridad. Gracias que en su bondad se digna concederme, protegiéndome en todo, 20 de octubre de 1633.

            [485] Hacía algún tiempo que mi divino amor me había manifestado su deseo de que en el Instituto del Verbo Encarnado le preparase una morada que sería su templo, lo cual quise hacer con la ayuda de su generosa bondad, sin la cual nada puedo; bondad que lo mueve a tolerar con paciencia todas mis faltas e imperfecciones, a la manera de un padre que se apiada y sobrelleva con amor las faltas de su hija, disimulándolas por la penitencia y esperando que ella le pida perdón.

            Recordé, confusa, los días pasados, en que no hice penitencia alguna, y que soy tan miserable, que me parece doy gusto en todo a la naturaleza, no sabiendo qué pensar de mi perezosa vida. Veía en mí solamente el deseo de complacer a este amor, cuyo deseo me dio la audacia de pedirle que, en su bondad, no me abandonara, sino que permaneciera conmigo a pesar de mis grandes negligencias y constantes infidelidades.

            Le rogué me ascendiera de clase, es decir, que no se retirara de mí y de todo lo creado, diciéndole que, por ser el Verbo Encarnado y la sabiduría eterna, me adelantara a una clase más alta de aquella en que me encontraba, por ser el maestro de la retórica divina y humana; que sus palabras eran eficaces y que hiciera, por tanto, una oración en el cielo como la que hacen los maestros de retórica en sus colegios para demostrar su capacidad.

            Sé bien, Amor, que eres la sabiduría por excelencia. Tus enemigos no pudieron negarlo al decir que no hablabas como hombre. Todas las criaturas lo confiesan, y el Padre eterno, junto con el Espíritu Santo, dieron testimonio de ello en el Tabor. Sube, pues, maestro mío, en esta fiesta de san Lucas. Su nombre significa elevación; y así como existe la costumbre de ascender a los escolares, contigo los que no pasan por mérito suben por gracia. Tus pensamientos son pensamientos de paz. Perdona mis faltas; me arrepiento de no haber cumplido [486] con mi deber, que consiste en estar contigo en la oración. Tú, Salvador mío, puedes interceder por mí ante tu Padre.

            Aunque esta mañana, comulgué muy distraída, mi divino enamorado no perdió la paciencia. Media hora después de la comunión recordé un sueño que tuve durante la noche, en el que me pareció estar entre los brazos y en el seno paterno, donde fui acariciada solícitamente por el Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en nuestras aflicciones, el cual me dijo que reposara en él.

            Sintiendo que su palabra era eficaz, pues me concedía un dulce reposo, me humillé para seguir después su atractivo, recostándome sobre su deliciosísimo pecho. Me dijo entonces: Sobre el zafiro te fundaré (Is_54_11), invitándome a pedirle lo que promete en este capítulo, añadiendo que podía leerlo más tarde para enterarme de las bellas promesas que su amor me hacía.

            Conociendo por estas invitaciones, que deseaba acariciarme, me abandoné a su disposición aceptando todas sus promesas y complacencias.

            Mi toda mía, mi corazón es para ti una casa y un trono de marfil cimentado sobre zafiros. Ven, mi muy amada, pasa a esta clase en la que mis santos desean ennoblecerte. Acércate, hija mía, como un José en crecimiento, por tener en ti tantos privilegios. No temas rebasar los muros, a pesar de ser sólo una joven. Ten confianza en mi ciencia eminente. Ten grandeza de corazón. Si los demonios y los hombres son arqueros que te tiran acerados dardos, yo soy el escudo que los rechaza. Yo soy tu defensa y tu protector; tu luz y tu salvación. No temas a los mil que están en contra tuya. Yo soy más fuerte que todos ellos; soy tu fuerza y tu alabanza. Entra por las puertas de la justicia al abrigo de mi sangre. Entra en mis llagas, que son clases altísimas. En ellas aprenderás la ciencia de los santos, a la que san Pablo consideró eminente. El no quiso otro conocimiento que yo en todo y sobre todo, estimando lo demás como fango y basura.

Capítulo 78 - La Natividad del Verbo Encarnado manifiesta que el nacimiento de este divino niño es una muestra de la gloria del Altísimo, un maná celestial que Dios nos envía. Diciembre, 1633.

            [491] La víspera de Navidad, el Santísimo Sacramento fue depositado en la sacristía con el fin de poder adornar el altar sin irreverencia. Me dirigí allá para brindarle compañía y expansionar mi corazón afligido desde hacía unos días por la ausencia de mi divino esposo, causada sin duda por mis imperfecciones. Le dije, deshaciéndome en lágrimas de amor y de dolor, que mis infidelidades no podían impedirme venir a él; y que encontrándole en esa estrechez a la que su amor lo había reducido, de la que no podía escapar, estaba resuelta a insistir y apremiar su voluntad a no fijarse más en mis imperfecciones e infidelidades, y que permanecería a su lado confusa y bañada en mis lágrimas.

            No obstante, la confianza que tenía en su bondad me abrió el pecho y me dilató el corazón. Recibí la idea de abrir el misal, en el que encontré estas palabras que me inspiraron un sagrado [492] diálogo durante aquel día y el siguiente: Hoy sabréis que viene el Señor a salvarnos; y mañana veréis su gloria (Ex_16_6s). Tuve entonces el deseo de contemplar dicha gloria del único del Padre, anhelando la venida de mi esposo, al que llamé el padre de mi virginidad. Ante estas consideraciones, mi enternecido corazón, no pudiendo más, se derritió y derramó. Sentí una mano purísima y muy delicada que me elevaba y sostenía el corazón.

            Dicho sentimiento, que no era del todo material sino también espiritual, produjo un efecto que se derramó además en mi corazón, al que sentí elevarse y destilarse, todo a una; o, sobre todo, ser engullido, mediante dicha elevación, en un mar de delicias, perdiéndose en un abismo que era el mismo Dios y despegándose de todas las criaturas y de mí misma por la vehemencia de la divina operación. Me vi obligada a emitir tres fuertes gritos y varios ímpetus de amor.

            Esta divina operación duró más de tres horas, hasta que fui interrumpida en mi quietud, viéndome obligada a dedicarme a otras ocupaciones por los deberes de mi cargo. Sin embargo, mi corazón permaneció adherido en todo momento a su objeto principal, sin que Dios dejara de obrar en mi alma [493] mientras que yo trataba con las personas. Disimulaba con gran trabajo lo que sucedía en mi interior, dejando escapar exclamaciones y movimientos súbitos que atribuía a mis enfermedades.

            Por la noche, al retirarme a orar, pedí a mi divino amor que me sacara de Egipto a fin de manifestarme la gloria del Señor, según su promesa. Escuché que da gloria a su divino Padre en esta medianoche, al nacer en el mundo. Dicha gloria radica en la paz que trae a los hombres, pues la gloria del Verbo Encarnado consiste en reconciliar, mediante su venida a la tierra, a los hombres con su Padre indignado, de cuyas manos arrebata los rayos de justicia. Su gloria es el menosprecio y anonadamiento de sí mismo, pues sólo se glorifica naciendo en un pesebre, entre la paja, entre aquellos pañales y aquel establo; así como [494] al morir su gloria consistirá en la cruz. Al decir su gloria me refiero a su fasto y su séquito, así como los reyes hacen consistir su gloria en la ostentación y la magnificencia. El séquito de Jesús naciente son los ángeles, la Virgen, san José, los pastores y los tres reyes magos que arrojaron y depositaron sus coronas a sus pies, sacrificando ante él su sabiduría. En fin, su gloria consiste en ser Dios y hombre al mismo tiempo.

            Es en esta obra y en la conjunción de sus extremidades, tan alejadas entre sí, que la gloria de Dios resplandece. En cuanto a Jesucristo, él es hombre visible, pero su divinidad y su gloria son invisibles. Es un maná que cae durante la noche y que, sin embargo, trae consigo al sol y se conserva junto con él. El antiguo maná, por el contrario, se derretía con los primeros rayos del sol. Es en un día como éste que los cielos cantan la gloria del Señor; que las estrellas se funden y destilan; todo se relaciona con la gloria de Dios. El Salvador viene a Belén para ser el pan de vida y de luz.

            [495] Por la mañana, las dulzuras y caricias continuaron, así como los sagrados coloquios entre mi divino esposo y yo.

            Después de comer, encontrándome delante del Smo. Sacramento, vi una estufa hecha de láminas de plata, que lanzaba una intensa luz que vi resplandecer sobre mi cabeza, como me sucede con frecuencia. Escuché que era ésta una señal de la quietud, protección y luz que el nacimiento de mi Salvador me participaba, a manera de un pabellón que ocultaba o cubría después un sitial, y que al taparme, me iluminaba.

            Vi además un globo de aire encendido. Mi divino amor me dijo que todos los elementos conspiraban para mi bien, poniéndose a mi servicio. El aire del globo, que significa la vida, es la respiración que debo tomar de Dios. El fuego son sus llamas, que de ordinario me consumen. La tierra representa la humanidad de mi Salvador, a quien poseo; y el agua, mis lágrimas.

Capítulo 79 - Copia auténtica de lo que la Reverenda madre Jeanne Chézard de Matel escribió, por mandato de su director en los años 1633 y 1638.

            [497] Mi divino y amado Salvador Jesucristo, como es necesario que obedezca a mi director, el R.P. Gibalin, quien me mandó escribir lo que me comunicaste respecto a los favores y bendiciones que deparabas a sus Majestades, no quiero oponer resistencia a hacerlo.

            Después de varias maravillas que me manifestaste respecto al Rey Luis XIII en 1625, que describí en su mayoría en varios cuadernos, te plugo mostrarme, hacia el año 1625, un árbol de flores de lis o azucenas, diciéndome que dicho árbol representaba la generación de Luis XIII, por cuyas intenciones oraba yo ante ti.

            En 1627, el día de san Miguel y los dos que siguieron, el R.P. Voisin me dijo que perseverara constantemente en la confianza que tenía de obtener de Nuestro Señor un delfín para Francia, lo cual me concedió el divino Salvador. El primer domingo de octubre de 1627, estando en oración a eso de las seis de la mañana, mi corazón se llenó de gozo al escuchar:

            "Hija mía, visitaré a la reina y engrandeceré sobre ella mi misericordia, así como lo hice con Santa Isabel, madre de mi precursor. Las humillaciones de esta princesa me llenan de piedad hacia ella".

            Me vi tan consolada en esta oración, que con trabajo pude dejar mi oratorio para dirigirme a Nuestra Señora de Chazeaux para asistir a la misa del R.P. Voisin, cumpliendo la palabra que le di de asistir a ella en aquel primer domingo de octubre. El mencionado padre me exhortó durante los tres días precedentes a pedir a Nuestro Señor una verdadera luz, y que no permitiera que mi inclinación me hiciera parecer verdadero lo que podría ser un mero deseo.

            Estas palabras me causaron temor, pero Aquél que dijo: "No tengas miedo", me comunicó, con dulce majestad, al entrar yo en la Iglesia de Chazeaux: ¿En quién reposará mi espíritu, sino en el humilde y en aquella que tiembla al escuchar mi palabra? Hija, [498] permanece en paz; soy yo quien te habla.

            Estando en medio de la Iglesia, escuché siempre en latín: El justo crecerá como el lirio y florecerá eternamente. En cuanto me puse de rodillas, caí en éxtasis, sumergiéndome en un dulce entusiasmo, en el que escuché una voz intelectual que parecía proceder del sagrario, la cual me decía: Hija mía, deseo apacentarme entre los lirios.

            Vi a continuación una espada en su vaina de terciopelo negra, esgrimida por una persona poderosa a la que reconocí, a pesar de lo cual se me dijo: "Luis saldrá victorioso". No sabía yo que se dirigía a la Rochela, pues en aquellos días ignoraba lo que sucedía en Francia, pensando sólo en la recomendación que se me había hecho de orar por el rey, por cuya causa experimentaba un entusiasmo indecible, y una compasión inexplicable hacia la reina. Nuestro Señor me dijo: Ten valor, hija. A las victorias y bendiciones que concederé al Rey seguirá el establecimiento de mi Orden: quiero apacentarme entre los lirios.

            En cuanto recuperé los sentidos y las fuerzas, me levanté para ir a confesarme con el R.P. Voisin, que me había esperado cerca de dos horas. Cuando advirtió mi total asombro, me preguntó: ¿Qué te pasa? No pudiendo hablar de momento, se apoderó de mí un violento asalto. El Padre esperó a que todo pasara, conjurándome después a confesar lo que había escuchado y conocido, con la promesa de guardar todo bajo la llave del secreto hasta el tiempo en que la divina [499] Providencia hubiera cumplido con todo.

            A partir de aquel día, Nuestro Señor me conservó en una gran alegría hasta el mes de enero del año 1638. Mi buen confesor me mandó escribir lo que había yo aprendido y escuchado. Le obedecí el 6 del mismo mes de octubre de 1627, conservando todo entre mis demás escritos. A partir de dicho tiempo, Nuestro Señor me reveló muchas otras cosas, que sólo puse por escrito en parte, haciendo a un lado las demás.

            En 1628, cuando estalló la peste en Lyon, se me ordenó salir de allí para dirigirme a París. Dejé mis escritos en un pequeño cofre que no volví a ver hasta mi regreso de dicha ciudad, en el año 1632. Al revisarlos encontré y rompí la página en la que había escrito la revelación sobre el Delfín. La razón de esta falta fue que había en París una religiosa reputada como profetisa, y al decirle yo que era necesario pedir y esperar que Nuestro Señor concediera un delfín a nuestra buena reina, dicha religiosa me dijo: "Nada, nada, jamás podrá tener un hijo" Al desgarrar esa página sentí repugnancia, pero me dije: "Esta religiosa tiene más luces que tú" a divina Providencia no permitió que la rompiera del todo, ya que el P. Gibalin quiso ver mis escritos completos en el año 1633. Al leerlos, encontró las páginas que habían quedado, mediante las cuales se enteró de mucho. Insistió en que le dijera por qué había roto aquellas hojas, y le expuse entonces la causa. El respondió que había yo dudado de Nuestro Señor, el cual me concedía tantos favores; que todo lo que me había anunciado se había cumplido, y que también esto lo sería; por tanto, él conservaría esos papeles.

            El año 1637, desde el mes de septiembre hasta fin de año, me pareció que visitaba yo el Louvre con mucha frecuencia y que, al desear rendir homenaje a sus [500] majestades, ellas me hacían ponerme en pie entre caricias y agradecimiento. Esto sucedía mientras dormía en la noche, repitiéndose de suerte que dije a una de nuestras hermanas, Elizabeth Grasseteau, que con frecuencia, en mis sueños, me encontraba en París con sus Majestades. Después de esto, me enteré por rumores que la reina estaba embarazada.

            Lejos de admirarme ante ello, mi alma permaneció en la esperanza de enterarse muy pronto del cumplimiento de las divinas promesas. Hasta la noche del primer domingo de septiembre, esperé aquel dichoso día para Francia. Plugo pues, a mi divino amor, mostrarme el delfín que nació en el curso de aquella noche, con una visión tan real, que aún la conservo. Habiendo comulgado, estaba tan alegre que me era difícil contenerme. Sentí necesidad de bailar y saltar como otro David delante del Arca y mis hermanas, al verme con un regocijo tan extremo y danzando, lo cual era muy raro en mí, no sabían qué pensar.

            Después de la misa manifesté al P. Gibalin que había visto claramente un vástago real y que se trataba del delfín. El me ordenó poner todo por escrito. La obediencia todo lo puede. Que todo sea para tu gloria, divino Salvador mío. El 14 de septiembre de 1638, después de escribir lo que antecede, asistí a la santa misa para comulgar. Mi divino amor me dijo que no debía asombrarme el que hubiera esperado diez años para bendecir a la reina con la concepción del delfín, pues bien sabía yo que su amor me anunció, hacía ya varios años, que la Escritura era el código con el que me daba a conocer sus secretos y su voluntad; que recordara las diez líneas del reloj de Acab y cómo el sol retrocedió a favor del rey Ezequías para abatir el orgullo del dragón de diez cuernos.

Capítulo 80 - Amorosa circuncisión que el Verbo Encarnado sufrió por mí. Gracia que me concedió de verlo nacer admirablemente del seno virginal de su madre.

            [501] El primer día del año 1634, durante la sangrienta circuncisión de mi Salvador, lo comparé con el príncipe de Siquem que, para obtener a Dina en matrimonio, se hizo circuncidar.

            Por amor a la naturaleza humana, más voluble que Dina, se ganó el corazón de este divino enamorado. La pidió a su Padre, y para poseerla con el título de esposa, no rehusó derramar su sangre. No murió de la llaga de su circuncisión, pero terminaría muriendo y derramando el resto de su preciosa sangre a causa de las resoluciones de Simeón y Leví, quienes representaban a la justicia divina y humana y lo condenaron a morir en la cruz.

            Mi alma, al verse simbolizada por Dina, dijo a mi amado, santamente apasionado por ella: tu misma vida, para mostrarme tu amor mediante una abundante efusión de tu sangre, hasta la última gota.

            Querido amor, permite que mi pecho sea el vaso que reciba esta sangre, y que mi corazón encierre, como un relicario, la carne adorable que se ha arrancado de tu cuerpo sagrado. Ella comunicará al mío la pureza y podré decir con humilde agradecimiento a tu bondad: mi carne volverá a florecer (Is_27_6). Se me aparecieron entonces tres ramas de árboles floridos, cargados de flores admirables, cuya belleza me encantó, representando ante mí al que es la flor de los campos y el lirio de los valles. [502] Es ésta la flor de la raíz de Jesé, nacida de la carne virginal e incorruptible de la Virgen madre.

            Hacia el anochecer, habiéndome retirado al confesionario situado frente al Santísimo Sacramento, se apoderó de mí una gran confianza en Jesús, mi queridísimo amor, cuyos excesos de bondad consideré al verlo lastimado con la herida de su circuncisión, para de este modo poseer a la peor de todas las criaturas. Dicha confianza se acrecentaba en mí, dilatando mi corazón al mismo tiempo que Jesús me testimoniaba que estaba apasionadamente enamorado de mí, añadiendo que había circuncidado a toda su raza para desposar a la gentilidad, a la que había librado del yugo de los ídolos por su grande misericordia, favor que no admitía excepciones, y que debía yo reconocer particularmente en mí. Añadió que se complacía mucho en aligerar mis penas; y porque me amaba, salió como fuera de sí mismo para unirse a mí, estando herido como el príncipe de Siquem para desposarme en su sangre con esta partícula moldeada como anillo, como me había dicho aquella mañana. Mi corazón, no pudiendo soportar más la dulzura de las divinas caricias, exclamó: "Soy tuya, Amor, como sirvienta y como esposa. A pesar de todo, la justicia divina y humana te harán morir como Leví y Simeón al príncipe de Siquem (Gn_34_1). Pero la muerte no te retendrá en el sepulcro y resucitarás; te matarán, pero sólo con tu consentimiento, que el amor te moverá a dar. Es un conciliábulo altísimo que procede del cielo y se concierta en la tierra. Leví y Simeón representan la justicia divina y humana.

            ¡Hete aquí, bravo y victorioso David, por causa de Micol! Ella se entrega del todo a ti. Ven, fiel esposo, a consolarte en el seno de tu esposa, a la que adquiriste con tantos títulos. No puedo describir los pensamientos que mi amor me sugería, y mucho menos las amorosas respuestas de este sagrado enamorado, quien, no dejándose vencer en delicadeza, parecía recurrir a todas las caricias de su santo amor. Recibí a mi divino esposo, el Verbo Encarnado, con dulzura y mansedumbre, como al Verbo humanado, que es germen de David y Dios de mi corazón. Todas estas admirables comunicaciones del Verbo, que se entregaba a su esposa de manera inefable, [503] procedían de mí misma. Los ardores y dilataciones del Verbo divino sólo pueden expresarse con las palabras de David: Desfallecen mi carne y mi corazón, ¡Roca de mi corazón, y mi porción, Dios para siempre! (Sal_72_14).

            En tanto que mi entendimiento se aclaraba con estas luces y mi corazón se abrasaba con sus llamas, se me ordenó acercarme a la Virgen madre, que era la divina profetisa, la cual se dignó darme a su hijo, cuyo nombre es: Maher Salal Jas Baz "pronto saqueo, rápido botín" (Is_8_1). Hija mía es él quien debilitará la fuerza de la sangre imperfecta y los despojos de la propia y obstinada voluntad, representada por Damasco y Samaria.

            Plugo a mi pequeño Emmanuel decirme que había proyectado hacer por mediación mía una extensión de su Encarnación, prometiéndome que cumpliría todo lo que me había predicho y establecería su orden en su Iglesia; que por ningún motivo lo pusiera en duda. Vi entonces a la Virgen, cuya dulzura y majestad eran incomparables, sentada en una postura que le daba una gracia indecible. No pude ver el trono o sitial que la sostenía, pero, mediante una visión agradabilísima, vi nacer de su lado izquierdo y de su seno virginal un niño admirable llevado por una luz que lo rodeaba como un sol y que le era esencial y connatural.

            Dicho niño no reposaba sobre el regazo de su madre, no teniendo otro apoyo que la luz, símbolo de su divino soporte, sobre el que su sagrado cuerpo y su alma bendita se apoyaban. Nacía del seno y del corazón de su madre sin que apareciera abertura alguna; a tal punto la visión de este nacimiento era intelectual.

            Comprendí la maravilla de los dos nacimientos del Verbo Encarnado; y cómo aquel que fue engendrado por su Padre antes de la aurora, en la luz y esplendor de los santos, nacía, en esos días, de María, como de su aurora; nacimiento que había sido tan puro y virginal como el del sol. Nacía del seno de María sin rasgar ni lastimar su integridad. No se apoyaba en su madre, pues no toma su primer origen de ella, que sólo es su [504] criatura. La luz corresponde a su esencia. La recibe de su Padre al nacer de él eternamente. Dicha luz es inmensa; lo porta, es su apoyo y lo rodea como una vestidura. El es Dios y hombre verdadero. La divinidad es la fuente de la luz y de los esplendores que deben reflejarse en la sagrada humanidad. El se apoya en esos rayos de manera maravillosa. La humanidad, por carecer de soporte propio, se apoya en la hipóstasis del Verbo. Este niño tenía a su costado derecho una flecha que me significaba, según la inteligencia que sobre ella se me dio, los ardientes deseos de la Virgen, que había herido amorosamente al Verbo en el seno de su Padre eterno. En cierta manera, ella lo abatió a tierra. El me dio a entender que a partir de entonces se sirvió de las mismas armas que lo habían vencido para herir con ellas el corazón de su querida madre, disparándole sus mismas flechas, pero más agudas, por ser su amor el de un Dios hecho hombre.

            Esta elevación de espíritu duró más de dos horas, durante las cuales el misterio de la generación y nacimiento del Verbo me fueron mostradas con tanta dulzura, que mi corazón se vio obligado a estallar en suspiros y en gritos de alegría. La importunidad de mis hijas me arrancó del gozo de estos divinos contentamientos. Podía exclamar de corazón con la Iglesia: Hoy se nos ha manifestado un misterio admirable: en Cristo se han unido dos naturalezas, Dios se ha hecho hombre y, sin dejar de ser lo que era, ha asumido lo que no era, sin sufrir mezcla ni división (Antífona de Laudes. Solemnidad de Santa María Madre de Dios).

Capítulo 81 - La corona de la Virgen, que tiene doce estrellas, nos representa los doce frutos del Espíritu Santo, los doce signos del Zodiaco y el trono ante el que se humillan todas las criaturas.

            [505] El 5 de enero de 1634 desperté poco después de la media noche debido a la dulzura de un sueño que tuve, que me enseñó los misterios ocultos en la corona de la Virgen, adornada de doce brillantes estrellas. Complacida en la belleza de este pensamiento, y no sabiendo quién me instruía durante mi sueño, me dirigí a mi amor y divino esposo, conjurándolo a que se dignara declararme él mismo las maravillas de la corona de su madre.

            Mi amado, lleno de bondad, quiso elevarme en un sublime conocimiento. Tuve pensamientos bellísimos acerca de los privilegios de la Virgen, que hubiera explicado a mi director si me hubiese atrevido a verlo en la mañana de aquel afortunado día, pues esta noche fue para mí más clara que el día iluminado por el sol ordinario y material. Sus divinos resplandores se expresan claramente en el momento en que nos iluminan, si la providencia de Dios, que los produce, nos permite disponer de tiempo libre para deducirlos por escrito, o bien tener cerca de nosotros a aquél a quien damos cuenta de dichas claridades que la divina bondad infunde en nuestros entendimientos, porque se las exponemos a la manera en que un cristal deja pasar la claridad del sol, el cual transporta sus rayos a través de ese cristal; la diferencia reside en que el cristal no puede obrar ni es iluminado. Es más bien insensible, sirviendo únicamente como medio para dejar pasar la claridad o para exponerla a nuestros ojos; pero nada más. Nuestros entendimientos pueden obrar, estar desnudos, y corresponder a dichas inteligencias, que los elevan atrayéndolos a amar, adorar y alabar en ellos, y mover a los demás a alabar la bondad de Dios, que comunica sus maravillosos resplandores a las almas a las que favorece.

            Si hubiera escrito entonces, habría expresado a través de la luz lo que la luz [506] producía en mí. Perdona, mi divino amor, mi tardanza y la rudeza con la que expresaré como pueda tus sutiles y etéreas claridades. Diré, pues, lo que aprendí:

            1º Que aquellas doce estrellas eran los doce frutos del Espíritu Santo, que se encuentran de modo eminente en la Virgen. Ante todo, la caridad, porque el Espíritu Santo, que se comunicó a los demás como en jirones: Les daré de mi Espíritu Santo, se derramó en ella con toda su plenitud: el Espíritu Santo descenderá sobre ti. Su caridad jamás se vio aminorada; estuvo siempre en Dios, que no vio en todo momento sino amor en ese corazón. Ella es admirada de todas las criaturas, que han encontrado y encuentran ese mismo corazón incesantemente ocupado por el amor y lleno de caridad por su salvación.

            2º La alegría de la incomparable Virgen fue tan grande al concebir al Verbo Encarnado, que sólo el Verbo, por ser su único objeto, pudo comprenderla cuando ella exclamó: Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.

            3º La paz se afirmó de tal manera en el corazón virginal de María, que cuando la naturaleza desfalleció y tembló la tierra, como si las emociones del Padre eterno se hubieran sacudido, María permaneció en su quietud al pie de la cruz de su Hijo moribundo: Estaba la madre de Jesús.

            La paciencia que apareció al mismo tiempo, más que divina. Nunca murmuró, ni se quejó. No dijo palabra alguna al contemplar el espectáculo sangriento a que se vieron obligados a contemplar sus ojos. Aquél Hijo que amaba tan tiernamente, se dejaba llevar como inocente cordero al matadero y no profería palabra alguna, aunque le arrancaran sus vestiduras con tanta violencia. Se arrojaba a la bondad de su Padre que parecía haberle abandonado a la merced de sus enemigos, dando solamente pequeños paliativos a sus quejidos amorosos. La madre no se quejó ni al Padre, ni al Hijo, ni a los verdugos que lo masacraban con tanta crueldad. Ella sufrió este martirio con paciencia increíble.

            5º La longanimidad es la paciencia que se prolonga, y que en ocasiones, por la duración de las penas, se derrumba. La Virgen sufrió en todo momento con un corazón ecuánime: del nacimiento de su Hijo hasta su muerte; desde su crucifixión hasta que ella fue llamada a la gloria. Aunque alcanzó el doble de la edad de su hijo, ejercitó sin cesar su paciencia en todos esos años, que rebasaron con mucho la ausencia de su Hijo. Sólo [507] el amor le ocasionaba un penoso martirio. Su constancia, empero, jamás se debilitó ni se alteró su paciencia.

            6º La bondad posee la tendencia a comunicarse. ¿Quién, por tanto, ha deseado comunicar sus bienes como la Virgen; y quién ha hecho más por mundo sino ella, que nos dio a su Hijo, el cual le es común por ser indiviso con el Padre eterno? El uno y la otra nos dieron a este Hijo que les era común, aunque con esta diferencia, que ensalza grandemente el don de la Virgen: el Padre Eterno dio sin menoscabo, pues el Verbo no sufrió en la divinidad y en la entidad que recibe de su Padre por generación eterna sino en la naturaleza humana, en la carne que le dio María, su madre, en la concepción temporal. María, pues, entregó a su Hijo para ser inmolado, con pérdida de su parte y exponiéndose al peligro de perderlo en caso de que no hubiera tenido a bien resucitar. Aun así, lo hubiera entregado con todo el corazón, como en realidad lo hizo.

            7º La benignidad es un efecto de la bondad y una cierta acogida plena de dulzura que la Virgen siempre ha mostrado hacia quienes se dirigen a ella. La mansedumbre y bondad son tan propias de la Virgen, que la Iglesia dice de ella: Dulce sobre todas las demás (Himno Ave Maris Stella).

            Los mansos poseerán la tierra. La Virgen, en razón de su bondad y mansedumbre, poseyó la tierra sublime que es Jesucristo en su humanidad. Poseyó además su propio cuerpo, que es la tierra santa de la que salió, con toda magnificencia, el fruto sublime y germen del Señor: El germen del Señor en magnificencia (Sal_68_34). Ella posee no sólo el cielo, que es la tierra de los vivos, sino todas las regiones y provincias de la tierra habitable que le están consagradas y que la honran con una devoción particular, todo lo cual recibió de su Hijo. De ello da fe la historia, pues siempre que se han dado conversiones notables, ha mediado en ellas el favor de la Virgen.

            9º Su modestia encantó al Hijo amado del eterno Padre, el cual se aproximó a ella, haciendo que esa misma modestia se acrecentara mediante la presencia continua de Dios. San Pablo dice: Vuestra modestia sea patente a todos los hombres. El Señor está cerca (Flp_4_5). ¿Cuál fue, entonces, la modestia de la Virgen al poseer a Dios en ella en la Encarnación, y al llevar en su seno, durante nueve meses completos, a un Dios humanado, y después de su [508] sagrado parto? Jamás se apartó de Dios, que habitó en ella como en su tabernáculo.

            10º La continencia, que en sí nos lleva a cierta firmeza en la pureza, se muestra principalmente en el voto que afirma la voluntad; voto que la Virgen fue la primera en hacer, sirviendo de ejemplo a un número infinito de personas de ambos sexos que más tarde la imitaron.

            11º La castidad de María es incomparable, pues no sólo es fecunda sin detrimento de su virginidad, sino que mediante su fertilidad llegó a ser más pura, ya que, al engendrar a Dios, creció en belleza con la pureza y santidad del mismo Dios.

            12º Olvidé la fe, que fue tan grande en la Virgen. Ella jamás vaciló ni falló en esta virtud cuando los apóstoles, que eran sus columnas, se bambolearon. La fe de la Virgen cooperó al cumplimiento de la Encarnación y de las promesas que Dios le hizo, según las palabras de Santa Isabel, la cual admiró y alabó altamente la fe de la Virgen, diciéndole: Bienaventurada eres por haber creído, pues se cumplirán en ti las palabras del Señor (Lc_1_45).

            Las doce estrellas figuran el zodiaco, que la Virgen, como otro cielo, lleva como adorno y corona. ¿No es ella la oveja que nos dio al Tauro que se sacrificó por nosotros? De ella nació nuestra víctima que fue inmolada. En su seno se unieron las dos naturalezas en un mismo soporte, como dos gemelos (Géminis). El cangrejo (Cáncer) que camina hacia atrás es su humildad, virtud siempre la apartó de todo rastro de orgullo en sus sentimientos; del mal y del pecado.

            El león (Leo) de la tribu de Judá sólo pudo dormir en su seno. Ella es la Virgen (Virgo) sin par, santa, Virgen escondida ante el mundo, pero conocida de Dios. Virgen y madre por prodigio inconcebible. Las balanzas humanas son defectuosas y mentirosas, dijo David. Sólo la Virgen, que pesó todo con la medida del santuario, mantuvo la balanza tan recta, que jamás se inclinó por exceso ni por defecto. Sólo ella fue reputada justa ante Dios y satisfizo la justicia divina.

            El escorpión (Scorpio) lleva el veneno en su cola, con la que hiere a muerte. La humildad de la Virgen fue un veneno para el demonio, rey de los soberbios, porque dio muerte al pecado. Su fin, su muerte, exterminaron a la muerte; como murió de amor, su cuerpo no se sometió a las leyes de la mortalidad, siendo el primero en recibir la inmortalidad después del de su Hijo.

            [509] ¿Qué arquero, o sagitario, es más bravo y diestro que la Virgen, la cual hirió el corazón del Padre eterno, al Verbo que reposaba en su seno y al Espíritu Santo, que es amor del Padre y del Hijo, de un solo tiro y con una misma saeta? Es la montaña de Betel sobre la que el corzo capricornio de los cantares se pasea. El cántaro acuario del zodiaco es presagio de muchas penas que la Virgen derramó sobre nosotros en forma de bendiciones y rosas celestiales; es el cántaro que nos ha conservado y ocultado el maná y el pan vivo del que somos alimentados todos los días. En fin, se encuentran peces piscis en el cielo o mar celeste, porque aquí abajo tenemos el mar acuario que nos dio al delfín que calmó nuestras tempestades y huracanes, ya que ella misma nadó en todo momento en el mar de gracias que es el océano de la divinidad.

            Se dijo a mi alma que estas estrellas contenían en su brillo una gloria mucho más grande, que ensalza a la Virgen por encima de todas las criaturas, pues dichas estrellas siguen una órbita fija y están adheridas a la bóveda celeste. Ellas sirven de corona a la Virgen, quien lleva sobre su cabeza el firmamento, como se dice en Ezequiel de los animales atados a la carroza de la gloria de Dios, los cuales significan que el Padre eterno, que no ha venido a la tierra, es la corona de la Virgen, su dignísima y muy amada hija. El sol de justicia, que es su adorno y regio manto, es su mismo Hijo, el cual al revestirse dentro de ella, la revistió a su vez de sí mismo.

            La luna que realza sus pies es el Espíritu Santo, que en todo momento ha ennoblecido con un sublime amor los afectos de la Virgen, que son sus mismos afectos, rindiéndose a ellos cuando ella ora por la salvación de los hombres; y aunque existen diferencias en la brillantez de los astros creados, esto no significa que el alma tan santa de la Virgen haga, en su entendimiento, distinción alguna entre las grandezas de las divinas personas. Sin embargo, estos símbolos nos sirven para señalar las propiedades personales de los tres divinos soportes. Bien sabía ella que la luz del Hijo es idéntica a la del Padre, a la que en nada cede la del Espíritu Santo.

            Vuelvo ahora a los cabellos de la Virgen, que pueden considerarse como relucientes estrellas, los cuales encantaron y aprisionaron, por así decir, al mismo Dios. Las damas suelen llevar en la cabeza, como adorno, penachos o broches de pedrería. La hermosura de la mujer reside en su cabellera; para realzarla, la adorna [510] cuidadosamente. ¿Puede haber insignia más rica y tocado más hermoso que el de las estrellas? Se puede afirmar con verdad que la Virgen es el gran signo autentificar por tres testigos irreprochables: san Juan, que tuvo la dicha de contemplarla en medio de sus divinas revelaciones; san Ignacio mártir, que designó a la Virgen como un prodigio celestial, y san Dionisio, que hubiera dudado en considerarla una divinidad terrestre de no haber aprendido, por la fe, que sólo hay un Dios.

            Ella es el signo del que se dice en Isaías: Estará puesta por pendón a los pueblos (Is_11_10). La Virgen es la bandera de Jesucristo, a la que podemos aplicar lo que su Hijo expresó de la cruz: Entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre (Mt_24_30); es decir, cuando el Hijo del hombre venga a juzgar con majestad, aparecerá una señal o estandarte. La majestad de la Virgen, en ese aciago día, fue representada a mi alma. Aprendí que la Virgen, que es al presente abogada de los pecadores, tomará partido en aquel día, porque dio un Hijo inocente que fue maliciosamente juzgado y condenado por los judíos y Pilatos, y que fue ultrajado por los pecadores. Ella fue ofendida en su Hijo y condenada junto con él. Pedirá, por tanto, justicia, la cual requiere que sea honrada en su persona así como fue menospreciada en la de su Hijo. Ella es, en verdad, la señal del Hijo del hombre, pues fuera de la Virgen, en cuyo seno se obró esta maravilla, no hay quien sepa los secretos de la generación humana de un Dios y de su Encarnación. ¡Cuál no será la gloria y majestad de este signo del Hijo del hombre, de esta reina, que estará sentada a la derecha de su Hijo, rey y juez de todas las criaturas! Pienso que será inefable.

            El número doce me trajo a la memoria, además, el árbol del paraíso que vio san Juan, cargado con doce frutos que hacen las delicias de los bienaventurados, en cuyas hojas reside la salvación de los pueblos. La Virgen tiene a todo el mundo bajo su protección por ser la salvación de los pueblos, por ser el árbol que lleva el fruto de la tierra sublime. En el pasado una mujer, mediante un árbol, causó la muerte de todos sus hijos; la Virgen, por el contrario, es para nosotros un árbol de vida que, con su fruto, alejó los males que causó el fruto envenenado del primer árbol.

            Aprendí, además, que la Virgen era el gran trono del que hablan Isaías y san Juan. No existe trono alguno [511] en el que Dios se siente más dignamente que en ella, debido a que una parte de su sustancia se unió hipostáticamente al Verbo. Dicho trono se eleva en tanto que los serafines bajan sus ojos, velan sus rostros y esconden sus pies, ruborizados y confundidos ante el esplendor de la majestad de Dios.

            Percibí, con una inteligencia muy sublime, cómo la Virgen levantaba su cabeza, rutilante de estrellas y de luz, para mirar fijamente a aquel a quien los ángeles no se atreven a ver de frente, el cual se complace en reposar en ella como en el trono más augusto de su gloria. Esta visión me produjo sentimientos inexplicables; sólo puedo decir que observé la gran confusión de los ángeles, y a la Virgen que, con santa osadía y admirable majestad, se acercaba al Dios de la gloria, sin mostrarse azorada ni abatida ante el resplandor de su divina magnificencia.

            Los veinticuatro ancianos depositaron sus coronas y se postraron al pie de dicho trono, reconociendo que a través de la Virgen poseen la felicidad. Los cuatro animales, que son los evangelistas, le rinden los mismos homenajes y deberes porque, al describir las maravillas del hijo, dan honor también a la madre.

            Los rayos y relámpagos que despide dicho trono abaten a los demonios, que revientan de despecho al verse ajusticiados y humillados por una mujer, por una pura criatura y por la majestad del poder de un Dios Encarnado, de quien se afirmó que estuvo sujeto a su madre.

            Isaías contempló la tierra llena de majestad y de gloria mientras veía cómo se elevaba aquel trono misterioso. Entonces se presentó a Dios para ser enviado por él. ¿No es una vergüenza para el cielo que la tierra, a causa de la Virgen, tenga más capacidad que él de la majestad de Dios? Vi, en esta contemplación, cómo los serafines enrojecían con un pudor del todo celestial, que no provenía de la envidia, sino de un humilde respeto a la majestad de Dios y a su trono, que es la Sma. Virgen. Fue necesario que un Isaías, de la raza de David, y más tarde aliado del Verbo Encarnado y de la Virgen, fuera enviado para anunciar estas maravillas. La alianza y la relación que tuvo con la Virgen lo hicieron digno de esta misión.

Capítulo 82 - Se me manifestaron diversas apariciones o simbolismos el día de la Epifanía de Nuestro Señor.

            [513] Al meditar en la Epifanía, mi divino amor me instruyó divinamente; pero, ¿cómo podría expresar humanamente las maravillas de Dios? Es necesario, sin embargo, a causa de la debilidad humana. Balbuciré como un niño, después de presentar mi espíritu al que, por un designio de su sabiduría divina, lo creó y preparó fuerte y suavemente en espera de manifestarme el esplendor de su gloria, la imagen de su bondad y el espejo sin mancha de la majestad de Dios.

            Mi espíritu, elevado por encima de todo lo creado, conoció débilmente cómo el Padre santificó a su Hijo antes de enviarlo al mundo, imprimiendo divinamente su imagen, que es figura de su sustancia y hálito de su virtud divina, en el alma y cuerpo que escogió para él; impresión que es subsistencia de sí y que abarca el cuerpo y el alma del Verbo: A éste, empero, Dios lo confirmó como Dios. Este cuerpo y alma fueron colocados sobre el carácter del Padre, que es la aparición gloriosa y divina de la que nuestra naturaleza fue saciada. En ese mismo instante, la Trinidad entera le presentó el gozo y la cruz para que escogiera el primero o la segunda, como forma de redención del género humano. El divino Salvador aceptó libremente la cruz, opción que lo llevó a someterse en obediencia al Padre, el cual dispuso lo que haría a cada momento. Contempló la hora de la muerte, percibiendo el horrendo rostro del pecador, que fue menester configurar con el rostro divino. Dos contrarios se presentaron a Jesucristo, pero el amor a nosotros lo impulsó a abrazar la confusión y el menosprecio con un ardor indecible, deseando hartarse de oprobios con tal avidez, que pareció a su apasionado amor que la hora tardaría mucho en llegar.

            Habiendo poseído una eternidad la forma de su belleza divina idéntica a la de su divino Padre, amó, durante una infinitud, esta confusión para redimir a los hombres y satisfacer a su Padre por los delitos que han cometido y cometerán [514] hasta el fin del mundo; es decir, hubiera querido padecer por el pecado que residiría en el infierno de los demonios y de los hombres obstinados, si esto hubiera convenido a la dignidad de aquel que debía ser la gloria de los elegidos en el empíreo, gloria que se ofrece continuamente al divino Padre para compensar inmensamente el horror que albergan los infiernos, el cual no puede ocultársele porque todo está al desnudo y descubierto a los ojos de Dios.

            Al pensar en las diversas visiones de un mismo soporte, experimenté alegría y dolor. Sin embargo, como la alegría es positiva e inmensa, y la cruz y el dolor eran causados por la pérdida, y que ésta era momentánea, el gozo sobreabundó y me elevó al lado de aquel que es bello por esencia y excelencia, el cual arroba al Padre con sus propias maravillas, proporcionándole un placer inefable al contemplar a este hijo tan amado, al que engendra en el esplendor de los santos unido a la naturaleza humana; es decir, el ser una sola persona que posee dos naturalezas: una propia desde la eternidad, y otra asumida de sí y por sí desde el tiempo hasta la infinitud, sin mezcla ni confusión: el hombre es Dios y Dios es hombre.

            El divino Padre desea corroborar el carácter de su gloria en las almas entregadas a su amor; y de manera inefable, en la mía. El mismo me reveló que, al recibir su alegría, era necesario ser como la santa humanidad, dispuesta a abrazar la cruz a fin de inclinar a su bondad a obrar con largueza hacia la humanidad; y que semejante alma se capacitaba para recibir estas admirables apariciones, que son antítesis continuas en la tierra, para convertirse en el cielo en una tesis general sostenida por la gloria esencial, que será la ciencia intuitiva, la cual hará felices para siempre a las almas fieles. Añadió que su sagrado cuerpo, cimentado en el soporte divino, glorificará con su hermosura a los cuerpos gloriosos, los cuales, a su vez, la transmitirán a sus almas, a ejemplo del Salvador, que fue reducido a sufrimientos indecibles durante su pasión. Fue por ello que exclamó: Padre, glorifícame en esta hora, pues para ella he venido (Jn_17_1). Padre mío, sé bien lo que escogí al elegir esta hora, que tanto aflige a mi humanidad, la cual sufrirá la privación de todo consuelo y se adentrará en la aprensión de toda desolación: Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Dios mío, clamo de día, y no escuchas, y de noche, y no me atiendes (Sal_21_1s). Así como, por misericordia, me hago semejante a la carne del pecado, deseo también aparecer como esos enamorados apasionados, [515] que pasan por locos, a los que el amor saca de sí mismos y de la prudencia ordinaria, como si hubieran perdido la razón. Padre mío, el amor a los hombres te movió a entregarme, para que yo mismo los salvara. Es tu voluntad que este compuesto sea destruido por la muerte temporal, a fin de que viva unido a ti y a mí en el Santo Espíritu que da la vida eterna. Bendice esta hora en la que mi alma será separada del cuerpo al que tanto ama, así como bendijiste aquella en que se unió a él en el momento de la Encarnación, al entrar en el mundo. Te dije que venía para ofrecerme en holocausto y hacer tu voluntad, recibiendo tu ley en medio de mi corazón. Como tú eres mi Padre, tus designios son mis delicias. Que mis penas te complazcan; que sufra yo como hombre y tú seas glorificado como Dios: Mas tú habitas en el Santuario, ¡gloria de Israel! Yo en cambio soy gusano y no hombre, oprobio de los hombres y desprecio de la plebe (Sal_21_4s).Los hombres por quienes anhelo sufrir se burlarán de mí y de mi bondad; pero ni todas sus mofas juntas son comparables a mi amor hacia ellos.

 Capítulo 83 - Los ángeles se unen para alabar al Verbo Encarnado, que es el único Hombre-Dios y merecedor de toda alabanza en el cielo y en la tierra junto con el Padre y el Espíritu Santo, de los que jamás se separa, aunque es distinto a ellos. Elevó mi alma en sublimes claridades.

            [517] El domingo de la octava de Reyes, las palabras de la antífona de entrada de la misa fueron objeto de mi meditación: En trono excelso vi sentarse un varón, a quien adora la multitud de los ángeles, que cantan acordes (Sal_99_1). Contemplé al Verbo en el seno del Padre como en su trono, en la Encarnación en el seno de su madre; en la Natividad, sentado como rey del amor, en el regazo de la misma Virgen y a los ángeles cantando sus alabanzas con un mismo corazón y una sola voz. Todos ellos se unen para alabar al Verbo Encarnado, que es el único Hombre-Dios y merecedor de toda alabanza en el cielo, en la tierra; en el Padre y en el Espíritu Santo, de los cuales jamás se separa, siendo distinto por ser las tres personas un Dios único en sumo grado. Su naturaleza es sencilla: es la unidad esencial perfectísima y completa, digna de glorificarse a sí misma y de colmar con exceso de gloria y alabanza al Hombre-Dios, que está sentado en la sede y trono de la grandeza divina.

            Durante esta visión tan excelsa, me vi a mí misma como una nada en presencia de dicho trono y renuncié a todo lo que no es del agrado del Hombre-Dios. Pedí humildemente ser elevada, por inclinación de la divina bondad, hacia ella misma, para poder acercarme a su trono y alabar con ella al hombre que se apoya en una [518] de las hipóstasis, adorando las dos naturalezas que sólo tienen un soporte.

            Al acercarme a la santa comunión con estos humildes y verdaderos pensamientos, pedí a mi divino amor que mi lengua sirviera de trono a su majestad y que se dignara morar en la parte más noble de mi espíritu y en el centro de mi corazón, atrayendo y elevando hasta él mis potencias y todos mis afectos. Invité además a los ángeles para que acudieran a adorar al Rey de amor en su trono, rogando al profeta Daniel que se desplazara como un reluciente rayo por todo el paraíso y congregara a dichos espíritus alados, convidándolos a rendir al Hombre-Dios, en este trono, al que su presencia comunica su majestad, los cometidos que él les vio cumplir en otro tiempo.

            Mi corazón se llenó de confianza producida, sin duda, por aquel que escogió en él su sitial: Levántate, Jerusalén; recibe la luz; porque ha venido tu lumbrera, y ha nacido sobre ti la gloria del Señor (Is_60_1). Fui invitada a levantarme con la confianza en que Jesús, mi divino Rey, sería mi luz y mi gloria, ya que había renunciado a toda otra gloria.

            La gloria del Señor radica principalmente en su divinidad, que es invisible, pero que se hace sentir con fuerza en las almas a las que, como la mía, llena e invade, complaciéndose en iluminarlas con sus encantadoras claridades.

            Me vi, al mismo tiempo, llena de luz. El Dios de bondad me ayudó a comprender que me había escogido para hacerme su domo, pues las cúpulas, por ser las partes más elevadas de los templos, son también las más iluminadas, ya que reciben la luz para iluminar el resto del edificio.

            Prosiguió diciendo que a través de su Orden me elevaría y me asignaría el lugar más honorífico; que por medio de este Instituto y mis escritos, revelaciones y doctrina, iluminaría a muchas almas en la Iglesia, por ser ésta su voluntad; que, al fijar en mí su morada, había colocado en mí los tesoros de su bondad como manantiales de su luz, iluminándome al mismo tiempo con sus admirables resplandores.

 Capítulo 84 - La desconfianza disgusta al divino esposo, por ser la iniquidad que acecha el calcañal. La Virgen siempre ha aplastado fuertemente a la serpiente con su talón

            [519] Como mis imperfecciones me perseguían más que la sombra al cuerpo, ya que no se percibe la sombra donde falta la luz, mi espíritu se hundió en una tristeza y desaliento que sólo eran cobardía.

            Mi divino amor me manifestó que dichas aflicciones y desconfianzas sólo me hacían daño, lo cual se comprende en esta expresión de David en el salmo 48: La iniquidad de mis opresores me rodea (Sal_48_6). Me dijo que la iniquidad opresora del calcañal es la aflicción que hace retroceder al alma abatida y sin valor, la cual no desea combatir, sino que se repliega en su debilidad. Un soldado que se oculta en su desaliento es considerado cobarde, poltrón, indigno de llamarse militar. David, que fue considerado un gran capitán, consideró como dañino a su valor el volver la espalda o aflojar el paso al menos un poco, no sólo en la guerra temporal, sino ante todo en la espiritual, en la que había sido adiestrado por el mismo Dios, quien le enseñó a manejar las armas: Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos a la batalla, mis dedos a la guerra. Misericordia mía y alcázar mío, mi fortaleza y mi libertador (Sal_144_1). "David, valeroso y humilde, confió en mí, que era su misericordia".

            El miedo es el mayor estrago en un ejército, por ser el desaliento que siembra el pavor en el alma, que llega a tener miedo a todo y huye despavorida, a semejanza de Adán cuando Dios le preguntó dónde estaba, después de su pecado. Cuando el alma ha ofendido, se retira de Dios, que se acerca; el miedo y la desconfianza la llevan, en ocasiones, a la misma desesperación, como sucedió a Caín y a Judas, del que dijo el Salvador: Levantó contra mí su calcañal (Jn_13_18). Su desesperanza, que fue la iniquidad de su talón, ofendió tanto a su Salvador como su traición, a pesar de que ésta fue infame y pérfida en sumo grado, pues fue movida por la avaricia.

            [520] La Sma. Virgen, tan llena de valor como de inocencia, fue desde el instante de su concepción un ejército ordenado para la batalla. Ella trituró la cabeza de la serpiente, que trataba de picarle el talón; a través de la confianza que tuvo en aquel que le concedió el corazón y el valor para atacar al dragón, sembró la confusión en el infierno. El Dios en quien confiaba le dio fuerzas para vencer. Por ello, caminó generosamente, en todo momento, hacia la perfección, creciendo como una bella aurora que llega a la plenitud del día. Jamás pudo ser detenida por las emboscadas que se le tendieron: su calcañal las aplastó desdeñando su poder, que al lado de tan magnánima amazona no era sino debilidad.

            El desánimo de la esposa jamás se dio en María, la cual nunca pudo ser alcanzada por los carros de Aminadab, que turban los espíritus. Al acercarse a la esposa, le provocan desaliento y desesperación, obligándola a emprender la huida por temor a perderse y caer en manos de sus enemigos, ante los que tiembla como una débil joven al ver un espantable escuadrón de carros que parece acercársele para aplastar su fragilidad. El pavor se apodera de ella, pero su esposo y compañeras la llaman con reiteradas voces: ¡Vuélvete, vuélvete, oh Sunamita, Vuélvete para que te veamos! (Ct_6_12). La muy amada del soberano príncipe es toda pacífica. Vuélvete y recupera tu rango. Tú ordenas todos nuestros afectos, que sólo desean contemplar la hermosura de tu rostro, que es figura de todas las gracias. Eres terrible como batallones formados para la batalla. Ignoras tu poder, que es el mismo de aquel cuya esposa eres, y en cuya fuerza todo lo puedes. ¿Por qué te dejas llevar por la pusilanimidad? Mira que tu rey viene con gran poder para abatir a todos sus enemigos, que son también tuyos. Reconócete, y verás que, con la fuerza de tu esposo, eres como un ejército ordenado para la guerra. Exclama con osadía: ¿Qué podréis ver en la sulamita sino coros de escuadrones armados? (Ct_7_1). Te sigue con atención y se complace cuando te diriges a combatir: ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! (Ct_7_2). Tu solo caminar y compostura espantan a tus enemigos y cautivan amorosamente a tu amigo, quien ciñe tu cabeza con la corona de tu victoria. A través de la confianza obtienes el triunfo completo en presencia del cielo y de la tierra

Capítulo 85 - El Dios de bondad se complació en llenar mi alma de su luz, transformándola en su domo, por cuyo medio desea iluminar a muchas personas en su Iglesia. Enero 1634.

            [521] Durante el mes de enero de 1634, fui muy acariciada de mi divino esposo. Un día después de Reyes me vi colmada de luz. Mi divino enamorado me dio a entender que me había escogido para ser su domo, que por ser la parte más elevada de los templos es también la más iluminada, ya que recibe la luz para iluminar el resto del edificio, y que no sólo conservaría este honorífico lugar en la Orden, sino en la misma Iglesia, en la que daría luz a las almas por medio del Instituto del que, en su sabia prudencia y bondad, me destinaba a ser fundadora; lo mismo sucedería con mis escritos, que eran una verdadera doctrina que él mismo me enseñaba, por lo que podía decir con san Pablo: El Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo (Ga_1_11).

            Las cúpulas están provistas de vitrales en lo alto para iluminar recinto en su totalidad, y de pinturas en la parte baja para recrear la vista de los que están en el interior. Hija, yo soy luz de luz e imagen de la bondad del Padre; el espejo sin mancha de la majestad, el vapor de la virtud divina, la emanación sincera de la claridad todopoderosa, en la que no puede haber tiniebla alguna. Yo soy Dios, que es todo luz. Tú eres hija de la luz por participación; yo soy hijo de la luz por esencia. David dijo que mi Padre me engendra en el esplendor de los santos. Ven, mi toda mía, entra en el jardín luminoso de las entrañas fecundas de mi Padre eterno, y allí me verás.

            "Querido Amor, no puedo ir allá sin Ti"; Se trata de una luz inaccesible a las criaturas, a menos que sean elevadas hasta ella por una divina dispensación, y sostenidas por Aquél que posee la Palabra de su divino poder. Es por tu medio, Amado mío, que soy ascendida. Tu amable bondad y tu gentil cortesía me inspiran confianza, lo mismo que tus amorosas exhortaciones, que me maravillan, impulsando mi espíritu y afectos hacia donde se dirige mi inclinación, que es a ti, corazón de mi corazón y alma de mi alma.

            [522] Los ángeles se admiran y exclaman con razón: ¿Quién es ésta que sube del desierto apoyada en su amado? (Ct_8_5), al ver a una humilde joven que asciende apoyada en su enamorado. Sin embargo, como viniste a la tierra a conversar familiarmente con los hombres, haces lo mismo con las mujeres, pero con dulzura y gran ternura hacia las que te aman. El amor iguala a los que se aman. Cuando encuentra desigualdades en ellos, se abaja para levantar al objeto amado. Dios desciende y el alma sube hasta Dios, adhiriéndose a su amor, en el que es transformada en un mismo espíritu con él. Como él mismo la instruye, se convierte muy pronto en su amada.

            Puede afirmarse de las almas a las que tu bondad se digna enseñar que penetran en tus potencias aunque no hayan estudiado las letras humanas; y que tu ciencia se manifiesta en ellas de un modo más admirable que si pudieran discutir valiéndose de la humana y vana filosofía. Ellas hablan con tu sabiduría y amabilísima sapiencia, que se complace en permitir que la boca de sus niños de pecho diserte y sea elocuente. En labios de estos niños manifiestas tu elocuencia admirable y confundes la soberbia de tus enemigos: De la boca de infantes y lactantes preparaste alabanza contra tus adversarios, para refrenar al enemigo y al rebelde (Sal_8_2).

            Llenaste la tierra con tu ciencia desde que te hiciste hombre y hermano nuestro, revelándonos que tu Padre es el nuestro, y que somos sus hijos por adopción. Fue mucho favor para el pueblo de Israel el ser Pueblo de Dios, que él se dignara tratar con sus profetas por medio de visiones y con Moisés por ministerio de los ángeles, por cuyo medio le entregó su ley: Después de lo cual fue visto en la tierra y habló con los hombres (Dt_5_24). Si la cabeza de Moisés resplandecía de luz al bajar del monte, en el que un ángel le habló en la semioscuridad, qué claridad no producirá el Dios humanado en el espíritu de sus esposas, para las que es todo lo que pidió y deseó en la última cena, en la que oró para que poseyeran la claridad que tiene junto con su Padre desde antes que el mundo existiera.

            El dice al alma a quien ama: Levántate, Jerusalén; recibe la luz; porque ha venido tu lumbrera, y ha nacido sobre ti la gloria del Señor (Is_60_1). Sobre ti, pequeña, triunfa y se engrandece la gloria de tu Señor, en tanto que las tinieblas rodean a los prudentes del siglo: Sobre ti nacerá el Señor, y en ti se dejará ver su gloria. A tu luz caminarán las naciones y los reyes al resplandor de tu nacimiento (Is_60_2s). [523] Que toda bendición te sea dada, divino amor mío, por las gracias que me concedes.

 Capítulo 86 - Victoria del Salvador en la conversión de san Pablo, quien, al verse vencido, salió victorioso. Al dejar de combatir por la ley, triunfó por la fe, enero de 1634.

            [525] El día de la conversión de san Pablo, Nuestro Señor me reveló las maravillas que ocurrieron en esta acción y la victoria que obtuvo sobre aquel corazón obstinado en preservar, con celo, la ley de sus padres. "Saulo, a ¿dónde vas?" "Voy a llevarme por fuerza las ovejas del soberano pastor, al que no conozco". "Pero El te conoce y te ha destinado desde la eternidad a ser un vaso de elección y dilección". "Voy a Damasco para preservar las tradiciones de mis padre; voy a afirmar los símbolos". "Pero debes predicar la verdad y decir que esta ley no lleva a perfección, confesando sin desfallecer al Salvador, a quién persigues con tanto furor". Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago el bien que amo: sino antes el mal que aborrezco, ese le hago. Mas por lo mismo que hago lo que no amo, reconozco la Ley como buena (Rm_7_15s).

            Gran santo, aplico este pasaje a lo que sucedió en ti cuando te dirigías a Damasco a realizar tu plan; hacías lo que ignorabas al obrar el mal que no deseabas. La ley te condujo a un lugar en el que verías al autor de la ley, a quien perseguías. Admiro cómo el cordero atrapó al lobo, cegándolo con un gran resplandor de luz y sacándolo de las sombras de la ley, a la que amaba, para concederle el don de la fe, que le era desconocida.

            Mientras vivió en esta existencia mortal, como niño y como hombre, el Salvador sólo atrapaba aves o peces. Ahora que vive en la gloria inmortal, y que desea usar de su poder, sale a cazar leones rugientes y lobos; también a pescar ballenas. Podemos decirle hoy en día, junto con David, que ha inclinado los cielos y ha descendido: Toca los montes y humearán (Sal_143_5). Ha abajado los cielos de su grandeza; ha humillado su humanidad, su cuerpo y su alma gloriosa. Ha venido con su magnificencia a tocar solamente las [526] montañas de los corazones endurecidos, haciéndolos derretirse como vapores aromáticos. La maravilla reside en que, al inclinar sus cielos, elevó y arrebató a Pablo hasta su grandeza; o sobre todo, trasladó la magnificencia de aquellos al interior de san Pablo: Tu magnificencia se levantó sobre los cielos (Sal_8_1). Ya expliqué este versículo en otra parte, según los sentimientos que Dios me concedió acerca de los privilegios de dicho santo.

            Importaba tanto al Salvador la conversión de este apóstol, que quiso descender en persona, ya glorioso e inmortal, para llamarlo. Desde lo alto de los cielos lo vio y olfateó su presa: Su nariz como torre del Líbano, que mira frente por frente de Damasco (Ct_7_4). Jesús estaba elevado como una alta torre en el paraíso del Edén. Este divino Salvador vino, hacia el mediodía, para combatir a Damasco, que significa sangre. El viejo Adán fue formado de tierra roja y nació en esa comarca. Hacia la mitad del día Jesús, lleno de amor, bajó a combatir y a destruir a san Pablo, el cual confesó (más tarde) que no vivía sino en Jesucristo, y éste en Pablo.

            Mi alma, admirada ante las victorias del vencedor, que procuraron la felicidad del vencido, experimentó sentimientos indecibles. Consideré el triunfo del Salvador, que coronó de luz a san Pablo, el cual, habiendo ido a confirmar la ley, se confesó vencido y dispuesto a derramar su sangre por la gloria del nombre de su vencedor, que le había aportado la gracia, la libertad y la verdad de la fe. A través de las sombras de la ley, este misterio cegó a Saulo para iluminar a Pablo. El mismo apóstol predicó con frecuencia las maravillosas irradiaciones de estas claridades, que lo alumbraron, lo abrasaron y atemorizaron felizmente en el camino de Damasco, colmándolo al fin de sabiduría y de luz. Fue transformado en un rayo de elocuencia divina, volviendo del tercer cielo después de su éxtasis.

            Adán fue expulsado del paraíso por haber comido del árbol de la ciencia en su deseo de hacerse igual a Dios mediante el conocimiento del bien y del mal. Dios puso un querubín con una espada flamígera en la puerta del paraíso terrenal; en este día, Jesucristo desciende del paraíso celestial para llevarse consigo el espíritu de san Pablo y comunicarle la ciencia de los misterios desconocidos aun a los ángeles, quienes debían aprenderlos del apóstol.

            Dios estimó a san Pablo más que a los ángeles. Cuando Lucifer se rebeló en el cielo contra el Verbo Encarnado, san Miguel lo combatió, ya que el Verbo no consideró propio de su dignidad hacerlo en persona. Sin embargo, al hacerse hombre y sentarse a la diestra de su [527] grandeza, no desdeño medir sus armas, por así decir, con el perseguidor de su Iglesia. Eran frentes desiguales, pues su sola presencia abatió a su enemigo y su clemencia fue tan grande que lo transformó y convirtió en su amigo íntimo y en un vaso precioso que llevaría su nombre por toda la tierra. Fue saciado con leche sagrada, muriendo con tanta inocencia como el Pontífice inocente, separado de los pecadores.

            El divino Salvador tenía tanta dulzura, que desbordó en el alma de Pablo un torrente de leche sobre el camino de sangre. Su pecho benefició más a san Pablo que el vino de su celo indiscreto. De este hijo de su leche salió una perfecta alabanza divina en presencia de sus enemigos, que se asombraron al constatar el cambio del perseguidor, que se había convertido en su predicador. Su alma, lavada con la leche, fue purificada y rectificada: de ahí en adelante amó únicamente su amor y su sabiduría. Nuestro Pablo salió, divinizado, de la leche y no de la sangre, manifestando así el torrente de dulzura que Jesús desbordó en él al convertirlo, ya que lo transformó en oveja y en cordero. El mismo lo alimentó con su leche y su sangre, a la que el calor de su amor, de su caridad, cambió en leche; caridad y amor que comunicó a dicho apóstol junto con la sabiduría, ya que la leche es símbolo del uno y de la otra.

            A causa de su sabiduría, fue designado más tarde maestro de la Iglesia y, por su caridad, nodriza de los fieles, ya que sólo tuvo entrañas de padre y pechos colmados de leche divina, sinceros y sin dolo, para nutrir a los nuevos convertidos y a la gentilidad, mismo que hacía san Pedro por los de la sinagoga. Por ello, dice: Pues quien dio eficacia a Pedro para el apostolado entre los circuncisos, me la dio también a mí para entre los gentiles...y conocieron la gracia que se me dio en Cristo Señor (Ga_2_8). Por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no ha sido estéril en mí (1Co_15_10).

            La Iglesia dice a san Pedro: Tú eres el pastor de todos, príncipe de los apóstoles; a ti se entregaron las llaves de los cielos. Y la misma Iglesia dice a san Pablo: Eres vaso de elección, apóstol san Pablo, predicador de la verdad en la universalidad del mundo. Aun siendo apóstol de los Gentiles, no dejó de sufrir mucho a causa de la reprobación de los judíos. He aquí lo que dice en Romanos 9:1: Cristo me es testigo de que os digo la verdad, y mi conciencia da testimonio en presencia del [528] Espíritu Santo, de que no miento, que estoy poseído de una profunda tristeza, y de continuo dolor en mi corazón, hasta desear yo mismo el ser apartado de Cristo por mis hermanos, los cuales son mis parientes según la carne, por ser hijos de Israel, al que se prometió la adopción, la gloria, la alianza, la ley, el culto divino y las promesas eternas de recompensa, que fueron dadas a Abraham, Isaac, Jacob y David, sus padres. Estos son también llamados padres de Jesucristo según la carne, que es bendita por los siglos de los siglos, el cual quiso descender de su trono de gloria para hacer subir a él a su benjamín Pablo, haciéndolo hijo de su derecha, hijo de su alegría, cuando sólo era el Benoní de la Iglesia, a la que perseguía duramente, según su propia confesión: con qué exceso perseguía la Iglesia de Dios, y la desolaba (Ga_1_13).

            Plugo al divino vencedor conceder la victoria a su vencido, no sólo de su obstinación, sino de todo lo que no era su Salvador, cuya caridad lo fortaleció a tal grado, que desafió generosamente a todas las criaturas de poderlos separar. El no vivía más de sí, sino que su divino amor era su vida. A partir del momento en que abatió su arrogancia, Cristo elevó su espíritu humillado más allá de los cielos, de manera que todos los bienaventurados pudieran cantar el triunfo del Salvador gloriosamente victorioso, así como el de san Pablo, el cual, llevado por el celo de la ley, terminó predicando la gloria de la fe y de su autor, el cual, por medio de su ardiente amor, cambió en leche la sangre del corazón de san Pablo, en el momento de su conversión.

 Capítulo 87 - El Salvador es el admirable Lamec que reveló su secreto a su Sma. madre y a santa Magdalena. Su muerte fue la muerte de la nuestra, haciendo morir al hombre viejo en la llaga de su amor. Enero de 1634.

            [529] En el mes de enero de 1634, meditando un día en el misterio de Lamec, el cual, habiendo dado muerte

            Caín, sólo quiso descubrir su secreto a sus dos mujeres, Ada y Sella, reconocí en él el amor del Salvador de nuestras almas, primeramente hacia su madre y después en Magdalena, ya que pareció no haber ocultado nada a estas dos Marías. La Santísima Virgen conoció, la primera, la Encarnación; ella es verdaderamente aquella "Ada" que es un nombre derivado de "Adán" en vista de su total correspondencia y afinidad con el nuevo Adán. La resurrección, según el Evangelio, fue primeramente declarada a Magdalena, verdadera Sella, que significa división, debido a que en su pasado, ocasionó un fuerte divorcio entre ella y Dios. Es de pensar que la Virgen lo vio resucitado antes de Magdalena, pero que quizá el Espíritu Santo no juzgó conveniente que constara en el Evangelio, ya que los descreídos hubieran dicho: "Se trata de una madre que alaba a su hijo, llevada por sus sentimientos naturales; esto lo aceptaríamos de otra que no fuera pariente suya".

            Ambas Marías conservaron las palabras del Salvador en sus corazones, que fueron como gabinetes secretos, como dice expresamente san Lucas refiriéndose a la Virgen madre: María conservaba todas estas cosas dentro de sí, ponderándolas en su corazón (Lc_2_19); y de la otra, nos dice Juan que Jesús fue recibido por Santa Marta: ...su hermana. Esta María es aquella misma que derramó sobre el Señor el perfume, y le limpió los pies con sus cabellos (Jn_11_1s). Cada una fue evangelista y pudo enseñar a los evangelistas; el Evangelio no olvidó ponderarlas y asociar su gloria con la de Jesucristo.

            Las dos mujeres de Lamec, ¿no representan acaso la sinagoga y la gentilidad? La sinagoga es Ada, la que enrojece, como dice su nombre, con la sangre de los sacrificios. Sella es la gentilidad porque permaneció largo tiempo separada de aquel que la deseaba por esposa. Jesucristo repudió a la sinagoga y amó a la gentilidad. Descubrió el celo [530] de su llaga, que es llaga de amor y de su pasión, en su tierno amor hacia María, su queridísima madre, a fin de que conservara sus palabras y fuera la depositaria de sus amorosos secretos. Descubrió a Magdalena un celo parecido, que lo movió a vengar los pecados y culpas que ocasionaban una división entre él y sus esposas, y que también lo llevó a buscar a esta Sella, de afectos divididos y de corazón errante. Quiso descubrir esta pasión o amor lleno de celo a Magdalena, que había sentido sus efectos, a fin de que ella lo proclamara por todas partes, y que en donde el Evangelio fuera predicado, se conociera la conversión de esta pecadora y el amor que Jesús tuvo a su alma penitente, llegando hasta descubrirle su corazón y a conversar privadamente con ella mediante divinos coloquios, enterándola de su resurrección antes que a los apóstoles.

            Las dos mujeres de Lamec prefiguran la sinagoga y la gentilidad, a las que el Verbo Encarnado manifestó plenamente su llaga de amor y su celo: amor hacia la sinagoga, a la que tan tiernamente acarició; celo y ardor hacia la gentilidad, a la que amó estando aun en sus inmundicias, y a la que persiguió cuanto más huía, muriendo al perseguirla y justificando así lo que dice el cántico: Implacables como el infierno los celos (Ct_8_6). Cuando el amor llega a este grado de celo, no es menos despiadado que el infierno y arroja a su presa en toda clase de sufrimientos y aflicciones. El amor del Salvador es más fuerte que la muerte.

            Lamec no sólo reveló a sus dos mujeres las heridas de amor que sufría, sino además el homicidio que había cometido: Oíd lo que voy a decir, ¡oh vosotras mujeres de Lamec!, parad mientes en mis palabras: Yo he muerto a un hombre con la herida que le hice, he muerto a un joven con el golpe que le di (Gn_4_23). Con esto parece decir que no mató a ese hombre sino para lastimarse a sí mismo, o para sufrir sus llagas.

            Comprendí varios misterios, que mi alma, iluminada por la divina bondad, pudo conocer: Jesucristo dio muerte, en su llaga de amor, al hombre viejo, es decir, al viejo Adán, en el ardor del encelamiento del mismo amor. El nuevo Adán no murió tanto a causa de los tormentos, cuanto por su amor, que lo expuso voluntariamente al suplicio. El viejo Adán murió para no revivir. El nuevo fue ejecutado en la cruz, más para resucitar a la inmortalidad. Las cosas viejas perecen para no tener más el ser; la ley de Moisés, con sus ceremonias, fue enteramente suprimida. Las cosas nuevas sólo morirán para revivir a una felicidad mayor.

            [531] ¡Cuan admirable es la llaga del místico Lamec! Es una herida de amor que no tolera remedio alguno, ni puede ser curada. Por ello, el divino Lamec dice con toda verdad: he muerto a un hombre con mi herida, el cual fue herido porque el Salvador, al perseguirlo y hacer morir al viejo Adán, fue del todo atribulado y llagado: afligido en su interior por el amor que horadó su corazón, que lo derritió, que lo derramó, que lo abrasó, que lo consumió; atribulado físicamente en todas las partes de su cuerpo: de la cabeza a los pies. Es un bravo y generoso enamorado que presentó al tormento la totalidad de su cuerpo, sin esquivar golpe alguno. Venció por medio de sus llagas y de su misma muerte. Combatió contra todas las criaturas que habían conspirado contra él, creyendo haberlo vencido al verlo quebrantado por la multitud de sus sufrimientos, que juzgaron mortales; y que por razón de los mismos sería borrado de la tierra de los vivos. Lamec declaró otro gran misterio: Pero si del homicidio de Caín la venganza será siete veces doblada, la de Lamec lo será setenta veces siete (Gn_4_24)

            La venganza que se tomaría por Caín valdría por siete; la sangre de Abel, derramada por el primer fratricida, fue vengada en la persona del mismo Caín con una venganza que valió por siete; pero el que vierta la sangre de Lamec, será castigado con un escarmiento que valdrá setenta veces siete. Sin embargo, la sangre de Abel obtuvo grandes bendiciones; la de Lamec, empero, obtendrá muchas más. Como los judíos dieron muerte a Abel, fueron castigados, abandonados y el Evangelio llevado a los gentiles quienes, al rechazarlo por la herejía, después de haberlo recibido, serían tratados más rigurosamente aún. Sin embargo, las bendiciones que seguirán a la sangre y a la muerte del divino Lamec serán mucho más abundantes que las que atrajo del cielo la sangre de Abel, que fue verdaderamente seguido de un pequeño número de justos. La llaga de nuestro Lamec-Jesús, sin embargo, engendró la justicia sobre la tierra, obteniendo para nosotros la efusión del Espíritu Santo, que descendió sobre los apóstoles y los discípulos para colmarlos de ciencia, de gracia y de amor, impulsándolos con entusiasmo a la salvación de los hombres mediante la predicación universal de la gloria del Salvador, que para redimirlos sufrió tormentos cruelísimos, humillándose hasta morir en la cruz, a la que quiso ser clavado después de haber sido flagelado con tantos golpes, que su cuerpo sagrado parecía no [532] tener sino una sola llaga que lo contenía enteramente, ya que desde los pies hasta la cabeza no había en él parte que no estuviera desgarrada u horadada.

            Más doloroso aún fue el desprecio que recibió de los hombres a quienes rescató, durante el tiempo de su pasión. Lo que consoló entonces a este divino enamorado, fue la visión de muchos que, después de la venida del Espíritu Santo, obtendrían provecho de ella, volviéndose hacia aquel que fue sacrificado por su redención. Escucharían a este apasionado de su amor, responder a sus pensamientos diciendo: "Recibí estas llagas que ustedes contemplan con asombro, en casa de los que me amaban". Deseo que, por medio de estos sufrimientos, sean curados de los suyos, y que a cambio de mi vida temporal posean la vida eterna, a fin de que se cumplan las palabras de Oseas: Yo los libraré del poder de la muerte, etc. (Os_13_14), y que la profecía de Isaías sea cumplida: mas luego que él ofrezca su vida por el pecado, verá una descendencia larga, y cumplida será por medio de él la voluntad del Señor (Is_53_10).

            La muerte del Salvador fue vengada por la caridad, que por sus méritos movió al Padre a enviar al Espíritu Santo prometido por el divino y amoroso Lamec después de que se elevó más allá de los cielos portando las llagas recibidas en su muerte, que son para nosotros fuentes de vida y de salvación. Por sus llagas, dio muerte al hombre viejo, manifestándonos al nuevo, que es según Dios en justicia y santidad; Dios y hombre, sacrificio y sacrificador, separado de los pecadores, santo, pureza eminente y resurrección de los buenos.

Capítulo 88 - Del celo de san Ignacio, fortalecido por el nombre de Jesús grabado en su corazón, al que las fieras demostraron respeto, 1° de Febrero de 1634.

            [533] Al meditar en el corazón del gran pontífice y mártir san Ignacio, y el generoso valor con el que deseó los tormentos, comprendí que Jesucristo había traspasado su corazón con la saeta encendida de su divino amor, y que al herirlo le había grabado su nombre con fuego, el cual le servía de escudo y lo convertía en terror de las bestias. Como lo transformó en cristóforo, nada debía temer en su calidad de portador de Dios.

            Llevaba este escudo de fuego en su amante corazón, que era el terror de los espíritus malignos, los cuales, habiéndose hecho anatemas por no haber amado a Jesucristo, temen a los que son un mismo corazón con él mediante la llama del divino amor.

            Dios moraba en medio del corazón divinizado del gran Ignacio, quien demostró su gran valor en medio de las bestias más feroces, que no se atrevían a acercársele si él no las provocaba o excitaba a hacerlo. Se llegaban con reverencia hasta su corazón, en el que estaba grabado el nombre del creador común y amabilísimo redentor de los hombres. Dichas bestias representan a las pasiones, que jamás turban al alma que posee a Jesús. El Salvador jamás fue atacado por sus movimientos desarreglados, aunque sintió tristeza y otras pasiones cuando fue conveniente. Permitió, por bondad, que los santos sintieran las pasiones y se despojaran de ellas, según los requerimientos de la gloria de Dios.

            Complacido con el celo de san Ignacio, dejó que las fieras se aproximaran, pero sin tocar su corazón, el cual se conservó entero y grabado con el nombre de Jesús. Las bestias parecieron comprender las palabras del Rey-Profeta: No toquéis, dijo, a mis ungidos (Sal_105_15). San Ignacio llevaba en su corazón la unción sagrada, el nombre que es ungüento derramado, que lo movía a decir atrevida y ciertamente que él era un porta-Cristo. Las fieras manifestaron mayor respeto hacia el santo nombre de Jesús que los seres humanos, que son más brutales que los brutos.

Capítulo 89 - Ofrecí incienso a la Virgen madre, rogándole me diese a su Hijo, en el que encontraría todos mis deleites. Favores que recibí.

            [535] El 2 de febrero, recordando que en ese día se humea a las mujeres en algunos lugares de Francia, después de haber hecho mis ofrendas a la Santa Virgen, le presenté, no humo, sino el incienso de las oraciones de todos los santos y los afectos de todas las criaturas, pidiéndole que, como rescate, según la costumbre de este país, costeara un festín, sirviendo en él buñuelos, que se hacen con la mezcla de harina, agua, vino, aceite y mantequilla, diciéndole: "Virgen sagrada, que eres la mujer fuerte, te pido este pan sagrado, que no es otra cosa que tu Hijo, a quien te ruego me lo des".

            Se realizó una unión sagrada en tu seno virginal, con el trigo de los elegidos, el vino que engendra vírgenes y el agua de la gracia; siendo nuestra humanidad el fruto de la tierra sublime, y su divinidad, que es inmensa, el aceite derramado. Esta efusión no separó al Hijo de su unión con el Padre y el Espíritu Santo, y aunque la sola hipóstasis del Verbo se encarnó, las otras dos personas lo acompañan por concomitancia y seguimiento necesario. Como la naturaleza divina es indivisible, las divinas personas están una en la otra mediante su circumincesión.

            El fuego del divino amor obró esta maravillosa Encarnación. El mismo Verbo es fuego que consume, uniéndose hipostáticamente a la naturaleza a la que apoya, por haberse hecho su soporte; no tuvo a bien que poseyera una hipóstasis humana, sino que apoyó dicha naturaleza en su persona, deseoso de que sus acciones fueran teándricas: divinamente humanas y humanamente divinas y de un mérito infinito.

            A estos panecillos de fiesta se añaden huevos. Jesucristo es el germen sagrado de David y semilla de inmortalidad, que desea darnos la vida por participación. Como alimento y su sangre como bebida el día de la última cena. No tuvo a mal que te adelantaras a su don, pues eres su madre, su nodriza, su guía y su preceptora.

            Este niño nos nació de ti. Que seas tú quien [536] nos lo dé. Es lo que tú deseas, y yo lo recibo con alegría y humilde agradecimiento a tu generosa majestad. Mi amabilísima emperatriz, tus dones son magníficos, pues son divinos y humanos: lo bueno y lo bello, que es el Señor.

            Al contemplar a esta Virgen más pura que las estrellas, que ofrecía su sol, gloria de Israel y luz de las naciones para iluminar a la humanidad, vi al Salvador entrar en su templo para purificar a los hijos de Leví y de Judá. Extendió a su Orden y a sus hijas esta purgación amorosa, diciéndome que estaba en su nuevo templo, que yo construía para él según el designio que me había dado, y que en él se sacrificaban a diario hostias vivas que son las complacencias de su bondad, que son descendientes de Judá e hijas que confiesan su nombre para alabarlo con alabanzas divinas, aspirando únicamente a dar a conocer su grandeza.

            Añadió que debían ser constantes en su amor, que las purifica por medio de aflicciones y esperas, porque la esperanza diferida aflige al alma. Por entonces se afligían a causa del asunto de su establecimiento, que se tramitaba en Roma. La promesa que Jesús se dignó hacerme, como al gran Ignacio de Loyola, de sernos propicio en Roma, me consolaba a pesar de las contradicciones que una persona con reputación de influyente nos causaba sin desear que supiéramos que se oponía, y por el poder de otra persona eminente como la primera. Esto lo ignoraban nuestro banquero y quienes solicitaban dicha fundación, los cuales nos comentaban: "Existe un impedimento secreto". Lo que ellos ignoraban me fue descubierto por mi amor con estas palabras: Hija, has escapado, por mi Providencia, del lazo que te han tendido. La bula está concedida y firmada. No temas que sea detenida. Esa persona fue engañada como Saúl por Micol, cuando perseguía a David. Sólo han tenido impedimento las últimas peticiones que se hacen sobre cosas que no son de tu parecer. Los artículos que los dos religiosos han querido hacer pasar son del todo innecesarios. Vive en paz; yo estoy contigo.

Capítulo 90 - Diversos estados en que se encuentran las almas a las que Dios prueba según cree conveniente para su progreso espiritual.

            [539] Al pensar, por la mañana, en que fui reprendida por comunicarme con demasiada libertad, presenté a Dios este defecto mío. Como respuesta, mi espíritu fue elevado a un sublime conocimiento de los designios de este Dios de bondad sobre mí, el cual me dijo que manifestaba cuando deseaba cosas que debían permanecer ocultas a ciertas personas; que los secretos del rey no deben publicarse, porque pueden, al descubrirse, manifestar los proyectos del estado y dificultar su ejecución; pero que los de su divino Consejo tienen sus efectos cuando él quiere valerse de su poder y providencia infalible; que él se complace en levantar a los humildes y darlos a conocer sus favoritos. Al verlos fieles en lo poco, los constituye en lo mucho, preparándoles su reino así como su Padre lo dispuso para él y coronándolos de gloria y honor.

            Continuó diciéndome que lo contemplara como Verbo humanado y cómo el Santo Espíritu le había formado un cuerpecito, el cual creció como el de todos los niños hasta la edad perfecta; pero que además, al ser extendido en la cruz, se alargó por las cuerdas que dislocaron sus extremidades moribundas. Después de su muerte creció su imperio: mientras su cuerpo permaneció en el sepulcro, su alma llegó hasta el limbo, donde manifestó sus grandezas a las almas de los santos Padres, haciéndolos partícipes de sus magnificencias, coronándolas de sus bondades, rodeándolas de sus luces y mostrándoles que él era la muerte de su muerte y la mordedura del infierno por haber cargado de cadenas al príncipe de las tinieblas, al que abismó, junto con todos sus secuaces, en la confusión eterna: y una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_15).

            Me aseguró que sería mi victoria con la condición de que no le arrebatara, llevada por el amor propio, lo que le pertenecía, y que no impidiese sus designios oponiéndome a su voluntad; que nada debía temer, sino que recordara lo que me prometió el día de san Ignacio, que cumpliría del todo. Añadió que su amor era su peso, que lo atraía hacia mí por un exceso indecible de bondad para conmigo.

            Lamenté ante él los sentimientos de cólera que mi mal humor me [540] causaba, algunos de los cuales me asaltaron durante sus divinas comunicaciones. Admiraba su incomprensible caridad, que me favorecía al mismo tiempo con una luz muy pura en la parte superior del espíritu, a pesar de sentir turbación en la parte inferior. Confiada y confusa, le manifesté mi pena y él me hizo saber que su sabiduría obraba de continuo este prodigio, sumergiendo al alma en estados muy diferentes, no sólo sucesivamente: el uno siguiendo al otro, sino al mismo tiempo; de modo que se encontraba en el paraíso, en el infierno, en el purgatorio y en el limbo casi en el mismo instante. Añadió que el trono de su majestad está rodeado de un arco iris; y aunque lance rayos y relámpagos, el alma se encuentra en el paraíso por la gracia y por la luz que alumbra su parte superior; en el infierno, a causa de sus culpas, que son materia de desesperación, de rabia, de aflicción y tristeza, conjugándose con el disgusto por la vida y todo lo que se presenta. Se ve, además, en el purgatorio por el deseo de ver a Dios en medio de la pena que le causa la esperanza diferida, y en la mortificación que es necesario hacer de las pasiones, a las que desea dominar y sujetar dentro de sí. Se encuentra en el limbo por la negación y privación de la luz, aunque sea sin sufrir. La esperanza de avizorar la luz después de las tinieblas impide que esto se convierta en un infierno: Me levantaré después de las tinieblas para esperar la aurora (Sal_57_8).

            Dios se complace en probar a las almas, a las que deja en diversas pruebas, permitiendo que el espíritu de desesperación, de ira, de melancolía y de codicia las tiente para servirles de ocasión de gloria y para hacerles ver que, al mismo tiempo que combaten en su parte inferior, gozan de paz en la superior. Ellas son su trono rodeado de iris y fabricado con esmeraldas; es decir, con una firme esperanza que no será defraudada. Cuando el alma es acribillada por los rayos, parece estremecerse de temor ante los truenos, pero los demonios no pueden acercársele ni destronar, valiéndose de toda esta confusión, a aquel que está sentado en el centro del corazón al que posee por su gracia.

            Comprendí que el alma de la dulcísima Virgen no había sido infierno y paraíso al mismo tiempo, por no tener pecado alguno, y que tampoco estuvo sujeta a las pasiones, que nunca obstaculizaron su entendimiento. Jamás experimentó la turbación y gozó continuamente del reposo celestial en un paraíso ininterrumpido.

            Hija, así como obré un prodigio de bondad en mi madre, hago un milagro de poder en ti, uniendo todos estos estados y diferencias en una misma alma, la cual no deja de ser el tabernáculo del Dios altísimo a pesar de que verse azotada por las tempestades. Los demonios no pueden acercarse a mi tabernáculo, al que santifico mediante el sufrimiento.

            Al consolarme y confortarme, el Dios de amor me exhortó a confiarme a él: él mismo sería mi luz y mi salvación, por ser mi poderosísimo protector. Me abandoné a su providencia, que dispondría de todo para su gloria y para su mayor bien, a pesar de que mi alma no percibió claramente que él era en ella Dios oculto y Salvador, el cual rodea su tálamo nupcial de tinieblas para no ser visto por los espíritus nocturnos, a los que vela sus designios.

            Sin dejar de acariciarme, repitió que confiara en él; que él apoyaba lo que yo había manifestado: que desde hacía algunos años, me había iluminado con la verdad de sus luces, entregándome sus sellos; que todo lo que llevara su impronta sería siempre verdadero; que su espíritu daba testimonio del mío y que mis palabras serían confirmadas por su sabia bondad, que no me engaña porque me da signos para distinguir el bien, amándome por ser bueno e infinitamente misericordioso.

Capítulo 91 - Grandes misterios que Dios me reveló a través del silencio que observa la Iglesia el Jueves, Viernes y Sábado Santos. Tinieblas que cubrieron la tierra mientras el Salvador pendía de la cruz. Ceguera de los Judíos y la iluminación de los gentiles. Semana Santa 1634.

            [543] Al considerar el silencio que observa la Iglesia el jueves y viernes santos, comprendí que las maravillas del Verbo Encarnado y sus misterios tienen su alegoría: que el silencio de media hora que reinó en el cielo mientras que san Miguel combatía por la gloria del Verbo Encarnado y por la de su madre Virgen, contra el dragón y sus adeptos, prefiguró el que se guardaría mientras el Hijo de Dios combatía a los demonios y a las criaturas que parecían luchar en contra de la locura de la cruz, que fue un escándalo para los judíos.

            El Verbo se enfrentó a la ira de su Padre, armado del rigor de su celo y de los rayos de su justicia. Cuando el Señor fuerte y poderoso quiso batallar, fue en verdad necesario que todo el mundo se sumergiera en un profundo silencio y que la naturaleza permaneciera como desvanecida o recelosa ante tan inusitado espectáculo.

            San Miguel combatió con las resplandecientes armas de la divina sabiduría para confundir el orgullo temerario de los espíritus a quienes su vanidad incitó a rebelarse contra su Dios y Creador. Miguel exclamó: ¿Quién como Dios? Jesús lidió con las armas de una aparente locura. San Miguel se valió del poder con el que Dios armó su brazo, para apoyar su gloria, rechazar al dragón y sus seguidores, arrojándolos fuera del cielo. El Salvador le aplastó la cabeza con su sabiduría, exaltando la muerte en cruz, que era considerada infamante.

            San Miguel atrajo a su partido a los ángeles fieles que permanecieron en su deber y en la obediencia que debían a Dios, el cual les mostró su gloria. [544] Jesucristo atrajo a sí a la humanidad a través de cosas repugnantes para ellos, como la cruz y la ignominia. Luchó con su Padre por el afán de su gloria y de la justicia, por cuya causa la cólera de aquel Padre tan bueno se había encendido. Peleó para obedecer su voluntad y someterse a sus mandatos. El mismo quiso entonar el himno compuesto por él, con los ojos fijos en el cielo; manifestando con amor, humildad y confianza que había venido a glorificar su nombre, y pidiendo a su vez ser glorificado por su divino Padre según su promesa y los méritos de un Hijo obedientísimo.

            ¿No es en verdad razonable que todo el mundo calle para escuchar el diálogo entre el Padre y el Hijo, el cual combate cuando sufre para salvar a la humanidad? Los ángeles estuvieron atentísimos mientras que el Padre eterno trataba con su Hijo, el cual pronunció entonces aquellas palabras de David: A ti se debe la alabanza, oh Dios, en Sión, a ti el voto se te cumple, hasta ti toda carne viene (Sal_65_1s). Pues en Sión él le rindió la alabanza singular, haciéndose víctima de alabanza en la institución de la Eucaristía, para cumplirle sus votos en Jerusalén al día siguiente, ofreciéndole el holocausto de sí mismo, que le prometió desde el primer momento de su ser, cumpliendo con la ley según su promesa: De mí está escrito en el rollo del libro: He aquí que vengo a hacer tu voluntad; tu ley está en medio de mi corazón (He_10_6).

            ¿Acaso no emitió el voto de una perfecta pobreza en su desasimiento universal, no reservando para sí ni aún a su misma madre? El voto de obediencia, ¿pudo ser más generoso al someterse hasta el suplicio de la cruz? hasta ti toda carne viene. El cuerpo del Salvador, al estar suspendido en la cruz después de ofrecerse al Padre eterno, fue dado a los discípulos a manera de espíritu en el sacramento eucarístico, en el que es una víctima purísima que ofrece su integridad virginal. Fue entonces cuando en verdad fue exaltado, atrayendo y polarizando todo hacia él y hacia el amor de su Padre. La carne, que se inclinaba a la corrupción, en la que el Espíritu de Dios no había podido detenerse, se vio sublimada al ser purificada, como si se hubiera transformado en espíritu, no aspirando sino a las delicias divinas, sabiendo que en tres días, después de su resurrección, recibiría una vida nueva.

            El silencio del Salvador en la cruz no fue continuo, sino interrumpido por algunos gritos causados por el temor de las tinieblas que cubrían la tierra. Desde la hora de sexta hasta la de nona, mientras que dichas tinieblas velaban toda la tierra, se trataron grandes misterios que la Sma. Virgen y san Juan pudieron [545] admirar, ya que el amor les dio ojos que taladraron la oscuridad de aquella noche sombría e inusitada.

            Quiero señalar que san Juan no presta atención a las tinieblas en la narración de la crucifixión de su maestro debido a que permaneció siempre en la luz, distinguiendo el agua y la sangre que brotaron del costado del Salvador abierto por la lanza del soldado. El predilecto contempló las maravillas de los misterios adorables de la redención, que Dios veló con el crespón de sus tinieblas, de las que plugo a su bondad producir admirables luces en mi alma, conversando conmigo varias horas acerca de los secretos de su tálamo nupcial. El divino Salvador me dio a entender que oró a su Padre con lágrimas, gemidos y clamores para obtener el perdón de los pecados del mundo y, como acostumbraba orar durante la noche: y pasó la noche orando con Dios (Lc_6_12), hizo que ésta avanzara a fin de vacar a la oración con Dios.

            Las tinieblas suspendieron los espíritus de los hombres, manteniéndolos en un silencio de admiración. El rogó a su Padre que cumpliera las promesas que le hizo de darle una descendencia numerosa, por haber puesto su alma y entregado su cuerpo en manos de buenos y malos, muriendo porque así lo quiso. Fue constituido rey sobre Sión, la santa montaña, la noche anterior a su muerte, instituyendo el divino sacramento y ofreciéndose él mismo por mediación del Espíritu Santo y obrando la transubstanciación del pan en su cuerpo y del vino en su sangre por potestad divina. El Padre le dictó a continuación el bello sermón de los preceptos de amor y de la caridad misma: Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado (Hch_1_5), en este sacramento de vida, que te reproduce a pesar de la conjura de los escribas y fariseos ante Caifás, quienes concluyeron que era necesario llevarte a la muerte y borrarte de la tierra.

            Yo, que moro en una luz inaccesible, me burlo de esta ceguera y de sus locuras. Ellos temían la llegada de los romanos; pídeme todas las naciones de la tierra, yo te las daré: Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra (Sal_109_4). Mereces ser escuchado a causa de tu reverencia; te propusiste la alegría y la adquiriste para los elegidos al cargar con la cruz; eres el escogido de Dios como Aarón y Melquisedec: tu reino y tu sacerdocio no tendrán fin: Eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec

(Sal_110_4).

            Caifás rasgó tu vestidura; su sacerdocio pasó por ser únicamente la sombra del bien que contiene la verdad, al que envolvió la sombra de [546] la muerte representada por aquellas tinieblas que cubrieron la tierra. En medio de aquel silencio, se escucharon las palabras del Todopoderoso y se percibieron sus adorables claridades, mientras que la noche extendía velos sobre toda la tierra.

            ¿Dejaría mi alma de admirarse al contemplar a aquel que desde el trono de su real y divina grandeza trataba con su Hijo suspendido sobre el patíbulo de la cruz? Hizo de él su tabernáculo, al que rodearon las tinieblas como la nube en otro tiempo a Moisés cuando hablaba con Señor sobre el Monte Sinaí por mediación del ángel a quien llamaba Señor. El Hijo único habla con su Padre de igual a igual, sin causar detrimento; es idéntico a él como Dios, y por humildad le ruega como hombre, como ángel del gran consejo y como rey de la humanidad y de los ángeles. Hablan acerca de sus dominios. Mantiene a sus elegidos suspendidos de la cruz, en el aire, por el que determinó volver en el último día junto con su madre, los apóstoles y todos los santos a juzgar a los vivos y a los muertos, haciendo aparecer su cruz en el cielo como un estandarte glorioso delante de todas las naciones. El mismo que se vio en el calvario como un suplicio infamante.

            ¿Qué te he dado, Señor, para que me introduzcas a tu consejo privado, en el que tratas tus grandezas y tu gloria mientras que la humanidad sólo se fija en tus humillaciones y desprecios? No me admira que la Virgen y san Juan estén allí: ella es tu madre y él tu secretario predilecto. Comparten tus sufrimientos y participan en tus menosprecios. Mueren porque no mueren. A mí, que no sufro, que carezco de inocencia y de fidelidad, que te he clavado en la cruz por mis pecados, me es concedida la gracia de comprender tus misterios ocultos en ti a través de los siglos; a mí se ha dado el poder y el mandato de anunciarlos después de haberlos escuchado. Es esto lo que me confunde; lo que para los demás son tinieblas, para mí es un claro día. La noche de tus pasión es para mí noche de delicias. Obras con misericordia porque eres misericordia.

            El Calvario es un trono de gracia y estás en él para perdonar y pedir a tu divino Padre el perdón para tus enemigos. En él eres víctima y pontífice; ya que subes al santuario con tu propia sangre, ofreciendo el incienso de tus oraciones. Tu corazón es el altar y el incensario de oro en el que está depositado el amor todo ardiente, todo fuego. Tu Padre te recibe como holocausto perfecto. No desea más sacrificios de corderos, de bueyes, de toros y de [547] aves. El velo del templo se rasga. Los sacramentos antiguos son elementos vacíos. Las figuras ceden a la verdad. Te considero, amor mío, sobre la cruz, celebrando tus bodas con la Iglesia y la gentilidad. El Calvario es la habitación; la cruz, el tálamo nupcial y las cortinas, las tinieblas, porque jamás comprenderemos los secretos de las bodas reales del Dios hecho hombre.

            Divino Salvador mío, contemplo a los ángeles como los sesenta fuertes de Israel que llevan sobre el muslo la espada para espantar a los espíritus nocturnos. Sin embargo, me parece que les prohibiste combatir contra los poderes de las tinieblas, que salieron de sus mazmorras para hacer sus últimas tentativas. Cuando san Miguel combatió al dragón, la batalla no se libró a plena luz. Dios, que es el mismo sol, no apareció en ella; sólo san Miguel, que clamó con voz estentórea: ¿Quién como Dios? Con sus armas doradas y luminosas, trató de disipar las tinieblas que habían oscurecido los entendimientos de aquellos espíritus rebeldes, que eran luz por naturaleza. San Juan no vio otra antorcha ni otra luz en el cielo durante esta contienda, sino la que lanzaba la mujer vestida o rodeada de sol, coronada de estrellas y calzada de luna, cuyo fruto deseaba devorar el dragón. Este Hijo, empero, fue arrebatado hasta el trono de Dios, lo cual significó que el campo de batalla se encontraba lejos del trono de Dios, que es el solio que irradia la luz.

            Comprendí que mi Salvador vendrá glorioso e impasible en el último día de la humanidad mortal, en pleno fulgor de su majestad, sobre las nubes del cielo (Mt_24_30), porque el último día de su vida mortal fue crucificado entre las nubes de la tierra. Las del cielo son luminosas como la que ocultó al mismo Salvador a los ojos de los apóstoles el día de su ascensión, cubriéndolo con una sombra luminosa que no los privó de la vista, sino únicamente del excesivo brillo que hubiera lastimado la gran debilidad de sus pupilas. Esto mismo sucedió en el Monte Tabor el día de la transfiguración.

            Las nubes de la tierra son vapores de agua lodosa que ascienden a causa del calor, espesándose y condensándose en el aire para poder ocultarnos la luz del sol, que con frecuencia no puede atravesarlas con sus rayos por ligero que sea su espesor. Estas nubes son un verdadero símbolo de la ingratitud, que fue el pecado de los judíos, en medio de los cuales fue crucificado el Salvador, quien fue condenado por Pilatos para contener su rabia y su [548] satánica y negra malicia, a las que quiso representar con las tinieblas que acompañaron su muerte, de manera que pudo afirmarse: entre las nubes de la tierra. De manera semejante, vendrá a juzgar a vivos y muertos sobre las nubes del cielo.

            Escuché a mi divino Salvador tratar con su Padre acerca de los asuntos más importantes de sus dominios eternos, y que todo esto debía guardarse en un gabinete secreto. Moisés, al tratar con Dios acerca de la alianza con el pueblo judío, fue ocultado por una densa y oscura nube (Ex_19_9); y al bajar para explicar este trato y sus condiciones al pueblo, fue necesario que velara su rostro. Mientras duraron las tinieblas, el Salvador crucificado concluyó con su Padre la alianza con el mundo, la elección de los escogidos y la participación de sus gracias. Los judíos mismos se obstinaron y endurecieron, finiquitando su reprobación a semejanza del príncipe de las tinieblas. La bondad de Dios, en cambio, consumó la vocación de los gentiles, restituyéndolos en lugar de los judíos. Todo esto sucedió en una densa y oscura nube, en las tinieblas. Dicho símbolo fue muy claro en la ruina de los egipcios y en la salida de los hebreos, que fue en la noche, como dijo el ángel: Cuando un tranquilo silencio ocupaba todas las cosas, y la noche, siguiendo su curso, se hallaba en la mitad del camino, tu omnipotente palabra, desde el cielo, desde tu real solio, cual terrible campeón saltó de repente en medio de la tierra condenada al exterminio; y con una aguda espada que traía tu irresistible decreto, a su llegada derramó por todas partes la muerte; y estando sobre la tierra alcanzaba hasta el cielo (Sb_18_14s).

            Es evidente que el ángel exterminador, al atravesar Egipto a eso de la media noche, sembró la muerte en los hogares y los hebreos, que habían teñido sus puertas con la sangre del cordero inmolado, fueron preservados de ella, pudiendo salir cargados con los despojos de Egipto gracias a la protección divina, que sembró la confusión y el espanto en los espíritus de los egipcios, que urgían a los hebreos para que apresuraran su salida. Las aguas del Mar Rojo se dividieron para dar paso al pueblo de Dios, cerrándose después para abismar en ellas a los egipcios, que, arrepentidos de haber permitido dicha salida, los persiguieron para regresarlos y reducirlos nuevamente a la servidumbre y a la cautividad.

            ¿No es verdad que, durante el silencio de la naturaleza, que pareció turbada y a punto de ser aniquilada en el curso de aquella noche, la omnipotencia de Dios, cuyo mediador es el Verbo Encarnado, habló desde el solio de la cruz y resonó en el Calvario? Fue éste el transcurso de una noche [549] extraordinaria, comparado con el de las demás noches, que es regular y ordinario, y que se suceden en todo tiempo a la hora asignada. El sol, mediante su lejanía y su presencia, fabrica nuestros días y nuestras noches al acercarse o alejarse de nosotros en determinados momentos, por tener sus periodos precisos y medidos. Esta noche, sin embargo, ocurrió en pleno mediodía, por ser extraordinaria. Fue también pasajera: sólo ocurrió una sola vez. La Escritura dice que estaba en su curso, señalándolo con estas palabras: una noche pasajera. Como ya he dicho, fue transitoria debido a que un Hombre-Dios moría por la humanidad.

            La palabra humanada y omnipotente, el Verbo de Dios, se hizo oír desde el trono real de la cruz, pues el Salvador pareció aceptar el título de Rey sólo en la cruz. Clamó dos veces con fuerte voz: la primera cuando se quejó a su Padre porque lo había desamparado: y a la hora de nona exclamó Jesús, diciendo en voz grande: Eloy, Eloy, lamma sabacthani? Que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mc_15_34). Y después de haber bebido el vinagre, san Mateo lo menciona expresamente: Entonces Jesús, clamando de nuevo con una voz grande, entregó su espíritu (Mt_27_50).

            Gritó antes de entregar el espíritu, proclamando que todo estaba consumado. Dijo a gritos a los demonios que su poder había terminado; que habían empleado todas sus fuerzas, pero que su imperio llegaba a su fin. Gritó a los padres que gemían en el limbo, anunciándoles que se acercaba su liberación. Dijo a gritos a su Padre que todo se había cumplido; que su justicia estaba satisfecha en todo. Un poco antes clamó que tenía sed de pagar todo lo que su Padre quiso imponerle por añadidura, a pesar de encontrarse en tan extremo abandono. No se encontraba ya en las antiguas figuras y profecías cosa alguna que no hubiera sido ejecutada, salvo el beber vinagre. Después de haberlo chupado, exclamó: Todo está cumplido (Jn_19_30). Habiendo encomendado antes su espíritu a su Padre, se lo entregó, dando antes de expirar un grito con fuerte y potente voz, que se dirigió a todas las criaturas y rompió los lazos de su cautividad, resquebrajando, en figura de ésta, las piedras y las rocas, como cuando gritó a Lázaro que saliera del sepulcro, volviéndolo a la vida con el poder de su voz.

            Con su muerte resucitó no sólo a aquellos cuyos sepulcros se abrían, sino a toda la raza humana, que yacía muerta en el pecado. Las tinieblas cubrieron a los egipcios [550] mientras que los israelitas gozaban de la luz. Ahora, por el contrario, las tinieblas rodean a los israelitas y a los judíos, en tanto que los gentiles comienzan a ver la luz despuntar sobre ellos. Al ponerse en Judea el sol de justicia, se levantó en el horizonte de los gentiles. Los egipcios persiguieron a los hebreos porque no quisieron reconocerlos como hijos del Dios vivo. Aquel pueblo tan amado del Dios de bondad, después de experimentar los favores de su brazo omnipotente cuya protección paternal les prodigaba, se mofó de los gentiles odiándolos a muerte, sin poder imaginar que fuesen hijos del mismo Dios y Padre.

            Cuando llegó el tiempo propicio, persiguieron y dieron muerte maliciosamente al verdadero y natural Hijo del Dios a quien adoran, clavándolo en una cruz que consideraban infamante, no reconociendo su omnipotencia ni aun después de la muerte. Los hebreos pasaron en medio del mar a pie enjuto, en tanto que las olas que sepultaron a los egipcios les servían de muralla. Hoy en día los gentiles se salvan en el oleaje del mar enrojecido de la sangre del Salvador, mientras que los judíos se pierden en la marejada de tan preciosa sangre, según lo que pidieron a gritos: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos (Mt_27_25).

            Los hebreos salieron triunfantes del Egipto que habían saqueado; los gentiles se han enriquecido con los despojos de los judíos. El Salvador, que por nacimiento les pertenece, deja de ser uno de ellos; renunciaron a su bondadoso rey, el cual fue registrado en el censo de Augusto al venir al mundo. Es ésta una expropiación sagrada que pasa a la potestad de los gentiles: fue necesario pedir su cuerpo a Pilatos, gobernador de Judea y representante del Imperio Romano. Los corazones de faraón y de los egipcios fueron endurecidos, pero los de los judíos no lo fueron menos: sus ojos estaban llenos de escamas y sus oídos tapados con estopa; y así como la escritura atribuye el endurecimiento de faraón a Dios, así relaciona la obcecación de los judíos con Jesucristo, el cual los deslumbró con sus milagros. Esto es lo que se reveló a Isaías con la expresión embota el corazón de este pueblo (Is_6_10).

            El no fue causa de los pecados e iniquidad de unos y otros sino sus mismos crímenes, que provocaron su endurecimiento y ceguedad, obligando a Dios a retirar la dulzura y la luz de sus gracias, que podía suavizar sus corazones obstinados e iluminar sus invidentes ojos, en caso de que hubieran querido corresponder a sus bondades y seguir su voluntad, que él les dictó velada por el ángel y bajo la figura de la columna de fuego y la [551] nube, al caminar a la cabeza de su pueblo hacia la tierra de promisión después de haberlo sacado de Egipto, por el que seguía suspirando. Al estar sobre la columna de la cruz, Jesús volvió la espalda a Jerusalén y dirigió su rostro hacia el Occidente, abandonando la Judea y fijando su vista en la gentilidad, a la que él mismo quiso conducir hasta la tierra de las promesas eternas, en la que se encuentra la visión beatífica que lleva en sí al soberano bien.

            Cuando los judíos conspiraron para dar muerte al Salvador, quisieron arrancar aquel justo de la tierra: y cortemos lo de la tierra de los vivientes (Jr_11_19). Sin embargo, él mismo se trasplantó y echó sus raíces en los elegidos, siguiendo el mandato de su Padre: y echa raíces entre mis elegidos. Abandonó, pues, la tierra que, por su ingratitud, se hizo indigna de albergar al árbol de vida que florecería como un lirio y como un cedro del Líbano aun en tierra desierta y sedienta. La tierra de los gentiles, que ha sido hasta ahora un páramo desierto, sin recibir rocío alguno del cielo, porque todo había sido reservado al delicioso paraíso de Judea, recibirá la fertilidad del Dios de toda bendición, el cual la bendecirá y hará que su nombre sea grande en ella.

            El sacrificio del cordero pascual fue un sacrificio y una víctima de pasaje para los judíos: víctima del paso del Señor (Ex_12_47). No quisieron ellos verlo más ni en su sinagoga, ni en su templo, ni en su ciudad. Le obligaron a salir, llevando su cruz, hasta el Monte Calvario, donde se ofreció en sacrificio y pasó por su muerte; el sacrificio de la cruz es una víctima de paso para los gentiles. Jesús pasó hasta el pueblo gentil; vino a ellos y en medio de ellos; y ellos vienen a él, por lo que dijo: Grande es mi nombre entre las naciones; en todo lugar se harán sacrificios a mi nombre y se ofrecerá una oblación limpia. Su nombre sagrado será, en adelante, célebre y glorioso en medio de las naciones extranjeras. En todas partes se le ofrecerá una víctima inocente y un sacrificio de alabanza, que él confesará digno de su gloria.

            Fue durante las tinieblas, antes de que la luz fuera hecha, que Dios creó, en su mente y en su Hijo, al cielo y a la tierra. En el principio creó Dios el cielo y la tierra (Gn_1_1). El Padre creó, por medio de su [552] Hijo, el cielo de sus elegidos, en tanto que la tierra de los judíos permanecía vacía y estéril, sin adorno y sin fruto, envuelta en las tinieblas que cubrían la faz del abismo judío, que era el mismo abismo y la misma tierra que quiso, para su propia desventura, perder a su Creador y Salvador, que es un abismo de bondad oculta a los judíos, en tanto que Dios hace brillar la luz sobre los gentiles. Que nos llamó, dice la palabra santa, en luz admirable. El pueblo que yacía en las tinieblas vio una gran luz. El centurión, al ser iluminado, reconoció la divinidad del hombre al que veía morir en la ignominia del suplicio de la cruz, confesando que era el Hijo de Dios, en cuanto escuchó su fortísima voz antes de expirar.

            De cuando en cuando, el Espíritu del Señor se cierne sobre las aguas del paganismo, haciéndolo fértil por su virtud; Espíritu que abandonó a los judíos, lo cual fue significado por la espiración que el agonizante Jesús envió a los gentiles, en cuya dirección miraba: exhaló su espíritu.

            También fueron vistos sus ángeles al salir del santuario, desentendiéndose así del cuidado de dicho pueblo. David había pedido este Espíritu, y sabía muy bien que Dios lo enviaría: Envía tu espíritu y renovarás la faz de la tierra, renovación que parece causar que todo el universo renazca en los cuerpos y en las almas. El envío de este espíritu, de este soplo divino, es la gloria del Señor: Gloria al Señor por los siglos. Que se alegre el Señor en sus obras. La gloria del Señor ha comenzado a aclarar y a elevarse como un hermoso día que sale de las tinieblas de la noche. Es el día de la alegría de su corazón. Se alegrará por siempre en la obra de nuestra redención: este es el día que hizo el Señor. Gocemos, en este día glorioso, de este Dios de bondad.

            El Padre eterno me mostró la pasión del Salvador como una feria que se tuvo lugar en la cruz, diciéndome que su Hijo fue vendido por Judas a sus enemigos y a los poderes de las tinieblas, los cuales salieron de los infiernos por miedo a que el Salvador que habían comprado en treinta denarios les fuera arrebatado, ya que el traidor que lo vendió, considerando que habían entregado la sangre del justo, se arrepintió sin caridad, desesperándose y considerándose indigno de recibir el perdón de su crimen. Se colgó y descendió a los infiernos desde el cadalso, infiernos a los que llenó de alarmas: los demonios, espantadísimos, rabiando y furiosos, salieron de sus calabozos, descargando su furia sobre el inocente Jesús, a quien sabían muy bien que no podrían guardar en sus abismos. [553]

            El Padre Eterno pareció acudir al rescate de su Hijo, redimiéndolo de manos de los pecadores que lo tenían en su poder. Lo mandó pedir a Pilatos por mediación de José de Arimatea, quien ofreció contribuir con el sudario, añadiendo que cedería su propio sepulcro para que allí se le colocara; que la justicia religiosa y la secular no tendrían que hacer desembolso alguno para sepultarlo.

            José compró los ungüentos y Nicodemo se unió a él para llevar a cabo tan santa empresa, que tenía un precio que Dios se dignó valorar. A cambio de una pequeñez, les concedió el paraíso; a cambio de un vaso de agua fresca dado en nombre del divino Salvador, el cual, al morir, compró a todos los hombres con el precio de su sangre. Para ver su adquisición, hizo que todos pasaran delante de sus ojos: todas las criaturas, en las personas de la Virgen y de san Juan, estuvieron presentes así como lo estarán un día en el juicio. El pagó el mismo precio elevado por los réprobos y por los elegidos, aunque aquellos desventurados se alejen de él y sean como los demonios rebeldes.

            Tan variados conocimientos me mantuvieron largo tiempo en suspenso, admirando la bondad de Dios, que se compadece de los hombres que se pierden por su malicia después de haber sido rescatados por una abundante redención.

            Durante aquel misterioso silencio, mi divino amor me explicó además estas palabras de Zacarías: Callen todos los mortales ante el acatamiento del Señor; porque él se ha levantado y ha salido de su santa morada (Za_2_13). Me dijo que el hombre que tendía la cuerda en casa del Profeta para medir la tierra y Jerusalén, era figura de sí mismo; que él midió en la cruz la tierra de su cuerpo, la de Jerusalén y la de la Iglesia.

            Midió también la Sión celestial para que fuera su habitación gloriosa y la de todos sus elegidos, con la medida de oro de la caridad, que no era la medida del ángel ni del hombre común, sino la medida del Hombre-Dios, que ofrecía su cáliz a los hombres para que lo bebieran después de él, considerándolos en su condición de hombres y teniendo en cuenta su debilidad; pero que su Padre lo recompensaría, como Dios según las medidas y distribuciones hechas por su divino amor, que amó tanto a la humanidad que le dio a su Hijo único; "Al dárselo, les he dado todo". Por ser su heredero universal, los hizo herederos con él y hermanos suyos en una adopción de amor.

Capítulo 92 - Admiración de los ángeles en el sepulcro del Verbo Encarnado resucitado. Explicación de la visión del profeta Ezequiel. Los atributos gloriosos de la santa humanidad, que es arco iris de paz y nuestra soberana dicha, Sábado Santo 1634.

            [555] Job preguntó por qué Dios enviaba su sol a los hombres que están hastiados de su larguísima estancia en esta vida, tan saturada de aflicciones que penetran en sus almas como aguas de dolor, añadiendo que parecería más conveniente que permitiera a los espíritus que sufren dejar sus cuerpos abrumados de miserias, para reposar en los sepulcros en los que no sentirán más dolores. Al obrar de este modo, satisfaría los deseos de estos infortunados. Si embargo, afirmar que los tesoros de alegría se encuentran en esas moradas de muerte, no se podía comprender antes de la resurrección del primogénito de los muertos, el cual contiene en sí todos los tesoros de ciencia, sabiduría y gozo de su divino y eterno Padre.

            Quiso, en su bondad, comunicar su luminosidad al sepulcro y los ángeles fueron vistos sentados en él, admirando la divina liberalidad, que había comunicado a los hombres sus inmensas riquezas, por lo que podían decir al contemplar el cuerpo del Verbo Encarnado: ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuan insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿Quién conoció el pensamiento del Señor? (Rm_11_33s). O bien, ¿Quién fue su consejero? En otro tiempo su espíritu no quería morar con los hombres por ser corpóreos y de carne; ahora el Verbo Encarnado ha bajado al sepulcro en el que habitaba la corrupción, para salir de él con atributos gloriosos, tras haber permanecido en él cuarenta horas.

            Los ángeles se consideraron muy honrados ante el encargo de rodar aquella piedra, que es más preciosa que los tronos en y sobre los que se sientan los monarcas del mundo. Como nuestro Dios se hizo hombre mortal y se dejó [556] llevar al sepulcro, se llenaron de gran admiración. Considerando el amor que Dios tiene a los hombres, subieron desde la tierra hasta el cielo, haciendo un admirable comercio con los hombres, porque Dios se hizo hombre. Se sienten complacidos al sentarse sobre esta piedra, porque moran voluntariamente con los hombres desde que se concertó la paz.

            Son ellos quienes guardan los velos que en otro tiempo colocaban ante nuestros ojos para velarnos los misterios, los cuales, según san Pablo, los hombres les dan a conocer ahora. En tanto que en la tierra siguen conservando los velos, las almas contemplan el rostro de Dios en los cielos bajo la claridad de la luz divina, por lo que responden a las Marías: ¡Resucitó, según su palabra! Porque él la pronunció, en su calidad de palabra que hizo todo y Verbo del Padre, se resucitó a sí mismo con su poder omnipotente.

            La visión de Ezequiel (Ez_1_4), nos señala la gloria de dicha resurrección: El trono de joya es Jesucristo; el Adán celestial va sentado en la carroza figurada por las cuatro ruedas, relacionadas con este misterio y la gloria del día que hizo Dios, gloria que el profeta percibió en aquel maravilloso aparato. La nube de colores cambiantes según la situación del sol, es la santa humanidad, que mostró mil colores: destiló leche en su nacimiento; derramó sangre en su pasión y se espesó en el firmamento, haciéndose cristal en la resurrección. Al recibir la inmortalidad y volverse luminosa con una claridad divina, retiene siempre el poder de destilar un rocío de leche y miel, transformándose en cielo mediante la luz y la consistencia, sin por ello dejar de ser tierra abundante, en la que corren las bendiciones que nos son figuradas por la leche y la miel, que la tierra prometida ofreció en abundancia a quienes tomaron posesión de ella. El arco iris que producía un resplandor en torno, formándose con los rayos y llamas que irradia el que se sienta sobre el trono de majestad, es el Dios de paz que envuelve a los apóstoles y al mundo con ese esplendor de fuego que todo lo rodea, haciendo ver cómo la bondad y caridad del Salvador abrazan todo para hacernos partícipes de la dicha que nos mereció con su pasión. El firmamento de dicho esplendor de gloria muestra, además, que los elegidos verán en esos luminosísimos resplandores los secretos de los [557] divinos misterios. Su vista es terrible: suscita respeto en los buenos y terror en los malos. Esta es la razón por la que los guardias temblaron ante el brillo de los ángeles y no únicamente cuando se estremeció el sepulcro y se abrió.

            Las cuatro caras de los animales que tiraban de ese carro triunfal son misteriosísimas. El buey representa el sacrificio que mereció dicha gloria, y que se glorifica en sí mismo; el león que duerme con los ojos abiertos es causa de la hermosura de ese día debido a la luminosidad de la llama de sus mismos ojos; el hombre recibe un nuevo nacimiento, pero para la gloria; el águila que recibe los rayos de la divinidad, los envía sobre nosotros en cuanto los recibe. Jamás estuvo voló a mayor altura: es ella la que arrebató su presa a los infiernos y a la muerte. Esta águila adorable que reposa en el seno del Padre eterno y se alimenta de su sustancia, que es la médula del cedro del Líbano, posee la misma esencia y naturaleza de su divino Padre, que la engendra en el esplendor de la santidad. Águila que se alimenta de la luz que le es consubstancial con el Padre, del que recibe su ser sin dependencia, por ser luz de luz y Dios de Dios, y término del entendimiento que la produce.

            Por medio del hombre se representa la dulzura; por el león, la fuerza; por el buey, el trabajo y por el águila el valor y la generosidad. Las dos alas replegadas en una son las dos naturalezas del Salvador unidas por un nudo indisoluble. El rumor de las aguas es la voz de las criaturas, quienes comparten y atestiguan la alegría de esta resurrección.

            Además de que todas las criaturas están, de manera sublime, en Jesucristo, todo en él ha sido reparado y perfeccionado, como dice san Pablo, para hacernos conocer el misterio de su voluntad, fundada en su beneplácito, por el cual se propuso restaurar en Cristo, cumplidos los tiempos prescritos, todas las cosas de los cielos, y las de la tierra, por él mismo (Ef_1_9s).

Capítulo 93 - Los signos del nacimiento del Verbo Encarnado son los mismos de su resurrección, pero de diversa manera, en los primeros se mostró pasible y en los segundos impasible. Pascua de 1634.

            [559] Noche de noches. La noche de la resurrección nos muestra claramente la ciencia que el silencio de la noche de la natividad nos había velado. Este día glorioso nos muestra la maravilla del día feliz que los ángeles anunciaron a los pastores diciendo: "Hoy les ha nacido un Salvador" (Lc_2_11). El día de Navidad no convenía a la naturaleza divina, porque alrededor de este misterio había tan pocas personas que supieron lo que pasó y que además informaron de manera confusa y contraria.

            Fue envuelto en lienzos para demostrar que había nacido en la tierra, los ángeles de la resurrección mencionan también los lienzos: "Ya que no está aquí, ved el sudario". Al encontrarse, pasible, en el establo, se dejó envolver en pañales. Ahora, en su estado impasible, no quiere más lazos ni lienzos en torno a sí. Por conservar su imagen, estos sudarios les servirán de señal inequívoca de que estuvo aquí. David pidió como signo de bondad, el imperio divino para el unigénito del Padre Eterno: Da tu fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu sierva. Haz conmigo un signo de bondad: Que los que me odian lo vean (Sal_86_16s): que sea yo confirmado en tu gracia y que tus enemigos sean confundidos por este verdadero signo de tu bondad hacia mí.

            No pronunció palabra alguna en la noche del pesebre, a pesar de que siguió siendo el Verbo. Si no hubiera muerto y resucitado en esta segunda noche, y sólo no hubiera existido la primera, tal vez no la tendríamos por digna de una alabanza perfecta, ya que la redención no se había cumplido según el mandato divino. Job (Jb_3_7), dijo de la noche de su nacimiento: Sea la tal noche solitaria, impenetrable a los clamores de alegría. [560] Esta noche, por estar acompañada de una claridad divina, fue transformada en un día glorioso: aquel en que el Verbo Encarnado resucitado hizo que fuéramos invitados a gozar de su gloria y de nuestra dicha. En él los ángeles fueron revestidos de claridad y se sorprendieron al ver correr lágrimas por las mejillas de Magdalena, cuyo amado es su alegría y felicidad.

Capítulo 94 - El Salvador resucitó por divina virtud y no por ministerio de los ángeles, quienes recibieron la orden de anunciar esta maravilla con adoración y admiración. Después de Pascua 1634.

            [561] Al pensar en la resurrección del Salvador, comprendí que los ángeles no contribuyeron en nada a su resurrección, a pesar de que no ha faltado quien diga que recogieron su sangre, sus cabellos y los jirones de su carne desgarrada por la flagelación.

            Estos espíritus humildísimos fueron espectadores de esta maravillosa resurrección en medio de un profundo respeto y adoración. Si el primer Adán fue formado por la mano de Dios, sin que interviniera el ministerio de los ángeles, con mayor razón el segundo Adán, el cual, en su Encarnación, fue concebido por obra del Espíritu Santo: y si el espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos (Rm_8_11). Resucitó para gloria de su Padre, que le dijo: hoy te engendré en su generación eterna; mismas palabras que se explican mediante su generación y nacimiento temporales.

            En los Hechos, el apóstol las aplica también a su resurrección, resucitando por su divino poder, lo cual demuestra que los ángeles en nada cooperaron a ella, así como no recabaron la sangre virginal, ni prepararon materia alguna que le diera forma en la Encarnación. El Espíritu Santo laboró bajo la sombra del Altísimo. El ángel anunció claramente la Encarnación y, cuando la Virgen le preguntó de qué manera sería aquello, vemos claramente que él confesó con toda franqueza que no tenía orden de dar detalles acerca del modo en que se llevaría a cabo dicha operación, diciendo que el Espíritu Santo haría esta obra admirable en medio de unas sombras que él no podía penetrar, y que el Espíritu de Dios le velaba del todo esta maravilla. Estas palabras nos permiten juzgar que los ángeles no cooperaron en nada a la resurrección. El Salvador dijo que él tenía poder para tomar su la vida y volvérsela a dar.

            [562] Fue, pues, él junto con su Padre y el Espíritu Santo, lo cual fue mucho más conveniente y honroso, aparte de que los ángeles no podían hacer que un cuerpo traspasara la piedra. Para ello, hubieran tenido necesidad de un poder sobrenatural y divino, que era mucho más decente conceder al alma del Hijo de Dios que a sus espíritus servidores. Toda esta rehabilitación se obró instantáneamente por obra de la Sma. Trinidad, que concurrió en todo como en la primera formación, en la que se concedió al alma del Salvador el poder que le comunicaba la unión hipostática del Verbo, acompañado del Padre y del Espíritu Santo por concomitancia.

            Así como el Salvador quiso hacer girar el lagar y pisarlo él solo, según la profecía de Isaías, sin ayuda de criatura alguna, también quiso resucitar por su propio poder. Los ángeles, según el mismo profeta, parecen sorprenderse al verle volver de la batalla, diciendo: ¿Quién es éste que viene de Edóm, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo Este del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? (Is_63_1). Soy yo, que he combatido para redimir. He hablado con mi Padre como Hijo suyo y he satisfecho su justicia infinita. Por eso se entiende que él podía salvar al hablar, por ser la palabra de la virtud divina, por cuya mediación el Padre hizo todo y lleva en sí la creación entera. Ellos responden: ¿porqué está rojo tu vestido, y tu ropaje cono el del lagareo? El lagar lo he pisado yo sólo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo (Is_63_3s).

            Cuando Pedro, su lugarteniente, quiso servirse de una espada para golpear a los que acudieron a prenderlo en el huerto, él le prohibió utilizarla, ordenándole guardarla en la vaina, y volviendo a su lugar la oreja que Pedro había cortado al sirviente del Pontífice, diciéndole que deseaba combatir solo; que si quisiera ayuda, su Padre le enviaría más de doce legiones de ángeles. De esto se puede inferir que no juzgó a propósito que dichos generosos espíritus lo asistieran en el combate, y que era más glorioso para él combatir solo, no deseando darles la gloria de ayudarle a recoger su sangre derramada y los jirones de su carne.

            Aquél que creó todo de la nada, que todo lo podía con solo decir una palabra, y llamar al ser lo que no existe, no tenía necesidad de que los ángeles recolectaran lo que él diseminó por amor. El que ama no da su gloria a los otros si no los ve más fuertes, más magníficos y grandes que él. El amor que el Verbo tenía [563] a su humanidad y la estima que tenía de la sangre con la que el Espíritu Santo formo su cuerpo en las entrañas de su santa madre, lo urgió a recoger su sangre y volverla a sus venas en sólo un instante, así como el Espíritu Santo formó su cuerpo de otro. Este momento se llama: pronto saqueo, rápido botín (Is_8_1).

            Por ser el amor vencedor de la muerte, se apresuró a tomar sus despojos para aparecer en triunfo después de estas victorias, en presencia de quienes lo amaban: su santa madre y Magdalena, que lo vio la primera, como afirma san Juan: "Se apareció primero a María Magdalena" (Jn_20_18), no permitiéndole que lo tocara y diciéndole que aún no había subido a su Padre. Esta prohibición me hizo ver, además, que, por estar glorioso, debía ser adorado y admirado, pero no tocado. Se nos dice que invitó a Santo Tomás y a los apóstoles para que lo tocaran; mas esto fue para fortalecer el espíritu de Tomás y para asegurarnos, mediante el contacto de aquel que ponía en duda la resurrección, que había resucitado verdaderamente, no alabando que él hubiera querido ver para creer, sino a los que creen sin ver.

            Si, mientras adoraban la majestad de Dios, los ángeles aparecieron velados ante el profeta Isaías cuando se le reveló el rostro del Dios de la gloria, qué respeto no guardarán ante la verdad. Adoran al Verbo, su cuerpo y su alma de tres maneras: en la sustancia de su cuerpo santo, en la sustancia de su santa alma y en la sustancia del Verbo, que es la misma del Padre y del Espíritu Santo, que no son sino un Dios. Las tres personas obraron conjuntamente hacia el exterior, juntando divinamente su sangre y resucitando con su poder divino la santa humanidad del Verbo, de manera similar a lo que sucedió en la Encarnación, que se llevó a cabo mediante la venida del Espíritu Santo, por la sombra del poder del altísimo, y porque la persona del Verbo se revistió de un cuerpo. Puede afirmarse, por tanto, que el mismo Verbo resucitó por el poder del Padre y del Espíritu Santo, que es también el suyo, y que los ángeles no ayudaron en esto, concretándose más bien a admirar esta maravillosa resurrección, adorando al Verbo Encarnado glorioso, inmortal e impasible, al que habían adorado mortal, pasible y menospreciado en el pesebre y sobre la cruz. Si no se atrevieron a tocarlo en esos estados de anonadamiento, ¿Cómo hubieran osado hacerlo en los de su grandeza?

            El Padre no les dijo: "Siéntense a mi derecha" [564] ni tampoco: "recojan la sangre de mi hijo". San Pedro dijo que deseaba ver sin intermisión al Espíritu Santo que fue enviado desde el cielo para formar el cuerpo del Salvador, considerándose afortunados al contemplar las delicias que el Espíritu Santo tenía en el Hombre-Dios, que hace las delicias del Padre desde la eternidad. La Iglesia santa dice en el prefacio que las dominaciones lo adoran y las potestades tiemblan ante él.

Capítulo 95 - En que la santa humanidad es el hierro candente y el espejo en que las vírgenes se reflejan y en el que admiran sus divinas bellezas. Su corazón es el arpa y el salterio con los que, por privilegio divino, acompañan sus cánticos de gloria. Después de Pascua 1634.

            [565] Durante la octava de Pascua, me quejé amorosamente con mi esposo, por haberme dejado varios días en sequedad y en pequeñas aflicciones, exclamando con David: ¡Gloria mía, despierta, despertad, arpa y cítara! (Sal_56_9). Al cabo de estas invitaciones, mi divino amor me mostró cómo se elevaba en la gloria de su resurrección, diciéndome que su humanidad estaba bien representada en el mar de vidrio y de cristal que vio san Juan en su Apocalipsis. El vidrio se hace de guijarros y otros materiales terrestres, que se calcinan en el fuego. Al adquirir su forma terrena, el cuerpo del divino Salvador, oscuro y pesado, se transformó en resplandeciente, sutil y glorioso por haber pasado por el crisol de las aflicciones.

            Pude contemplar en el cristal de dicha humanidad gloriosa, a la divinidad engastada como un sol, el cual, con sus rayos luminosos, la hacía aparecer como oro refinado y depurado, que san Juan mostró además como cristal sin defecto (Ap_15_2), con el que estaba construida toda la Jerusalén celestial. Comprendí que la misma humanidad era la ciudad santa cuyas doce preciosas puertas son las cinco llagas, la boca, los dos ojos los dos oídos y las dos fosas nasales. Los cuatro sectores de dicha ciudad son los cuatro atributos gloriosos: [566] la impasibilidad, la claridad, la sutilidad y la agilidad.

            San Juan añade poco después que dicho vidrio era transparente como un cristal. La humanidad gloriosa es un mar solidificado a manera de cristal, permítaseme la expresión, no sólo porque el cuerpo glorioso del Salvador, al igual que el de los bienaventurados, es transparente, sino porque, como el vidrio, sirve de espejo a los santos y, en especial, a las vírgenes, que tienen el privilegio de mirarlo más de cerca; espejo en el que se contemplan a ellas mismas y a los objetos en torno suyo, y que es muy diferente de los demás espejos que sólo representan nuestros rostros si están en posición opuesta a ellos. Este, en cambio, representa al Padre y al Espíritu Santo, que, junto con él, son indivisibles aunque distintos, así como a todas las criaturas que encuentran su expresión en el Verbo, que es el espejo sin mancha ni defecto encuadrado en la humanidad santísima.

            Los vidrios de nuestros cristales, aunque estén bien pulidos, nos engañan con frecuencia, adulando nuestros defectos; o si nos muestran nuestra fealdad, no la borran para producir belleza en su lugar. Cuando las vírgenes acuden al espejo divino, son purificadas de toda mancha al mirarse en él, pues dicho espejo les comunica, mediante una irradiación admirable, su esplendor y belleza, de manera que mientras más se contemplan en él, tanto más se hermosean y agradan a su esposo, que hace crecer su amor en proporción a su hermosura. Ellas reciben, por preferencia, el favor de mirarse más de cerca en este espejo virginal que los otros santos. Es éste el fruto de la amorosa integridad que el esposo divino las lleva a producir, y los favores que renueva en ellas, a fin de que crezcan en belleza. La hermosura acrecienta el amor, y éste, la atención. Las miradas mutuas de este espejo divino y animado esclarecen a las vírgenes con la reflexión de su luz, estableciendo un ciclo admirable en sumo grado. Por ello, llegan a gozar de la claridad que el Salvador pidió a su Padre para ellas con preferencia a los demás santos.

            [567] San Juan, en su décimo quinto capítulo, vio el mar de vidrio abrasado por una llama sagrada que se mezclaba con dicho cristal, haciéndolo resplandecer con la suavidad de dicho fuego, que parecía animar y abrillantar la blancura del vidrio en el que se regocijaba. Todos los que habían vencido a la bestia y borrado su imagen, estaban alrededor de dicho mar, llevando en sus manos las arpas de Dios y cantando el cántico del cordero y de Moisés, servidor de Dios. ¿Quiénes son los que resistieron las embestidas del dragón y pisaron bajo sus pies la imagen de la bestia, sino los y las vírgenes, que jamás admitieron en sus espíritus otra alegría e imagen que la de su esposo, ni albergaron otro afecto en su corazón sino el suyo?

            Solamente los vírgenes seguirán al cordero a todas partes, como asegura el mismo apóstol en el capítulo precedente, en el que se les confiere el privilegio de cantar el cántico nuevo, que es el cántico del cordero, que cantan y tocan en sus arpas: como de citaristas que tocaran sus cítaras (Ap_14_2), a las que menciona en el capítulo siguiente: arpas de Dios, llevando las cítaras de Dios (Ap_15_2). La divina bondad me comunicó que el arpa de las vírgenes es el corazón de Jesucristo, corazón que él me entregaba amorosamente, el cual es arpa de Dios que anima los corazones virginales, a los que se concede un poder recíproco, que es un privilegio divino mediante el cual dan movimiento a dicho corazón y lo reciben de él, ya que todos sus afectos hacia ese corazón amabilísimo proceden de él. Es él quien los mueve cuando se lanzan amorosamente hacia él, y cuando él se funde o derrama en ellos, provocándoles dilataciones, estremecimientos, palpitaciones, suspiros, ahogos, asaltos, amables violencias, desfallecimientos, abatimientos y toda la gama de agitaciones sagradas que sienten, y que les dan a conocer sus impotencias como criaturas limitadas.

            Ellas, a su vez, estremecen el corazón del divino esposo, que se complace en experimentar en [568] él la diversidad de sentimientos afines a los afectos que produce en sus esposas, a las que da su corazón como salterio, el cual ha cumplido a perfección los diez mandamientos, los consejos y las intenciones del divino amor. El desea que ellas hagan lo mismo, sirviéndoles de lira que suena al compás de su voz mediante una amorosa y admirable conformidad. Estos corazones producen una música melodiosa en un solo acorde divino, uniéndose y causándose movimientos recíprocos, cuyo primer principio es el corazón de Jesús. Como él es el primer autor de esta unión, es él quien da, además, el tono y el compás al corazón virginal para que entone el cántico del santo amor, que siempre es nuevo.

            El corazón de la virgen pertenece a Jesucristo, y el corazón de Jesucristo, a la virgen, que no tiene afecto alguno para cualquier otro objeto; de manera que se le puede aplicar lo que se dice de una mujer que está ligada por el nudo matrimonial a un hombre mortal: En ella confía el corazón de su marido (Pr_31_11), el cual le pertenece como posesión suya, abandonándose a su guía. ¿Por qué no aplicar esto al matrimonio espiritual, en que el corazón del esposo sagrado es todo de la virgen sabia, su esposa, a la que confía todos sus intereses, así como esta misma virgen dejó, en reciprocidad, los suyos en el de su bien amado, y que ambos corazones son uno solo, no pudiendo tener sino un mismo movimiento, cuya iniciativa procede del amor del esposo?

            Es certísimo, por tanto, que las arpas de las vírgenes son arpas de Dios y que él les pertenece, por ser el corazón de Jesús, su amor, aquel que conserva su unicidad al mismo tiempo que se multiplica en ellas. Es ésta una admirable reproducción que el divino amor hace por benevolencia, siendo este esposo su gloria, su salterio, su arpa, su cántico y su todo. Son arrebatadas de admiración y transportadas santamente a estos júbilos cantando el himno que David consideró conveniente o adecuado en Sión, mientras que emiten sus votos en Jerusalén: Para pregonar en Sión el nombre de Yahvé, y su alabanza en Jerusalén (Sal_102_21).Himno [569] que no se entona perfecta y dignamente sino en la Sión de la humanidad santa, que alegra la Jerusalén del Edén, la cual observa con admiración la generosidad de estas grandes almas y de estas santas vírgenes, que han llegado a ser esposas del Salvador a través del voto de castidad.

            Ellas han renunciado a todos los deleites carnales para seguir al Cordero en el cielo, el cual se complace en contemplar el cumplimiento y perfección de sus designios, deleitándose al considerar a las vírgenes en la Sión celestial, las cuales han imitado a los ángeles, a los que las vírgenes se asemejan ya desde la tierra aun antes de alcanzar el estado glorioso, que prevenir por medio de la integridad. Los demás santos participan en la misma semejanza, aunque no en los privilegios de las vírgenes, quienes no dejarán de perfeccionarse en la Jerusalén celestial.

            En este Tabor, el Verbo Encarnado, manifestará infinitamente la gloria de la virginidad. Los cánticos que las vírgenes cantan al seguir al Cordero alrededor del mar de vidrio transparente, que es el cristal flameante de la santa humanidad, reclinada en el corazón incomparable de su esposo, que les sirve de laúd, salterio y arpa, se nos explica en el Salmo 107, según lo aprendí en una sublime elevación.

            Al hablar con mi divino esposo, le dije: Señor, mi corazón está presto a recibir los movimientos que tu amor se complacerá en darle. Ven a encontrar en él tus delicias; todo en él está dispuesto: A punto está mi corazón, oh Dios, a punto está mi corazón (Sal_107_2). Cantaré el cántico que desees inspirarme. En ti, amor y gloria mía, me alegraré y haré un concierto armonioso con todos mis afectos. Desprecio todo lo que está fuera de ti; me glorío únicamente en amarte: Voy a cantar, voy a salmodiar, despierta, gloria mía (Sal_107_2).

            Levántate, gloria mía, levántate, corazón sagrado que eres mi cítara, mi salterio y mi arpa. Era necesario que tú previnieras y concedieras el primer impulso a mi corazón: despierta, gloria mía, despertad, arpa y cítara (Sal_107_3); [570] en cuanto tu claridad irradie en mí, y te levantes en mi alma como un sol naciente, (mi corazón) se elevará en mí junto contigo. Levántate a la aurora (Sal_107_3). Esta elevación tiene lugar debido a que el alma se apoya en su amado; y cuando Jesucristo sube en su gloria para volver al seno de su Padre, eleva consigo las almas y los corazones que están unidos a él. Toda su gloria se cifra en Jesús, por cuyo medio se comunica la gloria del Padre eterno. En el mismo Jesús dan gloria y acciones de gracias a la liberalidad del Padre.

            A través del Hijo las bendice el Padre con sus bendiciones celestiales, y es por su mediación que ellas bendicen al autor y fuente primera de todos sus dones. También encantan a los ángeles con su hermosura. De esta suerte, Jesucristo es el camino por el cual su Padre desciende hasta sus esposas; y por la misma vía, ellas se remontan hasta el seno paterno, para encontrar en él sus inocentes delicias unidas al Verbo Encarnado, que allí reposa.

            Las esposas, desando confesar en presencia de todas las naciones y de todos los pueblos de la tierra, la generosidad y grandeza de su Dios, prorrumpen entonces en alabanzas, haciendo resonar el cántico que manifiesta sus sentimientos y agradecimiento, diciendo: Te alabaré entre los pueblos, Señor, te salmodiaré entre las gentes (Sal_107_4); porque tu misericordia y magnificencia es grande sobre los cielos; es decir, sobre los ángeles, a pesar de que no has mostrado tanta condescendencia hacia esos espíritus puros como hacia nosotros, uniendo a nuestra naturaleza tu verdad, que es tu Verbo, el cual elevó nuestra baja condición más allá de las nubes, concediéndole la inmortalidad y encumbrándola hasta la unión hipostática en tu Hijo encarnado.

            ¿No es acaso esta maravilla de amor y misericordia un tema apropiado para un cántico eterno? Porque tu amor es grande hasta los cielos, tu lealtad hasta las nubes (Sal_107_5). Es esto lo que me encantó a mí misma, oh Dios, oh Verbo Encarnado: verte elevado con tu humanidad santísima sobre todos los cielos a fin de que la gloria que comunicaste a esta naturaleza llenara la tierra con sus [571] luminosos rayos, y que tus elegidos y amados, una vez liberados, pudieran arribar a la ciudad celestial, cuyas puertas, que permanecieron cerradas hasta el día de tu exaltación, abriste para ellos: álzate, oh Dios, sobre los cielos, sobre toda la tierra, tu gloria! Para que tus amados salgan libres (Sal_107_6s).

            Sobre todo, Señor, acuérdate de mí; escucha mis gemidos y mis deseos; socórreme con el poder de tu derecha y acepta la poca cooperación que doy a tus gracias junto con los anhelos que tengo de tu gloria. Salva con tu diestra, respóndenos (Sal_107_7). Así lo espero, apoyándome en la fidelidad de tus promesas y en la verdad de tus palabras, pues bien sé a qué te referiste al hablar en tu santuario, que es tu humanidad: Ha hablado Dios en su santuario (Sal_107_8): que te regocijarías al comunicar a esta naturaleza las claridades que posees desde la eternidad en el seno de tu Padre, y que compartirías Siquem, que significa los hombros, distribuyendo los frutos de tu cruz y del fardo que llevan tus espaldas: Ya exulto, voy a repartir a Siquem (Sal_107_8). Tú mides la superficie de tus tabernáculos, en los que encuentras tus delicias, y que, por ahora, permanecen ocultos en los valles del menosprecio y la humillación: a medir el valle de Sukkot (Sal_107_8).

            Todo da testimonio de tu gloria: el Padre, tú mismo, que eres el Verbo, el Espíritu Santo, los ángeles, los hombres y todas las criaturas: todo Galaad, que simboliza en sí una reunión de testigos tuyos: Mío es Galaad, mío Manasés (Sal_107_9). A ti debemos que el Padre eterno olvide felizmente nuestras faltas, que no puede recordar después de haber tú cancelado nuestras cédulas y pasado la esponja por encima de nuestros pecados. Tú dijiste que Efraín era la supresión de tu cabeza, por haberlo elevado hasta la dignidad de tu corona. Efraín, que es un vocablo que significa polvo, representa el polvo de nuestra humanidad, a la que hiciste gloriosa ensalzándola para que fuera la cabeza y la corona de todas las criaturas, concediéndole la belleza que arrebata a los ángeles y a los [572] hombres, que corren en pos de sus atractivos. En verdad Judá te pertenece, porque mandas en ella como su legítimo dueño. Judá mi cetro. Moab, la vasija en que me lavo (Sal_107_9s). Moab es la esperanza de tu heredad. Moab significa del Padre. Como las hijas de Lot concibieron de su padre, uno de sus hijos fue llamado Moab, es decir, del Padre, o engendrado por el padre de su madre.

            Divino Salvador, la heredad que recibes de tu Padre como único y natural Hijo suyo, es tu esperanza y tu riqueza, las cuales posees plenamente por la gloria de tu resurrección y ascensión al cielo. Como cabeza nuestra, tomaste posesión de él por nosotros, que somos tus miembros; sólo tuviste que extender tu pie o arrojar tú calzado hasta la Idumea, para someter y transformar a tus enemigos y extranjeros que te rechazaban, en tus íntimos amigos y servidores adictísimos: Sobre Edom tiro mi sandalia, triunfaré de Filistea (Sal_107_10). Dejaste que tus afectos se inclinaran hacia Idumea; es decir, la naturaleza humana, barro enrojecido del que fue formado el hombre. Te calzaste de nuestra humanidad al venir a nosotros, y venciste a todos tus enemigos: a Adán, a quien tu Padre había desterrado del paraíso, y al que considerabas extranjero, y a su posteridad, que te desconoció para entregarse a divinidades inicuas, prostituyendo su corazón ante ellas. Se convirtieron, llegando a ser tus amigos, cuando tomaste posesión de Idumea. En la Encarnación te uniste no sólo a nuestro afecto, sino, hipostáticamente, a nuestro lodo rojo de sangre, que era enemigo tuyo. Mediante tu caritativa apropiación, reconciliaste con tu Padre a Adán y sus descendientes, los cuales, gracias a tu Encarnación, se convirtieron en miembros de la casa de Dios y ciudadanos del paraíso.

            Oh bondad, oh amor, ¿quién me conducirá hasta la ciudad amurallada y fortalecida con toda clase de armas, que es tu humanidad santa? ¿Encontraré en ella la seguridad?: ¿Quién me conducirá hasta la plaza fuerte? (Sal_107_11). ¿Quién me hará ver este día más santo que el santuario mismo? Dichoso [573] día en el que Dios plantó el pie de sus afectos con tanto provecho: ¿Quién me conducirá hasta Edom? (Sal_107_11). Nadie sino tú, Dios mío, Dios de mi corazón. Mi querido esposo me abrirá las puertas de dicha ciudad y me conducirá por los caminos de esa tierra santa. ¿No eres tú, oh Dios, el que nos rechaza cuando queremos avanzar apoyados en nuestras propias fuerzas? ¿No eres tú, oh Dios, que nos has rechazado, y ya no sales, oh Dios, con nuestras tropas? (Sal_107_12).

            No son nuestras fuerzas ni nuestros méritos los que te atraerán a nosotros, ni lo que te hará salir de ti mismo para ser nuestro guía. Todo se deberá a tu bondad, que prevendrá nuestros esfuerzos, que de otro modo serían nulos, inútiles. Ayúdanos, Señor, mientras que estamos en la aflicción, pues en vano buscaremos fuera de ti nuestra salvación; toda ayuda que proviene de los hombres es vana y mentirosa: auxílianos contra el adversario, que vano es el socorro del hombre (Sal_107_13). Con tu favor, a pesar de ser tan frágiles, remontaremos todo y, ayudados por ti, haremos milagros. Reducirás a la nada a nuestros enemigos, haciéndolos desaparecer como el polvo en presencia de tus esposas magnánimas: Con Dios hemos de hacer proezas, y él hollará a nuestros adversarios (Sal_107_14).

            Plugo al Dios de bondad continuar prodigándome sus luces mediante la explicación del salmo 147, que continúa las maravillas del cántico sagrado de las vírgenes, diciéndome que no sólo Jerusalén, sino todas las criaturas y el mismo Jesucristo -que en razón de su humanidad es la verdadera Sión- alaban a Dios y él a sí mismo por haber resucitado gloriosamente, abriendo las puertas de la ciudad celestial. Por esta razón invitaba yo a Jerusalén, que es el paraíso, y a Sión, que es la humanidad santa, a unir sus cánticos a los míos: alaba al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión (Sal_147_12), porque afirmó sus puertas, ya que las de la humanidad, que es la primera Jerusalén no serán ya quebradas por la muerte, ni la tortura; y las del paraíso, ciudad de los elegidos, no se abrirán de día ni de noche: ha reforzado los cerrojos de tus puertas Sal 147:13).

            [574] Todos los predestinados, que son tus hijos oh Sagrada Sión, son benditos en ti y por ti, pues el Padre nos ha bendecido con toda clase de bendiciones en su Hijo y por su Hijo. Todo fue hecho de él, por él y en él y hemos sido hechos hermanos suyos: ha bendecido en ti a tus hijos (Sal_147_13). Has entrado en posesión de la eternidad de la paz perdurable e interminable, y en la inmensidad de abundantes delicias que la misma paz extiende hasta tus límites y fronteras: pone paz en tu término (Sal_147_14). Te sacias a ti misma con el aceite del trigo con que nutres a tus elegidos, que no es otro que tú, ¡Oh amable humanidad!: te sacia con la flor del trigo (Sal_147_14).

            Cuan admirable es Dios al acariciar a las esposas de su Hijo. Envió al Hijo, que es el Verbo y su palabra, a la tierra, que se derritió como dulzura celestial; Verbo que vino a pasos agigantados para celebrar sus bodas y que, una vez terminada su carrera, regresa a él: El envía a la tierra su mensaje, a toda prisa corre su palabra (Sal_147_15). El da la nieve blanca de su divinidad y la lana de su humanidad: como lana distribuye la nieve, esparce la escarcha cual ceniza (Sal_147_16). Así como la ceniza cubre el fuego y apaga la llama, de manera semejante la nube con la que el Verbo se veló amortiguó el fortísimo brillo de su luz, que no hubiéramos podido tolerar. El da su cristal y sus tesoros con tanta liberalidad como si se tratara de trozos de hielo despedazado: arroja su hielo como migas de pan (Sal_147_17).

            Si, en ocasiones, el alma es presa de la frialdad en sus afectos, sólo tiene que decir una palabra para que se derrita de dulzura, enviándole una bocanada de su espíritu y de su aliento divino. Entonces, su pobre corazón se destila por los ojos: a su frío ¿Quién puede resistir? Envía su palabra y hace derretirse, sopla su viento y corren las aguas (Sal_147_17s). En verdad se comunica abundantemente a las almas generosas, que son como otro Jacob en las dificultades de la vida activa, El revela a Jacob su palabra (Sal_147_19); mas sus secretos y los ocultos preceptos de sus sabios juicios, sólo a las almas contemplativas, quienes gozan, como Israel, de la dulzura de su conversación y de la visión de su divina hermosura: sus preceptos y sus juicios a Israel (Sal_147_19).

            [575] Las vírgenes gozan de una preeminencia singular en todos sus favores: no hizo tal con ninguna nación (Sal_147_20). A ellas envía su palabra, permitiéndoles ver en medio de la luz tanta maravilla, y comprender en una palabra tantos misterios. Por ello es un prodigio constatar que una alma sigua unida a un cuerpo terrestre, y, al mismo tiempo, se eleve instantáneamente hasta un conocimiento tan claro y una unión tan estrecha con la divinidad: envía a la tierra su mensaje, a toda prisa corre su palabra (Sal_147_15).

            Es en el seno virginal de sus esposas, exclusivamente amadas, que se derrama la dulzura de la divinidad y de la humanidad del Verbo Encarnado, que es como blanca nieve que refresca los ardores de una llama terrestre e ilumina a las celestiales, revistiéndolas de una textura incomparable. Se trata de un fuego, de una luz que Dios envía: brillante luz, flama luminosa, cuyos rayos aminora y cuyos ardores amortigua por medio de la nube y las cenizas de su humanidad sagrada. Este Verbo Encarnado, es decir, velado y cubierto, es el esposo de dichas almas, únicas que gozan del privilegio de seguirlo por doquiera que va. El se comunica en todo a su esposa, por ser todo común entre ellos gracias a la tradición mutua del matrimonio sagrado. El se acomoda a la debilidad y condición mortal de su esposa, y todo esto sucede detrás de las cortinas, bajo la nube y en los secretos del corazón, que con frecuencia se ve abrumado por la ceniza de un exterior humillado.

            El arroja trozos de hielo en sus dichosos pechos, que se vuelven helados a todas las aflicciones de las criaturas que podrían contrariar el amor de su amado. Confieso en verdad que en ocasiones él muestra cierta frialdad que es insoportable al alma verdaderamente amante, que agoniza ante tales enfriamientos, que adivina en el rostro de su esposo. La esposa siente en su corazón tristezas inexplicables hasta que el fuego se aviva en su corazón mediante el soplo del espíritu del esposo. Mientras espera esta gracia, dice ella en su aflicción: a su frío, ¿Quién puede resistir? (Sal_147_17). [576] Sin embargo, el amor no tolera que el divino enamorado deje largo tiempo en sus aflicciones a su esposa. Le habla al corazón y, a la primera palabra, las frialdades desaparecen. El fuego se enciende, derritiendo felizmente el corazón de la esposa que deseaba su venida: Envía su palabra y hace derretirse, sopla su viento y corren las aguas Sal 147:18). Si dicha alma trabaja y combate como Jacob, saldrá victoriosa porque su esposo la fortifica mediante su palabra y su presencia interior. Si ella se abandona a la contemplación junto con Israel, nada quedará oculto a sus ojos y penetrará los profundos abismos de los juicios de Dios: El revela a Jacob su palabra, sus preceptos y sus juicios a Israel (Sal_147_19).

            Es cierto, en verdad, que Dios no da un trato tan privado al resto del mundo. Es menester que el paraíso entero confiese que sólo las vírgenes pueden cantar el cántico del cordero: no hizo tal con ninguna nación (Sal_147_20). Sepan, pues, que el aleluya de las vírgenes resuena por todas partes porque el divino esposo dice a cada una de ellas: Que tu voz resuene en mis oídos, porque es dulce; muéstrame tu rostro, porque es hermoso: Muéstrame tu semblante, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce, y gracioso tu semblante (Ct_2_14).

Capítulo 96 - En que la divina bondad se dignó manifestar sus maravillas sobre las montañas para gloria suya y la de sus elegidos, 21 de abril de 1634.

            [577] Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron (Mt_28_26s).

            Dime, gloria mía, ¿por qué no quisiste decir a tu colegio apostólico, encerrado en el Cenáculo, que se te había dado todo poder en el cielo y en la tierra? Es que deseaba yo extender mi Evangelio a todo el mundo. El diablo me llevó a la cima de una montaña para ofrecerme los reinos del mundo, que eran suyos a causa de la injusticia de sus engaños y la indiferencia de la humanidad. Quise escoger una montaña para decir en presencia del cielo y de la tierra que yo era el Señor universal, el único que tenía todo el poder. Deseaba también preparar a mis [578] apóstoles y a mis elegidos a ser como los montes. El real profeta dijo de mí: tú que afirmas los montes con tu fuerza, de potencia ceñido (Sal_65_7).

            Quise demostrar que yo era todopoderoso en virtud de mi divinidad, la cual concedió todo poder a mi humanidad gloriosa, que mereció el imperio soberano sobre todas las criaturas. Sin embargo, no quiso ella tomar posesión de éstas sino por la muerte en la cruz, mediante la cual todas las naciones recibirían la noticia de su salvación. Por ello fue elevada en lo alto de un monte. Siempre me complací en mostrar mis maravillas en las alturas. El cielo empíreo es el lugar en el que manifiesto mi gloria; el paraíso terrenal, que estaba muy elevado, fue el lugar donde hice morar la gracia y la inocencia, colocando en él a Adán, de cuyo costado moldeé a Eva, para mostrar que me complacía en las montañas. Abraham recibió el mandato de dirigirse a un monte para ofrecerme el sacrificio más de su voluntad que de su hijo, al que había yo prometido, y al que representó el carnero que fue presentado a Abraham enredado por los cuernos.

            Cuando quise promulgar la ley escrita, escogí el monte Sinaí, [579] en el que manifesté mi poder por medio de truenos, relámpagos y rayos. Escogí la Judea para ser el emplazamiento de mi socorro, porque me gustan los montes. Las solas puertas de Sión me complacen más que todos los tabernáculos de Jacob. El monte de Sión es aquel que menciona el profeta: Los que confían en el Señor son como el monte Sión, que es inconmovible, estable para siempre. ¡Jerusalén, de montes rodeada! (Sal_125_1s). Jerusalén, visión de paz, donde Dios quiso tener un templo en el que detuvo sus ojos y su corazón. Fue en él donde pidió que su pueblo le rindiera adoración: los llevó a su término santo, a este monte que conquistó su derecha (Sal_78_54). Esta montaña recibió la paz, confiriéndola a las colinas y a los valles. David clamó con fuerte voz: Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde vendrá mi auxilio? (Sal_121_1). David sabía muy bien que Dios es el Altísimo, que desechó la tienda de José y no eligió a la tribu de Efraín: mas eligió a la tribu de Judá, al monte Sión al cual amaba. Construyó como las alturas del cielo su santuario, como la tierra que fundó por siempre (Sal_78_68). [580] Comprendí, divino amor mío, que tú eras todopoderoso. Con el cuerno de tu autoridad, estableces y destruyes todo lo que es tu voluntad edificar y destruir

            No quisiste abrir tus labios sagrados en público sino hasta el décimo segundo año de tu vida mortal, cuando interrogaste y respondiste a los doctores de la ley reunidos en el templo de Jerusalén, acerca de lo cual profetizaron Isaías y Miqueas, invitando en espíritu a todos los hombres, diciendo: Venid, subamos al monte del Señor, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos. Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra del Señor (Is_2_3).

            No enseñaste entonces por ministerio de un ángel, sino por ti mismo, que eres la sola voz y el único camino que debemos oír y seguir, pues eres el Mesías prometido. Habla, gloria mía; es tu propio derecho por ser el Verbo Increado y Encarnado que confiere la gracia que todo lo puede a la Iglesia militante, y la gloria que todo satisface a [581] la triunfante. Abre tus labios sagrados y envía a los corazones, a través de las entrañas de los que te escuchan, los frutos del paraíso del amor; proclama las ocho bienaventuranzas, aun en tiempo de persecución. A ti toca albergar a dos contrarios en tu ser, en un mismo sujeto, por ser viandante y criatura que goza de la visión perfecta de Dios.

            Pudiste proclamar las maravillas del cielo y de la tierra desde el momento de tu Encarnación; pero como en Dios todo está ordenado, en ti, Hombre-Dios, todo se dice y hace por mandato, hablando y callando según las disposiciones de tu Padre eterno, cuyo nombre glorificaste durante tu vida, en tu muerte, y en tu resurrección. En la cima del Calvario fuiste reconocido por el centurión como su verdadero Hijo natural, cuyo amor era más fuerte que la muerte. Después de que sufriste en la montaña, te otorgó, junto con todos tus derechos, todo poder en el cielo y en la tierra. ¡Dios de mi corazón! tu confusión ocurrió en un monte elevado. Ahora escoges una montaña para pregonar tu gloria a todos tus elegidos, diciéndoles: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a [582] todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt_28_18).

            Mi Padre me dio, según mis méritos, los poderes absolutos. Es por ello que los envió como doctores del universo, a fin de que enseñen mi voluntad a todas las naciones, bautizándolas con el bautismo de la gracia: en el nombre del Padre todopoderoso, del Hijo sapientísimo, y del Espíritu Santo, bueno en sumo grado. Sin embargo, para que su doctrina esté llena de energía, observen fielmente todo lo que les he dicho; si es así, estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos con mi presencia invisible, la cual hará su fe más excelente, ya que debe fundamentarse en la verdad de las cosas ocultas pero reales. Esta presencia consumirá en ustedes todo lo que es ajeno a Dios, destruyendo la vanidad de la forma de este mundo mediante su fiel e inconmovible verdad.

            [583] No deseo mostrarles y concederles el reino de mi amor sólo momentáneamente, como lo hizo el tentador, quien desplegó ante mis ojos en un instante fugaz todos los reinos del mundo, ofreciéndomelos si aceptaba adorarlo; a él, que se ve obligado a doblar las rodillas ante mi grandeza aun en los abismos, para confundir su orgullo y ambición cuando pretendió levantar su trono al mismo nivel que el del Altísimo, diciendo que se sentaría sobre el monte de la Alianza del lado del aquilón, norte, en tanto que yo permanecía en pie clavado en una cruz para librar a los hombres de su tiranía. Ahora mis fieles pueden decir junto conmigo: Muerte, ¿dónde está tu muerte? Infierno, ¿dónde está tu aguijón? La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Muerte, yo seré tu muerte; infierno, yo seré tu aguijón (1Co_15_55).

            Les doy el poder de atar y desatar los pecados de los hombres; lo que hagan ustedes en la tierra con este poder, será confirmado [584] en el cielo. Les doy el poder de hacer milagros y prodigios, así como yo los hice, y aun más señalados. Si les dan a tomar veneno, no les hará daño. Hablen lenguas nuevas sin dejar de ser hombres sencillos; prediquen como ministros del soberano Dios; arrojen en mi nombre a los arrogantes demonios, de los espíritus y cuerpos que incautaron por engaño, aunque por permisión divina, a causa de los pecados de los hombres y de las santas intenciones de mi prudencia al permitirlo. No hay mal en la ciudad que el Señor no tolere; digo mal de pena, pues el de culpa no puede venir de Dios, ya que odia el pecado esencialmente, así como reina también por esencia. Como es el Ser benignísimo, aborrece el pecado, que es malo en sumo grado por ser la decadencia de los ángeles y de los hombres. Por oponerse a un objeto infinito, el pecado merece un castigo infinito. A pesar de ello, mi bondad se complace en convertir el mal en bien sin detrimento de mi justicia, pues deseo que mi misericordia [585] sobrepase a todas mis obras. Dios es bueno en sí mismo y justo con sus criaturas. Su bondad es infinita en todo sentido. Dios es más el ser, que el pecado el no ser.

            Vayan, discípulos míos, a evangelizar el mundo llevando mi paz a los hombres; pero antes de predicar a los demás, poséanla en ustedes mismos. No los dejaré un momento; no volveré a morir. La muerte no tendrá más dominio sobre mí. Si ustedes resucitaron conmigo, busquen las cosas de arriba. Animen su gran fe con una inmensa constancia. En mí, he vencido al mundo, al demonio y a la carne. Pueden considerarse victoriosos por adelantado si cada uno de ustedes dice, por sí mismo, y llorando, refiriéndose a mi presencia visible: el consuelo se oculta a mis ojos: el consuelo se oculta a mis ojos mortales porque me veo privado de [586] este objeto admirable, el cual subió al cielo llevando consigo a todos los que sacó del limbo, a los que ahora manifiesta su belleza adorable, haciéndolos felices a través de la participación de su gloria: que él mismo reparte entre los hermanos.

            Quiero sacar fuerza de mi debilidad porque tú eres mi apoyo seguro; quiero fortificar mi fe porque tu gloria es mi alegría. Me siento feliz al combatir en el seno de la Iglesia militante, en tanto que él goza del reino que adquirió, en la triunfante. Perdona mis quejas y considera mis propósitos de hacer y padecer todo en la tierra por tu amor.

            El rey profeta prometió que tú estaría con los que sufren tribulaciones; es decir, que estás presente antes de que éstas rodeen sus espíritus, para sostenerlos por ti mismo, asegurarles la victoria sobre sus enemigos y llevarlas después a gozar de tu gloria en el cielo, ¡Oh amigo más querido entre los mejores!, [587] durante toda la eternidad. Allí te contemplarán como el candor de la luz blanca y esplendor de la gloria del Padre; como la forma de su sustancia, portador de la palabra que todo lo puede, imagen de su bondad y espejo sin mancha de su majestad: ¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas! ¡Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria, amén, amén! Fin de las oraciones de David, hijo de Jesé (Sal_72_18s).

            Es privilegio de tu mano derecha, que es tú mismo, hacer maravillas y vencer en la batalla. Como eres el Señor fuerte, poderoso y rey de los ejércitos, tienes derecho a tomar la gloria que se te debe por esencia. Permite que bendiga el nombre [588] de tu majestad y que todas las criaturas te adoren junto conmigo desde este momento hasta la eternidad. Ahora la tierra está llena de tu majestad. ¡Sea su nombre bendito para siempre, que dure tanto como el sol! ¡En él se bendigan todas las familias de la tierra, dichoso le llamen todas las naciones! (Sal_72_17).

            Que toda criatura te alabe porque en ti todas reciben bendición. ¡Cuan admirable eres en todo lugar, pero en especial, amable en las montañas, en las que manifiestas tu gloria! Señor, qué bueno es caminar a la luz de tu rostro, estallando en todo momento de una santa alegría gracias a los méritos de tu justicia: Tuyo es el cielo, tuya también la tierra, el orbe y cuanto encierra tú fundaste; tú creaste el norte y el mediodía, el Tabor y el Hermón exultan en tu nombre. Tuyo es el brazo y su bravura, poderosa tu mano, sublime tu derecha; Justicia y Derecho, la base de tu trono (Sal_89_12s).

            [589] Como tú llevas las riendas del imperio universal, que jamás tendrá fin, nos sentimos felicísimos al saber que tu júbilo es también el nuestro: Amor y Verdad ante tu rostro marchan. Dichoso el pueblo que la aclamación conoce (Sal_89_15s). Al recibir la noticia de que su hijo José aún vivía, Jacob dijo en varias ocasiones que bajaría gozoso al limbo, aunque para ello tuviera que pagar un día su tributo a la muerte. Con cuanta mayor razón debemos sentirnos alegres al descender de esta montaña para anunciar a la humanidad el gozo de su salvación, proclamar que vives después de una vida mortal y que en ti son glorificados desde ahora; que millones de ángeles te sirven y que todos los bienaventurados bendicen el nombre de tu Majestad, confesando con David que sus alabanzas son demasiado humildes y limitadas.

            Es necesario que tú seas tu propia alabanza, exaltando tu nombre por encima de los cielos, por ser el cielo supremo igual al Padre y al Espíritu Santo. [590] ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo! Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Capítulo 97 - En que el Verbo Encarnado se dignó instruirme en la inteligencia que comunica a sus ovejas queridas, quienes llegan a conocerle, guardada la proporción, así como él conoce a su divino Padre, 30 de abril de 1634

            [591] El segundo domingo después de Pascua, al meditar en el conocimiento que el Buen Pastor debe tener de sus ovejas, el cual se digna comparar al que su Padre tiene de él. Consideré también la fecunda inteligencia mediante la cual el Padre conoce y engendra a su Verbo, comunicándole su ser y nacimiento sin dependencia. El divino Padre, sin empobrecerse, da a su Hijo todo lo que posee, sin que sus bienes hagan superior al que los confiere, de aquel que los recibe.

            El conocimiento que Dios tiene de sus criaturas es fecundo, así como lo es el que tiene de su Verbo, ya que produce todo por su Verbo, que es el término de su conocimiento. Las criaturas, en cambio, reciben un ser que es esencialmente dependiente. Todas ellas nacen en la esclavitud y condición de servidumbre. Es verdad, empero, que las que se vuelven felizmente a él como a su principio, y que son sus únicas ovejas, adquieren una cierta independencia, porque al convertirse Dios en posesión suya, es voluntad de él que participen de sus divinas perfecciones; y como Dios les pertenece, es también suya la eminencia infinita que él tiene sobre todo su ser, por ser origen del mismo.

            A pesar de que dependen de este ser soberano, por poseer el principio del que dimanan, parecen gozar de una dependencia felicísima y no puramente servil, a semejanza del rayo, que posee al sol, del que procede; y del río, que lleva consigo al manantial del que fluye. Por entrañar en sí el principio de su ser, podrían ser considerados como independientes, ya que el origen del que dimanan les pertenece. [592] No obstante, dicha posesión de su principio no impide que continúen siendo una producción del mismo; es decir, que si pudieran razonar, se verían con placer en el cuerpo solar y en el correr de la fuente o manantial.

            Admirable y deleitable conocimiento que poseen dichas almas, quienes, mediante ese sagrado ciclo, viven en posesión de su Dios, al que llegan a conocer con un entendimiento fecundo en afecto, así como el Hijo conoce al Padre y se percibe a sí mismo como su emanación sustancial, coligual y coeterna, en la que recibe la misma esencia de su Padre. Jamás abandona el seno donde es engendrado a través de una generación ininterrumpida. Se ve y se contempla en el Padre, cuyo seno paterno es su principio, y cómo emana de él poseyendo todo lo que hay en él por razón de la identidad en esencia. De manera semejante, las ovejas y almas escogidas se miran en Dios como en su principio, contemplando su ser siendo producido y sustentado por él, y al mismo principio comunicándose a ellas por una unión inefable que las sitúa en posesión de su bondad. A su vez, ellas se miran en Jesucristo como el río en la cuenca que le comunica sus aguas y su mismo ser.

            Este conocimiento mutuo sólo se da en almas muy elevadas, capaces de saborear la bondad de su pastor, que da su vida por ellas. El quiso que su alma bendita fuera sumergida en angustias temporales, para merecerles los goces eternos, presentándose voluntariamente ante los lobos infernales y los verdugos para liberarlas. El mismo se convirtió en la muerte y aguijón del infierno, a fin de colocarlas en sendas de vida y rescatarlas de las prisiones subterráneas e infernales.

            Quiso precederlas en su caminar a fin de que ellas adquieran confianza y valor para seguirle. Vino desde el cielo con abundancia de gracias, para volver o remontarse hasta él en plenitud de gloria. En todo se hizo su precursor: subió al Tabor para exponer ante sus ojos las muestras o rayos luminosos de su insondable claridad, retribuyéndoles por adelantado los pequeños servicios que ellas le habían prestado y animándolas en los sufrimientos que deben padecer a imitación suya, mediante los cuales las exaltará hasta su derecha. El escogió la cruz para hacerlas partícipes de la alegría, y descendió hasta la tierra para llevarlas consigo al cielo.

Capítulo 98 - La divina bondad me instruyó en la encarnación de la que obró en mí una admirable extensión, 25 de marzo de 1634.

            [593] El día en que se celebraba la fiesta de la Anunciación del ángel a la Virgen y la Encarnación del divino Verbo en su seno, vi, después de comulgar, un corazón purísimo de deslumbradora blancura, del que brotaba, como de su bulbo o cebolla, un tallo de lirio. No pude distinguir bien si el corazón era la raíz de dicho tallo, o si procedía del mismo, pareciéndome que el tallo brotaba del corazón, y el corazón del tallo.

            Se me comunicó que dicha visión era un símbolo del misterio de la Encarnación: el Verbo posee un principio eterno y un principio temporal; el Verbo Encarnado es el lirio de los valles. Me pareció que dicho corazón era al mismo tiempo el seno del Padre eterno y el de la virgen. Escuché que figuraba también el mío, al que el lirio divino y humano se había querido entregar, y que dicho lirio no echaba raíz en mi corazón, sino más bien mi corazón en dicho lirio sagrado, el cual hacía en mí como una extensión de su amorosa Encarnación. Dios me mostró el amor que me tenía al desear, por amor, y de esta manera, renovar este signo de su cariño, otorgándome el favor que David le pidió: Dame una señal de tu favor, para que vean los que me odian y se avergüencen, que tú, Señor, me ayudaste y me consolaste (Sal_86_17).

            Poco después mi divino amor me declaró que se trataba de un regalo que su Padre me enviaba: este corazón era el de la Virgen, y él mismo el tallo, como Verbo Encarnado que nació de ella. Añadió que, así como con frecuencia se siembran las flores en la tierra en que nacieron y echaron raíces para conservarlas mejor, así su divino Padre me daba la flor de los campos y el lirio de los valles junto con la tierra benditísima del corazón virginal en el que hundió sus raíces, por ser la primera de los elegidos después de él, que es el primero engendrado de las criaturas y el primogénito entre muchos hermanos.

            Agregó que la Virgen fue poseída por Dios desde el comienzo de su ser; que el Verbo la miró desde la eternidad como a su madre, [594] el Padre como a su hija y el Espíritu Santo como a su esposa y toda la augusta Trinidad como a su templo, que sería dedicado mediante una consagración divina: el Verbo eterno que debía tomar un cuerpo del que se revestiría ,el cual sería más admirable que la nube que cubrió a la divinidad al tomar posesión del templo que Salomón le mandó construir. Esa nube sólo era figura de la Virgen, lo mismo que el templo de mi divino amor, el cual se complacía en conversar conmigo acerca de la excelencia de su santa madre y de sus bondades hacia mí debido a que su amor lo urgía a comunicarme sus gracias y a entregarse a mí para ser mi todo.

Capítulo 99 - Comunicaciones ardientes y luminosas que la divinidad y la santa humanidad me comunicaron, transformándome en paloma ardiente y esplendorosa, 6 de abril de 1634.

            [594] El 6 de abril vi una paloma que llevaba su nido hasta las nubes, donde fue súbitamente transformada en un águila real que contemplaba y miraba fijamente al sol. Comprendí que poseería ambas cualidades: la del águila y la de la paloma, a través de la sutilidad de la contemplación y la inocencia del amor; que, al ser águila, fijaría mi vista en el sol de la divinidad; y como paloma, reposaría en el agujero de la piedra de la humanidad. Los sublimes conocimientos de las adorables claridades que su bondad me comunicaba, me permitían reconocer al aguilucho del corazón divino, atizando el fuego que ardía en mi pecho, el cual me hacía desear amorosamente a mi amado al poseerlo. Este anhelo de tenerlo, lejos de causarme inquietud alguna, me brindaba un gozo de amor que, a pesar de sentirse con intensidad, es imposible expresar, y que es sólo un anticipo de lo que los bienaventurados experimentan con plenitud en la gloria.

            Mi divino enamorado me alojó dentro de sus llagas cual paloma en los huecos de la piedra. En ellas reposaba amándole, y le amaba encontrando en él mi descanso. En esas moradas, el amor es indeciblemente apacible y delicioso. Se edifican en épocas de guerra universal, para ser poseídas durante una eternidad de paz por las que saben amar con fidelidad, con la que dan testimonio de la intensidad de su amor a su divino esposo.

            El Espíritu Santo les enseña qué deben pedir, orando en ellas y por ellas [595] con gemidos inenarrables. Por ello, exclaman con el apóstol: y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios. Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm_8_26s).

            Dichas palomas deben contemplar al Hijo amado que mora en el seno del Padre, que es fuente de sabiduría en el entendimiento del Altísimo, del cual dimana y en el que habita, por ser su término. Se les permite conformarse a él en tanto que la gracia las eleva de claridad en claridad, y aun ser transformadas, mediante estas claridades, en el Espíritu divino que es fuente viva y fuego de caridad. Dios es amor. Quien vive en caridad, habita en Dios. Quien se adhiere a Dios se convierte en un mismo espíritu con Dios. ¡Dichosa conformidad y felicísima unidad, en la que la esposa es paloma en ardor y águila en sus esplendores!

 Capítulo 100 - A mi divino amor le agradó mi acción de gracias por sus bondades hacia mí. Me prometió cuidar de mí como su viña pacífica concediendo bendiciones de gracia a quienes le agradecieran los favores que en su misericordia me concede; abril de 1634.

            [597] En los alegres días después de Pascua, durante el mes de abril de 1634, deseando reconocer los favores que la bondad divina me ha concedido, en especial el de haber querido darme un alma hecha a su imagen y semejanza, le agradecí dicho beneficio diciendo a mi alma que había sido sacada de la nada e infundida a mi cuerpo aproximadamente en esos días, razón por la cual debía dar gracias a su creador.

            Presenté mi alma a Jesucristo, diciéndole que había sido creada a su imagen y que la bendijera, a pesar de que estuvo mancillada por el pecado original; que considerara su designio de beneficiarla con su gracia mediante el sacramento de la regeneración, y que, según sus repetidas promesas, imprimiera en mí la imagen de su bondad.

            Me apliqué el capítulo 7 de la Sabiduría ,pidiéndole que recordara sus promesas y rogándole que, por la confianza que me infundía ,fuera él mismo el alma de mi alma, a fin de que nunca fuera animada sino por él, no teniendo otra moción o inclinación sino la o las que él deseara obrar en mí; o que, si deseaba cubrirme con su sombra al unirse a mí, me sometiera a su voluntad ya que su diestra, por ser todopoderosa, podía obrar en mí todo lo que él quisiera.

            Pocos días después me dio a entender, refiriéndose al mismo tema, que tenía tan gran cuidado de mi bien y prosperidad como el del rey pacífico [598] por su viña, aunque sin confiarme a guardianes extraños como hizo este príncipe con la suya: El pacífico Salomón tuvo una viña en Baal-hamón, la entregó a unos viñadores para que la guardaran (Ct_8_11). Él jamás deja la suya, aunque concede a algunos el honor de guardar sus frutos, compartirlos y admirar la bendición que imparte a esta viña y a sus cuidadores, a quienes promete una recompensa doscientas veces mayor. El obtiene de ella para sí el mil por uno: así de fértil es esta viña cultivada por su propia mano, rociada con sus gracias y calentada por la mirada de sus ojos ardentísimos. El texto siguiente concuerda muy bien con esta idea: Mi viña, la mía, está ante mí; los mil siclos para ti, Salomón; y doscientos para los guardas de su fruto (Ct_8_12).

            El amor me ayudó a comprender deliciosamente que todos los que conserven en su memoria las gracias que el divino Salvador me ha concedido, para amarlo y agradecer su bondad hacia mí, recibirán bendiciones temporales y eternas junto con sus gracias, ya que él se complace en dar gracia por gracia a quienes adoran su mirada, que es buena y sabe conceder lo que promete en justicia, la cual tiene siempre por principio su misericordia, que lo mueve a darnos sus promesas si trabajamos en su viña según sus mandatos y nuestros deberes. Es el denario que da como salario para retribuir las buenas obras; David, que lo sabía, exclamó: Inclina mi corazón hacia tus dictámenes, y no a ganancia injusta (Sal_119_36).

            La Iglesia militante ruega a la santa Virgen y a todos los santos que oren por sus hijos peregrinantes, a fin de que sean dignos de las promesas de Jesucristo, que dará a cada uno según sus obras; y cuando él lo juzgue conveniente, la porción que reservó [599] desde la eternidad para los escogidos de su amoroso corazón, a los que ama con caridad eterna porque es bueno e infinitamente misericordioso, y a los que atrae a sí con gran compasión valiéndose de la urdimbre de Adán, y uniéndolos con el cordel de la caridad, que lo urge a repartir generosamente sus bondades entre las almas más selectas, por ser el amo de todos sus bienes.

            El es libre y da liberalmente a dichas almas, comprometiéndolas mucho con ello. Al dar menos a otras, no comete injusticia alguna: todas han recibido, reciben y recibirán de él lo que han tenido, tienen y tendrán. Al dar, concede diversos dones, ya que en la casa de su Padre hay muchas moradas. En el hogar de un gran señor, hay diversos oficiales que le están sujetos, lo mismo que sus hijos que algún día serán sus herederos.

            La caridad del Padre nos ha convertido en hijos suyos por adopción, y coherederos de su Hijo natural, que es el heredero universal de las inmensas riquezas que posee su Padre. En él están encerrados los tesoros y bienes de su ciencia y sabiduría. Por este Hijo nos creó y estableció los siglos; por amor a él, se dignó manifestarnos sus designios en la plenitud de los tiempos: En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (He_1_2s).

            Al ser elevado a esta diestra, se convirtió en abogado nuestro, intercediendo por nosotros para que moremos junto con él, y haciéndolo con tanta elocuencia, que obtiene como hombre lo que puede conceder en su calidad de Dios. Al Padre, a El mismo y al Espíritu Santo, sea dada gloria sin fin.


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DIARIO ESPIRITUAL I Capítulos  del 101 al 221

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Capítulo 101 - El divino Padre quiso transformarme, por su gracia, en una mujer fuerte al llamarme para procurar el establecimiento de la Orden de su Hijo Encarnado, 24 de abril de 1634.

            [601] En este día vi, antes de la comunión, un navío equipado, cuya vela mayor iba desplegada como un gran estandarte. Después de comulgar, se me explicó el capítulo 31 de Proverbios, en el que la mujer fuerte es comparada a la nave de un mercader que trae de lejos el trigo. Dicha mujer fuerte, a la que Salomón buscó hasta los confines del mundo, y a la que alabó tan altamente, es la Virgen, que sola conquistó al Padre eterno, el cual se encontró con esta amazona, y ella, la Virgen, también con él. Se trata de dos extremidades muy apartadas: la majestad de Dios y la debilidad de una joven. Su valor es inapreciable; Dios lo valora tanto, que no dudó en lanzarse a su seno, no pareciendo complacerse sino en la virginidad. No desea sino vírgenes en su séquito, y les da la victoria, no sólo sobre los demonios y el mundo, sino sobre su propia carne, para que se asemejen a los ángeles, que son los habitantes vírgenes del cielo, donde aquellos tienen más felicidad y éstas más poder, debido a que el Dios fuerte en la batalla desea verlas al lado de su madre: Las vírgenes, sus compañeras, tras ella son conducidas a ti (Sal_44_14). A ellas están destinadas las gracias más selectas de este rey purísimo, que las llama a compartir su corona y su cetro. ¿Quién hallará una mujer fuerte? De mayor estima es que todas las preciosidades (Pr_31_10).

            El real esposo, divinamente enamorado, abandona todo su corazón a la virgen, y ella le confía todos sus intereses: En ella confía el corazón de su marido (Pr_31_11). [602] En este corazón encuentra su fuerza, y con él rebasa a todas las criaturas. Al poseer a Jesucristo, posee todos los tesoros del Padre. La virgen no tiene necesidad de botín de la tierra para enriquecerse: no tendrá necesidad de botín (Pr_31_11). Para no parecer ingrata hacia su esposo, que ha sido tan generoso con ella, no sólo se cuida de no ofenderlo, sino que guarda fielmente el voto perpetuo de virginidad que le hizo, ofreciéndole cada día de su vida un corazón que nada sabe de afectos extraños: Le acarrea el bien, y nunca el mal, todos los días de su vida (Pr_31_12).

            La ocupación de esta joven fuerte consisten en buscar el lino y la lana y en trabajar con la destreza de sus manos; es decir, con manos inteligentes llenas de buen consejo y de prudencia: Busca lana y lino, de que hace labores con la industria de sus manos (Pr_31_13). La lana es el vellón de una oveja o de un cordero; el lino se recoge de la tierra. Las vírgenes se visten con la lana del cordero, su esposo, cosechando el lino en la tierra sublime de la santa humanidad, de la que reciben también el rocío de las bendiciones más escogidas del cielo.

            Se entregan a la acción y a la contemplación de manera que sus obras son efecto de su meditación. La acción se da en la luz, y la contemplación no queda ociosa al obrar en ella. No es éste un consejo sin manos ni ejecución, ni manos que carezcan de aviso, poniéndose a la obra con aturdimiento e imprudencia. Cuando Dios se vale de una de sus esposas para cualquier obra importante dedicada a su gloria, lo hace con sabiduría y bondad. Por esta razón, me dijo:

            Hija, te comunico estas luces porque te he llamado a fundar la Orden sagrada del Verbo Encarnado, que es mi Hijo. Eres como un bajel que llevará hasta los países más lejanos el pan y el trigo que alimentarán a ciudades y provincias enteras: Como la nave de un mercader, que trae de lejos el sustento (Pr_31_14). Te he convertido en un venturoso velero que bogará por el mar del [603] Verbo Encarnado, y que, por zarpar de en medio de los siglos y del pensamiento de tu Dios, lleva consigo tan glorioso destino. Lleva el pan de vida para darlo no sólo a las que tendrán la dicha de seguirlo en tan noble empresa, sino a un mundo de personas que jamás conocieron sus deberes hacia el Verbo que se encarnó por ellas, ni los honores y el amor debido a la persona de un Dios humanado. El pan que transportas es el manjar más delicioso de los ángeles y aun del Padre eterno. Tú renovarás el honor que le es debido, invitando al mundo a comerlo con respeto. Este instituto se establecerá para gloria del sacramento de amor y dará la vida a muchas almas que lo recibirán en esta orden de predilección.

            Dios reveló a mi alma de qué manera había obrado en ella las maravillas que expondré aquí en obediencia a mi director, diciéndome que después de una noche de oscuridad y abandono, me había levantado con su gracia, y animada de nuevo valor, para dar alimento y contento a los extraños y domésticos que son las potencias superiores, y a las servidoras, que son las potencias de la parte inferior: Se levanta antes que amanezca para distribuir las raciones a sus domésticos, y el alimento a sus doncellas (Pr_31_15). Añadió que me había mostrado el vasto campo de la eternidad, en el que mi divino esposo, el Verbo Encarnado, es bendito. Dicho campo es el seno paterno y, aunque él mismo me lo regaló, quiso, en su bondad, que lo comprase al valorar su fertilidad, pues en él hallaría los tesoros del cielo y de la tierra: Puso la mira en unas tierras, y las compró (Pr_31_16). Es menester, empero, que plante en él la viña de su orden con el trabajo de mis manos, de mis escritos, cuyos frutos serán muchas y bellas plantas que florecerán en esta viña, que será deleite de mi esposo y fruto de bendición, a cambio del cual vale la pena sufrir un poco de dolor y aflicción: de lo que ganó con sus manos plantó una viña (Pr_31_16).

            El mismo esposo que ciñe mis riñones con su fuerza y vigoriza mi brazo Revistióse de fortaleza, y esforzó su brazo (Pr_31_17), [604] me dijo que no tuviera miedo alguno a mis enemigos ni perdiera el valor ante las contradicciones, porque mi interior, simbolizado por los riñones, está colmado de su fuerza, y que mis brazos, que significan el exterior, son tonificados por su providencia. Sé, por experiencia, que este tráfico que hago con Dios y para Dios, de llevar al mundo el pan de los ángeles y para atraer a los hombres a Dios, es exitoso y lucrativo, porque apremio la bondad de mi esposo, por el que trabajo y me aventuro como una nave a merced de las olas y tormentas de un mar borrascoso. He dejado mi propio contento, que consistía en vacar conmigo misma a una soledad mental, al saber que él me llamaba a ir hacia el prójimo: Probó y echó de ver que su trabajo le fructifica (Pr_31_18). Por su causa, quise olvidarme de mí misma y, aunque en ocasiones me siento rodeada de una noche de tinieblas, confío en su misericordia que jamás se extinguirá su luz, a pesar de que parezca ocultarse: tendrá encendida la luz toda la noche (Pr_31_18).

            Comprendí que mi esposo es mi lámpara, lo cual me mostró una noche en un sueño misterioso durante el cual vi, apagada, la lámpara de nuestra capilla, y en lugar de la llama, al Santísimo Sacramento ocupando el lugar de la lámpara y suspendido en el aire. Con ello se me significó que, al pensar en su gloria, pensaría en la mía; y que, al resolverme a servirle en empresas difíciles, él las coronaría con su misericordia: Aplica sus manos a los quehaceres fatigosos, y sus dedos manejan el huso (Pr_31_19). Añadió que, aunque me pareciera que mi debilidad no me permitirá al menos manejar la rueca o el huso, él quería mostrar su fuerza en mi fragilidad; que pusiera en él mi seguridad, pues le agrada mucho obrar en mí y a través de mí. De este modo, y ayudada por él, llegaré a la meta de su designio con más facilidad que si devanara un huso de hilo, pues con él me sobrepondré a los muros de las oposiciones y a mis enemigos.

            Este Dios de bondad me habló con tanto cariño, que me sentí confusa ante sus tiernas caricias. La turbación y la humildad tiñeron [605] mi rostro de púrpura, impidiéndome revelar a mi director el resto de los prodigios que Dios obró en mí al constituirme mujer fuerte. Para librarme de sus ruegos, le dije que había en mis escritos cosas muy parecidas, ya que en otras ocasiones Dios me había dado conocimientos muy semejantes. Oculté así mi vergüenza, permítaseme la expresión, delante de aquel que se hubiera sorprendido ante las delicias que Dios concede a un alma tan imperfecta como la mía, si no supiera de antemano que se trata del Dios del amor, que se complace en permitir que sobreabunde su gracia en donde abundó el pecado. En gran caridad hacia nosotros, y por amarnos con amor eterno, entregó a su propio Hijo por nuestra salvación, para que él mismo nos salvara y redimiera: Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn_3_16s).

Capítulo 102 - Fue voluntad del divino Salvador darme la misión de trabajar con sus hijas en el establecimiento de su Orden. Para ello nos da su paz, la promesa de caminar con nosotras y ser nuestra victoria y recompensa, 25 de abril de 1634,

            [609] El día de san Marcos, al meditar el evangelio del día tomado del décimo capítulo de san Lucas, en el que se lee que el Salvador envió discípulos a todos los lugares a los que él mismo debía ir dentro de algunos días, con el fin de disponer las voluntades y afectos de los pueblos que lo recibirían, pedí al mismo Salvador que, después de enviar sus divinas inspiraciones, viniera él mismo, ya que sólo él podía preparar su morada con mayor magnificencia; que se albergara en mi corazón y me tomase por compañera para seguirle a todas partes, concediéndome el favor de conducirme dondequiera que fuera, si así lo deseaba, para su gloria.

            Añadí que deseaba seguirlo en la Iglesia militante, para alabarle en espíritu con la triunfante por medio de todas las criaturas; a las que rebasé con amorosa confianza para introducirme en el seno del Padre eterno, al que pedí me diera hospedaje. Me concedió morar en él, divino amor mío, pero dándome a entender que no había tiempo para reposar, por estar yo en camino y delante de mucha mies: aun tenía mucho que hacer por su obra antes de que el establecimiento de la Orden llegara al punto deseado por él. Era necesario rogar instantemente al dueño de la mies y autor de dicha empresa, para que ésta llegara a su cumplimiento.

            Prosiguió diciéndome que mis hijas y yo éramos como ovejas a merced de los lobos, algunos de los cuales, movidos por la envidia y otros por su mala voluntad, nos desgarraban con toda su fuerza. Otros, por vanidad, nos rechazaban; otros, al equiparar los consejos de Dios con su insignificante entendimiento, nos despreciaban; los demás, dejaban de ayudarnos en la medida que esperábamos de ellos. En realidad, su sabiduría los había dejado caer en este estado por una amorosa providencia, la cual nos conservaba y seguiría conservando.

            Añadió que no tuviéramos temor humano, pues era innecesario apoyarse en el frágil bordón o en las previsiones de la [610] sabiduría y poder humanos, o detenerse a la mitad del camino para rendir cumplimientos superfluos o mendigar el socorro de los hombres; lo más importante es avanzar hacia la perfección sin detenerse. Al ingresar en la congregación con espíritu desinteresado, encontrarían en ella la paz, porque se complace en morar con las almas pacíficas. El es nuestra paz, el Dios de la paz, el Hijo de la paz, que, movido por su pura bondad, entró el primero. Si permanece en ella sólo por bondad, debemos demostrarle la fidelidad que él exige. De este modo, su paz estará con nosotras y su gozo nos será dado en él y por él. Así como la esposa pertenece a su esposo y éste a ella, la paz y la alegría son comunes a los dos cuando entre ambos hay buen entendimiento y son un solo corazón en la unidad del amor.

            Comprendí que en la posesión de esta paz era menester permanecer en la casa de Dios, comiendo y recibiendo lo que nos es presentado, bueno o malo, con generosa paciencia; que las que trabajan de este modo, son dignas de recompensa, y que la resignación en medio del sufrimiento agrada al Padre eterno cuando se le dice con su Hijo: Hágase tu voluntad. Al final, esta resignación irá seguida de gloria y júbilo. Las que, en cambio, van de una casa a otra dejándose llevar ora por una pasión, ora por otra, obran con frecuencia como los que parecen haber curado de la fiebre con un mal más ardoroso. Si permanecemos fieles, él mismo será la recompensa de las obras que con su gracia hayamos realizado, ofreciéndonos el delicioso alimento de sus divinos consuelos. Con su poder haremos maravillas, curaremos muchos males en nuestras casas y el Reino de Dios llegará cuando nos parezca que todo está perdido y desesperado.

            Entonces su omnipotencia mandará a las tempestades que se calmen para confusión de sus enemigos, y concederá abundancia de paz a las que amen su ley y no sufran el escándalo de la cruz; hará brillar su poder en nuestras debilidades y su magnificencia en nuestras miserias y pobreza, de manera que podremos decir con el rey profeta: ¡Excelso sobre todas las naciones el Señor, por encima de los cielos su gloria (Sal_112_4); pero: ¿Quién como el Señor, nuestro Dios, que se sienta en las alturas, y se abaja para ver los cielos y la tierra? El levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo (Sal_112_5s).

            Como nuestro divino Salvador fue ensalzado por encima de los hombres y de los ángeles, él es el cielo supremo que se asienta en el trono de la [611] grandeza divina. Su augusta majestad no tiene igual en grandeza ni en bondad, porque desde su trono sublime, enaltecido como Dios, contempla amorosa y afablemente a los humildes, levantándolos de su miseria con amorosa compasión para colocarlos con los príncipes celestiales y hacerlos príncipes gloriosos que supieron sufrir el desprecio de los hombres. Les concederá grados de gloria, elevándolos hasta a su trono de radiante esplendor; y así como ellos lo confesaron en la tierra, los glorificará en el cielo en presencia de su divino Padre y de sus ángeles.

            ¿Qué valor no tendrán los brillantes con los que adornó la corona de san Marcos, su evangelista, quien sostuvo y confesó constantemente delante de los hombres que El era el verdadero Hijo de Dios, sentado a la diestra como igual y consustancial a su divino Padre, de cuya gloria es el esplendor y figura de su sustancia, por llevar en sí toda su naturaleza y virtud? Es éste el León real que jamás cerrará los ojos en el eterno reposo de su gloria, ya que resucitó para nunca más morir. La muerte fue absorbida por su victoria. El es el león de la tribu de Judá que salió victorioso y triunfante, en cuya boca las almas generosas encontrarán sabrosa miel y vigor para combatir a sus enemigos.

            El murió para darnos la vida, pero en abundancia. Su muerte es nuestra victoria; en él hemos triunfado ya de nuestros enemigos, por lo que podemos decir con el profeta y el apóstol: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! (1Co_15_55s). El mismo apóstol, en la persona de los Corintios, nos dice: Así pues, hermanos míos amados, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano en el Señor (1Co_15_58).

            Valor, hijas y hermanas mías queridísimas; manténganse firmes e inconmovibles en las resoluciones que el Espíritu Santo les ha inspirado. Hagan obras buenas en abundancia con el auxilio del Verbo Encarnado, Dios, Señor y Esposo suyo. No desmayen; estén seguras de que el trabajo que hacen junto con él y por él, no será en vano. El es su rey, que con amor y mansedumbre las coronará, y será su mayor recompensa.

            El mismo se entrega a ustedes para, a su vez, ofrecerlas a su Padre, en cuyo seno habita. Su designio es que Dios sea todo en todos: Para que Dios sea todo en todos (Col_3_11).

Capítulo 103 - Mi divino Salvador me dijo que yo no sería llamada "La Abandonada". Las grandes promesas que me hizo, valiéndose de las mismas palabras de Isaías. 26, 27 de abril de 1634

            [613] Al considerar, en presencia de mi divino esposo, las dificultades que se oponían a los designios de su gloria, le dije: Procuro tu establecimiento en medio de tantas contradicciones, sin auxilio ni socorro de los que deberían ayudarme. El me respondió: Por amor de Sión no he de callar; el amor que tenía a Sión no permitía que guardara silencio ni le impedía que trabajara por su querida Jerusalén, la cual permanecerá oculta a los hombres hasta que él mismo, por ser el verdadero justo, se muestre sobre mí resplandeciente de gloria, encendiéndome como una lámpara luminosa y ardiente: Por amor a Sión no he de callar, por amor de Jerusalén no he de estar quedo, hasta que salga como resplandor de su justicia, y su salvación brille como antorcha (Is_62_1).

            Añadió que su Instituto se extendería en varias naciones, y que en esta Orden, que llevará su nombre, los reyes adorarán y admirarán su gloria: Verán las naciones tu justicia, todos los reyes tu gloria (Is_62_2).

            Hija, tendrás un nombre nuevo que yo mismo te daré. Te haré fundadora de mi Orden. Este nombre, grande y glorioso, fue enunciado desde la eternidad y perdurará por toda una infinitud; nombre que tu sabes ha salido de la boca de Dios y que no es una mera invención humana. Cuando lo pidas, nadie se negará a conceder a mi Orden [614] el nombre que te he manifestado para ella. Fuiste testigo de la realización de esta promesa cuando mi vicario accedió a tu petición: por su medio pronuncio mis oráculos: y te llamarán con un nombre nuevo que la boca del Señor declarará (Is_62_2). Serás una corona de gloria que sostendré con mi mano para coronarte: Serás corona de adorno en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios (Is_62_3). No se te llamará la abandonada ni la despreciada; mi casa no se mantendrá en la desolación ocasionada por las esperas y prórrogas que hacen creer al mundo que tus proyectos no son sino vanas quimeras, que jamás verán el éxito: No se dirá de ti jamás abandonada, ni de tu tierra se dirá jamás desolada (Is_62_4).Todos conocerán que yo he guiado esta obra en cada momento y etapa.

            Tengo mis complacencias en ustedes y torné fértil la tierra que escogí como habitación de un gran número de almas escogidas. Se te adjudicará el glorioso nombre del cumplimiento de su voluntad, hija de mi voluntad y Sión de mi corazón: Sino que a ti se te llamará Mi Complacencia, porque el Señor se complacerá en ti (Is_62_4).

            Mi divino enamorado continuó favoreciéndome con el resto de las bendiciones que menciona dicho capítulo, diciéndome que él es el guardián y la corona de las vírgenes, moviéndome a gustar de la virginidad para que la conserve en la integridad; que trata conmigo con tanta prevacía y sagrado contento como un virginal esposo con su esposa; que confió los muros de esta Jerusalén tan amada a [615] centinelas que velan de día y de noche, para preservarme de cualquier ataque sorpresivo; que juró por su fuerte brazo que no tolerará que mis trabajos sean inútiles, ni que hijos de extraños gocen de sus frutos; que él llamaría a todos los pueblos para contemplar esta maravilla en la que había izado el pendón de su nombre, escogiendo sillares para construir a esta Sión; que era su voluntad que se me anunciara la buena nueva que me debía alegrar como a la hija de Sión: Decid a la hija de Sión: mira que viene tu salvación (Is_62_11), añadiendo que mi Salvador se acercaba con las manos llenas de coronas para recompensar mis sufrimientos y resolución de llevar a cabo su obra en mí, lo cual jamás perdía de vista: Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña y su paga le precede (Is_62_11).

            Agregó que, a las hijas que su voluntad me había concedido, se las podría llamar el pueblo rescatado por el señor, el pueblo santo: Se les llamará Pueblo Santo, Rescatadas de Yahvé (Is_62_12). En cuanto a mí, me aseguraba una vez más que se me atribuiría el nombre de la ciudad querida, no desamparada, sino buscada: y a ti se te llamará Buscada, Ciudad no abandonada (Is_62_12).

            Sé bien, divino Vencedor mío, que con tu combate me adquiriste, y que tu túnica está enrojecida con tu propia sangre. Los ángeles, admirados, exclaman al verte: ¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? (Is_63_1).

Capítulo 104 - Diversas tierras de visión mencionadas en la Escritura, que es letra de muerte en un sentido admirable. Gran favor que Dios me concedió al darme conocimientos muy sublimes, abril de 1634.

            [617] Mi divino amor, que se complace en enseñarme benignamente sus sagrados misterios por medio del entendimiento de la santa Escritura, me dijo que ésta era para mí una tierra de visión, el Monte Moriah, porque por su medio me enseñaba su voluntad. Añadió que ella es el código que me enseña sus secretos; que su amor parecía no poder contenerse (permítaseme explicar de este modo la inclinación del Dios del amor) para hablarme de sus maravillas, afirmando que con justa razón me había inspirado el mencionar la Escritura como una tierra de visión, ya que el origen de las Escrituras es él mismo, que es el Verbo y espejo donde el Padre contempla y conoce todo lo que él sabe, sea por la ciencia de visión, sea por la de simple entendimiento.

            Se afirma que el Espíritu Santo es quien inspira a los escritores sagrados, y el que nos ayuda a entenderlas cada día; Espíritu que recibe del Verbo toda su ciencia, lo mismo que su ser, ya que procede de él y del Padre por una espiración eterna. El Salvador, que es el Verbo Encarnado, al hablar a sus apóstoles del maestro que iba a enviarles, aclaró: sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir (Jn_16_33).

            El Verbo, como tal, es el espejo de la Majestad. [618] El Padre, al contemplar sus divinas perfecciones, engendra a su Verbo, que es su imagen, su visión y su dicción. Por ello, explicaba las escrituras a sus apóstoles. Me dijo que su amor lo había movido a darme la Escritura para que fuera mi tierra de visión, mi consuelo, mi heredad y mi dote en mi condición de hija y esposa, agregando que las esposas de los hombres, al morir ellos, enviudan y perciben una dote.

            Amada mía, no puedes tú ser viuda porque yo no volveré a morir. Sin embargo, como soy invisible, a pesar de mi presencia viva, puede parecer a mis esposas que han enviudado, ya que me oculto en el sacramento eucarístico en forma inanimada. Por esta razón deseo que su fiel cariño reciba una dote. La tuya la constituirán el Espíritu Santo y la Sagrada Escritura junto con el secreto que existe entre tú y yo: el de mi nacimiento y el de mi corazón; eres, además, dueña de mi corazón. ¿Acaso no eres la hija bien amada del Padre, la esposa escogida del Hijo y la queridísima niña de pecho del Espíritu Santo? Estas realidades te confirman que la Escritura es para ti una tierra de visión, ya que por su medio llegas a conocer muchos misterios en un abrir y cerrar de ojos y numerosas verdades con una simple mirada. Sube hasta mi, amada mía, sin temor a mis rayos y relámpagos. Yo soy tu amor pacífico.

            El Monte Moriah es la tierra de visión que se mostró a Abraham. En su persona, en la de su hijo Isaac y en la de Jacob, su nieto, están simbolizados los tres niveles de almas a las que llamo al conocimiento de mis misterios, con las que me digno hablar y comunicarme. Abraham trataba conmigo, pero [619] con tal sobrecogimiento y temor hacia mi grandeza, que casi no se atrevía a abrir la boca sin antes pedir perdón por la osadía de hablar, él, que era sólo polvo y ceniza, con un Dios tan terrible por su poder. Isaac mostraba, en cambio, más confianza, ya que paseaba por un campo espacioso para meditar. Jacob, empero, vio el cielo abierto y a los ángeles que subían o bajaban del paraíso, quienes hablaban con él de Dios. Jacob, más atrevido que su padre y que su abuelo, dijo que veía a Dios tan segura y claramente, que lo contempló cara a cara, y que su alma había sido salvada. Se le dio el nombre de Israel y prevaleció después de haber medido sus fuerzas con Dios.

            Hija, hay almas que sólo descubren de lejos las maravillas de las escrituras; que no se acercan a los divinos misterios sino con temor y aprensión. Otras, en cambio, meditan con mayor tranquilidad, buscando las verdades ocultas por medio de variados discursos y complicados argumentos, para lo cual son necesarios tiempo, estudio y esfuerzo. Hay otras, en cambio, tan afortunadas, que contemplan sin afán, y de un sencillo vistazo, misterios admirables. Yo mismo las pongo en alto junto a mí, cubriéndolas con mi protección. Ellas me contemplan durante esta noche clara, cuya oscuridad es más luminosa que un día esclarecido por el sol ordinario. Mi amor me urge a conversar y revelarme a ti. Me manifiesto sin velos a mis predilectas, las cuales pueden, con mi gracia, disertar conmigo sobre la diversidad de procederes de mi providencia. Como el amor es bueno, les concede intimidades a granel. [620]

            El divino Verbo me dijo que la tierra de Moriah fue el sitio al que Isaac fue llevado para ser sacrificado, según la mente de Abraham a su padre, en obediencia al mandato divino. El carnero que se ofreció fue figura de él hasta que llegó el tiempo de hacerse hombre y de morir por la humanidad según las escrituras.

            Hija, continuó mi amable Doctor, la Escritura es tierra de muerte, como afirmó el apóstol: la letra mata (2Co_3_6). La letra mata cuando no se la comprende y sólo se la considera de un modo carnal, como sucedió a los judíos: es tierra de muerte porque, para dar cumplimiento a las escrituras, las profecías y los antiguos oráculos, se dio muerte al verdadero Isaac no sólo con la voluntad, sino realmente, de hecho. Es tierra de muerte porque es necesario que la esposa que desea arribar a esta tierra de visión y participar de esta ciencia, muera a través de una continua mortificación, según los criterios de las mismas Escrituras. Yo quise sufrir lo que las profecías anunciaron. Isaías describió mi muerte con tanta claridad, que por ello se le llama el profeta evangélico. Yo, que soy Hijo de Dios, el Verbo y la Escritura misma, dije a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el [621] mundo entero si arruina su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles (Mc_8_34s).

            Hija mía, según la Escritura, debes morir a ti misma y vivir para mí conforme a mi palabra. Muero, no sólo a diario, sino muchas veces cada día en el sacrificio de la misa, que es una oblación de muerte y amor. A pesar de que mi sangre no se derrama como en el Calvario, es ofrecida a mi Padre con tanto e idéntico amor como entonces, lo cual me constituye en viviente a manera de muerto. Soy una verdadera hostia y me complazco en serlo para demostrar mi devoción hacia la gloria de mi Padre y la salvación de los hombres. Mi palabra me coloca en este estado porque amo a mis hermanos. En el principio del libro de los predestinados está escrito que yo haré la voluntad del santo amor, cuya ley consiste en hacer y padecer todo por el objeto amado. Como mi Padre no se complacía en los sacrificios ofrecidos por los pecados, yo dije que vendría a ofrecerme, y que esta ley estaba en medio de mi corazón, porque a través de mi muerte deseaba dar a conocer cuan grande era su amor, a fin de que se cumpliera la escritura: ¿Qué hay tan fuerte como el amor hasta la muerte? La multitud de las aguas no podrán extinguir la caridad, ni los ríos obstruirla.

            Aun cuando el hombre, sin ser Dios, conociera a fondo su sustancia creada, esto sería nada comparado con mi amor infinito, como lo expresa mi predilecto [622] al hablar del amor que manifesté en la última cena al instituir el sacramento del amor, en el que la Palabra hecha carne se entrega al sacramento de la fe. Es ésta una verdadera tierra de visión, que recibes cada día en tu seno. En ella puedes verme a través de la fe, que es clara como el día. Te he dicho en repetidas ocasiones que gozas mientras vas de paso; es decir, que ya desde el camino donde eres peregrina, por tener un cuerpo mortal, disfrutas de la claridad que inunda incesantemente a los que se han detenido en el cielo para siempre, por haber encontrado en la gloria el término de su peregrinar.

            Poseerás además la tierra de visión en el instituto que deseo establecer por tu medio. Seré Verbo Encarnado, es decir, verdadera tierra cimentada en el Verbo, en quien mi Padre ve expresadas todas mis perfecciones, pues soy la imagen de su bondad, figura de su sustancia, esplendor de su gloria, palabra de su divino poder y espejo sin mancha en el que se mira y admira, no por ignorancia, sino por excelencia, saboreando y contemplando la fecundidad de su mente divina, cuyo término soy: Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas.

            Sube, hija, tan alto como la gracia desee llevarte. El amor exige la unión. El amor desea hacerte partícipe de sus destellos.

Capítulo 105 - Dulzura y fuerza del beso sagrado que, en su bondad, imprime el esposo divino en las almas a las que acaricia amorosa y divinamente, abril de 1634.

            [625] La esposa dice que su alma se derrite cuando su amado le habla; pero cuando él se une al alma con un beso de sus dulces labios, ella se desvanece venturosamente. Mi divino amor me ha favorecido, en varias ocasiones, con el beso de su boca adorable; si fuera tan santa como Moisés, tal vez hubiera expirado o expiraría a causa del inefable contento que con frecuencia experimento ante tan delicioso beso, mismo que solicita la esposa al comienzo de los Cantares: ¡Que me bese con los besos de su boca! (Ct_1_2).

            Elevada en espíritu, comprendí que el beso que el alma recibe del Verbo consiste en una unión muy íntima; o más bien, en la unidad que va seguida de una paz purísima y un sagrado y misterioso silencio. El alma favorecida con este beso divino se introduce de manera admirable y suavísima en el seno de su amado, exhalándose por los conductos de sus afectos. Llega a verse más en él, a quien ama, que en el cuerpo al que anima. Ama a su esposo y hermano con una maravillosa ternura, llegando hasta gozar del deseo que manifiesta la esposa del cántico, uniéndose a su amado y él a ella como dos pequeñines que juegan juntos y se besan inocente y tiernamente. El alma siente desfallecer no sólo las fuerzas del cuerpo, sino las de sus potencias, pareciéndole que se derrite y destila dulcemente hasta el interior de su amado, en el que acepta perderse. Su espíritu obra una admirable emisión, saliendo de sí para fijarse en el objeto amado por ella.

            [626] Este desvanecimiento es casi idéntico al desmayo que experimenta el cuerpo, mas con la diferencia de que la persona que sufre desmayos corporales no se alegra por la pérdida de su espíritu por ignorar lo que sucede en ella. Cuando el alma, en medio de estos santos desfallecimientos, goza de un placer delicioso en suma, se debe a que conoce con toda seguridad que pierde su vida para encontrarla en Dios; que su ser va debilitándose para transformarse en el de Dios, y que su espíritu la ha dejado para unirse al soberano bien. Se alegra, por tanto, de esta pérdida que se convierte para ella en tanta ganancia, inclinándose mucho más a estar en Dios y a vivir en él, que a permanecer y vivir en sí misma, repitiendo con el apóstol: Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia (Flp_1_21). Lo único que podría detenerme en esta vida sería trabajar por la gloria de mi divino esposo: Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros (Flp_1_22s). Mi divino amor me reveló que era su voluntad que permaneciera todavía en esta vida, lo cual acepté por su gloria y para cooperar, en lo posible, a la salvación de los hombres, por los que se entregó a la muerte para darles la vida, a fin de que sólo vivan para aquel que murió por todos.

            Soy débil por naturaleza, pero encuentro mi fuerza en aquel que me conforta, el cual, con su divina luz, me explicó de qué manera recibe mi alma las delicias del cielo a pesar de su debilidad, que parece incapacitarla para ello. Me dijo que se complace en penetrar en el alma como un río impetuoso y desbordante, cuyas aguas torrenciales llevan consigo tanta dulzura, delicias y contentamiento, como sorpresa y ruido a causa de su impetuosidad. Esto se debe a que, al llegar como una gran masa de agua, parece abrumar el alma, pero sólo para levantarla y comunicarle una alegría proporcionada a su difusión en ella. Se trata del río impetuoso que alegra [627] la ciudad del Dios del amor, que es un río de fuego que surge del trono divino para derramarse en el corazón de su amada, extinguir en él todo afecto imperfecto y encender el suyo, que por ser perfectísimo alegra a esta ciudad. Dicho río se extiende en forma admirable, por ser fuente y fuego de caridad; unción y espíritu de bondad que abraza el corazón, lo refresca suavemente y le concede su paz. Comunica además la santidad a su tabernáculo, pues al entrar el mismo Señor en su santuario, lo consagra y le imprime la perfección al inundar todas las potencias del alma: ¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios, santificando las moradas del Altísimo (Sal_46_5).

            Este desbordamiento de amor y delicias divinas es tan impetuoso, que, en sí misma, el alma es incapaz de recibirlo sin expirar, porque abate las murallas de la ciudad, que son el cuerpo. Como Dios ocupa el corazón, sostiene al cuerpo por medio de un prodigio que obra el divino amor, a fin de que el alma a quien ama pueda gozar en su estado de mortalidad las ventajas de la gloria. Por eso añadió David: Dios está en medio de ella, no será conmovida (Sal_46_6).

            Dios llena el corazón y lo sostiene, asegurándolo y manteniéndolo firme como un ancla, a pesar de la vehemencia de las olas del río del amor sus delicias. Será capaz de resistirlas apoyado en su fuerza divina, aunque parezca que los sentimientos, incapaces de estas visitas divinas, puedan turbar la paz de este corazón, si es que goza de su paz y permanece siempre firme, a pesar de verse abismado en esas aguas sagradas y violentas: Dios la socorre al llegar la aurora (Sal_46_6). Dios previene la impetuosidad de esta operación y de su amorosa visita, dando fuerza al corazón para sostener dicho asalto. No deja de ser un misterio que la Iglesia recurra con frecuencia a esta versión: Dios la ayudará y volverá hacia ella su rostro. El sentido consiste en que Dios no se fía de nadie cuando se trata de [628] ayudar a un alma que le es muy querida; él mismo la sigue con la vista y la contempla. Al detener en ella su mirada, la ayuda y la fortalece, dándole seguridad con las dulces irradiaciones de sus ojos divinos y la belleza de su rostro, adorablemente amable y amablemente adorable. Estos atractivos son tan poderosos, que hacen que su amor sea su peso. Así, ella responde con David: La palabra de tus labios he guardado, por las sendas trazadas ajustando mis pasos; por tus veredas no vacilan mis pies (Sal_17_4s).

            Mi divino Salvador me ayudó a comprender que él era mi camino, cuyas veredas habían trazado en su cuerpo las heridas. Contemplé sus senderos en mi interior, pudiendo constatar que la vida estaba en mi corazón y la verdad en mi alma; y que mi esposo sagrado había venido al mundo para ser nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. No se contentó con darnos ángeles para que nos cuidaran y guiaran, sino que él mismo vino a enseñarnos los caminos de vida, descubriéndonos las verdades ocultas en la divinidad en los siglos pasados.

            Comprendí que había venido a la tierra para conversar familiarmente con nosotros, según la profecía de Baruc, no contentándose con dar leyes, y enseñando sus caminos a los hijos de Israel. Después apareció en la tierra, y entre los hombres convivió (Ba_3_18). A esto respondió el pueblo de Israel: Felices somos, Israel, pues lo que agrada al Señor se nos ha revelado (Ba_4_4). Me dijo que yo gozaba de una dicha mucho mayor que la de aquel pueblo, pues lo que ellos consideraban como la presencia real de este Dios de bondad eran ángeles que lo representaban, mientras que él se ocultaba en una nube y les mostraba tanta severidad como dulzura. Sus sacramentos sólo eran elementos vacíos. Los patriarcas atisbaron de lejos las promesas; todo se les dio en figura. Si el Dios justísimo los castigó cuando transgredieron la ley, con cuanta mayor razón merecen ser penados los que menosprecian la benignidad, generosidad y la efusión de la gracia de Dios, que sufrió la muerte por todos nosotros y se dio a sí mismo en el sacramento eucarístico.

            Nos ha besado con el beso de su boca sagrada, incorporándonos a él y comunicándonos su propia vida para que permanezcamos en él y él en nosotros. Así como él vive por su Padre, desea que vivamos por él y para él, y que gocemos de la luz que comparte con su divino Padre desde antes que el mundo existiera. A él que pide que seamos uno así como él es uno con el divino Padre mediante el lazo que los vincula; mediante el beso que los une íntimamente: el Espíritu Santo, que es un Dios simplísimo junto con el Padre y el Hijo.

            El Espíritu es el beso delicioso que es todo amor y amor subsistente, el cual, no contento con transformar los labios de la esposa del Verbo Encarnado en una cinta roja por la virtud de su sangre preciosa, con la que adorna sus mejillas y por la efusión de la gracia bendita de este esposo a quien el Padre ha bendecido, desea que tengan una lengua de fuego y llamas para alabarlo e inflamar los corazones con su divino amor, amor que tiende a la unión que es el fin del beso sagrado y divino.

Capítulo 106 - La bondad del Padre de las luces lo movió a concederme la dádiva buena y el don perfecto, que es el Verbo Encarnado. 1º de mayo de 1634.

            [631] El día de los santos Felipe y Santiago pedí, por intercesión de este último, la dádiva buena y el don perfecto de los que habla en su epístola (St_1_17). Se me reveló que se trataba del Verbo Encarnado, dádiva que me hacía el Padre de las luces para que fuera todo mi bien; don que me convertía en heredera del Verbo, por ser su hija, al que poseía en los dos testamentos, que sólo predican al Verbo Encarnado, sea en su realidad, sea en figura. Añadió que me había concedido un claro conocimiento y un sublime entendimiento de los misterios encerrados y ocultos en este doble testamento y en sí mismo; que él es mi pan cotidiano en la Eucaristía, que me proporciona el provecho y contento que este Dios de bondad sabe dar: Mi muy amada y querida hija, la gracia se ha derramado en tus labios, que hablan graciosamente de los misterios divinos contenidos en la Escritura. Te he concedido facilidad para explicar las verdades de la fe, que son ríos que fluyen del manantial del Verbo y de la luz del mismo Verbo, que es tu amor. De él proceden las claridades de tantos sublimes conocimientos que él te comunica todos los días.

            El divino Padre me aseguró que tenía yo en posesión sus tesoros de ciencia, de sabiduría y de bondad en diversas maneras; que las tres divinas personas se complacían en favorecerme; que el Verbo Encarnado me había sido dado en este instituto, para el que me eligió el Padre eterno, haciéndome madre de su Hijo, el Verbo Encarnado, por medio de esta fundación, que es como una extensión de su Encarnación.

            Continuó diciendo que los que hacen la voluntad del Padre son llamados hermanos, hermanas y madre por los mismos labios del Hijo, que no puede mentir; y que, a través de este instituto, vuelve a nacer de nuevo en el mundo. Afirmó que yo había visto cómo el divino Padre llevaba en su seno a todas las hijas de su orden, quienes escalan con alegría la santa montaña de la perfección porque su ladera las lleva directamente a la casa del Señor. Todas las demás órdenes pueden considerarse casa del Señor, pero ésta, por ser singularmente llamada casa y orden del Verbo Encarnado, es más apropiada para un culto más particular hacia él, por llevar su nombre de Verbo, que posee desde la eternidad y que quiso adoptar a perpetuidad en el tiempo, porque siempre será Verbo Encarnado.

            Al darme a su Hijo, me concedió todo junto con él, como dice el apóstol san Pablo, la posesión de todas sus gracias. ¿No es esto recibir la dádiva buena y el don perfecto del Padre de las Luces? El no ha permitido que las criaturas, con las sombras de su malicia, me priven de estas claridades, porque su bondad hacia mí es inmutable.

            El quiere que esté dispuesta en todo momento a recibir al Verbo humanado con mansedumbre y dulzura, lo cual puede salvar mi alma y santificarme, porque en mí se ha realizado el dicho del rey profeta: No hizo cosa semejante con ninguna otra nación y no les manifestó sus juicios. El, prosiguió, no concedía favores parecidos a todas las almas, y cifraba sus complacencias en favorecerme con muchos beneficios, porque es bueno y su bondad es comunicativa por naturaleza.

            El apóstol Santiago, cuya fiesta solemnizábamos, conocía bien la inclinación de Dios a dar, por lo que exhortaba a los cristianos a pedir su sabiduría sin vacilaciones, perseverando en la oración en épocas de tristeza, a imitación del Salvador, que oró con más fervor cuando el desaliento, la aflicción y la tristeza mortal lo hicieron entrar en agonía: y sumido en agonía, insistía más en su oración (Lc_22_44).

            Padre santo, concédeme participar en el fervor de tu Hijo. Haz que lo imite como Santiago, que era asiduo en la oración a imitación de su buen maestro, que es también el mío. Que él sea mi todo, por siempre, en la eternidad.

Capítulo 107 - Plenitud de ciencia y sabiduría que Dios concedió a san Atanasio, el cual defendió la igualdad del Hijo con el Padre. Gratitud que le deben todos los católicos. 2 de mayo de 1634.

            [633] El día de san Atanasio, consideré la sabiduría encarnada triunfante en los gloriosos combates de este gran santo, al que apliqué el capítulo 24 del Eclesiástico, que contiene las maravillas que la sabiduría misma hizo brillar en la persona de este gran hombre, honra del Oriente, luminaria de su siglo y gloria de los prelados.

            Mi divino amor me dijo que encontraría el panegírico de san Atanasio en la Sabiduría, ya que ella pondera sus méritos y lo glorifica, no sólo en medio de su pueblo y de los ortodoxos, sino en presencia de su Padre. Los que proclaman la divinidad del Hijo honran al Padre que está en los cielos, el cual da su recompensa a quienes confiesan a su Hijo en la tierra, glorificándolos en el cielo en presencia de sus ángeles. El Padre ama a los que honran a su Hijo amadísimo.

            Admiré la gloria que la sabiduría comunicó a este predilecto suyo, al que escogió para desplegar sus tesoros en el escenario más ilustre del mundo, moviéndolo a hablar como un oráculo en medio de las asambleas cristianas y delante de los pontífices. Fue alabado por los pueblos en especial los que fueron y serán iluminados con su doctrina y admirado por los concilios, en los que la plenitud de la santidad parece haberse reunido en la persona de tantos prelados eminentes en santidad y en virtud, quienes consideraron a este santo como el escudo de la fe y el glorioso protector, permítaseme la expresión de la divinidad del Verbo Encarnado. Para confesar la fe, sufrió generosamente incontables trabajos. Los elegidos lo bendecirán con las bendiciones que su celo amerita, y el mismo Verbo será su divina alabanza, exclamando con David: En Dios, cuya palabra alabo, en Dios confío y ya no temo. Yo sé que Dios está por mí. En Dios, cuya palabra alabo, en Yahvé, cuya palabra alabo, en Dios confío y ya no temo, ¿qué puede hacerme un hombre? A mi cargo, oh Dios, los votos que te hice: sacrificios te ofreceré de acción de gracias, pues salvaste mi alma de la muerte, para que marche ante la faz de Dios, en la luz de los vivos (Sal_56_10s).

            [634] Haré ver a todos los siglos que el Verbo es igual y consustancial con el divino Padre y que merece la misma alabanza por ser un mismo Dios. El es Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado eternamente antes de los siglos. Fue por su medio que el Padre los creó. El mismo Verbo me creó y a él debo servir de fiel intérprete entre los sepulcros en los que conservará mi vida, que los arrianos desearían arrebatarme así como al Verbo la divinidad. Habla, Verbo eternal, por la pluma del sabio, diciendo:

            "Yo soy la sabiduría que produjo el entendimiento del Altísimo y salió de su boca. Antes de todas las criaturas, y no sólo en cuanto al designio de mi nacimiento temporal, fui el primero en la mente de mi Padre. Fui yo quien iluminó el cielo de la Iglesia con una luz que no se eclipsará jamás.

            Si permití que la oscura nube del arrianismo pareciera cubrir toda mi Iglesia, disipé esas tinieblas con los rayos que comuniqué a Atanasio, haciéndolo resplandeciente como un sol. Habité en él y él, por mí, llegó a morar para siempre en los altísimos lugares del seno de la divinidad. Asenté mi trono en la columna de la nube de mi humanidad, a través de la cual Atanasio contempló siempre al Verbo igual y sustancial con el Padre que lo engendra. Atanasio fue felizmente sumergido en las aguas que esta nube destilaba en el seno paterno y ella roció la tierra entera.

            Fui la exclusiva y fiel compañera de este hombre, que hizo solo todo el giro del cielo al abarcar en su integridad la ciencia del Verbo Encarnado, que penetró en los profundos abismos de la malicia y de los artífices de la impiedad arriana. En sus destierros, cruzó por mi gloria los mares y la tierra, permaneciendo firme e inquebrantable en todo lugar. Los pueblos y las naciones que lo vieron llegar a sus confines le concedieron el supremo dominio; de este modo, en su persona triunfé por todas partes.

            En consideración a su caritativa y generosa humildad, moví a las testas coronadas a protegerlo de las criaturas que intentaban quitarle la vida, y a mí la igualdad con mi Padre eterno. Trabajé con Atanasio, y por su medio fijé mi estancia en Sión y asenté mi trono en Jerusalén, ciudad a la que había santificado. Hundí y extendí mis raíces en un pueblo real y glorioso. Adopté como heredad la plenitud de los santos, viéndome levantado en alto por los galardones de este servidor mío a semejanza de un cedro sobre el Líbano, de un ciprés sobre Sión o de una palma en Cades. Por todas partes lo hice admirable; por doquier destiló un suave aroma de santidad y de doctrina. [634 bis]

            Sobrepasó en belleza a las rosas de Jericó y su excelencia fue mayor que el cinamomo y el más puro bálsamo aromático; destiló como la mirra escogida, el estoraque y los demás árboles aromáticos cuando despiden su primera efusión y exhalan sus más dulces fragancias, antes de sentir la punta de hierro y la incisión.

            Extendí mis ramas como un terebinto. Por su medio florecí como una viña cubierta de retoños de honor y de gloria. Por él, como una madre llena de amor, atraje a todas las naciones a la dulzura de mis pechos. En fin, colmé a este servidor mío de sabiduría: El cual rebosa en sabiduría, como en agua el Fisón y el Tigris en la estación de los nuevos frutos, que inunda todo de inteligencia como el Éufrates, y crece más y más como el Jordán en el tiempo de la siega (Si_24_35s). Fisón y Tigris que llenan el Éufrates con sus grandes crecidas cada vez que se renueva el año. Lo hice semejante al Jordán, que se hincha en el tiempo de la cosecha. Con sus aguas roció a toda la Iglesia y la luz de la doctrina no se eclipsó en medio de las lobregueces de los sepulcros ni bajo la sombra de la muerte.

            La posteridad sigue gozando de sus escritos, a los que venera como oráculos; y sus trabajos no sólo han redundado en provecho para él, sino para el de todos. Por ello, puede decir: Porque la luz de mi doctrina, con que ilumino a todos, es como la luz de la aurora, y seguiré esparciéndola hasta los remotos tiempos. Penetraré todas las partes más hondas de la tierra, y echaré una mirada sobre todos los que duermen, e iluminaré a los que esperan en el Señor. Yo proseguiré difundiendo la doctrina como profecía, y la dejaré a aquellos que buscan la sabiduría, y no cesaré de anunciarla a toda su descendencia hasta el siglo venidero. Observen cómo yo no he trabajado sólo para mí, sino para todos aquellos que andan en busca de la verdad (Si_24_44s).

            El iluminó los sepulcros, penetrando las partes más hondas de la tierra, echando una mirada, dentro de sus oquedades, sobre todos los que esperarán en su poderosa diestra, la cual prometió socorrerlo y destruir los errores arrianos en el tiempo venturoso y destinado para ello, demostrando que Atanasio no trabajó sólo para él, sino para toda la Iglesia del Verbo eterno e increado, que se hizo el Verbo hecho carne.

            La Iglesia católica, que alaba a Atanasio por medio de todos los doctores ortodoxos que confiesan que su doctrina es la verdadera doctrina del Verbo eterno, que no puede mentir, desea enseñarla y la ha enseñado. El dijo que su Padre daba testimonio de su divinidad junto con él, y que el Espíritu vendría después de que él hubiera ascendido para enviarlo junto con el Padre, para elucidarlo; Espíritu que recibe su ser de él y del Padre y que es Dios con el Padre y el Hijo; Espíritu que [634 ter] convencería al mundo respecto al pecado, la justicia y el juicio, lo cual hizo nuevamente por mediación de Atanasio.

            El agradecimiento que manifiesta la Iglesia al iluminado celo de este gran Patriarca, me lleva a reconocer, en general y en particular, como hija de la Iglesia, a este santo, que proclamó la igualdad del Verbo con el divino Padre; pero además de este reconocimiento universal y particular en calidad de hijas de la Iglesia, las hijas de la Orden del Verbo Encarnado le deben uno muy especial.

            Siempre he amado a este gran doctor, que tanto sufrió para sostener delante de los hombres la igualdad y consustancialidad del Verbo con el Padre, cuya unidad de naturaleza es figura de su sustancia, imagen de su bondad, hálito de su virtud, emanación sincera de su claridad omnipotente, candor de su luz eterna y espejo sin mancha de su majestad.

            Al ponderar las contradicciones que el mundo y el infierno desencadenado hicieron sufrir a este santo, por apoyar la divinidad del Verbo Encarnado, estimé y estimo en muy poco lo que muchos han hecho, hacen y harán en contra del instituto que el Verbo Encarnado me ordenó fundar para él.

            En él todo lo puedo, con la ayuda de la oración y animada por la esperanza y el ejemplo del gran Atanasio, que no inspiró a los arrianos menos terror que san Antonio cuya fortaleza admiró a los demonios. La contemplación de Antonio esclareció a los desiertos, y la doctrina de Atanasio sostuvo la divinidad del Verbo en las ciudades. San Antonio abatió a los espíritus invisibles que sólo tenían poder para tentarlo en espíritu y golpearlo, por permisión divina, en su cuerpo, mas no para forzarlo a dar su consentimiento, ni causarle la muerte. San Atanasio combatió no sólo a los demonios que odian al Verbo Encarnado, sino a los hombres cuyo poder y malicia eran casi ilimitados, a causa de la dignidad y libertad que Dios ha concedido a los hombres en esta vida, respetando su franco arbitrio.

Capítulo 108 - El divino amor inventó la cruz, que convirtió en signo de grandeza y en estandarte de gloria, 3 de mayo de 1634.

            [635] El día del hallazgo de la Cruz, me uní a Santa Elena para encontrarla. Comprendí que no sólo debía buscar la cruz de madera en la que fue clavado el Salvador, sino la cruz mística en la que mediante la divinidad unida a la humanidad, Dios se hizo hombre y el hombre, Dios. Se trata de una cruz cruzada, en la que la fuerza está unida a la debilidad, la eternidad al tiempo, la inmutabilidad al cambio, el Creador a la criatura, la majestad a la ignominia y la grandeza a la bajeza.

            Para buscar esta cruz no tuve que hurgar en los sepulcros ni cavar: el amor divino se encargó de elevarme hasta el seno del Padre eterno, en el que contemplé al Verbo, no sólo como Hijo natural y unigénito del Padre, sino como primogénito de todas las criaturas, las cuales sólo fueron creadas para cooperar a su gloria.

            Comprendí que el designio original en la mente de Dios había sido un Hombre-Dios, un Jesucristo, un Verbo Encarnado, lo cual no pudo soportar la vanidad de Lucifer por creer que, siendo él el principio de los designios de Dios fuera de su ser, no debía ceder ante criatura alguna; que si Dios quería elevar a alguna de ellas hasta la unión hipostática con su Hijo, ésta debía ser él. Se rebeló. Como no podía atacar al Hombre-Dios en el seno del Padre eterno, resolvió sustraerse a su obediencia y formar un partido con su séquito. Fue por ello castigado junto con sus secuaces, viéndose condenado como un criminal de lesa majestad a los suplicios eternos. En su creciente rabia, concibió un odio eterno hacia el hombre, atacándolo como imagen, ya que no podía dañar el original.

            El Verbo, al contemplar la complacencia que su Padre tenía en un Hombre-Dios, rindió adoraciones infinitas en su eminencia, en consideración de la cual no tomó en cuenta la pérdida de Lucifer ni de sus cómplices. El Verbo divino se presentó para reparar, con su obediencia, las injurias y afrentas que Dios recibió de aquellos espíritus altaneros y rebeldes, aceptando morir por la gloria de su Padre y para satisfacer las ofensas que los hombres cometían contra su majestad a instigación de Lucifer.

            Prefirió el [636] gozo eterno que con ello recibiría su Padre, a la confusión temporal que sufriría en sí mismo: El cual, en vista del gozo que le estaba preparado, sufrió la cruz sin hacer caso de la ignominia (He_12_2). El Verbo, que tanto ama a la humanidad, captó que ni el ángel ni el ser humano, engañados por Lucifer, obedecerían la voluntad divina, y que la imagen que Dios había esbozado de sí mismo fuera de su ser sería opacada, por no decir borrada, por el pecado.

            El Verbo, que en la Trinidad es la imagen natural y sustancial del Padre, quiso someterse y abajarse hasta la cruz, en la que se llevó un triunfo gloriosísimo, por el que se le adjudicó el título de vencedor de los lagareros: Canción de lagarero cantará contra todos (Jr_25_30). Se encontró entre dos lagares: el de la rabia de su enemigo y el de su amor. El solo los pisó y los criminales no se atrevieron a comparecer: y fui auxiliado en la indignación de mi espíritu (Ez_3_14).

            Al mismo tiempo, vi con un contento indecible al Verbo en el seno y mente del Padre, como si ya estuviera encarnado. Como su designio era hacerse hombre, lo contemplé además en el seno de la Virgen como si estuviera crucificado, ofreciéndose a la muerte desde el primer instante de su Encarnación, al tomar una carne mortal para morir en ella.

            Consideré la rebelión de Lucifer, del pecado y del ser humano. Comprendí que la Encarnación fue decretada antes de la creación del mundo, y que la invención de la cruz se debe al amor que el Hijo tiene hacia su Padre, al que quiso someterse muriendo para borrar las injurias con que las criaturas le ofendían, y por amor al hombre, cuya debilidad sostuvo ante la malicia del ángel, rectificando las ofensas cometidas contra la majestad de su Padre.

            Si consideramos la cruz en su origen o en su lugar natal, la veremos toda gloriosa, ya que dicho lugar es el seno del Padre eterno. A pesar de que en su autor es el Verbo y la sapiencia del Padre, y de que en su causa más próxima todo en ella es noble, Adán, el primer rey del mundo, y Eva, la madre de todas las generaciones, que daba órdenes aún a su marido, fueron los primeros en hallarla, pero en un encuentro desventurado, por haber puesto la mano en el árbol prohibido.

            Los símbolos de la cruz han sido muy ilustres: el arca de Noé, el reparador del mundo; la vara de Moisés, el incensario de Aarón, el sacrificio de Abraham, el báculo de Jacob, el cetro de David, el trono y la litera de Salomón Todos aquellos a quienes se concedió como en depósito bajo el velo de las figuras, fueron siempre ilustres; y hasta María y Jesús, honra del cielo y de la tierra, todos la llevaron en figura y en ejemplo o imitación. Nadie está exento de la cruz, sea por temor, sea por amor a Jesús.

            El mismo, durante la [637] transfiguración, apareció gloriosísimo en la cruz. Al conversar precisamente sobre ella, irradió la luminosidad de su gloria en el Tabor. La calificó, además, de don de lo alto y de su Padre al decir a Pilatos que no tendría el poder de condenarlo a la cruz si su Padre no se lo permitiera: si no te fuera dado de lo alto.

            La cruz es armada en la ciudad real de la tierra, pero está destinada a la Jerusalén celestial. En ella adoptó Jesucristo el título de rey, que había rehusado tantas veces, huyendo a los desiertos y a las soledades. También la llamó un bautismo, porque en el bautismo se impuso el nombre al que lo recibió. Tomó el hombre de hijo natural y amadísimo en las aguas del Jordán, y el de rey de Israel al verter su sangre en la cruz. Por ello, era necesario que fuera ungido y consagrado y que tuviera un trono. La unción se hizo con su sangre, y el trono o sitial de su majestad fue la cruz.

            En cuanto estuvo en ella, demostró claramente que era rey, entregando reinos y coronas a quienes carecían del derecho de aspirar a ellos; es decir, por tener que ser desterrados a causa de sus crímenes. Para demostrar que sólo podían esperar esto de su bondad, o poseer mediante la concesión de su soberano dominio, fue necesario desclavar y bajar su cuerpo de la cruz contando para ello con la autorización del pretor que ocupaba el lugar del emperador romano, gracias a la intervención e instancias de un noble decurión.

            La cruz fue ocultada por la nobleza de Judea y desenterrada por Elena, madre del gran Constantino, quien la hizo triunfar más tarde al blandirla como estandarte y colocarla a mayor altura que el águila romana. Siguiendo su ejemplo, los reyes la han llevado y la llevan sobre la frente, adornando con ella sus diademas. Después de arrancarla a los persas, al vencerlos en la batalla, Heraclio sólo pudo llevarla consigo hasta que se despojó de sus vestiduras imperiales. Como la cruz estaba suficientemente adornada en sí misma, no tenía necesidad de ostentar el brillo de la púrpura imperial. David lo predijo con mucha anticipación: Decid a los pueblos que el Señor reina desde el madero (Sal_95_10).

            En la cruz, el Salvador echó fuera al príncipe de este mundo, que como tirano y usurpador reinaba en él a causa de la culpa de nuestros primeros padres, quienes alargaron la mano para cortar el fruto del árbol prohibido. A partir de entonces, Adán perdió el dominio que Dios le concedió sobre todas las criaturas, y Eva el hermoso nombre de compañera y auxiliar en el gobierno de todo el universo.

            Al nacer el Salvador, los ángeles anunciaron en la tierra la paz para los hombres de buena voluntad y la gloria en el cielo a su eterno Padre. Al ser levantado en la cruz, todas las criaturas doblaron las rodillas y lo adoraron. Los mismos demonios se vieron obligados a reconocerlo. Las almas dotadas de un [638] suave afecto y buena voluntad lo adoraron; el ladrón impenitente lo maldijo como Semeí a David; Judas lo traicionó con una perfidia más vergonzosa que la de Absalón hacia su padre, pero el buen ladrón, ejerciendo el oficio de Judá, lo reconoció y defendió. Judas fue castigado por su crimen con un ignominioso suplicio, mientras que el buen ladrón, en ese mismo día, se fue a contemplar la gloria del divino vencedor.

            Todo concurre a la gloria de la cruz y del crucificado. San Pablo, que se glorió en ella, afirmó que el Salvador se hizo obediente a su Padre hasta morir en la cruz, por lo que fue exaltado y recibió un nombre sobre todo nombre: Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual también Dios le ensalzó, y le dio un nombre superior a todo nombre (Flp_2_8s).

            Habiéndose hecho el último de los hombres, y habiendo aparecido como maldición sobre la cruz, convirtiéndose en el desprecio y oprobio de los hombres, quiso bendecir desde ella a todos los elegidos. En ella oró por sus enemigos, abrió los cielos, satisfizo la justicia divina, pacificó por la sangre de su cruz el cielo y la tierra y, de las tinieblas de su muerte, hizo surgir la luz de la vida eterna para los elegidos, que son los benditos de su Padre.

Capítulo 109 - El amor divino concede creatividad y gran devoción para las procesiones y rogativas, cuando en ellas se consideran y adoran los divinos misterios en la Trinidad de personas y en la humanidad de Jesucristo, 22 de mayo de 1634.

            [639] El día de Rogaciones de 1634, encontrándome indispuesta y no pudiendo orar ni pedir como era necesario, resolví organizar una procesión en mi corazón, que sería también templo y altar. Pedí a mi esposo se dignara venir para ser adorado en él, pues estaba segura de su presencia en mí, por haberlo recibido aquella mañana en la santa comunión.

            También el Padre y el Espíritu Santo se congregaron en mi corazón por bondad y en razón de la circumincesión que hace que se encuentren en este augusto sacramento de manera admirable y por concomitancia o seguimiento necesario. Manifesté el deseo de que el Padre hiciera en él la oración de Dios, no pidiendo con humilde sumisión a uno más grande que él, sino encomendándome con majestad y amor a su Hijo, como hizo san Ignacio de Loyola. Rogué además al Espíritu Santo que intercediera en mí con los [640] gemidos inenarrables que produce en mi corazón, conjurando a mi divino Salvador que ofreciera la oración de Dios, que es omnipotente y que obra divinamente por poder, sabiduría y amor en el alma.

            El estandarte o insignia de esta procesión divina era el Verbo, que es la imagen del Padre, al cual se contempla en el Hijo: el que me ve, mira a mi Padre; imagen en la que se complacen el Padre y el Espíritu Santo, Espíritu que es el término y la producción de su respectivo amor.

            Veía todo esto pasar en mi corazón, que estaba agitado por un tumulto y un movimiento extraordinario, como si fuera seguido de esta procesión admirable. Dicho movimiento, aunque violento, iba acompañado de una dulzura increíble y de una confianza amabilísima. El Salvador me dijo estas palabras: Gózate en el Señor, y te dará lo que pide tu corazón (Sal_37_4). Entonces invité a todas las criaturas, principalmente a las dotadas de razón, a organizar su procesión y acercarse a [641] rendir homenaje al Dios que estaba sobre el altar de mi corazón; a acudir al encuentro de las divinas personas. Me presenté como estandarte y divisa, con el fin de invitar a todas a cumplir con este deber. Deseaba ser todo en aquella procesión para satisfacer, en cierta manera, mi amor y mi entusiasmo. Había consagrado ya mi corazón como templo y como altar, para recibir la procesión de las tres divinas personas, que vienen a nosotros para hacer en él su morada, como nos lo prometió el Hijo.

            El Verbo era en mí la imagen, el estandarte, el emblema y el que atraía a todas las criaturas para ir a Dios. El Verbo Encarnado era el guía, la imagen y el conductor. Contemplé esta doble procesión que en realidad era una sola, en la que se encontraban la Augustísima Trinidad y todas las criaturas que yo había convocado.

            Por fin terminó la procesión, concluyendo en mi corazón, donde, por mediación de todas las criaturas, rendí mis homenajes a mi esposo y a la Santísima Trinidad, a la que ofrecí las alabanzas que las divinas personas se dan divinamente entre sí. Es costumbre volver de las procesiones portando ramos de flores; por ello, corté el lirio de los valles para llevarlo a Jesús, mi amor.

            Por lo que respecta a su humanidad, y en cuanto [642] a su divinidad, él es la flor de los campos espaciosos e inmensos; es el fruto de toda la procesión, que de otro modo sería inútil si no concluyera haciéndonos el bien y llevándonos a morar en Jesucristo, y a Jesucristo en nosotros: vive en mí, y yo en él. Fue esto lo que pedí con insistencia, a fin de que el lirio sagrado de mi queridísimo esposo floreciera en mí como en su valle, y que yo, a mi vez, floreciera en este lirio sin marchitarme jamás. Gloria mía, espero esta gracia de tu bondad.

Capítulo 110 - Mi alma entró en diversos templos durante el tiempo de rogaciones. Se detuvo en el seno del Verbo Encarnado, siendo él mismo la alabanza de su gloria, 23 de mayo de 1634.

            [643] El segundo día de Rogaciones, al meditar en las palabras del salmo 17 que servían de antífona de entrada a la misa del día: Desde su santo templo oyó mi voz; y el gemido que di en su presencia llegó a sus oídos (Sal_17_7), consideré diversos templos en los que podía orar, a saber: las criaturas, la Virgen, la humanidad santísima de Jesucristo y el seno del Padre eterno.

            En cuanto a mí, no deseaba otro sino el Verbo, que es la palabra y la voz que habla y clama por mí ante el Padre. El es la palabra de vida y el camino por el que el alma sube hasta el Padre, viviendo por participación de su vida, así como él vive de la vida de su Padre. La palabra, la voz y el movimiento son signos de vida. Fue él quien oró en los días de su existencia mortal, y él mismo quien la ofreció para dar vida al mundo. Con gran clamor y lágrimas fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_7),el Padre no pudo rehusar nada a sus méritos. Según el dicho de san Pablo, los oídos del Padre están atentos a las peticiones de su Hijo, el cual es escuchado a causa de su reverencia.

            Mi alma no pedía nada sino por él y para su gloria. Recibí de la bondad divina una gran confianza en la obtención de lo que pediría para seguir adelante en mi camino. Por mediación de esta palabra, podré encontrar lo que busco en mi camino, que conduce a la vida: Manantial de vida la boca del justo; la bocado los impíos rezuma violencia (Pr_10_11). La boca del Verbo Encarnado, que es justo por esencia y por excelencia, es la vena portadora de vida; su lengua es plata que se eleva y resuena. El Padre le dice: Déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce y gracioso tu semblante (Ct_2_14), san Juan fue su voz en los [644] desiertos, y él quiso ser la mía en el cielo, obteniendo de su divino Padre lo que él mismo podía y deseaba concederme, albergándome en su seno, que es templo de amor. En él me hizo saborear sus divinas misericordias, uniéndome a él con sus propias entrañas. Este templo sagrado es el lugar en que alabo su magnífica gloria a través de él mismo.

            Al contemplar la gloria de aquel que subía más allá de los cielos, mi espíritu se llenó de estas luces tan difusas. Veía a mi divino Salvador como en un bautismo de gloria, en el que adoptaba un nombre nuevo, siendo bautizado en el río de alegría que riega el paraíso. Dije a esta santa humanidad, que había desposado a Othoniel, el Dios de mi corazón, que estaba en verdad adornada con los despojos de Jerusalén, que mi esposo había ganado en el día de la batalla; que no lloraría más por tener en él un aspersor procedente de lo alto, y otro de aquí abajo; una tierra fecunda de bendición.

            Veía a mi gloriosísimo esposo subir por el oriente, al que había vuelto la espalda al morir, contemplando el poniente, que es el lugar de la muerte, de la que salió victorioso. Ya no volverá a morir, por ser impasible e inmortal. Fija su mirada en el oriente, que es el lugar de donde brota la vida. Los reyes que fueron los primeros en adorarle procedían de allí; por ello, fue convenientísimo que en el día de su triunfo honrara esa parte del mundo y saliera como al encuentro de dichos príncipes, desplegando ante ellos su gloria, así como ellos no se avergonzaron de sus ignominias y deslizaron su púrpura hasta su establo, adorando con toda humildad su majestad divina y colocando sus cetros y coronas a sus pies, prefiriendo los anonadamientos de aquel niño divino al encumbramiento de sus tronos.

            San Pablo dijo que Moisés renunció a las grandezas que la adopción de hijo de la hija de Faraón le reservaba, para participar en las aflicciones de sus hermanos. Yo opino que estos reyes abandonaron sus reinos y pusieron sus reales personas en peligro de prisión y de muerte para venir a adorar y prestar juramento de fidelidad al niño que una estrella les mostró, al que encontraron recostado sobre la paja.

            Creyeron que había nacido un niño para ser rey de los judíos, y comprendieron en aquel día glorioso que también era rey de los gentiles y el único dominador, rey de reyes y Señor de señores, en cuya presencia los veinticuatro ancianos deponen sus coronas junto con los misteriosos animales, adorándole como hombre pleno de bondad, víctima de propiciación, león de gloria y águila de resplandor eterno, a la que su discípulo amado contempló fijamente, por haber sido semejante a aquel a quien amaba y del que era amado como aguilucho de su corazón divino, que anunció a voz en cuello: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios (Jn_1_1).

 Capítulo 111 - El Verbo Encarnado, al ascender sobre los cielos, se convirtió en la plenitud de gozo y de felicidad en la divinidad, en su humanidad y en sus criaturas. 24 de mayo de 1634.

            [647] La víspera de la Ascensión, abrí el misal y, al detenerme en la antífona de entrada de este día ,tomada del capítulo 48 de Isaías: Con voz de júbilo anunciad y haced saber esta nueva, aleluya; llevadla hasta los últimos confines de la tierra y decid: El Señor ha redimido a su pueblo (Is_48_20), comprendí que en estas palabras están divinamente expresados la gloria y el triunfo de la Ascensión, y que esa voz de gozo, de alegría ,de júbilo, simboliza el regocijo común de la unión o unidad de corazones.

            Se trata de la unión misma en la que las divinas personas se complacen mutuamente en alegría y júbilo eternos, gozando y deleitándose continuamente en este adorable aleluya. Comprendí que esta voz de gozo y el canto del aleluya son llevados hasta el extremo del mundo, porque la plenitud de esta alegría se extiende hasta la humanidad santa del Verbo Encarnado, que descendió a las regiones de los muertos para liberar a su pueblo de la cautividad del pecado y de los limbos.

            Vi claramente, en este día, que apareció como verdadero y soberano Señor: El Señor liberó a su pueblo (Is_48_20), y que tomó como nueva posesión suya el empíreo y el universo entero. Pareció haber poseído siempre, ya desde el pasado, el nombre y título de príncipe. Admiré cómo la Iglesia ha sido divinamente iluminada, como lo expresa la conjunción de las palabras de David e Isaías en el salmo 66: Aclamad a Dios, la tierra toda, salmodiad a la gloria de su nombre (Sal_65_1s). Con estas expresiones invitan a toda la tierra a alabar y reconocer la divinidad de aquel que apareció como un hombre cualquiera en la ignominia de su muerte, y que en este día recibe la gloria debida conjuntamente a su majestad divina y a su humanidad, así como el título de Soberano Señor por naturaleza y por ministerio. [648] Comprendí que la gloria de todos los demás es vana, y que ningún ser humano puede buscar su propia gloria ni su alabanza sin caer en la vanidad. Sólo Jesucristo tiene el poder de alabarse a sí mismo, por ser la verdad; a él podemos desear sin temor la gloria y la alabanza, la cual pregona de sí mismo sin vanidad: rendidle el honor de su alabanza (Sal_65_2).

            Al cabo de estas invitaciones y los sublimes pensamientos mediante los cuales mi divino amor elevó mi espíritu, escuché las alabanzas que en este día de triunfo rinde la Trinidad a su humanidad divina; es decir, al Hombre-Dios, seguidas de las de todas las criaturas, que presentan sus homenajes y gloria recíproca, misma que dicha humanidad devuelve a la Trinidad en un toma y daca de amor.

            Mi alma se derretía en medio de estos coros y música celestial, encontrándome de golpe invadida por un intenso fuego interior que llenó de confianza mi corazón, iluminó mi entendimiento, hizo brotar de mis ojos un torrente de lágrimas deliciosísimas; y, como los triunfos jamás se dan sin los efectos de la munificencia de los triunfadores, percibí la abundancia de dones del triunfo de la Ascensión descritas por san Pablo en el capítulo 4 de la Carta a los Efesios, mismas que la Iglesia proclama en la misa de este día :A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia a medida de la donación de Cristo (Ef_4_7).

            Comprendí que el Salvador, habiendo tomado posesión de los tesoros de las gracias de Dios, ha sido generoso con una esplendidez indecible a partir de aquel día, pues todos recibimos sus dones según le place dispensárnoslos. Me regocijé grandemente al ver que todas las riquezas estaban en manos de mi esposo, tan divinamente amoroso; y que de ellas reservaba para mí una cuantiosa porción. San Pablo dijo que por esta razón subió más allá de los cielos, llevando en triunfo a la cautividad y derramando dones sobre la humanidad; Por lo cual dice: al subir a lo alto llevó consigo cautiva a una gran multitud de cautivos, y derramó sus dones sobre los hombres (Ef_4_8).

            David, cuyas palabras tomó san Pablo en préstamo, dijo: Tú derramaste, oh Dios, una lluvia de larguezas (Sal_68_10). Sin embargo, como Jesucristo recibió dichos dones como Señor para distribuirlos como creyera conveniente, el Apóstol optó por decir: derramó sus dones sobre los hombres, afirmando que ascendió y compartió con la humanidad las riquezas de su pertenencia.

            Jesucristo poseía una [649] justicia elevada, media y baja. La alta le pertenecía en su calidad de Dios, y las otras dos en cuanto hombre, para devolver a su Padre lo que le era debido. Por su nacimiento y generación eternos, es igual a su Padre; por el temporal, está sujeto a él. Por ello aseguró: El Padre es mayor que yo, confesando que todo lo había recibido de su Padre. En cuanto Dios, recibió su ser del Padre como de su principio, sin dependencia ni sumisión. En cuanto hombre, es Señor feudal y debe rendir homenaje a su soberano. El mismo es señor en tanto que Dios con el Padre y el Espíritu Santo.

            Adoré esta diversidad de cualidades, que se relacionan con las diversas naturalezas que están unidas en un mismo soporte en Jesucristo, al cual admiré como hombre constituido, Señor y Rey de Sión. Le contemplé repartiendo la gloria a los bienaventurados según la gracia y el mérito de sus obras, y dándonos la gracia, que es germen de gloria, sin que en ello mediara mérito alguno de nuestra parte. De él procede la infusión de la primera gracia, aunque su acrecentamiento sea con frecuencia un premio a las loables y buenas acciones de los justos.

            Vi cómo, a través de su mismo poder, da órdenes a los infiernos, haciendo sentir a los espíritus rebeldes el rigor de su justicia. Comprendí que por esta razón, después de su designio de liberar a los padres, descendió a las regiones subterráneas, hasta las partes más inferiores de la tierra, para atacar al enemigo en su mismo bastión y castigarlo en su propio entorno. San Miguel, al combatir como teniente del Verbo que debía encarnarse según el plan de Dios, desterró definitivamente del cielo al dragón, aunque éste invadió la tierra con una tiranía injuriosa e insoportable a los hombres, usurpando el imperio del mundo. Al morir en la cruz, el Salvador lo arrojó fuera y él se acantonó en aquel último reducto, para seguir ejerciendo su insignificante tiranía.

            Hasta allá lo persiguió el Hijo de Dios, obligándolo a doblar las rodillas y a inclinar su orgullosa cabeza ante su cetro, dejándolo en aquellas oscuras mazmorras, no para dominar en ellas como príncipe, sino para ser castigado por su rebelión y para servir de ministro a su justicia. Es verdad que el dragón, al verse desterrado del paraíso, persiguió con odio mortal a la Iglesia y a la [650] Virgen, que debía engendrar a aquel que tendría el poder de gobernar a todas las naciones. Al verse incapaz de hacerle daño, debido a que, por la unión hipostática, fue ensalzado hasta el trono de Dios, hostilizó con una continua guerra a su generación y posteridad, que son los elegidos. Vomitó un río entero de rabia y de persecución para abismarlos en sus olas, pero fue difuminado por la tierra que lo absorbió: la humanidad de Jesucristo, que se abatió hasta el anonadamiento, aceptando soportar los más crueles esfuerzos de su furor, y rindiendo inútiles todas sus fuerzas y artimañas, que sólo sirvieron de germen de gloria al divino Salvador, que había sido menospreciado, lo mismo que a todos sus imitadores.

            Dicho dragón, espumeando rabia en los infiernos, sufre los suplicios con los que la justicia del soberano dominador del mundo castiga su rebelión y sus crímenes. Sin embargo, será mucho más grato para nosotros considerar el gobierno del Salvador sobre los cielos, a los que san Pablo dijo que había subido después de haber descendido: Ascendió sobre todos los cielos para dar cumplimiento a todas las cosas (Ef_4_10). Cumplió, en toda su extensión e inmensidad, los proyectos de amor del Padre eterno, que amó al mundo hasta el punto de darle a su Hijo único para salvar a la humanidad y elevarla hasta el empíreo. Para atraerlos en este día, contempla cómo su Hijo, ya de regreso, y los hombres que lo acompañan, toman posesión del reino que su bondad les preparó desde el inicio de los siglos.

            Extendió más aún la amplitud del poder del Padre, pues, a pesar de que, desde la creación del mundo, el Padre estuvo en posesión de las criaturas a las que podía regir, no hubo en ellas un sujeto digno de su supremacía hasta que, al tener lugar la Encarnación, le fue posible gobernar a un Hombre-Dios. Después de la resurrección, rigió a un Hombre-Dios inmortal, que junto con la perennidad poseía las demás cualidades que servían de enriquecimiento a su gloria. A pesar de ser inmortal y, por tanto, libre de las miserias de la tierra, lugar de mortalidad, permaneció todavía cuarenta días en ella como peregrino. En su ascensión, empero, llegó al cielo para tomar plena posesión de su gloria en el trono de majestad, sentado a la derecha del Padre, quien le confió todo su poder a pesar de que permanece sujeto al mismo divino Padre, al que [651] someterá consigo a todas las cosas, y al que seguirá sujeto, junto con todo su reino, hasta y después del fin de los siglos, en la interminable prolongación de la eternidad.

            El Verbo Encarnado, pleno de gloria en su humanidad, lleva consigo al cielo a todas las criaturas. Es éste un holocausto de gloria que se presenta como hostia viva y agradable a la Trinidad, porque en él todo es consumido y purificado. Se trata de un fuego de amor que lleva a la sagrada y santa humanidad, en unión con todos los santos, a exhalarse perpetuamente como incienso en acción de gracias y alabanza, sin disminuir su esencia y sustancia. Su Padre lo envió a la tierra porque exigía un holocausto digno de su majestad divina, no queriendo aceptar más la sangre de las numerosas víctimas y de los toros que eran masacrados y sacrificados en su honor. El Hijo, consciente de la inclinación y el deseo de su Padre, se presentó para servir él mismo de víctima: No has querido holocaustos por el pecado, por lo que dije: Heme aquí que vengo (Sal_39_7). Se ofreció sobre el altar de la cruz y de la Eucaristía, consumando así, en su totalidad, los antiguos sacrificios: Somos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo hecha una vez sola (He_10_4).

            El sigue siendo la perfección, el adorno y el enriquecimiento de esta maravilla de amor, convirtiendo dicho holocausto en perpetuo y universal, lo cual sigue haciendo en nuestros días. Así como el ángel que apareció a Manué (Jc_13_20) subió junto con la llama del sacrificio que se elevó hasta Dios, sin utilizarla, empero, como carro de triunfo, el Salvador al levantarse sobre el fuego de su amor, eleva a todas las criaturas y las transforma en él, para hacerlas llegar muy alto en su compañía .Por medio este fuego divino, atrae sus corazones y los presenta a su Padre como una tropa de predestinados que ha llevado consigo, los cuales, en unión con los ángeles que constituyen la corte celestial, brillarán y arderán sin consumirse por toda la eternidad con la viveza de este fuego, que arderá sin fin en el horno de la Sión celestial, en la que todos serán holocaustos de gloria.

            El divino Hijo subió para enviar, junto con el Padre, a su Espíritu Santo, el cual deseaba venir a la tierra por haber sido designado Paráclito, es decir, consolador. [652] Su inclinación lo mueve a buscar a los afligidos, que moran fuera del cielo; y, por ser el término del amor del Padre y del Hijo, de los que recibe sin añadir cosa alguna, ni intervenir en las divinas emanaciones, desea producir al exterior el divino amor e implantarlo en el corazón de los hombres, entre los que no faltan quienes pagan sus bondades con suma indignidad e ingratitud. El Espíritu Santo se goza con los buenos, tolerando que los malos lo contristen con su malicia.

            En el cielo, el Salvador llena todo con el amor del Espíritu Santo, en la medida en que recibe todo su fuego y la universalidad de sus gracias, manifestando la manera en que administrará las gracias que piensa derramar sobre la tierra. El Hijo vino como para comerciar en la tierra en nombre de la Trinidad, la cual ha retirado sus fondos; y al valorar la gran ganancia que él obtuvo, el Santo Espíritu, que es el distribuidor de los dones, acude con sus riquezas para perpetuar el negocio y la banca que el Salvador administró con tanta pericia.

            Dios, que no tiene necesidad de sus criaturas, obtiene en todo momento, por exceso de bondad, riquezas de nuestras utilidades e intereses de nuestras ganancias, deseando abrir sus tesoros a fin de que nos sirvamos de ellos para nuestra salvación. Satisface, de este modo, su inclinación de hacernos el bien. El Espíritu Santo tiene el deseo de actuar y obrar por amor en nosotros, mediante las amorosas operaciones de sus gracias, que son atribuidas a él mismo.

            A partir de la Ascensión, dichas gracias se han multiplicado. Podemos decir que, hasta este día, el Salvador colmó en el cielo el deseo del Espíritu Santo de comunicarse y conceder sus llamas y su amor. Espíritu divino que, habiendo encontrado un objeto digno de sus dones en la humanidad del Salvador y en las almas de quienes lo han acompañado, se regocija en nosotros con un gozo inefable. El Salvador ha llenado el cielo de gloria, el mundo de gracias y el infierno de confusión. Como ya lo expliqué, subió para ensalzar su gloria, perfeccionar a los santos y consumar la construcción de su Iglesia, según lo expresó san Pablo: A fin de que trabajen en la perfección de los santos, en las funciones de su ministerio, en la edificación del cuerpo de Cristo (Ef_4_12).

            Los santos, a medida que son más y más consumados en la unidad, son más gloriosos. El Verbo descendió para traer la santidad al mundo y para hacer santos. El los pule y perfecciona, elevándolos después a la gloria, como hizo con algunos en este día, los cuales nos demuestran lo que hará con los demás mediante la concesión de diversos dones, al constituir [653] a unos apóstoles, a otros, doctores; a otros, profetas y a los demás pastores, según la diversidad de ministerios que estableció en su Iglesia, a la que perfecciona y construye de esta suerte: en la edificación del cuerpo de Cristo (Ef_4_12). El Salvador tiene dos cuerpos: uno natural, que formó el Espíritu Santo de la sustancia de María ,que fue siempre perfecto, aunque en la gloria fue enriquecido con adornos gloriosos que le eran debidos, de los que estuvo privado durante el tiempo de su vida mortal. El otro cuerpo del Salvador es su cuerpo místico; es su Iglesia, a la que edifica y perfecciona en todo momento, sirviéndose, para la trabazón de esta construcción, y para la unión de sus miembros, de la argamasa de la caridad, que el Espíritu Santo, al que envió desde el cielo, derrama o difunde en los corazones en los que se digna habitar.

            El Verbo Encarnado quiso quedarse como alimento para nutrir y perfeccionar a los suyos, para incorporarse a nosotros y a nosotros a él, a fin de que formemos un solo cuerpo al comer de un mismo pan. Al ser cimentados en una misma masa, que liga y une a la cabeza y a los miembros de este cuerpo místico, las piedras de esta construcción, que son los fieles, llegan a ser uno en él, uniéndose entre ellos por él mediante el ofrecimiento de sus buenas acciones, a semejanza de los Israelitas, quienes pusieron en manos de Salomón lo que su devoción los llevó a contribuir para la edificación del templo. Estos dones, que hubieran sido insignificantes en sus manos, se convirtieron en joyas reales en manos de dicho príncipe. De igual manera nosotros, como miembros de este cuerpo sagrado, y partes de dicha edificación, debemos contribuir con todo cuanto tenemos, ofreciéndolo a aquel que lo mereció y nos lo da: Jesucristo, que es el arquitecto de toda la construcción, el cual ennoblecerá y divinizará todo por su bondad y sabiduría, colocando cada cosa en su justo lugar, y aportando la añadidura necesaria para la perfección y belleza de dicha obra.

            Ahora bien, esta edificación no se erige de un solo golpe, sino poco a poco, como nos dice san Pablo: Hasta que arribemos todos a la unidad de una fe y de un conocimiento del Hijo de Dios, al estado de un varón perfecto, a la medida de la edad perfecta según Cristo (Ef_4_13). Esta obra se continúa mediante las admirables ascensiones y descensos de los santos, que se elevan hasta Jesucristo, y a Jesucristo, quien se abaja y desciende hasta ellos.

            A manera de un manantial que desciende a su río para volver a remontarse [654] hasta su fuente, arribamos entonces a la unidad de la fe y al conocimiento de la filiación del Verbo, al que llegamos a conocer a la luz de una misma fe, que es clarísima y que parece no estar velada cuando se la compara con la situación de los que viven en las sombras. Llegamos a conocer al Verbo y somos conocidos en él y por él al ser partícipes de su filiación y al crecer en perfección hasta alcanzar el estado de un varón perfecto; hasta que lleguemos a la plenitud de la edad de Jesucristo, porque en el día de esta perfección seremos conformes y semejantes a este divino Salvador, que nos lleva hasta lo alto para conformarnos, de alguna manera, consigo mismo al comunicarnos la plenitud de sus dones como consecuencia de su pura caridad.

            Al ver cómo este amoroso Salvador levantaba los ojos para fijarlos en el cielo, y al escuchar que hablaba de su partida para volver a su Padre, le dije que se fuera temprano, arrebatando mi corazón mediante los dulces atractivos de su mirada y de su amor. Recordé que san Pablo dijo, inspirado en Isaías que ningún ojo había visto, ni oído alguno escuchado, ni corazón humano penetrado lo que Dios ha preparado para sus amigos. Exclamé entonces: "He aquí un ojo que lo ve todo, un corazón que todo lo posee, un Jesucristo que todo penetra" al que digo: "Mira, comprende y ama perfectamente la divina bondad. Adora la esencia que tienes en común con el Padre y el Espíritu Santo en razón de tu soporte divino. Dame ojos que sólo puedan mirar al cielo; un corazón que nada quiera fuera de ti, un entendimiento que comprenda, con un claro conocimiento, los tesoros de tu divina bondad, para sobrepasar en alegría al que exclamó: En Dios sólo descansa, alma mía ,de él viene mi esperanza (Sal_62_6), o mejor: te adoraré en el seno del Padre, diciendo: Estoy en paz porque mi esperanza está en el seno paterno, en el que descansa mi esposo, que es su Hijo único. Es él quien nos descubrió sus misterios y verdades eternas. Es él quien ahí permanece oculto; es él quien nos eleva hasta allá; es él quien nos habla de dicho seno por las ventanas y celosías de sus llagas, que quiso conservar para dicha nuestra".

            Otros conocimientos que recibí en esta elevación fueron tan altos y sublimes, que no puedo expresarlos con mi pluma.

            [655] Al escuchar tales maravillas, me sentí en una gran luz y no menor confusión en mí misma, admirándome ante la manera en que mi divino Salvador trataba conmigo, comunicándome en los días de las fiestas solemnes y en la víspera de cada una tan amables luces, lo cual no había hecho en los años anteriores. Al preguntarle, con la confianza con que me permite hacerlo, por qué me había dejado en otras ocasiones sin devoción en los días de fiestas solemnes, me respondió que en esos días solía concederla a las personas que únicamente lo visitan en los días solemnes; pero que esta vez le había parecido bien tratarme de este modo; y que, así como en las celebraciones reales, en especial la consagración de los reyes, los miembros de la corte se visten con gran magnificencia, y las princesas y duquesas lucen sus diademas, era su voluntad que, en estos días, anunciara yo su consagración en calidad de princesa amadísima y honrada por su majestad. Añadió que, en la víspera de dichas solemnidades me entregaba mis atavíos para que me presentara en su cortejo, enviándome por adelantado la corona, que es la luz. Agregó que se complacía en producir en mi espíritu una multitud de luces, haciendo un día de gracias y claridad del que su madre era la aurora; él, el mediodía; y yo, el atardecer.

            La Virgen es la aurora porque haber sido prevenida, desde el primer instante de su ser. Fue como una bella aurora en la que jamás hubo tinieblas, a diferencia de la concepción y vida de los demás seres humanos. Mediante la gracia, es brillante como el sol de justicia, que lo es por naturaleza. Agregó que experimentó un gran júbilo cuando salió del seno de María revestido de su purísima sustancia, estableciéndola como aurora al nacer de ella. El se nombró Oriente, por ser un mediodía que poseía desde la eternidad la plenitud de luz de su Padre, el cual lo engendra en medio de los divinos esplendores y, sin menoscabo de su manantial de origen, recibe toda su luz de dicho Padre, que es claridad, mañana, mediodía y tarde. En unión con él, el Espíritu Santo es luz eterna, perpetua e indeficiente.

            A esta luz, prosiguió, se da el nombre de día increado, que es el mismo Dios, el cual permanece siempre en su misma claridad tan luminoso en el Padre, principio del Hijo, como en el Hijo, el cual, [656] con el divino Padre, es principio del Espíritu Santo, que es la misma claridad y la misma esencia. Me dijo además:

            Hija, cuando te digo que mi madre es la aurora, es para enseñarte que, en la Orden de la Encarnación, ella es una aurora que aparece antes de que el sol se asome, el cual nace y sale de ella iluminándola con su esplendor, en el que se sumerge magníficamente. El sol se levanta hasta el mediodía y parece crecer en esplendor y en calor, lo cual obliga a afirmar que la claridad del medio día es pleno día y claridad perfecta. Es esto lo que debes valorar en mí, que soy un bello mediodía. Deseo que conmigo y mi santa madre hagas un día. Ella es la mañana; yo, el mediodía; tú, el atardecer. Deseo recostarme divina y amorosamente en ti. Soy el esposo virginal nacido de esta Virgen más pura que las estrellas. Su carne sagrada, lo mismo que su alma, han sido santísimas en todo momento; ella es la toda hermosa, libre de cualquier mancha y defecto. Como te he dicho en varias ocasiones, esta hermosa luna fue ensalzada por la gracia así como el sol, al que engendró, lo fue por naturaleza. Ella y yo te comunicamos nuestra claridad y te convertimos en un atardecer que recibe los rayos del sol poniente. Aunque la luz no sea tan fuerte por la tarde, es, sin embargo, más soportable. Por la tarde se contempla el sol con menos deslumbramiento que a otras horas del día, en las que su fortísima luz parece, debido la intensidad de su esplendor, cegar los ojos con su brillo, que es radiante en demasía.

            Hija, hago que en ti se vean maravillas que no se podrían contemplar en la Virgen porque serían demasiado luminosas. Su brillo se suaviza cuando te son enviadas, para que, como imagen nuestra, manifiestes en ti a mi madre y a mí. Tu ser de tarde recibe todo lo que poseyeron la mañana y el mediodía. Todas las horas del día convergen en la última, comunicándole su belleza, aunque en un grado proporcionado a su capacidad. Reconoce, hija, que de nuestra plenitud de naturaleza y de gracia recibes estas admirables luces. Disponte a recibirlas en este día. Son los dones y favores con los que Jesús y María te regalan.

            [657] Ellos quieren, además, darte una gran participación en los tesoros que son sus méritos, y muchos otros señalados favores, porque se complacen en hacerte el bien por pura bondad.

Capítulo 112 - Voces de júbilo con que las divinas personas cantan y se anuncian. Comunicaciones deliciosas que poseen entre ellas. Las que existen en el Hombre-Dios, en el interior y en el exterior de su humanidad así como en sus criaturas. Cuatro diversas visiones de Jerusalén que el Señor me mostró. 24 de mayo de 1634.

            [659] Mi Dios, mi todo, como era de tu agrado que al salir de la capilla me dirigiera a escribir lo que te dignaste enseñarme sobre la antífona de entrada de la santa misa, lo haré con todo placer.

            Me atendré al sentido que me inspiraste: Con voz de júbilo anunciad y haced saber esta nueva (Is_48_20). El Padre eterno emite la voz de júbilo al engendrar a su Verbo. El Padre y el Verbo anuncian la voz de júbilo que produce al Espíritu Santo, por ser el Verbo voz y camino de su entendimiento, el Espíritu Santo es voz y camino de la voluntad. El Verbo es término del entendimiento; el Santo Espíritu, término de la voluntad: y haced saber esta nueva.

            El Verbo, al recibir esta santa voz y esta santa vía, la capta y la refiere, por así decir, a su principio, de cuya relación emana y en el que permanece: y haced saber esta nueva. El Espíritu Santo, al recibir esta voz y esta vía, la comprende y la hace volver a su único y común principio: el Padre y el Hijo, que en él dan término a todas sus emanaciones. Con voz de júbilo anunciad y haced saber esta nueva (Is_48_20). Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo anuncian gozos comunes y distintos, debido a sus distintas propiedades y a su esencia o naturaleza común y simplísima. Esta alegría está en el interior desde la eternidad y así permanecerá hasta la infinitud: ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuan insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! (Rm_11_33).

            Sin embargo, por una bondad inenarrable, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo desean que conozcamos a la luz de la fe, y que adoremos en espíritu y en verdad, elevados más allá de los sentidos, al mismo Padre, al mismo Hijo y al mismo

            [660] Espíritu Santo, que anuncian una voz y una vía de gozo común al Verbo Encarnado; común y distinta: como el Verbo tomó la naturaleza humana en calidad de soporte proclamó una alegría singular a una con la común, al conceder su propia persona a dicha humanidad.

            Por ello, aunque las otras dos personas anuncian una voz y una vía de júbilo que llega hasta el extremo de la tierra, como la divinidad es indivisible, el Padre y el Espíritu Santo están por concomitancia dentro de la humanidad. El Verbo está con ella hasta los confines de esta tierra, de manera admirable, por hipóstasis; conservando sin detrimento la forma de Dios igual al Padre y al Espíritu Santo. Se anonadó a sí mismo tomando la forma de servidor y del último de los hombres, hombre que lleva nombre de tierra, por haber sido formado de la tierra, la cual fue creada para servirle de camino y de alimento corporal. Por esta razón, exclamó: ¡Te hiciste Emmanuel en nuestra tierra: Dios con nosotros! (Is_7_14).

            ¡Oh, Padre, Hijo y Espíritu Santo, llevadla hasta los últimos confines de la tierra! (Is_48_20). Verbo divino, llévala hasta los extremos límites de la tierra. Anuncia a tu humanidad, que es tan humilde, la voz y la senda de gozo extremo; llévala hasta la extremidad. Que su gozo sea pleno eternamente con el deleite que produce en la Trinidad y en tu persona, a la que está unida: El Señor ha rescatado a su pueblo (Is_48_20). Anúnciale siempre esta alegría, porque ha sido librada de todos los males: Cristo no volverá a morir (Rm_6,9). La muerte no lo dominará más. Proclamen, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esta alegría, porque el Señor ha liberado a su pueblo del pecado y de todos los males mediante su encarnación, muerte, resurrección y ascensión. Anuncien esta voz y esta vía hasta los confines de la tierra, es decir, hasta mí, que soy la última de sus criaturas. Al venir a mí, bajas a las partes inferiores de la tierra para liberar a la que espera en ti, como me lo has anunciado. Amor, oigo tu voz; mi corazón la escucha en tu Santísima Trinidad, en tu humanidad sacratísima. Sí, la escucho como una hija puede oírla cuando y como te plazca hacérsela oír. Me diste un cuerpo, me diste un entendimiento y agudizas y perfeccionas mi oído. [661] No quiero contradecirlos ni huir de tus designios ni de los consejos de tu voluntad. Deseo más bien imitar al hijo que enviaste y después llamaste a ti; al Hijo que asiste a tu derecha y que baja a la tierra. Salvador mío, deseo imitar a Nuestra Señora, tu madre, y a los siete espíritus que te sirven y vienen en nuestro auxilio para ayudarnos a gozar felizmente la salvación que adquiriste para nosotros.

            Envías a los tuyos y deben volver a ti. Me das a entender que no arrojas fuera ni al ángel, ni al hombre; sino que los ángeles y los hombres mismos se exilian por el pecado, que es su peso, el cual, por su malignidad, confirma el espíritu en malicia. El ángel rebelde es un espíritu que, en su obstinación, sale para jamás volver a ti con cariño y sumisión. Príncipe de bondad, el ángel, al dejarte, jamás tuvo la voluntad perfecta de volver a ti. Fue por ello que salió arrojado del cielo, sin que se le asignara otro lugar en el empíreo. Su malicia se había consumado a causa de su naturaleza, que no podía ignorar su deber de reconocerte.

            El hombre, en su ignorancia, dispone de tiempo para convertirse; pero cuando desprecia la gracia del tiempo que tú, buen Dios, le concedes, incurriendo en el pecado y obstinándose en cometerlo, se reprueba a sí mismo y se aparta de ti para caer en el deterioro y en la nada; para no volver más a la gracia. La malicia del demonio no perdona medio para arrastrarlo a su desventura cuando se le permite tentar al hombre. Si éste desea confirmarse en malicia, poniéndose en sus manos, el enemigo propone al hombre sus condiciones, haciéndolo renunciar a todo lo que es Dios y, además, a los medios que Jesucristo puso a disposición de la santa Iglesia: los sacramentos y otros más. Después los señala exteriormente, ya que el pecado es la marca interior que los aparta de la gracia y de la gloria.

            Dios mío, ¿Qué es lo que oigo? ¿Cuál es la desventura de un espíritu confirmado en el pecado? espíritu que se va y no vuelve (Sal_76_12). Se trata de una ingratitud inexplicable que confirma al pecador en una obstinación reprobable. En este salmo, David me daría palabras para explicarme, en caso de que deseara extenderme; pero deseo ser breve.

            Dios mío, me dijiste que tus elegidos poseen un espíritu que va y viene de dos maneras. Tu Hijo Jesucristo tuvo y sigue teniendo la primera [662] naturaleza, ya que vino a la tierra enviado por ti y de ella volvió, como él mismo lo dijo: Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre (Jn_16_28).

            Cuando él viene al sacramento, dejando de ser en cuanto las especies se consumen, la palabra apropiada no es regreso, sino un misterio que consiste en que él lleva al alma a realizar un retorno o un avance en la perfección: la mueve a crecer en gracia, a volver a ti, subiendo de grado en grado hasta que pueda verte en Sión y acabe su peregrinación, que es el fin para el que la enviaste a la tierra. A partir del instante en que ella tiene uso de razón, es necesario que retorne a ti por el entendimiento y la gracia, hasta llegar a la plenitud del gozo. Por esta razón el Salvador aconseja que se pida en abundancia. Esta alegría perfecta, el retorno perfecto a Dios, consiste en poseer lo que Dios desea que poseamos. La Sma. Virgen, por haber estado siempre en gracia, retornó continuamente a Dios con progresos dignos de la madre de Dios.

            Rafael, al concluir la comisión que Dios le confió, llevó aparte a Tobías y le dijo privadamente: Mira, yo subo al que me ha enviado (Tb_12_20). Los siete ángeles que son ministros salen de Dios y vuelven a él; pero como Dios es inmenso, no lo pierden de vista al llevar a cabo las encomiendas que él les ordena. Gozan de este singular privilegio, que apreciaremos en el cielo, que es admirable. Me dijiste, amor, que se trata de un privilegio que concedes a ciertas almas escogidas, las cuales pueden verte y servirte en tu presencia, o tú en ellas; y si las envías en misión, es para llevar a cabo grandes designios. Te dignaste revelarme que yo soy una de éstas, Dios mío, y que aunque te pago mal, eres tan bueno que me tratas como si fuera fiel, sin fijarte en mis infidelidades.

            Perdón, mi todo. Me has demostrado claramente que la reprobación no proviene de ti, sino más bien la salvación, y que no contribuyes a la condenación, esperando con una paciente bondad y dando oportunidad y gracia, para la conversión, en caso de que uno quiera volverse a ti hasta el último momento, pasado el cual confirmas el destierro de los desventurados, diciéndoles: "Vayan, malditos, al fuego del infierno, que fue preparado para el diablo y sus seguidores. El cometió el pecado, por lo que le mandé la pena debida a sus crímenes. El se separó de mí y ustedes han hecho lo mismo al imitarlo y desear seguirlo. Vayan con él, el envío a la pena del sentido después de que ustedes escogieron la de la condenación.

            [663] "A los benditos de mi padre manifesté el poder de mi bondad, haciéndoles saber que volvieron después de haberse perdido. Por ello les digo que vengan, por la bendición de mi padre, está en mí, al que amaron hasta el fin. Yo soy el reino que les fue preparado desde el origen del mundo, del que toman posesión por la gloria, la cual comenzaron a saborear mediante la bondad, la gracia y su cooperación. Los invito a poseer el reino y a que entren en el gozo de su Señor. Este gozo los penetra, toma posesión de ellos y los abarca. Es una alegría más grande que ellos, quienes a su vez la abarcan tanto como les es posible, a fin de que puedan exclamar: Comprendo porque soy comprendido. Es entonces cuando el gozo es anunciado hasta los confines de la tierra en unión con los santos, pues éstos y los elegidos dan gracias a aquel que los escogió para hacerlos felices en él por toda la extensión de una dichosa eternidad.

            Los condenados maldecirán a aquel que los atrajo hasta donde quisieron ir con toda su voluntad, pero él los engañó por haber estado equivocado. Mal sobre mal, es la rabia del infierno. La totalidad del mal por haber dejado al soberano bien, para cuya posesión fueron creados los ángeles y los hombres. Jamás encontrarán descanso, por no haber tendido a su fin y por carecer de camino y buena voluntad para tender a él. Esta es su desdicha: se confirmaron en el odio a Dios por siempre jamás.

            Al darme a entender, en esta víspera de tu Ascensión, que por justicia y dignidad debías tomar posesión de tu gloria en el empíreo, te exhorté a ello diciéndote: "Ve, corazón mío, ve a la Jerusalén, celestial. ¡Cuánto me alegras que lo hagas! Me explicaste entonces que poseías cuatro ciudades Jerusalén, cada una de las cuales era una visión de paz.

            La primera, en orden de categoría, es la Jerusalén celestial, por tener la dicha de ser el lugar de paz donde la divinidad muestra radiantemente su gloria; Jerusalén que debe tomarse por asalto. Fuiste el primero en tomarla para todos, pero quieres que la obtengamos por gracia y por mérito; es decir, cooperando con buenos pensamientos y buenas obras.

            La segunda es la Virgen santísima, a la que se concedió el bien de participar de ti por gracia y por gloria singular. Ella es siempre visión de paz porque jamás tuvo el pecado, que es la guerra. [664] A pesar de ello, fue sitiada y sufrió tres asaltos: el de Simeón, el de la cruz y el de la persecución de la Iglesia naciente, en el tiempo en que san Esteban fue martirizado. Ella participa de ti por ser tu madre tuya, toda tuya, así como tú, su Hijo, eres todo de ella; por ser Hija del Padre y Esposa del Espíritu Santo, el cual la colma de paz.

            La tercera Jerusalén eres tú, divino Verbo Encarnado, que siempre has tenido abundancia de paz en la divinidad y en la humanidad. El Padre te engendra en plenitud de luz, que es término de la actividad de su entendimiento. Eres, por tanto, el esplendor de su gloria, figura de su sustancia, imagen de su bondad, hálito de su divina virtud, y produces con él al Espíritu Santo, que abraza y une pacíficamente a sus dos personas.

            Además de ser visión de paz, fuiste asaltado por tu amor, por el ángel y por el hombre, al haber deseado, por bondad, crear al hombre y al ángel a tu imagen. Por ser la imagen en la Trinidad, tú mismo te declaraste la guerra: sabías muy bien que el ángel y el hombre te ofenderían. Por ser hombre impecable, eres visión de paz, pero tu divino Padre te atacó con todo rigor, rodeándote y haciéndote pagar hasta la última malla, hasta la última gota de tu sangre. Después de tu muerte, recibe incesantemente el pago que le ofreces, a pesar de que en todo momento le has proporcionado una satisfacción más que completa Los poderes de las tinieblas te sitiaron y asaltaron. Amor mío, sabes muy bien que los demonios tuvieron el poder de atormentante durante la Pasión.

            Los hombres te crucificaron cuando eras mortal. Después de tu resurrección, como has permanecido entre ellos, han vuelto a crucificarte; te cubrieron de heridas cuando eras pasible, y siguen haciéndolo ahora que eres impasible. Cuando Saulo perseguía a tu Iglesia, le dijiste: ¿Por qué me persigues?, mostrándole así que padecías con tu esposa, sufrías en tus miembros y deplorabas los dolores de tu cuerpo místico.

            Añadiste que, por una gracia muy grande, me constituías la cuarta Jerusalén pacífica a pesar de que con frecuencia me viera asaltada por ti, por las criaturas y por mí misma, o rodeada o sitiada por estas tres clases de sitios o sitiadores, ambos a una. [665] Me aseguraste que te complacías en verme asaltada sin ser abatida, conservándome pacífica y agregando que me habías constituido como hija de Sión; que ejercía yo el oficio de los que están en la torre de vigilancia, manifestándome tus misterios divinos y humanos mediante un favor inefable. Puedo contemplarlos como en un espejo, alejándome o acercándome como si tuviera prismáticos de larga o corta distancia: alejándome porque es necesario padecer en la tierra y acercándome porque aproximas a ti mi espíritu, llegándote hasta él y mostrándome una pequeña abertura por la que percibo grandes cosas en ti.

            He visto el pecado, que está fuera de ti. Me veo a mi misma con mis imperfecciones. Descubro a mis enemigos sin que puedan darse cuenta de que los observo y hasta qué punto los he descubierto. Me haces tu presa, me liberas y me aplicas una vez más tu redención, diciéndome que sólo tienes para mí pensamientos de paz para librarme de cualquier clase de cautividad.

            Amor mío, conduce cautiva mi cautividad para gloria tuya, y para bien de todos tus elegidos. Así como los apóstoles permanecieron extasiados en tu Ascensión, así mi espíritu está suspendido. Sin tu mandato, difícilmente bajaría mis ojos y dejaría el Monte de los Olivos, del que te elevaste hasta los cielos; pero como es menester que siga siendo peregrina, lo acepto, alegrándome ante la felicidad tan sublime que posees más allá del empíreo.

Capítulo 113 - La gloriosa humanidad del Salvador concede dones de gracia y de gloria a todos los santos, enviando ángeles a la tierra para anunciar al mundo su segunda y majestuosa venida. Mi esposo, en su bondad, me transformó en monte de Los Olivos haciéndome el blanco de sus santos afectos. 25 de mayo de 1634.

            [667] El día de la Ascensión de nuestro divino y glorioso triunfador, medité toda la mañana en estas palabras que me fueron divinamente sugeridas: Cuando asentó los cielos, allí estaba yo; cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo (Pr_8_17). Escuché que la santa humanidad, por sí misma, había trazado los cielos de la Iglesia, cimentados en el divino Salvador, y que los santos y los apóstoles son estrellas que este gran sol ha dispuesto y adherido a dicho firmamento, a los que concede dones y gracias, asigna tareas y comisiones, adjudicándoles diversos grados de gloria en el cielo. Entre los apóstoles, san Pedro fue escogido para ser su vicario.

            Su bondad, acariciándome, me dijo que me había llamado me dijo que me había llamado para ocupar el lugar de su santa madre en la tierra, haciéndome madre de sus hermanas así como a ella la dejó para ser madre de sus hermanos los apóstoles y discípulos.

            Admiré su amorosa bondad, que no olvidó la tierra al subir al cielo, enviando a los apóstoles dos ángeles para instruirlos y sacarlos de su éxtasis.

            Escuché que el divino enamorado deseaba conversar conmigo acerca de las maravillas de su admirable ciencia y sabiduría, que disponga de la Iglesia triunfante y de la Iglesia militante fuerte y suavemente, llegando de un confín al otro. Mostró su prudencia al enviar a dos querubines para pronunciar oráculos, así como lo hacían antiguamente en el propiciatorio. Aprendí que se trataba de san Miguel y san Gabriel, que son los dos ángeles del misterio de la Encarnación. Uno fue enviado en calidad de asistente del Verbo Encarnado, y el otro como guardián de su madre. Ambos estuvieron presentes ante este misterio inefable, que alcanzó su consumación en la Ascensión.

            Aunque pertenecen al orden de los serafines, se les llama arcángeles porque las perfecciones de los órdenes jerárquicos inferiores se encuentran de manera eminente en los superiores. Los serafines pueden tener el entendimiento de los querubines, y cuando los ángeles de un orden más elevado obran a la manera de los [668] que están en un orden inferior, pueden también portar el nombre de aquellos cuyas acciones ejecutan. Los serafines, al iluminar, enseñar y pronunciar oráculos como los querubines, pueden, en razón del oficio y ministerio que desempeñan, denominarse querubines mientras lo ejercen.

            Fueron ellos quienes prometieron a los apóstoles que, así como el Salvador había subido al cielo, volver a la tierra: con la misma gloria y majestad, lo cual no suceder únicamente al fin de los siglos, cuando las nubes porten a su Creador y Señor sirviéndole de trono en su majestuosa e imponente.

            Manifestación como juez del mundo. Cada día, en el sacramento eucarístico, desciende con toda su gloria, aunque ésta nos sea ocultada por la nube de las especies sacramentales. Escuché que las almas más iluminadas son capaces de penetrar y contemplar, a través de este crespón, la belleza, la gloria y la magnificencia de su esposo.

            Mi divino amor, acariciándome amorosamente, me dijo que yo era el monte de los olivos sobre el que se complacía en realizar ascensiones a través de la comunión que recibo todos los días; que él había escogido este monte para volver a su Padre, elevándose más allá de los cielos. Añadió que se elevaba en mi entendimiento, convirtiéndose en su cielo supremo: Subió por encima de todos los cielos (Ef_4_10). Mi alma, prosiguió, es su cielo, el cual llena de su gloria, elevándolo divinamente con todas sus potencias, uniéndolas a sí mismo y convirtiéndolas en el cielo de su grandeza. No falta en dicho cielo alguna espesa nube, debido a que me oculta su rostro radiante y su cuerpo glorioso, que serían para mí un continuo atractivo, pero que me harían languidecer largo tiempo sobre la tierra, debido a que no puedo poseerle como en el cielo, por ser su voluntad que recorra yo el camino que señaló a la Virgen y a sus discípulos, para bien de la Iglesia de la que ella es madre y yo, hija.

            Al abrir las ventanillas del comunicador para acercarme a comulgar, y ver venir a mí al que posee dos naturalezas, quise ir más allá del cuerpo y del espíritu. Escuché estas palabras de Isaías: ¿Quiénes son éstos que como nube vuelan, como palomas a sus palomares? (Is_60_11). Querido amor, se trata de un cuerpo y un espíritu que te desean. El divino amor me invitó a llegarme hasta él como una paloma a la ventana donde el sacerdote me lo entregaba en la santa comunión, diciéndome que lo encontraría el ramo de olivo y de paz, y reposo en su misericordia.

            Los dos querubines de gloria me enseñaron que el Salvador, por haber subido al cielo y estar sentado a la derecha administrador de los asuntos de su reino y del botín que había llevado consigo. Al repartir cargos y dignidades, asignando lugares en el paraíso, me dijo que me había dado como participación, por su pura bondad, muchos dones más ventajosos, preparándome además, [669] por misericordia, un lugar y un trono cerca de su majestad, porque así era su voluntad. Mi corazón, sintiéndose abrumado ante tantos favores procedentes de la generosidad del divino amor, trató de volverle amor por amor, diciéndole: "Como te complaces en decirme que soy tu monte de los olivos, te ruego que, como arras de tu afecto, me favorezcas con la gracia de imprimir en mi corazón las huellas de tus sagrados pies, a los que adoro con toda humildad".

            Esta petición fue de su agrado. Su bondad nada puede rehusar a quien tiene amor para darle. Como resultado, sentí, cerca de una hora completa, un gran dolor en el corazón, que estaba oprimido y cargado con este peso que es mi amor, dolor amable que me fue reiterado varias veces durante el resto de aquel día.

            Al verse abierto, mi corazón, me trajo a la mente lo que oí decir sobre la parte del monte que fue honrada con los vestigios del divino Salvador, la cual no toleró que la cubrieran. A pesar de que la emperatriz Santa Elena mandó construir en ella un templo suntuosísimo, siempre dejó al descubierto el lugar de las sagradas marcas de sus divinos pies, para consolar a las almas que deben seguirlo al cielo mediante sus deseos, que son efecto de los signos de sus divinos afectos, que están representados por los pies. Estos signos se hacen en bien de los que aman al Salvador, el cual llega a dominar en sus corazones, que reciben el aire por esta admirable abertura. El divino enamorado me dio a entender que el amable dolor que había yo sentido en varias y diversas ocasiones durante aquel glorioso día, demostraba que mi corazón estaba abierto a su amor.

            El predicador que nos dio la exhortación recitó estas palabras de Isaías: A los restantes de Sión, a los que quedaren de Jerusalén, se les llamar santos (Is_4_3). Admirando la dicha de nuestra naturaleza por tener una prenda tan preciosa en la gloria, mi espíritu fue elevado en una suspensión de espíritu por espacio de una hora, en la que, remontándose sobre todas las criaturas, se unió con una adhesión fortísima a mi amado, de manera muy íntima y perfecta en sumo grado.

            Estas sagradas delicias no terminaron con el día: la noche pareció unirse a esta gloriosa solemnidad, por lo que pude pasarla en el paraíso en medio de los santos, jugando inocente y santamente con los pequeñines llegados a la gloria en compañía del cordero, al que acompañaban por todas partes. Hacía mucho tiempo que Dios me había permitido la entrada al jardín del esposo de sangre, por lo que les pedí ofrecieran por mí su muerte, ofreciéndoles además la confesión de fe que yo hacía por ellos, tomando en cuenta que la Iglesia nos dice que con su muerte la hicieron, porque su lengua no pudo [670] pronunciarla debido a su incapacidad de hablar.

            [670] Me sobrevino el pensamiento de si los santos del cielo desearían contraer alianza y amistad con nosotros los terrícolas, que con tanta frecuencia le fallamos a Dios. Aprendí que sí, porque son caritativos y sus promesas inviolables. Por ello son fieles a Dios, a ellos mismos y a nosotros. Los príncipes de aquí abajo suelen preservar sus alianzas a pesar de diversos contratiempos que suelen ocurrir.

            Como las consideran cosas de gran importancia, se prestan ayuda mutua según el rigor de los artículos acordados entre sí.

            Comprendí que los santos del cielo no rompen jamás, por iniciativa propia, ni la paz ni la amistad que prometen, las que jamás rehúsan comprometerse. Hacen con ello un servicio agradable a Dios y dan contento a sus propias inclinaciones de amar y hacer el bien. Para demostrarnos su aceptación del amor que les tenemos, obtienen para nosotros los favores del cielo.

 Capítulo 114 - El Salvador es el verdadero pobre en el Santísimo Sacramento y en la Encarnación. También ha querido aparecer como tal en la institución de esta nueva Orden, que parece estar desamparada.

            [671] El día de san Ivo, que solía abogar gratuitamente por los pobres, rogué‚ al santo que abogara por la causa del pobre que es Jesucristo. Es Hijo de Dios pero pobre en su humanidad; despojado de su subsistencia, aunque ricamente recompensado por la del Verbo; pobre en sus sentimientos, que no puede expresar en el Smo. Sacramento; pobre en esta nueva orden, que ha sido abandonada de todos y es blanco de muchas contradicciones; pobre a quien verdaderamente pertenece el reino de los cielos; pobre porque, al derramar con gran amor y profusión increíble sus riquezas en el seno de mi alma, le corres- pondo tan mal. Todo esto me impulsó a rogar a san Ivo que defendiera la causa de este pobre, a fin de que recogiera los frutos que espera de mí de este nuevo establecimiento y de las gracias que con tanta liberalidad me concede. En medio de estas consideraciones, me sentí llena de inmensa confianza.

            Escuché: Que no queda olvidado el pobre eternamente, no se pierde por siempre la esperanza del que sufre (Sal_9_18).

            Esperaba firmemente que el Padre eterno se complaciera en recompensar la paciencia del Verbo Encarnado, estableciendo al fin la Orden que debía honrarlo con un culto particular. No dudaba que el Padre le dirigiera estas palabras del real profeta: Pídeme y te dar‚ en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra (Sal_2_8). ¿Por qué no decirlas a su amadísimo Hijo, en el que encuentra sus complacencias desde la eternidad, si lo hizo con David y muchos de sus santos, que jamás, en el pasado, en el presente y en el futuro harán sus divinas complacencias con la perfección practicada por este hijo natural, el más fiel, que cumplió amorosamente todos sus quereres? A ello se refirió cuando dijo a los judíos: Porque yo hago siempre lo que le agrada (Jn_8_29).

            Estas palabras me trajeron a la mente lo que los santos me dijeron el día de san Claudio, en 1625: tenía yo motivo de pedir al Padre eterno que extendiera la gloria de su Hijo glorioso e impasible, el cual procuró la suya con un celo in- comparable mientras estuvo visible en la tierra: Padre, glorifica a tu Hijo, que te ha glorificado. Todos sus santos te lo piden. El lo merece y tú deseas glorificarlo de nuevo. Ha manifestado tu nombre de Padre de las misericordias glorifica el suyo de Hijo de dilección. Su nombre es ungüento derramado para atraer a sí un gran número de esposas en el amor, en las que encontrar sus delicias. Ellas lo llevarán sobre su corazón con el afecto y con hechos en sus brazos, porque las obras son prueba del amor, que ser en ellas más fuerte que la muerte. En su paciencia poseerán sus almas.

            Vuelve tus ojos, Padre Santo, a sus sufrimientos. Ellas esperan en ti y tú les aseguras por voz de tu profeta que no se verán confundidas. Si la esperanza diferida aflige al alma, tú eres el Dios oculto y Salvador, a pesar de ser invencible. Permaneces con ellas en sus tribulaciones, y ya desde este camino las levantarás en tu regazo por medio de la gracia, para exaltarlas y trasladarlas después a la gloria, que es la Terminal en la que gozarán de las delicias eternas a cambio de la pobreza temporal que abrazaron por amor a ti.

            Cada una te dice: Mas yo confío en ti, Señor, me digo ¡Tú eres mi Dios! Está en tus manos mi destino (Sal_31_15). En tu bondad, sé nuestro abogado. En tu seno y en tus manos ponemos nuestra justificación y todos los dones de naturaleza, de gracia y de gloria.

Capítulo 115 - El Verbo Encarnado lo llena todo. El amor lo situó en el Santísimo Sacramento a manera de muerto. Los ángeles desean morir de amor por él. Al adorarlo en la hostia, hacen juramento de fidelidad

            [673] El día de san Bernardino, después de la comunión, pedí a este santo que me llevara hasta mi esposo, que es el amor del cielo y de la tierra; y que así como‚ llevó a todas partes el nombre de Jesús, pudiera yo portarlo por doquier, a la manera en que Dios está en todas partes y llena el universo. En esto recordé las palabras del apóstol cuando el divino Salvador subió más allí de los cielos: para llevar todo a su plenitud.

            Contemplé cómo llena el cielo de gloria y la tierra de gracia, suplicándole que llenara de consuelo el purgatorio, y que abreviara, con indulgencias plenarias, el tiempo de su destierro y los introdujera en su gloria, que es plenitud de delicias, en la que es rey de los siglos inmortales. Su reino es infinito y su diestra son las delicias eternas.

            Consideré a este divino rey en el trono que su amor fijó en el tabernáculo del altar de gracia, exclamando arrebatada de amor: tus altares, Señor de los ejércitos, rey mío y Dios mío (Sal_26_6). Lo ador‚ en la eucaristía, en la que su cuerpo es realmente unido con su alma y su divinidad. Admiré su sagrado cuerpo presente en este sacramento a manera de Espíritu. Consideré que los ángeles lo adoran en este sacramento como a su soberano Dios, del que son ministros y servidores.

            Contemplé en este trono al verdadero hombre espiritual por excelencia, que tiene el poder de juzgar a todos y a quien nadie tiene derecho de juzgar. Consideré a los ángeles y como le adoran y se anonadan en su presencia. Por medio de este anonadamiento, parecen desear morir con el que está presente en este sacramento, para representarnos su muerte. Se encuentra en la manera de muerto, a pesar de estar vivo; su presencia en él es un sacrificio de amor.

            Sus ministros de fuego no pueden sufrir una muerte física, ya que son inmortales por naturaleza. Son inmortales en la plenitud de la gloria, pero Isaías nos dice que los ángeles de paz lloran amargamente la muerte del Salvador. Los ángeles mueren, [674] no por cesación de su ser, sino abatiéndose a sí mismos mediante la sumisión y exhalándose a sí mismos por medio de la llama del amor. Fue así como el ángel que llevó la buena noticia del nacimiento de Sansón a Manué, su padre, se elevó en la llama del holocausto, manifestando, al lanzarse en el fuego, su deseo de sacrificar su vida y el ser que no podía perder porque Dios, al crearlo, le concedió la inmortalidad y lo confirmó en gracia y en gloria.

            Los ángeles buenos se sometieron voluntariamente a su deber, adorando al Verbo, que deseaba encarnarse y a quien prometieron servir con juramento de fidelidad infinita; es decir, para siempre. Las personas verdaderamente espirituales tratan de imitarlos, muriendo a ellas mismas para vivir sólo para Dios, a cuya gloria dedican todas sus acciones e intenciones. Al vaciarse de ellas mismas, se llenan de la plenitud de Dios y habitan en su plenitud. A ello dirigí entonces todos mis anhelos, pidiendo a mi amor que colmara mi entendimiento con sus divinas luces e inflamara mi corazón con sus sagradas llamas. En una palabra, que él solo invadiera todo mi exterior e interior, porque en él vivo y muero.

            El es toda mi riqueza, pues, al igual que el apóstol, considero fango y basura todas las cosas de la tierra, con tal de poseerlo y amarlo con el amor perfecto con que él desea que lo ame. Me parece que estoy más obligada a hacerlo que todas las criaturas juntas, porque en el transcurso de los siglos no ha otorgado las gracias que me concede a persona más indigna que yo. Ninguna existe que haya permanecido en la imperfección en la que me encuentro después de haber recibido tan grandes e innumerables favores

            Si no amo al Señor Jesús, merezco ser anatema; pero no dejo de esperar en su bondad que me ordene amarle, ya que al dar el ser concede la consecuencia del ser. Al ordenar en mí el amor, me dar el amor con el que le amar‚ en el tiempo y en la eternidad en unión con todos los santos, en cuyo número se cuenta san Bernardino.

Capítulo 116 - La Trinidad, siendo un abismo de excelencia, llama al alma, que es un abismo de indigencia, para iluminarla con su luz, abrasarla con su amor y fijar su morada en ella.

            [675] ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuan insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿Quién conoció el pensamiento del Señor quién fue su consejero, O quién le dio primero, que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él, son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén (Rm_11_33s).

            Después de haber adorado tu incomprensible sublimidad absorta en mi nada, comprendí que un abismo de excelencia desea llamar a sí a un abismo de indigencia, mediante la voz de las divinas emanaciones: Abismo que llama al abismo en el fragor de tus cataratas, todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí (Sal_42_8). Me dijiste que hiciera cesión de todo lo creado para recibir en mí las luces increadas, para contemplar en su única esencia sus admirabilísimas propiedades, que su plenitud desea desatar sin desbordar, a fin de que no sea yo devorada por el océano inagotable de su inmensidad. Toda persona es sujeta a las potestades. Porque no hay potestad que no provenga de Dios, y Dios es el que ha establecido las que hay. Por lo cual, quien desobedece a las potestades, se rebela contra el orden divino (Rm_13_1s).

            ¿Quién soy yo, Dios mío, para recibir el orden de tu enseñanza? La más humilde tus criaturas, por la que el Verbo Encarnado te ha alabado altamente y bendecido amorosamente, por complacerte en revelarme lo que ocultas a los prudentes y sabios del siglo. Que así sea, por ser tu voluntad elegir la debilidad para confundir a la fuerza, y llamar a quien carece de méritos para destruir a los que piensan ser independientes como si fueran dioses y no hombres.

            Jesús, mi querido Jesús, por ti llego hasta tu Padre. Como eres para mí puerta y camino llano, no me preocupa buscar una senda segura. Introduce el rebaño de mis potencias a la divina paternidad, para adorar y admirar; admirar y adorar este principio sin principio, este ser super esencial fuente de su mismo ser, que es origen y manantial de divinidad, principio de amor que posee de si una plenitud infinita de poder, de sabiduría y de bondad, todo lo cual contempla en su ser sin salir fuera de su inmensa contemplación.

            Es él quien engendra un camino luminoso en su divino esplendor, engendrando la palabra adorable que expresa toda su excelencia, que es término de su entendimiento divino y delicia de su fecundo intelecto: el Verbo divino, que constituye la segunda hipóstasis, la cual se complace tanto al ser engendrada, como su progenitor al engendrarla. Este placer consiste en el amor recíproco que el Padre y el Hijo producen por vía de aspiración activa: amor ardentísimo que da término a su enteramente única voluntad, por ser el amor espirado de dos enamorados que espiran a un único amor, el cual ama a su principio único que son el Padre y el Hijo, uniéndolos, abrazándolos, enlazándolos, concentrándolos y permaneciendo concentrado en ellos sin opresión. Las tres divinas personas están enteramente inmersas en su inmensidad, y sus verdaderas distinciones las hacen igualmente poderosas, sin que sus atributos personales causen división en su eterna felicidad, porque de él, por él y en él tienen el ser todas las cosas.

            El Padre es principio de amor, el Hijo es vía de amor, el Espíritu Santo es término del amor. El Padre es sublime por ser el Padre, y la excelencia del Hijo reside en su ser de único hijo del Altísimo. El Espíritu Santo procede eminentemente del principio supremo que lo produce. No son tres majestades, sino una esencia simplísima e infinitamente inmensa, que es indivisible, por carecer de cantidad y cualidad. Se trata de un ser purísimo separado de toda materia; un centro que es en todas partes sin ser abarcado por una circunferencia.

            Es un acto puro e incomprensible a las criaturas. Aunque proceden de él, por él y en él, permanecen infinitamente alejadas de su pureza, que penetra todo por su sutilidad. Puro, sutil, discreto, incontaminado, certero, suave, seguro, omnipotente, que ve y comprende todas las cosas, espíritu inteligible que mediante su limpidez lo penetra todo (Sb_7_22s).

            [677] Como las divinas personas son la inmensidad misma, la sutilidad misma, se invaden divinamente, permaneciendo siempre una dentro de la otra por medio de su circumincesión sublime e infinita en sumo grado. El Verbo es el vapor de la divina virtud, la clara emanación del entendimiento paterno, cuya omnipotencia es sincera y sin mezcla de debilidad. Nada manchado ha entrado ni entrar en este divino tálamo del seno paterno: Es, sin embargo, hálito del poder de Dios y emanación parcial de la claridad del Dios omnipotente. Por ser purísima, nada manchado tendrá parte en ella.

            Es el candor de la luz eterna, el espejo sin mancha de la majestad divina e imagen de la bondad paterna. Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado en el esplendor eterno antes del amanecer de las criaturas; imagen que refulge sin color, que no necesita recibir los últimos toques para ser embellecida o realzar su lustre, sino que dimana de su origen expresando sus divinas perfecciones. Como él, es una imagen eterna. El que ve al Hijo, ve al Padre. Felipe, el que me ha visto a mí, ha visto al Padre. Cómo dices tú: ¿Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?...Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí realiza las obras (Jn_14_9s).

            Felipe, el que me ha visto, ha visto a mi Padre. Yo soy su Verbo y su Palabra. Yo soy su Hijo, en el que mora eterna- mente. Jamás me ha dejado solo. El me engendra; yo soy su progenie, su obra divina. El es mi principio, que me engendra por generación divina. Yo soy su Hijo amadísimo, en el que tiene sus complacencias. Al engendrarme, hace una obra digna de su fecunda paternidad, y yo recibo toda su divina esencia y sustancia sin disminuir su plenitud. Yo soy el término de su divino entendimiento, que constituye la segunda hipóstasis coeterna e igual a su principio: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo (Jn_5_17).

            Mi Padre me ha engendrado por toda la eternidad. Soy su obra perenne. Mi Padre obra solo al engendrarme, pero yo obro en común al producir con el Espíritu, que recibe nuestra esencia y procede tanto de mí como de él: [678] En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; lo que hace él, eso lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y lo muestra todo lo que él hace (Jn_5_19s).

            Yo percibo y hago la voluntad de mi Padre, que es el principio del que recibo mi ser sin dependencia, sin cuyo ser no sería yo su Hijo y él dejaría de ser mi Padre, pues la filiación demuestra una paternidad. Mi Padre me muestra todo lo que hace, sin poder ocultarme nada, por ser yo el esplendor de su eterna gloria. Yo soy luz de luz y figura de su sustancia; llevo en mí la palabra completa, es decir, toda la claridad de su poder, por ser imagen de su bondad.

            El divino Padre me ama como a su Hijo amadísimo, y yo le amo como a mi Padre muy querido, el cual se complace singularmente en amarme. Lo amo con un ardor divino que es únicamente el amor de los dos, la espiración común, es decir, hago todo lo que agrada a mi Padre: Yo hago siempre lo que le agrada a él (Jn_8_29). El es siempre en mí, y yo en él. El me ama eternamente, y yo lo quiero infinitamente. Nuestro amor es nuestro lazo eterno, que nos sujeta y enlaza eternamente, por ser eterno e infinito como nosotros. Es nuestra producción El infinita y término de nuestra profusa voluntad.

            El es nuestro deleite, nuestra obra divina, obra que produce mi Padre, la cual, como él, me complazco en producir. Producción que es Dios como nosotros, término de todas las emanaciones divinas, y tercera hipóstasis de nuestra apacible Trinidad. Con nosotros es un solo Dios en unidad de esencia. Por esta unidad natural, todo el Padre es en el Hijo y en el Espíritu Santo. Todo el Hijo es en el Padre y en el Espíritu Santo. Todo el Espíritu Santo es en el Padre y en el Hijo. Nadie más existe fuera de ellos, porque nadie más los ha procedido en la eternidad, ni los ha excedido en magnitud, ni superado en poder. El Padre no es más augusto que el Hijo, ni el Hijo más grande que el Espíritu Santo.

            Esta unidad de naturaleza en nada confunde las propiedades personales de personas que son realmente distintas. El Padre es verdaderamente Padre; el Hijo, verdaderamente Hijo y el Espíritu Santo es verdaderamente Espíritu Santo. Gloria a ti, Trinidad idéntica y única Deidad antes de todos los siglos, ahora y por siempre. El Padre es la verdad, el Hijo es la verdad, el Espíritu Santo es la verdad. El Padre verdaderamente procede de sí y engendra a su Hijo, que es su verdad y natural progenie. El Espíritu Santo es la verdadera y esencial producción del Padre y del Hijo. El Padre es amor porque nos dio a su Hijo, que es nuestra gracia.

            El Espíritu Santo nos es comunicado por este Padre y por este Hijo, Espíritu que es la santificación de los hombres y la santidad de Dios porque es el fin de la fecundidad de su inmensidad divina. Lo que liga una cosa en él, separada y a una altura infinitamente más allá de de las criaturas. Por ello nos dice Isaías que el santo por esencia y por excelencia pregunta a quién se lo ha comparado, a pesar de que los serafines cantan sin cesar: "Santo, Santo" a los tres divinos soportes, pues las tres personas distintas son igualmente santas.

            Por esta razón el Verbo Encarnado, que es la sabiduría eterna, ordenó a los discípulos que fueran por toda la tierra, enseñando a todas las gentes y bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Del Padre, que es amor; del Hijo, que es gracia; del Espíritu Santo, que es la santificación de las almas y aun de los cuerpos, que son sus templos sagrados.

            Fue designado Espíritu Santo por los labios mismos del Verbo Encarnado, que no puede equivocarse al nombrar Espíritu Santo al que procede del Padre y de él. De esta manera nos dice que es su nombre apropiado, por ser la santidad en la Trinidad y terminal de todas las emanaciones divinas. Es como el círculo de la inmensidad de la extensa Deidad, de la divinidad super esencial; de la santidad por excelencia de la que las criaturas se encuentran infinitamente alejadas.

            Qué gran bondad de la santidad divina, que quiso por amor ser nuestra santificación. Gracias a la caridad del Padre y a la gracia del Verbo, nos es concedida la comunicación del Espíritu Santo en agua y fuego. La nube es agua, es un vapor que se levanta de la tierra, y el fuego procede del cielo. La humanidad del Verbo nació de la tierra, y su divina persona surgió del seno paterno, del que emanó. Es un fuego que nació en su origen y que es tan inmenso como su principio, con el que es, a su vez, principio de una tercera hipóstasis, que es una hoguera cuyo fuego inflama a los serafines. A esto se debe que sean ardientes; lo cual es como decir que tienen la dicha de ser los más próximos a este término de amor, que les concede gratuitamente su fuego indivisible, aunque no imparticipable, haciéndolos parte de él.

            [680] Como es siempre el mismo en su pureza esencial, transforma a los que aman mediante el amor que produce en ellos, amor que se complace en darse para unir al enamorado con el objeto de su amor, a fin de que todo sea consumado en uno y que esta unión de lo finito sea ensalzada por la soberana grandeza del infinito, que agranda la capacidad de un minúsculo recipiente para habilitarlo a recibir una gran profusión.

            Al recibir la divina Eucaristía, recibimos por concomitancia al Padre y al Espíritu Santo debido a que estas tres personas distintas son indivisibles en su esencia simplísima. También quiero añadir que, al recibir esta unidad esencial, experimentamos las comunicaciones admirables de las tres hipóstasis, a las que puedo llamar cataratas abiertas que fluyen e influyen en el alma de manera admirable. Los tres divinos soportes parecen padecer la urgencia de dar a conocer por experiencia su magnífica largueza y munificencia hacia sus humildes criaturas.

            Un abismo llama a otro abismo, etc. Dios ama el primero porque es amor. Envía al Verbo, que es gracia, como impronta de la verdad de sus promesas, el cual vino para apoyar nuestra naturaleza desfallecida por el pecado. El Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo para adornarnos y embellecernos con su belleza y bondad, el cual se complace en hacerse don así como [681] él es. En unión con el Padre y el Hijo se convierte en donador de sí mismo. Si ellos quieren enviarlo, es porque él ansía venir. Es el término de la voluntad del Padre y del Hijo, que es un mismo querer, saber y poder. Así, junto con el Hijo, se convierten en cataratas que inundan la tierra con la abundancia de su amor hacia la humanidad, escogiendo en ella algunas almas para comunicarles plenitudes inexpresables. Esta realidad me mueve a repetir con David: Todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí. Estoy abismada en estas aguas: Admirable en extremo es para mí esta ciencia, sublime: no la comprendo (Sal_139_6). Al contemplar, con tu favor, tu ciencia admirable, experimento mi debilidad al encontrarme colmada de luz. No tengo la vista suficientemente fuerte para sostener tan admirables claridades. Adoro la fuente de luz, adoro al Oriente de resplandores, adoro la producción de claridad, esperando que en la fuerza de su luz de gloria pueda yo contemplar esta luminosidad esencial, si algún día me haces, para siempre, vecina de estas divinas hipóstasis y ciudadana del empíreo.

            Podré gozar entonces de los frutos de la gracia consumada, que es la gloria; y ser iluminada con la claridad divina que ilumina a todos los santos que viven abismados en esta beatitud esencial, contemplando al descubierto al divino Padre que engendra a su Verbo en el esplendor de los santos; y como el Padre y el Hijo producen su divino amor, conocer‚ también al Espíritu Santo.

            ¡Oh Espíritu, amor infinito! Que me pierda a mí misma para ser toda tuya, a fin de que pueda decir al Padre y al Hijo, que te han enviado a mí, que tu bondad no me ha dejado, sino que ha desbordado en mí los torrentes de sus gracias, las cuales no he recibido en vano, como dijo el vaso de elección y de dilección que es el apóstol de gloria. Triunfar así el Verbo Encarnado, que mereció estos favores a sus elegidos, en los que difundes y derramas la caridad, que es lazo de perfección por ser el vínculo en la Trinidad, el cual enlazó nuestra naturaleza con la persona del Verbo, de manera que dos naturalezas no tuvieran sino un solo soporte.

            Divino Espíritu, haz que mediante la fuerza del divino amor sea yo eternamente unida al Padre y al Hijo, amor que eres tú mismo. Concédeme ser fiel a tus inspiraciones, que me previenen, me detienen y me acompañan en todo tiempo, y que diga al rey profeta: ¿A dónde ir‚ yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro huir? (Sal_139_7). Sé el círculo de mi vida, así como eres el recinto de la inmensa e infinita deidad. Amén.

Capítulo 117 - La Virgen halló la gracia perdida por Adán, junto con la divina ventaja de atraer hacia ella al Verbo que reparó la imagen de Dios en nosotros. Favores que su amor me comunicó.

            [683] Al pensar en la mujer que, según el evangelio del día anterior, buscó la dracma perdida, comprendí que dicha dracma era la inocencia perdida en la persona de Adán y la imagen de Dios que el pecado borró en el ser humano.

            El Verbo, que es la imagen sustancial mediante la cual pueden rehacerse y corregirse todas las copias, por encontrarse en el seno del Padre eterno, pareció abandonarlas en tan deplorable estado. Consideré a la Virgen, a la que conservó en la inocencia, como una primera dracma, que fue encontrada bellísima y sin menoscabo en todo momento.

            Ella es la mujer admirable por su pureza virginal; la que encontró la verdadera imagen del Padre, atrayendo a sí al Verbo y trastornando, por así decir, el hogar de la Trinidad. Ella hizo que el Padre enviara al Hijo, y el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo el día de Pentecostés. El Padre había venido a nosotros de un modo admirable mediante esta primera imagen, que es la impronta de su sustancia. Por ella todas las demás imágenes han sido restauradas; los hombres y los ángeles se reconocieron obligados ante este favor,

congratulándolo por tan dichosa invención, de la que dependía la felicidad del mundo.

            La Virgen madre es la incomparable pastora que hizo venir a la tierra al cordero que es el dominador de todas las naciones, el cual habitaba en la piedra inconmovible del desierto que es el seno del Padre eterno, al que nadie podía acercarse. El mismo cordero es también pastor. Quiso, sin embargo, ponerse bajo el cayado de esta inocente pastora y colocarse bajo su dirección. Mediante su diligencia, ella lo encontró, atrayéndolo con su belleza para que se hiciera cordero en su seno, lo cual tiene más valor para nosotros que las multitudes de criaturas marcadas con el número noventa y nueve, que admiran a esta incomparable mujer que pudo ser virgen y madre, y que encontró gracia no sólo delante de Dios, sino que atrajo hasta ella y dentro de ella al autor de todo bien.

            Mi divino amor me dijo que, en proporción, estas grandes prerrogativas se encuentran en mí y que, por el amor que él me había dado, había yo atraído del seno de su Padre eterno al mismo cordero, que se complace en morar en mi seno y colgarse fuerte y amorosamente de mi cuello; que había yo encontrado en sus tesoros esta drama ignorada por el mundo, de la que san Juan dijo que había venido al mundo y los hombres no la habían recibido.

            A partir de su Ascensión, estableció en su Iglesia muchas órdenes dedicadas a su santa madre y a varios santos; pero, continuó, no hay, entre las que han encontrado tan rico tesoro, consagrándose a su persona, ninguna como la que yo instituiría, a la que él concedería grandes bendiciones, manifestándome que yo lo había agradado al seguir sus inspiraciones. Por ello mis viajes no serían infructuosos, sino que podía ya sentir los efectos de su divina providencia, que hacía llover sobre mí el maná de mil favores en la santa montaña, donde sus fieles testigos derramaron su sangre por la confesión de su nombre.

Capítulo 118 - El Verbo Increado y Encarnado es el modelo de la vida oculta en el seno de su Padre, en el seno de su madre, en Nazareth y viviendo en medio de los hombres en el Santísimo Sacramento. Las almas que lo aman llegan a conocerlo porque las ilumina con su amorosa luz, junio de 1631.

            [685] divino corazón mío, eres el modelo de la vida oculta. Desde la eternidad estuviste en el seno del Padre, no siendo conocido sino por él y el Espíritu Santo, a pesar de que los ángeles tuvieron la gracia de verte y contemplar a través de ti todo lo que veían. Sin embargo, no te contemplaban del todo. No eran capaces de ello, pues, según nos dijiste, nadie puede ver al Padre sino el que procede de él como Hijo suyo. El Espíritu Santo posee la misma visión; mejor dicho, te abraza, pues esta palabra se adecua más a su persona que el verbo ver. Se bien que es tan sabio como tú y tu Padre, por ser igual a ti y al Padre. Con el Padre y tú, es un Dios simplísimo, igual y consubstancial. Su distinción de personas hace admirable su unidad en esencia, así como su unidad esencial hace admirable su Trinidad de personas.

            Eres, en su seno, el modelo de vida que desprecian los que no te conocen, los que no te buscan. A pesar de haberte dignado presentarte de distintas maneras, has sido menospreciado, convirtiéndote por ello en el prototipo de la vida oculta. Cuando tu madre te concibió, el Espíritu Santo la cubrió con su sombra. Fuiste despreciado por no ser conocido. San José, siendo justo, te desconoció y, a pesar de que no te despreció formalmente, obró negativamente cuando pensó en dejar secretamente a la que te ocultaba, por temor a obrar contra la ley de Moisés si permanecía a su lado sin denunciarla. Conocía la ley del Dios escondido, lo cual le movió a pensar y repensar cómo poder salvar el honor de tu madre.

            [686] El Espíritu Santo, le hablaba oscuramente al corazón, la ley fue promulgada en la oscuridad de la nube; todo parecía ocultarse a san José. Como era santo, estaba al margen de todo lo que podía ser pecado, por lo que resolvió, si no veía la luz, separarse visiblemente de la portadora del que lo unía invisiblemente a ella. El ángel lo visitó por la noche, en su sueño, lo cual es un tipo de revelación oculta, para asegurarle que, por ser un Dios oculto, eras tú el Salvador concebido que nacería de María por obra del Espíritu Santo. El evangelista dijo después que san José no la conoció: Y, sin haberla conocido, dio a luz a su hijo primogénito, al que puso el nombre de Jesús (Mt_2_25).

            Un Salvador y un Dios oculto. Gran san Mateo, ¡qué maravillas expresaste al decir estas palabras! El árbol es conocido por las hojas, pero más claramente por su fruto. La Virgen, apareció como una hoja verde y húmeda; pero en cuanto dio su fruto, fue reconocida por san José como madre de Dios, de un Dios escondido y Salvador. Por ello, justísimo José, lo nombraste Jesús según el mandato del divino Padre, que el ángel te dio a conocer.

            Jesús, mi Dios, escondiste tu vida divina en la parte inferior de tu alma y en tu cuerpo sacrosanto por espacio de treinta y tres años. Te ocultaste a tu misma madre, dejándola en meditaciones, reflexiones y admiraciones que ella ponderaba en su corazón, y aun en medio de ignorancias, como indica el evangelista san Lucas, al repetirnos las respuestas que diste a tus padres al regresar del templo: Mas ellos no comprendieron el sentido de su respuesta (Lc_2_50).

            Te ocultaste al manifestarte a todos, y los que pensaron haberte visto claramente, se equivocaron. El apóstol más instruido dijo de ti, redentor de los hombres, que a pesar de ser tú quien libró a los hombres de las tinieblas para darles tu el reino, eres la imagen de Dios invisible, exhortándonos a comportarnos dignamente ante Dios: Para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: por su sangre, el perdón de los pecados. El es Imagen de Dios invisible (Col_1_10s).

            [687] Al ser imagen de Dios invisible, eres la vida oculta; al estar en María, eres la vida oculta; al permanecer en tu humanidad, eres la vida oculta; al conversar con los hombres, eres la vida oculta; en el Santísimo Sacramento, eres la vida oculta; al regresar al cielo, sigues siendo la vida oculta, a pesar de que en él apareces como luz que ilumina a los bienaventurados

            Fuiste, has sido y seguirás siendo menospreciado por los demonios y los hombres condenados, sin hablar del desprecio por el que optaste en la Encarnación, en tu muerte y en el Smo. Sacramento. San Pablo dijo que tú mismo te anonadaste, tomando la forma de siervo al morir sobre la cruz, haciéndote pecado, cargando sobre ti nuestros pecados y apareciendo bajo el rostro y la carne del pecado; siendo el oprobio de los hombres y la abyección del pueblo, no rehusando ser tentado y llevado por el diablo, y exponiendo a diario, además, tu honor al menosprecio sobre la tierra y bajo la tierra, permitiendo que se blasfeme tu santo nombre, lo cual durar tanto como los reprobados. Estos sufrirán por sus indecibles ingratitudes, pues no contentos con haber despreciado la sangre del testamento que pisotearon bajo sus pies, burlándose de la benignidad con que los esperaste, amasaron para sí un caudal de ira para el día de la venganza. Mientras iban por el camino, te desairaron y seguirán desairándote en la infinitud de los tiempos en cuanto lleguen al término de su morada de desdichas.

            Eres un Dios oculto y despreciado en el alma del justo porque los justos son, con frecuencia, menospreciados por el mundo y juguetes suyos. El mundo es indigno de ellos y, sin embargo, como los considera indignos de él, los exilia a los desiertos, los reduce a las islas y los obliga a bajar, en plena vida, a los sepulcros de los muertos. San Atanasio, gloria de la Iglesia, al confesar tu divina igualdad con el Padre de las luces, fue obligado a ocultarse en las tinieblas a causa de la persecución de los arrianos, pero no sin que lo supiera y permitiera tu providencia admirable. Eres, en verdad el Dios oculto y Salvador que habita en una luz inaccesible. Tu esplendor es tan grande, que deslumbra nuestra vista y nos parece tenebrosa a causa de su gran claridad. Nuestros débiles ojos se sienten abrumados por su luz, al grado de obligarnos a actuar como ciegos cuando la contemplamos con nuestro endeble sentido de la vista.

            [688] Eres modelo de vida laboriosa. Acaso no dices: mi Padre y yo trabajamos hasta el presente: ¿Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo? (Jn_5_17). Jamás cesa el Padre de engendrarte, jamás el Padre y tú dejan de producir el Santo Espíritu; admirables operaciones interiores que no son propiamente un trabajo penoso. Quiero decir que se trata de operaciones fructuosas, abundantes, benditas, gloriosas, glorificantes. Son tu gloria, divino y adorabilísimo Padre, porque tu reposo consiste en engendrar y producir tus admirables operaciones. Las tuyas, divino Espíritu, son unir, abrazar. Eres consubstancial e igual al Padre y al Hijo. Tu gloria se cifra en ser espirado por ambos espirantes en un solo principio al que enlazas y abrasas inmensamente. Eres para ellos un círculo inmenso y el fin de todas las divinas emanaciones.

            Verbo increado, eres ejemplar de vida laboriosa, ya que el Padre crea todo por tu mediación, a pesar de que las obras externas sean comunes a las tres personas, como afirma Moisés con las palabras: En el principio creó Dios, etc. (Gn_1_1). Tú eres este principio, por el cual, con el cual y en el cual el cielo y la tierra fueron creados. Fuiste tú quien obró maravillas en la ley de la naturaleza y en la ley escrita. Fueron éstas figuras y profecías que eran tan solo la sombra de la verdad y elementos vacíos en comparación con la abundancia de dones que has concedido a la humanidad desde que se inició la ley de gracia.

            Mas, ¿Quién podría describir tus operaciones en esta ley de gracia, a partir de la Encarnación, de tus obras teándricas, de tus divinos tiempos de oración? san Lucas nos dice que pasabas las noches enteras dialogando con Dios, en una oración que obró, obra y obrar eternamente; oración en virtud de la cual la gracia y la gloria nos han sido dadas. Tú creaste todo por amor a ti y para ti. El sabio dice que el Señor hizo todas las cosas para él, destinando el universo para el hombre y a éste para ti, a fin de que cada persona de la humanidad llegara a ser Dios en ti.

            Tu mismo te hiciste hombre rogando y ofreciendo a tu Padre todo lo que juzgaste digno de serle ofrecido en el cielo y en la tierra; y esto por ti mismo, a fin de que aceptara todas las ofrendas hechas en tu nombre, conforme al mandato que nos diste, al terminar la obra de nuestra copiosa redención. Nada podemos esperar fuera de ti. [689] ¡Eh! ¿Por qué te complaces en obrar en nuestras almas en multitud de formas, oh poder, sabiduría y bondad inefable? Es porque así lo quieres, porque eres bueno. ¿Quién podría contar los bienes que nos concedes? Sólo tú podrías decirlo: ni el ángel ni el hombre son capaces de expresar tus operaciones. Es tarea tuya, por ser creador, escultor, impresor y pintor, el borrar nuestras imperfecciones, imprimir tus gracias, embellecer tus imágenes con vivos colores y darles los últimos retoques de gloria.

            Es esto lo que todos los elegidos que viven en el cielo en la Iglesia triunfante; en la tierra, en la Iglesia militante y en el purgatorio, en la Iglesia triunfante, esperan de tu bondadosa caridad, a la que suplicamos nos permita cooperar con ella en la obra imperecedera que permanece hasta la vida eterna, siguiendo el consejo y la fuerza que tú nos has dado. Verbo Encarnado, amor nuestro; eres el modelo de la vida común en la conversación y en la aplicación de la doctrina a la vida común.

            Eres modelo de vida común cuando tratas con el Padre en su seno. Tan pronto como él es Padre, tú eres su Hijo, con el que conversa y al que comunica su esencia. Lo que es tuyo es de él; tú eres todo suyo y él es todo tuyo. Eres la imagen de su bondad y figura de su sustancia; el espejo sin mancha de su majestad, el hálito de su poder, la emanación pura de su claridad, el esplendor de su gloria. Llevas en ti la palabra íntegra de su poder; eres su Hijo amadísimo en el que se complace. Con él produces al Espíritu Santo, que recibe su esencia tanto de ti como de él. El común espíritu acepta sin dependencia su producción de tu espiración común. Así como eres término del entendimiento, él es término de la voluntad y el amor con el que amas. ¡Oh conversación inefable sólo conocida a tus tres personas, abarcada por tus tres personas, glorificada por tus tres personas con gloria condigna!

            Verbo divino, que representas vivamente todo lo que tu Padre posee, que produces con él al Espíritu viviente, que como tú es vida por ser la misma vida en cuanto Dios verdadero. Tú eres la imagen en la Trinidad, el modelo expresado como principio de origen. Así como su perfección consiste en poseer la irascibilidad que le es propia, la tuya consiste en poseer el nacimiento que te es propio por ser Hijo que nace en todo momento: luz de luz, Dios de Dios, engendrado y no creado.

            [690] Por tu mediación hizo todo cuanto hay en el cielo, en la tierra y en el mar. Por ti conserva, rige y gobierna todas las cosas. Eres tú quien vino a la tierra para hacerse hombre por la salvación de los hombres. Te encarnaste por obra del Espíritu Santo, que cubrió con su sombra a la Virgen cuando naciste en su seno al encarnarte. Fue en Belén donde la imagen del Padre se dejó ver como imagen de su madre, dependiente de ella y no de tu Padre, al que eres igual. Por ella estuviste sujeto, pues te hiciste, en este segundo nacimiento, servidor suyo. Es a ti a quien dice: Siervo mío eres tú, ¡oh Israel!, en ti ser‚ glorificado (Is_49_3). Me glorificar‚ por tener en ti un servidor que, en su calidad de Dios, es igual a mi; pero en cuanto hombre, sin perder la dignidad de su persona, me es sujeto en razón de la naturaleza creada que asumió. Jesús, amor de mi corazón, Verbo Encarnado, ¿Qué dices a esto? Desde el vientre me formó para ser su siervo (Is_49_5). Desde el instante en que la divinidad me formó en las entrañas de mi madre, me manifesté como siervo, lo cual acepté para dar gloria al Dios de gloria, el cual me dijo: Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra (Is_49_6); es decir, mi todo, con el propósito de ser el modelo y la salvación general en todos y en todas partes: en el cielo y en la tierra.

            Tenías que ser sol, vaso admirable, obra del altísimo que brilla sobre todo, penetra todo, fecunda todo, perfecciona todo; vivifica todo, congrega todo, da color a todo, ilumina todo. Sol que es belleza del cielo en la visión de la gloria; sol que, al comenzar a brillar en tierra, hace salir al alma de su morada corporal para entrar en él y difundirse paulatinamente hasta el mediodía, que es la pérdida total a la que es inherente el beneficio de una gracia y de una gloria inmensurable y eterna. ¿Quién podría sostener la suave presión del ardor entrañable que parece secar el cuerpo en tanto que refresca el alma que se encuentra en el crisol de la prueba amorosa, del fuego que destruye el orín? Cuando arde, preserva su objeto eliminando de las tres potencias del alma todo cuanto es superfluo. La ilumina con su resplandor, la abrasa con su calor y la embellece con su belleza, configurándola con ella, de manera que no se contempla más en ella sino en él, que es su prototipo, en el que se pierde felizmente: En su mediodía reseca la tierra, ante su ardor, ¿Quién puede resistir? se atiza el horno para obras de forja; tres veces más el sol que abrasa las montañas: lanza vapores ardientes, ciega los ojos con el brillo de sus rayos. Grande es el Señor que lo hizo, a cuyo mandato inicia su rápida carrera (Si_43_3s).

            [691] Grande es el Verbo que tomó nuestra naturaleza creada, para unirla a él, y hacerla recorrer en un instante caminos admirables. En el momento de su creación, se encontró en una misma persona con el Verbo increado y humanado, adquiriendo a cada instante méritos infinitos en razón de la dignidad que el Verbo comunica al alma y al cuerpo al que apoya.

            Verbo divino, si consideramos tu divinidad como el mismo sol, estimaremos tu humanidad como la luna, la cual señala todos nuestros ejercicios. Nos ha brindado sus influencias y ha adquirido para nosotros el descanso gracias a sus trabajos, enriqueciéndonos con los tesoros del ahorro, por haberse privado de la gloria que le era debida en razón de la divina hipóstasis a la que se encuentra unida. Puede decirse a sí misma: astro que mengua, después del plenilunio (Si_43_7). Como no tiene sustancia propia, pero mirándola desde otro ángulo, la adoramos: crece ella admirablemente cuando cambia (Si_43_8), al verla elevada hasta la unidad de persona con el Verbo divino, que se anonadó para levantar la nada, a la que se unió.

            Esta consumación ha merecido el nombre de un crecimiento, ¡oh admirable maravilla!, que ni los hombres ni los ángeles pueden imitar por serles imposible caminar a la par con el Hombre-Dios: son incapaces hacer por si mismos algo parecido. Es necesario que todos admiren al Salvador, el cual podía y hacía por sí mismo maravillas, porque contaban con el soporte divino que convertía sus obras en teándricas. A pesar de hacerlas a la manera humana, eran divinamente humanas y humanamente divinas.

            Si deseamos contemplar un modelo de la vida militar, tú eres enseña del ejército celeste que brilla en el firmamento del cielo (Si_43_8). El ángel te atacó en el seno paterno, en el que moras como en tu firmamento y del que no puedes ser arrancado. Es el cielo en el que eres glorioso resplandor: Hermosura del cielo es la gloria de las estrellas, orden radiante en las alturas del Señor (Si_43_9). Tú eres la belleza del cielo, la gloria de las estrellas, el Espíritu de los primeros espíritus, que reciben de ti las claridades que comunican a los de rango intermedio, y de éstos a los inferiores, por cuyo medio las impartes a las personas que obedecen tu voluntad; es decir, a los santos. [692]

            Por las palabras del Señor están fijas según su orden, y no aflojan en su puesto de guardia (Si_43_10). Como están sostenidos por tu fuerza, animados con la mirada de tus ojos, y con su mirada continuamente fija en ti, nunca desfallecen. Si caen en el pecado de fragilidad, los levantas y apaciguas a tu Padre, siendo el arco iris que se asienta entre él y los hombres como un signo de la paz que mereciste con tus hechos gloriosos, por tener todo poder en el cielo y en la tierra ¿Quién tendrá temor, estando bajo tu bandera y rodeado por los muros de fuego de tu amorosa protección?

            ¿Y qué decir, Verbo Encarnado, de tu doctrina? Lo que sea tu gusto enseñarme. El Eclesiástico me dice: Con vuestra alabanza ensalzad al Señor, cuanto podáis, que siempre estar más alto; y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca acabaréis (Si_43_30). No deseo, mi Señor y mi Rey, escrutar tu Majestad, porque tu gloria me agobiaría. En verdad, amor mío, anhelo morir por ella, para ella y en ella. Ella es mi vida y mi gloria. Admira el ojo la belleza de su blancura, y al verla caer se pasma el corazón (Si_43_18).

            Si los que se aman se extasían ante una belleza a la que admiran, de modo que con frecuencia se los ve desmayar de alegría, deseo entonces fijar los ojos de mi entendimiento en la contemplación de tu bondad, oh Verbo Encarnado, cuyo candor es admirable a los ojos creados. El ojo increado confiesa que sus delicias eternas consisten en contemplarte con su entendimiento, en el que eres engendrado y naces en el esplendor de los santos, y de cuyo entendimiento eres término inmenso.

            ¿Qué entendimiento creado no se arrebatar de admiración al contemplar el esplendor, la gloria y el candor de la luz eterna? ¿Qué corazón podrá soportar el desbordamiento de la lluvia fecunda del entendimiento divino? ¿Qué fuerza, al sentir los golpes acerados de las flechas reiteradas por esta belleza, no se ver abatida? ¿Quién no desmayar ante estos dulces tiros, que son atractivos poderosísimos que hieren y alivian al mismo tiempo? Si se trata de flechas de amor, son [693] ellas mismas el bálsamo que solaza la herida que causan. Ningún corazón que no se exponga suavemente a ellas, las sentirá con toda su fuerza. Las potencias del alma desean este sentimiento según su capacidad, y el divino y cariñoso amado se las concede en la medida que juzga conveniente para moverlas a seguir la dirección de su amoroso afecto: Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud su pureza (Sb_7_24). La única doctrina del Dios simplísimo penetra todo, enseña todo, pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, que todo lo observa y penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles (Sb_7_22s).

            Jesucristo, amor mío, ¿no te satisfizo el habérnosla enviado por medio de las profecías y de la ley sin que vinieras tú mismo a enseñarla? No, porque deseabas ser el enviado del Padre, así como enviaste a los profetas junto con él y el Espíritu Santo: Envía su palabra y hace derretirse, sopla su viento y corren las aguas (Sal_147_6s). No contento con haber anunciado a Jacob tu palabra y tus juicios a Israel, quisiste venir tú mismo en forma humana.

            ¿Acaso no se estimaban tus ángeles muy honrados al anunciar tu voluntad a los hombres e instruirlos en tu doctrina? Estas inteligencias celestiales que están a nuestro lado son designadas como la luz. Con frecuencia las enviaste a los patriarcas y profetas. Baruc habla de la obediencia de la luz: El que envía la luz, y ella va, el que la llama, y temblorosa le obedece; brillan alegres los astros en su puesto de guardia, los llama él y dicen: ¡Aquí estamos! y brillan con gozo para su Hacedor. Este es nuestro Dios, ningún otro es comparable a él. El descubrió el camino entero de la ciencia, y lo enseñó a su siervo Jacob, y a Israel su amado (Ba_3_33s).

            [694] No contento con estos favores, este Dios, de por sí invisible, se cubre de nuestra naturaleza para venir a la tierra y ser visible en ella, conversando con nosotros, Después apareció ella en la tierra, y entre los hombres convivió (Ba_3_38), haciéndolo mucho mejor que con el apóstol. Se hizo todo a todos para ganarnos a todos, y por amor murió por todos. Es el testigo fiel de su palabra, la cual sostuvo hasta la muerte para seguir cumpliéndola por toda la infinitud de la vida eterna. Ella es el libro de los mandatos de Dios (Ba_4_1): el libro enviado por Dios, que es Dios mismo, cuyo contenido son sus voluntades y sus leyes eternas, leyes inmaculadas que, al ser recibidas, alegran y santifican a las almas que las reciben y que las guardan con amor. David las ocultaba en su corazón a fin de no ofender la majestad de aquel que se las había dado. Todo el que las observa poseer la vida eterna.

            Conviértete, alma mía, y aprende de la palabra encarnada la manera de guardarlas. La palabra es para ti. Marcha por sus caminos: anda a la luz de ella por el camino que te señala con su resplandor (Ba_4_2). Combate con ella. Le agrada verte tomar las armas en su compañía. Recibirás su bendición. No des tu gloria a otro ni tu dignidad a una nación extraña (Ba_4_3). Reconozcamos esta dicha y hablemos con amorosa confianza, porque somos Israelitas que ven a Dios y luchan con él, ya que él se complace en luchar con nosotros. Exclamemos con la voz del amor humilde: Dichosos somos nosotros, ¡oh Israel!: por ánimo, ¡oh pueblo de Dios! (Ba_4_4s).

            Alma mía, como el Verbo Encarnado es tu maestro, queda en paz; sé su pueblo, porque él es tu Dios. Sé su oveja, porque él es tu pastor. El se te entrega con bendiciones dulcísimas. Reconócelo con acciones de gracias humildes en extremo. Haz la voluntad de Dios su Padre, que es tu santificación, y conocer su doctrina, porque Dios, que es todo bueno, te instruye a la luz de su dulzura. Camina en esta claridad en calidad de viajera hasta que arribes a la claridad de la gloria del Dios de los dioses en Sión, que se encuentra en el término.

            En espera de este bien, sigue a tu legislador, tu conductor, tu Esposo amoroso, que es tu Dios, el cual va por delante, a tu lado y detrás de ti. San Juan escuchó detrás de él la voz de Dios como una multitud de aguas. No deja de ser un gran misterio cómo la [695] amorosa solicitud del Verbo Encarnado se manifestó aquí hacia san Juan y sus predilectos. Tiene tantas cosas que decirles, que se asemeja al tropel de muchas aguas, cuyas olas dominan por su abundancia y por la inclinación que tienen a descender hasta su fin.

            Doctrina amorosa, ¿vas en pos de tus alumnos? Si, pero, ¿Qué significa eso de ir en seguimiento tuyo que dijiste a san Pedro y no a san Juan? Es que las cruces son para Pedro, que te ama; y las olas para Juan, al que amas. Es para demostrar que tienes diversidad de caminos para tus elegidos. Quiero, maestro mío muy querido, seguirte hasta la cruz en compañía de san Pedro. Acepto que me sigas junto con san Juan. Escuchar‚ tus repetidas voces y la multitud de luces con que me enseñas, según la capacidad que te dignes darme para ello.

            Conviérteme en un manantial; que de mi corazón broten las aguas que derramas en él para la vida eterna. Ellas proceden de ti; que vuelvan también a ti. Que pueda entrar en ti, ya que te dignas entrar en mí. No deseo que termine en mí la inmensidad para contento mío; deseo más bien entrar en ti para gloria tuya, y perderme en ti. Qué dichoso naufragio ser sumergirme en el seno de tu Padre, en el que me enseñas tus maravillas. El profeta Isaías dijo que su secreto era para él, porque temía que se supiera y que, al ser descubierto, se repartiera en bien de otros. El tuyo, en cambio, por ser inmenso, en nada disminuye al ser comunicado. Tus entradas y salidas ocurren siempre con abundancia de gracias para las almas a las que visitas e instruyes.

Capítulo 119 - Supereminentes grandezas que la mano de Dios derramó en abundancia sobre san Juan Bautista. Excelencia de su misión. Su oficio de ángel supremo y precursor del Verbo, cuyos labios sagrados lo canonizaron.

            [697] El día de san Juan Bautista, medité en estas palabras de san Lucas: Porque la mano del Señor estaba con él (Lc_1_66).

            La mano del Señor estaba con san Juan y obraba todas esas maravillas que hicieron presentir a los judíos la grandeza de aquel niño. Aprendí que esta mano era el Verbo, que es la mano del Padre, el cual asistió a san Juan en todo momento. Así como David se dejó persuadir por la mujer tecuita, al reconocer que la mano de Joab estaba con ella, y que dicho capitán había puesto en sus labios sus poderosas y persuasivas palabras, ¿Qué no habrá hecho san Juan con la asistencia de la mano del Verbo, de quien tomó estas palabras, diciendo que él sólo era el camino de la palabra? Con la ayuda de su mano arrojó fuera al demonio, la impiedad y los vicios.

            Los magos se sirven de una mano que llaman mano de gloria para obtener sus efectos mágicos. La mano del Verbo, en cambio, tiene por objeto acabar con todas las supersticiones y maniobras de los impíos. Mi alma fue invitada a asirse de esta mano, asegurándoseme que, por encontrarme ya bajo su poderosa protección, nada debía temer. Si había yo permanecido algunos días sin gozar de las visitas de mi esposo, Zacarías, en cambio, había sufrido mucho a causa del silencio que debió guardar durante nueve meses antes de poder entonar el cántico profético que ofreció en acción de gracias por el nacimiento de su hijo san Juan. Se me dijo además que yo sólo había guardado silencio por unos días para escuchar un oráculo, pero que dicho silencio estaría envuelto en el misterio, a semejanza del de Sión, al que se refiere David: Tuya es la alabanza, oh Dios, en Sión (Sal_65_1), o en una versión diferente: tuyo es el silencio. Este silencio, agregó, es un himno o un cántico que sólo se canta en el silencio; bien sabía yo que en muchas ocasiones él me había llamado su [698] Sión, complaciéndose en las lágrimas que derramaban mis ojos en este valle de miserias. Con ellas ha formado un Jordán en el que me lava, no a manera de bautismo, sino de baño deliciosísimo, debido a la complacencia que le proporcionan mis lágrimas.

            Ante estas palabras, sentí mi corazón dulcemente oprimido por una sagrada presión que duró largo rato, lo cual fue para mí un presagio de las gracias que muy pronto recibiría.

            Después de la comida, durante la exhortación, vi un rayo que me derribó a tierra y me sobrevino un asalto acompañado de un desvanecimiento durante el cual vi un sol que llevaba escrito en sus rayos, en caracteres hebraicos, el gran nombre de Yahvé. Contemplé además montañas que se transformaban en ciudades, cuyas casas y murallas estaban edificadas en plata fina, trabajada por un artífice maravilloso.

            Estas visiones me sirvieron de símbolos para conocer las grandezas del hombre al que el Hijo de Dios llamó el más grande de todos los hombres, diciendo: Entre todos los hijos de mujer, no ha habido uno más grande que Juan el Bautista, lo cual, aprendí, expresaba la realidad de todos los hombres que habían existido hasta entonces. Quien mejor representaba a san Juan Bautista era el ángel que san Juan describe en su Apocalipsis, capítulo 7, al que vio elevarse en dirección del oriente: Vi subir del oriente a otro ángel (Ap_7_2), que tenía la marca y el signo del Dios vivo. El sol oriente es el Salvador, llamado por Zacarías, el padre de san Juan: Por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios, que ha hecho que ese sol naciente haya venido a visitarme de lo alto (Lc_1_78).

            Cuando el sol divino comenzó a despuntar sobre nuestro horizonte, san Juan apareció, adelantándosele algún tiempo como si fuera su aurora, y elevándose junto con él. Era portador del signo del Dios vivo. Como el divino sol había ocultado enteramente su majestad, conteniendo sus rayos para aparecer únicamente como hombre mortal, san Juan brilló como una hermosa luz, atrayendo sobre él todos los ojos de Judá. Los mismos escribas, que creían ser sabios, y tan bien versados en la ley, confundieron el signo con la realidad significada; la voz con el Verbo; creyeron que Juan era el Mesías y quisieron reconocerlo como tal.

            Su concepción, su nacimiento y toda su vida, lo mismo que su persona, no fueron sino un signo visible del misterio invisible de la Encarnación y de la persona de Jesucristo, que debía permanecer oculto por un tiempo. San Juan era la voz, que es un sonido sensible. Jesús era el Verbo, la palabra que encerrada en el entendimiento del Padre, la cual tomó aire, por así decir, para hacerse oír [699] primeramente a través del Bautista y su voz.

            Fue éste el primer rugido del León de Judá que hizo retemblar el desierto y las riberas del Jordán, aterrando a los pecadores para moverlos a una penitencia saludable. Dicha voz se hizo oír en las entrañas mismas de su madre, a la que convirtió en profetisa, y el día de su circuncisión por boca de su padre, quien cantó el sagrado cántico de acción de gracias a la divina majestad por haber comenzado a visitar y redimir a su pueblo: Bendito sea el Señor Dios de Israel (Lc_1_68).

            Mi alma pensó si este ángel, que no tiene nombre en el Apocalipsis, y que siempre es llamado otro ángel, no sería diferente de los siete arcángeles. Me refiero a su dignidad, y que Juan Bautista muy bien podría ser figura del ángel del que el evangelista nos habla en el capítulo 10 de su Apocalipsis, al que vio descender del cielo revestido de una nube, y sobre su cabeza el arco iris; y su cara radiante como un sol, llevando un libro en la mano. Sus pies eran semejantes a columnas de fuego, y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra. Rugía como un león, con una voz que fue seguida por la de siete truenos.

            Como san Juan vino en medio de las sombras y nubes de la ley, comenzando a disiparlas y esclarecerlas, anunció la nueva de la paz y de la alianza que Dios deseaba contraer con la naturaleza humana mediante la Encarnación del Verbo. Fue la luz que dio testimonio de la luz verdadera y del verdadero sol que muy pronto se manifestaría para iluminar a Isabel, su madre. Juan, sin embargo, recibió su luz de la Virgen sagrada. Como llevó al mundo este fuego, fue también una lámpara ardiente y luminosa.

            Dio sus primeros pasos con gran seguridad, siendo llevado por las manos de la Virgen, la cual, bien puede creerse, lo tomó en sus brazos en cuanto nació. Como precursor, fue ensalzado por encima todos los hombres en el regazo de la madre del Verbo Encarnado, al que ella llevaba en sus entrañas. Al besarlo a través de María, el Verbo confería una misión y emisión a su voz, que era llevada sobre aquel mar virginal, que sostenía uno de los pies de Juan, en tanto que el otro pie se posaba sobre la tierra estéril y milagrosamente fecunda de Santa Isabel, su madre, la cual sostenía a su hijo por el pie izquierdo, debido a que el derecho se había posado en las manos de la madre de Dios, la santa Virgen, siendo sostenido por ella, que era como un mar en la plenitud de sus gracias.

            [700] El libro que este ángel porta en sus manos es el mismo que contiene los misterios de la Encarnación, del Evangelio y de la predestinación. Conocía las cosas futuras y anunció lo que sucedería en los últimos tiempos. Amenazó a la posteridad de Abraham, llamándola raza de víboras, para desmentir su origen a causa de las obras impías e indignas de semejante padre. Predijo la reprobación de los judíos ingratos a los beneficios divinos y proclamó que Dios podía sacar hijos de Abraham de las piedras, que representaban a los gentiles menospreciados por los judíos, para adoptarlos como suyos, haciéndolos herederos de las promesas hechas al fidelísimo patriarca.

            Los hijos según la carne se hicieron indignos de las nuevas y divinas promesas. El león rugió hasta hacer brillar los siete truenos, por ser la voz del Verbo. Esta misión le fue encomendada por el Padre eterno, del que fue dignamente nombrado apóstol, por ser el ángel que prepararía los caminos del Mesías. Comenzó su oficio en las entrañas de su madre mediante la exultación de gozo a la que él la invitó para recibir con alegría al Verbo Increado al que la Virgen llevaba en sus entrañas. Al nacer devolvió el habla a su padre, el cual profetizó sus admirables grandezas. El ser entero del niño se alertó cuando Isabel dijo que su hijo había saltado a la voz del saludo con que la Virgen la había honrado.

            Los demonios se enteraron de que la Virgen era la mujer que debía confundirlos y aplastar la soberbia de Lucifer, su cabecilla, con un desprecio que me es inexpresable. Temían sin duda que el hijo del que estaba embarazada fuese aquel cuyo dominio recelaban, que para ellos sería una mano férrea que los vencería. Los reduciría a su tenebroso encierro después de echarlos fuera del reino de la tierra, del que se habían apoderado para ejercer su imperio sobre las almas que se complacían en las tinieblas del pecado.

            Juan les hizo ver que había llegado el fin de la ley escrita y que la de la gracia comenzaba a surgir, pues él era su amanecer. Esto los espantó como a ladrones descubiertos, a los que se obligar a restituir lo robado para ser después castigados según su delito, que consistía en robar la gloria de aquel niño, que la tomaría por soberanía, por serle esencialmente debida y por tener derecho al acceder al trono divino y humano.

            Juan debía ser el nuncio de la gracia delante de los hombres, debido a que el Verbo Encarnado lo adornó con ella, revistiéndolo con sus libreas desde las entrañas de su madre; gracia que enfurecía a los [701] demonios por representar la destrucción de su reino, arrancándoles gloriosamente a sus prisioneros, sobre los que esperaban descargar su furia. ¡Cómo habrán deseado que el hijo de Isabel y el de María jamás hubieran existido!; pero se trataba únicamente de malvados deseos, a los que la sabiduría divina deseaba combatir con un castigo eterno, arrojándoles, en el tiempo preestablecido, el polvo de la ignorancia a los ojos. Si es que los tienen, son parecidos a los búhos, que no soportan que el sol inunde la tierra con su claridad. No me admiraría que el búho-dragón perdiera de vista a esta mujer revestida de sol, coronada de estrellas y calzada con la luna, a la que fueron dadas dos grandes alas de águila para morar en el desierto, al que voló llevada por la fuerza divina, que la retiró a esos lugares para manifestar más tarde sus verdaderas intenciones frente a los ardides de los demonios y cegarlos con su luz.

            La tierra santa de la humanidad de Jesucristo devoró entero el río que dicho dragón, en su ira, derramó contra la simiente de la mujer que había escapado milagrosamente a sus expectativas. Miguel, el general de los ejércitos del Dios vivo, hizo gala de su fidelidad y su fuerza incomparables. El combate de Miguel y de sus ángeles fue tan funesto para el dragón y los suyos, que le impidió el poder mirar al cielo, perdiendo para siempre la esperanza de tener un lugar en él.

            Los demonios fueron enviados, durante algún tiempo, al espacio y sobre la tierra para seducir a los hombres que se les adherían; pero Dios había sellado a los suyos, que debían vencer en virtud de la sangre del cordero, que era el Hijo de aquella mujer tan milagrosamente protegida por Dios. Cuando el dragón vio que nada ganaba sobre el Hijo, tomó la forma de serpiente y después la de dragón para verter un torrente de astucia y emponzoñado furor con objeto de envenenar, si le era posible, a la mujer que llevaba al Hijo cuyo nombre anularía los efectos de cualquier veneno que la malicia de los demonios y de los hombres hubieran preparado a sus fieles amigos.

            El demonio que se rebeló contra su Dios trató, con toda su astucia, de soliviantar a los hijos de Abraham en contra de los mandatos divinos de su Padre. Juan fue enviado para convertirlos según las promesas que el ángel hizo a Zacarías, su padre: Tu hijo se llamar Juan. Muchos se alegran contigo en su nacimiento: porque ser grande en presencia del Señor. No beber vino ni cosa que pueda embriagar, a fin de que su milagrosa vida y su extraordinario fervor sean conocidos y promovidos por las mociones del Espíritu Santo, que lo [702] colmará desde el vientre de su madre: y convertir a muchos de los hijos de Israel al Señor Dios suyo: delante del cual ir él, revestido del espíritu y de la virtud de Elías, para reunir los corazones de los padres con los de los hijos y los incrédulos a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo perfecto (Lc_1_16s).

            Juan manifestaría el espíritu de Elías por medio de las poderosas y vehementes exhortaciones que haría al pueblo, saliendo de los desiertos para anunciar la penitencia, bautizando en el río Jordán y preparando a los hombres al bautismo del Mesías, al que daría a conocer señalándolo con el dedo y llamándolo cordero que lleva sobre sí los pecados del mundo. Revelaría que el cordero sería un león, que la segur estaba ya aplicada a la raíz de los árboles y que la omnipotencia de Dios sustituiría con los gentiles a los judíos, a los que llamó raza de víboras que desgarraban las entrañas de su propio Padre.

            Si Abraham hubiera vivido, habría muerto de pena por haber engendrado hijos tan malos, que dieron muerte al Verbo Encarnado y antes de él, a casi todos los profetas que la divina bondad les envió y les enviaría. Sus palabras son truenos que deben asombrar a los hombres. Los ángeles se pasman ante ellas. Tomó por asalto el cielo y la tierra, porque la soberana verdad afirmaría más tarde que el reino de los cielos sufría violencia desde los días de Juan Bautista, reino que hubiera arrebatado si la entrada, por un divino y justo mandato, no hubiera sido reservada al Verbo Encarnado, su legítimo rey. En calidad de heraldo suyo, a él correspondería mandar con voz fuerte que se levantaran las puertas para que entrara por ellas el rey de la gloria.

            Juan es el admirable ángel a quien se dio el poder de llevar el incensario de oro: Vino entonces otro ángel, y posose ante el altar con un incensario de oro, y diéronle muchos perfumes, de las oraciones de todos los santos para que los ofreciese sobre el altar de oro (Ap_8_3). El Santo de los santos, el Verbo Encarnado, quiso que san Juan Bautista ofreciera incienso en su presencia, por ser hijo de oración.

            Qué oraciones no elevara cuando se estremeció en las entrañas de su madre, presentando al Verbo Encarnado las plegarias de todos los santos que habían pasado antes que él, y que vendrían después de él por ser la clausura de las sombras y la abertura de la luz, de la que él venía a dar verdadero testimonio. Cerró la ley y los profetas para abrir el conocimiento de la gracia y preparó al pueblo a recibirla por bondad del Mesías, que le concedió una buena parte de ella en el momento de su santificación. Dicha gracia aumentó maravillosamente, de suerte que llegó a ser un prodigio de gracia y santidad: lámpara brillante y ardiente en presencia [703] de Dios y de los hombres.

            El Verbo Encarnado es el altar de oro y sumo Sacerdote, hombre y Dios todo a una, que posee el poder de igualarse a su divino Padre sin causarle detrimento, y de recibir el incienso y las adoraciones de todos los ángeles y de los hombres. De entre estos últimos, le fue especialmente agradable el incienso presentado por aquél a quién señaló como el hijo más grande nacido de mujer. Se complació en que aquel hijo de la raza de Aarón concebido en las entrañas de Isabel, del linaje de Aarón (Lc_1_5), presentase a su majestad el incienso más aromático ante el altar de oro del corazón divino y de las entrañas virginales: y el humo de los perfumes encendidos de las oraciones de los santos subió por la mano del ángel al acatamiento de Dios. Tomó luego el ángel el incensario, llenóle del fuego del altar, y arrojando este fuego a tierra, sintiéronse truenos, y voces y relámpagos y un grande terremoto (Ap_8_4s).

            En cuanto este ángel en carne humana nació y fue circuncidado, portando el turíbulo de oro que era su corazón, tan enamorado de las leyes divinas y tan pleno de un fuego sagrado que quiso extender sobre toda la tierra, el gozo y el temor se apoderaron de todos los testigos de las maravillas de su nacimiento, y exclamaron: ¿Quién pensáis ha de ser ese niño? porque la mano del Señor estaba con él. Además de que Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y profetizó diciendo: Bendito sea el Señor Dios de Israel (Lc_1_66s).

            Redención que sería copiosa y daría a conocer a los gentiles la bondad de las entrañas misericordiosas del Padre, que se movieron a piedad; por lo que nos visitó amorosamente por medio del divino Oriente que vino para iluminarnos y librarnos de las tinieblas en que yacíamos y de las sombras de la muerte, para llevarnos a caminar confiadamente en los caminos de paz y de salvación que su santo precursor vino a trazar para nosotros.

Capítulo 120 - Grandes gracias que el seráfico Doctor san Buenaventura obtuvo para mí. Fue un perfecto holocausto de ardiente y resplandeciente amor de Dios

            [705] Medité en la gratitud que debía al seráfico doctor san Buenaventura por haberme impetrado la gracia de penetrar en el costado del Hijo de Dios en su compañía, y había desviado, además, los designios de quienes deseaban encerrarme en un monasterio al que Dios no me llamaba, lo cual este santo me dio a conocer con certeza.

            Le di gracias por tantos beneficios recibidos de su caridad y ponderé durante algún tiempo las alabanzas que se le tributan, deteniéndome en el título de doctor seráfico. Mientras admiraba el amor de este seráfico doctor, me vino a la mente el ángel que predijo el nacimiento de Sansón a sus padres, el cual voló junto con la llama que consumió el holocausto.

            Comprendí que los ángeles sólo suben al cielo para presentar en él nuestros sacrificios cuando son perfectos y han sido consumidos por la llama del amor, y que esta llama procede del cielo, a la que Dios, por ser su origen, envía hasta el altar del alma para que consuma por medio de ellas su holocausto y se eleve hasta él en el extremo de esta favorable llama. Dios envía a sus ángeles, que son, según David, fuegos radiantes y llamas celestiales que suben hasta él.

            Para los ángeles, servir en torno a los sacrificios y holocaustos de amor representa una gran alegría. Comprendí que los serafines son los embajadores extraordinarios a quienes Dios envía para tratar asuntos de gran importancia, mismos que, con gran contento, contemplan y portan sus llamas sagradas a las víctimas de amor que llevan la corona de la suprema caridad.

            [706] Comprendí que el humilde cardenal y seráfico doctor san Buenaventura voló siempre con las llamas. Fue él quien nos anunció las excelencias del seráfico san Francisco, cuyo nacimiento apareció como un misterio y cuya vida fue un prodigio de amor desde el momento en que fue llamado a la vida espiritual, convirtiéndose en un holocausto perfecto. Al igual que Sansón, mereció llevar el nombre del sol. Fue él quien cantó amorosa y dignamente el cántico del sol. Dios encendió un brasero en este santo, que calentaba a todos los se le acercaban. Por toda la tierra se sintió su calor, y su fuego sigue ardiendo en muchos religiosos y seglares. Un serafín vino a horadar su cuerpo para proporcionar aire a sus llamas seráficas, por ser ardientes y propias para portar el fuego, conducirlo y alimentarlo en el cielo y en la tierra por mandato de Dios, cuyo nombre es fuego que consume y perfecciona.

            [706] Nuestro seráfico doctor se extasiaba al escribir la encendida vida de san Francisco, su seráfico padre. Su espíritu se elevó hasta la punta del fuego que consumió la admirable vida de su santo Patriarca, el cual le comunicó su seráfico ardor junto con su espíritu, que se nos manifiesta doblemente en este hijo y discípulo del amor, porque junto con la santidad de su Padre, poseyó la doctrina que ilumina la Iglesia con un fuego ardiente y luminoso; fuego que lo convirtió, a ejemplo de su Padre, en un perfecto holocausto.

            Gran santo, haz que yo viva y muera en la llama seráfica que me mostraste al decirme que Dios no quería que yo entrara en la orden religiosa que se me ofrecía, reservándome para el instituto de su Hijo Encarnado, que vino a traer el fuego a la tierra y que desea verlo arder.

            Pídele que sea yo digna de esta vocación a la que su bondad se ha dignado llamarme; que encienda nuestros corazones con las divinas llamas de las que te hizo dispensador. Espero esto de tu benevolencia, y que me transformes en holocausto perfecto, haciendo que mi alma se eleve hasta el divino Verbo Encarnado en el remate de la divina llama.

Capítulo 121 - La divina Providencia me prometió dirigir el espíritu de Su Eminencia, y bendecir a nuestro Rey Luis el Justo por su castidad.

            [707] En el año 1634, un piadoso y venerable padre de la orden de Santo Domingo, que fue mi confesor durante mi estancia en París, me escribió a Lyon pidiéndome que rogara con fervor por Su Eminencia ducal, quien fundó el noviciado del que dicho padre es superior, y que le dijera por escrito lo que Nuestro Señor me revelara, sin enseñar a nadie la carta que él me había escrito, ni mi respuesta. Fui fiel a ello, guardando su carta y enviando la mía sin mostrarla a mi confesor de Lyon.

            Supe, algunos meses después, que el Verbo Encarnado deseaba que dijera a mi actual confesor lo que escribí a aquel que estaba ausente: me dijo él que los secretos de los reyes deben permanecer ocultos y no tratarse y considerarse por la prudencia humana, que puede engañarse y que carece del poder necesario para impedir las desgracias que pueden ocurrir a causa de una declaración perjudicial; que los que su divina Providencia me enseñaba no eran de esta naturaleza porque, en cuanto Dios, al dar el ser da también la consecuencia del ser; que los consejos y designios de su providencia son infalibles y que, así como él escogió a Moisés para conducir al pueblo hebreo, eligió a su Eminencia ducal para dirigir a Francia y sembrar el asombro en toda Europa.

            Al mismo tiempo apareció ante mí una vara verdeante, la cual Dios le daría para demostrar su poder con hechos maravillosos, y que a favor de la misma pasaría el mar rojo de las contradicciones de los hombres y de los demonios. Añadió que su dirección demostraría que, para un hombre de estado, la diestra divina es más eficaz que la prudencia ordinaria. Vería yo grandes [708] maravillas y cómo aprecia la castidad de nuestro rey, cuyos lirios son más bellos que toda la gloria de Salomón, entre los cuales se complace de una manera que me parece inexplicable; que todo lo que él me había comunicado a partir de 1621 acerca de la protección y victorias que concedería al rey, se cumplirían con magnificencia.

            Dios mío, espero de tu providencia todas las bendiciones que me prometiste, las cuales anoté en diversos cuadernos que leyó el R.P. Bartolomé Jacquinot que ha sido nombrado provincial de la provincia de Francia de la Compañía de Jesús, así como en cartas que le envié mientras fue superior de la casa profesa de Tolosa y provincial de la misma provincia, y m tarde al ser superior de la casa profesa de París. El R.P. Gibalin puede atestiguar al presente todo lo que dije, porque leyó los escritos de los años mencionados. El R.P. Voisin sabe lo que le confesé a partir del año 1625. A ti, rey de los siglos inmortales, sea dada eterna gloria.

Capítulo 122 - El divino Salvador, por su preciosa sangre, da fuerza y gracia a las almas que ama, y llega a ser para ellas amoroso deleite, camino, vida y supereminente Santificación.

            [711] Como temía que mis debilidades e imperfecciones me impidieran o me incapacitaran para el designio que Dios me inspiró emprender y fundar con su gracia, vi un castillo rodeado de fosos, que estaban llenos de sangre y no de agua.

            En la misma visión contemplé una ciudad construida sobre roca, y en ella un templo. Sin reflexionar en dicha visión, seguí humillándome con el pensamiento de mis debilidades y flaquezas, uniéndome con amoroso afecto a aquel que era mi fuerza, y conjurándolo a demostrar su poder y no a perseguir una hoja que es juguete de los vientos, según el lamento de Job: ¿Contra una hoja que lleva el viento, haces alarde de tu poderío? (Jo_13_25), sino a dar firmeza a mi pequeñez y apoyo a mi debilidad con su fortaleza y constancia.

            Esta visión se me explicó bajo diferentes significados. Mi divino Amor me dijo que, por medio de la multitud de gracias que había recibido de su bondad, me ha concedido la capacidad de construir dentro de mí un templo a su divina Majestad, en el que se complace habitar, y que consideraría como su templo sagrado la Orden que establecería por mi medio, prometiéndome cimentarla sobre una roca que sostendría como [712] fundamento inconmovible la ciudad y el templo.

            Como dicha roca sería la divinidad, nada debía yo temer, porque él me había levantado como una ciudad amurallada, cuyo puente levadizo era su cuerpo sagrado, el cual permaneció anonadado por los sufrimientos durante su vida mortal, siendo ensalzado a las alegrías de la gloria después de su resurrección. Añadió que su amor me había abierto este admirable c mino que ignoraron los Patriarcas, que tuviera fe en su sangre y experimentara, confiando en él, las palabras del apóstol: Teniendo la esperanza de entrar en el santuario por la sangre de Cristo, con la cual nos abrió camino nuevo, y de vida, por el velo, esto es, por su carne (Hb_10_19s).

            Mientras admiraba aquellos fosos que hacían impenetrable la ciudad, y que estaban llenos de la sangre preciosa de mi divino Salvador, me dijo él que se había humillado para cavar fosos profundos y llenarlos con su propia sangre, la cual derramó amorosamente para complacer a su Padre y fortificar esta zona de guerra contra todos los enemigos que desearían asaltarla, los cuales no podrán ni colmar ni franquear sus fosos. Agregó que, si le soy fiel, su sangre sagrada me servir de defensa, de artesa, de bebida y de adorno; Santa Inés confesó que debía su belleza a esa sangre sagrada, con la que había coloreado sus mejillas, dándoles un suave arrebol: Con su sangre adorné mis mejillas.

            Hija, este gran torrente de sangre te pertenece; en él puedes beber a grandes tragos. Es el cáliz de salvación que tu [713] Salvador y Esposo ha llenado con su sangre. Te lo ofrece por ser su esposa, invitándote a beberlo y a sumergirte en él para lavarte, embellecerte y alegrarte por toda la eternidad.

            Querida mía, no ignoras que tu Salvador vino por el agua y por la sangre (Hb_9_19). Por el agua, en la creación, agua que sirvió de materia prima a la mayor parte de las criaturas que fueron sacadas de los abismos. Las aguas fueron creadas el primer día, y los abismos, que se encontraban cubiertos por las tinieblas primarias recibieron también los primeros rayos de luz, cuando ésta se produjo. Vino además en la redención, que fue consumada por la sangre del Cordero, cuyo efecto es la santificación de los elegidos.

            Así como el Espíritu Santo, sé movió sobre las aguas haciéndolas fecundas con su poder, así en la redención concede a ustedes, por la sangre, el poder y santidad que comunica por ser su autor. Es él quien da eficacia a la sangre para engendrar a todos los cristianos, los cuales nacen en el mar de la sangre del Salvador. La sangre separada de las venas significa la santidad, que es la separación y alejamiento de las criaturas. Por ello dijo san Pablo que el soberano Pontífice es purísimo y es separado de los pecadores: A la verdad, tal como éste nos convenía que fuese nuestro pontífice, santo, inocente, inmaculado, segregado de los pecadores (Hb_7_26).

            El Verbo, pues, al proyectar una nueva creación y aplicar la redención a través de este Instituto, por una amorosa iniciativa, vendrá por la sangre. A su vez, el Espíritu Santo, por la misma preciosa sangre, obrar una nueva santificación; Espíritu que fortalece y conforta mi alma, la cual apareció como una ciudadela o recinto rodeado de un extenso foso de sangre, que no presagiaba para mí nada funesto por ser un símbolo seguro de mi felicidad.

            Comprendí además que dichos fosos de sangre eran figura de la sangre que derramaría durante las guerras, que se prolongarían largos años. La justicia divina las permite para castigar los pecados de los hombres que hacen la guerra a Aquel que derramó su sangre por ellos, dejándola correr como un río que los conducir directo hasta su Padre.

            Quiso hacer de sí un camino nuevo trazado únicamente por el amor, y colocar su sagrado cuerpo como puente levadizo a fin de impedir la entrada de nuestros enemigos porque, mediante el admirable poder de su santo cuerpo, somos preservados de sus ataques sorpresivos. Dicho cuerpo fue [714] elevado a la derecha del Padre animado del alma que, como él, se apoya en el soporte del Verbo para formar un sólo Hombre-Dios, al que todo poder ha sido dado en el cielo y en la tierra; Hombre-Dios que es inseparable del Padre y del Espíritu Santo, por ser un Dios incomparablemente único. Unido a esas dos personas se complace en iluminar a las almas y conferirles, por los méritos de su sangre adorable, el bautismo de penitencia y santificación que lleva hasta la divina unión con él, su Padre y el Espíritu Santo.

            Por esta razón, al tener que subir junto con su santa humanidad sobre todos los cielos, dio a sus discípulos la misión y el mandato de ir por todo el mundo, diciéndoles: A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra: id, pues, e instruid a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándolas a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos que yo estar‚ continuamente con vosotros hasta la consumación de los siglos (Mt_28_19s). Discípulos míos, si desean complacerme, vayan por todo el mundo a predicar el amor que tengo hacia los hombres; este amor que es omnipotente para hacerlos felices y para disponerlos a unirse conmigo. Díganles lo que es necesario escribir; cómo hay que obrar y lo que deben pedir al Dios que los hizo, que los redimió y que desea santificarlos. Una vez preparados para recibir la fe, bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

            Denles buen ejemplo, haciendo lo que les he mandado, y asegúrenles que, al subir al cielo, donde fijar‚ mi morada gloriosa y visible, por ser el lugar adecuado para la manifestación de la gloria, también les prometo hacer en él mi morada invisible, permaneciendo invisiblemente con ustedes y con ellos mediante mi Santo Espíritu, mi sagrado cuerpo y mi alma bendita, hasta la consumación de los siglos. Les dejo mi cuerpo por alimento y mi sangre por bebida, a fin de que ustedes y ellos se unan a mí. De este modo, podrán vivir de mí así como yo vivo de mi Padre. Que sean uno en mí así como yo soy uno con mi Padre en el Espíritu Santo, que ama mi sangre y la da con abundancia a los que se lavan en ella y quedan del todo santificados. Suban hasta el santuario y lleguen a la santidad eminente por medio de esta sangre que habla elocuente y divinamente a mi Padre por ustedes y por ellos. Hija mía, si ofreces esta sangre preciosa, llegarás a poseer el espíritu de gracia.

 Capítulo 123 - Grandeza de san Agustín, que le fue reconocida como bendición, al igual que Jacob. Fue ensalzado sobre los demás Doctores. En tres virtudes podemos admirar su excelencia. Agosto de 1634

            [715] La víspera de nuestro Padre san Agustín, en 1634, me dirigí a este santo patriarca durante la oración, diciéndole que, a pesar de ser yo la última de sus hijas en esta Congregación que mi divino amor había querido establecer, que es la última de las órdenes que vivían bajo su regla y protección, cuya bula recibí la víspera de la Asunción de la Virgen, no por ello deseaba ser menos amada por él ni amar menos que las que son mayores que yo.

            Me presenté a su paternidad con confianza filial para recibir su bendición, diciéndole que él era mi Jacob y que yo, al igual que José, desearía tener mi parte y recibir la posesión que él había adquirido con su arco y flecha. Al proseguir esta meditación con fervor, fui altamente iluminada para conocer las grandezas de dicho santo esbozadas en la persona de Jacob, debido que a este patriarca lleva este título con más amplitud que Isaac y Abraham, su padre y abuelo, por haber sido progenitor de doce patriarcas que fueron el tallo del que brotó el pueblo de Dios dividido en doce tribus, y a que él solo engendró más padres que ningún otro de los antiguos patriarcas.

            A diferencia de los demás fundadores, nuestro Padre san Agustín tiene más institutos religiosos bajo su protección debido a que existe un número mucho mayor de órdenes, tanto de clérigos como de monjes, sean masculinas o femeninas, que lo reconocen como padre y que viven bajo su regla. Es éste el Jacob del que nació la estrella admirable, debido a que la Sma. Trinidad cumplió por su medio la antigua profecía: De Jacob nacerá una estrella. Estrella que no sólo fue Santo Domingo al que su madre vio grabado en un astro el cual confesó como padre a san Agustín. La estrella por excelencia que ha de brotar de él es el mismo Jesús, quien, por medio del Establecimiento de esta [716] Orden, tendrá una especie de segundo nacimiento aunque en realidad nació durante el reinado de Augusto al llegar la plenitud de los tiempos. En estos últimos tiempos nacer místicamente de san Agustín. Jacob recibió el nombre de impostor por haber tomado por el talón a su hermano Esaú estando aún en el vientre de su madre Rebeca, y por falsificar después su derecho de primogenitura para recibir la bendición de su padre.

            San Agustín es el falsario que derribó a todos los herejes del África, en especial a los maniqueos, cuyos principios refutó al recibir las primeras luces de su conversión. Siendo todavía catecúmeno, sobrepasó a todos los doctores que lo habían precedido, aventajándolos con creces mediante las luces que había recibido del cielo. Jacob mereció el nombre de Israel por haber luchado valientemente contra un ángel que representaba la persona de Dios. San Agustín luchó contra Dios de manera admirable debido a que las principales armas en este combate fueron los corazones. Agustín lanzó el suyo hacia Jesucristo, que es ángel del gran Consejo y Dios admirable. Jesús le dio el suyo a cambio; es decir, el corazón del amor, de la caridad. Quedó con ello tan poderosamente enfervorizado que dicho amor lo movió a exclamar que si él hubiera sido un Dios encarnado, habría querido dejar de serlo para dar lugar a que Jesucristo fuera Dios, si por un imposible no lo hubiera sido.

            Hasta este punto llegó a amar al Verbo Encarnado este ángel de nombre y de oficio. ¿Podría Dios, en efecto, haber resistido los asaltos de Agustín, y rehusarle su bendición? ¿Acaso caso no merecía llevar el nombre de Israel por haber contemplado las divinas verdades, en especial los inefables misterios de la Trinidad, de la Encarnación y de la gracia, con más claridad que Jacob y todos los demás doctores, entre los cuales se destaca como el águila que cierne su vuelo sobre todos ellos?

            Jacob quedó cojo después de aquel combate, a causa de la torcedura del nervio ciático. San Agustín, en cambio, obtuvo la muerte de la concupiscencia y caminó siempre con un paso lleno de desprecio a sí mismo. Mi alma conoció que las tres y más raras perfecciones de este santo, que lo transformaron en verdadero Jacob y vidente de Dios, fueron el amor, la pureza y la humildad. La eminencia de dicho amor situó su corazón en medio de los serafines elevando así a Agustín por encima de los demás doctores.

            [717] Su pureza, después del bautismo, fue incomparable, sin par, a pesar de que antes de su conversión experimentó la efervescencia de una juventud libertina en extremo. Su humildad sigue admirando a quienes leen sus Confesiones, con las que se propuso revelar a todo el mundo sus pecados más ocultos en la narración de su vida más íntima. Quiso, de este modo, abajarse ante los ojos de las generaciones futuras. La humildad de los demás santos terminó con su vida; san Agustín, empero, sigue hoy en día, y continuar hasta el fin de los siglos, en el acto de la más profunda humildad que pueda practicarse en esta vida. Por espacio de dos horas, estas tres grandezas me inspiraron una infinidad de hermosos pensamientos hasta que, bañada en mis lágrimas, me arrojé con una confianza del todo filial en el seno de mi amoroso Padre.

Capítulo 124 - Dios concede a las almas que se adhieren a él, la gracia de permanecer serenas y constantes ante el desprecio de los hombres.

            [719] Mi divino amor me dijo esta mañana: Hija, recuerda que el rey profeta escribió para asegurar a las almas mi protección cuando deciden emprender la subida hacia la perfección que conviene a cada una de ellas. No temas, te ha encomendado a sus ángeles, los cuales te tomar en sus manos para que tu pie no tropiece contra alguna piedra (Mt_4_6). Estas palabras fueron dichas a causa de ti, mi muy amada. Considera que eres poco sensible a tantos rechazos como recibes de parte de un prelado que debería acogerte con benignidad. Repite con el mismo profeta: El Señor es mi luz, ¿a quién temeré? (Sal_27_1). Yo tuve en contra mía a los sacerdotes, escribas y fariseos; fui abofeteado en sus casas y azotado en la de Pilatos, a quien declaré que no tendría poder alguno sobre mí si no le fuera dado de arriba.

            Experimenté por ello un gran gozo de corazón; y sabedora de donde procedía la alegría de ser menospreciada por mi prelado, sentí la obligación de atribuir al divino amor la unión de dos contrarios en un mismo sujeto. Por ello exclamé: Este es el día que hizo el Señor (Sal_118_24).

            Sí, prosiguió mi divino esposo, el día de la santa alegría fue hecho por mí, pues la noche es obra del demonio: Voz de júbilo y de victoria en las moradas de los justos (Sal_118_15). Hija mía, tu contento es mayor que el de los que te persiguen los cuales se ven atormentados por sus propios pensamientos.

            Invité entonces a san Miguel, promotor de la orden cuya fundación se rechazaba, a interceder en el cielo ante el Señor fuerte en las batallas y vencedor cuando juzga su causa, el cual tiene pensamientos de paz para todos los que confían en él. Al declararse protector suyo, los demás hombres no pueden turbarlos.

            Dios produce abundancia de paz en quienes aman su ley y no se escandalizan de que permita que tantas personas no aprovechen el tiempo ni las oportunidades, pues saben que es tenaz en su paciencia y aguarda con bondad su posible conversión, aunque para ello tenga que esperar hasta el fin de sus días.

Capítulo 125 - Plenitud de Dios y su inclinación a comunicarla hacia el interior mediante las divinas emanaciones, y hacia el exterior por medio de amorosas efusiones. 18 de septiembre de 1634.

            [721] Una noche, no pudiendo dormir, lo cual me sucede con mucha frecuencia, oraba con mi divino Salvador, el cual pasaba las noches en oración con Dios. Fui entonces altamente iluminada en la inteligencia de este verso de David: Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos; por el soplo de su boca toda su fuerza (Sal_33_6).

            Comprendí, con una inteligencia muy sublime y mediante una visión, que en medio de la oscuridad de la fe se me concedía participar de los fulgores de la gloria que en Dios es una plenitud total, tan plena como bueno e infinitamente comunicativo es él por esencia. Percibí además que su inclinación a comunicarse brota de su plenitud, que él desea desbordar.

            Vi cómo, en la duración interminable de la eternidad, se ha complacido infinitamente en su bondad y en su plenitud, y cómo siempre ha deseado derramarse sobre sus criaturas, lo cual le proporciona un doble placer al comunicarse, siendo el primero el hacerlo en sí mismo, desde la eternidad, mediante las emanaciones y procesiones divinas con las que se comunica por medio de relaciones que en todo igualan su plenitud, ya que cada persona divina recibe el origen completo de dicha plenitud sin aminorarla. Toda la divinidad se encuentra en el origen, en la fuente de procedencia que es el Padre; toda está en el Hijo, [722] y toda se halla en el Espíritu Santo. Son como tres ríos, cada uno de los cuales es idéntico a la fuente.

            Además de estas comunicaciones infinitas, existe en Dios una inclinación infinita a comunicarse a su exterior. Estas primeras comunicaciones se dan en Dios como dilataciones causadas por la emanación de las personas distintas en la unidad de la misma esencia que posee la plenitud esencial de la misma divinidad, la cual, aunque se basta a si misma, tiene sin embargo el deseo según nuestra manera de hablar de compartir toda su plenitud.

            Como la plenitud es la primera causa de la inclinación que tiene la bondad de comunicarse y derramarse, Dios posee tanta inclinación a comunicarse como bondad y plenitud hay en él. La plenitud de Dios lo mueve de tal modo a obrar estos derramamientos y dilataciones o ensanchamientos internos, que el Padre produce necesariamente un Hijo, un Verbo al que comunica toda su plenitud. Unidos, el Padre y el Hijo desatan, me atrevo a usar la expresión, la totalidad de la misma plenitud en el Espíritu Santo al producirlo. Es necesario señalar que la inclinación de Dios a derramarse fuera de si es plenamente libre, ya que es capaz de retener toda su plenitud en sí mismo sin sufrir sobrecarga ni incomodidad alguna, y sin que su felicidad dependa de estas comunicaciones que obra a su exterior, como sucede con la luz del sol y los rayos que despide sobre los demás cuerpos.

            Dios, sin embargo, quiso y quiere, con entera libertad, seguir los sagrados movimientos y las amorosas inclinaciones de su plenitud y de su bondad al comunicarse fuera de si. Cuando el Padre ideó este designio, el Verbo y el Espíritu Santo lo aceptaron; o más bien, lo planearon juntos los tres, pues sólo tienen un intelecto y una voluntad.

            Como ninguna simple criatura puede recibir en su seno toda la comunicación de dicha plenitud, el Hijo, que es el Verbo y el término de la inteligencia del Padre, al intuir sus designios se ofreció a si mismo para complacer al Padre y al Espíritu Santo, convirtiéndose en criatura, humillándose y disponiéndose a recibir la plenitud de la divinidad en su humanidad, como nos enseña san Pablo: Porque en él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente (Col_2_9).

            Y así como el Verbo, al ofrecerse para llevar a cabo todos los designios de su Padre, dijo que se hará hombre, el Espíritu Santo cooperó a los mismos fines, debido a que el Verbo Encarnado transformara al ser [723] humano en un receptáculo de la divina plenitud, haciéndolo capaz de recibir en su totalidad la fuente de origen y la plenitud divina debido repito, a que el Verbo es el término total de la inteligencia del Padre, el cual recibe en sí a todo el Padre como un sello, una impronta. Al hacerse hombre, reservó y abrazó a toda la divinidad, que es esencialmente plenitud. Al obrar de esta manera, el mismo Verbo formó y afirmó los hermosos cielos de la humanidad, que fueron adornados y perfeccionados por el Espíritu Santo.

            Esta divina persona es el lazo que une al Padre y al Hijo en las divinas comunicaciones; es el término definitivo en el que todas terminan. Sin él, quedarían incompletas. Es él quien da belleza a las comunicaciones creadas, en especial a las que se digna favorecer con un amor especial. Me dijo que, por ser Espíritu de amor, sus comunicaciones se inician por amor, se ejecutan por amor, terminan en el amor y se perfeccionan por medio del amor.

            El Verbo y su Padre, en el seno de la divinidad, producen al Espíritu Santo, que no puede ser ni el Padre, ni el Hijo. El procede del Padre y del Hijo, y por ello, lo envía con su Padre a la tierra para adornar y perfeccionar lo que ha comenzado: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm_5_5). Así como no pueden ser separados en la esencia que da a las tres personas su ser común, tampoco pueden serlo en las acciones externas que les son comunes. Los soportes son distintos en el interior; las propiedades personales pertenecen de manera tan adecuada a cada una de las personas, que no pueden apropiarse a las otras: [724] La irascibilidad corresponde al Padre, la filiación, al Hijo y la espiración, al Espíritu Santo, que recibe del Padre y del Hijo como de su principio único. El nada produce en la divinidad, porque en él todo es inmensamente producido: es el término de todas las emanaciones internas, y el círculo inmenso de la plenitud divina.

            La boca de la divinidad es el Padre, que comunica sin recibir. El Verbo recibe y comunica con el Padre al Espíritu Santo, que es igual y coesencial a ellos. El une al Padre y al Hijo con un lazo indisoluble y divino. La primera comunicación y el primer desbordamiento de toda la plenitud se dirige al Verbo, para terminar en el Espíritu Santo, el cual se complace en perfeccionar las comunicaciones al exterior. El poder del amor, de la multiplicación, de la adopción y de la santificación provienen del Espíritu Santo: por el soplo de su boca toda su fuerza (Sal_33_6).

            David, en el salmo 44: Rebosa mi corazón un bello canto (Sal_44_1), describe a Dios en una plenitud que se desata con impetuosidad. Es una realidad que nuestra plenitud nos abruma y no carece de cierta tosquedad. La de Dios, en cambio, es santa, honorable y dichosa. El Verbo, al recibir la naturaleza y la bondad del Padre, es esencial e infinitamente bueno. El Espíritu Santo, que recibe del Padre y del Verbo todo cuanto posee, no los reseca ni agota en manera alguna su plenitud, la cual es siempre fecunda en el Padre y en el Hijo. En él habita toda su inmensidad, a pesar de ser estéril porque recibe sin producir nada: él es el amor subsistente.

            El Espíritu Santo, enamorado de los dos espirantes, presiona, por así decir, al Padre y al Hijo para que derramen su plenitud sobre nuestra naturaleza. Al igual que el Padre y el Hijo, es fecundo hacia el exterior. El es la bondad comunicativa fuera de sí mismo. Fue él quien alentó los deseos de los profetas a recibir dignamente la esencia del Padre y del Hijo, que debía hacerse hombre. Fue él quien alentó los deseos de la Virgen para que urgiera a la divina bondad. Valiéndose de su anonadamiento, el Espíritu Santo quiso capacitarla para que llegara a ser [725] la madre del Verbo que quiso encarnarse en sus entrañas. El creador quiso hacerse criatura en el seno de María, sobre la que el Espíritu Santo, todo amor, descendió para dar forma al cuerpo del Verbo. Una vez formado el cuerpo de Adán, Dios sopló sobre su rostro un hálito, un espíritu de vida. En este espíritu residían la vida entera, el poder y el ornato del hombre. Besó al hombre y, por medio del soplo de vida, perfeccionó su obra a su imagen y semejanza: el hombre fue hecho por el Dios de bondad como alma viviente. Cuando el Espíritu de vida, el vivificador, fue de este modo inspirado sobre su rostro, recibió el ósculo sagrado de labios mismos de su Hacedor.

            Mi alma intuyó que Dios es una boca que siempre da y rebosa sin recibir nada, debido a que posee en si mismo la fuente primera e inagotable. Las criaturas tienen bocas para atraer a Dios hacia ellas y sorber sus gracias. Si llegan a comunican y verter agua sobre otros seres criados, se trata de la misma que antes recibieron de labios de Dios.

            Contemplé al Padre como un pecho materno lleno a rebosar, cuya plenitud se descargaba necesaria y voluntariamente sobre el Verbo, que mis sentidos percibieron como la leche. El Espíritu Santo fue el calor que impulsó a la leche a destilarse en mi alma de manera tan deliciosa, que no puedo expresar con la pluma tan admirable efusión de su caridad divina sobre mí.

            Comprendí que la comunicación de la misma a través de la Encarnación alegró inefablemente a la Sma. Trinidad, que encuentra un gozo indecible en que el Verbo se haya hecho hombre para satisfacer la inclinación infinita que posee su plenitud a comunicarse, lo cual había hecho hasta entonces a manera de arroyuelos de agua. Ninguna simple criatura hubiera sido capaz de recibir la extensa inmensidad de este mar si el Verbo no se hubiera hecho criatura. Sin dejar de ser creador, se ensanchó en la Encarnación para recibir la totalidad de la plenitud divina, que habita corporalmente en el amable Cristo Jesús.

            [726] Podría parecer que aceptó empobrecerse para hacer posible que la humanidad entera poseyera los tesoros de Dios. Nada, sin embargo, perdió, porque devolvió a su Padre todo cuanto había recibido. Como esta plenitud anegó a la criatura sin perderla, se remontó, rebosante y reiterada, hasta el seno del Padre eterno, del que procede toda la plenitud del Verbo, el cual a su vez la comunicó a la criatura que es su humanidad, con la que comparte todo cuanto recibe de su Padre. La finalidad de todo esto es atraer a todas las criaturas Todo esto a fin de conducir a todas las criaturas a su Padre y a la plenitud de la que se deslizaron como gotas minúsculas que retornan, sin acrecerlo, a su mar de origen.

            A este retorno se refirió el Verbo Encarnado cuando dijo que había salido de su Padre por generación eterna: "Salí del Padre, que había venido al mundo por la Encarnación, y que dejaba el mundo para volver a su Padre: el Ahora dejo el mundo y me voy al Padre. Esto es posible porque no se detiene en la criatura, sino que la conduce a su Padre. El llenó con su plenitud las regiones más escondidas e inferiores de la tierra, hasta las que descendió. Quiso unirse a la nada tomando su propia humanidad, que carecía de subsistencia propia. Obró la maravilla de apoyarla sobre la suya, que era divina, elevando de este modo nuestra naturaleza hasta la unión hipostática: dos naturalezas con un solo soporte.

            Dios se hizo hombre, y el hombre se ha convertido en Dios porque hizo a los hombres participantes de su naturaleza divina, elevando a todas las criaturas en la Encarnación y en la Ascensión. La creación entera es relacionada con el Verbo, porque fue hecha por él, y el Padre la conoció y la conoce en si mismo. Así como las criaturas son producidas por el Verbo, producción que es una salida o comunicación de la plenitud de Dios fuera de si, así ellas vuelven a su origen y a su plenitud a través del Verbo Encarnado, porque todo ha sido renovado y obrado en Jesucristo, que es nuestra senda, el camino para ir a su Padre y conducirnos hasta él.

            [727] El Verbo Encarnado se comporta como los hijos que toman de sus padres todo cuanto pueden para socorrer a los pobres. El saca de los tesoros de su Padre, que son también los suyos. Todo lo que recibe del Padre, que le da necesariamente por ser Dios como él, y con muchísimo gusto en su calidad de Hombre-Dios, lo comparte con nosotros a fin de santificarnos y de que lleguemos a ser uno con él. El desea devolver todo a su Padre, al que refiere todo lo que es, todo lo que posee. Es muy generoso y muy mezquino: pródigo y avariento a la vez. Pródigo al dar todo a las criaturas; avaro al exigir todo lo que les ha entregado para devolverlo a su Padre, de quien todo ha recibido. Nada reserva para si; ni aun la gloria de haber dado, por desear que toda sea dada a su Padre, al que vino a glorificar al mundo. De este modo, el designio de la Encarnación tiende, en su integridad, a la comunicación de toda la plenitud de la divinidad a nuestra humanidad y a un retorno de todo lo que ha sido comunicado, a la plenitud de la que deriva, estableciendo así un ciclo admirable.

            Vi cómo la plenitud de Dios se descargaba en las criaturas de razón por la gracia y la gloria, y cómo a ellas, al devolverlas a Dios con acción de gracias, se les concede gozar de la gracia y de la gloria de Dios, de cuya plenitud reciben continuamente por mediación del Verbo Encarnado: De cuya plenitud recibimos todos.

            Como Cristo Jesús, el Verbo Encarnado, posee en si toda plenitud, quiso servir de canal o acueducto en el que la gracia pudiera afluir hasta nosotros, que hemos recibido todo de su plenitud. El Verbo colma el cielo y la tierra: Yo lleno el cielo y la tierra; el cielo de la divinidad y la tierra de la humanidad. El llena todo lo que es increado y todo lo que ha sido creado.

            Estas luces y conocimientos movieron mi alma a nuevos afectos hacia el Verbo Encarnado, en el que admiraba tantas grandezas, enamorándome de la plenitud que recibía de su Padre, la cual le comunica en cuanto Dios y en cuanto hombre. Lo conjuré para que se dignara continuar las comunicaciones de su esplendor sobre nosotros y el retorno a su Padre, junto con él, de todo lo que ha [728] concedido al mundo.

            Le supliqué que se dignara llevar a cabo, para gloria suya, su proyecto de la nueva encarnación que me ha prometido; y para este fin, si era ésta su voluntad, hiciera renacer una virgen que le ofreciera un corazón sincero y humilde, vacío de todo amor creado e imperfecto, en la que pudiera derramar toda su plenitud.

            Mi divino esposo me dijo: Eres tú, amada mía, la escogida para representar y ocupar el lugar de mi madre en esta nueva comunicación. Eres tú la ciudad de la que habla David: Su fundación sobre los montes santos (Sal_86_1), que es cimentada en las santas montañas que contemplaste el día de ayer. Amo mucho más las puertas de esta Sión que todos los tabernáculos de Jacob. Las gracias que te conceder‚ lo mismo que a esta Orden, mediante la cual me darás a luz por segunda vez, serán capaces de provocar los celos de todas las demás a causa de la abundancia de bendiciones que derramar‚ sobre ella.

            En cuanto a ti, amada mía, eres mi ciudad de la que se dirán grandes maravillas para gloria mía, la cual ser extendida y conocida por tu medio. Los pecadores se convertirán gracias a tu esfuerzo, y mediante el favor de las gracias que te doy y te dar‚. Te levantarás ante los pecadores y las babilonias en la confusión de su vida y las almas prostituidas en sus placeres serán llevadas al conocimiento de Dios.

            Los extranjeros representados por los que habitan en Tiro, que sólo piensan en sus negocios, vendrán a mí. Los etíopes, tan negros en sus afectos como en su piel, confesarán llenos de admiración ante tantos prodigios, que eres verdaderamente la ciudad de Dios y la casa del Verbo Encarnado, el cual nació en ella, y que fue construida y cimentada por su fuerza omnipotente y por la altura y sublimidad de su sabiduría. Los hombres en nada contribuir a ello; los habitantes de esta ciudad y de esta casa, que serán mis hijas y esposas, tendrán almas reales y habitarán en Dios en medio de [729] alegrías imperecederas.

            Estas maravillas serán además, transmitidas a la posteridad mediante las historias y anales de las naciones, pues me valdré de sus plumas para dar a conocer la maravilla de mis obras.

            Querido esposo, tu amor nunca es satisfecho; cuando te complace acariciar un alma, lo haces con palabras tan dulces y halagüeñas, que es difícil, para los que jamás han gustado las dulzuras de tu bondad creer en semejante condescendencia, e imaginan que se trata de divagaciones de un espíritu invadido por el amor propio y la vanidad de sus propias excelencias, y no de los sinceros afectos de una bondad que desconocen y, mucho menos, experimentan.

            Quienes conocen las fieles narraciones de las familiaridades de Jesucristo hacia ciertas almas que él ha escogido por esposas, saben que este es su modo ordinario de tratar con ellas. No les sorprende, pues, que una bondad infinita se comunique, a pesar de encontrarse a tanta altura, con una humilde joven a la que se digna acariciar.

            Este esposo, del todo divino y enamorado de quienes lo aman, no se contentó con haberme acariciado de esta suerte. Al notar el temor que tengo hacia mi debilidad, la desconfianza en mí misma y a no poder llevar a cabo su designio, añadió tiernamente:

            Como tú debes representar en este mi Instituto a la Sma. Virgen, mi digna madre, no debes turbarte, sino buscar en todo el descanso y tu paz, gozando de la quietud de la heredad de tu Señor, y alegrándote en él como mi madre, porque él es tu divino Salvador y en su heredad posees todo lo que ha sido dado a los demás sólo en parte.

            Me ordenaste soberanamente, queridísimo esposo, y muy amablemente, que, como tú me habías creado y destinado para el noble oficio de ser un tabernáculo en el que te complacieras en morar, habitara en Jacob para suplantar todo cuanto se opusiera a tu Orden, diciéndome además, que en recompensa, tendría a mi heredad en Israel.

            Agregaste que, a pesar de ser [730] peregrina en esta tierra, gozo por adelantado de multitud de divinas claridades. Me aseguraste que sería yo fuerte contra el mismo Dios, atrayéndolo a mis deseos. Me dijiste: Esto no es de maravillar, queridísima mía, porque posees al Verbo, que soy yo, en su plenitud. Hunde tus raíces en los elegidos conversando familiarmente con los santos del paraíso. Las raíces de los demás se enlazan con la tierra, y ésta se une con ellas. Mediante este enlace, las raíces viven y la tierra se hace fecunda; de otro modo, sería estéril. Únete, mi mía, con los bienaventurados, y goza, en la fe, lo que poseen ellos en la gloria. Saca fuerza y vida de ellos para que obren por tu medio, ya que por su estado no pueden merecer nada por ellos mismos han dejado el camino para merecer porque ya lograron su meta.

            Estas palabras, salidas de la boca sagrada de mi esposo, me afirmaron en mis resoluciones como un árbol plantado en Sión, llevándome a reposar en la ciudad santa y haciéndome fuerte como Jerusalén, ciudad fortificada y bien poblada.

            Me dijiste además, por exceso de bondad, que había yo echado raíces en un pueblo digno, estando asociada a los ángeles, cuya primera religión fue adorar al Verbo Encarnado. Escogí también como heredad el honor de participar de Dios, siendo toda del Verbo y el Verbo todo mío, en calidad de esposa y teniendo comunidad de bienes.

            Finalizaste diciendo que permanecería yo en la plenitud de los santos, no sólo porque vivir‚ en medio de los bienaventurados, sino porque la plenitud de los santos no es otra que la divinidad que los colma, y que ya desde este mundo mi espíritu tenía su conversación con ella en el cielo. Insististe en que fijara mí morada en esta gloriosa plenitud y que no rechazara sus bondades.

            Comprendí que David cometió una falta al ordenar el censo de su pueblo, sabiendo que en Dios había plenitud de fuerza, sabiduría y bondad, pues con ello se emancipó de aquel que era su Dios y [731] Padre. Presumió de sus fuerzas al apoyarse en la multitud de hombres que le estaban sujetos, sin considerar que Dios sale victorioso con uno entre mil; que teniendo de su lado al Señor de los ejércitos que es fuerte y poderoso, podía, con su fuerza, vencer a todos sus enemigos. No contó con el Vería por diez millones, ya que las hijas de Jerusalén y de Sión valoraron a David en diez mil. Sin el Verbo Encarnado, todo es nada. Con él, la nada se convierte en todo. Así como descendió para salvar a todos, así subió para salvar a todos, colmar a todos de gloria y llevar todas las cosas a su plenitud, según afirma san Pablo.

            Dije a mi amor que no que no deseaba emanciparme; y que sin El, todo lo creado era nada para mí; que yo era toda suya, y que deseaba hacer lo que David no pudo hacer, proponiéndome construir un templo a su majestad, el cual levantaría con mi pobreza. Como él me dijo que dejara la casa de mi padre y que me daría con qué construir para él una santa casa, le dije que sería una gracia muy grande para mí el que me concediera mediante su caridad todo lo que era necesario para proveer a los gastos y materiales del templo que él deseaba erigir, porque yo era más débil y delicada que Salomón, al que David nombró heredero de sus designios y su corona, y cuyas debilidades tuvo en cuenta cuando dijo que era tierno y delicado. Tuve la firme esperanza en que su providencia aportaría todo lo necesario para la edificación del templo que levantaría para él por mandato suyo.

            Me dijo que su misericordia me seguiría todos los días de mi vida, puesto que me la había dado como séquito y yo no había olvidado el exceso de bondad que le impulsó a decirme un primer día del año, durante mi estancia en París, que su misericordia estaría a mi servicio, palabra que me sumergió en una confusión inexplicable.

            [732] No me hubiese atrevido a pensar en tan gran favor si su amor no me lo hubiera ofrecido, moviéndome a aceptarlo con humilde y confiado agradecimiento, manifestándome que un niño no agrada a su madre si rehúsa la leche que le ofrece de la plenitud de sus pechos, movida por su amor maternal. Agregó que él era la plenitud divina y humana y que deseaba colmarme de sus bienes de naturaleza, de gracia y de gloria. Su voluntad es que acepte de corazón su bondad, que se ha complacido en mostrarse generosa y magnífica hacia mí.

            Después de las expresiones de su divino amor, ¿Qué podrá hacer aquella que carece de palabras para expresar lo que no puede agradecer suficientemente, sino cantar con David? La tierra está llena de la misericordia del Señor (Sal_33_5).

Capítulo 126 - La Justicia divina envió un diluvio sobre la tierra para castigar a los lujuriosos e hizo un horno de fuego debajo de ella para castigar a los hipócritas.

            [733] Un día, durante el mes de septiembre, mi alma se ocupó en considerar cómo la justicia divina, después de contenerse durante varios años, demostrando su poder en su paciencia, tuvo que hacer un mundo nuevo. Para ello resolvió enviar un diluvio para lavar los crímenes de sus hijos, que se habían dejado atrapar por el amor de las hijas de los hombres.

            Estos hijos, que se denominaban familia de Dios, no eran ángeles, sino descendencia de Enoc, porque después de ser trasladado, Dios mostró una providencia particular hacia sus hijos y sobrinos, los cuales, por dicha causa, llevaron el glorioso nombre de hijos de Dios. Ellos, sin embargo, se hicieron indignos de su condición a causa de su amor sensual y desordenado. La primera corrupción vino de Tubalcaín, el cual, para complacer a su hermana Noemí, nombre que significa bella, inventó los instrumentos musicales y a continuación la danza.

            Dichos hombres se dejaron encantar de tal modo por el amor de las mujeres, y temieron tanto desagradarlas, que les descubrieron todo su corazón. A ellas confesó Lamec su secreto y el crimen que había cometido en la persona de Caín, sin otro testigo que el cielo. No fue, empero, sin misterio, que el mismo Tubalcaín, que inventó los instrumentos y la danza, encontrara también la aplicación del hierro en la fabricación de espadas e instrumentos cortantes, que son enseres de suplicio para castigar los excesos, desórdenes y placeres que los bailes y los instrumentos engendrarían en su día.

            Los enamorados que se glorían en batirse por aquellas a quienes aman con locura, reciben su recompensa en el hierro que les arrebata la vida, termina con su amor por un capricho y precipita su alma a oscuras mazmorras. De siervos de sus locos amores, se convierten en esclavos del tormento, siendo condenados a suplicios perpetuos a causa de los complacientes halagos con los que dieron el nombre de divinidad a criaturas a quienes adoran como al Dios que deberán amar.

            Rechinan furiosamente los dientes y blasfeman con rabia tendidos sobre su lecho de brasas que sustituye al t lamo de sus delicias, siendo desgarrados por las zarpas de los demonios, que golpean sobre estos desventurados del mismo modo en que los herreros golpean el hierro sobre el yunque, sin que estos tormentos puedan ablandar jamás su corazón para amar a su Creador.

            [734] Como han llegado a su término, jamás cambiarán: su malicia ser tan infinita como su suplicio. Sus cadenas serán eternas y los retendrán en esas llamas de las que habla el profeta al dirigirse a los hipócritas: ¿Quién de vosotros podrá habitar con un fuego devorador? ¿Quién de vosotros podrá morar entre los ardores eternos? (Is_33_14). Los hipócritas son merecedores de estos suplicios lo mismo que los adoradores de falsas divinidades, pues estos últimos desmienten sus creencias en el grado en que los otros obran contra su profesión de amar y servir a Dios con sencillez de corazón.

            Los primeros se deslizan por el camino del deseo y se degüellan o se matan mutuamente por crueldad para sostener una irracional unidad a la que llaman punto de honor, y su desleal fidelidad a criaturas que ellos dicen ser objeto de su frívola adoración. Los dos son pura apariencia: se las arreglan para aparecer devotos delante de los hombres, en tanto que su corazón, al que Dios hizo para él ,sufre la tortura de los remordimientos, que soportan sin cambiar ni convertirse a su Señor. Lo reverencian con los labios pero, como dijo el profeta, sus corazones están muy lejos de él.

 Capítulo 127 - Sublimes conocimientos que el Verbo Encarnado me comunicó, y cómo me ordenó hablar de ellos porque me ha establecido como fuente abierta en el seno de su Iglesia y me ha concedido la unción del Espíritu Santo. Octubre de 1964.

            [735] Un día, en que me reprendía a mí misma por hablar de cosas que sobrepasan la inteligencia de cualquier joven, lo cual parecen reprobar algunas personas, reputándolo a vanidad, mi divino Señor me respondió que, en la antigua ley, las fuentes habían sido selladas y cerrados los jardines, pero que en el presente todo había cambiado; que me había hecho fuente de David abierta a todos; que mi paladar despedía suave aroma, mi palabra era grata y mi voz le complacía. Por ello deseaba que revelara yo en parte los [736] favores que él me concedía, pues me sería imposible expresar la totalidad de los que comparte conmigo por ser su esposa.

            Añadió yo que enseñaría a muchos la justicia, y que la claridad y la gloria de los doctores de la que habla David me estaba reservada; que lo que el pueblo judío sólo tuvo en figura, se haría realidad en la Orden que él deseaba establecer valiéndose de una joven, y que concedería gracias y dones a las que serían llamadas a ella, con la ventaja de la realidad, que sobrepasa los símbolos. Daniel dijo: Mas los que hubieren sido sabios brillarán como la luz del firmamento; y como estrellas por toda la eternidad aquellos que hubieren enseñado a muchos la justicia (Dn_12_3). Pero tú, ¡oh Daniel!, ten guardadas estas palabras y sella el libro hasta el tiempo determinado; muchos le recorrerán, y sacarán de él mucha doctrina (Dn_12_4). Daniel, guarda estas palabras y coloca el sello al libro. Eres profeta de la ley, que nada puede añadir a la perfección. Saluda las promesas de lejos, en compañía de los patriarcas. Sus efectos están reservados a la fe del pueblo que nacer después del Mesías.

            [737] Ser él quien colme de ciencia no sólo a los hombres, sino a niñas que, ignorando las letras, penetrarán en mis potencias y podrán decir con más experiencia que Daniel que entienden los misterios con mayor claridad que los antiguos y los maestros que los enseñan, porque yo les comunico la ciencia infusa. Ellas son enseñadas por Dios, que hace a sus discípulos tan ardientes como luminosos, tan devotos como sabios en el tiempo determinado.

            Y el hombre que estaba revestido de lino dijo grandes cosas al jurar por aquel que vive eternamente que llegaría un tiempo y después la mitad de un tiempo: y cuando se habrá cumplido la dispersión de la muchedumbre del pueblo santo, entonces tendrán efecto todas estas cosas (Dn_12_7). ¿Pero, Señor, qué es lo que Daniel entendió de esos dos tiempos, un medio tiempo y de los grandes misterios?

            Hija, sigue el texto: Yo oí esto, mas no lo comprendí. Y dije: ¡Oh, Señor mío!, ¿Qué es lo que sucederá después de estas cosas? (Dn_12_8). Le respondí: Yo mismo, que deberé revestirme del lino de vuestra [738] humanidad: Anda, Daniel, que estas son cosas recónditas y selladas hasta el tiempo determinado. Muchos serán escogidos, y blanqueados, y purificados como por fuego (Dn_9_10). Los impíos no entenderán estos misterios, a pesar de pertenecer a la ‚poca en que los expondré. Vivirán al lado de mis fieles en la tierra como los egipcios al lado de los israelitas, durante las espesas tinieblas de tres días: Mas tú, Daniel, anda hasta el término señalado; reposar y gozar de tu suerte al fin de los días (Dn_9_13).

            Hija mía, lo que fue dicho a Daniel, que no era del tiempo de la ley de la gloria, fue que las almas son transformadas de claridad en claridad: y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios (1Co_2_10). Espíritu que ha venido a enseñar, a través de la unción, las luces que están ocultas al estudio de aquellos a quienes la ciencia infla y que presumen de si mismos. Cuando la ciencia va unida a la caridad, edifica, como en el caso de los grandes doctores, que han sido tan humildes como doctos; tan piadosos como sabios.

            Hija mía, nadie puede negar que eres enseñada por la unción, pues no tienes estudios. El que es tu maestro y te da la ciencia de los doctores, te conceder su corona. Amada mía, estima en poco los pensamientos y las palabras de los hombres. Yo no tengo acepción de personas. El Espíritu sopla donde quiere, complaciéndose en enseñar a los pequeños. David comprendió muy bien cómo me gozo en dar el don de entendimiento a los humildes: Son luz tus palabras, que iluminan y dan entendimiento a los pequeños (Sal_8_3).

Capítulo 128 - Belleza, bondad y santidad de Dios en sí mismo y en Jesucristo. Los santos participan de ella por ser voluntad de Dios, y por su bondad, colmarlos de su divina plenitud.

            [739] Un día del mes de octubre, viéndome presa de cierto temor de equivocarme y no poder llevar a cabo el establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado a causa de mis imperfecciones, mi divino esposo animó mi valor con estas palabras de David: Confiad vuestro corazón a su poder. Me dijo que pusiera mi corazón y mi confianza en el poder de aquel por quien me esfuerzo; distribuid de los bienes de su casa: que me fijara en la liberalidad de Dios, que se manifiesta en la distribución que hace de sus gracias a mí y a toda su casa, diciéndome que debía tener una alta y dulce estima de su bondad: Pensad del Señor con benevolencia; y buscadlo con sencillez de corazón.

            Esto me dio ocasión de pensar en la bondad y belleza que mi santo maestro Dionisio equipara a la santidad. Comprendí de inmediato que, por estar mi alma iluminada por la divina misericordia con las mismas irradiaciones con las que iluminó a este santo en la teología mística, debía adorar y admirar la santa belleza y bondad de Dios junto con él, y que, en la misma proporción, tenía la obligación repartir los conocimientos que el Espíritu Santo me comunica sobre ella.

            Al encontrarme tan altamente elevada en Dios, conocí que su belleza [740] y bondad son las dos perlas que integran su santidad, su gloria y su magnificencia. La belleza, bondad y santidad en nosotros consisten en apartarse de toda impureza. Como en Dios, sin embargo, no puede existir mancha ni impureza alguna, su santidad no es únicamente un distanciamiento de la imperfección por vía de negación, sino por una excelencia de separación o una separación por excelencia. Todo es perfección infinita y eminente en Dios. Como su bondad es su perfección, constituye, en consecuencia, su santidad. Su bondad es su arrebatadora belleza; belleza que es bondad por inclinación divina, la cual se comunica a todos los bienaventurados. Su belleza se manifiesta por si misma, pues todo lo que es bello desea ser contemplado. Como su belleza es sólo luz, lo mismo que un destello de la misma, todo lo que hay de más hermoso en la naturaleza desea ser contemplado. La belleza de Dios despliega sus riquezas con el fin de que sean contempladas, de lo cual dan elocuente testimonio los cielos, el sol y las estrellas.

            Dios creó a los ángeles para ser espectadores de su gloria y hermosura. Por tal razón, los alberga en el cielo empíreo donde les manifiesta su belleza. Con ellos acoge a los santos en ese mismo cielo, donde alegra los entendimientos con su belleza y las voluntades a través de su bondad. La una y la otra constituyen su gloria y magnificencia, a las que David no pudo separar de su santidad: Majestad y hermosura lo preceden, poder y esplendor hay en su santa morada. Tributad al Señor, familias de los pueblos, tributad al Señor gloria y poder, tributad al Señor la gloria de su nombre (Sal_95_6s).

            La santidad de Dios es una separación porque sólo él es la belleza y bondad esencial, y todo lo que es bueno y bello es sólo una irradiación de este sol y un arroyuelo de agua de dicha fuente.

            La bondad radica en el Padre, fuente de todas las divinas comunicaciones y emanaciones. La belleza es en el Hijo, que es [741] imagen del Padre, candor y luz eterna; espejo sin mancha de su majestad e imagen de su bondad: Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad (Sb_7_26). En él se encuentran la divina simetría y la hermosa conformidad con su Padre y el Espíritu Santo. Por ser su origen la persona del Padre y su término la del Espíritu Santo, este Hijo, al ser engendrado por el Padre, produce junto con él al Espíritu Santo, que es la perfección de la belleza y el amor por excelencia.

            Como la bondad del Padre y la belleza del Hijo terminan al dar y comunicar necesariamente al Espíritu Santo la totalidad de sus perfecciones junto con la integridad de su esencia, el Espíritu es su amor personal y el término de su única voluntad de amarse en él y con él. La santidad le es tan propia como la bondad al Padre y la hermosura al Hijo. En unión con ellos, es bondad, belleza y santidad. El Dios buenísimo ha comunicado su bondad y su belleza aun a las criaturas incapaces de razonar. A la humanidad y a los ángeles, empero, transmite su santidad y su gloria. Toda la belleza de los santos no es sino un desfile y una manifestación de la bondad de Dios que los bienaventurados han recibido, reciben y recibirán eternamente en medio del contento, gratitud y amor, en tanto que los condenados han sentido, sienten y seguirán sintiendo el rigor de la justicia que sus crímenes han merecido.

            Esta bondad y belleza es sólo una: siempre antigua y siempre nueva: nova et antiqua. Es antigua en sí misma, porque existe por sí misma desde la eternidad. Seguir existiendo en sí misma en el transcurso de todos los siglos y de la infinitud entera, no experimentando jamás cambio ni mengua alguna. Es nueva en sus criaturas, que reciben de ella todos los días nuevos efectos y que la encuentran siempre mejor y más bella; novedad que alienta el constante anhelo de los santos.

            [742] La fruición de esta belleza y bondad no puede entibiar ni aflojar sus afectos, debido a que la plena posesión y goce de la misma es un bien que contenta de manera perfecta y deja el deseo. Los santos llegan a ser hermosos con los rayos de esta bondad que los ilumina, mismos que, en ocasiones, resplandecen también en los cuerpos ya desde esta vida, quedando impresos en ellos aun después de que el alma se separa de ellos a la hora de la muerte, para dar a conocer al mundo que fueron moradas de un alma a la que Dios quiso hacer participar de su majestad y santidad, lo cual nunca se da fuera de la belleza y la bondad. La gloria que reluce sobre estas almas aun antes de que sean despojadas del crespón y el velo que les obstruyen la plenitud de sus iluminaciones, es mucho más radiante que la del cuerpo.

            La belleza divina se comunica a los santos por impulso propio. Además del bien que les confiere, se muestra generosa a los demás por consideración a ellos. Según Isaías, los serafines tuvieron buena ocasión para exclamar arrebatados de admiración: Santo, santo, santo, el Señor Dios de los ejércitos, al ver que la majestad de la gloria de Dios, es decir, su bondad y su belleza llenan toda la tierra: la tierra entera es llena de su gloria.

            La primera comunicación que Dios hizo de su bondad, belleza y santidad, fue a Jesucristo, su Hijo, que se santificó por nosotros imitando la santidad y la bondad del Padre, que es la suya. El Padre y él son un solo ser, que da y hace el bien a todos los pecadores a pesar de que lo ofenden, y también a al Padre, en su calidad de Dios, y que lo ultrajan en su condición de hombre. Manifestó su belleza en el Tabor, deseoso de tener consigo a sus compañeros como participantes de todos sus bienes, y que los hombres tuvieran parte en la gloria de aquel que se proclamó hermano suyo, según las palabras de san Pedro: que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina (2P_1_3).

            [743] El hacerles participantes de su gloria y de su divinidad concuerda con las palabras del real profeta: Dios Padre ungió a su Hijo humanado con óleo de alegría por encima de todos aquellos que participan de sus bienes: Dios, tu Dios, te ungió con óleo de alegría, sobre tus copartícipes (Sal_45_7). Era lógico que el heredero natural fuera privilegiado más allá de sus coherederos y de sus hermanos por adopción.

            Todo lo bello y lo bueno se encuentra de manera eminente en Cristo Jesús. El esposo dice que su vientre, es decir, su corazón, es de marfil sembrado de zafiros: Su vientre como marfil guarnecido de zafiros (Ct_5_14). Sus manos hechas a torno, llenas de jacintos; sus mejillas semejan un prado; sus ojos son dulces como los de la paloma; pero, así como las palomas suelen pasear sobre las olas y riberas de las aguas, su amor es como el fuego. Es bello como el Líbano: Su aspecto como el del Líbano (Ct_5_15). Bajo estos símbolos, el esposo nos describe las obras más hermosas de la naturaleza: el cielo, en los zafiros; la tierra, en los prados; su integridad, su blancura y su porte, en los cedros del Líbano. Con los jacintos, el fuego y las llamas; las aguas en sus ojos; el aire en sus dulces brisas y agradables céfiros, hace revivir y respirar a la esposa desfalleciente, alejando de ella toda frialdad en cuanto sopla su espíritu: ¡Levántate, cierzo, brego, ven! Soplad en mi huerto, que exhale sus aromas (Ct_4_16). Con anterioridad, ella lo llamó fuente de los jardines y pozo de aguas vivas, corrientes que del Líbano fluyen (Ct_4_15).

            El Profeta Ezequiel contempló la gloria del Verbo Encarnado en el firmamento colocado sobre su cabeza, como estando coronado de todas sus bellezas. Esta gloria admirable del Hijo del hombre, sentado en el misterioso carro, era tan arrebatadora, [744] que elevaba a los hombres y a los bueyes para transformarlos en querubines. Divisó, bajo el velo de estos enigmas, a los cuatro evangelistas que nos han descrito la belleza y la gloria del divino Salvador.

            El conocimiento de estas bellezas y bondades me transportaba de amor. Veía claramente que la belleza y bondad son admirables en la santidad, a la que adoraba por ser la gloria y la magnificencia de Dios. En medio de los embelesos que me causaban la belleza, bondad y santidad divinas, exclamaba con los serafines: Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos: el cielo de mi espíritu y la tierra de mi cuerpo están llenos de sus maravillas y de su gloria. Ante esto, me dijiste:

            Ve, de parte de la Trinidad, a anunciar a la humanidad el exceso de nuestra bondad. Diles que contemplen con ojos espirituales los misterios divinos, y que no los juzguen según la rudeza de los sentidos, porque la parte animal del hombre es incapaz de penetrar las cosas de Dios, que es espíritu. El Padre llama a sí, por medio de su Hijo, a quienes desean adorarle en espíritu y en verdad. Diles que el ojo humano nunca vio, ni el oído material oyó, ni el corazón que se aficiona a los bienes perecederos jamás pudo comprender, los bienes inmortales y eternos que Dios ha preparado para los que le aman y le amarán por toda la infinitud.

            Querido amor, ilumínanos a fin de que conozcamos y valoremos estas verdades. Haznos perfectos en tus caminos de justicia y que sus luces aumenten en nosotros hasta el mediodía. San Pablo habla de tu sabiduría en misterio, pero sólo con los perfectos, pues quienes la ignoran blasfeman de lo que no comprenden: Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina; sino que hablamos [745] de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo, pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria. Mas bien, como dice la escritura, anunciamos: él lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman (1Co_2_6s).

            Lo que estuvo oculto a los siglos pasados durante la ley natural y aun en tiempo de la ley escrita, ha sido ahora revelado en la ley de gracia por aquel que santifica a los suyos. Su espíritu les revela sus secretos y les descubre las inmensas riquezas que están en Cristo Jesús, en quien se encuentran todos los tesoros de ciencia, de sabiduría y de gloria divina. Toda la plenitud de la divinidad habita corporalmente en este Hombre-Dios, el cual desea con más ardor que el apóstol colmarnos de toda la plenitud de Dios, si nos resolvemos a amarlo con todo nuestro corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos; y que crezcamos en la ciencia de su eminente caridad, como dice san Pablo: Para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios. A aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén (Ef_3_19).

            Los deseos de este Dios bueno, bello y santo, consisten en que seamos colmados de bondad, belleza y santidad por una divina benevolencia. El Padre quiere que seamos conformes a la imagen de su Hijo. El Espíritu Santo intercede por nosotros. El Espíritu, que es el mismo amor, viene en ayuda de nuestra debilidad: y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios (Rm_8_26).

            [746] Nosotros sabemos que todo coopera en bien de los que son amados de Dios y que le aman en verdad: Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó (Rm_8_28s).

Capítulo 129 - El Espíritu Santo se comunica deliciosamente de diversas maneras. Semilla de la gracia.

            [747] Mi divino amor, iluminándome con su amorosa bondad, me ayudó a comprender, en una elevación de espíritu muy sublime, y en una unión muy íntima con su amor, que la gracia nos transforma en hijos de Dios, lo cual es una participación de la divina naturaleza y de la celestial simiente por la que somos engendrados a una nueva vida y recibimos un ser del todo divino, doctrina que es escrita en términos formales en la Escritura, ya que san Juan dice en su primera carta: Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado porque su germen permanece en él ;y no puede pecar porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo (Jn_3_9).

            Esta simiente es la gracia, que es el principio y la nueva generación que se obra en nosotros. Nadie pone en duda que existe un sacramento de regeneración, el cual podemos comparar a la generación natural que nos hace hijos de nuestros padres de la tierra, así como ésta nos transforma en hijos del Padre celestial, de quien recibimos la semilla incorruptible de la que habla san Pedro: Renacidos pero no de simiente corruptible (1P_1_23).

            Mi divino esposo me hizo ver en una luz purísima, más clara que los rayos del sol, que la gracia es verdaderamente el germen de Dios que se difunde en el alma para obrar como principio de una nueva producción del todo celestial y divina; y que es propio de Dios sacar pureza de símbolos burdos, materiales e impuros y, como dijo Job, hacer al hombre tan límpido como el firmamento, aunque es‚ petrificado en el barro: Mas ¿Quién podrá volver puro al que de impura simiente fue concebido? ¿Quién sino tú solo? (Jb_14_4). [748] Añadiste que pasabas a ciertas almas por el fuego sin que sintieran las llamas ni el humo. No arden en él ni experimentan daño alguno, sino que, como los serafines, llegan a ser hogueras del todo divinas. Cada una de ellas puede en verdad decir: Permanezco en medio del fuego sin quemarme... Cuando un escultor trabaja para darnos una bella estatua, suprime toda la materia superflua. Al hacerlo, da forma, pule y perfecciona su obra.

            Dios, al obrar en sus almas, suprime todas sus superfluidades, no dejando en ellas sino pensamientos del todo santos y puros. Así se comporta hacia mí, a pesar de mi indignidad, ayudándome a comprender sus misterios a través del símil de cosas burdas y corporales y adentrándome en la santidad y blancura de sus divinas luces, con las que tratar‚ de narrar las maravillas que el mismo Dios de bondad me lleva a conocer respecto a su sagrada fecundidad, y cómo se complace en producir y comunicar su bondad con el germen de su gracia en sus hijos, para los que ha destinado esta gracia, por cuyo medio los adopta y hace hermanos y coherederos de Cristo Jesús.

            No es necesario imaginar que Dios vierte su sustancia, que es indivisible y carece de partes y superfluidades. Podemos decir, sin embargo, que la divina simiente de la gracia fluye del Padre, que es el manantial y fuente de origen de la divina Trinidad, así como principio del Verbo, al que comunica su naturaleza y fecundidad, y del Espíritu Santo, que recibe su ser del Padre y del Hijo; Espíritu de santidad que es como el corazón de la Santa Trinidad, el cual, siendo estéril en cuanto a las producciones internas, produce con el Padre y el Hijo por ser comunes a las tres personas todas las divinas operaciones.

            Hacia el exterior, posee todos los ardores y llamas del amor. El es el amor subsistente, y la espiración [749] amorosa que excita santamente a las tres divinas personas para actuar y producir hacia afuera, no sólo criaturas señaladas con algunos vestigios y ligeros parecidos a sus majestades, sino seres intelectuales y con uso de razón que participan de la divina naturaleza y llevan el titulo glorioso de hijos de Dios. El todo bueno y santo Espíritu, a través de la sacra viveza de su amor, produce en el alma la gracia; y así como la paloma es ardiente y sin hiel en sus amores, así la comunicación y la recepción de la gracia en el alma se lleva a cabo sin impureza y sin malicia, aunque no sin llamas, ardor y placer.

            El alma recibe las primeras mociones junto con los relámpagos y las llameantes luces del Espíritu Santo, al que abre su corazón mediante el gran deseo de corresponder a las divinas voluntades. Se vacía, además, de todas sus futilidades y casi de ella misma. Esta evacuación e inanición es recompensada por la destilación y el rocío de la gracia y de la caridad divina, que se instila en el alma como el agua en una esponja, divinizándola, permítaseme la expresión. Junto con la gracia y la caridad, se difunde también la persona del Espíritu Santo, pues san Pablo dice que por su medio es derramada la caridad en nuestros corazones; caridad que no puede morar en el alma sin la gracia. Ambas son inseparables: el alma que es en gracia vive en el amor y es morada del Espíritu Santo. Es una nueva criatura por generación celestial, la cual tiene como germen la gracia y como principio al Espíritu Santo, el cual fija en ella su morada para santificarla, moverla e impulsarla a grandes acciones.

            Con el auxilio de la gracia y del amor, y por llevar dentro de si al Espíritu de caridad, san Pablo hizo maravillas: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que se nos ha dado (Rm_5_5). Su corazón estuvo colmado de caridad, fue urgido por la caridad y a ella ató y unió, declarando que nadie seria capaz de apartarlo de ella. [750] Seguro de la gracia de su maestro, desafió a toda la creación a que lo separara de él, confesando que por la gracia de Dios era quien era, y que no había recibido su simiente en vano.

            El Verbo Encarnado, que no puede mentir, le dijo que le bastaba su gracia, y que en ella tendría su amor y armas para vencer todas las tentaciones de sus enemigos: Te basta mi gracia, porque mi poder brilla y consigue su fin en la debilidad (2Cor_12_9). El poder de lo alto es el Espíritu Santo, cuyo nombre es consolador o Espíritu. Movido por su inmensa caridad, desciende hasta los débiles para fortificarlos y confortarlos. Se llega a los humildes para exaltarlos. Viene a los castos para hacerlos templos suyos. Baja hasta los fieles que corresponden a la gracia que ha sembrado en sus corazones, para redoblar sus profusiones amorosas y encontrar en ellos sus complacencias, a las que llama sus delicias, solazando con ellas, por as decir, sus ardores.

            A través de esta abundante producción, él mismo custodia sus tesoros: impide la vanagloria, porque la luz que el divino y Santo Espíritu concede al alma le hace ver que ella es nada y sólo nada. En consecuencia, ella experimenta una gran confusión ante si misma al conocer, a través de la luz del Espíritu Santo y la gracia que le concede, su indignidad, su incapacidad, su nada y el exceso de la divina bondad. A pesar de verse abrumada por sus riquezas, sabe que no las posee tanto en si como en Dios, que las reserva para ella. Es como un pobre, que se hace rico cuando su príncipe le dice que le da cien mil escudos, a pesar de que dichos cien mil escudos sólo existan en las arcas del tesoro del príncipe, el cual, sin embargo, los reserva sólo para aquel a quien los ha prometido.

            El Espíritu Santo no es el único en darse a esta alma; el Padre y el Verbo lo hacen a su vez, porque en razón de su circumincesión son inseparables, y porque el Padre y el Hijo, al terminar sus producciones, reposan en el Espíritu Santo. Ambas personas encuentran su complacencia y total reposo unidas al Espíritu Santo en el alma que recibe los efectos de la fecundidad que comunican a dicho Espíritu, el cual se goza en el ardor de su [751] fecundo amor en el alma en la que abraza al Padre y al Hijo, en los que se complace por ser principio de su ser. El es el amor de los dos y término de las emanaciones interiores, obrando con el Padre y el Hijo hacia el exterior.

            El se alegra y desea que el alma participe de su gozo, así como la hace partícipe de sus bondades. Permite y es de acuerdo en que ella pondere los favores que le concede. A su vez y el Verbo Encarnado se regocija con el Espíritu Santo en la elección de los buenos, diciéndoles que se alegren ellos mismo, porque sus nombres están escritos en el cielo en el libro de la vida: él Alegraos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros ojos, pero no lo oyeron (Lc_10_20s).

            Querido amor, las almas a quienes te agrada darte a conocer mediante el germen de la gracia, con las que te alegras en el gozo del Espíritu Santo, tienen tu permiso para regocijarse ante los dones que les comunicas con tanto gusto: aman al donante y sus dones. Se comportan como una casta paloma que peina las plumas de su cuello a los rayos del sol, complaciéndose, primeramente, en la luz que hace relucir su plumaje, y después en éste, que sirve de materia al sol para producir [752] tan gran diversidad de colores. Se contornea y considera a sí misma, complaciéndose en la belleza que el sol le comunica, sin causar con ello daño al sol o a la luz del que se reconoce deudora de todas sus bellezas. De modo semejante se contemplan las almas enriquecidas por la gracia y elevadas al título de hijas de Dios, el cual se recrea en ellas, y ellas en él Las tres divinas personas que trabajan en esta obra, y que son el principio de esta nueva generación, se complacen en ellas mismas mediante las reflexiones o destellos de un conocimiento y de un gozo inexplicable, que el alma a la que favorecen puede sentir pero no expresar, por tratarse de maravillas inefables.

            He aquí la manera en que el alma adquiere la filiación y cómo Dios es fecundo fuera de si mismo, produciendo hijos de la luz y pequeños dioses por medio de la simiente de la gracia. El alma que está en gracia posee también la cualidad de esposa, cuyo matrimonio consuma en la sagrada Eucaristía, en la que se obra la unión de los cuerpos, pudiendo decir con Santa Inés: Ya a su cuerpo está asociado el mío. Matrimonio que no es infecundo ni estéril.

            Más tarde supe que el Espíritu Santo se comunica de diversas maneras como infusión, unción, viento, agua, fuego, paloma; en fin, en si mismo.

            La infusión se realiza mediante la dulzura que dilata el corazón. Al dulcificarlo, lo libra de cualquier amargura. La unción se lleva a cabo con el óleo sagrado que hace las cosas espirituales fáciles y tranquilas, siendo su contrario el hacernos encontrar pesados y molestos los placeres de los sentidos. El viento sagrado origina los movimientos e inspiraciones que llevan al alma a moverse y obrar libre y alegremente. El fuego es el ardor que la levanta y la aligera, dándole el instinto de tender a su centro, que es Dios. El agua consiste en lágrimas de gozo, compasión y devoción.

            El Espíritu se comunica como paloma sagrada, la cual es prolífica, amorosa y celosa de la gloria de Dios. Es fecunda en la conversión de las almas, fecundidad que la lleva a sufrir las aflicciones y trabajos de sus partos sagrados, que hicieron gemir a san Pablo y a los demás santos. La paloma sagrada tiene su cavidad de refugio en las llagas del [753] Salvador; se blanquea y se baña en la leche de su infancia y encuentra su placer en las aguas de la contemplación de la divinidad, admirando en ella la leche de la humanidad. Sin embargo, como el amor nunca está enteramente satisfecho, se da junto con sus dones.

            El Espíritu Santo, que es el amor divinamente liberal, se comunica a si mismo y se manifiesta casi sin velos y en la claridad a la que san Pablo dice que no llegaremos antes de pasar por otras claridades, a la que designa como la claridad que procede del Espíritu de Dios: como por el Espíritu del Señor (2Cor_3_18). Esta comunicación del Espíritu Santo contiene en eminencia a todas las demás, pues el Espíritu Santo sirve, él mismo, de óleo, de bálsamo, de viento, de fuego, de agua. Al darse, toma la figura o forma de la paloma; dulcifica, ilumina, da movimiento e inspiración como el viento; fortifica, abraza, otorga la fecundidad y el celo. Hace todo por si mismo, y el alma que lo recibe adhiriéndose fuertemente a él, se hace un mismo espíritu con él.

            Es él quien consagra a la persona en la que fija su morada, edificando en ella su templo, en el que irradia luz con sus ilustraciones. La hace cristófora, esposa de Jesucristo y le concede la unción que la hace suavísima en sus delicias. Si es tentada o afligida en espíritu, recibe su consuelo del mismo Paráclito. Es él quien sana sus heridas con su precioso bálsamo, al mismo tiempo que le brinda inspiraciones divinas: El Espíritu sopla donde quiere. Produce en ella el viento de sus tesoros, que la impulsa y anima a las buenas obras, agitándola santamente: En efecto, todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios (Rm_8_14). Inflama el corazón con el fuego de su divino amor; concede el fervor y le trae a la memoria palabras del esposo, que dicta a la esposa sagrada según las divinas promesas hechas a los apóstoles: [754] Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviar en mi nombre, os lo enseñar todo y os recordar todo lo que yo os he dicho (Jn_14_26). El Espíritu destila el rocío sagrado sobre el alma, haciendo brotar en ella un río y un manantial que manan hasta la vida eterna y convirtiendo a esposa en piscina de Hebrón. Hace de sus ojos dos arroyuelos benditos de agua que complacen al Padre y al Hijo, quienes, junto con el Espíritu Santo moran en dicha alma: Se detienen a la orilla de corrientes caudalosísimas (Ct_5_12).

            Bien conoció David los efectos de este Espíritu de amor al decir: Envía su Espíritu y fluyen las aguas (Sal_104_30). Es él quien en el prójimo a favor de sus aguas y del fuego de la caridad hace fecunda a la esposa del Verbo, llevándola a reproducir a Jesucristo divina que dicho Espíritu sagrado difunde en el corazón de la amada. Mediante su inhabitación, multiplica en ella la gracia, adornándola con su divina belleza. "Su soplo abrillantó los cielos (Jb_26_13), la convierte en un cielo de perfección, fijando sus sagrados dones en el alma a manera de estrellas.

            El de entendimiento, en sus pensamientos sublimes y elevados;

            El de sabiduría, en sus palabras discretas y caritativas;

            El de consejo, en sus designios juiciosos y prudentes;

            El de fortaleza, en sus resoluciones y luchas;

            El de ciencia, en sus vías iluminadas por sus divinas luces;

            El de piedad, en sus afectos y acciones, y en la primacía de su gloria;

            El de temor, en sus alegrías, a fin de que no se emancipe de los deberes de una fiel esposa hacia su divino esposo.

            El Verbo, al afirmar a sus esposas, hace estables sus cielos y el Espíritu Santo los embellece con las virtudes: Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos; por el soplo de su boca toda su mesnada (Sal_33_6).Es éste el Espíritu que el Verbo envía a los suyos, al que el mundo no puede recibir porque no lo conoce. Su nombre es Paráclito porque consuela a la esposa en el transcurso de su peregrinar, particularmente cuando se ve privada de devoción y se queja amorosamente a él de la ausencia de su divino esposo. El endulza las penas de la amada iluminándola y alegrándola con sus rayos y centelleos. [755] Es él quien inclina los cielos de sus amores hasta las potencias de esta alma, que son montañas que humean con oraciones jaculatorias, cuyos vapores suben, como el incienso, directamente al trono divino.

            San Esteban, que me viene a la mente siempre que hablo de la gracia, porque estuvo colmado de ella, de fortaleza, de fe y del Espíritu Santo, vio los cielos abiertos y a Jesús a la derecha del divino poder. Elevó su vista por la sublimidad de los rayos del Espíritu Santo, el cual abrió el cielo para que pudiera ver al Hijo a la diestra del Padre, y las dos personas se manifestaron a aquel que estaba colmado de la tercera. No pueden ellas ocultarse cuando el Espíritu Santo las descubre al alma a la que llena de fe y de amor, como a san Esteban. El Espíritu Santo glorifica al Hijo en el cielo y en la tierra. El mismo ablandó las piedras con las que lapidaron a este santo levita, transformándolas en piedras preciosas para revestir y embellecer su corona, dignándose ungirlas con su unción sagrada.

            Todas las durezas y contradicciones que la fiel enamorada encuentra en este valle de miserias, son endulzadas y suavizadas por la dulzura de la infusión del Espíritu Santo. David dijo: él Me dilataste en la tribulación y me enseñaste a orar. Esta dilatación del corazón se obró en David cuando invocó al Señor, al cual no es posible implorar ni nombrar sino con la ayuda del Espíritu Santo, según enseña san Pablo.

            Si el Verbo Encarnado se hizo hombre, el Espíritu Santo descendió hasta la Virgen y la virtud del Altísimo la abrigó a su sombra. Jesucristo no fue al desierto para orar sin que el Espíritu Santo lo impulsara y condujera hasta él. Los evangelistas explican este hecho de diversa manera: san Marcos dice que, en cuanto la voz del cielo hubo declarado que aquél era el Hijo amado; en quién el divino Padre tenía sus complacencias desde la eternidad, A continuación el Espíritu le empuja al desierto (Mc_1_12). Jesús lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto (Lc_4_1), y san Mateo dijo: Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma [756] de paloma y venía sobre él .Y una voz que salía de los cielos decía: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt_3_16s); (Mt_4_1).

            El Espíritu Santo deseaba ser espectador, si puedo referirme así al Espíritu inmenso que está en todas partes de la victoria del Salvador contra Satán. Después de sus ayunos y oraciones, el demonio, vencido, se retiró confuso. Los ángeles acudieron para servir al vencedor, llevándole manjares angélicamente preparados por orden expresa del Espíritu Santo, el cual gozaba divinamente al contemplar al que había triunfado de las argucias del demonio y de sus tentaciones, mereciendo con ello ser divinamente alabado por las victorias que había ganado sobre el mundo, la carne y el demonio, que fueron los tres enemigos a los que venció en tres clases de tentaciones, de las que salió invicto para darnos confianza.

            El Espíritu Santo es el espectador de los combates que las almas fieles sostienen contra sus diversos enemigos, acudiendo en auxilio de la debilidad de la criatura y fortaleciéndola con su deliciosa presencia. Es él quien da testimonio en su corazón de la semilla de la gracia que en él sembró, la cual no es recibida en vano al caer en la tierra fértil de un corazón bueno. Allí fructifica en paciencia, rindiendo el céntuplo ya desde esta vida, en espera de que redunde en gloria al llegar al término.

            El germen de la gracia en esta vida se designa como la gloria comenzada, y en la otra, la gracia consumada: Mas la gloria, el honor y la paz serán para todo aquel que obra bien (Rm_2_10). Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti (Sal_84_13).

Capítulo 130 - Las luces de san Lucas estuvieron en bella armonía con las claridades de san Juan, por haber transformado el Espíritu Santo al buey en querubín. Mi espíritu fue elevado en esta contemplación.

            [759] El día de san Lucas, al despertarme, vi un pintor vestido de azul celeste que trabajaba ante una mesa de espera. No hice mayor caso de ello, pero después de la comunión, Dios me dio entender que se trataba de san Lucas, al cual pedí pintara en mi corazón la imagen de mi esposo y la de su santa madre, presentándome a él como una tela en blanco; y que sabía mejor que yo en qué disposición necesitaba estar para recibir en mí estos divinos, adorables y admirables retratos, según los designios del Hijo y de la madre, a los que mi espíritu se conformaba.

            Fue este santo evangelista quien nos manifestó el misterio de la encarnación, y el que habló dignamente del sacerdocio de Jesucristo. Su alma fue elevada a la consideración de las perfecciones de los sacerdotes de la ley de gracia, los cuales no se casan. Esto se debe, en primer lugar, a que son la porción de Dios, y Dios la suya. Comprendí que es más conveniente que no tengan mujer para dedicarse al servicio divino con más libertad, y que las criaturas no deben tener parte en sus afectos.

            Los levitas renunciaron a su familia siguiendo el consejo de Moisés, el cual dijo en su testamento: Tú no tendrás heredad ninguna en su tierra; no habrá porción para ti entre ellos. Yo soy tu porción para ti entre ellos. Yo soy tú porción y tu heredad entre los israelitas

(Nm_18_1). Ellos deben estar unidos a Dios como sugiere [760] el nombre de Leví, que significa el que copula, debiendo rechazar toda clase de afectos que puedan distraerlos de la unión que deben tener con Dios, pues el que ama alguna cosa al mismo tiempo que a Dios, ama menos a Dios.

            Los sacerdotes son los ángeles de la tierra; deben, por tanto, imitar la pureza de los del cielo. El sacerdocio fue instituido después del sacramento del cuerpo de Jesucristo. En cuanto sacerdocio cristiano fue instituido para consagrar, tomar en las manos y ofrecer el cuerpo de Nuestro Señor en holocausto.

            Es menester que los sacerdotes sean puros para una función tan pura. El sacerdocio levítico fue figura del de la ley de gracia. Jesucristo fue representado por Aarón, porque debía verter la sangre, no de animales, sino la suya propia y subir al santuario por su misma sangre para satisfacer a la justicia divina y lavarnos de nuestros crímenes. Los sacrificios antiguos sólo eran aceptados en virtud del que ofrecería el Salvador, que es, además, sacerdote según el orden de Melquisedec.

            San Lucas, al tratar del sacerdocio del Señor, es simbolizado por el toro; san Juan, en cambio, es figurado por el águila, por haber manifestado las luces de la divinidad. San Lucas, sin embargo, se eleva en ocasiones hasta la divinidad. San Mateo y tienen, parece ser, un orden diferente que demuestra que diversas vías llegan a una misma meta, a un mismo fin, al ser dirigidas por un mismo espíritu, que es único en si mismo y pluralista en sus inspiraciones. A partir de san José, san Lucas sube hasta Dios. San Mateo, en cambio, desciende desde Dios hasta san José al describir la genealogía del Salvador.

            Al considerar las grandes luces de este evangelista, comprendí que el toro y el águila van unidos en el carro de Ezequiel por un gran misterio; y, para mostrar la gran claridad con que el toro percibió las divinas luces, fue transformado en querubín, según el texto del décimo capítulo de Ezequiel: Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas, y bajo sus alas formas de manos humanas. En cuanto a la forma de sus caras, tenían la apariencia de las caras que yo había visto junto al río Kebar (Ez_10_21s).

            Cuando contemplo a san Lucas y a san Juan, tengo motivo para admirar la divina sabiduría que nos instruye en los misterios de [761] la humanidad y de la divinidad a través de estos dos escribientes. San Lucas comienza con el padre y la madre de san Juan, señalando de qué tribus provenían. Menciona su esterilidad, que serviría de ocasión a la bondad divina para concederles la bendición de un hijo que vendría a preparar los caminos del Hijo único al que su Padre eterno engendra desde la eternidad, el cual deseaba tomar un cuerpo en las entrañas de una Virgen, haciéndose hijo suyo en la plenitud de los tiempos.

            A semejanza del águila, san Juan fija tenazmente su vista en el sol, y al mirarlo fijamente en su fuente exclama: En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios (Jn_1_1), como si iniciara su evangelio en el punto en que san Lucas termina el suyo, cuando nos dice que el Verbo Encarnado, después de haber bendecido a sus discípulos, ascendió al cielo hasta el seno paterno, donde san Juan lo contempló desde su eternidad, trayéndolo hasta nosotros de manera admirabilísima, diciendo que habitó con nosotros en la tierra, tomando nuestra carne para hacerse inseparable de nosotros y para darnos a contemplar su gloria, la cual recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

            Juan dice en una palabra lo que Lucas dijo en varias para manifestarnos la encarnación del Verbo. San Lucas y san Juan van unidos y llevan la dirección, mediante la pluma, del carro de la gloria de Dios, que es el Verbo Encarnado. Están uncidos místicamente a dicho carro, lo mismo que san Mateo y san Marcos; y a una, los cuatro marchan y vuelan según la moción y mandatos del Espíritu Santo, que es el Espíritu de vida que mueve dicho carro y a sus conductores. También sus ruedas son movidas o llevadas por la impetuosidad del mismo Espíritu, que alienta siempre con su vida para vivificar a esos animales, haciendo que obren según su voluntad.

            Mi alma, sintiendo un deleite grandísimo, ensalzó en todo al Espíritu; pero para no apartarse de la vista de Lucas, mi querubín, admiró la unión que existía entre él y san Juan, y cómo dicho buey fue cambiado en querubín, ya que los querubines son clarividentes en medio de las luces, y las águilas contemplan fijamente al sol. Me fue posible penetrar sus admirables claridades en la medida en que el Espíritu que ensalzó a este santo evangelista me lo permitió, lo cual fue a mayor altura de mis merecimientos.

            Descendí en cuanto dispuso que bajara mi vista, pensando que, después de haber [762] volado gracias a la contemplación, era necesario avanzar en la acción por medio de obras de rectitud, pues las piernas de dichos animales eran rectas y ocultaban las manos bajo sus alas, lo cual fue para mí una señal de las buenas obras que la persona que va por el camino debe llevar a cabo en santidad, después de haber contemplado cosas tan sublimes.

            Como esta vida está hecha para obrar, y el Verbo Encarnado dijo que era necesario trabajar para nuestra salvación mientras brillara para nosotros la luz del día de su gracia, porque en la noche de la muerte nadie es capaz de merecer, fui exhortada a trabajar en mi salvación con el auxilio de la gracia, en temor y confianza, pidiendo a este santo evangelista, que llevaba siempre en su cuerpo los dolores de Jesucristo, me obtuviera los frutos de su pasión, y que muriese a mí misma para vivir de la vida de mi divino Salvador

Capítulo 131 - Gloria y comunión de los santos en Jesucristo mediador y Santo de los santos. Favores que recibí.

            [763] La víspera de todos los santos, al disponerme y prepararme a la solemnidad del día siguiente, consideraba el amor que el Salvador tenía a sus hermanos y comprendí que, con justa razón fue llamado Filadelfo, es decir, el que ama a sus hermanos, y que él era el primer nacido de muchos hermanos, a los que amó más que Moisés a los hebreos, el cual quiso ser borrado del libro de la vida por causa de ellos. Los ama más que Esther, la cual puso su vida en peligro por la salvación de su pueblo; los ama más que Judith, que había decidido, para liberar a Betulia, cortar la cabeza de Holofernes, sin miedo al peligro que corrían su vida y su honor.

            El amor del divino Filadelfo alentó en mi alma una gran confianza, al ver que el Dios de bondad me había favorecido al concederme el amor y el celo por la salvación de mis hermanos y hermanas; amor que me movía a emprender el establecimiento de esta nueva Orden, para recibir en ella a tantas almas que estaban y siguen estando cautivas del Egipto del mundo, librándolas de su tiranía. Me afligía mucho ante la pérdida de las que, después de haberse consagrado al Verbo Encarnado en su casa, traicionaban su gloria a causa de una gran tibieza, abandonando su primera intención con tanta ingratitud.

            Animada de gran confianza, pedí a mi divino amor el poder participar en el gozo y solemnidad de los santos. Escuché: He aquí que viene el Señor, y con él millares de santos. He aquí que el Señor aparecer sobre una blanca nube. Esto me sumergió en un renovado júbilo, alegrándome con los santos, quienes gozan de la visión de mi [764] amado. El divino Hermano que ama a sus hermanos, lleno de bondad y celestial cortesía, me dijo: Helo aquí que ya viene, saltando por los montes, brincando por los collados (Ct_2_8). Ante estas palabras, mi corazón se abrasó con un gran deseo de verlo y recibirlo. Con estos santos pensamientos, me acerqué a la comunión, encomendando el establecimiento del Verbo Encarnado a él mismo, que es su primer autor. Vertí un torrente de lágrimas deliciosísimas, abandonándome enteramente a su divina providencia y representándole amorosamente cómo este designio de su gloria, que me había ordenado emprender, parecía haberse retrasado cuando se le suponía a punto de alcanzar su establecimiento definitivo, diciéndole:

            Bien ves, divino amor mío, que casi todas mis hijas están afligidas y cómo la mayor parte ha flaqueado en sus resoluciones. Mi divino amor me consoló, haciéndome saber que la divina sabiduría permitía con frecuencia un desorden para sacar de él un orden y hacer de la confusión de la criatura el establecimiento de su gloria, humillándola con el conocimiento de sus debilidades, para exaltarla en la esperanza de su fuerza divina.

            Su sabiduría obra como la mujer que revisar toda la casa para encontrar la dracma perdida. Podría parecer una locura el abandonar todo un rebaño a merced de los lobos para correr tras una oveja vagabunda, si su sabiduría no supiera que su poder cuida el rebaño para que su bondad salga en busca de la extraviada.

            Hija, no te aflijas ante estas confusiones o inquietudes aparentes, que contribuirán al cumplimiento de los designios de mi providencia. Te convertirás en otra Esther, la cual salvó y libró a su pueblo cuando creía estar enteramente perdido.

            Pasé todo ese día en pensamientos parecidos y presa de grandes deseos de contemplar a mi amado en compañía de sus santos, el cual debía venir a mí acompañado de su corte celestial y triunfante. Todos los santos hubieran podido decirme: Al fin aparecerá y no fallará. Espera al que está cerca; vendrá y no tardará: El desea probar tu constancia y perseverancia en el deseo de su venida. Es verdad que la esperanza diferida aflige al alma, y que puedes decir con David que deseas su venida como el ciervo perseguido desea las fuentes; si eres una cierva herida, [765] él será tu bálsamo; si estás sedienta de este Dios que es fuente de vida y torrente de delicias, él te embriagará y fortificará. Si te despojas de todo lo creado por su amor, y de todo deseo inútil, no deseando sino a Dios con tu corazón, él conceder tu deseo, pues los anhelos sagrados de un alma que está despojada a tal grado, no perecen. Deléitate en este Señor que es tu solo amor, y él hará realidad la petición de tu corazón. El será el Dios de tu corazón y tu porción en el tiempo y en la eternidad.

            El día siguiente, al despertar, pregunté a todos los santos: ¿Dónde está el que viene saltando por los montes? Después de la comunión, repetí amorosamente a todos ellos las mismas palabras. Repentinamente, me sentí llena de confianza, de amor y de alegría, comprendiendo que con todo el amor de su divinidad y su entrañable misericordia, por un exceso de su caridad infinita y sin salir del seno paterno.

            Parecía efectuar una salida amorosa, viniendo a mí con una admirable impetuosidad. Era como si su ardiente amor lo arrancara de la fuente de su ser y del seno de su Padre, según nuestra manera de pensar: que sale por los montes. Las tres divinas personas salen, permítaseme la expresión, fuera de ellas mismas por medio del Verbo, en quien y por el cual todo ha sido creado, y por él fueron hechas todas las cosas: y sin él no se ha hecho cosa alguna (Jn_1_3).

            Este estremecimiento significó para mí el gozo de las tres divinas personas en la unidad de su esencia, gozo que acompaña al Hijo en sus salidas y en su venida al alma. Fui altamente elevada en la contemplación de las divinas perfecciones del Salvador. Vi, en un instante, grandes maravillas encerradas en la palabra este (iste), las cuales no podía explicar, por parecerme inefables. No podía sufrirme a mí misma, al verme tan incapaz de manifestar visiones tan sublimes. Me sentía, sin embargo, urgida a decir lo que Dios revelaba a mi alma. Lo deseaba, pero temía dañar la majestad del Verbo al expresar, con mis palabras [766] tan poco significativas y expresivas, los conocimientos y sentimientos que veía y sentía en esta divina luz.

            Admiraba al que me era representado por la amable palabra (iste), que es el Verbo Eternal, el divino Hijo en quien el Padre encuentra sus complacencias desde la eternidad, por ser figura de sustancia e imagen de su bondad, a la que los ángeles desean contemplar incesantemente.

            El Espíritu Santo se deleita en mirarla y contemplarla amorosamente, por ser su principio en cuanto Verbo, y obra suya en cuanto hombre. Constituye, por tanto, las delicias del Padre, del Espíritu Santo y de la Virgen, la cual dijo que su alma se alegraba en su divino Salvador, que es cabeza de los ángeles y de los santos. Es el Dios poderoso y Señor de los ejércitos que combate para conquistar el imperio que le pertenece en razón de tantos títulos, y para dar al alma la virtud, no para recibirla de ella.

            En medio de una infinidad de maravillas que Dios me descubrió, me dijo que deseaba enseñarme las dos principales: la primera es la unidad que las divinas personas poseen por su esencia, la cual es indivisible a pesar de la distinción de soportes, y la comunión de los santos en esta unidad, junto con la dependencia de toda la creación, que está sujeta al Verbo y a la Trinidad entera.

            Comprendí que el Padre era el principio y origen del Verbo, y que el Verbo es el principio de todas las criaturas; y cómo este divino Padre ha dado en pertenencia, mediante una comunicación libérrima, que no le causa disminución alguna, todo su ser, todos sus tesoros y todos sus bienes al Hijo. Fue voluntad suya que por él todo haya y siga siendo creado, rescatado, santificado, beatificado y condenado. El Padre es el ser de todo ente por haber comunicado su ser y su esencia al Hijo, que es, como dije antes, el principio y esencia de todos los seres que de él provienen.

            Nació de su Padre por generación eterna. Nació de la Virgen y del Espíritu Santo por la temporal. Por la primera, es origen de todos los seres creados; por la segunda, es el principio de toda santificación y de la gloria de los santos. Vi cómo la Sma. Trinidad obraba fuera de si como principio enteramente único, sin esfuerzo y sin menoscabo. Vi que la divinidad es una fuente inagotable, y que las criaturas son obras de este gran artesano, efectos de este principio, irradiaciones de este sol, ríos de esta fuente y extractos y copias de este original.

            [767] Vea cómo, mediante un sagrado retorno, todo se relaciona o vuelve a dicho principio, y que los santos sólo poseen la gloria en esta unidad, a la que se unen mediante el conocimiento y amor beatífico que, separándolos de ellos mismos, los arroja en Dios, uniéndolos a él y entre si. En esto consiste la maravilla de la comunión de los santos: el rayo se presta a iluminar el aire como una mediación que no se separa de su sol. Los santos, que consideran tener una más esencial y necesaria dependencia de Dios que el rayo de su sol, se complacen en sus bellezas, en las gracias recibidas, y en la gloria que se les da en un medio que no determinan por sí mismos ni en ellos mismos, sino que se remontan hasta Dios, su principio y su fin, en cuya unidad se detienen todos como líneas que van al mismo centro, o rayos que vuelven al cuerpo del sol, al que están inseparablemente adheridos y con el que producen una y única luz.

            El agua que es recibida en un recipiente de oro desearía más morar en su fuente que caer en un rico metal. Al brotar fuera de su fuente, los santos tendrían en nada todos los dones y gracias, a pesar de su riqueza, si no los refirieran a su principio y no hicieran en él la comunión o la comunidad de bienes, poseyéndolos en él y no poseyéndose a sí mismos sino en su Dios, que es su porción y eterna heredad, en el que se contemplan y sienten subsistir como en el principio y fin de su ser, así como de las criaturas a las que poseen sólo en él. Los condenados gimen porque son como arroyos de agua separados del manantial de bondad a causa de su malicia. Ellos mismos se privaron de su fin.

            El Verbo no desearía el ser si, por una total imposibilidad, pudiera verse separado de su Padre. Por ello dijo con tanta frecuencia: Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí. Yo vivo en el Padre. No puede vivir ni existir sino por su Padre. ¡Cuan admirable es esta [768] comunión; mejor dicho, unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en una esencia, y esta comunión de los santos en la unidad divina! El Dios de amor me mostró esta unidad tan sublime y santa, que es del todo imposible poder explicar en el mundo en el que vivo.

            Mi divino amor, que tiene su reino en esta comunión de los santos, me ayudó a comprender que yo era su reino, y que ésta era la segunda maravilla que me enseñaba, acariciándome con mil muestras de amor, como queriendo demostrar su apasionamiento hacia mí. Me dijo que deseaba descubrirme un secreto, que consistía en que él era el rey del amor, y que por ello se apareció a san Juan ceñido con un cinto de oro bajo las tetillas, es decir, una corona de oro sobre el corazón, porque es el enamorado de los corazones y el corazón de los enamorados. El es la dilección y la complacencia del Padre, que se deleita en él y le ama como a su Hijo único, con el que produce al Espíritu Santo, que es el amor personal.

            Dicho Hijo es el amor del Espíritu Santo, quien lo ama por ser su principio junto con el Padre. El es el amor de si mismo, porque es su propio fin; es el amor de todas las criaturas, que están todas relacionadas al Verbo como a su idea y principio; es el amor de su humanidad que subsiste en él, y el amor de la Virgen, de la que es único hijo de amor.

            Me dijo además que hay tres clases o formas de reinar: por sabiduría, por poder y por amor, y que él reina de estas tres maneras. La sabiduría es simbolizada por la corona que ciñe su cabeza; sabiduría que reside en la incomprensibilidad de sus juicios y de sus caminos. El poder, en su reinado, está significado por las palabras que grabó en su muslo y vestiduras: Rey de Reyes, que al estar inscrita en esa parte representa la generación, por haberla comunicado a su humanidad. No combate únicamente con las armas de su divinidad, sino también con la debilidad de su carne, para abatir el orgullo y quebrantar bajo sus pies la presunción de las potencias creadas.

            A través de las lágrimas y sufrimientos de su humanidad, prevaleció en contra del poder armado de la cólera de su Padre, moviéndolo a inclinarse al perdón. [769] La corona de amor corona el corazón. El amor reside en el corazón, que es un órgano escondido y no visible como la cabeza y el muslo, porque el amor se complace en permanecer oculto a todos, con excepción del objeto amado, al que no puede disimular su afecto, y en cuya presencia recurre a todos los medios para hacerse notar.

            El Verbo Encarnado, Cristo Jesús, es Rey de amor porque todos los designios, todos los juicios de su sabiduría y todos los efectos de su poder, están destinados a servir a su amor. Es Rey de amor porque hace todo libre, voluntariamente y por amor. Nadie puede tomar por sorpresa su sabiduría, ni contradecir su poder para obligarlo a obrar en contra de sus designios de amor. Por ello no existe rey alguno que, como él, lleve la corona de oro sobre el corazón. Los reyes poseen gran cantidad de cofres, pero carecen de pechos. Sólo existe este corazón, del todo bueno, que amerita portar la diadema, es decir, el circulo de oro del cinturón que oprime sus pechos divinos, haciendo brotar de ellos la leche, en tanto que otros reyes se enriquecen a costa de sus súbditos, con los bienes de su sustancia, de su sudor y de su trabajo.

            Es ésta la ley de los reinos de la tierra, que Samuel explicó a los hebreos cuando pidieron tener un rey como el resto de los pueblos, queriendo con ello sustraerse al cetro y gobierno de Dios. Este círculo de oro estruja la cólera divina, que desbordaría como un torrente en el ejercicio de su justicia; pues no hay cólera más temible que la del amor excitado por los celos. A esto se añaden los gemidos de la creación ante la inmensa paciencia de Dios, que tolera las culpas de las personas rebeldes, con lo que parecen excitarlo al furor; pero el círculo sagrado de su amor detiene el curso y las mociones de su justa cólera.

            Es tanta la compasión del Salvador hacia las miserias a las que se arrojan desconsideradamente los pecadores, que por su causa tiene el corazón lastimado desde el tiempo del diluvio: y penetrado su corazón de un íntimo dolor (Gn_6_6). Moriría de pesadumbre si, como murió y [770] sintió las heridas en su humanidad, pudiera también sentirlas en su divinidad. Tiene necesidad de un círculo que alivie y sostenga su amante corazón. Desataría una infinidad de delicias sobre los bienaventurados y los ahogaría dulcemente en su amor, si no estuviera prudentemente contenido por dicho círculo divino dentro de su inmensidad. No es enteramente el rey del amor, porque su amor se encuentra hasta en los infiernos, donde impide que su Padre castigue según la con dignidad o mérito de la ofensa. Se hizo hombre mortal y murió por los hombres a fin de que los pecadores no cayeran en manos de un Dios vivo, sino de un Dios humanizado, que en su humanidad fuera capaz de sentimientos de ternura.

            Es muy cierto que es rey poderoso, porque castiga eternamente, si bien es cierto que el amor mitigó en gran parte el rigor que la justicia hubiera ejercido. Pude ver cómo, en los infiernos, la divina justicia castiga pero modera sus rigores. Contemplé en el cielo a los que fueron asesinados en la tierra, esperando que se completara el número de sus hermanos, para recibir la segunda estrella y la segunda túnica de gloria, los cuales clamaban venganza al Padre eterno, en tanto que el rey de amor, que ama a sus hermanos, aplaca a su Padre, inmolándose a diario sobre nuestros altares. Por ser rey de amor, se inclina, por misericordia, a conceder gracia a quienes lo han ofendido, pero la justicia exige sus derechos, que los justos tratan de respetar.

            David amaba a sus hermanos, y dicho amor lo movió a desear visitarlos, visita que lo obligó a aceptar el duelo en contra de Goliat y le abrió el camino hacia la realeza. Amó a Jonatán y éste a él, razón por la cual le regaló su ropa y sus armas. Nuestro rey de amor ha combatido a nuestros enemigos por amor y nos ha revestido de sí mismo. La llave de David consiste en el amor y la confianza. La condición para poseer esta llave es que, sabiendo que Dios nos ama, permanezcamos fieles a él. David era amado de Dios; por ello, subió al trono bajo la guía de su providencia y fue moldeado [771] según el corazón de Dios, para que hablara según su sentir: He hallado en David un hombre según mi corazón (Sal_89_20).

            David era fiel a aquel que lo amaba, y al que amaba tan tiernamente, no apartándose jamás de ninguna de sus voluntades. Que hace todas mis voluntades (Sal_143_10). La fidelidad y el amor de Jesús, tanto activo como pasivo, engendra la confianza, que es la llave de David que puede abrirlo todo como ya dije antes.

            Escuché y aprendí que el amor que me acariciaba con tantas muestras de ternura me había abierto su corazón, entregándome en él la llave. Su bondad me confirmó este don, asegurándome que mis imperfecciones, infidelidades y pecados no habían podido cerrarlo, y que mi confianza me introducía en las entrañas de su clemencia, las cuales me recibían y unían a ellas según los deseos de san Pablo.

            Al contemplar a mi divino amado bajo la figura en que su predilecto lo describe en el primer capitulo de su Apocalipsis, no podía ver en él sino amor. Sus ojos, todos de llamas, brillaban de esplendor como dos soles que suspendían y arrebataban mi entendimiento. Sus pies, semejantes a bronce fino, son para nosotros expresión de la constancia de sus ardientes afectos. Sus cabellos blancos representan la antigüedad o eternidad de su amor; la lana, su dulzura; la túnica que baja hasta los talones, su perseverancia; la voz semejante al murmullo de las aguas, su elocuencia porque el amor sabe hablar y es persuasivo al expresar sus deseos.

            Camina en medio de candeleros de oro, que figuran las luces y riquezas que comunica a sus amados. La espada de dos filos que sale de su boca, con la que comúnmente se explica su justicia, no es signo de amor: su verdadero significado es que el Verbo es un escudero tajante que da a cada uno su parte, o merecido. El distribuye la gloria del Padre sin dependencia ni superioridad: por sí mismo y por Espíritu Santo, a los ángeles y a los santos por ser su cabeza, dando además el ser a todas las criaturas. El Padre no tiene otra porción sino a este Hijo, en el que posee su esencia, misma que encuentra en todas las criaturas, porque todas están hechas a imagen de esta imagen suya. En el orden levítico, hubo un Aarón que representó al Hijo.

            [772] El Espíritu Santo no posee nada mejor, aparte de lo que le es esencial con las dos divinas personas, que este Hombre-Dios, estableciendo esta relación con el soporte del Verbo y su humanidad. Por haber sido constituido juez, es él quien distribuye la pena entre los condenados. En dicha repartición, no deja de tomar en cuenta su amor, el cual es misericordioso y ordena por ello menos castigos: a quienes los merecen a veinte grados, se los rebaja a diez, pero sin dejar de castigarlos en la extensión de su eternidad, debido a que lo hubieran ofendido eternamente al seguir en camino durante toda una eternidad, y a que ofenden al que es Eterno.

            Todas estas maravillas me fueron explicadas con tanto amor, y con palabras tan tiernas, que no me atrevería a manifestarlo todo. Como mi corazón no podía soportar más estas dulzuras y mi entendimiento, abismado en estas luces, dejaba mi cuerpo desfallecido, los santos me rodearon para fortalecerme, a semejanza de las flores de suavísimo aroma del jardín donde se deleita mi real y divino esposo, alegrándose y regocijándose conmigo porque mi admirable esposo, todo floreciente de gracias y deslumbrante de gloria, había venido hasta mí desde las montañas eternas del seno paterno, movido por el Espíritu que lo produjo junto con el divino Padre: Sale a los montes, retoza por los collados (Ct_2_8).

            Al rebasar a los ángeles para elevarme en su compañía, y llevarme por sí y en sí más allá de los espíritus que son todo fuego, retornó a su Padre para ofrecerme como su reino, diciéndome que no tuviera temor alguno, porque en su condición de rey de amor era tan poderoso como adorable y deseable. Añadió que él era el esperado de las colinas eternas; que los ángeles desearían incesantemente ver su rostro, y que el reino de amor sufría violencia, pero violencia agradable.

            Todos aquellos que son urgidos y sienten sus llamas, se complacen en ellas y las aceptan. Insistió en que redoblara mi valor; que podía llevarlo conmigo, y me elevó por encima de mí misma con la fuerza de la gracia que abre las puertas de la gloria a las almas generosas. Los santos que, al estar en la tierra, vencieron reinos a través de su fe, me dijeron que habían adquirido el celestial, que me era ofrecido por la caridad.

            [773] Mientras duraron las acogidas, las exhortaciones y las demostraciones de alegría de todos los santos para atraerme a su compañía, permanecí sumergida en una grande confusión, causada por la consideración y el claro conocimiento de mis imperfecciones. Entonces mi divino esposo, intensificando sus caricias, preguntó a sus santos qué nombre podría dárseme. Movido por la fuerza de su amor, exclamó: ¿Es menester llamarla milagro de amor? El mismo quiso darme este nombre, pronunciándolo con tanta gracia, dulzura y benignidad, que la misma gracia se difundió en sus labios coralinos, los cuales se tornaron en un listón que me enlazó a su corazón divino, coloreando mis mejillas con un virginal rubor.

            Comprendí, por este nombre de gracia, que se me había dado gracias a un don sobrenatural relacionado con el milagro que Dios obraba en mí. Dicho nombre era para mí un motivo de humildad, que me recordaría que estaba yo más obligada con su divina caridad que cualquier otra criatura, y que debía amarlo más que todas. Estos humildes sentimientos, que eran tan justos como reales, parecían presionar su corazón a decirme: Mi toda mía, ¿me amas más que todos los que están en mi compañía para congratularse ante el amor que tengo hacia ti? "Señor, tú sabes que te amo, y que debo amarte por encima de todos, por que estoy obligada a amarte más que nadie. Me mandaste apacentar tus ovejas en tu prado, concediéndome abundancia de bendiciones, que comparto con ellas y les doy en posesión, por tratarse de una gracia que me concedes para que a mi vez la comparta. No quiero contristarme si me preguntas varias veces si te amo. Conoces muy bien mi fragilidad, y que hago el mal que aborrezco y no el bien que quisiera.

            Deseo amarte con un amor perfectísimo y ser crucificada contigo, para glorificarte mediante mi vida y mi muerte tanto en la gloria como en el desprecio. Comprendo bien tu enigma al llamarme "milagro de amor": con él me das a conocer mis debilidades, que todo cuanto hay en mí no procede de mí, y que nada puedo hacer por la gracia ordinaria que mueve a las almas que son fieles a obrar por su medio. Para mí es necesaria una extraordinaria, que se apoye [774] en el milagro que el amor se complace en hacer. Con todo derecho me llamas "milagro de amor pero eres tú quien me da este nombre, permitiéndome ser lo que dices. Tus palabras son eficaces. Que en ellas te sea dada la gloria en el tiempo y en la eternidad.

Capítulo 132 - Diversos caminos por los que Dios conduce a las almas. Varias puertas en la humanidad del Salvador, que permanecen abiertas, y los muy amados a través de ellas pasan en medio de delicias inenarrables.

            [775] Me puse en oración admirando la bondad y justicia del Salvador de los hombres en los caminos que les propone. Todos son santos, por tratarse de sendas de vida tan seguras como las leyes inmaculadas para las almas que las observan fielmente, amándolas como lo hizo David, el hombre según el corazón de Dios. Comprendí que él se complace en guiar a ciertas almas por las dulzuras sensibles de su humanidad, hasta llegar a los conocimientos y gozos más íntimos de la divinidad, según su promesa de grabar un signo en la mano de los israelitas: y habrá una señal en tu mano (Ex_13_9). Me dio a entender que me había entregado su estandarte, y que podía yo ser llamada su portabandera, puesto que ostentaba el signo de amor y de esposa. Añadió que tenía yo siempre un monumento y un memorial delante de mis ojos, contemplando en todo momento a este divino Salvador al nacer, al crecer, al ser crucificado, al ser sepultado, al resucitar o al presentarse él mismo a mi entendimiento, añadiendo que era para mí un signo del bien que confundiría a mis enemigos, y que él mismo había puesto su ley en mis labios: El Señor puso su ley en tu boca (Pr_31_26). Expresó el deseo de que la llevara en mi mano, para contemplarla y observarla.

            Por tratarse de una ley de amor, debía permanecer en mi corazón, el cual debía amarla con una dilección perfecta y una amorosa dilatación acompañada de un deleite pacífico, pues el alma que ama esta ley inmaculada recibe abundancia de paz. Dicha ley, es como la nube que iluminaba a los hebreos, en tanto que las tinieblas cegaban y sembraban la confusión entre los egipcios. La misma ley condujo amorosamente a los unos y rigurosamente a los otros. Los buenos hacen de ella sus delicias, y los malos la miran como la sentencia que los condena a los suplicios.

            [776] Por su mediación, los buenos se acercan al Padre y al Hijo en el amor del Espíritu Santo, cuyos dones aprovechan; en tanto que los malos lo contristan cuando mora en ellos, resistiendo a sus designios y haciéndose indignos de su inhabitación a causa de los pecados que cometen contra sus inspiraciones, que conocen pero que, por malignidad más que por debilidad, no desean seguir. Tampoco desean a las gracias que les ofrece; si las reciben, es en vano ya que con su frialdad apagan el fuego que su bondad desearía encender en su corazón. Obran como aquellos a los que se dirigió san Esteban: Hombres de dura cerviz, y de corazón y oído incircuncisos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo (He_7_51). Endurecen sus corazones a la voz del Espíritu Santo, que los invita a convertirse.

            El Salvador dijo en su pasión que él era el camino, la verdad y la vida; camino que los judíos no quisieron seguir; verdad que no comprendieron y vida que rechazaron dando muerte al que venía a dar la vida con abundancia y a ser la puerta que nos introduciría hasta su Padre.

            Al admirar lo que canta la Iglesia el martes de Pascua: Ábrete, puerta, etc., comprendí que el Verbo Encarnado abrió diversas puertas: la de su cabeza, de la que procede la sabiduría; la de su corazón sagrado, del que emana la gracia; la de sus pies sagrados, de la que mana el amor y que son los tubos o canales por cuyo medio nos comunica sus afectos.

            Estas puertas adorables permanecen abiertas a los sabios, a los que aman y a los afligidos. Los torrentes de la divina bondad fluyen de todas estas fuentes de benignidad, pero sus puertas están abiertas ante todo a las almas despojadas de todo lo que es caduco y perecedero, y que desean, con el Apóstol, las cosas de lo alto y no las de la tierra: Ahora bien, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que son de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; saboread las cosas del cielo, no las de la tierra (Col_3_1s).

            Su preciosa cabeza corona de gloria a sus dichosos enamorados, cuyos corazones son colmados de alegría al participar del gozo de su amor resucitado, que les abre la entrada por estas puertas de justicia, habiéndolos justificado previamente con su sangre. Las almas ensalzadas de este modo confiesan sus bondades y sus misericordias, mismas que invocan para las almas que están en el purgatorio. El, el divino Salvador se inclina hacia este lugar y penetra las partes inferiores de la tierra, [777] consolando a dichas almas, que esperan en él; disminuyendo sus penas, abreviando los días por caritativa compasión y enviándoles luces para iluminarlas y aliviarlas en esas moradas, que son sombras de muerte.

            Sus llagas son montañas luminosas: Iluminas admirablemente desde los montes eternos, que alegraron a los padres que sufrieron en el limbo tan larga espera, los cuales prorrumpieron en gritos de júbilo en cuanto percibieron el alma del Salvador, diciendo que su luz había llegado. Cuando las almas del purgatorio son visitadas por el Salvador, proclaman a voz en cuello: "He aquí a nuestro Redentor, que nos hace participar de su cuello: gloria. Habiéndonos sacado de las prisiones de su justicia, nos abre las puertas de la nueva Jerusalén, dándonos entrada en ella gracias a su caridad Puertas del cielo que no se cierran ni de día ni de noche, porque todos los elegidos, que son los bienaventurados, piden la llegada de sus hermanos que se encuentran aún en la noche de esta vida. A través de estas puertas, les procuran la gracia.

            Pidamos con reverencia y confianza al divino Padre los dones del Espíritu Santo por los méritos del Hijo, que muestra sus amorosas inclinaciones por la abertura de sus llagas, causadas por el amor. Son éstas puertas de salvación por las que pasan con alegría las almas justificadas, gozando de delicias que pueden sentir, pero no expresar.

 Capítulo 133 - Mi divino Amor me previno con sus caricias y su santo Espíritu se hizo mi escudo, a fin de que no sintiera aflicción alguna ante el rechazo de Su Eminencia. Su divina bondad me colmó de delicias. Diciembre de 1634

            [779] Mi divino amor, previniéndome con sus dulzuras e intensificando sus divinas caricias, me advirtió que no me afligiera ante la oposición de su Eminencia al establecimiento de su orden. Mi alma se vio colmada de gozo en tanto que el Padre Milieu se dirigía al arzobispado para presentar la bula a su Eminencia, la cual la recibió con mucho desdén.

            Al día siguiente, 2 de diciembre de 1634, mientras asistía yo a la santa misa, vi una paloma que descendía sobre mí con las alas extendidas como para cubrir mi pecho. No me detuve en esta visión, ocupándome en actos de fe, esperanza y amor con mi divino esposo, al que recibiría en la santa Eucaristía. No pensé más en ello.

            Por la tarde, al estar en oración, comprendí que dicha paloma era el Espíritu Santo, que me servía de escudo y cubría mi corazón para defenderlo, diciéndome que, a ejemplo de san Esteban, no temiera lo que los hombres pueden hacer. Dicho santo, fortalecido con la presencia del mismo Espíritu, se desentendía de las piedras, mismas que yo debía recibir de una persona de dura cerviz como este levita. Se me reveló que dicha persona no sólo me rechazaba a mí, sino que resistía al Espíritu Santo, y que no debía acongojarme a causa de dichas resistencias, sino que, mientras se trataba dicho asunto, me alegrara y gozara a mis anchas con mi bien amado.

            El efecto de esta visión fue tan admirable, que todo el tiempo que Su Eminencia permaneció en Roma hasta su regreso hacia el comienzo de la cuaresma me vi tan ocupada en Dios y colmada [780] de delicias, que no sentí tristeza alguna ni me turbé a causa de lo que se me decía. Más bien parecía que el amor divino se proponía hacerme morir de gozo y de contento: tantas y tan exuberantes eran mis delicias. Escuché: De una pequeña fuente nació un gran río de abundantes aguas (Est_1_1).

            Hija, tú eres esta pequeña fuente que crecer y se convertir en un río que llegar a ser sol. Bañarás a mi Iglesia con tus luces y la abundancia de muchas aguas.

            En tanto que mi amado esposo me aplicaba estas palabras que Mardoqueo pronunció en favor de Esther, me desvanecí a causa de la afluencia de delicias que colmaban mi alma.

Capítulo 134 - El Verbo Encarnado me dijo, al consolarme, que mi tristeza se tornaría en gozo. Promesas que me hizo de proveer a todo lo que fuera necesario para provecho mío y de la Orden.

            [781] Algunas nubecillas de tristeza comenzaron a levantarse en mi corazón, por lo que me retiré a la sacristía para orar con mi divino esposo, el cual disipó de inmediato mi tristeza con estas palabras: Vuestra tristeza se convertir en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo (Jn_16_18).

            Hija, eres tú quien está encinta y deseas dar a luz a la Orden que te hice concebir, en cuyo parto yo ser‚ reproducido en el mundo. Eres tú la mujer rodeada de sol, con la luna a sus pies y coronada de doce estrellas; darás a luz a un hijo varón que tiene derecho al trono de Dios, porque sin cometer rapiña, se puede igualar a su divino Padre. El dragón, furioso, está al acecho para devorar el fruto de la gracia, deseoso de impedir, si puede, el establecimiento de la Orden.

            Arrastrar con la extremidad de su cola la tercera parte de tus hijas, que no son estrellas fijas, sino errantes. De las que han salido, algunas son cometas de infortunio. Bien las conoces, hija mía. No temas al dragón: escaparás de él y yo, que estoy sentado a la diestra de la gloria, me río de él.

            Serás llevada a la soledad con las dos grandes alas que mi providencia te ha regalado: el entendimiento y el amor. Te alimentar‚ de mí mismo. El dragón vomitar un río de cólera contra ti y tu fruto, pero el cielo y la tierra acudirán en tu ayuda y haré las aguas de las contradicciones se sequen enteramente.

            Miguel, el general de mis ejércitos, combatir y vencer al dragón y sus secuaces. El mismo se puso al cuidado de este establecimiento en general, y de ti en particular desde hace quince años. Miguel es más fuerte que el enemigo.

            Yo te ensalzar‚ sobre las alturas de la tierra y te alimentar‚ con la sustancia de Jacob. Te dar‚ la subsistencia y el vestido. Mis [782] ángeles tienen orden de proveer a todo lo que es mi voluntad concederte. En mi poder están todas las finanzas. Demostrar‚ el cuidado que tiene mi providencia de todo lo que te es necesario, aun con ventaja.

            Confíate a mí. El maná te seguirá por mandato mío. Mi Espíritu Santo sopla donde quiere. Yo cumpliré todas mis promesas. Se fiel a mis gracias, que en ti no son pequeñas y sí muy numerosas. El cielo y la tierra pasarán pero mi palabra ser inmutable.

            Seas bendito, gran Dios de toda bendición: Dichoso tu elegido, tu privado, en tus atrios habita. ¡Oh, hartémonos de los bienes de tu Casa, de las cosas santas de tu Templo! Tú nos responderás con prodigios de justicia, Dios de nuestra salvación, esperanza de todos los confines de la tierra, y de las islas lejanas (Sal_65_5s).

Capítulo 135 - Santa Lucía poseyó al Verbo Encarnado en su paciencia, que fue el alma de su alma, virtud que la transformó en luz esplendorosa delante de los ángeles y de los hombres, en el cielo y en la tierra. 13 de Diciembre de 1643.

            [784] En tu paciencia poseíste tu alma, Lucía, esposa de Cristo. Odiaste las cosas del mundo y brillas con los ángeles en tu propia sangre. En tu paciencia poseíste tu alma. Dios es el alma de tu alma. Al estar disponible para recibir sus divinas infusiones, poseíste el Espíritu de Dios, que te hizo su templo sagrado, afirmándote y asentándote en su divino amor, que es tu peso. El te santificó a fin de que fueras la ungida de Jesucristo, al que perteneces en calidad de virgen que supo preservar su integridad.

            El te hizo su esposa queridísima y llevas su nombre. Así como él es luz de luz por esencia, eres luz de luz por participación. Entre amigos, todas las cosas son comunes. Como plugo al divino Salvador amarte y escogerte para esposa suya, se dio a ti en calidad de esposo. Mediante estos títulos, todo lo suyo te pertenece. El es Cristo y tú, cristófora. El está ungido de alegría por esencia, en cuanto Dios. Y es el ungido por encima de todos sus compañeros de alegría en cuanto Hombre-Dios al que la gracia no fue dada en la misma medida de los hombres ni de los ángeles, por ser cabeza de todos ellos.

            El es verdadero Hijo del Padre eterno desde la eternidad y verdadero hijo natural de la Virgen en el tiempo. Al entregarse a ti, te comunica sus perfecciones. Todo te lo ha dado. El te ungió, convirtiéndote en reina, divinizándote e inclinándote, como él, a odiar lo que es del mundo: el pecado, sus criterios, la malicia en el obrar, la soberbia de la vida, el mirar codicioso y la concupiscencia de la carne.

            El odia esencialmente el pecado porque se ama en esencia. El pecado es contrario al amor y a la caridad: el que permanece en la caridad, [784] permanece en Dios. El vino para destruir las obras del demonio. Cuando pecamos, imitamos al diablo; por ello dijo: Elegí a doce de ustedes, pero uno es un demonio. Cuando san Pedro quiso impedirle morir para borrar el pecado, lo llamó Satanás. El serlo pudo ser un escándalo: fue como si el Verbo Encarnado se perturbara al ver reinar el pecado más tiempo de lo que le está permitido, porque el tiempo de la muerte de esta muerte estaba por llegar.

            Fue la pasión de Jesucristo lo que san Pedro quiso impedir, debido a que no saboreaba las cosas que son de Dios. La sabiduría eterna deseaba suprimir el veneno que era la muerte eterna, para conceder la vida eterna a los elegidos. Nadie era capaz de adquirirla sino aquel que era el contraveneno: la inocencia apoyada en la santa vida de un Dios Encarnado, que vivía más según el Espíritu que según la carne, a pesar de que su humanidad fuera deificada al coexistir con su soporte divino.

            Vida que él comunicó a Santa Lucía, mediante la cual ella ama lo que él ama y aborrece, con odio absoluto, todo lo que es del mundo. San Juan dijo: "Hijitos míos, no amen al mundo. Si ustedes aman a su Padre Jesucristo, odiarán al mundo, que le causó la muerte, el cual lo aborreció y no quiso aceptarlo. Dicho mundo lo negó, lo crucificó y sigue crucificándolo de nuevo mientras se encuentra en él. Mundo inmundo al que abominó la virgen Lucía; mundo en el que sólo hay tinieblas, con las que la luz de Cristo no tiene convergencia ni comunicación; mundo que detesta la verdad y la luz, amando en cambio la oscuridad para hacer las obras de las tinieblas, cuyo peso se inclina hacia el lado del infierno, en el que radican las tinieblas palpables y exteriores junto con el rechinar de dientes, las gehenas, las horribles blasfemias, el odio hacia Dios, el horror y el terror perpetuos. Las tinieblas son en verdad, espantables.

            Lucía es esposa del que es luz interior y exterior; luz que dimana de una fuente inmensa. Todo es luz en Cristo, para confundir a sus enemigos: Allí suscitaré a David un cuerno, aprestar‚ una lámpara a mi ungido; de vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará mi diadema (Sal_132_17s).

            Lucía es esposa del que porta siete cuernos de luz, el cual no necesita tomar prestadas claridades ajenas a él, ni del cielo ni de la tierra. El es la luz sustancial y esencial. Con su luminosidad, espanta a los espíritus tenebrosos que son las aves de la noche. Lucía, adornada e iluminada con los esplendores del Verbo Encarnado, su esposo, es digna de la conversación angélica. Brilla [785] radiante entre los ángeles y por encima de ellos, por haber desposado a su maestro en un matrimonio virginal.

            Uno de estos espíritus invitó a san Juan a que acudiera a ver a la esposa del Cordero: la nueva y santa Jerusalén, procedente de Dios como una esposa adornada de su esposo, el cual le comunica de manera inefable una genealogía divina por medio de una gracia inenarrable, de una unidad admirable fundada en una alianza sacrosanta que sobrepasa la expresión de san Pedro. El favor de dicho consorte es de naturaleza divina, porque los consortes no están emparentados en todos los casos; pero en éste la esposa pertenece al esposo por consanguinidad, por transformación, por penetración, por transpiración de espíritu y de cuerpo, lo cual nos manifiestan las palabras del Salvador en la santa comunión, que permiten entrever algún rasgo de este matrimonio de unidad: Vive en mí y yo en él.

            David dijo: "El que se adhiere a Dios, se hace un mismo espíritu con Dios. Toda esposa se une a otro que, para unirse a ella, se separa de padre y madre. Por ello convenía que él dejara a Dios, su Padre, en cuyo seno se realizaron las bodas. A su vez, su madre Virgen, que es origen de su humanidad, nos lo entregó. Como la humanidad divina nació para nosotros, se engendró y salió de María como el fruto del árbol, con la diferencia de que este fruto sobrepasa en excelencia al árbol. Jesús, como divino Oriente es portador del árbol que lo llevó en sí como Oriente humano, ya que nació divinamente desde la eternidad.

            El llevó en sí a su madre, quien a su vez lo llevó en su seno, para nacer de ella en el tiempo. Ella está en él y le pertenece a través de este nacimiento eterno. El está en ella y le pertenece por medio de su nacimiento temporal. El nació en ella al encarnarse, según las palabras del ángel: Porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (Mt_1_20). Cristo Jesús, nació en su madre y para su madre, antes de nacer de ella para san José: dar a luz un hijo (Mt_1_21). Más tarde fue dicho a los pastores: Os anuncio una gran alegría, que lo ser para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo señor (Lc_2_10s). El produjo el cuerno o fuerte vástago de David para confundir a sus enemigos, adornando con él a su madre, la santa Virgen: madre excelsa del Redentor.

            A partir de entonces, ella fue la Virgen oculta; la única Virgen-Madre. Lo que permaneció oculto durante ese tiempo, fue la virginidad en Dios, del que era madre, lo cual este Dios fidelísimo [786] manifestó al ser glorificado en su Padre después de su ascensión. El Espíritu Santo inspiró a los evangelistas Lucas y Mateo para que hablaran de la Encarnación y nacimiento del Verbo Encarnado, de su madre Virgen; Espíritu que ama a las vírgenes, a las que elige para ser templos suyos. Como Jesús escogió a Santa Lucía para ser su esposa, el Espíritu Santo la ama como esposa y templo suyo. El Padre la fortificó como a su torreón, desde el que combatió y abatió a todos sus enemigos, vigorizando a la virgen en su debilidad y valiéndose su sangre para confundir el poder de los tiranos.

            ¿Hay algo más delicado que la sangre de una pequeña virgen, si se la considera en su ser natural y en la fragilidad de su sexo? ¿Qué puede haber tan fuerte como dicha sangre cuando es derramada por la fuerza del divino amor, para que llegue a ser su holocausto, aunque en esto intervengan los instrumentos de los verdugos y las órdenes de los tiranos? Todos ellos son vencidos por la delicadeza de una sangre más bien derramada que enrojecida, si se toma en cuenta que sus jóvenes arterias y venas se vaciaron con más rapidez de lo que fueron llenadas. Esos cuerpos virginales sufrieron con una tranquila paciencia, que parecía serles natural; a tal grado les era fácil. Se trata de un don de Dios al que Lucía estimaba, porque la paciencia fue un don que poseyó como regalo de Dios, cuyo poder se manifiesta en su paciencia.

            Lucía fue ungida para estar a la altura de la lucha contra el mundo, el demonio y la carne, a los que venció. Lucía fue ungida con el óleo que suaviza; el óleo que enciende un fuego luminoso y ardiente. Por ello fue, como otro Juan Bautista, una lámpara ardiente y radiante. Su constancia y su fe dieron testimonio de la luz que iluminaba su alma, misma que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lucía es una de las vírgenes sabias que fue recibida por el esposo castísimo, cuyo Padre es Dios, cuya madre es la Virgen: Cuyo padre no nació de mujer, cuya madre es virgen  (BR Común de Vírgenes). Lucía exclamó: Ahora mi cuerpo está unido al suyo, y su sangre adorna mis mejillas (BR Común de Vírgenes).

            Podemos decir: Esta es la virgen prudente a quien el Señor ha hallado vigilante; la que, tomando su lámpara, se procuró el aceite, y al llegar el esposo, entró con él a las bodas. El esposo sagrado la llama: Ven tú, elegida mía, y pondré mi trono en tu corazón; el Rey ha codiciado tu hermosura (BR Común de Vírgenes). El Rey de la gloria desea la belleza [787] que ha concedido. Levanta su tienda en el sol y se llega, cual divino esposo, hasta su cámara nupcial procedente del seno paterno, en calidad de esposo real y divino. Se acerca a ti con pasos de gigante, a fin de hacerte luminosa. ¡Tú llevas su nombre, oh Lucía, hija y esposa de la luz!

            Santos Ángeles, ¿Qué dicen ustedes al verla entrar en el cielo? Esta es la más hermosa de las hijas de Jerusalén. Ven, esposa, recibe la corona que Dios te tiene preparada para siempre (BR Común de Vírgenes). Todos los que están en la tierra les responden, santos ángeles: El Señor ha escogido a Sión, la ha querido como sede para sí (Sal_132_13). El moró en ella en la tierra, y ella mora en él en el cielo.

            Entra, Lucía, a la fuente de la luz de la que eres rayo luminoso. Abísmate en este océano, perla incomparable. Acuérdate de mí, pidiendo al amor de nuestros corazones que sepamos imitarte. Guarda bajo tu cuidado a las hijas del Verbo Encarnado, para que sean halladas dignas de su vocación. Te encomendamos este Instituto. Ruega al que es su fundador que perfeccione su obra. Enamorada del Verbo, ruégale que, en nuestra paciencia, poseamos nuestras almas, que son él, porque él es el alma de nuestras almas.

Capítulo 136 - Misterios que comprendí al contemplar al Verbo Encarnado en Belén; de los grandes favores que la divina bondad me comunicó. Víspera y día de Navidad de 1634

            [791] Mi divino amor, al iluminarme continuamente con sus excelsas luces, me comunica siempre nuevos conocimientos sobre los sagrados misterios, lo cual manifiesta evidentemente que el amor es ingenioso y creativo. En la multitud de sus misericordias me hace ver maravillas, desbordando en mí sus delicias, de suerte que mi corazón y mi espíritu, al fundirse a causa de sus ternuras, se derramarían y estallarían en su amor si él no los sostuviera con su poder, moviéndolos a disolverse en su dulzura.

            Mi divino amor conversó conmigo de este modo a partir del día de Santo Tomás, dándome un continuo e ininterrumpido conocimiento del origen del sol divino al que el mundo esperaba: un varón cuyo nombre es Oriente (Za_6_12). Me hizo ver que todos los hombres estaban dormidos, y que el Hombre-Dios, que es el eterno Oriente, salió del seno de su madre como de su aurora, y en el ocaso de su vida se levantó con más gloria aún, ascendiendo sobre el ocaso y triunfando de la muerte por su resurrección: Digno de alabanza es el nombre del que asciende sobre el ocaso. Se levantó de Nazareth para ser llevado por su madre sobre las montañas de Judá. Al nacer en Belén, subió hasta los labios de su santa madre. Al nacer de ella, abandonó su seno dejándolo lleno de luz, y permaneció en él, no por la presencia de su humanidad, sino de su divinidad; y así como la aurora lleva su luz en ella, porque el sol establece en ella su oriente, iluminándonos por su medio, así la Virgen no tuvo otra luz que la de su sol, del que se vio revestida. Ella rodeó en su ser al Hombre-Dios por una maravilla que jamás se había visto sobre la tierra. Las mujeres llevan en su seno a niños que no razonan y que sólo viven con una vida animada y sensible. La Virgen, sin embargo, encerró en ella a un hombre que vivía con la vida de un Dios. No es de admirar que, en el cielo, el sol vista a una mujer con sus rayos; sino que en la tierra una mujer vista a un sol y lo [792] oculte, todo entero, en sus entrañas, sirviéndole de lecho y tálamo nupcial, del que sale para difundir la luz sobre toda la tierra. Mi alma se alegró ante la proximidad de la visita y porque la noche de las sombras había pasado, preparándose para recibir a este Oriente al que la aurora, su madre, daría a luz en unas cuantas horas.

            La mañana de Navidad desperté entre suspiros de amor, repitiendo las palabras de David: ¿Quién me dar agua de la cisterna de Belén? (2S_23_15). Mi amado me invitó amorosamente a beber, diciéndome: Ven, corazón mío, a la fuente de David: fuente abierta de la casa de David (Za_13_16), que es una fuente que mana en la vía pública, a fin de que todo el mundo se acerque a ella para sacar agua con alegría. Deseo que te embriagues de ella. Moisés pidió a mi Padre que le abriera sus tesoros y las fuentes de aguas vivas en los desiertos. Hija, aquí tienes el verdadero tesoro, la fuente y la roca misma de la que sale el agua viva que brota hasta la vida eterna; agua de vida sigue a todos los que la desean con sinceridad. Los dos soldados que atravesaron las filas enemigas para llevar agua a David son mis dos naturalezas, que mediante la unión de una misma hipóstasis, acuden a Belén, donde una de ellas lo sufre todo. ¡Ah, queridísimo y divino amor! No es necesario que yo sacrifique esta agua con David: fue derramada como libación y consagrada del todo desde que iniciaste el sacrificio en el pesebre. Al darme de esta agua que brota de la roca, me das con ella miel y leche: la miel de tu divinidad, pues eres la abeja que, habiendo libado todas las delicias encerradas en el seno de tu Padre durante toda la eternidad, vienes a Belén para descargarlas en tu pesebre, como si fuera tu colmena. En tu pesebre eres un panal de miel. Allí encuentro también la leche de tu humanidad, leche que me alimenta y me embellece, de la que se obtiene la manteca para untar los pies de mis afectos y efectuar la separación de las cosas que me pueden apegar a ella. Aprecio el óleo derramado: tú eres una fuente de óleo: óleo derramado (Ct_1_2). Aquí poseo el trigo de los elegidos, el fruto de la tierra sublime; el cordero sin mancha, el ternero cebado que ser sacrificado; en una palabra, un banquete perfecto y acabado, porque el vino depurado que engendra vírgenes corre en él en abundancia Es bueno estar aquí (Mt_17_4). [793] Los pastores tuvieron razón al decir: Vamos, pues, hasta Belén para ver lo que el Señor nos ha manifestado (Lc_2_15). Aquellos buenos aldeanos pedían lo que no comprendían. Deseaban llegar hasta Belén para ver allí al Verbo hecho carne. ¡Cuan sabia fue su docta ignorancia! Estuvo muy por encima de la ciencia de los escribas y fariseos, que no presintieron el nacimiento de la sabiduría y la ciencia encarnada del Verbo hecho carne, al que aquellos rústicos pastores acudían a contemplar y adorar: su amor rebasaba la ciencia de aquellos.

            El Padre eterno no pasó más allá antes de Belén y no vio cosa más grande que el Verbo, al que engendró desde la eternidad, y que se hizo hombre en la plenitud de los tiempos. La justicia se detuvo a la vista de Belén, y su bondad no pudo ir más allá antes de darnos a su Hijo único para que él mismo nos salvara. ¿Quién podrá contemplar al Verbo, si su madre lo envuelve en pañales? Lo hizo para cubrir la luz de su sagrado cuerpo, luz que es más radiante que el rostro de Moisés, el cual se vio obligado a cubrirlo con un velo para no cegar los ojos de los hebreos. He aquí un gran misterio: es su tesoro lo que esconde la Virgen, el cual deber ocultar a Herodes al poco tiempo para llevarlo hasta Egipto. Ahora lo envuelve en sus lienzos y, cuando empiece a crecer, tejerá para él una túnica sin costuras, confeccionada por sus manos virginales. Ella le dio un cuerpo que atenuó sus luces, como opacándolo a fin de que nuestros ojos no se cegaran ante su radiante esplendor. En la cruz le daría su velo para cubrir su desnudez, en tanto que el cielo, favoreciendo su designio, lo ocultaría en sus tinieblas causadas por el eclipse de sol. Sin embargo, aunque la Virgen lo esconda durante algún tiempo en la tierra, sus rayos se reflejan en el cielo: Recostado en el pesebre, refulgía en el cielo. La Virgen se vería revestida de la luz del sol que ocultó entre sus brazos. La tierra es demasiado pequeña para la Virgen, la cual está tan llena de luz, que es necesario que irradie en el cielo empíreo, donde el águila de los evangelistas la contemplaría vestida de sol, coronada de estrellas y teniendo la luna por escabel de sus pies. Es éste el gran signo: una inmaculada criatura a la que los ángeles y los hombres admirarán durante [794] toda una eternidad. Interrumpamos aquí y consideremos al divino No‚ embriagado con el vino de la vid que él mismo plantó, así como su amor a la naturaleza humana, plantada o apoyada sobre su divina hipóstasis. Contemplémosle al verlo desnudo en el pesebre, y demos gracias a María y José aquellos dos hijos de bendición, que lo cubren sin hacer a un lado sus rostros, porque esta desnudez no es afrentosa; más bien se estremecen de admiración ante semejante caridad. Obran contrariamente a los que, por considerarse familiares de los reyes, se ensalzan; ellos se humillan cuando podría parecer que su alianza contraída con el Verbo divino hecho hombre debería colmarlos de gloria. El Niño Dios me dijo: José y María me cubrieron para ocultarme y defenderme del frío. A ti corresponde, esposa y corazón mío, descubrirme y darme a conocer. Para ello te he colmado de tantas luces, pues yo soy todo luz. Aunque escondido, salgo como un sol radiante de mi lecho nupcial; es menester que tú, esposa mía, seas toda luminosa y que sólo engendremos hijos de la luz.

            Pondera, hija mía, la manera en que se realizó este misterio en la plenitud de los tiempos: habiéndose cumplido las profecías y estando vencidas las sombras, el Padre envió a su verdad, que es el esposo que se apacienta entre los lirios antes de que sople la brisa del día, y huyan las sombras (Ct_4_6). Las sombras iniciaron su ocaso desde que la Virgen mi madre, por la virtud del Altísimo, fue cubierta por la sombra del Espíritu Santo éste descendió sobre ella. Comenzó entonces a despuntar el día, y la tierra a mostrar sus flores y frutos al día que iniciaba la plenitud de los tiempos.

            Amada mía, quiero que sepas que, cuando la plenitud de las gracias que he preparado para ti llegue al número fijado, y cuando mi Padre haya colmado la medida según su bondad, llegará el feliz momento en que me harás aparecer nuevamente en el mundo. Soy yo quien ha ordenado los años y los siglos. Mi apóstol dijo, refiriéndose a mí: por quien hizo los siglos (1P_4_11). ¡Atención, hija y predilecta mía! ¿Acaso piensas que no tengo ante mí el momento en el que llevaré a su término la obra que he comenzado en ti, el designio que te he inspirado y las promesas que te hice? Por ahora estás [795] en la oscuridad, pero amanecerá el día y la plenitud llegará. Durante esta espera, es necesario que te cubras con mi sangre, que se te aplica por medio de la absolución sacramental, y que recojas el trigo que germina en el seno de mi Padre, el cual encontrarás en el establo de Belén. Deseo que, como José, edifiques graneros para almacenarlo, a fin de distribuirlo entre los necesitados y socorrer la esterilidad del mundo, que tiene hambre de él. De hoy en adelante, los valles abundarán en trigo (Jr_48_1), trigo que nació en el valle sagrado del seno virginal de mi madre, el cual se multiplicará en los valles que han de parecérsele.

            Mi alma, penetrando más aún en la consideración de dicho misterio, bajo la guía del amor divino, admiró el profundo silencio de Belén. Nadie hablaba allí sino los pastores, que, no siendo capaces de profundizar en este santo misterio, encontraban palabras para contar lo que les había sucedido y, con una rudeza perdonable en aldeanos, interrumpían los éxtasis y admiración de la Virgen madre, de san José, su esposo, y del mismo Jesús. Se dice en el Apocalipsis que, cuando san Juan consideró en profundidad este divino misterio, san Miguel tocó la trompeta; y en otro lugar que, al descender dicho ángel, la tierra y el mar se estremecieron en tanto que la Trinidad del cielo y la de la tierra permanecían atentos al misterio del pesebre. Gabriel, el ángel de la Encarnación, corrió entonces a todas partes para anunciar esta maravilla: llamó a los ángeles para que adoraran a su Señor, envió una estrella a los magos de Oriente y delegó ángeles a los pastores. Y tú, mi bien amado, ¿en qué pensabas mientras duraba el asombro de tu santa madre y de san José? A esto respondiste: ¡Ah, corazón mío! pensaba en ti, pensaba pensamientos de paz, porque soy el rey del pensamiento. Yo soy la piscina de Hebrón, que significa rey de los pensamientos. Yo estaba a la puerta de la ciudad de David. Belén es mi ciudad, a cuya entrada me alojé. Hallarás en mí la piscina del pensar de mi Padre, [796] cuyo Verbo soy. Tenía ante mí los pensamientos de los ángeles y de todas las criaturas, a los que conocía y sopesaba. Algunos de ellos me alegran y otros me hacen sufrir. Soy yo quien produce en ti todos los pensamientos referentes a mí. Record‚ entonces que, en otro tiempo, Samuel ungió rey a David, el más pequeño de los hijos de Jesé. Contemplé, en una clara luz, cómo el nuevo y divino Samuel, movido por Dios, consagró su humanidad y en ella nuestra naturaleza, que es más pequeña e inferior a la angélica. Veía, en medio de indecible contento, cómo la Trinidad consagraba con óleo celestial a este nuevo rey, que desde entonces se ofreció en sacrificio a su Padre uniendo a él a la creación entera.

            Lo que más me arrebató, sin embargo, fue la admiración de las tres divinas personas ante este misterio: era como si el Padre se maravillara al ver en la tierra a aquel que llevaba en su seno, hallando en ella un Hombre-Dios que no podía encontrar en el cielo. Fue como ver que al fin se había agotado su poder, por haber consumado la obra más grande que podría haber hecho. Así como su Hijo admiró más tarde la fe del centurión, así parecía contemplar el divino Padre a este centurión que gobernaba a Israel, y la gran confianza que tenía en su paternal bondad al exponerle el mal que padecía su servidor, en este caso el género humano, recurriendo a los ruegos a pesar de que podía mandar a la muerte y al infierno. El Padre quedó admirado ante esta confianza, que no había encontrado en Israel ni en los ángeles del empíreo. El Verbo admiraba la creatividad de su propia sabiduría, a la que veía puesta en acción. Aunque el artista no produce algo que no haya estado previamente en su pensamiento, admira mucho más su obra al estar terminada, que cuando sólo era un proyecto. El Verbo gozaba al ver su designio tan bien ejecutado. El Espíritu Santo se admiró al encontrar fuera de la sagrada circumincesión de las divinas personas un objeto digno de su amor. Las divinas personas no se admiraron por ignorancia, sino por una complacencia mayor de la que experimentaron en la creación, cuando el Dios trino y uno hubo terminado de hacer todas las cosas: Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien (Gn_1_31).

            [797] Jesús fue el que más razones tuvo para admirar, debido a que su alma pudo gozar a las tres divinas personas, a las que veía claramente a la luz de la gloria. Su alma admiró al Verbo hecho carne: y el Verbo se hizo carne; admiró el verse apoyada en esta divina hipóstasis; admiró el poder y majestad que le fueron comunicados mediante esta unión inefable; se asombró al ver las bodas que había contraído en esta alianza, regocijándose en compañía de su esposo: así como el esposo se alegra con la esposa. Se abismó al contemplar la vulnerabilidad del Verbo, y percibió a las almas que se acogerían a este misterio. El alma de Jesús se vio adherida al Consejo privado de la Trinidad, la cual dirige toda su vida. Pudo intuir, por ello, la manera en que el Padre ordenó en ella cada momento, así como lo que sucedería en su Iglesia. El Verbo Encarnado se ocupa en escribir el libro de la vida y los diversos eventos de sus elegidos, en tanto que los pastores se atemorizan, y que, poco después, toda la Jerusalén de la tierra y la corte de Herodes se turbarían. En Belén, Jesús se ocupa en rehacer las imágenes de su Padre, que son imágenes de la Trinidad. Mi divino amor añadió: Queridísima mía, ¿acaso no experimentas lo que obro en ti? Mientras que los demás se turban a causa del proyecto que has emprendido, confabulándose en contra tuya, permaneces en reposo y, unida a mí, rehaces (en ti) la imagen de nuestra Trinidad mediante una singular conformidad a todos nuestros deseos. No temas, mi providencia y la buena voluntad que tengo hacia ti te servirán de escudo y de defensa. Ella misma, en recompensa, colocará un día sobre tu cabeza la corona, como hizo con David cuando fue perseguido, el cual exclamó: Como con un escudo lo rodearás de tu bondad (Sal_5_12). Tú serás mi fuente abierta para que me des a conocer. Mi madre fue una fuente sellada y oculta porque todavía no era yo conocido en el mundo. No había llegado el tiempo en que debía ser manifestado, y mi nombre no era todavía grande entre las naciones. En el presente eres, hija mía, como un desierto al que todo mundo abandona, tildándolo de estéril; pero serás colmada de bondad, de fecundidad y deslumbrarás con tu belleza: Cambiará su desierto en paraíso (Is_51_3). [798] Tus años serán colmados de bendiciones; tus campos, de fertilidad. La fecundidad de los pechos de mi madre, de los de mi divinidad y de los de mi humanidad, te ser comunicada. Al igual que José, amasarás el trigo de los elegidos y poseerás las bendiciones del cielo y de la tierra, de los abismos de los pechos y todas las que he concedido a otros, las cuales se te darán con toda liberalidad. Ten confianza en mí; quien confía en mi bondad, no puede ser confundido ni equivocarse: Yo soy el fiel; yo soy la verdad.

Capítulo 137 - Dios me hizo ver la Orden que desea establecer, la cual será una extensión de la Encarnación, razón por la cual llevará el nombre de Verbo Encarnado. 28 de diciembre de 1634.

            [799] Al orar, como es mi costumbre, pidiendo a mi divino amor el establecimiento de su Orden, me mostró una tiara pontifical muy pesada, que se sostenía sola en el aire, la cual ostentaba gran cantidad de piedras preciosas brillantísimas pero sin tallar, y cuyo borde inferior estaba sin terminar. No comprendí por entonces el significado de dicha visión. Al día siguiente, al encomendar a mi esposo su obra, imploré también la ayuda de la reina del cielo, en lugar de recurrir a ciertas damas celosas que deseaban emplear su influencia para obtener la autorización. No tardé en sentirme fortalecida y confirmada: la sensación de un poder desconocido penetró mi corazón y la médula de mis huesos, permitiendo que me sintiera suficientemente poderosa para resistir a todas las contradicciones que Dios permitía. Entonces se me explicó el misterio de la visión que tuve el día anterior: La tiara y la corona eran las mismas de Jesucristo; y así como en otro tiempo Arrio desgarró la túnica de Jesucristo, del mismo modo se impedía que su corona y su tiara se terminaran: el borde o círculo inferior de dicha corona representaba esta nueva Orden, razón por la cual había visto la imperfección de dicho círculo.

            Mi divino amor me dijo, además, que esta Orden era el broche de su corona, en la que encontraba sus delicias; que él mismo trabajaba en su corona adornada de variada pedrería, y que él mismo se lanzaba al combate en este proyecto para obtener su corona. Mi divino amor, el Verbo Encarnado, agregó que cuantos se oponen a ésta su obra resisten al Espíritu Santo, el cual lamenta que se impida trabajar en la corona de Jesucristo, pues desea realizar, por mediación de esta Orden, una extensión del misterio de la Encarnación, al que la virtud del Altísimo cubrió con su sombra. Este mismo Espíritu descendió sobre la Virgen, gracias a lo cual el Verbo dio su soporte a nuestra naturaleza, asumiéndola en el seno de la Virgen y apropiándosela en la unión hipostática. El Espíritu de amor me explicó esta visión como una bella representación de la Encarnación, diciéndome que, [800] así como dicha tiara se sostenía sola, el soporte divino sostenía la humanidad, con la que formaba un solo Jesucristo: dos naturalezas con un solo punto de apoyo que es la hipóstasis del Verbo, el cual se encarnó por ser el principio, el medio y el fin de nuestra eterna felicidad. El Verbo es fundamento y fundador de la Orden que deseaba establecer en la Iglesia. A ella toca adornar su tiara con variedad de piedras preciosas, debido a que todas las Ordenes reciben su gloria y esplendor de sus méritos y tienen relación con él porque el Padre hizo todo por él y para él; y porque el Espíritu Santo se complace en glorificarlo por ser su principio en su condición de Verbo increado, y obra suya en cuanto Verbo Encarnado, sobre el que se complacería en reposar a partir del primer instante de la Encarnación. Dicho Espíritu de amor me dio a entender que esta Orden se establecería con el auxilio del poder divino, con el que el poder humano no puede medirse para impedir este designio, que tiene una relación muy especial con el Verbo por llevar su nombre de Verbo Encarnado, el cual se ha hecho el cielo supremo; y que el broche de esta tiara ser como un rubí que alegrará eternamente a los bienaventurados.

Capítulo 138 - Grandes e indecibles delicias que recibí el último día del año 1634 y primero de 1635. Paz y alegría que el Verbo Encarnado me dio como aguinaldo, habiendo escogido para sí los sufrimientos, bondad del Espíritu Santo hacia la humanidad.

            [801] Mi puro amor, a tu más grande gloria y por obediencia, diré lo que pueda expresar acerca de los favores que me concediste a partir de las cinco de la tarde del último día del año 1634, habiendo pasado el resto del día en conversaciones con diversas personas que tu Providencia me envió. Después de la acción de gracias de la santa comunión, no tuve tiempo para orar atentamente en tu compañía.

            La noche fue mi iluminación en mis delicias, que fueron tales, que, encontrándome absorta en una suave luz, me vi admirablemente consolada. Te pedí perdón por mis faltas cometidas durante el año, deseando anonadarme y consumirme con todas las criaturas. Toda consumación llega a su fin, y el fin de todas las cosas es la consumación de ellas mismas. Divino amor, bondad esencialmente comunicativa, me encuentro en ti, escuchando estas dulces palabras: y para todos los que se sometan a esta regla, paz y misericordia (Ga_6_16). divino Salvador, ¿estás satisfecho con el estado en que se encuentra mi alma? Ella está contenta en extremo. ¿Te es agradable esta circuncisión? La experimenta sin sufrir. Hija, llevé y sufrí por ti esas marcas enrojecidas. Lleva las gloriosas, que me glorificar‚ en ellas. Amado mío, como este es tu deseo, diré como el apóstol a todas las cosas: En adelante, nadie me moleste pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús (Ga_6_17). Llevo las insignias de la gloria de mi Señor Jesucristo; de aquel que se sometió a la ley para redimirme de ella. Si me fuera permitido compadecerte, lo haría; pero como te complace el que me alegre sobre tus lágrimas de agua y de sangre, lo haré, a fin de consolarte en esta efusión de sangre que la plenitud del amor te hace verter antes que la incisión. Es este amor, amada mía, el que me mueve a circuncidarte en mí. Sufro esta primera cruz, que es sensible en extremo: el cuchillo es una parte de ella, y mi preciosa carne la otra. Tomo la forma de [802] esclavo para convertirte en Señora.

            ¿No eres tú, el rey de reyes, quien fue visto por san Juan parecido a un Hijo de hombre, el que lleva en la boca una cortante espada de dos filos? Sí, mi muy amada, para servirte doblemente, derrotando a tus enemigos y para afligir a tu amigo, que ha resuelto morir para conquistarte. Te das cuenta, amada mía, que esta espada es la palabra del Padre, que la palabra es la Escritura y, según la Escritura, ¿es necesario que yo muera por aquello que me propuse? Es menester que esta humanidad, cuyo soporte es el Verbo, sufra desde el comienzo de su carne hasta que ésta sea hecha espiritual, y que el espíritu divino la resucite. Podrías decirme que no sufre sensiblemente en el sepulcro, pero ésta es otra forma de pena. Sabes que la privación es un sufrimiento para este cuerpo sagrado, al verse colocado entre los muertos del siglo en el sepulcro y separado de su alma. Fue para unir a todos ustedes a mi divinidad que acepté esta división, división de fin a mi muerte, y de comienzo en la circuncisión, que acepté para apaciguar a mi Padre, el cual, con justa razón, abismaría a la humanidad a causa de su impureza. Querido esposo, te haces sacrificio y lo ofreces por todos los pecados; te circuncidas por los impuros, Jesús, corona de las vírgenes. Es mi circuncisión, hija mía, la que te inmuniza contra los sentimientos impuros, conservándote en el estado en que estás. Bendito seas, rey de las vírgenes, engendrado virginalmente en el entendimiento del Padre, tu principio, con el que produces en un solo principio al Espíritu Santo en una producción virginal. Que las lágrimas de tus ojos y la sangre derramada por esta parte de tu cuerpecito extinga el fuego infernal que reina en este siglo; que el diluvio de tu misericordia impida el de tu justicia; que el fuego que aparece en tus ojos haga arder los corazones con sus castas llamas. Extiende tus ardientes pies hasta la Idumea, para que los extranjeros se sometan a ti; que los lienzos con los que tu madre te envolvió no te detengan largo tiempo en el establo. Demuestra que eres la sabiduría, que alcanza de un confín al otro, disponiendo todas las cosas fuerte y suavemente. Estos paños significan para mí la túnica de lino que baja hasta los talones del que camina en medio de candeleros de oro, a pesar de que seas un niño de ocho días de nacido. Tú eres el que era, el que es y el que será. Tus cabellos, dulce cordero, son blancos como la nieve; en cuanto Dios, sé muy bien que eres en anciano de los días, aunque deseas que yo afirme que eres el primogénito de las criaturas, el mayor entre muchos hermanos y el cordero degollado desde el origen del mundo. Te complaces tanto en el combate, que tu gloria consiste en verte afligido con las [803] llagas que conservarás eternamente. Así son los favores que tú das a tu bien amada, la naturaleza humana. Al preguntarte el Profeta Zacarías mejor dicho, a tu Padre y al Espíritu Santo: ¿Y éstas heridas que hay en tus manos? La he recibido en casa de mis amigos (Za_13_6). Padre eterno, eres tú quien golpeó a este soberano pastor desde el establo hasta el Calvario; a este hombre que se adhirió perfectamente a todos tus mandatos. Gran Dios y Señor de las batallas: eres tú quien ordena que se hiera a este pastor. Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas, dice el Señor omnipotente (Za_13_7).

            ¡Qué poder sobre un tierno cordero, que es pastor de María y José! Sus ovejas se dispersan y afligen a causa de los golpes que descargas sobre este pastor en Belén y por los que le asestarás hasta su muerte. ¡Cómo no he de sufrir al ver que mis pecados son causa de tanto dolor!

            He pedido dolores sabiendo lo que pido, y me respondes con dulzuras. De esta piedra saboreo la miel; en la boca de este león fortísimo en su muerte, que devora a los pecadores, encuentro la liberación de mi vida. El me alimenta con su gracia, pero gracia que es tan exuberante, que me parece estar en la gloria. Es éste el remedio que me regalas, mi verdadero apoticario? Como prevención al día de mañana, me envías estas dulzuras como delicioso aguinaldo. Al detenerme en estas palabras de san Juan: Entonces los Sumos Sacerdotes y los Fariseos convocaron consejo (Jn_11_47), plugo al divino amor despertar mi espíritu, abrasando mi pecho con una santa llama que acrecentó mi amor de maravilla, haciéndome experimentar estas palabras de san Pablo: La caridad ha sido difundida o derramada en nuestros corazones mediante la inhabitación del Espíritu Santo, el cual me enseña divinamente, diciéndome que él preside en la Trinidad el Consejo del amor; que el Padre engendraba su Verbo y hablaba por su mediación, y que era éste el gran Consejo en el que el Padre y el Hijo expresan las maravillas de su fecundidad, que concluye el Santo Espíritu con un amor auténtico y presidial, en el honor de su única esencia y de sus divinas operaciones, de sus distinciones personales, de sus admirables propiedades, con sus relaciones y conocimientos divinos en sumo grado, para mí incomprensibles e inefables. El me enseñó que la igualdad que tiene con el Padre y el Hijo, siendo un Dios muy único con ellos, no puede sufrir sumisiones, sino que recibe más bien alabanzas y júbilo; que las divinas personas se dan y vuelven la una a la otra de manera divina. El Padre comunica su esencia al Hijo sin empobrecerse, y el Hijo la recibe sin rebajarse.

            De manera similar, el Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo sin disminuir su plenitud, y el Espíritu Santo recibe su esencia y su ser sin dependencia. Su soporte personal termina por entero [804] la producción del Padre y del Hijo, siendo el término de su única voluntad sin estrecharlos. El límite que les presenta es la inmensidad misma, la cual encierra a tan única divinidad y adorable Trinidad, que posee sus operaciones internas, distintas y propias, junto con su única y del todo común esencia, permítaseme la expresión.

            Este Espíritu de amor me dijo: Yo presido el Consejo del amor, el Padre el del poder y el Hijo el de la sabiduría. Al Padre pertenece la creación, al Hijo la redención, y a mí la santificación. Me enseñó que, aunque sus operaciones al exterior sean comunes, y que en mi manera de hablar me permitía poner por escrito que la creación pertenece al Padre, la redención al Hijo y la santificación a él, y que no omitiera o pasara por alto estas palabras del Salvador: Pues no hablará por su cuenta sino que hablará lo que oiga (Jn_16_13). Añadió que es el amor a tal grado, que urgió por amor al Padre a enviar a su Hijo, y al Hijo a venir a la tierra para redimir al hombre, a fin de que él mismo pudiera venir en persona para santificarlo. Es una gracia grandísima el ser creado y otra aún mayor el ser redimido; pero la mayor de todas es la de ser santificado.

            Al pensar en lo que dijo el Salvador, que los pecados cometidos contra este Espíritu de amor no se perdonan ni en este mundo ni en el otro, mi alma no se sorprendió, porque esto es ofender maliciosamente la bondad divina. Los que cometen ofensa en la ley natural ofenden, por debilidad, al Padre; quienes infringen la ley escrita por ignorancia, ofenden al Hijo, el cual pide perdón por ellos a su Padre eterno, aduciendo que no saben lo que hacen. Aquellos, empero, que cometen ofensa por malicia, impugnando la verdad conocida, ofenden la bondad de aquel que, después de haber visto el mal trato que se dio al Hijo, que es su principio con el Padre, se dignó, más bien se apresuró, a venir con plenitud de gracias y profusión de sus dones sobre los hombres, asentándose sobre cada uno de los que se encontraban en el Cenáculo, para ser consolador eternal, Padre de los huérfanos y juez de las viudas. Ofender a esta bondad, habiéndola conocido, es hacerse indigno del perdón.

Capítulo 139 - El Verbo Encarnado apareció como rey glorioso y doloroso en su circuncisión. Vertió su sangre y nos mereció la venida del Espíritu Santo junto con sus llamas, para que los pueblos le adoraran en la ciudad de David, que es Belén.

            [805] Al meditar en la circuncisión, pude conocer que mi Salvador, en este día, se manifestó como rey y pecador, ya que la circuncisión era señal de pecado y servidumbre. Vertió sangre que representaba la púrpura real, cuyo trono, asentado en la ciudad de David, fue la Virgen, la cual lo circuncidó; trono que emitió resplandores, rayos de luz y relámpagos amorosos. Los ojos de la Virgen eran todos de fuego y su pecho, una hoguera de amor que encendió en ella la presencia del Verbo Encarnado.

            El rey de amor, aunque recostado en el pesebre, brillaba en el cielo. El amor ocasionaba dos contrarios en el corazón maternal: la alegría y el dolor. La mano temblorosa de aquella generosa madre lo circuncidó según la ley de rigor, dándole su dulce nombre. Por voluntad del divino Padre, el jirón de carne que se le amputó, que tenía la forma de una corona, era más augusto y precioso que todas las coronas reales e imperiales, y más brillante que todas las diademas en presencia del Padre eterno y de los ángeles. Su madre lo coronó en el día de la alegría de su corazón, el cual estallaba de gozo al iniciar la obra de nuestra redención derramando su sangre. Comenzó así a nacer verdaderamente en el mundo, habiendo antes nacido en su madre: Lo engendrado en ella (Mt_1_20). Como Salvador del [806] mundo, nació en el pesebre. Su espada, que pendía sobre su muslo, era su sangre, según la descripción de David en su epitalamio. La victoria se obtuvo por la sangre del cordero. ¿Acaso no fue escrito sobre su muslo el hermoso título de Rey y Señor de señores por la punta del hierro? Apareció como cordero degollado; es decir, Jesús circuncidado, el cual se sienta en su trono ordinario: el seno de su madre, en el que recibió los homenajes de la gentilidad, representada por los magos. Jacob adoró el extremo de esa vara, intuyendo con mirada profética que el cetro de Judá desfallecía. Jacob, al luchar con el ángel, se lastimó el nervio. El Salvador fue herido en el mismo lugar, por ser necesario que diera término a la generación de la tierra para dar inicio a la celestial de los hijos de Dios, cuando no hubiera más descendientes de la raza de Judá y de su muslo, según la profecía: No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre tus piernas, hasta que venga el que ha de ser enviado (Gn_49_10).

            El que debe portar divina y humanamente el cetro de Judá, al ser lastimado en su carne inocente, con lo que abolió la antigua circuncisión, es el autor de una generación nueva, casta y bellísima. El es verdaderamente Judá y confesión, no sólo mediante la alabanza que rinde a su divino Padre con dicha acción, sino al parecer culpable y criminal, no a causa de sus propias faltas, sino por los pecados ajenos que cargó sobre sí, recibiendo en su carne inocente la marca del pecador. En esta acción se manifestó la Virgen como la mujer fuerte, haciendo brotar, ella misma, la sangre de su único hijo, al que amaba con más ternura que a sí misma. Un poco antes le había regalado la túnica blanca de su humanidad, y en este día lo viste con la púrpura de la sangre que tomó en ella y de ella. Su cuerpo sagrado creció en sus entrañas virginales hasta el día de su nacimiento, y ahora lo mutila; es la viña que llora y la uva que destila sangre.

            Ese mismo día me fue mostrada una estrella reluciente que arrojaba acianos de fuego. Recibí la explicación de que dicha estrella representaba al Verbo y al Espíritu Santo en el seno de la Virgen. El Verbo es la luz; el Espíritu Santo los acianos [807] de fuego que la producen; y, aunque el Verbo y el Espíritu Santo, al igual que el Padre, no sean sino una misma luz indivisible, no por ello dejamos de contemplar al Verbo humanado en la Virgen y anonadado en el establo en que yace, en tanto que en el cielo es el esplendor eterno que produce con inmensidad, como el divino Padre, al Espíritu Santo, que es inmenso como ellos en la divinidad, el cual se comunica a los seres de razón mediante centellas que caen, pero sin ofender en su descenso (permítaseme hablar de este modo) a los que lo reciben, como sucedió el día de Pentecostés, al darse en forma de lenguas de fuego a todos los que le esperaban, cada uno de los cuales recibió la suya: Aparecieron unas lenguas de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos (Hch_2_3). El podía darse a los hombres tanto en el nacimiento del Verbo Encarnado, como después de su ascensión, acudiendo, en forma de lengua de fuego, al nacimiento de la Iglesia. El Espíritu penetra en la intimidad personal de quienes lo reciben en el bautismo y desciende como lengua de fuego hasta los fervientes predicadores que procuran su divina gloria y la salvación del prójimo, para que lleven por todo el mundo la palabra del Verbo Encarnado, que debe ser luz para todos: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablar por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir, todo lo que tiene el Padre es mío (Jn_16_13s). Los hombres le pueden pedir al ofrecer mi sangre para ser lavados con ella. Aquel que dijo: Ofrece sangre y poseerás al Espíritu, no habló en vano. Hija, ofrece a mi Padre mi sangre y pide, en virtud de ella, al Espíritu Santo, el cual fijará en sus entendimientos conocimientos referentes a la divinidad, que serán como estrellas brillantes cuyo fulgor no se dar sin comunicar ardor a sus voluntades. Cuando mora en un alma, se complace en ver arder en ella el fuego que vine a traer al mundo en una época en que el Espíritu necesitaba de él para purificar y abrasar a los hombres. Hija, considera que estoy revestido de mi sangre; que soy el alimento que es todo fuego: Porque el manto rebozado en sangre será para la quema, pasto del fuego (Is_9_5s). El Profeta evangélico añade: Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y su nombre será Maravilloso Consejero, Dios Fuerte, Siempre Padre, Príncipe de paz. Sobre el trono de David y su reino se asentará (Lc_2_11).

            Al nacer y ser circuncidado, se sienta en el trono de David en Belén, a la que el evangelista san Lucas y el ángel que anunció a los pastores llaman ciudad de David: Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor (Lc_2_11). En ese lugar, comienza a encargarse de su principado. Se ofrece para redimir a su pueblo con su sangre, dando para ello una parte como prenda y prometiendo el pago total en la cruz, en la que ser príncipe de paz, pacificando por medio de su sangre al cielo y a la tierra. A partir de la circuncisión, se hizo Rey y los reyes acudieron a reconocerlo en el establo, empurpurado con su sangre, adorándolo como a su Dios y Redentor digno de toda adoración. Es el Cordero degollado desde el origen del mundo. Al entrar en él, se ofrece a su Padre Eterno como víctima de expiación. Es dominador del cielo y de la tierra; Padre del siglo futuro, Príncipe de paz que engrandece su imperio, atrayendo a sí a los gentiles, que van a conocerlo en la persona de los magos, los cuales le ofrecen incienso como a su Dios, oro como al rey de reyes y mirra como al que quiso, por amor, hacerse hombre mortal, cuya voluntad era morir por la humanidad entera. Al ofrecer desde este día su alma a la muerte, vio en él una generación futura postrada a sus pies. Dicha generación está muy bien representada por los tres reyes que se reconocen súbditos suyos aun en casa de Herodes, el usurpador del reino de David que correspondía al Verbo Encarnado.

Capítulo 140 - El amor divino es enaltecido en sus banquetes, son desterradas la inquietud y la muerte, 5 de enero, 1635.

            El profeta, queriendo mostrar la magnificencia del convivio que el Dios de bondad organizó para su pueblo en la santa montaña, dijo: Hará un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá a la muerte definitivamente; enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra (Is_25_6s).

            Amán llamó a su mujer y a sus amigos para contarles el favor que consideró altísimo, por ser muy singular; a saber: que la reina Esther sólo había invitado al él y al rey a su real festín, ignorando la intención de la reina de obtener del rey una sentencia contra tan arrogante príncipe, junto con la liberación de su pueblo.

            Mi divino amor me concedió un favor más grande, invitándome a tres festines, no con el propósito de hacerme morir y presentar queja en contra mía, sino para darme su vida, porque él es germen de inmortalidad. El es la vida sustancial como lo son el Padre y el Espíritu Santo, en el primer festín de la Trinidad. Es por mediación del Verbo que las criaturas reciben la vida, como nos dice san Juan.

            El segundo festín es el de la divina Encarnación, de la que ha hecho una extensión en el augustísimo sacramento del altar, en el que su carne es verdadera comida y su sangre bebida saludable: Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, posee la vida eterna. El que me coma vivir por mí (Jn_6_55s); vida eterna que [810] desea comunicarme en abundancia.

            Jesucristo nos hará participantes de su gloria, que es el tercer festín, como lo hace ahora con su gracia, la cual recibimos en plenitud. A esto se refirió al prometer a sus apóstoles los cuatro festines de su gloria, en la que se ceñirá y servirá a los elegidos convidados a ella: se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá (Lc_12_37). Se revestirá y ceñirá de gloria y resplandores, que administrará y servirá a todos los que haga gloriosos, pues, así como él es el gran ministro y administrador de la gracia, así lo ser de la gloria, dando a cada uno la porción debida e iluminando a todos como un sol que se refleja en una infinidad de hermosos espejos, que a su vez reflejan sus luces sobre aquel de quien las reciben, mediante una continua corriente de rayos luminosos.

            Al encontrarse ante este conocimiento, mi alma se abismó del todo en la divina luz que la cubría como una vestidura, con la que brillaba a los ojos de los espectadores de las divinas maravillas, los cuales admiraban la infinita bondad de este Dios magnífico, que se complace en ensalzar a los pequeños de la tierra para que se sienten en compañía de sus príncipes celestiales, dándome la esperanza de estar, un día, entre sus cortesanos, gozando de sus deliciosas claridades sin temer verme privada de ellas por el pecado, como sucede con frecuencia en esta vida a causa de la fragilidad, que se tan a menudo en las almas imperfectas como yo.

            Uno que entró al festín de bodas fue echado fuera porque no llevaba puesta la túnica nupcial en el festín de la gracia y de la gloria. Dios obsequia la túnica para ambos festines, deseoso de que el alma la lleve puesta. La de la gracia no es brillante como la de la gloria y permanece oculta a los ojos de los mortales. Dios y los bienaventurados la ven y la encuentran bella para ser llevada bajo los velos de la fe, de la cual no tienen ya necesidad por encontrarse en la visión beatífica. Sin embargo, no dejan de temer por el alma, [811] ya que dicha túnica de gracia puede serle arrebatada cuando no está confirmada en ella. Como el Verbo es un espejo voluntario, no da a conocer a todos los bienaventurados la predestinación de las almas que van por el camino; en tanto que esta alma esté revestida de esta túnica, desea, con el Padre y el Hijo, por el Espíritu Santo participar en la comunión de los santos, aunque esto sea a plato cubierto; es decir, bajo los velos de la fe. El temor que siente la corte celestial hacia la desdicha del alma favorecida no le causa inquietud alguna, debido a la confianza que tiene en la bondad de Dios, la cual les afirma que, con las gracias presentes, considera las que dará en el futuro al alma acariciada de esta suerte, lo cual los mueve a pedir por ella mientras se encuentra en camino, a fin de que posea con ellos la gloria. El no quiere la muerte del pecador, sino la vida del justo, al que conduce por el camino recto, mostrándole ya desde esta vida las claras irradiaciones de la plenitud que comunica en el cielo, donde su reino resplandece al ser iluminado por la misma fuente de la luz: El Señor condujo al justo por caminos derechos, le mostró el reino de Dios y le concedió la ciencia de los santos. Lo encomió en sus trabajos y los llevó a término. Este Dios de amor no tiene en cuenta si el alma a la que invita por sus divinos favores a estos tres festines, no está confirmada en esta dicha. El mismo se hace su camino le muestra su reino por medio de divinos relámpagos, le enseña la ciencia de los santos, pero, ¡qué digo! se la infunde; la alaba en sus trabajos, haciéndolos parecer dignos de encomio, porque el Verbo se encarnó para honrar el trabajo de los suyos y él mismo trabajó desde su juventud. Cuando el Rey pone mano a la obra, ésta se convierte en una tarea real y los príncipes se glorían en colaborar con el rey porque los oficios reales se consideran honrosos. Cuando el rey combate con su ejército generosamente, todos sus soldados intensifican su valor: la magnanimidad de su príncipe les levanta el corazón. No temen más los asaltos y se lanzan valerosamente a la brecha. Por ello, los soldados de Holofernes exclamaron al ver a Judith: [812] ¿Quién habrá que tenga en poca estima al pueblo de los hebreos, teniendo como tienen mujeres tan bellas? ¿No merecen éstas que hagamos la guerra contra ellos para adquirirlas? (Jd_10_18).

 Capítulo 141 - Adoración de los Reyes Magos. La divina y amorosa Providencia los exaltó en su abatimiento, para que al dejar su reino temporal fueran recompensados con la divina luz, que los asoció al reino eterno.

            [813] El sabio, con gran acierto, describe la dicha de los reyes que son guiados por Dios: Como las divisiones de las aguas, así el corazón de los reyes que ponen sus corazones en manos del Señor, el cual lo inclinará a hacer su voluntad. Sus ojos serán exaltados y ensanchado su corazón. Los reyes de Oriente pusieron sus corazones en manos del Dios que los había creado, el cual elevó su entendimiento al conocimiento de su divina sabiduría, de la que se enamoraron, amor que llegó a ser su peso, dejándose llevar hacia donde se éste se inclinaba. Consideré a estos reyes como verdaderos conquistadores, sabios filósofos, magos perfectísimos, astrólogos realizados y grandes capitanes. David tuvo el vivo deseo de llegar a Jerusalén y ganar la ciudad fortificada: ¿Quién me conducirá a la ciudad fortificada? (Sal_60_9), debiendo trabajar durante mucho tiempo para lograr su meta. Estos afortunados reyes, en sus conquistas, son prevenidos por los favores del cielo. Cuando menos lo piensan, divisan una estrella en el firmamento, que los conduce a la ciudad en la que encuentran al rey del cielo y de la tierra. Fue puesta en sus manos la posesión del tesoro del divino Padre, que pudieron llevar a su país sin disminuir en nada sus conquistas. Se sometieron a este rey, adjudicándose así la posesión de aquel que deseaba serlo. Nunca fueron tan grandes como en su abajamiento, ya que afirmaron sus reinos con una nueva conquista al hacerse dependientes del rey al que adoraron en el establo. En esto obraron a semejanza del Salvador, quien, al conquistar su reino, lo sometería a su divino Padre, como dijo san Pablo. El apóstol opinaba que la gloria consistiría en el sometimiento que haría a su Padre, y en su solemne protesta de poner a sus pies todas sus conquistas. De la misma manera, los reyes adquirieron la perfección de su gloria al [814] reconocerse súbditos del Salvador, rindiendo homenaje con sus cetros y coronas a su soberanía. Cuando el Salvador haya sometido todo a su Padre, Dios será todo en todos (Col_3_11). De la misma manera, después de que los reyes rindieron los testimonios de su sujeción, el dulce Jesús se hizo rey en ellos, rigiendo en todo lo que les pertenecía. Ellos, a su vez, reinaron en él. Fueron constituidos posesión del Señor, y el Señor en su posesión y eterna heredad. Tuvieron al mundo entero sometido a sus pies, porque nada hay que deje de estar al pie del pesebre, porque en él se encuentra el Creador. Dios se llamó, antiguamente, el Dios de Isaac, el Dios de Abraham y el Dios de Jacob, porque se gloriaba en tener como posesión suya a dichos príncipes y a su descendencia. Hoy en día él mismo se hace posesión de estos reyes, que obtienen como fruto de sus conquistas al Dios de Jacob, que los eleva en el amor y se hace su gloria. En sus conquistas, la Iglesia y la gentilidad reciben la bendición impartida a Rebeca por sus hermanos: conquiste tu descendencia la puerta de tus enemigos (Gn_24_60). Su simiente llegaría a poseer las puertas de sus enemigos, porque los hijos de esta gentilidad poseen la felicidad completa de su enemigo: la sinagoga. El universo entero canta esta victoria. La Virgen se alegra y el pesebre estalla de alegría. El Salvador recompensa a sus conquistadores con el don de si mismo; los ángeles cantan en el aire y dan gloria al Padre eterno, que se ve glorificado en su Hijo; y a través de la gloria de su Hijo, anuncian la paz a los hombres de buena voluntad, ya que los reyes ven sus esfuerzos y su ardiente caridad premiados con una dulce paz. Mientras Herodes se turba, ellos encuentran el árbol de vida, la fuente de David abierta a todo el universo, la ciudad fuerte, la torre de marfil flanqueada de bastiones, el arsenal de toda clase de armas ofensivas y defensivas. Se convierten en reyes sin la aflicción que suele ser el lote de la realeza de la tierra; el gran rey Salomón asegura que, bajo el sol, sólo se encuentran aflicciones. Para estos reyes su reino no se encuentra bajo el sol, sino por encima del sol, al que poseen como trofeo de su victoria. Los reyes de oriente absorben la miel y la leche en la dulzura de su posesión: la leche de la humanidad del Salvador y la miel de su divinidad, miel que se ha espesado y aglutinado con nosotros para hacernos gozar de la unidad inseparable que él tiene con su Padre. [815] Dichos reyes no triunfan solos: el rey a quien adoran obtiene en ellos la victoria. Su nombre comienza a ser conocido por los pueblos del Oriente: De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado su nombre entre las naciones (Sal_113_3), y se extenderá por toda la gentilidad. Su madre, que ha tenido buena parte en todas sus conquistas, está a su derecha, en la que participa de su poder. Está rodeada de una agradable diversidad de naciones, que adoran en la persona de dichos reyes la persona de su Hijo, ambicionando la gloria de ser contados entre sus hijos adoptivos y alcanzar un lugar en su amor maternal.

            Si los reyes fueron grandes en sus conquistas, no fueron menos sabios en comparación. David conquistó el reino y Salomón lo disfrutó. Sin embargo, tuvo en más la sabiduría. Estos reyes poseen la sabiduría encarnada, llegando a ser auténticos magos mediante el reconocimiento de la verdadera divinidad.

            Toca los montes y humearán (Sal_104_32). Estas montañas, al ser tocadas por la mano del Dios Encarnado, exhalaron el humo del incienso, destilaron la mirra y produjeron el oro para reconocer la divinidad, la mortalidad y la realeza del nuevo rey que la estrella les mostraba y que la sinagoga, que poseía toda la sabiduría de las Escrituras, no pudo ni supo encontrar. Oh Dios, cuan afortunados fueron estos astrólogos!: Supieron descubrir los nuevos cielos que se inclinaron a ellos y descendieron a la tierra, a fin de que no tuvieran más necesidad de lentes de largo alcance, ni se equivocaran en la variedad de los fenómenos que aparecía ante sus ojos, puesto que vieron a la luna que da a luz al sol, del que ella recibe toda su luz; un sol que deja su cielo para iluminar a la tierra; que eclipsa su luz y la difunde, todo a la vez. Ellos vieron una estrella que guarda su luz en presencia de la luna y del sol. La Virgen da luz a su sol, en tanto que José, estrella de Jacob, comienza a despuntar sobre nuestro hemisferio: Nacerá una estrella de Jacob: una virgen concebirá y parirá un hijo (Is_7_13s).

Capítulo 142 - Continuación del obsequio de los tres Reyes Magos y las grandes luces que Dios me concedió en ese día, que está hecho de misterio.

    [817] En varias y diversas ocasiones, durante el día de reyes, llamado de la Epifanía, recibí divinos favores de mi divino amor, el cual me dirigió estas palabras del Profeta Isaías: Levántate y resplandece, Jerusalén, que ha llegado tu luz, y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti (Is_60_1). Hija mía, eleva a mí tu espíritu, ten una gran confianza, s‚ iluminada, mi querida Jerusalén pacífica. La luz divina viene a ti, la gloria del Señor se ha levantado sobre ti como un sol en su horizonte. Al penetra en su hemisferio, te llena con sus claridades, en tanto que una multitud innumerable gime en las tinieblas. [818] Sobre ti aparece la gloria del Señor. Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada (Is_60_3). Nuestra divina bondad se complace en llenarte de luz y de gloria. Todos verán brillar sobre ti el esplendor del Padre. El Señor del amor desea iluminar a los pueblos y conceder vida al rey; es decir, a los sacerdotes, que son los ungidos. Muchos doctores admirarán las luces que te concedo sobre los divinos misterios, aunadas al conocimiento de la Sagrada Escritura. La manera como los expones, con la gracia del Espíritu Santo, les proporcionarán luces más claras. Hija, no dudes que posees la mayor parte de sus favores, como los describe el capítulo 60. Abarca con tus ojos, si puedes, el orbe de la tierra; ten entendido que muchos hijos de uno y otro sexo serán engendrados espiritualmente a través de las gracias que te concedo, de las que no te privar‚ si permaneces fiel: No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna menguará, pues el Señor será para ti luz eterna, y se habrán acabado los días de tu luto. Todos los de tu pueblo serán justos, para siempre heredarán la tierra; retoño de mis plantaciones, obra de mis manos para manifestar mi gloria. El más pequeño vendrá a ser un millar, el más chiquito, una nación poderosa. Yo, el Señor, a [821] su tiempo me apresurar‚ a cumplirlo (Is_60_19s). Mi divino amor me prometió que llevaría a cabo su obra en mí, y que concedería grandes gracias a mis hijos espirituales y a todas las hijas de su congregación, a las que llama su plantío. Me hizo el favor de mostrármelas en mi seno, en el que las llevaba como hijas a las que él deseaba engendrar. Cada una de ellas es obra de las manos del divino Salvador, a pesar de ser, en apariencia, las más pequeñas de todas las congregaciones que existen en la Iglesia. Añadió que él las haría grandes y fuertes con su amoroso poder, y esto porque él es bueno. Me dispensó tantas y tales caricias en este día, que no podría describirlas por serme imposible recordarlas debido a la multitud de luces que recibí de él. Además, lo que anote por escrito no corresponderá a la sucesión de los años, sino a lo que me venga al pensamiento.

    Al considerar que a este día también se le llama Epifanía, mi divino esposo me concedió claridades tan sublimes, que no sabría describirlas, debido a que me instruía divinamente, y a que sería necesario hablar a lo humano, en consideración a la debilidad humana. Uno de los días antes mencionados, habiendo presentado mi espíritu a su Creador, para gloria suya y para disponerlo suave y fuertemente por orden de su sabiduría divina, esperando que me manifestara el esplendor de su gloria, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su majestad, mi espíritu, elevado más allá de todo lo creado, conoció de manera imperfecta cómo el Padre santificó a su Hijo por tener que enviarlo al mundo, imprimiendo divinamente su imagen, que es la figura o rostro de su sustancia y hálito de la divina virtud, en el alma y cuerpo que escogió para él.

    Dicha impresión subsiste en si, y es portadora del cuerpo y alma del Verbo: pero éste lleva el sello del Padre en cuanto Dios. Dicho cuerpo y dicha alma fueron sellados con el carácter del Padre, que es la manifestación gloriosa y divina con la que fue saciada nuestra naturaleza: seremos saciados cuando se manifieste. [823] En sólo un instante, la Trinidad le presentó el gozo y la cruz, para que escogiera el uno o la otra para redimir a la humanidad. El divino Salvador aceptó libremente la cruz, aceptación, que lo sujetó a en obediencia al Padre, el cual dispuso todo lo que él haría de momento en momento. El Verbo presenció el instante de la muerte. Como el rostro del pecador se presentó ante sus ojos con todo su horror, fue menester atenuarlo con el rostro divino. Dos contrarios aparecieron en Jesucristo: el amor a los hombres, que lo urgió a abrazar la confusión y el menosprecio con un ardor indecible, y el deseo de cubrirse de oprobios con tal avidez, que pareció a este ardiente enamorado que el día estaba muy lejos y que la hora tardaría mucho en llegar. Habiendo subsistido durante una eternidad en la forma de su hermosura divina, que es igual a la de su divino Padre, amó durante una infinitud esta confusión para liberar a los hombres y dar satisfacción a su Padre por los crímenes que habían cometido y cometerían hasta el fin del mundo, lo cual significa que hubiera querido padecer infinitamente por el pecado que morar en el infierno de los demonios y de los hombres obstinados, si ello hubiera sido compatible con el que debía ser la gloria de los elegidos en el empíreo, gloria [824] que se ofrece continuamente al divino Padre para compensar infinitamente el horror que reside en el infierno, el cual no puede ocultársele, porque todo está desnudo y descubierto a la mirada divina, que todo lo penetra y horada los abismos.

    Al pensar en estas diferentes manifestaciones en un mismo soporte, experimenté el gozo y el dolor; pero viendo que la alegría es inmensa y positiva, y que la cruz y el dolor fueron causados por la caída momentánea, el gozo sobreabundó, elevándome al lado de aquel que es bello por esencia y por excelencia, y que arrebata al Padre con sus propias maravillas, haciendo que se complazca con un gozo inefable al contemplar al Hijo al que engendra desde la eternidad unido a la naturaleza humana; es decir, hacerse una sola persona portadora de dos naturalezas: una que le es propia desde la eternidad, y la otra que quiso aceptar de él y para él sin confusión ni mezcla, en el tiempo y hasta la infinitud. El hombre es Dios, y Dios es Hombre. El divino Padre desea imprimir el carácter de su gloria en las almas que se adhieren a él y a su amor, de un modo que me pareció inefable. Me reveló que, al recibir el gozo, era necesario, como la santa humanidad, estar dispuesto a recibir la cruz, a fin de obligar a la bondad a dar con largueza, ya que un alma con [819] semejantes disposiciones es apta para recibir sus admirables manifestaciones, que son antítesis continuas en la tierra, que se convierten en el cielo una tesis general apoyada por la gloria esencial, que consistir en la ciencia intuitiva, la cual hará felices por siempre a las almas fieles, y que este cuerpo sagrado que se apoya en el soporte divino, glorificar con su belleza a los bienaventurados, los cuales padecieron unidos a sus almas, a imitación del Salvador, que fue sometido a sufrimientos indecibles en el tiempo de la Pasión. Por ello dice: Ahora que mi alma está turbada, ¿Qué voy a decir? Padre, líbrame de esta hora. Pero si he llegado a esta hora para esto Padre, glorifica tu nombre (Jn_12_28). Padre mío, soy bien consciente de la opción que hice de esta hora tan horrenda. No pido la liberación de estas fallas, ni que los tormentos destinados por el consejo divino sean modificados al ver mi alma turbada ante el horror de las tinieblas. Te ofrezco esta oración por todos mis elegidos, que son miembros de mi cuerpo místico, a fin de que sean iluminados con tu divina luz, que por esencia nos pertenece a ti y a mí. Quise aceptar por amor la suspensión de estas claridades, dejando en la aflicción a mi parte inferior, al ver los crímenes por los que soporto esta incomprensible privación y estos horrores inexplicables a los hombres y a los ángeles. Acepto, mi queridísimo Padre, que tu justicia me sumerja en el sufrimiento y preserve las alegrías que deseo conceder a los míos, con los que deseo ser uno como tú y yo somos uno. Deseo sufrir la separación de mi alma y de mi cuerpo en medio de tristezas extremas, a fin de merecer para ellos esta unión; mejor dicho, unidad, con nosotros. [820] Deseo de corazón aparecer con el rostro del pecador y asemejarme a la carne del pecado, aunque esta apariencia me haga gemir, moviéndome a decirte amorosamente: Ahora que mi alma está turbada, ¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Porque, cómo podré sufrir una fealdad tan deforme junto con una belleza tan resplandeciente como es el apogeo de tu gloria y la figura de tu sustancia, si no me das, por medio de estos sufrimientos, almas embellecidas con tus maravillosa hermosura, que devolverán gracia y gloria eterna a tu nombre paternal? Son éstos tus hijos dispersos por el pecado, el cual desfiguró las imágenes hechas a tu imagen, que soy yo. Como yo llevo el amable título de imagen de tu bondad, deseo que todos los ángeles vean copias de ella, pues saben muy bien que la bondad es en sí comunicativa. Todos ellos admirarán, durante la eternidad, estas maravillosas manifestaciones que te glorificarán al exterior, dando gloria a tu dulzura paterna. Por esta razón, la Iglesia te dice en el prefacio de la Epifanía: Pues tu unigénito Hijo, apareciendo en la condición de nuestra mortalidad, nos ha regenerado con la nueva luz de su inmortalidad; y por eso, con los ángeles y los arcángeles, con los tronos y las dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial, cantamos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo.

Capítulo 143 - Dios me mostró al demonio, que deseaba impedir el establecimiento de la Orden. Me prometió vencerlo por intervención de san Miguel, y que sería yo testigo del cumplimiento de sus divinas promesas.

            [825] El 9 de enero de 1635, al orar durante la noche, vi un demonio en actitud de burla, que tenía ropa y rostro de mujer. Se me dijo que era el mismo diablo que había tentado y engañado a Arrio, el cual desplegaría todo su poder para contrariar los designios del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado. Fue así como, al día siguiente, el Sr. Conde d'Eveine, deseando tratar este asunto, fue mal recibido por el Señor Cardenal. Lo mismo ocurrió más tarde al Sr. de Pure, preboste de los comerciantes, y a los señores regidores de Lyon, quienes fueron maltratados y despedidos despectivamente. Esta visión fue seguida de cierta tristeza que sólo duró alrededor de una hora, después de la cual fui consolada. Me confié al auxilio de san Miguel, el cual me comunicó que vencería a dicho demonio, y que llegaría yo a ver la Orden del Verbo Encarnado establecida para confusión de aquellos que deseaban impedirlo. Agregó que la bondad divina permite el sufrimiento de los que procuran su gloria, para manifestar su poder contra los vanos esfuerzos de sus enemigos. Los santos prelados combatieron al mismo demonio, echándolo fuera cuando intentó, valiéndose de Arrio, borrar de la mente de la humanidad la divinidad del Verbo, que es igual y consustancial con el divino Padre y el Espíritu Santo, y uno con el Dios simplísimo e indivisible. El es el Verbo mediante el cual el Padre hizo los siglos. Es Dios de Dios, luz de luz, engendrado y no creado, el cual, para salvarnos, se hizo hombre sin dejar la forma de Dios; pudiendo, sin menoscabo, igualarse a su divino Padre y anonadarse a sí mismo voluntariamente. Al tomar la forma de servidor, conservó la de Dios. La Iglesia, admirada ante tan admirable Encarnación, exclama: Hoy nos es revelado un admirable misterio: al renovar nuestra naturaleza, Dios se hizo hombre. Lo que ya existía, permanece; lo que no, es asumido sin que en ello ocurra mezcla ni división.

Capítulo 144 - Diversos desiertos y su excelencia. Sólo Dios es Dios y Jesucristo el único Hombre-Dios, el cual se recrea en la soledad, en la que ha mostrado sus maravillas tanto en la antigua como en la nueva ley, 1635.

            [827] El día de san Pablo, primer ermitaño, Dios me condujo a través de una gran variedad de desiertos, dándome a conocer cuanto se complace en la soledad. Permaneció solitario en si mismo durante una eternidad, antes de la producción y compañía de las criaturas y a pesar de que en la Trinidad de las divinas personas y en sus tres hipóstasis se encuentran la sociedad inefable y la igualdad inconcebible de las mismas, que producen en ella la unidad y la soledad de la esencia, lo cual significa que cada persona es singular y solitaria en su propiedad: El Padre es sólo Padre; el Verbo es sólo Hijo y Palabra que mora en el seno de su divino Padre a manera de matriz fecunda, lugar en el que siempre es engendrado. El Espíritu Santo es el solo amor sustancial, vínculo y producción del Padre y del Hijo, como de un sólo y único principio. Si, según nuestra manera de hablar, Dios desea salir de su desierto para obrar la creación, se recrea siempre en el desierto. En el primer día, el mundo fue sólo un desierto: la tierra carecía de todo adorno, las tinieblas cubrían la faz del abismo y el universo entero estaba deshabitado. El hombre fue creado en la soledad de la campiña de Damasco, para ser trasladado más tarde al Paraíso terrenal, poblado únicamente por animales, en el que se le dio a Eva para aliviar su aislamiento.

            Como Henoc fue acepto ante los ojos de su Majestad, Dios lo arrebató del mundo a un desierto. No‚ se encontró solo con su pequeña familia, que sólo se componía de ocho personas recluidas en el arca que flotaba en las aguas del diluvio. Después de que dichas aguas dejaron la tierra al descubierto, el mundo entero se convirtió en su desierto. Abraham y los patriarcas carecieron de morada estable; dejaban sus países e iban errantes cobijándose bajo tiendas y pabellones. Moisés fue llamado al desierto y los hijos de Israel peregrinaron en los desiertos por espacio de cuarenta años. Dios desplegó las más grandes maravillas que jamás obrara en [828] su favor al entrar al desierto o durante su estancia en él. Elías, durante sus éxtasis lo mismo que los hijos de los profetas habitó en lugares apartados. Estando en el desierto, un carro de fuego lo arrebató a Elías para llevarlo lejos. En él sigue viviendo en una santa y amable soledad al cabo de tantos siglos. Los Macabeos se retiraron a un desierto para concertar el generoso plan que los expondría a la violencia de Antioco, rey de Siria. Sería fácil seguir el resto de la Escritura para justificar esta verdad. El Verbo descendió a un desierto, ya que el seno virginal de María es comparado por el profeta a una tierra desierta en la que tomó una naturaleza privada de su subsistencia llegando a ser, mediante dicha unión, un compuesto que es el único, el singular y el solitario. Juan, su precursor, vivió en el desierto, predicó en los desiertos y en ellos bautizó. El Salvador llevó una vida oculta en la soledad del alejamiento de todas las criaturas, tanto en Egipto como después de su regreso a Nazareth hasta su bautismo, que fue seguido del retiro a los desiertos donde fue tentado. Con frecuencia se dirigía a los eriales para orar durante noches enteras, a pesar de que la muchedumbre del mundo que lo seguía, atraída por la dulzura de sus palabras, los poblara más que las grandes ciudades. Hizo, en el desierto, gran cantidad de señalados milagros; en él abrió sus divinos labios para predicar el Evangelio y enseñar la doctrina que nos traía del cielo, parte de la cual nos expuso en el sermón de la montaña. ¿Acaso no nació en un desierto? ¿Acaso no sufrió en la soledad del Huerto las angustias de su pasión, así como había recibido la claridad de la transfiguración en la cima del Tabor, retirado del comercio con los hombres? Aunque estuvo muy acompañado al morir en el Calvario, fue abandonado por sus amigos y desamparado por su Padre, según la queja que él mismo le dirigió. Su sepulcro jamás había recibido a nadie; su alma penetró las regiones interiores de la tierra, visitó esos apartados p ramos, y, después de su resurrección, permaneció en la tierra cuarenta días, conversando sólo en algunas ocasiones con sus apóstoles.

            En fin, mi divino amor me dijo: Deseo morar en tu corazón, predilecta mía, porque es un desierto que no alberga otro amor sino el mío; en él deseo estar enteramente solo. Me vi entonces en un absoluto desprendimiento de todas las criaturas y en una agradable soledad, recordando las palabras del Profeta Oseas: Por eso yo voy a seducirla; la llevar‚ al desierto y hablar‚ a su corazón (Os_2_16), y las del Profeta Jeremías: Que se siente solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone (Lm_3_28). [829] Hablando del hombre solitario, mi alma fue elevada por encima de ella misma al considerar a mi Salvador humillándose más abajo que todos los hombres y convertirse en el último de ellos en la Encarnación mediante su anonadamiento. El es el único hombre que carece de sustancia humana, y también el único que ha sido elevado y asentado en la hipóstasis divina. Es el solo Hombre-Dios y singular Verbo Encarnado, al que la Iglesia alaba únicamente, diciendo que él es el solo santo, el solo Señor, el solo Hijo del Altísimo por naturaleza, el cual quiso tomar un cuerpo para sufrir, hacer girar y hollar solo el lagar de la ira de Dios, su Padre. Fue ésta la respuesta que dio a los ángeles, que le miraban con asombro al regresar solo de la batalla, diciéndose entre ellos: Quién es éste que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? Soy yo que hablo con justicia, un gran libertador. Y por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero. El lagar he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo (Is_63_1s).

            Como él era un solo Dios, un solo hombre, un solo Señor, quiso ser un solo Redentor. No quiso dar a los ángeles la gloria de la Redención de los hombres. No tomó, para secundarlo, al que se le apareció en el Huerto para confortarlo. Es digno de mención que el Evangelista san Lucas dijo que, después de la aparición del ángel, nuestro incomparable Salvador entró en agonía: Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba... Y su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra (Lc_22_43s). Era tan necesario que el ángel que acudió a consolarlo disminuyera sus sufrimientos mediante el ofrecimiento de su asistencia, que él pareció lanzarse con mucha anticipación en el fragor del combate interior, hasta llegar a la agonía y a sudar sangre con tal abundancia, que brotaron de él como ríos que corrían o se derramaban sobre la tierra para lavarla de la iniquidad e inmundicias de la humanidad, por cuya salud obraba ese diluvio de sangre, no contentándose con el de agua.

            [830] ¿Qué anacoreta ha producido jamás ríos de sangre con sus disciplinas o sus lágrimas, como lo hizo el Verbo Encarnado? Gran Profeta Isaías, en otro tiempo pediste al Padre eterno que enviara de la piedra del desierto al cordero dominador de la tierra: Enviad corderos al señor del país desde la Roca del Desierto al monte de la hija de Sión (Is_16_1). El seno del Padre era un desierto. No había en él sino su único Hijo, que lo habitaba desde la eternidad, desde su nacimiento eterno en los esplendores de la santidad. Lo pediste para que morara en el seno de la Virgen, que es la montaña de Sión. Dicho seno es un desierto, por ser ésta una Virgen excelsa, singular, que maravillosamente es convertida en madre de su Creador. La virginidad parecía condenarla a la esterilidad, según la opinión de los hombres; pero según los designios de Dios, ella debía ser la incomparable en fecundidad. Fue por ello, santo profeta, que el Espíritu Santo te movió a exclamar: Grita de júbilo, estéril que no das a luz, que más son los hijos de la abandonada, que los hijos de la casada, dice el Señor: ensancha el espacio de tu tienda (Is_54_1s).

            La Virgen es madre de su Hijo, que vale más que todos los hombres y los ángeles. El es cabeza de todos. Es el primogénito entre muchos hermanos y el primero de todas las criaturas. Es el único Hijo natural de su Padre. Es el único nacido de las entrañas de su madre. Fue su voluntad estar solo como el pájaro bajo el techo sagrado del seno virginal, como el pelícano en este santísimo domicilio y el único eremita en visitar el desierto que lo vistió y alimentó. Esta piedra admirable produjo para él leche y miel. Dicho vientre virginal lo llevó a manera de trigo de los elegidos y vino que engendra vírgenes, las cuales pueden introducirse en este desierto para hacer en él su morada, por ser un cielo en el que encontrarán todo cuanto puede ser expresado, pero más ventajosamente que Moisés.

Capítulo 145 - Admirable conversión de san Pablo, apóstol de gloria, que es el Benjamín y el Benoní del Salvador, el cual por su medio, hizo maravillas. 1635

            [831] Algunos días antes de la fiesta de la conversión de san Pablo, supe que una persona de rango eminente dijo que desearía que san Pablo y un ángel le notificaran que mi designio y mi espíritu eran de Dios, y no un efecto de mi vanidad y de la ambición de verme fundadora de una orden. Al enterarme de dicho comentario, me dirigí a la oración para pedir al Verbo Encarnado diera a conocer su voluntad, rogándole que, si era de su agrado, enviara un ángel a dicha persona. Me respondió: Hija, no corresponde al que reta a un duelo elegir el campo ni las armas. Esta persona pide un signo, pero no obtendrá otro que el de san Pablo, el cual permaneció tres días, no en el corazón del mar como Jonás, sino en el océano de la esencia divina durante su éxtasis. Es él quien revela, enseña y juzga a los ángeles, y el que te atestiguará a tu favor en la inteligencia que posees de sus escritos y de todo lo que ocurrió en su interior.

            Entonces mi divino amor y benigno Salvador, me dio a entender grandes misterios sobre la conversión de este apóstol y las gracias que le concedió el día en que bajó del cielo para convertirlo en el camino de Damasco. Levantando mi espíritu a través de sublimes elevaciones, me instruyó amorosamente en su bondad, diciéndome: La conversión de este apóstol, al que llamas apóstol de gloria, por ser yo inmortal cuando lo llamé, fue del todo admirable. San Esteban, mediante su oración, abrió los cielos a fin de que yo descendiera para su conversión. A este respecto, san Agustín dijo: "Si san Esteban no hubiese orado, la Iglesia jamás hubiera tenido a Pablo". La sinagoga asesinó a un diácono, y yo di a luz a un apóstol. El nacimiento de Pablo fue la muerte de la sinagoga, a la que quiso hacer vivir y reinar dando muerte de san Esteban y a los demás fieles, debido a que era un celoso observador de la ley de sus padres. Con sus oraciones, san Esteban golpeó como con un martillo la puerta del paraíso, para obligar a Jesucristo a salir en auxilio de su Iglesia sufriente, combatiendo a Pablo, que la perseguía.

            San Esteban inició el comercio entre el cielo y la tierra, pues llegó a ser posesión del cielo gracias a nuestros guijarros. Jesús, viendo cuan buen [832] negocio era éste, se interesó vivamente en continuarlo. San Esteban sirvió de corona a Jesucristo; corona que Pablo, sin pensarlo, ornamentó de piedras preciosas al lapidar a dicho primer mártir valiéndose de las manos de todos aquellos cuyas vestiduras cuidaba.

            El Salvador corona de este modo: el vencedor sale para vencer (Ap_6_2). Salió para combatir a Pablo, que ya lo había coronado al perseguirlo, retándolo a duelo; pero ¡cuan diferentes fueron las armas y postura de ambos paladines! Jesucristo avanzó con la luz; Pablo, con las tinieblas. La luz de Jesucristo produjo oscuridad en los ojos corporales de Pablo y, al arrojar fuera las de su espíritu, lo cegó como el águila al ciervo, cuyos ojos cubre con la tierra y el polvo que levantan sus alas. Pablo era un ciervo herido que corría con todas sus fuerzas en busca de una fuente de sangre.

            Encontró, a cambio, una fuente de luz en la que perdió y recuperó la vista. El cuerpo de Jesucristo ya no era pasible ni podía, por tanto, ser reducido al polvo. Jamás lo fue. Después de su resurrección, apareció rodeado de una inmensidad de luz, cuyo origen y fuente poseía en si mismo. Pablo iba provisto de las cartas de los pontífices. Jesucristo, verdadero Pontífice, descendió para abolir la misión del pontificado de Aarón, que terminó con el nacimiento del suyo, del que dicho anciano sólo había sido la sombra.

            Todo sucedió en el camino de Damasco, que significa sangre, porque la eficacia de la sangre de Jesucristo se manifestó en aquella ocasión. Para recibir al Espíritu, es menester derramar la propia sangre. En esa ocasión, Pablo fue Benjamín: Amado del Señor, en seguro reposa junto a él, todos los días le protege, y entre sus hombros mora (Dt_33_12). Es Benjamín, el hijo de la diestra, porque el Salvador, sentado ya a la derecha de su Padre, como lo vio Esteban, lo dio a luz.

            Es también Benoní porque, al nacer, causó la muerte de la sinagoga, su madre. Benjamín, lobo rapaz (Gn_35_18). Es éste un lobo voraz que persigue con el poder de los falsos pastores a Jesucristo, la ovejuela. Sin embargo, al no poder alcanzarla, se arroja sobre el resto del rebaño. Entonces Jesucristo, el cordero degollado por los pecados del mundo, acude para atrapar a lobo tan feroz, con el deseo de que éste, a su vez se apodere de él para convertirse en su presa en cuanto ocurra su conversión. Fue ésta cosa admirable, en la que la oveja se apoderó del lobo y la presa fue presa de su presa.

            Fue una yuxtaposición, si así lo quieren. Jesucristo lucha armado de [833] dulzura y de luz. Pablo, en cambio, ardiendo en rabia y armado enteramente de la ley. Jesucristo aterró a Pablo al domarlo. Venció, y en él a los judíos y a los gentiles, de quienes sería el apóstol. Pablo, al caer por tierra, ganó a Jesucristo y con él la gloria de la Trinidad, en la que reposó a partir de entonces. Jesús hundió su lanza en la parte más débil de Pablo: Te es duro dar coces contra el aguijón (Hch_26_14).

            El espíritu de Pablo se convirtió en una flecha aguda que a su vez traspasó el corazón de Jesús, llegando hasta la divinidad. Benjamín, que habita en Dios, es llevado sobre sus hombros, por estar sostenido por las tres divinas personas. Jesús se entregó por él como prenda, desposando en él a toda la gentilidad. Pablo fue, a perpetuidad, Benoní y Benjamín: Benoní en los sufrimientos y Benjamín en las delicias. Su corazón estuvo siempre dividido entre estos dos contrarios.

            Es Benoní cuando completa lo que faltó a la pasión de Jesucristo, el cual, no pudiendo sufrir más en su carne inmortal, sufrió en la de Pablo, en la que vivió. El Salvador había sufrido sin incertidumbre, conociendo muy bien el fruto que darían sus dolores. Pablo sufre sin temor de ser reprobado, después de haber convertido al mundo con sus predicaciones y trabajos.

            El Salvador jamás perdió la visión beatífica. Pablo, en cambio, afirmó que no rehusaría ser anatema por sus hermanos. El Salvador sufrió de tal manera en su carne, que su dulzura le impidió ver el endurecimiento de los pecadores. No soportó la muerte de Lázaro, ni oír los lamentos de sus buenas hermanas sin derramar lágrimas. San Pablo sufre con un celo impetuoso que lo lleva a desear exterminar a los pecadores; celo que pone en sus manos una fusta de hierro para romper estas vasijas rotas. Con todo él es, en verdad, Benjamín, que reposa entre los brazos de la divinidad en el éxtasis admirable que lo arrebata hasta el tercer cielo, en el que goza por un tiempo de la esencia de Dios.

            Aun entonces, ¿no fue también Benoní al morir a si mismo, pues no me ve el hombre y vive? Aunque el alma animaba su cuerpo, no realizaba más en él sus funciones sensibles. Entonces se verificaron las palabras del Salvador: que todo el que perdiera su alma por él, la encontraría en la vida eterna, con la que seguiría viviendo y poseyendo felizmente su alma mediante una pérdida tan santa y deseable. El es Benjamín en el exceso de su mente, contemplando en su éxtasis la generación del Verbo, la espiración del Espíritu Santo, cómo el Padre es el principio sin principio dentro de la Trinidad, descubriendo o entendiendo los secretos del Verbo, según su expresión, y conociendo que es el esplendor de la gloria de su Padre y figura de su sustancia.

            Pero, ¿Deja de ser Benoní cuando, en la misma visión, se le revela que, por [834] su sangre, Jesucristo es la purgación de los pecados, y que él fue escogido para completar los mismos sufrimientos que causó al Verbo? Podría parecer que el Salvador no lloró suficientemente por los judíos, sino que después de sus lágrimas, la gran voz que lanzó desde la cruz y el desgarrón del velo del templo en dos partes, cesó de compadecer a los judíos, los cuales habían menospreciado su visita y su sangre. Fue como si lo hiciera para que dicho apóstol tomara sobre sí esa misión, para ver si se espantaban y convertían ante el sonido de esta trompeta, y si ablandaban su dureza al ver o comprender las aflicciones que san Pablo sentía por ellos, que eran sus hermanos según la carne.

            ¡Qué angustia debió sentir aquel vaso de elección y de dilección al ver la malicia de los judíos, que los transformaba en vasos de ira, haciéndose indignos de la salvación que el Salvador había venido a comunicar a su nación, según lo que dijo a la Samaritana: porque la salvación viene de los judíos!(Jn_4_22). ¡Qué tristeza invadiría aquel caritativo corazón al pensar que sus hermanos despreciaron la sangre del Salvador, habiendo clamado que cayera sobre ellos y sobre sus hijos no como salvación, sino como juicio!

            El pronunciar esas palabras, ¿no era acaso pisotear con desprecio la sangre del testamento, menospreciando al Hombre-Dios muerto por ellos y por los hombres? Cayeron en el espantable horror que hacía temblar al apóstol. Deseo anotar aquí sus mismas palabras: Ya no queda sacrificio por los pecados, sino la terrible espera del juicio y la furia del fuego pronto a devorar a los rebeldes. Si alguno viola la Ley de Moisés es condenado a muerte sin compasión, por la declaración de dos o tres testigos. ¿Cuanto más grave castigo pensáis que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios, y tuvo como profana la sangre de la Alianza que le santificó, y ultrajó al Espíritu de la gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza: yo daré lo merecido. Y también: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Es tremendo caer en las manos del Dios vivo! (Hb_10_26s).

            El pobre apóstol asegura que su tristeza es grande: Digo la verdad en Cristo, no miento, mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne, los israelitas, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos (Rm_9_2).

            La muerte espiritual de sus hermanos según la carne, que eran hijos de Abraham, de Isaac y de Jacob, a quienes fueron hechas las promesas, que no quisieron recibir la verdad del Salvador, [835] despreciando a Jesucristo, que, según la carne, es Hijo de aquellos grandes patriarcas, afligió a san Pablo y lo transformó en Benoní: hijo de dolor. El Verbo Encarnado dijo también a Ananías que Pablo era para él un vaso de fuego, al que revelaría lo que debía sufrir por su nombre. El apóstol leyó en el Verbo la relación de sus tormentos, que abrazó de buen grado ayudado por la fuerza de aquel que lo confortaba y que lo había llamado.

            El es Benjamín, que contempla las riquezas de la bondad y sabiduría de Dios que han permanecido ocultas a todos los siglos. Es Benoní por conocer que una de las mayores riquezas está oculta en la cruz, que es escándalo para los judíos y locura para los gentiles. El es Benjamín, hijo de la alegría de su padre, por haber visto a Jesús penetrando los cielos como pontífice para llevar a su culmen todas las cosas. Lo contempló como rey sometiendo todo a su imperio, y después rindiendo el homenaje de su reino ante su Padre, a fin de que Dios sea todo en todas las cosas y, como en un principio, formará con el soplo de su boca al hombre de pecado, que deseará disputarle la corona y el imperio.

            El vio cuándo y a qué grado vertería su sudor en la contienda por su rey. El Verbo fue para él la luz en la que contempló todo lo que había sido hecho y todo lo que se haría en la secuencia de los siglos. Fue él quien se alegró ante la corona que se le preparaba para toda la eternidad, conociendo plenamente la grandeza de los trabajos y la multitud de los combates con los que debía obtener dicha diadema de gloria, que no tenía precio.

            ¡Qué delicias gozó este Benjamín al observar la distribución de las gracias y dones que Jesucristo!, habiendo tomado posesión de los tesoros y de la gloria de su Padre, concede a los hombres, en cuya distribución dicho apóstol se vio muy favorecido, por haberle concedido el Padre el poder que lo fortaleció en medio de sus más grandes debilidades y flaquezas: Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (2Co_12_10). El Hijo le otorgó su sabiduría, derramándola en su interior, en la que descubrió todos los tesoros de la ciencia de Dios. El Espíritu Santo le confirió la caridad que derrama en nuestros corazones, como nos lo asegura el apóstol.

            Fue Benoní en este reparto, en el que vio que los estigmas le fueron concedidos por un favor singular. Se le constituye canciller de la Iglesia, pero se imprimen los sellos en su carne. Se encuentra colmado de mayores gracias que los demás apóstoles, quienes recibieron los dones de Jesús cuando era todavía pasible y mortal. Ya desde entonces concedía dones divinos, pero según la capacidad humana. Pablo sólo recibió favores en gran medida, como verdadero Benjamín que percibió de su hermano José, primer ministro de Egipto, una doble porción; y en cuanto Benoní de vez en [836] cuando, debido a que sus gracias eran la simiente de mayores trabajos.

            El vio que la creación se debía al Padre, la redención al Hijo, la santificación al Espíritu Santo, y que es éste el mismo Dios que obra todo en todos. Participó en las miserias de todos, y al ver la cesión de bienes, por así decir, que hizo el Verbo al abrazar la pobreza para enriquecernos: el cual, siendo rico, se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (2Co_8_9), fue invitado a menospreciar todo como si fuera lodo y a hollar bajo sus pies las riquezas de la sinagoga, para ir en pos de la desnudez de la cruz.

            Fue el heraldo de las nupcias de Jesucristo con su Iglesia, y el único en revelarnos el sacramento que existe entre los dos. Es él quien concierta la alianza matrimonial entre Jesús y las vírgenes: Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo (2Co_11_2). Pablo reconoció que las naciones sólo serían bendecidas en esta simiente de Abraham. El verdadero Isaac, que es el mismo Jesucristo, engendra una multitud de hijos en la Iglesia, pero todas estas alegrías van acompañadas del dolor, ya que la virginidad sólo se conserva mortificando los sentidos que dan muerte a la rebelión de la carne, y sus partos ocurren entre agudos dolores que lo llevan a desear la muerte.

            Verdadero Benjamín que, al ver la suspensión que el Salvador hace de sus elegidos, se ve a sí mismo por encima de los cielos, como objeto de la magnificencia de Dios. Por él supo mi alma en otra ocasión que David cantó: más grande que los cielos es tu misericordia (Sal_108_4). Vio como a otro Jacob durmiendo sobre la piedra que es Jesucristo, y al ángel del Gran Consejo descender y subirlo en su seno para que reposara en él. Era necesario, empero, que, como Benoní, se viera consternado y abatido cientos de veces ante los dolores y aflicciones que le aguardaban. Fue destinado a tomar posesión de Idumea y de la gentilidad en nombre del Salvador: Somos embajadores en nombre de Cristo (2Co_5_20).

            Sin embargo, ¡cuántos peligros durante sus viajes, cuántos naufragios, cuántos riesgos! Fue necesario ver de cara la muerte y palidecer a cada instante. Es un vaso admirable que lleva el nombre de Jesús, con cuya luminosidad brilla; es triplemente iluminado por el sol de las divinas personas, en medio de cuyos resplandores pierde la vista y se le revela cómo deberá sufrir por la gloria de dicho nombre. Esta es la razón por la que Pablo es en toda ocasión Benjamín y Benoní: hijo de la diestra de alegría y de los dolores de la cruz. Toda su vida estuvo entretejida con la diversidad de eventos semejantes que contempló [837] durante sus éxtasis, de acuerdo a lo que aprendí en el conocimiento que se me concedió de muchas otras maravillas y prerrogativas del incomparable apóstol.

            San Juan fue el trueno de la Iglesia; san Pablo, la trompeta, siendo para la Iglesia lo que san Miguel fue para la sinagoga. También él manda a los ángeles, juzgándolos y humillándolos, me veo obligada a expresarme así, al llamarlos ministros y servidores de los elegidos. ¡Qué corazón, qué valor que rebasa los cielos! Está celoso por la gloria de su maestro, el cual, por un exceso de bondad, sufrió y disimuló a los pecadores allí donde Pablo amenaza, fulmina y desea exterminar todo, en especial a los que se acercan indignamente al sacramento de la Eucaristía .

            Mi alma experimentó un singular placer al contemplar la dulzura de Jesús, todo amable, en contraposición al celo y rigor de san Pablo. Este santo conocimiento prevaleció en mí largo tiempo. Consideré a mi divino amor insistiendo amorosamente en que se recibiera la comunión, diciendo que él era el pan vivo que da la vida, para invitarnos a comerla, y al explosivo san Pablo exclamar: Si alguno se acerca a la santa mesa sin estar bien preparado, come y bebe su condenación, al no discernir el cuerpo del Señor, en el que habita toda la divinidad. Este Dios que murió por amor a los hombres y de amor por ellos para salvarlos, es un Dios vivo que los castigará si no se enmiendan. Que la temeraria seguridad que ustedes mismos se dan al perseverar en sus crímenes, olvidando su misericordia, no los lleve a desdeñar los justos temores que deben tener a su justicia: es terrible caer en manos del Dios vivo

            Me alargaría mucho si intentara describir todo lo que podría decir de san Pablo. Jamás fijo mi vista en él sin que mi alma se vea iluminada con luces admirables. No sé si él me ha concedido lo que una vez le pedí con confianza filial, al recrearme con él si me es permitido hablar de este modo: Gran Santo, tú conociste palabras secretas que no te fue permitido revelar a los hombres. ¿No se debe acaso a que algunos de ellos podrían estar demasiado llenos de su propia suficiencia, pensando que son capaces, debido a sus estudios, de tan altos conocimientos? Comunícame, divino Benjamín, esas palabras ocultas y sus admirables secretos. Soy una joven. Mi divino amor no te ha prohibido contarme estas maravillas. El mismo, en muchas ocasiones, me ha dado a entender que me eleva, como a su Benjamín, por medio de pensamientos sublimes. Con frecuencia me ha servido de lecho delicioso, conservándome en un dulce reposo mientras me ilumina con sus esplendores, a fin de que no sea yo oprimida por su gloria durante sus grandes ilustraciones, las cuales hacen desfallecer con frecuencia a aquellos y aquellas que las poseen, siendo causa de que enfermen o se vean incapacitados para conversar con el prójimo; o bien, [838] no les da el don de expresarse, que su divina bondad me ha concedido en tal abundancia, que, si no me equivoco, comprendo por experiencia estas palabras: Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Co_3_17s).

Capítulo 146 - La majestad de Dios, que por lo mismo es el ser, el amor y la majestad se sientan en un mismo trono. 14 de enero de 1635

            [839] El catorce de enero, día en que se celebra al gran prelado san Hilario, al entrar en nuestra capilla para hacer oración delante del Smo. Sacramento, me vinieron a la mente las palabras del Salmo 71: ¡Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria! (Sal_71_19).

            En ese momento recordé que una vez leí en la vida de este santo que profesaba gran devoción al misterio de la Santísima Trinidad, y que escribió varios libros para gloria suya. Mi alma fue prontamente elevada y dulcemente atraída a alabar a tan adorable majestad, la cual me dio a entender que poseía tanta dulzura como grandeza, y que era tan amable como adorable; y que en la admirable y divina Trinidad el amor y la majestad se relacionan muy bien, aunque he oído decir que, entre los hombres, no se les puede dar cabida en un mismo trono, porque el amor engendra la familiaridad y disminuye el respeto. La majestad produce un temor y sumisión que no puede sufrir la privaría y la casi igualdad que exige el amor.

            La majestad de Dios es su esencia; majestad que significa la grandeza y supereminencia que Dios posee por encima de todas las criaturas por su ser divino, por ser aquel que es el ser soberano. La majestad de Dios no es prestada ni desfalleciente como la de las criaturas que tuvieron principio y que pueden dejar de existir, teniendo como único adorno de su ser atavíos ajenos a ellas que les prestan el brillo, la dignidad y la fastuosidad que solemos llamar majestad, pues los reyes a los que por respeto [840] damos dicho nombre de majestad, por poseer la realidad de las grandezas creadas, sólo tienen el ser común con el resto de la humanidad, no poseyendo grandezas ni majestad naturales. Las que ostentan están fundadas en sus dignidades, de las que pueden ser despojados sin perder su ser; es decir, que su dignidad no es otra cosa que su majestad; o, mejor, la majestad es el destello de su dignidad. Por ser Dios el ser soberano y supereminente, recibe la majestad únicamente de sí mismo. Su majestad es la supereminencia de su ser, que jamás podrá perder porque su ser le es esencial y está infinitamente elevado sobre los seres creados. El es, por esencia, majestad. Por ello, cuando Moisés le preguntó su nombre para encontrar credibilidad en el espíritu de los hebreos y sembrar respecto en el de faraón, que no reconocía otro soberano que él, Dios le respondió: Yo soy el que es. Di: el que es me ha enviado para anunciar su voluntad.

            Fue como si dijera que su majestad, que consiste en ser el que es, debiera hacer doblegarse ante sus leyes y mandamientos, no sólo a los hijos de Jacob, sino a los mismos faraones. Así como la esencia del ser está en el Padre como en su fuente y principio, ser que está en él por prioridad de origen, así la majestad radica, por la misma prioridad, en dicho divino Padre, lo cual en nada disminuye la majestad y el ser del Hijo, que lo recibe del Padre sin dependencia e inferioridad, con la misma majestad que le es común y connatural. De igual manera se encuentra en el Espíritu Santo, que recibe el ser y la majestad del Padre y del Hijo como de un solo principio, ya que ambos lo producen amorosa y necesariamente.

            [841] Cuando el Padre engendra a su Hijo, engendra el carácter de su gloria, la figura de su sustancia, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su majestad, o sea, la majestad misma. Me parece que la majestad del ser de Dios no se manifiesta tanto en la cosas, como en la fecundidad dentro de sí mismo y en la multiplicación de personas en la unidad de la esencia. Como la majestad es el brillo, la gloria y la magnificencia del ser exigen la distinción y la pluralidad de las personas a las que se revela y se comunica sin disminuir sus excelencias.

            Los reyes eternizan su memoria cuando tienen hijos. El nombre de Dios es Aquél que es; el nombre de su ser es un nombre de majestad que se encuentra primeramente en el Padre, el cual se comunica al Hijo por generación eterna, generación majestuosa que termina con la comunicación de la majestad misma. Cuando David dijo: Permanece su nombre antes de salir el sol (Sal_72_17). Manifestó que, antes de la salida del sol que es el Hijo, el nombre de majestad estaba en el Padre, nombre majestuoso que estaba en Dios en la estabilidad y permanencia de su ser, que es la majestad.

            La prioridad del Padre no choca con la coeternidad del Hijo. Como sólo se trata de una prioridad de origen que no puede distinguirse como una superioridad en el Padre y tampoco denota una inferioridad en el Hijo. El Padre contempla toda su majestad en el Hijo, el cual conoce la misma majestad en su Padre, del que la recibe eternamente. El Padre y el Hijo aman la majestad que les es común e indivisible. Ambos producen amorosamente al Espíritu Santo, su amor, el cual abraza y encierra inmensamente al Padre y al Hijo que lo producen, recibiendo toda la majestad de tan único principio, pues al estrechar al Padre y al Hijo, abraza y encierra la majestad, recibiéndola toda en él.

            El profeta dice con toda razón: ¡De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado el nombre del Señor! (Sal_113_3), afirmando que el nombre de Dios es grande y majestuoso desde el Oriente hasta su crepúsculo; es decir, desde la generación del Verbo, que es llamado Oriente en el seno de la Trinidad, hasta la aspiración del Espíritu Santo, al que se puede dar el nombre de crepúsculo, por ser el último término de las producciones de Dios dentro de si mismo.

            La grandeza y majestad de Dios radican en la primera persona como en su [842] fuente y principio de origen, la cual está en el Hijo mediante la generación sin dependencia. Por ser el Espíritu el amor sustancial, subsistente o personal, co-igual a su principio, la recibe sin vasallaje de las dos personas, acogiendo y abrazando la totalidad de la majestad así como recibe y termina en su integridad el amor del Padre y del Hijo. No es posible impedir que el amor y la majestad se sienten divina, augusta y amorosamente en el mismo trono. La majestad es el trono del amor, y el amor es el escenario de la majestad, la cual se da a conocer amorosamente. Es éste un imperio de bondad que domina sin violencia, y cuya gloria se adora con afecto y placer. Dios, que es su beatitud, es suficiente en sí mismo y permanece siempre en sí mismo en un perfecto reposo a pesar de su acción continua.

            La dulzura del amor nada quita a la gravedad de la majestad, que es tan soberanamente amable como augustamente adorable. La naturaleza de Dios es bondad y una plenitud que es toda amor. El Espíritu Santo es el amor subsistente, el término de todas las divinas emanaciones y una de las divinas personas que se aman infinita y majestuosamente.

            Esta majestad es soberanamente adorable y digna del honor y la gloria que se da a si misma desde la eternidad, y que se rendirá durante la infinitud. Por ello la Iglesia, instruida en la complacencia que Dios encuentra al glorificarse en si mismo, por si mismo y de si mismo, exclama: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, etc. Lo hace con el deseo y la petición de que la misma gloria que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo poseen con inmensidad desde la eternidad, les sea divina y perennemente dada mientras dure dicha infinitud; deseo que agrada a Dios, porque se ama infinitamente y merece ser amado de todas las criaturas, las cuales, al considerarse indigentes en demasía para alabar digna y altamente a tan augusta majestad, sienten un gran contento al saber que ella, en si misma, se alaba digna, suficiente y divinamente. [843]

            Cuando digo que Dios adora su majestad, no pretendo hablar de una adoración de respeto, de inferioridad, de sumisión o dependencia, sino de un sublime y profundo conocimiento que es una estima supereminente e infinita de su ser, de su grandeza y de su majestad.

            Yo sé que el principal acto de adoración nace de la vista de la majestad de la que depende la criatura, o al reconocerse una persona desprovista de las cualidades y perfecciones soberanas que ve, admira y estima en aquel que las posee, a quien se somete con razón por considerarse inferior a él; sumisión que no puede darse en Dios debido a que las divinas personas poseen con identidad el ser y la majestad que saben divinamente existen en cada una. Se estiman, se admiran y se aman con admiración de excelencia, no de ignorancia.

            Las criaturas jamás han comprendido ni podrán comprender el ser y la majestad de Dios, debido a que nunca lo han adorado ni amado suficientemente; no, ni aun la humanidad del Salvador. Fue por ello que el ángel que luchó contra Jacob pareció tentarlo al preguntarle su nombre, en vista de que él no podía conocerlo por ser admirable. Fue como si le hubiera dicho: a pesar de que tienes fuerzas para luchar contra Dios, que desea tomar la debilidad de tu naturaleza; que seas escogido para ser padre del Hijo del Altísimo, y que posees algún conocimiento de las divinas perfecciones, jamás conocerás las maravillas de la majestad del nombre de Dios. Jesucristo mismo, en cuanto hombre, no llegaría a comprenderlas del todo.

            Para suplir esta falta de conocimiento, de amor y de adoración, el Verbo se encarnó a fin de que la majestad divina fuera [844] conocida y adorada divinamente, y que la fecundidad y la bondad fueran amadas de manera infinita al provenir de una persona divina, aunque en una naturaleza creada, y que de este modo se diera una relación proporcional entre la adoración y la eminencia infinita de la majestad adorada.

            El Verbo Encarnado adora a su Padre por todas las criaturas, por ser el embajador universal. El vino a la tierra para recibir en su persona el homenaje que toda criatura debe rendir a la Trinidad. Al nacer en Belén, atrajo a los ángeles, los pastores y los reyes magos para adorar en el establo la majestad divina oculta bajo los velos de nuestra humanidad recostada en un pesebre. Los reyes que acudieron del Oriente de aquí abajo adoraron la majestad del que es por excelencia el Oriente de lo alto, procedente de las entrañas del divino Padre. Abatieron sus majestades creadas al pie de la majestad divina y humana, porque el Verbo, en cuanto Dios, es rey en el seno de su Padre eterno; y en cuanto hombre, hijo de David, de cuya raza era la Sma. Virgen. Nació rey, y es llamado Oriente en la Trinidad porque recibió el primero, por su nacimiento eternal, la majestad que su Padre le comunica junto con su ser por vía de generación: Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud (Sal_109_3). Aunque yace en el pesebre, por ser el Verbo humanado, brilla en el cielo porque posee la inmensidad como su Padre, al que es igual y consustancial.

            En este pesebre es como una piedra de imán, que atrae a si el amor de los ángeles y de los hombres, afecto que adora la majestad anonadada por la dulzura del amor. Ellos admiran la benignidad y gracia del divino Salvador, que aparece tan admirable en el trono del pesebre como en el del empíreo. Si allá arriba es más temible por sus esplendores, aquí es más amable por su dulzura. Los pastores se acercan libremente porque lo consideran cordero; los reyes, como astrólogos, [845] le contemplan como sol al que la estrella los condujo, y los ángeles, al adorarlo como espíritu y verdad, admiran la humildad que lo abatió hasta hacerse criatura, cuando es el Creador.

            La Iglesia dedica tres misas para honrar esta natividad: a media noche, Jesucristo recibe las adoraciones de la Virgen, de san José y de los ángeles; al alba, la de los pastores; al mediodía, la de los reyes magos. La Virgen, san José y los ángeles representan el cielo. El Padre y el Espíritu Santo hacen, por medio de la Sma. Virgen y san José, lo que no pueden hacer por ellos mismos, por serles imposible adorar al Verbo al que son iguales con una adoración de dependencia. Esto significa que son adorados junto con él. Como la naturaleza era indivisible, están por seguimiento necesario, y por la divina circumincesión, en el Verbo que está en ellos. Su divinidad es simplísima, ya que las tres personas distintas no tienen sino una misma majestad que les es común. Los pastores adoran tan dulcísima y benignísima majestad para suplir la insuficiencia del pueblo judío, que en el futuro la despreciará y renegará del verdadero rey ante Pilatos.

            Los reyes de Oriente acuden al mediodía a adorar al Verbo hecho carne, y en sus personas los gentiles presentan sus adoraciones y homenajes a este rey, cuyo nombre debe ser grande y ponderado entre ellos, como profetizó el profeta Malaquías: Grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor (Ml_1_11). Los reyes, divinamente inspirados, vienen a presentar sus reinos y sus personas a aquel de quien se glorían ser súbditos, sabiendo bien que servirlo en toda humildad es reinar y que, por su mediación, reinan los reyes. Son conscientes de su dependencia, y de que no poseen el ser ni la majestad por si mismos, sino que la recibieron de él junto con su ser; y que él es de si, por si y en si el eterno y la eternidad misma.

            Como adoran en Jesucristo la divinidad que es [846] común al Padre y al Espíritu Santo por identidad de naturaleza, admiran la dulzura del Salvador, que arrebata su corazón con la magia de sus ojos. Con toda razón afirman que los servidores de la sabiduría encarnada de este Salomón son más felices que los servidores de Salomón, cuya dicha proclamó la Reina de Sabá. El amor que estos afortunados reyes reciben abate sus majestades, no para sentarse en el mismo trono del divino niño, sino para inclinar a sus pies su reino y sus majestades, considerando una gloria el verlos sujetos a su imperio. Piensan en lo feliz que es la tierra porque este divino sol descendió hasta ella, deteniéndose en el establo para iluminar desde allí a todos los que deseen recibir su luz. Los serafines cantan su trisagio con propiedad: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos. Llena está la tierra de su gloria. Gloria que es la misma majestad que David bendijo con todos sus afectos, diciendo: ¡Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria! Amén. ¡Amén! (Sal_72_19).

            Cuando los reyes rinden honor a la majestad divina, son colmados de sabiduría y de gloria, participando en las grandezas de tan adorable majestad, la cual se manifiesta en todas las criaturas en proporción al grado en que interiorizan su nacimiento. A pesar de todo, esta majestad permanece oculta a la mayor parte de los hombres que viven como las bestias. San Pablo dijo que el hombre animal no puede conocer las cosas divinas. Dios está colmado tanto de su majestad como de su ser y de la plenitud esencial. El amor introduce o encuentra la majestad en todo aquel que ama.

            Una madre que ama a su hijo encuentra en ella una inclinación que da imperio sobre ella a dicho hijo. Como el amor la abaja hasta él, ella lo levanta en ocasiones tan alto, que parece no sólo alegrarse al hacer sus gustos, sino radiante al complacer [847] a su hijo, que se muestra tan majestuoso como amable a la madre que se abaja para elevarlo.

            Aquella que aceptó la muerte con tal de que su hijo reinara, nos ha dejado una señal de un amor que es ciego ante la vanagloria. La Virgen, digna madre de la majestad divina encarnada en ella, demostró que el amor y la majestad moran juntas. A partir del primer instante de la Encarnación, amó y adoró continuamente la majestad anonadada en ella. El Hijo a su vez amó y rindió honor incesante a la majestad y amor de su madre, a la que estuvo y seguirá estando sujeto por toda la eternidad. Ella se sienta a la derecha de su Hijo, así como su Hijo se sentó en su seno, en el que el amor y la majestad tuvieron un solo trono. En el cielo, esta madre del amor hermoso es transportada de amor en el seno del Padre, en el que está su único Hijo, que les es común por ser indivisible. El Espíritu Santo, que es el amor, une admirablemente el amor y la majestad en un trono adorable que las tres personas divinas, la santa humanidad y la Virgen, conocen con un saber supereminente, trono ante el que toda criatura debe rendir adoración en un respetuoso silencio.

            Todos los que han dicho y siguen afirmando que el amor y la majestad no pueden existir unidos en un mismo trono, por considerar a la majestad en medio de un fulgor que produce pavor, se basan en la consideración de que a ella recurren los reyes y emperadores temporales para hacerse temer. Sin embargo, aquel cuyo imperio es eterno y cuya majestad es infinita, se complace en manifestar la dulzura de sus ojos que abaja para contemplar a los pequeños, levantándolos amorosamente hasta unirse a ellos en un beso que roba su corazón a través de los labios.

            Esta majestad avasallada releva su imperio amoroso al elevar a la persona que ama. El amor posee la inclinación de igualar a los que se aman cuando encuentra desigualdades en ellos. Asuero, presa del amor por Ester, al verla desvanecerse se [848] espantó ante el fulgor de su majestad y descendió de su trono para levantar a su amadísima esposa, asegurándole que era su hermano, su esposo y como otro él mismo, entregándole su cetro, no sólo para que lo besara, sino para que lo poseyera como reina, a la que había entregado su corazón junto con la corona del reino, asegurándole que el amor la constituía señora de su majestad, que se gloriaba en seguir todas sus inclinaciones y obedecer su voluntad.

            La majestad de Dios, que es la bondad soberana que se inclina por naturaleza a comunicarse a su objeto amado, se abate hasta él para levantarlo. Jesucristo, el enamorado de la humanidad, en la noche de la Cena demostró el exceso de su amor hacia ella al entregarse a si mismo bajo las especies sacramentales, y al hablar a su Padre como un enamorado, me atrevo a decirlo, apasionado de amor hacia los suyos: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado antes de la creación del mundo (Jn_17_24). Padre mío, me amaste antes de la constitución del mundo, desde toda la eternidad, con un amor necesario, así como por necesidad me comunicas toda tu esencia y tu entero resplandor en el mismo amor, aunque voluntariamente escogiste esta humanidad, a la que he dado mi soporte mediante nuestra muy única voluntad.

            El amor subsistente que producimos es el término que con nosotros es un mismo querer y un mismo Dios. Es mi deseo, divino Padre mío, que todos los que me has dado, a los que amo, se sienten junto conmigo y que contemplen mi gloria, que me has dado porque me has amado antes de la conformación del mundo. Me has amado y me amas con un amor infinito. Yo los amo con el mismo amor, y ruego que el afecto [849] con el que me has amado se dé en ellos; y que yo more en ellos y ellos en mí así como estoy en ti, para que todos seamos consumados en la unidad. Que el amor que tengo por ellos los una a mi majestad, que es la tuya, Padre mío, y la del Espíritu Santo, el cual nos enlaza y nos abarca divina e inmensamente. Deseo que los ligue amorosamente a nosotros por toda la extensión de la infinitud.

            Sin embargo, el amor, que se apremia en todo momento por el objeto amado quiso que su predilecto gozara ya desde la última cena de sus divinas dulzuras y de su adorable luminosidad. El Verbo Encarnado presentó su pecho a manera de trono de amor a su discípulo amado, el cual reposó en su seno, en el que contempló la gloria semejante a la del divino Padre, y, como un águila, miró fijamente al sol en su fuente de origen, cerrando dulcemente los ojos del cuerpo en un sueño extático que le abrió los del espíritu para ver la gloria de aquel que es coligual y consustancial a su principio.

            Avistó la generación eterna, contemplando al Hijo único en el seno de su divino Padre, que lo engendra desde la eternidad en el esplendor de los santos. Intuyó cómo el Verbo se había anonadado, haciéndose carne para morar con nosotros, y que el amor de los hombres lo había atraído hasta la tierra.

            Recibió el nombre de discípulo amado y el mandato de decirlo y escribirlo él mismo, afirmando que había reposado en el pecho del Verbo Encarnado, su real y divino maestro, que quiso ser su trono adorable a fin de que los ángeles y los hombres supieran que el amor y la majestad estuvieron unidas en san Juan en el seno del Verbo Encarnado, que es la majestad divina y humana.

Capítulo 147 - Fui invitada por mi divino amor a meditar el cántico de Habacuc. Misterios que en él aprendí. El amor divino hizo triunfar a los buenos, abismando a los malos en su propia confusión.

            [851] El catorce de enero de 1635, mi divino amor me invitó a considerar el Cántico de Habacuc, cuya inteligencia me fue concedida con mucha claridad. Mis indisposiciones corporales no pudieron impedir las operaciones divinas, aunque me incapacitaron para anotarlas en el mismo momento, por estar muy débil para escribirlas. Diré al presente lo que me venga a la memoria, para gloria del Verbo Encarnado.

            Escuché que el profeta, habiendo oído la voz de Dios, se vio presa de espanto y temor, rogando con gran respeto a la majestad todopoderosa y sapientísima que realizara divinamente la gran obra que le había encomendado llevar a cabo en medio de los años, la cual exigía el poder de su brazo para enviarnos a su Verbo, el cual nos aportaría la dulzura y la gracia. Moisés nos dio la ley: La ley fue dada bajo Moisés; la gracia y la verdad, por Jesucristo.

            Escuché que la majestad divina no se valía más de esta voz atronadora, que no se podía oír sin temblar de temor y casi morir de espanto, sino que, al acercarse la plenitud de los tiempos, se complació en vivificar su obra: Tu obra venero, Señor. En medio de los años hazla revivir (Ha_3_2). Obra viviente y vivificadora, por ser su Verbo, que es la vida por esencia, y que da la vida a todo lo que tiene vida. El se complació en vivificar esta obra, dándonos por medio de la Encarnación la vida vivificante que es su Hijo. En él nos ha dado todo.

            Después de este don podremos vivir con seguridad y sin temer las amenazas de muerte pronunciadas por la justicia divina, diciéndole: ¡Abba!, Padre de misericordia; cuando nuestros crímenes provoquen [852] justamente tu cólera, obligándote a dictar sentencias de muerte contra nuestras cabezas rebeldes y culpables, recordarás la misericordia que prometiste a nuestros padres: darles a tu propio Hijo, que es nuestro salvador, y que será, en la Encarnación, la obra de bondad y el efecto de la misericordia inefable que tienes para con el hombre, manifestándole que lo amas hasta el exceso de dar a tu Hijo para salvarlo: Aun en la ira acuérdate de tener compasión (Ha_3_2).

            El profeta, iluminado divinamente, y deseando proclamar el inefable misterio de la Encarnación; es decir, las maravillas y excelencias del Verbo que se haría carne, nos dice que vendrán del mediodía y del monte Parán: Viene Dios de Temán y el Santo, del Monte Paran (Ha_3_3). Dios visitó a Adán hacia el medio día para reprenderle su falta, en un lugar de Parán que significa división, debido a que Eva provocó, con sus razonamientos, la división entre su marido y Dios, sembrando con ello el desorden en toda su posteridad.

            Después del pecado, Dios puso la división y la enemistad entre la mujer y la serpiente. El Verbo divino, que es el mismo Dios, vendría del lado del mediodía en un exceso de la divina caridad, para reparar la falta de Adán y, así como al mediodía el calor es más fuerte, descendería hasta nosotros movido por el ardor de su caridad.

            Bajará de esta montaña, a pesar de haber sido dividida y separada por el pecado, manifestándose como hijo de Adán. Se hará hombre sin detrimento de la virginidad de su madre, la cual será eximida, por la gracia, de la culpa; y él, por naturaleza. Reunirá lo que fue dividido y pacificará al hombre con su Padre, restituyéndole su gracia. Abatirá el orgullo del espíritu rebelde que deseó elevar su trono sobre la montaña del testamento del lado de Aquilón, para ser semejante al Altísimo. Vendrá procedente del mediodía de su caridad y, mediante su presencia, echará fuera al soberbio y los fríos de Aquilón. Quiso escoger el mediodía para visitar a nuestros primeros padres, caminando, si se me permite la expresión, a pasos pequeños: Se paseaba por el paraíso a la hora de la brisa después del mediodía, diciendo dulce y paternalmente: Adán, ¿Dónde estás? ¿Por qué te has alejado de mí por tu pecado? Tu alma es un reino desolado porque ha sido dividido por la culpa (Gn_3_9).

            El divino Señor lo llamó para darle esperanza de su [853] perdón, y volverlo a la gracia mediante una unión de amor; es decir, de unidad, manifestándole que su posteridad estaba dañada por la división y reparada o redimida en santidad gracias a la unión, misma que el Espíritu Santo hizo ver al profeta, el cual dijo en calidad de profecía, hablando de los que serían colmados de la gloria del Mesías prometido: Su majestad cubre los cielos (Ha_3_3). Por mediación de Jesucristo, las ruinas son reparadas y las sedes de los ángeles rebeldes, ocupadas: de su gloria está llena la tierra (Ha_3_3). La tierra, que hasta la Encarnación sólo fue un desierto espantable y estéril, es colmada de gracias, de bendiciones y de alabanzas que rinde en agradecimiento al Dios de bondad que la ha librado de sus males.

            El primer ángel, que se convirtió en el primero de los réprobos, era tan luminoso, que se le impuso el nombre de porta-luz, debido a que era como un sol en el empíreo, que iluminaba el resto de las otras inteligencias; pero que se eclipsó en su vanidad por perder de vista su nada, de la que había sido sacado, y a causa del amor desordenado que tenía para si. Fue él quien atrajo a los ingratos como él, quienes, en su compañía, fueron precipitados a los abismos, debido a que el cielo no hubiera podido soportar el peso de su soberbia. Cuando el humildísimo Miguel los persiguió, todos fueron vencidos en aquel combate: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos (Ap_12_7s).

            El Hijo que procede del Padre como luz de luz, que no es menor que la del Padre, quiso revestirse de nuestra mortalidad sin perder nada de su claridad, dignándose comunicarla a su humanidad. Su luz no es sino esplendor, y éste es un sol; lo cual, conociendo el profeta, exclamó: Su fulgor es como la luz (Ha_3_4). El porta la luz y sus rayos no solo en su rostro, como Moisés después de hablar con Dios, sino porque, en cuanto Dios, la lleva en sus manos para derramarla: rayos tiene que saltan de su mano (Ha_3_4). Sus manos son como cuernos de luz y de abundancia, que derraman bendiciones y gracias a las que podemos llamar luz. Sus manos, que están taladradas por los clavos, [854] producirán eternamente la luz, a manera de ventanas abiertas; torneadas manos que, en su caridad, continuarán dando en todo momento, a las que se puede adjudicar el nombre de liberalidad personificada. Los agujeros, lejos de debilitarlas, esconden el poder para destruir el infierno y librar a los hombres al concederles la profusión de sus dones.

            Manos hermosas que todo lo dan y ablandan los corazones más obstinados con beneficios y abundancia de rayos de luz que derraman sobre aquellos a quienes llaman al camino de la vida en su amor. Dichas manos ofuscan, con su gran resplandor de bondad, a los que persisten en su obstinación diabólica: allí se oculta su poder (Ha_3_6). La muerte huye en su presencia: Delante de él se escabulle la muerte (Ha_3_6); no sólo porque él es la vida y la muerte no osa encarársele como al resto de los hombres, sino porque la ha vencido. El es Señor de la vida y de la muerte, la cual permanece bajo su imperio. La hizo pasar ante sus ojos encadenada y sometida a su poder, por ser el juez de vivos y muertos.

            La muerte a nadie ataca sin orden suya, o al menos sin su permiso. El diablo, que con su malicia causó la muerte del mundo, es vencido por él junto con la muerte. Es él quien mantiene bajo sus pies a tan soberbio tirano, que se engañó a si mismo. El Salvador obtuvo la victoria sobre él gracias a su anonadamiento desde el primer instante de su Encarnación, por lo que el demonio huirá lejos de su rostro por toda la eternidad: y el diablo delante de sus pies (Ha_3_6).

            Apenas llegado a este mundo, el Dios encarnado por bondad consideró y midió la tierra: Se paró, y midió la tierra (Ha_3_9). Jesucristo evaluó la tierra en la que Adán fue condenado a trabajar para ganar su pan con el sudor de su rostro, dignándose tomar sobre si sus debilidades, sus penas, sus sudores y sus trabajos. Todo fue medido y sopesado por él. Esto mismo movió a compasión su corazón, impulsándolo a subir a lo alto de la cruz, desde donde echó una ojeada de amor sobre nuestra miseria, pidiendo a su Padre perdón para nosotros, aunque podía concederlo como él: se quebrantaron los montes eternos (Ha_3_6), que son los grandes del mundo. Son éstos los que ambicionan el imperio del siglo en que se encuentran, deseando aparecer tan altos como el mismo que los creó. El, empero, los humilla y abate en el camino de su eternidad.

            [855] Contemplé otros montes y colinas que merecen ser considerados, a través de estas gracias, como montes y colinas de perfección en el mundo, debido a su santidad y humilde anonadamiento. Abraham, Moisés, Elías, Juan el Bautista y los apóstoles, fueron montañas que, al humillarse, se deshicieron y allanaron de asombro al considerar las vías y caminos del Salvador, admirando al que procede del seno del Padre desde la eternidad, mediante el cual creó los siglos y a todas las criaturas al principio del mundo, el cual quiso venir a la tierra en la plenitud de los tiempos, tomando para ello un cuerpo mortal. Siendo Creador, se hizo criatura; siendo Dios inmortal, se hizo hombre mortal. Estos santos, altos como los montes, se abatieron en su presencia: Encorváronse los collados del mundo al pasar el eterno (Ha_3_6). Qué sorpresa contemplar a Moisés, Elías y a los grandes apóstoles sobre el Monte Tabor, asistiendo a la transfiguración del Verbo Encarnado cuando dejó aparecer un pequeño fulgor de la gloria que posee como Hijo único en el seno de su Padre. Dichas santas colinas se desvanecieron en un sagrado asombro, al escuchar la voz del que le llamó su Hijo amadísimo.

            Los pabellones de Etiopía y las tiendas de Madián se turban con razón ante sus iniquidades, al vislumbrar el poder de aquel que, con justicia, los castigará por sus crímenes. Los impíos dicen en su corazón que Dios no existe, blasfemando de aquel a quien no desean conocer porque lo odian, imitando en este aborrecimiento a los demonios.

            Al nacer el Salvador, Herodes se turbó junto con la sinagoga y todos los que no podrían sufrir sus rayos, porque harían patente su malicia. La iniquidad se armará un día en contra del divino Salvador y de su Iglesia. Los tiranos perseguirán a los cristianos, que sufrirán generosamente el martirio y cuya sangre será la semilla de nuevos cristianos y de otros magnánimos mártires. Por uno de ellos nacerán millones, ante los que se levantarán ejércitos enteros. Habrá batallas y se erigirán ciudadelas y bastiones a favor de la [856] impiedad: Yo vi a favor de la iniquidad las tiendas de la Etiopía; pero puestos fueron en derrota los pabellones de Madián (Ha_3_7). Todo esto, empero, será confundido. Sus posesiones se disiparán como el humo y la santa humanidad, quebrantada en su pasión, que está representada por las vasijas de arcilla de Gedeón, sembrará el espanto y el desorden en el campo de Madián, del demonio y de sus secuaces. De los labios del Hombre-Dios sale una espada de dos filos; espada que allanará el camino a la gloria, recompensando a los buenos por haber soportado durante tanto tiempo las coaliciones que la malicia y el orgullo organizaron en su contra debido a que odiaron al maestro y a sus discípulos. La misma espada concluirá la confusión para los malvados, que serán destruidos por su resplandor y su filo.

            ¡Oh, Señor! ¿No es suficiente el haber soportado que el orgullo vomitara ríos repletos de malicia, dirigiéndose al mar como si fuera su rey? Pero, ¡qué! ¿Acaso únicamente tu cólera se encendió hacia los hombres, los cuales son tan inconstantes y cambiantes como el agua y huidizos como el mar? ¿Acaso fue contra los ríos tu enojo, Oh Señor? ¿Fue contra los ríos tu cólera, o contra el mar tu indignación? (Ha_3_8). Tú montarás sobre los caballos de tu grandeza todopoderosa y sobre tu santa humanidad apoyada en el soporte divino. Tu resurrección hará ver que dicha humanidad sufrió porque amó a los hombres: Tú que montas sobre tus caballos, y llevas en tu carroza la salvación (Ha_3_9).

            Tú expandes los ríos de sangre que regarán la tierra de bendiciones y la tornarán fértil: Dividirás los ríos de la tierra. Tus apóstoles, que se abismaron en la sima de un mar de tristeza y parecieron tener el corazón traspasado de dolor, carecen de constancia y de esperanza, habiéndose dividido y separado por infidelidad, a pesar de estar destinados a ser las montañas del mundo. Tu los reunirás y, al verte victorioso y triunfante, se afirmarán, arrepintiéndose de su poca fe al verse libres de su infidelidad y del naufragio que los envolvió: Viéronte los montes, y se estremecieron; retiráronse los hinchados ríos (Ha_3_10).

            [857] San Pedro, cima de los grandes teólogos, como lo llama san Dionisio, el apóstol de nuestra Francia, lloró sus negaciones humillado en un abismo de contrición. Sus lágrimas marcarían sobre sus mejillas dos canales durante su vida mortal. Al llegar su fin, todos estos dejarán de afligirse y su llanto será transformado. Tú mismo descenderás a las regiones de la muerte para sacar de allí con tu diestra omnipotente a todos los elegidos que descendieron a ellas. Al sonido de tu voz, se alegran, subiendo en pos de ti para rendirte sus homenajes como a su libertador: Los abismos alzaron su voz (Ha_3_10). Conocerán que eres igual y consustancial a tu divino Padre, de cuya mano recibirás el cetro y la corona, y levantó sus manos (Ha_3_10).

            El mismo te proclamó rey y pontífice eterno. Subiste más allá del empíreo para ser el cielo supremo, elevando la santa humanidad sobre todos los cielos, la cual, como un sol, debe iluminar con sus rayos a toda la ciudad de la gloria, y como una luna enviar sus influencias sobre los que vivimos en esta tierra que las necesita, por ser valle de lágrimas y un lugar apropiado para recibir tu misericordia: El sol y la luna se mantuvieron en sus puestos (Ha_3_10).

            Tu divinidad no se confunde, a pesar de estar unida a nuestra humanidad con una unión de soporte. La comunicación de idiomas no admite confusión ni mezcla en tus dos naturalezas. Mediante la divina, eres igual a tu divino Padre; por la humanidad, le eres inferior, manteniéndote siempre en tus deberes. Conservaste las llagas que son las gloriosas señales y trofeos de los trabajos que tu amor te llevó a aceptar. Estas heridas radiantes te servirán de flechas luminosas que atravesarán los corazones más obstinados y harán caminar a los buenos a la luz de sus fulgurantes y penetrantes rayos, a manera de relámpagos: Marcharán ellos al resplandor de tus saetas, al resplandor de tu centelleante lanza (Ha_3_11). Tus armas son instrumentos de luz que disipan las tinieblas, obligando a su príncipe y a todos los demonios nocturnos a emprender la huída.

            [858] Enviarás tu Espíritu con fuerte viento que sacudirá toda la tierra, porque asombrará al mundo. El derribará los ídolos y errores de la gentilidad: En tu irritación, hollarás la tierra, y con tu furor dejarás atónitas las naciones (Ha_3_12). Se trata de un esfuerzo de tu furor, que sólo se dirige a la impiedad y que, al dar muerte al pecado, salva y convierte al pecador. No regresaste a tu Padre para no preocuparte más del mundo; sino que, mediante la misión del Espíritu Santo y la dispersión de los apóstoles quisiste convocar a tus elegidos; y cual vencedor y redentor de los tuyos, Saliste para salvar a tu pueblo, para salvarle por medio de tu Cristo (Ha_3_12s).

            Los apóstoles se reparten el mundo, pareciéndoles muy pequeño para el celo de cada uno de ellos. Obran prodigios en virtud de tu nombre sagrado y atacan primeramente a los pontífices y reyes de la Judea, que son los jefes de la impiedad. En sus sufrimientos, llegan a ser más grandes que todos ellos: Heriste la cabeza de la casa del impío (Ha_3_12s). Manifiestan la verdad de la divinidad del Salvador, al que ellos condenaron a muerte. A su vez, Moisés y la Escritura los condenan porque su obstinación es la única en sostener la mentira, y su infidelidad no tiene otro fundamento que el error: descubriste sus cimientos de arriba abajo (Ha_3_14).

            A continuación se dirigieron a la gentilidad y a todas las potestades humanas, sin temer cetros, coronas o grandezas que aparentaban poder dispersarlos tan fácilmente como un torbellino que se convierte en una montoncillo de polvo: Echaste la maldición sobre su cetro, sobre el caudillo de sus guerreros, los cuales venían como torbellino para destrozarme (Ha_3_14).

            Dichos tiranos, lisonjeándose en su autoridad, creyeron poder exterminar tu nombre, gozándose como los que sacian su avaricia y crueldad al devorar a un pobre prisionero incapaz de defenderse con sus manos: era su regocijo como el de aquel que, en un sitio retirado, devora al pobre (Ha_3_14). Sin embargo, te burlas de su poder, haciendo que tus carros atraviesen el mar de las persecuciones sin ser cubiertos por las aguas, como los de Faraón. Tus apóstoles y mártires triunfan y se abren camino hacia su gloria y la de tu nombre, ayudados por tu mano omnipotente a través de las olas de un iracundo océano de tormentos y de persecuciones: Abriste camino en el mar a tu caballería por en medio del cieno de profundas aguas (Ha_3_15).

            [859] El profeta, considerando en este punto los triunfos y la prosperidad de la Iglesia, así como el repudio y ruina de la sinagoga, movido a compasión por su pueblo, se asombra y teme que aquel cuya venida fue tan amable, haya usado tanto rigor para con su pueblo, que lo desconoció: Oí y se conmovieron mis entrañas; a tu voz temblaron mis labios (Ha_3_16). Tiembla de temor. El corazón le late de espanto, y, al ser presa de gran terror y consternación, sus labios y su lengua se niegan a pronunciar una sola palabra inteligible.

            Pide morir para no ser testigo de semejante desdicha, y ser reducido a cenizas y podredumbre en una tumba junto con sus padres para no participar en el crimen y castigo de sus hermanos: Penetre mis huesos la podredumbre, y broten dentro de mí gusano; a fin de que yo consiga reposo en el día de la tribulación, y vaya a reunirme con el pueblo nuestro que está apercibido (Ha_3_16). Prevé que la Judea estará entonces en la miseria, y que llegará a ser una tierra del todo estéril, pues las higueras no florecerán ni las viñas volverán a dar el vino de la doctrina: Porque la higuera no florecerá, ni las viñas brotarán (Ha_3_17). El aceite de la misericordia no volverá a correr; todos trabajarán en vano, porque la tierra no dará fruto alguno: Faltará el fruto de la oliva; los campos no darán alimento (Ha_3_17). Porque darán muerte al cordero sin mancha y sacrificarán un toro, no para rendir homenaje a Dios, sino por una crueldad indecible. Sus sacrificios cesarán y no tendrán ni cordero, ni oveja, ni ternero cebado, ni bestezuela alguna: Arrebatadas serán del aprisco las ovejas, y quedarán sin ganados los pesebres (Ha_3_17).

            Los profetas buenos y fieles se alegrarán en Jesucristo, su Salvador y Dios, al que los ingratos no quisieron reconocer. A la persona de estos fieles se dirige el profeta: Yo, empero, me regocijaré en el Señor, y saltaré de gozo en Dios Jesús mío (Ha_3_18). Tú eres, dice, mi Dios y mi Salvador; mi fuerza y mi esperanza. Eres tú quien me dará piernas de ciervo para correr en pos de tus mandatos. Eres tú el me conducirá sobre los montes de la gloria, y el que me concederá el favor de seguirle triunfante en su carro de gloria en medio de acciones de gracias y alabanzas sin término. Nosotros cantaremos las maravillas de tus victorias y confesaremos en voz alta que eres el rey de la Gloria y el Señor de los ejércitos: El Señor Dios es mi fortaleza; y él me dará pies como de ciervo; y el vencedor me conducirá a las alturas, cantando yo himnos (Ha_3_19).

            [860] ¡Oh bondad!, ¡Oh amor! No contento con hacerme partícipe de tu divina naturaleza al tomar la mía, me haces gozar del botín y los trofeos de las victorias que arrebataste a tus enemigos. Al morir para ser muerte de la muerte y aguijón del infierno, compartes conmigo tu gloria. Eres el carro y el auriga de Israel, que nos eleva en su compañía. Gracias a ti, somos triunfadores.

            Seas bendito con toda suerte de bendiciones por toda la eternidad: me conducirá a las alturas, cantando yo himnos. Elevado más allá de las potencias superiores de mi alma, me conducirás tú mismo hasta el Altísimo, al seno de tu Padre, en el que, contigo y a través de ti, cantaré salmos a tu gloria y a los trofeos de tus victorias en unión con todos los bienaventurados. Al igual que el patriarca Jacob, mi alma no desea participar en el consejo de la generación de guerra y división. Los que harán morir al Salvador me afligen por previsión, así como Leví y Simeón afligieron a Jacob al dar muerte a Siquem y a todos sus habitantes, que se circuncidaron para hacer alianza con el Pueblo de Israel.

Capítulo 148 - En que mi divino esposo me preparó a las bodas divinas mediante la fidelidad de la mujer fuerte y de las admirables delicias que recibí de la inefable Trinidad. En esto consiste la alegría de las esposas del Verbo Encarnado.

            [861] El segundo domingo después de Epifanía, desperté por la mañana pensando en las palabras del capítulo 31° de los Proverbios, en el que el sabio alaba a la mujer fuerte, en la que confía el corazón de su marido: En ella confía el corazón de su marido (Pr_31_11). Plugo a mi divino amor colmarme de su dulzura. Me hizo ver que, en su bondad, me había hecho semejante a dicha mujer fuerte. Esta seguridad obró en mi alma deleites inenarrables mientras me vestía. Al recordar que era el domingo en que se leía el episodio de las Bodas de Caná, traté de prepararme con fervor y humildad a ser la esposa del divino esposo, el cual deseaba nuevamente desposarse conmigo. Me dirigí a lavarme en el Jordán de la penitencia, con los sentimientos de contrición que él se dignó darme. Después de confesarme, me presenté a la santa comunión para recibirlo, rogándole que mi carne no sólo se asemejara a la de un niño de un día de nacido, como la de Naamán cuando salió del Jordán después de dejar en él su lepra, sino como la carne virginal de una esposa divina, y que se dignara realizar la admirable unión de corazones y de santo contacto de los cuerpos en el maravilloso sacramento de la Eucaristía.

            Su divina bondad se dignó conversar conmigo acerca del matrimonio celebrado en la Encarnación, diciéndome que deseaba renovarlo conmigo, y que había dicho durante su vida mortal que el reino de los cielos era semejante a un rey que preparó las bodas de su hijo, y que ahora, siendo inmortal, y habiéndose quedado en el Smo. Sacramento del altar, la tierra se veía honrada por un Padre-Dios que preparó las bodas de su Hijo-Rey, Hijo que es el esposo del festín. Añadió que el Padre eterno estaba presente, lo mismo que el Espíritu Santo, por concomitancia y seguimiento necesario, ya que las personas, aunque distintas, son indivisibles en razón de la naturaleza divina, que es sencilla en sumo grado. La Virgen también está presente, ya que todo esto se llevó a cabo en su seno. [862] Conocí de qué manera concierta el Verbo esta alianza, a pesar de su título de rey de la creación. Intuí cómo el Padre celestial y el Espíritu Santo obraban en dichas bodas, en las que se canta un cántico admirable, como se dice en la antífona de entrada de la misa de ese día: Que toda la tierra te adore y diga un salmo a tu nombre (Sal_65_4), ya que la tierra entera, que es la humanidad del Verbo, entonó dicho canto de triunfo. Comprendí que la Trinidad hacía un concierto admirable de alabanza, que se explica con las palabras que siguen en dicha antífona de entrada: Dadle gloria y alabanzas (Sal_65_2). El Hijo es la alabanza y gloria del Padre; el Padre, la gloria del Hijo; y el Espíritu Santo, la gloria del Padre y del Hijo. El Hijo glorifica y alaba a su Padre cuando lo da a conocer. El Padre rinde alabanza y gloria a su Hijo cuando lo glorifica. El Padre y el Hijo engrandecen al Espíritu Santo al enviarlo para escuchar (mediante su acción) su gloria común. Es él quien da testimonio de la verdad del Padre, que es su Verbo. En unión con el Padre y el Hijo, es un Dios único en verdad, inmenso, omnipotente, sapientísimo y plenamente bueno. El Espíritu Santo rinde alabanza infinita y eterna al Padre y al Hijo. Ninguna criatura osa penetrar en el concilio sagrado de la santa humanidad, cuyo ente se apoya en la hipóstasis del Verbo; únicamente la Virgen, madre de este Hijo que es indiviso con el divino Padre, es llamada e invitada a él en su dignidad de madre del rey. Ella engendró al Hombre-Dios con el que se celebran las bodas. Mi alma fue, por una gracia inefable, llamada a tan sagradas y admirables nupcias, y a entrar a ese corazón musical, a pesar de saberme infinitamente alejada de merecer semejante favor, y de participar en dichos esponsales como la Virgen. La divina bondad, para concederme la facilidad de explicar el conocimiento que recibí de manera tan sublime, me mostró un montoncillo de polvo muy suelto, que se sostenía en el aire sin que pudiera yo ver soporte alguno. Comprendí que se trataba de la humanidad del Verbo, que estaba sostenida por una hipóstasis invisible que no podía yo percibir, y que él había querido establecer alianza con el polvo de la Virgen, el cual, a pesar de ser muy puro, no era en sí sino tierra, la cual, contrariamente a su pesadez natural, subsistía en el aire, no por su propia virtud, sino por una fuerza secreta de apoyo que la sostenía divinamente.

            Mi divino amor me dijo que él renovaba esta alianza conmigo, por ser su deseo que fuera yo su esposa. Sentí que las tres divinas personas se unieron a mí en una forma inexplicable, y pude conocer que la segunda, unida hipostáticamente a la santa humanidad, era el esposo; que la Virgen estaba presente en estas bodas, a las que asistía con deleite y júbilo el heraldo y amigo del esposo, san Juan Bautista, de cuyo nombramiento contemplé la majestad con una [863] mirada intelectual, aunque invisible e imperceptible a los sentidos exteriores. Se me dijo que yo fui escogida desde el vientre de mi madre, a fin de que trabajara en la salvación de muchos, y que, por mi causa, los reyes, los príncipes y los grandes de la tierra, es decir, los sacerdotes y los pontífices, conocerían y adorarían a mi Dios, según lo que Isaías profetizó de san Juan Bautista, prediciendo que sería la saeta aguda que arrebataría los corazones y los inflamaría con el fuego del divino amor. Escuché estas palabras: Recibid con humildad la Palabra del justo. Conocí que el Verbo humanado se unía a nosotros, y que todos los dones procedían del Padre de la luz; que los cambios y las sombras no podían acercársele; que nada debía yo temer porque este Dios de amor haría brillar su luz en medio de las nubes con las que se intentaría ofuscarme, y que todas las grandezas y eminencias de la tierra eran demasiado bajas para interceptar con su sombra al sol divino. El mismo me explicó a continuación la epístola del día, tomada del capítulo 6 de san Pablo a los Romanos, en el que se describe la diversidad de dones y gracias que los cristianos recibieron y siguen recibiendo según la medida de Jesucristo, el cual los distribuye, según explica el mismo apóstol a los efesios, añadiendo que todos sus dones y gracias eran renovadas en mi alma, la cual se encontró en un abismo de claridad. Fui asaltada con un ímpetu divino, cuya violencia no pudo soportar mi cuerpo. El asaltante, empero, lo sostuvo maravillosamente. Dos contrarios, gracias a su divino poder, pueden encontrarse al mismo tiempo en un mismo sujeto. Es él quien unió la virginidad con la maternidad en María, la cual, siendo criatura, y habiendo nacido en el tiempo, es madre del Creador, que es eterno. Es éste el admirable misterio que el amor supo y pudo hacer. La subsistencia del Verbo eterno quiso apoyar la naturaleza creada de Jesucristo y ser la hipóstasis del alma y del cuerpo del Hombre-Dios; alma que gozaba en su parte superior de la visión beatífica. Jesucristo fue al mismo tiempo, comprensor y peregrino; el Verbo tomó una nueva naturaleza para sí, uniéndola hipostáticamente a su divino soporte, que existe desde la eternidad: Hoy se nos revela un admirable misterio: renovando la naturaleza, Dios se hace hombre. Lo que ya existía permaneció, y lo que no, fue asumido sin que ocurriera en ello mezcla ni división alguna.

            Para realizar la Encarnación del Verbo, el Espíritu Santo bajó hasta la Virgen para hacer una extensión de dicha Encarnación mediante el sacrificio de la misa, en cuyo sacramento de amor es invocado el Espíritu Santo y Jesucristo se ofrece a través del mismo Espíritu. El Espíritu Santo, que [864] es lazo de unión en la Trinidad, ligó al Verbo a nuestra humanidad, y es él quien viene al alma con la gracia que es el adorno de la esposa del Verbo Encarnado, del Hijo, Rey de reyes y Señor de señores, quien hace a su esposa reina y dama honorabilísima, haciéndola partícipe de sus dones y de su propia gloria como compañera de su reino y participante, por este sagrado y divino matrimonio, de su naturaleza divina.

            Le confía amorosamente el secreto de su alcoba imperial e inmaculada, cuyo tabernáculo es su luz admirable. Ese lecho es todo florido por ser él la flor de los campos en su inmensa divinidad, y el lirio de los valles en su humanidad. El es la alegría de su Padre, de la Virgen, su madre; y de su esposa, la cual es tanto y aún más elevada en excelencia que el lirio que se crece entre espinas. La mano del esposo preserva a su esposa de los pinchazos que son tan frecuentes en los matrimonios humanos, los cuales, como dijo san Pablo, no pueden evitar la tribulación de la carne; su unidad, porque son dos en una carne, en nada excluye la división. La virginidad se pierde en ella y, con frecuencia, no se da la fecundidad. El polvo no siempre se eleva con buenas intenciones, sino que con frecuencia se torna en lodo causa de las faltas que no son temidas ni corregidas. Quien tiene oídos, me escucha. No todo lo que les es permitido no es siempre lo más conveniente y no tienen disculpa cuando educan mal a sus hijos y personal doméstico. No por tener una bodega llena de buen vino es honorable beberlo hasta embriagarse; la modestia y la sabia discreción, por no decir continencia, alegra a los ángeles y edifica a los hombres. El amor de las criaturas debe ser reglamentado; el de Dios debe ser extremo, es decir, que él nos manda amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por su amor. Dichosa la virgen que no está dividida en sus pensamientos y que no reparte sus afectos, sino que se ocupa del todo en contemplar a su divino y purísimo esposo, que es su gloria y su corona. Al amarlo, permanece casta; al unirse a él, se conserva pura y es transformada en él por su santo y divino amor. Es virgen de cuerpo, de corazón y de espíritu; y así como su esposo es tres veces santo, ella es purgada, iluminada y perfeccionada. Reluce y brilla con claridad junto con sus espíritus, que son llamas de fuego que pueden ser llamados vírgenes del cielo, así como las vírgenes de aquí abajo pueden ser llamadas ángeles de la tierra.

Capítulo 149 - La llama del divino amor animó el deseo de dar al mismo Dios que la comunica, porque el alma es atraída a su objeto, lo cual hace desfallecer el cuerpo mientras el alma se fortifica con los divinos favores.

            [865] Al día siguiente de la fiesta de san Pablo, primer ermitaño, y víspera de la de san Antonio, al que durante varios años he tenido devoción, y encontrándome en oración por la mañana, vi un corazón llameante y, más tarde, al acercarme a comulgar ,mi divino amor me mostró una corona con tres florones que pendía como si estos tres trofeos, que dichos santos obtuvieron sobre el demonio, el mundo y la carne, quisieran refrescar los santos ardores que abrasaban mi pecho, abismándome en un entusiasmo sagrado, de suerte que mi corazón se desvanecía en medio de tan divinas delicias. Parecía a mi alma que debía dejar el cuerpo, que le parecía una molesta prisión por no poder prestar atención a sus exigencias, debido a que el alma se inclinaba más a estar unida y atenta a lo que amaba y no al cuerpo al que informaba. Todo ello me provocó repugnancia hacia el alimento corporal durante varios años, lo cual fue para mis hijas una no pequeña aflicción y para mí algo de pena al reparar en su contrariedad. Con todo, mi esfuerzo por comer con gran repugnancia mortificó la sensualidad, que no podía satisfacerse; dicha repulsión me fue soportable por darme a conocer lo poco a lo que se apega la naturaleza cuando el gusto corporal la aleja y desvía de lo espiritual, que es más delicioso que la miel. El alma que paladea las verdaderas dulzuras divinas llega a odiar las satisfacciones aparentes y, después de gustarlas, ve y contempla la hermosura de aquel que es tan agradable a la vista como sabroso al gusto espiritual. [866] Dichos grandes anacoretas poseían la esperanza de estas delicias, que constituyeron su alimento en sus soledades en tanto que sus almas conversaban con los ángeles. Hacían la voluntad del Padre de las luces, que les concedió el don perfectísimo y bueno por excelencia, el cual no era ensombrecido por las criaturas mortales debido a que vivían ya con las inmortales, que son luces participadas de la fuente de toda luz, la cual los iluminaba con admirables destellos mediante los cuales se elevaban hasta el gozo de la luz increada, contemplando al Verbo increado, que los invitaba a apacentarse y reposar en su compañía en el cenit del puro amor. El sol de justicia caía a plomo sobre los entendimientos, lo cual movía a san Antonio a lamentarse cuando el sol que ilumina los ojos de las hormigas y los de los hombres, se remontaba en el cielo, ocupando sus ojos corporales y obstruyendo la visión de la divina claridad, que era su luz durante la deliciosa noche. Al verme favorecida con tantas gracias, tuve el deseo de ver en el cenit de la perfección la Orden de aquel que es perfectísimo, y que sus hijas fueran muy pronto liberadas de todo lo que cautiva su atención en las obras naturales y perecederas cuando no son extremadamente fieles a ofrecerlas a Dios. Mi divino amor quiso darme a conocer que aún no llegaba el tiempo de la maravillosa liberación, y que su Providencia permitía endurecimientos casi idénticos a los de faraón; pero que esto no me afligiera, pues él sacaría todo adelante para gloria suya, provecho mío y confusión de la persona que le oponía resistencia, hasta el tiempo destinado por el Padre en su poder, que la sabiduría del Hijo no ignoraba, y que el Espíritu había señalado con sus mismos labios. Añadió que él sabría producir los vientos de sus tesoros cuando Miguel hiciera oír a todos los del cielo y a muchos de la tierra quién es aquel que ha resistido a Dios, y haya establecido la paz. ¿Qué criatura, por poderosa que sea, es como Dios, para hacer su voluntad en el cielo, en la tierra y en el mar, asentando un pie en la tierra y el otro en el oleaje? ¿Acaso no juró que el Omnipotente fijaría un límite a los días de los hombres mortales, al que no lo rebasarían un solo instante; y que él permitiría resistencias para hacer admirar su paciencia y la fuerza de su diestra, que demostraría su poder a fin de que sus obras fuesen contadas a los pueblos y generaciones [867] del futuro, y que él mismo abatiría las montañas del mundo en el camino de su eternidad? El dio a los hombres el tiempo, que está encerrado en su eternidad; cuando así le place, lo retira para juzgar y coronar a los justos y condenar las iniquidades como juez justísimo.

Capítulo 150 - Caricias que el divino esposo prodiga a su esposa cuando ella no ama sino a él, que es su corona y su gloria. La vida de los santos es un suspiro amoroso.

            [876] El día de Santa Inés, a eso del atardecer, estando, según mi costumbre, retirada para hacer oración, me ofrecí a mí misma en sacrificio a mi divino esposo, renunciando a todos los amores criados y a todo lo que no es él. Al hacerlo repetí con esta virgen: Aléjate de mí, pábulo de muerte: he sido destinada a otro amador.

            Mi querido esposo me ayudó a conocer y sentir que me había recibido como esposa, que su amor me trataba como a tal, y que me daba los mismos adornos y joyas que a Santa Inés. Me dijo amorosamente que me daba pendientes más preciosos e inestimables; es decir, se me daba a sí mismo como Verbo del Padre que quiso, por mi amor, tomar un cuerpo para sufrir en él y someterse a la obediencia como un esclavo al que se perfora el lóbulo de la oreja, aunque permanece noble y libre por su igualdad divina. Quiso tomar la forma de siervo mediante su abatimiento amoroso, obedeciendo en todo y siempre la voluntad de su divino Padre, al que dice: El Señor Dios me abrió los oídos, y yo no me resistí: no me volví atrás (Is_50_4).

            Me dio como sortijas los dones del Espíritu Santo, que es el dedo de la diestra divina, siendo la argolla admirable las tres divinas personas, quienes, aunque distintas, están una en la otra debido a su circumincesión. Las tres son inseparables y sus propiedades personales en nada dividen la esencia común que es su naturaleza simplísima e indivisible. Este divino collar, añadió, no podría deshacerse ni separarse. Si conservo su amor en mi alma, encontrar‚ en él toda la belleza simbolizada por la inmensa pedrería que dicha santa dijo le fue concedida.

            La caridad, tejido de oro purísimo, era mi túnica, de la que su bondad me había revestido. Su amor me coronaba y me comunicaba sus tesoros infinitos, que son nada menos que las [870] riquezas de la sabiduría que recibe, junto con su esencia, de su divino Padre, al que había rogado me hiciera partícipe de la claridad que tiene con él desde antes de la constitución del mundo.

            Son para mí indecibles las caricias que mi divino esposo prodigó a mi alma; mi pluma es incapaz de expresarlas. Las almas que no han tenido la experiencia de semejantes favores, difícilmente creerían en ellas. Si David exclama, al considerar los favores que Dios concedía en la antigua ley a los que vivían en su temor, Cuan grande es tu bondad, Señor, que reservaste para los que te temen (Sal_31_19); ¿Qué podemos pensar de las caricias divinas con que regala a las esposas que ama con tanta ternura en la ley de la gracia?

            Se trata de un secreto entre el esposo divino y la esposa virgen, a la que corona con sus méritos para introducirla en su tálamo nupcial y divino, cuyas tiendas y pabellones son claridades arrebatadoras debido a que este esposo es un sol y la esposa un cristal a través del que él se filtra con sus divinos rayos. Es él quien imprime en su rostro la luz de su gloria, que reserva para sí en esta esposa, sin concederla a nadie más. El es todo de ella, y ella es toda de él, por lo que ella puede exclamar con toda verdad: Mi amado es para mí y yo para mi amado, el cual se apacienta entre azucenas hasta que declina el día y comienzan las sombras (Ct_2_16s).

            Si la esposa se distrae con los asuntos de esta vida mortal, en cuanto puede hacerlos a un lado llama a su esposo, cuya agilidad conoce: Vuélvete, querido mío, aseméjate a la corza y al cervatillo en los montes Beter (Ct_2_17).Si él tarda en llegar, ella se queja amorosamente de estar sola en esta noche, diciendo: Por la noche le eché de menos en mi lecho parécele que son noches multiplicadas, porque cada hora le parece cien le anduve buscando y no le encontré (Ct_3_1).

            La noche de este día de Santa Inés, me fue presentado un libro mientras dormía. Se me dijo que contenía la vida de los santos, y al final de dicho libro estaba escrito: suspiros de los santos. Mi esposo me explicó este sueño por la mañana, aunque no recuerdo por ahora si fue después o antes de comulgar; más bien que era de mañana. Me dijo:

            Corazón mío, predilecta mía, la vida de los santos transcurre entre suspiros porque suspiran al aspirar y al respirar, y cuando dejan de aspirar y suspiraré [871] dejan de respirar. Su vida es su amor; es Dios y en Dios. Si él se les oculta, suspiran por verle. Los suspiros no sólo son simples deseos y oraciones, sino deseos ardientes y algo más.

            La expiración es la emisión de una parte de la sustancia que se exhala; el soplo del espíritu es una sustancia y no una simple cualidad. Los santos, que suspiran casi continuamente para verse libres de su cuerpo y poder así gozar de su amor, parecen exhalar poco a poco la totalidad de su sustancia.

            Yo la destilo gota a gota valiéndome del ardor de la llama que los devora interiormente, la cual los mueve a aspirar al cielo. Por ello dicen con el apóstol que son desdichados: ¿Quién los librar de la mortalidad de su cuerpo? Su espíritu tiende hacia el Dios a quien aman, descuidando el cuerpo que él anima. En ocasiones se hace esto con tanto amor, que el cuerpo parece privado de la vida. Al dejar de manera invisible el cuerpo, su espíritu es elevado y transportado en pos de su amor, que es su peso.

            Cuando, en cierta manera, transmiten su espíritu, casi dejan de vivir en su cuerpo y en el mundo. Desearían ver a aquel que inspiró sobre su rostro el Espíritu de vida, para devolverle lo que les ha dado, diciéndole: "Así como tú eres mi afortunado principio, apresúrate a ser mi feliz fin. Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. El ángel que habló con el discípulo amado del Verbo en su exilio de Patmos, le dio desde el cielo la orden de escribir: Escribe: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Que descansen de sus trabajos; sus obras los acompañarán (Ap_14_13).

            El Espíritu se alegra cuando vuelve a Dios, del que salió; los suspiros de los santos son impulsos, esfuerzos de amor que el Espíritu de vida les mueve a producir; es él quien obra en ellos, por ser sus hijos. Los santos son dioses por participación, que desean morir así como el Hijo natural del Altísimo murió en nuestra naturaleza, a la que desposó para introducirla en su gloria. En su condición de hijos adoptivos y hermanos suyos, desean morir para ir a ver a su buen Padre y recibir su heredad, que poseen gracias a los méritos de Jesucristo, en calidad de coherederos con él. Exclaman con David al suspirar: Sácame de esta cárcel, para que dé gracias a tu nombre. Los justos me rodearán cuando me hicieres merced (Sal_142_7)

            ¡Ah! ¡Dichosa vida la de los santos; bienaventurada su [872] muerte! Es preciosa ante Dios, que es su amor y la causa de sus suspiros; sea que trabajen, sea que padezcan, todo coopera a su bien porque son amados de Dios, al que aman con todos sus afectos. Que mi alma viva de la vida de los justos, y muera con la muerte de los santos. ¡Ah! Si al respirar aspirara, y al aspirar suspirara, y al suspirar expirar, ¡Qué dicha sería para mí, que vivo con los habitantes de Cedar!

            Hija mía, aprenderás a suspirar en la lectura de la vida de los santos. Mi Padre y yo vivimos suspirando al Espíritu Santo, como ya te dije antes; Espíritu que es nuestro suspiro y nuestra vida. Vivimos suspirándolo eternamente; él es nuestro suspiro sustancial y viviente como nosotros.

            Se trata de un suspiro delicioso que proviene de una plenitud que no modifica al Padre, en cuyo ser radica toda la plenitud de la divinidad, la cual comunica íntegra a su Verbo. El Verbo, junto con el Padre, la comunica enteramente al Espíritu Santo; el Padre y el Hijo descargan toda su plenitud en el Espíritu Santo, que es como un vacío debido a que la voluntad está colmada del amor personal, que la hace fecunda en la emanación del Hijo, en la que el Padre y el Hijo dilatan su plenitud, que estaba como presionada, permítaseme la expresión, y reprimida en los dos. Por ello respiran y suspiran al Espíritu Santo, que es aliento, suspiro de ambos y Espíritu de su vida: spiraculum vitae (respiradero de vida). Solo, el Padre engendra al Verbo; y el Padre y el Verbo, al respirar al unísono, dirigen este suspiro recíprocamente a su rostro. Viven en la respiración de dicho Espíritu y al suspirar este suspiro en ellos y entre ellos mismos. En esta respiración y suspiro reside su perfección y el término de todas las emanaciones productivas e internas.

            La plenitud de la divinidad tiene su extensión en su inmensidad y en estas tres hipóstasis que, sin angostarse, respiran tanto cuanto suspiran; no pueden vivir sin suspirar, ni suspirar sin vivir. Su suspiro vive su misma vida por ser un suspiro sustancial que no puede emanar de su sustancia sin que ellos la reciban toda por ser indivisible, razón por la cual no puede ser compartida en jirones con la humanidad. El suspiro es un efecto de la vida, sin ser la vida ni una cosa viviente. En Dios, su Espíritu es su suspiro y su vida; es la emanación de su sustancia, que es la vida sustancial. Nosotros emitimos nuestros suspiros desde el fondo del pulmón y del corazón, buscando en ello nuestro alivio en razón de la [873] opresión que nos incomoda.

            Los humanos emitimos suspiros a nuestro exterior; el Padre y el Hijo producen el divino suspiro dentro de ellos mismos, sin sentir opresión por el peso de una sustancia extraña que les incomoda, sino por su propia y feliz plenitud, que termina y se prolonga dentro de su ser. El Padre y el Hijo retienen en ellos este suspiro para vivir de él como de su propia vida; Espíritu y suspiro que es el círculo de toda la extensión de la divinidad por terminar en sí la totalidad de las divinas emanaciones.

            Los santos que imitan la vida divina reciben al Espíritu Santo, que es para ellos, por bondad, spiraculum vitae. Es él quien los mueve a gemir y suspirar con gemidos inenarrables mediante los que respiran, atrayendo de nuevo, con sus grandes deseos de más y más, a este Espíritu, a esta vida, mientras viven. Si alguna vez dejan de suspirar y de aspirar a la vida de Dios, no viven más de la vida santa, sino únicamente de la vida animal: Porque el hombre animal no puede hacerse capaz de las cosas que son del espíritu de Dios (1Co_2_14).

            Los que han recibido al Espíritu de Dios conocen los dones que Dios les da: Nosotros, pues, no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el espíritu que es de Dios, a fin de que conozcamos las cosas que Dios nos ha comunicado, las cuales por eso tratamos no con palabras estudiadas de humana ciencia, sino conforme nos enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a las cosas del espíritu (1Co_2_12). El ojo corporal no vio, el oído material no oyó, ni el corazón de tierra pudo imaginar lo que Dios ha preparado para sus amigos: Mas a nosotros nos lo ha revelado Dios por medio de su espíritu, pues el espíritu todas las cosas penetra, aun las más íntimas de Dios (1Co_2_10).

            El Verbo Encarnado dijo a sus discípulos que les enviaría su Santo Espíritu, el cual les enseñaría todas las cosas; Espíritu que vendría en calidad de maestro y de Paráclito para consolarlos en sus suspiros. Ustedes llorarán y el mundo reinará les dijo el Salvador. Las lágrimas y suspiros son el pan cotidiano de los santos en esta vida. Al abrir, por medio de grandes deseos, nuestros corazones, que son nuestras bocas, atraemos al Espíritu Santo. A esto se refirió David cuando dijo: Abrí mi boca y atraje al Espíritu, porque deseaba tus mandatos (Sal_119_131). David abrió la boca de su corazón al suspirar en presencia de Dios, y atrajo a su Espíritu.

            [874] La hija de Caleb al suspirar al lado de su padre, obtuvo más de lo que pedía: Como ella... comenzase a suspirar, díjole Caleb: ¿Qué tienes? A lo que respondió ella: Dame tu bendición, ya que me has dado terreno secano, dímelo también de regadío. Con eso, Caleb le dio una heredad de tierra de regadío alta y baja (Jc_1_14s). Esto fue lo que obtuvo Axa por haber suspirado.

            Suspiremos al lado de Dios, nuestro buen Padre, que nos conceder el riego superior y el inferior: la gracia en el tiempo y la gloria en la eternidad.

Capítulo 151 - El amor de santa Magdalena dio la medida al amor y complacencia que el Salvador tuvo hacia ella. Enero de 1635.

            [877] La noche del veintiuno de enero de 1635, me vi en sueños en una larga galería rodeada de cuadros pintados por una mano expertísima y de maravillosa creatividad, ya que en cada uno de ellos aparecía el Salvador mostrando una amable majestad aunada a un porte y rostro que reflejaban el éxtasis y la admiración.

            En cada uno de dichos cuadros vi con él a, cuya actitud me pareció muy respetuosa, quien llevaba en la mano una medida de la que se sirven ordinariamente los sastres. El sueño no fue una ilusión del espíritu o un simple ensueño de mi fantasía, ya que contenía grandes secretos que mi divino esposo me explicó al estar despierta, en una conversación que se prolongó varias horas.

            Aprendí que el amor de la Magdalena dictaba al Salvador las medidas de todo lo que debía hacer, medidas que fueron tomadas primeramente en el seno del Padre y más tarde en el de su madre y en Betania. El Padre precisó, en su ciencia, la grandeza de su Hijo, y este midió la inmensidad de sus acciones según el amor que profesaba a su Padre y el que su Padre tenía para él. Del conocimiento que obtuvo de este amor, no tuvo otra meta que su gloria en cuanto se encontró en las entrañas virginales de su madre. Se midió de acuerdo al amor que tenía hacia ella, y el que ella tenía por él, queriendo además tomar las mismas medidas del amor que unía su afecto y el de Magdalena. Midió la longitud de su cruz en el seno de su Padre, en el de su madre y en Betania, haciendo [878] sus deseos acordes con la voluntad de su Padre y trabajando para complacer a su madre. Mesuró, además, varias de sus obras en conformidad con el amor de su enamorada, la cual era como la señora de su corazón y de sus afectos; y, en consecuencia, uno de los principios que le movieron a obrar.

            El decreto de la Encarnación se elaboró en el cielo para ser ejecutado en María. Las grandes obras del Verbo Encarnado, que debían poner el sello a todas las demás y a la redención, se iniciaron en Betania según las medidas del amor, el cual acrecentó el esplendor de su divinidad, esplendor que enfureció a sus enemigos. Betania fue el lugar de donde partió para dirigirse a la muerte de la cruz, demostrando con ello cuanto amaba a su Padre.

            Aun cuando no hubiera existido hombre alguno a quien redimir, el Verbo se hubiera encarnado por complacer a su divino Padre y para hacer de María, su madre. Aun cuando sólo hubiera existido Magdalena para ganarla y atraerla a sí, habría sufrido todo lo que sufrió: tanto era su amor hacia aquella a quien destinó para amarlo. ¡Ah! ¡Si pudiera yo explicar la manera en que me dio a entender este secreto el divino enamorado! Me dijo: Hija, observa cómo Magdalena se arroja a mis pies, cómo los lava con sus lágrimas, los enjuga con sus cabellos y los unge con sus preciosos perfumes. Fíjate cómo imprime en ellos mil besos amorosos que son las marcas de la grandeza de su amor. Por ello dije en voz alta: ha amado (Lc_7_37). Sólo yo conozco este "mucho. Por ello, el amor me impulsó a volverme hacia ella, lo cual pareció una descortés a los que me rodeaban; más esto se debió a que mi corazón fue atraído por su amor. Quise medir la profundidad de sus lágrimas, que hubieran podido llenar una jofaina suficientemente grande para lavarme los pies. También medí el largo de sus cabellos y sopes‚ la cantidad de su ungüento aromático.

            La defendí contra el fariseo, haciéndole ver que su afecto distaba mucho de la excelencia del de Magdalena; y que la medida de mi gratitud hacia esta pecadora, que me rendía un testimonio de amor tan raro, era mucho mayor que la que podría deber a Simón por haberme ofrecido una cena en la que reprobaba lo que debía admirar, es decir, mi bondad.

            Mi enamorada me trató bien en otras ocasiones. Después de dicha unción, sólo buscaba yo satisfacer el amor de Magdalena cada vez que me detenía en Betania. Llegó hasta parecer que sólo me gustaba conversar con ella, sentada a mis pies y atenta a mis palabras, sin percatarme de los afanes de su buena hermana y su solicitud para atenderme. Así como [879] Magdalena no encontraba alegría comparable a la de escuchar mi divina doctrina, así parecía yo no tener otra que satisfacerla.

            Cuando se me comunicó la noticia, que bien sabia, de la enfermedad de su hermano Lázaro, al que amaba por ser su hermano esperé a que muriera por ser esto necesario para la gloria de mi Padre. Quise, sin embargo, obrar este gran milagro en favor de Magdalena. Dije, pues, a mis discípulos que nuestro amigo Lázaro dormía. Viendo, empero, que ellos no entendían lo que deseaba yo significarles con dichas palabras, la violencia de mi afecto, que no podía sufrir más el duelo de su hermana, me obligó a decir claramente: Lázaro ha muerto. Vayamos de prisa a Judea, donde ustedes verán la gloria de Dios y serán confirmados en mi fe. Seguí de buen grado a Tomás, el cual, entusiasmado, se ofreció a acompañarme a Judea, exhortando a sus compañeros, a quienes el miedo había helado el corazón, a morir conmigo si era necesario.

            Al acercarme a Betania, me encontré con Marta; pero, a fin de que se supiera por quién obraba yo esa maravilla, mandé llamar a Magdalena. Sus lágrimas provocaron las mías y me enternecieron el corazón. Entonces, no pudiendo sufrir más el verla sumida en tanta tristeza, decidí no retardar el milagro. Orden‚ que se me condujese al sepulcro y se rodara la piedra. Yo mismo temblaba en mi interior, turbándome porque debía tratar con la muerte y la región de los muertos. Me di en prenda por Lázaro, sabiendo que en poco tiempo descendería yo a los limbos, que moriría por él al cabo de algunos días y que la resurrección de este muerto, que obraba yo para suavizar las penas de Magdalena, serviría a mis enemigos de pretexto para decidir mi muerte.

            Así como después palidecí de angustia en el Huerto, así, en estas cercanías de mi muerte, quise dejar que el temor y el miedo se apoderaran de mí. La medida de todas estas pasiones, que en mí eran voluntarias, me la dictó el amor de Magdalena.

            Unos días después asistí al célebre banquete de [880] Betania, en el que participó Lázaro resucitado, ante el asombro de todo el mundo. Magdalena derramó profusamente y sin medida, sobre mi cabeza, su bálsamo de nardo, llegando hasta romper el vaso de alabastro a fin de que nada quedara en él. En esta ocasión su amor me midió cuan largo era, de la cabeza a los pies. Su cariño deseaba darme un sepulcro de bálsamo a cambio de la fetidez del sepulcro del que saqué a su hermano Lázaro, deseando al mismo tiempo prevenir mi sepultura: a tal grado se derramó su amor, cuya medida sólo yo sabía. Por ello fue mi voluntad que esta acción se diera a conocer en todas partes donde fuera anunciado mi evangelio, y que todo el mundo supiera que dicha enamorada me dio ese trato de amor para darme en vida los servicios que no podría ofrecerme después de mi muerte.

            La defendí contra la calumnia de aquellos que, por ser incapaces de sondear la sinceridad de su amor, desaprobaron su acción con el falso pretexto de misericordia hacia los pobres, entre los que, según su opinión, se hubiera gastado con mayor provecho el precio de dicho ungüento. Dije que siempre habría muchos pobres a quienes hacer el bien, pero que no siempre me tendrían a mí, que soy el verdadero pobre que dejó todo para enriquecer a los hombres. Hice ver que Magdalena había hecho una buena obra por haber amortajado a un vivo que muy pronto debía morir, ungiéndolo con bálsamo y ofreciéndole su propio corazón como sepulcro. Había reconfortado a un famélico, pues tenía yo un hambre voraz, no del alimento corporal, sino del amor de las almas, y ella me dio el suyo sin reserva ni medida. Vistió a un desnudo al limpiarme con sus cabellos; atendió a un enfermo al ungir mis llagas, pues tenía yo el corazón muy lastimado de tristeza y temor ante la muerte que se acercaba. Estaba enfermo a causa de la pérdida de las almas, de compasión hacia los pecadores y de amor a los hombres. Mi Padre me ungió rey, pontífice y profeta en mi Encarnación. Magdalena me ungió en ese día como luchador y atleta, pues debía presentarme al combate en pocos días. ¿Acaso no albergó a un peregrino que, pasados seis días, debía cambiar de país?

            Fue en Betania donde se conspiró en contra mía, y del mismo lugar salí para dirigirme a la muerte en compañía del amor de Magdalena, [881] a la que no descubrí mi designio para que no muriera, pues me habría seguido o hubiera recurrido a la violencia. Al verla, no obstante, se me oprimió el corazón. Mi enamorada, en cuanto supo la noticia de mi prendimiento y de mi muerte, dejó su casa para estar presente en mi muerte, aunque un poco lejos de la cruz, con las otras Marías. Como se quedó en Betania para cuidar de su hermano Lázaro, al que los judíos querían asesinar con el fin de sofocar el milagro de su resurrección, se enteró de mi muerte hasta después de la sentencia de mi condenación. Ya estaba yo sobre el Calvario cuando ella llegó.

            ¡Ah!, si la hubiera encontrado a mi paso, hubiera ejercido el oficio de la Verónica con más ardor; mas no dejó de abrirse paso en la aglomeración, acercándose lo más que le fue más posible para verme morir. Mi madre se hallaba más cerca de la cruz debido a que me siguió después de que la advertí de mi condena, y también porque su amor era más grande y constante.

            Después de mi muerte, la que me amaba no dejó mi cuerpo hasta asegurarse del lugar de mi sepulcro. Como se acercaba la noche, para guardar la conveniencia y la ley, se retiró, pero sólo para volver de madrugada, el día de la Resurrección, al lugar en el que dejó sepultado su corazón. Vio ángeles, pero al no encontrar mi cuerpo, no se contentó con su belleza, por no estar adherida sino a su Señor. Me disfracé de jardinero con el fin de foguear sus afectos y porque ella buscaba la flor que deseaba plantar en medio de su corazón, expresándolo con estas palabras: "Si lo recogiste, dímelo y yo me lo llevaré. Busco al lirio de los valles y flor de los jardines del paraíso. ¡Ah! si lo encontraste en tus prados, dímelo para llevarlo a un lugar más conveniente para su amor.

            Al manifestarme sus intenciones, y no pudiendo ya disimular, me revelé a ella con mi propio rostro, ya glorioso. Quiso entonces tocarme, pero su medida era demasiado pequeña. Debía yo antes subir al cielo a fin de obtener para ella una medida más grande y atraerla a mí. El resto de su vida, la levantaba en el aire siete veces al día, a fin de que viniese a mi encuentro y contemplara mi gloria.

            Los ángeles podrían haber cantado en su retiro motetes angélicos; pero no fue sólo para escuchar dicha melodía que yo la elevaba por los aires, sino para que viera en el cielo mi gloria y vislumbrara la que preparaba para ella.

            [882] Mi divino amor me enseñó muchos otros secretos tocantes a este amor de Magdalena, en especial que tuvo un amor respetuoso hacia su madre, honrándola siempre como a su Señora, a pesar de amarla tan tiernamente como a su madre, y que dicha reverencia creció con la edad. Agregó que su amor hacia Magdalena fue de familiaridad y libertad. A ello se debió el que tratase con ella más tiernamente y con menos majestad, lo cual acrecentaba el amor de Magdalena.

            Las lágrimas que ella vertió, no sólo en casa del fariseo, sino después, durante su vida mortal, caían sobre los carbones encendidos de sus afectos y en la hoguera de su corazón, abrasándolo aún más, a la manera de los fogoneros que avivan el fuego al rociarlo para ablandar con mayor facilidad la dureza del hierro que golpean sobre el yunque.

            Cante la Iglesia que Magdalena amó más ardientemente que todos los fieles, y que por su amor mereció verlo la primera, en cuanto hubo resucitado. Sólo él podía consolarla, pues no deseaba ni ángel ni hombre debido a que sus afectos iban más lejos: ella deseaba ver a aquel cuya altura es tan sublime, cuya profundidad es abismal, cuya longitud es infinita, cuya extensión es inmensa; el único que podía satisfacer su alma. No deseaba ella por medida ni la del ángel, ni la del hombre, sino la que su amor exigía: la del templo divino que fue destruido en sólo cuarenta horas, y que se había edificado de nuevo, levantándose glorioso de las regiones de los muertos y del sepulcro.

            En cuanto lo reconoció, quiso medirlo, pero su medida era mortal y él se había transformado en inmortal, diciéndole que deseaba subir hasta su Padre para obtener para ella gracias más sublimes, para levantarla en alto hasta el lugar donde fijaría su morada, ya que la tierra no era un lugar para cuerpos gloriosos. Añadió que su amor debía buscarlo a la derecha de la grandeza divina; que él había purgado por los pecados cuando podía morir, pero que, por ser inmortal, iba a efectuar la distribución de la gracia y de la gloria para concederle la una y la otra, asegurándole que de su plenitud recibirían todos los elegidos, y que así como ella fue espléndida para con él durante su vida, él haría lo mismo hacia ella cuando llegara a su fin. Afirmó que los espíritus celestiales considerarían un favor elevarla siete [883] veces al día en sus coros, para que asistiera a su música allí donde su amor los arrebataría si él no les sirviera de medida.

Capítulo 152 - El Verbo Encarnado pesó el fuego, midió el viento y contó las gotas del océano. Del entendimiento que plugo a su bondad concederme sobre estas maravillas y misterios.

            [885] Mi divino amor, el Verbo Encarnado, me dijo, mientras me acariciaba amorosamente, que deseaba instruirme en sus divinas maravillas y elevar mi espíritu a través de la meditación de las palabras que dijo el ángel a Esdras, ya que deseaba darme a entender místicamente de qué manera mide el viento y sopesa el fuego.

            Me dio a conocer admirablemente, por tanto, su poder sobre el fuego y los vientos que guarda en sus tesoros, diciéndome: En otro tiempo, Uriel mandó a Esdras que midiera el soplo del viento y pesara la pesantez del fuego: Pesa para mí el peso del fuego y mídeme el soplo del viento. El profeta se sorprendió tanto ante esta orden, que confesó que sobrepasaba el poder e industria de todos los hombres.

            El Verbo divino me dijo que él hacía todas esas maravillas en el seno de su Padre, pues con él mide el soplo y el viento del Espíritu Santo, que aspira, respira y suspira con él. El Espíritu Santo es un soplo, un viento de amor que el Padre y el Hijo producen por un retorno inefable y un mutuo suspiro. El Verbo es el término del conocimiento de su Padre: conoce todo el saber de su Padre, y lo ama tanto cuanto es amado por él. Junto con su Padre, produce un amor que les es igual y que no tiene otra medida que la inmensidad; y como el Padre y el Hijo infunden su esencia en el Espíritu Santo mediante su respiración, le confieren también sus medidas.

            El Verbo mide los suspiros de los santos al llevar su cuenta precisa, aunque sean casi tan numerosos como los [886] momentos de su vida, ya que a cada instante respiran y suspiran.

            Si todos los cabellos de nuestra cabeza están contados, ¿quién dejar de creer que los suspiros de los santos no lo estén, debido a que dichos suspiros amorosos emanan de Dios y a él retornan? Así como el alma anima y vivifica el cuerpo, el Espíritu Santo, que es el suspiro y aliento de Dios, vivifica a los santos moviéndolos a suspirar y a retornar a Dios de la misma manera, el amor recíproco y en proporción a la capacidad que les concede para corresponderle.

            Jesucristo mide el soplo de su Espíritu que concede a los apóstoles y a su Iglesia. Después de la resurrección, sopló sobre sus apóstoles para transformarlos en hombres nuevos, y como en una nueva creación, les comunicó al Espíritu Santo, cuya plenitud no recibieron por entonces sino en el día de Pentecostés en medio del ruido de un viento fortísimo, de un soplo y de un Espíritu impetuosos. El Padre y el Verbo producen en la Trinidad al Espíritu Santo, comunicando su plenitud con una impetuosidad natural a su espíritu sustancial y subsistente, tal como Dios me lo reveló hace algún tiempo. Es esta producción la plenitud de la divinidad, que estaba como contenida en las otras dos hipóstasis, que encuentra en la tercera su extensión natural, si puedo expresarme de este modo, por no tener otra palabra que explique mi pensamiento, de donde procede que el Espíritu Santo es el término y la paz en la Trinidad.

            El Verbo Encarnado, ya glorificado, se veía urgido por su amor a enviar su Espíritu Santo a su Iglesia; pero al no encontrarla suficientemente dispuesta, esperó a que sus apóstoles se prepararan mediante la oración a recibir dicha plenitud, enviando por fin del cielo a la tierra un gran viento y un soplo impetuoso; y con él, la plenitud del Espíritu; Espíritu que es la paz de la Trinidad por ser el beso del Padre y del Hijo, el nudo sustancial que los ata en conjunto y el término al que se dirigen las comunicaciones internas.

            El viene, no obstante, en medio de un gran asalto y un ruido ensordecedor para alertar a la naturaleza humana y, con ello, levantarla. [887] Todo esto fue significado por aquel fuerte sonido que se oyó repentinamente, el cual procedía del cielo como el soplo de un espíritu, de un viento de extraordinaria vehemencia. Se trata del amor que Dios profesa a los hombres: spiritus vehementis. Los apóstoles recibieron al Espíritu para llevarlo a todo el mundo, siendo como la fuente que debía enviar sus ríos y derramarse desde la montaña de Sión por toda la tierra. Dicho viento estaba destinado a llevar la palabra que el Verbo les había confiado por todos los rincones del mundo, y el Espíritu que es la paz y la unión eterna en la Trinidad debía pacificar al mundo por el amor y la caridad. Jesucristo midió todas estas comunicaciones, estas plenitudes y estos soplos del Espíritu y del viento que anima a la Iglesia extendida por toda la tierra.

            Jesucristo pesa el fuego al producir, junto con su Padre, el fuego y ardor de su amor mutuo, que es el Espíritu Santo. El Verbo es luz, y por ello procede por vía del intelecto. El Espíritu Santo es ardor, fuego y llama que arde en la voluntad del Padre y del Hijo, de la que procede y cuyo término es. Dicho fuego es tan grande como la luz y el amor, y posee la misma medida que el conocimiento. El Verbo, que es término del intelecto y conocimiento paternos, da su peso al fuego y a la llama del amor que es el Espíritu Santo. Es él quien pesa el amor que su Padre manifestó al mundo cuando le dio a su Hijo único para su salvación.

            Nadie fuera de las tres divinas personas puede comprender esta partícula: tanto amó Dios al mundo (1Jn_4_9). El Verbo pesa el mérito y precio del amor de los ángeles, que son ministros de fuego. Pesa como Hombre-Dios el fuego del pecado que consume al mundo y la hoguera de Babilonia, que lo abrasa continuamente. Pesa el fuego de la cólera de su Padre contra los pecadores con la pesadísima y molestísima carga que echó sobre sí, a pesar de ser inocente: A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él (2Co_5_21). El cual, siendo [888] resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (He_1_3). Debía, con todo derecho, sentarse después de haber llevado el peso del pecado, así como se sentó junto al pozo de Jacob cuando quiso convertir a la Samaritana, al sentirse fatigado del camino que había recorrido por su salvación.

            El pesa el fuego del amor que la divina bondad nos da y que cada uno de nosotros alimenta en su corazón como en un hogar sagrado, o sobre un altar de holocausto. Es él quien lo distribuye, deseando que arda y transforme nuestras almas en llamas según la medida de la gracia que nos engrandece. El divino Salvador recibió el Espíritu, el amor y la gracia sin medida; en cuanto Dios, la concede; en cuanto hombre, la recibió con plenitud de la que todos recibimos como a él le place y según nuestra disposición. Por ser Dios, se iguala a su divino Padre sin causarle detrimento, no teniendo, por tanto, otra medida que la igualdad con él y el Espíritu Santo. Su abatimiento en nada disminuyó su medida. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios (Flp_2_5s).

            Habiéndose hecho hombre, posee en su cuerpo toda la plenitud de la divinidad, que le es comunicada por la unión sustancial de su humanidad con el Verbo. El anonadamiento de esta débil naturaleza no impide la posesión de dicha plenitud, cuya única medida es la inmensidad. En cuanto a las gracias creadas y a la llama que se enciende en Jesucristo, no tiene comparación alguna con las que se comunican a las meras criaturas, por ser la medida de todas: sean más grandes o más pequeñas, según su cercanía o lejanía de la santidad divina.

            El Verbo eterno cuenta las gotas del mar de la divinidad. Es él quien recibe en su integridad el océano del entendimiento del Padre, del que emana como un rocío, como dijo el Rey-Profeta: Antes del lucero, como al rocío te engendré (Sal_110_3) [889] El sabe cuanto recibe de su Padre y cuanto le devuelve en conocimiento y amor, y en qué medida el Padre y él dan al Espíritu Santo, el cual recibe del Padre y del Hijo la total esencia de ambos. Únicamente las tres divinas personas son capaces de contar las gotas y las perfecciones del abismo del océano de su divinidad.

            El Verbo Encarnado enumera el total de gracias que ha dado y merecido para todas las criaturas, mismas que su santa humanidad recibió sin cuenta ni medida, por no haber sido mesurada con la medida del ángel ni del hombre: está separado de los pecadores, es el cielo supremo y cabeza de los hombres y de los ángeles. Es él quien distribuye a cada uno según su beneplácito, que es la medida de sus dones y su correspondencia a ellos. San Juan no expresa claramente si es el ángel quien lo eleva en espíritu para contemplar a la esposa del Cordero, o éste quien le dice en el versículo 6 del mismo capítulo 21: Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin, el cual poseía la regla para medir a la santa Jerusalén, que descendía del cielo y de Dios llevando en sí la claridad divina y una luz semejante a la del jade, pero preciosa y clara como un cristal.

            Si éste es aquel que es comienzo y fin, se trata del Verbo Encarnado, el cual no desdeña tomar la caña de medir para evaluar la gracia y la gloria con la regla de oro que su bondad comunica a los ángeles y a los hombres, con medida humana que era la del ángel, concediendo a quienes le son fieles las gracias que los ángeles apóstatas perdieron a causa de su rebelión. Si es verdad que los hombres son residentes del cielo junto con los coros angélicos, según su amor y méritos, el Verbo Encarnado se complace en señalarles su lugar e iluminarlos y ensalzarlos en gloria cuando llegan al término, según la medida de la gracia que les concedió al estar en camino. Su humanidad divina mide, pues, la gracia y la gloria del ángel y del ser humano; ella sola es medida según la medida de la humanidad del Verbo, cuyas gracias eran tales, que mereció la majestad del Verbo, al que está unida mediante una unión hipostática.

            Jesucristo mide la gracia y la gloria de su madre, gracia y gloria que la Santísima Trinidad le concedió según sus condiciones de hija, esposa y madre de Dios. Este hijo de amor y bendiciones [890] se complace singularmente en las grandezas de su madre, que es la incomparable en su rango y la sin par en su excelencia. David y san Pablo nos dicen que él ascendió para conceder dones a los hombres, dones que ha pesado y medido según su gracia, y recompensado según su amor y los méritos de sus buenas obras, cuya buena medida manifestar al llamarlos benditos de su Padre, reconociendo, por su amor, la misericordia que mostraron hacia los pobres y afligidos, considerándolas como hechas a él mismo.

            Es él quien tasa la cólera de su Padre, que desbordará como un torrente, como una gran cañada de agua, abismando todo en su rigurosa justicia, a la que Jesucristo opone su misericordia presentándole sus sufrimientos y diciéndole: Hasta aquí castigarás, pero no seguirás adelante. Mis méritos te detendrán; mi amor desea reducir tus rayos a una suave lluvia que verter‚ con medida, sobre los hombres. ¿Por qué los amaste hasta el extremo de enviarme al mundo para que yo mismo los salvara? Me has constituido rey y juez. En cuanto rey, dar‚ con generosidad real; en cuanto juez, llevo en mí con qué pagar por los hombres, pues soy su hermano mayor. Tengo el viento en la mano, como predijo mi Precursor refiriéndose a mí. Para purificar mi aire, desecho la paja porque deseo guardar el grano en mi granero celestial.

            Los hombres criminales no merecen respirar el dulce aliento de tu espíritu amoroso ni poseerlo en su pecho para que sea su refrigerio; pero, Padre bueno, yo lo merezco por ellos; yo lo produzco contigo y puedo enviarlo como tú, por ser su principio en el día de tu poder, que es también el mío. Yo soy tu Hijo engendrado en el esplendor de los santos; soy luz de luz y comunico sin superioridad, es verdad, toda mi esencia al Espíritu Santo, misma que recibo de ti sin menoscabo y que tú y yo le comunicamos, la cual recibe de nosotros dos sin dependencia. Se la comunico porque él anhela ser nuestro don común, así como comunes son nuestro amor, nuestra [891] espiración, nuestra respiración, nuestro aire divino, que nos permite respirar en el ardor de nuestra divina llama. Por ser el aire en nuestra Trinidad, está iluminado con tu luz y la mía. Es tan sabio y poderoso como nosotros. Es el poder, la sabiduría y la bondad que en sí misma es comunicativa. Desea con ardor ser enviado a mis fieles, con los que prometí permanecer. Padre mío, deseo penetrar en la tierra de los limbos después de haber entrado en la de mi humanidad; deseo visitar a los padres que están en los lugares de tinieblas, en medio de las sombras de la muerte. No me parece que habré manifestado suficientemente el amor que profeso a la naturaleza humana si dejo de internarme en esas regiones; si no libro de la cautividad a los que merecen gozar las alegrías que mi cruz adquirió para ellos, la cual llevé a cuestas, dejándome clavar sobre ella para darles la posesión de esta felicidad de participación en mi naturaleza divina.

            El Sabio habló de mi descenso a los lugares de ultratumba cuando dijo: penetrar‚ a todas las partes inferiores de la tierra, para iluminar a los que esperaban esta gracia de mí, Señor de bondad.

            divino amor mío, eres, además el pontífice que penetró los cielos después de haber pasado por todo lo que en la tierra era capaz de tu penetración amorosa. Habiendo profundizado las aflicciones de los tuyos, quisiste experimentar todas nuestras miserias, con excepción de la ignorancia y el pecado, a los que aborreces por esencia. Eres la virtud eficaz que penetra todo, que todo lo llena, razón por la cual el gran san Pablo dijo que, al subir más allá de los cielos, diste plenitud a todas las cosas: ¿Qué quiere decir: subió sino que también bajo a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo (Ef_4_9s).

            Al hacer la distribución de tus dones, has concedido a unos el apostolado, a otros, la profecía; a éstos, el don de evangelizar; a aquellos, [892] el de doctores. En fin, has colmado a todos de bienes según la medida de tu poderosa, sabia y amorosa bondad. Deseas que todos seamos perfectos en la adopción filial de tu Padre eterno: en la madurez de la plenitud de Cristo (Ef_4_13). Tú eres la medida de toda perfección.

 Capítulo 153 - Furor de los pecadores obstinados, a los que Dios justísimo castigará. Constancia de san Ignacio mártir, que permaneció tranquilo en medio de las bestias feroces. Deseos que tuvo de sufrir todos los tormentos de los demonios para gozar de Jesucristo

            [893] Vi de noche una hoz para segar los campos o los trigales, cuya visión me dejó varios días estas palabras en el pensamiento y en los labios: Lo ve el impío y se enfurece, rechinando sus dientes, se consume. El afán de los impíos se pierde (Sal_112_10).

            ¡Qué ira para los pecadores obstinados, pero qué diferencia de estado ver a un san Ignacio lleno de dulzura y de paz, en medio de las fieras, conservando su tranquilidad! Mucha es la paz de los que aman tu ley, no hay tropiezo para ellos (Sal_119_165). La muerte, que es temible, pareció deliciosa a san Ignacio, que por un singular privilegio fue ungido con el óleo de alegría que emana del nombre adorable que es bálsamo derramado. Fue uno de esos afortunados de los que habla san Juan en su Apocalipsis: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Que descansen de sus trabajos; sus obras los acompañarán (Ap_14_13).

            Esta águila clarividente señala otra visión que sigue en el mismo capítulo, la cual apoya con fuerza la imagen que tuve de esta hoz y de las palabras del Rey-Profeta sobre los pecadores que se consumirán y rechinarán los dientes con un furor iracundo al ser tronchados por la seguridad que blande el que está sentado sobre la nube blanca: y seguí viendo. Había una nube blanca, y sobre la nube sentado uno como Hijo de hombre, que llevaba en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada (Ap_14_14). ¿Por qué dar importancia a esta hoz? Para cortar la vida de los pecadores, que se cifra en el vino que beben con exceso y para contentar su sensualidad, bastan sus impurezas, en las que se sumergen como cerdos en lodazales. El Hijo del hombre, que es el Hijo de la Virgen, no puede sufrirlos. Por ello los corta y los echa fuera en el día de su muerte, arrojándolos en el lago del furor de [894] su Padre, justamente airado ante sus horribles crímenes. Los que fueron tragados vivos en los infiernos del tiempo de Moisés, muestran el castigo del pecado de la envidia, en tanto que estos últimos llevan la máscara del pecado de sensualidad y de lujuria, que es alimentada por la gula y atizada por la embriaguez. Por ello el discípulo amado vio que los racimos o la uva que fue cortada por dicha hoz fue arrojada al lagar de la ira de Dios, que es la gran pisadera en la que aplasta, con el peso de su justicia, a los pecadores que lo han ofendido.

            Todo ello sucede fuera de la ciudad, pues los pecadores son exiliados, llevando como sentencia el ser atormentados lejos de los ciudadanos del cielo, aunque la justicia divina impide, con su divino poder, que los justos que ven su honesta venganza no se sientan heridos de piedad. La justicia hace que concurran con ella, alegrándose al considerar que dichos culpables de lesa majestad divina y humana han merecido en verdad tan justo castigo, haciendo así realidad las palabras de David: El justo se alegrará al ver tan justa venganza (Sal_58_10), en tanto que esos desventurados se consumen en una eterna desesperación junto con el dragón, cuyas inclinaciones siguieron y quedaron impresas en ellos por haber cedido a las tentaciones. Llevan la imagen de la bestia a la que adoraron, la cual que fue vencida por los santos, quienes despreciaron su imagen deforme por el Dios que resplandece con luz divina.

            Los santos vivirán, por tanto, en una perpetua alegría, lo cual describe muy bien el capítulo siguiente, en que el discípulo amado contempla el gozo de los bienaventurados: y vi también como un mar de cristal mezclado de fuego, y a los que habían triunfado de la Bestia y de su imagen y de la cifra de su nombre, de pie junto al mar de cristal, llevando las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, siervo de dios, y el cántico del cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, ¡Oh Rey de las naciones! (Ap_15_1s).

            San Ignacio venció al demonio al despreciar sus tormentos y al desafiar su rabia junto con todo lo que aterroriza a los hombres, exclamando: Ahora comienzo a ser discípulo de Cristo: nada deseo de lo que atrae la vista, porque he encontrado a Jesucristo. Vengan a mí el fuego, la cruz, las bestias, sean fracturados mis huesos, amputados mis miembros y triturado mi cuerpo; sea enfrentado a los tormentos del demonio, con tal de que pueda disfrutar a Cristo. Sólo esto me basta: el poder [895] saborear a Jesucristo. Ignacio se encuentra ahora al lado del divino Salvador, gozando del mar de cristal sobre el pecho de su amor, del que recibe llamas purísimas que elevan su entendimiento e inflaman su voluntad de una manera que me parece inexplicable. Canta no sólo el cántico de Moisés, sino el del Cordero, que el Predilecto no nos transcribió a causa de su excelencia, que no puede ser comprendida por los espíritus que, por estar en la tierra, son incapaces de apreciar las maravillas del cielo.

            Ignacio cantó con los serafines de Isaías: Santo, santo, santo, es el Señor de los ejércitos, el cual me dio el valor para combatir, la gracia para vencer y el honor de triunfar por él y en él. Mi amor, que fue crucificado en la tierra por su causa, es ahora glorificado en el cielo. En él poseo la visión y la fruición del Dios al que he amado. El que me hizo su trigo en el tiempo, se hace mi deleite en la eternidad.

            Como fui compañero de sus dolores, ahora participo de su reposo; como tuve parte en su cruz, estoy sumergido en su gozo, que será eterno para mí. Deseé por su amor que las fieras me desgarraran y despedazaran, para reunirme así con él, deseando ser molido para asociarme, con eterna unión al Verbo Encarnado que es mi cabeza.

            Codicié todos los tormentos de los crueles demonios a fin de manifestar al cielo y a la tierra que no temía la rabia de los poderes de las tinieblas, a cambio de poseer la gloria de la luz que vino a este mundo para destruirlas.

Capítulo 154 - El Salvador es la purificación, la iluminación y la perfección cuando se ofrece a su divino Padre. La santa Virgen imitó e imita a su Hijo, al ofrecerse en todo momento como holocausto perfecto.

            [897] Adquirí el conocimiento de que, en la triple fiesta de hoy, de purgación, de iluminación y de oblación, Jesucristo purificó, iluminó, perfeccionó y se ofreció en el seno de la Virgen madre, y cómo el Padre es principio del principio lo mismo que su Hijo, que con él es principio del Espíritu Santo.

            El primero es Padre de las luces; y por engendrar a su Hijo, es llamado Padre de las luces por Santiago. San Juan, en cambio, se refiere al Hijo como luz de luz que ilumina al mundo, cuyas tinieblas no pudieron comprenderlo. Es por ello que vino a purgar, a iluminar y a ofrecerse por los hombres a fin de que por él fuesen unidos a Dios.

            La Presentación no sólo es admirable porque el Hijo presenta a su Padre todo lo que ha recibido de él, sino porque el Padre da todo por su Hijo al Espíritu Santo. Vi al Hijo en el seno y en el corazón del Padre, que parecía querer derretirse como la cera en el plan de la Encarnación: Mi corazón ha quedado como cera, debítense en mis entrañas (Sal_22_15). El Hijo Oriente quiso visitarnos por las entrañas de la misericordia paterna, a las que se refirió Zacarías: Por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios, que hará que nos visite una luz de la altura (Lc_2_78).

            [898] Entrañas ardentísimas a causa del fuego del amor del Espíritu Santo. El Padre da toda su esencia al Hijo, y el Hijo, junto con el Padre, al Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo moran en ellos mismos, no comunicándose sino a través de la producción de las criaturas. El Hijo se derrite, se licua en la Encarnación, licuación que es obrada por el amor, primeramente, en el seno del Padre eterno.

            El Verbo se derrama hasta el seno de María, la cual al acoger este cirio fundido, recibe toda la plenitud de la divinidad, la cual, por ser indivisible y hallarse en toda su integridad en la persona del Hijo, es infundida a modo de ser en la humanidad que se encuentra en las sagradas entrañas de la Virgen. De este modo, el Hijo, por medio de esta licuefacción, sirve como de extensión a su Padre y proporciona al Espíritu el contento de producirse fuera de sí, debido a que en la Trinidad es infecundo y estéril.

            Contemplé al Padre en su disposición de dar, por tener entrañas de misericordia; al Hijo en la pasión, permítaseme hablar de esta suerte, y al Espíritu Santo en acción, porque el Padre y el Espíritu Santo visten al Hijo que está revestido. Se bien que él se reviste y obra junto con ellos, pero es el único en ser revestido. Es como el esposo que da su consentimiento en tanto que las familias arreglan el contrato y definen sus cláusulas, pareciendo no preocuparle sino el dar su consentimiento a lo que se resolverá y acariciar a su esposa. La Encarnación es una licuación, una destilación, una efusión y un derramamiento que es plenitud de Dios. La divina claridad me hizo saber que había una gran diferencia entre la comunicación del Verbo en la Encarnación y en la del Espíritu a los santos. La primera se lleva a cabo mediante la efusión y fluidificación de toda la divinidad y de la persona del Verbo; la segunda se obra únicamente a través del rocío de los dones y de las gracias.

            La purificación, la iluminación y la santificación son obra del mismo Salvador que purgó nuestros pecados. El nos reconcilió con su Padre. Es el mediador del mundo. Es la piedra angular. [899] Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos (1Tm_2_5s). El obró una redención abundantísima: Porque él es nuestra paz, el que de los dos pueblos hizo uno (Ef_2_14). Su madre fue escogida como auxiliar en esta redención al proporcionar su sustancia, de la que fue formado y alimentado el cuerpo del divino Salvador.

            Ella lo ofreció al Padre eterno, y aunque en este día lo rescató, fue para sacrificarlo el viernes solemne en que debía ella encontrarse al pie del altar, que sería la cruz. Al ofrecer a su víctima, su alma sería traspasada y penetrada por la espada del dolor, a fin de revelar los pensamientos de los corazones.

            Revelación que debía convertirse en luz que los llevaría a la unión y consumación santísima que anhela el Hijo, la cual consiste en que todos sean consumados en uno así como el Padre y el Hijo son uno por el Espíritu Santo.

            La consumación del holocausto es el fin; él vio su fin. Dios es el fin de sí mismo y el fin de los ángeles y de los hombres, los cuales lo contemplan y gozan de él en la gloria, siendo consumados en uno por el amor. Dios es fuego y luz. Como es un ser indeficiente, los bienaventurados serán infinitamente glorificados junto con él; y por su medio, las jerarquías celestes, a las que purifica, ilumina y perfecciona, adorarán y amarán sin fin al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

            Los ángeles adorarán y admirarán eternamente la santa humanidad del Verbo Encarnado, al que san Pablo llama autor de la fe y consumador de las Escrituras, el cual, al proponerse la alegría, aceptó la cruz y los desprecios para honrar a su Padre y redimir a los hombres, a fin de darles la gloria. El obró la purgación de los pecados. Se sienta, por tanto, a la derecha como esplendor de la gloria y figura de la sustancia de su Padre; y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (He_1_3). [900] Dicha diestra es su madre. Así como al estar al pie de su cruz, ofreció junto con su Hijo el holocausto de amor y de gloria en la plenitud de luz, fue, a una con su Hijo, consumada en la unidad por llamas que serán eternas, iluminando y regocijando a la Virgen mientras devoran a los hipócritas. La Virgen fue siempre muy sincera en sus devociones. Su corazón jamás desmintió a sus labios; tanto en su interior como en su exterior, amó siempre a Dios en verdad. Ofreció en todo momento una hostia agradable a Dios, por ser su Hijo el holocausto perfecto, el sacrificio de justicia y de alabanza acepto a Dios, al que él mismo rinde honor en gracia y en gloria.

            Llegó el momento en que Dios rechazó los sacrificios de animales: no quería más sangre de toros ni de machos cabríos. Deseaba el sacrificio de aquel cuya mansedumbre y dulzura le agradaban, el cual era su Hijo bendito y aroma de santidad divina y humana. En él, la belleza del aroma de los campos se encontraba de manera eminente.

            La Virgen fue la mujer pacífica, la Sulamita según el corazón del rey. Su humildad complació a su Majestad, agradándole sobremanera con sus deliciosas y vivas ofrendas de gracia. Dios mismo quiso animar su sacrificio mediante un delicioso aroma de suavidad. El Hijo purificó a su madre y, con su enseñanza, alejó de ella la ignorancia, si es que alguna tenía, de los misterios ocultos en Dios, lo cual san Lucas parece dar a entender al referirse a ella y a san José, después de haber encontrado a su Hijo en el templo, cuando éste les dijo: ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre? Pero ellos no entendieron su respuesta (Lc_2_49s).

            El los iluminó con sus luces, diciendo lo que juzgó apropiado para convertirla en la mujer que debía ser revestida de sol, coronada de estrellas y con la luna bajo sus pies, la cual, después de su Ascensión, instruiría a la Iglesia, iluminándola e inflamándola con las llamas de su Hijo, quien le dejó el fuego que vino a encender a [901] la tierra para consumir los corazones de los suyos y unirlos a él, cosa que ella hizo admirablemente. Así como en su seno dos naturalezas infinitamente distantes se enlazaron en unión hipostática, por sus oraciones los primeros cristianos fueron un solo corazón y una sola alma, perseverando en oración y en la comunión cotidiana.

            Pienso que la Virgen fue una continua ofrenda a partir del instante en que fue concebida hasta su muerte. Se ofreció sin cesar a la derecha de su Hijo, sabiendo que con ello agradaba a Dios, que la hizo digna hija suya, su digna madre y su digna esposa, conservándola siempre sin mancha, inmaculada. Supo acompañar la oblación de su Hijo, que san Pablo ponderó altamente a los Hebreos diciendo que el Salvador y sumo sacerdote vino a este mundo para ofrecerse a su divino Padre cuando éste no quiso ya recibir el sacrificio imperfecto, a fin de hacer su divina voluntad: ¡He aquí que vengo, pues de mí está escrito en el rollo del libro, a hacer, oh Dios, tu voluntad!... Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Cristo. Y más adelante: Habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre (He_10_7s).

            Así como el Hijo afirmó que siempre hacía lo que agradaba a su Padre, digo en proporción que la Sma. Virgen hizo lo que agradaba a su Hijo, el cual hace lo mismo que su Padre, por ser uno con él en esencia. La Virgen hace lo mismo debido a la unión que tiene con su Hijo, tan estrecha como una madre puede tener con un Hijo que es Dios y hombre, el cual ofrece lo que tomó de su madre, apoyada en su divino soporte.

Capítulo 155 - De la protección del Espíritu Santo, de la paz y de los grandes favores que el Verbo Encarnado ha concedido a las hijas de su Orden al revestirlas con sus libreas, y cómo ellas deben agradecer sus gracias, 6 de febrero de 1635.

            [905] Mi divino amor me dijo que no debía admirarme el no sentir las emociones y sufrimientos que las demás sentían a causa de las contradicciones, porque yo experimentaba las palabras de David: los que aman tus preceptos gozarán de gran paz (Sal_118_165). Añadió que el amor que tenía yo a la ley de Dios y mi conformidad con su santa voluntad eran en mí causa de tan grande paz; que el Espíritu Santo, habiéndose apoderado de mi corazón desde el principio de mis contradicciones, me había regalado y colmado de su paz.

            Me explicó la visión del 19º capítulo del Apocalipsis, que muestra al Verbo de Dios montando un caballo blanco y vistiendo un manto cuajado de gotas de sangre: viste un manto empapado en sangre (Ap_19_13). Los caballeros que lo seguían montaban también caballos blancos y portaban túnicas de blanco y purísimo lino, que, cual gasas blancas y etéreas, dejaba ver la agilidad de los cuerpos gloriosos y sus demás atributos.

            Comprendí que el Salvador tenía su vestidura tinta en sangre porque tomó y cargó sobre sí la confusión y vergüenza de todas nuestras iniquidades, no dejando a los santos sino la gloria del sufrimiento. A esta luz debe entenderse otra cosa que aparece en dicho Apocalipsis: que lavaron y blanquearon sus túnicas en la sangre del cordero. Van revestidos del mismo Jesucristo, que es la vestidura de lino que la tierra virgen de María suministró.

            Qué favores, divino amor mío, concederás a las hijas de tu Orden, que me dijiste deben vestirse de blanco y rojo, haciendo suyas las palabras de san Pablo: Revestíos del Señor Jesucristo, y éste crucificado (1Co_2_2). Es para honrarte en la tierra y para manifestar [906] en estos últimos siglos el exceso del amor que te hizo sufrir una pasión tan dolorosa, a fin de que, al contemplar el blanco, admiremos tu inocencia y tratemos de imitarla. El rojo, para ofrecernos a morir continuamente por ti, que eres nuestro amor y nuestro peso, que nos lleva hasta donde tú quisiste llegar: a Jerusalén y al Calvario para ser crucificado.

            El escapulario rojo que debemos usar es la figura de tu cruz empapada en tu sangre, mediante la cual pacificaste todo lo que es del cielo y de la tierra.

            La corona de espinas, en la que aparece tu nombre sagrado de Jesús, y bajo él un corazón en el que debe escribirse: Amor meus, es una protesta de que tus hijas sólo quieren amarte a ti, ofreciéndose para hacer cesar, en los tiempos que corren, la queja tan justa que lanzaste durante tu vida mortal, al afirmar que los zorros tenían madrigueras y los pájaros nidos, pero que el Hijo del hombre no tenía dónde reposar su cabeza. Te presentamos con toda humildad nuestro pecho para que reposes en él durante el tiempo y la eternidad.

            Es esto lo que me comunicaste ser de tu agrado. He obrado según la muestra que me representaste en la montaña de oración y en la tierra de visión mientras estaba delante del Santísimo Sacramento en la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús en Roanne, el 22 de junio de 1625 y el 15 de enero del mismo año. Mientras que el R.P. Coton decía misa en dicha iglesia, te me apareciste vistiendo un manto de púrpura-escarlata, usado y medio deslavado o descolorido. Estabas en el sagrario convertido en trono, y en dicho trono pusiste mi corazón, en el que reposabas de una manera inefable.

            Me dijiste a continuación que desearías que tus hijas portaran un manto rojo. Te respondí: Señor, se burlarán de mí. Me contestaste: Los judíos me lo dieron por burla. Hija, ¿estarías dispuesta a sufrir befas por mi causa? Sí, Señor, me ofrezco a cuantos desprecios desees.

            Hija, lo que fue burla y desprecio se convertirá en gloria. Deseo que ustedes lleven mis libreas. Mi esposa dice que soy blanco y rojo, que soy escogido entre millares. Yo te he escogido entre muchas para revestir de mí mismo a ti y a mis hijas. Todas serán las nuevas Jerusalén descendidas del cielo y coronadas de su esposo

            [907] Querido amor, como eres esposo de sangre, todas anhelamos imitarte y participar en tus sufrimientos. Tu Profeta Isaías dijo que eres el admirable, cuyo nombre es inefable porque no lo revela a los que indagan sobre él: ¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? Soy yo que hablo con justicia, un gran libertador. Y ¿por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero? El lagar he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo (Is_63_1s).

            Divino amor mío, henos aquí para ayudarte, o al menos para darte gracias. Si los hombres te son ingratos, nosotras reconoceremos por siempre el favor que quisiste concedernos al revestirnos con tu propia sangre. Lloraremos compasivamente la muerte que sufriste en el lagar de la cruz y te acompañaremos en el Calvario durante el abandono de todos los tuyos. Acepta nuestros buenos deseos; deseamos estar de pie junto con tu madre y san Juan, tu predilecto. Permaneceremos a tus pies para vernos cubiertas de tu sangre preciosa, puesto que deseas alimentarnos, embellecernos y revestirnos con ella.

            Recibiremos con mayor razón las admoniciones que el Rey-Profeta dirigió a las hijas de Israel: Hijas de Israel, por Saúl llorad, que de lino os vestía y carmesí (2S_1_24). Lloraremos la muerte del Rey de amor que es nuestro esposo y nuestro Dios, el cual nos quiso revestir de la púrpura escarlata de su propia sangre en el día de sus suplicios, que su caridad lo movió a considerar como el día de sus bodas y de la alegría de su corazón enamorado de nosotros. Te contemplamos por ser para nosotras nuestro queridísimo hermano Jonatán, muerto en la montaña: ¡Hermano mío Jonatán! Gallardo sobremanera, y digno de ser amado más que la más amable doncella, yo lloro por ti. Del modo que una madre ama un hijo único que tiene, así te amaba yo (2S_l_26).

            No en tiempo pasado, sino en presente y en futuro, deseo amarte y crecer en tu amor hasta el último momento de mi vida mortal, para continuar en la dilección perfecta durante la vida inmortal que espero recibir de tu bondad. Tú eres mi todo. Eres nuestro jefe. Queremos ser amazonas cristianas. No tememos los combates, que sirven para ensalzar tu gloria.

            [908] Siendo débiles por naturaleza, somos fuertes en ti y por ti. Nuestros pies enrojecidos nos dan a entender que estamos para ayudarte a pisar el lagar del santo amor; pues de auxiliarte con el de la cólera de tu Padre, justamente irritado contra nuestros crímenes, seríamos exterminadas y condenadas como culpables de lesa majestad divina y humana. Con ser nuestro Creador y soberano Dios, te hemos ofendido; como a hermano y redentor nuestro, te hemos despreciado y crucificado nuevamente al reincidir en nuestras faltas.

            Henos aquí para ser, por tu bondad, redimidas por tus santas gracias, en caso de habernos apartado de ellas con nuestras faltas actuales, y para decirte: Señor, ¿Qué quieres que hagamos? La misión que nos das de ser portadoras de tu nombre en presencia de los ángeles y de los hombres nos llama nuevamente a una fidelidad eterna.

Capítulo 156 - El reino del Salvador está muy bien representado por el óleo. 18 de febrero de 1635

            [909] Contemplé en una visión intelectual y espiritual a mi divino amor en medio del Padre y del Espíritu Santo, teniendo una esfera en la mano. Me dijo que sostenía a todo el mundo, pero que su reino era mucho mayor, porque él es divino, sin fronteras, sin límites.

            La esencia que su Padre le comunica es su reino, por ser el Hijo amadísimo del que fue dicho: Hallé a David mi siervo, con mi sagrado óleo le ungí (Sal_89_20), óleo que es su fuerza, su dulzura, su sustancia, su claridad, su sabiduría y su eternidad. La caridad divina es representada por el óleo, que ilumina. Dios se ilumina y abrasa a sí mismo; la sencillez se da en él sin multiplicación ni destrucción. La eminencia sobre todos los seres radica en él augustamente, a manera del óleo, que sobrenada en los otros líquidos. La divina dulzura se muestra en él como lenitivo, razón por la cual David no quiso que se diera muerte a nadie el día en que fue consagrado con la unción de los reyes.

            Jesucristo es el Dios de misericordia por la dulzura y compasión de su naturaleza humana y por la dulzura y amor de la divina. La belleza de las esposas virginales consiste en tener sus lámparas llenas y dispuestas. La plenitud es simbolizada por la extensión del aceite al derramarse, sin admitir en sí vanidad alguna. El sabor de la sabiduría es significado por el sabor del aceite, del que las vírgenes necias se encontraron vacías. Su duración representa la incorruptibilidad. Con la grasa son figuradas la gracia sustancial y la bondad, que se complace en obrar su efusión, que el amor realiza de tantas maneras. Jesucristo es bondadoso porque es Dios. Es humilde porque es hombre. El cura los tumores sin hacer incisiones; cierra las llagas de quienes lo aman, con admirable destreza; y si les hiere con la herida de su [910] santo amor, suelen ellos preferir su herida a la curación.

            Así como después del diluvio sólo quedó el aceite, que pudo escapar al desgaste de las aguas, sólo la bondad y misericordia de Dios prevalecen después de nuestras iniquidades y fechorías. Judith se valió de la unción para ganar el corazón de Holofernes, y las esposas que son ungidas con la unción sagrada son recibidas con alegría.

            Mi divino amor quiso comunicarme su unción concediéndome una amorosa llama, que hizo que no pudiera amar cosa alguna sino a él, diciéndome que deseaba unirme a él por una admirable unión que podía llamarse unidad, deseando que su orden fuese también mío con una relación semejante a la suya en cuanto Hijo de la Virgen su madre, y de su divino Padre por indivisibilidad, moviéndome a admirar cómo el Padre nos visitó por las entrañas de su misericordia, enviándolo al seno de la Virgen para hacerse hombre y salvar él mismo a la humanidad, volviéndola al camino de la paz e iluminándola con su luz después de librarla de las tinieblas; y cómo quiso ser su alimento y su elemento, apacentándola y haciéndola reposar en el mediodía de su puro amor, añadiendo que su nombre es bálsamo derramado que atrae a las mujeres más débiles a amarlo en exceso, despreciando la gloria y ornato del siglo por él, a ejemplo de Santa Inés: He despreciado el reino del mundo y el ornato del siglo por el amor de mi Señor Jesucristo, al que vi, etc.

 Capítulo 157 - Pensamientos sobre estos atributos

            [911] 1. Santidad. Que Jesucristo esté en el Santísimo Sacramento de tal manera, que no salga de sí mismo; es decir, que la sociedad que quiso tener con los hombres se dé de manera separada de ellos y residiendo en él mismo, por no ser apropiado que sea él quien se acerque a nosotros, que no somos sino pecado. Aun encontrándonos en estado de gracia, no hay en nosotros cosa digna de la santidad de Dios, por lo que deberíamos decir al Santísimo Sacramento lo que san Pedro dijo a Jesucristo: Retírate de nosotras, porque somos pecadoras.

            2. Verdad. A fin de que Jesucristo se trate a sí mismo según sus grandezas, estando en todo lo que le pertenece; que las almas vayan a él en esta verdad, es decir, por él mismo, sin obrar por su ser creado, porque las limitaciones de las almas se oponen a esta verdad: debemos considerar a Dios como una infinitud de grandeza.

            3. Libertad. Que Jesucristo no dependa más que de él mismo en aquello para lo que su misericordia le dictó leyes y pensamientos con el fin de adaptarse a los hombres. Desear que su ser sea el principio de todo movimiento y que, así como él existe en sí mismo, sea también para sí mismo. En esta perspectiva, renunciar a todas las promesas, en tanto que promesas que involucren un compromiso, y no desear recibirlas sino como partiendo de la libre iniciativa de Jesucristo.

 Capítulo 158 - Medité sobre la división de los reinos. Tercer domingo de Cuaresma. 1635;

            [912] Al meditar en la división de los reinos según las palabras del Hijo de Dios, vislumbré cinco clases de reinos:

            1. Que Dios posee el primero en sí mismo, el cual subsiste en la soberana unión y unidad de esencia misma de las divinas personas; y aunque en él haya distinción, no por ello se dan la división o la partición. Como la unidad no puede ser disuelta, ni la división tiene lugar en él, dicho reino es necesariamente subsistente y perfecto.

            2. El segundo reino reside en Jesucristo, en el que hay distinción de naturalezas y unidad personal. Por ello, este reino está libre del saqueo y la desolación, a menos que él permita que ella ocurra en sus dominios, dando entrada a cierta división, pues, cuando el alma se separó del cuerpo por la muerte, la desolación se sintió en dicho reino. No fue más un Jesucristo ni un Hombre-Dios, debido a que los restos de este despojo no componían a Jesucristo ni a un hombre, a pesar de que el alma permaneció unida a la persona del Verbo y que su cuerpo jamás se separó de ella por no haber desaparecido la unión hipostática de los restos con el Verbo. Sin embargo, la división se introdujo en ella misma, a causa de la disolución del compuesto.

Cuando Jesucristo permitió que la parte inferior de su alma fuera como separada de la superior, que acostumbraba desbordar la dulzura derivada de los sentimientos que recibía del gozo divino, la desolación penetró en su corazón, que se vio inundado de amargura y sumergido en la angustia, la tristeza, la aflicción y la misma agonía.

            3. El tercer reino de Dios reside en el corazón de María, en el que siempre ha reinado él solo; y como este corazón virginal jamás supo lo que era repartir sus afectos, que tenía bien enfocados a su único centro, jamás experimentó desolaciones, salvo las que aceptó voluntariamente por compadecer a su amor.

            4. El 4º reino de Jesucristo está en la Iglesia, que sólo florece en la unión, y cuyo único mal es la división de sus miembros.

            5. El 5º reino de Dios está en mi alma, la cual ha experimentado suficientemente que mi dicha consiste en centrar mis afectos en Dios, y que el repartirlos en otros objetos me sumergiría, inevitablemente, en la desolación.

Capítulo 159 - Provechosos combates, gloriosa victoria y magnífico triunfo que san José, por su virginidad y fiel perseverancia, obtuvo según los designios de Dios, al que conquistó y poseyó en la Virgen, 19 de marzo de 1635.

            [913] Al pensar esta mañana, día de san José, en lo que la divina bondad hizo de este santo, dándole como porción la verdadera posesión de la divinidad al confiarle a María, que llevaba a Jesús en sus entrañas: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo (Mt_1_18), plugo al divino amor revelarme que retó a san José a duelo, dándole a escoger las armas y el campo; y sin ser vencido, concederle la victoria, obteniendo, mediante su virginidad, a la Virgen coronada y encinta con el rey de las vírgenes.

            Fue el único que pudo llevarse el fruto de la virginidad, ganando, por una gracia indecible, al Ángel del Gran Consejo, sin que se le debilitara el nervio y sin que la aurora ni la claridad del mediodía le obligaran a retirarse ni a pedir la retirada, como hizo el ángel con Jacob. José, al permanecer virgen, se conservó íntegro. El sabía que combatir para ganar a Dios es luchar por la unión, es decir, por la unidad y la integridad divina. Esta es la manera como Dios combate para salvarnos, para unirnos y para hacernos uno con su Padre. El permitió que su cuerpo y su alma fueran separados a fin de pagar, en rigor de justicia, la falta que la naturaleza humana cometió al separarse de Dios a causa del pecado. Los designios de Jesucristo se cifran en congregarnos junto con todas las criaturas, en la única divinidad de la que derivamos nuestro ser, para llevarnos a morar en la divina integridad.

            [914] El Padre eterno ganó a María con su arco y su flecha, apartándola de los, ásperos y rebeldes amorreos. Dios de mi corazón, ¿qué quiero decir? Que María, a causa de la naturaleza tomada de nuestros antepasados, fue lavada del pecado y del demonio; pero el Verbo, que es el arco del Padre, engendrado de su entendimiento, la preservó dando en el blanco de un extremo al otro, permítaseme la expresión.

            Por ser Hijo del principio que es su Padre, es principio, en unión con el Padre, del Espíritu Santo, al que producen y que es el término de las emanaciones divinas así como el Padre es la fuente de origen. El Verbo, pues, es el arco y la flecha que procede del carcaj de este pecho amoroso, el Espíritu Santo, al que el Padre y el Hijo enviaron al interior de María para cubrirlo con su sombra; no para dividir, sino para ocultar dicho arco en sus entrañas y permitir su encarnación sin lesionar su virginidad, dándole lustre, brillo y transformando su virginidad natural en pureza sobrenatural y divina participación, convirtiéndola en el jardín admirable que contiene todas las perfecciones que Dios le concedió por encima de las demás criaturas, plantando o produciendo en dicho vergel la plenitud de la divinidad rodeándolo cuidadosamente con sus entrañas y seno virginal, de manera que, al ser madre de Jesucristo, posee a este Hijo por indivisibilidad junto con el Padre.

            Por haber sido preservada del pecado, es el prado en el que se encuentra la fuente de Jacob, la fuente del Padre Eterno, la fuente que es dada a nuestra naturaleza para lavarla y reanimarla; fuente que se encuentra en la heredad y campos de José, que hizo allí su morada, durante nueve meses, en el interior y varios años en el exterior. Me estoy refiriendo al seno de María.

            Dicha fuente estuvo sujeta a la voluntad de María y José, los cuales en nada la ofendieron al preguntarle dónde había pasado tres días sin su permiso. Por ello les dio razón de su permanencia, que estuvo acorde con el designio de su divino Padre. Con ser esta fuente tan alta y tan profunda, pudieron poseerla, aunque sin penetrarla ni comprenderla. María y José tuvieron esta fuente para ellos y para todas las criaturas. María y José bebieron de esta agua, que contenía en sí la vida eterna, al contemplar al Mesías, hablar con el Verbo y ser guardianes del mismo Dios.

            Supieron que él era el don de Dios concedido a ellos; con él, tuvieron todo lo que es y que será, el comienzo y el fin. El rey eternal e infinito al que alimentaron, salió de la montaña como bálsamo derramado, para volver a su Padre después de someter todo lo creado para devolverlo al Padre; pero ¿Qué digo? haciendo uno a los suyos en el todo. Jesús mío, me pierdo en este todo.

Capítulo 160 - Bendiciones que las tres divinas personas se imparten como inmensas fuentes que eligieron la humildad de Jesucristo para ser la fuente de santidad por excelencia, la Virgen, por sobreabundancia y los santos patriarcas, por suficiencia. Marcando a todos con una divina señal para ser insignias de gracia y de gloria. Todos ellos son invitados a bendecir a Dios como fuente en Israel.

            [917] El día del gran santo Joaquín, patriarca bendito que engendró a la madre de Dios de bendición, mi alma se ocupó el día entero en estas palabras del cantor real: Bendecid al Señor, vosotros, origen de Israel. Mi divino amor me reveló que existen viarias clases de fuentes, origen de Israel.

            Ante todo, las tres divinas personas son fuentes que contemplan su mutua claridad y la alaban dignamente. El Verbo Encarnado es fuente, la Virgen es fuente, los apóstoles y los patriarcas, sean, los antiguos de las leyes natural o escrita, sean los fundadores de institutos religiosos de la ley de gracia, todos son fuentes de Israel porque contemplaron los designios de Dios por medio de visiones y de inspiraciones a las que obedecieron. Todos ellos pueden decir con el profeta: Porque del Señor es nuestro escudo, y del Santo de Israel, nuestro rey. Hablaste un día en visión a tus santos y dijiste: He impuesto la corona a un poderoso; he ensalzado al elegido de entre el pueblo (Sal_89_18).

            Cada uno de ellos fue elegido por tu amorosa Providencia para manifestar a los ángeles y a los hombres cuanto te complaces al darles tu poder. Los ungiste con el óleo de tu gracia, constituyéndolos como reyes sobre toda la creación, y tu mano les ayudó a obrar maravillas. Los fortaleciste con tu omnipotente brazo para combatir y vencer a todos sus enemigos, [918] que declaraste ser también los tuyos, confundiéndolos en su presencia y obligándolos a huir confesando que tus amigos son felices bajo tu verdadera protección, que tu misericordia los previene, sale a su encuentro y los sigue; y que por la gloria de tu santo nombre los ensalzas por encima de tu pueblo, haciéndolos padres de una generación santa. Son ellos fuentes de Israel, por cuyo medio debemos bendecir al Señor Dios.

            Contemplemos, unidos a los santos, cómo el Padre eterno es la fuente de origen; el Hijo, la fuente de vida que emana de su Padre, con el que se derrama hasta el Espíritu Santo, que abarca la total inmensidad de esta agua. El es la cuenca que recibe la integridad del mar y el término de todas las emanaciones que detienen el flujo de sus aguas, cuya esencia invisible recibe por ser fuente como el Padre y el Hijo, y en unión con el Padre y el Hijo. Estas fuentes son Dios, y en Dios son iguales en su esencia, aunque distintas en sus propiedades. Las tres contienen una sola agua que se da sin partición, división o disminución en la vasta extensión de las tres cuencas. El Padre nada recibe de las otras dos personas, a las que comunica su esencia. El es, con inmensidad, la plenitud fontanal y el manantial original que se derrama en el Hijo, y ambos en el Espíritu Santo, en el que finalizan todas sus comunicaciones y efusiones. Dichas fuentes se bendicen suficientemente entre sí. Por lo que a nosotros respecta, la manera más alta de alabar a Dios es presentarle la alabanza y bendición que se otorga a sí mismo.

            El curso de las divinas aguas, que se detienen en el Espíritu Santo, se descarga en Jesucristo y, por Jesucristo, en la Virgen, desde la cual, como por un canal, se vierte sobre todos los elegidos, de donde resulta que existen tres clases de santidad: una de suficiencia, que es común a los santos; otra de abundancia, que es propia de la Virgen; y la tercera de excelencia y eminencia, que sólo reconocemos en el Hijo de Dios, Jesucristo, el Santo de los santos, al que el Padre santificó y envió al mundo para glorificar a los suyos, sellándolos con un divino carácter: Marcado con este sello: El Señor conoce a los que soy suyos (2Tm_2_19).

            Están marcados por el amor que tiene hacia ellos, y, recíprocamente, por el que le tienen a él. El ama el primero, pero desea ser amado de los suyos para hacerles el bien, porque no tiene necesidad de nuestros bienes; es rico en misericordia, la cual desea desbordar en los corazones de sus amados, a los que llama por diversos caminos y en diversos tiempos: a unos, desde la infancia; a otros, en la edad madura; y a los últimos, en la ancianidad.

            [919] Los que son llamados a través de una conversión milagrosa, manifiestan la fuerza de su gracia, que superabunda allí donde abundó el pecado. No los exime, empero, de la cruz, permitiendo que pasen por las pruebas del espíritu con el deseo de purificarlos, y reclamando su correspondencia para convertirlos en vasos dignos de honor. Si, pues, alguno se mantiene limpio de estas faltas, será un utensilio para uso noble, santificado y útil para su Dueño, dispuesto para toda obra buena (2Tm_2_21).

            Después de Jesucristo y de su Santa madre, entre los santos que han respondido a todo lo que el Señor quiso encomendarles destacan los apóstoles y los patriarcas de los institutos religiosos, por haber trazado caminos de perfección y por ser abanderados de la insignia del amor, que de un lado lleva la inscripción: todo hacer, y del otro: todo padecer. Ellos, junto con la multitud de mártires, atravesaron el fuego y las aguas de las tribulaciones para llegar al lugar de su descanso. Jesucristo prepara para ellos su reino, así como su Padre lo preparó para él.

            El Verbo bendice a su Padre por las fuentes clarísimas de Israel que existen en la divinidad. Lo bendice como a su principio y se bendice como principio del Espíritu Santo en unión con su divino Padre; Espíritu Santo que es bendito al ser producido. A su vez, bendice al Padre y al Hijo, de los que es bendecido por ser su único amor, que los une y sacia divinamente, terminando con felicidad e inmensidad todas las divinas emanaciones.

            Espíritu Santo que se derrama en y sobre María, que es un mar de santas gracias por la triple bendición que el Padre le concede por supremo poder; que el Hijo le comunica por sublime sabiduría, y que el Espíritu Santo le da profusamente por inefable bondad: El Señor mismo la creó en el Espíritu Santo, la vio y la contó y la derramó sobre todas sus obras (Si_1_9). La Virgen es la singular entre las puras criaturas; es la fuente de misericordia en la que los pecadores son recibidos para ser presentados a Dios; su Hijo es la fuente suprema de la que habla la sabiduría en este mismo capítulo: Principio de la sabiduría es la Palabra de Dios que está en lo alto.

            El Verbo alaba dignamente a su Padre, el que a su vez lo alaba amorosamente como a su Hijo por el único Espíritu que devuelve divinamente la alabanza divina al Padre y al Hijo, que son su único principio, Espíritu que difunde la caridad en los santos para animarlos a alabar y bendecir la primera santidad, que es el Dios trino y uno, el cual es bendecido con toda bendición por los siglos de los siglos.

            ¿Cuándo llegará el tiempo, adorable Trinidad, Dios tres veces santo, en que te bendeciré con todos tus amados, a los que has hecho santos por participación? ¿Cuándo me contaré en el feliz número de estas fuentes de Israel? Queridísimo amor, no dudan que, por tu bondad, llegue yo a ser una fuente sagradas de Israel, pero temen mis infidelidades e iniquidades, [920] de las que suplico a tu divina bondad se digne librarme. Sé bien que tú lo quieres, querido amor de mi corazón. Con toda humildad, y confiada en tu palabra, me atrevo a pedir a los santos patriarcas que me asocien a ellos para convertirme en fuente de Israel.           

            Santos todos, les rindo honor con gran respeto y les ruego me reciban con ustedes a fin de que bendiga al Señor que los escogió, el cual movió al rey profeta a exclamar transportado de entusiasmo sagrado: Por delante los cantores, los músicos detrás, las doncellas en medio, tocando el pandereta! A Dios, en coros, bendecía n: Bendecid al Señor, vosotros, linaje de Israel (Sal_68_26).

            Verbo Encarnado, mi amor y mi rey, tus santos no me condenarán a causa de mi temeridad. San Pablo dijo que podía yo sentir emulación para poseer el amor más perfecto, es decir, que debo desear amar por encima de todos los santos, lo cual los complacerá por tener yo el privilegio de ser tu benjamina. A quién deberé esta gracia, sino a tu bondad, que puede convertirme en hija de tu diestra, a fin de que las palabras del cantor real me sean verdaderamente aplicadas: Allí está Benjamín, el menor en edad, al frente de ellos (Sal_67_28),

            Como a este ser querido le está permitido llegar al exceso, que no se me reproche si me propaso al pensar: yo diré en mi exceso que todos los hombres son mentirosos, porque afirman que un alma herida de tu divino amor puede encontrar alivio para su benéfica llaga entre las cosas creadas. Mi corazón fue hecho para ti y estará siempre inquieto hasta que descanse en ti: Los príncipes de Judá con sus tribus, los príncipes de Zabulón, los príncipes de Neptalí (Sal_67_28).

            Bendigan al Señor conmigo, confiesen su bondad, exalten su alabanza, si ello es posible, porque es digno de alabanza sobre toda alabanza. ¡Despliega, oh Dios, tu poder, tu poder, ¡Oh Dios!, que te afanas por nosotros. Por tu templo, que está en Jerusalén, te ofrezcan dones los reyes (Sal_67_28s). Destruye a todos aquellos que desean turbar la paz que te complace conceder a nuestras almas. ¡Temible es Dios desde su santuario! El, el Dios de Israel, es quien da poder y fuerza al pueblo. ¡Bendito sea Dios! (Sal_67_36).

Caítulo 161 - El Verbo Encarnado y su madre repararon las culpas de nuestros primeros padres y nos libraron de los oprobios que el demonio, a causa del pecado, nos ocasionó

            [921] El 25 de marzo de 1635, mi alma conoció la forma tan maravillosa en que Dios suscitó la simiente de David. Los hombres sólo suscitan la simiente en la corrupción. Dios lo hace en la integridad y en una Virgen, escogiendo la debilidad según el mundo, debido a que la debilidad natural residía en la esterilidad de Ana y de Joaquín. El oprobio y el desprecio se manifestaron en su misma esterilidad, y Dios manifestó que llama a los seres que aparentan ser nada.

            Adán llamó a su esposa madre de los vivientes, equivocándose al hacerlo, debido a que más tarde nos causó la muerte por medio de sus encantadoras persuasiones, que movieron a Adán a violar las leyes y mandatos divinos. No acusó, sin embargo, a Eva, disculpándose más bien de lo que había hecho inducido por la mujer que Dios mismo quiso darle, como queriendo decir que no había creído faltar al seguir el consejo de la esposa tan santa y sabia que Dios le había dado como ayuda y fiel compañera; pero el buen Adán podía ser disculpado por estar tan dormido como enamorado

            El Verbo fue en verdad llevado hacia María por el amor, escogiéndola por madre y haciéndola fuente de vida para nosotros. El, empero, no se engañó ni en su pasión ni en su amor. Eva fue formada del costado de Adán, y Jesucristo del seno de la Virgen. Dios comenzó a construir con Eva lo que resultó ser un edificio de muerte. Inició después la construcción de [922] vida en María y por María. Adormeció a Adán con un sueño misterioso y extático para formar a su Eva y sacarla de su costado. Envió al interior de María al Espíritu Santo, que la elevó en sublimes éxtasis, velándola con sombras misteriosas en tanto edificaba para sí un cuerpo en su seno virginal.

            Adán recibió carne a cambio de la costilla que le fue quitada: y llenó de carne aquel vacío (Gn_2_21), porque en medio de la dureza significada por la costilla, se encuentra el corazón movido de ternura y amorosa inclinación para condescender a las debilidades y afecciones propias del sexo femenino. La Virgen recibió, a cambio de la sustancia que proporcionó a su hijo, un amor perfecto y fortísimo, un corazón incomparable, cuya dilección fue más fuerte que la muerte. Sus lámparas fueron todas fuego y llamas. Adán y Eva conocieron el bien y el mal después de su falta. El mal por haberlo iniciado, y el bien al verse privados de él.

            La serpiente se expresó con ironía, burlándose de ellos y del mismo Dios, al decirles que no morirían aunque comieran del fruto del árbol prohibido, y que serían como Dios. Ella misma quiso saber si Dios manifestaría tanto amor, según se le reveló antes de su caída, como para hacerse hombre por la humanidad. Nunca hubiera concebido que, después de haber sido ofendido por ella, deseara hacerse pasible y mortal: morir para redimirla y ensalzarla por encima de los ángeles.

            Los designios de la sabiduría no fueron revelados a los demonios porque hubieran tratado de impedir con todas sus fuerzas la muerte del Salvador, cuyo poder conocieron hasta después de su pasión. Lo llamaron el santo de Dios, que tenía gran autoridad sobre Dios, pero sin creerlo Dios por recordar los milagros obrados por Moisés según el mandato del Señor, que le hablaba oculto en el ángel. Ellos pensaban: He aquí al prometido por el profeta, que devolver a Israel el reino temporal, al que no damos tanta importancia como los escribas y los fariseos. Estaban cegados por la luz que brillaba en sus tinieblas, a la que no conocieron.

            La fuente de sabiduría, que es [923] el Verbo de Dios, al emanar de su divino entendimiento, fue desconocida por los príncipes de este mundo. San Pablo dice que si hubieran sabido que Jesucristo era el Señor de la gloria, no lo habrían crucificado. El mismo Salvador, que es la suprema verdad, clamó en la cruz: Padre, perdona a los que me crucificaron, porque no saben lo que hacen. Creen haber clavado a este madero, considerado como un patíbulo de maldición, a un hombre que tienen por malhechor y no a un Dios que, por amor, se encarnó por la salvación de todos los hombres, redimiéndolos en el madero.

            Estaban perdidos. Sin embargo, el madero que por Adán y Eva causó la muerte, ser instrumento que producir la vida a causa de la muerte del Hijo de la Virgen, que está presente. El es el nuevo Adán y ella, la nueva Eva. Por un hombre y por una mujer entró la muerte al mundo; por otro hombre y por una mujer, la vida vino a él. Así como por Adán y Eva abundó el pecado, por Jesús y María sobreabundará la gracia. Jesús triunfará de los demonios y del pecado por su cruz, despojando a los poderes y principados, como dice san Pablo en el segundo capítulo a los Colosenses.

Capítulo 162 - Jesús es el modelo de vida en el dolor, y cómo el amor exigió de él hasta la última gota de su sangre para pagar por los pecados de la humanidad. Sábado de Pasión, 1635.

            [925] Mi puro amor, me encontré casi rodeada de penas de infierno por ignorar dónde estabas, y oprimida por los dolores de una muerte que es la opresión de mis potencias, convirtiéndome en mi propio suplicio. Consideré tu muerte, a pesar de no poder conformar a ella la mía; pero por valiéndote de una luz amorosa, me sacaste de estas penas deseando elevarme contigo hasta el paraíso. En un mismo día me hiciste sentir lo que es la privación y lo que es la posesión.

            Me dijiste que la filosofía natural demuestra que no hay punto de retorno entre la privación y la posesión. La filosofía mística de tu preciosa muerte, en cambio, manifiesta que de la privación de tu vida temporal llega hasta nosotros la posesión de una vida eterna. El pecado, al que puede llamarse privación, nos desterró tanto del cielo como del paraíso terrestre, privándonos de todos los bienes de la gracia y de la gloria.

            Tu muerte es la ciencia eminente que el apóstol considera digna de su ambición. Al estudio de esta ciencia quiere dedicar toda su vida, recomendándola a todos, porque en todos ve a Jesucristo crucificado, y por considerar todo lo creado como barro y basura comparado con la adquisición de Jesucristo. Por esta razón se adhirió a la cruz, en la que te contempló clavado como en tu lecho nupcial. Me dijiste que la consumación del holocausto perfecto fue la consumación de nuestra vida sobre el altar de la cruz, en la que fuiste mirra de incorruptibilidad e incienso de oración agradable a tu Padre, devolviéndole más de lo que el hombre le había quitado. Obedeciste no sólo sus [926] mandatos, sino que además le diste a cambio lo que no debías en todo rigor de justicia. Cualquier hombre merecía la muerte; por ser Dios, tu muerte fue la de un Hombre-Dios, cuya vida era más preciosa que todo cuanto había en el cielo y en la tierra.

            Al privarte de tu vida, nos vivificaste y liberaste para obrar y amar. Por tu muerte nos diste la vida. Las tinieblas de tu muerte produjeron la luz de nuestra alegría y de nuestra felicidad. Por haberte privado de esta vida, tu Padre te debe una generación numerosísima. Diste tu alma por el pecado y rogaste por la humanidad en una actitud de anonadamiento indecible, teniendo al mismo tiempo la forma consustancial de Dios y siendo igual a tu Padre en dignidad, que es tu sublime reverencia, reverencia que en su humildad y excelencia nos mereció la salvación eterna en razón de la divina hipóstasis.

            Por un ladrón cerraste el paraíso, para abrirlo de nuevo ante el ruego un ladrón que te pide lo recuerdes. El ángel fue el mal ladrón, que jamás se convirtió, que blasfema por siempre, alzando contra ti su cabeza por no desear reconocer su culpa a causa de su obstinada soberbia. Así como uno de los malhechores crucificados contigo te despreció y blasfemó, Adán se convirtió en ladrón al esconderse bajo la higuera y cubrirse con sus hojas; la señal de su falta fue disculparse ante aquel que deseaba perdonarlo si confesaba su pecado.

            San Dimas, lejos de obrar de esta manera, se acusó y te confesó, pidiéndote que te dignaras recordar en tu gloria al que tuvo la gracia de estar contigo en la desgracia, que tenía muy merecida. Ante esta súplica, tu corazón, lleno de amor, se abrió para abrirle el paraíso, prometiéndole que no tendría que esperar hasta el día siguiente, sino que en ese mismo día estaría contigo. Dijiste que el reino de los cielos sufría violencia desde el día de san Juan: a pesar de tantas austeridades, no había podido ganarlo. Por ello sostuvo en todo momento el sitio y los asaltos de aquel que no tenía rival entre los nacidos de mujer. Un ladrón, empero, lo abrió y lo obtuvo por suyo con sólo decir una palabra con la que robó la llave de David, que se lo abrió para no cerrársele más. Privado de vida temporal, ganó la eterna; privado de los bienes que había hurtado, ganó los que adquiriste para él a tan alto precio. De su privación a su posesión [927] del amor, hay un retorno al cielo, del que el pecado lo había echado fuera.

            [927] Me dijiste que la naturaleza es incapaz de comprender que de la privación a la ganancia exista un retorno; pero sí la gracia. Por ello afirmaste que el que perdiera su alma en esta vida por amor a ti, la encontraría en la vida eterna; y que el que deseara conservarla según la naturaleza la perdería. Es ésta una cruz, pero es menester ser crucificado para seguirte y ser tu discípulo, haciendo un holocausto de todo. Cuando el hombre crucificado por seguir este mandato vislumbre su fin, le será concedido el día de la gloria eterna.

            Me dijiste que hablar de la muerte de cruz es referirse a algo muy grande, ya que el misterio de la cruz y su comprensión estuvieron ocultos, durante siglos, en Dios. Prometiste a Abraham riquezas inestimables: toda la tierra que abarcara con la vista y donde pusiera los pies; pero, añadiste, a mí me ofreciste mucho más al verme un día, corría el año 1618, en víspera de la Pascua, en sequedad de espíritu e incapaz de producir pensamiento alguno. Me dijiste entonces para infundirme valor en esa oscuridad: Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir; fijos en ti los ojos, ser‚ tu consejero (Sal_32_8).

            Al reiterarme hoy esas palabras, me dijiste: Hija, te hice una promesa y la mantengo. Es un grandísimo favor concederte el entendimiento de mis secretos, permitiendo que tu mente sea capaz de comprender la vida y senderos de la muerte. David, al verse rodeado de dolores de muerte, clamó en voz alta; pero al sentirse atormentado por las penas del infierno, pareció caer en el abismo. La muerte y el infierno en aquel tiempo parecían tener imperio sobre todo, pero desde que yo vencí a la muerte y al aguijón del infierno, cuyo entendimiento te he concedido iluminando tu inteligencia, has podido comprobar los caminos que te he abierto en los abismos, llevándote por ellos según mi voluntad, porque me complazco en ser tu guía y tus propios ojos.

            Sabe bien, hija, que he fijado en ti mis ojos a fin de que mediante ellos me veas como yo te veo, y contemples mis admirables acciones. Así como se dijo [928] que yo crecía en saber y gracia delante de Dios y de los hombres, crecí también en valor y en fortaleza. La Iglesia, santamente admirada al contemplarme en mi Padre, exclama con asombro, Oh Sabiduría que procedes de los labios del Altísimo, abarcando de un confín al otro con fuerza y suavidad, disponiendo y ordenando los días y todas las cosas.

            Devolviste a Dios lo que era de Dios, y al hombre lo que no le correspondía. El, de sí, sólo posee la nada y el pecado, que es la muerte a la que abismaste por una eternidad. Que jamás lo cometa; que mi alma muera con la muerte de los justos, y que tu muerte sea mi muerte y aguijón del infierno que desearía devorarme.

            ¡Oh Dios altísimo! Al considerar que eres un abismo de bondad comparado con el pecado que es una sima de malicia, adoro tu altísima sabiduría y detesto el pecado, que es la locura en su último grado de bajeza. Dios mío, eres la bendición; el pecado, la maldición. Dios inmenso, eres el todo y el pecado, la nada. Eres el soberano bien, el pecado es el mal y abismo de malicia. Dios se ama esencialmente; Dios odia al pecado tanto cuanto se ama.

            El Hijo del Altísimo se anonadó; por el pecado, el abismo de alegría se sumergió en un precipicio de tristeza; la vida deseó paladear la muerte. El que hizo los siglos quiso ser colocado con los muertos del siglo, en sus oscuras prisiones.

            Mi Padre me mandó, de momento en momento, grandes sufrimientos. Que no te sorprendan, querida mía, las adversidades que te rodean y las que experimentas en tus ejercicios de piedad.

            Deseo que aprendas conmigo que las cruces se agrandan con el valor. El mismo que da el ser, da la consecuencia del ser. Contempla cómo, durante mi vida mortal, los dolores se acrecentaron en proporción a mi valor. Pon atención para que obres y sufras como yo deseo. Cuando vine al mundo, era un pequeñín y la Iglesia canta en mi nacimiento en compañía de mis ángeles: Gloria y paz. Los montes se derritieron como miel. Cuando me acerqué a mi fin, todo reaccionó y las montañas se endurecieron. Los cielos se convirtieron en bronce y mi Padre aparentó abandonarme en las angustias. Si me envió [929] sólo un ángel, fue para animarme a aceptar una muerte sangrienta en la flor de mi edad, cuando la naturaleza era fuerte para resistir más el sufrimiento y hacerlo más eficaz.

            Bastaron unos lienzos para ligarme a Belén; fueron necesarios clavos para adherirme al Calvario. El amor me ató a uno y otro lugar, porque el amor es más fuerte que la muerte; pero fue él quien se alió en mi contra en este proceso, tratándome como criminal para justificar a los hombres y oprimiéndome con una tiranía que yo acepté junto con las crueldades que me hizo padecer, por ser interventora del amor, que es insaciable.

            La muerte no lo había satisfecho, ni todos los tributos que la tierra el infierno le pagaban. No le pasó desapercibido un poco de sangre y agua en mi cuerpo, que el corazón había guardado para socorrerse y consolarse de la privación de mi alma, que había dejado mi cuerpo. La llamo reliquia, por tener el alma su sede en la sangre que había dejado para descender a los limbos, mostrando que había pagado su estancia con este precio inapreciable.

            Dicho amor presionó mi alma, moviéndola a una amorosa avaricia, induciéndola a descender a los infiernos y aconsejándole que los saqueara. Llevó todo consigo por orden del amor; el amor derritió las rocas, el amor hizo temblar la tierra, el amor abrió los sepulcros, el amor sacó a los santos del reposo para convertirlos en peregrinos de la ciudad santa.

            El amor hizo el sol y la luna se oscurecieran, el amor rasgó el velo del templo, el amor abrió todo para llevar y elevar consigo todas las cosas. El amor pasó por todas partes, el amor puso en reposo mi alma en manos del Padre, para regresarla a mi cuerpo, con creces, después de mi resurrección. Mi Padre, en calidad de tutor y guardián, debía devolverla, pero con ella debía conceder su espíritu a mis apóstoles y a toda la Iglesia.

            Mi santa madre poseyó la sangre y el agua de mi costado, mas para anunciarle que con frecuencia se ahogaría en un diluvio de lágrimas al pensar en mi Pasión y en que la Iglesia que le encomendé en la persona de Juan sería ensangrentada y desgarrada; que mi sangre sería simiente de mártires, y ésta, a su vez, semilla de cristianos; que la Iglesia de la tierra se llamaría militante, lo cual no significa sino muerte: muerte cruel, muerte dolorosa, muerte feliz, muerte que vale más que toda la vida creada.

            Hija, escribe [930] como Juan: Bienaventurados los muertos que mueren conmigo, pues me poseerán como prototipo y sostén, como precio, vida y gloria. Yo soy su adorno, su fin y su dicha esencial; su corona, su triunfo, su cetro, su todo. Sus buenas obras los seguirán para darles honor en mí. Poseen el reposo por haber muerto en mí y para mí; su espíritu descansa en Dios, que es Espíritu.

            Cuan dulce es esta muerte, hija, para el alma que no espera en su sustancia, sino en mi esencia, toda simple y pura, reinando en la consumación de las tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Espíritu que reclamó sangre para darse a los hombres. Fue él quien deseó que subiese yo al santuario para purgar los pecados y santificar a los hombres. En mi calidad de pontífice, ofrecí mi sangre junto con mi cuerpo por mediación del Espíritu Santo en la antigua ley, sin efusión de sangre.

            Aún no existía la purgación santificadora. Todo estaba oculto bajo las sombras y la figura de la ley, que era incapaz de producir la perfección. Fue deber del eterno Pontífice obrar la divina consumación por una sola oblación que purificó a todos los hombres, la cual satisfizo en rigor de justicia al Dios ofendido, el cual me escuchó por mi reverencia cuando lancé aquel fuerte grito al tener que entregar mi espíritu, que dejaría en mi cuerpo las marcas de mis dolores, que serían como trofeos de gloria y recibos de las deudas de los hombres, así como muestras de un amor que se mostrar en ellas, por toda la eternidad, más fuerte que la muerte, y más duro en sus celos que el infierno. Sus lámparas son todas fuego y llamas, abrasando al Hijo con el óleo y la unción sagrada y divina que me corresponden. Jamás los torrentes podrán extinguirlas y aparecerán por siempre como señales de amor en el cielo empíreo, que es morada de los que me aman.

 Capítulo 163 - Cena de Nuestro Señor, en que se dio a los suyos por exceso de amor antes de volver a su divino Padre.

            [933] Al considerar al Salvador en la noche de la Cena, mi alma recibió luces muy grandes, que confié a mi confesor.

            La Pascua fue prevenida por el amor de Jesús, quien sabía que su hora había llegado y que debía pasar de este mundo al Padre. El mundo y su Padre son dos extremos muy distantes el uno del otro. Sin embargo, como amaba a sus discípulos que estaban en el mundo con un amor infinito, que era el amor que lo levantaba por encima de la rabia del demonio, el cual destiló su odio en el corazón del Iscariote para que lo traicionara: sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo... Sabía que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía (Jn_13_1s).

            Al verse rico, se levantó de la mesa y se quitó sus vestidos antes de que se los arrancaran; se ciñó con un lienzo, disponiéndose a la muerte con el poder con que asentó las montañas: Asienta los montes ceñido de poder (Sal_65_6). Vertió agua en una jofaina y comenzó a lavar los pies de los discípulos (Sal_65_5).Hizo de sus ojos fuentes de lágrimas. Recogió sus pies como Jacob antes de hacer su testamento: recogió sus piernas (Gn_49_33). Acogió sus pies y sus afectos en su seno cuando permitió a san Juan, su predilecto, que contaba con todo su afecto, reposar en él. Recogió sus pies, es decir, a sus apóstoles, para cobijarlos en el divino amor.

            Hizo sus pies bellos, como los de los mensajeros que anuncian y evangelizan la paz. El amor lo impulsaba a apremiaros. Tomó el mundo por los pies, enviando a sus discípulos a investir y rodear el mundo para trasladarlo al cielo. Se puso a los pies de sus discípulos como corona y luz que debían ser su guía. Se colocó a los pies de los pecadores por humildad, a pesar de ser el cordero a cuyos pies se depositarían las coronas de los veinticuatro ancianos que [934] cantan el cántico: Digno es el Cordero de recibir el honor y la divinidad (Ap_5_12), como recompensa al himno que recitó en la Cena.

            Capturó a sus discípulos con la red de Adán, atándolos con el lazo de la caridad. Al hablar tan altamente del amor mutuo, les concedió en esta Cena lo que prometió a san Pedro: el céntuplo y la vida eterna. Nadie, sino su santo furor y la fuerza de su brazo, le ayudaron a empujar el lagar debido a que los culpables no se cuidaron de aparecer. Los elementos y los astros tuvieron vergüenza y todo se cubrió de confusión. Lavó su túnica con su propia sangre y su manto con savia de uva. El fue Judá, hijo de Jacob, que ató su pollino a la viña y su asnilla a la cepa. Fue cachorro de león por la mañana y leona con su presa, la cual entregó a sus apóstoles.

            Emuló a todas las criaturas; estaba tan lleno del vino de la caridad, que sus ojos relucían con ella. Repitió la leche. Sus dientes parecían lavados en leche cuando entregó su cuerpo y su sangre, que dejó a los suyos como mamas. Les dio la dulzura y tomó para sí la amargura y los rigores. Se ofreció para morir. Pareció ser arrancado de la tierra de los vivos, y que su generación estaba aniquilada. Entregó su alma, pidiendo su anonadamiento. Por ello, fue multiplicado y ensalzado, extendiendo sus raíces en el cielo y en la tierra. Unió los pies de sus apóstoles, atándose a ellos con caridad infinita. El es rey de los pensamientos.

            El divino enamorado concede, en el Santísimo Sacramento, su fuerza a nuestra debilidad con tanto amor que, si no estuviera en todas partes, habría dejado padre y madre para adherirse a nosotros, haciéndolo, sin embargo, de manera admirable, en la cruz. Hizo abrir su costado, del que brotaron sangre y agua para formar la Iglesia, que edificó y construyó para sí como coadjutora semejante a él por la gracia. Ella es la reina que se sienta a su diestra. El está colmado de amor cordial que lo mueve a compadecer nuestras debilidades, que contempla compasivamente, de suerte que, quien nos lastima, hiere la niña de su ojo.

            El vino, símbolo de la sangre de Abel, clama justicia, obra que es extraña a Dios; el de Jesucristo, en cambio, proclama misericordia, que es acción propia de Dios. El derrama su sangre por la falta de Adán, que figura el vino. Entrega su cuerpo por la gavilla de Abel, como José. En la Cena, es José ya crecido; en la cruz, es Benoní y Benjamín: Benjamín por la segura confianza en su Padre; Benoní, en su madre, la cual sufre la muerte teniéndose en pie y sin morir, al pie de la cruz

            Al nacer la Iglesia del costado del Salvador, la Virgen-Madre sintió dolor porque su Hijo había muerto. Más no volvería a sufrir. [935] Ella lo dio a luz en el establo entre delicias; pero los dolores del parto de los hijos de la Iglesia fueron agudísimos para el corazón virginal, que recibió el contragolpe de la lanza de Longinos.

            Al pie de la cruz de su Hijo, apareció como la mujer fuerte que la sabiduría divina supo encontrar entre todas las mujeres. La gracia fortalece y socorre nuestra frágil naturaleza. La Virgen madre se manifestó más fuerte que el resto de los hombres, comunicando su fuerza a san Juan, que pareció desvanecerse al pie de la cruz, así como en la Cena se recostó sobre el pecho de Jesús, arrobándose a sí mismo en un amoroso transporte y adormeciéndose con un sueño extático para servir de epitalamio al corazón de su maestro, herido de amor por los hombres, a los que entregó su cuerpo, su alma y su divinidad en el divino Sacramento, memorial de la muerte que deseaba sufrir al día siguiente, previniéndola y dándose a estas almas antes de ser entregado a sus enemigos.

            Fue un misterio el que Juan se adormeciera sobre el pecho de aquel a quien amaba. La divina Providencia le cerró los ojos del cuerpo para librarlo del espantoso cuadro de Judas dirigiéndose a vender a su maestro. Quiso ahorrarle tan horrible espectáculo de traición y mantenerlo seguro sobre su corazón fidelísimo. Con toda razón el predilecto se complace en llamar al Verbo Encarnado el fiel y el verdadero, sabiendo que merece además los adjetivos de santo, inocente y separado de los pecadores, que por lo generan son mentirosos e inicuos.

            Judas, al salir, fue en pos de la iniquidad, la cual se miente a sí misma. Es probable que Judas haya desmentido su propia conciencia al entregar al Salvador y hacer el trato con sus enemigos bajo la acusación de sedicioso, a pesar de conocer su inocencia. No pudo haber derivado de la desesperación el conocimiento de la justicia del Salvador, que confesó antes de colgarse al decir que había pecado al entregar sangre inocente.

            El cuerpo, el alma y la divinidad del Salvador fueron ciencias de justicia. Del mismo modo, la sangre que las recibe en el santísimo sacramento debe justificarse más y más. Quien no lo recibe para su santificación, es, de manera grave, es reo de condenación. Esto es imitar a Judas el traidor, el cual, según dijo Jesús, fue más culpable que Pilatos al entregarlo, ya que éste lo entregó en calidad de sedicioso a sus enemigos. Pilatos, en cambio, al verlo acusado, lo juzgó inocente y lo habría liberado si no hubiera temido al César.

Capítulo 164 - El divino amor ensalza las acciones que hacen por él los que le aman con grandeza y generosidad

            [936] Al meditar en el amor de Santa Magdalena, la cual ungió al Salvador antes de su Pasión, agradándolo tanto con esta acción que la alabó altamente, diciendo que lo había hecho para prevenir su sepultura, y que sería proclamada por todas partes como su evangelio, admiré la bondad de corazón de este divino enamorado.

            Comprendí que la santa hizo de su corazón una tumba magnífica, que también lleva su nombre, y que Jesús es el ave fénix que murió en ese sepulcro para revivir en él. Ella rompió el recipiente para consagrar y abrir su corazón a Jesús, mostrando así que el amor lo da todo. Cuando el Verbo vino al mundo, fue recibido en el seno de la Virgen inocente; y al morir y ser sepultado, en el corazón de una penitente. Jamás dejar lo que tomó de la Virgen. Dijo que Magdalena escogió la mejor parte, que jamás le sería quitada.

            El divino Salvador dijo que el Evangelio que narra las liberalidades y los ardores de Santa Magdalena sería leído por todo el mundo hasta el fin de los siglos. ¡Qué amoroso agradecimiento de aquel a quien todo pertenece en su calidad de Hijo de Dios y heredero universal de su Padre! Magdalena compró ungüentos y no la Virgen, que tenía fe viva en la resurrección, y en cuyo corazón su Hijo sólo había muerto para revivir. Sabía muy bien que él no tenía necesidad de ungüentos para evitar la corrupción.

            Magdalena y Salomón representan la magnificencia y la paz que acompañan el triunfo del sepulcro del Salvador, el cual debía ser glorificado según la profecía de Isaías antes y después de la resurrección; antes por la unción divina, y después por el resplandor de los ángeles. El cuerpo del Salvador no fue privado de la hipóstasis del Verbo en el sepulcro y fue ungido con más excelencia que todos los cuerpos mortales. El fue la misma unción debido a que la divinidad no lo abandonó, al igual que al alma que descendió a los limbos o regiones inferiores de la tierra. Allí iluminó las almas de los padres que esperaban el efecto de las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob, y que el verdadero Oriente los visitaría y sacaría de las tinieblas y sombras de la muerte por las entrañas de su divina misericordia, conduciéndolos por el camino de la paz, mostrándose como el Redentor, el Salvador y la salud de [937] aquellas almas fieles, que acompañaron su alma santísima hasta el sepulcro para ver cómo informaba de nuevo su sagrado cuerpo, que pudo ser herido y afligido, pero no corrompido.

            Esas almas vieron cómo, resplandeciente con la divina luz a la que ella estaba unida, penetró en su cuerpo, volviéndolo luminoso como la figura del sol de justicia al que ella pertenecía y al que era esencialmente debida esta gloria en razón del soporte divino, el cual, como ya dije, en ningún momento lo dejó, a pesar de que fue mortal y murió, de hecho, sobre la cruz y como muerto, se le colocó en el sepulcro.

            Es ésta maravilla de maravillas, que el amor divino planeó para mover a los hombres a una inefable gratitud hacia la divina bondad del Padre, que los amó hasta el extremo de entregarle a su único Hijo, no para juzgarlas, sino para salvarlas él mismo.

            Tobías permaneció en casa de su suegro cerca de Sara, su esposa, enviando al ángel Rafael a Gabriel para invitarlo al festín de sus bodas y para recibir la suma que debía a su padre, el anciano Tobías. El Verbo Encarnado resucitado y colmado de gloria, en cambio, se dirige él mismo a sus amigos, a los que rescató con su propia sangre, y paga con sus propias manos el precio de nuestra redención, no confiando esta comisión a los ángeles, aunque sí la de anunciar que estaba vivo y los vería, previniéndolos y precediéndolos en Galilea.

            El, santamente impaciente, permítaseme la expresión, esperó a un lado del sepulcro vestido con un disfraz, cerca de Magdalena, que no se había consolado con la vista de aquellos príncipes resplandecientes de luz, que hicieron de la oquedad sepulcral una tumba luminosa y gloriosa. El la interrogó dulcemente para manifestarle su gloria y su eterna dicha, debido a que era su amante esposo, que no volvería a morir, y diciéndole que no debía buscarlo entre los muertos, porque aun entonces había permanecido a la diestra del Padre, donde iría muy pronto para darse a conocer como Señor vencedor de las batallas y Rey de la gloria. Allí lo contemplaría a su placer cuando se retirara al desierto.

Capítulo 165 - Piadosas consideraciones de la Cena de Nuestro Señor, en la que mostró cómo su amorosa bondad previene a sus amigos del miedo a la envidia de los enemigos. Él mismo atiza su furor contra el pecado.

            [939] Al meditar en el Evangelio donde san Juan habla del lavatorio de los pies, mi alma recibió grandes luces que comuniqué a mi confesor lo mejor que pude. Expondré solamente algunas que anoté en un papel para ayudar mi memoria. Consideré en la amorosa contemplación cómo la divina bondad hizo que la Pascua fuera prevenida por el amor de Jesús, el cual sabía que había llegado su hora y que debía pasar de este mundo al Padre. El mundo y su Padre son dos extremos muy distantes el uno del otro. Sin embargo, como amaba a sus discípulos que estaban en el mundo con un amor infinito, que era el amor que lo levantaba por encima de la rabia del demonio, el cual destiló su odio en el corazón del Iscariote para que lo traicionara: Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre... Sabía que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía (Jn_13_1s).

            Al verse rico, se levantó de la mesa y se quitó sus vestidos antes de que se los arrancaran; se ciñó con un lienzo, disponiéndose a la muerte con el poder con que asentó las montañas: Asienta los montes ceñido de poder (Sal_65_6). Vertió agua en una jofaina y comenzó a lavar los pies de los discípulos (Jn_13_5).Hizo de sus ojos fuentes de lágrimas. Recogió sus pies como Jacob antes de hacer su testamento: recogió sus piernas (Gn_49_33). Acogió sus pies y sus afectos en su seno cuando permitió a san Juan, su predilecto, que contaba con todo su afecto, reposar en él. Recogió sus pies, es decir, a sus apóstoles, para cobijarlos en el divino amor.

            Hizo sus pies bellos, como los de los mensajeros que anuncian y evangelizan la paz. El amor lo impulsaba a apremiarlos. Tomó el mundo por los pies, enviando a sus discípulos a investir y rodear el mundo para llevar a los [940] hombres al cielo. Se puso a los pies de sus discípulos como luz y corona.

            ¡Cuánta humildad mostró antes de subir a su gloria, que le era debida por ser el divino Cordero a cuyos pies se depositarían las coronas de los veinticuatro ancianos que cantan el cántico: Digno es el Cordero de recibir el honor y la divinidad (Ap_5_12), como recompensa al himno que recitó en la Cena!

            Capturó a sus discípulos con la red de Adán, atándolos con el lazo de la caridad. Al hablar tan altamente del amor mutuo, les concedió en esta Cena lo que prometió a san Pedro: el céntuplo y la vida eterna. Nadie, sino su santo furor y la fuerza de su brazo, le ayudó a empujar el lagar debido a que los culpables no hubieran cuidado de aparecer si él no hubiera respondido y pagado: uno solo por todos los hombres. Los elementos sintieron vergüenza y todo se cubrió de confusión. Se vio enrojecido con la sangre de la uva. Fue Judá hijo de Jacob, que ató su pollino a la viña y su asnilla a la cepa. Su alma vendita se conformó al querer divino y su cuerpo aceptó la cruz.

            Fue cachorro de león por la mañana y leona con su presa, la cual entregó a sus apóstoles. Asombró a todas las criaturas; estaba tan lleno del vino de la caridad, que sus ojos relucían con ella. Regurgitó la leche. Sus dientes parecían lavados de la leche de sus pechos, y su túnica estaba tinta en sangre. David no vio su furor porque él se anonadó para reclamar, solo, las victorias. Pareció ser arrancado de la tierra de los vivos, y que su generación estaba aniquilada, pero entregó su alma pidiendo su anonadamiento. Por ello fue multiplicado y ensalzado, extendiendo sus raíces en el cielo y en la tierra.

            Como Absalón suspendido de su cabellera, Jesús fue atado por amor a los pies de sus discípulos y atravesado por tres lanzadas de una triple caridad. Sus pensamientos pesaban más que todo. Era el rey de los pensamientos. Repartió los despojos a los ángeles y a los hombres y se colocó a la cabeza de todos porque entregó su alma, cargó con los pecados de muchos y oró por sus enemigos. Obtuvo una victoria general. Equivocó a la serpiente que pensó haberse burlado de él, diciendo a Eva en tono de burla: nunca morir n: serán semejantes a Dios. Concedió la modestia a Adán y Eva, quienes conocieron el bien por privación y el mal por experiencia.

            [941] Puso un corazón de carne en Adán a cambio de la costilla que le quitó, para que amara a Eva y fueran dos en una carne. Este amor lleva al hombre a dejar todo para unirse a su mujer.

            Jesucristo nos dejó en el Sacramento del amor su fuerza, previniendo nuestra debilidad con tanto amor que, si no estuviera en todas partes, habría dejado padre y madre para adherirse a nosotros, haciéndolo, sin embargo, de manera admirable. Hizo abrir su costado, del que brotaron sangre y agua, para formar la Iglesia, que edificó y construyó para sí como coadjutora semejante a él por la gracia. Ella es la reina que se sienta a su diestra. El está colmado de amor cordial que lo mueve a compadecer nuestras debilidades, que contempla compasivamente, de suerte que, quien nos lastima, hiere la niña de su ojo.

            La sangre, símbolo de la sangre de Abel, clama justicia, que es obra extraña a Dios; la de Jesucristo, en cambio, pide misericordia, que es acción propia de Dios. El derrama su sangre por la falta de Adán, que figura el vino. Entrega su cuerpo por la gavilla de Abel, como José. En la Cena, es José ya crecido; en la cruz, es Benoní y Benjamín: Benjamín por la segura confianza en su Padre; Benoní, en su madre, la cual sufre la muerte teniéndose en pie y sin morir, al pie de la cruz

            Su madre estaba al pie de la cruz. El quiso, como gran profeta, prevenir su muerte por amor. Consideré con admiración amorosa cómo la Magdalena ungió al Salvador antes de su Pasión, acción que el benigno Salvador alabó altamente, diciendo que lo hizo para prevenir su sepultura. Magdalena se mostró magnífica, como el nombre que lleva. Es el ave fénix que muere de amor para entrar en dicho sepulcro y darle vida. Ella rompió el recipiente para consagrar y abrir su corazón a Jesús. No tuvo miedo de ninguna criatura.

Capítulo 166 - Generación eterna y temporal del Salvador, sus pasos o tránsitos. Se hizo para nosotros pan vivo y vivificante.

            [943] El sábado santo, al considerar al Salvador en el sepulcro para convertirse en el príncipe de la resurrección, intuí que la generación material de aquí abajo es siempre precedida por la corrupción, aunque el Verbo, desde la eternidad, nos engendró a una vida nueva y purísima por ser engendrado en el seno de su Padre sin corrupción, en el esplendor de los santos. El Verbo está, además, en las entrañas de la Virgen sin corrupción, de una manera divina y virginal.

            En el sepulcro es engendrado de nuevo sin corrupción. Resucita en un nacimiento repetido, lo cual David predijo. Sale de él sin sufrir ruptura alguna, y nos da tanto la [944] pureza como la gloria en su sepulcro. Al morir nos da su vida, pasando de nosotros a su Padre, del que había salido.

            La Pascua es un verdadero paso, pues en ella el Salvador pasó e hizo pasar con él las debilidades humanas hasta el poder de su Padre; la ignorancia de los hombres a la sabiduría que les comunicó y sus frialdades al calor del Espíritu Santo.

            Su humanidad pasó a un estado de inmortalidad, y la parte inferior, que en ocasiones sufrió tristezas por permisión, pasó a gozar las dulzuras de la superior, para jamás ser privada de ellas.

            El se hizo nuestro pan vivo y vivificante. Pasa a nosotros para que nosotros pasemos a él. Se hizo nuestro pan purísimo, que debemos comer en santidad, como si se tratara de ázimos de sinceridad, sin levadura de corrupción, pues en esta nueva generación todos deben pasar a una nueva vida y resucitar con Jesucristo.

            [945] La alegría y la gloria de la resurrección del Salvador pasó hasta los ángeles que habían, a su manera, sentido los dolores de su muerte, ya que Isaías los vio llorar amargamente.

            En la Virgen-Madre, efectuó el paso de la tristeza a un inmenso júbilo. Las cosas insensibles sufren a causa de estas novedades: el velo se rasga, las piedras se rompen, todo se renueva en una gloria extraordinaria.

            En fin, el cambio en los corazones supone pasos admirables y la sabiduría, por su pureza y limpieza alcanzada, se derrama y difunde por doquier. El apóstol nos dice: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra (Col_3_1s), añadiendo que estamos muertos a todo lo que no es Jesucristo vivo, y que nuestra vida está oculta con Cristo en Dios.

            Nuestra vida aparecerá cuando Jesucristo aparezca lleno de gloria, y de ella seremos participantes. Dichosa muerte de nosotros mismos, que nos lleva a vivir con Jesucristo, ocultándonos, junto con nuestra vida, a todo lo que es del mundo, al que renunciamos para vivir en Jesucristo y por Jesucristo con Dios. Cuando él aparezca glorioso, apareceremos con él como el pueblo que adquirió, al que trasladó de las tinieblas a su luz admirable.

 Capítulo 167 - Las llagas del Salvador son puertas abiertas para los sabios, los que saben amar y los afligidos. Son ellas torrentes, fuentes y montañas (Pascua De 1635)

            [947] El martes de Pascua, al meditar en el cántico de la Iglesia: ¡Ábranse, puertas! conocí que el Salvador abrió los poros y puertas de su cabeza, de la que procede la sabiduría, y de su corazón, del que emanan la gracia y el amor. De sus pies fluye el amor porque son tubos o canales por los que nos comunica sus afectos. Dichas puertas se abren a los sabios, a los que aman y a los afligidos. Los torrentes de la divina bondad brotan de todas estas fuentes de benignidad. Dichas puertas se franquean a las almas que están despojadas de todo lo que es caduco y perecedero, que desean con el apóstol las cosas que son de lo alto y no las de la tierra.

            Esta preciosa cabeza coronada de gloria, estos dichosos enamorados, estos corazones, son colmados de alegría al participan en el gozo de su amor resucitado, que les da entrada por dichas puertas de justicia, habiéndolos justificado con su sangre. Todos confiesan sus bondades y sus misericordias, que invocan para las almas que están en el purgatorio, al que se inclina el divino Salvador. Al penetrar las regiones inferiores de la tierra, las consuela porque esperan en él, disminuyendo sus penas, abreviando sus días con amorosa compasión y enviándoles rayos luminosos de paz que las iluminan y alivian en esas moradas que son sombras de la muerte.

            Sus sagradas llagas son montes que iluminan: Haces maravillas desde los montes eternos, que alegran a los Padres que sufrieron en los limbos tan larga espera. En cuando divisaron el alma del Salvador clamaron con fuerza anunciando que su luz había llegado. Las almas del purgatorio, al ser visitadas por el divino Salvador, dirán también con fuerza: He aquí a nuestro Redentor, [949] que nos participa su gloria al liberarnos de las prisiones de su justicia y, en su misericordia, abre ante nosotros las puertas de la nueva Jerusalén, haciéndonos entrar en ella gracias a su caridad. Puertas del cielo que no se cierran ni de día ni de noche, porque los elegidos, que son los bienaventurados, piden la llegada de sus hermanos que se encuentran todavía en la noche de esta vida. A través de estas puertas les procuran la gracia, pidiendo con respeto y confianza al divino Padre los dones del Espíritu Santo por los méritos del Hijo, que manifiesta sus amorosas inclinaciones en la abertura de sus llagas, que son invención del amor y puertas de salud.

Capítulo 168 - Caricias que el Salvador resucitado prodiga al alma que reserva todo su amor para él y su cruz.

            [951] El jueves de la octava de Pascua, estando en búsqueda de mi amor y Salvador junto con la enamorada Magdalena, sentí repentinamente arrebatos de una alegría indecible en el corazón, y mi amado se me apareció llevando en sus brazos a una joven velada, a la manera en que se lleva a los niños a bautizar.

            Le pedí me bautizara de nuevo con el sagrado bautismo del amor. Poco después, vi a mi amado que, desclavando uno de sus brazos de la cruz, me abrazaba amorosamente. El grande amor que sentí con este abrazo, unido a la debilidad de mi cuerpo, [952] me obligó a sucumbir y a guardar cama hasta el sábado, día en que, asistiendo a la santa misa y al escuchar la epístola de san Pedro: desechando toda malicia (1P_2_1), fui urgida a dejarme a mí misma para hacerme niña sin dolo ni engaño, para poder gustar la leche del santo amor y gustar cómo fue y es dulce el que me llamó a su luz admirable y me une estrechamente a su divino amor.

            Fui elevada en una sublime suspensión, en la que contemplé al Salvador oculto bajo una piedra tallada en forma de cruz, con cuatro brazos. Reposé sobre ella como Jacob.

Capítulo 169 - El Verbo Encarnado se agradó en consolarme, asegurándome que era mi divino pastor, que me levantaría sobre los poderes de la tierra y que su amor me concedería grandes favores

            [953] A eso del anochecer, derramando mi corazón como agua delante de mi Dios, arrodillada al pie del altar, me quejé amorosamente por verme desamparada de mi propio obispo y pastor, que no sólo se oponía a la ejecución de la bula obtenida, sino también a reconocer nuestra congregación entre las que estaban bajo su responsabilidad, y a las personas que la integraban como hijas suyas.

            Mi divino amor me consoló diciéndome: Hija, es verdad que él no es tu pastor, pues no desempeña ese oficio. Yo soy tu soberano pastor. Mi alma se complace en ti, y cumplir‚ todas las promesas que te hice: te sostendré sobre las alturas de la tierra. Como te he dicho en otras ocasiones, yo soy el pastor de Jacob y reinar‚ en ti, que serás mi Belén. Yo soy el David que reina en Jacob y en Israel. Jacob amó y David fue amado. Jacob fue suplantador; yo suplantar‚ a todos tus enemigos y te rendir‚ honor en mi reino, como a David.

            Añadió que sería yo como la tribu de Judá que fue la primera que entró en las aguas, y la única tribu en seguir a David. Fue ella quien estuvo a su lado con parte de la de Benjamín al ser coronado, simbolizando claramente a los elegidos, que siguen ardientemente a Jesucristo, el verdadero David, y van tras la gloria de su reino.

            El divino amor me aseguró que le agradaba mi valor al proseguir el establecimiento de su orden, que es su nueva [954] Jerusalén, diciéndome amorosamente que mis ojos eran más bellos que el vino por el claro conocimiento de su divinidad, y mis dientes más blancos que la leche por haber yo experimentado las caricias y ternuras de su humanidad y de su infancia; que tenía yo suficiente leche para alimentar a mis hijas y a muchas otras almas que se dirigirían a mí todos los días, que tenía yo la fuerza del león de Judá ,y que, al reposar todos los días en mi pecho, me concedía gran valor. Agregó que él era el verdadero pastor de Israel que me llevaba en su seno, alimentándome y dándome el manjar y la vestidura que el anciano Jacob le pidió, por cuyo medio lo confesó como a su Dios.

            Añadió que las gracias interiores que yo recibía eran mi manjar y los favores exteriores mi vestimenta. Nada, agregó, me faltaría de parte suya, porque es fidelísimo. ¡Ay! Yo soy, empero, la que falta a sus deberes, por lo que te pido perdón humildemente, divino Salvador mío. ¿Qué pudiste hacer por tu viña que dejaras de hacer? Esdras afirmó que de entre los árboles de los bosques sólo elegiste a la viña para ti, y que de toda la tierra sólo te reservaste una fosa; de entre las flores, un lirio; de entre las aves, una paloma.

            Elegiste mi seno para plantar en él tu orden, que es tu viña. Te abatiste hasta la fosa de mi miseria, colmando mi alma de tu misericordia. Al verla carente de virtud, me plantaste como un lirio en tu propio corazón, insinuándote tú mismo en el mío. Tu costado abierto es mi morada, a la que tu amor me invita amorosamente: Ven, paloma mía, a las oquedades de la piedra (Ct_2_14).

            Tu voz lastimera me es dulce y tu rostro bañado con tus lágrimas me es grato. Querido amor, cazadnos las pequeñas raposas (Ct_2_15). Atrapa a estas pequeñas zorras que impiden que tu viña produzca para ti abundancia de fruto.

Capítulo 170 - El Verbo Encarnado prometió tomar bajo su protección a sus hijas perseguidas y confirmarlas en sus rectas intenciones.

            [955] Al estar en oración por la mañana encomendé a mi divino amor a todas mis hijas, que sufrían tan dura persecución de parte de sus familias, deseosas de apartarlas de sus santas resoluciones. Mi divino esposo no tardó en decirme que todas ellas estaban bajo su divina protección, y que aquellas a las que él llamaba serían constantes y perseverarían. Me mostró a todas bebiendo leche que, al mirar de lado, me pareció sangre. Pedí la explicación a mi esposo, el cual me dijo que las aflicciones parecen de leche a quien las mira con rectitud, y a otros, de sangre; que los buenos ven directamente a Dios a través de una santa intención. No miran sino a él, y por ello encuentran leche en todo y aun dulzura en las penas y humillaciones, por cuyo medio conocen estas justificaciones. Se han adherido a la cruz de Jesucristo, su amor, en la que se glorían. Desprecian la vanidad del mundo, que está hundido en la malicia: El mundo entero está bajo el maligno (1Jn_5_19).

            Las que son del mundo buscan a Dios menos que a nada. En todo encuentran desdichas. A las que Dios mira y que obran y sufren todo por su divino amor, reciben de él la leche de la consolación, diciendo con David: Me enseñarás la senda de la vida, abundancia de goces junto a ti, delicias a tu diestra para siempre (Sal_16_10s). Las que no van seguidas por tan favorable mirada, permanecen siempre en la sangre, porque no experimentan sino la mano vengadora de Dios, que es justa al castigarlas.

            El, en sí, es bueno y justo hacia nosotros. Su bondad tiende a comunicársenos. Una madre que amamanta con pechos plenos de leche, desea que su bebé se nutra de tal abundancia. Si el niño, por malicia, mordiera el pezón, tomaría sangre junto con la leche y causaría dolor a su madre. Es verdad que Dios es impasible, pero mientras Jesús fue mortal, los judíos, en su malicia, lo bañaron en sangre diciendo: ¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Contrariaron así los designios del divino Salvador, que vino para alimentarlos con la leche de sus gracias y para desbordar en ellos ríos de paz y de alegría que rechazaron por malicia.

            Cuántos, hoy en día, a causa de su abuso de los dones divinos, cambian la leche de la misericordia en sangre de su justicia debido a sus perversas intenciones. Desconozco a las hijas que en la Orden del Verbo Encarnado carecen de integridad y rectitud de intención. Jesucristo, que es la equidad misma, las retirar de los pechos de su misericordia, para ofrecerlos y darlos a las que tengan rectitud de corazón y de intención. Experimentarán las palabras de la santa esposa: Por ti saltaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino. Con razón te aman los rectos de corazón (Ct_1_4).

Capítulo 171 - Procesiones que el divino amor me inspiró hacer para rogaciones, y de los deleites que en ellas me comunicó por su bondad.

            [957] El día de Rogaciones recibí muchos favores y luces de mi divino esposo, como escribí en otra parte. Me dijo que me invitaba a organizar la procesión, como es mi costumbre, pasando por emanaciones divinas y tomando como estaciones la irascibilidad del Padre, el nacimiento del Hijo y la producción del Espíritu Santo. Del Padre pasaba al Hijo, y del Hijo al Espíritu Santo, que es el término de las emanaciones internas. Después me remontaba al Padre, en el que terminando todas las relaciones porque da sin recibir algo a cambio, y porque las otras dos personas lo consideran su principio.

            El Verbo quiso que todo volviera a su Padre y le sometió el reino que adquirió por su cruz: Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someter a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos (1Co_15_28). Mi alma recibió gozos indecibles en dichas procesiones durante los días de Rogaciones.

            En esta inmensa divinidad encuentro lo que significa todo para mí. Llamo y se me abre, busco y encuentro, pido y se me concede el don perfectísimo y bueno por excelencia, gracias a la inclinación que posee el Padre de la luz para iluminar a un alma que se complace en buscar su claridad. Es él quien desciende por las entrañas de su misericordia a través de Oriente, que viene a visitarme, llevándome por el camino de la paz después de alumbrarme con sus luminosos rayos.

            Mi alma avanzó como una reina sostenida por la mano divina y real de su esposo, que se digna ofrecerle su apoyo. No ejerce este oficio con otras porque ya está enamorado, lo cual colma de admiración a los ángeles, que exclaman: ¿Quién es ésta que sube del desierto, rebosando en delicias, apoyada en su amado? (Ct_8_5), [958] Es la misma que, asombrados, vieron subir en otra ocasión como una columna de humo, de mirra y de incienso con toda suerte de aromas deliciosos, que se elevaba mediante las gracias y virtudes de su divino esposo. Hoy sube por él mismo, efectuando magníficas entradas en las numerosas mansiones del Padre de las luces, que la recibe por su Hijo en el amor del Espíritu. Entra en el gozo de su Señor.

            Así como fue fiel en lo poco, es constituida en la abundancia. Como su amado la encontró valiente, la llevó a la mansión de su gloria, donde la corona como reina de su corazón, por el que es elevada hasta el seno del Padre, donde el único Hijo le revela los secretos de su eterno amor, que estuvieron ocultos en él durante los siglos pasado. Los manifiesta a través de ella a los principados y potestades celestes, que reciben un nuevo conocimiento de sus amores con el incremento de gloria accidental. Todos, alegrándose, alaban unidos al Hijo del divino Padre, que es el esposo sagrado en tan admirables bodas.

Capítulo 172 - Aquellos a quienes Dios se digna enseñar poseen abundancia de luz. Jesucristo confirma al alma cuando le concede el conocimiento de la Escritura y sus misterios. En ella, es testimonio de la sabiduría que concede. Es el archivo en la divinidad y el espejo en el que el Padre contempla todas sus perfecciones

            [959] Me lamentaba con mi confianza acostumbrada a mi esposo a causa de la duda que expresan algunas personas religiosas y de consideración, preguntándose si las luces y conocimientos que tengo proceden del buen Espíritu, y que algunas atribuyen todo a la lectura y buena memoria, a pesar de que no he podido leer debido a una hinchazón de ojo, que me ha causado grandes dolores, en la que recaigo de vez en cuando.

            No aprendo nada fuera de la oración; pero en cuanto tomo la pluma para escribir, lo hago con gran rapidez durante horas enteras, sin consultar otro libro que la Biblia. En ocasiones mi mano es incapaz de seguirme a causa de la prontitud con que mi entendimiento es iluminado por multitud de pensamientos que abundan en mí a manera de centellas.

            Mi divino amor, consolándome como acostumbra, me dijo que la lectura no bastaría, así como es necesario que el estómago haga la digestión después de haber recibido gran cantidad de alimento; de otro modo, sólo siente incomodidad y una carga molesta. Añadió que mi experiencia no se debe al estudio, sino a la infusión de su gracia, y que no es la cantidad lo que hay que considerar, sino la riqueza y nobleza de luces; que un diamante vale más que todo en el taller de un orfebre, comparado con el cual las demás piedras son de poco valor. Tiene en más estima el diamante que si se le diera toda una cantera. Sin embargo, si este diamante pudiera multiplicarse; si mediante una multitud de reflexiones fuera posible producir nuevas luces y diamantes, se obtendría con ello un tesoro fabuloso. Hija, las luces y gracias extraordinarias que te comunico se explican con esta comparación.

            Con cada palabra, con cada verdad sublime, me ayuda a descubrir muchas otras. Dichas luces crecen sin cesar en una multiplicación maravillosa que sobrepasa cualquier clase de estudios y lecturas, como he experimentado sobradamente. De esta manera, san Juan, su predilecto, quien sólo vio una pequeñísima parte de sus acciones y milagros, dijo que ni todo el mundo podría contener los libros y volúmenes que podrían escribirse sobre ellos; y es que, en la unidad de cada acción, descubría a la luz del Verbo una multitud de operaciones, y en una cosa obtenía el conocimiento de muchas otras.

            Esto mismo me sucede con frecuencia. Me veo obligada a pasar horas enteras comunicando a mi director o escribiendo si me es posible, un pensamiento que mi divino amor me revela en poquísimo tiempo: la luz entonces se multiplica, inundándome con su claridad. Me quejo entonces a mi divino amor de que algunas personas comentan que las interpretaciones que doy a la Escritura no son literales, a lo que el Salvador, mi buen maestro, me responde que el sentido literal dista de ser conocido de los hombres, porque Dios se lo ha reservado.

            Añadió que los profetas sabían bien lo que decían, pero que siempre ignoraron lo que querían significar. El Salvador me aseguró que Isaías profetizó acerca de los fariseos, en los que el profeta no pensó en ningún momento; y que el Padre eterno comunica la totalidad de sus luces a su Verbo, en el que, como en un archivo sagrado, se encuentra la totalidad de la Escritura, así como el conocimiento y entendimiento de la misma. El es la figura de la sustancia del Padre, el esplendor de su gloria, la imagen de su bondad y el espejo sin mancha de su majestad. Es la única palabra del divino Padre, su Escritura exclusiva y el sentido literal de lo que aparece en ella. Es necesario leer en él para recibir su conocimiento.

            Gabriel, al ser preguntado por la Virgen cómo sería madre sin dejar de ser Virgen, la orientó hacia el Espíritu Santo, el cual le enseñaría y la cubriría con su sombra por el poder del Altísimo, por ser él quien penetra los secretos de la divinidad y el único en recibir la comunicación del Verbo y del Padre, así como su sentido y conocimiento. Porque recibir de lo mío y os lo anunciar a vosotros (Jn_16_14). Me dijo entonces mi divino amor: Yo soy el gran archivo, la verdadera comprensión literal. Como me comunico tan liberalmente a ti cuando me posees, ¿no tienes en ti acaso el sentido literal y el archivo en toda su integridad? Esto significa que te he hecho como otro archivo del que proviene la profusión que se admira en ti. De mi abundancia comunico a tu espíritu tanto cuanto me place, y los extractos que se harán de estos archivos serán admirables y provocarán un día el asombro de los que verán lo que te he enseñado sin estudio alguno ni esfuerzo de tu parte. Deja que hablen los que ignoran mis favores hacia ti, a quien he concedido el conocimiento de los misterios más sublimes.

            Después de lo anterior, mi divino amor me dio a entender que él era la plenitud de la perfección y de la ciencia y que si no fuera por su capacidad inmensa e infinita, no podría recibir ni abarcar su [961] plenitud. Sin él sólo existe el vacío.

            Es él quien concede la plenitud de naturaleza, de gracia y de gloria; y debido a nuestra incapacidad por estar llenos de amor a nosotros mismos para recibir dichas abundancias y plenitudes, nos obliga a vaciarnos. Es por ello que desea que destruyamos en nosotros todo lo que no es Dios, así como mandó a Saúl que perdiera y destruyera todas las pertenencias de Amalec, sin conservar nada por pequeño que fuese. Quiso establecer, en esta destrucción y anonadamiento general y total, un ser, pero un ser verdadero y subsistente que sostiene y apoya nuestra debilidad y nuestra nada. Por esta misma causa mandó ofrecer en la antigua ley un sacrificio continuo, que debemos prolongar místicamente mediante la destrucción el ser creado, que es deteriorado por la corrupción, para retornar al increado. Es la doctrina de la renuncia a nosotros mismos, en la que insiste con frecuencia. La humanidad a la que el Verbo se unió hipostáticamente sufrió la destrucción de su propio soporte; mejor dicho, la privación del mismo.

            El alma que Dios une a él debe ocuparse siempre en destruirse y renunciar a si misma. San Pablo dijo: Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida (2Co_4_11). El alma que tiende a la perfección y a la unión con Dios muere cada día, destruyendo lo que en ella hay de temporal para llegar a lo eterno. Los santos murieron un millón de veces por el Verbo Encarnado, en especial los mártires.

            Al continuar explicándome este misterio, mi divino amor me dio a entender que fue ésta la promesa que hizo en el Evangelio: No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino (Lc_12_32), y que no debía yo dudar, a pesar de que el número de mis hijas disminuyera, que su Padre me daría el reino, que no es otro que él mismo; pero que por esta razón era menester dar limosna, es decir, despojarse de todo lo creado y preparar odres que no envejecieran, refiriéndose con ello al cuerpo del Verbo Encarnado, que fue desgarrado del todo: destruiste mi saco (Sal_29_12), pero sin sufrir la corrupción. Dicho saco, junto con su tesoro, es el Verbo Encarnado, ya que la plenitud total de la divinidad y las riquezas de su gloria están encerradas corporalmente en Jesucristo.

            Es aquí donde, me dijo, tenía yo mi corazón y mi único tesoro; es él quien me auxiliar, aunque parezca retirarse y ocultarse por un poco de tiempo: Me levanto después de mi sueño y estoy contigo (Sal_138_18). Su muerte fue sólo un sueño, aunque la imaginación de los hombres creyó al Salvador vencido por la muerte cuando ya había resucitado, y esto desde antes de la aurora, cuando la [962] oscuridad aún velaba toda la tierra.

            Más tarde, y como garantía para mi confianza, mi divino amor me explicó el salmo, El que habita al abrigo del Altísimo (Sal_90_1), diciéndome que el Padre eterno me serviría de refugio, el Hijo me llevaría sobre sus hombros, ocultándome bajo sus alas, y que él sería mi coraza y cota de malla, revistiéndome de sí mismo. El Espíritu Santo sería mi escudo: escudo y armadura es su verdad (Sal_90_5), al cual, por ser el Espíritu del Verbo, no debía yo temer, por llevar en mi interior el original e imagen sustancial del Padre que es el Verbo, en el que contemplaba yo mil maravillas. No debía inquietarme, por tanto, faltar en mis escritos ni en mis palabras, por ser él mi luz, mi maestro y mi verdad, lo cual me prometió desde el año 1619, en que recibí la orden de escribir por obediencia a mi director. Agregó que no permitiría que cayese en errores; que continuaría enseñándome y que tendría yo abundancia de luces en proporción al raudal de sangre y agua que vertió de su costado abierto, lo cual era un signo a mi favor.

 Capítulo 173 - La Ascensión del Verbo Encarnado enciende el deseo de dejar esta efímera vida en las almas que son presa de su divino amor.

            [963] ¡Sol ardiente! Que pueda yo seguirte, o bien dejar de vivir perdiéndome en ti, amor queridísimo. Tu ausencia es para mí una noche. Si el deseo de verte es una columna de fuego en el desierto, tu presencia, aunque oculta en la nube, es para mí un día. Vengan, pues, en la nube, ángeles sagrados que me piden salir del Monte de los Olivos. Tienen razón al alejarme de esta tierra, porque mi todo no está más en ella. Me dicen, como a Magdalena, que él no está aquí. Se, por la fe, que se encuentra a la derecha del Padre, más allá de todos los cielos.

            Desciendan hasta mí para llevarme a ese lugar. Como agradecimiento a la d diva que el Padre nos hizo de él, llévenme en calidad de regalo a su Majestad. ¿Cómo, me dirán, puedo olvidar mi condición mortal, que no me permite ver al Dios viviente en la región de los muertos? Con gusto morir‚ para contemplarlo, porque él es mi vida y deseo cantar su triunfo en la gloria en compañía del apóstol, quien dijo que su conversación estaba en el cielo, a pesar de que su cuerpo permanecía en la tierra, del que deseaba ser librado a fin de estar en compañía de aquel cuyo rostro desean ustedes contemplar incesantemente. Moisés deseó que todos fueran profetas; tendrán ustedes menos caridad que él. ¿Acaso no desean que sea yo angélica a fin de participar en su dicha, que en nada disminuir por ser los carros de fuego de nuestro Dios? Vengan, vengan a buscarme para llevarme y elevarme hasta el empíreo (Sal_68_18s). Los carros de Dios, por millares de miríadas; el Señor ha venido del Sinaí al santuario. Tú has subido a la altura, conduciendo cautivos, has recibido tributo de hombres

            [964] Subió a lo alto, a su lugar de gloria, llevando cautiva consigo mi cautividad, él es el don que el Padre nos ha concedido, del que no se arrepiente por ser un Dios inmutable. Quiso concedernos este don en el Hombre-Dios, que es el Verbo Encarnado.

            Hasta los rebeldes para que el Señor Dios tuviera una morada (Sal_68_19). A pesar de que pertenezco a la gentilidad, que no creyó en el pasado, espero ver a este Dios y Señor habitar en mí, y yo en él. Quiero decir que, a partir de este instante, me levanten hasta su coro, anticipando el tiempo que el Salvador mencionó, en que todos seríamos semejantes a ustedes. Pídanle que su misericordia anticipe su justicia. Ofrezcan su humildad y el gran cuidado que tienen de los hombres, que deben recibir la heredad de la salvación. Si acaso no sé lo que digo ni dónde quiero ir, díganme como a la esposa: Si lo ignoras, ¡oh hermosísima entre las mujeres! sal afuera y ve siguiendo las huellas de los ganados, y guía tus cabritillos a pacer (Ct_1_7). Que salga de mi misma y vaya tras mis rebaños. Jesucristo es mi cordero, con gusto lo seguir‚ con todos mis afectos. Su perfección, tan única y tan múltiple que atrae y me enriquece, alimentándome y dándome descanso en el cenit de su gloria, en la pico de su divinidad, en el vellón de su humanidad.

            El es mi lecho de reposo adornado con sus llagas, de tal manera cinceladas, que jamás las perder. Es éste albergue para pastores y ovejas. Si ustedes son sus carros, sepan que yo soy su yegüita, uncida a su carro y que los llevo en mi corazón. Si en ocasiones tengo que ser atada al carro de Faraón, me refiero a los asuntos del mundo, lo precipito en el mar de la misericordia de Dios y emprendo el cambio, retirándome al desierto con sus despojos a cuestas. Allí ofrezco sacrificio a Dios, que me envía el maná de mil consolaciones, superando todas mis penas. Una sonrisa de mi Amor paga con creces las lágrimas que derramo en este valle de miserias.

            Tus lágrimas son armas que tienen poder sobre nosotros. ¡Qué hermosa eres! Como de paloma, así son tus ojos (Ct_4_1). Pobre tortolilla, tus gemidos le han hecho descender de los cielos para consolarte. Tus lágrimas corren por tu cuello, [965] que está rodeado como de un collar del que nos haces cordeles. Nosotros te regalamos pendientes para tus oídos al darte noticias del Salvador, que se elevó visiblemente sobre todos los cielos. El es plata y oro, todo mezclado: Dios y hombre. Volverá así como se fue; es decir, con su amor, que no lo ha dejado. Está en tu corazón como en su tálamo real, donde tu nardo, es decir, tu humildad, le regala su aroma. Tu lavanda, que es la amargura que experimentas ante su partida, ha sido acepta a su bondad. Guárdalas como un ramito de mirra incorruptible en tu seno. Es ésta la uva que te dará el vino de alegría y de pureza virginal, con tanta plenitud, que él te dirá que eres bella interior y exteriormente. Tus ojos son como de paloma al contemplar el río de agua que has vertido. Lavada en esa leche que es la belleza por excelencia, quédate esta noche, reluce con tus delicias, y dile que es hermosísimo y que él es tu día, porque esta noche es para ti la luz. En este lecho de amor purísimo, no tienen cabida las tinieblas. Mañana te encontrarás con los arcángeles.

            Arcángeles blanquísimos, díganme, por favor, ¿dónde está mi amado? Me quedé dormida después de haberlo encontrarlo con los ángeles, quienes me dijeron que en este día estaría con ustedes. Las imperfecciones que a diario; mejor dicho, a cada momento, cometo, me lo ocultan. Vengo a ustedes para encontrarlo, pero soy negra como el carbón. He dormido en medio de morillos y cazuelas. Si dormiste entre morillos, pobre tiznadilla, acude como una paloma al río de las aguas del costado del Salvador, en el Sacramento de la Penitencia. Apresúrate a adquirir un plumaje plateado; ve después al Sacramento del altar, al interior del tabernáculo. En él tomarás el oro purísimo de la divina humanidad, a la que adoramos con toda reverencia, que se hace toda tuya al entregarse a ti.

            La distinguirás por su blancura, que supera la de la nieve. Sube hasta él y te comunicar su belleza. Desea plantarse en tu corazón como el lirio de los valles. Como azucena entre espinas, así te harás entre de las mujeres. Sobreponte a las [966] espinosas dificultades del mundo, acude a contemplar al elegido, que sobresale entre todos como un manzano en medio de los árboles de los bosques.

            Sé muy bien, santos arc ángeles, que él es incomparable. Pero su blancura me deslumbra; ustedes me sirven de sombra. Por ello me senté junto a ustedes, como bajo las alas de quienes portan su librea, y cuyo fruto es dulce a mi paladar. Lo entreveo, por participación, en ustedes y su belleza me parece deliciosa. Hago un festín porque lo que agrada nutre. Me parece que él me introduce admirablemente en su bodega de vino, donde casi desmayaría si él no hubiera ordenado el amor en mi corazón, en el que ha alboreado su caridad. Le mandó que me dejara vivir en medio de esta apetecible muerte de su ausencia y presencia, todo a una. No sueño al decir que siento o que veo dos contrarios en un mismo sujeto. El combate conmigo al despertar el día. Desearía vencer, pero soy herida. Si ustedes no me auxilian, desvanezco. Confortadme con flores, fortalecedme con manzanas, porque desfallezco de amor (Ct_2_5). Pidan al Padre eterno que me regale su flor, y al Espíritu Santo que me envíe por medio de ustedes el fruto de vida que nació de María Virgen.

            Caballerosos arcángeles, no me consideren grosera si obro como Magdalena al encontrar a mi maestro a mi lado. No puedo conversar con ustedes. Al verlos revestidos de blanco y portando sus libreas, debo pensar que no ha de estar lejos de aquí. ¡Ah, ah! siento su dulce presencia y su amorosa bondad, que me sostienen en mis desfallecimientos: Pondrá su mano izquierda debajo de mi cabeza y con su diestra me abrazar (Ct_2_6).

            La santa humanidad sostiene mi cabeza, acomodándose a mi debilidad y fortaleciéndome poco a poco. Su divino amor me pide aferrarme a la diestra de su poderosa caridad, pero me veo tan débil, que no puedo abrazarla ni aun tocarla. El no me dice como a Magdalena: no me toques, porque sabe muy bien cuánto necesito de su fuerza. Por ello, es menester que duerma entre sus brazos, En paz, todo a una, etc. (Sal_4_8).

            [967] Heme aquí en el tercer día, y mi amor se ha elevado a lo más alto. Se fue a hurtadillas, mientras yo dormía. ¿Acaso no prohibió a los arcángeles que me despertaran? Pienso que esto se debe a que quiere que suba yo más alto. Estoy resuelta a seguir adelante. Deseo despertar del todo. Noble principalidad, no te extrañe el que busque yo el camino real de mi esposo. Tengo la dicha de participar de sus cualidades y de su naturaleza divina, porque quiso pagar por nuestra humanidad a través de la hipóstasis, y ahora me concede la gracia de escogerme por esposa. Es menester que él me reciba, porque dijo que no había venido a suprimir la ley, sino a cumplirla.

            Aunque sé que, en rigor de justicia, el Príncipe no está obligado a observar la ley que instituye y que está por encima de ella, el amor lo puso bajo la ley. Quiso someterse a ella: Nacido de mujer, nacido bajo la ley (Ga_4_4), a fin de exceptuarme para ser su hija por adopción, haciéndome hija de su Padre a través de su Espíritu Santo que me envió, en cuyo amor puedo clamar: ¡Padre, Abba! Además, como ya les dije, me tomó por esposa. Somos dos en una carne, y dos en un espíritu; no, somos uno solo, como lo pidió a su Padre en la Cena.

            Quiso pedir que yo estuviera donde él está, y que tuviera la claridad que tenía antes de que el mundo existiera. Deseo de corazón en este día que esto no tarde más, ni sufra impedimento. ¡Qué dicha la de ustedes, príncipes celestes, por jamás haberse alejado de nuestro divino rey! Únanme a la cacería; tratar‚ de flecharlo como un cabrito que sube a los montes y va más allá de las colinas. El está sobre las montañas eternas con el Padre y el Espíritu Santo.

            Ve, pobrecilla princesa, al pabellón real de sus amores; ve a verlo sobre el altar; ve a atrapar tu presa, que se situó allí para esperarte. Si su presencia visible se desvanece ante tus ojos corporales al igual que un ciervo o un cabrito, sabe que es inmortal bajo estas especies; una muralla te lo oculta, pero es bien delgada. Penétrala por la fe y mira a través del muro de su sagrado cuerpo las hendiduras y enrejados o celosías, por las que te [968] observa. Su mirada procede de su amor, santamente impaciente: Vedle cómo se pone detrás de la pared nuestra, cómo mira por las ventanas, cómo está atisbando por las celosías. He aquí que me habla mi amado: Levántate, apresúrate, amiga mía (Ct_2_9s).

            Sentía bien esta presencia, entendía bien la palabra del acecho de su amor. Me vi sorprendida por sus afectos. Mi amado me atraía a pesar de estar adherida en necesaria sociedad a este cuerpo, que produce todo lo que parece impedirme la atracción de mi enamorado. Al fin obtuvo la delantera, por ser más noble y generoso de lo que puedo contarles. Pero, ¿qué hago? Me entretengo en decirles lo que saben mejor que yo.

            Mi divino esposo me llama para elevarme hasta él, al lugar donde me dice que el invierno ha pasado, que soy su amiga, su paloma su toda hermosa y encanto de sus ojos. Dice que las flores del amor han aparecido, y que mi voz ha sido oída en la tierra sublime, en la tierra de los vivos, que es el cielo, que es él mismo, en el que encontrar‚ mi reposo dentro de su costado. Me invita a emprender el vuelo, y voy simplemente porque él lo quiere No deseo obrar como Vasti si su deseo es mostrarme a sus príncipes; que haga conmigo lo que le plazca.

            Deseo agradarle, mostrándole mi rostro ungido con óleo de alegría que su bondad me regala al llamarme. Mi voz resuena en sus oídos porque me da el poder de hablar y cantar en su presencia, dignándose mirarme con sus ojos divinos y humanos, y complaciéndose en el aderezo que me ha obsequiado. ¿Por qué digo aderezo? Es una participación de su prístina belleza, a la que convida.

            El rey profeta me ha enseñado a hacer la voluntad de mi rey, con sencilla humildad. El es mío y yo, suya. Se apacienta entre los lirios aguardando el día de la gloria, pareciendo aspirar a poseerme en el cielo. El es este día. Se muy bien que su amor y su misericordia desearían tenerme ya en el cielo, si su justicia no me retuviera aún en la tierra. Es preciso que siga yo en esta vida, que es la sombra de la muerte, y que muera a mí misma de día en día, apagando mis sentidos como la sombra, hasta que lleguen al sepulcro.

            De esta noche amanecer el día de la gloria. Mientras llega, dormir‚ con él en la oscuridad de la fe. Bajo esta penumbra se oculta un gran misterio: el emblema que el amor manifestó admirablemente en el día de su luz, mediante la cual contemplar‚ la luz eterna.

Capítulo 174 - Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y su amorosa y gloriosa mirada, mayo de 1635.

            [971] Dios desciende fácilmente hasta nosotros porque su misericordia se inclina y se abaja por piedad. Nosotros, en cambio, ascendemos difícilmente a causa de nuestra pesantez y endurecimiento en nuestros malos hábitos.

El Verbo que se encarnó en la Virgen se humilló hasta la muerte de la cruz, a fin de que el hombre pudiese subir por la escala de la cruz. Dicha ascensión debe consistir en perder su vida en Dios y poder, en verdad, decir que vive, más no él, sino que Jesucristo vive en él. Jesucristo, al morir miró hacia el poniente:

            1. Porque ya no habría otro Oriente en la tierra.

            2. Se volvió al occidente para tener compasión de nuestras caídas

            3. Quiso subir por el oriente por su propia generosidad, que se manifestó en el amor que lo llevó a la muerte.

            4. Miró a la naturaleza humana [972] caída, y con gran caridad, se dignó levantarla. Los ángeles, que habían permanecido en pie, representando al Oriente, no tuvieron necesidad de la mirada del Salvador moribundo.

            5. Si el Salvador no hubiera exhalado y entregado su espíritu al ocaso, el hombre habría permanecido abatido, pero el Espíritu que envió: entregó el Espíritu, lo confirmó.

            6. Occidente es su Benjamín, el último de sus hijos, el que estrechó en sus brazos al morir.

            7. Los hombres miran siempre al Oriente porque esperan de él auxilio; el Salvador, en su aflicción y muerte, concede su ayuda y fortaleza al occidente.

            8. Comenzó el día a la hora de vísperas, y por el ocaso de su muerte, nos dio la vida. Resucitó y ascendió al cielo por la mañana, sin dirigir su mirada hacia el Oriente.

            9. Contempló el occidente, dando el ser a lo que no existía.

Llevó a cabo sus elevaciones en medio de sus abatimientos. Por ello dijo el apóstol que fue exaltado hasta la derecha de su Padre después de haber bajado a las regiones inferiores de la tierra. Para llevar todo a su cumplimiento, subió más allá de los cielos y se constituyó como el cielo supremo. El entendimiento es más grande que el [973] corazón que no ama sino lo que el entendimiento le propone. Si Dios suspendiera la acción del amor en los bienaventurados, llegarían a poseer a Dios. No es, por tanto, insignificante el don del conocimiento.

Al considerar al Salvador en la cruz, comprendí que no sólo entregó su Espíritu a su divino Padre, sino que inclinó su cabeza para darlo a su madre, por ser voluntad de la Trinidad que la Virgen recibiera de manera inefable el Espíritu de aquel a quien había dado un cuerpo para satisfacer la justicia divina, muriendo y redimiendo a los hombres. La divina sabiduría iluminó de nuevo el entendimiento de la Virgen sobre el Calvario, en tanto que las tinieblas cubrían toda la tierra. Ella percibió la divina luz, que brilló en su alma; y, como las tinieblas no la comprendieron, despuntó un día esplendoroso en su entendimiento, a cuya claridad pudo ver Juan el agua y la sangre que brotaron del costado del Salvador, que era luz de luz y Dios de Dios. La Virgen recibió la inteligencia de misterios altísimos.

Capítulo 175 - El Verbo Encarnado dio a los Ejercicios Espirituales el nombre de entrenamiento. Maravillas que me reveló acerca de sus combates y victorias.

            [975] Habiendo resuelto hacer los ejercicios espirituales al día siguiente de la Ascensión, tuve que posponerlos para el lunes siguiente a causa de los diversos asuntos que tuve que tratar. Aún en ese mismo día, me vi precisada a salir varias veces de la oración.

            Al regresar a la oración a eso del anochecer, mi divino amor me dijo que mis ejercicios eran maniobras militares: Cambia la palabra, hija, y di que estás en un ejército. San Ignacio, que aprendió de mí las tácticas de una nueva guerra, enseñó a hacer las prácticas de los ejercicios espirituales de una nueva manera. Así como yo combatí cuarenta días en el desierto, Ignacio quiso que se combatiera en este ejercicio cuarenta días completos.

            Mira, hija, que ha habido y hay ejercicios y combates por todas partes: en el cielo, entre los ángeles: unos combatiendo y apoyando mi partido; los otros, rebelándose contra mí, su Creador y su rey. En el paraíso terrenal, el hombre se dejó vencer con gran menosprecio de mi divinidad, pues cuando la serpiente dijo Eva: "Serán como dioses", censuró mis promesas, acusándolas de infidelidad y de impotencia, aduciendo que el que las había hecho era más grande y glorioso, y que si seguían sus consejos, llegarían a ser en verdad pequeños dioses.

            Este combate continuó hasta que yo mismo vine a la tierra. En él vencí con las armas de David y mediante la debilidad de la naturaleza que quise tomar, no deseando valerme de mi divino poder. Todas las criaturas combatieron en contra mía y, después de mi muerte, se batieron por mí contra la impiedad, y continuarán haciéndolo hasta el último día.

            Mi Padre mismo armó su furor para herirme. La parte superior combatió en mí contra la inferior, que estaba rodeada [976] del ejército de angustias y dolores de la muerte. La pérdida de tantas almas que rescataba con mi sangre, a causa de los peligros del infierno, me afligía. Esta fue la más ruda batalla que se presentó ante mi vista entre la muerte y la vida, la justicia y la misericordia, la bondad divina y la malicia del pecado.

            Mi divino amor prosiguió iluminándome con estas palabras: Hija, se dio otro combate sobre el que deseo instruirte, que tuvo lugar entre mi Padre y yo. Se trató de una lucha de amor: mi Padre dándome, y yo retornándole con una amorosa gratitud. Es necesario que todas las criaturas racionales libren estas dos clases de combate, ejercitándose en manejar las armas, combatiendo contra ellas mismas, armándose en contra de las dificultades e impedimentos a la perfección, sea que procedan de ellas mismas y de sus imperfecciones o pasiones, sea que vengan de fuera a causa de diversos percances y encuentros, o de la malicia e indiscreción de parte de los hombres

            Es necesario que aprendan también a ejercitarse en este combate de amor conmigo y con mi Padre, recibiendo las comunicaciones de nuestro amor y devolviéndonos amor por amor mediante la efusión y profusión de ellas mismas, derramándose en sacrificio como el agua en presencia de la Trinidad, y ofreciéndonos su sincera gratitud lo que han recibido de nuestra bondad. Es este agradecimiento lo que me agrada en ti, hija mía, cuando permito que te veas rodeada de un ejército de dificultades, lo cual te permite ejercitarte con ventaja.

            Escuché que Dios se llama Señor de las batallas y que los ángeles que están alrededor de su trono, invitándose el uno al otro a alabar la santidad del divino enamorado, libran un combate de amor que hace trepidar todo el templo. Isaías, que fue espectador de esta maravilla temía que algún mal llegaría no sabiendo que esta guerra de amor era muy santa. Este profeta se vio manchado de loas inmundicias del pueblo entre el que se encontraba y dijo: ¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: y que al rey Yahvé Sebaot han visto mis ojos! (Is_6_5).

            En la misa damos a Dios su magnífico título de grandeza de Señor de los ejércitos antes de la consagración, en la que se inmolar la víctima pacífica, para significarnos que dicha víctima hizo cesar la guerra que Dios hace y hará a los hombres para castigarlos por sus infidelidades, y que el Dios benignísimo sólo hace la guerra al presente para [977] darnos la paz, que podemos obtener únicamente con las victorias del Salvador, que es el Señor fuerte en la batalla. David, instruido divinamente en el combate, agradeció a Dios el haberle enseñado a manejar las armas: Bendito el Señor Dios, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la batalla (Sal_144_1).

            San Miguel entregó la espada a Judas Macabeo. Dios condujo a los ejércitos de los hebreos, marchando a su cabeza como un capitán en la persona del ángel cubierto por una nube. El Verbo Encarnado, en el Apocalipsis, lleva una espada en la boca, y en el Salmo 44 David le dice que ciña su espada sobre su muslo. Ha emprendido una guerra de amor y de furor, todo a una. Combate contra su Padre por nosotros, y en contra nuestra por la querella de su Padre.

            Su esposa del Cantar dice que es guerrera y que no se verán en ella sino coros armados. Quienes la contemplan dicen que es terrible como un ejército en formación, al grado en que parece que no hay manera de llevar el glorioso nombre de esposa sino haciendo la guerra, debido a que su esposo se llama Dios de las batallas, de los ejércitos y de huestes aguerridas. Ella lleva el nombre de ejército dispuesto a la batalla, cuyo rey es él, lo mismo que su amado, por ser su esposo de sangre. Quienes lo ven venir de Edom se admiran al ver sus vestiduras tintas en su sangre, después de haber movido a la amada esposa, hija de Sión, a exclamar: He aquí que viene tu Salvador (Is_62_11), cargado con innumerables riquezas que obtuvo por su valor, y que ella se llamaría ciudad codiciada por la dulzura de la paz que debía reinar en ella.

            Se decían unos a otros: ¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y da andar tan esforzado? (Is_63_1). ¿Quién es este hombre hermoso por excelencia, que viene de Edom con sus vestiduras ensangrentadas? Lavó su túnica en su propia sangre, en la sangre de la vid, según la profecía de Jacob, su padre. Es hermoso en sus vestiduras reales y divinas, porque su sangre es la sangre de un Dios. Camina con porte real en su

            [978] fuerza, que le es propia y no prestada o integrada por los ejércitos de su pueblo. Sólo él es más variado en su poder, en sus fuerzas duplicadas en su humanidad y en su divinidad y en sus infinitos méritos, que las potencias creadas en el cielo y en la tierra: Soy yo que hablo con justicia, un gran libertador (Is_63_1).

            Y ¿por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero? El lagar he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo (Is_63_1s). Soy yo, que sólo me he considerado digno de pisar el lagar que ningún hombre podía hollar sin quedar comprimido en él por la ira de la justicia divina, porque todos eran culpables de lesa majestad divina y humana. Yo salí gloriosamente de la batalla. Vencí solo a todos los enemigos de mi gloria y de la salud de los míos. He peleado para salvar a los hombres. Arrebaté el premio. Que mi amada me reciba victorioso y triunfante, y que se alegre en mi gloria; que participe de mis laureles inmortales; que sea para ella todo mi placer.

            Tu amor fue más fuerte que la muerte. Venciste a tus enemigos y arrebataste a tus amigos por la efusión de tu preciosa sangre. Nos das la corona de tus victorias y el botín que tan justamente obtuviste. Nos coronas con tus propios laureles y somos revestidas de tus libreas, porque te pertenecemos mediante una posesión diferente a la de la generalidad. ¡Ven, Rey nuestro! ¡Amor nuestro! ¡Nuestro todo!

Capítulo 176 - De las bellas luces que la divina bondad me comunicó durante el retiro que hice después de la Ascensión del Verbo Encarnado, mi amor y maestro. De lo que sucedió entre los ángeles y los apóstoles

            [979] La persona que se prestó a darme los ejercicios o dirigirme en el retiro que deseaba hacer, me dio las meditaciones que preparó para este propósito. Al ver tantos bellos adornos y magníficas armaduras, debió parecerme que estaba yo en pleno poder de combatir a todos mis enemigos y obtener mis victorias gracias a las disposiciones de mi amigo. Sin embargo, me di cuenta de que estoy pobre y desnuda aun en medio de la abundancia, y que soy rica en la indigencia. El que pierde su única alma, la encuentra en aquel que es uno de manera única. En este uno, y no en muchos, eres para mí simiente, amor mío.

            Sólo tú tienes el derecho, corazón mío, de cautivar mi cautividad, ascendiendo para elevar mi espíritu, que no sabe seguir otro camino sino el que tú le muestras, ni armarse con armas diferentes a las que tu industriosa caridad le ha proporcionado. Así como David se vio impedido al portar las armas de Saúl, debido a su pesadez, me veo entumecida por la multitud de tan variados temas, a pesar de su excelencia; pero cuando te plugo dejarme tomar mi honda ordinaria, haciendo girar mis pensamientos en torno a tus deseos, después de tomar piedras del torrente de tu bondad, abatí al que deseaba vencerme, después de lo cual me apoderé de su propia espada y obtuve lo que deseaba conquistar: al sobreponerme a mis enemigos, gané a mi amigo, la gloria de Israel.

            Capturé la piedra probada, reprobada y aprobada. Probada eternamente por el Padre, y juzgada según su valor; probada por las criaturas y reprobada por las que prefirieron las tinieblas a la luz, a cuya reprobación el Padre, el Espíritu Santo y la Virgen madre parecen haber contribuido, no por malicia, sino ejerciendo una rigurosa justicia. El Padre, abandonándolo del modo que expresó en la cruz; el Espíritu Santo, esposo de sangre, exigió la suya; su santa ofreciéndolo a la muerte para que se cumplieran [980] las profecías, y por nuestra salud. Fue rechazado por todas las criaturas, que combatieron contra él como contra un hombre que parecía estar loco, cuando era la sabiduría eterna. Manifestó la aprobación del Padre y del Espíritu Santo después de su resurrección, así como la de la Virgen y la de todos los elegidos. Los demonios y los réprobos se ven forzados a decir que él es verdadero Hijo de Dios, y a darse cuenta de su malicioso error, del que no pueden arrepentirse. Ven la gloria de Jesucristo y de sus elegidos, pero en medio de una horrible desesperación, percibiendo su extravío y el feliz destino de los que consideraron insensatos por llevar una vida despreciable a sus ojos, pero preciosa ante Dios.

            Me dijiste, mi Dios, mi todo, que los elegidos son probados, reprobados y finalmente aprobados: probados por los sufrimientos, reprobados por los mundanos, que los desprecian durante esta vida, y que en el último día harás ver a qué grado los apruebas.

            Padre santo, me mostraste esta piedra angular de poder, de luz y de bondad; de poder, porque sostiene todo el brillo de tu esplendor, y por afirmar que ella porta y comprende todo lo que dices; de bondad, porque es, en unión contigo, el principio del Espíritu Santo. Es fundamento de fundamento así como es luz de luz, Dios de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero; enviado a Sión como fundamento, porque Sión es una almena. En su calidad de centinela, ve en ti y tú ves a través de ella todo cuanto sucede en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Eres cimiento de origen sin tener otro principio, pero con ella eres principio del Espíritu Santo, al que produces, que es tu amor subsistente y el término de tu única voluntad.

            Te plugo mostrarme dicha piedra teniendo siete ojos, los siete dones del Espíritu Santo, fijos en los siete arc ángeles para enviarlos a la tierra, y a éstos mirándola sin intermisión para captar y llevar a cabo tus designios. Me diste a entender que los siete arc ángeles son los mensajeros que portan las siete peticiones de la oración dominical:

            1. Miguel, según su nombre, ¿Quién como Dios? lleva la primera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Es menester que los elegidos se hagan semejantes a la imagen del Padre, santificando el nombre de Dios.

            2. Gabriel, al que se llama fuerza de Dios, es el que nos aporta la felicísima noticia del reino de Dios, el cual viene a nosotros por misión divina y para pedir nuestra aceptación. Lo que sucedió en la anunciación explica todo esto, de lo que Gabriel fue embajador, así como nuncio de la venida del reino de Dios en la naturaleza humana, lo cual la Sma. Virgen atribuyó al poder [981] del brazo de Dios: Desplegó el poder de su brazo, Dispersó a los soberbios (Lc_1_51).

            3. Rafael, medicina de Dios, acude con el remedio para nuestras debilidades, conformándonos y confirmándonos a la divina voluntad gracias a la amorosa dilección y reconocimiento de aquel que es justo y veraz. Sea que pruebe, sea que apruebe. Debemos decirle: Eres justo, Señor, y tu juicio es rectísimo.

            4. Uriel, fuego de Dios, nos aporta el pan que el amor ardiente nos preparó y nos da en su divina Providencia para alimentarnos natural y sobrenaturalmente. Junto con este pan, nos proporciona buenas inspiraciones.

            5. Salatiel, que vale tanto como oración de Dios, nos enseña o nos repite lo que hizo el Hijo de Dios: rogar por nuestros enemigos, oración que era necesario fuera compuesta por un Dios Encarnado y enseñada por él a los hombres para obtener perdón del Padre común. Es menester perdonar a nuestros hermanos sus pequeñas faltas, así como Dios nos perdona las grandes, ya que es poca cosa lo que las criaturas pueden hacer contra la criatura; el darles mayor importancia es ofenderse sólo a sí mismo.

            6. Jehudiel, que significa alabanza o confesión de Dios, nos lleva a confesar que solo Dios debe ser adorado, servido, honrado, y que al contemplarlo sin cesar impedir que nuestro pie, es decir, nuestra afectividad, se dirija a lo que contra ría su voluntad, apartándonos de las tentaciones.

            7. Baraquiel, es decir, bendición de Dios, nos trae favores y bendiciones divinas, que nos mueven a reconocer al que nos las da, bendiciéndolo por ser Dios de toda bendición en el cielo y en la tierra. Con ellas nos ha bendecido por mediación de su Hijo, que nos libra de todo mal, en especial del pecado y del demonio. Este divino Hijo, que desea salgamos de nosotros mismos para acogernos en él, se hizo hombre para hacernos Dios.

            Jesucristo es, pues, la piedra fundamental que el amor me mostró en el seno del Padre, que lo ve todo, que lleva en sí todas las cosas, por ser la palabra de su divina diestra. El es el fundamento de la Iglesia por ser su esposo, llevándola y contemplándola a la altura de Dios. El es alto en la bajeza de la humanidad, de la que quiso ser el último, vio distintamente con clara visión, por penetración, por transpiración, todas las piedras destinadas a formar la Jerusalén admirable y nueva que desciende del Dios de bondad.

            El es el cimiento que todo puede soportar sin ser ofuscado por nada. Todo lo ve y hace ver a sus amigos cuanto le place; es todo ojos, y todas las miradas se fijan en él por ser su don. El está por encima, en el interior, y por debajo de todo, rodeando, haciendo relucir, penetrando, abajándose. A cada instante, penetra todo con su mirada.

            ¡Oh maravilla! Me dijiste, corazón mío, [982] que deseabas colocarte como fundamento en mí, como en tu montaña santa, deseando ver en mí una semejanza perfecta contigo mismo, por unidad de amor; que el cimiento de Sión es admirable, y su puerta deseable. El fundamento es todo de piedras preciosas y la puerta, una perla oriental. Es el Verbo, Oriente, que vino a visitarnos por las entrañas de la misericordia del Altísimo; la perla preciosa engendrada en el seno del Padre. Es el rocío divino que penetró el mar en María Virgen, la cual te concibió en lo íntimo del seno paterno.

            Tú eres la bella unión que se encerró en el seno virginal, conservando la misma inmensidad que en el seno paterno. Te contemplo como fundamento y puerta en lo alto, fundamento y puerta en lo bajo. Amaste más a esta Virgen, puerta virginal, que a todos los tabernáculos de Jacob. A pesar de que soy sólo una puertecilla de Sión, me dijiste que me amabas más que a todos los poderosos que parecen vencer, con gran poder, naciones enteras, no a causa de mis méritos, sino porque eres misericordiosamente bueno; que te complacías singularmente en ser mi fundamento y en hacerme puerta de Sión; de mirarme y que yo te mire al concederme este favor indecible. Añadiste que no es sin misterio el que yo está‚ en la santa montaña, y que, gracias a ti, elegí colocarme bajo tu estandarte; que nadie sino tú pondrás el cimiento, y que así como tú fuiste probado, reprobado y aprobado, yo ser‚ probada, reprobada y aprobada. Que esto ya se hizo, se hace y seguir haciéndose, pero que tenga valor. Concédemelo, mi todo, porque nada tengo sin ti, y nada deseo sino a ti. Todo lo espero de ti, por ti y a ti mismo; mientras pueda respirar, esperar.

            Veía que tu Padre te enviaba a la tierra por obra del Espíritu Santo. Eres el hálito de su poder, que el Espíritu Santo si puedo hablar de este modo llevó a la Sma. Virgen para todos los hombres. Veo a los santos ángeles asistiendo a tu venida, siguiéndote con el deseo, deseando ver en todo momento tu divina faz. Experimentan un singular placer al verte venir a la tierra, esperando, con esta venida, ver ocupados los lugares vacíos de los que apostataron; tienen, además, la esperanza de una gloria accidental gracias a tu arribo. Esperan, por ti, obtener de la tierra lo que nosotros esperamos, por tu mediación, obtener el cielo, de donde viene nuestro auxilio.

            Percibo una maravilla: es que, al ascender al cielo, [983] invitas a los tuyos. ¿Quién podría dudar que tu santa madre no estuviera allí en espíritu? La contemplo llena de gozo y de buena voluntad, enviándote el hálito castísimo de ella misma, que subía al cielo como una nube. Vi a los apóstoles y a Magdalena, que te enviaban también, con alegría, sus aspiraciones y suspiros, provocados por la privación de tu dulce presencia. Sus cuerpos permanecían en la tierra, mas sus espíritus subían, por afecto, al cielo. En pos de ti, todas las exhalaciones de esos pechos inflamados integraron una nube maravillosa a manera de un sacrificio que, al serte ofrecido, presentaste a tu Padre, dedicándole esos corazones encendidos. Ascendiste en medio de sus llamas, pudiendo hacerlo con tu propio poder y realizándolo en verdad. Te plugo elevarte sobre las alas de sus afectos, con un purísimo desinterés, hasta el trono divino, porque tu amorosa humanidad en nada se busca, queriendo únicamente la gloria del divino Padre.

            Una nube te recibió de otra nube, ocultándote a sus ojos corporales, que permanecieron abiertos en dirección de tu ascensión, demostrando así que sus corazones y sus espíritus están más en ti, a quien aman, que en sus cuerpos, a los que animan. Te conviertes así en su tesoro, en su vida de amor y en purísimo fuego de sus almas.

            Pero, divino amor, al cegarlos por exceso de luz, les envías ángeles propios de tus claridades a decirles que se alejen por un poco de tiempo; que sólo desapareces ante sus ojos y corazones enamorados para regresar, pero con mayor amor y conocimiento, en el día afortunado y señalado de su asunción al cielo; que tú, hálito de la virtud divina, los harás aparecer un día, que les es asegurado por la esperanza, que no será confundida. Tú mismo vendrás; así lo afirman estos ángeles después de ti: Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volver‚ a vosotros" (Jn_14_28). Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo (Hch_1_11).

            Santos ángeles, ¿por qué los llaman hombres de Galilea? Es para decirles que su nombre es revolución; que es necesario allá e ir a todo el mundo para llevar la sonoridad de la palabra, de la que son testigos. Permanecer inmóviles en este lugar, mirando al que sube al cielo, no es, santos apóstoles y fieles discípulos, observar el mandato que Jesús les dio de llevarlo a toda la tierra. Vayan a donde los envió; él, en persona, acudirá a su encuentro. Esperen de su fiel bondad el cumplimiento de sus promesas.

            Santos ángeles, ¡qué rápidos son! El texto señala que los dos ángeles se encontraron allí al mismo tiempo [984] en que Jesús subía; tuvieron que abrir paso. Los pobrecillos van en espíritu a donde no pueden ir como cuerpos gloriosos. Ángeles ardientes y luminosos, ¿podrán hablar a favor de su caridad cuando dan la impresión de echar fuera del cielo a los hombres? Es para hacerlos entrar en él más adelante, y estar más próximos al que se hizo el cielo supremo.

            Hagan la voluntad del divino Padre, el cual envió a su Hijo hasta las regiones inferiores de la tierra para ensalzarlo después sobre todos los cielos. Como su deseo de la Encarnación fue mayor al nuestro, a fin de comunicarnos su dicha, los ángeles más excelsos imitan a la bondad divina, alejándonos para que avancemos aún más; haciéndonos retroceder para que saltemos mejor.

            Mientras más elevados están los ángeles, más participan de las luces divinas, más ven, más aman; más nos desean el bien, más nos abajan para recibirlo, y mediante estos descensos levantan nuestro valor. Moisés, al pedir a Dios que le mostrara su rostro, recibió como respuesta que el hombre que vive de la vida natural no puede ver ese rostro divino, que sólo es contemplado por los bienaventurados; pero que algún día lo vería. Le mostró en cambio sus hombros. Los pobres discípulos, al contemplar la humanidad del Salvador, sólo vieron sus hombros, que cargaron con su principado, que llevaron su cruz, en la que clavó los pecados de los hombres despojando así a los poderes infernales de lo que habían usurpado: Y, una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_15).

Capítulo 177 - El Verbo Encarnado se dignó consolar a sus hijas, reanimando su valor e invitándolas a dar cumplimiento en ellas mismas a los misteriosos símbolos contenidos en el número doce, en el Antiguo Testamento, 2 de junio de 1635.

            [985] Mi divino amor, al consolarme a causa del reducido número de hijas que habían quedado para ser religiosas, a causa del retardo o rechazo que se había hecho de la ejecución de las bulas, me dijo que las doce que quedaron serían los doce leones que portarían el trono del pacífico Salomón, así como las do ce yeguas que sostendrían el mar de bronce que proporciona el agua para purificar a las víctimas, porque los antiguos sacrificios recibieron su poder de la sangre del Salvador, que es un manantial que brota del seno paterno como de su fuente de origen.

            Dicha agua y su receptáculo, el mar de bronce, que es un metal que resuena, simbolizaron oportunamente al Verbo, que es la palabra eterna. Añadió que mis hijas, con sus lágrimas, ruegos y oraciones, debían ablandar la voluntad divina, disponiéndose al sacrificio de alabanza y a ser fuentes por la gracia y la fe que el Espíritu Santo les concedería. Si se mantenían fieles, dichas aguas brotarían hasta la vida eterna.

            También serían los doce panes de proposición, siempre presentes a la faz de Dios, panes que debían estar siempre calientes. Continuó diciendo que debían ser las doce piedras sacadas del Jordán después del maravilloso paso del arca: ellas fueron sacadas del mundo, fuera de las olas y las tempestades por una vocación particular. Su bondad divina quiso retirarlas de las vanidades del siglo.

            Serán, además, las doce piedras escogidas para fundar la santa Sión, las doce fuentes que brotan a su paso. Su manantial será el Espíritu del divino Verbo Encarnado, del que se abastecen, el cual les dar la fuerza para obtener palmas y victorias.

            Son como los doce frutos del árbol de la vida en medio del paraíso, árbol que es el Verbo al que están adheridas todas mis hijas [986] como el fruto al árbol, recibiendo de él su savia y sustento; serán las doce estrellas que coronan a la gloriosa Virgen, a cuya Inmaculada Concepción rinden honor como una radiante corona.

            Doce fueron los apóstoles que siguieron al Salvador, que anduvo visiblemente entre nosotros, y doce son las jóvenes que se abandonan sin otra seguridad que la bondad del Salvador, siguiéndolo sin verlo a fin de gozar desde este mundo de la felicidad que alabó cuando se apareció a Santo Tomás: Dichosos los que no han visto y han creído (Jn_20_29).

            El Instituto de las hijas del Verbo Encarnado se funda en las palabras que el divino Salvador me ha hecho escuchar. El es la verdad infalible; si somos fieles, las cumplirá y nos librará de las asechanzas de nuestros enemigos. Al ser humildes por su amor y asistidas por su fuerza, podremos vencer; pero si nos alejamos de su voluntad, seremos disgregadas, vencidas y derrotadas. Que su gracia nos libre de estas desgracias.

            Si el pueblo de Israel hubiera permanecido fiel a Dios, no habría sido arrojado lejos de su rostro; sus divinos rayos hubieran combatido por dicho pueblo, según las palabras del real profeta, intérprete de este Dios amorosamente celoso: ¡Ah!, si mi pueblo me escuchara, si Israel mis caminos siguiera, al punto yo abatiría a sus enemigos, contra sus adversarios mi mano volvería (Sal_81_14). ¿Qué fuerza puede compararse a la del Todopoderoso? El demostrará que sus enemigos son mentirosos en el tiempo y en la eternidad.

            El glorificará a sus amigos: Los sustentará con la flor del trigo, los saciará con la miel de la peña (Sal_81_17). Su esposo desea alimentarlas deliciosamente con el trigo de su humanidad y la miel de su divinidad y revestirlas además de su propia gloria. ¡Ah, Qué felicidad para tan afortunadas es posas, si no se hacen indignas de ello!

Capítulo 178 - Gran favor que la santísima Trinidad concedió a mi alma en el día de su fiesta, al meditar en las palabras del Salvador: bautizándolos en el nombre del Padre, etc. Me reveló cuatro clases de bautismo: uno de agua, otro de sangre, el tercero de fuego y el cuarto de luz. 3 de junio de 1635

            [987] Subí al coro para esperar allí que se dijera la santa misa en el día de la fiesta de la adorabilísima Trinidad. Me encontraba sin devoción esa mañana, pero una de mis hijas Sor Marie Chaud vino a decirme con gran sencillez que también era día de mi santo, debido a las grandes luces y conocimientos que la Trinidad me comunicaba de ordinario. Sus palabras me levantaron el ánimo; comencé a recogerme en mi interior y a gozar de dicha fiesta, rogando a la Santísima Trinidad que se dignara celebrarla en mí.

            Al detenerme en las palabras del Evangelio: Bautizándolos en el nombre del Padre, etc. (Mt_28_19), me vi iluminada de golpe por un relámpago seguido de un abismo y una plenitud de luz, viendo con una mirada intelectual y muy sublime a mi alma a manera de aire sereno, alumbrado con una claridad que era irradiación del sol de justicia. Percibí la luz de la divinidad colmándome e iluminándome. A partir de ese momento, contemplé a la divinidad únicamente a través de la alegría de dicha luz en mi interior.

            En esa luz, sin embargo, escuchaba y conocía secretos y misterios maravillosos con tanta [988] claridad y facilidad, que parecían dejar de ser misterios para mí. En comparación, la luz que había recibido en otras ocasiones descendía sobre mí como un rayo, aterrándome o extasiándome y elevándome más allá de mí misma, impidiéndome con ello el libre uso de mis facultades. Esta admirable luz, en cambio, no me impedía dedicarme a otras acciones. No me pedía más atención que cualquier otra consideración ordinaria, pudiendo contemplar sin la pena, sin el esfuerzo, sin la suspensión, sin la seria concentración, sin el dolor de cabeza, que me en otro tiempo me atribulaba. Aumentaba, por el contrario, ordenando y dispensando todas estas eminentes verdades como cosa o propiedad mía.

            Dios me dio a conocer que esta forma de iluminación por la que, desde hacía algún tiempo, se comunicaba conmigo, era mucho más sublime que la anterior más violenta y menos luminosa, que arrebata, que asombra, que atrae, que eleva y extasía al alma, como había yo experimentado con tanta frecuencia. Esta es menos oscura y más amable. En aquella, el alma se encuentra tan extraña a la luz, que, no pudiendo soportarla, se deja abatir o extasiar. En esta, el alma está ya hecha a los relámpagos y rayos que parecen mezclarse con ella y serle connaturales. Aquella requiere más fe, pues como dicha virtud cautiva santamente el entendimiento bajo su yugo, obligando a plegar la razón bajo su ley, así el relámpago o el rayo de dicha iluminación lo abate todo de un golpe; o, sumiéndolo en la admiración, lo pasma. Hace al alma como baldada e impedida para realizar sus otras funciones, a fin de no encontrar resistencia en la debilidad o razonamientos del espíritu creado. Esta dulce iluminación, empero, deja al alma en libertad para todas sus funciones, sin violencia alguna que pueda molestarla, iluminándola como un aire sereno y mezclándose con ella de suerte que se transforma en refulgente atmósfera.

            Esta iluminación participa de la luz de la gloria, que permitir [989] a los bienaventurados el libre curso de todos sus sentimientos aunado al claro y manifiesto conocimiento de la divinidad. Por ello, sólo se encuentra a gusto con personas acostumbradas, durante largo tiempo, a las divinas luces no quiero decir con esto que merezco contarme entre estas almas afortunadas. Place, sin embargo, a mi divino esposo, favorecerme con sus grandes mercedes, porque su mirada es benigna hacia mí y porque le agrada que halle gracia en su presencia. Y todo porque es misericordioso, porque desea dispensarme su misericordia, porque es soberanamente bueno. Por inclinación propia, tiende a comunicarse con las almas que escoge para colmarlas de sus gracias.

            Dios me dio a conocer, de esta manera, el misterio de un maravilloso bautismo que la Trinidad obra en el alma, diciéndome que hay cuatro clases de bautismo: de agua, de sangre, de fuego y de luz.

            El primero es un bautismo de purificación y penitencia que se atribuye al Padre, el cual, mediante su poder, destruye el pecado.

            El segundo es redención mediante la efusión de la sangre del Hijo, que concede la fecundidad.

            El tercero, de fuego y ardor, es obra del Espíritu Santo.

            El cuarto es de iluminación o luz, que confiere la Santa Trinidad, el cual purifica, ilumina, perfecciona y diviniza al alma, obrando las realidades de los otros tres bautismos de manera eminente, aunque añadiendo algo más. Los otros bautismos confieren la gracia, y en éste Dios mismo se da al alma, conduciéndola en el gozo de la unidad, de la esencia y de la Trinidad de personas. Dicha unidad y Trinidad colman al alma, abajándose e inclinándose hasta ella para después levantarla la hasta la divinidad y perderla en la fuente de su luz, transformándola en algo semejante a un aire sereno y luminoso. La luz divina se derrama entonces en el alma, llenándola y perfeccionándola; luz que no es un rayo desprendido o dimanante de su sol, que por sí mismo invade el alma en la que mora, por favor divino, en medio de la luz Entonces ella es marcada y como sellada con el carácter luminoso [990] del rostro divino, al que David alude con estas palabras: ¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor, has dado a mi corazón la alegría (Sal_4_78). Por el agua que toma su origen del Padre, por la sangre del Salvador, y por el ardor del fuego encendido por el Espíritu Santo, el alma se hace cristiana. A través de la luz que la Trinidad le confiere mediante la inefable comunicación de sí misma, se conserva enteramente divinizada. Es admitida por adelantado en la participación de la luz que el Verbo Encarnado pidió para los suyos, diciendo a su divino Padre: Yo les he dado la gloria que tú me diste (Jn_17_22), y más abajo: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo (Sal_4_24): Padre santo, les he dado a conocer que tú me enviaste, y se lo dar‚ a conocer más y más, a fin de que el amor con el que me amas está‚ en ellos, porque deseo que nosotros y ellos seamos uno, que hagamos en ellos nuestra morada y que posean en sus almas a la Trinidad que los iluminará, los inflamará y los dirigirá con sabiduría y bondad.

            La Santa Trinidad me dio a conocer, mediante una inteligencia admirable y amorosa, cómo, desde mi infancia, me ha orientado hacia la vida espiritual, manifestándome que ella es el fin, el principio y el centro de todas las cosas. Revivió en mi memoria la visión intelectual que tuve hace ya cerca de diez años, en la que vi al mundo como un globo, que no me pareció más grande que un puntito. Al verme en él, y comparada con él me pareció ser más grande que el mismo punto, en el que me encontraba, no obstante, encerrada y contenida. La Santa Trinidad me conducía de la mano por todo aquel globo a la manera de una madre o una nodriza que enseña a caminar a una niñita, sosteniéndola ya de la mano, ya de las mangas de su vestido. No percibía la distinción de personas, pero poseía una visión de la divinidad mezclada con una sensación admirable [991] de las tres personas, a pesar de que no me parecían hipóstasis distintas. Mi espíritu no se aplicaba a es tas distinciones pero, repentinamente, la adorable sociedad quiso comunicarme el conocimiento de este misterio, y cómo las tres personas estaban una dentro de la otra, sin que ninguna fuera mayor que la otra. Conocí de qué manera el mundo permanece en Dios, y Dios en el mundo, así como en los astros de la creación, que su providencia, su sabiduría y su bondad sostienen y gobiernan con admirable sabiduría.

            Todos estos conocimientos elevaban mi alma a su principio y a su fin. A través de las criaturas, ascendía hasta el Creador, y por medio de las cosas visibles se elevaba a las invisibles, como dijo san Pablo. Si rebasaba todo por gracia y amor, se debía a que mi alma, al tener a Dios como centro, principio y fin, permanecía dentro de él, que carece de circunferencia. En él moraba de manera admirable, amable y deleitable en sumo grado.

            Aprendí que mi alma estaba hecha a imagen de la adorable Trinidad, y que la semejanza perfecta engendra el amor perfecto ¡Oh Dios, uno en esencia y trino en persona, Padre, Hijo y Espíritu Santo! ¿Cuándo ser‚ transformada de claridad en claridad, cuándo recibir‚ el sagrado bautismo que me hará del todo luminosa y participante de tu Trinidad, que es toda luz, porque en ella no tienen cabida las tinieblas?

            Esto se hará realidad a través de tu misericordiosa bondad, que se complace en comunicarme sus grandes favores sumergiéndome en este bautismo de luz. Espero, por tu luz de gracia, contemplar un día, para siempre, tu luz de gloria. Así sea.

 Capítulo 179 - Gloria que la sma Trinidad concede a la santa humanidad del Verbo Encarnado en el Santísimo Sacramento, en el que es víctima, holocausto, incienso, fuego, alabanza, música y deleite divino, humano y angélico, y vida de las almas que sólo a él aman en la tierra, 7 de julio de 1635

            [995] El día del Smo. Sacramento, al despertarme por la mañana, me encontré del todo transportada en Dios. No veía nada en la tierra que fuera capaz de alabar al Salvador en este Sacramento de amor.

            Me dirigí a la adorable y santa Trinidad, rogándole inclinara los cielos y que el Padre y el Espíritu Santo alabaran al Verbo Encarnado consigo mismo en el divino Sacramento, no como David, enteramente desnudo, sino revestido de su propia gloria, que cantaran delante de esta arca y que los distintos soportes alabaran distintamente; que a pesar de ser distintas las operaciones productivas en Dios y comunes las esenciales, alabaran, de común acuerdo a la santa humanidad.

            Dios me mostró el honor y la gloria que las tres divinas personas rendían a la humanidad sagrada, y cómo, por una re flexión admirable, vuelven a enviar sobre la humanidad santa todo el honor y la alabanza que las criaturas les tributan; que el Verbo, es decir, la Trinidad entera, llevaba como en triunfo a la santa humanidad.

            Sea honrado aquel a quien el rey desea honrar (Est_6_9). Todo se termina y dirige, al fin, al honor del mismo rey. La música admirable que resuena aquí es el Verbo, por ser la palabra, porque el Padre sólo habla por su medio y todo recibe de él el ser. Todo es [996] musical en él: las aberturas que hicieron los látigos, los clavos y las espinas, son las bocas que cantan sus alabanzas. La víctima es el mismo Dios en Jesucristo, que es ofrecido a Dios. En él son aceptadas y ennoblecidas todas las demás víctimas: el cordero, el carnero, la ternera, las palomas y todos los que fueron ofrecidos antes de su muerte.

            El Verbo es el ángel del gran consejo, que toma el incensario de oro que es su santa humanidad; el fuego es el Espíritu Santo, que animó a todos los santos, aun a Jesucristo mismo en cuanto hombre; el humo aromático que se exhala y asciende a lo alto, es el vapor de las oraciones y méritos de Jesucristo. Es un sacrificio maravilloso que se ofrece en todo momento en holocausto perpetuo; un sacrificio de alabanza que honra dignamente a la divinidad.

            Mi alma, prosiguiendo con pensamientos parecidos, invitó a mi divino amor a verificar todo esto en mi corazón, lo cual me concedió, haciéndomelo experimentar de manera admirable. No existe un Miguel que se ofenda ante las expresiones de júbilo comunes y particulares que tu persona, divina y real, manifiesta con amor a los ángeles, a los hombres y a mí misma.

            Abrirás este corazón, que es todo tuyo, para concebir mil bellos pensamientos. Tú eres el rey de los pensamientos. Me gozo en ti, amado Señor mío, que te entregas todo a mí. Eres, así, la petición de mi corazón, que desea consumirse en tus dulces llamas como un holocausto perfectamente aceptable a tus benignos y amorosos ojos. Deseo elevarme hasta la punta de tu divina llama, imitando al ángel que anunció el nacimiento de Sansón, cuyo nombre era digno de admiración.

            Como me alimentas con este manjar celestial, no deseo vi vir más como los ciudadanos de este bajo mundo, que es impuro, sino como los del empíreo, con quienes tratar‚ de aquí en adelante, de establecer mi conversación, a imitación del vaso de elección y de dilección, que se ufanó, sin vanagloria, de vivir de la vida de su divino amor, confesando en alta voz que vivía en él [997] más que en sí mismo, lo cual es triunfar de la carne, de la sangre y de todo lo que no es Jesucristo, en y con el que su vida está escondida en Dios hasta el día en que Jesucristo manifestar esta vida divina y gloriosa, que se prolongar por toda la eternidad.

Capítulo 180 - Diez primeras religiosas que hicieron voto de estabilidad en la Congregación del Verbo Encarnado. Maravillosa visión que me fue explicada por la divina bondad, 14 de junio de 1635.

            [999] El día de san Basilio el Grande, durante la octava del Smo. Sacramento (1635), nueve de mis hijas y yo la décima, a imitación de san Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y de sus nueve compañeros, hicimos voto de vivir y morir en la prosecución del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, en presencia del Smo. Sacramento, que estaba expuesto. Cada una llevaba un cirio blanco encendido. El R.P. Gibalin dijo la misa, en la que todas comulgamos.

            Mi divino amor autorizó esta ofrenda de nuestros cuerpos y de nuestra libertad, porque las que hasta ahora no habían hecho voto de castidad, lo hicieron; y las que ya lo habían hecho, lo renovaron.

            Al cabo de la acción de gracias de la comunión, se recitó el Te Deum en coro, con una alegre paz en el alma. Después de comer, tuvimos una plática durante la cual vi una admirable llama que se apoyaba sobre un pedestal de la misma sustancia que la flama, a la que sostenía de manera inefable. Me pareció admirable porque dicha llama no consumía un verde rosal sin florecer que estaba a su lado. La llama quiso unirse a mí y entrar en mí para abrasarme y conservarme divinamente. Escuché que esta visión era figura del Verbo Encarnado y de la santa humanidad, que se apoya en su divina hipóstasis, la cual estaba representada por el pedestal de fuego que era su so porte. La llama obraba sin que percibiera yo moción alguna.

            Dos días después, mientras uno de los padres oraba delante de Nuestra Señora, se le dijo que el verde rosal represen taba la Orden del Verbo Encarnado, en el que aún no brotaban rosas porque la divina Providencia esperaba su hora, preservando admirablemente ese rosal de ser consumido por el fuego. Dicha visión tenía relación con la zarza que vio [1000] Moisés, mostrándome que el divino amor deseaba hacer en esta Orden una extensión de la Encarnación. El Verbo se encarnó sin consumir las entrañas de la Virgen, porque el poder del Altísimo la cubrió con su sombra, y el Espíritu Santo descendió para servirle de rocío y divina frescura.

            El mismo Espíritu, con su soberano poder, deseaba venir para establecer esta Orden en el momento fijado desde la eternidad. Como yo no me apoyaba en poderes humanos, quería que su fuerza divina fuera el apoyo de esta orden. Así me lo prometió, jurando por él mismo establecerla y ser el único en obrar maravillas. Añadió que me concedería salir victoriosa de las contradicciones de mis enemigos, tanto presentes como futuras; que su designio reverdecería siempre en medio de las llamas de la cólera de los oponentes.

            Moisés fue llamado a conducir a su pueblo después de con templar la zarza que ardía sin consumirse en medio de las llamas; y, en calidad de teniente de su divina majestad, liberar a los hebreos del yugo de los egipcios, conduciéndolos al desierto, donde tuvieron libertad para sacrificar a Dios, el cual, con mano fuerte y brazo extendido, valiéndose de su fiel servidor, los hizo triunfar del Mar Rojo y de Faraón, alimentándolos con el maná a través del desierto.

            El Dios todo bueno me dijo que me había mostrado el rosal verde en medio del fuego para asegurarme que deseaba servirse de mí para sacar a muchas personas de la esclavitud del mundo, que es el Egipto del pecado y del demonio, para conducir los, no solo a través de los desiertos como Moisés, sino hasta la tierra prometida de la Orden del Verbo Encarnado, que manaría leche y miel, afirmando que sería yo como otro Josué que las introduciría hasta su heredad.

Capítulo 181 - Cómo mi divino amor es magnífico en su banquete, en el que no tienen cabida la inquietud ni la muerte, junio de 1635.

            [1001] El profeta, deseando manifestar la magnificencia del con vivió que el Dios de bondad preparó a su pueblo sobre la santa montaña, dijo: Un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá a la muerte definitivamente. Enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra (Is_25_68).

            Amán llamó a su mujer y a sus amigos para contarles el favor que consideraba extremo debido a su rareza: que la Reina Ester había invitado sólo a él y al rey a su real banquete, ignorando el plan de la Reina de obtener del rey una sentencia en contra de tan arrogante príncipe, así como la liberación de su pueblo.

            El amor me hizo una invitación más grande, convidándome a tres festines, no con el designio de acusarme o procurar mi muerte, sino para darme su vida, por ser germen de inmortalidad y vida sustancial, tanto como el Padre y el Espíritu Santo. En el primer festín de la Trinidad, las criaturas reciben el don de la vida a través del Verbo, como dijo san Juan. El segundo es el de la divina encarnación, de la que hizo una ex tensión en el Augustísimo sacramento del altar, en el que su carne es verdaderamente manjar y su sangre, bebida de salvación: Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él (Jn_6_55s). Vida eterna que desea comunicarme en abundancia.

            Jesucristo nos hará partícipes de su gloria, que es el tercer festín, así como celebra ahora el de su gracia, que [1002] recibimos de su plenitud. Es lo que quiere decir cuando pro mete a sus apóstoles que en los festines de la gloria se ceñirá y servirá a los elegidos, sus invitados. Se ceñirá y hará que se sienten a la mesa, y yendo de uno a otro les servirá (Lc_12_37). Se revestirá y se ceñirá de gloria y de luz, que administrará y servirá a los que glorifique, pues así como él es primer ministro y dispensador de las gracias, así lo ser de la gloria, dando a cada uno la porción debida, e iluminando a todos como un sol acogido en una infinidad de hermosos cristales y espejos, que reflejan sus luces sobre aquel de quien las reciben mediante la continua influencia de sus rayos.

            En medio de este conocimiento, mi alma se abismó totalmente en la luz divina, que la cubría como una túnica median te la cual resplandecía a los ojos de los testigos de las maravillas divinas, quienes admiraban la infinita bondad del Dios magnífico que se complace en levantar a los humildes de la tierra para sentarlos en compañía de sus príncipes celestiales, dándome la esperanza de estar un día en su compañía, gozando de sus deliciosas claridades sin temor a verme privada de ellas por el pecado, como sucede con tanta frecuencia en esta vida debido a la fragilidad, que es tan común en almas imperfectas como la mía.

            El que entró al banquete de bodas fue echado fuera por no llevar puesta la vestidura nupcial en el festín de la gracia y de la gloria. Dios da el vestido que desea lleve puesto el alma de unos y otros. El de la gracia no es luminoso como el de la gloria, a los ojos de los mortales. Dios y los bienaventurados la perciben y la encuentran hermosa por ser llevada bajo los velos de la fe, de la que no tienen ya necesidad por encontrarse en la visión beatífica. Temen más bien por el alma, ya que esta túnica de gracia puede serle arrebatada si no está confirmada en gracia .A pesar de que el Verbo es un espejo voluntario, no da a conocer a los bienaventurados el destino de las almas que van en camino; en tanto que dicha alma está‚ revestida de dicha túnica, permanece asociada con el Padre y el Hijo por el Espíritu Santo, participando en la comunión de los santos aunque sea a plato cubierto; es decir, bajo el manto de la fe.

            El temor de la corte celestial a los riesgos del alma favorecida, no le causa inquietud. Están seguros de la bondad de Dios, que les afirma que a través de las gracias presentes prevean las futuras para el alma favorecida de esta suerte, lo cual los mueve a orar por ella mientras se encuentra en camino, a fin de que llegue a poseer [1003] con ellos la de la gloria. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que desee vivir la vida del justo, al que conduce por el camino recto, mostrándole ya desde esta vida los rayos de la plenitud de luz que comunica en el cielo, en el que todo su reino resplandece, por estar iluminado por la fuente misma de la luz: El Señor guía al justo por caminos de rectitud, mostrándole el reino de Dios y dándole la ciencia de los santos. Hará su trabajo honorable y coronar sus esfuerzos con el éxito. No es óbice para este Dios amoroso que el alma a la que invita mediante sus divinos favores a estos tres festines, no está‚ confirmada en esta dicha. El mismo se convierte en su camino, mostrándole su reino con divinos destellos. Le enseña la ciencia de los santos pero, ¡qué digo! se la infunde, alabando sus trabajos y dándoles honor, porque el Verbo se encarnó para premiar los esfuerzos de los suyos, dedicándose al trabajo desde su juventud. Cuando el rey pone mano a la obra, ésta se convierte en empresa real y los príncipes se glorían al colaborar con el rey. Los oficios reales confieren gloria y honor.

            Cuando el rey, junto con su ejército, combate generosa mente, sus soldados redoblan su valor debido a que la magnanimidad de su príncipe les levanta el corazón. No temen los asaltos y se lanzan valerosamente a la brecha. Los soldados de Holofernes, por ejemplo, exclamaron a la vista de Judith: ¿Quién puede menospreciar a un pueblo que tiene mujeres como ésta? ¿No merecen éstas que hagamos la guerra contra ellos para adquirirlas? (Jdt_11_18).

 Capítulo 182 - Maravillas y misterios encerrados en san Juan Bautista, quien fue causa de gozo y exultación universal por su fidelidad para honrar al Mesías y humillarse a sí mismo.

            [1005] La concepción, el nacimiento y la muerte de Juan Bautista encierran misterios inenarrables. Sólo el Verbo pudo deducir los porque los hombres carecen de la ciencia y elocuencia necesarias par alabar dignamente al vocero del Verbo. Son demasiado pequeños para hablar dignamente del Profeta del Altísimo, del que dijo: ¿Qué pensaron ver en el desierto? ¡Un profeta! Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: "He aquí que envío mi mensajero delante de ti, que preparar por delante tu camino" (Lc_7_26). Les digo en verdad que entre todos los nacidos de mujer, ninguno es mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él (Lc_7_28). Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga (Mt_11_12).

            ¿Qué dices, Maestro mío, de tu Precursor? El que tenga oí dos, que oiga. Era necesario que declararas tu enigma por ti mismo o por el Espíritu Santo, del que lo llenaste desde el vientre de su madre.

            Comprendemos un poco las palabras pronunciadas en favor de su nacimiento, porque jamás un niño nacido de mujer tuvo el honor de nacer en presencia de tu madre, ni ser levantado hasta el pecho de la Virgen en cuanto lo tuvo en sus brazos, cuya acción lo aproximó a tu encierro en sus entrañas. Es el más noble en su nacimiento, porque aquella que te llevó en sus entrañas virginales lo elevó con [1006] sus manos sacrosantas como una hostia que ofreció a tu Padre sobre el altar de su seno virginal, del que eres piedra viva y mármol bendito mar cado con cinco llagas como con cinco cruces, que deberás llevar por toda la eternidad en la gloria, ofreciéndote perpetuamente como hostia de alabanza a tu divino Padre, que se complace en admirar los sagrados caracteres impresos en tus pies, en tus manos y en tu costado, por ser señales de tu cordial amor.

            Tus palabras siguientes, empero, parecen muy oscuras por presentarlo como el más grande entre los hijos de los hombres asegurando que es el ángel de tu Padre, con la dignidad especial de enviado suyo para preparar tus caminos ante tu faz. Isaías nos dice que los serafines, que son los más altos en dignidad, en el reino de los cielos, se cubren el rostro y los pies; y como no poseen la dignidad requerida para ser enviados a participar en el misterio de nuestra redención, están como ocupados en buscar un heraldo para dicho oficio. Si Isaías no hubiera dicho: "Aquí estoy, soy del linaje de David, envíame", no hubiera sabido a quién llevar el mandato divino, ni quién debía ser portador de dicha misión. Si la confieres al santo Profeta, es sólo después de haberlo purifica do con el carbón ardiente extraído con tenazas o pinzas a favor del Verbo que se debía encarnar.

            Después de estas consideraciones, ¿qué explicación puede darse a estas palabras: Sin embargo, el menor en el Reino de los Cielos es mayor que él? Si yo afirmo que el menor de los ángeles que está en el cielo es más grande, por naturaleza, que Juan Bautista, que está compuesto de forma y materia, no me equivocaría; pero ¿quién me dará la seguridad de que digo todo lo que la sabiduría eterna quiere significar? Nadie lo diría. divino amor mío, ¿quieres perforar mi oído e infundirme el conocimiento de estas misteriosas palabras? Lo puedes, y sabrás hacerlo si así lo quieres. Sé bien que soy indigna de ello, pero en esto se manifestará la maravilla de tu bondad, que se complace en revelar a los pequeños y a los débiles de entendimiento lo que oculta a los grandes espíritus y a los sabios del siglo. Dios mío, como te complaces en ello, ¿quién es el pequeño habitante del reino de los cielos, que posee verdaderamente el Reino de Dios?

            Es tu Hijo encarnado, que se anonadó al hacerse hombre, cargando sobre sí todos nuestros pecados y haciéndose, no sólo inferior a los ángeles, sino el último de los hombres; el que aceptó ser llamado gusano y no hombre. Este, que es más humilde que todas las criaturas, [1007] es mayor que Juan el Bautista. Admirables palabras: Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, etc. Desde los días de Juan el Bautista, el reino de los cielos sufre violencia. Juan es capaz de mantenerlo en estado de sitio, por ser la voz del Verbo. Si el Verbo no estuviera destinado por el Concilio eterno para ser el primero en entrar en él por medio de la cruz, Juan Bautista lo arrebataría por asalto; a tal grado es poderoso para tomar dicha plaza, que fue prometida por la ley y los profetas a los de manos inocentes y corazón puro como Juan Bautista, a quien los hombres tomaron por el Mesías.

            Como Dios, empero, no desea conceder la suprema grandeza a una simple criatura, les confieso un misterio oculto: que el Verbo Encarnado, que es el más humilde de todos, es mayor que Juan el Bautista

            Esto es lo que el humildísimo profeta, que dio fin a la ley y las profecías hasta mi misión, les dice con estas palabras: Hay uno en medio de ustedes que viene después de mí, que se encuentra ante mí, cuyos pies no soy digno de tocar, ni de atar la correa de su calzado. Sus acciones son tan sublimes, debido a que son teándricas: sus afectos y humildad son inefables. Yo no soy digno de decir a ustedes cosa alguna; las cosas me sumen en una confusión continua. Es menester que él crezca en todo y que yo disminuya. Su santidad y su sabiduría son infinitas. El es Hijo del Altísimo, al que ha complacido desde la eternidad. Tengo el honor de ser amigo de este esposo de sangre. Si él quiere que yo vaya delante de él para anunciar la verdad al rey, morir‚ como él después de que se enfrentó en público al príncipe de los sacerdotes en presencia de los escribas y fariseos. Es para mí un grandísimo honor ser el precursor de su muerte, como lo fui de su nacimiento y de su vida. Estoy dispuesto a perder mi cabeza ante el deseo de una joven triple y la rabia de una madre obstinada en ofender a Dios y a los hombres, quebrantando toda ley divina y humana.

            Gran santo, tu muerte es preciosa delante de Dios, pero nos causa enojo porque fue procurada por el odio de una mujer y el contento de una comiquilla. ¿Era necesario que nuestro frágil sexo hiciera morir a dos hombres, maravilla entre los hombres, uno en el paraíso terrenal, moldeado por la misma mano de Dios, designado por [1008] san Lucas como Adán, como diciéndonos que Adán nació de Dios, no en calidad de hijo natural, si no como un hijo de gracia, gracia que la primera mujer, le hizo perder en un banquete, ofreciéndole quizás la mordida fatal bailando de gozo porque sería semejante al Altísimo, según el engaño de la serpiente; y otro en el palacio de Herodes? Para satisfacer la pasión de una madre y conceder demasiado a la locura de una muchacha, este cruel monarca ordenó que le llevaran la cabeza del que es el más grande entre los nacidos de mujer.

            El zorro derribó el tronco principal de la viña de Dios después de Jesús y María; y esto, de madrugada. Destruyó la aurora, deseoso de perder el sol, porque deseó causar la muerte de Jesucristo, cuya hora no había llegado. ¡Dios mío! cómo me disgusta que hayan sido mujeres las que causaron esos males; si no existiera una como la incomparable Virgen-Madre, enrojecería de confusión indecible. La Virgen-Madre dio vida al Hombre-Dios, que nació de ella en el tiempo, y del divino Padre en la eternidad, el cual hizo que abundara la gracia, haciéndose muerte de nuestra muerte y aguijón del infierno.

            Alegrase cual gigante al recorrer el camino. Del confín del cielo es su salida, y su giro hasta el confín del cielo, y nada se sustrae a su calor (Sal_19_56). Dio saltos de gigante celestial a la tierra, hasta el seno materno. Más tarde, andando con los pasos de su madre, se trasladó por los montes de Judea para dar el compás al pequeño san Juan y organizar un baile de alegría en casa de Zacarías, en la que todos los coros y los espíritus saltan y estallan de júbilo santísimo.

            Dos soles danzan el día del nacimiento de Juan Bautista: Jesucristo, sol de justicia, hace estallar el espíritu de María: y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador (Lc_1_47). El sol, según el comentario que se hace en la fiesta de san Juan, da saltos. El cielo y la tierra parecen alegrarse con él: ¡Alégrense los cielos, regocíjese la tierra, retumbe el mar y cuanto encierra; exulte el campo y cuanto en él existe! (Sal_96_11s).Todo se alegra ante el nacimiento de san Juan. Una madre estéril y de edad muy avanzada, dejando estallar la alegría de su corazón, exclama: Saltó de gozo el niño en mi seno (Lc_1_44). Siente ella que su hijo salta de gusto en Dios del ser natural al de la gracia.

            De las montañas de Judea salta hasta el desierto. Vive de saltamontes y de las aguas ondulantes del río Jordán. Llega hasta sus orillas a imitación de su Maestro, saltando por los montes y rebasando las colinas, para aparecer revestido de tosca [1009] piel, como si hubiera nacido entre las fieras, que no se preocupan por fabricarse guaridas ni sembrar para alimentarse. Los hombres lo ven como un ser salvaje; los ángeles, como príncipe. De ellos aprendió a saltar ¡cuánto dañó se causó Lucifer al querer asemejarse al Altísimo!

            Fue por ello que no aceptó ser comparado al Mesías, a Elías, o alguno de los profetas. Dijo no ser otra cosa sino la voz que clama en el desierto para preparar el camino del Verbo, para y por quien vive y tiene el ser; nada es de sí ni por sí mismo. Es todo de su buen Maestro, no gozándose sino en la gloria infinita, obedeciendo sus leyes con toda justicia y santidad. Da gracias a María, que le llevó la vida de la gracia. No se queja de la bailarina que pidió lo privaran de la vida natural, ni de su infortunada madre, que continuó en sus vicios después de intentar acallar la voz que la acusaba.

            Sin embargo, esta cabeza seccionada clama con gritos más fuertes que la sangre de Abel en presencia del Dios vivo. Abel era justo e inocente; san Juan fue santificado por el santo de los santos y destinado al ministerio más alto que haya si do dado en la tierra a hombre alguno, con excepción de san José, pues los apóstoles, antes de la última cena, no eran sacerdotes y su tarea como apóstoles era de seguimiento. Juan, empero, tuvo que ir por delante para preparar angélicamente los caminos del rey de los ángeles, quienes fueron encargados de preparar los suyos.

            En cuanto a mí, creo que organizaron danzas angélicas; dichos espíritus, sin duda, estallaron de gozo al ver sobre la tierra al ángel encarnado que vivía milagrosamente. David pidió a Dios que inclinara los cielos y descendiera. Cuando el Verbo se hizo carne, Dios Padre dio a sus ángeles la orden de adorarlo. Fue hecho signo para honrar a Juan Bautista y alegrarse de su nacimiento. Dios tocó con un roce divino los montes angélicos, y ellos humearon un incienso místico en acciones de gracias que me parecen inefables. Los espíritus puros parecían extasiados de júbilo al ver un ángel terrestre que, por humildad, sería elevado hasta el sitio que perdió Lucifer a causa de su soberbia, diciendo que rebasaría el mandato de Dios y sería semejante al Altísimo; que se sentaría sobre los lucientes astros y asentaría su sede sobre la montaña de la Alianza del lado de Aquilón. Pensaba dar un salto a lo alto, pero lo dio a lo bajo, arrastrando, con el peso de su malicia a la tercera [1010] parte de los astros y dejando vacíos los lugares que Juan debía llenar con los ejemplos de la verdadera humildad. Juan dio un salto al limbo, para de allí brotar de nuevo hasta los cielos en el día de la triunfante ascensión de su maestro, en el que excedería a las montañas celestes para con templarlo sentado en lo más alto del cielo, por haberse con vertido en el cielo supremo.

            Cuando el divino Padre penetre los cielos con su gloriosa sutilidad, Juan, hijo de Isabel, descendiente del gran Aarón y progenie de Leví, acompañará al gran sacerdote eterno, poseedor el sacerdocio divino. Ver entonces cuánto es deseado aquel cuya faz anhelan contemplar los ángeles, que es el esperado de las colinas eternas del Padre y del Espíritu Santo, que jamás lo han dejado, pero que, de manera admirable, y en su justicia, quieren sentarlo en la gloria que mereció des pues de sufrir la confusión y los desprecios del Calvario, desde el que lanzó un grito que resonaría en el cielo y en la tierra, la cual temblaría y daría saltos: las piedras, los se pulcros, el sol y la naturaleza entera se estremecieron ante su muerte.

            Juan, no te admires si mueres para contentar el capricho de una cómica; naciste dando saltos; tu vida transcurrió entre saltos. Es necesario morir saltando. Jesucristo dijo a Pedro: "Guarda tu espada en la vaina, pues el que a hierro mata, a hierro muere". Es verdad que confesarás a tu maestro y lo negarás pero lo glorificarás en la cruz al confesarte indigno de ser clavado en ella en la misma posición que él. Juan Bautista vivirá dando saltos y morir a causa de la petición de una bailarina.

            Es como un primer impulso que conmociona a todas las personas de su casa paterna, convirtiéndolos en profetas. El Espíritu Santo guiaba a toda aquella admirable familia, que era más noble que los cielos inanimados, que enmudecen ante los espíritus angélicos. Fue él quien urgió a María para que atravesara las montañas después de haber concebido en sus entrañas al Verbo Encarnado, que es la diestra poderosa que manifestó el poder divino, santificando a san Juan y dándole fuerzas para saltar y volar del ser natural al de la gracia, como ya dije antes.

            Permíteme, gran santo, que entre en la prisión y te con temple moribundo, porque María, la madre del Verbo, no está a tu lado para verte expirar, como estuvo junto a ti cuando saliste de las entrañas maternales. Me arrodillaré ante tu sagrada cabeza y recibiré tu sangre que brota hacia lo alto, a fin de ser lavada, es decir, santificada por [1011] Jesús y María.

            Que así como el Espíritu Santo vivió siempre en tu santo cuerpo y en tu purísimo espíritu, sea yo llena de él; que obre como otra Natalia: si no puedo llevarme tu cabeza ni tu cuerpo, debido a que la triple se lleva la primera y tus discípulos cargan con el segundo para sepultarlo, que lengüetee las losas de tu prisión rociada con tan preciosa sangre. Veo a todos que, tristemente, llevan la noticia al Verbo Encarnado, quien se retira al desierto como si quisiera llorar la pérdida que la Judea acaba de ocasionar, y llorar la desgracia de los lugares honrados con tu presencia admirable.

            ¿Qué dices, vida mía, al contemplar la muerte del ángel que señala tus caminos? Me dices que en pocos años los sacerdotes te harán morir así como el cruel monarca lo mandó degollar. Pero, ¿qué misterio contemplamos en un silencio tan cabal, que no interrumpiste con una sola palabra acerca de di cha muerte, ni contra Herodes, ni contra la madre y la hija? ¿Acaso Juan es de tan poca importancia que su muerte no mere ció al menos un lamento? Reprochas a Jerusalén el mal que hizo durante tantos siglos, profetizando que la sangre de todos los justos asesinados desde Abel hasta Zacarías caerá sobre esta generación, y nada dices de la de Juan el Bautista.

            Su muerte fue ordenada por un Árabe, por un impío, del que no quisiste hablar ni recordar su nombre: No así los malvados, no así. Y los disipa‚ como polvo que el viento levanta de la tierra (Sal_18_42).

            Siempre desprecié a este impío como el polvo que el viento levanta de la superficie de la tierra. Me quejé de los judíos porque aparentaban ser fieles a las leyes divinas, y porque afirmaban ser la generación que buscaba al Dios de Jacob. A pesar de ello, dieron muerte a los profetas e hicieron morir a su Hijo único, muerte que habría gustado si ellos se hubieran rendido, después de tantas culpas, a su volunta de por medio de una contrición amorosa.

            Quise recuperar a las ovejas descarriadas de la casa de Israel y reunir a los hijos de la Jerusalén terrestre en la celestial, pero ella no quiso conocer mi bondad, haciéndose culpable de la muerte de los profetas enviados a ella, lo mismo que de mi muerte. Fue éste el motivo de mis lágrimas. Ella no causó la muerte de san Juan, pero como siempre es cogió de dos males el peor, quiso conferir la dignidad de Mesías a Juan, y a mí quitarme la de Dios, ennobleciéndolo con un título que él no se cuidó de aceptar.

            [1012] Prefirió privarme de los derechos divinos y humanos que me debía, dando muerte al autor de la vida natural, de la gracia y de la gloria, a fin de convertirse en una ciudad trastornada por sus desórdenes, en una Babilonia de confusión. Si no la acuso de la muerte de Juan Bautista, la culpo por el engaño con que lo trató y la sugestión y tentación para provocarlo a aceptar la dignidad de Mesías, que a mí sólo pertenece por ser el Verbo Encarnado. Con ese halago puso a Juan en peligro de perder la vida eterna y dar una caída semejante a la de Lucifer, si el Precursor no hubiera estado bien cimentado en el humilde conocimiento de sí mismo, y firme en su fidelidad al Verbo, del que fue testigo irreprochable y fiel a la verdad.

            Por esta razón les dije: ¿A quién piensan haber venido a ver al desierto? ¿A una caña agitada por el viento y cegada por la vanidad de su propia gloria? En verdad les digo que vinieron a ver un profeta, y más que un profeta, porque él es el fin de todas las profecías; es el fin de la ley. Juan mostró con el dedo al autor de la ley de la gracia, gracia sustancial que lleva sobre sí los pecados del mundo, que es la consumación de gracia y de gloria, el Redentor de los hombres, el glorificador de los ángeles, el soberano pontífice que, por sí mismo y sin ayuda de las criaturas, se llega hasta Dios.

            Y, lo que es mucho más, él es verdadero Dios con el Padre y el Espíritu Santo por igualdad consustancial de naturaleza, que es indivisible. Dichas tres divinas personas son inseparables. El pecado de Arrio consistió en arrancar al Hijo del seno del Padre. Este fue también el pecado de los príncipes de los sacerdotes, de los escribas y fariseos, los cuales quisieron constituir a Juan Bautista en la grandeza que no le era debida por naturaleza. Si, por participación, él es consorte de la naturaleza divina, se debe a una gracia que es ofrecida a todos los hombres, de la que pocos derivan su eterna felicidad, y muchos la de su condenación.

            Juan colmó la medida de la gracia, con cuyo auxilio entró en el gozo de su Señor, no sólo en calidad de fiel servidor, sino como amigo del esposo, del que es el padrino, según su propia expresión: Juan respondió: "Nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo". Vosotros mismos me sois testigos de que dije: "No soy el Cristo, sino que he sido enviando delante de él". El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. Es preciso que él crezca y que yo disminuya. El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído (Jn_3_27s).

            Juan, instruido por el Espíritu Santo, dijo que Jesús era el Mesías, que él era el esposo, sin deseo alguno de recibir lo que no le pertenecía. Su alegría fue grandísima al ver al que hace las delicias del Padre: El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna (Jn_3_33s). Desde este mundo, veía el reino de Dios, gustando por adelantado las dulzuras de la vi da eterna. Vio en Jesucristo al Cordero de Dios, que es el verdadero paraíso. Conoció al Padre por el Hijo, que es esplendor del Padre, imagen de su bondad, espejo sin mancha de su majestad. Así como es propio de los ángeles del cielo con templar la faz del Padre celestial, de igual manera este ángel de la tierra vio el rostro del Hijo, quien la beatifica.

            ¡Gran santo, ruega por nosotros al Dios de bondad!

Capítulo 183 - Plugo al divino esposo llamarme para desposarme con él, es el más bello de los hijos de los hombres

            [1015]Esta mañana, antes de comulgar, vi un niño real y divino, de belleza incomparable. De su cabeza y todos sus miembros dimanaba una diadema que coronaba todo su sagrado cuerpo. No percibí persona humana que sostuviera ni llevara a dicho niño adorable; se sostenía solo mediante su soporte divino, que me era invisible.

            Un poco antes, escuché que el más bello de los hijos de los hombres era mi esposo y que su Providencia divina me había llamado a fin de desposarme con este divino Salvador, el cual no desdeñaba mi pobreza y poquedad.

            A continuación de dicha visión se me explicó el versículo del salmo (Sal_45_11): Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prendará de tu belleza. Aprendí que no todos los que tienen ojos para ver las maravillas de Dios están atentos a ellas; no inclinan el oído del corazón para conocer y entender lo que Dios desea de ellos, porque no desean esforzarse en ponerlo en práctica. No desean apartarse de sus inclinaciones naturales; no quieren olvidar la casa paterna, ni dejar conversaciones que suelen tener con sus amigos según el mundo. Es por ello que el divino esposo no se complace en acariciarlas. Añadió que intercambia amor con las que siguen el consejo del real profeta, diciéndome: Como has visto seriamente mis intenciones, e inclinado tu oído con amorosa atención a mis designios, dejando la casa de tu padre y la ternura que en ella se te prodigaba, te he escogido para ser mi esposa, complaciéndome en la belleza que, a través de mis gracias, derramo en ti. Te ilumino con mi claridad. Ven, hija de Tiro, a adorar y admirar mi faz reluciente de esplendor. Has estado triste algún tiempo; deseo alegrarte y renovar en ti los gozos que en otras ocasiones te he comunicado. [1016]Ven al altar a recibir a tu divino amador, que alegrará tu juventud, a la que quiero renovar por mi gloria.

            La juventud que no se adhiere a mis inclinaciones amorosas no está dotada de la verdadera alegría que comunico con ellas. Muchas jóvenes se dejan llevar por goces frívolos, envejeciendo en medio de perniciosas costumbres. A pesar de ser jóvenes, no pueden subir a la montaña de la perfección por despreciar las mortificaciones; llevan a cuestas el pesado fardo de sus viciosos hábitos, no levantándose cuando los rayos de mi divina luz dan sobre sus ojos, sino que los cierran para no darse cuenta de lo que deben hacer. No desean recibir la luz que el Padre, con el Verbo y el Espíritu de verdad, les envía, por ser como una reconvención de sus faltas, que no han resuelto enmendar.

            Sube, hija mía, con la ayuda del rayo divino de la verdad hasta el seno del Padre eterno.

            Entonces me elevaron el Verbo y el Espíritu común para que entrara, de manera admirable, al tabernáculo de gracia y de bondad, exclamando: Te alabaré con la cítara, Dios, Dios mío (Sal_43_4). Te alabaré, Dios mío, con la misma alabanza de los ángeles. Mi divino amor me invitó a una amorosa confianza, diciéndome: Abre tu boca y la llenaré con mis dulzuras. Si tú eres la indigencia, yo soy la abundancia que puede satisfacerte con mis liberalidades. Deseo verter en tu alma una afluencia de delicias. Yo soy el real esposo, ungido por el Padre con óleo de alegría por encima de todos los ángeles y los hombres. La gracia se ha difundido en mis labios. Todo bien está en mí y procede de mí. Yo soy la luz indeficiente, la dulzura que atrae, el aroma suavísimo, el color amable y que recrea; la belleza de los campos me pertenece (Sal_50_11).

            Cuando me place, levanto el espíritu hasta la contemplación de las cosas celestiales. Cuando deseo alegrar los sentidos con la belleza de las flores, elevo hasta mi divino Padre a quienes lo adoran en espíritu y en verdad, porque él los reclama. Dios es Espíritu. Desea ser adorado en espíritu y en verdad. Dejé a la Iglesia mi cuerpo sagrado para alimentar a mis esposas y renovar mis admirables desposorios con ellas.

            Yo soy el esposo virginal y florido; nuestro lecho es todo de flores. Ven a él, mi toda mía.

            Querido esposo, a pesar de que no merezco este favor, lo acepto porque te complaces en llamarme a él. Concédeme que te sea fiel en el tiempo y en la eternidad.

Capítulo 184 - Magdalena dio más al Salvador cuando entró en casa de Simón el Fariseo, que la Reina de Sabá a Salomón, porque se dio a sí misma junto con la oración de los santos, que ofreció. El Salvador la enriqueció con su divino amor, mandándole ponerlo como sello en su brazo y como signo en su corazón. Él mismo la elevó hasta su propia gloria, asociándola a su Reino y a su Corona.

            [1017] Admire quien lo desee, la visita de la Reina de Sabá para ver a Salomón. Ella llegó del Oriente, trayendo perfumes aromáticos que Salomón recibió. El le ofreció regalos reales y magníficos.

            Por lo que a mí respecta, me arrebata de admiración contemplar a Magdalena ascendiendo desde Occidente, para descender, llevada por sus culpas, en el Oriente de la gracia, haciendo una entrega irrevocable de todo lo que tenía al verdadero Oriente por esencia, que es más que Salomón. Me refiero al Verbo Encarnado, Oriente en la Trinidad, Oriente en nuestra humanidad, porque quiso nacer de una Virgen y parece nacer en todo momento en los corazones y en nuestros altares.

            La benignidad de Jesús, unida a su reputación, atrajo a Magdalena. Su miseria y la infamia la detenían, pero el amor, que impulsa a una y atrae a la otra, convierte ambas divergencias en adhesiones admirables. Ve, Magdalena, y di con David a aquel que te hará más gloriosa que muchas que jamás tuvieron la culpa en que caíste: y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene. Más los que tratan de perder mi alma, ¡caigan en las honduras de la tierra! ¡Sean pasados al filo de la espada, sirvan de presa a los chacales! (Sal_63_8s).

            El rey de amor y los ángeles, sus leales súbditos, se alegrarán en ti, festejando tu llegada. El acallará la murmuración del fariseo y de todos los demás, para elogiarte con alabanzas que sólo él puede expresar. [1018] Por esto mismo, reserva para sí el entenderlas, diciendo: ¿Ves a esta mujer? y en voz más baja: porque ha amado mucho. Cuando el amor afirma que es mucho, es necesario creer que se refiere a un gran exceso, porque el amor es, por naturaleza, insaciable. El amor divino; es decir, el amor que procede de Dios, no es ciego. El Verbo Encarnado es la luz, la verdad y la sabiduría divina. Por ello estima una acción como algo digno de su precio, porque él le confiere este valor. Es él quien llama a lo que no es para darle el ser, así como a las cosas que ya lo tienen.

            Magdalena fue atraída por el Padre, quien la hizo digna, a través del Espíritu, de ser la amada y amadora del Hijo, que es, con el Padre y el Espíritu Santo, un Dios indivisible cuya naturaleza es simplísima; un Dios, que es tres en personas, y sólo uno en esencia. Es él quien ama y corresponde al amor de Magdalena; es su amor; amor que la atrae, amor que la recibe, amor que la posee y es poseído por ella tanto cuanto él le confiere la capacidad de poseer. Amor que hoy la transforma como el ángel, al que se entregó gran cantidad de incienso: un don de oración altísimo, porque llega instantáneamente ante el Altísimo, evaporado por acción de su propio fuego. Al arder, conserva su sustancia, afirmando que ella lo eligió para ser su porción, y que jamás será privada de él.

            En calidad de rey, nunca se arrepiente de sus dones; pero en calidad de amor, él es, en sí mismo, el donante y el don. Le complace en especial, recibir los regalos que le ofrece la reina de los enamorados: su madre, que es la emperatriz del amor, la única paloma, toda hermosa, que jamás tuvo rastro de mancha. Es la Virgen por excelencia en cuerpo y espíritu, exenta de pecado original y actual. ¿Que nunca tuvo la dicha de Magdalena de escuchar que amaba mucho de labios de la soberana verdad? El Evangelio no la alaba de este modo. San Juan dijo con razón que él era el discípulo amado. Jesús pregunta a san Pedro si lo ama más que a todo. De Magdalena, sin embargo, asegura que lo ama en exceso; es decir, de manera eminente.

            Ella es, pues, el ángel al que se dio un corazón de oro, en el que, cual áureo incensario, está colocada la oración de los santos, la oración del Santo de los santos, porque el amor hace todo común, igualando a los que se aman cuando encuentra diferencias en ellos. Jesucristo, al abajarse, la levantó, a fin de que pudiera unirse a él. Magdalena, a los ojos del fariseo, es despreciable porque él la considera pecadora. Ante la mirada de Jesucristo, ella se vuelve grande porque, con el perdón de sus pecados, le dio él la gracia, pero la suprema, concediéndole un amor tan eminente, que la Iglesia declarara, a continuación del testimonio de su esposo, que Magdalena amó mucho; es decir, que amaba más ardientemente que el resto de los fieles: [1019] Resucitado y victorioso, vio a Jesús salir de los infiernos; y mereció el gozo primero.

            La que le amaba sobre todo lo creado. Su amor era más que seráfico. Aunque estos espíritus son del todo ardientes, Jesucristo jamás dijo que amaban mucho, como afirmó de Magdalena. Ella fue ensalzada muy por encima de los ángeles. ¿Quién dudará que el coro más alto no fuera el encargado de elevarla siete veces al día? Elevarse es propiedad del fuego. Dichos espíritus se complacen en levantarla con la llama. El ángel que anunció el nacimiento de Sansón perfeccionó el sacrificio, es decir, el holocausto, al subir al cielo utilizando la llama como carro. Magdalena es divinizada por la fuerza del amor divino que es el alma de su alma, la cual estaba más en Jesucristo, al que amaba, que en su cuerpo, al que animaba.

            La Reina de Sabá quedó sin aliento al admirar las excelencias de Salomón; pero su pasmo fue breve. Magdalena expiró al suspirar. Jamás respiró otra cosa que el aire del sacrosanto amor del divino Salomón, convirtiéndose en servidora suya y perdiéndose en él para no volverse a encontrar. No se contentó con regalar sus perfumes aromáticos, ni con llevarse dones de Salomón, sino que quiso al mismo Salomón vivo y muerto. Cuando se le dijo que había descendido a los infiernos para visitar las regiones más profundas de la tierra, su amor, en su osadía, habría tratado de arrancarlo de manos de aquellos espíritus, llenos de odio, si su bondad le hubiera permitido descender hasta ellos.

            Si el jardinero le hubiera dicho: Soy un demonio que se lo llevó muerto a los infiernos, así como lo llevó vivo hasta el pináculo del templo y sobre el monte más elevado, donde le ofrecí la gloria del mundo que tú has dejado, Magdalena hubiera descendido viva para sacar de allí a su difunto amor. Sabía muy bien que el tiempo de la pasión fue la gran oportunidad de los demonios, que parecieron posesionarse de las detestables personas de los ministros que juzgaron al inocente como culpable. Por ello dijo la sabiduría eterna: He aquí su hora, he aquí el tiempo en que manifestarán sus locuras y odio rabioso; la oscuridad del infierno y las tinieblas palpables. Dejen ir a los que están conmigo. Reténganme sólo a mí. A pesar de ser yo la luz por esencia y por excelencia, ceder‚ ante ustedes por ahora; beber‚ el cáliz que me ha mandado mi Padre.

            Querido enamorado, tus discípulos se alejaron, [1020] pero Magdalena permanecer porque tú permaneces; porque, en razón del amor que tanto alabaste, se hizo una misma cosa contigo. Al comprar el ungüento para derramarlo sobre tus pies y tu cabeza, te ofrece y entrega todo lo que fue creado en olor de suavidad. Hace de ello un incienso junto con ella misma, que evapora en el fuego de tu amor.

            Digo, vida mía, que tú eres su fuego y su incensario; tu divinidad y tu humanidad le fueron ofrecidas, y ella optó por ambas. Admirable en extremo es para mí esta ciencia, sublime: no la comprendo. ¿Adónde ir‚ lejos de tu espíritu? y ¿adónde huir‚ de tu rostro? Si subiere al cielo, allí estás; si en el infierno me acuesto, allí te encuentras. Si tomare las alas de la aurora, si habitare en el confín del mar; también allí me guiar tu mano, y me asirá tu diestra (Sal_138_7s).

            Magdalena, tu amor se hizo admirable en mí. Es único en su intención y múltiple en sus actos. Se duplica por asaltarme amorosamente, de suerte que no puedo disimularlo. Es necesario que me confiese vencido, a pesar de ser tu vencedor. ¿A dónde ir‚ para alejarme de tu llama, para no aparecer ante tu rostro? Si subo al cielo de mi grandeza, allí estás tú, siendo ensalzada. Si desciendo al infierno de mis anonadamientos y menosprecios, sólo buscas colmarte de oprobios: allí te encuentro como en tu propio centro, porque sólo buscas imitarme.

            Si, como Oriente, me levanto antes de la aurora, en vertiginoso vuelo, tu amor, si fuera posible, me precedería. Si habito y hago mi morada en un mar de dolor extremo, allí te encuentro porque tu contrición es grande como el mar. Hija de Sión, allí me retendrás como cautivo: también allí tu mano me conduce y tu caridad a ella me ceñir. Si dejara que me retuvieras después de mi resurrección, tu diestra sería capaz de conservarme en la tierra por amorosa complacencia, si la poderosa ley de la obediencia que debo a mi Padre no me lo impidiera.

            Digo, querida mía, que, si por un imposible, no pudiera yo estar en todas partes, dejaría los lugares de mi gloria para residir contigo en el de mi confusión. Escogería la morada de tinieblas, ocupándome en desatar [1021] la oscuridad de esta noche, para hacer de ella mi luz, porque gozar de su amor es no buscar ya más, en tanto que uno busque sólo para encontrar. El fuego se enciende para iluminar al que busca o camina. El amor es el precio y la gloria, gloria que es iluminada por claridades eternas, de modo que lo que parece noche a los sentidos, es un bello y luminoso día para el espíritu; luz que es sólo tiniebla para los espíritus del siglo, que la desconocen del todo.

            También, como ellos, la desconocería si tú, amor mío, no me hubieras prevenido como a un niño débil, adelantándote con tu gracia, a fin de fortalecerme para seguir tus pasos y sostener la carga de tu cruz, cuyo peso aumentan mis pecados. Te doy gracias por tantas maravillas: porque tus obras son maravillosas y conociste perfectamente mi alma (Sal_138_14s). Te alabar‚ porque brillas con magnificencia, y con ello me engrandeces. Produces en mí obras admirables. Mi alma percibe su grandeza y las juzga incomparables. El pensamiento de mi corazón está abierto ante ti; es como mis labios: soy incapaz de expresarlos porque lo que haces ocultamente en el secreto de mi corazón es indecible a cualquier otro que no seas tú. En tu condición de Verbo, eres tú quien me habla y me mueve a hablar al mismo tiempo que me abismo en sentimientos de mi bajeza hasta el centro de la tierra, de la que fui formada, recibiendo el ser de la nada.

            Sé muy bien que tus penetrantes ojos ven mis imperfecciones y que todo está escrito en ti, porque eres el Verbo divino que lleva en sí todas las cosas; dentro de ti y en tu presencia están todos los pensamientos, todas las palabras y todas las acciones. Eres el Verbo Encarnado, el libro escrito por dentro y por fuera. Como Verbo, eres del todo interior; en cuanto encarnado, eres exterior. En ti están anotados mis pecados con tu sangre, escritos con los instrumentos de tu Pasión. Das conclusión a los días en que te ofendí, en los que no hice bien alguno, malgastándolos en vanidad y pecado. Sin embargo, bondad divina y misericordiosa, has obrado de manera que todas mis faltas sean borradas, cancelando mis adeudos, a fin de que nunca más pueda tu justicia culparme ni exigirme nada por ellos. Veo, Señor, cuán grandemente honras a tus amigos; excelso sobremanera es su poder (Sal_138_17).

            En cuanto a mí, tengo la dicha de ser tu amiga. Me concedes un [1022] gran honor. Mi principado está asegurado, porque dijiste que jamás me ser arrebatado. Que los hombres y los ángeles que se cuentan entre las estrellas del cielo y las arenas del mar, participen del honor de tus amables gracias. En esto residir mi contento, pues mi gozo consiste en contarme entre ellos, aunque mi júbilo mayor es que, estando alejada de ti por el pecado, en el que estaba muerta, tu gracia me resucitó y ahora estoy contigo: He resucitado y estoy contigo.

            Tomar‚ posesión de ti; nunca te abandonaré; mejor dicho, tú me posees, resuelto a no abandonarme durante la eternidad. Me condujiste hasta la casa de tu madre, en las entrañas del Padre eterno, que te engendra hoy en el esplendor de los santos: antes del lucero, como al rocío, te engendré (Sal_109_3). El que juró sin poder arrepentirse que eres sacerdote según el orden de Melquisedec, y que te comunica su esencia, desea que me levantes contigo y me confieras el oficio de ángel, es decir, de levita; dándome por entero tu mismo ser y tu corazón para que sean mi incensario de oro.

            Levantaste los siete sellos mediante las siete palabras que dijiste en la cruz. Que los siete ángeles que asisten en presencia de tu Majestad hagan resonar sus siete trompetas. En cuanto a mí, después de conversar contigo, me convertí en otro ángel, aunque procedente de la tierra: Otro ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono de Dios (Ap_8_3).

            Magdalena, mientras estuviste en casa de Simón, te mantuviste en pie detrás del amor; ahora, en cambio, que moras en casa de Dios, estás delante del amor, ofreciendo un corazón de oro purísimo cuyo amor invita a todos los santos a confiarte sus oraciones, sabiendo que las tuyas hacen la complacencia del Santo de los santos, que te ha concedido su sufragio. El es tu corazón y tu altar. De él has recibido todo, y a él todo devuelves. Como él es tu peso y tu amor; te trasladas hasta donde él se encuentra: y por la mano del ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos (Ap_8_4).

            Y cuando deseas tomar en tu corazón a Jesucristo, al fuego del altar de Dios que es el Verbo Encarnado, para enviarlo al mundo, produces truenos, voces, rayos y grandes mutaciones en la tierra: y el ángel tomó el incensario y lo llenó con brasas del altar y las arrojó sobre la tierra. Entonces hubo truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra (Ap_8_5). Tú impetras los sollozos, los suspiros, los arrepentimientos y los propósitos para [1023] transformar los vicios de la tierra en virtudes celestiales con tal claridad divina, que parece al alma haberse convertido en un rayo luminoso y ardiente.

            La prontitud que demuestras al escuchar a tus hijos espirituales es tan grande, que, si dependiera de ellos, muchos se seguirían tus pasos al instante. Tú les alcanzas el poder de la diestra divina, que modifica en poco tiempo al alma que le corresponde. Aún no habías tenido el honor de estar en la presencia de J. V. E., cuando ya habías cambiado del todo. A ello se debió que Simón te desconociera. J.C. le aconsejó te observara con más atención, a fin de que percibiera el cambio obrado en ti por su poderosa diestra, y que reconociera que la magnificencia de su gracia te había hecho magnífica en sólo pocas horas.

            Lleva el nombre de rey de bondad, que es altamente engrandecido en ti. Es el rey magnífico por esencia. Tú por participación, te comportas santamente pródiga hacia él, y él divinamente pródigo hacia ti. Le estás agradecida por todo, y él proclama que tu amor hacia él lo haría insolvente si no fuera Dios. Es rico con inmensidad de quien posee en sí todas las riquezas del Padre celestial, pero prefiere ocultarlas y confesarse deudor al fariseo y a ti, llamándose pobre por no tener con qué pagar lo que debe a cada uno.

            Contó al fariseo la admirable par bola por la que se condenó justamente, sin saber que se refería a él. El divino anfitrión, empero, no quiso salir sin contar lo que recibió de él y de ti; mejor dicho, lo que no pudo recibir de él y lo que tú le diste. Lo afirmó por exceso de amor, refiriendo las pequeñeces y detalles, para después hacer la suma total: ora tu ungüento, ora tus lágrimas, ya tu cabellera, ya tus besos, diciendo que habías sido incesante. Es que su corazón no pudo escapar ni un solo momento a los dulces sentimientos que tu boca le causaba, aunque por respeto sólo haya tocado sus pies. Fue ese, sin embargo, el signo visible del amor invisible que no es insensible. Quiero decir que se hace visible por la fuerza del sentimiento, sea a la vista o a los otros sentidos, ante los que se manifiesta.

            Lejos de entorpecerlos, el amor los angeliza. No los abaja, sino que los eleva y espiritualiza. La esposa dice que los vestidos de su esposo huelen a incienso; se convierten en perfumes, pero perfumes compuestos de toda clase de aromas, aunque ella se encuentre en una tumba, rehuyendo toda conversación con las criaturas y adormecida sobre el lecho de su amado, el cual prohíbe despertarla aun a las hijas de Jerusalén; es decir, a los pensamientos más pacíficos. Este aroma la descubre ante los ángeles y los hombres, que exclaman al unísono: ¿Quién es esta que sube del desierto rebosando en delicias, apoyada en su amado? (Ct_8_5).

            [1024] ¿Qué es eso que sube del desierto cual columna de humo sahumado de mirra y de incienso, de todo polvo de aromas exóticos? (Ct_3_6). Es la columnilla compuesta o transformada en humo aromático con las fragantes esencias de todos los polvos que vuelven a integrar el perfume que sube del y a través del desierto, no pensando ni en ella ni en las criaturas. Piensa únicamente en su amado, que parece sólo pensar en ella, conjurando al cielo y a la tierra para que la dejen reposar y dándole guardias mientras que ella duerme en su lecho real y divino. No está contento si él mismo no la cuida. Es por ello que coloca su mano izquierda bajo su cabeza mientras la abraza con la derecha. No me admira el verla colmada de delicias, porque el Hijo amado del Padre celestial se las comunica a manos llenas, haciéndose todas las cosas para hacerla toda de él, a fin de que ella posea enteramente su totalidad.

            Le pide por favor que lo ponga interiormente sobre su corazón, y externamente sobre su brazo. Lo hace con razón, porque ella le pertenece, porque él la creó. Le pertenece, además, por haberla creado de nuevo a expensas de todo su ser, muriendo para ser su abundante redención. ¿Pides acaso, divina finura, como un favor lo que se te debe en justicia? Es porque eres el caballero enamorado por excelencia; tu amor es más fuerte que la muerte, y tus celos, más duros que el infierno, son más dulces que la vida. Tu poder es más delicado que el rocío de la mañana, a fin de suavizar el corazón al que quieres penetrar, para morar en él o ser grabado sobre los brazos de la que es señora de tus obras, es decir, de ti mismo.

            Es que estás divinamente celoso y humanamente apasionado de tu amada. Deseas ser el único en servirla, diciendo a los ángeles y a los hombres que duerme ante sus ojos, porque sabe muy bien que tú sólo eres su despertar. Se haría indigna de tu tálamo, y sobre todo de tus amores, si diera oído a otra cosa que tu amor. Le agrada más su libertad cautiva, que las cautivantes libertades de los placeres mundanos. Prefiere la cruz interior sobre su corazón y la exterior sobre su brazo, a todas las cadenas, collares y las más costosas piedras preciosas, asentando su exterior en la paz a través de tus sufrimientos, y su interior en la alegría, a causa de tu amor.

            ¿Qué más puede desear, después de haber escuchado estas palabras de un esposo enamorado, que sostienen la cabeza y todo el cuerpo? Su esposo le pidió, por amor, grabarlo en su corazón y sobre su brazo. El amor que tiene hacia ella lo hará morir si ella no conserva su vida dentro de [1025] su corazón y sobre su brazo, asegurándole que el amor es más fuerte que la muerte. Es como si le dijera: Magdalena, amor mío, muy pronto morir‚ por todos, y sólo por ti como si fueras todos. Por favor consérvame vivo en tu corazón y sobre tu brazo. Yo soy el Verbo unido en un mismo ser a la naturaleza humana; pero tomé un cuerpo mortal que muy pronto debe morir. Tú vivirás a mi lado. Retenme con vida en ti. Que mi amor siga viviendo a pesar de la muerte, porque es más fuerte que ella. Que mis celos sean más duros que el infierno, para librar a las almas del poder de las tinieblas.

            Persevera como una lámpara de fuego a través de una ardiente caridad. Que ni los ríos de las contradicciones, ni el mismo mar de mi Pasión, extingan estos fuegos. Sabe, querida mía, que aun cuando todos los fariseos, todos los Herodes, todos los Césares, todos los Cresos, cedieran sus tesoros; es decir, que aun cuando los hombres entregaran toda su sustancia como contrapeso o a cambio de nuestra amorosa caridad, todo ello sería reputado por nada. Tú sabes lo que dije al fariseo; soy, sin comparación, tu deudor por una cuenta ante la que confieso ser pobre.

            Nada me pertenece salvo mi divinidad, que no se me puede arrebatar. Esto es lo que te doy: mi cuerpo en la cruz, mi alma en los limbos, mi vida en la muerte; mi amor pertenece en verdad a los elegidos, pero después de mi madre, es tuyo de manera especial. El amor se paga con amor. Tú me amas mucho, y yo te amo infinitamente. Para hacerte infinita en mi divinidad, me hice finito o mortal en mi humanidad. ¿Qué más puede hacer el amor? Salomón recibió regalos, pero fue demasiado magnífico y generoso para no devolver a la reina otros más costosos que los suyos: El rey Salomón, por su parte, dio a la reina de Sabá todo cuanto ella quiso y le pidió; sin contar los presentes que de su grado le hizo con regia magnificencia. Ella se volvió y partió para su tierra con sus criados (1R_10_13).

            Magdalena fue magnífica, pero el Verbo Encarnado, más grande que Salomón, es la magnificencia infinita unida al amor infinito. El la enriqueció con sus gracias, la colmó de fidelidad y la glorificó. La alojó en su divino alcázar, sin permitir que de allí volviera a la compañía de sus domésticos y súbditos. La elevó a los cielos, haciéndola participar de su corona y su propia gloria.

Capítulo 185 - Gran favor que el Padre eterno concedió a san Pedro al revelarle su generación eterna. Gran merced de parte del Hijo al decirle que sería la piedra fundamental y lo seguiría en la cruz, por la que llegaría a poseer la gloria.

            [1029] Luz eterna, si no somos iluminados por tus rayos, permanecemos en las tinieblas. ¿Qué espíritu, por bello que sea, en la opinión del vulgo, ha podido conocer la luz de luz si la fuente de luz no lo ilumina? Es por ello que el Verbo eterno dijo a san Pedro que la carne y la sangre no le habían revelado los claros conocimientos que tuvo de su divinidad, sino el Padre que está en el cielo, que elevó el espíritu de san Pedro para instruirlo divinamente.

            Padre de las luces, me iluminaste en medio de las tinieblas acerca de la revelación que concediste a san Pedro sobre la excelencia de tu Hijo, y que en esta elección, revelación y confesión de san Pedro reside la perfección de la naturaleza, de la gracia y de la gloria, así como la totalidad de la filosofía, la teología y los estados. Santo Tomás y los escolásticos elaboraron largos discursos inspirados en y derivados de estas pocas palabras: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt_16_16).

            Después de la confesión de san Pedro, el Verbo le aseguró que era instruido por el Padre que lo engendra, en su calidad de príncipe de la Iglesia. El Padre eterno le manifestó a su Hijo amado, que es su única progenie, a fin de que lo confesara como es: su delfín en el mar de la divinidad y en el de nuestra humanidad. Lo que afirman todos los teólogos queda comprendido de manera eminente en las palabras que pronunció san Pedro, al ser elegido, iluminado y confirmado en su fe por la luz que emana del Padre celestial, que es su

            Hijo, e inflamado por el amor que ambos producen: el Espíritu Santo. Dios creó al hombre para que le conozca y le ame. San Pedro tuvo estas dos gracias: conoció a Jesucristo, confesándolo en voz alta, lo cual es amarlo. [1030] Dios escogió a Abraham para ser el padre de las promesas, el cual las adoró de lejos y en figura. Abraham llevó en sí el origen de todos los iniciados, de todos los que deben recibir la gracia por Jesucristo. San Pedro, en cambio, es padre de los creyentes y de los que han de poseer la gloria con Jesucristo; es decir, desde esta vida, por esta razón fue llamado bienaventurado.

            Abraham posee la promesa de ver la generación temporal y ser el padre del Salvador, que debía nacer de sus entrañas. San Pedro tuvo el privilegio de ver la generación eterna y temporal, de ser el vicario de Jesucristo: papa significa lo mismo que padre. Abraham tiene la promesa de tener un hijo, mas para morir, a fin de que pagara tributo a la muerte como los demás hijos de Adán. San Pedro ve y tiene la alegría de este Hijo, que no morirá jamás por ser el Hijo del Dios vivo y la vida divina; y esto, por esencia.

            Se puede afirmar, con razón, que san Pedro es padre. Jesucristo mismo lo constituyó como tal, infundiéndole en este día el conocimiento de aquel por cuya mediación el Padre eterno es omnisciente y Padre de todos. San Pedro engendra la verdad en los espíritus que saben escuchar. El Hijo de Dios nace en su entendimiento, dándoles la seguridad de que él es la vida de Dios; es decir, que él es Hijo del Dios vivo; que si es mortal en su humanidad, es para devolver la vida a los muertos. Una vez vencida la muerte, la vida vivir para siempre. Al morir el pecado, Dios vive eternamente. La muerte no dominar más al Salvador: él la precipitó a los abismos a perpetuidad. Había subido demasiado alto, apoderándose de la naturaleza que el Verbo había tomado, sigue asumiendo y poseer para siempre. El precipitó su soberbia, siendo tanto su muerte como su infierno.

            Por su muerte, adquirió para nosotros la felicidad que el Padre celestial comparte en este día con san Pedro; mismo en que le concedió la revelación de la divinidad de su Hijo, el cual manifiesta claramente que el Padre le confió todo juicio y todo poder, al decir a san Pedro:

            Mi Padre te ha iluminado, y yo te confirmo en la felicidad que él desea para ti, afirmando que eres bienaventurado. Yo no puedo mentir; mi ofrecimiento es un don porque yo soy la palabra eficaz, y nuestra común voluntad, que es el Espíritu Santo, te santifica en calidad de bienaventurado, lo cual es ser santo. Tú, Pedro, eres Pedro y sobre esta piedra edificar‚ mi Iglesia. Yo soy el fundamento por poder y por esencia. Tú serás el fundamento por participación, por gracia y por un misterio de fe. Podrás decir con razón que [1031] eres consorte de la naturaleza divina, después de confesar que Jesucristo es el Hijo del Dios vivo, que está en el cielo.

            Vine al mundo entre los muertos de la tierra y del tiempo; soy ungido sobre mis compañeros con óleo de alegría. Veo claramente y gusto con suavidad la belleza misma y la de la beatitud, por llevar en mí la visión beatífica, la cual comunico a mi alma en su parte superior de manera supereminente, con preferencia a mis compañeros. Juan, mi predilecto, dirá transportado de admiración: ¡Mirad qué amor nos ha tenido el Padre! (1Jn_3_1). Consideren la grandeza de la dignidad que Dios les ha dado de llamarse y ser hijos de Dios, por la muerte de la muerte.

            Yo soy vida de la vida, yo soy el Hijo vivo del Padre de la vida; yo soy la filiación viviente. Las demás filiaciones proceden de una muerte viviente o de una vida que muere. Considera las generaciones temporales de las criaturas, y comprobarás lo que digo. La corrupción precede a la generación; la división va antes que la unión; la muerte se adelanta a la vida; la salida precede a la entrada; el desamparo se anticipa a la aceptación; la pérdida previene la ganancia, el desfallecimiento antecede a la subsistencia; la caída se antepone al levantarse, el cese es primero y después la operación y la debilidad se anticipa a la fuerza, así como la nada existió antes de la creación o del ser.

            En mi pasión acepté de corazón la división del Hombre-Dios. No estando obligado a sufrir la corrupción, elegí y sufrí la división. El amor me movió a escoger la división para reunir a los divididos con la divinidad indivisible. Es propio del amor unir y reunir. El había unido al hombre por gracia y, habiéndolo creado, lo reintegró mediante la gracia y la gloria después de que se desintegró por el pecado, obrando esta reconciliación en Cristo. Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, dijo san Pablo. No quise rogar por el mundo, sino por el mini-mundo, que es el hombre, el microcosmos que Dios Padre amó al grado de darle a su Hijo único, a fin de salvarlo por su medio, es decir, unió o recogió al hombre dividido al dividir al Hombre-Dios, sin dividir la divinidad indivisa e indivisible, la cual jamás dejó lo que una vez asumió, [1032] a pesar de encontrarme muerto en la cruz y extinto en el sepulcro. Seguí siendo el Hijo del Dios vivo en la una y en el otro. Mi alma fue apoyada por la vida divina en los limbos. Ni ella ni el cuerpo en el sepulcro, fueron abandonados en momento alguno por el soporte divino. San Pedro profesó la acción del Padre al engendrar a su Hijo, que es la vida y la luz que da vida a todo ser viviente: vida natural, vida de la gracia, vida gloriosa, luz natural, luz de gracia, luz de gloria, que hace felices al ángel y al hombre, al darles en posesión su felicidad, según la afirmación de que los ángeles guardianes contemplan sin cesar el rostro del Padre celestial. Jesucristo dijo que san Pedro fue instruido por el Padre que está en el cielo, manifestando que entrevió la bienaventuranza, y a este espejo voluntario que Dios, su Padre, le mostró, en el que se mira por ser un espejo fiel y sin mancha de su majestad, contemplando su grandeza en esta Palabra que pronuncia divinamente, y produciendo con este Hijo, mediante un suspiro amoroso, al Espíritu Santo que los abraza y liga íntimamente, por ser el término de sus voluntades.

            San Pedro fue iluminado por la luz de la gloria; a ello se debió que Jesucristo le dijera: Bienaventurado eres, hijo de paloma, por contemplar en la esencia divina los divinos efluvios. Me refiero a las divinas emanaciones, en especial la del entendimiento paterno que se denomina Hijo, a quien el Padre reveló a san Pedro por medio de una luz extraordinaria que nada tiene de común con la carne y la sangre, en la que transformó el espíritu de san Pedro como bienaventurado en su intuición y en su confesión, que le valieron estas palabras del Salvador: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificar‚ mi Iglesia con tanta firmeza, que las puertas del infierno jamás prevalecerán. A ningún hombre se dio conocimiento más sublime; jamás se concedió mayor poder al hombre, con excepción del Hombre-Dios.

            Te doy las llaves del reino de los cielos. Mi Padre abrió tu entendimiento para contemplar en su seno a su eterna generación. Te confirmo esta gracia visible y sensiblemente a través de mi palabra sensible, que yo te comunico. Todo lo que ates en la tierra, será atado en el cielo; todo lo que desates en la tierra, desatado será en el cielo. Así como mi Padre, que está en el cielo, ha levantado hacia él tu mirada, elevo tu poder hasta el cielo. Yo soy la impronta en la divinidad, y el [1033] sello en la humanidad. Todo es marcado por mi medio, y todo está abierto en el interior y en el exterior.

            Yo soy el Verbo de vida. Mi Padre por mí te ilumina y te confiere poder. Yo soy la carta patente sellada divina y humanamente; yo soy la impronta y gran sello de las armas divinas. Con él te comunico la gracia y el espíritu de gracia, así como lo produzco con él. Con el mismo poder, saber y querer, se te da el dedo de la divina diestra. Se trata de nuestra voluntad y nuestro amor, que es el término inmenso e infinito de nuestra divina voluntad.

            ¡Ah, Pedro, Eres tan sabio como poderoso! Pero, Pedro, es necesario que ames y asegures tu propia vocación a la salvación mediante las buenas obras. Tu cargo y ministerio se apoyan en la palabra del Verbo; el cielo y la tierra pasarán, pero ella permanecerá. Ni todo el infierno podrá prevalecer. Pero, Pedro, eres frágil y pecador, no estás confirmado en gracia ni en gloria: que esta dignidad no te engría, que la contemplación de la beatitud no te lleve a huir de la cruz. No la poseerás enteramente como comprensor, hasta que hayas entendido la cruz, y que ella te haya abarcado.

            Aquel a quien pertenece la gloria porque le es debida por esencia, no quiso gozarla sino a través de la cruz, los sufrimientos y el menosprecio. Lo diste a conocer tal como el Padre te lo manifestó. El consintió a la voluntad paterna: era el momento señalado para hablar de su grandeza; pero también él escogió su momento para imponer silencio a esa gloria: Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo (Mt_16_20).

            Pedro, amo el mandato que te dio mi Padre, porque se complace en alabarme. Su gloria consiste en glorificar a su Hijo. Atesoro el momento, el cual me hace desear el desprecio, y al partir, mando a todos mis discípulos que callen, prohibiéndoles hablar durante mi vida mortal de la vida inmortal que poseo por ser Cristo, el Hijo del Dios vivo.

            He oído y aprobado la confesión de aquel a quien mi Padre enseñó y movió a hablar del Verbo de vida por nuestro Espíritu común, mas por ahora prohíbo a todos los que son mis discípulos, por mi instintiva humildad de espíritu, que no declaren al exterior la grandeza que poseo en el interior. Se lo hice saber desde entonces, aprovechando la ocasión para humillarme en el tiempo propicio para gloriarme. [1034] El parecer divino está tan alejado del parecer humano como el cielo de la tierra. Mis caminos no son los de ustedes.

            Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y sufrir la muerte y resucitar al tercer día (Mt_16_21). Jesús comenzó a mostrar su elocuencia al hablar a sus discípulos de la lección que quería que aprendieran, contraria a las máximas del mundo, de la carne, de la sangre y del demonio: se trataba de la cruz, del menosprecio y de la muerte ignominiosa, la cual le fue impuesta por los ancianos, los doctos y los príncipes de los sacerdotes, pareciéndole más dura por provenir de personas de calidad, a las que el pueblo estima sobre las demás como gente de saber, de virtud y de excelencia, cuya aparente eminencia contribuyó a la degradación de Jesucristo.

            No es cosa muy aflictiva el ser juzgado por niños, dementes o malhechores reconocidos como tales. El juicio de un pobre plebeyo carece de peso; con frecuencia es despreciado aunque sea bueno, por no ir unido al lustre que aportan la nobleza y las riquezas. Este falso prestigio tiene su brillo, aunque sea vacuo. Jesucristo, sabiendo que al ser afligido por aquellos grandes sería más afrentado, propuso a los suyos sus humillaciones y su muerte, lo cual san Pedro pensó era indebido a la majestad del Hijo del Dios vivo, por no considerarlo hijo de un hombre mortal, un hombre que deseaba morir. Exclamó, como lleno de celo o de una caridad cegada por el amor propio, que no comprende las cosas de Dios: ¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso! (Mt_16_22). Buen san Pedro, ¿Dónde estás? El evangelista nos cuenta tu estado: "Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: ¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso! (Mt_16_22). El Padre eterno te reveló ciertamente la grandeza de su Hijo, mas dejando a su Hijo la tarea de enseñarte la humildad. ¡Pero, qué! ¿Piensas enseñar a la sabiduría eterna, tomando a Jesús aparte para decirle que no diga cosa tan alejada de su sentir, como es la muerte de la cruz, sin la que jamás llegarás a poseer la gloria que te está destinada? El Salvador no quiere poseerla sino a través de la cruz. Este será el favor que te conceda: seguirlo y glorificarlo en la cruz. Pareces censurar su sabiduría, pero él condena tu desvarío, que es semejante al de Satán:

            [1035] Volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres! (Mt_16_23). Prosiguió con la declaración de los frutos de la cruz y los menosprecios, mostrando que la ganancia de la divinidad reside en la pérdida de nuestra humanidad y que el total anonadamiento de las cosas creadas y de nosotros mismos nos lleva a adquirir la posesión de la gloria increada.

            El es Dios mismo. Conociste en teoría la extracción, o mejor dicho, la generación del Verbo divino, quien quiso que conocieras en la práctica su anonadamiento y humillación humanos, que le dieras gloria en la cruz, que abatieras tu espíritu, que extendieras tus brazos en la cruz, y que abandonaras tus sentimientos sensibles para saborear los mandatos divinos, para cuyo cumplimiento el Hijo del Dios vivo vino a tomar una naturaleza mortal, a fin de darnos vida con su muerte y conducirnos a la gloria de su Padre, donde nos dar a cada uno según nuestras obras en presencia de todos sus ángeles.

            Pobre san Pedro, ¿qué pensaste al encontrarte entre estos dos extremos: la gloria en el seno del Padre y la confusión en el seno de la tierra? En Jesucristo todo es extremo; sólo el amor extremo puede gustar el uno y el otro como procedentes de un mismo amor. El Padre amó al mundo y le dio a su Hijo. Con un amor extremo, el Hijo amó a su Padre al dirigirse a la muerte, a fin de que el mundo supiera cuánto le amaba, cumpliendo todos los mandatos de su rigurosa justicia, hasta llegar al final. Considera que, tan pronto como el Padre exalta a su Hijo, lo humilla. Recorre todos los misterios de su vida y constatarás estas vicisitudes en aquel que es inmutable en su ser divino y en sus resoluciones de sufrir y hacer todo para la gloria de su Padre y por nuestra salvación.

            Pedro, fuiste nombrado teniente suyo. Hete allí, dichoso hijo de la gracia y de la dulzura, por ser hijo de paloma sin hiel, que es tanto como decir hijo de la sencillez, pues la paloma es sencilla. Sin embargo, poco después Jesús te increpa: ¡Satán!; es decir, tentador, adversario, engañador, astuto. Te dañas, te contrarías, te mientes a ti mismo. Pobre santo, al huir de la cruz, huyes de la verdadera gloria. Volverás a gustarla un poco en el Tabor, aunque tu maestro parece proscribirte, como irritado ante tu poco entendimiento. [1036] ¡Ay, él bien conoce la fragilidad humana! El buen Jesús está exento de ignorancia y del pecado en sí mismo, pero sufre a causa de nuestra ignorancia y pecado. Es el pontífice que conoce nuestras debilidades por haberlas sopesado cuando cargó con el fardo de nuestras ofensas.

            Jesús sapientísimo, cuán admirable es tu sabiduría en la vocación de san Pedro. Lo levantas de manera sublime para después abatirlo profundamente. Tu Padre lo hizo parecer bienaventurado y perfecto, y por el sentir de su debilidad lo declaras imperfecto, a fin de que se humille bajo tu poder, del que sería dispensador como príncipe de los apóstoles y cabeza visible de tu Iglesia, después de tu ascensión a los cielos. Dime, amor, es esto el significado completo de las palabras: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? (Jn_21_15s). Simón, Hijo de Juan, hijo de paloma, te detendrás más en el don que en el donante. Guárdate mucho de semejante imperfección, que disgusta al verdadero amor. Quiero que me ames más que todos aquellos a quienes llamé al apostolado, porque te nombro su príncipe. Deseo que me ames sin comparación más que a todo lo que te doy, más que la grandeza de tu gobierno y de tu dignidad.

            Amar al rey por sus grandes obras, es amarse a sí mismo en su dignidad, y no al rey y su bondad. Para no ser culpable en materia de amor, es menester amar al amor por amor. Es el noble agradecimiento de los enamorados, que en nada se muestran mercenarios. El corazón real ama con realeza, el corazón divino, ama divinamente. El alma está más en el objeto amado que en lo que anima.

            Vive más en mí que en ti; o mejor, no seamos jamás sino uno. La unidad es perfectísima, imita mis sufrimientos. Toma parte en mis desprecios y después gozarás de mis delicias y de mi gloria

Capítulo 186 - En que la santa Trinidad, la santa Humanidad, la santa Virgen, los ángeles y los hombres se alegraron y se alegrarán por el fruto del vientre de santa Ana y ante sus eminentísimos méritos: ella es la abuela del Verbo Encarnado

            [1037] Alegrémonos todos en el Señor, celebrando la fiesta en honor de la bienaventurada Ana, de cuya solemnidad se gozan los ángeles y aclaman al Hijo de Dios (Ant. entrada de la fiesta). Quien dice todos, no exceptúa a nadie. Este gozo no es sólo para las simples criaturas, sino que se extiende hasta el seno de la Trinidad de personas divinas, que están una dentro de la otra: el Padre y el Espíritu Santo están en el Hijo para alegrarse en él, que es llamado Señor en razón de que por su medio el Padre hizo toda la creación y que, junto con él, produce al Espíritu Santo que vuelve a crear y renueva la faz de la tierra. El Padre adorna los cielos, a los que da firmeza el Verbo y el Espíritu, con su aliento, confiere todo su poder.

            Al apropiar a Santa Ana, junto con la Iglesia, este tema de gloria, me refiero al gozo que la Sma. Trinidad experimentó en el Verbo, que debía ser nieto de Santa Ana al tomar carne en su santísima hija, carne que ella, a su vez, tomó de Santa Ana, de la que nació. Por esta razón se le pueden aplicar las palabras de la sabiduría: El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras (Pr_8_1), puesto que resolvió que su divina hija tuviera una madre santísima.

            Podría describir todo este capítulo en favor de Santa Ana, mismo que la Iglesia aplica eminentemente a la Santa Virgen, la cual no lo resentiría, como tampoco su Hijo toma a mal el honor que se la rinde por ser su madre. Ana, que debía ser el comienzo de la ley de gracia, su nombre significa bien, fue contemplada por los ojos divinos con anterioridad a todas las leyes de la naturaleza y de la ley escrita.

            Dios, al tomar sus medidas, permítaseme la expresión, reguló todas sus obras y figuras para verlas verdadera y perfectamente cumplidas en las entrañas de Santa Ana, que debía producir y portar la sustancia del cuerpo virginal del que el Verbo debía revestirse por obra del Espíritu Santo.

            [1038] En María, dicha sustancia, representa la perfección de todas las criaturas porque Jesucristo no es una mera criatura; como su persona es divina, dicha obra está por encima de todas las demás. Dos que revisten a un tercero que se reviste es obra del Altísimo: un vaso admirable que lleva en si toda la plenitud de la divinidad de manera corporal.

            Me refiero a la creación y producción de Santa Ana, madre de la Santísima Virgen, a la que Dios envió un beneficio celestial, haciendo su concepción más pura que los cielos. Ana concibió sobrenaturalmente una hija que es el fundamento de la tierra, porque sin ella la tierra vacilaría. Es que ella la dio al Verbo, que la sostiene y mantendrá en su soporte, para que se haga realidad su palabra: El cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará (Mt_24_35). El Verbo jamás dejar lo que una vez tomó. Por esta razón, el Dios sapientísimo que hace todo con peso, medida y número, al ponderar y medir las dimensiones que daría a Santa Ana, que se extenderían más allá de los cielos, la destinó para ser preciosa en todos sus aspectos.

            Ella debía tener parte en Jesucristo, que es nuestro último fin y nuestra plenitud esencial por ser la persona del Verbo; en cuanto encarnado, es también una bienaventuranza para nuestros cuerpos. Quien osara dividir a Jesucristo para privar a Santa Ana de su autoridad y de su gozo, sería un anticristo, se convertiría en otro Lucifer, porque el Padre se complace en amar a Santa Ana de suerte que su Hijo es también de ella por mediación de su hija. Con toda razón podría ella recitar, aplicándoselos, los restantes versículos, de los que cito sólo los siguientes para no extenderme demasiado: Yo estaba allí como arquitecto y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia todo el tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres (Pr_8_30s). Yo estaba con Dios antes de que creara a los ángeles, que son abismos, montañas y voces inteligentes a través de las cuales se hace oír, enviándolos como heraldos, como llamas de fuego, como ministros para el bien de los hombres que son herederos con el Salvador.

            El Dios de majestad llamó a Santa Ana sin saberlo ella, planeando todo en su interior; pesando y midiendo, en su compañía, la totalidad de sus obras. Gozó con ella y con la redondez de la tierra porque ella contendría de manera eminente todo cuanto la tierra tenía de excelente. Encontró sus delicias con sus hijos, porque todos los hermanos de Jesucristo son hijos adoptivos de Santa Ana, [1039] y porque así le gusta a su nieto, que busca agradarla en todo, pero en él de manera inefable. Para que participe en los privilegios de su hija, la mueve a decir al Padre eterno: "Este Hijo al que engendras y al que comunicas tu esencia, es también mi hijo, porque tomó mi sustancia de mi hija; yo di a mi hija la carne que ella le dio. Mi hija nació de mí sólo para ser su madre. San Joaquín y yo aportamos la materia que él tomará en nuestra hija por obra del Espíritu Santo, sustancia que tendrá la fuerza viril de concebir. Ella será mujer fuerte, Virgen singular; y yo, la matrona sin par deseada por Salomón. Yo hice todo lo que él menciona en el capítulo precedente.

            Adquiero mi valor de todos los fines creados e increados, porque tengo parte en tus tesoros. Mi hija es también tuya; mi hija es madre de tu Hijo, mi hija es esposa del Espíritu Santo. El Hijo que mi hija engendró es tu imagen en la divinidad y la mía en su humanidad. El lleva en sí la palabra íntegra de tu poder. El expresa en su humanidad la fuerza de la gracia que me concede, haciéndome madre del hijo de alegría cuando era llamada impotente y estéril. Al ser rechazada por el sumo sacerdote de la tierra, me encontré madre del Soberano Pontífice del cielo y también de la Iglesia, que vale más que toda la tierra, porque desciende del cielo, al que sobrepasa en dignidad por ser esposa del Verbo Encarnado y dirigida del Espíritu Santo.

            Eva fue madre de los hijos de la tristeza porque llevaron sobre la frente la ve (?). Por mí y por mi hija, todos los nuestros van sellados con el dulce nombre de ave. Los hijos de Eva son desterrados, es decir, hijos de la muerte. Los míos son hijos de la vida, pues mi misma hija dio luz a la vida con la que todos sus hermanos por adopción son vivificados. A partir de ese momento, se convirtieron en verdaderos hermanos de mi nieto, e hijos adoptivos míos.

            Mi valer es grande en verdad: tanto los hombres como los ángeles me pueden apreciar dignamente. Pertenece a Dios el permitirlo. El corazón de mi esposo Joaquín confió en mí, y no fue sin provecho: le di una hermosa hija en mi vejez, que vale más que todos los hijos e hijas creados; ella es la madre del Eterno, que nos hará bienaventurados todos los días de nuestra vida; es decir, por toda la eternidad.

            Hilé juntos el [1040] lino y la lana; el cielo y la tierra se pacificaron en ella. Fui constituida como el navío que viene de lejos porque Dios me destinó desde la eternidad para aportar el pan del cielo: como mi hija es más del cielo que de la tierra, el Hijo que llevará en sus entrañas es el verdadero pan del cielo; pan de vida y vida eterna. Lo traje de muy lejos, engendrándolo en mi vejez con el poder de la gracia, cuando la naturaleza parecía haber fallado, y me contaba ya en el número de los muertos. Se me relegó a la noche de las mujeres muertas, sin generación, pero duré poco tiempo en ella: me levanté y sustenté con una presteza incomparable a mis domésticos, es decir, a mis potencias inferiores, ofreciendo el pan de la alegría a mis siervos me refiero a mis sentidos.

            Consideré los campos espaciosos de la divinidad, que deseaba entregarse, aparentando el deseo de venderse a mis pensamientos, palabras y acciones, los cuales le ofrecí. Ella obró en mí un transplante de su propia naturaleza, sobre la que me implanté por la carne de mi hija, a la que concebí, di a luz, alimenté y crié con mi propia sustancia y mis propias manos. La divinidad desplegó la fuerza de su brazo, humillando a los soberbios y afirmando o fortaleciendo mis brazos lo mismo que mis entrañas, para concebir y llevar a esta hija cuyo peso vale más que el de todas las criaturas reunidas. Ella atrajo al todopoderoso desde lo más alto de los cielos, moviéndolo a descender hasta las regiones inferiores de la tierra para visitarme en ellas junto con mis antepasados y mis descendientes.

            Desde que gusté la suavidad que emana del trato con la sabiduría eterna, y que al negociar con ella se vuelve uno rico y opulento, quise continuar, para complacerla, este lucrativo intercambio. Ella aportó la luz a fin de que las noches no impidieran nuestras negociaciones. Tuve el valor suficiente para apoderarme de él, y entré en alianza con él a pesar de la conciencia de mi nada.

            Tan pronto como lo obtuve como heredad, abrí mi mano a los pobres miserables, ya que mi nombre significa tanto misericordiosa como graciosa. Socorrí con largueza a los indigentes y necesitados y me vi de tal manera revestida de sus favores, de sus gracias y de sus amores, que no temí desgracia, frialdad ni escasez alguna para los míos, a los que di vestidura doble. No temen ellos ni la nieve de los ángeles ni el hielo de los hombres. Dichos resplandecientes espíritus, con frecuencia, y a causa de su entendimiento sublime, miran con semblante [1041] frío la ignorancia de los hombres, por ser superiores a ellos, y porque la suprema majestad los obliga, en ocasiones, a ponerse serios con los hombres a la manera de un buen padre, que dice al profesor: "Ponte serio con mi hijo; no se preocupará de aprender su lección si te familiarizas con él". Yo no necesité corrección. Siempre control‚ mis sentidos: Mi cuerpo estuvo siempre revestido de una amplia túnica, y mi alma adornada con el lino de la inocencia y la púrpura del amor. Me presenté con la majestad de una reina. Mi extracción no degeneró de la de mi esposo Joaquín a causa de la hija que le engendré. Mi esposo se sienta en un trono eminente junto la puerta, entre los senadores o jueces celestiales. Jesucristo es la puerta; mi hija es la puerta. Ni él ni ella menosprecian o dejan en un lugar apartado a su padre. Este niño es la soberana bondad, y su madre el agradecimiento sin par. Es la mejor nacida y la mejor alimentada de todas las hijas creadas. Su hijo increado le enseñó cómo estar sujeta, en el tiempo oportuno, a su padre y a su madre, imitando su obediencia de niño, la de Joaquín y la mía.

            He dado estas órdenes a todos los extraños, a fin de que, con respeto y amor, obedezcan a Dios, a sus padres y a sus guías. Mi obediencia me embelleció, honró y fortaleció para producir a la hija que me concedió aquel a quien Isaac prefiguró, que será mi sonrisa por toda la eternidad. El es mi fuerza y mi belleza. Mi nieto es para mí adorno luminoso y un sol que rodea a mi hija, cercándola de gloria en el cielo después de haberla escogido para que lo rodeara durante los nueve meses que se ocultó en sus entrañas virginales.

            El me dio el poder de conceder grandes favores. Abro mi boca, que fue colmada por su sabiduría, y mi lengua sólo habla para pronunciar las leyes de su clemencia con mis labios, en los que se ha difundido su gracia. Consideré sus caminos o sus voluntades, que consistían en que trabajara yo por la salvación de las almas. Así lo hice, no comiendo el pan del consuelo en la ociosidad. Al recibir, di a los demás, imitando tanto cuanto me fue posible a la divinidad y humanidad de Jesucristo. La divinidad: tres personas, dos de las cuales operan siempre en el interior, en tanto que la tercera, que es el amor de las dos, las une, las besa y las abraza, por ser su delicado sabat, no produciendo nada en la Trinidad porque en ella todo [1042] se produce.

            Dicha persona descendió al inicio del mundo para planear sobre las aguas, y, en la plenitud de los tiempos, obrar en las entrañas de mi hija el misterio de la Encarnación, ejerciendo el oficio de padre y maestro, pudiendo llamarse padre de Jesucristo y maestro suyo, por ser el Hijo que siguió en todo las mociones del Espíritu Santo: Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt_4_1). El ángel dijo a mi hija que el Espíritu Santo descendería sobre ella con el poder del Altísimo, para darle sombra. El hijo que nació de ella trabajó siempre hasta terminar la obra que su Padre le confió. El dijo que su Padre y él obran siempre, refiriéndose con ello a las operaciones internas. Pero no dejemos de mencionar, a pesar de que el Génesis dice que reposó el séptimo día después de la creación, que este ser inmóvil mueve todas las cosas, y que por él todo lo que posee el ser debe a él la existencia, el poder de obrar y el movimiento. El llega a todas partes por su pureza y lleva todo en sí por su poder. El gobierna todo con su sabiduría y da sustento a todo en su bondad. El obra todo en todos. Por esta razón, dijo a sus apóstoles: "Sin mí, nada pueden hacer. Permanezcan en mí, y yo en ustedes".

            ¡Gran santa! tus hijos y yo, la más pequeña de todas tus hijas, te pedimos eleves nuestros pensamientos tanto cuanto complazca al Altísimo lo hagan para alabarte. Te proclamo, con ellos, dichosa en grado sumo. Jesucristo, tu nieto, y María, tu hija, son dignos de alabarte. San Joaquín conocía tus méritos, y por ello los alaba diciéndote: Amada mía, las mujeres a las que desposaron los patriarcas acumularon riquezas para ellos porque les dieron hijos, honrándolos con ello. Tú, en cambio, las superaste con ventaja en toda virtud y con gran excelencia en la generación, crianza y superación de nuestra hija, habiendo dado al Padre eterno una hija, al Hijo amado una madre, y al Espíritu Santo, amor de los dos, una esposa; al cielo, una emperatriz; a la tierra, una mediadora; a los pecadores, una abogada; a los huérfanos, una madre; y a mí, una hija; una hija que es proclamada digna madre de Dios, a la que él quiso someterse. Cuando haya devuelto su imperio a su Padre, venciendo de antemano a todo con su poder para hacer que Dios sea todo en todos, contemplaremos eternamente que el Verbo Encarnado, por su medio, se sometió a su Padre en cuanto hombre al infinito, lo cual no pudo ser en la eternidad en cuanto Dios.

            [1043] El cielo y la tierra rendirán adoración al Hombre-Dios, el cual, a través de su humanidad, se convirtió en adorador de su Padre partiendo de la plenitud de los tiempos hacia la eternidad entera. El Padre tendrá en Jesucristo un súbdito y un adorador que es Dios, porque su persona divina será por siempre inseparable de la naturaleza humana en una unión hipostática que jamás se disociará. El será con Emmanuel, Dios con nosotros. El Hijo engrandece a su Padre, que no habría recibido ninguna adoración digna de las simples criaturas, aun reunidas en su totalidad, si él no hubiera resuelto hacerse hombre para rendírsela, permaneciendo sujeto en obediencia a su santa madre, y en razón de ella, a san José. Si ambos rindieron este honor a san José, tampoco puede serle negado a san Joaquín ni a Santa Ana, su abuela, en cuyo corazón este hijo de gozo le envía mil caricias a cambio de las lágrimas que derramó al verse estéril, que en ese tiempo era un oprobio para cualquier mujer. Este sumo sacerdote rinde un honor indecible a la que fue desdeñada por los sacerdotes de Judea, que compartió con él el fruto de su vientre y de sus manos.

            Dios le da a su Verbo, al que engendró de sus entrañas antes de la aurora. Este rocío de la mañana, este fruto bendito, es el Hijo amado del Padre. Es, también, el hijo queridísimo de su madre y de su abuela. Que él sea por siempre nuestro amor; concédemelo por esposo. Si lo recibo de tus manos, podré decir: Poseo al soberano bien gracias a mi abuela. Santa Ana, conviérteme en esposa del Salvador, tu hijo, que es blanco y rojo; el elegido entre todos. Haz que yo lo engendre y lo de a luz en los corazones de tus hijas, que son suyas y mías. Pide a tu digna hija que nos ayude a ser como él desea. Tu nombre nos da la esperanza de esta gracia y favor; no nos decepciones.

Capítulo 187 - La sabiduría divina dispuso que la Transfiguración tuviera lugar en el Tabor después del sexto día, figurado por la creación del primer Adán al comienzo del séptimo, que es el Sabat. Dios, los hombres y los ángeles, están de fiesta con Jesucristo glorioso.

            [1045] ¿Por qué dijo el evangelista, seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan? (Lc_9_2). ¿No dijo acaso claramente, en el séptimo día? Es éste un gran misterio cuyo entendimiento se reservó el Espíritu Santo, para enseñárnoslo en estos tiempos. La Trinidad obró durante seis días en la creación. El séptimo fue, empero, el coronamiento de todas sus obras, el día santificado por él. Dios hizo su sábado, santificando este día para ser no sólo la corona y guarda de todas sus obras exteriores, sino el reposo total.

            Sé bien que podría decir aquí que las dos personas divinas obraron siempre internamente, y que la tercera es su reposo, no obrando nada en la Trinidad porque todo se hace en su producción activa, que él recibe de manera pasiva, ligando a los dos espirantes con un lazo amoroso que es su amor, producido de modo muy único por un solo principio que termina divinamente las divinas posesiones. El es la separación y la estación de los divinos deseos: el término de la voluntad del Padre y del Hijo y su divino principio; él es el delicado sabat de la divina Trinidad, distinto en persona de las otras dos. Su nombre es Espíritu Santo, dulzura y reposo.

            Es el recinto de la inmensidad divina, a la que no pueden acercarse las criaturas para investirla ni para abrir en ella brecha por asalto: se trata de una deidad inaccesible a toda otra que no sea ella. Como las operaciones de las dos personas son eternas, la recepción y el reposo de la tercera se hace desde la eternidad. Es privilegio único de la divinidad crear y permanecer en este sabat. [1046] Por una maravilla de amor, ella nos invita a dicha fiesta incomprensible en sus delicias. Vamos, alma mía, con temor y temblor ante su grandeza; pero como su bondad nos invita a quedarnos, adoremos con dulzura al amor, que arrebata mi corazón. Si él quiere que le veamos en el jardín del Edén, allí nos conducir porque lleva a él a los que son sus hijos. Tu ímpetu procede de él. No temas, el amor arroja fuera el temor. Mira cómo, durante seis días, el Dios omnipotente, sapientísimo y bueno sobremanera, obra maravillas. El sexto es el último día de sus obras: habiendo creado al hombre, al que dio todo poder sobre todos los animales de la tierra y las aves del cielo, extiende su poder hasta los peces del mar. Lo hizo señor universal de los árboles, las plantas y todo lo creado bajo el cielo. No le dijo, empero, que reposara en el sexto día, a pesar de que el texto afirma que creó al hombre a su imagen, repitiéndolo en este último capítulo: A imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó (Gn_1_27). Yo no veo en este capítulo cómo creó a la mujer, sino que ella fue creada en el hombre, o que la formó en la noche del sexto al séptimo día, al colocar al hombre en el paraíso del Edén.

            Me fijo más bien que el capítulo siguiente afirma que Dios reposó al séptimo. No encuentro palabra de creación en este día, aunque sí de bendición, de santificación, de descanso, de alegría, de recreación, al observar todo lo que fue creado en el cielo y en la tierra. Cuando digo recreación, me refiero a deleites. Sin embargo, escucho a Moisés, que dice más adelante estas palabras: Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida (Gn_2_7). Y el hombre fue hecho como alma viviente.

            Con anterioridad se dice que el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra, porque el hombre no estaba en ella para labrarla. Lo creó, por tanto, hasta después de haber coronado todas sus obras, sacándolo del lugar donde lo creó y llevándolo él mismo al paraíso de delicias, a fin de que lo trabajase y lo cuidase. Le dio leyes y llevó hasta él a todos los animales, para que los llamara según el conocimiento que tenía de sus características: mas para el hombre no encontró una ayuda parecida a él (Gn_2_20). [1047] ¡Pobre Adán!: Hete aquí rico y pobre. Buscas una ayuda semejante a ti. Vive en ti, pero tú lo ignoras; no pases trabajos. Duerme solamente con el sueño extático que el Señor te envía. Es tu sabat, aunque en realidad sea un descanso. Dios trabajará un poco más: es el Señor quien desea tomar algo de tu costado y moldear una mujer para ti. No le pareció bien que estuvieras solo, por lo que dijo que era necesario crear una ayuda parecida a ti. Parece inquietarse en su sabat si Eva no es llamada o formada en él. Sin embargo, si digo que Dios hizo una efigie para Adán durante la noche del sexto al séptimo día, se me podría objetar: Moisés dijo que descansó. Se confunde una parte con el todo. El tomó un momento del sexto día y otro del séptimo. Reposó y obró: lo uno y lo otro son verdad. ¿Quién puede armonizar las palabras del Salvador, Todo está consumado, y estas de san Pablo: Completo en mi cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Jesucristo? En otra parte doy la respuesta; por eso nada digo aquí, aunque tomar‚ lo relativo al nacimiento de la Iglesia, que fue sacada del costado de Jesucristo durante la noche y las tinieblas de la pasión del divino Salvador. Como empezaban a brillar las primeras vísperas del sábado, se bajaron apresuradamente los cuerpos del Salvador y de los dos ladrones. La razón fue el sabat. Jesucristo está muerto, lo está en el sabat; su espíritu salió de su cuerpo; su alma santísima dejó de sufrir para gozar de la gloria a partir de este día, conforme a la promesa que hizo al buen ladrón de que participaría en ella en ese mismo día. Sin embargo, a la misma hora un golpe de lanza abre el costado que ha dejado de ser sensible a los dolores. Su cuerpo reposa en este sosiego. La Iglesia es edificada y formada con esta sangre y agua, que de pasivas se vuelven activas. Por un misterio admirable, fue formada la Iglesia santa, toda hermosa y sin mancha; y desposada en esa misma noche con Jesucristo exánime.

            Matrimonio perpetuo, firmado por el Verbo, escrito con su propia sangre, consumado por la unión, es decir, la unidad de cuerpo y espíritu, matrimonio realizado en la fidelidad. Fue entonces cuando el Salvador dio cumplimiento a estas palabras de Oseas: Yo te desposar‚ conmigo para siempre; te desposar‚ conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposar‚ conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé. Y sucederá aquel día que yo responderé, oráculo del Señor, responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra; la tierra responder al trigo, al mosto y al aceite virgen, y ellos responderán a Yizreel. Yo la sembrar‚ para mí en esta tierra, me compadecer‚ de No-compadecida, y diré a No-mi-pueblo: Tú Mi pueblo, y el dirá ¡Mi Dios! (Os_2_21).

            [1048] El llevó a cabo este matrimonio indisoluble, desposando a la Iglesia a sí para siempre. La desposó para sí en justicia, porque pagó por todos; en juicio, del costado de la divinidad, y de la humanidad en misericordia, compadeciéndose de nuestra naturaleza, de la que sigue apiadándose. Es el pontífice que experimentó nuestras miserias, excepto la ignorancia y el pecado. Se hizo semejante a nosotros. Se desposó en fidelidad eterna, aunque esto sea un misterio de fe. Para hacer visibles estas bodas, dejó un vicario visible en su lugar, porque él es invisible, asegurándole que en verdad tiene las llaves de su poder, para utilizarlas con la potestad que concedió a san Pedro cuando se desposó con la Iglesia. A partir de ese día escuchó a los cielos pedir a los ciudadanos de la tierra para que habitaran en ellos.

            San Pablo no encuentra dificultad en afirmar que su conversión fue obra del cielo. Dirigiéndose a los primeros cristianos, les dice: Ustedes son ciudadanos del cielo. Han dejado de ser peregrinos y extranjeros. Dios oye y escucha a los santos, que son llamados cielos, y éstos, a su vez escuchan a los que están en la tierra, que, comparados con ellos, responden al nombre de tierra. Jesucristo, que es fruto sublime de la tierra, escucha al trigo y da respuesta, en virtud del trigo que se ofrece en el altar, a las oraciones y anhelos de la humanidad. El Padre y el Espíritu Santo se complacen en escuchar al trigo de los elegidos y al vino que engendra vírgenes. Dios escucha a los sacerdotes que son ungidos con la unción, y los sacramentos en los que interviene el aceite reciben su eficacia de los méritos del esposo celestial. Dios sembró su gracia en la tierra para otorgar misericordia a los pecadores, que en otro tiempo no la hallaron. Me refiero a la gentilidad, que no era su pueblo. Dios dice ahora: Tú eres mi pueblo y tienes el poder de decirme: "Tú eres mi Dios", porque hice contigo una alianza eterna en el hoy de mis bodas.

            Si el primer Adán es figura del segundo, la primera Eva representa la segunda, que es la Iglesia. ¿Por qué no podría yo probar la formación de la primera por la segunda? y ligar o unir la verdad con la sombra, y contemplar el misterio que Dios obra durante el [1049] sueño de Adán, diciéndole: Duerme sin temor. Dios te restituirá muy pronto lo que te quitó. El mismo desea devolvértelo. Edificó una imagen semejante a ti, tu reposo amoroso con la que él te une y enlaza; ella es de tu sustancia, hueso de tus huesos, carne de tu carne. La saca de ti durante la noche de tu delicioso sueño, que es para ti un bello día, día de reposo, día santificado.

            Esta noche es luz en tus delicias, para que te ilumine como el día. Eva es noche antes de salir de tu costado, pero en cuanto es formada se vuelve día, hermana y esposa tuya. Dios la tomó y Dios te la devuelve al dártela por esposa y compañera. ¡Matrimonio sin par, hecho y terminado por un Dios, sin intervención de los ángeles! Las tres divinas personas asisten a sus bodas, cuyo adorno es la inocencia y el amor su lazo. Adán y Eva son revestidos de la primera, y alimentados por el segundo, quedando enlazados en esta unión de corazón. No se avergüenzan de su desnudez, que es muestra de la pureza que Dios concedió a nuestra naturaleza antes del pecado.

            ¿Me atreveré a decir, Sol divino, que ambos cuerpos eran luminosos, por tener en ellos la hermosura de la inocencia? ¿Acaso no estaban revestidos de luz como una túnica que debía perfeccionarse de día en día y pasar de claridad en claridad hasta que fuesen trasladados al cielo empíreo? Cuando mandaste a Adán que creciera y se multiplicara sobre la tierra, fue para procrear hijos de la luz, a fin de que la tierra reflejara, en cierto modo, el cielo y para ser visitados por los ángeles, adquiriendo, ya desde esta travesía, alguna conformidad para estar con ellos al término, a saber, el cielo empíreo. Al gozar del reposo eterno tanto en la gloria, que es la gracia consumada, como en la creación, le diste un inicio de gloria. Qué placer habrá sido contemplar a estas dos primeras bellezas en su encantadora inocencia. Eran las delicias de tu amor y las moradas de tu amorosa majestad. ¿Quién podrá imaginar los deliciosos coloquios que entablaste con su espíritu? Los ángeles del cielo se inclinaban a la tierra para escuchar y comprender estas maravillas. ¿Qué podían decir estos espíritus ardientes y luminosos, [1050] al verte jugar deliciosamente con los señores del orbe de la tierra? Fue como un dulce sabat, un reposo divino que debía durar muy poco tiempo.

            La envidia y astucia de la serpiente engañarían a la mujer, ociosa y curiosa; su debilidad se rendiría. ¡Pero, Dios! ¿Quién hubiera imaginado que la efigie admirable que formaste hubiera sido presa tan fácil de la sagacidad de una serpiente? Colocaste guardias suficientes en el paraíso de delicias; ¿por qué no lo hiciste con nuestros primeros padres? Se bien que les diste tu gracia, dominio sobre todo y señorío de su apetito. Eran personas con entendimiento. Su franco arbitrio era capaz de resistir al tentador y rechazar la tentación, y por medio de este acto merecerían la confirmación, a perpetuidad, en la gracia final. Ah, pero fueron débiles y con ello perdieron sus riquezas y hermosura, que se cifraban en la justicia original. Habiéndola perdido por seguir la injusticia del demonio, el hombre, dio primacía a su afecto y descuidó su deber, obrando como los burros, que, impulsados por la sensualidad, dejan que dominen sus apetitos. No merecía ni la gracia ni la gloria, razón por la cual la divina justicia lo expulsó del paraíso terrenal y lo habría privado eternamente del celestial si la misericordia, que prevalece sobre todas las obras de Dios, no hubiera previsto y prevenido este golpe en sus propias entrañas, ante las cuales se presentó Oriente, ofreciéndose para venir en persona obedeciendo la divina moción del Dios inmutable, a visitar la tierra para perdonar al culpable y pagar por el crimen todo cuanto exigiera la severidad de la justicia, satisfaciendo en rigor de justicia todos sus derechos y obligándose, desde entonces, a pagar uno solo por el todo por medio de los desprecios, los dolores, el abandono, las penas, los sudores, las agonías y la muerte, pero una muerte de cruz.

            A pesar de ser el Hijo de Dios vivo, fue tratado como hijo del hombre mortal, porque así lo quiso: ofreciéndose a sí mismo (Hb_7_27). Voluntad tan conforme a la del Padre, que llegó a llamar Satanás al apóstol que, movido por un sentimiento humano, deseaba apartarlo de ella: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres! (Mt_16_23). Afirmó que era necesario anonadarse y cargar cada quien con [1051] su cruz al ir en pos de él, perdiendo su alma para volver a hallarla en la vida eterna. ¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo, es decir, todo lo creado, si pierde su alma? ¡Qué cosa es digna de compararse con el alma creada a imagen de Dios y rescatada por la sangre preciosa de Jesucristo, que es el Hijo amado del Padre, de cuya gloria vendrá en compañía de los ángeles para dar a cada uno según sus obras, y para no retardar la experiencia de la gloria que desea dar a sus elegidos?: Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino (Mt_16_28).

            Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve (Mt_17_1s). San Lucas dice que fue alrededor del octavo día, después de que él afirmó que, entre los que iban en su compañía, algunos le verían en la gloria. divino rey de la gloria, ¿Quién podría hablar de tu gloria sino tú mismo?

            Sé que en una ocasión dijiste a Isaías: Ahora ven, toma un libro grande y escribe en él con pluma de hombre (Is_30_89). Este hombre, instruido en una corte humana, estaba capacitado para escribir con pluma de hombre en un gran libro. Hoy, en cambio, dices a una pequeñuela: toma un pequeño libro y escribe en él con la pluma de un gran Dios. ¿Cómo poder mostrar esta grandeza en la pequeñez de este libro, si el Verbo humanado no me instruye, lo cual espero de ti, de él y del Espíritu Santo? Pero, divino Padre, ¿Qué testigos me das? Urías, sacerdote, que es tanto como fuego del Señor y Zacarías memoria del Señor, hijo de Baraquías, que significa bendecid al Señor. Bendíceme para que yo te bendiga, Dios de toda bendición.

            Envíame a Elías y a Moisés, tu ardor y tu esplendor. Elías inflama y Moisés ilumina. Moisés nos dejó como memorial de tus mandamientos varios libros y las tablas de la ley. Elías perfeccionó el holocausto, ofreciéndose a ti sobre [1052] el altar del carro de fuego en el que subió y fue llevado al paraíso terrenal. Se detuvo en el oriente, donde te adora en espíritu y en verdad, lleno del fervor de tu gloria. Santo Espíritu, todo ardiente, divino Verbo Encarnado, luz de luz, el querubín que lleva en la mano la espada llameante no puede impedirme la entrada de este paraíso, porque al amparo de tu esplendor y del ardor del Espíritu Santo, no temo al querubín de luz ni su espada de llamas. La sabiduría y el amor pasean por doquier en compañía de estas dos divinas personas iguales a ti, recibiendo su origen de ti: únicamente el Hijo de ti, y el Espíritu Santo de él y de ti, también sin dependencia. Me doy valor, divino Padre eterno, para entrar a este paraíso, con el propósito de ver en él, porque así te place, el rostro de tu sustancia, la imagen de tu bondad, el esplendor de tu gloria, el espejo sin mancha de tu majestad, el hálito de tu poder, la emanación sincera de tu claridad omnipotente, el candor de tu luz eterna.

            Dime, Señor mío, al llevar contigo a los tres apóstoles y ascender en su compañía el Monte Tabor, que significa elección y pureza, a fin de manifestarles la claridad divina y la pureza humana, ¿por qué te retiras a cierta distancia de ellos? Porque era de noche y el séptimo día aún no alboreaba. Ah, qué noche tan deliciosa, noche más clara que el día porque el divino sol era su luz; noche que iluminó al cielo y a la tierra, al paraíso terrenal y a las regiones de los muertos a la luz de las delicias divinas, como pronto escucharemos de los mismos labios del Altísimo. Para no levantarnos en vano, esperemos pasivamente en este lugar, alma mía, el levante u oriente de este sol, que surge de lo profundo del mar de la divinidad y del de nuestra humanidad.

            En María fue oriente a media noche. Cuando el ángel le anunció la Encarnación, su actitud fue pasiva y no activa. Cuando él nació, ella pudo decir: fiat mihi, etc., o bien: Nace de mí según tu palabra. Átame en calidad de esclava tuya, y obra en mí y [1053] sobre mí con toda libertad: te hago cesión de todo mí ser.

            El ángel le aseguró que el divino operador de este misterio daría cumplimiento y perfección a su obra; que el santo que nacería de ella se llamaría Hijo del Altísimo. El sería separado de los hombres y de los ángeles, por ser figura de la sustancia del Padre, que lo engendra en el esplendor de los santos, y que por naturaleza poseería en sí la santidad divina y humana.

            Por ello se retiró a distancia para orar y mostrar que es el santo de Dios, el cual escogió esta noche para la plegaria. Se aparta de los tres discípulos, demostrando así su humildad, pero mientras se humilla su Padre lo confiesa como Hijo muy amado, en el que se complace desde la eternidad. Al verlo, comprende; al comprender, lo mira. Comprende y mira todo a través de él, por ser la luz que engendra de su fecundo entendimiento, a través de la cual se mira, lo mismo que a toda la creación. Por medio del Verbo creó todas las cosas, a las que da el ser, la vida vegetativa, la vida sensitiva, la vida de razón, la vida de gracia y la de la gloria, cuyo encanto desea mostrar a los ángeles del cielo empíreo y a los hombres de toda ley, sea natural, sea escrita, sea de gracia, congregándolos para hablar de sus estados divinos y humanos, gloriosos y afrentosos, expresando el exceso de sus ignominias. Todo ello podría parecer vergonzoso, porque el Padre eterno no puede sufrir más que su Hijo siga siendo relegado a la ignominia del último de los hombres, bajo la apariencia de un leproso.

            Desea que aparezca en su forma gloriosa como el verdadero Hijo de su bondad y belleza. Desea que manifieste su reino cual Hijo de su amor, a los que están destinados para gozar de él durante toda la eternidad, a fin de que puedan decir que el tiempo de sus menosprecios en nada se compara al peso de la gloria, gloria que se encuentra en Jesucristo, en quien reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad y en el que se ocultan todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios, lo cual demuestra que quienes pierden sus almas y todos [1054] los bienes perecederos por amor del Salvador, se privan de una nada para encontrar un todo, que es el soberano bien y delicia del Padre, el cual experimenta un placer eterno al escucharlo y una felicidad perenne al contemplarlo, ya que por toda una eternidad lo ha visto en sí igual a sí, expresando divinamente todas las perfecciones de su ser divino, que le comunica por vía de generación perfecta.

            El Hijo es el término de su entendimiento divino, así como el Espíritu Santo lo es de la voluntad del Padre y del Hijo, su único principio, al que enlaza con un lazo indisoluble y al que rodea con una inmensidad igual a la del Padre y el Hijo, por ser inmenso como el Padre y el Hijo. Al estar en ellos, ellos están en él, porque las tres personas están una dentro de la otra; aunque son distintas, no están divididas, pues la esencia es indivisible.

            Contemplemos, empero, una admirable distinción en el Tabor: el Verbo Encarnado se aparta de los tres que escogió, para subir con él. Consideremos cómo se retiró para unirse, mediante la oración actual, con el divino Padre por el Espíritu Santo, que es el ecónomo de todas sus operaciones, sin privar al Hijo de la acción que le es común con las otras dos personas a través del espíritu de fervor. Se introduce a la oración de Dios. Aparece divino, transfigurándose en la claridad de su gloria, manifestándose exteriormente en su forma divina tanto cuanto la gloria visible puede representarnos la invisible.

            El resplandor de su rostro nos manifestó que él era el esplendor de la gloria del Padre, el verdadero oriente engendrado por él antes del día, la figura de su sustancia y la imagen de su bondad y belleza; que era el deseado de los collados eternos; que este rostro es el objeto amoroso que los ángeles desean contemplar en todo momento; rostro que resplandeció como el sol, mostrando que era luz de luz, Dios de Dios, Dios verdadero del verdadero Dios, engendrado y no creado, como nos dice la voz del Padre al confesar a su amadísimo Hijo.

            Nació antes de todos los siglos, que fueron hechos por él, para continuar proclamando el nombre del Padre a los siglos futuros. Por la salvación de los hombres, quiso descender a la tierra, tomando un cuerpo en las entrañas de una virgen, cuya pureza es blanca como la nieve, lo cual demostró a través de sus [1055] vestiduras, que resplandecían de blancura al grado que el evangelista afirmó eran semejantes a la nieve. Dicha transfiguración nos permite ver la divina Encarnación tanto cuanto puede sernos visible. El rostro que resplandece como un sol nos representa al Verbo divino, que es luz divina. El sol calienta y produce ardor junto con su luz; este sol, sin embargo, no derrite la nieve de los vestidos del Verbo Encarnado, que parece no deber subsistir en ellos, debido a que el sol tiene la propiedad de fundir la nieve.

            Es preciso confesar que hay un misterio incomprensible y desconocido a los hombres, que deben creer que la sustancia del Verbo sostiene a esta naturaleza comparada a la nieve, y que el Dios todopoderoso obró esta maravilla desde el primer instante de la Encarnación, para que se prolongara por siempre: jamás dejará lo que una vez tomó, y la Virgen es y seguirá siendo madre sin lesión de su virginidad.

            La transfiguración de hoy me lleva a escuchar estas palabras: Hoy se declara un misterio admirable: Dios se hace hombre renovando nuestra naturaleza. Lo que ya existía, permanece; lo que no, es asumido sin que se ocurra en ello mezcla ni división. Podría exclamar en este día: admirable misterio es contemplar el rostro del Verbo Encarnado como un sol en pleno mediodía, brillando a plomo sobre sus vestiduras de nieve, sin destilarlas como agua. Ello me basta para creer en este hombre Dios y adorarlo, aun cuando Moisés y Elías se ausentaran del todo. ¿Acaso no proclama en alta voz el Padre Eterno: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadle? (Mt_17_5).

            Padre divino: al ver a Jesucristo transfigurado, y por tener el don de la fe, podría yo creer que él es el Dios de Elías y de Moisés y adorarlo por creer que es tu Hijo amadísimo, sin necesidad de que resonara una voz tan fuerte en la bajeza de nuestra tierra. San Pedro lo aprendió bien de ti en los cielos, hasta los que elevaste su entendimiento de manera inefable. Sin ruido de palabras, le concediste un sublime conocimiento, me parece, a manera de un rayo brillantísimo en medio del que no pudo decir: Bueno es estarnos aquí (Mt_17_4). Vio claramente que no era necesario levantar tiendas a las tres hipóstasis, que habitan en una luz inaccesible a las criaturas, residiendo una dentro de la otra mediante su divina circumincesión.

            El Padre se lo mostró como el Hijo del Dios vivo, y no como hijo de hombre mortal que debía morir. [1056] El buen san Pedro aprendió poco después de su confesión de fe, de labios de su maestro Jesucristo, que éste debía morir, lo cual disgustó a la carne y a la sangre. Oyó hablar de tan afrentosa muerte, que le pareció abyecta para un Hombre-Dios, cuya sola belleza corporal, sin hablar de la belleza de su alma, de su divinidad, pudo causar tanta dicha en los tres apóstoles, y retener a Moisés y a Elías sobre esta montaña con Jesucristo, el cual les permitió tratar familiarmente con él acerca de las etapas de su vida. Tuvo la osadía de decir a su maestro, cuyo oficio de carpintero conocía, que entre todos fabricaran tabernáculos: uno para él, uno para Moisés y otro para Elías, haciendo a estos últimos iguales al único Hijo del Altísimo, quien hizo aparecer una nube brillantísima que los cegó con la intensidad de su luz, que es tinieblas para los mortales. Desde ella, el Padre proclamó con voz fragorosa: Este es mi Hijo amado... Escuchen lo que dice, y no los desvaríos de Pedro, que no sabe lo que dice. Si pensó rendir honor a la trinidad humana, despreció a la divina al igualar a los servidores al Hijo único del Padre, que es rey de la humanidad y de los ángeles, el cual se sentará con él en el trono de su grandeza por encima de los cielos, convirtiéndose en el cielo más alto después de visitar las regiones inferiores de la tierra, para iluminar a los que creen en él como creador, redentor y glorificador. El es el Verbo Encarnado, que habla dignamente de todas las cosas. Escúchenlo desde la eternidad.

            El divino Padre se complació y se complace al oírle hablar como Verbo divino. En cuanto Verbo Encarnado, habla de todo de manera divina. Me atrevo a decir que sus palabras son teándricas, divinamente humanas y humanamente divinas. Si esto se dijo de sus acciones, ¿no podré aplicarlo a sus palabras? Pero, habla, Padre eterno, en favor de tu Hijo divino y humano. Lo que él es desde la eternidad conmigo, lo será con ustedes hasta la infinitud. Era Hijo de Dios y jamás dejará de serlo; pero en la plenitud de los tiempos, se hizo hijo del hombre tomando en una virgen la naturaleza humana, que jamás abandonar. Será el Verbo Encarnado en toda la infinitud. Escuchen sus palabras; son misterios que él mismo les aclara, descubriéndoselos para que los conozcan. A las demás personas habló en parábolas. Ustedes escucharán un día la sabiduría y la gloria de la cruz, que será locura para los gentiles y escándalo para los judíos, que [1057] no comprenden la eminencia de esta ciencia. El apóstol clavado a ella entenderá bien lo que significa Jesucristo crucificado, después de haberlo visto glorificado.

            Volvamos para ver a los tres discípulos, que se asombran de tal manera al oír la voz de trueno paterna, que caen por tierra sobre sus rostros, presas de gran terror; pero el que porta y soporta todo y que es la misma bondad, los toca dulcemente, acercándose a aquellos de quienes se había apartado al estar glorioso, mostrándose en su manera sencilla y diciéndoles eficaz y amorosamente: Levantaos, no tengáis miedo. Mi amor echa fuera su temor. Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo (Mt_17_7s).

            A nadie vieron sino al Salvador solo, lo cual da a entender que nadie sino Jesucristo es Salvador de la humanidad. No se nos dio la salvación en nombre de Moisés y Elías; no fue por su medio que se obró la redención copiosa. Fue por el humilde Jesús, que desciende de la montaña de gloria con humildes sentimientos. De la abundancia del corazón habla la boca. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos" (Mt_17_9). Estaba sumergido con tanto amor en el pensamiento de sus dolores y menosprecios, que pareció olvidarse de su gloriosa y divina filiación, para hablar únicamente de su filiación humana y dolorosa. Salieron del bautismo de gloria, en que su Padre fue, por cuarta vez, su padrino.

            El primero tuvo lugar en el tiempo de la Encarnación, bautismo que duró hasta la circuncisión, en que le fue dado o impuesto por su madre y san José el nombre pedido por el Padre, cuyo divino mandato recibieron de labios del ángel o de los ángeles, si es que el ángel que anunció la Encarnación no fue el mismo que advirtió a san José no dejara a la Virgen, que había concebido del Espíritu Santo, la cual le engendraría un Hijo por obra de dicho Santísimo Espíritu, al que daría el nombre de Jesús, el cual debía salvar a la humanidad librándola del pecado, que era su perdición.

            El tercer bautismo fue de agua en el Jordán, donde el Padre le impuso el nombre de Hijo amadísimo, nombre que repitió en el Tabor cuando [1058] fue bautizado con el glorioso bautismo al que dio sombra la nube para ocultar a los ojos humanos el sol increado que apareció sobre la faz creada del Hombre-Dios, que fue proclamado por el Padre eterno Hijo suyo amadísimo y objeto de sus delicias.

            El quinto bautismo tuvo lugar en la Pasión, bautismo de sangre que urgió al Salvador de una manera que no quiso expresar claramente, por lo que se dio en medio de las tinieblas, en las que el Padre de las luces pareció abandonar al Hijo de dolores en un abismo de sufrimientos que había destinado al hombre, del que era hijo, cuyas penas heredó y aceptó con filial bondad. Es éste es el cordel de su heredad, según expresó al decir que los lazos de los pecadores lo rodearon, y en otro lugar: Las olas de la muerte me envolvían, me espantaban las trombas de Belial (Sal_18_5). Mi amor, más fuerte que la muerte se abrió a los dolores de la muerte, permitiéndoles que me rodearan y asaltaran con sus embestidas mi parte inferior, que estuvo triste hasta la muerte, sufriendo aflicciones, pesadumbre, indecibles sudores de sangre y orando intensamente hasta la agonía, al pensar en los pecadores culpables de lesa majestad divina, que no aprovecharían mis sufrimientos, y se obstinarían como el infierno.

            Todos estos males atacaban el corazón digno de piedad del divino Salvador, que pagó tanto por los r‚probos como por los que se salvarían, aceptando su doloroso bautismo para bautizarnos con su sangre, muriendo para servirnos de sepulcro y sumergiéndonos en su sangre aun después de su muerte, haciendo abrir la tierra de su costado para encerrarnos en el ataúd de su corazón. Por ser el primer viviente y el último en morir, Jesucristo es el primogénito entre los muertos, el primogénito de muchos hermanos y el mayor de todas las criaturas. Su divino corazón pareció vivir después de la muerte, ya que el mismo amor que lo movió a ofrecerse a ella desde el origen del mundo, lleva en sí los méritos de su vida y las marcas de su muerte desde toda la eternidad.

            El aparecerá ante el trono de gloria con sus llagas, para responder a las personas que lo interrogan con amorosa curiosidad: ¿Qué son estas llagas en medio de tus manos? a lo que responde: Fui herido con ellas en casa de los que me amaban. Recibí estas llagas amorosas en la casa del amor. Las guardo con cariño. [1059] Las considero como trofeos, porque son las insignias de mi fidelidad a mi Padre, y de mi amor a los elegidos.

            Los condenados, insensatos y arrogantes en sus expresiones, que muestran su ingratitud, por no haber estado dispuestos a conocerme en mis sufrimientos, me dirán con rabia: ¿Y por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero? Yo les responderé: "El lagar he pisado yo solo, de mi pueblo no hubo nadie conmigo". Los pisé con ira, los pateé con furia. ¿Por qué no estar justamente indignado contra estos obstinados, cuya sanguinaria malicia me hizo aparecer sin forma o apariencia? y salpicó su sangre mis vestidos, y toda mi vestimenta he manchado. ¡Era el día de la venganza que tenía pensada! (Is_63_2s).

            Ellos despreciaron el tiempo de mi redención, que vino y seguirá viniendo eternamente. Yo, en cambio, me alegrar‚ en compañía de los fieles que la han aprovechado, los cuales permanecerán sumergidos eternamente en el bautismo de mi gozo, sin temor de que les sea arrebatado. Escucharán en general el dulce nombre de hijo adoptivo, y en particular el nombre nuevo, que es mejor que el de hijo e hija, porque expresa mi voluntad, es decir, mis complacencias en ellos con elogios que escucho y les haré escuchar en el secreto amoroso del tálamo nupcial, poniendo mi mano izquierda bajo su cabeza y abrazándolos con mi derecha por toda la eternidad.

            Estarán siempre libres de todo mal, y eternamente colmados de todo bien. ¿Qué transfiguración, qué configuración pero qué transformación, que se puede llamar deificación? Cuando contemplo la gloria que recibe del exterior, me parece que el alma no puede subir más alto, ni el cuerpo ser más dichoso, ni el amor ser más glorioso que al transformar en sí a la criatura, pues la gloria que posee en su esencia divina es eterna, inmensa e infinita. El la comprende en su totalidad; sólo él puede hablar de ella pertinente y dignamente. Yo, en cambio, sólo puedo adorarla humildemente, confesando su excelencia en medio de mi respetuoso silencio, admirando al más bello de los hijos de los hombres, al Hijo amadísimo del divino Padre, sobre el que reposa el Espíritu Santo, intensificando el deseo de los ángeles de contemplar su rostro adorable, como dice la palabra santa: Fue enviado del cielo el Espíritu Santo, al que ansían contemplar los ángeles (1P_1_12).

            [1060] Todos ellos se extasían al verlo brillar sobre el Tabor, elevado a la gloria de Hijo del Altísimo: Porque recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: "Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco" (2P_1_17); él nos habla por sí mismo, diciendo que nos pongamos en pie, que nada temamos. Es él quien apacigua toda inquietud, para darnos su paz y hacernos reposar en él. Todo esto transcurre en un delicioso sabat

 Capítulo 188 - Triunfo que la divina bondad quiere conceder a quien camina por sendas de justicia, unido a una gracia de bendición que crece y florece como la azucena, para el bien de Francia. 25 de agosto de 1635.

            [1061] El 25 de agosto de 1635, a eso de las tres de la mañana, gocé de visiones en gran manera admirables.

            Me pareció estar en espíritu cerca de la iglesia de la Compañía de Jesús en Roanne, dedicada a san Miguel, príncipe de los ángeles. En una plaza muy vasta, vi una inmensa multitud de personas que asistía a un triunfo maravilloso. Vi dos niños hermosísimos, apenas entre los 10 o 12 años, que parecían ángeles dotados de una hermosura sobrehumana. Montaban dos caballos blancos como la nieve, que me parecieron muy misteriosos porque volaban y caminaban, todo a una. Ambos caballos parecían guiar a sus caballeros, en vez de ser dirigidos por ellos.

            Cada niño llevaba una oriflama o estandarte rojo carmesí, que los envolvía y cubría sus caballos a manera de funda. Dichos estandartes, por un poder oculto, se plegaban y alejaban por si mismos uno del otro en forma de columnas, las cuales, apoyadas sobre los caballos, subían hasta el cielo, quedando abiertas en lo alto como estando dispuestas a recibir fortaleza y plenitud del cielo y nada de la tierra. Ambos estandartes se trasladaban y flotaban por su propio poder, sin necesidad alguna de la mano de los niños, a los que protegían diestramente como a príncipes muy prometedores.

            A ellos siguió un venerable anciano de cabellos blancos como la nieve, de elevado talle y rostro lleno de majestad. Llevaba un gorro rojo en la cabeza y una lámina de plata sobre la frente, admirablemente trabajada, de la que nacía una corona de oro fino terminada en punta. Le siguió otro que llevaba al Santísimo Sacramento, al que sólo vi a medias porque su [1062] espalda iba vuelta hacia mí.

            Percibí bien, no obstante, la acción que ejecutaba. Había un tercero encargado de las ceremonias, que iba y venía de un lado a otro, pareciéndome que procedía de los dos anteriores. Estas tres personas me arrobaron de suerte que no presté atención al resto de la celebración triunfal, incluyendo a las personas que asistían a él.

            Lo que más me asombró fue oír al buen anciano pronunciar con majestad admirable estas misteriosas palabras: Alaba a Dios, alaba a la madre, alaba a Judá. Nadie pudo responder a sus palabras, que se llevaban consigo mis pensamientos. Volví en mí sólo para permitir que me invadiera una sorpresa que me hizo sufrir. Ello se debió a que vi un gentío presenciando todo esto, pero sin prestar atención ni manifestar admiración alguna ante esas palabras pronunciadas con tanta majestad, en las que la divinidad se complacía. Permanecí en un respeto indecible, esperando humildemente que el Verbo Encarnado me instruyera en todo lo referente a dichas visiones.

            La víspera de Santo Tomás, en 1636, alrededor de las siete de la tarde, entré en nuestra capilla para encomendar un asunto que concernía a su majestad y para obtener la bendición y la fecundidad tan deseada para Francia.

            Vi entonces una palma y fui introducida en el jardín de mi esposo. El jardinero era admirablemente hábil, produciendo y plantando flores deliciosas en medio de todas las que vi. Fueron cortadas dos hermosas azucenas de largos tallos, que una persona invisible a mis ojos colocó sobre mis hombros, sin que resintiera el peso de tan florida carga. Aprendí que dichas azucenas eran dos flores que debían alegrar a Francia a su debido tiempo, las cuales procedían del hermoso árbol que me fue mostrado en el año 1625, y que el Verbo Encarnado deseaba recrearse en la dulzura y aroma de esas flores, como me lo aseguró en la capilla de Nuestra Señora des Chazeaux el 3 de octubre de 1627, todo lo cual escribí con detalle el día seis del mismo mes y año.

            El R.P. Voisin podrá dar fe de todo cuando aquel que no puede mentir manifieste el efecto y verdad de sus repetidas promesas. Una sola de estas palabras es portadora de varios misterios, según la expresión de David: El habló una vez y este profeta, divinamente iluminado, entendió dos cosas: Dios ha hablado una vez, dos veces, lo he oído: Que de Dios es la fuerza, tuyo, Señor, el amor; y: Que tú al hombre pagas con arreglo a sus obras (Sal_62_12).

Capítulo 189 - Deseo de mi alma de dejar las cosas perecederas para poseer a Dios, al que ofrecí un festín con sus mismos santos.

            [1063] El día de san Lorenzo, considerando el martirio de este santo, y ayudada por la fuerza de la gracia, elevé mi espíritu a mi amor, representándome su cuerpo sagrado horadado y extendido en la cruz como sobre una parrilla en la que ardía el encendido fuego de la divinidad, por el que deseaba ser consumida. Supliqué a mi amado que, en vista de que ya me había asado en la melancolía, se dignara voltearme del lado de la confianza en su bondad, arrancándome de todo afecto a las criaturas, y me recibiera sobre este altar como un holocausto de amor sagrado. Su bondad no rechazó mi oración, dándome a entender que su Padre me recibía en olor de suavidad en razón de sus méritos, que aportaban dicho aroma a mi ofrenda. Gracias a él fui aceptada en misericordia y compasión.

            Invité a mi divino amor a un banquete que quise prepararle, en el que san Lorenzo sería la carne, san Vicente, el vino; san Esteban el agua, debido a que la plenitud de gracia es comparable al agua; y san Ignacio, el pan. El amor divino sugiere miles de ideas. Recibí a cambio un espíritu de desdén y menosprecio de todas las criaturas, pudiendo decir con san Lorenzo: Querido amor, he mirado con complacencia, durante largo tiempo, su engañosa vanidad. No deseo ver más que tus verdades permanentes, como san Vicente. Las rosas de este mundo no pueden retenerme en él; no deseo más vivir de mi propia vida, sino morir a mí para vivir en ti. San Ignacio dijo, al dirigirse al martirio, que comenzaba a ser tu servidor y que no deseaba ya cosa alguna que el ojo mortal pudiera ver en este mundo, por el que rogaste; mundo que es incapaz de ver y recibir tu espíritu.

            Ábreme, querido amor, los cielos de tu bondad para poder contemplarte a la diestra del divino poder, del que te pido me revistas. Recibe mi espíritu y perdona mis pecados y los de toda la [1064] humanidad. Si me es permitido ofrecerte esta oración, la hago postrada de rodillas especialmente por aquellos que pueden haberme ofendido. No quiero guardar resentimiento con nadie, y sí introducir los carbones ardientes de la caridad y el amor que tú concederás por misericordia a mí y a ellos. Recibe mi oración como incienso aromático de manos de estos santos diáconos y del gran pontífice Ignacio, unidas al festín que te presento por su mediación. Perdona querido amor, la libertad que me tomo. Tu bondadosísimo Espíritu me concede esta audacia, confiándome a tus méritos.

Capítulo 190 - La grandeza de san Luis reside en el odio al pecado y el amor que tuvo a Dios.

            [1065] ¡Cuán terribles son estas palabras: Lejos de los impíos la salvación, pues no van buscando tus preceptos! (Sal_119_155). Estas, sin embargo, son aun más espantosas: ¿Qué tienes tú que recitar mis preceptos, y tomar en tu boca mi alianza, tú que detestas la doctrina, y a tus espaldas echas mis palabras? Si a un ladrón ves, te vas con él, alternas con los adúlteros; abres tu boca al mal, y tu lengua trama engaño (Sal_50_18s).

            No existe proporción de lo finito a lo infinito: hay una distancia inmensa del pecado a la gracia. Dios no quiere que los pecadores hablen de su justicia, ni que su boca pronuncie las palabras de su Alianza. Prohíbe al pecador, mientras está en pecado, recibir la palabra del Testamento, tomarla de sobre el altar, recibir a Jesucristo sin estar preparado, por ser ésta la carne de Dios. El apóstol fulmina su anatema contra los que no aman al Señor Jesús, clamando en contra de los que hollan bajo sus pies la sangre del Testamento y que, mediante su pecado, crucifican nuevamente, en tanto que permanecen en él, a Jesucristo.

            San Juan, el discípulo amado, dice que Dios es luz y que en él no hay tiniebla alguna: Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado (1Jn_1_7).

            No podemos ignorar que todos somos pecadores; afirmar que estamos sin pecado sería engañarnos y mentirnos a nosotros mismos. Podemos asegurar que fuimos lavados por la sangre de [1066] Jesucristo, que nos libró de las potencias infernales para ser luz y gracia, dándonos un nuevo nacimiento. Todo el que no obra la justicia no es de Dios (1Jn_3_10), porque somos justificados por Jesucristo, al que el Padre nos envió. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él (1Jn_4_9). El nos amó primero. Debemos amarlo y odiar el pecado a imitación de san Luis. De este modo, poseeremos la sabiduría de Dios, que es contraria a la del mundo, que es necedad. Por eso el sabio dice que el número de los necios es incontable: Los necios son infinitos en número. Su demencia es incorregible a causa de su perversidad.

            El comienzo de la sabiduría es el temor de Dios. Luis, como todo un sabio, imprimió en el espíritu de su hijo el temor al pecado. Dios se mostró formidable en el trance del pecado al castigar a Lucifer y sus secuaces, pecado que los desfiguró de suerte que su esplendorosa belleza se transformó en horrible fealdad, que no tuvo ya lugar en el cielo. El centro de la tierra se avergüenza de albergar al pecado. Será, por siempre, el desorden y el horror. Las tinieblas palpables reciben a los pecadores para retenerlos en las moradas infernales por toda la eternidad: Allí será el llanto y el rechinar de dientes (Mt_25_30). Al perder la alegría celestial, reciben por heredad la tristeza infernal.

            Dios creó al ángel y al hombre para colmarlos de delicias y de gozo. El pecado cambió el designio de su bondad infinita, que se ama esencialmente y que aborrece el pecado por ser contrario a su esencia. Colocó al uno y al otro en un paraíso: uno celestial y el otro terrenal; el fin de su felicidad era la gloria infinita mediante la visión y fruición beatíficas, que consisten en la misma beatitud y soberana dicha del Dios inmortal, que odia la muerte que engendró el pecado. Por el pecado entró la muerte. Sólo juzgó digno de manifestar su poder para combatirla con vigor, al Señor de los ejércitos, al que envió para dispersar las fuerzas de los demonios, que Job consideró fortísimas por no imaginar en la tierra, antes de la Encarnación, poder alguno que las igualara. El Señor de los ejércitos vino para destruir al pecado, que le causó la muerte una vez, a fin de que Dios viva y reine por siempre.

            [1067] Pecado que no pudo darse en Jesucristo. Por ser la misma gracia, preguntó: ¿Quién de ustedes me argüirá de pecado? (Jn_8_46). Por ello su Padre lo ungió con óleo de alegría con preferencia a todos sus compañeros: es decir, lo hizo rey de reyes, que lleva escrito en su túnica y muslo: Rey de reyes y Señor de señores (Ap_17_14). El es impecable por naturaleza, y su madre por gracia. A través de su naturaleza divina, lleva grabado sobre el muslo el título de rey; por su naturaleza humana, lo lleva escrito sobre sus vestiduras; es decir, sobre su humanidad, que tomó de su madre, que es Reina de reinas, la toda pura, la más perfecta imagen que la divinidad haya expresado de sí misma entre las meras criaturas. Por esta razón, podemos llamarla imagen infinita de la divinidad y forma de Dios por una divina y singular participación o gratificación amorosa, ya que él se complació en mostrarla, después del Verbo, como candor de su luz, imagen de su bondad y belleza, al grado de llevar eminentemente y por encima de toda criatura, el nombre de blanca reina que engendró al Hijo impecable por naturaleza, cuya blancura rebasa la de la nieve, la cual extasía a la humanidad, a los ángeles y aun al mismo Dios, que proclama con fuerte voz: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco (Mt_17_5). Al verla sobre la faz y vestidura de Jesucristo, el Padre eterno parece arrobarse, y el Espíritu Santo con él, ocultándolo en forma de nube a manera de una celosía.

            La buena Reina Blanca, madre de san Luis, amaba a su hijo con un amor sobrenatural, diciéndole que preferiría verlo morir ante sus ojos, a verlo cometer un pecado grave, que es semejante a morir en presencia del Dios vivo, sabiendo que morir de esta muerte en sus manos es algo espantoso: ¡Es tremendo caer en manos del Dios vivo! (He 10_31). Supo imprimir tan bien estos principios en el espíritu del santo rey, que mereció reinar en el cielo después de haber reinado en la tierra. Más bien reinó en el cielo antes de reinar en la tierra, porque estar en gracia y conversar desde la infancia con los ángeles y con Dios es reinar divinamente: Por mí los reyes reinan y los magistrados administran la justicia. Por mí los príncipes gobiernan y los magnates, todos los jueces justos. Yo amo a los que me aman y los que me buscan me encuentran (Pr_8_15s).

            [1068] San Luis era despertado de madrugada por su madre, que le aconsejó velar a la puerta de su puro candor, lo cual lo acercó al Dios que lo hizo rey por gracia y por gloria, previniéndolo con la dulzura de las divinas bendiciones y colmándolo de riquezas de gloria y de justicia, de manera que pudo decir: Conmigo están la riqueza y la gloria, la fortuna sólida y la justicia. Mejor es mi fruto que el oro y las piedras preciosas, y mi renta mejor que la plata fina (Pr_8_19).

            Es una gloria para el reino de Francia el haber tenido un rey tan amado de Dios, que mantuvo su corazón en sus divinas manos: Corriente de agua es el corazón del rey en la mano de Yahvé, que él dirige donde quiere. Al hombre le parecen rectos todos sus caminos, pero es el Señor quien pesa los corazones (Pr_21_12). Dios dividió las aguas de las aguas después de haber hecho el firmamento en medio de las aguas: E hizo Dios el firmamento y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento cielos (Gn_1_6s).

            Es privilegio de Dios dividir las aguas de las aguas y crear un rey que es como un firmamento en medio de las aguas. Es propio de su sabia bondad escoger un rey en el seno de la inquieta naturaleza humana, que tiende a derramarse hacia abajo, y que se turba por poca cosa, porque el hombre se deja llevar por sus pasiones desordenadas. El rey que está por encima de todos sus súbditos estaría por debajo de los vicios si Dios no tuviera su corazón entre sus manos para dirigirlo, separando las imperfecciones que los reales placeres pueden causar en su soberano corazón si se deja llevar por los sentimientos naturales y las lisonjas de los cortesanos de la tierra, que viven en bestial voluptuosidad sin saborear jamás las cosas de Dios.

            El hombre no es animal, etc. San Luis las gustaba, las saboreaba y las recibía en las bodegas divinas. Con frecuencia exclamaba: Oh Dios de mi corazón, ¡cuán deleitables son tus dulzuras en mi palacio! Son más dulces que un panal de miel cuando las bebo a grandes tragos en los hospitales, después de que estos pobres las han rechazado. Sus manos cubiertas de lepra dan horror a los ojos humanos, pero al verlas con mirada angélica por tu amor, todas me parecen oro purísimo. Están hechas a torno, y encuentro el licor que destilan más delicioso que la ambrosía y el néctar. Caigo en un divino y amoroso entusiasmo después de saciarme santamente en esta divina mesa. Los pies de los pobres son más dignos de honor que el empíreo, porque tú te humillaste muy por debajo de los doce a los que llamaste al apostolado.

            Tú dijiste: lo que hagan al más pequeño de estos pobres, a mí me lo hacen; y te respondo, Dios mío, el potaje que comí al lado de este pobre me pareció una pócima deliciosísima por haber salido de las manos de tu divinidad. Cuando los hombres y las mujeres de mi reino consideraban un deshonor lo que hacía yo delante de tus arcas místicas, reputándolo por acción indigna de un rey, decía yo en mi corazón saltando de gozo como el rey profeta: Danzar‚ y me haré más vil todavía; ser‚ despreciable ante mis ojos; pero a los de las criadas, de que has hablado, parecer‚ más glorioso (2S_6_22).

            Gran santo, me parece escuchar a los necios del mundo, a quienes pareció necedad la sabiduría divina que te condujo así como guió al rey que fue según su corazón. Llenos de rabia y furor a causa de los tormentos que los oprimen, vociferan diciendo: Este es aquel a quien hicimos entonces objeto de nuestras burlas, a quien dirigíamos, insensatos, nuestros insultos. Locura nos pareció su vida y su muerte, una ignominia. ¿Cómo, pues, ha sido contado entre los hijos de Dios y tiene su herencia entre los santos? Luego vagamos fuera del camino de la verdad; la luz de la justicia no nos alumbró, no salió el sol para nosotros. Nos hartamos de andar por sendas de iniquidad y perdición, atravesamos desiertos intransitables; pero el camino del Señor, no lo conocimos. ¿De qué nos sirvió nuestro orgullo? ¿De qué la riqueza y la jactancia? (Sb_5_7s). He allí al santo Rey David en compañía de san Luis Rey, de los que reímos con sorna. Nosotros somos los insensatos, por menospreciar su santa vida y considerar su fin sin honor, diciendo que éste no mostraba al mundo la gloria que su reinado les había ganado sobre el espíritu de los humanos.

            Hemos cambiado de parecer al verlos ahora en el número de los hijos de Dios y que su suerte está entre los santos. Nos dimos cuenta de nuestro error en cuanto llegamos al término; erramos por el camino, siguiendo más bien la mentira que la verdad y la justicia; la verdadera luz no nos alumbró, ya que optamos por las tinieblas, [1070] cerrando la puerta de nuestro entendimiento al sol de la inteligencia, que no se levantó para nosotros porque negamos la entrada a su luz ¡Ay cuán infortunados somos por haber persistido en el camino de iniquidad y perdición! No tenemos punto de reposo en nuestra caminata, que proseguimos por sendas tortuosas. Al ignorar con toda malicia los amables caminos del Señor, ¿de qué sirvió nuestra soberbia, y qué gloria obtuvimos de nuestras aparentes riquezas, que nos esclavizan en estas angustias, hundiéndonos en la desesperación por toda la eternidad?

            Nuestros falsos placeres se desvanecieron como una sombra y como el mensajero urgido a llevar la noticia; como un navío empujado por el viento sobre las olas agitadas de las aguas, como pájaro de paso que se abre camino batiendo las alas, de cuyo vuelo sólo percibimos un rumor al hender el aire y como una saeta disparada, que divide el espacio para que éste refluya al instante sobre sí. De todo esto no podemos mostrar vestigio alguno; somos como si nunca hubiéramos existido. Nuestra vida no merece un ser. ¡No así los impíos, no así! Son como polvo que se lleva el viento (Sal_1_4).

            Ciertamente ninguna señal de virtud pudimos mostrar, y nos consumimos en nuestra maldad. Así discurren en el infierno los pecadores... Al contrario, los justos vivirán eternamente y su galardón está en el Señor (Sb_5_13s). Su recompensa está en la casa del Señor. El mismo es su magnánima gloria, es decir, ilimitada. Su sublime entendimiento habita con el Altísimo, que los eleva mediante el conocimiento de una ciencia eminente y una sabiduría divina. San Luis y David tuvieron esta dicha: Recibirán de mano del Señor la corona real del honor y la diadema de la hermosura; pues con su diestra los proteger y los escudará con su brazo (Sb_5_16).

            De un reino pasaron a otro; de la tierra, al cielo, donde recibieron un hermoso reino y una corona finísima de mano del Señor, cuya diestra los dirige y cuyo santo brazo los defiende de todos sus enemigos. Las manos del Señor, que están moldeadas en el torno del amor, concede coronas innumerables para toda una eternidad. El no se arrepiente de sus dones porque es la soberana bondad y belleza. Es, en sí mismo, comunicativo; es [1071] la gloria esencial que otorga a sus bienaventurados reyes en el empíreo, los cuales volaron más allá de los cielos y, al despreciar la tierra, recibieron la corona de santidad de manos del santo de los santos, al que imitaron con sus cruces y mortificaciones, ofreciéndose en sacrificio por su amor, que los convirtió en holocaustos perfectos, de los que él mismo fue el más perfecto. David, conociendo bien sus intenciones, exclama: ¡Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron! (Sal_50_5).

            Convoquen en su presencia a sus santos, que siguieron el orden de su Alianza por encima de los antiguos sacrificios, que el Padre recibió sólo en virtud de la hostia divina que Jesús debía ofrecer de sí mismo en la última cena y en la cruz. En esas dos ocasiones la santísima humanidad alabó con toda dignidad a su Padre eterno, concluyendo la obra que él le había encomendado, a cuyo cumplimiento se comprometió con un voto solemne del que no descuidaría ni una sola tilde.

            El amor, el cielo, la tierra y tu Padre te invitan a ofrecer tu sacrificio: Sacrificio ofrece a Dios de acción de gracias, cumple tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia, te librar‚ y tú me darás gloria (Sal_50_14). Como eres el santo de los santos, santificado con tu propia sangre, eres el santo por excelencia y por naturaleza, separado de todos los demás santificados por la gracia, que me son aceptables por tu medio. Deseo que todos estén contigo según la plegaria que elevaste con autoridad divina, diciéndome: Quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo (Jn_17_24).

            Recibo tu sacrificio, Hijo mío queridísimo, y con él, el de todos los santos. Recibo las alabanzas que san Luis me ofrece: El que ofrece sacrificios de acción de gracias me da gloria, al hombre recto le mostrar‚ la salvación de Dios (Sal_50_23). Del oriente del sol hasta el ocaso, desde Sión, llena de hermosura, Dios resplandece (Sal_50_1s). Glorifícate en Dios tu salvador en Sión y ruégale por este reino, para que acuda en nuestro auxilio: Dios, nuestro Dios, se apresura a venir y no se callará (Sal_50_3).

            Gran Dios, te pido un favor por intercesión de san Luis, cuya fiesta celebramos: que nuestro rey Luis XIII sea su verdadero imitador; que puedan aplicársele las palabras siguientes: Tomará su celo como armadura (Sb_5_18) y que persevere siempre en el mismo fervor. Arma a tus [1072] criaturas en contra de tus enemigos. Obra prodigios en su favor, así como has hecho para gloria tuya: Por coraza vestirá la justicia, se pondrá por casco un juicio sincero, tomará por escudo su santidad invencible, afilará como espada su cólera inexorable, y el universo saldrá con él a pelear contra los insensatos. Partirán certeros los tiros de los rayos; de las nubes, como de arco bien tendido, saltarán al blanco, de una ballesta se disparará furioso granizo; las olas del mar se encresparán contra ellos, los ríos los anegarán sin piedad; se levantará contra ellos un viento poderoso y como huracán los aventará. Así la iniquidad asolará la tierra entera y la maldad derribar los tronos de los que están en el poder (Sb_5_18s).

            Hazle ver en todo momento que tu sabiduría es más fuerte que todas las fuerzas creadas, que tu providencia no se queda atrás de toda fuerza humana; que comprenda siempre que el poder le viene de tu bondad y su fuerza del altísimo; que cuando escrutes sus obras y sopeses sus pensamientos, encuentres en ellos pureza y rectitud de intención; que sean hallados semejantes a los de san Luis, el hombre según tu corazón.

            Cuando considero el fervor de san Luis, lo encuentro parecido al de David, que exterminaba cada mañana a los pecadores de la tierra. Su inocencia, empero, sobrepasa a la de David así como la ley de gracia rebasa la de Moisés, es decir, la ley escrita. No le pediste que te construyera un templo; jamás hubiera mandado derramar sangre inocente, a diferencia de David, que hizo derramar la del pobre Urías para robarle a su ovejuela. No niego que el penitente David lavó sus manos entre los inocentes, y que transferiste su pecado a las espaldas tu Hijo, que también sería su descendiente.

            Aceptaste que san Luis te erigiera hospitales y capillas, que coronó con tu propia corona, atribuyéndote toda la gloria. La lanza que perforó tu sagrado costado impulsó su corazón a la conquista de la tierra santificada por tu preciosa sangre. Si no le fue posible realizar estos deseos, cumplió en cambio los tuyos, que se complacen en la buena voluntad que, por sus efectos, descubre en las personas. Tuvo paz en sí mismo por estar lleno de buena voluntad. Te glorificó sobre los cielos, a los que lo llamaste al lado de tu Hijo amadísimo, que siempre hizo tu voluntad.

            Tu Hijo vino en buena hora por las ovejas perdidas de la casa de Israel. Derramó con profusión su preciosa sangre por ellas. [1073] Las llamó, buscó y halló, pero ellas no quisieron seguirlo. Movidas por la burla le dijeron que era su rey, que se librara de la muerte temporal, que bajara de la cruz y entonces creerían en él, echándole en cara que salvaba a otros pero no a sí mismo. Lo desconocieron ante Pilatos. Su propio Padre lo abandonó en el dolor que el azote del pecado le había causado, cuyo flagelo lo golpeó hasta la muerte más infame y dolorosa con que los judíos afligían a los malhechores. Padre de bondad, enviaste a tu propio Hijo a manos de sus más crueles enemigos, que lo trataron inhumanamente con crueldades y barbarie indecibles. Quisieron manifestar un rey imaginario, tratando como él a sus cortesanos. Por ello, quiso prepararles un reino como el que tú le preparaste.

            Gran Santo alégrate por haber tenido a tu disposición el reino eternal gracias a los sufrimientos que su providencia ordenó y resucitó con grandísima gloria, como puedes verlo en el cielo, donde estás glorioso en espíritu, en espera de que tu cuerpo sea también glorificado.

            Para manifestar tu gloria, no quiso Dios esperar hasta el último día; ya desde este mundo dejó ver en ti una gloria parecida a la de los santos, mostrándote como gran santo entre los reyes y gran rey entre los santos. Amaste la justicia y odiaste la iniquidad desde tu infancia: Por eso Dios, tu Dios, te ungió con óleo de alegría más que a tus amigos (Sal_44_8). Por ello te ungió con óleo de alegría con preferencia a muchos otros reyes, que sólo recibieron una unción de tristeza, que es la realeza terrena, que tiene más espinas que rosas.

            Por ello fue aceptada por el rosal, después de ser rechazada por árboles más excelentes. Las coronas materiales tienen puntas en el exterior y ofrecen una sensación de alegría. Las interiores, en cambio, las llevan por dentro con una real felicidad, porque nacen, viven y permanecen en el gozo del Rey de reyes y Señor de señores, cuyo reino no tiene fin.

            En este reino de alegría estás sumergido. Gran san Luis, recuerda pedir al rey universal por todos sus súbditos, pero en especial por los tuyos, ya que nosotros dependemos de la corona de Francia, [1074] a la que su divina bondad se digna bendecir. Amén.

 Capítulo 191 - Las lágrimas y oraciones de santa Mónica dieron como fruto en la Iglesia al seráfico y ferventísimo Agustín.

            [1077] Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva (Ga_4_4s).

            Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios al mundo a su Hijo, para que naciera de una mujer bajo la ley a fin de liberar de la esclavitud a los que estaban bajo esta ley y concederles el privilegio de hijos adoptivos. ¿Quién podría describir la fuerza que Dios concedió a la mujer? Sólo el Verbo lo sabe, sólo él podría expresarlo. Si María no hubiese hablado, no se habría encarnado; al decir: Hágase en mí según tu palabra, lo movió a descender a sus entrañas. En cuanto se encontró en ellas, se sujetó a su voluntad, de la que jamás se apartaría, por complacerse en este maternal dominio mediante el cual se sujeta también a su divino Padre, sometiendo a él todas las cosas a través de María.

            Si ella no hubiera orado, los cielos no se habrían abierto a san Esteban cuando fue lapidado. María abre los cielos; al levantar los ojos, es todopoderosa ante su Hijo y su imperio, y esto por toda la eternidad en razón de su divina maternidad.

            Cuando la plenitud de las lágrimas de Mónica se convirtió en mar, sonó la hora fijada por la divina providencia, que acudió para dar su gracia a Agustín como favor a las lágrimas de su madre. Fue liberado, por tanto, de la esclavitud del pecado y se sometió a la ley de su madre, de la que no quiso ya apartarse porque esta sujeción le dio la libertad, lo mismo que a muchos otros que han seguido su ejemplo.

            Es prerrogativa del Verbo Encarnado, por haber entregado su humanidad a la muerte, engendrar una descendencia numerosa y perdurable. Agustín, al morir a sí y a cuanto significa imperfección, debía tener, por la gracia y la providencia, una posteridad similar. ¿Cómo es [1078] que san Agustín tiene hijos? Son innumerables. Cuente, quien lo desee, a todos los que militan bajo su regla. Sería imposible enumerar a los que ha engendrado a través de sus escritos. Sólo Dios conoce el número de todos los que son y serán suyos por obra de Agustín.

            En el bautismo, Agustín se convirtió en hijo de la gracia y pudo preciarse de ello con el apóstol: Por la gracia de Dios soy lo que soy; su gracia no fue estéril en mí (1Co_15_10). Jesucristo es la gracia, y por su medio le fue concedida de su plenitud. Todos recibimos gracia por gracia; la gracia y la verdad hechas realidad por Cristo Jesús. Jesucristo es la fuente de la gracia en sí, de sí por sí. El mismo Jesús eligió a san Pablo para convertirlo en vaso de gracia. Por ello el apóstol tomó su nombre, diciendo que la gracia de Dios lo convirtió en lo que era y que no había sido vana en él.

            Agustín puede aplicarse las palabras del apóstol, por haber recibido después de él los efectos de la gracia. ¿Quién habló de ella con más provecho que esta águila entre los doctores? Habla la gracia cuando habla Agustín. Y añado: El mismo Verbo Encarnado habla por mediación de Agustín, lo cual le comunicó un día después de la comunión: Agustín, no te transformarás en ti, sino que serás transformado en mí; este alimento que has recibido es el manjar de los grandes. Por él divinizo a la humanidad. Deseo hacerte augusto en todos los aspectos en que un hombre de corazón puro puede serlo. Serás Dios por participación, e hijo del Altísimo; el nombre de Agustín te sienta muy bien.

            Agustín es un ave fénix que surgió de las llamas encendidas por el divino Fénix. Nació en el bautismo, en el que somos regenerados. ¿No fue acaso la muerte del Salvador la que le dio su nueva vida y su divina inocencia? La caridad divina lo hizo llamarse y ser hijo de Dios, hermano de Jesucristo y heredero con él. Los ángeles son asignados al ministerio como ministros de fuego, para encender a los que deben poseer la heredad de la salud. La muerte de Jesucristo es nuestro Oriente que ascendió sobre el ocaso. Nos elevó cuando descendió a la muerte, la cual nos levantó hasta la vida eterna. Agustín, en su humildad, manifestó a Dios siendo llevado a lo alto como en un carro triunfante. Agustín es un querubín al que Dios subió, sobre el que se sentó: Se sienta sobre los querubines, conmuévase la tierra (Sal_98_1). Cuando Dios se asentó en el alma de Agustín, cambió todo cuanto había de terreno en él. Conmocionó a todo el infierno, que es el centro [1079] de la tierra, el cual tembló y continúa temblando al verse bajo el poder de Agustín. Los herejes experimentaron el poder y la verdad de su doctrina, para confusión suya y temieron siempre los golpes de este martillo, que los hacía trepidar cuando acudían a los debates.

            La pluma de Agustín es el clamor de los vientos, que lleva el Evangelio del Verbo Encarnado a todos los rincones del mundo. Este es el tema de sus escritos, que es llevado por toda la tierra, al igual que los de otros doctores: Por toda la tierra corre su sonido, y hasta los confines del orbe sus palabras (Sal_19_4). San Juan dice que el mundo no sería capaz de contener las maravillas de Jesucristo, aun cuando fuera transformado en libro. Lo creo en verdad, ya que puedo decir que el mundo es muy pequeño para contener la grandeza de Agustín.

            Subamos más arriba y veamos cómo Agustín es ensalzado. Es éste el trono que vio el profeta Isaías: Vi al Señor sentado en un solio excelso y elevado, y las franjas de su vestido llenaban el templo (Is_6:1). El Señor se sentó en el alma de Agustín, que es su trono, debido a la excelencia y número de gracias que le concedió. El templo de la Iglesia está colmado. Los serafines se detienen admirados, tapándose los pies y la cabeza ante el amor inefable que Dios concedió a Agustín, contemplando en él al Dios que no tiene principio ni fin. Por eso cubren sus pies y rostro, clamoreando entre ellos: Santo es el Padre en la memoria de Agustín, Santo es el Hijo en el entendimiento de Agustín. Santo es el Espíritu Santo en la voluntad de Agustín. Santo es el Señor de los ejércitos, que ganó con las armas de su amor a este hombre tan augusto.

            Toda la divinidad se deleita en él, y, a su vez, él la adora con temor y temblor, porque ella es grande y él, pequeño. El Padre y el Verbo le envían al Espíritu Santo, que le lleva el carbón ardiente del divino amor para que abrase al mundo. Le asignan, además, una misión extraordinaria: que de su parte deje sordos a los inteligentes de la tierra, y ciegos a los que se creen clarividentes: Embota el corazón de ese pueblo, tapa sus orejas, y véndale los ojos; no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y le cure (Is_6_10). Misión que Agustín desempeñó dignamente, convenciendo a los herejes e iluminando a los católicos para persuadirlos a dedicar sus entendimientos al servicio de la fe y a seguir los consejos [1080] de Jesucristo que son contrarios a la carne, a la sangre y a todo lo que es de un sentir meramente humano, exponiéndoles las verdades predicadas por él, como la necesidad de perder su alma para encontrarla, o humillarse para llegar a ser grande.

            Proclamó todo esto con tanto fervor, que dio cumplimiento todos sus propósitos, convirtiendo a sus oyentes en pequeños santos. David tuvo razón al decir que con los buenos se vuelve uno bueno. Se puede añadir que, con los santos, llega uno a ser santo. Nadie puede escapar al ardiente fervor de este sol: Nada hay que se esconda de su calor (Sal_19_6). Agustín nos enseña una ley sin tacha que convierte los corazones a través de sus fieles palabras, que levantan a los humildes para prodigarles alegrías divinas, penetran sus corazones con afectuosa dulzura, e iluminan su mirada con sus amables claridades. Helos allí, perfectamente curados porque se convirtieron. Todos los que se conviertan a través de sus escritos recibirán la protección del Señor: y se erguirá como el terebinto y como encina que despliega su ramaje; todo el que eche raíces en ella tendrá simiente de santos. Esta simiente es la gracia que mora en el alma. El Verbo es la simiente divina que hace su casa en los que se abren al Espíritu divino, del que ni el Padre ni el Hijo pueden separarse.

            Reflexión‚ en Agustín y las sublimes visiones que vio el profeta Ezequiel en el año treinta quinto de la deportación del rey Joaquín, que significa preparación o resurrección del Señor. Este profeta dice que el cielo se abrió y contempló visiones divinas. Se encontraba entonces con los prisioneros a la orilla del río Kebar, en la tierra de Caldeos, y allí fue sobre él la mano del Señor.

            Al mirar vio un viento huracanado procedente del norte, y una gran nube con fuego fulgurante y resplandores en torno y en medio de él; es decir, en el centro del fuego, que era como una especie de electro. Este huracán representa para mí el Espíritu, que es comparado al viento, que sopla donde, cuando y como quiere. ¡Qué soplo habrá producido en san Agustín para enfriar en él los ardores de la concupiscencia, lográndolo tan bien que los suprimió del todo! La nube es el Hijo, que derramó y acumuló en san Agustín abundantísimo rocío de bendiciones divinas, iluminándolo con el día de la gracia que brilló siempre en él a partir de su conversión. A favor de esta nube, camina el pueblo de Dios; me refiero a los cristianos.

            El fuego que lo rodeaba era el divino Padre, que engendró en él al Verbo que es su esplendor y expresa en él sus divinas perfecciones. Como su imagen es la figura de su sustancia, el Padre y el Hijo producen el viento que es [1081] el Espíritu Santo, mismo que enviaron a los profetas y a la Virgen para obrar en ella el misterio de la Encarnación del Verbo divino. El mismo Espíritu descendió, después de la Ascensión de Jesucristo al cielo, sobre los apóstoles y discípulos, y es quien gobierna la Iglesia, la cual no puede equivocarse. Suele ser impetuoso en sus venidas. Transforma las almas y censura al mundo por el pecado de justicia y de juicio. El mundo insensato no puede verlo ni recibirlo. Es él quien enciende los corazones. Por ser el lazo del Padre y del Hijo en la Trinidad, fue el vínculo que ligó con el Verbo a nuestra humanidad. Es la atadura que nos liga mediante el amor con la divinidad, que derrama la caridad en nosotros a través de la inhabitación de dicho divino Espíritu, que lleva a cabo su obra en los que tienen la dicha de ser hijos de Dios.

            Agustín fue movido e impulsado en todo momento por el Espíritu divino, que le concedió cuatro rostros para contemplar con ardiente fervor los cuatro confines del mundo, a los que volaba con sus deseos, a los que iba con el afecto, y en los que obraba a través de sus escritos maravillosas conversiones. Su singular bondad le daba rostro de hombre; su vigilancia indecible, la del león, pues aunque durmiera, su corazón velaba. La del buey correspondió a su trabajo incansable en bien de la Iglesia; llegó hasta ofrecerse como víctima por los pecadores de su siglo. Se le dio la del águila porque miraba fijamente a su divino sol. Si, en ocasiones, descendía para pensar en su bajeza, lo hacía para humillarse.

            Pero, ¿qué digo? En sus sublimes visiones jamás perdió los humildes sentimientos que tenía de su bajeza. Al ver un Dios tan grande, se tenía por un hombrecillo. Siempre caminó en su presencia, siguiendo las inspiraciones del Espíritu Santo, sin jamás dar paso atrás. Unió el reposo al movimiento. La modestia y la prudencia defendieron su cuerpo de todos los peligros que veía venir. Volaba con las dos alas del amor a Dios y el amor al prójimo. Fue un sol que recorrió su curso sin omitir lugar alguno y sin abandonar su reposo divino.

            Fue como una rueda sobre la tierra al hacer el circuito para alabar en ella al Creador a través de sus criaturas. Visitó todos los lugares creados y permaneció en el increado, el cual conoció muy bien por afirmación, después de la negación de todo cuanto nos lo representa, encontrándolo en sí mismo y en él como ruedas que estuvieran dentro de otras ruedas, estando en posesión del espíritu de vida y de la vida esencial. Contempló a las tres divinas personas una dentro de la otra. Habló competentemente sobre su distinción, su igualdad y su verdad. Manifestó la rectitud de Jesucristo, sus admirables obras y la derechura de sus pies; es decir, los afectos que tan bien dirigió en su sacrificio, mediante el cual honró a la divinidad y rescató a la humanidad.

            [1082] El pudo, en virtud de las llamas de Jesús ardientes chispas procedentes del cielo pedir esta heredad en virtud de los méritos del mismo Jesús, y tender a su centro, que es el fuego divino. Jesucristo es la esfera del fuego amoroso en la que debemos elevarnos; es la bóveda celeste resplandeciente como el cristal; es la piedra de zafiro en forma de trono de la divinidad, que se asienta sobre el firmamento. Se escucha una voz: es la palabra eterna, el Verbo del Padre que todo lo creó, que lleva en sí todas las cosas, que da vida a todo, que se hizo hombre, que levantó nuestra naturaleza por encima de los ángeles. Desde la cadera para arriba tiene apariencia como de carta enrollada, envuelta en fuego que es el amor supereminente que tiene a su Padre. Dicho amor asciende desde la cadera hasta su origen. De allí abajo algo como fuego que resplandece en torno. Es el amor que desciende a las criaturas, a los ángeles y a la humanidad. Como se hizo hombre, los ama como hermanos y vino a proclamar el nombre de su Padre, diciéndoles que deseaba ser también suyo y que les traía la paz junto con la abundante lluvia de sus gracias, a semejanza del arco iris cuando llueve. Jesucristo se manifiesta enamorado de las almas a las que rodea de sus bellezas, alegrándolas en sus delicias divinas. El profeta Ezequiel dijo que esta visión era como la forma de la gloria del Señor, que no puede ser tolerada por los ojos de los mortales; razón por la cual el profeta cayó rostro en tierra.

            Agustín recibió la fuerza en virtud de Jesucristo resucitado, como un favor especial. Pudo conversar familiarmente con él, según la palabra del apóstol: Donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra (Col_3_12). Como había resucitado con él, buscó siempre las cosas altas y sublimes; fue como un águila a la que se permitió y concedió el poder y el privilegio de mirar fijamente a su divino sol, sobrevolando a todos los demás doctores y contemplando la gloria de aquel que fijó su tienda en el sol. Fue el amigo del esposo. Si no guardó la inocencia durante su infancia natural, conservó la pureza en la infancia sobrenatural. Por el bautismo, en el que fue lavado de todos sus pecados, volvió a nacer. Jesucristo dijo a Nicodemo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios (Jn_3_3).

            San Agustín tuvo el privilegio de renacer en las l grimas de su madre, que es la sangre de su corazón. Por ello dijo que lo había engendrado dos veces. Como tuvo el bien de renacer del agua y del Espíritu Santo, pudo contemplar el reino de Dios y entrar en él. [1083] Ya desde esta vida, Agustín conversaba en los cielos con Jesucristo, que fue constituido el cielo supremo, en el que se sienta en el trono de su grandeza. El glorificó a Agustín, alabándolo y ensalzándolo como en otro tiempo al gran Bautista, como diciendo: Entre todos los hijos nacidos de las lágrimas de una mujer, no hay otro más grande que Agustín en su humildad, su penitencia y pureza, que lo hacen incomparable. Desde su bautismo contemplo su inocencia, a pesar de la cual, hasta su muerte, practicó la penitencia. Su mortificación continua es indecible, por lo que pueden aplicársele las palabras que san Pablo dirigió a sus hijos: Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él (Col_3_3s).

            Han muerto a ustedes mismos y a todo lo que es de este bajo mundo. Su vida de gracia está escondida en Dios con Cristo Jesús. Como él es su vida, en el día de su manifestación aparecerán con él en la gloria y su glorificación será semejante a la visión divina. El pidió que los suyos estuvieran allí donde él esté, que poseyeran su misma gloria y que fueran uno así como el Padre y él son uno. Agustín tiene la dicha de participar de esta unidad. Se dice de él que amaba tanto a su amor, que, de haberla tenido, le hubiera cedido la divinidad, para ser únicamente Agustín. Dios se sujetó a la regla de Agustín sin dejar su divinidad. El Verbo Encarnado hizo otro favor a san Agustín porque, al someterse a su regla, puso su instituto bajo la tutela de san Agustín. Dime, soberano mío, ¿te pones bajo el imperio de Agustín, después de haberlo sometido al tuyo? César Augusto te desconoció cuando te estableciste en Belén. ¿Fueron anotados tú y tu santa madre en su censo como súbditos suyos? En verdad lo ignoro.

            Sé bien, sin embargo, que tu nombre está escrito en Roma bajo la regla de san Agustín, que es padre de tus esposas, y tuyo en consecuencia. Sólo tú sabes cuánto favor le hiciste. Es hijo de la gracia y ave fénix del amor. El dijo que, como es el hombre, es su amor. Como el de Agustín era divino, él era, en consecuencia, divino y Dios por participación. Pudo comprobar la veracidad de tus promesas, que consiste en la transformación en ti, que me das la osadía necesaria para escribir sobre tan divino cambio.

            Me he atrevido a hablar del gran san Agustín, que es augusto y sublime en todo: en sus pensamientos, palabras y acciones. David pidió alas de paloma para volar y descansar durante el vuelo, cuando deseaba elevarse a los conocimientos místicos que veía relumbrar entre las sombras de dos leyes: la natural y la escrita, pues la de la gracia sólo debía concederse por mediación de Jesucristo.

            [1084] Es menester que pida yo alas y ojos de águila para seguir como aguilucho del corazón a esta gran águila, y mirarla fijamente como a sol admirable que lanzó sus radiantes dardos en sermones elocuentes y eruditos que le ganaron tanta admiración. Es el amor a Dios llevado a la excelencia. Al referirse al amor divino que llenaba su alma, que estaba sumergida en un torrente de delicias que lo atraía más y más al profundo abismo de sus divinos transportes, exclamó: Oh Dios, tu divino placer me arrebata y me lleva en pos de ti, y dentro de ti, porque en ti está el manantial de la vida (Sal_36_9). Es ésta una fuente de luz viva y fuerte, que ciega los ojos del cuerpo e ilumina los del espíritu. ¿Cómo será esto cuando nos veamos libres de estos compuestos terrestres? y en tu luz vemos la luz. En ella estás, gran santo. O amar, o morir a sí mismo, o llegar hasta Cristo.

            ¿Qué dices, hombre transformado en amor, por no llamarte el mismo amor? Da al que ama, y sentirás lo que digo; da al necesitado, da al hambriento, da al que peregrina en esta soledad, y al sediento que suspira por la fuente de la patria eternal. Da y sabrás lo que digo. Si, empero, eres frío, hablo como si no hablara. Si estoy en el número de los fríos a los que aludes, no comprender‚ tus ardientes palabras.

            Pide este amor para mí. Santo Padre mío, engendra, como san Pablo a sus hijos, una hija que anhela este amor forzada por el desfallecimiento que este amor causa al corazón que vive abrasado en él. Pide que desee yo con deseo este amor tan anhelado; tú eres el Padre del deseo; por mi parte, deseo ser hija del deseo. Vacíame de todos los demás deseos, a fin de que tenga hambre de este manjar divino y sed de esta fuente de vida que se encuentra en la soledad del alma peregrina, que no puede quedarse en este lugar extraño a todos sus afectos, que apuntan a su verdadera patria, donde se encuentra la fuente de las delicias eternas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En él se detiene con toda felicidad, por ser él quien da término divinamente a las divinas emanaciones y es lazo de unión en la Trinidad.

            O amare. Pido amar a aquel que es infinitamente amable. Pido seguir al que es camino al entendimiento de su Padre y al seno de su madre, por el que vino hasta nosotros; por el que ella llegó hasta él, ofreciendo sus entrañas al Verbo divino, las cuales serán benditas por toda la eternidad por haber portado al Hijo del Padre eterno.

            Morir a sí mismo pide que renuncie a [1085] mí unida a la humanidad divina, que fue privada de su propio soporte, al que renunció antes de tener la posesión definitiva de lo divino, si me es permitido afirmar que ella tuvo el ser humano antes de apoyarse en la hipóstasis del Verbo. Pido humillarme con María ante la admirable humildad que complació al Verbo. Ruego a mi queridísimo Padre que me eclipse contigo en cuanto la forma de tu tierra se interponga entre ti y el sol de la divinidad. Con ello quiero decir que cuando veas tu bajeza al lado de su grandeza, que te atrajo hacia ella por un especial favor que te hizo humilde, aprenda de Jesucristo estas dos virtudes: la humildad de corazón y la bondad. Quien tiene estas dos virtudes se acerca a Jesucristo, que vino para salvar a los humildes adoptando en heredad a los mansos; heredad que es tierra de los vivos, a la que David llamó su porción.

            El rey profeta, que era ya el hombre según el corazón de Dios, creyó que su vida agradaría más a Dios cuando llegara a su fin, porque mientras estuviera en camino corría el peligro de ofender su bondad a causa de las debilidades inherentes a la naturaleza. Por eso dijo: Ha guardado mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, y mis pies de mal paso (Sal_116_8). Señor, cuando esté a tu lado, ya no estar‚ sometido a la muerte. No habrá más lágrimas en mis ojos, ni tropezarán mis pies: ¡Tengo fe, aún cuando digo: Muy desdichado soy! (Sal_116_10). Al estar en éxtasis, dije en mi arrebato que todo hombre es mentiroso. ¿Qué podrá dar al verdadero Señor, que me ha concedido la inmensa gracia de darme a su Hijo, que es su verdad, prometiendo que nacería de mí para ser hijo mío? El se hizo salvación para redimirme; lo tomaré, porque es mío y lo ofrecer‚ al divino Padre, invocando el nombre del Señor.

            Agustín, habla al unísono con el rey profeta, ofreciendo al Salvador, que tanto sufre por nosotros. El te instruyó en su fecundo amor. El te da toda su sangre, y su madre toda su leche. Estás situado entre el Hijo y la madre, sin saber a quién volverte: En medio colocado, a quien volverme ignoro.

            Permanece en el centro. Tendrás al uno y a la otra en el seno materno; el corazón del Hijo hizo en él su morada; es su amor. Si contemplas al Verbo divino como Oriente, detente en él. El es el centro en la Trinidad. Poseerás con él al Padre y al Espíritu Santo, que son inseparables de este Hijo. No trates de [1086] comprender totalmente a la Trinidad divina. Si eres demasiado pequeño para abrazar a la madre y al Hijo, tu corazón tampoco puede abarcar ambos torrentes: el de sangre y el de leche. Piérdete del todo en ellos; si te es permitido salir, que sea para invitarnos a beber de esa corriente en el camino, a fin de mantener en alto nuestra cabeza. Digo de este torrente, porque el amor hace uno de los dos, que tienen su fuente de origen en el gran mar que es el Hijo por esencia, y la madre por gracia.

            No quieras contener en tu entendimiento el océano de la divinidad. Es ella la que desea abarcarte y concederte una muerte más gloriosa que la de los ángeles, que será deseada más tarde, por san Bernardo. Deja a Balaam el deseo de morir con la muerte de los justos, contemplando la dicha del polvo de Jacob y de los tabernáculos de Israel. La gloriosa muerte que desea conceder la divinidad es la de Jesucristo. La saeta de amor disparada por el divino arquero ha herido tu corazón. No la retirará sino para atraer a sí tu corazón oprimido y traspasado. El apunta al blanco, a la meta. Hete allí herido y traspasado; muere de amor, porque de él has vivido. Contemplo a este amor, dueño de tu vida, sosteniendo tu corazón, que expira en su seno. ¡Ah, qué muerte tan preciosa a los ojos del Señor, que te sepultó dentro de su pecho! Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios (Col_3_3).

            Los bienaventurados pueden describir la vida que tienes en la divinidad en unión con Jesucristo. Pueden verla a través del Verbo divino, en el que vives, en el que eres y en el que mueres. El es tu vida y movimiento, a pesar de ser inmutable con los que somos mortales y peregrinos. Es necesario que adoremos en silencio tu vida oculta en Dios con Jesucristo, que no quiere manifestarte del todo, aguardando el día en que él mismo aparecer y revelar su vida gloriosa, a la que está unida la tuya, por no decir que es una misma vida.

            Al estar todavía en el mundo, el apóstol dijo con toda verdad que Jesucristo vivía en él, y que él no vivía más para sí: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga_2_20). Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2Co_5_14s). Gran Santo, vive en Jesús, que es tu vida, la cual está escondida en Dios.

            [1087] Estás del todo transformado en él, que retiró el velo para que puedas verlo cara a cara y goces de la gloria. Si en alguna ocasión, vaciándonos de nosotros mismos y de todo lo que es bajo y sensible, se nos permite verlo por algunos instantes, nos parece estar en la gloria: Porque si aquello que era pasajero, fue glorioso, ¡Cuánto más glorioso ser lo permanente! (2Co_3_11).

            Es muy diferente permanecer en esta felicidad para siempre, sumergido en la alegría del Señor glorioso y de la divina gloria que posee con el Padre y el Espíritu Santo desde toda la eternidad en cuanto Verbo, y hasta la infinitud como Verbo Encarnado

 Capítulo 192 - La Virgen fue la primera criatura de la que Dios tomó posesión. El libro del Eclesiástico expresa sus excelencias. Ella es el trono de la majestad del Verbo Encarnado. El Salvador vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos en el valle de Josafat, honrando así el sepulcro de su santa madre.

            [1089] Padre eterno, que te conoces perfectamente, y que al contemplarte en ti mismo engendras a tu Verbo, que es figura de tu sustancia, imagen de tu bondad, esplendor de tu gloria paterna, espejo sin mancha de tu majestad, hálito de tu omnipotente virtud y emanación sincera de tu eterna claridad. A una con el Verbo produces al amoroso Espíritu Santo, que es tu amor tan único, que es el término de todas las emanaciones internas, y el punto final de tu voluntad y tu reposo.

            En la producción de este amor, eres perfectamente suficiente a ti mismo. En esta suficiencia permaneciste una eternidad entera lleno de gloria y majestad, sin tener necesidad de las criaturas destinadas a tener el ser gracias a tu bondad, para participar del bien que posees por esencia. Te dignaste comunicarte al exterior, movido por un amor inefable, creando al ángel y al ser humano para que gozaran de tu felicidad a través de tu deliciosa visión.

            La primera de todas las criaturas a quien destinaste a ella, fue la que debía ser hija, madre y esposa de la divinidad, porque sería iluminada admirablemente por los montes eternos.

            Ella fue la Sión de tu habitación pacífica; para poseerla no fue necesario guerrear ni echar mano del escudo y la espada. La poseíste desde el comienzo de tus designios: antes de que todas las demás criaturas fueran creadas, estaba señalada para ser la madre del amor hermoso, es decir, madre del Hijo tan amable como amado, para y por el cual todo ha sido hecho, y todo tiene vida en él y por él, según su palabra: Esta es la vida eterna. En esto consiste la vida eterna: en conocer al Dios vivo, y a tu enviado Jesucristo, que es Dios verdadero. La Virgen dijo: los que me busquen, amen y alaben, tendrán la vida eterna. Para conocer al Hijo como [1090] Verbo, es necesario que el Padre atraiga a sí, a fin de poderlo contemplar en su entendimiento divino, al que no es posible llegar sino a través del Hijo. Para ver claramente a Jesús, hay que ir a María porque ella es su madre, aunque no se puede ir a la madre sino a través del Hijo, que es el camino en la Trinidad: el conocimiento produce el amor en la humanidad, y el amor produce la ciencia. Ella es la madre del amor hermoso, del saber, de la grandeza y de la santa esperanza. Ella engendró a Jesucristo, que es nuestra esperanza.

            Dios, que es bondadosísimo, la escogió al romper el día para ser la aurora que originaría al sol de justicia. Por eso la justificó en su presencia, asegurándole que gozaría de gracias privilegiadas en grado eminente por toda la eternidad.

            Se dijo de David y Jonatán: El alma de Jonatán se apegó al alma de David (1Sam_18_1). El alma de la Virgen se adhirió al alma de Jesucristo. Nadie pone en duda que el cuerpo de Jesús haya sido tomado del cuerpo de María. Dios amó tanto a la Virgen, que la hizo madre de modo indivisible de su propio Hijo, al que le sometió y, con él, a todas las criaturas, dándole un sitio a su derecha como soberana reina de la creación, revistiéndola de oro, de amor singular y rodeándola de todas las cualidades concedidas divinamente a las criaturas:

            Se honrará en Dios, y se gloriará en medio de su pueblo. Ella abrirá su boca en medio de las reuniones del Altísimo, y se glorificará a la vista de los escuadrones de Dios. Será ensalzada en medio de su pueblo, admirada en la plena congregación de los santos. Y recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos, y será bendita entre los benditos, y dirá: Yo salí de la boca del Altísimo, engendrada antes que existiese ninguna criatura. Yo hice nacer en los cielos la luz indeficiente y como una niebla cubrí toda la tierra. En los altísimos cielos puse yo mi morada y el trono mío sobre una columna de nubes. Yo sola hice todo el giro del cielo, y penetré por el profundo del abismo, me paseé por las olas del mar, y puse mis pies en todas las partes de la tierra; y en todos los pueblos, y en todas las naciones tuve el supremo dominio. Yo sujeté con mi poder los corazones de todos, grandes y pequeños; y en todos, grandes y pequeños; y en todos busqué donde reposar (Si_24_1s).

            En Dios he tenido mi honor, siendo honrada antes y privadamente a toda otra criatura, lo cual Dios manifestará ante todos en el último día, como ya lo hizo con algunos, porque el Altísimo abrió su boca para anunciarlo a su Iglesia. El me glorificó en medio de ellas y en presencia de las virtudes celestes, los ángeles. Me exaltó en medio de su pueblo para ser admirada en la plenitud de santidad. Yo soy la santa integridad por estar colmada de santidad, porque el que es tres veces santo debía ser mi Hijo. Era santa antes que todas las criaturas, Virgen de Dios, santa escondida en él, reservada para ser la hija amadísima del Padre.

            Ya era santa cuando [1091 Adán recibió el mandamiento que es la ley de la que me eximió porque me reservaba para ser su madre. Quiso llamarse hijo mío por estar determinado a recibir de mí la ley en mi calidad de madre suya, a la que quiso someterse como hijo sapientísimo y obedientísimo. Soy santa en cuanto esposa del Espíritu Santo y templo suyo, al que la santidad es conveniente y debida por los días de los siglos.

            Desde la eternidad, reservó para mí la santidad dentro de sí, para dármela en el tiempo de mi existencia y por toda la eternidad, a fin de que en la multitud de los elegidos tenga la alabanza soberana o la soberana alabanza. Entre todos los benditos del Padre eterno, yo soy la bendita por excelencia, por haber recibido la bendición eterna. El Espíritu Santo hizo que se me proclamara bendita, añadiendo que el fruto de mi vientre es bendito porque yo soy su madre.

            El me llamó a su presencia para salvaguardar el derecho de la madre sobre el hijo, que siempre fue instruido y dirigido por el mismo Espíritu Santo en cuanto hombre. Yo salí de la boca del Altísimo: Yo soy la primera producción de los labios del Altísimo, antes de cualquiera otra criatura. Por mi causa apareció en el cielo una luz indeficiente: el hijo que engendré me concedió el privilegio de ser un cielo luminoso en su mente, desde la eternidad, y a partir del tiempo de mi existencia. El me manifestó como luz, haciéndome luminosa delante de todos sus ángeles. Como la tierra no era digna de contemplar mi claridad, la cubrí de niebla. Cuando el sol de justicia la disipe, podré ser vista en mi luminosidad y majestad. Para esto vendrá mi hijo como Hijo del hombre en toda magnificencia, sentado en el trono de su grandeza, que también me pertenece. Así, sentado en él, llegaron a su encuentro los reyes cuando lo adoraron en el establo de Belén. Habité, no digo sólo habito, habité en el Altísimo, y mi trono se asienta en la columna de nube.

            Salomón erigió un templo para el Señor, quien dijo por Isaías (Is_66_1s): ¿Qué casa es ésta que me has levantado? Ella es de tierra, es el estrado de mis pies. El cielo supremo es mi trono; el seno de mi madre es el lugar donde quiero sentarme, porque la más humilde es para el Hijo del Altísimo. Cuido de no entrar a este templo sino con mi madre, que es la columna de nube. De otro modo, no lo haría con dignidad. Esta nube no pudo ser penetrada por la mirada de la antigua ley, lo cual causó que todos los sacerdotes dejaran de sacrificar en tanto que ella llenaba este templo, yo sola hice todo el giro del cielo. El cielo de los cielos no me pudo contener. ¿Podrá hacerlo esta casa? Mi madre lo puede en su [1092] traslación. Pero dejemos esto para la encarnación.

            Hablemos ahora de su preelección. Yo sola hice todo el giro del cielo. Yo sola rodeé la redondez del cielo. Lo incomprensible se me hizo inteligible, no como se puede abarcar en su inmensidad, sino estrechándose y dilatándome. De este modo, me admitió a penetrar en la profundidad abismal de sus arcanos, caminar con firmeza sobre las olas del mar de su bondad, y mantenerme de pie durante toda mi vida en la tierra. Fui la primera entre las naciones. Lo que, empero, me hizo amable ante la Santa Trinidad, y admirable ante la creación entera, fue mi generosa humildad: Yo sujeté con mi poder los corazones de todos, grandes y pequeños.

            Al ser la más grande y la más ensalzada de todas las criaturas, por considerar todo lo que no es Dios debajo de mí y de mis pies, siempre fui humilde ante mis ojos y en cierta manera conculqué bajo mis pies, movida por una virtud salida del corazón, y a invitación de mi hijo, mi propia gloria, reputándome inferior a todas las cosas en consideración de mi nada. Por esta razón, en todo lugar, en cualquier espacio, en toda gracia y en toda gloria, busqué el reposo de complacer perfectamente a Dios, siendo su heredad así como él es la mía. Por esto, entonces como ahora, el Creador de todo, el Dios amor, me confirió una orden de honor: Hija, madre y esposa de Dios. Por nuestra bondad y tu fidelidad, reposa en mi tabernáculo durante tu peregrinar en la tierra. Habita en Jacob, que suplantó a nuestra Trinidad por el amor que lo precedió, que continúa dándose y seguirá concediéndose. Sé fuerte contra Dios. Vuélvete a Dios. Sé heredera de Dios. Echa raíces en los elegidos; que la flor y la raíz de Jesé sean el cuerpo de mi Hijo, que tomará de ti; por tu mediación obrará la redención de todos.

            Habla, Señora, es privilegio tuyo: Desde el principio, antes de los siglos me creó y no dejaré de existir por siempre (Si_24_14). Desde el comienzo y antes de los siglos, fui creada y no dejaré de existir en el futuro. El Señor que me poseyó en el comienzo de sus designios, es aquel que hizo los siglos, el mismo por quien el Padre hizo los siglos. En este Verbo y por este Verbo fui creada. El es el Padre de los siglos futuros. Jamás dejaré de existir, por ser una misma cosa con él. Yo soy su madre, y él, mi hijo. El me hizo señora y soberana de su reino, al que he gobernado y administrado en su presencia, cuyo oficio se complace en verme ejercer, confirmándome como Dama en su Sión, afirmando que he encontrado mi reposo para siempre en su ciudad santa, y que en la Jerusalén celestial tengo todo poder; que me goce en arraigar en los elegidos, [1093] que fueron pueblos dignos de loa; que en la plenitud de los santos puedo elevarme con mi Hijo, que es en sí la santidad por esencia.

            Me elevo a más altura que los cedros del Líbano, por tener la dicha de estar a la diestra de mi Hijo, que es el verdadero Líbano. El ciprés del Monte Sión cede ante mí, por estar plantada en el seno del Padre junto con mi Hijo, que obtuvo todas las victorias. Su triunfo es el mío. Llevo con él la palma por encima de toda otra santidad creada, porque Cadés significa santidad. Me he elevado cual rosal de Jericó, por mantenerme siempre en pie en medio de las ruinas del mundo, que es tan inconstante como la luna. Ni siquiera el invierno de las tribulaciones pudo marchitar mi dilección, por llevar en mí la blancura y el carmín del puro amor. Fui en todo momento el gallardo olivo reservado para el campo divino, en el que el Espíritu Santo se posó en la época del diluvio universal, ya que había dejado de morar con la humanidad por haberse entregado a la corrupción de la carne. Yo soy el plátano plantado a la orilla del río divino para refrescar y curar las enfermedades de la concupiscencia, dando frutos de pureza en las personas que me buscan: Como la vid he hecho germinar la gracia, y mis flores son frutos de honor y decoro (Si_24_17).

            En fin, yo soy la madre del amor hermoso para los elegidos, hermanos por adopción de mi hijo, que me veneran con temor filial, que es principio de sabiduría y ciencia divina. Por y en mí, por ser éste el deseo divino, se halla toda la gracia de la doctrina y de la verdad, toda la esperanza de la vida y la virtud. Venid a mí los que me deseáis, y hartaos de mis frutos (Si_24_19).

            Rebasen todo lo que está debajo de Dios y vengan a mí, si poseen el amor que les da este ascendiente, y yo les daré a mi hijo, que es, por un divino favor, todo mío con sus perfecciones divinas y humanas; en él abarco toda grandeza. Mi espíritu es más dulce que la miel; soy una abeja sin aguijón. Descubrirán que mi heredad, que deseo compartir con ustedes, es más agradable al gusto que un panal de miel. Mi recuerdo perdura en la generación de los siglos. Los que me comen tendrán más hambre, y los que me beban tendrán aún sed. Yo alivio el hambre y la sed, y si dejo el deseo de retornar a mí, es para que los que me escuchan no sean confundidos. Los que trabajan en glorificarme y alabarme no caen en pecado: Los que me dan a conocer, tendrán la vida eterna (Si_24_31). Mi hijo me otorgó el privilegio de acercarle a las personas por subordinación.

            El quiere que yo diga: La vida eterna consiste en conocerte, ¡Oh, mi Cristo Jesús!, y a la madre que diste a la Iglesia para congregar a quienes tu Espíritu inspira y atrae. Los que deseen contemplar las excelencias y privilegios que le concedí poseerán la vida eterna si, a la predicación a los demás, conservan la calma en su interior mediante la pureza de su amor, que debe siempre orientarse a [1094] la mayor gloria de la divinidad, que se glorifica en haber elegido, entre todas las criaturas que deben morar en el cielo, a esta única paloma, que voló tan vigorosa y sosegadamente hasta la abertura de la piedra del corazón del Verbo Encarnado, que es el lugar de su amorosa y pacífica morada. El amor pone todo en común. El amor divino y filial pertenece a María de manera muy única y privada, a diferencia de todas las demás criaturas. La azucena del Padre es también la azucena de la madre. Ella es el augusto trono que vio el Profeta Isaías, en el que se sienta el Señor. Las excelencias de María llenan el templo de Dios.

            Dios mandó a los serafines que se mantuvieran en pie en honor de aquel que da fuerza a su amor, por ser ella la madre del fuego divino, por ser madre del Verbo Encarnado. Con sus alas, se velan los pies y la cabeza sin poder comprender el principio y el fin del amor inexplicable de Jesús a María, y el que María tiene a Jesús. Volando con las dos alas de la complacencia y la benevolencia, exclaman entre sí: Santo, santo, santo, es el Señor Dios de los ejércitos, que colmó a esta virgen, estando aún sobre la tierra, de su gloria celestial y divina. El clamor de los espíritus seráficos fue tan grande, y su voz tan estentórea, que el cielo, la tierra y todo lo que estaba fuera de la divina esencia cayó en la admiración. El Cielo empíreo, que es la mansión de la gloria, se llenó de la exhalación de incienso que enviaron el Hijo y la madre. El fuego de su amor no tuvo otra llama que la divina, para abrasar con ella al cielo y a la tierra.

            Nadie es capaz de cantar las alabanzas de la madre y del Hijo, sino los labios purificados. Fue menester que Jesús y María enviaran un serafín, autorizándolo a encender el fuego de este altar divino y humano con la eficacia de las sagradas tenazas de las dos naturalezas del Verbo Encarnado, que exclamó a una con su madre: ¿Quién irá de parte nuestra? El profeta, dispuesto y purificado por el ardor del carbón divino, respondió: Heme aquí, envíame. El Verbo respondió de inmediato: Ve, dándole la orden de ensordecer a sus oyentes y cegar a los que querrían verlo con sus ojos carnales, llenando de estopa el oído sensible para instruirlo divinamente en el meollo del espíritu, a fin de destruir la corrupción de la carne y la sangre, y que sólo viva y subsista en el Espíritu divino, que es único y múltiple, a la vez y que llega a todas partes por su pureza, que santifica al alma y la coloca al abrigo del terebinto sagrado.

            [1095] La santa semilla permanecerá en el alma que valore los grandes privilegios de María. Dicha simiente es el Verbo Encarnado, generación santa del Padre, de quien es Hijo; progenie santa de la madre, por ser su niño. El es el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes.

            ¿Por qué eligió la sabiduría eterna el Valle de Josafat para tener en él sus audiencias? Porque el cuerpo de su madre Virgen pasó en él varios días, en espera de que el alma acudiera a retomarlo. El mismo Dios quiso honrar ese santo lugar, dando gloria a su sepulcro. Quiso darle magnificencia volviendo en majestad y asentando en él su trono, porque la Virgen sufrió la aflicción de la pasión a la que fue condenado el inocente por los culpables, y presenció la ejecución de la sentencia de muerte, que fue también ignominiosa para ella. Por eso debe comparecer al dictamen de la justa sentencia que dará el justo juez. Además de ser Hijo de Dios, fue condenado como Hijo de María.

            Aunque es Hijo de Dios, juzgará como hijo del hombre, o hijo de María. Siempre se mostró humano y benigno a toda persona, desde que fue concebido en María y nació de ella. María se encuentra ahora en el trono de misericordia, al que todos los pecadores se pueden acercar confiadamente. En el último día, empero, así como el sol se tornará sombrío y austero, la luna cambiará en sangre su leche de misericordia y sus pechos, mejores que el vino, no dejarán de alegrar a los culpables, que colmaron la medida de su iniquidad y cuyos lagares rebosaron malicia. La justicia los pisoteará en el Valle de Josafat. "Despiértense y suban las naciones al Valle de Josafat, Que allí me sentaré yo para juzgar a todas las naciones circundantes. Meted la hoz porque la mies está madura; venid, pisad, que el lagar está lleno, y las cavas rebosan, tan grande es su maldad (Jl_4_12s).

            El Hijo mostrará que el pecado de la vid fue borrado por él y por su madre, que se hicieron viña; que los pecadores laboraron mal esta viña e hicieron morir al que, solo, hizo girar el lagar. Lo hizo, subrayo, con el cuerpo que tomó en María, aunque apoyado en la naturaleza divina. Este mismo Salvador les hará ver su fortaleza en la paciencia que mostró al sufrirlos y salvarlos por su misericordia y por mediación de los ruegos de esta madre de bondad, que lo llevó sobre sus rodillas cual manso cordero, pero que en el último día será inflexible. Sin dejar de ser cordero, rugirá como el león en su real y formidable majestad. También en ese día cambiará el corazón de su madre, a fin de que ella manifieste el daño que se le hizo al conculcar bajo los pies la sangre de la alianza que, en su hijo, derramó por la salvación de los hombres que lo crucificaron de nuevo.

            Ellos despreciaron el vino de la bodega divina, en la que se implanta el estandarte del [1096] amor en los corazones de sus enamoradas. En ella recibirán la orden de la divina caridad y el tributo del santo amor, que quiere ser correspondido con amor. A estas almas se dirá que vayan a beber vino purísimo en el divino banquete eternal

 Capítulo 193 - La palabra de la cruz es salvación para los buenos y confusión para los malos. Su exaltación sobre los cielos

            [1097] El día de la Exaltación de la Santa Cruz, plugo a mi esposo conversar conmigo acerca de la palabra de la cruz, repitiéndome estas palabras de san Pablo: Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios (1Co_1_18).

            Hija, el lenguaje de la cruz es el abandono que experimenté mientras duró el poder de las tinieblas. Mi dolor fue tan grande al verme abandonado, a causa de los pecados de la humanidad, del auxilio ordinario que me proporcionaba mi divinidad, que me quejé con mi Padre de mi mismo Padre.

            Sabe, hija mía, que dicho abandono fue la aflicción más íntima, porque pude probar la experiencia del aborrecimiento de Dios hacia el pecado. Como nunca incurrí en pecado, fui hecho semejante a la carne del pecado, conservando, empero, mi pureza y mi sabiduría. Percibí dos contrarios en mí, por ser uno con mi Padre y el Espíritu Santo, en pura unidad de esencia. El mismo soporte que levantaba en gloria a mi humanidad, tuvo a bien colmarla de oprobios y de angustias. Así como fue la más valiente de todas las criaturas, fue también la más humillada entre ellas por mandato del Consejo eternal, cuya voluntad fue que, en rigor de justicia, confusión que sufrí cuando dije: ¡Dios, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?

            No ignoraba la malicia de los judíos, que podían valerse de ello para divulgar que mi fin demostraba que yo era un mentiroso, porque si fuera Hijo de Dios, como había afirmado, [1098] él nunca me hubiera abandonado a la muerte en manos de mis enemigos, ya que en todo momento hice su voluntad. Hija, elevé esta queja para que se cumplieran las profecías y para sufrir una mayor confusión delante de mis enemigos, que podían decir: Dios lo abandona; persigámosle. El se glorificó en tener a Dios como Padre: Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que pasará en su tránsito pues si el justo es hijo de Dios, El lo asistirá y le librará de las manos de sus enemigos (Sb_2_17s).

            Mi oración detuvo la ira de mi Padre. No comprendieron ellos el sacramento que deseaba indultarlos de sus enormes culpas. Yo pedí la vida, no la muerte, para ellos y los suyos a pesar de que clamaron que mi sangre cayera sobre ellos y sobre sus hijos. Yo suspendí la sentencia, a fin de que hicieran penitencia de sus pecados y horrendo deicidio; plazo que duró cuarenta años. Jerusalén, convertida en Jericó, fue destruida hasta después de que yo y mi madre llegamos a nuestro lugar definitivo: la diestra de la eterna gloria: y el sol se detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. ¿No está esto escrito en el libro del Justo? El sol se paró en medio del cielo y no tuvo prisa en ponerse como un día entero. No hubo día semejante ni antes ni después, en que obedeciera el Señor a la voz de un hombre. Es que Yahvé combatía por Israel (Jos_10_13s).

            Yo soy el verdadero Israel que mira a Dios y en el que Dios se mira, porque yo soy el esplendor de la gloria de mi Padre, que se ve en mí, y yo en él, Yo vencí a mis enemigos con la palabra de mi cruz y porque mi madre estuvo presente ante ella, compartiendo mi sufrimiento y confusión. Esperé a que estuviera en el cielo y en la gloria, para clamar venganza en contra de los deicidas. La voz de los hombres fue mi voz. Obedecí a la justicia, que exigía que aquellos obstinados sufrieran una pena que aún perdura. El día de la desgracia de los judíos es el más largo de todos los días de su esclavitud. Siguen estando en ella, que es, en cierto sentido, su reprobación. Huyeron de la verdad para abrazar las sombras, que hasta el presente sólo les ofrecen quimeras: Josué volvió con todo Israel al campamento de Guilgal (Jos_10_13s).

            A los que han muerto, se les hace saber en su caverna la verdad de mi divinidad; que por mi esencia soy rey eterno del cielo y de la tierra y que por la cruz adquirí el reino a mis elegidos... Aquellos cinco reyes habían huido y se habían escondido en la cueva (Jos_10_16). [1099] Todos los que me han odiado en su eternidad, son rechazados de mi gloria. A ellos digo: Vayan, malditos, al fuego eterno en las fosas de los malvados, es decir, a los abismos infernales. En el camino fueron reyes; en el término serán reos. Jamás saldrán de sus mazmorras: el castigo eterno es su destino, por haberse opuesto a la felicidad eterna. Ustedes me negaron delante de Pilatos, es decir, en presencia de mi Padre, que todo lo ve. ¡No los conozco! La palabra de mi voz es pérdida para ustedes. La consideraron un escándalo, según su criterio; ahora los escandalizará eternamente.

            Despreciaron el rocío de aquí abajo al no admitir que mi humanidad reinara sobre ustedes Como soy por nacimiento rey de los judíos, adquirí también con mi muerte el reino de los gentiles. No recibirán el rocío de lo alto, es decir, el gozo de mi divinidad. El desprecio de aquél los priva de la posesión de ésta, y por justa decisión de las dos naturalezas, que se encuentran en el único Hijo de Dios y de María, no verán la gloria de la palabra del Padre, ni la de la palabra de María, mi madre: Hágase en mí según tu palabra, que es la palabra de la cruz que ascendió hasta la diestra de la grandeza, porque la palabra del Padre vino a la nada de la bajeza.

            Hija, contempla este descenso y este ascenso, que te mostrarán una cruz adorable y admirable: la divinidad que desciende y la humanidad que asciende; el rocío de lo alto y el rocío de la tierra. ¿Qué te parece esta cruz que abarca de uno a otro confín? Es la sabiduría que dirige fuerte y suavemente la vida de los elegidos. San Pablo aprendió en el cielo esta ciencia maravillosa, a la que tuvo en mayor estima que todo lo que no es Dios. Desde la cruz contempló la gloria de la diestra, el cuerno de David, la luz de Cristo y percibió la divina mutación que es la dicha de los elegidos. Por todo ello exclamó: Les revelo un misterio: todos moriremos, pero no todos seremos transformados (1Co_15_51).

            Hermanos, según el misterio que les declaro, todos resucitarán, pero no todos serán cambiados por la diestra gloriosa. Los que hayan menospreciado la palabra de la cruz, no tendrán parte en el gozo del crucificado ni serán revestidos de inmortalidad. Como prefirieron la corrupción [1100] del pecado, permanecerán, junto con los machos cabríos de la izquierda, en la suciedad e infección que contrajeron al contaminarse con su propia inmundicia. En ellos se harán realidad las palabras del Apocalipsis: Que el injusto siga cometiendo injusticias y el manchado siga manchándose (Ap_22_11).En parte ya se han cumplido, pues los pecadores caen de un mal a otro, de un lodazal a una cloaca. Un abismo atrae a otro mediante el desbordamiento de los vicios. Lo que es para los judíos, un escándalo, es locura para los gentiles. Los cristianos se avergüenzan de la cruz y son enemigos suyos a causa de sus acciones, que van en contra de la fe que profesan: Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra (Flp_3_18s).

            Gran apóstol, háblame de la estima en que tienes la cruz de nuestro Maestro. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo (Flp_3_8). En Jesucristo encuentro toda mi dicha. En su cruz encuentro mi gloria, y fuera de ella no tengo en qué gloriarme. Estoy crucificado al mundo y el mundo está ajusticiado para mí. Soy molesto al mundo, y el mundo me es insoportable. No digo que yo sea justo, ni que tenga virtudes dignas de Jesucristo crucificado para llegar con él a la perfección que anhelo. No que lo tenga ya conseguido o que sea perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús. Así pues, todos los perfectos tengamos estos sentimientos, y si en algo sentís de otra manera, también eso os lo declaró Dios. Por lo demás, desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos adelante. Hermanos, sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros (Flp_12_17).

            [1101] Enamorado del crucifijo, ¡cuán encantadores son tus discursos, por provenir de la sublimidad de la cruz de nuestro amor, que dijo: Una vez que sea levantado en alto, atraeré a todo en pos de mí y hacia mí! ¡Oh gran Jesús! ¿En qué momento produjiste esta atracción? Cuando atraje a mí a mi perseguidor, convirtiéndolo en predicador mío. Atraje todo su amor hacia mi cruz, por la que se apasionó al grado de considerar lodo y fango todas las cosas para poseerme en ella, diciendo: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga_2_20). Estoy clavado a la cruz de mi amor por el amor que me adhirió a ella, de suerte que no somos sino uno, ya que dio su vida por mí en la cruz. Le he dado la mía. Como no vivo más en mí, vivo en mi Jesús, el verdadero Hijo de Dios que me amó, entregándose él mismo por mí a fin de que viva de él, por él y para él.

            Todo el que es de Jesucristo crucificado es hijo de la cruz: su sostén es la cruz y su reposo está en la cruz, dentro de las llagas del crucificado, en las que encuentra moradas admirables. Ellos y ellas son los tabernáculos del verdadero Jacob, que han suplantado al mundo; son almas que peregrinan en la tierra sin encontrar en ella ciudad permanente, anidando en los orificios sagrados para multiplicar en ellos, de claridad en claridad, los días de la gracia. En las llagas de Cristo triunfan del mundo, del demonio y de la carne, cuyas exigencias han crucificado.

            Están escondidas en la muerte de su amor. Su vida está oculta en Dios junto con él, hasta que aparezca glorioso. Todas ellas aparecerán con él en la gloria. Por él se mortificaron todos los días de su vida mortal; con él, serán glorificadas eternamente en la vida inmortal, experimentando las caricias de Dios, que por ser rico en gloria las colmará de su misma felicidad. Como supieron acompañarlo en sus penas, desea que lo acompañen en sus delicias, mediante su exceso de caridad.

            El apóstol, al escribir a los efesios, estaba, más bien que encadenado por Jesús, prisionero de su amor: quien mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios. [1102] Por lo cual os ruego no os desaniméis a causa de las tribulaciones que por vosotros padezco, pues ellas son vuestra gloria. Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenado hasta la total Plenitud de Dios. A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros (Ef_3_12s).

            Este apóstol de Dios oraba a fin de que todos los que sufrían fueran confirmados en la caridad de Jesucristo, que se manifestó en su cruz a fin de que todos ellos recibieran la gracia de comprender, en la comunión de los santos, la longitud de la cruz, que recibió por amor a todos los enemigos del crucificado para hacerlos sus amigos, no por un día, sino durante la infinitud que abarca la longitud de los días, ensalzándolos hasta el empíreo para que estén a su lado en la gloria, la cual adquirió mediante el profundo anonadamiento que obró al aceptar amorosamente la humillación de la cruz, cruz que es la longitud, la altura, la anchura y la profundidad de la gloria; cruz que pacificó todo en el cielo y en la tierra; cruz que es la alegría de los ángeles y la salvación de la humanidad, misma que el gran apóstol solía proponer como meta a todos sus discípulos, diciendo: "Les predicamos a Jesucristo, que fue crucificado por mí". No quiero saber otra cosa entre ustedes sino esta ciencia eminentísima. En cuanto al resto, no me preocupo, pues llevo en mi cuerpo los estigmas de mi maestro, los caracteres de mi salvación. Si lo contemplo a la derecha, lo veo gloriosamente adornado con sus cicatrices, mediante las cuales el amor venció a la muerte.

            Al considerarlo en el divino sacramento, veo la palabra de la cruz que se detiene en la tierra para fortalecerme y alimentarme. Me apena que esta palabra, que es vida y gracia para los buenos, se torne en condenación y muerte para los malos. A pesar de ser [1103] un apasionado de este pan delicioso, me privaría de él si dicha privación moviera a los pecadores a convertirse. De esta manera, sería anatema por mis hermanos. Tengo razón al decir que el que no ame al Señor Jesús y la palabra de la cruz, sea anatema. Quienquiera que no ame a Jesús crucificado, no será glorificado con él. La palabra de la cruz es arra de gloria, por ser el Verbo del Padre, que es portador de la palabra de su poder con toda su fuerza.

            Es el poder divino que tomó un cuerpo mortal para morir para redimir a los hombres, el cual resucitó para dar gloria a su Padre, y para ser nuestra resurrección. Es el amor que inventó la cruz antes de que el pecado engendrara y produjera la muerte. El crucificado fue muerte de la muerte y aguijón del infierno. Todo quedó absorbido en su victoria. Por medio de la cruz echó fuera al príncipe de este mundo, expoliando y despojando al infierno. Congregó a los cautivos, a quienes dijo san Pablo: y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con él y nos perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_11s).

            El suyo es un triunfo sin par, y su gloria está por encima de todos los cielos, en los que fue exaltado por tener un nombre sobre todo nombre, ante el que toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en los infiernos.

Capítulo 194 - El Verbo Encarnado es poseedor de todas las perfecciones divinas, angélicas y humanas, porque todo fue hecho por él y para él. Si no estamos unidas a él y no obramos por él, nos disiparemos y perderemos la gracia y la gloria.

            [1105] Al meditar en las palabras del Salvador: El que no recoge conmigo, desparrama (Lc_11_23), comprendí que debemos recoger, unir y congregar todo en Jesucristo. Toda clase de amor a las criaturas engendra división, indignidad e injusticia, ya que, como la criatura no es nuestro último fin, nos aparta de nosotros mismos y de nuestra meta. Como amamos sin derecho y sin ley, producimos un amor desordenado que nos obliga a dividirnos de este modo.

            El amor de Dios, por el contrario, nos une a aquel que es nuestro principio, nuestro medio y nuestro fin, el cual lleva en sí el recogimiento del corazón, que se integra en su principio y en su fin. Si no nos centramos enteramente en él, estaremos siempre disipadas y dispersas, y nos perderemos en nuestros afectos: El que no recoge conmigo, desparrama. Esta unión se hace en Jesucristo, que, en cuanto Verbo es el medio en la Trinidad. Por su mediación, por haberse hecho hombre, la creación entera fue reconciliada con su Padre, tanto la terrestre como la celeste, según afirma el apóstol, lo cual significa que el Padre eterno se concentra en todo momento en el Verbo, por ser su imagen, centrando la total inmensidad de sus rayos y perfecciones en el espejo de su gloria.

            Al crear el mundo, recogió todo en este principio, según lo concebido en su mente que es el Verbo. Congregó a todos sus ángeles [1106] en su Hijo. Los que mediante su obediencia a la voluntad divina se hicieron dignos de su gloria, por rendir adoración al Verbo en su designio de encarnarse, fueron confirmados en dicha gloria, que es la gracia consumada, gracia y gloria que obtuvieron en virtud de los méritos de este Hijo tan amado. Cuando el Padre quiso recuperar o congregar al mundo perdido, lo hizo por mediación de este hijo tan querido, del que dijo san Pablo: Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo (2_Co_5_19), al grado en que Dios y el mundo fueron congregados y unidos en Jesús, el cual vino para congregar a los hijos de Israel, que andaban errantes y disgregados: Para que el Hijo de Dios reuniera en uno a los que estaban dispersos (Jn_11_52).

            Todos los que estaban quebrantados y reducidos al polvo, que se levanta al menor vientecillo, fueron reagrupados: Curando a todos los oprimidos por el diablo (Hch_10_38). Como la humildad del Salvador congregó a todos los quebrantados por la vanidad del siglo y del mundo, la debilidad de nuestra naturaleza fue puesta en alto gracias a la omnipotencia del Verbo, que la había desposado. Reunió a los que estaban dispersos a causa de la astucia y poder del demonio. La virginidad y pureza del mismo Jesucristo purificó y solidificó a aquellos a quienes la corrupción de la carne había desviado por completo.

            Quiso, en fin, congregarse a sí mismo como un resumen o compendio, a fin de unirnos a él en la eucaristía, que es una sinapsis, una congregación y una asamblea, no sólo de lo que está en Jesucristo, sino de todos los fieles que participan de esta mesa y que comen de este pan, uniéndose enteramente a Jesucristo. Si dejamos de unirnos a él, nos dispersaremos y experimentaremos, en nuestra infelicidad, estas verdaderas palabras: El que no recoge conmigo, desparrama. Quienquiera que no recoge sus potencias y no une sus afectos y acciones a los de Jesucristo, por la gracia y la gloria, tiene un alma dividida y, en consecuencia, devastada. No debe esperar bien ni reposo alguno en su vida temporal y eterna, si no se sensibiliza a sus males durante el tiempo de su permanencia en este mundo. Está muerta a todo bien, lo cual es un estado malísimo que la sumerge [1107] en la insensibilidad y el endurecimiento en tanto llega para siempre a la compañía de los réprobos, a los que inspirará tanto horror como ellos a ella, en el sentimiento común de una rabia y un desorden eternos.

            Líbranos de estas desdichas, divino Salvador mío, haz que pueda yo decir con verdad: Mi amado es para mí, y yo soy para mí amado en el tiempo y en la eternidad.

Capítulo 195 - El dragón, serpiente antigua, se dirigió a la mujer por creerla más noble que el hombre, sobre el que el amor le daba ascendiente, por haberle dado Dios el corazón de carne que era su debilidad, lo cual sabía el dragón. Desconocía éste, sin embargo, los recursos de la sabiduría eterna y que sería vencido por Jesucristo y por María cuando nuestra naturaleza fuera elevada hasta la unión hipostática.

            [1109] Muchos aducen razones para explicar porqué la serpiente atacó más bien a la mujer que al hombre. La más probable, dicen, sería que ella es más débil que él. Lo acepto. Sin embargo, permítanme decir que la serpiente tenía otro pensar favorable en cierta manera por creerla más fuerte y noble que el hombre, por haber sido creada del costado, que es más firme que la tierra.

            Su orgullo desdeñaba el limo de la tierra. Observó además que Dios dijo que no era bueno que Adán estuviera solo: de ahí la creación de Eva. El costado parecía ser la quintaesencia del hombre. También, ¡ay! era su fuego. El amor que tenía el hombre a la mujer lo llevó a desobedecer a Dios. Satán temió que esta mujer fuera la misma que vio en visión coronada de doce estrellas, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, en cuya contra se puso en figura de dragón para devorar a su fruto, el hijo con el que la vio encinta, que debía regir con cetro de hierro a todos los contumaces. Al ver en el cielo a dicha mujer coronada de estrellas, se armó de siete cabezas y diez cuernos con el propósito de prevalecer sobre los astros: el sol, la luna y las estrellas, el Salvador, su santa madre y los santos.

            Apareció en forma de dragón, figura horrible, para causar espanto en la mujer, a fin de que, aterrorizada, diera a luz antes de tiempo, abortando, en consecuencia, a su hijo. Apareció de rojo encendido, es decir, encolerizado, furioso. Tenía siete cabezas para luchar en contra de los siete espíritus que servían ante el trono de Dios, ya que temía que combatieran en defensa de la mujer.

            [1110] Llevaba diez diademas, prometiéndose la victoria sobre los nueve coros angélicos, el Hombre-Dios y, en consecuencia, sobre la naturaleza humana. Mientras duró esta visión, se mantuvo frente a la mujer embarazada, a fin de devorar el fruto de sus entrañas. Con su cola arrastró a la tercera parte de las estrellas en pos de sí: los ángeles que rehusaron adorar al hijo varón que debía ser Dios y hombre. San Miguel los resistió junto con todos sus demás ángeles después de que la mujer dio a luz a su hijo, que fue arrebatado hasta el trono divino.

            Todo esto sucedió en visión. Dios reveló que un día sería realidad. Fue él quien dio alas a la mujer para que volara a la soledad, hasta que llegara el tiempo de aparecer delante de los hombres. Dicho desierto es la divinidad, en la que María vivió oculta, volando más alto que cualquier otra criatura, porque debía llegar un día en que el Verbo tomara nuestra frágil carne y nos diera su fortísimo apoyo, haciéndose capaz de sufrir a causa de su amorosa bondad hacia la humanidad.

            Adán era más débil que su mujer, quien se lo ganó con sólo dirigirle una palabra al presentarle el fruto prohibido. La serpiente conversó largamente con Eva para engañarla, según expresó ésta al ser interrogada por Dios, lo cual la disculpaba un poco, pero sin justificarla. Adán, empero, tuvo algo diferente que decir: La mujer que me diste me ofreció del árbol, y comí. No dijo del fruto: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí (Gn_3_12). Esa vid tenía más madera que fruta. Por ello dijo: del árbol, mostrando así que fueron uvas. Una manzana o un higo no tienen sino el minúsculo tallo que los adhiere o deja caer del árbol. Adán no hubiera dado el nombre a la ínfima parte.

            Fue ésta una ruda respuesta; no como la de Eva, que dijo escuetamente: La serpiente me dio y comí (Gn_3_13). Dios maldijo después a la serpiente y puso enemistad entre su linaje y el de la humanidad, mostrando así que era en verdad el dragón que hizo la guerra en el cielo, enfrentándose a la mujer para devorar su fruto, y a cuya estirpe continuaría atacando. Dios dijo a la serpiente: Acecharás a la mujer, pero su talón aplastará tu cabeza. ¿Por qué quiso hacerla caer, tendiéndole redes y espiando su calcañal? Por imaginarla destinada a engendrar a dicho hijo varón, al que intentó dañar haciendo caer a su madre. Pensó tal vez que ella comería de este fruto en tal cantidad, por encontrarlo sabroso, que se embriagaría y caería a tierra. De este modo, llevaría a cabo su plan y desbarataría el de Dios.

            Como el Dragón fue echado del paraíso por san Miguel, a causa [1111] de su desobediencia, no dejaría de arrojar a Eva del paraíso terrenal para enviarla debajo de la tierra por obra la muerte. De este modo no temeré ser inferior a una mujer; pero acabó estando mucho más sujeto a ella de lo que imaginó en sus malas intenciones. La Virgen madre, con su talón, le aplastó la cabeza. La espió por detrás sin atreverse a mirarla de frente, porque María nunca vio la corrupción ni fue vista por ella. Aquel basilisco sería incapaz de mirar a Virgen tan pura, por ser indigno de aparecer ante sus ojos.

            María debía vengar el engaño que él le hizo en la persona de Eva. Si una reina supiera que se había ofendido a otra mujer, pensando que fuera ella, para quitarle su reino y su corona, e impedirle ser madre de un hijo que debía ser rey, enemistándola con aquel que la hubiera elevado a todos estos privilegios, ¿que no haría, con justa razón, para castigar a tan mendaz y astuto asesino? El demonio tuvo la intención de dar muerte a su Hijo varón, ignorando que su muerte sería la vida de la humanidad, pues Dios le ocultó al principio el misterio de la muerte de su Hijo. Jamás pudo imaginar que el Padre amaría tanto al hombre culpable que enviaría a su único Hijo a la tierra para redimirlo si le ofendía.

            El demonio al considerar que, siendo una criatura más noble, fue arrojado eternamente lejos de la visión del rostro de Dios, creyó que con mayor razón proscribiría Dios la tierra a la región de la muerte temporal y eterna, lo cual dedujo cuando Dios dijo al hombre después de su pecado: Porque eres polvo y al polvo tornarás (Gn_3_19). En estas palabras, cimentó la idea de que Dios castigaría eternamente a Adán y a Eva junto con toda su descendencia. Preparó, pues, toda clase de baterías para llevar a cabo el propósito de su malicia, imaginando cuanto pudo para hacer morir al niño que debía gobernarle con cetro de hierro.

            El demonio es el primer homicida; Jesucristo le dio este nombre cuando dijo a los judíos que deseaban su muerte: Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él (Jn_8_44). Y al final del mismo capítulo, dice san Juan que los judíos, al oír lo que dijo Jesús, tomaron piedras para lapidarlo: En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy. Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo (Jn_8_58s). Jesús se ocultó por [1112] entonces porque no había llegado la hora en que debía morir. A pesar de todas estas confusiones, el diablo no cedió en su malicia en contra de Jesucristo: siguió empleando todos los medios para perder a la humanidad, movido por la rabia que sentía hacia el Hombre-Dios, al que era incapaz de dar muerte con su sólo poder, y al que sigue persiguiendo en los corazones de los hombres para desalojarlo de las moradas en las que se introduce.

            La mujer supo claramente que la serpiente era engañosa cuando dijo que la había embaucado: Si no me hubiera embrollado tan sutilmente al mentir, no hubiera yo comido del fruto ni insistido para que Adán lo comiera. Es menester notar que Dios dijo a Adán: Seguiste la voz de tu mujer al comer del fruto que te prohibí. Su voz tuvo más fuerza para ti que mi mandato. Maldeciré la tierra por tu causa: comerás de sus frutos con grandes trabajos todos los días de tu vida, porque seguiste a tu mujer a pesar de mi prohibición. Mando a la tierra que no te alimente sin trabajo, añadiendo que te dé espinas que te puncen con el remordimiento de haberme ofendido.

            ¿Qué dices a esto, Verbo divino? Estas espinas serán para tu cabeza cuando seas hombre mortal. Nos darás la vida eterna a expensas de la tuya en el tiempo, después de haber trabajado desde tu juventud en tierras ingratas que te entristecerán hasta causarte un sudor de sangre y agua en la misma noche en que convertiste el pan en tu cuerpo y el vino en tu sangre, para que te comamos y otros puedan comerte. El diablo no dejaría de atacarte en dicha Cena, para causarte la muerte. San Juan nos lo narra con estas palabras: Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Había acabado la cena, cuando ya el diablo había sugerido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el designio de entregarle (Jn_13_2). El diablo, que es el primer traidor, puso en el corazón del traidor Judas Iscariote, que significa... el designio de vender a Jesucristo para entregarlo a la muerte. El diablo utilizó a un hombre para llevar a cabo su empresa, por ser incapaz de hacerlo él mismo sin un intermediario que causara la muerte al Hijo de Dios hecho hombre. Tenía que valerse de un hombre para ser homicida, o más bien, deicida.

            Salvador mío, mueres después de sufrir trances indecibles durante la Cena y en el Huerto. Aunque eres más del cielo que de la tierra, serás sepultado dentro de la roca, porque eres piedra, la piedra viva que podrá resistir. Tu cuerpo incorruptible no volverá a morir; tu divinidad no te abandonará ni en los limbos ni en el sepulcro; tu Espíritu divino te dará resistencia. La divinidad demostrará [1113] su poder. Renacerás a una vida nueva e inmortal. Estas palabras del eterno Padre seguirán aplicándose a tu resurrección: Te engendré antes del lucero de la mañana (Sal_110_3), concediéndote una vida sin dolor. Al salir del sepulcro, lo dejas glorioso y fragante.

            Adán se apartó del bien para obrar el mal, y éste lo siguió y sepultó en el seno de la tierra entre la podredumbre y la corrupción. La tierra quedó infecta hasta que viniste a andar en ella y al llegar el día en que visitaste sus regiones inferiores, iluminando a los que esperaban en la divinidad. Fue entonces cuando dijiste a la muerte que tú eras su muerte, y al infierno que eras su aguijón, contra el que estrelló sus dientes: era una piedra demasiado dura para los demonios.

            Muerte, ¿Dónde está tu aguijón? La muerte ha sido absorbida por una victoria. ¿Dónde está, oh muerte tu victoria? ¿Dónde oh muerte, tu aguijón? (1Co_15_54s). Jesucristo nos dio esta victoria con su muerte y resurrección. Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias, luego, los de Cristo en su venida. Luego, el fin cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad. Porque él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Más cuando diga que todo está sometido, es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo (1Co_15_20s).

            Satán, te creíste listo, pero te equivocaste. Jesucristo y su santa madre vencieron a la muerte. Jesucristo la absorbió en su victoria: le quitó su aguijón y ya no es de temer; tampoco el infierno, a menos que se trate de ti y de tus seguidores, que traman golpes con dichas armas en las regiones infernales en las que están abismados por soberbios. Ustedes son sus enemigos sumergidos en esas horribles fosas, de las que sólo saldrán en el último día, en que la muerte [1114] temporal será destruida. La muerte que deja sin vida a los cuerpos no tendrá más poder en ese día, en el que todo se someterá al Hombre-Dios, el cual, agradecido ante la grandeza que el Padre le dio, le someterá a todas las cosas junto con él, considerando como su mayor gloria el estar sujeto a su Padre, a fin de que, al poner todo en la posesión divina, Dios sea todo en todos. En el día en que el Hijo del hombre, el Salvador, venga en majestad y aparezca glorioso, la grandeza de su madre se manifestará en gloria junto con él. Verán a los dos unidos en una misma gloria. Esta mujer circundará al hombre-Oriente. Mirarán a la mujer vestida de sol, con la cabeza coronada de estrellas que reflejan los rayos emitidos por la brillante cabeza del Hijo, en otro tiempo coronada de espinas que la traspasaron, misma que, por desprecio, los judíos impusieron al rey de reyes, quien la transformó en corona de gloria por toda la eternidad.

            Lucifer, jamás igualarás al Altísimo. La diestra es para el Hijo y su madre, que tuvieron sentimientos de profunda humildad y se anonadaron a sí mismos. En la proporción en que se humillaron, serán ensalzados. Después de ellos irán los elegidos, cada uno según su rango, que difieren en belleza así como una estrella difiere de otra en claridad. Su cuerpo corruptible fue puesto en el surco, a manera de una semilla, por Jesucristo, pero se levantarán incorruptibles. El primer Adán trajo la corrupción de la tierra corrompida; el segundo Adán, por ser del cielo, nos hará semejantes a él y a su madre. El nos hará gozar de la luz que tuvo con su Padre desde antes de que el mundo existiera, a fin de que seamos uno así como él es uno con su Padre.

            La mujer fue arrebatada de la presencia del dragón, que no volvió a verla. Miguel combatió generosamente y venció al dragón, quien perdió su lugar en el cielo. Para conservar su pretendido imperio, resolvió reinar en la tierra mediante la astucia. Por ser dragón en el cielo, fue serpiente en la tierra: y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás (Ap_12_9). Dicha serpiente pensó tener la artería suficiente para quebrantar los designios de Dios, ignorando si esta mujer era la misma que se le apareció en el cielo, y si habría dejado en él su gloria para revestirse de ignorancia y debilidad, a la usanza de la tierra. A su vez, cambió de figura apareciendo como serpiente y arrastrándose con apariencia de sumisión al manifestar a Eva que la prohibición era sólo un temor de la divinidad a ser [1115] igualada por su criatura en ciencia y en poder, afirmando que por ser libre, debía recurrir a su libre arbitrio, sin sujetarse a ley alguna que fuera en contra de su libertad.

            Lo que en realidad deseaba era que perdiera su corona estrellada, ocasionando que su juicio se rebelara frente al de Dios. Pretendía arrebatarle su radiante vestido de sol y que perdiera la gracia ante el pensamiento de que sería revestida de ciencia divina y que podría ser tan sabia como Dios. La persuadió de que la dulzura de ese fruto le proporcionaría mil delicias junto con grandes conocimientos y, en fin, que ella y su marido serían dioses que conocerían el bien y el mal para abrazar el primero y huir del segundo: las tentaciones suelen darse bajo el color de un bien aparente.

            La serpiente, conocía el amor y el respeto que su marido le tenía, y cuánto la quería, porque Dios la había dotado en extremo. Por ello le dijo que el hombre, enamorado de su mujer, creería en todo lo que su perfecta consorte le dijera, considerando que era algo que él debía hacer, ya que por algo Dios se la había dado, estimándola más docta que él porque la ley divina le ordenó unirse a ella, y porque no tuvo dominio sobre su mujer antes del pecado.

            Satán vio claramente que ella seguía siendo su dama por haber salido de él, aunque debía recibir, en lugar de la costilla, carne que imagino debió ser un corazón amoroso con el que Dios reemplazó la costilla de Adán. El pobre Adán fue débil en su creación por haber sido formado del limo de la tierra. El aditamento o restitución que Dios hizo al hombre, al desprender una de sus costillas, fue la carne de Eva.

            Divino formador, perdona la libertad que me tomo para decirte lo que pienso. Si no hubieras resuelto unirte a nuestra naturaleza para fortalecerla con una de tus divinas personas, no la hubieras hecho tan débil. Si el segundo Adán no hubiese aparecido en la plenitud de los tiempos, el primero no habría sido tan insensato al principio del mundo. Es un anuncio de tu sabiduría y ciencia eternal: El principio de la sabiduría que fue revelada, y la malicia del que la desconoció. La sabiduría que alcanza de un confín al otro, disponiendo todas las cosas fuerte y suavemente. No ignora cosa alguna, ella hizo la noche antes que el día. Las tinieblas existieron antes de que creara la luz; reservando para sí lo más perfecto.

            El primer Adán fue de la tierra; el segundo debía ser del cielo, como observa san Juan, y, después de él, san Pablo: El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra (Jn_3_31). El primer hombre es el terreno, formado de la tierra; y el segundo hombre es el celestial, que viene del cielo (1Co_15_47). Así, es obvio que la Iglesia sobrepasa a la sinagoga y no es [1116] posible poner en duda que la ley de gracia tiene atributos mucho más grandes que la ley natural.

            No se puede negar que exista una desproporción infinita entre el primer Adán y el segundo, ni que la cualidad de madre de Dios sobrepasa infinitamente la de madre de los vivientes. Aun cuando Eva no hubiera pecado, seguiría siendo únicamente madre de las criaturas en comparación con María, la segunda Eva, que es madre del Creador y del Hombre-Dios, que es el Adán celestial bajado del cielo, que está sobre todos los hombres y los ángeles en igualdad con el divino Padre sin causarle detrimento, sujeto a María como hijo suyo, y, mediante ella, al divino Padre sin perder su divina igualdad.

Capítulo 196 - Mi divino esposo me fortaleció en las aflicciones que me causaba la prolongada espera del establecimiento de su Orden, mostrándome su poder y su bondad para hacerla triunfar, 26 de octubre de 1635.

            M.R.P. Jesús, por todo saludo.

            [1117] Al anochecer, encontrándome afligida ante la prolongada espera del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, pedí a la Santísima Trinidad apresurara su obra, diciendo varias veces: Dios mío, ven en mi ayuda (Sal_69_2). Sentía gran tristeza al constatar mi grande imperfección al parecerme que me sentiría mejor si la orden se estableciera. A pesar de mi congoja, no disminuyó mi esperanza en la divina bondad.

            Me apenaba que diversos religiosos afirmaran que esta Orden jamás se establecería. Sus palabras podían entibiar a mis hijas, o al menos afligir a sus familias. Después de mi desánimo, mi alma se adormeció. Escuché entonces: Hija, considera los sufrimientos que soporté por la redención de la humanidad, y cuánta fue mi angustia en el Huerto de los Olivos, mi desamparo en la cruz y cómo, burlándose de mí, decían mis enemigos He allí al que salva a los otros, pero es incapaz de salvarse a sí mismo, junto con otras expresiones ofensivas hasta que entregué mi espíritu en la cruz, sobre la que se durmió mi cuerpo. Mi alma entró entonces en un dulce reposo a pesar de que descendió a los limbos. Gozaba de la alegría de su paraíso. En ese mismo día di paso al buen ladrón, no ya al empíreo, sino a mi gloria. Dije en esa ocasión: Señor, tú me escudriñas y me conoces de lejos entiendes mis pensamientos; tú distingues si camino o si descanso, a todos mis caminos estás atento. Cuando aún no está la palabra sobre mi lengua: he aquí, Señor, ya lo conoces todo. Por la espalda y de frente me rodeas, y tienes puesta sobre mí tu mano (Sal_139_1s).

            Al considerar estas palabras de mi divino Salvador, aunque dichas por David, sentí reanimarse mi esperanza. Entendí entonces que no toda criatura puede comprender los caminos de Dios y que la divinidad conculcó al diablo bajo sus pies cuando éste [1118] intentó elevarse para ser semejante al Altísimo.

            Mi espíritu se ocupó en las palabras de los profetas Habacuc e Isaías: Dios se mantiene en pie, midiendo la tierra, a la que sostiene con tres dedos para mostrar su pequeñez al lado de la divina grandeza. Cuando los gigantes intentaron escalar el cielo para llegar a la altura de Dios, él miró de lo más alto de los cielos a todos los soberbios del siglo, despedazándolos como a insignificantes vasos de arcilla: ¡Mira y hace estremecerse a las naciones; se desmoronan los montes eternos, se hunden los collados antiguos, sus caminos de siempre! (Ha_3_6).

            Hija, una sola mirada derribó a los soberbios demonios, que eran los montes del siglo y las colinas del mundo; es decir, los más grandes hombres, sea en saber, sea en poder y riqueza, los cuales, de buen grado o muy a su pesar, doblaron las rodillas al paso de mi eterno poder, sabiduría y bondad. Mis caminos son impenetrables; no corresponde a las criaturas medirlos ni decir que si algo no se hace en su tiempo, no se hará en mi eternidad.

            Los buenos adoran mis sendas y se inclinan ante mí. Los malos, en cambio, se ven forzados a hacerlo en el estrecho de la muerte, que reduce sus días en tanto que yo soy siempre el mismo, y que mis años jamás llegan a la vejez. Los bienaventurados adoran incesantemente y adorarán sin fin mis eternos caminos. Desde la eternidad, engendro a mi Verbo; esta acción es mi vía intelectual. Mi Verbo y yo producimos eternamente al Espíritu divino mediante una producción divina, una espiración que obramos en nuestro interior, sin dejar de producirlo en nuestra misma inmensidad. El es el término de nuestra voluntad; es nuestro mismo beneplácito, que termina en su persona por ser un término infinito. Dicho Espíritu se relaciona con nosotros por retorno y al ser enviado, pero pasivo, abrazándonos divinamente.

            Pertenece solamente a esta divina persona permanecer inmutable en nuestras intenciones y de detenernos en ella, sin verse obligada a mostrar disposiciones de sumisión y dependencia, por ser igual y consustancial a su principio único, mi Padre y yo, que con esta persona del Espíritu Santo somos un Dios simplísimo, eterno, inmenso e infinito, por quien todo fue creado y al que todo es posible, porque hace cuanto quiere en el cielo y en la tierra. No temas que deje él de establecer la Orden a la que ama y que edificará en su bondad.

Capítulo 197 - Unión que Dios desea tener con las vírgenes, que son lirios entre los que el divino esposo se complace y se recrea. La virginidad fue a su encuentro en el seno del Padre y lo atrajo a la tierra.

            [1119] Al pedir a mi divino amor que me uniera a él, me dio a entender con gran suavidad que se complace en vincular a él a la persona que ama, y que al recoger sus potencias hace con ellas un ramo de lirios o azucenas. Para eso descendió al seno de su madre Virgen, que es el jardín de sus complacencias, en el que goza y reposa, ya que gusta reposar entre los inmaculados lirios de las almas purísimas.

            Instituyó el Smo. Sacramento para cosechar azucenas. Juan, que era virgen, fue un lirio cortado del seno del Verbo Encarnado en la última cena, durante la que el predilecto del Verbo escuchó, vio, aspiró, gustó y tocó al Verbo de vida. Después de haberlo experimentado, dijo: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó (1Jn_1_1s).

            Les anunciamos lo que vimos y oímos, a fin de que participen de estos favores en comunión con nosotros, y que esta sociedad se aúne a la del Padre y el Hijo, Jesucristo, que se unen en el Espíritu Santo. Les escribimos esto para que gocen y que su gozo sea completo, por ser éste el deseo de aquel que nos enseñó y concedió este don a través de su divina luz, porque Dios es luz, y en él no tienen cabida las tinieblas. Al unirnos Dios por Jesucristo, que nos lavó con su sangre, estamos en comunión con la luz, porque él nos purificó de nuestros pecados. Confesemos que somos pecadores; al confesar nuestros pecados, su misericordia nos librará de ellos y nos lavará de todas nuestras iniquidades. Si caemos por debilidad, el divino Salvador será nuestro abogado ante su [1120] Padre. Por ser justo, se ofreció en propiciación por nuestros pecados e injusticias.

            El divino amor me enseñó, por tanto, que su alegría se cifra en congregarnos en él después de que el pecado nos ha separado. Su gracia trata de congregar valiéndose del ingenio del amor, que es creativo sin forzar el libre arbitrio. La justicia siembra espinas para cosechar lirios. Las espinas son sembradas por las manos de la justicia debido a que nuestros pecados obligan a Dios a ser justo, aunque debido a su bondad es misericordiosamente benigno. El es, en sí, la bondad que se difunde, bondad, que siembra los lirios que cosecha, en los que se deleita, en tanto que el día asciende y las sombras declinan. Me refiero al día de la gloria, en el que no habrá más sombras que las de los infiernos, en los que se asentarán las tinieblas de la muerte, que debe ser precipitada hasta esos calabozos. Dichas sombras quedarán abismadas en el averno por toda la eternidad.

            Me reveló también que, por amor a los lirios, tolera las espinas; que por el placer que experimenta en un alma pura, sufre las numerosas espinas de nuestras faltas; que su paciencia es grande en este divino sacramento, que es la recolección que hace para congregarnos junto con él y conducirnos a nuestro principio y fin, que es la pura Deidad.

            Prosiguió diciéndome, que él está en la hostia para ser escuchado, visto, gustado, aspirado y tocado mediante un sacrosanto contacto que sólo es explicable, a través del Verbo de vida, para el alma a la que infunde y da la vida con su misma vida divina, a la que instruye de manera admirable. Esto se lleva a cabo en sus potencias superiores y aun en los sentidos, en proporción a la capacidad que él les concede: Todos serán dóciles a Dios. Dios, que está en Cristo para reconciliar consigo a este pequeño mundo a través del divino sacramento, vuelve a unir a sí el cuerpo y el espíritu: Mora en mí y yo en él (Jn_6_56).

            Dime, querido amor, ¿Por qué te gusta tanto recoger lirios? El Profeta Esdras dice admirablemente que, al tocar las flores de la tierra, elegiste para ti un lirio: Entre todas las flores del orbe, elegiste un lirio para ti. ¿Por qué no una rosa? ¿Y por qué no dices que tu esposa es como una rosa entre las espinas? Abundan más las rosas con espinas, que los lirios entre espinas.

            Es éste un gran misterio que manifiesta la santidad de tu madre Virgen, que jamás produjo espinas. Esta flor de la raíz de Jesé estuvo rodeada de espinas, pero jamás tuvo una en su tallo, virginalmente divino. Su raíz es Jesús, el Verbo Encarnado, que es un lirio divino. María es el lirio de los valles [1121] porque todo lo que es ajeno a su casto amor, es impuro.

            No llega él a su jardín para recoger en él ajos y cebollas de Egipto, sino para cosechar lirios purísimos. No abajaría los cielos de su grandeza para descender a su huerto cerrado, que encierra a la fuente escondida, para aspirar el olor de hierbas nauseabundas. Va para inhalar la fragancia de las aromáticas y a cortar en él flores y azucenas. Su esposa es como la flor de la rosa en tiempo de primavera, y como las azucenas junto a la corriente de las aguas, y como el árbol del incienso que despide fragancia en tiempo del estío: como luciente llama, y como incienso encendido en el fuego: como un vaso de oro macizo, guarnecido de toda suerte de piedras preciosas; como el olivo que retoña y como el ciprés que descuella por su altura, cuando se pone el manto de gloria y se reviste de todos los ornamentos de su dignidad (Si_50_5s).

            Si a alguien le extraña el que yo aplique a la esposa lo que se dijo del gran Onías, ruego a quienes lean estas palabras consideren que el Verbo divino bien merece tener una esposa fiel y obediente. Simón significa el obediente; Onías, la fuerza del santo. Ella posee la fuerza del santo de los santos, que es su esposo y su apoyo. Ambos son uno en la carne y uno en espíritu. El apóstol, hablando a la Virgen, le dijo que ella tenía el mismo pensar que su divino esposo, ya que su mente se ocupaba sólo en las cosas de Dios, como si le dijera: Como tu suerte es tan feliz por ser esposa del que es la corona de las vírgenes y la virginidad por esencia y por excelencia, posees en él todo cuanto es estimable: tienes al rey de los ángeles por esposo y ellos son tus servidores porque eres su compañera, por ser su esposa.

            La virginidad es sublime. ¿Quién podrá comprarla?, dice Jesucristo. Es necesario un gran valor para ser la esposa virgen del esposo virginal. Es menester recibir esta gracia del divino esplendor: me refiero al Verbo, el cual trajo a la tierra esta virtud por haberla enviado a la madre que él debía escoger para concebirlo, llevarlo y alimentarlo en su seno. Jamás se hubiera alojado el divino lirio en un regazo que no fuera virgen. Quiso ser cortado en las entrañas virginales. San José, que lo llevó en brazos, era virgen. San Juan, que se recostó en su pecho, fue virgen. Le gusta recostarse y recrearse en medio de los lirios virginales.

            La virginidad del espíritu, la del corazón y la corporal es de él, está [1122] en él y se transmite por él. Es un don del Padre todopoderoso al Hijo que todo lo sabe, por mediación del Espíritu Santo, que es todo ardor, el cual es término de todas las producciones o emanaciones divinas; el que abraza al Padre y al Hijo con un abrazo virginal, en tanto que es igual al Padre y al Hijo. El Espíritu, es un Dios simplísimo y único sobremanera junto con el Padre y el Hijo, con quienes se relaciona en unidad de principio.

            Me atrevo a decir que no existe imagen más clara de la indivisible divinidad que la virginidad perfecta. En mi concepto, una virgen debe adornarse de las virtudes propias de la esposa del Verbo. Es la perla preciosa que él vino a buscar a la tierra, ocultándola en ella mientras prevalecieron la ley natural y la ley escrita. El Espíritu Santo inspiró a María que hiciera voto de virginidad para apremiar, por así decir, al Verbo divino. Lo que la hizo más amable, fue el sentimiento de humildad que la humildísima Virgen poseyó en todo momento.

            Con esas dos alas voló más allá de los cielos y sobre todos los ángeles: el Espíritu divino le dio impulso para ello. Mediante la acción del divino Espíritu, fue llevada hasta el seno del Padre, en el que atrajo al Verbo. Fue éste un vuelo sublime y virginal, de una virginidad libre, pura e inenarrable para aquellos que son incapaces de conocerla: ¿Quién, pues, podrá comprender con un ingenio humano las cosas que no están incluidas en las leyes naturales?, o ¿quién podría expresar, con una voz natural, lo que está más allá de lo que es común a la naturaleza? Del cielo procede lo que imitamos en la tierra; tampoco merecemos vivir la vida que el Esposo encontró para sí en lo alto. Ellas traspasarán las nubes, los aires, los ángeles y el firmamento para encontrar al Verbo de Dios en el seno del Padre, de cuyo interior dimana todo bien. ¿Quién, habiendo hallado tanto bien, sería capaz de abandonarlo? Tu nombre es perfume exhalado; por eso las jovencitas te amaron y, a su vez, te atrajeron. Por último, no es cosa mía el afirmar que, como no se casan ni se casarán, serán como los ángeles de Dios en el cielo. Nadie, pues, se admire si se las compara con los ángeles de Dios, pues a ellos se unirán. ¿Quién será capaz, por tanto, de negar que esta vida fluye del cielo, y que no sería fácil encontrarla en la tierra sino hasta después de que Dios bajara para informar los miembros de este cuerpo terrenal, concibiendo por tanto en su seno al Verbo hecho carne, para que la carne se hiciera Dios? Ellos dos son los más humildes de las [1123] criaturas. El lirio abrió su corola a manera de vaso para recibir el rocío divino. Jesucristo es el rocío divino en cuanto Verbo mientras que, en cuanto hombre, recibió la gracia, no en medida, sino en plenitud exuberante, de la que reciben todos los lirios escogidos en su condición de elegidos: y de su plenitud todos hemos recibido gracia por gracia.

            Al llegar a su vigor, el lirio dura más tiempo que la rosa, que declina al poco tiempo y se marchita. En Jericó sólo se halló una rosa muy bella: la Virgen, que permaneció íntegra e inviolable en medio de las mutaciones del Jericó que es la naturaleza humana, que es tan cambiante en sus afectos. María jamás cambió en su resolución de adherirse al puro amor divino; por ello el Verbo la escogió para ser su madre con preferencia a las demás criaturas. Ella es rosa y azucena, todo a una; blanca y encarnada, humilde y caritativa.

            El lirio, con sus diminutos lunares y florones, que semejan un hociquillo, parece disparar su dardo al cielo o, al menos, llamar a la puerta del amor divino para abrir el corazón de Dios a fin de que remedie la indigencia de las criaturas, a cuyo favor parece mantener abierta su boca, a fin de derramar en ellas con superabundancia lo que tiene de sobra y colmarlas con ello.

            El Hijo de Dios considera al lirio de los campos más ricamente vestido que Salomón en toda su gloria y magnificencia. En consecuencia, el lirio es rico. David dijo que los ricos tuvieron hambre: Los ricos quedan pobres y hambrientos, mas los que buscan al Señor de ningún bien carecen (Sal_34_10). Dicha hambre y escasez no los hacen despreciables, porque buscan al Señor. No reciben una porción menor del soberano bien, que dijo: Daré a los que tienen y quitaré a los que carecen.

            Esdras escuchó: Los vacuos estarán vacíos, en tanto que la esposa aparecerá colmada de plenitud. Al aparecer manifestará todo lo que surge de la tierra, y todo el que haya sido liberado del mal predicho podrá ver mis maravillas; y cuando sea revelado mi Hijo Jesús en compañía de los suyos, todos se regocijarán.

            Las almas que están desposadas con el Hijo de Dios son ricas; y si tienen hambre, es de su justicia. Son saciadas porque él mismo las justifica. Los ojos de Dios gozan [1124] al verlas tan bellas, y sus oídos escuchan los pensamientos de sus corazones como una música agradabilísima que lo atrae a ellas para colmarlas de sí mismo, a fin de elevarlas hasta sus grandezas mediante el deseo inconsciente que infunde en ellas de verlo en su gloria, en la que serán perfectamente saciadas. David pertenecía al número de estos ricos pobres, que poseen la esperanza de ser verdaderamente saciados cuando la gloria divina les sea manifestada.

            Lo que no es Dios es nada para estas almas; lo que no es él se reduce a meros escalones que las elevan al pisarlos bajo los pies. El lirio pulula al subir; el alma no puede crecer sino elevándose a Dios. Se observa que las palomas levantan el pico después de probar su alimento, como para dar gracias a Dios por sus bienes. El lirio está siempre abierto a las alabanzas divinas, como si continuamente diera gracias a Dios. En el momento de la Cena, Jesucristo elevó sus ojos al cielo para mostrar que su corazón los seguía en su acción de gracias al Padre.

            Nos comunicó todo lo que su Padre le dio; todo lo que poseía con el Padre, diciendo que todo era común entre él y su Padre, y que deseaba que tuviéramos comunidad de bienes con el mismo Dios; que la misma gloria que tenía con el Padre fuera nuestra; que fuéramos hasta donde él está, a fin de que, de cerca, tuviéramos el conocimiento y el gozo de sus divinas riquezas en unidad con él mismo. ¿Acaso no es de admirar un conjunto como éste? ¿Hay algo más deseable que el lirio divino que lleva en sí todos los tesoros de la ciencia y la sabiduría de Dios? En él habita la plenitud de la divinidad. Cuando el divino amor lo implanta en el seno de su amada, ¿no se convierte ella en un jardín delicioso?

            Así como Jesucristo se llevó a sí mismo y se recibió en la Cena, al entregarse a sus discípulos, se planta y se cosecha, multiplicándose en el alma con divinas reproducciones que son inenarrables, aunque no desconocidas ni imperceptibles al alma pura y despegada de todo lo que es pecado. Más bien digo desligada, es decir, que no tiene punto alguno de contacto con el pecado. No digo que no peque: ¡ay! La miseria de un alma es verse separada de dicha recolección cuando se desvía de su divino amor.

            No quiero pensar en la división, porque hablo aquí de la unión. No deseo ofender mi vista mirando un alma escogida para el lecho florido del divino esposo, inmiscuida en [1125] inclinaciones impuras: Se dice: No sólo se abstuvo Elías de contacto corporal alguno, sino aún del mismo deseo. Por ello fue arrebatado al cielo en un carro; por ello apareció glorioso en compañía del Señor; por ello debía volver como precursor de su venida.

            Admiré estas palabras del celestial san Ambrosio al leerlas en el breviario. Quise copiarlas aquí, porque explican con divina elocuencia las excelencias de la virginidad, la cual, rebasando las nubes, va más allá de la atmósfera y de los ángeles, que son como astros, llegando en su vuelo hasta el seno del Padre: Ellas traspasarán las nubes, los aires, los ángeles y el firmamento para encontrar al Verbo de Dios en el seno del Padre, de cuyo interior dimana todo bien.

            ¿Quién, Señor de señores, Rey de reyes, concedió semejante osadía a esta joven? El amor que tienes a la virginidad. Acoges a los lirios de los valles y entre ellos te recreas. Ella sube al trono supremo del regazo paterno para encontrarte cual divino lirio plantado en dicho seno, que se alimenta en el mismo seno, que posee la misma naturaleza de ese seno, que es la fuente de la vida, y el torrente de delicias que ella apura a grandes tragos. Dejémosla sacar con gozo del pecho divino.

            Dejémosla beber. Veámosla embriagarse y adormecerse. El divino esposo nos conmina a respetar su sueño hasta que despierte.

            Querido amor, guarda a este lirio que cosechaste y recogiste para la eternidad; obra en mí esta colección y recolección amorosa.

Capítulo 198 - La Virgen es verdaderamente llamada cielo y firmamento en la concepción inmaculada y en la muerte de su Hijo en la cruz

            [1127] En el principio, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era inhóspita y sin fruto.

            El Espíritu del Señor se cernía sobre las aguas supremas de las gracias admirables que deseaba desbordar en María, a quien deseaba confirmar y convertir en cielo, en luz, en firmamento. Ella fue la primera criatura en los designios divinos, aunque en su ejecución la Virgen haya aparecido hasta la plenitud de los tiempos. Fue, no obstante, la primera en ser poseída por Dios desde el comienzo de sus caminos y en tener la primacía en todo. Aún no existía la tierra y ya estaba ella destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Los abismos cubiertos de tinieblas existieron después que ella. Aquel que hizo los siglos la creó y poseyó en su eterna luz antes de toda la creación. Ella es la forma externa de Dios. El Verbo divino no causó mengua al igualarse a Dios su Padre, siendo él mismo figura de Dios y Dios mismo. No pensó hacer algo indigno de su amorosa grandeza al anonadarse para tomar la forma humana en María, de cuya sustancia le hizo un cuerpo el Espíritu Santo.

            El Verbo, que es imagen en la Trinidad y en la divinidad, convirtió a María en una copia tan perfecta de su belleza, que san Dionisio, iluminado divina y excelsamente, y habiendo conocido bien la purificación, la iluminación y la perfección de las tres jerarquías celestiales, dijo que si la fe no le hubiera enseñado que sólo había una y única deidad, habría tomado a María por la divinidad humanada, y adorándola como a su Dios, por ser su viva imagen, iluminada con su divina luz. Es un extracto admirable de la [1126] adorable divinidad: Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad.

            Dios dijo por su Verbo que la luz fuera hecha, y así lo fue. La miró en seguida, y vio que era buena por excelencia. La dividió y distinguió de las tinieblas, reservándola para sí. La llamó día perenne, y a las tinieblas noche; es decir, Adán y Eva y todos sus descendientes, comprendidos en el pacto de obedecer la ley que él daría, bajo la cual no puso a su madre, a la que hizo su Dama, pensando hacer de ella su ley y estarle sujeto como a su madre y tutora, a la que deseaba tener presente en el Calvario para ratificar el precio que pagaría a su Padre por todos los esclavos rescatados por él. Fue como si dijera: "Padre santo, todo lo que te doy va también por mi madre; ella ratifica mi contrato. Tomé este cuerpo en sus entrañas virginales, que jamás fueron culpables. Nací de ella para redimir a los hombres. Me diste a ella a fin de que, a su vez, me diese a los hombres. No era digno que yo volviera a ti sin su permiso. Así lo quisiste cuando ella me concibió. El ángel esperó a que ella dijera: 'Fiat'. Yo mismo lo esperaba. Tú dijiste por mi medio al crearla: Que se haga la luz, y la hubo. Ella dijo al concebirme: 'Hágase en mí según tu palabra'. Y así fue".

            Por el Fiat de María, el Verbo se hizo carne para habitar con los hombres. Fue necesario además que dijera Fiat mediante su presencia en mi muerte, para consumar la boda y engendrar a la Iglesia de mi costado. La sangre y el agua son la simiente purísima y el alimento que ella me dio. Lo que tomé de ella en mi concepción, lo conservo y conservaré después de mi muerte. El Verbo jamás dejará lo que una vez tomó. Mi alma salió de mi cuerpo, pero seguía siendo, de manera independiente a ella, emanación de la divinidad, aunque de distinta manera. Le era deudora porque de ella salió la materia a la que informó. Esta concepción e infusión se hicieron en un instante a través de la prontísima acción del divino Espíritu y la virtud del Altísimo, que la cubrió de manera [1129] excelente, haciendo nacer en ella la santidad esencial, la imagen de tu bondad y la figura de tu sustancia, la cual, bajo el nombre de Hijo de Dios, portó, en el momento mismo de la encarnación, el nombre de Hijo de María, en y de la cual nací.

            El ángel dijo a san José cuando María estaba aún embarazada: Lo que de ella nacerá es del Espíritu Santo. Dale por nombre Jesús, porque él debe salvar y redimir a los hombres del pecado: El salvará a su pueblo de sus pecados (Mt_1_21).Lo que nacerá de ella será santo con plenitud de santidad, porque el sustentáculo de este niño es divino. Es llamado Hijo de Dios, pero como debe redimir a los hombres, es menester llamar Jesús al que obrará la salvación de su pueblo. El ángel no dijo que rescataría a María, ni que pagaría por ella. No la contó en la deuda general del pecado, ni en el estipendio del pecado, que son las tinieblas.

            María es luz. Cuando las tinieblas cubrieron toda la tierra, María fue la luz. Esto lo contempló claramente san Juan, el águila, de suerte que no habla de tinieblas como los demás evangelistas, mientras que el Hijo de la Virgen estuvo sobre la cruz, diciendo en cambio que María, su madre, estaba en pie junto a la cruz junto con las otras mujeres que fueron iluminadas con su luz, lo cual fue simbolizado por el milagro obrado en Egipto a favor de los Israelitas.

            La Virgen fue representada por Moisés; san Juan, por Aarón por ser sacerdote, y Magdalena por el pueblo de Israel, que fue el pueblo escogido. Se dice que María Cleofás fue hermana de la Virgen, como María se llamó la hermana de Moisés. Cuando digo que la Virgen era Moisés, representada por Moisés, la considero como legisladora, como la más fiel entre todas las criaturas, como la más dulce: humilde entre todas. A ella se entregaron las tablas de la ley que ella misma rompió sobre el Calvario a causa de los pecados de los hombres, en los que no tuvo parte alguna, así como Moisés no participó en el pecado del pueblo cuando adoró al becerro de oro. Aarón y María en cambio, estuvieron con el pueblo; san Juan, María Cleofás y María Magdalena fueron pecador y pecadoras. Juan dijo que mentiría si lo negaba, y que no habría rastro de verdad en él. Magdalena fue llamada la pecadora de la ciudad. Jesucristo dijo de ella que se le perdonaron muchos pecados porque había amado mucho.

            La Virgen madre, que fue llevada sobre las aguas del Espíritu Santo, es más [1130] admirable que Moisés, que flotó sobre las aguas y que fue preservado de la sentencia decretada contra los varones de Israel al ser adoptado por la hija del rey, que lo aceptó como niño hebreo. Fue ella quien lo libró de la ley de Faraón. ¿Por qué cayeron los hebreos bajo esta ley? Porque Israel no estaba exento del pecado original. María, empero, ni siquiera lo tuvo, como tampoco el actual; ni era deudora según el contrato, ni estaba comprendida en el pecado de Adán.

            Dios concedió a María el favor de ser exenta de la ley por su presciencia divina. El la eligió y preeligió, y mediante su Providencia amorosa la conservó sobre las aguas de su bondad. El Espíritu Santo la tomó para ser su elemento, el Hijo, para ser su alimento y el Padre para ser su sacramento, del que quiso darnos por ella un signo visible para no sólo darnos el conocimiento sino la posesión de su amor invisible, que a través de ella se hizo visible. Por ello el Salvador dijo a los judíos: En verdad les digo: antes de que Abraham existiera, existo yo. El vio mi día y se alegró en él. El vio a mi madre, que es mi día, y se alegró por su causa. María, la primera en la mente divina, es la última citada en la genealogía junto con su hijo: de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt_1_16). El evangelista san Mateo dice: Libro de la Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham san Lucas toma la genealogía hacia atrás, diciendo: hijo de Adán, hijo de Dios (Lc_3_18).

            Adán, es decir, tierra. Dios creó el cielo antes que la tierra. María es antes que Adán. Ella es la luz y el día del día, porque ella produjo al Verbo Encarnado. El Verbo, a su vez, produjo a María: El día, al día anuncia el mensaje (Sal_19_3). El día increado produjo al día creado. Dios Padre escogió a María para hacerle ver su Verbo y enseñarle a hablar como a su hijo de manera maravillosa. En la Encarnación, el día creado produjo el día increado: Dios dijo: Haya luz, y hubo luz (Gn_1_3).

            Dios mandó que se hiciera la luz, y apareció. Dios, al verla buena por complacencia, la llamó día por benevolencia, no privándola jamás de su amorosa presencia, porque jamás debía ser separada de Dios. Por eso separó las tinieblas de la luz, previendo la caída de Eva, que sería un Occidente, y María un Oriente. Ambas son ciertamente de una naturaleza: María y Eva son humanas; pero la divinidad [1131] se reservó a María para ser su porción y herencia, dando a Eva a los hombres. María es la única engendrada fuera de la esencia divina de su madre, la Providencia eternal.

            Ella es la perfecta y singular paloma engendrada antes de los siglos en el seno paterno. Jesucristo fue también engendrado por su madre Virgen en el tiempo, en medio de una admirable pureza. Dios la separó de las tinieblas porque ella era luz, llamándola día y dando el apelativo de noche a Adán y a Eva, noche de la noche, pues aunque fueron creados en gracia, por no estar confirmados en ella muy pronto se convertirían en noche, como cuando decimos después del medio día, hacia el atardecer: anochece, porque en pocas horas no tendremos más al sol en nuestro horizonte.

            Ahora bien, Dios escogió a María para gozar de la luz indeficiente, por ser ella más cielo que tierra. El Espíritu Santo que se cernía, que cubría y que volaba sobre sus aguas, separó a esta Virgen, venida a través de las aguas y llevada sobre las aguas de la gracia, de las inquietas aguas de lo bajo y la hizo un firmamento celeste. También la llamó cielo: y llamó Dios al firmamento cielo (Gn_1_8). Como ella es el cielo por excelencia, permítaseme decir que no estaba obligada al pacto que Dios hizo con la tierra. Ella es el cielo admirable en el que Dios se asienta. La tierra es el escabel de los pies de Dios. Por ello Dios dijo desde el tiempo de Salomón: De qué sirve esta casa que me has edificado, si la nube celestial no entra a ella para ser mi sede y mi trono; no entraré en ella. Quiero que además cesen todas las funciones humanas y sacerdotales cuando penetre la nube, en medio de la cual la tierra no puede obrar ni percibir al que está en medio de su penumbra.

            Todo, en la Pasión, se redujo a noche, excepto aquellos que ya mencioné. San Juan, al favor de esta luminosa mujer, vio la luz y se convirtió en su hijo, como aguilucho del corazón. La amplitud del ala de Jesucristo le dio en heredad su mismo sol al confiarle a su madre, y él a ella. Fue como si dijera a ese aguilucho: Como estoy bajo el poder de las tinieblas, muy pronto cerraré los ojos del cuerpo para visitar las regiones inferiores de la tierra. Mi alma saldrá muy pronto de este santuario para liberar a los que se encuentran en el limbo.

            Juan, te dejo en posesión al sol. [1132]. Contempla esta madre y arregla con ella el matrimonio de la Iglesia. Con gustó beberé a nombre de dicho matrimonio para cumplir la escritura. Acepto beber el vinagre, que representa la uva que comió Eva y que ofreció a su marido, que es agria a causa de la levadura de malicia que la serpiente le puso, obligándola a conculcar el mandamiento divino. Muero voluntariamente al beber: Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: Todo está cumplido. E inclinando la cabeza entregó el espíritu (Jn_19_30).

            Alma santísima, ¿a dónde vas? ¿No estarás presente al nacimiento de la Iglesia? Voy a dormir como Adán durmió cuando Eva fue sacada de su costado. El Verbo divino estará presente en mi lugar. Se casan los cuerpos. Yo dejo mi cuerpo en la cruz, que nació de mi madre, a la que pertenezco. El Verbo divino es del Padre: él no abandona ni el cuerpo, ni el alma a la que apoya, aunque el compuesto sea destruido durante cuarenta horas. Confirmaré todo lo que se haga.

            Juan, está bien atento al nacimiento de la Iglesia, que nacerá de mi costado. Es la sangre del cuerpo virginal y el agua purísima de la admirable simiente tomada de María. Este matrimonio es una alianza a causa de mi muerte. Es necesaria la muerte, a fin de que tenga validez. Por esto se separa mi alma. Basta con mi madre para ratificar este contrato. La divinidad está presente, el alma volverá muy pronto, y no habrá ya separación por toda la eternidad.

            Ella celebrará las bodas de gloria, habiendo ya invitado a las demás almas que conducirá de los limbos a las bodas impasibles, reuniéndose con su cuerpo sagrado. En las bodas de la divinidad con tu humanidad, no hubo disolución. Lo que una vez tomé, no lo dejé ni lo abandonaré jamás.

            La Virgen madre es el firmamento que guarda sus luces mientras que la tierra tiembla y los discípulos se escurren como el agua. Si san Juan no hubiera sido destinado a dar compañía a la Virgen, se hubiera ido con los demás discípulos. Fue necesario que viera el agua y la sangre brotar del costado, y que en él el Salvador desposara a la Iglesia en presencia de su santa madre, por ser su voluntad que ella autorizara dicho matrimonio sagrado.

Capítulo 199 - La Virgen fue concebida sin pecado, y jamás estuvo obligada a las deudas del pecado, 15 de octubre de 1635

            En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas (Gn_1_1s).

            [1135] Este principio es el Verbo, en el cual y por el cual la Virgen fue la primera en ser creada. Ella es también el cielo; aquella a la que Dios poseyó desde el comienzo de su camino, que es el Verbo. María fue la primera en la intención, a pesar de que existió después de Eva en la ejecución. Sucede con frecuencia que el primero en la intención es el último en la ejecución, que es el fin perfecto del objeto destinado. Toda consumación mira a su fin. Según el orden divino, se perpetúa el día que el cielo concede, no la tierra, porque el cielo da su luz a la tierra.

            Dios creó, pues, el cielo y la tierra. María es el cielo y Eva es la tierra vana, vacía y errante. Vana en su soberbia, por desear ser semejante a Dios; vacía por haberse privado de la gracia por el pecado, y errante porque fue expulsada del paraíso terrenal, y por estar sujeta a la ignorancia que conduce al error. Su desobediencia la llevó al desorden, destruyendo el orden que Dios le había concedido al hacerla para Adán, tomado una de sus costillas para erigir la admirable edificación que sería llevada al cielo empíreo para jamás caer por tierra, si el pecado no la hubiera reducido al polvo, un polvo contaminado que fue reducido a la corrupción. Fue ésta una de las amenazas que Dios hizo a Adán: [1136] Eres polvo y al polvo tornarás. Serás labrador y ganarás tu vida con el sudor de tu frente. Por estar ocioso, aceptaste la probada prohibida de manos de tu mujer, que la recibió de la serpiente que se arrastra sobre la tierra. Como castigo de tu falta, esta tierra te dará espinas mientras la trabajas para obtener sus flores y frutos.

            Y tú, delicada Eva, padecerás dolores agudísimos al parir a tus hijos. También estarás sujeta a tu marido, del que eras compañera, es decir, dama, porque tu creación fue más digna, porque en el paraíso fuiste formada de su costilla, que es más noble que el limo del suelo, cuya productividad maldijo Dios al condenar a la tierra.

            Adán, ciego de amor por su mujer, pasó por alto las imperfecciones que ella contrajo por el pecado: aunque a partir de éste se convirtió en madre de los que mueren, quiso llamarla madre de los vivientes, como lo era antes del pecado.

            El bueno de Adán estaba seguro de que al menos había gustado lo que yo pienso fue una uva, en la que la serpiente inyectó su veneno y falsedad. Eva no hubiera sido tan descortés como para presentar a su marido una manzana después de haberla mordido. El racimo de uva tiene varios granos; así, al comer de ella, la ofreció entera a su marido.

            Dicha uva era alimento y bebida. Por su medio se ataron al pecado y fueron despojados de la gracia de Dios. Fue éste el plan de la serpiente, para privarla eternamente de la amorosa dilección de Dios, que podía hacerlos felices, para que fuesen desdichados eternamente en su compañía; pero se equivocó a sí misma: la sabiduría eterna supo sacar partido de la malicia de la serpiente: a través de un hombre y una mujer entró el pecado en el mundo; por un hombre y una mujer, el pecado fue vencido en él. No nos consta que Dios haya escogido el manzano ni la higuera para curar, en calidad de signo o sacramento, los males espirituales ni para comunicarse al hombre. Nos consta más bien que eligió el pan y el vino para entregarse a nosotros, porque [1137] el pan alimenta y el vino alegra. Subrayo lo que dijo a Adán: Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado (Gn_3_19).

            Como si Dios hubiera dicho: Planté para ti un árbol en medio del paraíso, para hacerte admirar mi sabiduría y para darte la alegría por su medio cuando así lo quisiera. Si me hubieras sido fiel en tan poco, te hubiera constituido sobre mucho. Te hubiera dado el pan sin trabajo y el vino sin sufrir. Como pecaste, tendrás espinas por pan. Con frente sudorosa comerás tu pan, mas no a favor del vino que yo mismo hubiera querido darte después de haberlo prensado en el lagar del amor. Hay que señalar que David da como título al Salmo 8: A la manera del cántico Los Lagares, ya que en dicho salmo habla del nombre de Dios, que es admirable en la tierra. Habiendo ensalzado su magnificencia sobre los cielos, y habiendo alabado las obras de sus manos, el salmista se asombra de que Dios recuerde y cuide al hombre, al que se digna visitar y al que ha constituido sobre todas las cosas, a pesar de tener una naturaleza inferior a los ángeles antes de la Encarnación. Después de ésta lo coronó de gloria y de honor, constituyéndolo sobre las obras de sus manos, divinizándolo y concediéndole el poder de reproducir su cuerpo.

            Pero, ¿Cuál fue la obra particular de las manos de Dios? san Juan y los demás evangelistas dicen que Jesús tomó el pan y lo bendijo, diciendo: Este es mi cuerpo, que será entregado por ustedes. Después, tomando la copa de vino, dijo: Este es el cáliz de mi sangre, que será derramada por ustedes y por muchos en remisión del pecado cometido, diría yo por la vid; sí, porque te complace que lo diga a fin de mostrar que te vales de la materia [1138] que causó el mal para convertirla en sacramento de curación y vida para todos los elegidos. Es éste el trigo y el vino que engendra vírgenes. Jesús ordenó a los apóstoles y a todos los sacerdotes que hicieran lo mismo que él hizo.

            Jacob, que contempló tan gran misterio, habló de él dignamente al dirigirse a su hijo Judá, después de haberle dicho con espíritu profético: El cetro no será quitado de Judá, ni de su posteridad el caudillo, hasta que venga el que ha de ser enviado y este será la esperanza de las naciones. El ligará a la viña su pollino y a la cepa, ¡Oh hijo mío!, su asna. Lavará en vino su vestido, y en la sangre de las uvas su manto. Sus ojos son más hermosos que el vino, y sus dientes más blancos que la leche (Gn_49_10s).

            Judá, hijo mío, el cetro no se arrebatará a tu linaje, ni el mando de tu muslo hasta que el Mesías prometido haya venido. El mismo será la esperanza de los pueblos. El atará a la vid su pollino; al cepo de la viña sujetará la naturaleza humana, que fue indomable en Adán y sus descendientes. A la viña; es decir, a sí, que es la verdadera viña y su Padre el agricultor porque tu Padre la engendra y la guarda en su seno, cuando todavía no la había enviado a la tierra para unirla con los otros, con una unión indisoluble y de manera inefable a la carne de María, la que has tomado para no dejarla jamás, Es de la carne y la sangre de María que nos alimentas y curas, uniéndonos a Ti, por Ella. Jacob, maravillado exclama con alegría inexplicable viendo por la luz divina la obra del Mesías, su Hijo, "el que ata a la vid su borriquillo (Gn_49_11). El primer milagro que hizo Jesús fue por su madre que cambio el agua en vino. Eva había cambiado el vino de la alegría en agua de dolor cuando persuadió a Adán a comer del fruto, afligiendo a toda la humanidad. María hizo cambiar el agua [1139] regocijando a todos los convidados. Oh Jesús, estas palabras son inefables; Quid mihi está tibi mulier nondum venit hora mea (Jn_2_4).

            Mujer digna de sobrepasar todos los pensamientos humanos, ¿Qué hay entre tu y yo? El secreto de mi Padre ¿te ha sido descubierto, por ser mi madre y mi esposa? ¿Es que tu hora es antes que la mía que no ha llegado todavía? Si, Hijo mío, el amor no puede esperar la Cena, hay que hacer ver hoy el sacramento admirable que debes establecer: cambia el agua en vino a favor de Eva madre de los vivientes, da alegría al pueblo. Yo soy la prensa amorosa que tú aprietas; tú estas ligado a mí como la madre que te concibió, te dio a luz y te alimentó. Tu ley te obliga a obedecerme, mientras llega el momento de obedecer a tu Padre en la última cena y lavar tu túnica con el vino y tu manto con la sangre de la uva al estar sobre la cruz. Tus ojos son bellos como el vino; contemplarte es embriagarse, perderse a sí misma y vivir para ti. Tus ojos engendran la virginidad; tus ojos son más blancos que la leche de la inocencia que el pobre Adán y su mujer perdieron al comer de la uva prohibida, que aún no estaba madura. Por ello, les estragó los dientes de suerte que no volvieron a comerla y dejaron en herencia este contagioso mal a su posteridad, mal del que tú y yo estamos exentos. Por esta razón me atrevo a pedirte que obres este milagro, en virtud de la inocencia y a favor de estos recién casados, que te invitaron a una boda de la tierra. Concédeles una muestra de las bodas del cielo, regalando una muestra de la clase de vino que darás a beber a los tuyos, ya que lo haces de manera tan excelente en las fiestas [1140] de aquí abajo. Muestra a través de tus ojos bellos como el vino, un destello de la visión beatífica y la fruición que destilan tus dientes, blancos como la leche. Es éste un festín para los fuertes y para los frágiles: un festín divino y humano.

            La Virgen conocía bien el poder que tenía sobre las inclinaciones de su hijo, y el secreto que existía entre ellos. El amor no puede ocultarse ni reprimirse en la mirada y labios de los que se aman. Jesús no pudo disimular el amor que tenía hacia su madre y la humanidad. El era el lagar; sus esposas son como lagares suyos porque le aman y son amadas por él. Son ellas las que lo prensan de manera inefable mediante la fuerza y el peso de su amor, que él mismo les ha dado junto con la ingeniosidad del amor.

            Jacob sabía muy bien que el amor era poderoso y amable. Su Raquel era figura de María; Jesús, para poder obtenerla, se hizo servidor no sólo catorce años, sino treinta y tres; pero, ¿Qué digo? por toda la eternidad. Además de aceptar estar sujeto a su Padre por mediación de ella, quiso también administrar la gloria de los elegidos: Yo les aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá (Lc_12_37). El bueno de Jacob quedó arrebatado de admiración al contemplar las maravillas de Judá, así como su hermosura. La fuerza del vino, del rey, de la mujer y de la verdad, es grande. María y Jesús son todo esto de manera eminente. María aportó el vino, María engendró al Rey, María es mujer, María es madre de la verdad. Jesucristo, que es la vía del entendimiento paterno, es la vida del Padre. Cuando dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida, expresa lo que es, no una mera metáfora.  [1141] El es la verdadera vid. Los elegidos unidos a él son los sarmientos y el fruto.

            Josué y Caleb no encontraron nada tan atrayente en la tierra prometida como el fruto de la vid. Para llevar un racimo, fue necesario que dos personas lo cargaran. ¿No era menester que el cepo al que se adhería dicha vid fuera un árbol fuerte? Pero, ¿por qué es necesario que la vid tenga apoyo? ay, es nuestra desdicha y nuestra felicidad Yaceríamos por tierra y sin fruto si el Verbo divino no nos hubiese apoyado con su propio soporte, misterio que figuraba que Jesús y María nos aportarían la vid de la gracia y de la gloria. La esposa habla con tanta frecuencia de la vida y de la vid, que muestra claramente la estima en que los tiene. Mejor dicho, el Espíritu Santo se expresa por medio de ella, instándola a implantarla entre sus pechos para nutrir con ella a todos los elegidos, que los encuentran mejores que el vino ordinario, por tratarse de un vino celestial y divino que embriaga para embellecer. De manera semejante contempló Jacob la belleza de los ojos de Judá y la blancura de sus dientes, embellecidos con el contacto de este vino, que es también leche para las almas infantiles e inocentes.

            La flor de la vid es contraria a la serpiente. Jesucristo, retoño del campo paterno y flor virginal de María, es contrario a la serpiente. Existe enemistad entre el purísimo descendiente de María y el veneno de la serpiente. La flor de Jesé, que se eleva hasta el trono divino, humilló a la serpiente hasta el centro de la tierra maldita, sobre la que se arrastra con el vientre. Es éste su elemento y su alimento, por haber engañado a la mujer a la que acechaba. Ella, sin embargo, con desprecio y desdén representados por el talón, lo aplasta y humilla su soberbia, que es su cabeza, a la que abate valientemente.

            [1141] La viña llora después de ser podada. Jesucristo, como la vid, lloró al ser circuncidado. Lloró al ver que Jerusalén se apartaba de él con el tajo de sus ingratitudes. Lloró al estar en el huerto, pero lágrimas compuestas de sangre y agua. Fue allí donde adhirió su parte inferior a la viña, que es su asnillo. Adhirió su sagrada humanidad a la viña de la justicia divina. Aceptó ver cómo se lavaba en el vino su vestidura, que es su alma, y el manto de su cuerpo en la sangre de la uva. Su alma santa se santificó. Su cuerpo sagrado se hizo aún más sagrado mediante su doloroso sufrimiento, que procedía del amor, por cuya causa le fue amable. No se dijo que el manzano sirviera a la redención, quiero decir como materia, para darle forma en un sacramento: el vino le sirve de materia.

            Antes de la caída de Adán, la vid era un bello árbol en el paraíso terrenal; un árbol de hermosos frutos plantado por el mismo Dios. Podemos imaginar que crecía derecho, pero que a partir del pecado pudo haberse retorcido para señalar la vía del desorden a la que el pecado redujo al hombre, y para simbolizar la malicia de la engañosa serpiente, que se ocultó bajo este árbol en el que Dios la maldijo.

            No nos parece razonable que el pobre Adán haya vuelto a gustar de él, ni que haya sabido cultivar la vid. Toda su generación, hasta Noé, no probó el vino. Dios reservó esta planta para el bueno de Noé después de purificar el mundo. Adán volvería a beber en compañía del nuevo Adán en el reino eternal. Cuando Noé se embriagó con vino, no cometió pecado [1142] alguno. Sin embargo, se desnudó, convirtiéndose en blanco de las burlas de Cam el maldito, que obró el mal. A pesar de todo, no dejo de intuir aquí un gran misterio: Adán y Eva, al verse desnudos, sintieron vergüenza de aparecer así ante Dios. Fue éste un engaño de la serpiente, que les inspiró esta disculpa para que huyeran de la curación de su falta, que hubiera sido perdonada en el mismo instante si, con humilde confusión, se hubieran postrado ante Dios, su Padre bueno, pidiéndole perdón con verdadera sencillez, lo cual no hicieron, aparentando, por el contrario, culpar a la sabiduría divina por haberlos hecho desnudos, como si la ropa pudiera ocultado a Dios los cuerpos que hizo, a los que puede ver aun cuando se encuentren en el mismísimo centro de la tierra, ya que está en todas partes por presencia, esencia y poder, penetrándolo todo por que lleva todo en sí.

            Dios permitió que un hombre, aunque inocente, fuese burlado para castigar en Noé la falta de Adán, que aún no tenía hijos que se burlaran de él, el cual me atrevo a decir, se burló de su Padre Dios. San Lucas, después de haber declarado la generación del presente al pasado, y san Mateo del pasado al presente, dijo, para no comenzar con mucha anticipación y para subrayar ante todo: hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios (Lc_3_18). Dios es el Padre de Adán. Como si Adán hubiera dicho a Dios: Me preguntas por qué huyo de tu rostro: es porque estoy desnudo. No sé en qué pensaste al hacerme de este modo, que es causa de que la serpiente se haya burlado de mí. El engaño de la serpiente consistió en [1144] producir en él un juicio en contra de las obras de Dios, y sobre todo murmurar de su sabiduría por haber enloquecido a causa del pecado. Para castigarlo, Dios permite que los dementes se desvistan, aunque sin pecar por ello, ya Dios no puede ser autor del pecado, para manifestar que sus pensamientos no son los nuestros y que los suyos abundan más que los nuestros; que hay cielo en la tierra. El permite que los locos se desnuden a fin de mostrar a los hombres la insania del pecado, cuyo cuerpo quiso destruir al enviar a su Hijo desnudo al seno de una Virgen; desnudo estuvo en el pesebre y desnudo llegó a la cruz, razón por la cual dijo san Pablo que Jesucristo destruyó el cuerpo del pecado.

            Dios reprobó la insensata sabiduría de la carne, del mundo y del demonio a través de la vida y muerte de su Hijo: ¿O es que ignoráis, dice el Apóstol a los romanos, que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado (Rm_6_3s).

            Es menester despojarnos de esta mortalidad y avanzar en la nueva vida. La carne se asombra de sus concupiscencias. Jesucristo la privó de ellas, crucificándola en sí, aunque inocente, por todos los culpables.

            El mundo de las vanidades. Jesucristo eligió las afrentas y desprecios desnudos de todo honor creado; el demonio, en cambio, astucias y engaños. Jesucristo optó por la sinceridad y la sencillez, [1145] asegurando que ningún ser humano entraría al cielo, de donde el diablo fue expulsado, si no se asemejaba a los niños pequeños, que no tienen otro cuidado que permanecer en el seno de su madre, que es su elemento y su alimento, y que se dejan conducir y llevar a donde ellas quieren.

            Jesucristo quiso dar muerte una vez al pecado, a fin de que Dios viva por siempre y que todos los elegidos, despojados de las cosas creadas, fuesen revestidos de la divinidad increada, haciendo que, por sus méritos y su fidelidad, entren en el gozo de su Señor, que cubre su desnudez. Por ello dijo el apóstol que el fin no es estar desnudo, sino ser revestidos de inmortalidad. Este fue en realidad el primer designio de Dios cuando creó desnudo al hombre, a fin de que deseara, al verse carente sobre la tierra, ir al cielo a ver al descubierto a la divina bondad y belleza, para ser revestido de ella, adorándola con una amorosa humildad y reconociendo que, gracias a ella y a su caridad, posee este bien. De este modo no se hinchará de ambición como Lucifer, que fue castigado por ella con la perenne privación de la gracia y de la gloria, que lo hace permanecer en una horrible desnudez y en el abismo de una profunda confusión.

            El centro de la tierra se avergüenza de haberlo recibido junto con su continuo desorden: El sheol, allá abajo, se estremeció por ti saliéndote al encuentro (Is_14_9). Y más adelante el Profeta, lleno de asombro, le dirige estas palabras en la persona del rey soberbio: ¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la aurora! ¡Has sido abatido a tierra, dominador de naciones! Tú que habías dicho en tu corazón: Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el extremo norte. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo, ¡Ya!: al sheol has sido precipitado, a lo más hondo del pozo (Is_14_12).

            [1146]El Profeta Isaías, con mucha gracia, se burla de este soberbio al describir los pensamientos de su corazón, inflados de arrogancia y al mostrar la vergüenza, que es su privilegio junto con los eternos tormentos, lo mismo que el de todos aquellos que han imitado su vanidad, los cuales son no sólo despojados de gloria, sino afligidos con los golpes mortales de su debilidad. Porque la ambición de ser grande sin la sumisión a la divina grandeza significa tener un corazón laxo y desear la nada, ya que sólo Dios tiene el poder de conceder la verdadera grandeza a los que se humillan en su presencia. Por ello dijo san Gabriel que Juan el Bautista sería grande delante de Dios; y Jesucristo, corroborando la palabra del ángel, afirmó: Entre los nacidos de mujer no ha surgido ninguno mayor que Juan el Bautista, porque este ángel del Gran Consejo, al conocer las intenciones del Padre eterno que lo envió, se consideró indigno de desatar la correa del calzado del Mesías, el cual lo ensalzó sobre el astro supremo del cielo empíreo.

            Jesucristo es sol de justicia cuando le escoge para bautizarlo, colocando al humilde precursor por encima de su adorable cabeza, a pesar de las humildes protestas de su indignidad. Jesús es el sol de justicia que ordena a san Juan cumplir en él toda justicia.

            Lucifer, junto con sus adictos, cometieron y siguen cometiendo toda clase de injusticias contra Dios y contra ellos mismos. Al desnudarse de todo bien, son abismados en la sima del mal por toda la eternidad. El mandamiento del gran Dios no da lugar al término medio.

            [1147] Cada uno es recompensado según sus obras. Por eso dijo san Mateo: E irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna (Mt_25_46). El vestido de los réprobos es el suplicio eterno en el fondo de abismos espantables. En su peregrinar se burlaron de Dios, y Dios se ríe de ellos al llegar a su fin.

            Los justos vivirán en perpetua alegría, contemplando lo que Dios obró justamente sobre los inicuos, los cuales se verán obligados a confesar que Dios es bueno en sí, justo hacia nosotros, y las intenciones de ellos perversas en sumo grado. Al dar la espalda a la felicidad para la que Dios los creó, burlándose de su Creador y Padre común, son justamente reprobados por negarse a recibir la segunda bendición que Dios Padre envió a la tierra: su Hijo benditísimo, que se hizo anatema por la maldad de su pecado a fin de que la divina justicia, satisfecha en todo rigor, no tuviera más que pedir.

            Fue desnudado y burlado por los suyos para reparar la mofa con que el pecado obró en contra de los mandatos divinos, embriagándose en la Cena con el vino de tu amor, el cual manifestó con el gran signo del divino sermón y del don adorable que hizo de sí mismo en el divino sacramento, al cambiar el pan en su cuerpo y el vino en su sangre, plantándose como una viña admirable en medio de los corazones. Judas se burló de él y lo vendió, a pesar de lo cual su bondad paternal no lo maldijo como enemigo suyo; por el contrario, lo llamó amigo ya desde la Cena. Se embriagó de tal manera, que le fue necesario acudir al lecho de la cruz. Después de derramar toda [1148] su sangre, se durmió en el sepulcro durante cuarenta horas, esperando beber y dar a beber a los suyos en el reino de su Padre el vino de la gloria. En él, despojado de toda mortalidad, se revistió de vida eterna y con ella revestirá a todos los elegidos que fueron despojados de los harapos del pecado y desnudados de toda materialidad; es decir, también de ellos mismos.

            La sabiduría de Dios es locura para los insensatos, tanto demonios como humanos para los que con esta piedra viva fue ocasión de tropiezo. Los que cayeron sobre ella se ofendieron, y aquellos sobre los ésta cayó, fueron destrozados. Los demonios quisieron estar sobre ella, al verla destinada a ser un astro admirable, ya que Dios designó a Jesucristo a ser el sol del cielo y de la tierra. Todos ellos se le opusieron, estimando que su naturaleza era mucho más noble que la humana.

            Por esta razón dijo Lucifer: Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el extremo norte. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo. Oigo la noticia de que un hombre será exaltado hasta el cielo y que esto es un decreto, una alianza. Me opondré a él y me ensalzaré por encima de este Hombre-Dios, de este astro divino que será también un ser humano con alma y cuerpo y que tendrá dos naturalezas. Según la divina, él es más digno que yo; según la humana, está por debajo de mí. Por ello pondré mi trono sobre él. Me sentaré en el Monte de la Reunión del lado del [1149] Aquilón. Produciré frío, menospreciando a esta tierra, a esta a esta enaltecida nube, que está en lo más alto por su unión con la divinidad. Sin embargo, como hay tanta diferencia entre mi naturaleza espiritual y la corporal, haré ver cuál de las dos debe ceder ante mí, por ser yo más conforme al Altísimo. Poseeré el derecho de heredar la alianza, o bien lo suprimiré.

            Cegado por la abundancia de claridad, empequeñecido por tanta grandeza, pobre ante tanta riqueza, enloquecido e ignorante por el exceso de suficiencia y exuberante conocimiento, te equivocas: ¡Ya!: al sheol has sido precipitado, a lo más hondo del pozo (Is_14_15). Miguel va a expulsarte del cielo empíreo para precipitarte hasta el centro de la tierra. La mujer vestida de sol será protegida en el seno del mismo Dios, que así lo decretó por toda la eternidad. Dios moraba en sí mismo antes de hacer a las criaturas. Su bondad lo movió a darte el ser lo mismo que a las demás. Su amor eligió a María entre todas y sobre todas, para ser madre única de su único Hijo, para ser el primogénito. Así, ella es el primer cielo creado en las intenciones divinas, al Dios que poseyó al inicio de su camino, que es el Verbo para el que ella fue creada y destinada a ser su madre. A esto se debe que el Espíritu Santo reservara mil millones de favores que deseaba desbordar sobre María, que significa mar. [1150]

            El Espíritu aleteó por encima de estas aguas, a las que cubrió y se reservó Desde el principio y antes de los siglos (Si_24_14). Es éste el cielo admirable que el Verbo asentó, y al que el aliento de sus labios adornó con tantas y admirables gracias, de las que la Trinidad entera fue y sigue siendo una amorosa presa. A ella corresponde ser madre no sólo de los vivientes, sino madre de la vida, por ser madre del Verbo Encarnado. En nada se parece a Eva, tierra vacía, por haber dado a luz al que es toda plenitud. Ella es el cielo en el que la luz se hizo carne: y dijo Dios: Hágase la luz, y la luz se hizo (Gn_1_3).

            Desde el instante de su concepción, dijo Dios: Que la luz de la gracia se haga en María, y se hizo María, la llena de gracia. Ella estuvo eternamente en la plenitud de la gracia: Entre todas las cosas buscaba reposo (Si_24_7). Ella debía morar infinitamente en la heredad del reino como su posesión incontaminada. Desde toda la eternidad estuvo destinada para aquel que lo ordena todo. Es la tierra sacerdotal, exenta del tributo que los hijos de Adán han tenido que pagar, porque el Verbo es su Padre, su esposo e hijo santísimo.

            Este sacerdote eterno escogió a su madre entre todas y sobre todas las criaturas, para ser hostia viva y agradable a Dios, rodeándola con el sol, coronándola de estrellas y dándole la luna como calzado. Adán y Eva fueron creados bajo la luna, que fue como una infortunada Jericó, es decir, el lugar donde fueron despojados de la gracia, afligidos con toda clase de golpes mortales y abandonados [1151] casi muertos hasta que llegara la muerte del Samaritano que les daría la segunda vida mediante su resurrección.

            María fijó su heredad en Jerusalén y hundió sus raíces en Dios. Las tres divinas personas eran los pueblos a los que María frecuentaba y con los que departía pasivamente. Dios la contemplaba con inefable benevolencia y complacencia: Judá, mi rey (Sal_50_9). María, de la tribu de Judá, fue reina desde la eternidad; en las intenciones eternas fue reservada para ser la madre del Verbo Encarnado, a fin de que él se pudiera gloriar de haber nacido de una madre impecable por gracia y por benevolencia, así como se precia de proceder de un Padre impecable por naturaleza.

            Quiso manifestar el misterio oculto a los siglos pasados en sí mismo, que es la inmensa riqueza del divino Padre. La madre destinada para este nobilísimo hijo no debía desdecir del linaje de su hijo, el cual debía ser caballero por derecho, por línea directa, y no gracias a un favor. María es súbdita por su creación, y Dama por elección del que ya existía antes de que Adán fuera creado. Esto corresponde, por lógica de razón a lo que afirmamos, según nuestra manera de hablar, de que el ser precede al hacer. Sin adjudicar a Dios una sucesión de tiempo anterior y posterior, [1152] decimos: Como María debía engendrar a Jesús, María tenía que existir antes de comunicar su sustancia a Jesús, su hijo. Sin embargo, como confesamos que Dios tiene un poder eminente, que hace todo en un instante sin necesitar, como nosotros, comenzar, proseguir y dar término consecutivamente, recurrimos a la palabra fiat, porque todo en esta palabra indica perfección: ella nos dice que María es madre de Jesús, y Jesús es hijo de María. El Verbo se hizo carne y nació en María porque Dios así lo dijo. Ella es la primera de todas las criaturas, reina de los ángeles y de los hombres, súbdita de Dios por la creación y dama suya por elección, ya que el Verbo Encarnado le está sujeto en cuanto hijo suyo, y ella, a su vez, lo somete a Dios Padre en el tiempo y la eternidad.

            !Oh Dama ensalzada, Dama radiante, Dama que ilumina! Naces rodeada de sol procedente del centro mismo de la luz, del océano de la divinidad amor. Tomas tu oriente con Oriente, no en la esencia común a las tres personas, porque dicha esencia es Dios por su naturaleza simplísima, sino divinizada por participación. Eres ungida por encima de todas las criaturas, al emanar de Dios, con óleo de alegría. Ella es la pura mirra que no necesitó de la incisión. Es la que fue circundada de luz como de un vestido. María fue siempre la casa de marfil en la que fue amada y amó al divino rey en Sión, que es su honor. La santidad conviene a esta casa por estar destinada a ser habitáculo de Dios: Poseerá el Señor a Judá, porción suya en la Tierra Santa, y elegirá de nuevo a Jerusalén. Silencio, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa Morada (Za_2_16s).

            Que la carne se calle si quiere hablar groseramente. Es necesario dejar que hable el Espíritu de Dios por boca de María, que es el santuario divino que se eleva hasta el mismo Dios, porque él se complace en eximirla de toda corrupción, impidiendo que su tabernáculo vea la perversión o sea mirado por ella. El pecado jamás se atrevió a ver a María, ni Dios permitió que ella lo viera, librándola de él por privilegio de su amor. Ella es la Virgen de Dios escondida en Dios. Santa, madre reservada para el Hijo del Altísimo, que la ensalzó con su divino honor: este honor es condigno a quien el rey quiere honrar (Est_6_11).

            A ella se refirió David cuando dijo: Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer, et. (Sal_39_8s). Es menester señalar que ella dice en el versículo precedente: No pedía ni holocaustos ni víctimas, dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser (Sal_40_7). Afirma que nada debe por el pecado. A su vez, Dios no le exige nada por éste, invitándola a presentarse en [1154] toda su pureza. Ella responde: He aquí que vengo ante ti como la primera en ser inscrita en tu libro, que es el Verbo, el cordero divino, el libro de vida, en el que me registraste antes de la creación del mundo, antes de Adán y Eva, en compañía del Verbo Encarnado, que es mi hijo. En tanto que encarnado, él va después de mí. En cuanto Verbo, aparece en el libro antes que yo. Sin el Verbo no existiría el libro. El es el libro de la vida. El vio el pecado y lo llevó sobre sí: se hizo pecado y murió por el pecado sin ser pecador. Como él es Dios, pudo pagar en rigor de justicia y oponerse al pecado que ofendió a la divinidad, lo cual yo no podía hacer en mi calidad de criatura. Era necesario un mérito infinito que mi hijo dio a la carne que tomó en mí. Recibí la concesión de ser concebida sin pecado, y nadie debe negar el privilegio que las tres personas me confirieron de no estar sujeta a él.

            No estuve yo en la pascua de Adán, sino retirada y reservada en Dios como su primogénita y la primera en ser engendrada antes de toda criatura. Yo tuve la primacía en todo en virtud de que el Verbo debía tomar en mí la carne. Esta hostia tenía que ser viva y agradable a Dios, sin tener que estar sujeta a una caída. Satán pudo haber dicho: tienes una madre que debió caer como las otras. La rescataste por anticipación, aunque debía ser esclava como los demás hijos de Adán. Esto sería verdad si hubiese estado bajo Adán, [1155] pero estuvo sobre Adán unida al nuevo Adán que fue el primero en la intención divina, aunque apareció después de él en su ejecución. Jesucristo es impecable por naturaleza, y María por gracia, gracia perfecta que no permitió que se me incluyera en la deuda universal de los hijos de Adán, ni en la relación de culpas como si hubiese estado presente en el atentado divino.

            No hubiera yo podido subsistir el espectáculo del pecado. Mi hijo, que es Dios, pudo hacerlo por tener un apoyo divino que sostuvo el alma y el cuerpo en el día de la venganza. Yo pagué en él aquello de lo que no hubiera podido adueñarme: aporté la materia, y él el precio y la dignidad. Si el cuerpo y la sangre que di a mi hijo tuviesen que haber caído, el don ofrecido a la divina justicia habría olido a pecador, porque habría necesitado redención: mi hijo habría sido el vástago de una mujer que debía ser esclava. ¿Por qué no librarse de esta obligación si podía hacerlo? Yo hubiera aportado la materia para rescatarme. ¡Cuán indigno habría sido esto para la madre del Altísimo! Si Adán y Eva no hubieran caído, jamás habrían tenido necesidad de rescate.

            Los ángeles no fueron redimidos, sino más bien confirmados en gracia mediante la adoración que rindieron a mi hijo. Que este privilegio me fue concedido con ellos, nadie puede negarlo, porque fui honrada en calidad de madre, condición que está [1156] por encima de la de servidor. Los que nacen príncipes, son más nobles que aquellos a los que el rey concede este título porque nacieron sin él, porque nacieron rústicos: El Señor me ha creado, primicias de sus caminos, antes de todas sus obras. Desde la eternidad fui constituida, desde el comienzo, antes de los orígenes de la tierra (Pr_8_22s).

            El Señor me poseyó al principio de sus caminos antes de crear cosa alguna, antes de dar comienzo a la creación. Yo soy anterior a todo y tenía el ser antes de que hiciese la tierra, por estar destinada a ser su madre. Los abismos cubiertos de tinieblas aún no existían, y ya estaba yo concebida en las claridades divinas. Era yo una nube de gracia antes de que las fuentes comenzaran a brotar. Ni las montañas ni las colinas estaban asentadas, y ya estaba yo en Dios, que, conmigo, preparaba todas las cosas sometiéndomelas junto con su Hijo, que debía nacer de mí. En él era yo sus delicias de cada día destinado a la creación. Era yo la abreviatura del globo terrestre, y él jugueteaba conmigo, y yo con él, por él y en él, porque no moraba yo en mí. No tenía yo existencia ni subsistencia propia por estar en la mente de Dios, sostenida por su ser, para el que nada es pasado ni futuro; porque para él todo está presente.

            El que me halla, ha hallado la vida, ha logrado el favor del Señor. Pero el que me ofende, hace daño a su alma (Pr_8_35s). [1157] Yo fui librada de la deuda del pecado porque el Señor estuvo a mi derecha con su presciencia y providencia divina: Pongo al Señor ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; pues no has de abandonar mi alma al sheol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa (Sal_16_8s). Pero a mí, que estoy siempre contigo, de la mano derecha me has tomado; me guiarás con tu consejo, y tras la gloria me llevarás (Sal_73_23s).

            Por ello mi corazón está siempre alegre y mi lengua lo alaba. Mi carne descansó por encima de todo lo que pudiera yo expresar, en espera de ser madre del Verbo, que jamás quiso, para su mayor gloria, colocarme en el rango de las demás. No quiso espantarme con el horror del pecado, como a princesa delicada a quien no se desea mostrar lo que le disgusta. El príncipe, que es más fuerte, debe encararlo, para hacerlo a un lado y reducirlo al polvo. Mi hijo, que es Dios, podía ver de frente al pecado para echarlo por tierra y precipitar a la muerte; mas no yo, que soy una simple criatura a la que Dios ha manifestado los caminos de vida por los que [1158] debía pasar, colmándola de alegría con la visión de su rostro divino, que me miró y mandó contemplarlo para deleitarme y no temer el pecado, porque estoy a su derecha y él en la mía. Siempre he permanecido en esta diestra, en la que se encuentran los deleites eternos. Jamás ambicioné tener, en el cielo o en la tierra, otra cosa que a Dios. Mis amores siempre me han llevado a él, de suerte que mi cuerpo y mi espíritu han desfallecido ante ellos para no vivir sino en Dios y para Dios, que es el Dios de mi corazón y mi porción por toda la eternidad.

            Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas tus obras en las puertas de la hija de Sión (Sal_72_24), a fin de que las anunciara a los ángeles, que son las hijas de Sión. Todas tus obras, cuando son públicas, las conocen los ángeles; mas no así las que haces conmigo en privado. San Pablo dijo que él juzgó a los ángeles, y que esto fue notificado a los principados por las dominaciones.

            ¿Acaso no puedo decir que enseñaré los secretos de mi hijo a los ángeles? Yo le di un cuerpo virginal y él me [1159] comunicó su secreto, desconocido a los ángeles y a los hombres. Es éste un secreto virginal que no debe revelarse sino a mi madre Virgen, que es una misma carne, un mismo espíritu y un mismo amor junto conmigo. Es ésta una admirable y adorable unidad de Dios con su criatura, de la madre con su hijo, de la esposa con el esposo, de la parte con el todo que es para ella todas las cosas. San Pablo desea juzgar, pero yo prefiero orar porque no deseo el oficio de juez, sino de abogado por los pecadores. Al interceder por su causa con autoridad, demuestro que jamás tuve que estar bajo la ley del defensor y que mi hijo se puso enteramente bajo la ley al nacer de mí, a fin de tomar en mí un cuerpo para rescatar a los que estaban bajo la ley. Es verdad que jamás hubiera yo podido hacer este rescate de condigno. Por ser finita, no hubiese podido satisfacer al infinito si mi hijo no lo hubiera hecho con obras no meramente naturales, sino provenientes del mismo Dios.

            El vio la corrupción, es decir, por ser médico sondeó la herida. Yo era demasiado delicada para sufrir el espectáculo de tan horrible úlcera. No hubiera podido soportarla sin desmayo. Al estar junto a la cruz, permanecí de pie en todo momento porque sufrí constantemente que el cuerpo de mi hijo se hiciera llaga para borrar el enorme mal del género humano, cuya dama era yo, por ser la primera hija de la gracia. [1160] Llevé este nombre así como las hijas mayores portan el título del señorío principal. Cuando ellas se desposan con el mi primogénito, como yo fui madre y esposa de Jesucristo, poseen un doble título.

            Asuero bajó de su trono para levantar a Ester, temerosa a causa de la ley que él había promulgado. Dicho príncipe le dijo que la ley no había sido hecha para ella, por ser su hermana y su esposa. Estas consideraciones, aunadas al amor que sentía por ella, la hicieron su igual, no su súbdita. Yo diría más aún: ella fue, por el amor, su dama y su reina; pero no su madre, como María lo es del Verbo Encarnado, autor de todas las leyes. El Padre sólo manda a través de su palabra. ¿Habría convenido que el Verbo, que todo lo sabe, todo lo prevé y todo lo puede, hubiera colocado el nombre de su madre bajo esta ley para librarlo después? Esto quedaría bien en hombres ignorantes de lo que sucede, impotentes para impedirlo, mas no en el Verbo divino, cuyo Padre no hubiera permitido que su queridísima hija fuera tributaria; que la honorable madre del Verbo apareciera en la lista negra de la justicia. Como se dice que Dios es bueno en sí, y justo con nosotros a causa del pecado, ¿era menester que su hija, madre y esposa apareciera culpable ante él? No, ella experimentó siempre su bondad, que domina el cielo y la tierra.

            [1161] El Espíritu Santo, que en dos ocasiones la llama su esposa, su toda hermosa, ¿habría permitido que estuviera en peligro de ser afeada? Era menester prever este riesgo por medio de la redención. María no hubiera sido toda pura y sin mancha estando bajo dicha obligación, para ser retirada de ella. Es una suerte de infamia ser llevado a la puerta de una prisión, aunque un liberador esté allí para impedir que entre uno a ella. Podría reprochársele: Sin éste, hubieras sido esclava junto con nosotros. Esta exención no disminuye el adeudo que tiene hacia la Santísima Trinidad, ni para con su hijo, que la preeligió desde toda la eternidad: Porque el Señor ha escogido a Sión, la ha querido como sede para sí (Sal_132_12). Ella fue la morada de Dios, y Dios la suya. No ha de alcanzarte el mal ni la plaga se acercará a tu tienda (Sal_91_10).

            El mal se acercó, ciertamente, al Salvador, apoderándose de él para satisfacer a la divina justicia, que mandó flagelarlo con todo rigor. La respuesta que él dio a Pilatos nos muestra que dicho procurador no hubiera tenido poder sobre él para desatarlo y condenarlo al látigo, si dicho poder no le hubiera sido dado de lo alto. David dice en la persona del Salvador: y ahora ya estoy a punto de caída, mi tormento sin cesar está ante mí (Sal_38_18).Dios no sometió a María a ninguna ley. Cuando ella se dirigió a la purificación, el evangelista explica que lo hizo para obedecer a la ley de Moisés, [1162] Habiendo concebido por el Espíritu Santo un hijo que no causó a su majestad abertura ni ruptura alguna, no podía ser impura como las mujeres de la tierra. De ella salió la estrella de Jacob. La Virgen dio a luz al Salvador como a un rayo del sol o el fulgor de una estrella. Al nacer fue verdaderamente hombre mortal, nacido de María sin dejar de ser en todo momento el Hijo del Padre eterno: Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla (Sb_7_25). Al salir de María como la claridad divina y omnipotente, no permitió que María estuviese manchada, ni que pudiera serlo, porque debía ser madre del candor sin mancha de la majestad divina. Era necesaria una majestad para engendrar la majestad. Esta imagen de la bondad y belleza divina increada quiso reproducir una creada, que fue la más perfecta en su reproducción. Siempre la conservó en su gabinete divino, sin exponerla al peligro de ser apagada, deteriorada o robada.

            Permaneció unido de manera única a dicha imagen, que jamás se alejó de sus ojos divinos: La cual es más hermosa que el sol, y sobrepuja a todo el orden de las estrellas, y si se compara con la luz la aventaja (Sb_7_29). Ella es hermosa [1163] como el sol, que la eligió para sí antes de colocar las estrellas. Me refiero a los ángeles, que son astros confirmados en gloria, para coronarla con la corona invisible; porque la corona que la Santísima Trinidad le da no puede ser percibida por el ojo, ni el oído del hombre es capaz de escuchar las cosas que el Verbo le concede, ni el corazón se puede remontar con el pensamiento para valorar el premio que el espíritu de amor le otorga. La divinidad reserva para sí este conocimiento, y para aquella a la que ama y ha amado con un amor singular antes de la noche que es Eva, a la que sucedió.

            Dios habría expuesto su obra maestra en peligro de ser robada. No, Jacob no tuvo tanto miedo de perder a todos sus rebaños y a todos sus hijos incluyendo a su Lía, como el de perder a su Raquel, es decir, de espantarla con la vista del velludo Esaú, si éste montaba en cólera. Por ello quiso apaciguarlo con dones que le envió antes de que ella llegara, asegurando así la benevolencia de su hermano hacia él. Le rogó que marchase a la delantera, por temor de apresurar a su Raquel o de ser privado de su belleza los pocos días que tardaría en alcanzarlo.

            El amor posee una creatividad admirable para no alejarse del objeto amado: el que ama está más en el ser amado que en sí, tendiendo a abarcarlo enteramente en su interior. Esto, que es imposible a la [1164] criatura, es posible para Dios.

            El escogió a María para ser su Sión celestial y comenzó a reinar pacíficamente en ella al tomar posesión de ella. Y se hizo. Ante la presencia de María, deshizo el poder de sus enemigos sin necesidad de escudo ni espada, porque jamás se libró una guerra. El Señor de los ejércitos no combatió por su madre, a no ser con el combate secreto del amor al que la conduciría. Como Dios la llevaba, en cuanto hombre e hijo suyo, ella obtuvo la victoria, porque el amor es condescendiente. Al ser madre, ama a su hijo, es un ejército ordenado para la batalla, lo cual confesó como respuesta a las alabanzas que se le tributaron, de ser una aurora que se levanta hermosa como la luna, brillante como el sol y terrible como un ejército bien ordenado.

            Después de haber sido recordada varias veces por las tres divinas personas, y en dos ocasiones por el hombre Dios o por los ángeles, y por todas las criaturas para ser honrada, María responde a todos los que la llaman para verla: ¿Qué podéis ver en la Sulamita sino coros de escuadrones armados? (Ct_7_1). ¿Qué pueden ver en mí, sino el coro de un ejército cuyas tropas se forman al compás de un ritmo musical? Aunque no existe en mí el desorden del pecado, mi espíritu se afligiría mucho al ver que Aminadab, el diablo, desea penetrar con sus carros en las almas rescatadas por mi hijo; pero me tranquiliza el hecho de que, si no lo quieren, no se verán forzadas a darle la entrada.

            Mi hijo se turbó en la Cena, al ver que el demonio [1165] entraba en Judas. Yo conservo en orden, dentro de mí, a todos los corazones. Dios me hizo su propio corazón, en el que se ama según su amor interno e inmenso amor. Me eligió para sus amores y para comunicarme sus luces inefables, de manera que se me puede decir con preferencia a cualquier otra: Iluminas admirablemente desde los montes eternos; se turbarán todos los incipientes de corazón. (Sal_75_5s). Los que no son iluminados por las luces de la sabiduría, se turbarán al verme tan brillante gracias a las irradiaciones que las tres divinas personas me comunican como formas eternas que se complacen en darme luz.

            Ellas me invitan a subir hasta ellas en su propia luz y me alaban mientras asciendo: ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! (Ct_7_2). Qué bellos son tus pasos, por ir calzada de la luna, revestida del sol y coronada de estrellas. Tú sola caminas sobre la luna, en la que otras darían peligrosas caídas. Te mantienes firme, hija del príncipe, hija de Dios, exenta de todo pecado y de la deuda de la culpa. Que los ignorantes se aflijan en su ignorancia. Aquel que dijo: Me he alegrado en lo oculto desde la constitución del mundo (Mt_13_35), revela esta roca al alma a la que se digna besar, mostrándole que está lleno de amor hacia su madre, la cual mora en su corazón como en su trono, puesto que, a su vez, es el suyo. Es ésta una admirable circumincesión. Ellos están el uno en el otro. El se llama Dios escondido y Salvador de María, mas la atrae a sí antes de la caída. La llama Santa, [1166] Virgen oculta a las criaturas, que no pueden contemplarla tal y como está en la divinidad. En presencia de Dios, todo lo que no es Dios está debajo de ella, salvo Jesucristo, su hijo, que la conoce como Dios y hombre; de otro modo, jamás hubiera sido conocida por la pura Deidad. Aun cuando no hubiese sino María en el mundo, Dios se hubiera encarnado para honrarla y servirla dignamente. Desde toda la eternidad, el Padre dice a través del Verbo divino: es necesario que se haga la luz, porque yo soy la luz increada, emanante e inmanente en ti, cual luz de luz, Dios de Dios y término de tu entendimiento. Yo no soy una luz creada; es menester que María sea la meta de nuestras delicias exteriores y la luz admirable que manifestará la luz adorable. Nosotros dividiremos las tinieblas de la luz. Separaremos de María a todas las demás criaturas y a todos los hombres, que, comparados con ella, son noches. Ella, en cambio, es el día. Hay que llamarla día. Cuando la luz fue creada, vio Dios que era buena y separó la luz de las tinieblas: Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz día, y a la oscuridad noche. Y atardeció y amaneció: día primero (Gn_1_4s).

            Habiendo Dios separado a María de las tinieblas, y habiéndola llamado día a fin de ser reconocida distintamente, tuvo piedad de las tinieblas. Quiso que, por compasión, fuese ella un día oriente junto con la [1167] caída de la tarde de Eva, que se encontraba en la sombra de la muerte. María traía consigo la claridad y la vida: una hermosa mañana que alegraba a estos pobres afligidos con la esperanza de la salvación eterna.

            Dijo Dios: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras. E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento (Gn_4_6). Para mostrar la excelencia de María sobre toda criatura, la separó como un firmamento de todas aquellas que eran mutables y cambiantes; y aunque fue de la misma naturaleza humana que tuvieron Adán y Eva, estuvo sin embargo exenta de pecado y firme en la gracia que Dios le había reservado. Antes de la creación de Adán, María fue firmamento y estuvo en las aguas reservadas en lo alto para que Espíritu Santo se paseara, para ser su lecho y constituir sus delicias. El Espíritu del Señor se movía sobre las aguas (Gn_1_2). En tanto que la tierra estuvo vacía, deshabitada y errante, y que las tinieblas reinaban sobre la faz del abismo, María poseía o era poseída de la luz, de suerte que se encontró tan pronto luz, como María. Poseyó la claridad en cuanto recibió el ser. A pesar de ser producto de la naturaleza humana, apareció como un firmamento en el que brillaban todas las virtudes que eran su corona. Antes de su nacimiento, la esperaba esta diadema. Nació reina porque el sol de justicia la dignificó en cuanto tuvo el ser. La luna [1168] se ocultó a sus pies para adquirir solidez y por no atreverse a aparecer con sus inconstancias ante tan sólido firmamento. María apareció y fue llamada cielo por el Verbo, para señalar la diferencia que existe entre ella y la tierra, mostrando que es el primer cielo creado y el primero destinado en la mente divina, afirmado por el Verbo y coronado por el Espíritu Santo. Dios Padre creó, pues, dicho cielo al comienzo, en el principio que es su Verbo.

            Verbo que es el inicio de los caminos del Padre y vía de su intelecto, en el que se contempla y todo lo ve. El conoce en su Verbo, mediante la ciencia de simple inteligencia, y por la ciencia condicional, todo lo que era, es y será, y todo lo que puede ser y no será; así como todo lo que podría ser si se hiciera esto o aquello. La libertad de la criatura hace que no siempre haga lo que Dios quisiera para darle la gracia que le concedería si obrara a su manera. Esta ciencia no difiere, en Dios, de la ciencia de visión, ni de simple inteligencia. Sin embargo, la criatura que hace o deja de hacer, recibe condicionalmente lo que Dios le promete bajo ciertos requisitos.

            La Virgen fue poseída por el Verbo mediante una posesión perfecta. El contempló a la más bella de todas las criaturas, favoreciéndola con la maternidad divina con preferencia a toda otra. Ella, al permanecer Virgen, cumplió perfectamente con las condiciones exigidas por Dios para [1169] encontrar en ella sus delicias, para salvar a los hombres, para acrecentar la alegría de los ángeles, para reparar las ruinas causadas por los malos, y para llegar al fin de la suprema grandeza que Dios le destinaba.

            Ella cumplió la voluntad y los deseos del Espíritu Santo, que se referían a su santificación. Jamás recibió la gracia en vano. El autor de la gracia no encontró receptáculo digno de él igual a su madre. Ella contentó a Dios fuera de sí, pues Dios es Shaddai a sí mismo, es decir, suficiente a sí mismo fuera de su esencia simplísima. Dios es todo interior, no es un compuesto. La pureza de su ser no es perfecta y totalmente conocida sino de las tres divinas personas, las cuales están la una en la otra. Al penetrarse divinamente, se comprenden con inmensidad: son una majestad, una bondad, un poder, un Dios más adorable que visible, más amable de lo que es amado, si no es de sí mismo, porque se ama tan perfectamente como perfecto es.

            La fe que asegura esta verdad nos da el reposo amabilísimo de saber que Dios se glorifica con una gloria condigna a su grandeza divina, con la gloria que tenía antes de crear los siglos y todas las criaturas. El alma se alegra ante el contento divino, alegrándose de que Dios no tenga necesidad de sus criaturas. Sin embargo, Dios comunica su bondad al exterior, a sus criaturas, a las que desea hacer felices ya des de este mundo, porque la gracia es la gloria iniciada, así como la gloria en la otra vida es la gracia consumada. [1170] El alma se regocija al saber que en Jesucristo existe toda plenitud de gracia y de gloria, es decir, de divinidad, porque siendo mortal, la divinidad habitó en él corporalmente. Ella sabe lo que Dios concedió una vez a nuestra naturaleza, y que aquello que la divinidad tomó una vez, jamás volverá a dejarlo ni hacerlo a un lado. El no se arrepiente de sus dones. El apoyo divino permaneció con el alma y el cuerpo de Jesucristo, aunque el compuesto haya sido separado: el alma en el limbo y el cuerpo en el sepulcro, jamás fueron abandonados por el Verbo divino.

            El decreto divino jamás impuso una necesidad al Verbo de Dios, quien se hizo hombre porque así lo quiso. Se propuso el gozo y escogió la cruz; quiso dar a su humanidad la alegría que podía poseer sin sufrir la cruz, pero quiso satisfacer en rigor de justicia a la divinidad ofendida. Quiso rescatar al hombre por un medio inefable, a fin de contentar su amor, que es extremo. Sufrió un dolor extremo a fin de que le amemos sin límite, dándonos la fuerza en proporciona él.

            Su santa madre, por ser la madre del amor bueno y hermoso, lo amó, lo ama y lo amará incomparablemente, por ser la incomparable. Todo esto constituye la alegría de los elegidos, que aman parcialmente así como recibieron la gracia participada. María la tuvo por totalidad. Como fue llena de gracia, es la llena de gloria. Después de su hijo, que es la cabeza, ella es el cuello, por cuyo medio se nos da la gracia. De nosotros depende recibirla [1171] en abundancia, puesto que el hijo y la madre tanto nos aman.

            Virgen Santa, madre del Dios del amor, danos al Señor amor. Tú eres su madre después de Dios, que es su Padre. Esperamos esto de tu bondad, que participa de la de Dios por encima de toda criatura. Quien tiene amor, tiene a Dios. Quien tiene a Dios, todo lo tiene. Adorabilísimo Todo, sé mi todo en todo y para siempre.

Capítulo 200 - San Esteban confesó al Salvador en su gloria, completando lo que faltó a la Pasión: recibió a la hora de su muerte lo que era debido a la del Salvador, el cual, además de ser su corona, lo transformó en un prodigio de gracia y de gloria.

            [1173] Así como la duda de Santo Tomás dio un testimonio más auténtico de la resurrección que la fe de los demás apóstoles, el martirio de san Esteban nos muestra sin duda alguna la gloria que posee el Salvador a la derecha del Padre. A pesar de que los apóstoles presenciaron su Ascensión desde el Monte de los Olivos, una nube les ocultó a este sol, impidiéndoles así penetrar hasta el empíreo con su deficiente mirada, no sólo del cuerpo, sino del entendimiento, pues aún no recibían al Espíritu Santo.

            Esteban, lleno de fe y del Espíritu Santo, contempló la gloria de Dios y vio a la derecha de su poder al Hijo del hombre en su dignidad de Hijo de Dios. Esteban poseyó la bienaventuranza en el martirio; dos contrarios en un mismo sujeto: padecer y gozar. Itinerante y concluyente, pareció un ángel a los asistentes, aunque sólo era un hombre que luchaba y triunfaba. Jesucristo fue consagrado rey sobre la cruz con la unción de su propia sangre y la corona del dolor. En este día viene a recibir la corona de piedras preciosas en la que brilla la luz inefable del Verbo divino. Juan la contempló en su principio eterno, que es el Padre. Esteban lo vio como Hijo del hombre en su morada permanente, a la derecha del mismo Padre.

            Dios concede una luz de gloria a los bienaventurados, a través de la cual pueden contemplarlo como él es; pero, ¡Oh maravilla de maravillas! Esteban es una luz que permite admirablemente a los hombres mortales gozar de la luz eterna. Los demonios encarnados y enfurecidos contra los santos, siguen teniendo el privilegio de ver reflejado en este cristal purísimo el rostro de un ángel, y de oír esta verdad de sus santos labios: Estoy viendo la gloria de Dios, y al mismo Jesús al que [1174] ustedes crucificaron, bien dispuesto a compartir su gozo con ustedes si desean reconocerle. Los cielos se abren para recibirlos. A pesar de que lo echaron fuera de su Jerusalén de la tierra, él quiere recibirlos en la suya del cielo. Veo a los ángeles que acuden a contemplar la belleza de la corona del rey Salomón, que su madre, la sinagoga, le coloca a golpes de piedra en la lapidación de Esteban. Cada golpe aporta un destello de luz que serviría de claridad a las tinieblas palpables si no estuvieran destinadas a rechazar los rayos de este sol de bondad.

            San Pablo no podrá escapar a su calor, porque la oración de Esteban atraerá sobre él al mismo centro de la luz y esfera del fuego divino, que lo transformará enteramente en sí mismo, permitiéndole ver, en un arrebato admirable, la misma gloria que Esteban contempló, sin poder encontrar palabras para describirla a los hombres.

            Como el Salvador prometió que los suyos obrarían los mismos prodigios que él, y aún mayores, verificó esta verdad en el martirio de san Esteban. Un solo ángel apareció para confortar al rey de los ángeles durante la agonía del Jardín de los Olivos, el cual se dejó abrumar por la aflicción, bañado en su propia sangre, en tanto que su Padre pareció de bronce ante sus oraciones, cerrándole los cielos de sus consuelos y permitiendo que el infierno abriera sus fauces para vomitar contra él todas las furias infernales, y concediendo a las tinieblas el poder de afligir al que es la verdadera luz, y aun permitiendo que el primero de sus apóstoles lo negara y que los otros es decir, la generalidad de las criaturas lo abandonaran.

            Se puede contemplar un prodigio de dolor y sufrimiento en la muerte del Salvador, y un prodigio de alegría deliciosa en la muerte de Esteban. Los cielos se abren para embriagarlo de delicias. La Santa Trinidad apareció para colmarlo de placer. El Hijo de Dios glorioso es su lecho de reposo y su sede de justicia, su carro de triunfo, su trono de gloria, su heraldo veloz, acudiendo en persona a darle la felicidad, por no considerar digno de hacerlo a ninguno de los príncipes celestiales, ni aun al primero de los serafines, los cuales admiraban la excelencia y el amor de Dios a san Esteban, y el de éste hacia Dios. Amor que obligó, permítaseme la expresión, al divino enamorado a acudir en persona a convertir a Saulo cuando éste, con furiosa rabia, deseaba destruir su nombre.

            Fue la eficacia de su sangre. Esteban obtuvo con sus oraciones la conversión del apóstol de gloria, que hizo más que los demás, que fueron llamados por el mismo Señor durante su vida mortal y pasible sobre la tierra. Pablo tuvo el honor de ser llamado por el mismo Señor en el tiempo de su gloria, de la cual lo rodeó [1175] le rodeó una luz venida del cielo (Hch_9_3). En ella se extasió y vio que toda rodilla se debe doblar reverente ante su nombre admirable. Esteban gozó de las ocho bienaventuranzas ya desde este mundo. Como estaba desasido de todo y olvidado de sí mismo, el Espíritu Santo lo llenó de él y su bondad pudo apaciguar las críticas ocasionadas por las viudas de los griegos.

            ¡Cuántas lágrimas no habrá vertido ante la obstinación de los judíos! Es propio del Espíritu Santo, cuya plenitud poseía, conceder el don de lágrimas con su aliento: En presencia de su espíritu fluyen las aguas. Fue él quien manifestó el Verbo a Jacob y su justicia a Israel, reprendiendo su ingratitud hacia Dios, que no habría hecho tan grandes maravillas con ninguna otra nación, ni les habría descubierto sus juicios como a ellos. Este santo levita, repitiendo lo que el Dios de bondad hizo desde Abraham, los llama pueblo incircunciso de corazón y apartado de los caminos de justicia de los que san Esteban estaba hambriento y sediento, de la cual Dios lo saciaba, conservando su espíritu tranquilo en medio del clamor y rechinar de dientes de aquellos espíritus furiosos, y encontrándose en plena paz en su amor a la ley divina.

            No se escandalizó, sino que como verdadero hijo de Dios, de paz y de misericordia, a imitación de Jesús, obró el bien a sus enemigos, orando por ellos, doblando las rodillas por los que le odiaban, a fin de que Dios no les tuviera en cuenta su pecado; oración que fue tan agradable al Padre de las misericordias, que le dio a su propio Hijo, en cuyos brazos se durmió Esteban contemplando fijamente la gloria divina, señalando la distinción de las dos personas divinas y colmado de la tercera, es decir, del Espíritu Santo, que elevó sus ojos y su corazón para que conociera y amara la soberana bondad de un amor indecible, y exclamando con tanta certeza como calma: Veo los cielos abiertos y a Jesús, el justo, al que ustedes hicieron morir en cruz como criminal, lleno de vida y de verdad. Lo contemplo a la diestra del divino poder. Ustedes me persiguen y apedrean porque confieso su justicia. Esta lapidación hace que complete en mi cuerpo lo que falta a la pasión de mi buen maestro, a quien habrían apedreado si no se les hubiera escapado gracias al poder de su divinidad.

            Me reservó el honor de este martirio al que estimo tan glorioso como justo, porque lo sufro amorosamente por la justicia y la verdad de la divinidad de mi rey, por cuyo amor me son amables las piedras, a las estimo más que el oro, el [1176] topacio y todas las piedras que los hombres consideran preciosas.

            Estas me coronan con su belleza y me abren el cielo mediante su poder. Sus puertas no están hechas a prueba de cañón, de suerte que, en medio de la persecución, gozo del reino de los cielos y me veo tan colmado de bendiciones y de gloria, como calumnias y desprecios me cargan ustedes. El amor a la Jerusalén celestial me lleva a olvidar la envidia y el odio que la terrestre concibió hacia mí, proscribiéndome como a mi querido maestro, al que pido reciba mi espíritu y no les impute el pecado que cometen. Que mi sangre, derramada por su crueldad sea la simiente de dulzura y felicidad para todos los que creen y creerán que Jesús es el verdadero Mesías y nuestro amabilísimo Salvador, en cuyo seno me duermo, pasando de esta vida a la eterna, donde velaré por toda la eternidad tan lleno de gloria como lo he sido de gracia, al recibir el honor de seguirle el primero en el suplicio, a cambio del favor de gozar de sus delicias.

            El me coronó de gloria y honor: de gloria al concederme el privilegio de la visión beatífica, y de honor ya desde este mundo, al acudir en persona a recibir mi último suspiro para respirar infinitamente en su seno, para aspirar en él eternamente el aire de su divino amor, mediante el cual obré signos y prodigios, siendo yo mismo un prodigio admirable que arrebata de asombro a los hombres y a los ángeles.

            Gran Santo, ¡cuán feliz eres al entrar en la gloria por la misma gloria! Se dice de otros santos que el amor los coronó a la puerta del paraíso, revistiéndolos con túnica de gloria. El privilegio de recibirla en medio de la confusión y de la rabia de los enemigos correspondió a Esteban, que es la corona del Verbo Encarnado y su primer mártir. Fue esto lo mismo que el Rey Asuero mandó decir de Mardoqueo, honrándolo con la gloria y honor que el mismo rey de reyes reserva a quien desea honrar. El mismo le conduce hasta su sagrado palacio revestido de su luz, radiante de su claridad, y admirado del cielo y de la tierra. Lleno del Espíritu Santo, es recibido por el Padre al ir conducido por el Hijo, que eleva su magnificencia sobre los cielos, a cuya vista exclaman todos los bienaventurados: Señor, Dios nuestro, ¡cuán admirable es tu nombre en el cielo y en el universo mundo! ¿Quién es este diácono al que visitas de esta suerte, coronándolo de gloria y honor en su naturaleza de hombre? [1177] Es un poco inferior a los ángeles, pero al apoyarse en ti, divino Verbo Encarnado, parece estar elevado sobre todas las obras de tus manos, porque tú eres el cielo supremo y fuiste su precursor. Lo hiciste pasar más allá del velo. Sólo el gran sacerdote entró al santo de los santos, al templo de la Jerusalén de la tierra; y tú haces entrar a este diácono contigo, sobre tu pecho, en el que se adormece con un sueño tan feliz como amoroso.

            El te confesó y, podría yo decir, te coronó con su constancia, y a tu vez lo coronas con tu adorable presencia, que inicia el día de su eterna felicidad. Lo contemplo revestido de piedras preciosas, ocupando tan humilde como amorosamente el lugar que el primero de tus ángeles reclamó por soberbia, al no querer reconocerte como Hombre-Dios que se sentaría a la diestra del Altísimo, y presumir que se sentaría en dirección del Aquilón, sobre el monte de la alianza. Este monstruo, privado del amor divino, se condenó a sí mismo. El humilde y generoso levita, en cambio, al amarte y morir para confesar tu grandeza, se hizo digno de tus laureles eternos y de estar, gracias a tu justa bondad, en la cima de la gloria, en la que exaltas a los humildes como él, haciéndolo sentar en el trono que le preparaste antes de la creación de

 Capítulo 201 - Las palabras que el Verbo Encarnado dirigió a la Virgen y a san Juan en el Calvario, la constituyeron madre de dicho discípulo y a él, hijo suyo, haciéndola una con él. Gran misterio. El discípulo amado está en el cielo en cuerpo y alma

            [1181] Cuando tenía cerca de 18 años, tuve una gran suspensión de entendimiento, durante la cual se me representaron Jesús, María y san Juan, tres en uno, en una visión clarísima que me causó grande admiración al ver a Juan transformado en el rostro y sustancia de Jesús, que es la carne de María. Me quedé tan atónita, que no encontré palabras para expresar el misterio que el espíritu divino me había enseñado.

            A partir de entonces he tenido diversas luces acerca de las excelencias de san Juan, que ya he descrito en otra parte, pero desde el día de su última fiesta, en 1635, se me reveló que Juan era el corazón de la Iglesia, unido al cuello, que es la Sma. Virgen, y mediante ella a Jesús, la cabeza. También conocí y que los divinos afectos de Jesús fueron los primeros en nacer en Juan, y encontraron en él su reposo definitivo en el Calvario.

            El corazón es el primero en vivir y el último en morir. Jesús dijo a Natanael que lo había visto antes de que Felipe lo llamara, cuando estaba debajo de la higuera; pero dijo mucho más a Juan, al manifestarle que lo había llamado antes del origen del mundo, y que ya estaba predestinado en El cuando se ocultaba en el seno paterno como el Verbo en su principio, en el que le destinaba una luz supereminente y una vida incomparable: la vida del amor. A semejanza del otro san Juan, lo eligió para dar testimonio de la luz esencial.

            Cuán admirable es san Juan, por ser el predilecto del Hijo del amor hermoso, el cual encuentra a su preferido fiel en su desamparo. Juan fue el único en tener derecho de paso después de María para contemplar al sol en su origen, es decir, de reposar en él en el mediodía de su más ardiente amor, celebrando en él una deliciosa cena que jamás concedió a ningún otro con excepción de la [1182] Sma. Virgen, la cual alimento con su sustancia a dicho Hijo, que a su vez recibe su manjar del Padre en el seno paterno, y que con el divino Padre sustenta al Espíritu Santo, porque la producción es alimentación en la divinidad. Esta producción es una plenitud divina, porque el Espíritu Santo es igual al Padre y al Hijo; Espíritu que posee en sí toda la sustancia del Padre y del Hijo, siendo un solo Dios con ellos, pero suficiente en sí mismo.

            Como su Padre lo abandonó del modo expresado en su queja, encontró consuelo en su favorito, que era objeto de los favores del Padre Dios y apoyo de la madre Virgen. Jesucristo en la cruz representaba el pecado, y san Juan la gracia revestida de todo el honor debido al Salvador por el divino Padre. Fue también dignificado con la posesión de las excelencias de la Virgen madre, de manera que se puede hacer esta doble afirmación: El Padre eterno te ensalzó con el honor de condigno con que honró a su Hijo, que es su gloria. La madre Virgen te honró con el honor con que ella enaltece a su Hijo, que es su amor. En la Cena fuiste revestido del mismo Jesucristo, que es tu vestidura, tu anillo y tu cadena-insignia, porque te lleva sobre su pecho.

            Hace que seas proclamado discípulo amado, gracias a la amorosa confianza que ocupa el primer rango en el palacio del amor. Te invita, por un favor singular, al festín divino en el que reparte el cuerpo recibido de su santa madre. Su alma y su divinidad se encuentran en él por concomitancia. El desea que sólo tú reposes sobre su pecho, en el que eres, por el poder de las palabras sacramentales, transustanciado en él. Jesús dijo sobre ti lo que pronunció sobre el pan y el vino, abrazándote y apretándote sobre su pecho, que es un sol: Eres mi otro yo, y serás conservado como un memorial de amor permanente y de vida admirable en tanto que el odio y la envidia destruyen este mismo cuerpo que doy para ser entregado en manos de los pecadores.

            No me resuelvo a dejar al mundo sin este misterio de fe. Este maná escondido debe permanecer en el arca sagrada que eres tú, junto con la vara de Aarón, porque fuiste destinado para ser el sacerdote del tabernáculo levantado para el sol de luz, es decir, de mi santa madre, cuyo guardián serás. Por ser un águila, puedes volar hasta ese sol. Es tuya esta piedra blanca por haber recibido el divino favor de ser hecho hijo de mi madre gracias al poder de mi palabra sacramental. Te entrego este nombre que nadie sino yo conoce, y tú porque lo recibes.

            Tú sostienes a la Iglesia junto con [1183] mi madre en el tiempo de la división. Te constituyo columna del templo de mi Dios. Sabe que en mí admira el Padre su fecundidad y se contempla en sus perfecciones, que expreso divinamente por ser el esplendor de su gloria, figura de su sustancia, imagen de su bondad y espejo sin mancha de su majestad. Mi Padre te recibe como hijo en virtud de su divina caridad.

            El alma de Jonatán se adhirió a la de David. Dicho príncipe cedió a David sus derechos gracias al incomparable amor que se da entre los amantes creados. Yo, empero, que soy el enamorado increado, que amo a los míos con un amor infinito, y a ti sobre todos, por ser mi predilecto y mimado, te transformo en mí y permanezco en ti con la fuerza de mi amor. Obro un doble milagro: dos naturalezas en un amor, que debe poseer también el de mi madre, que será la tuya a fin de manifestar tres hipóstasis en la tierra y dos naturalezas en esta trinidad: las dos hipóstasis creadas son las de la Virgen y de san Juan; la tercera es divina.

            Allí donde yo esté, deseo que tú estés, poseyendo la gloria que tenía yo con mi Padre antes de que el mundo existiera; que seamos consumados en uno, por ser éste el signo de mi amor. Me glorifico en ti para glorificar a mi Padre, cuyo Hijo amadísimo soy, en cuyo seno moro y al que te invito a entrar a fin de que sepas mis secretos y misterios. Te hago sacramento o misterio. No será de maravillar que tu Apocalipsis encierre tantos misterios como palabras. Todo tú eres sacramento. Redacto contigo el contrato de traslado que publicaré y sellaré sobre el Calvario, ratificando lo que dije con mi palabra y con mi muerte, que seguirá a esta alianza irrevocable.

            Dicha donación y aceptación entre vivos jamás será revocada. No faltarás en ella. Tengo el poder de llamar tanto a las cosas que no existen como a las que tienen el ser, y reproducirme tantas veces como me plazca: tu cuerpo y tu alma serán para mí especies sacramentales. Las transformaré y las conservaré sin destruirlas porque yo puedo obrar esta maravilla. Si aparto la sustancia del pan y la del vino, es porque no son dignas de una vida eterna reservada al cuerpo y al alma, que debe vivir eternamente. Si deseo que vivas hasta mi venida sin ser reducido a la corrupción, ¿qué pueden alegar las demás criaturas? Me complazco en preservar las maravillas de mi bondad, para que la [1184] posteridad las admire. Asuero no encontró nada admirable ni amable en su festín fuera de su Vasti, antes de que ella manifestara su rebeldía y vanidad. Nadie estaba por encima de sus leyes; todos sus súbditos debían obedecer sus mandatos, salvo la reina Ester, a la que honró al decirse hermano suyo, aunque debió decir esclavo aherrojado con las gloriosas cadenas de su real amor.

            Juan, todas las gracias participadas están en ti, porque el amor te confiere este privilegio. Este mismo amor me haría dejarme a mí mismo si no fuera yo el que es, para estar en ti, que no estuviste en la eternidad en tu propia existencia. Existe ahora, y subsiste de manera inefable a toda criatura, en mí y conmigo. Sé lo que yo soy, queridísimo hermano mío por ser también hijo de mi amadísima madre: Mujer, he allí a tu hijo. Discípulo queridísimo, he allí a tu madre. Como mi palabra es eficacísima, se hará lo que yo digo; su poder se demuestra singularmente en la creación: y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa (Jn_19_27).

            Después de pronunciar Jesús estas divinas palabras, que constituyeron a Juan hijo de la Virgen, poniéndolo en su sitio y lugar, Jesús, sabiendo que todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo Sed. Al tomar el vinagre, cedió a Juan la dulzura, que era su madre, en la que jamás se halló el vinagre del pecado. El divino enamorado exclamó entonces: Todo está consumado. Así como mi Padre me señaló, yo, por ser su sello, rubrico lo que ya he dicho al inclinar mi cabeza. Mis manos, adheridas a la cruz, son incapaces de firmar por estar bajo el sello de los clavos.

            Juan, recibe mi espíritu para adorar a mi Padre en verdad, para amar a mi madre en integridad perpetua. Yo no me arrepiento de mis dones. Ella es tu madre, y tú su hijo. Volveré a buscarla en el tiempo destinado. No permitiré que vea la corrupción, ni que sea mirada por la muerte del pecado, aunque sí de la natural, que es el paso a la vida eterna y a la primera resurrección, a la que te destino. Como te recostaste sobre mis estados en calidad de favorito, debes venir conmigo al lado de mi madre, a la que hago tuya. No deseo que tu cuerpo sufra la corrupción. Es mi santuario, establecido por mí. Como un unicornio, reposarás en el seno de una Virgen, la cual [1185] no te rechazará porque yo te he aceptado; yo, que soy la corona de las vírgenes, recostándote en el mío en la Cena y haciendo realidad esta palabra de David: Construyó como las alturas del cielo su santuario, como la tierra que fundó por siempre (Sal_78_69). Edifiqué mi morada y mi santuario en mi predilecto estando aún en el tiempo, reproduciéndome en él, que es mi muy amado y mi otro yo, obrando mediante un gran milagro de amor que en este hijo de mi corazón y de mi diestra permaneciera impresa la imagen del Padre de las luces. Lo configuré a su divina imagen tanto cuanto puede serlo una mera criatura con la imagen de su Creador. El amor divino tiene el poder de obrar esta maravilla, aunque no el amor humano, porque el divino puede hacer cuanto le place.

            La fábula que dice que de dos enamorados se puede hacer uno, se verificó en la noche de la Cena. Mi pecho fue el horno y mi amor el fuego; Juan, la materia; mi semejanza, la forma y mi sabiduría la poderosa luz. Me complací tanto en esta obra digna de mi bondad, que quise repetir su maravilla, haciendo por mi palabra que María se convirtiera en madre de Juan, y Juan hijo de María, razón por la cual él la aceptó a partir de aquella hora como toda suya, así como era toda mía. No tuve el corazón de dejar a mi madre cuarenta horas sin hijo, lo cual hubiera sucedido, ya que el compuesto dejaría de existir debido a la separación del alma. No te sorprendas, hija mía .La ingeniosidad del amor es maravillosa. Sus inventos sólo pueden ser comprendidos y entendidas por el amor, que es su autor, su origen, su medio y su fin, lo cual explica que Juan se haya encontrado al principio, en el medio y firme a la hora de la muerte de su buen maestro.

            Cuando todas las criaturas fueron sacudidas, María y Juan permanecieron inmutables y de pie cerca de la cruz; el sol y la luna tuvieron vergüenza de salir, en tanto que María y Juan brillaban sobre el Calvario a pesar del poder de las tinieblas. Cuando digo esto, me refiero a que la naturaleza entera fue sacudida, sea en la tierra sea en el cielo, porque el sol se oscureció, la tierra tembló y las rocas se abrieron. No me refiero a Juan, porque él es gracia que rebasa todas las cosas visibles y naturales. La gracia se coloca a un nivel más bello cuando presencia un hecho del divino amor, así sucedió con la de Juan, el discípulo a quien Jesus amaba.

            [1186] Jesucristo preservó su vida en Juan. A pesar de la muerte, Cristo vivía en Juan, al que atrajo con fascinación divina hasta el Calvario, que es el trono supremo del amor, en el que fue exaltado para juzgar al mundo y echar fuera de su dominio al príncipe de este mundo. El vivió de la vida del amor, que es vida indeficiente, realizando así las palabras de los que no comprendieron su muerte: Nosotros sabemos por la Ley que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo dices tú que es preciso que el Hijo del hombre sea levantado? (Jn_12_34). Entonces Jesús les dijo: Todavía por un poco de tiempo, está la luz entre vosotros (Jn_12_35). Caminen mientras ella los ilumine. Si llega a ocultarse, las tinieblas les rodearán y no sabrán a dónde ir.

            La luz permanecería en Juan, que es el ave del día, el águila real que no perderá de vista el sol de la claridad divina, que se transmitiría a él durante la alarma general. El sol entrará en la gracia, que será su estación permanente, no sólo durante las cuarenta horas en que la semblanza de la carne del pecado será colocada entre los muertos del tiempo en la oscuridad del sepulcro; sol que ingresará en este signo admirable, que es uno de los doce del zodiaco apostólico.

            Fue elegido virgen entre todos los apóstoles. En este signo, Jesucristo, sol de justicia, acude a morar en él para siempre. Aquel que dijo que su amigo muerto vivía en él, que estaba vivo, decía bien; mas cuando digo que la vida de Cristo vivía en Juan mientras que él moría sobre el Calvario, digo mejor. Esto se obraba por la fuerza del amor divino, que hace cuanto quiere, y que quiere todo lo que contribuye a la gloria de su reino. Su gloria consistió en producir su vida en medio de la muerte, mostrándose más fuerte que ella en la ley de la gracia, porque en la ley escrita Salomón expresó que la fuerza era igual: Porque el amor es fuerte como la muerte; implacable como el sheol la pasión. Saetas de fuego, sus saetas, una llama de Yahvé (Ct_8_6).

            El fervor de Jesús por la vida del amor rebasó la rabia del infierno. Sus saetas eran de fuego divino, que es un elemento muy superior a de todos los inventos humanos y diabólicos que trataron en vano en arrebatar el alma de aquel que solo tiene el poder de darla y tomarla de la manera que le plazca. [1187] Se complace en vivir en Juan al mismo tiempo que muere en la cruz. Milagro sobre milagro: el Dios humanado muere, pero el hombre divinizado permanece con vida en el escenario de la muerte; vida que le será conservada eternamente. La muerte no se atreverá a atacar a este hijo de la vida sobrenatural, porque aquel que tiene la llave de la vida y de la muerte no le da su autorización expresa, asistiendo en persona a su discípulo amado a la hora en que debía expirar.

            Este es el sentido de las palabras dirigidas a san Pedro después de la resurrección de Jesucristo: Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme (Jn_21_22). Pedro, te preocupas demasiado por aquel a quien amo, el cual me asistió en la muerte de cruz, donde murió en mí mientras que yo vivía en él. Si deseo, como lo quiero, que este discípulo permanezca en la vida que tiene hasta que yo vuelva a él para asistirlo en su muerte, haciendo que viva en mí, así como él asistió a la mía, conservándome la vida en él, ¿Qué tienes que ver en el decreto de la amorosa justicia que recompensa a sus bien amados con el céntuplo, para darles después la vida eterna? No deseo eximirlo de la muerte preciosa ante mis ojos porque estuvo presente en mi ignominiosa muerte delante de los hombres. Deseo coronarlo de gloria y honor, deseo llevar a cabo sus funerales. Más no, deseo servirle de carro triunfal. Deseo asistirlo en su último suspiro así como él asistió al mío. Deseo colocarlo en el sepulcro como él a mí. Deseo resucitarlo. Deseo llevarlo al cielo después de mí y de mi madre. El es mi santuario, mi sacramento admirable, al que los hombres no son dignos de conservar en la tierra. El discípulo de fe que debe permanecer oculto a los mortales, se haría para ellos visible y material (Juan) es el discípulo del amor, que debe fijar su morada con todos los inmortales; en medio de su corazón reina la caridad que deposité en él para las hijas de Jerusalén.

            El es mi lecho de madera del Líbano, por ser virgen; las columnas de plata son las gracias tan especiales que le concedí. Su ascensión fue siempre la púrpura del puro amor. Es mi muy amado. Su reclinatorio o apoyo no es otro que yo, que soy todo de oro. Se apoyó en mí mismo. Acaso no escribió: [1188] Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, así dice el Espíritu, que descansen de sus fatigas, porque sus obras les acompañan (Ap_14_13). ¡Ay qué dulce es morir en los brazos de la vida eterna! Jesucristo, lleno de gloria, apareció a Juan antes de que probara la muerte, confirmando así estas palabras: Sólo, empero, los que estén preparados no probarán la muerte, hasta que vean al hijo del hombre venir a su reino.

            Soy un amigo fiel. Ven, mi predilecto, no he confiado para esto en los ardientes serafines, que no se atreven a mirar el comienzo y el fin de mi amor. Se cubren los pies y la cabeza cantando: Santo, santo, santo, porque toda la Trinidad se complace en glorificar a este santo. Ellos saben que lo amo con una caridad eterna e infinita, que no pueden comprender, aunque sí admirar la gloria que le comunico. Si estos espíritus iluminados e inflamados son admiradores, ¿qué no deberían ser los hombres burdos y materiales?

            Este discípulo me confesó delante de los hombres en mi muerte. Yo lo confieso delante de mi Padre y en presencia de mis ángeles en la suya. El es mi porción y mi heredad: y poseyó el Señor a Judá, su heredad, como tierra santificada y eligió hasta hoy a Jerusalén. Juan es mi tierra santificada; es Judá, mi confesión espiritual y corporal, porque espiritual y corporalmente me confesó al morir, siendo en todo momento mi Jerusalén pacífica cuando me echaron fuera de la Jerusalén convulsionada. Vengo de nuevo a tomar esta Jerusalén elegida y predestinada para llevarla al cielo junto conmigo. El vio en otro tiempo a la nueva Jerusalén descendiendo del cielo, coronada de su esposo.

            Di, hija mía, que ves ahora a la Jerusalén de gracia creada por su esposo mediante el amor divino, que es el Verbo eterno, con el que están el Padre y el Espíritu Santo. Es éste un gran misterio, hija mía. Admira en compañía de los ángeles el silencio que impongo a toda carne: ¡Silencio, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa Morada! (Za_2_17).

            Ve, mi divino amor, lleva contigo a tu favorito al cielo. La tierra no es digna de este tesoro. No es menester que tu santo vea la corrupción.

            Comprendo que hayas dicho: Me diste a conocer tus caminos de vida. Durante mi vida en la tierra, me mostraste las sendas de la vida; ahora me revelas [1189] tu generación eterna y tu procedencia divina para manifestarlas al mundo, lo cual hice con voz de trueno, comenzando así: En el principio era el Verbo (Jn_1_1). Con ello manifesté que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, dándonos a conocer su gloria cual unigénito engendrado del Padre, lleno de gracia y de verdad. Vi desde el camino tu esencia y subsistencia, que me diste a gozar al término. Es demasiado, Dios mío: Me colmas de alegría con tu presencia. A tu derecha, delicias por siempre (Sal_15_10). Regocíjate en él, gran santo. En ellas me gozo, aunque no puedo expresar mis sentimientos. Dios me impone silencio por estar en mi condición humana. Admiro tu feliz asunción, obrada por el amor del Verbo Encarnado, acompañado de su santa madre, que acudió para honrar tu muerte y contribuir a la gloria de tu asunción. Tú la asististe durante su vida y a la hora de su muerte; no quiero dudar que no hayas asistido a su asunción, cuando ella fue rodeada de sol, calzada de luna y coronada de estrellas.

            Es propiedad del águila mirar fijamente al sol. Ella no te eclipsó con su claridad, pudiendo soportar la del Verbo divino en el seno de su Padre, que es la fuente de origen. Asciende, pues, apoyado en tu amado, colmado de delicias. Te humillaste en tu sepulcro, después de arrojar en él tu admirable manto, signo que debe arrebatarnos de admiración, diciendo con asombro: ¿Qué es esto? ¿Dónde está el cuerpo que descendió aquí? Ya no está. Jesús lo levantó, lo cual es signo de que Juan está en el cielo en cuerpo y alma, y que su sepulcro es glorioso; que aquel que gustó la dulzura de la divinidad en la Cena, resucitó sin esperar al último día.

            Jesucristo vino a buscarlo en gloria y majestad, llamándolo, cual bendito de su Padre, al reino eterno por haberlo hecho digno de él. Este discípulo corrió con dilección y dilatación de su corazón por el camino de los mandatos del amor a Dios y al prójimo. No corrió; voló. No, rebasó en su vuelo a todos los hombres y aun a los ángeles, para llegar hasta el seno del Padre, en el que fue al encuentro de su sol. Pero, ¿Qué digo? El mismo sol le sirvió de ala poderosa para [1190] llevarlo hasta el océano de sus luces.

            ¡Cómo quisiera seguirte, santo patrón mío! No obstante, si esto es una temeridad, mis alas serán de cera y los rayos divinos las derretirán, abismándome en el mar de mi confusión. No, no se trata de una temeridad, porque el águila adulta no reconoce a sus polluelos como legítimos hasta que poseen la fuerza y el valor de contemplar el sol. Hace ya varios años me prometiste; mejor dicho, tu buen maestro me prometió, concederme tus ojos para verlo, junto con las poderosas alas de su madre, para poder salir a su encuentro en el desierto eterno que es el seno del Padre, lejos de todas las criaturas. Acepto este favor. Como el amor todo lo da por amor, estoy contenta de ser oprimida en la gloria de tan divina majestad. Al perderme en ella, lo gano todo.

            Después de esto, nada deseo de lo que no esté en ese todo. Mi vida es Jesucristo, y mi vivir es morir para él y en él. Tendría parte en tu felicidad, la tendría toda entera. No puedo poseer a Dios sin poseerlo todo. Como él es indivisible, si no lo comprendiera del todo, él me abismaría completamente en su humanidad divina. La perfección de mi deseo consiste en que mi impotencia procede de su excelencia. Deseo entrar en el gozo de mi Señor, que consiste en dar todo al divino Padre, a fin de que él sea todo en todos (Col_3_11).

            He oído personas que se asombran de que los pintores representen joven a san Juan, a pesar de que vivió más que todos los demás apóstoles, opinando que debería ser pintado conforme a su edad. Esto, para mí, no es de admirar. El Espíritu Santo inspira a los pintores sin que ellos sepan la razón. Sin duda esto se debe a que san Juan está glorioso en el cielo, conforme a la imagen del Padre. Jesucristo está en la plenitud de su edad, que fue de treinta y tres años, edad que tendrán todos los bienaventurados al resucitar, conforme a la creencia común. San Pablo lo dice claramente.

            San Juan terminó su carrera y llegó a la meta gozando de la visión beatífica. Su cuerpo vive glorioso en compañía del cuerpo de Jesús y el cuerpo de María. Su edad debe ser la de ellos, por eso se ve joven. Por lo que a mí respecta, este es mi modo de pensar, que creo es muy factible.

            Someto al criterio de la Iglesia católica, apostólica y romana todo cuanto acabo de escribir, en cuya [1191] fe deseo vivir y morir en calidad de su hija más pequeña.

Capítulo 202 - El Salvador comparte el sufrimiento de sus esposas y si así conviniera, estaría dispuesto a ser crucificado de nuevo.

            [1193] Me encontraba en una grande aflicción, y al representar a mi divino amor mis aflicciones, se me apareció cargando una cruz enorme y llevando en su cabeza la corona de espinas, que parecía muy verde. Su túnica era como de color amaranto mezclado con un púrpura desteñido y decolorado. Tenía, sin embargo, un cierto brillo. Su rostro, macilento y pálido, era dulce y grave; su mirada mortecina era muy atrayente. Todo esto me representaba o significaba una persona pensativa y oprimida.

            Hendía una multitud de gente del pueblo, dirigiéndose a mí como para socorrerme. Mi corazón fue colmado de una gran confianza y, dilatándose poco a poco, estuvo a punto de estallar todo el resto del día, incluyendo el día siguiente. No pedía yo sino morir para el amor y de amor. Si mi amado me había manifestado la vehemencia de su amor mediante su muerte, ¿que no podría yo decir uniéndome a los mismos sentimientos del apóstol: Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí? (Ga_2_20).

            ¿Qué confianza no tendrá una esposa después de constatar el amor de este esposo divino, que parece desear una vez más bajar del trono de su suprema grandeza, donde reina en gloria y felicidad, coligual y consustancial al Padre y al Espíritu Santo, para ofrecerse una vez más a la muerte, si así conviniera, para librarla de las aflicciones que le causa esta mortalidad, y al verla sujeta a las imperfecciones de esta vida miserable, en la que los hijos de Eva se encuentran en un durísimo destierro, privados de la luz de su gloria, que iluminan a los bienaventurados?

Capítulo 203 - Los santos Inocentes fueron los pequeños banqueros que adelantaron al divino Padre las arras y los intereses para rescatar a su Hijo en beneficio nuestro.

            [1195] Esta mañana, pensando en los santos inocentes, mi divino amor me dio a entender que su Padre los había recibido como arras, como prenda, como interés y para su rescate; que su muerte fue permitida a fin de que recordara que debía morir por ellos así como ellos murieron por él y que, pasados treinta años, debía devolver el rescate pagado por él mientras estaba en pañales, que fueron los lazos con los que el Padre lo ató al enviarlo al destierro de Egipto.

            Que estos inocentes paguen los intereses del capital prometido a la divina justicia, que Jesús pagará del todo con su muerte. En el ínterin, los pequeños banqueros quedaron hipotecados en todo su dominio; mas la bondad de su Padre eterno los aseguró en su misma heredad como herederos de su Hijo natural; más aún, les permitió tomar cuerpos antes del día de la Pasión, no por rigor, sino por amorosa fidelidad a su promesa, abriendo para ellos el cielo de su seno, que les prometió al decir: Dejen que los pequeños vengan a mí: el reino de los cielos les pertenece por hipoteca, por mi muerte y por su inocente pureza. Gozarán en él, siguiéndome a todas partes, y estarán conmigo en el monte Sión, donde me manifestaré como cordero sacrificado. Asuero confirió un oficio glorioso a Mardoqueo, que con fervor preservó su vida real. Yo, por mi bondad y mi agradecido chorrazo debo una vida eterna a estos pequeños inocentes que me sirvieron de escudo contra la rabia de Herodes, inmolando su vida por la mía. Ellos fueron los corderos sacrificados al llegar yo al mundo: Como son primicias del Cordero, al que anunciaron, se acercarán a las fuentes y serán llenos de claridad. De pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos (Ap_7_9).

            Ellos anunciaron en los limbos la buena nueva del cordero que debía conducirlos a la fuente viva y potente, colmándolos de su divina claridad en el día de su resurrección para levantarlos [1196] sobre el Monte Sión junto con él, que conserva sus llagas gloriosas para mostrar sus trofeos a todos los ángeles y decir a su divino Padre: Por un cordero recibiste catorce mil que cantaban tu gloria, revestidos de luz y portando palmas en las manos. Como al final recibiste al mismo cordero, tienes los fondos y las rentas, el capital y los intereses. El cordero divino cifra su gloria en devolverte tus victorias, su reino y todo lo que él es. Su gloria consiste en depender de la tuya. Su anhelo es que todo sea divinizado, que Dios sea todo en todos. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo (1Co_15_28).

            El real profeta profetizó la gloria de los inocentes diciendo: Quién subirá al monte del Señor. ¿Quién podrá estar en su recinto santo? El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma ni con engaño jura (Sal_24_3s). Este monte pertenece a los santos inocentes, que jamás cometieron pecado alguno. Murieron por el cordero que quita los pecados, dando su vida y su alma para conservarnos la suya hasta la edad de treinta y tres años, en la que debía obrar nuestra redención.

            Si el Hijo de Dios les está agradecido por el adelanto que hicieron en su nombre a la divina justicia, a la que respondieron por todos, seríamos unos ingratos si no los reconociéramos como bienhechores nuestros, porque el anticipo que pagaron nos mereció tanto; porque si el Salvador hubiese muerto en su infancia, no habríamos tenido sus divinas palabras, sus admirables milagros, ni su incomparable ejemplo.

            No poseía por entonces sino un cuerpecito, que, debido a su pequeñez, no hubiera derramado su sangre con tanta abundancia. Tampoco hubiéramos conocido con tanta claridad el exceso de su amor, que lo llevó a ofrecerse a la muerte porque así lo quiso: Se ofreció por su propia voluntad.

 Capítulo 204 - Visión de san Ignacio revestido de pontífice para terror de los demonios y alegría de los ángeles; otra visión cuyo objeto fue mostrar la protección divina, en la que debía yo tener confianza y amar a Jesucristo crucificado a ejemplo de san Pablo y san Ignacio.

            Hace ya varios años que el Espíritu Santo me infundió una devoción a la vez tierna y fuerte hacia san Ignacio, portador de Cristo, cuyo amor estaba crucificado.

            En este día tuve varias visiones: Vi a este gran prelado vestido con ropaje pontifical; lo que, sin embargo, lo hacía formidable ante los demonios y admirable a los ángeles, era el sagrado nombre de Jesús. Esta visión se imprimió en mí con tal fuerza, que retuve largo tiempo los detalles; y, de haber sabido manejar el pincel, habría podido reproducirla.

            Tuve algunas otras visiones admirables a través de las cuales fui atraída a una confianza filial en mi divino amor, el cual, para asegurarme su divina protección y que las olas del mar de las contradicciones no me anegarían, me permitió ver un navío que se elevaba desde la mar. Mi esposo me dio la esperanza de que me levantaría hasta él, y que así como la nave que contemplé se formó con los vapores del mar, para después perderse felizmente en la luz del sol, también mis penosas cruces se transformarían en diamantes que integrarían el collar de su Orden, que por bondad llamó también la mía.

            Escuché que la Sma. Trinidad era el escudo que me defendería, y que con él el Dios omnipotente me cubriría frente a las flechas de mis enemigos; y que mi gran protector san Ignacio mártir, de quien ya he recibido tantos favores, que se enfrentó a los leones por la gloria del Verbo Encarnado, me defendería armado con el invicto nombre de Jesús y todo su amor. [1198] Al mismo tiempo Dios me hizo escuchar, en la dulzura de una altísima contemplación, que estaba yo bajo el auxilio del Altísimo y que moraba bajo la protección y cuidado del Dios del cielo: El que vive en la ciudadela del Altísimo, que mora a la sombra del Omnipotente (Sal_91_1); salmo que repitió varias veces para decirme que como la vida es una guerra continua, su misericordiosa caridad acude siempre en mi auxilio. Escuché que el Altísimo es el Padre y que su asistente es el Verbo; la protección es el Espíritu Santo, que abraza en la Trinidad al Padre y al Verbo, su Hijo.

            Mi divino amor me comunicó que yo lo poseía como Verbo divino, que es el brazo y auxiliar del Padre, y que habitaba bajo la protección del Espíritu Santo. Que el Padre me daba el ser en cuanto Creador; el Verbo, la vida por ser mi esposo, y el Espíritu Santo, cual nodriza mía, me abrazaba y protegía al darme el pecho. Mi esposo me alegraba y el Espíritu Santo me daba su leche con sentimientos de ternura indecible.

            Escuché que toda la Trinidad era mi refugio, y que en ella debía tener gran confianza; que mi amor era mi peso, que me sentía atraída a amarla con una amorosa inclinación, que ella me libraría de todas las asechanzas de mis enemigos; que de aquí en adelante, Dios trino y uno sería para mí un escudo y toda clase de armas; que mis sombríos enemigos serían confundidos por el destello de los divinos ojos, que lanzarían un rayo contra esos rebeldes. Añadió que, con su divino poder, les impediría acercarse a su tabernáculo, y que una multitud de ángeles tenía orden de guiarme y guardarme de sus maliciosos engaños. Dichos ángeles me apoyarían a fin de no ser lastimada por la piedra que me oponía resistencia, y mis afectos irían de acuerdo a los designios de la divina providencia, los cuales se cumplirían ante la confusión de mis enemigos.

            Prosiguió diciéndome que caminaría yo sobre áspides y basiliscos que no podrían dañarme con su vista o su veneno; que pisotearía a los dragones y degollaría a los leones como otro David con el poder de la gracia, porque su amor se complació en llamarme al conocimiento de su nombre, el cual me concedió como a otro san Pablo para que lo proclame por toda la tierra a través del Instituto que establecer.

            Continuó diciéndome que Jesucristo, el Verbo Encarnado, es el mismo Dios y Salvador. Sólo él debe ser mi amor a ejemplo de san Ignacio, que lo gozó en la tierra a través de la cruz, diciendo: Mi amor está crucificado. El gran apóstol, [1199] agregó, no encontró morada más segura en esta vida que la cruz del Salvador, a la que se clavó, fijando en ella sus afectos y diciendo que no se glorificaría cosa alguna que no fuera la cruz de su amor, por la cual el mundo estaba crucificado para él y él para el mundo; que si éste le despreciaba al verlo crucificado por Jesucristo, él, a su vez, despreciaba al mundo como un ajusticiado por sus crímenes y fechorías. Toda su gloria consistiría en no tener otra ciencia, entre los hombres, que la de Jesucristo crucificado. San Ignacio, a su vez, (cifró su gloria) en ser desgarrado y molido por los dientes de las fieras como trigo de Jesucristo, de quien deseaba convertirse en pan purísimo, divino amor, haz lo que quieras conmigo en el tiempo y en la eternidad. Soy tuya sin reserva.

 Capítulo 205 - El Verbo Encarnado y su santa madre se sometieron a la ley del Espíritu Santo y a la ley del Dios vivo, para ser afligidos en cuerpo y alma. La Virgen fue iluminada de momento en momento. Su amor fue más fuerte que la muerte de su Hijo. La profecía de san Simeón, 2 de febrero de 1636

            [1201] Incomparable madre, se cumplieron tus días de purificación según la ley de Moisés. ¿No fueron suficientes tus sufrimientos al ver las penas de tu esposo san José, el rechazo de los habitantes de Belén, la pobreza del establo, el cuchillo de la circuncisión y el cumplimiento de la rigurosa ley, ofreciendo a tu hijo como un esclavo para rescatarlo en calidad de siervo?

            Era menester que cumplieras una ley singular, la más rigurosa que Dios haya podido dictar, ley que la Sma. Trinidad te propuso, que aceptaste al decir: Hágase en mí según tu palabra. ¿Te das cuenta, Señora, de que el que es poderoso y fuerte en la batalla te reta a duelo para combatir con él hasta el día de tu última victoria? Deberás permanecer en el campo de batalla hasta tu último suspiro. ¿Tendrás el valor requerido para estos asaltos? [1202] ¿Comprendes bien lo que dices? Engrandece mi alma al Señor. Cuando tu Espíritu se regocija en Dios, tu salvador, estás llena de gloria y alegría. El día vendrá, sin embargo, en que al ir al templo como madre, tu alma ser traspasada por la espada de dolor, por la fuerza del poderoso brazo de la divinidad, el cual no dejará de combatir en contra tuya hasta el día de tu triunfo. El te hizo la más fuerte y valerosa de todas las criaturas a partir del momento en que Simeón te dijo que Dios tomaría posesión no sólo de tu cuerpo incorruptible, sino de tu alma inocente. El anciano te anuncia la guerra más sangrienta que jamás habría sido o sería librada en contra de una simple criatura.

            El desea la ruina total de todo lo que te pertenece; quiere destruir al Hombre-Dios a través de ti misma. Como, en su esencia, no podía vengar la injuria del ángel ni del hombre, escogió tu sustancia para satisfacerse con usura en la persona de tu hijo, que es común a ti y a él. Si permanece sólo como hijo suyo, nada puede sobre él, porque es invulnerable; mas en su condición de hijo tuyo, está herido desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza. [1203] Al castigar los pecados de los hombres en tu hijo, se venga en rigor de justicia. El hombre era culpable en razón del objeto: la ofensa fue una culpa infinita. Jesucristo satisfizo por ella con méritos infinitos ante la justicia infinita. El soporte divino elevó sus sufrimientos más allá del crimen y de la ofensa, porque una simple criatura ofendió al Creador, y el que sufre es Dios y hombre, Creador y criatura.

            El cuerpo de su madre y el suyo, exentos de culpa, no estaban obligados al sufrimiento. Ninguno de ambos cuerpos estaba sujeto a la corrupción: uno por naturaleza y el otro por gracia. Afligirlos es hacerles pagar lo que no deben. La corrupción hace los dolores menos sensibles: introducir la navaja en una carne podrida es tolerable; pero hacer incisiones continuas en una carne viva que no moriría jamás si el amor no la hubiese vuelto mortal, ocasiona dolores indecibles.

            Tu Hijo y su madre te dicen por boca de David: y ahora ya estoy a punto de caída, mi tormento sin cesar está ante mí (Sal_38_17). En todo momento, la madre dolorosa recibe las puntas que lanza sobre ella el dolor que le ocasiona el esposo de sangre, y en todo momento vuelve a ofrecer a su hijo, blanco de todas las contradicciones: [1204] Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones (Lc_2_34). Según la ley de Moisés, María no estaba obligada, lo mismo que su hijo, por no haberlo concebido como las demás. Este hijo, que no ocasionó abertura alguna en su madre, ya que era impecable por naturaleza, estaba exento de la deuda de la circuncisión.

            Pero el misterio de misterios radica en que tanto la madre como el hijo se sometieron a ley del Espíritu Santo, a la ley del Dios vivo, para caer entre sus manos; es decir, para ser afligidos por su poderoso brazo no sólo en el cuerpo, sino también en el alma. Dios es espíritu. El quería dividir el alma del espíritu. María, el alma de las simples criaturas, aceptó la separación de su hijo que, siendo Dios, era [1204] espíritu y verdad. Se vio privada de él durante cuarenta horas, en las que no tuvo hijo. Al morir Jesucristo, María exclamó: Hágase en mí según tu palabra, a la que esta Virgen se obligó junto con su hijo, en lo individual y por el todo.

            La divinidad de Jesucristo nunca padeció; más bien hizo padecer al hijo y a la madre. El uno y la otra sufrieron tristezas incomparables, angustias mortales, muertes continuas. No pasó un momento sin que el hijo tuviera presente su muerte.

            ¿Quién me negará que su santa madre jamás pudo olvidar la profecía de Simeón? En todo momento recibía avisos inteligibles del Espíritu Santo respecto a ella, lo cual la traspasaba y la fortalecía. El la hería, encontrando sus delicias en [1205] purificar a esta Virgen, no de sus manchas, porque ninguna tenía, sino de todo lo que la naturaleza de una madre de amor podía tener en su hijo del amor hermoso. Cambiaría con gusto la palabra purificación por privación, aunque la primera es aceptable, diciendo que ella buscaba lo más perfecto, que era el ofrecimiento de un continuo holocausto de la criatura para honrar al Creador en sus mandatos divinos.

            Ya dije que fue iluminada de momento en momento, tanto en el conocimiento de la grandeza de Dios, como en la gravedad del pecado cometido por la naturaleza humana contra Dios. Más aún, así como se afirmó que su hijo crecía en edad y en sabiduría delante de Dios y de los hombres, María crecía cada día en los sentimientos de la excelencia de su hijo, y sufría asaltos más vivos de su esposo de sangre al acercarse a su muerte. Que se abran los corazones para expresar los pensamientos que tuvieron, tienen y tendrán de los dolores de María. Todo será poco; es decir, sería decir nada en comparación de lo que sufrió María.

            Sería necesario ser María, madre de Jesucristo. Es más, ni siquiera ella misma podría expresarlo. El mismo Espíritu Santo, que la cubrió con su sombra en la luminosidad de la Encarnación, obrando en ella sus estupendas maravillas al recibir su consentimiento, le impuso silencio en presencia de [1206] todas las criaturas respecto a los más grandes dolores. Su corazón amoroso y el perfecto conocimiento estaban reservados a la altísima, profundísima, amplísima y larguísima sabiduría de Dios, que es un inmenso océano que abarca a María afligida como un mar de amargura. A ella se refirió el Espíritu Santo por medio del profeta: ¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿Quién te podrá salvar y consolar, virgen, hija de Sión? Grande como el mar es tu quebranto: ¿quién te podrá curar? (Lm_2_13).

            Santo profeta, ella es la incomparable entre todos. Es la singular en amor y en aflicción. Del menosprecio del dolor, debe subir a su trono de gloria y de dulzura por haber dicho: Hágase en mí según tu palabra. Llegará triunfante hasta a él y ante su hijo amadísimo, el Verbo Encarnado. La gloria del Padre eterno es también la de su bendita madre; ella entra en todos los derechos divinos mediante su maternidad y a través de sus sufrimientos. Como ya se dijo, todos ellos le fueron adquiridos por Jesús, lo cual el mismo Jesús explicó a los dos discípulos que iban a Emaús: ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? (Lc_24_26). [1207] El Padre preparó su reino tanto para la madre como para el Hijo; madre que se unió en todo y en todas partes al divino querer, que para ella era un decreto, una sentencia irrevocable. Siendo una con el uno, no tuvo otra voluntad que la suya a partir del instante de su inmaculada Concepción; por ello Dios le dio un nombre superior al de hijo e hija. Fue ésta su voluntad en ella; ella fue siempre el reposo del Señor y su glorioso santuario, porque Dios siempre ha triunfado en María exenta del pecado y llena de gracia; gracia que le fue concedida para ser madre de Dios y poder sufrir lo que ninguna criatura ha sido capaz de comprender.

            Los que afirman que san Simeón no tuvo miedo de la muerte, por tener la vida entre sus brazos, están en lo cierto. Comparto su sentir. Sin embargo, me permitirán añadir los pensamientos que el Espíritu Santo me ha inspirado y decir que este gran santo no se consideró lo suficientemente fuerte para soportar las aflicciones que la muerte de Jesucristo debía causar a su madre. No tuvo el corazón de presenciar la contradicción que los judíos causarían a su Señor; sólo pudo hacerlo profetizando y de lejos. Estimó el corazón de la Virgen como el más fuerte de todos los corazones, y su alma la más valerosa entre todas. Por ello le dirigió estas palabras: y [1208] a ti misma una espada te atravesar el alma. Confieso que no tengo el valor de sufrir la punta de esta espada, que debe traspasarte, y cuya herida será tal, que muchos descubrirán sus pensamientos; pero todos juntos serán impotentes para manifestar la inmensidad de tu dolor. Esta palabra no es suficientemente expresiva; es necesario pedir una más enfática al Espíritu Santo. No, el silencio es más enérgico para afirmar que ninguna criatura puede expresar el dolor de María, dolor que no la derriba por tierra. A esto se refirió el discípulo amado cuando dijo: Junto a la cruz de Jesús estaba su madre (Jn_19_25).

            El amor de María fue más fuerte que la muerte de Jesús, porque el mismo golpe debió haber hecho morir a la madre y al hijo si el amor no hubiese opuesto resistencia, amor que expuso al hijo a la muerte, exigiendo en prenda la vida de la madre.

            Pero volvamos a Simeón y preguntémosle por qué se despoja de su vida y de su sacerdocio.

            Nos responderá: He aquí al verdadero pontífice escogido por Dios según el orden en el que Melquisedec fue llamado al sacerdocio. Aunque haya venido después de él y de mí, él es anterior a nosotros. Afirmo con san Juan Bautista: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo (Jn_1_30). El es el soberano pontífice separado de los pecadores por esencia y debido a su eminente santidad. Es él quien debe penetrar los cielos y sentarse en el trono de su grandeza después de aprender por experiencia lo que es ser acribillado por los dolores de la tierra y compartir las debilidades humanas.

            Es el esposo de la Iglesia que viene a tomar posesión de la inmensa diócesis que el Padre reservó para él. Viene para beber el cáliz que lo embriagará y lo extenderá desnudo sobre la cruz, en la que sus propios hijos se burlarán de él.

            Este es el cordero inmolado desde el origen del mundo, que escogió la muerte para dar la vida a los suyos. Es el buen Pastor que dará su alma por sus ovejas. Yo sólo soy su vicario simbólico, la sombra de la verdad. El Espíritu, que se dignó responder por mí, guiándome para ejercer mi cometido, me condujo hasta aquí para hacer mi dimisión entre sus manos, a las que el Padre encomendará todas las cosas en el día de la Cena, cuando él ofrezca el sacrificio perpetuo de sí mismo. Muero de dolor y de dulzura: dos contrarios en un mismo sujeto. Mi dolor consiste en saber que él debe sufrir y que su muerte será la ruina de una parte de los suyos. Mi dulzura estribará en que él resucitará y será la resurrección de la otra parte, a la que glorificará, iluminando, además, a la gentilidad.

            Estas razones son para mí pensamientos de paz y no de aflicción, según su promesa. De acuerdo a ella deseo irme en paz, porque él me ha concedido el favor de visitarme como mi salvador, enviado por su Padre por medio de su puro amor, que es el Espíritu común del Padre y del Hijo, el cual me condujo a este templo y a este venturoso momento, del que depende mi feliz eternidad.

            Jacob dijo que no quería pertenecer al conciliábulo de Simeón y sus vasos de iniquidad, porque estando de malas, mataron hombres: Maldita su ira por ser tan impetuosa, y su cólera por ser tan cruel (Gn_49_7). Por lo que a mí respecta, renuncio al consejo de Anás y de Caifás, lo mismo que al furor de los judíos que condenaron al inocente príncipe que se circuncidó por amor a la naturaleza humana, a la que desposó a costa de todo cuanto posee y aceptando la cruel muerte sobre la cruz una vez en el Calvario, y ser crucificado por los pecadores que lo ofenden todos los días y lo harán morir de nuevo, tanto como puedan hacerlo con la reiteración de su pecado. Sufrirá una contradicción que me es inexplicable, de todos los que preferirán las tinieblas a la luz. Será la ruina de éstos. Para los demás, será resurrección y luz revelada a los gentiles, así como gloria de los que serán verdaderos israelitas sin dolo ni disimulo. [1211] El me concedió el honor de escogerme como tal, junto con un gran deseo de verlo. Realizó mi deseo. Lo bendigo con todos mis afectos, y así como el cisne canta melodiosamente al acercarse su muerte, canto con gozo: Ahora, Señor, tu palabra, puedes dejar ir en paz a tu siervo (Lc_2_29). Mis ojos moribundos han visto la vida que me enviaste para dar felicidad a mi muerte; cuan preciosa es Señor, yo soy tu siervo, tu siervo, el hijo de tu esclava (Sal_116_16).

            Oh, Señor, yo soy tu servidor en el templo y lo ser‚ por toda la eternidad. Soy el hijo de la madre que dijo al ángel: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra. Se trata de tu madre, a la que en la persona de Juan nos entregarás a todos. Ella debe sufrir mucho al verte morir; pero saldrá victoriosa. Su amor será más fuerte que tu muerte. El le dará firmeza en el momento en que cualquier mortal yacería en tierra. Ella está destinada a los dolores más crueles, mediante los cuales recibirá de la Trinidad las más amables dulzuras. Sufrirá los dolores de un Dios moribundo, que es su hijo y su súbdito, pero será recompensada con las dilataciones infinitas de un Dios vivo. Ella es reina del mismo Dios de la vida. Cuando él resucite, se gloriará tanto como ahora en estarle sujeto.

            No es exagerar llamarla solamente reina de los ángeles y de los hombres; es, también reina del Dios humanado. Tú eres su verdadero hijo natural y legítimo, y te sometiste a la ley para estar sujeto a María, a la que elegiste para ser madre de todos sus hijos. Soy tuyo por María. Si te agrada, me ofrezco [1212] en sacrificio, doy mi vida amorosamente y tu bondad desliga mi alma de este cuerpo. Ya me siento libre para sacrificarte una hostia de alabanza, invocando tu nombre, que es la salvación de todos los elegidos. Te ofrecer‚ mis votos. Te los ofrezco en este templo delante de todo el pueblo, en tu atrio en medio de la Jerusalén de la tierra, esperando de ti poder ofrecerlos durante una feliz eternidad en la del cielo.

            Adiós, gran santo, pide por aquella que espera al Mesías para establecer su Orden, para consuelo de Israel.

            En mi oración de la tarde, Dios me comunicó que deseaba que fuera yo su templo, en el que, como en su Sión celestial, el Dios de amor quiere ser adorado; que él mismo era dicho templo construido por el Verbo y para el Verbo, y que en él se adorarán en Espíritu y en verdad todas las gracias que depositado en él. Por su medio se construye el de su Orden, en el que concederá una infinidad de favores a muchas almas.

            A esa misma hora me dijo mi divino Salvador: Hija, tu Orden será el aposento y lecho del esposo celestial, donde se comunicar con profusión de luces y favores celestiales

 Capítulo 206 - De la bondad de Dios, que se manifiesta admirablemente en la salvación de los santos; libertad del hombre en la condenación de los réprobos.

            [1213] El 17 de febrero de 1637, a eso del atardecer, me encontraba muy afligida y molesta ante tantas alabanzas que había recibido. Por ello, me retiré a la oración, y en ella renuncié a todo lo que no es Dios y a toda vanidad, sacrificando las alabanzas de las personas, que con frecuencia mienten y se equivocan en su juicio. Lo hice delante de mi amado, que es mi única gloria, el cual me respondió interiormente con estas palabras: ¡Alégrate, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! (Za_9_9).

            Me dio a entender que yo era la hija de Sión por haber sido puesta como una almena para descubrir a mis amigos y enemigos: a unos para amarlos, y a los otros para evitarlos; que debía alegrarme, porque él cumpliría las promesas que me hizo de glorificarme, diciéndome que me saltara de bienestar en la conformidad que tenía con su divina voluntad, porque poseía la paz en mi corazón, siendo su Jerusalén y su hija de paz, sosiego que procedía del Dios de bondad como de su principio y manantial de origen, el cual se dirige a su término en el mismo Dios de amor, que es su objetivo final.

            El Dios de amor me preparó para recibir paz en abundancia. Ahora bien, como una de las principales fuentes de la paz de los justos es la consideración del gobierno de la divina providencia, Dios me hizo saber que en su gobierno se manifestaban su bondad y sabiduría por la manera en que realiza la salvación de sus elegidos, y que la reprobación o condenación de los malos sólo puede atribuirse a su libre voluntad y al mal uso de ella.

            Lo anterior se manifestó en la elección que Dios hizo de Saúl y David, a los que nombró reyes. Saúl fue ungido y consagrado rey por Samuel, lo mismo que David. Saúl pareció más humilde que David por excusarse y rehusar dicho honor, lo cual no hizo David. El primero representó a Samuel la humildad de su linaje, diciendo que su único oficio era conducir y buscar asnos. David no dijo palabra y recibió de buena gana el honor que Samuel le ofrecía. Con un valor masculino y generoso, y antes de que se hiciera realidad la nueva dignidad, se ofreció para combatir a Goliat en el duelo [1214] más renombrado hasta entonces. Como se preciaba de ser de linaje real, sólo aceptó por mujer a la hija del rey, a la que ganó con la muerte de los filisteos, enemigos de Dios.

            La humildad de Saúl fue reprobada y la aparente vanidad de David, coronada, porque Saúl sólo era humilde en apariencia, y David de hecho. Fueron un valor laudable y un espíritu laxo los que movieron a Saúl a rehusar la corona que ambicionaba. David, en cambio lo hizo animado por la confianza en el poder de Dios, la cual lo llevó a emprender sus generosas acciones. Además, sometiéndose al divino querer, humilló la cabeza bajo el fardo de una pesada corona que sólo pudo poseer con grandes trabajos. Saúl tenía un espíritu pobre en sentimientos hacia Dios, y grande hacia él mismo. Cuando se vio de golpe elevado a la soberana dignidad, se perdió en el cambio inesperado de su fortuna. Por ello obró en todo según su parecer, y, desoyendo los oráculos de Samuel, libró batallas y utilizó sus triunfos según su criterio.

            Saúl sólo reinó un año en conformidad con la voluntad divina; mejor dicho, Dios no reinó sino un año en Saúl, el cual, emancipándose de dicha dependencia, reinó a su manera. Sacrificó sin escuchar a Samuel, pareciendo que la necesidad en la que se encontraba disminuía mucho su falta: perdonó a Abimelec con una falsa clemencia, y sus culpas podrían parecer ligeras al compararse con los crímenes de David, que cometió un adulterio y un homicidio.

            Sin embargo, como Saúl pecó con espíritu de libertad y desobediencia a la voluntad de Dios, queriendo independizarse de él, fue rechazado. El odio que tenía a David, cuya sumisión jamás pudo doblegar su corazón, provenía que Dios lo había destinado para ser sucesor suyo. Dicho odio lo obstinó en su malicia y lo entregó a la posesión del demonio, haciéndolo aborrecible ante Dios, en desprecio al cual parecía querer conservar su reino. Fue, por tanto, privado de él, ya que abusó con una temeraria libertad del favor que él le hizo de elevarlo a dicha dignidad, que hubiera pertenecido a su familia a perpetuidad si él mismo no se hubiese privado de ella con su malicia y desobediencia. Cuando David le cortó el ruedo de su manto y lo cubrió de confusión, le advirtió simbólicamente que su reino sería desgarrado, pero él insistió en retenerlo para su casa contrariamente a la voluntad de Dios, empecinándose en hacer morir a David.

            Este, por el contrario, aunque cayó en grandes culpas debido a su gran debilidad, reinó sin embargo en una constante dependencia de la voluntad de Dios, estando dispuesto a dejar el cetro y la corona al primer signo de su voluntad, como lo demostró cuando su propio hijo Absalón, mediante un cruel parricidio, lo echó de su trono, teniendo David que salir de Jerusalén, su ciudad real, [1215] sin querer oponer resistencia y adorando la divina voluntad en la lapidación e injurias que recibió de Semeí. La raza de David no debía perder la corona en lo venidero, salvo cuando algunos de sus descendientes reinaron según su arbitrio.

            Constatamos también en el sacerdocio lo que notamos en la realeza, pues el sacerdocio que Dios concedió liberalmente a Aarón, quien recibió la mitra y la tiara de manos de Moisés, terminó en Caifás, quien desgarró con sus propias manos su vestidura sacerdotal y perdió el sacerdocio así como Saúl la realeza después de que su cota de armas fue rasgada. Fue una realidad que la realeza de David y el sacerdocio de Aarón se perdieron a causa de las faltas y rebeldía de sus descendientes, pero fueron felizmente restablecidos en la persona de Jesucristo, el cual, por su infinita bondad, sabe sacar provecho de nuestras mismas pérdidas.

            De la realidad que hemos observado en la conducta de estos príncipes, es fácil inferir, primeramente, que Dios no juzga según las falsas y equívocas apariencias, según el exterior, sino que sondea los corazones hasta lo más profundo. Saúl tenía una soberbia que, bajo los pliegues de la pusilanimidad, pasaba por humildad. David, en cambio, poseía una generosa humildad que atribuía todo a Dios, al que se adhirió.

            En segundo lugar, reconocemos evidentemente que nuestra salvación viene de Dios, y nuestra pérdida de nosotros mismos.

            En tercero, que la bondad divina construye nuestro destino, pero que el mal uso de nuestra libertad es la causa de nuestra desdicha.

            Por último, que la facilidad de salvarnos es tan grande, que no podemos acusarnos sino a nosotros mismos, por atraer voluntariamente sobre nuestras cabezas culpables, por medio de continuas rebeldías a la divina voluntad, y el constante desprecio de sus bondades, sus equitativos juicios, que los malos aceptarán como justos, contrariamente a sus malignas inclinaciones.

Capítulo 203 - La bondad de Dios se complace en transformar a las almas favorecidas por él en soles a través de los que manifiesta su gloria.

            [1217] En este día recibí varias gracias de mi divino amor y esposo, el cual, en medio de una infinidad de caricias, me dijo que tenía su gloria en sus criaturas, pero que con frecuencia ellas la oscurecían; que escogía a ciertas almas para hacerlas brillar, a las que llamaba soles de su gloria.

            El, continuó, deseaba que yo fuera de este número, y que este era el provecho que sacaba cuando las corregía y reprendía de sus imperfecciones, para hacerlas conformes a él. En una ocasión dijo que el pecado de David se manifestaría ante la faz del sol, porque lo cometió en su presencia, oscureciendo de este modo la gloria de su soberano Señor, el cual, en su bondad benignísima, acabó por cubrir con su gloria la confusión y vergüenza de David, permitiendo que la mujer con la que le ofendió fuese nombrada en su genealogía, a fin de que al mismo tiempo se hiciera memoria del pecado de David y de la misericordia de Dios hacia él. De esta manera, saca su título de gloria de nuestras vergüenzas, deseando que la oscuridad que en ocasiones parece ocultar su gloria en nosotros sea iluminada por sus claridades, transformándonos en soles y esplendor de su gloria. En el primer día Dios hizo la luz, pero sólo quiso crear el sol y las otras luminarias hasta el cuarto día, con la diferencia de que sólo dijo un Fiat para producir la luz. La Escritura, sin embargo, dice que, al crear el sol, manifestó su magnificencia creando también la luna, y que hizo dos luminarias: una para el día, y otra para la noche: Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas (Gn_1_16).

            Me dijo que muy pronto mi alma sería el sol de su gloria, y que produciría gran cantidad de luminarias en su Orden, las cuales, me aseguró, iluminarían la tierra y alegrarían el cielo; que él comunicaría claridades a muchas, infundiéndoles en abundancia sus gracias y bendiciones. Añadió que, así como le pareció bien retardar la creación del sol hasta el cuarto día, había querido aplazar el establecimiento de su Orden hasta los días cercanos a los últimos siglos. [1218]. El sol es la luz del mundo y la luna la influencia que su bondad le concedió para iluminar a los hombres y a los animales; para hacerlos fecundos para utilidad de la humanidad, abrió su mano, los colmó de su bendición y los sometió, junto con las criaturas de orden inferior, a su poder y gobierno.

            Antes de crear las dos luminarias, no había creado seres vivientes de vida animal, concediendo únicamente la vida vegetativa a las plantas; pero más tarde consideró que el hombre que debía ser creado el sexto día sería capaz de mandar a estos animales, de cultivar la tierra y contemplar el sol y los demás astros, que serían para él atractivos que elevarían su espíritu hasta Aquel que colocó resplandecientes luces sobre su cabeza, para iluminarlo y anunciarle su poder y su amor.

            Llegaría un día en que, según su deseo, lo haría más luminoso que el sol, al unirse a él para siempre mediante una de las hipóstasis divinas en la plenitud de los tiempos, tomando la naturaleza humana para nunca volver a dejarla. La elevaría sobre todos los cielos más allá del cielo empíreo que es un cuadrado (Ap_21_16), siendo la ciudad cuadrada para manifestar la estabilidad de tan maravillosa morada, en la que todos los bienaventurados serán siete veces más brillantes que el sol por toda la eternidad divina, como recompensa a que, al estar en la tierra, recibieron con amor la claridad de la gracia y mediante su fervor glorificaron al Padre celestial en presencia de los hombres y siguieron las enseñanzas de su Hijo, al que se hicieron semejantes en el grado en que la gracia y la correspondencia a ella los configuró con su amado Hijo, que es el esplendor de la gloria del Padre.

Capítulo 208 - El Espíritu Santo me dijo que él presidía el gran consejo del amor, se mostró muy favorable hacia Magdalena, la atrajo a los pies del Verbo Encarnado.

            [1219] El jueves marzo por la tarde, después de estar sumamente ocupada, me retiré cerca del Smo. Sacramento para recogerme, lo cual complació al divino amor, el cual me dijo que me había amado, me amaba y me seguiría amando con una caridad perpetua.

            Me recordó el evangelio del viernes siguiente: Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo (Jn_11_47). El amor divino recogió mi espíritu, abrasando mi pecho y apretándolo sobre su corazón amoroso. Su presión me hizo sentir amables dolores, durante los cuales mi corazón, del todo ardiente, se dilataba maravillosamente. Escuché y experimenté estas palabras de san Pablo: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm_5_5).

            Este Espíritu divino me enseñó que convocaba y presidía el consejo del amor: primeramente, el de la Trinidad, diciéndome que el Padre engendra a su Verbo y habla a través del mismo Verbo; que éste es el gran consejo en el que las dos primeras personas expresan las maravillas de su fecundidad, a las que el Espíritu Santo concluye con un amor auténtico y presidial en honor de su única esencia, de sus divinas operaciones, de sus distinciones personales, de sus admirables propiedades, junto con sus relaciones y conocimientos divinos, que para mí son incomprensibles e inefables.

            Me enseñó además que la igualdad que tiene con el Padre y el Hijo, con los que es un Dios único, no puede sufrir sumisiones, sino que recibe las alabanzas y el júbilo que las divinas personas se dan e intercambian una con la otra de una manera divina. El Padre comunica su esencia sin empobrecerse, así como el Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo sin disminuir su plenitud, el cual recibe su esencia y su ser sin dependencia. Su soporte personal concluye la producción del Padre y del Hijo, siendo el término de su única voluntad sin constreñirlos.

            El término que [1220] les pone es la inmensidad misma, la cual encierra a la única divinidad, que posee sus personas distintas, sus propiedades personales y su muy única y común esencia, si puedo expresarme de este modo. El Espíritu de amor me dijo: Hija mía, yo presido en el consejo del amor, por ser la pura llama de estos seres que se aman, y la producción de un único principio. El Padre preside el consejo del poder por la creación; el Hijo, el consejo de sabiduría por la redención. A mí se me atribuye la santificación.

            El divino Espíritu, prosiguió enseñándome que, aunque sus operaciones al exterior eran comunes, él me permitiría escribir, según mi manera de hablar, que la creación corresponde al Padre, la redención al Hijo y la santificación a él, y que no interpretara mal estas palabras del Salvador: Pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga (Jn_16_13). Me dijo que era el amor a tal grado, que urgió al Padre para enviar a su Hijo: Tanto amó al mundo; y que también apremió al Hijo a venir a la tierra para redimir a la humanidad a fin de acudir él mismo en persona a santificarlo, añadiendo que es una gracia muy grande el ser creado, otra todavía mayor el ser redimido, pero la más grande es la de ser santificado.

            No quiero darte la idea de que estás menos obligada al Padre y al Hijo que a mí, porque nuestras obras al exterior son comunes; lo que quiero decirte es que debes estar muy agradecida con el Padre, que no se limitó a entregar a su Hijo; y al Hijo, que no se contentó con entregarse a sí mismo. Tanto el Padre como el Hijo quieren además, por mi medio, entregarme a mí mismo, lo cual me agrada sobremanera, porque deseo ser don y donante al mismo tiempo.

            Yo urgí al Hijo a desear la cruz para tener el gozo de darme abundantemente, con profusión, el día de Pentecostés, en el que debía presidir en las personas de los apóstoles, sosteniéndome y deteniéndome sobre cada uno de ellos y sobre los fieles que estaban reunidos en el cenáculo cuando descendí en forma de lenguas de fuego. Por su medio juzgué a las doce tribus de Israel, reprendiéndolas en justicia, en juicio y por el pecado, para convertirlas.

            Pon atención, hija, a este misterio: no quise descender hasta que Matías ocupara el lugar de Judas y fuera el decimosegundo de los apóstoles. Los hice tan firmes y valientes, que más adelante comparecerían ante monarcas y reyes para recibir sus burlas, cifrando su gozo en sufrir adversidades por el nombre de Jesucristo, el cual juzgará en el último día a todos sus enemigos en su dignidad de Hijo del hombre. No será éste un juicio de amor para los malvados. No presidiré en él. Serán reprobados a causa de su malicia, por haber ofendido al Padre que los amó al grado de darles a su Hijo, y a este Hijo, [1221] que se entregó a sí mismo para ser crucificado por ellos en su humanidad. Ellos me ofendieron al despreciar mi amor, que les ha hecho miles, millones de exhortaciones para hacerse agradables al Padre y al Hijo. Ellos me despreciaron maliciosamente, sabiendo que soy Dios por los testimonios que les di junto con las grandes maravillas del Padre y del Hijo, manifestándome en todo como el Espíritu que de ambos procede.

            Habiendo ofendido al Padre, el Hijo los disculpó. Yo vine al mundo para convencerlos, a fin de que se arrepintieran de haber crucificado al Hijo, ofreciéndoles el perdón; pero ellos se negaron a escuchar, endureciéndose más y más. Esteban les dijo: Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oído, vosotros siempre resistís al Espíritu Santo (Hch_9_51). Los malvados siempre se me han resistido y seguirán haciéndolo; pero yo soy paciente hasta el último suspiro, apremiándolos a reconocer su desdicha y la obligación que tienen para con la divina bondad y la humanidad del Verbo, cuya benignidad se les manifestó en su primera venida. Lo rechazaron, pero volverá en el día final. A él corresponderá todo juicio. No perdonará, ni en este mundo, ni en el otro, la ofensa que se me haya hecho por malicia obstinada contra la amorosa bondad que les he mostrado de múltiples maneras. Soy yo, hija mía, el que ama y gime con gemidos inenarrables (Rm_8_26).

            Yo hago que todo coopere en bien de los que son amados y aman, a través del divino amor: En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm_8_28).

            ¿Qué piensas, hija mía, de la conversión de Magdalena? Sabe que yo fui el primero en darle a conocer a Jesús, y el que le hizo despreciar las burlas que temió recibir en casa de Simón el Fariseo. Yo preparé su corazón y uní su alma a Jesús. Le había dado ya un amor muy ferviente y mi fuego la había convertido ya en agua que salta hasta la vida eterna a los pies de Jesucristo, el cual confesó la grandeza de su amor, al que había prevenido. También manifestó su agradecimiento por las continuas y heroicas acciones que no dejó de hacer ella desde su llegada, añadiendo que por este poderoso amor demostrado con obras no sólo se le perdonaban sus pecados, sino que su bondad se confesaba más deudora a Magdalena que al fariseo.

            María poseía en ella la fuente del amor porque yo, el divino amor, penetré en ella con mis siete dones y mis doce frutos. Era yo abundantísimo en Magdalena. Estaba plantado en medio de su alma para jamás ser arrancado de ella por la diestra poderosa, de manera que se cumplió el dicho [1222] del rey profeta: La diestra del Señor...

            La hice tan amable y tan amada, que se convirtió en la enamorada por excelencia después de la Virgen de las vírgenes y madre del amor hermoso, al grado en que se la puede llamar hija del amor o el mismo amor. Podría adjudicársele el nombre de llama de fuego y lámpara del Espíritu, que no puede ser extinguida por los torrentes de las contradicciones, por el tumulto del mar acerbo de la pasión de Jesucristo.

            Siempre perseveró, nunca vaciló. Yo la mantuve firme, siendo en ella la mejor parte, por la que optó al recibir la gracia, abriéndose a mí como autor de la gracia. Por ello el Verbo Encarnado dijo que ella había escogido la mejor parte, que jamás le sería quitada. Si esto se refirió a Jesucristo, es clarísimo que le fue arrebatada. Ella misma se quejó de ello a los ángeles y a él mismo, diciendo: Se llevaron a mi Señor y no sé dónde lo pusieron (Jn_20_13); Si me dices dónde lo pusiste, me lo llevaré. Como estaba poseída por el Espíritu divino, sentía más fuerza que Sansón, es decir, que todos los hombres. Magdalena amó más que los apóstoles. Por ello mereció ver la primera a Jesucristo resucitado, el cual le dijo que fuera evangelizadora. Ella mereció juzgar a los apóstoles porque en ella moraba el Espíritu divino y fortísimo. Se me objetará que no tenía el poder de perdonar los pecados. De hecho, lo tuvo. Como sus pecados le fueron perdonados, se transformó en un espejo de amor y de penitencia en el que tantas almas han contemplado su fealdad, se han convertido y se convertirán hasta el fin del mundo.

            Hija, el amor concede audacia sobre el objeto amado. El amor tiende a la unión. El une al Padre y al Hijo en la Trinidad. Yo quise enlazar a Magdalena a Jesús, por cuyos méritos la engendré y regeneré de manera admirable. Fui yo quien la impulsó y apremió con tanta fuerza a besar y se uniese al Verbo Encarnado. Sus besos visibles fueron signo del amor invisible. Hija, admira el gran sacramento que manifesté entonces. Ella aportó la materia del agua y del ungüento. ¿En qué forma no estaría informada por el divino amor? ¡Cuántos misterios! Ella bautizó al inocente y ungió al divino impasible a través de su humanidad pasible.

            El amor es un misterio; sus invenciones no pueden ser comprendidas del todo sino por él mismo; los que se aman hacen mil cosas que no acaban de entender. Únicamente los que se aman en Dios son capaces de comprender su amor, que es clarividente, en tanto que los demás son ciegos. El amor divino [1223] todo lo ve, aunque no siempre comparte sus percepciones con las personas a las que ama, porque ellas no le corresponden. No son capaces de ello; no pueden amar más lo que no son capaces de percibir. La claridad las ciega; por ello, no aman tanto mirar cuanto abarcar; su vista es más débil que su corazón, el cual nunca es tan fuerte como cuando languidece de amor, atrayendo a sí, con su debilidad, a la fuerza divina. Por esta razón la enamorada del Cantar dice a las hijas de Jerusalén: Digan a mi amado que languidezco de amor. Que venga pronto para darme su fuerza. Al describir en detalle sus perfecciones, dice ella: Sus piernas, columnas de alabastro, asentadas en bases de oro puro (Ct_5_15). Es hermoso como el Líbano y esbelto como el cedro. Su paladar, dulcísimo; y todo él, un encanto; tal es mi muy amado Sólo él es mi querido amigo, al que quisiera tener para adherirme a sus pies amorosos, que son todos de oro, lo mismo que sus manos y su cabeza. El es mi principio, mi camino y mi término; me amó, me ama y me amará con una caridad indeficiente, y yo deseo amarlo por siempre.

            Enséñame, por favor, divino Espíritu. ¿Por qué la llevaste hasta sus pies? Porque los pies son señal del afecto. Son todos de fuego, y yo quiero verter agua sobre ellos para obrar una antiperístasis. Deseo redoblar las llamas del uno y de la otra; deseo transformarlos en uno. Que nadie se asombre si ella lo toca y se deja tocar para alimentar este fuego. Magdalena derrama el aceite, con el que le unge. Aplica después sus cabellos, en caso de que pudieran servir de mecha, lo cual logran dignamente. María se sirve de ellos para herirlo amorosamente y cautivarlo cordialmente. El, a su vez, la ve con mirada amorosa, observándola sin cesar e invitando al fariseo a hacer lo mismo, diciéndole: ¿Ves a esta mujer? Mirada que declara el afecto de su corazón, afecto que mueve a mirarse, mirar que provoca el amor.

            Magdalena, ¿Qué haces a los pies del Verbo Encarnado? Los rocío, a fin de hacerle crecer en amor hacia los pecadores, de ser esto posible. Los unjo porque han corrido tanto para alcanzarme, que temo estén muy heridos. Los embalsamo a fin de que los tosquísimos clavos se suavicen al taladrarlos. Les he quitado el lodo que acumularon mientras me buscaban por las calles de Jerusalén. Deseo embellecerlos, aunque son bellos por excelencia. Isaías, arrebatado de admiración ante su belleza, exclamó: ¡Qué hermosos son los pies del que anuncia la paz, del que trae buenas nuevas! (Is_52_7). No dudo que así sea; [1224] pero yo los afee con mis pecados, Deberán permanecer cuarenta horas en el sepulcro, entre los muertos del siglo. Deseo conservarlos relucientes sobre la tierra. Sé bien que el Verbo es la verdadera luz y que David es la luz de sus pies.

            El Verbo Encarnado quiere privar de ella a los suyos su propio pueblo. Trato de poderle dar, a través del Espíritu Santo, lo que se niega a sí mismo. Sé bien que su Padre ungió su cabeza sobre todos sus compañeros, y que su madre ungió su corazón, que es el santo de los santos, al que ella entró de manera singular en calidad de madre suya y Virgen sin par. En cuanto a mí, estoy ahora a sus pies para no separarme más de él. Es para mí un gran honor el ser fundamento de mi dicha. Deseo permanecer en este sitio tanto como me sea posible y su padre y su madre quieran permitirlo. Subiré al corazón y a la cabeza: el Espíritu Santo me conducirá hasta ellos. Fue él quien me atrajo a esta tierra tan pródiga, que fluye leche y miel que recibe mi boca y saborea mi paladar.

            El fariseo ignora que me he convertido en hija del amor, y que estos pies sagrados son deliciosos pechos a los que me adhiero con afectuosa inocencia. He dejado de ser la pecadora de la ciudad. Ahora soy la hija del santo amor, la piscina de Hebrón colocada ante el pórtico de todas las gracias, que son los pies de mi Salvador, en los que encuentro mi soberana felicidad.

Capítulo 209 - La sabiduría eterna escogió al débil sexo femenino para manifestar su amoroso poder. El Verbo Encarnado jamás humilló en público a las mujeres. Al convertirlas a él, las alabó y admiró con una humilde bondad (4 mayo 1636).

            [1229] El día de Santa Mónica, en 1636, meditaba en el bien que dicha santa hizo a la Iglesia de Dios por haber engendrado a su gran san Agustín.

            Mi divino amor me manifestó que la santa lo había complacido mucho, añadiendo que él ama tanto a los hombres como a las mujeres, por no tener acepción de personas, pero que tenía la inclinación de favorecer a nuestro sexo; que pusiera atención a que, en todo su Evangelio, sólo reprende una: la samaritana, y esto en privado; y que ella, sin esperar al mañana, corrió en pos de la perfección a partir de aquel día.

            En cuanto a la cananea, a la que rechazó, no lo hizo porque ella fuera culpable, como lo sería una pecadora; sino debido a que no tenía la religión de los judíos. Por ello dijo que no debía darse a los perros el pan de los hijos y que su misión primordial era con las ovejas de Israel. Sin embargo, para mostrar que no se dirigía solo a su persona, sino a la falsa religión que profesaba su país, al verla animada por una gran fe, le dijo: Mujer, grande es tu fe (Mt_15_28); que se haga con tu hija y contigo como lo deseas.

            El Salvador, educado, cortés, caritativo, nunca culpó a las mujeres; por el contrario, las alabó y defendió en todas partes. Estuvo lejos del sentir común en muchos hombres, que no tienen el valor de resistir las menores tentaciones y excusan sus faltas echando la culpa a la seducción de las mujeres, a las que miman con gran disimulo para después [1230] perseguirlas y acorralarlas en pasadizos estrechos en los que con frecuencia se ven forzadas a rendirse a su poder, por ser demasiado violento y ellas demasiado débiles para oponer una resistencia firme. Después las desprecian y adoptan la actitud de Amón, hermano de Tamar, llegando hasta odiarlas, mas no al pecado. Todas deben estar seguras de que Jesucristo es hermano esposo suyo; y, que si se arrepienten de sus faltas, las vengará en el tiempo y quizás en la eternidad, si ellos no hacen penitencia.

            Me asombra que los hombres sean tan poco hombres como para dejarse vencer por una mirada y ser atados por un cabello. Más aún, de que hablen en contra de las mujeres, atribuyendo sus faltas a este sexo y despreciándolo con un desdén que no va con la mente de Dios. No sólo sucede hoy en día que los hombres débiles no me refiero a los fuertes acusen a nuestro frágil sexo para disculpar faltas que los degradan más que si fuesen animales: continúan lanzando invectivas contra ellas debido a que las mujeres no escriben como ellos, ni se les oponen por escrito.

            Adán, el primer hombre, descargó su falta en Eva, a la que Dios le dio por ayuda y compañera. A partir de esa hora, Dios la sometió a él, a fin de que, por tenerla bajo su dominio, no volviera a culparla. Le impuso dos duras penitencias por su falta: la primera, que daría a luz con dolor y riesgo de su vida; la segunda, que estaría sujeta a su marido.

            Parece ser que el Dios de bondad se rebasó a sí mismo en su inclinación de aliviar a este sexo, del que deseaba tomar el ser corpóreo en las entrañas de una Virgen, haciéndose súbdito suyo por ser su hijo. Para ello le concedió toda clase de ventajas de naturaleza, de gracia y de gloria, haciéndola sentarse a su diestra con majestad y dominio universal. En ella el sexo femenino fue augustamente ensalzado. El mismo atrajo al Verbo divino, que amó a tal grado a la Virgen, que deseó hacerse semejante a ella por vía de generación humana, así como es semejante a su Padre por generación divina. Pero, ¡Oh maravilla! quiso someterse a esa joven, que es su madre, sometiéndole junto con él a toda la humanidad. Todos estábamos bajo la ley, y todos fuimos liberados de ella por una Virgen que cooperó de tal manera a nuestra redención, que mereció el [1231] honroso título de colaboradora del Redentor.

            Eva sólo fue madre de los vivientes en razón de la Virgen, que debía darnos al autor de la vida, y en cuyo seno debía aliarse nuestra naturaleza a la divinidad en la unidad de la persona del Verbo. Abraham obedeció a Sara por mandato del mismo Dios: En todo lo que diga Sara, oye su voz (Gn_21_12). En una palabra, la inocencia puede igualar a quienes la diversidad de sexo coloca en distinto rango. Los oráculos son tan bien pronunciados por las mujeres como por los hombres.

            ¿Por qué se ven hoy en día mujeres a las que Dios eleva e ilumina más que a los hombres? Porque se someten con más docilidad a sus ilustraciones, ya que carecen de seguridad en su propia ciencia o suficiencia. Sólo había dos querubines en el propiciatorio: uno figurado por el sexo masculino, y el otro por el femenino.

            El Salvador siempre manifestó ternura hacia las mujeres y aceptó de ellas diversos servicios. A su vez, ellas lo alojaban y seguían sin esperar recompensa alguna. Aún la madre de los hijos de Zebedeo, que pareció importuna en sus peticiones, no solicitó algo para ella, sino para sus hijos; no deseó ver remunerados sus servicios, alegando más bien, en razón del parentesco, la obligación del Salvador de favorecer a sus primos con los cargos de más dignidad.

            Jesús obró el primero de sus milagros a su favor de las mujeres, cuando su madre le rogó que escuchara su petición. En todo tiempo las defendió. Se puso del lado de Magdalena y la protegió de las murmuraciones de los fariseos y de la ambición de Judas. A petición de esta enamorada, a la que alabó magníficamente por la grandeza de su amor a Dios, resucitó a su hermano Lázaro, sepultado hacía cuatro días, cuyo milagro fue el más ruidoso de todos los que hizo el Salvador.

            Sólo las mujeres se preocuparon por librarlo de los suplicios de la pasión: la mujer de Pilatos hizo todo lo posible para persuadir a su marido de que no tocara a ese justo, al grado en que la inocencia de Jesucristo no tuvo otro testimonio que el de dicha dama. Es muy cierto que Eva fue formada del costado de Adán, pero también Jesucristo, Dios y hombre, fue engendrado de la sustancia de la Virgen, con la diferencia de que la producción [1232] de Eva no dependió de la voluntad de Adán, que dormía por entonces. Lo único que aportó a la creación de Eva fue tierra de Damasco, de la que fue formado el mismo Adán cuando Dios tomó limo y lodo para plasmar su cuerpo. Eva obtuvo mayor ventaja por la materia de la que fue formada; más dignidad que Adán, por estar hecha de su costilla y por haber sido formada o creada dentro del paraíso terrenal. La concepción de Jesucristo y su Encarnación dependieron de la voluntad y consentimiento de María, que dijo: Hágase en mí según tu palabra. De este modo, un Hombre-Dios tuvo la existencia dependiendo de la voluntad de una joven, cuyo consentimiento aguardó con todo respeto el ángel embajador, después de representarle los deseos que el Verbo, enamorado de ella, tenía de hacerse hijo suyo así como ya lo era de su divino Padre.

            Sin embargo, la maravilla de las grandezas de María fue que ella mandó con autoridad de madre a su Hijo, lo cual no puede hacer el Padre por la condición de su Hijo. En cuanto Verbo, él es igual al Padre, cuya esencia y naturaleza recibe de él sin dependencia. Si no se hubiera encarnado, no podría estarle sujeto. Fue María quien ofreció un Hombre-Dios al divino Padre para ser su servidor e Hijo encarnado obediente a su voluntad. Es un Dios que, por mediación de María, prometió hacer enteramente su voluntad, adorándole aún ahora que está glorioso a la diestra de su divina grandeza, en la que le confiesa como su Señor según la humanidad, sin dejar de ser igual a él en la divinidad.

            Cuando María dijo que era la sierva del Señor, que obrara en ella según su palabra, ofreció hacer un sacrificio de su espíritu y de su cuerpo, del que el Verbo tomaría una parte con la que el Espíritu Santo le haría uno cuerpo, que ella circuncidaría, entregaría y ofrecería por la salvación de la humanidad, el cual, por su muerte en la cruz, retribuiría al Padre más de lo que los hombres deben a su justicia ofendida.

            David, un hombre según el corazón de Dios, que en todo hacía su voluntad, creyó poder ser más fácilmente escuchado al presentar sus votos a Dios delante de todo el pueblo, si se presentaba no sólo con el título de servidor suyo, sino como hijo de su esclava: ¡Señor, yo soy tu siervo, tu siervo, el hijo de tu esclava! (Sal_116_16). Después de este versículo [1233] dice que Dios lo libró de todo lo que lo ataba a la tierra, y que le sacrificaría una hostia de alabanza. ¿Quién fue la madre de David? Ignoro su nombre, a menos que se haya referido a Sara, por considerar a Abraham su padre, ya que el para el pueblo judío era un honor llamarse hijos de Abraham.

            El profeta Isaías les decía en sus oráculos: Mirad a Abraham vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz (Is_51_2). Isaías pudo considerar el poder que Dios concedió a ella cuando dijo a Abraham que hiciera todo lo que Sara, su mujer, le dijera, aunque esto fuera para él una ley durísima: echar fuera a Ismael, su hijo: Lo sintió mucho Abraham, por tratarse de su hijo, pero Dios dijo a Abraham: No lo sientas ni por el chico ni por tu criada. En todo lo que diga Sara, oye su voz (Gn_21_11s).

            El evangelio dice que el Salvador estuvo sujeto a María su madre y, mediante ella, a san José: y les estaba sujeto (Lc_2_51). Y san Pablo a los Gálatas: Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva (Ga_4_4s).

            Se me propondrá, por no decir opondrá, el dicho de san Pablo: Las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la palabra (1Co_14_34). San Pablo dice que es conveniente que lleven velo por razón de los ángeles, y que hacen sus oraciones con más compostura cuando van veladas. En nada contradigo las palabras de san Pablo. El no despreció a las mujeres en lo que dijo en sus epístolas, aunque muchos se hayan sentido autorizados por dicho apóstol queriendo menospreciarlas y rebajarlas, aduciendo que él no les permitió predicar y enseñar en la Iglesia. El conocía demasiado bien la debilidad de los hombres para no prevenir a las mujeres. Si una mujer hubiera enseñado, habría cautivado con su elocuencia sus sentidos antes que sus entendimientos, bajo el servicio de la fe que ella les anunciaba, y habrían salido de la Iglesia con más amor a ella que a Dios, aun cuando esto fuera en contra de sus intenciones.

            Cuando san Pablo dice: He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles (1Co_11_10), ¿no se refiere a las mujeres, sabiendo que sus ojos son astros que dominan sobre el espíritu de los [1234] hombres, y que sus cabellos son lazos que los atan más fuertemente que a Sansón las cuerdas con las que fue amarrado? Deben velarse para mostrar que tienen más poder de ocultar sus encantos, que ellos de dominar sus sentidos; y que respetan religiosamente a los ángeles que las guardan, según los designios de éstos, que buscan apartar a los hombres de los objetos de vanidad. Confieso que las mujeres son vanas, y que son insignias o estandartes de vanidad. David, conociendo su debilidad, y que al mirarlas había pecado con sus ojos dice: Aparta mis ojos de mirar vanidades, por tu palabra vivifícame. Mantén a tu siervo tu promesa, que conduce a tu temor. Aparta de mí el oprobio que me espanta, pues tus juicios son buenos (Sal_119_37s).

            Señor, desvía mis ojos. Tú sabes que tienden a dejarse llevar por sus inclinaciones, y que dieron muerte a mi alma cuando se detuvieron en aquella que no estaba velada cuando la vieron en la fuente. Este pecado me llevó a cometer otro. Ambos van en contra tus mandamientos, que te pido me hagas aprender por medio del amor y del temor. Líbrame del oprobio que me han causado mis errantes ojos que debo cerrar a las vanidades pasajeras y abrir a los encantos de tu ley, los cuales me hubieran llevado a saborear tus eternos gozos y a adorar tus amabilísimos juicios.

            Si el Rey-Profeta, el amado de Dios, fue cautivado y herido de muerte por sus ojos a pesar de la incesante ayuda que Dios le hacía sentir, sea por sí mismo, sea por medio de sus ángeles, ¿Qué precauciones no deben tomar aquellos que no son guardados con tanta solicitud y que casi carecen de los sentimientos divinos que tenía este antepasado de Jesucristo? san Pablo, lamentándose de la rebeldía de su cuerpo, que hacía la guerra a las inclinaciones de su espíritu, dice: Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado, que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rm_7_22s).

            La gracia de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor, podía librarlo de él si cooperaba con ella en todo momento huyendo de los objetos [1235] sensuales y mortificándose por amor a Cristo Jesús hasta el último instante de su vida mortal, que era la de su cuerpo en la tierra; vida sensual, vida penosa para los fieles servidores de Dios como lo fue este vaso de elección y dilección, que tenía bajo su cuidado a todas las iglesias, y que se hacía todo para salvar a todos, advirtiendo, con previsión divina, las desgracias que los objetos materiales pueden causar. Por ello dijo que las mujeres usaran velo al hacer oración en los templos, a fin de que los hombres se conservaran castos como ángeles. Aunque el hombre sea cabeza de la mujer, ella con mucha frecuencia, ejerce un gran poder sobre él a causa de su hermosura y de su gracia: He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una autoridad por razón de los ángeles (1Co_11_10). Si la mujer es piadosa, no tomará a mal que se le diga que use velo, a pesar de la vana inclinación natural de aparecer en toda su belleza, y de que sus ojos vean cuanta cosa agradable que se presente ante ellos.

            Las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la palabra (1Co_14_34), ya que se convertirían en maestras de los hombres, y éstos en súbditos suyos con un amor que no sería siempre espiritual, sino sensual y tal vez nocivo. Si hay mujeres que ignoran lo que la ley les manda, que interroguen en casa a sus maridos acerca de su deber, dice san Pablo. Gran apóstol, ¿Qué dices a las que sólo tienen por marido a Cristo Jesús? Acerca de la virginidad no tengo precepto del Señor. Lo doy, no obstante, como quien ha recibido la misericordia de Dios para serle fiel. Pienso, por tanto, que es cosa buena, a causa de la necesidad presente, que la mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupe de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu (1Co_7_25s); y añadió refiriéndose a una viuda que permanece en la viudez: Será dichosa si permanece así según mi consejo; que también yo creo tener el Espíritu de Dios (1Co_7_40).

            Este vaso admirable dice: en cuanto a las vírgenes, el Señor no me dio precepto alguno; son privilegiadas; y si me atrevo a hablarles, es a manera de consejo para animarlas a ser fieles a su esposo. Considero su estado bueno [1236] y muy afortunado; que la virgen, que es libre, piense en las cosas de Dios y en el Señor Jesucristo, a fin de que sea santa de cuerpo y de espíritu. Será más dichosa si permanece libre según mi consejo, pues pienso que poseo el Espíritu de Dios, el cual me inspira a darle este consejo. Espíritu divino que se complace en instruir a las esposas del Redentor, a las que el mismo Salvador instruye en las iglesias y en cualquier parte donde ellas se dirigen a él.

            Gran santo, no permites a nuestro sexo hablar en la iglesia; Jesucristo, en cambio, envió a Magdalena y a las demás mujeres para que del sepulcro se dirigieran a los apóstoles con objeto de anunciarles la resurrección. Y los ángeles en san Marcos: Id, y decid a sus discípulos, y a Pedro (1Co_16_7).

            Proclámenla a todos, pero en especial a Pedro, que es el príncipe del colegio apostólico. Jesucristo ordena a las mujeres que proclamen su resurrección. No puedes reclamar a la sabiduría eterna que confiera una misión a nuestro sexo, no sólo para hablar al pueblo sencillo, sino a los apóstoles, quienes no podían creerlo; a tal grado menosprecian los hombres los testimonios de las mujeres, aunque éstas hablen por medio de la verdad eterna. Si bien estas nuevas las miraron ellos como un desvarío, y no las creyeron. Pedro, no obstante, fue corriendo al sepulcro; y asomándose a él, vio la mortaja sola allí, en el suelo, y se volvió, admirando para consigo el suceso (Lc_24_11s).

            ¡Pobres misioneras! Si Pedro no hubiera visto el sepulcro, su testimonio de la verdad no habría sido aceptado a pesar de la comisión que Jesucristo y los ángeles les habían dado. Es que los hombres no tienen fe en las mujeres cuando ellas hablan de Dios y de sus misterios, a menos que encuentren gracia ante sus ojos o hagan milagros que sólo deben obrarse para los infieles.

            San Pablo dice: Pero la mujer es la gloria del hombre (1Co_11_7). Antes de que fuese formada la mujer, Adán sólo contaba con la compañía de los animales. Dios dijo que no estaba bien ni era bueno que el hombre estuviera solo, a pesar de encontrarse en el paraíso terrenal, en cuyo sitio formó para él una mujer que fue su compañera y su gloria, pues, a pesar de haberle ofrecido del fruto prohibido, no lo obligó a comerlo. Si él hubiese sido constante en la observancia de la ley que Dios le dio antes de crear a Eva, no habría comido del fruto prohibido que Eva le ofreció por cortesía: Tomó, pues, el Señor Dios al hombre y le dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. Y Dios impuso al hombre este mandato: De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día en que comieres de él, morirás sin remedio (Gn_2_15s).

            La escritura no dice que Adán haya mencionado a Eva dicha ley, que le fue dada antes de que ella fuera formada; pero yo opino que Dios, al darle el ser, le concedió la ciencia infusa y con ella le intimó esta prohibición, porque Eva aludió a ella ante la serpiente tentadora. Eva confesó, cuando Dios le preguntó por qué había cometido esa falta, que la serpiente la había engañado: la serpiente me sedujo (Gn_3_13). Dios, que todo lo hace con sabiduría, maldijo a la serpiente, diciéndole: Porque causaste este mal con malicia: Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás y polvo comerás todos los días de tu vida (Gn_3_14). Pondré enemistad entre ti y la mujer y entre su descendencia y la tuya; y ella te pisará la cabeza (Gn_3_15). La astucia que emana de tu cabeza será aplastada y humillada por la mujer. Ella destrozará tu cabeza y, como tu pecho encierra tanta malicia, sobre él te arrastrarás, y polvo comerás en vez de frutos de la tierra.

            Irás detrás de la mujer, espiando su talón. No volverás a ver su rostro. Una Virgen la ensalzará más arriba de lo que en tus engaños le ofreciste: levantarla para hacerla caer, diciéndole: Seréis como dioses (Gn_3_5); pues esta Virgen será madre de Dios. Ella dará órdenes al mismo Dios, que se hará su hijo; y como esta andariega, a la que burlaste, no resistió tus falsos convencimientos, la castigaré como padre y la humillaré como señor. Sufrirá dolores de parto al dar a luz y estará sujeta a su marido, el cual la dominará para no idear más disculpas de sus faltas y echarle a ella la culpa.

            Si Adán no hubiese comido del fruto prohibido, la falta de Eva no habría tenido consecuencias: el pecado habría sido únicamente suyo, sin recaer sobre su posteridad. A través de Adán, la humanidad entera se hizo culpable: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte (Rm_5_12). Dios le dijo, pues, con severidad. Y tú, Adán, como te complaciste en las palabras de tu mujer, y comiste del fruto del árbol del que te prohibí comer, maldito será el suelo por tu causa; con gran fatiga lo labrarás todos los días [1238] de tu vida, y sólo espinas te dará: Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo (Gn_2_18) Con el sudor de tu rostro comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste sacado, formado y criado: Porque eres polvo y al polvo tornarás (Gn_2_19).

            Dios no trató a Adán con más amabilidad que a Eva, porque ella no daría a luz todos los días de su vida. Si su marido moría antes que ella, dejaría de estarle sujeta: La mujer está ligada a su marido mientras él viva; mas una vez muerto el marido, queda libre (1Co_7_39). Su sujeción sólo dura mientras está casada. Dios no dijo que ella ganaría su vida con el sudor de su rostro, ni que era tierra y que a ella volvería, a pesar de que esto haya sucedido con las mujeres y con los hombres. Se debió a que Dios respetaba a la Virgen, que no debía ser reducida al polvo y que aplastaría la cabeza de la serpiente.

            Cuando se dijo que Jesucristo no vería la corrupción, se debió a que no es simplemente un hombre, ni una criatura común; sino un Hombre-Dios, Creador y criatura. La naturaleza divina apoyaba tanto al alma como al cuerpo. Murió porque así lo quiso. La Virgen es una simple criatura, una mujer que no es Dios; pero en ella el cuerpo femenino no quedó reducido al polvo. La maravilla es más grande en una simple criatura, porque de este modo la bondad de Dios, permítaseme la expresión, aparece con mayor magnificencia. Si la ciudad de Jericó hubiera sido destruida por cañones, no se hablaría de ello como algo admirable; pero que, habiendo sido rodeada siete veces por el arca al sonar de las trompetas, haya sido reducida a tierra, es lo que arrebata de asombro y demuestra la santidad del arca y la eficacia de la trompeta.

            Dios manifiesta su gloria en nuestra debilidad, a la que escoge para mostrar su poder. El llama a todo lo que no es, para destruir a quienes, por presunción, piensan ser independientes de él: No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es (1Co_26_28). La Iglesia, aunándose a las intenciones divinas, alaba soberanamente el valor de las mujeres que sufrieron el martirio con la ayuda de la gracia: ¡Oh Dios!, que entre otras maravillas de tu poder has dado fuerzas aún a débiles mujeres para la victoria del martirio...

            San Agustín alaba al sexo femenino, llamándolo el sexo devoto. Se culpa de carecer, a los treinta años, de tanta fuerza y valor sobre sus malas inclinaciones como la que mostraban las jovencitas de 13 o 15 años al dirigirse al martirio, urgiendo a los verdugos a privarlas de la vida corporal y enfrentándose a la muerte con un rostro seguro y sonriente, ya que por ella se unirían en espíritu al Señor de la vida y de la gloria, que es su esposo y vencedor de sus debilidades.

            Gran santo, te damos gracias por tu caritativa estima. Tú puedes obtenernos la perfección del divino amor, que eleva a la gloria tanto a hombres como a mujeres, según el grado en que hayan correspondido a la gracia que Dios les concedió en gran medida. Quien más ame en el camino, mayor gloria obtendrá a su término. El que los hombres de la tierra sean constituidos predicadores, sacerdotes y pontífices junto con el poder de perdonar los pecados, y las mujeres se vean privadas de estas dignidades, no significa que ellas sean menos santas. Son éstos ministerios y cargos de los que deberá darse cuenta exacta.

            Dichas privaciones no las degradan cuando las someten a su autoridad y se ven obligadas a rendir honor a sus dignidades. Bueno es ser humilladas al aprender las divinas justificaciones. A todas dirijo estas palabras de san Pablo, a pesar de que él pareció no tomarlas en cuenta cuando dijo: ¿Acaso todos son apóstoles? O ¿todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Todos con poder de milagros? ¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos? ¡aspirad a los carismas superiores! y aun os voy a mostrar un camino más excelente (1Co_12_29s).

            La caridad es el mejor, por ser el camino eminente en el que es necesario practicar la emulación. San Buenaventura, al ser alabado un día a causa de su altísima ciencia por Fray Gil, uno de los más fervientes religiosos de san Francisco, este gran doctor entre los santos, y gran santo entre los doctores, le dijo que el amor de Dios no puede medirse con la ciencia; que una pobre y sencilla mujer podía amar a Dios tanto como un doctor en teología. [1240]

            san Dionisio afirmó que el amor va más allá del conocimiento. El Espíritu Santo se complace en ser el maestro de los sencillos, queriendo serlo de muchas mujeres. En ello insiste el Santo Obispo de Ginebra en el prefacio a su Tratado del Amor de Dios, en el que afirma que el Espíritu Santo ha querido que muchas mujeres obren maravillas de amor.

            He aquí las mismas palabras que cita de Santa Teresa: La bienaventurada madre Teresa de Jesús escribió tan bien sobre las sagradas mociones del amor en todos los libros que nos dejó, que se encanta uno al ver tanta elocuencia en tan grande humildad; tanta firmeza de espíritu en tan gran sencillez. Su ignorancia hace aparecer ignorante en extremo la ciencia de muchos letrados que, después de una gran preocupación por estudios, se avergüenzan de no entender lo que ella escribió tan acertadamente sobre la práctica del santo amor.

            De esta manera, Dios sublima la imagen de nuestra fragilidad, valiéndose de los débiles para confundir a los fuertes.

Capítulo 210 - Admirables virtudes y privilegios de san José, esposo de María, madre de Jesús

            [1241] El día de san José, en 1636, adquirí el conocimiento de que la ley de Dios da entendimiento a los pequeños y humildes de corazón, pues este gran santo, al pensar en su esposa, descubrió tantos rayos luminosos bajo el velo de la humildad que cubría las luces divinas, que no pudo dar lugar a ningún pensamiento siniestro en contra de ella. Como era un hombre justo, no quiso admitir ni un solo pensamiento en contra de la pureza de María. A pesar de verla encinta, suspendió su juicio: sufrió, vivió y murió, todo a una, en medio de la duda e inquietud de aflicciones desconocidas para nosotros.

            Dios, que es fiel a sus amigos, le envió un ángel que le manifestó el misterio y lo exhortó a tomar a su esposa para ser el testigo de su virginidad, por haber recibido la seguridad divina de que ella concibió al Salvador del mundo por obra del Espíritu Santo, el cual sería también su hijo porque la madre ya era suya mediante un derecho que el matrimonio le había conferido sobre ella.

            Estando en estos pensamientos, fui elevada en una alta contemplación para conocer la excelencia de la fe de san José, por haber creído en este gran misterio que le fue revelado mientras dormía, así como el gran sacrificio que ofreció a Dios al privarse para siempre de aquella arrebatadora hermosura y de los derechos que el matrimonio le daba, haciendo el voto de una virginidad más que angélica. Agradó al Espíritu Santo, por así decir, cediéndole a su esposa y convirtiéndose en guardián de su virginidad y en su humilde servidor. [1242] En medio de esta altísima contemplación vi cómo Dios puso a prueba la fidelidad de este gran santo, y lo que haría en nosotros si le permitiéramos sólo a él obrar en nosotros, sin obstaculizar sus operaciones, a imitación del gran Patriarca, que pudo haber dicho al ángel: Hágase de María, mi esposa, todo lo que agrade al Espíritu Santo. Será para mí un grandísimo honor servir a la madre del Hijo del Altísimo. Si hago el favor de estar presente cuando nazca el Hombre Oriente de aquella a la que admiro como a su aurora, lo adoraré en la tierra como los astros de la mañana lo adoraron en el cielo cuando colocó los cimientos de la tierra. Aprenderé de ellos a alabarlo, porque es de suponer que ellos bajarán en el día de su nacimiento para enseñarme el respeto que debo rendir a la majestad de su madre y las adoraciones que estoy obligado a dar a este niño, que se llamará Jesucristo, Dios y hombre.

            Aprenderé de ellos a reconocer las excelencias de la Virgen madre, que en la profecía de Isaías debía ser la madre del Emmanuel, Dios con nosotros. Me acercaré a la que es la reina de los profetas con humildad y confianza, para recibir de sus manos benditas a este niño adorable, que encantará mi alma y mi corazón en el momento de su feliz nacimiento. Yo seré su humildísimo servidor, cifrando toda mi gloria en ser aceptado de él como su esclavo.

            El arrebatará la fuerza de Damasco y despojará a Samaria. El suspenderá la gloria que es esencialmente debida en razón de su naturaleza divina a la parte inferior de su alma y de su cuerpo sagrado, compuesto, formado y nutrido con la sangre virginal de su madre, mi esposa, la cual, junto conmigo, lo guardará y preservará del furor de Herodes. Fuimos constituidos guardianes de este niño real y divino, que arrobará nuestros corazones, desarmándolos con los atractivos de sus ojos que serán todos de fuego. Sus miradas serán como saetas encendidas. El será nuestro vencedor, y nosotros los vencidos.

            Gran san José, el profeta Isaías dice que llamó a dos testigos cuando Dios le mandó tomar un gran libro para escribir en él con la pluma de un hombre. ¿Qué libro no se necesitará para describir las maravillas que obraste en el Hombre-Dios? ¿Qué te dará la reina de los profetas, cuando todo el mundo es demasiado pequeño, al decir de san Juan, para contener todo lo que él hizo en treinta años? ¿Acaso será suficiente para anotar en él todo lo que observaste durante tantos años? No me admira el que hayas guardado un respetuoso silencio al cuidar a tu Dios durante tu vida oculta, al ver que el Verbo y tu esposa lo observaban con toda exactitud.

            La tierra no fue capaz de comprenderlo. El Padre y el Espíritu Santo eran las dos personas que, acompañando al Verbo por concomitancia, podían testimoniar junto con él las grandezas admirables de aquel niño que tenía dos naturalezas, y era a la vez un admirable centauro y un divino sagitario que traspasaba sus corazones con sus ardientes disparos.

Capítulo 211 - Honor que podemos dar a san José por todo lo que representa para María y el Salvador.

            [1245] Durante algunos días después de la fiesta de san José, al meditar en sus excelencias, comprendí que existen dos hombres admirables: uno que hizo María, que es Hombre-Dios, y que no sería hombre sin ella, y otro que fue hecho para María, al que ella pertenece. El Hombre-Dios fue hijo de María, la cual perteneció a José por un contrato de donación. María esposa de José, le da un hijo que es Dios.

            Comprendí las grandezas de san José ocultas tras estas palabras de san Mateo: y no la conoció hasta que ella dio a luz a su hijo primogénito (Mt_2_25). José no tuvo un perfecto conocimiento de la excelencia de la Virgen, su esposa, sino hasta después de que dio a luz. El creyó al ángel y también a la Virgen, pero estuvo siempre a la expectativa de dicho nacimiento, después del cual recibió tantas luces del hijo como de la madre, todo lo cual es inexpresable.

            La madre de Dios le pareció adorable y, si el niño al que engendró y dio a luz no hubiera sido el único Dios al que Israel adoraba, quizá se hubiera inclinado a adorarla al ver en ella tanta majestad como san Dionisio, el cual se maravilló ante su grandeza. San José fue iluminado por el Espíritu Santo, que estaba oculto en el ángel para que le diera en posesión a la que era su virginal esposa. Su gloria lo hace casi adorable a causa de su relación con Jesús y María, la cual aportó su sustancia, que pertenecía verdaderamente a san José.

            Adoramos la cruz por haber llevado a Jesús cuando consumó el misterio de la Redención; san José y María cooperaron continuamente a este misterio: mediante sus cuidados formaron al Salvador en su infancia. ¿Por qué, pues, dicha relación no puede hacerlos adorables sin peligro de idolatría, en vista de que su gloria tiene su término inmediato en Dios, como sucede con el culto que damos a la cruz? El que rendimos a los santos es un culto que no termina sino en su propia perfección, que no se compara con el culto supremo o de latría, por ser muy inferior, mismo que tributamos a san José y a la Virgen, pero en un grado muy superior. Si María y José tuvieron una relación tan especial con Jesucristo y un sagrado vínculo con él, podemos rendirles el culto supremo que termina inmediatamente en Jesucristo.

            Dios me dio a conocer que los demás santos han rendido a María y José dicho honor, por ser ésta la voluntad del Salvador, aunque no el común de los cristianos, debido al posible peligro de abuso y de tributar a este santo un culto supremo más por la perfección absoluta que hay en él, que debido a su relación particular con el Verbo, razón por la cual no es conveniente invitar a la generalidad a la adoración suprema.

Capítulo 212 - Dios permite la esterilidad natural para manifestar la fecundidad de la gracia, tanto en el antiguo como en el nuevo testamento. Los hijos de las estériles son hijos de la gracia y cambian en gozo la tristeza de sus madres.

            [1249] En el mes de marzo, al meditar en la epístola del día, en la que dice san Pablo: No somos hijos de la esclava sino de la libre; alégrate, estéril (Ga_4_31s), Dios me hizo ver que manifestó su gloria a las estériles, las cuales, después de sus humillaciones, daban a luz hijos de bendición, cuyo destino ya estaba concebido porque el fruto se conserva desde su origen.

            El Espíritu Santo, que es estéril en la Sma. Trinidad, es la gloria de la fecundidad en la humanidad, derramando gracias y dones divinos sobre las criaturas para suministrarles dicha fecundidad y complaciéndose en alegrar la ciudad de Dios. Es él quien configura las almas a la imagen del Padre, iluminándolas de claridad en claridad hasta que son perfectamente transformadas en el divino amor. Fue él quien hizo a los apóstoles elocuentes y fecundos.

            El Espíritu arroja fuera de nosotros el amor propio y sus obras. Sara es figura del amor de Dios, que lo domina todo. Agar sólo pudo concebir con la venia de Sara, quien la cedió a Abraham al verse estéril. Dios ordenó a éste que obedeciese a Sara cuando fue necesario despedir a la sierva junto con su hijo. El amor divino no puede sufrir el amor propio, que es estéril; la santa esposa no puede permitir que el hijo de su sierva juegue en compañía de Isaac. Sólo existe el puro amor que ella produjo mediante la gracia, según las promesas del divino Padre, que conllevan la gloria como heredad. [1250] Ante estas palabras, mi alma echó fuera todo lo que no era el puro amor de Dios, renunciando a sí misma. Por medio de obras de generosidad, Raquel no engendró sino hasta muchos años después de casarse con Jacob, pero concibió un José que fue el hijo amadísimo que añadiría otro, y a Benjamín, el hijo de la diestra, o del buen augurio; hijos de las bendiciones multiplicadas de Dios, que los concede en su bondad y mediante las plegarias hechas a su Majestad, buscando sólo su gloria y nuestra salvación. Como dice el refrán, no se valoran los bienes que sin trabajo se obtienen.

            La sabiduría eterna no quiso encarnarse sino hasta después de conceder el nacimiento a su madre Virgen, de una madre estéril; ni enviar a su precursor sino hasta después de que Santa Isabel pasó por estéril, a fin de dar a conocer la fuerza y la fecundidad de la gracia ahí donde la naturaleza apareció como débil y yerma. El Rey-Profeta, sabiéndolo bien, quiso mencionarla o insertarla en sus salmos; mejor dicho, el Espíritu Santo se valió de la pluma del real cantor, cuyo espíritu colmaba y cuyo corazón poseía, impulsándolo tanto a escribir como a cumplir su voluntad.

            Me complací especialmente al escuchar las maravillas que quiso obrar en Santa Ana, la cual debía no sólo habitar con los hijos de la alegría, sino producir a todos por medio de su hija, que fue la nueva Eva y madre de aquel que es por esencia y excelencia la vida de todos los vivientes que confiesan con gozo el agradecimiento que deben al Hijo y a la madre, a través de los cuales las tristezas se cambian en gozo, un gozo que jamás les será quitado.

Capítulo 213 - Dios es justo cuando castiga a las personas que le ofenden, y bueno al perdonar a quienes lo han ofendido. Debemos adorar la justicia en las primeras, y la misericordia en las segundas.

            [1251] Un día, al considerar en mi oración cómo Elí fue sentenciado a morir por no haber castigado ni corregido con la severidad debida a sus hijos que cometían crímenes tan grandes en el santuario. David, a su vez, pareció incurrir en una falta semejante al no decir palabra a su hijo Amón después de que éste violó a su hermana Tamar. Por ser su hijo mayor, dotado de una belleza incomparable, no fue reprendido ni castigado por ella.

            Escuché que Dios quiso manifestar en Elí su justicia y en David su misericordia, y que con ciertas almas Dios hace justicia inmediata, castigándolas sobre el hecho mismo. Parece, en cambio, que su misericordia disimula todo en otras, perdonándolas repetidas veces.

            Los primeros no tienen razones para quejarse, ya que Dios los trata según sus méritos y el rigor de su justicia. Los que, sin embargo, experimentan la dulzura de su misericordia, le son deudores con mayor motivo.

            Se me hizo saber que yo era de este número, y que el Dios de bondad no deja de acariciarme a pesar de todas mis faltas e imperfecciones, realizando en mi favor lo que dice la escritura: Hago misericordia porque quiero obrar misericordia. Debo alabar y confesar a este Señor, porque es bueno e infinitamente misericordioso.

Capítulo 214 - Fortaleza que el Espíritu Santo concedió a la Virgen, cubriéndola con su sombra, elevando su fe, e impidiéndole consumirse al recibir en ella al Verbo divino.

            [1253] No intentaré exponer todas las luces que mi alma recibió tocante al misterio de la Encarnación. Son tantas, que no puedo describirlas con mi pluma.

            Mi divino amor me ha manifestado en diversas ocasiones de qué manera se realizó esta obra maravillosa en el seno de la Virgen, pero dicha visión es tan sublime, que es necesaria la luz divina para expresarla mediante su pureza y sutilidad, porque ella puede hacer todo lo que quiere, produciendo todo, mirándolo todo. Sin embargo, como espejo voluntario, Verbo y espíritu libre, expresa lo que desea manifestar como y a quien quiere. Con frecuencia recurre a crespones para mostrarse acomodándose a la débil vista de los hombres, a fin de no cegarlos con sus brillantes claridades. Pude saber que la obumbración del Espíritu Santo sirvió para tres cosas: Primeramente, para impedir que la Virgen desfalleciera al no poder soportar tan violenta llama y muriese a causa de ella, porque, como está escrito, no puede verme el hombre y seguir con vida. El alma no puede soportar la clara visión de la divina esencia durante esta vida mortal. ¿Cómo es que esta misma visión pudo persistir largamente en la Virgen a una con la efusión de toda la divinidad, que se comunicó a ella de un modo más eminente que en la gloria? Ella la vio de paso, así como nosotros podemos ver el sol un poco, apartando de inmediato nuestros ojos para no quedar ciegos ante su fortísima luminosidad. Dios podía, de manera sobrenatural, fortalecer el entendimiento de la Virgen y prolongar esta visión, porque todo es posible para él. Sin embargo, se complació en redoblar los méritos de la [1254] fe de la Virgen.

            El Espíritu Santo quiso tender velos, y el poder del Altísimo le dio su sombra, la cual sirvió, por tanto, para ocultar el misterio a la Virgen, pues si ella hubiera contemplado largamente la plenitud de luz encerrada en ella, que era la clara plenitud de la divinidad, el ardor del amor procedente del conocimiento que hubiera tenido habría roto, como ya dije, los lazos que la ataban a un cuerpo mortal, si Dios no los hubiera puesto en orden. Dios quería que, en esta obra, la fe de la Virgen se manifestara en toda su excelencia. Santa Isabel, instruida por el Espíritu Santo, alabó la fe de la Virgen, diciendo que era bienaventurada por haber creído. Su fe concibió, fe que es más grande que la de todos los santos, por haber creído que un misterio tan alto se obraría en ella. Por esta razón, Santa Isabel añadió que todo lo que el Señor le había dicho se cumpliría en ella.

            El Espíritu Santo dibujó sombras, como un pintor sobre la tela, a fin de que la Virgen conociera bajo ellas, a la divinidad y el poder que se unían a su carne virginal, tomando una parte de ella para apoyarla sobre una de las hipóstasis de la augusta Trinidad. Otra razón de dicha sombra se debió a que, como Dios es fuego, era necesario que su ardor fuese acompañado de cierta frescura que dicha sombra proporcionó a la Virgen, que se convirtió en un arbusto ardiente, sin quemarse ni consumirse. Así, para fortalecer este pensamiento, el Verbo Encarnado puede ser llamado el hombre todo de fuego en la hoguera del seno virginal, que salió de la misma hoguera.

            No es de admirar que los espíritus angélicos, a los que David llama ministros de fuego y llamas, acudiesen a adorarlo por mandato del divino Padre, según las palabras del apóstol: y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo dice: Adórenle todos los ángeles de Dios. Y de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles vientos, y a sus servidores llamas de fuego (He_1_6s). Los ángeles espíritus puros, aparecieron como fuego y luz para adorar al sol de justicia al levantarse en el mundo; sol que era todo llamas, un Dios hombre todo de fuego. La maravilla que obró consistió en hacerse [1255] tangible y llevadero a su madre, porque él es capaz de producir dos contrarios en un mismo sujeto.

            No me admira el que, en las visitas que hace a las almas, sea fuego y fuente, abrasándolas y anegándolas al mismo tiempo. ¡Qué prodigio no debemos contemplar en las entrañas virginales! Reclama todas las potencias de mi alma, diciéndoles: Vengan y vean la obra del mismo Señor, el cual se encarnó en el seno de la Virgen y se sentó sobre sus rodillas, que son una tierra bendita. Contemplen este prodigio, una virgen que no se consumió. A pesar de llevarlo en su seno y tenerlo sobre sus rodillas, puede seguir viviendo. ¡Qué maravilla...!

Capítulo 215 - Victorias de Jesucristo en la Encarnación, figuradas por las que Dios obtuvo sobre Faraón, el Rey de Egipto, a favor de su pueblo escogido los hijos de Abraham. David obtuvo victoria sobre su ardentísimo deseo de agua en Belén, que ofreció a Dios en sacrificio.

            [1257] Un día, mi divino amor me explicó admirablemente el Cántico de Moisés sobre el misterio de la Encarnación: Canto al Señor, pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carro (Ex_15_1), diciéndome que era menester darle gracias como a un Señor que había sido gloriosamente engrandecido, porque cuando el ángel soberbio, que debido a la consideración y nobleza de su naturaleza se creyó glorioso y magnífico, y una obra digna de su magnificencia, se negó a rendir el honor debido al Verbo Encarnado, que es la excelsitud divina y la gloria esencial de su Padre, fue arrojado con todo su orgullo en el mar de su eterna confusión, en tanto que el Señor fue gloriosamente ensalzado al ser reconocido por todos los espíritus fieles y aun por los mismos que se rebelaron, los cuales se vieron obligados a confesar dicha gloria para su castigo y tormento.

            Todo esto mueve a la naturaleza y a todos los elegidos a exclamar: Mi fortaleza y mi alabanza es el Señor. El es mi salvación (Ex_15_2). El Señor es mi fuerza, mi apoyo y mi sostén. El es el único objeto de mis alabanzas por ser el autor de mi ser y de la salvación de todos los suyos, preservando a los ángeles buenos y perdonando y conservando a la humanidad. Sin embargo, por bondad, el alma de Jesucristo entonó este himno sagrado en reconocimiento al Verbo, que es su soporte en cuanto su Creador y Dios, y para rendir adoración al Verbo que procede del Padre y que, como él, es Dios: El, mi Dios, yo le glorifico, el Dios de mi padre, a quien exalto (Ex_15_2). Dios, el Padre, dio su aprobación a todo lo que haría el Salvador, aceptando las alabanzas que su Hijo suyo, al encarnarse, le tributaría en nuestra naturaleza. En cuanto hombre, lo exaltaría y glorificaría en la tierra y en el cielo. Todo está presente ante Dios.

            En esta primera batalla en contra de aquel que después endureció el corazón de Faraón y de los pecadores, el Verbo Encarnado salió victorioso, rechazando a todo el ejército de los espíritus rebeldes a los que el dragón engañó. Con este triunfo venció además a todos sus partidarios, [1258] que no hacen otra cosa que reunir algunos despojos de su derrota, ya que el vencedor no quiso exterminarlos del todo, a fin de que, en su debilidad, manifestaran la gloria del Hombre-Dios, que es el signo de sus victorias y triunfos. Un guerrero el Señor. Omnipotente es su nombre. Los carros de Faraón y sus soldados precipitó en el mar (Ex_15_3). Los enemigos del Verbo Encarnado fueron abismados y tragados por las olas del Mar Rojo de su sangre, que ahogó los pecados cometidos por su malicia: La flor de sus guerreros tragó el mar de Suf: cubriólos el abismo, hasta el fondo cayeron como piedras (Ex_15_4s).Todos se perdieron al no poder penetrar los designios de Dios, ni el abismo inexplicable de su divino amor, permaneciendo insensatos, insensibles y obstinados en su rabia, al igual que una piedra. Nada comprendieron de estos misterios. Tu diestra, Señor, relumbra por su fuerza; tu diestra, Señor, aplasta al enemigo. En tu gloria inmensa derribas tus contrarios, desatas tu furor y los devora como paja (Ex_15_6). La diestra, el poder y la fuerza de Dios aparecieron en toda su maravilla al hacer resplandecer la gloria del Verbo Encarnado, lo mismo que las obras milagrosas que realizó. Dios vio, tanto en la eternidad como en el tiempo, la secuencia de todas las victorias del Verbo Encarnado, así como la ruina de sus enemigos a los que dispersó y seguirá disipando como cenizas de paja que se lleva el viento. Un débil soplo de su justa cólera los hizo desvanecerse, reduciendo al polvo su orgullo, que los impulsaba a subir, por presunción, hasta su mismo trono.

            El rey de los soberbios dijo que se sentaría sobre el monte de la alianza del lado del Aquilón, en igualdad con el Altísimo: Al soplo de tu ira se apiñaron las aguas (Ex_15_8). Con el hálito de tu furor, oh Dios, sumergiste a los enemigos de tu gloria, y con el de tu amor reuniste todas las aguas de las gracias para derramarlas abundantemente en María, y mediante los ríos que manan de su Hijo y de ella, a los demás elegidos que ocupan los sitios de los ángeles rebeldes que tu justa cólera arrojó del Paraíso, precipitándolos a los abismos del infierno. Se irguieron las olas como un dique, los abismos cuajaron en el corazón del mar (Ex_15_8).Contuviste el flujo y reflujo de las aguas de la gracia en el alma del Verbo, que fue colmado de una gracia infinita. Entregaste a tu Hijo humanado sin medida de ángel ni de hombre, abriendo además un abismo en medio del mar, hasta que el océano de la divinidad fue detenido y contenido en el mar, es decir, en el seno de María, por ser tu voluntad que el Verbo se encarnara únicamente en una carne pasible y mortal. [1259] Dijo el enemigo: Marcharé a su alcance, repartiré despojos se saciará mi alma. Sacaré mi espada y los aniquilará mi mano. (Ex_15_9).De aquí proceden la rabia y envidia del demonio, que resolvió perseguir al Hombre-Dios y a la humanidad, en especial a los elegidos, mediante el fuego y del hierro. Jamás desiste, imaginando la obtención de ricos despojos a costa de ellos: Mandaste tu soplo cubriólos el mar; se hundieron como plomo en las temibles aguas (Ex_15_10). Sólo el soplo del Verbo Encarnado los disipó y anegó en su justo rigor, que se mostró como un mar embravecido a causa de sus mismas iniquidades, y en agradecimiento a la liberación del yugo de su esclavitud.

            Como figura de los beneficios que concederías a la humanidad en la Encarnación, mandaste a tu pueblo que guardara perpetua memoria de la libertad que recibieron al salir de Egipto bajo la guía de tu omnipotente brazo, que obró tantas maravillas a favor del pueblo elegido, castigando a Faraón y a todo su ejército al abismarlo en las olas del Mar Rojo, que poco antes dio paso, en medio de su seno, a tu pueblo, con el que hiciste un pacto eterno y una alianza indisoluble, dándole leyes de amor a fin de que fuera tu pueblo para siempre, admirando sin cesar al que era el Señor de las victorias.

            Me sumergí en una gran confianza, en tanto que el Dios de bondad me acariciaba amorosamente, prometiéndome renovar en mí sus admirables misterios. Esto no sucedería sin una iluminación angélica y divina, añadiendo que su bondad, mediante un favor muy señalado, me había dado hacía algún tiempo a san Miguel, el cual me iluminaría por medio de grandes resplandores. Para que pudiera yo comprender la Sagrada Escritura, me asignó a san Jerónimo; y para enseñarme la teología mística, a san Dionisio.

            Mi divino amor quiso conversar conmigo acerca del placer que experimentó la divinidad a la vista del sacrificio que ofreció David con el agua de la cisterna de Belén, enseñándome que con ello quiso vencer al mundo y a la carne, humillándose y anonadándose ante la Encarnación. El Verbo venció al mundo al escoger las mortificaciones, sobreponiéndose a las delicias y contento de los sentidos, tomando como figura de sus privaciones el sacrificio que el Rey-Profeta le ofreció al privarse de beber del agua tan deseada, que tres de sus soldados sacaron del pozo para él con riesgo de su vida.

            Con ello representó a Jesucristo, que fue la única de las tres personas divinas en ofrecer el sacrificio, entregando generosamente su vida y privando a su naturaleza humana del soporte humano, cuya condición quiso tomar con todas sus debilidades, a fin de morir y padecer en ellas. Pudo haberla tomado impasible, pero quiso asumirla pasible y mortal, mostrando con su muerte el amor que tenía a su Padre, al que deseaba satisfacer en rigor de justicia ofreciéndose en sacrificio [1260] cual agua purísima que subió hasta la vida eterna, ya que, en su anonadamiento, no dejó de ser igual a su Padre, sin causarle detrimento.

            Tenía la forma de Dios, a pesar de lo cual se manifestó en la de siervo, en quien Dios se glorificaba y cuyas lágrimas y plegarias recibía complacido. El fue escuchado a causa de su reverencia; pudiendo optar por la dicha, aceptó la cruz, privando a su cuerpo y a la parte inferior de su alma de la gloria que le era debida, gloria que es un río sagrado que alegra a toda la ciudad de Dios, de cuyas aguas el cuerpo y la parte inferior del alma del Salvador tuvieron sed. Debido a la unión que tenía con el soporte divino que los apoyaba, tenía derecho a beber de agua tan deliciosa, mas quiso privarse de ella por el amor que tenía a su Padre en cuanto Verbo hecho carne, como ya dije antes.

            Quiso pagar a su justicia más de lo que la humanidad entera le debía, manifestando así la grandeza del amor. De dicho exceso pudieron conversar Moisés y Elías con el divino Salvador sobre el monte Tabor, admirando el milagro de treinta y tres años que el amor había obrado al suspender su gloria, privando su cuerpo sagrado y la parte inferior de su alma bendita de lo que les era esencialmente debido: un torrente de delicias.

            Rey de amor, cuán mezquino y cruel te muestras para contigo mismo, siendo en cambio pródigo y amable en extremo con tus súbditos, privándote de tus derechos para darles lo que no les debes, y que ellos no reconocen. Perdón, Señor, por nuestras faltas; tu amor es la victoria que ha vencido al mundo, al igual que nuestra fe.

 Capítulo 216 - Maravillas que Dios comunicó a nuestra naturaleza en su Encarnación. Escogiendo el seno de la Virgen manifestó las admirables invenciones de su divino amor.

            [1261] Un día, al encontrarme en una sublime elevación de espíritu, junto al corazón de la Virgen, vi en una altísima contemplación al amoroso Espíritu Santo obrando el inefable misterio de la Encarnación en el seno de la misma Virgen, reuniendo su sangre y formando con ella el cuerpo virginal en el que infundió al mismo tiempo un alma gloriosa perfectísima. Percibí al mismo tiempo el poder del Altísimo sirviendo de sombra sagrada a los ardores del sol de la divinidad, que hubiera consumido a la Virgen, en tanto que el Verbo se acomodaba a la debilidad humana de aquella a la que escogió para ser su madre, revistiéndose de su carne inmaculada y de su santa humanidad como de una vestidura confeccionada para su divina persona.

            De este modo se hizo el sagrado compuesto de un Hombre-Dios y de Jesucristo, cumpliéndose en él las palabras de David: Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos; por el soplo de su boca toda su mesnada (Sal_33_6); ya que por el Verbo el cielo de la Virgen fue apoyado y afirmado, para que siguiera siendo Virgen al mismo tiempo que madre. El Espíritu Santo adhirió a este firmamento todas las virtudes a manera de astros brillantes.

            Al realizarse tan maravillosa concepción, vi un pabellón real con franjas de oro, ideado por un artífice prodigioso, que cubría al recién concebido Jesús. Dicho pabellón no era otra cosa que el corazón y el seno de la Virgen, del que salían flechas puntiagudas que se dirigían al cielo como para herir amorosamente el corazón del Padre eterno, al que vi suspendido en el aire, teniendo entre sus brazos a su Hijo crucificado, como en ocasiones se le pinta, y al Hijo llevando en la cabeza una corona de rayos de la que salían flechas que tocaban el rostro del divino Padre sin causarle daño. Dichas [1262] saetas herían más bien la cabeza a la que coronaban, causando una herida amable para aquel que la recibía. Al fin se desvanecieron las flechas, apareciendo el Espíritu Santo en su lugar, para señalar que sólo habían sido descargas amorosas del Espíritu de Amor.

            Vi, además, un ángel muy bello que contemplaba con un respetuoso asombro todas estas maravillas, así como varias diademas de oro preparadas para coronar un corazón.

            No terminaron aquí las divinas imágenes mediante las cuales Dios descubrió a mi alma, como por medio de símbolos, lo que sucedió divinamente en este misterio, el más grande que Dios haya obrado jamás fuera de sí.

            Me fue mostrada, por tanto, una hermosa fuente con tubos de plata diseñados a manera de órgano, de los que brotaba en dirección al cielo un agua clara como el cristal o la plata derretida, que formaba una esfera perfecta. Dicha fuente, como pude saber, representaba a la Virgen; el agua argentina, al Salvador; los canales eran los sentidos de la Virgen, mediante los cuales el Salvador se elevaba al cielo; pues a pesar de que el Verbo estaba en el seno del Padre, Jesucristo se encontraba, en cuanto a su humanidad, prisionero voluntario en el de su madre. Como no podía valerse de sus sentidos en ese estado, a menos que tuviera conocimientos independientes de los sentidos exteriores y de los órganos del cuerpo, si deseaba obrar lo hacía a través de la Virgen. También san Juan saltó al oír la voz de aquella que sirvió de órgano al Verbo, el cual se expresaba por su medio, santificando de este modo a san Juan en las entrañas de Isabel.

            En otra visión conocí que el chorro que se dirige al cielo significa el gozo que fue común a la Virgen y al Padre eterno a causa del Hijo común e indiviso que ambos tenían a la vez. Fue ésta una bondad del Espíritu Santo, por cuyo poder se hizo esta obra, el cual está unido al Verbo y al Padre en una circumincesión y un ciclo admirables, cuya conclusión es el mismo Espíritu, si se me permite la expresión.

 Capítulo 217 - Amor, grandeza y fuerza de María, madre de Jesucristo, colaboradora suya en la redención.

            [1263] El divino rey pacífico, al repasar en su mente a todas las criaturas a las que deseaba crear, escogió entre todas y sobre todas una madre a la que hizo digna de él, tanto cuanto una simple criatura puede ser digna de convertirse en madre del creador y colaboradora del Redentor.

            Para poder participar en ello, debía estar exenta del pecado y de la tendencia a caer en él. Antes de convertirse en madre del liberador, debía ser preservada del pecado por naturaleza, exenta de la deuda de éste y liberadora mediante la gracia que le estaba reservada antes de su concepción, al grado en que podría casi afirmarse que la gracia fue su reclusión, y que Dios planeó convertirla en maravilla de sus maravillas, no sólo en presencia de los ángeles y de los hombres, sino en su presencia, a la manera en que Dios puede admirar sus obras.

            María es obra del Altísimo. Es el vaso admirable en el que el Verbo divino quiso encerrarse, y por concomitancia el Padre y el Espíritu Santo, que no encontraron nada más augusto y fuerte en el cielo empíreo para hacer detenerse en él. La belleza de María sobrepasó la de todos los ángeles que están en la visión de la gloria, visión gloriosa que los hermosea. El sol de justicia la quiso semejante a él, porque debía ser su madre en la aurora de su concepción, en el medio día de la del Verbo divino, y en el atardecer de su vida, en el que amaneció el día de su coronación, que debía iluminar la eternidad como un medio día perenne.

            Si Dios hubiera permitido a sus rayos aparecer y caer a plomo sobre la tierra, toda ella se hubiera consumido a causa de sus ardores. Las tres divinas personas los recibían como ella se los comunicaba, a manera de un admirable retroceso, relación y circumincesión diferente a la que existe entre las tres hipóstasis de la esencia divina, la cual es propia de ellas, independientemente de cualquier simple criatura.

            [1264] Lo anterior, sin embargo, se debió a una divina esplendidez de la bondad amorosa, que se complació y se complace en comunicar a María privilegios que desconocemos. Los ángeles no poseen la fuerza suficiente para soportar estos destellos de luz porque la hoguera que los produce es demasiado ardiente para ellos. A pesar de que se les compara con la llama del fuego, y que los serafines sean espíritus encendido, sólo las tenazas de las dos naturalezas pudieron permanecer nueve meses en medio de esta hoguera. El Espíritu Santo es el guardián de sus llamas en ella, al mismo tiempo que la cubre con su sombra.

            El Arcángel Gabriel no vaciló en detenerse ante ella; es decir, contemplarla, exclamando a una con sus compañeros: ¿Quién puede resistir ante tu faz, bajo el golpe de tu ira? (Sal_76_8). Las tres divinas personas redoblaron su amor, por así decir, abrasándose e iluminando las potencias de un incendio inefable. Si el Espíritu Santo no hubiese obrado una reacción antiperistáltica en medio de la concepción del Verbo divino, la Virgen se hubiera consumido del todo; no habría quedado materia para revestir al que, existiendo en la forma de Dios, bajó a las entrañas de María para tomar la figura y forma de siervo, de suerte que quiso anonadarse como si se le hubiera dicho: ¿Qué vas a hacer? ¡Ten mucho cuidado!

            Tomaré sobre mi soporte divino una naturaleza débil, venida de la nada, privada de su propia sustancia. Me manifestaré al exterior como hombre y nada, a pesar de ser Dios, apoyando divinamente dicha naturaleza humana con mi divina persona. El Padre hará ver en ella su poder; yo, mi sabiduría y el Espíritu Santo, su bondad.

            Al moderar los ardores propios del fuego divino, nuestro divino poder obrará esta maravilla, ocultando el fuego en el seno de la Virgen sin quemarla para nada, a pesar de ser tan delicada: Hoy se anuncia un misterio admirable. Al renovar la naturaleza, Dios se hace hombre. Lo que ya existía permanece, y lo que no, es asumido sin que ocurra en ello mezcla ni división.

            La unidad divina no desea causar división: el Verbo divino seguirá siendo lo que es, y tomará para sí lo que no era, sin mezcla, confusión, o división: Grande es el Señor que la hizo; en sus palabras se alegrará. En cuanto ella diga: Hágase en mí según tu palabra, él se hará carne.

            [1265] Desde el primer instante de su concepción, María fue el tabernáculo levantado para el sol divino; la gracia más grande que jamás haya sido concedida. Dios acudió con pasos de gigante, como un esposo enamorado. De Dios a María, y de María a Dios, existe una distancia infinita si la consideramos como criatura; pero de Dios en María, en consideración de las demás criaturas, existe una unión muy íntima, por ser ella la más próxima a la divinidad. Por parecido y por afecto, está destinada a ser reina de los ángeles y de los hombres, a ser madre de Dios. Es ella quien debe coronar al Hombre-Oriente sobre la tierra, y ser rodeada por el mismo sol en el cielo.

            El Verbo divino jamás se hubiera hecho hombre si María no hubiese sido creada, no viniendo a la tierra sino en triunfo, para confundir al ángel soberbio que se le había opuesto en el cielo, a causa de la grandeza que destinaba a esta mujer, que le mostró como un gran signo.

            No quiso triunfar a pie, sino en este carro glorioso que trajo del cielo a la tierra; carro que fue una litera que hizo para él con el ingenio de su sabiduría. Quiso hacerla de madera del Líbano, del cedro más alto que hubiera en su fértil montaña. Las columnas fueron talladas por él, y no por sus ángeles. Fueron éstas las gracias más puras y argentinas dignamente concedidas y colocadas en María. La subida fue regiamente enrojecida con la púrpura divina y humana del delfín del Padre eterno, y de la infanta de David, la cual ensalzó su genealogía hasta la divina persona del Verbo, y, por concomitancia, hasta el Padre y el Espíritu Santo.

            Jesucristo, hijo del hombre y verdadero Hijo de Dios, no encontró apoyo o reclinatorio digno de él sino en María, su lecho dorado, perfectamente bien construido con oro fino, macizo y brillante; es decir transparente. Es éste el espejo del Verbo, su Hijo, así como éste, a su vez, es el del Padre en proporción a lo que una madre creada puede ser el espejo de su Hijo Encarnado. Si María fuera Dios, no opondría estas reservas; pero como no lo es, es necesario entender en todo momento las desproporciones dentro de las más sublimes proporciones.

            [1266] En medio de María, la litera sagrada, se posó la caridad para las hijas de Jerusalén, para gloria de los ángeles y la salvación de la humanidad. María fue hecha reina de caridad, a fin de convertirse en la dama de las dos naturalezas: la angélica y la humana. Más aún: el Verbo Encarnado, su hijo, la reconoció como madre y Dama suya, sin menoscabo de su divina grandeza. Su abajamiento lo convirtió en sujeto de esta emperatriz, quien le dio órdenes y le mandó obedecer a san José. La sujeción de treinta y tres años, al igual que los rigores de la muerte ignominiosa y cruel que, al final de su vida, los verdugos le hicieron soportar, sería amable para él por ser hijo de María, la cual lo acompañaría hasta el Calvario para consumar la salvación del género humano según las Escrituras.

            El consumará el holocausto de amor en presencia de la madre del amor fuerte, así como su amor fue más fuerte que la muerte de su Hijo, que era su vida más preciada. Ella se mantuvo de pie, mostrando que sus lámparas eran de fuego y llamas, a las que los torrentes del mundo, de la carne y del demonio son incapaces de extinguir, y que arderán por toda la eternidad. ¿Quién de nosotros podría haber soportado el Calvario, al lado de esas llamas infinitas? Sólo el predilecto de Jesús y Magdalena, su enamorada, que estaban abrasados de caridad, tuvieron el valor de resistir el asalto de todas las criaturas y del mismo Creador en contra de su Hijo amadísimo, que se confesó abandonado de su divino Padre, en tanto que su madre permanecía firme y en pie delante de la cruz. Pero, ¿qué digo? Ella estuvo en la cruz porque vivía más en su Hijo, al que amaba, que en su cuerpo, al que animaba.

            Cuán ardientemente decía a su querido Jonatán que su alma estaba adherida a la suya, que ella moría de buen grado junto con él, que era el escudo de Israel, el ungido del Padre eterno y el que hacía temblar al infierno y a todos los espíritus incircuncisos. Me refiero a los soberbios demonios, que no quisieron renunciar a su arrogante ambición de ser semejantes al Altísimo, desafiando al Hijo de la diestra divina. ¿Qué no diría ella al divino Padre, acerca del valor y obediencia de Jesucristo, el amabilísimo Jonatán que jamás dio paso atrás, sino que moría para salvar al género humano, mostrando así que amaba a su Padre? El arco de Jonatán jamás retrocedía (2S_1_22). María y Jesús que tanto se amaron en la vida oculta que llevaron durante treinta años en una luz inefable, no quisieron separarse al morir: Ni en vida ni en muerte separados, más veloces que águilas, más fuertes que leones (2S_1_23). Estas dos águilas, elevadas en su contemplación, son leones en su fuerza, en su paciente dulzura. María no murió al ver morir a Jesucristo, su vida tan querida.

            Hijas de Jerusalén, alégrense al llorar la muerte de Jesús y de María, porque esta muerte las reviste de la sangre más pura que jamás haya existido ni existirá. Es la verdadera púrpura real y el divino carmesí. Los dos ciñeron su frente con una corona de oro purísimo y brillante, que es el amor de caridad: no hay amor más grande que el de morir por sus amigos, amor que poseen el verdadero Jonatán y su madre, María. Ellos no quieren que diga yo por sus enemigos, porque, aunque pecadora, aman a la humanidad, odiando sólo el pecado. Jonatán, hijo mío, si el amor no te hubiera hecho mortal, jamás hubieras muerto en el Calvario, en el que te ofreciste porque así lo quisiste: Se ofreció de su propia voluntad. ¡Jonatán, hijo mío, por tu muerte estoy herida! En extremo querido, más delicioso que el amor de las mujeres; así como ama una madre a su hijo, así te amaba (2S_1_26).

            Estoy doliente por ti, Jesús, hijo mío, el más hermoso de los hombres y de los ángeles, y esposo amabilísimo de todos. Mi querido hijo, amado de manera única por tu única madre, que jamás cederá ante ninguna otra en amor; ¿cómo es que estás clavado sobre el madero sin que yo esté contigo, para expirar con un suspiro en el momento mismo en que entregarás tu espíritu? Si tú eres mi vida, yo muero en tu muerte.

            Señora mía, él nos deja su vida al dejarte a ti. ¿Qué haríamos sin madre, habiendo perdido a nuestro Padre? A ti fueron confiados el pobre y el huérfano, de quienes eres protectora. El te encomienda a san Juan en calidad de hijo, y a él ordena que te respete como a su querida madre. En este hijo estamos comprendidos todos. Tú eres nuestra querida madre, y nosotros tus hijos muy amados. Sé nuestra abogada con nuestro padre David, a fin de que poseamos el reino pacífico del santo y sagrado amor.

            [1268] Pide a nuestro Padre David, que yace en el lecho de la muerte, que sea nuestro Rey en el reino que su Padre eterno le ha entregado; que así como su Padre lo preparó para él, lo prepare para nosotros, que deseamos imitarlo hasta la muerte de cruz, a la que deseamos subir no en Gijón, sino en el Calvario, en compañía de Sadoq, el justo, de Natán, el donado, y de Benanías, el hijo del Señor (1Re_1_45).

            El mismo Jesús, empero, es el justo, el entregado por Dios y el hijo del Señor. Que este sumo sacerdote vierta sobre nosotros la unción sagrada de su divino amor, que hace aparecer y ser verdadero rey para vivir eternamente en el reino eterno a la diestra del Padre, donde el Hijo quiere que tengamos un trono supremo junto a él. No rehusamos hacer, en proporción, lo que él hizo, aunque carezcamos de su amor y fuerza, por ser hijos delicados con los que su paternal bondad es providente. Construiremos un templo a su divina majestad en medio de nuestros corazones con los diversos materiales que nos dejó: sus méritos y los instrumentos de su Pasión, que derramaron su preciosa sangre por la salvación de todos. Debido a ella no fue rechazado por su eterno Padre, por haberla vertido por los pecados de los hombres; es decir, fue aceptado a causa de su reverencia.

            En él tenemos la redención: el perdón de los pecados. El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles los tronos, las dominaciones, los principados, las Potestades, todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos Col_1_4s).

            Al constituirnos salomones pacíficos, nos da su trono y su corona, transformándonos en templos sagrados para habitar en nosotros con el Padre y el Espíritu Santo, y al amparo de la nube blanca: la Virgen santa que es su madre y la nuestra, [1269] por ser esa la voluntad de este Dios de amor, de poder y de grandeza, que la escogió para colaborar en la salvación de los hombres, tomando de ella el cuerpo que ofreció al morir en la cruz, el cual sigue dándonos en el sacramento de la Eucaristía para hacernos uno con él. Así como el Padre y el Espíritu Santo moran en él, él mora en nosotros, y por su mediación somos también unidos a su amorosa, fuerte y augusta madre, porque ambos son una misma carne, y, en la caridad, un espíritu y un solo amor.

Capítulo 218 - Lágrimas del Verbo Encarnado en el día de Ramos. El reino de Saúl, pedido por los hombres, fue de cortísima duración. El reino de David es figura del reinado del Salvador, que es infinito. Grandes favores que me concedió su bondad.

            [1271] El día de Palmas, o Domingo de Ramos, al considerar a mi divino Salvador, el Verbo Encarnado, montado sobre una asnillo y llorar, le dije: Señor, pareces verificar el dicho de muchos: que tus lágrimas fueron vertidas inútilmente, por derramarlas sobre la cabeza de un asno, animal que representa la estupidez de este pueblo, que no supo sacar provecho de ellas. Esto es lo que me aflige. Viértelas sobre mí, y ayúdame a comprender tus voluntades.

            Después de estas consideraciones, me vino a la mente que Samuel pidió al cocinero que guardara el lomo de la víctima cuando consagró rey a Saúl; ceremonia que omitió al consagrar a David, debido a que David debía poseer el corazón de Dios y entregarle el suyo a cambio, mediante el cumplimiento de su voluntad.

            Por el contrario, Saúl, en su desobediencia, volvería la espalda y los hombros a Dios, y Dios a él, abandonándolo en castigo de su rebeldía e infidelidad. Los judíos, ingratos ante los favores divinos, quisieron tener un rey que caminara delante de ellos, al igual que las otras naciones, sin pedir que caminara en presencia de Dios y que fuera según su corazón. Dios, para satisfacerlos, les concedió uno, que desobedeció sus mandatos. Por ello lo rechazó y escogió para sí a David, hombre según su corazón, que debía ser fiel y procurar la gloria de Dios, que lo había elegido.

            [1271] Comprendí que el reino de David fue figura del de Jesucristo, su Hijo. David, por su obediencia, mereció que Jesucristo tomara carne de su simiente y eternizara su reino. A esto aludió el ángel Gabriel cuando dijo a la Sma. Virgen: El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin (Lc_1_33).

            El Profeta Isaías anunció que el divino Salvador entregaría su alma, que vería una generación muy numerosa y extendida, y que sería el Padre del siglo futuro. Era él quien, al morir, debía destruir el imperio de la muerte y conquistar el universo con sus sangrientos combates, dándonos la paz al hacerse la guerra. El debía ser clavado sobre el madero para soltar las ataduras de nuestras culpas. San Pablo asegura que se entregó a nosotros para ponernos en paz con su Padre. Hablando a los Colosenses, les dice: Perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_13s).

            El divino Salvador entró en la ciudad de Jerusalén con magnificencia. Todos gritaban: Hosanna al Hijo de David, Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas. (Lc_19_38).

Capítulo 219 - El óleo de la unción que Magdalena vertió sobre la cabeza del Salvador después de haber ungido sus pies, manifiesta la eternidad de su reinado y la magnificencia de tan admirable enamorada.

            [1272] El lunes de la semana mayor meditaba en cómo Magdalena fue a Betania para ungir la cabeza y los pies del Salvador, y en que sólo se unge la cabeza de los reyes de la tierra.

            Comprendí que para éstos, su reinado era temporal y finito, y que su reino carecía de una divina y eterna subsistencia. El del Salvador, en cambio, es eterno e infinito y su reinado sin fin. La muerte, que separó su alma de su cuerpo durante cuarenta horas, no pudo dividir su reino, ya que Pilatos lo declaró rey sobre la cruz por mandato del divino Padre. Aunque el Procurador ignoraba la orden de lo alto, la ejecutó como si la supiera, al decir: Lo escrito, escrito está (Jn_19_22). Si no hubiera temido al César, lo habría reconocido y tenido por rey de los gentiles y de los judíos.

            [1273] Dicha unción de pies señala que, de la cabeza a los pies, no hay en Jesucristo algo que no sea real. Su cabeza es de oro preciosísimo, y sus pies se apoyan en bases de oro. Es eterno sin principio, es infinito; es decir, sin fin. Todos los reyes creados son finitos y sus reinados están muy lejos de ser eternos.

            El divino rey acude con toda bondad a la hija de Sión. Se dirige después a Marta y a María, las cuales lo reciben en su casa. Nadie lo invitó en Jerusalén el día de su entrada real, no interesándose en experimentar los efectos de su bondad, que él fue a compartir con Magdalena y Marta, que lo amaban y eran tan queridas por él.

            Escuché que Magdalena encumbró los altares, los sacrificios y las unciones por encima de los antiguos patriarcas. Su fervor fue mayor que el de Abraham por haber recibido al Salvador peregrino con mayor magnificencia. Ella no recurrió al agua elemental para lavar sus pies sino a la de su cabeza, que vertió por los conductos de sus ojos calentándolos con el aliento de su boca, besándolos sin interrupción y respirando su amor al espirar sus pecados. Para secar los pies de Jesús, desató sus cabellos, utilizándolos como lazos para ligarse a ellos.

            Magdalena hubiera querido ser la víctima de aquel que, por ser fuego devorador, puede consumir divinamente. Sus pies sagrados son el altar de oro; sus muslos y piernas, dice la esposa, son de mármol y se apoyan en bases de oro purísimo. Fue ésta la piedra que ella ungió con aceite y ungüento precioso, sobre la cual encontró su reposo. Junto estos pies contempla no sólo a los ángeles, que suben y bajan, sino que reconoce al ángel del Gran Consejo, que es Dios y hombre por ser con-sustancial a su divino Padre y de la sustancia de su santa madre. Es Dios por sublime generación, y hombre por abismal Encarnación. En él encuentra ella la puerta del cielo, que se abre a sus amores.

            Allí recibe no sólo el perdón de sus pecados y la gracia, sino también la altísima alabanza de aquel que ensalza dignamente a su divino Padre. A su vez, los ángeles la elogian con mayor magnificencia que la tributada a David por las hijas de Israel. Ella venció gloriosamente a aquel que vale más de diez mil, el cual la defendió de las críticas del fariseo y de Judas, complaciéndose en aclamar su amor interior y sus acciones exteriores.

            [1274] Magdalena es una verdadera israelita, fuerte contra Dios. Es más admirable que Judith porque no llevó consigo la cabeza de un capitán dormido, sino los afectos de un Dios vivo y vigilante, que no dejó de contemplarla en tanto que ella lo vencía con sus lágrimas, sus besos, sus suspiros y sollozos, que fueron las armas y aparatos de guerra que la hicieron fuerte contra Dios.

 Capítulo 220 - Combate del Salvador en el Jardín de los Olivos, cuya comprensión me concedió mediante la visión de los cuatro jinetes que describe san Juan.

            [1275] El día del Jueves Santo, a eso de las ocho de la noche, sintiéndome sin devoción y habiendo mandado a descansar a mis hijas, me postré al pie del altar en nuestra capilla en presencia del Smo. Sacramento. Al mismo tiempo que lamentaba mi poca devoción y falta de sentimientos, traté de recogerme.

            Mi divino amor no pudo dejarme mucho tiempo sin manifestarme su bondad, atrayéndome a él e iluminándome con una gran dulzura. Me hizo ver el combate que en esta noche libró en el jardín de los olivos con los poderes de las tinieblas y todas las demás criaturas, explicándome admirablemente la visión de san Juan: Salió como vencedor para seguir venciendo (Ap_6_2), visión que me animó a superar lo que se oponía a mi divino amor, diciéndome: Hija, san Juan, mi predilecto, dice en el capítulo 6 del Apocalipsis que vio un caballo blanco, montado por un vencedor que portaba una corona en la cabeza y llevaba un arco. Como tenía la victoria asegurada, marchaba adelante sólo para vencer. Yo soy ese triunfador, porque soy el candor de la luz eterna. Mi santa humanidad se tiñó con mi sangre en este amoroso combate, sangre que no ensucia, sino que lava y blanquea. Por ello, todos los elegidos lavan en ella sus vestiduras.

            Considera mi manera de combatir, que es admirable. Blandí el arco de la oración y la plegaria, dirigiendo palabras y suspiros en dirección al cielo. Me postré y doblé como un arco, abajándome hasta mi rostro como otro Daniel. Cuando escuché la voz de mi Padre, que me leía nuevamente la sentencia de muerte, a la que no objeté, permití a mi santa humanidad ser presa del terror ante los enemigos que [1276] debía combatir, que se presentaron ante mí como tres jinetes: Uno montaba un caballo rojo, y portaba una gran espada, anunciándome la guerra, que yo esperaba generosamente para demostrar que amaba a mi Padre y que deseaba redimir a los hombres. El segundo jinete iba montado sobre un caballo negro. Llevaba una balanza en la mano porque no podía obrar en contra mía nada que la divina voluntad no hubiese mandado, como sucedió con el procurador Pilatos.

            El tercero era la muerte, que iba montada sobre un caballo verdoso seguido del infierno. Tenía en contra mía el rigor de la divina justicia, debido a que me entregué en prenda por los pecadores. Sentí una gran aflicción al ver que los judíos no aprovecharían mi visita. Temí los extremos de una guerra cruel y de un hambre espantosa que tendrían que sufrir en los días de su infortunio, en los que la justicia divina no daría lugar a la piedad tanto para sus cuerpos como para sus almas.

            Vi el mar de mi propia sangre, que comenzaba a correr de todos mis poros. No me velé de tinieblas debido al horror que tenía al pecado. Sopesé los pecados de los hombres ingratos, penetrando el profundo abismo de la justicia de mi divino Padre. Intuí el espanto de la muerte, la cual me hizo palidecer. Mis evangelistas narran mis angustias y aflicciones. Toda la rabia el infierno recaía en mí. Mi Padre permitió a los poderes de las tinieblas que se levantaran en contra mía.

            Mi mayor tristeza se debió a que mi muerte iba seguida del infierno, al que una multitud de gente se precipitaría a pesar de que, al morir, pagué suficientemente por todos y obré una redención abundantísima. Pedí a mi Padre que pasara de mí ese cáliz a la humanidad entera porque iba a morir por ella, aun por los mismos que, a causa de sus culpas, se verían privados de los frutos de mi pasión.

            [1277] Pero, Señor, ¿pagar por lo que jamás será liberado y rescatarlo? ¿Darlo todo para adquirir a aquellos de los que jamás gozarás debido a su obstinación? Esta tristeza, aunada al amor que era su única fuente, dividía su amante corazón, al ver la perdición de su pueblo, por el que había pagado un precio más que suficiente.

            El divino enamorado me dio a conocer, con sentimientos indecibles, que él era el fiel Jacob que luchó con Dios y que venció, derramando en abundancia sangre y agua sobre la tierra. Aunque se le vio afligido y debilitado, su amor venció y salió victorioso del combate en el huerto, que fue en verdad un lugar terrible ya que en él un Hombre-Dios se estremeció. Luchó con el ángel, que tomó el partido de la divina justicia. El amoroso Verbo Encarnado apareció vestido de criminal por haberse cubierto con nuestras miserias. Se dejó persuadir por el ángel, quien le dijo que debía morir. Pidió, como por su mediación, la bendición de su divino Padre, mientras que sus apóstoles dormían, dejándolo solo en aquel combate, en el que sólo esgrimió las armas de nuestras debilidades y miserias. Se dejó vencer por la amorosa misericordia, para no ser vencido por la rigurosa justicia en la persona del pecador.

            La bendición de su Padre consistió en que sería abatido y pisoteado no sólo en su cabeza, sino debilitado en todo su cuerpo. Derramando una sangre purísima, que se infiltró por sus poros, desfalleció, y ya sin fuerzas, se desplomó en tierra.

            Jacob buscaba una esposa. Vio una escala que significaba la santa posteridad que descendería de él. El divino Salvador, que es un esposo de sangre, debía engendrar una multitud incontable de hijos entre los que habría muchos rebeldes y réprobos que harían la guerra a sus hermanos y desgarrarían el seno de sus madres, así como herían ya el de su buen Padre.

            [1278] En este punto, al ver mi alma al divino esposo bañado en su sangre, fue oprimida de amor y compasión. Me pareció salir fuera de mí misma para abrazarlo, deshaciéndome en lágrimas para mezclarlas con su sangriento sudor. Con gusto hubiera tomado su lugar, pero era yo pecadora, y él quería pisar solo el lagar de la ira de su Padre. Reanimando mi esperanza ante su bondad, le rogué que extendiera sobre mí su manto, permitiéndome ponerme y morir a sus pies, y beber junto con él aquel torrente de dolor en el camino.

            Contemplé su sangre preciosa correr sobre la tierra, lengüeteándola con gran deleite. Consideré a esta víctima que se ungía a sí misma con su propia sangre. El es el divino tabernáculo y el templo consagrado por la efusión de su preciosa sangre. Es el Hombre-Dios que nos engendró en medio de trabajos y dolores extremos.

            En medio de estas consideraciones y sentimientos, desee sufrir en compañía de mi esposo, pero las fuerzas me faltaron y caí por tierra. Mi corazón fue presa de un ardor y un fuego extraordinarios, al grado en que las extremidades de mi cuerpo se enfriaron; y si la sangre de mi esposo, que es todo fuego, no me hubiese calentado interiormente, devolviéndome mi color exterior, y adornando mis mejillas como las de su delicada Inés, mis lágrimas me hubieran dejado sin fuerza y descolorida. Sin embargo, mi divino y caritativo amor quiso, con ardor indecible, enjugar el torrente de mis lágrimas y sumergir mis pecados en su sangre, de manera inefable, perdiéndome en ella. Esta dichosa pérdida fue mi ganancia, al grado en que pude decir con el apóstol: Para mí, la vida es Cristo, y la muerte, ganancia (Flp_1_21). Percibí, con una mirada admirable, a la flor de Jesé y de Nazareth rociada con la propia sangre del divino cordero, en el que su amor lavó mi vestidura.

            Consideré a los ángeles de paz llorando amargamente la ingratitud de los hombres hacia su amable Salvador, y cual otro Natanael, mi alma se extasió al ver a los ángeles de gloria avergonzados ante nuestra confusión, que quiso echarse a cuestas el candor de la luz eterna, apareciendo sin forma, semejante a un leproso, eclipsando su belleza en nuestra fealdad. Esperanza de Israel, Señor, todos los que te abandonan serán avergonzados, y los que se apartan de ti, en la tierra serán escritos, por haber abandonado el manantial de aguas vivas, Yahvé. Cúrame, Señor, y sea yo curado, sálvame, y sea yo salvo, pues mi prez eres tú (Jr_17_14).

            ¡Oh mi divino pelícano! tu muerte temporal produjo y me dio la vida eterna, al verme lastimada por la malicia de la serpiente e hinchada por mi soberbia. Te pegaste contra la tierra y, abriendo tus poros por bondad de tu amor, vertiste tu sangre para darme tu vida, sufriendo una tristeza mortal para adquirirme el gozo inmortal. Tu muerte, divino amor mío, es la muerte de mi muerte, porque quisiste sufrir para darme la vida. Si tuviera el fervor del gran san Lorenzo, te apremiaría para llamarme al sacrificio del Calvario, así como él urgió a san Sixto, su Pontífice, no pudiendo soportar el verlo dirigirse solo a su sacrificio.

            Querido amor, me dijiste que debo ofrecer un sacrificio que durará más tiempo; que me dejas para distribuir los tesoros de tus bondades y las luces que has dado a mi alma para iluminar a los que están ciegos a causa de las vanidades del mundo. Quieres que reúna a tus pobres hijas, a las que deseas levantar por encima de la bóveda azulada. Ellas y yo te suplicamos que tu preciosa sangre corra sobre nosotras, no como lo pidieron los judíos, sino para santificarnos; que seamos todas como ovejas que salen de la artesa; que ninguna sea estéril, sino que todas engendren, como el apóstol, hijos de la gracia, formándote en las almas que, en virtud de tu preciosa sangre, sean elevadas sobre los cielos.

            [1280] Que el ángel que te consuela en el huerto las haga salir victoriosas de todos sus enemigos, en virtud de tu sangre, divino Cordero, que quitas los pecados del mundo. Al ver este río de gracia, tu Espíritu de caridad se regocija al considerar la alegría que recibe de él la ciudad celestial, ya que por su medio son introducidas a ella las almas, para reparar las ruinas que los demonios causaron en ella con su rebeldía.

            Estas almas de gloria te alabarán por toda la eternidad, diciéndote: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor (Ap_5_12). Ellas desean morir por ti, ¡Oh Verbo de Dios!, y estar bajo el altar en el que san Juan vio a las almas afortunadas que fueron degolladas por ti, Verbo divino, para ser testigos tuyos: Vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que dieron (Ap_6_9).

            Todas ellas están deseosas de vestir sus túnicas lavadas y blanqueadas en tu sangre. Vestes de inocencia y de caridad que las cubren enteramente, como las que llevaron en otro tiempo las hijas de los reyes que eran vírgenes, como está escrito en el capítulo 13 del segundo libro de los reyes. Ellas serán revestidas de tus méritos, sin temor al enemigo que acecha el talón de la mujer vestida de sol, cuya cabeza es triturada con sus vanos pensamientos. Por haberse elevado tan alto, fue lanzado a los abismos y cubierto de confusión. Los ríos de la preciosa sangre aparecen como rayos luminosos que las revisten de luminosidad. Esta es su vestidura sagrada. Todas suben al santuario envueltas en la preciosa sangre.

            Permíteme decir a todas tus hijas, divino Verbo Encarnado, lo que David dijo a las hijas de Israel, en el día en que fueron revestidas con el manto rojo teñido en tu sangre: Hijas del Verbo Encarnado, lloren lágrimas de amor por la muerte de Jesús, su rey, que las revistió de su preciosa sangre durante los días de su Pasión, a la que consideró como las delicias de su corazón divino y enamorado.

Capítulo 221 - El divino amor se complació en manifestarme y darme a conocer a mi Salvador durante su Pasión a manera de una anatomía. Sufrimientos que ésto me causó en el cuerpo y en el alma.

            [1283] El Viernes Santo, al escuchar el sermón sobre la Pasión de mi Salvador, y la mención del gran número de latigazos que sufrió en su flagelación, escuché una voz interior que me recogió de golpe, invitándome a contemplar la anatomía de un cuerpo viviente, no de un cuerpo muerto, de un cadáver, que no ofendía la pureza en su desnudez, por estar todo cubierto con su sangre.

            Se me dijo que el conocimiento de esta adorable anatomía no se aprende mediante la disección e inspección del cuerpo, sino por el amor, el cual lo hace conocible a sus enamoradas, en tanto que los demás sólo ven los agujeros de sus llagas y las desgarraduras de su cuerpo, por las que corre su sangre.

            Quienes lo aman, sin embargo, entran en espíritu, bajo la guía del Espíritu divino, al interior de este verdadero hombre, el cual les confía maravillosos secretos porque, aunque desgarrado, sigue siendo un ser vivo, no un cadáver. Cuando no tenga más su vida humana, debido a la separación del alma, se apoyará siempre en la hipóstasis del Verbo de vida, quien no abandonará jamás lo que una vez tomó para siempre.

            Mi alma fue invitada por el amor a visitar el cuerpo sagrado del Verbo que es la vida, por ser también el Dios vivo y vivificador. El mismo amor quiso conducirme y ser mi guía.

            Por las hendiduras y aberturas de su cuerpo adorable, vi, en una visión altísima, su espíritu considerando a su cuerpo, del que recibí una luz tan grande y extraordinaria, que quedé toda iluminada. Visité y registré su interior, pasando de su costado sagrado hasta su corazón, al que consideré como el taller de un artesano, porque dicho corazón lleva en sí el arte de amar divinamente. Atrajo a sí el mío con tanta fuerza [1284] y dulzura, que, no pudiendo soportar las poderosas operaciones de su amor, me desvanecí y mi cuerpo fue presa de un temblor que le causó como un favor de dulzura y de dolor. Extendido sobre la tierra, sufrió una poderosa operación que se realizó en mí mediante la fuerza del divino amor. Dije entonces a mi amado: ¡Oh, mi divino Sansón! que pueda yo ser tu vaquilla, la que debe trabajar contigo. Veo tu sagrado cuerpo todo surcado. Los pecadores se lavaron sobre tu pecho, prolongando sus iniquidades. ¡Quisiera extender tu amor a todos los corazones! ¡Ustedes, todos los que pasan por el camino, vengan y vean si hay un dolor comparable al mío!

            Me quejé amorosamente a mi divino esposo porque se iba sin mí a la muerte, como lo hizo san Lorenzo con san Sixto, Papa. El santo levita lamentaba que el santo Pontífice se dirigiera al sacrificio sin su fiel diácono y ministro.

            Pedí a mi divino pontífice el poder asistir a su sacrificio, y que se dignara enviarme el fuego de lo alto para convertirme en holocausto mediante la total consumación de todo lo que era de mí misma y de mi propia vida, y que muriera con él, si esta era su voluntad.

            Se me respondió que se me dejaba para sufrir una muerte más prolongada y para ser asada interiormente, aunque no lo fuera exteriormente como san Lorenzo, y para disponer de los sagrados tesoros de la Iglesia, a pesar de no pertenecer a un sexo que pudiera ser empleado en las funciones que ejercía san Lorenzo. Se me dijo además que era yo favorecida por el soberano pontífice con el gran don de la inteligencia de la palabra de Dios; palabra que podía yo distribuir, por haber recibido de él una comisión que era para mí un misión divina, y que con David estimara esta palabra más que el oro, la plata y todas las piedras preciosas: Más que el oro y el topacio.

            Divino Salvador y Soberano Pontífice mío, como no puedo imitarte subiendo al Calvario y derramando mi sangre, que la llama de tu amor atraiga mi alma hasta ti. Tú dijiste: cuando sea levantado en alto, atraeré todo hacia mí. Muy pronto serás levantado sobre la cruz; no me dejes aquí abajo. Si existía [1285] la costumbre de flagelar a los que debían ser crucificados antes de exponerlos totalmente desnudos a la vista del pueblo sobre la cruz, que sea yo cubierta por tu sangre y que ella anime en mi alma el deseo de derramar la mía por tu amor. ¡Ah, si pudiera ser surcada como tú por el martirio! Pero, ¡ay!, es un favor para las almas generosas que han amado tu amor más que su vida correspondiendo al amor.

            Jesús, tú eres mi esposo de sangre, gracias, gracias por poder ser tu esposa de sangre. Espero que, si no puedo verter la mía, preservarás la tuya para mi santificación, convirtiéndola en un baño precioso para mí.




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DIARIO ESPIRITUAL II Capítulos del 1 al 100

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Capítulo  1 - El Verbo Encarnado es causa de la resurrección y de la vida gloriosa tanto de nuestros cuerpos como de nuestras almas. Por su mediación ofrecemos divinas alabanzas. Los dones de sus conquistas y las claridades que concede a los suyos. 1636

            [1]Mi emperador y mi Dios levántate gloria mía, levántate gloria de los hombres, levántate gloria de los ángeles levántate gloria del Dios vivo, nuestro Padre, el que te despierta del sueño por su Espíritu Santo que es un Dios con él y contigo, tú que produces como él hacia adentro, levántate por tu potencia da vida a tu cuerpo tu que la has dado a todo ser que vive, levántate luz por esencia y por excelencia.

            En Dios alabaré al Verbo (Sal_55_11). Tú eres igual al Padre por ser su Verbo; digno de una alabanza igual a la que recibe. Los judíos te ofendieron por nombrarte en demasía ministro de Belcebú, como llamaban al príncipe de los demonios, el cual no es sino príncipe de las moscas zumbantes en venganza y picantes en malicia, que buscan carroñas como sus presas; moscas del todo inútiles para el bien. Jamás los demonios han hecho bien alguno por su voluntad; por ello, si por naturaleza fueran elefantes en su creación, su malicia los empequeñecería como moscas. Sólo pueden picar a sus adeptos, y anidar en las almas y cuerpos corrompidos y podridos en el muladar de sus malos hábitos, que contrajeron a causa de sus muchos y repetidos pecados, tanto por su propia dejadez, como por la persuasión de Satanás, espíritu maliciosamente engañoso, que es el padre de la mentira y el demonio acusador de la humanidad.

            Levántate del sepulcro; es demasiado el haber morado con los muertos del siglo, entre los que el amor te colocó después de los sufrimientos y angustias de espíritu que la ofensa de un Dios, [2] al que contemplaste despreciado por las ingratas criaturas, te hizo soportar; si hubieras sido ministro de aquel demonio, no habría tenido tanto fervor por la gloria divina, porque él la detesta con un odio rabioso.

            En la divina Trinidad eres el Verbo glorificado y glorificador, como la gloria del Padre que te engendra y la del Espíritu Santo, al que produces con él, el cual te abraza y une a sí gloriosamente. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, desde la eternidad, ahora y para siempre.

            En Dios alabaré a la Palabra (Sal_55_11). En ti, Señor Jesucristo, en ti, Verbo Encarnado, alabaré la palabra que creó todas las cosas. Alabaré al Verbo Encarnado que redimió a los hombres y que vino a la tierra para anonadarse, empobrecerse y vaciarse, por así decir, de la gloria que debía tener en razón de la naturaleza divina desde el primer instante de la Encarnación, ocupando los sitios que los ángeles dejaron vacíos y trasladando al empíreo a los hombres redimidos para retirarlos del poder de las tinieblas, de las que fueron llamados a tu luz admirable, en la que les señalas vías que los llevan al cenit de la gloria cabal. Todos, santos y santas, alaban en el Verbo Encarnado la omnipotencia de la palabra: Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquél que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz (1Pe_2_9s), debido a que en otro tiempo siguieron a Belcebú; es decir, el camino de los demonios, y que ahora sois el Pueblo de Dios (1Pe_2_10), porque el Verbo Encarnado rescató a todos por misericordia, de los que antes no se tuvo compasión (1Pe_2_10), porque no la merecían; pero a pesar de su malicia, ahora son compadecidos (1Pe_2_10).

            A punto está mi corazón oh Dios, voy a cantar, voy a salmodiar, anda, gloria mía (Sal_108_2). Levántate, pues, gloria mía, levántate, salterio mío, y con tus diez cuerdas abate los diez cuernos de la bestia que ha impulsado a los hombres a ofender a tu majestad quebrantando tus diez mandamientos. Por medio de tus siete cuernos de luz, derriba los siete pecados capitales; hálito hediondo exhalado por las tinieblas infernales.

            Te confesaré ante todos los pueblos como señor universal: pregonaré tus [3] alabanzas por todas las naciones, diciendo que reinas desde el madero; que Jesucristo, quien reina crucificado sobre la cruz, sea bendito eternamente. Bendita sea la flor de la raíz de Jesé, que subió al Calvario y se dejó llevar al sepulcro. Bendita sea su alma santísima, que con inmensa compasión bajó a los limbos para liberar a sus cautivos, llevándolos consigo como cautivos del amor de sus bellezas incomparables: Porque tu amor es grande hasta los cielos, tu lealtad hasta las nubes (Sal_108_5).

            Rey mío, te fuiste sobre las nubes para volver sobre blancas nubes, pero glorioso, demostrando que todo lo que dijiste es la verdad, y que tú mismo eres la verdad, el camino y la vida, todo lo cual manifestarás en el juicio universal.

            Entre tanto: Alzate, oh Dios, sobre los cielos, sobre toda la tierra, tu gloria. Para que tus amados salgan libres, salva con tu diestra, respóndenos (Sal_108_6).

            ¿Qué dices, oh Santo por esencia y por excelencia, separado de los pecadores? Yo digo: Ya exulto, voy a repartir a Siquem, a medir el valle de Sukkot (Sal_108_8). Me gozo ante lo que daré, así como doy el reino que adquirí por medio de mi cruz, que cargué sobre mis espaldas. Este es mi principado, predicho por Isaías. Mediré el valle de los tabernáculos, ensalzaré a los míos con mi anonadamiento; alzaré a los humildes, que son los valles en los que moré y reposé en la tierra.

            Mío es Galaad, mía es la asamblea de los testimonios divinos y humanos. Yo verifiqué todo con mis hechos. Mío es Manasés; a mí corresponde conceder la misericordia y el perdón. Como no deseo guardar memoria de los pecados que mis elegidos cometieron, los disimulé con la penitencia que hice por ellos, pagando lo que no robé: lo que cometieron y lo que cometerán los que han de nacer. Efraín, yelmo de mi cabeza (Sal_108_9). Mi cabeza florida y colmada de fruto obsequia a sus amados la heredad que posee por naturaleza y por adquisición. Judá es mi cetro real; yo soy rey en Judá, en el seno de mi Padre eterno, que me comunica su esencia. El proclamó que yo [4] soy su verdadero y amado hijo, en el que se complace. Soy rey en Judá porque soy del linaje de Judá. Yo soy el verdadero rey: Rey de reyes y Señor de señores, como lo muestro en mi muslo y en mis vestiduras; soy rey por nacimiento eterno, rey por generación temporal. Yo soy el león vencedor de la tribu de Judá y el reino de David. Soy el Señor Jesús, Dios y hombre, que durmió con los ojos abiertos: al dormir miró a la muerte para vencerla tanto en el sepulcro como en los limbos. Moab es el puerto de mi esperanza. Soy Padre, tendré hijos propios. Los elegidos vendrán de las tierras más lejanas: Sobre Edom tiro mi sandalia, los extraños se han convertido en mis amigos (Sal_108_10).

            ¿No eres tú, Señor, el que nos ha rechazado, sin ser atraído por nuestra aparente virtud? No, no, Señor, no nos has dejado; fuimos nosotros los que te dejamos. Oh Bondad, tú nos has ayudado en nuestras tribulaciones, al ver que todos los auxilios humanos eran para nosotros vanos e inútiles: Con Dios hemos de hacer proezas, y él hollará a nuestros adversarios. (Sal_108_14).

            [5] Penetra sutilmente todos los cuerpos con tu pureza, para que todos sean uno; di eternamente a los benditos del Padre: Recibid la herencia del Reino (Mt_25_34). Recibe el reino que te fue preparado desde el origen del mundo. Jesucristo, primogénito de muchos hermanos, por ser el mayor de las criaturas; entra en él, porque él entra en ti. Te pertenece; sé suyo, y encuentra en él tu reino de gloria. Goza de la impasibilidad y de una abundante y esencial paz mediante la naturaleza divina, que la ha desbordado sobre y en ti, Divino Verbo Encarnado. Tú harás impasibles los cuerpos de los elegidos, a imitación del tuyo. Por tus méritos reformarás el cuerpo de nuestra bajeza, haciéndolos semejantes al cuerpo de tu claridad. A pesar de que fueron sembrados en la ignominia, resucitarán gloriosos en el último día. A los cuerpos que fueron sembrados en la debilidad, él los resucitará llenos de fuerza; si, mi todo, los cuerpos de los elegidos que fueron creados como animales, resucitarán como seres espirituales.

            Oh Jesús, maravilla de amor en tu primera resurrección, los cuerpos sembrados en corrupción resucitarán para ser incorruptibles por toda la eternidad, para ser transformados de claridad en claridad a imitación y en virtud del tuyo, por obra del Espíritu Santo que será glorificado al iluminarlos con sus claridades. Se tornarán transparentes mediante el poder del mismo Espíritu, cuando todo sea gloriosamente divinizado, para que Dios sea todo en todo. Entonces se cumplirá el anhelo del profeta: nuestra naturaleza volverá a ti, por obra tuya, diez veces más de lo que se había alejado; todos los elegidos te cantarán en Sión una alabanza eterna. Los profetas y todos los santos, con tu gracia, ganaron mil; pero tú, por tu propio poder, ganaste diez mil. Comienza, divino salterio, a hacer resonar las divinas alabanzas. Entona tu cántico divino, Cordero de Dios, y todos los que conquistaste cantarán en seguimiento tuyo. Los cuerpos gloriosos lo harán como laúdes, arpas, órganos, violas y panderos tocados por la delicadeza sacrosanta de los cuernos de luz que brotan de tu cabeza y de tus manos. Todos a una cantarán el cántico de Moisés, pero de una manera más admirable, porque tú eres más que Moisés, ya que, en cuanto hombre, te hiciste siervo de tu Padre, a pesar de que, en tu calidad de Dios, eras Señor en todo igual a él.

            [6] Canta tu dicha, glorioso Señor; todos los elegidos danzarán a tu cadencia: al acrecentarse su gloria, multiplicarán también su alegría. Al verte gloriosamente ensalzado, cantarán a través del mar de vidrio del que son afluentes. Tu cuerpo glorioso es ese mar que está delante del trono; más aún, es el mismo trono de Dios. Ellos cantarán en sus propios cuerpos porque les pertenecen, pero rescatados, elevados y divinizados por ti, al darles en participación tu gloria, así como participan de tu divina naturaleza.

            El Verbo Encarnado es modelo de la vida pastoril por ser el divino cordero que conduce a las almas a las fuentes de agua viva, donde es matizado por diversos colores que su amor le comunica para transformar en si mismo a quienes lo aman.

            Pastorcito, real profeta, ovejero afortunado: háblanos del cuidado que tuvo de ti el gran pastor de las almas. El Señor es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta (Sal_2_3). Verbo Encarnado, ¿Qué me enseñas con estas palabras?

            Hija, Dios es tu pastor. Mi divino Padre es principio de origen. El te alojó en mí, que soy el término de su entendimiento; su presciencia y su providencia moran en mí. El se apacienta con su propia gloria. Yo soy la imagen de su bondad, la figura de su sustancia, en la que se complace y conforta a sí mismo, deleitándose en comunicarme su esencia por vía de generación activa, que yo recibo pasivamente; que yo termino felizmente. Es éste un término delicioso a mi Padre, en el que se proporciona sustento y solaz. Ovejita muy querida, entra en la luz, aliméntate con la hierba fresca de la sabrosa sabiduría; robustécete con este abundante pasto; embellece por completo tu ser, mi toda mía.

            Mas no, soy yo quien, por obra mía, te hermoseo sin decolorarme al hacerte participar de mis colores; lo único que haces es aceptar dulcemente, pareciéndome que sólo te ocupas en recibir de mi Padre lo que mana de su fecunda caridad. Por mediación mía, hija, te concede una vida superabundante a través de la cual, sin esperar a estar en el cielo, puedes contemplar la luz en la misma luz. Cuántas maravillas te comunico en estas palabras. Por prados de fresca hierba me apacienta. Allí, mi muy amada, te adhieres al pecho real y divino a través de mí, como una bebita que presiona amorosamente mi pecho para que te comunique su leche en abundancia. Deseo perfeccionar mi alabanza por encima de todas las aguas creadas, sea por naturaleza, sea por gracia. Quiero alimentarte y levantarte hasta que tu alma sea una con mi Padre, conmigo y con el Espíritu Santo. Hacia las aguas de reposo me conduce (Sal_23_2b). Lo que se obra en nuestro interior es necesariamente insertado por nosotros en ti a través de dones gratuitos y por comunicaciones voluntarias y proporcionadas a la debilidad de una naturaleza creada y levantada por nuestra buena voluntad o complacencia en ti. El Espíritu Santo es la fuente amorosa, el torrente que te arrebata sin perderte, a menos que sea en sus olas, donde estás más segura. Su viento divino te refresca y calienta, todo a una, sin quemarte ni helarte.

            El es quien modera y atenúa el ardor y el frío; como sabes, él es nuestra espiración pasiva, que a su vez nos abraza; como si dijéramos que es nuestro reflejo pasivo, el cual, tanto por circumincesión, como por inmensa contención, como lazo, como beso común, como amor pasivo, nos ama en relación con su principio. En nosotros todo es extremo, todo es moderado, porque la plenitud posee la inmensidad como término, sea de entendimiento, sea de voluntad.

            [7] Este Espíritu de amor te detiene en nuestro amor y te diviniza. Necesitas reflexionar en lo dicho por mí, que soy el Verbo del Padre: él habla y yo digo, porque yo soy su palabra. El Espíritu, que recibe de nosotros su esencia sin dependencia, te es enviado por nosotros para glorificarme. Nada dice de sí, porque él no es la palabra, sugiriendo más bien lo que yo he dicho, advirtiendo pero no como un simple repetidor, por ser él quien produce la ciencia que mi Padre y yo enseñamos por medio de palabras. Nuestras operaciones al exterior son comunes y todos nos damos; mas para mostrarte lo que dije, que glorifiqué a mi Padre y él a mí, dando testimonio en el Jordán y en el Tabor, el Espíritu Santo me glorifica como testigo mío irreprochable, enseñando a ustedes la verdad que les manifiesto: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros (Jn_16_13s).

            [8] El ejerce el oficio de maestro de una manera espiritual, concediendo la inteligencia de mis palabras, tanto las que dije, como las que diré. Gracias a mi oración y a mis méritos vendrá, como mi Padre y yo, al interior del alma. Viene y vendrá de nuevo si el alma es fiel, permaneciendo siempre con ella para consolarla, confortarla, instruirla, calentarla y hacerla renacer con nacimientos admirables, a fin de que pueda ver con claridad en el reino de Dios, y que llegue a él desprendida de todas las cosas visibles.

            El mundo no conoce al Espíritu ni puede recibirlo porque en todo es movido por su malicia, y El es un Espíritu de bondad. El mundo es corrupción mortal de pecado, en tanto que el Espíritu no es hombre mortal para aguardar a los hombres, como yo al estar en el mundo. Como no tiene cuerpo, adoptaría un signo visible porque ustedes son materiales y ante la necesidad de manifestar el sacramento de su misión en el tiempo prístino, para servir de testimonio fundamental de la verdad de mis promesas, así como para revelar a ustedes las tres personas que les nombré, las cuales se declaran a sí mismas singular y distintamente, sea mediante la voz, sea mediante el fuego, sea a través el viento.

            En cuanto a mí, me manifesté de diversas maneras. Pueden conocerme ahora a través de variadas experiencias y conocerán al Espíritu cuando venga y les manifieste todo lo que es necesario para su salvación y la de toda la humanidad. El les dará a conocer que yo estoy en mi Padre y mi Padre en mí. El les enseñará que ustedes están en mí así como yo estoy en mi Padre; que yo vivo y que ustedes viven y pueden verme; al amarme, son amados de mi Padre, el cual, con el Espíritu Santo y yo, venimos a hacer en ustedes nuestra morada.

            Quien a Dios tiene, tiene la paz, no a la manera del mundo, la cual es una falsa paz, sino la paz verdadera del que está despegado de todo lo creado y visible, y que por ello es capaz de recibir al Espíritu Santo. Como ustedes están apegados a mi presencia visible, es menester que me vaya. Si no lo hago, él no vendrá a ustedes. Fueron éstas las palabras que dirigí a mis apóstoles para disponerlos a sufrir la privación de mi presencia visible y a recibir un Paráclito invisible, que les sería dado visiblemente debido a las razones mencionadas, pero que yo permanecería con ellos invisiblemente por toda la eternidad en la tierra, mediante la gracia oculta en el cielo, en la gloria plenamente revelada...

            [9] El Espíritu no sabe de tardanzas; quiere ser prontamente obedecido en aquello en que desea que obre la gracia, exigiendo la correspondencia de la persona a la que es concedido después de que yo sea glorificado en ella.

            Te ha sido dado en abundancia y te apremia porque es fuego, porque es viento, porque es el agua de vida ardentísima: es la vida misma y el mismo ardor. El es pasivo en la divinidad, pero activo en la humanidad; actividad que abrasa y conserva al que está sujeto a él, del que es objeto invisible en sí, pero bien visible y sensible en sus efectos. Mientras estuve en el mundo, fui visible en mi humanidad; pero manifesté muy poco sus efectos a las almas de mis discípulos, debido a que habría tiempo suficiente para conversar con ellos, en caso de que tardaran en conocerme.

            Yo sólo vine para llamar; el Espíritu Santo debía confirmar. Yo, para bosquejar; el Espíritu Santo, para perfeccionar. Yo, para consolar maternalmente; el Espíritu Santo, espiritualmente. Como ya te he dicho, él debía obrar la reflexión, que genera más calor que la simple comunicación.

            Era menester que existiera proporción entre el donante y el que recibe, para dar en cambio un gran amor. Cuando el Espíritu Santo, igual a mi Padre y a mí, vive en el alma, recibe y nos devuelve lo que enviamos a ella. Si, en cambio, ella se le resiste, lo contrista moviéndolo a suplicar con gemidos inenarrables. El Espíritu Santo es el que ora por los santos.

            En cuanto a los réprobos, no les niega el auxilio suficiente y más que suficiente, aguardando a que llegue el momento, y en ocasiones hasta su muerte, en cuya hora no desean convertirse. No son perdonados ni en esta vida ni en la otra, debido a que se obstinaron pecando contra el Espíritu Santo, pecado que no se perdona ni en este mundo ni en el otro.

            El ruega para que los santos lleguen a conocer que sus faltas son de debilidad pasiva o activa. Ora por ellos y en ellos, exhortándolos a pedir lo que nuestra bondad desea concederles.

            El Espíritu Santo es un fiel consolador: Hija mía, es él quien está contigo para inspirarte, guiarte, enseñarte el sentido místico de las escrituras, y descubrirte, junto con mi Padre y yo, la Trinidad de nuestras personas y la unidad de nuestra esencia. Es él quien te enseña sin ruido de palabras, esclareciendo la palabra increada en tu entendimiento. Es él quien te inspira las reflexiones admirables que haces sobre los misterios divinos, reflexiones que arrebatan de [10] admiración a los teólogos escolásticos, quienes saben muy bien que no sólo recibiste el bautismo de Juan, sino que también fuiste bautizada con el del Espíritu Santo; y que no sólo has sido lavada, sino también alimentada y formada en el henchido mar de la divina comunicación.

            Dios de suma bondad, comprendo claramente que eres mi Maestro y mi Pastor, que me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre (Sal_23_3). Que todo esto sea para gloria de ese nombre. Me haces volar por un atajo en lo alto, sobre las sendas por las que guía los justos y tu presencia amorosa me quita el miedo a las sombras de la muerte. No temo el mal que es la privación, porque tú vas conmigo (Sal_23_4); porque tu floreciente cayado siempre tiene flores para mí, atrayéndome dulcemente a ti. Tu vara es para mí apoyo y defensa contra mis enemigos y mi consuelo en la aflicción.

            Unges mi cabeza con óleo de alegría, haciéndome reina por gracia así como eres rey por naturaleza, dándome a beber tu cáliz de amor, el cual me embriaga con su bondad y me hermosea con su belleza, para que aparezca semejante a aquel que se digna amarme, acompañándome a todas partes y en todos mis pensamientos, por su misericordia, todos los días de mi vida e invitándome a iniciar mi conversación en el cielo con sus bienaventurados: Mi morada será la casa del Señor a lo largo de mis día (Sal_23_6). Caminas delante de mí, llamándome con el nombre nuevo que te plugo darme, que pronuncias dulcísimamente en tu amable misericordia para hacerme derretir de paz y de contento, pidiéndote que corones tus misericordias con la corona inmarcesible de la gloria por todos los días de mi vida. Gozo tanto con las dulzuras [11] de tu bondad, que sólo habrá que culpar mi negligencia si no correspondo a la asistencia de tus gracias, que tan bondadosamente me ofreces.

Capítulo 2 - Jesucristo es el día que nos iluminó al salir de la noche. Los ángeles abandonaron a los Judíos para dirijirse a las mujeres, anunciarles la resurrección y manifestarles sus signos. Marzo de 1636

            [13] Mi puro amor, eres admirable en todos tus misterios, pero en el de tu resurrección lo eres en sumo grado. El apóstol nos dice que tu Padre habló de diversas maneras, pero que al llegar el tiempo habló por mediación tuya. Cuando te dignaste nacer en Belén, hablaste a través del silencio. Tu primer nacimiento fue un día que debía ser opacado por el de tu resurrección: El día al día comunica la palabra, y la noche a la noche transmite la noticia (Sal_19_2). Esta segunda noche nos muestra el origen de la primera.

            El segundo día nos dice que tú eres la verdadera luz que huyó de las tinieblas, en las que brilló sin que ellas la comprendieran: sea por desconocerte, sea porque escapaste de ellas por no haberte recibido con el amor que te debían con toda obligación. Viniste a iluminar a los que te recibieron, haciéndolos hijos de Dios y asociándote a ellos en una sociedad inefable como participes y consortes de tu divina naturaleza. Los constituiste herederos contigo, mostrándoles la gloria que tienes como unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad; el cual te engendra por segunda vez, pero ya sin sufrir, expresivo y elocuente.

            Nunca, antes de ti, se había visto ni oído a un hombre resucitado por su propio poder, que hablara de las maravillas divinas y de todo; que se expresara en Dios como tú, que eres Aquel por cuyo medio hizo los siglos, por ser su Verbo, esplendor de su gloria, figura de su sustancia y palabra portadora de su poder.

            [14] Después de obrar la purgación de los pecados, te sentaste a la diestra de su majestad en los altísimos lugares que están sobre todos los ángeles. Como éstos no pueden recibir el nombre de hijo natural, honran sobremanera el mandamiento que recibieron de adorarte en esta segunda ocasión. El amor, por así decir, se duplicó en ellos: poseyeron el fuego a tal grado, que a pesar de que adoptaron cuerpos blancos como la nieve, la llama brillaba en sus ojos cuyas miradas eran como rayos luminosos, prontos a tus órdenes cual ministros de fuego, pero un fuego que abatió a los soldados enemigos y animó el valor de las mujeres, tus amigas, diciéndoles que no temieran: la vida había salido del sepulcro, porque la muerte se había eclipsado de él.

            También les dijeron que Jesús de Nazareth, el lirio en flor, había salido de la tierra con mayor gloria que Salomón, ya que su propia gloria lo revistió cual luminosa túnica y su cuerpo santísimo era luz. Dejó los sudarios que lo envolvían por varias razones y para declarar grandes misterios, diciendo que la sencillez y pureza del Verbo Encarnado no necesitaban de adornos prestados, por ser la belleza misma; que no era menester seguir ocultándolo en la tierra de los muertos, por haberse convertido en la tierra de los vivos, ya que su cuerpo estaba pleno de vida gloriosa.

            El hizo el día de felicidad en el que todos los elegidos debían alegrarse, por ser el día de las bodas y de las revelaciones, por ser él espejo sin mancha, espejo voluntario que se muestra cuando, como y a quien le place. La antigua ley no pudo contemplar este día por tener los ojos legañosos y encontrarse en las sombras bajo los lienzos que con gran reverencia cuidaban los ángeles como señal en la tumba, por temor a que los judíos fuesen a desgarrarlos en caso de encontrarlos, como hicieron antes con la vestimenta de este Pontífice.

            Escuché que los judíos cayeron en bancarrota por haber renunciado a Jesucristo, tesoro del Padre, cuya pérdida declararon dichos espíritus celestiales, afirmando que no quisieron creerles y que estaban hartos de servirlos. Por esta razón aparecieron sentados, pudiendo aplicar a Jerusalén lo que antes dijeron de Babilonia, retirando su fidelidad a todo lo que Dios les había ordenado en cuanto a la [15] antigua ley, y ofreciéndose a servir a los de la ley de la gracia e instruir a las mujeres ya que los hombres no comprendían sus enseñanzas ni las señales que el Mesías les había dado. Los mismos apóstoles no creyeron la verdad que las buenas mujeres y María les anunciaron, hasta comprobar, por sí mismos lo que ellas dijeron: Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían. Pedro se levantó y corrió al sepulcro.  Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido (Lc_24_11s). Hasta que Pedro se encorvó y se humilló en el sepulcro, pudo saber que su maestro había salido de las tinieblas, por ser la luz verdadera y el día por excelencia.

Capítulo 3 - La divina bondad se complace en manifestar sus maravillas sobre los montes, para su gloria y la de sus elegidos. Viernes 28 de marzo de 1636.

            [17] Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron (Mt_28_16s). Dime, gloria mía, ¿por qué no quisiste decir a tu colegio apostólico, encerrado en el cenáculo, que se te había dado todo poder en el cielo y en la tierra?

            Porque quería extender mi evangelio por todo el mundo. El diablo me llevó a la cima de un monte para ofrecerme los reinos del mundo, que eran suyos debido a la injusticia de sus engaños y a la negligencia de los hombres. Quise escoger un monte para decir ante el cielo y la tierra que yo era el Señor universal, el único que posee todo el poder. Fue mi voluntad preparar a mis apóstoles y a mis elegidos cual si fuesen montañas. El real profeta dijo refiriéndose a mí: Tú que afirmas los montes con tu fuerza, de potencia ceñido (Sal_65_7).

            Quise manifestar que yo era omnipotente en virtud de mi divinidad, la cual concedió todo poder a mi gloriosa humanidad, la cual tan cumplidamente mereció el dominio soberano sobre toda criatura. Ella, sin embargo, sólo quiso tomarlo en posesión por la muerte de cruz, mediante la cual todas las naciones recibirían la buena nueva de su salvación. Por esta razón fue levantada sobre un monte.

            Siempre me complazco en mostrar mis maravillas en las montañas; el cielo empíreo es el lugar en el que manifiesto mi gloria; en el paraíso terrenal, tan elevado, deposité la gracia y la inocencia, colocando en él a Adán, de cuyo costado formé a Eva, para mostrar que me complacía en los lugares elevados. Abraham recibió el mandato de ir a un monte para sacrificarme más su voluntad que a su hijo, por el que me di en prenda, lo cual figuró el carnero que se presentó ante Abraham con los cuernos trabados en un zarzal.

            Cuando di la ley escrita, escogí el Monte Sinaí, en el que manifesté mi poder por medio de truenos y relámpagos. Escogí la Judea como el lugar de mi permanencia, [18] porque amo los montes; las solas puertas de Sión me agradan más que todos los tabernáculos de Jacob.

            Al Monte Sión se refirió el profeta cuando dijo: Los que confían en el Señor son como el Monte Sión; estable es por siempre el que habita en Jerusalén (Sal_125_1). Jerusalén, visión de paz donde Dios quiso tener un templo para detener en él su mirada y su corazón; en ella quiso que su pueblo le adorara. Los llevó a su término santo, a este monte que su diestra conquistó (Sal_78_54). Monte que recibió la paz y la comunicó a los valles y collados. David dijo en alta voz: Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? (Sal_121_1). David sabía muy bien que Dios, el Altísimo, desechó la tienda de José y no eligió a la tribu de Efraín: Mas eligió a la tribu de Judá, el monte Sión al cual amaba. Construyó cual unicornio su santuario, como la tierra que fundó por siempre (Sal_78_68). Comprendo, mi divino amor, que tú eres ese poderoso unicornio: mediante el cuerno de tu autoridad estableces y destruyes todo lo que es tu voluntad edificar y destruir.

            No quisiste abrir en público tus labios sagrados hasta el decimosegundo año de tu vida mortal, cuando preguntabas y respondías a los doctores de la ley, reunidos en el templo de Jerusalén, sobre qué profetizaron Isaías y Miqueas al invitar en espíritu a toda la humanidad, diciendo: Venid, subamos al monte del Señor, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos. Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra del Señor (Is_2_3); (Mi_4_2). No me instruías entonces por ministerio de un ángel, sino tú mismo, que eres la única voz y el único camino que debemos oír y seguir, por ser el Mesías prometido. Habla, gloria mía; es tu derecho por ser el Verbo Venerado y Encarnado, que confiere la gracia y el poder a la Iglesia militante, así como el gozo de la gloria a la triunfante.

            Abre tus labios sagrados y envía a los corazones, a través de los oídos de tus escuchas, los frutos del paraíso del amor. Pronuncia las ocho bienaventuranzas, aun en las persecuciones. A ti corresponde albergar dos contrarios en un mismo sujeto. Como eres viajero y comprensor, puedes manifestar las maravillas del cielo y de la tierra a partir del momento de tu Encarnación. Como, sin embargo, todo está ordenado en Dios, en ti, Hombre-Dios, todo se dice y hace por mandato: hablas o callas según la voluntad de tu Padre Eterno, cuyo nombre [19] glorificaste durante tu vida, al morir y al resucitar. En el Calvario te reconoció el centurión como Hijo verdadero y natural de Dios, cuyo amor fue más fuerte que la muerte. El te confirió, con todo derecho, todo poder en el cielo y en la tierra, después de haber sufrido sobre el monte. Dios de mi corazón. Tu confusión tuvo lugar sobre un monte elevado; en este día escoges otro para proclamar tu gloria ante todos tus elegidos, diciéndoles: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt_28_18s).

            Mi Padre ha dado, según mis méritos, un poder total y absoluto. Por eso los envío como doctores al universo, para que enseñen mi voluntad a todas las naciones, bautizándolas con el bautismo de gracia en el nombre del Padre omnipotente, del Hijo omnisciente y del benignísimo Espíritu Santo. Mas para lograr que su doctrina sea plena de energía, observen fielmente todo lo que les he dicho. Estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos con mi presencia invisible, para incrementar la irradiación de su fe, que debe cimentarse en la verdad de las cosas ocultas, aunque reales. Mi presencia consumirá en ustedes todo lo que es secular, destruyendo la vanidad de la forma de este mundo mediante su fiel e inalterable verdad.

            No les muestro y ofrezco darles el reino de mi amor sólo por un momento, como lo hizo conmigo el tentador, presentándome por un solo instante todos los reinos del mundo y ofreciéndomelos si le adoraba, a él, que se ve obligado por mi poder a doblar las rodillas ante mi grandeza aun en los abismos, para confundir el orgullo y la ambición que tuvo de elevar su trono hasta el Altísimo, diciendo que se sentaría sobre el monte del testamento en dirección de Aquilón, en tanto que yo estaría en él de pie, clavado sobre una cruz para librar a los hombres de su tiranía. Hoy pueden decir mis fieles a una conmigo: [20] Muerte, ¿Dónde está tu muerte? Infierno, ¿Dónde está tu aguijón? La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón? Muerte, yo seré tu muerte; infierno, yo seré tu aguijón (1Co_15_54s). Les doy el poder de atar y desatar los pecados; lo que hagan con este poder, se hará en el cielo. Les doy el poder de obrar milagros y prodigios como yo los hice, y aún más señalados en mi nombre: si les dan veneno, no los dañará. Hablen una lengua nueva; sean sencillos, hablen cual ministros del soberano Dios. Arrojen con mi poder a los arrogantes demonios de los espíritus y cuerpos, de los que se apoderan con el engaño, aunque por permisión divina a causa de los pecados de los hombres, y los designios secretos de mi providencia al permitirlo.

            Discípulos míos, vayan por todo el mundo a dar el mensaje de mi paz a los hombres; pero antes de predicarla a los demás, poséanla en ustedes mismos. No los dejaré solos; no volveré a morir, la muerte no tendrá más dominio sobre mí. Si resucitaron conmigo, busquen las cosas de arriba. Animen su fe con una gran constancia: yo he vencido al mundo, al demonio y a la carne. En mí ya obtuvieron la victoria por adelantado. Cada uno de ustedes debe decirse al llorar mi presencia visible: El consuelo huye de mis ojos (Os_13_14), se oculta a mis ojos mortales, porque me veo privado de este objeto admirable, el cual se fue al cielo con todos los que sacó del limbo, a los que manifestó su belleza adorable, haciéndolos felices mediante la participación de su gloria, la cual reparte entre los hermanos (Os_13_15). Deseo sacar fuerza de mi debilidad, porque él quiere ser mi apoyo invisible fortaleciendo mi fe. Como su gloria es mi contento, me alegra pertenecer a la Iglesia [21] militante y participar en los combates en tanto que él goza, en la triunfante, del reino que adquirió para sí. Perdona mis quejas y toma en cuenta mis resoluciones de todo hacer y padecer en la tierra por amor a ti.

            El Rey profeta me prometió que estaría con los que sufren tribulaciones, y que estría con ellos antes de que sus espíritus fuesen sitiados por ellas, para sostenerlos tú mismo, asegurándoles la victoria sobre todos sus enemigos y la gloria que les darás a gozar, amigo el más querido de todos, en la perennidad de la eternidad en el empíreo, en el que te contemplarán por ser el candor de la luz eterna, esplendor de la gloria paterna, figura de su sustancia, palabra omnipotente, imagen de su bondad y espejo sin mancha de su majestad. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria. Amén, Amén. Fin de las oraciones de David, hijo de Jesé (Sal_71_18s). Sólo corresponde a tu diestra, que eres tú mismo, el hacer maravillas tú solo y vencer en la batalla, por ser el Señor fuerte y poderoso; y como rey de los ejércitos, tomar la gloria que te es esencialmente debida. Permite que bendiga el nombre de tu majestad; que, unidas a mí, todas las criaturas te adoren desde ahora hasta la eternidad. Hoy se llena la tierra de tu majestad: Sea su nombre bendito para siempre, que dure tanto como el sol. En él se bendigan todas las familias de la tierra, dichoso le llamen todas las naciones (Sal_72_17). Que todas las criaturas te alaben, porque son benditas en ti. Cuán admirable eres en todo lugar, pero especialmente en los montes, en los que manifiestas tu gloria. Señor, qué bueno es caminar a la luz de tu rostro, rebosando todo el día de una santa alegría a causa de los méritos de tu justicia. Tuyo es el cielo, tuya la tierra, el orbe y cuanto encierra tú fundaste; tú creaste el norte y el mediodía, el Tabor y el Hermón exultan en tu nombre. Tuyo es el brazo y su bravura, poderosa tu mano, sublime tu derecha; Justicia y Derecho, la base de tu trono (Sal_89_12s).

            [22] Como tú llevas las riendas del gobierno universal, que jamás tendrá fin, venos contentísimos al saber que tu júbilo es también el nuestro: Amor y Verdad ante tu rostro marchan. Dichoso el pueblo que la aclamación conoce (Sal_89_15s). Jacob dijo en otro tiempo que bajaría dichoso a los limbos por haber recibido la noticia segura de que su hijo José estaba vivo en este mundo, aunque tuviera que pagar un día de tributo a la muerte. Con mucha mayor razón debemos estar contentos al descender de esta montaña para anunciar a toda la humanidad la alegría de su salvación, y decirle que tú vives con una vida inmortal, y que en ti son ya glorificados; que millones de ángeles te sirven y que todos los bienaventurados bendicen el nombre de tu majestad, confesando con David que sus alabanzas son demasiado pobres y muy limitadas: Fin de las alabanzas de David (Sal_89_15s). Es necesario que tú mismo seas tu propia alabanza, exaltando tu nombre por encima de todos los cielos, porque eres el cielo supremo e igual al Padre y al Espíritu Santo: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

 Capítulo 4 - El alma del Salvador resucitado a la que acompañé en espíritu a los limbos y sobre la tierra quiso unirse a la mía, concediéndome con largueza dones inefables. Testimonios que los cuatro elementos y otras criaturas del cielo y de la tierra rindieron a la resurrección del Rey de la gloria (1636)

            [25] Durante todo el tiempo de Pascua recibí muchas gracias de mi divino Esposo, las cuales, por ser tan variadas, me son indescriptibles. Diré solamente que mi divino Amor, habiéndome recreado con su alegría, porque lo amo, me dijo que el alma de Jonatán al encariñarse con la de David, dio a éste su vestido, su espada, su arco y su cinturón. De manera semejante, él me comunicaría todos sus tesoros, porque durante los días santos había seguido o acompañado en espíritu su alma sagrada en sus jornadas, y por una adhesión que lo complacía me unía a ella. Por esta razón me daría su palabra como ceñidor y espada, para que me sirviese de ornamento interior y exterior. También valdría para salvación de mi prójimo, porque la Palabra es eficaz al ser articulada con amor. En virtud de la sangre del cordero, mis labios serían como un listón encarnado: Tus labios, una cinta de escarlata; tu hablar, encantador (Ct_4_3).

            Por ser la gracia tanto interior como exterior, el vestido sería la santa humanidad con la que me revestía; la espada, el amor que me conglutinaba a su alma bendita. Me dio su gloria en participación, sin disminuir en nada, porque da de sus bienes sin perder algo al comunicarlos.

            El domingo de la octava vi una multitud de pensamientos de diversos colores. Como dichas flores son pequeñas y muy frágiles, comprendí que simbolizaban la debilidad de nuestros pensamientos comparados con la sublimidad y fuerza de [26] los que ocuparon la mente de Dios, por amor a nosotros, en la obra de nuestra redención. Intuí la amabilidad del mismo Dios al recoger los pequeños pensamientos que le presentamos, complaciéndose en dichas florecillas cuando nacen en un corazón colmado de su amor. Comprendí con gran suavidad, a la manera de una madre, al divino Salvador comunicándose después de su resurrección, familiarmente, a sus apóstoles, obrando una infusión de su divinidad y una efusión de su humanidad, y que estas dos palabras, infusión y efusión, no significan lo mismo, como parece a primera vista. La infusión es una comunicación sin disminución mediante un flujo perpetuo que mana de una fuente eterna; la efusión, en cambio, se obra mediante un desahogo que implica cierta disipación y merma del objeto que recibe cierta mengua al comunicarse.

            El Salvador dio su divinidad mediante un soplo en todas sus comunicaciones, tan diferentes y variadas; divinidad que jamás sufrió disminución alguna. La comunicó, junto con su vida divina, a las brasas y al pescado que les dio a comer, sin sufrir detrimento. La zarza ardía sin consumirse, por ser él como un delfín en el mar de la mente divina, que es la fuente de la que recibe su ser divino, en el que vive como en su principio, del que jamás se separa. El pescado se asó debido a que Dios es un fuego que consume, no con una consumación destructiva, sino más bien perfeccionante.

            Antes de recibir los influjos de la divinidad, es necesario adorar la humanidad, mediante la cual El Dios Salvador condujo a sus apóstoles hasta la divinidad, permitiéndoles tocar sus llagas y diciéndoles: Soy yo. Palabras que muestran la inmutabilidad de su sustancia y de su divinidad. La humanidad se comunicó a través de sus heridas y llagas, sufriendo en dicha efusión la disminución de sí mismo, después de la cual dio todavía, mediante otra efusión, la sangre y agua que le quedaban y, al fin, la muerte.

            A las almas comunes y corrientes concede la efusión por las aberturas de sus pies y manos. Desde que es impasible, dejó de sufrir, en estas efusiones, destrucción o disminución. En las almas más queridas y elevadas influye la divinidad por conducto del corazón, a través del costado abierto en el que, como en el medio ambiente de la tierra, obra la salvación y la perfección de estas almas [27] de elección. Allí se obran los flujos y reflujos de afectos sublimes. La miel que dio a los apóstoles significa la humanidad que fue producida por la abeja virgen, que no tiene vida de sí, y la humanidad que poseía la vida increada gracias a su unión con la hipóstasis del Verbo.

            El Salvador pacífico concede la paz porque no habita sino en la paz, de la que gozan las almas a medida que progresan en la meditación y conocimiento de la divinidad y la humanidad del Verbo: Pone paz en tu término. Su morada en Sión (Sal_147_14); (Sal_76_3). Se complació en explicarme todo este salmo; Dios es conocido en Judá (Sal_76_2): las comunicaciones de su divinidad a las almas, la paz, las luces y otras maravillas que obra en ellas, y que constatamos en los apóstoles, a los que se apareció y dio a conocer no sólo la resurrección de su humanidad resucitada, sino que tenía en sí el principio de su vida divina, por ser verdadero Dios y verdadero hombre.

            San Juan dice que los apóstoles y los discípulos creyeron en su resurrección, y San Lucas observa que ellos no creyeron a las mujeres cuando les dijeron que había resucitado: Todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían (Lc_24_11). No hay en ello, sin embargo, contradicción alguna; es que hay almas que ven las cosas en la claridad del Verbo, en los designios de Dios y en su predestinación, cuando a él le agrada concederles estas visiones. Otras, en cambio, sólo ven las cosas en ellas mismas, no pudiendo juzgar sino en la disposición o estado actual en el que se encuentran.

            San Juan, el águila real, vio en Dios lo que el milagro de su resurrección obraría en los corazones de los discípulos, que acabarían por creer en su resurrección y en su divinidad; por ello dice que creen. San Lucas sólo se refiere a lo que sucedía en el espíritu de los apóstoles, de los discípulos, algunos de los cuales dudaban o vacilaban en su fe.

            Mi divino esposo me dio a entender porqué San Juan cedió el paso a San Pedro a la entrada del sepulcro, a pesar de haber llegado el primero. No entró en ella debido a que el amor divino, a pesar de su penetración, está lleno de respeto. San Juan era un águila divina, y al no encontrar el cuerpo, no se detuvo donde no veía su presa. Comprendí que la pesca que hicieron los apóstoles fue un gran [28] misterio, debido a que ellos debían pescar no sólo almas, sino a Jesucristo, mismo, en el que están contenidas la totalidad y la perfección de la creación. El les dijo: Síganme y los haré pescadores de hombres; pero, oh maravilla, él quiso hacerse su pesca. Ellos capturan un Hombre-Dios que con gusto se encierra dentro de ellos. Aquel que nada en el océano de la divinidad, se encierra de manera admirable en la pesca de sus apóstoles, dándoles el poder de producirlo al consagrar el pan y el vino, y de encerrarlo dentro de ellos mismos.

            Mi divino Amor me enseñó la manera en que los cuatro elementos dieron testimonio de la resurrección: La tierra, mediante la apertura de los sepulcros, liberando los depósitos que se le habían confiado: Tembló la tierra y las rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos (Mt_27_52s).

            El agua, por la pesca milagrosa que tuvo lugar en el mar de Tiberíades: El Salvador creó nuevamente gran cantidad de peces, asando algunos sobre la arena en la ribera o litoral de dicho mar, como figura de un gran misterio el Salvador resucitado se detuvo a la orilla por ser inmortal: no estaba sujeto a los cambios y agitaciones del mar, que representa la vida mortal. Las redes no se rompieron porque la Palabra de Dios, con la que pescan las almas, no sufre detrimento alguno, sino que subsiste por siempre, por ser la verdad infalible. Los que trabajan en esta pesca no se pierden en medio de las tempestades, ya que trabajan por mandato de aquel a quien los vientos y el mar obedecen.

            El aire rindió testimonio del Salvador resucitado, en el que penetró al ascender a los cielos; penetración que es atributo de un cuerpo glorioso, que no sufre la incomodidad de su propia pesantez. Las nubes que se forman en el aire, ocultando a los apóstoles la visión del Señor que sube al cielo, son otros testigos servidores de la voluntad de aquel que puede mandarlos, por ser el soberano Señor de todas las criaturas.

            [29] El cielo da testimonio a través de los ángeles, a los que envía como ministros de fuego enviados por el Padre para adorarlo de nuevo, por ser gloriosa y nuevamente introducido por toda la tierra. San Pablo, en los Hechos, explica estas palabras del Salmo 2, aplicándolas a la resurrección del Salvador, en una larga narración de las promesas y verdad de dicha resurrección: Al resucitar Jesús, como dicen los salmos: Hijo mío eres tú de Nazareth ya no estaba en él, en el número de los muertos, sino que había resucitado, y precedería en Galilea, donde ellos le verían. El Espíritu Santo, que es la llama viva que abrasa al Padre y al Hijo, quiso dar testimonio de la resurrección y ascensión del Salvador descendiendo sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego. De este modo, cumplió las promesas que el Verbo Encarnado hizo de enviarle cuando hubiera subido sobre todos los cielos, y dicho Espíritu no debía descender con abundancia de llamas hasta que Jesucristo fuera glorificado a la diestra del divino; yo te he engendrado hoy (Hch_13_33). En la carta a los Hebreos, el mismo apóstol añade después de haber demostrado que él es hijo natural del divino Padre: Y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios. Y de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles vientos, y a sus servidores llamas de fuego (Hb_1_6). Los ángeles, tan ardientes como radiantes, aparecieron en el sepulcro para asegurar a las mujeres que Jesús Padre. Dichas lenguas de fuego son testimonios infalibles de la resurrección de nuestra cabeza, que resucitará a sus miembros en el último día.

 Capítulo 5 - Hermosura de Dios, en la que él se complace. La manera en que la comunica a nuestra naturaleza. Sus bodas divinas. 1° de mayo de 1636.

            [33] Dios, al producir su Verbo, engendra su belleza. Al contemplarla en su imagen, la ama y la ha amado desde la eternidad. Se ha como desposado con ella en un matrimonio que es fecundo y que tiene como fruto al Espíritu Santo, que él espira junto con su Hijo, que es la imagen de su belleza o su belleza misma. El Espíritu Santo es un fruto del amor, que por ser Dios como el Padre y el Hijo, posee la misma hermosura que recibe en su espiración. Participa en las bodas eternas que Dios celebra con su belleza; mejor dicho, es el nudo sagrado de tan venturosas nupcias; unión que no es estéril, ya que el Espíritu Santo parece desposarse con la Virgen, y de estos esponsales se produce un Jesucristo en el seno de María, y en él todos los elegidos, en lo cual se obra otra doble alianza: la del Verbo con la naturaleza humana, y la del Espíritu Santo con la Virgen.

            Dios quiso unir y desposar su belleza con nuestra naturaleza, no deseando gozar de ella él solo, sino compartirla con nosotros, por así decir, sin dividirla. Dicho matrimonio fue admirable sobre todo debido a que el alma de Jesús, en su parte superior, gozaba de la divina belleza del Verbo, en tanto que la parte inferior se sumergía en las debilidades, los sufrimientos y las tristezas. El sol se levanta y la luna permanece en su rango (Sb_43_1s). La luna, que representa la parte inferior de esta alma bendita, que es la parte más baja del cielo del alma del divino Salvador, se mantuvo su orden y rango, recibiendo las emanaciones de todas las angustias y aflicciones y ejerciendo sus funciones [34] sensitivas, en tanto que la parte superior se elevaba como un sol en las iluminaciones y bellezas de la divinidad del Verbo, de las que ella gozaba.

            Esto mismo se dio en la Virgen después de sus esponsales con el Espíritu Santo, cuando el poder del Altísimo la cubrió con su sombra, convirtiéndola en Madre del Verbo Encarnado. Se vio ella en una contemplación eminentísima y su espíritu se elevó en la parte suprema como un sol, en tanto que su parte inferior descendía a las acciones más menudas cual luna que se mantenía en su órbita; pero, oh maravilla, en su seno estaba el Verbo Encarnado, con lo que la luna se encontró por encima del sol que se ocultaba en ella. La belleza del Verbo Encarnado residía en las fecundas entrañas de María tal y como se encuentra en el seno de su divino Padre. Esta belleza se comunicó de manera admirable a la santa humanidad, que es un compuesto de Hombre-Dios y poseedora, por tanto, de una doble belleza: divina y humana.

            Los ojos del Hombre-Dios son más bellos que el vino, que simboliza la divinidad, porque él es la alegría y el poder de su Padre. Cuando quiso manifestarnos su adhesión a él en su oración, levantó los ojos en dirección al cielo: levantando los ojos al cielo (Jn_11_41), donde el Padre manifestaba su gloria junto con él. Sus dientes son blancos como la leche: La humanidad del Verbo poseyó la totalidad del dolor y de las gracias que debía compartir con nosotros; él mismo nos distribuirá la gloria. Su humanidad destrozó a nuestros enemigos; es blanca en su inocencia y en su luz. Este es el Judá que dominará, que obtendrá las victorias y merecerá la alabanza de sus hermanos. Es un león amable y agradable en sus chispeantes ojos y en sus fortísimos dientes, a pesar de que en los leones los ojos y los dientes son espantables, por sembrar el espanto cuando despiden rayos de sus ojos y muestran los colmillos.

            Este invisible León de Judá, empero, se vale de sus dientes para defender a sus hermanos, y del ardor de sus ojos para darles el amor. El Padre y el Espíritu Santo, al igual que el Hijo, por tener una divina y natural inclinación para hacerme participante de su alegría, quisieron, de manera admirable, invitar mi espíritu a las bodas del Verbo. Ante estos dulces requerimientos, [35] mi alma se inflamó de amor al contemplar el gozo de las vírgenes al ir en pos de la divina hermosura del Salvador, siendo cautivadas por su amor. Mi alma las imitó y corrió tras el aroma de sus perfumes.

            El segundo favor que se me concedió fue que Dios, tan bueno y benigno, lejos de rechazarme, se dignó aceptarme por esposa, diciéndome que nuestro matrimonio no sería estéril, que mi seno sería de marfil sembrado de zafiros, como el de la esposa del Cantar; que yo debía engendrar una multitud de hijas santas que vivirían una vida celestial como los zafiros, divinamente incrustadas en la Orden del Verbo Encarnado; que mis cabellos serían como la púrpura del rey, teñida en los canales, por estar rociada con la efusión de la sangre del Salvador, ya que recibo todos los días la absolución y la santa comunión, y que él convertía mi corazón en un canal y mi boca, coloreada por su preciosa sangre, en un listón escarlata, tanto para agradarle como para santificarme y verter a través de mí, como por un conducto, sus liberalidades a las almas, que rescató con su preciosa sangre. Así como Sta. Teresa fue un canal de delicias para su Orden y para muchas almas, su bondad me eligió para distribuir sus amorosos favores.

            Debía yo abandonarme a su bondad con una confianza filial y distribuir al prójimo las efusiones de los favores con que él se complace en enriquecerme, sin afligirme ante los pensamientos y palabras de los humanos y teniendo en poco ser juzgada por su sentir. Lo único necesario para mí es estar atenta a la gloria de su majestad, la cual cuida de producir y conservar la suya. El cuidaría de revelar y descubrir los escondrijos de las tinieblas, que los hombres juzgan por las apariencias, por ignorar las intenciones y pensamientos del corazón. Su majestad no juzga según la vista corporal, sino mediante la espiritual, que penetra los corazones y sondea las entrañas.

            David fue según su corazón porque hizo su voluntad. Por ello la santísima Trinidad lo escogió para ser antepasado del Mesías. David fue tan generoso como humilde, como lo demuestran en sus faltas, narradas en la Santa Escritura. Se humilló en sí mismo y se alabó en Dios, con cuya protección rebasó los muros de todas las dificultades. Nunca temió a los enemigos [36] de su alma y de su reino, al que amó por haberlo recibido de aquel a quien adoraba como su Dios, y al que se adhirió con todos sus afectos, protestándole con sinceridad que a nada en el cielo y en la tierra estaba apegado su corazón, sino a aquel a quien llamó el Dios de su corazón y su porción por la eternidad, el cual le prometió que su trono sería eterno, porque el Salvador tomaría carne de su raza, y su reino no tendría fin. Esta fue la buena señal que el Padre, por medio del Espíritu Santo, dio a David, dando el imperio a su hijo amadísimo, el Verbo Encarnado, para gloria de los buenos y confusión de los malos y perversos, con los que David no quiso tratar, sabiendo que su compañía es peligrosa, ya que con los perversos acaba uno por pervertirse, haciendo con ellos arreglos bajo la apariencia de fervor apostólico, lo cual es malo e inicuo en sumo grado debido a sus malas intenciones.

            Por el contrario, aconseja asociarse con los buenos, a fin de participar de su bondad, de su santidad y del temor filial con que los santos agradan al Dios de bondad, lo cual puede llamarse amor reverencial y fiel; amor que es propio de almas desposadas con aquel cuyo nombre escuchó San Juan: Se llamaba Fiel y Verdadero (Ap_19_11). Y más adelante, después de haber dicho que sus ojos eran como la llama del fuego, que muestra su amor, y su cabeza coronada de varias diademas, dice que el nombre del enamorado de la humanidad es tan adorablemente admirable como inefable e incomprensible a los espíritus creados: Tenía un nombre escrito que ninguno conocía (Ap_19_12).

            Su amor es indescriptible, su túnica sembrada de gotas de su sangre es su humanidad, ensangrentada en el combate de amor en el que dicho enamorado quiso morir por sus esposas, haciendo ver que en él, el amor es más fuerte que la muerte; que él es tan fiel cuanto la bondad y la belleza pueden serlo. Es un esposo eternamente apasionado, por así decir, del contento y la gloria de sus esposas. Se le puede llamar con razón un Dios celoso en el antiguo testamento, antes de la Encarnación, que existía antes de desposarse con nuestra naturaleza, en tanto que lamentaba la dureza de corazón de los hebreos. Sin embargo, desde que el Verbo se hizo carne, cambió nuestros corazones moviéndolos a enamorarse del suyo, que es el Rey de todos ellos y el amado sagrado que los atrae dulcemente y se une fuertemente a ellos a través de su [37] amabilísima sabiduría, que llega de un confín al otro.

            Fuerte y suavemente. La unión que el Verbo Encarnado hace con nosotros es bellísima en la generación de los castos, de claridad arrebatadora; las sombras de la antigua ley han sido alejadas por ser sombras de muerte. Estas uniones, en cambio, se hacen con rayos de luz que son manifestaciones de la claridad inmortal con la que son revestidos y regocijados los bienaventurados: tan esposa suya es la Iglesia triunfante como la militante. Las almas llamadas a ella para gozar de las delicias de estas bodas sagradas, son revestidas con la túnica de la gracia, que, a pesar de no aparecer tan brillante a los ojos de los mortales, es preciosísima a los ojos de los bienaventurados que están con su Señor, el cual no volverá a morir. La muerte no tendrá ya dominio sobre él; él dio muerte al pecado al morir solamente una vez. Dios vive y vivirá por siempre en las almas fieles a sus voluntades, que se adhieren a él, que son hechas un mismo espíritu con él.

            El goza ante sus esposas y las adorna con su hermosura. Si entre los amigos todo es común, ¿Qué no será la unión; mejor dicho, la unidad, de las virginales esposas con este divino esposo que pidió para ellas a su divino Padre la misma gloria que tenía con él antes de que el mundo existiera? Dicha gloria es su misma bondad y hermosura.

Capítulo 6 - La Virgen ensalzó la dignidad de la mujer, liberándola de la acusación de los hombres de ser causa de sus desgracias. 5 de mayo de 1636.

            [41] No es sólo hoy en día que hombres débiles acusan a nuestro frágil sexo para disculpar sus faltas, que los degradan más que si fuesen animales: continúan lanzando invectivas en contra suya, debido a que las mujeres no se excusan, como ellos de sus culpas cuando son conocidas.

            Adán fue el primero en descargar su falta sobre Eva, la mujer que Dios le dio por ayuda y compañera. A partir de esa hora, Dios la sometió a él, a fin de que, teniéndola bajo su dominio, no pudiera volver a excusarse en aquella que debía obedecerle. Castigó también a Eva, condenándola a las angustias y dolores de parto, e incluyendo en la misma condenación a todas aquellas que se unirían a hombres mortales, a cuyas leyes estarían sujetas. Fue mucho, porque el Dios de bondad no se inclinaba a castigar con rigor al sexo débil, del que debía tomar el ser corpóreo.

            [42] La Virgen borró todas sus penas y desdichas. Ella atrajo primeramente el amor de Dios, que amó a una joven pura al grado de desear hacerse semejante a ella por vía de generación humana, así como es semejante a su Padre por generación divina queriendo someterse a una joven, que es su madre por generación temporal y someterle junto con él a toda la humanidad. Todos estábamos bajo la ley y todos fuimos liberados por esta madre Virgen, que cooperó de tal manera a nuestra redención, que mereció el honroso titulo de mediadora.

            Eva sólo fue madre de los vivientes en razón de la Virgen, que debía darnos al autor de la vida, y en cuyo seno debía unirse nuestra naturaleza a la divinidad en la unidad de la persona del Verbo. Abraham obedeció a Sara. En una palabra, la inocencia puede hacer iguales a quienes la diversidad de sexo coloca en distinto rango. Los oráculos son tan bien pronunciados por las mujeres como por los hombres. Sólo había dos querubines en el propiciatorio: uno figuraba al sexo masculino, y el otro al femenino.

            [43] El Salvador siempre manifestó ternura hacia las mujeres y aceptó de ellas diversos servicios. A su vez, ellas lo alojaban y seguían sin esperar recompensa alguna. Aún la madre de los hijos de Zebedeo, que pareció importuna en sus peticiones, no solicitó algo para ella, sino para sus hijos; no deseó ver remunerados sus servicios, alegando más bien, en razón del parentesco, la obligación del Salvador de favorecer a sus primos con los cargos de más dignidad. Jesús obró el primero de sus milagros a favor de las mujeres, y a causa de sus ruegos, cuando su madre se lo pidió. En todo tiempo las defendió y atendió la causa de la cananea después de haberla desdeñado, para ensalzar más aun su fe, diciéndole con admiración: Mujer, cuán grande es tu fe, que se haga según ella, que te da cierto imperio sobre el Todopoderoso.

            Se puso del lado de Magdalena, protegiéndola de las murmuraciones de los fariseos y de Judas, el traidor; a petición de esta enamorada, a la que alabó magníficamente debido a la grandeza de su amor a Dios, [44] resucitó a su hermano Lázaro, sepultado hacía cuatro días, cuyo milagro fue el más ruidoso de todos los que hizo el Salvador. Sólo las mujeres se preocuparon por librarlo de los suplicios de la pasión: la mujer de Pilatos hizo todo lo posible para persuadir a su marido de no tocar a ese justo, al grado en que la inocencia de Jesucristo no tuvo otro testimonio que el de dicha dama.

            Es muy cierto que Eva fue formada del costado de Adán, pero también Jesucristo, Dios y hombre, fue engendrado de la sustancia de la Virgen, con la diferencia de que la producción de Eva no dependió de la voluntad de Adán, que dormía por entonces. Lo único que aportó a la creación de Eva fue tierra de Damasco, de la que fue formado el mismo Adán cuando Dios tomó limo y lodo para plasmar su cuerpo, como lo haría después con la costilla de Adán para formar de ella a Eva. En esto tuvo ella mayor ventaja por la materia de la que fue formada, que le dio más dignidad que Adán. La concepción de Jesucristo y su Encarnación [45] dependieron de la voluntad y consentimiento de María, que dijo: Hágase en mí según tu palabra. De este modo, un Hombre-Dios tuvo la existencia dependiendo de la voluntad de una joven.

            San Pablo manda a las mujeres usar el velo por respeto a los ángeles, y les prohíbe hablar en la iglesia, de lo que se han valido algunos para despreciar a la mujer. San Pablo conocía bien el poder de las mujeres sobre los hombres, y que podían cautivar con una sola mirada y seducir con un solo cabello. Habiendo experimentado en sí mismo las debilidades y la fuerza, todo a una, de una carne rebelde, ordenó que se velaran a fin de que los hombres no se desviaran con su mirada; y como ellas son tan persuasivas y poseen una elocuencia arrastradora, si se les hubiese confiado el ministerio de la palabra y la doctrina, hubieran fácilmente diseminado los errores, como nos lo ha demostrado la experiencia durante los siglos pasados.

            [46] Por esta misma razón no quiso nuestro salvador dar ni comunicar el sacerdocio a la mujer, por temor a que sus ministerios dieran ocasión a una infinidad de sacrilegios.

 Capítulo 7 - Gracias recibidas por ministerio de los ángeles, a quienes la divina caridad me asignó como maestros, tutores e insignes bienhechores, en especial san Miguel, príncipe de todos ellos. 8 de mayo de 1636.

            [47] La víspera de la aparición de san Miguel, al considerar la amorosa providencia y exceso de la divina bondad, que nos ha dado a los ángeles para que cuiden de nosotros, los reconocí con respeto como a mis queridos bienhechores y les agradecí los eficaces servicios que su caridad ha ejercido hacia mí, mediante la cual han demostrando en todo momento su verdadero interés en hacerme el bien. Como la divina sabiduría me los dio por maestros desde mi infancia, estas bellezas celestiales y sublimes inteligencias se han dedicado a enseñarme los divinos misterios, manifestándome lo que mi divino esposo me manda decir por ministerio suyo. Dichos ministros de fuego, siempre dispuestos a iluminarme y abrasarme, me ayudan a intuir a su manera, descubriéndome con una simple mirada una infinitud de secretos que sólo podría describir con su elocuencia angélica.

            Un día de la Presentación de la Virgen, fui elevada en un arrebato que duró tres horas. Mi esposo me dijo que yo era su paraíso, en el que él está plantado cual verdadero árbol de vida, y que había mandado a san Miguel guardara este paraíso con la espada llameante de su divino amor, cerrando el paso a todo lo que no fuera su puro amor. El serafín de fuego aceptó su comisión, recibiéndola con respeto y ejerciéndola con fidelidad y afecto.

            Un día escuché que los ángeles, por ser estériles, no pueden reproducirse mediante propagación como los individuos, que se engendran unos a otros. Aprendí que esas puras inteligencias compensan la esterilidad suscitando de manera purísima gracias y luces y cooperando junto conmigo al [48nacimiento de los elegidos, pidiéndome que, como lo hacía San Pablo, ore y de a luz a muchos hijos espirituales para formar en ellos a Jesucristo.

            En otra ocasión escuché que cantaban: La vieron los santos ángeles y la proclamaron inmaculada, debido a que mi esposo me bautizó y lavó con su sangre mediante un nuevo favor, debido a que su bondad no pudo tolerar que se me privase de la comunión cotidiana, que, en estos tiempos, es considerada como una práctica fuera de lo común. Dije a mi confesor que si él creía conveniente que yo me abstuviera de recibir todos los días el divino manjar, obedecería su sentir, sin importar la mortificación que dicha privación me impondría. Al dirigirme a comulgar ese mismo día, me despedí amorosamente a mi esposo, diciéndole adiós por algún tiempo, asegurándole, en medio de abundantes lágrimas, mi inviolable fidelidad y que mi corazón era todo suyo; que él era mi vida, mi amor y mi peso. Me retiré afligida, aunque constante en la resolución que tenía de sufrir dicha privación.

            Se presentó entonces ante mí una multitud de ángeles, que me demostraban su cariño. Todos decían de manera angélica: Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana? (Ct_8_8).

            Construyamos para ella murallas de plata; impidamos, con nuestra elocuencia, que sea privada de la santa comunión, que es su alimento. Las dos naturalezas de su esposo son sus pechos; combatamos por ella para que pueda gozar de aquel que es el cedro del Líbano. Estos espíritus, tan caritativos como poderosos, impidieron que la santa comunión me fuese limitada; más aún, mediante su auxilio, me fue confirmada. Un día de la fiesta de Sta. Águeda, en 1632, san Miguel se me mostró revestido de brillantísimas armas las cuales, me dijo, consagraba a mi servicio. Llevaba una lanza en una mano y una balanza de platillos en la otra, en los que pesaba mis sufrimientos y la paciencia que Dios me concedía para esperar el establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, cuyos méritos me aplicaba, sopesándolos en dicha báscula.

            En otra ocasión el generalísimo de los ejércitos del Dios vivo se presentó a mí para combatir al dragón, que intentaba devorar mi fruto, pues mi divino esposo me hizo parecer como embarazada de su designio, que había puesto en mi corazón. Estaba rodeada de sol y padecía trabajos para dar a luz al que el divino Padre engendra en el [49] esplendor de los santos, mismo al que el dragón se esforzaba en devorar, oponiéndose al establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado. Miguel, armándose de fuerza y generosidad, combatía generosamente contra el espíritu rebelde, como lo hizo por la incomparable Madre del divino Salvador. El príncipe de los ángeles me dijo que, así como él portaba el estandarte del Dios vivo, yo sería un día la abanderada del Verbo Encarnado, el cual me había destinado para portar su estandarte en la Iglesia.

            Mi divino amor me manifestó que obraba como los príncipes de la tierra, que enviaban su más hermoso retrato a la princesa que pedían en matrimonio, para suplir con él su ausencia; que habiendo escogido mi alma para ser su amadísima esposa, aunque su amor nunca lo aleja de mí, por estar presente en mí en cuanto Dios y por el sacramento eucarístico al que recibo todos los días, había querido, por bondad, enviarme el más hermoso, rico y vivo retrato suyo que es san Miguel, que lleva también su nombre por llamarse ¿Quién como Dios?, dándome a este príncipe admirable, no en calidad de guardián, sino para asistirme en sus designios y en mis necesidades particulares y para instruirme en sus maravillas. De él he recibido multitud de luces y nociones celestiales.

            Después de enterarme, por boca del Verbo Encarnado, de los benéficos oficios que dicho espíritu desempeña hacia mí, ¿Cómo mostrar mi agradecimiento por tantos favores?

            Una noche del año 1632 me pareció ser llevada hasta una iglesia en la que vi un altar junto al que había un cuadro de san Miguel, representándolo con un pie en el aire y el otro en la tierra, en la postura de una persona que va a partir. Delante de este serafín vi una joven princesa portando una corona en la cabeza, revestida de una túnica preciosísima. Dicha joven trataba, con sus ruegos, de detener al príncipe de los ángeles, que parecía apremiado a partir. Frente al mencionado cuadro, había otro que representaba al Rey en compañía de muchos señores vestidos de largas túnicas color gris ceniza, cuyos rostros estaban tristes y abatidos. Todos llevaban una cuerda al cuello.

            Asombrada ante tales visiones, comprendí más tarde que yo era la princesa, y que con mis oraciones detenía al ángel tutelar de Francia, que deseaba abandonarla, lo cual fue confirmado por la complicación de varios asuntos en la época de dicha visión, así como los sucesos que la siguieron. Debido a la perfidia de sus súbditos, la justicia del reino ha tenido que dejar a la posteridad ejemplos de escarmientos. Sé bien, [50] sin embargo, que dichas personas terminarán por hallar gracia ante Dios, y que su suplicio expiará su falta. Dios les mostrará su misericordia en cuanto haya pasado el instante de su justa cólera.

            El 8 de mayo, día de la aparición de san Miguel, aprendí que él es el ángel que sirve y asiste a Jesucristo, así como Gabriel es guardián de su Madre, y que el gran san Miguel es el Primer Ministro de Estado; por cuyo dichosísimo privilegio acompaña siempre al Verbo Encarnado, estando siempre dispuesto a ejecutar todas sus voluntades en calidad de escudero suyo. Recordé entonces de lo que se dijo de Jonatan mientras combatía a los filisteos: su escudero abatía y remataba a los que dicho príncipe iba dejando. El Verbo Encarnado, al venir a la tierra, dejó la ejecución de muchas cosas a san Miguel, por lo que puede llamársele estrella de la mañana.

            El Verbo Encarnado, al que San Juan en su Apocalipsis oye nombrar con este amabilísimo nombre, está de acuerdo en que se le aplique a san Miguel, por haber sido el primero en presentarse a defender la gloria de su maestro, el Verbo Encarnado, combatiendo en contra de los espíritus rebeldes. Fue él quien consoló al divino Salvador en el huerto, persuadiéndolo, no a que mojara la punta de la lanza en la miel como Jonatan, sino a sumergirse en la hiel de una tristeza mortal, diciéndole que con su muerte daría vida a la humanidad y que vería una numerosa descendencia, según la profecía de Isaías.

            Me encontraba un día con un teólogo que discurría acerca de los ángeles, aduciendo que San Buenaventura afirmó que en la primera jerarquía angélica se encuentra la verdadera contemplación, la cual consiste en la dilección de los serafines, el conocimiento de los querubines y la retención, como dice el Santo Doctor, o posesión de los tronos. Mi divino Esposo se dignó instruirme, enseñándome en ese momento que el seráfico doctor dio en este discurso una idea perfecta del matrimonio espiritual, el cual se contrae mediante el conocimiento y se consuma a través del amor.

            El esposo divino, impulsado por su amorosa bondad, y por inclinación de su caridad, derrama su divina y pura simiente en el alma unida a él, la cual recibe este rocío sagrado y lo retiene; de no ser así, permanecería estéril, por carecer de la retención de las divinas inspiraciones, que por ser luminosas y ardientes la hacen fecunda. Si dejara de recibir este semen de eternidad, jamás concebiría ni daría fruto, permaneciendo en el oprobio de la infecundidad, como sucedía con los matrimonios de la tierra antes de la encarnación.

            [51] Esta gracia de retención es la de la perseverancia, que perdemos a causa de cobardes desánimos, tímida pusilanimidad; ligereza, precipitación, o por una culpable malicia al rechazar la gracia y no corresponder a ella, siendo causa de que no aproveche en nosotros. Es menester que, a ejemplo de los tronos, estemos siempre dispuestos a recibir las sagradas efusiones de este divino esposo, que son llamas, luces y simiente de santidad purísima; y que después de recibidas las conservemos santamente, reteniéndolas así como los tronos reciben y alojan a Dios en ellos.

            El trono recibe al rey; como está hecho a la medida de su cuerpo, lo rodea y le impediría dejarlo si pudiera saber que toda su belleza consiste en ser portador de la majestad del rey. Por ello pedí a los tronos la quietud, sabiendo que la paz es la sede del rey de los corazones, a los que colma de sí mismo, adornándolos con su arrebatadora belleza.

            Mira y cuenta, si puedes, las arenas del mar y las estrellas del cielo. De igual manera multiplicaré mis gracias en ti y en tus hijos espirituales si caminas en mi presencia, siéndome fiel. He ordenado a mis ángeles que te hagan crecer y cuiden, no sólo de tu salvación eterna, sino de todo lo que concierne a tu provecho temporal. Debes estarles agradecida por el gran cariño que sienten por ti. Divino esposo, mi Señor y mi rey, recompensa las muestras de caridad de los príncipes celestiales. Confiada en tu paternal bondad, te digo lo que Tobías el joven dijo a su Padre: Dales todo lo que creas les es debido por tantos servicios que me han prestado, me prestan y me prestarán.

            Duplica su gloria accidental, en caso de que la esencial no pueda ser acrecentada. No tengo palabras para darles gracias dignamente, en especial a san Miguel, los siete asistentes y mi ángel guardián. Verbo del Padre, habla y sé tú mismo su eterna recompensa.

            [52] La litera de Salomón estaba rodeada de sesenta de los más fuertes de Israel. La tuya, sabio más grande que Salomón, está rodeada y resguardada por todos estos príncipes, que son fortísimos para custodiar tu tálamo, que es mi corazón. Ellos hacen huir a los espíritus nocturnos con el resplandor de su gloria, que siempre les acompaña, por estar siempre honrados con la claridad del rostro del Padre celestial, que se refleja en ellos como en espejos pulidos, adecuados para recibir su divino esplendor, la imagen de su belleza y la figura de su sustancia, que eres tú, oh Verbo eterno, portador de la palabra de su divino poder. Quiero caminar en tu presencia y llegar a ser perfecta. Bendice a la generación espiritual que me prometes; que en Isaac sea para mí simiente bendita. Espero que, después de mi muerte, multipliques a las contadas hijas que tengo ahora como las arenas del mar y las estrellas del cielo, en donde ellas y yo te alabaremos por toda la eternidad a causa de tu bondad.

Capítulo 8 - Diversas comunicaciones del Verbo a las almas que son favorecidas con el privilegio de esposa queridísima de este Rey de bondad, 22 de mayo, 1636

            [55] Mi bien amado, deseoso de darme a conocer a qué grado le inclina su bondad hacia las almas a las que posee en calidad de esposas queridísimas, y las diversas comunicaciones que les ha hecho de su luz y de sus secretos a partir de la Encarnación, me dio a entender que en la antigua ley parecía que Dios sólo se comunicaba a través del ministerio de los ángeles, que eran sus mediadores. Trató de este modo con Moisés porque, antes de la Encarnación, nadie tuvo comunicación directa con Dios. Moisés hablaba con Dios oculto en el ángel que le hablaba y representaba la persona de Dios. Dios estaba en el ángel por una intervención especial; en Jesucristo, en cambio, está por subsistencia. Al tratar con El, tratamos en el acto con Dios: Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo (2Co_5_19).

            Los siete ángeles que están delante del trono de Dios tienen las principales comisiones en el gobierno de los elegidos. Son siete firmamentos en razón del esplendor de su gloria y de la estabilidad que tienen en la gracia. Se dice que la voz salió del firmamento porque en la antigua ley sólo se escuchaban las voces que procedían de dichos firmamentos, las cuales eran producidas en ellos y por ellos. Son los siete espíritus, así llamados por excelencia, por ser los ministros, delegados, nuncios y embajadores de Dios: Que haces a los ángeles vientos, y a tus servidores llamas de fuego (Sal_104_4); (Sal_45_7s). Para señalar la prontitud de su obediencia, esta cualidad los ennoblece. También son llamados ojos y estrellas, porque el Verbo les comunica la [56] luz con la que iluminan a las almas. Ellos la contemplan y desean contemplarla en todo momento. A su vez, ella les confiere la sabiduría y la ciencia que derraman sobre la tierra. Ellos son como los siete cuernos del cordero, que son rayos de luz que ilumina. Son cuernos de abundancia que esparcen las riquezas de Dios; cuernos de aceite para ungir. Son los cuernos del cordero, que es el Verbo; el cual los hace participes de sus perfecciones, valiéndose de ellos en el sagrado ministerio de la iluminación y unción de las almas, lo cual las cristifica.

            Tienen la misión de impedir que los enemigos las tienten para afligirlas. Estos espíritus y firmamentos vienen al alma para instruirla. Ella a su vez, se levanta hasta ellos para ver y contemplar a aquel que las transforma en espejos suyos. Cuando la luz aumenta, sin embargo, atraviesa todos sus firmamentos y, conducida por ellos, penetra en el secreto del Rey, que se da a conocer en su poder y en su palabra. Se hace sentir como verdadero Dios, en quien ella se pierde. Dios se desborda en el alma obrando una unión tan admirable, que el mismo ángel no llega a conocerla si no le es revelada; en esto consiste el secreto de la alcoba del divino Rey. En ella se encuentra el silencio más sublime, durante el cual nadie habla, de no ser el Verbo; y nadie escucha este secreto sino Dios y el alma, que reconoce la alabanza que en él debe tributar a Dios. A este respecto dijo David: Vive en silencio ante Dios en Sión (Sal_37_7). Todo está en suspenso y admiración. Los ángeles, en una excelsa visión, y en profusión de complacencia, adoran la operación divina.

            El Dios de amor, por un exceso de bondad, se complace en la comunicación que hace de sí mismo, entregándose, por así decir, al comunicarse en estas soberanas efusiones, que permanecerán eternamente en la gloria y el silencio, el cual mora en la Sión celestial acompañado por un perpetuo cántico de gloria, que es un himno triunfal.

            Así como en la gloria los santos no poseerán la visión beatifica en la misma medida, tampoco comprenderán en el mismo grado la admirable comunicación que las admite en el tálamo secreto del soberano Rey. Según la mayor o menor semejanza que tengan con Dios, descubrirán diversas cosas en él, que posee una infinidad de aspectos a comunicar.

            Al verme divinamente acariciada, pedí a mi amor que la voz resonara en los firmamentos, y que me fuese concedido el poder de penetrar en ellos. Entonces [57] conocí que los siete ángeles me ayudaban, entre ellos san Miguel, cuya presencia actual percibí. Por conducto suyo, fui introducida en el secreto del amor, encontrándome de pronto en medio del silencio místico mediante la efusión del Verbo en mí. Es ésta una operación que no puedo explicar, y que sólo puede ser comprendida al haberla experimentado. Así lo declaré a mi director poco tiempo después de haber recibido tan variadas luces: cuando el sol está en el zenit, todo es claridad. Cuando cae la tarde, las sombras son signos de que se quiere ocultar hasta que amanezca.

            La Virgen aprovechó de tal manera las gracias recibidas, que adquirió de Dios un fondo de gloria fuera de él y de la humanidad unida a la hipóstasis del Verbo, no ha tenido gloria más grande que en la Virgen, ya que él se glorifica en sus santos en proporción a las gracias que les comunica y de su correspondencia a ellas. Por eso dice con admiración el profeta: Tú que habitas entre las alabanzas de Israel (Sal_22_3).

            La Virgen sobrepasó a todos los santos y, sola, rindió a Dios más honor que todos los santos juntos, así como un diamante fino vale más que muchos otros de menor precio. Dios, que nunca se deja vencer en generosidad, comunicó a María toda su gloria por participación y uniéndose a ella, sobre todo en la encarnación, convirtiéndola en madre de un hijo que les es común por indivisibilidad.

            Dios comunica sus dones y su gracia a todos los santos, dependiendo de su destino a un mayor o menor grado de amor. A todos concede un fondo de gracia, a fin de que obtengan en la administración del mismo un fondo de gloria para ellos y para Dios, que les ha concedido con qué negociar. De este modo, son hechos participes de aquel en quien habita la plenitud de la ciencia y sabiduría de la divinidad. Los [58] santos no son iguales en gracia y en gloria: unos pueden compararse al sol, otros a la luna y otros a las estrellas.

            Quien se adhiere a Dios perfectamente, es hecho un mismo espíritu con El. El Verbo divino dijo que no consideraba a sus apóstoles siervos, sino amigos suyos por haberles revelado los secretos que oía de su Padre, de quien recibe su esencia en tanto que Verbo divino, y sus mandatos en cuanto Verbo Encarnado. El comparte sus divinas luces y amorosas comunicaciones a sus esposas, favoreciéndolas con el secreto de su cámara nupcial y transformándolas en tabernáculos suyos, en los que penetra como el sol, cuyos rayos son sus divinas ilustraciones. Si son como nubes de lluvia, produce en ellas colores admirables parecidos a los del arco iris, que es su signo de paz, paz que sobrepasa todo sentimiento y que está por encima de toda explicación. Como el amor es un todo seráfico, el Espíritu no puede decir otra cosa que Santo es el Padre, Santo es el Hijo y Santo es el Espíritu Santo. Santo es el principio del amor, santa es la vía del amor, santo es el término de todas estas maravillosas emanaciones, que se llama amor del Padre y del Hijo; amor que va más allá de todo lo que puede expresar la palabra. San Dionisio asegura que el alma abrasada de este amor va más allá del conocimiento; amor extático que extrae, por su mismo medio, el alma del cuerpo que ella anima para fijarse en el objeto que ama con amor intensísimo; amor sutil que penetra con su rayo allí donde la ciencia no puede llegar. El alma entra en la divina penumbra donde recibe el beso de la boca del divino Esposo; es alimentada con sus divinos y reales pechos y el Verbo se derrama en ella divinamente, en especial después de la divina comunión. Mediante su amorosa penetración, insinúa su amor en el alma y hace su entrada en su morada real, en la parte superior del espíritu.

            Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas (Hb_4_12). Divide las aguas superiores de las inferiores, dejando las de abajo en sus inclinaciones naturales, que en ocasiones se mezclan con la tierra. A las superiores, empero, las hace sólidas como un firmamento, produciendo en ellas sus luces y dando claridad a sus espíritus por medio de sublimes y sólidos conocimientos que fija en ellos como astros, guardándolos en sus manos como un sello real y divino.

            [59] El es la impronta de la sustancia del Padre; ellas, la de su amorosa dilección: Con este sello, El Señor conoce a los que son suyos (2Ti_2_19); (Nm_16_5s). Ellas portan su nombre y van marcadas con el sello de sus armas, impresas por él mismo y no por ministerio de los ángeles, los cuales admiran y adoran a la majestad divina, que se abaja de sus operaciones amorosas hasta sus esposas. El se glorifica en ser su esposo, y ellas se glorían santamente en haber sido escogidas como esposas; pero esposas tierna y fuertemente amadas de este esposo fiel y divinamente amoroso, cuyo celo es incomparable pero amabilísimo porque redunda en provecho de la esposa.

            Como dicho esposo es Dios, y por tanto suficiente a sí mismo, no recibe de ellas sus excelencias; por el contrario, por una bondad incomprensible a los espíritus creados, se complace en comunicar sus dones, de los que no se arrepiente. Su satisfacción consiste en que ellas lleguen a ser grandes delante de él, de los ángeles y de los hombres, reconociendo con fidelidad que han recibido todos esos favores de su misericordia y amorosa bondad, que es en sí comunicativa. Dios es bueno en sí mismo y justo hacia nosotros.

            El Rey Asuero no es censurado en la Escritura por haber repudiado a Vasti, debido a que ella se hizo indigna de la corona del reino y del amor de aquel rey, que la apreciaba más que a todas las grandezas de su imperio, y que quiso convertirla en admiración de todos sus príncipes, mostrándola como el resplandor más genuino de su gloria y deleite de su corazón, que estaba enamorado de ella.

            El Rey de Reyes se muestra justísimo al repudiar a alguna de sus esposas, de las que se enamoró divinamente, a la que adornó con sus gracias, enriqueció con sus dones, y a la que se unió en divino matrimonio, cuando ella falte a su deber de reconocimiento y resista a sus inclinaciones más lícitas de manifestar su espléndido amor hacia ella, para aferrarse a su propio sentir. Si él la repudia, lo hace con toda razón.

            El cielo y la tierra le dicen: Eres justo y tus juicios son equitativos. Al repudiar a la arrogante Vasti, puedes elegir a Ester, que por su humildad y caridad será agradable ante ti y librará del mal a los suyos. De humilde fuentecilla, se tornará en impetuoso río cuyas aguas se convertirán en sol. En el matrimonio divino, se transformará en ti: será un mismo ser con su divino Esposo; agradecerá los favores que tu amor le comunica, tendrá horror a la gloria mundana de un día y [60] cifrará su felicidad en la tuya. Clavará su amor propio a la cruz, o más bien tú mismo lo harás, cumpliendo así las palabras del apóstol a los Colosenses: Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_15).

            Fuiste tú, Rey de Bondad, el que quiso borrar nuestras culpas y romper en pedazos los informes y nota de cargo que tu justicia tenía contra nosotros, la cual nos era adversa. La clavaste a tu cruz, despojando a los principados y las potestades, sumiéndolos en confusión y triunfando de ellos en ti mismo. Por haber muerto para redimir el pecado, eres muerte de nuestra muerte y aguijón de nuestro infierno. Ester es glorificada en ti, Mardoqueo; la buena voluntad es conducida a la gloria y Amán, el amor propio cruel y soberbio, es suspendido; los demonios son despojados de su pretendida gloria y cubiertos de confusión eterna. Tú, en cambio, te levantas en la plenitud de la gloria infinita.

Capítulo 9 - Dios se comunicó, en la antigua ley, por medio de los ángeles. A partir de la Encarnación, habla a la humanidad y le concede grandes favores por mediación de su Verbo. Los ángeles se complacen en servirla. 23 de mayo, 1636.

            [63] Al considerar las comunicaciones de Dios en diversos tiempos, admiré su sabiduría tan admirable, que ha dispensado sus favores con prudencia divina. En la antigua ley, pareció comunicarse sólo por mediación de los ángeles, los cuales eran mediadores entre él y la humanidad, a la que se manifestó raramente. Sólo a través de dichas esencias espirituales trató con Moisés, porque antes de la Encarnación nadie tuvo una comunicación y unión directa con Dios. Moisés habló con Dios oculto en el ángel, quien le hablaba como representante de la persona de Dios. Dios estaba en el ángel debido a una operación especial, pero en Jesús se halla presente por subsistencia. Por ello, al tratar con Jesucristo, tratamos directamente con Dios.

            Los siete ángeles que están delante del trono de Dios tienen las principales comisiones en el gobierno de los elegidos. Son siete firmamentos en razón del esplendor de su gloria y de la estabilidad que tienen en la gracia. El Profeta Ezequiel dijo que la voz la voz salió del firmamento porque en la antigua ley sólo se escuchaban las voces que procedían de dichos firmamentos, las cuales eran producidas en ellos y por ellos. Son los siete espíritus, así llamados por excelencia, por ser los ministros, delegados, nuncios y embajadores de Dios: Que haces a los ángeles vientos, y a tus servidores llamas de fuego (Sal_104_4); (Sal_45_7s). Para señalar la prontitud de su obediencia, esta cualidad los ennoblece. También son llamados ojos y estrellas, porque el Verbo les comunica la luz con la que iluminan, confiriéndoles la sabiduría y la ciencia que derraman sobre la tierra.

            [64] Estos espíritus y firmamentos relucientes de claridad penetran el entendimiento con una admirable penetración, iluminándolo con dichas luces. Dios los envía para instruir a las almas, que, por un divino atractivo, son elevadas por ellos para ver y contemplar su principio adorable, que es también su fin.

            Cuando la luz crece y levanta al alma por encima de todos estos firmamentos, y, conducida por ella, entra en la cámara secreta del Rey, él le habla por sí mismo sin intervención alguna, uniéndola a él sin intermediario.

            Entonces el alma, si me explico bien, penetra en el ser de Dios, en el que se pierde; y Dios se desborda en el alma y la une a él con una unión tan íntima y divina, que el ángel mismo no llega a conocerla si no le es revelada por aquel que quiso unirse a nuestra naturaleza y no a la del ángel, mediante la unión hipostática.

            A esta unión puede llamarse el secreto de la alcoba del Rey del amor. Es éste el lugar donde se guarda un misterioso silencio, durante el cual nadie habla de no ser Dios a través de su Verbo, y nadie comprende esta palabra sino Dios y el alma que es instruida a lo divino. La alabanza que en él debe tributar a Dios es tan sublime como estas palabras de David: Vive en silencio ante Dios en Sión (Sal_37_7). Todo el cielo está en suspenso y admiración. Los ángeles son arrebatados de gozo y complacencia, adorando la operación divina; y Dios, en un exceso de bondad, por ser tan bueno, se complace en la comunicación que hace de sí mismo, extasiándose, por así decir, al comunicarse en estas sublimes efusiones, que se darán eternamente en la gloria en el intervalo del misterioso silencio de Sión, que se observa ante el trono como una adoración conveniente a la divina grandeza. Es el canto de gloria y el himno por excelencia que se deben a su majestad, que todos los santos cantan al unísono, aunque en la diversidad, en la gloria en la que las almas poseen, en diversos grados, el gozo de la visión beatifica.

            Mi alma, elevada por estos espíritus resplandecientes, reconoció el favor que ellos me hacían. Pedí que la voz del Verbo resonara sobre estos firmamentos, y que pudiera, por su medio, ser introducida hasta aquel que es todo amor. Entonces conocí que los siete ángeles me habían sido dados para elevarme hasta Dios, pero entre ellos, por un don singular, san Miguel, su príncipe, cuya presencia actual experimenté. Con su caritativa asistencia, fui introducida en el secreto del Santo amor, sintiéndome dichosa en el silencio místico durante la efusión del [65] Verbo en mí, en la que sentí delicias inefables en una operación que sólo puede ser comprendida por la experiencia, y cuya descripción me resulta inexpresable. Es la una del Uno y sólo el puro amor puede comprenderla.

            Se experimenta en el fondo del alma, y sólo quienes la hayan probado la entenderán.

            Escuché que, para ser admitida a este favor, es menester poseer un interior dispuesto y un rico fondo de virtudes, fondos que Dios concede a las almas despojadas de todo lo que no es él, así como el Verbo Encarnado se hizo pobre para enriquecernos. Es menester que el alma deje todo por su Todo. En este despojo se realiza un comercio admirable con Dios.

            Comprendí que la santísima Virgen había encontrado un fondo de gracia en Dios, y que Dios, a su vez, depositó un fondo de gloria en la Virgen, la cual, mediante la bondad divina y su fiel correspondencia, adquirió un fondo de gloria en Dios, el fondo de gloria en Dios, el cual resolvió desde la eternidad concederle una plenitud inmensa de las gracias más excelentes, a fin de que pudiera enriquecerse más y más, y que su gloria, al igual que su gracia, rebasara la de los ángeles y los hombres. La Virgen aprovechó de tal manera las gracias recibidas, que adquirió un prodigioso fondo de gloria, no sólo para ella, sino también para los elegidos, de quienes es Madre. Ella es el cuello y su Hijo la cabeza. El concede la gracia y la gloria por su mediación, porque así le place.

            Conocí que Dios, fuera de sí, tiene su mayor gloria, después de la del Hombre-Dios, en la santísima Virgen. Después de ella tiene un fondo de gloria en los santos, como dijo David: Tú que habitas entre las alabanzas de Israel (Sal_22_3). La Virgen sobrepasó a todos los santos y, sola, rindió a Dios más honor que todos los santos juntos. El Dios del amor, que jamás se deja vencer en generosidad, quiso que María, su Madre, entrara en posesión de su propia gloria, que hizo suya por participación y mediante la unión que él tiene con ella, y ella con él. A partir de la Encarnación, una parte de la sustancia de la Virgen está unida al Verbo mediante la unión hipostática.

            Ella llevó durante nueve meses a aquel en el que habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad; al único en poseer una gloria igual a la de su divino Padre, pleno de gracia y de verdad.

            El pidió que los elegidos tuvieran la misma gloria que él tiene con el divino Padre y el Espíritu Santo; que fueran uno así como ellos son uno, pidiendo meritoriamente un fondo de gloria para ellos, pero singularmente para su Madre, que es la Reina de la gloria, sentada a su derecha. El es Rey de gloria y Señor de los ejércitos, la cual da a los suyos junto con sus gracias para comerciar en esta vida, mientras que dure el día, obrando santamente y aprovechando sus dones. De esta manera, adquieren un fondo de gloria por los méritos del Salvador, el cual es heredero universal de su divino Padre.

            [66] Estas almas que entran y son recibidas el la cámara nupcial de este divino enamorado, el cual les habla por sí mismo en su calidad de Hijo del Altísimo, por el que el Padre hizo los siglos. Por quién también hizo todos los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de sus sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto mas les supera en el nombre que ha heredado. En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy? Ese Hijo esta sentado en el trono de su grandeza, él es igual y consustancial, engendrándolo en el esplendor de los santos, de su propia sustancia, que por la encarnación, comunicó a nuestra naturaleza, haciéndonos sus hermanos y sus coherederos, favor que no hizo a los ángeles pues no tomo su naturaleza ni se unió a ellos hipostáticamente. Son sus asistentes y ministros, y tienen la comisión de ayudar a quienes está destinada su herencia; y de asistir a sus esposas que deben ser recibidas en la cámara nupcial del divino esposo que las une a si de una manera inexplicable y les dice el secreto que no es sino para ellas, incomunicable a cualquier otro. A cada una le dice. Mi amado es para mi y yo para él (Ct_2_16). Mi bien amado es para mí y yo soy de él, los ángeles son los administradores de estas uniones, adorando a su Rey, en las delicias que él tiene con los hijos de los hombres en el tiempo y duración, en la gracia y en la gloria. Ellos tienen el placer de ser los guarda-espaldas de su majestad mientras que él esta con su esposa preparada para cumplir su voluntad por una fiel y pronta obediencia, volando por dondequiera como una llama de fuego. Ellos son lámparas ardientes y brillantes para espantar a los espíritus nocturnos que se hicieron indignos de las luces y ardores del divino amor por su rebeldía a las órdenes divinas.

Capítulo 10 - Confesiones de alabanza que la Trinidad, la Virgen y todos los santos dirigen al Salvador, y del juramento solemne que hice sobre el pecho del divino Rey del amor en el Sacramento Eucarístico, junio de 1635.

            [67] Pasé la mañana entera en continuas distracciones, y mucha culpa fue mía. A eso de las once, me presenté delante del Augustísimo Sacramento del amor, que no rechazó mis oraciones, mostrándome en visión una pequeña perla redonda y blanquísima, por cuyo medio me hizo saber que exigía la unión en pureza y humildad, por ser este sacramento el signo de la unión, y la perla que Dios encontró digna de todo lo que él posee y de todo lo que él es, porque toda la plenitud de la divinidad habita en su sagrado cuerpo, cuya fiesta es una solemnidad en la tierra, pero aún más en el cielo. Invité a todas las criaturas a celebrarla.

            Pedí a la Trinidad que ella misma la celebrara dignamente, y que viniese por amor a nuestra capilla a unirse por no poder decir adorar durante esta octava a aquel que, aun siendo la inocencia y la rectitud, hizo siempre su divina voluntad. Después me vino a la memoria el sueño que tuve por la noche, pareciéndome que se recitaba la Pasión como en el día de Ramos, representando a las personas que hablaron durante ella; las cuales, revestidas a la usanza judía, repetían las palabras que se dirigieron en son de burla al Salvador: Dios te salve, Maestro.

            [68] El Dios de mi alma se dignó instruirla admirablemente, enseñándole que, en ese día, los católicos lo confiesan en voz alta para reparar las negaciones de los judíos en aquel gran viernes; es decir, que todos los santos, unidos a los ángeles, renuevan el juramento de fidelidad al Salvador, y que la Trinidad, de manera inefable, jura amistad eterna a este valiente David: Una vez he jurado por mi santidad a David no he de mentir. Su estirpe durará por siempre, y su trono como el sol ante mí, por siempre se mantendrá como la luna, testigo fiel en el cielo. Pero tú has desechado la alianza con tu siervo, has profanado por tierra su santuario (Sal_89_36s).

            Comprendí que el Padre recompensaba el abandono en que tuvo a su Hijo; éste el que se causó a sí mismo al privarse del gozo para sufrir la cruz, junto con la penuria de toda su vida mortal y su anonadamiento al tomar nuestra naturaleza. El Espíritu Santo, por haber obrado en él por sustracción, dejándolo en una agonía extrema sin consuelo alguno, como dicen los evangelistas, entre aflicciones, disgustos y aversiones, vaciándose de todo lo que podía consolar su parte inferior y su sagrado cuerpo, en el que habitó corporalmente y de la misma manera la plenitud de la divinidad en el huerto, en la cruz y en el Tabor.

            Escuché a la santísima Trinidad hacer su juramento sobre el pecho y el corazón del Salvador, y que los juramentos que Dios hizo a Abraham y a su descendencia hasta David, fueron figura del que culminaría con Jesucristo, que es el verdadero David, cuyo trono y descendencia debían ser eternos en esplendor y en bendiciones, con una divina influencia y afluencia de la divinidad en su santa humanidad, humanidad que es un mar que tiene su flujo y reflujo en Dios, que la porta y la abarca divinamente sin estrecharla, lo cual nos explica el siguiente versículo: Admirables son las crestas del mar; admirable es el Señor en su profundidad.

            De la humanidad divina brotó un río que se derramó en y sobre María, la cual está admirablemente unida al Verbo Encarnado por su naturaleza humana y la excelencia de la gracia y gloria perfectísima de la que está colmada, de manera que parece estar abismada en Dios sin dejar su ser creado, que la distingue de la divina esencia, la cual está en Jesucristo indivisible del soporte que lleva la naturaleza que asumió de María al encarnarse él en sus entrañas virginales, cuya naturaleza alimentó en su seno con la leche sagrada de sus pechos, asegurando a su corazón maternal los fieles testimonios [69] de su eterno amor. Por ello puedo afirmar que él juró en el seno y sobre el corazón de María la alianza perpetua que el Padre y el Espíritu Santo le prometieron. Por ser la soberana verdad del Padre, la recibe junto con su esencia para comunicarla como el Padre al Espíritu Santo al producirlo como un principio único.

            Mi alma, extasiada de gozo, deseó estar con la adorable Trinidad, con la augusta María y con todos los santos para renovar los votos y juramentos que hice de una fidelidad inviolable. Me dirigí a todos los santos reunidos en torno al Rey del amor, pidiéndoles me admitieran en su congregación y que me concedieran recostarme sobre el pecho del Rey de bondad, que se ocultó bajo las especies sacramentales para entregarse a todos sus hijos como heredad y cáliz de alegría; embriagándolos con el torrente de sus divinas delicias.

            Proseguí diciéndoles que impetraran de su alianza de amor, con la venia de su misericordia, mi petición de ser elevada por encima del juicio, y que como el divino Salvador lo pidió, por encima del sacrificio, en vista de que él pareció rehusar el primero por preferir el segundo, y que su bondad me invitaba a confiarme a él y a ofrecerle un juramento de perpetua fidelidad.

Capítulo 11 - Al adorar al Santísimo Sacramento, mi alma le ofreció todo en sacrificio, deseosa de que el Verbo Encarnado, al que llamé Gloria mía, fuese glorificado por sí mismo en todas las criaturas, junio de 1636

            [71] El viernes de la octava del Santísimo Sacramento, al adorar con amor y respeto al Verbo Encarnado oculto en este augusto misterio, le ofrecí el sacrificio de todas las criaturas: las racionales y las que no lo son.

            Le presenté aún a los demonios, cuya naturaleza y ser son buenos en cuanto emanaciones del ser de Dios, que está en ellos por poder, presencia y esencia, pero haciendo abstracción y separación del ser y malicia o perfidia que ocasionó su desordenada voluntad.

            Lo que me consoló en mi impotencia, fue que la gloria del Verbo Encarnado, en sí, es infinitamente gloriosa y que Dios es suficiente a sí mismo. Mi alma fue colmada de alegría ante el pensamiento de no poder acrecentarla, a pesar de haberlo querido a expensas de su ser, debido a que él es la grandeza infinita por ser Dios con el Padre y el Espíritu Santo. Le dije entonces con la Iglesia: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el..., etc.

            Durante todo ese día sólo pude llamar al Verbo Encarnado Gloria mía, por haberme perdido a mí misma para encontrarme en él, pudiendo decir con el Apóstol que el Verbo Encarnado vivía en mí y que mi vida estaba [72] escondida con él en Dios. Como él es Dios, me pareció ser transformada en él mismo por su amor. No puedo expresar las invenciones que el amor divino me inspiró durante el sacrificio que le hice de las criaturas, aunque lo comuniqué en parte a mi director. Si él lo recuerda mejor que yo, me alegraría mucho que me lo recordara, para gloria del Verbo Encarnado, que tiene deseos infinitos de glorificar a su Padre. El mismo día, me detuve en las lecciones del oficio tomadas del primer libro de los Reyes, en el que Samuel es llamado Paz por Dios en cuatro ocasiones, en tiempos en que la palabra del Señor era rara y preciosa. Me admiró la ingratitud de los hombres, que no estimaron como debieron la palabra sustancial del Padre, que se nos dio en este Sacramento. La luz del Señor fue encendida para iluminarnos: a su claridad vemos al divino Samuel, que es amigo de Dios, que es Dios mismo, engendrado del Padre desde la eternidad, que es Dios de Dios y que se hizo hombre para ser el Salvador del mundo, y que dio su soporte a nuestra naturaleza.

            Ana engendró para nosotros a María, llena de gracia. Consideré al divino Salvador como el verdadero Samuel puesto por Dios y expuesto para nosotros en presencia de su Padre, delante de los ángeles y de los hombres. Así como el profeta Samuel fue hijo de Ana, y el nombre de Ana significa gracia, Ana fue madre de la Madre de nuestro divino Salvador, Samuel; es decir, abuela nuestra. Mi alma gozó grandemente al saber que el Verbo Encarnado hizo siempre la voluntad de su divino Padre, la cual escucha divinamente por ser el término de su entendimiento.

            Aprendí que somos llamadas cuatro veces para escuchar esta palabra encarnada: por las tres personas y la humanidad santa, a la que el Verbo apoya mediante la unión hipostática. El me hizo admirar la paciencia que ejerce en este sacramento, y la que demostró durante su vida mortal por haber salido de lo suyo para no ser recibido de los suyos, es decir, de los judíos. Por ello se ofreció a los gentiles; a los que, si lo reciben, concederá el poder ser transformados en hijos de su Padre celestial, no mediante un nacimiento según la carne y la sangre, ni obedeciendo a las inclinaciones de la voluntad humana, que está desarreglada por el pecado, sino a través de la adhesión a la voluntad divina, que es nuestra [73] santificación; voluntad que nos previene al llamarnos, que nos justifica cuando la seguimos y que desea glorificarnos, ofreciéndonos el inicio de la gloria ya desde esta vida, misma que se consumará en el término. No afecta a su bondad el que poseamos la gracia en el camino y la gloria en el término. Si hablamos y obramos como Samuel, seremos agradables en su presencia en el tiempo y en la eternidad.

OG-05 Capítulo 12 - El divino Sacramento es obra del Señor, sol de gloria y hoguera que abrasa a las almas santas, elevándolas en grandeza por sí mismo y mediante otra venida del Espíritu Santo. Sábado 31 de mayo 1636

            [75] Voy a evocar las obras del Señor, lo que tengo visto contaré. Por las palabras del Señor fueron hechas sus obras, y la creación está sometida a su voluntad. El sol mira a todo, iluminándolo, de la gloria del Señor está llena su obra. La grandeza de su sabiduría las puso en orden, porque él es antes de la eternidad y por la eternidad, nada le ha sido añadido ni quitado y de ningún consejo necesita. Cada cosa afirma la excelencia de la otra, ¿Quién se hartará de contemplar su gloria? (Si_42_15s).

            Como te place que recordemos tu pasión amorosa en el signo del amor que es la institución del santo y divino sacramento, en las sublimes palabras de la consagración se manifiesta el anonadamiento de tus maravillas. Sol Oriente, eres luz de luz que todo lo ve, y por cuyo medio nos mira el Padre eterno, que nos creó con tu intervención y a través de ti nos ilumina. En esta obra adorable, es colmado de gloria lo mismo que el Espíritu Santo. En ella estás rebosante de gloria, que comunicas en plenitud a tu humanidad. El Padre colma esta obra de gloria, tú la llenas, el Espíritu Santo la completa y tu humanidad la hace rebosar: es una obra digna de tu excelencia, plena de gloria. ¿No hizo el Señor a los santos? (Si_42_17). ¿No es acaso este divino sacramento en el que está presente el Señor, el que hace a los santos, convirtiéndolos en nuncios de todas estas maravillas: Que firmemente asentó el Señor omnipotente, para que en su gloria el universo perdurara? (Si_42_17).

            Mostrando que él es el Señor todopoderoso que estableció su gloria y la de sus fieles, prometiendo que los resucitaría gloriosos el último día, por la virtud de este alimento sacramental y en el que precipitará la muerte temporal, dejando los condenados en la muerte eterna, porque no recibieron santamente la Vida que él les quería dar por este divino sacramento. Hermoseó las maravillas de su sabiduría con la eucaristía, que es manjar de los grandes, la cual concede sin disminuir su grandeza, que tampoco puede decrecer, porque Dios es suficiente a sí mismo desde la eternidad hasta la infinitud. Para realizar esta maravilla no necesitó del consejo de los ángeles ni de los hombres ¿Quién hubiera osado imaginar semejante comunicación? Sólo su bondad, que lo impulsó a tanta generosidad, dándose todo a todos y todo a cada uno de nosotros. Cada cosa afirma la excelencia de la otra, ¿Quién se hartará de contemplar su gloria? (Si_42_26). Oh Dios, qué bondad el confirmarnos ese don y saciarnos para ti y por ti mismo dejándonos siempre el deseo de recibirlo y de volver a verte, porque somos tierra, tierra que puede ofuscar nuestros ojos ignorantes, pero viéndote a la luz de tu persona, vemos la luz, y digo que en esta vida donde se encuentra el alma ya en la gloria, ya que la gracia de esta vida es la gloria comenzada, como la gloria en la otra vida es la gracia consumada. El Altísimo firmamento es muestra de su hermosura y la belleza del cielo una visión de Dios (Si_43_1). Qué dicha para el alma ser levantada hasta ese firmamento sublime, en el que la belleza es esencial; en el que el Verbo divino es el soporte del cuerpo, de la sangre y del alma comunicados en este sacramento como don y alimento al ser humano.

            En él radica la visión de la gloria, por encontrarse en él su alma bienaventurada desde el primer instante de la Encarnación. En él está su cuerpo glorioso; en él está el verdadero Dios y el verdadero hombre, que es la felicidad de los ángeles y de los hombres.

            Así como él mismo es la suya, ha querido ser la nuestra con la diferencia de que, al verle y recibirle en su integridad, no le vemos ni comprendemos del todo, como él se ve y comprende enteramente en su inmensa capacidad. [77] Esto no me impide afirmar que el divino sol no sale ni se levanta en nuestras almas, sino que sale, según nuestra manera de hablar, de sí mismo para entrar en nosotros como en su propio horizonte se nos manifiesta como oriente, iluminándonos admirablemente de manera muy sublime, revelando al alma las maravillas que se operan en ella y convirtiéndola en una verdadera Sión en la que ella misma considera cuán apropiado es el silencio para alabarle y hablar con él: A ti, Oh Dios, se debe silencio en Sión (Sal_64_1), asegurando que ella le cumple sus votos en Jerusalén en medio de una paz divina en la que la carne, al parecer destinada a hacer la guerra al espíritu, se encuentra en el Señor Dios y hombre enteramente pacífica ya desde esta vida, en espacios de tiempo tan largos como los pide el amor divino.

            Afirmo que esto es verdad, pues ya desde este mundo puede decir el alma al comienzo de la unión: Escucha mi oración, a ti viene toda carne (Sal_64_3s). Dios la escucha al grado en que ella experimenta que todos sus sentidos son absorbidos por Dios, y que ella es otra Jerusalén: Dichoso aquel a quien eliges y acoges: pues habita en tus atrios. Saciémonos de los bienes de tu casa, de la santidad de tu templo (Sal_64_5). Jerusalén donde se encuentra una participación de la gloria del que habita en ella y que eleva su poder en sus admirables moradas donde él la llena de los bienes de su bondad la cual aparece al descubierto en esa celestial Sión y en esa Sión de acá, aunque terrestre, bajo los velos de la fe, santificando al alma, es decir la persona, como su templo, pues así es de admirable su equidad, no privando la persona que coopera a la inocencia del alma con los bienes que él juzga convenientes.

            Feliz esposa a la que Dios escogió y elevó, habitando en ella y ella en él: Dichoso aquel a quien eliges y acoges: pues habita en tus atrios.! Saciémonos de los bienes de tu casa, de la santidad de tu templo (Sal_64_5). Cuando el alma y el cuerpo gozan de las claridades que emite el oriente, sus divinas comunicaciones son prenda de las dulzuras celestiales, y de lo que serán sus visitas en el cenit de su ardiente amor, cuando sus admirables rayos caigan a plomo sobre ella: En su mediodía reseca la tierra, ante su ardor, ¿Quién puede resistir? (Si_43_3).

            [82] No hay lengua que pueda expresar este ardor, ni criatura que pueda soportarlo sin ser consumida a menos que el Verbo Encarnado no sostenga al alma, por ser la hoguera omnipotente que arde y conserva su objeto:

            Flama ardiente y clara, que Dios causa y le sirve de objeto, fuego que produce refrigerio y que conserva su sujeto. Se atiza el horno para obras de forja (Si_43_4). El Verbo Encarnado, está en el alma y en el corazón de la persona que ha comulgado; y con él, por concomitancia, el Padre y el Espíritu Santo: tres veces más el sol que abrasa las montañas (Si_43_4). Las tres divinas subsistencias arden y brillan en las tres potencias del alma, que son montes en los que fijan su morada: vapores ardientes despide, ciega los ojos con el brillo de sus rayos (Si_43_4).

            En dicha alma está el origen y fuente de toda luz y de todo ardor. En ella está el Padre que engendra a su Verbo; en ella está el Hijo junto con el Padre, produciendo al Espíritu Santo, su aspiración activa, el cual la recibe pasivamente de los dos como de un solo principio, dando término a todas sus emanaciones divinas. Es él quien comienza, prosigue y termina al exterior; es decir, en la persona que ha comulgado. Esto, el ojo no puede verlo, ni el oído escucharlo, ni el corazón del hombre expresarlo en sus pensamientos debido a que toda vista, todo oído y todo pensamiento están ciegos, sordos y perdidos a todo lo creado, para encontrarse en el Increado.

            Al morir a sí misma, la persona mora sólo en Dios, experimentando esta promesa: El que pierde su alma en este mundo por amor a mí, la encuentra en la vida eterna, porque Dios es la vida eterna; En esto consiste la vida eterna, dice la soberana verdad, en conocerte, oh Padre, y a Jesucristo, al que has enviado. Me atrevo a decir que esta es la profusa misión del Padre: dar a su Hijo; y la del Hijo, dar junto con él al Espíritu Santo; y la del Espíritu Santo, comunicar este divino cuerpo y esta alma divina que son obra de las tres personas. Sin embargo, por una propiedad admirable, se dice que Jesucristo es la obra del Espíritu Santo, porque éste último descendió a la Virgen. Quiero decir, por tanto, que el mismo Hijo nace en nosotros por obra del espíritu Santo, y que el mismo divino Espíritu nos anima a acercarnos a este divino Hijo, que es la gloria de su Padre, el honor de su Madre y la corona de su esposa, con la que lo une el Espíritu Santo mediante una operación digna de su creatividad. Grande es el Señor que lo hizo, y a cuyo mandato emprende su rápida carrera (Si_43_5). Apresurémonos a recibir al Salvador, que es grande, igual al Padre y al Espíritu Santo, el cual se nos da para también hacernos grandes, por ser el manjar de los grandes. El se da en el camino como vía, verdad y alegría al alma a la que ama. Así como se da prisa para venir a nosotros, apresurémonos a ir hacia él, a fin de que more en nosotros y nosotros en él. Así como descendió en María podemos afirmar que desciende en la consagración mediante una operación del poder del amor, por ser el término de la voluntad del Padre y del Hijo, su amor purísimo y perfectísimo y su reposo eterno, que los abraza y liga divinamente. Aunque no obra nada en la divinidad, obra fuerte, ardiente y suavemente en la humanidad de Jesús y en el alma santa, dándose a sí mismo el nombre de santificador y por ser el mismo Espíritu Santo al que se refirió el ángel dijo a San José: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (Mt_1_20). Yo sé que las operaciones al exterior son comunes a las tres personas, y que el ángel dirigió a María, con anterioridad, estas palabras: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios (Lc_1_35). Más tarde el mismo ángel no tuvo dificultad en decir a San José que el Hijo que María llevaba en sí había sido concebido en ella por obra del Espíritu Santo.

Capítulo 13 - El domingo de la octava del Santísimo Sacramento del altar escuché que Dios satisfizo su amor infinito al alimentar a la humanidad con su propia sustancia. 1636

            [83] Como te complace; Gloria mía que describa yo tu magnificencia con la humanidad, lo haré para darte gusto, sabiendo que tus delicias se cifran en estar y morar con ella. Mas, no contento con esto, vas más allá de lo imaginable al deleitarte en alimentarlos con tu propio ser. A pesar del placer divino que es Shaddai para ti, te oigo decir que el hombre, al complacerte, te deleita, pudiendo parecer que te regodeas en dicho placer, con el que invitas a la naturaleza humana a tu solemne festín. Dime, por favor, ¿Qué debo pensar al ver que hiciste cesar el maná del cielo cuando la tierra prometida dio su fruto? Te escucho con un gozo inefable, porque deseas que me regocije en ti, concediéndome el deleite y la petición del corazón, que es tú mismo. Dios de mi corazón, mi porción, Dios por siempre (Sal_73_26). Aquellos que afirmaron que los ángeles dejaron de dar el pan celestial porque los hombres no lo querían más, y que por tener los frutos de la tierra no era necesario esperar milagros innecesarios del cielo, dijeron verdad. Tú, sin embargo, ocultaste grandes misterios al hacerlos cesar, porque tu bondad paternal deseaba nutrir por sí misma y de sí misma a todos los hombres, brotando de las castas entrañas de la [84] Virgen María, que es la tierra bendita: Para que se saque de la tierra el pan, y el vino que recrea el corazón del hombre (Sal_104_15). Belén significa Casa del pan. Los ángeles se contentaron con alimentar a los hombres con pan y agua, lo cual fue mucho, por ser éstos reclusos culpables, arrojados fuera del cielo desde que el primer hombre pecó. Aquel pan fue el maná, y el agua el manantial que brotó de la roca al ser golpeada por la vara milagrosa. El ángel que llevó víveres a Elías pensó proporcionar un buen festín al profeta, para después llevarlo hasta la cima del Monte Horeb al cabo de cuarenta y un días. La naturaleza angélica fue muy favorable a la pobre humanidad mientras que tuvo a su cargo el manifestarle tus misterios y representar a tu majestad, lo cual supo hacer muy bien, tronando y asombrando cuando daba tus leyes y notificaba tus decretos. Como se trataba de una naturaleza ardiente y prontísima, los ángeles sólo hablaban por medio de truenos y se nos aparecían como deslumbradores relámpagos. Fueron en verdad preceptores y pedagogos muy capaces de hacerse temer y respetar, a fin de enseñar a los hombres la manera de adorar a tu admirable majestad. Mas, oh maravilla de tu bondad! no pudo ceder a tu majestad porque, cuando te encarnaste, obraste me atrevo a decirlo con la pasión libre de la imperfección de los padres y de las madres, al juzgar que cuatro mil años habían sido suficientes para haber mantener a tus hijos bajo la férula de dichos maestros celestiales y bajo la guía de sus oficiales alados, que no podían esperar las tardanzas y retrasos de los espíritus humanos, que se agravan con el peso de un cuerpo terrenal, que gime bajo su corrupción. [85] Jesús, amor mío, se dice que el amor es el peso de los que se aman. ¿Puedo decir que la tierra es tu amor y que ella te ha atraído o impulsado hacia abajo? Sí, lo he dicho, pero tú tienes invenciones propias de ti y anteriores a toda criatura. Obraste la maravilla de maravillas al levantar la tierra sobre los cielos, uniéndola hipostáticamente a tu divina naturaleza, por lo que podemos decir que Dios es la tierra, y la tierra, Dios. Aquel que dijo: Tierra, escucha la palabra del Señor, dijo bien; pero si yo digo: Tierra, recibe la palabra del Padre, apóyate en el Verbo Divino, digo mejor por serme permitido alabar tu bondad, enamorada de los hombres, la cual quiso entregarse con un amor infinito, lo cual subrayó el discípulo amado en la narración de la Cena: Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn_13_1).

Capítulo 14 - El amor del Padre entregó todo al Hijo para darse a nosotros en el divino Sacramento, con todas sus sublimes grandezas. Lunes 26 de mayo de 1636.

            [87] El Apóstol dice que todo nos ha sido dado por Jesús, que nació por nosotros y para dársenos. Con él, el Padre el Espíritu Santo también se nos dan según el juramento hecho a los Patriarcas, que se cumplió con el nacimiento del Verbo y cuando se dio en la Cena, al tener todo entre sus manos. Si Dios no fuera la sabiduría infinita, podría yo decir que no entendía lo que hacía, porque dio todo de sus manos como un enamorado impulsado por su extremo amor, de suerte que su predilecto y secretario íntimo sólo pudo expresarlo como un exceso de amor infinito: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn_13_1). Antes del día de la fiesta de la Pascua, no quiso pasar por alto la pascua figurativa, hasta que estuviera instituida la real, como si temiese dejar el mundo e ir a su Padre sin haber demostrado que amaba a los suyos con el mismo amor que les amaba el Padre al entregarlo a la humanidad. En dicha hora, el corazón de Jesús se incitó indeciblemente a dar con generosidad a los suyos, que estaban en el mundo. Divino enamorado, no los llevas contigo y el mundo en el que están es demasiado pequeño para contenerlos junto con tu inmenso don. Aún puedo ver al demonio entrando en el corazón de Judas y poner en él barricadas, para impedirte entrar en él. Quiso asegurarse de ser el mejor armado al defender la plaza que la maligna avaricia de Judas, la rabia y la envidia le dieron en posesión. Intentó además acribillar al Príncipe de tus apóstoles, haciendo que te negara con sus propias palabras, llamándose anatema, que no te conocía. Aún voy a hablar después de meditar, para decir que estoy colmado de furor (Si_39_16). Todo esto es incapaz de detener a mi dulce furor. ¿Quién oyó decir alguna vez que el furor fuera amable? No, no lo es cuando proviene de las meras criaturas; pero lo es en el corazón del Salvador, en el hombre creador y criatura, porque se apoya en el Verbo divino, que constituye las delicias del Padre, la hermosura y la deleitable bondad; la felicidad de los ángeles y de la humanidad. Escuchadme, vosotros que sois prosapia de Dios, y brotad como rosales plantados junto a las corrientes de las aguas (Si_39_17). Esparcid suaves olores como en el Líbano Su furor se llama espina, y rosa su dulzura. Por ello la ira del Salvador es dulce: (Si_39_18). La memoria de su divino nombre es tan dulce como el bálsamo derramado, que atrae a las jovencitas en seguimiento de su aroma, que tanto llegan a amarlo. Su esposa, la única paloma, la perfecta, halla tanto contento al entrar en su cava, que se embriaga en tanto que él enarbola, en medio de su corazón, la enseña de su divino amor, que ordena la caridad por temor a que desfallezca ante las dulzuras de estos sagrados arrebatos en un éxtasis divino, al salir de su cuerpo, al que anima, para entrar en Dios, al que ama. Todos los demás amores son tiránicos por exigir del alma una obligación que no tiene hacia ellos, ya que su único deber es amar a Dios con todo su corazón y con todas sus fuerzas. Actuando necia o furiosamente, sumen al alma en la indigencia, en la que la sofocan. Entonces desfallece por debilidad, o se asfixia como resultado de dichas opresiones: Son confundidos los labios del que habla la iniquidad. Sus dientes son pequeñas lanzas y saetas, su lengua, una espada afilada (Sal_57_5). Ellos saben, en ocasiones, que todo lo que los hiere es una insignificante criatura, débil como ellos, a la que alaban y hieren con su propia lengua, dos corazones a una: Porque blandieron como espadas sus lenguas; entesaron el arco con una sustancia amarga, para disparar en secreto su saeta al inocente (Sal_63_8s). Dichas almas eran santas e inmaculadas antes de ser heridas por estas saetas y espadas envenenadas. Pero, ¿Dónde comencé a divagar de mi dulce amor? Al hablar de tu furor, dije algo acerca de las amarguras de las que aman en el mundo, buscando en él [89] lo que jamás encontrarán, porque todo es vanidad y aflicción de espíritu, menos amar a Dios, de quien somos amadas primeramente con un amor infinito, amor que te movió a darte a ti mismo, Jesús, que eres todo para mí, y a anonadarte a ti mismo. ¿Eres acaso el astro que mengua, después del plenilunio? (Si_43_7). Podría parecerlo al tiempo de tu cena y de tu pasión, cuando lavaste los pies a tus apóstoles, aun a Judas, que te despreciaba y obedecería a los judíos para que te crucificaran, y, después de haberte preferido a Barrabás, te sacrificarían entre dos ladrones. Qué abatimiento el de Aquel que, teniendo la forma de Dios, siendo igual al Padre y al Espíritu Santo sin causarles menoscabo, se humilla a sí mismo al grado en que sus criaturas llegan a considerarlo malhechor e inicuo; a él, que es la soberana bondad y la verdadera equidad! Lo hace para demostrar hasta dónde llega su amor, a fin de que el mundo sepa que ama a su Padre, quien lo dio al mundo para salvar por su medio a la humanidad y levantarlo hasta el trono de su gloria con sus propios sufrimientos, a fin de que reciba dignamente el nombre que está sobre todo nombre, en cuya presencia se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos; y para que toda lengua confiese que, por sus méritos, está sentado en la gloria de su eterno Padre: Lleva el mes su nombre; crece maravillosamente cuando cambia (Si_43_8). Al consumar la obra de la redención, consuma el holocausto perfecto, Por tus juicios subsiste todo hasta este día, pues toda cosa es sierva tuya (Sal_118_91). Al resucitar y subir al cielo, todo te estuvo sujeto; es el segundo día, que no terminará jamás: tu grandeza será eterna; Enseña del ejército celeste que luce en el firmamento del cielo (Si_43_8). Por ello exclama la Iglesia: Hostia de salvación, que abres las puertas del cielo, auxílianos con fuerza poderosa en los asedios de las fuerzas enemigas. El Dios oculto y salvador es el Señor de los ejércitos. El cielo y la tierra están llenos de su gloria. A la menor mirada que los ángeles fijan en el sagrado copón donde su Señor está como centinela, haciendo guardia con su cuerpo para el bien de la Iglesia, la cual encuentra su fuerza y su bastión en sus torres, que son las dos naturalezas de este Señor fuerte en la batalla, se extasían ante el exceso de su amor. [90] Estos fieles guardianes abren sus puertas a la vista de su majestad, y su gloria entra por ellas de manera inefable: Hermosura del cielo es la gloria de las estrellas, orden radiante en las alturas del Señor. Por las palabras del Señor están fijas según su orden, y no aflojan en su puesto de guardia (Si_43_9s). Por eso dijo David: Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron (Sal_50_5).

           Entre estos santos, es menester escuchar a los que recibieron la buena nueva del Verbo Encarnado en este divino sacramento, la cual legaron al mundo para iluminarlo y esclarecer las maravillosas grandezas del pan de vida y del entendimiento, que es su gloria, ya que por su medio brillan como estrellas en el firmamento celestial, pero a perpetuidad, desde donde juzgarán a los incrédulos, a los herejes y a los malos cristianos que cerraron los ojos ante el sol de justicia y de bondad, el cual mantiene fijos y clavados fuertemente en sus deliciosas bellezas los ojos de sus enamoradas. En cuanto a ti, alma mía, contémplalo en la tierra como un arco iris que te anuncia la paz; bendice a aquel que lo hizo hombre y lo engendra en la eternidad; bendice a este arco tendido para darte fuerza y ser signo de su divino amor, que impedirá al diluvio de venganza caer sobre ti. Su bondad es muy grande y su belleza, arrebatadora en sí misma: Qué bonito es su esplendor (Si_43_11). Es extremadamente bello en su esplendor; sólo él, con el Padre y el Espíritu Santo, son capaces de contemplarlo fija, inmensa y enteramente. Rodea el cielo con aureola de gloria, lo han tendido las manos del Altísimo (Si_43_14). Rodeó los cielos con su gloria y, con su poder, los abrió a la inteligencia de sus maravillas. Estos cielos son los ángeles y las almas a las que él mismo ilumina. En un instante las hace blancas como la nieve y frías a todo lo que no es su gloria. Las apura, las apremia a procurar su fervor en las demás, cual centellas que iluminan y encantan, comunicando el amor y el temor: el amor de su misericordia y el temor de su justicia. [91] Con su orden precipita la nieve, y fulmina los rayos según su decreto. Por eso se abren sus cilleros, y vuelan las nubes como pájaros. Con su grandeza hace espesas las nubes, y desmenuza las piedras de granito (Si_43_13s). Según esto, abre sus tesoros a sus almas queridas, las cuales son transformadas en nubes que vuelan como los pájaros del día sobre las que se da el sol y, al derretirlas, las solidifica y afirma, colocándolas entre sus grandezas y sus magnificencias, y concediéndoles el poder de romper los corazones de piedra de los grandes de la tierra. ¿Quién hubiera pensado jamás que la nube destilada pudiera romper una piedra en tan poco tiempo? Según lo que aprendí, la caída constante de una gota quiebra, después de mucho tiempo la piedra sobre la que cae. Estas piedras de la indignación divina, que con frecuencia le sirven de plagas para castigar las faltas de los hombres, son resquebrajadas por la gracia que concede a las almas que comulgan santamente: en la eucaristía su resistencia es reducida a la nada y en ella se rompen de contrición. A una mirada suya se conmueven los montes, y a su querer sopla el ábrego (Si_43_18). En la presencia del divino sol, las montañas son las almas elevadas, lugares altos inflamados e iluminados en el mediodía de su amor. Ellas aspiran, al respirar, el dulce aire de su bondad: Los ojos admiran la belleza de su blancura, y las inundaciones llenan de espanto el corazón (Si_43_20). El entendimiento se arrebata de admiración ante su bondad y su blancura, sabiendo que él es el candor de la luz eterna, figura de la sustancia del Padre y espejo sincero de su majestad, en la que nada sucio puede caber. Ellas aspiran, al respirar, el dulce aire de su bondad: Los ojos admiran la belleza de su blancura. Cuando place a la divina bondad que el alma la contemple con una vista fortalecida por su luz, parece fundirse en la misma imagen y exclama con el Apóstol: Y así es que todos nosotros, contemplando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados en la misma imagen de claridad en claridad, como por el Espíritu del Señor (2Co_3_18). Mientras que el alma se encuentra en esta comunicación sublime de la divina belleza, es transformada en participante divina de las inefables grandezas, admirando a la deidad suprema que la sostiene con brazo poderoso y echa fuera todo lo que [92] puede distraerla de la atención a ella. Sin embargo, como esto no puede durar en el camino del mismo modo que en el término, el Dios de los esplendores cubre su claridad, enviando al alma un delicioso rocío para darle sombra y anegándola en la dulce afluencia de su bondad, que es el Espíritu Santo, el cual difunde o derrama la caridad en su corazón, que parece desmayar o desfallecer ante la superabundancia de sus amorosas dulzuras: El rocío, después del viento ardiente, devuelve la alegría (Si_43_22). Lo anterior es un verdadero éxtasis, ya que la voluntad que reside en el corazón se encuentra en esta fuente viva y en dicho fuego de caridad. Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos; broche de mis palabras: El lo es todo. ¿Dónde hallar fuerza para glorificarle? Que él es el Grande sobre todas sus obras. Temible es el Señor, inmensamente grande, maravilloso su poderío. Con vuestra alabanza ensalzad al Señor, cuanto podáis, que siempre estará más alto; y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca acabaréis. ¿Quién le ha visto para que pueda describirle? ¿Quién puede engrandecerle tal como es? mayores que éstas quedan ocultas muchas cosas, que bien poco de sus obras hemos visto. Porque el Señor lo hizo todo, y dio a los piadosos la sabiduría (Si_43_29s). Todo lo que podemos decir de este divino sacramento se queda muy corto. Es la maravilla de las maravillas que Dios hizo en el cielo y en la tierra. Nada es más grande porque en él se encuentra la Trinidad. Es la extensión de la Encarnación, la amorosa memoria de la pasión, el terror de los demonios. Los ángeles adoran con una reverencia inefable al Verbo Encarnado y anonadado en este divino sacramento, en el que se manifiesta su admirable grandeza. Después de los espíritus celestiales, la humanidad y todas las criaturas deben alabar su magnificencia, lo cual nada dice, ya que se encuentra más arriba que la altura a la que lo bendicen, lo cual también se aplica a la humanidad y a las demás criaturas: Está por encima de toda alabanza (Si_43_33).

            [93] Al alabarla en paz y sin presura, el alma vive contenta, sabiendo que su poder es impotente a causa de la excelencia del objeto que ella desearía ensalzar, que es infinitamente digno de alabanza. El mismo sabe de qué manera debe ser loado, y lo hace dignamente, ofreciendo su propia alabanza junto con la piedad que su bondad pone en nuestras almas. En dicha piedad mora la sabiduría que quiere concedernos, que es la santidad. El que es santo, es de él, por él y en él santificado nuevamente. Instituyó este sacramento para santificarnos por sí mismo, para que vivamos por él así como él vive por su Padre. Desea morar en nosotros a fin de que moremos en él, y que seamos uno con él así como él es uno con su Padre mediante el lazo de amor que es el Espíritu Santo, al que, en unión del Padre y el Hijo, sea dada gloria por siempre.

 Capítulo 15 - En este divino Sacramento se encuentran la divina alabanza que da honor a Dios y la invención de su amor que transforman a quienes lo reciben santamente, 26 de mayo de 1636.

            [95] Al profeta David le complacía en extremo entonar las alabanzas divinas: Aclamad a Dios, la tierra toda, salmodiad a la gloria de su nombre, rendidle el honor de su alabanza; toda la tierra se postra ante ti, y salmodia para ti, a tu nombre salmodia. Pueblos, bendecid a nuestro Dios, haced que se oiga la voz de su alabanza (Sal_66_1s).

            Este profeta tan amado del Señor por ser un hombre según su corazón, conocía sus intenciones. Por ello fue escogido para realizar sus designios, que son nuestra santificación, reservando para sí la alabanza y la gloria y diciendo por el profeta Isaías: A ningún otro daré mi gloria. Esto significa que ni el hombre ni el ángel deben usurparla, por ser éste un delito de lesa majestad al jefe supremo, por quien el ángel soberbio fue echado fuera del cielo empíreo, y el hombre, que por persuasión de su mujer, seducida por la serpiente, comió del fruto prohibido para ser como Dios, expulsado del paraíso terrenal en medio de gran confusión y sin esperanza de poder volver a él, por ser indigno de comparecer ante la majestad ofendida.

            ¿Por qué medio llegar a un acuerdo entre un Dios altísimo y un minúsculo vaso de tierra que se había inflado de orgullo? No existe punto de conveniencia entre la nada y el todo; pero he aquí, el Verbo divino que, sin menoscabo, iguala en gloria al Padre y al Espíritu Santo, por su pura bondad se anonada, tomando la forma de siervo. [96] Con esta indumentaria es verdadero hombre sin dejar su divinidad. Por ello retiene su propia gloria y mérito en la encarnación, para que en cuanto hombre sea honrado como Dios con culto de latría. La excelencia del soporte divino levanta la bajeza de la naturaleza que tomó, y al entrar en el mundo, ofrece un sacrificio digno de la gloria divina. El que ofrece sacrificios de acción de gracias me da gloria, al hombre recto le mostraré la salvación de Dios (Sal_50_23). El Verbo divino, que se hizo camino, ideó esta admirable invención para llegar a un acuerdo con la divinidad, al manifestarse y darse al género humano como Salvador de Dios, lo cual Simeón conoció claramente cuando dijo: Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación (Lc_2_29s). Como si hubiera dicho: El camino está abierto, déjame ir en paz; mis ojos han visto a tu Salvador, al que enviaste a los verdaderos israelitas. El Verbo Encarnado es el verdadero Israel, al que glorificas y mediante el cual recibes toda gloria, porque procede de ti para glorificarte. A tu vez, lo vuelves a glorificar en sí mismo y en los suyos, para los que desea la gloria que tiene contigo desde antes que el mundo existiera: Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado. Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo (Jn_17_22s). Recuerda, Padre Santo si es que puedes olvidar alguna cosa a la manera de los hombres, que tu decreto de bondad procedió al de justicia. Por ti mismo, eres bueno, y justo en razón de los ángeles y de los hombres. Divino Padre mío, para que el mundo conozca que te amo, vengo según tu ardiente amor, que desea salvar a la humanidad por mi medio, dándole lo que tú mismo destinaste para ella antes de la [97] creación del mundo, a saber, la participación de tu gloria como hiciste con los ángeles.

            Por mi medio son consortes de nuestra divina naturaleza. No dijiste ni dirás jamás al ángel: Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado en mis entrañas y en mi seno en el esplendor de los santos. Es a mí a quien dices esto, y que yo estoy sentado a tu diestra en igualdad de gloria. A mi vez, te digo con mi autoridad divina en calidad de divino Verbo tuyo que deseo que nuestra voluntad divina sea una en nuestras tres hipóstasis, y que los que me has dado sean uno, para que yo esté en ellos y que ellos sean uno conmigo así como yo soy uno contigo y el Espíritu Santo, al que tú y yo queremos darles, sabiendo que él desea venir a ellos y hacer en ellos su morada por siempre, a fin de manifestar tu gloria en el mundo. Deseo estar con ellos por la gracia hasta la consumación de los siglos y en el sacramento de amor y de gloria que les doy y daré aun en calidad de viático, a fin de que lleguen a la gloria a través de la beatitud de este sagrado convivio, en el que permaneceré y permanezco para que, al recibirlo, sus almas sean colmadas de gracia en recuerdo de mi pasión y de mi gloria, y de la esperanza que es preludio del gozo de mi resurrección gloriosa, ya que en este divino sacramento reside toda alabanza tuya. Al verla en ellos, mi gozo será pleno al ir yo a ti, Padre Santo: Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada (Jn_22_13).

            Si fuera yo capaz del dolor eterno en mi divinidad, lo sentiría al ver que Judas y los malos cristianos no aprovecharán este sacramento, en el que me doy con usura a mis amigos, que encuentran en él el céntuplo y la gloria eterna ya desde esta vida. Por ello me alegra el que mis predilectos reciban, por este sacramento, mi gozo cumplido, que los colma de felicidad. Canté el himno a tu gloria en la Sión de la tierra a fin de que seas dignamente alabado y se te agradezca este gran beneficio otorgado a los míos. Permanezco en este sacramento para continuar en él este oficio, y para aplacarte cuando falten a sus [98] obligaciones por impotencia y la decadencia del pecado. Solos no son capaces de alabarte por estar tú muy por encima de toda alabanza. Soy yo quien te la ofrece de modo infinito porque eres infinito. Me quedo en este sacramento para impedir que la maldición lanzada sobre los que se apartan de tus mandamientos los pierda el momento de tu ira. Te ofrezco mi dulzura y mi obediencia perfecta. Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas, entonces dije: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser (Sal_40_7s). Yo soy tu libro, por ser tu Verbo. Yo tomé la naturaleza humana a fin de cumplir todas tus voluntades con un corazón enamorado, porque eres mi mayor delicia. Me deleito en ti, que concediste la petición de mi corazón en la Cena del amor en la pascua que deseé con gran deseo por el amor infinito que te tengo, que es el mismo con el que los amo. En este amor ganas más de lo que te hacen perder al ofenderte. En razón de tu sublime infinitud, sus pecados son infinitos porque ofenden a un objeto infinito, y yo pago por ellos con méritos infinitos. Como mis acciones son teándricas debido al soporte divino, son humanamente divinas y divinamente humanas.

            Oh maravilla de amor. ¿Quién es capaz de escrutar tus designios, que sólo pertenecen al amor divino que es Dios? Dad gracias al Señor, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas, pregonad que es sublime su nombre. Cantad al Señor, porque ha hecho algo sublime, que es digno de saberse en toda la tierra. Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, que grande es en medio de ti el Santo de Israel (Is_12_4s).

            Confiesen al Señor e invoquen su nombre; esfuércense para hacer resonar y conocer sus hazañas entre otros pueblos. Recuerden que hay un nombre para el [99] Altísimo; la alabanza es debida a este divino Señor porque obró maravillas al darse a sí mismo. Es convivio de convivios, que jamás tendrá par ni como comida, ni como bebida. Su generosidad dura hasta el fin de los siglos y, si la Iglesia me lo permite, diré que es eterna; y por qué no, si Jesucristo dijo: Quien coma de este pan vivirá eternamente, porque yo lo resucitaré en el último día. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron; pero el que coma de este pan vivirá eternamente, porque tendrá en sí la verdadera vida. De este modo seremos cristóforos, es decir, llevaremos a Cristo en nuestros cuerpos por haber recibido su cuerpo y sangre en nuestros miembros. Como dice San Pedro, seremos participes de la naturaleza divina. (San Cirilo de Jerusalén)

            Al ser consortes de su divina naturaleza, participamos de su vida divina de una manera admirable al comer de este pan divino. Por ello nos dice: Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn_6_53s). Oh unión admirable, sublime fusión, unidad divina en la que el fuego del divino amor transforma el alma humana, es decir, el cuerpo, en Jesucristo, que es principio de vida y santa llama del pecho en el que Jesucristo es recibido para santificar, es decir, para deificar! La esposa, derretida en sí misma, se derrama en Dios, en el que reside y subsiste.

            Es como si alguien derramara cera derretida sobre otra: forzosamente la segunda se mezclaría del todo con la primera. De igual manera quien recibe en sí el cuerpo y sangre del Señor, se fusiona con Cristo en sí mismo, y Cristo se encuentra en él. Aquí se verifican las palabras de San Mateo, o mejor dicho, las del Verbo Encarnado acerca de la levadura oculta en tres medidas de harina. El amor divino ha dado a nuestra naturaleza un soporte que la lleva, con el que, por concomitancia, están los otros dos soportes, por ser la divinidad indivisible en este sacramento.

            [100] En este divino pan se encuentran las tres sustancias de Jesucristo: la divina, la del alma y la del cuerpo. Toda la maravilla que es el Verbo Encarnado, es recibida en el hombre por obra del Espíritu Santo. Como dijo Pablo: así como la levadura fermenta toda la masa, de igual manera una pequeña bendición atrae a sí la totalidad del hombre y colma de gracia su ser. De esta manera, Cristo mora en nosotros y nosotros en él. Si queremos, por tanto, obtener la vida eterna, y anhelamos poseer en nosotros al dador de la inmortalidad, acudamos gustosos a recibir esta bendición.

            Al odiar el pecado, amemos la gracia; este divino sacramento es llamado Eucaristía, que significa la gracia misma, acción de gracias. En ella se encuentra el autor de la gracia. Los demás sacramentos confieren la gracia, pero éste contiene al Dios de la gracia, Jesucristo, pleno de gloria y de verdad, la cual vemos a través de la fe al confesar que él es el unigénito y único del Padre eterno, que en la encarnación se hizo carne para habitar en nuestra naturaleza.

            Por si esto fuera poco, instituyó el sacramento de su precioso cuerpo y sangre y, por concomitancia, el alma y la divinidad nos son dadas en él por el poder de su palabra divina: el pan se convierte en carne para habitar en cada uno de nosotros. Fue él quien ideó este medio para obrar una extensión de su Encarnación. Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, que grande es en medio de ti el Santo de Israel (Is_12_6). No contento con haberlo ofrecido en Sión, quiso que este sacrificio y sacramento, que es la consumación de sus delicias y el anonadamiento de sus maravillas, se extendiera por toda la tierra: Porque es una aniquilación decidida lo que el Señor Dios de los ejércitos realiza en medio de toda la tierra (Is_10_23).

            El obró nuestra salvación en medio de la tierra, en el seno de la Virgen Madre. En el Cenáculo hizo posible esta maravilla para salvarnos por sí mismo y, no contento con ello, lo hace por toda la tierra, en la que dicho sacrificio se ofrece y este sacramento es concedido a los cristianos. Porque la tierra estará llena de la ciencia del Señor, como cubren las aguas el mar (Is_11_9). Y esto a tal grado, que el alma prorrumpe después de recibir el divino sacramento: Ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla (Sal_139_6).

            [101] No puedo comprenderla, pero ella me comprende. Ella me ilumina al cegarme; la luz es tiniebla a mis deficientes ojos, por lo que debo cerrarlos en una noche deliciosa para mí: Aunque diga: Me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor, ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día. Como la tiniebla, así la luz (Sal_139_11s).

            Tú iluminas mi entendimiento e inflamas mi voluntad en este divino sacramento. Siempre soy feliz al verte o al besarte; mi dicha consiste en perderme en este abismo, abismada en la divinidad: En Dios, cuya palabra alabo, en el Señor, cuya palabra alabo, en Dios confío y ya no temo, ¿Qué puede hacerme un hombre? (Sal_56_11s).

Capítulo 16 - La admirable belleza de Jesucristo en la amabilísima Eucaristía, la cual comunica a su esposa con una divina pureza, haciéndola fecunda con frutos de santidad, miércoles 27 de mayo de 1636.

            [103] Así como se conocen las causas por sus efectos, entraremos en el conocimiento de la belleza del divino esposo, a través de la hermosura que concede a su esposa, belleza que él mismo alaba lleno de admiración. Qué bella eres, amada mía, qué bella eres (Ct_4_1). Eres toda hermosa y en ti no hay mancha alguna. Ven del Líbano, ven. Otea desde la cumbre del Amaná, desde la cumbre del Sanir y del Hermón, desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos. Me robaste el corazón, hermana mía, esposa, con una mirada tuya, con uno solo de tus cabellos (Ct_4_8s). Quién ha dado tantas bellezas a la esposa sino el esposo, al que dice en respuesta. Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso. Puro verdor es nuestro lecho. Las vigas de nuestra casa son de cedro, nuestros artesonados, de ciprés (Ct_4_16s).

            La hermosura que alabas en mí procede de ti; eres tú quien me la da; tu profeta real nos hace notar que eres tú el que nos hizo, y no nosotros a ti: El nos hizo y no nosotros a él (Sal_100_3).

            ¿No eres tú el Señor de los ejércitos? Las armas de la guerra no tienen poder alguno sobre ti. Una sola mirada de tus ojos llenos de majestad abaten todo a tus pies; tu voz es un trueno y tu palabra un rayo. El pueblo al que sacaste del desierto no podía escucharla sin sentir angustias de [104] muerte, por lo que pidieron a Moisés que fuera su intérprete así como era el tuyo, trayéndoles tus leyes para que a su vez pudiera presentarte su obediencia. David decía: Yo daré mi benignidad y la tierra producirá su fruto.

            Hija, ¿acaso ignoras que el amor posee encantos y que hiere con dardos que no pueden evitarse, por ser agradabilísimos? Aquellos que los sienten, los reciben con una complacencia inefable, conocida sólo de los que aman.

            Mi querido enamorado, tu bondad se dejó herir, porque así lo quiso, con una sola mirada de tu amada y uno solo de sus cabellos. ¿Qué herida no te habría causado si hubiera empleado sus dos ojos y te hubiese aprisionado con un cordel tejido con toda su cabellera? Quizá no hubieras podido desatarte de su ligazón. Te habría mantenido cerca de ella, y a su vez, conservaría el consuelo de la llaga mortal que le causaste, que la sume en una languidez tal, que conjura a las hijas de Jerusalén te avisen que desfallece de amor a ti; que tu ausencia acabará con ella si no vas presuroso a remediar su mal de amor: Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿Qué le habéis de anunciar? Que enferma estoy de amor (Ct_5_8). Que su belleza me ha herido. ¿Qué distingue a tu amado de los otros, oh la más bella de las mujeres? ¿Qué distingue a tu amado de los otros, para que así nos conjures? (Ct_5_9).

            ¿Quién es tu amado, al que nos muestras tan amable, oh la más bella de las mujeres? ¿Quién es tu amado, que provoca en ti un amor tan apasionado que nos conjuras de este modo, para que te demos noticias de él? No es costumbre entre las que aman buscar con tanta urgencia y ardor a sus amados. Debe ser la belleza misma, porque te has perdido en ella junto con la compostura propia de tu sexo y condición.

            Mi amado es cándido y rubicundo, distinguido entre diez mil (Ct_5_10). Mi amado es blanco y rojo, uno entre millares; es decir, el elegido entre todos. Es el Hijo de Dios, el candor de la luz eterna, el esplendor de la gloria del Padre, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su majestad, el hálito de su poder y la nítida emisión de su claridad divina. Cuya hermosura admiran el sol y la luna. El mismo se admira, su madre le admira; él es Sol, su Madre, luna y los santos, estrellas [105]: Es ella, en efecto, más bella que el sol y supera a todas las constelaciones (Sb_7_29).

            Es el más bello de todos los hombres y su hermosura es incomparable No hubo antes de él, quién tuviera vestiduras tan magnificas desde el comienzo del mundo (Si_45_15). En él se encuentra la belleza de los campos, que es la belleza divina en razón de su humanidad, a la que llamamos esplendor de los campos. Lo es también mediante la unión inseparable que tiene con el Padre y el Espíritu Santo, por ser con ellos un Dios único aunque distinto, en Trinidad de personas. En este sacramento lo acompañan por concomitancia, haciendo su morada en el alma que comulga.

            Dicho esposo tiene la hermosura de Jerusalén, a la que se refirió el buen viejo Tobías con estas palabras: Seré feliz si alguno quedare de mi raza para ver tu Gloria y confesar al Rey del Cielo. Las puertas de Jerusalén serán rehechas con zafiros y esmeraldas, y de piedras preciosas sus murallas. Las torres de Jerusalén serán alzadas con oro, y con oro puro sus defensas. Las plazas de Jerusalén serán soladas con rubí y piedra de Ofir; las puertas de Jerusalén entonarán cantos de alegría y todas sus casas cantarán aleluya. Bendito sea el Dios de Israel. Y los benditos, bendecirán el Santo Nombre por todos los siglos de los siglos. Amén (Tb_13_16s).

            En cuanto a mí, he terminado el transcurso de mis años. Es necesario que mi cuerpo baje al sepulcro y que mi alma descienda a los limbos. Sin embargo, me consideraré dichoso si poseo la certeza de que alguien de mi simiente y de mis descendientes vivirá todavía sobre la tierra para contemplar al Verbo Encarnado, que es la verdadera Jerusalén de paz. Sus puertas serán de zafiros y esmeraldas; la esperanza de la tierra se unirá al poder del cielo; sus muros serán de piedras preciosas y su pavimento, de piedras blancas y purísimas. Llegará a nosotros por María, que es la puerta admirablemente sellada por la que este gran Señor pasó sin causar abertura alguna, entrando a ella y saliendo de ella. Los doce apóstoles son las piedras preciosas que le rodean. Magdalena, santificada por él, es el pavimento de [106] adoquines blancos en los que se detuvieron los pies del Salvador después de haberle perdonado sus pecados.

            Al llegar a este punto, aplicamos el concepto de la misma Jerusalén a la divina humanidad de Jesucristo en el Santísimo Sacramento, que es la ciudad divina y humana recubierta de zafiros y esmeraldas; que es la verdadera puerta: Yo soy la puerta (Jn_10_7). La hermosura de todas las piedras preciosas la circunda como muros deslumbradores, que extasían a sus amigos y aterrorizan a sus enemigos.

            El empedrado en el que se apoya es la pureza misma, siendo fácil de distinguir como la nieve que cubre la cima de una montaña, que es comprimida admirablemente, permaneciendo sólida con una singular perfección parecida a la de la divina Jerusalén: Cuando Shadday dispersa a los reyes, por ella cae la nieve en el Monte Umbrío; Monte de Dios, el monte de Basán (Sal_67_15). Dichas piedras están ungidas con bálsamo de alegría, destilando, junto con él, miel que regocija a los que viven en ella: y por sus calles se cantará: Aleluya.

            Sus dimensiones son admirables: la suprema altura, la profundidad abismal, la inmensa anchura, la infinita longitud de su divina naturaleza, que porta a la humanidad, la cual tiene recodos en los que se canta aleluya; llagas sagradas cuya belleza invita a entonar aleluyas. Todos los que pueden entrar en ella cantan emocionados alabanzas divinas y humanas al Hombre-Dios, que es también la adorable Jerusalén donde reina la paz. Bendito sea el Dios de Israel Y los benditos, bendecirán el Santo Nombre por los siglos de los siglos. Tobías era del linaje de Neftalí, de quien Jacob profetizó diciendo: Es una cierva suelta, que da cervatillos hermosos (Gn_49_21). Buen viejo, pareces rejuvenecer ante tu deseo: corres muy de prisa, encontrándote, en pensamiento y espíritu, en el advenimiento de Jerusalén a la tierra. El divino Espíritu te mueve a apresurarte, inspirando tus bellas palabras a favor de la hermosura sin par de la Jerusalén que él mismo edificó en las entrañas de la Virgen. En esta Jerusalén se da tan bella reunión. Quién no se extasiará al contemplar su admirable hermosura. Mi amado es cándido y rubicundo, distinguido entre diez mil (Ct_5_10). Es la blancura divina y el escarlata humano; es el armiño purísimo y la púrpura real; es la cerusa y el bermellón. Es la inocencia y el amor, la belleza y la gracia increada: Su cabeza, oro finísimo (Ct_5_11). Todas las riquezas de la ciencia, la sabiduría y la divinidad están en Jesucristo, Dios y hombre, que es mi esposo amadísimo. Sus cabellos como renuevos de palmas, y negros como el cuervo (Ct_5_11). Cual palmas victoriosas, extiende sus vastos pensamientos sobre los corazones, por amor. Cuida de las almas desamparadas como el cuervo a sus polluelos; si la madre olvida a su hijo, el Verbo Encarnado jamás olvidará a sus elegidos. Los hará semejantes a él mediante el rocío de sus gracias celestiales y divinas, de suerte que los confesará como suyos. ¿Qué rocío es éste? La Eucaristía, con la que los alimenta y configura en él.

            Sus ojos como de paloma junto a los arroyuelos de aguas (Ct_5_12). Sus ojos de paloma contemplan la ribera de las aguas de las tres divinas substancias, que son litorales, términos y relaciones entre las personas de la augustísima Trinidad, las cuales se encuentran divinamente la una en la otra en su circumincesión y divino saber. Sus ojos como de paloma junto a los arroyuelos de aguas, bañándose en leche, posadas junto a un estanque (Ct_5_12). En su infancia su humanidad y benignidad se manifestaron a manera de leche y dulzura, que ahora nos son dadas en este divino sacramento, que se cubre bajo el blanco velo de la leche, para disimular en él nuestras faltas por medio de la penitencia. La leche no es transparente, por lo que puede contemplar su blancura. De igual manera, este enamorado mira siempre su inocencia y, por amor a ella, perdona las iniquidades de los hombres, no queriendo acordarse de sus pecados una vez que los ha perdonado en la recepción de este sacramento del amor.

            Era yo, yo mismo el que tenía que limpiar tus rebeldía por amor de mí y no recordar tus pecados (Is_43_25). Aparenta ignorar las faltas de devoción, de modestia y de respeto que se cometen en la recepción de este divino sacramento, borrándolas con su pureza, dándose satisfacción a sí mismo, deseando con gran deseo que lo recibamos y, a fin de que la claridad de sus ojos no nos aterre a causa de la majestad de sus rayos, los vela con leche. Por ser el Dios del amor, vela sus ojos con tules de leche, a fin de que los pequeños se acerquen a él en este divino banquete, sin temor a su grandeza, que se estrecha en él, por ser el Verbo anonadado.

            El es el bravo Judá, del que Jacob profetizó diciendo: Lava en vino su vestimenta, y en sangre de uvas su sayo; el de los ojos encandilados de vino, el de los dientes blancos de leche (Gn_49_11s).

            A las almas que le aman se les manifiesta como el mismo amor, con todo su ardor, por haber lavado su túnica en el vino de la uva y su manto en la sangre de la vid. Sus ojos son bellos como el vino. Para animar a las almas valientes a recibirlo, se come a sí mismo y después se da como alimento. Es un festín real, es decir, divino. Para los fuertes, sus pechos son como una uva azul de las viñas de Engadí. Sus ojos son bellos como el vino de esta uva. Para el pequeño, son leche con el que lava sus ojos. Sus dientes, blancos como la leche, conceden audacia para comer con él. Todo en él parece anegarse o nadar en la dulzura y ser lavado con leche, como sugiere la expresión bañándose en leche.

            Es menester fijarse que el Espíritu Santo añade: posadas junto a un estanque, debido a que su humanidad está unida a la divinidad y reside en unidad de personas por medio de la unión hipostática, que se apoya en la divina subsistencia del Verbo divino sin mezcla ni confusión de las dos naturalezas, que se unen y son llevadas por la hipóstasis del Verbo, que es el río de plenitud que la fecundidad del Padre engendra a perpetuidad. Al ver las miserias de los hombres, dicha humanidad acude a socorrerlas, sin dejar de contemplar las adorables perfecciones de la divina excelencia, que son tan suyas como del Padre y del Espíritu Santo. Me refiero a las que son comunes a la esencia divina, sin confundir las propiedades personales: la paternidad, la filiación y la espiración.

            [107] En este sacramento el Padre engendra a su Verbo, y ambos producen al divino Espíritu; Espíritu que no produce nada en la Trinidad por ser el término de todas las emanaciones divinas. Sin embargo, obra maravillas en la persona que recibe al Señor del amor, operación que se puede recibir y sentir, mas no expresar a los demás. Se trata del secreto de la alcoba real y divina, donde la esposa es divinizada, embellecida y transformada (en semejanza), al participar en la belleza esencial del Verbo divino, que es bueno y hermoso por ser la imagen en la Trinidad. Por ello se le puede dar el apelativo de belleza y bondad de Dios.

            Como mi Padre San Agustín conoció y amó muy tarde, lamentaba amargamente su ignorancia: Tarde te conocí, tarde te amé, oh belleza y bondad antigua y siempre nueva. Hace una eternidad que el divino Padre engendró esta belleza y bondad, en la que el Espíritu Santo abraza al Padre y a su imagen, recibiendo de ambos su eterna producción. Sin embargo, las criaturas ignoraban dicha bondad y belleza, debido a que carecía de existencia propia.

            La bondad se dignó producirlas al exterior, para hacerlas partícipes de su belleza, toda bondad, creando a los ángeles y los hombres a su imagen y semejanza y concediendo al alma tres potencias. Así como en la Trinidad hay tres personas que son una simple esencia, así en el ser humano sólo hay un alma que tiene tres potencias.

            La bondad, que en sí es comunicativa, no quiso contentarse con haber creado al hombre a su imagen y semejanza, ni con darle para su servicio y placer a todas las criaturas; sino que quiso concederle su propia sustancia, imprimiendo en él su imagen a fin de hacerlo partícipe de su divina naturaleza cuando el Verbo se encarnara en el seno de la Virgen sin par.

            El Verbo Encarnado tomó un cuerpo para hacerlo el ideal, el modelo y la felicidad de los nuestros, dándonoslo en el divino sacramento como trigo de los elegidos y vino que engendra vírgenes. Es lo bueno y lo bello que nos da con perfección en él y por él: El cual transfigurará este bajo cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas (Flp_3_21), como dijo el Apóstol Pablo. [108] Nos da este sacramento para embellecernos, para sustentarnos, para aliviarnos no sólo de las enfermedades del espíritu, que son los pecados, sino también, en ocasiones, de las del cuerpo, concediendo la salud. Yo añadiría que nos embellece, haciendo que la belleza que comunica a las almas se refleje en el cuerpo, y conformándonos, en cierto modo, a la imagen de su hermosura y al esplendor de su gloria.

            Es esto lo que quiso decirnos el predilecto del Verbo: Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado (1Jn_1_7). Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es y quien espera en él se santifica, como él mismo es santo (1Jn_3_2).

            La persona que ha comulgado posee en ella misma la santificación, el Santificador y la santidad esencial, que radica en este sacramento para santificarnos. Es el excelso trono junto al cual los serafines adoran a la majestad divina, cubriendo sus pies y rostros y diciéndose unos a otros: Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria. Santo es el Padre, Santo es el Hijo, Santo es el Espíritu de ambos; Santo es el sagrado cuerpo de Jesucristo, santa es su alma bendita, santa es su soberana divinidad, santo es el Verbo Encarnado en el sacramento oculto bajo las especies del pan y del vino.

            Podríamos preguntarle: ¿Tienes un brazo tú como el de Dios? ¿Truena tu voz como la suya? (Jb_40_9), y nos respondería que él es el mismo Dios, el Verbo del Padre, que lanza su voz de trueno y asombra a sus criaturas cuando le place. Por él todas las cosas han sido hechas y son preservadas por su sabiduría; por ser la palabra del divino poder, lleva todo en sí. Como dicho concepto ha sido más que suficientemente probado, tengo derecho a decirle: [109] Jesucristo mío, Cíñete de majestad y de grandeza, revístete de gloria y esplendor (Jb_40_10). La hermosura del Señor es más alta que los cielos, se ha vestido de esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto (Sal_104_1).

            Envuélvete en belleza por ser el Altísimo; seas gloriosamente ensalzado por encima de todas las criaturas; revístete de belleza en este divino sacramento, que es más excelso que todos los astros, por estar situado en el Verbo divino, quien da apoyo al cuerpo que nos das a comer. Toda criatura debe confesar que estás revestido de luz como de una túnica digna de tu majestad, que ha reinado, reina y reinará sin fin porque tu reino es infinito. Reina el Señor, de majestad vestido, vestido y ceñido de poder (Sal_93_1). Al llegar el tiempo en que quisiste reinar en los corazones, instituiste este divino sacramento, revistiéndote de hermosura y ciñéndote de poder. En esta Cena manifestaste que eres el grande por excelencia y también el pequeño. Al orar, al tiempo de esta institución, revelaste tu igualdad con tu Padre: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo (Jn_17_24).

            Cuando lavaste los pies a los discípulos, aun a Judas, mostraste tu profunda humildad. Judas era la fealdad execrable; Jesús, la belleza incomparable. Qué habrán pensado los ángeles al contemplar ambos extremos. Ellos podían ver tu entendimiento, todo luz, y tu voluntad, toda llamas. Tu corazón es la morada del amor hermoso y tu entendimiento, una bóveda de claridad. Qué hermosura la de tu rostro adorable, cuánta bondad en esa hoguera de amor. Tu casto pecho, sobre el que el predilecto del amor se reclinó, para mostrar que su amor era su peso, recibió en él la seguridad de ser el preferido. A partir del momento en que bebió de ese torrente, cobró audacia para llamarse tu discípulo amado con la cabeza en alto.

            Con tan insigne favor del que pudiste gozar, recibes la dignidad que ante todos los hombres con título te confieres: del Todopoderoso el muy amado. [110] David dijo que él es Espíritu de amor al contemplar la casa de Dios: He amado la hermosura de tu casa y el lugar donde habita tu gloria (Sal_29_2). Jesucristo es la mansión divina y el lugar de la gloria del Dios vivo, en la que vivió tanto como comprensor como viajero mientras estuvo en la tierra, poseyendo en todo momento la visión beatífica. De él decirse: Grande es su gloria, merced a tu auxilio, majestad y gloria acumulaste sobre él (Sal_21_6).

            Su cuerpo y alma recibieron al instante, de manos del Verbo que era y es su soporte, la diadema de gloria y el reino de la belleza: Pues le precedes de venturosas bendiciones, has puesto en su cabeza corona de oro fino (Sal_21_4). Esta hermosura y este reino le pertenecen en razón de la hipóstasis sobre la que se apoyan su cuerpo sagrado y su alma bendita, no formando sino un solo Jesucristo Dios y hombre, que es hermano nuestro y que vino al mundo por un río de gracia: María, que es un mar que lo produjo en su seno, donde tomó nuestra naturaleza.

            Como la persona que comulga le pertenece con título de hermano, su Padre eterno puede decirle: Harás para Aarón, tu hermano, vestiduras sagradas, que le den majestad y esplendor (Ex_28_2). La persona que ha comulgado y ha ofrecido esta oblación inmaculada al Padre celestial, es como otro Aarón en una sublime altura, porque Aarón es como una montaña. Las tres potencias de su alma son iluminadas por los montes eternos, ya que las tres personas divinas están en este sacramento por concomitancia: el Padre y el Espíritu Santo hacen también su morada en la persona que ha comulgado.

            Cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido, no pudieron permanecer desnudos. Gran misterio, ya que su desnudez, antes de haber pecado, era muestra de su inocencia. Y es que después del pecado, al tener conocimiento de su vergüenza, se cubrieron con hojas y conmovieron al mismo Dios, que los vistió con la piel de un cordero sacrificado desde el comienzo del mundo, que fue figura de la oblación del cordero inmaculado que deseaba alimentarnos y vestirnos de sí mismo. Cuando comulgamos, se puede decir de nosotros: Estos son los nuevos corderos que cantarán aleluya. Al acercarse a la fuente, serán colmados de claridad, revestidos con túnicas blancas y llevarán palmas en las manos (Ap_7_9).

            [111] ¿Por qué no llamarles corderos, ya que la semejanza engendra su semejante? Proceden de la fuente y se encuentran en ella por el Padre; vienen al Hijo y por su medio van al Padre, al que son unidos por el Espíritu Santo, que es el lazo de unión que enlaza el alma y el cuerpo con Jesucristo en el augustísimo sacramento, y con la santísima Trinidad, en la que es la tercera persona y el amor, siendo un mismo Dios con el Padre y el Hijo.

            El alma que comulga es colmada de claridad mediante la cual conoce que Dios es digno de toda alabanza. Al desear que toda criatura le alabe, comienza ella misma a alabarle, invitando a ello a todas sus potencias, que son revestidas de candor como una túnica de gloria, sin esperar a salir del cuerpo. Porta además palmas de victoria que ganó al proclamar que el cordero degollado es digno del poder, la divinidad, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la bendición: Delante del trono y el Cordero, bendición, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos. Amén (Ap_7_9s).

            Por ser el Cordero sacrificado, ha conservado sus llagas, que son rosas encarnadas. ¿No es él blanco y rojo, y digno de ser preferido a todos los hombres y a todos los ángeles, los cuales le preguntan de dónde viene y quién es, al verlo cubierto de sangre?: ¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? Soy yo el que hablo con justicia, un gran libertador. ¿Y por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero? (Is_63_1s).

            Descríbeme, amado mío, la furia con que pisaste el lagar de tu sacramento. Lo pisé con la vehemencia de mi amor; y, ¿por qué no? de mi dolor, a causa de que en la noche de la Cena no había ningún comensal de tu nación, es decir, de la gentilidad para unirse a mi amorosa pasión de darles este banquete real y divino. Preví que me despreciarían, y que en mi cuerpo místico ensangrentarían mi vestidura dando muerte a mis mártires al confesarme como su verdadero Dios, aunque oculto bajo estas frágiles especies.

            Lo que más me afligió fue la malicia de los herejes que se llamarían cristianos y contradirían directa y obstinadamente el más grande misterio de la fe cristiana y de la verdadera transubstanciación, diciendo que sólo es figura de mi cuerpo y de mi sangre, llamando así sombra a la realidad. El amor que me oprimía era el peso que comprimía mi corazón, en el que se encontraban la vendimia, la uva azul y el vino que engendra vírgenes.

            ¿Qué es este sacramento de amor sino el lagar del amoroso furor de un enamorado santamente apasionado, que se oprime a sí mismo en su deseo de darse por amor a quienes ignoran su bondad y rechazan los dardos de su amor? Lo que me consoló, hija mía fue que, al llegar el año de la redención a los judíos, el de los gentiles estaba por llegar: El año de mi desquite era llegado (Is_63_4). En realidad había llegado, ya debido a que yo pagaba por adelantado a mi Padre eterno todas las deudas de la humanidad.

            Aquí estoy, trayéndolas conmigo, divino amor mío; por lo que tú me dices: Memorial de la misericordia del Señor. Alabanza por todo lo que hizo por nosotros el Señor (Sal_38_1). Verbo Encarnado, adorable bienhechor, te bendecimos por los bienes que nos has concedido, nos concedes y seguirás concediéndonos en este sacramento del amor. Cumple con tu gracia la profecía del profeta Malaquías en nuestros días, hasta el fin del mundo: Desde que el sol levanta hasta el poniente, grande es mi Nombre entre los pueblos, y en todo lugar se ofrece a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi Nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos (Mal_1_11).

            Que tu nombre sea alabado en nosotros desde que el sol se levanta hasta el ocaso, porque es grande entre los gentiles, el cual sacrifica y ofrece a éste la oblación pura de tu precioso cuerpo y sangre en todo lugar, para tu eterna gloria. Que tu nombre sea engrandecido al máximo, por habernos [113] sacado de las tinieblas y llevado a tu luz admirable, convirtiéndonos en tu pueblo adquirido y haciéndonos partícipes de tu divina belleza.

            Escucho a tu apóstol, que nos exhorta a caminar en la dignidad que nos has dado: Dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados; pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra en los cielos (Col_12_14s).

            El cuerpo y sangre que nos das en el divino sacramento son el mismo cuerpo que fue clavado en la cruz y la misma sangre en ella derramada, para pacificarnos y embellecernos. En él nos das el candor divino del Líbano y el rojo humano del Carmelo para ser nuestro adorno y nuestro alimento. Que sea siempre nuestro elemento, que no está vacío por llevar en sí toda plenitud: Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda Plenitud (Col_1_19).

            El Espíritu Santo nos invita a acercarnos a la sabiduría en la que residen la belleza y la vida de suprema hermosura. Sus cadenas y collares son adornos de gloria: Te serán sus anillas protección poderosa, y sus collares ornamento glorioso. Como vestidura de gloria te la vestirás, te la ceñirás cual corona de júbilo (Si_6_29s).

            En la comunión, la esposa es adornada de hermosura y de fuerza. En ella recibe la vestidura de gloria y el collar del Espíritu Santo con que el divino Rey la rodea, confiriéndole su orden sagrada que no es otra que el amor en toda su pureza. Todas las demás virtudes son cortejo de dicho amor, que es la caridad.

            La esposa porta la corona por ser la reina de la que se ha enamorado el divino Rey, llevando también consigo los siete dones del Espíritu Santo, que son las damas y atavíos que proceden del gabinete del Rey de la gloria, quien la ama al grado de descender del trono de su grandeza, brillante, luminoso y resplandeciente en la belleza de su divino esplendor, para acariciar a su real esposa, cuya gloria reside en su interior y es conocida sólo del Rey del amor, quien la comunica a ella. Todo lo que aparece ante las criaturas es la vestidura variada y de hermosas franjas de sus perfecciones; pero el amor íntimo consiste en los afectos del Rey de los enamorados, mismo que desea la hermosura de su esposa cuando ella [114] piensa sólo en él, en quien encuentra todo bien de naturaleza, de gracia y de gloria.

            El tiende o vierte sobre ella como un río la paz, es decir, un torrente de delicias y de gloria: Y como raudal desbordante la gloria de las naciones (Is_66_12). Los banquetes de los reyes de la tierra en nada se pueden comparar con el festín glorioso en que el amor se da en alimento, como bebida, como diadema y como lecho de reposo. Como se revistió de su humanidad para envolverla con su divinidad, él es el lino y la púrpura que cubren a la esposa, bordados con la preciosa pedrería de sus méritos teándricos, que se digna comunicarle. Se reviste a la usanza de los hombres, y la adorna a la manera de un Dios, divinizándola por participación.

            Como el amor divino posee todo poder, se complace con sus esposas, haciéndolas iguales a él porque el amor equipara a los que se aman, rectificando sus desiguales; tiene el poder de obrar la semejanza cuando la esposa coopera a sus divinos atractivos. Cuando ésta les da una respuesta, imprime y expresa en ella sus admirables rasgos; su mirada, entonces, la encuentra toda hermosa por participación así como él es bello por esencia, deleitándose en ella como su divino Padre en él, porque ha llegado a ser la imagen de su Padre, pudiendo dársele el nombre de voluntad divina en esta unidad: Con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios (Is_62_5).

            Su castísima esposa manifiesta el pudor virginal de su divino esposo: Sahumado de mirra y de incienso, de todo polvo de aromas exóticos (Ct_3_6). Sus gozos son semejantes a los dédalos o prados de los jardines, y parterres en los que las flores están tan bien plantadas y arregladas con tan buen gusto, que suscitan admiración al contemplarlas en su inocente belleza.

            El pudor y el amor se manifiestan de un modo encantador en el rostro de mi divino esposo: la blancura es su inocencia, el rubor es su amor. El lirio, la rosa y todas las demás flores muestran las divinas perfecciones de mi divino esposo, las cuales comunica en participación a sus esposas cuando ellas comulgan, en proporción a su estado de gracia y de su correspondencia a él. Les concede gracia sobre gracia, de manera que pueden exclamar con el predilecto de Jesús: Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia (Jn_1:16). Como la gracia nos es dada por Jesucristo en su inmenso amor, es concedida en abundancia.

            Sus labios son lirios que destilan mirra pura (Ct_5_13), confiriendo la pureza al besar a su esposa. Se trata de la mirra sin incisión: un don de castidad sobrenatural que el divino esposo comunica a ciertas almas con el beso de su boca en la Santa Comunión. A estas almas y a sus cuerpos concede [115] su gracia de castidad sin que se esfuercen en ello: son purísimas en todo lugar y en cualquier compañía, porque el beso de la boca de su esposo es su preservativo.

            Por eso la esposa se atreve a decir: Amo a Cristo, en cuyo tálamo entro, cuya madre es una virgen; cuyo Padre no conoce mujer. Al amarle, me conservo casta; al tocarlo, pura soy; al recibirle, permanezco virgen. Sus manos de oro y hechas a torno, llenas de jacintos (Ct_5_14). Manos torneadas y de oro finísimo, para dar a quienes lo aman sin empobrecerse, las cuales conservan los mismos jacintos que regala a su esposa cual sortija de la fe y fidelidad que desean tenerse mutuamente.

            Son estas arras de su amor nupcial, al entregarse del todo a su esposa sin abandonar el seno de su Padre. Se da junto con sus dones sin disminuir sus riquezas divinas, por ser ellas inmensas e infinitas. La esposa se adorna con los colores del esposo sin que por ello él se decolore; la esposa se embellece con sólo ver al que es infinitamente bello.

            Que todas las almas valientes digan que dejarían todo, es decir, a ellas mismas, para gozar de la belleza divina del verdadero Israelita, en el que no hay dolo ni afectación. Es él quien eleva al alma a la participación de su grandeza sin disminuir su excelencia ni abatir su eminencia, adornada con sus dones, transformada en él por la fuerza de su divino amor. Deja ver a su esposa apoyada en él y colmada de delicias ya desde esta vida. Ante semejante maravilla, los ángeles, arrebatados de admiración, preguntan: ¿Quién es esta que sube del desierto llena de delicias, apoyada en su amado? (Ct_8_5).

            Espíritus sublimes, predilectos de la divinidad e hidalgos del Rey de la gloria, ¿acaso ignoran que ésta es su esposa amadísima, la más querida de su amante corazón? Valiente Miguel, di a tus compañeros que aquí está la esposa del Altísimo, a la que él ensalzó por su humildad hasta el sitio que Lucifer quiso usurpar en su orgullo, diciendo: Al cielo subiré; levantaré mi solio sobre el firmamento de Dios (Is_14_13).

            ¿Es que no ven al Salvador, que se digna ser él mismo el escudero de su esposa, imponiéndole su diadema sin [116] quitársela, revistiéndola de su púrpura real sin despojarse de ella y rodeando su cuerpo con piedras preciosas sin privarse de sus cadenas, con las que su amor la sujeta gloriosamente, conservando en él toda la gloria que comunica a su esposa? La conduce delante de sus magníficos príncipes, diciendo: Así se honra al que el Rey quiere honrar (Est_6_9). Si no sostuviera a su esposa durante este triunfo, y no contuviera el exceso de amor que la transporta, ella moriría de gozo. Permítaseme decir que el gran Jesucristo, que es el primer príncipe del cielo y de la tierra, lleva él mismo la brida y riendas de la pasión amorosa que arrojaría a la esposa hasta la hondura del abismo del amor, si este abismo de sabiduría y de poder no la retuviera sabia y fuertemente. Al abrazarla amorosamente, la fortalece con suavidad; su seno es su lecho de reposo y la torre de marfil en la que ella es recibida con altísimos honores. Al contemplar su corazón amoroso, la esposa dice: Su vientre, de pulido marfil, recubierto de zafiros (Ct_5_14). Su corazón es de marfil recubierto de zafiros; la blancura y la fuerza de mi esposo lo muestran admirable; su pureza fecunda y su pura fecundidad lo hacen incomparable.

            Su simiente virginal y divina puede compararse al zafiro celeste, ya que engendra virginal y santamente en mí miles y miles de castos afectos que convierte en acciones puras, que doy a luz después de la comunión. Así como el bautismo es llamado el sacramento de la regeneración, podemos decir que el sacramento de la Eucaristía es el sacramento de generación, en el que el esposo engendra y la esposa concibe. En el bautismo no se da una generación mutua: el alma es regenerada en verdad, pero no engendra. Aunque los niñitos carecen de uso de razón al recibir el bautismo; la gracia, empero, obra en ellos y les confiere al instante los dones del Espíritu Santo por obra del mismo sacramento. Son lavados del pecado original, que es borrado por el bautismo. Son hechos hijos de Dios por adopción, por los méritos del Salvador. Se les asignan padrinos para que les digan, cuando lleguen a la edad conveniente o al uso de razón, que deben ratificar la promesa hecha por ellos en el bautismo.

            Promesa que el alma debe cumplir no sólo como hija de Dios, sino como esposa fiel, que confirma todo lo que el padrino, que fue su procurador, prometió en su nombre y representación. Ella firma este contrato de su sola y libre voluntad, por haber alcanzado el uso de razón, que la capacita para valerse de su franco arbitrio.

            La Iglesia, reconociendo a esta persona como legítima esposa de Jesucristo, le da al esposo sagrado en la divina Eucaristía, en la que se consuma el matrimonio, produciendo una mutua generación, cuyos frutos son comunes a pesar de que lleven el apellido del esposo por ser el Padre y principal agente, el cual engendra divinamente en su esposa.

            Los frutos que ella conciba santamente y que dé a luz virginalmente, serán frutos divinos que crecerán en la medida en que crezca el amor, lo cual será realidad cuando la persona que comulga coopere con las gracias que Dios le concede en la recepción de este sacramento del amor.

            En tanto que las especies permanezcan sin ser consumidas, Jesucristo mora en ese pequeño mundo diciendo: Yo soy la luz del mundo (Jn_9_5). Cuando obra en su esposa, moviéndola a practicar las obras de la luz, el alma se siente dichosa e iluminada por la presencia de su radiante esposo, que engendra con ella frutos preciosísimos. ¿Qué nos dice la divina Trinidad; cómo nos habla el Verbo divino y palabra del Padre? Escuchadme, hijos piadosos, y creced como rosa que brota junto a las corrientes de agua (Si_39_13). En este sacramento están los ríos y las grandes riberas de las gracias divinas; en él se encuentra el mar océano con toda su plenitud e inmensidad, porque en él está el autor y fuente de toda gracia.

            El Espíritu divino urge a los que se aman, el esposo y la esposa, de manera admirable: Como incienso del Líbano derramad buen olor, abríos en flor como el lirio, exhalad perfume, cantad un cantar, bendecid al Señor por todas sus obras (Si_39_18s).

            A este punto el esposo, bello como el Líbano, comunica su inocente belleza y suaves aromas a la esposa, que puede ser llamada la exquisita fragancia de su esposo, abriéndose en flor como lirios de pureza, produciendo pétalos de gracia y alabando unidos la divina magnificencia. ¿Quién enseña a la esposa esta alabanza? Aquél que es la misma alabanza, loándose a sí mismo con cánticos de [118] bendición ante la santidad de tan deliciosas bodas: Dichosos los llamados al banquete de bodas del Cordero: Oh, cuán bella es la generación casta y luminosa. Inmortal es su memoria, y en honor delante de Dios y de los hombres. Cuando está presente, la imitan, y cuando se ausenta, la echan de menos (Sb_4_1s).

            Admirable es la belleza de estas bodas y la pureza de dicha generación, que lleva en sí la luz de la inmortalidad: claridad que conoce perfectamente el esposo quien, cuando lo cree conveniente, la da a conocer a su desposada. En ocasiones suprime dicha luz, por temor a que oprima o ciegue la débil vista de su esposa. Si todas las personas pudiesen contemplar tanta belleza, la desearían con pasión, porque sólo ella alcanza la corona del triunfo perenne. Sus piernas, columnas de alabastro, asentadas en basas de oro puro (Ct_5_15). Todos los demás matrimonios terminan con la muerte; éste, en cambio, durará eternamente: el esposo no volverá a morir, Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, etc. (Rm_6_9). Al morir una vez, dio muerte al pecado; el Hombre-Dios vive para siempre. Sus piernas son de mármol y están asentadas sobre bases de oro. No se da indigencia alguna en estas bodas magníficas. Se camina sobre el oro más puro sin causarle pátina, por lo cual sirve de espejo para representar la claridad del esposo a quienes contemplan sus pies. Su porte es como el Líbano, esbelto cual los cedros (Ct_5_15). Por ser blanco como el Líbano, es derecho como el cedro; su porte es muy agradable, aunque majestuoso; es dulce y afable a la vez. Su paladar, dulcísimo, y todo él, un encanto. Así es mi amado, así mi amigo, hijas de Jerusalén (Ct_5_16). Su suavísima garganta es la divina sabiduría, que arrebata a los ángeles y los hombres con su incomparable elocuencia. Es del todo deseable, ya que no se le puede poseer en parte por ser un todo indivisible. Les diré, en una palabra, que su esencia, simplísima en su divinidad, es de una inmensidad incomprensible a las criaturas.

            Aunque es verdad que, por ser su esposa, le poseo del todo, jamás podré comprenderlo totalmente. En esto consiste mi gloria: en poseer un esposo cuya excelencia detiene en la paz mi impotencia: Así es mi amado, así mi amigo, hijas de Jerusalén.

            [119] Así es mi bien amado solo él es mi querido amigo, hijas de Jerusalén, lo amo por amor a él mismo y no por los favores que me hace. Amo al donador y, después de él, a sus dones tanto como él desea que los ame, ya que es él quien me los da. El alma de David se adhirió al alma de Jonatán, encontrándola amable con un casto afecto por encima del amor de las mujeres. No quiero creer que hablar de otro amor que no sea el santo amor tenga lugar en un espíritu bien formado.

            Oh Jesucristo, amor mío, mi hermano y mi esposo, eres el más amable, por ser el más bello y la belleza esencial que arrebata mi entendimiento. Hermosura del todo buena; eres la bondad infinita que se lleva consigo mi voluntad. Todas mis potencias son atraídas por tu bondad y belleza. Soy toda tuya y vivo en ti. Deseo pertenecerte y transformarme en ti para siempre.

            Podría decir con el santo apóstol que no vivo ya en mí, sino que eres tú quien vive en mí. Como tu amor me ha elevado hasta ti con su luz, las potencias de mi alma exclaman al unísono: Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Co_3_18). Al recibir al Verbo Encarnado en la divina Eucaristía, soy transformada en él y vivo por él, que es espíritu y vida, vida que es eterna.

Capítulo 17 - Grandeza de Jesucristo sacrificador, sacrificio y sacramento. 28 de mayo de 1636.

            [121] He aquí al gran sacerdote que en sus días y en su eternidad agradó, agrada y agradará a Dios. No ha habido otro como él, que haya sabido y podido guardar la ley del Altísimo. Sin dejar su grandeza, tomó nuestra bajeza. He aquí al gran sacerdote que en los días de su vida levantó de nuevo la casa y restauró el templo (Si_50_1). El apoyó y reforzó nuestra naturaleza, que es la casa de Dios, y su templo divino mediante la unión hipostática, de manera que, lo que el Verbo asumió una vez, nunca volverá a dejarlo. Ni los ángeles ni los hombres pueden separar lo que Dios ha unido: dos naturalezas en una persona divina. A tu casa conviene la santidad, Señor, por días sin término (Sal_93_5). Por él fue también fundada la altura del templo, el edificio doble, y los altos muros del templo (Si_50_2). La altura de dicho templo fue fundada por él mismo sin abatir su divinidad, ensalzando al mismo tiempo a nuestra humanidad, a la que porta sobre su sustentáculo divino.

            Esta doble edificación contiene sus sublimes palabras. ¿Quién, entre los ángeles y los hombres, ha podido contemplar la sublimidad de la Encarnación en la Virgen y en la institución del Santísimo Sacramento? Este misterio, redoblado o reproducido por una admirable extensión, permítaseme la expresión, aunque en una manera diversa, arrebatará en éxtasis a los ángeles y a los hombres por toda la eternidad. Únicamente el Hombre-Dios podrá comprenderla. Podría añadir a la Virgen Madre, a cuyo seno bajó y que volvió a recibirlo en el augusto Sacramento, porque ella llevó en su regazo lo que el cielo de los cielos creados no pudo comprender, ni comprenderá totalmente aunque lo contenga.

            [122] Todo lo que es indivisible, es inmenso. Por ello el ángel la dijo que el Espíritu Santo descendería sobre ella y que el poder del Altísimo la cubriría con su sombra. Por él fue también fundada la altura del templo, el edificio doble, y los altos muros del templo. Era necesario aquel que tiene en sí la doble naturaleza, que se hizo el cielo supremo y penetró todos los cielos para sentarse a la diestra de la divina grandeza. Tenemos un sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre (Hb_8_1). Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos (Hb_7_25s).

            Tal es el pontífice que tenemos, el cual está sentado a la diestra divina en el trono de su grandeza, igual al Padre y al Espíritu Santo, ministro del santuario y del verdadero tabernáculo que el Señor Dios engastó, fijó y colocó en la hipóstasis del Verbo Divino. Pontífice y sacrificio, ofrenda y oblación. En sus días se renovaron los manantiales de las aguas en los pozos, los cuales se llenaron sobremanera como un mar. Este cuidó de su pueblo, y le libró de la perdición (Si_50_3s), por ser el sacerdote eterno, cuyos años no se agotan.

            Sus días son la eternidad, durante la cual se desborda para producir las aguas de su profunda sabiduría, haciendo que las almas sean transformadas en pozos llenos de agua como el mar, y que por encima de todo pensamiento se encuentren henchidas de su ciencia, que les concede junto con la caridad, porque la ciencia sola infla; pero unida a la caridad, santifica y edifica al que la posee y a los que son enseñados por ella.

            El ha depositado en la Iglesia la medicina para curar todas las enfermedades de su pueblo, al que corresponde aplicarse o hacerse aplicar dicha medicina. Su gracia siempre está pronta; nuestra pérdida proviene de nosotros, y la salvación de su bondad. Este cuidó de su pueblo, y le libró de la perdición. Vino para salvar a las ovejas de Israel, a las que quiso curar y librar de la perdición. Consiguió engrandecer la ciudad, y se granjeó gloria, viviendo en medio de su nación; y ensanchó la entrada y atrio del templo (Si_50_5). Jerusalén es la ciudad santa, cuya morada es santificada por la institución del Santísimo Sacramento y la misión del Espíritu Santo. De Sión, de Jerusalén, nos han sido dadas la ley del amor y la palabra de la verdad. Cuando los apóstoles recibieron al Espíritu Santo en el cenáculo, la casa de Dios se llenó de él, que es la soberana grandeza.

            Espíritu Santo que concedió tal gracia y tan divina elocuencia a aquellos pobres pecadores, que recogieron en sus redes una multitud innumerable de personas sin distinción de sexo ni de nación. A todos unió el Espíritu de Jesucristo como un corazón y una sola alma, lo cual sigue haciendo todos los días en la Iglesia católica, a la que rige y gobierna por ser el cuerpo místico del Verbo Encarnado, el cual prometió estar con nosotros hasta la consumación de los siglos, porque se le dio todo poder en el cielo y en la tierra.

            Se manifestó visiblemente a la Iglesia triunfante, donde muestra su gran magnificencia y gloria al descubierto. Está verdaderamente en la Iglesia militante cubierto y velado por las especies de pan y vino. Se reproduce amorosamente a través de su munificencia, porque a quienes lo aman los colma de gracias que son las arras de la gloria futura que les preparó desde antes de la creación del mundo.

            Habiendo elevado su magnificencia sobre los cielos para revelarla a los grandes que llegan a su término, ha legado su munificencia a los pequeños de la tierra, que están adheridos a los pechos de este divino sacramento: dos pechos que son sus dos naturalezas, que nos fortifican en su alabanza, lo cual confunde a sus enemigos. Por sus pechos recibimos la leche de sus favores, para crecer en el camino de virtud en virtud. Hasta que le veamos en Sión a cara descubierta, se nos manifestará en este divino sacramento. [124] Como el lucero de la mañana entre tinieblas, y como resplandece la luna en tiempo de su plenitud (Si_50_6).

            Baja de madrugada a nuestros altares para prevenirnos cuando nuestros ojos parecen estar entre las brumas y niebla de esta noche, porque esta vida transcurre bajo la fe. Los justos deben vivir de este misterio de fe, teniendo en sus almas y entendimientos, lo mismo que en medio de su corazón, a esta divina estrella que el Padre engendra muy de mañana, la cual emana de y es inmanente en su entendimiento divino, siendo el término de su conocimiento, figura de su sustancia e imagen de su bondad: Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas. Se despliega vigorosamente de un confín al otro del mundo (Sb_7_25s).

            El une el cielo y la tierra en este divino sacramento, por ser el único señor que gobierna todo, permaneciendo siempre estable en sí mismo. El renueva a las almas de manera maravillosa, desbordando sobre ellas afluentes de gracia con la abundancia de su divino amor, que es como luna llena en días que duran para siempre, porque no cesa de influir en su cuerpo místico a través de su cuerpo físico y natural, que dejó en la tierra por medio de y en este sacramento. Como resplandece la luna en tiempo de su plenitud, brillando como la luna llena en la noche de la tentación, para confortar a las almas: Y como sol refulgente, así brillaba él en el templo de Dios (Si_50_7).

            El Verbo divino es el resplandor de la gloria del Padre y el oriente en el templo de la Trinidad que el Padre engendra antes del lucero del alba (Si_50_6), en el esplendor de los santos. Este sacramento es el verdadero oriente de las almas, a las que convierte en auroras que anuncian a los siglos sus claridades gracias a una admirable [125] reflexión y reverberación que las transforma en templos luminosos. Si Moisés conservaba claramente las huellas de la luz celestial después de comunicarse y hablar con el ángel que representaba al Señor de la gloria, con mucha mayor razón las conservará la persona que ha recibido en sí la gloria del Señor y al Señor de la gloria, y con él a la Trinidad, fuente primaria de la divinidad, en la que el Padre engendra, el Hijo es engendrado y el Espíritu Santo procede de ambos en un solo principio, siendo término de todas las divinas emanaciones.

            La claridad de los tres es una luz única e indivisible en sumo grado, por ser una esencia simplísima aunque las personas sean distintas en sus propiedades y en sus operaciones cognoscitivas. Las operaciones al exterior son comunes a las tres divinas hipóstasis, debido a que las tres divinas personas son un solo Dios y un solo Creador. Así, afirmamos que el Hijo es nuestro redentor, porque únicamente su persona tomó nuestra naturaleza. Sin embargo, debido a la unidad de naturaleza y de sustancia, las otras personas lo acompañan por concomitancia o seguimiento necesario, en razón de la indivisibilidad de su naturaleza. Como el arco iris que ilumina las nubes de gloria (Si_50_7). El Hijo es el arco de la paz, que tomó una vestidura de nube en la Virgen. El divino sacramento debe compararse también a la nube que cubre para nosotros su claridad y modera su calor; de otro modo, seríamos consumidos en sus divinos ardores. Esto es lo que dijo a Moisés, quien deseaba ver su rostro, explicándole que, durante su vida natural y en proporción a su debilidad humana, el hombre era incapaz de ver el rostro de Dios, que es el Verbo, si éste no se encubría bajo un cuerpo, y si su cuerpo no se manifestaba natural como los nuestros, doblegando las puntas de sus rayos divinos y gloriosos para retenerlos en la cima de la parte superior del alma a través de la economía admirable del Verbo divino, que era y es el soporte tanto del alma como del cuerpo de este compuesto, de este arco adorable que detiene a la justicia y sus diluvios, para propiciar las lluvias de la misericordia.

            Al hacerse pontífice, quiso saber de nuestras necesidades por propia experiencia, sujetándose a nuestras miserias menos en el pecado y la ignorancia, que jamás se dieron ni se darán [126] en él, que está separado de los pecadores y que lleva en sí todos los tesoros de la ciencia y sabiduría del Padre. Como flor del rosal en primavera (Si_50_8), se hizo más dulce al tacto sagrado que una rosa primaveral, cuyo aroma fue y es agradabilísimo al olfato. Fue y es como lirios que están en las corrientes de las aguas (Si_50_8), sin marchitar jamás su blancura e inocencia, estando lleno de gracia por ser el autor de la gracia. En él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad y en él se encuentran todos los tesoros de la ciencia de Dios, aunque permanezcan ocultos a los hombres en esta vida, por ser incapaces de conocer tan grande e inmensa sabiduría.

            Aunque el conocimiento que da a los bienaventurados es inmenso, jamás lo dominarán del todo; aunque lo poseerán en su totalidad, no podrán abarcarlo enteramente. Me refiero a todos los bienaventurados juntos, los cuales difieren en gloria y fulgor, lo mismo que una estrella de la otra. Todos contemplan la esencia divina, pero no todos la ven de igual manera. Una es la claridad de las estrellas; otra es la de la luna, otra es la del sol: Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor (1Co_15_41).

            Las comunicaciones que Dios hace en este sacramento son sublimes: toda alma que le recibe en gracia recibe a Jesucristo en todo su ser, y con él al Padre y al Espíritu Santo. Sin embargo, hay almas que reciben más gracia que las demás y mucho más amor y santidad, porque así lo quiere aquel que se comunica libremente, como y a quien le place.

            También se fija en la correspondencia: Como fuego e incienso en el incensario, como vaso de oro macizo adornado de toda clase de piedras preciosas (Si_50_9). Este sacramento lleva en sí el incienso que Dios exige, mediante el cual le adoramos en espíritu y en verdad en un verano de caridad continua, como lo hacen las almas santas. Pero más grande, sin comparación, es la caridad del Salvador, que sobrepasó la de los ángeles y la de los hombres desde el primer instante de su concepción, desde el momento mismo de la Encarnación. A todos los ángeles y a todos los hombres se han dado con medida la gracia y la gloria, pero en Jesucristo abunda todo sin medida: El que viene del cielo, está por encima de todos. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano Jn_3_31s).

            Se trata, por tanto, de un incienso que se eleva y se derrama como amor, cual en día de verano, delante de la divinidad en una correspondencia muy sencilla, debido a que durante el estío las vestiduras dobles son inadecuadas. El Salvador no buscó su gloria, sino la de aquel que le envió, trayendo el fuego a la tierra con el deseo de encenderlo en los corazones, por ser el suyo todo de fuego. Es también Hijo, porque una sola petición y elevación de su corazón agrada más al Padre celestial que todas las oraciones de los hombres y de los ángeles.

            Si la oración de los humildes penetra los cielos, la del más humilde, el solo humilde por excelencia, los sobrepasará. Fue él quien descendió a las regiones inferiores de la tierra y el que se anonadó al encarnarse y al instituir este divino sacramento de manera incomparable. Así como canta la Iglesia: Tú solo eres Santo, podría también cantar: Tú solo eres humilde, porque su humildad no es la de una simple criatura. Sin dejar la forma divina de igualdad que tiene con su divino Padre, se dejó despojar; es decir, se despojó a sí mismo de toda gloria, según nuestra manera de hablar, situándose en un anonadamiento indecible como sacrificio y sacramento, que con frecuencia es recibido por almas inmundas, peores en abominación que el infierno.

            El Salvador es como Job en el estercolero de los pecadores, pero como es purísimo, la pureza misma, su Padre desea que ruegue por todos los pecadores, como lo hizo Job por sus amigos. El divino Salvador es fuego e incienso que arde y se [128] evapora dignamente delante de la majestad divina, que está en su persona como en las del Padre y del Espíritu Santo, por no darse en Dios tres majestades, sino una sola majestad, la cual está en Jesucristo en este divino sacramento. A pesar de que se encuentra en él a manera de muerto, porque el poder de las sagradas palabras lo convierten en una verdadera hostia y sacrificio perfecto, su alma, su divinidad y las otras dos personas están en él por concomitancia, acompañándole siempre con un acompañamiento inseparable.

            Se sienta en el trono de su majestad seguido y servido por una multitud de ángeles que le adoran: Adorado por las divinidades, haciendo realidad la visión de Daniel: En lo más alto del trono, vi sentarse un hombre al que adoraba la multitud de los ángeles, alabándole al unísono. Su nombre y su imperio son eternos. Alabanza que no es cantada a ningún otro hombre, sin importar su grandeza. Todos resultan muy pequeños delante del Altísimo, cuyo imperio, como su nombre, es eterno. El trono de Jesucristo es el sol de justicia. Su divina persona, que es su sustentáculo, es un vaso de oro sólido. El cielo y la tierra pasarán y dejarán de existir, pero el Verbo divino permanecerá eternamente porque es eterno. Jesucristo es, pues, un vaso de oro sólido porque Cristo ya no muere más, y la muerte no tiene ya señorío sobre él (Rm_6_9). Está adornado de todas las piedras preciosas del cielo y de la tierra; posee las perfecciones de los ángeles y de los hombres de manera eminente y su esencia es preciosísima. Por ser Dios, su naturaleza humana: cuerpo y alma, llevan en sí todas las riquezas del cielo y de la tierra. Como olivo floreciente de frutos, como ciprés que se eleva hasta las nubes. Cuando se ponía la vestidura de gala y se vestía de sus elegantes ornamentos, llenaba de gloria el recinto del santuario (Si_50_10). El mismo dijo: Si el grano de trigo no es echado a la tierra para morir en ella, no dará fruto, lo cual fue figura de su muerte, que ha dado frutos de vida.

            Instituyó un memorial de todas sus maravillas en este divino sacramento, prenda y arras de la gloria. Al estar en él, se eleva concediendo la misericordia en [129] abundancia, por ser el olivo de verdor inmortal y de paz eterna. Es el ciprés que se levanta en su rectitud, yendo derecho al seno del Padre, de donde vino sin salir de él, porque no puede dejarlo sin dejar de ser su Hijo, lo cual privaría al primero de la dicha de ser su Padre, al recibir la paternidad del cielo y de la tierra, porque procede de él, llamándose Padre de todos. La sola paternidad que posee por ser Padre natural de este único Hijo, es inestimable por ser divinamente divina.

            Su Padre se complace infinitamente al darle la vestidura de gloria, que él mismo se pone, por ser igual al Padre en razón de su naturaleza: Cuando se ponía la vestidura de gala y se vestía de sus elegantes ornamentos, llenaba de gloria el recinto del santuario. El Espíritu Santo, junto con el Padre, le confiere de este modo la perfección del hábito de gloria y de todas las virtudes, llenándolo de luz porque recibe de él, lo mismo que del Padre, su producción. Lo adorna de gloria al realizar el cumplimiento de las Escrituras inspiradas a los profetas, que fueron dictadas por el Verbo, que es la dicción del Padre en la eternidad y la palabra mediante la cual creó todo en el cielo y en la tierra, que fueron hechos por él: Habló y fueron hechas; lo mandó y fueron creadas. El Espíritu del Señor adorna los cielos, que son confirmados por la Palabra de Dios.

            El cielo de los cielos se encuentra en el Señor Jesucristo, por ser él la cabeza de los hombres y de los ángeles. Es un cielo más alto que ellos; aun al asumir la naturaleza humana siguió siendo celestial, por ser el nuevo Adán: Segundo hombre del cielo celestial. Por ello dejó el nombre de tierra a los hombres, como a hermanos, de los que es el primogénito, portando el nombre de su casa y de su señorío celestial no sólo con el titulo de hermano mayor de todos los hermanos, sino de heredero natural como verdadero hijo de Dios. Es el primogénito de las criaturas en la mente de Dios, que son hechas por él como hombre y en cuanto Dios. Por su causa el Señor hizo todas las cosas. Es el heredero y nosotros, sus coherederos.

            Por ello nos exhorta, a través de su discípulo amado, a reconocer el amor del Padre, que nos ha llamado hijos suyos, queriendo que lo seamos por adopción y mediante la unión [130] que tengamos con Jesucristo, Dios y hombre, el cual subió al altar de su santidad sublime, confiriendo santidad a sus vestiduras: Al subir al santo altar, llenaba de gloria sus vestiduras (Si_50_11). Al ascender al santo altar de su grandeza, volvió a santificar su túnica: su santa humanidad experimentó una gloria inefable con que la agasajó la Trinidad al comunicársela, por ser el Verbo un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo. Confirió renovadas bellezas a su humanidad cuando le plugo, por ser su complacencia la misma del Padre y del Espíritu Santo, que en ocasiones hizo estremecer de gozo al Salvador, así como nuestros pecados y los tormentos le abrumaron de tristeza y aflicción. Al contemplar la alegría que debía desbordarse sobre la santa humanidad mediante la institución y ascensión que efectuaría al santo altar, sufrió valientemente la cruz: El cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios (Hb_12_2). Y cuando recibía de manos de los sacerdotes, él mismo de pie junto al hogar del altar (Si_50_12).

            ¿Cómo puedo Sumo Sacerdote mío, decir que tomaste las porciones de manos de otros sacerdotes? Es que todos los sacrificios de la antigüedad tuvieron en ti su meta, y sólo fueron aceptos en consideración y unión con el tuyo, por ser figura de él, que sería el único verdadero. Fuiste tú quien los hizo aceptables delante de la majestad divina, en virtud de las acciones que realizaría al hacerte hombre, por ser el único mediador por excelencia y méritos entre Dios y los hombres.

            Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_4).

            [131] El sacrificio que ofreciste es digno de todo lo que obtuviste de tu Padre. Tu sacrificio no estuvo vacío como los elementos ni como las figuras y la sombra, sino pleno de gloria y majestad, por ser la augusta realidad. Al ofrecerlo por los pecados del común de los hombres, lo ofreciste también por los de los sacerdotes. Esta es la porción que puedo decir tomaste de ellos, para obtenerles y darles el perdón, teniéndote de pie delante del altar porque jamás caíste en la ignorancia ni en el pecado, sea de laicos o de sacerdotes. Al subir al santo altar. Allí estás en todo tiempo, cada vez que los sacerdotes de la ley de gracia, como ministros tuyos te ofrecen por ti mismo, por ser tu palabra la que te hace sacrificio, por ser sacerdote eterno. Este sacrificio ha conservado siempre su dignidad y su mérito en sí mismo. Es ésta una maravilla de maravillas, que no priva del mérito a quien o quienes te son fieles en este altar de bondad: por la obra que realizan, a los que elevas a las más sublimes luces, que transformas en meritorias. Este conocimiento engendra en ellos el amor perfecto a las cosas celestiales y divinas que prometes y cumples con toda fidelidad, porque tus juramentos son inviolables.

            Para que, mediante dos cosas inmutables por las cuales es imposible que Dios mienta, nos veamos más poderosamente animados los que buscamos un refugio, asiéndonos a la esperanza propuesta, que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo, adonde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho, a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre (Hb_7_18s).

            Al venir al mundo, quisiste enviar a tu precursor, Juan Bautista, con el nombre de gracia para preparar tus caminos. Sin embargo, para preparar las vías y términos de tus cristos y de tus cristóforos, me refiero a las personas ungidas con la sagrada unción de tu benignidad, tú mismo quisiste ser su precursor, llevando el nombre de gracia y de gloria; siendo el dador de la primera en la tierra, y el término de la segunda en el cielo: Porque Dios ama la misericordia y la verdad. El Señor Dios dará la gracia y la gloria. Y en torno a él la corona de sus hermanos, como brotes de cedros en el Líbano; le rodeaban como tallos de palmera (Si_50_12). [132] Estás de pie a la diestra de gloria, donde te ofreces glorioso. Tus santos son tus hermanos; tú eres su corona. De ellos te rodeas como una diadema, por ser la suya. Son tu corona porque por ti obtuvieron el triunfo, siendo vencedores con la gracia. Se mantienen de pie como los cedros del Líbano y ni la muerte ni la corrupción los dominarán ya más. Llevan palmas, por ser palmas ellos mismos: triunfaron con victorias que ganaron por tu medio sobre sus enemigos. Se encuentran en el reino en el que contemplan al descubierto a tu majestad, que está velada para nosotros en este sacramento de amorosa piedad, siendo uno con nosotros en la divina eucaristía. Al contemplar la luz y la gloria que esperamos, experimentan las delicias de la adorable unión y unidad que pediste a tu Padre para tus elegidos, siendo consumados en ella. Se alimentan del pecho real y glorioso que contemplan con deleite, mismo que nos alimenta cubierto, pero colmándonos de gracia en nuestro sufrimiento. David se refirió a esta mesa diciendo: Preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa (Sal_23_5). Es ésta una unción sagrada, una mesa que los ángeles adoran exclamando admirados: Milagro estupendo sobre todos. Memorial del amor divino, don que trasciende toda plenitud, riqueza del divino amor, efusión y abundancia de la divina largueza. Si estas esencias sublimes y fortísimas se abisman en la consideración de tu excesiva liberalidad, ¿Qué debo hacer? Me pierdo felizmente, diciéndote con David: Todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí (Sal_42_7).

Capítulo 18 - Dios se complace en darse a nosotros de manera especial en el santo Sacramento del altar. Pedí a todas las jerarquías de los santos que me preparasen a recibirlo con sus virtudes. 28 de mayo de 1636.

            [133] Como el bien es en sí comunicativo, mientras más grande es, con mayor fuerza se comunica. Si el bien es soberano, se comunicará soberanamente al encontrar un objeto digno de tal comunicación. De lo finito a lo infinito, no existe proporción alguna. El Dios del amor, por benevolencia, ideó un invento digno de su bondad, escogiendo la naturaleza más indigente a fin de enriquecerla, no con riquezas menores, sino con su Hijo, que contiene todos sus tesoros de ciencia y sabiduría eterna, el cual se hizo hombre para formar al Hombre-Dios.

            Obró su amorosa Encarnación en las entrañas de una Virgen, la más santa de todas las criaturas, tomando en ella, por amor, una parte de su sustancia, la cual se unió hipostáticamente al Verbo divino, al que movió el amor a instituir este Santísimo Sacramento.

            Pero, divino amor mío, no fue suficiente el haber honrado nuestra naturaleza en la Virgen y en tu humanidad, sin obrar, de manera admirable, una extensión de tu Encarnación en el santísimo y augustísimo Sacramento del altar, para unirte a todos los que serían admitidos a esta participación divina, que anhelaba tu amoroso corazón con ardentísimos deseos. A tal grado deseaba tu abundancia comunicarse a nuestra indigencia.

            [134] Mi castísimo amor, ¿quién me dará un deseo tan ardiente que me mueva a decirte que mi alma es como el ciervo que desea la fuente viva e impetuosa, que eres tú mismo? Oh fuente de vida, ¿podrá mi corazón ser herido alguna vez con la aguda flecha de tu amor, a fin de que pueda invitar a todas las criaturas, en especial a tus santos, a que te proclamen? Querido amor mío, languidezco de amor a ti, y como tu amor me ha herido, sólo el amor puede aliviarme. Es el único remedio de mi llaga y mi perfecta curación. Ven, pues, o atráeme a ti. Perdona, Señor mío, mi grandísimo atrevimiento; haz conmigo lo que se hace con los niños a los que se quiere educar: cuando se presentan sin hacer la reverencia, se les obliga a volver a la puerta para que hagan lo que omitieron. Al hablar de amor, olvidé el temor. El amor es ciego. Entra por la puerta que encuentra abierta. Tu benignidad se me ha presentado la primera.

            Me pareció tener alas para volar a tus brazos, pero tu majestuosa grandeza, que te es tan propia como la bondad, me detiene obligándome a quedar a tus pies como otra Magdalena. Al hablar a través de mis suspiros y lágrimas, te confieso, Señor mío, que soy una pecadora universal, mas por ser tú el Salvador de todos, te es más posible perdonar y redimir, que a mí cometer y ofender. Sin embargo, como tú mismo dijiste, nadie va a ti con la disposición necesaria si tu Padre no le atrae. Por ello me dirigiré a todos tus elegidos, para pedírselo y, sobre todo, seré tan importuna como otra Cananea.

            En cuanto entre, Maestro mío, querré obrar como hija y tomar el pan de los hijos que sólo es mío por tu pura bondad, la cual me será propicia por su intercesión, que voy a invocar. Aunque dé marcha atrás, siempre quedaré pobre en merecimientos, cuya carencia me coloca, con toda justicia, en la profundidad del infierno. A pesar de ello, misericordioso [135] Salvador mío, me tomas de la mano para hacerme salir de mí misma y pueda pedir a tus santos patriarcas la fe viva, a fin de acercarme al pan vivo y viviente en su vida divina, que tiene el poder de vivificarme.

            De los patriarcas a los que pido la fe, pasaré a los santos profetas, pidiéndoles la esperanza, la cual, por fundamentarse en tus méritos, no será confundida. Que tu misericordia venga, pues, sobre mí, según tus santos deseos; así lo espero. La esperanza, empero, tiene un objeto del que desea gozar; gozo que se obtiene por la caridad. Me volveré, por tanto, a tus santos apóstoles, que poseyeron aquello en que creyeron los reyes y patriarcas, y en lo que los profetas esperaron: el pan de vida bajado del cielo, al que vieron y recibieron como felices pobres de espíritu, a los se dio en posesión el reino de los cielos.

            En el santo día de la institución del Divino Sacramento, se llevó a cabo con toda verdad esta santa palabra: El reino de los cielos está dentro de ustedes. Fue entonces cuando los hambrientos y los sedientos fueron saciados. Si sólo quieres dármelo a fuerza de combatir y disparar flechas, me volveré a tus santos mártires y tomaré sus armas, aun cuando deba hurtar las piedras a San Esteban, no para herirte con ellas, sino más bien para arrojártelas y obligarte a salir de ti, que fuiste llamado Pedro por San Pablo las chispas que me inflamarán, de suerte que sería un cañón que abriría una brecha en tu corazón sagrado, aun cuando no tuviera ninguna, porque Longinos, en su ceguera, dio tan acertadamente en él, que abrió el orificio capaz de dejar pasar a todas las almas valientes y constantes, para alojarlas en él junto con sus riquezas.

            Pero como las máquinas de guerra deben estar dispuestas, seguiré a tus doctores, que tan bien supieron discernir y conocer la manera de dominar a la ciudad y a sus habitantes. Aprisionaré mis imperfecciones. Me anonadaré. [136] Te dejaré la posesión de mí misma; haré como la mariposa: me consumiré en el ardor de tu luz. Si sólo quieres que vaya a ti a través de una divina transformación, oh mi único Fénix, haré un rápido acopio de las maderas aromáticas, que son todos tus elegidos.

            A los confesores, pediré la devoción; a los anacoretas, la unión y el don de lágrimas celestiales, que se inflaman con toda prudencia, porque el fuego que las hace correr es el divino espíritu, el cual produce a una y otro, por ser manantial y fuego de caridad; espíritu que concede la castidad a las vírgenes, que están siempre unidas a este pan divino, siendo engendradas por el vino, del que se dijo: Vino que engendra vírgenes. Al unirme a ellas seré purificada, ya que se dice que con los santos llega uno a ser santo. Sin embargo, si para obtener la corona es necesario perseverar, mendigaré a la puerta de las santas viudas, las cuales merecieron por su perseverancia recibir la segunda corona, y ser llamadas mujeres fuertes. En caso de que la perseverancia llegue a parecerme muy prolongada, me armaré de paciencia, pidiéndola a todos los santos que vivieron en el estado del matrimonio.

            Si llegas a decirme que el sacrificio, es decir, el holocausto, debe ofrecerse sobre un altar levantado sobre el monte santo, en el que sólo habitan los de manos limpias y corazón puro, pediré a los santos inocentes me hagan partícipe de su inocente muerte, adquiriéndola con mis oraciones, ya que al sufrirla no pudieron suplicar; como no sabían hablar para hacer su confesión de fe, su sangre suplió la declaración de sus labios. Completaré en mí su confesión, así como San Pablo dijo que completaría la tuya en él.

            Pero, más aún. Veo un ejército de ángeles al que debo ganara mi causa. Tu gracia me ayudará a obrar como Jacob y obtendré la bendición de todos. El primer coro de los ángeles me dará la humildad, porque no desdeña la misión de ser guardianes de los hombres. El de los arcángeles, la pureza, por haber sido [137] enviado a la más pura de todas las criaturas para informarla del misterio de la santísima Encarnación, cuando se convirtió en Madre de Dios, permaneciendo siempre virgen.

            El coro de las virtudes no puede desecharme, porque el Señor de los ejércitos debe venir a morar en mí, y ellas deben ser el adorno de su palacio.

            Si él es Rey, porque para esto nació, para ser enviado y constituido Rey en Sión, su santo monte, espero que el coro de los Principados, al ver mi condición de plebeya, compartirá conmigo su nobleza, en vista de que debo unirme al Rey de reyes en la divina comunión.

            Si los reyes y reinas de la tierra tienen guardias, pediré al coro de las Potestades se digne formarse caritativamente en torno a mí, para darme seguridad y poner en fuga a todos mis enemigos.

            Seguirán las Dominaciones, para adorar y rendir homenaje al Señor de Señores, y para darme poder de mando sobre mis pasiones, a fin de que mi amoroso Señor se digne aceptarme como esposa suya, en la que sólo él puede mandar.

            Rogaré a los santos Tronos que intercedan ante la Majestad del soberano Dios, para que me diga:

            Ven, amada mía, electa mía, y asentaré en ti mi trono. Ven, para que te haga, como a David, según mi corazón. Haz eternamente mi voluntad, para que mi reino sea eterno en ti; que sea yo el sol que te ilumine como a los querubines y te inflame como a los serafines.

            Eres en verdad mi hermana, mi esposa y mi madre, porque haces la voluntad de mi Padre. Mi santa Madre es bienaventurada por haberme llevado en sus entrañas, pero no es menos dichosa por haberme llevado en su espíritu y por haber guardado fidelidad a mi palabra, haciendo mi voluntad. Ella es tu Madre y desea para ti lo mismo que Rebeca anheló para Jacob. Ven a presentar a mi Padre eterno el cabrito que ella engendró, alimentó y sacrificó junto a la cruz. Ven a presentarle mi divina humanidad como festín; ven, bendita de mi Padre, a recibir de él toda bendición, la abundancia del trigo de los elegidos, el vino que engendra vírgenes y el óleo de alegría, porque mi nombre es bálsamo derramado.

            A pesar de que seas joven en virtud, puedes, con mi gracia, adquirir un grande amor. Ven, pues, a poseer el reino celestial, el pan de los ángeles. Yo soy el cordero sacrificado desde el origen del mundo. En el está, queridísima mía, el reino preparado a los benditos de mi padre desde la constitución del mundo.

            [138] Ven, paloma mía, a las oquedades de la piedra; ven a morar en mi costado; ven, graciosa mía, apóyate en mí, tu amado. Ven desde el desierto cual pequeña vara compuesta de humo aromático, de incienso, de mirra y toda clase de maderas aromáticas. Consúmete en las ardientes llamas que yo, tu sol de justicia, hago brillar sobre ti con los deseos de tu corazón. Como entre águilas, sobrepasa a todos mis santos, cuyo fuego es una llama, y ven a mí para que te consuma y te haga renacer; pierde o deja lo que aún tienes de tu antiguo ser, tan deficiente, y revístete del nuevo y perfectísimo ser.

            No vivas más; que sólo yo viva ti. Seamos consumados en la unidad. Así como yo vivo para mi Padre, vive sólo para mí; no te detengas en cosas bajas; vuela siempre sobre los montes de la perfección. Que tu conversación esté más en el cielo que en la tierra, porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón.

            Amado mío, alegra a la Iglesia bienaventurada y triunfante; enriquece a la militante, auxilia a la sufriente; convierte a todos los pecadores, aumenta el número de los justos.

            Mi Señor Jesús, seas por siempre bendito en ti mismo; y que todas tus criaturas te den gracias. Que siempre sea tuya, y tú, mío. Que pueda yo decir como esposa tuya: Te tengo asido y no te soltaré hasta que me introduzcas en el seno de tu Padre, que es casa de mi madre, la divinidad. Allí me enseñarás a alabarte con esta alabanza: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como, etc. Así sea.

Capítulo 19 - Bondad De Dios que nos da el Santísimo Sacramento en lugar del maná, 6 de junio, 1636.

            [141] Mi meditación se centró en la providencia de Dios hacia los hombres y cómo siempre los ha alimentado, primeramente con la producción de gran variedad de alimentos naturales y en segundo lugar, por el maná que los ángeles, por mandato suyo, hicieron caer diariamente a la tierra por espacio de cuarenta años. El Dios de bondad me dijo que dichas esencias espirituales trataban tan rudamente a los hombres, que su corazón paternal no quiso tolerar más tiempo la severidad de tan estrictos preceptores, a pesar de que, como Padre, permitió su rigor para instruir a sus hijos que en esos tiempos necesitaban ser guiados por el temor. Sin embargo, al acercarse el tiempo de su Encarnación, en el que su gracia, su humanidad y su benignidad deseaban manifestarse a los hombres, resolvió alimentarlos con un pan vivo, vivificante y más delicioso.

            El maná cesó de caer cuando los hebreos comenzaron a disfrutar de los frutos de la tierra prometida, lo cual dio como resultado que el pan de los ángeles se volviera insípido: sin gusto ni sabor y enteramente inútil. Cuando la tierra santa que es la Virgen dio su fruto sublime y magnífico en el establo de Belén, que significa casa de pan, los ángeles mostraron dicho pan a los pastores. No se trataba de un pan cocido bajo la ceniza, sino un pan vivo expuesto a todos: Jesús, el cual quiso tener necesidad de alimento. Antes de alimentarnos, quiso sentir el hambre y la sed para después servirnos de alimento que nos satisficiera enteramente.

            El divino Amor me dijo que los ángeles, a partir de aquel tiempo, han honrado y alabado a los hombres, no apelando más al título de oficiales de su majestad divina, sino de ministros de Jesucristo, ofreciéndose a él para cuidar de la salvación de quienes son llamados a la heredad eterna. Antes de la Encarnación, caminaban en magnificencia y en grandeza, deslumbrando a los hombres y manteniéndolos en el temor, por representar ante ellos a la Majestad divina. Además, siendo espíritus puros y mandatarios celestiales, se mostraban graves y ordenaban con autoridad, pareciendo no tener condescendencia [142] alguna. El Padre divino permitió todo esto a fin de que los hombres apreciaran más la dulzura de Jesucristo, su Hijo, el cual conjugaría de tal manera su grandeza y su amor, que la una no obstaculizaría al otro.

            El es nuestro Padre, nuestra madre, nuestro hermano, nuestro esposo, nuestro maestro, nuestro Rey. Se hizo nuestro alimento y se sacrificó por nosotros para que los nuestros fueran aceptables. Se dio todo para ganarnos a todos. Los ángeles, admirando los favores divinos hacia los hombres, no creyeron que el convertirse en ministros de Jesucristo disminuiría en algo sus grandezas, sirviendo por su amor a los hombres, hermanos y coherederos suyos.

            Mi alma recibió grandes infusiones durante las encantadoras conversaciones de este Dios de bondad, perdiéndose del todo cuando el mismo divino Salvador alabó a los ángeles por la caritativa misión que aceptaron para gloria del Altísimo, asistiendo a los hombres a través de humildes servicios y adorando a aquel que está coronado de gloria y honor, a cuyos pies se encuentran todas las criaturas, que alaban su nombre por ser la admiración del cielo y de la tierra.

Capítulo 20 - Nazareth, más eminente y ardiente que el cielo empíreo, es el paraíso del Verbo Encarnado, en el que las tres divinas personas pusieron sus complacencias en las entrañas de la santísima Virgen, celebrando en ellas las Cuarenta Horas de manera inefable. Desde Nazareth, el Hijo y la Madre atravesaron las colinas de Judá para visitar a santa Isabel y santificar a san Juan.

            [145] No fue sin misterio que la Madre del Mesías estuviera en Nazareth en el momento de la Encarnación, ni que saliera de allí para visitar a Isabel y santificar a San Juan. En su humilde aposento, tuvo la visión de la esencia divina en el instante de la Encarnación, siendo por ello más ensalzada y más ardiente que el cielo empíreo.

            Nazareth es un paraíso de amor, santificado, separado, custodiado y floreciente Nazareth santa, escogida, custodiada, florecida; es el jardín delicioso en el que la divinidad quiso cortar la flor de la raíz de Jesé, sobre la que se detuvo el Espíritu Santo y a la que se unió el Verbo, reteniéndola hasta la realización de la unión hipostática. Virgen santa, tu santificación está por encima de la de toda criatura porque el Verbo asumió una parte de tu sustancia. Seguiste siendo virgen y fuiste elevada a un grado de santidad sublime; tienes un rango aparte, por ser la Virgen y Madre única y singularmente preservada en Dios y para Dios; un jardín en el que brotan todas las flores.

            [146] Eres la flor por excelencia, que dirigió su extremo hacia la Trinidad, la cual bajó de su grandeza hasta el lugar, permítaseme la expresión, del que subiste hasta ella. El Verbo eterno, al encarnarse, quiso tomar nuestra nada en tus entrañas virginales por medio de la unión hipostática, siendo inseparable, aunque distinto, de las otras dos personas, que lo acompañaron por concomitancia y seguimiento necesario.

            En cuanto dijiste: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra, el Verbo se hizo carne en ti para morar, por tu mediación, entre nosotros, para que podamos contemplar su gloria, que es igual a la del Hijo único de Dios, lleno de gracia y de verdad. San Juan, en el prólogo, se atreve a decir que la Encarnación beneficiaría a los servidores, porque contemplarían la gloria de su Maestro en la generación eterna, en el seno paterno del divino Padre, que lo engendra antes de la aurora en el esplendor de los santos.

            Este paraíso terrestre envió sus deliciosos frutos al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, a los ángeles y a los hombres cuando esta Virgen humildísima, que posee un valor magnánimo aunado a una singular humildad, considerando su bajeza y el favor que Dios le hacía de escogerla para ser madre de su Hijo, exclamó con todo el corazón: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra. Después de este consentimiento, el Verbo se hizo carne. Admirables palabras de María, que pueden considerarse como el beso de la boca de la naturaleza humana, por las que Dios se hizo hombre; la figura de la sustancia paterna, se hizo figura de la sustancia materna.

            [147] Por ello la iglesia canta con admiración, alabando a la incomparable Virgen: Bendita eres, Virgen María, y digna de veneración; porque sin detrimento de tu pudor fuiste hallada Madre del Salvador. Virgen Madre de Dios, aquel a quien el universo no puede contener, se encerró en tu seno y se hizo hombre.

            Cuando la majestad divina quiso dar su ley a los hombres, por ministerio de los ángeles, su representante hizo subir a Moisés a lo más alto de la montaña, envuelto en oscuridad, ruido de truenos, relámpagos y trompetas celestes, lo cual atemorizó a los hebreos y hubiera dado muerte a Moisés si el poder divino no le hubiese fortalecido para soportar esos relámpagos, rayos y destellos que los ángeles, ministros de fuego, producían a través de la Palabra: fuego y granizo, nieve y bruma, viento tempestuoso, ejecutor de su palabra (Sal_148_8). Fuego inextinguible, nieve de blancura deslumbradora, hielo fuerte y poderoso, que no puede conmoverse por lo que hay encima de él, ni derretirse sino en los rayos del divino querer. Los espíritus celestes, la naturaleza espiritual, no podían doblegarse ante la voluntad de las criaturas subalternas si la divina bondad no hacía un signo a alguno de sus favoritos, dándole intrepidez para que acudiese a recibir sus mandamientos divinos. En su medio se encontraba Moisés, el más querido y bondadoso de todos ellos.

            Como se trataba, empero, de una ley de rigor, era menester que Moisés la recibiera en medio de truenos y relámpagos que parecían incendiar el Monte Sinaí, rodeándolo de una nube para moderar su ardor, claridad y resplandor, de la que conservó dos señales, portando dos cuernos de luz que cegaban los ojos de aquellos a quienes llevó la ley que había recibido.

            ¿Qué misterios podemos descubrir en este rigor? No es mucho decir que la ley fue dada a un pueblo áspero, rudo y rebelde, que tenía un corazón de piedra y dura la cerviz. Hay en él otro secreto oculto; mejor dicho, varios. Me detengo en el del divino amor de la amorosa Trinidad, que, en su divino deseo de obtener el amor de los hombres, no permitía que los ángeles fuesen amables y bondadosos, al conversar con ellos, para impedir que aquellos idolatraran a estas bondades y bellezas creadas. Como [148] es propio de la naturaleza humana el apego infantil a la miel y a las dulzuras aparentes, se hubiera adherido al afecto de los ángeles, adulterándolo por su lado y haciendo caso omiso de la promesa de la Encarnación divina y del esposo presente y futuro: presente, porque jamás se alejó de los hombres, aunque éstos se alejaran de él.

            Fue así porque él esperaba el día de las bodas para manifestarse a ellos, para conversar con nosotros, según la profecía de Baruc: Después apareció en la tierra, y entre los hombres convivió (Bar_3_38). El amor divino se complació, por tanto, en enviar un embajador, que cumpliera su misión según su mandato divino, la cual consistió en que, habiendo obtenido el consentimiento de la Virgen, mediante el cual ella daría el beso a la divina Palabra, salió del aposento nupcial retirándose de la presencia de la doncella: Y el ángel dejándola se fue (Lc_1_38).

            En esa misma hora, el Espíritu Santo descendió sobre ella y el poder del Altísimo la cubrió con su sombra. El Verbo se encarnó, y su soporte divino tomó nuestra naturaleza en ese claustro virginal. Virgen Santa, ¿Qué dices de esto? Mi secreto es sólo para mí. Si tu secreto es sólo tuyo, privativamente a todos los demás, aún a los ángeles y al enviado, ¿me atreveré a sondearlo? Los veo como un ejército ordenado en torno a los muros inaccesibles de tu eminentísima grandeza, adorando con humildad la operación divina y secreta que la divinidad oculta en ti obra en tus entrañas. Te veo sentada, en silencio y soledad, elevada no sólo por encima de ti misma, sino por encima del Verbo Encarnado, que comenzó a estarte sujeto desde el primer instante de su Encarnación.

            Por ello el amor me autoriza a decirle: Guarda, ¿Qué de la noche? (Is_21_11). Oh Guardián de tu Madre. ¿Qué dices de esta noche clarísima, y qué luz nos das para delicia nuestra? Es una noche que os ilumina como el día, es el día de la Trinidad en María; son las cuarenta horas que la divinidad instituye en el templo del amor. En esta santa Virgen, Dios ilumina todo, cubriéndolo con un velo de clarísima nitidez, en la que la criatura no puede ver con sus propios ojos; noche oscurísima en que la criatura contempla a favor de los ojos divinos, que son soles colocados en estos dos tabernáculos: el alma y el cuerpo, que no hacen sino una María, así como en María dos naturalezas no hacen sino [149] un Jesucristo, ungido con el óleo y la misma unción; el cual se ocultó en esta noche siendo oriente en su aurora, a la que guarda divinamente para salir de ella humanamente. También ideó la manera de volver a ella sacramentalmente. Nada es imposible al divino Verbo.

            El me invita a acercarme, conminando a mis tres potencias: Venid a ver las obras del Señor; de sus prodigios llena la tierra. Hace cesar las guerras hasta el extremo de la tierra (Sal_46_9s). No temas, Hija, ven a ver mi obra, este prodigio de amor puesto sobre vuestra naturaleza, que sólo es tierra. Ven a contemplarme en las entrañas virginales como en mi trono de paz y en mi templo de amor. Acude a considerar la paz divina hasta los confines de los sentidos de mi santa Madre, a partir del centro de su alma. Ven a ver a la Trinidad, que obra maravillas incomprensibles a las meras criaturas. Mi Madre las percibe, las siente y las recibe, aunque no las comprenda del todo. Al encerrarme en ella, aprisiona a un Dios indivisible, cuya inmensidad no puede abarcar; en esto reside su grandísima felicidad. Ella se abisma en mí en una sima de amor que no puede explicar; por eso dice que su secreto es sólo para ella. Como es mi Madre, yo soy su secreto y su Verbo Encarnado, así como soy el Verbo increado de mi Padre eterno, por cuyo medio te habla: Repite con el Apóstol, hija, ya que te gusta hablarte por mi medio en estos últimos tiempos: Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos, el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado. En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez, Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él Padre, y él será para mí Hijo? Y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios (He_1_1s).

            [150] Ven, Hija mía, tengo un nombre mejor que el de los ángeles: soy el verdadero Hijo del Padre, que tanto amó al mundo, que me dio para salvar a la humanidad y para ser tu esposo amadísimo. Que no te asombre el ver salir a Gabriel y a todos los ángeles que te han acompañado, ni que toda la milicia celestial se encuentre en el exterior. No están allí por menosprecio, sino por ser los fuertes de Israel que rodean el tálamo divino. El honor y gloria de su cargo se cifran en servir al Hombre-Dios, y por su amor a todos los hombres: ¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación? (Hb_1_14). Gabriel fue enviado para anunciar este misterio, retirándose después con tanta alegría como humildad. Su caridad es perfecta porque no busca lo suyo. En esto consiste la dichosa muerte de los ángeles, que San Bernardo deseó más que la muerte de los justos en la tierra, a la que está permitido temer el infierno, amar el paraíso y pedir la consiguiente retribución de las buenas obras, a la que obligué mi palabra infalible para atraer a los hombres a la adquisición de las virtudes mediante el don de mi gracia, que les ayuda a practicar las buenas obras.

            La muerte de los santos es preciosa; mientras más santos, más preciosa es; pero la de los muy santos, preciosísima es ante mí. Se lleva a cabo por puro amor, sobrepasando el temor de las penas, la recompensa de los méritos y el gozo de la gloria. Llega a la renuncia de todo, con excepción del purísimo querer divino en sí mismo: cuando un alma llega a esto, experimenta la muerte de los ángeles, que son grandes principalmente en su naturaleza, los cuales fueron altamente ensalzados por la acción que les dio en un instante la posesión de la visión beatifica. ¿Qué acción? Su perfecta adhesión al decreto de la Encarnación del Verbo.

            Cuando Dios reveló la muerte de Jesucristo, la visión de dicha privación movió a los ángeles fieles a ofrecerse al Dios vivo para ser reducidos a la nada, si así lo deseaba; cediendo el honor al hombre por amor al Hombre-Dios, que deseaba morir por la humanidad. Se anonadó al encarnarse, al instituir el Santísimo Sacramento y al morir por el hombre. Ante esta visión, los ángeles sintieron la atracción de morir y ceder el derecho de su vida gloriosa para imitar a su Rey. Al considerar el exceso del amor que Dios a la humanidad, tuvieron como una gloria servir a los hombres [151], a pesar de estar sobre ellos, que les son inferiores por naturaleza. Hija mía, quise encarnarme por amor, para elevar a los hombres. Si no hubiese tomado la naturaleza humana, los ángeles estarían por encima de los hombres debido a la excelencia de su naturaleza, que es puramente espiritual. Al ver la resolución del amor divino a favor del hombre, amaron nuestro decreto, que no excitó la envidia en los fieles, como en los rebeldes. Por ello son mis familiares, amigos y humildes mensajeros de mi voluntad hacia los hombres que les rinden por amor a mí un honor angélico, que no comprende la humanidad a causa de su delicadeza.

            Son ellos príncipes e hidalgos de la corte suprema, ilustrados por la divina sabiduría de un modo divino que la rusticidad humana no puede comprender ni entender sin las divinas inspiraciones que la materia ofusca, a menos que obre yo suspensiones divinamente fuertes, y que de manera admirable no sutilice el espíritu que está prisionero en un cuerpo corruptible, que lo hace entorpecer. El alma se abruma a causa del cuerpo como con un peso o masa de tierra. Las almas que reciben el favor de mis comunicaciones deben renunciar a todo lo que es su propio contento e interés, y reducirse a la consumación perfecta, consumación que permite gozar del fin para el que las crié y redimí. Deseo santificarlas; la santidad es una separación de todo lo que no es la gloria divina en toda su pureza, a la que todo se debe referir. Por tus juicios subsiste todo hasta este día, pues toda cosa es sierva tuya. Ella es su fin: De todo lo perfecto he visto el límite (Sal_119_91s). Las almas a las que gratifico con mis sublimes favores, deben morir y vivir angélicamente una muerte y vida de ángeles.

            Sólo Dios es la soberana perfección en sí y de sí, sin mezcla de imperfección positiva o negativa. Es un todo cuya totalidad no admite añadidura a su [152] purísima, simplísima y muy única unidad. En Dios no puede darse la muerte, ya que es por esencia la vida eterna e indeficiente. El ángel, empero, no puede morir, hablando con propiedad, si no es por el pecado, que es una decadencia. Al aludir a los ángeles, San Bernardo habla de una muerte que no es el pecado, puesto que la desea. En cuanto a mí, no he leído los escritos de dicho santo, ni sé cómo se expresa. Sólo digo lo que pienso de esta muerte angélica, de la que anhelo morir para vivir de la vida de Dios, el cual tomó nuestra naturaleza mortal para morir por ella una vez, a fin de que, a través de su muerte que se dio una sola vez, vivamos para siempre con una vida inmortal. Por esta razón dice el alma santa junto con el Apóstol que ella juzgará a los ángeles; es decir, tendrá el derecho de juzgar quiénes de ellos sirvieron fielmente al Verbo Encarnado y su amor a la naturaleza humana. El juicio existe tanto para apreciar lo bueno como para condenar lo malo. Ahora bien, los ángeles fieles estarán presentes en el último día, cuando Jesucristo venga en toda su majestad a dar a cada uno según sus obras, al juzgar a vivos y muertos. Los ángeles que murieron a sí mismos con la muerte arriba mencionada, están vivos en Dios y serán altamente alabados delante de los hombres a los que asistieron, honraron y sirvieron sin ganancia propia, como lo demostró Rafael y el ángel que Dios envió a los padres de Sansón. Dichos ángeles rechazaron cualquier muestra de agradecimiento, dirigiendo todo a Dios, que los había honrado con sus cometidos. Fue así como uno de ellos se colocó en el fuego del sacrificio para ser levantado por la llama, como si hubiese querido ser un verdadero holocausto al Dios vivo, y si se hubiera podido, ser consumido para dar gusto a Dios.

            Verbo Encarnado, amor mío, me he detenido en los ejércitos del Señor de las batallas, que son ángeles de paz y coros de música a tal grado son pacíficos en sus rangos a fin de que la Sulamita sea hecha semejante a ellos, mientras se encuentra en la Iglesia militante. La invito a contemplarlos y a pasar adelante, penetrando en el palacio y en el templo de Nazareth, para participar en él según el decreto que se da en ese lugar de que entre a honrar, admirar, adorar y amar a las personas que forman el consejo de su eterna dicha.

            [153] Ella debe unir sus oraciones al jubileo que el Dios vivo establece en él, y que el sacerdote eterno celebra admirablemente; las dos personas que lo acompañan a este sagrario o santuario hacen escuchar a la Virgen misterios inefables en la visión de la Trinidad y la unidad divina. Mientras goza de la visión beatifica de la esencia divina, es la nube que oculta a las demás criaturas este hecho admirable. En esas cuarenta horas, recibe más luz que Moisés en cuarenta días. El Señor de la ley, al encarnarse en ella, se pone bajo la ley; es decir, bajo la ley de su Madre, poniéndola en medio de su corazón, si no es que su corazón es la misma ley.

            El poder del Altísimo hizo maravillas, el Espíritu Santo se elevó de manera sublime en el seno virginal del tallo de Jesé esperado cada día por la humanidad y la divinidad. Es verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo eterno del Padre e Hijo de su Madre en el tiempo, la cual aprendió a humillarse al ver a su Hijo tan humilde, el cual se anonadó a sí mismo.

            Ella siente y vuelve a sentir en ella el anonadamiento de su Hijo, que teniendo la forma de Dios se hizo el último de los hombres, convirtiéndose para todos en un siervo dispuesto a ejercer el humildísimo oficio de Salvador. El la instó a corresponderle, razón por la cual, después de humillarse profundamente ante la Trinidad, se levantó y, remontándose impulsada por el Espíritu Santo, voló con gran prisa sobre las montañas de Judea: Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judea (Lc_1_39).

            El profeta Isaías, después de rogar a Dios que se dignara enviar al Cordero dominador de la tierra al monte de la hija de Sión, añade: Como aves espantadas, nidada dispersa, (Is_16_2). Aunque se refiere a Moab, permítaseme aplicarlo a la madre del Cordero y al Cordero mismo que es Hijo del Padre eterno, porque Moab significa del padre diciéndoles: Son ustedes como pájaros que vuelan de su nido; pero oh maravilla, llevando su nido consigo porque María está en el corazón de Jesús, y Jesús en las entrañas de María. Poseerá Yahvé a Judá, porción suya en la Tierra Santa, y elegirá de nuevo a Jerusalén. ¡Silencio!, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa Morada (Za_2_17).

            [154] Es la maravilla del Señor, que hace con su santa Madre su tabernáculo de santificación, en el que se encuentra estable y movible, elevándose con ella, después de una profunda humillación, al jubileo de las cuarenta horas donde recibieron y promulgaron la ley. El Hijo, en cuanto Dios, entregó la ley a María y ella, en cuanto Madre suya, le entregó la ley. Ambos, en unidad de amor, vuelan sobre las colinas.

            El domingo por la mañana, después de solemnizar el delicado sábado y contemplado en ellos la santidad de la gloria, la Madre y el Hijo sometieron su voluntad al Espíritu Santo, siguiendo sus inspiraciones: el mismo Espíritu que conduciría a Jesús al desierto después de su bautismo en el Jordán, conduce y lleva a madre e hijo sobre los montes de Judea. Jesús y María no tienen otra voluntad que la del divino amor. Al dejar el aposentillo de Nazareth, parecen abandonar su reposo para seguir las sendas divinas, pues, humanamente hablando, era más conveniente que María saboreara su dicha en silencio y reposo después de la adorable Encarnación. A pesar de ello, escucho al profeta: Y lo honras evitando tus viajes, no buscando tu interés ni tratando asuntos (Is_58_13).

            Entra junto con el Verbo divino en casa de Zacarías, oh Virgen exaltada por encima de todos los hombres y los ángeles; y aun sobre Dios mismo, porque así lo quiso al hacerse Hijo tuyo: para que trates asuntos: saluda, pues, a Isabel: Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo (Lc_1_41).

            Habla, Virgen Santa, por ser la intérprete del Verbo divino encarnado en tu seno, el cual desea que tu saludo preste su voz a San Juan a través de los oídos de su madre Isabel, y que el pequeño salte de gozo a la cadencia de tu son, que el Espíritu Santo hace resonar porque mora en ti. El Espíritu Santo se da en abundancia a Isabel mediante tu saludo, llenándola junto con su hijo e instituyéndolo profeta del Altísimo por esencia, y a Isabel de la Altísima por privilegio, por [155] ser la madre de un Dios. Y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno (Lc_1_42). Esta exclamación de santa Isabel es todo un misterio.

            Virgen pacífica, tu saludo fue pronunciado con tanta dulzura, que santa Isabel parece decir que produjiste Su voz en su oído, porque habló como si le hubieses susurrado suavemente al oído. Por su medio, el Espíritu Santo te dice en el cántico: Que tu voz resuene en mis oídos, por ser dulce y fuerte y tu rostro, hermosísimo. Sin embargo, su fuerza radica en su dulzura, de la que Isabel fue colmada con tal poder, que emitió una exclamación tan fuerte como un torrente que se desborda.

            No me admira este desbordamiento: el mar penetró en Isabel por labios de María, que es un mar que lleva dentro de sí a Jesucristo, que es el océano mismo que contiene en sí, corporalmente, toda la plenitud de la divinidad. Admirable Isabel, eres demasiado pequeña para contener, junto con el gran profeta, la gracia que el mar te dio a través de las aguas de su salvación o de su salutación.

            Es menester que las aguas del mar vuelvan a él por medio de tus bendiciones, sin que te veas privada de ellas. Tú y tu hijo son tan fieles, que nada querrán apropiarse. Devuelve a Dios y a su madre lo que les pertenece, si puedes hacerlo. No te es posible por ti misma, pero sí a través del Espíritu Santo, que está en ti y en tu hijo, mismo que te instruye en las grandezas que comunica a la madre y al Hijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lc_1_42s).

            Cómo, Isabel, te sorprende que la Madre de mi Señor vaya a ti. ¿Por qué no dices que el Señor viene a ti por su medio? ¿Acaso sabes que es súbdito de esta Reina-Madre, y que ella es su dama y regente a la vez? No solo es la Emperatriz de los ángeles y [156] de los hombres, sino la Soberana del mismo Dios. La divinidad entera se encierra corporalmente en sus entrañas, y parte de su sustancia está y estará por siempre unida hipostáticamente a la divinidad. Lo que Dios tomó de ella, jamás lo dejará. Este fruto bendito es fruto de ella, el cual es un Hijo común con el divino Padre por indivisibilidad.

            Mas, oh maravilla. Aquel que por su nacimiento eterno se dice igual a su divino Padre, confiesa ser súbdito de esta madre a causa de su nacimiento en el tiempo, en ella y fuera de ella, porque nació en y de ella; nació en ella para ella, y de ella para nosotros, según dijo el ángel a su esposo San José y a los pastores: Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt_1_20s). Y a los pastores: Les anuncio un grande gozo, que será para todo el pueblo, porque ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor (Lc_2_11).

            Como signo les digo, lo encontrarán envuelto en pañales y tendido en un pesebre, en el que lo recostó su madre. Sin embargo, la cita anterior muestra más claramente el poder de María su Madre: Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre (Mt_2_7). No es de admirar, por tanto, que santa Isabel se dirija a la madre elogiando su humildad y el favor que recibe con tan admirable visita. Dios se complace en glorificar a sus santos en el mundo, en que se les rinda honor.

            David predijo que los amigos de Dios recibirían grandes honores: Zacarías, Isabel y Juan se contaban en el número de sus favoritos, por ser príncipes de sangre, a quienes la reina encinta del Rey de reyes acudió a visitar. Por ser la madre, su honor debía rebasar a todos los demás. Así como su poder los sobrepasa, su humildad les encanta, moviendo a Isabel a decir: ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. Feliz la que creyó que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor (Lc_1_43s).

            [157] Isabel muestra que la fe es del ángel; María la recibió del Espíritu Santo a través del ángel, Sta. Isabel, por medio de María. El Espíritu Santo quiere que María sea engrandecida delante de Dios y de las criaturas. Ella le sirve de ministro para conceder la fe, dándose a sí mismo por su mediación, en su saludo. Santa Isabel y San Juan fueron colmados de fe y del Espíritu Santo, fe que Zacarías no tuvo en la palabra del ángel. Por carecer de ella, enmudeció hasta la circuncisión del que era la voz del Verbo, que sería semejante a él su amorosa fe, como dijo David: Se es semejante a lo que se ama.

            Juan Bautista fue poseído por el Mesías, por haberse con-formado a su voluntad. Vino al mundo para darlo a conocer y preparar sus caminos en calidad de su precursor y voz. María no tuvo otro anhelo que glorificar a la divina bondad, por lo que exclamó: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador (Lc_1_46s).

            Aquel mar participado se lanzó, por así decir, al seno del mar esencial de la divinidad para engrandecerlo, de serle posible, con su propia alma, la cual vertió en Dios, y su espíritu se llenó de júbilo en su divino salvador, en el seno paterno. Ella engrandeció al Verbo en su seno, permitiendo a su espíritu alegrarse en ese pequeñuelo, que era su Dios y salvador; el cual miró la humildad de su sierva para hacerla Madre suya, a fin de que todas las generaciones la llamaran bienaventurada. Obró en ella cosas grandes como su nombre, que es santo, haciendo a su Madre progenitora de generaciones santas. Mostró el poder su brazo humillando y dispersando a los soberbios y despojando su ambición; levantando a los humildes, colmando de sus bienes eternos a los hambrientos de su justicia y dejando vacíos a los ricos en sus propios deseos.

            Acogió a Israel, su hijo, que no debía vivir sino de él, ni ser sostenido por otros brazos que los de su bondad, ni recostarse en otro seno que el de sus divina misericordia, según la promesa que hizo a Abraham y a los padres de su simiente, por la que me concedió la gracia del ser para, a su vez, tomarla en mi seno. Soy su humildísima sierva y la tuya, mi querida prima. Si lo deseas, dame órdenes y te obedeceré. Yo soy la sierva del Señor. Deseo servir a todos sus servidores por su amor, y en especial a ti, quedándome contigo el tiempo que el Espíritu Santo haya dispuesto, a cuyo mandato volveré a Nazareth. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa (Lc_1_56).

            [158] Feliz casa de Nazareth, en la que la Madre del amor hermoso fijó su morada, y de la que el carro triunfal de la gloria de Dios partió victorioso hasta llegar a casa de Zacarías, a la que adornó con su hermosura. En cuanto a mí, la contemplo en su viaje mucho más admirable que el de la visión del profeta Ezequiel. Sus excelencias rebasan las maravillas descritas por el profeta. Lleva ella en sus entrañas al firmamento y a todos sus luminosos astros, grandes y pequeños. Ella es el compendio de las perfecciones creadas; es decir, lleva al Verbo humanado que posee en sí toda perfección divina e increada. Señora, déjame penetrar en tu sonrisa; que pueda yo adorar el ciclo de tus admirables perfecciones, porque Dios está en ti como en su trono de gloria. Debo esta adoración a tu seno virginal. Si es menester, me velaré los pies y la cara por no poder abarcar tu eterno destino, tu maternal grandeza y la infinitud de la gloria que tu divino Hijo te reservó por toda la eternidad. Exclamaré sin cesar: Santa Hija del Padre, santa Madre del Hijo, santa Esposa del Espíritu Santo, general de los ejércitos del Altísimo, los cielos y la tierra están llenos de tu gloria. Me ofrezco a llevarla a todas partes, porque me concediste la gracia de tocar el carbón sagrado y divino que es la hoguera de tus benditas entrañas, sin dejar las del seno paterno. Tú y él desean que él more en mí y yo en él, para estar unida, es decir, ser una misma cosa, con él y su Padre por el Espíritu Santo, que es el lazo de unión en la Trinidad divina, que será también el nuestro en esta Trinidad humanada en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Capítulo 21 - El Verbo Encarnado se complace en que se digan y escriban alabanzas de su enamorada y amada Magdalena, a la que llamó su milagro de amor. Su fidelidad la llevó a elevarse siete veces al día por medio de sus ángeles, para alabarle en su compañía.

            [161] Aunque ya he escrito en varias ocasiones acerca de la fiel enamorada del Salvador, le escucho decirme que ella es su amada, que su amor no cede ante ninguna otra, porque la ama divinamente, y por ser el hombre enamorado y el Dios que ama con su divino amor, al que complace en extremo hablar y oír hablar de su amada: Nunca nos saciamos de lo que amamos.

            Así lo haré, divino Salvador, Verbo Encarnado, por ser tu deseo que escriba los pensamientos que he recibido acerca de tu gran enamorada, y porque no aceptas mis excusas, al igual que las del profeta Jeremías cuando te decía: Ah, ah, ah, Señor Dios, Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho. Y me dijo el Señor: No digas: Soy un muchacho, pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás (Jr_1_6s).

            Tócame y pon tus palabras en mi mente, conduce mi pluma con el viento del Espíritu Santo, para proclamar por toda la tierra las alabanzas de su amada Magdalena, a la que elegiste y predestinaste; es decir, cuando ella era la pecadora de la ciudad santa, se veía al mismo tiempo como la Babilonia de confusión, a la que tu corazón amoroso dirigió estas palabras: Se marchitó mi corazón, las tinieblas me contristaron. Milagrosamente, Babilonia se presentó ante mí como mi amada.

            Magdalena, mi corazón está herido de compasión ante tus miserias, las tinieblas de tus pecados me contristan hasta la muerte. Ofrezco por adelantado a mi Padre eterno mi propia vida para redimirlos y me veo ya colocado en la oscuridad del sepulcro como los muertos del siglo: Me ha hecho morar en las tinieblas, como los muertos para siempre; ha levantado una pared alrededor mío, y me ha cercado de amarguras y congojas (Lm_3_5s).

            Aunque mi alma bendita posea la gloria de la visión de la gloria en su parte superior, me parece estar en las tinieblas de tu infierno en mi parte inferior. Compadecido de tus males, mi espíritu pacífico en la Jerusalén de paz parece turbarse dentro de ti, que eres para mí una Babilonia a la que amo por un milagro inaudito, la cual fue puesta ante mí contrariamente a las palabras del profeta: Desde lejos es la salvación de los pecadores. Lejanía que debe terminar en lo infinito, más alejada que el cielo de la tierra. Es menester confesar que tú eres la excepción de la regla general; un milagro de amor que ha embriagado mi corazón y vendado mis ojos para no ver en ti sino al objeto de mi piedad y no de mi odio: Babilonia se presentó ante mí como mi amada. Que la naturaleza creada no se mezcle con el amor que te tengo, ni al que tú me das en cambio. Es grande de mi parte y de la tuya; me amas mucho porque yo te amo con una caridad eterna mediante la cual atraje a mí tus miserias, para que no se las vea más en ti. Simón, mira la gracia en Magdalena y no el pecado; yo soy el cordero que se lo ha quitado. Los manjares más deliciosos no tienen punto de comparación con el festín que Magdalena me ofrece: lo que gusta se come despacio, y lo que como de este modo alimenta mis amores.

            Se prepara la mesa, se despliega el mantel, se come y se bebe (Is_21_5). Magdalena, dispón la mesa; deseo satisfacerme con tu conversión, a la que mi hogar amoroso quiere convertir en una pura llama, por no decir en mi sangre. Ven, espejo de penitencia amorosa, que el cielo la tierra contemplen sus bellezas en ti, y tú en mí, que soy el espejo sin mancha de la majestad de Dios. Doy orden a mis príncipes celestiales que admiran las perfecciones que he puesto en ti, por ser mis amigos, que beben y comen [162] angélicamente el maná de mi bondad y la ambrosía de mis divinos deleites, que gocen todos de tu conversión.

            Levantaos, príncipes, engrasad el escudo. Ángeles de paz, príncipes del cielo, eleven sus pensamientos sobre esta enamorada; tomen escudos para detener los disparos que el amor divino les lanzará por su medio; sírvanle de escudo contra todos aquellos y aquellas que intentarán ofenderla. Yo mismo quiero ser escudo para ella en casa de Simón y en Betania, recibiendo todas las flechas que la envidia y la murmuración le dispararán. Resistiré a todos por ella, pero me rendiré siempre a sus atractivos, que son para mí dardos acerados que no deseo rechazar. Ella es el milagro de amor y la maravilla que el profeta Jeremías admiró sobre la tierra como una novedad inaudita. Santo profeta, perdóname si te digo que en el cielo jamás se vio una semejante. Sólo Dios la conocía en su presciencia, reservándola para sí en su sabia providencia, para producirla a los ojos del Verbo Encarnado y que fuera el objeto de sus amores. Ignoro si Magdalena era del linaje de Efraín. Si no deseara evitar la prolijidad, explicaría con todo detalle el capítulo 31 de este profeta hasta el versículo 26, a favor de la elección de tan querida enamorada. Al ser leído, se verá que todo esto se le aplica de parte del Espíritu Santo, quien la invitó mediante los deseos del profeta, y a través de la resolución que tomó de ir al encuentro de Jesucristo, quien la recibió aceptando benignamente su penitencia y librándola de toda confusión.

            Bien he oído a Efraín lamentarse: Me corregiste y corregido fui, cual becerro no domado. Hazme volver y volveré, pues tú, Señor, eres mi Dios. Porque luego de desviarme, me arrepiento (Jr_31_18s).

            [163] ¿Quién hizo alguna vez más penitencia que Magdalena después de convertirse a Dios? Y luego de darme cuenta, me golpeo el pecho, me avergüenzo y me confundo luego, porque aguanto el oprobio de mi mocedad (Jr_31_18s). Cuál no sería su confusión en la sala del fariseo, sabiendo bien que él conocía su mala reputación; qué vergüenza no sufriría; a qué disciplina se resolvería después de su perdón; cuánto habrá soportado al ver el cuerpo de su Señor flagelado y enteramente desnudo sobre una cruz, sufriendo por los pecados de su juventud sufrimientos indecibles.

            Recordaría sin duda el amor que su buen Maestro le manifestó al dirigirle estas dulces palabras, como hablando a Efraín de labios o mediante la pluma del profeta, adulándola con dulzura: ¿Es un hijo tan caro para mí Efraín, o niño tan mimado, que tras haberme dado tanto que hablar, tenga que recordarlo todavía? Pues, en efecto, se han conmovido mis entrañas por él; ternura hacia él no ha de faltarme oráculo del Señor. Plántate hitos, ponte jalones de ruta, presta atención a la calzada al camino que anduviste. Vuelve, virgen de Israel, vuelve a estas ciudades. ¿Hasta cuándo darás rodeos, oh díscola muchacha? Pues ha creado el Señor una novedad en la tierra: la Mujer ronda al Varón (Jr_31_20s).

            [164] Magdalena, ¿de qué espía te valiste, para informarte dónde se encontraba Jesucristo, tu felicidad? El evangelista nos dice estas palabras: Al saber que estaba en casa del fariseo (Lc_7_37). Habiendo sabido dónde se encontraba Jesucristo, compró una ánfora de alabastro llena de ungüento precioso, y se dirigió llena de dolor y amargura por haber ofendido a su buen Dios, dirigiendo su corazón al que es la verdadera alegría y el camino recto; el cual la hizo volver a ella misma, o mejor, a él, que era su verdadero baluarte de refugio, sus auténticas delicias y que deseaba ser el padre de su virginidad. El profeta la llama virgen de Israel, porque contempló a Dios Encarnado y se hizo fuerte contra el Dios hecho hombre, por una nueva maravilla. El profeta la reprende amablemente por haber tardado tanto en llegar y, en cierta manera, por haberse extraviado en los placeres aparentes y vanos, diciéndole: ¿Hasta cuándo darás rodeos, oh díscola muchacha? ¿Hasta cuando te disolverás en esas vanidades, hija vagabunda, cuando estás destinada a gozar de los verdaderos deleites? Pues ha creado el Señor una novedad en la tierra: la Mujer ronda al Varón. Así dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Todavía dirán este refrán en tierra de Judá y en sus ciudades, cuando yo haga volver sus cautivos: Te bendiga el Señor, oh estancia justa, oh monte santo. (Jr_31_22s). Ven, Magdalena, a levantar sitio en torno a la ciudad divina, a cavar fosos con tu humildad. Llénalos con el agua de tus lágrimas, que corre por los canales de tus ojos. Nada en la superficie y entra sin resistencia en la ciudadela del amor, a la que rodearás con tus cabellos, de los que uno solo abrirá brecha para darte la victoria. Apunta en derechura al corazón de Jesús: te harás del botín de sus amores y de su amabilísima dilección; aplica tus labios como boca de cañón a sus pies. El bálsamo que has vertido sobre ellos será la materia que prenderá el fuego; tú misma arderás, ya que admirará tu amor hacia él. Al aplicar la unción, enciendes el fuego y aventajas al Altísimo. Sales victoriosa del Señor de las batallas, el cual se confiesa vencido por las armas de tu amor. Tus sencillas acciones son tácticas de guerra, contrarias en todo a las de los capitanes de la tierra. Tanto ellos como sus ejércitos se perderían si se comportaran como tú lo has hecho, pues los fosos resisten a los que sitian una ciudad. Estar desarmada es buscar su muerte; recurrir al llanto, a los besos y al silencio, es dar ventaja a los [165] sitiados, que se tienen como vencedores antes de luchar con las personas que claman por la paz y no la guerra. Veo como casco o yelmo tus cabellos desatados y esparcidos; llevas por coraza una vestidura desabrochada en parte, para dar tregua a tu corazón amoroso, que lanza suspiro tras suspiro: es tu tambor que redobla. Tus ojos como ya dije, originan dos ríos que parecen disputarse el acercamiento a la ciudad que vas a sitiar. Ignoro tus intenciones y si has tenido tiempo de pensar en ellas; pero sé que, aun estando enferma, eres fuerte; y que Dios te ha levantado de las miserias del mundo para ganar perdiendo en ti al que es la fuerza humana y divina, a quien circundas de manera que parece no pensar sino en ti, haciendo que te admiren el fariseo y los que le rodean.

            Sea en casa del fariseo, sea en la de tu hermana Marta, lo reducirás a las lágrimas y a estremecimientos al verte llorar a tu hermano ya sepultado. Sollozará también para regar el sepulcro, a fin de que produzca en vida al que muerto se le entregó ante la voz del Salvador amoroso, el cual recurre a su divino poder por amor a su amada, obrando milagros inauditos hasta entonces, como el de resucitar a Lázaro, muerto cuatro días antes, para alegrar a la pobre Magdalena, a la que su muerte había afligido y turbado, me atrevo a decir, durante la ausencia de la Vida, Jesucristo, su buen maestro, a quien dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó (Jn_11_32).

            Después de preguntar: ¿Dónde lo pusisteis? lloró para demostrar que amaba a Magdalena al grado de compartir todas sus penas, que hacía suyas; es decir, se turbó por su causa, estremeciéndose y afligiéndose por amor de su enamorada, que estaba triste y confusa porque su hermano había muerto.

            ¿Qué dices, dulce amado, a tu amada? Se marchitó mi corazón, las tinieblas me contristaron. Milagrosamente, Babilonia se presentó ante mí como mi amada. Magdalena, angustiada y confusa, amada mía, tu amor es admirable: me impone un milagro. Tú eres mi propio milagro, pareciendo exigir de mí un milagro. ¿Quién, hasta ahora, me ha visto temblar, afligirme y llorar? Milagrosamente, Babilonia se presentó ante mí como mi amada. No es necesario que me pidas resucitar a tu hermano. El verte llorar por él, el verte sufrir así, es suficiente para volverlo a la vida, para sacarlo del limbo y levantarlo del sepulcro. Casi expiré al llamarlo con una voz fortísima; los que [166] tiemblan y están afligidos parecen carecer de fuerza para hablar en voz alta. El amor la quita y la da. Los judíos se admiraron de que llorara por amor, preguntándose si el que dio la vista al ciego de nacimiento podría impedir o prohibir a la muerte atacar a Lázaro. No comprendieron el misterio de amor que manifestaba su fuerza, cuando se le creía debilitado. Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior (Jn_11_38). Después del segundo estremecimiento que Jesús permitió que le causara el amor, se dirigió valientemente al monumento de Lázaro, manifestando así su poder y la fidelidad que esperaba de su Padre eterno, el cual lo escuchó a causa de su reverencia, porque todo en él busca la gloria del divino Padre, ya que con él y el Espíritu Santo es un Dios omnipotente, por ser el Verbo del Padre, que quiso presentarse como el verdadero Mesías enviado por aquel que lo engendra en el esplendor de los santos antes del día de las criaturas, por cuyo medio hizo todas las cosas. En este principio creó el cielo y la tierra, dando el ser y la vida a todo cuanto posee el ser y la vida.

            Por su mediación quiere devolverla a los muertos después de la muerte universal de la humanidad. A todos los resucitará, valiéndose de un arcángel que tocará la trompeta. En este caso, utilizó su palabra y su propia voz a favor de su amigo Lázaro, hermano de su amada, a la que quiso consolar él mismo debido a que su alma, por así decir, residía más en Magdalena, a la que amaba, que en su cuerpo, al que animaba. Lo digo por atención y afecto actual: Milagrosamente, Babilonia se presentó ante mí como mi amada.

            Se dijo de mí que no se me oiría gritar en lugares públicos por ser tan pacífico; que mi soplo no extinguiría la mecha que aún humeaba, y que mis pies no acabarían de romper la caña cascada. Hoy haré lo contrario, penetrando con la fuerza de mi palabra y el sonido de mi voz el sepulcro y los limbos, para gloria de mi Padre y por amor de Magdalena. Dicho esto, gritó con fuerte voz: Lázaro, sal fuera. Y salió el muerto (Jn_11_43). No hay milagro que el amor todopoderoso deje de obrar a favor de su amada: Milagrosamente, Babilonia se presentó ante mí como mi amada.

            Magdalena, he aquí las pruebas de un amor inefable, que debe ser reconocido. Di a Marta que es necesario preparar una cena en honor del gran taumaturgo: Se prepara la mesa, se despliega el mantel, se come y se bebe (Is_21_5). Ven, Magdalena, con tu nardo precioso a ungir los pies y la cabeza de aquel a quien amas, cuyo amor es más fuerte que la muerte. Se quiere apresurar la suya, de ser posible, por haber resucitado a tu hermano. En esta mesa él te sirve de vigía y centinela, poniendo al descubierto la murmuración de los envidiosos que están a la misma mesa. Las aguas de esta [167] contradicción no apagarán tu caridad, porque viertes aceite sobre el fuego. Jesucristo es fuego; tus lámparas serán lámparas de fuego y llamas eternas; tu fervor será eterno como el infierno y permanecerás en tu amor tanto como Judas en su odio. Así como su atrevimiento lo hará desdichado por toda la eternidad, tu generosidad te hará gloriosa por toda la infinitud.

            Hiciste una buena obra al prevenir la sepultura de tu amado. Junto con su evangelio, volará por todo el mundo para su gloria y la tuya, si la suya no es la tuya misma, porque todo es común entre los que se aman, y la soberana verdad asegura que elegiste la mejor parte, que jamás te será quitada; es Jesús, a quien escogiste; es la gloria del Padre, que te atrajo hacia él: Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y todo el que venga a mí no será echado fuera (Jn_6_44).

            Si Jesús se hizo el ayo de Efraín, diciendo por Oseas: Yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole por los brazos. Los atraeré con el cordón de Adán cual vínculo de caridad (Os_11_13). ¿A quién se aplicarán mejor estas palabras de amor sino a Lázaro, a Marta y a Magdalena, cuyo alimento era el mismo Jesucristo, tanto en su divinidad como en su humanidad? Magdalena se situó deliciosamente a los pies de su maestro, escuchando sus divinas palabras y admirando su belleza divina y humana. Se vio como paloma sin corazón al ser seducida por el pecado, pudiendo decirse que dicha paloma fue seducida y que su corazón se alejó de ella llevado por el deseo o vanidad y alimentándose con el viento: Efraín se apacienta de viento, anda tras el solano todo el día; mentira y vanidad multiplica. Efraín es cual ingenua paloma, sin cordura (Os_12_2); (Os_7_11).

            Jesucristo tuvo piedad de aquella paloma seducida y descorazonada por el pecado. Quiso echar fuera a sus enemigos y dispersarlos al viento del Espíritu Santo, que es la verdad, arrebatándole por segunda vez su corazón para darle el suyo, con el que amó mucho a aquel que la amó con caridad eterna, eligiéndola antes de la creación del mundo para ser hija de su diestra. Podría parecer que el amor de la carne y de la sangre, el amor natural, la situaron a la siniestra; la gracia, sin embargo, la trasladó a la derecha.

            El verdadero Jacob le dio la mano derecha, diciendo que ella escogió la mejor parte, por no decir que él se la había dado. Era necesario ser cortés y obsequioso con Magdalena, a la que deseaba engrandecer tanto en la tierra como en el cielo, ensalzando su magnificencia sobre los cielos; es decir, que los ángeles considerarían como un favor el tenerla siete veces al día en su coro glorioso, que se encuentra en el templo del amor, en el que entonan las alabanzas divinas en medio de un silencio admirable, confesando que la divinidad está por encima de toda alabanza.

            Jesucristo había enseñado ya a su amada a alabar la divina excelencia por medio de un inefable silencio, que es propio de los habitantes de la Sión celestial; por medio de él ofrecen sus votos en la Jerusalén de paz. ¿Qué bendición das a Magdalena, tu Efraín? Todas las bendiciones del cielo y de la tierra. Si mi Madre no tiene par en su pureza, nadie es semejante a Magdalena en su penitencia. Ninguna criatura se compara con mi madre, que es la Virgen singular por excelencia e incomparable en todo y sobre todo. Magdalena es la sublime penitente, que de mis pies subió hasta mi cabeza, rompiendo el envase de ungüento para derramar en ella su precioso bálsamo, cuyo aroma cundió por toda la casa. Al verter el óleo sobre mi cabeza, me constituyó Rey de su corazón, Rey de los judíos, y cualquier confesión digna de toda realeza. Yo la hice reina antes de que me coronara. En cuanto entró en casa de Simón el fariseo, la constituí reina de amor. Mi Madre es Emperatriz del amor, y única en amar, teniendo un rango aparte de las [168] meras criaturas. Su trono se encuentra al lado del mío, que soy Creador y criatura.

            Magdalena está a mis pies, lo cual no es una humillación, por encontrarse próxima a mis afectos. Pongo mi diestra sobre su cabeza, la cual constituye su corona de gloria: Tenía la diestra puesta sobre la cabeza de Efraín (Gn_48_17), sin importar las murmuraciones, sea en casa de Simón, sea en Betania. Sé bien lo que hago y lo que digo. Mis ojos están cubiertos por una venda de amor divino que es clarísima en su amor. Si el padre de Marta y Magdalena no hubiera dicho lo que José a Jacob, yo habría respondido: Te conozco, hijo mío, conozco al que constituirá los pueblos y se multiplicará (Gn_48_19).

            Marta es tu primogénita, hija y esposa mía, virgen sin contradicción. Marta no descollará tanto en el ejemplo de virginidad como Magdalena en el de penitente. Mi Madre levantó en alto el estandarte de la virginidad; a ella debe atribuirse la gloria, por ser la primera en hacer este voto. Marta la siguió y Magdalena fue la primera en acudir a pedir perdón de sus pecados como penitente inicial. Ella crecerá como un pueblo numeroso; toda alma penitente debe imitarla; [169] ella florecerá y fructificará: Efraín fructificará; Efraín saldrá polvoriento como el plomo. Si la contrición rompió mi corazón; si mis lágrimas hicieron parecer mi cara como de plomo, es más agradable a mis ojos amorosos, que la encontraron bella en su dolor, por provenir éste de mi amor. Contemplo a Efraín junto con mi Dios; la contemplo, es como un atalaya que me mira con amor, a mí que soy uno con el Padre y el Espíritu Santo. Ella es nuestro espectáculo de amor, y nosotros el suyo. Ella me mira como un centinela que vigila al único objeto de su amor, en el que se encuentra todo mi reposo. Cuando se reúna conmigo en el cielo, se elevará para volar hasta mí, que soy su gloria. A Efraín, como un pájaro, se le vuela su gloria, desde el nacimiento, desde el seno, desde la concepción (Os_9_11). Ella es un ave que vuela hasta mí, que soy su gloria en la concepción, en el nacimiento y en la lactancia, que constituyen el don perfectísimo de contemplación pura que le he concedido. Al concebir, da a luz; al dar a luz, alimenta. Es el uno necesario para ser una en la unidad de esencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, unidad y Trinidad que mora en su corazón, haciendo en él su morada y templo de amor. ¿Qué es el cielo si no su divinidad; a la que subió Magdalena por la contemplación? La nueva maravilla sobre la tierra consiste en presenciar la captura del hombre celestial del empíreo, obrada por los atractivos de una mujer terrenal de aquí abajo; algo hasta entonces nunca visto. Le concediste tu Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra, [170] entregándole tu corazón tan puro para glorificarla en el tiempo, es decir, en los siglos venideros. Espíritu que la colmó de la ciencia de los santos, que es la ciencia del amor con la que amó al santo de los santos, que la santificó. Ella es su esposa y tierna novilla. Sansón llamó a su esposa novilla cuando le declaró su enigma. ¿Por qué no llamaré a Magdalena novilla de Jesucristo?¿Acaso no vio claramente el amor que él tenía a los penitentes, amor que los judíos no quisieron comprender, despreciando al Salvador por frecuentar a los pecadores, obligándolo a decir en voz alta, para honrar este oficio, que había venido por éstos y no por los justos, que jamás se alejaron de él en calidad de justos?

            Magdalena, Efraín era una novilla domesticada, que gustaba de la trilla (Os_10_11). Aprendiste a amar el trigo de los elegidos gracias a la enseñanza de la sabiduría encarnada. Ascendiste hasta tu cabeza; ¿te atreverías a decir que fuiste la oveja que llevó alrededor de su cuello? Jesús de Nazareth, tu Esposo florido, no podía alejarse de ti por ser la flor de los campos y tu, el fruto de la ciudad. Ambos os unisteis en el amor. Por ello los ángeles tienen la encomienda de decirte que Jesús de Nazareth no se encuentra entre las flores muertas, sino que es la flor viva porque venció a la muerte. No lo toques más como una flor marchita, porque es inmortal, impasible y glorioso.

            Dentro de cuarenta días, deberá remontarse por encima de los cielos para convertirse en el cielo supremo. Irá como precursor tuyo, presentando instancia a favor de su inclinación, que desea manifestar a su Padre en presencia de los ángeles, quienes recibirán del Padre, del Espíritu Santo y de él mismo, el mandato y comisión de descender para elevarte siete veces al día en su coro, diciendo: Padre Santo, Magdalena confesó a tu Hijo, nuestro soberano Señor, delante de los hombres: no se avergonzó de adorarlo en la tierra y decir que le amaba. Cuando los judíos, su propia nación, lo desconocieron ante Pilato, ella salió a buscarlo entre los muertos para derramar sobre él su unción y, de serle posible, dulcificar su muerte, que había sido tan dura. Tal vez pensó que él resucitaría si ella lo sacaba del sepulcro, conmoviéndose ante su dolor y lágrimas, como hizo con su hermano, resucitándolo a los cuatro días de su muerte. Bien sabía ella que el alma a la que se adhirió la suya no estaba muerta, por ser inmortal. Seguramente [171] había leído al profeta Ezequiel, al que Dios preguntó si creía posible que los huesos secos eran capaces de retomar la vida o recibir, mediante su poder, una nueva vida al decirles: Huesos secos, escuchad la palabra del Señor (Ez_37_4). Ella sabía que él aseguró ser la resurrección y la vida, y que los que creyeran en él no morirían eternamente. Ansiaba contemplar el cuerpo sagrado al que deseaba despertar de su sueño. Acaso no había leído el salmo: Yo me acuesto y me duermo, me despierto, pues el Señor me sostiene (Sal_3_6). ¿No recordaba el signo de Jonás, que salió del vientre de la ballena al cabo de tres días, que su amor dio como señal de su divino poder y su misión? El amor le sugirió lo que ella no podía decir: que su amado, que era el Verbo de vida y la vida divina, que podía resucitar el cuerpo, que yacía entre los muertos del siglo sin separarse de la divinidad, lo mismo que el alma, por estar el uno y la otra apoyados por siempre en la hipóstasis del Verbo, no dijo: Huesos secos, escuchen la palabra del Señor, porque tenía el poder de decir: Carne mía sacratísima, huesos míos santísimos: levántense. Arpa mía, gloria mía, levántate; salterio mío, levántate. Alma santa; vuelve del limbo con los Santos Padres. Levántate, cuerpo mío sagrado, y sal del sepulcro. Formad todos la primera resurrección. Tú eres el primogénito de los muertos; resucita, lleno de gloria, y aparécete a Magdalena, por ser la que más te ama después de tu Madre. Debe recibir el privilegio de tu primera aparición, ya que su fe la detiene aquí lo mismo que su amor.

            Al ver que Magdalena fue un pretexto del amor, que la detuvo cuando ignoraba tu resurrección, él mismo la instruyó sobre ella, librándola del miedo natural en las mujeres y dándole la osadía y el valor de permanecer sola ante el sepulcro, al que Pilato mandó guardias armados con poderosas armas para intimidar a los discípulos. El amor, antes de la muerte del divino Salvador, era fuerte como la muerte y su aguijón duro como el infierno; después de ésta, sin embargo, el amor se volvió más fuerte que la muerte, y su aguijón más poderoso que el infierno, por ser la emulación del Dios eterno e infinito, que existía antes de que el infierno fuera creado, y que va más allá de estos abismos. El era, él es y será eterno e infinito: Por la eternidad y después de ella.

            [172] El amor, al que se puso una venda, puede ver más allá de los velos. Si Magdalena, aún velada con sus cabellos, enseña de vanidad, pudo verlo en casa de Simón, ahora, al estar iluminada con la verdad de aquel ante cuyos ojos todo está al descubierto, ¿dejaría de conocerlo si la llamara, María. Ella respondería. Rabí, y el amor mismo la llevaría hasta sus pies, para besarlos sin pensar en la muerte. Lo que ella desea es unirse a la vida y por eso no pregunta si es él; no habrá necesidad de que él le diga lo que dirá a los apóstoles: Acérquense, tóquenme y no sean incrédulos. Un Espíritu no tiene carne ni huesos.

            Así como la Samaritana dejó su cántaro en el brocal del pozo de Jacob para los que gustaran beber agua conteniendo barro, Magdalena dejó su ungüento en el sepulcro para los que tuvieran enfermos o muertos. Ella no pensó sino en el Verbo de vida, en el Verbo Encarnado, que resucitó para gloria de su Padre, al que quiso subir para atraer a él a las almas enamoradas que le buscan a su derecha, quienes, a imitación de esta santa, siguen el consejo del apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de abajo (Col_3_1s).

Capítulo 22 - Tristeza que sintió mi alma al ver nuestra capilla privada de las Cuarenta Horas. Lo que el Verbo Encarnado me dijo después de consolarme por dicha privación. 26 de julio de 1636.

            [177] El día de Santa Ana 1636, sentí una gran pesadumbre al recibir aviso de que la capilla de la congregación no estaba en lista con los lugares donde se celebraría el jubileo de las cuarenta horas, decretado por nuestro cristianísimo rey. Al ver que las capillas más pequeñas de la ciudad no se habían exceptuado, y tomando este desprecio como venido del Verbo Encarnado, me dirigí a él con mi confianza ordinaria y en medio de abundantes lágrimas.

            Mi divino amor me consoló amorosamente, diciéndome que recordara que su Madre no había encontrado alojamiento en Belén. Sin embargo, como mi llanto no cesaba, por haber llorado toda la noche y llevar casi veinticuatro horas llorando, mi divino amor, para demostrarme que no podía seguir viéndome afligida, volvió a consolarme diciendo: Hija, quiero que sepas que el que por miedo y temor de disgustar al cardenal no las nombró al instituir las cuarenta horas, no presenciará, por dicha causa, el fin de este tiempo de oración.

            Rogué por él, pero no obtuve la prolongación de su vida. Mi dolor interior tampoco disminuyó. La víspera de San Lorenzo, sintiendo en mí una gran confianza, pedí a este mártir, que tantos favores me había obtenido, y debido a que yo no podía escribir al Señor Cardenal, que se dignara llevar una de mis cartas a mi Esposo para exponerle el menosprecio que sufría en su congregación, y ésta por causa suya, debido a que el Señor de la Fraie había tenido respeto humano en demasía.

            El mismo día, o poco después, el gran vicario, que por temor había rehusado incluir esta congregación en la lista con las demás capillas, cayó enfermo del mal que lo llevó a la muerte.

            Escuché: ¿No te dije que no vería el fin de las estaciones? ¿Qué Yo soy el que tiene poder sobre la vida y la muerte?

Capítulo 23 - En san Ignacio de Loyola se cumplieron las palabras de Isaías que la Iglesia aplica a san Juan Bautista, debido a la gloria que Dios recibe de este santo fundador y de sus hijos que llevan su salvación hasta los confines de la tierra. 31 de julio de 1636.

            [181] Oídme, islas, atended, pueblos lejanos. El Señor desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió; me hizo como saeta aguda, en su aljaba me guardó. Me dijo: Tú eres mi siervo Israel, en quien me gloriaré (Is_49_1s).

            Podría sorprender de momento el ver que tomo las palabras que la Iglesia aplica a san Juan Bautista, santificado en el vientre de su madre, desde el que fue llamado por el divino Verbo Encarnado para ser su precursor, para alabar a san Ignacio. Sin embargo, si demuestro que, sin detrimento de la gloria debida al excelso Bautista, puedo apropiarlas al gran Ignacio, a quien Dios destinó desde toda la eternidad a proclamar y engrandecer su gloria hasta los confines de la tierra, tomando en cuenta que dicho santo tomó como lema: A la mayor gloria de Dios, se me confesará que estas palabras le convienen como si le hubieran sido dirigidas por Dios de labios del profeta evangélico: Tú eres mi siervo Israel, en quien me gloriaré.

            Me atrevo a afirmar que san Ignacio, después de san Juan Bautista y los apóstoles, glorificó a Dios y lo glorificará hasta el día del juicio. Tanto él como sus hijos lo han hecho y seguirán haciéndolo en la Iglesia, por lo que no tengo dificultad alguna en dirigirle estas palabras: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel (Mi_5_1); (Mt_2_6).

            De ti, Loyola, de ti Montserrat, de ti, Monte de los mártires, de ti, pequeña compañía, saldrá y será visto aquel que regirá al [182] pueblo de Israel; y sin temor, añadiría en favor de la compañía de Jesús: No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre tus piernas, hasta tanto que venga el que será enviado (Gen_49_10).

            No, el mundo, la carne y el demonio, con todos sus esfuerzos, no podrán arrebatar el cetro de la mayor gloria de Dios a Ignacio. Todos ellos perseverarán hasta la venida de Jesucristo al último día, para manifestar su majestad desde las nubes al juzgar a vivos y muertos. Escucha, pequeña Compañía, lo que Dios dice a tu fundador a través del mismo profeta: He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él... Ahora, pues, escucha, Jacob, siervo mío, Israel a quien yo elegí. Así dice el Señor que te creó, te plasmó ya en el seno y te da ayuda: No temas, siervo mío, Jacob rectísimo, a quien yo elegí. Derramaré agua sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti nazca. Crecerán como en medio de hierbas, como álamos junto a corrientes de aguas. Ahora, así dice el Señor tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahvé tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador (Is_42_1); (Is_43_1s); (Is_44_1s). Sería necesario explicar estos tres capítulos casi en su integridad para manifestar lo que Dios me comunicó respecto a san Ignacio y su Compañía, a quien Dios escogió como hijo suyo muy amado. La Compañía lleva también su nombre, para ser engrandecida entre los gentiles, por dar a Dios lo que el pueblo judío le rehusó; por eso lo sustituyó y ocupó su lugar.

            Quienes consideren los servicios que la Compañía rinde al Señor Dios de los ejércitos y Dios de Jacob, admitirán que merece todos los elogios que se le tributan por boca de este profeta y algunos otros que cito, dejando la expresión a quienes poseen el espíritu, la pluma y la luz más fecunda y clara que yo. Confieso que mi vista es demasiado débil para contemplar fijamente a este sol, y que necesitaría la pluma de los vientos y la inteligencia de los espíritus angélicos para poder conocer y narrar las perfecciones de Ignacio y de sus hijos cuando imitan a su Padre, quien a su vez imitó a Jesucristo, que anduvo delante de él para ser su ideal y para librarlo de las emboscadas que sus enemigos urdían en su contra. Jesucristo le abrió [183] caminos en el mar: Que trazó caminos en el mar y vereda en las aguas impetuosas (Is_43_16). No hubo obstáculo que no removiera para abrir el paso a este santo y a sus hijos: ni el mar de las contradicciones, ni los torrentes de las persecuciones, ni los ríos de los maldicientes, ni las murmuraciones, ni la altura, ni la profundidad, ni criatura alguna pudieron causar daño alguno a las generosas empresas de este gran Santo y de sus hijos. Dios mismo los defendió, dando a Ignacio la gloria. No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre, etc.

            Yo te daré toda la tierra, vine para traer el fuego a ella, con el deseo de abrasarla si hubiera estado dispuesta en el tiempo en que anduve visiblemente entre los hombres. Mi sabiduría se dejaba oír en las plazas públicas, para que si alguien tenía sed acudiera a las aguas de la gracia. Algunos se acercaron y bebieron, pero en número reducido. Yo hubiera querido mundos enteros para que bebieran en la fuente de vida y de vigor; los llamé, pero ensordecieron sus oídos, obrando males que asombraron al cielo.

            Se alejaron de mí, que soy el manantial de agua viva, fabricando cisternas secas que no sólo se resquebrajaron y fueron incapaces de contener las aguas, sino que trocaron las de mi gracia en lodo y fango, haciendo mortíferas las obras que ella los movió a hacer. El fuego sagrado se ocultó en el pozo durante la cautividad del pecado. Envié a Ignacio para que lo sacara y lo hiciera arder por toda la tierra. Ignacio es un fuego que mi divino Espíritu produce y reproduce en sus hijos. Yo dije a mis apóstoles que harían los mismos signos que yo hacía, y aún mayores; no por ellos mismos, sino en mi nombre, el cual di a Ignacio y a su Compañía. Dios es un fuego que consume. Es el nombre de Ignacio y su Compañía que lleva el nombre de Jesús, haciendo todo para su mayor gloria. Yo procuro el honor de los que me honran; Ignacio hace todo para gloria mía, y yo, en cambio, deseo glorificarlo; sus hijos son también los míos: Venid a mí los que me deseáis, y hartaos de mis productos. Que mi recuerdo es más dulce que la miel, mi heredad más dulce que panal de miel. Los que me comen quedan aún con hambre de mí, los que me beben sienten todavía sed. Quien me obedece a mí, no queda avergonzado, los que en mí se ejercitan, no llegan a pecar. Los que me dan a conocer, tendrán la vida eterna. Todo esto es el libro de la vida del Dios Altísimo, el conocimiento de la verdad (Si_24_19s).

            Vengan a mí, porque me aman y desean hacer mi voluntad. A todos los que mi Padre me ha dado, los recibo y jamás los echaré fuera. Ignacio me fue [184] dado por mi Padre eterno, y todos los suyos son también míos, mi propia generación. Yo soy el Padre del siglo futuro y el Príncipe de la paz para mis esposas. Me aparecí a Ignacio con mi cruz, que es mi realeza. Síganme, hijos suyos y míos. Les fui propicio en la Roma de la tierra, y también lo seré en la del cielo.

            Reciban mi espíritu, que es más dulce que la miel; que el rayo de miel atraiga al panal de mi corazón divino a las abejas místicas a través de sus palabras, que son dulcísimas. Que su rostro reluciente lleve almas al sol de justicia. Manifiesten mi día a los pueblos que estaban en tinieblas, porque a través de ustedes quiero darles una gran luz. Deseo colmarlos de néctar y ambrosía. El que me coma tendrá más hambre y el que me beba volverá a tener sed. Yo daré la gracia en el camino y la gloria en el término.

            El que me escuche no será confundido, y quien haga las obras que yo haré por su medio, se alejará del pecado. Quien me dé a conocer y amar, tendrá la vida eterna. Este es el designio de Ignacio; ¿tengo o no razón al adjudicarle las palabras del profeta evangélico?: Oídme, islas, atended, pueblos lejanos (Is_49_1). El Señor Jesús me llamó desde el vientre de mi madre, y se acordó de mi nombre estando yo recluido en las entrañas maternales. Me destinó a ser guerrero, eligiendo mi lengua para ser una filosa espada, mediante la cual quería destruir el pecado y edificar la virtud. Me protegió bajo la sombra de su mano. Me escogió como saeta preferida, a la que escondió en su carcaj, que es su corazón. El Espíritu Santo me reservaba para la guerra cristiana, habiéndome permitido adiestrarme en las artes militares, en las que recibí una llaga felicísima, que me obligó a una venturosa actividad, a buscar la verdadera ocupación a la que entregué todo mi ser. Quien me obedece a mí, no queda avergonzado, los que en mí se ejercitan, no llegan a pecar. Los que me dan a conocer, tendrán la vida eterna. Todo esto es el libro de la vida del Dios Altísimo, el conocimiento de la verdad. Al leer este libro sagrado, morí a mí mismo para vivir de Dios, el cual me hirió con la llaga de su divino amor, en el que me reveló toda mi dicha, que consistía en conocer al Padre y al Hijo por el Espíritu Santo, el cual me cubrió con su sombra para protegerme. Me transformó en una saeta escogida y depositada en la aljaba de Jesús, mi buen maestro; saeta que conservó para dispararla contra el mundo, el demonio y la carne, y para encender los corazones en su amor sagrado, diciéndome que de ahí en adelante debía yo ser su soldado y muy humilde servidor suyo, al que deseaba glorificar. Por [185] esta razón tomé por divisa "Todo a la mayor gloria de Dios", la cual busqué en todas las cosas.

            Era deseo del Salvador glorificar al que envió al mundo. Habiendo leído su vida, que es libro de la vida y Testamento del Altísimo, encontré en ella el conocimiento de una verdad: que sólo Dios merecía ser amado, y que él era mi principio y mi fin. Mi corazón, hasta ese día, había estado inquieto, alejado de su centro. Ignacio entregó su corazón desde que despertó del sueño letárgico de las vanidades mundanas a la realidad de Dios, que lo creó para él, lo cual aceptó con todo el corazón. A pesar de ello, su providencia dispuso, para su mayor bien y el de otros, que fuese un tanto atribulado por los escrúpulos, a fin de afirmar a los demás en la confianza en su divina bondad, y que despreciara la tierra y sus placeres, amando el cielo; mejor dicho, al Dios del cielo, el cual se comunicaría a su alma en medio de tantas delicias, que pudo adjudicarse por experiencia la palabra del profeta: Confiadle todas vuestras inquietudes, pues él cuida de vosotros.

            Gran santo, fuiste todo de fuego tanto en tu nombre como en tu ardor, que recibiste de la santísima Trinidad. San Francisco Javier fue la llama viva que enviaste a países extraños, que permanecieron bajo del hielo durante mucho tiempo. En tus entrañas se encendió este santo, que en ocasiones se veía obligado a exclamar: Basta, Señor, temiendo expirar antes de haber visto respirar a los pobres infieles los dulces aires del Evangelio.

            Jesucristo fue tu vida y tu muerte, y morir por él fue vivir para ti. Podías con toda verdad evocar las palabras del apóstol: Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí (Ga_2_20). En cuanto a mí, hubiera escogido el gozo si la divina providencia me hubiese permitido nacer en el tiempo de los apóstoles, cuando la sangre de Jesucristo aun ardía; pero me alegro ante su designio sagrado, que me reservó para los días de Ignacio, el gran Nehemías, que retiró el fuego divino del pozo en que la divina providencia lo ocultó durante los días de la cautividad, para encenderlo de nuevo en los altares sagrados.

            A partir de Ignacio, reinaron la meditación y la frecuentación del divino fuego eucarístico, que obra la unión de las almas y de los cuerpos con el alma y el cuerpo de Jesucristo, llegando a ser casi ininterrumpida. Fue él quien hizo renacer las prácticas de la Iglesia primitiva, formando [186] comunidades santas que tienen un solo corazón y una sola alma, que perseveran en la oración y en la fracción del pan de los ángeles y de la vida eterna.

            Fue dicho a Zacarías, por el arcángel Gabriel, que muchos se alegrarían a causa del nacimiento de Juan Bautista; mundos enteros deben experimentar una gran alegría al pensar en el renacimiento de Ignacio, que vino a reconciliar los corazones de los hijos con Dios, su Padre. No temas, suelo, jubila y regocíjate porque el Señor hace grandezas. Hijos de Sión, jubilad, alegraos en el Señor vuestro Dios. Porque él os da la lluvia de otoño, con justa medida, y hace caer para vosotros aguacero de otoño y primavera como antaño. Las eras se llenarán de trigo puro, de mosto y aceite virgen los lagares rebosarán. Yo os compensaré de los años en que os devoraron la langosta y el pulgón, el saltón y la oruga, mi gran ejército que contra vosotros envié. Comeréis en abundancia hasta hartaros, y alabaréis el nombre del Señor vuestro Dios, que hizo en vosotros maravillas. Mi pueblo no será confundido jamás (Jl_2_21s). Iglesia militante, no temas, alégrate y goza porque el Señor ha decidido obrar en ti grandes maravillas, concediéndote grandes doctores que manifestarán la verdad y la justicia de sus leyes divinas, plenas de dulzura desde el comienzo hasta el fin. De la noche a la mañana, sus proposiciones recibirán sus conclusiones; recibirás el rocío celestial en todo tiempo; tendrás en abundancia el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes; serás ungida con bálsamo, y tus hijos participarán de los divinos sacramentos, de la unción de la oración y de la contemplación. Dios te devolverá los años que parecieron ser devorados por tus pecados; tus sensualidades y pereza serán reparadas, para saciarte de sí mismo. Alaben el nombre del Señor su Dios, hijos de la Iglesia militante, porque ha hecho grandes maravillas con ustedes, y continuará haciéndolo hasta el último día, concediendo su Espíritu y su ciencia a estos doctores, que resistieron a las mentiras y falsedades del anticristo, para librarlos de la confusión que la ignorancia y la debilidad hayan podido causarles.

            Jesucristo dijo que la fe sería perseguida, y que sería pequeña, de suerte que causaría dudas si llegara a ser del tamaño de un grano de mostaza, por cuya causa la caridad de muchos se enfriaría. Yo creo en las palabras de la verdad, esperando que su bondad manifestará su poder en nuestra debilidad, concediendo nuevas fuerzas e infusiones abundantísimas de gracias, a fin de que pueda decirse con el apóstol que, siendo débil, se es fuerte en aquel que da su fuerza, el cual prometió estar con los suyos hasta el fin del mundo.

            Ignacio y sus hijos son de la sociedad de Jesús, el cual nos enseñará por su medio el camino de la verdad, iluminándonos con su luz y alimentándonos con su palabra. El cielo y la tierra pasarán, pero nuestra palabra permanecerá. Y sabréis que en medio de Israel estoy yo, el Señor, vuestro Dios, y no hay otro. Y mi pueblo no será confundido jamás (Jo_2_27).

            El derramará su espíritu sobre toda carne que debe ser salvada. Los elegidos serán protegidos en el tiempo de la tribulación. El estará con ellos y los recogerá para que le glorifiquen por toda su eternidad; él mismo los saciará con su propia beatitud. Los doctores resplandecerán y brillarán como estrellas en perpetua eternidad. Esto es lo que se dirá de san Ignacio y de sus hijos quienes habrán evangelizado naciones enteras; ¿carecí de razón al aplicarles estas palabras?: Oídme, islas, atended, pueblos lejanos. El Señor desde el seno materno me llamó.

            Dios recordó mi nombre, todo de fuego, para enviarme en los últimos tiempos, en que la caridad de muchos se habrá resfriado. Señor Jesús, mi dulce amor, hemos experimentado esta verdad; la caridad, ¿no se había enfriado ya debido a la negligencia de muchos cristianos? Me refiero a los institutos religiosos que se habían relajado de su primer fervor; muchos, desde la aparición de san Ignacio, recuperaron su primer valor o el espíritu inicial de su instituto. ¿Cuántas órdenes se renovaron del todo gracias a los fervores de Ignacio? Sólo tendría que nombrarlas; son demasiado conocidas en nuestro tiempo. ¿Qué no decir del provecho que este Santo les proporcionó con sus ejercicios espirituales, que sirven de cerilla para encender los corazones más helados si aceptan hacerlos con toda exactitud, según el orden que el santo les ha señalado?

            Ignacio es semejante a un gigante que estaba en el cielo en un momento, y en la tierra en otro. Al volver de su altísima oración, se ponía en acción de manera perfecta en cuanto estaba en la tierra, dedicándose a obras de caridad. Era como otro Moisés que recibía las enseñanzas divinas en el monte de la contemplación, para comunicarlas a los más próximos en su trato con ellos sea él mismo directamente, sea por sus hijos. Sin que haya nada que a su ardor escape (Sal_19_7). El enseñaba la ley del Señor a toda clase de personas. Con la ley del Señor convertirás almas: el testimonio de Dios es fiel y da su sabiduría a los pequeños (Sal_19_8). Al enseñar la ley del Señor, que es inmaculada, ha convertido innumerables personas. Las palabras de verdad del Señor son testimonios fieles que santifican a las almas y colman a los pequeños y humildes de sabiduría celestial. [188] La enseñanza de Ignacio y sus hijos se dirige a niños y adultos; desde la cuna hasta el lecho de muerte, sin distinción de sexo. Es para pequeños y grandes, afirmando así la veracidad de estas palabras: Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra (Is_49_6).

Capítulo 24 - Diversas consideraciones sobre los admirables ardores y esplendores de la vida, muerte y gloriosa asunción de la incomparable María, Madre del Verbo Encarnado. Agosto de 1636.

            [189] El Apóstol exhortaba sin cesar a los cristianos a resucitar con Jesucristo y a buscarlo a la derecha del Altísimo. El amor divino y humano que impulsaba el corazón de la Madre del amor a desear la visión y el gozo de su tesoro, que era su Dios y su Hijo, es inenarrable a toda criatura. Sólo aquel que dijo en la institución del Santísimo Sacramento: Con gran deseo he deseado, lo conocía perfectamente siendo el único que podía hablar de él dignamente, por ser el Verbo del Padre.

            El Verbo es el digno orador de las alabanzas de su Madre, a la que deseaba ver en el cielo a su lado. Entre Dios y sus criaturas, sólo María tiene su rango aparte. Aunque está por debajo de la naturaleza increada, está por encima de toda naturaleza creada debido a su derecho de Madre de Dios, el cual la deseaba con el deseo de su corazón, deseo que se cumplió el día de su Asunción.

            Sube, Señora mía, al Louvre celestial para realizar lo que falta a las amorosas pasiones de tu Hijo. Su cuerpo glorioso fue tomado del tuyo, que era santísimo, como de su principio en el día de tu poder. Cuando te encontraste en el esplendor divino, el Espíritu Santo formó su cuerpo santísimo con tu consentimiento. Fuiste la mujer fuerte de Israel al ver a Dios y al ser fuerte con Dios, quien se hizo hijo tuyo por indivisibilidad, por ser Hijo de su divino Padre. El fue concebido, llevado en tu seno, engendrado y alimentado de tus pechos virginales, que eran todos suyos por estar colmados de leche celestial para alimentar al Adán del cielo.

            En comparación con las demás madres de la tierra, María es la Madre celestial. Si se acepta llamarla tierra de los vivientes, también estoy de acuerdo en que se le de el nombre de tierra bendita, exenta del tributo ordinario y de todas las [190] cautividades de Jacob. Fue esta tierra la que oyó la palabra de Dios y le dio un cuerpo en sus entrañas virginales. La carne de Jesucristo es carne de María.

            Nadie odia su propia carne, sino que la nutre y calienta. Jesucristo, al vivir la vida gloriosa, deseó nutrir a su Madre con los manjares gloriosos y el torrente de divinas delicias con los que se satisfacía, recordando que ella bebió un cáliz de amargura en su camino, participando en los dolores de su Pasión sumergida en el torrente de sus angustias y aflicciones. El desea exaltar a su cabeza. Dios es cabeza de Cristo, y Cristo de la Iglesia. También afirmo sin dificultad que María, Madre de Jesús, es la cabeza o señora de Jesús, porque en la tierra fue para él una Madre única y todo lo que el padre y la madre son para un hijo engendrado de sus sustancias comunes. María, sola, comunicó todo ello a Jesucristo, que no reconoció otra materia para su formación sino la pura sangre y la virginal simiente de María, reservada por Dios para nuestra eterna salvación. De no habernos dejado el Señor de los ejércitos su simiente, como Sodoma seríamos, a Gomorra nos pareceríamos (Is_1_9). María era hija de Abraham y de ella nació Jesús, llamado Cristo. El es el único Isaac y simiente de bendición para nosotros, según la divina promesa. María es Madre del Salvador, al que salvó de sus enemigos, debiendo llamarse la que salva con más razón que José en Egipto. Si permitió que, durante la Pasión, fuese vendido a los judíos, lo hizo para rescatarnos, ya que sabía con toda seguridad que resucitaría glorioso y sería muerte de la muerte y aguijón del infierno. Sabía que él era el león de la tribu de Judá que debía vencer mientras dormía con los ojos abiertos, y aun cuando no hubiese querido resucitar ante los gritos de toda la humanidad, María, la leona sin par, lo hubiera despertado con sus rugidos. Sin causar miedo en las almas, habría atemorizado a sus enemigos, diciendo dulce pero fuertemente: Gloria mía, despierta, despertad, arpa y cítara. El, obediente a su madre, hubiera respondido: a la aurora he de despertar (Sal_59_8s).

            [191] Si me atreviese a hacer hablar a Jesucristo, por boca de Ana, madre de Samuel, en favor del poder amoroso de María; su madre, él habría dicho: La Señora da muerte y vida, hace bajar al sheol y retornar. La Señora enriquece y despoja, abate y ensalza. Levanta del polvo al humilde, alza del muladar al indigente para hacerle sentar junto a los nobles, y darle en heredad trono de gloria, pues del Señor los pilares de la tierra y sobre ellos ha sentado el universo (1S_2_6s). Al dar su consentimiento a la redención, mi Madre y señora me mortificó, dándome un cuerpo para morir por los hombres; pero, también me vivificó al esperar y creer en mi resurrección. Todo es posible para el que cree. Ella tenía el derecho de pedir mi resurrección; únicamente me prestó a la muerte, con la condición de que el poder divino me resucitara. No me desvestí de mi cuerpo pasible sino a condición de ser revestido del impasible. Mi Madre me hizo pobre al darme a los hombres, pero me enriqueció con la seguridad de que la humanidad llegaría a ser posesión mía, según la promesa que me hizo mi Padre si exponía y entregaba mi alma a la muerte. El alma de mi Madre se adhirió a la mía. Simeón predijo que su alma sería traspasada por una espada de dolor, al verme puesto para ruina de muchos y como señal de contradicción. Sin embargo, vio que con mi muerte daría yo vida a los buenos y sería la resurrección de muchos después de permanecer en un sepulcro de la tierra en compañía de los muertos del siglo, rodeado de tinieblas cual si hubiera sido polvo y ceniza.

            María fue conservada; su pureza incontaminada me habría librado de la corrupción aun cuando yo no hubiera sido incorruptible, porque la sentencia divina fue contra Adán, el pecador, y contra Eva, la pecadora, diciéndoles que en castigo del pecado, volverían a la tierra. Dicha orden no se refirió a María, la criatura más pura, que quiso, como yo, someterse al decreto de la muerte para hacer la segunda vida más admirable, y a fin de que ella y yo fuésemos señores tanto de la muerte como de la vida, ganando, con nuestra obediencia, todas las victorias, y para que los hombres y los ángeles supieran que dos soles se remontaron de en medio de los hombres, lodo y fango, hasta el trono de gloria; y para que los hambrientos y sedientos de justicia fueran saciados, y que los pobres y mendicantes están sentados por encima de todos los cielos, como Emperador y Emperatriz de toda criatura.

            [192] Por ser igual a mi divino Padre, me sometí a mi querida Madre, a la que rindo honor como Señora mía, obedeciéndola como hijo sumiso. Soy todo para ella, pues en mí posee el cielo, la tierra y toda la divinidad, la cual lleva este globo terráqueo con tres dedos gracias a la respuesta que dio al ángel diputado del divino cónclave. Me hice y me obligué, por toda la eternidad, a ser el apoyo y soporte de la tierra, tomando un cuerpo en María y aceptando la infusión de un alma creada. Pues del Señor los pilares de la tierra y sobre ellos ha sentado el universo (1S_2_8). Ella mandaba y yo obedecía y obedezco de cuerpo y alma. Estaba y estoy aglutinado por amor al alma de mi Madre, que era y es la más amable y la más amada; es decir, la incomparable en el amor después de mí, que la amó infinitamente por ser Dios. Yo dije a la Samaritana: si supieras el don de Dios y quién es el que te habla y te pide de beber, quizás le pedirías del agua de vida y él te la dará.

            Jeanne, si supieras cuánto amor tengo hacia mi Madre y quién es el que la desea, moriría a causa del deseo de vernos; el amor te arrebataría la vida con su violenta dulzura. Si quieres que te pida el conocerla, añado que también te plazca darme la gracia de reconocerla según tú lo desees. Yo no puedo vivir una vida más amable ni morir de una muerte más deseable; los ángeles desearían morir de ella, imitando a su Rey y a su Reina. Los ardentísimos serafines parecen helados al lado de vuestros ardores. Se atiza el horno pata obras de forja: tres veces más que el sol que abrasa las montañas; vapores ardientes despide, ciega los ojos con el brillo de sus rayos (Si_43_4).

            No hay sino las tres hipóstasis de la esencia divina que pueden saber el amor que el sol de justicia tiene por su madre, él arde con sus tres poderes, las tres sublimes montañas de ésta alma eminente, la más perfecta imagen de la augusta Trinidad después del alma del Verbo divino. Este amor increíble por todas las criaturas las desharía, las cegaría de sus ardientes adoradores, los querubines gloriosos hacen sombra como si ellos fueran velos que cubren esas admirables claridades. Pueden mirar fijamente el sol en su tabernáculo maternal. Sin el rocío, sin la sombra del Espíritu Santo este mar se secó en el momento de la encarnación, su esplendor lo hubiera perdido en el abismo de su luz. [193] Ante su ardor, ¿Quién puede resistir? (Si_43_3). La fuerza del altísimo le hizo sombra y el Espíritu Santo vino a ella para conservar su pureza mientras el Verbo se encarnaba en ella. Tan pronto como María pudo hablar y el Verbo divino vino a ella con pasos de gigante, el Espíritu Santo abrió la puerta y ahí con el Padre siguieron, si puedo expresarme así, al Verbo haciendo el acto adorable de la divina Encarnación sin detrimento del ser natural de María y tampoco de su integridad virginal. Vaso admirable, obra del altísimo que estuviste probada en el fuego divino y por un milagro continuo fuiste conservada. ¿Quién puede comprender tu excelencia? Dios solo o el Hombre-Dios, el Oriente en la Trinidad, el Oriente en tu humanidad. Haz en mí, oh princesa, aunque en proporción, lo que el Espíritu Santo ha hecho en ti. Si tu hijo quiere favorecerme con sus visitas celestiales, con sus fervorosas claridades, fortifícame cuando las recibo, no rehúso morir, esta muerte es preciosa delante del Señor. Señora mía, soy tu sierva y la sierva de tu hijo, si él desea que yo entre en su cámara nupcial, dame las instrucciones de cómo me debo comportar y si tu quieres que te siga al templo de amor sin pretender verlo al descubierto, la gloria interior que la divinidad te comunica entre todas las creaturas, ya que verlo pertenece concederlo sólo al Dios soberano, Rey de reyes. Si él y tú lo desean la continuación de mis posibilidades heme aquí preparada para seguir a la Reina Madre del divino Rey. Entre alborozo y regocijo avanzan al entrar en el palacio del rey (Sal_44_15s). Las vírgenes están colmadas de la alegría de saber que eres la Reina del cielo y de la tierra, la Madre de Dios y el templo de toda la Trinidad que se goza en ti de una manera que no comprendemos y por toda la eternidad eres su firmamento. Orgullo de las alturas, firmamento de pureza, tal la vista del cielo en su espectáculo de gloria (Si_43_1).

            Tú eres la más elevada de las creaturas. La belleza cautivadora y la tercera visión de gloria; me explico. La esencia divina es la visión beatifica, la primera. La humanidad de tu hijo es la segunda visión, y tu belleza admirable es la tercera. La primera es solo la divinidad, la segunda ya es un Hombre-Dios, la tercera es solo una creatura. Oh Jesús [194] mi amor, tú nos dijiste que en la casa de tu Padre hay muchas moradas para mí. Pienso que los bienaventurados ven tres tabernáculos de gloria que serán habitados por siempre por los elegidos y recibirán deleites inefables. San Pedro tuvo razón al decir para el momento y para la eternidad. Vamos quedándonos aquí, adorando la majestad divina del único Dios. Adorando al Verbo encarnado con un culto vivo puesto que él es Dios. Adorando a María con la adoración que conviene a la Madre de Dios puesto que ella ha rodeado al Hombre-Dios sobre la tierra y como una gracia especial ella es rodeada del divino sol en el mediodía de su gloria que la hace aparecer como el signo mas grande que jamás haya aparecido en el cielo. Es una mujer vestida de sol, coronada de estrellas, caminando sobre la luna con una firmeza eterna. Todo lo que no es Dios esta por debajo de ella. El sol de gloria que la reviste anunciando a los bienaventurados las maravillas de su Madre los atrae admirablemente a honrarla y a amarla, a imitarla en su justa proporción. Todos los ángeles y los hombres no pueden comprender el amor que él tiene por su alma y cuerpo bendito que es, como ya dije, el origen del suyo, ya que es su misma carne que él ama con un ardiente amor. De qué fuego arde su pecho sagrado donde él reposo por tanto tiempo cuando era pequeño. Ahora es él quien la hace reposar a ella sobre el suyo. Estos dos corazones son dos llamas vivas encendidas de un mismo fuego porque un mismo amor los alimenta. Lo que agrada alimenta. Apaciéntate en medio de tus delicias eternas con todos tus bienaventurados. Acuérdate de esta peregrina en la tierra viviendo entre los habitantes de Cédar que encuentran muy enfadoso todo lo que no es para tu gloria por la que ella quiere vivir y morir dándote gracias de lo que le has concedido a tu santa Madre.

Capítulo 25 - De la dulcísima muerte, gloriosa resurrección y triunfante asunción de nuestra Señora, Madre del Verbo Encarnado. 15 de agosto de 1636.

            [197] El sabio dice que la muerte es amarga para los que están apegados a su perecedera sustancia; por mi parte, creo que la muerte es dulce a los que están unidos por amor a la vida eterna. La muerte de la Madre del amor es la más dulce de todas las muertes.

            Balaam pidió morir la muerte de los justos; san Bernardo, la de los ángeles y Tomás, la de Jesús; pero ¿Quién, entre los hombres y los ángeles, ha osado pedir alguna tener la misma muerte de María? La Escritura no habla de ella. El Verbo divino reservó para sí el conocerla, para hablar de ella al Padre y al Espíritu Santo. El silencio conviene aun en Sión, en tanto que el Verbo canta el himno de gloria a la muerte de su Madre, diciendo a la divina esencia: A ti viene toda carne.

            La carne de mi Madre es origen de la mía. Quiero reconocerme parte de este todo; la porción que tomé de ella fue destinada al sacrificio por los pecados de los hombres. Aunque no había pecado en ella, se manifestó semejante a la carne del pecado y murió por los pecadores. Yo fui el cordero sacrificado por los pecados del mundo; mi muerte fue dolorosa en extremo. Al darme en prenda por la humanidad, pagué sus ofensas.

            En verdad fui víctima de sus iniquidades. Tuve apariencia de leproso y fui el último de los hombres, no teniendo casi otro rostro que el del pecado ni quedando en mí rastro alguno de belleza: No tenía apariencia ni presencia, le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tomamos en cuenta. Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros dolores los que soportaba. Nosotros le reputamos como un leproso, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados (Is_53_2s).

            Es permitido desear morir la muerte de los justo y dejar el cuerpo, que entorpece al alma por estar sujeto al pecado. También lo es morir la muerte de los ángeles mediante la renuncia perfecta de todo interés sólo para gloria de Dios. Es muy lícito, además, anhelar morir con Jesucristo a imitación de Sto. Tomás y de muchos otros santos, privándose de todo y sufriendo con el Salvador. Sin embargo, morir como la purísima María, Madre de Dios, es un privilegio concedido sólo a ella. María no murió en sí por el pecado, sino en su Hijo, al que [198] ofreció a la muerte. Lo que él poseía del divino Padre no murió en la cruz, pero sí lo que recibió de su inmaculada Madre, quien nada debía a la muerte porque jamás fue tributaria del pecado: por el pecado entró la muerte al mundo.

            Pero, ¿por qué murió entonces? me preguntará alguno. Yo respondería lo que dijo el Verbo Encarnado acerca de la hija del príncipe de la sinagoga: No lloréis, no ha muerto; está dormida (Lc_9_52). No piensen que mi Madre murió de una muerte dolorosa; no, se durmió en un sueño de amor, que arrebató dulcemente su alma tranquila, llevándola para siempre a los cielos. Mi diestra, tomando su mano derecha, le dijo: Niña, levántate (Lc_9_54).

            Ella duerme y su corazón vigila. Los hijos son en verdad el corazón de su Madre, y por encima de todos ellos yo soy el de la mía, al que ella dice con más fervor que David: Dios de mi corazón y mi porción; Dios mío para siempre (Sal_16_5). Su corazón y su carne hicieron saltar al Dios vivo. Mi divinidad fue siempre el soporte de mi cuerpo y de mi alma, aunque uno se encontrara en el sepulcro y la otra en los limbos, debido a la unión hipostática, que jamás abandonó lo que tomó de María.

            La divinidad acompaña el alma y el cuerpo de mi Madre, no con una unión semejante, pues mi Madre no era Dios como yo, careciendo por tanto de la sustancia divina. Fue favorecida, sin embargo, con la asistencia de la divinidad de manera incomprensible a los mortales. La divinidad está en todas partes por esencia, presencia y potencia, morando por la gracia en el alma justa. En mi Madre moró de manera singular, para dar gloria a su sepultura. La gracia nunca se alejó de esta arca mística, santuario divino, nube luminosa, escabel de sus pies. En este templo sagrado, la divinidad ejercía el sacerdocio, consagrándolo de nuevo y realizando lo que el discípulo amado entendió como santo o vuelto a santificar. La gloria de su sagrado cuerpo fue más augusta que el cielo empíreo. La divinidad estaba en él como en su lugar semioscuro, que era la tierra santa, donde ningún [199] hombre pudo entrar sino Moisés, quien recibió y dio la ley a toda la naturaleza creada.

            Al hacer guardia ante este cuerpo como propiciatorio y santo de los santos, los ángeles adoraban desde la puerta su sagrado depósito, en el que se posaron los pies del Verbo Encarnado, diciéndose unos a otros: Adoremos el lugar donde se asentaron sus pies (Is_60_13b). La entrada, a la que el poder del Altísimo cubrió con su sombra, era para el Verbo Encarnado. No se permitía a los espíritus angélicos tocar a la Cristífera. Todos ellos podían cantar con razón este motete: Levántate, Señor, hacia tu reposo, tú y el arca de tu fuerza (Sal_132_8). Jamás se hubiesen atrevido a preguntar: ¿Quieres, Señor, que portemos este santuario? porque sabían muy bien que el Hijo deseaba ser su guardián, su escudero y su trono glorioso; y junto con él, el Padre y el Espíritu Santo, por concomitancia.

            Aquel cuerpo había llevado al Verbo Encarnado; y con él, a las dos personas que le acompañan debido a que, por ser un solo Dios, son indivisibles, aunque distintas. Ella guardó nueve meses en sus entrañas al Verbo del Padre, hálito de la virtud divina, emanación nítida de la claridad omnipotente a la que ninguna sombra ha podido enturbiar; candor de la luz eterna, espejo sin mancha de la majestad divina, imagen de la belleza del divino Padre, impronta de su sustancia, de la que es la unidad deífica; Verbo que todo lo puede, todo lo lleva y que sostiene todas las cosas.

            Me atrevo a decir que se hizo la litera de su Madre, por ser el cedro del Líbano y palabra del Padre, como éste afirmó con sus mismos labios: Plata escogida es la lengua del justo (Pr_10_20). Es plata purísima y sonora, que todo lo puede con su palabra, que constituye las columnas sobre las que se apoyan el cielo y la tierra: las dos naturalezas de Jesucristo, porque todo se hizo por y para el Señor: Todas las cosas las hizo el Señor por su causa. María fue creada para él de manera singular antes de ser su Madre. El mismo quiso llevarla y servirle de subida empurpurada. El es su trono y ordenó el amor en medio de su corazón para las hijas de Jerusalén, amando a la naturaleza humana que él tomo en ella, y haciéndose hombre para conversar con nosotros.

            ¿Qué haces, Dios oculto, augusta Trinidad, en tanto que este cuerpo sagrado yace en el lecho en el que va a expirar? Estamos a la espera para recibir el espíritu que infundimos en él, es decir, el pináculo de vida de un amoroso ardor que jamás fue conocido por las simples criaturas, que es figura de la espiración de nuestro divino Espíritu, porque las almas son la imagen de la Trinidad. No se tome a mal que el alma de María sea figura de nuestro beso divino, porque ella es nuestro amor creado.

            [200] Nosotros soplamos con un delicioso afecto, sobre su rostro interno y externo, el espíritu de vida y el alma que vive en su sagrado cuerpo; alma que hemos venido a buscar, por usar una expresión humana, porque en todas partes le damos compañía. En el cielo moraremos junto con su cuerpo; en la tierra, celebramos un jubileo, cuarenta horas, a lo divino, del que están excluidos los mortales.

            El sepulcro se cierra y los apóstoles se retiran por no estar permitido a los mortales contemplar estos misterios. Yo me contento con adorar las maravillas divinas, en espera de que se abra el sepulcro. Cuando este tabernáculo sea elevado, me mantendré en silencio: Silencio, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa Morada (Za_2_17).

            Tres días han pasado desde que estás en el empíreo; ¿Las delicias del Louvre de la gloria te harán olvidar el templo de la divinidad encarnada? ¿Has olvidado el anonadamiento de las maravillas de Dios, el mundo al que él amó al grado de enviar a él a su propio y único Hijo, para crear en él otro mundo? Acuérdate de obrar como su alma, la cual subió de los infiernos al sepulcro para retomar el cuerpo que el Verbo tomó de ti.

            Desciende, soberana mía, hasta nuestro hemisferio; me refiero al lugar desde donde ascendió el alma de tu Hijo. Alma sagrada, sol luminoso, gira diez líneas atrás, volviendo a la tierra; atraviesa los nueve coros de los ángeles y vuelve al sepulcro a informar tu cuerpo preciosísimo, custodiado por la divinidad. Penetra en este mar de cristal. Como es un cuerpo transparente, obrarás en él un día luminoso. Tu segundo oriente será un claro meridiano y una perpetua claridad.

            Hete ahí, en tu tabernáculo, Oh sol radiante. Es menester que me vele; mis ojos son demasiado legañosos y mi vista harto débil. Si tu manto no fuera el esplendor mismo, te pediría que me lo dejaras, así como Elías dejó el suyo a Eliseo. Los cielos parecerán oscuros al lado de tus claridades, que los iluminarán con un nuevo esplendor, mismo que san Juan, el águila, percibió exclamando: Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza (Ap_12_1).

            Si todos los bienaventurados ciudadanos y todo el cielo están admirados, cómo deberán estar los de la tierra. No deseo ser tan temeraria como para atreverme mirarte; tus rayos luminosos deben reverberar ante cualquier mortal como yo. Me revestiré de confusión y reverencia, porque se han dicho cosas grandes sobre mí. Sólo corresponde al [201] Verbo Encarnado, luz de luz, Dios de Dios, conocerte enteramente. Los ángeles exclaman: ¿Quién es ésta que sube del desierto rodeada de delicias? ¿Quién es ésta? Es la Madre del Verbo, a la que su amado Hijo sacó del desierto de la tierra, elevándola por encima de todo lugar, hasta el reino celestial.

            Aunque repetí con el águila real y discípulo amado de Jesús, que María está coronada de estrellas, su corona no excluye la que las tres personas de la augusta Trinidad le conceden en este día glorioso, corona que ilumina a todos los bienaventurados. A ella se dirigen, de manera singular, estas palabras: Iluminas admirablemente desde los montes eternos.

            Así como se dijo de Babilonia, mientras cifraba sus delicias en obrar el mal, que se redoblaran sus suplicios, la divina y equitativa bondad dijo con una propiedad que le es natural: intensifiquemos las delicias de la que se sumergió en las aflicciones del Calvario y de la muerte de su Hijo, por cuya causa que el sol se vistió de duelo, ocultándose como signo de tristeza cuando el amor lo crucificó de manera admirable: En sus días florecerá la justicia, y dilatada paz hasta que no haya luna; dominará de mar a mar, desde el río hasta los confines de la tierra (Sal_72_8).

            Que ella domine como soberana Emperatriz por toda la eternidad, que será el tiempo en que brillará y resplandecerá en lo más alto de los cielos con una abundancia de paz que sobrepasará todos los sentidos, es decir, todas las potencias de su alma. Dicha plenitud procederá del origen esencial de la bondad divina, pasando por Jesucristo, de cuya plenitud los hombres y los ángeles reciben y recibirán a través del cauce virginal que, antes que todos y más que todos, debe ser colmado de él. A los demás santos y santas se concede en parte pero a María en totalidad, por ser ella la Dama universal que domina de un mar a otro mar, y de un río a otro río de la gracia, hasta llegar a la gloria y del cielo a los confines de la tierra, con toda dulzura y benignidad por ser la Madre del amor hermoso y de la bondad inefable. Durará tanto como el sol (Sal_72_5). Permanecerá siempre con el sol oriente que es su Hijo, el cual la previno con la dulzura de sus bendiciones, iluminándola desde la aurora con los fulgurantes rayos de su divina faz.

            María estaba destinada a ser Madre de Dios antes de la creación de los ángeles y de los hombres. El Señor me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra. Cuando no existían los abismos, fui engendrada (Pr_8_22s). Podría [202] yo seguir con todo este capítulo hasta su fin. Ella es la Madre del Rey del amor, en el que encontró sus más caras delicias. Gozó al lado de su Hijo, que vale más que todos los hijos de los hombres, por espacio de treinta años, pasando desapercibidos ante el mundo. Su Hijo, a su vez, gozaba al contemplar a su Madre, objeto exquisito de sus castos amores fuera de la esencia divina; placer que continuará en la gloria por toda la eternidad. El que no ame a María merece ser anatema; es éste un gran pecado. El que me ofende, hace daño a su alma; todos los que me odian, aman la muerte (Pr_8_16).

            Lucifer fue el primero en odiarme, razón por la cual de bello que era se volvió horrible y espantable en su fealdad, junto con todos sus compañeros. A pesar de esto, no se sustrajo a mi dominio, porque mi Hijo quiere que esté sometido a mi grandeza; y a pesar de su soberbia arrogancia, debe rendirme el honor debido a la Madre de su Creador. Ante él se doblará la Bestia, sus enemigos morderán el polvo (Sal_72_9). El dragón infernal experimenta mi poder; aplasto bajo mis pies a esta serpiente antigua, que me reverencia al lamer y comer la tierra de maldición que es el infierno, en el que permanecerá eternamente.

            Por toda la eternidad estaré sobre los cielos con mi Hijo amado, que es la tierra de los vivos. El es el fruto de la tierra sublime que será el lote de mi heredad y mi porción para siempre. Al verme hambrienta de su justicia, el que es el soberano bien me sacia consigo mismo y mediante la contemplación de su gloria, que es toda mía así como yo soy toda suya.

            Descansaré y consideraré mi lugar a la clara luz del mediodía y como nubes de rocío en el día de la siega. Reposaré en su seno, que es mi lugar, así como mi seno fue suyo; durante la eternidad contemplaré al mediodía del más ferviente amor su belleza inefable gracias a la abundante luz de gloria que me comunica, que rebasa en claridad y ardor la de todos los ángeles y los hombres que están y estarán en el empíreo. Aquel que me dio su sombra el día de la Encarnación, cuando el Verbo divino fue sembrado en mis entrañas virginales, me convirtió en nube admirable en los días de mi glorioso cosechar. Abrazo la hierba de mi campo virginal, el Verbo Encarnado, que es mi Hijo glorioso.

            Por esta razón, Princesa mía, aquel a quien, dolorido, tomaste en tus brazos al ser bajado de la cruz, constituya hoy tus delicias, y que su júbilo te dilate [203] el corazón así como su tristeza te lo oprimió cuando fuiste la incomparable en el dolor. Por ser entonces mar de amargura, hoy eres digna de ser un mar de dulzura: Un mar grande y espacioso en el que la divinidad se encerró por obra de la industriosa mano de su divino Espíritu. Su divina grandeza te rodea hoy y por siempre.

            Almas elegidas, somos hijas de esta Madre. Ahora no podemos contemplar fijamente sus claridades porque nuestra vista mortal es demasiado débil Cuando se les apareció. Seremos semejantes a ella cuando la veamos. Gloriosa como es, nos iluminará con su gloria e irradiaremos sus claridades. Todos aquellos y aquellas que obran santamente según esta esperanza, se disponen a recibir esta dicha. Por ser santa, María desea que seamos como ella; ama a Dios y a sus hijos porque la caridad no busca su propio bien.

            Ella imitó al Padre eterno al dar a su Hijo por la salud del mundo: Acercaos a la Señora con bondad y sencillez; buscadla y la encontraréis. Se esconderá de los que no la procuran y se manifestará, en cambio, a los que han puesto en ella su fe. ¿Quién jamás tuvo confianza en María y se desvió en su sincera búsqueda? Ella es la más dulce de todas las criaturas, refugio y asilo de pecadores, puerta y ventana del cielo. Si nos vemos abrumados por grandes aflicciones, ella nos libera de todas, mostrándonos medios de encontrar soluciones para gloria de su Hijo. Si volamos a ella como palomas, esta ventana celestial nos introduce a Jesús, el divino palomar en el agujero de la piedra. En esta caverna sagrada encontramos nuestro reposo y decimos con el Rey profeta: Aquí está mi reposo para siempre, en él me sentaré, pues lo he querido. Allí suscitaré a David un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi ungido; de vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará su diadema (Sal_132_14s).

            El Hijo de Dios encontró en ella su reposo al escogerla para ser su Madre, de manera única y singular. El nos la da para que sea nuestro apoyo, deseando que nos dirijamos a ella para llegar hasta él, así como dijo que acogió a todos los que le había dado su Padre; a ninguno rechazó.

            Me atrevo a decir que de todos aquellos que su Madre conduce hasta él, ninguno se retira sin haber recibido mil beneficios de su bondad. Si no todos se salvan, se debe a que desprecian la generosidad y paciencia del Hijo y de la Madre, amasando para ellos un tesoro de ira en el día de la venganza, cuando el cordero montará en justa cólera contra los obstinados que aparecerán como ingratos ante el cielo y la tierra. Se verán entonces forzados a vocear a los montes y colinas que caigan sobre ellos por haber despreciado las bondades del [204] cordero, que se inmoló por ellos desde el origen del mundo, el cual permite que su Madre de bondad, acuda en su socorro hasta el día de su sentencia definitiva.

            En el día del juicio final, María estará cubierta de sangre, lamentándose a causa de los que despreciaron la sangre de la alianza. Entonces los réprobos serán colmados de confusión y desearán verse lejos de aquella a la que no quisieron escuchar, diciendo que están en desolación ante la indignación de la paloma: Como no quisimos oír los gemidos amorosos que lanzaba por nuestra causa, ¿Quién nos librará de su ira? Alma mía, no seas de estos últimos. Escucha su voz dulcísima en esta vida, y contemplarás su hermosísimo rostro en la otra. Su gran deseo es que te salves. Bendice su bondad por los siglos de los siglos. Amén.

Capítulo 26 - Excelencias de la Madre de Dios, que está sentada a la derecha de su Hijo en un trono de grandeza. Agosto de 1636.

            [205] Amor, ¿Qué es lo que hago? Parece que debería callar y permanecer en silencio, admirando el triunfo de la Madre del amor hermoso y decirte: Ah, Señor Dios. Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho; pero te oigo decirme: No digas: Soy un muchacho, pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás (Jr_1_6s). Si tú estás conmigo, es menester que te escuche antes de hablar; sueles instruirme por contradicción, diciendo que las obras que hiciste los seis días son buenas en sumo grado, y que en el séptimo dijiste que no era bueno para el hombre estar solo, sino que necesitaba una compañía semejante a él.

            Al estar en la cruz dijiste que todo estaba consumado, y al buen ladrón que en ese mismo día gozaría de la gloria, que es el fin de toda consunción. Toda consumación es el fin, y el día glorioso se prolongaría sin ver jamás la noche; no más tinieblas después de la resurrección. Tu apóstol dice que subiste por encima de los cielos para ser constituido cielo supremo, a fin de colmar todas las cosas de bendiciones, de santificación, de gloria y deificación. En fin, entraste al santo de los santos en el día del gran sabbat de tu humanidad. A pesar de ello, me parece oír estas palabras: No es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda semejante a él (Gn_2_18). No te contentaste, Trinidad divina, con el solemne sabbat que hiciste eternamente en tu amor común, el Espíritu Santo. Tú eres Shaddai y te bastas a ti mismo. Pero deseas un segundo sabbat, que contemplamos en Jesucristo, Hombre-Dios, [206] en el que habita corporalmente la plenitud de la divinidad, un sabbat admirable y divino. Se trata del sabbat mixto del Verbo Encarnado, divino y humano, increado y creado.

            También deseamos un tercero en una simple criatura: será en María, que aún no se encuentra en el paraíso celestial, donde el nuevo Adán es colocado en el día del sabbat que durará eternamente. Nuestra amorosa bondad dice: no estoy satisfecha fuera de nuestra esencia si no constituyo un sabbat delicado en la nueva Eva, que debe ser compañera del nuevo Adán, la cual debe ser semejante a él en su naturaleza humana, así como él es igual a nosotros por tener nuestra naturaleza divina y ser un solo Dios con nosotros. Hemos comprobado su profunda humildad: al ser elegida para ser Madre, se llamó sierva; al ser destinada para mandar al que es Rey de reyes, pidió obedecer a todos como esclava, retirando su pie del sabbat (Is_58_13); al abajarse en su nada, no aspiró a ensalzarse como Lucifer. Siempre adoró la voluntad divina; en nada se envaneció ante sus grandezas, al verse Madre de Dios. Es la más fiel de todas las criaturas; es un delicado sabbat; jamás la obra del pecado se llegó hasta ella; en todas las cosas, en todo lugar, encontró reposo y lo compartió con la humanidad. Añadiría yo según nuestra manera de hablar que ella lo dio a toda la divinidad: el Espíritu Santo descendió sobre ella; Espíritu que no quiso hacer su morada en el hombre debido a que era carne antes de que la carne de María fuera Dios en la persona del Verbo divino, que se encarnó en ella, viviendo en sus entrañas nueve meses completos. El Padre está por concomitancia allí donde se encuentran el Hijo y el Espíritu Santo; las tres personas distintas son indivisibles en su única esencia.

            María, al guardar la Palabra, lleva en sí al Padre y al Hijo. Nos ofrece el pan entero: el Verbo Encarnado, repartiendo entre nosotros sus gracias y fraccionando con nosotros el pan de las bendiciones divinas. Ella nos libró de nuestras cadenas para unirnos al soberano bien; es el consuelo de las almas afligidas.

            Al despuntar el día, deja brillar su luz para que penetre a lo más profundo del corazón. Al elevarse sobre la parte superior del alma, brilla en ella a plomo, echando fuera toda aflicción espiritual y [207] corporal y transformando a los elegidos en jardines floridos, en fuentes que manan agua inagotable. Al establecer su morada en los desiertos del siglo, dio fundamento a todas las generaciones y despertó, por así decir, al que dormía en el seno paterno, del que fue engendrado antes de la aurora, a fin de que tuviera a bien venir al mundo para ser el camino, la verdad y la vida.

            Ella nos hace fácil ese camino; clara esa verdad, y suave esa vida, apartando a las almas de los caminos torcidos y escabrosos. Es para nosotros un seto que impide a las bestias entrar en los jardines de nuestras almas, en las que Dios se recrea y encuentra sus delicias. Lo que ella hace sola, jamás será entendido por los ángeles y los hombres. Fue ella quien llevó en sus entrañas al que el cielo y la tierra no pueden contener; ofreciéndole un delicado reposo y siendo sus delicias; es el santo del Señor de la gloria, o el santo de gloria del Señor.

            No corresponde sino a la divinidad alabar dignamente a María, todo lo que no es Dios está debajo de ella. El Dios que está por encima de ella, sin dejar de ser Dios, se puso bajo María al hacerse hombre. Es ésta una invención de su amor divino, que jamás hubieran imaginado ni los ángeles ni los hombres. María es la justa por excelencia, a la que fue dado el soberano bien por exceso de su bondad. Dios se apacienta en esta creación porque así le place; se goza en ella; es su paraíso de delicias, en el que su divina voluntad se hace siempre de manera más perfecta que en el empíreo. La divinidad no se unirá hipostáticamente al cielo empíreo como la segunda persona lo hizo en la carne de María. El cielo empíreo es tan incapaz de esta unión, como de decir libremente una palabra: Hágase en mí según tu Palabra. María la pronunció, y la Palabra en ella se hizo carne. Ella no tenía camino propio, pero dejó a Dios que lo trazara en ella: Cuando no hagas tus caminos, no buscando tu voluntad ni tratando asuntos, entonces te deleitarás en el Señor (Is_58_13).

            Cuando María concibió al Verbo divino, transfirió todo al todo; la nada, al ser y entonces Dios se deleitó en ella y ella en Dios, lo cual expresó divinamente en su cántico: Engrandece mi alma al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador (Lc_2_46), entonces te deleitarás en el Señor.

            A partir de aquel momento, María se deleitó en el Señor, que se convirtió en [208] su Hijo, el cual la elevó sobre todas las alturas de la tierra, haciéndola su Madre y Señora, a la que estuvo sujeto lo mismo que a san José por amor a ella, dándoles la heredad de Jacob, fuerte contra Dios, viendo a Dios y siendo suplantador del mismo Dios por obra del amor, como lo dice el mismo Dios: Ha hablado la boca del Señor (Is_40_5).

            Dios es inmutable en sus promesas y no se arrepiente de sus dones. Después de conceder todo su favor a María desde el instante mismo de la Encarnación, no volvió a cerrar su mano sobre ella, sino que, llevándola de virtud en virtud, la colmó de gracia tras gracia de manera que, a su salida de este mundo, se vio convertida en gracia para ser muy pronto transformada en gloria.

            Me atrevo a decir en la gloria de su Hijo, porque al estar sujeto a su Madre, o al yacer humildemente en el establo entre dos animales, en el pesebre, sobre la cruz, en el sepulcro o sentado a la diestra del divino Padre, siempre fue igual a Dios sin causarle detrimento. No es un Dios más grande en el cielo; es en verdad un hombre glorioso, pero no menos humilde. Si me atreviera, diría que el Hombre-Jesús está en presencia de Dios, de los hombres y de los ángeles creciendo sin cesar en poder, sabiduría y bondad por una admirable experiencia en el término, así como se dijo que durante su vida creció ante de Dios y los hombres para glorificar a su Madre.

            Puedo afirmar que en la tierra hizo crecer las gracias concedidas a su santa Madre mediante un crecimiento incomparable. Como la gracia es la medida de la gloria en el cielo, está ensalzada en él por encima de todos los ángeles y de los hombres: Fuiste llevada a lo alto, santa Madre de Dios, sobre los coros de los ángeles, al reino celestial. Este reino es Jesucristo, que es Dios. Por ello, me refiero al reino divino, Jesucristo es Hijo de María. El es su gloria y su corona, porque el Hijo es la corona del Padre. Como ella es hija sapientísima del Padre eterno, él es su corona por ser también Hijo de la Virgen y por ser el único Hijo del Padre, que en cuanto Dios no tiene madre. Es el único Hijo de María, sin padre en cuanto Hombre. El es, por tanto, su gloria y su corona en calidad de Hijo suyo.

            María es la Virgen de las vírgenes. Como diadema de las vírgenes, él es la corona de su Madre, gloriándose en ser esto para ella. El ama la sujeción; por eso dice el [209] apóstol, refiriéndose al Salvador, que habiendo vencido y sometido la creación a sus pies, someterá a todos sus súbditos, consigo mismo, al divino Padre, a fin de que Dios sea todo en todos. Para él, la sumisión es sinónimo de su reino divino; cifrará su gloria sometiendo todo a su Madre, a la que estuvo sujeto.

            Salgan, pues, hijas de Sión y acudan a ver a la Reina Madre en el día de su reinado y de la alegría de su corazón, ceñida por una diadema divina: coronada del Hijo de sus entrañas; del Hijo de su amoroso corazón, sobre el que puede mandar con derecho materno, según toda ley. Dios quiere que la Virgen sea la Señora universal de todos sus dominios y, por un privilegio de amor, la Dama del santo amor, que es omnipotente y buenísimo; amor que es el peso de la Trinidad, amor que abarca el de la humanidad.

            No seré yo quien ponga en duda la inclinación divina y humana hacia la Madre de Dios. Dios se inclina en dirección de su peso; quiero decir: hacia donde lo lleva el amor. El Verbo Encarnado no encuentra en el cielo ni en la tierra criatura alguna semejante a él. Sólo él mora en el empíreo, en este jardín de delicias. No puede reposar, permítaseme la expresión, si no se le proporciona una compañera; pero no, él mismo desea ir a buscarla. El es hueso de sus huesos y carne de su sangre. Ella es la ayuda semejante a él, que es hombre y su propio Hijo; es, además, esposo suyo. Lo uno le obliga y lo otro le atrae a descender a la tierra para conducir a su Madre por encima de los cielos y colocarla a su derecha en un trono magníficamente augusto y majestuosamente divino.

            Aquel que llevó a cuestas a su padre para librarlo del fuego, fue considerado como un buen hijo; este buenísimo hijo, empero, lleva en brazos a su Madre para elevarla por encima del fuego. El cielo empíreo está inflamado en su totalidad: los ángeles son llamas de fuego. La Virgen sobrevuela todo esto y es llevada hasta la diestra divina, en la que su amorosísimo hijo desea acomodarla en el sitial de su gloria, en el que se abrasará por toda la eternidad sin ser consumida en la divina llama. Ven, pues, Señor de la gloria; ven, Dios de los ejércitos. Ven, divino Rey de los corazones, a proclamar por ti mismo la gloria que deseas desatar sobre tu Madre. Se dice que los hijos de Dios, al ver a las hijas de los hombres, quedaron tan prendados de su hermosura, que cambiaron de camino, por no decir corrompieron, que es la palabra adecuada, lo cual fue causa de que Dios enviara el diluvio para lavar la tierra que los pecados habían profanado, abismando a los pecadores en las aguas de su indignación.

            Olvida, si es posible, tu majestad divina para venir en calidad de hombre a admirar a la bella entre las bellas, de la que tomaste tu segundo nacimiento sin violar su pureza virginal. No es posible comprender los caminos de Dios en esta doncella, aunque es posible entender que en ellos fue la más pura; que su maternidad realzó de manera sublime su virginidad, confiriéndole el brillo y lustre de lo divino. El Espíritu Santo, que es el amor común, viene hasta ti para adornar este cielo nuevo con una gloria [210] inefable; es el Espíritu que, por tus labios, dice lo que el amor quiere expresar, no hablando sino a través del Verbo Encarnado.

            El une a la Madre con el Hijo; es lazo en la humanidad, así como lo es en la Trinidad. El centra todo en tu todo; tú estás, oh Madre, dentro tu hijo, que en otro tiempo estuvo dentro de ti. El divino sol te rodea sin cesar, transformándote en el holocausto más perfecto que la divinidad haya recibido de las simples criaturas. Siempre fuiste la mayor de todas y la primera en la mente divina. Tu Hijo no es una simple criatura, porque es el Creador.

            Al proponerse la alegría que brindarías a todas las naciones al llegar a tu término, escogió la cruz para que fuera su porción durante el camino, trabando el combate general contra todas las criaturas, que parecieron tener dificultad en reconocerle como Hijo de Dios, por tener apariencia de Hijo del hombre. Salió triunfante del cielo y de la tierra, abriendo o levantando las puertas eternas para organizar una entrada magnífica a tu majestad.

            Ven, Princesa divina, al templo del Señor, llevando contigo una multitud de vírgenes. Fuiste tú la destinada a este sacrificio de amor que te transformará en holocausto perfecto y oblación viva aceptable ante Dios. Por medio de tu virginal maternidad alegrarás el cielo y la tierra. Eres la gloria de la divinidad, fuente de virginidad, que te atrae a los montes y collados eternos; que te desea con gran deseo para cantar allí el cántico de gozo que será siempre nuevo al oído del Anciano de todos los tiempos.

            Que la hija de Jefté, mal instruida en materia de pureza virginal, llore la suya por los montes, acompañada de una tropilla ignorante [211] como ella. Tú eres la virgen sabia por excelencia, que lleva, no una lámpara sujeta a la extinción, sino que es llevada por el sol, que se hizo tabernáculo tuyo, en el que habita a la manera de esposo celestial, subiendo en tu compañía con pasos de gigante así como descendió para venir a ti en este cometido. El cielo y la tierra experimentarán el ardiente amor que él te trae y el que tú le das. Nada puede esconderse a su calor (Sal_18_7).

            El es vencedor en todos los lagares, porque está prensado de amor hacia nosotros. El da el óleo de alegría a todos sus amigos; su nombre es bálsamo derramado y fue ungido con preferencia a sus compañeros. Tu suerte es la suya; así como él es Rey, tú eres Reina; así como su Padre le preparó su reino, él prepara el tuyo. No beses sólo el cetro de oro de su gloria; recíbelo amorosamente: él te lo da, haciéndote omnipotente por tu autoridad maternal y por la fuerza del divino amor.

            No temas, Señora; eres su hija, esposa y Madre; jamás con-fundirá tu rostro. Su reino no tiene fin. Con él no hay un Adonías que pueda destronarlo y su anhelo es que todos sus hermanos reinen con él. Pide con seguridad el reino para todos junto con la gloria esencial y la visión de paz, que es dote de la esposa. La divina bondad te concederá todo. La imagen de la gloria es el Hijo del Padre eterno, que es tan antiguo como él y el Espíritu Santo. El Hijo de su corazón en el que tiene sus complacencias, mora en su seno, que es su lecho visceral, lo mismo que en su mente divina. El ha dado a todos, su bondad y belleza, que son inmensas, en toda su integridad, por ser indivisibles, a pesar de que no todos la comprenden en su totalidad. Es privilegio único de las tres divinas personas comprenderse divinamente con inmensidad; su divino centro está verdaderamente en todas partes, sin que su circunferencia resida en lugar alguno.

            Entra, Emperatriz de los ángeles y de los hombres al Louvre admirable que no es digno de tu majestad si el mismo Dios no es tu trono. Así como no encontró en la tierra otro más digno para él que tu seno virginal, no te vería [212] bien alojada en el empíreo si no estuvieras situada en medio de su divino y amoroso corazón. El amor hace la unión; es decir, la unidad cuando le es posible. Sube intrépidamente por encima de todas las criaturas apoyada en tu amado Hijo, que es también tu Creador. Penetra hasta donde el amor lo desee a la circumincesión de las tres divinas personas. Aunque su bondad desea esto, no las comprenderás en su totalidad, pero ellas te absorberán enteramente y te abismarán en Dios.

            Te veo ya colmada de delicias, subiendo del desierto a través del desierto. Te sentarás en un trono semejante al del cordero dominador, que regresó a la piedra del desierto para volver desde allí al seno del Padre eterno: Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre (Jn_16_28).

            Al elevarte a tanta altura, no nos dejes huérfanas, no olvides a tus hijas, bondadosa Madre nuestra. Ofrece por ellas la oración de la dilección amorosa, así como tu hija lo ha hecho por los suyos, que son también tuyos, porque eres la Madre de todos los elegidos. Pide grandes cosas; es propio de un gran rey hacer grandes regalos, y de un Dios conceder dones divinos. Pide la gloria que tu Hijo impetró para los suyos, y el mismo amor.

            Adiós, Princesa mía, como el cielo te espera, no puedo detenerte en la tierra; conviene más a tu cuerpo glorioso morar en el cielo empíreo, en la mansión de la gloria, que en nuestra pobre tierra: el mundo no es digno de contemplarte, así que repite junto con tu hijo: Un poco más y el mundo ya no me verá, etc. (Jn_14_19).

            En verdad es justo y razonable que vuelvas a tu Padre, oh tú, la mejor de las hijas; ¿pero quieres irte sola? Si no llevas allá nuestros cuerpos, atrae nuestros espíritus. Después de tu Hijo, eres nuestro amor y tesoro, de los que nuestros corazones no se pueden desprender. Es menester que los lleves contigo; eres demasiado buena para rehusar lo que no puedes impedir sin dejar de ser tan buena Madre. El permiso de amarte no está en tu poder: tú misma lo concediste al dar [213] tu Fiat a un ángel, con el que comprometiste a Dios y a los hombres. Aunque representaba a Dios y a la humanidad, el ángel respondió también por todos sus compañeros como si hubiesen estado presentes; estas tres jerarquías ratificaron todo lo que él prometió a tu augusta majestad. Todos a una prestaron juramento de fidelidad y amoroso servicio por toda la eternidad.

            Tu inmensa claridad deslumbra ya nuestros los ojos que te contemplan revestida del sol. No podemos contemplarte por más tiempo oculta en él si Dios no nos da ojos de águila para mirar tu cuerpo luminoso. Lo puede hacer, pero no lo juzga conveniente por ahora. Nuestro amor puede sobrepasar nuestro conocimiento, al decir de aquel que te hubiese adorado como una diosa si la fe no le hubiera enseñado que sólo hay un Dios por esencia, el cual te creó y admitió en la participación de su divina gloria por tener un Hijo que es común con el divino Padre por indivisibilidad.

            Lo contemplo en la fe, que te rodea de su gloria y te penetra con los dulces rayos de su divina felicidad, desbordando en ti el torrente de sus divinas delicias, con las que eres sublimemente embriagada. Tu cabeza coronada de doce estrellas es ensalzada como signo de tu incomparable grandeza. Estás triplemente coronada de gloria y de honor eterno.

            Divino Padre, ¿Quién es esta mujer, que fue la primera en tu mente y la última a sus ojos a la que participas todo lo que tienes de más querido por mediación del Espíritu Santo? Es tu Hijo, también suyo, quien te hizo súbdito por una infinitud, lo cual no pudo darse en toda la eternidad, para someterte del todo junto con él. A través de él, todo estuvo sujeto a María desde que fue visitada por el Espíritu Santo y dio un cuerpo a tu Hijo. Ella era de una naturaleza un poco inferior a los ángeles; sin embargo, cuando la elevaste a la gloria y honor de la maternidad divina, se convirtió en Señora de los hombres y de los ángeles.

            María está constituida sobre todas las obras de tus manos; le diste no sólo tu dedo sino tu brazo omnipotente, haciendo maravillas en ella y exaltando su humildad hasta el trono de la maternidad divina, al grado en que no puedes elevar a una simple criatura a una dignidad más alta. Nunca habrá otra que se [214] compare con ella: es la única paloma, la perfectísima por excelencia, la Hija del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo.

            Me encomiendo a ella para entonar con fuerza en nombre todas las criaturas: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

 Capítulo 27 - Pedí a mi divino esposo el contagio del santo amor para todas sus hijas y para aquellos que amarán su Orden. 16 de agosto de 1636.

            [217] Como el día de san Roque me encontraba mal, mientras consideraba que todo el mundo invocaba a este santo para ser librado del contagio, el amor me proporcionó un nuevo recurso, moviéndome a pedir un sagrado contagio en el que, a través del contacto divino, se recibe no un mal, sino el ardor que hace morir al cuerpo y la llama celestial que santifica el alma. Dicho contagio se encuentra entre las tres divinas personas, y fue traído por el Verbo al mundo para comunicarlo al contacto de su humanidad, sanando el alma y purificando el cuerpo. Por ello exclamé: Al amarle, me conservo casta; al tocarlo, permanezco pura.

            Di gracias a mi esposo porque, en medio del tormentoso diluvio de este mal, me envió fuera de Lyon como una paloma, volviéndome al arca de la Congregación en cuanto hubo pasado, llevando la rama de olivo del Verbo Encarnado. Este nombre me fue revelado en mis viajes, y pedí ser portadora de la verde rama de olivo de la misericordia todos los días de mi vida, y que le agradara al divino Padre no abandonarme a la hora de la muerte, a fin de poder alabarle por toda la eternidad.

            También le rogué se dignara concederla a todas las hijas de su Orden, así como la hizo pasar de generación en generación desde Abraham hasta el día en que se encarnó; que se dignara purificar a todas las personas que amarían su Orden por amor a él, a quienes deseo tan dichosa enfermedad y que, mediante el contagio de la gracia, les fuera permitido asociarse a su divino Padre por mediación suya, según la narración de san Juan acerca de su aparición en el mundo, en la que nos dice cómo él y los demás discípulos vieron con sus ojos y palparon con sus manos al Verbo de Vida, que estaba y sigue estando en el seno del divino Padre: Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1Jn_1_3). Por esta unión sagrada, los santos son purificados en virtud de la sangre del santo de los santos, que los iluminó con su luz. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado (1Jn_1_7).

            [218] Esto es lo que debemos pedir: amar en el tiempo y en la eternidad a aquel que nos amó primero, llamándonos a la santidad en su admirable bondad.

Capítulo 28 - La santísima Virgen puede ser llamada Reina de Dios porque él la ensalzó soberanamente a causa de su profunda humildad.

            [219] A eso del atardecer, habiéndome retirado a nuestra capilla, y prosternándome delante del Santísimo Sacramento, derramé mi corazón delante de Jesús y María; es decir, me quejé amorosamente porque oí contar un milagro que obró la Virgen, en el cuerpo y en el alma, a un señor de la secta hereje, que dio por resultado su conversión.

            Dije a la Virgen que parecía tener menos afecto hacia sus hijas, que la invocaban con tanto fervor y lágrimas para el establecimiento de su casa, que hacia personas que, hasta ahora, habían profanado su culto. Fui elevada a una altísima contemplación y sublime conocimiento de las grandezas de la Virgen y al designio de Dios en ellas, viéndome inundada de una luz extraordinaria y un sentimiento del todo divino, que arrebataba mi espíritu.

            Al día siguiente vino a verme mi director y, encontrándome muy abatida a causa de la intensidad de dicha operación de Dios, me mandó declararle lo que había pasado en ella. Me resistía a ello debido a que temía blasfemar haciendo una mala descripción, que estaría muy lejos de la sublimidad de las maravillas de la Virgen. La luz del Espíritu Santo me recordó que Jesucristo dijo que debemos obrar mientras que dura el día; de igual manera, es fácil expresarse al tiempo en que el Verbo habla. Por medio de la divina locución, es él quien se expresa, valiéndose de las potencias del alma y de los órganos del cuerpo, dirigiendo la lengua cual si fuera la pluma de un ligero y hábil escribano. De este modo, el alma llega a comprender estas palabras: Bulle mi corazón de palabras graciosas; voy a recitar mi poema para un rey: es mi lengua la pluma de un escriba veloz (Sal_45_1).

            Escuché que la Virgen se apareció a san Juan bajo la figura de la mujer prodigiosa [220] revestida de sol, calzada de luna y coronada de estrellas. La Virgen se relacionaba de manera admirable con la Trinidad de personas, siendo llamada torre de perfección, de abundancia y de fuerza.

            La excelencia y la perfección se encuentran en el Padre como en su fuente, por ser el principio original de las demás personas, que reciben de él todo lo que tienen. El no recibe su esencia de las otras dos personas; el Verbo es la abundancia porque el Padre comienza a producirse y a comunicarse en él, concluyendo en él todo el entendimiento del Padre, mediante el cual produce todo ser creado: Todo fue hecho por él (Jn_1_3). El Espíritu Santo puede llamarse la fuerza del Padre y del Hijo porque detiene el curso de todas las emanaciones divinas, que terminan en la producción del amor sustancial y subsistente que es la tercera persona. La excelencia del Padre no tiene ventaja alguna sobre la abundancia del Hijo, ni sobrepasa la fuerza del Espíritu Santo; y aunque esta persona no produce nada en la Trinidad, no por ello es menos rica que el Hijo, el cual, junto con el Padre, le comunica toda la esencia.

            La gloriosa Virgen se relaciona con la excelencia del Padre porque, en el momento mismo de su concepción, recibió la gracia y fue convertida en esposa de Dios, destinada a ser Madre del Verbo Encarnado independientemente de todas las demás criaturas, no derivando su excelencia sino del Creador, ni estando sujeta o dependiente sino de él. El origen de María es excelente y sublime sin comparación. Dios la poseyó desde el comienzo de sus sendas. Esta concepción se dio en plenitud de claridad y de luz. Todo don bueno y perfecto en sumo grado fue concedido a la Virgen por predilección del Padre de la luz.

            La Virgen es una torre de abundancia porque, en el transcurso del tiempo, engendró al que el Padre eterno produce en la eternidad, por cuya mediación dio el ser a todo lo creado. La Virgen es una luna en plenitud que envía su influjo hacia nosotros.

            El poder de la Virgen está simbolizado en su corona de estrellas que están fijas en el firmamento, del que nadie podrá arrancarlas. Nada hay parecido a su fuerza, ni su imperio tiene par. Ella detiene todas las producciones y comunicaciones de Dios al exterior. La Virgen está por encima de todo lo que no es Dios, encerrando todo en sí; encerrando al Verbo Encarnado y cerrando un ciclo, permítaseme la expresión, así como el Espíritu Santo cierra el ciclo en la Trinidad, porque Dios nada ha podido dar más grande que su Verbo y su Espíritu, a los que María recibió de manera espacialísima e inexplicable. Su dignidad de Madre de Dios es infinita; una simple criatura no puede ser elevada a mayor altura. [221] La eminente nobleza de María es evidente en todo. Primeramente, en que es Hija del Padre eterno. Nada plebeyo se opone entre Dios y ella: es noble de cuerpo, de espíritu, y por honor. En la mente de Dios, es su primogénita e hija única y destinada a ser tal. Desde el principio y antes de los siglos fui creada (Pr_8_23), de ahí que podamos llamarla Madre de Dios, del que tomó su noble y particularísima extracción. María es Virgen de Dios porque Dios, deseando elegir una esposa entre sus criaturas para hacerla Madre de su Hijo, no encontró nada que se avecinara a su pureza sino en María; sólo ella es la toda pura. Nadie, fuera de la Augustísima Trinidad, ha conocido y comprendido dicha alianza en sus relaciones. El Verbo penetró en el seno de María y, al entrar en él por un derramamiento inexplicable de sí mismo, la purificó aún más, haciéndola más conforme a la divinidad. Se encarnó en ella por no haber encontrado en ninguna otra una pureza igual ni semejante a la de esta Virgen incomparable. Cuando la Iglesia canta que el Hijo no tuvo horror a las entrañas de la Virgen, no quiere decir con ello que hubiera en el seno de la Virgen alguna impureza que pudiera causar horror y desprecio en Dios; lo dice más bien para explicarnos, con admiración, el exceso de la bondad de Dios en el anonadamiento de la Encarnación, al que san Pablo llama exinanición; y que siempre existir una distancia infinita entre la pureza de Dios y la de la Virgen.

            Por ello decimos que Dios no desdeñó hacerse hombre. La pureza de María es inconcebible, ya que fue purificada por el mismo Dios. Nada de lo creado entró en María; sólo el Verbo que tomó en ella su carne. Dios actuó en la Encarnación cuando el Espíritu Santo sobrevino, para explicarme de alguna manera, purificando, con su sagrado fuego y su castísimo y purísimo amor, aquel corazón virginal. Afirmo, por tanto, que María es Virgen por condición y por alianza.

            María es Reina de Dios. Dios es soberanamente libre e independiente, pero al enviar su Hijo a María, [222] pareció someterse a su autoridad. Cuando el Hijo se sujetó a María por ser su Madre en su humanidad, las otras personas participaron en dicha sujeción en cierto modo, pues María da órdenes al Verbo Encarnado, el cual, acomodándose a la voluntad de su buena Madre, quiere lo que ella quiere, aunque sólo la obedece en cuanto hombre. Su voluntad divina no depende, con una verdadera sujeción, de la voluntad y mando de María, a no ser por una condescendencia basada podría parecer en algún deber y obligación de conveniencia. En estos casos, se acomoda a la voluntad de aquella que reconoce como Madre.

            El desea lo que ella quiere, porque ella lo quiere o se lo pide; y aunque con frecuencia no querría conceder una gracia, lo hace en atención a los ruegos de su Madre. La oración de la Virgen tiene un no sé qué sobre la oración de los santos, debido a una obligación de conveniencia de nada rehusar a la Virgen Madre, pues, aunque sólo es Madre del Verbo Encarnado, es verdadera Madre del Verbo. Ahora bien, todo lo que el Verbo quiere, es querido por el Padre y el Espíritu Santo, porque la voluntad de todos es indivisible. En consecuencia, lo que quiere la Virgen, lo quiere Dios.

            En cierto modo, Ella no es únicamente Reina de los hombres, sino del mismo Dios. María es como el primer móvil que introduce a las criaturas y al mismo Dios, podría parecer, al movimiento circular que se encuentra, según nuestro modo de concebir, en la Trinidad: el Padre produce a su Verbo y, con él, se mueve con una moción de amor produciendo al Espíritu Santo, que es el fin de todas las emanaciones de la Trinidad. De igual manera, la Virgen es el término del amor de la Divinidad hacia el exterior.

            Todo fue hecho por el Verbo y María hizo todo por El. Por ello, tiene un ascendiente de amor sobre su Hijo, que es Dios. Con frecuencia, los príncipes dejan su reino y ceden sus cetros por debilidad, al no poder resistir los ataques de otro más poderoso que se los quita a la fuerza. Dios cede su imperio y majestad a María, vencido por su amor. Le envió a Gabriel, que significa fuerza, ya que no fue obligado por la fuerza, sino por el amor, a sujetarse a María, a la que concedió su poder, por complacerse infinitamente en los anonadamientos que obró en ella.

            ¿No es María, por tanto, Reina de Dios por derecho? [223] Gabriel le llevó la llave de la Trinidad por haber recibido en esta embajada al Verbo, mediante el cual se tiene acceso al Padre y al Espíritu Santo. Ella recibió el sello y la marca: Y a éste el Padre lo señaló como Dios (Jn_6_27). Dios imprimió este sello en la carne que tomó de María, a través de la unión hipostática de dicha parte con su sustancia. El es la impronta de la sustancia del Padre, y por este hijo humanado, ha sellado todo lo que lleva la marca de su divinidad.

            Al recibir el conocimiento de las grandezas de la Virgen, vi un cuadro bastante grande, en el que sólo aparecía una luz y en el centro un gran corazón de carne de color rojo vivo, como púrpura llameante o encendida. En medio del corazón había una luz que parecía ser la misma que, saliendo del corazón, lo rodeaba o circundaba al mismo tiempo que lo sostenía. El pequeño círculo de luz parecía tan artísticamente colocado en el corazón, que se veía con claridad que era diferente a él mas no separado, por estar unido a una parte de la sustancia del mismo corazón. Por encima de él brotaba una multitud de flores, como no se ven parecidas en nuestros prados. Vi también gran abundancia de frutos excelentes en su belleza, cuyo sabor me pareció tan agradable como su hermosa apariencia. La visión prosiguió con dos flechas que penetraban en el corazón, dirigiendo sus puntas hacia el cielo y traspasándolo sin dividirlo.

            Escuché que esta maravilla me daba a conocer que la Encarnación se obró en el seno de la Virgen, representada por el gran corazón. El Verbo, que es luz de luz y esplendor de la gloria del Padre, se incorporó a María, tomando, como ya dije antes, una parte de la sustancia del cuerpo de María que lo apoyó sobre su soporte divino, sin confusión, ni mezcla de las naturalezas, en la unidad de las personas.

            Las flores y frutos, abundantes y admirables, señalaban la belleza y fecundidad del corazón de la Virgen. Las flechas traspasaron el corazón divino; a su vez, Dios penetró el corazón de María. Ambas me mostraron la unión del corazón virginal con el corazón divino, en la que no hubo división. En todas estas maravillas, percibí el poder de la Virgen, que venció a la Trinidad divina, en la que el Padre la considera su hija; el Hijo, su [224] madre y el Espíritu Santo, su esposa. A su vez, los ángeles la reconocieron como Señora y soberana Emperatriz de todos ellos.

            No fue sin manifestarnos un gran misterio, que la Trinidad envió al ángel a san José, para decirle que tomara al hijo y a la madre y los condujera hasta Egipto. Dicho ángel respetaba demasiado a la Virgen para darle órdenes o mandatos, ya que en su autoridad de Madre, mandaba a su Señor, por ser su Hijo. El ángel debía obedecerla, no darle órdenes. En los evangelios no leemos que Jesucristo haya jamás dado una orden a su Madre. La Encarnación, decretada por Dios desde toda la eternidad, en su pensamiento eterno, sólo se hizo realidad en el tiempo mediante el Fiat de María. Si ella no lo hubiera dicho, el Verbo, más caballeroso por así decir, que cualquier príncipe del cielo y de la tierra, no se hubiese encarnado, por desear la libre aceptación del corazón y de la mente de aquella a la que destinó a ser su Madre y su Reina.

            Si ella observó la ley de la purificación, se debió a su profunda humildad; no estaba obligada a ella ni debajo de ella. Pero, oh maravilla, el Verbo se hizo su Hijo para estar bajo la ley. Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva (Ga_4_5). Para redimirnos del rigor de la ley, el Hijo de Dios quiso hacerse hombre de una mujer virgen, bajo cuya ley tendría como gloria y honor permanecer durante el tiempo en que sería Hombre-Dios, es decir, por toda la eternidad. La Virgen no se exceptuó de las humillaciones de la ley: presentó su hijo al templo y lo rescató después de haberlo ofrecido, a pesar de no estar obligada por dicha ley, ya que conservaba el sello de su claustro virginal. Nada había en dicha ley la concernía; todo se hizo para mostrarnos, algún día, la humildad del Hijo y de la Madre.

            La fortaleza de la Virgen se manifestó, de manera admirable en la cruz, a cuyo pie se mantuvo firme y sin abandonar a su queridísimo Hijo, al que el Padre eterno había [225] desamparado como ocultándose y retirándose de él, según la queja que él mismo expresó. San Pablo dijo que Dios era el primero en dar, y que nadie podía retribuirle. Sin embargo, María devolvió al Padre eterno el Hijo que recibió de él.

            El Padre dio su Hijo a María sin privarse de él, sin cometer omisión alguna y sin anonadarse. María se privó de su Hijo para sacrificarlo, compartiéndolo en la cruz. Al morir Jesucristo, el compuesto se destruyó sin que el Verbo se apartara de él a pesar de la separación del cuerpo y del alma; el soporte divino es permanente en uno y en otra.

            Jesucristo fue arrebatado a su Madre para ser puesto en el sepulcro, lo cual equivalía a arrancar el fruto de su árbol. María dio al Padre eterno un Dios como sacrificio, un Dios adorador. Admiremos tanta grandeza y la altura del corazón de María, que ofrece a Dios, con la autoridad que la fe concede a las madres sobre sus hijos, lo que Dios Padre no pudo dar por superioridad, debido a que el Padre no la tiene sobre su Hijo Dios, porque como Verbo divino es igual a él.

            En cuanto Hijo engendrado eternamente, no hay en él sumisión alguna, por ser Dios como él y un solo Dios con él y el Espíritu Santo. Permítaseme aplicar a María las palabras de san Pablo, sin robar a Dios lo que le es soberana y divinamente propio: Oh altura y profundidad del corazón de María, altura que, por su divina maternidad, da órdenes a Dios encarnado; profundidad del corazón de María, que se humilló hasta el fondo de su nada mientras era destinada a la divina maternidad.

            Por ser pequeña ante sus ojos, agradó al Altísimo, que la ensalzó hasta la divina grandeza; a la insondable sabiduría de Dios, que sólo toma consejo de sí mismo. Que todos los ángeles y los hombres adoren su ciencia inescrutable.

Capítulo 29 - Conocimientos que mi divino amor me concedió respecto a las sequedades que permite en las almas contemplativas. Su bondad obra en ellas y por ellas y cómo debe ser su comportamiento. 11 de septiembre de 1636.

            [227] Con frecuencia oigo personas que se quejan de retroceder en la devoción después de varios años dedicados a la oración. Se encuentran tibias y distraídas, diciendo con el profeta que la luz de los ojos de su entendimiento las ha abandonado: Y aun la luz de mis ojos me falta ya (Sal_37_11). Me parece que mis amigos y prójimos me han abandonado y por ello se han enfriado. Me traquetea el corazón, las fuerzas me abandonan, y la luz misma de mis ojos me falta. Mis amigos y compañeros se apartan de mi llaga, mis allegados a distancia se quedan; y tienden lazos los que buscan mi alma (Sal_38_11s).

            Dichas personas sienten un temor extremo de que su virtud, que es Dios, los haya abandonado y que su gracia, luz de las potencias del alma, no se encuentre más en ellos; sus sentidos están dispersos y las criaturas, que les sirven de medios para acercarse a Dios, parecen ser obstáculos que les impiden encontrarlo. A pesar de ser escaleras visibles, parecen alejarse del alma, que no puede acercarse a sus escalones por sentirse paralizada.

            Son como la causa de su dolor, que la violenta procurando la desolación del alma, que desearía fueran su solaz; se han vuelto crueles para con ella. Cómo da compasión ver pobre y afligida un alma que en otro tiempo fue rica y consolada. Para aquellas que, a causa de sus faltas, dejaron el camino hacia Dios, no tengo palabras; merecen iniciar su infierno en este mundo porque en él repudiaron su paraíso a causa de sus culpas, dejando a la soberana verdad por una ridícula vanidad.

            Deseo hablar a las almas que Dios prueba en su Providencia para corregirlas y para su mayor perfección. No me estoy refiriendo a las almas que no fueron felices en su amor y decayeron de su primer fervor y caridad. A éstas, que son muy numerosas, Dios envía las penas mencionadas. Hay otras almas, sin embargo, que son fieles, a las que Dios quiere probar y crucificar para glorificarlas de nuevo; para retirarlas del afecto a las criaturas y a ellas mismas, a fin de que sigan el camino de su Hijo en palabras y en obras, el cual dijo que era menester perder su alma en esta vida por amor a Dios, a fin de hallarla en la otra en el mismo Dios; que el que sirve a Jesucristo debe seguirle a todas partes: Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma esta turbada ¿Qué voy a decir? Padre, líbrame de esta hora. Pero si he llegado a esta hora para esto. Padre, glorifica tu Nombre. Vino entonces una voz del cielo: Le he glorificado y de nuevo le glorificaré (Jn_12_26s). [228] Gran Jesús, qué buen Maestro eres. Quisiste experimentar las aflicciones y dar prueba de tu fidelidad en sufrimientos y tribulaciones que aceptaste voluntariamente. Permitiste el terror en tu alma bendita, segura de la gloria eterna, de la que gozaba en su parte superior mediante la visión beatífica; aflicción que no sólo manifestó cuánto amas a tu Padre, cuya justicia quisiste satisfacer, sino hasta dónde puede llegar tu amor a la humanidad, tomando sus miserias en el cuerpo y en el alma; afligiendo al inocente por los culpables, para glorificar el nombre de aquel que fue ofendido por el pecado. Ya habías glorificado a Dios tu Padre en el tiempo de tu nacimiento: la gloria fue cantada a Dios en los lugares más altos. Cuando te anonadaste en el pesebre, fuiste glorificado a causa de tu humildad. Diste gloria a Dios en el Tabor, brillando delante de los hombres, glorificando a tu Padre celestial, el cual confesó ante nosotros al Hijo de sus delicias, glorificándole con toda su gloria. Escucho una voz celestial poco antes de dirigirte a la muerte: Le he glorificado y de nuevo le glorificaré (Jn_12_28) [229] voz que no vino a darnos una nueva seguridad de tu glorificación, de la cual no dudabas, sino a ratificar que tu voluntad era padecer por la gloria divina y por la salvación de los hombres, los cuales deben imitarte valerosamente: Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo ser echado fuera. Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir (Jn_12_31).

            Cuando un alma nace a la devoción, se hace pequeña diciendo que nada sabe y que está deseosa de aprender la virtud. Después de deshacerse de sus vicios y malos deseos, escucha una voz interior que canta gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a su buena voluntad. Después de esto crece en edad, prudencia y fortaleza delante de Dios y de los hombres.

            Cuando alcanza un grado sublime con la gracia divina, sube la montaña de la perfección y se aparta de todo lo creado mediante un eminente estado de oración, en la que se encuentra transfigurada y acompañada de sus predilectos: la mansedumbre de Moisés, el ardiente fervor de Elías, la fe de Pedro, la esperanza de Santiago y la amorosa caridad de Juan. Su rostro parece un sol porque Dios lo ilumina; sus vestiduras son blancas como la nieve, por no amar sino lo que es puro y casto. Dios da testimonio auténtico de que ella es su hija amadísima, en la que encuentra sus complacencias.

            El alma no piensa sino en el amor excesivo de la divinidad humanizada; la fe exclama: Ah, qué bueno es estar aquí: hagamos tres tiendas, en las que residan la mansedumbre, el celo y la gloria del Dios vivo. Después de este estado de júbilo y luminosidad, el alma cae a tierra, no debido al pecado, sino a la claridad de los esplendores y al poder de la voz divina, que es un rayo que abate y asombra al entendimiento.

            Los que han visto tan grandes maravillas, tienen necesidad de que el Salvador toque sus débiles potencias, fortificándolas al decir: No teman, reanimen su valor, pero no canten el triunfo de la vida hasta que no hayan vencido la muerte. Es menester guardar silencio hasta el tiempo de la verdadera resurrección, que se dará después de la muerte de todas las imperfecciones y de todo lo que es vida deficiente. Mientras dura la espera, hay que descender de la montaña y humillarse; hay que padecer [230] sufrimientos internos y externos, temores, tibiezas, disgustos, oscuridades, abandonos; en fin, la muerte de sí mismo y de todo alivio.

            El alma se complace en dos cosas: la primera, el bofetón que recibe de las criaturas, que parecen burlarse de ella juzgándola temeraria por aspirar más arriba de lo creado, siendo, como es, la debilidad misma. La segunda es el desamparo del divino Padre, que deja al alma en angustias de muerte y casi a los pies del infierno, por encontrarse entre espesas tinieblas, aunque en este caso el rechinar de dientes no va acompañado de blasfemias, por no encontrarse con los condenados, sino más bien con los afligidos.

            Desde la planta de los pies hasta la cabeza está herida; desde la parte inferior hasta la superior no encuentra lugar sano en ella: todo le es aflicción. Sólo la cruz es su reposo, aunque doloroso. Por ello la elige, echando fuera al mundo con todas sus máximas. El príncipe de éste es enviado a los abismos por el poder divino; ella saca fuerzas de su debilidad y confianza de su abandono, apelando al seno paterno, que es el trono de misericordia y de toda consolación, diciendo que desea derivar su placer de las amarguras de la cruz, sabiendo que ésta es el lecho de honor en el que ser espectáculo de los ángeles, de los hombres y del mismo Dios, que se complace en observarla en sus combates, de los que sólo el amor divino sale victorioso.

            El triunfo y la gloria son el premio del alma que sigue valientemente a aquel que dijo: Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn_12_32s), refiriéndose a la excelencia de la muerte de la cruz, cuyas dimensiones son la anchura, la longitud, la profundidad y la altura. La anchura tuvo lugar durante la vida mortal del Salvador; la longitud se dio cuando su corazón la deseó amorosamente; la profundidad cuando tuvo sentimientos de humildad incomparables al ver que los hombres de la nada ofendieron a un Dios majestuoso y que muchos se condenarían eternamente al no aprovechar los frutos de su cruz, a la que se obligó por todos; es decir, uno solo por el todo; la altura fue (la cruz) aceptada en la perfecta obediencia de un corazón enamorado del Dios vivo y de la humanidad, por cuya causa fue exaltado. Habiéndose hecho el último de todos, fue ensalzado hasta el trono de Dios, recibiendo un nombre sobre todo nombre, ante el que toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en los infiernos, confesando que [231] merece la gloria que toma en posesión.

            El dice a su esposa que sea su imitadora, y que le prepara su reino así como su Padre se lo preparó a él; Padre que no perdonó a su Hijo único. El alma valerosa no debe desear la gloria sin el sufrimiento, porque fue necesario que Cristo padeciera para entrar en su gloria y que cumpliera lo que las Escrituras dijeron de él. También afirmó que nadie puede ir en pos de él sin renunciar a sí mismo y llevar su cruz.

            El apóstol dice que nadie recibir la corona sin antes combatir legítimamente. Es necesario luchar por la adquisición de todas las virtudes, porque esta vida es una continua milicia sobre la tierra. Es necesario hacer una grande y abundante provisión de paciencia, dice el mismo apóstol: Corramos con paciencia la prueba que se nos propone, y fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha por el pecado. (Hb_12_1).

            ¿Quién perderá el valor al ver a Jesucristo, que llevó la cruz y fue clavado en ella, sosteniendo la contradicción de los pecadores que lo crucificaron? ¿Quién de nosotros ha resistido hasta derramar por él toda su sangre? la aflicción en que ustedes están, ¿no es acaso un signo de su amor? A quien ama el Señor, le corrige (Hb_12_6). En esto parecéis sus hijos y muy amados, cuya fidelidad quiere probar. Los amigos de la cruz y del crucificado son los más queridos. María, Juan y Magdalena se manifestaron, en la Pasión, como los amantes apasionados del amor de su Maestro; pasión que fue para ellos dolorosa muerte; que nosotros sepamos, ninguno de los tres murió de otro martirio. Añadamos que la muerte de Jesucristo fue la muerte de su muerte, porque se mantuvieron vivos al ver morir a su vida, lo cual fue uno de los grandes milagros obrados durante la Pasión.

            Habiendo gustado las amarguras de muerte de su amado, probaron las dulzuras de su gloria en el tiempo de su muerte, que no fueron sino deliciosos pasos de la vida de la gracia a la de la gloria; saliendo de sus tabernáculos, entraron en el de Dios en el tiempo y en la eternidad. María retomó su cuerpo en tres días y muchos opinan que su fiel guardián está también en cuerpo y alma en el cielo. Si el de la enamorada Magdalena se quedó en la tierra, se debió a la divina prudencia, que no quiso privar a la Iglesia militante de las admirables reliquias del amor penitencial, a fin de que sirvieran de atractivo a los pecadores y de signo de clemencia a los penitentes, recordándoles la misericordia divina y el ardiente amor del corazón de Magdalena, de la que dice la Iglesia: Fue la primera en merecer el gozo de verle resucitado en la victoria. Vio a Jesús salir de los infiernos, la que más en su amor ardía. El amor sufriente es el verdadero amor de los viandantes; santa Teresa decía: O padecer o morir. Jesucristo sufrió desde su encarnación hasta el último momento de su vida; es decir, hasta la muerte. Ahora es impasible, no puede morir, pero se quedó en el sacramento del amor a manera de muerto, aunque viviendo su vida bienaventurada, durante la cual quiso conservar las marcas recibidas en el lecho de la muerte: sus sagrados estigmas.

            A san Pablo no le preocupa el verse privado de todo lo que no sea Dios en el cielo y en la tierra. Sin embargo, está resuelto a no perder jamás la caridad de Jesucristo, contentándose con sus estigmas, que lleva impresos en el espíritu en el cuerpo. Habiendo sido arrebatado hasta el tercer cielo, no se glorifica por ello, sabiendo que Dios mandó un ángel a Satanás con el cometido de humillarlo: Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. (2Co_12_7).

            No quiero gloriarme sino en la cruz de mi buen Maestro, por la que el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo: Estoy crucificado con Cristo. Todo lo tengo por basura y fango cuando se trata de ganar a Jesús crucificado. Estoy clavado en su cruz, en la que he aprendido una ciencia eminentísima. Para mí vivir es Cristo crucificado y morir por él es mi ganancia. Estimo todo lo que ha sido y que será, como nada para mí. Como todas las criaturas están sujetas a la vanidad, me vuelvo hacia la verdad, Jesucristo, que es mi camino y mi vida. Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora como siempre Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte (Ga_2_20); (Flp_1_20).

            Si el alma está resuelta a complacer a Dios por amor a él, poco le importará todo lo que no sea Dios o para Dios, sabiendo que le pertenece: por él, de él, y para él, de modo que dice con David:¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir? Si hasta los cielos subo, allí estas tú, si en el sheol me acuesto, allí te encuentras (Sal_139_7s). 

            [233] La fe me dice que estén todas partes. No deseo huir de tu rostro; si subo al cielo por amor, allí estás; si desciendo a los infiernos por temor, allí te encuentro. Si tomo las alas del deseo para volar hasta las extremidades no solo de la tierra, sino de los mares, también allí tu mano me conduce, tu diestra me aprehende. Aunque diga: Me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor, ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día (Sal_139_11s).

            Estoy cierta de que me llevas la delantera en todo; habiéndome amado primero, me sostienes fuertemente con tu diestra. Si ella me es invisible, es para fortalecer mi fe, la cual me da seguridad en tu Providencia, que no permitirá que las tinieblas de esta prueba me arrojen en las del abismo infernal. La noche que permites constituye mi iluminación y mis delicias. Gozo en sufrir porque lo mandaste con justicia: Ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti (Sal_138_12). Nada me apartará de ti: ni las tinieblas, ni el día de la prosperidad, ni la noche de la adversidad. Tú iluminas esta noche como un claro día, aunque tus luces puedan tinieblas a la debilidad de mis ojos. Sería temerario el querer mirarte al descubierto en la tierra, tal y como se te contempla en el cielo.

            Colócame la venda de la fe, yo soy tu hijita, enferma de mis imperfecciones, aunque más bien de tu amor. Permíteme que te diga, por medio de mis compañeras, que languidezco a causa de tu amor; no dudo que tu corte celestial querrá proporcionarme el gozo de anunciarte en parte mis deseos, ya que mis pensamientos más íntimos te son conocidos: Porque tú mis riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre; yo te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras. Mi alma conocías cabalmente (Sal_138_13s).

            Tú me previniste antes de haber sido concebida en el seno materno. Te alabo y te alabaré eternamente porque eres grande. Bien sabe mi alma cuán admirables son tus obras; nada está oculto ante ti; todo está al descubierto en tu presencia: Mis imperfecciones no se te ocultaban (Sal_138_15). Todas están escritas en tu libro. [234] El Verbo divino las imprimió en mi alma y en mi cuerpo, para borrarlas con su preciosa sangre, cancelando mis deudas. Por ser mi recibo global, nada puedes exigirme a causa de mis culpas pasadas.

            Gracias a él he llegado a ser tu buena amiga. Por tener el honor de participar de tu naturaleza divina, me veo muy reconfortada y confirmada en mi principalidad. Si es menester cargar con la cruz en pos de mi Rey, en eso cifraré mi gloria: Sondéame, oh Dios, mi corazón conoce, pruébame, conoce mis desvelos; mira no haya en mí camino de dolor, y llévame por el camino eterno (Sal_138_23s).

            Pruébame, Dios mío, en esta vida; mira mis caminos, enderézalos si se desvían de tus voluntades; mira si en mí hay intenciones que se aparten de la justicia. Renuncio a todas estas cosas con todo el corazón, que desea seguirte en la dilatación de mis afectos. Condúcelos a todos a la vida eterna sea en la afluencia, sea en la indigencia. Cual tierra seca, agotada, sin agua. Como cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria, pues tu amor es mejor que la vida, mis labios te glorificaban (Sal_63_2s).

            Tanto en la tierra desierta como en el camino de la sequedad, eres admirable en amor, transformando en santa al alma que se despega de los deleites. Por mandato tuyo persevera el día de la verdad en medio de las tinieblas de la muerte, que es una noche oscura debido a que te has ocultado para que pueda yo sufrir por tu amor estas arideces que, por tu grande misericordia, reducen a la nada las imperfecciones del amor propio. Mis labios te alaban por ser justísimo. Bendigo tu nombre junto con Job, diciendo constantemente estas palabras del cántico: La multitud de las aguas no puede extinguir la caridad, ni los ríos servirle de obstáculo (Ct_8_7).

            La fiel enamorada que se comporta de este modo en los abandonos, es la consentida del Padre, la favorita del Hijo y la muy amada del Espíritu Santo, los cuales animan a los ángeles a considerarla para prepararla a recibir los nuevos favores que desean concederle. Dichos espíritus dicen: Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella? Si es una muralla, edificaremos sobre ella almenas de plata; si es una puerta, apoyaremos contra ella barras de cedro (Ct_8_8s).

            [235] Qué maravilla el ver a nuestra hermana sin pechos. Dios, que es el Dios de los pechos de la dulzura, la dejó en este valle y ahora la desteta. ¿Morirá en tanta escasez? ¿Cómo podrá resistir a sus enemigos estando tan débil? Reforcémosla para demostrarles que está a nuestro cuidado. Si ella es un muro abatido por sus enemigos o por sus aflicciones, construyámosle torreones de plata, probemos que la necesidad no la llevará a rendírseles. Jesús hecho pobre por ella, la haga rica de sus gracias. Si ella es una puerta rota por los golpes dados y esta medio destruida por las continuas tristezas que ella sufrió hagámosla reconstruir con tablones de cedro incorruptible que el cielo y la tierra puedan pasar delante de ella sin la destruir ni maltratar, porque el Verbo Encarnado, el cedro del Líbano se ha hecho su puerta como su palabra lo dice: Yo soy un muro y mis pechos son como una torre abastecida de provisiones (Ct_8_10). Me siento en paz en cuanto reconozco la providencia de mi esposo, que no permitirá que mis enemigos me sorprendan. Yo soy su viña pacífica queridísima, a la que cuida y hace guardar de sus santos ángeles, a los que manifiesta cuánto le place el buen cuidado que tienen de mí. Les paga bien sus servicios, lo mismo que a los hombres de la tierra que son directores espirituales, duplicando sus méritos en gracias y en la gloria que les prepara: Oh tú, que moras en los huertos, mis compañeros prestan oído a tu voz. Deja que la oiga (Ct_8_13).

            Después de que ella muestra su valor y fidelidad en esta prueba, le viene el ímpetu de sus deseos y dice a su esposo, que está en su jardín celestial, que haga oír su voz, porque sus amigos escuchan en lo oculto para ver si él la ama con tanto ardor, habiendo sabido por experiencia que ella debe sufrir en su peregrinar la ausencia del Consolador. Por ello le dice generosamente: Huye, amado mío, sé como la gacela o el joven cervatillo, por los montes de las balsameras (Ct_8_14). Huye, Señor y amor mío, a los montes aromáticos de tu dominio celestial. [236] Estoy contenta al saberte glorioso y reinando sobre un reino infinito con el Padre y el Espíritu Santo. Esperaré en la tierra tanto cuanto te plazca. Que tu voluntad se haga en ella como en el cielo.

            Si todas las almas devotas se comportan de este modo en las sequedades, cuánto complacerán a Dios y a sus santos, y cuántos frutos darán a la Iglesia. Dejo esto a su reflexión, rogándoles que oren por mí, para que sea fiel a mi Esposo.

Capítulo 30 - Aun cuando todos los hombres hablaran de las grandezas de la Virgen, se expresarían muy por debajo de la realidad. Solo la divinidad que la ha ensalzado, puede alabarla dignamente. Si María no hubiese tenido la existencia, el Verbo no habría tomado una naturaleza de una madre creada, no se hubiera hecho el Verbo Encarnado. 14 de septiembre, 1636.

            [239] El Eclesiástico dice con gran acierto: Hagamos ya el elogio de los hombres ilustres, de nuestros padres según su sucesión. Grandes glorias que creó el Señor, grandezas desde tiempos antiguos. Hubo soberanos en sus reinos, hombres renombrados por su poderío, consejeros por su inteligencia, vaticinadores de oráculos en sus profecías, guías del pueblo por sus consejos, por su inteligencia de la literatura popular, sabias palabras había en su instrucción inventores de melodías musicales, compositores de escritos poéticos, hombres ricos bien provistos de fuerza, viviendo en paz en sus moradas (Si_44_1s).

            En cuanto a mí, exclamo: Alabemos a la Virgen de las vírgenes, Madre de Jesucristo en su generación, a la que Dios ha hecho alabar por los más doctos y santos, sea antes de la Encarnación, sea después. Ella es digna de que todas las criaturas integren un coro musical dirigido por el Verbo Encarnado, para entonar el cántico sublime.

            La memoria de María, Madre de Dios, durará por los siglos de los siglos, en los que ella presidirá. Su sagrado cuerpo no permaneció en la tierra: era digno del cielo empíreo porque una parte de su sustancia es la materia del cuerpo del Salvador, que dejó a la Iglesia como testamento para ser simiente de pureza y germen de inmortalidad, y en virtud del cual los justos [240] resucitarán diciendo con el apóstol: Donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurar este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas (Flp_3_21).

            Habiendo considerado en estos días las grandezas de María, también en estos días me siento apremiada a hablar de ellas, aunque tartamudeando. El amor da osadía a los más tímidos, y hace que la lengua de los niños diserte: La vieron las hijas de Sión y la proclamaron bienaventurada (Ct_6_8).

            Todos los escritores alaban la humildad de María, humildad que no puede ser suficientemente ensalzada por los hombres y los ángeles. Aquel que puso en ella su mirada para convertirla en su Madre proclamada bienaventurada por todas las generaciones, es el único digno de alabarla como lo merece. El Verbo divino, el Hijo del Altísimo, es capaz de exaltar la magnitud del valor de la humildísima Virgen, la cual le dijo con admirable generosidad de corazón: El poderoso hizo en mí cosas grandes; santo es su nombre (Lc_1_49). ¿Quién es el que obró en ti cosas grandes, gloriosa María?

            Fuente de la sabiduría es la palabra de Dios en las alturas (Si_1_5). Fue el Verbo de Dios, que es manantial de sabiduría en su sublimidad, a la que atrae a las almas generosas, en especial la mía, que jamás tuvo otro afecto sino Dios, ni apego a criatura alguna. He dicho desde el momento en que tuve uso de razón que todo lo que no es Dios es nada para mí; que Dios es el Dios de mi corazón y mi porción en la eternidad. Por ello hice voto de virginidad decidiendo permanecer virgen en cuerpo y espíritu para ser toda de Dios, que deseaba entregarse a mí. Como en mi humildad me turbé, su bondad y mi confianza reanimaron mi valor a la hora de la Encarnación, habiéndoseme asegurado que el poder del Altísimo me protegería y que el Espíritu Santo descendería hasta mí para hacerme Madre sin lesionar mi virginidad. Mi corazón se sintió así alentado para dar a Dios la respuesta que di al embajador que me envió: que yo era la sierva del Señor, y que se hiciera en mí según su palabra; es decir, que fuese Madre del Verbo y que él tomaría para sí mi cuerpo y mi espíritu para encontrar en ellos sus delicias.

            Cuando Isabel me llamó bienaventurada, mi generoso corazón, guiándose por las luces que el Verbo divino infundía en mi intelecto, me impulsó a decir: Engrandece mi alma al Señor (Lc_1_46). [241] Mi alma, aunque pequeña en sí, quiso engrandecer al Señor y mi humildísimo espíritu se alegró, enalteciéndose en Dios mi Salvador, porque no desdeñó mi pobrísima naturaleza. Al tomar en mí la carne, quiso que fuera proclamada bienaventurada entre las naciones. Me ensalzó porque él es grande; me hizo poderosa, porque él lo es; divina por participación, porque él es Dios por esencia, porque extendió su omnipotente brazo y me elevó hasta la divina maternidad después de haber abatido a los soberbios.

            Tengo hambre y sed de complacerlo. Vasti fue repudiada por no haber querido presentarse delante de los príncipes ni sentarse a la mesa del rey, que deseaba enaltecerla a fin de que ella exaltara su regia magnificencia, que deseaba realzar con la belleza de su esposa. En cuanto a mí, me presentaré ante Dios y sus criaturas con todos los encantos que quiere manifestar en mí, mismos me ha concedido para tener en ellos sus delicias.

            Entraré, si así le place, en su interior, ya que él vino al mío. Me elevaré junto con mi Hijo, que es el Verbo de Dios, fuente de excelencia y el más hermoso del cielo, porque él desea que esté con él en su reino, colocada a su diestra, sentada en el trono de su grandeza suprema. No lo rehúso, por saber que así lo quiere. Entraré ante aquel que me llama. Para mí, sus atractivos son mandatos, ya que él confiesa que sus delicias se cifran en estar conmigo, y que yo soy su muy amada. Desecho todo temor, me acerco a su trono y le escucho decirme: Ven, amada mía, a ocupar mi trono, porque el rey ha deseado tu hermosura.

            Como él se complace en alcanzar de un confín hasta el otro, dispuso todas mis potencias para dirigirse hacia él con fuerza, dulzura y suavidad. Agradecí este favor como venido de su amor, que me previno en bendiciones de dulzura. Que cifre su contento en acariciarme y engrandecerme; que me eleve hasta el supremo cielo de su eminente grandeza, después de haberse abatido hasta mi nada. Aunque tenía la forma de Dios, igual al Padre, tomó la forma de siervo y se sometió a una joven a la que tomó por Madre.

            Ángeles y hombres, admiren el amor divino que se complace en las [242] grandezas que concedió a su hija, Madre y esposa. Si él es admirable en sus santos, es admirabilísimo en la Virgen-Madre, que es un mar en la naturaleza, en la gracia y en la gloria, por tener las perfecciones de estos tres estados en grado eminente. Más imponente que las ondas del mar, es imponente el Señor en las alturas. Son veraces del todo tus dictámenes (Sa_93_4s). El es digno de todo crédito oh Virgen de las vírgenes. Cuán grande eres por obra del que es poderoso, que te ha levantado por encima de todas las criaturas. Tú mandas al Hombre-Dios, que se complace en ser hijo y súbdito tuyo. Cuando inspiró la narración o descripción de su genealogía, tuvo por mayor gloria aparecer como Hijo de María al final de la misma: de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt_1_16), que pertenecer a la simiente de Abraham, de Isaac y de Jacob.

            Ya dije que poseíste las perfecciones de los tres estados; prosigo diciendo que tu excelencia está por encima de todas estas leyes y estados, porque los ángeles y los hombres han podido alcanzarlos, pero ningún hombre o ángel ha podido ni podrá igualar a tu Alteza o Majestad real y divina, puesto que eres Madre única del único Hijo de Dios, lo cual te hace incomparable en grandeza y dignidad. Afirmar que estás por encima de la luna, del sol y las estrellas, es poco decir, porque los apisonas bajo tus pies.

            Todos aquellos que en la naturaleza, en la gracia y en la gloria han hecho progresos admirables, son dignos de alabanza; ver tus adelantos, empero, es contemplar la majestad misma que avanza solemnemente. Hay tres cosas de paso gallardo y cuatro de elegante marcha (Pr_30_29). No sólo tienes tu rango entre los santos inferiores, medianos y supremos, sino con el mismo Dios, si puedo expresarme así, ya que tienes un hijo común con el divino Padre por indivisibilidad, el cual te honra como a madre suya, por ser el santo de los santos. Tú eres la Santa de las santas, la Reina de santidad, de gloria y de todo lo que es santo en el cielo y en la tierra. Mi mano lo hará más brillante que los astros y morará en la mansión del rey. (Pr_30_2). Esto, que es debido a tu Hijo por esencia, es tuyo por participación. Su gloria consiste en haberte dado el imperio soberano, no sólo sobre sus súbditos, sino sobre él mismo. [243] Si no puedo yo decir que tus manos formaron esta humanidad divina, puedo afirmar que por tu FIAT el Verbo se hizo carne en ti y de ti, y que eres su Madre, su autoridad y su Señora. ¿Quién asciende al cielo y desciende de él? ¿Quién puede contener al espíritu en sus manos? ¿Quién congrega las aguas como un manto? ¿Quién abarca los confines de la tierra? ¿Cuál es su nombre? (Pr_30_4). Es el Verbo Encarnado Hijo de Dios y de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt_1_16), ¿Quién podrá contar su generación? (Is_53_8).

            Aun cuando todos los ángeles y los hombres dedicaran la eternidad entera a describir las grandezas de la generación de María, no podrían expresar sus excelencias inefables. Son tan augustas, que llegan a lo infinito porque el inmenso Dios es su Hijo. Sucederá en días futuros que el monte de la Casa del Señor será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas (Is_2_1). Todas las criaturas son dependientes de esta Señora, por ser ésta la voluntad del soberano que la elevó hasta la divina maternidad. Contra todos los montes altos, contra todos los cerros elevados, contra toda torre prominente, contra todo muro inaccesible, contra todas las naves de Tarsis, contra todos los barcos cargados de tesoros. Se humillará la altivez del hombre, y se abajará la altanería humana; será exaltada la Señora sola en aquel día (Is_2_14s).

            Nada hay por encima de María sino la divinidad, porque el Hombre-Dios se colocó debajo de ella. Todo lo que el Verbo hace está sujeto a María; nada se hizo sin aquel por quien todo fue hecho; más aún, quiso que los ángeles y los hombres obtuvieran la gracia y la gloria al adorar el cuerpo que él tomó de ella, reconociéndola como a su Madre. En su calidad de Madre del Verbo Encarnado, deben honrar la dignidad de aquella que es Madre de Dios, de la gracia y de la gloria, el cual quiso estarle sujeto.

            Este mar es también un navío: una nave de Tarsis que vuela con la pluma de los vientos, el Espíritu Santo, que el Padre y el Verbo producen como un solo principio, aunque sean dos los que lo espiran. Es la espiración única del Padre y del Hijo. Es un Dios simplísimo y único en sumo grado con ellos, y además [244] término de la voluntad del Padre y del Hijo y de todas las emanaciones interiores de la divinidad. El se complació y se complace en acrecentar las grandezas de María en el cielo y en la tierra, porque no produce obra alguna en el mar de la divina Trinidad.

            Fue él quien trabajó sin descanso en la superficie y en el interior del mar de la humanidad de Jesús y de María durante su peregrinar. No ignoro que el Salvador también lo comprendía todo; pero como decimos que se alegraba en el Espíritu Santo, nos permitirá afirmar que dicho Espíritu obraba sobre él, en él y con él, ya que se dice que el Niño Jesús crecía en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres, sin dejar de aprovechar en sabiduría experimental.

            El Espíritu Santo estaba sobre él para ungirlo, a fin de que evangelizara Sión. El mismo Espíritu lo condujo al desierto a fin de ser tentado, y san Pablo dice que el Espíritu Santo lo resucitó, como afirmando que el mismo que obró el misterio de la Encarnación en las entrañas de la Virgen, resucitó al divino Salvador de las entrañas de la tierra. Cuando los sacerdotes quieren consagrar y pronunciar las palabras sagradas, ¿acaso no invocan al Espíritu Santo? El es el viento del que habla san Juan Bautista: Yo os bautizo en agua; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo (Mt_3_11). El Verbo Encarnado lo da a quien quiere. En cuanto Verbo, lo produce y en cuanto hombre, depende de él, del Padre y de sí mismo. Me refiero a su soporte divino.

            Si Jesucristo dio poder a los hombres, que son sus ministros, para dar al Espíritu Santo, con mucha mayor razón debemos decir que lo dio, lo portó y fue portado por él. Dicho Espíritu se cernía sobre las aguas al inicio del mundo; ¿por qué no decir que era llevado por el Verbo Encarnado, la fuente de sabiduría, en el seno del Altísimo Padre y en el de su insigne Madre? Fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas (Si_1_5). Al entrar en María, Señora ensalzada, realizó un inefable progreso para su humanidad, la cual se vio unida al Dios [245] altísimo apoyada por la segunda persona de la Trinidad, que es el Verbo divino, fuente sublime de la sabiduría. En el mismo instante, María se convirtió en verdadera Madre de Dios.

            Qué prosperidad para María verse Madre de su Creador después de haber exclamado: Hágase en mí según tu Palabra (Lc_1_38). Se elevó tan alto, que los serafines la perdieron de vista. Velándose los pies y el rostro, cantaron la gloria de la majestad que llenaron el cielo y la tierra virgen. En cuanto a mí, afirmo que la Virgen se encontró en tan sublime elevación, que podemos decir que contempló la esencia divina. La fuente de la sabiduría no sólo invadió sus entrañas para tomar en ellas la carne e inundarla en sus delicias, sino que en la parte más alta de su alma, gozó de la amorosa divinidad y en el punto supremo de su espíritu se verificó la palabra del Eclesiastés: Fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas (Si_1_5). Si se concede el privilegio a Moisés y a san Pablo, cuánto más a María, que no dijo: Mi cuerpo engrandece al Señor; sino Mi alma lo engrandece, mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador (Lc_1_46s), porque su mirada ha ensalzado la bajeza de su sierva. En cuanto me miró, su rostro brilló sobre mí. El rostro de Dios es el Verbo, que es fuente de eterna dicha, la cual me comunicó tan abundantemente, que por ello todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Sepan que aquel que es poderoso hizo grandes cosas en mí y que su nombre es santo. Yo entré al santo de los santos de la divinidad, la cual vino a mí, dándome también el nombre de santo de los santos. El Verbo, además, me dice que se introduce en mi seno según el designio eterno que el Padre y el Espíritu Santo, elaboraron junto con él para la divinización de la humanidad.

            Los que afirman que el pecado fue el motivo de la Encarnación, ¿saben lo que están diciendo? El origen de la sabiduría, ¿a quién ha sido revelado, ni quién conoce sus recursos? La sabiduría, ¿a quién ha sido jamás descubierta y manifestada, ni quién pudo entender la multiplicidad de sus designios? Sólo el Creador, altísimo, omnipotente, y rey grande, y sumamente terrible, que está sentado sobre su trono, y es el Señor Dios: éste es el que la dio el ser en el Espíritu Santo, y la comprendió, y numeró, y midió. Y derramó la sobre todas sus obras, y [246] sobre toda carne, según su liberalidad, y comunicó la a los que le aman. (Si_1_6s).

            Al elevar mi espíritu mi divino Maestro lo instruyó de esta manera: Hija mía, quiero que sepas que el mal jamás ha precedido al bien, ni la nada al ser soberano. Mi amor previene el pecado por ser la raíz de la sabiduría, que resolvió implantarse en el seno virginal, y el Verbo divino que quiso tomar el ser en la naturaleza humana. Esta resolución fue tomada antes de su creación. La serpiente no tuvo suficiente astucia para descubrir mis planes, ni a qué nivel los pondría en práctica. Por estar privado de gracia y de gloria, su naturaleza espiritual estaba ciega para ver qué clase de gloria destinaba yo a la naturaleza humana al darle a mi Hijo y a mi Espíritu Santo. Yo la creé en el Espíritu Santo. Tanto Adán como Eva, su mujer, fueron creados en estado de gracia. Yo conté sus pasos y medí sus caminos. Aunque Satán los hizo transgredir mis mandatos valiéndose de su astucia y engaños, ignoraba mis recursos: la decisión de hacer a la naturaleza humana participante de la divina; decisión que llevé a cabo al exceptuar a una virgen de todo pecado. Es la más amada de todas las criaturas, como proclama ella misma en Proverbios: El Señor me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra. Cuando no existían los abismos fui engendrada (Pr_8_22s).

            Antes de toda creación, el Señor me poseyó al inicio de sus vías, a las que el pecado no pudo adelantarse. Fui suya en el Verbo, que es el principio por el que todo fue creado. Desde la eternidad estuve destinada a ser su Madre antes de que hiciera la tierra, de la que fue formado el cuerpo de Adán, que significa tierra.

            Quién amó primero a Dios, nadie; sólo su amor pudo prevenir al ángel y al hombre. El se reservó las entradas al interior de estas dos criaturas, que se desconocieron entre sí al menos mientras su sabiduría se dignaba revelarlas. Yo creé en el Espíritu Santo estas dos naturalezas para comunicarles mi amor, pasando por encima de toda mente angélica y [247] humana para dar mi naturaleza a la más humilde, que fue la última de mis obras. Me refiero a la humana, en la que inspiré mi hálito. No siendo suficiente para contentar mi amor el haberla creado como alma viviente, inspiré en su rostro el aliento de vida, para que poseyera un día, para siempre, la vida divina, la faz de nuestra santísima Trinidad, la figura de mi sustancia e imagen de mi soberana bondad, que es la segunda persona de nuestra Trinidad.

            Mi designio se cumpliría al llegar la plenitud de los tiempos, cuyo plazo calculé con toda exactitud. La llegada de María a la edad de concebir marcó el término de nuestra espera. El Verbo tomó la carne, el Espíritu Santo descendió, el poder del Altísimo dio su sombra. María fue llena de gracia y del Dios de la gracia, que bajó cual poderoso bastión en defensa suya: Un fuerte protegido para resguardar su atrio (Lc_11_21).

            El Verbo, habiendo tomado un cuerpo en María, se encontró unido a todas sus partes y la sabiduría divina difundió, por así decir, en todo este compuesto la obra del Espíritu Santo: la derramó sobre todas sus obras, y sobre toda carne, según su liberalidad, y la comunicó a los que le aman (Si_1_10).

            En Jesucristo residía de manera eminente la perfección de todas las criaturas. A este hombre perfecto por excelencia, al cuerpo que tomó, fue dado el soporte divino y los tesoros de sabiduría de su Padre. La plenitud de la divinidad habitó en él corporalmente desde el primer instante de su Encarnación; su alma bienaventurada gozaba de la visión y fruición divina en su parte suprema: Fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas; y penetraron en ellos los mandatos eternos (Si_1_5). ¿A quién, de entre los ángeles fue jamás revelado lo que el Salvador comprendió en cuanto hombre aun estando en las entrañas de su Madre, a la que reveló misterios inefables? ¿Qué hombre o ángel, permítaseme expresar mis pensamientos, sospechó siquiera la luz que residía en la parte superior de la Virgen? No puedo expresarlos mejor que con estas palabras: Fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas (Si_1_5). Quiero decir que la fuente de sabiduría y el Verbo de Dios colmaron el espíritu de María con los sublimes conocimientos de sus divinos misterios, con lo que puedo afirmar que ella permanecía continuamente en la oración de Dios; no que fuera Dios por esencia como su Hijo, sino que, [248] mediante una transformación divina, se convirtió en la imagen misma de aquel que, en su humanidad, era la imagen misma de su Madre Por ello el apóstol se atreve a decir de él y sus compañeros: Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Co_3_18). ¿Quién estuvo alguna vez más unido al Señor por la fe, la esperanza y la caridad que María? El amor purísimo que moraba en su alma tenía el poder de descubrirle las divinas claridades. Si los limpios de corazón son favorecidos con la visión de Dios, ¿Quién ha sido más puro de corazón que María, si no el Verbo Encarnado que es Dios? El mismo apóstol se atreve a prometer esta gracia a los recién convertidos: Y cuando se convierte al Señor, se arranca el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2Co_3_17). ¿Quién poseyó alguna vez la libertad con más perfección que María? Fue libre de todo lo creado para unirse al Dios increado, el cual encontró en todo momento el espíritu de María dispuesto a corresponderle. Su corazón, hecho para él, jamás estuvo inquieto, porque jamás salía de su centro divino, en el que estaba concentrado por ser una misma carne con el Verbo Encarnado y un mismo espíritu con la Trinidad divina. Ella se adhirió a Dios con todo su corazón, con toda su alma y todas sus entrañas, en y de las que el Verbo tomó su humanidad sacrosanta.

            Perdona, Señora, mi temeridad. Si quise hablar de tus grandezas, confieso que no puedo alabarlas divinamente. Dejo este oficio al Hijo del Altísimo, que te las ha dado y conoce perfectamente a su Madre. Ruégale, venerada mía, que me haga digna de ensalzarte como a él le gusta que lo haga. En el y por él eres digna de elogio por encima de toda alabanza creada. La mayor parte de ellas permanecen ocultas; muy pocas de sus obras podemos ver (Si_43_36). El evangelista san Lucas dice: hijo de Adán, hijo de Dios (Lc_3_38), mostrando que Dios es Padre de Adán. Si éste hubiera conservado su inocencia, [249] podría llamársele Adán de Dios. Lo digo para afirmar que debemos llamar a María, María de Dios, por ser ella su hija mayor y amadísima del divino amor, que la destinó a ser un sol de claridades inefables, en el que levantaría su tabernáculo.

            El amor divino habitó en los ángeles y en los astros, fijando en ellos su morada. Me refiero a los que permanecieron fieles. Se excedió al morar en Adán y Eva, que fueron lunas inconstantes que se alejaron de él; pero, admirablemente, resolvió reposar eternamente en el sol. Levantó para el sol una tienda, y él, como un esposo que sale de su tálamo (Sal_19_6).

            La Trinidad, al desear salir fuera de ella misma, no podía llevar esto a cabo de manera conveniente sino en la claridad, porque en ella no hay tiniebla alguna. Creó, por tanto, al sol del amor, María, para fijar en él su morada eterna, desposándola de manera incomparable, dotándola de gloria y honor divinos y dilatando sus potencias hasta hacerla vecina suya, en la proporción en que una simple criatura puede ser convecina del Creador. María de Dios no ama sino a Dios, aborreciendo el pecado con un odio total, no sólo porque Dios lo odia infinitamente, sino porque se opone por decadencia al soberano ser, por haber sido hecho sin Dios, porque el Verbo no lo creó, por estar privado de vida y de bondad, por ser la malicia y la misma muerte, que arrebató la gracia infundida por Dios en el alma y cuerpo de Adán y Eva.

            Satán hubiera podido decir a Dios: Has perdido el valor ante la primera de tus obras en la tierra. Yo salí victorioso porque, a través del pecado, el hombre muerto se ha esclavizado a mí junto con su posteridad. Antes de venir para rehacerlo, pasarás por mis fronteras, y habitaren los lugares que son mis dominios.

            Te equivocas, Satán, poseo un mar inmenso y espacioso que sólo puede ser abordado por la divina esencia. Los ángeles y los hombres no lo hacen sin un privilegio especial, por ser ella la protegida del Señor fuerte y poderoso en la batalla, que la reserva para sí y para sus recreaciones. Todas las criaturas se abismarían en ella si se les ocurriera la idea de tocar fondo. Ella debe dar a luz al delfín del Dios vivo y producir el sol de justicia, conservando [250] su purísima integridad, por ser una Virgen de Dios, en la que él penetra sin causar división alguna.

            Es hija del Padre, María de Dios, Madre de Jesús, el cual, al entrar en ella, se vio a salvo del pecado en su humanidad. Ya lo era en su naturaleza divina, la cual podía exceptuarlo de él y así lo hizo. El nacimiento purísimo y empurpurado que tomó de su Madre Reina tuvo lugar de manera maravillosa. Por su medio nació Rey de los Judíos, exceptuándose de esta deuda, si en algo podía obligarle, lo cual no era posible. Nació en verdad bajo la ley de su Madre, mas no bajo la ley del pecado. Es impecable por naturaleza, y María por gracia, gracia que no hizo a un lado la libertad de María, sino que le concedió el privilegio de no pecar jamás.

            Como las tres divinas personas obran juntas hacia el exterior, y sólo el Verbo se revistió de nuestra naturaleza, del mismo modo María dejó obrar en ella a las tres divinas hipóstasis debido a su adhesión, sin ser privada del privilegio de rehusar o aceptar la venida del Verbo divino a ella. Esto significa que su fidelidad la impulsó a dar su consentimiento junto con su libre arbitrio, para que el Verbo se hiciera carne de su carne y hueso de sus huesos; de manera que si otro que no fuera Dios hubiese podido producir un espíritu igual y consustancial, María lo hizo, al producir el espíritu de Jesús: así como el amor da la conformidad, María dio a su Hijo sentimientos humanos y benignos para reciprocar los divinos que había recibido de él. Estas correspondencias de amor son inefables entre el Padre y la Hija, entre la Madre y el Hijo, entre la Esposa y el Esposo, que es el Espíritu Santo.

            Nunca existió tanta ternura entre un Padre y una Hija, tanto honor, reverencia y dulzura entre un Hijo y una Madre, ni tantos atractivos entre una esposa y su esposo. No corresponde sino a la divinidad hacer todo divinamente en la que es Madre, hija y esposa, la cual participa de su poder, de su saber y de sus deseos a través de sus amorosas inclinaciones, debiendo haberla constituido tal y como es por obligación de conveniencia después de haberla establecido en sus honrosas prioridades de hija, Madre y esposa; pero sobre todo, de haberla hecho Madre, Señora y maestra del Verbo Encarnado, al que ella sometió al divino Padre en la plenitud de los tiempos, después de haber él permanecido, por toda la eternidad, independiente [251] en su seno, igual a él y al Espíritu Santo, produciéndolo junto con el Padre como un solo principio.

            Espíritu que se alegró al proyectar su sombra sobre los ardores de María en sus propias entrañas, mientras concebía al Verbo eterno, constituyéndolo como hombre, por lo que pudo decir: Poseo un Hombre-Dios por la gracia divina y mi cooperación espiritual y corporal. Al consentir mentalmente y dar corporalmente mi propia sustancia a la persona divina del Verbo, que es Hijo natural del Padre inmenso e hijo natural de la madre limitada por ser una criatura, su maternidad la hace eterna, inmensa e infinita. Eterna porque tiene poder sobre el eterno en cuanto Madre suya; inmensa, porque la humanidad de Jesucristo se unió hipostáticamente al Verbo divino. El tomó sobre sí los bienes de esta Virgen y los divinizó, debido a que dos naturalezas no componen sino a un Jesucristo. Jamás dejar lo que una vez tomó; por ello la heredad infinita de María radica en la infinitud del mismo Dios, que es su Hijo.

            Dije, como fundamento, que Dios puso su tabernáculo en el sol. Los santos han sido iluminados por Dios; también a María se dijo: Iluminas admirablemente desde los montes eternos, (Sal_75_5), pero con una claridad que no puede ser contemplada con los ojos creados. María está penetrada de sol; María está rodeada de sol. Si en este divino sol no se hubiera encontrado Dios por esencia, María lo habría ganado con el poder del amor y sus atractivos. Me atrevo a decir que lo ganó al someterse por amor a la divinidad. Por esta razón, tendrá ascendiente sobre él por toda la eternidad. Sus ojos son reyes que someterán eternamente a Jesucristo a sus dulces leyes. David dijo que él inclinó su corazón a la ley de Dios y a sus testimonios. Jesucristo inclina su entendimiento y sus afectos, brillantes y ardientes, a los mandatos de María, rodeándola como un sol y sirviéndole de vestidura.

            Estás revestida de luz como de una túnica oh María de Dios. Oh Hija de Dios. Ho Madre de Dios. Ho Esposa de Dios. ¿Con qué majestad te manifestarás? La Majestad divina se complace en hacerte magnífica: tú misma eres su grandeza. Ante los demás se manifiesta con toda majestad, pero ante ti es sólo un niño, aminorando su gloria para deleitarse en la tuya. De ti nació Jesús, [252] que es llamado el ungido; es decir, rey y sacerdote de dignidad eterna, separado de los pecadores, consagrado, inmaculado, nacido del Padre en el esplendor de los santos. El es el único nacido de ti por ser tú la flor de Jesé, la toda hermosa.

            El es inocente, rayo del sol divino, rayo del sol humano, Hijo del seno del Padre, Hijo del seno materno; el Hijo de los pechos del Padre de los cielos, en cuya esencia es el Benjamín. Es también Hijo de los pechos de aquí abajo, en el interior de las entrañas y al exterior, porque María está compuesta de cuerpo y espíritu. Nació de ella por nosotros, aunque no había nacido del Padre para dársenos, por haber nacido desde la eternidad, permaneciendo en su seno sin salir de él. Las tres personas son inseparables. De no haber sido por los atractivos de María, el Verbo divino jamás hubiera salido al exterior de su divina mansión; mejor dicho, jamás hubiera hecho su extensión ni su estación en la criatura; jamás hubiera sido el Verbo humanado.

            Hizo bien en ser lo que es; de otro modo, el amor lo habría reducido a la nada. Así como el amor destruyó durante cuarenta horas el compuesto, habría consumido y destruido algo más sencillo, si su simplicidad no fuera tan inmutable como su inmensidad, en la que es estabilidad eterna por ser Dios, que no puede cambiar. En tanto que todo envejece como una vestimenta, él permanece por siempre como el ser eterno y sin alteración. El demostró la fuerza de su amor por ser el Hijo del Altísimo, queriendo manifestarse y ser el Verbo humanado: el más grande y el más pequeño, Dios y hombre, Creador y criatura.

Capítulo 31 - La fe y la confianza de la Virgen vencieron al mundo. Ella consiguió la victoria sobre todos los enemigos. Ella es el misterio oculto en Dios porque en ella moran los tres que dan testimonio en el cielo y en la tierra. 16 de septiembre de 1636.

            [255] Pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe (1Jn_5_4).

            El discípulo amado de su Maestro, que es la soberana verdad, nos asegura que esta fe es la victoria que ha vencido al mundo. Pues ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad. Pues tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y los tres convienen en lo mismo. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el espíritu, el agua y la sangre, y los tres son uno (1Jn_5_5s).

            La Iglesia universal cree en verdad y sin dudar que Jesús es hijo de Dios, que se encarnó en el seno de la Virgen, que nos redimió, que es Creador, Redentor y Glorificador; que es un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, que vino por el agua y por la sangre, que tomó carne en María por obra del Espíritu Santo, y que el poder del Altísimo cubrió con su sobra a esta Virgen pura, lo cual fue una maravilla desconocida ante el mundo, pero evidente en presencia de la divinidad.

            Encarnación que fue el misterio escondido en Dios, ignorado en el tiempo. Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles Col_1_26s). [256] Misterio que Dios quiso revelarnos en la plenitud de los tiempos a través de su Hijo y de su Espíritu Santo. Revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente por las Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe (Rm_16_25s).

            Misterio que el gran apóstol debía anunciar consciente de su bajeza: A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en DiosCreador de todas las cosas, para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos, mediante la Iglesia, conforme al designio eterno (Ef_3_8s).

            Virgen Santa, tú obtuviste para mí la gracia de hablar de ti, que eres el gran misterio creado y la pura criatura que es la incomparable, a la que Dios predestinó desde la eternidad para ser Madre de su Hijo y la victoria que vence al mundo, al demonio y a la carne. Esta es nuestra fe: que por ti tengamos acceso a Dios, tu Padre, tu Hijo y tu Esposo.

            Nosotros creemos que eres la Hija del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo. Creemos que desciendes de patriarcas, profetas y reyes; que eres de la simiente bendita de Abraham, de Isaac y de Jacob, que recibieron la bendición en consideración a tu dignidad admirable, por ser tú la primogénita de toda criatura.

            Creemos que viniste al mundo predestinada, y que la gracia te fue concedida desde el instante de tu concepción; que tu alma fue infundida en tu sagrado cuerpo en plenitud de pureza, como un río impetuoso que alegra toda la ciudad de Dios, el cual te auxilió al despuntar la aurora con los rayos de su divina faz, que irradió sobre ti. La nube de pecados originales y actuales jamás se interpuso entre tú y Dios, el cual habitó en ti para hacerte firme [257] en su amor: Dios está en medio de ella, no será conmovida, Dios la socorre al llegar la mañana (Sal_46_6).

            Toda la Trinidad te escogió para ser su templo sagrado, el Espíritu Santo te hizo su divino sagrario, habitando en ti de manera inefable desde tu concepción. Por ello el ángel añadió a la Anunciación: El Espíritu santo descenderá sobre ti, etc., como queriendo decir: No temas, Señora mía, Dios ha estado y está contigo desde tu concepción, el Espíritu Santo, que jamás te ha dejado, volverá de nuevo en una venida sublime a fin de obrar el divino misterio, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra mientras que el Verbo se encarna; es decir, que el Hijo nacerá Santo en ti en este momento, y de ti al cabo de nueve meses. Tú serás la única Virgen y Madre, tú serás la victoria que vencerá al mundo; tú serás la fe del pueblo fiel, que podrá decir en verdad lo que el predilecto de tu Hijo afirmó con toda verdad de él: lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe (1Jn_5_4).

            María, pura por excelencia, es nuestra victoria, por haber atraído a la tierra al Hijo del Altísimo, quien se sujetó a su Madre, la cual creyó en las divinas promesas. Ella tuvo fe en que podía ser Madre y Virgen por obra del poder divino, y así todo se cumplió perfectamente en ella. Su Hijo está de acuerdo en que diga yo que ella es nuestra fe, sin derogar lo que él es por naturaleza.

            Podemos describir lo que María es por la gracia: es tres veces santa en el cielo y en la tierra, porque en el cielo da testimonio de la perfecta sumisión de una hija, de la absoluta autoridad de una Madre y del incomparable amor de una Esposa. Estas cualidades integran una sola María, que las ejerce admirablemente en la tierra. Ella somete las almas al Padre; ella da poder al sacerdote sobre su Hijo, porque el cuerpo de Jesucristo es de María y la consagración se hace del cuerpo y de la sangre; y por concomitancia, el alma y la divinidad se encuentran allí, de manera que los sacerdotes son convertidos en padres y madres de Jesucristo al producirlo sobre el altar en virtud de las palabras [258] sacramentales.

            Ella obtiene el fervor a las almas que vuelven a engendrar a Jesucristo en su corazón y en el de los demás. Ella atrae hacia el Dios del amor una innumerable muchedumbre de esposas sin distinción de sexo y condición. Ella viene a nosotros por el agua, la sangre y el espíritu. Ella es arteria de gracia: nuestra tierra estaba seca y estéril, maldecida a causa del pecado. El hombre, que era carne y sangre corrompida, era incapaz de recibir y conservar el espíritu de Dios, quien dijo que su espíritu no habitaría en el hombre carnal.

            David gimió: Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua tu justicia (Sal_51_16). Haz venir a María, a fin de que ella te ofrezca un sacrificio de justicia y una oblación pura de su preciosa sangre y de su propia carne, que revestirá a tu Verbo divino, el cual se ofrecerá en holocausto perfecto a fin de que manifiestes tu bondad, aceptando esta víctima purísima. Después de repudiar la sangre de toros y machos cabríos, te será agradable el de Jesús establecido en María, quien vino a nosotros por el agua, es decir, por un privilegio de la gracia que jamás se ha concedido a ninguna otra criatura por la sangre y por el Espíritu Divino.

            Nunca antes, ni los hombres ni los ángeles, hubieran podido inventar una maravilla tan grande como María. El divino amor fue quien halló a esta mujer fuerte, no sólo en los confines de la tierra, sino más allá de las bóvedas azuladas. El la encontró en su mente amorosa y en sus designios eternos, ocultos tanto a los siglos pasados como a los ángeles, hasta poder enviar un san Pablo que dijese con grandísimo respeto: Dios me envió para proclamar esta maravilla: María oculta en Dios a los siglos pasados. Permíteme, divino apóstol, que declare contigo la misión que Dios me confió a mí, que soy la última de sus criaturas y la más humilde de sus siervas: la de anunciar la buena nueva de los tesoros de su gracia y las excelencias de María, que son riquezas insondables para las criaturas, riquezas que el Hombre-Dios concedió y comprendió. El permite a ciertas almas decir algo sobre ellas a los que deben entender los misterios ocultos a los siglos en él, que es Dios, [259] creador de todas las cosas. El permite que una hija proclame las maravillas de su Madre: para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades (Ef_3_10).

            Fui llamado, dice el apóstol, para enseñar estos misterios no sólo a los hombres, sino también a los ángeles. Este es el don que recibí en la Iglesia a través de aquel que es la sabiduría de Dios Encarnado, que posee en sí mismo toda la ciencia y sabiduría del Padre, en el que habita corporalmente la plenitud de la divinidad, el cual me asignó el oficio de juez sobre las doce tribus y aun el de juzgar a los ángeles, los cuales aprenderán de mí y de mis imitadores los misterios que no se han sabido en el cielo porque el Hombre-Dios debía enseñarlos en la tierra a su esposa, la Iglesia, nacida de su costado; es decir, de su corazón, a la que revela los secretos de su aposento nupcial, si no es que ella misma es dicho tálamo, en torno al cual los ángeles son apostados para cuidarla e intimidar a los espíritus nocturnos que no osan a acercarse a los rayos de sus divinas claridades, huyendo de la luz cual aves de la noche.

            Designo a los santos ángeles como divinas claridades por participación, por cuyo medio, antes de la Encarnación, Dios se comunicó a los hombres, debido a que el Dios de bondad los constituyó ministros suyos, dando la ley a través de su ministerio. A partir de la Encarnación, él es el ministro adorable y adorado, que derrama sobre los hombres sus favores especiales, haciéndolos hermanos, participantes de su divina naturaleza y coherederos suyos. Encomendó además a los ángeles acudir en su auxilio para la adquisición de esta heredad, en calidad de ministros de fuego que en ocasiones tienen la misión de prender la llama e iluminar los entendimientos de las almas queridas, hasta llegar a cierta medida, después de la cual se detienen para adorar al sol en su tabernáculo.

            Me estoy refiriendo al Verbo Encarnado, sol de justicia, que penetra en su t lamo y les cierra las cortinas del lecho cuando le place, diciendo: Mi secreto, para mí; como mi esposa es una conmigo, el ángel no siempre tiene permiso de entrar en el consejo y escuchar lo que en él se dice, ni en el gabinete secreto de la Majestad enamorada divinamente de la naturaleza [260] humana para ver lo que ahí sucede. No concedió al ángel el privilegio de sentarse a su diestra, como al hombre: ¿A qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú: yo te he engendrado hoy? (He_1_5).

            El humildísimo ángel recibe con respeto lo que Dios le enseña de más secreto a través del hombre, en especial lo que concierne a la economía de la Encarnación y de la Iglesia, a la que va iluminando de claridad en claridad por medio de su divino Espíritu, que no desdeñó ocuparse de su gobierno por considerarla esposa del Verbo Encarnado, a la que desea ver sentada a su diestra como una Reina vestida con túnica de oro adornada con todas las piedras preciosas de las perfecciones angélicas y humanas; es decir, que lleve en sí, por participación, las perfecciones de su amorosa divinidad, que le permiten enterarse de los secretos de su Rey, que es su Esposo gracias a la acción del Espíritu Santo.

            Por ello dijo Gabriel a la Virgen que el Espíritu Santo le enseñaría el misterio que ella deseaba saber, ya que ni él ni toda la naturaleza angélica podrían expresarlo por ser el misterio oculto en Dios, que ella le enseñaría al convertirse en madre del Hijo único del Padre, que deseaba permanecer en su seno y nacer de ella en el tiempo, así como nació de su divino Padre en la eternidad.

            Los tres que dan testimonio en el cielo empíreo serían sus testigos en el cielo intelectual de sus tres potencias e inefables riquezas de su amor divino, el cual descendería a ella para hacerla digna morada suya y revestirse de su propia sustancia. El divino Verbo, obró de este modo para que, por concomitancia, el Padre y el Espíritu Santo dieran testimonio en la tierra bendita de su sagrado cuerpo de que ella es Madre y Virgen, de que el Verbo Encarnado es un Dios simplísimo con el Padre y el Espíritu Santo y que siendo tres personas distintas, son una esencia indivisible, que está toda en el Padre, toda en el Hijo y toda en el Espíritu Santo.

            El Padre la comunica al Hijo por vía de generación, y el Padre y el Hijo al Espíritu por vía de producción; Espíritu que es el lazo y el amor de los dos, el cual rechazó toda carne corrompida por tener el designio de reposar en María y tomar su sangre [261] purísima para formar y nutrir con ella el cuerpo del Verbo, que deseaba venir a nosotros a través del agua purísima y virginal de la sustancia de María y de la sangre inmaculada de la Virgen, que jamás se apartó del amor a Dios, siendo en todo momento un espíritu unido al espíritu divino.

            Me atrevo a decir que la creó en el Espíritu Santo: la dio el ser en el Espíritu santo (Si_1_9), para sentarla en su trono y que tuviese autoridad sobre el Verbo Encarnado, que es Dios. María fue concebida Hija de Dios porque jamás contrajo el pecado, causa de que seamos concebidos como hijos de ira y que nazcamos enemigos de nuestro Creador, con excepción de los que santificó en el vientre de sus madres, que son raros. Muy pocos han recibido este favor.

            Dios vino a nosotros por el agua y la sangre, no por el agua sola, sino por una y otra, así como por el espíritu de María, que dio su consentimiento a las divinas palabras dictadas al ángel por la divinidad, que es espíritu de verdad, a la que adora en espíritu y en verdad. María fue aquella que el Padre buscó y encontró para ser verdadera adoradora y a la que dio su Hijo para que fuera suyo, porque este Hijo es común al divino Padre y a María por indivisibilidad.

            La Divinidad vino a nosotros, por tanto, a través del agua, la sangre y el espíritu de María, que darán testimonio eterno en el cielo así como lo dieron en la tierra de que la segunda persona de la Trinidad es verdadero hombre por el agua, la sangre y el espíritu de María. Los hombres van a Dios y al cielo en virtud del agua y de la sangre que María dio con el perfecto consentimiento de su alegre y humilde espíritu.

            Los hombres somos salvados y rescatados porque Jesucristo pagó el precio de nuestra redención con su sangre y con el agua de sus sudores; es decir, de su costado, siendo voluntad suya que su Madre estuviese al pie de la cruz para ratificar el don que ofrecía a la divina justicia, pagándole con rigor mediante una copiosa redención del cuerpo y de la sangre que tomó de María, sin dejar de ser súbdito suyo tanto en la cruz como en el pesebre. El dependía de María; si ella se hubiera opuesto, ignoro si todo hubiera sucedido de distinta manera, debido al libre albedrío y ascendiente que María inmaculada tenía sobre Jesús, su hijo inocente, que murió porque así lo quiso, [262] para salvar a la humanidad pecadora.

            No ignoro que María y Jesús, en cuanto creados, no fuesen dependientes de la Divinidad y, por tanto, obligados a su divina voluntad. Cuando plugo a la divina Trinidad mandar con poder absoluto e indiscutible, el Verbo, que era el soporte del alma y del cuerpo de Jesús, tuvo el poder de mandar esta muerte, pero la cortesía del divino príncipe no quiso recurrir al mandato riguroso, sino al de bondad, la cual se manifestó en la Encarnación en María, en el nacimiento, en la muerte y hacia todos los hombres con su humanidad, no porque lo mereciésemos, sino debido a la misericordia que quiso darnos un baño de regeneración en la muerte de aquel a quien el Padre engendra desde la eternidad y María en el tiempo, sin decir con ello que la naturaleza divina haya muerto en la cruz, porque el Verbo jamás abandonó el alma ni el cuerpo que tomó en María. Solemos afirmar al comunicarnos con el idioma, y basándonos en las acciones, que el Hijo de Dios murió por nosotros. Sin embargo, el alma y el cuerpo estuvieron siempre unidos hipostáticamente a la persona del Verbo divino, el cual confirió al cuerpo y alma a los que apoyaba en calidad de soporte, un mérito infinito con el que pagó más que suficientemente las culpas de todos los hombres, mereciéndoles así una gloria inefable a la que los elevó por la sangre de María. Creo tener razón al decir que el alma de María residía más amorosamente en la sangre que dio al Verbo divino al que amaba, que en su propio cuerpo al que animaba, porque al ver esta sangre virginal correr adorablemente en la segunda persona, se adhirió a ella con una devoción amabilísima, ya que nadie odia su carne y su sangre. Qué fuego tendría la Virgen hacia el cuerpo de su Hijo. Me siento incapaz de expresar este ardor. Sólo el Verbo Encarnado y su Madre, que lo sintieron y sienten, podrían expresarlo experimental y doctamente. El Padre y el Espíritu Santo lo comprenden, como el Verbo, de manera sublime. Los tres dan testimonio de ella en el cielo y en la tierra cuando se complacen en darla a conocer por iluminación y por inspiración, concediendo una chispa a algunas almas, [263] que es suficiente para encenderlas en fuego e impulsarlas a decir con el profeta: Ha lanzado fuego de lo alto, lo ha metido en mis huesos (Lm_1_13), y exclamando: Ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla (Sal_138_5). Lo que el alma no puede comprender es para ella una noche clarísima en sus delicias, porque esta noche, en la luz de la fe, es para ella más brillante que el día. No teme naufragar en el océano de sus comunicaciones admirables, porque mira la estrella y es mirada por María, hija del Padre, Madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo, que posee en sumo grado el poder, la sabiduría y la bondad para asistirla al lado de la augusta Trinidad, mostrándose como hija en sus humildísimas súplicas; como Madre por sus sabias recomendaciones y como esposa por una amorosa solicitud a través de la cual el divino Espíritu accede a todos sus deseos, por haberle concedido los mismos deseos de su corazón, que se deleita en su divino amor, mediante el cual ella engendra en el cielo y en la tierra hijos de gracia y de gloria. Esto no es de maravillar, porque engendró al Dios de la gloria que venció al mundo, que nació de Dios y de María, la cual creyó por todos nosotros que el Salvador de todos podía y quería constituir al Hombre-Dios, haciendo que Dios se hiciera hombre, pero hombre mortal unido hipostáticamente al Dios inmortal.

            La fe de María pudo esto, abajando al Altísimo mediante una amorosa victoria al creer que el Hijo de Dios podía ser su hijo sin detrimento de su virginal pureza, y que fue purísima al ser Madre de aquel que es el esplendor de la gloria del Padre, figura de su sustancia, imagen de su bondad y espejo sin mancha de su majestad. Fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas. El Verbo divino, que es la emanación purísima de la luz omnipotente del Padre en él y en su divino Espíritu por divina circumincesión, resolvió desde toda la eternidad entrar en María acompañado de las otras dos personas supremas, que son inseparables debido a su unidad esencial, a pesar de ser distintas en sus propiedades personales.

            Al entrar en María, quiso alcanzar desde un confín hasta el otro, ideando la admirable invención de unir lo finito a lo infinito, al Altísimo con lo bajísimo, al Criador con la criatura, en el instante mismo de la Encarnación. Se despliega vigorosamente de un confín al otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo (Sb_8_1).

            ¿Cómo es tu amor por María? Es un amor eterno, que no es joven ni viejo. Hija mía, no puedo decir: Yo la amé y la pretendí desde mi juventud (Sb_8_2). ¿Quién podría comprender cuánto he amado a mi Madre, si afirmara que la busqué desde mi juventud? La he amado con un amor eterno; la encontré dentro de mí para ser mi Madre, mi guía y esposa en el tiempo en que me haría niño en ella y de ella y me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza. Realza su nobleza por su convivencia con Dios, pues el Señor de todas las cosas la amó. Pues está iniciada en la ciencia de Dios y es la que elige sus obras (Sb_8_2s).

            Cuánta generosidad demostró al decir: Hágase en mí según tu Palabra. Con ella aceptó la maternidad divina, rodeando al oriente que entró en sus entrañas, en las que permaneció nueve meses durante los cuales ella le glorificó interiormente en sí misma, y exteriormente en casa de Zacarías.

            Esta Virgen amó más a Dios que todas las demás criaturas, y fue amada por Dios sobre todas ellas. Como fue enseñada por el Espíritu Santo, es la más docta de todo el universo por haber engendrado a la sabiduría encarnada, que quiso aprender de ella por experiencia lo que sabía ya por eminencia. La obra de la Virgen es su Hijo, el cual es obra del Dios Altísimo. ¿Puede haber expresión más sublime que decir que el Hijo del Altísimo es el Hijo de María, igual al divino Padre y súbdito de esta Madre, la cual comprende verdaderamente que la voluntad divina es que su Hijo la obedezca y observe las leyes que dio a los demás hijos, sin omitir una sola tilde?

            Hasta en el cielo empíreo María sigue teniendo poder sobre su Hijo, a pesar de ser cabeza de los hombres y de los ángeles, que la reconocen como a su [265] Emperatriz y Madre del soberano Dios, el cual no concede favor alguno sin que pase por su Madre, a fin de que todo sea testimonio de su bondad hacia los hombres y los ángeles, y que ella sea la Victoria que sobrevoló los cielos y la tierra: el cielo mediante su confianza, y la tierra a causa de su fe; confianza que venció al mismo Dios, fe que venció al mundo y a la tierra, la cual es incapaz de retenerla por ser la Incomparable.

            Ella tuvo, para amarlo, el cuerpo de su queridísimo Hijo, que está compuesto del de María; cuerpo y sangre que atraen a Dios a nosotros; cuerpo sagrado que es nuestro viático y camino para ir hacia Dios, que es camino y término, todo a una, porque en el divino sacramento se encuentra la soberana felicidad, aunque velada, pero con un velo que atraviesa la fe para unir a la persona que comulga con el soberano bien, con tanta o más dicha que Moisés cuando dijo que hablaba con Dios como un amigo con su amigo. Puede decirse que, cuando una persona comulga con amor, habla boca a boca con Dios altísimo.

            María entonó el cántico de gracia al Dios de la gloria cuando vio a su pueblo en medio del Mar Rojo de su sangre alimentado con el maná de su propia sustancia, abrevado, es decir, embriagado por este torrente de delicias y transformado por dicha recepción, en un mismo espíritu y una misma carne con Jesús y María.

            Tres son los que dan testimonio en el cielo del espíritu: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno; tres son los que dan testimonio en la tierra del cuerpo que ha comulgado: María, Jesús y el comulgante, con una fe virginal que es la victoria que ha vencido al mundo.

            Todos estos favores llegan de Dios hasta nosotros a través de María, que es la Madre de los hijos de gracia y de adopción, a los que son contrarias las máximas del mundo. Si recibimos los testimonios de los hombres, con mucha mayor razón debemos recibir el del Hombre Dios y el de su Madre Virgen, que se nos dio por Madre porque Jesús nos engendró en la cruz por la sangre y el agua que brotaron de su costado, cuando exhaló su espíritu sobre nosotros al inclinar su cabeza; espíritu que recibió y conservó su Madre de manera admirable, por [266] estar siempre unida a Dios trino y uno en el cielo y en la tierra.

            Como hija, Madre y esposa queridísima, llevaba en ella el agua y la sangre, conservando en sí misma a los tres que dan testimonio en el cielo y en la tierra a la hora de la muerte de su Hijo. En ella se apoya la Iglesia y es preservada, por ser su Madre, ya que su Hijo encomendó María su discípulo amado, en cuya persona puso bajo su amparo a todos los fieles, que son sus hermanos por adopción y herederos con él.

Capítulo 32 - La humildad, el fervor y la fe de san Miguel lo convirtieron en lo que es delante de Dios y sus criaturas. El venció el dragón en virtud de la sangre del cordero, de la fidelidad, de la fe y del respeto del embajador san Gabriel.

            [267] El día de san Miguel, estando en oración después de la santa comunión, comprendí que la humildad y el celo por la gloria de Dios y del Verbo Encarnado elevaron a san Miguel al primer rango que posee en medio de los ángeles, mismo que perdió Lucifer a causa de su orgullo y rebelión al rehusar someterse a un Hombre-Dios, por el cual y en cuyo nombre combatió san Miguel, sujetándose con profunda humildad a esta naturaleza inferior a la angélica, pero ensalzada infinitamente por encima de ella por medio de a la unión hipostática, la cual no era debida al ángel, como lo pretendió el espíritu soberbio.

            Como Dios es libre en la comunicación de sus dones y san Miguel se sometió, fue elevado tan alto, que, en cierta manera, el Verbo Encarnado se sometió a él por ser intendente de la nación judía, y en particular de la tribu de Judá; cuyo pueblo y tribu se hallaban bajo la dirección de este admirable guía, el Hijo de Dios, en cuanto hombre, estuvo bajo su dirección y tutela en cierto modo; no contentándose con estar bajo la ley, y naciendo de mujer para librar de los rigores de la ley a los hombres que debían observarla, antes de que él la cambiara según la dulzura de la gracia y de la fe mediante la cual es justificada el alma si acepta vivir de la fe que se fundar en el Verbo Encarnado.

            El justo vive de la fe. san Miguel parece haberla puesto en práctica al adorar al Verbo humanado que le fue prefigurado al encarnarse en las entrañas de la mujer. San Juan en su Apocalipsis nos describe las maravillas que san Miguel y sus ángeles obraron en reconocimiento de la divina Encarnación que quiso obrar el Verbo, tomando un cuerpo en las entrañas de una mujer en cuya defensa san Miguel combatió y abatió al dragón, que parecía codiciar su fruto. San Miguel, generalísimo de los ejércitos del Dios vivo, demostró que luchaba para gloria del Verbo, cuya voluntad fue hacerse hombre mortal para vencer en virtud de la sangre que debía ser derramada: Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron (Ap_12_11).

            Miguel no dudó ni del poder ni de la voluntad del Verbo cuando supo que deseaba encarnarse. Abraham creyó en lo que Dios le dijo u ordenó bajo la apariencia de un ángel su fe y la firme creencia en ello le fueron reputadas por justicia. Como san Miguel no admitió duda alguna respecto a los misterios que la divina voluntad deseaba obrar en la tierra, su fe le fue reputada por justicia, siendo confirmado en gracia y en gloria, después de lo cual se hizo acreedor a la complacencia que Dios tiene en su fidelidad a todos los oficios que la Trinidad le ha confiado, y de ser el gestor del misterio de la Encarnación, así como san Gabriel fue el embajador de la misma. San Gabriel pareció hacer un acto de fe cuando la Virgen le preguntó cómo se haría la Encarnación si ella no conocía varón. El respondió: Señora mía, el Espíritu Santo descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y lo que nacerá de ti se llamará en verdad el Hijo del Altísimo. Yo lo creo, porque el Dios de toda verdad me pidió que te lo anunciara. Esta es mi misión. Adoro los misterios que él desea obrar en ti y [268] en la naturaleza humana.

            No me corresponde saber los secretos del tálamo del divino esposo; debo retirarme después de haberte manifestado el motivo de mi embajada y reiterar ante tu majestad los ofrecimientos de mi obediencia y humildísimo servicio como a aquella a la que confieso como nuestra soberana Dama, Madre del Rey del cielo y de la tierra, que es cabeza de los hombres y de los ángeles, al que nada es imposible. El verificará las profecías, nacerá santo de ti y será llamado Hijo de Dios. Su reino sobrepasará los reinos y se elevará por encima de todos ellos. Será infinito.

Capítulo 33 -  La bondad de Dios nos envía aflicciones para que la invoquemos. Su Espíritu Santo hace que todo coopere en bien de los que le aman con confianza. Jesucristo fue escuchado por su reverencia, en favor de su cuerpo místico.

            [269] Cerca de la fiesta del Evangelista san Lucas, encontrándome oprimida por el asma, respiraba con gran trabajo. Ofrecí esta opresión a mi dulce amor como un signo de esperanza en su bondad, y que cada vez que respirara con dificultad trataría de aspirar a él, en quien tengo toda mi esperanza. El mal me movió a acudir al Padre de mi Señor Jesucristo, ante el cual me lamenté, invocándole con estas palabras: Ser de todo ser, reiterándole varias veces esta clase de queja. Al recurrir al auxilio de aquel que es el ser de todo ser, me pareció que no debía detener mi espíritu en esta invocación al divino Padre, por recordar que oí decir que un filósofo pagano la expresó de igual manera antes de morir. Temí equivocarme al repetir las palabras de un pagano. El Espíritu Santo me instruyó diciéndome que esta suerte de invocación complacía a la divina y paternal misericordia, que es fuente y origen de la Trinidad; que el divino Padre puede ser llamado Ser de los seres, porque el Hijo recibe de él su esencia, y yo el Espíritu de los dos en un solo principio. Es el Padre de las misericordias y el Dios de todo consuelo, que nos reconfortar en toda aflicción. Habiendo creado al hombre por misericordia, envió a su Hijo también por misericordia. Con esta inteligencia, proseguí mis quejas, más amorosas que dolorosas, diciéndole: Ser de todo ser, ten piedad de mí. Otro día me vino a la memoria que el Salvador fue escuchado a causa de su reverencia, no sabiendo si aplicar dichas palabras a la oración que hizo en el huerto, o a los clamores y lágrimas que derramó en la cruz. Estando próxima a comulgar, mi divino Amor me dijo: Quiero que sepas, hija mía, que fui escuchado según mis palabras en la cruz cuando lancé un fuerte grito, habiendo vertido lágrimas adorables que fueron los signos que acompañaron mi expiración, así como ves que sucede a las personas que expiran. Al ver sus dos últimas lágrimas, se dice: ha expirado. [270] Hija, un alma que ha consumado su vida en mi amor, lanza un fuerte grito al no encontrar criatura alguna que la pueda consolar. Al dejarse caer en mi amoroso y paternal cuidado, dice: Todo está consumado, adoro tu vigilante providencia, poniéndome en tus manos benditas. Inclino mi cabeza y te entrego mi espíritu con todo respeto. Termino mi vida con lágrimas, así como la comencé: llorando. Espero que consueles mi espíritu en la tierra de los vivos, en la que te veré pleno de gloria y de verdad al salir de la tierra de los muertos.

            Las lágrimas son poderosas delante de la majestad divina. Cuando el Verbo Encarnado quiso obtener de su divino Padre algunos favores señalados para los que amaba, rompió en llanto. Lloró en la resurrección de su amigo Lázaro, lloró al prever la destrucción de Jerusalén, y aunque fue destruida en el tiempo predicho, su Padre y él, en consideración de sus lágrimas, enviaron al Espíritu Santo a Jerusalén porque las lágrimas de Jesús merecieron este favor. A pesar de que los judíos cometieron un crimen expulsando de ella al divino Salvador al salir de ella para dirigirse a la muerte, quiso que la Escritura se cumpliera: Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra del Señor (Is_2_3).

            El apóstol nos dice, refiriéndose al tiempo en que quiso obtener la consumación de la salvación de todos los hombres: El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_7). Si quisiera entenderse por esto la oración en el huerto, habría contradicción, por parecer que mi oración no fue escuchada enteramente, ya que no pasó de mí el cáliz; mi Padre no me libró de la muerte en mi cuerpo natural. Sin embargo, obtuve la vida para mi cuerpo místico y la gloria para mis elegidos a través de mi sacrificio, mis oraciones, mis lágrimas y mi clamor.

            Siendo el Altísimo, me anonadé; por eso Dios mi Padre me oyó y me exaltó, de manera que toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en el infierno. Cuando el Padre de misericordia vio las lágrimas de su Hijo amadísimo, no pudo rehusar sus peticiones en favor de sus elegidos; no pudo ver al que es su reír en la eternidad, llorar en el tiempo y dejar de escucharle. Esto es lo que su paternal benignidad no pudo ver sin la compasión que le es natural, por ser propio de él ser misericordioso y perdonar a todos aquellos para los que su Hijo pide la salvación eterna, obteniendo para ellos el favor de perseverar en la gracia que les ha concedido y les concederá.

            Padre Dios, que engendras a tu Hijo, comunicándole tu esencia por vía de generación, produciendo con él al Espíritu Santo, al que como un solo principio comunicáis el mismo ser; te pido me envíes al Hijo y al Espíritu Santo. Por ser inseparables de ti, y por ser indivisible tu naturaleza, te tendré junto con ellos. Como eres un Dios único sobremanera, seré consumada en tu unidad por tus divinas llamas.

            Así como el Verbo Encarnado es el reino de Dios y su justicia, sus hijas deben buscarlo y con él, dar cumplimiento a toda justicia, porque es menester sufrir para poseerlo.

            [269] El 27 de octubre de 1636, después de comulgar, traté de entrar en aquel que había entrado en mí. Pedí que una puerta me fuera abierta en el cielo de la divinidad para poder contemplar el arca de la alianza, es decir, el corazón de Jesucristo. La misma adorable arca, movida por su propia bondad, pidió con amor lo que más agradara a la divina paternidad.

            Escuché estas palabras: Buscad primero el Reino y su justicia, y todas esas cosas, etc. (Mt_6_33). Pregunté qué era el Reino de Dios y su justicia, y se me comunicó que el Verbo divino es el Reino de Dios, y que su justicia es su humanidad, la cual sufrió para satisfacerlo.

            Dios, en sí, es bueno, su bondad esencial es su reino. Dios es justo hacia nosotros, Jesucristo es Dios de Dios y el hombre inocente de María inocente; pero como se hizo responsable por los culpables, es decir, por el género humano, se manifestó en la similitud de la carne del pecado, y Dios descargó sobre él su justicia, a la que pagó con todo rigor las deudas de los hombres. Por haberlos redimido a todos, todos le pertenecen a titulo de redención. A él se dio todo poder en el cielo y en la tierra. Hija, busca y pide el Reino de Dios y su justicia, y todo se te dará con él. El Verbo Encarnado es este reino y su justicia. Es necesario que las hijas de esta Orden posean en la parte superior del espíritu el Reino de Dios, es decir, el Verbo, y que sufran aquí abajo por la justicia. Entonces todo les pertenecerá, y ellas al Verbo Encarnado.

            Es menester que cumplan toda justicia a imitación del Verbo Encarnado y de su precursor, superando todas las dificultades, porque desde los días del gran Bautista, el reino de los cielos sufre violencia y sólo los violentos lo arrebatan. Que renuncie ellas mismas, que lleven la cruz, que sigan al Verbo Encarnado, que mueran cada día, pero por él, por medio de continuas mortificaciones. En suma, que pierdan sus almas en esta vida amándole y por su amor, a fin de que la encuentren en la otra en el amor que hace que el alma viva más justamente en Dios, al que ama, que en su cuerpo al que anima.

            El gran apóstol encontró este secreto cuando dijo: Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga_2_20). No era él quien vivía, sino Jesucristo en él. Aunque su cuerpo tenía todavía por delante permiso de detener su espíritu, que se decía ciudadano de este mundo, se estimaba como un forzado, llamándose desdichado y buscando un tirano que lo librara de él, como hizo Nerón. Sólo la voluntad de Dios por la salvación de sus hermanos le permitió perseverar en la tierra; su alma no hubiera podido consentir en ello si la cruz de Jesucristo no hubiera sido el contrato mediante el cual se ligó a la vida temporal, en espera de gozar de la eterna, a la que aspiraba y por la que suspiraba.

            San Pablo no buscaba, según parece, el Reino de Dios al dirigirse a Damasco, sino que el Reino de Dios le salió al encuentro. Jesucristo, que es el Reino de Dios, lo detuvo en el camino, coronado de luz y revestido para darle a conocer su grandeza y el gozo de su bondad. A partir de ese día, vio el Reino de Dios. Fue arrebatado hasta el paraíso y en él intuyó secretos que no le fue permitido manifestar a los hombres.

            El Salvador dijo a Ananías, al que fue enviado para ser instruido por él acerca de su voluntad, que le mostraría cuánto debía sufrir por su nombre para que pudiera llegar a la posesión del Reino de los cielos.

            Era menester que padeciera para que, así como mi Padre lo preparó para mí, dispusiera yo este Reino para él, al que debía llegar después de muchos padecimientos.

 Capítulo 34 - Sábado y reposo de Dios en sí mismo, en la santa humanidad, en la Virgen, en los santos y en las almas a las que su bondad se digna favorecer.

            [271] Un día después de la santa comunión, daba gracias a nuestro Señor por la gracia concedida a un Padre de terminar felizmente el año. Habiendo acabado su clase satisfactoriamente en él y para él, deseaba emplear el tiempo de las vacaciones en la meditación, para gloria suya.

            El divino enamorado, precavido ante lo que no puede satisfacer, me inspiró que le pidiera mis vacaciones. Me dijo que le alegraba mucho pasarme de grado, elevándome a la contemplación del reposo de su augustísima Trinidad. Se dirigió a todas mis potencias por medio de las palabras de David: Descansad y ved que yo soy Dios (Sal_66_5), invitando a mi alma a dejar las criaturas para descansar y alegrarse en él, que es Creador y criatura, que es Dios, mi principio, mi medio y mi fin.

            Mi amor, elevándome en una alta y sublime suspensión, me despojó de todo lo que no era Dios. Su divino espíritu me condujo hacia un reposo admirable y exquisito, haciéndome experimentar lo que está escrito en Isaías: Y llamas al sábado Delicia, al día santo del Señor, Honorable. (Is_58_13). Me dijo que el reposo y sabbat de Dios radica en sí mismo; sabbat deleitoso, santísimo y gloriosísimo, que consiste en el amor subsistente que es el Espíritu Santo, ya que todas las producciones y emanaciones que proceden del interior de Dios finalizan en el Espíritu Santo, que recibe su ser de las otras dos personas, a las que nada comunica, aunque Dios nunca cesa de obrar en sí mismo a través de sus palabras e inexplicables emanaciones, [272] que terminan del todo en la persona del Espíritu Santo, podemos decir que en la tercera persona realiza su sabbat la Trinidad, sabbat y reposo de una operación eternamente incesante, porque el descanso de Dios consiste en sus operaciones y emanaciones, del mismo modo que las operaciones son eternas.

            Sabbat y reposo amabilísimos y delicadísimos, que la admirable Trinidad y cada una de las divinas personas siente y recibe en sí, mediante la admirable sociedad y unidad de esencia que hay entre ellas. Ninguna de las divinas personas sería plenamente feliz si no tuviera la compañía inseparable de las otras dos y si no reposara en las otras y las otras en ella por la inefable circumincesión, y porque su consentimiento sólo se da en la producción del Espíritu Santo, que es también eterno como el Padre y el Hijo, de los que procede, recibiendo en él toda la abundancia de la divinidad y siendo el término del reposo de las divinas personas.

            El Padre reposa en sí mismo al engendrar a su Hijo, que es el término al que se dirige toda operación del fecundo entendimiento del mismo Padre. El Hijo, al recibir su ser de su Padre mediante la generación eterna, siempre sin dependencia ni imperfección, reposa a su vez en su Padre, en el que se encuentra como Verbo en el entendimiento que lo produce. Reposa al contemplar al Padre, del que es imagen e impronta.

            El Padre se complace al mirar la imagen perfecta de su sustancia, y el Hijo al considerar su prototipo, cuyas perfecciones extrae de tal manera, que posee la misma esencia y la misma divinidad. Cuando la voluntad del Padre y del Hijo no ha llegado al término de su acción, ni tampoco a su reposo y sabbat, no por esto se da en ella diferencia alguna de tiempo, ya que sus producciones y acciones son igualmente eternas.

            Así como el Padre jamás ha sido Padre sin Hijo, ni el Hijo sin Padre, el Padre y el Hijo jamás se han amado sin el Espíritu Santo. [273] Es así como en la misma eternidad, el Hijo procede del entendimiento del Padre y el Espíritu Santo del amor del Padre y del Hijo. El entendimiento produce antes que la voluntad sin distinción ni prioridad de tiempo, cuando el Padre y el Hijo se unen para espirar al Espíritu Santo, que es el término, la meta y como el centro de su amor. Ambos reposan plenamente en el Espíritu Santo; en ellos el sabbat es perfecto, por ser pleno y entero, debido a que todas las operaciones y emanaciones han llegado a su término sin cesar ni desistir jamás, porque el reposo de Dios no reside en la conclusión de sus acciones, sino en sus acciones mismas, en las que el Padre siempre engendra al Verbo, y el Padre y el Hijo producen incesantemente al Espíritu Santo; Espíritu santísimo que es el fin de todas las divinas producciones. Por eso es llamado poder de Dios no activo, no productor de otras personas, no agente fecundo en la divinidad. Sin embargo, hacia él se dirige toda la virtud productiva y creadora de Dios, ya que junto con las otras personas recibe en él a toda la divinidad.

            El Espíritu Santo es el sábado inefable, por ser el beso del Padre y del Hijo y el nudo que los estrecha; el amor con el que ellos se aman y en el que reposan y se deleitan. A su vez, el Espíritu besa a las personas cuyo beso es, se estrecha y se liga con ellas, siendo su nudo y su atadura. Las ama porque es su amor. Reposa en ellas por ser su adorable reposo y la alegría de este delicadísimo sabbat, que todas las personas poseen la unidad de la esencia, la una dentro de la otra, perfeccionándose y colmándose. En esto consiste la divina Bienaventuranza, que se basta a sí misma y no necesita de las criatura alguna.

            Las ruedas que vio el profeta Ezequiel en la carroza de la gloria de Dios estaban de tal manera dispuestas una dentro de la otra, que una se movía al girar la anterior debido a la impetuosidad del mismo espíritu. La gran circunferencia que encerraba y recibía [274] su movimiento de manera inconcebible era tan admirable como la vida y el espíritu que estaban en esas ruedas. Las divinas personas obran, reposan y se encuentran una dentro de la otra de manera mucho más sublime, que sólo ellas conocen. Su movimiento está en su reposo, y su reposo en su movimiento y acción. Llamo a esta operación movimiento no porque aporte en sí cambio alguno, sino porque se realiza, según nuestra manera de concebir las cosas divinas, a través de una impetuosidad y a manera de precipitación: el Padre se apresura, por así decir, a comunicar su esencia al Hijo, y el Padre y el Hijo, con toda la vehemencia de su divina voluntad, a espirar al Espíritu Santo, que es su amor, para besarse entre sí y reposar en él como en el término de su voluntad y de todas sus acciones y el punto inmenso al que se arrolla el círculo de la inmensidad de Dios y de sus operaciones inmanentes y fecundas en sí mismo, movimiento sagrado que tiende al reposo, o que se realiza en el reposo. Reposo inefable que se da en el movimiento.

            El uno y el otro son eternos e inseparables, reposo que no es ocioso ni estéril; movimiento que no es inquieto ni penoso, sino que actúa deliciosamente; acción fuera de la cual Dios no podría encontrar su sabbat. Reposo amoroso que se halla en el Espíritu Santo, sabbat interminable y eterno en su duración y perpetuidad, y de sábado en sábado (Is_66_23). Según la promesa escrita en Isaías, porque el reposo que Dios toma en la comunicación que hace por vía de entendimiento, va necesariamente seguida del que goza en la fecundidad de su voluntad. Dios encuentra este sábado en y dentro de sí mismo. En el interior de su ser, goza de toda la dulzura y delicia de su acción y de su luz; obra dentro de sí; descansa dentro de sí, siendo él mismo el fin y el término de su propia iluminación.

            Este reposo es delicado porque se encuentra en el amor que Dios demostró a los hombres mediante la comunicación que les hizo de sí mismo cuando el Verbo se unió hipostáticamente a la naturaleza que tomó, dándole su propio soporte para servirle de base y de sostén, al grado en que podemos afirmar con toda verdad que Dios es hombre y que el hombre es Dios.

            Todo artesano reposa en su obra con dulce inclinación y amorosa satisfacción al verla perfecta y terminada. La de la Encarnación es la más grande, la más excelente, la más maravillosa de todas las que han salido de las manos de Dios. En ella descansa él con un reposo santísimo y gloriosísimo: glorioso del Señor (Is_58_13), porque su humanidad es santificada sustancialmente por la divinidad misma. Es toda la gloria del cielo y de la tierra.

            La humanidad del Verbo es no sólo la obra en la que Dios toma su sagrado sabbat, sino que ella misma goza de su sabbat en Dios: la parte superior del alma de Jesucristo, mientras fue peregrino, gozó de delicias inexplicables en la posesión de la gloria y de la bienaventuranza, en tanto que la inferior padecía y trabajaba en el camino. Esta humanidad santísima, esta alma que va apoyada en el soporte divino, que a su vez sustenta su sagrado cuerpo, gozará eternamente por encima de los bienaventurados de la divina operación en la que afirmo consiste el reposo y sabbat de las [276] tres divinas personas debido a que participa, en cierta manera, con el ser de Dios, subsistiendo en él por medio de la unión hipostática. Es así como goza de manera eminente del sabático de sus divinas operaciones, y aunque este gozo o reposo parezca ser común a todos los santos en la gloria, existe una gran diferencia, no sólo porque la alegría de esta alma es más grande en su plenitud, más amplia y como una pequeña inmensidad, sino porque los santos gozan del reposo sagrado sólo por gracia y favor y porque el alma de Jesucristo, desde el primer instante de su creación y unión al Verbo divino, recibió connaturalmente dicha visión y gozo como un derecho debido al ser en el que subsistía. En fin, ella se abisma y se pierde en dicha plenitud. Aun cuando no sea capaz de la inmensidad que se encuentra en Dios, el alma de Jesucristo participa en su contento según la exigua medida de la criatura elevada hasta la unidad de persona que tiene con Dios puede ser capaz de ello.

            El tercer sabbat de Dios está en la Virgen, la cual, al responder al Arcángel que le había explicado de qué manera Dios la haría Madre sin tocar su virginidad, y que la virtud del Altísimo, con el Espíritu Santo, obraría en su seno, respondió: Hágase en mí según tu Palabra. Con esto quiero decir que el Verbo del Padre repose en mí, que su divina virtud me cubra como una sombra o nube sagrada y que el Espíritu Santo descienda sobre mí y en mí. ¿Quién podría negar que Jesucristo, Dios y hombre, no se encontrara en ella como en su lugar de reposo y delicado sabbat?

            La misma Virgen, a partir de entonces, inició su reposo y dejó de trabajar, permaneciendo en casa de Zacarías tres meses enteros para celebrar en ella la fiesta de su sabbat. A su llegada, san Juan se estremeció de gozo en las entrañas de Santa Isabel, su madre, la cual profetizó. La alegría de dicha [277] fiesta se prolongó durante la permanencia de la Virgen en casa de Zacarías. Su celebración fue más grande aún, más solemne, más magnífica y radiante al nacer el precursor del Verbo Encarnado. Las montañas de Judá resonaron con gritos de alegría: Muchos se gozarán en su nacimiento (Lc_1_14).

            Este sabbat fue muy célebre y glorioso en la natividad del Salvador: los ángeles lo solemnizaron en el cielo, y en la tierra los pastores los reyes, san José y María. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón (Lc_2_19), celebrando esa fiesta y observando aquel sabbat de manera admirable. La alegría y el júbilo de su corazón sagrado y de su alma bendita eran inexplicables. Ella consideraba y ponderaba interiormente todo lo que se decía de las maravillas que había visto y oído, de las grandezas de su hijo, el Hombre-Dios, reiterando en su espíritu sus caminos de alegría, los cánticos de gozo y componiendo con ellos un concierto melodiosísimo en sí mismo, en medio del cual tomaba en su Dios e Hijo suyo su delicioso sabbat, delicado como su divino Hijo, quien lo había tomado en ella por espacio de nueve meses. Si él salió de su seno virginal en cuanto a su humanidad, permaneció en él junto con el Padre y el Espíritu Santo en cuanto a su divinidad, como en el templo delicioso de la augustísima y adorabilísima Trinidad.

            Plugo a mi divino amor darme a entender que el Dios todo bueno hace su reposo y sabbat en sus santos: Admirable es Dios en sus santos; tú moras en el lugar santo, que te alabe Israel. El se complace y desea que sus santos tomen su sabbat y reposo en él; después de las obras más grandes y los beneficios más señalados que hizo en favor de su pueblo, mandó que se instituyeran y celebraran festividades en memoria de sus beneficios divinos, que para los judíos eran días de asueto, de reposo y de júbilo, como está escrito en la historia sagrada. El toma y cifra su placer en que reposemos en él junto [278] con él. Esta es la razón por la que el sabbat fue llamado Día del Señor. El quiso que Moisés gozara y celebrara junto con él por espacio de cuarenta días en el Monte Sinaí, en la santa penumbra que es más clara al espíritu que todas las claridades que iluminan los ojos del cuerpo.

            El aprobó el sábado y el reposo que Magdalena hizo a sus pies durante su vida mortal, permitiéndole sentarse y descansar mientras gozaba pacíficamente de la dulzura de sus divinas palabras, al mismo tiempo que la buena Santa Marta se quejaba a él confiadamente de que su hermana la dejaba sola en el ministerio de la vida activa, cuyo ajetreo y grandes preocupaciones reprendió él prudente sabia y bondadosamente, diciéndole: Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada (Lc_10_41).

            Para manifestar la verdad de su palabra, quiso él que Magdalena, después de su ascensión gloriosa, hiciera en el desierto un sabático de treinta años, durante los cuales, los ángeles elevaban a su enamorada siete veces al día para celebrar junto con ellos en el cielo, a pesar de la pesantez de su cuerpo, que era elevado y sostenido en el aire sea por los ángeles o por mandato y poder del amor. Magdalena tuvo el privilegio de asistir al servicio divino en compañía de los espíritus alados, y de cantar en el coro de los serafines las alabanzas de aquel que es tres veces santo y llena el cielo y la tierra de su gloria.

            El espíritu y el cuerpo de Magdalena participaron en la celebración que permitía ver a los ángeles el triunfo del divino amor, admirando a esta mujer amante, que se dirigía al seno de su amado para reposar augustamente en él, colmada de delicias como una maravilla de amor, de gracia y de gloria, debido a que era del divino agrado agasajar a su amada.

            A dicho reposo de amor me invitó su divino esposo, quien deseaba que gozara de él. Aunque indignísima, me hizo reposar amorosamente en la contemplación y [279] en la visión sublime del sabbat de Dios en sí mismo, en la humanidad santísima y en los santos. Admiré tan singular sabbat, que se multiplica a través de tan diversas y variadas comunicaciones, las cuales se remontan a la unidad de la que emanaron y fueron comunicadas gracias a la inclinación de la bondad soberana, que es en sí comunicativa. Adoré el sabbat de Dios en Dios. Admiré el divino favor que poseían las criaturas de ser participantes en dicha fiesta, de la que el mismo Dios les permite gozar porque es bueno.

            El me dijo que deseaba morar en mí y establecer en mí su sabbat delicado y glorioso; que se complacía en estar conmigo; que yo hacía sus delicias. Del Señor santo y glorioso: que él me constituía santuario suyo; que sus santos se alegraban ante el reposo que se complacía en tomar en mí, porque yo sólo me complazco y reposo en el Dios del amor, quien me mostró el exceso de su amor hacia mí y sus predilectos, el cual llega hasta el celo al que, hablando a nuestro modo, si es que las pasiones se encontraran en Dios, llamaríamos celos, porque no desea tener rival alguno. Desea ocupar el corazón y llenarlo sólo de él; de lo contrario, no reposará en él. Existe una diferencia entre el amor y el celo: el amor se contenta con amar y poseer su objeto; el celo da muerte a todo lo que le es contrario o que le impide la plena posesión del objeto y del ser amado.

            Me dio su palabra de que, si conservaba este sábado sagrado sólo en él, cumpliría las promesas que me había hecho con frecuencia, las cuales están descritas en el capítulo 58 de Isaías. Me refiero a: Y llamas al sábado Delicia, al día santo del Señor, Honorable y a las que siguen: Entonces te deleitarás en el Señor y yo te haré cabalgar sobre los altozanos de la tierra. Te alimentaré con la heredad de Jacob tu padre; porque la boca del Señor ha hablado (Is_58_13s), [280] a las que la esperanza continua de las delicias que gozaba en el Dios de bondad, justifica plenamente.

            Mi divino amor, habiéndome dado a conocer a través de la claridad de su divina luz sus sagradas operaciones inmanentes en la divinidad, y de qué manera reposa en sí misma, quiso enseñarme también la forma en que obra y reposa fuera de sí en todas las obras de su creación. Me hizo ver en seguida el fin y meta de todas sus acciones, explicándome estas palabras del sabio: El Señor lo hizo todo por sí mismo. Si estamos aten tos a las divinas emanaciones, veremos que en verdad Dios obra por su medio, por sí y para sí; las producciones se realizan en Dios, teniendo a Dios como principio y como término.

            En cuanto a las acciones que obra Dios fuera de sí, de las que habla el Sabio, todas tienden a la gloria del Señor y no se hacen sino por Jesús, a quien el nombre de Señor es, por esta causa, particularmente apropiado. Es pues al Hijo a quien el Padre ha dado toda la [281] creación, por no haber creado el universo sino para él; la Redención le es ya tan propia, que no puede, como a él, pertenecer a ninguna otra de las divinas personas. La santificación no puede serle negada, por ser él su causa meritoria y porque el Espíritu Santo, al que atribuimos toda la santidad de las criaturas como a su fuente de origen, es el Espíritu del Hijo, que lo envía junto con el Padre, dando testimonio del Hijo porque recibe de él la verdad que enseña a los apóstoles y a la Iglesia: Porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros (Jn_16_14b). Su venida al mundo en abundancia de fuego y luz sólo fue para glorificar al Hijo hecho hombre: El me glorificará (Jn_16_14).

            Todo lo que Dios hace fuera de sí es para provecho del Hijo. Hablando con propiedad, el Padre y las demás divinas personas no toman prestada su gloria, que procede de ellas mismas, y que poseen desde la eternidad en toda su plenitud. Así como no pueden perderla ni disminuirla, tampoco pueden acrecentarla. La gloria que les rinden las criaturas, que en verdad es; ora grande, ora pequeña, no hace a Dios más glorioso en sí. Es como que los espejos que devuelven al sol sus rayos, sin por ello hacerlo más luminoso. Permítaseme explicar de este modo mi punto de vista sobre esta luz increada.

            En cuanto a la luz creada, el Verbo quiso unirse hipostáticamente a la naturaleza humana, haciéndose Dios y hombre, todo a una, y poseyendo en un mismo soporte la grandeza de Dios y de toda la creación, que está como abreviada en Jesucristo, de manera que podemos decir en verdad que la Virgen es Madre de Dios y que el Verbo es Hijo del hombre, el cual posee mayor gloria en cuanto a su extensión, mas no en cuanto a su eminencia y nobleza. Podemos también decir que el Verbo, según la naturaleza humana, es capaz de una nueva gloria debido a que todo se atribuye no a la humanidad, que nada posee de subsistencia propia, sino al Verbo, en el que su ser subsiste y se apoya.

            [282] El Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, habiendo hecho todo para gloria de Jesucristo, que es Hombre-Dios y verdadero Hijo natural del Padre eterno, gustan que digamos, como es verdad, que todo es para el Señor y para gloria de su Hijo, sea que consideremos las acciones de las tres divinas personas, sea las de Jesucristo en particular; las cuales, por ser teándricas y por tener como principio la naturaleza humana que subsiste en el Verbo, sostenida en su ser por la hipóstasis del Hijo, que es el mismo Verbo, son atribuidas en su totalidad al Hijo.

            Si queremos saber de qué manera rinden las criaturas homenaje y tributo de gloria a Jesucristo, hay que fijarnos en que se dio en prenda por ellas y sufrió de parte de todas. Y todo para elevar al hombre, para cuyo bien fueron creadas. Después de esto y de la gloria que deben a Jesucristo, que es Dios y hombre, el mismo Jesucristo debe recolectar en sí la gloria de todas. Por ello nos dice san Pablo que todo será sometido a Jesucristo, y éste a su Padre, de quien reconoce haber recibido su reino. Habiéndose anonadado y humillado por de bajo de toda criatura, será ensalzado por encima de todas ellas. La creación entera cantará sus victorias y preparará galardones para él. El lleva todo consigo, no sólo debido al brillo de su grandeza, sino con mucha mayor ventaja mediante el resplandor de su amor, que como un torrente en hondonada desborda del seno del Padre eterno, el cual envió a su Hijo. Llevó consigo no sólo los afectos de los hombres y de los ángeles, sino también las inclinaciones del resto de las criaturas, que son todas suyas; lo digo en cuanto hombre, porque todas recibieron a través de él y por amor a él, los beneficios divinos.

            Los ángeles deben al Verbo Encarnado su confirmación en gracia, su perseverancia en el bien y la posesión de la gloria que no tendrá otro término que la infinitud. Por su causa combatieron y abatieron a los ángeles rebeldes, y san Miguel, su generalísimo, triunfó del dragón y de todos sus secuaces, demostrando así que no corresponde a los súbditos usurpar las grandezas debidas al soberano; que Lucifer no tenía derecho a sentarse en el Monte de la Alianza, ni a desear igualarse al Altísimo. Sólo aquel que aceptó anonadarse y tomar la forma de siervo sin dejar la de Dios, fue el único que, sin causar menoscabo, pudo llamarse igual y consustancial a su divino Padre y sentarse en el trono de su divina grandeza en el lugar más alto. El es el cielo supremo: Fue constituido más alto que los cielos.

            La gloria de los bienaventurados le es debida por esencia, por excelencia, por mérito y en acción de gracias. El es Dios y cabeza de los ángeles y de los hombres. El es redentor de los hombres y glorificador de unos y otros. El ofreció por nosotros sus méritos infinitos; todos le deben un eterno reconocimiento por lo que es en sí y por lo que hizo por todos como bienhechor soberano y universal. La Divinidad se complace en que los cuatro animales, los veinticuatro ancianos, los ángeles y los santos digan con amoroso respeto: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos (Ap_5_12s).

            El Verbo Encarnado es el centro de los bienaventurados en el cielo, en el que entró como precursor nuestro el día de su ascensión triunfante, como dice [284] san Pablo: Adonde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre. Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores (Hb_6_20); (Hb_7_24s).

            El está infinitamente alejado o apartado de los pecadores, siendo además el terror de los demonios y de los condenados en el infierno, lo cual redunda en gloria de su justicia. San Pablo dijo con toda razón: Si alguien no ama a nuestro Señor Jesucristo, sea anatema. (1Co_16_22).

            El divino Salvador nos amó con infinito amor aun cuando éramos sus enemigos: Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación (Rm_5_8s). Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2Co_5_14).

            Jesucristo dice que el que pierde su alma por su amor en esta vida, la encontrará en la vida eterna. No dijo que es necesario perder su alma por su Padre, a pesar de afirmar que correspondía a su Padre conceder el reino, los rangos y los lugares en él. Esto puede ser porque este Hijo amadísimo y amante dio su vida para adquirirnos la gloria, [285] la cual posee en plenitud. La vida eterna consiste en conocer a su Padre y al que envió para nuestra redención y para hacernos participar de su vida eterna. Su cuerpo sagrado, unido hipostáticamente al Verbo, aunque sin la visión de éste, de la que era incapaz por naturaleza, es como la fuente de la felicidad de nuestros cuerpos.

            Los santos no la han recibido, no la reciben, ni la recibirán sino a través del Hombre-Dios, y mediante la comunicación que de ella les ha hecho, les hace y les hará según sus méritos, el cual subió al cielo para colmar todas las cosas. Lo que san Pablo afirma de la gracia, puede aplicarse a la gloria: A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo. Por eso dice: Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres. ¿Qué quiere decir subió sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo (Ef_4_7s). El da la gloria según la gracia y los méritos que su caridad nos ha concedido y que permite merecer en la tierra, por ser bueno y misericordioso y porque ama a sus hermanos adoptivos, a los que ha hecho coherederos suyos.

            Es evidentísimo que la creación, la redención, la santificación y la glorificación, que son los principios fundamentales a los que se dirigen todas las obras de la bondad divina, son para gloria del Verbo Encarnado Jesucristo, ya que el divino Padre hizo todo para Su Hijo, el Señor, a quien el Espíritu glorificó, glorifica y glorificará. El Verbo Encarnado se glorificó a sí mismo en el anonadamiento de su Encarnación, elevando una naturaleza inferior hasta la participación de su ser divino. Todo el lustre de esta naturaleza y de sus acciones repercuten en él sin acrecentar su gloria esencial, eterna y sustancial, que le es [286] común con su divino Padre y el Espíritu Santo. Las debilidades y dolencias que tomó en nosotros no pueden opacar el brillo y esplendor de su gloria anonadada en el seno de una virgen, ni en el sepulcro donde su cuerpo fue colocado entre los muertos mientras su alma descendía a los limbos de las bóvedas inferiores de la tierra. Sus abatimientos en nada disminuyeron su adorable y adorada excelencia.

            Se trata del Hijo que lleva en sí desde la eternidad todas las riquezas y bellezas de su Padre; Hijo que en la plenitud de los tiempos quiso encarnarse y poseer todas las bellezas de su Madre, comunicando sus excelencias a la naturaleza a la que deseaba desposar. La Virgen estaba destinada a correr sobre los muros, es decir, a pasar por encima de todos los ángeles en el momento de su concepción y volar hasta el seno del Padre para contemplar y atraer a sí la belleza divina que deseaba unirse a la belleza humana. Ante los encantos de esta hija de José, las hijas de la gracia se arrobarían, sobrepasando todas sus debilidades y corriendo en pos de su divino amado, a pesar de las contradicciones de los gigantes o demonios que tuvieron la osadía de querer oponerse a la Encarnación del divino Verbo, y que siguen oponiéndose por malicia a los designios de las almas generosas que, por medio de la gracia, suben más allá de la naturaleza para contemplar y amar al esposo más bello entre los hijos de los hombres.

            El cielo, la tierra y los infiernos doblan y doblarán las rodillas ante su nombre, que es la delicia de los buenos y formidable, temible y espantable para los malhechores; es el terror de los demonios y el deleite de los ángeles buenos; es como un bálsamo derramado. Las jovencitas aman mucho al Señor que se llama Jesús, el cual es su amor, su gloria, su reposo y su todo. El es el Hijo que se espiga, cuya figura fue el hijo de Jacob: Hijo que va en auge, José; hijo que siempre va en auge, y de hermoso aspecto: las doncellas corrieron sobre los muros para mirarle. Pero ante él causaron amarguras, y le armaron pendencias, le miraron con envidia sus hermanos armados de flechas (Gn_49_22s).

            Se trata del Hijo que lleva en sí desde la eternidad todas las riquezas y bellezas de su Padre; Hijo que en la plenitud de los tiempos quiso encarnarse y poseer todas las bellezas de su Madre, comunicando sus excelencias a la naturaleza a la que deseaba desposar. La Virgen estaba destinada a correr sobre los muros, es decir, a pasar por encima de todos los ángeles en el momento de su concepción y volar hasta el seno del Padre para contemplar y atraer a sí la belleza divina que deseaba unirse a la belleza humana. Ante los encantos de esta hija de José, las hijas de la gracia se arrobarían, sobrepasando todas sus debilidades y corriendo en pos de su divino amado, a pesar de las contradicciones de los gigantes o demonios que tuvieron la osadía de querer oponerse a la Encarnación del divino Verbo, y que siguen oponiéndose por malicia a los designios de las almas generosas que, por medio de la gracia, suben más allá de la naturaleza para contemplar y amar al esposo más bello entre los hijos de los hombres.

            Ellas desprecian a los arqueros junto con los dardos y venablos que se atreven a dispararles, sabiendo que el Padre ha dado todo poder a su Hijo, que es su esposo, en el cielo y en la tierra para defenderlas de estas heridas superficiales, y para concederles, por medio de su amor, salir victoriosas de cualquier enemigo. Todas participan de sus victorias y él comparte con ellas los despojos como profetizó David: El Señor da su Palabra a sus mensajeros; gran poder, el Rey de los ejércitos.

            [287] El Señor vino a la tierra para dar gran poder a la palabra de su Evangelio y a quienes debían anunciarlo y seguirlo, en especial a las vírgenes que han tenido el valor de tomar su palabra a la letra; El que pueda entender, que entienda, y de convertirse en esposas de este Rey que las ama, comparte con ellas su botín y las adormece en su propio seno, más blanco que el marfil.

            El es su palomar, en el que encuentran ellas su nido de amor, en el que gozan del reposo divino sin preocuparse de los ruidos que el mundo, la carne y el demonio querrían suscitar para turbar sus delicias. El Espíritu Santo les dirige estas palabras: Mientras vosotros descansáis entre las tapias del aprisco, las alas de la Paloma se cubren de plata, y sus plumas de destellos de oro pálido (Sal_67_14).

            La sencillez de la paloma, la pureza de la plata, la caridad divina, les permiten conocer y gozar del reposo del Rey de reyes, que es más blanco que la nieve por ser figura de la sustancia de su Padre, esplendor de su gloria, imagen de su belleza y bondad divina, que lleva todo en sí mediante la palabra de su poder. Es él quien purgó los pecados y está sentado en el trono de su grandeza a la diestra en la que se encuentran los deleites infinitos. Allí disfruta del reposo y delicado y glorioso sabbat del que les hace [288] gozar en su compañía, elevándolas por encima de lo que es bajeza, haciéndolas reposar y alimentándolas en el mediodía del puro amor, que es el verdadero sabbat y delicioso reposo.

Capítulo 35 - Gloria del reino de Dios que goza el alma gracias a los méritos y justicia de Jesucristo. Únicamente las tres divinas personas son capaces de comprender totalmente esta gloria, de la que participan los santos según los diversos méritos que adquirieron por la gracia. 5 de noviembre, 1636

            [291] Alrededor de la fiesta de Todos los Santos, el año 1636, resonaban con frecuencia en mi espíritu estas palabras: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia (Mt_6_33). Pedí a mi esposo me ayudara a entenderlas, por creer que él me las sugería. El me ayudó a comprender que el reino de Dios es el mismo Dios trino y uno, en cuya imagen está hecha nuestra alma, la cual, al ser elevada al conocimiento de su esencia simplísima y al de la muy augusta Trinidad, posee la beatitud y el reino de Dios al poseer la divinidad, posesión que obtiene por los méritos de justicia del Salvador, que mereció la gloria a los hombres y a los ángeles. A esta justicia se refirió David cuando dijo: Tu justicia como los montes de Dios (Sal 36_7).

            Los méritos de Jesucristo han levantado a los bienaventurados por justicia; el soporte divino del Verbo concedió un mérito infinito a la santa humanidad a través de una total y particular plenitud, divinizándola en razón de la hipóstasis del Verbo, por cuyo medio se encuentra unida por concomitancia a las divinas personas del Padre y del Espíritu Santo, sin que a pesar de ello desconozca la nada de la que fue sacada, lo cual la lleva a humillarse en cuanto criatura y a realzarse en la sublimidad de la persona a la que está hipostáticamente unida. Se abaja al considerar su propia nada. Jesucristo puede decir: Tus juicios, como el hondo abismo (Sal_36_7), [292] al ver que la divina bondad escogió a su humanidad para hacer de ella una montaña sublime que sobrepasa el lugar más elevado.

            El Verbo Encarnado hizo que su Madre se sentara meritoriamente a su derecha y que todos los santos y santas poseyeran la gloria mediante sus hechos de justicia, que jamás se agotarán por ser el tesoro infinito de este cofre adorable, de manera que las obras de su justicia crecen y se elevan en todo momento a semejanza de los montes de Dios, que son como abismos delante de los ángeles y de los hombres, a los que nadie, fuera de las divinas personas, es capaz de comprender.

            Aun cuando Dios creara cien mil millones de simples criaturas, serían incapaces de recibir en ellas todo lo que Jesucristo, Dios y hombre es decir, Creador y criatura ha merecido. Es necesario que el Padre sea su deudor durante la eternidad. Qué gloria para Jesucristo y qué grandeza encontró su humanidad apoyada en el soporte del Verbo, que da a los padecimientos y acciones de dicha humanidad teándrica un mérito infinito, que está contenido en los tesoros divinos, y al que los ángeles y los hombres no pueden recibir del todo.

            En el principio Dios propuso a sus criaturas montañas de justicia y perfección, a las que fueron incapaces de llegar. Jesucristo, empero, las escaló todas, ascendiendo con su naturaleza y sus acciones por delante de los hombres, haciéndolas sublimes en alto grado y allanando los valles de las debilidades de la criatura al elevar a todos los santos.

            El quiso sin embargo, con justicia admirable, que tanto en la participación de sus gracias como en la comunicación y aplicación de sus méritos no hubiese desigualdad alguna, ya se encuentran santos que son grandes, otros que son menores y otros más pequeños, que son muy grandes comparados con otros hombres. En su Reino, la justicia de Jesucristo se manifiesta maravillosamente en esta diferencia o desproporción que crea una deliciosa armonía en medio de tanta pluralidad.

            A ello se debe que la Iglesia diga en el oficio propio de confesores que no se encuentra otro semejante. El exceso que uno posee sobre el otro no causa envidia alguna, sino que suple lo que falta al otro, llenando el vacío que de otro modo se [293] encontraría en este pacífico Reino, en el que no existen los celos, ni el menosprecio hacia los medianos y pequeños en la medida que han recibido, ya que todo valle terraplenado llega a ser tan alto como los montes.

            Al inclinarse hacia los valles, todos los santos se alegran ante la diversa posesión del mismo Reino de Dios y todos son elevados por encima de su naturaleza en una elevación gloriosa: Gozan los santos en la gloria. Esto es lo que indica la gloria esencial, de la que necesariamente procede la elevación o exaltación de dichos montes. Y se alegrarán en su reposo, porque Dios parece conceder un número infinito de perfecciones a las almas a las que eleva de este modo, dándoles con ello un gozo sempiterno.

            Por exaltación, significa que la criatura sube hasta Dios y que el gozo que experimenta en dicha elevación es la señal de la comunicación que Dios hace de sí mismo. Los santos de la tierra que imitan a los del cielo, son en verdad montes que se elevan en ocasiones por encima de ellos mismos, alabando en sus elevaciones al Dios de Sión: Los elogios de Dios en su garganta, pero que esgrimen al mismo tiempo espadas de dos filos en sus manos (Sal_149_6). A través de la mortificación continua, cortan de un tajo las deficiencias de la naturaleza imperfecta, combatiendo al mismo tiempo a los enemigos de su bien con el acero de la palabra de Dios y la ayuda de la gracia. El día de Todos Santos, admirando con la Iglesia militante la gloria del Verbo Encarnado con sus santos: Oh cuán glorioso es el reino en donde todos los santos gozan con Cristo, y, ceñidos de blancos vestidos, siguen al Cordero por dondequiera que va. (Antífona del día), mi alma se regocijó ante su gloria.

            Por la tarde, al entrar a nuestra capilla según mi costumbre, me postré al pie del altar exclamando: Inclina, Señor, tus cielos y desciende (Sal_144_5). Le pedí, porque no podía, a causa de mi debilidad, subir al cielo para contemplar su gloria y la de sus santos, que su bondad se dignara abajar su grandeza y descender con todos los cielos de sus santos. Añadí que era demasiado caritativo para rehusar mi humildísimo ruego, y que sus santos lo seguirían por deber y por inclinación.

            [294] Dije a mi divino esposo que él era imagen de la bondad esencial y esplendor de la gloria de su divino Padre, y que se había como reproducido al moldear a los santos que eran imágenes de él mismo o espejos en los que producía su imagen, así como el Padre había producido, en todo momento, su imagen sustancial en él. Le conjuré por tanto a descender y venir a fin de hacerme conforme a esta imagen, según el deseo del apóstol: Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm_8_29), ya que temía yo haber apagado y oscurecido la que en otro tiempo pintó en mí en el bautismo, al comunicarme la gracia en este luminoso sacramento. Le rogué que su bondad se dignara rehacerla, porque no deseaba yo otro pintor sino él mismo, añadiendo que, me sentía agradecida a su bondad por haber querido que naciera en la octava de Todos los Santos, los cuales se complacen en rogar por nuestra santificación.

            En medio de estos impulsos, me sentí poderosamente atraída por mi esposo, el cual afirmó la realeza de mi nacimiento, y que el Dios de las misericordias había querido apuntarme en el libro del amor de su Hijo. Al enterarme de tan gran favor, me abandoné del todo a mi amor diciendo: En tus manos está mi suerte. Vi entonces un pabellón blanco amplio y grande, que me cubría y rodeaba. Al verme dentro de él, me creía, no obstante, fuera de él.

            Escuché interiormente estas palabras: Que nos llamó para participar en la herencia de los santos (Col_1_12), junto con la explicación que sigue en la Epístola de san Pablo a los Colosenses, que consiste en que el divino Padre me amó y llamó para hacerme participar en la suerte de los santos con luces admirables, librándome del poder de las tinieblas en su divina providencia, que me aparta del poder y de la expectación de mis enemigos para trasladarme felizmente al reino del Hijo de su amor, cuya sangre me fue aplicada a través de una abundante redención y remisión de mis pecados, haciéndome conforme a la imagen del Dios invisible que es el Verbo divino, en el que creó y gobierna todo en el cielo y en la tierra, en el que reside toda plenitud y por el que se complace en reconciliar con él todas las cosas, pacificando por la sangre de su cruz lo que hay en la tierra y en los cielos.

            A pesar de que mis pecados me hacen indigna de sus favores, por haberme alejado de los caminos que más le agradan, desea acercarme a él por medio de la recepción del sagrado cuerpo de su Hijo, aplicándome los méritos de la dolorosa muerte de su divino Hijo, a fin de que aparezca santificada y purificada [295] en su presencia, y como irreprochable debido a la eficacia de la gracia que me dan la fe, la esperanza y la confianza en su bondad. Acrecienta en mi alma el amor a su palabra, que es mi apoyo, concediéndome su inteligencia junto con la gracia de explicarla para su gloria y la salvación de las almas, a pesar de ser sólo una mujer y la más pequeña de todas sus criaturas. Con ello me concede la alegría de sufrir en mi cuerpo numerosas dolencias, aún la de los cálculos.

            También me ha llamado a trabajar por la exaltación de la Iglesia, asegurándome ser voluntad suya que mis escritos sirvan para utilidad de los fieles, por concesión divina, y para bien de mis hijas para dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio, que es Cristo (Col_1_26), el cual es para nosotros esperanza de gloria, esperanza firmísima, que me hace gozar por adelantado, dándome las arras de su gloria al cubrirme con este pabellón blanco en compañía de sus bienaventurados. De este modo, puedo conversar con ellos; y como aún voy por el camino de la tierra, este pabellón me cubre por divina participación junto con los que están ya en el término. Al mismo tiempo estoy fuera de él porque sigo siendo peregrina en este valle de lágrimas y expuesta a los peligros que en él nos acechan, lo cual debe hacerme esperar mi salvación con temor y temblor.

            Esta operación, que duró largo tiempo, se prolongó durante la noche siguiente. Como no podía dormir, me entretuve en considerar la gloria de los santos, recibiendo una alta inteligencia de estas palabras: Para aplicarles la sentencia escrita: gloria será para todos sus santos (Sal_149_9). Dios escribió en su libro de la vida y de la [296] predestinación lo que los santos hicieron y harán; la justicia y el juicio culminarán en su respuesta a lo que Dios quiso de ellos. El los constituirá jefes de su casa, dándoles por justicia, y a guisa de corona, la recompensa de la gloria que su bondad y amor prepararon para ellos. Nuestro arquetipo y predestinación tienen su principio en Dios. Debemos obrar en todo según lo que está escrito en el libro santísimo y en la escritura divina.

            En medio de estas sublimes luces, conocí que el Verbo era el ideal de la santidad, llamado el Santo de Dios, nombre que los demonios confesaron diciendo: Santo de Dios, ¿has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? (Mt_8_29); y que con este nombre lo distinguían de todos los demás santos. Admirada, respondí que me parecía haber oído decir que los demonios no conocieron la divinidad de Jesús; de otro modo, no hubiesen procurado su muerte, que debía ser la ruina de su imperio y la felicidad de los hombres que serían rescatados con su amorosa muerte.

            Mi divino esposo, instruyéndome, me dijo que el demonio que vino a tentarlo en el desierto lo conoció en cuanto sintió la eficacia de su omnipotente voz: Apártate, Satanás (Mt_4_10); pero que la rabia que había concebido en contra suya lo impulsó a procurar su cruel y afrentosa muerte, para darse al menos la satisfacción de tener bajo su poder al Verbo Encarnado, a un Hombre-Dios, mientras tuviese que permanecer en poder de las tinieblas.

            Hoy en día sigue haciendo lo mismo, a pesar de no dudar ya de su divinidad. No deja de perseguirle en sus miembros y en su Iglesia, ni de satisfacer su rabia en todo lo que puede, a pesar de que con ello agudiza sus tormentos. El conocimiento que obtuve del odio que tiene al Verbo Encarnado me es inexplicable, así como la envidia que tiene hacia la humanidad, a la que Dios levantó por encima de la naturaleza de los ángeles al fusionar la naturaleza humana a la suya por medio de la unión hipostática, ensalzándola hasta la diestra de su divina grandeza, lo cual le obliga al demonio a doblar las rodillas al nombre del Hombre-Dios.

            Esperaba también que, al impulsar a los judíos al deicidio, los haría tan indignos del perdón y tan abominables ante de Dios, que en razón de sus crímenes le obligarían a ejercer justicia y a castigarles eternamente en su compañía, abandonando el designio que su bondad y misericordia le movieron a preparar para redimirlos.

            El demonio sabía por propia experiencia cuán diligente es el Padre en lo que se refiere al [297] honor de su Hijo, en vista de que Lucifer y sus secuaces quisieron atacarlo y rehusarle la dignidad que le era debida y estaba mandado darle en cuanto el Verbo acató el designio de su Encarnación.

            A causa de su rebeldía, sería castigado por toda una eternidad junto con sus compañeros, sin esperanza de perdón. Como los hombres cometieron un crimen más execrable al crucificar al Hijo, tratándole con tanta infamia y crueldad, incurrirían sin duda en un castigo semejante al suyo, o más grande quizá.

            El demonio se lamentó diciendo que el Verbo, el Santo de Dios, había venido antes de tiempo, porque no habiendo sabido comprender el transcurso de las semanas de Daniel, ni el designio de Dios, se equivocó en cuanto al tiempo de la Encarnación, que no creyó llegaría tan pronto. El pensaba que esto sucedería en el último día y no en la plenitud de los tiempos. Calculó mal el número de días en que la mujer milagrosa permanecería en la soledad bajo los cuidados de Dios, el cual la destinaba a ser la Madre de su Hijo, mismo que no abandonaría la forma de Dios al tomar la forma de servidor, al encarnarse en el seno de esta Santa Virgen, escondida y preservada en Dios.

            Como sólo tenía el conocimiento natural, no podía conocer los misterios de la gracia ni las ventajas de la gloria después de que Miguel y sus ángeles, por mandato del soberano, lo echaron y proscribieron del cielo, al que no ha vuelto ni volverá jamás. Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el dragón. También el dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero, fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él (Ap_12_7s).

            La serpiente antigua fue condenada a arrastrarse sobre la tierra, acechando el talón de la mujer que, con un desprecio infinito, la aplastaría, sin que tuviera poder para ver su rostro resplandeciente de luz ni su cuerpo rodeado de sol. Era un búho que no hubiera podido soportar la luz de la Madre del Verbo Encarnado, la cual lo produciría en el mundo cual oriente de lo alto, que vendría a visitar y redimir a los hombres por la muerte de cruz, a fin de que fuera vencido por un árbol, ya que en un árbol engañó a nuestro primer padre.

            Ignoraba que la [298] cruz era el Santo de los santos, que el Pontífice santísimo e inocente, inmaculado y separado de los pecadores, quería ungirse a sí mismo con su sangre, convirtiéndola en llave del reino de los cielos, a los que el pecado cometido por haber comido del fruto del árbol prohibido había cerrado a la humanidad. En reconocimiento a la bondad de la divina sabiduría, la Iglesia, en el prefacio de la misa, a partir del Domingo de Pasión, exclama: Que pusiste la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que de donde salió la muerte, saliese la vida, y el que en un árbol venció, en un árbol fuese vencido por Cristo nuestro Señor. Por la sangre del cordero sin mancha fuimos lavados de nuestros crímenes y los demonios fueron vencidos. Los santos lavaron y blanquearon sus vestiduras en esta sangre preciosa.

            ¿No es acaso el Señor quien mueve a sus santos a proclamar sus maravillas? A todas las confirma el Señor omnipotente con firmeza en la gloria. Los constituyó montañas gloriosas gracias a sus méritos, que son infinitos. El se abajó y anonadó a sí mismo porque así lo quiso, escogiendo la cruz para merecer el gozo a los santos. Se hizo obediente hasta la muerte en el madero. Por ello, Dios su Padre lo exaltó y le dio un nombre por encima de todo nombre, deseoso de que toda lengua confiese que está sentado a su diestra en la gloria, igual a él, que lo engendra en el esplendor de los santos.

            El Verbo se hizo el cielo supremo, atrayendo ahora y en el futuro a todos sus santos a causa de sus justicias, que son montañas que se levantan hasta Dios debido a que sus acciones eran soportes: por ser divino el soporte, sus acciones son divinas. Los santos han buscado siempre su gloria, obrando y padeciendo en la tierra para incrementarla; él, en cambio, los ha elevado hasta el cielo mediante la participación en su gloria admirable, en una inefable comunión en la que creo firmemente, así como en todos los artículos de nuestra fe.

            Verbo divino, que tu reino se establezca en mí en esta vida mediante la gracia, y que pueda yo estar en él en la otra por medio de la gloria según tus divinas intenciones, que deben ser las nuestras.

 Capítulo 36 - Las saetas de amor divino que el Verbo Encarnado envía a los que le aman, cual divino sagitario y admirable centauro. 6 de noviembre, 1636.

            [299] Habiéndome puesto en oración a eso de las cinco de la tarde, plugo a la augustísima Trinidad favorecer a su pobre hija, que no encontraba en la tierra cosa que la pudiese contentar, por haber renunciado a todo lo que no fuera deseo de Dios. Fui admitida a los deleites de su divino amor; es decir, el Verbo me condujo benigna y vigorosamente al interior del templo del amor divino, en el seno del Padre, del que es sello y secreto. El es la gloria del divino Padre, que se expresa divinamente en su seno. El Espíritu Santo es el lazo y beso de paz mediante el cual el Padre y el Hijo se abrazan divinamente.

            Pedí ser una reproducción de este divino retrato. El amor, deseoso de aplicar sus colores y reproducir sus rasgos, me impulsó a decirle: alza sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro. Diste alegría a mi corazón (Sal_4_6). Más tarde me dio a entender que la morada del Verbo Encarnado tenía lugar en la casa del Santo amor, llamada la casa del sagitario. Me ofrecí entonces a recibir sus disparos, recordando las palabras de Jeremías: Entesó su arco y me puso por blanco de sus saetas (Lm_3_12). Amor, como el arco está tenso, estoy dispuesta a recibir sus dardos. El divino centauro, a causa de las dos naturalezas, armado de flechas, me llamó con sus atractivos para venir a ver, en el empíreo, cómo dispara sus saetas a los bienaventurados, diciéndome que, por haber sido viajero y comprensor en el camino, es ahora receptáculo y distribuidor en el término. En cuanto Dios, recibe sin dependencia su esencia y gloria de su Padre, y a través de su fecundidad con su Padre produce al divino Espíritu, el cual recibe su producción del Padre y del Hijo como de un solo principio, sin sujeción de inferioridad.

            Es receptáculo en cuanto Verbo Encarnado, porque su augusta humanidad recibe y posee en sí, a través del soporte divino, la plenitud del divino deleite, que le es como inherente; [300] y estando en la posesión pacífica, es admirable, en cierta manera, en su activa distribución de las delicias divinas a los ángeles y a los hombres, que son en la gloria espejos purísimos y humildísimos; espejos cóncavos, por así decir, que reciben la afluencia y el ardor en ellos, y de los que procede una reverberación de luz y llamas que es inexplicable.

            El Verbo Encarnado es el trono de la divinidad, de la que proceden luminosos rayos y voces de trueno amoroso, rayos que son saetas encendidas que abrasan a los ciudadanos del cielo sin consumirlos ni oprimirlos, deleitándolos, por el contrario, con una admirable satisfacción que los lleva a través de un divino transporte al gozo de su Señor, que es el trono de la divinidad.

            Las voces que salen del trono son truenos majestuosamente dulces, que mueven a todas las almas que son ciervas y leones reales, a engendrar alabanzas sublimes que los dan a conocer como hijos legítimos del león de la tribu de Judá, el cual lanza un grito tan admirablemente fuerte, que espanta a todo el infierno, que tiembla en sus tenebrosas mazmorras, en tanto que los hijos de la luz se alegran dulcemente en el cielo, donde el divino Salvador manifiesta su valor en lides, justas y torneos indescriptibles, recibiendo el premio del santo amor y estando ungido con óleo de alegría como el más diestro para llevar la gloria por encima de todos los hombres y los ángeles con una destreza teándrica tan admirable, que arrebata a todos los espíritus en la gloria, con los que comparte las penas y laureles de sus conquistas.

            De su plenitud todos hemos recibido. En la tierra, gracia por gracia y en el cielo, gloria por gloria. De este modo, la Iglesia militante recibe la gracia de su plenitud y la triunfante, la gloria de su desbordante felicidad. El cielo empíreo es el mausoleo o rotonda que recibe sus rayos resplandecientes. Todos los bienaventurados son dioses hijos del Altísimo, que dieron su vida por su amigo. No volverán a morir; son manantiales y fuentes de vida por los méritos del Cordero, que los rige amablemente.

            Dicho Cordero me invitó a pasar, pero ay, sin saber si haría allí una larga parada. Escuché muchas otras cosas que no puedo describir por ahora; tampoco sé si las recordaré más adelante. Que se haga la voluntad de Dios. Pido a mi divino amor me conserve en la casa de las saetas de la gracia, en espera de entrar en las de la gloria, que son las más bellas y deliciosas saetas de la felicidad.

            [301] El divino Enamorado, redoblando en mí sus deliciosos favores a través de su inefable bondad, después de muchas y grandes gracias y caricias me dijo que yo era la hija de su gloria, la cual no daría a ninguna otra; que llegaría el tiempo en que los favores que me concedía serían flechas poderosísimas para herir los corazones con su divino amor, recordándome que unos veinte años atrás me dijo que haría de mí su abanderada, y que al verme portar su estandarte, muchos serían iluminados y combatirían por su gloria.

            Me enseñó que moraba en la casa de las saetas, que es el seno de su Padre, y que su corazón era en su pecho un sagitario, con cuya saeta se impulsaba con misteriosas reproducciones, sin salir de su amorosa y grata morada. Le dije que me ofrecía a ser, en el tiempo y en la eternidad, un blanco puesto para recibir sus saetas; que las disparara con fuerza y, si moría yo por su causa, mi muerte sería preciosa ante de sus ojos en los que deseaba yo encontrar la gracia y la gloria por su misericordiosa bondad.

Capítulo 37 - La Presentación de la Virgen en el templo fue ofrenda digna de Dios después de su Hijo, por poseer en grado eminente las perfecciones de los ángeles y de los hombres. La amable mano de oro con la que Dios bendice a las almas fieles y la mano de hierro con la que castiga a las infieles. 20 de noviembre, 1636.

            [303] Casi me arrastraba debido a las incomodidades que me causaban los medicamentos que estaba obligada a tomar. El boticario que me trataba me había advertido que los males que sufriría me causarían alteraciones tan grandes, que no podría evitar cometer impaciencias, por no decir extravagancias.

            Habiéndome retirado, me postré al pie del altar en nuestra capilla y expresé mi aflicción a mi amado, el cual, para consolarme, me dio a entender que tenía mi suerte en sus manos, que escogía a los seres más pequeños para confundir a los fuertes y que lo que parecía locura a los ojos de los hombres, era sabiduría en su presencia.

            Hija, toma y recibe mi sangre, me dijo; ten siempre el deseo de la muerte y lleva la vida con paciencia. Mi yugo es suave y mi carga ligera. Encontrarás en mí el reposo de tu alma.

            Al día siguiente, al despertarme a las tres de la mañana, me presenté al Dios de mi corazón junto con la Virgen de las vírgenes, y me vi colmada de las divinas luces. Comprendí entonces grandes misterios encerrados en estas palabras: Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el Santuario (Ap_11_19).

            Permanecí ocupada por mi divino amor desde las cuatro de la tarde hasta las nueve de la noche.

            De no haber estado enferma, hubiese tratado de ponerlos por escrito, pero como no podía hacerlo, dije algo sobre ellos a mi Director. Cito ahora lo que me quedó. Escuché: la tierra ha hecho en este día un presente al cielo, más grande que los que ha recibido hasta este día, porque los presentes y las ofrendas que los ángeles han dedicado a Dios no son comparables a la Virgen.

            El templo de Dios jamás fue visto fuera de Dios mismo. Antes de la venida de María, Dios reveló a los ángeles el diseño del tabernáculo y del templo, del que hicieron copias o bosquejos para entregarlos a Moisés y a David. Ellos, empero no llegaron a conocer la verdad y la realidad que encerraban los símbolos, que Dios les explicó en este día, dándoles a conocer que esa hija que era llevada al templo material era el verdadero templo que él escogió, del que el antiguo era sólo una figura; que ésta era el arca del testamento y de la alianza que Dios haría con el mundo mediante la Encarnación que se obraría en su seno.

            Hasta entonces no se habían enterado de que ella estuviera destinada a la maternidad de Dios, a pesar de haber admirado los favores y gracias que Dios le concedió en su concepción y nacimiento. La Virgen fue llamada, con justa razón, el Arca de la Alianza, por haber sido entregada a Dios por sus padres como ofrenda irrevocable y a manera de testamento solemne. Fue éste su más querido y precioso legado. El Espíritu Santo les inspiró tan noble y generoso designio, estando deseoso, por así decir, de poseer dicha heredad y tener aquella hija que debía ser su esposa mediante la libre donación que hicieron sus padres.

            Parecería que el Espíritu Santo nada olvidó para guiarlos hacia esa resolución, valiéndose para ello de su esterilidad, del oprobio y de las aflicciones, que renovaban sus deseos de tener descendencia. Las oraciones y votos que él les inspiró, unidos a mociones incesantes, los llevaron a realizar esa entrega, no por un tiempo [305] determinado, como hacían los demás padres que dedicaban a sus hijas al servicio del templo durante algunos años, sino para siempre.

            A ello se aunaron el sentir y la voluntad de la Virgen, la cual, a pesar de tener sólo tres años, animó a sus padres a cumplir su voto y hacer dicha donación a perpetuidad. Pareció a mi alma escuchar los truenos que el cielo emitió, las voces que se escucharon, las sacudidas de la tierra, el granizo y otros movimientos naturales que dieron testimonio del misterio que ya se anunciaba. Porque el Verbo Encarnado estuvo, a partir de este día, representado en las entrañas de la hija que era dedicada como futuro templo animado del Verbo Encarnado, cuyo misterio fue descubierto a los ángeles.

            A través de esas visiones, comenzaron ellos a reconocer a esa niña como Madre de su Dios, y a intuir, mediante la profecía, las obras que seguirían a esa maravilla: el estremecimiento de la humanidad del Verbo al verse unida a la persona divina, las angustias de muerte que la harían palidecer, los truenos que se producirían en el mundo ante la predicación del Evangelio, el granizo de las persecuciones que llovería sobre los predicadores y sobre la gloria de esta nueva arca, de esta niña que se manifestaba crecientemente ante sus ojos como un prodigio: coronada de estrellas, revestida de sol y la luna bajo sus pies. La naturaleza entera acudió a contribuir a la gloria de la Virgen en cuanto la muerte del Verbo Encarnado por la redención del mundo fue dada a conocer.

            Las tres divinas personas, al complacerse en ella, dieron a los ángeles el testimonio de su júbilo en forma extraordinaria, revelándoles la grandeza de aquella princesa. Los demonios, es decir, los ángeles rebeldes, deseosos de arrebatarle su gloria, fueron rechazados por san Miguel y los santos ángeles que combatieron para defender su honor.

            No es de admirar que Dios haya figurado la misma gloria de la Virgen en diversos lugares y bajo diversas figuras, debido a que suele uno repetir con frecuencia lo que le agrada; cuando un aire nos ha gustado, lo bailamos con gusto hasta tres o cuatro veces seguidas. La Trinidad se complació tanto en la elección que hizo de la Virgen, en las gracias que le concedió y en los misterios que obró en ella y por su medio, que quiso pintarla y simbolizarla en todas partes, dando señales de su sentir y de su afecto a través de los siglos, aprovechando las ocasiones que en ellos se presentaban. Aun en el Apocalipsis la figura bajo el trono de esmeralda, por ser ella la esperanza de los elegidos que presenciaron el inicio del cumplimiento de tantos santos deseos a partir del día en que dicha Arca apareció en el cielo y en el templo.

            Si su Hijo fue el Deseado de los collados eternos, la [306] Virgen fue su esperanza. Así como en el cielo los elegidos desean la gloria del Verbo Encarnado, de la que procede en gran medida la suya, estimándose dichosos al contemplarlo en su hermosura, sin cansarse jamás de esta visión, sino deseando cada día poseer lo que ya gozan plenamente, así esperan en la Virgen que por su intercesión se acreciente su número y termine de construirse la Sión celestial, para que su Hijo sea glorificado en su reino. Su gloria recibirá entonces diversos atavíos y agradables adornos exteriores que se acrecentarán sin cesar. Así como el Verbo Encarnado es el Deseado de las colinas eternas, aún hoy en día en la gloria, así la Virgen es su esperanza.

            No puedo expresar lo que comprendí acerca de las grandezas de la Virgen. Podría decir que el Espíritu Santo, siguiendo la inclinación del Padre y del Hijo, derramó en ella sus tesoros, ya que el Espíritu Santo tiene en sus manos nuestra fortuna. Como, según nuestra manera de imaginar, ocupa el lugar de la mano en la divinidad, se dice de él: En tus manos están mis tiempos (Sal_31_15). El Padre y el Hijo, que son el principio único del Espíritu Santo, son como la cabeza y el Espíritu Santo la mano que abraza y une al Padre y al Hijo; Espíritu que es, con todo derecho, representado por la mano.

            El Padre es la cabeza, el Hijo está en el entendimiento del que emana y el Espíritu Santo es la mano que derrama en María todo lo que ha vertido sobre el resto de las criaturas. Parece producir en María todo lo que ha recibido del Padre y del Hijo al obrar en ella el misterio de la Encarnación junto con la unión hipostática del Verbo con humanidad tomada de María, a la que convierte realmente en Madre de un Hijo de quien El recibe todo el ser que posee y que reconoce como principio en la divinidad aunque sin dependencia ni [307] desigualdad.

            Sus manos son de oro fino en razón de la divinidad, que lleva en sí la marca de la pureza y el esplendor del oro. Están llenas de jacintos, con los que adornó el alma de Jesucristo. Son manos torneadas, no sólo porque en la circumincesión de las divinas personas el Espíritu Santo abraza a las otras dos, según nuestra manera de concebir y de hablar, sino porque él mismo se convierte en un torno de amor.

            El Espíritu Santo obra únicamente según la inclinación del Padre y del Hijo, y ambas personas no producen nada fuera de ellos sino a través de la inclinación de su amor sustancial y subsistente que es el Espíritu Santo, el cual jamás tuvo inclinación más grande hacia criatura alguna como por María. A su vez, el Padre y el Hijo no poseen otra inclinación sino la, o las que terminan en su amor sustancial, que es el Espíritu Santo, el cual no tiene ninguna otra sino la, o las que recibe del Padre y del Hijo como de su propio principio. Recibe su ser, su divinidad, su voluntad, sus afectos y todas sus inclinaciones, haciéndose un prodigioso entorno en este amor sustancial y subsistente y en las inclinaciones de éste y las operaciones y producciones que se siguen, de todas las inclinaciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que fueron singulares.

            En cuanto a la Virgen, quién podrá dudar que la liberalidad de las manos divinas y del Espíritu Santo figurado por ellas no hayan obrado prodigios en ella. Al escribir esto, me parecería ser repetitiva y encontrarme en un laberinto. Si ella no me condujera, me perdería en él y nada sabría decir. Es necesario que ella me saque en la red de Adán para verla con sus cualidades de hija de Adán. Podría pensarla divina si la misma fe no me dijera que sólo hay un Padre increado, y que ella es una criatura.

            La Virgen es la fuente de los jardines, en la que los hombres y los ángeles se pueden saciar. Es un pozo de agua viva; gran misterio, porque en los pozos el manantial está oculto. Jamás los espíritus creados comprenderán el fondo que existe en María; la fuente de la que ella toma sus aguas está en el seno del Padre, en el que está oculto el Verbo, quien al hacerse hombre se escondió de tal manera en ella, que pareció perderse sin dejar, al parecer, rastro alguno de su divinidad, la cual no se hubiera percibido en él de no ser por algunas señales que dejó escapar de los rayos que encerraba dentro de sí.

            [308] Todo esto se obró en María y en su seno, en el que él se ocultó. A ella misma la escondió en el seno sagrado de la divinidad, de la que recibe las aguas vivas de las gracias que hace correr sobre nosotros. Ella es el jardín del Espíritu Santo, que aporta una continua novedad de flores y de frutos a favor del céfiro que sopla con suaves bocanadas en este lugar sagrado.

            Es el palacio del Hijo, que reina en él, donde puso su trono para hacer en él sus juicios, manifestando la manera en que satisface a la divina justicia y se humilla delante de ella, pagándole rigurosamente mediante su Encarnación y la ofrenda que hace de sí mismo al presentarse como víctima en dicho templo.

            Este es el templo en el que verdaderamente el Padre celestial es adorado en espíritu y en verdad, no sólo por Jesucristo, mientras que permaneció en él corporalmente, sino por María misma, que es templo y adoradora por haber poseído la eminencia por encima de todos los ángeles aunque fueran espíritus puros, teniendo pensamientos y afectos más sinceros y espirituales que los de ellos mismos.

            La mentira y la debilidad no provienen sino del pecado original y del formal o actual, que jamás se encontraron en la Virgen por una gracia particularísima. Siempre caminó en la verdad, sobre todo al rendir sus deberes y adoraciones a la divina majestad, que jamás recibió otras parecidas de criatura alguna.

            Fui animada a considerar cómo la Virgen entró no solamente a un templo material, sino al templo del divino amor. Algo escribí sobre esto a mi director, que no añadiré aquí.

            Escuché que la llave para entrar al templo del amor es toda de oro, porque la cerradura es igual y que cuando dicha llave va ungida con óleo real y divino, el alma participa en el poder, sabiduría y bondad divinos. La divinidad es la unción por excelencia y las tres divinas personas están ungidas con ella o, sobre todo, se derraman la una en la otra. Las divinas producciones se realizan mediante el derramamiento de un mismo aceite que es sin embargo invisible en su comunicación. La humanidad de Jesucristo fue ungida con excelencia, por ser una sola persona con el Verbo que, debido a su divinidad, es la unción por esencia.

            La Virgen obtuvo la llave de oro mediante la gracia. Fue ungida de manera singular y la unción reposó en sus entrañas. Por ser la humanidad del Verbo una parte de la sustancia de la Virgen, ella entró en Dios como su Madre, adquiriendo un gran poder debajo del Hombre-Dios.

            El ha permitido a otras almas, a las que fue confiada la llave del amor, penetrar en Dios y en sus misterios sin que aprendieran las ciencias. Unas tienen más unción; otras, menos. Por ello su admisión es diferente, así como diversas son las gracias que reciben.

            Las manos de oro macizo del esposo son generosas para con las que le aman, en especial con las esposas, que deben estar en gracia. Hay, sin embargo, quienes no siempre tienen su llave perfectamente bruñida: la pereza o algunas otras imperfecciones la dejan enmohecerse y no pueden abrir con facilidad. La caridad del esposo, entonces, se apresura a introducir los dedos en la cerradura, dándoles facilidad para abrir cuando esperan paciente y humildemente a la puerta de la oración.

            Dios es bueno en sí, y tiene manos de oro con las almas que le son fieles. Sus dedos, empero, son de hierro para las rebeldes, castigándolas por ellas mismas. Si la meten en el fuego y la tornan útil, entran en su morada, aunque no siempre con prontitud en el gabinete. Sin embargo, lo que las echa fuera son los nuevos pecados, con los que dejan oxidar sus llaves. Mientras no las pulan, quedarán afuera, añadiendo pecado sobre pecado y ciñéndose una cadena de vicios con que los demonios las precipitan de un abismo a otro: del desprecio de Dios a la desesperación de su clemencia, que podría pulir su llave siempre que dichas almas no estén bajo el poder total de esos desventurados conserjes; es decir, en el término de su vida, que es el infierno bajo la tiranía del príncipe de las tinieblas. Dios, a nuestra manera de hablar, empuña de mala gana el acero en su mano, pero la rebeldía le obliga a armar su justicia contra los rebeldes. Luego en su cólera les habla, en su furor los aterra: Con cetro de hierro los quebrantarás, los quebrarás como vaso de alfarero (Sal_2_5s).

Capítulo 38 - El Verbo Encarnado recibió como aroma de incienso la capilla que hice edificarle, y de las dulces palabras que me dirigió para darme valor. 28 de noviembre de 1636.

            [311] El día de la gloriosa virgen y mártir Sta. Cecilia, a eso del anochecer, me retiré delante del Santísimo Sacramento para pedir a nuestro divino amor que él, que es el Evangelio de Dios, se complaciera en reposar en mi pecho. Mi alma fue elevada por un impulso amoroso según estas palabras del Cantar: El olor de tus vestidos, como la fragancia del incienso (Ct_4_11), que apliqué dignamente a la santa ya que sus vestiduras estuvieron consagradas del todo a Dios y a que el Evangelio que llevaba sobre el pecho las convertía en incienso perpetuo. Sin embargo, el divino Enamorado que se complace en alabar tanto la gracia que concede como la gloria, me dijo: Recibe, tanto para ti como para Sta. Cecilia, estas palabras.

            El ángel Rafael presentó a la santísima Trinidad todas las buenas obras de Tobías, en especial la de privarse de su comida para sepultar a los muertos como una obra de caridad, que era como incienso que los ángeles ofrecían ante la augusta majestad, la cual lo recibía de manos de este príncipe celestial con el designio de testimoniar a su fiel amigo cuán agradables eran dichas ofrendas ante Dios, que previene a los suyos con bendiciones, obrando como si ellos lo hubieran prevenido, coronando sus obras de misericordia y haciéndolas pasar como recompensas prometidas a los méritos de los justos.

            El divino amor es creativo hacia la humanidad; amor que movió a la segunda persona de la adorable Trinidad a y de forma.

            El Eterno se hizo encarnarse en la plenitud de los tiempos tomando un cuerpo mortal, apoyándolo en su divino soporte a manera del alma que lo informaba. El, que en cuanto Dios es un espíritu simplísimo, se unió hipostáticamente al compuesto de materia temporal; el amor supo unir lo finito y lo infinito. Dos naturalezas infinitamente alejadas se unieron en un mismo soporte; lo que le Verbo tomó una vez, no volverá a dejarlo; el Hijo único del divino Padre, y delicia suya, no pudo, al parecer, contenerse hasta darse él mismo para ser todo del ser humano y orar por él.

            [312] Se hizo hombre sin dejar de ser Dios, ofreciendo en calidad de ángel del gran consejo y divino ceremoniero, el incienso delante del Altísimo, obrando por bondad la comunión de los santos al unirlos y asociarlos a sus méritos y a él mismo, lo cual movió al príncipe de los apóstoles a decir: Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra. A ustedes, gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor (2_Pe_1_1s). Hija mía, Dios entregó todo al dar a su Hijo, por el cual dejas todo y te privas de tus contentos de cuerpo y espíritu, sufriendo en uno y otro al renunciar a los sentimientos de la naturaleza, que se queja y llora por ello, lo cual te humilla delante de Dios, de los ángeles y de los hombres, suscitando en ellos compasión ante tus sufrimientos y en mí la resolución de coronarte si eres constante, aunque te lamentes como doliente y llores por ser débil. La virtud de la paciencia se perfecciona en el dolor.

            Yo soy el pontífice que conoce y puede compartir tus penas, tus debilidades y la pobreza a la que has llegado por mi gloria y para dar techo y alimento a mis hijas. Me hice pobre para enriquecerlas, me privé de atavíos de gloria durante treinta y tres años para revestirlas de mi gloria de claridad eterna. Hija, te desvistes para vestir a mis hijas; llevas hábitos raídos y deteriorados por haberme construido una iglesia. Todos ellos huelen a incienso y son presentados delante de mi trono como incienso arrojado al fuego de mi divina caridad. Ofrécemelos en sacrificio. Los acepto aunque la naturaleza proteste. No te turbes, la gracia los ofrece voluntariamente en la cima del espíritu.

            En tu aflicción, dividí unas aguas de las otras. Deja correr las aguas inferiores que significan la inestabilidad de la naturaleza y admira las superiores que la gracia convierte en firmamento, porque tu consientes y deseas darme de buen grado lo que te di primero, y que no recibiría complacido si no consintieras libremente en el placer que me proporciona el hacerte merecer mediante tu correspondencia a mi inspiración, que te ofrece la gracia y la fuerza de conformarte a mi amor, que es mi peso, el cual se ofrece a ser el tuyo si sigues el atractivo que mi bondad te envía, que es la gracia, la cual te invita sin forzarte; [313] te solicita, está a la puerta, pidiendo tu permiso para entrar a tu corazón. Es tan generosa como graciosa. Por su medio entraré y haré mi morada en tu alma, ofreciéndote un festín digno de mi magnificencia.

            Divino Amado, si he encontrado gracia ante tus ojos y tu bondad se digna inhalar en olor de suavidad el sacrificio de mi consentimiento a todas tus inclinaciones y amabilísimos designios, que more en mi corazón por toda la eternidad.

            Concédeme el Evangelio de amor que recree mi alma en coloquios sagrados contigo mismo. Que, a imitación de esta santa, que se transformó toda en ti, y cuya su boca produjo cánticos melodiosos de la abundancia de su corazón amoroso, mi alma y mi cuerpo sean inmaculados delante de ti. Que pueda yo entonar el himno de acción de gracias en tanto que me instruyes por medio de tus justificaciones. Es bueno que me humilles a fin de que las aprenda.

Capítulo 39 - Deseo que tuvo mi alma de pertenecer al número de las vírgenes sabias y ser el lecho del esposo divino a imitación de la gran santa Catalina. Cómo ella ha escuchado con frecuencia los deseos de mi corazón. Noviembre de 1636.

            [315] Al recibir la comunión el día de Sta. Catalina, virgen y mártir, tuve el deseo de contarme entre las vírgenes sabias, y que le agradara al divino Esposo recibirme en su lecho nupcial en la tierra por gracia de amor, así como recibió en el cielo a esta gran santa en su tálamo mediante la gloria del amor.

            Si hasta ahora no te he pedido como es debido, enséñame, querido amor, cómo pedirte tu espíritu bueno. Derrama y difunde la gracia en mis labios, bendiciéndome con bendiciones soberanas. Recuerdo claramente, Señor mío, que me has favorecido algunas veces con esta infusión. Mis infidelidades, sin embargo, han merecido el verme privada de ella. He dado ocasión de castigo a tu justa cólera. Sin embargo, Dios piadosísimo, te acuerdas de tu misericordia en el momento mismo en que estás justamente irritado contra mis culpas. La montaña del Sinaí es el terror de los judíos desobedientes. Moisés, [316] tu fiel servidor, trata en ella con toda confianza con tu majestad, hablándote cara a cara como amigo tuyo. El sabe cuánto le quieres, y esto le da la libertad de decirte: Perdona a este pueblo, o bórrame del libro de la vida.

            Su celo te ataba los brazos y tu caridad te hería las entrañas, abriendo tu corazón paternal y divino a la piedad para conceder el perdón a tu pueblo, porque tu inclinación consiste en obrar la misericordia y tu naturaleza es bondad comunicativa en sí misma; bondad que manifiestas en mí de manera muy singular no sólo al disimular mis faltas, sino esperando el momento en que me convertiré enteramente ayudada de tu gracia. Tus caricias, empero, llenan mi alma de tus dulzuras inexplicables, convirtiéndome en signo de clemencia mediante el cual confundes a tus enemigos, lo cual da osadía a mi espíritu, del todo consolado por tus divinos favores, para reposar en tu seno. Tú, Señor, me ayudas y consuelas (Sal 86:17). Yo te ensalzo, oh Rey Dios mío, y bendigo tu nombre para siempre jamás; todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre (Sal_145_1s).

            Señor, como tu amor se complace en asistirme y consolarme, te ensalzaré en mi alma bendiciendo tu bondad. Te reconozco como a mi soberano Rey. Bendeciré tu santo nombre por todos los siglos desde hoy hasta la infinitud, confesando que eres grande e infinitamente digno de alabanza. Tus grandezas no tienen fin; todas las generaciones alabarán el exceso de tu caridad en mí, que obra maravillas en mi espíritu. Todos los elegidos, por medio de cánticos de alegría, proclamarán que manifestaste tu poder en mi debilidad y que te complace hacer entrar en él a una pequeñuela que ignora el alfabeto: Mi boca publicará tu justicia, todo el día tu salvación: pues no conozco su medida. Contaré el poder de Dios, Señor, celebraré la justicia solo tuya (Sal_70_15s).

OG-05 Capítulo 40 - La bondad y la sabiduría divina quisieron escoger a san Miguel, a san Pedro de Alejandría y llamar a una jovencita para divinizar su humanidad y humanizar su divinidad.

            [317] El día de san Pedro de Alejandría, al meditar en las palabras que el Salvador dirigió al santo, diciéndole que Arrio desgarraría su túnica, admiré la paciencia del dulcísimo y bondadosísimo Hijo de Dios.

            Participé compasivamente en los sufrimientos de este enamorado de los hombres al saber que Arrio deseaba negar su divina filiación, y desee revestirlo de gloria. Hubiese querido ser toda de claridad para reparar, de serme posible, la afrenta que le infligía la impiedad de Arrio.

            Vi entonces un dosel o palio sobre mi cabeza, que me cubría. Mi divino amor me demostraba así que aceptaba mi deseo y que a cambio me cubría con su divinidad, la cual confesé en voz alta, deseosa de dar a conocer a todas las criaturas que el Verbo Encarnado es Dios y Hombre, y que es igual al Padre en su divinidad, que El le comunica desde la eternidad, antes del día de la creación, y que por él hizo todas las cosas. El cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado. En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy? (Hb_1_3s).

            Años después de este mismo día, al pensar con gran pena, oh Verbo divino, en la amorosa queja que hiciste a este santo patriarca de la desgarradura que el infortunado Arrio causó en tu túnica a la altura del pecho, te dije: Queridísimo amado, cuán bueno eres al buscar en la tierra un hombre que apoye la divinidad que recibes de tu Padre, de cuyo entendimiento y seno emanas como su progenie.

            Escuché que fue la misma bondad la que aceptó que san Miguel defendiera en el cielo la naturaleza humana que deseabas tomar [318] en la tierra en el seno de tu Madre. Qué maravilla contemplar a san Miguel luchar por la tierra, estando en el cielo; y a san Pedro de Alejandría combatir por el cielo mientras moraba en la tierra. Cuán detestable fue Arrio y cuán gravemente te ofendió al robarte, tanto cuanto su malicia se lo permitió, el derecho de Hijo único que reposa en el seno del divino Padre, desmintiendo en cierto modo al águila de los Evangelistas, que nos anunció esta verdad después de haberte visto, diciendo: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios (Jn_1_1).

            En el comienzo existía el Verbo y el Verbo estaba en Dios y Dios era el Verbo, tan antiguo y eterno como el Padre; Verbo mediante el cual lo hizo todo; Verbo que es junto con el Padre principio del Espíritu Santo.

            Águila sagrada, ¿Qué blasfemo fue capaz de vomitar semejante herejía desgarrando o dividiendo esta filiación divina, arrancando a este Hijo amadísimo del seno del Padre que lo engendra De sus entrañas en el esplendor de los santos, antes del día de la creación? Oh verdadero Hijo del Altísimo, ¿Quién me dará el poder de anunciar y notificar en el cielo, en la tierra y en los infiernos el eterno nacimiento que recibes de tu divino Padre, mostrándoles que eres coigual y consustancial a aquel que te comunica tu esencia, que es tu vestidura y tu ser divino, que junto con él, comunicas al Espíritu Santo, con el que eres un Dios en tres personas distintas?

            Al inclinarte a mí, me hiciste comprender, querido amor, que, aunque muy indigna, me escogiste entre muchas otras para hacer ver una extensión de tu Encarnación y para manifestar el esplendor eterno que recibes de tu Padre, de quien eres la imagen y figura de su sustancia.

            No tienes necesidad de mendigar el afán de tus criaturas ni en el cielo ni en la tierra. Sin embargo, por una sabiduría y bondad incomprensibles, suscitaste a san Miguel en el Cielo, a san Pedro en Alejandría y a una pequeñita en Francia para apoyar y dar muestra evidente de tu verdadera deidad.

            Confirma, oh Todopoderoso, tu designio y vivifica tu obra en medio de los años. Tú eres el Eterno sin fin y sin principio, que se establecerá en el transcurso del tiempo. ¿Quién podrá resistirte? Inclinarás los collados del mundo, los abajarás hasta el camino de tu eternidad y armarás con tu amor a todas tus criaturas en contra de los insensatos.

            Te doy gracias, divino Amor mío, por haberme enviado con la misma misión de san Miguel y de san Pedro de Alejandría a combatir a Lucifer y Arrio.

Capítulo 41 - La divinidad se complace en consagrar a las almas e iluminarlas, transformándolas en templos suyos y llenándolas no de una nube simbólica, sino de la realidad de ella misma. Las tres divinas personas gozan al glorificar a los santos.

            [321] Por encontrarme en gran sequedad y poca devoción, pedí a Dios que me hiciera su templo y mausoleo, y ser transformada en el cielo de las tres divinas personas y de la unidad de la esencia que les es común de manera indivisible. Mi petición fue concedida. Sentí que mi entendimiento se convertía en un cielo de luz y pude ver al Padre eterno, que, con amor admirable, me consagró como su templo y su cielo.

            Comprendí un movimiento divino, que no me podía explicar, del Padre en mí, que es el movimiento en voluta del que habla y atribuye a la divinidad san Dionisio; movimiento que mi alma comprendió bien por entonces, viendo y contemplando cómo el Padre existe y está en el Hijo y en el Espíritu Santo, en sus producciones eternas, jamás interrumpidas. El Padre poseyó de manera divina la parte superior de mi alma; el Hijo ocupó la parte inferior, protegiéndola de manera admirable, así como protege a la Iglesia militante que encomendó a san Pedro, de la que es siempre soberano y principal Pastor. El Espíritu Santo se complacía, al mismo tiempo, en darme a conocer cómo santificaba mi cuerpo, haciéndome experimentar deliciosamente el dicho del apóstol de que nuestros cuerpos son templos del divino Espíritu, que se complace en establecer en ellos su grata morada.

            Sentí el consuelo indecible de la presencia y asistencia de este admirable y benignísimo Paráclito, que derramaba o esparcía un divino rocío que temperaba y refrescaba las llamas que me asaltaban y oprimían. [322] Preparé mi pecho para ser su morada, haciendo de mi corazón su tabernáculo de alianza de amor, asegurándole que su afecto deseaba reciprocar sus insignes favores, por ser él divinamente bueno y soberanamente misericordioso. El Espíritu, Dios de verdad, me dijo que debía yo sufrir, porque trabajaba en firme para su gloria y mi purificación, pero que esto se haría con paz, ya que su caridad impediría la inquietud y acrecentaría en mí la confianza.

            Escuché que el Padre es fuente y origen de la luz, el cual me iluminaba con sus divinas claridades, que no admiten sombra alguna, porque las criaturas no pueden oponerse a sus dones cuando él los envía con una voluntad absoluta que procede de su pura misericordia, cuyas entrañas se movieron a enviarnos al oriente de lo alto que es el Hijo, cuyo nombre es Dios poderoso y Señor de los ejércitos.

            Dicho Señor, me dijo que se complacía en combatir por mí, dándome a entender que deseaba morar conmigo. El Espíritu Santo me hizo sentir que oraba en mí con gemidos indecibles, que castigaría a quienes violaran los templos y purificaría con amoroso ahínco las inmundicias que el pecado hubiera producido en ellos. Me dio a conocer maravillas acerca de las tres Iglesias, que no son sino una, enseñándome que la militante combate con la intención de que la sufriente ingrese a la triunfante, porque las tres son una sola. Comprendí que la militante combate y persevera por medio de y en la fe, mientras que la sufriente es confortada por la esperanza en sus penas, esperando entrar victoriosa a la triunfante, que goza de la gloria en la caridad perfecta.

            La militante está en medio de las dos, participando en la caridad y en la gloria iniciada en una, y animándose por la confianza y esperanza de la otra a sobrellevar sus trabajos. Para ello dispone de coros de batallones, alegrándose por la esperanza y la caridad mientras combate aspirando al culmen de la beatitud que reside en la triunfante, en la que vi brillar la divina justicia y escuché estas palabras: Tu justicia es como los montes de Dios (Sal_36_6).

            Las tres divinas personas eran como tres montañas; la santa humanidad es también una montaña en sus méritos, ya que el Verbo, que les da un valor infinito, es igual a su Padre y al Espíritu Santo, y satisfizo en todo rigor a la justicia divina mediante la efusión de su sangre, que es la sangre de un Dios que habla mejor al divino Padre que la sangre de Abel. El es nuestra paz y nuestra gloria.

            El divino Jesucristo, después de su pasión, fue revestido con la túnica de inmortalidad y de gloria de la que se privó Adán, quien murió por haber cometido el pecado, pecado que lo redujo al sepulcro después de su muerte. Jesucristo entró en él, mas sólo para producir allí la vida, por ser el primogénito de entre los muertos. El es nuestra resurrección y nuestra vida.

            [323] Mi alma sentía en sí la presencia de las tres divinas personas y su inmensa dicha. Intuí que con ellas están los santos, que asisten al lado de su cabeza, el Verbo Encarnado, el cual les mereció la gloria gracias a su gran caridad, caridad que los urge a estimar la muerte que él sufrió por ellos, misma que los condenados, por los cuales también sufrió se negaron a aceptar, menospreciando así la sangre del testamento.

            David acertó al decir: Convoca a los cielos desde lo alto, y a la tierra para juzgar a su pueblo (Sal_50_4). Por estos lugares entendí que Jesucristo dijo al Padre y al Espíritu Santo, que son cielos y un Dios con él, que todo lo que sufrió en cuanto hombre no es siempre un signo de su bondad. Interroga a los ángeles, que son espíritus celestes, preguntándoles qué dejó de hacer para conducir a los condenados al camino de salvación, habiéndoles asignado a estos príncipes en calidad de guardianes, para pedirles que amaran a su buen Salvador por medio de inspiraciones continuas, a las que aquellos resistieron maliciosamente. Como no quisieron aprovechar su sapientísima y bondadosísima providencia, es justo que sean separados de los buenos: Convoca a los cielos desde lo alto, y a la tierra para juzgar a su pueblo (Sal_50_4).

            Su bondad demuestra que juzga con equidad, condenando a los malos, recompensando a los buenos y constituyéndolos jueces o al menos asesores de sus juicios. David, iluminado por el rayo divino, prosigue: Congregad mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron. Anuncian los cielos su justicia, porque es Dios mismo el juez (Sal_50_5). Eres admirable en tus juicios, divino Amor mío. Todo en ti es bondad y equidad. Seas bendito por siempre.

OG-05 Capítulo 42 - La Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, en la que la divinidad hizo su trono sublime. Ella es el libro en el que el Verbo se inscribió de manera admirable mediante la Encarnación, misterio inefable salvo para las tres divinas personas, al que adoran los serafines velándose la cara y los pies. Diciembre, 1636

            [325] La divina bondad eximió a Noé del cataclismo del diluvio. El condujo su arca con seguridad, conservando en ella las reliquias de la naturaleza humana. El Dios amoroso contempló a la Virgen en su mente, preservándola de la caída del pecado que es un diluvio universal, gracias a los méritos del Hijo que quiso hacerse hombre en sus entrañas.

            El Verbo divino es el libro en el que están anotados los elegidos. En él aparece inscrita primeramente la Virgen, su madre. A su vez, su Madre es el libro en el que la sola palabra que es el Verbo del Padre está escrita. Isaías, el profeta evangélico, nos describe la grandeza de esta incomparable Madre: El año de la muerte del Rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo. Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies, y con el otro par aleteaban. Y se gritaban el uno al otro: Santo, santo, santo, el Señor Dios de los ejércitos: llena está toda la tierra de su gloria. (Is_6_1s).

            Isaías dice que en el año en que el rey Ozías murió, vio al Señor sentado sobre un sitial a manera de trono elevado, y que lo que era inferior a sus grandezas divinas llenaba el templo; que los serafines estaban de pie, velándose los pies y la cara con cuatro de sus alas mientras que con otras dos volaban gritándose el uno al otro: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de las batallas; la tierra está llena de su gloria.

            [326] Dios vio desde toda la eternidad la caída de Adán, que fue su muerte y la nuestra. Adán fue rey de toda la tierra; Dios, el Padre que deseaba dar un nuevo Adán que nos devolviera la vida que el viejo nos hizo perder por el pecado y preparar un trono alto y magnífico para su Hijo, que no es otro que la Virgen, a la que quiso hacer Madre de su Hijo amadísimo, el cual quiso situarse en las entrañas purísimas de aquella Madre, haciéndose hijo suyo.

            Al colmarla de todos los dones de naturaleza, de gracia y de gloria, la Trinidad realizó sus complacencias en María. Corresponde a las tres divinas personas alabar augustamente a esta Madre, Hija y Esposa, a la que Dios hizo su templo sagrado. Los serafines la rodearon con un respecto inexplicable a ellos mismos, que contemplaban a través de velos la grandeza de aquél que estaba sentado en este trono y la gloria que llenaba toda la tierra virginal, adorando los misterios que no podían comprender y que Dios pensaba realizar en la Virgen. El la contempló en su mente eterna. Ozías significa la fuerza del Señor. Toda la fuerza que Dios concedió a Adán quedó abatida y perdida por el pecado, pero su divina bondad la levantó y creó de nuevo, en cierto modo, en María.

            El profeta citado dice: Ay de mí, por haber callado (Is_6_5). Si Adán hubiera confesado su falta sin esconderse de aquel a quien ofendió, hubiera sido absuelto e Isaías no hubiera dicho que habitaba con un pueblo perdido, por haber contraído la culpa original mordiendo el fruto prohibido. Veo que Dios desea escoger un legado y embajador para anunciar la buena nueva mediante la profecía; es decir, que una Virgen brotaría de la raíz de Jesé, cuya flor se elevaría hasta la igualdad del Padre de las luces, por ser coigual a su tronco y tener en sí la forma divina sin causar detrimento. Ella glorificaría su grandeza, haciendo ver que emanaba de su principio en el esplendor de los santos, y que era coeterna, consustancial y un mismo Dios con él en la unidad del Espíritu Santo, y que dicho Espíritu colmaría a la Madre y reposaría sobre el Hijo humanado.

            Ay de mí, pobre hombre que tiene los labios manchados. No me atreveré a hablar; todo mi ser se estremece después de contemplar al Dios de los ejércitos, cuya majestad sacudió de espanto, al parecer, los goznes y el dintel de las puertas ante la voz de los serafines que clamaban: Santo, Santo, Santo ¿Sabrían aquellos espíritus celestes, siempre invariables en sus perfecciones desde que fueron confirmados en gracia y en gloria, que muy pronto se les pediría levantar, alzar sus puertas para la entrada del Rey de la gloria. Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo (Is_6_4). Quedaron admirados ante semejante noticia, admirando un sacrificio desconocido que llenaba la casa de Dios de un humo divinizado. Es que el Verbo, al encarnarse, llenaría la carne tomada de María de un mérito infinito, por ser la carne de un Dios hecho hombre que se ofrecería en holocausto perfecto.

            Valor, santo profeta, esos espíritus ardientes están encargados de purificarte con el carbón que se les permitió tomar con tenazas de sobre el altar: Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar, tocó mi boca y dijo: He aquí que esto ha tocado tus labios; se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado (Is_6_6s). Habla con osadía, profeta; has sido purificado en virtud de los méritos del Verbo que quiso encarnarse. El es el germen de David, de la raza a la que tienes el honor de pertenecer. Su trono debe brillar como el sol y ser confirmado por toda la eternidad. Fijó su tienda en el sol y vendrá para iluminar a las almas fieles; pero, oh desdicha, los que lo desconocerán serán los más ciegos a causa de la malicia: endurecerán sus corazones, cerrando sus oídos por temor a ser curados por él de su ceguera, de su sordera y de su malicia.

            El desearía ser el ojo del ciego, el oído del sordo y el corazón del ingrato, pero ellos no querrán ser sanados por Jesucristo temiendo ser reconocidos o declarados súbditos suyos. Al escoger a César, un príncipe extranjero como su rey, renunciarán a su gobernante legítimo. Y Dijo: Ve y di a ese pueblo: Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis. Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure. Yo dije:¿Hasta dónde, Señor? Dijo: Hasta que se vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin hombres, la campiña desolada (Is_6_9s).

            Todo esto se cumplió en el tiempo en que el Verbo Encarnado apareció en el mundo: el pueblo que debía reconocer sus beneficios [328] fue el mismo que le causó la muerte. Ellos despreciaron a su Madre, que debía ser la admirable Virgen que concibiera, portara y diera a luz sin detrimento de su virginidad, la cual nacería de Ana, considerada estéril y despreciada de los hombres junto con san Joaquín, rechazado por el gran sacerdote como si Dios mismo lo hubiese abandonado: Y haya alejado el Señor a las gentes, y cunda el abandono dentro del país (Is_6_12).

            Pero, Oh providencia del Dios que ama a los suyos, aquella mujer estéril engendraría una hija que sobrepasaría en grandeza y mérito a todos los ángeles y los hombres, siendo la única en ofrecer a Dios un Hijo que poseería méritos infinitos. Ella sería la Madre de todos los elegidos mediante la adopción que Dios realizará a través de ella, de sus hijos de luz a los que rodearía con su manto radiante; prenda de esplendor que protege a los que estarán bajo su tutela. Ellos verán, a favor de dichas claridades, que la Virgen es la simiente santificada, que fue preservada de todo pecado y que Dios no quiso que estuviese obligada a la deuda común por ser la princesa soberana exenta de las leyes promulgadas para todas las demás: Lo que hay en ella santa simiente es (Mt_1_20).

            Si los judíos hubiesen querido convertirse, la Virgen los habría vuelto al amor de su Hijo, del que renegaron ante Pilato; Hijo que se anonadó hasta hacerse hombre mortal para morir a fin de rescatar a los hombres mediante su muerte. El retrocedió diez grados, según el signo mostrado al Rey Ezequías: la retrogradación de las sombras del sol a favor de la prolongación de su vida. Una lágrima obtuvo esta gracia. Al volverse a la pared, [329] inclinó la misericordia de Dios, a la que el muro de nuestras iniquidades había alejado de nosotros, mereciendo que dicha misericordia le mostrara en figura los abatimientos de la Encarnación, en la que el Verbo deseaba dar a conocer el exceso de su divino amor hacia la humanidad.

            El Dios del amor mandó a Isaías que se hiciera de un libro grande y escribiera en él con pluma de hombre.! Qué admirable misterio, tomar un gran libro para escribir en él con pluma de hombre, que es como una nada. Se trata del Verbo humanado en el seno de María, que representa el medio de la tierra. Pero, Señor, ¿Qué deseas que escriba en este libro? El nombre que la profetisa debe dar a la casa de David. Está urgido por su amor; desea despojar a Samaría y arrebatar el poder de Damasco antes de llegar a la edad en que los hijos saben decir papá y mamá: Llámale con éste nombre pronto saqueo, rápido botín (Is_8_3).

            El destruirá los rangos de los enemigos que les hacen la guerra, despojando la carne y la sangre representada por Damasco y las rebeldías que causan en el espíritu. Pues los que nacerán para la salvación eterna serán los que le reciban. A ellos dará el poder de convertirse en hijos adoptivos de Dios su Padre y sus hermanos coherederos: Pero a todos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn_1_12s).

            Isaías, ¿viste acaso la gloria del Hombre-Dios que la profetisa te dio en presencia de dos testigos mencionados por ti, un sacerdote que representa el ministerio y Zacarías, la profecía de que el Salvador vendría para dar cumplimiento y ofrecer el sacrificio perfecto, por ser el sacerdote eterno? El será el Pontífice que penetrará los cielos y se convertirá en el cielo supremo. Tenemos necesidad de un Pontífice como él: santo, inocente, apartado de los pecadores, que se siente en el trono de grandeza. Se trata del que hablas con admiración, llamándolo Emmanuel, el cual detendrá el poder de Damasco y los desbordamientos que la carne y la sangre causan en la naturaleza humana.

            Su Madre, en primer lugar, será eximida de todo pecado y de la deuda común. Siempre purísima, se conservará mediante la acción del Espíritu Santo, que bajará a ella, cubriéndola con la sombra del poder del Altísimo. Samaría significa guardia que será despojada, porque María concebirá sin sentir el deseo, permaneciendo Virgen sin lesión de su integridad. Satán, que acecha la concepción de todos los hijos de Adán, quedará ciego ante la concepción tanto del Hijo como de la Madre. Una por gracia y la otra por naturaleza, estarán por encima de su conocimiento.

            Santo Profeta, tu prudencia no es enteramente humana, ya que la aprendiste en la corte de los reyes de Judá. Es, más bien, divina: los dos testigos del nacimiento del Verbo Encarnado representan la grandeza de este Hijo divino y humano. Hay necesidad de un sacerdote para ofrecer el sacrificio de alabanza en acciones de gracias, y de un profeta vidente para contemplar en visión al que es el esplendor de la gloria del Padre, figura de su sustancia, imagen de su bondad, espejo sin mancha de su majestad, que purgará por nuestros pecados y será arrebatado al trono divino por su propio poder. Es el hijo varón de la mujer que aparecerá coronada de doce estrellas, con la luna bajo sus pies, y [330] revestida con un manto de sol se le darán dos grandes alas para volar a su soledad. Conversará con las tres divinas personas de la muy adorable Trinidad. A la segunda persona siendo su hijo, la rodeara de sus entrañas como a su niño. El es el Emmanuel, Dios con nosotros, que tendrá el cetro de fierro para quebrar el de sus enemigos que son como vasos frágiles. El ha elegido a esta Madre como su única paloma, su toda hermosa en la que no habrá ninguna mancha, elegida para ser el trono imperial de este Rey de reyes y soberano emperador de cielo y tierra.

            Ella es el templo de la divinidad al que todos los ángeles y los hombres deben adorar con respeto, reconocimiento y amor. Si no pueden mirar o contemplar sus esplendores sin velo, es menester que el amor vaya más allá del conocimiento para volar con los serafines mediante las dos alas de la complacencia y la benevolencia, bendiciendo a las tres divinas personas por las maravillas que han hecho en María, mediante la cual el nuevo Adán nos fue dado al tomar un cuerpo de su sustancia virginal. Su sangre, más roja de amor que el bermellón, aportó la materia para nuestra salvación, porque el corazón del Salvador fue formado y alimentado por ella.

            El es carne de su carne, hueso de sus huesos y sangre de su sangre. Adán fue formado de limo rojo del campo de Damasco cuando Dios lo creó a su imagen y semejanza. Más tarde arruinó esta imagen formada por la divina bondad al quebrantar sus mandatos, convirtiendo con ello a todos los hijos en criminales de lesa majestad. La tierra enrojecida que Dios moldeó como una maravilla de amor, haciendo un cuerpo tan agradable a la vista, fue corrompida por el pecado, que movió la justa cólera de su hacedor a predecirle: Eres tierra por tu origen, y a la tierra volverás por haber pecado. Al comer del fruto prohibido, ocasionaste que se pudriera la gracia por complacer a tu mujer y al apetito sensual. Mando que seas sometido a la muerte corporal, y después reducido al polvo.

            Pero ¿Qué que dices, Dios mío? Seguiré siendo gracia; he encontrado en mis designios a una admirable Eva y a un Adán adorable que no están incluidos en el infortunio del pecado: el Salvador y su Madre, Jesús y María, el redentor y su cooperadora, la Virgen Madre, la Incomparable entre las criaturas.

Capítulo 43 - El Salvador, al venir a derramar su sangre, quiso recibir y presentar a su divino Padre la de los santos Inocentes. Aquel mar de sangre ofreció a los santos Inocentes como perlas preciosas unidas a la perla oriental que es el Verbo Encarnado, por el que murieron dichosamente.

            [333] Al considerar a mi Salvador en el pesebre, y cómo en pocos días debía sufrir la circuncisión para ofrecer su sangre a su divino Padre en arras de nuestra redención, mi espíritu se detuvo a contemplar la preciosa muerte de los Santos Inocentes.

            Elevada en espíritu, vi ángeles que sostenían un recipiente de concha nácar. Comprendí que se trataba de los Santos Inocentes, que fueron llevados por los ángeles antes de que su razón y entendimiento fuesen capaces de comprender o discernir el bien y el mal; que la bondad divina los eligió para unirlos al Verbo Encarnado, destilando en ellos su gracia a manera de perla en la concha nácar, que se forma en el mar por el rocío que entra en ella, para realizar una bella unión.

            Fueron hechos receptáculos de gloria por la amorosa providencia de Dios, que los eligió para sí. Herodes buscó la perla oriental del Salvador, que no pudo encontrar debido a que no deseaba apreciarla, sino destruirla. María, Virgen prudente, la conservó en su seno entre sus pechos, como dos torres de metralla y fortaleza. Todos los patriarcas, reyes y profetas fueron escudos y ejércitos bajo sus órdenes. La infantería estuvo integrada por los Santos Inocentes.

            El Salvador desnudo en el pesebre se adornó de gloria con la victoria de los Inocentes, que formaron un río con su propia sangre para salvar a su Rey de la furia de Herodes. Hicieron más que la tribu de Judá, que cruzaron el Jordán por David. Los Santos Inocentes fueron también como los hijos colocados en la brecha para salvar y prolongar la vida a su Rey, el cual coronó su muerte con una gloria inmortal, ofreciendo su sangre en sacrificio a su Padre eterno, como primicias de la tierra a la que había venido a vivir.

            [334] David derramó y sacrificó el agua de la cisterna de Belén, que le fue llevada con peligro de la sangre y la vida de tres valientes soldados. Es privilegio de Jesucristo beber la sangre de sus mártires o dar a beber la suya, por ser el soberano por esencia, por excelencia y por amor, amor que lo lleva a dar un manantial de leche y otro de sangre. El amor dilató su corazón derretido en la Cena; pero lejos de contentarse con el gran don que hizo a sus apóstoles, quiso abrir sus poros sagrados en el jardín de los olivos para hacer ríos con su sangre, por la salvación de la humanidad.

            Cayó en gruesas gotas, más preciosas que todo el rocío que desciende al mar y a la tierra, ya que las gotas de sangre del Salvador son de un precio infinito porque manan del sagrado cuerpo que se afirma en el soporte del Verbo divino, hipóstasis que apoyó la sangre desde el instante mismo de la Encarnación, sangre adorable del Hombre-Dios, sangre preciosa de la que fue formado el cuerpo que no sería un cuerpo humano si careciera de venas, que son los vasos de la sangre, sangre que al ser tan preciosa por ser de un Dios, quiso derramar el amor en muchas y diversas ocasiones: el día de la Circuncisión, en el Huerto, ante Pilato, en el Calvario en la misma cruz y aun después de su muerte, mostrando así que el amor es más fuerte que la muerte, y que mediante la sangre de la cruz pacifica el cielo y la tierra.

            Los reinos suelen establecerse mediante la destrucción de otros reinos. El del Salvador fue fundado por la efusión de su sangre y afirmado con sus sudores. Al morir, Jesucristo se sobrepuso a todo; su muerte fue muerte de la muerte y victoria contra el infierno. El divino Salvador y todos sus fuertes llevan la espada sobre el muslo para edificar y destruir a los espíritus nocturnos. Muchos mártires reinaron por haberla recibido como un collar que honró su cuello al cercenar la cabeza. Reinaron al sufrir el martirio y dar su vida por el Verbo Encarnado. En el mundo sólo es posible reinar mientras se vive una vida pasajera. Los inocentes, empero, reinaron al morir por el autor de la vida, el cual vino para destruir el reino de la muerte y para fundar el de la vida en el tiempo destinado por el consejo divino.

            Estos niños afortunados son reyes, porque pertenecieron a la tribu de Judá y a la de Benjamín y murieron por Jesús, que los hizo herederos con él. Les da como propia su misma sangre; son ellos los humildes de Israel escogidos para confundir a Herodes con todo su poder, que fue retado a duelo para batirse con un niño cuyo reinado deseaba impedir. Para que no escapara aquel al que deseaba matar, dio la muerte a su infantería.

            [335] La providencia divina permitió que aquellos niños murieran a causa de la rabia de Herodes, como hijos perdidos que expuso a su furor endemoniado, no perdonando ni a su propio hijo, que tuvo el honor de ser mártir del Salvador y testigo de la crueldad de su padre, que sin calcularlo hizo que ingresara en la compañía de avanzada del monarca al que deseaba matar, convirtiéndolo en príncipe del empíreo al desear exterminar a su emperador, al que la divina providencia le arrebató por tenerlo reservado para otro tiempo, de acuerdo a sus eternos designios.

Capítulo 44 - Mi divino amor me inspiró asociarme en comunidad con los santos Inocentes, a los que desde hacía mucho tiempo me había unido, deseosos de llevar a cabo lo que su edad les impidió hacer. (1636)

            [337] Un día de los Santos Inocentes, los invité a venir con el cordero a mi casa, en el monte Sión, diciéndoles que eran las primeras flores de su Iglesia; que me rodearan por ser el lecho florido del esposo. Como murieron sin hablar, no pudiendo confesar con la boca a aquel por quien morían, yo podía confesarlo con el corazón y con los labios para satisfacer lo que les faltó, en mi calidad de hija del Verbo, quien me da la palabra por ellos. Como no tengo la oportunidad de morir por él como ellos, les pedí que unieran su muerte a mi confesión y me obtuvieran el favor de culminar su martirio como dijo san Pablo, afirmando que completaba en él lo que faltó a los sufrimientos del cordero, al que confesaron al morir, y al que siguen en la gloria, permaneciendo en su compañía en el monte Sión por ser su infantería.

            Les dije: recuerdo que mi divino amor me puso entre ustedes un día de su fiesta en el año 1619, marcando mi frente con su santo nombre y el de su divino Padre con la mano de su amor, que es el Espíritu Santo. Pude sentir dicha marca, a pesar de ser invisible. La bondad del Dios trino y uno le movió a darme un dulce beso, soplando en mi rostro con un aliento delicioso, para hacerme vivir la vida de amor que ustedes viven en el cielo.

            A continuación el Verbo Encarnado se dignó expresarme su deseo de que le organizara una compañía de pequeñas inocentes que preparasen su segunda venida, vistiéndolas de blanco y rojo para comparecer como víctimas inocentes que, desde su más tierna edad, se presentaran al sacrificio para su gloria, realizando en ellas lo que dijo en Isaías: Lo de antes, ya ha llegado, y anuncio cosas nuevas (Is_42_9). Así como hubo inocentes del sexo masculino, quería inocentes [338] del sexo femenino, a las que daría nuevas gracias por amor de su nombre. Añadió que no daría esta gloria a ninguna otra, porque le es debida, y sus hijas están del todo dedicadas a ella.

            Les suplico, inocentes afortunados, orar para que sus hermanas participen en la heredad de su Padre, que es también el de ellas, así como las hijas de Job tuvieron parte con sus hermanos, y que sean flores primaverales en todo tiempo, cuyo aroma agrade a su esposo y a toda su corte; que en todo haga yo su voluntad y que me bendiga al final de la vida con más abundancia que al principio, como se dijo de Job: El Señor bendijo la nueva situación de Job más aún que la antigua. (Jb_42_12).

            Que él obre en las tres Órdenes de mis hijas, las religiosas, las hermanitas y las pensionistas, como hizo con las tres hijas de Job: que ilumine a las primeras, para que alumbren a las almas como si fuera de día; que las segundas sean como la canela olorosa, casia, apartándose de la impureza que infecta a la juventud. Que las que por su estado se hallan en el mundo, no olviden las buenas enseñanzas ni las prácticas piadosas que oyeron y pusieron en práctica; que sean llamadas cuernos de abundancia, enseñando a todo el mundo cómo hacer provisión de virtudes y buenas obras, para que se presenten sin confusión a la derecha de aquel que dirá a las buenas: Vengan, benditas de mi divino Padre, a poseer el reino que les está preparado desde la constitución del mundo. Tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estuve desnudo y me vistieron; fui peregrino y me albergaron; estuve prisionero y me visitaron. Lo que hicieron por mis pobrecitos que creen en mí, lo considero como hecho a mí mismo.

            Tuve hambre y sed de su salvación y ustedes correspondieron a mis inspiraciones, no recibiendo en vano mis gracias. Estuve en la prisión del sagrario y allí me visitaron con amor y compasión. Fui peregrino venido del cielo a la tierra, y me recibieron. Estuve desnudo, cubierto con una tenue hostia, y me revistieron con su propio corazón. Ahora les doy el mío junto con mi reino y mi gloria.

Capítulo 45 - Cuidado que la divina Providencia tiene de los pobres virtuosos y de los castigos que recibirán los ricos que viven en el pecado. Los ricos misericordiosos son amados como lo fue Abraham.

            [339] El 28 de noviembre pedí por una mujer que murió esa mañana. Poco después vi, en una elevación de espíritu, un ángel que guardaba su cuerpo muerto con cuidados angélicos. Más tarde volví a ver una mujer como suspendida, cuya cabellera esparcida estaba rematada por una corona. A través dichas visiones pude saber que mi oración había sido escuchada, y que la mujer descansaba en paz. Su pobreza se había transformado en riqueza, sus humillaciones en honor, sus sufrimientos en placer y sus bajezas en grandezas, como lo demostraba la corona que portaba.

            Estas maravillas nos enseñan que Dios no tiene acepción de personas, y que los pobres que aman o aceptan con paciencia su pobreza pueden aspirar a la bienaventuranza y al reino celestial, donde reinarán en la eternidad después de ser indigentes en el tiempo.

            Los ricos, en cambio, con sus placeres y voluptuosidad, se preparan fosas en el infierno, como se dijo del rico del Evangelio, que, revestido de púrpura y de lino, ofrecía diariamente suntuosos banquetes en tanto que Lázaro yacía acostado a su puerta presa de dolores, y languideciendo de hambre pedía humildemente las migajas que caían de la mesa de aquel rico insensible a la piedad. Los mismos perros parecieron resentirlo, acudiendo a lamer las llagas del pobre afligido, al que la divina providencia miraba, dando orden a los santos ángeles de recibir su alma, que el hambre y el dolor hicieron salir de su atormentado cuerpo.

            No dio trabajo a su espíritu encontrar la puerta para salir de su prisión: dejó el seno de la miseria para ser recibida en el de la misericordia de Abraham, padre de los creyentes, que salía al ir en su peregrinar, a la puerta de su tienda en el calor del mediodía, para invitar a los ángeles, a los que creía hombres peregrinos, a que le honraran y obligaran con su visita, haciéndole el favor de que les lavara los pies y comieran participando de sus bienes, que consideraba suyos también.

            Dichas obras buenas le obtuvieron un Isaac e hicieron resolver a los ángeles, por orden del soberano, llevar hasta su seno, aún después de su muerte, las almas de los pobres [340] afligidos, a las que recibía para no dejarlas volver a la tierra, donde fueron tan maltratadas por decir la verdad a los hombres seguidores de la mentira, a imitación de aquel que durmió el sueño de la muerte, viéndose al despertar despojado de sus vestiduras de lino y púrpura y revestido de llamas. Como castigo a los vinos delicados, fue privado de una sola gota de agua, que pedía a aquel cuyos clamores no pudieron obtener de él ni una sola migaja de pan.

            Abraham, a quien llamó padre, le dijo que no podía acudir a la puerta del limbo, y que su bondad paternal no veía conveniente ni aún posible que Lázaro le diera solaz, por existir un abismo insondable entre el limbo y los infiernos subterráneos, donde yacía en un sepulcro de horror, muriendo sin morir en una muerte viviente. Le dijo que recordara que Lázaro había sufrido estando en el mundo, en tanto que él se dedicaba a sus placeres; que la divina justicia mandaba que Lázaro descansara y que él fuera atormentado en las llamas; que la paciencia de los pobres no perece al final, por haber vivido en medio de las penas a pesar de su inocencia. Las almas de los ricos culpables que vivieron en medio de los placeres, en cambio, serán atormentadas por suplicios en el transcurso de la eternidad de Dios.

 Capítulo 46 - Grandes favores que mi divino amor me concedía cuando se intentaba causarme aflicción, mostrándose a mí como un pabellón, un cayado vigilante y derramando sobre mí el rocío de sus santas bendiciones.

            [341] Desperté a la una de la mañana y recordé las palabras del oficio: Cuando un profundo silencio envolvía todos los seres, y la noche alcanzaba en su curso la mitad de su camino,... (Sb_18_14). Me dirigí a mi esposo, representándole el estado de nuestros asuntos, que parecía una noche espesa, sin que en ella se vislumbrara el día. También le hablé del profundo silencio que se me obligaba a guardar porque no se podía, ni de viva voz ni por escrito, tratar con aquel que con su autoridad me lo impedía. Me quejé a mi divino amor, diciéndole que ni aun los más miserables eran privados de la libertad de presentar sus peticiones.

            El me dio a entender que la noche estaba en su curso, y que aquel hombre vivía en las tinieblas; que nada hacía falta sino esperar el socorro, que provendría del trono real de su justicia. Me resigné con gran sumisión a la divina voluntad, diciéndole que esperaría a su salvador: Esperaré al salvador de mi Dios (Gn_49_18). Después, creciendo en confianza, dije a mi amado que recordara sus promesas, en las que me ofreció elevarme por encima de la cumbre de la tierra, es decir, más allá de los poderes elevados en dignidad, y que a pesar de ello me encontraba yo en un continuo rechazo al ser despreciada por ellas. Mi divino amor me dio a conocer que cada día cumplía su promesa, porque al enfrentarme a los altos dignatarios de la tierra, que combatían mis proyectos, me situaba por encima de todo y gozaba de una profunda paz, en tanto que mi adversario sufría una negra melancolía que lo mantenía en desazón.

            Mi alma con nueva osadía, pidió instantemente a mi divino Salvador que terminara su obra; que sólo el fin otorgaba la corona y que le conjuraba amorosamente a poner fin a tantas contradicciones. Vi entonces un pabellón de azul muy oscuro, suspendido por una cinta verde. Comprendí que era el pabellón de Jacob, que jamás pudo ser maldecido. Me dijo que no temiera y recordara el cayado en cuyo extremo había un ojo abierto, que [342] vi pocos días antes. Mi amado me enseñó su misterio, diciéndome que él era la vara que Jacob había adorado, honor que no rindió a la piedra sobre la que durmió durante el sueño misterioso de la escala, y que consagró después como altar, ni al óleo que derramó sobre ella; que con el poder de esta vara, que le había servido de bordón, atravesó el Jordán obrando otras maravillas, y que por su medio había adquirido la gloria, porque el Salvador era su fuerza. Por lo anterior me dio a entender: La vara que has visto, soy yo; el ojo que esta ahí significa la generación eterna en la que Dios, mi Padre, se contempla a si mismo, me hace su Palabra. Yo soy su ojo en el que se él se mira y del que es visto, yo soy su imagen y la figura de sus sustancia encarnada. Yo era el final que debía terminar la generación de Jacob según la carne y comenzar la de los Israelitas según el espíritu. Jacob adoró el final y la extremidad de esta vara que marcaba la continuación de su generación. El retiró sus pies muriendo porque todos sus afectos se unieran en el que terminaba toda su generación.

            Jacob vio la escala y los ángeles, que significaban el misterio de la Encarnación y el favor de los ángeles que ella nos atraería. Mi divino amor me exhortó a recoger o reunir todas mis aflicciones en él, besando esta vara sin temor alguno, porque me era dada para alegrarme con sus flores, para corregirme, sostenerme y apoyarme.

            Añadió que el ojo de la divinidad, que es él, me miraba amorosamente y que en ello consistía mi gloria. Que en ella me había elevado, que la aflicción llevaba a conocer al Espíritu, y que todos conocían el Espíritu de Dios que me movía y se mostraba tan generoso para animarme y sostenerme en medio de tantas contradicciones. Los Inocentes perdieron el nombre que tuvieron en la tierra; no sabemos el de ninguno de ellos; pero en el cielo, en lugar de ese nombre, llevan grabado sobre su frente el nombre de Dios y el del cordero. De semejante manera, al ser humillada por los que con su poder resistían los designios de Dios, tanto más sería yo exaltada.

            Este amoroso discurso de mi divino esposo duró más de cuatro horas, que transcurrieron en mil consuelos y caricias. El esposo de mi corazón, respondiendo a sus invenciones, [343] me dijo que deseaba venir a mí colmado de gotas de rocío, que me enseñaban la manera en que derramaba sus gracias sobre mí, movido por la bondad de su divinidad. Las destilaba como gotas de rocío, diciendo que tenía compasión de mis lágrimas, en las que se glorificaba en todo momento, considerándolas como las perlas de su peluca y que permanecía a la puerta de mi corazón, al que deseaba entrar para celebrar conmigo un festín con manjares de su gusto, del de su divino Padre y de conversión para todas las almas.

Capítulo 47 - El Verbo Encarnado me dijo que sus hijas eran las hijas de Judá, y que establecerían su Orden con firmeza cimentándola en su palabra y en su sangre. Enero de 1637

            [345] El primer día del año 1637, en la santa comunión, fui intensamente acariciada por mi divino esposo, el cual me reveló algunos secretos por medio de su amor inefable, dándome a conocer que la circuncisión cercenó el mal para dar la salud y la santidad, suprimiendo lo que es imperfecto en nosotros para establecer lo que es de Dios y vive en El. Me dijo que era mediador por mérito, por redención, por dilección y por amor; que sólo los que se encuentran en la dilección gozan de la redención; que sólo la tribu de Judá acudió a recibir a David después de la derrota de Absalón y, atravesando el Jordán, transportó a su rey victorioso de la rebelión para colocarlo en su trono. Prosiguió diciendo que los hijos de Judá son aquellos que confiesan la gloria del Redentor, animados por la dilección valerosa. Mi divino amor me prometió que sus hijas y mías serían verdaderas hijas de Judá que atravesarían el Jordán, a las que Behemot deseaba devorar (Jb_40_15). Me dijo que caminaran en pos de él por sus caminos, libres de cualquier temor.

            Conversó conmigo acerca de diversos estados que experimentó en el camino: cómo estuvo lleno de gozo al contemplar su divinidad, que glorificaba la parte superior de su alma, diciéndome que el cuerpo, junto con la parte inferior de esta alma bendita, estaba sumergido en el dolor a causa de los pecadores. Me explicó la manera en que gozaba de las delicias de la divinidad y de la bienaventuranza al mismo tiempo que amaba los dolores de su humanidad, por cuyo medio nos manifestó su amor y su bondad.

            [346] La dulzura del amor lo impulsaba hacia su Padre para gozar de los deleites de su seno, en tanto que la compasión inclinaba su corazón hacia los pecadores y a abrazar por ellos el sufrimiento, diciéndome que si se pudiera y fuera necesario, se separaría de su Padre para ir en busca de los pecadores; que su amor lo pondría en un dilema: quedarse con su Padre en medio del júbilo, o abajarse hasta su hija en la aflicción para compadecerla y consolarla.

            En este punto experimentó ella mil delicias en su alma y fue invulnerable a la aflicción que, según el parecer común, debía abrumarme por entonces, a causa de los rechazos de que era objeto el establecimiento de la Orden. Mi divino enamorado me consoló admirablemente, demostrándome más amor que Siquem a Dina, deseoso de morir por mi salvación para desposarme eternamente con su muerte en la fe y en el amor, anhelando poseer la belleza que me daba su gracia.

            El día de la octava dediqué todo el día al misterio de la circuncisión según la oración de David: Acuérdate, Señor de David (Sal_132_1), y lo que sigue, en la que el santo rey expresa su deseo de Dios y de morar en su tabernáculo.

            Mi divino amor me hizo ver que dicho tabernáculo fue Belén, en el que se ofreció el nuevo sacrificio que el Divino Salvador hizo de sí mismo por mano de su Madre. El pesebre era el altar, en el que fue cercenado el tejido adorable que le otorgaría el carácter de víctima. Fue cubierto e inundado por su sangre, para que resplandeciera y brillara en su púrpura real: Mas sobre él florecerá mi santidad (Sal_132_18); santidad que germina y florece en la sangre que da a mi alma, a fin de que florezca en mí, porque busco el tabernáculo de Dios, el cual quiere construirse uno a través de este nuevo Instituto, del que se podrá decir que no es hechura de mano de hombres, sino de la de Dios, que lo ama porque es bueno.

            Hija, san Pablo se refirió con acierto al tabernáculo asentado por Dios y no por hombres cuando dijo: Pero Cristo se presentó como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre (Hb_9_11).

            Hija mía, yo mismo estableceré mi Orden. Los hombres no pueden impedir mi [347] eterno designio. Con el poder de mi sangre y de mi palabra fundaré este nuevo tabernáculo; no con sangre de animales ni según el sentir de los que cuentan con la providencia humana, que es la prudencia de la carne. Lo que ellos consideran locura, es sabiduría ante mí.

            Penetré una sola vez al Santo de los Santos y ofrecí mi sangre para una redención eterna ideada por mi amor, el cual la ofrendó a mi divino Padre para que fuera el precio de dicha redención y, al mismo tiempo, paz y alimento para la humanidad.

            Yo mostraré mi poder y haré ver a la prudencia humana que sé levantar a los débiles y destruir a los soberbios, que piensan ser los únicos que deben brillar. Ensalzaré a los humildes que piensan que son nada. Los escribas y los fariseos, a una con los sacerdotes, creyeron poder destruir mi doctrina y borrarme de la tierra al darme la muerte. Se equivocaron, ya que con ella realicé mi designio y mi alianza pudo merecer. Hija mía, cuando los hombres crean haber impedido el establecimiento de mi Orden, yo la edificaré. A través de mi palabra y de mi sangre ustedes serán establecidas y, en su calidad de hijas del Verbo Encarnado, serán herederas de sus bienes y de sus gracias. Con su sangre serán purificadas, alimentadas y coronadas. Sean fieles a mi amor.

Capítulo 48 - Cuatro cadenas que representan los diversos estados de las almas en el camino y al llegar a su fin.

            [349] Durante la Octava de Reyes, mi divino amor, haciendo sentir a mi alma su dicha a causa de la elección que él se dignó hacer de ella por iniciativa propia, me dio a entender y a conocer la diversidad que existe en los estados en que se encuentran las almas que están oprimidas por diversas cadenas. La primera cadena es de hierro, la cual aherroja y abruma con su peso a los pecadores obstinados en este mundo y a los condenados en el infierno, entre los que sólo hay la diferencia del fuego, que atormenta interiormente a los que se encuentran en camino y material y sensiblemente a los que han llegado al término. Como los que van por la vida no suelen aparecer ante los hombres como pecadores obstinados, reprobados y condenados por su impenitencia, la ejecución de la sentencia sólo es diferida. Los que están en el infierno, en cambio, por haber llegado a su fin, sufren ya los suplicios de sus crímenes y la pena a la que están condenados. Por haber muerto en pecado mortal, serán privados eternamente de la visión beatifica.

            Los desventurados que van en camino se obstinan en resistir al Espíritu Santo y a forjar pecado sobre pecado, con los que forman la cadena de sus malos hábitos, que encadena unos con otros, y como jamás se enmendarán, están como condenados en presencia de Dios. La ejecución del suplicio es sólo aplazada, como se dice antes; sus cadenas no pueden romperse por rehusar la conversión y exponerse a que el Dios justísimo les abandone a causa de su endurecimiento, aunque esta imposibilidad sólo se de en los condenados, que están en un estado en el que ya no hay redención, porque ya no están en camino para hacer penitencia.

            Dicha imposibilidad se da en quienes resisten al Espíritu Santo. Desafortunadamente para ellos, no hay remisión alguna ni en este mundo ni en el otro, como dijo el Salvador. Cadena doblemente temible. Cuando pienso en ella, me siento espantada porque encadena a dos clases de culpables: los que se encuentran en camino que ofenden a Dios durante su eternidad, porque jamás se enmendarán; y a los que llegaron a su fin durante la eternidad de Dios, lo cual es justísimo. Como emplearon su eternidad en ofenderle, es razonable que él los castigue durante la suya: Por que aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas (Sal_51_6).

            La segunda cadena es de plomo, que puede fundirse y licuarse en el fuego. Ella encadena a las almas que no son obstinadas, pero que se encuentran, no obstante, en pecado mortal, del que pueden lavarse, purificarse y deshacer su opresión mediante la gracia que Dios desea concederles. Esta cadena puede ser fundida a través del temor de Dios, cuya ardiente caridad puede reformarlas o transformarla en la hoguera del divino amor, que produce la contrición amorosa.

            La tercera cadena es de oro brillante y sirve de corona y collar honorífico más que de grilletes. Esta cadena es para las almas que sirven a Dios por su amor y por la recompensa de la gloria, todo a una. Hay muchos en este número: Inclino mi corazón a practicar tus preceptos, recompensa por siempre (Sal_119_112).

            La cuarta, que es maravillosa, está formada de luz, sin ser pesada como la de oro. Las almas que la llevan son iluminadas, no encadenadas por ella y son conducidas por el esplendor de la luz eterna que es el Verbo, el cual es su camino, su verdad y su vida: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn_14_6). Dios mora en estas almas y se reproduce en ellas cada vez que las ilumina. Allí a David suscitaré un cuerno, aprestaré una lámpara a mi ungido (Sal_132_17), dándoles su amor, que es dulce, fuerte, muy bien representado por el cuerno y simbolizado por la luz de Cristo, que es el ungido y la unción. David, contemplándolo como rey, dijo: Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros (Sal_45_8). Con estas almas afortunadas, por ser sus esposas queridas, comparte su alegría. Junto con la luz, reciben la unción sagrada de reinas; luz que les da el impulso para moverse de acuerdo a las exigencias de la gloria eterna. Son resplandecientes como el sol, blancas, cándidas y plateadas [351] como la luna; el sol no tiene otro color que el de la luz; estas almas, tan felizmente ligadas, no tienen ni color ni tinte de criatura alguna; sólo el blanco de la inocencia.

            Es éste el rayo divino mediante el cual son hechas participantes de la Sión celestial; participación que algunas poseen en la sola esperanza. Las demás se encuentran en una esperanza experimental, porque al no estar todavía en la plena posesión que esperan, gozan parcialmente, ya desde el camino, lo que esperan poseer con mayor plenitud y abundancia en la gloria. Estas almas, a pesar de ser viandantes, saborean por adelantado las arras de la felicidad en la comunicación que tienen con el Cordero, que las conduce a las fuentes de vida y a los manantiales de luz que brotan de sus cuernos y de sus ojos; y así como la luz es toda para el ojo y éste sólo fue hecho para la luz, de igual modo estas almas son todas de Dios y para Dios, y Dios es todo para ellas, como si sólo para ellas existiera.

            Dichas almas son el encanto de los ángeles y de las almas que están en la gloria del cielo, porque en sus resplandores los bienaventurados contemplan el brillo de la luz de Dios: En tu luz veremos la luz (Sal_36_9). Y los mortales caminan a favor de sus resplandores: Caminarán las naciones a tu luz (Is_60_2).

            Mi divino Amor me comunicó que compartiría conmigo los mismos favores, exhortándome a tener ánimo y a prepararme a recibir las divinas luces: arriba, resplandece, Jerusalén, que ha llegado tu luz y la gloria del Señor sobre ti ha amanecido. (Is_60_1). A continuación, me aplicó el resto de la epístola que se leía durante esta octava, diciéndome: Hay tantas almas que se encuentran en las tinieblas, en la frialdad, en el disgusto, y que no son acariciadas en esta vida por mi bondad como tú. Hija mía, no les causo perjuicio alguno. Como soy libre, sólo estoy obligado a mis criaturas por mis promesas. Si ellas corresponden a mi gracia en la tierra, tendrán la gloria en el cielo. A ti, Hija, sin embargo, concedo mis favores en profusión en el camino, encuentro en ti mis delicias y deseo que pruebes cuán bueno soy con aquellos que no aman sino a mí.

            Frecuentemente, durante esta octava, el rayo de luz brilló con fuerza sobre mi cabeza y mi rostro. Sentí una dulce brisa y escuché: El espíritu sopla donde quiere; no siempre le gusta manifestar de dónde proviene su soplo, ni a dónde va, pero se complace en dar a conocer que es él quien mueve al alma para que obre según sus [352] mociones. Es él quien produce en ella mil gracias de bondad y de complacencia, adornándola con sus dones para hacerla agradable al Padre y al Hijo, lo cuales, con el Espíritu Santo, fijan en ella su morada. La santísima Trinidad reside plenamente en su parte superior como en su domicilio: Que así me ha dicho el Señor: Reposaré y observaré desde mi puesto, como calor ardiente al brillar la luz, como nube de rocío en el calor de la siega (Is_18_4).

            La divina majestad, sentada en el alma como en su trono, hace brillar sus rayos de amor en presencia de toda su corte; el alma se deleita en la luz que cae a plomo sobre ella sin ofuscarla, porque el Espíritu Santo produce en ella una nube admirable que le sirve de sombra y deliciosa frescura, en la que se apacienta y reposa al mediodía del puro amor. Después de recoger los frutos de la divina bendición, que es una cosecha abundante, dicha nube parece fundirse dulcemente y destilarse en suave rocío que se insinúa en el alma, en la que hace germinar mil gracias en las que se encuentra el mismo Salvador, según los deseos que expresó el profeta: Cielos, enviad rocío de lo alto, y nubes, lloved al Justo; ábrase la tierra, y brote el Salvador (Is_45_8).

            La santa humanidad se encuentra presente de manera admirable en esta alma, haciendo en ella una extensión de la amorosa Encarnación y produciendo uniones maravillosas que son nuevos favores mientras se encuentra en el alma. Ella es la luz de este pequeño mundo, según dijo el Salvador, en este tiempo de gracia. Jesucristo hace que a su luz el alma obre maravillosamente. Es un día que hizo el Señor, en el que la alegría es grandísima. Por ello todas las potencias del alma exclaman: Este es el día que hizo el Señor, exultemos y gocémonos en él. Señor, da la salvación, Señor, da el éxito. Bendito el que viene en el nombre del Señor. Desde la casa del Señor os bendecimos. El Señor es Dios, él nos ilumina (Sal_117_25s).

            El alma que es favorecida de este modo por el Señor que es su salvación, el cual la hace crecer ya desde el camino casi como conciudadana de los bienaventurados que están en la mansión de gloria, debe bendecirlo por dignarse llegar hasta ella como a su casa de gracia, para hacerla participante de sus divinas ilustraciones y de su felicidad, tanto cuanto puede sufrirlo su estado de peregrina.

            Esta cadena de luz liga e ilumina de manera inefable a los bienaventurados que están en el término, y a las almas de las que ya he hablado, que van por la vida; porque las que han llegado al final se encuentran en la plena alegría de la gracia consumada, a la que llamamos gloria del cielo. Las que siguen en camino participan de la gloria iniciada que se denomina gracia en la tierra; cadena bien diferente de la que aprisiona a los obstinados en el camino y a los réprobos en el término.

Capítulo 49 - Del bautismo de Jesucristo, en el que fue proclamado Hijo de Dios que se manifestó en medio de la humanidad pecadora.

            [353] El 13 de enero de 1637, al contemplar a mi divino Salvador en el Jordán, lo admiré en esas aguas en medio de los pecadores; El, que era el justo por excelencia y por esencia. Mi espíritu permaneció elevado y maravillado al ver al Señor complacerse al aparecer semejante a los pecadores; El, que jamás conoció el pecado. Ante esta novedad, el cielo se abrió para ver un espectáculo digno de la Trinidad, la cual demostró sus prodigios en la voz, en la paloma y en el que recibía el bautismo, dando a conocer la distinción de las personas.

            Cuando Adán y Eva pecaron, se disculparon y con sus excusas se cerraron el cielo, al no querer ser reconocidos como pecadores. El Verbo Encarnado, siendo justo, pareció pecador. El cielo se abrió y Dios Padre lo confesó como Hijo suyo amadísimo, en el que se complace desde la eternidad. El Espíritu Santo fue enviado del cielo para manifestar su santidad, que ocultó bajo la forma del pecador. San Juan fue testigo de sus voluntades, diciendo: He ahí el Cordero de Dios que lleva los pecados del mundo para lavarlos en su sangre. Aunque sólo parece un hombre, es un Dios.

            El Arca de la Alianza fue admirada al entrar en el Jordán, que retiró sus aguas; sin embargo, es una maravilla mucho mayor que el arca mística entre en las aguas sin hundirse en ellas; es decir, en el Jordán de las aflicciones, cuyas aguas penetraron hasta el alma de Jesucristo pero sin ahogarlo; pudiendo tan sólo llegar a su parte animal e inferior.

            El Salvador discutió santamente con su precursor el precio de la humildad, cumpliendo toda justicia. El fue el menor, por haber querido anonadarse al tomar nuestra naturaleza sin dejar la diestra del Padre, al que era igual. [354] Apareció como el último de los hombres, cuando era el primogénito entre muchos hermanos y el mayor de todas las criaturas.

            El Rey de los hombres y de los ángeles, el Arca adorable de la alianza eterna, sitió admirablemente el empíreo, que abrió sus puertas ante esta arca divina. Ante la brecha que hizo su humildad en esa ciudadela, el Padre y el Espíritu Santo se confesaron vencidos y prestos a entregar meritoriamente la Jerusalén celestial al vencedor y a la humanidad, por la que se encarnó y humilló. Las palabras son más poderosas que las trompetas que derrumbaron a Jericó. Esta arca santísima contiene en sí con eminencia todo, lo anterior sólo figuró: el propiciatorio, los candeleros la vara de Aarón, los panes de la proposición, las tablas de la ley y todo lo descrito por Moisés, que recibió orden de Dios de asentar el tabernáculo. El es el esposo florido, la flor de los campos y el lirio de los valles, el maná que el Padre nos da, el Sancta Sanctorum, el pan de vida y la ley del amor.

Capítulo 50 - Fui invitada a las bodas de la Reina de los ángeles y Madre del cordero, el Verbo Encarnado, su Hijo y esposo. Grandes gracias con que me favoreció la Trinidad

            [355] Esta noche, no pudiendo dormir y queriendo hacer mi oración, fui elevada por espacio de tres horas en una sublime contemplación de las grandezas de la Virgen, cuya gloria me dieron a conocer los ángeles.

            Fui invitada a las bodas de esta esposa del Cordero y vi a miles de ángeles rodeando el trono del Señor. Los ángeles fueron los primeros profetas de María, habiéndola conocido mediante la revelación que recibieron antes de la creación de los hombres. Las centellas y rayos con los que fueron iluminados sirvieron por entonces de sombras o figuras de María.

            Durante esta comunicación, recibí favores inestimables. Después de invitarme a las bodas de la Madre y Esposa del Cordero, la adorabilísima Trinidad me dio a conocer y comprender que yo pertenecía a las tres divinas personas que ocupaban mi corazón y mi alma, cuya presencia sentía de manera inefable, acompañada de miles de ángeles que las asistían. La Trinidad me hizo un augusto regalo, dándome un triple cordón irrompible, que era Dios, la Virgen y las criaturas.

            Todo esto me unió al Dios trino y uno. Escuché que, como yo desafié a todas las criaturas y combatí valientemente en una larga oración y un afecto preñado de temor y aprensión de alejarme al menos un poco del Dios del amor, la gracia obró en mí esta resistencia, agradando de tal modo al Dios de bondad, que quiso demostrármelo con luces, [356] dándome a conocer que yo era un ejemplo de las bondades que él concede a las almas; me dijo que yo era su elegida y que se complacía en poner en mí su trono, porque amaba su gracia en mi alma. Ya describí en otra parte escribí el conocimiento que obtuve de las grandezas de la Virgen.

            Escuché al Dios de amor que me decía: Te he puesto como un signo de mi bondad delante de mi rostro, así como hice con Zorobabel. Al ver en ti este signo, me aplacaré cuando mi justicia me mueva a castigar y recordaré mi amorosa clemencia.

            Querido amor, que este signo redunde en mi bien y que des a mi alma un mandato soberano: que conozca por su propia experiencia cuán bueno es adherirse a tu amor y poner en ti toda mi esperanza. Las almas a las que favoreces con tus gracias poseen un paraíso en esta vida y esperan de tu caridad tener uno en el otro, porque te complaces en dar la gracia y la gloria.

OG-05 Capítulo 51 - La amorosa Providencia de Dios permite que quienes la aman sientan inclinación de afectos para concederles magnánimas victorias en sus combates

            [357] Me contristaba a mí misma a causa de mi natural afectivo, y lamenté ante mi divino amor la inclinación que comenzaba a sentir hacia algunas personas. Escuché entonces estas palabras: Lo hice fuerte en la lucha y descendí con él a la fosa para que venciera; no lo abandonaré en los obstáculos. Me dijo que no temiera; que mi Esposo permitía esta inclinación que no era mala para que me sirviera de ejercicio y pudiera combatir por su divino amor; que él terminaría por triunfar y que deseaba me ejercitara en mil actos generosos y en mil sagrados intercambios con mi amado.

            Temerosa de causarle el menor disgusto, me dispuse a prepararme sin cesar a morir en todo momento, para asegurar mi fidelidad, diciéndole que la muerte me sería más dulce que el amor de cualquier criatura, si atentara a disminuir en algo el que había yo consagrado al que es mi solo y único amor, el cual se complace en combatir generosamente el afecto no desviado que sentía hacia la persona de mi confesor; pero al ver que el pensamiento de dicha persona se me presentaba y me impedía volar al seno de mi esposo, dije: Antes que ser prisionera, de enamorada me convertiré en guerrera.

            Mi divino Amor cumplió lo que prometió: descendió conmigo a la fosa de mi humillación y me libró gloriosamente, privándome enteramente de lo que era superfluo en el cariño que sentía yo por esta persona, pero de suerte que me fue tan indiferente como cualquier otra, restándome tan solo el agradecimiento por los beneficios recibidos, para no ser ingrata, ya que odio al extremo la ingratitud.

            [358] Reconozco la providencia de mi esposo al permitir este afecto, el cual fue para bien y progreso de su santa Orden y para darme a conocer más y más la exuberancia del amor divino que tenía hacia mí, ya que durante el tiempo que tuve a dicho confesor, su Majestad me acarició continuamente, desbordando torrentes de delicias en mi alma. A causa de las imperfecciones que cometí siguiendo los diversos sentimientos de mi inclinación hacia esta persona, me puse en actitud de contrición delante de mi esposo, no atreviéndome a elevar mi pensamiento hasta él, por confesarme indigna de presentarme ante su divino Amor. Me dijo entonces lleno de cortesía y ternura hacia mí: Habla, corazón mío, mi bien amada. Al oír tus palabras echaré las redes; deseo dejarme cautivar por tus palabras, que serán las redecillas que atraparán al delfín del Padre eterno en el océano de su divino amor. Me dijo que me hacía pescadora de un Dios-hombre que se complacía en enlazarse a mi corazón, a fin de permanecer conmigo; que podía yo decir que mi Redentor vivía en mí para hacerme vivir por él y que mi esperanza era el júbilo del soberano bien en mi seno.

            La diferencia con los bienaventurados es que ellos gozan de él al descubierto, y yo bajo los velos de la fe, en la que el alma muestra su fidelidad en el camino, en el que se encuentra en estado de merecer mediante las buenas obras y los acrecentamientos de gracia y de gloria.

            Ante estas amorosas persuasiones, mi alma se derramó en el seno de este Enamorado, incomparable en bondad, al que se abandonó con justa razón.

Capítulo 52 - Luces y delicias que el Verbo Encarnado obró, mediante sus intervenciones sagradas, en el alma de su indigna enamorada, a la que constituyó su baldaquino de gloria. 15 de febrero, 1637

            [361] En este tiempo en que los hombres parecen oponer tanta resistencia a la fundación y quisieran, si pudieran, sofocar la Orden en mi seno antes de su nacimiento, mi divino esposo me ha consolado indeciblemente. Hoy, en la santa comunión, me dijo que deseaba enseñarme de qué manera vivió soberanamente los tres grados o caminos de la vida de perfección: la unión, la iluminación y la purificación; mejor dicho; que él poseyó, en grado eminente, la vía unitiva, la contemplativa y la purgativa durante su vida pasible en la tierra.

            La primera mediante la unión hipostática. Como ésta es la más sublime de todas las uniones poseyó en su humanidad, en virtud de ella, todas las otras sin mezcla de imperfección y sin interrupción. Vivió la vía iluminativa al ejercer actos de todas las virtudes para iluminar al mundo. Los judíos quisieron extinguir la luz en las tinieblas del Calvario; pero el Todopoderoso la hizo revivir de la misma oscuridad. Pues el mismo Dios dijo: De las tinieblas brille la luz (2Co_4_6). Los judíos pensaron ensombrecer sus claridades haciéndolo morir, pero se equivocaron. Antes de su muerte pareció iluminar sólo la Judea; después de ella, ilumina a toda la tierra.

            La vía purgativa se encuentra soberanamente en Jesucristo. San Pablo dice: El cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, llevó a cabo la purificación de los pecados (Hb_1_3). El se sentó a la derecha de la majestad en las alturas, donde vive en la gloria igual al Padre y al Espíritu Santo, que son tres personas distintas, aunque un solo Dios de naturaleza simplísima e indivisible. Su vida es una; una es la unidad divina; sus tres voces o sus tres vías se verifican en mí con amor a través de las luces unitarias que me comunican.

            Me explicó estas palabras del Cantar: Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta el vino; tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado (Ct_7_3), [362] diciéndome: Hija mía, el cordón umbilical mediante el cual el hijo se adhiere a su Madre y recibe su alimento mientras que está encerrado en su seno, simboliza su entendimiento, que está unido al Verbo, que es fuente de sabiduría: Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas, la cual realiza en ti profusiones continuas de sus luces, que penetran hasta el corazón figurado por el vientre.

            Hija, saboreas las delicias del paraíso a través de las caricias de un Dios enamorado de ti, que se hizo trigo de los elegidos y posees al Dios todo bueno en una pureza virginal que él te comunica, que son los lirios que ha sembrado en ti. De él procede la fuerza de tus palabras para vencer a todos los que se oponen a tus proyectos.

            El te ha dado el poder de encadenar los corazones y atraer las voluntades mediante las dulzuras y claridades de la sabiduría divina, que sumen en admiración a los que conversan contigo. Las victorias que él obtiene por medio de tus palabras redundan en su gloria.

            Añadió que mi esposo me hacía brillante y resplandeciente cuando todos se esforzaban en oscurecerme; que él se mantenía en la firmeza y en la constancia cuando más se me contrariaba y que al final me descubriría sus misterios con tanta claridad, que parecería a muchos que yo hablaba sólo en parábolas y enigmas, que serían para mí luces radiantes mediante las cuales se conocerían tantas verdades como palabras expresara, y que dichas luces eran favores y presentes de su bondad hacia mí. Mi memoria, prosiguió, era el trono de su majestad, donde reposa con admirables delicias, porque ella le ofrece frutos nuevos y antiguos.

            Entonces mi divino Esposo me hizo ver una especie de cúpula de cristal en figura de globo, maravillosamente iluminada. Comprendí que ésta representaba mi entendimiento, al que mi Salvador destinó para ser la bóveda de sus claridades, y que debía estar unido a la divinidad figurada por el globo en razón de su plenitud. La divinidad colmó el cielo y la tierra con sus resplandores: un cielo que es mi alma y una tierra que es mi cuerpo.

            Me encontré suspendida en medio de tan admirables resplandores. El globo está lleno de claridad porque recibe la luz de lo alto y la comunica por el lado que da a la tierra, reteniéndola al mismo tiempo en sí mismo. Conocí de qué manera se integraba la divinidad a mi alma, o fijaba mi alma a dicho globo, que la representaba, la sostenía, la iluminaba, la unía y la purificaba. Las iluminaciones transformaban mi entendimiento en un globo luminoso de cristal en el domo de las divinas claridades.

            Dios hizo de mi voluntad el templo del amor divino; el amor me confinó a la posesión de mi bien, al cual [363] abracé estrechamente. El entendimiento recibió la luz a manera de una esfera de cristal, que ni la retiene ni la detiene, sino que deja pasar sus rayos y queda sin luz cuando el cuerpo luminoso que emitía sus rayos está a cubierto y se ha retirado muy lejos llevado por la luz. En razón de la diafanidad, es enteramente penetrado por la luz y el alma recibe las divinas claridades hasta el corazón y en su voluntad, la cual retiene y posee lo que recibe, transformándose en prototipo y ejemplar suyo. El entendimiento es un cristal en la recepción, y la voluntad, un globo en su plenitud. Estas dos maravillas son admirables en la santa humanidad, que está colmada de la divinidad o grandeza de la gloria de un Dios que se manifiesta en la limitación y pobreza de nuestra pequeñez.

            La santa humanidad comunica a ciertas almas las profusiones de su plenitud, que está figurada por los siete candelabros de oro, las siete lámparas y los siete cuernos del cordero, ya que los siete candeleros significan los siete dones del Espíritu Santo, los siete cuernos de la unción sagrada que se derrama de ellos y llena dichas luminarias por los ojos. El cordero enciende el fuego inextinguible en los corazones sinceros, comunicando por sus siete cuernos una abundancia indecible; los ojos encienden el fuego divino. Estos cuernos de abundancia llenan al alma con óleo de alegría, todos estos dones manifiestan la semejanza de Dios en su criatura y la grandeza de Dios, mediante su divino poder, confiere a su criatura la aptitud necesaria para recibir los dones que, en su generosidad, les regala profusamente.

            La bondad infinita quiso que experimentara en mí misma dichas profusiones, diciéndome que las siete estrellas que portaba en su mano derecha eran la participación en la ciencia que recibo de él, mediante la cual lo contemplo como un todo suficiente en sí mismo y como al ser superesencial. Durante dicha visión percibí continuamente mi nada; conocimiento del que soy consciente en todo momento, el cual me mantiene en un humilde sentir de mí misma.

            La vista de la bondad de Dios me confiere una amorosa dilección hacia ella, que es en sí comunicativa y que comparte su gloria con el alma, la cual se ve rodeada de luz; porque Dios se glorifica en ella, haciéndola participe de su bondad mediante una efusión y derramamiento inexplicable, en el que el alma se contempla y se glorifica; colmando sus potencias de una plenitud divina, que no le oculta, sin embargo, su nada, de la que es consciente clara y distintamente mientras que Dios la favorece con sus sagradas comunicaciones.

            [364] Recibí estas alabanzas y otras aun más admirables, que no puedo detallar aquí. Mi divino amor, al complacerse en habitar en mí, me alabó por encontrar en ello sus complacencias, sin que las alabanzas me hicieran olvidar mi nada.

            Sus amores y luces me dieron a conocer muchas maravillas sobre las comunicaciones divinas. Cuando el Dios oculto habló a los hombres por medio de sus ángeles, medía sus locuciones y estaciones como se observa en el movimiento del ángel, que, envuelto en la nube y en la llama, señaló las jornadas y altos de los hijos de Israel en los desiertos. Sin embargo, una vez que el Verbo se hizo hombre, Dios quiso hablarnos por medio de esta Palabra suya, que es eterna e inmensa como aquel de quien procede. El Verbo es el eterno e infinito hablar del divino Padre, por cuya mediación conversa con nosotros a partir de la Encarnación, dirigiéndose a nosotros como a hijos suyos por adopción y hermanos y coherederos del Verbo hecho carne, que vino a la tierra a conversar familiarmente con los hombres, lo cual admiró y expresó su predilecto con estas palabras: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó (1Jn_1_1s).

            El Verbo puso su trono en la Eucaristía y en nuestros altares, quedando a merced de la voluntad de los hombres, pudiendo parecer así que el amor lo llevó a disminuir o rebajar su poder para dar realce a su bondad.

Capítulo 53 - Deleites que en Dios son un sumo placer, y como me permitió saborearlos de manera admirable.

            [365] La noche del 18 de febrero de 1637, lamentaba yo los numerosos males y desórdenes que ocurrieron en Lyon este año a causa de las mascaradas, fiestas, bailes y comedias en los que la naturaleza corrompida encuentra su placer, disgustando a Dios o al menos perdiendo el tiempo, que es para obtener la salvación. Mi Amado me dijo que deseaba darme a conocer las grandes desdichas que se acarrean las personas que cambiaban, desfiguraban o enmascaraban sus rostros. Primeramente me dio a entender que, mediante la sugestión del demonio y la malicia a la que lleva el pecado, los hombres se transformaban de tiniebla en tiniebla como por un espíritu demoníaco, hasta llegar a la obstinación y un parecido perfecto con el demonio, que fue el primero en inventar el uso de las máscaras al tomar el cuerpo de la serpiente. A continuación Adán y Eva cubrieron, no sus rostros sino su vergüenza, adoptando una máscara de pureza aparente, cuando habían cometido una impureza evidente. Se escondieron de su creador, como ignorando que todo está al desnudo a los ojos de Dios, que es clarividente. Aquellos primeros pecadores del mundo se velaron y enmascararon para ocultarse a los ojos de Dios, después de haber creído la mentira de la serpiente, que se mofó de ellos diciéndoles que llegarían a ser como Dios si comían del fruto prohibido.

            La naturaleza corrompida, la malicia y la astucia de la serpiente velaron todos los designios y acciones de Adán y Eva, quienes se complacieron en las tinieblas. El disimulo sirve con frecuencia de velo y embozo a la malicia. Los que se dejan arrastrar y persuadir por las sugestiones y engaños del demonio, se transforman en él, como se dijo [366] de Judas, en cuyo corazón había penetrado el demonio, razón por la cual fue llamado diablo por el que, siendo la verdad esencial e infalible, no puede mentir: ¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo. Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote (Jn_6_71). La luz de nada sirve a estos espíritus, que son como búhos que sólo buscan las tinieblas y la oscuridad de los velos de la noche. La claridad los ciega. En todo momento se obstinan en su malicia, a pesar de que Dios, en su bondad, los inspire a reconocer que buscan el peligro. Se endurecen hasta llegar a la última etapa del mal, a ejemplo de Judas, quien despreció las dulces advertencias del Salvador, empecinándose en sus culpas hasta ahorcarse por desesperación. Del cadalso descendió a los infiernos en compañía de los diablos, a los que su pecado lo hizo semejante, lo cual movió al Salvador a exclamar: Hubiera sido mejor para este desventurado no haber nacido; ya que, por ser hombre, debía gozar de la humanidad y ser abrumado por los divinos favores del amable Salvador. Se obstinó, en cambio, más y más hasta que su malicia lo hizo inflexible y semejante a los demonios.

            Después de varios secretos que mi divino amor se dignó enseñarme, que no me es posible revelar aquí, por serme inexpresables, me invitó a gozar de las delicias divinas en la claridad de sus luces, mientras que el mundo, bajo diversos velos y disfraces, procuraba contentar los sentidos recurriendo a placeres indignos de mencionar. Me dijo: Hija mía, encontrarás en la divinidad placeres deliciosos que sobrepasan incomparablemente a los de los sentidos, mismos que san Juan experimentó con plenitud, como dice en su primera epístola: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo (1Jn_1_1s).

            En el lazo y amor del Espíritu Santo, indivisible del Padre y del Hijo, que lo producen como un solo y único principio, es decir, un todo amado, santísimo y sutilísimo, el Padre engendra a su Verbo, al que penetra y del que es penetrado. El Verbo emana del Padre y es inmanente en su Padre, lo cual se realiza mediante un contacto purísimo y delicadísimo, sin que se de mezcla alguna en las divinas personas, que son realmente distintas y que residen la una en la otra por medio de una penetración inefable.

            El Padre lo da todo sin disminución, el Hijo recibe todo sin imperfección ni desigualdad y el deleite y placer inconcebible que nace de este contacto del todo divino, produce una llama de amor sagrado, llama subsistente que es tocada y a su vez toca al Padre y al Hijo que lo producen. Se trata del Espíritu Santo, que mediante la divina circumincesión está en las otras dos personas, quienes a su vez están en él. Se da entonces el abrazo que es el fin y perfección del contacto sagrado, que consiste en oprimir divina y santamente lo que se ama. El Espíritu Santo es llamado con toda propiedad el abrazo del Padre y del Hijo. En las criaturas se da la división y la separación aun en el más fuerte de sus abrazos, ya que, por estrecha que sea la unión, jamás llega a la unidad. En Dios no existen ni división, ni separación, ni dispersión, ni pérdida, sino una unidad soberana en la distinción inseparable de las divinas personas.

            El placer del olfato no es menos admirable en Dios, según nuestra manera de concebir, que las purísimas y delicadas delicias del tacto. El Padre exhala un límpido aliento de su esencia: Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del omnipotente (Sb_7_25), [368] vapor, empero, consistente y subsistente, que en nada disminuye la sustancia de la que emana. Vi cómo dicha sustancia se exhala del todo en este hálito, después de lo cual el mismo aliento, junto con el principio del que emana, produce una brisa o exhalación cálida, que recibe todo el aroma de los dos para reflejarla en su único principio y autor. Esta fragancia no puede ser comunicada a ninguna persona creada, que no podría gozar de su suavidad como el Padre, que exhala el puro hálito de su sustancia, que es su Verbo; y el Verbo, que con su Padre goza indivisiblemente de este único perfume, produce y adquiere en una sola exhalación y soplo, al Espíritu Santo, que goza del mismo placer indivisiblemente junto con los dos que lo producen como un solo y único principio.

            El gusto se encuentra en Dios porque de él procede el alimento, ya que la criatura es alimentada por Dios cuando lanza, pone o levanta su pensamiento hasta él; lo cual movió a David a exclamar: Descarga en el Señor tu peso, y él te sustentará (Sal_55_24). ¿Cómo, siendo alimento y saciedad de las criaturas, no se nutrirá a sí mismo, de sí mismo y en sí mismo sin alimentos extraños, sin dispersión ni eyección, alimento eterno que sacia sin desdén ni superfluidad? El Padre se alimenta de su Verbo, y el Padre y el Verbo en la producción del Espíritu Santo, que es su hartura y abundancia, el cual se nutre del mismo manjar que las otras dos personas, ya que la admirable Trinidad no tiene sino un manjar, un gusto, una abundancia, una saciedad, un mismo saborear y las mismas delicias, plenas, abundantes y eternas: A tu derecha delicias por siempre.

            El placer de la vista se da soberanamente en Dios, porque Dios es todo luz, todo vista, todo ojo, todo visión. Se contempla en su propia claridad, que es el entendimiento del Padre, quien a su vez engendra otra claridad que, junto con el divino Padre, produce una llama de amor, que no por ser ardiente es menos reluciente y que abraza, sin ofuscarlo, al principio y claridad que la produce. ¿Quién podrá explicar el gozo que las tres divinas personas reciben [369] en esta visión de su belleza y de su claridad que es la fuente de todas las otras claridades? Nadie más que estas tres personas divinas puede explicar pues ellas la conocen.

            Resta el oído, que se da de manera inconcebible en Dios Padre al producir a su Verbo; su hablar es una Palabra y una música; ambos oyen esta música y escuchan esta palabra, aunque sólo el Padre la produzca, por ser su dicción, la cual posee la perfección del oído sin contradicción: no pronuncia otro Verbo, sino que produce, junto con su principio, un suspiro que es el Espíritu: el Espíritu Santo impulsado por la Palabra y por aquel que la pronuncia. El Espíritu que de los dos emana eternamente está adherido indivisiblemente a ellos, recibiendo todo lo que son y poseyéndolo indivisiblemente en unión con ellos.

            La música termina en un dulce éxtasis y en un adorable silencio. El hablar del Padre y del Hijo culmina en una extática producción del Espíritu Santo, en el que, respirando todo su amor, termina su conversación en un divino tararear que es el deleite del Padre, del Hijo y de él mismo, que goza en ser el fin infinito de tan melodiosa y encantadora música.

            Dios ha hablado sólo una vez, y David dice que escucha dos cosas, porque el Verbo, que es tan único en la Trinidad, se encontró sin incremento ni multiplicidad en el seno de la Virgen a través de la Encarnación. La música divina, que es toda la Trinidad, vino a ella cantando las divinas alabanzas en tanto que el Verbo se encarnaba. El espíritu y el corazón de la Virgen fueron colmados de delicias inenarrables.

            La Virgen era el templo de la Trinidad, la cual orquestó un divino concierto al consagrarla con una dedicación divina; la unción en ella fue tan abundante y la luz tan resplandeciente, que el Santo Espíritu descendió a ella y la virtud del Altísimo cubrió con su sombra a la Virgen, a fin de que su entendimiento no fuera oprimido y abismado en la fuente de la luz, y que su voluntad o su corazón no desfalleciera en el ardor y dulzura de esta efusión o divina unción. La esposa dice [370] que su alma se derritió cuando su amado le habló: Mi alma había quedado desmayada al eco de su voz (Ct_5_6). Si la Virgen quedó como desvanecida ante la luz del ángel: La Virgen se conturbó ante la luz, admirada ante el saludo que él le trajo de parte de la santísima Trinidad; de qué desmayo y azoro hubiera sido presa si la misma Trinidad hubiese venido a ella. Si el Altísimo no hubiera ordenado todo, la llama y unción la hubieran hecho expirar, muriendo ante la abundancia de las delicias divinas.

            Mi divino amor, deseando elevarme en el conocimiento de las divinas delicias, mediante las cuales gozaba de la paz y dulzura del Dios de bondad, que sobrepasan todo sentir, según el dicho del apóstol: Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Flp_4_7), me dijo: Hija, ¿Qué pérdida podrías experimentar privándote de las aparentes delicias de los sentidos corporales, tras de los que corre el mundo con tanto ardor en el miserable tiempo de sus desórdenes? Qué placer tan verdadero sacia ahora tu alma, a la que mi divino amor ha querido sumergir en los torrentes de mi divino deleite, al que David describió con tanta admiración divina: Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz (Sal_36_9s).

            Querido amor, no me atrevería a hablar sobre tus delicias si no me hubieras ordenado describir lo que tu bondad se ha dignado comunicarme. Los que por amarte han tenido esta experiencia, entienden y sienten lo que no puedo expresar. Es necesario que clame yo con mi amoroso Padre san Agustín, tomando las palabras siguientes que leí en el breviario: Da al que ama y siente lo que digo; da al que desea, da al hambriento, da al que peregrina en santa soledad, al sediento y al que suspira por la fuente eterna de la patria; dales a ellos y sabrás lo que digo.

            Como estas delicias no hartan, me dejaron un continuo y agradable deseo de saborearlas más y más. [371] La Sabiduría dice: Quien me bebe, volverá a tener sed. La saciedad que producen las delicias que derivan de las criaturas causa disgusto. Sin embargo las delicias que Dios comunica a los que le aman, deja siempre un nuevo deseo de poseerlas con mayor amplitud. El alma que las saborea desprecia todo lo que no es Dios, encontrándose en esta vida como en un desierto y en soledad.

            Al levantarnos por encima de la naturaleza con el favor de la gracia, el Padre nos atrae al Hijo en su divino amor, que es el Espíritu Santo: El Padre los atrae al Hijo; creen en el Hijo, porque creyeron en el Padre como Dios. El Padre atrae con los dulces atractivos del Espíritu Santo, que se complace en atraer suavemente a las almas que le siguen mansamente, sin forzar nunca la libertad: Donde está el Espíritu Santo, allí está la libertad (2Co_3_17).

            El sopla donde quiere; el Padre, mediante el atractivo amoroso del Espíritu, atrae a Jesucristo a quien dice: Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo. El amor atrae al que ama, y al amado sin violencia, en medio de una amable complacencia. Muestras el manojo de hierba verde a la oveja y la atraes; enseñas las nueces al niño y se acerca; pero al que corre lo atraes con el vínculo del corazón. Si a unos atraes con deleites y placeres sensibles, con cuánta mayor razón embelesas a los que te aman, atrayéndolos con las verdaderas delicias.

            El alma que es atraída por la divina y verdadera voluntad, sigue dulce y fuertemente el atractivo del Dios de la verdad. ¿Qué desea el alma con más fuerza que la verdad? los deleites que Dios comunica a las almas que se abandonan a su dirección son auténticas, y los placeres del mundo, aparentes. Nuestro corazón fue hecho para Dios y estará inquieto hasta que encuentre a Dios. Es bueno para el alma adherirse al Dios que la creó, que es su principio, su medio y su fin, el cual, a través de encantadores atractivos, sin forzar su libertad, la atrae a sí mediante las sagradas y amorosas amonestaciones de la gracia, que es una delicia. Pon tu alegría en las delicias del Señor, y te concederá los deseos de tu corazón. Los que se complacen en meditar las maravillosas dulzuras de Dios son atraídos por el [372] placer que Dios pone en ellos y, en cuanto los posee del todo, los une a sí de la manera más íntima, dándoles a conocer que todo es vanidad, menos amarle con toda fidelidad. El que se deleita en la verdad, se deleitará en la bienaventuranza, en la justicia y en la vida eterna, porque Cristo lo es todo. El Padre y el Espíritu Santo están con él mediante la unidad de la naturaleza divina y por concomitancia. Si el Espíritu Santo se digna hacer de nuestros cuerpos templos sagrados en los que se complace en habitar desde que el Verbo los santificó al tomar nuestra carne, con cuánta mayor razón nuestras almas: si en verdad los sentidos corporales y el alma han abandonado sus placeres; si el alma sólo encuentra sus delicias en las riquezas del Hijo, el hombre hallará su esperanza a la sombra de tus alas. Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz (Sal_36_9s). Si repito una vez más las palabras del real profeta, es porque amo esta sagrada embriaguez y el divino placer que no animaliza ni embrutece los sentidos, sino que los perfecciona y eleva el entendimiento, el cual se complace en la luz por medio de la luz, diciendo: En tu luz vemos la luz. A través de la luz de la gracia, el alma espera ver un día, para siempre, la luz de la gloria

Capítulo 54 - Dios se complace en enseñar a los pequeños que él hace capaces de sus secretos dejando a los sabios del siglo. Febrero 1639.

            [373] Mientras que rezábamos la hora media de Nona, mi divino Amor me detuvo cuando decíamos estos versos Maravillas son tus dictámenes por eso mi alma los guarda. Al abrirse, tus palabras iluminan dando inteligencia a los sencillos (Sal_119_129s). Supe que los testimonios divinos son admirables, y por eso mi alma los busca y los medita y eso es poco si la gracia infusa no me declarara el sentido de esas palabras, multiplicando la claridad, elevando mis potencias para entender. También creando, para decirlo de alguna manera, una como nueva claridad en el entendimiento, cuando el entendimiento divino se une de una manera inefable a su pobre hijita y esposa, para que comprenda por su Verbo lo que dice al alma: Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan: porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, la mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado (Jn_5_36). Hija mía soy yo quien atestiguo de mí mismo y mi Padre atestigua también que él me ha enviado para mostrarte sus maravillas, las que el amor divino confirma y atestigua. Cuando abres por tu libertad y atención tu entendimiento y voluntad tú atraes cada vez más los tres testigos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando tú deseas mis órdenes que son leyes de amor, como los enamorados las aman fuertemente aún cuando lleven un fuego vehemente, pues mis órdenes destellan tanto como el oro en un horno. Así era el amor de Juan Bautista, una continua maravilla delante de los hombres y de los ángeles del cielo que lo miraban viviendo en la tierra una vida celestial. Los doctores escolásticos comprenden en la oscuridad la exposición de mis palabras y así las enseñan. Las almas iluminadas místicamente por mí comprenden con una dulce claridad esta declaración. Cuando la veo pequeñas y desapegadas de todo, me uno a ellas y les doy mi propia comprensión en proporción de participación, pues ellas no podrían tenerla en su [374] totalidad ni en su esencia. Es a esas almas que mi divino Padre revela los misterios, los más secretos, venimos a hacer nuestra morada en ellas. Son tres los que atestiguan en esos espíritus purificados, que son como cielos iluminados: el Padre por medio de una gran fuerza, el Verbo por medio de una suave sabiduría, el Espíritu Santo por medio de una ardiente llama, y esas tres personas son un solo Dios. Son tres también quienes atestiguan en la tierra: el agua, la sangre y el espíritu y esos tres no son sino uno solo, Jesucristo, que derrama el agua de sus gracias ofreciendo a su Padre la sangre preciosa de la copiosa redención y el Espíritu que él ha merecido y dado con su Padre de quién procede como de él. Espíritu que es la santificación y recibe su ser del Padre y del Hijo, como su único principio. Este Espíritu se complace en reposar en los humildes, les comunica sus favores, vive en ellos y les da sus dones. Esta sabiduría no la da a los sabios del mundo; consejo, que los prudentes del siglo no saben recibir; fortaleza, que no pueden tener los que se apoyan en los brazos humanos; ciencia, ignorada por los sabios; temor respetuoso, que desprecian los presuntuosos; piedad, que los sensuales no conocen; entendimiento, que los soberbios jamás tendrán porque es a los pequeños a quienes Dios se comunica y revela sus misterios escondidos. A los humildes los levanta del fango para sentarlos en el trono de gloria con los príncipes de su pueblo, dándoles conocimientos claros de sus propios esplendores. Los corona a la puerta del paraíso del que saborean sus delicias por adelantado. Esto ha hecho decir al Salvador regocijándose en el Espíritu, padre de los pobres: Te glorifico Padre, Señor del cielo y de la tierra porque escondiste esto a los sabios y prudentes y lo has revelado a los pequeños, si Padre porque así lo has querido (Mt_11_25).

Capítulo 55 - Manera en que Dios Padre expresa sus divinas perfecciones a través de su Verbo. Todo lo hizo por el Verbo, y sin él nada fue hecho. Él es la alegría y la paz del cielo y de la tierra. Mediante su encarnación, la Virgen posee en su totalidad el cielo y la tierra. Marzo 1637.

            [375] El Padre eterno, deseoso de permitirme admirar a su Verbo, al que debo, por tantos títulos, ofrecer las alabanzas de los ángeles y de los hombres, y ensalzarlas por medio de las que el divino Padre, el mismo Verbo y el Espíritu Santo le ofrecen, me dio a entender que el Verbo era la imagen sustancial y esencial de sus perfecciones en cuanto Palabra preñada de su divino poder, por la que creó todas las cosas: Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe (Jn_1_2). Este Padre adorable no puede nada sin su Verbo, y sin él estaría inactivo sin producir su semejanza ni su imagen, porque su entendimiento sería estéril y su voluntad infecunda al no producir Verbo alguno. No espiraría el amor, ni Espíritu Santo alguno; el Padre estaría solo. No habría en Dios sino luz, sin multiplicación de las personas. No existiría la Trinidad, ya que Dios nada haría sin su Verbo en sí mismo, y sin él nada produciría fuera de sí mismo.

            Como el Verbo es el arte, la idea y el principio mediante el cual todo fue creado, los ángeles son iluminados por el Verbo en la gloria, en la que es el espejo que envía los rayos sobre todos los entendimientos de los bienaventurados. Los ángeles son segundas imágenes de Dios; el Verbo es la primera y esencial. El hombre fue creado a imagen del Verbo.

            El Padre eterno posee todo en su Verbo; la Virgen también, por tener la posesión del mismo Verbo. Como es su [376] hijo común por indivisibilidad a partir de la Encarnación, ella nada perdería aunque todas las criaturas volvieran a su nada, porque todo está en el Verbo, que se encuentra también en cada criatura para darle el ser. A través del Verbo, ella posee al Padre eterno, que se expresa en su Palabra. Posee además al Espíritu Santo, al que el Padre y el Verbo producen; los distintos soportes no dividen la esencia simplísima; las tres divinas personas son inseparables, estando la una en la otra en su admirable circumincesión.

            En consecuencia, la Virgen todo lo tiene desde que a través del acto más sublime de fe, de humildad y de confianza, dio su consentimiento, diciendo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra. Ella hizo al Verbo palpable y corporal, aportando en la Encarnación la vestidura que sería tejida por el Espíritu Santo para revestir al Verbo.

            El Verbo está en medio de María y de José porque María es de José en calidad de esposa y Jesucristo es el fruto común de su matrimonio virginal. Al morir en la cruz estuvo en medio de María, su Madre, y de san Juan, a fin de que la Virgen fuera nombrada Madre de Juan por el mismo Verbo, que es eficaz. El Verbo produjo lo que deseaba, diciendo: Mujer, he aquí a tu hijo; y al discípulo: He aquí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa (Jn_19_26s).

            El es mediador entre Dios y los hombres, entre los ángeles y los hombres, por la sangre de su cruz. El pacificó el cielo y la tierra: los ángeles fieles recibieron una satisfacción indecible al ver que la muerte del Verbo Encarnado reemplazaba con seres humanos los lugares vacíos que dejaron los ángeles rebeldes y que, por la sangre de la cruz, Jesucristo reparaba las ruinas que el demonio causó al tentar a Eva y, a través de Eva, a Adán, para que comiera del fruto prohibido como desobediencia a Dios. Con frecuencia se apaciguan los ángeles ante los pecadores, a los que su diligencia desearía exterminar, al ver que fueron comprados por la sangre preciosa del Cordero, cuya dulzura es tan grande, que la deja en la Iglesia para lavar, blanquear y purificar a los mismos [377] pecadores tantas cuantas veces se arrepientan de sus culpas.

            Los ángeles se sobreponen, en virtud de esta sangre, a su ardor justamente irritado, y como son esencias invariables, serían firmes ejecutores de la justicia divina si esta sangre preciosa no exigiera misericordia.

            Moisés, el más bondadoso de los hombres de su tiempo, rompió las dos tablas de la ley que llevaba consigo de lo alto de la montaña, al ver la ofensa cometida por su pueblo mientras que él trataba con el Señor, que establecía una alianza con aquel pueblo: Ardió en ira, arrojó de su mano las tablas y las hizo añicos al pie del monte. Luego tomó el becerro que habían hecho, lo quemó y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció en el agua, y se lo dio a beber a los israelitas (Ex_32_19s).

            El Señor, aplacado, ordenó a Moisés que tallara de nuevo dos tablas para volver a escribir en ellas los mismos mandamientos, diciéndole que estuviera listo desde el amanecer y subiera a su encuentro a la cima de la montaña, para renovar las palabras de su alianza. Moisés, conocedor de las inclinaciones misericordiosas de aquel que se mostró fuertemente irritado, invocó el nombre del Señor, que era el Verbo, diciéndole: Señor, Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes (Ex_34_6s).

            Sé bien que este pueblo es de dura cerviz, y que te ha ofendido gravemente; pero estoy bien seguro de que lo propio de tu natural bondad es obrar la misericordia en mil generaciones, y que tu justicia no pasa, en el castigo de las culpas, de la cuarta generación. Moisés, sabiendo qué clase de súplicas debía ofrecer al Dios de bondad, obtuvo de él más de lo que pedía: no sólo el perdón de los pecados, sino que continuara poseyendo al pueblo como suyo. El Señor le dijo: Mira, voy a hacer una alianza; realizaré maravillas delante de todo tu pueblo, como nunca se han hecho en toda la tierra ni en nación alguna (Ex_34_10).

Capítulo 56 - El divino amor se complace en situar a las almas en diversos estados, haciéndolas su presa y dándoles su gozo. Marzo 1637

            [379] A eso de las cuatro de la tarde, sentí mi corazón traspasado y como sacrificado, de lo que se siguió un desfallecimiento de todos mis miembros. Al volver de esta debilidad, me encontré en una gran abundancia de gozo, presagio de la cruz y los tormentos que sentiría el viernes siguiente, día 28, en el que experimenté una aflicción y angustia sin par, viéndome abandonada y desolada en el deserción de casi todo el mundo y aun del mismo Dios, que parecía gozar ante mi pena y convertirse en mi tormento, pues el que sentí me era inexplicable. Dios me dio a entender que dos años antes, había ocupado mi corazón en forma de paloma con las alas extendidas, para servirme de escudo, a fin de que en ese tiempo no fuese abrumada por la tristeza; que vi más tarde a dicha paloma elevarse y sostenerse en lo alto para observar mis combates, y que antes de esto había él tendido lazos amorosos para atraparme como presa de su divino amor, permitiéndome gozar al mismo tiempo de sus deliciosos placeres y contentamientos.

            Ahora, sin embargo, había sido entregada como presa a un buitre que me roía y desgarraba las entrañas; buitre de aflicción y de amor, todo a una. Dicho amor me movía a desear vivir, en tanto que yo anhelaba morir para gozar de mi amado. Tenía el deseo de vivir para perfeccionar su obra y procurar la gloria de mi esposo, y al mismo tiempo temía morir.

            Se me dijo que una pena seguía a la otra, y que me llegarían nuevas congojas; que uno de los buitres que me afligía era el Señor Cardenal de Lyon, y el otro mi Esposo mismo, quien deseaba tenerme como su presa, no a través de las delicias del amor, sino de su cruz amorosa y dolorosa, donde se manifiesta la verdadera dilección, que es fuerte como la muerte y dura [380] como el infierno, el cual, a pesar de sus asaltos, no podía conturbar un corazón enamorado de verdad.

            Se me dijo además, que el amor se complace en obrar transformaciones como secuencia de sus deleites; que él era el rey de mis afectos, que me mantuvo durante varios años en su salón como un pájaro alimentado deliciosamente, complaciéndose al escuchar mi voz; pero que en adelante deseaba verme morir a mí y a todo lo que no era él; que al estar muerta a mí misma, deseaba, de manera divina, satisfacerse conmigo transformándome en él, y que en ello consistía su real y divino placer, así como mi felicidad suprema; que era un favor mucho mayor ser la presa y el manjar del Rey que su música, porque en ello consistía llegar a ser una misma cosa con el rey, convirtiéndome en él tanto cuanto el amor lo deseara; amor que ama y tiende a la unión, obrando la unidad por ser tan omnipotente como divino.

            Al comprender que mi real esposo deseaba ser mi rigurosa, aunque amorosa, ave de presa, me abandoné a sus amorosas crueldades, que consideré más amables a mi espíritu que las más dulces caricias que los hombres y los ángeles pudieran hacerme. Le dije en mi extrema angustia que le ofrecía mi hígado, abrasado por sus llamas de amor y de dolor, por experimentar en mí el dicho del profeta: Ha lanzado fuego de lo alto, lo ha metido en mis huesos (Lm_1_13). Me conviertes en sierva de tus operaciones por medio de la luz ardiente que me has enviado de lo alto. No arrojo mi hígado contra la tierra, como el adolorido profeta cuando sus ojos se debilitaron después de un torrente de lágrimas, esperando sólo el limbo, porque los cielos aún no estaban abiertos. En cuanto a mí, sé que tú estás en ellos y mi gozo consiste en saber que estás en tu gloria, a pesar de que mi espíritu sea desolado por tu divino permiso, por no decir mandato. Combates para salvar, y deseo ser abatida; mi gloria se cifra en ser vencida por un Hombre-Dios; que su amor me permita ver a mi vencedor, porque ha encendido mis entrañas. El es mi fuego y mi fénix y por él experimento una nueva vida.

            Le dije que, no siendo hipócrita, podía yo perseverar con él en sus llamas sagradas e infinitas, [381] cuyo principio era el Padre; él mismo el camino, por ser el Hijo, y el término del amor subsistente y sustancial el divino y Santo Espíritu, al que se debe una gloria eterna y común. En verdad mi tristeza era extrema, y mi gozo excesivo. Comprendía, en cierta manera, la situación del Salvador en el Jardín de los Olivos, poseyendo divinamente la alegría beatifica en su parte superior, y sufriendo la horrible tristeza de la muerte en la parte inferior cuando dijo: Mi alma está triste hasta la muerte.

            Experimenté dos contrarios en un mismo sujeto, y cómo el divino mandato sabía y podía dividir las aguas superiores de las inferiores; dar poder a la tristeza para abrumar un alma, y levantar al mismo tiempo al espíritu en el placer de la alegría, viéndose simultáneamente en el deleite a la diestra de su felicidad y en la aflicción, podría parecer, a la siniestra de su desdicha; afligida por el poder concedido a las tinieblas de hacerla sentir las penas indecibles, y ser consolada por la misión conferida a los ángeles de luz, de asistirla con caritativa solicitud y servirle de antorcha en la noche del desamparo.

            Pero, oh maravilla del amor divino. El mismo acudió a sostenerla, como si estuviera impaciente sobremanera, y como temiendo que los ángeles de fuego fueran incapaces para socorrerla con presteza en estos conflictos y desmayos, entremezclados de miedo y de amor. Los ángeles la confortaron para animarla al combate y aun a la muerte, si el decreto eterno fuera hecho por aquel que en sí es el inmutable, a menos que esto sucediera para comprobar la fidelidad de su amado.

            [382] Todos tocan a retirada cuando suena la hora en el reloj divino. El alma nada encuentra más seguro que decir: No mi voluntad, sino la tuya; si mi parte inferior rehúsa beber este cáliz, la superior lo acepta. Como su amor no posee tanto ardor y luz como el del Verbo Encarnado, no experimenta tanto el sufrimiento, porque no conoce, como él, la grandeza del Padre ofendido, e ignora la bajeza del pecador y la gravedad del pecado.

            Esta diversidad de sentimientos la hacen fluctuar entre el amor y el temor, manteniéndola suspendida con Job, que, aterrado, exclamó: Preferiría mi alma el estrangulamiento (Jb_7_15), confesando que él nada es y que se admira de que un Dios todopoderoso y soberano se digne combatir contra la nulidad de un hombre, cuyos días se desvanecen y pasan como una sombra. Al mismo tiempo, admira la bondad del Dios [383] de amor que levanta al hombre hasta él, dignándose darle un lugar junto a su corazón divino: ¿Qué es el hombre para que tanto de él te ocupes, para que pongas en él tu corazón, para que le escrutes todas las mañanas y a cada instante le escudriñes? (Jb_7_17).

            Job expresa con acierto lo que Dios hace, porque parece al alma que la aurora se le aparece en el momento en que Dios la visita; pero de pronto él permite que una nube lo oculte; y después de esta nube, se ve asaltada con frecuencia por tempestades que sus pasiones agitan contra la razón, acusándose de ello después de lamentarse amorosamente ante aquel que la prueba por medio de tan oprimentes aflicciones: ¿Cuándo retirarás tu mirada de mí? ¿No me dejarás ni el tiempo de tragar saliva? Si he pecado, ¿Qué te he hecho a ti, oh guardián de los hombres? ¿Por qué me has hecho blanco tuyo? ¿Por qué te sirvo de cuidado? (Jb_7_19s).

            Oh, Dios omnipotente y buenísimo. ¿Por qué no borras mis pecados que te disgustan? ¿Por qué no me libras de mis iniquidades? Te aseguro que, para que así suceda, estoy dispuesta a morir como castigo a mis infidelidades, si mi muerte pudiera satisfacerte. No puedo soportarme a mí misma; el peso de mis pecados resulta para mí una carga intolerable si tú, divino Cordero que carga sobre sí todos los pecados del mundo, no me libras de ella. Pero, ¿Qué digo? Te ofreces a tu Padre para abolirlos; de esto estoy segurísima. A cambio de mis culpas me das tus virtudes, diciéndome que quieres transformarme en ti. Tu caridad es incomprensible.

            Festeja, Rey mío, devórame ávidamente, mi divina ave de rapiña; mis entrañas y todo lo que soy te pertenecen. Si permites que otro buitre las devore con la aflicción, consentiré en ello, pero ay. ¿Quién podrá escuchar sin piedad las amenazas que le diriges, al decirme que tales rapaces son, después de su muerte, arrojadas al muladar?

            Te pido, corazón mío, si mi ruego es de tu agrado: Señor, no le imputes este pecado. Querido amor, que me adormezca en tu seno, ya que deseas introducirme en él transformándome en tu alimento. Cámbiame en ti, así como prometiste a mi padre san Agustín convertirlo en ti, y no tú en él. Las llamas que abrasan mis entrañas me dan a conocer tu divina presencia. Consume todo lo que es mío; eleva mi espíritu por el extremo de tu llama amorosa, así como el ángel que anunció el nacimiento de Sansón salió volando por la cresta del fuego del sacrificio. Deseo hacer lo mismo y volver a ti, mi principio, para perderme feliz y completamente en ti, que eres mi fin.

Capítulo 57 - Visión en que se me mostró la raíz de Jesé, que fue unida al Verbo Increado mediante la unión hipostática en las entrañas de María, esposa de José. Marzo 1637.

            [387] Dios me comunicó que tomó la simiente de Abraham para que brotara de la raíz de Jesé, mostrándome una raíz transparente que subsistía por gracia divina, revelándome, con una inteligencia sublime, que dicho símbolo representaba lo que había sucedido en el seno de la Virgen mediante su cooperación con el Espíritu Santo, obrando junto con él por la capacidad que tenía en común con las demás madres, y recibiendo nuevas aptitudes del mismo Espíritu Santo al aportar su sustancia purísima para ser materia del cuerpo del Salvador. De este modo, llegó a ser madre con mayor derecho que cualquier otra madre, permaneciendo siempre virgen y más pura que las estrellas, porque su maternidad acentuó y embelleció su virginidad. Comprendí que no se obró esta divina operación en la Virgen sino hasta después de su virginal matrimonio con san José, al que pertenecía todo cuanto había nacido en ella, por ser José su castísimo esposo y por el derecho del santo matrimonio. Aunque el Hombre-Dios hubiera podido nacer de la Virgen sin que se hubiera desposado con san José, Dios no lo quiso por razones sublimes y para velar la Encarnación a los demonios, los cuales sedujeron a una mujer valiéndose de su curiosa vanidad y de la condescendiente inclinación del hombre a las palabras de Eva. La sabiduría eterna quiso que María, por medio de la misión del ángel, accediera a la venida del Verbo divino, y que se convirtiera en su seno en Verbo Encarnado, fruto de bendición y vida para la humanidad. Ella mantuvo secreta la Encarnación, dejando al Espíritu Santo el cuidado de revelarla a su esposo, el cual debía admirar el árbol que le pertenecía y adorar el fruto, que era también suyo: el Salvador del mundo, por quien los hombres debían ser rescatados y liberados del pecado y del poder de los demonios. El Padre destinó a la raíz de Jesé para ser la salvación de los hombres, por estar apoyada en la hipóstasis del Verbo, que la ensalzó hasta [388] llegar a ser Dios a través de la unión hipostática. El Hijo, Hombre-Dios, fue Hijo de José por María su esposa, a la que profesó suma reverencia cuando el ángel le comunicó que ella sería la Madre del Altísimo. En cuanto Hijo de Dios, él es luz de luz; en cuanto Hijo de la más humilde, se encierra en su seno. Lo propio de la raíz es ser plantada en la tierra y quedar oculta. El quiso pasar nueve meses en las entrañas de la Virgen; su santa humanidad permaneció feliz durante esta noche de nueve meses, en medio de delicias que no puedo expresar.

            El cielo contempló al sol oriente en María como en el mar, del que debía surgir a la media noche para dar lugar a un hermoso y jubiloso día.

            En otro día, fiesta de san José, recibí favores que me resultan inexplicables; y al encontrarme en una suspensión, se me dijo que este gran santo era un águila que había volado tan alto, que se le perdía de vista; siendo imposible imaginar las maravillas que Dios obró en él. Ya describí algunas de ellas con la pluma, siguiendo la inspiración de Dios al respecto, pero hay muchas más. Como favor especial, el Verbo concede el maná escondido y la piedra blanca con el nombre nuevo a todos sus santos. A san José, por alianza, se dio el nombre que su Padre tiene por naturaleza; nombre de Padre que deleitó admirablemente a san José cada vez que el divino Niño lo pronunciaba al dirigirse a él.

            Se me dijo que la virginidad de san José lo convirtió en esposo de la Virgen, en la que esta admirable raíz de Jesé fue bendecida y divinizada, por estar apoyada por el Verbo increado que, en María se hizo Verbo Encarnado: Dios-hombre y Hombre-Dios; que todos los ángeles y los hombres debían adorar dicha raíz, la cual sería un signo para todos los pueblos.

            Los reyes desearon contemplar su gloria, que fue contemplada por los apóstoles en el Tabor, donde se manifestó radiante como un sol y blanca como la nieve. El Padre eterno dio testimonio de que aquel hombre luminoso, que era el candor eterno, Hijo suyo por indivisibilidad y también Hijo de María, la cual lo engendró de José su esposo, habiéndolo concebido por la virtud del Altísimo, protegida por la sombra del Espíritu Santo, el cual lo escogió para confiarle su divina operación junto con los tesoros de ciencia y sabiduría del [389] Padre que estaban ocultos en aquel cuerpo divino, en el que residía toda la plenitud de la divinidad.

Capítulo 58 - La divina bondad se complació en instruirme y acariciarme afectuosamente. Me mandó proclamar el Evangelio del amor. Marzo de 1637

            [391] Dios, acariciándome de modo extraordinario, me dio a entender varios secretos de su amor, que es eterno; secretos que nos prueban, según las palabras de su discípulo amado, lo que nos pide darle en reciprocidad: Porque él nos amó primero. (1Jn_4_19).

            Jesucristo se ofreció a la muerte de cruz por nosotros, dándonos a luz con dolores de parto: Isaac oró al Señor en favor de su mujer, pues era estéril, y Dios le fue propicio, y concibió su mujer Rebeca (Gn_25_21). Jesucristo nos obtiene y nos concede la bendición de concebir y engendrar la gracia y la gloria. Si Raquel pidió hijos a Jacob, éste, a su vez, los deseó tan ardientemente como ella, porque el amor busca siempre reproducirse. El amor que Dios tiene al alma la hace fecunda en buenas obras y sería estéril aunque amara mucho, si Dios no la amara.

            Existe una diferencia: la inclinación que Dios da al alma es libérrima, en tanto que el amor de Jacob hacia Raquel era prisionero: el amor convertía a Jacob en esclavo de la hermosura de Raquel. La maravilla del divino amor consiste, empero, en que él obra con toda libertad hacia sus esposas, y al mismo tiempo como si fuera esclavo o estuviera totalmente constreñido. Esto se debe a que su natural bondad lo inclina a conceder gracias y a entregarse espléndidamente a quienes ama, lo cual me ha demostrado en tantas ocasiones. Hoy se leyó el Evangelio de la Samaritana, la cual pidió al divino Salvador el agua viva; y aunque ella ignoraba el don de Dios y desconocía al que le hablaba y le pedía de beber, él, en su bondad le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva (Jn_4_10). Mi divino amor me dijo que me concedería saber y conocer quién era el que me hablaba, y cómo poseía el don de Dios, don que consistía en el Verbo y el Espíritu Santo, cuya posesión incluía también al Padre, por ser inseparables. Mi Padre y yo somos uno; el Espíritu que procede del Padre recibe su ser tanto de él como del Padre, por ser su producción común.

            [392] El Padre y el Verbo me conferían el don de la gloria, que es su Santo Espíritu, también llamado don de Dios, al que el Padre y el Hijo enviaron con gran abundancia cuando el Verbo Encarnado fue glorificado. La santísima Trinidad me permitió disfrutar del Espíritu Santo para que comprendiera lo que el Verbo hizo y dijo mientras estuvo en la tierra.

            El Padre se complace en que sea yo instruida por el Verbo, que habla conmigo y me enseña él mismo en qué consiste el don de Dios que el Padre nos ha dado como redención, y el Espíritu Santo, para santificación. El divino Salvador me ayudó a comprender cómo él vierte libremente sus aguas sobre las almas que las reciben con amorosa confianza y reconocimiento, mostrando gran generosidad hacia ellas y sin forzarlas jamás, dejándolas en libertad como a la Samaritana, la cual podía rehusar o pedir este don de Dios y agua de vida. El Salvador me dijo: Mi inclinación es mayor que la necesidad del alma; mi amor sobrepasa toda medida para poder dar, no teniendo otro límite que el de mi bondad, que es inmensa y, que en sí, es comunicativa. Yo soy bueno en mí mismo, y justo hacia ustedes.

            El Verbo divino siempre ha sido muy grande en el seno de su Padre eterno. A pesar de ello, escogió el anonadamiento para habitar en el seno de María, su Madre. Al convertirse en el Verbo Encarnado, se entregó a su iglesia, en la que quiso morar reducido a las especies de pan y vino. Qué humillación. Por un amor singular, me dijo que deseaba dárseme obrando en mí una impronta de sí mismo, y además una viva imagen de su bondad, con el fin de producir en mí un Evangelio de amor. Le supliqué que me explicara como seria yo ese Evangelio de amor, y su respuesta fue que el Evangelio del poder fue dado a los apóstoles a través de los hechos milagrosos que realizaron, fueron producto de una energía extraordinaria. Por su medio convirtieron al mundo, según su promesa de que obrarían signos iguales a los suyos y aún más grandes, por ser ésta su voluntad.

            Me dijo que el Evangelio de sabiduría correspondía a los doctores, a los que hizo maestros del mundo para enseñar su doctrina y para explicar su palabra; que, en cuanto a mí, el Evangelio de Amor me había sido reservado, y lo recibía al acoger al Verbo, quien viene a mí como se expresa en san Lucas: Fue dirigida la palabra de Dios a Juan (Lc_3_2). Añadió que debía, siempre y en todas partes, anunciar el Evangelio de Amor y de Bondad, el cual él se complacía en enseñarme al revelarme sus divinas perfecciones.

            [393] Admiré al Verbo mostrando a su Padre toda su belleza a manera de un espejo viviente, dando término a la inmensidad intelectual del Padre y produciendo junto con él su amor sustancial, que llena la inmensidad de la divina voluntad, amando la amabilísima belleza y bondad del Padre, representada infinitamente, y tanto cuanto puede ser representada, en su

            Verbo: Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la majestad de Dios, una imagen de su bondad (Sb_7_26). El es la Palabra que produce el amor como un principio único e indivisible, en unión con el que la pronuncia.

            Escuché cómo el mismo Verbo, al anunciar el amor al exterior de Dios, lo proclamó alta y poderosamente en el corazón de María, en el que se encerró. También pregona dicho amor a los serafines, que son iluminados por el Verbo, del que reciben igualmente su llama y su luz, que pasan de este primer orden hasta el último, para volver al principio mediante el amor recíproco, formando así un ciclo perenne de amor.

            Los bienaventurados participan de diversas maneras en la felicidad de este Evangelio, a medida que se asocian a la divina bondad. Los mártires aprendieron dicho Evangelio. Exclamé entonces: Qué hermosos son los pies de los que anuncian este Evangelio; cuán amables son sus pasos. Fuera de él sólo hay división, donde no hay amor, no hay paz; el amor promueve la unión y produce la paz.

            Únicamente los pecadores son incapaces de recibir el Evangelio del Amor, porque sólo ellos resisten al Verbo que se les anuncia. El pecado es una nada o una pérdida que, aun careciendo de subsistencia alguna, posee una infortunada resistencia. La nada física, al contraponerse al ser, no puede resistirlo, porque aunque Dios hace surgir el ser de la nada, no puede producir el amor en medio del pecado.

            El divino Salvador me mandó predicar este santo Evangelio de amor a todas las criaturas, haciéndome escuchar varias veces: Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo (Is_40_9).

            Después de escuchar la invitación divina, me sentí transportada en Dios a causa de su grande amor hacia mí. Convidé entonces a todas las criaturas, aún a las inanimadas, a escuchar el Evangelio de amor, en especial a las que tienen uso de razón, para escuchar las maravillas que me enseñaba mi divino Amor. Me dirigí a los mismos demonios y a los réprobos, ya que hubiese querido cambiar su infierno en paraíso si les fuera posible prestar atención a las palabras del amor.

            Los cielos, aunque sólidos como el bronce, se funden y derraman cual bálsamo sobre los que aman. Dios parece destilar su majestad en su bondad. Dicha visión me movió a decir [394] varias veces: Ay Amor mío, cuán amoroso eres. Cuán poderosamente se inclinan las entrañas de tu misericordia a visitarnos y enderezar nuestros pasos en el amabilísimo camino de tu dulce paz.

            Sentía un mayor placer al devolver a Dios lo que recibía de su bondad, que al recibir la efusión de sus dones, por considerarme un lugar minúsculo en el que El se dignaba colocarlos y juzgué a todas las criaturas como lugares pequeñísimos y resistentes a recibir las efusiones del amor de Dios. Mi gran contento consistía en dar a Dios lo que había recibido de él, para situarlo en el propio lugar de su fuente y origen, repitiendo lo que una vez dijo Sabio: Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. (Qo_1_7).

            Te devuelvo las gracias que tu bondad se digna concederme. Sé bien que se trata de tu amor, al que mueves a regalarme favores inefables. Oh Padre, Fuente santa de la Trinidad, recibe lo que te devuelve mi debilidad fortalecida con tu poder. Verbo eterno, recibe todo lo que te presenta mi ignorancia, a la que instruyes rectamente. Espíritu Santo, amor subsistente, producto del Padre y del Hijo, recibe todo lo que te ofrece mi frialdad, a la que abrazas con una divina presencia.

            Me alegro, soberano e inmenso Dios, de que seas suficiente a ti mismo y de que no tengas necesidad alguna de tus criaturas. Acepto mi impotencia, al no poder alabar dignamente tus grandes perfecciones. La humanidad y todos los ángeles admitirán la confesión del sabio: que Dios no puede ser suficientemente alabado de todas sus criaturas porque está por encima de toda alabanza. Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos; broche de mis palabras: El lo es todo. ¿Dónde hallar fuerza para glorificarle? Que él es el Grande sobre todas sus obras. Temible es el Señor, inmensamente grande, maravilloso su poderío. Con vuestra alabanza ensalzad al Señor, cuanto podáis, que siempre estará más alto; y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca acabaréis (Si_43_27s).

            La Iglesia, divinamente inspirada, y sabiendo que Dios no puede ser suficientemente alabado sino en sí mismo, añade al final de cada salmo: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, gloria que las tres divinas personas se dan y reciben desde la eternidad, que durará hasta la infinitud. El saber que Dios trino y uno se ama y se alaba infinita e inmensamente, constituye la seguridad en la que reposan las almas inflamadas en el divino amor.

 Capítulo 59 - La Encarnación del Verbo divino en las entrañas de la Virgen, a la que protegió con su sombra la virtud del altísimo. Marzo de 1637.

            [395] El 24 de marzo, víspera de la Anunciación, me ocupé en Dios, el cual me comunicó admirables conocimientos tocantes a este misterio inefable. Me había tenido, durante varios días, en medio de grandes luces; y al recibir en la santa comunión a mi divino Esposo, me dijo que deseaba mostrarme la manera en que Dios obró y padeció al mismo tiempo en este misterio.

            Me dio a conocer que él dio y recibió al mismo tiempo, al encarnarse y ser encarnado, al engendrar y ser engendrado, al concebir y al nacer, mostrándome una joven que daba y recibía una Virgen-Madre, Esposa y nodriza, que concibió, dio a luz y alimentó a un mismo tiempo. Ella concibió al Verbo, que al mismo tiempo nació en ella y al que también al mismo tiempo alimentó con su propia sustancia.

            Vi al Ser unirse a la nada sin resistencia: al Espíritu Santo, que es el Esposo, al Verbo, que es el Hijo y al Padre, quien comunicó su paternidad a una joven, convirtiéndola en Madre que seguía siendo virgen, y que al llamarse sierva fue constituida Señora. Contemplé su humildad y su valor al decir: He aquí la esclava del Señor: he aquí su humildad; Hágase en mí según tu Palabra: he aquí su valor. La luz divina me mostró sus contrarios o antitesis por medio de conocimientos tan altos y admirables, que mi espíritu permaneció suspendido ante esas maravillas. Las declaré al R.P. Gibalin, cuya admiración fue tan grande como la mía, sobreponiéndose a ella con dificultad a pesar de que el reloj ya había dado el mediodía.

            Escuché secretos divinos que no podría expresar si el que me los reveló no los manifestara a través de mi pluma. Mi espíritu fue elevado e iluminado según el salmo 67: La tierra tembló, los cielos también destilaron ante Dios, se estremeció el Sinaí, ante Dios, el Dios de Israel. Lluvia copiosa enviaste, Oh Dios, sobre tu heredad, y fatigada, tú la reanimaste (Sal_67_9s).

            [396] Vi cómo Dios derramó los cielos durante las cinco mociones que la Virgen, tierra escogida de bendición, sintió al contacto y operación del Espíritu Santo. Vi que era su heredad particular, a la que preparó y separó del resto de las simples criaturas, destinando para ella la lluvia voluntaria del Verbo, que se derramó en ella cual rocío sobre un vellón; rocío enviado por la voluntad del Padre, al que destiló por propia iniciativa.

            Vi al amor divino diseminar esta lluvia con gran placer. En su condición de criatura, la Virgen era demasiado débil para recibir dicha efusión. Por ello la virtud del Altísimo la cubrió con su sombra y el Espíritu Santo, al descender sobre ella, la hizo fuerte, convirtiéndola en Madre y conservándola Virgen.

            Contemplé cómo su pureza fue divinamente perfeccionada: Fatigada, tú la reanimaste. Sólo hasta ese momento se hizo sentir la comunicación de la divinidad en el cuerpo de María, que la encerraba en su seno. Vi también como la parte física y sensitiva de la Virgen morando a la sombra y protección especial de Dios: Tu grey habitó en ella (Sal_67_11).            

          En el transcurso de tan adorables operaciones, contemplé a María desprenderse con toda perfección de las criaturas, por medio de un despojo y desasimiento de espíritu que podemos llamar pobreza singular. Vi que el reino de los cielos estaba en ella y que Dios reinaba en su seno virginal y en su humildísimo espíritu. Vi que, a medida que se vaciaba de sí misma, era colmada de la dulzura divina por medio de nuevos enriquecimientos que Dios le había destinado y preparado desde la eternidad: La preparaste en tu bondad, Oh Dios, para el pobre (Sal_67_11).

            Contemplé al Rey de los ejércitos, que era desde la eternidad el benjamín de su divino Padre, y en el tiempo de de la Virgen Madre, dividir y compartir con ella el botín obtenido en el combate que sostuvo el amor por la humanidad, para embellecer la casa en la que él se alojaba: Los reyes, que acaudillan ejércitos, huyen, huyen, la bella de la casa reparte el botín (Sal_67:13); con los despojos de la divinidad vencida por su misma bondad, se dirigió al seno de la Virgen María, que reposaba dulcemente en medio de [397] toda clase de aflicciones y contradicciones, cual paloma sin hiel de bellas alas plateadas por la pureza de sus intenciones.

            Lo que no fue evidente, sin embargo, y se mantuvo oculto a los ojos de los ángeles y de los hombres, fue el oro purísimo de la divinidad, que, a través de una unión inefable, se ocultó en las entrañas de la Virgen para morar en su seno. Adoré a la segunda hipóstasis al revestirse de un cuerpo que era parte de su sustancia virginal. Mi divino amor me explicó de manera admirable el resto de este salmo, lo cual conté al mencionado Padre, aunque no lo recuerdo debido a que mi espíritu no se encuentra ahora en medio de estas luces. Todo lo que digo está tan alejado de la claridad con la que contemplé y conocí este misterio, que me parece ofender esa luz si trato de reproducirla con tinta. Fue una sencilla inteligencia que el mismo Dios me comunicó sin intermediario, iluminándome con su mismo rayo, que alcanza y penetra todo por medio de su pureza. Si el ángel Gabriel, al preguntarle la Virgen cómo se obraría en ella la Encarnación del Hijo de Dios, dijo que el Espíritu Santo descendería hasta ella y que la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra para hacerla capaz de concebir y dar a luz a la Palabra eterna, a la sabiduría encarnada, ¿Qué diré a los que me preguntan de qué manera fui iluminada, si no que el Espíritu Santo y el poder del Altísimo fortalecieron mi alma mientras que el Verbo la instruía e iluminaba con sus luces y la inflamaba con sus ardores?

Capítulo 60 - La divina bondad quiso invitarme a las bodas de la Encarnación, donde vi y escuché las maravillas que se obraron en la Virgen, en la que el Verbo, al encarnarse, se hizo hombre, obrando y padeciendo las admirables realidades del Hijo y de la Madre, la cual es su heredad por excelencia, a la que nunca abandonará. Ella es el Monte de sus complacencias y la alegría de los ángeles y de los hombres. Dios se complació en ser cautivo suyo por amor. 24 de marzo de 1637.

            [399] El águila real que conoció las divinas claridades en los esplendores del sol, en cuyo seno reposa, llama bienaventurados en su Apocalipsis a los que tienen el favor de ser invitados a las bodas del Cordero, y que gozan del privilegio de contemplar a la esposa divina coronada por su divino esposo.

            ¿Me atreveré a decir que me prestó sus ojos sin darme su pluma, para describir lo que vi y escuché en las Bodas de la Encarnación, a la que fui invitada por un favor indecible? Fui rodeada de luz, colmada de delicias y penetré en la fuente de la sabiduría. Si dicha plenitud de claridad me hubiera permitido en ese momento poder reproducirla en el papel, hubiera dicho lo que no puedo expresar al presente, ya que sus resplandores pasaron como centellas.

            Pensé que mi director las habría puesto por escrito, pero veo que fue deslumbrado por ellas, pudiendo retener sólo algunos rayos que dan a conocer su fuente de origen.

            El Verbo es un espejo voluntario, al que plugo manifestarme, en una luz divina, lo que sucedió en la Encarnación, en la que el Verbo obró y padeció. Vi, a la claridad de esta luz, al que obra junto con el divino Padre desde la eternidad, sufrir permítaseme la expresión que se lo embozara con un cuerpo mortal, a pesar de que obraba junto con el Padre y el Espíritu Santo. Se ató y se dejó atar a una naturaleza creada, en la que recibió la plenitud de perfección de manera inefable después de aceptar el Fiat de la Virgen, que en ese momento se convirtió en Madre del Verbo, el cual se entregó a ella al mismo tiempo que ella le entregaba su carne, comenzando a ser su Hijo y del divino Padre, por indivisibilidad.

            Contemplé en ese momento al Verbo sagrado convertirse en Verbo Encarnado, y vi cómo producía en su Madre gracias inefables al recibir de ella una nueva naturaleza. Para no alargarme, debido a que al presente carezco de esa diversidad de visiones, diré que contemplé a un Dios que obraba padecía al mismo tiempo, dando y recibiendo, encarnando y encarnándose, engendrando y siendo engendrado, naciendo y siendo concebido. Vi también a una joven que recibía y daba, a una Virgen Madre, a una Esposa-nodriza que concebía y alimentaba al mismo tiempo.

            Admiré al ser unido a la nada sin oponer resistencia; al Espíritu, que es el Esposo, al Verbo, que es el Hijo, al Padre, que comunica su fecundidad a la Virgen; al Hijo, que recibe su filiación humana de su criatura, que fue hecha admirablemente su Madre y Señora, y él, su súbdito y su Hijo, sin dejar de ser su Señor y Dios.

            Escuché muchas otras maravillosas explicaciones de este misterio, que han vuelto a su origen: que veremos al Verbo cuando su bondad manifieste su gloria, cuando lo veamos en su luz a través del poder de la luz de la gloria. A este respecto, se dignó explicarme la mayor [402] parte del salmo 67: La tierra tembló, los cielos también destilaron ante Dios, se estremeció el Sinaí, ante Dios, el Dios de Israel. Lluvia copiosa enviaste, Oh Dios!, sobre tu heredad. (Sal_67:9-10).

            Pude así saber que Dios destiló los cielos durante las santas mociones que la santísima Virgen, su tierra escogida y de bendición, sintió mediante la operación y contacto del Espíritu Santo. Ella era su heredad particular, a la que preparó y separó de todo el resto, por haber destinado para ella la lluvia intencional del Verbo al que destiló voluntariamente de sí mismo, y que expresó el amor.

            Como esa heredad era demasiado débil para recibir este rocío, la virtud del Altísimo la cubrió y fortaleció; al descender a ella, el Espíritu Santo la perfeccionó: Fatigada, tú la reanimaste. Las efusiones de la divinidad se hicieron sentir de manera admirable en el cuerpo de María, que la encerró dentro de sí. Toda su parte física y sensitiva se encontró morando bajo la sombra y protección particular de la divinidad del Verbo: Tu grey habitó en ella (Sal_67_11).

            Durante toda esta operación, la Virgen se desprendió perfectamente de toda criatura mediante un despojo y desnudez de espíritu que puedo llamar pobreza singular. A medida que se daba y entregaba, era colmada de la dulzura divina que Dios le había preparado desde la eternidad y continuaba dándole con nueva intensidad. La preparaste en tu bondad, Oh Dios, para el pobre (Sal_67_11).

            El Rey de los ejércitos se encontró en el tiempo, que jamás terminará, por ser, el muy amado de la Madre, las complacencias de su Padre desde la eternidad. El dividió con su Madre y compartió con ella los despojos para adornar y embellecer la casa en la que habitaba: Los reyes, que acaudillan ejércitos, huyen, huyen, la bella de la casa reparte el botín (Sal_67_13); los despojos del pecado y el botín de la divinidad vencida.

            La Virgen reposó dulcemente en medio de diversas circunstancias, aflicciones y contradicciones, cual paloma sin hiel de bellas alas plateadas por la pureza de sus intenciones. Lo que, sin embargo, no apareció y se mantuvo oculto a los ojos de los ángeles y de los hombres, fue el oro acrisolado de la divinidad que, mediante una unión inefable, se había [404] escondido en una parte de la Virgen y moraba en su seno.

            Su hermosura fue evidente a la Virgen, la cual conoció distintamente al que era más blanco que la nieve. Ella fue la montaña elevada a la altura de la maternidad divina, lubricada y ungida con la unción sagrada del Verbo divino, que era su Hijo, su Rey y su Dios.

            Ella fue conglutinada con él de la manera más admirable, con una unión más íntima que la de David y Jonatán. Lo que Dios tomó en María, jamás volverá a dejarlo y lo conservará eternamente. El Monte Sión, en que Dios tuvo a bien habitar, en el que siempre habitará el señor (Sal_67_17).

            Los ángeles redoblaron su alegría. Los querubines admiraron aquel propiciatorio, contemplándolo como lugar de reposo de Dios, y a la Virgen como el sitio en el que se escondió el Oráculo divino. Ella lo cubrió en sus entrañas, donde se sentó y fue llevado con más dignidad que en los que, hasta el momento de la Encarnación, le habían servido de carros.

            [405] Los serafines contemplaron las ardientes llamas de su corazón abrasado por el fuego de la divinidad, que daba la ley sobre este monte al Verbo Encarnado. El divino Padre recibió una nueva adoración a través de su Hijo hecho hombre, que le estuvo sujeto por medio de María, a la que se sometió por ser su Madre, la cual, por su maternidad divina, trascendió todo lo que no era Dios.

Capítulo 61 - El Verbo Encarnado quiere que Magdalena sea alabada de distintas maneras. Él es la vida de su vida, su vida bendita, su gloria eterna.

            [407] Verbo eterno, ¿Qué has hecho desde la eternidad? Hablo de mi Padre a mi Padre. Yo soy su palabra y su alabanza eterna. Mi Padre  ella la rescaté. Por la vena sólo habla a través de mí. Yo estoy en él y él en mí. El ama a los que me aman y se complace en que les hable y me hablen. El silencio de los que aman es también un lenguaje elocuente.

            El corazón de Magdalena me expresó maravillas. Su rostro me buscó, encontrándome siempre dispuesto a concederle nuevos favores. Yo soy su venero de vida eterna y de salvación inmortal, mediante la cual goza de la mejor parte en el seno de mi Padre; por ella fue afligida de inmenso dolor junto con mi Madre; por ella la llamé; por de vida debes entender la esencia que recibo de mi Padre eterno, del que emano sin salir de él; nunca me deja solo. Por la vena de salvación yo me hice hombre en mi Madre y nací temporalmente en ella y de ella por la virtud del Altísimo, que la cubrió con su sombra. Cuando bajó el Espíritu Santo, el Hijo de Dios nació en ella, como dijo Gabriel a san José: Porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo, añadiendo: Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt_1_20s).     

          En mi circuncisión se abrió la fuente de salvación. Allí manifesté el precio de la redención, derramando mi sangre para salvar a la humanidad. Aun cuando sólo Magdalena hubiera existido, habría yo muerto para redimirla, a fin de que tuviera la vida espiritual y me amara. Yo quise perder mi vida corporal para demostrar cuán prendado estaba de su amor.

            David es el hombre según mi corazón, porque hizo todas mis voluntades. Magdalena es la [408] mujer de mis ojos y el objeto de todos mis afectos. Proclamé ante las criaturas lo que dije al fariseo, al tiempo en que la miraba amorosamente: Simón, ¿ves a esta mujer? Entré en tu casa (Lc_7_44), y no me lavaste los pies, ni me diste un solo beso de paz. No tuviste la cortesía de darme del agua de la cisterna o de tu pozo. Esta mujer, sin embargo, me ha bañado con sus lágrimas y no ha dejado de besar mis pies desde que entró. Su amor es extremo y el mío, infinito. Su fe es admirable; por ello será alabada con magnificencia por aquel que ya la ensalzó por encima de los cielos, por lo que los ángeles hacen más fiesta que si hubieran llevado al seno de Abraham a todos los justos que no tienen necesidad de penitencia. Magdalena debe ser muy querida de los ángeles y de los hombres, no sólo porque el Verbo Encarnado la ama tanto, sino por haber alegrado a los primeros y trazado el camino a los segundos. Mi Madre es proclamada bienaventurada por todas las generaciones por ser la inocencia misma, que pagó un precio de salvación eterna al darme su sustancia virginal. Ella se sienta en el trono de grandeza adorable como Reina de los ángeles y de los hombres, y Madre del Dios de la gloria. Magdalena está a sus pies para invitar a los pecadores a la penitencia, diciéndoles que no vine yo a llamar a los justos, permaneciendo siempre en su compañía, sino a los pecadores; que ella fue llamada la pecadora de la gran ciudad, para demostrar que el amor divino se complace en que sobreabunde la gracia donde abundó el pecado.

            Hija, ¿quieres escuchar las comparaciones de Magdalena con los más grandes de la antigua ley? Yo la convertí en primera jardinera del Paraíso de Dios, cuando regó sus pies sagrados, que conservó entre sus manos, tanto como le fue posible, como queriendo plantar en ellos sus propios cabellos, hundiendo sus raíces en el primero de los elegidos y primogénito de entre los muertos. Ella fue el Henoc trasladado del mundo al amor divino, habitando desde entonces más en mí, a quien ama, que en ella, a quien anima.

            Noé fue preservado del diluvio; Magdalena fue salvada del diluvio del pecado por la gracia, mas por un misterio admirable produjo un diluvio de lágrimas que la transformó en un arca que voló a lo alto, en tanto que yo me gloriaba en quedar abajo, por ser ella el río que alegra la ciudad de Dios, rodeándola por todas partes; ella sobrenada por encima de los fundamentos de su salvación gracias a sus lágrimas, remontándose por su unción por encima de mi cabeza. [409] Abraham practicó una fe admirable ante todas las criaturas y Magdalena suscitó la admiración del Creador ante la suya. El justo vive de la fe; Magdalena fue totalmente transformada en el objeto de la fe, que vino al mundo por el agua, la sangre y el espíritu, en lo cual Magdalena creyó con toda firmeza. Las lágrimas que derramó en la resurrección de su hermano, la sangre derramada en el Calvario, el Espíritu concedido a los fieles, fueron para Magdalena signos de la amorosa dilección del Mesías. Con esta fe venció al mundo, sacrificando a su Isaac al ver morir a su amado Salvador, muriendo en él por ser él su vida y su camino. Se hizo fuerte, además, para llevarlo consigo, sin tener en cuenta lo que pudiera pesar.

            Jacob fue fuerte contra Dios al luchar con el ángel, que, al ver la aurora, le pidió lo dejara retirarse. Jesucristo dijo a Magdalena: Cuidado, no me toque, no estoy preparado para luchar contigo, a pesar de ser glorioso e impasible. Tu amor me haría parecer sin fuerza; vencido ante tus encantos, cedería a tus condiciones. No temes mi esplendor porque eres israelita y ves a Dios en su gloria, que es el sol. ¿Cómo me dejarías al despuntar la aurora? No ves aquí a los ángeles subiendo y bajando, pero sí al Dios de los ángeles, a cuyos pies quieres abrazarte como queriendo hacer de ellos una escala. Debo antes subir hasta mi Padre para obtener tu pasaporte o ascensos en el desierto, siete veces al día.

            Moisés se descalzó al ver la zarza ardiente, mas tú te despojas de ti misma para arder en las llamas de mi fuego divino, al que animas sin apagarlo, al verter en él el agua de tu cabeza. Dicho legislador dejó a todo el pueblo en la planicie para recibir la ley del rigor; tú, empero, aventajas las nubes para gustar la ley de la dulzura que el divino Rey de los corazones desea darte personalmente en presencia de los felices ciudadanos del cielo.

            Tú eres la muy amada del cielo y de la tierra, y turnas tus visitas para contentar al uno y a la otra. Tu memoria es bendita cuando dejas el cielo para visitar la tierra; has sido hecha semejante a la gloria de los santos que habitan en los cielos; eres temible a los demonios, que fueron confinados al vacío de los abismos; fuiste liberada de su posesión y [410] has apartado a muchos de su jurisdicción, por ser el espejo de los penitentes.

            Eres gloriosa con los reyes del palacio del amor, gozando con los bienaventurados de la gloria del soberano Dios, que los hace reyes y sacerdotes con una dignidad eterna. Posees el poder de consagrar al verdadero Aarón por medio de la unción de paz. Eres tú quien le ciñe la corona de belleza y de gloria; tú quien lo reviste con una túnica que representa la tierra y lo que en el cielo hay de más augusto.

            El tuvo a bien cargar sobre sí los pecados de los hombres que, a imitación tuya, querrían llevarlos a cuestas y declararlo ante el cielo y la tierra, ante los ángeles y la humanidad, que son espectadores de tu gloria y de tu dicha sin envidiarla, que sólo El es digno de ser amado. En fin, todo lo que hay de más excelente en la naturaleza y de más encantador en la gracia, es una muestra de lo que Dios te ha dado y de lo que tú le has devuelto. Por ello se complace en ser embellecido por las unciones y el adorno de tu cabeza, a pesar de ser la belleza misma por esencia y por excelencia.

            Antes de él, no se encontró alguien parecido a él; después de él, no debemos esperar otro que se le asemeje. Ungiste su cabeza como principio, y como fin sus pies, sabiendo bien que él es el principio y fin de toda la creación y el ciclo de toda perfección que no tiene comienzo ni fin, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no se encuentra en lugar alguno. Al considerarlo solamente Dios, que todo lo llena y está fuera y por encima de todo, pero que en un momento dado se manifestó como hombre y Dios, eres capaz de abarcarlo.

            El es tu Jerusalén de paz, que se rinde ante tus dardos amorosos, por haberla sitiado con miradas de amor. Es también Jericó, cual luna cambiante en sus diversas fases. A pesar de ser invariable en su divinidad, cambia de rostro o de postura en su humanidad: se recostó en casa de Simón, estuvo de pie en el Calvario, la hizo de jardinero al lado del sepulcro, está sentado en la gloria del Padre. Conoces mejor que yo las formas en que se te mostró.

            Josué mandó rodear siete veces con el arca la ciudad de Jericó al son de las trompetas, apoderándose de ella con sus milagrosos recursos. Cuántas veces rodeaste los pies de Jesucristo; cuánta fuerza tuvieron tus suspiros. Tu boca fue como una sigilosa trompeta, por así decir, y una máquina pacífica de guerra colocada sobre sus [411] pies sagrados, que lanzaba sus llamas y sus ráfagas; tus labios fueron la mecha; tus pensamientos, disparos de mosquete de alto calibre: todo ello fue milagro sobre milagro, maravilla sobre maravilla: frenaste en su curso al sol divino, a la luna admirable, cuando detuviste al Verbo Encarnado.

            La divinidad y la humanidad de Jesucristo quedaron admiradas ante tus acciones; para verte en tu victoria brilló sobre ti el gran día del divino amor para admirar tus victorias. David dice que sus ojos están fijos en el mandato del señor como los de una sierva en las manos de su señora. Yo voy más lejos: el Señor fija los suyos en las obras de tus manos, aconsejando a Simón y a todos los hombres que fijen sus miradas en ti cuando lavas al que lava todos los pecados de la humanidad con su propia sangre, y que tus encantos lo cautivan. Son éstas las armas bajo las que él, siendo el vencedor, se rinde y se declara vencido. El amor mueve a contemplar el objeto deseado, y la mirada lleva a amar aquello que gusta. Magdalena, Dios se deleita en ti por ser tú la petición de su amoroso corazón. Tú lo has herido, y desea que tú misma seas la llaga. Es un ciervo perseguido por vencedores, cuyos deseos lo apremian a dirigirse a la fuente que brota de tu frente. Refréscalo, Magdalena; un vaso de agua de tu cabeza obtuvo para ti el paraíso del amor, que es todo tuyo, pero de suerte que a tu vez puedas obtenerlo para otros penitentes, que desearán imitar tu conversación de amor.

            David dijo en otro tiempo que en la inundación, aunque las muchas aguas se desbordaran, no le alcanzarían. Es porque él no vivía más en la tierra. Magdalena no nació y su término no expiró porque la aguardaba la plenitud de los tiempos. Después de la Madre del amor hermoso, ella debía manifestarse como hija amante, hija del corazón divino que debía soltar la vela sobre las aguas de sus gracias sin peligro de naufragio. Si en alguna ocasión tuvo miedo de irse al fondo, él se convirtió en su tierra firme para pudiese soltar el ancla de su confianza en él. El la llevaría al puerto de salvación, siendo su ensenada de gracia porque su único deseo es hacerla feliz. ¿Podría ser más afortunada?

            [412] Magdalena, seas por siempre engrandecida en el cielo, ya que lo has sido en la tierra; seas ensalzada por ser la magnificencia del Altísimo. Que la boca de los hijos de los hombres, que están adheridos a los pechos de la contemplación de la fuente del amor, perfeccione tus alabanzas, acrecentando accidentalmente tu gloria, en tanto que bebes a largos tragos en el torrente de las delicias divinas.

            El que es tu cisterna, ha hecho de tus brazos un recipiente de gloria: Bebe el agua de tu cisterna, la que brota de tu pozo (Pr_5_15). Comparte con nosotros los favores que tu amor te ha adquirido; al dar, nada perderás. Lo que el amor te da como don glorioso te confiere una gloria singular, porque la gloria de los santos es tan variada como las estrellas lo son en claridad. Tú posees una gloria especialísima en la comunidad de los santos.

            Sea tu fuente bendita (Pr_5_18). Alégrate con el Verbo de vida, que es la gloria supereminente. Toma posesión de este venero de las aguas de la vida. Goza por siempre de la fuente de la sangre virginal, que es venero de salvación. Adhiere tus afectos al Verbo Encarnado, cuyas dos naturalezas son dos pechos para ti. Ruégale, tú a quien tanto quiero, que su amor nos las de en este mundo por medio de la gracia, y en el cielo por la permanencia en la gloria, en la eternidad que durará por siempre jamás.

Capítulo 62 - El amor inefable y apasionado del Salvador, después de beber un torrente de amargura durante su vida, quiso darnos un torrente de fuego al instituir la divina Eucaristía, 9 de abril de 1637.

            [415] El jueves de la cena, al despertar, me vino a la mente que el Salvador deseaba dar al mundo un torrente de fuego, que vi realizarse en la institución del sacramento de la Eucaristía a instancias del amor divino, que movió al Salvador a reproducir su cuerpo y su alma, entregándonos de nuevo su persona divina por un exceso de bondad. El amor obra en este misterio para incitarlo a comunicar toda su humanidad, llegando hasta las efusiones de la divinidad. Dicho amor es el principio y fin de dicha comunicación y realiza el ciclo admirable del movimiento de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios, mediante la comunicación del Hombre-Dios, en el que se encierra como en un extracto o compendio todo ser creado e increado, todo lo que es por esencia y todo lo que sólo existe por participación.

            Dicho torrente, que tiene su fuente de origen en el corazón de Dios, comenzó a correr; mejor dicho, a desbordarse, en medio de la confusión, del horror y las tinieblas de la noche de la pasión, desembocando en la gloria, en la que veremos el manantial de este amor, la profundidad de este torrente y el ardor de su fuego y llamas.

            Aun entonces dicho amor será un sacramento, ya que los bienaventurados jamás intuirán plenamente el secreto que radica en el seno del Padre, ni todo el ardor de la sagrada llama que arde en él, ni todo lo que Dios guarda para sí mismo, con lo que se ama tanto como es amable, con lo que colma plenamente la inmensidad de su voluntad, que es infinita e incomprensible.

            El Salvador, que ama a los suyos, pide a su Padre que lo glorifique con la gloria que recibió de él antes de la creación del mundo, deseoso de que los que le fueron dados gocen de la misma gloria. Se refiere a la participación y proporción en que la gracia los hará capaces de gozar de la gloria, donde todos verán a [416] Dios, aunque no de manera total, ya que esto sólo corresponde a las tres personas divinas, que se conocen inmensamente y se aman de manera divina.

            Las tres, con un mismo amor, aman a los ángeles y a la humanidad, pero este amor encuentra límites en las criaturas, que son incapaces de recibir toda su plenitud y fijar términos o abarcar dicho océano. Todos reciben de la plenitud del Salvador, sin disminuirla, porque en él habita corporal y totalmente la plenitud de la divinidad. Todo ello lo mueve a elevar sus ojos, embriagado del torrente de fuego que lleva en su seno, manifestándolo en su rostro como nos dice proféticamente el profeta Daniel: Un río de fuego corría y manaba delante de él. Miles de millares le servían, miríadas de miríadas estaban en pie delante de él (Dn_7_10).

            Para alguno será novedad que relacione yo esta visión del profeta Daniel con la institución del divino sacramento, ya que en realidad tiene más conexión con el juicio final. Les concedo razón, pero permítanme exponer lo que entiendo al presente.

            Jesucristo es Dios y hombre; es el cordero sacrificado desde el principio del mundo. Como su Padre, es eterno en su divinidad y por él fueron hechos los siglos. En el día de la institución, los apóstoles estaban sentados y Jesucristo también tomó asiento después de lavarles los pies.

            Su amor es tan antiguo como su esencia en cuanto Dios, y en cuanto hombre. El deseó con gran deseo, desde el instante de su Encarnación, entregarse a la humanidad en el sacramento del altar, así que puedo relacionar sus cabellos blancos como la lana con este deseo suyo.

            Su corazón era un trono de fuego en el que había ruedas de llamas. Sus pensamientos hacia todos sus elegidos consistían en que se elevaran hasta el seno del Padre, en el que levantó sus ojos divinos cual dos bellas ruedas, que rodaban admirablemente en torno a su mesa divina para contemplar a sus muy amados y a todos sus ángeles, a los que el Padre ordenó adorarlo en la reiterada introducción que hacía de su Hijo al mundo por medio de este sacramento. Porque Jesucristo se produjo por segunda vez en el mundo en este sacramento. El fuego encerrado en su corazón se manifestó en su rostro, y su boca sagrada produjo aquel torrente de llamas.

            Al pronunciar las palabras de amor que san Juan llama un amor infinito entre los suyos, el Salvador dijo que uno de los que estaban con él a la mesa lo traicionaría. [417] Cada discípulo preguntó si sería él, exponiendo ante su Maestro los deseos de sus corazones, a los que él miró con su propia ciencia, que todo lo sabe porque todo está en su presencia: El tribunal se sentó, y se abrieron los libros (Dn_7_10).

            El demonio era la bestia que anidaba en el corazón de Judas, lo cual intuyó perfectamente el discípulo amado después de que su Maestro le dijo que aquel que metiera la mano en el plato con él era el traidor. Por ello dice: Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: Lo que vas a hacer, hazlo pronto (Jn_13_27).

            Judas recibió su juicio y condenación al recibir indignamente el santísimo sacramento. El apóstol san Pablo, refiriéndose a los que imitan a Judas al comulgar en estado de pecado grave, dice que comen y beben su propia condenación. Para demostrar que Judas había sido juzgado, san Juan afirma que el Salvador exclamó después de la salida del traidor: Cuando salió, dice Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él (Jn_13_31).

            Pero, ¿Qué hizo Judas después de estas palabras? Se dirigió a los sacerdotes, escribas y fariseos para recibir los treinta denarios, y de allí regresar para entregarles a su Maestro, que era la bondad esencial, a la que traicionaba Judas. El Maestro era la generosidad misma; Judas, la avaricia más repugnante. Este, sabiendo que había entregado la sangre del justo, fue a devolver el precio de su traición, crimen que le pareció tan enorme, que se desesperó considerándose justamente condenado al fuego eterno, que tenía merecido por carecer de esperanza en la caridad de su divino Salvador, que hubiese querido salvarlo si hubiera recurrido a su bondad.

            Desesperado, se colgó, y del patíbulo, su alma pasó a su lugar, como dice san Lucas en los Hechos de los Apóstoles en la narración de la elección de S. Matías: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto del que Judas desertó para irse a donde le correspondía (Hch_1_24).

            El desventurado fue a su lugar, que es el infierno, sitio en el que los pecadores son condenados con justicia imparcial y por el peso del pecado, en tanto que los justos remontan el vuelo hacia la vida eterna en la gloria que el Salvador adquirió para ellos después de vencer a los poderes de las tinieblas. Estos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, viven eternamente (Sb_5_15).

Capítulo 63 - Maravillas que los tres Fiat obraron. En la Creación, en la Encarnación y en la Pasión.

            [419] Mientras estaba en oración, consideré tres Fiat Mi divino amor me dio a conocer que el primero mostró las inclinaciones de la bondad de Dios, el segundo, el anonadamiento del Verbo; el tercero, la confusión de un Hombre-Dios.

            El primero se dio en la creación, cuando produjo Dios la creación del abismo de la nada a través de las solas mociones de su bondad; el segundo fue pronunciado por la Virgen al asentir a la Palabra del Padre, cuando el Verbo se hizo carne humillándose, la Virgen fue transformada en Madre de Dios, y los extremos que estaban infinitamente distantes se unieron, a pesar de sus infinitas desproporciones. El tercer Fiat fue pronunciado por un Hombre-Dios en el Huerto de los Olivos, por el que se abandonó a los rigores del justo querer de su Padre y a la confusión extrema con que sería afligido, por haberse convertido en maldición por la humanidad.

            Al primer Fiat, la nada no opuso resistencia, cediendo a la bondad y poder de Dios; en el segundo se encuentra la condescendencia de Dios a su criatura y la complacencia de ésta hacia Dios en la cumbre de la elevación y la efusión de un Dios a la criatura, uniéndose a ella como consecuencia del Fiat. En el tercer Fiat se encuentran el abismo de confusión hasta la muerte por una rigurosísima justicia, para satisfacer a Dios ofendido, y un exceso de amor a la criatura.

            El primer Fiat produjo las criaturas que carecían del ser. Por el segundo, Dios, que siempre [420] existió, se hizo hombre; en el tercero, un Hombre-Dios fue destruido durante cuarenta horas, a fin de satisfacer, con su muerte, la justicia divina. La divinidad nada pierde y nada puede sufrir. La humanidad apoyada por la divina hipóstasis del Verbo, que es su soporte y cuyos méritos son infinitos, pagó a la divinidad ofendida en rigor de justicia más de lo que el hombre debía: un simple hombre ofendió, y un Dios-Hombre pagó.

            El Hombre-Dios se anonadó a sí mismo, tomando la forma de servidor, a pesar de ser igual a su Padre sin causarle detrimento. Aunque tenía la forma de Dios, se dignó escoger y aceptar por obediencia la muerte, y una muerte de cruz, haciéndose anatema por nosotros, según estaba escrito: Maldito aquél que pende del madero El Hijo de Dios bendito quiso ser tratado como el macho cabrío expiatorio y ser expulsado ignominiosamente de la Jerusalén de la tierra, llevando sobre sí el peso de nuestros pecados para hacernos entrar en la ciudad celestial, adornados con su gracia y elevados hasta el honor de la posesión de su gloria.

OG-05 Capítulo 64 - Mi divino Salvador y su santa Madre se me aparecieron coronados de espinas para consolarme, al verme presa de la tristeza. Abril de 1637.

            [421] Al ver que la tristeza se había apoderado de mi corazón, me presenté ante mi Dios, hablándole de mis penillas durante mi oración. Me consoló maravillosamente, mostrándome una cruz de san Andrés, cuyos travesaños, a manera de aspas, estaban unidos por un clavo de diamante que significaba la fuerza y riqueza de mi cruz en medio de tantas contradicciones.

            Vi después a la santísima Virgen portando una corona de espinas. Me pareció hija y madre a la vez, con una belleza, dulzura y majestad incomparables. Al desaparecer la Virgen, vi a mi divino Esposo con un rostro grave y aparentando tener treinta años de edad. Llevaba también una corona verde de espinas, para consolarme en mis penas. Vi, por último, varias piezas de cristal que debían formar un trono. Escuché que se trataba del que adquiriría con mis penas y aflicciones, que con frecuencia eran más aparentes que reales.

            Dichas luces que mi divino amor me comunicó fueron acompañadas de tanta dulzura, que no debo temer las aflicciones, porque él las rodea de divina compasión, haciéndomelas amables. El está conmigo en la tribulación, adueñándose de mi alma para hacerla participar en su gloria: Arroja su hielo como migas de pan, a su frío ¿Quién puede resistir? (Sal_147_17).

            El envía como a través de la impetuosidad de su llama amorosa palabras ardientes que derriten el hielo y el miedo que mis enemigos querrían causarme, haciendo congelar mi sangre en las venas por medio del terror y el pánico. Su divino Espíritu, que sopla donde quiere, impulsado por su natural bondad, me dijo que él era el consolador [422] de los afligidos, dando más calor a un alma que espera en su bondad, que frío le pueden provocar los demonios con su horrible pavor.

            Añadió que meditara en mi buen pontífice, que quiso compartir mis debilidades asemejándose al macho cabrío, cuya cabeza está coronada de espinas, para ser ofrecido por mí a su Padre eterno a fin de librarme de las manos de su justicia y ser recibida en las de su misericordia; que se hizo pobre para enriquecerme que al verlos a él y a su santa Madre ardiendo en amor por mí, debía acercármeles con un mayor deseo de contemplar estas grandes visiones, que el de Moisés cuando el Señor se le apareció en la zarza ardiente, ordenando que me quitara el calzado porque ambos, él ella, se habían hecho familiares a los hombres; que esta admirable pastora lo revistió a nuestra manera cuando se encarnó para morar entre nosotros; que me llamaba a él para establecer su Orden en la Iglesia, nombrándome embajadora de su divina voluntad, admirando mis pasos en mi calzado, que me ligaba a él, porque mis pies representaban mis afectos antiguos y nuevos, que le he ofrecido en su totalidad.

Capítulo 65 - El Verbo Encarnado derramó un mar de sangre sobre el mundo al subir al santuario por su preciosa sangre. Reunión que tuvo en el limbo con las almas de los justos. Mar de gloria que posee en el cielo, en el que los bienaventurados se embriagan en el torrente de sus delicias.

            [425] Al considerar a mi divino Salvador atado a la columna y más tarde levantado en la cruz derramando su sangre, en la que me lavé, lo vi como un torrente desbordado por el amor, en el que su bondad me invitó a sumergirme. Por un favor inefable, penetré en el santuario con este sumo sacerdote a través de su sangre adorable: Y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel (Hb_12_24).

            Admiré, arrobada en espíritu, a este torrente que brotaba de la piedra viva, derramándose sobre la tierra para purificarla. Vi a sus partes más sutiles elevarse para formar nubes en su sagrado costado, del que manaba el rocío que hace germinar al justo y la justicia que colmaba los deseos del profeta Isaías: Cielos, derramen su rocío; nubes, lluevan al justo.

            Vi la justificación y la santidad siendo concedidas a los hombres por medio de la sangre y el agua que salían del costado abierto del nuevo Adán, que nos engendró a la vida venciendo a la muerte que comenzó con el viejo Adán.

            [426] Conocí que la ley natural y la ley de Moisés sólo eran leyes de muerte, mediante las cuales se sacrificaban víctimas muertas; y que, para abrogarlas, el Salvador aceptó dirigirse a la muerte y morir ofreciéndose en holocausto perfecto, derramando su sangre para entrar en el santuario y darnos por ella la redención eterna que nos libra de la muerte.

            Comprendí que, así como los ríos desembocan en el mar sin acrecentar sus aguas, la sangre de los antiguos sacrificios en nada incrementó el mar del Salvador, que era de un mérito infinito; y que dichas víctimas sólo fueron aceptadas en virtud de la muerte y efusión de la preciosa sangre del Salvador, que fue llevado por su sangre, misma que ofreció al penetrar al tabernáculo.

            Se abajó hasta el sepulcro para combatir la muerte en su propio hábitat: su alma descendió a los limbos para reunirse con las almas de los justos y conferenciar con ellas durante cuarenta horas.

            A dicha reunión asistieron también las mujeres, por haber contribuido a la Redención y servido como figuras de la Encarnación. Allí reveló a todos los prisioneros que la muerte había quedado absorbida en su victoria y que la ley de la muerte había llegado a su fin.

            Comenzó así la ley de la gracia, que no tuvo figuras ni sombras por ser simiente y germen de gloria; gloria que prometió al buen ladrón al estar en la cruz, diciéndole: Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc_23_43).

            Su ser salió de los limbos a fin de que el lugar que era el término de la muerte fuera el principio de la vida. Su alma gloriosa se dirigió a su cuerpo para darle la grata noticia de la resurrección y la gloria. En medio del júbilo, levantó su sagrado cuerpo, con lo que se cumplieron las palabras de David: Resucité y estoy contigo. Su alma gloriosa retornó a su sagrado cuerpo cual torrente de luz, proyectando sus rayos luminosos por las benditas aberturas del cuerpo adorable al que informó de nuevo por toda la eternidad.

            [427] Ya no estará sujeto a la muerte ni a las tinieblas. Su permanencia en el cielo, así como los cuerpos de los bienaventurados, será amable en la gloria del Paraíso. La gloria refulgente de Jesucristo no pudo ser oscurecida por todas las sombras de la muerte, y su sepulcro fue transformado en un paraíso verdaderamente glorioso.

            El alma comunicó a su cuerpo la vida divina, la vida de la gloria: su sagrado cuerpo es un ser glorioso que no estará ya sujeto ni a las miserias ni al dolor, por ser el cuerpo de un Hombre-Dios. San Pedro, al dirigirse a los fieles, dice que los profetas anunciaron sus sufrimientos, sus angustias y su gloria definitiva: Sobre esta salvación investigaron e indagaron los profetas, que profetizaron sobre la gracia destinada a vosotros, procurando descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando les predecía los sufrimientos destinados a Cristo y las glorias que les seguirían en el Espíritu Santo enviado desde el cielo; mensaje que los ángeles ansían contemplar (1Pe_1_10s). El rostro del Salvador es tan admirablemente bello, que constituye la alegría del Espíritu Santo y de los ángeles, que desean contemplarlo sin cesar.

            Divino Amado, accede a que tu indigna esposa te pida el favor de que tenerte a su derecha mientras va en camino, para que la guíes según tu voluntad y pueda decir con toda verdad: Pongo al Señor ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa. Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre (Sal_15_9s).

            Tal vez sea mucho pedir, pero es lo que deseas concederme, por habérmelo merecido con tu preciosa sangre. Tu deseo es que un torrente de dolor produzca un torrente de dulzura. Ni todo el oro y plata de la tierra podrían merecernos el cielo, pero una sola gota de tu sangre adorable puede merecernos la gloria. El amor que la derramó enteramente por nosotros desea que, por su medio, lleguemos a tener abundancia de gloria.

            [428] Me dirijo a su amor, cuya magnífica generosidad conozco. David anunció con acierto esta maravilla al decir: Señor, Dios nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra (Sal_8_9). Señor, Señor, Dios nuestro, que después de tu resurrección eres reconocido como emperador soberano; cuán admirable es tu nombre en toda la tierra, pues visitaste aun sus partes inferiores. Los vestigios de tus sagrados pies santificaron a este elemento, y quisiste también santificar el del aire al elevar sobre los cielos tu grandeza, que es tu cuerpo glorioso animado por tu alma bendita.

            Contemplé tus admirables arterias henchidas por tu preciosa sangre, de un azul espléndido que hacía resaltar la blancura de tu cuerpo sagrado, que arrobará de contento los ojos de los cuerpos gloriosos cuando moren ya en el Empíreo. Todos esos afortunados ciudadanos adorarán la magnificencia divina, y los hijos del pecho de la gloria cantarán un melodioso concierto al Hombre-Dios que venció a sus enemigos y a la muerte, que será la última en ser derrotada por el Señor de la vida, que es digno de cantar las alabanzas del Padre y del Espíritu Santo que lo produce junto con este divino Padre, que formó su cuerpo sagrado en el seno de la Virgen, que es su principio en cuanto hombre.

            Su carne, apoyada en el soporte del Verbo, es parte de la carne de María, que fue elevada sobre los cielos. Su Hijo, el Hombre-Dios, fue constituido cielo supremo y está sentado en el trono de la grandeza divina igual en gloria al divino Padre, sin causarle detrimento. Es poseedor de un torrente de gloria. Es Dios y Hombre. En su esencia inmortal, es un mar inmenso de felicidad que constituye la dicha de los ángeles y de los hombres. El es el contento de su Padre, la delicia del Espíritu Santo, el amor de su Madre y nuestro todo.

            [429] Su sangre preciosa corrió sobre la tierra para revelar a la humanidad el exceso del amor divino, que la derramó para salvarlos en el camino, a fin de ser ensalzados por él al llegar al término. Después de beber en la tierra del torrente del dolor, tienen la alegría de gustar sus delicias por toda la eternidad. Serán ensalzados en compañía del divino Salvador, que es su cabeza gloriosa, cuya exaltación predijo David en el salmo 109: En el camino bebe del torrente, por eso levanta la cabeza (Sal_109_7).

            Dios es cabeza de Cristo, y Cristo es cabeza de la Iglesia, como dice el Apóstol. Cristo fue ungido Rey y sacerdote eterno; pontífice santo, sin mancha, separado de los pecadores por su inocencia y por su divina grandeza. De él reciben los bienaventurados toda su gloria: Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia (Jn_1_16). Gracia por gracia que es la gloria iniciada en esta vida. En el término, es la gracia consumada a la que, con mayor dignidad, llamamos gloria, por ser la felicidad eterna, la ventura sin fin y por estar exenta de toda suerte de aflicción, sufrimiento y dolor.

            La sangre que fue un espectáculo de dolor cuando el Salvador la derramó sobre la tierra, a través de la intensidad de su amor y la violencia de los tormentos, los latigazos, las espinas, los clavos y la lanza, será una profusión de deleites y un torrente de júbilo: Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y tu luz, nos hace ver la luz (Sal_36_8).

            La humanidad santa es la morada por excelencia de Dios, por estar cimentada en la hipóstasis del Verbo. Es su casa, a la que apoya y a la que se unió hipostáticamente. Las fuentes de agua y de sangre son manantiales de vida, por ser la sangre de un Hombre-Dios. La vida esencial, eterna y divina, es el torrente de delicias del que se embriagan y se embriagarán los bienaventurados por toda la eternidad. El esplendor eterno iluminará sus entendimientos y la dulzura infinita colmará de contento su voluntad.

Capítulo 66 - Únicamente el Verbo Encarnado puede alabar dignamente a su Padre. Sólo él conoce las divinas maravillas del amor que dio a Magdalena, que fue figurado por el río que Dios hizo brotar en el paraíso, que se repartía en cuatro brazos en el Génesis capítulo segundo. Abril de 1637.

            [433] El discípulo amado proclama que las acciones adorables que su Maestro, el Verbo Encarnado, hizo en la tierra, son tan numerosas, que ni todo el mundo transformado en libro sería suficiente para escribirlas en él: Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran (Jn_21_25).

            Águila real, me permite que vuele hasta donde te encuentras hoy, y que sea yo en la tierra la intérprete de tus pensamientos, diciendo que ves claramente, en la visión de la gloria, que el cielo y la tierra son demasiado reducidos para hablar ampliamente del Verbo Encarnado y de las maravillas de su amor infinito. No incumbe sino a él hablar de sí mismo, por ser la Palabra del Padre que expresa divinamente lo que era, lo que es y lo que será. El divino Padre confiesa que, desde la eternidad, se complace y se alimenta de oír a su palabra, a cuyas enseñanzas nos manda prestar atención: Este es mi Hijo amado en quién me complazco; escuchadle (Mt_17_5).

            Padre santo, deseamos en verdad prestar atención a tu Verbo y tener atento el oído del corazón para escucharlo. Como dice el gran san Dionisio, nuestro amor va más allá de nuestra mente. Los discípulos cayeron en tierra cuando les dijiste que escucharan al Verbo: Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de miedo (Mt_17_6). Si los discípulos no son capaces de escucharlo, ¿cómo lo serán de hablar de él, si no se convierte en Verbo humanado, tocándolos con el dedo de su benignidad? san Pablo tiene razón al [434] decir que su humanidad, su bondad y su gracia se manifestaron a todos los hombres para salvarlos.

            Hacen falta hijos del trueno con el privilegio de poder soportar sin morir el resplandor del Verbo Encarnado, que todo lo dice en una palabra que expresa la eminencia increada y la bajeza creada. David apenas si la intuyó cuando dijo: Dios ha hablado una vez, dos veces, lo he oído: Que de Dios es la fuerza y tuya, Señor, la misericordia (Sal_62_12).

            David recibió el favor de penetrar en las potencias de Dios a pesar de que no haber aprendido las letras; pero en cuanto a su parte ordinaria, la misericordia le estaba reservada. Por ello dijo que tenía el derecho de cantarla por toda la eternidad, dejando al Verbo Encarnado la dignidad de alabar dignamente su divina grandeza: En Dios, cuya palabra alabo, en el Señor, cuya palabra bendigo (Sal_56_11), y que alabaría al Padre a través del Hijo en la plenitud de los tiempos, porque debía nacer en el tiempo de su simiente real, que supliría su incapacidad. Verbo eterno, he hablado ya muchas veces de las maravillas de tu amada; pero todo lo que he dicho es poco en comparación con lo que puede añadirse; pero, ¿qué digo? de lo que es inefable.

            Magdalena fue magníficamente ensalzada por encima de todas las alabanzas creadas, porque el Verbo increado y encarnado quiso ser su orador y escucha. Se levantó del sepulcro, pero de madrugada para preguntarle el motivo de sus lágrimas, que no ignoraba. El amor goza con los argumentos del amor; habla de sí mismo porque hace que dos sean uno y que el que ama esté en el ser amado. El Padre eterno conversa por toda la eternidad con su Verbo, a través de su mismo Verbo, produciendo eternamente su único amor, que es el bien de ambos espirantes, y el término de la voluntad del Padre y del Hijo.

            Verbo amoroso, te complaces en interrogar a tu amada; la niña de su ojo te habla dignamente de su dolor al creerte ausente, después de exponer ante tus ángeles, en pocas palabras, el motivo de sus lágrimas. Ellos trataron de consolarla, pero sin lograrlo: no puede recibir consuelo de las criaturas. Es menester que el Creador la consuele. Sabes muy bien que tú eres el objeto de sus lágrimas, y le preguntas por qué llora.

            [435] Eres tú quien la hace llorar; no contento con ser el hálito de la virtud divina y la emanación purísima de su claridad, provocas, mediante una poderosísima llama, que Magdalena produzca un segundo aliento y haces que su corazón vaporice para que suba hasta la cabeza, en la que tu sol luminoso dispara sus rayos para derretirlo en agua, que te ofrecerá en sacrificio por estar segura de que eres su Dios y su amor. Magdalena es más valiente, que los soldados que llevaron a David agua de la cisterna de Belén, ofreciéndote sus lágrimas en sacrificio, sin temor a los guardias del sepulcro; sin miedo al horror de las tinieblas. Como tú eres su amor, eres su peso. Ignora dónde te pusieron; por eso está desorientada. Sin embargo el amor, que es ciego a lo exterior, ve claramente el interior a través de instintos que le son propios.

            En su extravío, se dirige al mismo que perdió para encontrarse en él, a fin de que se detenga con ella. Por eso te dice: Señor, si has escondido en tu jardín la flor que yo adoro y por la cual yo sufro, dime donde la pusiste, me parecías tan cortés que no querrías rehusar un ramo a una señorita moribunda. Permíteme que corte esta rosa, cuyas espinas me han causado tan agudos dolores desde que estoy privada de la vista de su hermosura y de su suave aroma. No me niegues un favor que te pido con tantas lágrimas; es un árbol de granada que puede curarme con su fruto agridulce.

            Cuando él muera, tengo confianza que resucitará entre mis brazos. Yo haré como el profeta Eliseo, que mis sentimientos concuerden con la voluntad divina para verlo revivir. El ha prometido que tres días después de su muerte, recobrará su vida, pero mi amor me apremia tanto, que no puedo esperar al fin de los tres días. Es necesario que él me conceda este favor sin faltar a su verdad de tomar la parte por el todo. El resto del viernes, el sábado entero y el comienzo del domingo van de acuerdo a la Escritura, pero han sido muy largos para mí.

            [436] El amor no puede caminar a pié, quiere volar, las alas son lo más conveniente para él. El no entiende nada de lo que es hacerse para atrás como los animales del profeta Ezequiel. Perdóname si soy como la impetuosidad del espíritu que me empuja, la cual es su mismo espíritu. No creas que he venido aquí con un espíritu femenino, los guardias ya me hubieran espantado. No, no, vine hasta aquí con el espíritu beligerante del Dios de los ejércitos, que es Espíritu de vida que me impide, como mujer, llenarme de terror ante el sepulcro de los muertos, donde encerraron a Jesús de Nazareth, que es mi vida más preciada, esposo de mi alma, anhelo de mi corazón. Si no estás dispuesto a permitir que me lo lleve, pensaré que se debe al gran aprecio en que tienes al Verbo humanado. Permite que derrame agua a sus pies; los jardineros tienen necesidad de regar sus plantas. Poseo una fuente en mi cabeza y mis dos ojos serán los canales que regarán aquella por la que pregunto; dime dónde la plantaste, porque es mi árbol de vida. Magdalena, él es una palmera, tú quisieras subir con él mismo y tomar su fruto antes que suba a su Padre al que ha reservado las primicias de su gloriosa victoria. Le haré ver mi pasión y él me gobernará por su razón, ¿dime, por favor, donde lo pusiste?, perdona a una apasionada que te juzga como muy cruel, al hacerla languidecer en extremo.

            María, eres un mar, si yo te permito rodearme, me harás naufragar antes de que llegue al puerto que es el cielo empíreo para dar cuentas a mi Padre Eterno del largo viaje que acabo de hacer. Querido Amor, tu Padre es el Padre de misericordias y el Dios de toda consolación, creo que sus entrañas de bondad se conmueven de dolor. El quiere que tú seas mi Oriente; cuando tu humanidad estará sentada a su diestra, te enviará desde lo alto para visitarme en estas sombras de muerte, para tranquilizarme en la aflicción y dirigir mis pasos por el camino de mi verdadera paz.

            [437] Eres Tú, oh mi bien Amado, quién siendo la verdad soberana, por qué disimularías, privándome tú mismo de la parte que he escogido por consejo tuyo y que me has ratificado insinuando la entrega que tu Padre y tu Madre me han hecho de ti en ti mismo. Te has quedado cuarenta días en la tierra; y en ella serás un paraíso de delicias, y yo un manantial que recibirá un gran honor si permites que derrame sobre tus pies adorables las aguas que brotan de mi enamorado corazón.

            Tú eres mi Rey y mi Dios, mi templo y mi altar. Acepta oh mi Todo, que me derrame en ti y sobre ti, el amor concede privilegios a los enamorados, está bien que me levante, el amor me da una santa audacia, quiero ser esta fuente y ese río admirable. De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos (Gn_2_10). Tú eres mi paraíso; es necesario que yo te irrigue. Mezclaré mis aguas con los cuatro ríos de tus manos y de mis pies, y me perderé en el abismo de tus entrañas penetrando por la abertura de tu costado. Después de haber irrigado todo, me contentaré con ser llevada a todos los confines del universo por tu Evangelio. Quiero ser por orden tuya la evangelista de los apóstoles, mis pensamientos son olas que van tan veloces que parece que se quieren adelantar unas a otras. Quiero agradarte gozando de tu presencia y quiero cumplir tus mandamientos después de haberlos aprendido bien. Mi buen Maestro, tú ordenas en mí el amor; eres tú el amor que me da tantas ideas para contentar aquí mi amorosa pasión; me encuentro en un nuevo paraíso: Yo, como canal derivado de un río (Si_24_41).

            Participo perfectamente de ti mismo, tú quieres quedarte en mí y yo quiero estar siempre en ti, ya que esas son tus intenciones, de las cuales tengo un gran conocimiento, estoy hecha por una maravilla inefable, tu ciencia y tu sabiduría divina, por eso mi corazón produce ese río; mis ojos, mi boca y todos mis poros hacen brotar las aguas de tus favores: Yo, la sabiduría, derramé ríos. Yo, como canal de agua inmensa, derivada del río, y como acequia sacada del río, y como un acueducto salí del paraíso (Si_24_41).

            [438] Tú eres mi jardín y mi prado verde. Deseo irrigarte como un jardín, y deseo también inundarte como a mi prado: Yo dije: Regaré los plantíos de mi huerto, y hartaré de agua los frutales de mi prado; y he aquí que mi canal ha salido de madre, y mi río se iguala a un mar. Porque la luz de mi doctrina, con que ilumino a todos, es como la luz de la aurora, y seguiré esparciéndola hasta los remotos tiempos (Si_24_42s). Sabes muy bien que seré un espejo de penitencia y que, hasta los cuatro confines del mundo, contaré tus misericordias para dar esperanza de salvación a los pecadores. Tu Madre, mi Señora, es el espejo de los limpios de corazón; yo, el de los penitentes. Ha habido tan pocos que no hayan mancillado sus vestiduras, que me atrevo a decir que su reducido número podría contarse con los dedos de la mano. Ella es el puerto de gracia en el que te abordamos para estar a salvo, estando de acuerdo en que lleve hasta ella, mediante mi conversión, a los que me convidaron al vicio. Ella es Madre de misericordia; con ella servir es reinar. Me siento muy honrada al considerarme súbdita suya y conservar esta categoría bajo su amorosa y eficaz potestad.

            Deseo, por tanto, atraer a los pecadores con la encantadora seducción de tu elocuente sabiduría. Entraré a las partes inferiores de la tierra, buscando la manera de despertar a los que duermen en los sepulcros del pecado, moviéndolos a creer que tú eres su salvación, y que deben esperar en tu bondad, cuyas maravillas les contaré. Quiero ser la profetisa de su felicidad eterna; mediante la penitencia, llegarán a la edad perfecta de la santidad a través de tus méritos.

            Amor y Maestro mío; podrás constatar, al igual que todos tus elegidos, que no trabajé sólo para mí al detenerte ante el sepulcro, al que entré por amor. Me asomé llorando para ver si mis lágrimas te reproducían vivo en él, al no encontrarte, como yo pensaba, muerto y colocado en su oscuridad. Esta idea provocaba una pena y ansiedad extrema en mi espíritu, que se había sepultado contigo, vida mía. Traje conmigo ungüentos para ungirte como muerto, y te encuentro vivo. Acéptalos en ofrenda y olor de suavidad. Te los ofrezco. Eres un fuego que consume. Permíteme ser el ángel que se elevó [439] junto con la llama del sacrificio que pidió al padre y a la madre de Sansón te ofrecieran.

            Sería muy afortunada si mis aguas y mi ungüento se tornaran en fuego. Tú eres mi principio, como afirmaste un día a quienes te preguntaron: ¿Quién eres tú? Jesús respondió: Desde el principio os lo estoy diciendo (Jn_8_25). Como eres mi origen, no te negarás a ser mi fin; por ello eres mi corona; una corona de bondad. Anunciaré a tus discípulos que resucitaste. Adiós, amor mío; como no me permites abrazarte en Judea, te adoraré en la Provenza, donde estaré en el desierto en sagrada soledad. Permaneceré solitaria, elevándome por encima de mí misma, porque tú eres mi todo; más mi yo que yo misma.

            Seré, pues, la dichosa enamorada que se apoya en su amado, abundando en delicias; es una gran recompensa para mis perfumes el ser transformada en tu misma fragancia: ¿Quién es ésta que sube del desierto rebosando en delicias, apoyada en su amado? (Ct_8_6).

            Ángeles del cielo, es la enamorada penitente a la que su Maestro alabó a causa de su gran amor, que tanto apreció; es aquella que, al no encontrarlo en el sepulcro, se creyó suficientemente fuerte como para llevarlo consigo si se la informaba dónde estaba. Su amor era más fuerte que la muerte. Es la que perseveró en medio de los temores para encontrar su seguridad. El era su amor y su peso, que la arrastró tras de sí por la aflicción de su pérdida; amor al que ella deseó llevar consigo en calidad de ganancia. Al dirigirse al sepulcro deshecha en lágrimas, volvió de él desbordando júbilo, como dice el profeta: Los que siembran con lágrimas segarán con alborozo. Al ir, van y lloran, llevando la semilla para la siembra: Al volver, vuelven con alborozo, trayendo sus gavillas (Sal_125_5s).

            [440] Magdalena deseaba llevar su gavilla, que es el trigo de los elegidos; el grano de trigo que fue echado en tierra, multiplicándose maravillosamente para dar la vida a los hombres: En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo, después de echado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto (Jn_12_24). Su intento no quedó frustrado; su esperanza no fue confundida: lo encontró y quiso llevárselo. Al tomarlo por amor como lleva uno a los niños en brazos, Magdalena pareció desear llevarse al Hijo de la Virgen en los suyos; pero él se contentó con su voluntad, diciéndole que no podía ser tocado por ella cual hijo de una madre mortal, sino que lo considerara como Hijo de su Padre inmortal, al que debía subir para volver más tarde por ella, ensalzándola, apoyándola con su propia gloria y haciéndola rebosar en delicias sagradas.

            Ella penetró en las potencias del omnipotente, a pesar de no haber estudiado las letras. El Verbo, que es la sabiduría eterna, la alojó en el seno de su divino Padre, en el que conoció la perfección del Verbo hecho carne, del Hijo único lleno de gracia y de verdad.

            Lo contempló lleno de gloria, semejante al que lo engendra en las eternas claridades. El vivió en la tierra junto con nosotros, y ella mora con él en el cielo, alegrándose de su grandeza y elevada por encima de todos los cielos.

Capítulo 67 - El Verbo Encarnado me concedió un ardiente deseo de recibirlo como árbol plantado en mi corazón. Me exhortó a acogerlo cual divino rocío que brota de la cabeza, que es el Padre eterno, junto con la brisa sagrada que es el Espíritu Santo, al que produce en unión con el divino Padre. 1º de mayo de 1637.

            [441] El viernes, primer día de mayo de 1637, al meditar en la costumbre que tienen los enamorados de sembrar una planta de maíz a la puerta de las jóvenes que pretenden tomar por esposas, me dirigí a mi amado para decirle que, si se lo pedía a su Padre eterno, él mismo lo plantaría en mí cual árbol que no puede ser arrancado de cuajo, que es la verdadera dilección; y que su divino Padre encuentra un placer inefable en hundir sus raíces en sus elegidos, extendiéndolas a todas las potencias de mi alma.

            El día dos se dignó despertarme diciendo: Ábreme, hermana mía, amiga mía, porque está llena de rocío mi cabeza y del relente de la noche mis cabellos (Ct_5_2). Ábreme, amiga mía queridísima, porque mi cabeza está cubierta de rocío. Por mi cabeza debes entender a mi Padre eterno, que es fecundo con una inmensa plenitud. Al contemplarse a sí mismo, me engendra a mí, su Verbo, que recibe sin empobrecerlo toda su plenitud, la cual me comunica al comunicarme su esencia. Soy inherente a y dimano de su divino entendimiento; yo soy el principio del que dijo: Contigo el principado el día de tu nacimiento en esplendor de santidad; antes del lucero, como al rocío, te engendré (Sal_109_2).

            El puede pronunciar con soberana autenticidad estas palabras: Estoy colmado de palabras. Estoy colmado del Verbo que es la palabra increada, que abarca toda mi sabiduría; por su medio deseo crear a los ángeles y a los hombres. Lo engendro por generación activa, y con él produzco activamente al Espíritu de nuestra común espiración, que es nuestro amor. Escuché Sermonibus, sin entender varias palabras de la divinidad; sino más bien, esta sola palabra. El expresa todo lo que es unidad, y todo lo que se multiplica en las criaturas: Dios ha hablado una vez, dos veces, lo he oído: Que de Dios es la fuerza y tuya, Señor, la misericordia (Sal_62_12).

            [442] El produce su Verbo necesariamente, apremiado por su fecundidad, sin ser compelido por ella; porque de Dios es la fuerza. El crea a través de esta Palabra las creaciones, que deben responder: Tuya, Señor, la misericordia, porque a través de mí desea él mostrar la misericordia de sus entrañas en la plenitud de los tiempos, en que me enviará a la tierra a visitar a la humanidad cual Oriente de felicidad para ellos, movido por su amor y su bondad: Manifestaré mi sabiduría, aunque estoy colmado de palabras.

            El amor que produzco junto con el Hijo nos apremia a hacer el bien a la humanidad. Soy la caridad eterna que los ama por sí misma, deseando atraerlos con la red de Adán y el lazo de la caridad inefable que me mueve a encarnarme, sin añadir algo en nuestra fecunda divinidad. El Espíritu de amor quiere que me derrame en su humanidad cual rocío sobre el vellón de Gedeón, que fue figura de mi santa Madre, a cuyo seno fui enviado. Yo soy el rocío celestial que se derrama del seno paterno al seno materno, haciendo que germine el Salvador sin dejar de ser el Verbo increado. Me convertí, en un instante, en Verbo Encarnado en las entrañas virginales.

            Ábreme, hija mía; todas las potencias de tu alma, pues las amo y deseo que recibas y percibas el divino rocío que quiere descender a tu interior sin dejar el cielo paterno para darte a conocer y gozar tanto como él lo desee y tu condición de viajera mortal lo permita, las alegrías del Padre al engendrar eternamente a un Hijo igual y consustancial a sí mismo.

            El es el principio en y por el cual todo ha sido creado y gobierna todas las cosas; es la vida que vivifica todo lo que tiene vida al exterior. Es la obra del divino Padre y la vida que produce con él al Espíritu de vida, que es Dios junto con el Padre y el Hijo. Este fecundo rocío que emana y mora en su principio, es principio con aquel que no tiene principio, por ser en sí la fuente de origen que no procede de persona alguna: origen de la divinidad, fuente de la Trinidad y en ella del Espíritu Santo que es el término de la única voluntad, al que ambos producen por espiración activa; Espíritu único que posee su propia subsistencia sin disminuir la del rocío ni resecarlo, porque subsiste siempre inmenso e incorruptible.

            [443] El viendo ardiente que sopla sobre la tierra deshidrata el rocío, al igual que el sol, con su ardiente calor. Esto se da con tanta rapidez, que para simbolizar la vejez o la corta duración de algo, solemos decir: pasó como el rocío de la mañana, al que secaron el sol y el viento. La maravilla de este viento, sin embargo, consiste en que se trata de un Dios unido al rocío y a la cabeza de la que dimana, que es el Padre de las luces. Las tres subsistencias existen divinamente y no pueden ni desean destruirse gracias a una felicísima unidad de esencia. Las tres constituyen la misma grandeza y poder, sin confundir sus propiedades personales.

            El Padre es de tal manera Padre, que no puede ser el Hijo. Sólo el Hijo nace de su Padre, y el Espíritu Santo, que no puede ser un segundo Hijo, es felizmente producido por los dos espirantes como su única producción, que se denomina Espíritu Santo, que como persona es distinto del Padre y del Hijo, siendo el término de su voluntad y el amor increado en la augusta Trinidad. El Espíritu es un viento que en ella nada produce, dando fin a sus emanaciones, a las que abarca sin constreñirlas, ya que las divinas personas son inmensas y existen la una en la otra sin confusión ni opresión.

            El Padre sigue siendo padre en su Hijo, y el Hijo no sale jamás del entendimiento del Padre, y el Espíritu Santo es siempre el amor que emana y reside divinamente en el Padre y el Hijo, subsistiendo personalmente en su propia subsistencia.

            Dicho viento que vino a los discípulos para crear y renovar la faz de la tierra, no habría tenido motivo para marchitar la rosa eterna que dimana de Dios sin dejar de ser Dios; que subsiste como término de su divino entendimiento. El Espíritu reconoce amorosamente y sin dependencia, que es la producción del Padre y del Hijo; admirando la auto-existencia del uno y el nacimiento oriental del otro como un acto puro que produjo fecundamente, en unidad de principio, la amorosa y ardiente espiración que constituye su persona adorable en igualdad con las otras dos, que son con él un Dios único y perfectísimo, inmutable en su unidad e invariable en la Trinidad de las hipóstasis, que no pueden ser destruidas por su distinción real.

            El Padre, al nombrarse sol sin principio, engendra un sol del que es origen, que es el rocío de su cabeza divinamente fecunda. El sol divino, junto con el rocío, producen un fuego que se llama viento, por ser una espiración mutua, que es distinta y da término a la voluntad divinamente única, sin destruir el rocío con su llama de amor, cuya propiedad consiste en abrazar y ser el beso del Padre y del Hijo, por ser el lazo de los dos y su amor inmenso y eterno. [444] Ábreme, hermana mía, amiga mía. Abre al Verbo divino que mora en su Padre por esencia desde la eternidad, como Dios de Dios, luz de las luces, Dios verdadero de un verdadero Dios; engendrado y no hecho consustancial a aquel del que y en el que nació antes del día de la creación. El divino Padre lo engendra en medio de esplendores eternos.

            Ábreme, hija mía, o permite que abra yo tu mente para narrarte mi genealogía, que el desventurado Arrio intentó suprimir negando mi filiación divina y tratando de arrebatarme la consustancialidad que tengo con mi Padre eterno. El dragón infernal convirtió a ese hombre execrable en su rabiosa cola, por cuyo medio atrajo en gran parte a las estrellas que mi bondad había colocado en el firmamento de la Iglesia militante, que tanto tuvo que sufrir. Sin embargo, según la divina promesa, las puertas del infierno no prevalecieron; ella permaneció firme como una roca, aunque azotada por las tempestades de dicha herejía, que fue perdición para tantas almas, aun para algunas constituidas en las más altas jerarquías.

            Valor, hija mía, emprende el vuelo hacia mí con las dos fuertes alas que te he dado gratuitamente: la inteligencia de la Santa Escritura, y el conocimiento de la sagrada teología; que el ojo de tu espíritu me contemple fijamente y sin temor de ser oprimido por mi gloria. Yo la suprimiré poderosamente para conservarte firme en el desierto inaccesible a las criaturas, por medio de diversas dispensaciones. No temas la persecución del dragón, que no puede dañarme por ser yo igual a mi Padre omnipotente, a cuya diestra estoy sentado en mi reposo, y de pie para acudir en ayuda de mis elegidos, que combaten valerosamente para apoyar las verdades divinas.

            Llevo en la mano un báculo de hierro, insignia de mi poder, para quebrantar las cabezas de los rebeldes que me declaran abiertamente la guerra en la persona de mis fieles. Yo soy el Esposo de la Iglesia, siempre presente aunque invisible; mi Espíritu santísimo la gobierna, impidiéndole caer en el error. El la sostiene y mantiene en la verdad católica, que posee la revelación auténtica que manifesté a mis apóstoles, quienes la legaron a sus sucesores.

            Estoy a la derecha de los divinos deleites, para prepararte goces inmortales. Confiésame, querida mía, delante de los hombres y yo te confesaré delante de los ángeles. Mi amor quedará insatisfecho si no te presento a mi Padre [445] eterno, que te conoce a través de mí. El y yo te visitamos mediante nuestra espiración común, que sigue siendo un rocío admirable y prodigiosamente fecundo. Ábreme los entendimientos de la humanidad, que permanecen cerrados a mi luz; sé mi pasaporte, introdúceme en los espíritus que no estén ciegamente obstinados por obra del príncipe de las tinieblas, que es la potestad del mundo depravado, por el que no quise orar; mundo que mi predilecto describió tan bien al decir que su fundamento radica en la malicia: pero la sabiduría no vence a la malicia. No, hija, la sabiduría no rebasa la malicia porque no violenta el libre albedrío que di al ser humano. Llega, sin embargo, a todos los confines inspirando fuerte y suavemente a todos sus amados para enseñarles el camino de la prudencia divina.

            Hija, mi sabiduría reprueba la sabiduría del mundo, que es locura ante mí. Me complazco en escoger a los débiles para manifestar mi fuerza, y llamar al que carece del ser, para destruir al que se gloría en tenerlo. Porque lo que no es, debes entender a los que no se estiman sabios por sí mismos, a causa de su propia suficiencia. Me complazco en escogerte para confundir a muchos que se glorían vanamente en su saber. Todos ellos se admiran al verte iluminada por la inteligencia que te concedo movido por mi bondad y no a causa de tus méritos.

            Deseo valerme de ti para reparar el daño que las mujeres ocasionaron a mi divinidad al apoyar a los herejes, fomentando las herejías con su autoridad mal encauzada: muchas fueron las reinas y emperatrices que respaldaron a los heresiarcas, causando con ello grandes males. Quiero, mi toda mía, que seas una columna de verdad. Mucho te lo he demostrado al llamarte a grandes cosas y al instruirte yo mismo, prometiendo que confirmaría mis ojos sobre ti, con la condición de que permanezcas atenta a mis luces, que serán para ti verdades permanentes si eres fiel a mi voluntad.

            En cuanto a ti, deseo corroborar las palabras del Génesis que menciona el apóstol de la gloria: Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo Jesús (2Co_4_6).

            Permíteme, queridísimo Amor, que te hable de parte de las potencias de esta alma a la que tanto favoreces, diciéndote humildemente: Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros (2Co_4_7).

            Mi debilidad me haría temer la pérdida de tus tesoros, si tú mismo, al dármelos, no cuidaras de ellos. Al considerarlos en un vaso tan frágil, afirmo [446] que el poder sublime de un Dios infinitamente bueno es tan amable como admirable: Eliges mi debilidad para manifestar tu poderosa diestra, a fin de que cante yo con el rey profeta: La diestra del Señor me ha exaltado, la diestra del Señor ha hecho proezas. No, no he de morir, que viviré y contaré las obras del Señor (Sal_118_16).

            Ven, Dios mío, ven, mi Señor, ven, Verbo increado, Hijo eterno del Padre, ven Soberano mío, Hijo temporal de tu Madre Virgen, de la que tomaste nuestra naturaleza sin dejar la tuya. Quiero exclamar con la Iglesia: Dios se hizo hombre. Lo que ya existía, subsistió y lo que no, fue asumido sin que se diera en ello mezcla ni división.

            Unión admirable de dos naturalezas que no se mezclan. Oh sabiduría divina, cuán adorable eres al asumir nuestra pobre naturaleza, que quisiste tomar dándole tu soporte, a fin de que el ser humano fuera Dios, uniendo lo finito a lo infinito en unidad de personas, sin confundir las sustancias. Te adoro con todas las criaturas. Quisiera que todo entendimiento creado se extasiara ante tus esplendores, y que todos los corazones fueran abrasados con tus llamas.

            Heme aquí dispuesta, al menos con el deseo, a recibir, tanto cuanto tu gracia me capacite para ello, la plenitud del rocío que emana de tu cabeza y las gotas que relucen cual perlas orientales en tus cabellos. Tu sagrada humanidad te hace más agradable a nuestra imperfecta mirada por adaptarse más a nosotros, siendo una naturaleza creada y visible, que tan bien te va sin serte necesaria, ya que tu divinidad posee en grado eminente toda su creación del cielo y de la tierra.

            Estoy de pie para recibir tu divino rocío. Estoy preparada para recoger las gotas de la noche, porque la Encarnación es una noche debido a que las criaturas son incapaces de percibir la manera en que se obró este misterio. El ángel no lo manifestó a la Virgen, cediendo este oficio al Espíritu Santo. Mientras que él obraba, la virtud del Altísimo cubrió con su sombra a la Virgen, en la que se obró esta maravilla con su propia sustancia.

            La sangre de la Virgen asumió las gotas de la noche; por ello se la llama con toda verdad Santa, Virgen oculta, Virgen singular y dulcísima, a la que el Verbo descendió cual lluvia fecunda para tomar su sustancia y unirla a su divina subsistencia, convirtiéndose en Verbo humanado en sus castas entrañas para salvar por sí mismo a todos los hombres con una copiosa redención, derramando su sangre preciosa a través de una santa prodigalidad a la que llama gotas de la noche cuando pide a sus [447] esposas le abran las puertas de sus almas a fin de enriquecerlas con el abundante rocío de su divinidad y con las amables gotas de su bondadosa humanidad, que desea manifestarse visiblemente a todos a pesar de que ninguno hayamos merecido este favor, por estar adormilados en la pereza desde que el pecado nos aletargó.

            ¿Cuántas personas, hoy en día, rehúsan levantarse para abrirle? ¿Quiénes se molestan un poco para recibir tan gran tesoro, que contiene la plenitud de las riquezas de la divinidad en forma corporal? Cuántas esposas indignas de este nombre dejan al esposo a la puerta de su corazón, desde donde las invita con inspiraciones continuas a que le abran para su bien. Porque nada se puede hacer de lo nuestro: lo que toma de nosotros se reduce a simples miserias y sufrimientos. Quiso hacerse pobre para enriquecernos. Se despojó para revestirnos. Llevó sus heridas para sanar las nuestras; se hizo mortal y quiso morir para darnos su vida, a fin de hacernos inmortales un día.

            Ven, gloria mía, para que te abrace después de adorarte. Seas bienvenido, oh el más querido de todos los amores: Mi amado metió la mano por la hendidura; y por él se estremecieron mis entrañas (Ct_5_4). Es tu derecho entrar con tu sutilidad divina en mi entendimiento, y tomar mi corazón con tu delicada y preciosa mano, tan hábil para abrir cualquier cerrojo, aun si estuviera cerrado con mil llaves. Tú eres la llave de David: cuando abre, nadie puede cerrar. Cuando has dado a un alma la confianza de ir hasta ti. Nadie puede impedírselo ni distraerla. Aun cuando todos los hombres y los ángeles quisieran detenerla, no querría emplear el poco tiempo de que dispone para permanecer en su compañía, a no ser para que le digan dónde podrá hallarte cuando te ausentas de ella. Sus conversaciones la afligen; sus palabras le parecen pesadas como golpes que ofenden su corazón herido por tu ausencia.

            Estaría dispuesta a dejarles su manto si intentaran retenerla por la fuerza. Quiero decir que dejaría con gusto el cuerpo, que es como un fardo para la pobre alma que languidece de amor, que no puede pensar ni hablar sino del que es la luz de sus ojos y el fuego de su enamorado corazón.

            Escucho, querido Amor mío. Ante tu palabra mi alma se derrite en medio de un amoroso temor de haberte dejado esperando ante mi puerta más de lo debido. Perdón, mi buen Señor; tú eres la misma dulzura; tu bondadoso corazón no puede disgustarse [448] sin hacerse violencia, violencia que sería capaz de causarme la muerte. Tu ausencia me ha dejado ya como una planta carente de vigor. Vierte tu rocío para vivificarla por ti mismo; haz de ella un árbol para que seas su injerto. Así te complacerás en ser el Verbo encarnado; transforma en ti mi corazón indómito.

            Oh dulzura de los ángeles y de los hombres; oh ambrosía de tu Padre y del Espíritu Santo, tu paladar es suavísimo; tú eres el deseado de los collados eternos. Si eres plantado en medio de mi pecho, obrarás la salvación en medio de la tierra. Todos mis afectos te rodearán por ser su salvador. Mi alma cantará con el buen anciano: Haz Señor, o permite, oh mi camino, que yo camine hacia Ti, según tu palabra, deseo seguirte hasta la cruz.

            No tengo tantos años como el buen profeta, que esperó por tanto tiempo la consolación de Israel. Deseo servirte en la tierra antes de gozar de los placeres de tu diestra, en la que me sumergirás en el torrente de gloria. Si ya desde este mundo quieres hacerme participe del árbol de la vida, y que tus cuatro Evangelistas sean para mí cuatro ríos de gracias que rieguen el jardín de mi alma, no huiré de ello. Tu espíritu, se complació en ser llevado sobre las aguas por medio de un amoroso afecto, planeando sobre su superficie y volando desde allí. Envíamelo: mi deseo e inclinación es elevarme por encima de las nubes por medio de las contemplaciones sublimes que tu bondad se digna concederme.

            Allí estoy contenta; esto es darme gracia sobre gracia; es darme la tierra, el mar y el cielo; es darme lo que es don por excelencia. Tu rocío me parece un mar en el que me abismo sea al contemplarte en la profundidad del seno paterno, sea que te contemple en el seno de tu Madre o en el Calvario y aun en el sepulcro.

            Te contemplo en todo momento como bondad inefable y amor infinito. Te encuentro en todas partes semejante a ti mismo; te contemplo lleno de gloria como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad, que vive por toda la eternidad.

Capítulo 68 - La bondad y la misericordia de Dios se manifestaron convirtiendo a Bonifacio, cuando estaba en el camino del pecado, haciéndolo Apóstol, Confesor y Mártir, recompensando todas sus limosnas amorosamente. 5 de mayo de 1637

            [449] No contenta con decir con el real profeta, arrebatado de admiración: Cuán bueno es el Dios de Israel con los de recto corazón (Sal_125_4); exclamé toda extasiada: Cuán amante y bueno es el Dios de los gentiles con los de corazón malvado, que aman la detestable podredumbre del pecado.

            Cosa admirable. El que habita en la sublime pureza a la diestra de gloria; el que es el candor de la luz eterna, el espejo sin mancha de la majestad divina, se digna volver sus luminosos ojos para mirar a Bonifacio en su basura, y de allí colocarlo con los más grandes príncipes de su corte, transformándolo en pocos días en apóstol, mártir y confesor.

            Job dijo que sólo la bondad divina podía obrar la maravilla de cambiar el mal en bien y la inmundicia en pureza; el orden de la naturaleza es inferior al de la gracia. El que siembra corrupción, recoge corrupción. El que derrama bendiciones, cosecha bendiciones. La gracia, al derramar sus rayos con el poder de la diestra, mueve al alma a decir: dad a mí, un ignorante. Dios del todo amable, cuánto deploro mi ceguera. Sol de mi alma. ¿Por qué no muestras un rencor infinito hacia mi ingratitud?

            [450] Bonifacio, ¿Qué dices? ¿Acaso no es el Dios de bondad el que espera con dulzura la conversión de los pecadores, sobre los que hace resplandecer su sol de caridad, a fin de mostrar al cielo y a la tierra que su gracia desea sobreabundar allí donde abundó el pecado?

            El Verbo tomó un alma siempre santa y agradable a la divinidad para librar a las que el pecado ha desfigurado. Aceptó un cuerpo de gracia para destruir el cuerpo del pecado, cuerpo que tomó en la Virgen llena de gracia a fin de pagar por los cuerpos entregados al pecado. Con gusto entregó su cuerpo a la destrucción, a pesar de ser el templo de la divinidad, para reparar las ruinas de los cuerpos ulcerados. No dudes de su misericordia, que desborda hacia los hombres todas sus obras. Cántale eternamente, por haber sido tan favorable hacia ti.

            Cuando eras su enemigo, te contempló como amigo; por ello puedes decir: De lejos se me apareció el Señor (Jr_31_3), porque entre el pecador y Dios hay una distancia infinita. No obstante, el Dios de amor te dice: Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti, volveré a edificarte (Jr_31_4). Derramaré mi gracia en este lugar en el que hiciste tanto mal, que pudo hacer llorar a los ángeles de paz ante la alegría y júbilo de los bienaventurados, que acompañan tu cuerpo martirizado por mí.

            Tu espíritu presenciará por vivir en mí y conmigo la fiesta que le harán el cielo y la tierra: Volverás a tener el adorno de tus panderos y saldrás a bailar entre gentes festivas (Jr_31_4). La que pecó contigo te reprende al pensar que dices por ironía que serás mártir y que ella pagará sus propios denarios. Ignora, al presente, que la divina providencia lo destinó a encontrar su ganancia en su pérdida. Se trata del dedo de la diestra, que movió un resorte digno de su sabia bondad. La tierra acudirá ante tus reliquias con la veneración debida a un testigo de Jesucristo.

            Los demonios se enfurecen ante el cambio de Bonifacio, al que esperaban ver en su compañía, y que su muerte sería como su vida: Al verle, quedarán estremecidos de terrible espanto, estupefactos por lo inesperado de su salvación (Sb_5_2), diciendo entre ellos, arrepentidos de no haber recurrido a más artimañas para desviar el golpe de su martirio, que fue para ellos como una gehena, Se dirán mudando de parecer, gimiendo en la angustia de su espíritu: Este es aquel a quien hicimos entonces objeto de nuestras burlas, a quien dirigíamos, insensatos, nuestros insultos. Locura nos pareció su vida y su muerte una ignominia. [451] Hemos sido unos locos, al estimar el fin de esos dos deberes amorosos, el ser y el honor, viéndolos con la locura del pecado. Ahora estamos confundidos al ver lo que la gracia obró en ellos, así como su correspondencia a ella: ¿Cómo, pues, ha sido contado entre los hijos de Dios y tiene su herencia entre los santos? (Sb_5_5).

            No se arrepienten de haber obrado mal, ofendiendo a su Creador, ni de haber menospreciado a los santos, arrepintiéndose de haber sido demasiado laxos al tentarlos, y al verse frustrados en la espera de sus tiránicos designios de atormentarlos junto con ellos, viéndolos maldecir y blasfemar del que los creó y redimió, contra el que sienten de hecho un odio irreconciliable. Desean, en su furor, destruir a Dios en sus criaturas, por ser incapaces de lesionar al que es invulnerable. Este deseo desordenado retorna y descarga sobre ellos su propia furia. La expresión: Se dirán mudando de parecer, gimiendo en la angustia de su espíritu, muestra que su arrepentimiento es sólo un amor propio que es para ellos un cruel suplicio que dichos dementes e insensatos sufrirán a causa del odio que tienen al Creador y a sus criaturas.

            Se desgarran en lo íntimo de sus pensamientos maliciosos, que ocultarían a Dios si ante él no estuviera todo al descubierto, porque conoce los recovecos de las tinieblas. No pudiendo ser ateos por la ignorancia de la divinidad, son impíos por sus malévolas voluntades, rehusando reconocer con humildad la soberanía de Dios en sus obstinados corazones. Desconocen enteramente el amor a Dios; el impío dice en su corazón: No hay Dios. No se atreve a decirlo con la boca, porque habría una contestación general y las criaturas verían la vergüenza sobre su frente. Al escupir contra el cielo, recibe su escupitajo sobre su rostro. Dios reserva para sí los pensamientos ocultos, descubriéndolos a su tiempo y en la medida que le place a sus criaturas.

            Malditos los pecadores que no temen la mirada de Dios, que sondea las entrañas y los corazones, odiando el pecado como un monstruo que se opone a su bondad, la cual al amarse por esencia, odia también por esencia el pecado, que es una nada infeliz que se opone a la bondad del ser. Este odio, que convierte al ángel y al ser humano en enemigos de Dios, constituye su mayor tormento, ya que se contemplan como un espectáculo horrible ante Dios, en quien, como dice Santiago: También los demonios creen y tiemblan (St_2_29).

            [452] Al creer en él y experimentar su poder, tiemblan y le odian con un aborrecimiento que los priva de toda dicha y los hunde en toda clase de desdichas. En esto consiste la pena de daño: se ven privados de su felicidad y abrumados por los tormentos del fuego y otras miserias, que constituyen la pena de sentido, cuyo fuego manifiesta el poder divino al obrar en contra de estos espíritus. Lo anterior es razonable, ya que el demonio no deja de oponerse directamente a Dios por malicia, e indirectamente a través de sus criaturas, moviéndolas a la apostasía y complaciéndose en obstinarlas, como él, en malicia, ofendiendo a su creador, contra el que vive en perpetua insania, al verse privado de la beatitud que un día quiso arrebatar al Verbo Encarnado. Querría privarlas de él, para tenerlas un día por siempre en las moradas infernales, y ser acompañados por ellas en sus blasfemias, con las que se desgarran a sí mismos con una rabia interior.

            ¿Cuál no sería su furor al ver a Aglae y a san Bonifacio lejos de sus garras, libres por siempre de sus asechanzas, alabando eternamente al Creador eterno y al amoroso Redentor que les reveló su abundante redención a causa de su gran misericordia, que no los dejó consumirse en sus culpas? Por ello dicen con el profeta Jeremías: El amor del Señor no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura (Lm_3_22).

            Bonifacio, adora la divina clemencia por haberte mirado con bondad; de ella recibiste la inclinación a socorrer a los miserables carentes de bienes temporales, en tanto que, a causa del pecado, te privabas de los bienes eternos. Mira cómo ha tolerado tus ofensas hasta este día, preparando su gracia para ti por las acciones moralmente buenas que hiciste, ocultando tus ganancias en el seno de los pobres, que las hicieron agradables a Dios. Fueron transformadas en los que Dios envió para bien de los ricos, en bienes eternos. La divina providencia permite que el pobre se encuentre al lado del rico, a fin de darle la oportunidad de salvarse socorriendo a los demás.

            Daniel exhortó al Rey Nabucodonosor a redimir sus pecados por medio de la limosna. El Salvador de nuestras almas dijo: Bonifacio fue movido por su inclinación a socorrer a los pobres y afligidos. Dios se fijó en su don y no en él, que vivía en el pecado. [453] Su caridad hacia los menesterosos, sin embargo, movió al Dios de bondad a compadecerse de la miseria de Bonifacio, porque el pecado es el mayor de todos los males; el mal del que el Señor de clemencia nos exhorta a pedir al Padre celestial ser librados, el cual lo envió a la tierra para morir y dar muerte al pecado, muriendo en su humanidad a fin de que el ser humano pudiera vivir en su divinidad. El que murió de una vez por todas, es el pecado; el que vive para siempre, es Dios. Jesucristo resucitó, no morirá jamás, la muerte no lo dominara de nuevo, ni a él ni a Bonifacio. Muerte. ¿Dónde está tu victoria? Infierno, ¿Dónde está tu aguijón? Pecado, encuentras tu muerte en la gracia que salió victoriosa en Bonifacio. Infierno, pensabas devorar esta presa astutamente, pero te equivocaste. Jesucristo desbarató tus planes con su misma muerte, en la que Bonifacio creyó para apartarse de tus tentativas. Por ello quiso ofrecerse por justicia y amor al martirio, testimoniando así su agradecimiento a su libertador y firmando con su sangre sus firmes creencias. Expuso sus miembros no sólo al servicio divino, sino al sacrificio inmortal, ya que por su preciosa muerte, adquirió la gloriosa inmortalidad. Gran Santo, ruega por mí y por todos aquellos que dan gloria a Dios en ti.

Capítulo 69 - Vi dos ojos abiertos sobre mí y una mano, que me representaron a las tres divinas personas de la santísima Trinidad, quienes me iluminaban y fortalecían. 14 de mayo de 1638

            [455] Hoy, 14 de mayo, al despertar por la mañana, exclamé: Extiende tu mano desde lo alto, y sálvame (Sal_144_7), pidiendo el auxilio de la poderosa mano de Dios para nuestros asuntos. Después de la comunión vi dos ojos abiertos sobre mí que se unieron en uno, del que, maravillosamente, surgió una mano sin cubrirlo. Deseosa de tener la explicación de dicha visión, me fue aclarada diciéndome que dichos ojos eran las dos personas de la Trinidad que, como un solo y único principio, producen a la tercera, que es el Espíritu Santo, llamado mano y dedo de Dios. Las tres me confirmaron su cuidado y protección. El Padre existe en sí porque no recibe su esencia de otro; por ser la fuente de origen, se le atribuye dignamente el existir por si mismo. El es el manantial de la Trinidad; es una luz que engendra otra luz, que es tan clarividente como el Padre: su Hijo, que es luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado, habiendo nacido de su sustancia antes de todos los siglos, a los que el Padre creó por su mediación. El es Dios de Dios, esplendor de la gloria de su Padre, impronta de su sustancia, imagen de su bondad, espejo sin mancha de su majestad. El es el ojo al que engendra el Padre, en el que contempla todas sus perfecciones divinamente expresadas, y el carácter de su sustancia. Por ello, Cristo dijo a Felipe, quien le pedía les mostrara al Padre para quedar satisfecho: Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que yo os digo, no las digo por mi cuenta, el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras; Creedme. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí (Jn_14_8s). [456] Ya había escrito el mismo evangelista en el capitulo 10 que Jesús lo había dicho a los Judíos. Divino amor mío, ¿Fue para explicarme esta unidad que vi esos dos grandes ojos unidos en uno? Percibí su distinción personal y su unidad esencial; vi cómo producen la mano en unidad de principio, sin ofuscar en algo su luz, ya que procede del Padre y del Hijo; mano que obraba en mí de modo semejante, sabiéndola yo omnipotente como el Padre y el Hijo, porque las tres divinas personas obran de igual manera debido a que todas sus obras al exterior les son comunes.

            Según nuestra manera de hablar, el Espíritu Santo desea manifestar en nosotros su fecundidad por ser estéril en la Trinidad, en la que nada produce porque todo es producido en él. Desea mostrar su magnificencia y dar en nosotros al Padre y al Hijo lo que no puede darles en la divinidad, porque en él todas las emanaciones terminan feliz y plenamente.

            Esta impotencia no es señal de indigencia alguna por proceder de la excelencia, revelándonos la suma perfección de la adorable Trinidad, sociedad felicísima, y que su tercera persona es un círculo inmenso que abarca la plenitud del amor del Padre y del Hijo, convirtiéndose en el término de su única voluntad, por cuyo medio hacen todo cuanto quieren en el cielo y en la tierra.

            Según esta benéfica voluntad, el Dios de amor trino y uno nos conduce y obra en nosotros sus divinas complacencias, que contempla en el alma destinada a manifestar su gloria. Dicha mano omnipotente se apodera del alma, moviéndola a obrar grandes cosas cuando ella se abandona a su guía y sigue sus divinas mociones diciendo a su amoroso Maestro: De la mano derecha me has tomado; me guiarás con tu consejo, y tras la gloria me llevarás (Sal_73_23).

            La bondad infinita me hizo esperar que obrara admirablemente según sus amorosos designios, añadiendo que sus ojos estaban fijos sobre mí y que el Padre y el Hijo enviarían al Espíritu Santo para establecer en el día destinado la Orden que glorificaría al Verbo Encarnado, quien posee el ojo y el corazón de Dios.

Capitulo 70 - El Verbo Encarnado, al subir glorioso por encima de todos los cielos, es nuestro júbilo y nos eleva mediante la fe y las alas de su santo amor a contemplar la belleza de su rostro, que es nuestro sol radiante, mayo de 1637.

            [459] Sube, Amado mío, sobre los cielos para convertirte en el cielo supremo. Rey de gloria, Majestad adorable. Cuánto júbilo para todos los tuyos, que te adoran en espíritu y en verdad.

            Habiendo vencido al mundo antes de aparecer en el combate con aspecto de hombre, eras digno de recibir la gloria, no solo de los ángeles, sino de tu Padre eterno, cuyo espectáculo eres, y él, espectador digno de considerar tu generosidad sin par, por ser tú el Señor de los ejércitos y el vencedor en los lagares. Por haber hecho girar y por pisar tú solo el de su cólera contra los pecadores, te hiciste acreedor a llevar escritos; más bien grabados, estos augustos títulos: Rey de reyes y Señor de señores, porque de ti fue escrito: El pisa el lagar del vino de la furiosa cólera de Dios, el Todopoderoso. Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de Señores (Ap_19_15s).

            Los reyes de la tierra reciben de ti su realeza; los del cielo ponen sus coronas a tus pies, por ser tú el Dios inmortal, en consideración a que habitaste en la tierra como hombre mortal y a que moriste en verdad por la salvación de los hombres, conservando por siempre las señales de tu Pasión. Por ello los ángeles y los bienaventurados cantan con fuerte voz: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza (Ap_5_12).

            La tierra se alegra al conservarte un poco más. ¿Tienes corazón para dejar a tus amigos en este valle de miserias? Me siento oprimida por dos deseos: detenerte aquí abajo para consolar a los que dejas en medio de sus enemigos, y [460] sabiendo que el cielo conviene más a tu estado glorioso, consentir en provecho tuyo, que considero mío, porque eres más para mí que mi propio ser. Has trocado mi lamento en una danza, me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría; mi corazón por eso te salmodiará sin tregua; Señor, Dios mío, te alabaré por siempre (Sal_30_12s). Al considerarte impasible, después de haber roto el saco de mi mortalidad, me veo en ti, rodeada de alegría; tus llagas gloriosas son para mí rayos de luz que con-vierten todas mis lágrimas en consuelos indecibles, invitándome a cantar tus alabanzas.

            Gloria mía, sin dejo alguno de tristeza, te confesaré por siempre digno de tus eternas grandezas. Subiré en ti hasta la diestra divina, porque eres mi cabeza y yo, miembro de tu cuerpo glorioso. Levántate, gloria mía, levántate. Álzate, salterio mío, y alábate dignamente, glorificando tu alabanza: Sube Dios entre aclamaciones, el Señor al clamor de la trompeta (Sal_47_6). Sube con tu divino poder: en cuanto Dios, eres tu propio júbilo; en cuanto hombre, los ángeles y los san-tos son tus fanfarrias: Salmodiad para nuestro Dios, salmodiad, salmodiad para nuestro Rey, salmodiad. De toda la tierra él es rey: salmodiad a Dios con destreza (Sal_47_7s).

            Confieso que soy demasiado pequeña para alabar dignamente al Dios de grandeza; soy la ignorancia misma, para alabar a la eterna sabiduría. Sólo toca al divino Verbo alabarse con suficiencia. No dejen, sabios del cielo, de entonar sus cantos. Doctísimos querubines; él goza compitiendo con su coro musical. Serafines de amor, digan: santo, santo, santo, es el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de tu gloria. Muy pronto el cielo se llenará de él para siempre; no apresuren su partida.

            Divino amor mío, deja que tus esposas te vean una vez más antes de volver a tu Padre. El accede a ello por haber amado tanto al mundo, que te dio para salvarlo. Jacob nada pidió a Labán sino a Raquel, y éste le dio dos esposas por una. Qué dicha para este enamorado afortunado, que obtiene de un idólatra más de lo que hubiera deseado, ni esperado un fiel que reconocía al verdadero Dios. El amor tiene recursos propios sólo de él, sacando ganancias de las mismas pérdidas.

            [461] Si permaneces un poco en la tierra, me harás celestial, es decir, divina. Me uniré con el afecto a los buenos patriarcas que deben subir en seguimiento tuyo: Los príncipes de los pueblos se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham. Pues con Dios son arrebatados con vehemencia los fuertes de la tierra (Sal_47_10). Tú eres su amor y también su peso. Si accedes a detenerte un poco conmigo, no mostrarán prisa en subir al cielo. La puerta no debe abrirse a nadie sino a ti, porque el antiguo Adán la cerró y tú, el Nuevo, deseas y debes abrirla, porque eres su llave.

            Si pudiera, te ataría a mi cinturón sin temor a los ladrones si aparto la vista de mi tesoro tan solo un momento. Te llevaría en mi cuello y serías para mí un fino collar, mi Agnus Dei, mi devoción se centraría en ti sin temor al amor propio, porque sería divina. Al llevar a Dios en mi seno, seré una copia del seno paterno al tener en mí, todo para mí, al único Hijo de mi corazón. Me atrevo a expresarme así porque tú prometiste a los que hicieran la voluntad de tu Padre que serían tus hermanos, tu hermana y tu madre. Eres incapaz de mentir y te tomo la palabra para conservarla.

            Al detener al Verbo, el Padre y el Espíritu Santo no podrán alejarse de él. Acepta, pues, divino Amor mío, que te aloje en mi pecho cual ramito de mirra o licor cordial. En él moriré de amor si tú no me reconfortas. Sé mi porción y mi posesión, como Dios de mi corazón. No deseo el cielo ni la tierra; sólo tú me atraes, divina vida mía. Todas mis potencias han sido divinizadas por ti llegando a ser como poderosas divinidades en sus obras. Todas son atraídas por tu belleza, que les da la fuerza: Pues con Dios son arrebatados con vehemencia los fuertes de la tierra.

            Si me dejas en medio de tan fervientes anhelos, elijo ser suspendida, por temor al contacto con otro que no sea mi esposo, al que deseo amar únicamente como a mi todo: Por tu favor exaltas nuestra frente; sí, del Señor es nuestro escudo; del Santo de Israel es nuestro rey (Sal_89_18s). En esta suspensión nada temo, porque el Señor no podría dejar sin apoyo a la que ama, aunque sea la más imperfecta. El envió a la nube para su ascensión; él mismo será la mía: subo en su seno, porque él es mi confianza y mi tesoro; mi corazón mora en él. ¿Para qué lo tiene abierto si no es para brindarme morada permanente después de terminar con nuestro infortunio?

            [462] Se abrió a nuestra felicidad cuando dijo: Todo se ha cumplido; inclinando su cabeza para darnos una señal de que en su pecho estaba nuestra dicha; que una lanza podía abrir el Santo de los Santos, lo cual hizo; pero con tal destreza, que mostró el corazón que deseaba ser el objeto de los nuestros en el tiempo y en la eternidad. Ya no hay puerta cerrada; aunque sea oriental, invita a las almas valerosas a entrar en ella, confiriéndoles la dignidad de princesas de Judá o leonas que encuentran en ella su presa. Por su medio toman posesión no sólo de la realeza, sino del sacerdocio sagrado.

            Este Sancta sanctorum está abierto para entrar en él no sólo una vez al año, sino todos los días. Si, por ligereza, saliera de él algo que jamás deseo hacer, estoy resuelta a ser un aguilucho de este corazón real, que es mi sol, fijando en él la mirada de mi intelecto por ser mi presa, a la que me aferraré firmemente con las garras de su voluntad y de la mía, por ser voluntad suya que no suelte mi trofeo. Si me llegara algún temor de aflojar por fragilidad o debilidad propia de la naturaleza, le diré: Mas yo en ti confío, Señor; digo: mi Dios eres tú. En tu mano está mi suerte (Sal_31_14).

            Divino amor mío, consérvame este favor con tu voluntad; sólo en ella confío; sabes bien que desconfío de mí. No tienes necesidad de mi fuerza ni del poder de tus criaturas, que son tuyas porque las creaste. Permíteme que te bendiga con las fuentes de Israel; que te mire en ti y en aquel que te engendró antes del día de la creación, en el esplendor de los santos. De tu seno puedo pasar al suyo, que es inmenso, para contemplar claramente tu generación inenarrable.

            Me esconderé en la sombra; si se me considera atrevida al adorar tu grandeza, me haré pequeña. Si deseas convertirme en tu querida benjamina y elevarme en pensamientos sublimes, cumpliré tus deseos aunque me vea ofuscada por tu gloria.

            No es mera curiosidad el que desee yo penetrar los secretos arcanos de tu divina Majestad, a la que adoro con humildad, con temor y temblor, al recibir la ley que se digna entregarme, que es santísima. Tus fieles palabras me sugieren que me desprenda de todo y fije la vista de mi entendimiento en la contemplación de tu divinidad: Desocúpense y vean que yo soy Dios, excelso entre las gentes, excelso en la tierra (Sal_46_10). Hoy mismo sigo tu consejo, sin miedo a la [463] censura de los testigos de mi gloria, que es mi tabernáculo, el cual me posee al dejarse poseer por mí: Y poseerá a Judá como herencia suya en la tierra santa, y escogerá otra vez a Jerusalén. Calle toda carne ante el rostro del Señor; porque él se ha levantado y ha salido de su santa morada (Za_2_12s).

            ¿Puedes guardar silencio? Habla, mi divino amor. Que tu voz resuene en mis oídos: es encantadora y arrebata mi corazón con su sonido. Quiero que sepas que la hermosura de tu rostro es mi sol radiante, al que contemplo con deseo en las fuentes de Israel, ya que me es permitido ver a Dios y sostener el brillo de su divina luz. Por tu mediación, luz de luz y Dios de Dios, contemplo los esplendores inefables. Soy tu benjamina llena de confianza y segura de tu amistad: Y de Benjamín, dijo: Benjamín, el muy amado del Señor, estará cerca de él con confianza; allí morará siempre como en cámara nupcial, y reposará en sus brazos (Dt_33_12). ¿Quién, con santa osadía, se atreverá a morar en tus entrañas paternales y a contemplar el parque luminoso en el que naces? Allí te apacientas divinamente con divinos resplandores y elixir dulcísimo, que en su abundancia se convierte en plenitud esencial del fecundo entendimiento que te engendra, llameando con un divino ardor unido al que es principio de la gloria. Tú y él producen una hoguera ardiente que da término a su única voluntad y encuentra, en el mismo instante que ustedes, una tercera hipóstasis que es un solo Dios contigo y el divino Padre, único en su unicidad. No salgas de este lecho nupcial. Como he recibido el privilegio de entrar en él contigo, deseo quedarme allí todo este día. Más aún, si por un favor te dignas conservarme mientras dure tu día eternal, dicha estancia sería mi felicidad, en la que te alabaría a causa de todos tus elegidos que son glorificados en esta Iglesia sagrada: A Dios, en coros, bendecía: es Yahvé, desde el origen de Israel. Allí está Benjamín, el menor en edad, al frente de ellos. (Sal_68_27s). Es necesario que mis pensamientos sean elevados, porque deben corresponder a la grandeza del Altísimo, al que Dios me manda contemplar en su gloria, brindándome el apoyo de su poderosa luz, que me sirve de lecho nupcial. Allí morará siempre como en cámara nupcial, y reposará en sus brazos. [464] Con un deleite adorable Dios se hace desear y poseer por mi corazón permitiendo que me descanse en él que es mi cámara nupcial y pacifica no en la noche sino en pleno día. Todos los días te protege y entre sus hombros mora (Dt_33_12). Teniendo dos naturalezas el Verbo Encarnado yo descanso entre ellas sin verlas divididas, están unidas por un solo ser que es divino extendido de un extremo al otro. Dispone todo para mí suavemente y con poder. No me apresuro a dejarlo, sé bien que él es el deseado de las colinas eternas. Yo digo, él es también el deseado de toda la gente, es decir de todas mis facultades, déjenmelo todavía, se los suplico, ustedes son las montanas eternas que me iluminan como él si permanecéis aquí; Estoy maravillada de tus deliciosas excelencias, viendo la fuente de luz que engendra este torrente de resplandor con el que produces este cristal de bondad que es el fin de esta divina fecundidad. Vi este mar de vidrio muy brillante y muy sólido que es Dios, con la fuerza del torrente y quise tomar la citara o el arpa para alabarlo con los bienaventurados ya que yo sé que son más hábiles en tocar que yo, pero el amor me da la audacia. El Verbo Encarnado, él, quién puede entrar sin ojos porque penetra donde la ciencia no puede entrar, Dios se insinúa íntimamente besando lo que El no puede ver por estar encandilado de tanta claridad y es en esta como penumbra feliz que El recibe las leyes divinas pues el dedo de su derecha las escribió en el centro del alma para leerlas claramente y la esperanza hace que el alma las practique con valentía por la fuerza del amor que no encuentra nada difícil cuando se trata de agradar a este Dios de bondad que da la gracia y la gloria a los que tienen la dicha de ver su Ascensión. Por esto estoy resuelta con firmeza a seguir sabiendo que él es más liberal que Elías ya que él es el Dios de Elías. Quiero seguirlo a conciencia y con toda mi voluntad hasta el cielo. Si esta nube pone como un manto, él es el sol para convertirla en un roció de delicias cubriéndome con ella. Con este regalo soy riquísima en la vida y daré mi testimonio delante de los reyes sin temor de ser confundida. Secaré el Jordán para atravesarlo sin ser mojada de sus aguas caudalosas que significan la vanidad, quiero seguir solamente la verdad eterna. El Verbo Encarnado me prometió su Espíritu Santo médico universal, revestirme de la virtud del altísimo. Me quedo en la pacifica Jerusalén como hija de paz, esperando este Espíritu de fuego. Adiós gloria mía, temo ofender la muchedumbre celestial que desea ardientemente verte en el empíreo con los despojos de las profundidades y de los sepulcros. Son los tesoros de la tierra que tú llevas al cielo. Pertenece a tu grandeza elevarte hacia los cielos. Tú eres el vapor de la virtud de tu Padre, la emanación sincera de su claridad poderosa, el candor de la luz eterna, el espejo sin mancha de la Majestad divina, la imagen de la bondad paterna, eres co-igual y consubstancial al divino Padre y al Espíritu Santo por unidad de naturaleza. Aun siendo sola lo puede todo (Sb_7_27). Sé siempre lo que eres y renueva la faz de la tierra dentro de diez días por medio de la misión de tu Espíritu divino que te esconde en figura de nube para mostrarse él mismo en lenguas de fuego. Espero es relámpago, ese rayo ardiente y brillante mientras que tu subes a tu trono glorioso convirtiéndote en el cielo supremo. Al Dios de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amen. (1Tm_1_17)

Capítulo 71 - El alma fiel se priva de la posesión del Salvador visible para su gloria y honor, en espera de la venida del Espíritu Santo, que es un mar de fuego y llamas que alegra el cielo y la tierra y colma a los suyos con su inefable bondad. 1 de mayo, 1637.

            [467] Sagrado Verbo Encarnado, gloria y Esposo mío; hace diez días, que me han parecido diez siglos, te permití subir a tu gloria, que te es esencialmente debida en razón de tu soporte divino.

            Admiré tu poder oscurecido en la nube, que te arrebató a mis ojos, sabiendo que eres la sabiduría que debe habitar en lo alto. Levantaste tu trono en la nube, de los que procedían rayos voces y truenos: Del trono salen relámpagos y fragor y truenos. (Ap_4_5).

            Dije también que estaba contenta de morir al privarme de la alegría de mi vida, a condición de que reinaras en un imperio celestial y que todas las criaturas fueran lenguas que hablaran para alabar tu grandeza elevada sobre los cielos. La condición se refería además a que de la boca de los niños de pecho saldrían para ti alabanzas perfectas; es decir, que tus pobres huérfanos humillados en la tierra serían provistos de un Padre y Consolador eterno; de un Paráclito que aguardamos en silenciosa esperanza, sabiendo que eres fiel a tus promesas y que volviste por nosotros al Padre, que desea concedernos el Espíritu que el mundo no puede recibir, el cual deberá morar con nosotros durante toda una eternidad: Acuérdate de la comunidad que de antiguo adquiriste (Sal_74_2).

            Recuerda, si puedes olvidar tus entrañas, que dejaste en la tierra hijos huérfanos que piden un Padre lleno de amor que interceda por ellos. David dice que abrió su boca por el espíritu; todos sus discípulos abren la suya con indigencia, a fin de atraer al Espíritu. Tu cuerpo sagrado tiene cinco bocas abiertas ante el Padre, para que lo envíe; bocas excelentes en amor y en méritos, que piden y pueden dar porque todo poder le corresponde bajo todo titulo.

            [468] Eres mediador de una ley inefable y maravillosa: la ley de la gracia y del amor, a la que David admiró diciendo con espíritu profético: Abre mis ojos para que contemple las maravillas de tu ley. Un forastero soy sobre la tierra, tus mandamientos no me ocultes. Mi alma se consume deseando tus juicios en todo tiempo (Sal_119_18s). Revela con tu gracia, ante mis ojos, tu luz, a fin de que contemple a mi placer las maravillas de la ley del amor.

            Soy peregrina en la tierra y estoy lejos de mi patria. No me dejes sin tu ley, que es mi sol y luz adorable que me sirve de faro en la noche de mis enemigos, durante la cual me consume el anhelo de poder desear con ardor y todos los afectos de mi alma, el conocimiento de tus juicios; es decir, que la tierra conozca con una dulce bendición que tú eres el Hijo amado del Padre de bondad, que amó tanto al mundo que te dio para salvar a la humanidad, y que el Padre y tú aman tanto a los suyos, que desean darles su mismo amor para santificarlos, manifestando en ellos su propia santificación, que constituye sus delicias divinas.

            Diste testimonio con pasión extrema, permítaseme la expresión, y amoroso ardor de que deseabas dar a tu Espíritu Santo para santificar a los tuyos, diciéndoles que convenía privarlos por un tiempo de la vista de tu humanidad, a fin de que pudieran tener el bien de gozar para siempre al Espíritu divino, que debía llenar de luz sus entendimientos, y de fogosidad sus voluntades.

            Todos ellos te conminan a causa de tus promesas, y yo con ellos. Abrí y abro mi boca con indigencia, a fin de atraer a tu espíritu: Abro mi boca franca, y hondo aspiro, que estoy ansioso de tus mandamientos (Sal_119_131). Tú nos dijiste que él nos enseñaría todas las cosas, trayéndonos a la memoria tus palabras, más dulces que la miel, a las que aprecio más que el oro y el topacio: Por eso amo yo tus mandamientos más que el oro y el topacio (Sal_119_127).

            Donde está mi tesoro, está mi corazón; sabes muy bien que no puedo vivir sin él; lo que yo deseo es el viento que produces. Si quieres que viva, concédeme el Espíritu de vida, aun si tienes que romper los cielos para enviármelo, y [469] alarmar a la tierra con tanto fragor. Los profetas escribieron que, para poseer la Palabra, no creían perjudicar sus bóvedas azules al pedir que se abrieran, ni dañar a la tierra al rogar que se rasgara o que al menos abriera su seno para germinar al divino Salvador. La penumbra de las dos leyes les impidió el claro conocimiento de las maravillas divinas. A pesar de todo, llegaron a tener un avanzado entendimiento de las grandezas del Altísimo.

            El Padre de las luces reservó el conocimiento de la misión del Verbo eterno y el envío del Espíritu Santo a la ley de gracia; Espíritu que no confió a ninguno de los ángeles lo referente a una Virgen sola en su pequeño cuarto, en silencioso éxtasis, lo que el sabio expresó con tanto acierto: Cuando un profundo silencio envolvía todos los seres, y la noche alcanzaba en su curso la mitad de su camino, tu Palabra omnipotente saltó del cielo, desde el trono real. (Sb_18_14s).

            Aunque dicho misterio se refería a un Dios escondido y salvador, la misión del Espíritu Santo debía manifestarse a los fieles de todos los confines de la tierra: Mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo (Sal_19_5). ¿Por qué? Porque el Verbo asentó su tabernáculo en el sol de la gloria suprema; el tabernáculo del Verbo es su humanidad sentada a la derecha del Padre, que es su sol, por ser él luz de luz, Dios de Dios, engendrado en el esplendor eterno.

            La sagrada humanidad mereció que todos los suyos fueran encendidos con su ardor. Por ello el Padre y el Verbo enviaron al Espíritu Santo en forma de fuego, con la vehemencia de un fuerte viento que representa el fervor del divino amor: Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse (Hch_2_1s).

            [470] El Espíritu Santo es el amor, dispuesto a no tardar ni un momento después del tiempo designado por el divino cónclave. Por ello acude con impetuosidad sobre los discípulos del Verbo, para inflamarlos y perfeccionarlos, dando los últimos toques y colores definitivos; confiriendo una vida superior que los transforma divinamente, al grado en que los hombres que los escuchan hablar de las maravillas divinas, llegan a desconocerlos.

            Son admirados por los ángeles, que desearían contemplar al Espíritu en los corazones, sabiendo que el Padre y el Hijo lo envían con este fin desde el cielo: En el Espíritu Santo enviado desde el cielo; mensaje que los ángeles ansían contemplar (1Pe_1_12). Permítanme, inteligencias purísimas hablarles en los términos de mi ignorancia sin temor a ser criticada por mi atrevimiento: Ustedes reprendieron a unos pobres descalzos por quedarse mirando al cielo debido a que perdían de vista su camino y su calzado, que se extendía hasta la ciudad guarnecida, no de Idumea, sino del empíreo, para hacerlos amigos de la santísima Trinidad.

            Hoy los veo atentos a la contemplación del divino Paráclito, que difícilmente pudo aguardar diez días completos en el cielo para descender sobre los que remitieron ustedes hasta el día del juicio para recibir el gozo del que se veían privados, diciéndoles: Hombres de Galilea qué hacen mirando hacia el cielo? Este Jesus que el Espíritu Santo os esconde en forma de nube que se eleva, regresara, pero el día del juicio final del palacio supremo, acompañado de sus ángeles para dar a cada uno su merecido; mucho tendrían que esperar, pobres rústicos. Vuelvan a la ciudad de Jerusalén. El Salvador les prometió al Consolador, pero todo esto es para nosotros carta sellada; ignoramos el día de esta misión. Después de anunciar tantas veces a los profetas que el Verbo vendría muy pronto después de ser prometido, no nos atrevemos a decirles que el Espíritu Santo está por llegar. Si el Verbo tardó miles de años, ¿cómo saber si el Espíritu Santo hará lo mismo? De una cosa estamos seguros: el Verbo Encarnado, que es su camino y auténtico Maestro, [471] volverá, como lo prometió, para llevar a todos ustedes al cielo.

            Nosotros no somos admitidos al consejo privado de la augusta Trinidad; Ninguna de las tres personas tomó jamás nuestra naturaleza, como la del Verbo, que tomó para sí la de ustedes, elevándola hasta la dignidad suprema de su divina grandeza. Tampoco nos ha permitido sentarnos a la derecha, como a la descendencia de Abraham: Porque, ciertamente, no se ocupa de los ángeles, sino de la descendencia de Abraham (Hb_1_16).

            Quiso hacer a los hombres hermanos suyos por la encarnación, haciéndose hombre para divinizarlos. Todo lo que antes anunciamos nos fue revelado en calidad de ministros de sus designios; es un grande honor el ser nombrados embajadores de sus intenciones hacia la humanidad. Para nosotros, constituye un titulo especial ser espíritus administradores, como dice el gran Rey de los profetas y profeta de los reyes: Que hizo a sus ángeles espíritus de llamas de fuego (Sal_105_32). Somos seres de fuego para servir a los que son coherederos del Hijo único, que está siempre en el seno del Padre, quien puede revelar a quien le place los arcanos divinos que han permanecido ocultos al mundo en su divinidad.

            Les doy las gracias, ángeles de paz y amor, por el cuidado que, en lo general y en lo particular, tienen de la humanidad, y por aconsejar a los apóstoles y discípulos del Verbo Encarnado que regresen a la ciudad donde se les ordenó esperar al Consolador. En pocos días llegará, porque el abogado de los hombres litiga para obtener su felicidad. Ya encauzó su demanda, que él mismo presentó; sus méritos y elocuencia son tan persuasivos, que el Padre se ve apremiado, como él, a urgir al Espíritu Santo, que desconoce la tardanza en la comunicación de su amor; es decir, de sí mismo. El viento, símbolo de diligencia, lo llevará e impulsará con vehemencia para venir al décimo día, convirtiéndose en ley del fuego que los abrasará sin destruirlos. En sólo un día los hará más perfectos de lo que hubieran sido en mil aun teniendo con ellos al Verbo Encarnado en su forma humana, a la que estaban apegados por amor propio, que no había sido purificado de la materia. Tenían necesidad del fuego de Dios para divinizarlos.

            [472Dime, divino amor mío, un secreto que no he podido saber de los ángeles: ¿Qué significa para mí el mar de vidrio reluciente y fuerte, cual cristal ardiente? Te oigo, decir Verbo eterno que se trata de tu Espíritu santísimo, que es la inmensa producción de tu Padre y tuya, que es un mar que te contiene en su seno. Así como lo producen plenamente, él, a su vez, los contiene divinamente, amándolos ardientemente por ser su único y divino amor y término de su absoluta y única voluntad, que abrasa los corazones con sus divinas llamas. El mío quiere pescar en él; siempre das más de lo que pareces prometer. Al llamar a tus apóstoles, les dijiste: vengan, que yo los haré pescadores del mismo Dios. El será tanto vuestra pesca como vuestro mar, recogiendo vuestra pesca ustedes serán recogidos por la nuestra y extasiados por nuestro amor. Ustedes serán sumergidos en nuestro mar ardiente y por el, el Padre y yo los visitaremos, y en este mar ustedes nos verán. Esteban estará lleno de gracia, de fortaleza y del Espíritu Santo. El obrará prodigios y verá, a través de este mar, la gloria del divino poder, contemplándote de pie a la diestra del Padre. Te poseerá y te verá al mismo tiempo; su muerte será preciosa en tu presencia, ya que expirará sobre tu pecho después de orar por sus enemigos. Proclamará a un Dios en tres personas, una de las cuales es verdadero hombre, que lo pescará y lo sumergirá en su gozo divino, que es el Espíritu Santo. En este mar de delicias, su corazón estará activo y en reposo. Pulsará su cítara particular, y tendrá una gloria singular y otra común, como todos los demás santos, ya que todos difieren en la posesión de su felicidad, que en cuanto posesión es una, simple e indivisible; mas por ser inmensa, sólo será poseída en su totalidad por las tres divinas personas, cuya admirable distinción hace que las propiedades personales formen un orden adorable que extasía a los ángeles y los hombres por medio de sus existencias. Al penetrarse divinamente, son mar en unidad y peces en propiedad o distinción real. [473] Su relación es una red que las reúne, por así decir, por estar siempre enlazadas en unidad de esencia.

            Si el Padre engendra a su Hijo, lo hace sin salir de su entendimiento. El Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo, que nunca deja de permanecer en su voluntad, cuyo término es. Al ser producido, abraza, besa y une al Padre y al Hijo. Es su red, es su mar, así como el Padre y el Hijo son océano y su origen divino, no dejándolo nunca para producirlo, aunque se trate de una producción que constituye una persona distinta del Padre y del Hijo. Así como el Hijo es inmanente y dimana en y del entendimiento del Padre, el Espíritu Santo es inmanente y dimana en y de la voluntad del Padre y del Hijo, dando fin a todas las divinas emanaciones.

            Oh maravilla admirable. Mi alma adora al Padre y al Hijo, que se extasían divinamente delante de dicho mar de vidrio, que es también un arpa divina que penetra al Padre y al Hijo, que se hallan en él a través de su divina compenetración. Esta sutilidad, esta inmensa circumincesión de las tres divinas hipóstasis, constituye la gloria de la augusta Trinidad y la de los bienaventurados, quienes tienen la dicha de pulsar sus cítaras en su presencia en proporción a los dones de gracia y de méritos de cada uno: Otro es el fulgor de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor (1Co_15_41).

            Cada uno poseerá maná escondido y un nombre nuevo conocido sólo de Dios y de él. Todos los santos cantarán delante del mar de vidrio el cántico de gloria. Todos verán a Dios, aunque no en su totalidad ni de igual manera. El amor hará felices a todos mediante la unidad en la posesión divina, pero este mismo amor los distinguirá en el gozo de gloria singular debido a la diversidad de méritos según la variedad de sus acciones y apertura a la gracia en el camino, en el que obraron maravillas en la práctica fiel del santo amor y de la caridad de Dios y del prójimo. La caridad es un mar en el camino, que permite ocuparse en los asuntos de la santidad; la caridad es una senda que conduce al alma al término para recibir el pago debido a los méritos, junto con el exceso que Dios quiera añadir, ya que se complace en dar una medida colmada.

            [474] Es un mar de cristal y de fuego que jamás escatima al comunicarse, porque nunca se agota. Siempre se llamará plenitud divina, porque es y será la abundancia misma hacia todos los bienaventurados, sin que jamás la envidia se pueda mezclar en ello. Dicho mar es caridad, y Dios, que mora en él, permanece en Dios; es una caridad que se difunde sin disiparse en nuestros corazones a causa de la inhabitación del Espíritu Santo, que llena nuestras almas y se complace en hacer de nuestros cuerpos sus templos sagrados, para honrar el cuerpo que el Verbo tomó en el seno de la incomparable Virgen sin par. Es ella un mar sobre el que el mar de cristal descendió para convertirla en digna Madre de Dios, engendrando una Madre compuesta, un Jesucristo poseedor de un cuerpo y un alma y, milagrosamente, dos naturalezas inconfundibles: Dios se hizo hombre: lo que ya existía, permaneció; lo que no, fue asumido sin que se diera en ello mezcla ni división.

            Oh admirable misterio: un Dios verdadero Hombre, y un hombre verdadero Dios: unidad adorable, dos naturalezas con un solo soporte, que jamás salió del seno paterno al tomar nuestra humanidad en el seno materno. Un fuego divino se reviste de un vaso humano; un rico tesoro en un frágil vaso, que es convertido en fuerza de la fuerza. Una delicada Virgen lleva a Dios en sus entrañas, en las que lo reviste para siempre. La Virgen es un mar; Jesucristo es un mar; el Espíritu Santo es un mar que descendió al seno virginal. No son ya ríos que proceden de este mar y vuelven a él, sino mares inmensos que penetraron al interior de María para poseerla de modo admirable. Por ser la Madre del Hijo, lo posee como hijo suyo: es el delfín del Padre eterno, quien a su vez es el mar original del que proceden el Hijo y el Espíritu Santo, que son indivisibles o inseparables del Padre, que es el Altísimo, cuyo poder dio sombra a esa Virgen delicada en la que nació el santo por excelencia e Hijo de Dios por esencia. Cuántas claridades en estos cristales. Cuánto fuego en estos mares. Cuánta luz en este Océano luminoso. Cuán adorables son estos conocimientos en su propia luz.

            Padre, origen, fuente y mar de luz, contémplate incesantemente y engendra, a través de tu luminosa fecundidad, al Verbo que es tu esplendor eterno, impronta de tu sustancia y mar transparente que produce a otro junto contigo, [475] en el que penetran al espirarlo, por ser su exhalación común, que se relaciona a su único principio, al que da gloria igual al que la recibe, porque el principio no rebasa el tiempo en grandeza ni autoridad.

            El viento que ustedes producen divinamente no es causa de tempestades, sino una paz tan inefable como vuestra producción activa, tan grande como su calma, en cuya recepción pasiva nadie experimenta turbación. El es el centro de reposo de las divinas hipóstasis: el Padre y el Hijo están en acción tan tranquilos como su divina y pacífica producción.

            Las tres personas subsisten divinamente en su inmensidad de gloria, dando el honor que conviene a su alabanza eterna. Las tres pulsan una cítara esencial, y cada una la que le es propia. El Padre tañe al engendrar a su Verbo; el Hijo toca al producir con su Padre su única llama, que es su sueño, su vida y el aire que aspiran y respiran de igual manera. Se trata de un sueño y una vida divinos; de un aire que es Dios; un sueño que es Dios, una vida que es Dios, un aspirar-respirar, un aire que es Dios, un reposo que es Dios, un mar tranquilo cuyo cristal es fuego, y su fuego, cristal. Es la amorosa beatitud y la felicidad de amor en la que las divinas personas se sumergen sin hundirse ni confundir sus propiedades, por poseer en común la abundancia de su inmensidad. Las tres abisman a todos los bienaventurados sin causarles naufragios peligrosos, preservando sus méritos en este océano de bondad. Al perder todo lo que era efímero, encontraron al que es eterno e inmutable. Ningún mercader cae en bancarrota al navegar en este venturoso mar, que enriquece con sus bienes. Sus olas son deseables y sus vientos favorables, por ser la dádiva divino, que no cambia jamás.

            Es la benevolencia de un Dios todo bueno, que se complace en dar con generosidad, por ser propio de su bondad comunicarse al interior y al exterior: al interior de manera total y al exterior por participación.

            Como las comunicaciones son infinitas, lo hace exteriormente al cuerpo y al alma de Jesucristo en una comunicación singularmente singular. Únicamente el alma y el cuerpo del Verbo están unidos al soporte divino. En este cuerpo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y en su alma se encierran las riquezas de la ciencia y sabiduría divinas, lo cual me mueve a [476] exclamar: Qué magníficas son tus obras, Señor. Todas las has hecho con sabiduría; de tus criaturas está llena la tierra (Sal_104_24).

            Oh misterio adorable de la Encarnación del Verbo, cuán sublime y magnífica es su obra. Dos personas divinas acompañan a la tercera, que se reviste de una naturaleza inferior. Las tres personas revisten, pero una sola se cubre de un cuerpo bajo y terrenal, que en nada disminuye la grandeza celestial, ni opaca un punto la claridad divina; porque el Hijo conserva lo que recibió de su Padre eterno: el hálito del poder divino permanece del todo claro y purísimo en su candor eterno, siendo en todo momento impronta de la sustancia paterna y espejo sin mancha de la majestad divina en el seno de su Madre y fuera de él. Jamás el alma bendita del Salvador ni el cuerpo sagrado del Redentor se apartaron de su divino soporte, que es su posesión. Qué magníficas son tus obras, Señor. Todas las hiciste con sabiduría; de tus criaturas está llena la tierra (Sal_104_24).

            La tierra de tu cuerpo sagrado lleva en plenitud tu posesión divina. Allí está el mar, grande y de amplios brazos (Sal_104_25). En este mar espacioso contemplo la mano, es decir, el brazo omnipotente de la fuerza divina y el dedo de la diestra. El Dios que solo hace maravillas hizo una que sobrepasa todas sus demás obras. Se trata de la misericordia inefable, que se compadeció de los hombres, visitándolos por medio de su oriente, venido de lo alto, que es un océano en el que todas las criaturas pequeñas y grandes son recibidas y alimentadas cual felices pececillos: Animales, grandes y pequeños; por allí circulan los navíos (Sal_104_25s).

            Tú me nutres, por ser mi alimento y mi elemento. No huyo por sentirme feliz en este mar divino, que acaricia mis potencias con un amor inefable, llevándome cual navío equipado al que su viento empuja según su voluntad, sirviéndome de piloto, velas, cuerdas y aun de viático: Todos ellos de ti esperan que les des a tiempo su alimento, tú se lo das y ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes. Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra. (Sal_104_27s).

            Envía tu Santo Espíritu como un mar de fuego que alegre y renueve la faz de la tierra corrompida por [477] la culpa y así verás la gloria de tu Hijo en nuestro siglo. Al Señor mientras viva he de cantar, alabaré a mi Dios mientras exista (Sal_104_33). Mientras bogue en el mar viviente de mi vida, cantaré las alabanzas del Dios de bondad. No seré un pez mudo; es voluntad del Verbo que cante la alabanza de la caridad divina. Oh, que mi poema le complazca. Yo en el Señor tengo mi gozo (Sal_104_34). Que quienes desean alegrarse lejos de su voluntad perezcan, porque no merecen el ser. Bendice al Señor, alma mía (Sal_104_35). Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria. Amén. Amén. (Sal_72_19).

Capítulo 72 - Exceso del amor divino hacia la humanidad, expresado en estas palabras: Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su único hijo. Lunes de Pentecostés.

            [479] El enamorado san Agustín habla siempre en tono augusto y exaltado; pero al tratar del divino amor, se expresa divinamente, diciendo: "Ama y haz lo que quieras". Dios es omnipotente, sapientísimo y todo bondad; para alabarlo dignamente, es necesario decir que es todo amor, y que a través de su amor hace todo cuanto quiere en el cielo y en la tierra. Lo que se hace sin su amor va en contra de su benignísima voluntad. Se trata del pecado, que es objeto de su odio. Así como él se ama esencialmente, por ser el amor esencial, aborrece el pecado, que se opone a la esencia misma de este amor, que se complace en entregarse a sí mismo deseoso de que el hombre al que ama reciba su amor subsistente en él. El pecado es una lamentable pérdida, una nada que el Verbo jamás cometió; es el defecto execrable y objeto de la ira de Dios, quien se ve obligado a castigarlo con justicia eterna; castigo que no va con la naturaleza de Dios, que en sí es bueno y justo con los pecadores El pecado es una obra extraña al amor divino, que carece de la inclinación al castigo.

            Si Dios fuera mortal, no dudaría en morir antes que presenciar la muerte del pecador, muerte que es el pecado; muerte no creada por Dios, que entró al mundo a causa de la maliciosa envidia del demonio y por la desobediencia del hombre. Miguel la arrojó fuera del cielo cuando venció a Lucifer, el dragón furioso que arrastró en seguimiento suyo a la tercera parte de los astros.

            No contento con enviar a los ángeles para expulsarlo del mundo, envió a su Hijo único y amadísimo, que es su vida tan querida, para ahuyentar dicha muerte y precipitarla en los abismos. El Hijo consintió en destruirla mediante su [480] caridad divina amando tanto al mundo, que se entregó para salvarlo, ofreciéndose como rescate de la humanidad y como pago de todos sus crímenes a la justicia infinita, que no deseaba perder sus derechos, sabiendo que el amor abundaba en medios para satisfacer por todo y seguiría siendo rico después de dicha satisfacción.

            El Padre es principio de amor; el Hijo, camino de amor; el Espíritu Santo es término del amor, pero de un amor inmenso e infinito, amor que el Verbo eterno reveló a Nicodemo diciendo: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo, no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn_3_16s).

            Dios no se inclinaba a enviar a su Hijo único para juzgar a la humanidad, sino para que la salvara él mismo, pareciendo muy poco a su amor infinito dar algo menos que su Hijo, debido a que no hubiera sido un don infinito y, en consecuencia, no habría contentado su amor, que es inmenso y se complace en comunicarse en plenitud divina.

            Los que han creído en el Hijo no son juzgados, por haber apreciado el don que de él hizo el Padre, valorándolo según sus deseos. El amor mueve a estimar y la estima mueve a amar al amor. No hay necesidad de ley alguna, ni de juez para juzgar las diferencias, porque todo es una misma cosa debido a la fuerte y perfecta unidad que obra el amor. Su propio designio y su natural inclinación consiste en darse y unir a quien ama con el objeto amado, a fin de que todo sea consumado en la unidad: El que cree en él, no es juzgado, pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios (Jn_3_18).

            El incrédulo es juzgado a causa de su incredulidad, por no creer en aquel que podría darle la vida; permaneciendo en la muerte de la infidelidad por su falta de fe en el Hijo único de Dios, cuyo nombre por excelencia es el de Hijo amadísimo y amoroso de su Padre, con el que produce el amor que es la tercera hipóstasis, que liga amorosamente al Padre y al Hijo, siendo su beso eterno y el término de su voluntad, que es su delicia perfecta; es su amor suficiente e inmenso, que los alegra divinamente por ser el [481] contento divino y el final de todas las emanaciones en Dios.

            Por ello exclamo con el que quiso conocer este amor, pidiendo al Padre que lo atrajera por mediación de su Hijo; objeto de sus delicias, concediéndole, junto con el Padre, al Espíritu Santo, que es amor y don delicioso: Por ser el contento del corazón, atrae con su mismo deleite y no por necesidad. Todos tienen necesidad del Espíritu, mas dicha necesidad no los atrae. Es menester que sean fascinados por el encanto del amor, que es puro deleite: no obligación, sino delicia. Los que son atraídos por el placer divino se ven envueltos en su amor, pudiendo decir que son ciudadanos del paraíso debido a que, ya desde el camino, están en posesión del divino amor.

            Oh Dios, cuán felices son y serán en el término. Se sacian de los bienes de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz (Sal_36_8). ¿Cómo será, Dios mío, que el alma te posea perfectamente en el empíreo, contemplando a través de la misma luz de la gloria a la fuente de la luz? Luz, empero, que es divina por ser el mismo Dios. Tal como es, y en cuanto hombre, se complace en ser mirado por los bienaventurados, a los que manifiesta su gloria.

            El amor es tan fuerte en la tierra como para sacar al alma de su propia morada por medio de sus ardores. Estos, sin embargo, son moderados por las aguas de las aflicciones y las necesidades corporales, debido a que es necesario cuidar de mantener al cuerpo para gloria del Señor, que alimentó el suyo en la tierra hasta su muerte, según el divino mandato que lo hizo semejante a sus hermanos peregrinos, a pesar de ser el Señor de todo, que quiso ser bautizado con bautismo de sangre, para ser abismado en la plenitud de la gloria.

            Dicho enamorado sintió con toda su fuerza la languidez del amor, para después gozar perfectamente de la gloria que le era debida en razón del soporte divino, el cual accedió, por bondad hacia la humanidad a que el cuerpo y el alma que apoyaba sufrieran tormentos y fueran privados de dicha felicidad, que residía en el extremo del espíritu y en la parte superior del alma santísima del Salvador, conforme al querer divino, que se complace en probar a las almas avanzadas en la perfección.

            [482] La de Jesucristo, fue la más perfecta y el ideal de todos los espíritus puros que son presa de la vehemencia de este amor y del deseo de la gloria divina; deseo que no puede ser expresado ni comprendido en la tierra, salvo por aquellos que son impulsados por él: Da con amor y sentirás lo que digo; da con deseo, da con fervor, da en la soledad de este peregrinar, teniendo sed de la fuente eterna y suspirando por la patria. Da todo esto, y sabrás a qué me refiero.

            Los que son fríos no pueden conocer la llama que mueve a hablar a los que aman, que poseen una lengua de fuego y un corazón ardentísimo: su pecho es una hoguera, en la que mora el Espíritu Santo, que es caridad. Si no hiciera las veces de manantial de refrigerio para con los mártires del amor, todos se consumirían en sus llamas. ¿Qué mortal podría sobrevivir en esta vida poseyendo llamas inmortales? que son más propias de los serafines inmortales que de los hombres mortales, a los que, sin criticar de hipocresía o fingimiento, dirijo estas palabras del Profeta en otro sentido: ¿Quién de nosotros podrá habitar con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros podrá habitar con las llamas eternas? (Is_33_14).

            Los que poseen el mar abundante del Padre y del Hijo, es decir, el Espíritu Santo, que puede alimentar la llama con sus profusiones, desbordando ríos de agua para contener los torrentes de fuego, al que puede llamarse con toda propiedad fuego que consume. A esto se debió que los hebreos no se atrevieran a acercársele: temían sus palabras, que eran rayos y truenos. Dijeron por ello a Moisés: Habla a ese Dios ardiente y temible por temor de que no nos dirija su palabra y destruya lo poco de vida que nos queda después de tanto miedo

            Moisés, recibiste un privilegio singular del Dios terrible, que contigo es un Dios de dulzura, hablándote cara a cara como a buen amigo suyo. Tú eres el más fiel de sus servidores, y te trata como al más querido de todos sus predilectos. De ti y de personas como tú puedo decir, en general y en particular, lo que expresó el profeta evangélico: Este morará en las alturas, subirá a refugiarse en la fortaleza de las peñas, se le dará su pan y tendrá el agua segura. Tus ojos contemplarán un rey en su belleza, verán una tierra desde lejos (Is_33_16s).

            Aquel a quien Dios inflama habita en las alturas del jardín del Padre, en el que su amado y su amor [483] le acompañan. Se trata del Verbo Encarnado, que preparó esas adorables moradas, quien da entrada en el tiempo, sin esperar a la eternidad, a ciertas almas escogidas que son elevadas por encima de las cosas creadas por la llama del divino amor, que en ocasiones les brinda reposo en los agujeros de la piedra del costado del divino Salvador, que se hizo todo para ellas, a fin de que nada les falte.

            El es su pan de vida y su espíritu divino; su agua deliciosa que aplaca su sed y las refresca tanto cuanto lo cree conveniente. Es él quien las purifica y embellece con su unción, a fin de que sean presentadas al Rey de reyes, al que contemplan con ojos llenos de amor, que están totalmente adheridos a su objeto divino y celestial, al que contemplan, aunque de lejos, ya desde la tierra.

            Todas ellas están atentas a sus palabras gravemente dulces, que son una ley admirable para sus mentes iluminadas; ley que les confiere gran sabiduría en la ciencia de los santos que se encuentran en las alegrías de la gloria, alegrándose ante la felicidad que es para ellos lecho de reposo y de júbilo: Mas los justos se alegran y exultan ante la faz de Dios, y saltan de alegría (Sal_68_4).

            El, a su vez, invita a las almas escogidas a subir, por medio de la contemplación, hasta el interior de la Sión celestial: Contempla a Sión, villa de nuestras solemnidades; tus ojos verán a Jerusalén, albergue fijo, tienda sin trashumancia, cuyas clavijas no serán removidas nunca y cuyas cuerdas no serán rotas; porque en ella sólo es grande el Señor nuestro Dios. (Is_33_20s).

            Almas tan queridas del Rey del amor, suban en estas llamas, que les servirán de carro triunfal. Acudan a ver a Sión, la ciudad de nuestra solemnidad, con los ojos de su entendimiento iluminado por la luz que el Padre celestial concedió a san Pedro, la cual les ha sido dada. Tengan la audacia de una esposa; audacia que es siempre amable a causa de su modestia. El divino Esposo codicia su belleza, que es participación de la suya; está deseoso de que la admiren. A ustedes se refirió el profeta cuando dijo: Tus ojos contemplarán un rey en su belleza, verán una tierra desde lejos (Is_33_16).

            [484] Su vida es más divina que humana. Al contemplar al Rey de la gloria en su divino esplendor, son transformadas en su belleza. Como él las ama en calidad de esposas suyas, viven en comunidad con él. El es todo suyo, y ustedes todas de él. Son más que domésticas de la Jerusalén pacífica: en ella son reinas opulentas sin vanidad. Que sus pensamientos sean elevados, porque la grandeza cede al amor, que siempre es soberano en poder y placentero en su dominio. Penetren al divino tabernáculo que se apoya en la hipóstasis del Verbo, al que Dios solidificó por toda la eternidad.

            Nadie, ni en el cielo ni en la tierra, puede arrebatarles esos clavos ni despojarlas de su felicidad a menos que ustedes mismas quieran perderla. Su felicidad radica en la caridad del amor, cuyos lazos sólo pueden romperse por malicia, apartándose del amor de un esposo encantador para adulterar con las criaturas, sea extranjeras, sea domésticas, apegándose al amor propio. Guárdense con cuidado de esta infidelidad, que cambiaría su dicha por un extremo infortunio; no aparten su vista de la belleza real y divina.

            Si es necesario que sean viandantes, consideren la tierra que pisan como muy lejana; es decir, vayan por ella sólo por necesidad y no por afecto, adhiriéndose en todo a su divino amor. Sino que allí el Señor será magnífico para con nosotros; como un lugar de ríos y amplios canales, por donde no ande ninguna embarcación de remos, ni navío de alto bordo lo atraviese (Is_33_21).

            El debe bastarles porque se basta a sí mismo; todo lo creado es nada en su presencia: Porque el Señor es nuestro juez, el Señor nuestro legislador, el Señor nuestro rey: él nos salvará (Is_33_22).

            Este esposo es su juez favorable, debido a que ustedes observaron las leyes que les dio, mismas que cumplió a fin de suavizárselas. Para salvarlas se hizo su camino y su término, además de ser su principio, por ser Dios y hombre. Qué favores no deberán esperar del que se hizo semejante a sus hermanos para hacerlos hijos adoptivos de su Padre eterno, herederos con él y consortes de su naturaleza divina. No te digo: entonces sino ahora se repartirá cuantioso botín (Is_33_23).

            Aunque sigan en esta vida sujetas a imperfecciones que las hacen cojear o tambalearse por fragilidad, [485] tienen el derecho de tomar de mano del vencedor Que sube sobre el ocaso y cuyo nombre es digno de alabanza, lo que nos ganó con su sangre preciosa; ni los ángeles ni los santos, que son sus vecinos en el empíreo, se encelarán por ello. Los cojos se llevarán parte de él.

            Ni dirá el vecino: Soy débil; y el pueblo que morará allí recibirá el perdón de sus pecados (Is_33_23s). Todos son confirmados en gloria por el Dios de bondad, que, como hizo con ellos, desea hacerlas felices después de purificarlas de sus imperfecciones, a las que deben considerar como iniquidades por ser un indigno retorno a la equidad debida a la voluntad divina, que creó al ser humano en estado de inocencia, sometiendo la parte inferior a la superior y la sensualidad a la razón.

            Animo. Si Adán causó la caída común, Jesucristo realizó un levantamiento universal. Al abatirse en forma de servidor y de la nada, nos elevó a la unión de la forma divina, deificándonos porque el divino Padre quiso que tuviésemos el privilegio de ser conformes a la imagen de su Hijo amadísimo, al que su divino amor nos dio para que él mismo nos salvara; es decir, por todo lo que él es. Oh exceso de amor indecible a las criaturas. Aunque ellas expresaran todo lo que puede decirse de este amor, confesarían que nada dijeron del hecho inefable manifestado por el mismo Salvador cuando dijo: Tanto amó Dios al mundo... Moisés y Elías hablarán de esto con el Verbo, que es el único digno de referirse a ello; pero lo harán en medio de la admiración hacia este exceso de amor, desapareciendo en cuanto el Padre alabe al Verbo, y el Espíritu Santo cubra al sol ardiente con una nube, para enseñar a Moisés que sus ojos carecen de una clara visión para mirar al descubierto el esplendor paterno, que es una luz inaccesible. En otro tiempo velaba su rostro para hablar al pueblo, pero el Espíritu Santo sirve hoy de velo al Verbo, a fin de que Moisés no pierda los ojos al verlo, por ser un sol radiante.

            El Padre eterno impone silencio, diciendo a él y a Elías: He aquí mi Verbo Eterno que es mi gloria, mi alabanza y mi bienaventuranza, escuchad este oráculo divino. Moisés tu no haces que tartamudear, guarda silencio para escuchar la sabiduría eterna. Elías, he aquí un celo que no es impedido por las [486] persecuciones. El no pide morir en la soledad, huyendo de sus perseguidores. La vida te disgustó porque temiste que te la arrebataran por violencia. Mi querido Hijo quiere darla por amor, habiendo dispuesto conmigo que le sería quitada por medio de duros tormentos, a fin de aparecer como el más humillado de los hombres valientes. El, que desearía volar a la muerte de cruz, permite, para una mayor confusión, que se le ate, que se le arrastre al suplicio, como si esto sucediera a causa de sus crímenes, cuya vergüenza lo abatirá, pero el Espíritu Santo sirve hoy de velo al Verbo, a fin de que Moisés no pierda los ojos al verlo, por ser un sol radiante.

            El siempre ha sido mi predilecto, impecable por naturaleza, cuyo valor no tiene igual. Es el Señor de los ejércitos, el vencedor en los lagares, que pisará solo el de mi indignación, satisfaciendo en rigor de justicia todas las quejas que tengo en contra de la humanidad. Escucha, Elías, lo que el Hombre-Dios dice de nuestro excesivo amor, o mejor desaparece; porque esta llama te muestra helado y frío, a pesar de que fuiste calentado por el carro de llamas.

            Retírate, Moisés; tu ardor ya no es de admirar. He ahí al que desea morir no sólo por el pueblo de Israel, sino por todos sus enemigos. Es el libro de vida que aparecerá muerto sobre la cruz como si fuera libro de maldición; se hará semejante a la carne del pecado y será echado fuera de la ciudad de Jerusalén cual macho expiatorio que lleva sobre sí todas las imprecaciones.

            Moisés murió sobre el monte, no por desobediencia al golpear dos veces la piedra con su vara, sino por estar golpeado por el pecado y mi justicia ofendida. Su amor lo hizo hombre mortal; amor que no recibiría satisfacción si no se ofreciera por obediencia a la muerte, pero una muerte de cruz. Aquella voz fue tan fuerte, que obligó a los dos profetas a retirarse y arrojó por tierra a los tres apóstoles, quedando solo el amoroso Jesús de pie en el lugar donde se habló de su inmenso amor, que deseaba mostrar al cielo y a la tierra.

            Llevado por este deseo, murió por adelantado. Fue el verdadero Daniel, que deseó se abreviaran las semanas de su vida mortal para ungir el santo de los santos con su propia sangre, siendo escuchado a causa de su reverencia, y por sus lágrimas al dar un fuerte grito sobre la cruz después de consumir su humanidad en las llamas de su caridad divina, que dejaría en él una sed insaciable de [487] mi gloria y la salvación de los hombres.

            Con esta sed, moriría, para seguir amando con un amor infinito en su vida inmortal y eterna, habiendo terminado su vida mortal en el tiempo a causa de su inmenso amor, del que nadie sino él puede hablar dignamente. Si no tuviera yo este camino para desbordar la abundancia de mi sabiduría, sería un principio o término de salida sin vía intelectual, ni término de mi entendimiento divino; si mi Hijo y yo permaneciéramos en la impotencia de amarnos recíprocamente, quedaríamos sin camino y sin término. Para empezar, nuestra voluntad única, que es fecundísima, no produciría una tercera persona que es nuestro amor y meta de nuestra felicidad, por ser bien y reposo nuestro, que nos rodea inmensamente hacia el interior.

            Ella nada produce, porque en ella todo es producido, recibiendo pasivamente el ser que le comunicamos activamente. Al estar pasiva en la Trinidad, es activa hacia su humanidad, en la que percibe tanta indigencia, que se ve urgida para colmarla con nuestra afluencia. Se trata del amor, que posee la inclinación de hacer el bien al objeto amado, apremiando nuestra bondad para que se comunique a los ángeles y a la humanidad.

            El Espíritu urgió al Hijo a venir al mundo, y yo, el donante, fui apremiado de modo igual y único. El amor que procede de nosotros como de un solo principio, deseando que todo sea uno en nuestra unidad, apremió al Verbo Encarnado a morir por la humanidad. Fue el mismo Espíritu de amor el que lo resucitó al tercer día por abreviación. ¿Por qué al tercer día? Para honrar su persona, que es el tercer soporte de nuestra Trinidad y perfección del día divino, siendo todo luz como un mediodía eterno en el que nos apacentamos y reposamos sin sombra alguna, porque en la divinidad jamás puede darse la oscuridad.

            Hacemos un día que procede del mismo día; todo es claridad, todo es luz, todo es Dios en Dios. Es un solo Dios en tres personas distintas iguales, consustanciales y eternas, a las que todo es conocido; en cuya presencia todo está al desnudo. Nuestro ojo simplísimo y sutilísimo penetra todos los recovecos de las tinieblas, aunque los hombres pueden tratar de ocultarse de la verdadera luz al hacer las obras de las tinieblas, obras que los juzgan antes de que nosotros las manifestemos ante las [488] criaturas, que no pueden verlas al presente sin permiso expreso de nuestra sabia providencia.

            ¿Acaso no son culpables los hombres de amar las horribles tinieblas, huyendo de la luz del Verbo, que es amabilísimo? Verbo que produce el amor junto conmigo, que los amo al grado de haber entregado a este Hijo tan querido, en el que me complazco, y al que poseeré infinitamente.

            Amor del Padre, no puedo sino admirarte al adorarte; amor del Hijo: salgo fuera de mí al admirarte. Amor divinamente espirado, como única espiración del Padre y del Hijo: penetro en ti porque eres el término de todas las divinas emanaciones. Sé para mí el término de todos mis afectos; que expire al respirar a través de ti y en ti. Sé, por siempre, mi vida y mi amor. Que de ti, por ti y en ti, comience, prosiga y terminen todos mis pensamientos, palabras y acciones.

Capítulo 73 - El Salvador murió por todos los hombres. En su cruz venció a sus enemigos. En el Santísimo Sacramento dejó su sagrado cuerpo como un alambique para destilar sus dulzuras y dones de bondad en nosotros. 1637, Viernes después de la Octava.

            [491] Después de estar enferma toda la semana, y habiéndome retirado al anochecer ante el Santísimo Sacramento para permanecer en su presencia, fui interrumpida varias veces por nuestras hermanas, que acudían a mí para que intercediera por sus necesidades espirituales. El divino Salvador no tuvo tiempo de encontrarse conmigo en soledad, para enseñarme lo que deseaba que aprendiera.

            Esta mañana me encontró en mejor situación y disposición en lo referente a mi salud. Lleno de bondad hacia mí, me dio a entender que el sacrificio cruento que se consumó en el Calvario fue ofrecido para lavar los pecados con abundante profusión para bien de los pecadores, porque el divino Jesús murió por todos y su sangre fue exprimida en dos lagares, siendo el primero el exceso del amor divino y el segundo, los tormentos de la cruz en la que se terminó la pasión de nuestro amoroso Salvador, según las palabras Todo está consumado.

            Al inclinar su cabeza, entregó su espíritu victorioso a su divino Padre, ofreciéndole la gloria de los triunfos obtenidos sobre el mundo a través de la humillación; sobre el demonio por la fiel correspondencia a los divinos mandatos del mismo divino Padre, al que obedeció hasta el último instante mediante la renuncia a su voluntad humana; y sobre la carne, a través de los sufrimientos hasta la muerte de cruz, a la que el cuerpo fue clavado y colgado impidiéndole volverse a la derecha o a la izquierda por ser una víctima adherida, extendida y suspendida, lo cual señala tres clases de gehenas: la adherencia de los clavos, el estiramiento de los miembros y el dolor de estar suspendido de manera que el peso del cuerpo atormentaba al Salvador de manera indecible.

            [492] Aquellos tres tormentos pagaron al divino Padre el gran libertinaje de los pecadores, quienes al explayarse en sus crímenes prolongan sus pecados, cometiendo el pecado a través del mismo pecado y la vanidosa ambición de ser puestos en alto sin humillarse bajo la mano de Dios. El divino Salvador quiso llevar a cuestas el fardo de nuestras culpas y sentir el peso de su cuerpo suspendido por tres clavos. El sacrificio del Calvario es la copiosa Redención de todos. Escuché: Permanecí en la cruz hasta haber pacificado todo y pagado a mi Padre eterno. Hija, entre muchas razones que podría darte acerca de mi permanencia en el divino Sacramento, te doy a conocer una, que te mostrará un amor delicado y sublime, por tratarse de una destilación divina para quienes me aman y se acercan a mí con frecuencia y fervor.

            En este sacramento de amor soy como un alambique del que destilan favores inefables a las almas y aun a los cuerpos de mis predilectos. En él soy de manera eminente todo lo que es aroma, dulzura, bondad, belleza y melodía. En él soy la flor por excelencia que comprende la rosa, el clavel y cualquier otra flor aromática. En él soy la dulzura del tacto delicado. En él soy blanco de pureza y rojo de amor. En él soy el maná para todos los gustos. En él soy el cántico de amor que extasía a todos los santos y complace divinamente a la Trinidad, que se deleita en escuchar esta melodía de amor, invitando a mi Madre a gozarla con alegría de Hija, Madre y Esposa.

            Hija, si por medio de un fuego ardiente te acercas a mí, harás que me destile en ti con más abundancia. Mi Padre es el velo de esta alquitara, que te da, cuando le envío mis rayos, un vapor sagrado que se licua para caer hacia abajo. Pon canales en torno a él. En proporción a lo que pongas, recibirás la gracia. Coloca en él tus cabellos; es decir, tus pensamientos, a fin de que tu cabeza sea como la de la Esposa, a la que dice el Esposo: Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como la púrpura; un rey en esas trenzas está preso (Ct_7_6).

            Tu cabeza es roja como el Carmelo y tus cabellos semejantes a la púrpura del Rey ligado por canales; tus pensamientos están enrojecidos de mi sangre, que es mi púrpura real y divina, con la que te adornas como Esposa mía amadísima. Estos pensamientos, como cabellos de tu cabeza, son canales unidos y conglutinados en mí y conmigo; es decir, me unen a ti, moviéndome a destilar en ti el divino licor que te colma de delicias indecibles.

            Que tus pensamientos jamás se desvíen a la izquierda ni a la derecha; sea en la aflicción, sea en la consolación. Permanece siempre unida a mí; acude a este Sacramento de amor donde me encontrarás para serte suficiente en todo. Sé como los vasos de la viuda, vacíos de lo que no soy yo: un bálsamo deseoso de derramarse en ti y en todos los vasos que me presentes. Toma en tus manos los corazones de los hombres, me amen o no, y acércalos a este alambique. Así se llenarán para mi gloria y tu provecho [493] eterno.

            Paga toda deuda y permanece en paz; enriquécete, lo mismo que a tus hijas y a los que desean participar en tus oraciones, si corresponden a mi voluntad, que sólo desea su santificación.

            ¿Podría yo contar los mil favores que el divino Salvador me ha dispensado a través de este alambique en unión de corazones? No, amor mío; esto me es indecible. Aprópiate y acerca a ti todos estos canales según tus intenciones, ya que estás en el divino sacramento para comunicar las delicadezas de tu amor sublime y para derramarte como un bálsamo, como aceite, como agua aromática, como una rosa, como una esencia purísima e imperial, como agua cordial y agua de vida, cuya claridad cristalina y límpida, cuyo fuego y ardor es divino.

            Me dijiste que te encuentras en este sacramento para derramar un licor que es tu mismo ser, sin que dicha efusión te disminuya o te divida en tu unidad, inmensidad y solidez divina, conservando en cuanto Dios tu sencillez esencial y tus propiedades personales en el interior de tu naturaleza indivisible, que es del todo interior, sin mezclarse con cosa alguna creada.

            Añadiste, Amor mío, que no me emancipe ni en lo interior ni en lo exterior de lo que sea de tu agrado; que soy una en ti y contigo; que estoy unida a este cuerpo sagrado y a esta alma bendita, a la que el divino soporte que te distingue de las otras dos personas lleva y llevará por toda la eternidad. Aglutínate a mi cuerpo y a mi alma, porque te amo con todo mi corazón, aprisionado por mi cuerpo consagrado a ti. Que te atesore con toda mi alma y que, con todo mi espíritu, sea una misma cosa contigo a través de tu amor.

            Que ame a mi prójimo como a mí misma por tu amor, que se digna llamar a este mandato divino el mandamiento más grande. Grande, por ser el amor inmenso de un Dios incomprensiblemente amoroso, que todo lo ordena por ser el principio y el fin de esta ley, en la que desemboca toda profecía y toda ley, en las que Jesucristo, Dios-Hombre, termina su curso y pone un límite a sus designios, dejando este divino sacramento como memorial de sus maravillas y compendio de sus grandezas.

            Es aquí donde el amor define su término en el camino, encerrándose en una hostia y revistiéndose de las frágiles especies de pan [494] bajo una nube, dejándose envolver como un niño en sus pañales: ¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando del seno materno salía borbotando? (Jb_38_8), cerrando las puertas de los sentidos mientras que el mar que emana del seno paterno, para nacer de María Virgen, parece desbordarse en la potencia del alma, que reviste a este sol de una nube como si la luz que ilumina a todo hombre, al venir al mundo, intentara probar además, en este sacramento, cómo será recibido. Penetra en dicha penumbra como un pequeñín envuelto en pañales, que está a merced de los cuidados de quien le ama.  Cuando le puse una nube por vestido y del nubarrón hice sus pañales (Jb_38_9). ¿Por qué te abates de esta suerte, gloria mía? Es para acomodarme a tu debilidad y acompañar un alma semejante a la tórtola, que fuera de mí nada encuentra que la contente en la tierra, y que gime en pos de mí: Se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra (Ct_2_12).

            Quise instituir este sacramento de amor a fin de que ella encuentre en él una morada segura de fe, porque allí soy el mismo que está a la derecha, a pesar de que en él no tenga mi extensión local ni mi cuantiosidad externa. Sólo el amor pudo encontrar un recurso como éste Cuando le tracé sus linderos y coloqué puertas y cerrojos. Llegarás hasta aquí, no más allá, le dije (Jb_38_10s). Para no anegar a mi frágil enamorada, mi poder pone límites al torrente y a la plenitud de su amor.

            Aquí se romperá el orgullo de tus olas (Jb_38_11). Me he reducido a estar encerrado en este sacramento, como ya te he dicho, a manera de alambique, esperando que el alma me reciba. En él detengo mis inclinaciones para derramarme después con mis divinos afectos, a fin de que la esposa diga con el Rey profeta: Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas, todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí. (Sal_42_7).

            Todos los días de tu vida me has enviado tu misericordia; y la noche antes de tu muerte me enseñaste a recitar tu cántico y el himno que debo cantar unida a ti después de haberte recibido, diciendo a tu Padre que lo confesaré delante de todos los ángeles y en presencia de la humanidad, invitándolos a cantar conmigo la alabanza de su bondad, que tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único para salvarlo.

 Capítulo 74 - La predestinación y la reprobación por el buen o mal uso que el ser humano hace de la libertad que Dios le dio, a la que no fuerza, aunque el Espíritu Santo ruega por él y en él. 21 de junio de 1637.

            [495] Medité en el evangelio de hoy, que nos habla de la solicitud del Salvador para buscar a la oveja extraviada que andaba errante y en la dracma perdida en la ciudad o en el campo.

            El divino Salvador se dignó instruirme acerca del secreto de la predestinación, y cómo la libertad y obstinación de los réprobos inutilizan en ellos cualquier afán. Me dijo que pagó por todos en su pasión, dando tanto por Judas como por san Pedro, por haber derramado la misma sangre y abrazado la misma cruz por los dos, a pesar de conocer, por su presciencia, el rechazo y obstinación del primero y la fragilidad del segundo quienes, por falta de valor, dejarían de corresponder a la divina vocación y a la gracia que su Padre concedió a ambos en virtud de sus méritos.

            [496] Me dio a entender que había orado absoluta y eficazmente por uno, aunque no por el otro, porque nunca oró efectivamente por los réprobos. A esto se refiere lo que dice san Juan: No ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y yo he sido glorificado en ellos... No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno (Jn_17_9s).

            Judas es llamado hijo de la perdición, porque se perdió a sí mismo al desconfiar de la misericordia del Salvador. Ninguno de los que se confiaron a la guía divina se extravió, por corresponder a los llamados amorosos de la gracia. Son éstos aquellos a los que el Padre eterno, en la previsión de su libre correspondencia, amó, y por ellos rogó el Hijo a su Padre diciendo: He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición (Jn_17_12).

            Sólo el hijo de perdición se perdió a sí mismo, por vivir obstinado en su desgracia. Jesús lo dejó perderse con pena, aunque frecuentemente lo buscó en su bondad; pero él no quiso ablandarse y menos entregarse a sus deberes; y como Jesucristo no fuerza la libertad que dio [497] al hombre, no rogó absoluta y eficazmente por su salvación, a la que previó impedida por la obstinación de la mala voluntad del traidor.

            Los ángeles cantaron la noche de Navidad gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad, lo cual justifica la divina presciencia que a nadie condena, aunque la clemencia auxilia a todos aquellos que se salvarán. La razón por la que el Salvador los reprueba se debe a que era necesario: o que su Padre se lo rehusara, o que forzara la libertad de sus criaturas empedernidas.

            Lo primero le hubiera causado una confusión eterna al ver, por toda la eternidad, la perdición de ciertas almas debido a que su Padre no quiso concederle su salvación, después de pedirla instantemente y con gemidos.

            Lo segundo estaría en contra del orden de su providencia y respeto con el que trata la libertad, aunque es muy cierto que el Padre eterno nada le habría rehusado de haberlo pedido absolutamente, pues, como dice san Pablo, fue escuchado a causa de su reverencia.

            [498] Adoremos al Padre eterno por no querer causar confusión en su Hijo rechazando sus peticiones; rechazo que manifestaría: o falta de respeto en las peticiones del Hijo, o poca estima y amor del Padre hacia él. Las lágrimas del Hijo sufriente eran demasiado preciosas para no encontrar lugar en el corazón del Padre de bondad; por eso dijo al Padre: Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas (Jn_11_42).

            Si se me replica que él oró por sus enemigos, que lo crucificaron, la respuesta es muy fácil: él no oró sino por aquellos que preveía se rendirían a las gracias que su Padre les tenía destinadas, en virtud de los ruegos del mismo Hijo, y que por tanto no oró absolutamente por todos sus enemigos, sino con la distinción que ya señalé.

            Manifestó compasión hacia esas almas obstinadas; mas para no acrecentar su desdicha, que obedecía a una contumaz malicia, que despreciaba las divinas gracias, no pidió en absoluto gracias que preveía les serían inútiles, cuyo rechazo haría más culpable aún su libre albedrío. Qué pesadumbre para el Salvador de todos verse obligado a no pedir de manera absoluta a su Padre la salud de las almas a las que redimió con un precio infinito; almas [499] réprobas a las que deseó, sin embargo, salvar con tanto ardor con su voluntad universal, que quiere que todos los hombres se salven. Cuando las almas le oponen resistencia, evita forzar su voluntad. El Hijo, que es el espejo en el que su Padre se contempla, lo mismo que todas las criaturas, al ver en su presciencia la rebelión de las almas endurecidas a las admoniciones que su Padre les hace a causa de su oración, tuvo razón al no pedir por ellas: sus ruegos aumentan sus culpas, por no desear valerse de ellos para su salud eterna.

            Comprendí que el Espíritu Santo, que ora en los corazones con gemidos inenarrables, no ruega sino por los santos: intercede por los santos con gemidos inenarrables (Rm_8_26). Los santos poseen el verdadero amor que les confiere el dolor de su falta, lo cual mueve al Espíritu Santo a rogar y gemir incesantemente en ellos y por ellos, a fin de que se vean libres de las imperfecciones que disgustan al puro amor; oración que es eficaz e infalible, ya que si hay gemidos, habrá contrición, amor y santidad.

            [500] El Espíritu Santo tiene buena voluntad hacia todos; pero no produce los mismos efectos en todos, por querer que cooperemos libremente con él, al grado en que nuestra libertad, o sobre todo, el mal uso de ella, es la causa de la reprobación de los condenados. La gracia divina inicia nuestra predestinación, que jamás se lleva a cabo si nosotros no correspondemos y consentimos a la misma gracia, que halaga tan dulcemente la voluntad de unos, a los que atrae en pos de sí; y aunque sea suficientemente poderosa para producir el mismo efecto en la voluntad de otros, no lo hace, sin embargo, debido a que ellos se niegan a seguir libremente sus mociones sagradas.

            Estos últimos se comportan como hijos de Belial, no deseando tener parte con Jesucristo, el Hijo de David aparentando no estar prevenidos por su bondad como los buenos, a los que desprecian; aborreciendo sus obras, como sucedió con la tribu de Judá, que pasó a su rey por en medio del Jordán. ¿Qué significa pasar a David a través del Jordán? Es una figura de los fieles amigos del Salvador, que se [501] arrepienten de los pecados que han cometido, con los que el Dios de la gracia no puede convivir, porque la salvación está lejos de los pecadores que deben entrar al Jordán de la penitencia, arrepentidos de haberle ofendido por amor a él.

            Dicho arrepentimiento lleva y mueve al divino Salvador a serles favorable y a reinar sobre ellos mediante su gracia, que a nadie recusa en esta vida, y su gloria en la otra, en recompensa a la fidelidad con que respondieron a la misma gracia. Entre tanto, el cabecilla de los rebeldes dirá a sus seguidores: Retirémonos, no a nuestros tabernáculos, sino a nuestras mazmorras. No quisimos en absoluto amar al Hijo de David; al Hijo de Dios, que es la dulzura y la misericordia misma. Como no quisimos pasar por la penitencia, no tenemos parte alguna en la salvación eterna.

            A través de estas situaciones contradictorias, Jesucristo se manifestó como resurrección y ruina de muchos, y como signo al que los malos han contradicho y contradirán sin que por ello se de en él la injusticia: Nunca estuvo la iniquidad en presencia de Dios. Es verdad que él muestra misericordia porque [502] se complace en ejercerla, mostrando su bondad; pero no podemos negar que haga ver su fuerza y su paciencia para soportar los vasos de ira que le odian sin causa. El apóstol, sabiendo esto, dijo: Pues bien, si Dios, queriendo manifestar su cólera y dar a conocer su poder, soportó con gran paciencia objetos de cólera preparados para la perdición, a fin de dar a conocer la riqueza de su gloria con los objetos de misericordia que de antemano había preparado para gloria; con nosotros, que hemos sido llamados no sólo de entre los judíos sino también de entre los gentiles (Rm_9_23).

Capítulo 75 - Los favores y admirables grandezas que la visita de la Madre del Verbo Encarnado comunicó a san Juan Bautista, 2 de julio de 1637.

            [503] Al considerar estas palabras de san Lucas: Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá (Lc_1_39), mi entendimiento fue iluminado acerca de esta elevación de María, que siguió inmediatamente a su acto de humildad, en el que dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según su Palabra(Lc_1_38), convirtiéndose en el acto en Madre del Verbo Encarnado, el cual se hizo de inmediato súbdito e hijo suyo: un Hijo que era Dios y Hombre!

            [504] Antes de María, Dios dominaba sobre las simples criaturas; después de María y por su medio, encontró un augusto dominio sobre Jesucristo, que es Creador y criatura. Las aguas del diluvio se levantaron quince codos sobre los montes más altos. El mar María, que es un diluvio de perfección, se eleva por encima de los más excelsos serafines; es decir, camina al par con Dios Padre por medio de su divina maternidad. Sólo Dios por sublimidad de naturaleza, es digno de dar gloria a su alabanza con una dignidad que iguala a su grandeza. María es digna de glorificar su alabanza debido al eminente privilegio de ser Madre del Soberano que es su alabanza. Así como un hijo es la gloria de su padre y de su madre, Jesús es la gloria de la alabanza de María, la cual dice que, en consideración a su divina maternidad, todas las generaciones la llamarán bienaventurada, porque, siendo el que todo lo puede, la engrandeció, proclamando la santidad de su nombre.

            Para expresar en la tierra la grandeza del Padre de los cielos, el Hijo nos enseña a pedirle la santificación de su nombre y en seguida que venga a nosotros su reino, que es el Verbo, el cual descendió a María para en ella tomar posesión del reino de David, su padre según la carne. Aunque era rey en el seno paterno por generación eterna desde la eternidad, quiere ser rey en el seno de su Madre en la plenitud de los tiempos por toda la infinitud. A esto se refirió el ángel cuando dijo: El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre (Lc_1_32). El Señor Dios, que es su Padre eterno, le dará, por tu mediación, Señora, el trono de David, su padre temporal, porque desea ser hijo de David en el tiempo así como es Hijo de Dios en la eternidad: Reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin (Lc_1_33). Si su reino no tiene fin en cuanto hombre, y su realeza divina no tuvo principio, por ser un rey eterno, María es su verdadera Madre, a la que está sujeto. Ella ejerce sobre él una incomparable dominación, siendo su Madre y Señora. Por eso el evangelista san Lucas dice con razón que el ángel se retiró, sabiendo que el poder del Altísimo acudía a cubrir con su sombra a la más humilde de las criaturas, elevándola hasta la más alta dignidad que pudiera existir: Este mar fue elevado por encima de todo lo creado, ascendiendo a las altas montañas donde estaba la ciudad de Judá, para manifestar allí al rey [505] que llevaba en ella como Dios e hijo suyo, al que en ese lugar debía rendirse adoración y reconocimiento en calidad de verdadero Mesías. La voz de María y su saludo, que era la voz del Verbo, voz del león de Judá, que lo buscaba como su presa, conmovieron las entrañas de Isabel, haciendo estremecer a Juan Bautista: Cachorro de león es Judá; de la presa, hijo mío, has vuelto; se recuesta, se echa cual león, o cual leona, ¿Quién le hará alzar? (Gn_49_9). Leoncillo que María lleva en sus entrañas, elévate con ella hacia las montanas donde tú eres el rey, ve y atrapa la caza en las entrañas de su madre, estando tú en las de la tuya, recostado en su seno virginal.

            Ligero, con una santa astucia, despojas al infierno de su presa arrancando a este león de las garras del pecado original. Tu madre es una leona que, con su voz, lo despertará. Al resonar en los oídos de su madre, su eco lo hará temblar de júbilo en su guarida eternal: Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno (Lc_1_41). Isabel fue llena del Espíritu Santo, exclamando con gran voz: ¿Qué maravilla es esta? He aquí a la Madre Virgen bendita entre todas y sobre todas las mujeres a causa del fruto de su vientre, que es la bendición eterna.

            ¿De dónde a mí la dicha de que la Madre de mi Señor venga a mí? Debes saber, señora, que antes de honrar a tu súbdita con tu saludo, el hijo que llevo en mis entrañas se estremeció de gozo y tomó la posta para ser el precursor del tuyo, que es su Dios y su Rey. Bienaventurada seas por haber creído en todo lo que te fue dicho por la fuerza de su amor, porque llegarás a ver el cumplimiento de todas sus promesas en la tierra y en el cielo. El cetro anunciado por Jacob no fue visto en el linaje de Judá antes de que hubieras concebido; pero al presente, su reino ha venido a nosotros gracias a tu Fiat.

            Oh dichosísima por haber creído y por haber pronunciado el Fiat glorioso que da la verdadera luz a los que estaban en las sombras de la muerte y proporciona una nueva naturaleza al Verbo increado. Henos aquí en nuestra felicidad, porque llevas al Mesías prometido a todos nuestros antepasados, que será también la esperanza de los pueblos: El cetro no será quitado de Judá, ni de su posteridad el caudillo, hasta que venga el que ha de ser enviado y éste será la esperanza de las naciones (Gn_49_10).

            [506] He aquí el niño que trae la luz a la vista y hace sentir su dulzura. El reboza de alegría por la venida del esposo que es un gigante: Se recrea cual atleta, corriendo su carrera (Sal_18_6). ¿Quién podrá ocultarse a su calor? Lo he visto como un esposo que acude a su lecho nupcial sin dejarlo, entrar en el seno de una Virgen no solo sin desflorarla, sino, lo que es mucho más, divinizándola de suerte que no la llamo más María ni prima, sino Señora y Soberana mía, exaltada por encima de todas las criaturas; es decir, la contemplo como Reina del Hijo que lleva, porque él la escogió por Madre y Señora. Esta es la razón por la que me admira el ser visitada por aquella a la que Dios quiso visitar con su propia persona. El Padre envió su Hijo en sus entrañas, uniéndolo a ella por el Espíritu Santo. Es un misterio inefable, o la unión adorable de la hipóstasis del Verbo con nuestra naturaleza, unión que se hace en María, viña mística. El Padre unió su Hijo a ella y por ella a nuestra naturaleza. Este Hijo le es común por el poder de su ser mismo con este divino Padre: el que ata a la vid su borriquillo y a la cepa el pollino de su asna (Gn_49_11). Este Hijo unido por la unión hipostática a la naturaleza humana que es la viña desierta, este Hijo esta unido a María que es la madre y su viña bendita. Oh Hijo mío, dice Jacob, puesto que en mi descendencia hay una Hija incomparable, espero todo que esta unión. Tu llevas los pecados de la humanidad en tu regazo virginal. Esta Virgen los lleva llevándote a ti, pero ella esta exceptuada, te ofrece su sustancia para pagar por los pecados, pídele a ella el precio ya que tu diste tu fuerza a esta naturaleza que tomaste de ella. Lava en vino su vestidura, y en sangre de uvas su sayo (Gn_49_11)

            En el fervor de tu amor, lavas tu túnica en el furor de tu Padre, lavas tu manto a la sangre de la vid de tu Madre. tu alma estará triste hasta la muerte en el Huerto de los Olivos, por tratarse de un vino de oración ferviente en la que sufrirás los terrores de una fiebre incomparable, conocida sólo por ti, que dices te ha reducido a las angustias de la muerte, a pesar de ser tú la vida divina. El amor y la muerte no te sitiarán de torre a torre, o separadamente, sino todo a una, para comprobar si eres fiel a tu Padre y a tu esposa, por la que prometiste morir para manifestarle tu amor, lavando tu manto en la sangre de la vid y desposándola en la cruz, en la que pareces [507] una uva exprimida en un lagar de dolores indecibles. Uva pisada por todas las criaturas junto con tu Padre, que te dio el mandato de sufrir para manifestar al mundo su amor excesivo hacia los hombres.

            Lo que, sin embargo, realza la fuerza del amor, es que él dispuso que tu Madre estuviera presente allí, después de privarte del concurso de su ayuda, que fue lo que más te afligió, ya que le preguntaste por qué te había desamparado.

            Mi queridísimo amor, ¿fue para dejarte al lado de tu madre, demostrando así que ella es la mujer fuerte que debe ser tu apoyo al entrar al mundo y al salir de él? También le dijo que se hiciera en ella según tú, que eres la palabra del Padre. Su precio corresponde a dos fines: al entrar en el mundo, dijiste que venías a ser víctima por todos.

            Antes de salir de él, era menester que cumplieras tu promesa. María es el medio de la tierra: está quebrantada y toda unida; está junto a la cruz para ofrecerte por todos, y te dice con Jacob: Hijo mío, lava tu túnica en el vino, y en la sangre de la vid tu manto.

            Señora, ¿me permites decirte lo que pienso? Es bueno lavar su vestimenta en el vino; Dios bien merece ser recompensado del daño que los hombres le causaron; pero que tu Hijo lave su manto en la sangre de la vid por ingratos. Ver morir al inocente. Si muriera por los elegidos que aprovecharían su sangre, podría tolerarse; pero por los que pisotearon bajo sus pies la sangre de la alianza.

            Virgen Madre, cuán buena eres al firmar esta muerte, estando en ella en persona. En ella salvaguarda el Padre su divinidad, que es impasible; saldando con ella su cuenta porque, en rigor de justicia, fue más que satisfecho por nuestras culpas. En ella nadie sino tu, Reina mía, paga en su Hijo lo que no debe. Me doy cuenta, Virgen santa, de tu caridad al querer salvar nuestra naturaleza y responder por ella; aun siendo criatura humana, pagas el rescate de la humanidad.

            Una Eva y un Adán la vendieron; una María y un Jesús la rescataron con el precio de la sangre que tiene méritos infinitos, en razón del soporte divino. Dicho mérito infinito hace inefable tu amor, que es más fuerte que la muerte. No me admira el que desees entregar a tu divino Hijo para redimir a los humanos: sabes muy bien que él capaz de combatir con la muerte, que saldrá vencedor cuando parezca vencido y dirá: Muerte, yo soy tu muerte. Infierno yo soy tu aguijón. Muerte, dónde está tu victoria. La muerte ha sido absorbida, Hijo mío, en [508] tu victoria; por eso estoy feliz y radiante al entregarte para liberar a la humanidad: Sus ojos son más hermosos que el vino y sus dientes más blancos que la leche.

            Despierta, bravo león que has dormido con los ojos abiertos; tus ojos son bellos como el vino. Al contemplarte, se embriaga uno de amor; y al besarte, encuentra en ti la dulzura de la leche. En ti está la visión y la fruición de la gloria. Virgen Santa, ¿en qué me he movido con tal rapidez de un extremo a otro? En ti, que eres mi carroza, la gloria de Israel y la alegría de tu pueblo, al que libraste de los enemigos que aguardaban su ruina. Dios mismo es tu gloria y alabanza; todo lo que no es puramente Dios está debajo de ti. El va donde tú lo llevas, sin informarse de tus intenciones, porque las conoce. Su Espíritu te lleva y, a tu vez, lo llevas y conduces, por haber descendido sobre ti mientras que la virtud del Altísimo te cubría con su sombra durante los nueve meses de tu embarazo.

            No temes el calor ni la lluvia, por estar protegida por el Altísimo; el espíritu de vida te conduce adonde él quiere, como una rueda animada y llameante. Sus almas están más conglutinadas que las de David y Jonatán, por estar abrasadas del fuego divino y por tener en ti al Verbo eterno y, por concomitancia, al Padre y al Espíritu Santo. Ellos son ruedas dentro de otras ruedas debido a su circumincesión; ruedas que siguen estando en ti, porque envuelves al oriente que el cielo de los cielos no ha podido abarcar, que es inseparable del Padre y del Espíritu Santo.

            Isabel tuvo razón al decirte: De dónde a mí la gracia de ser visitada por tu majestad. Salomón se admiró al ser visitado por una nube que sólo era figura tuya. Isabel recibe la visita de todo lo que es grande, a fin de engendrar un prodigio al que, mediante tu presencia, ensalzarás más alto que el cielo empíreo. Porque tu Hijo es el cielo supremo, y cuando acudiste a presenciar su nacimiento, tuvo, al nacer, la dicha de ser recibido entre tus manos y besado por tus labios sagrados que pronunciaron el Fiat glorioso mediante el cual Dios se hizo hombre en tu seno.

            El Hijo del Altísimo era el tuyo. Al estar Juan sobre tus rodillas, y ser besado por tu boca divinizada, mediante la cual el Verbo Encarnado respiraba y se alimentaba, Juan fue elevado a una dignidad singular. No se trataba de un Juan portador de Cristo, sino de una Cristófora y un Cristo que portaba a Juan; por ello el Salvador nos dirá más tarde. Entre los nacidos de mujer no hay otro mayor que Juan Bautista (Mt_11_11). [509] Este niño es grande delante de Jesús, nuestro Señor. La mano de Dios está con él; Dios lo lleva por María y en María; es un profeta y más que profeta entre todos los nacidos de mujer.

            De entre ellos ninguno ha sido más grande; así, con este honor, es enaltecido aquel a quien el Rey de reyes desea ennoblecer con su púrpura, porque María es la púrpura del Rey; María es su collar; María es su trono viviente, su carroza animada y deificada. En ella triunfa Juan en el momento de su nacimiento, llevando en su dedo el anillo del soberano en calidad de favorito suyo.

            El es la voz del Verbo. Quien lo escucha, escucha al Verbo. No se trata de una voz de bronce que resuena, sino de la voz del Verbo que es plenitud sustancial. El oficio de Juan es ser la voz del Verbo del Padre, Verbo que lleva en su integridad la Palabra de su poder. Por ser el esplendor de su gloria e impronta de su sustancia, confirma a Juan y lo confiesa con su voz plena de grandeza; voz que se eleva sobre todas las aguas, porque el mar María la lleva entre sus brazos, haciéndola reposar en su seno junto al Verbo Encarnado.

            Puede verse que es amigo del esposo porque descansa en su lecho virginal, apareciendo como el ángel fiel que preparará un pueblo perfecto. Este niño es más grande que los ángeles; es el ángel del Padre eterno, que debe mostrar con el dedo a su Hijo; es decir, por medio del Espíritu Santo, que es el dedo de su diestra, que mora en él desde el vientre de su madre. Este niño es consorte de la naturaleza divina y primo de la naturaleza humana de Jesucristo. Es hijo de Isabel, de la estirpe sacerdotal de Aarón: un vástago santo y real.

            Juan es grande en todo y por todo, porque el Altísimo, el omnipotente, lo porta y lo eleva por encima de todos los hombres. María estuvo presente en su nacimiento y fue movida por el Espíritu Santo a tomarlo en brazos para acercarlo al Verbo encerrado en sus entrañas.

            Que no nos extrañe ver a María al lado de Isabel dando a luz, porque engendra un astro que la gracia, no la naturaleza, envió a sus entrañas porque era estéril. No digo que Juan haya sido concebido como el Verbo Encarnado, porque esto corresponde a María con exclusividad a cualquier otra, sino que Juan recibe más su ser de la gracia que de la naturaleza, por lo admirable de su concepción.

            Como Isabel era estéril, la mano de Dios intervino. En María medio con su brazo, debido a que el soporte divino del Verbo eterno, [510] habiéndose revestido de nuestra naturaleza en el seno virginal, le brindaba su apoyo. Era imprescindible este brazo omnipotente para sostener una naturaleza sin un soporte apropiado; mas para hacer fecunda a una estéril, sólo hacía falta la mano. La industria divina todo lo puede a través de su palabra y por medio de su mano; es decir, con su dedo. Esta distinción no significa que en Dios haya brazo, mano, o dedo, como en el ser humano; estas distinciones nos ayudan más bien a conocer la diferencia de los admirables soportes que obran de común acuerdo al exterior; estos conceptos proporciona una idea conveniente a nuestros espíritus.

            En estos misterios, el apóstol dice que nos elevamos a las cosas invisibles por medio de las visibles: los sacramentos, por ejemplo, tienen signos visibles y misterios invisibles que radican en ellos. El nacimiento de Juan Bautista es un gran misterio. En él María es la maravilla, por llevar a Jesús, que santificó a este niño desde que entró en su casa, con el deseo de perfeccionar su obra. Juan Bautista es la obra del Verbo Encarnado, quien a su vez es obra del Espíritu Santo y de María mediante la sombra que proyectó el poder del Altísimo, cubriendo su esplendor mientras que el Espíritu Santo formaba un cuerpo para el divino Verbo en las entrañas virginales; sombra refrescante que provenía del brazo omnipotente, a fin de que María no se fundiera con su ardor.

            Fue un milagro de poder el crear una Madre Virgen, tomando su verdadera sustancia, y de ésta formar un cuerpo en un instante, infundiéndole un alma y apoyando el uno y la otra en un soporte divino por obra del poder de Dios. Qué conformidad entre la nada y el ser; entre la debilidad y la fuerza. Este pequeño compuesto es nuestro todo. Adorémosle como Verbo anonadado en el seno de María, que fue su medio ambiente en la tierra, porque vino a ella como salvación universal. Una joven es hecha Madre del Hijo del anciano de los días, que vivifica esta obra por su vía divina, que era y es siempre con él y en él como en su principio.

            Virgen santa, después de escuchar la palabra de esta Encarnación por medio del ángel, te llenaste de temor y casi te desvaneciste al ver su luz brillantísima. No me asombro ante ello; qué proporción entre tu delicadeza y su divino poder. Viene Dios de Temán, el Santo, del monte Parán (Ha_3_3). [511] Dios viene del mediodía para reclinarse y alimentarse en María.

            Este santo viene del monte que es el Dios que truena y asombra a los hebreos, dándoles como porción el temor y el espanto. María, que es su hija, pudo haber estado sin miedo al verle en su cuarto; pero por ser el ángel su intérprete y embajador, esto no podía ser, o al menos no debía ser debido a que los misterios divinos deben mostrar su grandeza en medio del temor y su bondad a través del amor, que lo echa fuera en cuanto llega el momento de su cumplimiento.

            Su majestad cubre los cielos, de su gloria está llena la tierra. Su fulgor es como la luz, rayos tiene que saltan de su mano (Ha_3_3s).Su fulgor es tan intenso, que es menester que el poder del Altísimo te de su sombra. El Padre que está en los cielos te cubre con su divina protección; pero tan gloriosamente, que la tierra de tu cuerpo se vio llena de su alabanza. Encierras en tus entrañas al que lleva en sí la plenitud de la divinidad morando dentro de un cuerpo, y permaneces Virgen. El es tu hijo verdadero y natural, cuyo fulgor se aviene a ti. El es el objeto y unción del Padre por encima de todo. Es él quien vierte sobre ti la sagrada unción, consagrándote de nuevo. Con ella eres Reina y se te hace de nuevo sacerdotisa divina. Eres templo sagrado y santo de los santos, al que sólo el sumo sacerdote puede entrar. Llevas al oráculo en tu seno y el pectoral que es la doctrina verdadera y esencial en la que todos los elegidos son espíritus. En medio de ellos se encuentra el precursor que debe llevar al Padre a todos los hijos que se convertirán por su predicación. Tu Hijo vino para darle su misión; guíalo para que la desempeñe con éxito. San Pablo dice que anunciará a los ángeles los misterios divinos. Enseña a este ángel encarnado, tomándolo en tus brazos. Si lo instruiste al estar en las entrañas de su Madre y allí pudo escucharte, con más razón ahora que está fuera de su prisión y sin mediación alguna. Dile al oído lo que dijiste a los de su madre, por cuyo medio te conoció su corazón.

            Cuéntale las maravillas del hijo que llevas, al que debe anunciar al mundo, diciendo a los grandes que se verán obligados a obedecer su voluntad, que los guiará hacia el camino de la eternidad durante su reinado, que será eterno. El levantará a los humildes, despojando y humillando a los soberbios; colmará a los hambrientos de sus bienes y dejará vacíos a los ricos, acogiendo en él a Israel, su hijo querido, alegrándose por la misericordia que prometió a Abraham y a toda su descendencia.

            Oh Virgen, qué bellas son tus palabras. El pequeñuelo está [512] extasiado. Dichoso niño que es instruido por la Madre del Verbo, que se presenta transfigurada en él. Cómo hubieras deseado que se quedara siempre contigo; pero la providencia divina y su humildad van a arrebatártela: quizá la habrías señalado con el dedo a todos los asistentes el día de tu circuncisión, para que la conocieran como Madre del soberano Rey; pero esto no estaba dispuesto para esa ocasión. María siguió al Espíritu Santo, que la guió. No. María fue trasladada por él, llevando a Jesús en su seno.

            María, retírate, los tres meses señalados se han cumplido. Después de tres días, tu Hijo el Salvador saldrá del sepulcro, porque las obras de Dios son perfectas. No debemos pensar que la Virgen fue retornada antes del parto del pequeño prisionero; no fue así. Virgen santa, estuviste allí hasta su nacimiento, que fue preciosísimo delante de Dios y de las personas que estaban allí reunidas.

            Juan fue pronto en salir, por ser ya casi libre. Si hemos de creer a algunos santos, como san Edmundo, no podemos negar la integridad al precursor del Verbo, quien debía recostarse sobre el seno virginal en el que reposaba el candor de la luz eterna. Lo contrario hubiera sido indebido, y algo que el Espíritu Santo no habría permitido en presencia de su esposa y Madre del Verbo. Gloria y majestad están ante él, poder y fulgor en su santuario. Te has vestido de esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto. Gran gloria le da tu salvación, le circundas de esplendor y majestad; bendiciones haces de él por siempre, le llenas de alegría delante de tu rostro (Sal_95_6); (Sal_21_6).

            Juan Bautista fue embellecido por la presencia del más hermoso de los hijos de los hombres, que era y es la fuente adorable de belleza y bondad. María, que es toda hermosa y toda pura, es el cuello del Verbo Encarnado y la torre de marfil en la que Dios congregó la pureza de los ángeles y de los hombres; torre que está colmada de la verdadera provisión para nutrir a sus ejércitos.

            Juan Bautista debía no sólo nutrir y embellecer, sino armar para sitiar los cielos, que sufrían violencia desde el día de su santificación. Los ángeles, al ver en las entrañas de Isabel al que era el ángel del Señor por excelencia, se decían unos a otros: ¿Qué debemos pensar de las grandezas de este niño, que va sostenido por la mano del Fuerte por excelencia y adornado de sus gracias, al verlo entre los brazos de María, nuestra Señora? Es un Hijo adoptivo de esta bella Noemí, más que de su propia Madre, Isabel. El es la voz del Verbo Encarnado. Isaac se sorprendió tocando a Jacob, pero no de oír su voz. Nosotros vemos a Jesús cubierto de la naturaleza humana, pero su voz nos declara que es la voz del Verbo. Si el viene a asediarnos con su canon, nosotros no podremos aguantar su asedio. El merece estar sobre todos nuestros coros angélicos, por haber sido ensalzado por encima de todos los hombres en la tierra. La santidad que Jesús y María le confirieron lo levanta por encima de nosotros.

            Es el amigo de la esposa, revestido con la túnica nupcial. Es el hermoso por participación, que va a anunciar la hermosura del que es bello por esencia. Es el amigo del Rey por la pureza del espíritu y del cuerpo. Como es puro de corazón, pudo ver a Dios oculto; por ser puro de cuerpo, vio y fue recibido de María, su Madre, a la que el divino niño no permitió ver la corrupción, sino la santificación hasta en las entrañas de la tierra en la que vivía san Juan, que fue lavado en este vaso materno por medio de la fuente de sabiduría que estaba en María, sin dejar el seno del Altísimo.

            Sus entradas son entradas eternas a causa de los gozos que le dio san Juan, mismas que los ángeles y los hombres no pueden conocer sin concesión especial del Verbo divino. Como Juan fue colmado del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, fue, por tanto, purificado de todo, experimentando la profecía de Ezequiel al ser santificado: Os rociaré con agua pura e infundiré en vosotros un espíritu nuevo. (Ez_36_25s). Juan Bautista vino a consumar la ley y los profetas y a proclamar el Evangelio de gracia y santidad, porque anunció a Jesucristo Dios y Hombre. Poseyó no sólo un espíritu nuevo, si-no un cuerpo nuevo que era conforme al querer divino. Jesús y María le comunicaron esta gracia, y fue santo con esos santos.

            María, con toda razón, estuvo presente cuando dicho astro, como una estrella, acudió a recibir tanto sus órdenes como las del sol, porque la luna preside las estrellas. Donde manda Jesús, María tiene autoridad, sobre todo en la santificación de los ministros de la Encarnación, en la que Dios no quiso obrar sin su consentimiento ni conceder gracia alguna sino por mediación de esta Madre del amor hermoso, en el que Juan fue admitido por una admirable filiación.

            Vive y muere como naciste, oh gran Bautista, y ruega por aquella que desea revivir en el seno del divino amor.

Capítulo 76 - El nombre de Magdalena fue digno de alabanza por haber tenido la generosidad de elevarse magnánimamente sobre el occidente de sus caídas, llegando por ello a ser un sol oriente que ascendió hasta el mediodía de la transformación en Dios. Julio de 1637, día de santa María Magdalena.

            [515] El profeta evangélico, al asegurar que Dios ama su gloria con el mismo amor con que ama su esencia indivisible, enunció esta verdad inmutable: Yo soy el Señor, ése es mi nombre, mi gloria a otro no cedo (Is_42_8).

            Oh, Dios. ¿Qué podré decir sin desmentir al profeta? Magdalena la arrebató con las armas del amor, del que es un prodigio y milagro que arrebata a los hombres, a los ángeles y aún al mismo Dios, que se convierte en su admirador. Siendo su vencedor, es vencido a su vez, engrandeciendo con ello su triunfo, porque ensalza la gloria de su victoriosa enamorada, confesando que la consiguió en buena lid por haberlo elegido entre millares; es decir, entre todos los suyos, sea del cielo, sea de la tierra, disparando su flecha en público y recibiendo la suya en privado. Aquel cuyo brazo es poderoso, fue débil de corazón.

            Magdalena conocía bien el punto débil del muslo, que no pudo resistir el contragolpe de su amor, a fin de que ella pudiese obtener la alabanza que hasta entonces nadie había podido alcanzar salvo el Verbo Encarnado: El que asciende sobre el ocaso y cuyo nombre es glorioso. Porque quiso tomar nuestra naturaleza caída por el pecado, cayó por todos los hombres sin verse abatido por ella; al tomar nuestra obligación, no tomó nuestra corrupción; al aceptar nuestra bajeza, nada perdió de su grandeza; siendo semejante a la carne del pecado, conservó [516] la verdadera santidad del cuerpo y del alma, que al ser privados del soporte humano, fueron felizmente apoyados por lo divino. Por ello dice el real cantor: Que asciende sobre el ocaso y cuyo nombre es glorioso (Sal_67_5). El que solo hace maravillas, el Santo de los santos, es quien pregunta: ¿A quién me comparan ustedes? Antes de Magdalena, no podía yo encontrar tu maravilla divina sino en tu Padre, que es tu origen; y la humana sólo en María, tu Madre admirable. Por ello exclamé: Ah, si fueras tú un hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre. Podría besarte, al encontrarte afuera, sin que me despreciaran. Te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre, y tú me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granados (Ct_8_1s). Con tales ansias deseaba penetrar en la esencia inefable para contemplarte en la plenitud de tu felicidad divina en el entendimiento que te engendra y en el seno que te conserva y te nutre, para adorarte y besarte sin temor a ser despreciada por los espíritus amables que desean ver la reparación total de las ruinas que los rebeldes dejaron en el empíreo. Allí, a la luz de la gloria, me enseñarías a amarte con un amor perfectísimo adornado por una triple corona de naturaleza, de gracia y de gloria. Dándome cuenta de que podía llegar a la temeridad al revestirme de tanta osadía, me disculpé ante ti diciendo: permíteme que entre en la cámara virginal y que yo te contemple. Elevada a los pechos benditos de tu Madre, puesto que tú eres mi hermano, tengo el derecho de nombrarla también mi Madre, ahí seré enseñada por tu [517] benignidad, cómo te debo dar el mosto de mis granadas. Todas mis afecciones me llevarán a besarte sin temor de ser despreciada. Si besándote, desfallezco de amorosa debilidad, Tú tienes suficiente fuerza para poner tu mano izquierda sobre mi cabeza para estrecharme con tu diestra; Pareciendo enfermo, eres fuerte, si te muestras pobre, es para enriquecerme. Yo confieso, Amor, que a veces tu bondad me ha concedido repetidamente estas gracias, pero mis imperfecciones te obligan a privarme de ellas con la misma prontitud, diciéndome: como vives en el amor propio, no puedes ver ni gozar de mi amor divino. Mi Madre es en verdad la Madre de la misericordia; yo, empero, soy el juez de los justos que ilumina con luces ardientes destinadas a desoxidar el hierro y purificar el oro hasta llegar a los 24 quilates. Primero lo someto al crisol de la mortificación y después lo acepto. El tiempo no es para gozar; es necesario padecer. Cuando te despojes de todo lo que no es Dios, podrás ver a Dios; hasta que hayas sufrido mi prueba, si eres fiel, serás admitida al lado de mi santa Madre, y entonces te enseñaremos, por medio de nuestras acciones, cómo deben ser las tuyas. Divino Amor mío. Santa Madre mía. Cuánta distancia veo entre ustedes y yo. Si la misericordia no fuera mi puerta a cada instante de mi vida, aun cuando fuera de mil años: todos ellos serían incapaces de conducirme al menos a las afueras del empíreo. Si camino como una tortuga llevando un pesado caparazón, terminaré por caer en el abismo de confusión en lugar de subir a la gloria de vuestro gozo. Ante la imposibilidad de entrar por ahora en la morada divina y virginal, se presenta ante mí un camino de penitente que conduce hasta tus pies, donde encuentra su palacio de gracia y de salvación; su reposo admirable y la gracia que la eleva a mayor altura que la profundidad a que el pecado la redujo. [518] Todo esto en un momento, que fue el del conocimiento de tu bondad, dándole a tal grado la posesión de tu bondad, que tengo motivo para hablar de ella: el nombre de Magdalena, que se levanta sobre sus caídas, es admirablemente loable y divinamente alabado, porque el Verbo es su valedor. No pudiendo sufrir los pensamientos contrarios al sentimiento que tiene hacia la santidad de Magdalena, interroga al fariseo con la niña de su ojo, sobrepasándolo con la elocuencia de su corazón, donde el amor está en su trono. David dijo: Haz conmigo un signo de bondad: que los que me odian vean, avergonzados, que tú, Señor, me ayudas y consuelas. (Sal_86_17). En dicho trono, el amor dice maravillas a favor de su amada. El Verbo es loable en su amada y se complace en alabarla por sí mismo. El Padre es alabado por el Verbo, que afirma que quien lo ve, ve a su Padre; por ser una misma esencia, tienen una voluntad verdaderamente única, que es su bien y su beso amoroso, que constituye una tercera persona, siendo, en suma, un Dios simplísimo sin composición o añadidura alguna, que se ama y es suficiente a sí mismo.

            Sin embargo este Dios, sin tener necesidad de sus criaturas, las invita a ir a él para unirse a ellas y hacerlas una misma cosa con él, deseando que su amada se convierta en un solo ser y pueda gozar de la claridad que el Hijo tenía con el Padre antes de que el mundo fuera, estando donde él está: en el seno del Padre. Para elevarnos hasta él, desciende a nosotros. Su reino se establece primeramente en nosotros, y después entramos en él.

            Su reino se estableció en Magdalena en el momento en que ella lo vio, y se alegró en él. Estando en medio de las tinieblas, vio la verdadera luz; estando en la vanidad y en la nada del pecado, vacía de buenas obras, el que la predestinó para ser conforme a la imagen de su Hijo, que es el principio por el que creó todas las cosas: En el principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz (Gn_1_1s).

            [519] Miró a Magdalena a través de su Verbo, en el que la eligió, y el amor del Espíritu Santo se movió con divina impetuosidad hacia ella, impeliéndola a los pies del Salvador, deshecha en lágrimas de amor en un acto del soplo del mismo Espíritu: Envía su palabra y hace derretirse, sopla su viento y corren las aguas. El revela a Jacob su palabra, sus preceptos y sus juicios a Israel: no hizo tal con ninguna nación, ni una sola sus juicios conoció (Sal_147_18s).

            Es verdad que Dios no concede estos favores a todas las almas, debido a que no corresponden a sus inspiraciones como Magdalena, que es digna de alabanza por ascender hacia Dios en el momento en que estaba caída en sí misma, yaciendo en la confusión de las tinieblas que cubrían su rostro, que era un abismo para ella y para muchos, que se perdían en sus aguas que eran simas de las que sólo era posible salir con el poder del Espíritu divino, que, por amor, la transformó en un diluvio de gracia.

            Cubriéndola para preservarla de sí misma y de todas las criaturas, la condujo al Verbo, que dijo: Hágase la luz, y hubo luz. Al ver esta luz, proclamó que era buena y, apartando el pecado, dejó la gracia. Fue la separación de la luz de las tinieblas, llamando a la vida pecadora de Magdalena NOCHE y a su vida penitente DIA o LUZ, que dijo ser buena, por proceder de él, que es bueno.

            Pero lo más admirable fue que dijo: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las separe unas de otras (Gn_1_6). En medio de las aguas del amor y del dolor, creó un firmamento, [520] dividiendo la parte inferior de la superior, estableciendo el orden, preceptuando la caridad e implantando en su corazón el estandarte del amor, amor que gobernaría a Magdalena según la voluntad de su Amado que, siendo vencedor, estaba vencido, para ensalzar el triunfo de la enamorada, que era como suyo; asegurando que sus conquistas no tienen par, por ser Magdalena la incomparable, y él, el insuperable: el más bello de todos los hijos de los hombres. La gracia está derramada en sus labios y por ello su Padre lo bendice eternamente, ungiéndolo por encima de todos sus compañeros. Magdalena es la hija de Jerusalén que es bella por excelencia y cuyas manos destilan mirra; por cuyas vestiduras desciende el áloe; ella es la bienvenida a su corazón divino, que es su trono de gloria sembrado de zafiros.

            Magdalena, hete allí gloriosa en el Verbo Encarnado. David tuvo razón al decir que el nombre del Verbo Encarnado es admirable por estar por encima de nuestras caídas. No creo equivocarme al elogiar de este modo a Magdalena, por no ir en contra de la verdad divinamente pronunciada por los labios purificados por el carbón seráfico. La gloria de Magdalena es la gloria del Verbo Encarnado, porque el amor transforma a los que se aman, uniéndolos para que sean un mismo corazón.

            El que ama está más en la persona amada, en una amorosa circumincesión de la atención afectuosa. Magdalena piensa en el Verbo Encarnado al besar sus divinos pies, y el Verbo piensa en Magdalena al considerarla; pero como él es capaz de prestar atención y de estar presente en todo, sea en el cielo, sea en la tierra, penetra en la mente del fariseo para cambiar sus pensamientos a favor de Magdalena, que es la niña de su ojo. Lo que la toque, lo hiere en lo más vivo, de modo que toma su causa y aboga por ella. Toma partido y convierte a Simón en juez de lo que éste ignoraba.

            Expón tus razones, no litigues como un hombre cualquiera; habla en calidad de Verbo Encarnado, en quien la forma iguala la ciencia y cuya soberana verdad lo trasciende todo. Simón juzga a favor de la que [521] acusó de pecado y a ti de ignorancia, lo cual te mueve a decir que él mismo se condena al confesarte por justicia deudor de los dos, por haber conferido tu derecho a tu amada. Cuán afortunada es Magdalena por haber nacido en la plenitud de los tiempos para ser, por obra del Altísimo, un vaso admirable que recibe en sí las irradiaciones divinas.

            Dije que fue un firmamento en medio de las aguas, después que el Verbo separó las aguas superiores de las inferiores, y afirmo que ella es el firmamento maravilloso del que habla el Eclesiástico: Orgullo de las alturas, firmamento de pureza, tal la vista del cielo en su espectáculo de gloria. El sol apareciendo proclama a su salida. Qué admirable la obra del Altísimo. En su mediodía reseca la tierra, ante su ardor, ¿Quién puede resistir? Se atiza el horno para obras de forja; tres veces más el sol que abrasa las montañas, vapores ardientes despide, ciega los ojos con el brillo de sus rayos. Grande es el Señor que lo hizo, y a cuyo mandato emprende su rápida carrera (Si_43_1s). Que atrae al Verbo Encarnado, admirado ante la excelencia de su amor, que se equipara con el de los serafines, que poseen la visión de la gloria. Como ella optó por contemplar al Verbo divino, el Verbo no le fue arrebatado, por ser inseparable de ella. Su alma estaba más en él, a quien ella amaba, que en su cuerpo, al que animaba.

            Magdalena buscó el cuerpo de su Maestro movida por la fuerza de su divino amor, que la impulsaba a menear o despertar a ese león que dormía con los ojos abiertos, debido a que buscaba su presa en las regiones inferiores de la tierra, retirando de ellas a los bravos Macabeos que tan dignamente combatieron por el templo y por sus hermanos. El vencedor saqueaba las mansiones tenebrosas para llevarse el botín de las dos leyes, sin olvidar al precursor de la tercera y de José, el hijo que crecía, al que había dado la parte que ganó con su flecha y su arco: la Virgen incomparable, que era la esposa de José y Madre del león vencedor de la tribu de Judá, raíz de David   [522] El bramido de su trueno insulta a la tierra, a su voluntad sopla el huracán del norte y los ciclones (Si_43_17). La voz de Magdalena fue un trueno provocado por el amor y por la muerte; amor que es cálido, muerte que es fría. La tierra fue golpeada por las tempestades de Aquilón, es decir, de los espíritus helados que carecen de amor hacia su creador, al que aborrecen obstinadamente.

            Magdalena no temió las alarmas; se sentía tan poderosamente urgida a cambiar y encontrar al que tanto deseaba, que no pudo El permanecer en los limbos ni en el sepulcro más de cuarenta horas: un día completo y parte de otros dos. Al ver a Magdalena en su propia vida, que es él mismo, el amor salió vencedor. Resucitado y victorioso, vio a Jesús salir de los infiernos; y mereció el gozo primero la que le amaba sobre todo lo creado.

            [523] El amor de Magdalena era más fuerte que la muerte y la obligaba a dar su vida: La muerte y la vida lucharon un duelo admirable; el Señor de la vida reina vivo después de muerto. Dinos, María, ¿Qué has visto en el camino? Vi el sepulcro de Cristo vivo y la gloria del resucitado. Lo vi lleno de gracia antes de su muerte. Lo veo lleno de gloria y de verdad en su resurrección. El es mi sublime firmamento, la gloria de los cielos, el esplendor de la gloria del Padre, la impronta de su sustancia, el espejo sin mancha de la majestad divina; es mi sol que surge de las tinieblas para iluminarme y colmarme de alegría. Estoy configurada con él, y por él soy transformada en claridad: Vaso admirable, obra excelsa. De vaso ultrajado, en vaso de gloria transformado.

            Por sus llagas he sido curada; por su muerte poseo la vida; su esplendor es mi luz, que camina ante mí hasta el mediodía de mi felicidad, para consumar todo lo terreno: En su mediodía reseca la tierra, ante su ardor, ¿Quién puede resistir? Se atiza el horno para obras de forja. Es necesario que él me retire a los desiertos o al empíreo para que pueda soportar sus llamas; es menester que conserve mi ser natural a través de un continuo milagro. El horno que arde en mi corazón obra suya admirable, produciéndola y apoyándola por un milagro de amor. Las tres divinas hipóstasis de la augusta Trinidad inflaman las tres potencias de mi alma, despegándolas de todo lo creado cual montes elevados por encima de las nubes: tres veces más el sol que abrasa las montañas (Si_43_4).

            Este divino sol, con sus brillantes rayos, hace que pierda de vista a las criaturas, para que sólo lo mire a él, haciendo además otra maravilla al cubrirme en la penumbra de su grandísima claridad, que me ofusca felizmente: no teniendo ya vista en mí, sólo veo en él y por él: vapores ardientes despide, ciega los ojos con el brillo de sus rayos. Qué afortunada soy en medio de estas llamas, que me convierten, por participación, en fénix del que es fénix por esencia, cuyas mismas llamas me sirven de refrigerio. Después de contemplar el sol, nada deseo ver fuera de él. Como es tan singular para mí, deseo ser única para él, no pudiendo volver mis ojos para contemplar cualquier otro objeto.

            El me envía sus ardientes rayos, y a cambio, le devuelvo mis suspiros inflamados. Si cierro los ojos, es para abrir el corazón porque el amor experimenta más gozo al abrasar su objeto, [524] que al contemplarlo, porque todo en él tiende a la unión y a la transformación. Yo soy el vaso admirable en el que Dios, que lo hizo, desea derramarse profusamente, a fin de colmarlo con su bondad: Grande es el Señor que lo hizo, y a cuyo mandato emprende su rápida carrera.

            La grandeza de Jesucristo se manifiesta en la santificación de las almas; al convertir una gran pecadora como Magdalena en una santa eminente, su grandeza se muestra magnífica y munífica; Magdalena es una muestra de sus maravillas, un prodigio sobre la tierra y una maravilla en los cielos, que la admiraban cuando se elevaba en pensamientos sublimes. Los ángeles se abajaban para sostener su cuerpo, cuya gloria deseaban por haber servido al Verbo Encarnado, no sólo de escabel de sus pies, sino de carro triunfal en el día de su victoria, cuando con su muerte dio muerte a la nuestra.

            Mientras él dormía en el sepulcro, y su alma santísima se ocultaba en los limbos, Magdalena velaba y comparecía en presencia de sus enemigos, animando a sus amigos. Al levantarse el sol del amor, acudió al sepulcro antes que surgiera el sol ordinario; aun permanecían las tinieblas cuando ella caminaba a la cabeza de hombres y mujeres, como la más valiente. Magdalena fue un sol que avanzó en una carrera admirable: desde el Oriente de la divinidad, llegó hasta el Occidente de la sagrada humanidad: Grande es el Señor que lo hizo, y a cuyo mandato emprende su rápida carrera (Si_43_5).

            Ya dije que Magdalena fue un milagro de amor; por ello no puede dudarse que sea un evangelio, debido a que todas sus palabras y acciones son prodigios evangélicos del amor divino, que no desea ser proclamado en los cuatro extremos del mundo sin llevar en él la memoria de las obras de su amada, de la que no quiso desligarse. El amor los hace [525] inseparables, por tratarse de un reino que jamás podrá ser dividido sin ser destruido.

            Jesús es Rey de Magdalena, y Magdalena es Reina de Jesús; reino que no es de este mundo porque el Rey viene del cielo y la Reina sube a él. En esta bendita unión, la misericordia y la verdad se encontraron. Magdalena es la maravilla de la misericordia de la divina bondad y el Verbo Encarnado es la forma sustancial de la verdad eterna.

            Ella su corona inmortal, porque Magdalena coronó con las trenzas de su cabeza los pies de su amor, y su amor la corona con los resplandores de su rostro, que son saetas pacíficamente relanzadas a su origen: Un ejército hay en las alturas, el cual brilla gloriosamente en el firmamento del cielo (Si_43_9). Se trata del combate de amor que se lleva a cabo por el Señor de los ejércitos y por la Sulamita, que dirige un ejército admirablemente puesto en orden de batalla, por ser semejante al coro musical donde el Espíritu Santo da los agudos; el Padre, los bajos; el Hijo es barítono y su humanidad, contralto.

            Todos los santos integran el auditorio que rodea el domo resplandeciente del eterno amor. Pero, ¿Qué digo? No pueden rodear su inmensidad pero están dichosamente abismados en su gloria inefable, extasiados en una divina admiración. El reposa en el centro de la felicidad, cuya circunferencia no se encuentra en lugar alguno y todos [526] exclaman: Terrible es el Señor y grande sobremanera, y su poder es admirable. Glorificad al Señor cuanto más pudiereis, que todavía quedará El superior; siendo como es prodigiosa su magnificencia. Bendecid al Señor, ensalzadle cuanto podáis; porque superior es a toda alabanza (Si_43_31s).

            Ah, cuán admirablemente grande es el Señor de la gloria; cuán inefable es su poder. Alábenlo con todas sus fuerzas, ofrezcan sus alabanzas en continuas y sublimes elevaciones; él estará infinitamente más elevado en la maravilla de su grandeza. Bendigan a esta deidad suprema con toda la capacidad que les de; conozcan y confiesen que es divinamente loable; que sólo ella puede alabarse dignamente. Obren con humildad como los serafines y canten el trisagio de gloria.

            Alégrense todos ustedes que son santos, en los lechos de su reposo, perdiéndose en tanta felicidad junto con la amada gloriosa, a la que he perdido de vista en los esplendores de su gloria.

            Adiós, santa mía, recuerda a tu sierva en el seno de nuestro Amor, que te apacienta y te hace reposar en el mediodía de su ferviente y ardentísimo amor, en el que las potencias de tu alma son augustamente ensalzadas y eminentemente iluminadas por la divina luz.

            Ya contemplas la luz; has entrado ya en el gozo de tu Señor, que te recompensa los sufrimientos que padeciste cuando él se encontraba en las angustias de su muerte. Tus lágrimas son transformadas en perlas gloriosas que te adornarán por toda la eternidad.

            Bebe a grandes tragos en el torrente de sus divinas delicias; embriágate de deleites en la mansión de la gloria. El que bebió en el camino del torrente de la amargura, ha levantado tu cabeza, que es su amor. No volverá a morir; la muerte no volverá a ocultártelo. El es tu visión gloriosa y tu deleite amoroso por toda la eternidad. Así sea.

Capítulo 77 - Admirables luces que Dios me comunicó, inflamándome por medio de sus espíritus de fuego. Las tres divinas personas tienen sus complacencias en la Virgen Madre, en quien depositaron su poder, sabiduría y bondad. 1° de agosto de 1637.

            [527] ¿Cómo podría yo hablar de lo que escuché y conocí después de tres horas de admiración? ¿Cómo describir las maravillas y esplendor de la gloria del Padre? Tus rayos son más apropiados para expresar la claridad que te dignaste infundir en mí esta noche que fue luz en mis delicias, que esta tinta negra; pero no me es posible expresarme por otro medio.

            La necesidad, al igual que el amor, no tiene ley cuando es extrema, a no ser que su desorden se convierta en orden inexplicable. ¿Quién podría nombrar su generación sin conocer sus designios? El hiere para curar; combate para salvar; humilla para levantar; destruye para edificar; mata para vivificar y separa el alma del espíritu para divinizarla, uniéndola a su principio, que es su fin. Todo coopera en bien de los que le aman; aun las imperfecciones, que transforma en gracias a través de su generosa bondad; bondad que me envió una multitud de espíritus de luz para animarme y despertar, con la llama de sus ojos luminosos, la flama que me abrió el corazón y los ojos para contemplar a su autor y el esplendor del esposo que acudía a las bodas.

            [528] Pero antes de hablar de lo que me parece inefable, adoro a la Augustísima Trinidad, al Padre en el Hijo, al Hijo en el Padre y al Espíritu Santo en los dos, así como ellos están en él. Adoro, pues, la unidad de la esencia y la trinidad de las personas sin confundir sus propiedades. Adoro su igualdad sustancial, adoro el centro eterno que está en todas partes, y cuya circunferencia no se encuentra en lugar alguno.

            María tiene por principio al Padre, por camino al Hijo y por término al Espíritu Santo, lo cual la avecina tanto a la divinidad, que digo con el gran san Dionisio que, sin la fe admirable que me dice que sólo hay un verdadero Dios, que creó a la Virgen en su eternidad, la adoraría como una segunda divinidad, porque veo en ella, como a través de un cristal purísimo, la imagen de la hija de Dios y el trono de su Majestad, en el que el Anciano de los días se sentó desde el principio de sus designios, poseyéndola como su gloriosa heredad y obra maestra de su poder, no pudiendo reservarle dignidad más eminente que la de Madre de su Verbo, por cuyo medio expresa todo lo que procede de su perfecta fecundidad, manifestando su inmensa claridad a los ángeles y a la humanidad.

            [529] Verbo que es el esplendor de la gloria del Padre; Verbo Encarnado que es además el esplendor de la gloria materna, recibiendo desde la eternidad su ser divino en forma virginal. El nos reveló la pureza del seno materno al nacer de María en el tiempo, manifestándonos su virginal pureza, a la que engrandeció por su magnificencia, que quiso tomar la naturaleza humana en su Madre como un rayo de su claridad, para dejar en ella una participación de su luz increada. Todo ello sucedió de manera tan singular, que ni el ángel ni el ser humano pueden comprender, pero sí adorar en María. Cuando el Padre introdujo a su primogénito en el seno virginal, se dice que por segunda vez ordenó a sus ángeles que le adoraran. La primera introducción se dio en el decreto eterno, cuando los ángeles aún no existían. Se dio, digo, en la mente divina que no tiene principio.

            Sin embargo, como es necesario hablar de una hija, me refiero a un primer instante, en que la deidad la admiró complacida. El Padre la coronó de firmeza, representada por las estrellas, engendrándola en él como una hija coronada de su poder. El Hijo la revistió de luz, por ser su sol; el Espíritu Santo la calzó del influjo divino que termina al exterior las abundantes emanaciones del divino amor, de la misma forma en que da fin a las emanaciones interiores, por ser el término inmenso y amoroso del Padre y del Hijo.

            La belleza de esta esposa apremió, por así decir, a las criaturas angélicas y humanas a reverenciar, servir y amar a la augusta María, adornando con ella a los ángeles designados a ser ministros que servirían, asistirían y admirarían a la Reina de la gloria, que era el verdadero trono de Dios, de quien procede el río de amor que alegra toda la ciudad santa.

            [530] El Dios tres veces santo santificó este tabernáculo que levantó, no el hombre, sino el Espíritu Santo, movido por una divina inclinación sobre sus aguas, que eran y son un mar en el que deseaba que naciera en el tiempo el Verbo que nace eternamente del divino Padre. Fue él quien manifestó a los ciudadanos del cielo los fulgores indescriptibles de aquella que sería el terror de los demonios rebeldes a Dios. La complacencia de Dios ante la fiel obediencia que los ángeles rindieron a María, es indecible. Me pareció ver una jerarquía admirable, en la que Dios deseaba asentar su trono, honrándolos con una nueva dignidad mediante los oficios que debían rendir a esa infanta, a esa regente, esa Reina. Constituyó a unos asistentes y a otros, administradores.

            Todos los espíritus celestiales aguardaron esa aurora que debía manifestarles las nuevas claridades de su divino sol, esperando contemplar el templo de gloria en el que Dios mismo oficiaría y presentaría los sacrificios de alabanza; en el que el príncipe debía, en calidad de señor, entrar solo sin causar abertura, dejando cerrada esta puerta del cielo. Al penetrar en María y al nacer de ella, conservaría siempre su condición de Virgen de Dios, porque la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra.

            El Espíritu Santo descendió a ella con plenitud y el Verbo se revistió en ella de las vestiduras sagradas que guardaba este templo divino. El cordero pidió por la humanidad entera. El era el Hijo divino y humano, que complacía a la divinidad con sus eminencias divinas y la humanidad de sus sufrimientos abismales. Todos los Danieles se extasiaron al [531] ver posarse en María el trono de la adorable Trinidad, mirando en él a la divinidad siempre antigua y siempre nueva, toda vestida de luz. Como los deseos divinos parecían haberse retrasado, Dios se manifestaba como un anciano en sus afectuosos pensamientos: Y un Anciano se sentó. Su vestidura, blanca como la nieve; los cabellos de su cabeza, puros como la lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente (Dn_7_9).

            El Verbo se hizo carne a fin de tener necesidad de María, sabiendo que ella lo concebiría, lo llevaría en su seno, lo daría a luz, lo alimentaría, le enseñaría a hablar, a caminar, a compadecerse de nuestras debilidades y le buscaría esposas. En fin, que daría a su Padre un Hijo servidor, en el que éste se glorificaría más que en todas las cosas del cielo y de la tierra; Hijo que sería criatura y Creador; Hijo que pacificaría el cielo y la tierra; [532] Hijo que le sometería todo al sujetarse a su Madre, que sería su Señora en el tiempo y en la eternidad. Aquel que la llama Completa a la trinidad, la alaba dignamente. La contemplo no sólo como la deseada de todos los pueblos, sino como la deseada de las tres divinas personas, si me es permitido expresar con estos términos el amor eterno con que debieron dar la existencia a María, que constituye, externamente, la culminación de sus delicias. El Padre ve en ella su poderosa generación; el Hijo, su sabia filiación; el Espíritu Santo, su ardiente amor y reposo amoroso. Por mediación de la Virgen, el Espíritu une nuestra humanidad a la divinidad, a través del soporte del Verbo divino que se hizo hombre en ella, haciéndonos participes de la naturaleza divina en el momento de la Encarnación.

            El Espíritu Santo se regocija a causa de María, al formar de su sustancia virginal un cuerpo bellísimo y perfectísimo: el del Hijo único del Padre, que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais participes de la naturaleza divina (2Pe_1_3).

            Qué alegría para los ángeles fieles contemplar un Hombre-Dios que venía a reparar las ruinas ocasionadas por los que apostataron. Qué abundancia de gozo espiritual al ver las delicias que el Espíritu Santo encontraba en la fecundidad de María, obrando en ella después de permanecer toda una eternidad sin producir nada en la Trinidad porque en él termina todo, ya que es el fin de todas las operaciones internas! [533] El Espíritu Santo enviado desde el cielo, al que los ángeles ansían contemplar (1Pe_1_12), experimentó un divino contento al mirar al Verbo Encarnado. A su vez, los ángeles adoraron y admiraron la divina Encarnación en María, que se llevó a cabo sin detrimento de su integridad virginal, reconociéndola como Madre del Salvador.

Capítulo 78 - Grandezas de la Virgen. Fui invitada a las bodas del Cordero. 2 de agosto de 1637.

            [535] Durante la noche de este día, fui elevada por espacio de tres horas en una sublime contemplación de las grandezas de la Virgen, cuya gloria me dieron a conocer los ángeles.

            Fui invitada a las bodas de esta esposa del cordero. Miles de ángeles rodeaban el trono del Señor; ángeles que fueron profetas de María, por haberla conocido a través de la revelación que tuvieron antes de la creación de la humanidad. Los fulgores y relámpagos que los llenaban de luz, sirvieron de sombra a María en esta ocasión.

            Durante estos conocimientos, recibí favores inestimables, después de lo cual se me convidó a las bodas del Cordero.

            La adorabilísima Trinidad me dio a entender que yo pertenecía a las tres divinas personas, que ocupaban mi corazón y mi alma, cuya presencia sentía de manera inefable, acompañada de una [536] legión de ángeles que asistían a la adorable Trinidad, que me hizo un augusto presente: un triple cordón que no podía romperse, que era Dios, la Virgen Madre y la creación, todo lo cual me ligaba al Dios trino y uno.

            Comprendí que, por haber desafiado a todas las criaturas y combatido valerosamente durante una larga oración, un afecto que me hacía tener alejarme al menos un poco de Dios, la resistencia que la gracia opuso en mí complació al Dios de bondad, lo cual me demostraba por medio de sus luces, dándome a conocer que era yo un ejemplar de las bondades que obra en las almas. Añadió que yo era su elegida, que se complacía en asentar su trono en mí y que le encantaba ver su gracia en mi alma. Ya escribí en otra parte, con más amplitud, los conocimientos que recibí acerca de las grandezas de la Virgen.

Capítulo 79 - Excelencias del corazón de la Madre de Dios. 18 de agosto de 1637.

            [537] El secretario de las divinas y adorables maravillas: el águila real y evangélica, después de fijar sus ojos en la fuente de origen de la divinidad, y contemplar claramente el nacimiento inefable del Verbo eterno e increado, retornó a la tierra diciendo: Y el Verbo se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn_1_14). Con ello quiso decirnos que el espectáculo eterno que admiró en el seno del Padre es el mismo que adora en la plenitud de los tiempos en el seno de María, lleno de gracia y de verdad.

            María es la hija incomparable del gran Caleb, admirable-mente adornada y prometida al que derrotara a Quiryat Séfer (Jos_15_16) en la que se encuentra la fuente del agua superior e inferior. Su corazón está lleno de gracia y de verdad; en él contemplamos la gloria del único Hijo del amor superior e inferior, eterno y temporal: la gloria del Hombre-Dios.

            Ella es la mujer fuerte que la divinidad encontró en los designios de su infinito amor, cuyo único principio es la eternidad y su término la infinitud, que son sus confines. Es necesario el mismo Verbo, para hablarnos de la vastedad de María, cuyo corazón es un mar espacioso delimitado por la mano de Dios para albergar en él toda su divinidad corporal y cordialmente, porque las tres divinas personas de la Trinidad son indivisibles.

            [538] Las contemplo admirablemente en el corazón de la tierra, virgen por tres días pero también para siempre, porque el Verbo Encarnado debía salir de ella visiblemente revestido de su sustancia virginal. Allí habitará divinamente con su deidad de origen, que estableció prodigiosamente en este corazón su eterna morada, lo cual no puedo expresar sino adorar y decir balbuciendo que la Virgen penetró, por una gracia inefable, en el consorcio divino por medio de circumincesiones adorables, para proclamar todo lo que se decía del Verbo Encarnado.

            En el original divino y academia de la sabiduría increada, aprendió ella la manera de comportarse respecto a la sabiduría encarnada, intuyendo con mayor claridad que san Dionisio el orden de sus esencias espirituales, en las que se purifican, iluminan y perfeccionan. María experimentó la firmeza del rayo divino, que la ligaba divinamente al iluminarla augustamente, porque los ángeles son meros símbolos de sus intensas luces, invisiblemente visibles a los ojos de su luminoso entendimiento, que circunscribía sus esplendores en las concavidades de su noble corazón. Dios, al tomarlo en sus manos, actuó como en la división de las aguas, inclinándolo según sus deseos.

            Por lo que a mí respecta, afirmo que María es el corazón de Dios en plenitud, al que el mismo Dios se inclinó para descender a ella. Este corazón sagrado, tocado y tocando sus montes eternos, lanzó fumarolas: el Verbo se convirtió en un incienso perpetuo en el seno de María. Fue ésta la sima en que él se abismó en la noche de sus luminosas delicias, orando cual Dios encarnado en forma divina y humana. El pequeño Samuel; mejor dicho, el pequeño Emmanuel, crecía en sabiduría y en edad delante de Dios y en María, en la que fue concebido del Espíritu Santo, como dijo el ángel a [540] José, morando en su seno lleno de gracia y de verdad, impasible y pasible, inmortal y mortal, Dios y Hombre, resurrección de los buenos y ruina de los malos.

            Como en Dios todo está presente, el corazón de María es la misma admirable Virgen, que contiene los nombres de los hijos de la luz; que lleva en sí grabadas doctrina y verdad. Es el oráculo del cielo y de la tierra, razón por la que confirió todo al corazón dividido y sopesó todo según el peso del santuario divino, conservando sus derechos de soberanía.

            Jamás se encontró un corazón más fiel, que haya sabido conservar la ley del Altísimo, manteniéndose en su bajeza en una abismal y profunda humildad, que Dios contempló para engrandecerla ante él y todas las generaciones, que la llamarían bienaventurada. El la engrandeció por ser el omnipotente, cuyo nombre es santo, eterno en su esencia y temporal en María. Toda santidad pertenece a su casa a través de una divina alianza, como profetizó el real profeta, [541] antepasado suyo: La santidad es el ornato de tu Casa, Señor, por el curso de los días (Sal_93_5). El mismo rey David exclamó: Voy a escuchar de qué habla Dios. Sí, el Señor habla de paz para su pueblo y para sus amigos, con tal que a su torpeza no retornen. Ya está cerca su salvación para quienes le temen, y la gloria morará en nuestra tierra (Sal_85_9s).

            María confirió a la humanidad la misericordia divina junto con las verdades prometidas, y vio a la justicia y la paz besarse en su corazón; fue consciente de que la verdad había descendido a ella en la Encarnación, y que nacería de ella nueve meses después, en el día de la Natividad, por la humanidad entera. Fue concebida en ella para glorificar con ella a la Trinidad, gloria tan admirable, que ni los hombres ni los ángeles serían capaces de cantarla. Únicamente las tres divinas personas, la humanidad sagrada y María, entonan este cántico en medio de un divino silencio, que expresa sus maravillas inefables en el corazón de María, Virgen divinizada y divinamente alabada. Por todo ello exclamó: Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se goza en Dios mi salvador.

            [542] Mi alma ha crecido en Dios y engrandece o glorifica al Señor en mí, regocijándome con una alegría inexplicable. Mi espíritu rebosa de alegría en Dios mi divino salvador, que se complació en unirse a mi nada, a fin de que todas las generaciones me digan bienaventurada. Por ser poderoso, hizo en mí grandes cosas, grabando en mi corazón su nombre, que es santo, seguido de los nombres de los elegidos. Su voluntad desea que nos alegremos por ello, por ser él libro de vida en mis entrañas; libro que recibí en cuanto di mi consentimiento a su embajada de amor.

            Al verme en el temor, me llevó en un momento hasta su amor, en el que experimenté sus adorables delicias. Mi corazón, que es un mar, se inclinó a sus designios sin que sus aguas se dividieran. Los ángeles, cuando su Padre les mandó adorarle el día de su nacimiento en la tierra, pudieron exclamar: Qué maravilla tan grande: un Hombre-Dios nace de una Virgen, que lo produjo sin que sus aguas fueran separadas, obrando en ella y de ella todas sus voluntades. El Padre, que se rodeó de rayos en el monte Sinaí, calma aquí las tempestades; el Espíritu Santo, que no deseaba morar en el hombre por [543] ser carnal, descendió a María como esposo para formar de su carne virginal un cuerpo para el Verbo del que procede; un cuerpo en el que toda la plenitud de la divinidad habita para siempre.

            El Padre, que moraba y mora en una luz inaccesible al ser humano, encontró la manera de conceder su sublime poder a María, dándole su sombra para atemperar con ella las luces ardientes del Verbo divino, que se encarnó en su seno con tanta dulzura, que ella fue su sabbat delicado y el santuario en el que el Señor vive glorioso.

            Fue esto lo que el profeta Isaías profetizó diciendo: Si apartas del sábado tu pie, de hacer tu negocio en el día santo, y llamas al sábado Delicia, al día santo de Yahvé Honorable, y lo honras evitando tus viajes, no buscando tu interés ni tratando asuntos, entonces te deleitarás en Yahvé. (Is_58_13s). Pero, ángeles del cielo, ¿Qué hacen? Por mandato del omnipotente dan el maná a la humanidad que va en los desiertos; ellos, admirados, preguntan: ¿Qué es esto? Y así durante [544] 40 años. Sin embargo, en la plenitud de los tiempos y ya para siempre, María da el maná al mismo Dios, maná al que ustedes adoran en esta noche, que es un mañana de alegría en el que cantan: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. El maná que ustedes daban no caía en día de sábado porque no contenía el verdadero reposo de las almas, por ser sólo figura y sombra del cuerpo sagrado que lleva en él la eterna verdad, que lo sustenta divinamente por ser su soporte. En el maná sagrado se encuentra el reposo eterno: el Espíritu Santo, por concomitancia con las operaciones internas y eternas de este acto purísimo. Dios, que está en acción perpetua y en eterno reposo, es el delicado sábado en María Virgen, que se convierte en Madre sin detrimento de su integridad virginal.

            Lleva en ella al Soberano que se revistió y se alimenta de su sustancia purísima. Al convertirse en ella para transformarla en él, diviniza enteramente su corazón es divinizado por ser hijo de este corazón encendido que es santuario de la Trinidad, que vive en él.

            El maná que ustedes daban no caía en día de sábado porque no contenía el verdadero reposo de las almas, por ser sólo figura y sombra del cuerpo sagrado que lleva en él la eterna verdad, que lo sustenta divinamente por ser su soporte. En el maná sagrado se encuentra el reposo eterno: el Espíritu Santo, por concomitancia con las operaciones internas y eternas de este acto purísimo. Dios, que está en acción perpetua y en eterno reposo, es el delicado sábado en María Virgen, que se convierte en Madre sin detrimento de su integridad virginal.

            Lleva en ella al Soberano que se revistió y se alimenta de su sustancia purísima. Al convertirse en ella para transformarla en él, diviniza enteramente su corazón es [545] divinizado por ser hijo de este corazón encendido que es santuario de la Trinidad, que vive en él. Su forma es triangular, para alojar a las tres augustas personas de la adorable Trinidad, que son siempre una Deidad simplísima. En este corazón brillan las divinas nociones; en este corazón adoro las divinas emanaciones; en este corazón admiro las adorables relaciones y los inefables atributos personales con su elevadísima penetración.

            Las contemplo una dentro de la otra en su circumincesión divina. Salomón se extasió al ver a la majestad divina entrar al templo en forma de una nube que obstaculizaba la celebración. Yo, en cambio, tengo mucha más razón para extasiarme al contemplar a la divinidad en su realidad y no figurada en el seno de María, sin impedir las operaciones de sus potencias, viéndolas divinamente en acción, y exaltándolas de manera sublime. Exclamé con la Iglesia: Levantemos el corazón para contemplar el corazón divinizado en el que Dios encuentra sus delicias de amor.

            El Dios oculto dijo en otro tiempo a Job que se ciñera como un hombre a fin de que pudiera interrogarlo y él [546] responderle: ¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra? Indícalo, si sabes la verdad. ¿Quién fijó sus medidas? ¿Lo sabrías? ¿Quién tiró el cordel sobre ella? ¿Sobre qué se afirmaron sus bases? ¿Quién asentó su piedra angular, entre el clamor a coro de las estrellas del alba y las aclamaciones de todos los Hijos de Dios? ¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando del seno materno salía borbotando? (Jb_38_4s).

            Amor mío, ¿me reclamas para interrogarte en la plenitud de los tiempos, en que diste tu soporte a nuestra naturaleza, convirtiéndote en el cimiento de nuestra tierra? Eres tú quien la midió al anonadarse. Al ceñirte como un hombre sin dejar de ser Dios, no traspasaste la línea recta de tu eterno decreto, apoyando desde lo infinito a lo finito, con tu propia sustancia, una naturaleza frágil que nada tenía de sí. Supiste permanecer en el seno del Padre y descender a las entrañas de tu Madre como verdadera piedra angular, uniendo dos naturalezas infinitamente lejanas y fijándolas en un mismo soporte.

            [547] Los ángeles, estrellas mañaneras, te alaban al unísono por haber venido a la tierra para reparar las ruinas del cielo. Fue grande su júbilo al saber que la naturaleza humana se había unido mediante este cordel al Padre, del que emana toda paternidad divina, toda filiación, y al ver que la humanidad recibía la adopción para gozar de la heredad celestial gracias al divino salvador que se encontraba en el mar, cerrando sus puertas cuando todos los pecadores se encontraban en los destrozos del pecado y los seres humanos nacían culpables al salir del vientre de su madre, dividido por sus faltas.

            ¿Dónde estabas cuando le puse una nube por vestido y del nubarrón hice sus pañales? (Jb_38_9). Estaba en tu mente, gloria mía; estaba en ti, vida mía, cuando tu amoroso poder tomó en María, tenue nubecilla, una vestidura sagrada, en tanto que el Altísimo la cubría con su sombra y el [548] Espíritu Santo bajaba hasta ella para que te rodeara de su sustancia como se envuelve a un niño en pañales purísimos. Tú, mediante la unidad de personas con ellos, y al asumir nuestra naturaleza, trazaste sus linderos y colocaste puertas y cerrojo (Jb_38_10).

            Yo estaba en ti, amor mío, cuando encerraste tu inmensidad en el seno de María, tomando en ella una túnica mortal y colocando una puerta entre tu parte superior e inferior, convirtiéndote en viandante y comprensor: Llegarás hasta aquí, no más allá, le dije, haciendo un continuo milagro: aquí se romperá el orgullo de tus olas (Jb_38_11), al detener y suspender la gloria que te era esencialmente debida en razón del soporte divino, para que no se desbordara en la parte inferior del alma y sobre los sentidos. Estaba en ti, bondad inefable, sin conocer el exceso de amor que por sí solo deseaba imponerse esta ley, que el Padre eterno me pidió escuchara a fin de que te ame con intenso amor para [549] corresponder al suyo, en proporción a la capacidad de una pequeñita.

            Amor mío, dame fuerza para amarte. Padre Santo, concédeme el amor con el que amaste a los hombres al grado de entregarle a tu Hijo único. Eres tú, Padre Santo, quien da sin jamás haber recibido; el que entrega su esplendor con abundancia inefable, de manera que puedo aplicarte estas palabras que dijiste a Job: Echa luz su estornudo, sus ojos son como los párpados de la aurora. Salen antorchas de sus fauces, chispas de fuego saltan. De sus narices sale humo, como de un caldero que hierve junto al fuego. Su soplo enciende carbones, una llama sale de su boca. En su cuello se asienta la fuerza, y ante él cunde el espanto (Jb_41_10s).

            De tu boca divina emana el Verbo que es tu esplendor eterno, todo fuego y llamas. Tus ojos son luces orientales que fulgen desde la aurora; de tu boca salen antorchas cuya flama se eleva hasta el principio que las produce.

            [550] Por ser tú fuente de origen, de ti proceden, divino Padre, el Verbo y el Espíritu Santo. ¿Quién es el Verbo? Es tu generación; tu hálito. ¿Quién es este viento ardiente, esta espiración? Es el Espíritu Santo que produces en unidad de principio junto con tu Verbo mediante una espiración común. Es un soplo eterno del pecho inflamado en el que reside el único y engendrado del Padre fecundo, que te penetra al ser engendrado produciendo, Padre divino, dos divinas personas que están en ti como tú estás en ellas. Las tres abismadas sin sumergirse en la plenitud de tu inmensa gloria, en la que te bastas a ti mismo, en tu deidad única y admirabilísima Trinidad en una sociedad inmensamente feliz.

            Tu bondad, en sí comunicativa, ha querido ser suficiente al exterior a los ángeles y a los hombres por medio de comunicaciones admirables en la naturaleza, en la gracia y en la gloria. Sin embargo, lo que sobrepasa todo pensamiento y extasía las mentes angélicas y humanas, es que tu amorosa y suprema deidad se dignó unirse a la naturaleza humana, apoyándola en una de las hipóstasis de la adorable y pacífica [551] Trinidad, a fin de que en ella el hombre fuera Dios y Dios, hombre; y que esto sucediera en el seno de una Virgen, donde culminó este misterio inefable. En su cuello se asienta la fuerza, y ante él cunde el espanto.

            ¿Qué cuello es éste donde se asentó la fuerza? Es la Virgen Madre escogida por el Verbo, que se adhirió fuertemente a ella para derramarse dulce y misericordiosamente en nosotros a fin de alimentarnos con su sustancia, desvaneciendo toda escasez y empobreciéndose para enriquecernos. La Virgen es una torre provista, que llevó en ella el trigo de los elegidos rodeado de azucenas, y su vientre colmado del vino que engendra vírgenes.

            La bondad y la belleza del Señor, el Verbo eterno, quiso habitar en esta casa de marfil y atraer a ella espíritus y almas virginales, para deificarlos. Los corazones puros poseen el privilegio de contemplar al cordero en esta fuente de amor. Ella es el arsenal de flechas sagradas y rayos amorosos que abrasan castamente los corazones escogidos que la divina bondad contempla en él; aquél que ella nos da, [552] es el mismo Señor. Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta el vino. Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado. Tus dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela. Tu cuello, cual torre de marfil (Ct_7_3s).

            El seno de esta Madre es pura abundancia; es el trigo sagrado salpicado de azucenas. Es marfil adornado de zafiros. Sus pechos alimentaron al Verbo Encarnado, que tiene dos naturalezas: por una es igual a su Padre, y por la otra, purísima, está sujeto a su Madre. Ambas están divina y dignamente en lo más alto de los Cielos. Este Jesús es el cielo supremo. En él no sólo es nuestro abogado, sino nuestro hermano, que desea seamos alimentados a los pechos de su Madre, y que estemos con él en el seno de su Padre, que es el domo de gloria y de luz que poseía desde antes de la constitución del mundo.

            El quiere que todos seamos uno con su divino Padre, y que ya desde esta vida establezcamos nuestra morada en su casa de marfil, que es el seno de su Madre Virgen, al que invita a sus esposas virginales.

            Los corazones puros tienen el privilegio de contemplar al cordero divino en la fuente del amor, que es el arsenal de las [553] armas de la luz, de las flechas sagradas y de los rayos amorosos con que abraza castamente los corazones escogidos, que la divinidad contempla y contemplará en él. El Señor aparecerá sobre ellos, y saldrá como relámpago su flecha; el Señor tocará el cuerno y avanzará en los torbellinos del sur. Yahvé Sebaot los escudará; y devorarán y pisotearán las piedras de la honda, beberán la sangre como vino, y se llenarán como copa de aspersiones, como los cuernos del altar. Los salvará el Señor su Dios el día aquel, como rebaño de su pueblo, porque serán piedras de diadema refulgentes sobre su suelo (Zc_9_14s).

            El Señor Dios le contempla y les envía saetas inflamadas de fuego reluciente, de chispas brillantes, cantando él mismo sus victorias e impulsándolos hacia el mediodía de su morada, donde desea protegerlos con sus armas invisibles, a fin de que devoren todo y que sometan la naturaleza a la gracia, a pesar de que sus hábitos los hayan endurecido como piedras de un cimiento, que aquí es enterrado y devorado por la fuerza del amor divino, para el que nada es [554][ difícil, por estar embriagado del vino del lagar virginal.

            Todos son colmados como vasos sagrados; y al igual que los cuernos de los altares, son el asilo de los prófugos y la abundancia de los que viven en el templo; los que huyen de la naturaleza para adherirse a la gracia, están seguros en él, por ser rebaño predilecto de este pastor. Todos son ensalzados como zafiros sembrados en este marfil divino: Su vientre de marfil, adornado de zafiros, a favor del corazón virginal que es la tierra sacerdotal; corazón sagrado que siempre complació al sumo sacerdote, siendo cual muro de fuego que lo rodeó por todas partes.

            El habitó siempre en medio de este corazón en gloria divina; corazón que recibió y conservó en todo momento sus amores, siendo la porción del Dios eterno así como quiso ser la suya al ascender sobre todos los cielos. El es el cielo supremo; pero, oh maravilla, en este entorno se somete a María, y su corazón se inclina amorosamente al seno porque ella tiene un corazón de Madre y él un corazón de Hijo; de un Hijo incomparable, de una Madre sin par.

Capítulo 80 - Los inmensos deseos de la Virgen muriendo y triunfando. 15 de agosto de 1637

            [557] Padre eterno, cuán larga parece la tregua a la hija que dejaste como rehén a la Iglesia militante. Cuando permitió al Amado, por esencia y por excelencia subir más allá de los montes, te mostró que la caridad no busca su contento, sino Su gloria, diciendo al Hijo de sus entrañas: Huye, amado mío, y aseméjate a la corza y al cervatillo, en los montes de las balsameras (Ct_8_14). Huye querido mío con la velocidad de un venado o de un cervatillo sobre las montañas perfumadas, tu cuerpo glorioso no está aquí en un lugar que convenga a su gloria. No hay semejanza entre la luz de la inmortalidad, con la mortalidad de esta tierra. Para mí que no estoy en estado de gloria, siendo todavía viajera y mortal, permaneceré aquí para asistir la Iglesia hasta el tiempo en que tu providencia querrá retirarme.

            Languideceré en tu ausencia, el amor que nos une me hará experimentar un martirio indecible; pero así como no rehusé sufrir junto al escándalo de tu cruz, acepto las penas de una vida alejada de tu gloria. Sufriré valerosamente cualquier aflicción que el amor me pueda causar y, si lo crees conveniente, te informaré de vez en cuando acerca de lo que mi apenado corazón deberá padecer. Lo haré a través de mis suspiros, diciendo amorosamente: el cielo escucha y mira mis anhelos. Id pues, suspiros míos, a los cielos. Suspiros que no serán despreciados de tu buen corazón que no se olvidará absolutamente de su languideciente Madre. Tú eres el Benjamín de tu Padre. Ve a su derecha, tu hora ha llegado, tú eres el Benoní de tu Madre, puesto que Ella no vive sino una vida de muerte, porque languidece en la tierra después de tu ascensión, recordando la opción que hiciste al entrar en el mundo: se te proponía el gozo y escogiste, en cambio, la cruz y el menosprecio. Que se haga en mí como en Ti oh mi Amor. Ve a la gloria con júbilo, sube al son de las trompetas, ve, vida mía, me contentaré cuando Tú reinarás en el empíreo donde los millares de millones y las centenas de millares de millones te servirán y asistirán a tu lado para adorar tu gran majestad [558] para obedecer tus mandatos.

            Ve cerca de tu Padre que no te ha dejado nunca solo. Sé entronizado a su derecha como el esplendor de su gloria, la figura de su sustancia, la imagen de su bondad, el espejo de su majestad como el candor de la luz eterna, entra en los cielos y haz el cielo supremo. Siéntate con El en el trono de grandeza. Acepto todo lo que te glorifique mortificándome por Ti todos los días de mi peregrinación. Yo experimento con esta salida dos deseos: Uno de verte gloriosamente alabada en los cielos, el otro de detenerte en la tierra para no ser privada de tu amada presencia. El primero, sin embargo, es el más fuerte por ahora. Adiós, mi luz; adiós, gloria mía; adiós, corazón mío; adiós, fuego mío. Dirígete al empíreo, que es el cielo llameante; la tierra no supo conservar el fuego que viniste a traerle. Envía a tu Espíritu Santo para que la inflame.

            Madre incomparable, en el momento en que mencionas al Espíritu de amor, cubre él a tu hijo en forma de una nube, ocultándolo a tus ojos y a los nuestros. Ah, Virgen mía, qué espada te atraviesa. Nuestra cabeza sube al cielo y nos deja su cuello. María, tu corazón ve sin ojos; tu amor penetra hasta donde la ciencia no puede alcanzar. Tienes continuamente un auxilio divino; la Trinidad mora en ti como en su templo, para recibir en él tu incomparable adoración. Atravesarás con generosidad el Jordán de esta vida, después de lo cual serás elevada por encima de los cielos, donde tu Hijo ha ido a preparar tu gloria y ensalzar tu trono. Pero ¿Qué digo? Señora, esto es contradecir los deseos de tu soberano corazón, que nació para reinar, pero divinamente en el reino infinito cuyo retraso la hace languidecer. Escucho tu anhelo, que es muy legítimo: Si él me besara con beso de su boca (Ct_1_2).

            El Padre Eterno se estremeció de mi languidez, que termine esta prueba que tanto dura, enviándome desde lo alto su Oriente. Me encuentro aquí en la sombra de la muerte por la privación de mi apreciada vida. Es demasiado dejar a una hija a una madre y esposa en este valle de lágrimas; es demasiado el haberla dejado setenta años en la iglesia militante; mis afectos me impulsan a ir con la triunfante.

            Padre Santo, yo te hago la súplica que tu Hijo y el mío te hizo en la Cena. Dame la claridad que me habías destinado desde antes que el mundo fuera hecho porque me habías poseído desde el comienzo de tus designios en el Verbo Eterno antes de todos los siglos como la hija primogénita y la más amada de todas tus criaturas. [559] Albérgame pronto al lado de mi principio eterno, a fin de que tenga junto a él su principio temporal. Tú me diste a tu Hijo, que es la fuerza que sostiene la naturaleza que tomó en mí. En él te di mi sustancia, porque se hizo carne para ser un templo divinamente edificado; un templo cimentado en el soporte divino que también lo portaría.

            Le he dado mi carne con su consentimiento. Yo no dormía porque consideraba con mucha prudencia cómo te agradaría haciéndome Madre sin quitar mi virginidad por la cual yo estaba completamente consagrada. El Ángel me dijo de tu parte que tu Espíritu divino descendería hasta mí, que tu poder me cubriría con su sombra y que Hijo que concebiría y daría a luz sería tu Hijo santísimo. Todo esto se cumplió el él, que está glorificado contigo, único Dios.

            No está bien que El esté solo, sentado a tu derecha en el trono de gloria, porque por naturaleza, El es puro, separado de los pecadores. Dame una compañía que por gracia, habrás hecho semejante a El para que yo sea su sostén en la distribución de la gloria porque yo fui su consejera en la redención. El dijo que allí donde está, desea que estén sus ministros. Si me concedes dicho favor en esta dignidad, con mayor razón me lo reiterarás por ser, gracias a tu divina elección, tu Hija queridísima, su Madre honorabilísima y la Esposa amadísima del Espíritu Santo, que intercede en mi corazón con gemidos inenarrables. El desea mi gloria, es un Esposo amoroso que tiene su delicia en la felicidad de la Reina de Amor, toda la gloria de tu paternidad habitó en mí cuando yo acogía este Niño glorioso, ahora que yo habito en El, entrando en la gloria de mi Hijo y mi Señor; se acerca la hora, estoy ansiosa de ser sumergida en el bautismo de luz y gloria inefables. En todas las cosas busqué su reposo; debo morar en tu heredad, que es mi gloria y mi alegría, así como fue mi cáliz de tristeza. El me dijo que me daría con gusto la participación en su cruz, pero que un día tú me darías para siempre la posesión de la alegría eterna, por tu divina magnificencia, deseando que yo sea divinamente recibida.

            Siendo mi Hijo y mi pensamiento, estima que mi gloria será más sublime si me es conferida por su Padre, que es enteramente divino. Por eso quiere que me dirija a ti. No vivo más en el mundo: aquí me tienes, vengo a ti; bésame con el beso de tu boca. Tus pechos son mejores que el vino; que me embriague en los torrentes de tus divinas emanaciones: el Verbo, que emana de tu entendimiento, y el Espíritu Santo, que procede de tu voluntad, de la que son términos adorables, a los que contemplo en la fuente de la luz, de la luz inefable que es tu Hijo y el mío. Que muy pronto sea yo transformada en esta unidad, porque él pidió que todos los que le diste fueran consumados en ella, así como tú y él son uno en el Espíritu Santo.

            Me diste a él por Madre y él se dio a mi por Hijo, por ser ésta tu voluntad, a fin de que yo pudiera conocer la infinita grandeza de tu amor hacia mí, amor que me hizo predilecta por encima de toda la creación por una gracia singular: la de ser Madre sin [560] detrimento de mi virginidad y Madre de un Hijo que tengo en comunión contigo por indivisibilidad. Al darme a este hijo, me diste en él todas las cosas en el estado de la naturaleza y de la gracia. Espero de ti y de él, por el Espíritu Santo, la plenitud de la gloria, por ser tus dones tan abundantes en el tiempo como magníficos en la eternidad. Padre Santo, yo te recomiendo a todos los elegidos que Tú me has dado por deseo de tu Hijo, dándome a su favorito como Hijo. En El, el me ha hecho madre de todos sus hermanos

            ¿Podré olvidar mis hijos de adopción que mi Hijo natural y el vuestro me han adquirido y recomendado? Virgen santa. Al orar te transfiguras; ya la gloria te circunda, penetrándote con sus rayos gloriosos. El sol vuelve a entrar en su aurora para mostrar en los cielos una nueva claridad. Nosotros vemos aparecer en nuestro horizonte la aurora antes que el sol; en el empíreo vieron al sol antes de su aurora. Esto se debió a que la fuente de luz no dejó su principio, ni el Verbo divino salió jamás del seno paterno, en el que nunca es de noche porque en Dios todo es luz eterna.

            Cuando hablo del Verbo increado, digo mal si me refiero al Verbo Encarnado, porque él estaba y está en el seno paterno mediante su soporte, que jamás abandona el alma y el cuerpo a los que dio apoyo. A pesar de que la muerte los separó, el amor eterno los mantuvo siempre enlazados en el soporte divino que los apoyaba divinamente, mientras que, hablando a lo humano, estaban separados y humillados en el sepulcro y en los limbos. Dios jamás dejó lo que una vez tomó para siempre. La suspensión que obró mediante la economía admirable de sus deliciosas claridades, cuando era viandante y comprensor, privaba a su cuerpo y a la parte inferior del resplandor de la gloria que debía poseer por naturaleza, por ser tu Hijo natural inseparable e indivisible de su principio, y a que su soporte, como el tuyo y el del Espíritu Santo, son un Dios simplísimo en tres personas distintas, aunque no divididas, por estar plenamente una dentro de la otra en igualdad y consustancialidad eterna e infinita.

            [561] Ah, no estás más en el mundo ni en la tierra, Virgen mía, en la que eres la tierra sublime que asciende hasta los cielos. ¿Qué haces, divino amor mío? Quiero hacerles un rapto. Elevas tu tabernáculo, imponiendo silencio a esta carne divinizada que comprende toda carne purificada y pura, porque el resto fue corrompido en Adán. Has escuchado su oración: muy pronto volverá a ti toda carne. A pesar de ello, te llevas este espíritu, sirviéndole de carro triunfal, inflamándolo e iluminándolo a tal grado, que exclamo ante ti: La virgen desfallece ante la luz cuando la saludas llena de gloria, para ser Señor con ella, que es tu Señora y tu Reina, estando unida a su cuerpo.

            Virgen santa, Te desvaneces en sus delicias; si expiras al recibir el beso de su boca, ¿Qué haremos después? ¿Podremos respirar cuando hayas expirado? Espera, divino amor mío, espera un poco. No te lleves todavía a nuestra luz. Abre sus bellos ojos, tan llenos de atractivos para embelesar a los que favorecen con sus miradas.

            Espero tu doble espíritu al contemplar tu elevación, divina Madre y consejera mía; tú fuiste la escogida para llevar y guiar en la tierra al Dios de Israel. Espero de ti el favor de gozar en la tierra de la contemplación sin desistir de la acción necesaria para cumplir la voluntad divina. Eliseo no dejó a Elías hasta haber accedido a su petición; el carro de fuego y sus caballos llameantes no pudieron espantarlo.

            En cuanto a mí, tengo el valor de mirarte fijamente cuando el Dios de la gloria te eleva hasta su trono; pero, ¿por qué digo valor? Tu amado es quien te levanta y eleva dulcemente en medio de sus delicias, que abundan en ti. Dejo que me arroben los encantos de sus dulces y amorosos ojos, que veo adheridos a ti. A través de ti, penetran con la pureza de sus rayos hasta el fondo de mi corazón, causando en él una llaga de la que jamás quiero sanar, por serme más amable que cualquier curación. Ella divide mi alma del espíritu, transportándolo hasta su fin y su gloria; y, debido a un recurso típico del amor divino, estoy más en él que en mí, a quien animo.

            Hablando de transporte de amor, eres trasladada al Louvre de la gloria; al salir del tabernáculo del Verbo Encarnado, penetras en su tálamo increado en el seno paterno, donde te veo divinizada. Al expirar tu cuerpo sagrado, respiras el Espíritu divino en la fuente de vida y energía; tu muerte de amor te conduce a la vida de la gloria.

            [562] Canten, músicos angélicos, el glorioso motete que entonaron en el nacimiento del Verbo Encarnado. Si no se extasiaron al considerar esta primera maravilla, admirando su gloria, canten ahora tres días para prepararse al triunfo universal del cuerpo sagrado unido al espíritu que muy pronto lo glorificará en sólo tres días.

            Sean los edecanes de la Reina; ustedes reunieron a los apóstoles para presenciar su dormición; todos ellos la rodearon como doce fuentes de las que ella fue origen. La maravilla que admiro es que María jamás se extralimitó a causa de las emanaciones que comunicó a otros, ni debido a las irrupciones que recibió: cuando el Verbo penetró en ella en la Encarnación, María lo engrandeció en su alma y en su espíritu, alegrándose en su divino Salvador; si se eleva sobre los montes de Judea, no rebasa sus cimas de gloria, por encontrarse en aquel que llena el cielo y la tierra, que la encumbró a la divina maternidad sin privarla de su integridad virginal.

            Toda su vida mortal fue moderada por la norma divina, sin inclinarse ni a la derecha ni a la izquierda. Todo en ella se amoldaba a la medida de las virtudes que Dios deseaba depositar en ella. Aun cuando estaba llena de gracia en la encarnación, la profusión de la venida del Espíritu Santo en ella la prolongó y dilató para que pudiera contener al Verbo, que es la gracia sustancial, y para ser contenida por él sin manifestar al exterior aquel diluvio inefable.

            Dios en ella y ella en Dios: milagro tras milagro, que a los ojos humanos pasa desapercibido. Cuando el Espíritu Santo permitió un vistazo a su prima, a través de su Hijo, sumergió a todos en transportes de alegría. María es siempre María, es un mar: Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir (Qo_1_7), lo cual demuestra que María tiene una capacidad indecible; que es vaso admirable y obra del Altísimo.

            Mientras describo tan excelentes gracias, veo a María penetrar de gloria en gloria: de la gloria del alma a la del cuerpo. Por mediación del Espíritu del Señor, es resucitada y sale de su sepulcro glorioso en un cuerpo divinizado, por ser el mismo que llevó en sí la divinidad por espacio de nueve meses, del que dio al Verbo una vestidura de su propia sustancia, que se unió al soporte del Verbo divino.

            No encuentro dificultad en adorarla como Madre de Dios, por la relación que tiene con el Verbo. Si se me permite, mejor dicho, si se me ordena adorar [563] la cruz, que llevó al mismo Salvador, ¿por qué se me prohibirá adorar a María, porta-Dios y Cristófora auténtica? No la adoro en cuanto criatura, sino como Madre del Creador, con el que dicha adoración se relaciona por ser principio y término del mencionado honor.

            Gran san Dionisio, te resististe a este culto en el tiempo en que los misterios estaban ocultos a los hombres, que en tu época no hubieran podido aprobar semejante acto, pareciéndoles que se idolatraba a la criatura. Como dicho misterio permanecía oculto en Dios, se desconocían las riquezas que la divinidad depositó en María. Como nuestra tierra era mortal, se lo hubiera situado entre el sol increado y esta luna creada, provocando así eclipses en la fe. Con razón dijiste que los divinos misterios del sacramento del amor no se revelaban con claridad sino a los iniciados.

            Dichosos los que vivieron en tiempo de María. Los que viven ahora, sin embargo, no lo son menos, porque la luz de la fe se manifiesta con más claridad que la de los sentidos, enseñándonos la manera en que debemos honrar a la que Dios se dignó divinizar.

            Te adoro, Soberana mía, con la sublime adoración que Dios, tu Padre; tu Hijo y tu Esposo, desea que te adore. Te contemplo llena de Dios, siendo llevada por Dios, circundada de Dios, como el gran signo que el águila inmensa vio en el cielo: una mujer revestida de sol, coronada de estrellas y calzada de luna. Te adoro a la manera en que el hijo que engendraste me enseña a adorarte. Cuando era tu súbdito, dobló las rodillas delante de tu grandeza maternal, que era tan dulce para él. El vio en ti el amor de una Madre y la majestad de una Reina, sin perder los derechos de la divina grandeza que poseía con el Padre y el Espíritu Santo. Es él quien te rinde un homenaje filial, de Hijo sujeto a tu gobierno para enseñar a los ángeles cómo honrarte en el cielo, así como enseñó a la humanidad en la tierra el culto que debe rendir al divino Padre.

            ¿Por qué no afirmar que el Padre eterno les mandó adorar a esta Hija en su segunda entrada al cielo empíreo? Si no lo hizo en la primera, se debió a que el alma no estaba unida al cuerpo de cuya sustancia fue formado y alimentado el cuerpo de su Hijo amadísimo, al que llevó nueve meses en sus entrañas virginales. Si, como ya dije, la cruz es digna de adoración y es adorada por haberlo llevado algunas horas, ¿por qué no lo será [564] la Virgen, que proporcionó su sustancia para nuestra redención, y que es Madre del redentor universal, a la que todas las naciones deben adorar y llamar bienaventurada?

            Los ángeles conocen bien su dignidad y contemplan el trono de gloria que su Padre, su Hijo y su Esposo destinaron para ella, trono que está junto al de su Hijo, a su gloriosa diestra. El hace y desea hacer sentar a esta Madre admirable, para ser venerada de los ángeles y de los hombres, revestida de la gloria divina y adornada de manera eminente con las piedras preciosas de los bienaventurados. Hela ahí ascendiendo al salir de la tierra, apoyada en su Amado y colmada de delicias. La pitonisa que evocó a Samuel a ruegos de Saúl, quedó admiradísima al verlo subir del sepulcro y salir de los limbos por la providencia divina, que no lo permitió como aprobación de los sortilegios, sino para anunciar a Saúl su última desdicha y para que Samuel lo reprendiera una vez más, por ser el único capaz de censurar al rey, al que consagró y anunció que Dios lo había rechazado para elegir a David, el hombre según su corazón que debía poner en práctica todas sus voluntades.

            Dicha mujer, al ver a Samuel, clamó que éste la había engañado, velándole su hombre, y que no había hecho aparecer un hombre cualquiera, sino que había visto a los dioses que se levantaban de la tierra: Vio entonces la mujer a Samuel y lanzó un gran grito. Dijo la mujer a Saúl: ¿Por qué me has engañado? Tú eres Saúl. Tú eres el rey de Israel; tu mandato ha dado efecto, porque. Veo un espectro que sube de la tierra. Saúl le preguntó: Qué aspecto tiene. Ella respondió: Es un hombre anciano que sube envuelto en su manto. Comprendió Saúl que era Samuel y cayendo rostro en tierra se postró (1S_28_12s).

            Por ser el verdadero rey de Israel, el Verbo me ordena venir a Getsemaní para invocar a su Madre en el sepulcro. Me apresuro a obedecer su mandato, llamándola con una intención muy distinta a la de Saúl, no para hablarle de combates, sino para alegrarme de su triunfo.

            La Virgen se me aparece saliendo de la tierra, ensalzada y llevada en triunfo por su Hijo, que le brinda su apoyo: Apoyada en su amado. Como es indivisible del Padre y del Espíritu Santo, ambos lo acompañan por seguimiento necesario, estando en todas partes como el Verbo, por medio de su inmensidad. Los miro subir de la tierra: He visto dioses que salían de dentro de la tierra (1S_28_13). Veo, en una visión intelectual, a los tres divinos soportes subir de la tierra. Las personas divinas, con sus atributos, dan honor a María.

            [565] Si, empero, se me pregunta qué es lo que veo, diré que miro a la Virgen Madre como la más grande de todas las criaturas e hija primogénita del Redentor, del que es Madre, revestida con un manto de inmortalidad, que sale del sepulcro sin haber conocido la corrupción. Es divina por participación. Contemplo al Rey de reyes y Señor de señores abajarse hasta ella para besar la tierra virgen con el beso de su boca, enseñándome que ella es posesión de Dios e hija de oración, que jamás perdió una sola palabra de las que su Hijo, el Verbo Encarnado, le dirigió, aunque esto se dio raramente en presencia de los hombres, en el transcurso de treinta años.

            El permaneció con ella como Hijo y súbdito suyo, lo cual jamás obligó a esta Virgen prudente a utilizar su derecho o privilegio, porque siempre lo respetó como a su Señor. Al amarlo en calidad de Hijo, lo adoró como Dios. Su Hijo pudo y quiso honrarla como a la mujer que lo reverenció, haciéndola parecer como una divinidad por participación. A esto se refirió David cuando dijo: Yo dije: Vosotros, dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo (Jn_10_34). Por Jesús y por María, todos somos hijos adoptivos del Altísimo; pero debemos morir por ser mortales. Jesús y María, príncipe y princesa nuestros, no fueron exentos de este decreto. Ambos quisieron morir: Jesús en cuanto hombre, y María por ser mujer; Jesús, que es Dios y hombre. María, su Madre Virgen, aceptó la muerte porque su Hijo, que llevaba en sí el principio de la vida, también murió. Oh muerte preciosa delante de la Trinidad, muerte de Jesucristo que nos dio la vida, muerte de la Virgen que nos dio valor, suavizando nuestra muerte; muerte de María que es dulzura, por ser una muerte de amor, con la que los ángeles desearían morir si tuvieran un cuerpo. Mas, no, no se trata de una muerte, sino de un sueño de tres días, al cabo de los cuales despertará: su mismo sol vendrá a despertarla con un beso: Le inspiró en el rostro un soplo de vida (Gn_2_7). En el mismo instante, el sagrado cuerpo se vio nuevamente informado por su alma gloriosa, que iluminó del todo. El Hijo, rodeó a su Madre como un sol de gloria, elevándola a través de su claridad. Ella es figura de su Hijo, que es figura del divino Padre. La veo toda pura y colmada de su esplendor divino al entrar en el gozo, es decir, en la gloria de su Hijo. Ella es el espejo sin mancha [566] de su belleza, imagen de su bondad; que llevó en sí la palabra de su poder primeramente en su espíritu y después en su cuerpo.

            Por ello su Hijo no se contentó con que se la alabara por haber escuchado su palabra, guardándola a la letra. La reina de Sabá consideró dichosos a los ministros de Salomón, pero más felices aún a los que tuvieron el honor de escuchar las palabras de su sabiduría. María fue siempre felicísima por haber tenido la dicha de escuchar a la sabiduría encarnada treinta y tres años en la tierra, y después en el cielo en calidad de Madre augusta que penetra en el consejo privado del Rey de la gloria, que resolvió constituirla Reina reinante y Regente, sin verse por ello privado de sus poderes ni del reconocimiento de todos sus elegidos, sea en su gloria, sea en su gracia. Su sabiduría gobierna todo a través de su divina providencia, que es infalible.

            La Madre entra como esposa en la cámara nupcial; a ella se declara el secreto inefable que ni los ángeles ni los hombres, entenderán jamás. Es el privilegio de esta única paloma, de la toda hermosa, cuyo rostro pide ver el esposo, así como escuchar su voz, que es dulce. La Virgen canta un cántico de amor que ninguna criatura puede entonar, haciéndolo en calidad de emperatriz universal y digna Madre del soberano Dios.

            Una voz procede del trono, que es oída por todos los ciudadanos, aunque de diversa manera, según su grado de gloria: es la voz de María. Me refiero a la que es escuchada por los bienaventurados, pues la calidad de voz que Dios desea escuchar, sólo la perciben las tres augustas personas de la santísima Trinidad. A ella se refiere el Dios trino y uno cuando dice: Que tu voz resuene en mis oídos, porque su dulzura es encantadora que solamente Dios puede oír esta maravilla. ¿No ves todos los ciudadanos de la Ciudad Santa fuera de si mismos al escuchar la voz que sale de tu boca? Si ella por su bondad llega hasta los peregrinos de la tierra que acabas de dejar, todos ellos se detendrán sorprendidos ante su dulzura, y desearán llegar al final de su camino.

            Virgen santa, te escucho y me confieso cautiva de tu dulzura. Por favor, al subir a lo alto, lleva contigo a esta prisionera, o líbrala de todo lo que puede atarla, exceptuando los lazos del amor de tu Hijo y del tuyo. Concede dones a tu hija, así como mi esposo, Hijo tuyo, envió su Espíritu a sus fieles diez días después de su ascensión.

            [567] No dejes de dar generosamente, porque fuiste constituida Reina del cielo y de la tierra. Por tu mediación la gloria es comunicada en abundancia en la Iglesia triunfante; que también la militante participe de tu esplendidez. Nadie puede ocultarse a tu ardiente caridad. Envíanos tu doble espíritu para saber pasar en medio de las cosas temporales sin olvidar las eternas. Tú eres la tesorera de las gracias y el cuello de la Iglesia, que está unido a nuestra cabeza, el cual derramará sobre nosotros, por tu intercesión, sus divinos favores. Te pedimos todo esto para ser dignas de alabarte en el tiempo y por toda la eternidad. Amen, así sea.

Capítulo 81 -La santísima Virgen es la admirable litera del divino Rey Salomón. María fue purísima y santísima en su concepción. El Señor quiso que su santidad fuera comparable únicamente a la de la Virgen, de la que nacería el Santo y sería llamado hijo del Altísimo, septiembre 1637.

            De maderas del Líbano se ha hecho el rey Salomón su litera. Ha hecho de plata sus columnas, de oro su respaldo, de púrpura su asiento; su interior, tapizado de amor por las hijas de Jerusalén (Ct_3_9).

            [569] El divino Rey pacífico, la sabiduría eterna, fabricó para sí una litera de madera del Líbano, cuyas columnas eran de plata, el reclinatorio o respaldo de oro y el asiento de púrpura, recubriéndola de caridad para las hijas de Jerusalén. Dicha litera es la Virgen Madre, que fue creada por Jesucristo: ella es del Líbano por su candor, por ser toda pura e inmaculada desde su concepción; ella es engrandecida por estar destinada a ser Madre del Altísimo; ella es fecunda por tener un Hijo que, sin comparación, vale más que todos los ángeles y los hombres.

            Eva fue para Adán, que era solo un hombre; María es para Jesucristo, que es Dios y hombre. Ni toda la creación merece poseer a María; por ello es la porción y posesión de la sabiduría increada y encarnada. Fuera de la esencia divina, Dios no recibe entera satisfacción sino en el alma y cuerpo de María; ella es quien colma los deseos de Dios al exterior. El que dio la ley a todas las criaturas se sometió a la ley para convertir (a María) en Señora del Señor de la ley: Y vivía sujeto a ellos (Lc_2_51); ley que le pareció admirable y deliciosa porque María constituye su complacencia inefable en medio de las criaturas. Lo que no es puramente Dios, está debajo de ella, por ser la primogénita de la creación, así como Jesucristo es el primogénito entre muchos hermanos.

            [570] El Verbo divino, al desear tomar nuestra naturaleza, escogió el seno de María a manera de carro triunfal llevado sobre las cuatro columnas de favores admirables que concedió a la Virgen de gracia, que son: la predestinación, la vocación, la justificación y la glorificación, predestinándola, llamándola, justificándola y glorificándola en él antes de y por encima de todas las criaturas. Por ello, en el instante de su concepción, ella gozó de la visión divina y de los frutos de la predestinación, de la vocación, de la justificación y de la glorificación, y es probable que haya tenido la visión de la esencia divina. San Juan Bautista conoció plenamente al Verbo a través de las entrañas maternales; conocimiento que el Verbo le envió mediante la voz de la Virgen y el saludo que dirigió a Sta. Isabel, imitando de manera admirable al Padre eterno, que produjo su Palabra, que es el término de su conocimiento y de su intelectualidad. ¿Quién es su palabra? Es su Verbo. ¿Quién es su Verbo? Es su Hijo, al que los profetas pidieron dándole el nombre de salvador, el cual constituye la exultación de todos los redimidos; es decir, de todos los elegidos. Los profetas exclamaron: Muéstranos, oh Dios, tu misericordia y danos tu salvación, lo cual fue concedido a san Simeón cuando la Virgen llevó a Jesús al templo. El buen anciano tuvo la visión beatifica y pacífica, de manera que no temió la muerte después de contemplar al Verbo de vida y de vida eterna, que consiste en conocer al Padre que engendra al Verbo, y a Jesucristo, que es el Verbo Encarnado, al que envió al mundo y, en una admirable misión, al entendimiento de este santo profeta, que fue un ángel por haber visto el rostro de Dios, ya que lo propio de los ángeles es contemplarlo. Juan Bautista es el ángel que camina delante de la faz de Dios para preparar los caminos del Verbo Encarnado.

            María es Reina de los ángeles y Madre del Verbo Encarnado. ¿Quién pondrá en duda el privilegio concedido a la Madre, cuando no es posible negar el concedido a los servidores, ángeles y hombres, que fueron creados en gracia y confirmados en gloria en el instante de su creación? Me refiero a los buenos ángeles, aunque Adán y Eva fueron creados en gracia y sin pecado original.

            [571] ¿Por qué no María, a la que no osaríamos atribuir el pecado actual? Ella es toda pura, exenta de pecado original y de toda mancha; es la toda bella por excelencia, nacida de Dios sin ser Dios; ella es su Madre, que es la dignidad más grande que una simple criatura puede recibir de Dios, el cual tuvo la iniciativa de hacerse su Hijo, y someterse a ella en calidad de tal. Siendo Señor de nuestra ley, quiso ponerse bajo la ley de su Madre y, mediante ella, bajo la ley de Moisés, aceptando que ella lo ofreciera y lo rescatara como a un siervo cualquiera.

            Más aún; llegó hasta encontrar amables las penas debidas por los pecados de los hombres, de quienes su Madre es abogada. Siendo juez, se hizo acusado, recibiendo sobre él la rigurosa sentencia de todos los culpables, por los que Jesucristo oró a su Padre frente a la única mirada, que su Madre le dirigió sobre el lecho de la cruz. Cosa admirable. El Hijo, humillado por los crímenes de la humanidad, no se atreve a pronunciar el nombre de aquella dama, que era Madre de un ajusticiado, aunque sí para hacerla Madre de san Juan, el hijo de la gracia, que se convirtió en Hijo de la Madre del amor hermoso. Jesús sabía que era el oprobio de los hombres, la abyección de los pueblos y la figura de un leproso, en nada parecido al Hijo de la Bella entre las bellas.

            Ella, sin embargo, no lo desconoció sobre el madero, asistiendo personalmente, con tan incomparable valor y generosidad, que no se veló cuando su corazón fue traspasado por la lanza, que atravesó impetuosamente su alma. César no tuvo el valor, aun siendo César, de mirar de frente a su asesino, que era su amigo íntimo. María, amorosa y valerosamente, miró de frente a los de su propia nación, que la hacían morir con la muerte más cruel en su Hijo, al que amaba más que a su cuerpo, al que animaba. También dio el beso de paz a Judas y a Longinos cuando éste perforó el corazón de su Hijo, imitándolo en el beso que devolvió al traidor Judas, llamándolo amigo.

            Jesús y María merecen triunfar por encima de los [572] Césares. María es el carro triunfal de Jesús, y Jesús triunfa dignamente en María, que fue hecha por él y para él.

            A partir del instante de su concepción, ella gozó de la visión beatifica; el sol de la visión beatifica y de la divina esencia iluminó, inundó su tabernáculo y lo divinizó de manera inefable entre las criaturas. Este es el secreto del tálamo divino, que puede ser revelado por el esposo divino, el Verbo eterno, por ser el único capaz de expresar divinamente las perfecciones de su divino Padre.

            Sólo él puede contar las complacencias que la Augustísima Trinidad tuvo en su santa Madre desde el primer instante de su existencia, en que su alma bendita fue infundida en su cuerpo sagrado. Con ello digo que la divinidad triunfó al exterior de ella misma, arrebatando de admiración a los ángeles, que exclamaron: ¿Quién es esta hija admirable que avanza como una aurora, bella como un sol, terrible como un ejército ordenado por el Señor de los ejércitos, y que, en el día de su admirable concepción espanta de tal manera a los demonios, que no se atreven a salir de sus abismales tinieblas para vagar por el mundo, sobre el que el sol desea derramar sus claridades? En este dichoso momento el cielo y la tierra se alegran, según la profecía de David: Alégrense los cielos, regocíjese la tierra, retumbe el mar y cuanto encierra; exulte el campo y cuanto en él existe, griten de júbilo todos los árboles del bosque (Sal_96_11). Todo participa en esta fiesta, que hace el júbilo general de los ángeles y de los hombres y hasta del mismo Dios, porque ella es espectáculo de Dios, de los ángeles y de los hombres.

            Admire en mi lugar, quien así lo desee, al profeta Elías arrebatado en el carro de fuego, que se lo lleva del mundo. Yo prefiero extasiarme al contemplar al Dios de Elías elevando a María por encima de los serafines, para asentar su lecho nupcial, su tálamo divino, en las entrañas de su Madre, comunicándole sus ardores incomparables, de manera que nada en ella puede ocultarse a su divino calor. Su cuerpo purísimo está destinado a ser la carne del Verbo divino; ella es la ley purísima e inmaculada que el Señor de la gloria se impone, prendado de las bellezas de María.

            Sus bellos ojos son como reyes que lo mueven a rendirse bajo sus mandatos, de modo que puede ella decir en el momento de su concepción: Yo he venido, he visto, yo conquisté, no solamente a las criaturas, pero por medio de sus propias armas, al Creador. San Juan dice que la fe venció al mundo; yo, en cambio, afirmo que las excelencias que Dios puso en María le dieron el triunfo sobre ella misma. Cuando el Altísimo admiró la gran perfección de su obra, del vaso admirable donde se encerró en espera de hacerla portadora de Cristo, la divinizó mediante la extensión de sus delicias.

            [573] En la plenitud de los tiempos, se hará el Verbo humanado, a fin de engrandecerla: Porque hizo en mis cosas grandes el que es poderoso, cuyo nombre es santo, exclamó ella con profunda humildad. El Espíritu Santo la impulsó a proclamar sus grandezas, asegurando que su alma generosa glorificaría a su Señor, y que su espíritu sapientísimo se alegraría en Dios su salvador, que había mirado su humildad para hacer que todas las naciones la proclamaran bienaventurada.

            El que es poderoso quiso obrar en María y de María cosas grandes, concediéndole una singular participación en la santidad de su nombre. Hasta entonces, había dicho a la humanidad que se daría por ofendido cuando se hicieran comparaciones con él: ¿Con quién me asemejaréis y seré igualado?, dice el Santo (Is_40_25).

            El me elevó a su derecha, hasta el trono en el que su santa Madre, a la que llama Reina, se sienta a su lado. En él la reconoce como Madre y Señora suya, siendo súbdito suyo por ser ésta su voluntad.

            En el momento de su concepción, la presentó a los ángeles como la toda pura, la toda bella, la toda inmaculada, la Sulamita amiga del Rey, el templo de la Trinidad, el santuario, el Santo de los Santos, al que sólo el sumo sacerdote entraría y asumiría, en el momento de la Encarnación, sus vestiduras sacerdotales y pontificales.

            El Padre y el Espíritu Santo lo cubrirían con ellas, porque sólo el Verbo estaría revestido de la carne de María a partir de aquel instante, ofreciéndose al Padre por mediación del Espíritu Santo, que bajaría sobre ella, en tanto que el poder del Altísimo la cubría con su sombra; naciendo en ella y de ella solamente, para llamarse Hijo de Dios.

 Capítulo 82 - Mi amado me consoló al verme llorar por los obstáculos que tenía para el establecimiento de su Orden, prometiéndome establecerla a su debido tiempo, septiembre de 1637.

            [577] Esta noche, mientras lloraba en mi lecho al pensar en el rechazo que se oponía al establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, mi divino Amor me inspiró obrar como Jacob, el cual, después de dormir sobre una piedra, la ungió con aceite, como diciéndome que, por medio de la oración, podría ser ablandada la dureza de este corazón. Le presenté mis quejas confiada y amorosamente, diciéndole que Jacob, movido por el amor de Raquel, había quitado él solo la piedra que impedía beber a las ovejas que ella pastoreaba; que concediera este favor a sus hijas, ansiosas de beber de sus manantiales; que yo sola no podía moverla, y que no veía pastor alguno acudir a mí para hacerme esta caridad.

            El me respondió que me veía desanimada a causa del que debía dar de beber a sus ovejas, el cual me rechazaba como su infierno; pero que su bondad paternal me recibía como su paraíso; que él había colocado cuatro; mejor dicho, cinco ríos en mí, haciéndolos manar con abundancia de caridad: el primero es de agua, que es el Padre eterno y fuente de la Trinidad; el segundo, de aceite, es el Verbo; el tercero, de vino, es el Espíritu Santo, amor sustancial y subsistente; el cuarto es el Verbo hecho carne de la sangre purísima de la Virgen; el quinto, de leche, representa el seno y pechos de la Virgen. Me aseguró que yo sabía muy bien que eran posesión mía y que podía bañarme en ellos a mi antojo. También plugo a su bondad prometerme que él movería la piedra a su debido tiempo, para dar de beber a mis ovejas, que son sus hijas y mías también.

            Me invadió una gran confianza, sabiendo que él es tan fuerte como amoroso, y que sabrá remover todos los obstáculos, estableciendo su Orden a pesar de las resistencias de los poderes temporales; que su poder es eterno y su reino infinito. El es la sabiduría que alcanza de una extremidad a la otra, disponiendo todas las cosas fuerte y suavemente.

Capítulo 83 - Necesidad de despojarse y renacer de las aguas de la gracia y del Espíritu Santo para contemplar el reino de Dios y entrar en el. Los grandes misterios de Dios y de la cruz. 14 de septiembre de 1637.

 M.R.P [579] Me encuentro tan mal dispuesta en este día de la fiesta de la Santa Cruz, que ignoro si podré anotar los pensamientos que el enamorado de la cruz me infundió acerca de dos o tres palabras del Evangelio, en las que se detuvo mi espíritu:

            Jesucristo las dice siempre con reiterado juramento; gran misterio que admira mi alma: El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Palabras que admiran a todos aquellos que las escuchan si no están determinados a desprenderse enteramente de todo lo que no es Dios. La santa humanidad está a su favor mediante el agua de sus méritos; pero como dicha humanidad ya cumplió este oficio, cede el paso al Espíritu Santo, que consuma y perfecciona lo que ya fue lavado, y al alma se ve capacitada para recibir esta primera forma que es Dios, a pesar de ser de una naturaleza espiritual, porque informa lo que no es material y sensible. Es necesario que Dios obre un gran sacramento, para que la persona amada y que le ama, sea divinizada, lo contemple y pueda gozar de él.

            [580] Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios; pero más dichosos aun los que se adhieren a Dios, porque son hechos un mismo espíritu con El. Este segundo nacimiento procede del Espíritu Santo, y es un gran sacramento cuyo signo visible es la amada, y la cosa invisible el que ama. El signo visible es la criatura anonadada en todo lo que existe en sí, no viviendo sino para Dios. El Verbo Encarnado contiene un gran sacramento, cuya forma es su divinidad y la materia, su humanidad, a la que dieron muerte hombres ignorantes que desconocían el sacramento de Dios.

            Dios no puede, en sí, ser sacramento, porque en la esencia divina no puede haber algo oculto ni materia para ser informada. El se mira como es, por ser eminentemente simple, clarividente y sin composición; él es todo inteligencia, todo ojo y todo claridad. Sin embargo, instituyó un sacramento que es la Encarnación del Verbo, que debe mencionarse como el sacramento de Dios; el sacramento que el Espíritu Santo obró en el templo sagrado de María, tomando de ella la materia para darla al Verbo, que a su vez la asumió. En todo ello actuó el Padre, unido a las otras dos personas.

            Las tres revisten a uno que es revestido. Las dos personas por concomitancia están con la segunda, que concede su soporte, porque la esencia es indivisible. Los tres son inseparables; pero como las personas son distintas, sólo la del Verbo se reviste para unirse hipostáticamente a nuestra naturaleza, que es el signo visible del Verbo invisible. Este sacramento es Dios y de Dios en la humanidad divinizada privada del soporte humano, la cual contempla el reino de Dios en su interior. Su alma santísima se entrega amorosamente a Dios a través de la humanidad, a fin de ser separada de su cuerpo, entregándolo al suplicio de la cruz, donde parece estar despojado, no sólo de sus vestiduras, sino aun de su piel.

            La humanidad entra al reino divino tanto en el cuerpo como en el alma, por ser una sola persona con el Verbo, que es, con el Padre y el Espíritu Santo, un Dios indivisible y Reino de Dios. Su resurrección es un nacimiento reiterado. El ve a Dios, penetra en Dios y es Dios glorioso. El fue Dios y hombre para siempre a partir del instante de la Encarnación, pero era pasible y mortal: la parte inferior del alma podía sufrir las tristezas y sólo participaba de las alegrías de la superior según los mandatos de la divina voluntad.

            Ella esperaba de momento en momento lo que complacería a la divinidad comunicarle, sometiendo su cuerpo a los decretos divinos; jamás Dios tuvo un súbdito tan obediente como Jesucristo, ni tan desprendido como él. Su alma bendita gozaba en plenitud en su parte superior de la felicidad, y la inferior aceptaba que dicho gozo fuera suspendido por la economía del Verbo ante la muerte de la humanidad, la cual aceptó de corazón dicha privación, mostrando con signos visibles de paciencia el amor invisible que tenía a Dios y a la humanidad. Es éste un sacramento inefable que no se puede expresar, y que pierde en su consideración al alma que tiene el bien de entreverlo a favor de la aurora.

            Me refiero a un privilegio amoroso que concede el puro amor, así como cualquier doctrina adquirida que el hombre pueda tener con la ayuda de la gracia ordinaria. No sé si pueda conocer bien esto aunque sea maestro en Israel, que es tanto como ver a Dios o estar contra Dios. El ignora esto: Es necesario renacer de las agua contenidas, de las privaciones voluntarias de Jesucristo; dicho favor es concedido a los méritos de este enamorado, al que debemos esta gracia especial; a través del amor del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo, es llevado a su perfección dicho nacimiento.

            El Espíritu Santo sopla donde quiere; el alma que escucha su voz no sabe de dónde viene ni a dónde va. Con ello quiero decir que no puede comprender su eterna e infinita bondad, que no tiene principio ni fin; así es todo lo que nace en el hombre cuando procede del Espíritu Santo.

            La santísima Virgen fue protegida con sombra cuando el Espíritu Santo realizó la obra del misterio inefable, cuando aquel que nació eternamente en el seno del Padre quiso nacer temporalmente en ella, según lo que dijo a san José: Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (Mt_1_20). Para entonces la Virgen lo llevaba ya en sus entrañas virginales; de este modo, el primer nacimiento de Jesucristo tuvo lugar en su Madre y la segunda en el establo, ya fuera de su Madre, o nacido de su Madre, lo cual anunció el ángel a los pastores como una nueva y alegre noticia: Que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor (Lc_2_11), el cual hizo visible este segundo nacimiento en el que todos los ángeles lo adoraron.

            [582] Nació en toda la tierra, para todo su pueblo; su nombre es Emmanuel, sacramento de Dios con el hombre, que sólo es conocido de los hombres a los que Dios hace renacer. A esto se refirió el Sabio al hablar de los pecadores y de los justos que no desean ser santificados de nuevo, que equivale a decir que no desean renacer por no escuchar las palabras de Jesucristo cuando habla de dicho nacimiento.

            Cuando el Eclesiastés habla de la sabiduría divina y del conocimiento que él tiene de todas las cosas creadas: Nada se esconde a su mirada, que ve a través de los siglos, y nada es grande en su presencia, se refiere tal vez a su divinidad y a su fuente de origen, que es el Padre, que posee la capacidad de existir por si mismo, hasta el término de procesión del Espíritu Santo.

            El Dios simplísimo y único engendra, produce, se mira, se abraza, se ama. Las tres divinas personas son eminentemente sabias, poderosas y benevolentes. Ellas se penetran, estando una dentro de la otra a través de su circumincesión, y aunque las operaciones se dan, por así decir, en el interior de la divinidad, que es interior, son propias de cada persona, como la generación activa del Padre al engendrar a su Hijo y la producción activa que el Padre y el Hijo, como un solo principio, obran eternamente del Espíritu Santo, de quien es propio ser el término de la voluntad del Padre y del Hijo, que a su vez, es el término del entendimiento del Padre, lo cual es propio de su ser, así como es propio del Espíritu Santo ser el término de la voluntad del Padre y del Hijo y finalizar todas las emanaciones por ser el amor pasivo, recepción pacífica y tercera persona de la santísima Trinidad, que se conoce y se glorifica con la verdadera gloria que merece.

            Dios es todo luz, y en él no tienen cabida las tinieblas ni puede haber en él cosa escondida ni misteriosa. No tiene añadidura ni composición alguna; es un nacimiento purísimo y simplísimo; un acto tan puro, que no se divide en su eternas operaciones, ni deja de ser inmenso, infinito, el principio y el fin, sin comienzo ni fin; de ser todo bien y el soberano bien, la felicidad esencial para sí y en sí; que nada toma prestado fuera de él.

            El da el ser a todas las criaturas, que existen sin mermarlo en su ser; él lleva en sí a todas las criaturas; es único en sí mismo e inmensamente múltiple fuera de él, sin que dicha multiplicidad acreciente sus grandezas.

            La Trinidad es un gran misterio y un gran sacramento para los hombres y los ángeles, a pesar de haber sido descubierto a los ángeles por carecer de materia para esconderles su forma purísima y simplísima; como son ser espíritus puros, [583] la contemplan viendo la luz en su luz, que es indivisible. Ellos no pueden verla sin mirarla toda, pero, por ser inmensa e incomprensible, no pueden contemplarla en su totalidad ni abarcarla como ella se comprende, porque no son Dios, como ella es Dios.

            Digo lo mismo de los hombres que están en la gloria. Jesucristo dijo que serían como los ángeles, estando por encima de ellos a causa del Hombre-Dios, que los hace participantes de su naturaleza divina. Ellos verán al Dios de los dioses en Sión; contemplarán a la humanidad divina, al Hombre-Dios, que es un gran sacramento y sacramento de Dios, el cual se dará a conocer a todos plena y diversamente, colmándolos a todos, aunque sin darse a conocer del todo, porque este conocimiento es de Dios, está en Dios y corresponde al que está en el seno del Padre. A la santísima Virgen fue dado y seguirá dándose un conocimiento especial. La especie que él tomó de ella, si digo bien, le confiere el privilegio de un derecho maternal que la amorosa ley del Altísimo desea para ella, porque es bueno y justísimo en sus bondades, y omnipotente para realizar la voluntad de su amor. El no conocer ni comprender a Dios como él se conoce, no nos hace culpables; su excelencia está por encima de nuestra inteligencia, lo cual debe ser para nosotros motivo de gran alegría, glorificando en nosotros la excelsitud del Verbo Encarnado en actitud de admiración. La santísima Virgen, en su cántico, nos enseña todo esto a través de sus admirables palabras, en las que dice que Dios la escogió pequeña para engrandecerla, manifestando así un nacimiento nuevo que la hace bendita de todas las generaciones y del Dios poderoso, que hizo cosas grandes en ella porque su nombre es santo.

            Seremos culpables cuando no tratemos de imitar a la Virgen, ni poner en práctica los consejos del Salvador. No renacemos; nos consideramos maestros en Israel, y lo somos sólo en la imaginación o en apariencia. Si desconocemos las cosas que vemos, aun con los sentidos, ¿Cómo podremos percibir las que pertenecen al espíritu, si no vivimos como espirituales?

            Pida, mi querido Padre, que viva yo y camine en espíritu, transformándome en el espíritu de Dios y subiendo de claridad en claridad; que nazca por las aguas de su gracia y mediante la llama de su Santo Espíritu; que en mí se haga realidad el sacramento de Dios, al que el mundo [584] ignora, desconociendo al Espíritu y sus operaciones e incapacitándose con ello para recibirlo.

            Que me una a Dios, a fin de ser un mismo espíritu con él; que permanezca unida al Salvador en la cruz, en la que veré el reino de Dios y entraré, a través de las llagas del Hijo crucificado, hasta el Padre que lo glorificó, en cuyo seno contemplaré las invenciones del amor. De este modo veré al enamorado de la cruz, que la eligió cuando se le proponía el gozo y exclamaré con el divino apóstol que no se me conceda glorificarme sino en la cruz de mi Salvador, por la que el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo, y que en ella pueda conocer los sacramentos que han estado ocultos durante siglos en Dios, el creador de todas las cosas.

Capítulo 84 - Exceso del divino amor hacia María la inocente y María la penitente, 15 de septiembre de 1637.

            [587] El día de la Octava de la Natividad de Nuestra Señora, al pensar en María inocente, me fue inspirado un pensamiento en el que coincidieron los doctores respecto a los misterios de la Encarnación y de la Pasión.

            Escuché que el Verbo se encarnó por el amor que la Trinidad tenía a María inocente, y que ella sola atrajo a Dios a la tierra para hacerse Hijo suyo. En cuanto a María la pecadora, el amor de compasión lo movió a morir por ella. Con esto en mente, podía yo apropiar las palabras del símbolo de Nicea: Por obra del Espíritu Santo se encarnó de María Virgen, y se hizo hombre, para María inocente; por nuestra causa fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado, para María Magdalena, pecadora y penitente, y por todos los pecadores. Para manifestar dicho afecto, Jesucristo quiso la muerte y sepultura de Lázaro.

            Pero, habla, Verbo Encarnado: ¿Quién te atrajo a la tierra? ¿María, mi Madre inocente? ¿Qué te resolvió a la aceptación de la muerte? Mientras viví con María inocente, mi buena Madre, me encontraba en una fortaleza en la que mis enemigos no podían atacarme, y menos obligarme a rendirme. Ella era mi baluarte y sus pechos mis torres, pues a pesar de que mi Madre estuvo conforme con la voluntad divina, fue sensible a los dolores que yo debía sufrir. Al pensar en ellos en muchas y diversas ocasiones con gran realismo y reflexión, me apretaba contra su seno, adhiriéndome a sus pechos. Pensaba en los sufrimientos de mi encarnación, y estos pensamientos me hacían refugiarme en el seno materno, que era mi lugar de abrigo, como si desde mi infancia le hubiera dicho: protégeme Madre mía de las trampas de los malignos tu que eres buena por excelencia. Ocúltame a la banda de malvados (Sal_63_3).

            [588] Me encarné en ti y por ti, pero no moriré por ti ni por tu causa, como por los pecadores, porque tú no necesitas ser puesta en gracia, a la que jamás dejaste; tú no me diste muerte en Adán. Así como Samuel reservó el lomo para Saúl antes de que comieran todos los invitados a la fiesta, te reservé para mí. En mí, príncipe de los designios divinos, fuiste rescatada por prevención admirable, aplicándote mi muerte de manera singular. Tu corazón estuvo en mi mente antes de producir criaturas al exterior, así como David fue el primer elegido del Espíritu Santo. A pesar de que su padre Jesé presentó a Samuel a todos sus hermanos antes que a él, David fue el escogido para reinar.

            No morí por mí, sino por los pecadores. Morí para glorificar a mi Padre y para exaltarte conmigo; tú compartiste en mi muerte el solio de gloria, como primogénita del Redentor, y no por redención común; no estabas obligada al rescate común porque jamás fuiste tomada ni sorprendida fuera de la divina gracia. Tú eres María de Dios, un mar sobre el que se cernía el Espíritu Santo, en tanto que la tierra universal estaba vacía y las tinieblas se asentaban sobre la faz del abismo, que es el pecado.

            Tú eres Virgen de Dios porque sólo Dios habitó y habita en ti de manera singular; él solo te poseyó sin división corporal ni espiritual; tus pensamientos jamás se extraviaron; mi muerte se empleó en merecerte el derecho al trono de mi gloria en mi compañía, por haber cooperado en la redención. Estás, por gracia, por encima de la ley, así como yo lo estoy por naturaleza, a pesar de lo cual me obligué a la cruz, exceptuándote porque lo juzgué conveniente. Tu intervención en ella te glorifica porque aceptaste sufrir la confusión y el menosprecio. Serás enaltecida en la gloria y en el honor por encima de toda criatura.

            Fuiste tú, querida Madre mía, la que perseveró al pie de la cruz mientras que yo sufría por los pecadores, que me devolvían, a cambio de mi amor, desprecios y contradicciones. Como estuviste presente en la purificación, no estabas obligada a ello. Acudiste al Calvario sin estar anotada en la nota roja de la divina justicia. Yo, en cambio, lo estaba por haberme comprometido por todos.: uno por el todo, por haber tomado sobre mí todos los pecados del mundo.

            Tu exaltación es grande; la cruz en ti es gloriosa como signo de tu santidad y de tu inocencia, siendo [589] también señal inconfundible de tu gloria y del triunfo de tu sin par valor. A pesar de que naciste en la inocencia en calidad de primogénita e hija única de gloria, quisiste renacer en el sufrimiento de tu Hijo para convertirte en hija de su aflicción. Al igual que en la purificación, sales de su pasión admirablemente exaltada en presencia de la Trinidad.

            Aceptaste comparecer como primogénita de la cruz maldita, al ver que me hice objeto de maldición para librar al género humano. Deseaste ser humillada conmigo, pero no fue éste el designio de la divina sabiduría, que te bendijo con toda bendición del cielo y de la tierra: todas las generaciones te llamarán dichosa porque el poder divino te engrandeció, santificando su nombre en ti por amor de ti. La misericordia se prolongó desde Adán y así será hasta el fin de los tiempos para que seas nombrada con justicia Madre de Misericordia, Esperanza y asilo de los pecadores, el reglamento de los justos y el ejemplo incomparable de todas las virtudes. Mi Padre con el poder de su brazo desposeyó y dispersó a los soberbios que se creían fuertes y los quito del trono de su orgullo y a ti te reconoció como la emperatriz de cielo y tierra. Acogió a Israel su hijo acordándose de la misericordia que había prometido a Abraham y a su descendencia.

            Puedes decirle que, como heredad, recibiste a su Hijo único en tu seno y más tarde en tus amantes brazos, en los que halló seguridad. Si no hubiera salido de tu tutela ni me hubiera emancipado para ir en búsqueda de los pecadores, quedándome contigo en mi vida oculta de Nazareth, hubiera sido inapreciable. Yo era de esos hijos que jamás trataron con los perversos; a ellos nunca les di escándalo, contigo, mi buena Madre, todo era delicioso. Pero en cuanto salí a buscar pecadores, recibí de su ingratitud innumerables golpes. Permíteme que diga unas palabras, oh mi Jesús, para decir el exceso de tu amor desde que te hiciste el constructor del camino, tuviste bastante de qué alarmarte y alarmar a tu santa Madre.

            Todo esto lo hiciste para obedecer a tu divino Padre quien te había dado un excesivo amor para salvar el mundo por ti, y a expensas de tu inocente Madre a quien dejaste para que María la pecadora fuera después la Penitente.

            Oh gran misterio, hablas a tu madre de una manera fuerte como si ignoraras sus méritos y sus ternura, que apreciabas como un deber habiéndote hecho hombre de esta divina mujer. Poniéndote bajo la ley inocente para rescatar a todos los que estaban bajo la ley del pecado.

            Se te llama Dios escondido con ella, pero seguiste siendo hijo oculto delante de los hombres, llamándola mujer. No encontramos que delante de ella la hayas nombrad Madre mía, lo cual no provenía del desprecio; no, se trataba de un misterio que no puedo expresar aquí. Deseo seguir tus pasos y considerarte yendo y viniendo por las calles de las ciudades y los senderos de los campos, buscando pecadoras para hacerles proposiciones amorosas al hablar con ellas cerca de los pozos, sin miedo a ser envenenado con sus aguas putrefactas o embrujadas por su malicia; no; quisiste más bien encantarlas con tus dulces palabras y embriagarlas con tu amor a través del fulgor de tu mirada.

            Magdalena fue apremiada, impulsada y traspasada; pero tú más que ella, porque parecías inquieto cuando te alejabas de ella ¿podría decir de su sagacidad? Bien que lo sabes, porque tú mismo me instruiste al respecto para que lo diga. Enviaste la enfermedad a Lázaro a fin de hallar un motivo aceptable para tus apóstoles, que los moviera a acompañarte a visitar a tu amigo. Los discípulos, que en su tosquedad desconocían tu delicadeza, te dijeron: Maestro para qué ir a ver a un hombre que duerme, lo despertarías para despertar en los judíos los pensamientos de arruinarte.

            Eh, buen Jesús, apresúrate a dar un mandato efectivo, o permite a la muerte rematar en duelo a Lázaro, para que lo eche por tierra y lo lleve al sepulcro. Tú eres el Maestro de la muerte y de la vida. Como tienes las llaves, conseguirás el fin de tu designio, manifestando tu bondad y haciendo aparecer la gloria de Dios. Respondes con tanta sublimidad como verdad que la muerte de Lázaro fue permitida para gloria de Dios, para que parezca bien a tus apóstoles que vayas allá, diciéndoles que aquello sucedió debido a tu ausencia: Lázaro murió y yo me alegro por ustedes de no haber estado allá para que crean; pero vallamos a verlo (Mt_11_14s). Tomás los animó a ir, con una buena voluntad que conociste en sus palabras: Entonces Tomás dijo a los otros discípulos, vayamos y muramos con él (Jn_11_14s).

            Ve, divino amor mío; atraviesa los escuadrones de tus enemigos para ver a tu Amada con el pretexto de resucitar a Lázaro, amigo tuyo y de los apóstoles. También está Marta, que sabe cuánto amor le tienes a Lázaro, aunque ignora tal vez que María tiene el doble y también la mejor parte en tu corazón. Ella te habla de esta muerte, diciéndote que su hermano ha muerto por no haberte tenido presente, para que fueras su segundo en el duelo al que la muerte lo retó, cuán rápidamente emprendió la huida, al ver la vida que concediste al que te complacías en conferir el honor de tu presencia. Cuando quisiste resucitarlo, Marta temió la putrefacción. Por hablar demasiado, sólo recibirá doscientos por su viña: Mi viña, la mía, está ante mí; los mil siclos para ti, Salomón, el pacífico; y doscientos para los guardas de su fruto (Ct_8_12).

            Es necesario llamar a María, pacifica que recibirá mil siclos con tu amor, tu corazón y tus lágrimas. Tu corazón ya le pertenecía; ella tiene el poder de exprimir su sangre, es decir, las lágrimas, porque se dice que las lágrimas son la sangre del corazón. Sabías muy bien que la resurrección de Lázaro provocaría nuevamente el furor de los judíos quienes, a partir de entonces, harían todo lo posible por adelantar tu muerte, para lo cual se reunirían en consejo.

            Caifás, a pesar de ser un pontífice perverso, será el intérprete u oráculo del Espíritu Santo. Era esto lo que tú deseabas, para manifestar al mundo que amabas a tu Padre y a María la penitente; la cual tiene poder no sólo para hacerte llorar, sino para hacerte expirar y suscitar en ti el deseo de conminar a Lázaro, llamándolo con voz estentórea del sepulcro, a fin de que después de su muerte se supiera que pagaste su vida con la tuya. Oh amor sin par. Tú puedes resucitar al hermano de tu Amada sin prometer tu vida a cambio de la que le devuelves; tú puedes dar junto con tu Padre, por ser Dios, lo que pides como hombre.

            Si conversara más tiempo contigo, te molestaría tanto como Marta; lo que deseas es ver a María y por eso le dices que la llame. María es la maestra universal de los sentimientos de tu corazón, del que eres cautivo por amor. Hermana, el Señor te llama con un llamado de amor. Es necesario decirlo secretamente; se dio a Marta la comisión sólo para ti, después de lo cual deberá retirarse para dedicarse a su obra de caridad; tú, en cambio, a gozar de la bondad apasionada.

            Maestro, solaz y vida mía; si hubieras estado aquí, la vida no habría dejado a mi hermano sin tu permiso; no se encontraría en las tinieblas de la muerte.

            María; esto bastará para devolverlo a la luz de la vida; estoy dispuesto a penetrar, con mi poderosa voz, hasta los limbos para llamar su alma. La mía deberá ir allá dentro de algunos días, separada de mi cuerpo. Hagan rodar la piedra, desaten el cuerpo si le pido que salga de este sepulcro cerrado; de otro modo, podría pensarse que se trata de sortilegios y, sobre todo, de un demonio y no de Lázaro: los judíos dirían que lo hago con el poder de Belcebú.

            Muéstrenme dónde yace amortajado y dónde lo han puesto. ¿Lo ignoran? Sí, pero como el amor se complace en aprender de quien ama lo que conoce por sí mismo, se alegra más al saberlo de ella, que de él. Me equivoco; él está más en ella, a quien ama, que en él, al que anima, llegando a desear que le exija aun sus mismos designios; pero olvidé decir que María se desvaneció a sus pies, encontrando en ellos fuerza para su debilidad: Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: Señor si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano. Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: Dónde lo habéis puesto. Le responden: Señor, ven y ve y Jesus lloró (Jn_22_32s).

            María, estando en casa de Simón, lloraste sola a los pies de tu Amado, el cual contuvo sus lágrimas para hablar en tu favor. Hoy, empero, te habla con las suyas, estremeciéndose en su espíritu. Es un asalto que su corazón amoroso enfrenta con las fuerzas de tu amor. Los judíos no entienden el secreto, imaginando que el afecto al muerto lo hace sufrir. Es, sin embargo, el que profesa a aquella que vive en él una vida atribulada lo que le causará la muerte. Es menester que entregue muy pronto su espíritu después de recomendarla a su Padre con poderosa voz, cuando lance un fuerte grito sobre la cruz: El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_7).

            El comenzó entonces a implorar, a llorar y a dar gracias a su Padre por escucharlo siempre, debido a que sus ruegos [593] son justísimos y hechos con gran caridad y reverencia. El prometió a su Padre pagar por Lázaro al cabo de pocos días. Apenas terminó Magdalena de romper el vaso de alabastro y de verter sobre su cabeza sagrada el valioso ungüento, Judas resolvió venderlo a sus enemigos. A Jesús no le preocuparon los pensamientos que Judas tuvo de él, pero sí el cambiar la imagen que tenía de Magdalena, loando él mismo su acción y ordenando que su Evangelio la alabara por todo el mundo.

            Como su amor es más fuerte que la muerte, olvidó la proximidad de su muerte para recordar la extensión de su amor en Magdalena hasta los cuatro confines de la tierra. Magdalena, repite con el apóstol que tu Amado y Enamorado murió por tu hermano, por tu amor, para consolarte y para darnos la vida. Proclama: Me amó y se entregó por mí (Ga_2_20).

Capítulo 85 - Dios honró a san Miguel según su nombre y sus inclinaciones de amor y benevolencia. 29 de septiembre de 1637.

            [595] Verbo eterno, si anotaras en este papel lo que me revelaste esta tarde acerca de las maravillas con las que dignificaste a san Miguel, gracias a tu amor y a su correspondencia, para que fuera el representante de tus grandezas; este honor corresponde a quien el Rey quiere honrar (Est_6_11), quedarían más dignamente expresadas.

            Si todo el cielo permanece en silencio cuando él combate, humilla y vence al dragón, ¿Cómo podré hablar, sea de viva voz, sea por escrito, si el Espíritu de tu boca no habla por sí mismo? Verbo eterno, sólo tu elocuencia, que admirablemente te arrebata a ti mismo, si se me permite hablar en estos términos.

            Gran Santo, se te dio el nombre ¿Quién como Dios? tal es el significado de Miguel, que llevas dignamente por haber combatido por la gloria del Verbo Encarnado en contra del que deseaba oponerse al decreto divino para convertirse en usurpador de su gloria, diciendo: En tu corazón decías: subiré hasta el cielo y levantaré mi trono encima de las estrellas de Dios; me sentaré en la montaña, allá donde el Norte termina, subiré a la cumbre de las nubes, seré igual al Altísimo. Pero ay. Has caído en las honduras del abismo en el lugar donde van los muertos. (Is_14_13s).

            Miguel interpretó dicha ambición como un pensamiento sacrílego del que deseaba compartir la gloria del Altísimo, el cual no desea darla a los soberbios, que tratan de apropiársela independientemente de él, atreviéndose, con ciega arrogancia, a igualarse a Dios, que sólo procede de él, por él y en él del Padre por el Hijo y en el Espíritu Santo, que da término a todas las divinas emanaciones; del Dios trino y uno, que es El que Es, sin proceder de las criaturas, sea angélicas, sea humanas, a las que él mismo hizo, como dice David: El nos hizo y no nosotros a él (Sal_100_3).

            El bravo Miguel tomó dicho pensamiento como un reto a duelo e, impulsado por la gloria de Dios, se armó de entusiasmo para vengar su querella, luchando con tanto valor, que sumió en confusión al orgulloso y a todos los de su bando.

            Durante aquel combate no se oyó palabra en el cielo. Miguel y el dragón lucharon sin ruido, por convenir el silencio en Sión para alabar al Verbo que triunfó en san Miguel, al que concedió su gloria sin privarse de ella, presentándolo a todo el cielo como lugarteniente y general de su milicia; su predilecto, su canciller, primer príncipe de su corte y su otro yo. Así como el Hijo es la gloria del Padre, san Miguel es la del Hijo; así como el Hijo es la impronta del Padre, san Miguel es la del Hijo; el Padre manifiesta su paternidad a través de la palabra que produce con sus labios; san Miguel pone en evidencia la verdad del Hijo, por ser el espíritu de su boca, que debe destruir al hijo de la mentira, al anticristo.

            Cuando éste parezca vencer, san Miguel aparecerá para ser el vencedor del sacrílego, como lo fue del dragón y de la serpiente antigua en el cielo, del que lo echó fuera. San Miguel vendrá a la tierra para aniquilar este veneno, dando con ello fin al reinado del dragón y al de la astuta serpiente. Al cabo de lo cual los demonios y sus secuaces, serán reducidos a las moradas infernales, en tanto que Miguel se manifestará victorioso en todas partes.

            Es él quien desafía a Faraón y sus ejércitos en el Mar Rojo, por ser el general y el protector del pueblo hebreo, que recibió la ley a través de Miguel, que habló a Moisés en medio de la nube en calidad de comisionado de Dios, a quien representaba.

            Miguel dirigió el brazo de David, dándole destreza para herir a Goliat, precisamente en la frente, con la piedra que lo abatió por tierra. Miguel, el victorioso, ayudó a David a triunfar.

            Miguel condujo a Judith, dándole fuerza para que cortara la cabeza de Holofernes. Fue Miguel quien tomó la forma de la sierva de aquella santa mujer, que aseguró que el ángel del Señor nunca la dejó, yendo y viniendo en su compañía. Por lo que a mí respecta, pienso que fue Miguel quien le aseguró la victoria, ayudándole a entender que no convenía a las criaturas poner límites a la providencia y poder de Dios porque, ¿Quién es como Dios en el cielo? reiterando a Judith dichas palabras, a fin de que se armara del ardor de su gloria.

            Fue él quien humilló a Nabucodonosor Pero habiéndose engreído su corazón y obstinado su espíritu hasta la arrogancia, fue depuesto de su trono real, y se le quitó su gloria (Dn_5_20). Fue Miguel quien escribió la sentencia de Baltasar mientras banqueteaba con sus concubinas, contaminando los vasos sagrados.

            Miguel representaba al Verbo eterno, que es un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, en forma de una mano que escribió con tres dedos la eterna sentencia de condenación de dicho sacrilegio y de aquel impío. Las tres divinas personas, distintas como tres soportes, forman una sola mano mediante la unidad de la esencia y la operación común que dirigen al exterior; mano que trazó la sentencia de aquel criminal deicida por ministerio de san Miguel.

            Así como el Verbo Encarnado se dirigió al pueblo en parábolas, y sin ellas no habló en público, tampoco quiso hablar antes de la Encarnación sino a través de Miguel, y fuera de él casi [598] no habló a los hombres. Por mediación de Miguel conversó con nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, ocultándose en él cuando Jacob lo vio al despuntar la aurora. Miguel fue tomado por el Verbo durante la ley natural y escrita, debido a que el Verbo se complacía en conceder dicho honor a su fiel servidor.

            Lo que se dice de un rey, que no se equivocó al considerar a su favorito su otro yo, puede aplicarse al Verbo y a san Miguel que fue puesto a la cabeza de sus ejércitos sea en la paz, sea en la guerra. El Verbo se complace en que reciba el mismo honor que le corresponde, aunque con la diferencia de que Miguel es honrado con honor de condigno, por ser del agrado del divino Rey honrarlo de esta manera, reservando para sí el honor debido a su divinidad esencial y la gloria que le es debida con exclusividad a cualquier otra criatura.

            Fue Miguel quien libró a san Pedro de la prisión y el que golpeó a Herodes cuando se complació en ser llamado voz de Dios y no de hombre. Miguel guarda celosamente el honor debido al Soberano Dios, que a su vez enaltece a los que le honran.

            Miguel es tan grande, que después de Jesús y María constituye la visión del mismo Dios, que así lo quiere. Miguel, por un privilegio incomparable, fue llamado por la santísima Trinidad para conocer de ella misma el misterio de la Encarnación, penetrando, mediante un favor especial, en el consejo divino para intuir el secreto que estaba escondido en Dios por toda la eternidad. Pero, ¿Qué fue lo que oí esta noche? Que el Padre eterno confirió su poder a san Miguel, que debía ser llamado sombra del Padre, para cubrir con ella a la santísima Virgen mientras que el Espíritu Santo formaba con su sangre virginal un cuerpo para el divino Verbo.

            Como tuve el pensamiento de que las palabras que escuché acerca de san Miguel podrían ser un tanto [599] exageradas, se me dijo: Hija, no temas rebajar la persona del Padre al decir que se sirvió de san Miguel, ni disminuir la sublimidad de la Encarnación divina. El Espíritu Santo en nada se degradó al descender sobre el Hijo encarnado en forma de paloma, ni sobre los apóstoles a manera de lenguas de fuego. La divina sabiduría obra en todas las cosas conforme a su ciencia.

            Quiero que sepas, hija mía, que a toda la Trinidad le pareció oportuno que Miguel fuera la penumbra en la que el divino Padre desplegó el poder de su brazo omnipotente y lleno de esplendor. Era necesario crear una atmósfera para preservar a María de ser consumida. Miguel era una criatura espiritual; por tanto, el medio adecuado para Dios y para María. La naturaleza angélica era un medio, ni divino ni humano, aunque de ella a la de Dios haya una distancia infinita; pero la naturaleza del ángel es puramente espiritual.

            Ahora bien, como Dios es espíritu y verdad esencial y en sí mismo un ser purísimo, al unirse a la naturaleza humana quiso que Miguel representara su persona haciéndose sombra con la que, como dije antes, la naturaleza es compatible y, en comparación de la divina, una mera opacidad a pesar de ser toda claridad si se la compara con las criaturas de aquí abajo; por ejemplo, el ser humano.

            Es la más apropiada para dar sombra y atenuar las claridades divinas, que desean ser mitigadas para comunicarse en la debida proporción. Sólo la poderosa deidad, en sí, no puede ocultar y mostrar su luz como y tanto cuanto lo desea, y a quien quiere manifestarla. Como todo lo puede en el cielo y en la tierra, quiso que Miguel tuviera el honor de estar presente a manera de sombra en el cuerpo del Verbo que se formaba en María, siendo en ella nebulosidad en tanto que el Verbo asumía su sustancia virginal.

            Así como la sombra de san Pedro curaba las enfermedades, la sombra del Padre eterno daba protección a María.

            [600] Hija, la sombra no es el cuerpo; no debes asombrarte ante lo que te dije en otra ocasión: que Gabriel y los ángeles, rodeaban, al exterior, el lecho de Salomón, en tanto que la Trinidad obraba la maravilla de maravillas en el seno de María. No existe una regla tan general que no admita excepción. Miguel pudo ser exceptuado, no tanto por ser ángel, sino por ser el fiel amigo de la Trinidad y, al modo de entender de ustedes, escudo del Verbo que se opuso al diablo para defender a su Madre encinta de él. Lo que Miguel hizo simbólicamente y en visión figurada, le fue reputado en realidad; Dios es un fiel remunerador. La escritura dice: Abraham creyó y su fe se le reputó en justicia; Miguel se opuso al demonio para gloria del Verbo Encarnado, y la Trinidad reputó en justicia su fidelidad mediante el deseo de revelarle la encarnación divina.

            Se dice con razón: Abraham deseó ver mi día; lo vio y se alegró en él. ¿Quién puede saber cuándo lo vio? Nadie, empero, lo pone en duda. Hija, estas ideas no son tuyas, porque proceden de mí para que como hija alabes a Miguel, que luchó por mi Madre, que es la primogénita del amor de Dios. Tú debes engendrarme, pero de otra manera. Miguel combatió por ti y te ha favorecido tanto, que he juzgado conveniente que conozcas las gracias que a mi vez he concedido a este fiel mío por excelencia. Gabriel supo muy bien qué era lo más adecuado para anunciarlo en calidad de embajador de este misterio pero sin ser tajante, alargando su visita porque fue necesario informar a María, que tanto se asustó al verle en forma humana, como símbolo del misterio que se obraría en ella, o como signo visible del sacramento invisible que encerraba en ella. [601] Miguel fue el primero de los entendimientos celestiales, el príncipe de los ángeles, el más cercano a la Trinidad y el primer adorador del Dios vivo. No debe asombrarte que te diga que estoy en su presencia en calidad de Verbo increado, porque soy una de las personas de la Trinidad; debajo de mí, aunque a mi lado, está mi Madre, por cuya dignidad lleva la corona del reino. Mardoqueo fue el primero de los príncipes por habérsele conferido una dignidad real; pero no era el rey. Ester gozó de grandes privilegios por encima de él, a pesar de que su fidelidad para defender la vida del rey fue el motivo para recompensarlo. Cuando el rey supo que no se había dado reconocimiento a sus buenos oficios, cuando supo que era tío de la reina Ester, a la que había criado como hija suya, lo constituyó después de Ester en el primero de su reino, dándole su anillo para que proveyera en su nombre todo lo que deseara su esposa Ester, que era su hija adoptiva llena de agradecimiento por los grandes cuidados que le dispensó durante su minoría de edad.

            María, la más excelsa de todas las reinas y emperatriz del universo, fue escogida por la Trinidad para ser Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa queridísima del Espíritu Santo; asignándole no sólo al gran san Gabriel para ser su guardián, sino la prerrogativa de contar con san Miguel, que recibió del soberano Dios la comisión de escoltarla con todos sus ángeles en nombre del divino Verbo, del que era digna Madre; y que Miguel y todos sus ángeles los reconocieran como su cabeza, combatiendo por su causa con el dragón, que se oponía a esta mujer maravillosa cuando estaba encinta del Verbo Encarnado, en cuyas entrañas se humanó y se envolvió de ella, confiriendo a Miguel el oficio de generalísimo para combatir en contra del dragón.

            [602] Fue Miguel quien reveló a san José el misterio de la Encarnación; y aunque no me parece bien afirmar que fue el mismo que anunció a la Virgen, se me permitirá decir que san Gabriel se confesó agradecido en sus comisiones cuando Miguel acudió en su auxilio, sobre todo en lo concerniente al pueblo hebreo, del que era protector, debido a que el Salvador y su Madre fueron la redención misma de aquel pueblo, así como descendencia bendita de Abraham. Ante su perplejidad, Miguel reafirmó en sueños a san José; es decir, en medio de la oscuridad de la noche, no deseando ser reconocido y cubriendo con su sombra los ojos corporales de José por medio de las tinieblas.

            San Lucas se enteró por la Virgen que Gabriel había sido enviado en su calidad de guardián, en tanto que Miguel, que debía venir junto con el Verbo en calidad de asistente, esperaba la respuesta, y que, una vez dada, la Trinidad realizó la obra adorable de la divina Encarnación, honrando a Miguel con la visión de esta maravilla, a fin de que saboreara el gozo de la victoria que obtuvo sobre el dragón y sus ángeles, diciendo al Verbo: a ti la gloria y el triunfo, a ti que eras que eres y que serás eternamente. Abraham vio el nacimiento y se alegró por él; Miguel contempló la Encarnación con respetuoso júbilo. Cuando Eva perdió la justicia original, la serpiente estuvo presente. Cuando María recibió la gracia sustancial, Miguel estuvo presente. El texto dice que Gabriel la dejó en cuanto recibió la respuesta a su embajada. Moisés se apartó de los que no debían entrar en la nube, dejándolos donde la providencia divina se lo mandó, para internarse solo en la penumbra en la que Dios hablaba por medio de Miguel, que al pueblo pareció ser el mismo Dios.

            Miguel, por tanto, estuvo presente cuando el Rey de los ángeles se hizo verdadero hombre para levantar nuestra naturaleza hasta el trono de Dios, y Miguel fue el primero en prestar juramento de fidelidad en nombre de todos sus ángeles al Hombre-Dios, al que adoró en espíritu y en verdad, confesándose súbdito no sólo del Hijo, sino de la Madre Virgen. Sólo Dios y él pueden decir con cuánta alegría lo hizo. Jesucristo dijo que Abraham deseó ver su nacimiento, y que dicha gracia le fue renovada como a padre de los fieles, cuya simiente bendita sería el Salvador, también Hijo suyo, el cual debía sentarse a la divina diestra del Padre eterno.

            San Miguel tuvo, a no dudar, tantos deseos de ver la Encarnación, como los tuvo para ser fiel y combatir al que quiso impedirla. Obtuvo del Padre, por tanto, el favor de contemplar al Hijo cuando se encarnara, a fin de instruir jubilosamente a sus ángeles para que lo reconocieran y adoraran a una señal suya. Más tarde, al nacer, lo adoraron de nuevo por mandato del Padre, cantando al mismo tiempo: Gloria en las alturas. Miguel fue el único espectador del misterio escondido en María, pero tanto él como sus ángeles fueron admiradores de la Natividad del Salvador, anunciándolo a los hombres por los que había nacido. Miguel fue el amigo al que Dios no quiso ocultar su secreto, al igual que a Abraham. Por mediación de Miguel, Abraham fue instruido acerca de todo representando ante él al Verbo Encarnado, al que adoró en figura. Miguel supo el secreto antes de que Abraham existiera.

            Cuando el Verbo se encarnó en María, los ángeles no toleraron más que los hombres los adorasen. Miguel, que instruía a Juan, le prohibió hacerlo, llamándose servidor al igual que él. Fiel Miguel, di que eres el secretario del Verbo en la Iglesia triunfante y en la militante; que guardaste a María en las figuras que dicha princesa merecía más que un ángel, por ser la Reina de todos los ángeles. Que fuiste tú quien se extasió ante su perfección junto con Gabriel y que dos serafines te dijeron que el Hijo al que ella llevaba era tres veces Santo; que la Virgen era su alto sitial, morada santa y templo sagrado en que la divinidad se encerraba dignamente, por ser digna Madre de Dios.

            Si san Gabriel tuvo necesidad de tu asistencia para terminar con las resistencias que el príncipe de Persia le opuso durante veintiún días, ¿acaso no era conveniente que acudieses a alabar augusta y dignamente a la emperatriz universal, a la que su único Hijo alaba convenientemente, sirviéndola con humildad como principio de su vida humana? Así lo expresó san Dionisio a san Timoteo al informarlo de la conferencia que tuvo lugar en presencia de los pontífices escogidos por Dios: en cuanto a ustedes, a mí, y a muchos de nuestros santos hermanos se refiere, convivimos para orar al cuerpo que fue el principio de vida y alojamiento de Dios. Estuvieron presentes Santiago, hermano del Señor y Pedro, la cima más alta y el primero de todos lo teólogos. Después de esta visión convinimos en que todos los jerarcas, cada uno según su suficiencia, alabarían la infinita y poderosa bondad de la debilidad divina.

            Con estas palabras, el gran san Dionisio alabó la infinitud de la bondad divina valiéndose del término debilidad. Qué manera de loar la poderosa bondad, llamándola debilidad divina. Con ello vemos la grandeza de María, a cuyo servicio estuvo su Hijo encarnado y cuyo soporte es el mismo Dios, que da valor a sus acciones, que son teándricas: divinamente humanas y humanamente divinas. Un Dios hijo sirve a su Madre, de la que se confiesa súbdito. Siendo igual a su divino Padre y recibiendo su esencia de él sin dependencia, se convierte en servidor al tomar la carne en su Madre, poniéndose bajo su potestad para redimir a los que estaban bajo la ley del pecado.

            El gran Miguel acudió, pues, a rendir alabanza según su poder, para loar la infinita y poderosa bondad de la debilidad divina, que tomó nuestra fragilidad para darnos su fuerza y se hizo pobre para enriquecernos. Jesucristo podría decir mejor que san Pablo: Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre, a la abundancia y a la privación (Flp_4_12). Nuestro pontífice supo compartir por experiencia nuestras debilidades, por haberse hecho pasible y mortal. En ello tuvo a bien que Miguel fuera espectador y testigo fiel de sus humillaciones, así como lo fue de sus grandezas, en las que penetró más que los demás ángeles, en calidad de cabeza de todos por decir: ¿Quién como Dios? a todo lo que su sabiduría dispuso en el cielo y en la tierra.

            San Miguel es el ministro perfecto, que manifiesta la verdadera complacencia de aceptación de los deseos del Rey de amor, el cual lo constituyó intendente de su justicia; oficio que no debe ser encomendado sino al primero de los serafines que sabe, después del Verbo Encarnado y de su Madre, cuán ardiente es el amor. Para exhalar sus llamas se opuso a Lucifer; por no poder sufrir que la criatura intentara igualar al Verbo que deseaba encarnarse para mostrar cuánto amaba Dios a los hombres; amor que lo movió a unir una de las personas divinas a su naturaleza en un individuo, confiriéndole su propio soporte. Dios es un altruista que colmará de admiración a los ángeles y los hombres por toda la eternidad.

            Miguel, aprendió en el Verbo, que es un espejo voluntario que se complació en instruir al angélico príncipe acerca de sus designios, [606] sabiendo cuán fielmente los adoraba, complaciendo con ello el divino placer de alegrarse en sus designios como el alma del esposo. Casi estalló de alegría al contemplar al Rey de amor en el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón (Ct_3_11), al ver la diadema con que su Madre Virgen lo coronaría el día de su Encarnación. Miguel lo vio como el primogénito entre muchos hermanos, el primer nacido de entre los muertos, cuyo amor no estaría satisfecho si no se sujetaba al madero y colocaba su nombre entre los muertos del siglo: Me hace morar en las tinieblas, como los que han muerto para siempre; se apaga en mí el aliento, mi corazón dentro de mí enmudece (Sal_143_3).

            Miguel, al contemplar el amor excesivo, habría deseado poder seguir a su maestro, si él hubiese querido que se hiciera hombre para morir con él, padeciendo las aflicciones y angustias que debía sufrir de la resurrección de Lázaro a la Cena; en el Huerto y en la cruz, y para ser encerrado en el lugar de los muertos junto con el que era la vida esencial, cuyo único amor triunfó y triunfará de cara a la eternidad sin disminuir la gloria que corona las victorias de este Enamorado. Como Miguel no podía tener un cuerpo, ya que no debía encarnarse como su maestro para batirse en duelo a campo cerrado, llamó al jefe de los espíritus rebeldes para combatir con auténtico celo, abatiéndolo junto con todos sus secuaces. El cielo y la victoria serán de Miguel, y la gloria del Verbo Encarnado.

Capitulo 86 - Mi divino amor, Santo de los santos, quiso instruirme en la bienaventuranza por medio de luces altísimas y de su deliciosa claridad. 30 de octubre de 1637.

            [607] El 30 de octubre de 1637, después de humillarme ante el Rey de la gloria y Santo de los santos, trayendo a la memoria mis faltas, mi divino Amor las disimuló para que, en actitud de plena confianza, pudiera meditar en la bienaventuranza. Primeramente se me apareció en forma de un cordero llevando su cruz en un valle que parecía un pasadizo, a cuyos lados crecían árboles. El cordero pacífico estaba en medio de la maleza, que para mí fue símbolo de las zarzas en las que se enredó el carnero que Abraham sacrificó en lugar de Isaac. Con esto el divino cordero me dio a entender que, por medio de sus sufrimientos, me había merecido la gracia y la gloria.

            En cuanto desapareció esta visión, siguió otra en la que se me mostró un mapa en el que vi una multitud innumerable para mí de santos bienaventurados. El divino Enamorado disponía mi espíritu para instruirme acerca de la gloria, enseñándome que el llamarla claridad es definirla, porque la esencia de Dios, que es el único objeto de felicidad de los Santos, es origen, camino y término de luz. Añadió que Dios es un ojo perfectísimo que ve, que ilumina y que produce en sí la luz eterna, por ser él mismo su luz, su visión y su objetivo. El puede contemplarse y penetrarse a sí mismo sin tomar nada prestado de nadie, no, ni aun su objeto, por tenerlo todo de sí. El mismo enfoca su visión, extendiéndose a todo sin necesidad de tiempo y lugar y solo se penetra a sí mismo. El ilumina todo lo que tiene alguna claridad, y con su solo rayo los bienaventurados contemplan la esencia divina, porque el alma es un ojo que se relaciona en esto con su prototipo, ya que Dios hizo el alma a su imagen en la unidad de su ser y distinción de sus potencias, creándola también semejante a él a manera de un ojo capaz de recibir la claridad de Dios. Cuando el divino amor se digne comunicarle sus rayos, el ojo, a pesar de ser tan pequeño, recibirá en sí la imagen de aquel al que contempló en medio de espacios infinitos, en los que se puede extender. El ojo es la sede del alma, en la que se manifiestan todos los afectos del corazón.

            El alma es, pues, un ojo que recibe en si la imagen divina para conocer las grandes obras escondidas en el cuerpo, es un ojo cubierto de su párpado y privado de luz y claridad; a pesar de su extrema delgadez, el párpado no le permite conocer casi nada. El rayo divino de la fe que recibe es, por tanto, demasiado débil, por ir acompañado de las tinieblas que los velos y párpados del cuerpo producen en ella; pero cuando se abre dicha membrana, y se recorren las cortinas, el ojo de la divinidad produce en el ojo del alma la vibración de su claridad y de sus rayos, permitiéndole contemplar su inmensidad y la realidad de la divinidad, aunque no siempre comprenda lo que es incomprensible. No existe ningún otro medio entre la divina esencia y el alma sino el mar transparente de cristal, que es Dios mismo, el cual sin embargo ciega lo que ilumina. Su fortísima claridad deslumbra la debilidad de este ojo, que jamás podrá ser tan fuerte, aun robustecido por la luz de la gloria, como para penetrar lo más oculto de Dios, que está reservado a la luz de la comprensión perfecta; luz que no puede comunicarse fuera de Dios. El único ojo que podrá contemplar la divina esencia en toda su perfección, como ella misma se contempla, será Dios que es ojo por naturaleza.

            La naturaleza angélica es un ojo perfectísimo como el alma como el alma, aunque con una ventaja superior, por tratarse de un ojo siempre vidente, sin párpados que lo cubran. A pesar de ello, si la visión de la gloria no proviniera de la claridad y luz natural, el ángel carecería de dicha ventaja: la debilidad y las tinieblas de su [609] naturaleza limitada lo incapacitarían para recibir el rayo procedente del ojo divino; y aun pudiendo recibirlo, lo percibiría con muchas limitaciones.

            Cuando el rayo sobrenatural incide en el ojo del ángel y del alma bienaventurada de igual manera, su claridad y visión son idénticas: el párpado del cuerpo no impedirá a los santos dicha visión porque será transparente. No veremos a la divinidad, empero, a través del ojo corpóreo, aun llevándolo en el cuerpo, debido a que en éste, cual bello cristal, será engastado el ojo del alma, que recibirá del ornamento y no del impedimento del ojo espejo.

            El alma del Salvador en la tierra, aun estando en un cuerpo mortal y pasible, permanecía siempre en la visión de la divinidad, con la que estaba unida en unidad de soporte. El limo de nuestra mortalidad jamás pudo impedir la claridad beatifica ni la comunicación del rayo del ojo divino al ojo de su alma santísima. De esta visión surgen los amores y las llamas que abrasan el empíreo; por eso los rayos que expiden los ojos son ardientes y calurosos; a través de los ojos se exhala el alma mucho mejor que cuando suspira.

            En él se pierden los bienaventurados, fundiéndose y derritiéndose ante su vista. Oh visión admirable. Oh claridad del todo divina, como es únicamente la emanación del rayo del ojo con el que Dios se contempla a sí mismo, es una reposición y un combate de rayos entre ambos ojos: el de Dios y el del alma, que lo recibe distinta, simple, pura e infinitamente, sin alteración, sin mezcla, sin oscuridad y sin otra limitación que la de su propia naturaleza e incapacidad, que le impide recibirla en su totalidad, debiendo contentarse con la medida que la bondad de dicho rayo, al comunicarse, se digne compartir con ella.

            Lo admirable es que la variedad de la gloria, dentro de la diversidad de sus comunicaciones y de los rayos que iluminan el ojo de los santos, permite a todos contemplar la misma divinidad a través del mismo rayo y del mismo cristal, dándose al mismo tiempo la pluralidad en la claridad de su visión. Todos penetran en mayor o menor grado la esencia infinita de Dios, según [610] el grado en que perciben sus rayos.

            Mi divino Amor me dijo que la predestinación de los elegidos es la gracia que el ojo divino les reserva desde la eternidad; gracia que reciben en el momento en que él se digna manifestársela, a través de su bondad que es en sí comunicativa; bondad que desea la respuesta del alma querida para asegurar su vocación, a fin de que la gloria imprima el sello de la divina elección.

            En esto se manifiesta la libertad del alma, que puede, si quiere, resistir a Dios y a su felicidad, de lo que nunca podrá acusar al amor divino. Al obrar como Vasti, la consecuencia de su rechazo es ser repudiada por el Rey justísimo, que no tiene necesidad de ella ni de la belleza que le dio, por ser en sí la belleza esencial. Movido por su amorosa bondad favoreció a esta ingrata, dándosela en participación para convertirla en digna esposa de su gloria, de su majestad y de su amor, con el deseo de que toda la corte pudiese admirarla como esposa del soberano, que se complace en gloriarse en ella. Fue él quien le dio la belleza que tanto codicia; por eso debe olvidar la naturaleza corrompida de todas sus costumbres, contemplando únicamente la claridad del Rey que es su esposo y escuchar sus divinos oráculos con profunda humildad, porque solo él la desposó por gracia, por fe y por amor; amor que la eleva a la dignidad de esposa, deseando ardientemente conservarla para él en la eternidad de Dios. Por esto dice a través de su profeta Oseas: Tu destrucción ha sido, Israel, porque sólo en mí estaba tu socorro (Os_13_9).

            Cuando él desea llevarla a un desierto abandonado por los hombres, la sitúa en soledad para hablarle al corazón con dulzuras indecibles, mediante las cuales sale de ella misma para entrar en él, que se digna honrar a su esposa sagrada sirviéndole de escudero que la llevará en alto hasta la gloria, sorprendiendo con ello a los espíritus bienaventurados, que exclaman admirados: ¿Quién es ésta que sube del desierto, rebosando en delicias y apoyada en su amado?

            [611] También debemos tomar en cuenta que él le da a conocer de cuánta desventura la libró: Yo te levanté debajo del manzano donde fue desflorada tu madre, donde fue violada la que te dio a luz (Ct_8_5). No te digo esto a manera de reproche, sino para animarte a amarme con perfección por ser yo tu esposo fiel. Ponme como una señal sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo; que tu amor sea fuerte como la muerte, ya que el mío me movió morir por ti. Que el infierno y sus tentaciones no te turben; que el mundo y sus vanidades no tengan más atractivo para ti; que la carne y sus apetitos dejen de seducirte.

            Son la sangre de mi enamorado corazón, que languidece por contemplarte en tu luz. Si me niegas este favor, permite a mi alma salir de ella misma para pasear por los espacios de tus ojos, que son mis campiñas. Si deseas que haga un alto en ellos, permite que me detenga en la aldea de tu corazón sagrado: Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo. Oh, ven, amado mío, salgamos al campo. Pasaremos la noche en las aldeas (Ct_7_11s).

            Después de contemplar las maravillas del empíreo, ¿podré seguir viviendo en la tierra y soportar en ella las tinieblas? Sí, amor mío, por ser tu voluntad que more en ella, después de las tinieblas esperaré la luz.

Capitulo 87 - Dios encontró en María sus delicias fuera de las que experimenta en sí mismo. Tres auroras. La primera, en la naturaleza, la segunda en la gracia y la tercera en la gloria. La compasión de la Virgen hacia los pecadores y su incomparable poder. 8 de diciembre de 1637.

            [615]La noche que precedió el día de la Concepción de la gloriosa Virgen, escuché que Dios tuvo en su mente a la Virgen como el único objeto que, fuera de sí, y entre todas las criaturas, podía conversar con él y contentarlo, por ser aquellas meros accesorios, y que Dios no miraba sino en razón de María, mediante la cual y en la cual encontraba todo el placer que podía hallar fuera de sí, porque es suficiente en sí mismo y no necesita mendigar contento alguno de las criaturas. Cuando se digna concederles gracias y bienes fuera de él lo hace movido por el sentimiento de bondad que tiene hacia ellas. Sólo ha encontrado satisfacción a su inclinación y a su bondad en María, en la que pensó durante la eternidad para producirla en el tiempo como objeto de sus complacencias y milagro de su amor.

            Al meditar en tan dulces pensamientos, comprendí que el Padre es origen y fuente de felicidad; el Hijo, el río; el Espíritu Santo, el término y culmen de la divina felicidad; río y término tan inmenso como la fuente de origen. La Virgen es el comienzo, el progreso y el fin de las alegrías de Dios fuera de él, que comenzó a complacerse en esta criatura y, por amor a ella, en las demás. Antes de crearla, sólo hizo bocetos y figuras de la admirable Virgen; desde que ella estuvo en el mundo, todas las demás criaturas sólo fueron copias imperfectas.

            Toda la Trinidad puso en María las más reales y auténticas imitaciones o expresiones de sus divinas perfecciones. Dios encontró en ella sus delicias al grado en que llegó a ser la bendición de la Trinidad al exterior; Trinidad que fue bendecida por la Virgen con la bendición más excelente que una simple criatura haya podido dar a la Trinidad.

            [616] La Tierra fue maldita en su obra: Su porción es maldita en la tierra (Jb_24_18). La concepción de María no fue un fruto ni una obra de la tierra maldita, ni de la corrupción, sino una obra que recibió su destino de Dios y dio fruto en medio de bendiciones; pues a pesar de fue engendrada por la vía común y ordinaria, vino para hacer realidad en el mundo el designio de Dios. Los padres de la Virgen se unieron, no impulsados por el ardor de la concupiscencia, sino para cooperar a los designios de Dios para engendrar al Mesías.

            El Verbo hizo todas las cosas. María fue hecha por el Verbo y para el Verbo, en el Espíritu Santo. Así como en el Espíritu Santo encuentra Dios su inmensidad y su amor limitado, por ser el término de todas las emanaciones, podría parecer que Dios encontró en la Virgen su término, su felicidad y su hartura al exterior. Ella fue hecha por el Verbo debido a que el Verbo está unido al resto de las criaturas mediante la dependencia que tienen de él.

            En María, se adhirió de la manera más noble a su madre Virgen, y su producción y generación fue obra del Espíritu Santo; es decir, en la perfección y santificación inefable. Dios Padre constituyó a la Virgen principio de los elementos, por ser ella el principio de su Hijo, al que aportó un aire purísimo, un agua cristalina, una tierra bendita y un fuego inextinguible, que aun en la muerte conservó el vigor de su llama, porque durante el sueño de tres días o de cuarenta horas que su alma estuvo en los limbos, su cuerpo conservó sus admirables cualidades sin sufrir la corrupción.

            El cuerpo de la Virgen no las perdió cuando su alma volaba al cielo, donde recibió la gloria y sus atributos para traerla a la tierra. Con dichos atributos en su cuerpo sagrado, su vida no pareció extinguirse, porque vivió en su Hijo con la vida natural que le comunicó, la cual retomó gloriosa en su resurrección, consagrando todos los elementos porque jamás aspiró ni expiró un aire inficionado y contaminado. María jamás ardió con la llama de la concupiscencia; jamás dejó que las aguas de los afectos de su corazón se derramaran ni desahogaran en las criaturas, ni sufrió las maldiciones de la tierra.

            María es el milagro de la Trinidad: el Padre admira con admiración de benevolencia a esta hija suya; el Verbo prodiga a su Madre una admiración respetuosa y el Espíritu Santo, una admiración de benevolencia por ser su esposa. Dios se mira en sí mismo y se extasía divinamente con la visión de sus propias bellezas; en este arrebato y gozo consiste su felicidad, [617] independientemente de todo lo que no es él mismo. En su exterior contempla a esta criatura como una forma y expresión de sus perfecciones, admirando su propia excelencia en su criatura como un efecto de su virtud y un rayo de su bondad.

            Cuando Dios se anonada en la humanidad del Verbo, lo hace para realzar la gloria de la Virgen porque, teniendo cierta inclinación a la dependencia para satisfacer su amor a las criaturas, y no pudiendo estar sujeto ni ser dependiente en su naturaleza ni en su persona, desposó a la humanidad a fin de poder, en esta naturaleza unida a él por unidad de persona, someterse a la Virgen, ensalzándola hasta el punto de permitir que un Dios le estuviera sujeto naturalmente como un Hijo con su Madre, porque la mayor gloria que Dios puede tener consiste en que un Hombre-Dios le esté sujeto.

            Por ello elevó a la Virgen a un nivel de gloria que sobrepasa todo, sometiéndole un Hombre-Dios y mostrando tanta inclinación y amor hacia ella. Con el fin de ensalzarla, quiso humillarse y estar bajo su potestad, sometiéndose a ella de manera que el abajamiento y anonadamiento del Verbo pudiera servir de fundamento o de base para la gloria de María: Su fundamento está en el monte santo (Sal_87_1).

            La montaña de la divina persona del Verbo se abaja para llevar a lo más alto la realidad de la gloria de María: El Señor ama las puertas de Sión más que todos los tabernáculos de Jacob. (Sal_87_2). Dios dignificó la puerta a través de la cual vino a nosotros algo más valioso que las maravillas de los tabernáculos de Jacob y la riqueza de todos los santos.

            María fue una aurora de gracia. De hecho, constituyó tres auroras: la primera es la aurora natural en Adán, que terminó en una noche y no en un día; la segunda fue la aurora de la gracia en María, que nos condujo al sol de la gracia y de la gloria, porque en ella recibió en su seno la gracia subsistente y sustancial; la tercera aurora de la gloria es Jesucristo.

            La primera aurora tuvo lugar en el paraíso, pero fue ahuyentada, dando lugar a las tinieblas; la segunda, en el mundo, en medio de las tinieblas del pecado, que no fueron obscurecidas por estar ella exenta de todo pecado; la tercera se dio en el cielo: cuando llegó a él, Jesucristo compartió la gloria con todos sus santos; pero cuando su Madre fue recibida en él, les comunicó una nueva y más abundante gloria.

            Cuando su Madre, la Reina del cielo y de la tierra fue [618] recibida en el cielo, él se manifestó como un sol, habiendo sido hasta entonces, si se me permite la expresión, sólo una aurora que precede. El sol y la luna se unieron entonces en una conjunción sagrada: El sol y la luna se detuvieron en su lugar (Ha_3_11); Jesucristo, desplegando sus rayos, que había como reservado en parte hasta ese momento, los envió de tal manera sobre los santos, que rebotaron o, mejor dicho, fueron organizados por la Virgen. Ella acomodó los rayos de la gracia y de la bondad al rayo de las entrañas de su misericordia en el camino, rogando a su Hijo por todos.

            Todas las gracias pasan por sus manos. María es un canal de gloria que muestra a todos su misericordia, aún a los más empedernidos, impidiendo, tanto como puede, que caigan en peores culpas y sean castigados en cuanto ofenden a Dios, implorando la misericordia de atraerlos a la penitencia y deteniendo la sentencia de condenación tanto como le es posible, por ser Madre de compasión que carece de la facultad de juzgar a los criminales. Se contenta con la de ser abogada de los pobres pecadores, por los que ora sin cesar para obtener su salvación. María ofrece al Padre eterno a su Hijo, permaneciendo en pie junto a la cruz. Su amor y su salvación la mantuvieron de pie y le dieron fuerza para presenciar la consumación del holocausto perfecto, viendo morir a su Hijo con un valor más que varonil.

            María fue la única por excelencia que podía vivir al ver morir a su vida; ella fue el portento más señalado de los que ocurrieron a la muerte del Salvador, su Hijo, por ser la única que no fue abatida por el pecado original. Sólo María fue hallada inflexible cuando la muerte quiso asestarle su golpe mortal, sufriendo sin quejarse el dolor que su espada impetuosa le causó haciendo morir a su Hijo.

 Capítulo 88 - Sublimes luces que me fueron comunicadas en la solemnidad de santa Lucía, y supe que el alma movida por ellas es más excelsa que cuando las recibe y se extasía dejando de actuar, 13 de diciembre de 1637.

            [619] El día de Santa Lucía recibí grandes gracias y favores de esta santa. Hoy, al invocarla, mi divino amor me dio a conocer en un éxtasis la grande gloria de esta santa. Me pareció verla toda luminosa, como sugiere su nombre. Escuché que tiene un grado de gloria semejante al de san Lorenzo. También vi un unicornio y escuché estas palabras: Allí suscitaré a David un cuerno, aprestaré una lámpara a mi ungido (Sal_132_17), y que el cuerno de David, el verdadero Salvador, había aparecido entre esplendores en esa azucena sagrada.

            Vi tantas maravillas, que llegó a parecerme que Dios me había escogido para describir la gloria de esta santa; pero no he podido escribir lo que contempló mi espíritu, distraída o impedida por mis achaques. Solamente diré que dicha santa estaba fortalecida por el Espíritu Santo, que la escogió para ser su morada y que el Verbo gozaba de manera inefable al comunicarle su claridad. Ella fue el templo del Espíritu de amor, que se complació en consagrarla con la profusión de su unción sagrada.

            Lucía fue el domo del sol de justicia, que la colmó de luz; al colocar en ella el cuerno de David, la volvió cristífera, tomando la forma del divino unicornio que se apacentaba y reposaba en su pecho. Al huir de sus enemigos, encontraba en el seno de esta Virgen su descanso amoroso, en el que moraba gratamente con el Espíritu Santo y el divino Padre. Como guardó su palabra, el Verbo quiso ser su viático y festejarla después de que el verdugo le hundió la espada en el cuello.

            Recibió el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, que le confirió aceptación delante de los ángeles, y que fue su acción de gracias. La Iglesia quiso expresar esta maravilla diciendo: Agradó a Dios en la lucha y fue glorificada delante de Dios y de los hombres. Habló sabiamente en presencia de los príncipes y Dios la amó en todo momento; su auxilio fue el rostro del Señor. Dios está en medio de ella, no será conmovida (Sal_46_6).

            [620] El amor le confirió una fuerza divina. Lucía agradó a Dios, a los ángeles y a los hombres. Los príncipes de la corte celestial admiraron la gloria y la sabiduría que la instruía n, por cuyo medio hablaba. La belleza del rostro del Señor de la gloria le dio seguridad y la dulzura de su amorosa bondad, que colmaba su corazón, la sumergía en delicias incomparables. La muerte de Santa Lucía fue preciosa delante de Dios, que la amaba, y delante de los ángeles, con los que brillaba y resplandecía a manera de centella. Contemplé a esta Virgen en compañía de las esencias espirituales que la ensalzaban como esposa del Verbo Encarnado, que ama la pureza virginal y que se unió íntimamente a ella en razón de la conformidad que tiene la virginidad perfecta con Jesucristo, al que ella reprodujo en cierta manera, ya que la virginidad del alma es el espejo o imagen de la divinidad, y la del cuerpo representa la humanidad del Salvador. El voto sirve de plomo para detener los rayos o la imagen que el Salvador produce de sí mismo en la virgen, a la que transforma en espejo acabado.

            Así como la humanidad del Verbo, mediante una admirable correspondencia a la divinidad, y una inefable transfusión de ambas, se convierte en su propia imagen y espejo, de igual manera la virginidad, a través de la humildad, la soledad y la producción y generación legítima, produce nuevas imágenes de Jesucristo y espejos que lo representan en la tierra.

            La virgen perfecta engendra nuevamente a Jesucristo, el cual, a través de una producción admirable, se multiplica en proporción al número de vírgenes en el cielo, obrando imágenes de sí mismo en la misma medida. Las vírgenes que, sin desearlo, han permanecido en dicho estado, aunque no sin amor a la virginidad, siguen al cordero a todas partes; pero las que deseándolo, y mediante un voto, han profesado esta sublime virtud, no solo siguen a Jesucristo, sino que lo engendran en la tierra. En el cielo sólo hay una paloma y una gran multitud de vírgenes por voto y por opción, las cuales, dotadas de una fecundidad inmaculada, engendran verdaderamente a Jesucristo y son sus esposas: Oh, cuán bella y luminosa es la generación de los castos (Sb_4_3); cuán casta y bella en sus claridades; o más bien: Cuán bella es la castidad; cuán agradable y encantadora en sus generaciones santas y luminosas. Cuán cierto es que las que han sido menospreciadas por ser estériles abundan en descendientes, según la profecía de Isaías.

            Cada vez que Jesús se contempla en estos espejos se reproduce, obrando junto con el alma, que no sufre únicamente, sino que, fortalecida por la luz y resplandor que Dios refleja en dicho espejo virginal, obra con él y coopera en sus inocentes producciones, porque el alma que obra en este sublime género de acción es mucho más perfecta que aquella que [621] sólo sufre, porque la pasión de las cosas divinas que se escoge no es el punto más alto de la unión divina; y aunque sobrepase la acción ordinaria que va acompañada del razonamiento de la acción y de los sentidos interiores, no alcanza la nobleza de la acción que produce el alma cuando se acostumbra al brillo de las divinas luces, que la hace dúctil en su manera de obrar con Dios. Las pasiones que arrebatan el alma y casi la desprenden de los sentidos, haciéndoselos prohibitivos, suponen un alma que aun no tiene la fuerza de sostener los acercamientos de Dios ni sus sonoros rayos. San Pablo, en un principio, fue abatido, y durante su éxtasis no supo dónde estaba o qué sucedía. San Esteban, en cambio, contempló la gloria de Dios al ver el cielo abierto, sin éxtasis alguno, y obrando al mismo tiempo. Su alma se unió de tal manera al rayo divino, que se sirvió de él como de un rayo natural, convirtiéndose en algo así como una inteligencia con Dios. Sin embargo, es necesario llegar a la sublime perfección de la pureza virginal para participar en el estado de las vírgenes, que en el paraíso son espejos capaces de recibir los rayos más puros de la divinidad, como Santa Lucía, a la que canta la Iglesia: Lucía, esposa de Cristo, como aborreciste las cosas del mundo, brillas ahora con los ángeles. El que se sienta sobre los querubines realiza sus ascensiones sobre las nubes, caminando y volando sobre la pluma de los vientos. Al tratar con Moisés, habló y ordenó a su fiel servidor, al que alaba la Escritura por haber recibido de él el favor de hablarle cara a cara como un amigo a su amigo, le comunicó sus luces, lo cual fue advertido por los hijos de Israel cuando descendió de la montaña llevando consigo la ley para explicarles los mandatos del Dios que tronaba al dárselas y espantaba a todo el pueblo, en tanto que Moisés escuchaba y respondía con seguridad. Moisés supo orar con fuerza tal, que maniató a la justicia divina, al grado en que el Dios omnipotente le rogó que le permitiera aplicar su justo rigor contra los que fueron ingratos a sus favores. La nube que avanzaba durante el día mostrando que no debía detenerse, manifiesta que la inacción no es un estado más elevado que la acción en la contemplación perfecta. Si Nuestro Señor reprendió a Santa Marta, se debió a que se afligía por muchas cosas; no a que obrara en su servicio. Se dice que la Virgen escuchaba y conservaba todo lo que los ángeles, los reyes, los pastores, san Simeón y Ana la profetisa decían de su Hijo, ponderándolas en su corazón, que crecía en amor e intensificaba sus llamas. Las prudentes preguntas que hizo a san Gabriel cuando le anunció que sería Madre de Dios, muestran que no estaba en la inactividad que tantos admiran sin conocer, que es más una ociosidad en muchos devotos que gozar de las cosas divinas, como la llaman. No todos se encuentran en el estado en el que dijo hallarse san Dionisio, su santo maestro. La santísima Virgen pareció turbarse al escuchar las palabras del ángel, que la saludaba como llena de gracia, diciéndole que el Señor estaba con ella y que era bendita entre todas las mujeres. En su turbación, que procedía de la humildad, pensaba y consideraba sabiamente qué significaría aquel admirable saludo. El ángel, para afianzar su humildad, le dijo que no temiera ser sorprendida; que había encontrado gracia en el corazón de Dios, cuyo mismo Hijo sería suyo por indivisibilidad; que él sería el Salvador de todos sus hermanos, y que la había escogido para ser su Madre, por ser del linaje de David, del que sería hijo, y en cuyo trono se sentaría; y que reinaría en Jacob eternamente, porque su reinado no tendría fin. Todas esas grandezas fueron insuficientes para extasiar a la Virgen y privarla de la palabra. Así, preguntó al ángel: ¿Cómo será esto, si no conozco varón? (Lc_1_34). Gabriel le respondió que la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra y que el Espíritu Santo descendería sobre ella para realizar la divina operación, formando para el Verbo un cuerpo de su pura sustancia; que la concepción en sus entrañas virginales sería purísima; que su hijo sería santo y se llamaría Hijo de Dios. María, cuyo consentimiento esperaba Dios a través del Fiat, después de relatarle el ángel la concepción de san Juan en las estériles entrañas de Santa Isabel, añadió que nada era imposible para Dios. María, antes de pronunciar su Fiat, se llamó primeramente sierva, haciendo patente con ello su humildad. A través del Fiat, según la palabra del Señor que el ángel le transmitió, tuvo confianza en que su virginidad sería preservada y que seguiría siendo virgen al convertirse en Madre. Virgen santa, te contemplo llena de Dios; eres Madre del Hijo del Altísimo, llevas en tus entrañas a aquel en quien reposa corporalmente toda la plenitud de la divinidad y en el que están encerrados todos los tesoros de ciencia y sabiduría del Padre. Muchos piensan que en el instante de la Encarnación fuiste elevada hasta la más sublime contemplación de la esencia divina. Permanece tranquila en tan dichosa visión; siente las cosas divinas sin obrar; el que te lleva en sus manos es inmenso; déjate perder en el gozo de tu Señor, que puede enviar a Gabriel con santa Isabel, para decirle que venga a rendir honores a tu divina maternidad. Perdón, Señora, por la libertad que me tomo para demostrar que el Espíritu del Señor te [623] impulsa hacia donde quiere llevar la gloria de Dios, que es lo que te impele. Que la divina contemplación no impida la acción por un designio divino; acude a santificar a san Juan subiendo y remontándote sobre los montes de Judea, pero con diligencia. Tu Hija es un gigante cuyo nombre es Pronto Saqueo (Is_8_1), urgiendo la gracia del Espíritu Santo, al que no gusta retrasar el efecto de sus bondades. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá (Lc_1_39). Al entrar en la casa, saludó a Santa Isabel, sin quedar extasiada ni en un silencio de admiración. El sonido de su voz conmovió al pequeño san Juan en el seno de su Madre, haciéndolo saltar de alegría. Fue causa también de que Santa Isabel pronunciara con gran voz sus admirables palabras, después de las cuales María entonó su Magnificad, que nos dice más que todo lo que hayamos podido saber de ella en toda su vida. No deseo extenderme sobre este tema. Ahora consideraré a los serafines, espíritus ardientes, que adoran a Dios ante su trono con el rostro velado, como dijo el profeta Isaías, cantando sin cesar: Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos, estimulándose unos a otros a repetir este trisagio. En el Apocalipsis, el águila evangélica vio al Cordero sentado y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban su nombre y el de su divino Padre escritos sobre la frente. Escuché sus voces cual voz de muchas aguas y el retumbar de un trueno potente, pero con tanta suavidad como poder. Todos eran cual perfectos tañedores de arpas y cítaras, cantando un cántico nuevo; los cantores del empíreo más cercanos al cordero y los más próximos a sus resplandores eran vírgenes; a ellos que está permitido, con exclusión de otros, entonar su cántico, que es siempre nuevo en su admirable sublimidad. San Juan añade que a los vírgenes elevados sobre la tierra les está permitido seguir por todas partes al Cordero, sea sobre las nubes, sea por encima de las bóvedas azules. En el capítulo cuarto del mismo Apocalipsis, el predilecto del Cordero vio delante del trono, del que procedían los rayos, voces, truenos y cuatro animales llenos de ojos para contemplar las divinas claridades, los cuales, sin reposar e incesantemente, cantan: Santo, Santo, Santo, Señor Dios todopoderoso, Aquel que era, que es y que va a venir. Y cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas delante del trono diciendo: Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder (Ap_4_8s).

            Es evidente que los cuatro animales dicen Santo sin cesar, y que los 24 ancianos están activos, ya que se postran y depositan sus coronas ante el escabel del trono divino. ¿No es esto obrar? David dijo con razón [624] que los ángeles fueron nombrados ministros, pero raudos cual chispas de fuego que acuden con presteza; siendo como cielos por cuyo ministerio El nos envía sus luces a manera de centellas resplandecientes.

            El Evangelista nos dice que en la gloria el Salvador se ceñirá de claridad para colmar a los bienaventurados con sus luces deliciosísimas, por ser la divina sabiduría que alcanza suave y fuertemente de un confín al otro, mirándolos con lámparas encendidas en sus manos y atentos a su voluntad para cumplirla. El los hará sentarse a la mesa, es decir, les asegurará la posesión de la gloria eterna, celebrando, gracias a su poderosa bondad, el banquete de su propia gloria, sin perder la suya al comunicarla. Si los encuentra vigilantes que equivale a decir anticipando su llegada o saliéndole al encuentro para abrirle cuando llame a la puerta para que en cuanto llegue y llame, al instante le abran (Lc_12_36), los llama bienaventurados, por haber velado y abierto con prontitud.

            Los hará sentarse a la mesa por toda la eternidad, y yendo de uno a otro, les servirá (Lc_12_37) Daniel, en sus visiones, vio al Anciano secular sentado en el trono, del que salían llamas de fuego: Su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego corría y manaba delante de él. Miles de millares le servía n, miríadas de miríadas estaban en pie, delante de él (Dn_7_9). Por medio de dicho trono, de sus ruedas de fuego, del torrencial río de fuego que manaba o procedía del rostro del anciano de los siglos, muestra que, en la gloria, Dios quiere que los ángeles actúen cual ministros de fuego, y que los llamados asistentes tampoco están ociosos. San Rafael, es uno de dichos siete asistentes ante Dios, vino a la tierra para guiar a Tobías y ocuparse de sus negocios; y el mismo Salvador, al referirse a los que cuidan de los pequeños que creen en él, añade que el cuidado de los niños en nada les impide la clara visión del rostro de Dios, su Padre. No existe contemplación más sublime para las simples criaturas que el poder ver, estando en la tierra, el rostro del divino Padre, que equivale a mirar la divina esencia. El Eclesiástico, al hablar del sol, dice maravillas que tienen por objeto mostrar en figura lo que los bienaventurados hacen y harán en la gloria por toda la eternidad. Grande es el Señor que lo hizo, exclama, después de describir las excelencias de dicho astro como obra del Altísimo; y a cuyo mandato emprende su rápida carrera (Si_43_5). Sin embargo, como el Salvador nos dice que su perfección consiste en hacer las obras de su Padre, diciendo que era igual a él, ¿Qué debemos pensar en la tierra de sus admirables obras? En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace (Jn_5_19s).Si en la Trinidad se dan operaciones [625] internas y emanaciones o producciones activas, ¿Cómo negar que en la divina contemplación las almas que obran mediante las mociones del Espíritu Santo no sean más elevadas? El Espíritu Santo, que es pasivo en la Trinidad, desea obrar en ellas mediante su cooperación. Los doctores o experimentados en la oración mental son del común sentir que las almas que pueden corresponder y sufrir los sublimes ardores sin caer en éxtasis son más elevadas que las que se limitan a recibir sin dar nada a cambio. La esposa dice: Mi amado es para mí, y yo para él en una admirable respuesta que me absorbe; pero de manera que obro movida por sus propias mociones. En efecto, todos los que obran por el espíritu de Dios, son hijos de Dios (Rm_8_14). En estas acciones permanecen tranquilos y sin turbarse, siendo reposados en sus movimientos, manifestando en todo la vida de Dios en ellos.

            Adoran en espíritu y en verdad a Dios, que es espíritu; las aguas que reciben brotan hasta la vida eterna, sin estancarse como el agua que, al mezclarse con la tierra, se convierte en lodo.

            Los que, según san Juan, son fieles creyentes, se convierten en fuentes y manantiales que surgen hasta la vida eterna, por medio de la recepción del Espíritu Santo. Cuando san Pedro fue instruido acerca de la generación del Verbo, que procede del divino Padre, ¿quién de los hombres lo contempló en éxtasis? Si cuando el Verbo Encarnado preguntó a los apóstoles por quién lo tenía si san Pedro hubiera dicho: No puedo decir lo que sé de ti, el Salvador no le habría respondido: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te han revelado mi generación, sino mi Padre, que me engendra siempre, a pesar de encontrarse en el cielo.

            Cuando él escuchó la voz del Padre, cuyo brillo ni él ni los otros pudieron soportar, ni contemplar al Salvador transfigurado, no se alabaron por su poder y conocimientos. Pedro quiso detenerse allí y hacer tiendas para permanecer inactivo en la contemplación del rostro de su Maestro. El texto dice que no sabía lo que decía. El Salvador los tocó, es decir, les dio fuerzas para levantarse. Jesús no cayó por tierra, sino que conversó con Moisés y Elías. La santísima Virgen jamás se mostró extasiada, perdiendo con ello los sentidos, ni en sus dolores ni en sus gozos. Fue la mujer fuerte que encontró la sabiduría, cuya luz no se extinguía por la noche para dormir en la ociosidad; al contemplar sin cesar al que amaba sin intermitencias, participaba en la economía del alma de su Hijo, que, en su parte superior, gozaba de la visión del Verbo, al que estaba personalmente unido. No afirmo con ello que la santísima Virgen poseyera dicha visión como su Hijo, que era Dios y Hombre, cuya alma y cuerpo eran y han sido siempre apoyados por la divina hipóstasis.

            A él da el Padre sin medida, porque posee toda la plenitud de la divinidad. Me refiero más bien a que la santísima Virgen era llena de gracia antes de la venida del Espíritu Santo, y a que la virtud del Altísimo, [626] al cubrirla con su sombra en la Encarnación, la iluminó y fortaleció divinamente en sus contemplaciones.

            El reverendo P. Coton me dijo en el año 1618 o 1619 que pidiese a N. S., que tantos favores me había concedido, se dignara elevar a él mi espíritu sin ser extasiada ni arrobada; que la Hna. María de la Encarnación, carmelita, conocida en el mundo como la Srita. Acarie, se encontraba en este excelente grado de oración, mediante la cual había conocido la economía del alma del Verbo Encarnado y el estado de la Virgen en proporción, quienes no fueron impedidos de obrar al exterior por éxtasis o arrobamientos, que son señal de debilidad.

            Algunos días después plugo al Dios de bondad elevarme a dicho estado. Era la fiesta de san Pedro en ese lugar. Se me dijo en esa sublime elevación de mi alma que san Pedro había recibido el mismo favor cuando el divino Padre le reveló la generación de su Hijo. A partir de entonces, recibí las luces divinas sin caer en éxtasis: mis sentidos no se perdían ni se dispersaban y mi espíritu, casi libre de ellos, parecía unirse admirablemente a Dios y separarse del alma sin dolor, por obra del poder del Verbo divino, como dice el apóstol: Porque viva es la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas (Hb_4_12). San Pablo afirmó esto después de haber dicho a los Hebreos: Esforcémonos, pues, por entrar en ese descanso (Hb_4_11), en el que entró el Verbo Encarnado después de llevar a cabo la obra que su Padre le encomendó.

 Capítulo 89 - Gran belleza con la que el divino esposo recompensa la modestia de sus fieles esposas, 19 de diciembre de 1637

            [627] Durante la oración de la tarde, vi un rubí y más tarde un broche compuesto de toda clase de piedras preciosas, el cual me parecía más y más admirable. Se me explicó que simbolizaba para mí la persona del Espíritu Santo, que es el nudo del Padre y del Hijo; Hijo que es el sumo Sacerdote revestido de nuestra mortalidad, llevando a todo el mundo en su vestidura, y que dicho granate lo abrochaba divinamente, obrando la unión con grande dilección. Vi después, estando elevada en espíritu, una joven cuyo rostro no percibía, cubierta por el enorme granate a manera de escapulario, lo cual fue para mí símbolo del divino favor que recibía de mi esposo.

            Mi divino esposo me explicó que tan maravillosa gema se me había reservado por haber tenido siempre la garganta cerrada; que sus divinos ojos se complacían en recompensar la pureza de sus esposas, produciendo con sus luces gracias maravillosas y adornando su cabeza, su cuello y su brazo. Cada una puede decir con [628] Santa Inés: Ciñó mi diestra y mi cuello con piedras preciosas; adornó mis oídos con perlas valiosísimas. Estoy desposada con aquel a quien los ángeles sirven, cuya hermosura admiran el sol y la luna. Sólo a él sirvo en la fe; a él me entrego con todo fervor.

            ¿Quién, entre los mundanos, podría pensar que los ojos del Verbo Encarnado, que son incapaces de mirar porque él no desea iluminarlos en su impureza, se fijarían divinamente en el cuello cubierto de una virgen, y que en presencia de los ángeles y de los santos se afana en hacerle collares, cadenas e insignias de esplendor que arroban de admiración a los espectadores celestiales, que alaban al divino esposo como artífice de las grandes maravillas con las que adorna y embellece a sus esposas? San Juan, el águila virginal que pudo contemplar los rayos del hombre-oriente, el Verbo Encarnado, dice que ella es la esposa del Verbo, divinamente adornada por las claridades de su esposo, que es el esplendor de la gloria del Padre, figura de su sustancia, imagen de su bondad y espejo sin mancha de su majestad. Los rayos de este sol lo penetran todo; es el rocío del seno paterno y el que recibe toda su esencia. El Verbo es el que hace reposar a sus esposas en su seno, que es transparente como el cristal. Así como se insinúa en su corazón, se derrama en su pecho, produciendo perlas orientales con su ardiente luminosidad. Es él quien forma admirables uniones, confeccionando con ellas collares finísimos que sólo él puede valorar. [629] Es él quien se ata y se encadena a sí mismo, sin perder la libertad. Es él quien engasta su palabra de modo divino, como si las alabanzas que prodiga a sus esposas con su boca adorable, les obsequiaran perlas preciosas para los pendientes de sus oídos. David estima mucho más, sin comparación, la palabra divina que el oro y el topacio y con toda razón, porque dicha palabra permanecerá siempre. El cielo y la tierra, con sus piedras preciosas, y el mar con sus perlas, pasarán; pero el Verbo permanecerá con sus esposas, que serán cielos nuevos y tierras nuevas que cantarán en el corazón del Salvador, que es su laúd y su arpa, un cántico nuevo por toda la eternidad. Por haber conservado su pureza, permanecerán siempre al lado del Rey de reyes, que es su corona eternal. En el seno del Padre, se apacentarán con este lirio blanquísimo, y él se apacentará entre ellas, amando las perfecciones que su amor ha querido darles. Dios no se arrepiente de sus dones; el Espíritu Santo se complace en adornar estos cielos cristalinos y en ser el broche eterno que los liga al Verbo y al divino Padre con un amor que no tendrá fin, porque que su dilección es más fuerte que la muerte.

Capítulo 90 - El ojo de Dios se dignó consolarme al verme afligida. Admirables conocimientos que me dio acerca de sus adorables perfecciones por su bondad, que se desborda hacia mí, 28 de diciembre de 1637.

            [631] Estando sumida en una aflicción extraordinaria, me puse en oración por la tarde, según mi costumbre. Al derramar mi corazón en presencia del Santísimo. Sacramento, vi un ojo grande y sin párpado, de una dulzura encantadora, que me consolaba al mirarme con amor. Me di cuenta de que era el ojo de Dios y la divinidad simplísima; ojo que carece de párpado, que no se cierra jamás y puede verlo todo en todas partes sin pedir prestada la luz de las criaturas, por ser luz esencial e indeficiente.

            Vi a este ojo subsistir por sí mismo, como teniendo el ser en sí mismo. Lo vi intelectual, inteligente, fecundo en su inteligencia. Lo miré como Padre fecundísimo de su intelecto, de su dicción y de su palabra, que percibí como término de la inteligencia y entendimiento que la produce.

            Percibí la dicción, la palabra, el Verbo que emana de su principio, que es su Padre, siendo principio o comienzo de las vías internas del mismo Padre, que es del todo interior como el Hijo, el cual es imagen en la Trinidad. Vi en este ojo al Espíritu de vida, que vive con la vida del Padre y del Verbo, que es el término de la voluntad ardiente, fecunda y amorosa del Padre y del Verbo, siendo el fin de la voluntad ardiente, fecunda y amorosa del Padre y del Hijo, que lo espiran divina y amorosamente, ligándolos inmensamente y uniéndose a ellos sin limitación alguna, encerrándose a su vez en la divina vastedad, que es tan [632] inmensa como infinita. El ata y es atadura, besa y es beso, recibiendo del Padre y del Hijo toda la esencia y perfecciones que ellos poseen, sin inferioridad ni dependencia, así como ellos le comunican todo sin superioridad. Percibí que este ojo es claridad y llama de él, por él y en él, adorándolo en la unidad de la Trinidad.

            Adoré en espíritu el ojo que veía como espíritu y verdad. Adoré las divinas emanaciones, los principios y los términos, las nociones y las relaciones. Contemplé la fuente de origen y la paternidad que pertenecen al Padre en calidad de atributo personal. Percibí cómo en sí tiene el ser. Vi la manera en que el Verbo, que es su imagen, impronta de su sustancia y esplendor de su gloria paterna, emana del divino Padre tan inmensa como su principio, en unión con el que produce al Espíritu Santo, que recibe su ser del Padre y del Hijo como de un solo principio, que es la llama purísima de ambos espirantes; que es eterno e inmenso como el Padre y el Hijo que lo producen. Vi que el Hijo llamándose el esplendor de la gloria del Padre podría decirse el resplandor de su fuente, pero resplandor de su sustancia propia y no accidental sino, como luz de luz y Dios de Dios, engendrado y no creado, al ser engendrado ve divinamente expresadas todas sus perfecciones y su misma naturaleza que es muy sencilla e indivisible. Vi como el Padre engendra al Hijo en los esplendores de los santos (Sal_109_3). Antes del día de la creación todo hecho por el Hijo vi cuánto ama al Hijo, y cuánto ama el Hijo al Padre, y a entrambos producir al Espíritu Santo, que es su amor personal, que es amor sustancial, esencial, personal e infinito por ser el término de todas las emanaciones productivas. Vi de qué manera puede ser llamado el fuego de este ojo, amor divino y Dios único junto con el Padre y el Hijo, teniendo su soporte distinto, así como el Padre y el Hijo tienen el suyo; y cómo los divinos soportes tienen sus atributos personales. Miré y comprendí con gran claridad la igualdad del Hijo con el Padre en [633] poder, en sabiduría y en todo. Vi al Verbo como ojo del Padre y espejo necesario y sin mancha de su majestad, comprendiendo que en él no podían darse las tinieblas, por ser incapaz de caer o deslizarse en falta alguna. Vi al Padre engendrar necesariamente al Hijo y amarlo con la misma necesidad; no en una condición de indigencia, sino de excelencia. Vi cómo su Padre lo engendra, sin ocultarle nada de lo que hace al engendrarlo, por ser luz de luz. Percibí que ese ojo era Dios, el cual carece de párpado por ser Dios simplísimo en su naturaleza, aunque distinto en las propiedades personales.

            Escuché estas palabras, que revelan la igualdad del Hijo con el Padre en cuanto Dios: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo (Jn_5_20); y las siguientes, que nos enseñan los conocimientos y los poderes que recibió en cuanto hombre, según lo que dijo a los judíos, que lo acechaban, lo perseguían e intentaban darle muerte, no sólo porque según su criterio terrenal no observaba el sábado según la ley, sino porque se decía igual a Dios, llamándolo Padre y diciéndose Hijo suyo, llamándose a sí mismo un Dios con el divino Padre: Haciéndose a sí mismo igual a Dios. Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace (Jn_5_18s).

            Vi que ese ojo es la gloria de los bienaventurados, a los que mira porque es bueno, por ser lo bueno y lo bello que atrae a sí el entendimiento y la voluntad en medio de tantas delicias, que me es inexplicable. Todos los santos ven este ojo completo por ser simple e indivisible; aunque no en su totalidad, porque es inmenso.

            Comprendí [634] que este ojo se mira divinamente, abarcándose a sí mismo con una mirada única, divina e inmensa, que es la intimidad oculta del Dios trino y uno, conocida sólo de sí mismo.

            Escuché que no todos los bienaventurados lo ven de igual manera, ni en su totalidad al verlo todo; y que todo lo que permanece oculto para ellos los sume en la admiración adorable y deliciosa de la grandeza perfecta e inmensa del Dios que se basta a sí mismo; impotencia que deriva de la excelencia del objeto, que sobrepasa inmensamente su capacidad. Ninguno trata de sobresalir por deseo o curiosidad desordenada, que resultaría vana. Todos están colmados de la gloria de Dios en el gozo de su Señor, encontrándose tanto en la quietud como en la beatitud, que abarca toda felicidad y dicha eternal. Todos son contemplados amorosamente por este ojo con una benevolencia que los glorifica más de lo que podría yo expresar. Todos miran al Dios de bondad y de luz a través de su misma luz. Todos están rodeados del torrente de su divina abundancia, que eleva su entendimiento, en cuyos adorables conocimientos aman perfectamente. Todos se alegran en su reposo con exaltaciones y muestras de gozo que son tan modestas y respetuosas como exuberantes, por encima de todo sentimiento natural, porque en ellos todo está ordenado por aquel que es caridad y Dios: Por las palabras del Señor están fijas según su orden (Si_43_9). Este ojo divino y caritativo beatifica y ordena todo en su palacio de gloria, en el que nunca habrá indigencia de luz porque él es la luz divina. Sólo habrá alegría; en él todas las lágrimas serán enjugadas bajo la mirada de dicho ojo, amorosamente dulce, que produce en sus cortesanos delicias infinitas.

            Vi a este ojo mirar compasiva y justamente a los miembros de la Iglesia sufriente, excitando por bondad la compasión de los ciudadanos del cielo para rogar por ellos, e inspirando a los que se encuentran en la Iglesia militante para que se ocupen en las buenas obras y los liberen. Su [635] providencia es también causa de que los sacramentos aprovechen en los que desean recibirlos en dicha Iglesia, en la que las gracias se conceden en abundancia.

            El ojo de Dios, que en sí es bueno y justo, nos señala el bien, a fin de que hagamos producir los talentos que nos da, que con frecuencia son gracia por gracia. Vi que este ojo clarividente, porque todo está al desnudo ante él, no castiga los pecados que ve en el futuro del hombre, a pesar de intuir su malicia antes de que la ponga por obra, deteniéndose, aunque no por designio, antes de ejercer su justicia inflexible para darle tiempo, ofreciéndole sus gracias para prevenir sus males. A pesar de que ve un mal fin, no escatima los medios que pueden apartarlo de él; y cuando corta con sus ardientes rayos el hilo de la vida, lo hace para detener el curso de la malicia, impidiendo que el hombre aumente el número de sus culpas y, en consecuencia, de las penas que por ellas merece.

            Vi a este ojo considerar las penas de los condenados, porque penetra más allá de los abismos, odiando el pecado tanto cuanto se ama. Es menester que castigue con la medida de justicia que el pecador exige de él, acompañándola de misericordia respecto a los suplicios, que son menores que los crímenes, a pesar de que los mismos hombres se priven del fruto de la copiosa redención, no pudiendo impedir, con su obstinación, que el Salvador se haya compadecido de ellos en su pasión. En esto consistió el cáliz que lo hizo sudar sangre y agua cuando era mortal. Que los desgraciados murmuren contra Dios, que nada escatimó para salvarlos; no por ello su ojo es menos caritativo. Ellos le odian porque se condenaron a sí mismos, haciéndose indignos de la clemencia del Dios de los muertos, para caer en las manos del Dios vivo, que castiga justamente a los obstinados.

            Vi al ojo divino, que es Dios mismo, seguirme en el camino con amorosa providencia para [636] darme confianza, luz y amor a él, y que la divina unidad y adorabilísima Trinidad cuida de mí por pura bondad, asegurándome que el Padre deseaba concederme, movido por una divina inclinación, el don excelente y perfecto que es claridad y ardor.

            El ojo radiante y abrasador, que no puede ser oscurecido por las criaturas, me miraba siempre y en todo, manifestándome su bondad y diciéndome que ni los hombres ni los demonios podrían dañarme si yo era fiel en corresponder a sus designios, animándome a caminar en su presencia con pureza de intención. Mi alma se llenó de gozo al ver que este ojo era el ser en sí mismo, la luz por sí mismo y el fuego en sí mismo, que se sostenía poderosamente, que se conocía claramente y que se amaba ardientemente, a pesar de que no puedo afirmar que en Dios hay cualidades, ni apropiarle las dimensiones que vemos con nuestros ojos que son materiales.

            Pude conocer la belleza de este ojo, así como su grandeza y su ardor. Contemplé su fuerza, su esplendor y su llama; fuerza que soportaba todo lo que él es sin ser una carga para él, y grandeza y esplendor que en nada exceden su inmensidad. Lo vi como el centro por excelencia. Lo miré siendo todo llama, sin consumirse, abrasándose en todo momento y siendo indeficiente; siendo sustancia sin accidente y claridad sin tinieblas, que nunca deja de velar sobre todas las cosas, mirándose en nosotros, sin impedimento para ver todo lo que está fuera de él. El se ama sin cesar y se contempla sin intermisión. Lo vi compadecerse de mis aflicciones y disiparlas mejor que el sol a la bruma, elevándome al mirarme e instruyéndome divinamente y sin ruido, él mismo por sí mismo, sin comprometer a ninguno de sus espíritus-ministros para enseñarme sus divinas excelencias. Me dijo que se detuvo en mí como si sólo yo tuviera necesidad de consuelo, instrucción y solaz, pareciéndome tan inteligente como intuitivo, tan elocuente como amoroso. Fui testigo de tantas maravillas al mirar aquel ojo, que puedo decir que vi todo el bien sin ver el rostro del Dios que me regalaba sus favores inestimables.

            [637] ¿Qué alma desolada no se hubiera consolado a la vista de aquel bondadosísimo ojo? El rey profeta había experimentado ya sus dulzuras cuando nos dijo que nos pusiéramos en su presencia con amorosa confianza, manifestándole nuestros sentimientos y deseos de seguir en todo sus designios: Pon tu suerte en el Señor, confía en él, que él obrará; hará brillar como la luz tu justicia y tu derecho igual que el mediodía (Sal_37_5s).

            Mi alma, viéndose en una extrema tristeza, se presentó ante el Dios de bondad, sometiéndose a todo lo que él deseaba hacer de ella y en ella, confiándole sus penas como a su padre misericordioso y su Dios de todo consuelo, para que la colmara de luz y se le mostrara en el lugar donde se solaza y reposa al mediodía, deteniendo, no el sol, como hizo con Josué, sino su ojo rebosante de luz sobre ella, no permitiendo que mendigue claridades de las criaturas, sino iluminándola él mismo con sus propios resplandores, para darle a conocer la claridad que poseía antes de la creación del mundo, uniéndola a su bondad de manera admirable.

            Que todas las almas afligidas se acerquen al Dios de bondad para experimentar la bondad de su ojo divino.

Capítulo 91 - Reverencia debida a san José, a quien el Verbo Encarnado honró grandemente, 19 de marzo de 1638.

            [639] El día de san José, en 1638, aunque estaba incomodada por un fuerte dolor de cabeza, mi divino amor quiso elevar mi entendimiento al sublime conocimiento de las grandezas de este santo. Como por entonces mi indisposición me impidió ponerlas por escrito, me esforzaré en traer a la memoria algunos de los pensamientos que el Dios de bondad me comunicó.

            Me dijo que la humildad de san José fue siempre muy profunda, pues a pesar de haber sido tan privilegiado en bendiciones del cielo, y sumergido en los abismos de gracia de los pechos divinos y humanos; a pesar de haber visto durante varios años al Verbo Encarnado sometido a él, se estremecía santamente al considerar que los ángeles miraban al Dios humanado con gran respeto.

            Moisés, para recibir la ley de Dios, penetró en la penumbra donde conversaba con su majestad oculta, atronadora y admirable en el monte Sinaí. El Verbo, que es todo luz, se envolvió a sí mismo en tinieblas para recibir la ley de José y acatar su voluntad, tomando un cuerpo en las entrañas virginales de María, esposa de José, quien sirvió de velo a este misterio.

            Fue también el velo del templo sagrado, pero que jamás se desgarró; cuyos tres recintos son Jesús, María y José. Sólo ellos tres en la tierra supieron el inefable secreto, y jamás se conocerá enteramente lo que sucedió entre ellos, a la manera en que el secreto de las tres divinas personas de la Augustísima Trinidad está entre ellas, y que sólo ellas tres se conocen y se comprenden totalmente.

            La Escritura dice que es bienaventurado el que, habiendo podido transgredir, no lo hace; por ello obrará maravillas en su vida. Nadie sino san José merece esta alabanza, porque pudo, sin desfallecer, denunciar el embarazo de la Virgen a la que desposó, ya que la ley le confería dicha libertad. Sin embargo, renunció a su derecho, haciéndose a un lado dulcemente, como sintiéndose indigno de convivir con ella. Fue más allá de la ley [640] sin desfallecer; por ello hizo maravillas en su vida oculta; las más grandes que pudieran admirarse en un hombre cualquiera.

            Josué detuvo el sol, dándole órdenes en tanto que tomaba venganza de los enemigos de Dios; el mismo Dios, que acudió en persona a combatir a sus enemigos y destruir el pecado, se detuvo para someterse a san José, que le dio órdenes durante tantos años y lo tuvo a sus pies, permítaseme la expresión, sujeto y obediente a sus deseos, a diferencia de Josué, que tuvo siempre al sol sobre su cabeza, sin tenerlo en su poder como lo que tenemos en nuestras manos y gobernamos a nuestro antojo.

            José llevó y dirigió al Verbo Encarnado por donde quiso que fuera, dándole órdenes y, él, obedeciendo. Gedeón recibió el rocío en un vellón; José recibió el rocío del Verbo en el seno de la Virgen, que fue el vellón sagrado y que pertenecía realmente a José según la tradición de un verdadero matrimonio. Como consecuencia, el rocío que cayó sobre ella y que germinó, pertenecía a san José.

            Rocío que se derramó en el seno virginal de modo más admirable que el que cayó sobre el vellón de Gedeón. El Rey Ezequías, habiendo mostrado sus tesoros, fue condenado a la muerte. Fue necesario que llorara para suspender la ejecución de su sentencia y que, por piedad, Dios le prolongara la vida quince años.

            José poseyó durante mucho tiempo los tesoros del cielo y de la tierra. Al que era y que poseía toda la plenitud de la divinidad, lo cubrió y ocultó con gran sabiduría, comportándose con toda prudencia en el gozo de la posesión adorable del Verbo hecho carne, que lo llamó padre e inspiró al evangelista para decir que le estuvo sujeto.

            El sol en el reloj de Acab retrocedió a favor de Ezequías, pero se adelantó, retrocedió y se movió según la voluntad de José. San Pedro recibió un gran favor cuando Jesucristo le confió el gobierno de la Iglesia; pero sin concederle poder alguno sobre él, que es su cabeza, ni sobre María, que es su Madre, a la que el divino Salvador confió a san Juan, dando con ello suficiente testimonio de que no la dejaba bajo la jurisdicción de san Pedro.

            José, en cambio, recibió el poder de padre [641] sobre su Hijo Jesús, y de marido sobre su esposa María. En una palabra, es mucho más ser padre que simple vicario. Lo último correspondió a san Pedro, y lo anterior a san José, debido a que en la realidad la sustancia de la que el Verbo tomó su carne sagrada era pertenencia de José.

            Sería fácil recorrer los privilegios que Dios concedió a san José; todas las maravillas que Dios hizo en sus santos son admirables, pero en nada comparables a las que su sabia bondad obró en san José. Es demasiado evidente que aquellas son mucho menores.

            Los apelativos de padre del Verbo Encarnado y de esposo de la Madre del Hombre-Dios se elevan por encima de todo lo que hay en el cielo y en la tierra. El Padre y el Espíritu Santo se alegran y regocijan al ser llamados Padre del Hijo y Esposo de la Madre.

 Capítulo 92 - Prudencia de la Virgen en todo tiempo, en especial en la Encarnación y en la muerte de su Hijo, lo cual debe ser para nosotras un ejemplo admirable para comportarnos con prudencia, marzo de 1638.

            [643] Un sacerdote me dijo que meditara por algún tiempo en la prudencia de la Virgen y le confiara mis pensamientos, debido a la dificultad que encontraba en la elaboración de un sermón culpando la imprudencia de Eva. Le respondí que en realidad Eva pecó por ligereza e imprudencia, seducida por las argucias de la astuta serpiente, por cuyo motivo la sabiduría eterna le dijo que la segunda Eva le aplastaría la cabeza con su admirable prudencia y que, aunque acechara su talón, ella saldría siempre victoriosa de sus insidias.

            Contemplemos su modestia y escuchemos las prudentes palabras que cruzó con el arcángel Gabriel, como para informarse y conformarse al designio divino de Aquel que ella sabía era omnipotente, demostrando su prudencia al decir: ¿Cómo será esto? Después, al tener la seguridad de que permanecería virgen, exclamó: He aquí la esclava del Señor; palabras que concluyeron la alianza de Dios con la humanidad por toda una eternidad.

            Las virtudes auténticas no se contrarían jamás; movida por una ardiente caridad, salió de su habitación para visitar a Santa Isabel, siendo llevada por el Espíritu Santo sobre sus colinas para permitirle ver y experimentar las verdades en las que ella creía firmemente, haciendo que se lo confirmaran las insignes alabanzas de labios de Isabel, que fue instrumento suyo: Bienaventurada tú, que has creído: Porque se harán realidad en ti, etc., (Lc_1_45). Lo que se te anunció de parte del Señor se cumplirá; alabando su fe después de haber admirado las muestras de su humildad, diciendo que ella misma [644] iría a visitarla, aun siendo Madre de Dios. Insigne fue la prudencia de María para desviar el curso de las alabanzas que Santa Isabel le dirigía, enfocándolas hacia el que es digno de toda alabanza, por ser origen de todo bien: entonó su Magnificad, que encierra toda la prudencia como en un compendio que es necesario observar para complacer a Dios al hablar de los favores que su bondad nos comunica.

            Se trató de una humilde prudencia para hacerlo callar el misterio de la Encarnación. No se debió a una duda que haya visitado a Isabel, para comprobar las palabras de Gabriel; tampoco le preocupaban los pensamientos de san José, por tener la seguridad de la providencia divina y por conocer bien la virtud de José, que era un hombre justo guiado por el Espíritu Santo.

            El Evangelista san Lucas hace resaltar su prudencia tanto en el establo como en el templo, diciendo que María conservaba y ponderaba todo en su corazón. Cuando vio a su Hijo en el templo, admirado por los doctores, no manifestó su alegría, sino que, cuando todo hubo terminado, preguntó a su Hijo, tan prudente como amorosamente, por qué había permitido que ella y José pasaran tres días en su búsqueda, si sabía que era todo para ellos.

            ¿Quién podría dejar de admirar la prudencia que tuvo para abastecer las bodas, al decir a su Hijo: No tienen vino, aconsejando a los anfitriones que hicieran todo lo que El les dijera? A la muerte de su queridísimo Hijo triunfaron en esta reina de los mártires todas las virtudes: la prudencia las dirigió, pero con tanta fuerza, sabiduría y valor, que permaneció en pie junto a la cruz, donde su corazón estaba crucificado.

            Fue allí donde aplastó la cabeza de la serpiente antigua, obedeciendo al Padre eterno, dando y sacrificando el propio fruto de su vientre y consintiendo al designio divino de que un Hombre-Dios, Hijo suyo, fuese anonadado y humillado hasta la muerte de la cruz. Así como no se enorgulleció ante las aclamaciones que se le prodigaron el día de Ramos, diciendo: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor (Mt_21_9), tampoco se dejó abatir por los sufrimientos de su Hijo, [645] que se ofreció porque así lo quiso.

            La Virgen tuvo un mismo querer y no-querer con él, siendo la mujer fuerte a la que encontró y poseyó la sabiduría al comienzo de sus vías, reservándola para mostrarla a los hombres y a los ángeles, constituyendo el espectáculo del mismo Dios, la gloria de nuestra naturaleza y las delicias de la santísima Trinidad. El Padre amó la prudencia de su Hija, el Hijo, la prudencia de su Madre y el Espíritu Santo la prudencia de su Esposa, que estuvo tan recogida junto a la cruz como delante del pesebre. Todo ello de manera que podemos afirmar que conservaba y ponderaba en su corazón todo lo que se decía y hacía, aunque su alma estuviera traspasada de dolor; a fin de revelar no sólo los pensamientos de muchos, sino para declarar, en el tiempo designado por Dios, los propios de ella.

            Es la Virgen prudente por excelencia, que tuvo siempre su lámpara bien provista a la hora de la muerte de su Hijo, que fue un mediodía transformado en media noche por las tinieblas que cubrieron toda la tierra, así como las de los corazones de los hombres poseídos por los demonios, que salieron de sus mazmorras para dar curso a su rabia por permisión de Dios. En las bodas del dolor estuvo próxima a las de la gloria, en la que vivirá eternamente coronada de estrellas, vestida de sol, calzada de luna y ensalzada sobre todas las criaturas, en tanto que la serpiente es confinada al centro de la tierra.

            En fin, lo que no es de Dios, está por debajo de la Virgen prudente, a la que suplicamos se ocupe de nuestra dirección, a fin de que podamos complacer a la santísima Trinidad, de la que es Madre, Hija y Esposa.

            Isaías dijo a los judíos: Reparad en Abraham vuestro padre, y en Sara, que os dio a luz. (Is_51_2). El Espíritu Santo nos dice: Tomen ejemplo de la Virgen, que es su Madre. Contemplen su prudente humildad y su humilde constancia. La sabiduría eterna pensó en ella por toda la eternidad; ella permaneció siempre en un profundo sentimiento de su bajeza; ella es la fuerza elegida por Dios para esconderse en ella al hacerse hombre mortal; [646] ella fue su sepulcro glorioso en el momento de la Encarnación, del que se revistió, tomando en ella un cuerpo mortal que debía morir un día por toda la humanidad, haciendo inmortal dicho cuerpo al cabo de cuarenta horas. El primer Adán fue condenado a volver a su origen; el segundo Adán, que era del cielo, modificó esta sentencia. Habiéndose hecho mortal, resucitó inmortal y fue nuestra primera resurrección, convirtiéndose en tierra de los vivos. El primer Adán fue hecho tierra de los muertos, debido al pecado; Eva se ensalzó por soberbia y él, por imprudencia, lo cual los sumió en la confusión y les preparó el infierno. La Virgen, humilde y prudente, se humilló, el cielo se abrió ante ella y Dios mismo descendió para elevarla hasta la divina maternidad.

            Después de la caída de Eva, se comprobaron estas divinas palabras: El que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado. El Espíritu Santo instruyó a la Virgen a partir del tiempo y momento mismo de su concepción, inspirando en ella las mociones que eran de su agrado, que ella obedeció con toda fidelidad. El mismo Espíritu se ofrece a nosotros para dirigirnos según sus divinas voluntades, que son nuestra santificación. Desea enseñarnos mediante la sabiduría el camino de la prudencia. Al llenar la tierra, quiere colmar nuestros corazones, que son nuestras lámparas. Sigamos sus divinas instrucciones, imitando así a la santísima Virgen, nuestra Madre.

Capítulo 93 - El Verbo Encarnado resucitado es el día que él mismo hizo después de la noche de su pasión, en que venció el poder de las tinieblas. Bienaventurados los que participan en la primera resurrección, semana de Pascua 1638.

            [647] Mi divino amor, dedico todo a tu mayor gloria, a la que tú mismo te entregas, sabiendo que el Eclesiástico nos dice: Con vuestra alabanza bendecid al Señor (Si_43_30). Al meditar en las palabras: Este es el día que hizo el Señor, mientras que el predicador las explicaba, mi divino amor se dignó llevarme aparte para interpretármelas de otro modo. Me dijo así: Exultad bendiciendo al Señor. Pensando a las palabras: Este es el día que hizo el Señor (Sal_118_24), y de las que el predicador daba explicaciones, mi divino amor quiso entretenerme dándome otras explicaciones diciéndome: Este es el día que yo mismo hice, iniciándolo en la Cena, en unas Vísperas llenas de luz; día que observó san Juan, el águila amada, ascendiendo en un vuelo intelectual en su transcurso, durante el cual contempló y miró fijamente mis rayos, por ser el aguilucho de mi corazón. Jesucristo realizó acciones de luz, que ocultaría en la oscuridad. A él correspondía vivificar su obra, produciendo instantes de gracias y las doce horas del fruto del Espíritu Santo. El construyó un cielo nuevo y una tierra nueva. El hizo posible el paso de los suyos en el mar de su pasión. El echó a andar el astro de su vida, cual gran luminaria; dándole una afluencia admirable cual luna perfecta. El fijó luces que serían brillantes estrellas en la Iglesia, a las que san Juan contempló durante la noche de su pasión. El se recostó en su lecho de dolor, del que, al salir, fue a comunicar su luz al sepulcro y a los limbos.

            Este es el día poderoso y glorioso que hace reconocer al Hijo del Hombre como Hijo de Dios en todas partes. De este día, que es el terror de las tinieblas, procede el día de nuestra felicidad. Gracias a esta noche, que es [648] nuestra luz, hemos conocido la ciencia y la sabiduría del Padre. Todo el universo escucha su voz. El sol divino encontró o asentó su tabernáculo en las tinieblas, convirtiéndolas en día al salir de ellas con pasos de gigante, precediendo a la aurora. Por ello se levantó antes que las Marías.

            Despedía tales luces, que cegaron a los hombres. El Evangelio dice que todavía era de noche. El dio con tal rapidez un paso del cielo a la tierra y de la tierra al cielo, que asombró a David en su carrera.

            Este día se manifestó con tanta claridad, que hizo estallar de júbilo. Penetró en su lecho nupcial, engendró a sus hijos de luz, y apareció ante todos en el mismo instante para imponer las leyes del amor, que son inmaculadas. Dio una muestra dulcísima de su bondad, que levanta a la nada. El es el carro y la gloria de Dios que vio el profeta Ezequiel más allá del río Kebar, río que procede de la cruz, donde todos estuvimos representados como cautivos venidos de los cuatro rincones del mundo. El apareció teniendo cuatro caras, todo luz y todo amor. El está lleno de ojos porque mira todo y a todos. El tenía pies y manos de hombre. El siempre se movió según la impetuosidad del Espíritu Santo, que estaba en él en cuanto Hombre y procedía de él en cuanto Dios. El recibió la rueda de los mandatos divinos, a los que siempre observó, sin retroceder jamás, y sin contradecir en algo los decretos eternos (Ez_1).

            Después de su muerte se convirtió en firmamento, embelleciendo a toda criatura con el esmalte de sus perfecciones y elevando nuestra humanidad admirablemente hasta el mediodía de la gloria, haciendo la mañana admirable en la que era y es tanto aurora como sol; en ella produjo innumerables astros y solecitos, cuya magnitud iluminó a las almas engolfadas en el mar de su amor, convirtiéndolas en mares y cuerpos celestes. El se reproduce a sí mismo en las almas santas. Me refiero a las que participan en esta primera resurrección: Revivieron y reinaron con Cristo mil años. Es la primera resurrección. Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre éstos (Ap_20_4s).

            Cristo murió una vez y no volverá a morir. La muerte perdió su imperio. Sus dos naturalezas jamás se separaron, a pesar de que en cuanto hombre se dividió; es decir, su alma y [649] su cuerpo se separaron, en el gran día de la inmensa aflicción del Salvador y del gran reposo de todos los hombres. Toda la naturaleza sufrió en el Salvador; el viernes solemne fue el día de la Resurrección. Este es el día que hizo el Señor después de imponerse a los poderes de las tinieblas, que tenían licencia para combatir en su contra, como él mismo afirmó al ser aprehendido en el Huerto: Por hoy esta es su hora y el plazo concedido a los espíritus de las tinieblas, en el que tienen poder para maniatarme. No lo tendrían si no les fuera dado por mi Padre celestial, el cual me enviaría legiones enteras de ángeles de luz si yo se lo pidiera.

            No deseo segundo en este duelo. Quiero combatir solo y abatir a todos mis enemigos. Quiero hacer ver que yo soy la luz por esencia y por excelencia. Quiero que las almas que me aman caminen en el esplendor de mi gloria, viéndome revestido de claridad, que es la vestidura propia de los cuerpos gloriosos, que son impasibles, inmortales y ligeros; con ella aparezco prontamente para iluminar a todos los que yacen en tinieblas y en sombras de muerte.

Capítulo 94 - La ascensión del Verbo Encarnado, glorificó nuestra naturaleza. La nube representa la persona del Padre y el viento al Espíritu Santo, que descendió distribuyendo lenguas de fuego para abrasar a todo el mundo. 5 de mayo de 1638.

            [651] El día de la Ascensión, sintiéndome molesta a causa de mi salud y tan afligida que no podía encontrar solaz en lugar alguno, me retiré a nuestra capilla, haciéndome violencia para orar ante aquel que había subido a su gloria, ascendiendo sobre los cielos para convertirse en el cielo supremo. Al cabo de un rato el divino Salvador, que es mi Rey y mi reino, se inclinó a mis deseos; mejor dicho, me elevó hasta él diciéndome amorosamente que había subido hasta la gloria suprema, que fue adquirida por su poderosa diestra a través de sus sufrimientos. Me dijo maravillas, que describí lo mejor que pude a mi director espiritual.

            Permite a mi alma, divino Salvador mío, que alabe tu bondad, que es tan grande, magnífica y generosa con nuestra naturaleza, a la que uniste a tu divina persona. Oh Verbo eterno. Eres imagen y figura de la sustancia paterna, espejo sin mancha de su majestad, esplendor de la gloria, a la que penetras y en la que envuelves a la humanidad santa a manera de luminosa vestidura, para convertirla en el cielo supremo. La elevaste por encima de todos los cielos a fin de que se siente a la diestra poderosa, tocando divinamente las aguas supremas para ser un mismo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, que son indivisibles de tu divina persona en razón de su naturaleza que es simplísima, aunque los soportes sean distintos y conserven sus atributos personales.

            Esta nube que te cubre a nuestra vista y ese viento elevándote nos da a conocer por estos grandes signos las dos divina personas que te acompañan; el Padre por la nube que llovió sobre nosotros, los justos y el Espíritu Santo por el viento que es tu [652] común aspiración en las operaciones internas. Este viento da el ser a tu humanidad para hacer que se admire la producción que recibe de tu fecundidad divina. Como el Espíritu no produce nada dentro de la Trinidad desea producir algo fuera de la Trinidad.

            Envía a los ángeles, tus ministros de fuego, para decir a los apóstoles que se dirijan a la ciudad de Jerusalén, donde te recibirán para recibir solidez en tus leyes: Sobre sus bases asentaste la tierra, inconmovible para siempre jamás (Sal_104_5). A partir de la misión del Espíritu Santo, los apóstoles fueron confirmados; su corazón, que era de tierra, temblaba continuamente, agitado por el miedo y el espanto. Sin embargo, en cuanto recibieron el poder de lo alto, un abismo de gozo los revistió de poder sobre sus bases. Las aguas sagradas se detuvieron con fuerza divina, confiriéndoles poder al grado de parecer formidables al infierno y a los elementos desencadenados, que obedecían sus mandatos. Los grandes de la tierra, simbolizados por los montes, aceptaron humillarse y, al someterse al Evangelio se elevaron hasta la filiación divina; sometieron sus juicios a los preceptos divinos y dedicaron sus entendimientos al servicio de la fe: Haces manar las fuentes en los valles, entre los montes se deslizan (Sal_104_10).

            El divino Espíritu envió manantiales de agua a los apóstoles, que penetraron los corazones y sobrepasaron todas las inteligencias creadas, por tratarse de las aguas de la sabiduría increada, que es fuente de gracias, las cuales se derramaron por toda la tierra en virtud los méritos del Salvador, llegando hasta nosotros por los gloriosos canales de sus llagas, que son fuentes de vida y de vigor; que tienen vida porque son una persona con el Verbo de vida, del que se dijo: Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas, por ella les comunicó sus mandatos eternos (Si_1_5). El Espíritu Santo, que es fuente de vida, unción y fuego de caridad, produjo ríos de gracias en los corazones de los primeros cristianos, derramando en ellos la unción sagrada, encendiendo en ellos su fuego purificador y valiéndose de los apóstoles para llevar su fuego ardiente por todo el mundo.

OG-05 Capítulo 95 - El Verbo Encarnado se dignó ser para mí la puerta de entrada a su divino Padre, invitándome a salir con él para provecho del prójimo. En su bondad, me confirió los siete Sacramentos, asegurándome que establecería su Orden. 25 de mayo de 1638.

            [655] El martes de Pentecostés, al meditar en las palabras del Evangelio del día: Yo soy la puerta, rogué al que, según su propia expresión, se denomina la puerta, me permitiera entrar y salir por ella, penetrando por su medio en el Padre, y saliendo a través de él hacia el prójimo. Mi divino Amor, para demostrarme cuánto le agradó mi súplica, me invitó a salir con él a los campos y detenerme en su casa campestre en su agradable compañía: Salgamos al campo. Pasaremos la noche en las aldeas (Ct_7_12). Me dijo amorosamente que los inmensos campos a los que me invitaba a ir en su compañía eran los admirables atributos de las tres divinas personas, a las que debía admirar, encontrando mis delicias en ellas y con ellas. Aprendí además, de mi divino Maestro, que la diversidad de atributos no dividía la unidad de la esencia.

            El Verbo hecho hombre me dijo que los campos floridos eran sus ojos en cuya belleza me vería y en los que encontraría mis delicias. Escuché que el poder, el objeto, la acción y el placer varían en las criaturas, pero no en Dios, lo cual me fue expresado por el ojo que, poseyendo en sí la belleza, percibe la diversidad de los objetos que le son expuestos por la luz, en cuya multiplicidad se complace y recrea. Por medio de dicho placer, el espíritu es elevado a la contemplación de las cosas invisibles para el ojo del cuerpo, mismas que le están reservadas para cuando salga de su prisión y goce de la felicidad que el cuerpo del Salvador [656] comunica a los cuerpos gloriosos, que admirarán la santa humanidad del Rey de reyes. Añadió, por exceso de amor, que mi morada campestre era su corazón divino, en el que encontraba y seguiría encontrando, si permanecía fiel, todo lo que es todo para mí. Entre los ojos y el corazón existe una amorosa correspondencia: el corazón se abre con frecuencia a causa de las miradas de los ojos pero la sabiduría y el amor pueden abrirlo todo. El conocimiento engendra el amor, y éste va más allá del conocimiento, llevando consigo al espíritu en la vastedad de la caridad. Los que entran por los ojos y por el corazón del Verbo Encarnado pasan por puertas de gracias que los justifican. Las almas justas entran por dichas puertas mediante la recta intención, al contrario de los ladrones, que penetran de noche por aberturas secretas o indebidas. Las almas justas hacen todas sus acciones en presencia de Dios; en tanto que trabajan en medio del conocimiento y del amor, son vistas por sus ojos y amadas por su corazón. Sus corazones buscan el rostro y la presencia del Dios de Jacob, no deseando sino agradar y complacer al mismo Dios, diciendo: Dice de ti mi corazón: Busca su rostro (Sal_27_8). Nadie puede tener el corazón de Dios si no camina con perfección en su presencia, siendo un objeto agradable a sus ojos sin apegarse al propio corazón ni ser poseído por él; (nadie posee el corazón de Dios) si no da gusto a sus ojos que iluminan a los justos en medio de las tinieblas más espesas y en las prisiones más sombría s. El alma fiel adora a Dios en la oscuridad; como lleva en su corazón el amor de Jesús, él lo mira y toma posesión de él. Mi divino Amor me invitó, en su bondad, a contemplarlo mientras me paseaba, diciendo que sus ojos serían mi parque de gloria, mi hermosa campiña y mi bello jardín de flores. Prosiguió diciéndome que su corazón sería mi baluarte y mi ciudadela; mi templo, mi louvre y mi palacio de amor, añadiendo que me había puesto en dicho baluarte y me había defendido de mis enemigos con su propio poder; que yo estaba como recreada y reproducida en ese templo sagrado, y que buscara todo mi contento en su hermoso palacio; que su corazón divino sería para mí una torre de defensa contra las dificultades y los atentados de la naturaleza, y que en su templo recibiría los favores y comunicaciones de la gracia; que en su louvre podía contemplar desde ahora la grandeza de la gloria, y que me había embriagado por adelantado de los torrentes de la divina abundancia, estando aún de camino, por ser ésta su voluntad. Las dulzuras y cariñosos detalles de mi divino esposo me son inexplicables cuando considero el respeto que debo a su majestad, cuyo amor le movió a invitarme de nuevo a acercarme a él, intensificando sus amorosas y deliciosas caricias. Me dijo que no temiera los siete cuernos con los que san Juan lo vio coronado; que ya le había oído decir, en varias ocasiones, que se trataba de las terminaciones de su diadema de gloria y, que aparte de todo eso, aprendiera lo que eran los siete sacramentos, con los que alimentaba, fortalecía, engalanaba y embellecía a la Iglesia y a sus esposas. Me comentó que, de ordinario, se dice que los sacramentos salieron de su costado, del que fue engendrada la Iglesia, lo cual era verdad; pero que también emanaban de su cabeza y que todo lo que posee en su amor, también lo lleva en su entendimiento, cuyas producciones se deben a su sabiduría y amor. Su Padre es su cabeza, y él, cabeza de la Iglesia; por ello puede afirmarse con verdad que los sacramentos dimanan de la cabeza y del corazón de Jesucristo, habiendo entre ellos uno que abarca a todos los demás: el sacramento de la Eucaristía. Prosiguió diciéndome que me bautizaba con su luz, que me confirmaba con su poder, que me absolvía con una benigna indulgencia, que se derramaba en mí como unción de su bálsamo de alegría, que me alimentaba con su misma sustancia, que me consagraba con el carácter del sacerdocio invisible de la caridad, y que me desposaba con el anillo de fidelidad, dándomelo en calidad de aro del divino amor. Añadió que me amaba antes de la creación del mundo, desde su eternidad; que su amor lo había movido a comunicar su ser en el tiempo, a las criaturas, en las que se refleja, y en los sacramentos; y que al cabo de los siglos reunirá todo en él, para que Dios sea todo en todos. Afirmó que sus cuernos no lastiman el seno de su esposa cuando reposa en él, y que al acariciarla y confiarse a ella no pierde su fuerza; que él sabe amar a su esposa predilecta con más intensidad que Sansón; que él es el guardián de Israel, que [658] nunca duerme y que es un sol para iluminar a su amada con sus rayos cuando descansa en su pecho. Ella, prosiguió, le sirve de velo y él es su antorcha, a la que da su luz, porque desea verla inflamada en su amor, para lo cual derrama en ella su abundante, luminosa y ardiente unción. Me dijo que el alma se derrite a medida que es iluminada; pero la maravilla consiste en que fortalece en él al alma que se encuentra en dicho proceso de licuefacción y agotamiento de sí misma, impidiendo que pierda su ser y cuidando de que subsista mediante el apoyo del Dios de bondad, que la abisma en él sin perderla ni arrebatarle su existencia, que conserva amorosamente y de manera inexplicable. Ella se mira, considerándose como una nada que tiene el ser gracias a él, en tanto que Dios goza al contemplar al alma en este despojo, en que se sólo se adhiere a El, que es el único origen de su ser.

            Aquí se trata de las almas delicadas o de elección, entre las que reposa ordinariamente, que son hijas de gracia en las que se complace, como sucedió con Eva mientras que gozó de la justicia original. El mismo la formó e insufló en ella todo lo que tenía aliento de Espíritu (Gn_7_22), en tanto que el hombre fue creado para el trabajo. El Dios de bondad no mandó a Eva ganar su pan, anunciándole después de su culpa que sufriría al dar a luz y estaría sujeta a su marido. Las que no se casan no sufren estos dolores, teniendo la sola obligación de sujetarse a Dios y para Dios, el cual las acaricia con ternura, reposando en sus corazones y entregándoles el suyo. El Dios del amor, en su reposo, se holgará en sus santos, y sus santas en él durante toda la eternidad. El tiempo está destinado para el trabajo y la eternidad para el sábado. A pesar de que Dios, todo bondad, descansa en las almas a las que favorece, no está ocioso en su reposo, pero tampoco atareado a causa de las sagradas mociones de su amor, que está activo en dichas almas. La impetuosidad del Espíritu de Dios lleva a estas almas en un instante a diversos lugares, suscitando en ellas gran cantidad de pensamientos diversos, que les lleva horas expresar; porque la capacidad de describir las luces recibidas es una segunda gracia.

            Recordé que hay personas que no ven bien que yo hable tanto de las cosas de Dios, diciendo que me sería más conveniente escuchar; que el silencio en el amor es maravilloso, que las palabras disipan o [659] disminuyen la intensidad de la llama. Estas razones hubieran bastado para imponerme silencio, pero mi divino esposo me dio a conocer el favor que me había concedido en esto, diciéndome: Hija mía, mi Padre habla eternamente y pronuncia su Verbo, que soy yo. Mi Padre y yo espiramos incesantemente al amor, que es el Espíritu Santo. Admira, hija, la soberana unidad de esencia que hay en la Trinidad; admira cómo la Palabra es eterna, y eternamente pronunciada; admira un amor eternamente espirado, que es producción del Padre, que habla y dice su divina Palabra antes del día de las criaturas y del esplendor de los santos. Mi divino Padre creó el tiempo y los siglos a través del Verbo, que soy yo. Fue él quien produjo el mundo y colmó a todas las criaturas por mediación del Verbo, adornándolas y embelleciéndolas por obra del Espíritu Santo. A través de su palabra envió a Adán fuera del paraíso terrenal, condenándolo y reparando su falta en razón de la Palabra, recuperando así lo que Eva perdió a causa de la palabra. Con su Palabra reveló sus designios a Abraham, Moisés y a todos los patriarcas y profetas; es decir, por mediación del Verbo. La palabra eterna es el Verbo, el cual, para manifestarse, se revistió de la naturaleza humana, haciéndose sensible al convertirse en hombre. Dios halló a la naturaleza humana adecuada para hacer a su Verbo visible y sensible, a fin de que conversara con nosotros en la tierra. Fue él quien creó a los ángeles, que son estrellas brillantes, para contemplar su gloria y ser mensajeros de su voluntad: Los llamó y respondieron: Aquí estamos, alabándolo con júbilo; nuestro Dios es quien las hizo (Ba_3_35). Fue él quien los envió a Jacob, su hijo, y a Israel, su muy amado: Después de lo cual fue visto en la tierra y trató con los hombres (Ba_3_38).

            Cuando el Verbo Encarnado se fue de entre nosotros, envió al Espíritu Santo en forma de lengua, porque la palabra debía convertir al mundo. El Espíritu Santo no vino a ser mudo, sino a ser voz que anuncia las maravillas divinas. A unos da solamente el corazón; a otros, la lengua y el corazón.

            El Verbo Encarnado, mi divino esposo, me aseguró que me había dado la una y el otro: el amor del corazón y la [660] elocuencia de la lengua, para expresar los conocimientos que Dios me comunica; y que la multitud de inteligencias que me concede es mucho más admirable que la de las lenguas. En cuanto Verbo me da a conocer la manera en que él comprende las inteligencias y conocimientos de todo lo que es inteligible y cognoscible, porque la lengua es sólo el instrumento de aquel que habla; en tanto que la inteligencia nace de aquel en la que se asienta. El Verbo me dijo que él es igual al Padre y su misma naturaleza e inteligencia, la cual me da a conocer en proporción a su deseo; que hablase yo con osadía de sus bondades; que los apóstoles fueron más prodigiosos en lo que dijeron acerca de las grandezas divinas, que al hablar en diversas lenguas porque no se requiere esfuerzo alguno para recibir la abundancia divina: Hablaban de las maravillas de Dios (Hch_2_11).

            El amoroso Salvador, siendo el Verbo y la palabra del Padre, quiso manifestar al mundo que no subió al cielo para gozar solo de la gloria que le era esencialmente debida, sino para tomar posesión de ella como cabeza a nombre de todos sus fieles, que son miembros de su cuerpo místico. En su caridad envió a su Espíritu según su divina promesa, en forma de lengua y como un viento impetuoso, sobre la asamblea de sus discípulos para instruirlos divinamente en sus maravillas divinas, impulsándolos a predicar por toda la tierra. La vanidad y la ambición de los gigantes fue castigada con la confusión de lenguas; al dejar de entenderse entre sí, les fue imposible edificar la torre de Babel. El Verbo envió al Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego a sus discípulos, concediéndoles su diversidad de dones y el poder de hablar en diversas lenguas, enseñando los misterios escondidos al siglo en Dios, que todo lo creó; obrando prodigios y signos que confirmaban su doctrina; convirtiendo en una sola predicación a tres mil personas. La admirable eficacia de la palabra santa. Al ser pronunciada por Pedro, le dio la posibilidad de asegurar a sus oyentes que la profecía de Joel se había cumplido; que el Espíritu Santo había venido en una abundante efusión sobre los fieles que vivían en la tierra en una carne mortal, y que derramaría su bondad y dulzura sobre toda carne. Venía como un padre a los huérfanos, para consolarlos y alegrarlos, asegurándoles que el Salvador estaba glorioso a la derecha del Padre, donde ejercía el oficio de abogado y hermano.

            El Espíritu Santo viene a consolarnos en nuestras lágrimas. Podemos, con su gracia y a través de ellas, obtener la gloria. El da su gracia para que podamos dar. En este valle de miserias cosechamos lágrimas; ofrezcámoslas y serán recibidas por aquel que no despreció las del rey penitente y que al ver las de Ezequías prolongó su vida quince años. El me hizo saber que aceptaba las mías vertidas por el celo de su gloria, y que sus pensamientos sobre mí eran pensamientos de paz.

            Su bondad me hizo muchas caricias, que no detallaré por escrito. Se me apareció también con una tiara, como Soberano Pontífice, inclinándose hacia mí para decirme que, cuando S. E. me rechazaba y despreciaba, él, que es el Pontífice eterno, se compadecía de mis penas y me miraba amorosamente, lo cual me colmó de inmensa confianza que me animó a decirle: Siguiendo el consejo de tu apóstol, vuelvo mi alma a ti, que eres mi caritativo y buenísimo pastor.

            Hace algunos años, en este mismo día, vi al Soberano Pontífice mostrándose propicio a mis deseos y concediéndome el tan deseado establecimiento de la Orden, al tiempo que me decía que no perdiera el valor ante las contradicciones que se levantarían contra mí; que el cielo y la tierra pasaría n, pero que su palabra permanecería; que él cumpliría con toda fidelidad sus promesas, allanando las colinas del siglo hasta el camino de su eternidad; que esperara todavía un poco de tiempo y vería la obra de su poderosísima bondad, porque el alma que cree no se apresura. Añadió que él asentaría los fundamentos de Sión, que eran él mismo; obrando maravillas según la promesa que mi Madre santísima me hizo, y que en el tiempo designado en su divino consejo haría ver que los grandes de la tierra se confabulan en vano en contra de las (y los) que escogió para anunciar sus voluntades y extender su gloria en la tierra; que se ríe de los pensamientos de los prudentes del siglo; que reprueba la aparente sabiduría de los políticos del mundo, eligiendo a los pequeños para confundir su ciencia; que hablara con la santa libertad que el Espíritu Santo concede a los que posee, moviéndolos a proclamar las maravillas de su bondad, la cual les asegura que él es su Padre y, ellos, sus hijos.

Capítulo 96 - Mi divino amor, en el Santísimo Sacramento, me dijo que lo ganara como la ciudad admirablemente adornada, de Quiryat Arba, que posee la belleza divina y humana. La sabiduría increada me esclareció con mil resplandecientes luces, en tanto que la bondad divina me inflamó con su amor, Octava de Pentecostés 1638.

            [663] Mi puro amor, ¿Qué puedo decir de tus bondades hacia aquella que sólo merece los rigores de tu justicia, sino que la miras con misericordia por que te complaces en ser misericordioso?

            Divino Salvador mío, cuando por la tarde, me preparé a comenzar las primeras vísperas de la solemnidad de tu fiesta, me encontré estéril. Te plugo entonces dar a mi alma en posesión la casa de los hijos de la alegría, y enseñarme amorosamente la manera en que debía combatir para ganar, por medio de las armas y de tu humanidad santísima, el cuerpo adorable que es el mejor dotado de todos los cuerpos celestes y terrestres, el cual ha sido y será el objeto adorable de todas las criaturas espirituales.

            Añadió que san Juan Evangelista lo conquistó en la Cena, en el Calvario, en Patmos y al final de sus días. El nombre de Juan que llevaba significa gracia, y la Eucaristía buena gracia o acción de gracias, porque en ella reside la bondad esencial, que se retribuye dignamente con lo que concede amorosamente. Dicha bondad se ha complacido, se complace y seguirá complaciéndose en ser la forma de la gracia, así como el alma es la forma del cuerpo, gozando además en ser el espíritu de nuestra alma y la vida de nuestra vida. El Verbo es la vida que anima todo en el cielo y en la tierra, el cual sólo vino a la tierra para dar la vida y no la muerte.

            [664] El es la expresión de todo lo que se dice en el entendimiento paterno dentro de la divinidad, para que proclame que fue creado a su exterior por mediación del Verbo, a saber: El cielo, la tierra y toda criatura fueron hechos para que, en el combate del amor, lo conquisten, por ser éste su deseo. Desde los días de Juan el Bautista, que es su voz, simuló sufrir violencia, rindiéndose a ella prontamente estando aún oculto en el seno materno. Dicha voz se dejó escuchar para exaltar al Verbo encerrado en las entrañas virginales, tomándolo en posesión a pesar de estar rodeado de dos mares: el seno de su Padre, que es el mar de su origen en la divinidad, y el seno de su Madre María, que es el mar de la humanidad.

            Jamás se vieron antes fosos más grandes, ni fortaleza más inexpugnable que estas dos personas: Nadie va al Padre sino por el Hijo, dice el Salvador. Nunca antes el mar virginal tuvo en sí vestigios humanos. ¿Quién, pues, le dio el poder, las alas y su creatividad? El Padre y el Hijo a través del Espíritu Santo, que es viento y fuego. Por obra de este fuego el Verbo es el amor que todo lo remonta, al que ni los ríos ni los mares pueden apagar. El viento hace volar los navíos; mejor dicho, los corazones, por ser Dios el que los lleva y el que conquista todo. Othoniel significa que cuando el Dios de su corazón mora en un alma, puede ella capturar la ciudad de Quiryat Arba junto con el corazón del Padre. Toda la Trinidad se entrega según su promesa. Aksá, engalanada con dos naturalezas, es el ornato del cielo y de la tierra.

            Por ello eres toda mía, humanidad divina; y yo, toda tuya; pero no estarás satisfecho si dejo de pedir tanto el riego superior como el inferior. Suspiro por él: esta tierra, al medio día; este calvario, es abrasado por dolorosas llamas. Juan está con María y Arba, que es el rociador superior y el inferior: el agua es la divinidad; la sangre, la humanidad. Juan tiene la fe que vence al mundo: helo ahí, grande con el Verbo humanado, tomando posesión de Aksá. El hijo del trueno detonó tan bien, que ante la admiración de cielos y tierra, arrebató del seno del Padre al Verbo divino. ¿De qué manera se realizó la conquista de tan bravo guerrero? Murió, vio, venció y fue vencido a su vez.

            Mi nombre es Juana; tú eres mío, porque te dignas enseñarme a conquistarte como san Juan, mi patrono. Me dijiste que recibí de ti la fe, que es la victoria sobre el mundo; que me concediste el rocío superior y el inferior a través de tu boca divina y del oráculo de Roma; que poseo el [665] Espíritu que me da testimonio en la tierra a través del agua y de la sangre; que viniste por mí y para ser mío; que no ponga en duda tus promesas; que en ti poseo todas las cosas y mi porción es el linaje de Judá. Que el Hebrón es mío, para que permanezca en él viva y muerta, reinando por tu vida y viviendo por tu muerte con tu misma vida, porque este augusto sacramento abarca la muerte y la vida.

            La Eucaristía es el compendio de tus maravillas. En él te encuentras a manera de muerto para simbolizar tu muerte, que es un doble abismo que ni los hombres ni los ángeles pueden abarcar por ser la sede y la ciencia de tu doble naturaleza. En él eres rey de Judá; en él estableces el Reino de Israel y en él eres consagrado Rey: Mi Rey y mi Dios (Sal_84_4). En él eres mi altar, la palabra divina, la palabra enviada a la nación, la cual exclama con justa razón: No hay nación tan grande que pueda poseerte (Dt_4_7).

            Tú eres la simiente del pueblo hebreo y el único Isaac, hijo del supremo Abraham que es el Padre eterno, y de María, la admirable Sara. Llevas en ti la sustancia del Padre y una porción de la de tu Madre, amable y admirable; sustancias que están animadas por la vida divina. María es una gran Señora que da órdenes a un Dios encarnado. ¿Me permites decirte que, a pesar de ser su Señor en cuanto Dios, ella es tu Señora en cuanto hombre?

            Oh, Verbo, eres Dios en aquel cuya poderosa palabra proclamas; eres su Hijo, el hijo de Abraham que se apoya en tu soporte. Llevas la carne que tomaste de la simiente de Abraham. Cuánta nobleza para la raza Hebrea. Admiro la providencia del Padre, verdadero Padre de los creyentes y Padre de una multitud en este abismo, para simbolizar que un día estarías en este sacramento, que es la paz del cielo y de la tierra.

            El nos rescató con su muerte, de la que nacería la verdadera vida, engendrando a ella como hijos a los fieles creyentes. En ella serás Padre de una muchedumbre; ¿Quién podría contar las generaciones que procreas en este sacramento? ¿A cuántos has llevado al cielo después de haberlos encendido?

            Dijiste que todos los que se [666] acercaran, se unieran o se entregaran al recibirte, vivirían en ti, así como tú vives por tu Padre; que vivirían en ti y tú en ellos, y que serían uno contigo, que eres único y múltiple. ¿Cuántas estrellas de admirable claridad engendras en el alma que comulga? ¿Cuántos dones concedes, tanto a los cuerpos como a los espíritus, en proporción a su capacidad? Son como las arenas innumerables del mar. Cumples la palabra que diste a Abraham, dándole tu Verbo en calidad de apoyo, y todo lo creado como dones accesorios, porque el Verbo es el don fundamental y principal.

            En este sacramento reside la gloria de Israel, el fuerte contra Dios, que contempla a Dios y que es el mismo Dios. Es José en crecimiento, el bravo y valiente león de Judá, que duerme con los ojos abiertos, permaneciendo en él a manera de muerto a pesar de ser la vida por esencia y por excelencia; en él eres vencido por el amor y das tu miel al vencedor de las pasiones bestiales y de los demonios.

            Aquí se encuentra el pastorcito que arranca de las fauces del lobo y de los leones a sus ovejas, a las que apacienta en sí mismo, dando por ellas su cuerpo, su alma y su divinidad. Por eso dijo: Yo soy el buen pastor (Jn_10_11). Tú eres hijo de Abraham y de David, al que juraste y cumpliste tu juramento. Eres tú quien se me entrega de tantas maneras que no me es posible expresar; a pesar de que no aprendí las letras, no has dejado de introducirme en tus potencias. Me has invitado a conquistar por amor la inteligencia de tus secretos, porque el amor dice todo al ser amado. Nada desea tanto el que ama como estar con su amada. Por eso te entregas a mí, tú, ciudad del saber Quiryat Arba; ¿qué otra cosa puede ser este sacramento sino la ciudad del saber? Este es mi cuerpo. Este es el cáliz de mi sangre, nueva y eterna alianza, misterio de fe, que será derramada por ustedes y por muchos para la remisión de los pecados. Estas divinas palabras son la esencia del sacrificio y del sacramento. El cuerpo y la sangre preciosa son verdaderamente el sacrificio y el sacramento, la ciudad del alma y de la divinidad, unidas por concomitancia en virtud de estas palabras fundamentales, palabra que se asentará en el [667] altar de esta ciudad divina, que es la ciudad del saber ofrecida por Caleb y obtenida por Othoniel, quien ganó para sí a Aksá. Esto es lo que me ofreces Oh corazón de mi corazón. En cuanto a mí, te recibo también de corazón. También me dijiste que yo era tu Débora y una abeja celestial, porque libo la miel de tus misterios y de tu persona, que es flor de los campos y de la divinidad, y lirio de los valles de tu humanidad. Añadiste que hablas por mi medio, y que Débora significa palabra; que yo soy palabra sensible, estando al cubierto bajo la palma de la fe victoriosa. Por ello no debo temer expresar juicios sobre las verdades que están cubiertas por los velos de la fe, sino proclamar en todo tiempo la verdad, obrando con osadía a ejemplo de Baruc. Proseguiste diciéndome que el rayo es poderoso y muy atinado cuando es conducido por tu palabra; que te complaces en mostrar tu fuerza en nuestra debilidad; que ofrezca leche para adormecer a los que por ligereza se dejan llevar de las vanidades que pasan como las golondrinas, volviéndose en contra de los elegidos de tu bondad; que los adhiera a la tierra al humillarlos o confundirlos, y me eleve a lo alto despreciando la tierra y todas las cosas terrenales, manifestando lo que Joel profetizó de ti. A pesar de ser considerada como un pequeño gamo salvaje, seré domesticada muy pronto por ti, para llevarme hacia ti.

            Detuviste mi espíritu en el primer libro de Samuel para decirme mil maravillas que no sabría cómo expresar, pidiéndome que te ofreciera, según la visión de Samuel referente a Dios, tres cabritos para simbolizar tus tres sustancias: la divina, la del alma y la del cuerpo; que ofreciera las tres medidas de harina; es decir, las tres hipóstasis, que son una sola esencia y una sustancia. Todo esto sin olvidar ofrecer el vino, que es el amor que alegra el corazón del Hombre-Dios, Jesucristo, que contiene todo en sí, por ser un Dios indivisible con el Padre y el Espíritu Santo; que te ofreciera a tu Padre junto con tu túnica; es decir, nuestra humanidad y el oro de la divinidad. Nadie sino tú posee por esencia la palabra increada; el Padre tiene un solo Verbo, no hablando sino en ti y a través de ti.

            Sólo a ti corresponde ofrecer el sacrificio de alabanza que le da honor. [668] El sacerdocio fue suprimido en los otros; el sacerdocio antiguo cede al tuyo; tu primer sacrificio es un cordero de leche; es decir, tú en el seno materno, sea en tu concepción, sea en tu nacimiento; la sangre purísima de los pechos virginales te fue ofrecida por medio de la leche con que fuiste alimentado en sus entrañas, roja por dentro y blanca por fuera. Con ella se ganó la victoria. Tú eres la piedra de refugio que resguarda a tus amigos y abate a tus enemigos. En este sacramento eres la justa muerte del injusto, que te recibe en él incircunciso de corazón. En él contemplas a los buenos, y éstos te contemplan a su vez.

            Tú eres el arca que, por inclinación, se dirige al campamento de Josué, donde el alma tiene el deseo de salvarse y ayudar a los demás a hacer lo mismo. Mi alma es tu morada y tú eres mi sol, porque me dijiste que estabas en mí como en tu morada y que te complaces en ser un sol expuesto sobre el altar, cuyo vidrio soy yo, a través del cual te muestras tan amable como adorable.

            Bet que vienes a mí, no sólo en la casa del sol, delante de todas las asambleas, a la vista de claridades admirables, sino además a Quiryat Tarin, la ciudad de los fuertes, en medio las tinieblas más espesas y de las ocupaciones más absorbentes; debido a que, con toda mi voluntad, deseo tanto darte a luz como ser engendrada por ti; no contento con llevarme en tu regazo, deseas anegarme en el torrente de tus delicias. Me refiero al río de leche que desbordas en mí y sobre mí aunado a mil caricias indescriptibles, deseando que, abismada en este río de paz, te engendre pacíficamente en las almas y que, con el nombre de hermana, de hija y de esposa, sea también tu madre. Deseo todo lo que te agrada, porque tu placer consiste en hacer la voluntad de tu Padre; y al hacerla, se nos aplican todos estos títulos de amor.

            El que se gloría en el Señor se gloría sin [669] vanidad alguna: Que no es hombre de probada virtud el que a sí mismo se alaba, sino aquel a quien el Señor recomienda (2Co_10_18). ¿Quién podría soportar mis locuras si no la sabiduría infinita, gracias a su incomparable bondad?

            Me refiero a un alma que al encontrarse en medio de sentimientos inefables, en la fuente de la paz, súbitamente, debido a su ignorancia y ligereza, se encuentra en un mar tempestuoso excitado por sus imperfecciones; es como verla reina y, poco después, esclava de sus pasiones.

            Admiren, cielo y tierra, estas visiones así como yo me asombré esta mañana. Divino amor mío, me encontraba muda ante ti, contemplándote en este sacramento y diciéndote solamente: Verbo Encarnado, mi casta afición de amor, seme propicio. No tardaste en manifestarme tu impaciente amor, que no podía permanecer solo en este paraíso terrestre. Oh, nuevo Adán, la Trinidad santa parecía decir: No es bueno que el hombre esté solo (Gn_2_18); hagámosle una ayuda semejante a él; la tierra del Edén y sus posesiones que tienen el ser: los árboles y la vida vegetativa; los animales, la sensitiva; la fuente que se reparte en cuatro ríos donde se encuentran el oro purísimo y las piedras preciosas son también suyas; pero él está por encima de todo esto. No hay semejanza alguna con él, que tiene un espíritu hecho a imagen y semejanza de Dios; las bestias no se relacionan con él por medio de la razón. Los tesoros no son delicias para un hombre que está solo. No debe subir tan pronto al paraíso celeste, en el que hay espíritus como él. ¿Qué hacer, pues? Necesita una ayuda semejante a él; es decir, una Eva.

            Estás allí, solo, mi querido nuevo Adán. Podría parecer que en estimas en nada todo lo que te rodea, porque tu único deseo es que Jeanne sea sacada de tu costado y penetre en tu propio corazón para ser tu esposa.

            Tus ángeles y todos los santos dicen: nuestra hermana es pequeña; no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella y que a su vez deba hablar? El día en que se hable de ella (Ct_8_8). Estas palabras significan el uno y la otra: ella es un muro que rodea una gran ciudad con sus tesoros. Al comulgar lleva en sí todas las cosas: reforcémosla con almenas de plata pura, en la que resuenen las virtudes del Verbo Encarnado. Si es una puerta abierta a pensamientos extravagantes, fortifiquen su espíritu dirigiendo su mirada hacia los cuadros de cedro de las tres divinas personas y de las tres sustancias de Jesucristo. Que hable el Verbo divino y ella será fuerte, será esposa, será Madre y sus pechos se transformarán en torres en cuanto se una en la paz con aquel que es su paz. En él, será una viña pacífica; en ella y en su prójimo, dará gloria a Dios, poseyendo la gracia que vale mil y sus guardias recibirán doscientos. Por guardias se entiende sus confesores y otras personas que velan solícitamente por ella.

            La amada alimenta con leche a los niños pequeños y con vino a los mayores; y cuando el que habita en los deliciosos jardines del cielo empíreo donde resuena su timbre de gloria, expresa el deseo de escuchar su graciosa voz, ella sale de sí misma para conversar en el cielo, pero sin olvidar que aún no le toca gozar de la gloria y que es menester seguir en la tierra. Por ello permite a su amado que huya y la prive de sus delicias, diciéndole: Huye, amado mío, (Ct_8_13); nuestros valles no son el lugar de tu gloriosa morada; somos incapaces de soportar los rayos de tu luz deslumbradora. Soy una pastorcilla tímida y débil cual hoja que tiembla ante la más ligera brisa. Pero también es verdad, mi Todopoderoso, que sólo tú sabes y puedes encontrar una mujer fuerte como la que Salomón añoraba: Una mujer fuerte, ¿Quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. En ella confía el corazón de su marido, y no será sin provecho (Pr_31_10s).

            Sólo mi sabiduría divina y omnipotente es capaz de encontrarla en sus confines o en mis fines; es decir, en mis designios, que son desconocidos o incomprensibles para mis criaturas. Puedo hallarla si deseo buscar con el poder de mi amor, para realizar en ella lo que proyecté desde la eternidad, porque mi poder es amor infinito. Te he amado con amor eterno (Jr_31_3).

            [671] Te atraigo con la red de Adán a causa de tu debilidad y también para ligarte con la cuerda de su caridad, porque soy misericordioso. Atraigo a mí la miseria para transformarla en fuerza, complaciéndome en levantar al alma cuando acepta su extrema debilidad, dándole a conocer hacia donde va cuando mi poder no la detiene. Yo combato para salvar y, al permitir que la misma naturaleza se destruya, edifico la gracia a través de la gracia.

            La Trinidad santísima encuentra en ti a la mujer fuerte porque dice a través del Verbo que lo seas, para ser preciosa ante sus ojos. De ella proviene el precio de tu valor porque te da el corazón viril y esforzado del Hombre-Dios, que es tu esposo, cuyo corazón te confía, cuidando del tuyo por ser el guardián de Israel, que no duerme en su corazón. Saldrás vencedora en todo y no te faltará botín, porque es necesario guerrear haciendo el bien y no el mal frente a las tentaciones, hasta el fin de la vida. Hay que ser fiel para recibir la corona de la vida. Bienaventurados los que sufren la tentación, porque al pasar la prueba, recibirán la corona de la vida (Ap_2_10).

            Es necesario buscar la lana y el lino; es decir, ordenar los sentidos corporales y el deseo de las cosas terrestres según la ley del Dios del amor, que está por encima de la razón y bajo la ley de la fe. Es menester ser un navío bien calafateado y equipado, que viene de lejos trayendo su pan por temor a que le falte en el camino; si las tempestades parecen sumergirlo en los profundos abismos donde encuentran su presa las garras del que pesca en agua turbulenta, la valiente enamorada resiste esperando contra toda esperanza, sobreviviendo en medio de las angustias de la muerte. Vuelve así a encontrar su vida, que estaba como escondida, sacando fuerzas de su debilidad para alimentar con su confianza a los de su casa; confianza que está enraizada en su divino amado. El es la presa que ella atrapó, siendo a su vez presa de él cuando la libera de las redes de sus enemigos.

            Ella se reviste de su fuerza, que la ciñe con su cinto sagrado. El mismo la ciñe, sea con sus armas poderosas, sea con su amor, que refuerza su brazo, dándole él mismo la victoria y entregándole los despojos conquistados [672] por él. Al verse afluente en delicias y llena de fortaleza, dice ella que en este mar ha negociado con éxito, porque su luz no se extinguió. Es la lámpara toda de fuego de la divina caridad, que ha vencido al mundo de la carne y al demonio por medio de la llama de fuego que no teme los ríos que desembocan en el mar, el cual redobla su fuerza como una moción antiperistáltica.

            Dicha victoria la hace magnánima y más valerosa que antes, interior y exteriormente; en las contradicciones, grandes y pequeñas, manifiesta que todo coopera en bien de los que aman a Dios. Consecuentemente, hace a los pobres participes de los favores recibidos del divino amor, con una liberalidad magnánima, sin tener en el futuro las angustias y los témpanos que abaten el corazón, porque sabe que el Hombre-Dios la reviste doblemente en su exterior y en su interior, confeccionando para ella una especie de túnica que la reviste del lino de su humanidad y de la púrpura de su divinidad, o, si se quiere, de la púrpura de su humanidad ensangrentada y del lino de su purísima divinidad, porque es el candor de la luz eterna.

            Comprendo bien, corazón mío, que dicha túnica es tu caridad, que cubre la multitud de mis pecados, por ser el fuego que los destruye y purifica el alma que le sirve de objeto. Amable, ardiente y luminosa llama que Dios enciende y a ella tiende; fuego que da lugar al refrigerio, y al ser amado con su ardor preserva.

            El Apóstol dice, hablando de la divinidad: Oh abismo de las riquezas, de la ciencia y sabiduría de Dios (Rm_11_33); cuán inescrutables e impenetrables son tus caminos en ti y en tu intimidad, porque son indivisibles; también fuera de ti, porque lo que obras en mí me parece inefable. Soy un abismo de imperfecciones; y cuando soy bien consciente de ellas, me aflijo a mí misma, recordando los favores que he recibido de ti y arrepintiéndome de mis faltas. Tus gracias son para mí un Jordán donde me lavo y un monte Hermón de donde descienden tus deliciosos favores sobre el montecito de mi alma, por cuyo medio levantas mi corazón:

            [673] Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas, todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí (Sal_42_8).

Capítulo 97 - El amor infinito movió al Verbo Encarnado a instituir el divino Sacramento, para ser en él víctima de muerte y de amor hasta el fin de los siglos, glorificando en él a su Padre y dándonos la vida con su mismo amor, Octava del Santísimo Sacramento 1638.

            [675] Durante toda la octava de la fiesta del Santísimo Sacramento recibí grandes luces. Mi divino amor me reveló muchos secretos cuyo contenido completo no pretendo relatar, diciendo solamente que un día de dicha octava conocí con una inteligencia sublime en alto grado el estado de muerte perpetua al que Jesús, nuestro perfecto amador, se reduce en este admirable sacramento; estado en el que me mostró el exceso de su amor, debido a que el amor ardiente causa un éxtasis perfecto, arrebatando al que ama fuera de sí, en tanto que la muerte hace salir el alma del cuerpo. Todo lo que hace el amor, lo obra el amor en las almas amantes, no siempre mediante una privación, sino por una perfección y consumación perfecta. Se dice que el que ama con perfección experimenta un tránsito o muerte de amor; y mientras más se enciende el amor, más se apaga la vida del enamorado. La consumación es, por tanto, la muerte del que ama, a quien consume dicho fuego. Este inmenso amor es la causa del estado de muerte del Salvador cada vez que se inmola en nuestros altares. Su poderoso amor lo sitúa en estado de muerte sin que pueda volver a morir, debido a que la sabiduría eterna halló el medio de satisfacer su amor infinito, dándole la perfección que sólo encuentra en la muerte. Como al mismo tiempo conserva divinamente su perpetua inmortalidad, el amor lo mueve a exclamar: Me hace morar en las tinieblas, como los que han muerto para siempre (Sal_143_3).

            Está con los muertos del siglo en tanto que se oculta bajo los velos de las especies; el amor que lo ha puesto en dicho estado, ocasionándole esta muerte, lo hace vivir con una vida amabilísima. En esta muerte, amorosa y misteriosa, se encuentra el germen de nuestra inmortalidad, llamándosele viático porque nos ayuda a pasar de la muerte a la vida y comenzar a vivir con su vida indeficiente, viviendo por él así como él vive por su Padre. Es pan de vivos, no de muertos, porque nada obra en los muertos; a los vivos, en cambio, les infunde una vida de amor, que nunca es más amable que cuando produce una muerte perpetua que provoca el amor sin ser culpable; es un martirio dulce y cruel que mueve a amar y a sentir agradecimiento hacia su tirano. Sus flechas son tan agradables, que todos los que son alcanzados por ellas aman sus heridas, resistiéndose a ser curados de ellas.

            En el Calvario, el Señor da testimonio de un amor excelentísimo hacia su Padre. El celo divino que tuvo de su gloria, el deseo de satisfacer su justicia y honrar su grandeza sobre la cruz, nos parece inconcebible. Aunque todo esto se enfocó a nuestra salvación, demostrándonos un amor infinito al satisfacer por nosotros a su Padre ofendido, la razón podría preguntarse cuál de estos dos amores fue más poderoso: el de su Padre o el que nos tenía. Si ambos amores pudieran disputarse la gloria de dicha acción para adjudicársela, sería menester que el amor que él nos tiene cediera al que profesaba a su [677] Padre, que fue el motivo más poderoso que llevó al divino Salvador al anonadamiento y a los sufrimientos de la cruz, siendo también un rasgo de amor infinito el aceptar someterse por nosotros a la justicia de su Padre y hacer un trato con ella. Después de la aprobación del contrato, se comprometió a pagar necesariamente; de lo contrario habría incurrido en injusticia o infidelidad a menos que su Padre lo aliviara de su promesa, consintiendo en la ruptura del contrato. De haber sido así, no se habría mostrado tan generoso en presencia del divino Padre y de sus ángeles: A Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos. Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen (Hb_2_9s).

            La gracia de Dios prueba la muerte y se humilla en el sacramento eucarístico mediante una maravillosa y misteriosa inmolación. Podría parecer que sólo el amor que nos tiene lo detiene en dicho estado de muerte por nosotros, porque en el Calvario satisfizo con suficiencia el honor de su Padre, cumpliendo todas sus obligaciones y promesas en la cruz. Sólo su exceso de bondad lo llevó a permanecer con nosotros en este sacramento de muerte y de amor. Satisfizo la justicia de su Padre y rescató a la humanidad con plenitud de redención, pero la profusión de su puro amor lo movió a quedarse en el divino, adorable y amabilísimo sacramento, haciéndolo varias veces cada día para reiterar su sacrificio e inmolar una nueva víctima.

            En la Eucaristía es gracia y favor; al instituirla, saboreó la muerte amorosa, muerte de la que mandó se hiciera memoria cada vez que se ofreciera el divino sacrificio y se le recibiera en el divino sacramento, que es el viático de los que mueren en su amor y la vida de los que mueren a través de su amor y por amor a él. Gustó la muerte por adelantado en la última Cena; la muerte pareció [678] abismarlo, pero el amor divino fue más fuerte que la muerte. Condujo a todos los que le aman a la gloria. El es el rey del amor coronado con la diadema de sus victorias, que fue levantado en triunfo hasta el trono de su grandeza. En el ínterin se ofrece por medio de este santo sacrificio en cada misa, complaciéndose en verse todos los días, por obra de su amor, en la consumación que representa amorosamente su muerte y el afecto que lo urge a darse a nosotros. Como su amor no puede morir, desea reiterar su muerte de amor dándonos la vida de su amor. El es uno con su Padre por unidad de esencia y unidad de amor; y estará siempre unido a los bienaventurados mediante una unión de gloria. Desea unirse a nosotros durante nuestra mortalidad a través la gracia en este adorable sacramento, que es el pan de vida, delicia de reyes y fruición divina. En él se incorpora a nosotros, haciendo que vivamos de su vida purísima. El discípulo amado dice que, al amar a nuestros hermanos, somos trasladados de la muerte a la vida: Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos (1Jn_3_14).

            El divino Salvador pasa de la vida a la muerte al amarnos y nos lleva de la muerte a la vida cuando le amamos y correspondemos a su amor en este divino sacramento, uniéndonos a él y muriendo en nosotros para que no vivamos sino en él, de él, por él y para él, a pesar de ser indignos de su vida divina e infinita, porque de lo finito a lo infinito no hay proporción alguna; sólo el amor hace posible esta maravilla. El Salvador se entrega en este sacramento, no para ejercer en él su justicia hacia nosotros, sino para complacerse en él con nosotros y para visitar su templo. El apóstol dice que los cristianos son templos de Jesucristo, en los que él se complace en orar y enseñar. David pidió una y otra vez recibir del [679] Señor el favor de visitar su santo templo y de contemplar en él su divina magnificencia. El templo inanimado no es la plenitud de la grandeza del Señor, sino sus fieles amantes, a los que tanto ama.

            Cuando este divino Señor instituyó el augusto sacramento, transformó a sus apóstoles tanto en templos como en sacerdotes, mandándoles ofrecer a su Padre el sacrificio de su sagrado cuerpo y de su preciosa sangre, recibiéndolo como alimento y bebida con amor y reverencia y adorándolo al recibirlo: Comieron y adoraron, etc.

            Hacía mucho tiempo que el divino Padre buscaba personas que adoraran en espíritu y en verdad. El Hijo quiso dar un alimento espiritual y corporal a la vez, que contuviera la divinidad y la humanidad, invitándonos a adorarlo. El Espíritu Santo, al que recibimos por seguimiento necesario, nos enseña a ser adoradores en espíritu y en verdad.

            Dichoso estado de amor por el que entramos en la participación de la vida y de los bienes infinitos que son el mismo Dios. Al comer de este pan somos más felices que los ardientes serafines, que son sólo ministros que sirven en el banquete (divino). Los hombres, en cambio, se sientan a la divina mesa como hermanos del Salvador, participando de su heredad en calidad de coherederos suyos.

            El los amó con un amor infinito hasta el fin, muriendo por ellos en el Calvario, reiterando su muerte sobre el altar, y exponiéndose ante el pueblo en estado de amor y de muerte, a fin de que los fieles, como Tobías, lo tomen y reciban en su pecho, donde quiere ser sepultado por encontrarse como muerto en este sacramento, para ser en él la muerte de nuestra muerte, el aguijón del infierno y nuestra admirable victoria, que vencerá al mundo si lo recibimos con una viva fe. Si vivimos de su vida divina y [680] amorosa, él permanecerá en nosotros y nosotros en él, según su palabra: El que me coma vivirá por mí (Jn_6_57).

Capítulo 98 - Dios se complace en la devoción que tenemos a sus santos. 21 de junio de 1638.

            [683] El día de san Luis Gonzaga sufrí un gran asalto y una muy íntima unión con mi divino Amor. En total duró cerca de dos horas, durante las cuales pedí a su divina bondad me concediera como escuderos a este santo y al beato Berchmans, por ser su real esposa según el matrimonio que se dignó celebrar conmigo, diciéndole que ellos gozaban ya de su compañía mientras que yo estaba destinada a proseguir la obra de la institución y establecimiento de la Orden, la cual me encomendó, y que no dudaba que ambos santos se complacerían en honrar sus designios, promoviendo así su mayor gloria. Los dos me dieron con anterioridad muestras de un gran afecto que ya describí en otra parte, obteniendo para mí grandes gracias y el desprendimiento de las criaturas, para ser toda de él. Su [684] bondad no desoyó mi humilde súplica.

Capítulo 99 - El amor del divino Salvador llamándose a sí mismo fuego consumidor, elevó hasta él mi espíritu desprendiéndolo de la materia, uniéndolo a él, comunicándole sus luces, colmándolo de bendiciones y disipando a sus enemigos con su muerte, 1638.

            [685] Al pensar esta mañana por qué había permanecido como estéril durante ocho días, diciendo que no había podido tener concepciones impedida por la contradicción que se me causó a la hora en que el amor las producía en abundancia sobre el tema de la aparición a Sta. Magdalena, el mismo amor me dio a entender que es muy sutil y que retira sus operaciones purísimas cuando se le quiere sujetar a leyes demasiado burdas, aunque en sí no sean malas, valiéndose de ellas en su tiempo y lugar.

            Deseaba, empero, estar conmigo separado de la masa y dándose el nombre de fuego consumidor, fuego elevado que tiende siempre a volver a su centro, que es Dios. Como Jesucristo quiso venir a traer el fuego, quiere que se encienda con ardor y que tienda a lo alto. Por ello dijo: La primera vez que sea yo levantado de la tierra, atraeré todo hacia mí; a la segunda, daré entrada a mis amados al cielo empíreo, que es todo fuego. Allí habitarán conmigo en el seno paterno, que es mi morada perpetua. Deseo ver en él a mis amados y que gocen de mi claridad y de la unidad que se da en mi Padre y yo por el Espíritu Santo, que es nuestro amor común y subsistente, en el que nos amamos infinita y necesariamente en nuestra intimidad. Este amor desea amar libremente a las criaturas que lo reciben, aunque no del todo porque en cuanto Dios es indivisible, inmenso e incomprensible. La criatura es incapaz de comprenderlo; puede recibirlo según se lo concedo, y según el límite que fija mi ciencia, que es tan libre y poderosa como sabia. Nuestro impetuoso río es capaz de entregarse dulce y amorosamente. Oh poder del amor [686] que manifiesta que él es Dios omnipotente, y que su sapientísima ciencia llega de un confín al otro con fuerza y suavidad. Nos amamos necesariamente con una abundancia que no llega a la superfluidad. Como nosotros deseamos y podemos llevar este amor a la criatura según nuestro querer, pudimos hacer que Aquel que en el seno paterno es igual a su Padre en inmensidad, se convirtiera en verdadero Hijo de la Virgen a la manera de un Verbo humanado, y que la plenitud de la divinidad habitara en él corporalmente. Pudimos darlo todo a su humanidad porque la naturaleza humana en sí no es inmensa, si bien sus acciones son de un mérito infinito. En razón del soporte divino sus acciones fueron teándricas, humanamente divinas y divinamente humanas. Todo lo podemos en el cielo y en la tierra. Bendito seas, Dios del amor, Verbo increado y encarnado, por las bendiciones que proceden de lo alto, por las bendiciones de la tierra, por las bendiciones de los pechos, por las bendiciones de las matrices. Tú eres el Hijo que crece, si me permites referirme así a la eternidad; tú eres la saciedad de tu Padre y principio del Espíritu Santo, cuyo amor produces con el Padre en la divinidad para desbordarlo en nuestra humanidad, haciendo que un pequeño grano de arena detenga este mar corporalmente, y que a su vez el mar detenga divinamente a ese grano en el seno paterno donde se encuentra, como dijo el águila de los evangelistas que contempló ese grano brillante como un sol. El es el verdadero sol de belleza que encanta a las jóvenes, haciéndolas correr sobre los muros. Me refiero a los elevadísimos argumentos que parecen interponerles los hombres a manera de muros o ciudadelas, como para prohibirles acercarse a ellos debido a la fragilidad de su sexo, privándolas tanto del estudio como de la enseñanza; pero la bondad y belleza del divino José les concede su privilegio, eligiendo la debilidad para confundir la fuerza y llamando a los seres reputados en nada para confundir a los que tienen el ser: los arqueros gigantes, envidiosos enemigos de José, quienes con su soberbia desean hacer pedazos, destruir y anonadar la gloria del Hijo que madura, envidiando sus excelencias divinas y humanas. ¿Quiénes son estos gigantes? Los demonios, los judíos, los herejes y los soberbios que se dicen católicos. Todos a una disparan dardos envenenados de envidia, que no pueden dañar a este bravo José, a quien la muerte ha glorificado. El desplegó su brazo y su arco; siendo tan fuerte después de [687] su resurrección, que la muerte no se atreve más a atacarlo por ser él mismo su muerte y el aguijón del infierno. El es Jacob el fuerte, el suplantador, la piedra de Israel que ve a Dios y es fuerte contra Dios, porque es el mismo Dios. El es la Piedra que resquebraja los dientes del infierno, de la muerte y del pecado, que murió una vez a través de su muerte, que hace que Dios viva siempre en nuestra humanidad, la cual no sufrirá más en Jesucristo las angustias de la muerte. Fue él quien levantó todas las maldiciones lanzadas a causa del pecado, siendo colmado y revestido de todas las bendiciones eternas, temporales, divinas y humanas. Tú eres el deseado de los collados eternos, el Nazareno que florece entre sus hermanos, el Santo que destaca entre sus hermanos. Mi querido hermano José, ¿me aceptas como tu Benjamín? Tú eres el cordero adornado de flores y el que las produce; tu amorosa sabiduría te condujo como un cordero al sacrificio pascual. Entra en mí y yo en ti a manera de Benjamín, lobo rapaz. Deseo saciarme de ti, que no sólo eres el cordero que quita los pecados del mundo, sino mi alimento. Al entregarte para ser comido en el augusto sacramento por todos los tuyos, permaneces entero a la derecha de tu Padre. Oh invención del amor. Después de este banquete, haces que tu Benjamín repose en ti, siendo su lecho nupcial y elevándolo en sublimes conocimientos, según las profecías de Jacob y de Moisés señaladas en Génesis 49 y Deuteronomio 33: Benjamín, lobo rapaz; de mañana devora su presa, y a la tarde reparte el despojo. Benjamín, querido del Señor, en seguro reposa junto a El, todos los días le protege y entre sus hombros mora (Gn_49_27); (Dt_33_12). Deseo arrebatarte, que seas mi presa. Te comeré de mañana, y por la tarde repartiré entre mis hermanos los despojos las ciencias y las gracias que obtendré de ti, que me amas y me recuestas confiadamente sobre tus hombros y tus sufrimientos como en un lecho nupcial, elevándome a los pensamientos más sublimes de tus divinos misterios, que me parecen un día luminoso cuyo sol divino y humano eres tú, revelándome tu generación eterna y temporal a través de la luz que resplandece en las tinieblas. Al atravesar el pasaje de la muerte, me das entrada al conocimiento de la vida.

            [688] Unido a tu Padre, eres el principio y el oriente de todas las criaturas. A tu brazo estuvo adherido o diseñado el rojo cordón de nuestra humanidad desde antes que el mundo fuera. ¿A qué se opuso Lucifer en su deseo de ser más que el hombre? Actuó como faraón, resquebrajando la muralla de su eterna predestinación al oponerse, tanto como le fue posible, a nuestro oriente y sus excelencias; pero su disidencia lo arrojó fuera del cielo antes de que el hombre entrara en él. Más tarde lo apartó de la gracia por el pecado, obrando una división que fue causa, al parecer, de otra: la muerte de Jesucristo, cuyo compuesto fue destruido por espacio de cuarenta horas, durante las cuales el alma separada de su cuerpo sagrado saqueaba los limbos, liberando a los justos que esperaban, por la muerte del divino Salvador, disfrutar de la felicidad del empíreo, en el que gozarán de las delicias de la vida eterna, en cuyo transcurso contemplarán al divino oriente, que nace eternamente del seno fecundo de su Padre eterno, que es Rey de los siglos inmortales y cuyo reinado no tendrá fin.

Capítulo 100 - Panegírico de los méritos y excelencias de san Lorenzo mártir, que el Eclesiástico describe dignamente en el Capítulo 44, 10 de agosto de 1638

            Hagamos ya el elogio de los hombres ilustres, de nuestros padres según su sucesión. Grandes glorias que creó el Señor, grandezas dadas desde tiempos antiguos. Hubo soberanos en sus reinos, hombres famosos por su poderío, consejeros por su inteligencia, vaticinadores de oráculos en sus profecías (Si_1_3).

            El Eclesiástico es digno de loa en todo lo que dice, pero en especial es de admirar en la alabanza que tributa a los hombres gloriosos en sus generaciones, en las que el Señor ha manifestado la grandeza de su gloria en el tiempo, concediendo su poder a quienes ha dotado de su prudencia y excelsa virtud. Si el predicador de la antigua ley encontró dignas de sus sublimes alabanzas a esas personas venerables a causa de su fidelidad en las sombras de una ley que sólo era figura de nuestra clara y deliciosa ley de la gracia, porque todos sus sacramentos eran elementos vacíos, de cuánta mayor gloria serán dignos los que han aparecido, vivido y combatido en la Iglesia de Jesucristo, Soberano Pontífice, Rey de reyes, cabeza de los ángeles y de los hombres. Aquellos vislumbraron de lejos las promesas y su gloria se ocultaría en los limbos, pareciendo vencidos en vez de vencedores debido a que su ley era una ley de servidumbre y de rigor, que los ligaba en los lugares y a las fosas, dejando la memoria de su valor a los siglos. Quedaron en la languidez de una esperanza prolongada, esperando que Jesucristo viniese a remover el cielo y la tierra según la profecía de Ageo, que les anunció su inminente llegada: [690] Dentro de muy poco tiempo sacudiré yo los cielos y la tierra, el mar y el suelo firme, sacudiré todas las naciones; vendrán entonces los tesoros de todas las naciones, y yo llenaré de gloria esta Casa, dice el Señor de los ejércitos (Ag_2_6s).

            Dentro de algunos años vendrá el Salvador deseado de todas las gentes, que hará temblar el cielo y la tierra y colmará de gloria su Casa; pero la que será su segunda casa: Grande será la gloria de esta Casa, la de la segunda mayor que la de la primera, dice Yahvé Sebaot, y en este lugar daré yo paz, oráculo del Señor de los ejércitos (Ag_2_9).

            ¿Cuándo llegó? En la plenitud de los tiempos, cuando el Padre removió el cielo y la tierra enviando a los ángeles a cantar ante su nacimiento. Bueno fue el alborozo del cielo, que acudió a la tierra para invitar a los pastores que guardaban sus rebaños.

            Una estrella del cielo vino a entusiasmar y a sacudir a los reyes para conducirlos a los pies del deseado de todas las gentes. Jerusalén se conmovió ante semejante noticia, de suerte que el rey Herodes ordenó una masacre de inocentes para dar muerte al Mesías en su infancia, a fin de impedir la gloria de la segunda Casa. No existió, empero, complot en contra del Señor, que debía vivir treinta y tres años y llegar a la edad de su madurez para enfrentarse a todos sus enemigos en el Calvario, donde los convocó para combatir al medio día en una lucha tan encarnizado, que la naturaleza entera se conturbó: el sol se oscureció, la tierra tembló, las rocas se hendieron, el velo del Templo se rasgó en dos, los sepulcros se abrieron y los muertos resucitados se aparecieron a muchos en la ciudad santa.

            El valor de este bravo león lo hizo vencedor en todo: el infierno y el mundo. Cuando fue levantado en la cruz y de la cruz a su gloria, atrajo todo a sí, ganando con el poder de su cruz los corazones de los valientes soldados que han obtenido insignes victorias a causa de la fe, entre los que se cuenta san Lorenzo, que es todo un laurel, porque todo en él es victoria. Es hombre de un solo deseo, que anhela abreviar los instantes de su vida por Jesucristo, ansiando ungir con su sangre y su grasa el santo de los santos.

            [691] Lamenta que el Papa, soberano vicario de Jesucristo en la tierra, se dirija al sacrificio sin él. Dicho Santo Padre le predijo, el profeta de san Lorenzo fue san Sixto, que estaba destinado a un holocausto más admirable que el suyo; que al cabo de tres días lo seguiría y lo aventajaría en la gloria; que el leño seco se agostaría en poco tiempo, pero que habría necesidad de más para consumir el verde. Le encomendó su Iglesia, en especial a los pobres, porque conocía bien su fidelidad y sabía que los tesoros de la esposa de Jesucristo no podían confiarse a manos más seguras, porque Lorenzo era un buen administrador de sus bienes. En cuanto el santo levita oyó esto, se dedicó a poner en práctica las bulas verbales de su Pontífice; obra que llevó a cabo en poco tiempo tan admirable como caritativamente. El purifica, ilumina, inflama y perfecciona a todos los fieles, cambiando las noches en días mediante la irradiación de sus delicias. Concede la curación a los enfermos, exhorta a los santos, desafía a los emperadores, echa por tierra a los demonios, arrebata a los ángeles, da honor a Dios, que se manifiesta admirable en este santo: Dios es admirable en sus santos (Sal_68_56). Lorenzo humilló la majestad de los emperadores, hablándoles como a hombres de paja que ennegrecían al lado del fuego que lo hacía brillar como oro precioso: Brillante como el fuego y el incienso que arde en el incensario; como vaso de oro macizo adornado de piedras preciosas, etc. (Si_50_9). Valiente Lorenzo, te contemplo cual otro Simón, pero mucho más admirable en tu tiempo. Eres el apoyo de la Iglesia que san Sixto te encomendó, en la que fortaleces los templos del Espíritu Santo: Y en sus días fortificó el santuario. El echó los cimientos de la altura doble, del alto contrafuerte de la cerca del templo (Si_50_2), cuidando de las almas y de los cuerpos de los fieles y de la fe cimentada por el Altísimo. Tú coronas la Iglesia con dos elevadísimos contrafuertes: tu doctrina y tu sufrimiento. En ti los pozos de las gracias divinas se han derramado con tal abundancia, que parecen océanos; proporcionas alivio a los hijos de toda la Iglesia en el cuerpo y [692] en el espíritu. Tu martirio enriquecerá la ciudad de Roma con tesoros divinos; tu mérito se asemejará al de los apóstoles y tu fiesta será tan solemne como la de ellos. Tú eres la estrella mañanera en medio de los nubarrones de la persecución; eres la luna llena que brilla en tu día, que es el día de la Iglesia, porque suples al sol que ha terminado su carrera, dejando nuestro horizonte para abismarse en la luminosa gloria del sol de justicia en el empíreo. San Sixto está en el cielo, invitándote a ser luna y a ejercer la influencia de tu misericordiosa bondad. Sabes hacerte amar de los buenos, deseando también librar a los malos; eres como un sol que derrama sus rayos sobre todos. Sólo el infierno, con rabia endemoniada, es capaz de resistir a tus llamas. Eres el arco iris de paz en medio de las tormentas de los tiranos; eres rosa veraniega en medio de las espinas del invierno, cuya belleza resalta frente al odio y furor de los verdugos. Tu castidad te muestra como un lirio blanquísimo junto a las aguas de las contradicciones. Eres incienso que invade toda la Iglesia en un día de verano, subiendo en dirección al trono divino. El perfume de tu martirio se difunde por todo el cielo y la tierra; eres un fuego que arde a manera de centellas luminosas. Eres incienso y fuego, todo a la vez. Eres el vaso de oro macizo en el que las gracias divinas brillan con nitidez; estás adornado de toda clase de piedras preciosas; en ti se encuentran todas las virtudes y todos los dones del Espíritu Santo. Me extendería mucho y me reduciría mucho si los enumerara: sería mucho alargarme porque necesitaría escribir volúmenes enteros; y mucho acortarme porque diría muy poco en comparación de tu perfección inefable. Eres un admirable olivo floreciente de frutos y un ciprés que se eleva hasta el Altísimo, Dios del cielo y de la tierra, que es tu estola de gloria y el ornamento y consumación de tu virtud [693]. Al subir al santo altar, te revistió de santidad; eres su diácono y él, tu Pontífice. El mismo es tu pan y la porción de tu heredad. Y cuando recibía las porciones de manos de los sacerdotes, él mismo de pie junto al hogar del altar (Si_50_12). Te encuentras al lado del gran sacrificador, del sacerdote adorable y adorado según el orden de Aarón y Melquisedec. Eres, con el primer diácono y también primer mártir, san Esteban, la corona de tus hermanos. El se llama corona y tú, laurel. Los dos son palmas de la Iglesia triunfante, en cuyas sus manos fueron depositadas y aseguradas las oblaciones del soberano y la porción de las ofrendas que ustedes incrementaron con su fervor y méritos. Tu fe hizo prodigios sin número en presencia del cielo y la tierra. Derramaste tu sangre cual simiente divina, acrecentando con ella la Iglesia, cuyo fundamento eres unido a los apóstoles. Con tu sustancia has consagrado altares y los instrumentos de tu martirio son dignos de veneración. Diste gloria a Dios y alegría a los ángeles, con los que vives glorioso cantando el cántico de gloria y bendición, invitando a las naciones a cumplir con su deber de doblar las rodillas en presencia del Dios de bondad, adorando su majestad postrados sobre sus rostros. En el día de tu martirio invocaste a Dios en la tierra y él te escuchó en la tribulación exaltando tu gloria. Al manifestar tu verdadera justicia, refrescó tu ardor. Mostraste a los hijos de los hombres el error que cometían al adherirse a los bienes aparentes, y les revelaste, con la alegría de tu rostro en medio de los tormentos, que Dios te glorificaba en medio de las llamas, en las que te encontrabas en medio de verdaderas e indecibles delicias al lado de Aquel que recibía tus exclamaciones, demostrando que el dolor de los sentidos era superado por el gozo del espíritu, que por adelantado era admitido a la gloria celestial y divina. Encontraste en tus yacijas de hierro y fuego la dulzura del cielo y el rocío divino junto con una paz que rebasaba los sentidos corporales, ofreciendo sobre ti mismo un [694] sacrificio en rigor de justicia.

            Tu esperanza estaba en Dios, que te mostraba la gloria que concede a sus amigos. Te colmó de alegría con el resplandor de su rostro, que imprimía en ti como primicia de gloria que multiplicaba los frutos del trigo de tu elección y del vino de tu pureza, consagrándote con el óleo de su felicidad y sirviéndote de trono y de tálamo glorioso para que reposaras en él por toda la eternidad. Ruega por aquella que se alegra ante tu dicha.

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DIARIO ESPIRITUAL II Capítulos del 101 al 171

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Capítulo 101 - Gloriosa Asunción de María, Madre de Dios, en cuya gloria entró como un diluvio que alegra la ciudad santa, agosto de 1638.

            [697] Al meditar en la muerte y Asunción de la Madre de Dios, quise pensar en su amor, que la apremiaba, con deseos indecibles, a ver a su Hijo y su Dios, cuyo anhelo era también ver a su Madre. Esta cierva herida por la flecha del amor ansiaba la fuente de fuerza y de vida, que era un mar, que ya una vez se encerró en sus entrañas virginales, si se me permite decir que el mar inmenso e increado retrocedió y se abrevió para penetrar en el seno de María, Madre creada y limitada, siendo el misterio de anonadamiento, es decir, la Encarnación. En este día se convierte en un diluvio de gloria; es decir, en el mar creado en medio de los años eternos. Dios fue el autor de esta obra maestra. Como la eternidad no tiene principio ni fin, podemos referirnos a la Asunción como una obra divina que Dios vivificó en medio de sus años eternos. Se trata de una cuestión no sólo temporal, sino de eternidad, porque como todo fue hecho para su Hijo, y su Hijo le pertenece, todo, en consecuencia, es también de María. En este día entra en posesión de un diluvio de gloria, diciendo a Dios: Todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí (Sal_42_8). Oh Dios incomprensible. Tu esencia simplísima e inmensa se derramó sobre mí, y todos tus atributos personales son ríos que rodean, envuelven, penetran y anegan mi alma y el cuerpo sagrado de mi Hijo, tomado del mío. Me veo colmada de alegría, sentada a la derecha de la gloria. Mi alma se derrite en sagrados deleites junto con la suya, viéndome con él en el tabernáculo admirable. Un abismo de grandeza ha colmado a otro abismo de bajeza; la voz de las cataratas de sus liberalidades divinas me ha transportado hasta los montes del empíreo, por encima de los coros [698] de los ángeles. Me veo rodeada de la encantadora belleza de los bienaventurados, que sólo es la orla de su vestidura exterior. Mi fondo de gloria es indecible en razón de su excelencia. ¿Quién podría expresar la gloria divina que este hijo de amor ha concedido a su Madre, cuya heredad eterna quiere ser él mismo, ya que nadie puede decir con tanto derecho como la Madre del Hijo de Dios: El Señor es la parte de mi herencia y de mi copa, tú mi suerte aseguras? (Sal_16_5).

            Los lazos que ligaban el cuerpo y el alma de María fueron desatados bellamente, porque el amor los deshizo sólo un poco de tiempo para volverlos a unir por toda la eternidad. La muerte no se mostró a la Madre de la vida con su fealdad desencarnada, sino bajo la forma e imagen del sueño solamente tres días, utilizando respetuosamente el poder que el Hijo y la Madre le confirieron. Así como no se atrevió a abordar al Hijo hasta que él le hizo seña de acercarse, inclinando la cabeza para entregar su espíritu a su Padre, tampoco se acercó hasta que María exclamó: Hijo mío, escucha mi oración; que vaya a contemplar tu gloria en tu Louvre celestial en espera de que vaya mi cuerpo; o mejor, hasta que tú y yo vayamos a buscarlo dentro de tres días, porque así lo quieres, deseando que tu Madre sea honrada con tu mismo honor. Tú eres mi corona y mi gloria; mi cítara, mi salterio y mi arpa. Tú eres la grandiosidad de mi triunfo, tú eres mi trono; tú, que estás con tu Padre y el Espíritu Santo, eres mi soberano bien. Me pierdo al entrar en el diluvio de la gloria. El Arca de Noé fue levantada por encima de las montañas de quince codos. A mi vez, soy ensalzada por encima de los santos y de los ángeles, porque una Madre glorificada por su Hijo está por encima de sus servidores. Tú eres mi Hijo-Dios, y yo tu Madre Virgen, a la que comunicaste gracias singulares yendo de camino. Así como la colmaste de gloria sin par en el tiempo, exclamo ahora llena de felicidad: Glorifica mi alma al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador (Lc_1_46).

            En la grandeza de tu divinidad te dignaste mirar con amor mi bajeza, a fin de que todas las [699] generaciones humanas, aunadas a los coros de los ángeles, pudieran llamarme bienaventurada, concediéndome tanta grandeza para que pudiera mandarte en calidad de Madre. Te dignaste elevarme hasta la divina maternidad en el camino, y ahora al terminarlo me haces sentar a tu derecha en el trono de grandeza en el que tu altísima y humilde majestad me rinde honores que toda la elocuencia de los ángeles y los hombres sería insuficiente para expresar. Al engrandecerme, tu nombre es alabado y santificado. Todos los ángeles y los hombres pueden decir: Este Hijo, que es Dios, honra divinamente a su Madre; siendo Señor de todas las leyes, que fueron hechas por él en cuanto Dios, se hizo hijo de esta Virgen para observar sus propios mandatos. No quiso eximirse de la sujeción que mandó a los hijos hacia sus madres. Encuentra un placer inefable en estar sujeto a la suya, honrándola con su mismo honor, en proporción a la dignidad que quiso conferir a su divina maternidad. Asuero, deseando honrar a Mardoqueo, mandó que el primer ministro de su corte proclamara a voz en cuello las alabanzas que su majestad consideró dignas de él, complaciéndose en alabarlo de esta suerte, y haciendo pregonar: ¿Qué debe hacerse al hombre a quien el rey quiere honrar? (Est_6_6). El Verbo Encarnado quiere que su Madre sea honrada con su mismo honor por ser su augusta Madre. El mismo la conduce a su trono, que está al lado del suyo y que es más augusto que el que Salomón mandó edificar a su lado para en él se sentara Betsabé, su madre.

            El no rechaza sus peticiones a favor de sus hermanos, a los que da su reino sin disminuir la gloria de su corona y sin causar división en su inmensidad, dándoles parte en su reino, que no puede ser dividido ni desolado. El es tan infinito como inmenso; rey de reyes y Señor de señores, [700] al que toda criatura rinde homenaje. Suyo es el reino de David y reinará en Jacob eternamente, teniendo a su lado a la compañera de su gloria, cuya frente ciñó con la corona del reino, dándole el cetro de Judá que recibió por su medio cuando se encarnó en sus entrañas. Al hacerse hijo suyo, se convirtió en rey de Judá y heredero legítimo de David, que por derecho divino y humano se sienta sobre su trono. El es el fruto del vientre virginal, que está coronado y ensalzado sobre todos los cielos, convirtiéndose en el cielo supremo así como su Madre es la tierra sublime elevada a su derecha, revestida del oro brillantísimo de su divino amor, que la colma y la rodea como un torrente o un mar de gloria que parece un diluvio a los bienaventurados. Todos al verlo se alegran, contemplando a su Reina elevada al trono imperial junto al Dios de la gloria en su dignidad de Madre honorabilísima, a la que él está sujeto porque así lo quiere. Todos los santos del cielo exclaman al unísono con el Rey profeta: Más imponente que las ondas del mar, es imponente el Señor en las alturas (Sal_93_4).

 Capítulo 102 - La gloria de la Virgen puede alegrar a las almas que están tristes, si la consideran en la plenitud de la alegría por encima de todas las criaturas. Ella penetró en un diluvio de gloria en el día de su Asunción, 15 de agosto de 1638.

            [701] Viéndome abrumada por diversas aflicciones, me retiré, según mi costumbre, a llorar con Dios o desahogar mi corazón en su presencia, lamentando mis imperfecciones por no haber correspondido a las gracias del cielo, diciendo: Me pusieron a guardar las viñas, mi propia viña no guardé (Ct_1_6). El largo tiempo de oposiciones y resistencias a mi proyecto de fundación me parecía ya muy pesado. Me dirigí a la Virgen, mi apoyo y mi esperanza, protestando que aunque seguía viéndome en un mar de tristezas, me alegraba la grandeza de su gloria, que recibía en este día.

            A través de este pensamiento fui iluminada para comprender un poco el exceso de gloria de esta admirable Virgen. Comprendí que Dios, en el día de la Asunción, realizó un sagrado diluvio de gloria, en el que la Virgen fue santamente sumergida sin ser anegada. El día de la Encarnación el diluvio de la divinidad y de la gloria penetró en María; en el día de la Asunción, en cambio, el mar María penetró en el mar de la divinidad, en las profundidades y crestas de la gloria.

            Ella encerró y contuvo el mar de la divinidad en la Encarnación; pero en la Asunción, se extendió hasta lo infinito en la inmensidad de la divinidad, que se engrandeció en dicha dilatación, derramando un torrente de gloria a través de la Virgen, que se acrecentó con la inundación de sus olas. Son éstas las admirables elevaciones de María en el mar de su gloria, que son una manifestación de la esplendidez de Dios, que obra tales comunicaciones de sí mismo y de su gloria en una simple criatura: Más imponente que las ondas del mar, es imponente el Señor en las alturas (Sal_93_4).

            [702] Dios hizo que lloviera durante cuarenta días, enviando un diluvio de justicia que remontó sus olas por encima de las montañas más altas. En este día envía un diluvio de gloria y de gracia por medio de las inundaciones y desbordamientos, por así decir, de sus comunicaciones, que continuarán toda la eternidad, elevando a María en gloria por encima de las más sublimes y excelentes criaturas. El diluvio de gracias se obró en el tiempo, cuando el Verbo, que procede como un mar del seno de su Padre, se derramó y difundió en el seno de María, reduciendo su inmensidad a esa dimensión. La gloria de María es obra de la eternidad y el trabajo y cuestión de todos los siglos que se emplearon y se emplearán en difundir la gloria de María. ¿No es maravilloso que el diluvio de un mar se haya realizado en un instante en la Virgen, reduciendo su inmensidad a su seno virginal cuando el Verbo se hizo hombre?

            El Verbo se compendio en María. Fue además una gran maravilla que un mar lanzara sus olas una detrás de la otra, extendiéndose según la multitud de sus aguas. El realizó una vastedad grandísima, casi infinita, necesitando un tiempo de duración eterna para hacer que se derramara. Es admirable, como ya dije, contemplar el mar esencial de la divinidad retirarse y centrar su inmensidad en un punto inconcebible, colmando el seno de María y recogiéndose en él en un instante. En este día los ángeles y los hombres admiran el prodigio que Dios quiso realizar admitiendo a María en el mar de su divinidad y de su gloria. La sumerge en este océano, que, por estar contenido en su inmensidad, sólo puede difundirse por completo a través de la eternidad: Todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí (Sal_42_8), exclama la Virgen, al ver a las tres personas de la Augustísima Trinidad verter en ella las crestas de sus amores y benevolencia, introduciéndola en su inmensidad para glorificarla por medio de comunicaciones inefables en una eternidad sin fin. Cada una de ellas la contempla en una relación particular: el Padre, como hija suya; el Hijo, en calidad de Madre y el Espíritu Santo como su esposa. Así como las tres personas estuvieron activas en el primer diluvio que se obró en ella por el confinamiento y la difusión de la divinidad en medio de los años, así trabajan en el diluvio de gloria que se obra en ella y en el engrandecimiento e inmensidad adquiridos por ella, mediante una inefable dilatación de las potencias de María que tiene lugar en el gozo de la inmensidad de la [703] divinidad, que no terminará jamás. Dios se comunicará por siempre a ella, y ella se dilatará, perdiéndose y abismándose por siempre en Dios. Aunque la gloria esencial de los santos se da sin acrecentamiento, sus anhelos y alegrías les parecen siempre nuevos. Podemos decir que las comunicaciones tan particulares que tiene la Virgen con las tres divinas personas, a través de las relaciones propias sólo de ella, le producen un diluvio de grandeza y de gloria unido al infinito, en un diluvio que no cesará jamás.

            En el primer diluvio, que ahogó al mundo en las olas de la ira y la venganza de Dios, el mismo Dios endureció su corazón, como dice la Escritura, haciéndolo como a pesar suyo, como si su bondad se resistiera a castigar, perdiendo de mala gana tantas almas que se hundirían en las aguas de su represalia. Como él es justo con nosotros y bueno en sí, obra el diluvio de gloria y de gracia con la total aquiescencia de su divinidad y con gran dilatamiento de su corazón. Transforma el seno de María en un recipiente de gracia, por cuyas manos desea, en adelante, distribuir sus favores. En la época del primer diluvio, nadie osaba acercarse a Dios, encendido como estaba en el furor de su cólera. Los mismos santos temblaban, no atreviéndose a presentarle sus votos y súplicas: En el diluvio de aguas torrenciales no se acercaron a Dios (Sal_32_6).

            En el diluvio de la gloria, sin embargo, se permite al pecador acercarse al trono de Dios, que tiene el costado abierto para difundir sus gracias, que desea le pidamos por mediación de María, en la que deposita todo, a fin de que acudamos a beber en su seno virginal, que es el mar de sus gracias. Si tuviera que expresar los sentimientos de Dios a nuestro modo, diría que Dios ha obrado una especie de dilatación del corazón y un presente de participación o extensión de su gozo en la Virgen, a la que el Padre comunicó a su Hijo; el Hijo, su persona y el Espíritu Santo, todos sus amores. Hoy entra en la gloria de Dios, que es un mar. Los demás santos entran en él también, pero en el gozo de su Señor. Entran en calidad de súbditos, mientras que [704] la Virgen lo hace como hija a la heredad de su Padre; como madre, que gobierna en el reino de su Hijo y como esposa que comparte los placeres y gozos con su esposo, el Espíritu Santo, que es poseedor de todo bien común. Lo admirable es que, mediante una dilatación que va casi a lo infinito, el corazón de María, que en sí es una frágil criatura, es capacitado para las alegrías, los amores y las comunicaciones de la gloria de la participación divina y de sus crecidos torrentes; pero es menester contemplarla como Madre del Verbo Encarnado, que es el punto vertical de sus elevaciones, porque a él se deben todas sus comunicaciones e inundaciones de gracia, de gloria, de júbilo y de felicidad.

            Ah, cuán feliz fue la muerte para esta alma al romper los lazos que la retenían en la tierra. Mientras estuvo en ella, sólo recibió algunas destilaciones, aunque en lluvias frecuentes y continuas; pero ahora que entra en el gozo de su Hijo y en la inmensidad del mar de la divinidad, exclama en ella: La cuerda me asigna un recinto de delicias (Sal_16_6); sus ataduras cayeron felizmente; la muerte no los rompió como con el resto de los hombres, a los que el alma se arranca como por violencia. En el caso de la Virgen, el amor los aflojó delicada y respetuosamente. La muerte no atacó a su Hijo sino hasta que él se lo permitió mediante una inclinación de cabeza. De igual manera, no se acercó a la Virgen hasta que ella dirigió una mirada de amor a su Hijo, elevando su corazón que suspiraba por él. Entonces se ocupó el amor lo que hubiera hecho la muerte, desligando su cuerpo virginal el tiempo necesario para dar testimonio seguro de que estaba muerta, para reunirse con él más tarde en un nudo eterno e indisoluble. Durante este tiempo, despojó su cuerpo de todo vestigio de mortalidad, a fin de devolverlo a su alma gloriosa. Ambos, por el divino poder, fueron capaces de penetrar en un diluvio de gloria que nunca tendrá fin, y que será la alegría de los bienaventurados después de la visión beatifica y de la humanidad del Verbo.

Capítulo 103 - El seno de Jesús es hospital de gracia, piscina de amor y domo de gloria, 25 de agosto de 1638.

            [705. ]El día de san Luis, me quejé con mi confianza acostumbrada a mi Amado porque, 18 años antes, en el mismo día, me había manifestado tanto amor y hecho promesas cuyo cumplimiento seguía retrasado, pidiéndole que al menos pudiera yo imitar su paciencia en mis deseos. Su amor, pleno de bondad, me invitó de inmediato a entrar en su seno, que es hospital de gracia. Pasé a él como una pobre que se veía en gran indigencia: dándome la entrada por su costado abierto, me dijo que encontraría en su interior mi cama para reposar en mis debilidades y flaquezas; mi mesa y mi manjar, mi luz, mi medicina y todo lo que puede necesitar una enferma.

            Me dijo que mi alma era una piscina que no tenía necesidad de ser removida por el ángel, debido a que continuamente es [706] movida por su divino amor, añadiendo que encontraría yo cinco manantiales o fuentes en el pórtico del pecho del divino Salvador: una fuente de agua para lavar los pecados y extinguir la sed; una fuente de aceite para ungir las heridas de los enfermos, por ser el Hijo del óleo (Sal_45_7) en la unción misma; una fuente de vida por ser la verdadera viña y el verdadero vino que alegra y fortalece el corazón debilitado del enfermo. La cuarta fuente es leche de inocencia, de candor y de simplicidad. La quinta es de sangre que justifica, que alivia y que anima a este médico a no escatimar nada por su enfermo, abriendo todas sus venas como el pelícano para dar la vida a sus polluelos.

            Además de dichas fuentes, hay otra de fuego que corre por todas las venas, dando calor y movimiento a las demás fuentes, a fin de que sigan su curso, sin alterarlas o [707] cambiarlas con la impresión de sus nuevas cualidades: el agua en ella retiene su frío que refresca; el vino, su suavidad que alimenta; el óleo, su eficaz calor y su reluciente favor; la sangre, su fuerte vigor para sostener la debilidad, porque el alma y la vida se conservan en la sangre: el alma en la sangre; la leche alimenta y simboliza la inocencia por medio de familiaridades tiernas e infantiles entre el alma y el Salvador. La piscina probática estaba cerca del templo; ésta, en cambio, se encuentra en el interior del templo y mana del Salvador, que es el templo adorable, el sacrificio y el holocausto perfecto en el altar de la cruz. En ella fue abierta, y a través del continuo holocausto que el Salvador ofrece diariamente de sí mismo, nos sumergimos en ella, o bien ella hace correr sus aguas sobre nosotros.

            Esta piscina sagrada cura todas las enfermedades, con excepción de la de amor, cuya languidez y ardores se acrecientan y alimentan con sus aguas, que enfrían la concupiscencia y calientan la divina caridad, cubriéndolas [708] hasta la dichosa muerte del alma; de manera que en este hospital de gracia los enfermos de amor son bienvenidos; los que languidecen, mejor venidos y los muertos de amor, muy bienvenidos. Su mal, sus languideces, aumentan en él y su muerte es preciosa ante Dios. Sus demás fragilidades y males de imperfección se curan, y por una transformación admirable, y la recepción de una nueva vida, el alma parece despojarse de la mortalidad que la agravaba, si sufre por amor los dolores, la debilidad y la muerte causada por el divino amor y la caridad de Jesús, en cuyo seno y entrañas encuentra su reposo.

            Allí la mía moría dulcemente, pareciendo separarse de su cuerpo al contemplar el admirable misterio que mi Amado me revelaba. Deseaba morir de esta santa muerte, anegarme en esa piscina, muriendo en ella y sepultándome en ella para vivir en mi único amor y tener mi vida escondida en él, diciendo como san Pablo: Vivo, más no yo; es Jesucristo quien vive en mí.

            [709] Mi divino Salvador me invitó entonces a la admirable resurrección que sigue a tan dichosa muerte, mostrándome cómo el alma que encuentra en su seno este hospital de gracia, esta piscina de amor y este domo de gloria, ha encontrado lo que, en el camino, puede ser llamado todo bien. Dios le habla familiarmente como amiga suya, pero más tiernamente que a Moisés por encontrarse ella bajo la ley de gracia, en la que están desbordados los tesoros de sus delicias, amando a los suyos hasta el fin con un amor infinito, como subrayó también el discípulo amado en la noche de la Cena.

            La Iglesia, imitando el sentir y las acciones de su esposo, no obra como lo hacía al comienzo, en que era necesario que un criminal diera aldabonazos en la puerta para ser recibido en ella; hoy en día recibe con gran misericordia a los peores culpables, que encuentran el seno de esta buena Madre [710] siempre abierto cuando desean refugiarse en él. Considerando la brevedad del tiempo y que el sol está en su ocaso, se apresura ella a reunir a sus hijos dispersos, por temor a que, si les llega a faltar la luz del día, se extravíen y caigan en un abismo del que jamás podrán salir.

            Comprendí que los justos son iluminados por un rayo siempre creciente, que los acompaña en toda la jornada de su vida, durante la cual pueden aprovecharlo. Los pecadores permanecen la mayor parte de la suya en el vicio, teniendo solamente la luz mortecina de un sol en su ocaso que declina sensiblemente, ocultándose a nuestros ojos; de manera que, si no lo aprovechan mientras brilla, se encontrarán en las tinieblas y en una noche eterna.

Capítulo 104 - El Verbo Encarnado lleva a los buenos sobre su pecho y a los malos sobre sus espaldas, porque son para él un pesado fardo. Él comunica sus brillantes luces y grandes dulzuras a los que permanecen fieles a su amor. 27 de agosto de 1638.

            [711] La noche anterior al día de san Agustín, en 1638, no pudiendo dormir, y teniendo la molestia de los cálculos, me entretuve en santos pensamientos. Mi amor se dignó visitarme, comunicándome grandes luces sobre el versículo de David: Dios la socorre al llegar la mañana. (Sal_46_5). Al considerar la ayuda favorable con que su bondad me había prevenido, y cómo me había asistido desde la aurora, dichas consideraciones elevaron mi espíritu a reconocer su misericordiosa bondad, que me ha prevenido con bendiciones de dulzura. Me dio a entender que su bondad me preparaba, durante la noche, los consuelos del día; que había sufrido las tristezas que los poderes de las tinieblas le causaron la noche de su prendimiento, para darme la alegría de su luz; que él había combatido por todos y llevado las cargas de todos los hombres. El profeta Isaías lo llamó príncipe de paz porque llevaría su principado sobre sus hombros. Los pesados fardos que lleva a la espalda son los hombres más culpables, que lo abruman muchísimo cuando no se preocupan por cambiar de vida y le vuelven la espalda. El odia el pecado que ensucia sus almas, llevándolos, sufriéndolos y apartando su rostro de ellos para no ver sus iniquidades. A pesar de ser objeto de su indignación, su misericordia les da tiempo para arrepentirse y volver a su bondad, que, en el momento mismo en que le ofenden, [712] los lleva y sostiene sobre sus hombros. A sus elegidos, en cambio, los lleva sobre su pecho como objeto de su amor, auxiliándolos con los dulces rayos de sus ojos amorosos, lo cual fue figurado por el sumo sacerdote hebreo, que llevaba los nombres de las doce tribus sobre su pecho, alegrándose al verlas y llevándolas también sobre sus hombros como señal de su sacerdocio real. El divino Salvador es Rey y Sacerdote a cuyo cargo están todos, pero que sin embargo lleva a los elegidos cuales hijos queridos grabados sobre su pecho, teniendo presentes sus nombres con amor al ofrendar su sacrificio, previendo que participarán en los frutos de su Pasión. También está a cargo de los otros, que se han alejado de él rechazando el fruto de su sacrificio, retirándose y sustrayéndose a la obediencia debida a su realeza. A pesar de que le vuelven la espalda él lleva su lastre con aflicción, pesaroso de que se hayan hecho indignos de estar ante su rostro, arrancándose de las entrañas de su amor. Tenemos dos símbolos muy claros: el de los que son fieles, en san Juan, que se recostó en el pecho del divino Jesús; y el otro en Judas, que al mismo tiempo salió del cenáculo para ir a venderlo y entregarlo a sus enemigos. Quién podría expresar la violencia del corazón amoroso del mismo Jesús, el cual, para manifestar que Judas había decidido obstinadamente dicha traición, le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo pronto (Jn_13_27). Como has resuelto pertinazmente librarte de tu maestro y dejar a tus condiscípulos, sal pronto de aquí. Cuando es necesario amputar un miembro que no aprovecha más al cuerpo, por estar invadido de gangrena, es mejor que se haga de golpe y no a pedazos, porque esto sólo aumentaría el la persistencia del mal e invadiría todo el cuerpo. En este punto exclamé, arrobada de amor y agradecida ante tanta bondad, pero demasiado tarde por haber recibido las muestras de su misericordia antes de poder conocerlas: "Tarde te amé, tarde te conocí, bondad siempre antigua y siempre nueva".(Conf. de San Agustín)

            Divino amor mío, en tu bondad me previniste, no contentándote con auxiliar desde la aurora el alma que ella anima, sino prolongando tus favores hacia ella a lo largo del día. La escritura parece señalar una diferencia bien misteriosa entre la ayuda que el divino Salvador concede a los justos, para mantenerlos en la justicia, y la que concede a los pecadores para ayudarles a salir [713] de su miserable estado. Asiste al alma santa al llegar la mañana, y a los pecadores al atardecer. El Evangelio nos dice que, después de ponerse el sol (Mc_1_32), le llevaban a los enfermos para que los curara. El ánima a los justos al trabajo desde la aurora, conduciéndolos a la plenitud de la luz: La luz se alza para el justo, y para los de recto corazón la alegría (Sal_97_11). Recibía al atardecer a los pecadores, deseando cubrirlos con su sombra como para ocultar bondadosamente su confusión, por temor a dejarlos caer en la desesperación si se conocían abiertamente sus culpas, las cuales disimulaba a fin de acostumbrarlos amablemente a la luz. Así como el sol poniente parece besarse dulcemente al pasar a otro hemisferio, de igual manera el Salvador se inclina y abaja amablemente, por condescendencia a los pecadores, lo cual Iglesia santa, animada del espíritu de su Esposo, parece enseñarnos con su sabia bondad, dejando morir a sus hijos porque son libres. Ellos caen voluntariamente en el pecado; ella les ofrece, después de su caída, la misericordia de su Esposo, a fin de que reciban sus aguas de vida. Esta muerte va seguida de una nueva resurrección y de un nuevo nacimiento, recibiendo una vida del todo nueva. El alma santa posee esta ventaja, encontrándose anticipadamente en y pregustando la feliz inmortalidad. Penetra en un domo de gloria en el mismo Salvador, pasando de la humanidad a la divinidad del Verbo mediante un admirable conocimiento que el amor le comunica, en el que mi alma, a pesar de seguir adherida a un cuerpo mortal, vuelve a encontrar la fuente de luz y en ella una inmensidad y vastedad admirable en la que se prolonga sin perderse, gozando de la claridad del Verbo humanado, en quien los bienaventurados, a través de la luz de la gloria, ven todo sin confusión ni disminución. Por ser espejo voluntario, les representa con toda nitidez las cosas tal y como son, sin agrandar las pequeñas ni [714] disminuir las grandes. Dije que el alma es iluminada al pasar, en la proporción que le concede el divino Amante, quien deja asomar las puntas de sus deliciosos rayos en medio de las sombras de la fe; rayos que disipan las nubes de las imperfecciones de las que el alma está rodeada. Sus rayos atraen su mirada sobre los mismos espejos en los que los bienaventurados contemplan toda la gloria que el Verbo recibe del Padre eterno, gloria que el Padre y el Hijo comunican al Espíritu Santo. En él adora la unidad de la esencia y la Trinidad de personas, admirando los atributos personales y el esplendor de la incomprensible divinidad. En ella se esconde el alma en Dios, realizando así las palabras de san Pablo: Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col_3_3). Con Jesucristo tiene su vida escondida en Dios. Ahí las criaturas no pueden alcanzarla; y mejor aun, en esta luz es conocida por Dios. En ella es sustraída a las criaturas; en ella permanece ofuscada por tanta luz y fresca en medio de sus fuertes calores, reconociendo que todos sus ardores no pueden satisfacer al amor, que tiene una bondad que conoce con más claridad que nunca. Suspira sin cesar por la plenitud de la gloria, en la que experimenta más divinamente los amores del Verbo Encarnado, quien dijo en una ocasión: Yendo del uno al otro, les servirá (Lc_12_37). Se ciñó de nuestra inmortalidad a fin de poder distribuir de manera especial la gloria de sus elegidos, sobre los que su humanidad santísima envía una deliciosísima luz que procede de su alma y cuerpo gloriosos. Se trata de una transpiración espiritual sobre los bienaventurados, quienes jamás la recibirían si el Verbo no se hubiera encarnado. Aun sin la encarnación, la gloria esencial que consiste en la visión y el gozo de la divinidad hubiera permanecido siempre la misma. La suave comunicación, empero, que hace el Hombre-Dios de su gloria a través de cierto prodigioso reverbero en los ángeles y en los hombres, de quienes es la cabeza, lo manifiesta como ministro de gloria, misma que concede y concederá en abundancia sin mengua de su grandeza ni de su inmensa plenitud. En la recepción de tan amable y dulce claridad consistirá una parte de la felicidad de los santos, quienes reciben de este modo el brillo de su propia gloria. [715] El sol no pierde nada de sus perfecciones cuando se emplea en iluminar al mundo, lo cual sólo es un servicio o ministerio en la manera de aprovechar su luz, que al difundirse, contribuye a la magnificencia al príncipe de los astros. El Verbo Encarnado, sol de la Jerusalén celestial, en nada disminuye su luz al iluminar la ciudad santa, comunicando sus resplandores, sus dulzuras y sus bellezas a los demás astros del cielo, que son los santos. Así como en la tierra les infunde la gracia como la cabeza a sus miembros, así en el cielo comparte con ellos su gloria. En esta tierra alegra a los enfermos y débiles en el hospital de la gracia; allá en el cielo, ennoblece a los bienaventurados en el templo de la gloria. Al penetrar en él por la auténtica práctica de las virtudes, el alma es elevada por la gracia a las delicias de esta vida; aunque al ir de paso en la tierra se alegra anticipadamente en la esperanza de que su Rey, que cuida de visitarla en sus enfermedades durante esta estancia mortal, la conducirá al palacio en el que permite contemplar al descubierto sus insondables claridades. Allí continuará dándole con abundancia, y al sumergirla en los divinos y gloriosos deleites de su luz, ella verá la luz; el Rey de bondad reinará sobre ella, y ella se perderá felizmente en él, entrando en su gozo por toda la eternidad, en la que saboreará con fruición las cosas gloriosas que los santos han dicho de la ciudad del Dios de la gloria, en la que será embriagada del torrente de sus divinas delicias, llenándose de gozo y satisfacción en la gloria de su Salvador. Verá así que el Dios de Israel es bueno con los que lo amaron en la tierra con un corazón sincero, compartiendo con ella su heredad. Los lazos del amor la ligarán a él por toda la infinitud y cantará extasiada ante su dicha: La cuerda me asigna un recinto de delicias, mi heredad es preciosa para mí. Bendigo al Señor que me aconseja (Sal_16_6s).

 Capítulo 105 - Dios se complació en entretenerse con María para enriquecer nuestra naturaleza con sus riquezas divinas, dando con ello renovada grandeza a los ángeles que sirven al Verbo Encarnado. 7 de septiembre de 1638.

            [719] El Señor me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, antes que la tierra. Jugando en su presencia en todo el tiempo. (Pr_8_22s). Explícanos, Señora, tus sublimes excelencias.

            El Señor Dios me tomó como posesión suya en sus eternos propósitos y como la primera de sus criaturas. yo soy el paraíso de la Trinidad, que me eligió para sus más caros designios. Mi padre David fue Un hombre según el corazón de Dios; en el mío escondió su palabra encarnada, a fin de que Dios pudiera contemplar su tesoro en mi corazón, al que su amor descendió en el día de la Encarnación. Cuando el divino poder del altísimo me cubrió con su sombra, los ángeles estaban demasiado bajo para oscurecer la luz eterna y eminentísima que brillaba a plomo en mis entrañas sagradas. Antes de mi nacimiento, las criaturas se solazaban en la presencia de Dios para manifestar que él era su Señor. Debido a sus Juegos, él no salía de su Louvre celestial, cuyos ministros eran los ángeles, sirviendo y asistiendo en presencia de su majestad, que sólo se comunicaba con ellos en su Grandeza divina. Los serafines se cubrían los pies y el rostro, diciéndose el Uno al otro: estamos Infinitamente alejados del conocimiento de la divina Gloria del Dios altísimo, que es tres Veces santo. Santo es el Padre por su existencia por sí mismo, que lo distingue del Hijo en su nacimiento eterno, que es propio del Hijo, con el que produce al divino espíritu, que es el término de su única Voluntad y distinto personalmente del Padre y del Hijo. Santo es, por tanto, el Hijo que nace; Santo es el espíritu común por ellos espirado en Un solo principio, y el único en ser espirado. Las tres divinas personas contemplan a los ángeles y a las demás criaturas como súbditos de su dominio, [720] los cuales se solazan en su presencia según sus propias acciones, para las que fueron hechos. Las divinas personas contemplan la creación, pero ellas mismas Juguetean con María, que es la hija mayor y la única amada del Padre, que le da su poder para solazarse con él, y ser Madre con autoridad sobre el Hijo, que es Igual a él por consustancialidad, y sobre el que tenía derecho a mandar a través de María, que lo sometió al Padre eterno desde que lo engendró en el tiempo. El Hijo Juega con su Madre, a la que comunicó Una ciencia Inefable para recompensar los cuidados con que lo crió en la tierra. El Espíritu Santo retoza con María por ser su esposa, a la que desposó de manera singular y en la que realizó la obra más Grande que haya hecho y hará Jamás: la Encarnación del Verbo, que nació en ella, de ella, para ella y para la humanidad.

            María fue destinada a engendrar al que es cabeza de los ángeles y de los hombres. La Trinidad entera se involucra en este juego con María, que es su escenario y actriz debido a que aporta su sustancia para el acto de su consentimiento. La Trinidad es espectadora en esta obra, cuidando de echar un velo sobre María, a fin de que el ardor de la llama divina del sol que brilla y quema no la derrita con su calor, haciendo que se desvanezca ante su luminosidad. Dicha sombra es dada a María a fin de que pueda contemplar sin peligro de perder la vista intelectual, debido al exceso de claridad, de todo lo que Dios desea que contemple, ya que por estar en la carne es incapaz de percibir, sin un continuo milagro, la totalidad del esplendor que se encerró en su seno el día de la encarnación y durante los nueve meses que llevará al Hombre Oriente, que la rodeará de luz en el día de su Asunción. Jeremías se admira de verlo encerrado en el seno de María diciendo que es una nueva noticia en la tierra. Jeremías, que fue el profeta más humilde, admiró lo que sucedía en la tierra. Juan, el águila divina, lo expresó con admiración diciendo que una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida de sol.

            El que es grande entre sus paisanos, no lo es en medio de los reyes; pero el que es ensalzado en los palacios, es grande por excelencia. María es grande en su nacimiento, más grande en la Encarnación, pero grandísima en su Asunción. Su claridad, que estaba en el cenit, sorprendió al águila real. María es la admiración de todas las criaturas y el deleite del Creador, en cuyas manos están sus fuertes. Todo lo que no es Dios está debajo de María, en cuyas manos está la dicha de toda la humanidad. Para los ángeles es su Señora, por haberles dado [721] un Rey y una cabeza a través de la cual recibieron la gracia y la gloria después de haber prestado el juramento de fidelidad a su adorable Majestad, honrándola como a su Rey divino y humano según el mandato del Padre. Dios intervino en tres entretenimientos: el primero, mediante su palabra, al crear todo con un Fiat. El segundo a través de su brazo con María y el tercero mediante su dedo, confiriendo a los apóstoles y a sus sucesores el poder de obrar señales y milagros. En todos estos entretenimientos, sin embargo, parece que Dios no interviene en un entretenimiento digno de él, salvo el que tiene con María, en María, y la participación de María en este entretenimiento, dando su sustancia al Creador. El da el ser a las criaturas, y a los apóstoles el don de milagros; ellos sólo aportan su fe. Son servidores inútiles después de todo, como dijo la Verdad, no habiendo hecho sino lo que tenían que hacer. Dios no dijo a María que era sierva inútil, sino que la llamó su Madre y, a él, súbdito suyo. En cuanto dio su consentimiento a su embajador, se encontró hija, Madre y Esposa de su Creador, entrando en posesión de sus grandezas mediante una participación singular y por una preeminencia inefable. Por ello dijo que su alma engrandecía al Señor, y que su espíritu se alegraba en Dios su salvador, al que jamás perdió, como sucedió con David, que rogó al Padre eterno se lo concediera junto con su espíritu principal. El ángel la saludó como llena de gracia unida al Señor, que estaba con ella de una manera admirable. También le dijo que el Espíritu Santo descendería sobre ella, lo cual denota que ya lo estaba, pero que de ser abundante, sobreabundaría con una afluencia superior en su alma y en su cuerpo, pero de suerte que la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra y que su potente brazo la vigorizaría para que fuera fuerte contra Dios, dando comienzo y vida creada a un Dios que nunca tuvo principio, que en sí tiene la vida eterna y que da la vida a todo ser viviente. Ese mismo Dios quiso que María, la temporal, diera comienzo al Verbo Encarnado que venía a nacer en ella y de ella para adquirir su vida humana y temporal, como lo expresó el sublime Dionisio con estas palabras: Sabes bien que dicha reunión se llevó a cabo en presencia de nuestros pontífices escogidos por Dios, cuando tú, yo y muchos otros de nuestros santos hermanos, nos reunimos para ver el cuerpo que fue el principio de la vida, y que albergó a Dios en él.

            María puede afirmar con razón que el que es poderoso la hizo [722] incomparable, obrando en ella cosas grandes porque Dios no ha hecho ni hará jamás una criatura igual a María ni en santidad ni en dignidad. Esta verdadera israelita produjo al mismo Dios revestido de nuestras debilidades, que quiso estar a merced de su autoridad amorosa y maternal, ligado con la fajilla y los pañales con los que ella lo envolvió.

            Jacob dijo que vio a Dios, y su alma inmortal fue salvada; María, en cambio, recibió a Dios en ella, dándole un cuerpo que se hizo visible a la media noche. Su alma no solo fue asegurada, sino su mismo cuerpo, conservando su virginidad, que jamás fue lesionada. Jacob tuvo un nervio lastimado y cojeó el resto de su vida. Recibió la bendición del ángel, que desapareció de pronto. María retuvo al Verbo Encarnado treinta y tres años, teniéndolo sujeto a ella y mucho más: no lo dejó hasta que hubo pagado por todos los hombres mediante una copiosa Redención, dándole tanto la sustancia como la moneda con la que rescató a los cautivos. El divino soporte da relieve al valor de esta moneda, haciéndolo infinito, a fin de que el divino Padre fuera satisfecho en rigor de justicia. María es rica; María es fuerte como Dios en su Hijo, en cuya persona contempla a Dios, que es Hijo suyo por indivisibilidad con el divino Padre. En sus manos y en su condición divina es su Hijo natural y consustancial, tal como se encuentra en el seno del Padre.

            La divina grandeza pertenece a María. Cuando el Padre le dio a su Hijo, no lo separó de él ni del Espíritu Santo. Su inmensa deidad es indivisible. David dijo que Dios era tan rico, que sólo se ocupaba en dar bienes a los hombres por no encontrar en ellos sino pobreza e indigencia. No le importó tratar con ellos, lo cual era rebajar demasiado su majestad, solazándose también con los gentiles, marcados con el hierro candente del pecado. Si María no hubiera existido, Dios no se hubiera hecho visible. En cuanto estuvo en edad de jugar con él, despachó a uno de sus príncipes celestiales para saber si aceptaría que la Trinidad entera acudiera a solazarse con ella. Habiéndose informado de las reglas del juego, dijo un Fiat con el que hizo depositar sobre la mesa de sus entrañas todas las riquezas del Padre. Gracias a industria del Espíritu Santo, llegó a ser tan rica como el divino Padre, el cual le brindó la sombra de su poder a fin de que María no advirtiera con cuánta grandeza era ensalzada por su divina maternidad, como temiendo que el sentimiento de su humildad la sumiera en el temor, y que el juego terminara debido a su confusión o pudor natural. Bajo el dosel del mismo Dios y en el trono materno, su Hijo fue el primer súbdito de su corona, asistido por concomitancia por el Padre y el Espíritu Santo, los cuales nada se reservaron de lo que les era común con el Hijo, a pesar de ser distintos personalmente a él, pero sin entregar sus personas en una unión hipostática, como el Hijo. Las tres personas fueron de María por seguimiento necesario, acompañando al Verbo por unidad de naturaleza y por la simplicidad de la esencia divina con María y en María, en la que el Verbo se encarnó. Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn_14_23). El Rey Abimelec se enteró que Rebeca era esposa de Isaac cuando los vio, por una ventana, gozar de la privacía de esposo y esposa: Abimelec, rey de los filisteos, atisbando por una ventana, observó que Isaac estaba solazándose con su mujer Rebeca. Llama Abimelec a Isaac y le dice: Con que es tu mujer (Gn_26_8s). Glorioso Espíritu Santo, debo confesarte mi fe después de haber visto por la ventana de la caridad, y por las hendiduras de la fe, cómo te complaces en solazarte con María. Creo que es tu esposa cuando veo al Padre jugar tiernamente con ella. La creo hija suya; pero al contemplar el anonadamiento del Verbo Encarnado, su hijo, la reconozco como Madre suya. El se solaza en ella con un respeto que me manifiesta la grandeza de su divina maternidad a través de los honores y actos filiales de obediencia que le rinde. En este juego se convierte en súbdito suyo sin mermar su condición divina, y sin disminuir en algo su igualdad con su divino Padre: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre (Flp_2_6s). Qué juego éste, en que el Todopoderoso se hace débil sin perder su fuerza. El Creador se hace criatura; un Dios adorado adora a su divino Padre, quien nada pierde cuando María lo gana todo, llegado a ser Reina del cielo y de la tierra y emperatriz del mismo Dios, sin que el Verbo humanado pierda en algo su sublimidad. El es la aspersión superior en el seno del Padre, y el inferior en el seno de su Madre; ambos se encuentran en el seno paterno: Fuente de la sabiduría, la Palabra de Dios en las alturas (Si_1_5). El es el único en el seno del Padre en ser igual a su grandeza; es el Hijo sujeto a María, que adora al Padre al servir a su Madre como a su Señora. Al tomar nuestra naturaleza, conservó lo que recibió de su Padre. La encarnación no admite mezcla de sustancias al obrar la unión más íntima que se haya hecho jamás; unión que hace a Dios hombre; y al hombre, Dios. Dos naturalezas infinitamente alejadas sólo tienen un soporte en esta unión adorable. Se trata de un juego que empobrece a Dios en apariencia, aunque de hecho nada pierde en su ser; más bien ganando al tener autoridad sobre su igual, que se hizo menor por la Encarnación. Este anonadamiento, sin embargo, elevó nuestra naturaleza hasta la diestra de la grandeza divina, haciéndola sentar en el trono de su gloria y dándole un nombre sobre todo nombre, a fin de que toda rodilla se doble delante del Hombre-Dios, y que toda lengua confiese que él es la gloria del Padre, en la que albergó a su Madre, que supo jugar tan bien, que ganó la corona como digna Madre, Hija y Esposa del Dios de los dioses. Las tres divinas personas jugaron todo con María, y María con ellas. Ningún lado perdió. Los ángeles y los hombres se enriquecieron con ello, sirviendo al Hombre-Dios, por cuya mediación han recibido la gracia y la gloria y conocido secretos que jamás hubieran sabido si el Verbo no se los hubiera conferido a su humanidad, para que a su vez nos los revelara. Por ello san Pablo se atreve a decir que él los descubrirá, aunque ya los había descubierto, diciendo que el misterio escondido en Dios a los siglos pasados fue revelado desde su tiempo para hacer brillar las inestimables riquezas de la bondad divina, mediante la declaración que de ellos quiso hacer a sus santos, a los que hizo consortes de su naturaleza divina: A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde los siglos en Dios, [725] Creador de todas las cosas, para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos, mediante la Iglesia, conforme al previo designio eterno que realizó en Cristo Jesús, nuestro Dios (Ef_3_8s). Y a los Hebreos: Por quien también hizo los mundos; el cual es resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa (Hb_1_2s). El Verbo Encarnado es el Verbo divino mediante el cual el Padre hizo los siglos, por ser el esplendor de su gloria, la figura de su sustancia y el portador de la plenitud de su palabra poderosa. Es el espejo en el que los ángeles contemplan su belleza; espejo voluntario que comunica su belleza según le place y a quien le place, por pura bondad, la cual quiso intensificar sus luces a los ángeles por adorar su persona humanada y servir por su amor a los hombres, coherederos suyos, destinándolos a ser ministros de fuego para auxiliar a todos aquellos que tendrán en posesión la heredad de los cielos. Servir a Dios es reinar. Como Jesucristo es Dios, considera como hecho a él mismo lo que se hace a los más pequeños de los suyos. Los ángeles, que los guardan y cobijan, son recompensados e iluminados novedosamente por la claridad del rostro divino, que premia gustoso los servicios que rinden a sus pequeños. Con mucha mayor razón les da señales de su agrado cuando son enviados a los doctores de la Iglesia para enseñarles los misterios ocultos, y por su medio a la humanidad, para darle nuevas luces; humanidad que los recibe de la persona del Verbo, que es su soporte, porque el Verbo, que lleva en sí la palabra poderosa de Dios, es el esplendor de su gloria, la figura de la sustancia del divino Padre y la imagen de su bondad, a la que contemplan los serafines como los más próximos al Verbo Encarnado después de María, que tiene una jerarquía aparte. De ella siguen aprendiendo los secretos que Dios no quiso revelar antes de su entrada triunfante en la gloria, reservando para ella los misterios gloriosos para que los revelara a los espíritus celestiales, que la confiesan como su soberana emperatriz, Madre del que los creó y glorificó, a la cual, por mandato suyo, protestan fiel obediencia que redunda para ellos en grandísima gloria. De este modo María aporta una común y especial alegría en el cielo, permitiendo que los ángeles tengan parte en la ganancia del juego que María jugó con Dios.

            [726] Como María es el cuello unido a la cabeza, por su mediación son comunicadas las influencias divinas. En el cielo, en la Iglesia triunfante; en la tierra, en la militante; debajo de la tierra, en el purgatorio, que es la Iglesia sufriente. Sea ella bendita con toda bendición.

Capítulo 106 - La creación de los ángeles y su excelente pluralidad. Gloria de san Miguel y de los que formaron parte de su milicia, combatiendo a los ángeles malos. Los primeros inspiran y comunican buenas ideas e ilustraciones. Los malos, en cambio, nos sumen en las tinieblas. 29 de septiembre de 1638.

            El día de san Miguel, en 1638, el Verbo eterno se dignó descubrirme en la oración diversas maravillas relacionadas con la creación de los ángeles, diciéndome que me enseñaba e instruía acerca de su creación por medio de admirables conocimientos, así como lo hizo con Moisés sobre la creación del hombre, y que en su inefable bondad se complacía en manifestar sus maravillas a una humilde pequeña.

            Me dijo, por tanto, que la augustísima Trinidad, ha permanecido eternamente en la posesión de la felicidad que las tres divinas personas disfrutan en ellas mismas al contemplar su simplísima naturaleza y sus admirables atributos, haciendo un ciclo continuo en sus emanaciones y en sus amores, [728] que son ruedas que giran una dentro de la otra mediante sus circumincesiones, en un movimiento que Dios tiene en sí mismo y que puede ser llamado una rotación o una evolución; movimiento que es todo fuego y llamas, al que su amor excita eternamente impulsado por la violencia del mismo amor que desea comunicarse al exterior.

            La primera producción que Dios hizo fuera de sí fue un río o torrente impetuoso de fuego y llamas ardientes, que proyectó al exterior como salido de las entrañas de su amor a través de la boca del Verbo, de la que Daniel vio varias imágenes. Se trataba de estos espíritus llameantes, que llamamos ardientes por ser todos del fuego que de él procede, que fueron sus primeras producciones, las primeras luces y las primeras llamas de la creación. Todos son singulares en sus propiedades y diferentes en sus perfecciones, pero todos son fuego y llamas, como los colores del arco iris que vio Ezequiel, causado por la llama que envolvía al Hijo del [729] hombre sedente en la carroza de su gloria. Dicho arco mostraba diversidad en sus colores; a pesar de tener una misma naturaleza, poseía gran diversidad a semejanza de los rayos que, a pesar de salir del centro de una rueda, terminan en diversos puntos de la circunferencia. Dichos espíritus proceden de un mismo principio o naturaleza de luz y de fuego, poseyendo en su pluralidad admirables variedades dentro del mismo río de fuego. No hay centella o chispa que no tenga su ser aparte y diferente, a pesar de ser componente de una misma llama.

            Dios, que es todo fuego y luz, quiso tener como primera producción el fuego y la luz. Por eso los produjo de su rostro, así como creó al hombre de sus pies, por ser los ángeles los espectadores de su gloria, ejemplares y retratos prístinos de su belleza e imágenes clarísimas de su esencia. El rostro del Padre es su Verbo, cuyos primeros rayos y más bellas imágenes son los ángeles, porque el Verbo es la sabiduría engendrada, fuente y origen de la [730] sabiduría: Fuente del espíritu y de la sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas (Si_1_5).

            Los ángeles son ciencias creadas y espíritus que participan de las dependencias de la sabiduría del Verbo, que es su fuente. Dichos espíritus no son sino arroyuelos de agua que corren de ellas, siendo, no obstante, los primeros ríos que dicha fuente vació fuera de sí sin disminución de su plenitud. Los malos se perdieron al no permanecer unidos a sus principios. Los buenos son los mensajeros de las divinas voluntades, intuyéndolas a través de los rayos gloriosos de su rostro y de su Verbo, las cuales les son reveladas en medio de la luz de la gloria. Ellos conocen, en cierta manera, la Majestad de Dios en ellos mismos, a manera de espejos perfectos en todos sus órdenes jerárquicos, así como en sus acciones y movimientos que se elevan desde abajo, llegando a ser verdaderos rayos de la faz de Dios: Un río de fuego corría y manaba delante de él. Miles de millares le servían, miríadas de miríadas estaban en pie delante de él (Dn_7_10). [731] Afirmar que los hombres son producto de sus pies, no se debe al desprecio; sino a que Dios se valió de una gran inclinación y afectuosa condescendencia al producirlo, por ser voluntad de la divina bondad, a pesar de que el ser humano se encuentra en el último orden de las creaciones intelectuales, abajarse hasta él y someterle a los ángeles a causa de la Encarnación de la segunda persona de la Trinidad: Y lo hiciste poco inferior a los ángeles, de gloria y honor le coronaste; dístele poder sobre las obras de tus manos, todo lo sujetaste debajo de sus pies (Sal_8_6s). Por tanto, habiendo Dios creado con tanta solemnidad a esos espíritus angélicos de fuego y de luz para que fueran los primeros espectadores de su rostro, los puso en orden de diferentes rangos pero los dejó en suspenso en cuanto al conocimiento de este orden y rango de su bienaventuranza y su gloria el cual debían adquirir. Por aquel mismo tiempo les manifestó a su Verbo, que debía anonadarse al grado de unirse a una naturaleza muy inferior a la suya. Lucifer, previendo claramente que se vería obligado a reconocer y adorar dicha naturaleza después de su [732] elevación a la unión hipostática con el Verbo; y viendo en sí mismo el carácter y el sello de la divinidad, no pudo resolverse a tanta humillación, tratando de impedir dicha unión o de obtenerla sí o para la naturaleza angélica, para ser, de este modo, semejante al Altísimo; y que dicha unión les adquiriera un sitio en el trono de la divinidad. Creyó degradar su nobleza si permitía que lo obligaran a humillarse por debajo de una naturaleza tan inferior, perdiéndose en su pasión al olvidar la sujeción que debía a Dios y al tratar en vano de oponerse a los designios divinos en una rebelión insensata. San Miguel, conociendo su presunción y soberbia, adoró, en un acto de generosa humildad, al Hombre-Dios, no encontrando difícil dicha humillación debido a que el mismo Verbo se sometería a tanto anonadamiento.

            Protestó reverenciar todo lo que Dios quisiera ensalzar en tan prodigiosa unión, exclamando: ¿Quién como Dios?, palabras [733] que manifiestan su conocimiento de la sumisión que debía a Dios, todo bondad, y de la urgencia de aceptar su divina voluntad, como si dijera: Si Dios así lo quiere, humillándose él mismo hasta unirse a esta humilde naturaleza en unidad de personas, ¿por qué oponer dificultades para humillarnos a ejemplo suyo? ¿Acaso somos más grandes que él?

            He aquí el combate de san Miguel contra Lucifer: el silencio se hizo en el cielo, y todos los espíritus pusieron atención al espectáculo. La lucha se libró mediante la luz y la razón; no hay que imaginar que los ángeles usaran armas como los hombres; las suyas fueron ideas intelectuales procedentes de sus entendimientos expresadas en resoluciones inflexibles. San Miguel y los ángeles buenos, buscando la gloria del Verbo, que deseaba encarnarse; Lucifer, en cambio, luchando por su propia vanidad. Siguiendo su ejemplo o persuasión, los ángeles malos buscaron con él su propia gloria. Lucifer y sus ángeles, empero, se cegaron ante el resplandor de luz que iluminó a san Miguel y a sus ángeles. A medida que la rabiosa [734] soberbia de Lucifer y de sus adeptos crecía, el esplendor y la humildad de Miguel aumentaban.

            De esta manera, el gran generalísimo de los ejércitos del Dios vivo piensa y se conduce siempre, lo mismo que sus compañeros cuando lo apoyan en la lucha con los demonios; ya que, por ser los ángeles luz, combaten con su resplandor. Todos ellos se comunican por medio de sutiles transpiraciones al seguir las inspiraciones a través de las que se derraman, a su manera, en las almas a las que iluminan. Están siempre llenos del divino amor, con cuyo poder vencen a los demonios, que conservan siempre las sutilezas propias de su naturaleza, pero que carecen totalmente de la luz de la gracia y de la gloria. Contrariamente a los ángeles buenos, emiten oscuridad; y como espíritus de las tinieblas, reinan en medio de las noches sombrías y de la iniquidad. Jamás hallarán reposo, causando en sus negras regiones un desorden y horror sin fin.

            [735] Dios, que deseaba elevar a los hombres, humilló por debajo de su naturaleza el orgullo de los ángeles rebeldes, dando a los que con Miguel aceptaron y se sometieron a las mociones y designios de su divina bondad, una inclinación perfectísima hacia la humanidad, cuya dirección aceptaron gustosos. Nada les parecía difícil ante el ejemplo del Verbo, que quiso encarnarse. Ante las palabras de Miguel: ¿Quién como Dios?, las vanas oposiciones de Lucifer se desvanecieron y la humanidad fue levantada del polvo y destinada a vivir con sus príncipes celestiales, como dijo David: Para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo. (Sal_113_8). San Miguel, en recompensa a su fidelidad y humildad, fue constituido príncipe de todos estos espíritus. Lucifer dijo: ¿Qué es el hombre? (Sal_8_5), añadiendo en son de burla, ¿a él quieres someter todas las cosas? San Miguel dio esta admirable respuesta: ¿Y por qué no estar a sus pies, si el mismo Dios quiere hacerse hombre en el tiempo destinado para ello? Por su humildad y sumisión mereció ser llamado el espíritu de su boca y representar al mismo Dios en sus admirables apariciones a Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y otros personajes del Antiguo Testamento. El tiene la intendencia general del reino de Jesucristo, y gobierna la Iglesia en la persona de Pedro, al que libró de la prisión de Herodes y de la expectación del pueblo judío.

            Después de que Miguel dijo: ¿Quién como Dios?, tuvo lugar el admirable juicio, tan bien representado por Daniel. Después de describir el trono de la Majestad de Dios y el río de fuego que brota de él, que son los ángeles, el profeta añade que el tribunal se asentó y se abrieron los libros para que Dios pasara sentencia en contra de los ángeles rebeldes, dando su recompensa a los humildes y obedientes a sus designios. Fue éste el primer juicio que Dios presidio, que sigue siendo secreto porque somos incapaces de apreciar la grandeza de su justicia. El todo se descubrirá en el último día, en cuyo tiempo los ángeles serán juzgados y el Hijo del Hombre será su juez para demostrar la justicia de su condenación, por haberse negado a adorar al Hombre-Dios y humillarse ante [737] el que Dios elevaba a una alianza personal, y por haber tentado al hombre valiéndose de la mujer, para que desobedeciera las leyes divinas al comer del fruto prohibido. Con esa mordida infectó a toda su posteridad, manchando a todos sus hijos con el pecado original, del que fueron lavados por la sangre de

            Jesucristo, pero que sigue siendo la contaminación del pecado que con frecuencia los lleva a cometer pecados actuales, para lo que son tentados por los ángeles malos, que se vengan de Dios haciendo pecar al hombre que sigue sus malignas propuestas. Los demonios serán también juzgados por querer usurpar el culto debido a Dios, seduciendo a los hombres para que les rindan adoración, aunque se hagan esclavos del pecado y culpables de lesa majestad divina y humana, por ofender no sólo al Verbo increado, que es un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, sino por ofender a Jesucristo, Dios y hombre. Son forjadores de iniquidad y de malicia y enemigos declarados de su Creador, cuya bondad sigue concediéndoles la naturaleza espiritual y algún [738] dominio sobre los hombres en calidad de ejecutores de su vengadora justicia, que es justísima hacia los hombres que han despreciado el honor que él les confirió al encarnarse, tomando su naturaleza. Han pisoteado la sangre de la alianza; han despreciado o abusado en demasía de los sacramentos; se han mostrado ingratos ante la copiosa Redención, y han recibido en vano la gracia a través de sus reiteradas caídas.

 Capítulo 107 - Riquezas de la cruz, su excelencia en la gloria, la admiran los santos a causa de la sangre que en ella se derramó. Jesucristo los santifica y alegra con su gozo divino. 1° de noviembre de 1638.

            [739] Esta mañana, día de Todos los Santos, me encontraba muy indispuesta para orar. Me hice violencia, pidiendo a los santos que fueran mi fuerza y me rodearan con su protección. Aunque deseaba meditar en su gloria, no pude hacerlo a causa de una enfermedad que me impedía estar de rodillas o en la disposición que hubiera deseado. Mi divino amor me dio a entender que no era necesario detenerse en estas consideraciones; que habiendo sido elevado a su gloria, en la que habita en una luz inaccesible a las criaturas, se digna fijar sus ojos en una pequeñuela y, como dice el profeta: Levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo (Sal_113_7s). Por ser tan caritativo, es menester que la estéril more con los hijos de la alegría; que el alma, que en sí parece ser inepta o infecunda, por la bondad de sus ojos divinos, ante los que halla la gracia, entra en comunidad con los santos de los que él es la cabeza, admitiéndola en su sociedad por el poder de la cruz, que me mostró cubierta con un lienzo de oro, lo mismo que todos los instrumentos de su pasión. El adorable madero estaba revestido con dicho paño dorado, para darme a entender que la desnudez de la cruz estaba engalanada de gloria. Vi el trono de la misericordia divina en medio del Paraíso, siendo instruida admirablemente de que todos los santos estaban en ronda o como en círculo en torno a ella, en la que se asienta la alianza de la que habló David diciendo: Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron (Sal_50_5).

            Porque en virtud de la muerte sobre la cruz, la alianza de Jesús es legítima, pacificando por la sangre de la cruz admirable todo lo que está en el cielo [740] y en la tierra: Y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos (Col_1_20).

            Mi divino amor me hizo ver cómo los santos admiraban su cruz, en la que se obró su salvación, y cómo era honrada por todos los bienaventurados, considerándola como el trono del amor en el que el Rey de los enamorados demostró el exceso de su amor. A causa de la desnudez del Calvario, fue revestida de riqueza y de gloria, atrayendo hacia ella las miradas de todos los santos. En ese momento me pareció ver un toro que significaba la víctima que era sacrificada en la antigua ley; después aparecieron un cuervo y un cabrito, que resultó ser el macho expiatorio, por tener una mancha en su cuerpo, mostrando así la invalidez de los antiguos sacrificios, que sólo agradaron a Dios en virtud del sacrificio de la cruz, a la que los vi acudir a rendir homenaje. El cabrito representaba al divino Salvador, que llevó sobre sí los pecados del mundo, haciéndose semejante a la carne del pecado, maldición por nosotros y llevado fuera de la ciudad para ser clavado en el madero. Vi grandes alas que se adherían a los santos, y comprendí que eran las de los querubines, que no cubrían más el propiciatorio porque el Verbo Encarnado, con su muerte, descubrió los misterios divinos a los ángeles y a los hombres, a los que se refiere san Pablo diciendo: A mí, el menor de los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas, para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos, mediante la Iglesia, conforme al previo designio eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor nuestro, quien, mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios (Ef_3_8s). Vi la cruz adorable como espectáculo de la gloria de Dios, de los ángeles y de los hombres. De Dios, porque el Verbo Encarnado glorificó más a la divinidad en la cruz de lo que el hombre le había ofendido; ofensa que no era infinita sino en razón del objeto. Como el Verbo era Dios, aunque sólo sufrió en su [741] humanidad, le confirió un mérito infinito porque las acciones son de los soportes, y las del Verbo Encarnado eran teándricas, es decir, humanamente divinas y divinamente humanas. Mi alma encontró la gloria en la cruz en compañía de los santos, que se alegraron en ella como en su meta de gloria. Si el apóstol no deseó sino a ella en la tierra, donde fue menospreciada, ¿Qué podríamos pensar de la exaltación y de la exultación de los santos en el término? Les puedo aplicar las palabras del rey-profeta: Exulten de gloria sus amigos, desde su lecho griten de alegría (Sal_149_5).

 Capítulo 108 - Los caminos de Dios en sí mismo y los que tiene en sus santos, los cuales adquirieron la felicidad por los méritos del Santo de los santos, el Verbo Encarnado, que ya desde la tierra los hizo partícipes de las Ocho Bienaventuranzas.

            [743] En medio de diversas y abundantes luces, Dios me iluminó acerca de la gloria de los santos y de su amable misericordia hacia ellos. Con la ayuda de la gracia, contaré aquí algunas que pueda traer a la memoria. Mi divino y amoroso salvador me dijo que Dios tenía diversos caminos; a los primeros, que residen en él mismo, se refiere David en el salmo 76: por el mar iba tu camino, por las muchas aguas tu sendero, y no se descubrieron tus pisadas (Sal_76_20),  Dios tiene la vía del entendimiento y la de la voluntad: por la primera procede el verbo y por la segunda el espíritu santo. Ambas vías son eternas y se encuentran en el mar de la divinidad. El padre va al hijo a través de la generación, y el padre y el hijo al espíritu santo mediante la aspiración. Del mismo modo, el verbo, que es el hijo, va o se remonta hacia el padre, y el espíritu santo al padre y al hijo mediante su relación. Las tres personas, por medio de la circumincesión y de su mutua penetración, son vías eternas e inmensas en el mar de la divinidad. La multitud de las aguas de las divinas perfecciones son comunicadas por la vía intelectual al hijo, y al espíritu santo por vía de espiración. En la efusión del padre al hijo, como principio de origen, emanan divinamente del padre, permanecen en el hijo y se derraman por el padre y por el hijo en el espíritu santo, que es el término definitivo en el que desembocan las vías divinas, a pesar de que el camino es igual al término en Dios, y de que el término se enfoca a su principio y origen por la misma vía de la que procede de él. Dios se nos manifiesta sin vestigios o señales de sus caminos, a los que no podemos conocer como verdaderamente son en sí mismos, llegando a parecernos incomprensibles. Dios tiene otros caminos fuera de él, que son muy diferentes. Los que tiene en los [744] santos son los más dignos de consideración: Oh, Dios, santos son tus caminos. ¿Qué Dios hay grande como Dios? tú, el Dios que obras maravillas (Sal_76_14s).

            El primer camino de Dios en los santos se da en el entendimiento, comunicándoles un conocimiento y una sabiduría grandísima que es la admiración de toda la iglesia: que los pueblos anuncien la sabiduría de los santos, y la asamblea proclame sus alabanzas (Si_44_15). Esta ciencia es una vía intelectual. El segundo camino es el de la voluntad amorosa; vía que procede del corazón de Dios para volver a él de manera admirable. Por medio de estos dos caminos Dios viene a los santos para vivir en ellos, y los santos van a Dios para vivir con él. Son estas las vías que Dios conoce, que son sendas en el mar y en la multitud de las aguas que representan a las naciones, pues los santos ganan más en un momento en el sentir de los pueblos, que muchos doctos filósofos con su ciencia a través de muchos años. Dios eleva a los santos en sus vías, y también en ellas los abate, atrayéndolos a él por medio de continuas elevaciones y abajándolos ante ellos a través de repetidas humillaciones.

            La sabiduría y el conocimiento de los santos es su fe, que les sirve de antorcha en su camino, guiándolos en medio de las dificultades hasta que lleguen a Dios: Los santos, por la fe, vencieron reinos; obraron con justicia y son dignos de recompensa (Hb_11_35). Movidos por la generosidad de su fe, vencieron varios reinos: el del cielo, que sufre violencia; el de su amor propio y el de sus mismos entendimientos, cautivándolos bajo el servicio de la fe mediante el generoso desprecio de todas las vanidades. Vencieron el de la tierra con sus fatuidades, llevándose en cambio el reino celestial. Se empeñaron, con extremo ardor y violencia, en la conquista del reino de Dios, huyendo de las seducciones de la carne. Vencieron al mundo y sus bienes aparentes, adhiriéndose en su fe a la verdadera sabiduría que es su fruto, así como a los bienes reales y auténticos, aunque desconocidos. Hicieron las obras de la justicia con perfección consumada, dando a Dios, al prójimo y a ellos mismos lo que tenían obligación de dar: el todo mediante la caridad, en la que se unieron a Dios, adquiriendo así el efecto de las fieles promesas que el Dios de bondad y de justicia les hizo. En virtud de dichas promesas, fueron admitidos en la posesión de una doble gloria: la esencial y la accidental. Esta doble beatitud fue reconocida por David cuando dijo: Exulten de gloria sus amigos, desde su lecho griten de alegría (Sal_149_5); regocijo que significa la [745] bienaventuranza esencial, mediante la cual salen, no sólo de sus cuerpos, sino de ellos mismos para entrar en Dios, perdiendo su ser, permítaseme la expresión, sin perder su existencia, penetrando por una misteriosa conmoción en Dios y perdiéndose felizmente en su plenitud, en la que se revisten de la gloria del Dios de amor. A través del claro conocimiento y del amor, gozan de la divina felicidad que les es comunicada para que entren en el gozo de su Señor. La gloria accidental se caracteriza por la alegría que experimentan en sus tálamos: desde su lecho griten de alegría (Sal_149_5); porque el reposo del lecho no es continuo, sino cambiante. Por ello, la gloria accidental llega de tiempo en tiempo, según las diversas ocasiones que tienen de alegrarse ante ciertos eventos que ocurren entre nosotros, como cuando practicamos algunas buenas obras a imitación suya. La gloria esencial es inmutable, no crece ni decrece, permaneciendo toda la eternidad en el mismo estado en que fue comunicada en el primer momento de la entrada de cada santo en el cielo. No sufre alteración en su duración, sino una saciedad y satisfacción que nutre un continuo deseo de gozar del bien que poseen los santos, del que gozarán por toda la eternidad en un contento, dulzura, sentimientos y anhelos que David nos señaló al añadir a las palabras antes citadas: Los elogios de Dios en su garganta (Sal_149_6). David, al decir garganta, se refiere al sentimiento particular del que goza cada santo, por ser el sabor del maná escondido que cada bienaventurado saborea particularmente, moviéndolo a entonar un cántico nuevo por ser especial para cada uno. De toda esta variedad de cánticos se forma un concierto bellísimo, propio sólo de los santos, que es singular y común a todos. Las voces de todos ellos contribuyen a él, y en su maravillosa diversidad componen esta melodía paradisíaca, propia de los hijos de Israel que gozan ya en plenitud la visión de Dios, y del pueblo que no se acerca únicamente al arca y al santuario, sino al mismo Dios, que está en ellos como en su templo, y ellos en él por ser el origen de su ser y la plenitud de todo bien. Salmodiad a su nombre, que es amable. Pues el Señor se ha elegido a Jacob, a Israel, como su propiedad (Sal_135_3s). Los santos poseen la totalidad de Dios sin omisión, y cada uno encuentra en él su plenitud, su porción y su dicha singular. La plenitud de su infinita bondad satisface a todos sin disminución, división ni partición. Si preguntamos a quién deben los santos su felicidad, la respuesta es: al Verbo Encarnado, que [746] les mereció tanta alegría y regocijo. Se recrea, cual atleta, corriendo su carrera. A un extremo del cielo es su salida, y su órbita llega al otro extremo, sin que haya nada que a su ardor escape (Sal_19_6s). Hace una carrera con variedad de saltos y retozos desde el seno del Padre, del que vino sin salir de él hasta llegar a la cruz, que fue el término de su carrera mortal. Habiendo terminado esta carrera, reemprendió el mismo camino remontándose hasta el seno donde reposa. Al estar en la cruz, clamó con fuertes gritos: Con poderoso clamor y lágrimas, fue escuchado a causa de su reverencia (Hb_5_7). Al verse sumergido en el mar de amarguras que engendraron los dolores de los santos, mereció que fueran elevados de la tierra al cielo, y que, mediante un estremecimiento del todo divino, salieran de ellos mismos para entrar en Dios, en el que saborean un deleite más dulce que la miel, tascando en su paladar la dulzura divina que los mueve a cantar el nuevo cántico de la gloria: Las alabanzas de Dios en sus labios (Sal_149_6). Aquellos que imitaron especialmente al Verbo Encarnado, corriendo con toda prontitud hacia la cruz en sus agudas penas, renunciando a todo consuelo, suspirando por las dulzuras del cielo y rogando al Padre celestial que su voluntad se cumpliese en ellos hasta su anonadamiento, se alegrarán con mayor razón a causa de lo que abandonaron. Pero por qué David, después de describir a los santos como cantores sagrados en la gloria, que llevan la dulzura y sabrosura del maná en la boca, pone en sus manos espadas de dos filos: Y en su mano la espada de dos filos, para ejecutar venganza en las naciones, castigos en los pueblos, para atar con cadenas a sus reyes, con grillos de hierro a sus magnates (Sal_149_6s). ¿Es que existe la guerra en la Jerusalén de paz? ¿Acaso hay en ella cadenas, látigos y prisiones? No, pero los santos odian el pecado y la injusticia tanto como aman al soberano bien que poseen. Se ponen de parte de Dios, no teniendo otro movimiento que el de sus voluntades; y como saben que Dios odia el pecado sin odiar al pecador, ellos, a su vez, sienten compasión por los pecadores, siguiendo el sentir de la bondad soberana, que tan bien conocen. Los amonestan para sacarlos de su lodazal y toman venganza de las naciones, combatiendo en contra de los hombres para su salvación y la gloria de Dios, así como los ángeles lucharon unos con otros. Los santos conocen la voluntad del alma, y por ello tratan de ligar los [747] pies y los afectos de esta reina, o del espíritu, que es rey, con los lazos sagrados del divino amor para consolidar en las obras de justicia a los que están llamados a ser príncipes del paraíso. Entre todos forman una asamblea, a manera de parlamento, en el que se suscriben, con sentencias justísimas, a los juicios de Dios, para ocuparse de su ejecución. De ahí que, cuando Babilonia es arruinada y precipitada en una desdicha eterna, canten aleluya, alegrándose al ver que la justicia vengadora de Dios se cumple, después de haber empleado sus recursos para volver a su deber a la Babilonia corrompida y prostituida con toda suerte de abominaciones. Todos apoyan la sentencia de su condenación: Para aplicarles la sentencia escrita (Sal_149_9), por ser éste el sentir de todos los santos, que cifran su gloria en ver reinar al Dios justísimo, después de vencer a sus enemigos: Será un honor para todos sus amigos (Sal_149_9), después de lo cual entonan el nuevo cántico de la gloria: Bendición, poder y fuerza a nuestro Dios (Ap_7_12).

            El camino de los santos es el mismo que el Salvador nos señaló en las bienaventuranzas del Evangelio. La primera es la pobreza de espíritu, que exige un despojo total para corresponder a la sencillez divina, y para poseer el reino de los cielos, que es invisible a los ojos del cuerpo. Es necesario sacudir el polvo de la tierra; el cielo y la tierra no pueden encontrarse en un mismo corazón. Es menester vaciarse o privarse de un reino para poseer el otro. Para heredar el del paraíso, hay que despreciar la vanidad y riquezas de la tierra; pues aunque en sí no son malas, pueden causar la pérdida del amor del cielo en los que se adhieren a ellas con el afecto. A esto se debe que los santos hayan dicho que su porción es la tierra de los vivos, haciéndose pobres en la tierra de los muertos. La bondad les da en posesión la tierra, que es la humanidad del Verbo Encarnado, así como él poseyó la tierra de María con tanta dulzura, que no causó daño alguno a su integridad. El no rompe una caña cascada, ni extingue la mecha que aun humea; el único que sufre es el hombre pecador. Nadie turba la posesión de los mansos porque nadie les ataca sin ser ganado por su bondad. Las lágrimas de los santos merecen el consuelo del cielo. Lloran primeramente al seguir viéndose alejados del reino [748] de Dios, por el que suspiran. En segundo lugar, porque la verdad divina y la vida eterna son despreciadas; y en tercero, por ser hijos que carecen de la visión de su padre y de su madre: Dios y la Virgen, que están ocultos en el cielo. Dichosas lágrimas que se derraman después sobre la tierra, para hacerla germinar en multitud de santos deseos.

            Los hambrientos, al verse vacíos, desean el pan de Dios en la ejecución de la divina voluntad. Tienen hambre y sed de justicia y de que la humanidad se vuelva justa. Se alimentan con sagrados deseos, y el Dios de su corazón los apacienta con un manjar que los contenta y fortifica para emprender el camino del cielo, que es difícil de seguir.

            Los misericordiosos compadecen principalmente los sufrimientos del Salvador, el más afligido de los hombres; después, las aflicciones de los corazones abrumados por el sufrimiento y, por último, las necesidades corporales de su prójimo, ocupándose en servir a todo mundo y hacerse todo a todos a ejemplo de san Pablo. Estos obtienen la abundancia de las divinas misericordias, que en ninguna parte se manifiestan con más esplendor que en sus santos. Los limpios de corazón verán a Dios, por estar vacíos y purificados, no deseando ver sino a Dios. El ojo sólo exige la luz y no puede complacerse sino en ella, porque la luz es su objeto. Cuando se la posee en la debida proporción, produce un admirable deleite, y el corazón, que es todo ojos y todo luz, no puede ocuparse sino en lo que concierne a la luz divina. Esta pureza de corazón se adquiere mediante la regeneración del agua y la inhabitación del Espíritu Santo, que es fuego. Primeramente, en el bautismo, que es llamado el sacramento de regeneración y de luz, porque al ser purificado por el bautismo, el ojo del corazón, comienza a ver la luz. Si llega a ocurrir, como sucede con frecuencia, que las imperfecciones opacan la pureza del espíritu, las lágrimas y el fuego del divino amor obran dicha purificación, confiriendo la luz para ver a Dios. Bienaventurados los limpios de corazón. Los pacíficos, habiendo ya vencido a todos sus enemigos y terminado sus combates con gloriosas victorias, gozan por adelantado de la heredad de su padre. Son verdaderos hijos de Dios que gozan de la paz y bienes de su hermano mayor, por ser coherederos de Jesucristo, el cual combatió y venció por ellos, adquiriéndoles el reino de su divino Padre. Por ser Hijo natural de Dios, es pacífico en sí y procura la paz a todos sus hermanos. En fin, los que sufren persecución por la justicia, son felices porque sus [749] sufrimientos no se dirigen a borrar sus culpas, que ya están expiadas, sino para incrementar la gloria de Dios. En la primera bienaventuranza, los santos reciben el cielo a cambio de los bienes de la tierra, a los que desprecian; en esta última, en cambio, lo adquieren a través de los sufrimientos que padecieron por la justicia, imitando a Jesucristo, que lo adquirió por medio de su cruz. Como Jesucristo era inocente, cerró el círculo de la bienaventuranza, en cuya posesión son admitidos los santos, no sólo para ser apartados de todo mal y pecado, sino más bien por haber sufrido al ir en búsqueda del soberano bien.

Capítulo 109 - Los dulces pechos que abrasó el Verbo Encarnado de su santa Madre. Los Santos, a través del sufrimiento son elevados a los de la gloria. 7 de septiembre 1638.

a esta octava recibí inteligencias sublimes acompañadas de luces tan abundantes, que me son indecibles. Hacia el séptimo día me encontraba en gran aflicción, orando y rogando al amado de mi corazón que me guiara en la soledad para poder gozar de él y consolarme en él, repitiendo con frecuencia estas palabras:! ah, si fueras tú un hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre! Podría besarte, al encontrarte afuera, sin que me despreciaran. (Ct_8_1).

            Me vi elevada en una sublime suspensión, durante la cual vi al Salvador adherido a los pechos de su Padre en la gloria, como succionando su seno inagotable para llenarse de sus delicias. Después lo vi irradiándolas sobre los bienaventurados, que de su leche reciben un riego y alimento deliciosos. Comprendí que su santa humanidad, durante su infancia, presionó amorosamente los pechos de su Madre, y al final de su vida los de la cruz. Los del divino Padre y los de su dulcísima Madre eran bien deliciosos; los de la cruz, en cambio, estaban llenos de hiel y amargura. Comprendí que, después de haberse saciado de oprobios, fue elevado al pecho de la gloria; pues a pesar de que su alma, en su parte superior estuvo siempre adherida a él por la visión beatifica, la parte inferior de su alma bendita, lo mismo que su cuerpo sagrado, estuvieron sumidos en amarguras indecibles. La parte inferior de su alma permaneció en la aflicción y en la angustia mientras que la superior gustaba y bebía, embriagándose de las delicias divinas y gozando de la visión beatifica desde el instante mismo de la Encarnación. Ahora el alma del Salvador, reunida con su cuerpo sagrado, gusta y se satisface, en toda la extensión de sus potencias y de su humanidad sagrada, del pecho de la gloria con una inefable y divina dulzura, que es el mismo Verbo, mediante el cual resucitó Jesucristo, debido a que el Verbo es el soporte de su cuerpo y de su alma.

            La poderosa sabiduría de Dios creó el compuesto sagrado de un Hombre-Dios y la virtud del Altísimo, que es el Espíritu Santo, obró [752] esta maravilla. Es necesario, que a su imitación, absorbamos con él los pechos de la cruz, amando, por su amor, las contradicciones, los sufrimientos y la misma muerte para que merezcamos ser elevados a los pechos de la gloria y de la divinidad. La gracia y la gloria nos son dadas, en su totalidad, por Jesucristo, el cual nos distribuye la cruz según la medida de su humanidad sufriente, y la gloria según nuestra cercanía a su insigne divinidad. El invita a los santos a la cruz y a la gloria, a la tristeza y a la alegría, a succionar los pechos de la cruz para poder después absorber eternamente los del gozo de la divinidad. Al escuchar que mi amor escogió la cruz para seguir su camino, sentí en mí una sagrada emulación para seguir su ejemplo. Al mismo tiempo, fui presa de un júbilo indecible en el extremo de mi espíritu, sintiendo una gran aflicción en la parte inferior durante todo ese tiempo, pero sin turbación alguna, porque experimentaba en él una paz profunda. Como mi amado divino quería darme la experiencia de lo que sufrió en la cruz, comprendí que la comunicación de estos diferentes afectos en una misma persona era el misterio escondido en el tiempo. San Pablo nos muestra que es necesario adquirir las dimensiones de este gran corazón, que encierra en sí todos estos sentimientos contrarios, y conocer la amplitud de su caridad, que a todos abrazó, así como su profundidad, que quiso sufrir de modo infinito. El tuvo esta inclinación hacia nosotros desde la eternidad: la altura de Aquel que sufre, y la profundidad de las humillaciones a las que se sometió. Ningún otro ha podido descender tan bajo en su profundidad, porque sólo él se pudo anonadar. Como la criatura es en sí una nada, no es capaz de anonadarse; sólo de conocer su nada. Contemplé el festín de la gloria que tiene lugar en el cielo cuando los santos reciben el rocío de sus pechos, a los que la humanidad presiona, haciendo que se derramen sobre ellos. Vi sus elevaciones sublimes y cómo están adheridos a su seno; vi al Padre Eterno como origen de esta leche divina, la cual comunica al Verbo, que es la fuente: Fuente de sabiduría, la Palabra de Dios en las alturas (Si_1_5), de la que reciben los ángeles y los hombres. Sería necesario que el divino esposo expresara las dulzuras que sus santos reciben a través de sus méritos y mediante su correspondencia a la gracia. Me fue posible participar en estos deleites, pero no describirlos. Con el rey profeta, me dirigí a la humanidad, diciéndole: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo serán arrastrados por sus inclinaciones a los afectos de la carne y de la sangre? ¿Hasta cuándo se revolcarán sus corazones en el lodo? ¿Hasta cuándo amarán la vanidad y buscarán la mentira, complaciéndose en ser engañados por ilusiones [753] groseras en demasía? Sepan que Dios se complace en alimentar a los santos con néctar y ambrosía divinos. Los santos se embriagan en la abundancia de su casa, siendo alegrados por el río impetuoso de las adorables fuentes de vida de la divinidad y de la santa humanidad. En ti, mi Dios, dice David, se encuentra la fuente de la vida. Todos contemplan la luz del Padre a través de la del Hijo, viendo a la divinidad a través de la humanidad y sacando aguas de gozo de las fuentes del Salvador, según las palabras de Isaías: Sacaréis agua con gozo de los hontanares de salvación. (Is_12_3). Los santos están en el reposo y su espíritu es invitado a gozar toda clase de deleites. Sus obras van con ellos como su cauda, porque siguieron a su Rey con pureza de intención. Amaron a su Dios y, después de él, su reino por amor a él. Sólo a Dios amaron en todo: él es su principio, su medio y su fin. En su reposo, están colmados de gozo, como vio David: Exulten de gloria sus amigos, desde su lecho griten de alegría; en su mano la espada de dos filos, para ejecutar venganza en las naciones, castigos en los pueblos (Sal_149_5s). Los santos están en lechos gloriosos, felices por siempre. El gozo divino estará en su garganta y en lo más íntimo de su espíritu, en tanto que los malvados serán oprimidos por los remordimientos de sus crímenes. Los santos tendrán poder, por orden del soberano al que sirvieron fielmente, de hacer sufrir a los malos, siendo terribles ante su vista desde el lugar de su exaltación: un signo de sus manos, que en otro tiempo elevaron en oración por su conversión, los espantará; sus ojos que en la tierra vertieron torrentes de lágrimas por sus conversiones, lanzarán rayos para su castigo. Los santos no temerán más a los potentados que dieron muerte a sus cuerpos cuando estaban en el camino. Dios y su fidelidad libraron sus almas, que fueron protegidas por las manos del Dios al que amaron hasta dar gozosamente su vida por él, sin temer los rigores de los tormentos ni las angustias de la muerte, que no osaba presentarse ante su fervor, que disipaba sus frialdades al inflamarse, más y más en el combate para arrebatar el reino de los cielos, que sólo está reservado a los que se hacen violencia. Al rechazar todo lo que es sensualidad y vanidad, llegaron a ser reyes mediante los suplicios a los que se sobrepusieron, pero de un reino eterno en el que reinarán [754] con el Verbo Encarnado por toda la eternidad, después de juzgar a las naciones: Los justos brillarán y se difundirán como centellas en el cañaveral. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos. El Señor reinará en ellos por siempre. (Sb_3_7).

            Los santos fueron, en la tierra, hijos de los pechos. En ella succionaron el pecho de la gracia, que los elevó al de la gloria; no entre continuas dulzuras, sino en medio de amarguras y dolores agudísimos causados por el sufrimiento, que es el seno de la cruz. El Hijo de Dios lo succionó y absorbió durante su vida mortal. La dulce Virgen sufrió continuamente las angustias de la amarga muerte que su Hijo debía sufrir, aguardando cada día la espada de dolor que el Espíritu Santo le anunció en Simeón: este Hijo, esta Madre y todos los santos llegaron a la gloria después de muchos sufrimientos, padeciéndolos y soportándolos para entrar en ella. Mientras vayamos de camino, debemos sufrir antes de gozar las delicias del término. Que Dios nos conceda esta gracia.

Capítulo 110 - Presentación de la Virgen y diversas presentaciones, tanto de los ángeles como de Jesucristo. La Virgen, fue presentada a la muerte por su Hijo. Diversas comunicaciones, 21 de noviembre de 1638.

            [755] El día de la Presentación de la Virgen medité en su presentación a Dios, el cual obró en ella una perfecta representación de sí mismo. Dentro de la Trinidad, el Padre da y obsequia a su Hijo toda su esencia, con todas sus perfecciones, y el Hijo presenta al Padre su mismo don a través de un reconocimiento que no admite dependencia o inferioridad alguna.

            El Padre se mira en él perfectamente representado, como imagen suya. El Padre y el Hijo presentan conjuntamente, por una misma voluntad, su esencia y divinidad al Espíritu Santo, que es su amor, el cual, recíprocamente, hace la misma representación, aunque no como la recibe, por no ser genitor, ni engendrado, ni principio, ni imagen en la Trinidad, siendo producido por vía de procesión, porque procede del Padre y del Hijo. El es quien termina su única voluntad, y ellos moran en él como en su amor; él está en ellos como el amor en la voluntad, de la que es producido mediante una circumincesión admirable. Los ángeles, en sus operaciones jerárquicas, son representaciones de Dios, porque en ellas obran de manera deiforme, tendiendo a la deiformidad. Todos ellos presentan a Dios lo que son, siendo el primer ángel como el primer espejo en el que Dios se miró fuera de sí mismo. Con todo, existe una distancia infinita entre Dios y la criatura, porque el ángel que se asemeja a Dios lo es con una diferencia infinita. Nos vemos verdaderamente obligados a confesar que entre Dios y la criatura existe siempre esta inmensa desproporción; no obstante, si dicho alejamiento infinito pudiésemos concebir de más o de menos, sería necesario afirmar que la Virgen representa a Dios más de cerca [756] que todas las criaturas. El Padre mira en ella su fecundidad y su paternidad, porque así como él engendra a su Verbo de sus entrañas, así la Virgen engendró de su sustancia al mismo Verbo hecho hombre, que reconoce por principio a su Padre según la divinidad, y a su Madre en la tierra según la humanidad, poseyendo dos generaciones distintas y dos principios diferentes. El Verbo es la primera emanación del Padre eterno, y la Virgen es la primera y más pura emanación entre las simples criaturas; pues aunque recibió la existencia en medio del tiempo, fue, sin embargo, la primera en cuanto al designio y mente de Dios. El Espíritu Santo es el término de las divinas emanaciones, pero término de culminación y perfección. La Virgen es el término de las divinas producciones porque Dios no pudo crear una maternidad más grande que la de un Dios, ni levantar a mayor altura a una simple criatura sino elevándola a la dignidad de una divina maternidad. A esto puede añadirse el placer que experimentó Dios en esta cúspide de sus obras, debido a la correspondencia a sus gracias y voluntad divina que encontró en ella, perfeccionándola por medio de acciones obradas por su gracia, a la que ella respondió con los esfuerzos de una correspondencia total.

            El Salvador encontró sus complacencias en la Virgen, pues cuando su alma goza en la divinidad, se encuentra en una inmensidad que no puede abarcar. En María, en cambio, su alma encuentra correspondencia y correlación mediante un ajuste de su alma a una cierta igualdad, o por lo menos sin la infinitud de la distancia. Dicho espíritu o alma de María anima el cuerpo del que el Salvador tomó el suyo para redimirnos, siendo su sangre la misma que derramó, y su cuerpo el que crucificó, preservando la inmortalidad del alma. La naturaleza divina no sufrió; fue la naturaleza humana que tomó de María la que estuvo triste hasta la muerte, como testimonió el mismo Salvador, que no puede mentir. El alma de la Virgen participó con una compasión indecible en los sufrimientos de su Hijo, presentándose continuamente al Padre eterno para sufrirlos a partir de la profecía de san Simeón. Estuvo [757] junto a la cruz, pero de pie como diciendo maternalmente: Aquí estoy para ser crucificada junto con mi Hijo. Y si es cierto que el alma está más en el ser que ama que en el que anima, la Virgen Madre está más en su Hijo, en su Hijo Hombre-Dios, que en ella misma. David, por ser padre, sintió una inmensa aflicción a la muerte de su Hijo Absalón, al que, a pesar de su rebeldía, amaba más que a su vida, considerándolo heredero de su reino. En cuanto padre, lo amaba con un amor visceral, a pesar de que Absalón se armó en contra de toda ley divina y humana, tratando de usurpar su reino, que su buenísimo padre pareció cederle, saliendo descalzo en compañía de unos cuantos súbditos fieles a él, a cuya salida se refiere el texto sagrado de manera admirable, moviendo a compasión al lector: Haz volver el arca de Dios a la ciudad. Si he hallado gracia a los ojos del Señor, me hará volver y me permitirá ver el arca y su morada. Y si él dice: No me has agradado, que me haga lo que mejor le parezca. Dijo el rey al sacerdote Sadoq: Mirad, tú y Abiatar volveos en paz a la ciudad, con vuestros dos hijos Ajimaas, tu hijo, y Jonatán, hijo de Abiatar. Mirad, yo me detendré en las llanuras del desierto, hasta que me llegue una palabra vuestra que me de noticias. Sadoq y Abiatar volvieron el arca de Dios a Jerusalén y se quedaron allí. David subía la cuesta de los Olivos, subía llorando con la cabeza cubierta y los pies desnudos; y toda la gente que estaba con él había cubierto su cabeza y subía la cuesta llorando (2S_15_25s). David, vencedor del hijo indigno de su nombre, lamentó con expresiones indecibles la justísima muerte del desdichado que fue capaz de afligir a todo su pueblo: Hijo mío, Absalón; hijo mío, hijo mío, Absalón. Quién me diera haber muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío (2S_18_1). Aquel padre apasionado desea morir por Absalón, su hijo rebelde y cruel contra su Padre. Cuanto más [758] diría la Virgen-Madre al ver morir a su Hijo inocente y obedientísimo: Hijo mío amadísimo, si se me concediera una sola gracia, la de morir por ti, me presentaría a la muerte con deseos inexpresables. Virgen Madre, mueres porque no mueres. Dios acepta tus deseos, que te son reputados en grande misericordia, porque no debes morir aquí, sino vivir después de tu Hijo para animar a su Iglesia con tu viva fe y tu ardiente caridad. Nos puso bajo tu amparo en la persona de san Juan. San Pedro no se atrevió a estar junto a la cruz de su maestro, al que negó cobardemente. Hoy llora su falta. Después de su total conversión, reunirá a sus ovejas y convertirá a sus hermanos con la fuerza del Espíritu Santo que su Maestro le prometió. Será él quien los confirme. Señora, preséntate por nosotros en el Calvario durante tu vida mortal, pero preséntate siempre en la gloria con tu bondad maternal, para venir en nuestra ayuda. Tus pechos sagrados alimentaron a tu Hijo, y sus llagas amorosas, a su Padre. La sangre del amor y la leche de la gloria serán para nosotros llamadas y encantos para atraernos al cielo, en el que adoraremos al Padre y al Hijo por el amor que el Espíritu Santo nos comunicará. En él admiraremos las divinas comunicaciones que Dios te hace y las excelentes presentaciones y representaciones que haces para él.

Capítulo 111 - Prudencia del Verbo Encarnado Jesucristo, esposo de las vírgenes prudentes, noviembre de 1638.

            [759] Dos contrarios se curan entre sí: el viejo Adán pecó por imprudencia al principio del mundo. El nuevo Adán vino en la plenitud de los tiempos con grandísima prudencia porque, desde la eternidad, la santísima Trinidad decretó la Encarnación de la segunda persona en un consejo divino y en una economía admirabilísima que puedo llamar prudencia inefable. Se trata de la obra de la segunda persona, a la que se atribuye la prudencia y la sabiduría, y aunque todas las operaciones al exterior sean comunes a las tres personas, y que todas hayan contribuido a la Encarnación, sólo la segunda se revistió de nuestra humanidad, apoyándola con su propio soporte. Las otras dos la acompañaron por concomitancia en razón de la unidad indivisible de la esencia, que es simplísima. La sabiduría eterna se valió del profeta Habacuc para llamar Encarnación a su obra, vivificándola con su propia vida en medio de los años. Haré a un lado el resto, para no ser muy prolija, no explicando todo el cántico del profeta. El echó fuera la muerte y al demonio, que caminaban delante de sus pasos, reduciendo en calidad de esclavos suyos a la muerte, al pecado y al demonio. Se mantuvo firme según la alianza que deseaba hacer con nuestra naturaleza; y al medir nuestra debilidad, nos dio su fuerza, de manera que mi alma puede decir: Mas yo en el Señor exultaré, jubilaré en el Dios de mi salvación (Ha_3_18).

            Por ello se hizo hombre, naciendo de una mujer, debajo de la ley, para redimir a los que estaban sometidos a la ley, lo cual fue una gran muestra de prudencia. Por esta razón, antes de Navidad, la Iglesia pide su venida a la tierra exclamando: Oh sabiduría que procedes de la boca del Altísimo, abarcando de un confín al otro y disponiendo todas las cosas suave y fuertemente, ven a enseñarnos el camino de la prudencia. El mismo quiso aprender, a través de la ciencia experimental, esta clase de prudencia en el curso de su vida mortal, a fin de darnos ejemplo desde el primer día de su mortalidad, es decir, a partir del día de su [760] Encarnación. Su silencio en el establo y el que guardó antes de la edad de doce años, fueron un estudio de la prudencia, virtud que demostró en presencia de los doctores de la ley, en medio de los cuales lo encontraron su santa Madre y San José: Le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oía n, estaban admirados por su inteligencia y sus respuestas (Lc_2_46s). Entonces la Virgen prudente le preguntó por qué los había dejado ir sin él, a lo que él respondió con palabras de insigne prudencia, que por no comprender enteramente, la santísima Virgen meditaba en su corazón, así como las acciones y aun el silencio de su Hijo, que estaba sujeto a San José y a ella en una prudente y humilde obediencia, en tanto que seguía creciendo en gracia: Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc_2_52). Contemplémosle en el Jordán obrando con toda prudencia al decir a San Juan que era necesario cumplir toda justicia. El Padre eterno coronó al Salvador revelando a San Juan que él juzgaba muy acertado lo que su Hijo decía y hacía; el Espíritu Santo, en forma de paloma que medita, es decir, hablando y ponderando, descendió hasta él a imprimir el sello de la aprobación de la santísima Trinidad.

            En las bodas de Caná su prudencia fue evidentísima, esperando la hora en que debía cambiar el agua en vino y mostrando su obligación de observar, punto por punto, el designio de su Padre, haciendo después lo que su Madre le pidió, respetando ese orden indiscutible. Esperó a que el vino faltara para que su beneficio fuera más amable y mejor recibido: todas sus acciones y palabras eran señal de gran prudencia, por cuyo medio escapó a los lazos que los fariseos le tendieron al preguntarle si era bueno o no pagar tributo al César. Su prudente respuesta fue admirable, pagando él mismo dicho tributo por medio de San Pedro, después de ser interrogado.

            El ataque dirigido a él con motivo de la mujer hallada en adulterio se desvaneció gracias a su prudente respuesta y mediante su acción de escribir en la tierra, en la que, al enderezarse, sólo vio a la pobre culpable, a la que interrogó con prudencia, perdonándola con gran clemencia. Todas sus palabras [761] son perlas preciosas que debemos colgar en nuestros oídos cual pendientes de una prudencia sin par. ¿Y qué decir de sus palabras a la samaritana? Con sólo meditarlas se conocerá la gran sabiduría y prudencia con que habló mientras estaba sentado, como dice San Juan, como un hombre sabio; mejor dicho, como un Dios todopoderoso a través de su prudente discurso, obrando en aquella mujer una maravillosa conversión, lo mismo que en toda la Samaria.

            En casa de Sta. Marta conocemos su prudencia en la amorosa exhortación que le hizo tanto para tranquilizarla, como para que dejara con él a su hermana María. Simón el fariseo no pudo esquivar su prudente pregunta ni su sabia respuesta, y su juicio sirvió de testimonio a la prudencia de Jesucristo, del que murmuraba, teniéndolo como ignorante del pecado y condición de dicha mujer, o bien de no ser tan reservado como podría parecer. El practicó todas las virtudes, cuyo tiempo y medida les marcó la prudencia. Por ello admiró la del administrador que malgastó los bienes de su señor.

            En el día de Ramos su prudente previsión lo movió a derramar lágrimas sobre la ciudad de Jerusalén, reprendiéndola por no haber conocido ni juzgado prudentemente su visita, negándose a prever los males que debían causar su ruina. En la Cena, ¿quién no se extasiaría con San Juan, el águila, al considerar la prudente bondad con la que se dio a los apóstoles, aun a Judas? En su prudente caridad, no quiso descubrirlo a quienes lo interrogaban, salvo a San Juan, que amaba todo lo que su prudentísimo Maestro hacía o dejaba de hacer. No castigó al traidor, dándole más bien su ternura para trocar sí mismo la malicia que llevaba en el corazón, cambiando el pan en su cuerpo y el vino en su preciosa sangre, entregándose a él y a los demás apóstoles. La institución de este divino sacramento es un memorial de sus bondades pero también de su prudencia: para curar a sus pequeñuelos del veneno con que la serpiente los emponzoña, este amoroso pelícano pierde su vida mortal para dar la vida inmortal a los suyos, muriendo para darnos la vida, pero una vida divina.

            Este grano de trigo parece morir para multiplicarse. [762] Sube a la cruz para llevarnos al cielo, donde nos ha preparado lugares, y para colmar en él de gloria a la Iglesia triunfante, quedándose en la tierra en el divino sacramento para llenar de gracia a la militante. Bendito sea un Señor tan bueno y prudente, que se dignó venir a nosotros para enseñarnos el camino de la verdadera prudencia. A pesar de ello, sólo los justos y los santos lo imitan, a pesar de ser tenidos por locos por los mundanos, que viven cegados por sus pasiones y aturdidos en sus vicios. Estos, para confusión suya, caerán en la cuenta en el último día: Al verle, quedarán estremecidos de terrible espanto, estupefactos por lo inesperado de su salvación. Se dirán mudando de parecer, gimiendo en la angustia de su espíritu: Este es aquel a quien hicimos entonces objeto de nuestras burlas, etc. (Sb_5_2s).

            Su fin es bien diferente al nuestro; helos allí, contados entre los santos, cual verdaderos hijos de Dios, en el que descansan sin temor a los tormentos de la muerte, que por respeto no se atreve a tocarlos. Me refiero a la muerte eterna, porque se encuentran en el seno de la vida eterna. Por lo que respecta a la muerte temporal, la aceptan con alegría sabiendo que es el paso a la visión beatifica y a la patria feliz donde se sentarán para juzgar a las naciones. En ella brillarán cual soles luminosos, participando de las claridades del sol de justicia y del gozo del Señor que les aconsejó ser sencillos como palomas, pero prudentes como serpientes. A esto se refiere San Pablo cuando nos alecciona con estas palabras: Así pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad de Dios (Ef_5_15s).

            Si todos los santos obraron sabia y prudentemente en todo tiempo, con cuánta prudencia deberemos caminar ahora que la malicia más refinada ha invadido su reino, en el que sólo hay engaño. No me admira el que San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, derramara tantas lágrimas para establecer la prudencia en su Compañía, por ser tan necesaria, en estos días malos, a los buenos servidores de [763] Dios, que tienen tantos enemigos. Si Dios está con ellos, ¿quién podrá contra ellos? Jesús es la cabeza de los santos y María, su pensamiento.

            En el Antiguo Testamento, todos los que fueron figura del Salvador fueron prudentes: Abel mostró su prudencia al ofrecer lo mejor a Dios, que se lo devolvió al céntuplo; y si alguien me refuta que la bendición de Dios le causó la muerte, debido a que su hermano lo asesinó, envidioso de su prosperidad, responderé que Dios castigó al fratricida. La sangre de Abel fue como un clamor tan prudente como elocuente, que llegó hasta los oídos de su Señor. Henoc amó el cielo más que su propia tierra y fue arrebatado de ella. Noé, al construir el arca por mandato de Dios, obró con tanta prudencia como imprudencia demostraba el resto del mundo, que se perdió en el diluvio.

            Abraham fue admirable en todo. Obró tan prudentemente, que obtuvo un hijo divino e increado a cambio del suyo, creado, teniendo dos de esta manera. Isaac fue librado de la muerte por haber querido prudentemente dar su vida al Señor, quien a su vez le escogió una esposa prudentísima, inspirando a Eliezer un signo de prudencia para saber que estaba destinada para el hijo de su señor. Dicho siervo, al meditar por la tarde en los campos, lo cual muestra una insigne prudencia, mereció encontrarla en los mismos campos, recibiendo a la que prudentemente descendía ocultándose en su manto para acudir a él, proporcionándole más alegría que la tristeza causada por la muerte.

            La prudencia de Rebeca sirvió para dar cumplimiento a lo que dijo Dios, que llevaba dos hijos en sus entrañas, pero que el más joven sería señor del otro, porque uno era el amado, y el otro, el rechazado. Esta mujer prudente hizo que el primero obtuviera la bendición del padre, y con ella todos sus bienes. Más tarde propició prudentemente su huida del furor de su padre, asignándole dos esposas de su propia sangre, que Jacob obtuvo con grandes riquezas, todo lo cual adquirió con una prudencia singular en él; por último, recibió el titulo de abuelo de Jesucristo. Dios parece gloriarse al ser llamado Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob.

            David no quedó atrás en su [764] valerosa prudencia. Dios mandó a Samuel que lo consagrara, enseñándole la prudencia que debía tener para evitar la cólera de Saúl, diciéndole: Di que has venido a sacrificar. Cuánta prudencia demostró David en el transcurso de su vida tanto hacia Saúl, como hacia todo el pueblo, al grado en que se dice en las sagradas letras: En todos los días de su vida obró David con prudencia y el Señor estaba con él (1S_18_14). Saúl, al ver que David era tan prudente, comenzó a tenerle envidia (1S_18_15). Todo Israel y Judá amaban a David, que entraba y salía en presencia de todos. Su prudencia en esquivar la furia de Saúl y la gracia que Dios le concedió para aliviarlo cuando era atormentado del espíritu maligno, es digna de loa. Cuando mostró al rey el trozo que había cortado de su manto, reprendiendo a sus guardias por haberse dormido, exponiendo a su rey al peligro, ¿no se mostró prudente en extremo? Cuánta prudencia en el rey Aquís, en especial la que demostró al huir de Absalón, cuya vida deseaba salvar por medio de su caritativa prudencia. Salomón fue la admiración de todos a causa de su prudente sabiduría. Lo que nos hace dudar de su salvación es la imprudencia que demostró al seguir los sentimientos de tantas mujeres faltas de prudencia.

Capítulo 112 - Fiesta de san Pedro de Alejandría, 26 de noviembre de 1638.

            [767] Padre santo, con justa razón dijiste por tu profeta: Yo, que doy el poder de engendrar, ¿permaneceré estéril? Si una criatura engendra a su semejante, ¿por qué no podré engendrar un Hijo que sea mi imagen, un Hijo que sea mi complacencia, un Hijo divino que sea mi eterna dicción; un Hijo que sea mi impronta; un Hijo que sin dependencia sea obra mía; un Hijo que emane de y emane hacia a mi entendimiento luminoso durante la eternidad?

            Padre santo, envíame tu luz y tu verdad, que me levante y eleve mi entendimiento hasta el firmamento sublime de tu adorable claridad; atrae mi espíritu hacia ti y [768] concédele el privilegio de ver al Padre luminoso de fecundas entrañas, en el que habita el Hijo de tu gloria, produciendo junto contigo el círculo de amor que encierra con inmensidad, que te penetra así como es penetrado, en quien adoro las abundantes emanaciones, las augustas relaciones, los clarísimos conocimientos, entrando en tus potencias, no por la ciencia que hincha, sino mediante la caridad que edifica, la unción que ilumina al alma, uniéndola a tu deidad fontanal y dándole reposo en la fuente de vida que es su fuerza: En Dios alabaré al Verbo, que se hizo hombre por mí.

            Gran Pedro de Alejandría, y tú, excelso Atanasio, cuán dignos sois de alabanza por haber glorificado al Verbo al unísono con el águila del trueno potente que declaró su generación eterna con estas palabras: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su hombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se [770] hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. (Jn_1_1s).

            Cuán dichosa sería si fuera digna de morir por el Verbo increado, que por amor se convirtió en el Verbo Encarnado. Si recibiera este favor y el honor de derramar mi sangre hasta la última gota para dar testimonio del Verbo divino, mi alma desbordaría de gozo. Padre Santo, si pudiese convertirme en la alegría de tu salvación. Me confirmaría tu Espíritu principal, y enseñaría aún a los sabios tus caminos, y los impíos se convertirían a ti para contemplar en el esplendor de los santos, cómo, desde el día de tu eternidad, engendras un Hijo co-eterno, igual y consustancial, que es el término de tu entendimiento, figura y hálito de tu divina virtud, emanación suprema de tu poderosa claridad, en la que no puede darse impureza alguna por ser el [771] candor de tu luz eterna, imagen de tu bondad, impronta de tu sustancia, esplendor de tu gloria y espejo sin mancha de la majestad divina, que lleva en sí la plenitud de tu poderosa palabra: Fuente de sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas (Si_1_5).

            Verbo increado, que eres fuente de sabiduría en tu entendimiento divino, que todo lo alcanza en su pureza; únicamente los limpios de corazón pueden contemplar y tocar al Verbo de vida que es el ojo del Padre, el Oriente en la Trinidad, el cual se dignó visitarnos para iluminarnos como luz de la luz de Dios, Dios verdadero de un verdadero Dios, engendrado y no creado: Engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien se hicieron todas las cosas. Quien por nosotros y por nuestra salvación bajó de los cielos. Y tomó carne, por obra del Espíritu Santo, de María Virgen, y se hizo hombre. Crucificado también por nosotros, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, y fue sepultado. Y resucitó al tercer día, según las escrituras. Y subió al cielo y está sentado a la diestra del Padre. Y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y vivificador, que procede del Padre y del Hijo; que con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y glorificado, que habló por medio de los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Y espero la resurrección de los muertos. Y la vida del siglo venidero. Amén. Jane Chésar de Matel.

            Verbo eterno, experimento un placer extremo al profesar este admirable símbolo, que fue dictado por el Espíritu santísimo que produces con tu divino Padre, por ser el Espíritu de [773] verdad que enseña a la Iglesia santa y universal, de la que soy hija, y en la que deseo, con tu gloria, vivir y morir; creencia y confesión que he escrito y firmado con mi sangre como una profesión de fe irrevocable, deseando sellarla con mi muerte, que sería preciosa en tu presencia, Señor y Dios mío. Cuán dichosos son los mártires por ser tus testigos. Los envidio sin desear privarlos de esta gloria. Que mi vida y la de todas las hijas de tu Congregación sea un continuo martirio. A todas nos has poseído en tu principio, llamándonos a ser santas desde antes de la constitución del mundo, y a participar en la felicísima suerte de tus santos a través de la luz que nos ha sacado del poder de las tinieblas. Te bendecimos por ella, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo, y por habernos atraído a tu Hijo, quien dijo que nadie iba a él si no era atraído por ti. Hijas mías, [774] no seamos ingratas a esta vocación: El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados (Col_1_13). Séfora dijo a Moisés que él era para ella un esposo de sangre cuando tuvo que circuncidar a su hijo. Digamos que el Padre eterno nos ha dado un esposo de sangre, la cual debe animar nuestro valor para morir por un esposo como él, diciendo con el apóstol: Porque me amó, se entregó a la muerte. Adhirámonos a su cruz, a fin de poder decir con toda verdad, en general y en lo particular: Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga_2_20). Se dio a nosotros desde su nacimiento y durante toda su vida; por ello exclama la Iglesia: El Verbo que procede de lo alto, sin dejar la derecha del [775] Padre; saliendo de su obra, viene a darnos la vida. Un discípulo lo entregará, para morir, a sus enemigos; pero antes se dará a sus amigos como manjar de vida. Les dio bajo las dos especies su carne y su sangre; para alimentar así a todo ser humano en su doble sustancia. Al nacer se dio como compañero; en la cena como alimento; al morir como redención; y al reinar como premio. (Sto. Tomás de Aquino). Contemplemos al esposo que viene a nosotros sin dejar el tálamo paterno, porque reside en el seno del Padre como Hijo suyo, único y consustancial. El que le ve, ve al divino Padre, como dijo a su apóstol San Felipe, porque el Padre, con el que produce al Espíritu Santo, que es el término de todas las emanaciones internas y divinas, desea darnos al Espíritu como consolador. Su deseo es que [776] seamos uno con él y su Padre por medio de este lazo de amor, para lo cual hizo oración, elevando sus ojos amorosos a fin de atraernos al seno paterno, después de haber vencido al mundo. Pero dejémosle orar, por ser éste su oficio: Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han [777] reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego, no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que [778] ellos también sean santificados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos. (Jn_17_26). Oh caridad indecible, oh amor incomparable, oh amor inmenso e infinito del Verbo hecho carne, que se entrega del todo a los suyos. Seamos suyas, hijas mías, porque él es todo nuestro. Este es su deseo y nuestro eterno deber. Amén.

Capítulo 113 - Unión de Jesucristo con su Iglesia, tan bien expresada por san Pablo, noviembre de 1638.

            [779]La primera unión de Jesús con su Iglesia es como la de una cabeza con su cuerpo, confiriendo todo movimiento y sentido, junto con el poder de obrar, a todo el cuerpo y a todos los miembros, que están unidos entre sí la cabeza, que obra dicha unión y trabazón, de manera que los miembros están unidos unos a otros y todos están adheridos a la cabeza. Es éste el sentido de la carta de San Pablo a los Efesios: Crezcamos en todo hasta Aquel que es la cabeza, Cristo (Ef_4_15), en la que describe la unión de los miembros y de la cabeza, cómo da el movimiento y el poder de obrar a todos los miembros, y cómo se logra el crecimiento y perfección de este cuerpo según la virtud conferida por la cabeza a cada uno de los miembros. Para recibir esta influencia, es menester estar unidos a la cabeza y al cuerpo de la Iglesia. El crecimiento no se da por igual en todos los miembros, sino en proporción al don que reciben y a la gracia que les concede Jesucristo, dándola según la capacidad de cada miembro y según la dignidad o ministerio para el que lo ha escogido. San Pablo dijo también que la gracia es concedida a cada uno según la medida determinada por Jesucristo, debido a que su influencia como cabeza en sus miembros es libre y no necesaria y natural, como en los cuerpos físicos, además de que esta cabeza hace que cada miembro sea miembro de su cuerpo: unos son los ojos otros, los pies; por ello dice San Pablo: dio a unos el ser apóstoles (Ef_4_11), etc., mostrando que toda gracia procede de Jesucristo, que subió al cielo para colmar a todos con sus beneficios y tener de qué dar a la humanidad. De este modo se realiza la consumación de los santos y la edificación de la Iglesia, con vistas a la conversión de los infieles mediante la fe y la caridad, como lo explica el apóstol, hasta que lleguemos al ser perfecto en Jesucristo, [780] con cuyas palabras señala otra unión más admirable de Jesús con su Iglesia. Dicha unión, por tanto, no sólo consiste en que todos los miembros del cuerpo de la Iglesia estén unidos en Jesucristo y sean uno en Jesucristo, sino en que Jesús sea un cuerpo y sea su cuerpo; por ello dice San Pablo: Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, tiene muchos miembros (1Co_12_12), lo cual no es necesario explicar de una identidad y unidad real o local, situando la humanidad del Verbo en todas partes, sino de una identidad de poder de eficacia de energía y de operación, porque Jesús es como el alma y el espíritu de la Iglesia, que se difunde y alcanza todos los miembros mediante la energía y eficacia de sus gracias y operaciones. Es él quien bautiza, absuelve, consagra y hace todo a través de los miembros y en los miembros de su Iglesia, a los que ha concedido el poder y el ministerio para actuar. No sólo por esta razón es llamada la Iglesia su cuerpo, sino porque además lleva el nombre de cuerpo suyo, denominación que no puede adjudicarse a cualquier cabeza con relación a su cuerpo, debido a que, aparte de la cabeza, tiene el corazón, el hígado y otros órganos importantes que influyen en cada miembro con su propia virtud y funciones, que no reciben de la cabeza; es decir, las potencias operativas que se encuentran en los órganos, no dependen de la cabeza, que sólo aporta los reflejos que se requieren para el funcionamiento. De manera semejante, Jesús da la fuerza, la energía y el poder de obrar a todos los miembros, constituyendo a cada uno en calidad de miembros.

            Así, al obrar en cada uno y a través de cada uno de ellos, es su espíritu, su alma y su apoyo, lo cual explica San Pablo en la primera a los Corintios: Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, etc. (1Co_12_13), añadiendo que todos hemos bebido del mismo espíritu por beber la misma sangre en la Eucaristía.

            Siguiendo esta idea y la unión que se da entre Jesús y su Iglesia, Pablo, al hablar a los efesios acerca del crecimiento de la Iglesia, dijo: Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef_4_13); lo cual quiere decir que, así como Jesús [781] alcanzó la edad perfecta y a la perfección de todos sus miembros en su cuerpo natural, debemos llegar, al pleno y perfecto conocimiento de Dios y de Jesús, realizando de este modo la perfección de los miembros de la Iglesia. El apóstol compara la Iglesia a un hombre perfecto, porque de la Iglesia, como del cuerpo de Jesús, como del alma que anima este cuerpo, se hace y se forma un hombre y un Jesús. Si el cuerpo y sus miembros tienden a crecer y a perfeccionarse, pero a través de miembros imperfectos, aunque este crecimiento provenga del alma, el cuerpo llegará a ser un monstruo. Si por el contrario, el cuerpo crece en armonía perpetua hasta llegar a una estatura conveniente y a una edad madura y viril, su madurez provendrá del alma. De modo semejante, la Iglesia crece según todos sus miembros en Jesús y por su poder, y Jesucristo se fortifica en sus miembros hasta que la Iglesia la estatura y dimensión de madurez que conviene a una edad perfecta.

            Todos deben tratar de crecer en Jesús, a fin de que la Iglesia pueda llegar a su perfección y a la estatura de Jesús, que sigue creciendo en la tierra.

            Este crecimiento se obra mediante la fe y la caridad, como expresa San Pablo, no debiendo completarse sino en la gloria, porque siempre seremos pequeños y estaremos expuestos a la vanidad y a los engaños de diversas doctrinas.

Capítulo 114 - La Virgen fue concebida sin pecado. Los misterios obrados por Dios, siguen ocultos para nosotros. La virgen está con su Hijo, gloriosamente ensalzada. 8 de diciembre de 1638.

            [783] El día de la Inmaculada Concepción de la Virgen, mi alma fue elevada en un sublime conocimiento tocante a la pureza de tan admirable concepción. Se me reveló que no fue el placer que propone la naturaleza, sino el deseo de obedecer la divina voluntad, mediante una secreta inspiración, lo que unió a San Joaquín y a Santa Ana para obtener la bendición que debía ser el gozo de los ángeles y de los hombres, y presentar al Verbo una Madre; bendición que nos muestra la aurora que traerá para nosotros al sol de justicia. Convenía a la majestad del Hijo del Altísimo que su Madre fuera concebida sin pecado y que su cuerpo sagrado fuese organizado en el momento en que el alma se le infundiera, sin esperar el tiempo ordinario que la naturaleza emplea en la conformación de nuestro cuerpo. En María se inició la redención de la humanidad; Dios no deseaba retardarla porque acelera siempre las obras de amor y de misericordia, siendo lento y tardío en las de la justicia, como se dice en el Génesis. Dios caminaba o paseaba bellamente en el Paraíso después del medio día: Yahvé Dios se paseaba por el jardín a la hora de la brisa (Gn_3_8).

            El Espíritu Santo, que deseaba obrar en la santísima Virgen el misterio de la Encarnación en el tiempo previsto, fue [784] quien se ocupó en la Inmaculada Concepción de María. No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo (Ml_2_15). No hay un sensato, no hay quien busque a Dios (Rm_3_11). Por estas palabras debemos entender que la Virgen, al venir para cooperar a nuestra redención, debía recibir la gracia y el espíritu con medida, y que su Hijo, el nuevo Adán, la recibiría sin medida por ser Dios. María fue creada para ser Madre de Dios; por ello recibió fuerza del Padre y fecundidad para engendrar un Hijo, que les es común por indivisibilidad. Recibió además la sabiduría por mediación del Verbo, y el Espíritu Santo le comunicó su amor. María es la admirable compañera del hombre nuevo y también su madre, que recibió en ella la simiente de Dios cuando el Verbo tomó carne en su seno.

            Consideré tres misterios escondidos en Dios a los siglos pasados, que siguen estando ocultos para nosotros. Como nos están velados, no podemos comprender claramente la manera en la que se obraron. El primero es la Concepción Inmaculada de la Virgen; el segundo, la Encarnación del Verbo; el tercero, la presencia del mismo Verbo Encarnado en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, en el que se oculta bajo frágiles accidentes que no sabríamos penetrar. Aunque la Virgen y los bienaventurados tienen conocimiento de ellos en el cielo, que es la Iglesia triunfante, siguen siendo misterios ocultos para la militante.

            Me detendré ahora en el misterio de este día. ¿No es una realidad lo que Mardoqueo vio en su misterioso sueño? De una pequeña fuente nació un gran río de abundantes aguas. La luz y el sol surgieron y los humildes se alzaron y devoraron a los soberbios (Est_10_6).

            En su concepción y en su nacimiento, la Virgen es una fuentecilla que en la Encarnación se convierte en sol debido a que encierra al Hombre-Dios, que es el Oriente venido de lo alto, ocultándolo en su seno. Este misterio sólo fue visto de Dios y de los ángeles antes de la Visitación, después de la cual, y en la natividad, la Virgen produjo el Océano y mar de la divinidad, unida por unión hipostática a nuestra humanidad: De una pequeña fuente nació un gran río de abundantes aguas. La luz y el sol surgieron y los humildes se alzaron y devoraron a los soberbios (Est_10_6).

            En ese parto virginal ella hizo brotar el mar del que proceden todos los ríos, y al que [785] deben volver. María es la fuente abierta de David que el profeta Zacarías señala en el décimo tercer capítulo de sus oráculos, fuente que produce los ríos y las piscinas de la Iglesia para dar lustre a la casa de David y purificarla así como lavó las impurezas de los habitantes de Jerusalén: Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza (Zc_13_1).

            Al producir este mar, este Océano, ella no queda vacía; pues habiendo engendrado al Verbo Encarnado, permanece llena de Dios y de sus gracias. El Verbo Encarnado quiso alimentarse de sus pechos, de la misma sangre que formó y alimentó su cuerpo sagrado en sus entrañas maternales. Dicha sangre, transformada en leche, fue para él un néctar delicioso y celestial, que en él se convertía en divino, sirviéndole de alimento, de solaz y de crecimiento mientras que fue alimentado por la Virgen y llevado en sus brazos, adhiriéndose a su seno como amadísimo infante a su progenitora, colmándola de caricias infantiles y divinamente inocentes. Cuán inexplicables debieron parecer al corazón virginal y materno que las recibía. Fueron delicias inconcebibles para nosotros.

            Los dos dragones que Mardoqueo vio cerca de la fuente son los ángeles y los hombres. El ángel altivo es comparado al soberbio Amán, y el hombre humilde y fiel a Mardoqueo, que fue el favorito del rey a causa del amor que éste sentía por Ester.

            Aquí aparece una diferencia: Mardoqueo declaró el complot en contra de la vida del rey, y el hombre pecador fue el motivo de la muerte de Jesucristo, el verdadero rey, el cual, para no alejarme por ahora de esta figura, mostrando su realización de alguna manera, como soberano Rey, debía ser la muerte de nuestra muerte y el aguijón del infierno, destruyendo el imperio del demonio y del pecado, contrariándolo desde su cruz: Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y, una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_15).

            En Jesucristo, la naturaleza humana triunfó del [786] pecado y de los demonios, que fueron despojados afrentosamente, en tanto que la humanidad fue elevada a la gloria del que confiesa ser su hermano, por haber mereciendo para ella el honor de ser consorte de su naturaleza divina. Los demonios se ven obligados a decir, cuando el Todopoderoso se complace en mandarles ver la gloria de la naturaleza humana: ¿Qué debe hacerse al hombre a quien el rey quiere honrar? (Est_6_11). Los hombres han llegado a tener, a través del Hijo de la Virgen, no sólo las grandezas que poseyó el ángel soberbio, sino que familia del Rey de reyes por una admirable alianza, desde que el Verbo se hizo hombre. Gracias a la mediación de María, los hombres fueron unidos a la divinidad de Jesucristo; y por su mediación, constituidos herederos de los bienes del Padre y del Hijo natural, en calidad de hijos adoptivos.

            El ángel rebelde, dragón infernal, vio su cabeza destrozada por esta maravillosa mujer. Intentó vomitar un río envenenado de rabia en contra de su descendencia, pero la tierra divina lo enjugó y la Virgen fue preservada de sus trampas y exenta de todo pecado: original o actual. Jamás pudo él turbar las aguas de tan cristalina fuente, ni profanarlas con su aliento envenenado de furia. María fue concebida sin pecado.

            Tampoco fue capaz de impedir la Encarnación del Verbo divino, que quiso darse como alimento en el Santísimo Sacramento del altar, deseando, de manera singular, ser la porción de Leví. María estaba en el Verbo y el Verbo en ella como la porción de Leví, porque nunca quiso poseer la tierra en heredad. Dios se dio a ella para poseerla en calidad de Madre, así como ella lo posee en calidad de Hijo, haciéndose, por María, el germen de David, al que pertenecen la unción y el trono real. El reinará en Jacob eternamente, porque su reino no tiene fin. María, su Madre, fue constituida por él Reina del cielo y de la tierra por toda la infinitud. El Espíritu Santo descendió a ella en una exuberancia indecible para los ángeles y los hombres. El mismo espíritu reposó en su Hijo, el cual hundió sus raíces en los elegidos a través de María, su Madre, que provenía de la raíz de Jesé. En esta admirable flor reposó el Espíritu Santo, ungiéndola para anunciar los designios divinos al mundo y a la humanidad.

            Jesús y María son las fuentes de Israel. María encerró en sus entrañas virginales toda la gloria de Israel; el Verbo es la fuente que salta hasta la [787] vida eterna, que consiste en conocer al Salvador y por él al Padre, que lo envió a la tierra. La Virgen, que lo engendró y que lo posee como descendencia suya, es su Señora y Madre. El es todo de ella, así como ella es toda de él, mostrándose como Madre al dárnoslo. María es la causa de nuestra alegría, como la llama la Santa Iglesia. Es un vaso purísimo que fue digno de recibir a Dios, que es Espíritu. Su cuerpo es más puro que todos los espíritus creados de los ángeles y de los hombres, del que el Verbo increado quiso tomar uno, queriendo unirlo a él mediante una unión hipostática. Cuerpo santo, en el que su alma santísima fue infundida en un instante en medio de una alegría incomprensible a los entendimientos creados; alma santa que se vio, a partir de ese momento, unida al Verbo, gozando de la visión beatifica en su parte superior; alma sostenida por el Verbo como un cuerpo sagrado. La Virgen encerró en su seno a este Hombre-Dios, en el que habita toda la plenitud de la divinidad.

            Bendecid al Señor, fuentes de Israel (Sal_67_27). Alma de Jesús, alma de María, bendigan a la divinidad, porque en ustedes están los orígenes de Israel, contemplando a Dios y fuertes contra Dios. Ustedes nos han dado y obtenido la bendición de gracia; esperamos la de la gloria por vuestros sufrimientos comunes, porque la Madre sufrió en su Hijo, estando junto a la cruz, como dice el apóstol. Hijo que, obediente hasta la muerte de la cruz y después de anonadarse a sí mismo, fue elevado a la diestra de la grandeza divina, que le era esencialmente debida por naturaleza. Creo que la Virgen, habiéndose despojado de todo, aun de su Hijo, y habiendo permanecido junto a la cruz, fue ensalzada por gracia como Madre de Dios, a la derecha de la gloria de su Hijo.

Capítulo 115 - Santa Lucía es toda luz, como lo indica el nombre que recibió del Verbo Divino, su esposo, que es luz y se convierte en templo y delicia de sus esposas, siendo para ellas fuente de completa felicidad.

            [791] La víspera de santa Lucía, al recordar las gracias que, en años anteriores había recibido en los días de la fiesta de dicha santa, virgen y mártir, di las gracias a Dios y a ella; y pensando en mis faltas, de las que deseaba ser perfectamente lavada después de tantas confesiones y absoluciones, me dirigí a esta virgen como a la esposa de mi Amado, alegrándome de la relación que veía entre ellos. Supe que, como el nombre Lucía deriva de la palabra luz, era muy justo que ella resplandeciera, porque el esposo es luz. Esta virgen fue como [792] una lámpara a la que Salvador, cuyo nombre es bálsamo derramado, y que es luz y sol, sirvió de aceite y de luz.

            Durante esta dulce conversación, vi dos ángeles que llevaban una corona, la cual desapareció para cambiar en una piedra de color rojo veteado, como jaspe o pórfido, que tomaba de cuando en cuando la forma de una iglesia, de cuyo campanario salían cinco ríos que no tenían otro origen que la piedra. Dicha piedra es Jesucristo, que da las aguas en el desierto, pues como dijo San Pablo, lleva su fuente de origen en sí mismo; por ello es el primer fundamento de la nueva Jerusalén: Primer fundamento (Ap_21_19).

            Aprendí que él hace brotar aguas en abundancia para purificarme, lo cual me consoló indeciblemente. Por ello me detuve a sacar alegremente el agua de las fuentes del Salvador, con el único deseo de agradar a su divina majestad. Sacaréis agua con gozo de los hontanares de salvación (Is_12_3).

            [793] ¿Qué invento puede ser semejante al del Salvador, sabiendo que sus amadas serían como ciervos sedientos? El mismo quiso convertirse en fuente y dar sus aguas por cinco canales, que son cinco ríos y cinco manantiales para contentar las diversas inclinaciones de cada espíritu, según el gusto de cada uno. El es el pórtico en el que los enfermos con diversas dolencias son admitidos y tratados caritativamente, aunque el primero en penetrar en la fuente es aliviado de toda suerte de males, gracias al milagro que obra el ángel del gran Consejo cuando remueve las aguas. El puro amor puede devolver a quien ama la salud perfecta, porque la fiebre de amor le es más agradable que todas las delicias de la tierra. Ella ama más esta dichosa enfermedad que cualquier otra cura. La puerta de este templo de amor está abierta para ella, y en él encuentra el santuario, penetrando en él por la sangre de su esposo; es su ascensión de púrpura en la que aprende del oráculo infalible las voluntades del Padre, porque el Hijo sólo dice lo que agrada a su divino Padre, gozando al hacer su voluntad. [794] En esa fuente contempla la esposa los ojos divinamente amorosos, que son piscinas de gracia del rey de los pensamientos, pues piscina de Hebrón equivale a decir rey de los pensamientos, ya que él sólo tiene pensamientos de paz hacia su amada, mediante los cuales reina pacíficamente en su corazón, coronándola a la puerta de tan delicioso paraíso. El la desea cristífera; la unge con óleo de alegría; la consagra Reina. Los ángeles desean ver su rostro iluminado por los rayos del sol de justicia, que goza al imprimir y expresar por medio de ella su belleza humanamente divina y divinamente humana, a fin de que sea el objeto del cielo y de la tierra. La hija de Tiro con presentes, y los más ricos pueblos recrearán tu semblante (Sal_45_13). Sin embargo, lo que es más admirable en esta Esposa del Verbo es su gloria: Toda espléndida, la hija del rey va dentro (Sal_45_14). Todo lo que se manifiesta exteriormente en las criaturas es nada en comparación con lo que hay en la intimidad con el Creador, que es el divino Esposo, al que ella está unida y en el que posee todo bien.

Capítulo 116 - Nobleza y excelencias de la gracia y del amor que Dios tiene al alma, que constituyen su adorno, 2º domingo de Adviento 1638.

            [795] Mi divino amor, iluminándome amorosamente, me dijo que la gracia es la emanación más noble de Dios fuera de él, siendo ella la que le mueve a complacerse en las demás emanaciones, devolviéndolas a su principio y fuente primera porque procede de Dios y a Dios retorna en un ciclo no menos maravilloso que aquel que san Dionisio percibió en el amor que tiene Dios a sus criaturas, debido a que la gracia en Dios en nada difiere de su amor, y a que fuera de Dios, en las criaturas, la gracia es la primera producción del amor divino. La gracia es el objeto del mismo amor y su causa inmediata, que da por resultado el encuentro de la gracia y el amor, siendo éste el término de aquella, el objeto y el lazo de aquel de quien todo procede, así como de las emanaciones y procesiones de las divinas personas. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es el término al que se dirige y en el que se detienen la totalidad de la divina fecundidad y las procesiones personales. El es, por reflexión y retorno incomprensible, el lazo y el nudo del Padre y del Hijo. Por ello, siendo la gracia el germen más noble que el amor y la benevolencia de Dios producen en la criatura, dicha gracia hace volver la criatura [796] hasta Dios, adhiriéndola y uniéndola a él como a su principio, haciéndola agradable a Dios y objeto digno de su complacencia.

            Existe una gracia de benevolencia en Dios, la cual, hablando con propiedad, no es otra cosa que su amor. Dicha gracia es inmanente en Dios y la que le apremia a conceder la gracia de complacencia a la criatura, en la que él encuentra su placer como objeto de su amor, en tanto que la gracia la hace agradable y amable, o amablemente agradable, causando que, mediante una acción divina o deiforme de benevolencia, ella retorne a Dios, al que ama, y a que mediante este amor atraiga una nueva gracia de complacencia en la criatura, en la que se complace en la medida en que la hace más amable a través de la abundancia de su gracia, y que ella, al producir nuevos y más generosos actos de amor y de benevolencia, se una más aún a su principio.

            De este modo, se obra un perpetuo y eterno ciclo entre la gracia de benevolencia y de complacencia y la emanación de Dios y el retorno a él.

            A través de su plenitud esencial, la divinidad obra un ciclo en sí misma en la procesión de las divinas personas; la gracia, en cambio, lo hace volviendo al principio del que dimana, volviendo a él a la criatura que procede de él. Es verdad que dicho ciclo se rompe en ocasiones y que la moción se [797] interrumpe cuando la gracia es asfixiada en la criatura; pero permanece siempre intacta en su autor y principio, en su fuerza y en su manantial de origen, que es el seno de la divinidad. Aunque la gracia de complacencia muera en la criatura, la de benevolencia está siempre viva en Dios, a pesar de que con frecuencia deje de producir la de complacencia en la criatura, que la pierde por culpa suya, y que, habiendo sido creada por la gracia objeto de la complacencia y del placer de Dios, se hace, por el pecado, objeto del odio y disgusto de Dios.

            El primer homicidio ocurrió en esta hija amada y esposa de Dios debido a que el pecado la mató en los ángeles; y el ángel, convertido en demonio por esa masacre, la mató a través del pecado en el hombre. El hombre, el ángel y el pecado intentaron darle muerte en Jesucristo, el cual, siendo la gracia de Dios, al probar la muerte aterró a todos los enemigos de la gracia, resucitándola con su sangre, como nos lo asegura San Pablo: Pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos (Hb_2_9). En figura de ello, después de la muerte de la gracia en Adán, fue sacrificado el cordero del nacimiento del mundo; gracia que cambió la muerte en vida. Todo el germen y principio de gracia que Dios quiso conceder al ángel y al hombre, se encontró más gloriosa y eminentemente en Jesucristo, que fue colmado de una gracia infinita, dando de su [798] plenitud a todos aquellos que, después de la primera muerte de la gracia en el ángel y en el hombre, se abrieron para recibirla.

            El siente muchísimo que la gracia que mereció, y que comunica siempre con su Padre a las almas, sea destruida por el pecado. Si Dios fuera capaz de sentir tristeza, la sentiría infinitamente al ver morir a su querida hija, y que se asfixie con tanta perfidia e ingratitud a la más noble de sus emanaciones al exterior. Con el fin de apaciguarlo por la afrenta que recibe con tal ofensa, Jesucristo instituyó un sacrificio de gracia: el de la Eucaristía, en el que la gracia sustancial, que no es otra que Jesucristo mismo, al que San Pablo llama Gracia de Dios, es continuamente sacrificada como una víctima de expiación y propiciación.

            La gracia sale siempre victoriosa y admirable en las obras. Si los santos hicieron algo grande, se debió a que hallaron gracia en presencia del Señor, la cual los hizo agradables a él, sosteniéndolos con su poder para sobreponerse a todo lo que se opusiera a su santidad. Noé, en medio de todo un mundo corrompido, fue el [799] único en encontrar la gracia, mofándose de las aguas y del diluvio que ahogó ese mundo y siendo llevado y conservado más por la gracia, que por su arca.

            Abraham venció con la gracia el fuego al que lo arrojaron los caldeos; más tarde venció la naturaleza, animado de la gracia, al sacrificar a su único hijo, Isaac, risa y alegría de su corazón. La gracia, en fin, venció a Dios en la persona de Jacob, que luchó con el mismo Dios, prevaleciendo contra él a favor de la aurora, que derramaba la gracia del cielo para presagiar un sol y un mediodía de gracia. Jamás la Virgen, figurada por dicha aurora, hubiera llegado a ser Madre del Verbo Encarnado si no hubiese encontrado gracia ante Dios, que la llamó desde ella a fin de complacerse en María de manera sublime, al grado en que el Padre eterno quiso hacerla Madre de su Hijo, el cual la escogió también para ser su Madre, y el Espíritu Santo para ser su Esposa.

            La gracia, por ser toda gloria y germen de la gloria, es mucho más noble que la luz de la gloria, no sólo por ser su germen y simiente, como ya dije (la luz de la gloria se concede al alma en virtud de la gracia, que la hace capaz y merecedora de la que le es debida) sino debido a que la gracia causa placer en Dios, y la luz de la gloria placer en el hombre, ya que por la gracia Dios hace al alma agradable y amable a él, y en razón de la gracia, como primer fruto de su benevolencia y de su [800] amor, se complace en el alma y reposa en ella.

            Por esta razón se la llama gracia de complacencia. A través de la luz de la gloria, el alma ve a Dios, gozándolo y complaciéndose en él; la gracia, en cambio, se aboca a promover el contento y placer de Dios en su criatura. Como la luz de la gloria sólo se dirige al placer y contento de la criatura en Dios, podría afirmarse con verdad que el objeto de dicha luz, por ser el mismo Dios, es más noble que la gracia, que es el objeto que agrada a Dios en el alma; pero si comparamos piadosamente la gracia con la luz de la gloria, terminamos por confesar que ambas se dirigen a Dios y terminan en él, uniéndolo a la criatura. Existe, sin embargo, la diferencia de que la gracia une a Dios con la criatura para encontrar su placer y contento en ella, y que la luz de la gloria une a la criatura con Dios para que halle en él su placer. Por ello la gracia, que es el agrado y la complacencia de Dios, es mucho más noble que la luz de la gloria, cuyo fin es la complacencia de la criatura, aunque todo ello suceda en Dios, al que la une. De ahí viene que todo lo que participa de la gracia, es agradable a Dios. Se dijo que Dios miró primeramente a Abel y a su ofrenda. Como Abel le agradó en [801] razón de la gracia, aceptó de inmediato sus sacrificios. La gracia es la razón por la que él es tan cuidadoso y celoso de todo lo que concierne a los santos, cuyos intereses adopta como suyos. Por ser los santos la niña de su ojo, les concede tantos favores y, en atención a ellos, a muchos otros, como nos lo asegura la Escritura, porque él ve todo esto dorado por la gracia que comunica al justo. En medio de todas estas inteligencias, sentí y percibí un rayo sobre mi cabeza, lo cual me sucede con mucha frecuencia. Debo confesar que, en realidad, no sé expresarme, pareciéndome que utilizo un carbón para describir la luminosidad de los rayos.

            Mi divino amor me dio a conocer que la santísima Trinidad se complace tanto en un alma adornada por la gracia, que, si por una total imposibilidad, no habitara en su inmensidad, se albergaría en el alma a la que el Dios trino y uno hace el don de su gracia y la noble comunicación de sí; y que si pudiera encontrar dicha y felicidad fuera de él, la encontraría en su gracia. Fue necesario que Jesús padeciera para entrar en su gloria y en el alma que posee la gracia; inhabitación en la que se glorifica, y que le es tan querida. El experimenta las cosas divinas y las humanas porque sufre la violencia y la impetuosidad de su amor, que lo mueve a comunicarse y a entrar en el alma. Sufre las cosas humanas porque tolera sus imperfecciones y pecados; y cuando el alma que está en gracia sufre, él padece con ella debido a que su amor hace comunes las penas. De este modo, es glorificado en sus sufrimientos y penetra en dicha alma como en su gloria. El Salvador no muere más; es verdad; y, en cuanto Verbo del Padre, es invulnerable en su ser. Sin embargo, puede padecer en su amor, que se dirige a la criatura, el cual es una inclinación violenta de Dios hacia el alma dotada de gracia. De esto se sigue que, si bien el divino amor no puede padecer en Dios, recibe en la criatura sus debilidades, padeciendo en ella a fin de atraerla a sí, uniéndola y haciéndola impasible en él.

            Si el pecado no hubiera dado muerte a la gracia, Dios no habría sufrido las cosas humanas para entrar en su gloria, experimentando sólo las divinas; a saber, un amor apasionado. El hombre habría permanecido largo tiempo sobre la tierra, no para sufrir en ella, ni sólo para vivir en ella, sino para multiplicar en ella la gracia.

            El Verbo, al contemplar a la gloriosa Virgen llena de gracia, no quiso tardar en hacerse hombre; y San Gabriel, embajador de este misterio, al saludar a la Virgen, no encontró titulo más augusto que el de Llena de gracia, de manera que la gracia fue como la base, el fundamento y el [803] soporte de la maternidad en la Virgen, en la que el Verbo entró también como en su gloria. Al hacerlo no tuvo que sufrir las cosas humanas ni las imperfecciones, que jamás se dieron en la Virgen en razón de la plenitud de la gracia que la colmaba; sufriendo en cambio la violencia de un amor que lo atraía más poderosamente hacia ella que la misma plenitud de gracia que había derramado en María.

            El Verbo entró en su gloria sin el designio de su Padre, del que jamás sale o se separa. Penetra en su gloria, que es su humanidad, a través de la Encarnación que obró en el seno de la Virgen, que fue también la gloria en la que entró con abundante plenitud de gracia.

            También penetra en todas las almas dulcificadas por la gracia, para relucir en ellas como sol en un cristal, haciéndolo luminoso y glorioso. En él reside con toda su gloria, a pesar de que la gloria de dicho cristal emana del sol que lo ilumina, el cual mora en la gloria que él mismo ha producido. El Verbo no mora en ninguna otra gloria, propiamente hablando, sino en la que le es común y esencial con su divino Padre y el Espíritu Santo, comunicando al alma, sin embargo, la gracia que es su gloria y morando en la misma alma, que es atraída por la belleza y la majestad de su gloria, que él mismo le ha comunicado. Digo que él habita en su gloria en un alma sosegada por la gracia, que experimentando verdaderamente las cosas divinas y las humanas para entrar en dicha gloria.

            La gracia es una emanación y un rayo de la belleza [804] de Dios en el alma, que, por esta causa, se convierte en su esposa. Cuando un príncipe desposa a una joven debido a su incomparable belleza, no se casa con la belleza, sino con la princesa que está dotada de ella, la cual jamás llegaría a ser esposa del rey sin los atractivos de la belleza que arrebató el corazón y los ojos del príncipe. Lo mismo hay que entender de la gracia como esposa de Dios, porque el alma es dotada de gracia, que es el adorno y la belleza que hace al alma digna de ser esposa; es decir, es el lazo conyugal y una forma de contrato que la transforma en esposa auténtica, situándola en la posesión conyugal de Dios y transformándola en posesión de Dios, no como el resto de las criaturas, sino como esposa queridísima. Asuero fue atraído, primeramente, por la bondad de Ester, a la que tomó por esposa. Cuando ella se presentó delante de él para interceder por la vida de su pueblo, encantó a dicho príncipe con su bondad, que lo movió a perdonar a su pueblo, terminando por convertirse servidor de la bondad y belleza de su esposa, que llegó a ser señora de su voluntad y de su cetro. Los ojos de Dios, después de contemplar su propia y natural belleza, se vuelven a mirar la belleza de la gracia, y sus oídos están atentos [805] para escuchar la súplica del alma poseedora de ella. Así, el esposo dice a su esposa: Déjame oír tu voz; porque es dulce, y gracioso tu semblante (Ct_2_14). La esposa muestra la belleza de su rostro cuando palidece y deja oír su voz al obrar, porque sea que experimente las cosas divinas en la contemplación, que la colma de luz y de claridades; sea que sufra las cosas humanas en sus debilidades, sus rayos, al aparecer en sus oscuridades, tienen un no se qué de agradable, y en ambos estados da siempre muestra de la fidelidad de su amor. Es amable al obrar, pronunciando tantas palabras como acción produce, rogando a su esposo, que no desea sino contentarla en todo lo que ella pide. David dijo con razón que los ojos de Dios no miran sólo a los justos: Los ojos del Señor sobre los justos (Sal_34_15); sino que se fijan detenidamente en ellos: Fijos en ti los ojos (Sal_32_8), como no teniendo objetivo más bello que contemplar. Añade que está siempre atento a sus plegarias, a las que se adelanta y previene, escuchando sus deseos en cuanto son concebidos en el corazón: El deseo de los humildes escuchas tú, Señor (Sal_10_17). 

          Son éstos los pobres que, mediante un despojo total, nada desean poseer sino la gracia, en la que todo lo tienen. A ellos pertenece el reino de los cielos, según la promesa del Salvador, que los llama bienaventurados, asegurando que en ellos mismos se encuentra ya el reino de Dios: El Reino de Dios está dentro de ustedes. Es muy cierto, por tanto, que Dios todo lo da por la gracia y con vistas a la gracia, después de la cual nada más tiene para dar, porque la gloria [806] sólo se da en virtud de la gracia, que es su germen. A través de la gracia él viene al alma, atrayéndola y elevándola hasta él, dándose de este modo a sí mismo por medio de la gracia. La razón principal por la que la gracia detiene los ojos de Dios sobre su esposa se debe a que la convierte en espejo e imagen de la divinidad, haciendo al alma deiforme y divinizada. Así como Dios es inefable, incomprensible e invisible; así como habita en una luz inaccesible en sí mismo, que sólo es cognoscible en esta su imagen, se sigue que la gracia es el ojo del alma, como sucede con el que mira el ojo de otro, imprimiendo en él su imagen. Por ello se dice que el Verbo es el ojo del Padre eterno, quien, al mirarse en sí mismo, produce su imagen sustancial.

            De manera semejante, cuando el esposo mira al alma, imprimiéndole la gracia, estampa en ella su imagen y es contemplado por el alma en virtud de la misma gracia: Todos ellos de ti están esperando (Sal_104_27). Los ojos del alma conservan las potencias atentas a la operación de Dios y elevadas en virtud de la gracia que reside en el fondo del alma. De este modo, contempla los rayos del sol que la ilumina, recibe sus divinas irradiaciones y, a través de sus miradas, complace a su esposo. San Pablo dice que por la gracia de Dios es lo que es, y que la gracia no ha sido vana en él, porque ella lo hace vivir de la vida misma de Jesús. Es él quien vive más en él que él mismo, colmándolo de sí y de su gracia. Dichosa plenitud. Aquel que está lleno de la divinidad colma a San Pablo, librándolo de la vanidad de las criaturas. El Salvador aseguró al apóstol que [807] le bastaba su gracia, porque ella le daría todo lo necesario en el camino y lo conduciría a la plena posesión de toda clase de bienes en cuanto llegase a la meta de su peregrinar.

            La gracia es una naturaleza admirable, amable y fuerte, que mueve a Dios a decir que el alma que la posee es buena en sumo grado, ya que en la creación, al examinar en detalle todas sus obras, dijo que eran buenas; pero al ver a Adán, creado en la justicia y en la gracia original, afirmó que esta obra suya era muy bella y completa. Es así como encuentra sus delicias en un alma dotada de la gracia.

            La gracia obra un perfecto acuerdo entre Dios y la criatura, siendo como un árbitro, pacificando lo que sería adverso y uniendo o divinizando al alma ya unida a él a través de una transformación sagrada; y como ella es el precio de los méritos y de la sangre del Salvador, tiene con qué satisfacer, en virtud de los méritos que representa, por la criatura que una vez fue culpable. La gracia abunda más en una persona que en otra, produciendo efectos diferentes en diversos sujetos. En esta pluralidad es menester apreciar la diversidad de la nobleza y grandeza de las almas, quienes, a pesar de pertenecer a una misma naturaleza y especie, integran variadas jerarquías, así como los ángeles, debido a la multiplicidad de su naturaleza y de su especie. La gracia es el árbol que Dios plantó en medio del Paraíso, al que se huelga en hacer fructificar, en primer lugar, mediante una admirable multiplicación, que se aumenta por las obras que nos mueve a producir. En segundo lugar, produciendo el fruto de la gloria, de manera que la tierra comienza a percibir sus frutos, a pesar de que su total fruición se perciba en [808] el cielo. El árbol es mejor y más noble que el fruto; sin embargo, éste nos resulta más agradable porque gozamos y nos servimos de él y no del árbol. De manera semejante, experimentaremos mucho mayor contento en la posesión de la gloria, que es el fruto de la gracia que contiene en sí toda la nobleza de la gloria, así como el árbol encierra en su raíz toda la belleza y bondad de su fruto. La gracia mueve a la esposa a decir: Amado mío, te traigo frutos que son antiguos y nuevos, porque se renuevan durante la eternidad. La gracia me ha dado esta fertilidad. Te los devuelvo porque proceden de ti.

            Cuando el pecado arroja del alma la gracia, en cuanto ésta vuelve a implantarse en ella, da vida a las buenas obras que estaban amortiguadas, debido a la resurrección del alma. Si fuera capaz de sentir dolor, lloraría las obras muertas a las que no puede conceder la vida. De ellas se vale para suscitar la compasión del piadoso Samaritano, para que unja y vende las heridas del alma, unción que no es otra que la misma gracia, que es bálsamo y aceite sagrado que Dios dispensa con medida, como quiere y a quien quiere, sin rehusar la suficiente a cada persona, dándola abundante y eficazmente a sus favoritos y complaciéndose en verla fructificar en todos. Por ello San Pablo exhorta a los cristianos a cuidarse de recibirla en vano, porque esto es dar golpes inciertos al aire. La gracia hace morir la naturaleza vacía para permitir que Dios viva en el alma. Fue ella quien dio muerte a la naturaleza humana en Jesucristo, que quiso abrazar la similitud de la carne del pecado. Dios abrevió la vida de los hombres, por temor a que los buenos perdiesen la gracia.

            [809] Jesucristo instituyó la Eucaristía, que es el sacramento de la gracia, a fin de dispensar y conservar la gracia, haciendo lo mismo a través de los demás sacramentos, que son los canales por los que ella se derrama en nosotros. De este modo continúa el intercambio del cielo y de la tierra, ya que todo lo que gozamos en el cielo es producido en la tierra por la gracia, que es el sello y carácter que marca el alma. El Verbo es la impronta de la sustancia del Padre, que mediante la gracia se aplica e imprime en nuestros corazones. Jesucristo, que está lleno de gracia y de verdad, desea comunicar sus tesoros a la humanidad. Los ojos amorosos y el generoso corazón de Dios sólo producen la gracia, que parece dar término a las producciones de la bondad de Dios, por ser la emanación más noble de su amor y semejante al Espíritu Santo, que en la Trinidad es el amor producido, el cual realiza la clausura de las divinas emanaciones.

            Si alguien desea complacer al Espíritu Santo al exterior, debe abrirse a la gracia. La Virgen le agradó por encima de todas las criaturas, con excepción de la humanidad del Verbo, que poseía la gracia sustancial que llevaba en sí la divina hipóstasis. A tan admirable Virgen se refiere el Eclesiástico al decir: El Señor mismo la creó en espíritu de santidad (Si_1_9). No contento con darle la plenitud de la gracia, quiso morar en ella y sobre ella por medio de efusiones que no rebasaban los límites de su bondad, que se complace en conformar sus profusiones con la medida de su amor, que no es la misma para el ángel y el ser humano, la cual basta para medir la santa ciudad de la Jerusalén que fue mostrada en visión al discípulo amado del Verbo: El Señor mismo la creó, la vio y la contó y la derramó sobre todas sus obras, en toda carne conforme a su largueza (Si_1_9s).

            [810] Aplico lo anterior a la santísima Virgen. David dijo que si alguien se une a Dios, se hace un mismo espíritu con él. María estaba llena del Espíritu Santo y llevó en su seno, por espacio de nueve meses, al mismo que San Pablo mencionó como plenitud de la divinidad, que habitaba en él corporalmente; y cuya Madre tenía gracias por encima de todas las demás criaturas, según el don que Dios le concedió, que no tiene parecido, por ser ella la incomparable Hija, Madre y Esposa. Afirmo con el apóstol que Dios tiene una grandísima inclinación a dar a todos su gracia, y que en él no hay acepción de personas: Que no hay acepción de personas en Dios (Rm_2_11). Sólo es necesario abrirnos a su gracia y revestirnos de las armas de la luz: Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre sino contra los Principados, contra las Potestades, contra las Dominaciones de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. En pie, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, y también por mí, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el Misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él valientemente como conviene (Ef_6_10s). El gran apóstol se comportaba como debía para cooperar a la gracia, armándose con las armas de Dios, que la da para combatir contra toda suerte de enemigos, sea externos, sea internos, sea domésticos, sea extranjeros; mostrando al fin que la gracia suministraba fuerzas a su alma, rodeándola del auxilio de los ángeles, cuya responsabilidad era guardarla en tanto que él oraba y cumplía sus deberes como soldado valiente y fiel apóstol del Maestro y Señor que lo ensalzó, deseando esa misma dicha a todos los que lo amen en la incorrupción: La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo en la vida incorruptible (Ef_6_24).

Capítulo 117 - Concordancia entre la gracia eficaz y nuestra libertad, en la que mora el Espíritu Santo.

            [811] Habiendo sabido que algunas personas de diversos institutos religiosos no estaban de acuerdo en sus opiniones respecto al concierto de la gracia y nuestra libertad, e ignorando lo que unos y otros decía n, porque no los había oído disputar o discurrir, me retiré en oración el segundo domingo de Adviento de 1638.

            Mi divino amor quiso enseñarme él mismo lo que yo ignoraba, atrayéndome fuertemente a él mediante una muy íntima unión. Escuché: Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2Co_3_17). Con estas palabras me dio a conocer que la gracia obra libre y poderosamente en las almas, sin agraviar la franqueza de su libertad; y que a ellas corresponde dejarse conducir voluntariamente según las mociones del Espíritu Santo, que obra en ellas dulcemente cuando no hay resistencia de su parte. Su atractivo es tan poderoso, que no pueden resistirlo; no que, absolutamente hablando, no puedan hacerlo, sino debido a que, mediante una fuerte adhesión, al ceder con toda su voluntad a dicho Espíritu, no desean más poder oponerle resistencia, por haber abandonado libremente su libertad a su acción; y aunque jamás puedan despojarse de ella, no desean recurrir a ella, comportándose como si no tuvieran libertad, se alegran de ser arrebatadas, no con violencia, sino en la total complacencia que experimentan en la guía de la gracia, a la que se abandonan enteramente, renunciando del todo a su libertad y a los movimientos contrarios que podrían advertir en ellas.

            [812] En este sentido quiso Dios que entendiera las palabras de San Pablo: Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2Co_3_17), porque el alma está llena de Dios y de su espíritu en esta plenitud, vaciándose de sí misma y anonadándose en todas sus inclinaciones y movimientos propios, sin desear tener otra cosa que el querer de Dios. En esta gran evacuación del propio ser y de anonadamiento perfecto, nada retiene que pueda resistir a Dios; pues si bien cuenta siempre con la libertad natural, ésta se halla tan débil y despegada de todo lo que no es Dios, que parece no existir ya más. Es entonces cuando el Espíritu Santo está en plena libertad en el alma, a la que impulsa a todo viento, a vuelo tendido, codo tras codo, cual piloto que impulsa su navío a velas desplegadas y a favor del viento poderoso que se refuerza en alta mar, dirigiéndose sin vacilación al puerto después de triunfar de las tempestades y del oleaje del océano. De manera semejante impulsa el Espíritu Santo al alma a la acción, haciendo lo que quiere y como lo quiere en el corazón que posee, no con violencia, sino mediante una perfecta complacencia y correspondencia del alma, la cual no puede impedir hacer lo que el Espíritu Santo le inspira, no debido a una molesta y forzosa necesidad, sino a una voluntad enteramente libre. El Espíritu Santo se encuentra entonces en el alma como un esposo ardiente y apasionado, que se sirve de la libertad que su esposa, presa del mismo amor, le da libre y amorosamente. El Espíritu Santo se da por bondad al alma, y ésta, en reciprocidad, se entrega a él mediante la confianza, recibiendo todas sus caricias sin que su amor, que ha comprometido su libertad, la prive del poder de rehusarlas o de resistir a sus llamados. Puede hacerlo, absolutamente, aunque no sin causar gran violencia en sí misma. Ella ama su impotencia y sus cadenas, renunciando voluntariamente a la libertad de resistir. Su contento es privarse de ella y [813] cederla al Espíritu Santo, que la emplea en su gloria y provecho del alma, haciéndola en todo conforme a lo que le agrada. Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2Co_3_17). Cuando el Espíritu Santo ha encontrado un objeto y un sujeto dignos de él y de sus afectos, viéndose en completa libertad de obrar, hace todo cuanto quiere, uniéndose al alma en la medida en que la atrae a sí, a través de una adhesión más fuerte y atenuando en ella, por así decir, la libertad, o ante todo, la voluntad de resistir. De este modo, acrecienta su dominio, que es más querido al alma que toda su libertad. De lo anterior se sigue que la mueve a seguirlo alegremente, a pesar de sumergirla en aflicciones, debilidades y contradicciones, y en ocasiones, en lo que hay de más áspero en esta vida. Es muy fácil detectar esta guía del Espíritu de Dios, en la que siempre respeta nuestra libertad de responder o no, a pesar de que al seguir su llamado, lo hacemos con el poder del mismo atractivo: el Espíritu Santo acude en ayuda de nuestra debilidad, protegiéndonos en su bondad.

            Adán, que fue prevenido con tantas gracias, fue dejado en su libertad y en la mano de su arbitrio, como dice la Escritura, para abrazar el bien o el mal que se le presentaba. Sin embargo el temor de disgustar a Eva lo hizo extender la mano hacia el fruto prohibido y caer miserablemente en una desgracia en la que precipitó a toda su posteridad. Noé se salvó en medio de las olas del diluvio porque Dios lo protegió y le mandó calafatear bien su arca a fin de que el agua no penetrara en ella. El mismo cerró la ventana, por temor de que el triste espectáculo le abatiera el corazón. Dios hizo mil cosas más mediante las cuales demostró el cuidado particular que tenía en [814] salvarle. Son éstos los efectos de la gracia, que no violenta la libertad; porque Noé pudo haber abierto la ventana, es decir, salir de su arca si hubiese querido; pero no se cuidó de ello por haberse abandonado a la guía de la divina Providencia, que era el piloto de su bajel. Noé permaneció encerrado en medio de las ruinas del mundo; Adán, en cambio, cayó estando en medio de la paz del Paraíso, lo cual muestra con evidencia la gracia y el poder de nuestra libertad.

            David fue llamado misericordiosamente. Sufrió mil persecuciones y permaneció fiel. Gozó de la paz y se perdió en su abundancia; la gracia, que no quería perderlo, lo castigó, rehaciéndolo a través de sus mismos sufrimientos.

            Salomón gozó de una profunda paz; todo se doblegaba ante sus leyes, pero se perdió en sus grandezas y en la suavidad de una vida pacífica, olvidándose de Aquel que le concedía todos esos bienes y dejando que sus afectos se extraviaran en pos de dioses extraños, a los que adoró para no disgustar a las mujeres que lo habían cautivado con un amor desordenado. No usó bien de su libertad. Tuvo la misma ayuda y favores que su padre David, pero no su mismo corazón; el Espíritu de Dios no tenía libertad para producir en él las obras que hubiese querido, impedido por la libertad de Salomón, a la que en nada quiso forzar. El quiere todo por amor y nada por la fuerza; la gracia es gratis y obra maravillas en las almas que la reciben gratis.

            Job sufrió la pérdida de todos sus bienes, lamentándose sin pecar en sus palabras. Confesó que su vida era una lucha [815] perpetua, un combate continuo y preguntó a Dios por qué. Se veía combatir como una hoja que cualquier viento arrebata, diciendo que la mano de Dios lo había tocado y que su contacto era una prueba rigurosa en sumo grado. Pero no pecó en sus palabras. Fue como un niño que se queja del dolor que le causa el látigo, pero no de la corrección paterna. La gloriosa Virgen, tan amada de Dios y tan favorecida del cielo, se encontró también en la pobreza y en las aflicciones, porque las de su Hijo le eran comunes. Pero se calla. No se queja y persevera en su silencio. Encuentra su paz y su reposo en la cruz. Permanece firme al lado de un Dios herido, uniéndose entonces más fuertemente a él; no teniendo otras inclinaciones sino las de Dios, le dice: Extiendes tú la mano y tu diestra me salva (Sal_138_7).Su libertad ya no le pertenece; está despojada de ella, no por violencia, sino mediante una perfecta correspondencia, adhesión y complacencia mediante la cual accede a que el Espíritu de Dios obre libremente en ella y a través de ella. No desea tener la libertad sino para consentir en el querer divino del Espíritu Santo. De este modo, hace progresos incomparablemente mayores a los de Job, no contentándose con sólo no pecar, como dice la Escritura de Job, espejo de paciencia, sino que aprovecha todas las gracias que recibe. El Espíritu Santo se encuentra en plena libertad, porque ella ha seguido sus mociones con entera libertad. Cuando se trató de convertir a San Pablo, el Espíritu y la gracia combatieron a mano armada. El Salvador descendió del cielo, lo atacó, lo abatió a sus pies, lo arrojó por tierra y lo cegó con su luz. [816] Con todo, lo dejó en su libertad, de la que Pablo se despojó diciendo: Señor, ¿Qué quieres que haga? Al dimitir su libertad, no deseando ya oponer resistencia y dando libre paso al Espíritu Santo, se hizo capaz de recibir sus operaciones para convertirse en un vaso de elección; en una palabra, llegó a la perfección en el primer instante de su conversión.

            San Agustín, por el contrario, enamorado de su libertad, resiste a los intentos de Dios, que lo apremia a través de las criaturas y de él mismo, aguijoneándolo continuamente y dándole incesantes advertencias.

            Siempre escapaba y Dios lo perseguía, esperando con amorosa paciencia el momento en que estuviera dispuesto a despojarse de su libertad para ser revestido de la virtud de lo alto, que es el Espíritu Santo. Dios trabaja su corazón con mil remordimientos, mandando mil contrariedades a su alma. San Agustín esquiva, pidiendo un plazo y diciendo: Mañana, mañana renunciaré a mis inclinaciones depravadas y obedeceré el movimiento santísimo de tu Espíritu. Al fin se deja vencer y corresponde, pero con gemidos, como de mala gana, porque está adherido a los lazos de sus malos hábitos y no acaba por renunciar plenamente a su libertad. Por ello no recibe la plenitud de la gracia ni la santidad perfecta que recibió San Pablo en el momento de su conversión. A medida que San Agustín se despoja de sí y da libertad al Espíritu Santo para que obre en su corazón, se perfecciona y adquiere la sublime santidad mediante un profundo anonadamiento de su propia libertad y una total sumisión a todas las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, al que permite un dominio absoluto sobre él, sin tener casi necesidad de conocer la libertad creada. Cuando Agustín se abandona, al fin, totalmente a su amorosa guía, ve su libertad triunfar de todo [817] lo que no era Dios, diciendo: Oh libertad divina, oh divina libertad. Oh hermosura y bondad antigua y siempre nueva, demasiado tarde he conocido tu luz, demasiado tarde he paladeado tu dulzura, que es un torrente de delicias; Oh amar, oh caminar, oh morir a sí para llegar a ti por Jesucristo, mi corazón, hecho para ti, no puede encontrar reposo sino en ti. Verbo eterno, principio mediante el cual la gracia nos es concedida, concédenos tu Espíritu Santo, que obre en nosotros y dé testimonio de que somos hijos del Padre celestial. Haz ver, mediante tu gracia, que no hemos recibido el espíritu de siervos, sino de hijos que obedecen voluntariamente sus inspiraciones. Que corresponda yo libremente a él, a fin de que la gracia tenga eficacia en mí y que dicho Espíritu tome entera posesión de mi libertad; que posea mi corazón como el de mi Padre San Agustín, en el que la gracia obró tantas maravillas, de las que habló tan dignamente, según he oído, porque jamás he leído sus escritos. El Espíritu que enseñó al Padre enseñará también a la hija en su bondad, y le dará en abundancia la gracia eficaz, fijando en ella su morada de amor y haciéndose Señor de mi libertad, que le entrego con toda la extensión de mis afectos. Mediante esta inhabitación del Espíritu divino en mí, respiraré libremente el aire de la divina libertad y mi alma vivirá con la vida de Dios. De este modo, tendrá en ella al autor de la gracia y el aliento de vida que es la imagen del Dios que la creó, el cual inspirará sobre mi rostro su hálito de vida, dándome su paz en presencia de los hombres y de los ángeles cual otro San Esteban, de quien te dignaste revelarme, en el día de su fiesta, las maravillas que la eficacia de la gracia obró en él, así como los prodigios que el Espíritu Santo realizó en el santo levita; [818] Espíritu Santo que hizo en él su morada para penetrar en las almas. Eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo. Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba entre el pueblo grandes prodigios y señales (Hch_6_5s). Entre los prodigios que el Espíritu Santo obró por medio de Esteban se cuenta el de convencer a todos aquellos que disputaban contra él, que eran muy numerosos y de diversas naciones. No es el menor ver la gracia y la paz que disfrutaba el santo mientras que sus enemigos rechinaban los dientes de furor al ver que no podían resistir a la sabiduría y al espíritu que hablaba por boca de Esteban. Me arrebata el admirar, como los integrantes de aquel consejo, el rostro del santo levita brillante como la cara de un ángel, que contempla a Dios, cuyos ojos a su vez, lo contemplan. De su divina faz recibió su juicio favorable, duplicando su gracia y los méritos de dicho santo: Fijando en él la mirada todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel (Hch_6_15); pero de un ángel seráfico, porque el Espíritu Santo lo inflamaba con sus divinas llamas y elevaba su espíritu directamente al trono de Dios, a la diestra de su divino poder: Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios (Hch_7_55s). El Espíritu Santo, que llenaba a San Esteban, elevaba libre y amorosamente el entendimiento del Santo, el cual correspondía con todos los movimientos de su libertad a dicha elevación, fijando sus ojos en el cielo. Mediante la eficacia de la gracia y la autoridad del Espíritu Santo, los cielos se abrieron y el Espíritu, todo amor, condujo la vista del entendimiento o la mirada intelectual de San Esteban hasta la diestra del poder divino. En pie, a la derecha del divino Padre, vio al Verbo Encarnado, al Hijo del Hombre, al Salvador del mundo, al que es la gloria de los ángeles y de los hombres, al distribuidor de la gracia y abogado de San Pablo, presentar las oraciones del santo levita para convertir a ese lobo rapaz en amable pastor. [819] Una vez escuchada su plegaria, se puso de rodillas, esperando, en la misma actitud pacífica, las piedras de todos los que le lapidaban, como si arrojaran sobre él lirios y rosas: Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y diciendo esto, se durmió (Hch_7_59s). Oh preciosa muerte a los ojos de Dios, el cual recibió al primer mártir como la corona de su Hijo, que quiso ser la suya. Por todo lo que pasó en la discusión con San Esteban y su martirio, es fácil observar la concordancia de la gracia eficaz con su libertad y la inhabitación del Espíritu Santo en dicho santo. La sabiduría, la paz, la caridad que manifestó en presencia del cielo y de la tierra, son prueba de que la gracia eficaz concuerda con la libertad. El santo entró triunfalmente en la gloria, que es la gracia consumada, de la misma manera en que la gracia penetró en él, la cual es la gloria iniciada en las almas que son morada del Espíritu Santo, que las mueve y guía con entera libertad. Ellas, a su vez, siguen pacíficamente sus divinas mociones: Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2Co_3_17). Todas ellas poseen la libertad de los hijos de Dios, cuya gracia les permite llamar a Dios su Padre, a Jesucristo su hermano y esposo y ser templos del Espíritu Santo que mora en ellas.

Capítulo 118 - La bondad del Salvador, a través de su luz, convirtió a san Pablo a la hora del medio día, que señala su ardiente amor, enero de 1639.

            [823] El día de la Conversión de San Pablo medité en lo que dicho apóstol dijo de sí mismo (a saber) que el Salvador vino a salvar a los pecadores, entre los que él era el primero: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo (1_Tim 1:15).Pensé que el Salvador, en el día de la conversión del apóstol, cumplió lo que dijo San Pablo. Así como está a la derecha de su Padre para devorar nuestros pensamientos, así engulló los pecados de Pablo, el mayor perseguidor que tenía en ese tiempo. Pablo apedreó a Jesucristo a través de todos aquellos que arrojaron piedras contra San Esteban, cuya ropa cuidaba para que no tuviesen otro pensar ni ocupación, empleándose con todo su ser en lapidarlo con mayor crueldad en la persona de San Esteban. Al recibir aquellas piedras, el divino Salvador se dirigió al brazo que las arrojaba, lanzándose sobre Pablo para devorarlo con su misericordia y cambiar su corazón de piedra, obstinado en el celo por la ley, cuyo autor desconocía, el cual, en su bondad, lo abismó tres días completos en el mar de su divinidad. Al ofrecer a su divino Padre los sufrimientos de su humanidad, lo hizo hallar la vida en sus abismos, en los que un golpe de bondad lo precipitó más favorablemente que a Jonás en el mar. Este profeta, al volver en sí y al ser vomitado sobre la tierra, predicó la penitencia en Nínive, a donde no quería ir, y su predicación llegó hasta los oídos del rey, que supo aprovecharla. De igual manera Pablo, al volver de su naufragio, predicó a Jesucristo, del que antes huyó y al que persiguió. La voz de su predicación debía ser escuchada por todos los reyes de la tierra, a los que daría a conocer la majestad del nombre de Jesucristo. Las tinieblas no pudieron comprender la luz, y en el día de la conversión de San Pablo la luz comprendió a las tinieblas, porque las de Pablo fueron ofuscadas por la luz del Salvador, que se le manifestó en pleno día. Adán, el primer pecador del mundo, fue arrojado del paraíso al medio día; en esa misma hora Pablo, el primer pecador después de la recreación o redención del mundo, el jefe de todos aquellos que se oponían al Redentor, fue salvado y admitido en el paraíso de la Iglesia. Al salir del paraíso terrenal, Adán fue proscrito y obligado a permanecer en [824] Damasco. Pablo, en cambio, fue transportado desde el camino de Damasco al verdadero paraíso de la gracia. Los otros discípulos son los apóstoles del amanecer; como fueron llamados en la aurora del día, contemplaron los primeros rayos de la luz del Evangelio.

            San Pablo es el apóstol del medio día debido a que el Salvador lo llamó en el cenit de su gloria; y como las tinieblas se disipan a esa hora, es más bello y claro el día. Pablo fue escogido para ser la luz de los gentiles, no sólo para las tribus de Israel (Rm_9_24). Pablo fue un vaso de cristal que recibió en plenitud la luz del medio día para transmitirla, transpirarla y comunicarla al resto del mundo.

            Cuando digo que fue escogido para suscitar las tribus de Israel, me refiero a que la ley manda que el hermano o el familiar más próximo continuara la línea del que había muerto sin descendencia y el Salvador murió sin engendrar hijos de la gentilidad. San Pablo fue escogido para suscitar su simiente sagrada y divina y engendrar con el poder de la gracia y la palabra de Jesucristo en los corazones, dando a su vez a Jesucristo verdaderos Israelitas. De este modo asumió para sí la calidad de padre, que le pertenecía por privilegio, dejando a los demás el ser guías o pedagogos, que confesó ser muy numerosos y rebasar varias miríadas, en tanto que los padres eran muy pocos; en medio de éstos fue el primero en asumir dicho nombre. Pablo engendró a todo el mundo hasta formar en cada uno a Jesucristo, para que el mismo Jesús los reconociera como suyos y el Padre como hijos adoptivos. El Padre eterno produce su Verbo, que posee toda perfección, no pudiendo recibir en ella ni aumento ni disminución. El Padre se complace en que el mismo Verbo Encarnado, junto con Pablo o mediante su ministerio, engendre a los cristianos en el seno de Pablo, el cual los encierra y contiene hasta que la forma de Jesucristo se imprima enteramente en ellos, porque deben llevar la impronta y semejanza de aquel para el que fueron engendrados. Pablo no los engendra de sí mismo, sino de Jesucristo, cuya simiente suscita, como ya hemos dicho, admirable prodigio: El que confiesa ser sólo el abortivo del Salvador, es el padre de la gran multitud de sus hijos; el lobo hizo alianza con el cordero sacrificado desde el origen del mundo en figura, y de hecho en el día de su muerte en la cruz.

            Me veía nuevamente engendrada por tu caridad y te pedía reproducirte en las almas, transformando a los hombres en mansos corderos. San Pablo fue, al igual que [825] Benjamín, el último de sus hermanos, de los apóstoles; pero su generación será la más numerosa de todas las demás, en medio de las cuales la tribu de Benjamín, hijo de Jacob, será la menor. ¿Qué pensamos que veía en esta luz, que al cegarlo lo iluminó, cuando fue arrebatado hasta el tercer cielo? Penetró en la luz inaccesible en la que dijo más tarde que Dios habitaba. Vio la generación del Verbo a fin de tener idea de una nueva paternidad y de una nueva generación, mediante la cual debía formar y engendrar al mismo Verbo Encarnado, Jesucristo, en los corazones de la gentilidad, como digo antes, por haber recibido la misión de anunciar su nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel (Hch_9_15). El multiplica la simiente de Abraham y Dios manifiesta que puede cambiar las piedras en hijos de Abraham porque los que apedreaban a Jesucristo al lapidar a Esteban fueron cambiados mediante la conversión en hijos del Padre celestial, del que procede toda paternidad en el cielo en la tierra. Al ablandarse la dureza de su corazón, transformó a todos los demás, haciéndolos hijos de Abraham y del mismo Dios, porque no son los que proceden de su simiente carnal los que ameritan el bello hombre de hijos de Abraham, sino los que reposan en su seno sagrado; o mejor dicho, en el seno de Dios, participando en la gloria.

            Existió una gran diferencia entre Lázaro y el rico malo, al que Abraham llamó hijo a pesar de que ardía en las llamas. Los hijos de Pablo son engendrados para la gloria y la felicidad de Abraham, que consiste en ser llamado a su banquete, al lado de sus hijos. Pablo es su luz, su padre, su madre, su preceptor, su todo junto a Dios. El completó lo que faltó a los padecimientos de Jesucristo, porque era necesario llamarlos a su felicidad y méritos. Pablo descubrió los misterios ocultos a la humanidad, a la que Jesucristo no encontró preparada para revelárselos. Pablo, lleno de sabiduría, fue transformado en Jesucristo, instruyendo a los ángeles y llevando los estigmas y marcas de Jesucristo impresas por la luz, de manera invisible. Estaba del todo radiante con los esplendores de la sagrada humanidad y recibió todos estos misterios ocultos como en depósito para descubrirlos al mundo.

            Su espíritu fue como un libro que Jesucristo escribió con rayos luminosos, a lo que Pablo contribuyó también con una perfecta correspondencia. Quiero decir también, después de lo anterior, que es un prodigio del amor, del que Jesús nos dio el mandato y el ejemplo de amar a nuestros enemigos estando en la tierra, amor que quiso seguir practicando en el cielo al convertir por medio de [826] favores tan extraordinarios al mayor enemigo que tuvo sobre la tierra.

            El Salvador escuchó la oración de San Esteban, convirtiendo a su enemigo común, porque Saulo aborrecía a Esteban a causa de que confesaba a Jesucristo, el cual elevó los ojos y el espíritu del Sto. diácono para que lo contemplara en el cielo a la derecha de su divino poder. Pero, Oh bondad inaudita, el que aparecía en el cielo en su majestad gloriosa y augusta delante de su amigo, bajó hasta el camino de Damasco en la misma gloria, para convertir a su enemigo.

            Manifestó su autoridad a su amigo San Esteban permaneciendo en su palacio, haciendo en cambio una demostración de su bondad al descender a la tierra para Saulo, su enemigo, que por entonces lo perseguía al perseguir a la Iglesia. Lo que más me admira, empero, es que este león omnipotente se presentara como un débil cordero, preguntando al lobo por qué lo perseguía y revelándole su propio nombre: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hch_9_5). Yo soy tu Salvador, a quien tú persigues. Duro es para ti resistir a este aguijón, es decir, al conocimiento de mi bondad. Vengo a ser tu presa, que se presenta ante ti. Te he escogido desde la eternidad para darte el poder de Damasco y el botín de Samaria. No quiero verte animado de crueldad contra mi sangre, ni que seas duro como el diamante de la observancia de la ley del rigor. El celo demasiado ardiente que tienes por esta ley, que ya no rige, te mueve a ofender la ley de la gracia y al divino legislador, que viene a imprimirla con rayos de luz en tu entendimiento y en tu corazón. Yo soy el cordero que ansía ser comido por ti para alimentarte de mí mismo, a fin de que puedas decir que vives de mi vida divina. ¿Puedes resistir la persuasión de mi bondad ahora que has encontrado a tu presa a través de su providente dulzura, mientras ibas detrás de ella con un evidente y rabioso vigor? Sáciate de la luz divina y del viento del Espíritu Santo, que sopla donde quiere. Saulo, no es a los que quieren y corren, sino a los que quiere mi divina misericordia, a quienes concedo tan admirables favores. Recibe la gracia que se te ofrece, porque sin ella nada eres, nada puedes. Señor, ¿Qué quieres que haga? (Hch_9_6). Señor, como tú combates para ganarme, rindo las armas y me someto a obrar según tu deseo. Dime todo lo que quieres que haga. Soy tuyo sin reserva.

OG-05 Capítulo 119 - Diversas purificaciones de la Virgen. La espada de dolor que traspasó su alma. Su martirio fue tan largo como su vida, porque después de la muerte de su Hijo continuó sufriendo un constante martirio.

            [827] El día de la Purificación, mi alma fue absorbida en grandes conocimientos y sentimientos extraordinarios, que se presentaron aun al exterior, y que duraron varios de los días siguientes. Los principales se refirieron a la purificación de la Virgen y al martirio que sufrió a partir del día en que la espada de dolor traspasó su corazón. Dios, para hacerme experimentar mejor este martirio, me lo reveló en medio de abundante luz el 4 de febrero. No podía apartarme de estos pensamientos, que no me impedían obrar al exterior según mi costumbre, a pesar de que mi alma estuviese adherida a su consideración. Sentía lo que conocía, notando en mí cierta libertad y poder para las acciones del espíritu y del cuerpo al mismo tiempo, sin que uno fuese impedimento para el otro; el espíritu obraba por medio de operaciones sublimes y trabajaba en conjunto con las ordinarias. Sentía en mí un fuego que me inflamaba, o más bien me abrasaba sin consumirme, a semejanza del fuego del horno que no quemó ni dañó las vestiduras ni los cabellos de aquellos tres príncipes.

            De igual manera, el fuego interior y su inocente llama abrasaron mi corazón sin impedirme vacar a las ocupaciones y reflexiones de emplearme en diversos asuntos y encuentros a los que me obligaba mi cargo. Vivía en ese tiempo cual holocausto y víctima sobre el altar, la cual no se consume enteramente al exterior. Mi espíritu se ofrecía en holocausto. Sufría lo divino y lo humano. Vi, estando en dicho estado, un crucifijo como adormecido y debajo de él una nube que imprimió en mí aun más vivamente los dolores del martirio del Salvador y de la Virgen Madre en los que meditaba. Me vi en medio de tal abundancia de luces, unidas a tal [828] afluencia de pensamientos, que me sentí ofuscada al grado de poder comunicar sólo una parte a mi director.

            Diré, por tanto, que los días de la purificación de la santísima Virgen se cumplieron bajo la ley de Moisés, porque ella purificó todas las sombras y figuras que predijeron la ofrenda que presentaba en el templo. Comprendí que su purificación había sido continua, y que jamás cesó según la naturaleza y la gracia, en tanto que al presente continúa su purificación en la gloria. San Dionisio nos enseña que en los ángeles hay purgación, iluminación y perfección. La Virgen descubre de momento en momento maravillas en Dios y, si me permiten la expresión, es purgada en lo que ignoraba, que llega a conocer y cuyo conocimiento la hace más diáfana. Ella ama más y más; los días de su purificación, según las palabras de San Lucas, llegaron a su cumplimiento. Por ello el mismo evangelista nos dice que su purificación se realizó según la ley de Moisés, pero no según las otras leyes, porque ella cumplió todo lo que la ley predijo, purgando todas las deficiencias de las figuras a través de la manifestación de la verdad. Ella purificó el templo de las inmundicias que arrastraban consigo los animales que servían de víctimas al presentar a su Hijo, que sería la única víctima, rescatándolo a fin de poder entregarlo a su debido tiempo, contribuyendo a nuestra Redención al suministrar la víctima que le pertenecía por el doble titulo de maternidad y de adquisición. La purificación de naturaleza se realizó continuamente en ella, no lavando oprobios que jamás contrajo, incluyendo la mancha original, sino perfeccionando las cualidades naturales mediante las acciones sobrenaturales y relevando la bajeza de su naturaleza, preservándola de caer en imperfecciones a las que aún los más inocentes están sujetos. La libertad de las inclinaciones y de las pasiones, aunados a privilegios parecidos de los que gozaba la Virgen, contribuyeron a purificar su naturaleza. La purificación de su gracia consistió en que ella la poseyó sin dificultad, creciendo de tal modo en ella, que mantenía a los ángeles en constante admiración. La purificación de su gloria se realiza cada día a través de los nuevos resplandores de su gloria accidental, que seguirá creciendo mientras el cielo y la tierra sigan rindiéndole el honor que su grandeza merece, lo cual [829] continuará durante la eternidad. Lo que me asombraba, empero, y que me oprimía vivamente en medio de la dulzura de dichos pensamientos, era la espada de dolor con que la palabra de Simeón traspasó el corazón de la Virgen. Quedé como desconcertada al ver a su Hijo adherido a su pecho, que debido al dolor de un corazón traspasado, manaba más sangre que leche. Buen Dios, qué no conoció mi alma acerca de los grandes misterios del martirio de la Virgen.

            En el instante mismo en que Simeón comenzó a hablar y a predecir dicha espada, el Espíritu Santo la hundió en el seno de la Virgen para no retirarla ni un instante durante su vida mortal, de manera que el corazón virginal fue una víctima perpetua que llevó siempre abierta la herida junto con la espada que traspasaba continuamente su corazón maternal. Después de la muerte de su Hijo, al continuar su martirio, pudo habérsele dicho: Obra con ánimo; que tu corazón sea confortado y se adhiera al Señor (Sal_26_14). Sólo ella pudo sufrir y obrar virilmente. ¿Qué valor ha combatido y sufrido alguna vez más de sesenta años, teniendo siempre abierta su llaga; una llaga mortal que hería su corazón maternal? Ella toma a su Hijo y lo sostiene entre sus brazos; ella lo porta en su seno, recibiendo el peso de todos los pecados del mundo con los que él cargó. Ella lleva el peso de la gloria de los elegidos y de la reprobación de los condenados, a los que la equitativa justicia reprobará. Oh valor viril, oh fuerza incomparable. Su Hijo es su espada porque él lleva en su boca una espada de dos filos.

            El ángel le prometió que el Verbo de Dios vendría a ella para hacerse hombre; que tomaría posesión del trono de David y gobernaría en la casa de Jacob. Ella dio su consentimiento diciendo: Hágase en mí según tu Palabra (Lc_1_38).

            El Espíritu Santo, que deseaba obrar esta maravilla, no le reveló que el Verbo iba armado de una espada, porque el reino de David sólo se adquiere con la espada y las armas; que Jacob no fue llamado Israel sino hasta después de haber luchado contra el ángel del gran Consejo; y que ella sólo podría recibir al Verbo obligándose a ofrecer su corazón a dicha espada, que sería penetrante en la medida de la grandeza del amor que ella tendría por su Hijo. En su primera entrada el Verbo ocultó dicha espada; ahora el Espíritu Santo la hace aparecer y con ella le traspasa el espíritu, aquel espíritu [830] de María que se había alegrado en su salvador: Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador (Lc_1_47). No convenía que su cuerpo virginal fuese dividido y repartido por la espada. Debía permanecer todo entero y de pie junto a la cruz; pero, en proporción, el espíritu sufre una división más dolorosa. Ella recibió esta filosa espada desenvainada, y el mismo día el Verbo crucificado penetró en su seno, convirtiéndose para ella en espada aguda, etc. (Sal_56_5).

            María recibió una tajante espada y un carbón ardiente que le causó una aguda desolación; en adelante alimentaría a su víctima sólo con el dolor, y no vería jamás a su Hijo sin considerarlo víctima. Su espíritu permanecerá en un sacrificio perpetuo de sí mismo y de su Hijo; el Hijo lleva la espada a su costado; querido David, para combatir con ella; su madre, en cambio, la recibe en su seno para morir de ella. Dicha espada corta en dos direcciones en la boca de Jesucristo, porque da en parte a los elegidos y en parte a los réprobos. Está constituido para resurrección de aquéllos y para ruina y condenación de éstos. Dicha separación es dolorosa tanto para el Hijo como para la Madre, y sólo se realizará en virtud del sacrificio de la cruz. Se inicia con el martirio de la Virgen, que sufre cada día en su alma lo que su Hijo sufrirá más tarde en su cuerpo. No hubo espada alguna que sirviera de suplicio y de sufrimiento al Hijo en su pasión. El mismo fue la espada que traspasó a su Madre, comenzando a crucificarla a partir de este momento. Fue visto con dicha espada en medio de los candelabros de oro que figuran a la Virgen, en la que se encuentran reunidas las perfecciones de toda la Iglesia, representadas con el simbólico número siete. Fue ella la primera en recibir la punta de dicha espada, siendo crucificada y muriendo sin morir desde ese momento por un raro prodigio. No dejó de dar el pecho a su Hijo, que absorbía el dolor y la muerte junto con la leche en el seno de su Madre herida con una llaga mortal, que sólo poseía una vida languideciente o una muerte viviente. Cuánto dolor. ¿Quién podría quedar indiferente al ver al autor de la vida nutrirse con el alimento que succiona un pecho colmado del dolor y la amargura de un corazón herido mortalmente? Al considerar al Verbo adherido al seno virginal, quien, al presionar sus pechos se alimentaba de la amargura que su amor le destilaba en leche sabrosísima, me pareció que [831] mi corazón era como un reloj del divino amor, cuya palpitación me señalaba los minutos y las horas en cuyo transcurso el amor y el dolor herían el corazón de la Virgen. Aprendía que sólo los que aman de verdad pueden penetrar estos sentimientos dolorosos y amorosos y comprender este misterio mientras escuchan sus reiterados latidos y contemplan sus heridas. El Padre engendra a su Hijo y ambos reflejan en ellos mismos y sobre ellos mismos su ardor mediante la producción y espiración de su único amor, que es el Espíritu Santo.

            Comprendí que la Virgen engendró a su Hijo mediante el poder del mismo Hijo, que es la virtud del Altísimo, y a través del ardor y el amor del Espíritu Santo, que le sirve de sombra y lo abrasa todo a una. Ella colocó a este mismo Hijo sobre el altar, ofreciéndose con él, no teniendo ambos sino un corazón y deseando ser sólo una víctima. Su amor, sin embargo, hizo reflejar el dolor sobre ellos, dolor que acometió sus dos corazones con una herida que nunca se cerraría durante su vida.

            Fueron ellos las dos tortolillas que no cesaron de gemir. José es en verdad el guardián de la virginidad de la Virgen y esposo suyo, pero a pesar de ello podemos decir que su Hijo era propiamente el par que gemía con ella, por conocer todos los dolores de su Madre. El escuchó todos sus suspiros, contó cada una de sus lágrimas y recibió todos sus gemidos. Ella no lo contempló, durante su vida mortal, sino como muerto, a pesar de que estaba vivo. Ella le miró también muerto en el sacramento eucarístico, en el que se encuentra en estado y apariencia de muerto, a pesar de que vive con su vida inmortal. El vivió, aunque permaneció firme en su resolución de morir por la humanidad. Ahora no puede morir; su muerte está representada en la Eucaristía de manera mística y dicho sacramento es el memorial de su muerte.

            La memoria de la muerte sufrida o padecida es dulce en comparación con el temor y consideración de la futura muerte, por estar preñada de amargura y de tristeza. La Virgen sólo contemplaba a su Hijo en el estado de muerte que debía experimentar, viéndolo vivir para morir y puesto siempre entre los elegidos y los réprobos. La gloria de los primeros la alegraba, pero la pérdida de los segundos la afligía, debido a que la muerte de su Hijo sería inútil por culpa de los que no querrían sacar provecho de ella. Este dolor habría abrumado el corazón de la Virgen si aquel que la hería y que, [832] como dice la Escritura, multiplicaba sus saetas contra su corazón para hacer correr todo su espíritu, no la hubiera sostenido con el poder de su mano. La Virgen, a pesar de ser inocente, sufrió sin embargo por nosotros en espíritu, y un día sería sacrificada en su Hijo, cuyo sagrado cuerpo procedía de ella, siendo una porción de su sustancia virginal. A través de este sacrificio, también suyo, acompañó la ofrenda de su Hijo, purificándola en el templo.

            Cuando el sol asoma por una nube, la dora y la hace resplandeciente; y cuando se encuentra con otro sol, aviva su fuego y sus llamas si encuentra un objeto capaz de ello. El Salvador, en el seno de su Madre, fue rodeado de ella como de una nube. El la divinizó y en cuanto salió de ella al nacer, encendió sus llamas por todas partes y sobre todo en su templo, que es el corazón de su Madre, el cual se consumía como un holocausto perpetuo mediante una llama de amor, muriendo y viviendo a través del filo de un dolor que la hería en todo momento, sin que pudiera morir ni su llaga curar hasta el día en que expiró para volar al cielo. A esta luz podemos ver el cumplimiento de la profecía de Malaquías, quien dijo que el sacrificio que se presentaría en el nuevo templo sería tan agradable a Dios como los sacrificios antiguos y los de Judá: Entonces será grata a Yahvé la oblación de Judá, como en los días de antaño, como en los años antiguos (Ml_3_4); porque Jesús y María son la honra de la tribu de Judá. Jesús es el cordero inmolado desde el origen del mundo, que se ofrece para ser sacrificado. La Virgen da comienzo a su sacrificio, recibiendo el golpe de una muerte que duraría largos años; todo lo cual sucedió en el templo porque, a petición de los sacerdotes, se cumpliría un día el sacrificio de la cruz que la Madre comenzó a sufrir en su espíritu.

            Este Hijo, del todo amable, en nada ofendió la virginidad de su Madre en su concepción ni en su nacimiento; no lastimó sus sagrados sellos, aunque lo hizo en su primera y pública manifestación en el templo, abriendo el corazón virginal y maternal con una llaga que se cerraría en el día de la triunfal asunción de su Madre. El corazón de María fue el primero en concebirlo como el primero; así como fue el primero de los vivientes, fue el último al morir. Mi alma adoró y admiró los admirables recursos y sapientísimas finuras del [833] Espíritu Santo, por ser él quien obró todo esto, haciendo hablar a Simeón e hiriendo, a través de la palabra del anciano, el alma de la Virgen; fue él quien asestó el golpe y escondió el brazo; fue él quien quiso hundir diestramente la espada en medio de los consuelos de la Virgen. Al recibir las sagradas caricias de su Hijo, fue afligida con las angustias de su muerte. El quiso que su corazón se hallara siempre entre el dolor y el amor. Toda ella se transportaba de amor al considerar a su Hijo como Dios, y desfallecía de dolor cuando, al mismo tiempo, lo veía como la víctima que debía ser cruelmente degollada por los pecados del mundo.

            Oh Corazón sagrado que vives en medio de un doble martirio de amor y de dolor sin que el amor impida las heridas ni el dolor. El amor, filo del dolor, suscita los sentimientos del amor; el uno y el otro se ponen de acuerdo para compartirte y martirizarte. ¿Quién me dará la dicha de verte, hermano mío, adherido al pecho de mi Madre y sorber la leche plena de amargura? La Madre se desvanece y muere de languidez y de dolor, mientras el hijo recibe vida de su Madre moribunda. Ah, ¿Quién me permitirá ofrecerte mis granadas y su jugo, para confortar el corazón desmayado de la Madre y humedecer los labios secos del Hijo el licor de mis granadas? (Ct_8_2) ¿Qué podría hacerse para que sienta yo los dolores de los dos corazones traspasados: el corazón de una madre que se desvanece y el de un hijo que se alimenta en el seno de una Madre traspasada por un despiadado acero, sin que yo muera? Dios mío. ¿Acaso no quisiste ponerme como un proverbio y un prodigio en Israel, como dijiste a tu profeta, a fin de que anuncie estas cosas a través de mi propio sentir, no muriendo en esta visión, y que en este sentimiento se exprese alguna cosa de lo que conoceré y anunciaré? Simeón, después de haber predicho este dolor y de haber servido al Espíritu Santo para plantar la espada en el seno virginal, no quiere ya vivir. Pronuncia esas palabras con alegría, y la Virgen recibe su dolor. Simeón muere después de haber cumplido su misión, se cierra el telón, la acción ha terminado. El Espíritu Santo sangra a la Virgen y justifica al buen anciano, sirviéndose de su palabra para llevar a cabo su designio y asestar el golpe en el seno de María con menos apariencia de crueldad, mas no con disminución de dolor. Simeón, [834] no teniendo más que decir, se retira; pero la Virgen sufrirá las consecuencias el resto de su vida.

            Cuán admirables son los recursos del Espíritu Santo, que nos ataca de tantas maneras para ganar nuestro corazón: Viene con la dulzura de una paloma, pero no nos rendimos; viene como fuego y llamas para abrasar todo, a fin de que el hombre, no pudiendo ya subsistir en medio de los ardores mortales, se deje quemar por sus llamas eternas. Cuando llega a poseer totalmente un corazón, lo sumerge en dulzura y lo martiriza en el dolor. El objeto de su amor y de su dulzura es el mismo objeto de su dolor y de su aflicción. La Virgen encontró el paraíso en su Hijo; pero, no pudiendo contemplarlo sino como al que debe morir en una cruz, se ve rodeada de dolores de muerte y afligida por las penas del infierno, no para ser del número de los condenados, sino para ver que su Hijo es el desecho de la humanidad: ruina para unos y alegría y felicidad para otros. Ella muere de tristeza y desmaya de amor; lleva la herida y el bálsamo, sin que éste pueda cicatrizarla o cerrarla; y a pesar de que él le comunica toda su dulzura a su corazón herido para cerrar dicha llaga, ésta permanece abierta. Oh prodigio, oh maravilla de la adorable ingeniosidad del Espíritu Santo: al acariciar a María, la hiere. El puede curarla, pero se complace en ver su herida, que María ama más que cualquier curación; porque después de que el objeto de su amor doloroso suba a su gloria, esta Madre, permaneciendo en la tierra, conservará en su alma la memoria de los dolores y aflicciones de este enamorado de la humanidad, cuyas ingratitudes serán las crueles puntas que lastimarán y reabrirán las heridas del corazón de esta Madre de amor y de bondad, que las sufrirá valientemente, pidiendo a su Padre, su Hijo y su Esposo, perdón para estos culpables, ya que su Salvador rogó por ellos cuando le dieron muerte, manifestando así que su amor era más fuerte que la muerte.

 Capítulo 120 - Sublime grandeza de san José y amor que el divino Padre le testimonió, escogiéndolo como salvador de su Hijo y protector de la Virgen. Su preciosa muerte.

            [835] El día del gran San José, en 1639, al salir de comulgar, deseosa de alabar a tan admirable santo, mi divino amor me permitió, y por decirlo así, me mandó decir amorosamente y en diversas y numerosas ocasiones: Salvador del Redentor; Protector de su Madre; de lo profundo de mi corazón; te adoro y te venero, enseñándome divinamente que podía adorar a este gran Santo sin caer en la idolatría, debido a que llevó al Verbo Encarnado en calidad de salvador de su vida, lo cual es de un mérito infinito y lo sería aun cuando lo hubiera salvado sólo una hora o un instante. Hija, mi cruz es adorada por haberme llevado, aunque yo sabía y pagaba por todos los culpables ingratos.

            Aparecí en el madero como el oprobio de los hombres, la abyección de los pueblos, la maldición universal, debido a que llevaba sobre mí todos los pecados, y por haberme hecho semejante a la carne del pecado. Cuando San José me cargaba, llevaba a la inocencia y salvaba la justicia esencial, acrecentando con ello la gloria de los ángeles y de los hombres, porque los espíritus angélicos se consideraban inefablemente gloriosos al servir y adorar en el camino a su Señor y Dios a través de los cuidados de San José, que me llevaba en sus brazos. Si ellos estiman como un favor ser ministros de fuego hacia los que deben recibir la heredad de salvación, cuánta más y grande gloria tuvieron al servir al salvador divino, heredero natural y legítimo, que en forma humana podía y puede, sin causar detrimento, igualarse al divino Padre, a quien no [836] pareció mal que sólo José llevara este nombre en la tierra, así como él lo llevaba en el cielo. El Padre aprobó y ratificó el eterno decreto que reservó esta sublime y singular dignidad a San José. El Padre de gloria, incapaz de sufrir la confusión o de combatir huyendo, envió a su Hijo para retar a duelo a toda la creación, que era culpable con el hombre y a través del hombre, por ser dominio suyo. Retó al pecado, contra el que debía combatir eternamente, odiándolo esencialmente así como él se ama por esencia; el fin de su combate en el camino tendría lugar al cabo de treinta y tres años. José, sin embargo, va a Egipto con el Hijo y con la Madre como un segundo que parece combatir al primero al huir de Judea, viendo que este niño, eterno en cuanto a su divinidad, era de mucha menos edad en cuanto a su humanidad, a pesar de que su amor y su valor lo impelieran a ofrecerse, durante su vida mortal, a la justa cólera de su divino Padre para él mismo salvar a todos los hombres. El mismo amor que lo urgía era el que lo detenía, para darle con usura, permítanme la expresión, la cualidad del cuerpo y de la sangre, deseándolo hombre perfecto, es decir, físicamente maduro.

            El corazón generoso de José se ofrece al sufrimiento, tomando al Salvador en sus brazos, no para decir como Simeón: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo ir en paz (Lc_2_29), sino para perseverar hasta el día de la muerte del divino Enamorado, a fin de estar junto a la cruz con su esposa, si la Providencia del Padre adorable no hubiese ordenado otra cosa, diciendo tácitamente a este padre fiel: Es suficiente, querido José. Contemplo tu fe y tu obediencia, que debe serte reputada en justicia; tu virginal pureza te ha hecho esposo digno de la Madre de mi Hijo, del que, mediante el derecho que te concede el sagrado y legítimo matrimonio, eres llamado padre. No desea él un carnero que tome su lugar, por ser el cordero que lleva todos los pecados del mundo, deseando ser inmolado. Si lo sustituyera con alguien, sería contigo mismo, que lo alimentaste y que cuidaste de su Madre tanto en el espíritu como en el cuerpo. Tú eres el testigo irreprochable de su virginidad y el protector de su vida y de su honor. Abraham esperó contra toda esperanza, deseoso de creer en las promesas divinas y observando todo lo que la [837] palabra infalible le exigía. Tu esperanza va mucho más lejos porque conoces una ley secreta que parece combatir la ley divulgada. Al ver encinta a María tu esposa, no deseas acusarla; ignoras lo que es juzgar temerariamente, y si contradices la realidad que percibes, la ley de Moisés te apremiará. La gracia en María te detiene, el Espíritu Santo que la inunda te abisma en las olas de este mar; la virtud del Altísimo, que le da su sombra, te sitúa en una dichosa penumbra en la que adoras el misterio oculto en el tiempo en Dios, el cual no desea tardar en revelártelo para liberarte del temor reverencial que siempre ha preservado los derechos de la ley y los sentimientos de tu casto corazón respecto a la integridad de María. Llevas por adelantado el titulo de apóstol por cautivar tu entendimiento bajo el servicio de la fe que el divino Hijo de tu esposa vino a enseñar a la tierra, así como ella mereció que Santa Isabel la alabara por su fe. Permíteme que te alabe por la tuya, y que te diga que estoy muy agradecida a la gracia por concederme el favor de entender divinamente que José es el padre de mi Señor, y que él posee por encima de todos los hombres al Hijo y a la Madre de Dios.

            Gran Santo, eres dichosísimo por haber creído en la inspiración del Espíritu Santo y en la palabra del ángel que te afirmó la veracidad de este inefable misterio: José, Hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt_1_20s).

            Acepta a la Madre, que te devolverá el fruto que te pertenece al que, por mandato del Espíritu Santo, debes llevar en tus brazos, alimentar y criar mediante tus cuidados y tu trabajo. La cruz lo recibirá cuando pague la deuda como última compensación. En los brazos de este madero, será adorado. En cuanto a mí, debo preparar en mi pensamiento y mi afecto esta adoración. Lo adoro en las entrañas de tu esposa, lo adoro en tus brazos. Si tú no eres su cruz, eres su trono y litera virginal. Nada hay en el Líbano que iguale tu blancura; estás representado por sus columnas de plata, porque sostienes al divino Salomón, sirviéndole de almohadón y de reclinatorio, porque duerme [838] entre tus brazos y descansa sobre tu pecho, que es todo de oro a causa del ardiente amor que te abrasa y transforma tu corazón en algo parecido a la púrpura del rey, que es la misma púrpura real. Tu sangre es toda real, es decir, divina en este niño, porque el cuerpo de María te pertenece: El quiso tomar una parte de su sustancia y revestirse de ella. Acércate a esta palmera; su fruto te pertenece; tus elevaciones no serán vanas. El Dios humanado desea abajarse y someterse a ti, porque eres humilde de corazón. Lo llevas sobre tu pecho, donde se alberga y crece la caridad hacia las hijas de Jerusalén y las almas pacíficas. Que las hijas de Sión salgan de ellas mismas y ustedes, santos ángeles, desciendan del cielo empíreo para contemplar al divino Salomón en brazos de San José, coronado con la diadema y el cetro de Judá. La misma Virgen-Madre lo coronó de este modo, presentándolo a su castísimo esposo, que es verdaderamente bello y maduro. Que todos los astros adoren al divino sol en el pecho de su oriente. Plugo al Padre eterno visitarnos a través de su Hijo oriente, movido por las entrañas de su divina misericordia. San José ratificó estos amores: su deseo paternal es el de dárnoslo. Lo lleva en brazos como salvador de nuestro Salvador, como nuestro pan de vida y de entendimiento y es él quien enseña a los espíritus celestes: Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las potestades en los cielos ( Ef 3:10) los secretos escondidos en el Dios que todo lo creó. San José no fue menos favorecido que San Juan Evangelista. Siempre permaneció virgen y el Salvador descansó en su pecho en multitud de ocasiones, en medio de una dulzura y ternura inefable. ¿Podría haber ocultado al que era más que Abraham, puesto que el fin es más perfecto que el comienzo? Abraham inicia la genealogía del Salvador; José la termina. Abraham saludó de lejos las promesas; San José recibió el efecto de las promesas. Abraham vio en figura, y en sombras, el día y el nacimiento del Salvador. San José presenció en verdad y realidad el nacimiento del Verbo hecho carne de la carne que le pertenecía. El contempló el sol a media noche y el que es luz de luz hizo un oriente en el tabernáculo de este justo, en las entrañas de María, que es toda de José en calidad de esposa. San Mateo comienza así: Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham; [839] y termina: Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt_1_1s).

            Es necesario fijarse que el Espíritu Santo quiso manifestar un rasgo de su sutilidad al nombrar a Jesús hijo de David antes de llamarlo hijo de Abraham, mostrando así que la intención divina fue suscitar un Hijo de David para ser el único Cristo, el Hijo del Dios vivo; mas para seguir el orden admirable de la sabiduría y de la prudencia divina, quiso emprender su narración desde lo lejos llamándolo Hijo de Abraham, que debía ser reconocido como hermano de los judíos, que se decían hijos de Abraham, pues bien sabía que un día exclamarían cuando sólo la tribu de Judá pasara en el Jordán a su rey: No tenemos parte con David, ni tenemos heredad con el hijo de Jesé. Cada uno a sus tiendas, Israel (2S_20_1).

            Los judíos se gloriaban en ser hijos de Abraham, pero no vivían como tales. Por ello se les recordó que Dios puede transformar las piedras en hijos de Abraham y trasladarlas a la Jerusalén celestial.

            Muchos son hijos de Abraham, pero Jesús merece, por su unción sagrada, ser llamado además Hijo de David y José, su padre putativo, también hijo de David, a quien el reino pertenecía con todo derecho. Así lo manifestó el cielo cuando el ángel le dijo de parte del Padre eterno que tomase a María, su esposa, la cual había concebido a su Hijo santísimo por obra del Espíritu Santo, llamándole José, hijo de David, como queriendo decirle: Jesús debe poseer el reino de David su Padre; tú eres hijo de David y María, tu esposa, es de la misma raza. Tú eres rey y ella, reina. Jesús nacerá Rey en el tiempo, así como nace Dios en la eternidad.

            Nunca se menciona que Abraham haya sido ungido rey. El Cristo debe serlo por nacimiento eterno y temporal, según lo predicho por Jacob: No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre tus piernas, hasta tanto que se le traiga el tributo y a quien rindan homenaje las naciones (Gn_49_10).

            Jacob profetizó la Encarnación que se obraría virginalmente en la tribu de Judá en la carne de María, la cual pertenecía a José, siendo ambos hijos de David, lo cual expresa el [840] apóstol de esta manera sublime: Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder según el espíritu de santidad, por su resurrección entre los muertos (Rm_1_1s).

            Como si nos dijese al hablar a los Romanos: Sepan que fui elegido aparte para anunciarles el designio de Dios, que prometió por medio de los profetas en las Santas Escrituras, el cual consistía en ser su voluntad que el Espíritu Santo tomase la carne de María, hija de David, esposa de José, para componer con ella un cuerpo para el Verbo, su Hijo único, el cual fue constituido Hijo del divino Padre desde antes de los siglos, que creó por mediación suya. Este Hijo, que quiere sea Hijo de David según la carne por obra del Espíritu de santificación, será el principio y la causa de la resurrección de toda la humanidad, pero singularmente de los santos, haciéndolos a todos radiantes de luz y dándoles parte del cuerno de David. Siendo la luz increada, desea ser luz creada en su cuerpo y en su alma, que serán portados por la divina hipóstasis.

            El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, fuente esencial y virginidad primera, desean obrar una maravilla en la carne de David; pero es necesario esperar a José y a María vírgenes, y que el cetro de Judá sea arrebatado y suspendido, para no ser entregado al Salvador por la generación común y ordinaria a todos los hombres, representada por el muslo. Es menester que el Verbo divino, esta aguda espada de dos filos, que de manera divina penetra hasta las médulas, separando el alma del espíritu, acompañada del Verbo y del Espíritu Santo, venga a tomar un cuerpo en María Virgen, y que la virtud del Altísimo le haga sombra; que el Espíritu Santo, sobreviniendo a ella, forme virginalmente un cuerpo virginal al Verbo Eterno por la virtud omnipotente de esta única deidad, y que esto sea sin la intervención de hombre alguno. No fue sin misterio que la Virgen dijo: ¿Cómo será esto si no conozco varón? (Lc_1_34), como queriendo decir al ángel: He leído y oído que Jacob, mi padre profetizó que el cetro y el bastón de mando de Judá no se apartarían de entre sus piernas hasta que viniera [841] el Mesías del que me hablas. José es mi esposo, es verdad, pero no tengo la intención de conocerlo según la carne. Isaías predijo que una Virgen concebiría y daría a luz un hijo que sería Dios y hombre y que se llamaría Emmanuel: Dios con nosotros. De esa virgen, creo yo, deberá nacer el hijo divino que tú me prometes. De ti será, María, no temas; Dios, que te ha escogido y en el que has hallado plenitud de gracia, desea descender a ti con plenitud de divinidad: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios (Lc_1_35).

            Esa misma virtud del Altísimo que te dará su sombra, y el Espíritu Santísimo que descenderá sobre ti reserva para sí el conocimiento y la operación de tan inefable misterio, ocultándolo a los ángeles y a los hombres. José y tú permanecerán vírgenes; sus piernas serán como de mármol en su frialdad, apoyadas en bases de oro. El Verbo eterno será el soporte de la carne que él desea tomar en ti. El será la espada divina que dará fuerza a tu virginal pureza y gloria a la carne de David; ella te portará después de que tú la hayas portado: Ciñe tu espada a tu costado, oh valiente (Sal_45_4). Únete al divino querer; da tu consentimiento a su eterno decreto, exclama sin dilación: Hágase en mí según tu Palabra (Lc_1_38). En este momento, feliz para nosotros, eres más fuerte que tu padre Jacob, tú, la aurora del hombre oriente en la divinidad, que también desea que exista en nuestra humanidad, haciéndose Hijo y súbdito tuyo. Tu pierna no tiene un nervio seco; tu integridad virginal no sufre detrimento, sino que se hace más brillante; hete ahí, la única Virgen-Madre de un niño que es Dios y hombre. Has merecido llevar la espada de honor: Jesucristo, sedente en tu seno, se sentará sobre tus rodillas dentro de nueve meses: Porque al que el cielo no puede contener, lo llevaste en tus entrañas.

            Lo adoro tanto en tu regazo como en tus entrañas; pero, Princesa mía, compártelo con tu real esposo, San José, y permíteme dirigirle las palabras que ya te apropié: Ciñe tu espada a tu costado, oh valiente (Sal_45_4). Quién te enseñó que el Verbo Encarnado diría, hablando de la virginidad: El que pueda entender que entienda (Mt_19_12). Sin duda la Trinidad, que es fuente de virginidad.

            [842] Eres virgen y tienes el derecho de portar la corona de las vírgenes, que es tu Hijo. En él es bendecida con toda bendición la simiente de David por encima de todos los hombres y las mujeres. Madre del Verbo hecho carne, todas las generaciones te llamarán bienaventurada porque Dios hizo en ti cosas grandes: Hoy se manifiesta un misterio inefable: Renovando la naturaleza, Dios se hace hombre. Lo que ya existía, permanece y lo que no, es asumido sin que ocurra en ello mezcla ni división.

            Las demás generaciones son precedida por la corrupción; ésta, empero, por su integridad porque no se da en ella división alguna. Las dos naturalezas no tienen sino un soporte y la virginidad se hace fecunda.

            Gran profeta David, qué dichoso eres en tus hijos María y José a causa de su virginidad, porque sin ella no serías padre del Mesías, el cual lleva dignamente estas palabras grabadas sobre su muslo y sus vestiduras: Señor de Señores y Rey de Reyes (Ap_17_14). Lo adoro sobre las rodillas de San José con estos títulos gloriosos y en el regazo de su esposa, la Virgen Madre del Rey de nuestros corazones, que se recrea entre los lirios en tanto que el día de la ley escrita y sus sombras se desvanecen. El es el día de la gracia, manifestándola en su luz oriental, en la que la víspera de la antigua alianza anuncia la mañana de la nueva, en espera del medio día de la gloria, en la que reposaremos durante toda la feliz eternidad, recreándonos en los esplendores divinos que despreciaron los judíos al apartarse del Hijo amadísimo del divino Padre, que es el verdadero David e hijo de Jesé, que significa Don regalado o Varón mío. El es el ser eterno; el es el don divino concedido a los hombres. El es el Hombre-Dios, todo de Dios y todo de la humanidad, que vino para reinar entre los suyos, aunque ellos no lo quisieron como Rey, imitando con ello a sus padres, que abrieron para él un precipicio cuando el desgraciado Sheba, hombre de Belial, tomó una trompeta para publicar su rechazo: Hizo sonar el cuerno y dijo: No tenemos parte con David, ni tenemos heredad con el hijo de Jesé. Cada uno a sus tiendas, Israel (2S_20_1).

            [843] Los judíos del tiempo del Salvador obraron como sus padres, que desoyeron al verdadero David. Debido a este abandono siguen sumidos en la ceguera, sirviendo a los antiguos tabernáculos, en tanto que los cristianos imitadores de María y de José gozan de las delicias de un altar en el que no se permite participar cuando se da culto a los tabernáculos, que sólo son sombras que han dejado de existir.

            El verdadero sol los cegó con tantas luces. Qué desdicha para estos obstinados, que están ciegos por haber cerrado los ojos a la verdadera luz. Dejaron al divino Salvador, que es el esplendor de la gloria del Padre, que vino con pasos de gigante para compartir con ellos sus claridades con abundancia de paz, quedándose también en la tierra en el sacramento del altar antes de regresar al cielo. Únicamente los corazones de mármol o de bronce se niegan a sentir el calor de su amorosa bondad. Virgen Santa, gran San José; ojalá pudieran describirnos cuánta felicidad sintieron sus corazones en la tierra cuando el Verbo Encarnado vivía con ustedes y cómo la compartía n, lo la comparten y la compartirán por toda la eternidad en este hijo de amor que es para ustedes una ventura dichosísima. Pídanle que él sea mi porción de gracia y mi eterna heredad. Espero, mediante sus oraciones, que esta heredad sea para mí una suerte de gloria infinita. No me consideren según mis indignidades, sino según los deseos del divino Salvador, que son para mí lazos de amor inenarrable. Que todos los cristianos, en especial las hijas de la Orden del Verbo hecho carne, se unan del todo al Rey de nuestros corazones. Que sean hijas de Judá que proclamen la gloria de su soberano, y que pueda yo decir: La cuerda me asigna un recinto de delicias, mi heredad es preciosa para mí (Sal_16_6). ¿Quién me concederá el favor de abrazar a mi amado? Padre eterno, si amas al mundo tanto como para darle al hijo querido de tus entrañas para que él mismo lo salve, ¿podré dudar de tu generosa liberalidad hacia mí?

            No, lo contemplo entre María y José, que son todos caridad y misericordia, por tener con ellos la misericordia del divino Salvador, la cual están deseosos de darme. Ah, si conociera yo el don divino y quién es el que les habla divinamente, les pediría, con fervientes ruegos, que me lo dieran como regalo. Dios de mi corazón, mándame que lo pida, y dame lo que me mandas. La elocuencia [844] tiene la propiedad de arrebatar los corazones a través del oído. Para verme pronto fuera de mí misma, habla, sabiduría divina, con tu Madre y su esposo; que escuche tu encantadora plática y que ante ella mi alma se derrita. La gracia se ha derramado en tus labios, que producen lazos semejantes a la púrpura real. Que una yo a tu corazón tres corazones: el de María, el de José y el mío; que este lazo hecho de tres cordones jamás se rompa. Coloca un sello divino en mi alma. El Espíritu Santo te liga con el Padre, del que emanas, viéndose enlazado en una divina unión, que es la unidad de esencia, a pesar de ser distinto por propiedad personal al Padre y a ti, que sin confusión ni división eres personalmente de este amor, al que produces por solo principio y cuyo amor es el término de tu única voluntad, por ser el círculo inmenso de todas las producciones. Que él sea el punto final de todos mis afectos; que él me relance en tu amor perfecto, en el que deseo morar, si así te place, en el tiempo y en la eternidad en compañía de la Madre del amor hermoso y del esposo de pureza, el cual participa en estas bellezas, creciendo incesantemente y poseyendo todas las bendiciones de los hombres y de los ángeles, por tener como hijo suyo al Hijo del Dios bendito, y por esposa a su Madre, bendita sobre toda criatura. José tiene todos los tesoros de la ciencia y sabiduría del Padre debido a que posee al Verbo Encarnado, del que, por un favor singular, es Maestro y alumno al mismo tiempo.

            Divino Salvador, tú escogiste a San José como guía de tu infancia, complaciéndote en aprender de él en cuanto hombre lo que hubieras podido enseñarle en cuanto Dios y derramando en su espíritu admirables conocimientos que ningún ser humano ha podido adquirir. El podría decir con el apóstol que aprendía en la tierra del Dios que conversaba con él, lo que no es dado a los hombres peregrinantes conocer. Los ángeles aprendieron de él muchos misterios de nuestra santa religión, que el Verbo Encarnado venía a establecer. El fue el espejo en el que contemplaron las claridades que el sol de justicia disparaba a plomo en el entendimiento de este santo, sea al mirarlo, sea al hablarle. De todos los hombres que Dios ha creado, crea y seguirá creando, sólo escogió a José para conversar con él durante tantos años, uno con el otro, sin distraerse en otro quehacer. Ocupó únicamente tres años para hablar al pueblo y anunciar su misión; si no hubiera sido [845] éste un decreto del eterno consejo, me parece que habría terminado su vida con San José, a quien fue necesario enviar a los limbos para que Jesús iniciara su apostolado.

            Perdóname, divino Salvador mío, si digo que San José te detenía por inclinación. Era menester violentarse para dejarlo. Me refiero a tu naturaleza creada, en cuanto Hijo de tan querido Padre, el cual, sólo entre los hombres, fue elegido para llevar este nombre de Padre en la tierra. Tal vez dijiste a tu Padre eterno, al ver acercarse el día de la muerte de San José: Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero divino Padre mío, que no se haga mi voluntad humana; no sea como yo quiero, sino como quieras tú (Mt_26_39). No mi voluntad, sino la tuya. Siento un dolor extremo ante la muerte de este padre amante. No he aceptado la ignorancia y el pecado, pero he recibido gustoso las ternuras que ofrece la naturaleza para amar a un padre y a una madre. José hizo un acto que se multiplicó de manera increíble al privarse del derecho que tenía en mi Madre, su Esposa. Yo no soy menos su Hijo en la estima divina, porque sobrepasó incomparablemente la privación que David se impuso cuando ofreció a la divinidad el agua deseada y aportada por sus bravos soldados con peligro de su vida, al ceder mi Madre al Espíritu Santo, al Padre y a mí, para obrar en ella el misterio inefable de la divina Encarnación, entregándome como don irrevocable lo que no dejaré jamás y que estimo más que todos los ángeles y los hombres, porque esta porción tomada en el campo de San José vale más que todo lo creado, por estar unido hipostáticamente a mi naturaleza divina. Tiene un valor infinito y es precisamente el don que José ofreció a Dios. Veo claramente, amor mío, que esta separación te es penosa en extremo.

            El evangelista Lucas quiso mostrarnos el dolor que sentiste en el jardín al alejarte un tiro de piedra de los discípulos adormecidos, que dentro de poco te abandonarían a causa de su desidia, uno de los cuales, con la más dura de las palabras, te negó tres veces en la misma noche de su temerario fervor, antes de que el gallo cantara dos veces. El mismo evangelista nos dice que te arrancaste de ellos con una amorosa violencia, movido por tu valor: Y apartándose de ellos como la distancia de un tiro de piedra... (Lc_22_41). La ternura de un maestro en nada se compara con la que un buen hijo tiene por su padre. Al manifestar y confesar ante los judíos la [846] que sentías por Lázaro, tu amistad mereció su admiración, ya que te vieron llorar y afligirte hasta estremecerte mientras te dirigías al lugar donde lo habían puesto. Marta y Magdalena fueron instruidas divinamente por el amor que tenías hacia ellas y su hermano. La segunda te hizo estremecer al decirte: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: ¿Dónde lo habéis puesto? (Jn_11_32s). ¿Por qué lo pusieron en el sepulcro de los muertos, sabiendo que el amor lo devolvería a la vida? Por eso me estremecí y me turbé; y es que el que ama está más en su amor que en sí mismo: Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro (Jn_11_38). Lázaro, sal fuera, porque el amor con que la Vida te ama no le permite dejarte más tiempo en el lugar de los muertos. Mira cómo da gracias a su Padre por haberlo escuchado esta vez, ya que no ignora que le oye a causa de su reverencia; pero ahora a causa de su amor, mediante el cual salva a la humanidad y glorifica la sublime grandeza de su divino Padre.

            Jesús, Salvador mío, ¿Quién podría expresar la dolorosa violencia que te hiciste al morir San José, tu querido padre nutricio, a cuya alma estaba unida la tuya con una adhesión inefable? Seguramente dijiste: José, padre mío amadísimo, me eres más amable que el amor de los ángeles, de los hombres y de las mujeres, después del afecto de mi santa Madre. Ni los ángeles ni los hombres obligaron a mi divinidad a amarles como tú. El voto de virginidad que observaste con tanta perfección junto con mi santa Madre, me liga a ti de manera incomparable. El lazo del matrimonio virginal me une a ti; yo he sido el hijo de tus entrañas, y digo de las tuyas, porque el cuerpo de mi Madre te pertenece, lo mismo que el fruto que ella llevó. Tu aceptación desde el momento en que el ángel te aseguró en sueños que el Espíritu Santo deseaba que la tomaras junto conmigo, encerrado en sus entrañas virginales, complació a toda la Trinidad. Soy tuyo, padre mío querido, que tanto participaste de la unión hipostática. Qué duro trance atraviesa mi alma al ver a la tuya dejar tu cuerpo virginal. Ah, José, mi querido padre, si esta fuera la hora en que debiera morir por ti y por toda la humanidad, sería para mí un consuelo morir a tu lado.

            [847] Jesús, esposo mío, ¿en qué coinciden la muerte de San José y la tuya? ¿A qué te refieres? San José morirá con la muerte de los justos y tú debes morir, por haber aceptado el decreto de la justicia divina, con la muerte de los pecadores, ya que tomaste sobre ti todos sus pecados, convirtiéndote en maldición por todos ellos. Morirás entre dos ladrones sobre el madero de la cruz, que los judíos consideran una infamia. Su malicia te la desea, y la expresarán en la petición que harán a Pilato. San José muere entre tus brazos con la preciosa muerte que David, su padre, profetizó para él lleno de admiración. Oh divino José, te corresponde incomparablemente cantar como un cisne blanquísimo este admirable salmo: Tengo fe, aún cuando digo: Muy desdichado soy (Sal_116_10).

            ¿En qué creías, Patriarca fidelísimo? Tuve fe en que Dios tomó carne en mi esposa virgen y, habiendo creído, presencié el nacimiento del Verbo Encarnado, al que hablé mientras que él guardaba silencia, lo cual me humillaba indeciblemente. El, en cuanto Dios, puede explicar o expresar mi humillación. En la inmensa dicha que sentí al contemplar al Verbo hecho carne, dije que todos los hombres eran mentirosos y que aquel niño era la verdad esencial, que iluminaba y condenaba la vanidad del siglo. Al verme favorecido por este don divino de parte de la adorable Trinidad, di gracias a las tres divinas personas en la unidad de su esencia simplísima y única majestad: un solo Dios, un solo Señor, diciendo: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre del Señor (Sal_116_12s). Padre eterno, ¿Qué te devolveré por todo lo que tu bondad se ha dignado comunicarme?

            Te ofrezco al divino Salvador, que es el cáliz de la salvación universal, el cual es mi Hijo y mi Dios. Invoco tu santo nombre, Señor mío Jesucristo. Yo soy tu servidor con todos los demás hombres, pero deseo serlo en especial porque me elegiste para ser solaz de tu santísima Madre y para alimentar tu infancia. Mientras bendecías mi trabajo, cumplías conmigo los deberes de hijo y yo te amé como padre sin olvidar mi deber de honrar tu soberana y divina majestad. Te adoraba y te adoro como a mi Dios, aunque eres Hijo de mi esposa, tu Madre y mía, porque él la escogió para ser Madre de todos los elegidos. [848] Soy hijo de tan augusta Madre, que se llamó sierva tuya en el primer instante de su grandeza maternal. Como es necesario dejar este cuerpo, divino Hijo, desliga esta alma que te adora; tus manos divinas la infundieron en él. Que las mismas amorosas manos la retiren de él; al morir entre tus brazos, mi muerte es preciosa. Abre, divino Salvador mío, tus labios sagrados y atrae el espíritu que siempre estuvo perfectamente unido a ti; siente en ti mismo la privación de San José mediante una filial y divina compasión. Querido amor, esta preciosa muerte es dolorosa y de una resignación admirable. San José deja al que es la verdadera luz, que vino a su hogar, a la que recibió con fidelidad y amor. Deja tu compañía llena de felicidad para salir al encuentro de hombres prisioneros en los limbos, que yacen en tinieblas y sombras de muerte. Deja a tu Madre, su amadísima esposa, a la que lo unió el Espíritu Santo. Si existe dolor en la separación de los seres divinamente unidos, qué dolor no sufriría este gran santo en aquella separación: si el corazón generoso de este príncipe de Judá no hubiese estado entre tus adorables manos para inclinar sus pensamientos hacia donde el orden de tu sabiduría eterna los conducía, ¿no se hubiera rasgado o estallado en medio de ese pecho en el que tu cabeza se reclinó tantas veces? Exclamo con toda justicia que la vida y la muerte combaten generosamente y libran aquí su duelo, pero es necesario que la muerte de amor gane a la vida y que el Verbo Encarnado consienta en la muerte de su padre y esposo de su Madre, la cual ingresará en el número de las viudas a causa de la privación de su esposo visible. Y tú, mi Jesús, serás, a los ojos humanos, un huérfano a causa de la privación de este padre putativo. El pecado introdujo la muerte en la naturaleza humana; muerte que Dios no creó, por ser una privación de la vida y una decadencia del ser, así como el pecado es una decadencia de la gracia. Muerte, cuánta crueldad la tuya al separar a San José de aquel que lleva en sí la palabra de vida esencial. ¿Qué diría yo al presente, Jesucristo mío, si me preguntaras: Quieres dejarme? Tal vez respondería: Señor, si te dejo, ¿a quién iré? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. San José no se quejó en aquel trance: se despidió de su Hijo y de su esposa, ofreciendo un sacrificio incomparable en la separación de la victima. Perdóname, divino amor mío, si de [849] manera indecible trato de expresar mi pensamiento sin disminuir el dolor sin par de la separación de tu alma y de tu cuerpo. Me refiero a que en dicha división tu cuerpo no fue abandonado por la naturaleza divina. Tu alma gozó en todo momento de la visión beatifica en su parte superior. En los tenebrosos limbos, siguió poseyendo la claridad eterna y esencial. Dijiste atinadamente que los apóstoles obrarían las mismas señales que tú y aun mayores, pero a través de ti y por tus méritos. ¿Me permites decir que esta muerte o separación es la más severa de todas las separaciones puramente creadas? La privación de un bien que jamás se ha tenido o conocido, y que no aporta un provecho en determinadas situaciones, no se resiente. La muerte de San José no era la salvación eterna de la humanidad como lo fue la del Salvador; por ello ni los patriarcas ni los profetas sufrieron la pena de San José, ya que no te vieron en la tierra. Divino Salvador, tú dijiste que los ojos que te miraban eran muy felices. ¿Podría dejar de afirmar que los ojos que se ven forzados a dejar de verte parecen sentirse desdichados? Es lo que sucedió en aquel momento a San José, que contempló tu oriente y tu mediodía, del que le fue necesario retirarse para ir a recostarse entre las sombras, que se ausentaban del mediodía, reservándose únicamente para José. Sé muy bien que la muerte de San José fue para ti más dura que la tuya, que ofreciste con alegría, porque viniste al mundo con pasos de gigante y lleno de entusiasmo, para sufrir en él la muerte y salvar a la humanidad, cumpliendo así el designio de tu Padre eterno, que es mostrar el exceso de su amor dándote al mundo para salvarlo. El fin de una acción y de un sufrimiento, cuando es gloriosa e incomparablemente útil, hace tolerable el dolor.

            El apóstol, apasionado de amor a ti, sobre todo en tu muerte, dice que, al proponérsete la alegría divina que tendrían tu sagrada humanidad y tus elegidos, escogiste y aceptaste la cruz con todas sus ignominias, sabiendo que, en ese anonadamiento, Dios te exaltaría y te daría un nombre por encima de todo nombre, en medio de las adoraciones universales de la tierra, del cielo y de los infiernos, y que todos confesarían que eres digno de sentarte a la diestra de gloria, en el trono de la divina grandeza. ¿No tengo acaso razón al decir que la muerte de aquel esposo que no dejaba de crecer es la incomparable en una pura criatura, y [850] que el pecado te molestó en este punto, por ser causa de una privación tan penosa para tu sagrada humanidad, que estaba unida a José, como ya dije, por sus mismas entrañas? A través de este amor universal, eres la serpiente divina que alivia las enfermedades de los demás hombres; pero, Oh paradoja inaudita eres la divina serpiente que hiere las entrañas de José al enviarlo a los limbos, traspasando también, a la hora de tu muerte, las de María, tu Madre.

            Eh, Jesús, amor de los enamorados y amor por esencia, ofreces aquí un sacrificio digno de un coraje divino. Sufres más que José, porque amas más que él. Después de esta privación, correrás a la muerte; siendo la sabiduría infinita, vas a enseñar una ciencia que parecerá locura a los gentiles y será escándalo para los judíos. Ahorras la vergüenza, el dolor y la doble muerte a San José, enviando su alma a los limbos, porque habría muerto al verte morir, por no poder soportar que se te llamara seductor del pueblo. Habría sin duda exclamado con fuerte voz: Este hombre es Dios; no es mi Hijo natural por generación común, sino hijo de la Virgen que les anunció Isaías, a los que soy indigno de pertenecer. Este hombre es el Emmanuel, Dios con nosotros. Si su testimonio no hubiera sido recibido por estos ingratos, y hubiera sido testigo de su deicidio, qué sufrimiento para este santo: No lo expresaré sino con mi silencio, adorando a aquel que conocía todas las maravillas que obró en este santo, el cual bendice a Dios por los siglos de los siglos en compañía de Jesús, su Hijo, y María, su esposa.

Capítulo 121 - Linaje de san José y aprecio en que Dios tuvo su virginidad. Cesión que hizo al Espíritu Santo de la de su esposa.

            [851] Después de anotar por escrito diversos pensamientos sublimes que mi divino esposo me concedió el día del glorioso San José, en 1639, me enseñó además, durante mis ejercicios, que la generación de David terminaba en San José, considerado padre del Salvador y coronado de virginidad.

            Como la tribu de Judá complació a Dios, su Hijo nacería de ella. Dios recibió a San José como un germen sagrado que se había ocultado. Parece que no se pensaba, al comienzo, que San José perteneciese a la raza de David, ni que pudiese aspirar a la realeza. La ambición de Herodes no lo habría dejado vivir y probablemente hubiera sido perseguido. Aunque el Salvador era de la simiente de David, que tomó en María y no de San José, la Escritura nos lo muestra como descendiente David pero a través de José, el cual, por dicha razón, fue llamado por el ángel hijo de David como una dignidad especial porque la bendición y la realeza de David debían culminar en el hijo de José, por ser hijo de María, la verdadera esposa de José, la cual, por un milagro excepcional, le dio un hijo sin otra intervención que la del Espíritu Santo. Abraham tuvo muchos hijos que fueron como las estrellas, pero una sola simiente en la cual fueron benditas todas las naciones del mundo: Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra (Gn_22_18). Comprendí que Jesús era un oriente, la Virgen un mediodía y José, la víspera, que debía terminar en un medio día eterno; y que el Salvador surgiría de María y José como de entre lirios, Antes que sople la brisa del día y se huyan las sombras (Ct_2_17). Durante el tiempo de su vida mortal, antes de que descendieran las sombras, avanzó hacia su muerte, ya que un poco antes San José desfalleció como un sol poniente, dejando sin duda al Salvador sumido en una [852] grande tristeza y privado de la dulce conversación de su Padre nutricio.

            Sólo San José fue hallado digno de ser esposo de la Virgen, Madre de Dios, y de la familiar conversación de Jesús, reservándolo para él con este fin. Más tarde eligió a sus apóstoles, pero eran tan rudos y groseros, que pusieron a prueba la paciencia y bondad del Salvador universal. Antes del nacimiento del Verbo hecho carne, los ángeles enseñaron los misterios de la Encarnación a José; pero después del nacimiento del Hombre-Dios, le honraron como a quien llevaba sobre sí la impronta de la gloria del Padre eterno, su Verbo Encarnado, en el que estaban encerrados todos los tesoros de la sabiduría divina, a la que José llevaba en sus brazos, siendo plenamente instruido por aquel en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col_2_3).

            Mientras estuvo en la tierra, Jesús fue la imagen visible de su divino Padre; y José, la imagen visible de Jesús. No existe duda alguna que Jesús no hubiese adquirido muchos rasgos y lineamientos de José, y que no se manifestó a los que desconocían el misterio. El deseaba que se tuviese a San José como su Padre, por ser cuestión de lógica: si era el hijo de María, su esposa, lo era también de José. Debió existir, por tanto, una relación de semejanza entre ellos.

            Las personas de la Trinidad increada poseen una relación entre ellas, cuya semejanza tuvieron sin duda las de la Trinidad creada. Según el rango de origen, el Verbo ocupa el medio, por ser el Padre la primera persona, él la segunda, y el Espíritu Santo la tercera. El Verbo se encuentra entre el Padre y el Espíritu Santo; el Verbo es el término del entendimiento del Padre, que lo engendra en su divino esplendor, produciendo con él al Espíritu Santo mediante una común e indivisible aspiración, que es su suspiro y su amor; el término de su única voluntad.

            Jesús se encuentra en la tierra entre los dos hermosos lirios de María y José. Este Verbo increado y encarnado experimenta un deleite indecible al existir y al verse entre las azucenas de la divinidad y de la humanidad, gloriándose en ser hijo de la Virgen, su Madre, y de [853] San José, que experimentan un gozo inenarrable al poseerlo en calidad de hijo.

            Los ángeles enseñaron a San José el misterio oculto en Dios a los siglos pasados, y José lo enseña a los que tienen la dicha de someterse a su dirección, llevando una vida oculta e interior; a éstos podemos llamar imitadores del Hijo de Dios, que asistió, por así decir, a la escuela de José.

            Podríamos aplicarle lo que San Pablo dijo de sí mismo al escribir a los Efesios (capítulo 3°), diciendo que poseía la gracia de la dispensación, la revelación y el esclarecimiento del misterio de la sabiduría de Dios oculta a los siglos pasados, y que Dios lo escogió para dar a conocer en este tiempo, con mayor claridad, el misterio en el que la gloria de San José comenzó a brillar paulatinamente. Por su medio nos acercaremos confiadamente a nuestro Salvador, que es su Hijo, por cuyo titulo le está sujeto, a pesar de ser el Señor de todos. Cuando él dobla sus rodillas delante de este Hijo suyo, obtiene todo cuanto pide, porque tuvo el afecto, el cuidado y el verdadero titulo de padre, que cumplió tan cabalmente. Se privó enteramente del uso del matrimonio; pero como sin éste pudo tener un Hijo, no se vio privado de la dignidad de padre. Recibió este nombre y el Salvador lo confesó como tal, al igual que María, la cual lo reconoció como su verdadero y legítimo esposo. El nos impetra la participación de las riquezas de la gloria de Jesús a fin de que, por el poder del Espíritu, seamos afirmados en el hombre interior, como dice San Pablo. En primer lugar, poseía en él las riquezas de la gloria, por estar perfectamente unido a él. En segundo lugar, sus riquezas y su gloria se cifraban en su esposa, diciéndome que sus bienes eran comunes y sus amores eran uno solo. En tercer lugar, su gloria y sus riquezas estaban en su Hijo. En cuarto lugar, en sus propios méritos, que crecían constantemente, y mediante los cuales era realmente llamado José, el hijo de la edad madura, por reunir en él los títulos más gloriosos.

            No habitó solo en Jesucristo, sino que Jesucristo habitó en él. Se privó de una esposa, la más perfecta que haya existido o que existirá jamás en el mundo, para cederla al Espíritu Santo, que pareció no poder darle nada más precioso después de Jesús, que [854] devolviéndole a ella misma, convirtiéndose en el lazo sagrado de sus amores y haciendo fecundo su matrimonio sin lastimar la inconcebible pureza de los dos y permitiendo que ambos tuviesen un Dios-Hombre por hijo.

            Dicho Hijo, que se hospedó con José, recurrió a una magnificencia digna de su grandeza para honrar y recompensar a su hospedero. San Pablo pide, en este punto, que nos afirmemos en el hombre interior por el poder del espíritu. Dicho hombre interior es Jesucristo, así como el exterior es Adán. Con este hombre interior se configuró San José, adhiriéndose a él únicamente con la firmeza de su amor, penetrando en su interioridad sin detenerse en la apariencia exterior. El nos conduce al hombre interior mediante la participación de su Espíritu, permitiendo a las almas bajo su guía llegar a ser en verdad interiores, unidas y confirmadas en la imitación y conocimiento del hombre oculto y del todo interior: Jesucristo, con el que San José se configuró enteramente, llegando a ser como un retrato del hombre interior. La fe obra esta maravilla; por eso fue tan eminente en San José, estando siempre a prueba en razón de la majestad de la divinidad de su Hijo, cubierta bajo los velos de sus anonadamientos. Estuvo siempre entre la luz y las tinieblas. A través de esta fe, Jesús habitó en el corazón de José y la misma fe germinó la caridad, mediante la cual el mismo José echó raíces como dice San Pablo: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor. (Ef_3_17). José, animado del santo amor, echó sus raíces en María y en Jesús; y Jesús, atraído por el mismo amor, hundió en el corazón de José y de María raíces divinas, en tanto que tomaba de ellos raíces humanas; pues al hacerse hijo suyo, enraizó en su misma persona, mediante la unión que hizo con ella, la naturaleza que ellos le dieron. El los fundamenta, dándoles firmeza y apoyándolos en sí mismo, así como cimentó y afirmó la tierra, a la que sostiene con fuerza; él es el Verbo humanado en la sustancia de María, perteneciente a José, el cual pudo comprender, con todos los santos, la supereminente caridad de la ciencia de Jesucristo, por haber comprendido no sólo con los santos la caridad y el amor del Salvador, sino por haber penetrado en toda la plenitud de Dios: llenándose hasta la total plenitud de Dios (Ef_3_19). [855] Como en Jesucristo radicaba la plenitud de la divinidad, José no podía poseerlo ni penetrar en él, ni Jesús habitar en el corazón de José hasta que éste no fuera colmado de la plenitud divina. Es ella la que lo hace todopoderoso, pudiendo todo en presencia de su Hijo a causa de su inconcebible humildad, que ganó el corazón de este Hijo amoroso.

            De aquí procede que pueda hacer que se concedan nuestras peticiones y obtener todo lo que podríamos pedir, yendo aun más allá de nuestros deseos y de nuestras esperanzas. A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén (Ef_3_20s).

Capítulo 122 - Sueño y vida de Dios. Su caridad nos da participación en ella mediante la amorosa encarnación y movido por su amor a través de las comunicaciones que hace.

            [857] Tuve que guardar cama a causa de una caída en la que corrí gran peligro, pues rodé por una escalera de piedra. Como no podía dormir, temía agravar mi mal si ocupaba mi espíritu en la oración. Mi divino amor me invitó a expresar mi pensamiento como Zorobabel, conversando conmigo durante varias horas durante mi dolor de cabeza, en la consideración del sábado y del reposo que Dios toma en sí mismo. Mi divino esposo me ofreció el mismo reposo, diciéndome que deseaba que contemplara también el sueño en la vida de Dios, que es el Espíritu Santo, elevándome en una alta contemplación a pesar del fuerte dolor de cabeza que mi caída me ocasionaba, lo cual manifestó claramente la eficacia de la operación divina en mí, ya que la debilidad y el estado en que me encontraba no habría podido sufrir una suspensión de espíritu y mucho menos pensamientos tan sublimes que requieren una fuerte atención del alma.

            Escuché que, así como la Trinidad reposa en el Espíritu Santo, del mismo modo encuentra en él su sueño, pero que se trata de un sueño que no impide la acción y que cierra los ojos a las divinas personas, que se aman y conocen durante y en dicho sueño sagrado. Sin embargo, como todas las emanaciones de las divinas personas desembocan en el Espíritu Santo, él es como un dulce rocío que, hablando a nuestro modo, refresca y tempera el ardor del fuego de la divinidad.

            El sueño más natural proviene de un humor que se derrama del cerebro hasta los nervios, que son los conductos de los espíritus animales, sirviendo a las funciones del sentido. [858] Cuando el cerebro se calienta mucho, el sueño es impedido; pero cuando envía su rocío refrescante, templa sus ardores y los espíritus dejan de obrar. Una vez atenuado o suprimido dicho calor, descansan los sentidos en un reposo que se llama sueño, por ser una operación dulce y natural del funcionamiento de los sentidos. Las potencias del alma permanecen como ligadas por el humor refrescante que los conductos nerviosos reciben del cerebro, aletargando más bien las potencias sensitivas por entonces, por estar destituidas de su principal instrumento, sin el cual no pueden obrar; es decir, los espíritus animales carecen de las cualidades convenientes y necesarias para obrar, estando sin calor ni movimiento e impedidas por el humor frío que corre por las venas y arterias. Dichos conductos no pueden comunicarse libremente a través del cerebro, que es el lugar donde nacen y en el que desembocan todos los nervios, para llevarlos después al oído, y éste a los demás órganos, de los que deben proceder las operaciones sensitivas que, despojadas de dichos espíritus, se relajan y desbandan por sí mismas. De este modo es fácil observar que el sueño es causado por el humor frío que corre del cerebro hacia los nervios, impidiendo la comunicación, los movimientos y el ardor de los espíritus animales, de lo que resulta el cese de las acciones sensitivas y un reposo de todo lo que es animal.

            Escuché que el Espíritu Santo, en la Trinidad, es como un dulce rocío que refresca el ardor del Padre y del Hijo, de los que, no obstante, es el amor subsistente y sustancial por un misterio inexplicable. Las personas divinas reposan en él como ya expliqué en el tratado del descanso y del sábado de Dios.

            Mi amoroso y divino Esposo continuó su instrucción enseñándome que el Espíritu Santo es llamado el sueño de Dios, y que dicho sueño no es una ociosidad o cese de la acción como en nosotros, sino que se encuentra en las [859] emanaciones internas de Dios lo mismo que su reposo, que es eterno como su actividad.

            No puedo explicarme mejor sino diciendo que el Espíritu Santo es un frescor divino y como una lluvia o rocío en el seno de la divinidad, según nuestra manera de concebir las cosas divinas, recurriendo a la analogía y proporción de las humanas, de las que casi siempre tengo necesidad de servirme. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras; su poder eterno y su divinidad (Rm_1_20). Consideré al Padre engendrando al Hijo en la fecundidad de su entendimiento, comunicándole todas sus perfecciones e identidad de su esencia y contemplándose en la imagen perfecta de sí mismo, que es la impronta de su gloria.

            Admiré al divino Hijo contemplando a su Padre, del que recibe todo lo que él es sin dependencia, y cómo el Padre y el Hijo, al sentir un placer tan grande en este mutuo y recíproco conocimiento, se vacía n, hablando a nuestro modo, en un estallido, derramamiento y dilatación de ellos mismos en un contento inexplicable y deteniéndose en el Espíritu Santo, en cuya producción termina su amor y su gozo, porque en él encuentran una inmensidad tan extensa como la suya, en la que se pierden sin salir de ellos mismos. Ellos respiran en él de la opresión del amor y del gozo, como si aspirasen un aire fresco mediante una divina y sagrada respiración. El mismo espíritu, al ser producido por ellos y en ellos mismos, posee una identidad de sustancia, de esencia y de júbilo junto con ellos, gozando felizmente del sueño como ellos lo hacen, en medio de una paz divina.

            Mi divino Esposo quiso que admirase también los cuatro elementos en este mundo arquetípico: Para llegar, de las cosas invisibles, a las visibles; y que considerara yo al divino Padre como el fuego, por ser el principio de todo ser; cualidad que se atribuye a dicho elemento. El Verbo es el agua, fuente de sabiduría: Principio de la sabiduría es la Palabra de Dios; excelsa en sumo grado; en ella se encierran los eternos decretos (Hb_2_3).

            Como él se [860] derramó, vaciándose a sí mismo en el agua de la Encarnación, sin emancipación de su esencia indivisible o división de la unidad que posee con su Padre y el Espíritu Santo, la sabiduría se derramó sobre todas las criaturas por participación: la que inunda de sabiduría como los ríos (Si_24_25). El Espíritu Santo es el aire en razón de su calor moderado por la humedad; pues aunque esta divina persona sea la pura e íntegra llama del amor, refresca, como valiéndose de un maravilloso relente, el ardor del Padre y del Hijo, que se derretirían en la inmensidad y delicias de su amor si ella no fuera su inmenso y amoroso retén. El Espíritu es el río de fuego que emana y procede del trono de Dios y del mismo Dios. Es un fuego húmedo que fluye, que calienta y humedece, rociando el seno y el paraíso de la divinidad. El elemento tierra parecía faltar, pero mi esposo me lo mostró en su santa humanidad, unida hipostáticamente a su divina persona de manera admirable por medio de la Encarnación.

            Percibí la manera en que el divino Espíritu es el aire que el Padre y el Hijo respiran de su propia sustancia para aliviar, humidificar y refrescar la llama de su amor a través de la producción del mismo amor y de la misma llama, la cual, estando como confinada en el Padre y el Hijo, se alarga en la inmensidad de la tercera persona, el Espíritu Santo, en la que los otros dos reposan y encuentran su sueño sin dejar de obrar a través de las inexplicables emanaciones que producen divinamente. El Padre, mediante el fecundo conocimiento que tiene de sí mismo, engendra a su Verbo así como el sol su luz y su esplendor; luz que, siendo igual al sol que la produce, concurre junto con él, como un principio unitario, a la producción del Espíritu Santo, que, por ser el amor y llama de los dos, recibe toda su luz, terminando sus ardores en la infinitud, sin aportar otra medida ni moderación que la vasta extensión de la divinidad, deteniéndola en sí mismo e impidiendo, si se me permite expresarme en nuestros rudos términos, que se evapore, como si el sagrado ardor de esta llama estuviera mitigado por un dulce rocío, [861] preservándose viva, ardiente y pura como su principio y origen, por ser de su misma naturaleza. No hay por tanto en este proceso otro tipo de frescor, de no ser que el amor del Padre y del Hijo, al encontrar dónde detenerse, terminan en lo infinito al producir al Espíritu Santo, al que puedo llamar el hijo del amor, y que es más a propósito el amor sustancial y personal del Padre y del Hijo, cuyos nombres difunden la caridad divina por mediación de dicho Espíritu, que nos ha sido dado.

            El Espíritu Santo es llamado la vida de Dios por ser el aliento divino; por eso decimos que la vida consiste en la respiración. Se dice en el Génesis que Dios infundió un hálito de vida en el rostro del hombre que formó del barro: E insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente (Gn_2_7).

            Divino amor mío, ¿quién podría, sin el divino favor, describir la visión que me concediste, y el conocimiento que infundiste en mi entendimiento, mostrándole, mediante una luz clarísima, de qué manera tú, el Dios de mi corazón, estás vivo y eres la vida y fuente de vida; y cómo en el divino Padre y su Hijo adorabilísimo produces, mediante una acción plena de vida, tu propia vida, el Espíritu Santo, que recibe de ti dos personas mediante una inconcebible espiración del ser, la divinidad y la vida? Es tu misma vida, porque vives a través de la espiración y emanación que haces de tu Espíritu, que es el término decisivo de las acciones vitales que produce y emite tu divinidad. Padre divino, tú eres la vida amabilísima; Hijo adorable, eres la vida, y esta vida que obra sin cesar en el Padre y el Hijo produce una vida divina y viva que es el Espíritu Santo, el cual es el término de todas sus emanaciones productivas y de su única voluntad; el sueño amoroso y extático en el que el Padre y el Hijo se deleitan divinamente, viviendo en él de su vida amorosa y deliciosa, que es suficiente para ellos por ser la vida divina. [862] Verbo eterno, cuánto alegra a mi espíritu el contemplar cómo vives con tu Padre en el Espíritu, con una misma vida. Concédeme poder expresar lo que me revelas acerca de la tercera persona en cuanto vida de tu divinidad y de la Trinidad entera. Enséñame cómo describir lo que he visto; a saber, que a pesar de que el Padre posee la vida de sí mismo en el mismo grado que la divinidad, y que te comunica la una y la otra por generación, tu vida no alcanza su plenitud y cumplimiento sino a través de la acción de la respiración emanatriz y productiva del Espíritu Santo, el cual recibe la vida de tu Padre y de ti.

            El vive en tu Padre y en ti de la misma vida de tu Padre y tuya en la acción vital de vuestra respiración.

            Escuché de ti, que me instruyes divinamente, que este Espíritu santísimo es en la vida divina como el humidificador radical; que tu Padre y tú, al obrar mediante la naturaleza de su amor, se consumirían como dos enamorados si no respirasen regularmente a través de la producción de su Espíritu, aspirando su aire y su frescura, como ya dije antes. Contemplé la vida y el principio de las acciones y mociones amorosas en Dios; percibí la bondad y la misericordia que presiona, con sus movimientos sagrados, al corazón de Dios a derramarse y a comunicarse fuera de sí mismo.

            Después de que me revelaste, divino amor mío, a través de tan sublime contemplación la vida divina en sí misma y a la Trinidad viviendo en el Espíritu Santo, que es tanto la vida personal como el amor subsistente y sustancial, me mostraste, con la misma claridad, la comunicación de tu vida divina a tu humanidad, en tu ser de Verbo eternal increado y Verbo Encarnado; y cómo vives con una doble vida, es decir, de la vida de Dios y de la vida humana; contemplación tan sublime; visión tan clara, que percibí este misterio inefable casi sin velos, tanto como puede sufrirlo la debilidad y [863] capacidad de un entendimiento creado que aún no es iluminado plenamente con los resplandores de la gloria.

            Advertí cómo, en dicha comunicación de la vida divina, el Espíritu Santo sirvió de refrigerio a la santísima Virgen, en cuyo seno se obró este misterio inefable, y de frescor radical a Jesucristo; porque, como el Verbo era todo fuego, habría consumido a la Virgen si el Espíritu Santo no le hubiese dado su sombra. Si Mané, al ver un ángel, creyó morir, con mayor razón la Virgen debía temer la muerte cuando Dios se derramó en ella y el brasero sagrado del Verbo ocupó sus entrañas. Su pobre corazón se desorientó ante la mera luz del ángel, su embajador revestido de las libreas de su divino Señor, que son de luminosidad; y se habría desvanecido sin el auxilio del Espíritu Santo, que mitigó sus ardores y fortaleció su corazón abrasado.

            Ester se desmayó al ver a Asuero, impresionante en el esplendor de su majestad. Dicho príncipe descendió de su trono, la acarició, la llamó hermana y esposa suya y puso sobre su cuello su cetro de oro y de clemencia en señal de amistad. A pesar de sus caricias, le dio trabajo reanimarla y que aspirara su afecto cordial; a tal grado la había sobrecogido su majestad.

            La Virgen se admiró, no ante la majestad de un príncipe mortal o la visión de un ángel. Si éste no hubiese llevado consigo el resplandor de la divina claridad del Verbo, ella hubiera sido suficientemente fuerte, debido a que conversaba familiarmente con los espíritus angélicos. Lo que la impresionó fue la imagen de un Dios de fuego y de luz. Era forzoso morir en medio de esos sentimientos, a menos que el Espíritu Santo sobreviniera y el poder del Altísimo la cubriera con su sombra, dándole fuerzas sobrenaturales y suficientes, según la promesa de Gabriel: No temas, María, el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra (Lc_1_35). Ni todo el océano podría extinguir la llama que descenderá en ti; él impedirá [864] que ella te consuma. El Espíritu Santo derramará en tu seno un rocío sagrado y mitigará sus fortísimos e insoportables ardores.

            El Verbo, al penetrar en el seno de la Virgen, unió a su persona la naturaleza humana con un nudo indisoluble y una hebilla de oro forjada por el Espíritu Santo, el cual comunicó a esta naturaleza creada su ser y su vida, a pesar de que dicha naturaleza retuviera tanto su ser como su propia vida. Sin embargo, así como su ser debía subsistir a través del soporte e hipóstasis del Verbo, y ser transformada en divina de manera inefable, así su vida fue divinizada; el frescor radical de dicha vida en la humanidad sagrada jamás se secó ni desfalleció, aun en la muerte, de la que resucitó por su propia virtud, para ser el principio de nuestra resurrección. En él radica el germen de la resurrección de todos los elegidos que han muerto con Jesucristo. En dicha muerte poseen su vida oculta en Dios, que es la primera resurrección (Ap_20_5), de la que habla San Juan, de manera que podemos decir que Jesucristo poseía y posee la vida que debe llegar hasta nosotros, así como el calor vital y el frescor radical en virtud del que vivirá su posteridad, que son los elegidos. Quiso hacer un extracto de él antes de morir para dárnoslo en el divino sacramento de su cuerpo, que es germen de inmortalidad, en el que se nos ofrece esa misma vida; de manera que la carne del Salvador no tiene esta virtud vivificante en nuestros corazones y en nuestras almas sino en razón de la vida divina que ella recibe, subsistiendo en el Verbo y a través del Espíritu Santo, que anima la naturaleza humana en Jesucristo, el cual resucitará los cuerpos de todos aquellos cuyas almas haya poseído el mismo Espíritu, como dice San Pablo a los Romanos: El que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a sus cuerpos mortales (Rm_8_11). De ahí concluye el apóstol que no debemos vivir de la vida de la carne, que no puede evitar la muerte y la corrupción: Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis (Rm_8_12); pero [865] de la vida del espíritu que, mortificando la de la carne y sus obras, nos aporta la inmortalidad. Esto se realiza en el Espíritu Santo, que es vivificador, y en la vida radical en Jesucristo, al que constituyó simiente de todos los elegidos que viven por él.

            Mi divino amor, continuando su enseñanza, me dijo: la humedad no puede dar la vida sin el calor, ni éste sin aquella. La semilla, aunque parezca llevar en sí el espíritu de vida, no obrará ni producirá algo si no se encuentra en una naturaleza viva; porque si es arrojada en un cadáver, de nada le servirá. De manera semejante, en la vida del alma, son necesarios el calor y la humedad del Espíritu Santo, que siendo fuego y amor calienta y siendo lluvia y rocío refresca, mitiga y cubre con su sombra; y aunque parezca que el alma recibe alguna virtud seminal y como el principio y comienzo de la vida a través de las primeras ilustraciones del entendimiento y del movimiento de la voluntad, es necesario, para vivir verdaderamente, que el Espíritu Santo habite en ella por su gracia y caridad: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm_5_5).

            Mi divino amor me comunicó que me había favorecido con estos grandes conocimientos a causa de su bondad y para testimoniarme que le complacía el despojo de mí misma en consideración al de su divina humanidad, que aceptó el verse privada de subsistencia humana. El alma santa cedió el gozo en cuanto a la parte inferior y admitió la tristeza; su cuerpo sagrado se privó de gloria temporalmente, en el transcurso de su vida mortal. Viéndome animada a renunciar a todas las alegrías creadas y aun a mi propia vida, acepté las aflicciones que Dios quería enviarme, a imitación de mi divino amor.

            [866] El Dios de bondad, no pudiendo contenerse permítaseme la expresión me colmó de luces y de dulzura en el exceso de su caridad, pero de suerte que, a través de la santa libertad que su benignidad me concedía, gozara de su generosidad, que me sumergía en tantas delicias. Le dije: Querido Amor, aunque sabes que mi caída me causa un dolor de cabeza tan fuerte que me impide dormir, intensificas en mí tus luces, que no puedo soportar sin debilitarme en extremo: Ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla (Sal_139_6). Me respondió diciendo que había permitido esa caída para conversar conmigo a su placer durante mi dolencia, que me retenía en cama; que con frecuencia aprovechaba las horas de la noche, en que me veía libre del tráfago de las visitas de las criaturas, para hablar conmigo en privado y para descubrirme sus secretos, explicándome el salmo 19: El día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche transmite la noticia (Sal_19_2). Añadió que durante la noche me enseñaba la ciencia de los divinos misterios, iluminándome en medio de las tinieblas, para que durante el día las comunicase al que me había dado por confesor y director; que él había pasado noches enteras en la oración de Dios mientras estuvo en la tierra, durante su vida mortal: Y se pasó la noche en la oración de Dios (Lc_6_12), conversando con su divino Padre acerca de lo que enseñaba y hacía durante el día. Me aplicó también estas palabras: No es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír (Sal_19_4). Me dijo que todos los que leyeran los escritos que me mandó escribir constatarían que estaba yo instruida en la escuela del Espíritu Santo, el cual me descubría sus secretos divinos mediante una visión divina y sobrenatural; que él se manifestaba en mí como en el cristal de un espejo, y que un día estas maravillas serían proclamadas por toda la Iglesia: Por toda la tierra corre su sonido (Sal_19_5), así como el Evangelio cuenta la generosidad de Sta. Magdalena en la efusión de los perfumes preciosos que derramó sobre la cabeza y los pies del divino Salvador. Añadió que había infundido en mí sus luces divinas y que en mí levantó para [867] el sol una tienda, colocando al sol dentro de ella; que me iluminaba con una luz del todo divina, mostrándome sus claridades tanto como puede hacerlo con una persona en esta vida, según la capacidad que le concede su bondad, sin privarme de las funciones ni del uso de los sentidos y elevando con una gracia divina mi entendimiento hasta la visión sobrenatural de sus divinos esplendores.

            Prosiguió diciéndome que él es el esposo divino que sale del tálamo nupcial sin dejarlo; es decir, el seno paterno, acercándose a mí con pasos de gigante, que son cual veloces centellas con las que me atrae vertiginosamente hacia a él. Continuó diciéndome que se complace en conversar conmigo a través de sus diálogos divinos y en acariciarme virginalmente, revelándome al mismo tiempo sus profundos misterios al permitirme conocer la vida, el reposo, las acciones y el sueño de su Augustísima Trinidad, y que en este Dios trino y uno mi espíritu se encuentra en un delicioso sueño de amor, pudiendo decir con David: En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo, pues tú solo, Señor, me infundes seguridad (Sal_4_9).

            Mi divino Esposo, adormeciéndome amorosamente sobre su propio seno, me brindó descanso en el medio día de su puro amor, permitiendo que las potencias del alma fueran divinamente sumergidas en esta fuente de bondad, que las colmaba de un néctar sabrosísimo, gozando al entretenerlas durante este sueño místico con las maravillas de su gloria, en la adorable cámara nupcial cuyas tiendas están formadas por claridades resplandecientes.

            Mi espíritu, iluminado, exclamó: Y la noche, en vez de luz, me rodeará; las mismas tinieblas no serán oscuras para Ti y la noche como el día lucirá (Sal_139_11s). Hija, mis luces son tinieblas y mis tinieblas, luces. Tinieblas para adormecer a mis esposas en mi regazo en el que descansan y viven de la vida divina por participación; luces para iluminarlas en mis designios. Por eso dice David que la noche es su luz en medio de sus delicias, y que le parece tan clara como el día. [868] El alma que recibe los favores que te comunico está en reposo, durmiendo felizmente en las delicias del divino amor, que derrama en ella el agradable rocío de sus gracias más escogidas. Dicho rocío le sirve de frescura en tanto que los rayos de los divinos esplendores se detienen amorosamente en su entendimiento. La virtud del Altísimo la protege, no con las mismas prerrogativas de la Virgen incomparable, mi Madre augustísima, sino en proporción a la gracia que nuestra bondad divina le imparte.

            Hija, mis inclinaciones de amor me mueven a favorecerte, a acariciarte divinamente y a producir en ti dulzuras y claridades amabilísimas. Vengo a ti desde el cielo de mi gloria, desde el seno de mi Padre sin dejarlo, para habitar en el cielo de mi gracia; para comunicarte mis luces con tanta abundancia, que se manifiesten externamente en tu rostro, en el que hago ver el fuego divino que abrasa tu corazón: Nada se sustrae a su calor (Sal_19_7). Las leyes de mi amor son inmaculadas; ellas convierten y transforman las almas, siendo testigos fieles de mi santidad: La ley del Señor, perfecta, conforta el alma, el dictamen del Señor, veraz, sabiduría del sencillo. El temor del Señor es puro, por siempre estable; verdad, los juicios del Señor, justos todos ellos (Sal_19_8s).

            Mi placer consiste en enseñar a los pequeños con mi sabiduría, que engendra la justicia, que los alegra cuando saben que soy alabado por ser digno de toda alabanza divina, humana y angélica. Mis mandatos producen la luz en quienes los aman, como el rey profeta. Los que aman mis leyes sólo temen disgustarme, huyendo del pecado y de la imperfección tanto cuanto la fragilidad asistida por la gracia se lo permite, porque desean agradarme en todo por amor a mí y a mi santidad divina y humana, increada y creada. [869] Mis juicios son reconocidos por su admirable equidad y más deseables a las esposas fieles que el oro y las piedras preciosas, que tanto aprecian los mundanos. La dulzura del rayo de miel no puede comparárseles: Deseables mucho más que el oro, el oro acendrado; y dulces más que la miel que destila el panal (Sal_19_11).

            Queridísimo amor, tu indigna servidora, a la que te dignas llamar tu esposa, los ama y desea guardarlos y observarlos con un perfecto amor, mediante la eficacia de tu gracia, que tu bondad me ofrece benignamente con tanta dilección, que gozo, al ir por el camino, las alegrías que comunicas a las almas que se encuentran en el término, que disfrutan ya de tu gloria, que es el pago de su fiel correspondencia a tus divinas inspiraciones: Aunque tu siervo atiende a ellos, y en guardarlos anda muy solícito, mas los yerros, ¿Quién los echa de ver?, de los que me son ocultos límpiame. Guarda también a tu siervo del orgullo. (Sal_19_12s).

            Sé muy bien que, si fuera tan fiel a la gracia como grande es en mí, tu bondad me haría inmaculada; y si el egoísmo no me dominara con tanta frecuencia a causa del apego que tienen mis sentidos a sus inclinaciones desordenadas; si respondiera generosamente a tus divinas inspiraciones, me vería libre del gran mal que es mi amor propio, o al menos lo tendría sujeto: No tenga dominio sobre mí. Entonces seré irreprochable, de delito grave exento (Sal_19_14). Divino Esposo, concédeme este favor por amor a ti mismo, a fin de que las palabras de mi boca y los pensamientos de mi corazón se complazcan en tu amorosa bondad: Sean gratas las palabras de mi boca, y el susurro de mi corazón, sin tregua ante ti, Señor (Sal_19_15). Que jamás me aparte de tu adorable presencia, reconociéndote como mi Creador, mi Redentor y mi [870] amoroso santificador: Roca mía, mi Redentor (Sal_19_15).

            Gozo ya desde ahora de los bienes en los que Job creía y esperaba gozar, diciendo: Sé que mi Redentor vive (Jb_19_25). En cuanto a mí, sé que mi Redentor vive en el seno de su divino Padre, siendo el único al que engendra en el esplendor de los Santos, desde el seno (Sal_110_3), antes del día de las criaturas, desde la eternidad, y que seguirá engendrándolo en el transcurso de la infinitud. Sé por la fe y por mil signos amorosos que su bondad me ha concedido, que vive en el Santísimo Sacramento, al que he recibido y recibo todos los días gracias a su benigna misericordia. Es él mismo, y no otro: he puesto mi cobijo en el Señor (Sal_73_28). El es mi esperanza, mi confianza, mi amor y mi peso. Este amor me eleva con él hasta el seno del Padre, complaciéndose en que haga en él mi morada y que participe en las claridades que ha tenido con él desde antes de la constitución del mundo: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo (Jn_17_24).

            Padre Santo, te conozco como mi principio, al que soy igual y consustancial; deseo que mi esposa te conozca y goce de la claridad que tenía contigo antes de que el mundo existiera, y que este conocimiento produzca en ella el amor que es nuestro lazo, nuestro beso, nuestra vida y nuestro sueño de amor.

            Deseo, Padre santísimo, que mi esposa viva y descanse conmigo en tu seno y que, cerrando los ojos de los sentidos, abra los del espíritu, gozando de la delicia de la noche, que es más clara que el día y que ilumina nuestra ciencia divina. Que ella sepa que yo soy el día que engendras, así como la grandeza de tu gloria, la imagen de tu bondad, la figura de tu sustancia, el espejo sin mancha de tu majestad, y que estoy sentado en el trono de la divina grandeza, llegando a ser el cielo supremo y precursor de la gloria para ella, de modo que pueda experimentar el efecto de las palabras de mi apóstol a los Hebreos: Asiéndonos a la esperanza propuesta, que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo, adonde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre (Hb_6_18s). Me hice hombre para hacerla divinamente participante de nuestra vida y de nuestro reposo, admitiéndola a mi tálamo admirable. Quise lavar los pecados para purificarla con mi sangre, en la que encuentra una piscina ordinaria a través de un amor extraordinariamente comunicado a dicha esposa, la cual puede decir: No hizo tal con ninguna nación (Sal_147_20). Padre Santo, pongo en ella mi trono, la colmo ya desde el camino de la gloria del término, lo cual arrebata de admiración a los espíritus seráficos, quienes, velándose el rostro y los pies, no comprenden ni el principio ni el fin del amor que la favorece de esta suerte, exclamando: Santo, Santo, Santo es el Señor que colma de su propia gloria a esta humilde hija de la tierra, en cuyo rostro se ha dignado el Dios de majestad inspirar y espirar el soplo de vida durante el sueño místico en el que su amor la favorece; soplo vivo y vivificante que le permite vivir de la vida del Padre y del Hijo, que es su Espíritu Santo, el cual, a través de un portento divino, la agita al reposarla, dando testimonio a su espíritu de que es la hija amadísima de Dios, a la que él ama porque es bueno e infinitamente misericordioso. Serafines ardentísimos. La divina misericordia me libró de las llamas que merecían mis pecados, misma que impide que sea yo consumida; el rocío que el Padre y el Hijo destilan en mi alma mitiga en mí los ardores de los deseos perecederos. Es bueno para mí unirme a Dios y abandonarme a su amor. Todo el que se adhiere al Dios de bondad llega a ser un mismo espíritu con él: Y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios (1Co_2_10).

            Durante este divino y místico sueño, el Espíritu Santo conduce al espíritu de la esposa divina hasta la penetración de los divinos misterios: Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios. (1Co_2_11). El Espíritu de Dios que la esposa ha recibido, y no el del mundo; espíritu que no desea que la amada se levante antes de la aurora de sus divinas ilustraciones y de sus amorosas bendiciones, que son sus dulces frutos, porque el Verbo Encarnado es el fruto de la tierra sublime y la heredad y posesión de su dulce enamorada.

            Queridísimo amor, cuán agradecidas deben estar a tu bondad aquellas a quienes amas, que experimentan en su provecho las palabras del apóstol: Todo coopera al bien de los que aman a Dios (Rm_8_28).

            Sea que obren, o sea que sufran, lo uno y lo otro se convierte en bien, pero deben referirlo todo a este amor, del que son amadas tan tiernamente, ya que él comparte sus sufrimientos y vigila su sueño. David, considerando a los amigos del Dios del amor, les dice: Como están en este valle de lágrimas, en el que comen el pan del dolor, no se levanten antes del día de la divina providencia para ustedes, porque ella se complace en hacerles descansar en su seno.

            En vano madrugáis a levantaros, el descanso retrasáis, los que coméis pan de fatigas, cuando él colma a su amado mientras duerme (Sal_127_2). Queridísimo amor habría yo velado en vano, levantándome sin fruto si lo hubiese hecho antes del día, por haberme privado del sueño místico con el que tu benignidad me ha favorecido, encantando por su medio los males que esta caída hubiera podido causarme. Seas bendito por los siglos de los siglos. Amén.

Capítulo 123 - La inclinación amorosa del Verbo increado para derramar en nosotras sus gracias y a hacer el don de sí mismo a las hijas de su Orden, mediante una profusión de su sagrada unción.

            [871] Mi divino Salvador, que se complace en acariciarme en todo tiempo y lugar, me previno por su bondad, haciéndose la preparación de mi corazón. Cierto día, al orar con él en la capilla del noviciado de su Compañía en París, fijó mi atención en estas palabras del salmo: Como un ungüento fino en la cabeza, que baja por la barba, la barba de Aarón, hasta la orla de sus vestiduras (Sal_133_2), diciéndome que la parte que recibió más ungüento en la consagración del gran sacerdote Aarón, fue la extremidad de la franja de su túnica, porque la cabeza y todo el resto se descargaron en ella. Su bondad me ordenó tomarlo por la franja, que es su humanidad, en la que están reunidas todas las gracias hechas a los demás santos, diciéndome que ella fue la extremidad a la que arribaron y en la que terminaron todas las profecías, lo cual movió al apóstol a decir que Dios habló por medio de los profetas de muchas maneras, pero que en los últimos tiempos nos envió a su Hijo para hablarnos a través de su Verbo hecho carne. Añadió que la Orden que deseaba instituir en esos últimos tiempos hablaría mediante su palabra encarnada, por ser poseedora de su orla sagrada y que él recogería en sí las gracias que fueron concedidas a las demás órdenes, pero con la abundancia que el Verbo le daría por ser la fuente de la elocuencia. Comunicaría también un torrente de gracias, dando por si mismo, y no mediante sus ecónomos y dispensadores, los cuales sólo dan medianamente, por no decir con parquedad. La ayuda monetaria que da el rey por su propia mano, es siempre mayor que la otorgada por sus [872] limosneros y repartidores. El Verbo considera que su gloria consiste en su generosa magnificencia. Prosiguió exhortándome a pensar grandes cosas de su liberalidad, diciéndome que sus manos estaban hechas al torno para dar abundantemente. Al fin de su vida mortal, su discípulo amado dijo que el Padre había colmado sus manos para dar a sus amigos que dejaba en el mundo, a los que amó con un amor infinito. Aquel enamorado, apasionado de amor, se entregó a sí mismo, estimando que su magnánima generosidad debía darse en alimento antes de entregarse para el rescate y redención de los hombres. Quiso aparecer en presencia de su Padre y de sus ángeles como un enamorado de los hombres; el hecho de la traición de Judas no pudo detenerlo, ni la malicia del traidor, conocida del Salvador, fue suficientemente fuerte para servir de dique al torrente impetuoso de su amor, más fuerte que la muerte, debido a que sus ardores eran todos de fuego y llamas.

            El deseaba que el Santo de los Santos fuese ungido con su propia sangre, derramándola hasta la última gota, para consagrar no sólo a los sacerdotes y a los reyes, sino también a sus esposas.

            La Virgen asistió a la consagración que él realizó en el Calvario, por ser las bodas de la Iglesia, a la que se entregó como esposo al morir, deseoso de revestirla con su propia sangre y adornarla con sus gracias, que derramó a través de su propio corazón aun después de su muerte, para confirmar su testamento escrito y sellado de su preciosa sangre, que dio junto con su cuerpo en calidad de prenda, de arras, de heredad y de todo lo que una esposa puede desear. Todos sus hijos heredaron real y divinamente. El constituyó además, a las hijas de su Orden, como la tribu de Judá, deseando que se le llame guía y director de todas ellas. Les entregó el cetro y las transformó en leonas por su valor, mandándoles que lavaran su manto en la sangre de la vid y que lo consideraran como el único objeto de su amor, lavando sus ojos y sus dientes, no sólo en la leche de su humanidad, sino en el vino de su divinidad. Todas ellas deben parecerse a él, que es blanco por su pureza y rojo por su amor.

Capítulo 124 - El Verbo Encarnado colma de delicias al alma que ama. ÉL es la Providencia del Padre y del Espíritu Santo. Encarnó en sí al Dios Trino y Uno. Lo que hizo al comienzo del Génesis, aceptando que su esposa esté deseosa de ser una semblanza de él mismo y un paraíso de delicias en el que pueda el obrar y al que pueda guardar y defender de los enemigos.

            [875] Mi solo amor, ¿Cómo te daré gracias por tantos favores que te dignas concederme sin mérito alguno de mi parte? Cuando pienso en el poco tiempo libre que tengo para orar en tu compañía, no dejo de experimentar cierta pena en mi espíritu. Cuando por la noche acudo a ti para decirte que estoy libre y que te complazcas en aquella que te pertenece por todos conceptos, me muestras un amor santamente diligente. Quiero darte en reciprocidad tanto cuanto tu gracia fortalezca mi debilidad, en la que me haces fuerte, aparentando amorosamente estar vencido de amor, así eres de bueno, desbordando torrentes de delicias no sólo en mi corazón, sino que este diluvio inunda también el cuerpo, inflamándolo y embriagándolo santamente. Te decía el día tres de este mes que, después de escuchar tan grandes maravillas de tu sabiduría increada, ¿cómo podría yo aplicar mi espíritu a las cosas creadas? Querido amor, cuán agradable es hablar de ti. Tu Padre eterno confiesa que en ello consisten las delicias que posee desde la eternidad, por ser tú el término de su entendimiento; eres tú su providencia en él, por el y para el Espíritu Santo, Espíritu que dijiste recibe de ti todo cuanto posee como procedente de su principio junto con el Padre, en el seno de la Trinidad.

            Eres la providencia del Padre y del Espíritu Santo en la tierra. Jamás habría venido el Espíritu Santo para hacer en ella su morada si no hubieses descendido a ella, y la humanidad carecería del Espíritu si el Verbo no hubiera resuelto hacerse hombre. Eres también la providencia de los ángeles, porque fueron creados por mediación del Verbo; por cuya mediación todos ellos fueron justificados y glorificados. A través del Verbo son instruidos, alegrándose en él y en sus ruinas, colmadas por el Verbo. Toda acción es un soporte; como las [876] obras del Verbo Encarnado son teándricas, todas las criaturas son creadas y reciben el ser por medio del Verbo, y las que tienen vida de él la reciben. En este principio Dios el Padre creó el cielo y la tierra, las cosas superiores e inferiores, los ángeles y los hombres, a Jesús y a María; el alma y el cuerpo de Jesucristo. El Verbo fue aquel que prestó y dio su soporte a dicha alma bendita, que fue la primera en nacer y ser creada en la mente divina; ella fue la primogénita de todas las criaturas. A esta forma admirable fue dedicado y adoptado un cuerpo material que debía ser de tal manera colmado de gracias y de gloria, que todos los tesoros divinos debían habitar en él y pertenecerle, por tratarse del cuerpo del Verbo, porque en él habitaba corporalmente la plenitud de la divinidad (Col_2_9).

            Me dijiste que mi humildad movió tanto la tuya, que tuviste el deseo de que te aplicara estas palabras: La tierra estaba informe y vacía (Gn_1_2); y te dignaste instruirme diciendo: Hija, acude a considerar esta maravilla del comienzo o principio, que es el Verbo, que es Dios. La tierra de mi cuerpo pareció vacía e infecunda; por ello dije: pero la carne es débil (Mt_26_41), aun después de haberlo llevado treinta años sobre la tierra. Te enseñaré, corazón mío, cómo debes entender mi celo.

            No tuve soporte adecuado para la humanidad, atribuyendo todo a la divinidad, en lo que experimentaba un grandísimo afecto. El celo de la gloria divina me devoraba y me causaba sed. Ofrecí todas las cosas creadas, pero nada fueron. Obré entonces en mí un continuo holocausto, pero tan admirable, que los hombres y los ángeles no sabrían describir lo que corresponde al Verbo expresar. Subí por la llama de mi sacrificio, orando con Dios en el punto supremo del espíritu, donde la gloria divina era contemplada por la parte superior de mi alma, en tanto que la inferior permanecía en un abismo de tinieblas, cubierta por la confusión de los pecados de los ángeles y de los hombres: de los ángeles malos no para redimirlos, sino para ver que sus actos de malicia se opondrían largo tiempo al Verbo, que el Verbo les daría el ser y que tascarían siempre la rabia de no ser suficientemente poderosos para oponerse a sus designios, junto con el pesar de no tener tanto odio como amor tiene él por la humanidad, ya que no igualan en malicia la bondad y amor de Dios y carecen de infinitud en muchos sentidos. Hija, yo los sostengo y les doy el ser, que ellos emplean en odiarme; no fue este mi designio, [877] pero ellos se obstinaron. Después de ser condenados, les preservé su naturaleza espiritual y excelente, que nunca me han agradecido. No quise combatir con ellos en el cielo, dando esta comisión a Miguel

            ¿Deseas contemplar mi bondad en la tierra? Jamás quise combatirlos con rigor, moderando mi justicia cuando me interpelaban. Al arrojarlos de los cuerpos humanos, les permití entrar en los cuerpos de las bestias. Después del juicio final, mi misericordia seguirá permitiéndoles habitar en los lugares subterráneos. Mi aliento no extinguirá esos seres humeantes de malicia en contra mía, permitiéndoles retener su naturaleza espiritual. Manifestaré además mi bondad al no reducir a la nada las cañas cascadas de los hombres y mujeres que se condenaron. Lo que es más de admirar es que, odiando esencialmente el pecado, permito a esa nada, que es mi enemigo capital, reinar entre los ángeles y los hombres en el infierno. Mi bondad me mueve a tolerar la nada del pecado, que no fue creada por mi, a la que aborreceré infinitamente en el ángel y en el ser humano. Así como amo mi esencia, así odio el pecado.

            Hija, admira mi benignidad, que deja el poder a los demonios para defender los injustos derechos que usurpan sobre mis bienes y adquisiciones, que son los hombres, los cuales me niegan y me abandonan. Qué confusión sufrió mi alma bendita al considerar los pecados de los ángeles y de los hombres. Estaba cubierta de tinieblas y sumergida en un abismo, sabiendo que la divinidad estaba ofendida por seres soberbios que jamás se humillarían ante mí. ¿Acaso lo anterior fue para ti como una vestidura de doble confusión, Jesús, amor de mi corazón?

            Hija, medita estas cosas y siente, si puedes lo que yo sentí. Alma humildísima, abismada en la humildad. No puedo hacerlo. ¿Dónde estabas, amor mío? ¿Dónde te encontrabas en esa confusión ante la divinidad? Sería necesario conocerla como tú la conociste. Sería menester amarla como tú la amaste y odiar el pecado al igual que tú; confusión que ocasionó conflictos y heridas a tu corazón, torrentes de lágrimas a tus ojos y raudales de sangre que brotaron de tus poros. ¿Quién hubiera podido sufrir, y quién no hubiera muerto ante el peso de tanta tristeza? ¿Quién no hubiera sido devorado en el océano de las contradicciones que te causaban los pecadores, en cuya profundidad se sumergía tu alma? El aceite de la divina misericordia te sirvió entonces de antorcha para retirarla de los pecadores, sabiendo que tu alma se entregaba por ellos al [878] Padre eterno, deseando estar triste para obtenerles la alegría eterna. El te escuchó mientras te ocultabas debajo de la tempestad y probabas las aguas de la contradicción, sobre las que se cernía el espíritu divino, que es el Paráclito. Dime, si te place, Espíritu Consolador, ¿acaso no tuviste un deseo indecible de descender a estas aguas? ¿No era tu amor tu peso, que llevaba al Salvador?

            Si hubieses tenido un cuerpo y un alma como los del Verbo, ¿te habrías sentido atraído, considerándote como otro San Pablo al sentir sus dolores? Sí, pero convenía más que estuvieras exento de dichos sufrimientos, a fin de que, mediante una suficiencia de excelencia, pudieras considerarlos.

            Perdona mi rudeza, que no puede explicar lo que pienso, porque mi pensamiento está infinitamente alejado de lo que ves, de lo que incubas, del vuelo que haces sobre las aguas amargas de mi Amor. Ah, cuántas maravillas se obraron en su alma, en medio de esta nube. Esta oscuridad, esas tinieblas sobre la faz de este abismo de humildad eran el poder de las tinieblas, que combatían en contra de la luz, la cual, por tus inefables misterios, disimulaba dónde se había ocultado, al grado en que mi amor se lamentó, preguntándole por qué lo había desamparado. Ay Jesús mío, el Padre eterno, Padre de las luces, parecía haberse ocultado de ti; y tus apóstoles, a los que llamaste luz del mundo, como tú, se escondieron y te abandonaron. Aun de ti mismo te escondiste, llegando a la división de las aguas que obró la divinidad, porque ni los hombres los ángeles tuvieron el poder de quitarte la vida, ni de separar tu alma santa de tu cuerpo sagrado, a los que Dios había unido: Dijo, pues, Dios: Sea la luz (Gn_1_3). Dios Dijo: Que se haga la luz, y se hizo. El perdón se concedió a la humanidad cuando Dios dividió las dos partes de este compuesto: Jesucristo. El vio que dicha redención era buena, por provenir de la amorosa bondad de su hijo obedientísimo, el cual manifestó con su muerte el amor del Padre a los hombres, los cuales, comparados con Jesucristo, son tinieblas y, si él hace un día, es decir, si son de su raza, se debe a que él es Dios, es decir el día, la mañana, el oriente. Ellos en cambio, son la tarde y el ocaso; si tienen claridad, se debe a [879] que participan de la fuente de la luz. Dios mío, qué buena es la luz, Verbo hermosísimo, cuán bueno eres al dar a tu alma el origen de la luz. Qué gusto siento al ver que es un hermoso día, y que tu cuerpo es todo luminoso. Cuán admirable y amable es su reverberación. Qué contenta me siento al ver que sacudiste, separaste e hiciste a un lado las tinieblas que lo hacían padecer. Me alegro al contemplarlo como un firmamento debajo del cielo, y a tu alma como un firmamento en las alturas. Contemplo tu cuerpo y tu alma en el divino sacramento, que es un firmamento, y que parece seguir siendo mortal, porque se da para recordar tu muerte o como memorial de ella. Oh, amor. En el empíreo, eres un firmamento celeste, y un cielo en la tierra. Eres un cielo, en el que eres llamado tierra; la tierra de los vivos, para dar vida en esa tierra divina a los hombres celestiales. Reuniste las aguas de tus méritos, depositándolas en la Iglesia, congregación de los fieles, que es un mar grandísimo y espacioso. Oh, amor y tierra de los vivientes, te secaste y quedaste árido en la Pasión a fin de robustecerme, empobreciéndote para enriquecerme. Te pido, queridísimo amor, que mi heredad esté en la tierra de los vivos, y que mi cáliz sea el mar de tus bondades. Oh mar de amor, alma santísima y tierra de gracias. Haz germinar en mi corazón todas las plantas y los frutos con las semillas de tus delicias, según la especie de tus voluntades. Produce en mí esa pluralidad tan variada de tu único Espíritu. Haz brillar en mí la gran luminaria que hace al alma una misma cosa contigo, adhiriéndose a todo lo increado como un firmamento celeste; que jamás pueda apartarme de dicha unión, aunque sea en la parte inferior. Querido amor, tú lo deseas, tú lo puedes, tú lo ganaste con tus méritos. Divino Verbo Encarnado, gran luminaria, tú puedes señalar en mí los años, los días, las horas y los minutos, mediante un signo de amorosa dilección hacia tus bienaventurados, en el brillante cielo, en el cielo de mi entendimiento y de mi parte superior. Sé siempre mi atractivo y mi elevación, el cielo de los cielos y, oh Señor, sé todo mío.

            [880] Queridísimo amor, para enseñarme lo que debo hacer durante la noche, me darás la luz que preside en ella, la cual es comparada a la pequeña luminaria que no deja de derramar sus influencias sagradas en el corazón que amas, aun en el tiempo en que pareces ocultarte, o en el que pruebas a tus amados con destierros penosísimos, dándoles, en tu providencia admirable, resoluciones inquebrantables que son como estrellas fijas que brillan en sus almas en esas noches de aflicción. Tú puedes hacer, oh mi todo, que, mediante tu poder, produzca yo virtudes vivas y animadas del puro amor, amor que nunca está ocioso ni inerte, porque se complace en la acción: Produzcan las aguas reptiles animados que vivan, y aves que vuelen sobre la tierra, debajo del firmamento del cielo. Creó, pues, Dios los grandes peces, y todos los animales que viven y se mueven (Gn_1_20s).

            Tú puedes mandar a mi alma, sumergida en las aguas del mar de tus secretos, que nade según lo quieres, y a mis pensamientos volar según tu deseo por los aires de tus inclinaciones, alabando las invenciones de tu amorosa sabiduría y adorando tus misterios inefables. Enviarás tu Espíritu, que renovará la faz de la tierra, haciéndola fértil en flores, en frutos y en todo lo que es digno de tener la vida en tu presencia. Me darás, si te place, el beso de amorosa paz, reformando en mí todo lo que mis imperfecciones han distorsionado, y exhalando en el rostro de mi alma tu divino Espíritu: y le inspiró en el rostro un soplo de vida, y quedó hecho el hombre con alma viviente (Gn_2_7). Me configurarás a ti mediante tu Espíritu, para que sea en verdad imagen tuya. En mí los cielos y la tierra alcanzarán su perfección; allí encontrarás tu sagrado reposo y el día de tu deleite, oh Señor universal, y será santificado. Te complacerás en mí como en el jardín de tu recreo, en el que tu Espíritu santísimo obrará. En cuanto a mí, lo admiraré al adorarte, augusta Trinidad: No trabajaba el hombre la tierra, sino que brotaba una fuente de ella, la cual regaba toda la superficie de la tierra (Gn_2_10).

            Me someteré a las operaciones divinas, porque, al estar en ti, no desearé obrar sino por ti, para ti y en ti, Verbo eterno, que eres fuente de la sabiduría en el [881] entendimiento paterno, del que jamás saldrás en cuanto Verbo increado, pero al que subiste como Verbo Encarnado. Tú regarás tu paraíso de delicias, haciéndolo agradable a tus ojos divinos y enviando a él la suave brisa de tu divino Espíritu. Tú eres el árbol de la vida que será plantado en medio de mi corazón, en el que serás el verdadero Adán celestial, y tu santa Madre una Eva admirable, verdadera Madre de los vivientes, y, por una gracia sin par, Madre de la vida. En él obrarás y lo guardarás, no permitiendo que la serpiente halle una entrada a él. Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas; en ella están contenidos los mandatos eternos. Raíz de sabiduría que ha sido revelada; ¿Quién conocerá sus sutilezas? (Si_1_5s). Tu prudencia es más diestra que sus ardides; tú la engañarás santamente, destruyendo sus argucias y convirtiéndome en tu paraíso de delicias, porque te complace encontrarlas con los hijos de los hombres. Haz de mí, por tanto, tu paraíso de delicias, rociándome con las aguas supremas. Que tu espíritu me mueva a obrar en tu compañía, porque tú deseas mi cooperación. Se para mí y yo para ti, porque dijiste que no era bueno que el hombre estuviera solo. ¿Convendría eso a una mujer? Ven, Señor, ven. Amén.

 Capítulo 125 - La preciosa sangre del Verbo Encarnado constituye las delicias del Espíritu Santo, mediante el cual se ofreció para satisfacer la justicia divina y para darnos una abundante redención. 1639

            [883] Durante la semana de Pasión, medité en lo que dijo San Pablo a los Hebreos: que el Salvador entró al santuario por su propia sangre para borrar las manchas del pecado y para santificarnos: Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará las obras muertas para rendir culto a Dios vivo. (Hb_9_13s). Al admirar el amor mediante el cual el Verbo Encarnado dio su sangre por mediación del Espíritu Santo, aprendí que el Espíritu Santo había estado siempre ávido de sangre, y nada aprobó en la antigua ley que no estuviera teñido en sangre, por figurar o representar la Encarnación y la muerte del Verbo Encarnado, el cual debía obrar nuestra salvación mediante la sangre que el amor divino hizo que se derramara, a fin de lavar con ella las manchas que impedirían al Espíritu Santo habitar en medio de los hombres, ya que ama la pureza por ser un Espíritu purísimo.

            En cuanto nuestros primeros padres pecaron, pidió sangre mediante la decapitación de las víctimas; el Espíritu Santo exigió sangre antes que la envidia derramara la de Abel, porque su amor quiso recibir la de los sacrificios que el mismo Abel, Adán y Eva ofrecieron antes que el odio y la envidia libara la de este inocente; y es muy creíble que los carneros con cuyas pieles se cubrieron después de su pecado, hayan sido víctimas expiatorias de la falta que acaban de cometer, pues, aunque la Escritura dice que Dios les hizo ropa de piel, no afirma que haya sido él quien degolló a esos corderos.

            Es probable que Dios les mandara ir a sacrificar a dichos animales en expiación de su falta, para figurar al verdadero cordero que un día sería sacrificado realmente, y que después los haya [884] revestido con la piel de las mismas víctimas, a fin de que se encontraran, no sólo encubiertos con las marcas de su pecado, sino para que esperaran que el cordero de Dios los liberaría mediante la muerte de su culpa y de su pena. Dichos vestidos de la piel de las víctimas fueron también un signo de su penitencia. Al cabo del diluvio el Espíritu Santo apremió a Noé a ofrecer un sacrificio en olor de suavidad a la Trinidad. Abraham vertió su propia sangre en la circuncisión, y todos sus hijos hicieron lo mismo. Dios le ordenó, para probar su fidelidad, que ofrendara la de su Isaac, mandándole que lo inmolara, lo cual consideró el fiel servidor como un deber, y lo hubiera hecho de no haberlo detenido el mismo Dios, recibiendo a cambio la del Salvador, el cual se ofreció y respondió por Isaac. Por ello Isaac fue librado y el ternero sacrificado como preanuncio de Jesucristo, que se comprometió a derramar un día su propia sangre, sacrificándose él mismo por todos los hombres realmente y no en figura.

            Aarón sólo fue consagrado por la sangre y, mediante la ley dada a Moisés, Dios exigió sangre. Todas las expiaciones se hicieron por la sangre; de lo contrario, no hubieran sido agradables al Espíritu Santo. Dios ordenó que, antes de salir de Egipto, se tomara un cordero para celebrar la Pascua, al que debían degollar, marcando y consagrando con su sangre las puertas de todos los hogares de los Hebreos, a fin de que el ángel exterminador fuese detenido en virtud de dicha sangre, que era figura de la del cordero, que debía lavar todos los pecados del mundo. Jamás seremos reconocidos como hijos del Salvador si no estamos teñidos en su sangre. La piscina probática sólo tenía el poder de curar cuando recibía la sangre de las víctimas degolladas en el templo, aliviando sólo un enfermo después de que el ángel removía sus aguas, mismo que representaba al Espíritu Santo, el cual impulsó con una divina moción, toda de amor, al enamorado Salvador, para que nos hiciera una piscina con su preciosa sangre. Piscina admirable que cura una infinidad de enfermos a la vez y a todos los que, contritos, deseen arrojarse y bañarse en ella, los cuales recibirán a cambio la salud perfecta.

            El divino Salvador quiso ser concebido en la sangre, por haber sido formado de la sangre virginal de su Madre, pero fue el Espíritu Santo quien quiso reunirla y quien formó su cuerpo sagrado; Espíritu Santo que se complació en [885] verla correr gota a gota en la circuncisión. En la última Cena, el Salvador instituyó el divino sacramento en el que el Espíritu de amor lo movió a hacer el don de su cuerpo y de su sangre. Una vez acabada la cena, el Espíritu Santo inspiró al Salvador que fuese al jardín de los Olivos, para dejar ahí (parte) de su sangre. En el huerto, el Salvador oró con gran ardor, enfrentándose al temor natural de la muerte, a la que permitió agredirle hasta ocasionarle un sudor de sangre que corrió sobre la tierra. El Espíritu Santo, que lo impulsaba con mociones extraordinarias de amor de sangre, excitó su corazón amoroso a fin de que realizara en sus arterias la evaporación de la sangre más delicada, que ofreció por mediación del Espíritu Santo, que fue el primero en catarla por así decir antes de que la rabia de los enemigos y la crueldad de los suplicios derramase la que corría por las venas. El Espíritu Santo mueve y anima a todos los que son hijos de Dios, según las palabras de San Pablo, el cual se pregunta si no fue él autor de todos los impulsos del Hijo de Dios, el Verbo Encarnado. El mismo Espíritu Santo invitó al buen Salvador a dejarnos su sangre para ser ofrecida todos los días en nuestros altares, a fin de saciarnos con ella, encontrando así el recurso de prepararnos con ella un festín a manera de un sacrificio continuo. En esta Pascua, el Salvador fue la víctima del paso de Dios, en la que pasó como hombre mortal y, permaneciendo inmortal, alimentó a su Iglesia con el río de su sangre, que es más delicioso que la leche. El da una dignidad y un precio que sólo él conoce; la suya es una sangre que vivifica aun cuando, mediante su efusión, parece causar la muerte. El día en que Dios creó al hombre, situó el alma en la sangre, porque, después de Dios, es ella la que parece conservar la vida que el alma comunica al cuerpo que ella informa. Si un hombre pierde toda su sangre, el alma desiste de informar al cuerpo; por ello dice con frecuencia la Escritura que el alma radica en la sangre.

            San Pablo, hablando a los Hebreos, dice que aún no han resistido hasta derramar sangre; y para infundirles valor en las contradicciones, los exhorta a contemplar al autor de la fe: Fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado (Hb_12_2s). Los hijos tienen el alma en la leche, y los que son tiernos todavía en la [886] virtud, porque apenas comienzan, son alimentados con la dulzura de la leche. Los que son fuertes, en cambio, son llamados a derramar su sangre y a combatir generosamente. Aquel que dijo: Da tu sangre y tendrás el espíritu, sabe muy bien que el Padre no envió al Espíritu Santo sino hasta después de que el Hijo humanado derramó toda su sangre. Tanto el Padre como el Hijo desean que estemos dispuestos a dar nuestra sangre para poseer el Espíritu Santo, que es el santificador de los justos. El Hijo se ofreció y su sangre, como digo antes, fue hecha por el Espíritu Santo, que tomó la de la Virgen santísima, para formar un cuerpo para el que procedía del Altísimo, cuya virtud cubrió con su sombra a la Virgen en tanto que el Espíritu Santo obraba la adorable Encarnación en sus entrañas virginales. Ocho días después de que la santísima Virgen diera a luz, fue menester circuncidar aquel niño, cuya sangre exigía el Espíritu Santo. Ella podía decirle con más dolor que Safira que él era un esposo de sangre, que se conformaba en todo al querer divino. Ella correspondió enteramente a todas las inspiraciones del Espíritu Santo desde el primer instante de su Inmaculada Concepción hasta el momento en que expiró, haciendo en todo momento su voluntad, por ser una mujer según el corazón de Dios, que estaba por encima de toda criatura.

Capítulo 126 - San León escuchó mi oración y las gracias que impetró de mi divino pontífice y de su santísima Madre para las hijas de su Orden, que fue establecida este año en Aviñón, 9 de abril 1639.

            [887] Cuando meditaba en el amor en que San León tuvo el misterio de la Encarnación, sobre el que, según dijeron, tan bien escribió, le pedí que procurase su extensión en la Iglesia, y se dignara interceder ante mi divino Pontífice, el Verbo Encarnado, para el establecimiento de su Orden, dignándose darle un testimonio de sí mismo.

            De repente se me apareció un Pontífice coronado con una tiara, que se inclinó benignamente hasta mí, manifestándome que mi petición había sido concedida. Después escuché que los zafiros habían sido incrustados en mi seno, y mi divino amor me dijo que las coronas de zafiros combinados con estrellas que había yo visto hacía algunos días, fueron preparadas para mis hijas, y que todas sus coronas habían sido congregadas y reunidas en mí por su bondad, que se complace en agradarme en lo general y en lo particular.

            Al día siguiente vi dos ojos abiertos sobre mí, que me señalaban el cuidado especialísimo que del Verbo Encarnado hacia mí y hacia su casa. Sus ojos eran a la vez ojos luz y espejos que se contemplaban a sí mismos, iluminando todo a su alrededor y confiriendo a los ángeles y a los hombres la capacidad de contemplarlos. Miraban, además, los cuatro confines del mundo y llenaban todo con su luz. No me fue difícil saber que aquellos divinos ojos eran los del Verbo Encarnado, mi amor, que iluminan con su bondad omnipotente el cielo y la tierra. Miraba, desde el trono de su grandeza, a los pequeños que se encuentran en los cuatro rincones del mundo. Su amor los movía a los ojos a mirarme, para concederme mil favores que no puedo describir. En esa ocasión, al ser llamada por una persona piadosa que deseaba conversar conmigo acerca de las cosas de Dios, dicha persona pudo ver, por espacio de media hora, flores de espino blanco que caían graciosamente sobre mi cabeza y mis rodillas. Permanecí, entre tanto, en una fortísima unión con mi divino esposo, el cual me decía amorosa y deliciosamente estas palabras del Cantar: Nuestro lecho es todo florido. Las vigas de nuestra casa son de cedro, nuestros artesonados, de ciprés (Ct_1_16).

            Querido amor, al reposar en tu seno y tú en el mío, tienes el poder de hacerme toda pura para que pueda yo exclamar con toda verdad que nuestro lecho florece. Al darme la participación en la incorrupción mediante la gracia que te es propia por naturaleza, me dices que eres la flor de los campos inmensos de tu Padre, que es tu lecho, así como el Hijo es su campo bendito. Tú eres el lirio de los valles, que se complace en las almas humildes. Tu Madre, la más humilde, te dio a luz en Belén para solazarnos en ti y de ti. No solo de pan vive el hombre. Tú eres la palabra eterna del Padre Dios, que te engendró antes del día de la creación. [889] Tu esposa se alimenta entre los lirios y de los mismos lirios. Tú mismo la transformas en un lirio entre espinas, cuando le dices: Como el lirio entre los cardos, así mi amada entre las mozas.; y ella te responde: Como el manzano entre los árboles silvestres, así mi amado entre los mozos. A su sombra apetecida estoy sentada, y su fruto me es dulce al paladar (Ct_1_3) Allí me solazo y reposo al medio día. La incomparable Virgen y Madre invita siempre a tus hijas a reposar bajo tu sombra en la quietud de la contemplación, a fin de que puedan saborear la dulzura del fruto de tu amor que es más dulce que el panal de miel, más agradable que el néctar y la ambrosía. Al estar unidas a ti, son más blancas que la azucena, a la que las magníficas galas de Salomón no pueden compararse. Si ellas te son fieles, aparecerán hermosísimas en la gloria, y en ellas no habrá mancha alguna. Los zafiros que representan y confieren la pureza celestial aparecerán incrustados graciosamente sobre el marfil de su pecho, del que eres la amable llama o el esplendoroso racional; aunque carezcan del carácter sacerdotal, pueden ofrecerse en sacrificio perpetuo y presentarte como una hostia viva en la que el Padre encuentra sus complacencias.

Capítulo 127 - El Salvador, al estar en la cruz, fue el libro escrito por dentro y por fuera. Fue cual maná suspendido en el aire. Por medio de su muerte ofreció el descanso y nos descargó de nuestras culpas. En él reside la luz que produjo en medio de las tinieblas de la muerte, pacificando el cielo y la tierra con la sangre de la cruz.

            [891] El Viernes Santo, al considerar a mi divino Salvador en la cruz, escuché que él era el libro escrito por dentro y por fuera. En cuanto Verbo divino, poseía en sí todos los tesoros de la ciencia y sabiduría del Padre; Dicho libro estaba lacrado con siete sellos que eran las siete palabras que pronunció en su lecho de justicia; palabras que eran como cera inflamada con el fuego del Espíritu Santo, sello del amor que le movió a cerrar en él todas las figuras y profecía s. Por eso exclamó: Todo está consumado. Padre Santo, en tus manos pongo mi espíritu. He terminado la obra que me encomendaste; he hecho todas tus voluntades.

            Hoy viernes, día de la muerte del Salvador, es el comienzo del grande y misterioso sábado en el que Dios reposa; como en él terminó Jesús la obra de su Redención, los hombres no estuvieron ya sujetos a las cargas y tributos que debía n, antes de dicha muerte, a la justicia divina; siendo declarados coherederos de su Hijo como hermanos adoptivos. El maná no cayó en este día del gran sábado, sino que permaneció suspendido en el aire hasta la tarde en que el cuerpo fue colocado en la tierra. Tampoco se derritió con los rayos del sol, que se había eclipsado. Dicho sagrado maná permaneció sólido, no corrompiéndose ni en el aire, ni en la tierra, ni en el seno de la tierra: el cuerpo sagrado del Salvador poseía el germen de la inmortalidad. Su sangre es bebida para nosotros, así como su cuerpo es nuestro manjar; los dos son nuestra vida; su carne alimenta y su sangre nos purifica.

            [892] Es un ave fénix que muere en el aire y se multiplica al morir, renaciendo a través de un divino poder en compañía de una multitud de seres a los que su muerte ha dado la vida. Es una palma que se arquea hasta los infiernos, pero que se endereza por su propia virtud, elevándonos junto con él hasta el seno del Padre eterno, al tiempo que se convierte en el cielo supremo.

            San Juan lamentó, en Patmos, que nadie fuera capaz de abrir el libro, en el que hubieran podido verse los misterios ocultos de la divinidad, porque nadie se atrevía a contemplar el exterior, que son las maravillas de su humanidad. Todo el mundo era culpable, y la vergüenza de su crimen le impedía contemplar a Jesucristo, a pesar de manifestarse abierto y desplegado sobre la cruz. Seguramente la Virgen hubiera podido leerlo debido al privilegio de su pureza, pero estaba destrozada de dolor y crucificada junto con su Hijo. San Juan, que no podía tener sus mismos sentimientos, tuvo suficiente amor para afligirse, pero sacó nuevas fuerzas de la muerte de su maestro. En calidad de secretario suyo, fijó su atención en el agua y en la sangre que corrían del costado abierto por la lanza, la cual hirió el corazón de la Virgen y traspasó su alma, que se encontraba por afecto en el corazón de su Hijo muerto, como queriendo, mediante su amor, vivificarlo con su propia vida. Por ser la Madre de Dios, fue fortalecida para sostener a la Iglesia naciente que su Hijo engendraba de su costado.

            Ella fue la mujer sabia que sostuvo, virgen, la generación virginal del nuevo Adán, que fue tanto Padre como Esposo de esta nueva Eva, que debía perseverar sin mancha y sin arruga. Estando desposada con el más bello de los hijos de los hombres, conservó siempre su hermosura íntima, que está oculta en el interior. Ahora está sentada a la derecha de su esposo, revestida con el oro puro de su divina caridad. Su vestidura ostenta bordados en diversos colores: el rojo de los mártires, el blanco de las vírgenes, los de los méritos de todos los santos. El fondo de la misma es el color del Salvador. ¿Quién hubiera dicho que el Salvador moribundo y cercado de tinieblas hubiera tejido con tanta perfección tan hermoso atuendo, y que de esas tinieblas engendraría a los hijos de la luz? De haber pertenecido al colegio apostólico, San Pablo lo habría afirmado desde esa hora, como lo diría después al proclamar las maravillas de su maestro y al anunciar el Evangelio que recibió de Dios y no de los [893] hombres: No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús. Pues el mismo Dios que dijo: de las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo (2Co_4_5). Mientras los hombres se fijaban en las tinieblas que invadieron la tierra, San Juan y la Virgen, contemplaron la luz sobre los cielos. El Salvador era el fulgor de la luz del Padre; en su parte superior seguía luciendo el sol radiante. Su rostro parecía más bello en presencia de los ángeles, que lloraban amargamente compadecidos de sus dolores, y gozaban deliciosamente su gloria por glorificación, de la que gozan en todo momento. En la Virgen y en San Juan se hallaron dos contrarios en un mismo sujeto y al mismo tiempo, porque estas maravillas no eran imposibles a la omnipotencia divina. Así como las sombras de los Egipcios no opacaron la luz de Israel, que carecía de sus errores y malicia, la Virgen y Juan admiraron en Dios al Crucificado como Creador del cielo y de la tierra, Soberano Señor y Sumo Sacerdote que subió al Sancta Sanctorum para ofrecer los méritos de su sangre, pacificando el cielo y la tierra por su preciosa sangre, derramada sobre la cruz.

 Capítulo 128 - La estima que el Verbo tiene por la cruz, 3 de mayo 1639.

            [895] Hoy, día del hallazgo de la Santa Cruz, al meditar en estas palabras de San Pablo: En lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia (Hb_12_2), comprendí que en el consejo que tuvo la santísima Trinidad respecto a la Encarnación del Verbo en una carne mortal, el mismo Verbo había sostenido una tesis a favor de la cruz, despreciando las alegrías de las que podía gozar si tomaba un cuerpo inmortal, mostrándome que era más conveniente para la gloria de Dios que se humillara hasta la confusión de la cruz, Por lo cual Dios lo exaltó (Flp_2_9), realizando en él lo que él mismo dijo: El que se humille será ensalzado. Su profunda humildad lo levantó hasta su sublime grandeza. Al gozar de la plenitud de las alegrías divinas en la parte superior de su alma, se encontraría del todo en la plenitud de los torrentes del deleite y del dolor. El Verbo enamorado de las almas sostuvo la cruz, y en la cruz apoyó al mundo; de otro modo, su ruina hubiera sido inevitable. Aunque [896] dolorosa, amó la cruz porque por su medio deseaba satisfacer en rigor de justicia a su Padre eterno, ofreciendo una copiosa y abundante redención, deseoso de que sus dolores fuesen para nosotros la dulzura y alegrías eternas que había planeado. El plantó la cruz en su propio corazón por afecto, como en medio del paraíso, resolviendo vivir durante su vida mortal de acuerdo a las leyes de la cruz; por ello no dice la escritura que Dios maldijo al árbol, ni al madero después del pecado de Adán, prohibiéndole únicamente que comiera del fruto del árbol de la vida, por temor a que se inmortalizara en sus miserias. La tierra fue maldita, por haber alimentado a la serpiente. Todos fueron benditos y elegidos en la cruz, aunque muchos se priven a sí mismos de sus bendiciones.

            Toda la ley se cumplió en la cruz, donde los justos han recibido su recompensa, los pecadores penitentes el perdón de sus faltas, y los demonios sus suplicios. La sangre que [897] Jesucristo debía derramar sobre ella, pacificó todo desde el comienzo, ya que dicha ofrenda estuvo siempre ante los ojos de su Padre, para hacerlo propicio a los hombres, y a que el Verbo divino no podía hacerla en su naturaleza divina, que había recibido de su Padre. Lo hizo en la humanidad que tomó de su Madre Virgen, la cual ofreció su sangre en la misma cruz. En ella ofreció el Hijo, a su divino Padre, la sangre de redención, y la Virgen Madre, la sangre que le dio al encarnarse y en el tiempo en que lo llevó en su seno y lo amamantó.

            Los santos encuentran en la cruz sus riquezas y su pobreza; todo a una. Ellos son los verdaderos pobres de espíritu en desapego total, que hallan su contento en la cruz y viven de la vida del crucificado. Si la cruz pudiera ser llevada al infierno, apagaría sus llamas. No lo será, pero su carácter impreso en la frente de los que fueron cristianos será para ellos, con toda justicia, una vergüenza y confusión eterna.

Capítulo 129 - Diversas personas poseídas por Dios, como los apóstoles, y la posesión diabólica en Judas, debido a su crimen, mayo de 1639

            [899] Al pensar esta mañana en la pregunta de si hay posesos de Dios, mi divino amor me dio a entender que sí, y que los apóstoles lo fueron el día de Pentecostés.

            El Espíritu Santo los llenó y los poseyó, transformándolos en dioses por participación e hijos del Altísimo y, mediante una admirable posesión, transformando, por así decir, sus espíritus moviéndolos a hacer y desear cosas maravillosas: Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse (Hch_2_4). El Espíritu Santo quiso llenar la casa, presentándose en ella: el amor divino quiso manifestar su liberalidad en su vehemencia, obrando así porque los [900] apóstoles debían ser enviados por toda la tierra para dar a conocer la divinidad de Jesucristo mediante la doctrina y los milagros.

            Al preguntar a mi divino amor si aún hay personas poseídas por Dios, me dijo: Sí, aunque esta posesión no se obra por medio de vientos y fuegos sensibles, sino mediante una entrada pacífica en ciertas personas escogidas por mi bondad, y la adhesión que tienen a mi voluntad. Por ello son hechas un mismo espíritu conmigo, dándome toda la gloria y la alabanza. Sea que mi Espíritu las impulse a obrar, sea que las disponga a padecer, corresponden libremente, porque les dejo su libertad para que tengan mayor mérito.

            Es verdad que algunas son más colmadas o más o engrandecidas que otras, siendo por la gracia más capaces de mis gracias, porque doy como me place, sin ofender a quien doy menos. Mi graciosa bondad da sus dones por gracia, [901] sin excluir el crecimiento de la persona que administra bien las mismas gracias, porque no tengo acepción de personas, permaneciendo siempre justo. Por ello me complazco, en ocasiones, en manifestar mi misericordia, porque deseo obrar misericordia. Soy bueno en mi ser, y justo hacia ustedes. Comprende esto de dos maneras, hija mía: me es inherente la alegría de dar, ya que soy la soberana bondad. Por ello, recompenso una acción hecha mediante la fiel correspondencia a la gracia, lo cual es justicia y remuneración amorosa. Castigo a los pecadores, y por su medio me manifiesto como justo vengador de sus culpas. Si poseo un alma y el cuerpo que anima, lo hago de una manera inefable a los hombres y admirable a los ángeles, aunque sean espíritus puros. Yo soy el ángel de la faz de mi Padre, es decir, de su entendimiento divino, al que envía sin privarse de él.

            Sin dejar el seno paterno, me encontré en el seno materno y permanezco entre los que me aman y son fieles hasta la consumación de los siglos, es decir, hasta que puedan decirse vacíos de la figura del mundo, de las máximas del siglo y de la vanidad de las criaturas. Así como la naturaleza no puede sufrir el vacío que desea a su manera la plenitud, la gracia [902] se complace en colmar las almas vacías, porque el autor de la gracia lleva en sí dicha inclinación. Por ello reparto, hablando a la manera de ustedes, los rayos de su claridad y esplendor divino sobre la persona que me ama, la cual debe decir con el rey profeta: alza sobre nosotros la luz de tu rostro. Señor, tú has dado a mi corazón la alegría (Sal_4_7).

            Este ángel de la faz del Padre, que es el esplendor e impronta de su sustancia, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su majestad, quiere ser la hermosura de su esposa y su posesión, complaciéndose en ser poseído por ella para poseerla a su vez: Yo moraré en medio de ti; Poseerá el Señor a Judá, porción suya en la Tierra Santa (Za_2_11s).

            Dicha alma confiesa que este favor le es concedido por Dios, cuya posesión es, el cual continúa eligiendo la tierra de su cuerpo, a la que santifica: y elegirá de nuevo a Jerusalén (Za_2_13); escogiéndola cual una segunda Jerusalén de paz, pero que sobrepasa los sentidos y los eleva por encima de la naturaleza baja y frágil, porque poseen desde ahora las arras de gloria, estando unidos de manera admirable al Verbo Encarnado, que está lleno de gloria y de verdad; Verbo que [903] impone silencio a los hombres según la carne, que son como animales que no pueden gustar o intuir los favores divinos: Silencio, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa morada (Za_2_13).

            La esposa, empero, llena de la ciencia divina, exclama: Oh Dios, tu ciencia luminosa se ha hecho admirable en mí; tú la redoblas y ella me impulsa, sin que el amor que la parte inferior pretende serle debida tenga audiencia en ella para abogar por su causa. Como es incapaz de esos torrentes de luz, o de cohabitar con las llamas inmortales que proceden de este principio, que es un fuego consumidor, exclama: Harto alta, no puedo alcanzarla (Sal_138_6); es necesario ceder a la vehemencia de tu divino amor: ¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir? (Sal_138_7).

            La parte inferior, viéndose sin razón o poder para resistir, se ve obligada a callar en tanto que la superior, transportada en el amor divino, proclama las maravillas descritas en el resto de este salmo, terminando por decir a su amado: Sondéame, oh Dios, mi corazón conoce, pruébame, conoce mis desvelos; mira no haya en mí camino de dolor, y llévame por camino eterno (Sal_138_23s).

            [904] La meta de sus deseos es la de encontrarse en la plenitud de la gloria en el seno de su Señor, en quien reside su gozo perfecto. Jamás pone en duda la plenitud de su Espíritu, que le da testimonio de su presencia y sabe muy bien que posee dentro de sí un río divino, experimentando esta verdad: El que crea en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. (Jn_7_38s).

            Dicho Espíritu es dado en abundancia, porque Jesús fue glorificado abundante y amorosamente en el cielo de su alma y en la tierra de su cuerpo. El alma es instruida por Dios y no por los hombres.

            El Verbo es su lúcido y elocuentísimo doctor, al que la sabiduría aparente de los hombres no puede resistir por derecho. El alma no puede ser vencida por su malicia, ni mucho menos mostrar que la convencen, a pesar de sentirse disipada en sí misma por su [905] soberbia audacia, manteniéndose firme hasta verse colmada y dando una medida plena. La soberbia crece siempre, odiándome porque mi bondad es contraria a sus malignas intenciones.

            Hija mía, ¿quieres observar dos energúmenos muy diferentes en la última Cena? Considera a Judas en posesión del diablo: está turbado y turba a los demás discípulos; yo mismo parecí turbado: Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará. Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús (Jn_13_21s).

            Juan es el afortunado poseso que permanece en la paz del divino amor, durmiendo sobre mi pecho en un sueño extático, confirmando así lo que dijo el rey profeta: Mucha es la paz de los que aman tu ley, no hay tropiezo para ellos (Sal_119_165).

            Pedro, sabiendo que aquel discípulo tenía asegurado el amor confidencial de su Maestro, le hizo una señal para que le preguntara quién era el traidor. Jesús, que no puede porque no quiere esconder nada a su preferido, le descubre su secreto, diciendo: Es aquel a quien daré el pan remojado; a tanto llegó para ablandar la dureza de su corazón, pero la maldad de Judas empeoró. [906] Oh extraña malicia. Se endureció dando libre entrada al demonio: Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: Lo que vas a hacer, hazlo pronto (Jn_13_27).

            Como la malicia se acrecienta con los testimonios de mi bondad, y diste entrada a Satanás, que te posee como recurso para llevar a cabo su obra maligna, sé pronto en lo que tienes que hacer, y que obras en ti por avaricia; vete afuera a realizar tu traición y las mociones del que te posee. Manifestarás de este modo la diferencia que hay entre los energúmenos diabólicos y los energúmenos divinos, que están siempre en paz. El demonio te llevará de malicia en malicia y de confusión en confusión, hasta llegar a la desesperación, no cejando hasta obligarte a colgarte y reventar. Su rabia quiere ver tus entrañas malditas para vengarse de mí. Como su posesión es usurpadora, dominándote violentamente a pesar de la libertad que te he dado, a la que no tiene derecho. Hiciste mal dando al demonio lo que es de Dios en todos conceptos.

            [907] Hija mía, Juan fue sosegadamente conducido de paz en paz cuando todo era confusión, tomando nota de las maravillas de la Cena, que ningún otro Evangelista describió, narrándolas claramente, en especial en el capítulo diecisiete, en el que goza de la unión y de la claridad. En medio de la división general, permanece unido a su principio y, en medio de las tinieblas, percibe la claridad de Dios: mi muerte no lo espanta y llega hasta el Calvario porque el amor que lo posee es más fuerte que la muerte. En medio de tanta turbación, y a pesar de la conmoción de los elementos, Juan permanece firme.

            Judas se obceca en su turbación hasta el final, por haber seguido las vías de Satán y recibido su maliciosa suerte.

            ¿Deseas saber de otro poseso? Fue Matías, el elegido para recibir la suerte sagrada del Espíritu Santo y aceptar el obispado que perdió el desdichado apóstata: [908] Echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce apóstoles (Hch_1_26). Así como Judas fue confirmado en el número de los malvados discípulos de Satán, Matías quedó asegurado en el de los doce que son los discípulos buenos de Jesús, cuyo gozo consiste en la sencillez del corazón, en tanto que la rabia de los condenados reside en la división de los pensamientos, que son torturas continuas para su corazón malicioso debido a que, al intentar traicionar la caridad con el odio, se traicionan a sí mismos. Al despreciar el mandato de Dios, se encuentran con el desorden del diablo, en un continuo terror. Divino amor mío, guárdanos en ti, que eres nuestro todo.

 Capítulo 130 - La Virgen es un abismo de gloria lleno de la plenitud de Dios. Ella es la mujer revestida de sol, el mar de fuego, el río que procede del trono de Dios y el árbol de la vida que porta los doce frutos del Espíritu Santo, su esposo. Árbol que es regado por dicho admirable río. Ella nos invita a subir al cielo por medio de las inspiraciones del Espíritu Santo, al que ruega por nosotros.

            [909] Virgen santísima, ¿Cómo podré contemplarte en la plenitud de la gloria, si su esplendor me deslumbra? El ojo admira la hermosura de su resplandor. ¿Quién puede resistir de cara el ardor de sus rayos? (Si_43_1). Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas (Sal_42_7). Admirable para mi es tu ciencia (Sal_139_6). Virgen santa, el abismo de debilidad y de bajeza llama al abismo de fuerza y de grandeza para proclamar la excelencia de tu gloria. Cuando la paciencia de Dios terminó en tiempos de Noé, abrió las cataratas de los cielos para enviar un diluvio, a fin de purificar la tierra de su corrupción, lo cual no sucedió según a la inclinación de su natural bondad, sino para hacer justicia a nuestras culpas, porque él es bueno en sí y justo hacia nosotros.

            Castigar es una acción extraña a la divina bondad, cuya propiedad es conceder gracia y misericordia. Dios es el soberano bien, en sí comunicativo. Sólo el pecado impide sus amables comunicaciones, que son gracia, gloria y participación de sus maravillosos atributos. Dios aplazó la gloria de María para consolar a la Iglesia militante, aunque a la triunfante le pareció muy larga la espera. Si Dios pudiera sentirse oprimido, habría sufrido el peso de la gloria que deseaba derramar en abundancia en María, Hija, Madre y Esposa suya en el día de su triunfante Asunción. La Virgen, que siempre estuvo exenta de pecado [910] original y actual, fue destinada desde la eternidad para recibir la plenitud de la divinidad por encima de todas las criaturas. Cuando el ángel la saludó como llena de gracia, añadió que su Señor estaba con ella; razón por la cual poseía en grado eminente, toda plenitud, por ser él la gracia, la gloria y la suprema divinidad. Afirmó que el Espíritu Santo descendería sobre ella, y que la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra a fin de que no se derritiera en el ardor de sus rayos, como cera que se funde en el calor.

            David dijo que su corazón se licuaba en medio de su vientre como cera derretida por el fuego. Si la sombra de la ley escrita fundía el corazón del profeta rey, ¿no lo haría, con mayor razón, el sol enviado para establecer la ley de gracia en la Virgen, derritiendo a la Hija, Madre y Esposa del amor? si Dios no hubiese manifestado la fuerza de su brazo en el momento de la Encarnación, María hubiera perdido la vida, desapareciendo en el ser que le había dado la existencia. María dice mucho cuando afirma que el que la engrandece es poderoso y que su nombre es santo; pero con la santidad esencial y divina, porque ella es obra del Altísimo y el vaso más excelso que él haya creado fuera de sí, ya que la humanidad de Jesucristo fue portada por la naturaleza divina, lo cual equivale a decir que su alma y su cuerpo fueron ciertamente creados. Sin embargo, el Verbo que los porta es increado y, por tanto, interior como el Padre y el Espíritu Santo, que se encuentran en él, así como él está en ellos mediante su penetración y plenitud esencial y divina.

            La Virgen no es Dios ni tiene su esencia, pero todo lo que no es Dios está por debajo de ella. Jesucristo, en cuanto Dios, está sobre ella; pero en cuanto hombre, está sujeto a ella y, como es Madre del Hombre-Dios, da órdenes al Dios encarnado, que se anonadó al tomar en ella nuestra naturaleza tomando la forma de siervo y conservando la forma divina, lo cual no le impidió mostrarse como un esclavo y hasta como un leproso, oprobio de los hombres y abyección de los pueblos.

            San Pablo va más lejos diciendo que se manifestó como la carne del pecado, haciéndose maldición por nosotros, enemigos suyos, a quienes amaba. Si el amor apasionó a Dios de tal suerte hacia los culpables; ¿qué sentimientos no tendrá por la Virgen? ¿Qué entendimiento puede vislumbrar su amor, sea de los ángeles, sea de los hombres? Por esta razón Dios nos dice en Isaías: Sus pensamientos no son mis pensamientos, que están más elevados y por encima de los suyos, que la distancia entre el cielo y la tierra. Si esto se dijo en el tiempo en que sólo [911] conversaba con los hombres a través del ministerio de los ángeles, que eran como cielos elevados por encima de nuestra pobre naturaleza terrestre, ¿Qué dirá al presente, en que se unió a nuestra naturaleza en el seno de la Virgen, que fue ensalzada hasta la altura de su divina maternidad? El me dijo: Tus pensamientos, aunque parezcan sublimes, están más alejados de las maravillas que he comunicado a María de lo que está el cielo de la tierra. Dios Altísimo, adoro tus pensamientos en María y sobre María. Creo firmemente que de lo finito a lo infinito no existe proporción alguna, y que a pesar de que los hombres y los ángeles la alaben con toda su capacidad, sus alabanzas son sólo una sombra de las divinas y verdaderas alabanzas que tú mismo le tributas y con las que la dignificas El que se gloría, gloríese en el Señor. No aquel que se alaba a sí mismo, sino al que Dios alaba (1Co_1_31).

            La Virgen siempre se humilló durante su vida mortal, pero Dios la ensalzó en todo momento desde la creación del mundo, por medio de figuras y profecías en la ley de la naturaleza, en la ley escrita y en la realidad, en la ley de gracia; sin embargo, desde que ella entró en la gloria, Dios se complace en aumentar sus alabanzas con un placer divino, glorificándose con ellas en sumo grado al exterior, ya que él mismo constituye su divina alabanza. Por ello canta la Iglesia: Gloria al Padre, y al Hijo, etc., porque él se basta a sí mismo. De no ser así, no sería tan feliz por esencia, por excelencia y por sí mismo.

            No sería Dios, porque Dios es la soberana beatitud en sí mismo, y de sí mismo un ser purísimo y un acto purísimo sin añadidura. Es una fuente, un océano, una plenitud de gloria sin comienzo ni fin, que vive y es la vida en sí mismo, de él, por él y en él, al que se debe todo honor y gloria. En él vivimos y en él morimos: El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por mano de hombres; ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado, el que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas (Hch_17_24s). El mismo Dios que hizo todo, que da vida a todo ser viviente, el mismo que da la inspiración, es el único en conocer los admirables privilegios que ha concedido a María, a la que constituyó Hija, Madre y Esposa suya de manera excelentísima y [912] sublime. Ella es hija de Dios, pero hija Virgen de Dios, que procede de él mediante la más pura emanación que haya jamás dimanado de su esencia, pero sin afirmar que es una emanación interna, sea del entendimiento, sea de la voluntad de Dios al exterior. Únicamente las dos divinas personas: el Verbo y el Espíritu Santo, emanan y son los términos del fecundo entendimiento del Padre y del Hijo, cuya humanidad exceptúo debido a que posee la gracia supereminente, por estar unida al Verbo de Dios. María es, como digo, Virgen de Dios en su mente eterna, que emana a su exterior purísima en cuanto a la naturaleza, perfectísima en gracia y eminentísima en gloria; y que estuvo siempre unida a Dios mediante una unión inefable, que él ensalzó incesantemente a través de crecimientos inenarrables, comunicándole una gracia que creó exprofeso para ella y que excluye cualquier otra. A esto se refiere el apóstol cuando habla de la diferencia de los santos en la gloria y la de las gracias hecho que compruebo en la gracia tan sublime de María, que está tan por encima de todas las concedidas a la humanidad como el sol, cuya claridad es tan diferente al fulgor de las estrellas. Nadie pone en duda que Jesucristo tenga en sí la gracia sustancial, ni que sea la gracia divina, que quiso entregarse a la muerte, como dice San Pablo. Ya dije que todo lo que es Dios está por encima de María; el Verbo Encarnado, por ser Hijo de María, relaciona en él la gracia de María, porque es para él y a través de él, que ella posee la sublime plenitud de la gracia. Dios se complace en diversificar a sus criaturas y, mientras más nobles son, más se pluralizan. Los ángeles, que tienen una naturaleza puramente espiritual, son más variados que los hombres, que están compuestos de cuerpo y espíritu. Cada ángel es de una especie diferente. También decimos en la fiesta de un santo confesor que no se ha hallado otro semejante, que guarde a su manera los mandatos de la ley del Altísimo. Si alguien me dice que la Virgen tuvo un cuerpo cuya materia no era espiritual, y que el espíritu angélico es más puro por tener una forma más parecida a la divinidad, que es espíritu, respondo que la Virgen recibió de Dios un espíritu más puro que el de los ángeles, y que su cuerpo estaba destinado a revestir al mismo Dios, que se encarnaría en ella haciendo su carne divina a través de la unión hipostática del Verbo eterno. Su Hijo humanado debía ser cabeza de los hombres y de los ángeles, cuya gloria se incrementaría al servir y adorar [913] al Hombre-Dios, debido a que la divinidad deseaba manifestarles los secretos de su admirable y adorable consejo, prodigándoles claridades que les tenía reservadas hasta este tiempo, no sólo por medio de J.C., sino de María, que debía establecer una jerarquía sublime en la naturaleza, en la gracia y en la gloria, porque sólo ella está exenta de todo pecado. Como dote natural, recibió la plenitud de la gracia creada en cuanto Madre de Dios, con preferencia a cualquier otra criatura. Poseyó además la dote de la gloria, que sobrepasó todas las dotes que Dios ha concedido y concederá a los ángeles y a los hombres. Dios creó a los ángeles al mismo tiempo, y a pesar de ello aprendemos de san Dionisio que todos se distinguen en tres órdenes y en nueve coros, que purifican iluminan y perfeccionan. Los inferiores reciben la mediación de los que son superiores a ellos, y los superiores inmediatamente de Dios. Antes de la Encarnación sólo Dios estaba en el cielo, puramente en su esencia en cuanto Dios, pero desde de que María estuvo cerca de Jesús, que es el mediador de redención y de gloria, la comunica a su Madre como a su más cercana vecina, como a otro él mismo, a plomo, colmándola de su esplendor de manera inexplicable, porque la ama con un amor inefable cuya medida es la de su gloria, así como ella fue la de su gracia. Fue este amor el que impulsó a Dios (si puedo referirme así al Altísimo, que es inmutable y omnipotente), en un éxtasis, a comunicar al exterior de su esencia la más preciosa emanación creada por él, que es la gracia concedida a María.

            Cuando hablo del amor de Dios a María, que toda carne y todo espíritu haga como los serafines que vio el profeta Isaías, que velaban sus pies y rostro, porque jamás conocerán su comienzo ni su fin; su principio ni su término. Que vuelen con alas de contento, alegrándose en el placer divino, diciendo: Santa es María en el momento de su creación. Más santa es María en el de la Encarnación de amor. Santísima es María en el día de su glorificación, en la que Dios quiso manifestar las riquezas impenetrables de su gloria en el empíreo, porque la tierra es demasiado pequeña, pero en el cielo preparó él mismo el trono y el carro glorioso del triunfo de María, porque el amor divino triunfa por ella. A mí, Soberano mío, me confía la misión de proclamar las riquezas de tu gloria. Si son inenarrables, [914] ¿cómo podré hablar si tú mismo no me das tu Palabra divina para expresarlas divinamente? Ah, Dios de gloria. Soy una mujer, pero como escoges a los débiles del mundo para manifestar tu poder, y a los pequeños para hablar de la grandeza de tu amor a María, diré con el apóstol: A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo (Ef_3_8).

            María constituye la riqueza de Jesucristo; es su tesoro, en el que ha puesto el corazón. María es la sabiduría de Dios. Jesucristo es la sabiduría divina y el mismo Dios; María es el misterio oculto en Dios: El misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas (Ef_3_9); destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo (1Co_2_7s); y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria (Col_1_26s). Dios quiere en verdad que nos apliquemos con el entendimiento y la voluntad a contemplar sus divinas riquezas, y que pongamos en ellas nuestros corazones. El sabio nos prohíbe poner nuestro afecto en las riquezas aparentes, que no tienen sino espinas, cuya posesión es pura aflicción de espíritu y que sirven de lazos para atarnos a las tentaciones. La gloria de María es la gloria de los suyos; a ella podemos decirle que es la alegría de su pueblo, que era culpable de lesa majestad divina y humana, porque los judíos lo crucificaron; ella sigue siendo la luz de los gentiles, que se condenaron por demencia por considerar la cruz como una locura. Mediante ella, la Iglesia fue iluminada. Por nuestra causa la Virgen fue dejada en la tierra. Los judíos la despreciaron porque nació en su provincia, pero, al decir de su Hijo, ningún profeta es aceptado ni recibe el honor que merece en su patria. El vino y los suyos lo desconocieron y no lo recibieron. Por ello dio poder a los que lo recibieron, para llegar a ser hijos de Dios, no por la sangre, no por la voluntad de la carne, no por la sabiduría humana, sino por la gracia divina que los adoptó como hijos por mediación de su Hijo, que es Hijo de María, dándoles un nuevo nacimiento que los transforma en hijos de Dios y coherederos con J.C., que es el Verbo hecho carne, para habitar con nosotros, a fin de manifestarnos su gloria, gloria del único hijo del Padre y de María, a la que glorificó con su gloria sublime así como la favoreció con su gracia singular, habiéndola creado para el Espíritu Santo, que [915] derramó sobre y en ella un mar de claridad y de gloria. Si el sol le sirvió de velo al exterior, ¿qué claridad no tendría en el interior? Sí, la gloria de la hija del rey está en el interior desde que nace. Por ello, ni los ángeles ni los hombres son capaces de comprender el primer favor que Dios le concedió en el momento de su concepción, lo cual es causa de que aun los más iluminados lo perciban con deficiencia y que, desde hace varios años, anhelen ser instruidos por el Padre de las luces con suficiente claridad en el misterio de su Inmaculada Concepción, a fin de que sea declarada articulo de fe por el Vicario de Jesucristo, para toda la Iglesia. A ella predestinó Dios antes de todos los siglos para gloria nuestra, porque ella es la gloria de la naturaleza humana en su limitación de simple criatura, porque Jesucristo es Creador y criatura. El es hombre, pero también es Dios. Los apóstoles recibieron la misión de publicar las maravillas de este Dios encarnado, y los discípulos del Salvador de bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo a los que evangelizaran. María continuaba viviendo, y por ello el Salvador no les dijo que proclamaran sus alabanzas, ni aun les reveló sus excelencias. ¿Sería tal vez porque no hubieran podido separarse de ella? Sólo el discípulo amado se encargó de servirla como Hijo y de honrarla como a su Señora; y eso porque Dios le mostró la gran señal que apareció en el cielo cuando ella se encontró en la gloria, reconociendo así el favor que su Maestro le concedió junto a la cruz al dársela por Madre. De modo similar se dice en San Mateo que el ángel dijo a José que su esposa estaba encinta por obra del Espíritu Santo, para que aprendiera: Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús (Mt_1_25). Digo que San Juan, a pesar de que percibió una santidad eminente en María, en sus conversaciones con ella, no entrevió sus maravillas; la tierra no era un escenario apropiado para expresarlas, ni los oyentes capaces de escucharlas. Dios, por una especial providencia, reservó el cielo para describírselas a San Juan, en medio de la claridad celestial. Aquella águila vio el gran signo rodeado del sol, coronado de estrellas y de pie sobre la luna. Si dicha águila real no hubiera recibido la misión de hablarnos de la generación eterna, nos hubiera dicho grandes cosas acerca de la generación temporal de aquella mujer maravillosa, lo cual se debió a la providencia del Hijo, que conocía bien la malicia de los [916] hombres, que hubieran podido pensar y decir que Juan fue sobornado por el Hijo, y prisionero a tal grado del amor de aquella que se le dio por Madre, que hablaba de ella como un ardiente enamorado. San Pablo dijo: Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas (Ef_5_11); y a los Efesios: Aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos (Ef_5_16). Esto hubiera dado mayor libertad a los herejes para pronunciar las blasfemias que han vomitado en contra de la Virgen pura. Dios reservaba los siglos venideros, exentos de toda duda, a fin de que la gloria de su Madre fuera publicada con mayor peso y grandeza por los doctores irrefragables e irreprochables, de ser engañados por sus sentidos. Quería manifestarla en la luz de la fe, a través de milagros y mediante el sentir común de los santos Padres, en proporción a la admiración que deseaba despertar por ella. Así como dio al mundo filósofos para discutir, ha querido ocupar a los teólogos para discurrir acerca de su Madre, cuyas maravillas son incomprensibles e inenarrables. Todos confesarán, después de haber expresado todo lo que podrían decir de ella, que han dicho muy poco en comparación a sus excelencias, lo cual durará hasta el fin de los siglos, hasta el día del juicio en que vendrá con ella como Hijo del Hombre y sentado en ella como en el trono de su majestad. Para compensar la afrenta que se le hizo en el Calvario, donde estuvo en persona cuando fue crucificado, y para honrar a la que estuvo de pie en el día de su confusión, María debe sentarse en la gloria de su Hijo, y el Hijo en la gloria de su Madre, que es su trono de nubes en el que Dios será eternamente glorioso y ella infinitamente gloriosa en Dios.

            El gran San Pablo nos dice que no existe mandato de su Maestro para hablar de la virginidad, pero que respecto a ella aconseja a la virgen que piense en Dios y en las cosas divinas. Si Jesucristo le hubiera encargado hablar de la Virgen, su dignísima Madre, cuántas maravillas nos habría dicho de ella, por haberlas aprendido en el cielo del Señor de gloria, pero como no quiso retrasar ni adelantar su tiempo, lo movió a expresar a los suyos los decretos de su providencia, a fin de que la santidad de su Madre fuese más radiante. En la Iglesia [917] naciente del tiempo de los apóstoles la luz surgía como en el oriente. El deseaba que esperásemos el medio día para que se hablara más ardiente y claramente de aquella que lo acogió en el medio día del más ferviente amor, recostándolo en su seno y alimentándolo con su sustancia virginal. Era el deseo de nuestra pobre naturaleza, que exclama en el cántico de amor: Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño al mediodía (Ct_1_7).

            Ese medio día estaba reservado a los siglos venideros, en los que Dios tenía el designio de manifestar la gloria maternal de María, así como él es la de su divino Padre. La Virgen es el espejo sin mancha de la majestad que trajo a la tierra el poder del Padre, al que nada es imposible, como dijo el ángel a María al anunciarle la gloria que Dios le había destinado por toda la eternidad en el reino de su Hijo, que sería infinito.

            David dijo que se sentiría satisfecho cuando contemplara en su pura simiente la gloria inefable del Dios del amor, que era el Dios de su corazón y su eterna heredad: Levántate, Señor, hacia tu reposo, tú y el arca de tu fuerza (Sal_132_8). No era suficiente para David el contemplar al Verbo Encarnado en su gloria si no veía en ella a su hija, el arca santificada por el Verbo eterno: Juró el Señor a David, verdad que no retractará: El fruto de tu seno asentaré en tu trono (Sal_132_11).

            El Señor juró y cumplirá su promesa a David en favor de María, pura criatura, que es fruto y germen real del rey David, por ser también simiente que desciende de David. Jesucristo la asumiría en ella, dándole su naturaleza en cuanto Dios, misma que jamás salió del seno de su Padre al que entró de nuevo para sentarse en él como receptor de lo que le es esencial desde la eternidad. Sé muy bien que dicho pasaje se aplica con toda verdad a la santa humanidad, pero no se me puede negar que convenga también a la Virgen, que es el trono de Dios en la naturaleza, en la gracia y en la gloria, ni que se haya dicho a la Virgen en el momento de su entrada gloriosa: Ven, amada mía, a sentarte en mi trono, porque he deseado tu belleza.

            Ven, mi escogida, para que confirme en ti mi estadía en la gloria eterna; para que te penetre en gloria inefable, [918] con un ardor sin par. Codicio tu belleza, que quiero hacer contemplar y admirar a mis príncipes celestiales. No eres una Vasti desdeñosa, sino que te complaces en mi gozo divino, que consiste en hacerte admirable en el cielo y en la tierra, en los siglos venideros. Que a nadie asombre que te haya tenido escondida conforme a tus deseos cuando eras mortal, porque te hubieran adorado como una deidad. No era éste el designio de mi sabiduría infinita, que deseaba ocultar tu pureza mientras duraba mi compromiso de manifestarme en la carne el rostro de mi Padre. Mi muerte, que se consideró una infamia, hubiera opacado tu gloria; no era esto lo que deseaba. No exalto para humillar, como hacen el mundo y Satanás. Mis caminos son de humildad en el tiempo, y de encumbramiento en la eternidad para todos los que he elegido para reinar conmigo.

            Tú, que no sólo eres Reina del cielo y de la tierra, sino Reina y Señora mía por derecho de Maternidad divina, serás por siempre la gloria de la naturaleza humana y la alegría de los ángeles. Mira cómo acuden a ti para admirarte todos los que elegí para ser reyes y sacerdotes en la ciudad santa: En llegando a su presencia, todos a una voz la bendijeron diciendo: Tú eres la alegría de Israel, tú, el honor de nuestro pueblo, porque has obrado varonilmente. Tu corazón se ha fortalecido porque has amado la castidad (Jdt_15_9s).

            Bendita seas, María. Tú eres la gloria de Jerusalén, la alegría de Israel, la honra de nuestro pueblo, porque engendraste un Hombre-Dios y tuviste el valor y el corazón suficientemente grande para tomar la inquebrantable decisión de conservar la virginidad, que amas de manera idéntica a la maternidad divina. Mediante esta fuerte resolución, venciste al mismo Dios cuando te vio virgen de cuerpo y humilde de espíritu y de corazón humildad que fortaleció grandemente tu castidad. Jamás conociste varón antes de tu parto virginal, ni después de él, permaneciendo siempre virgen purísima: Por esto también la mano del Señor te ha confortado, y por lo mismo serás bendita para siempre (Jdt_15_11).

            No sólo la mano del Señor, sino también su brazo omnipotente, hizo en ti grandes cosas; el Señor estuvo contigo y lo estará eternamente; y tú con él para siempre. Entra en la gloria de tu Padre, de tu Hijo y de tu Esposo. Recibe la corona de todos los favores que el divino Padre te dio en dote, por ser su hija mayor y la más amada. [919] Toma posesión del manantial supremo: Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas (Si_1_15). Toma también en posesión la fuente inferior: la altura del cielo, la latitud de la tierra y la profundidad del abismo (Si_1_2).

            ¿Quién puede abarcar tu gloria, Dios Encarnado? Sólo tú, porque todo lo que no es Dios, es inferior a María: El Señor mismo la creó, la vio y la contó (Si_1_9). Sólo Jesucristo es capaz de medir su grandeza, porque sólo él la conoce. Fue el quien derramó sus gracias en María, y por mediación de María, sobre la humanidad, según los dones de su bondad, dando a todos el mandato de amarla y honrarla en calidad de Madre suya y Señora universal de todas las criaturas. En esto consiste la corona de su gozo inefable. El invita a todas las hijas de Sión a salir de ellas mismas, a través de un éxtasis divino, para contemplar a la Reina-Madre coronada en el día de sus desposorios y de la alegría de su corazón; porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo gozan al concederle en este día la triple corona. Dios aparece en el ardor del medio día en el divino tabernáculo, para invitar a todas las criaturas, tanto del cielo como de la tierra, al banquete y a la alegría de estas bodas: alégrense los cielos, regocíjese la tierra, retumbe el mar y cuanto encierra; exulte el campo y cuanto en él existe (Sal_96_11). Que los ciudadanos del cielo se alegren gloriosamente.

            Que los de la tierra se unan jubilosos, y que todas las criaturas se regocijen en esta fiesta, que les proporciona una alegría indecible. Es el sabbat universal, en el que ella encuentra su reposo, porque en María no se lamentarán. El pecado jamás tuvo lugar en esta Virgen; porque jamás las engendró entre dolores y gemidos de parto, de los que habla el apóstol. El primer sábado que Dios santificó después de la creación de nuestros primeros padres es digno de alabanza, pero el que estableció en el cielo en el día de la Asunción y de la coronación de María, es la alabanza del Dios de la gloria, el cual perfeccionó su obra sublime manifestándola a los hombres y a los ángeles como su obra maestra por excelencia, para que se la considere digna de admiración, por no decir el límite de su poder. María es un día luminoso que santificó el Altísimo. Es su tabernáculo. María es un río sagrado e impetuoso que alegra toda la ciudad de Dios. Es un mar, un mar de vidrio ardiente, porque Dios, que es un fuego consumidor, [920] se encuentra en ella de manera inefable, así como estuvo en sus entrañas en la Encarnación. El la conserva Virgen, por ser la zarza ardiente que llamea sin consumirse, siendo la tierra santa y bendita del Dios de toda bendición. Ahora, en el cielo, ella es el mar de vidrio y de fuego: Dios en ella y ella en Dios, teniendo tanto frescor como llamas, porque dicho mar es frescura, y el fuego es ardor; es claridad y es inmensidad: claridad, por ser ella un cristal iluminado con la luz de Dios; inmensidad por ser un mar en cuya presencia los santos pulsan sus cítaras santamente, o cantan alabanzas con sus arpas de diversa manera, según la relación que tienen con sus admirables perfecciones, porque ella encierra en sí a todos los elegidos, siendo reina de los patriarcas y de todos los demás. Así como es invocada en la tierra, es glorificada en el cielo. Por su mediación Dios comunica la gloria a los santos, y el Espíritu de amor los impulsa a cantar conforme a su grado de santidad: mientras más alto sea en presencia de este mar, más alta y llena de amor será su música. La Virgen es la puerta que vio Juan en el cielo, abierta a los bienaventurados, a fin de que por ella tengan una entrada singular en las luces divinas. Su Hijo está sentado en María, que es una esmeralda y Madre de misericordia, del amor hermoso y de la santa esperanza. Su Hijo a nadie condena cuando fija su mirada en este trono de misericordia. Cada vez que dice a los malvados: Id, malditos, contempla en ellos su justicia vengadora; pero si mira en dirección al trono en el que está sentado, carece de fuerza para condenar porque el cristal, que es la Madre de misericordia, conmueve sus entrañas con su sola vista; mar que es inmutable para gloria de los buenos, y cuya condición maternal no tolera el castigo de los malos, porque jamás quiso participar en calidad de juez, llamándose en cambio abogada de pecadores. Todos sus atributos se relacionan con su Hijo y dependen de sus grandezas pero jamás se nos dijo que haya tolerado recibir el de juez. Tal vez una de las razones por las que Jesucristo no dio este cargo a su Madre, concediéndolo en cambio a San Pedro y a los sacerdotes, privándola del poder de producirlo sobre los altares se debió a que le concedió el de concebirlo, darlo a luz, alimentarlo, educarlo y asistirlo al pie de la cruz a la hora de su muerte, haciendo la ofrenda del cuerpo que tomó en ella y de ella en ese día tan cruel, aunque provechoso para nosotros, porque ella ofreció junto con su Hijo el sacrificio [921] sangriento sobre la cruz, que es el único sacrificio de nuestra redención que fue aceptado a causa de la reverencia de Jesús, el Hijo de María: El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_7). El apóstol dice que Jesucristo dirigió esta oración y súplicas a aquel que podía salvarlo de la muerte, acompañadas de un fuerte clamor y lágrimas, lo cual debió conmover a la Virgen al grado de pedir al divino Padre que lo librara de la cruz. Era tan necesario que el designio del Hijo y de la Madre se llevara a cabo, que ella estuvo allí para crucificar la carne en este Hijo. Fue el día de la aflicción de su carne virginal y divinizada, que ambos ofrecieron unánimemente por la redención. El Padre los escuchó al ofrendar unidos la única oblación de sangre que pacificó el cielo y la tierra: la sangre de la cruz, que se ofrece todos los días cada vez que se celebran eucaristías, aunque este sacrificio no se ofrece más con efusión de sangre; ofrenda reiterada que es tan dulce a María, a pesar de que la primera le fue tan cruel. No es, por tanto, para privarla de ofrecer a su Hijo el no haberla constituido en la dignidad del sacerdocio, sino porque no puede condenar a los culpables; por ser Madre de todo, ha perdonado todo en sus entrañas maternales. El Salvador dijo: Todo lo que aten ustedes en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el cielo. Todos aquellos a los que absuelvan, serán absueltos; todos aquellos a los que condenaren, serán condenados. Esto último traspasaría el corazón de la Virgen; y si pudiera sufrir, seguiría sufriendo en la gloria la espada predicha por Simeón, que tanto la martirizó en su vida mortal. María es, pues, el trono de misericordia adornado de piedras preciosas de bondad. Su Hijo está en ella como en el trono de esmeralda, siendo nuestra esperanza y apaciguado del todo al contemplar los ojos benignos de su Madre. Está rodeado del arco iris, signo de paz, pero de una paz tan dulce, que ofrece reposo a los veinticuatro ancianos en tronos de gloria, vistiéndolos con túnicas blancas y coronándolos de firmeza inquebrantable: Vi veinticuatro tronos alrededor del trono, y sentados en los tronos, a veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro sobre sus cabezas (Ap_4_4). Del trono virginal salían rayos, voces y truenos. María era y es toda voz; María es trueno. Mediante el resplandor de sus [922] destellos, todo el cielo es iluminado e impulsado a cantar las alabanzas divinas. Todos los santos reciben la ley de María, que es como un trueno que los mueve a producir actos de amor inexplicables para una criatura mortal como yo. Delante de este trono virginal hay siete lámparas ardientes que son los siete espíritus de Dios: siete ángeles que sirven a Dios, asistiendo también a su Madre, que es el mar de cristal en el que contemplo, como en un espejo grandísimo, la inmensidad de la gloria que Dios concedió, concede y concederá a su Madre. En medio del trono, y en torno al trono, cuatro animales llenos de ojos por delante y por detrás (Ap_4_6). En medio del trono materno, en derredor suyo y del lecho nupcial, los cuatro Vivientes están llenos de ojos: los cuatro Evangelistas admiran, con luces siempre nuevas, la maravillosa Encarnación obrada en María en el tiempo en que estuvieron en la tierra, sobre cuyas grandezas nada dijeron, porque la Virgen las ocultaba imitando con ello al Altísimo, que la cubría con su sombra. Estos mismos animales admiran el lecho nupcial de la esposa divina, ya que tienen ojos por delante y por detrás, adorando a la que, junto con su Hijo, es principio de las obras de la sabiduría divina, cuyo término es al exterior, porque en Jesús y en María la santísima Trinidad hizo y seguirá haciendo las más grandes maravillas que hayan existido, existen y existirán jamás en toda la extensión de la eternidad. Es éstos lo que mantiene suspendidos a los cuatro Evangelistas, que tienen seis alas en torno a ellos. Están llenos de ojos por todas partes debido a que contemplan y pueden ver clara y prontamente a la luz del trono en que se sienta el Dios Encarnado, en calidad de oficiales domésticos. Ante él no cesan de cantar en el cielo, por encima del coro de los serafines, lo que dichos espíritus ardientes cantaban antes de la Encarnación. Como nos lo asegura el profeta evangélico, desde que el Verbo se encarnó, estableció a los hombres en este oficio, por ser consortes de su divina naturaleza a través de la divina Encarnación. Por ello los cuatro Evangelistas proclaman sin cesar al Verbo Encarnado, sentado en el trono de cuya sustancia está revestido, rodeándolo y penetrándolo con su misma gloria: Santo, Santo, santo es nuestro Dios omnipotente, que era, que es y que será. Cuando los cuatro vivientes dan gloria, honor y bendición al que está sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se prosternan [923] delante de él, adorando al que vive por los siglos de los siglos, depositando sus coronas delante del trono y reconociendo a María, que adquirió para ellos, con su divina maternidad, la corona y el reino que poseen, y refiriendo toda su gloria al Verbo Encarnado, diciéndole: Eres digno, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo, que por tu libre y amorosa voluntad estaba en tu mente eterna, la cual proyectaba crear admirables maravillas para la naturaleza humana, y las creó. Las mayores alabanzas, sin embargo, son las de María, que es su gloria maternal así como él es su gloria filial. El águila, empero, tiene la vista más penetrante y fuerte que los otros tres Evangelistas; por ello el discípulo de gloria contempló con más fijeza y claridad la luz de María y su admirable diversidad. El la vio, como digo antes, revestida de sol, coronada de estrellas y caminando sobre la luna con paso firme y garboso, como hija del soberano príncipe que admira sus pies en su calzado. El la contempló semejante a la claridad de Dios, diciendo que la misma claridad divina la penetró; que sólo ella es la ciudad de Dios perfecta en sus doce puertas, que son perlas preciosísimas.

            Los doce frutos del Espíritu Santo están sólidamente incrustados en ella, tanto para encerrarla en su inmensidad, como para hacerla administradora de sus amores, que tienen tanta luz como bondad, en los que radican el entendimiento y la alegría, que son frutos de sabor inefable y deliciosos a la vista. Juan contempló a María como un río de agua viva, viviendo de la vida de Dios mediante el favor del divino Padre, que la albergó en su seno al lado del único hijo que les es común, el cual apoya las peticiones de su Madre, que se identifican con la que él hizo en la tierra, como una copia sacada del original, es decir, que él deseaba, en cuanto Hijo natural del divino Padre, que todos los que le habían sido dados se encontraran donde él está, sobre todo y de manera incomparable María, porque sólo ella es su Madre natural. Así como él, en cuanto verdadero Hijo sustancial, es figura de la sustancia del Padre, así es la impronta de María; y María, la suya luego me mostró el río de agua de vida, brillante como el cristal, que manaba del trono de Dios y del Cordero (Ap_22_1). En Dios encarnado y en los bienaventurados, este río de agua viva produce una dulzura inefable, porque riega el árbol de vida que [924] lleva y da sus frutos en el cielo y en la tierra; sus hojas son capaces de dar la salud a los viajeros de la tierra, y frescura a los prisioneros del purgatorio. La Virgen no puede ya sentir las maldiciones dirigidas a su Hijo y a ella en el Calvario, porque el Dios de gloria y cordero de paz está sentado en ella y ella está unida a él como Hija, Madre y Esposa de gloria, en la que es transformada como en su principio y en su fin infinito, hablándonos desde allí con las inspiraciones del Espíritu Santo.

            El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oiga, diga: Ven. Y el que tenga sed, que se acerque, y el que lo desee, reciba gratis agua de vida (Ap_22_17); mas para ir allá, es necesario que María pida al Verbo Encarnado que sea nuestro guía. Ven, divino amor mío, a buscar a tu Jeanne, diciéndole: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús (Ap_22_20), en el momento señalado por tu bondad. Amén.

Capítulo 131 - La sabiduría de Dios se complace en disponer de sus favores y de los sufrimientos cuando lo juzga conveniente para la perfección de los suyos. 1639

            [925] El cuarto día de la Octava de la fiesta de Todos los Santos, habiendo pasado el día en medio de dulzuras inenarrables, me vi obligada a conversar con una persona muy adentrada en la oración, y tan docta como piadosa, la cual me dijo que Nuestro Señor me trataba con mucha dulzura, y que sería deseable que tuviera yo cruces y pruebas como los demás. Mi divino amor, no pudiendo sufrir que fuese yo tratada como lo deseaba esta persona, y movido de su bondad, se dignó abrasarme en sus amorosas llamas, a las que me uní a manera de holocausto. Crucé los brazos como para encerrar y abrazar a mi divino Enamorado, el cual me hizo ver que yo abrazaba la Pasión a la manera de San Bernardo, al que pintan llevando los instrumentos de la misma, con la diferencia de que yo los veía y sentía como si fueran de fuego y llamas. Vi también un cañón cuya boca estaba dirigida al cielo, como para asaltar las entrañas del Padre de bondad, a fin de causar un incendio amoroso que alegrara a los bienaventurados.

            Habría gozado más largamente de estas delicias si una multitud de ocupaciones no me hubiera distraído por fuerza de la atención que mi espíritu y mi corazón tenían en las divinas caricias; las armas de la Pasión se me hicieron ligeras a causa de la llama, por parecerme como de fuego. Lo que más me asombró fue el verlas compuestas por dicho elemento, conservando sus mismas formas y características, como si en efecto hubieran sido de madera, de hierro o de lo que hayan sido hechas en tiempo de la Pasión de mi divino Salvador, el cual me dio a entender que el amor sabe dar sufrimientos a los que le aman, cuando son abrasados del fuego que los purifica, los ilumina y los une a él. Si no los hace sufrir según el parecer de los hombres, los prueba según sus designios en el tiempo que para ello destina, comportándose hacia ellos como hizo con el apóstol: después de arrebatarlos en espíritu a su gloria, les muestra lo que deben sufrir por causa de su nombre. Estos sufrimientos, que son diferidos por su sabia bondad, les [926] serán enviados por su prudente justicia, haciéndolos pasar por el fuego y por el agua de grandes tribulaciones. Si los destina a una grande gloria, los probará sin lugar a dudas como el oro en el crisol. El dispone de los suyos como su Padre dispuso de él; si quiso padecer para entrar en la gloria que le era esencialmente debida en razón del soporte divino, qué no deberán sufrir los que no tienen otro derecho a ella que su divina clemencia, la cual, después de perdonarles sus culpas, les da la gracia para merecer la gloria llevando la cruz en pos de él, crucificándose cada día de su vida mortal para ser gloriosos en la eternidad de su vida inmortal. Así como él fue probado por las diversas torturas de los tiranos, para manifestar ante el cielo y la tierra que era el verdadero Hijo de Dios, así es necesario que sus hermanos adoptivos también lo sean. Ellos son sus miembros. Qué confusión verse unido a una cabeza coronada de espinas y exigir deleites en esta vida. No es conveniente; debemos amar lo que él escogió: la pobreza, el menosprecio, el dolor, para estar con él en el cielo, donde se encuentran las verdaderas riquezas, el honor y la felicidad que nunca terminará.

 Capítulo 132 - Un rayo luminoso que me fue concedido

            [929]Hoy, domingo 17 de noviembre, desde el amanecer, mi corazón fue sombreado por el divino amor en un movimiento deliciosísimo, en tanto que mi entendimiento era iluminado con un amable rayo, que me es casi ordinario, sobre todo cuando me encuentro en un lugar donde ni el día ni las luces de lámparas o velas me iluminan. Este rayo y su fuego, que abrasaron mi pecho, inundaron mi alma en una paz deliciosa, que rebasa todo sentir, pudiendo experimentar lo que mi divino esposo me prometió hace ya varios años: que su bondad haría surgir en mis días una abundancia de paz en mi alma. Con la palabra mis días, me dio a entender que se trataba del tiempo en que su rayo me ilumina, en especial cuando las personas elevadas en dignidad parecen desear humillarme, condenarme y rechazarme, dándome a entender que yo era participe de sus bienaventuranzas: Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos (Mt_5_11s).Por la tarde, al pensar en los favores que mi divino Amor me concedía, se intensificó mi llama. Al estar en el recibidor con dos religiosos, opuse una violenta resistencia a todos los atractivos interiores, para impedir en lo posible que el fuego me arrebatara en un asalto impetuoso. Ellos se retiraron al mismo tiempo que el ardor me llevaba por encima de mí misma. Para atenuar mi llama, me distraje, cambiando de lugar, aunque no de objeto. Fui nuevamente llamada al recibidor para hablar con un sacerdote, y mientras lo escuchaba, mi alma fue [931] suspendida y elevada interiormente con dulzuras indecibles; a medida que declina la luz del día, el rayo que me ilumina se intensifica, pareciéndome más brillante, ya alargándose, ya curvándose, como si se deleitara en diversificarse para recrearme amorosamente y para elevarme fuerte y suavemente, apuntando al cielo desde la tierra. Sentí mi frente ceñida de una corona, y sobre mi cabeza, del costado izquierdo, el mismo rayo como una insignia en forma de cuerno de luz, semejante a un penacho o tocado de plumas.

            Mientras admiraba las diversas figuras del maravilloso rayo, permanecí absorta en el Dios que me acariciaba de esta suerte, el cual me ayudó a comprender estas palabras del Rey-profeta: Allí suscitaré a David un cuerno, aprestaré una lámpara a mi ungido (Sal_132_17).

            Hija mía, esta luz es el cuerno de David, que consiste en una unción resplandeciente y abundantísima, que procede de mi divina bondad, la cual se complace en hacerte cristífera, ungida con óleo de alegría para alegrarte en tu divino Salvador [932] cuando se pretende afligirte: De vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará mi diadema (Sal_132_18).

            Cubriré y rodearé a tus enemigos de confusión y ya lo he hecho. Por ti haré florecer mi santidad, derramaré de nuevo mis gracias sobre ti y te haré yo mismo gloriosa delante de mí en presencia de los ángeles y de los hombres. Los sacerdotes serán atraídos hacia ti por un santo afecto. Yo los revestiré de mí y en mí se regocijarán con una santa alegría y sagrado regocijo que los santificará

Capítulo 133 - Exceso de amor en las entrañas paternales y en las maternales, al considerar al Verbo divino en el seno paterno y al mismo Verbo Encarnado, en el seno materno

            [933] El diecisiete de diciembre, viernes de las cuatro témporas, fui abrasada por el amor divino con llamas ardentísimas. Deseosa de que la sabiduría adorable que procede de la boca del Altísimo viniese hasta mí, que soy la más humilde, conjuré las entrañas de la divina y paternal misericordia a que me visitara por medio de su Hijo, que es el oriente eterno, el cual, según me dice la Iglesia en el Evangelio de este día, se encontraba en el de María, la humildísima Virgen que, en su ardiente caridad, acudió a visitar a su prima Sta. Isabel atravesando las montañas de Judá. En medio de estos pensamientos, mi alma experimentó un indecible júbilo, sintiéndose atraída y divinamente unida a las entrañas paternales y maternales en las que se encontraba el divino amor de mi alma. Exclamé entonces en un exceso de amor: Acaso no tengo motivo para decir con mi Padre San Agustín: Colocado en medio de una abundancia que desconozco. Oh divino lagar, cuán delicioso eres para mí. No me ofuscas; y si me ciegas con demasiada claridad, me veo felizmente sumergida en el esplendor de los santos, y en el jardín luminoso de las entrañas fecundas, que me ilumina en sus delicias eternas. Si la debilidad de mi entendimiento no puede soportar esta fuente de luz, el amor da audacia a mi voluntad para abrazar a este Oriente, cubierto de los velos purísimos de las entrañas de su Madre, permitiéndome considerarlo hermano mío e invitándome él mismo a su lecho nupcial como esposo, diciéndome que, para gozar de mí, vino con pasos de gigante desde el seno paterno hasta el seno materno, a fin de que pudiera yo decir: Mi Amado es para mí, y yo para él.

Capítulo 134 - Mi divino amor se dignó concederme los deseos de los hermanos de Rebeca y de hacerme su Ruth por mediación de la Virgen, su santa Madre, la hermosa Noemí.

            [937] Me encontraba en Aviñón para establecer la Orden del Verbo Encarnado en esa ciudad. Cerca del día de la Concepción de Nuestra Señora, en 1639, escuché que yo era como Rebeca, porque tenía en posesión las puertas de mis enemigos. No ha llegado el momento en que dé sobre esto una explicación clara.

            La noche de Navidad 1639, al ir a descansar en mi lecho antes de la misa de media noche, mi divino Amor no me dejó dormir, escuchando desde mi cama los maitines de los Franciscanos, ya que mi habitación daba a la calle, precisamente frente a su iglesia. Mi divino Enamorado deseaba con pasión conversar conmigo a través de las alabanzas que su bondad se complacía en darme, diciéndome: Tú eres mi Ruth y yo soy tu Booz; la confianza que has tenido en mí al escogerme, no permitiendo a tu espíritu desear a ningún otro, ha rebasado la misericordia inicial. Serás grande gracias a mi poder y mi generosidad. Aquel Richelieu que se quitó las sandalias para dejarla a otro te ha glorificado, por haberse cegado a sí mismo.

            Queda, por tanto, satisfecha, mi querida Ruth. Sé grande y recibe, mediante mi inclinación, las palabras que fueron pronunciadas y destinadas a Ruth por todo el pueblo. Todos mis santos son testigos de que te he desposado, y les digo por ser mi pueblo: Testigos sois vosotros hoy (Rt_4_10). Ten la seguridad, hija mía, que ellos te dicen lo mismo: Somos testigos. Haga el Señor que la mujer que entra en tu casa sea como Raquel y como Lía, las dos que edificaron la casa de Israel; para que sea ejemplo de tu poder en Efratá, y seas famoso en Belén, etc. (Rt_4_11).

            [938] Hija y esposa mía, nuestra Orden y nuestras Casas serán más admirables que las de Israel. Tú eres Raquel y Lía; tú tienes la contemplación y la acción, la belleza y la fecundidad. Yo te haré ejemplo de virtud en Efratá, es decir, en muchos frutos, pero debido a mi poder y no al tuyo. Te daré un nombre célebre no sólo en Belén, Casa del pan y de la abundancia, sino en mi Iglesia, que se extiende muy lejos. Has dado a luz sobre sus rodillas una generación santa: soy yo, el Verbo Encarnado, que soy su Hijo, al que produces de nuevo en el mundo. ¿Puedes creer, hija mía, que mi Padre mandó a los ángeles que me adorasen en esta segunda introducción, en la que se obra una extensión de mi encarnación? He querido trasladarte al reino de mi amor, que es la segunda sede, la primera legación, donde soy Señor temporal y espiritual. Te encontrabas bajo el dominio de las tinieblas, sujeta a aquel que rehusó reproducirme en su diócesis. No te aflijas por ello; aquí te resarciré de todo. Esta es mi Belén, mi Efratá y el lugar que es Casa del verdadero David, a la que te he traído, no valiéndome del poder de Augusto, sino bajo la protección de Urbano VIII, que fue el que concedió el Establecimiento de mi Orden, y para el que me pediste quince años más de vida, mismos que concedí a Ezequías. Me agrada acceder a tus peticiones. Pon atención y comprueba cuántos años vivirá desde 1639 hasta el día en que muera. Sabrás así que te escucho según la Escritura, que es mi código, mediante el cual te informas de mis designios favorables hacia ti. Alégrate, Hija de Sión, llénate de alegría, hija de Jerusalén, porque he nacido de nuevo en esta Casa.

Capítulo 135 - El Verbo Encarnado quiso ser precursor de san Juan, su predilecto, elevándolo con él hasta el seno del Padre, mediante una gracia singular que lo preservó de la corrupción.

            [941] Águila divina, ¿cómo expresaré las claridades que el Verbo eterno te comunicó, si no obtienes de él este favor para tu hijita? Ella está incomparablemente agradecida a su bondad, por haberse dignado infundir sus radiantes luces en su entendimiento, diciéndole que él quiso ser tu precursor a la hora de la Cena, hora deseada con deseo inefable para ser delicia del divino Enamorado; hora en que su amor destinó y concedió a aquel mediante el cual el Padre hizo los siglos, el cual me dijo no haber sentido ninguna hora tan lejana, ni otra que le fuera más querida que aquella, por ser el término de los designios eternos de la bondad infinita de un Dios divinamente apasionado para comunicarse sustancialmente al Amado de su amor: el discípulo de la gracia y de los favores divinos por excelencia. San Juan Bautista fue escogido como precursor del Verbo Encarnado en la tierra, el cual quiso convertirse en precursor de Juan el evangelista en el cielo. Y esto no es todo: penetró de manera inefable en el seno paterno, del que jamás había salido, diciendo a su divino Padre: Me presento aquí como sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, levantando mis ojos a ti, que eres adorado y contemplado claramente por los ángeles en el empíreo, para pedirte el favor que puedo conceder junto contigo a mi discípulo amado, al que establecí en mi oficio mediante una dignidad inefable, deseando que sea mi hermano y sucesor admirable. Muestra cómo me engendras desde la eternidad en el esplendor de los santos, antes del día de las criaturas. Así como yo soy tu Hijo por esencia, que él lo sea por adopción, no general, sino especial, recibiendo el favor de tocar al Verbo de vida y de conocer mi claridad en su origen fontanal [942]. Así como lo dejé reposar corporalmente en mi seno y en mi pecho abrasado, elévalo hasta el lugar en el que soy la única generación. Levanto mis ojos para arrebatarlo con la belleza de su resplandor. Deseo que le sirva de trono glorioso, más admirable que el carro de fuego que arrebató a Elías al paraíso terrenal. Se dice que las nubes son mis carrozas, que estoy sentado sobre los querubines y que vuelo sobre las alas de los vientos. Todos esos medios, aunque espaciosos, son meras figuras de Juan. Como mis ojos poseen la divinidad de Dios, están destinados a glorificar los cuerpos de los bienaventurados después de la resurrección general.

            Juan goza de privilegios especiales en la tierra y en el cielo, porque desde este mundo contempló la gloria del reino, estando por adelantado en la del otro. A él pueden aplicarse estas palabras de David: No permitiste que Juan, tu predilecto, viera en su cuerpo virginal la corrupción que es común a los mortales. David deseó contemplar las delicias del Señor y visitar su templo; pero dicho favor estaba reservado al favorito de la ley de gracia, al aguilucho del corazón. David no era virgen; Juan era la virginidad misma. David se encontraba en las sombras y con frecuencia yació en las tinieblas de la muerte. Juan penetró en las claridades de la luz esencial, reposando en el seno del Verbo de vida, siendo espejo suyo y recibiendo a plomo las brillantes claridades de la generación eterna sin ser ofuscado por sus luces. Su entendimiento era enteramente radiante, participando divinamente en sus profundas claridades, que legó a la Iglesia con estas admirables palabras: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios (Jn_1_1); expresión que es un rayo divino que el Hijo del trueno nos participó, derramándola sobre nosotros a manera de lluvia sagrada. El amor todo lo hace amable. El preferido del Verbo se llama gracia, pero gracia de complacencia, que goza [943] en lo que emana de la bondad liberal de un Dios divinamente enamorado. El amor quiere serlo todo en el amor, porque el amor tiende a la unión; es decir, se complace en obrar la unidad mediante la transformación en Dios. La madre y el hijo semejan un solo ser mientras que ella lo lleva en sus entrañas; Juan, recostado en el pecho del Salvador, es casi una misma cosa con el Salvador, que lo porta y lo lleva en un divino éxtasis hasta la diestra de gloria, para manifestarle su nacimiento inefable, aun para los serafines, que temían bosquejar sus rayos en los labios del Profeta Isaías con el carbón encendido, que uno de ellos retiró valiéndose de las tenazas de la doble naturaleza de Jesucristo, el cual les dijo: ¿Y a quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra? (Is_6_8). Nada respondieron ellos, sabiendo que aquel oficio era demasiado alto para ellos; su conocimiento se redujo a exclamar cubriéndose los pies y el rostro: Santo, santo, santo, el Señor Dios de los ejércitos (Is_6_3). La tierra está llena de la majestad de su gloria, como nos lo asegura el profeta evangélico: El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo. Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro se cubrían los pies, y con el otro par aleteaban. Y se gritaban el uno al otro: Santo, santo, santo, el Señor Dios de los ejércitos, etc. (Is_6_1s). ¿Qué misión es ésta, Señor? Podría parecer que los espíritus seráficos habían preparado dignamente al más elocuente e iluminado de tus profetas, para proclamar el conocimiento del misterio augusto de tu Trinidad, y sin embargo éste debe cegar a los que dan luz sobre él, convirtiendo en ignorantes a los que él enseña, por temor a que lleguen a conocer tu deidad oculta, y a gozar de las dulzuras de tu amable visita, con anterioridad a la plenitud de los tiempos. Esto significa que deseas que dicha luz permanezca oculta al pueblo endurecido hasta que el águila real la hubiera contemplado en su origen, para hablar de ella augusta y claramente, como heraldo de tus maravillas, delegado de tu bondad y ministro de tus estados, explicando divinamente la generación adorable de aquel que nace en el [944] seno de su Padre, en el esplendor de los santos, que es principio, junto con su progenitor, del Espíritu Santo, que constituye la tercera persona de la incomprensible Trinidad, a la que los espíritus ardientes adoran estremecidos. Qué conciencia de existir por sí mismo. Si fueran capaces de sentir las debilidades del cuerpo humano, dirían que tiemblan de fiebre, y que el trisagio que cantan alternativamente es el castañeteo de sus dientes: Santo, santo, santo, el Señor Dios de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria. Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo (Is_6_3s).

            ¿Acaso no es suficiente dicho humo para ofuscar estos misterios sin que los serafines lleven velos para ocultar su cabeza y sus pies? ¿Son tal vez incapaces de conocer la generación eterna del Verbo increado, que es comparado a la cabeza, porque sus velos abarcan la generación temporal del Verbo Encarnado, que representa los pies y los afectos de tu amorosa bondad sobre la naturaleza humana?

            Este conocimiento y esta narración se reservó al discípulo amado, quien la aprendería del Verbo único que está en el seno del Padre, al que se concedió el favor de intuir la riqueza divina y visitar el templo de la divinidad. A él fue concedido y manifestado el don de Dios; a él se reveló el Verbo de vida, lo cual proclamó con toda audacia: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó (1Jn_1_1s).

Capitulo 136 - Protección amorosa mediante la cual Dios hace a un lado las angustias de la muerte, haciéndola amable porque libera al alma de las ataduras que la ligan al cuerpo, pues desea salir de él para unirse enteramente a Dios, que es su todo.

            [945] Durante la octava de la ascensión, en 1640, mientras hacía ejercicios espirituales, vi una mano que tenía un corazón, pareciendo cuidarlo, sostenerlo y apretarlo como para exprimir de él algún licor, conservándolo, sin embargo, como una flor a la que impedía marchitarse.

            Ese día medité en la muerte y comprendí, con esa visión, que los corazones de los justos están en la mano de Dios, y que la muerte no puede tocarlos. Como la muerte es sólo una privación, el alma no siente ni sufre por su causa, ya que recibe una forma más noble y una vida más excelente que la que deja, llegando a desear dicha privación, que la hace capaz de unirse en una más fuerte y más noble unión.

            Por medio de la muerte, el alma se abisma en el torrente del ser divino en la bienaventuranza, separándose gustosa de su otra parte para dirigirse al todo, lo cual sucede cuando se encuentra enteramente unida a Dios, que es su todo y el mar de todo el ser, cifrando su mayor deleite en estar unida a Dios que a su cuerpo, porque el alma creada para Dios no encuentra paz ni reposo sino en Dios y no en el cuerpo, en el que se esfuerza y gime, lo cual no sucede con Dios, con el que es feliz. Fuera de él, no encuentra la verdadera alegría, subsistiendo realmente como un ser natural sin la unión sobrenatural de la gracia y de la gloria, y careciendo de la posesión de la dicha perfecta mientras se encuentra alejada del centro y del lugar de su reposo.

            ¿Por qué razón, en la Ascensión, se vio la tierra llena de gloria? Porque la humanidad santa [946] poseía la plenitud de su gloria, elevándose en magnificencia por encima de los cielos. El alma, que parece ser de la tierra mientras vive en su cuerpo, posee, al salir de él, la plenitud de la gloria de Dios; el cielo, que es la tierra de los vivos, la contempla en la plenitud de la gloria, que es la tierra de la vida gloriosa. Al Entrar en el empíreo, después de abandonar su cuerpo mortal, se une a Dios y goza de las delicias de la visión de la luz de la gloria.

            Contempla entonces la divina humanidad que Dios preparó sobre los ríos y cimentó sobre los mares: Que él lo fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos (Sal_24_2). El mar es la esencia de Dios y origen de todo ser; los ríos son las personas distintas, cada una de las cuales posee íntegramente el mar del ser y de la naturaleza que les es común por identidad e indivisibilidad. Al subsistir en ellas mismas, conservan sus atributos personales, cuya admirable distinción extasía a los bienaventurados.

            En la ribera de dichas aguas, según me dijo el Dios del amor, me había preparado diversas estaciones, para que encontrara en ellas mociones, altos, placeres y delicias inconcebibles. Sin embargo, para ser recibida en tan sagradas orillas, es necesario tener la inocencia de vida y la pureza de corazón que pidió David para subir al monte del Señor, la cual nos es concedida por los méritos del divino Salvador, quien añadió que la tierra nada produjo mientras estuvo cubierta por el abismo de las aguas, ni en cuanto estas aguas fueron separadas de ella, sino cuando fueron puestas o embebidas en su seno y se mezclaron con ella.

            Comprendí de manera divina que las aguas fundamentan la tierra y la sostienen, porque le dan la fecundidad que no se atribuye sólo a la tierra y sólo a las aguas, sino a las dos mezcladas. Se me enseñó que en las aguas de la divinidad recibidas por la tierra de la humanidad, que en sí no tenía fecundidad alguna, apareció la maravilla adorable, porque dicha humanidad fue regada con el agua increada, la cual se unió a ella hipostáticamente, apoyándola con su naturaleza. En ese momento, dos naturalezas infinitamente alejadas se unieron en un mismo soporte, en el que se [947] dio la fecundidad.

            La mía, que fue abandonada en medio de tanta aflicción, parecía no haber sido visitada por él en mucho tiempo, aunque los ángeles sabían que jamás estuve enteramente desamparada y comprendían el exceso de bondad que el Verbo Encarnado mostraba hacia mí.

            A lo anterior siguió un ímpetu del corazón mientras que recibía yo el conocimiento del aprecio que es necesario tener por la sangre, ya que el camino de sangre es el más seguro, porque no puede uno extraviarse al seguirlo; la sangre de los mártires es germen de cristianos, y la sangre de Jesucristo engendra vírgenes, cuyo símbolo son las flores.

            Observé el descenso del Verbo en la Encarnación, desvaneciéndome de amor ante su entrega, siendo sostenida por el poder del mismo Verbo. Contemplé el camino florido o floreciente mediante el cual Dios desciende a la criatura, y en cuyo curso la criatura sube hasta Dios. El alma hace las mismas subidas y bajadas: ella desciende de Dios a la criatura, y de ésta sube hasta Dios; y aunque su ojo no pueda penetrar el más allá, recibe de él una imagen proporcionada a su capacidad, yendo adelante en la admiración de la suavidad y dulzura de la divina bondad.

            Vi el libro en que el amor de Jesucristo escribió con caracteres de misericordia, sin ver en él letras de justicia, salvo en la proporción en que pueden servir a la misericordia. Invité a todo mundo a acercarse a Jesucristo, para ser iluminados y recibir todo lo que le pidan.

            Escuché cómo el divino Salvador, en sus visitas, instruye al alma, la purifica, la ilumina, mora en ella y se une a ella. El demonio, en cambio, la ensucia, la oscurece por medio de pecados frecuentes, la posee por obstinación, como observamos en la posesión de los cuerpos en que obra su maleficio, obsesión y posesión, que es la consumación de la desdicha. La posesión es el último infortunio del alma en su obstinación, y va siempre acompañada por el desamparo, así como la posesión de Dios va seguida de completa dicha y felicidad.

Capítulo 137 - La fortaleza de la santísima Virgen atrajo al Verbo eterno a la tierra, y las lágrimas de santa Mónica sacaron de los abismos de la tierra a su hijo Agustín, para convertirlo en holocausto de amor y elevarlo al cielo. Llegó a ser un ave fénix, un águila y torrente de sangre y leche, agosto de 1640.

            [949] ¿Me atreveré a hablar del gran San Agustín, tan augusto y sublime en sus pensamientos, palabras y acciones? David pidió alas de paloma para volar y descansar, volando con ellas cuando deseaba elevarse a los conocimientos místicos que veía emparrados a través de las sombras de las dos leyes: la natural y la escrita.

            Es necesario que pida alas y ojos de águila para seguir como aguilucho del corazón a esta gran águila, y para mirar fijamente a tan admirable sol, que lanzó tantos dardos radiantes como palabras pronunció, por las que llegó a ser tan ilustre. Poseyó la eminencia del amor divino y exclamó, [950] hablando del divino amor en su alma, que estaba colmada, es decir, sumergida en ese torrente de delicias que lo atraía más y más al profundo abismo de sus divinos entusiasmos.

            Oh Dios, un deleite divino me lleva y me transporta en pos de ti y en ti, porque, En ti está la fuente de la vida (Sal_36_10), que es una fuente de luz, fuerte y viva, que ciega los ojos corporales e ilumina los espirituales. ¿Qué será entonces, cuando seamos liberados de los lastres de la tierra? ¿Veremos la luz en tu luz? (Sal_36_10). Su luz eres tú, gran Santo, o amar, o morir a sí mismo, o llegar hasta Cristo. Pero, ¿qué dices, hombre transformado en amor, por no llamarte el amor mismo? Da con amor y siente lo que digo; da deseando, da con hambre, da peregrinando en esta soledad y teniendo sed de la fuente de la verdadera patria; da de este modo y entenderás mis palabras. Si te hablo y permaneces frío, no sabrás lo que digo. Si soy una persona fría, no entenderé las palabras inflamadas que dices: pide para mí el amor engendrado, Santo Padre mío; tu hija suspira [951] por este amor, sostenida por el poder del desfallecimiento que dicho amor causa al corazón abrasado en él. Pide que desee con amor este amor que desea; tú eres el Padre del deseo. Quiero ser la hija del deseo. Vacía me de todo otro deseo, a fin de que tenga hambre del divino manjar y sed de la fuente de vida que se encuentra en la soledad para el alma peregrina, la cual no puede detenerse en este lugar, extraño a todos sus afectos, los cuales la guían hacia su verdadera patria, en la que se encuentra la fuente de las delicias eternas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en quien se detiene felizmente, porque él termina divinamente las divinas emanaciones y es lazo de unión en la Trinidad.

            O amar: pido amar al que es infinitamente amable; pido seguir al que es el camino del entendimiento de su Padre y del seno de su Madre, en el que vino a nosotros y del que volvió al Padre, la cual ofreció sus sagradas entrañas al Verbo divino. Ellas serán benditas por toda la eternidad, por haber llevado al Hijo del eterno Padre.

            O morir a sí mismo. [952] Pide que desista de estar en mí, para vivir con la humanidad divina, que deja su propio soporte, cediéndolo antes de tener la posesión de lo divino. Pido humillarme con María, la toda pura. Pido, queridísimo y amado Padre mío, eclipsarme contigo en cuanto la visión de tu tierra se coloque entre ti y el sol de la divinidad. Con ello quiero decir: cuando contemplas tu bajeza al lado de su grandeza, que te atraía por especial favor, haciéndote más humilde y enseñándote la dulzura y la humildad de corazón de Jesucristo.

            O llegar hasta Cristo. Gran santo, ¿soy demasiado atrevida? ¿Es permitido a una mujer pedir tales favores? El Verbo Encarnado no exceptuó a nadie cuando dijo: Sean santos como yo soy santo, y perfectos como su Padre celestial es perfecto. Así como el Verbo vino a nosotros de una mujer, tú fuiste al Verbo por una mujer; siendo de su sexo, no perderé el corazón: Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. (Ga_4_4s).

            Cuando llegó la hora determinada por la divina [953] providencia, las lágrimas de Santa Mónica fueron aceptadas y Dios envió al Verbo por el Espíritu Santo, el cual apartó a Agustín de la ley de la esclavitud, reconociéndolo como hijo adoptivo. Desde que se sometió a la ley de su madre, y mediante esta sumisión, su ejemplo liberó a muchos de la ley del pecado. Por las lágrimas de Santa Mónica San Agustín obtuvo ser retirado de la ley de la esclavitud y reconocido como hijo adoptivo. Cuando él se sometió a la ley de su madre, por esta sumisión el siguió su ejemplo retirando a algunos de la ley del pecado

            Dios muestra su fuerza en la debilidad y escogió lo débil para confundir el poder humano. Por ello eligió a una jovencita virgen para enviar a la tierra a Aquel que el cielo de los cielos no puede contener. Si María no hubiese hablado, el Verbo no se hubiera encarnado; si María no hubiese orado, los cielos no se hubieran abierto a Esteban cuando fue apedreado. Si Mónica no hubiese llorado, Agustín no habría recibido el bautismo, privando a la Iglesia de su persona.

            Cuán grande es el poder de la mujer. María hizo descender al mismo Dios al decir: Fiat. María abre los cielos cuando levanta los ojos; María domina sobre el mismo Dios por ser su propio Hijo, cuyo dominio está sujeto con él a María por toda la eternidad, [954] por ser ella su Madre. El quiso obligarse a la ley que nos dio.

            La incomparable María engendró al Verbo Encarnado, que no tiene par en el cielo y en la tierra, por ser Dios y hombre, unigénito de su Padre y el unigénito de su Madre.

            Mónica dio a luz a Agustín, que es también incomparable y como un ave fénix rarísima, que derivó su nuevo nacimiento de la muerte del Salvador a través del bautismo la cual es agua de vida y fuego ardiente, del que nació San Agustín como un nuevo fénix, viviendo de la vida de Jesús, su amor, que es su peso. Allí donde va Jesús, va Agustín. El resucitó con Jesús y por Jesús, y a partir de ese día practicó en todo momento este consejo del apóstol: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él (Col_3_1s). Siempre se dejó llevar por el sentir de Jesucristo. Su corazón permaneció adherido al costado de Jesús. Jamás volvió a detenerse en la tierra, ni a amar las cosas perecederas. [955] Gustó y saboreó sin cesar las cosas divinas, como un fénix celestial y divino.

            Su vida fue divina y sublime; sus escritos dan fe de ella. A la manera del águila, rebasó en su vuelo a los otros doctores en sus divinas contemplaciones. Después de San Juan, ¿quién habló mejor de la generación del divino Verbo, al que representó en la tierra con la santidad de su vida? ¿Qué enseñanzas no daría a la Iglesia, sea de los misterios de la divinidad, sea de los de la sagrada humanidad?

            Era un águila que miraba fijamente al sol en el seno paterno, abrazando y estrechando ardientemente el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, que era su presa en el seno materno. Exclama: Estando en medio de ustedes, no sé a quien volverme; no sabe a qué lado voltear: si al del Hijo, o al de la Madre. Quédate en medio, gran Santo: tienes al uno y a la otra en el seno materno. En él se encuentra el corazón filial, que es su amor; si contemplas al Verbo divino como Oriente, detente en él. El Verbo es el medio en la Trinidad; con él tendrás al Padre que lo engendra, y al Santo que él produce junto con el Padre. Olvida tu preocupación de comprender a la divinidad: ella te comprenderá a ti mismo. Eres demasiado pequeño para abarcar a la Madre y al Hijo; tu corazón no puede contener ambos torrentes: el de sangre y el de leche; piérdete en ellos enteramente.

            Si alguna vez se te permite salir de ahí, que sea para invitarnos a beber en su delicioso curso, y para levantar nuestra cabeza. Hablo de un torrente, porque existe tal unión entre el Hijo y la Madre, que forman una sola corriente que tiene su origen en la inmensidad del mar: el Hijo por esencia y la Madre por participación o por gracia. No creas poder contener en tu entendimiento el mar que emanaba de la divinidad; es ella la que quiere contenerte, la que desea que mueras con una muerte más gloriosa que la de los ángeles. [956] No me refiero a los buenos; deja este deseo a Balaam, al ver la corrupción de Jacob. Se trata de la muerte de Jesucristo, a través de la fuerza del amor, que es la aguda saeta que dispara diestramente el arquero divino en medio de tu seno; al arrojarla, hiere tu corazón, no queriendo retirarla de él para atraer a sí el corazón hundido y derrotado que era su blanco. Por eso moriste de amor; al verte privado de tu propio corazón, fuiste privado de tu vida y por ello te digo con toda verdad: Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col_3_3).

            Los bienaventurados pueden decir alguna cosa sobre la vida que llevas en la divinidad, en compañía de Jesucristo, al que contemplan a través del Verbo en el que vives y en el que te encuentras y te mueves, porque él es tu vida. El es tu movimiento, pero hacia los mortales y peregrinos de este mundo; es necesario que, en un profundo silencio, todos ellos adoren tu vida divina oculta en Dios con Jesucristo, que se reserva tu manifestación hasta el día en que mostrará su vida gloriosa, a la que la tuya se ha conformado y unido, por no decir que se trata de una misma vida. El apóstol tiene razón al decirnos que, a pesar de seguir viviendo en el mundo, no es él quien vive, sino Jesucristo quien vive en él.

Capítulo 138 - Tratado sobre las Ocho Bienaventuranzas, que fueron los temas de mis meditaciones en los primeros días de la Fiesta de Todos los Santos, después de mi regreso de Aviñón a Lyon, donde se requería urgentemente mi presencia a petición de las Hermanas de nuestra casa de la Congregación de la Orden del Verbo Encarnado, que acababa de fundar en dicha ciudad de Aviñón, noviembre de 1640

            [957] Al descansar David, después del traslado del arca de la alianza a su ciudad, y de afirmar su vileza y bajeza ante los reproches que le hizo Micol, de haberse rebajado delante de sus criadas, pensó que el Dios que lo había modelado según su corazón merecía mucho más, ofreciéndose a construirle una casa según su pobreza. Tanto la idea como la preparación del pobre David, conmovieron el corazón de Dios.

            Este corazón, que es tan pacífico como magnífico, se movió, por así decir, a redoblar su amor hacia David y los suyos por toda la eternidad, prometiendo que edificaría una casa para David y que daría su reino a su Hijo Salomón, asegurando que el fruto de su vientre se sentaría en el trono eterno.

            Deseoso de que hubiera en paz interior y exterior, eligió a Salomón el pacífico para que le construyera esa casa, diciendo a [958] David que había derramado sangre, expresión que no era tanto para rehusar la oferta de David, sino para mostrar que deseaba cambiar el nombre de Señor de los ejércitos por el de rey pacífico. Escogió por ello a Salomón, príncipe de paz y delicado al decir de David su padre, quien dispuso de los bienes materiales de su pobreza, como él lo prometió, para corresponder al sentir que Dios tenía de él, recordándole su condición de pastor, de la que lo llamó para hacerlo guía de su pueblo y padre del Mesías, el Verbo Encarnado, que vino a morar en dicho templo en forma de nube, lo cual llenó de admiración a Salomón, que exclamó: Pero ¿quién será capaz de construirle una Casa, cuando los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerle? ¿Quién edificará una casa como ésta? (2Cro_2_6).

            Verbo eterno, no discuto la credibilidad de que hayas querido morar con los hombres, porque te hiciste hombre, y hombre mortal, muriendo en verdad por la humanidad, después de morar con nosotros en forma visible. Creo que tu divinidad, con su plenitud, habitó y habita no sólo en el alma [959] que escogiste, sino en el cuerpo sagrado tomado de María Virgen, el cual se elevó hasta la diestra del Padre, cuyo resplandor eres, así como impronta de su sustancia e imagen de su bondad, teniendo en ti la Palabra de su poder. Si no supiera que tu bondad sobrepasa nuestro entendimiento, me preguntaría si es de creer que, estando glorioso a la derecha del poder divino, y habiendo penetrado los cielos para ser el más alto de ellos, vengas ahora a morar de nuevo en el templo que unas pobres mujeres desean edificar en su pobreza, pero confiadas en tu palabra, que es el fundamento de todas sus esperanzas. Verbo eterno, sabiduría amabilísima y omnipotente que procede de los labios del Altísimo, abarcando de un confín al otro y dispone de todas las cosas suave y fuertemente, ven a enseñarnos el camino de tu prudencia, que es contraria a la del mundo, el cual nos enseña que es necesario ser rico con bienes de la tierra para construir; y tú, verdad eterna, diles lo contrario, abriendo tu boca divina.

            Primera bienaventuranza

            [960] Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos, que no es otro que tú mismo. Cuando te plugo tomar nuestra carne humana, la privaste de subsistencia humana para darle la tuya divina, privándola de la nada, que le da la posesión del todo. Para imitarte, amor de nuestros corazones, renunciamos a todas las cosas y ofrecemos seguirte y cumplir tu voluntad. Haznos mujeres según tu corazón; haznos tu mismo corazón, porque es necesario que tengamos un corazón más grande que todos los mares del mundo y aun que todo lo creado, porque lo hiciste para ti y todo lo que no es tú mismo, es nada para él, si no está en ti para ofrecértelo en sacrificio, y la cosa en holocausto. Envía le tu llama, [961] que es tu espíritu divino; por su medio volará hasta el seno de tu Padre, templo eternal, donde contemplará el deleite divino adorando en espíritu y en verdad tus tres divinas personas y la agradable morada de una en la otra en unidad de esencia, a pesar de la diferencia de sus hipóstasis. Si todo el paraíso es para las pobres hijas del Verbo Encarnado, y si él, junto con el Padre y el Espíritu Santo es de ellas, ¿qué les faltará para edificar el templo que complace a Dios al grado de desear venir a morar en él con su gloria? En él ha fijado su mirada y su corazón.

            Segunda bienaventuranza

            Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.

La mansedumbre posee a los hombres, que son tierra la palabra hombre viene de humanidad. Aquello que atrae a la inclinación, es agradable y amable cuando ésta no es mala, sino que se comporta según la voluntad divina, [962] extendiendo sus pies hasta Idumea. Esto significa que, aun los más obstinados, se detienen ante la bondad, la cual se posee a sí misma, ya que poco serviría ganarse a todos los hombres si el alma bondadosa no es dueña de su cuerpo y de sus pasiones, teniendo dominio sobre ellas.

Los mansos poseen el paraíso, que es el cielo empíreo. También disfrutan de Jesucristo, que es la tierra virgen y la tierra de los vivientes. El es su posesión su eterna heredad, porque vino para todos los mansos, corazones llenos de mansedumbre, y los bondadosos de la tierra.

            Tercera bienaventuranza

            Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.

Los culpables están siempre afligidos, y nadie está exento de culpa. ¿Cómo podemos reír? Mientras más permanecemos en el valle de lágrimas, alejados de nuestra verdadera patria, que es la Jerusalén celestial, ¿nos sentimos capaces de morar [963] junto al río de esta Babilonia, secos los ojos al recordar a Sión? Todas nuestras alegrías se cambian en suspiros; no más palabras: nuestra lengua se pega a nuestro paladar sin poder cantar los cánticos de gloria a Dios y de júbilo. ¿Acaso puede estar alegre el hijo alejado de su padre? Llorar es propio de los hijos. La Esposa, privada de la vista de su Esposo, es como la tórtola que gime incesantemente. La soledad le es más conveniente que la compañía, siendo el desierto abandonado de las criaturas su lugar ordinario. Dios, al verla sola, acude a consolarla y en su bondad, tan amable como caritativa, enjuga sus lágrimas, dándole a probar un anticipo de la gloria. Dicho avance le permite considerar el gran valor de lo que le espera, pensando: si la visita pasajera de mi amado es tan deliciosa, ¿cuál no será mi alegría cuando me invite a entrar con él en el gozo que posee por esencia y por los méritos de sus sufrimientos y [964] de las lágrimas de agua y de sangre que derramó por todos los poros de su cuerpo, ya que no se contentó con las de sus ojos que derramó con clamores incomparables que subieron hasta el Padre eterno, el cual no pudo rehusar la súplica que sus lágrimas le presentaban, al ver al Hombre-Dios llorar por los hombres? Dios lo escuchó a causa de su reverencia y de sus grandes méritos. Lloremos, queridísimas hijas, por todas las razones por las que debemos llorar en compañía de los santos, acompañando en especial al Santo de los santos en esta vida, para estar con él en la otra.

            Cuarta bienaventuranza

            Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

El alma que está hambrienta y sedienta de justicia no puede durar en medio de las injusticias de la tierra. Al ver las ingratitudes de la humanidad hacia su Creador, siente un fuego que parece [965] quemar sus huesos y devorar sus entrañas, el cual procede del Altísimo. Ella desea su alimento en su elemento y desearía que todas las criaturas volvieran a su Creador, por el cual fueron hechas. Su ardor la lleva a suspirar día y noche con el mismo celo de la casa de Dios, que devora sus entrañas, expresando anhelos semejantes a los del profeta, que me alargaría demasiado en comentar; sus lágrimas son su pan de día y de noche, cuando todos sus pensamientos le preguntan: ¿Dónde está tu Dios? Ella tiene hambre y sed de este pan de vida y de la fuente de vida y de vigor.

            Quinta bienaventuranza

            Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

            Medité en que sin la misericordia no hubiéramos sido creadas, y que la misma misericordia quiso darnos a su Hijo, para que por su medio el Verbo divino se encarnara: La Misericordia y [966] la verdad se abrazan (Sal_85_10). El se ofreció a la muerte de la cruz, después de lo cual se quedó en el divino sacramento por misericordia. No contento con habernos dado la creación entera, se entregó a sí mismo, prometiendo que con él vendrían al alma el Padre y el Espíritu Santo, asegurando que un vaso de agua fresca dado en su nombre al más pequeño de los hombres sería recompensado por él. En suma, que todas las obras de misericordia corporales y espirituales, serían recompensadas por él, diciendo que Aquel que obra y enseña será grande en el reino de los cielos. Mis queridas hijas, obremos y enseñemos por amor a él, según nos lo manda y nos lo permita; seamos misericordiosas, compadezcamos a nuestros prójimos y, al contemplar a nuestro esposo invadido por el sufrimiento desde los días de su vida mortal hasta la dulzura de su gloria, detengámonos con él en el jardín de los olivos para unirnos a sus penosas angustias. [967] Dejemos a los mundanos la búsqueda de placeres en los jardines de la tierra; nuestra alegría perfecta tendrá lugar en el jardín celestial. Permanezcamos con nuestro esposo, que florece como un hermoso lirio entre espinas; de entre ellas será enviado al seno paterno, fuente de origen del Señor, que nos rociará desde el entorno de sus delicias, es decir, con el torrente de las delicias divinas y de la abundancia de su casa, experimentando que, por un pequeño acto de misericordia, recibiremos abundancia de ésta; por una acción temporal, una recompensa infinita que celebraremos con cánticos eternos.

            Sexta bienaventuranza

            Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Un corazón purificado de todas las cosas que no son Dios, se unirá a Dios inmediatamente en la luz divina. Los ojos de Dios están sobre los justos, complaciéndose en mirarlos; pero hay otra maravilla: los [968] ojos divinos serán los mismos ojos a través de los cuales los justos verán a Dios.

            Al decir justos, me refiero a los puros de corazón, los cuales subirán el monte del Señor. Con esto quiero decir que serán elevados por los méritos de la humanidad santa unida a la hipóstasis del Verbo Encarnado, que es el más alto de los cielos, de manera que podemos decir con David: Tu justicia como los montes de Dios (Sal_36_6).Por haber merecido estar sentado a la diestra divina, todas sus acciones, palabras y pensamientos son teándricos, divinamente humanos y humanamente divinos; y tan elevados, que son como los montes de Dios. Como la persona de Jesucristo es divina y humana, es cabeza de los ángeles y de los hombres. Por haber tomado nuestra naturaleza, nos hizo consortes de la naturaleza divina en la Encarnación y al instituir el Santísimo Sacramento, permaneció unido a nosotros y nosotros a él. [969] Jesucristo es el heredero y nosotros coherederos con él. El nos adquirió la multitud de gracias que recibimos si permanecemos en él; esperamos las obras de justicia y por él somos justificados y purificados en el corazón, de manera que puede decirse al alma limpia y pura: Tu justicia como los montes de Dios (Sal_36_6). La pureza nos acerca a Dios y hace que quienes la poseen sean amigos del rey soberano. El alma de corazón puro sube de virtud en virtud, siendo iluminada de claridad en claridad, para contemplar a Dios a través de una luz de gracia y privilegio, hasta que lo contemple en la luz de la gloria y de la gracia, que no es vista por el ojo humano durante la vida mortal, porque el alma es incapaz de ello sin un milagro, ya que saldría del cuerpo a causa del fuerte atractivo que le haría experimentar de manera admirable.

            Séptima bienaventuranza

            Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados

[970] Si un alma es misericordiosa, ¿cómo impedir que gima a causa de tantas miserias que se ven en este mundo, llamado valle de miserias o de lágrimas? No debe, por tanto, ignorar que tiene que llorar, porque esto es lo propio de los mortales: Lloremos, ojos míos, primeramente por mis miserias, en especial las mayores, que son mis pecados, ya que nuestro divino maestro nos dice que lloremos por nosotros y por nuestros hijos. Por nosotros, es decir, por nuestro amor propio, y por nuestros hijos que son las acciones del enemigo de nuestra perfección. A pesar de que jamás mostró preferencia por otro amor que el de su Padre eterno, y no realizó otra acción que las que obró su Padre adorable, el Hijo infinitamente amable lloró con lágrimas mezcladas de sangre. ¿Cómo imaginar, entonces, vernos libres de las lágrimas? Jamás se oyó decir que Nuestro Señor haya reído durante su vida mortal, y el dulce Salvador, al predecir lo que sus apóstoles debían hacer después de su Ascensión, les dijo: En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn_16_20). La séptima bienaventuranza dice: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Después de nacer, los niños lloran y sienten, por naturaleza, necesidad de alimento. Si tuvieran uso de razón y de la lengua, pedirían el pecho. Ya dije en otra parte que las lágrimas son el agua del Espíritu Santo, a través o en las que Jesucristo, nuestro buen Maestro, dijo a Nicodemo que era necesario renacer: En verdad, en verdad te digo: [971] el que no nazca de lo alto (Jn_3_3). Cuando un alma ha llorado con lágrimas como las que ya aludí; cuando ha derramando por sus ojos su amor propio, desasiéndose de ella misma recibe la gracia del Espíritu Santo, que es sabiduría y fuego, debido a que el divino Espíritu es todo esto. Se encuentra, por ello, inflamada por el ardor del fuego que hizo brotar las aguas que llamaré humedad radical, pero espiritual. No hablaré del agua material, dejando esto a los médicos, ya que estas lágrimas avivan el fuego, el cual, a su vez, las produce o las excita, vaciando así el alma, tornándola famélica e indolente y moviéndola a clamar con el profeta coronado: Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo (Sal_42_3). ¿Cuándo podré ir a ver su rostro? Mis lágrimas son mi pan de día y de noche, en tanto que mis potencias me dicen: ¿En dónde está tu Dios? Ellas me han provocado más hambre y sed de verlo, recordando que él es el pan que fortifica y el vino que alegra el corazón.

            Al verme privada de él, mi alma se ha derretido y casi desvanecido de debilidad, porque sé que su Dios habita en sus admirables tabernáculos. Me siento impulsada, a causa de la participación que me ha concedido en la contemplación, a llegar a sus tabernáculos, a la casa de Dios: Haciendo resonar la acción de gracias, todas tus maravillas pregonando (Sal_26_7), con voz fuerte, que proclama y es musical. Me reanimé, diciendo a mi vez: ¿Por qué estás triste y por qué te turbas? Espera en tu Dios. A pesar de lo cual no dejaba de turbarme a mí misma con el recuerdo de los bienes que poseen los habitantes del cielo, no los del Jordán, ni del Hermón terrestre, sino del celestial y divino: la humanidad y la divinidad, que son [972] el pan y el vino que pueden alimentarme. Sin embargo, como me encontraba en el abismo del hambre y de la sed, el abismo de bondad me llamó a través de sus santas llagas, abriendo sus manos, que son las cataratas del cielo, y en el mismo instante todo lo que es del Altísimo, aun su río, me colmó a tal grado, que se derramó por encima de mi ser. Valor, alma mía, y todas mis queridas hermanas. Tengamos hambre y sed, y seremos saciadas; saquemos nuestros corazones y nuestros cuerpos de Egipto, y en la tierra de la santa religión Nuestro Señor hará caer el maná de mil bendiciones, si poseemos la justicia al menos en deseo; animémonos y cumplamos toda justicia, según lo que el divino Maestro dijo a San Juan: el que es justo, que se justifique más aún. El Salvador nos dio ejemplo al recibir el bautismo. Sabemos que él es el cordero sin mancha, el candor de la luz eterna y la figura de la sustancia de su Padre, como atestiguó la voz que se escuchó al ser bautizado. El nos enseña, por tanto, que mientras seamos peregrinos, tengamos siempre hambre de justicia. La justicia consiste en que Dios sea amado con un amor incomparable, y en que todas las criaturas le rindan honor y gloria. Abrevio este articulo, como hice con los que preceden, por recordar que traté estos mismos temas con todo detalle en 1628, obedeciendo los deseos de mi director, el R. P. Jacquinot de la Compañía de Jesús, y la orden de otros padres que, después de él, y en su ausencia, tuvieron la caridad de ocuparse de mi progreso en los caminos de la santidad.

            Octava bienaventuranza

            [973] Bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

            Ya dije que reservaba el báculo de Aarón para manifestar o declarar esta bienaventuranza. Se suele aludir a la vara para simbolizar el sufrimiento o la persecución, pero una persecución tolerada y sufrida por la justicia, lo cual es diferente, porque muchas personas sufren pero no por la justicia, sino a causa de sus injusticias, y aun para no llegar a ser justas. No son éstos los bienaventurados a los que se refiere Nuestro Señor, ya que dichos sufrimientos, que con frecuencia matan los cuerpos y dan muerte eterna a las almas, recaen en pecadores endurecidos en sus pecados, que se niegan rotundamente a enmendarse de ellos. Dejo esta clase de sufrimientos a fin de hablar de los que son meritorios y llenos de flores de esperanza en este mundo y de frutos de gozo en la otra vida, lo cual explica la vara florida que el sacerdote lleva en la mano. Seamos sacrificadoras, queridas Hermanas, mortifiquémonos todos los días de esta vida en cuerpo y espíritu, pero con un gran valor; no moriremos por ello. Si nos corrigiéramos o nos diéramos muerte a nosotras mismas con nuestras austeridades o penitencias, no pensaríamos que la mortificación es cruel. Pidamos al Espíritu de Dios que se apodere de nosotras, y una vez que lo tengamos, sepamos conservarlo. El nos hará encontrar la mortificación llena de miel para fortalecernos, como sucedió a Sansón en la boca del león [974] que lo atacó. Créanme, hermanas y queridísimas hijas mía s; el alma valerosa encuentra la dulzura allí donde las tímidas sólo ven amargura. Las primeras encuentran tanta dulzura en los actos de mortificación, que no desearían vivir sin ella. Santa Teresa solía decir: O padecer, o morir; y el gran San Ignacio mártir aseguró que deseaba ser trigo molido por los dientes de los leones, animándolos a desgarrarlo, añadiendo que en cuanto fuera su presa, los provocaría para que lo devoraran con toda crueldad. Amaba tanto el sufrimiento, que su amor estaba en la cruz y la cruz en su amor; de suerte que su amor estaba crucificado. Estaba tan enamorado del nombre de Jesús, que lo llevaba grabado sobre su corazón en letras de oro. En Él estaban su tesoro y su vida, porque el alma vive más en el objeto que ama, que en el cuerpo al que anima. Por ello puedo afirmar que vivía más en Dios que en él, lo mismo que el gran Apóstol, que decía: Estoy crucificado (Ga_2_19), y el resto de este pasaje, que expresa admirablemente el ardiente amor que el santo apóstol tenía por Jesucristo, su buen Maestro, del que San Ignacio estuvo no menos enamorado. Estémoslo también, mis queridas hermanas, y tanto más ardiente y constantemente porque él ha marcado el ser de nuestro amor con todo lo que el amoroso Salvador hizo y sufrió desde su Encarnación hasta su muerte en la cruz, en la que quiso ser elevado y expirar para manifestarnos el exceso de su amor por nosotras, animando así el nuestro a imitarlo y a demostrarle el que tenemos por él, devolviéndole la gratitud que debemos tener y conservar hasta nuestro postrer aliento. A esto las exhorto, mis queridísimas hermanas, y a trabajar sin descanso en la mortificación perfecta de todo lo que [975] vean como obstáculo a la santidad de su estado de religiosas e hijas de la santa Orden consagrada a honrar e imitar al Verbo Encarnado en las virtudes que practicó durante su permanencia en la tierra, en la que fue perseguido desde su nacimiento, pero en especial los últimos días de su vida. Es esto, mis queridas Hermanas, lo que debe mover nuestros corazones a estimar y amar todo lo que se llama sufrimiento, sea de cuerpo o de espíritu: persecuciones, injusticias, opresiones y dureza de parte de las criaturas, o lo que pueda parecer así, a los ojos de la razón o del amor propio, al que debemos combatir todos los días y a toda hora, a fin de que el puro amor de nuestro divino esposo, el Verbo Encarnado, sea el único en reinar en nuestros corazones, siendo en ellos el Señor absoluto, por estar en el reino que adquirió para él, en el que no desea ver rival que se lo dispute, aun en parte, porque es un rey celoso de su autoridad, que desea ser el único en reinar en él. Tratemos de no oponer obstáculo, y démosle continuas acciones de gracias por lo que se ha complacido en obrar en mí, valiéndose de mí, su indigna criatura, para el embellecimiento de su santa Orden, según sus promesas, en la ciudad de Aviñón, que es una segunda Roma, la cual brindó toda la acogida posible a este santo Instituto, que lo será también en la de Lyon en el tiempo designado por la divina sabiduría, la cual se complace en someter a una prolongada prueba la fidelidad de ustedes, en espera del cumplimiento de sus antiguas promesas, a fin de coronar su paciencia, de la que será eterna recompensa, y de todos sus sufrimientos, que serán bien galardonados.

Capítulo 139 - El Verbo Encarnado es el camino mediante el cual el Padre ha comunicado sus luces a los ángeles y a los hombres. Él vino en la Encarnación y volvió en ella a su Padre en la Ascensión. A él volverá llevando todo consigo, a fin de que Dios sea Todo en todos, diciembre de 1640.

            [977] Verbo divino, te complaciste en elevar mi espíritu a las seis de la tarde del segundo domingo de Adviento, con motivo de estas palabras: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? (Lc_7_20), a fin de manifestarme que tú eres el que desciende eternamente al entendimiento de tu Eterno, e instruyéndome con amor al decirme: Corazón mío, elévate a mayor altura de la idea que tienes acerca de la verdadera profecía de mi precursor. Mira fijamente, como un águila real, y penetra en mi principio, que no es sobre todo mi Padre porque yo soy su Hijo; considera que él me dice contigo: Hijo mío, yo son principio del Espíritu Santo; tú eres el esplendor de mis perfecciones, de mi [978] entendimiento y de mi seno. Yo te engendré antes del día de las criaturas; eres la única generación de mi sustancia, que expresa toda mi gloria, mi bondad, mi belleza, toda mi santidad y mi eternidad. En tu compañía produzco al espíritu de amor, que nos une y termina con inmensidad.

            El me dijo: ¿Eres tú el que ha de venir? No espero otro Hijo; en ti se encuentran todos mis gozos; tú llevas en su integridad la palabra de mi poder. Ah, cómo me deleito en la relación que tienes con migo, tu principio de origen. Te abrazo amorosamente en nuestro Espíritu común, al que espiramos digna y divinamente. Qué bien reposamos en este lazo que nos une santamente.

            Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec; es una condición jurada en nuestro trono divino, que no deseo recibir sacrificio alguno sino por ti, o en virtud de ti.

            Me llamaré Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob; pero tú estás por encima de ellos porque eres eterno, siendo un solo Dios [979] conmigo y con el Espíritu Santo. Tú eres el primer nacido de las criaturas; en ti, principio como yo y por ti, el primogénito de tus hermanos, creé los ángeles y la humanidad, el cielo y la tierra. Hablas con verdad en la Sabiduría, al decir que te poseí, etc. Siempre serás el primero en venir y el primer destinado y predestinado, en cuya predestinación destiné y predestiné a los ángeles y los hombres. Tú viniste antes de Adán, y al verlo solo entre las criaturas, dije que no era bueno que estuviera solo, que era necesario crear a la mujer, porque quise que por medio de María nacieras, fueras dado a la naturaleza humana y reparases las ruinas de los ángeles. Deseaba yo un sacrificio de alabanza y de justicia que me diera un honor de condigno, y que un sacerdote eterno trazara el círculo del cielo, de la tierra, de los aires y de los mares, tanto increados como creados. Te juro que eres el único sacerdote que mora en todos los espíritus angélicos, que te darán honor, y en medio de la humanidad, que te rendirá homenaje. [980] El cielo, la tierra y el infierno doblarán las rodillas delante de ti, confesando que eres digno de ser conmigo un mismo Dios y Señor de todos y en todos. Todo fue hecho por ti y para ti. Padre santo, tu Hijo te responde y te dice: Heme aquí, estoy dispuesto a ir personalmente a la tierra en la plenitud de los tiempos para tomar posesión de la naturaleza humana, tierra sacerdotal, y yo, que nada debo en mí, pagaré todo a todos para congregar todo en ti, Padre mío santísimo. Me santificaré por todos. Teniendo en forma de Dios sin causar menoscabo, y pudiendo igualarme a ti, deseo anonadarme y tomar la forma de servidor de todas las criaturas, forma con la que bajaré a las partes inferiores de la tierra, donde ofreceré un sacrificio a tu gloria, después de lo cual remontaré todo y pondré mi botín a tus pies, cumpliendo así estas palabras del apóstol de mi gloria: Cuando hayan sido sometidas a él [981] todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo (1Co_15_27). En cuanto a mí, estimo como un triunfo glorioso el depender de su divina paternidad, porque mi Padre es merecedor de toda paternidad en el cielo y en la tierra; todos los hombres desean despojarse para ser revestidos; yo también estoy deseoso de revestirme para ser despojado. Deseo asumir los cuatro elementos; quiero manifestarme como Señor de todas las criaturas, para someterlas a mí, y en mí a mi Padre. Por eso juró que yo soy sacerdote eterno, y que soy el primero y el último en mi sacerdocio. Oh amor de mi corazón. Cuán admirable eres en tus venidas y al complacerte en que comunique lo que me has enseñado esta tarde. Lo diré, entonces, y repetiré cómo te vi en el seno paterno; tú eres el que ha venido eternamente. Te he visto entre los ángeles y los hombres como [982] la Palabra que los creó, dándoles la vida y el ser. Podría describir la primera carta de San Juan, pero sería demasiado prolija; es menester que me reduzca: Ciencia es misteriosa para mí, muy alta, no puedo alcanzarla (Sal_139_6). Como estos conocimientos se multiplican, me siento incapaz de describirlos a causa de su abundancia. Soy una niña, no sé hablar. Verbo divino, habla, di lo que deseas que yo escriba; fortaléceme, lleva mi mano derecha, conduce mi pluma para describir lo que tú llamas tu gloria, que compartes conmigo y me manifiestas; en ella me he saciado. Lo que es tuyo es mío; sería muy miserable si no deseara estar contigo, porque todo lo que no eres tú es nada y pecado para mí. Cómo siento verlo reinar entre los hombres y los ángeles réprobos. Pecado abominable, cuán horrible eres.

            Te veo, por tanto, venir entre los ángeles de la gloria para concederla y confirmarla; y entre los condenados porque estás en ellos por justicia, que es una virtud extraña, por ser una obra ajena a tu bondad. [983] Viniste a estar entre los hombres en Adán y Eva, mostrando tu inclinación natural de comunicarte divinamente mediante la unión hipostática al decir que no era bueno que el hombre estuviera solo. Dijiste que todo era bueno después de la creación de todas las cosas, pero observo que, antes de haber creado al hombre y a la mujer, no dijiste: Muy bueno, si no fue para hablar de crearlo a tu imagen y semejanza. Amor mío, ¿qué quiso decir Moisés al repetir tantas veces: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, hombre y mujer? Después dice: Hágase. Que me perdone si quiere; le era difícil describir la creación del hombre y los designios que tuviste al crearlo.

            San Pablo aprendió secretos que no pudo decir a los hombres. Oh enamorado de la humanidad. ¿Quién puede hablar del amor que tienes por ellos, sino tú mismo? Los serafines se admiran; no pueden comprender el amor que tienes a la humanidad.

            [984] A ellos está velado el comienzo sin comienzo y el fin sin final de los pensamientos que tienes hacia la humanidad; velan la cabeza y los pies de tu majestad porque no les corresponde conocer los caminos de tus divinos secretos, ni los que llevas a cabo, que son tus pies. Te dices a ti mismo con admiración: Tanto amó Dios al mundo (Jn_3_16), sin ignorar cómo haría falta expresarlo. Perdóname, amor mío, me pierdo en todos mis devaneos y no sé dónde estaría si no estuvieras siempre conmigo, acudiendo en mi auxilio para conducirme; por ello debo servirme de la palabra de Moisés: Así pues, por tanto, diciendo que tú eres el primer venido en todo, siendo el último en permanecer. Si no me alcanzas, no puedo alcanzarte, por no decir comprenderte. Oh sabiduría que abarca de un extremo al otro, dispón todo según tu placer. Ven, amor mío, a enseñarme el camino de la prudencia. Veo, sin embargo, que ella me dice que hable como pueda de tus venidas entre los patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob, etc. Todas son admirables: en Abraham, por la fe; en [985] Isaac, por obediencia; en Jacob, por amor, y en todos tus patriarcas y profetas, mediante maravillas para cuya descripción necesitaría siglos, y aunque los tuviera, cuán poco diría acerca de ellas.

            Tú viniste a María, tu Madre, en la plenitud de los tiempos. Por eso digo con Isaías: Y de su generación, ¿quién se preocupa? (Is_53_8). El ángel Gabriel no tuvo una retórica apropiada para declarar esta venida a la Señora que lo recibió, dejando todo al Espíritu Santo. La misma Virgen, después de engendrar la palabra que había nacido en ella, como dijo el ángel a José para asegurarle su fiel virginidad: Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (Mt_1_25), parece no poder hablar dignamente de ella. La Virgen permanece en la admiración después de que Jesús nació de ella, ponderando todo en su corazón, y meditando lo que no puede expresar con palabras. Ella piensa en el Verbo Encarnado, que es su corazón, hablando con él desde el corazón. Se comunica con José, su amable esposo, pero de [986] corazón a corazón y no de boca a boca, porque no pueden hablar. Perdóname, Verbo Encarnado, esperan que tú les des la palabra, y tú mismo estás mudo, o aparentas estarlo. ¿Qué decir, pues, en mi ignorancia? Haré como los rústicos pastores, no temiendo ser grosera. Como me animas en mi tosquedad, te alabaré y bendeciré a mi manera, porque me pides que haga lo que pueda.

            Te digo que eres el que ha venido: el único de tu Padre, de tu Madre; el único Mediador de los hombres, el único de mi corazón, el primero y el último; el único en tomar nuestra naturaleza y en devolver todo a tu Padre en tu persona, en el día de la Ascensión, en que le ofreciste las primicias de los que dormía n, a los que despertaste, en espera del despertar definitivo en el que todo será congregado en ti, y en ti a tu Padre, del que viniste y vienes siempre a nosotros, a fin de que por ti vayamos a él. Sé, pues, bienvenido para transformarme en ti. Mi gloria consiste en saberte glorioso con el Padre y el Espíritu Santo.

Capítulo 140 - Poderosa atracción de Dios hacia María, la deseada de los collados eternos. Maravillas de la Encarnación en sus entrañas virginales.

            [987] Esta noche, no pudiendo dormir, detuve mi pensamiento en el don que el divino Padre nos hizo de su Hijo a través de María, que fue digna de atraer a la tierra al que sólo habitaba en los cielos, en las fortalezas de su luz inaccesible a las criaturas. Mientras meditaba en este favor divino concedido a nuestra naturaleza, admirándome de tanta bondad, escuché que este misterio era una dulzura suavísima para aquellos a quienes la divina unción deseaba enseñarlo, porque ella lo infundía, derramando en el entendimiento un bálsamo de excelentes claridades que permiten ver sin ojos escuchar sin oídos propios y sentir sin los sentidos corporales lo que el ojo visible no puede ver, ni los oídos materiales oír, ni el corazón del hombre aprender cuando está apegado a la tierra.

            Hija, ¿quieres saber la diversidad de conocimientos que reciben los hombres sobre mis misterios cuando sólo yo los instruyo? Yo hago caer una lluvia de copiosas luces que es como aceite encendido, el cual unge con grande suavidad y dulzura el entendimiento y la voluntad. Cuando esto sucede, el espíritu conoce maravillas y la voluntad, abrasada, produce llamas. Cuando la persona que goza de estos favores toma la palabra, su interlocutor no puede sustraerse a su calor divino. Los que tratan del espíritu sin esta unción obran como los herreros en sus hornos: Meten el hierro de sus conceptos en el fuego de sus buenos deseos, y después, cuando los han pensado y repensado suficientemente, llegan a una conclusión que les parece adecuada para explicar lo que han concebido y golpeado con el martillo de sus sentimientos en el yunque de una férrea conclusión, que no va en contra [988] de la razón ni de la fe, pero que no es la apropiada para ganarse los corazones. Hija, tú que has recibido esta unción, habla del diluvio del amor, en el que los montes más elevados descendieron hasta la Virgen para divinizarla. El profeta Ageo, hablando del Verbo Encarnado, dice: Dentro de muy poco tiempo sacudiré yo los cielos y la tierra, el mar y el suelo firme, sacudiré todas las naciones; vendrán entonces los tesoros de todas las naciones (Ag_2_6).Dios agitó a las criaturas para que pidieran la venida del Verbo a la tierra. No creo equivocarme al afirmar que el mismo Inmutable se conmovió para desear la venida de María, que es la esperada de las colinas eternas, aplicando a la Virgen estas palabras: Iluminas admirablemente desde los montes eternos; se turban los ignorantes de corazón (Sal_75_5s). La Trinidad no podía desear la venida del Verbo porque las personas están una dentro de la otra y son inseparables, aunque distintas. El Verbo, siendo la segunda, emana en el entendimiento y del entendimiento del Padre, para producir con él la tercera, que es el Espíritu Santo, término de su única voluntad interior, y fin de todas las emanaciones internas. En estas tres personas se encuentra la suficiencia divina; Dios se basta a sí mismo, siempre en sí mismo, porque es todo interior; Dios no puede crecer ni decrecer porque es un ser perfecto y un puro acto de sí y en sí, que posee la bienaventuranza en plenitud, la cual no puede sufrir por el deseo de cosas que podrían representar un acrecentamiento de su propia felicidad. Para hablar según nuestra manera de entender, me refiero a que la bondad divina quiso compartir su dicha sin dividirla, por ser, naturalmente indivisible, aunque su bondad, en sí misma, tiende a comunicarse, con los ángeles del empíreo, los cuales, en cuanto fueron creados y confirmados en gracia, obtuvieron la posesión de la gloria. Destinaba también a los hombres a gozar de ella en compañía de los ángeles, si éstos no se hubiesen hecho culpables sin ser obligados a morir; pero lo que pareció impedir al Dios inmutable a fulminar la sentencia de que su espíritu no moraría en el hombre por ser de carne, conmovió sus entrañas de misericordia para enviarnos al oriente desde lo alto. Las entrañas del Padre se conmovieron permítaseme la expresión no sólo de compasión, sino de afecto y compasión hacia los pecadores, después de haberse estremecido con amorosa [989] pasión por la Santa Virgen; amor que apremió al Padre a enviar a su Hijo por obra del Espíritu Santo, el cual quiso venir en persona sobre María para realizar su obra adorable. Dios no se contentó con sacudir el cielo y la tierra, enviando un respetuoso ángel a la Virgen. Cuando éste vio su turbación, le dio la seguridad de las más selectas gracias del Dios de los dioses, y de su elección a la divina maternidad. Al ser preguntado por ella de qué manera se obraría en ella este misterio, el ángel aludió al Espíritu Santo, diciendo: El Espíritu Santo descenderá en ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; y lo que nacerá en ti y de ti será llamado Hijo de Dios. Señora, no tengo la misión de explicarte algo que me es inefable; la Trinidad hará en ti maravillas inauditas; el Espíritu Santo, que con el Padre y el Hijo es inmutable y está en todas partes como las otras dos personas, descenderá hasta ti para llevar a cabo esta obra. El poder del Altísimo desplegará las cortinas de su poderosa protección en tanto que el objeto divino de tu amor te convertirá en Madre por medio de una fuerza generativa. Sentirás entonces, de manera divina, cómo el objeto acciona el poder y llegarás a ser Madre del Verbo Encarnado. El Espíritu Santo hará el oficio de esposo; tú serás la potencia reducida al acto por este esposo sagrado, que formará de tu sustancia, en un instante, un cuerpo perfectísimo, al que se infundirá el alma también en el mismo instante. Serás Madre del Dios vivo, que te protegerá; el Verbo Encarnado será el término de esta operación, que finalizará en la unión hipostática. Dios se hace hombre y el hombre, Dios en una generación que es inenarrable ante las meras criaturas. Serás capas de sentirla, pero ignoro si podrás hablar de ella, porque la virtud del Altísimo desea darte su sombra, introduciéndote en la penumbra en tanto que la luz eterna se reviste de tu carne virginal y que el Espíritu Santo produce en ti y de ti al Hombre-Oriente, que se encierra naciendo de una Madre en el tiempo, así como nace de un Padre en la eternidad, en el esplendor de los santos y antes del día de la creación. Si el Espíritu Santo no estuviera satisfecho de ser el término de las producciones interiores, se arrobaría por haber obrado en ti esta maravillosa operación, que es una semejanza de la generación eterna, en la medida en que ésta puede darse: el que es Hijo de un Padre que jamás conoció mujer, es Hijo de una Madre que jamás conoció ni conocerá hombre alguno, concibiendo un hombre que es Dios. Se la cubre de sombra para realzar la belleza de este cuadro divino y humano, y para velar el pudor de la Virgen, a pesar de que todo en este misterio sucede virginal y divinamente. Dios tiene el vivo deseo de rodear con su sombra este tálamo nupcial, porque los ojos creados son demasiado débiles para contemplar el brillo deslumbrador de aquel que es [990] llamado luz de luz y Dios de Dios, el cual no tuvo horror a las entrañas virginales, que son más puras que los tronos, más brillantes que los querubines y más ardientes que los serafines; todos los espíritus celestes se avergüenzan de su fealdad al contemplar la belleza de su Reina, de la que está tan prendado el Rey de reyes. A ella se refirió el real profeta en el epitalamio divino: Escucha, Hija mía, y mira; inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre; todo esto es nada comparado con la belleza que Dios puso en ti cuando te escogió como Hija, Madre y Esposa. Es ésta la belleza que él ambiciona, porque contempla en ti la imagen de su bondad, el resplandor de su gloria, la impronta de su sustancia, el espejo sin mancha de la majestad eterna que es tu Hijo y el suyo. El es verdadero Padre en la eternidad, y tú, verdadera Madre en el tiempo; si él te sobrepasa por ser Padre sin principio, cuya paternidad es co-eterna a su ser, tú tienes esta ventaja; sin rebasarlo en tu dignidad, das órdenes a aquel que es su igual sin disminuir su gloria, la cual brilla admirablemente en su obediencia, por tener la forma de Dios sin causarle detrimento. El puede igualarse al divino Padre y alegrarse al estar sujeto a su Madre, anonadándose por su propia elección para humillarse en presencia de tan admirable Madre, que lo somete a su divino Padre. Es ésta una invención del Espíritu Santo, el amor del Padre y del Hijo, quien quiso, por toda una infinitud, presentar al Padre en nuestra humanidad la generación eterna de su segunda paternidad, brindándole el deleite de tener un Hijo común por indivisibilidad con María. ¿Tengo o no razón al decir que María era la deseada de los collados eternos? Las tres divinas personas la conocían de manera eminente, iluminándola con su maravillosa claridad, que ofusca no sólo los ojos legañosos, sino que obliga a los ángeles del coro más alto a velarse los pies y el rostro al contemplar a la divinidad en su trono de gloria, la cual le decía con un amor inmenso, antes de que ella fuera conocida: Ven, electa mía, anhelo poner en ti mi trono porque deseo la belleza que te daré; si no puedo extenderme al exterior, donde me encuentro porque todo lo lleno, saldré de mí para entrar en ti por amor. Bien mío, tómame a mí, que soy inmenso; tú me señalarás términos que el amor no traspasará; yo soy el centro que está en todas partes, cuya circunferencia no se encuentra en ningún lugar. El cielo de los cielos no sabe comprenderme y tú has recibido al Verbo en tus entrañas virginales; se ha hecho el Verbo humanado. En su compañía ocultamos una inmensidad adorable en tu seno. Eres huerto cerrado y fuente escondida a todas las criaturas, que carecen de las luces y la sabiduría necesarias para ver y conocer las maravillas que se obran en ti: un Dios hecho hombre y un hombre convertido en Dios desde el primer instante de su concepción en tu seno virginal. Que todas las criaturas exclamen: ¡Oh admirable misterio!.

Capítulo 141 - Comunicaciones de la divinidad y de la santa humanidad que se conceden al alma, convirtiéndola en paloma y en águila por ardor y por resplandor, 6 de abril de 1641.

            [991] El 6 de abril, durante mi oración, vi una paloma que llevaba su nido hasta las nubes, en las que fue repentinamente transformada en águila real, que miraba fijamente al sol.

            Mi divino amor me dijo que él me había dado estas dos cualidades: la de águila, por la sutilidad de la contemplación; y la de paloma, por la inocencia y el amor. Añadió que, a la manera del águila, elevaba mi vista hasta el sol de la divinidad y, como la paloma, reposaba en el agujero de la piedra de la humanidad. Los sublimes conocimientos de las claridades adorables que su bondad me comunicaba, me permitían reconocer al aguilucho del corazón divino, cuyo fuego ardía en mi pecho, moviéndome amorosamente a desear a mi amado y a [992] tomar por obediencia las bebidas y otros remedios refrescantes que se me prescriben para moderar en mi pecho el calor del fuego que me abrasa.

            Al poseer a mi querido Amor, deseaba poseerlo más y más; deseo que, lejos de causarme inquietud alguna, me produce un amoroso deleite que puedo experimentar, mas no expresar, por ser un ensayo de lo que los bienaventurados viven plenamente en la gloria.

            Mi divino Amor me alojó en sus llagas cual paloma en los agujeros de la piedra, en las que reposo amándole, y le amo reposando en ellas. El amor en estos habitáculos es indeciblemente tranquilo y delicioso; son como una navecilla en tiempo de guerra, que será poseída en la eternidad de paz por quienes hayan sabido amar con toda fidelidad.

Capítulo 142 - El Verbo Encarnado transfigurado me aseguró que de su amable rostro y de sus amorosos ojos procedía mi juicio favorable, enseñándome dulcemente que él obra en todo con bondad y justicia, 6 de agosto de 1641.

            [993] Esta mañana, día de la Transfiguración, al adorar al Verbo Encarnado entre las manos del sacerdote que venía a darme la comunión, mi alma se vio adornada de una viva fe, y el divino amor me atrajo dulcemente a la amorosa confianza en su bondad, que se complacía en que me acercase a él para contemplar las bellezas de su rostro radiante, diciéndome: David, mi muy amado, tuvo razón al decirme: mas yo, en la justicia, contemplaré tu rostro (Sal_17_15). Hija, te he dicho con frecuencia que te amo, y que te concedo y te concederé favores como a David. De mi rostro admirable y de mis ojos llenos de amor procede tu juicio; mi faz es un sol de bondad hacia ti; mis ojos divinamente amorosos, te hacen un signo benéfico; no temas, corazón mío, acercarte a mí, a pesar de considerarte tan indigna de mis favores a causa de tus imperfecciones, que te hacen vacilar.

            No me sorprenden tus reacciones; eres un cielo cristalino que palpita siempre ante el temor de tus faltas; tus diversos movimientos hacen pensar de diversas maneras a quienes los observan, pero ellos no te juzgan porque yo impido y detengo sus juicios, suspendiéndolos a través de una secreta providencia, a la que ignoran; providencia que no ha juzgado conveniente confirmarte en gloria en el empíreo, donde no sufrirías más, ni mantenerte en la tierra en un firmamento de constancia sin tropiezo. Tus caídas son ocasión de gloria para mí porque te revelan lo que eres en ti, manteniéndote en un sentimiento de confusión y de gran desprecio de ti misma, considerándote la peor de todas mis criaturas y la más obligada hacia mi misericordia. Tengo compasión de tus miserias; de las tinieblas hago surgir la luz [994] resplandeciente, realizando en ti las palabras de mi apóstol: pues el mismo Dios que dijo de las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de cristo; tu propia experiencia te permite saber que estas otras palabras también tienen lugar en ti: pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros (2Co_4_6s).

            ¿Qué esposa hay más frágil que tú, en las ocasiones en que manifiesto a los ángeles y aun a los hombres, la fuerza y la sublimidad de mi divino poder, que obra tantas y diversas maravillas en ti, mi amada, porque soy bueno y me complazco en comunicarte mis gracias y favores? Mi amor se complace, es decir, anhela, que te acerques a mí para recibirme; ven, electa mía, con esa confianza tuya que tanto me agrada. Deseo poner en ti mi trono; dispón tu espíritu a recibir mi gloria, y que tu entendimiento sea el cristal donde deseo producir la luminosidad de mi faz adorable, a fin de que tu rostro y tu ser se transformen en el mío, y que mi transfiguración se obre en ti, mi queridísima esposa.

            No te considero en tu pobreza sino para elevarte en mis grandezas; tu suficiencia procede de mí, y no de ti; recuerda las palabras del mismo apóstol, ya citado, que es mi vaso de elección y de amor, en el tercer capítulo de su carta a los Corintios: Evidentemente sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones (2Co_3_3).

            Hija, aunque no tengas el carácter del sacerdocio, porque tu sexo no lo recibe, puedes conocer que te he agraciado con grandes favores y privilegios, haciéndote capaz de tratar sobre los misterios divinos con tanta claridad, que aun los más doctos se ven obligados a reconocer que eres enseñada por Dios, el cual te da su Espíritu para explicar místicamente la santa Escritura. Sin la unción y la auténtica iluminación de dicho Espíritu, serías incapaz de hablar como lo haces: Pues la letra mata mas el Espíritu da vida (2Co_3_6).

            Contempla, pues, mi toda mía, la belleza de mi rostro, rostro, que irradia casi continuamente sobre ti, aun cuando crees [995] estar en tinieblas y en abandonos, como te ha sucedido durante algunos días, tanto porque no acudías a mí con tu confianza ordinaria, como debido a tus indisposiciones y a un secreto designio que mi sabia providencia permite y ordena. No siempre doy a conocer las razones que tengo para mortificar o vivificar, por no estar obligado a dar cuenta de mis designios ni de mis permisiones. Como Creador y Señor universal, hago lo que quiero en el cielo y en la tierra.

            Observa cómo traté a San Pedro. El me confesó Hijo del Dios vivo, y yo lo llamé bienaventurado por haber aprendido esta verdad, no de la carne ni de la sangre, sino de mi Padre celestial. En cuanto le hablé de mis humillaciones, de mis tormentos y de mi muerte, después de lo cual predije mi resurrección, dicho apóstol resintió naturalmente el desprecio y la muerte: Lejos de ti, Señor. De ningún modo te sucederá eso (Mt_16_22). Yo me volví hacia él como rostro indignado: Quítate de mi vista, Satanás. Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres (Mt_16_23). Después, dirigiéndome a todos mis discípulos, les dije que para venir en pos de mí era necesario cargar con la cruz y perder su alma en este mundo para encontrarla en la vida eterna, despreciando todo lo que es de esta vida, lo cual los abatiría y les causaría confusión y tinieblas. Después de estas palabras de pena y desconcierto, les dije: Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino (Mt_16_28). Observa, hija, el capítulo siguiente: Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos; su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve (Mt_17_1).

            Al cabo de seis días tomé a tres de mis apóstoles, de los que Pedro, al que había llamado Satán, era el primero. Deseaba mostrarles mi gloriosa transfiguración, en la que mi rostro apareció como el sol, y mis hábitos como la nieve. Moisés y Elías se encontraron allí, y, sabiendo cuánto amaba a la humanidad, hablaron del exceso de amor que deseaba yo manifestar en Jerusalén, entregándome a ellos tanto en el Cenáculo, mediante la institución del Santísimo Sacramento, como por mi pasión, a la que seguiría la muerte sangrienta de la que se avergonzaría el sol, escondiendo su luz en pleno día. [996] Considera mi comportamiento hacia los míos mientras estuve visible en la tierra: les hablé de tinieblas, confusión y muerte, para darles poco después la esperanza de la luz, el honor y la vida eterna.

            Si hago lo mismo contigo, ¿qué podrá atemorizarte o desanimarte? Te he dejado en las tinieblas por justicia; ahora te llamo a la luz por misericordia. Fíjate en la confianza de San Pedro y cómo olvidó mis disgustos; al ver mi rostro glorioso, se transportó a tal grado ante su objeto amoroso, que pareció interrumpir mi conversación con Moisés y Elías, para decir: Señor, es bueno que nos quedemos aquí. Si tú lo quieres, haremos tres tabernáculos: el primero para ti, el segundo para Moisés y el tercero para Elías. Ignoraba él lo que decía en este transporte de alegría, por ser incapaz de comprender mi cruz, la cual me humillaba y me hacía despreciable según el sentir humano. Sin embargo, mi Padre celestial y el Espíritu Santo, de una manera divina, impusieron silencio al apóstol, velándole mi luminosidad al mismo tiempo: Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle (Mt_17_5).

            Pedro, no te detengas en esta montaña para gozar de la gloria de la tierra. Escucha: él habla de la confusión; no pienses llegar a poseer el gozo de esta luz hasta no haber experimentado la necesidad de pasar por las tinieblas de la Pasión, en la que mostrarás tus debilidades, y hasta no haber probado tanto el sufrimiento como el deleite. No por esto serás exento de ellos, porque serás crucificado a su debido tiempo. Mientras eres joven, vas a donde quieres, según la carne; cuando seas anciano, irás donde la carne no lo quiera: tu espíritu, más perfecto en ese tiempo que ahora, será dirigido por el Espíritu Santo de tu Maestro e impulsado por su amor, que te moverá a extender los brazos. El te abatirá y te hará amar la cruz que ahora rechazas. No sabes lo que dices; puede perdonársete en tu transporte de alegría.

            Hija, puedes comprender que el camino de San Pedro es también el tuyo, y que te concedo grandes gracias al hacerte pasar por todo. Sabes que tu confianza me complace y, a pesar de tus debilidades, no dejo de tejer grandes designios sobre ti para destinarte a grandes cosas. Te favorezco con mis resplandores; deseo que me contemples en mi [997] belleza y me ames en mi bondad, que se inclina hasta ti por amor. Te hago ascender de claridad en claridad hasta que seas transformada en mi espíritu. Eres el Tabor sobre el que manifiesto mi gloria. Mírame, no deseo que haya un velo entre tú y yo. Convierte tu afecto y tu intención a mi inclinación, que consiste en que admires y ames la belleza de mi rostro, al que hago irradiar sobre ti. David, de quien ya te hablé, siempre lo buscó y, si lo perdía de vista, me rogaba inclinara los cielos a fin de contemplar en la tierra sus destellos. Solía exclamar: Dice de ti mi corazón: Busca su rostro. Sí, Señor, tu rostro busco: No me ocultes tu rostro; y lo que te digo poco antes: Mas yo, en la justicia, contemplaré tu rostro (Sal_17_15). Leía en mi rostro sus instrucciones, sea que yo deseara abatirlo, sea que deseara ensalzarlo, Conformando su corazón al cumplimiento de mi voluntad. Como sus intenciones eran rectas, yo lo visitaba y lo destinaba a grandes cosas. Cuando cayó en el pecado, lo reprendí paternalmente y él se levantó en medio de gran confusión y confianza filial, recibiendo de mi bondad un generoso perdón. Obra de igual manera, Hija mía; mira mis ojos radiantes que se detienen sobre ti; de mi rostro procede tu juicio, siempre favorable, porque has hallado gracia ante mis ojos. Me complazco en acariciarte. No creas que presento el mismo semblante a todas las almas, aunque con todas comparto mis gracias. A ti, sin embargo, las concedo con largueza; y cuando te ves en medio de tus mayores imperfecciones, me manifiesto con frecuencia en mis mayores actos de misericordia, moviéndote a la contrición para recibir mi conmiseración y mis gracias. ¿Acaso no te permití experimentar hoy por la tarde, mientras derramabas tu alma delante de Dios, y destilabas tu corazón por tus ojos a mi divino Espíritu, que procede de mi Padre y yo? Mi Padre te lo ha enviado y nosotros, como su divino y único principio, te lo enviamos. De manera que recibes al Verbo y al Espíritu Santo mediante la inclinación amorosa del Padre, que es para ti un Padre de misericordia y un Dios de consolación, para consolarte en todas tus aflicciones cuando recurres a su clemencia. El te da lana blanca como la nieve; él equilibra tus penas y el peso del solaz las rebasa; él rompe el hielo en pedazos para prevenirte en tus grandes frialdades, cuando no sientes [998] ningún amor sensible hacia él. Dices: ¿Quién podrá soportar las aflicciones en la falta de devoción y en la frialdad que él envía o permite como castigo a mis tibiezas?

            Parece haberme dejado y que su rostro me desdeña con una frialdad mucho mayor. De esto se valen mis enemigos, diciendo: Dios la ha abandonado, persigámosla. Estos son tus pensamientos, hija, pero la bondad del Padre de amor te envía a su Verbo; como dijo David: Envía su palabra y hace derretirse, sopla su viento y corren las aguas (Sal_147_18).

            El Espíritu soplaba mientras llorabas tus faltas, compartiendo contigo su ciencia, dándote a su Verbo y asegurándote que tú eres Jacob, por haberlas ganado al luchar con el ángel del gran consejo, venciendo tus aflicciones con la confianza. Tenemos piedad de ti, siendo vencidos por la bondad que nos es connatural. Ofrezco mis méritos, que son juicios semejantes a los montes de Dios, porque igualan todos los derechos que él tiene de castigar los pecados.

            Mi justicia lo satisface en todo rigor, convirtiéndote en israelita fuerte contra Dios y capaz, por medio de su excelencia, de contemplar el rostro de mi benignidad y reconocer que yo soy la imagen de su bondad, representada por el resplandor del sol que irradia sobre ti su luz. Mi querida Esposa, quiero darte la seguridad de que te amo y te entrego la corona de Reina de mi corazón divino, que es el reino del amor en el que se levanta el palacio de la gracia donde encontrarás el trono de clemencia. Acércate, no sólo para besar el cetro de oro de mi imperio, sino para ser acogida, besada y acariciada por aquel que es todo amor por ti. Contempla, si puedes, mi faz inflamada por este amor, que es la muestra de mi corazón amoroso, el cual te concede todos estos favores: No hizo cosa semejante con ninguna otra nación, y no les manifestó sus juicios (Sal_147_20).

            No trato como a ti a todas las almas, ni les doy acceso a mí con tanta dulzura, facilidad y atractivos. No les manifiesto mis juicios sino con mucha gravedad, lo cual las hace temer su rigor y trabajar por su salvación con temor y temblor. A ti, empero, te atraigo con suavidad, invitándote con benignidad y mansedumbre. En el momento en que tus pecados debían causar mi justa cólera, me acuerdo de mi misericordia, la cual te he concedido por tu diligencia y tu servicio. Con este recuerdo te recibo dulcemente en mi seno, como a mi amada, [999] porque soy bueno y misericordioso. Fijo en ti mis ojos como sobre el signo de mi bondad, mi pequeña Zorobabel, a la que libro de la confusión en la que sus pecados y sus enemigos la sumirían si no tomase a mi cargo sus intereses para juzgarlos a su conveniencia y a expensas de los tesoros de mi sangre, con la que te hago escalones de púrpura a fin de que subas al santuario y me ofrezcas el sacrificio de un corazón contrito y humillado. Te contemplo como una víctima rociada, es decir, bañada en mi sangre preciosa, mediante la cual pacifico el cielo y la tierra. Digo a los ángeles: en virtud de esta sangre, ella tiene el derecho de acercarse a mí y es consorte de mi naturaleza divina.

            Obro misericordia porque deseo mostrar misericordia, respondo a los que, estando en la tierra, tratan de decirme: Le das un trato distinto al que das a personas que no te han ofendido tanto como ella. Seré misericordioso con quien lo sea, me apiadaré de quien me apiade (Ex_33_19). Ella encontró gracia ante mí, que soy bueno; no se molesten por ello, adorando en cambio mis juicios favorables por ser equitativos, porque no hay en mí mal alguno. Cuando castigo, soy justo; cuando perdono, soy misericordioso. Recuerden las palabras del apóstol: Pues bien, si Dios, queriendo manifestar su cólera y dar a conocer su poder, soportó con gran paciencia objetos de cólera preparados para la perdición, a fin de dar a conocer la riqueza de su gloria con los objetos de misericordia que de antemano había preparado para gloria (Ex_33_23). Hija, todo el monte Tabor fue iluminado por mi faz resplandeciente. San Pedro lo encontró muy agradable, por ser el monte de la visión para él y los elegidos: Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz (1P_2_9s). Hago subir a los elegidos al Tabor, para no manifestar la confusión de Judas, el hijo de perdición. Dejé a los otros ocho apóstoles en la ladera; mi bondad se manifestó en aquel miserable al no permitir que se le juzgara indigno mientras perteneció al colegio apostólico. No convenía que el que traicionaba el esplendor de la gloria del Padre tuviera la visión de ella. Esta privación es también una consideración de la bondad de Dios, que desea aminorar los tormentos de los réprobos, porque [1000] experimentarían más rabia al ser privados para siempre de la arrebatadora visión de la que una vez gozaron. Un pobre que jamás ha probado las delicias de las mesas bien servidas no sufre tanto cuando se ve reducido a pan negro y agua.

            Pero, ¿qué haría un príncipe alimentado con manjares exquisitos, elevado a los honores de la corte y acostumbrado a los placeres sensuales, si se viera reducido a un calabozo, teniendo sus lágrimas por toda bebida y como pan sus pesares? Desearía cien veces la muerte y ser reducido a cenizas. Comer de este modo el pan con ceniza no constituye una penitencia salvífica, sino una horrible desesperación. Los condenados que jamás habrán visto la felicidad que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre, aunque profundo en sus       pensamientos, jamás pudo imaginar sobre la gloria que Dios ha preparado a los que ama, no sufrirán tanto en el último día. No contemplarán la dulzura de la gloria del Verbo Encarnado, lo cual no haría sino aumentar su furia, al verse privados de ella para siempre; sólo verán su justo rigor: Y dicen a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero (Ap_6_16). La confusión más grande del vencido es, con frecuencia, verse a los pies del vencedor cuando él va en lo alto de su carro de triunfo.

            El vencido suele guardar su rabia por odio a su vencedor, lo cual se asegura de los réprobos imitadores de Lucifer, quienes odiarán por siempre a Jesús y su gloria, por ser ella su exaltación. Desearían destronarlo por envidia, mas al no poder hacerlo, tampoco desean verlo. El primero de los rebeldes, el ángel de soberbia, fue privado de la gloria de Jesús por haber intentado arrebatársela; dijo, inflado de orgullo, que subiría y pondría su trono en el monte de la alianza y sería semejante al Altísimo. Pero fue vencido por san Miguel, que le dijo: ¿Quién es como Dios para igualarse a él? Todos somos sus súbditos. El Verbo que desea encarnarse es su Hijo natural, igual y consustancial a su divino Padre, que ama a la humanidad, a la que desea enviar y dar a su Hijo único para ensalzar su naturaleza hasta el trono de su grandeza divina; trono de gloria que los réprobos jamás podrán ver como es. Esta visión sólo se concede a los elegidos, que serán hechos semejantes al Hijo, que es la imagen del Padre, el cual atrae al Hijo a todos los que estarán [1001] señalados con el carácter de los predestinados. Los ángeles buenos lo adoraron y se sometieron a él junto con san Miguel. Todos fueron confirmados en gracia y en gloria. Lucifer jamás hizo un acto de amor divino después del cual hubiera sido confirmado en gracia; ésta, que es simiente de la gloria, nada obró en él; su maliciosa soberbia lo asfixió, de suerte que la recibió en vano, desvaneciéndose en sus vanos pensamientos. Cuando se negó a glorificar al Dios encarnado, rindiéndole las adoraciones que le debía, la justicia divina lo privó justamente de la visión de esa gloria, que está reservada para los bienaventurados, ya en la tierra, mediante un favor que pasa prontamente, por encontrarse en camino, ya mediante su entera posesión, cuando se encuentren ya en el término. Jamás les será quitada, por ser una gloria que debe animar el valor de los elegidos, porque serán hechos semejantes al Salvador, al que habrán amado a consecuencia del amor que ha tenido por ellos desde toda la eternidad. Su discípulo amado nos dice: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es (1Jn_3_2).

            Muchos condenados recibieron la gracia en el camino, en grados eminentes y por encima de muchos elegidos; pero no cooperaron a ella con fidelidad; no perseveraron hasta el fin. Muchos vieron al Verbo Encarnado, que es el autor de la gracia, presenciaron sus milagros, pero no sacaron provecho de ellos: Ay de ti, Corazín, ay de ti, Betsaida. Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Y tú, Cafarnaum, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? Hasta el infierno te hundirás (Mt_11_21). Esto justifica el proceder de Dios. Si tanto los hombres como los ángeles malos no son felices, se debe a su malicia. Dios les ofreció y les dio su gracia, pero ellos no vieron su gloria, porque él no la manifiesta, aun de paso, sino a los elegidos. Judas no la percibió, por ser el hijo de perdición. El Padre no permitió que viera a su Hijo glorioso. No la muestra sino a los justos, a los que conduce por el camino recto, y no a los que siguen la senda de la iniquidad: El Señor manifestó su gloria en presencia de los testigos de su elección, siendo iluminado con tanto esplendor, que su rostro brillaba [1002] como el sol y sus vestiduras eran blancas como la nieve. La transfiguración libró, sin duda, el corazón de los discípulos del escándalo de la cruz, amparando su fe para que no fuese sacudida por las humillaciones de la pasión; a ellos fue revelada la oculta excelencia de su dignidad.

            El deseaba prevenir a sus discípulos, a fin de que fuesen fortalecidos en el tiempo de la Pasión. Su bondad previó todo para los suyos, que están marcados con el carácter que él conoce como el signo que los distingue El llama a cada una de sus ovejas por su nombre, que es nombre de bendición. Venid. Vengan, benditos de mi Padre, a poseer el reino que les está preparado desde antes de la creación del mundo. Ustedes desearon ver mi rostro, de cuya dulzura dimana su juicio. Ustedes caminaron en mi presencia, buscando la perfección. Disfruten de mi gloria, a partir de este día y para siempre.

            En cuanto a los desventurados que amaron más las tinieblas del pecado que la luz de la virtud, sean todos confundidos, y aléjense de mi rostro: Id, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles (Mt_25_41). Como huyeron de mi presencia en el camino; tampoco la gozarán en el término. El impío dice en su corazón: no hay un Dios que repare en mis faltas; me emanciparé con fuerza; por ello el impío no está preparado a gozar de mi gloria. Si tiene un ser, es como el polvo, al que el viento de mi justicia levanta de la superficie de la tierra. El pecador ha hecho surcos en mi espalda, cometiendo pecado tras pecado: Sobre mi espalda araron aradores, alargaron sus surcos (Sal_129_3). Ellos me han ofendido por toda la duración de su eternidad; debo castigarlos en la extensión de la mía. El pecado los abandonó, antes de que ellos lo dejaran. Por ser impotentes, no pueden arrepentirse con un verdadero dolor de haberme ofendido; no han dado frutos dignos de penitencia. Como no quisieron recibir en ellos el reino de Dios al estar en la tierra, tampoco serán recibidos en el cielo. Fuera los perros, los hechiceros, los impuros, los asesinos, los idólatras, y todo el que ame y practique la mentira (Ap_22_15). En cuanto a los elegidos que hicieron mi voluntad, perseverando en los sufrimientos por mi amor, que vengan a mí, que entren en el gozo de su Señor: Dichosos los que [1003] laven sus vestiduras en la sangre del cordero, así podrán disponer del árbol de la Vida y entrarán por las puertas en la Ciudad (Ap_22_14). Que entren para ver mi rostro, del que proceden su juicio favorable y su plena felicidad. Fueron arrojados fuera de las ciudades, fueron odiados por mi nombre, se les maldijo diciendo toda suerte de males contra ellos, todo lo cual sufrieron pacientemente. Son felices por haber lavado sus túnicas en mi sangre, siendo fuertes a través de la cruz, que es árbol de vida (Ap_22_17s). Que entren en el cielo pasando por mis llagas, que son las puertas de la ciudad santa: Yo soy el Retoño y el descendiente de David, el Lucero radiante del alba. El Espíritu y la Novia dicen: Ven. Y el que oiga, diga: Ven. Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida. Sí, vengo pronto. Amén. Ven Señor Jesús. Que la gracia del Señor Jesús sea con todos los elegidos. Amén.

Capítulo 143 - Tres formas de sacrificio en que mi divino amor me instruyó y que san Bartolomé fue un holocausto sagrado, cuya muerte fue preciosa en su presencia, 23 de agosto de 1641.

            [1005] Como preparación a la fiesta de tu ferviente apóstol San Bartolomé, me hablaste acerca de tres formas de sacrificio, enseñándome que la Encarnación era un sacrificio de vida divina y humana, debido a que el compuesto apoyado por la segunda hipóstasis se vio teniendo dos vidas, las cuales presentó a su divino Padre para vivificar a los hombres; sacrificio admirable que el Padre aceptó divinamente, complaciéndose en ver a la humanidad asociada a las divinas grandezas, a las que se refieren las palabras del príncipe de los apóstoles: A los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra. A vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor. Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais participes de la naturaleza divina (2P_1_4). El segundo sacrificio fue el de la Pasión: sacrificio de muerte en el que el Salvador murió por todos, convirtiéndose en la muerte de nuestra muerte y en el aguijón de nuestro infierno. Todos los cristianos que aman a Jesucristo mueren con él al ser bautizados y sepultados en su sangre.

            Llevan siempre consigo la mortificación del divino Salvador, cuya muerte actúa en ellos: ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? (Rm_6_3). El tercer sacrificio fue la venida del Espíritu Santo, sacrificio de muerte y de vida, de muerte admirable, porque el [1006] Espíritu Santo dio muerte al temor, revistiendo a los apóstoles y a los fieles con el poder de lo alto, encendiendo una viva llama en sus almas para abrasar a todos los hombres y comunicarles los frutos de la muerte del Salvador, haciéndolos vivir de su vida divina y triunfal y dándoles por adelantado el gozo de la alegría de su gloriosa resurrección. Ellos saben que el divino Jesús murió por la gloria de su divino Padre, ofendido por el pecado que causó la muerte y experimentan que su muerte les da la vida de la gracia, en virtud de la cual esperan la vida de la gloria. El mismo Espíritu los vivifica y les da testimonio de que son hijos del Padre celestial, hermanos de Jesucristo y herederos universales de todos sus bienes; el cual deseó y mereció para ellos la participación de su heredad, haciéndolos herederos con él. Querido Amor, después de que me instruiste en las maravillas de estos tres sacrificios, mi alma se ofreció para ser ofrendada en ellos, con ellos y por ellos en las formas que te plazcan, presentándote el cuerpo que ella anima para morir por ti, para ti y en ti, deseando ser un continuo holocausto en las llamas del santo amor, en espera de ser consumida del todo. Despójame del hombre viejo y revísteme de ti, Esposo mío. Cuán grande gloria reviste al apóstol San Bartolomé, que sufrió el ser despojado de su piel por la confesión de tu nombre. Fue una víctima de amor que se ofreció a ti en holocausto. Te mostraste admirable en este santo, el cual no sólo dejó sus vestiduras, sino su propia piel, mereciendo ser revestido de ti mismo y ser totalmente transformado por tus llamas. El divino amor lo hizo semejante a aquel que amaba, al que su alma estaba más atenta que al cuerpo que animaba. El te dijo amorosamente: Verbo Encarnado, vengo a ti, Yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene (Sal_63_7). Tus rayos luminosos lo rodearon, colmándolo de júbilo. Revestido con la púrpura de su sangre, apareció ante los bienaventurados como un Rey magnífico, unido al Dios al que confesaba con su muerte preciosa, en presencia de su divina faz. De sus ojos amorosos recibió su juicio glorioso, que es la corona de justicia, corona de gloria y de honor que lo adornará por toda la eternidad.

Capítulo 144 - Cuidado que san Miguel y sus ángeles han tenido de mí. La soberanía de la Virgen redunda en gran provecho de ellos. Dios raramente se ha mostrado sin velos a la humanidad, complaciéndose en ser un Dios escondido en su penumbra. En la Eucaristía es Dios oculto y salvador. 18 de septiembre de 1641.

            [1009] Esta tarde, víspera de san Miguel, me retiré a nuestra capilla, delante del Santísimo. Sacramento, y mientras que nuestras hermanas recitaban maitines, me dirigí a este príncipe y a todos sus ángeles, diciéndoles: Concédanme la claridad que tenía yo con ustedes antes de que el mundo existiera. Me refería a veinticinco años antes, en que yo no conocía al mundo, ni el mundo a mí, viviendo en casa de mi padre en un continuo retiro y soledad. No conversaba con hombres ni mujeres, sino que mi conversación estaba con ustedes, Oh inteligencias celestiales, que aceptaron ser mis maestros, ¿Qué soy al presente? No os fijéis en que estoy morena: es que el sol me ha quemado. Los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a guardar las viñas, mi propia viña no la había guardado (Ct_1_6). Estos príncipes, tan corteses como caritativos, me hicieron escuchar: Vuelve, vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve, que te miremos (Ct_7_1) ¿Qué verán en la Sulamita, sino coros de ejércitos? Ustedes quieren verme; pero hay mucha diferencia entre estos y aquellos años: Tengo tantas y tan diversas ocupaciones, y tal cúmulo de asuntos. Tengo tantas personas a quienes dirigir, y hago todo tan mal, que me desconozco a mí misma. Si no lo sabes, Oh la más bella de las mujeres, sigue las huellas de las ovejas, y lleva a pacer tus cabritas junto al jacal de los pastores (Ct_1_7).

            Ay, si supiera gobernar mis rebaños como lo han hecho todos aquellos y aquellas a quienes la divina sabiduría ha juzgado dignos de estas direcciones, de estos oficios, y de los cargos de [1010] pastores y pastoras, no me metería en las aflicciones en las que me encuentro, con frecuencia a causa de mis infidelidades. Yo sabía que mi esposo, Rey de ustedes y mío, me dijo que me había convertido en su yegüita, uncida al carro de su gloria, para llevarla por el mundo, y que me ha concedido mil y mil favores, dándome arras en prenda de su fiel y generoso amor.

            Hermanos celestiales y caritativos; en otra ocasión me dijisteis: Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía (Ct_8_8). Es verdad que soy su pobre hermanita, privada de los pechos de la constancia debido a mis ligerezas, por acudir tan raramente a la oración, y por carecer del fervor y cuidado que debo tener de las hijas que me son confiadas para alimentarlas con la leche de la devoción y del buen ejemplo. Tengan piedad de mí al decirse unos a otros: ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella? Si es una muralla, construiremos sobre ella almenas de plata; si es una puerta, apoyaremos contra ella barras de cedro (Ct_8_9).

            ¿Qué haremos por nuestra hermanita el día en que deba hablar de las maravillas de su Rey delante de aquellos que deben interrogarla y ponerla a prueba? Si es un muro, al que la fuerza, la astucia y el poder humano quiere abatir o abrir en ella una brecha; si es una puerta abierta por su grande ingenuidad en toda ocasión, construyamos, sobre este muro, torreones de plata; hagamos resonar la doctrina celestial con la que se ha complacido el divino Rey en favorecerla. Procurémosle un renombre sonoro y brillante como la plata. Si, debido a su sencillez, es una puerta abierta en sus palabras, sin considerar la malicia de los tiempos, mostrando ella misma su debilidad, dando con ello ventaja a sus enemigos, revistamos este muro; reforcemos, realcemos o embellezcamos esta puerta con tablones de cedro, produciendo a través de ella la pureza. Suspendamos los espíritus cuando estén dispuestos a juzgar su franqueza en daño suyo, a fin de que, si es atacada, no sea vencida; que la prudencia humana y la terrestre cedan a la protección divina y celestial; hagamos toda clase de servicios en favor suyo. Bajemos y subamos continuamente por la escala de la divina benevolencia hacia ella, llevándole favores celestiales y trasladando sus deseos, sus palabras y sus acciones, sostenidos y unido en su conjunto a los méritos del Verbo Encarnado, su buen y misericordioso Salvador.

            Nos dices que acudes raramente a la oración, por [1011] detenerte en el recibidor, hacia el que sientes disgusto. Piadosos admonitores; es verdad que me mortifico muchísimo cuando es necesario estar adherida a una reja, debido a las faltas que allí cometo, perdiendo horas enteras que podría emplear en la oración, en la que me encuentro indispuesta debido a achaques corporales como dolor de cabeza y de riñones, causados por las diversas visitas, que me obligan a estar sentada mucho tiempo. Al salir del locutorio, digo a todos ustedes: No lo advertí, se conturbó mi alma por los carros de Aminadab (Ct_6_11). Las consideraciones y los respetos humanos penetran con frecuencia en un espíritu demasiado fácil en condescender en lo que él mismo desaprueba. Esencias inmutables; les confieso mis debilidades y mis continuas faltas, que no dejan de ignorar; fidelísimos guardianes, ¿acaso no debería enrojecer por corresponder tan mal a sus constantes inspiraciones?

            Vuelve, vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve, que te miremos. ¿Qué verán en mí sino batallones de diversos pensamientos? Si las bondades de mi esposo benignísimo me inspiran confianza, mis reiteradas caídas parecen reprocharme que abuso de sus grandes gracias. Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe. Las curvas de tus caderas son como collares, obra de manos de artista. Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta el vino. Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado (Ct_7_2s).

            Hija del Príncipe soberano, que es el Rey de tus afectos; sin reparar en las faltas que nos confiesas, admiramos los pasos de tus pies, que no rebasan los límites de tu amoroso temor; vemos que sólo tienes amor hacia él, a pesar de las debilidades y ligereza que lamentas. Admiramos tu castidad, con la que te ha privilegiado mediante la caridad, haciéndote insensible a todo lo que es sensual, rodeándote de su singular protección y destilando su divino rocío y gracias mil en tu alma y en tu cuerpo, cual perlas del océano de su bondad, hermosas como un collar que su industriosa mano, el Espíritu Santo, coloca en ti con destreza.

            Ignoras acaso que eres el canal redondo que el amor ha hecho en torno a sus inclinaciones, al que su amor colma de [1012] bendiciones, embriagándolo santamente con el vino que produce los pensamientos virginales? Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado. Tu corazón está colmado del trigo de los elegidos, al que recibes todos los días, el cual se multiplica en favores celestiales y divinos, blancos como lirios que producen virginalmente maravillas de pureza. Nosotros somos los vírgenes del cielo, que se complacen en conversar con los vírgenes de la tierra, a quienes contemplamos como ángeles terrestres que viven angélicamente en sus cuerpos materiales y mortales.

            Miguel, su príncipe y mi excelente Maestro, con su cortesía y caridad acostumbradas, se dignó explicarme las palabras de San Pablo: He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles (1Co_11_10), diciéndome: Ve más allá de la explicación ordinaria que suele darse a estas palabras, y escucha las que te enseño. Observa que este pasaje no dice precisamente que la mujer deberá llevar un velo, sino, en verdad, y a la letra: He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles; es decir, que debe tener poder sobre su cabeza a causa de los ángeles (1Co_11_10) y por eso debe tener poder sobre su cabeza a causa de los ángeles. Aprende esta tarde un gran misterio que he venido a declararte: debes saber que la mujer perdió el poder que tenía sobre su cabeza, cuando, desvelada de la modestia propia de su sexo, miró curiosamente y creyó en el ángel rebelde a su Dios, que se había velado bajo el cuerpo de la serpiente, el cual, al engañarla, le dio a entender que ella y su marido serían semejantes a Dios si comían del fruto que su bondad divina les prohibió. Movida por su vanidad, creyó en su fatal ardid, comiendo y dando a su marido del fruto, con cuya ingerencia infestó a toda su posteridad. Como aquella mordida causó la muerte a todos los descendientes de Adán, Dios reservó para sí a Jesucristo por naturaleza y a María por gracia, para que de ninguna manera fuesen involucrados en el pecado. Por eso la Virgen aunque también hija de Adán, dice: Antes de los siglos, desde el principio, me creó, y por los siglos subsistiré.

            En la Tienda Santa, en su presencia, he ejercido el ministerio (Si_24_9). Antes de que existieran los siglos, María fue destinada a ser Madre del Verbo, que se encarnaría en ella; Verbo del que se habla al comienzo del mismo capítulo: Yo salí de la boca del Altísimo, engendrada primero que existiese ninguna criatura. Yo hice nacer en los cielos la luz [1013] indeficiente y como una niebla cubrí toda la tierra (Si_24_5s).

            Ningún cristiano duda que el Verbo proceda de la boca y del entendimiento del Padre, ni que sea en la intimidad de Dios el principio de sus vías y el término de su fecundo entendimiento. Príncipe y doctor sutilísimo, no debemos discutir si la santa humanidad fue, según nuestra manera de pensar, la primera en la mente divina, porque debía ser apoyada y edificada sobre la hipóstasis del Hijo amado del Padre, ni que este sol haya aparecido resplandeciente en su luz indeficiente en el cielo y en tu presencia, que eres como el conjunto de los cielos admirables. En el tiempo de su encarnación, se cubrió de una nube; penetró en la Virgen, el Espíritu Santo descendió y el poder del Altísimo lo cubrió con su sombra. El Verbo, al hacerse hombre, podía decirle: Yo hice nacer en los cielos la luz indeficiente y como una niebla cubrí toda la tierra. Velaba la tierra a la que tomaba (Si_24_6); velaba a aquella en la que tomaba un cuerpo y se velaba a sí mismo, disfrazándose bajo el velo de nuestra naturaleza de tierra, a la que se unía mediante la unión hipostática. Profesor celestial, ¿por qué hablo tan largamente? Perdona, querido maestro, mi temeridad si así la considera tu prudencia angélica continúa, por favor, los discursos de tu elocuencia. Tu pequeña discípula te escucha con placer; haz que esto no suceda sin los frutos que deseas obtenga yo de todo, para gloria de Dios, mi salvación y la de mi prójimo. Una vez cometido el pecado, el Dios justísimo castigó a Eva por su grande falta, sometiéndola a su marido, lo mismo que a todas las que se han casado. El ángel engañoso causó dicha sujeción al dar su pernicioso consejo a la primera mujer. Por ello fue castigado con la maldición del Señor bajo la figura y velo de la serpiente.

            Si nosotros, que somos espíritus como él, hubiéramos sido capaces de alarmarnos, hubiésemos temido ser exterminados. La divina sabiduría, sin embargo, no obró hacia los ángeles como con los hombres: que en uno solo, todos los otros fueran reputados culpables, como los descendientes de Adán. En un designio lleno de bondad y sabiduría, no quiso castigar a los ángeles fieles. [1014] Comisionó a Gabriel, ordenándole que se revistiera de un cuerpo luminoso y, bajo esta figura, descendiera a Nazareth para anunciar a la Virgen, velada de humildad y modestia, el decreto eterno de la Trinidad de que la segunda persona deseaba velarse en ella, tomando un cuerpo en sus puras entrañas y revistiéndose de su sustancia, para ser su hijo y su súbdito, a pesar de ser su cabeza, la de los ángeles y la de los hombres. Su divina maternidad le daría poder sobre él, dándole órdenes en calidad de Madre, y él la obedecería en calidad de Hijo, en sumisión a su divino Padre. Tomaría de ella el ser corporal y la forma de servidor sin dejar la forma de Dios, mediante la cual, sin detrimento, se equipara a su divino Padre en co-igualdad y consustancialidad. La admirable Virgen, velada con un virginal y maravilloso pudor, se informó sabiamente de qué manera podría ser madre, pues como deseaba permanecer virgen, no conocía ni pensaba conocer hombre alguno. El ángel, instruido por el soberano Dios, le dijo: El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra: por ello el que de ti nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios (Lc_1_35). El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra y, al velarte, tu virginidad será conservada, protegida e incrementada. Como el Verbo se cubrirá de tu carne virginal, tendrás más poder sobre tu hijo divino, cabeza universal de toda criatura, del que ninguna de las demás madres haya tenido ni tendrá sobre sus hijos porque su humanidad procederá de ti sin padre, así como recibe su ser divino de su único Padre, con el que este hijo te es común por indivisibilidad. Darás a luz para dicho Padre un adorador, Dios y hombre, cuyos méritos serán infinitos y sus acciones, teándricas. Toda la Trinidad espera tu consentimiento: un Fiat, y a partir de este momento serás para siempre, Madre de Dios, teniendo poder sobre tu cabeza, la cual reparará las ruinas que los ángeles rebeldes causaron en el cielo y en la tierra. El cielo, la tierra y los infiernos doblarán las rodillas, no sólo delante de tu hijo, sino también delante de tu majestad.

            La serpiente venenosa y enfurecida de envida será aplastada por el poder que tu Hijo te concederá, y su astucia redundará en su propia confusión. Jamás tendrá la osadía de mirar [1015] tu luminoso rostro, porque tu talón, con un desdén eterno, le quebrantará la cabeza.

            Señora, no hemos contribuido a su malicia como sus seguidores; pero por ser ángel como nosotros, su falta nos avergonzaría si Dios no hubiese comisionado a uno de nuestra milicia para anunciarte su designio de reparar las ruinas causadas por dicho apóstata. Esta elección no nos confiere la total osadía de ofrecernos a reparar dichas ruinas o culpas, de lo que no somos capaces ni dignos. Los serafines, que entre nosotros son los más elevados y llenos de fuego, parecen temblar de respeto y temor al adorar el trono del Dios que viene a encarnarse en ti. Estos espíritus ardientes y todo fuego, repliegan cuatro alas a manera de velo sobre sus pies y su cabeza, pareciendo excitarse con otras dos alas, animándose y exhortándose los unos a los otros a decir: Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios, etc.

            La tierra está llena de su divina gloria; serás tú, Señora, la que abarcará muy pronto al Hombre-Dios, que es Hijo y súbdito suyo, sobre el que tendrás poder, a pesar de ser tu cabeza: He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles (1Co_11_10). Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo (Is_6_4).

            Todos estos espíritus, a pesar de ser esencias inmutables, que son los goznes mediante los cuales los cielos son silenciados y gobernados, parecen admirarse y atemorizarse ante el trono del Hombre-Dios, reconociéndose indignos de ser súbditos y servidores suyos, lo cual admite San Pablo, diciendo: Y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios. Y de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles vientos, y a sus servidores llamas de fuego (Hb_1_6).

            Uno de estos espíritus ardientes, al ver que el profeta Isaías, de la raza de David, estaba destinado a profetizar este misterio, después de ver con sus propios ojos al Verbo Encarnado sentado en su elevado trono, voló hasta él para purificar sus labios, llevando un carbón encendido que tomó con pinzas de sobre el altar del sacrificio de amor. Después de la purificación obrada por el serafín, el profeta dice: Y percibí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra? Dije: Heme aquí, [1016] envía me (Is_6_8).

            El serafín hizo este oficio de obediencia y caridad, por conocer en él la voluntad de Dios al oír decir al Verbo, que era una de las tres divinas personas: ¿Quién de nosotros irá a encarnarse? ¿A quién enviaremos para anunciar este misterio a los hombres? El serafín no se atrevió a decir: Aquí estoy, envía me, cediendo ante el profeta a quien el Verbo, el Padre y el Espíritu Santo, escogieron para ejercer dicha misión. El profeta evangélico dice: Heme aquí, envíame. El Señor le responde: Ve y di a ese pueblo: Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis. Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón (Is_9_10).

            Profeta, ve a anunciar la llegada del sol, pero antes de que gocen de sus rayos, cierra sus ojos; antes de que escuchen al Verbo, endurece sus oídos, tápales las orejas; endurece y ciega sus corazones, por temor a que presuman de él y de sus bellezas según su punto de vista, con palabras mágicas de complacencia humana; como su corazón se vuelve a los afectos terrenales, nada comprende que no sea carnal y temporal. Deseo que cubras con velos a los judíos, a fin de que no me conozcan con los ojos de la carne y de la sangre, ni que pretendan que, por ser de su raza, les conceda grandezas terrenales. No quiero dar dones perecederos: iré a evangelizar a los pobres, para darles un reino del cielo y no de la tierra.

            Ve, Profeta, y anuncia los misterios velados a la casa de David diciéndole: Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel: Dios con nosotros (Is_7_13s); un Dios velado con un cuerpo, un Dios oculto y Salvador.

            Santo Profeta, la Virgen a la que él escogió por Madre es la profetisa divina que dará al hijo real y divino, el cual se adueñará del botín. El vencerá las fuerzas de [1017] Damasco, que representa la sensualidad, antes de que, según el orden y la naturaleza de los niños pequeños, haya alcanzado la edad de decir padre y madre. El despojará a Samaria, que tiene exceso de confianza en si misma, y todos los obstinados serán condenados por él, porque han endurecido el rostro para oponer resistencia a su gracia, como el diamante al martillo, ya que Samaria quiere decir guardia o diamante.

            El escogerá para sí a los que se le entregarán sin reserva, los cuales serán según su corazón como David, quien poseía uno que, según él, se derretía como la cera: Mi corazón se vuelve como cera, se derrite en mis entrañas (Sal_22_15). La Virgen, su Madre, será hija de David, casada con José, de la misma línea. Su matrimonio servirá de velo a los demonios para ocultarles la Encarnación y para confundirlos en el tiempo destinado, en que el Hijo y la Madre aparecerán en su gloria, gloria que el Hijo-Dios y hombre no concederá a la naturaleza angélica, por no haberla tomado para sí en unidad de hipóstasis: Porque ciertamente no se ocupa de los ángeles, sino de la descendencia de Abraham (Hb_2_16). Nosotros adoramos sus voluntades y decretos, a los que cubre con sus velos. Miguel dice con humilde júbilo: ¿Quién como Dios? ¿Quién es soberano por esencia sino sólo Dios, que puede hacer equitativa y absolutamente todo cuanto quiere?

            El nos hará un grandísimo favor al enviarnos como ministros de fuego; ante sus órdenes, volamos para servir a la humanidad. Grande será nuestra gloria al adorar al Verbo Encarnado en las entrañas de su Madre-Virgen, como cabeza de los hombres y de los ángeles, porque en él habitará corporalmente la plenitud de la divinidad. Consideraremos como un favor especial obedecer la voluntad, señales e inclinaciones de la Virgen, su Madre, Emperatriz nuestra y de los hombres, la cual tendrá poder sobre él, a pesar de ser su cabeza: He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles (1Co_11_10). Convenía que la Virgen tuviese el poder a causa de su humilde modestia, que Eva perdió por vana curiosidad. Eva era igual a su cabeza, y una compañera semejante a él, cuya inclinación a su             sexo la convertía en su Señora: Dijo luego el [1018] Señor Dios: No es bueno que el hombre esté solo.

            Voy a hacerle una ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne (Gn_2_18s). Cuando Dios quiso crear o formar a Eva del costado de Adán, lo adormeció con un sueño que fue un velo y un misterio. Al despertar Adán de aquel sueño extático, Dios mismo le presentó a la virgen Eva para que fuera su esposa, y el texto añade: Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer (Gn_2_24). No dijo que la mujer dejaría padre y madre para unirse a su marido, esto debe entenderse. El Espíritu Santo no escribió esta consecuencia porque el abandono del padre y de la madre, así como la adhesión a la esposa, es figura del poder de la Virgen sobre el nuevo Adán, del que debía ser esposa y madre con el poder de darle órdenes para ensalzar la humildad de los ángeles buenos y confundir la soberbia de los malos. He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles (1Co_11_10).

            Gran san Miguel, tú recibiste el nombre ¿Quién como Dios?, junto con la gloria del triunfo cuando combatiste y abatiste al dragón y a sus ángeles, que debían devorar al hijo y a la Madre, considerando como un gran favor el obedecer a los mandatos de la Virgen, Madre de tu cabeza, y de ser empleado en los designios de Jesucristo, que te honró con el titulo de espíritu de su boca, de protector de la Iglesia y general en jefe de sus ejércitos. Tu gloria resplandece en el cuidado que tienes de las almas que él rescató, sobrepasando a sus enemigos en virtud de la sangre preciosa que pacifica el cielo y la tierra; sangre que el Verbo tomó en la Virgen y de la Virgen al encarnarse, convirtiéndose en Hijo y súbdito suyo; ella tiene poder sobre él, dándole órdenes en calidad de Madre, aun cuando él es su cabeza y la de todas las criaturas.

            Las mujeres tendrían alguna razón al quejarse de la naturaleza angélica a causa de la sujeción a la que la persuasión del ángel malvado las redujo con sus engaños, si la Virgen no hubiera retomado con mayor ventaja lo que Eva perdió al hacerse esclava del pecado y quedar sujeta a su marido. La ventaja de la Virgen es que ella es [1019] Señora de todas las criaturas, Madre del Creador, Emperatriz universal que da órdenes al mismo Dios, el cual, en la plenitud de los tiempos, realizó el eterno designio de hacerse hombre de ella: Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva (Ga_4_4s).

            Se hizo hombre de una mujer, de la que tomó un cuerpo, sujetándose a la ley que dio para librar a los hombres y a las mujeres de la ley del pecado, haciendo a todos hijos por adopción de su divino Padre y de su Madre; hermanos y coherederos suyos, y todos súbditos de María.

            Por un hombre y por una mujer, el pecado y la muerte entraron en el mundo, a causa de la sugestión del ángel malo. La mujer, curiosa, desobedeció y dio del fruto a su marido, quien, al creer en ella, perdió a toda su posteridad.

            Por una mujer y por un hombre, la gracia y la vida nos es ofrecida y concedida; Eva sola no perdió a todo el género humano, ni tampoco María salvó al mismo género humano. Jesucristo, su Hijo, es el Salvador y Redentor, el cual quiso que María fuese su guía y tomar de ella un cuerpo, con cuya muerte nos rescató con la efusión de la sangre que la Virgen le dio voluntariamente.

            Eva fue tomada de Adán mientras que él dormía, sin que Dios le pidiera su consentimiento. A la Virgen, en cambio, le envió un ángel para obtener el suyo mediante un Fiat, después del cual se hizo hombre cubierto por velos, mientras que la virtud del Altísimo daba su sombra en la Virgen y a la Virgen, la cual aceptó dicha sombra y velos diciendo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc_1_38). Fue como si dijese al embajador del Soberano Dios: Como he tomado la resolución de permanecer Virgen, te he dicho: ¿Cómo llegaré a ser madre si no deseo conocer hombre alguno? Si mi virginidad queda a salvo, no tengo curiosidad alguna por ver lo que Dios desea obrar en mí. Me dices que el Altísimo me dará sombra y que él mismo me cubrirá con sus velos. Acepto su voluntad. Yo soy la sierva del Señor; que él haga de mí y en mí según tu palabra...

            [1020] Virgen sabia y prudente, qué bien instruyó tu espíritu el Espíritu, que viene a ti con creces y plenitud para obrar la encarnación a la sombra del Altísimo. Al convertirte en Madre de su Hijo, tendrás poder sobre tu cabeza. Observo que Dios prefigura tu poder en la autoridad que dio a Sara sobre Abraham, lo cual sucedió después de la promesa de darle un hijo, de cuya simiente descendería el Mesías.

            Al recibir Abraham la promesa de Dios, que no puede mentir, y habiendo tomado las vacas, las cabras, los carneros, las tórtolas y las palomas, las partió según la orden que Dios le dio, mientras el sol se ocultaba, para velarlo todo: Y sucedió que estando ya el sol para ponerse, cayó sobre Abraham un sopor, y de pronto le invadió un gran sobresalto. Y, puesto ya el sol, surgió en medio de densas tinieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos. Aquel día firmó el Señor una alianza con Abraham, diciendo: A tu descendencia he dado esta tierra (Gn_15_12s). Dicha simiente es Isaac, hijo único de Sara, que es figura de Jesucristo, con el que Ismael no debía heredar ni aun jugar familiarmente. Vio Sara al hijo que Agar la egipcia había dado a Abraham jugando con su hijo Isaac, y dijo a Abraham: Despide a esa criada y a su hijo, pues no va a heredar el hijo de esa criada juntamente con mi hijo, con Isaac. Lo sintió mucho Abraham, por tratarse de su hijo, pero Dios dijo a Abraham: No lo sientas ni por el chico ni por tu criada. En todo lo que te dice Sara, hazle caso; pues aunque por Isaac llevará tu nombre una descendencia (Gn_21_9s).

            Dios ordenó a Abraham obedecer la voz de Sara, diciéndole que esa era su voluntad, y que no consideraba grosero lo que dijo Sara, por ser madre de Isaac, al que daría la posteridad de bendición, de la que nacería Jesús. Dios reveló el nacimiento de este divino hijo a Abraham para alegrarlo, y, aunque lo hizo veladamente, el patriarca pudo saludar de lejos las promesas. Isaac se paseaba una tarde al declinar el día, es decir, cuando el sol se ocultaba. Vio entonces venir a Rebeca, la cual se cubrió con su manto. En cuanto el servidor le dijo que el hombre que iba delante era su señor, del que ella debía ser esposa, entonces ella tomó el velo y se cubrió. Isaac la [1021] condujo a la tienda de Sara, su madre, y la tomó por esposa: Y tanto la amó, que se consoló Isaac por la pérdida de su Madre (Gn_24_65).

            Rebeca, al consultar al Señor acerca de los sufrimientos que tendría a causa dos hijos que llevaba en su vientre, fue respondida que llevaba en ella dos pueblos, de los cuales el segundo en nacer suplantaría al primero, y que el mayor serviría al menor, que era amado por él, y del que nacería el Mesías. Se trataba de Jacob, al que amaba Rebeca; a su vez, Isaac amaba a Esaú: Isaac quería a Esaú, porque le gustaba la caza, y Rebeca quería a Jacob (Gn_25_28), pero con un fin más alto que el del bueno de Isaac, porque ella había aprendido del Señor que Jacob era su elegido, y que sería padre del Mesías. Por eso lo revistió con la túnica de Esaú y la piel de los cabritos, tapándolo con sus velos para recibir la bendición y para convertirlo, según las promesas divinas, en suplantador de Esaú. Fue de Rebeca la idea de enviar a Jacob a casa de su hermano Labán, tanto para librarlo del furor de Esaú como para cooperar al designio de Dios bajo el pretexto de las aflicciones que le sobrevendrían si su hijo se casaba contrariamente a sus deseos: Rebeca dijo a Isaac: Me da asco vivir al lado de las hijas de Het. Si Jacob toma mujer de las hijas de Het como las que hay por aquí, ¿para qué seguir viviendo? (Gn_27_46). Qué espesura la del velo de Rebeca, y cuánto poder tenía sobre Isaac. Llamó, pues, Isaac a Jacob, le bendijo y le dio esta orden: No tomes mujer de las hijas de Canaán. Levántate y ve a Paddán Aram, a casa de Betuel, padre de tu madre, y toma allí mujer de entre las hijas de Labán, hermano de tu madre. Que el Dios omnipotente te bendiga, te haga fecundo y te acreciente, y que te conviertas en asamblea de pueblos. Que te dé la bendición de Abraham a ti y a tu descendencia (Gn_28_1s).

            Llegó entonces a un lugar donde quiso descansar después de la puesta del sol. Tomó, pues, algunas piedras y las colocó debajo de su cabeza: llegando a cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella, y vio que el Señor estaba sobre ella, y que le dijo: Yo soy el Señor Dios de tu padre Abraham, y el Dios de Isaac. [1022] La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia, etc. (Gn_28_16). Cuando Jacob se despertó dijo: verdaderamente Dios está en este lugar y yo no lo sabía (Gn_28_16), Jacob, Dios te veló con el sueño al revelarte tantas maravillas; él mismo se apoyó en esta escala mística, por la que subían y bajaban los ángeles, trayéndote presentes y gracias y ofreciendo tus razones para urgir la Encarnación. Los ángeles dispusieron todo de suerte que Jacob desposara a Lía y a Raquel, ayudándole a enriquecerse con las ovejas que concebían corderos, de acuerdo a los deseos de Jacob para compensar el alquiler que Labán le había impuesto por ellos. Jacob, al regresar con sus dos esposas y sus hijos se enteró de la cólera de Esaú, su hermano; pero los ángeles se ocuparon de todo: uno de ellos aparentó ser el mismo Dios en forma humana y, disfrazado, salió al encuentro de Jacob, que se había quedado solo durante la noche: Y habiéndose quedado Jacob solo, estuvo luchando alguien con él hasta rayar el alba. Pero viendo que no le podía, le tocó en la articulación femoral, y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba con aquél. Este le dijo: Suéltame, que ha rayado el alba. Jacob respondió: No te suelto hasta que no me hayas bendecido. Dijo el otro: ¿Cuál es tu nombre? Jacob. En adelante no te llamarás Jacob sino Israel; porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y le has vencido. Jacob le preguntó: Dime por favor tu nombre. ¿Para qué preguntas por mi nombre? Y le bendijo allí mismo (Gn_32_25s).

            Dios, velado en el ángel y éste velado bajo la figura de un hombre, luchó entre los crespones de la noche con Jacob, que prevaleció sobre el ángel, el cual sólo dañó un nervio a Jacob, que se había convertido en suplantador de Dios en el ángel. El Dios oculto, no deseando ser conocido, pidió tregua a Jacob al llegar la aurora, pero éste no quiso dejarlo ir hasta que le diera su bendición. El ángel simuló ignorar su nombre para cambiárselo por el de Israel, a fin de revelarle que había vencido a Dios disfrazado. Después, viéndose instado por Jacob para decirle su nombre, se apresuró a bendecirlo en el mismo lugar para no ser identificado.

            Jacob, iluminado por la luz invisible que es la fe, que extiende velos bajo los cuales Dios es percibido por los espíritus [1023] fieles, llamó a ese lugar Fanuel, diciendo: He visto a Dios cara a cara, y tengo la vida salva. El sol salió así que hubo pasado Fanuel, pero él cojeaba del muslo (Gn_32_30s).

            El buen Jacob dijo que había visto a Dios cara a cara, y que su alma estaba a salvo; pero todo sucedió veladamente, como ya dije antes. Repentinamente, después de la lucha, salió el sol, lo cual nos señala que vio a Dios bajo los velos de la noche, en el ángel en forma de hombre. Los ángeles se regocijaron al presenciar las comunicaciones de Dios con los hombres bajo diversos velos, considerándose muy honrados de que él se ocultara en ellos para visitar a la humanidad. También le servirían de velos en diversas apariciones que precederían a la Encarnación.

            Cuando se mostró a Abraham como figura de la Trinidad, aparecieron tres ángeles y el patriarca, divinamente inspirado, adoró a uno de ellos, lo cual manifestaba la unidad de la esencia en la Trinidad de personas y señalaba al Verbo que deseaba encarnarse. Lo que ya he dicho acerca de la lucha de Jacob muestra además el placer que estos caritativos espíritus sienten ante las inclinaciones de Dios a conversar con la humanidad, cediendo con disposición angélica y con toda cortesía las ventajas a Jacob, en cuanto dijo su nombre al ángel que luchaba contra él: En adelante no te llamarás Jacob sino Israel; porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y le has vencido (Gn_32_28). Jacob quiso interrogarle Dime tu nombre. ¿Por qué te escondes de mí? Aquel espíritu, tan prudente como perspicaz, le dijo: ¿Para qué preguntas por mi nombre? (Gn_32_29). Tengo orden del soberano de ocultar su majestad en mí. ¿Por qué deseas identificarme y conocer al Dios oculto? Prefiero, desde ahora, darte mi bendición en este lugar, antes de que la aurora revele lo que tengo orden de mantener en secreto. En el mismo instante, desapareció.

            Jacob, instruido por el Espíritu Santo, dijo que había visto a Dios cara a cara, y que su alma estaba a salvo. El buen Jacob había sido iluminado bajo los velos de la fe, mediante la cual el alma dice que ve a Dios según el rostro que él desea adoptar para hacerse visible a nuestra vista. Cuando Dios, oculto y salvador, quiso sacar a su pueblo de la esclavitud, se manifestó bajo la forma de un arbusto en llamas, desde el que habló a Moisés a través del ángel que lo velaba (Gn_28_11s).

            [1024] Como Moisés deseaba contemplar su grande y maravillosa visión, el Señor oculto en el ángel le dijo desde en medio del zarzal ardiente: Moisés, Moisés, no te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque la tierra en la que contemplas esta maravilla es santa. Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.

            Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios (Ex_3_6). La majestad de Dios en el ángel era tan grande, que Moisés no se atrevía a levantar los ojos para mirarla; de ella recibió el mandato de ir con Faraón, para decirle de parte de su soberana majestad que liberase a su pueblo. Moisés respondió: ¿Quién soy yo para ir a Faraón y sacar de Egipto a los israelitas? Si voy a los israelitas y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; ¿qué les diré si me preguntan el nombre del Dios que me envía a ellos? Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y añadió: Así dirás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a ustedes (Ex_3_11s). Moisés no sabía otro nombre que el de Dios de sus padres, el cual en realidad es Yo soy. He ahí los velos. Moisés prosiguió: No van a creerme, ni escucharán mi voz pues dirán: No se te ha aparecido el Señor (Ex_4_1).

            Dios le prometió el poder de hacer milagros para que su pueblo creyera en él y para atemorizar a Faraón. Los prodigios que obró Moisés no bastaron para que Faraón se rindiera, hasta que un ángel, bajo los velos de la noche, arrebató la vista y la vida a todos los primogénitos de los egipcios. Pero las tinieblas palpables de tres días no produjeron el terror suficiente para atemorizar y vencer al monarca endurecido en contra de las órdenes del Dios de Israel; fueron necesarias las de la noche, que fue para él y para todo Egipto una desolación universal: Levantóse Faraón aquella noche, con todos sus servidores y todos los egipcios; no había casa donde no hubiese un muerto (Ex_12_30). Aquella noche fue un crespón de aflicción general, que dio espíritu a Faraón, pero no de gracia, ya que temió su propia muerte al presenciar la de su hijo y la de todos los primogénitos de Egipto. Permitió, por tanto, que Moisés, Aarón y todo el pueblo de Israel salieran a sacrificar al desierto, según la voluntad de Dios. [1025] Aquella noche, que fue la desolación de los Egipcios, fue la alegría del pueblo de Israel; un día de gozo y de liberación de Faraón y del Mar Rojo, por el poder de la diestra de Dios oculto en el ángel, el cual los condujo a través de los desiertos para velarles las ciudades y que aquel pueblo, poco valiente, no volviese a Egipto al menor rumor de guerra, sufriendo con más libertad la cautividad que combatiendo con generosidad.

            El Dios de bondad les envió un ángel que lo representaba bajo los velos de una columna de nube por el día, y una columna de fuego por la noche, alimentándolos con el maná, que era velo y figura del pan eucarístico que deseaba darnos, lo cual ignoraban; por ello dijeron: Man Hû ¿Qué es esto? (Ex_16_15), a lo que respondió Moisés: es el pan que el Señor desea enviarles para comer en los desiertos. Más tarde su bondad les daría el agua de la piedra, que fue también velo y figura del agua de la gracia que Jesucristo, la roca verdadera, daría a los cristianos que ingresarían a la Iglesia. Llegaron hasta el desierto del Sinaí, donde fijaron sus tiendas y pabellones frente al monte (Ex_19_1). El Señor les testimonió el cuidado que se dignaba tener de ellos y el favor que les hacía por encima de las demás naciones, de escogerlos como a pueblo suyo. Cuando Moisés les dio a conocer los favores que el Señor les prometía, el Señor dijo: Mira: Voy a presentarme a ti en una densa nube para que el pueblo me oiga hablar contigo, y así te dé crédito para siempre (Ex_19_9). Moisés se acercó y el Señor descendió del cielo hasta la cima del monte al que subió Moisés: Todo el Monte Sinaí humeaba (Ex_19_8). Aquel monte era terrible; el pueblo tuvo miedo Y se mantuvo a distancia, mientras Moisés se acercaba a la densa nube donde estaba Dios (Ex_20_21).

            Moisés recibió la ley en la penumbra, cuando Dios le ordenó hacer el tabernáculo y colocar el arca en él. Le [1026] dijo: Lo haréis conforme al modelo de la Morada que yo voy a mostrarte y un velo de púrpura violeta y escarlata, de carmesí y lino fino torzal (Ex_25_8s). Dios les pondría velos. Nunca supieron algo acerca del misterio de la Trinidad debido a que, en su rudeza, aquel pueblo no hubiera podido aceptar que en Dios hay tres personas. Dicho misterio estuvo velado y oculto para ellos. Era necesario el Mesías para declararlo a los suyos, en especial a San Juan, que es el águila de los Evangelistas. Aquel pueblo de dura cerviz, obstinado en su sentir, tenía tendencia a la idolatría, como lo manifestó cuando Moisés tardó demasiado en bajar, prolongando sus coloquios con el Señor, que le dictaba la ley: impacientes por su regreso, fabricaron un becerro de oro al que adoraron. Si Moisés hubiese tenido la misión de anunciarles la Trinidad de personas, habrían creído que no podían ser tres hipóstasis sin ser tres dioses. No hubieran podido aceptar que, en la unidad de esencia, hay tres naturalezas distintas que son un solo Dios y una naturaleza simplísima e indivisible; su capricho los habría movido a decir que una de las tres personas era desigual; que el Padre era superior al Hijo, a pesar de que éste recibe su esencia sin dependencia, y que el Espíritu Santo era menor que el Padre y el Hijo que lo producen, el cual recibe de ellos el ser sin sometimiento, como de un sólo principio; y que está en ellos y ellos en él mediante la divina circumincesión.

            Jamás hubieran perseverado en la creencia de que el Padre era tan fecundo en su entendimiento, que al contemplar sus divinas perfecciones, engendraba un Hijo igual y consustancial con él: una noticia, una dicción, un Verbo que es el principio de sus vías internas y el término de su entendimiento; Hijo que recibe toda la esencia sin que el Padre se prive de ella; Padre e Hijo que la comunican enteramente al Espíritu Santo por vía de espiración, sin división, sin disminución, sin partición. El Espíritu recibe su ser con inmensidad, por ser término de la única voluntad del Padre y del Hijo y el lazo que los une dichosamente. Es el círculo inmenso que abarca y termina todas las divinas emanaciones, siendo igualmente feliz al recibir el ser que el Padre y el Hijo [1027] se glorían en comunicarle. El nada produce en la Trinidad, porque en él todo es producido. El es su delicioso beso, su amor subsistente y todopoderoso, sapientísimo y buenísimo como el Padre y el Hijo. Es tan grande su deseo de ser enviado a los hombres, como el de ellos de enviarlo; como es el mismo Dios, sólo hay un mismo deseo. El es el bienaventurado suspiro de los dos espirantes, cuya gloria les es común desde la eternidad, y lo será por toda la infinitud. La divina sociedad es su felicidad soberana: un Dios que se basta a sí mismo, que mora en una luz inaccesible a las meras criaturas.

            Oh abismo de la riqueza de la sabiduría y de la ciencia de Dios. Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos (Rm_11_33), exclama el gran apóstol, el cual nos enseña que los patriarcas y profetas saludaron de lejos las promesas, y que todo se les reveló en figura. Si Moisés tuvo el privilegio de ver al Dios invisible, fue como de paso. Lo expreso de este modo para no desviarme de las palabras de la Escritura, y para conciliar lo que, a primera vista, parece contradecirse en un mismo capítulo.

            Todo el pueblo veía a Moisés cuando penetró en el tabernáculo; en cuanto lo hizo, descendió la columna de nube: Y una vez entrado Moisés en la tienda, bajaba la columna de nube y se detenía a la puerta de la Tienda, mientras el Señor hablaba con Moisés. Todo el pueblo veía la columna de nube detenida a la puerta de la Tienda y se levantaba el pueblo, y cada cual se postraba junto a la puerta de su tienda. Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo (Ex_33_9s). Más adelante Moisés dijo al Señor que él le había asegurado que lo conocía por su nombre, y que había hallado gracia en su presencia: Si realmente he hallado gracia a tus ojos hazme saber tu camino, para que yo te conozca y halle gracia a tus ojos y mira que esta gente es tu pueblo. Respondió el Señor: [1028] Yo mismo iré contigo y te daré descanso. Contestó Moisés: Si no vienes tú mismo, no nos hagas partir de aquí (Ex_33_13s). Con estas palabras, Moisés dio a entender que no veía los ojos ni el rostro de Dios, a pesar de que se dice en el versículo once que hablaba con Dios cara a cara, y en el verso 14: Mi rostro te precede (Ex_33_14).

            Moisés parece decir que dicha manera de precederlo con su rostro no se refiere al rostro que desea ver, sino a uno que lo representa; es decir, probablemente la faz de un ángel, el cual, con una sutileza angélica, parece desear conversar con Moisés con una cortesía celestial: Has hallado gracia a mis ojos y yo te conozco por tu nombre (Ex_33_17). A lo anterior responde Moisés: Déjame ver, por favor, tu gloria (Ex_33_18); muéstrame tu gloria, y a través de la luz de la misma conoceré claramente tu rostro. El ángel, tan diestro como Moisés, y aún más que él, respondió: Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre del Señor; pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia. (Ex_33_19). Como Moisés no quedó del todo satisfecho, oyó que el Señor añadía: No podéis ver mi rostro. No puede verme el hombre y seguir viviendo. Dios oculto en el ángel, permíteme expresar lo que pienso: ¿Acaso no son tuyas estas palabras: No puede verme el hombre y seguir viviendo? Las dices a fin de que Moisés no te apremie a descubrir el misterio escondido, temiendo su muerte al insistir en su petición de contemplar tu rostro. ¿Se debe a que deja de pedir lo que no quieres concederle? ¿A quién se ha revelado el origen de la sabiduría, y quién ha conocido sus sutilezas?

            Moisés parece tranquilizarse un poco en su gran deseo de contemplar el rostro divino; Dios, al ver que no responde, le dice: Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver (Ex_33_21s).

            Moisés, no deseo desconcertarte del todo; el hombre que vive una [1029] vida corporal no puede verme en la gloria con una vista estable, permanente y sin velos; pero como tengo tanto poder como sabiduría, permitiré que veas bien y contemples mi gloria, pero de manera transitoria. Cuando pase, mantente en la hendidura de la peña en la que te colocaré; mi diestra te servirá de protección en tanto que yo pase glorioso. Apartaré mi mano, la cual manifiesta y oculta mi gloria como y a quién me place, que es la misma mano que sostiene las estrellas como bajo un lacre o sello. Cuando la levante, verás mis espaldas, contemplando en ellas al Verbo que debe encarnarse, el cual lleva sobre sí, en cuanto Dios, la plenitud de la palabra del divino poder; y llevará sobre sí, en cuanto hombre, al encarnarse, todos los pecados del mundo. Al ver al Verbo podrás ver claramente, porque en él habitará corporalmente toda la plenitud de la divinidad; la divinidad se ocultará en él para reconciliar el mundo conmigo. En cuanto a mi rostro, que es un sol radiante, no puedes verlo sin perder la vista, a menos que haga yo un milagro, que no creo oportuno, por no ser absolutamente necesario. Debe contentarte el que tu suerte esté en mi mano. Los rayos de mi espalda, que proceden de mi rostro, son capaces de hacerte feliz al pasar. Mi Verbo es un espejo voluntario; que te baste verlo a través de admirables centelleos. Al penetrar por anticipado en el orificio de su costado, que estará abierto, eres favorecido por adelantado. Mi bondad y tus fervientes deseos te han obtenido esta gracia. Piensa por ahora en tallar dos tablas de piedra como las primeras que rompiste, y escribiré sobre ellas las palabras de mi ley. Procura estar listo desde la aurora, para subir con diligencia al Monte Sinaí, a fin de encontrarte conmigo en su cima, y que nadie suba contigo. El Señor descendió velado por la columna para dictar la ley. Cuando Moisés hubo permanecido con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, descendió de la montaña y se dirigió al pueblo para manifestarle la voluntad y los mandamientos del soberano Dios.

            [1030] Todo lo que he escrito acerca del Éxodo es para demostrar que Dios colocaba velos, no sólo ante el pueblo, sino aun ante Moisés, hablándole en la penumbra de la nube. En cuanto a mí, escribo bajo velos y sombras por ser incapaz de describir dichas luces, ni manifestarlas sin perjuicio de los múltiples rayos divinos tratando de proteger sus puntas. Tiendo crespones, adorando al que se veló en el ángel, mandando que se le creyera soberano Señor, diciendo que su nombre es admirable en él mismo y en el ángel que lo representaba, deseando que fuese adorado como Dios.

            Se trataba de ti, glorioso san Miguel. Mi divino amor me lo dio a entender hace algunos años, y no lo pongo en duda. El quiso que fueses semejante a él, que te ama tanto como una esencia espiritual creada puede relacionarse con la esencia que es el espíritu increado y posee el ser en sí mismo. Fuiste el primero en adorarlo en espíritu y en verdad, atrayendo a él tus soldados, es decir, la milicia celestial, de la que el Dios justísimo te constituyó general en jefe. Eres como un signo en presencia de su rostro, el cual imprime en ti su esplendor. Eres el espíritu de su boca; dígnate, si te place, enseñarme alguna digresión en que haya caído; condúceme con Josué para destruir a Jericó y todas sus inconstancias; Jericó representa la luna, que es inconstante.

            Josué levantó los ojos y vio a un hombre plantado frente a él con una espada desnuda en la mano. Josué se adelantó hacia él y le dijo: ¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos? Respondió: No, sino que soy el jefe del ejército de Yahvé. He venido ahora. Cayó Josué rostro en tierra, le adoró y dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? (Jo_5_13s). Le diste orden, gran príncipe, de quitarse las sandalias, diciéndole que el lugar que pisaba era santo. Josué obró según tu mandato. Fuiste tú quien sembró el terror en los espíritus de los habitantes de Jericó, y el que condujo y defendió al pueblo de Israel combatiendo por él, el cual te tomó por el mismo Dios.

            Todos cuantos se acogían a tu poder [1031] decían que el Dios de los hebreos velaba por ellos. Tuvieron razón al decir: No hay otra nación tan grande ni que tenga dioses tan cercanos como lo está de nosotros nuestro Dios (Dt_4_7) Fuiste tú quien condujo a los espías, llevándolos a Raab, a la que escogió el Salvador para contribuir a su genealogía y para ser de su raza. Sabías muy bien que el Mesías vendría a llamar y salvar a los pecadores y prevenías con la luz de sus divinos rayos, sus amorosas inclinaciones, que eran velos para los pueblos, que ignoraban sus maravillas.

            Josué detuvo el sol mientras combatía, pero esto se debió a que le diste la idea y el valor para hacerlo. A partir de aquel día te puedo aplicar estas palabras escritas en el Apocalipsis: Otro ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo (Ap_7_2). Fuiste tú quien ordenó a los cuatro ángeles no dañar la tierra, ni el mar, ni los árboles; fuiste tú quien, obedeciendo la orden divina, detuviste el sol ante la palabra de Josué, hasta que obtuvo la victoria de los enemigos del pueblo de Dios, y el que hizo durar ese gran día, como el que no ha habido otro semejante. Cuántas veces muestras tu poder a los que combaten contra los cinco reyes, que son nuestros cinco sentidos, a los que suspendes para después darles muerte en lo que les parecía lo más natural, manteniéndolos como sepultados, abrumados de mortificaciones que el cielo les manda, debido al peso del santo amor; tú los velas y Dios sale vencedor!

            Fuiste tú quien condujo a los grandes guías del pueblo judío, aunque permaneciendo velado a sus ojos; tú el que instruyó a la sensata Débora para juzgar bajo su palmera como debajo de un velo, y tú el que dio un clavo a Jael para traspasar la cabeza de Sízara, enemigo del pueblo de Dios. Fuiste tú, sin manifestarte, quien urgió a la hija de Jefté a salir al encuentro de su victorioso padre, para ser una víctima virginal, aunque tuviera que llorar su virginidad.

            [1032] A través de los velos, contemplarías el placer que el Verbo Encarnado experimentaría en la ley de gracia en los sacrificios voluntarios, no impuestos, de las vírgenes veladas y consagradas al divino esposo. Fuiste tú quien anunció el nacimiento de Sansón, volando al extremo de la llama del sacrificio para manifestar ante la tierra y el cielo tu amorosa fidelidad por la gloria del soberano Dios. Al rehusar el honor que se le ofrecía, Sansón fue asistido y tomado por ti, para sobreponerse a todo. Fuiste tú quien concedió a Ruth la constancia para seguir a Noemí, y tú quien dispuso a Booz para desposarla después de que ella siguió los consejos que inspiraste a su suegra, permitiéndole llegar a la grandeza de ser antepasada del Mesías. Tú presentaste las oraciones y lágrimas de Ana para obtenerle un Samuel poseído por Dios, al que presentaste las quejas de la ingratitud de los hijos de Israel, que deseaban un rey y un guía visible, por estar cansados de los favores del rey y guía invisible el cual los favorecía con milagros inauditos hasta entonces; milagros que tú mismo hacías por mandato suyo, de los que llegaron a hastiarse. Les describiste, con una sabiduría admirable que manifestó tu justo reproche, la ley del rey que ellos pedía n, la cual sería un fardo pesadísimo para ellos, mostrándoles que estaban ciegos.

            Como castigo a su ingratitud, tuvieron un rey que desoyó las órdenes de Samuel y cuyo reino no se consolidó.

            Tu penetrante mirada en los designios de Dios, aunque velados a los hombres, señaló a Samuel el rey que el soberano Dios escogió, que era un hombre según su corazón, al que reconociste como descendiente de la simiente de la que nacería y tomaría carne el Mesías, como me inspiraste escribir antes en este mismo tratado. No lo repetiré; ya lo he mostrado con mucha claridad, aunque velado.

            ¿No fuiste tú quien penetró en el templo el día de la Dedicación, representando a la majestad divina bajo los velos? Era la Trinidad, ignorada y oculta a la rudeza de aquel pueblo.

            [1033] En el segundo Libro de los Macabeos se dice que todos fueron a buscar el fuego sagrado, encontrándolo oculto en un pozo profundo y seco: No habían encontrado fuego, sino un líquido espeso (2Mac_1_21). En cuanto éste fue colocado sobre la leña dispuesta para el sacrificio, fue encendida por el sol, que hasta entonces se había ocultado tras de la nube. Surgió un verdadero fuego: El sol que antes estaba nublado volvió a brillar, y se encendió una llama tan grande que todos quedaron maravillados (2Mac_1_22).

            Gran Santo, en qué dédalo me has metido. Me he perdido en él sin tener la intención de caminar por él tanto tiempo. Llévame hasta Nazareth para ver ahí a la Virgen que concibió un hijo que es Dios velado con los harapos de nuestra humanidad, el cual permaneció con ella y San José durante treinta años, conocido a los ángeles y oculto a los hombres. Durante estos treinta años tus delicias se cifraron en verlo, servirlo y adorarlo en sus acciones y en sus divinas contemplaciones, pasando noches enteras en la oración de Dios, velado en sus divinas tinieblas, a pesar de que en él estaba la luz esencial en cuanto Verbo divino, luz de luz, Dios de Dios, y que por ser Dios no había en él tinieblas, aunque en cuanto hombre quiso sufrir el poder de las tinieblas, por lo que dijo: Pero esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas (Lc_22_53).

            Vino a los suyos y los suyos no lo reconocieron ni lo recibieron, queriendo cubrirse con las apariencias de pan y vino para entregarse a los hombres en banquete perpetuo hasta el último día, después de lo cual se dirigió al huerto para orar y ofrecerse a un combate espantosísimo a causa del horror de las tinieblas, como nos dicen Mateo y Marcos: Comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: Mi alma está triste hasta el punto de morir (Mt_26_37s). San Lucas habla de un ángel que se le apareció para confortarlo. Fuiste tú, gran Santo. Sabes cómo llegué a saberlo. Lo consolaste y le dijiste que su Padre lo había enviado para dar a conocer el amor que tenía por los hombres; que era digno de combatir, que se llevaría la victoria sobre todos sus enemigos y que tomaría la gloria que los demonios quisieron arrebatar a su majestad, añadiendo que vencería los poderes de las tinieblas, [1034] despojándolos de su imperio; que debía ser el esposo de sangre que desposaría a la Iglesia con su muerte, a fin de que dicho matrimonio fuera perpetuo e indisoluble; su amor por ella era tan grande, que retaría en duelo a todas las criaturas. Prosiguió diciendo que, como su amor era más fuerte que la muerte y su celo más duro que el infierno, había venido del cielo por expresa voluntad de su divino Padre, para consolarlo: Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra (Lc_22_43s).

            Se ofreció a la muerte de la cruz y, al tener que subir a dicho altar, fue velado por la burla de los que le golpeaban diciéndole: Adivina, ¿quién te ha pegado? Habiendo llevado su cruz hasta el Calvario, y estando clavado en ella, las tinieblas lo cubrieron: Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona (Lc_23_44). Cuántos misterios se cruzaron entre el Padre y el Hijo a través de su amor común, el Espíritu Santo, satisfecho ante la copiosa Redención de la humanidad, que su Salvador había realizado por un exceso de amor incomprensible a los hombres y a los ángeles. La Virgen, que estaba de pie junto a la cruz, contribuyó con todo lo que tenía a este rescate, dando amorosa y constantemente a su hijo Dios y Hombre, por la redención del género humano, llegando hasta privarse de la cualidad de Madre del Hombre-Dios, cuya voluntad fue ser sustituido por su discípulo, dejando de llamarla madre suya: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre.

            Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo que tenía sed y se le presentó vinagre. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: Todo está consumado. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Jn_19_26s). Esta muerte fue un velo; como el Salvador era la luz del mundo, su alma descendió a los limbos; la tierra no estuvo ya iluminada, salvo en sus regiones inferiores, a las que esa alma gloriosa descendió para iluminar a las que yacían en las tinieblas. Su cuerpo sagrado quedó en la cruz para completar las prodigalidades del divino amor, el cual, aunque carecía de ojos guió a un ciego para que clavara su lanza en el corazón del enamorado que moría de amor. [1035] Se dice que el amor es ciego, o que carece de ojos a pesar de lo cual conoce su objeto y penetra hasta donde la ciencia no puede llegar. La lanza, al abrir el costado del Salvador, manifestó el amor del Rey de los corazones y la dilección de su divino y real corazón, que deseaba demostrar su generosidad derramando el resto de sangre que aun quedaba en su divino cuerpo, junto con el agua milagrosa que mana de la piedra adorable sobre la que están fijas las miradas de los ángeles, adorando aquel velo que había quedado pálido, descolorido y privado del resplandor de su belleza.

            Cuerpo que estaba colmado de la divinidad, la cual era su soporte, del que dicho cuerpo santísimo no fue abandonado, como tampoco el alma que estaba en los limbos. El compuesto fue destruido, pero el Verbo divino estuvo siempre unido al alma y al cuerpo; lo que tomó y apoyó una vez, no lo dejó ni lo dejará jamás. Ante su muerte, toda la tierra se sumergió en duelo; unidos, los ángeles y las mujeres lloraron amargamente, como dice el profeta, del modo en que pueden llorar.

            Al caer la tarde fue necesario velar o amortajar el velo de la divinidad, que era aquel cuerpo precioso. José y Nicodemo ejercieron el mismo oficio que la Virgen cuando lo dio a luz en Belén, envolviéndolo en lienzos. Fue el mismo signo que el ángel dio a los pastores, ante el cual los apóstoles creyeron con más fuerza en su resurrección, a causa de los lienzos o sudarios que eran velos. Todo ello lo refirieron las mujeres a los apóstoles, cuando los ángeles se les aparecieron asegurándoles que había resucitado: Anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creía n. Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido (Lc_24_10s). Helos ahí, seguros del nacimiento del Salvador; los velos de las tinieblas dieron a conocer la muerte del Hombre-Dios a san Dionisio; los velos con los que el cuerpo muerto del Hijo de Dios fue envuelto o amortajado, dieron la fe a Pedro, roca [1036] fundamental de la Iglesia, de la verdadera resurrección de su Maestro.

            Cuando subió al cielo, la nube que lo veló a los ojos de sus apóstoles continuó atrayendo y extasiando sus espíritus en dirección al cielo, de suerte que Dios les envió a dos ángeles velados de blanco para hacerlos volver en sí y asegurarles que el mismo Jesús que habían visto subir, al que tapó la nube, vendría de nuevo en el último día; cosa que esperan todos los fieles, creyendo en ella como uno de los artículos de nuestra fe, que es un velo con el que nos acercamos a Dios y al misterio de fe, que es el Santísimo. Sacramento del altar, donde el Verbo Encarnado prometió morar entre nosotros hasta la consumación de los siglos, oculto bajo las especies sacramentales. Bajo los velos del pan y del vino, está la fuerza de la Iglesia, que es nuestro bello y buen Señor. El es el divino Moisés, que extendió sus velos a fin de que no seamos deslumbrados por la claridad de su rostro. Como está velado, se complace en visitar, conversar y unirse a las vírgenes veladas, confesándose cautivo suyo, dándoles poder por amor sobre sus inclinaciones, y diciendo a cada una de ellas: Deléitate, toda mía, en el Señor velado y él te concederá lo que pide tu corazón.

            Qué gracias no concedió a las santas Catalina de Siena y de Génova, instruyéndolas en la ciencia más alta de su amor, de su prudencia y de su providencia. Su bondad no pudo sufrir que Sta. Clara de Montefalco fuese privada de la eucaristía por su superiora, la cual deseaba prohibírsela porque no se permitía que comulgaran las hermanas, cayendo en éxtasis bajo su velo por obra del amor de su Salvador, que era su Dios oculto, el cual se le apareció para darle la comunión bajo sus velos. Su caritativa cortesía se había sentido obligada a satisfacer los deseos de su enamorada. Lo que concedió a esta santa lo hizo por otras del siglo pasado.

            Qué llama no hizo aparecer para Sta. Teresa, quitándole todos los impedimentos para comulgar, a fin de que ella se acercase a él todos los día s! Divinamente [1037] apremiado, voló hasta sus labios, saliendo de las manos del obispo, como para decirle que era demasiado lento en llevarlo ahí donde su amor lo hacía volar: Por la gracia del Espíritu Santo el alma nada sabe de perezosos empeños. En cuanto Verbo, produce al Espíritu Santo, y en cuanto Verbo Encarnado en la Eucaristía, ha recibido todas las gracias del Espíritu Santo, que se complace en reposar en él. Jesucristo, cuyo nombre es Gracia de Dios, probó la muerte por nosotros; muerte que aceptó complacido su amor, dignándose permanecer en este sacramento como en estado de muerto, aunque viviente, para dar la vida a los que le aman. Se encuentra en él con su cuantía interior, y no con su extensión local. En él es un verdadero cuerpo que no sufre y la sabiduría eterna para enseñarnos por sí mismo los misterios que oculta a los prudentes del siglo, realizando así el dicho del apóstol: Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios (1Co_1_27).

            Siempre le ha gustado tratar con las mujeres. Como sabe que son excluidas de las funciones eclesiásticas, ha querido que participen de la comunión, donde, bajo los velos de las especies sacramentales, es recibido en sus pechos. Aun cuando sólo hubiese existido su Santa Madre en la Iglesia, habría instituido este sacramento de amor para entrar impasible en su seno, recordando las alegrías que experimentó al morar en él durante nueve meses en estado pasible. El Verbo celebra las bodas que son como extensiones de la Encarnación cuando penetra en sus esposas mediante la Eucaristía. Al recibirlo en la comunión, son transformadas en su lecho nupcial y, en su calidad de esposas, les revela secretos que son divinamente llamados los secretos del tálamo, que destilan tanta pureza, que la esposa dice con Santa Inés: Amo a Cristo, en cuyo tálamo entraré; cuya Madre es Virgen, cuyo Padre no conoció mujer; cuya voz me canta con acentos de órgano melodioso. Cuando lo amo, permanezco casta; cuando lo toco, soy pura; cuando lo recibo, sigo siendo virgen. Estoy desposada con Aquel a quien los ángeles sirven y cuya hermosura contemplan el sol y la luna. [1038] Ha ceñido mi diestra y mi cuello con piedras preciosas y adornado mis oídos con perlas valiosísimas. Su cuerpo se ha unido ya al mío; su sangre adorna mis mejillas; Cristo me ha rodeado con centelleantes rubíes y preciosas gemas. El Señor me ha revestido con la túnica de salvación y me ha envuelto con el manto de la alegría. Por ser su esposa, me pone una diadema y recibo miel y leche de sus labios.

            Amo a Jesús, a cuyo lecho me da acceso el amor divino. Mi Esposo nació en el tiempo de una Madre Virgen y dimana eternamente de un Padre que es Dios, fuente de toda virginidad. El es el Verbo y la alabanza de su Padre, en el que tiene sus complacencias. El divino Padre desea que comprenda y escuche su elocuencia y su voz, bella como un órgano amorosísimo, que hace latir con inocencia mi corazón, que se inclina a amarle castamente, en tanto que mis labios lo besan con pureza y todos mis afectos le dan el abrazo virginal. Me une a él divinamente; yo soy la esposa del Dios al que los ángeles sirven, y cuya hermosura admiran el sol y la luna. El es mi anillo de fe, mi collar de caridad, mis pendientes de entendimiento, y mis brazaletes de esperanza. En la comunión su cuerpo, pleno de la divinidad, se une al mío en calidad de esposo, haciéndome su esposa. De sus ojos de sus labios y de sus llagas brotan ardientes rayos, brillantes como rubíes y otras piedras preciosas, con las que me hace refulgir. Me colorea y embellece con su preciosa sangre; me hace consorte de su divinidad en calidad de esposa queridísima. Infunde leche y miel a través de su propia boca, y de su lengua sagrada recibe la mía dulzuras divinas. A él se refirió el profeta sagrado cuando dijo: La gracia se ha derramado en tus labios. Me encuentro en el tálamo divino, ante el que montan guardia sesenta de los más fuertes de Israel para protegerlo: son los ángeles, que espantan a los espíritus infernales que rondan siempre de noche privados de la luz de la gracia. Lo admirable, sin embargo, es que el esposo, en cuyos labios se difunde la dulzura de la gracia, conserva su espada real y divina ceñida a su costado; espada que hace [1039] temblar a las potestades y postrarse a las dominaciones, que adoran a este Señor en su cámara nupcial velada bajo la tienda de la divina penumbra.

            En ella la virtud del Altísimo da su sombra a la esposa divina, en tanto que una de las tres hipóstasis se encarna en la Virgen, asumiendo en ella, la naturaleza humana, privativamente a las otras dos. De ella se obra una extensión de la Encarnación en la recepción del divino Sacramento de la Eucaristía, en el que se encuentra el Dios oculto y Salvador, ante el cual los ardientes serafines se velan los pies y la cabeza, exclamando: Santo, santo, santo, añadiendo que la tierra está llena de la gloria del Señor de los ejércitos. Ellos ceden seráficamente a la esposa del Verbo el privilegio de penetrar en el tálamo nupcial del divino esposo, al que guardan como servidores. Los eunucos de Holofernes dejaron entrar a Judith para ver a su príncipe sin informarse de la voluntad, las intenciones, ni los sentimientos de amor de su Señor, del que recibieron orden de dejarla entrar y salir sin preguntarle sus designios, que les estaban velados. Ella misma mandó o pidió a su pueblo que no averiguara lo que Dios hacía por su medio, sabiendo que él les ocultaba los planes secretos de su providencia, mediante los cuales la dirigía permaneciendo en ella como un Dios oculto y Salvador, para librarlos de sus enemigos y de la muerte.

 Capítulo 145 - Poder, prerrogativas y maravillas de la gracia en la Virgen, Madre de Dios, y provecho que de la gracia obtienen los elegidos, todos los que perseveran hasta el fin en su amor, mediante la eficacia de la gracia los une a este principio, que es su fin y su gloria. A través de su misericordiosa caridad, el Verbo se ofreció a hacerlo todo y a padecerlo todo para hacerlos felices con él y consortes de su divina naturaleza y de su propia gloria, 25 de octubre de 1641.

            [1041] Al conquistar David la fortaleza de Jerusalén, asentada sobre el Monte Sión, resolvió convertirla en su ciudad y capital de su reino, y para hacerla admirable ante todo el universo con su apariencia y embellecimiento, unió dos colinas y terraplenó el valle de la que estaba en medio, dejando una parte para construir allí el templo que sería una de las maravillas del mundo. Mandó edificar una torre tan alta y tan bien flanqueada de baluartes, que fue llamada la Torre de David, de la que pendían mil escudos y toda clase de armas. A ella se refiere Salomón en el Cantar, cuando describe la belleza del cuello de la esposa sagrada: Tu cuello, la torre de [1042] David, erigida para trofeos; mil escudos penden de ella, todos paveses de valientes (Ct_4_4); torre que es figura de la Virgen, que es nuestra fortaleza y aprovisiona-miento. La Trinidad eligió a la Virgen, que es la santa montaña de Sión y la fortaleza de Jerusalén, en la que el Padre y el Hijo, a través de su amor que es el Espíritu Santo, edificaron su morada, ciudad real y templo magnífico, terraplenando el valle de nuestra naturaleza, que parecía estar sumida en la confusión y en el abismo de su bajeza, y colmando a la Virgen, hija de Aarón, con la plenitud de gracia que le era necesaria para convertirse en digna Madre de Dios.

            La Virgen es, pues, el monte santo en el que Dios levantó sus dos magníficos edificios. La gracia que recibió para prepararla a la dignidad a la que Dios la destinaba fue tan abundante, que llenó todo el abismo de desmerecimientos que se encuentran en la naturaleza humana.

            [1043] Si se considera a la Virgen como una mera criatura, estaba alejada (de Dios) con una distancia infinita; ella misma se consideraba infinitamente indigna de merecer la Maternidad divina, pero Dios quiso echar fuera el temor, la desconfianza y la inseguridad en ella misma, asegurando su corazón virginal e instruyendo su espíritu. Por ello tomó posesión del corazón de la Virgen, llenándolo de confianza.

            Cuando el rey profeta alaba la casa que está cimentada en la santa montaña, elogia a la Virgen según las intenciones del Espíritu Santo diciendo: Su fundación sobre los santos montes ama Yahvé: las puertas de Sión más que todas mas moradas de Jacob. Glorias se dicen de ti, ciudad de Dios: Yo cuento a Raab y Babel entre los que me conocen, etc. (Sal_87_1s).

            El Señor amó más a las solas puertas de su Sión, que a todos los tabernáculos de Jacob; y cuántas cosas gloriosas se dicen de esta ciudad de Dios. Todas las figuras y las profecías que predijeron esta maravilla le dedicaron grandes alabanzas, pero las que las personas de la santísima Trinidad se dicen entre ellas nos son desconocidas porque sobrepasan los entendimientos angélicos y humanos; si hablamos de ellas, lo hacemos tartamudeando.

            [1044] Dicha ciudad no es una Jericó que pueda ser abatida por las trompetas. Como está circundada por el arca que llevan los levitas, no está expuesta a las inconstancias de la luna. Jericó significa luna. La Virgen tiene la luna bajo sus pies. Raab, al recordar su ciudad destruida, admira la ciudad de David, que es la ciudad de Dios. Esta torre no se construye por vanidad ni en contra de los designios del Altísimo: la Virgen hunde profundamente sus raíces en una humildad abismal, agradando con ella al Altísimo, que se abaja hasta ella para hacerla su hija, su Madre y su esposa, perfeccionando la excelencia de esta torre con una divina inteligencia y sin causar confusión: los pueblos extranjeros encontrarán en ella asilo, porque su revestimiento es la caridad.

            De esta Sión nació un hombre, un Hombre-Dios, que tomó su sustancia, a la que nunca dejará. Como la unió a él mediante la unión hipostática, está cimentada en la subsistencia del Verbo, que se encarnó tomando carne en María, que es su verdadera Madre. El es su Hijo común por indivisibilidad con el divino Padre, quien le dice: Tú eres mi Hijo, yo te engendré de mi sustancia divina antes [1045] del día de las criaturas en el esplendor de los santos. La Virgen le habla en estos términos: Tú eres mi Hijo, al que concebí por el poder del Altísimo, cuya sombra me cubrió para que no me derritiera con tus llamas ni me sofocara ante tu resplandor. Obraste con gran sabiduría al darme tu sombra para moderar tus ardores y tu luminosidad; el Espíritu Santo penetró en mí y sobre mí como una nube y cual divino rocío. Te dignaste, Oh Hijo del Altísimo, habitar nueve meses en mis entrañas y convertirme en tu morada y fortísima torre, haciéndome formidable ante los enemigos y causa de gloria para tus amigos. Soy una torre de enseñanza: todas tus escrituras hablaron de mí en el antiguo testamento, y las del nuevo expresan en una palabra mi excelencia, diciendo que naciste de mí: De la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt_1_16). Los doctores que la siguieron han hablado elocuentemente de ella, instruidos por los ángeles acerca de mi excelencia; tu Espíritu divino mismo quiso convertirse en mi predicador, inspirando a los profetas e iluminando a los doctores que existirán hasta el último día. [1046] Me has convertido en tu domo de gloria y en la casa de tu alegría; por ello los elegidos se alegrarán en mí. Como me convertiste en Madre suya; son tus hermanos por adopción, ya que en la persona de San Juan los acepté y recibí en mi seno materno. Me elevaste a la realidad de la gloria al hacerme tu Madre, cuya dignidad es infinita. Me diste el poder de mandarte en calidad de Hijo mío, aceptando estarme sujeto; me has ensalzado por encima de todas las criaturas; me has sentado a tu diestra, dándome todo poder.

            La divinidad es el templo de sí misma, pero por la Encarnación, habita en la naturaleza humana que fue tomada en la Virgen, la cual engendró al verdadero Dios y verdadero hombre, poseyendo en ella el templo en el que debemos adorar la [1047] divinidad; la torre es además la humanidad santa, que defiende a todos los pecadores, ajuareándolos con armas defensivas y ofensivas; torre de la que cuelgan mil escudos, siendo ella misma escudo al recibir sobre ella los golpes y las heridas que debían llevar sobre sí los pecadores. Al escuchar que la Virgen y la Santa humanidad deseaban mi bien, sentí una gran confianza; la gracia colmó los valles del temor y la aflicción y el amor me dio la seguridad de que, así como la gracia fue poderosa en María, su Madre, de manera incomparable, la misma gracia me ayudaría poderosamente en proporción. Por su medio los elegidos han logrado lo que tanto nos admira, siendo predestinados y elegidos para la gloria, lo cual me fue explicado del siguiente modo: El Padre eterno ve y ama en su Verbo, que es su gloria y otro él mismo, a sus elegidos, y en virtud del amor que comunica a su Hijo, y por los méritos y sufrimientos del Verbo Encarnado, comparte con ellos gracias que pensaba completar en la posesión de la gloria, que concede y otorga a nuestros méritos; pero esto después de habernos puesto a cubierto tras el escudo de su buena voluntad y de su gracia. Nuestras obras son indignas de la gloria considerada en ella misma, pero son hechas dignas por la gracia, sobre todo en la medida en que, a través del poder de la misma [1048] gracia, nos acerquemos a él hasta llegar a la posesión de su gloria.

            Es ésta la gracia más grande y el favor más señalado de su entrega a nosotros, debido a su deseo de que lo poseamos en la gracia y en la gloria. No podemos ser Dios por esencia, pero sí por participación.

            El amigo del rey está muy alejado de la majestad y dignidad real hasta que la amistad del rey le da amplio acceso a su lado, lo cual no impide que deje de existir una gran distancia entre el rey y su vasallo. La amistad no puede igualarlo con el soberano, salvo en el afecto, dejando siempre al favorito inferior al rey, a pesar de ser su preferido, por ser de rango menor y de más baja dignidad. El justo que en forma semejante llega a ser por la gracia amigo de Dios, está siempre infinitamente alejado de El. Dios, en razón de dicha distancia, podría negarle la posesión de su gloria, mediante la cual entra en posesión de su corona, a manera de participación.

            Es, pues, un grandísimo favor que él se digne aceptar las obras de los justos en consideración de la gloria y que se las prometa, por no estar obligado a ello, [1049] a pesar de que la gracia confiera a las obras el merecimiento de la gloria.

            Dios obra hacia nosotros con singular misericordia al darnos la gracia, que eleva nuestras obras a tan alta dignidad y nobleza, que pueden relacionarse, guardada la debida proporción y la condignidad, con la gloria. Es, sin embargo, una gracia y un favor eminentísimo el que prometa la gloria a nuestras obras, por no estar comprometido ni obligado a concederla. Pero a pesar de la relación y proporción que tengan en su conjunto, quiso él comprometer su palabra y su fe, pactando con nosotros y asumiendo una obligación que parece ser de justicia, lo cual nos muestra una misericordiosa e inconcebible caridad, que debe extasiarnos en amorosa admiración.

            [1050] Es muy cierto, entonces, que la misericordia y la gracia son más resplandecientes en la recepción de la gloria y en su posesión que en la justicia, aunque ésta recompense nuestras buenas obras y sus méritos en la predestinación y preparación de la gracia, y en los medios para poder llegar a la gloria. La gracia y la misericordia existen en estado puro, sin mezcla de justicia. En este sentido nos dice San Pablo que la gracia no se concede por el mérito de las obras; de lo contrario, dejaría de ser gracia y favor. Después de narrar sus trabajos añade: Desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor (2Tm_4_8). Con ello nos dice que esta corona le será concedida realmente por sus trabajos y en cuanto al resto, Dios se lo dará en su bondad, haciendo digno a un hombre mortal de semejante corona, y obligándose a dársela en justicia, sin cuya obligación y promesa nada podría él esperar. De este modo, la gracia es la mejor parte y casi el todo en la predestinación y elección, sin excluir, empero, los méritos de las buenas obras de los santos, según las cuales cada uno será recompensado por el justo juez.

            [1051] Querido Amor, permíteme que admire tu bondad, que escogió un cuerpo y un alma para sufrir por nosotros; que te adore por ser la gracia de Dios que, por nosotros, quiso gustar la muerte, y que te diga con el apóstol: Vemos a Jesús coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos. Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen (Hb_2_9s). Y para no extenderme en un discurso muy prolijo, con su muerte quiso destruir al que parecía tener el imperio: Así también participó él de la muerte, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y liberar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a la esclavitud (Hb_2_14s). Cuánto ha favorecido su bondad al hombre, que era de una naturaleza inferior a la de los ángeles; Porque, ciertamente, no se ocupa de los ángeles, sino de la descendencia de Abraham (Hb_2_26). Quiso hacerse en todo semejante a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los [1052] pecados del pueblo (Hb_2_26). El es nuestro pontífice y nuestro apóstol; es el más fiel y el más amado de su divino Padre, porque en todo procuró su divina gloria, haciendo gloriosa su Mansión celestial y terrestre, sea la triunfante, sea la militante: Pero Cristo lo fue como hijo, al frente de su propia casa, que somos nosotros, si es que mantenemos la entereza y la gozosa satisfacción de la esperanza.

            Pues hemos venido a ser participes de Cristo, a condición de que mantengamos firmes hasta el fin la segura confianza del principio. (Hb_3_6s).

            Seremos hechos participes de la gloria de Jesucristo si nos mantenemos firmes y sin vacilar, porque el Verbo que tomó nuestra naturaleza es engendrado eternamente en el entendimiento del Padre, que es el comienzo o el principio de sus designios internos; porque él es la segunda persona en la Trinidad, y a él dice el Padre en todo momento: Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud. Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec (Sal_109_3s).

            [1053]Tú eres el esplendor de la gloria del Padre y la impronta de su sustancia, llevando en ti la plenitud del poder de su palabra. Tú dimanas del entendimiento del Padre, siendo la primera emanación que da término a su entendimiento; tú produces con él, como único principio, la tercera persona que es tu amor sustancial, a la que das el nombre de Espíritu Santo, misma nos enviaste para iluminarnos y enseñarnos que todo lo que tú nos dijiste es verdad infalible. Nos dice que eres Dios y Hombre: Dios primeramente, porque eres eterno en tu esencia y sustancia divinas; tu sacerdocio es eterno, por ser tú el Pontífice que por propio mérito y excelencia nos hace agradables al Padre. Por tu medio somos hechos uno, así como tú eres uno con él. A través de esta persona divina que nos envías, al darnos tu verdadero cuerpo, en el que está tu sangre, tu alma portada por la subsistencia divina, la cual posee la misma esencia y sustancia que el Padre y el Espíritu Santo; Padre y Espíritu que [1054] te acompañan por concomitancia y seguimiento necesario. Al recibirte, recibimos todo bien; estamos en ti y tú en nosotros. Por ello nos dice el apóstol que seremos hechos participes de Jesucristo y consortes con él: a condición de que mantengamos firmes hasta el fin la segura confianza del principio (Hb_3_14). Si hoy recibimos el favor de escuchar la voz divina, no endurezcamos nuestros corazones para no causar la justa cólera del Dios trino y uno, privándonos del cielo que nos prometió si no recibimos sus gracias en vano. Gocemos de la gloria que Jesús nos adquirió y del reposo que nos mereció con sus dolores: Pues quien entra en su descanso, también él descansa de sus trabaos al igual que Dios de los suyos (Hb_4_10). Dirijamos nuestros afectos y deseos hacia en el reposo eternal, mediante el cumplimiento de su divina voluntad. Pidámosle que acreciente en nosotros la fe, que fortalezca nuestra esperanza y que perfeccione la caridad, difundiéndola en nuestros corazones mediante [1055] la inhabitación de su Espíritu Santo, que es el Santificador de los suyos; Espíritu que llenó a los apóstoles y toda la casa donde estaban reunidos, que era la verdadera morada de Dios, el cenáculo de Sión y fortaleza del verdadero David. No hablo de piedras inanimadas, sino de los apóstoles y los discípulos, que eran los cimientos de la Iglesia, la cual debía extenderse por toda la tierra mediante su predicación: Ciertamente, viva es la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón (Hb_4_12).

            Mediante esta palabra viva y eficaz, somos apartados de todo afecto corruptible, de todo lo que nos apega a nuestra carne y a todo lo que se relaciona con nuestras inclinaciones imperfectas, que son como nuestras médulas. Esta palabra viva y penetrante las manifiesta al espíritu tan depravadas como son e indignas de la presencia del divino amor, que desea ver [1056] un corazón puro y despojado de todo lo que no es Dios. El Verbo quiere que todo sea limpio ante sus ojos que todo lo penetran: No hay para ella la Palabra criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta. Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos, Jesús el Hijo de Dios, mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado (Hb_4_13s).

            No tenemos un Pontífice semejante a los que se olvidan de sus pueblos y de sus ovejas. Nuestro Pontífice quiso compartir nuestras debilidades, probando todo menos el pecado: Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna (Hb_4_16).

            En cuanto a mí, confío en su gracia, que [1057] terraplena el valle de mis bajezas, disponiéndome ya desde esta vida a ser su monte santo, en el que edificará la torre de su poder y el templo de su santidad. La gracia puede obrar todo esto, y yo todo lo puedo en Aquel que me fortalece: el Verbo, que lleva en sí la plenitud de la poderosa Palabra del Padre, El cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados (Hb_1_3).

            Recibiremos el efecto de esta purgación si, mediante la gracia y la caridad, somos hechas dignas de participar en el principio de la divina sustancia, lo cual no debe entenderse sólo de la fe, a la que algunas personas aplican estas palabras del apóstol: Pues hemos venido a ser participes de Cristo, a condición de que mantengamos firmes hasta el fin la segura confianza del principio (Hb_3_14). Jesucristo dice: En esto consiste la vida eterna, en conocer al Padre y a Jesucristo, su Hijo, al que envió; conocimiento que es una participación de la divina sustancia, lo cual expresa San Pedro en estas palabras: A vosotros, gracia y paz abundantes [1058] por el conocimiento de nuestro Señor. Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais participes de la naturaleza divina (2Pe_1_2s); y San Juan, en su primera carta, dice: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó (1Jn_1_1s). El Padre, principio de este principio, es principio del Hijo y el Hijo con el Padre es principio del Espíritu Santo; Padre e Hijo que por amor nos dan en participación su divina naturaleza, no sólo mediante la gracia, como a los ángeles, sino en razón de la unión hipostática, mediante la cual somos hechos participes de esta divina sustancia, y coherederos de [1059] Jesucristo, si perseveramos unidos a él hasta el fin en su caridad perfecta: Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la Vida eterna (1Jn_3_2); (Jn_5_20). Vida eterna de la que Arrio se privó, lo mismo que a todos sus sectarios. Ninguno de ellos tuvo parte en estas palabras de Pablo: Pues hemos venido a ser participes de Cristo (Hb_3_14), porque no confesaron la divinidad del Verbo Encarnado, que es el principio de los caminos de Dios, por ser consustancial a su divino Padre. Jesucristo quiso ser nuestro precursor, entrando en la gloria que sus méritos nos adquirieron, la cual nos da en prenda y como arras en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, en virtud de cuya recepción resucitaremos. Es éste el germen de inmortalidad que dará la vida de la gloria no sólo a nuestras almas, sino además a nuestros cuerpos, que serán gloriosos en los cuatro confines de la gloria.

Capítulo 146 - La confesión de mis debilidades e imperfecciones movió a la divina bondad a derramarse con profusión en mi alma, lanzando sus rayos externamente sobre mí e interiormente en mi espíritu. Secretos que su amor me reveló, 18 de noviembre 1641.

            [1061] Al R.P. Gibalin M.R.P. Un saludo humildísimo en Jesucristo, cuya caridad me apremia a estimar sus favores e informar a usted que desbordo en torrentes de consuelo en tanto que me veo privada de su presencia. Se me ha dicho que las señoras visitantes lo mantienen muy ocupado; por eso le informo por escrito acerca de lo que experimenté después de mi oración, a eso de las diez de la noche. Esta mañana del 18 de noviembre, mientras estaba con otras personas, sentí mi corazón herido por los deliciosos dardos de mi divino esposo. Al sentirlos, desee que fuesen todavía más agudos, ya que mi corazón gusta más de la herida que de cualquier curación. Consideré poca cosa todo lo que se me decía; es decir, nada, a pesar de que se me hablaba con grande afecto de las gracias que mi único amor me ha concedido.

            No desprecio los dones, pero estimo al donante, al que amo por amor a él mismo. Al verme, después de varios meses, en una gran indiferencia hacia todo lo que no es Dios, no deja de admirarme el permanecer tanto tiempo en este estado. Me refiero al fondo de mi alma, pues la parte [1062] inferior no está siempre en esa indiferencia hacia todo lo que no es Dios. En cuanto a la parte superior, vive en paz. Lo que puede llegar a cansarla es oír que se me alabe, y para mantenerla en un gozo extraordinario, es menester que se me demuestre desprecio. Esta alegría no me viene por razonamientos ni por humildad, sino mediante un don que se me concede gratuitamente de lo alto, sin que contribuya a él mediante algún acto perfecto de virtud. Este don no impide que cometa yo algunas faltas muy materiales, que desedifican bastante a las personas que viven conmigo. Debería yo afligirme de ellas para corregirme, pero no puedo hacer ninguna de las dos cosas. Mi espíritu experimenta repentinamente la paz, y no atino a hacerme violencia para corregirme. Pienso con frecuencia que soy la persona más culpable de la tierra, pero en lugar de afligirme por ello, me humillo ante Dios, acusándome de todo cuando tengo acceso a mi confesor, aun cuando deba hacerlo varias veces al día. La confesión me da confianza para orar. Cuando acudo a la oración, como sucedió esta tarde a las cuatro, al entrar en nuestra capilla pienso que soy muy [1063] imperfecta para dialogar con mi divino amor, el cual me ha dado a entender que si la sangre de las víctimas y de los sacrificios antiguos servía para purificar, Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia (Hb_9_14). Ante estas palabras tan favorables, y prevenido por el mediador que apacigua a su divino Padre, mi espíritu fue acogido con gran caridad por la augusta Trinidad, a la que adoré sin tardanza, abandonándome a todo lo que quisiera hacer de mí y en todo lo que puede sucederme inmediatamente de su parte, o por medio de las criaturas, diciendo al divino Padre: Si la gloria de tu poder se acrecentó tan poco a causa de mi confusión y mis debilidades, las acepto. Y al amadísimo Hijo: Si la gloria de tu sabiduría brilla más en mi ignorancia, necedad y confusión, la deseo. Y al Espíritu todo amor, todo bondad, todo llamas: Si tu gloria es mayor en mis frialdades y aun en mis imperfecciones porque me humillan, acepto las primeras y sufro las segundas. Así, al presentar a las [1064] tres divinas personas, con una mente sencilla, el variado sentir de otras personas acerca de las repentinas gracias que se me conceden, el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo me dio a entender lo siguiente: todo don bueno y perfecto en sumo grado procede de lo alto, del Padre de las luces, que es él mismo; permitiéndome ver, en medio de delicias, el rayo que me es ordinario, pero extraordinariamente multiplicado, manteniéndose muy recto sobre mi cabeza, casi siempre a manera de antorcha y después en forma de globo, diciéndome: Esta claridad no tolera sombra alguna de las criaturas, porque están debajo de ella. El Verbo de Dios ha descendido a ti; no temas a los que lo desconocen. La Trinidad divina me inspiraba una grande confianza en ella; dentro de mi pecho, la llama se intensificaba, abrasándome del todo. A esto siguió un asalto impetuoso. No puedo ni me atrevo a expresar las muestras de ternura que el divino amor me dispensó por espacio de seis horas. Tampoco puedo repetir los nombres que me dio, que nos parecerían salir de su corazón y de su boca con la ternura e impetuosidad de un Padre, de una Madre, de un Esposo, [1065] urgidos, por no decir apasionados, por el amor hacia un hijo, una hija y una Esposa amada hasta el extremo. Me dio a entender que me amaba con más amor que Asuero a Esther, diciéndome en medio de un amor cordial y afectuoso: ¿Qué deseas, amada mía, querida mía, corazón mío y más de lo que le puedo contar; qué deseas de mí? ¿Me pides acaso la mitad de mi reino? No, mi divino amor, tu reino es indivisible. No puede ser dividido y jamás será abatido. Hija, me respondes sabiamente; mi reino no es semejante a los reinos del mundo, que no pueden ser repartidos sin ser aminorados o disminuidos; mi reino es inmenso e infinito; es incomunicable. Está todo en ti, y lo recibes todo, mas no totalmente. Está en tu corazón y en tu espíritu. Como el grano de mostaza, ha crecido y llegado a ser un árbol corpulento, en el que mis santos, que son mis pájaros del cielo, acuden a reposar, alegrándose en él y haciéndote parte de su contento, dándote elocuencia, por orden mía, sobre los misterios sagrados, y moviéndome a decirte [1066] las palabras que fueron dichas a Abraham: ¿Podré ocultar mis secretos a la que renunció a su gloria para procurar la mía? Dijiste que mi reino no podía ser dividido ni abatido; dices bien, pero es necesario que te confíe un secreto del amor que está oculto bajo los velos, porque me agradas en tus escritos.

            Estoy de acuerdo con la explicación que das a mis misterios, expresándolos ingenuamente y cubriéndolos sabiamente, lo cual los hace parecer más augustos y amables.

            La maravilla que deseo decirte es que yo te guío al propiciatorio del amor, ante el cual había un velo adorable teñido de la púrpura más preciosa que jamás haya existido: mi corazón es un propiciatorio velado con mi preciosa sangre. Debes saber, amada mía, que guardaba yo esa sangre después de mi muerte para manifestar que la verdad sucedía a la figura. El velo del templo se rasgó en dos partes a la hora de mi muerte. Quise que una lanza hiciera una abertura en mi costado, y que mi predilecto viera correr sangre y agua de dicha abertura. El amor, viendo que mi boca no pronunciaba más sus oráculos, encontró el modo de producirlos a través de mi propio corazón y de mostrar que él era el verdadero propiciatorio en el que habitaba la sabiduría con la plenitud de la divinidad en mí, corporalmente, como dice mi apóstol. Mi cuerpo jamás fue abandonado de su divino soporte y tampoco mi alma, a pesar de que el compuesto se mantuvo dividido por espacio de 40 horas. Mi costado ha quedado abierto desde que recibí la lanzada, a fin de recibir en él, mediante la gracia, a las almas que están en el término, así como el fuego material obra sobre las almas de los condenados. Aunque las almas sean espirituales, puedo esto y más con mi poder. Mediante mi sabiduría, deseo que las almas gocen de las delicias de mi cuerpo glorioso, a pesar de que esto convenga más a la gloria de los cuerpos glorificados que a la de las almas beatificadas. Nada me es imposible; todo es fácil para mi amor. Amo y hago lo que me place en el cielo y en la tierra; y como te amo y te digo mis secretos, que consideras preciosos, confiesas que tu doctrina procede de mí y no de ti. Aquellos profesan fidelidad a mi Padre, al Espíritu Santo y a mí, conocerán la doctrina que te enseño.

Capítulo 147 - Fui invitada por mi divino esposo, el Verbo Encarnado, para acudir al establo a recibir la corona de su sangre preciosa, después de haber saludado a su santa Madre,  escuché la significación del hábito de las hijas de su Orden, 16 de enero de 1642.

            [1069] El primer día del año 1642, al prepararme a la santa comunión, fui invitada a asistir a la Circuncisión del Verbo Encarnado, quien me dijo estas palabras: Ven del Líbano, novia mía, ven del Líbano y serás coronada (Ct_4_8). Escuché que el Líbano simbolizaba la pureza de mis intenciones; que me acercase a él y sería coronada con su sangre, que derramó en este día, la cual sería corona de sus esposas, y la carne que le fue amputada en dicha ceremonia, el anillo; que me acercase a la colina del Gourguillon, donde estuvo en otro tiempo el anfiteatro donde los hombres combatían con las bestias feroces. Al acudir con gran afecto a contemplar al Salvador, me mandó que saludase primeramente a la Virgen, la cual estaba revestida de la púrpura real del Rey de reyes, al que había dado a luz, y le dijera: Dios te salve, santa Madre, que engendraste excelsamente al rey. Escuché que, así como Elías, después de haber doblado la cabeza hasta sus rodillas, vio una nubecilla que ascendía del mar, la cual debía dar una copiosa lluvia capaz de regar toda la tierra, seca desde hacía mucho tiempo, la Virgen, al inclinarse en humilde reverencia ante las rodillas de su Hijo se levantó un vapor sagrado tanto del Hijo como de la Madre, como presagio de la lluvia de aquella sangre, cuyas primeras gotas cayeron por entonces, aunque el grueso del torrente desbordaría en la Pasión a causa del amor, los latigazos, las espinas, los clavos y la lanza.

            Escuché que esta nube se elevó del mar de un grandísimo dolor y extrema angustia que experimentó el [1070] divino niño, el cual no era ignorante como los otros niños, ni incapaz de temer el futuro como ellos. Me dijo que, durante los ocho días antes de ser circuncidado, sufrió mucho por temor a la circuncisión, pero se abandonó al divino querer con gran sumisión, previniendo el abandono que profesaría en el Jardín de los Olivos antes de su Pasión. El amor lo movió a prevenir su circuncisión mediante el temor, que fue tan fuerte, que se manifestó al exterior, aunque sin causarle mal alguno.

            La Virgen y San José, que participaron en sus dolores además de las incomodidades del establo, sufrieron también el golpe del cuchillo que debía cortar la carne inocente del niño. La leche de la Virgen, mezclada con la sangre del Salvador, produjeron una lluvia blanca y roja. Fui invitada a teñir mis cabellos, que debían ser canales tintos de esa púrpura real y colmados de ella. Escuché al divino Esposo decirme: Tu cabeza, sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como la púrpura; un rey en esas trenzas está preso. Qué bella eres, qué encantadora, oh amor, oh delicias (Ct_7_6s). El y su Madre se coronaron con esa sangre que corría sobre sus muslos, revelándoseme como Rey de reyes y Señor de Señores. Escuché al divino Rey que me decía: Mi toda mía, cómo me agradan tus cabellos, que simbolizan tus pensamientos, empurpurados de mi sangre preciosa, que es tu corona en el día de nuestras bodas. Recibe la sangre que fue cortada, como anillo y alianza nupcial. Es la sortija de mi fe, con la que te tomo por Esposa mía amadísima. Consumaré las bodas en la cruz, donde te unirás a mí totalmente empurpurada. La circuncisión provocó apenas una lluvia ligera; tú has conocido mi designio y has obrado sabiamente al mandar que mis hijas, en su toma de hábito, adopten el escapulario rojo con el nombre de Jesús, y que en la profesión, cuando mueren al mundo, sean cubiertas con el manto de púrpura, que es el manto real con el que son honradas. Puedes decirles con más derecho que David a la muerte de Saúl: Hijas del Dios de Israel, lloren la muerte de Jesús, su Rey, las ha revestido de la púrpura de su propia sangre en el día de sus desposorios con ustedes, que es el día de la alegría de su enamorado corazón. Añade que mi sabia providencia las atrae a sí con lazos de amor, ya que el cinturón rojo que llevan es más valioso para mí que las piedras preciosas, sean rubíes, sean diamantes, porque representa los lazos con [1071] os que fui atado, que fueron teñidos de mi sangre, los cuales no fueron conservados como las cuerdas y las cadenas con las que fue atado mi apóstol Pedro. Como no se encontraron con los otros instrumentos de mi pasión como los clavos, las espinas, la lanza y otros utensilios que sirvieron para torturarme, mi providencia ha querido que tú produzcas en su lugar cintos de cuero rojo, porque los lazos que me ligaron se ensangrentaron, casi volviéndose de carne viva. Como mi piel fue desgarrada, parte de ella quedó en jirones en las mismas cuerdas que estaban teñidas de mi sangre. Esos lazos fueron más preciosos que el tahalí con el que Aarón se ciñó. Cuando mis hijas lleven este cinturón rojo para honrar mis ataduras, que fueron teñidas y bordadas con mi sangre, mi carne y mi piel, me complacerán, por llevarlas en memoria de mi prendimiento. Si se presentan a mí ceñidas de pureza y su corazón inflamado en mi amor, entrarán en mi gloria, en la que gozarán de la eterna libertad que el amor divino les concederá. Recuerda, Hija mía, que ordené a Moisés mandar hacer las vestiduras de su hermano Aarón y de sus hijos señalándole el material y la manera y recomendándole, entre otras cosas, que hubiera lino y púrpura para honrar mi humanidad, mi pureza y mi amor. Su escapulario, que cuelga por delante y por detrás, representa el efod y el pectoral; el nombre que llevarán sobre su pecho estará rodeado de espinas, y en medio un corazón y tres clavos; y sobre el corazón: Amor meus. Todo esto es más augusto y misterioso que las hombreras del efod del sumo sacerdote, que portaban los nombres de los hijos de Israel. Ni los hombres son salvos, ni los ángeles glorificados, por dichos nombres; ni los bordados ni las piedras preciosas que llevaba sobre sí Aarón, tuvieron más valor que mi corona de espinas y mis clavos. Un corazón enamorado me agrada más que todos esos atuendos. Yo soy el amor único de mis hijas; yo soy, en grado eminente, Doctrina y Verdad, la belleza y el bien. Si ellas me reposan en su seno con verdadera dilección, seré en él, el verdadero propiciatorio y el santo de los santos. También seré víctima a manera de muerto, pero vivo, que agradará a Dios, mi Padre, porque él me recibirá. En ellas me ofreceré a través del Espíritu Santo como una hostia inmaculada. Ellas calmarán mis quejas; no volveré a decir: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt_8_20), porque reposaré en su corazón. Al ser su amor, seré también su tesoro celestial y divino. Todas ellas podrán decir con más razón que Job que creen que su Redentor vive; que él les comunica su vida de gracia [1072] ya desde este mundo, y que en el último día se levantarán de la tierra, para contemplarme en su carne glorioso y sin velos, en lugar de ver un ángel. Soy yo quien las ha rescatado, dándoles, por medio de mi sangre una abundante redención, que es su manjar y vestido, por estar alimentadas por el pecho real y divino, y cubiertas con el manto real y divino.

            He reservado para ellas un manto de reinas y la corona del reino. No quise aceptar el titulo de Rey sino hasta después de haber recibido la corona de espinas; fue entonces cuando fui coronado y consagrado Rey, con mi propia y sagrada efusión, ya que mi sangre hizo la función del óleo. Hija, esta coronación es un gran sacramento escondido en Dios durante los siglos pasados. Las espinas fueron el signo visible y sensible de mi realeza, y el amor la cosa invisible. Los reyes de la tierra reciben coronas que no pueden ostentar después de su muerte; la mía, cuyas espinas la dejaron señalada con perforaciones, debía entrar conmigo al sepulcro, para salir de él junto con mi cuerpo, resplandeciendo en mi propia gloria, por ser de mi propia sustancia. Mientras pude padecer, mi corona parecía mortal y sólo podía causar la muerte, por haber penetrado con mucha anterioridad en mi cabeza divina. Después de mi Resurrección, las marcas de mi corona son señales de vida, de gloria y de felicidad, que dejan ver las entradas y salidas de mi sabiduría y de sus fuentes, poderosas y plenas de vida. En ellas mis esposas son purificadas, embellecidas y alimentadas. En otro tiempo las espinas sólo podían punzar o animar el fuego; pero las de mi sagrada cabeza son ocasión de dulzura para los ángeles y los hombres. El pecado produjo las primeras junto al Jardín del Edén, y la amorosa gracia de las mías, en la Jerusalén terrenal, las cuales fueron puestas sobre mi cabeza, que las hizo dignas de ser adoradas en la Jerusalén celestial. Fueron plantadas en la gracia, y son ahora ensalzadas en la gloria. A través de las gloriosas perforaciones que me causaron, mi amor envía rayos blancos y rojos a mis dichosas enamoradas, para incitarlas a amarme. Son los conductos sagrados que les aportan mi propia gloria, para deleitarlas, alegrarlas y animarlas a estar conmigo. Así como por amor a mí despreciaron los reinos del mundo y los vanos ornatos del siglo, mi amor las corona y glorifica con mi gloria eternal. 

Capítulo 148 - Verdaderas delicias que Dios comunica al alma a la que conduce a la soledad, en la que es alimentada con la leche de su doctrina admirable, por cuyo medio le comunica su ciencia cuando ella cumple fielmente su divina voluntad. Febrero de 1642.

            [1073] Ayer, primer sábado de Cuaresma 15 de marzo, como a las siete de la tarde, estando delante del Santísimo Sacramento, pedía a mi Salvador de llevarme al desierto con él. El me hizo pensar que debería dirigirme al Espíritu Santo quien lo impulso, llevo y dirigió por un fervor divino en la soledad tan pronto como recibió el bautismo de manos de su precursor y el Padre hubo dicho: Este es mi Hijo muy amado en el que tengo todas mis complacencias. Me dirigí entonces al Espíritu de Amor que había arrebatado a mi Esposo, pidiéndole llevase mi espíritu al lado de mi fiel amor. Comprendí que dicho Espíritu bondadosísimo aceptaba mi súplica, y que mi amado deseaba hacerme espectadora del duelo al que el Espíritu Santo lo convidaba, y que, después de su bautismo, el mismo Espíritu lo había impulsado, conducido y llevado hasta el lugar de los hechos, que era el desierto: Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt_4_1). Al encontrarme en espíritu en el desierto, vi varias clases de ejércitos elevados en una especie de plataforma, fabricada con piedras de las rocas. Vi allí un cinto y una espada desnuda, lo cual me sorprendió en un principio, pero escuché a continuación: Amada mía, el objeto de estas armas es representarte el combate y el triunfo de aquel que desea mostrar cuánto te ama; el cinto y las cuerdas que has visto junto con estas armas te señalan el placer que él experimenta al estar atado a ti por el amor. Ni todos los enamorados juntos han salido con tanta gloria de los duelos en los que han participado por sus damas, porque sus duelos son criminales locuras. El Verbo Encarnado es un enamorado sin par; por ello emprende un combate sin igual contra todo el infierno, movido por una divina y amorosa vehemencia: su amor es más fuerte que la muerte.[1074] Aprendí cosas admirables del Espíritu, cuya sabiduría admira el sabio que la ha recibido en participación, conociendo por su medio cosas ocultas: Cuanto está oculto y cuanto se ve, todo lo conocí, porque el artífice de todo, la Sabiduría, me lo enseñó. Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, y el resto de este capítulo, que no cito para abreviar (Sb_7_21).

            El desierto me pareció un regalado paraíso, por encontrarme en él con mi divino Esposo, cuya compañía nunca es molesta. Le pregunté dónde estaba yo antes de tener mi existencia. El me explicó que su bondad me contemplaba amorosamente en su mente por medio de la ciencia de visión; que yo moraba en este adorable desierto sin saberlo, y que él me había amado con un amor eterno en sí mismo, porque aún no estaba en mí, ya que me encontraba, como las demás criaturas, en la nada. Ante la palabra nada traté de humillarme y anonadarme en la presencia de Aquel que es el soberano ser, cuya bondad lo inclinó a acariciarme tiernamente, invitándome a pasear en su desierto con él. Le dije que mis faltas me causaban una confusión indecible, y que se dignara bautizarme de nuevo en su sangre, a fin de que su Padre me confesara como hija suya, y que el Espíritu Santo me concediera la moción de caminar junto con él, según lo desea en este desierto. El Dios del amor, que es en sí la bondad comunicativa, me hizo ver, no un arroyuelo de leche, sino un estanque, que cubría gran parte de la arena del desierto, con el propósito de lavarme y alimentarme, lo cual me ayudó a comprender estas palabras de Oseas: Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón (Os_2_14). Amada mía, he aquí sangre, agua y leche para lavarte, blanquearte y colorarte, a fin de que me agrades en este desierto, al que el Espíritu Santo te ha conducido. Hija mía, te alimento con el pecho de los reyes, complaciéndome en manifestarte cuando deseas ocultarte: Te daré un gozo supremo a través de los siglos, de generación en generación; serás alimentada del pecho del rey y sabrás que yo, el Señor, soy tu Salvador, y tu Redentor el fuerte de Jacob. Serás la suplantadora de tus enemigos a causa de mi poder: De día el sol no te hará daño, ni la luna de noche; el Señor estará contigo en la luz eterna, y tu Dios en tu gloria (Sal_121_6). ¿No eres acaso enseñada por la luz que es común a los estudiosos, quienes poseen únicamente la ciencia adquirida que [1075] ofusca y consume a tantos en el transcurso del día de su mayor claridad, debido a que presumen de su saber y su corazón está hinchado de vanidad? Ciencia que los arroja en medio del reflujo y cúmulo de sus pensamientos, no pudiendo digerirlos según su presunción. Un estómago demasiado cargado suele congestionarse; su calor natural es sofocado por el exceso de abundancia. La leche con la que te alimento no es pesada para ti; los lactantes del pecho de mi bondad, tú eres una de ellos, cantan mis victorias y mis alabanzas para confusión de mis enemigos: En boca de los niños, los que aún maman, dispones baluarte frente a tus adversarios para acabar con enemigos y rebeldes. (Sal_8_2). Yo dije a Adán que comería su pan con el sudor de su rostro, y que la tierra que labraría le daría con frecuencia espinas y cardos. Mis palabras se referían tanto a él como a los que trabajarían en la agricultura o abrirían surcos en la tierra. Los hombres que se afanan en profundizar la ciencia para comer del pan, lo hacen muchas veces con el sudor de su frente; y si con frecuencia encuentran en ella espinas y abrojos que los embrollan y los lastiman sensiblemente, cuando se humillan en mi presencia les muestro que el hombre no vive sólo de pan, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios, que obra mientras habla. Mi Padre me engendra como Verbo, palabra y dicción suya. Yo soy el término de su entendimiento; su boca, de la que procedo, muestra la fecundidad de mi divino Padre, que me da a luz en el esplendor de los Santos, en el día de mi poder, debido a que produzco junto con él, sin sucesión de tiempo, al Espíritu Santo, que es nuestro amor común y nuestro eterno deleite, siendo infinito y un Dios con nosotros: un Dios suficiente a sí mismo. Si Dios se basta a sí mismo; ¿Cómo dejará de ser suficiente a su enamorada, que es su amada, a la que se complace en alimentar con la sabrosa leche que produce desde la eternidad; leche que desea darse mediante un beso de su boca meliflua y abundante en delicias? Su miel significa los misterios de la divinidad; su leche figura los de la humanidad, que están unidos por la unión hipostática: dos naturalezas en un solo soporte. Hija, esta miel y esta leche son para ti. Recíbelos de la boca y del seno del Dios que tanto te ama. El mismo se hace tu nodriza y te acerca a sus pechos, acariciándote como a hija suya y produciendo un río desbordante y gran abundancia de leche en tu alma. El te comunica esta doctrina y esta ciencia, que sume en la admiración no sólo a los hombres, sino aún a los [1076] ángeles cuando recibes el conocimiento de su verdad; favores que proceden de su bondad y no debido a tus méritos. Descansa, pues, tu mente en el Señor que se complace en comunicarte sus gracias, porque él mismo quiere ser tu alimento. Queridísima mía, nos has pedido ser bautizada de nuevo. Es éste es un nacimiento místico o regeneración, porque el amor se complace en renovar. En cuanto el hijo nace y es lavado, se le ofrece leche; para ello están colmados los pechos de la madre. Hija, en cuanto te lavé en el baño que te preparé, te ofrecí esta leche en abundancia, la cual tiene su origen en mi pecho. Mi sangre es convenientísima para blanquear las túnicas de los mártires que han sufrido por el Verbo de Dios; tú te has ofrecido a sufrir por el Verbo Encarnado todas las tribulaciones que permita mi providencia. Para manifestarte que me agradan tus deseos y te doy el céntuplo en esta vida, te lavo y te doy de beber en la fuente de agua viva y a cambio de las lágrimas que has vertido por mi amor, te preparo un baño con mi sangre, desde el que te elevo hasta mi divinidad. Tu subida es de púrpura. Te preparo también una vía láctea a fin de que vengas a mí rebosando en delicias. Yo soy para ti un desierto de miel y una tierra que mana leche. Cuando recibes la absolución, eres cubierta por la púrpura de mi sangre, que es el estanque que viste a la entrada de esta soledad; que está formado, por las absoluciones sacramentales que recibes. Si percibes el estanque y el río con la blancura de la leche, se debe a que me complazco en mostrarte su candor para decirte que deseo, por amor lavar tus ojos en la leche a fin de que poseas la sencillez de la paloma. Cuando me gusta verte morar junto a las riberas de las aguas, te manifiesto cómo mi divino Padre es la fuente y manantial de origen en nuestra divinidad, el cual me engendra y produce conmigo al Espíritu Santo: nuestros soportes distintos son ríos tan inmensos como la esencia que nos es común e indivisible, ya que somos un Dios simplísimo en tres personas consustanciales e iguales entre sí. Sus ojos como palomas junto a arroyos de agua, bañándose en leche, posadas junto a un estanque (Ct_5_12).

            Mi divino amor me dijo amorosamente: Hija, ¿puede encontrarse en la tierra felicidad semejante a la que te doy? Ninguna se le parece si no se disfruta conmigo. Todo lo que hay en la tierra es vanidad y aflicción de espíritu. Escucha al sabio al que concedí el conocimiento de todo lo que puse debajo del sol, que [1077] ilumina a humanos y a animales: Yo, Cohélet, he sido rey de Israel, en Jerusalén. He aplicado mi corazón a investigar y explorar con la sabiduría cuanto acaece bajo el cielo. Mal oficio éste que Dios encomendó a los humanos para que en él se ocuparan. He observado cuanto sucede bajo el sol y he visto que todo es vanidad y atrapar vientos. Lo torcido no puede enderezarse, lo que falta no se puede contar (Qo_1_12s). Hija, Salomón, teniendo tanta sabiduría, no pudo hallar contento en lo que poseía como rey de Israel y como el más grande de todos los reyes de la tierra, reflexionó en su corazón acerca de la grandeza que poseía, a fin de poder hallar contento en ella: Me dije en mi corazón: Tengo una sabiduría grande y extensa, mayor que la de todos mis predecesores en Jerusalén; mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia (Qo_1_16). Y para abreviar, en todo lo que no es Dios, aquel rey pacífico sólo encontró vanidad y aflicción de espíritu. Queridísimo Esposo, tú eres el Dios de mi corazón; nuestro corazón sólo se hizo para encontrar en ti su reposo en todas las cosas y estará inquieto hasta que descanse en ti, que eres su centro, su principio y su fin. Todo lo que hay en el mundo es vanidad; todo lo que aparece bajo el sol de la vana luminosidad del siglo, no es sino aflicción de espíritu. Renuncio a todo el brillo del mundo. Te adoro en esta dichosa soledad. Hija, como tú comprendes estas palabras de Jeremías: No me senté en peña de gente alegre y me holgué; por obra tuya, solitario me senté  (Lm_15_17), tu alma se asienta felizmente en la soledad del amor, encontrando en ella el reposo amoroso de la santa ciudad de Sión, porque no ama sino a Dios, que es en sí y de sí el único amable, así como es el único bueno en esencia. Tu alma alaba al único Dios digno de alabanza por medio de un admirable silencio: A ti conviene el silencio en Sión (Sal_65_1). Al hacer votos de admiración en la Jerusalén de paz, en el corazón divino en el que reposa, es elevada por encima de ella misma por el Altísimo, que la levanta hasta él y le sirve de trono de gloria: un trono solitario (Est_14_3). Existe una comparación que deseo mostrarte: nunca has oído que en un mismo trono se hayan sentado dos reyes al mismo tiempo. Existieron, ciertamente, dos emperadores: uno en Oriente y el otro en Occidente, pero jamás fueron vistos dos reyes en un mismo trono. Los padres pueden sentar a sus hijos con ellos, pero éstos no pueden ser reyes mientras reina su padre, dándose sólo las apariencias de realeza y complacencia amorosa de un padre con su hijo, o las diferencias que el amor respetuoso y filial rinde a un padre.

            Pero un trono es sólo para un rey. El alma que se encuentra en el desierto y en la soledad se sienta [1078] solitaria, reinando en la soledad, que es un trono para ella. Reposa en el seno de la divinidad, que es como su trono, y es amada por Dios con un amor singular. Esther, que sólo amaba al Dios únicamente amable, sabía muy bien que él se complacía en escuchar la oración de un alma retirada y solitaria, que derrama su corazón afligido en su presencia: Mi Señor y Dios nuestro, tú eres único. Ven en mi socorro, que estoy sola y no tengo socorro sino en ti (Est_14_3). Y más adelante dice: No entregues, Señor, tu cetro a los que son nada; que no se regocijen por nuestra caída, mas vuelve en contra de ellos sus deseos, y el primero que se alzó contra nosotros haz que sirva de escarmiento (Est_14_11). Dios escuchó su oración, lo cual se vio claramente en la dulzura que suscitó en el corazón de Asuero, convirtiendo su espíritu en mansedumbre a la sola vista de Ester: Alzando su rostro, resplandeciente de gloria, lanzó una mirada tan colmada de ira que la reina se desvaneció; perdió el color y apoyó la cabeza sobre la sierva que la precedía. Mudó entonces Dios el corazón del rey en dulzura, angustiado se precipitó del trono y la tomó en brazos y en tanto ella se recobraba, le dirigía dulces palabras, diciendo: ¿Qué ocurre, Esther? Yo soy tu hermano, ten confianza. No morirás, pues mi mandato alcanza sólo al común de las gentes. Acércate. Y tomando el rey el cetro de oro, lo puso sobre el cuello de Ester, y la besó, diciendo: Háblame (Est_15_10s).

            El Rey de reyes, la gloria de la humanidad y de los ángeles, el Dios del cielo y de la tierra, que tiene tanto amor como poder, al ver a una de sus amadas retirada y sola en su habitación o en su interior, hablando con él en medio de una humilde, respetuosa y entera confianza en su bondad, se inclina amorosamente a ella. Desciende sin dejar su grandeza; ya que es así en su naturaleza, que se eleva infinita y divinamente por encima de todo lo creado. Viene al alma sin salir de sí mismo. La eleva. La acaricia. Se confiesa hermano, Padre y Esposo suyo y, si esto conviniera a su majestad, se declararía su esclavo, porque parece estar encadenado por las cadenas de una amorosa inclinación, que hace que su amor sea más fuerte que la muerte. Sostiene al alma entre sus brazos sagrados, haciéndola sentar me atrevo a decirlo en su propio seno y sobre su corazón divino, ofreciéndoselo como un trono en que el amor y la majestad moran unidos. Se encuentran de tal manera unidos por el amor, que no parecen ya ser dos, porque una misma llama los transforma en la unidad. El Dios de bondad diviniza al alma, obrando lo que pidió a su divino Padre la noche de la Cena, dándole en participación [1079] la gloria que posee con su divino Padre y el Espíritu Santo, que es el lazo inmenso en la Trinidad. Este mismo Espíritu es el lazo de complacencia amorosa entre el esposo y la esposa; complacencia que nace de la bondad que el corazón real y divino tiene hacia ella, otorgándole la corona de reina y el poder de su cetro y, lo que es más admirable, dándose a sí mismo. El Esposo y la esposa son, de este modo, consumados en la unidad por el fuego del divino amor.

            Todo lo que he podido expresar con mi pluma es sólo una sombra o figura de la verdadera unión entre Dios y el alma que es amada de este modo y que ama a Dios con su mismo amor. Las rigurosas leyes para todos los demás no están hechas para ella. El divino Enamorado, al ver a la esposa aterrada a la vista de su majestad, le dice: Yo soy tu hermano, ten confianza. No morirás, pues mi mandato alcanza sólo al común de las gentes.

            Acércate y toca el cetro (Est_15_12s). Si ella no osa tomarlo, él mismo le da el beso de esposo, que es el beso de su boca, de sus labios divinos que parecen darle la vida y la palabra al mismo tiempo que la besan: Háblame (Est_15_15). Ella la esposa tiene más razón al decirle que lo considera un ángel de Dios, que Esther a Asuero, porque el Verbo es el ángel del gran Consejo y Dios junto con su Padre y el Espíritu Santo; el que se sienta en el trono divino y cuya gloria es divina. Los serafines se estremecen delante de este trono, cubriéndose el rostro y los pies con cuatro de sus alas, adorando su majestad sublime, que se eleva divinamente sobre su augusto trono, diciendo: Santo, santo, santo.

            La Esposa tendría motivo para lamentar o excusar sus imperfecciones como el profeta Isaías, pero Aquel que conversa familiarmente con ella en la tierra, besándola divinamente, le dice que es un fuego consumidor para purificar sus labios, enviándola, mediante una difusión de su divino amor, con la misión de anunciar sus maravillas, que son tan admirables, que ciegan a los que se creen clarividentes y ensordecen a los que se consideran los más inteligentes.

            Se trata de la misión que el soberano Dios confió al mencionado profeta: Ve y di a ese pueblo: Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis. Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure (Is_6_9s). [1080] Mas ¿por qué, Señor, deseas que el profeta ciegue, apague la inteligencia y haga pesado el corazón humano? Hija, es porque quiero que mis enviados reconozcan la dependencia que tienen de mi soberanía, y que dejen de juzgar a través de sus propios sentidos, que hacen creer lo que con frecuencia es falso, como sucede con los dementes que se consideran en perfecta salud, aunque en la realidad sean los enfermos más peligrosos.

            Hija mía, el mismo profeta, que conocía muy bien las extravagantes ideas de los hombres, no sólo de los de humilde condición, sino de los de más noble estirpe él era del linaje real de David, dijo en representación de Dios, que lo enviaba: Porque mis pensamientos no son sus pensamientos, ni sus caminos son mis caminos, oráculo del Señor, porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros (Is_55_8s).

            Si los humanos se humillan delante de mí, disponiéndose a hacer mi voluntad, conocerán las verdades que enseña mi Espíritu. Tendrán conocimiento de mi doctrina si hacen la voluntad de mi Padre, que se interesa en su santificación. Mi palabra es como una lluvia que fecunda la tierra que la recibe, deseando que la acoja con provecho: Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié (Is_55_10s). A ti se dirige, hija mía, cayendo sobre ti; recíbela con reverencia porque en ella tendrás todo bien. La Palabra alimentará tu alma en el desierto de esta vida: es el maná bendito que debes recoger con toda diligencia, porque contiene sabores de toda clase.

No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt_4_4).

 Capítulo 149 - San Juan vino a este mundo antes que el Salvador, junio de 1642.

[ 1081] Maravillas son tus dictámenes, por eso mi alma los guarda. Al abrirse, tus palabras iluminan dando inteligencia a los sencillos. Abro mi boca franca, y hondo aspiro, que estoy ansioso de tus mandamientos (Sal_119_129s). Padre eterno, ¿Qué has enviado a la tierra? Las maravillas de tus leyes y el Verbo hecho carne para divinizar la carne; Dios hecho hombre y hombre transformado en Dios. A esto se dirigen la ley y los profetas. Jesucristo envió a San Juan Bautista como su propia voz, para preparar a la humanidad a su venida. La ley natural, la ley escrita, son las predecesoras de la ley de la gracia, a la que su autor se sujetó para cumplirla hasta la última tilde, y para perfeccionar la fe que estuvo figurada en Abraham, quien creyó en las divinas promesas, lo cual le fue reputado en justicia; promesa que el santo patriarca sólo entrevió de lejos. Sin embargo, aquella visión lejana del nacimiento del Verbo lo hizo estremecerse. Isaac, su hijo, fue llamado risa como figura de Jesucristo, alegría eterna del Padre soberano; júbilo de los hombres y de los ángeles, a quienes el divino Padre ordenó rendir los honores debidos a su majestad, cuando lo introdujo nuevamente al mundo en Belén, porque, según declaró uno de ellos a San José, ya había nacido del Espíritu Santo en María en el instante mismo de la Encarnación: Porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt_1_20s). [1083] En este nacimiento, los ángeles recibieron el mandamiento de adorarlo en el pesebre, donde yacía con las debilidades de nuestra naturaleza, resplandeciendo al mismo tiempo en el cielo, en el trono de su gloria: Yacía en el pesebre y refulgía en el cielo; fue rico y pobre también. Humilde y sumiso, fue llevado como un niño el que es adorado como Dios: pequeño en el pesebre, inmenso en el cielo.

Capítulo 150 - San Pablo, convertido y elevado hasta el tercer cielo, es la manifestación de la grandeza del Salvador, 30 de junio de 1642

[1085] Después de la santa comunión, me vi elevada hasta el paraíso junto con San Pablo, cuya fiesta solemnizábamos. Allí pude ver la irradiación de la gloria de Dios y las grandezas del Apóstol, que integra en parte la grandeza de Jesucristo, el cual se manifiesta grande y magnífico en San Pablo, por cuya causa descendió él solo después de su ascensión. Los demás apóstoles recibieron el llamado del Salvador durante su vida mortal en la tierra, pero cuando llamó a San Pablo ya era inmortal y glorioso. Todas las circunstancias de esta vocación la hicieron espacialísima, ya que fue rodeado de una luz celestial a eso del medio día, hora en la que Dios se paseaba por el paraíso terrenal; tres ángeles visitaron a Abraham también al medio día. El sol, a esta hora, está en su mayor fuerza, hora que parece destinada a obrar misterios fulgurantes, en la que el fervor anima al amor. Escuché el Salmo 8, aplicado a San Pablo: Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra (Sal_8_2), ya que San Pablo, en su conversión y en su vida reveló la grandeza del nombre de Jesús, llevándolo también por toda la tierra. Por ser un vaso de elección y de dilección escogido por la soberana benevolencia de Dios en su entorno para tan noble ministerio, San Pablo manifestó la magnificencia del Salvador, que parecía esconderse en los cielos, dejándose ver a través de las gracias que derramó en [1086] aquel que lo había perseguido implacablemente; favores y dones que Pablo hizo repercutir en su origen y remontar hasta el seno de su autor, confesando que nada poseía que no procediera de la gracia y liberalidad de Jesucristo, el cual previene nuestras obras. Es bien cierto que de la boca de los hijos del pecho de la dulzura, recibe el Señor la alabanza, y que con su manecita destruyen y llevan a la ruina a sus enemigos. San Pablo, habiéndose transformado en un pequeñuelo dócil y obediente al Salvador, a cuyo pecho estaba siempre adherido, sólo se alimentaba de su leche; por ello la derramó en lugar de sangre cuando fue decapitado. Reconoció muy bien su debilidad cuando dijo que no era nada sin el poder de la gracia: Por la gracia de Dios soy lo que soy (1Co_15_10); a pesar de lo cual combatió contra los poderes de las tinieblas y los príncipes del mundo, saliendo vencedor de ellos, como él mismo lo confiesa. El Salvador lo elevó tan alto, que sometió todo a sus pies, de manera que el gran apóstol desafió a los ángeles, a los que espera juzgar un día él mismo. Llegó hasta explorar, según parece, los tesoros de la ciencia y sabiduría divina, encontrándolos ocultos en el seno de la humanidad de Jesucristo, y los de la divinidad en sus éxtasis, que lo llevaron tan alto, descubriéndole multitud de secretos admirables que no pudo expresarnos. El mismo fue un tesoro de gracias y favores divinos. ¿Quién podría expresar la unión que tuvo con Jesús, su maestro, su amor y su todo? Aquel lobo rapaz arrebató santamente al Cordero que es adorado por todos los santos, que es igual con el divino Padre y el Espíritu Santo. Jesús era la flor de la vid, contraria a la malicia de la serpiente antigua, la cual pidió a San Pablo perseguir no sólo a los santos, sino también a las mujeres, a las que deseaba encadenar, forzar y arrebatar de manos del Salvador, por ser [1087] la descendencia virginal de la admirable mujer que aplastó la cabeza de la serpiente infernal. El Cordero divino convirtió a su perseguidor: Jesús lo rodeó de luz en el mediodía de su ferviente amor, en el que se encendió, de suerte que fulminó anatema contra todos aquellos en los que no arden las llamas amorosas de tan amable objeto. En este punto llegó a desear ser anatema él mismo, para atraer a su amor a sus hermanos. Ah, qué exceso de amor. Es el Benjamín llevado por la profusión de su entendimiento hasta el conocimiento de la grandeza del poder de Dios, siendo felicitado por los príncipes de Judá por tanta dicha. Es el apóstol que llama a los gentiles a compartir estos favores, invitándome a participar en ellos y exhortándome a disponerme para ser otro vaso de elección y de dilección y, aunque en su época prohibió a nuestro sexo enseñar en la Iglesia, me ayudó a comprender que no prohibió referirse a las cosas de Dios en la conversación, y que no pone límites a las mociones del Espíritu Santo. En fin, mi alma fue tan altamente elevada con San Pablo, que no sabía yo si estaba fuera de mi cuerpo o en él: esta elevación, que en verdad puedo asegurar me llevó hasta la gloria, a la derecha de Dios, es un favor y una gracia inefable: mientras duró, no podría decir cuánto me disgustaba la vida de mi peregrinar mortal. Cuando volví en mí, después de la visión del paraíso, admiré la bondad del Salvador glorioso, que consideraba la elevación de San Pablo como su magnificencia, haciéndolo admirable ante los ángeles a manera de un vaso precioso y obra del Altísimo colmada de la luz divina, la cual lo rodeó y penetró, haciéndolo conforme a él, que es la imagen del divino Padre, y comunicándole sus perfecciones de manera muy sublime, de modo que su divino Espíritu le pudo asegurar [1088] que Aquel a quien perseguía era el verdadero Mesías y Redentor de los hombres que le dieron muerte, a los que ofrece el perdón y la salvación eterna. Así sea.

Capítulo 151 - Las grandezas de María, hija, madre y esposa de Dios, la unió a él de manera inefable, y penetró su corazón con amor divino y humano, 17 de septiembre de 1642.

            [1089] El Apóstol, extasiado ante las excelencias de la divinidad, exclama: Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios. cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos (Rm_11_33),y yo, llena de entusiasmo ante los privilegios y sublimidad de María, me veo obligada a decir: Oh altura, oh fecundidad, oh poder de esta hija, madre y esposa, revestida de sol, calzada de luna y coronada de estrellas: María de Dios, virgen de Dios, reina de Dios, María de Dios, hija amada del altísimo, contemplada en su mente desde la eternidad y enviada a la tierra mediante una emisión incomprensible a las criaturas. En cuanto fue concebida y su alma infundida en su cuerpo virginal, fue privilegiada con una excelencia que la independizó de todo lo que no era Dios, más aún: la divinidad derramó multitud de gracias en ella, engrandeciéndola en medio de un deleite admirable. El Padre, la contemplaba ya como madre de su hijo amadísimo, que debía serles común por indivisibilidad, pero con la maravilla de que, siendo igual por una feliz necesidad, al divino Padre, la ley del amor lo destinaba a estar sujeto a esta madre humana, que debía engendrar en el tiempo al hijo que la engendró en la eternidad. A este hijo, el Padre lo reconoció como Dios en presencia de los ángeles y de los hombres, por ser su impronta divina que expresa todas sus perfecciones internas, y mediante el cual da el ser y la vida a las criaturas externas: todo fue hecho por él, y sin él nada se hizo. En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres (Jn_1_3s). El Padre le comunica su ser sin dependencia. María da un cuerpo al Verbo con la condición de que se ponga abajo la ley de esclavitud; por ello puedo decir: María presenta a su hijo, Jesucristo; María da a su hijo como una prenda que expresa las excelencias que ella posee por derecho materno sobre el Hombre-Dios. De la misma manera afirmamos que el Padre y el espíritu santo están por concomitancia en el divino sacramento por un seguimiento necesario, porque la naturaleza divina, que es simplísima, es indivisible. [1090] Puedo decir que María es una torre eximia de claridad de abundancia y de fuerza, no sólo frente a cualquier enemigo, sino que parece prevalecer sobre el mismo Dios, aunque con más ventaja que Jacob. Puede llamársela fuerte contra Dios y la que ve a Dios; como Dios es hijo y súbdito suyo, es terrible como un ejército en rango de batalla en el orden divino y humano. no puede ella decir que ignora que Dios la haya escogido para ser su morada y puerta del cielo, ya que esta maravilla no pudo darse sino hasta que ella pronunció su fiat, no en sueños, sino mientras velaba y ponderaba en su mente la embajada que Dios le enviaba con Gabriel, su fuerza, quien le llevaba, no sólo la llave del empíreo, sino, por así decir, el imperio del soberano Dios, el Verbo, que es la llave y el cofre de los tesoros del divino Padre; Verbo que está en el Padre y en el espíritu santo por la divina circumincesión, ya que las tres personas están la una dentro de la otra. a través del Verbo encarnado hijo de María, ella posee la plenitud de la divinidad, que se le entregó, no por impotencia o por la fuerza, sino por amor, enviando su poder para hacer el trato con ella, a la que desea reconocer como soberana. María, hija de Dios, cuán noble eres en tu linaje.

            María, virgen de Dios, ¡cuán pura eres por tu elección! tu mente está en Dios, sin estar atada a nadie más. Únicamente el Verbo divino ha podido penetrar en ti; el rayo luminoso del Padre llegó hasta ti y, con él, el Padre y el espíritu santo vinieron a morar en tu alma, no para encarnarse como el, sino para acompañarlo, por no poder ni desear dejarlo. Ninguna cosa creada o material penetró jamás en tus entrañas, que aportaron una vestidura adorable al Verbo increado, que se hizo en ellas, para siempre, el Verbo Encarnado. Estuvo en ti revestido de luz como con un manto, sin cuidarse de sentir horror hacia tus puras entrañas. El sol, la luna y las estrellas son astros luminosos.

            ¿No posees, acaso, en grado eminente, sus perfecciones y luminosidad? El Hijo que es tu Rey por naturaleza divina y humana, nació en el esplendor de los santos antes del día de la creación. Su generación eterna es inenarrable y su generación temporal, innumerable. Toda criatura confesará que el silencio es lo que más conviene para alabar a la una y a la otra. Digo también, ¡Oh María, oh Virgen, oh Reina! que la tuya es inenarrable, ya que sólo la Divinidad o el Hombre-Dios pueden enumerarla. Perdóname, Señora mía, si me he atrevido a tratar de describir con la tinta lo que Dios me ha mostrado con los rayos de su luz inefable. Confieso que esto es, ante todo, representar nieve deslumbradora con un carbón extinguido. Diría más bien que tus claridades son tinieblas, y tus tinieblas claridades. Como las tinieblas, así es la luz (Sal_138_12).

            [1091] Tú sondeas mis entrañas y conoces los pensamientos que Dios y tú producen en mí. Te alabo porque eres dignamente ensalzada y nada está oculto a tus ojos. Mis labios te alaban, mi corazón desearía expresar al exterior, para gloria tuya, los sentimientos que le has comunicado al interior. Tus bondadosos ojos han visto y ven mis imperfecciones y, por la piedad que te es tan propia, obtienes de tu Hijo, que es como tus ojos un perdón general. A mi vez, te digo: He aquí la esclava del Señor; que se haga en mí según tu palabra; palabra que transformó al Hijo de Dios en Hijo tuyo.

            El Verbo humanado me mueve a hablar y a callar, todo a una. No puedo poner por escrito lo que he visto y oído; mi corazón te habla y mi rostro, iluminado por tus esplendores, te busca sin cesar; no vayas a desairarlo. Adoro la Divinidad que he contemplado, y en ella tu Corazón admirable, saliendo sin dejar tu seno virginal, como una muestra del amor con el que Dios se encerró; y con El, todas las perfecciones que su sabiduría conoce. Purifícame con su blancura, inflámame con su rubor, cólmame de su dulzura, traspásame con estas dos flechas que perforaron el cielo y la tierra, no para dividirlos, sino para unirlos. Es éste el entendimiento que me concedes de la admirabilísima visión del Corazón sagrado atravesado por ambos dardos: el amor de la Divinidad y de la humanidad a la que ama, morando con él en el mismo cuerpo de la Madre que es cristífera, que es criatura del Creador y madre del Redentor, que quiso llamarse Hijo y súbdito suyo en el momento en que ella se convirtió en su Madre.

            El gozó al obedecerla, amándola como a su madre, de la que nació en el tiempo, así como ama a su Padre, que lo engendra en la eternidad. El ama su Divinidad y nuestra humanidad: la unión de estas dos naturalezas se lleva a cabo en el seno de María, donde late su Corazón traspasado por dichas amabilísimas saetas, por las que deseo ser herida sin cesar, para dar impulso a mi llama, en cuyo extremo desearía mi alma elevarse y salir de su prisión, que es un cuerpo que la cautiva y es para ella un peso oprimente en demasía, que la retiene en la tierra a pesar de su vehemente deseo de volar al cielo. Perdona, querido amor, a la que se cansa de vivir entre los habitantes de Cédar; no dudo que las dos flechas que me permitiste ver traspasando el corazón de María, me muestren la doble caridad que tuvo mientras vivió en la tierra después de la Ascensión de su Hijo y su Dios, al que deseo ver en el Cielo, y procurar su gloria en la tierra para cooperar a la salvación de la humanidad que fue rescatada por su preciosa sangre. Urgida por las dos flechas, ella nos dice con más acierto que el apóstol: Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros (Flp_ 1_23s).

Capítulo 152 - Las pruebas que el divino esposo envía para dar a conocer al cielo y a la tierra la fidelidad de sus esposas. Delicias de su matrimonio sagrado, que es admirable por su pureza y maravilloso por la fecundidad que produce en sus esposas virginales. (Escrito por mandato de Mons. de Richelieu, Cardenal-Arzobispo de Lyon y director. Octubre, 1642)

            [1093] Habiendo salido de casa de mi padre para obedecer a mi divino esposo y para procurar su gloria, él me acarició durante algunos días con grandes favores, elevándome en las sublimes contemplaciones de su generación eterna y temporal y mostrándome una montaña a cuya cima me invitó a subir, conduciendo a ella a todas las hijas de su Orden, a las que su divino Padre llevaba y engendraba con un amor indecible. A medida que las veía subir, escuchaba: Allí subirán las tribus, las tribus del Señor (Sal_122_4).

            Pasadas dichas ternuras, pareció sumirme en una prueba que no puedo expresar, porque no me abandonaba. Después de languidecer durante algunos días por la ausencia de mi Esposo, temí haber olvidado mis deberes y que, por culpa mía, él no me amaba ya como en el pasado; temor que me causaba un gran dolor y me oprimía el corazón de melancolía, causándome una molesta aflicción y tristes pesares por la pérdida que temía haber causado con mis infidelidades, que desconocía del todo. Dicha ausencia me hizo pensar que tal vez hubiera sido mejor quedarme con mi Madre, a la que todo mundo consideraba una santa, la cual me permitía todas las devociones a las que deseaba yo entregarme. Al verla enferma casi desde mi salida, pensé que su bondad se había privado por Dios de aquella a la que amaba más que a todos sus demás hijos; y que consolar a tan buena madre, permaneciendo a su lado, era un deber que podía exigirme con toda justicia.

            [1094] Admiré su virtud y culpé mi precipitación, y por dejadez pensé que, por mi parte, había sido demasiado fácil en creer a los fervores de mi espíritu; y que si hubiese esperado algunos días, habría podido quizás obrar mejor, pensando seriamente en lo que iba a emprender. Después de escuchar estos argumentos internos con mucha pena, escuché los exteriores, que no eran más favorables para satisfacerme. No consentí ni en unos ni en otros y, aunque me encontraba muy impedida en mí misma, no perdí enteramente la confianza en el amor de Aquel por cuya causa había salido de la casa de mi padre. Todas estas tristezas eran, ocasionalmente, dulcificadas por los destellos de algunos consuelos, como si mi amadísimo Esposo me enviara desde lejos cartas lacradas con su sello, lo cual me consolaba en ese momento, pasado el cual retornaba mi pena.

            Dije a todos mis pensamientos: ¿Han visto a Aquel que ama mi alma? ángeles que son sus cortesanos, ¿Dónde se ha escondido Aquel que tantas veces ha testimoniado que amaba a su pobre e indigna esposa? Mi fiel Esposo, vencido de su amor, quiso venir en medio de la noche y del silencio, en cuyo transcurso la tristeza había cerrado todas las puertas a cualquier expresión de alegría. Dormía yo sumida en una inexplicable tibieza, en medio del disgusto de todo lo que era de esta vida. Podría haber dicho con el profeta Elías que la muerte me libraría de tantas penas, si no hubiese sabido que mi Esposo no deseaba que abandonara yo su designio. El, que es el fiel por excelencia, conocía los pensamientos más íntimos de mi corazón oprimido y poseía la destreza y el poder de abrir los resortes más secretos de mi cámara nupcial; por ello entró sutilmente, pero como yo era incapaz de conocerlo, por estar adormilada, dirigió un asalto a todas las potencias del alma, cuyas llamas sintió mi cuerpo. En mi corazón se abrió una brecha favorable, a la que el Esposo divino fue el primero en lanzarse para apoderarse de su esposa, que era el botín y los despojos más amados para él. La encontró en su lecho, que más que de reposo era de dolor, totalmente sorprendida ante esta alarma y sin darse cuenta de quién era prisionera.

            [1095] Era incapaz de resistir a la fuerza que la asaltaba, por estar demasiado débil para oponerse a los designios de Aquel que la poseía como objeto suyo y presa de una guerra buena, tranquilizándola dulcemente y asegurándole que todo sucedía para protegerla y que el amor no le permitía disimular su nombre e intenciones: él era su Esposo seguro de su fidelidad, el cual quiso sin embargo tener el placer de sorprenderla para causarle un gozo indecible y, si no hubiese tenido el poder de conservarle la vida al darle estos asaltos, que con frecuencia hacen morir de espanto a las princesas delicadas y abatidas por la ausencia del príncipe su esposo, no hubiese hecho su entrada de este modo. El amor, empero, lo había apremiado a venir a verme antes de que tuviese yo noticia alguna de su venida. Mi Amado gozaba al encontrarse cerca de su esposa, aunque sin darse a conocer. Añadió que él tenía las llaves de todo su palacio, pero que llevaba consigo la de su cámara, para entrar en él sin esperar a la puerta; que su mano era una llave que abría todos los resortes del corazón de su amada, y que si se hubiese deslizado en él, ella se habría disculpado como la esposa del Cantar, no levantándose prontamente para abrirle: Me he quitado mi túnica, ¿Cómo ponérmela de nuevo? He lavado mis pies, ¿Cómo volver a mancharlos? (Ct_5_3), diciendo: No quiero preocuparme de nada.

            Tal vez no sea mi esposo, sino algún príncipe que quiere halagarme. No amo a nadie más, ni puedo amar sino a Aquel en quien he depositado mi fe y mi primer amor. Prefiero parecer indiscreta y perezosa que infiel a Aquel por quien deseo vivir y morir constante. Dichos pensamientos apremiaron al divino Enamorado, el cual introdujo sus dedos en la cerradura, y con una sutileza divina, abrió el corazón afligido de su fiel esposa, que, estremecida de susto y de alegría, de pena y de contento, exclamó: Mi amado metió la mano por la hendidura; y por él se estremecieron mis entrañas (Ct_5_4). Ante este asalto de amor, la amada se despierta y, al darse cuenta de que se trata de su Esposo, y con el [1096] corazón abrasado por una nueva llama, parece salir de su pecho para entrar en el de su Amado. Al incrementarse el amor, ella parece morir a causa del júbilo de amor, causando cierta inquietud a las potencias del alma y aun del cuerpo, que es incapaz de recibir sus visitas divinas.

            El espíritu, fortalecido por su divino Esposo, que desearía en verdad no tener otro pensamiento sino el de recibirlo, le presenta las mismas quejas del apóstol: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? (Rm_7_24); ¿Quién me librará de este cuerpo mortal para que more contigo, mi queridísimo Amor, por toda la eternidad? El la tranquiliza diciéndole: Amada mía, estoy contigo hasta la consumación de los siglos; ten confianza en mí y goza de mi divina presencia.

            Ante palabras tan eficaces, todo su cuidado se redujo a reposar sobre su seno, en el que experimentó un deleite inexplicable, sintiendo la inspiración secreta de penetrar en él. Su corazón se dilató en tan amorosos deleites, que pueden experimentarse, mas no expresarse. El le aseguró que su fiel afecto había aumentado con mucho el de ella; que ella era su amada, su única, su paloma, su gozo y su corazón.

            La Esposa sintió entonces un perfecto contento, no restándole ni temor, ni pena, ni dolor en el espíritu. El Esposo sagrado le dijo: Quise entrar cuando menos lo pensabas, para conocer cuánto suspirabas en mi ausencia, no deseando prevenirte con ilustración alguna. Penetré en tu corazón como en mi cámara real, estando recorridas las cortinas y cerradas las puertas, como cuando entré en el Cenáculo.

            En este punto, los sentidos dejaron de actuar; ni el mismo entendimiento sabía lo que pasaba. El corazón, oprimido poco antes por la tristeza, se abría ante la comunicación del Esposo, que se derramaba en la esposa por medio de esta sagrada y extraordinaria agitación, daba testimonio del poder y la virtud del [1097] divino Esposo, que tiene en sus manos, como ya he dicho, los resortes de los secretos del corazón de su esposa, sabiendo bien darle impulso y movimiento según su deseo, a fin de que ella goce del placer que él encuentra en complacerla, lo cual constituye un divino contento. El es el estandarte siendo la luz divina aunque la tenga en la penumbra de su amor. El la penetra íntimamente y la esconde divinamente a todo lo que no es él. El le asegura que esta prueba no es porque él tenga duda de su fidelidad, sino más bien para darla a conocer un día a todos los de su reino y para tener motivo de alabarla él mismo. Cuando él le dice que él es todo a ella ya que ella es toda a él y como Rey de amor ella es la reina pues él se ha prendado de su belleza llamándola su perfectísima.

            Mi alma escuchando todas estas palabras de confianza y dulzura, se encontró libre de toda clase de miedos y temores y entro en un entusiasta y delicioso reposo que fue como un paraíso de delicias. Al día siguiente, mi radiante Esposo quiso aparecérseme rodeado de esplendor y magnificencia, mostrando a todos sus príncipes celestiales el amor que sentía hacia su amada, a la que penetró con amorosa majestad. Con su luminoso cuerpo y una postura divinamente pura, se dignó abrazarme virginalmente, echándose a mi cuello como Esposo y niño a la vez. Todos estos abrazos son inocentes y muy castos: Cuando lo amo, soy casta; cuando lo toco, soy pura; cuando lo acepto, permanezco virgen. ¿Quién podría expresar los misterios de estas dos visitas, una mediante el sentimiento y la otra mediante la unión? Aquí se consuma el sagrado matrimonio entre el alma y el Verbo Encarnado, por medio de una fusión altísima seguida de una generación sin impureza, de una preñez sin molestias ni disgustos, de un nacimiento sin dolor y de una educación y alimento del fruto del matrimonio sin pena ni inquietud. Quiero decir que el alma, al purificarse en esta unión tan deliciosa, concibe sin marchitar su virginidad y porta su fruto sin pesantez ni trabajo, dándolo a luz sin dolor y sin que nada mancille su lecho divino, alimentándolo sin un cuidado que la agobie.

            [1098] Para referirme a la unión y conjunción en que consiste la consumación de este sagrado matrimonio, quiero decir que es muy íntima y como sustancial; muy santa y muy deliciosa. Es necesario suponer que esto sucede no solo en el alma, sino también en el cuerpo, ya que el alma unida a su cuerpo es la esposa en este matrimonio. El Esposo es el Verbo Encarnado, no sólo en cuanto Dios, sino como Dios y hombre, a semejanza del matrimonio del mismo Verbo con la naturaleza humana, que no se realizó únicamente con el alma, sino también con el cuerpo. Esta unión conyugal se realiza entre el Verbo Encarnado y el alma que obra en el cuerpo, lo cual no sucedería si se obrara únicamente en la parte superior del alma, en la punta del espíritu, mediante operaciones en las que el cuerpo, al nada obrar ni sentir, no tendría parte alguna, como sucede con un alma realmente separada de su cuerpo, en la que sólo puede darse una unión de espíritu a espíritu. Es necesario entender en este punto que se trata de una unión que redunda también en el cuerpo, o que se realiza entre el alma unida a su cuerpo y el Verbo humanado, Jesucristo, que es Dios y hombre.

            Todo esto sucede en el corazón de esta manera: el alma se retira de tal modo en el corazón, mediante el recogimiento de todas sus potencias, que se deshace de todo, dejando de obrar en toda función excepto las vitales y necesarias para conservar la vida, como sucede en las suspensiones.

            Se encuentra en esa intimidad como en su tálamo real, entre velos tendidos y cortinas cerradas. En medio de tan profundo silencio, todas las criaturas le sirven de velo, sus potencias son felizmente absorbidas y la piel que contiene al corazón hace las veces de cobertura. El Verbo Encarnado, siendo el Esposo, se derrama y se encuentra presente, no sólo en cuanto a la divinidad, sino unido a su humanidad santísima. Penetra así en el corazón, quedando encerrado en su pequeño recinto. A su vez, el corazón se abre sensiblemente como un vaso sagrado, para recibir esta divina infusión. Dios se derrama mediante una efusión que llega hasta el cuerpo de manera admirable, mediante la cual éste es capaz de gozar de tantas delicias. La santa humanidad se comunica mediante una delicada penetración y presencia real, así como un rayo de luz se incorpora a un cristal. El alma y el Verbo Encarnado habitan verdaderamente en este corazón mediante una afectuosa correspondencia, [1099] sirviendo este corazón, al mismo tiempo de vaso y de prado al Verbo divino, que es la flor de los campos y el lirio de los valles.

            El corazón se sublima y derrama en Dios, pareciendo, mediante esta destilación cordial, extenderse por todas las médulas, pero con mayor abundancia en el pecho, del que procede un santo desfallecimiento, de modo que la esposa dice: Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor (Sal_73_26s). Ella vive, pero ya no ella: su vida es su divino Esposo, ya que el alma se encuentra con más fuerza en el objeto que ama, que en el ser al que anima. ¿Qué podría buscar esta enamorada y esposa queridísima fuera de su divino Esposo, que se derrama sin salir de sí mismo? El Verbo Encarnado se entrega a ella sin dejar el seno paterno. El alma favorecida de este modo, se derrama y se funde, por así decir, perdiéndose en Dios, porque su corazón se destila. Dicha unión es espiritual y corporal, todo a una, lo cual no sucede sólo con el alma despojada de su materia o en su parte superior en la suspensión total de los sentidos, sino en el corazón que participa en dicha unión, que recibe la infusión y derramamiento del Verbo Encarnado como un semen purísimo. Se abre, se dilata, se mueve, no sin algún dolor, mas deleitándose en el placer que le causa la fusión con un Hombre-Dios, que lo posee santísimamente. Insisto en que esta unión y fusión es muy santa y sin impureza, porque preserva la flor de la virginidad, a la que la copulación carnal marchita y corrompe. Así como se saca el veneno a la víbora y se toma una muestra de su carne para elaborar la composición de la pócima que sirve de antídoto a su mordedura ponzoñosa, Dios impide en este caso la imperfección que se da en los matrimonios ordinarios y, aunque el cuerpo participe también en esta unión, se realiza de una manera del todo divina y espiritual, a pesar de ser también corporal. Es como cuando decimos que el Cuerpo del Verbo Encarnado se encuentra bajo las especies sacramentales a la manera de los espíritus, sin ocupar lugar ni espacio.

            Se trata, pues, de una conjunción de sustancia, pero no como la que se realiza en nuestros cuerpos corruptibles con las imperfecciones que la siguen. El mismo Verbo Encarnado es quien penetra en el corazón para colmarlo de una sagrada simiente junto con su humanidad ya impasible y su cuerpo [1100] glorioso incorruptible y espiritual, en el sentido en que San Pablo nos habla de los cuerpos de los bienaventurados, que son tan incorruptos y puros como un rayo de sol. El comunica sus delicias sin manchar, purificando a la persona que las experimenta. En fin, todo esto sucedía en mi alma y en mi cuerpo mediante la inhabitación de un Dios encarnado, el cual, poseyendo delicias para el alma y el cuerpo, desea comunicarlas a los dos, haciéndolo con suma pureza y santidad.

            El Esposo divino, que no puede sufrir el menor rastro de impureza en su esposa, no ama el lecho que no esté perfumado de flores. Desea una cámara recubierta de cedro incorruptible y sólo bebe de una fuente sellada, encontrando todo su solaz en un huerto cerrado. Cifra su gloria en tener por esposas a las vírgenes, cuya integridad conserva con pasión, si se me permite la expresión.

            Mi divino amor me enseñó que la santidad más eminente no impide el placer y las delicias que el alma y el cuerpo, por repercusión, experimentan en esta unión admirable; delicias que sobrepasan a las que los casados experimentan en sus relaciones matrimoniales. Primeramente, porque el alma, estando ocupada del todo en esta operación y penetración divina, y como recogida en el corazón, percibe, según la capacidad de sus potencias, estos placeres que la absorben del todo. Cuando el divino rayo la penetra y se difunde en ella, la inunda de un néctar delicioso. Es más: el alma se encuentra en esta fusión en su fin y en su centro, hacia el cual la impele su inclinación natural. Goza, por tanto, de un pleno y entero reposo, que es semejante al de los bienaventurados, aunque sin ser perdurable como el de ellos, y que en la tierra el alma goce de un bien y de un placer sin conocerlo en plenitud. De ahí proviene que el gozo y desfallecimiento del alma y sus potencias la mantenga distante de todas las criaturas y despojada de cualquier objeto, no estando atenta sino a su Esposo, abrazándolo fuertemente para no separarse de él; es decir, adhiriéndose a la promesa de su bendición, por no haber bendición alguna que pueda contentarla como la posesión de él mismo. [1101] Añádase a esto que las delicias y placeres crecen en la medida en que el bien es capaz de concederlas, y que su posesión o la unión con El es más íntima. ¿Dónde encontrar un objeto más delicioso que el Verbo Encarnado, que por ser la sabiduría increada tiene su diestra cargada de delicias? En su derecha delicias por siempre (Sal_16_11). Verbo que, en la Encarnación, se acomodó a la debilidad de nuestra naturaleza para difundirse en el alma que sigue adherida a un cuerpo material y mortal, el cual es incapaz de sufrir la vehemencia de las delicias de la divinidad, que sólo pueden captar los entendimientos puros a pesar de lo cual es necesario que sean elevados por encima de ellos mismos a través de la luz de la gloria. Sin embargo, Aquel que se anonadó en la Encarnación, elevando el alma por la gracia, obra maravillosamente una alianza sublime entre Dios y el alma, tal y como lo requiere el objeto y la potencia que llega a conocerlo y gozar de él; objeto que encierra en sí, exclusivamente, las delicias que se encuentran en todas partes, aunque proporcionando un deleite mucho más intenso.

            El alma que, de este modo, es capacitada para gozar del Verbo Encarnado, posee en él todo lo que buscaría en vano en otra parte, y esto con mayor plenitud, debido a que posee todo a la vez y no en pequeñas porciones, como cuando mendiga contentos de las criaturas, ninguna de las cuales es capaz de ofrecérselos todos: este placer es más dulce y sensible cuando la unión entre el alma y el objeto es más estrecha; pero, ¿Dónde se hallará más íntima que en la unión conyugal cuando es sustancial? Ella consiste en una penetración de Dios en el alma y del alma en Dios; una pérdida del alma en el Verbo Encarnado y una destilación del corazón; una infusión de todo el Verbo y de toda su humanidad de una manera realmente sustancial y del todo espiritual. Toda el alma recibe y todo Jesucristo se comunica; la esposa goza de la totalidad del esposo, y éste posee completamente a la esposa.

            En cuanto a los goces sensibles y las delicias del cuerpo, mi divino amor me dijo que sobrepasan cualquier deleite carnal, porque dichas delicias se hallan inmediatamente en el corazón, que parece en verdad sufrir al dilatarse mediante la apertura y la conmoción; sin embargo, al derramarse, recibe los efluvios sobrenaturales y divinos. Surgen por ello sentimientos y goces inexplicables, debido a que la sede del placer se encuentra en el corazón y, si lo experimentamos en alguna otra parte del cuerpo, se deba a correspondencia que [1102] tienen con el corazón, mediante la cual sustentan el dolor o el placer. Esto se encuentra, hablando con propiedad, en el apetito y no en la mano o en el brazo afectado, que mediante el tacto percibe ciertas cualidades agradables; las acciones de los sentidos exteriores son la causa de estos dos afectos, que dominan a todos los demás. Ahora bien, el apetito sólo se alberga en el corazón; cuando, por tanto, el objeto deleitable es aplicado inmediatamente al corazón, es menester, forzosamente, que el placer que percibe en él sea mucho mayor que cuando se aplica a cualquier parte más apartada, debido a que los espíritus, el calor y otras causas que sensibilizan más a cualquier parte del cuerpo, se encuentran con más fuerza en el corazón, sea para gozar del bien, o para sufrir el dolor y la aflicción.

            Es muy cierto, por tanto, que las delicias de este matrimonio sobrepasan todo lo que los hombres buscan con tanto ardor. Experimenté y comprendí grandes secretos que no puedo expresar, mediante la visión de Jesús niño, el cual, como digo antes, tenía un cuerpo cristalino y como de una luz espesa y tenue, el cual se arrojó a mi cuello como lo haría un enamorado apasionado. Se me apareció con este cuerpo glorioso y como espiritual y todo de luz, para testimoniarme su íntima unión, comunicándose a mí como un rayo espeso, que era sustancia y no un etéreo accidente, como los del sol. La unión que se hace con él es sustancial: es un rayo que posee admirables poderes, porque ilumina, no sólo calienta; engendra, alimenta y deleita. Obró todo eso en mi alma, por ser un rayo penetrante que puede entrar sutilmente hasta el fondo del corazón: Llega a todas partes a causa de su pureza (Sb_7_24). Estos abrazos son uniones sagradas; ese cuerpo infantil y espiritual muestra que el esposo se estrecha, por así decir, haciéndose pequeño de manera espiritual para comunicarse todo entero al corazón y al alma recogida en él. Tenía, sin embargo, la majestad de un Dios, a pesar de parecerme un niño, porque en el alma queda grabado el sentimiento de la grandeza divina. Ella permanece en la humildad, en medio de un gran respeto, adorando la majestad y santidad que se oculta bajo esta infancia y su bondad, que se comunica mediante su luminosa inocencia. [1103] Todo, en esta unión, es santidad porque El es todo luz; también su cuerpo es luminoso a manera de un cristal, porque, de otro modo, ni el alma ni el cuerpo podrían resistir su amoroso rayo que penetra el corazón y obra prodigios. Es un cuerpo glorioso que comunica grandísimos y purísimos deleites, en los que el Padre eterno, con el Verbo Encarnado y a través del amor del Espíritu Santo, encuentran su sagrada complacencia. El Padre y el Espíritu Santo acompañan al Verbo Encarnado por concomitancia, y el alma conserva, no sólo los mandamientos, sino al Dios de la ley en ella. El Verbo Encarnado su esposo y las otras dos personas, hacen gozosos su morada en ella. La virginidad no queda estéril; por el contrario, es muy fecunda en este sagrado matrimonio. Cuando se da la esterilidad en los matrimonios de la tierra, produce tristeza y penosa aflicción, siendo la causa frecuente de su desdicha. Mi queridísimo Esposo, me ordenas describir esta virginal conjunción. Te obedezco, Rey mío y mi todo, diciendo que el alma en la que penetras de manera admirable, y que ha recibido de tu bondad la simiente divina, es cubierta por la misma bondad y, mediante el poder inefable del semen divino, se derrite y se pierde en ti, su Dios y su todo, que vives en ella. De la unión de estas dos sustancias, que se penetran divina y virginalmente, se obra además, por así decir, una producción que es un placer divino y una gracia infusa, la cual permanece en la esposa como el fruto de esta divina copulación espiritual y corporal, todo a una. El corazón, como una matriz santa y fecunda, mediante el poder generador que el Verbo le comunica, habiendo recibido la simiente divina, que no es otra que el mismo Verbo, concibe en sí una gracia que no puedo llamar de otro modo que el producto de este matrimonio, que es fruto del divino esposo y del alma, pero más bien del esposo divino que de la esposa.

            Por eso no lleva el nombre de la madre, sino del Padre, ya [1104] que la aportación de ella es muy pequeña y casi nula, no consistiendo sino en su libre consentimiento. El principal contribuyente es Dios-hombre y, aunque Dios no puede obrar en ella sin la cooperación del alma, la simiente de la gracia divina es en verdad omnipotente. Su poder es maravillosamente activo; pero si la tierra que la recibe no obra en ella, jamás producirá cosa alguna. Se dice que la tierra, al calentarse, estimula el potencial de la semilla que recibe, y que el poder seminal quedaría como muerto y adormecido, sin desarrollo ni fruto, sin dicho calor. La diferencia que encuentro aquí es que la gracia no es estimulada por el alma, sino que ella misma incita al alma, dándole el poder de obrar. Es necesario, empero, que se dé esta correspondencia del alma y de la gracia, ya que el alma nada producirá sin la gracia, ni la gracia querrá producir algo sin el concurso del alma. Es menester que el alma se deje guiar por la gracia y que actúe con ella en la unión conyugal que aquí describo. El semen de la gracia obra poderosamente si el alma que la recibe corresponde siempre a ella mediante su libre consentimiento. Se sigue necesariamente la producción de algunas acciones generosas. Una nueva gracia concedida a la esposa, originada en este matrimonio, jamás queda estéril, sin fruto ni generación. Mas ¿por qué preocuparme para mostrar un producto de este matrimonio, siendo Jesucristo el que se reproduce a sí mismo? De esto nos da seguridad el Apóstol: Hasta que Cristo sea formado en vosotros (Ga_4_19). El es el esposo, el padre y el hijo o fruto del matrimonio. Es Él quien permanece en el alma como en el seno de su madre de manera admirable; por ello dijo que las que hacen la voluntad del divino Padre son sus hermanas y sus madres, lo cual permite que lo conciban de una manera mística y nueva. En verdad estas cosas del espíritu son inexplicables: las almas que reciben estos favores comprenderán por experiencia lo que no puedo expresar. La madre según la naturaleza lleva nueve meses su fruto, en circunstancias bien diferentes de las delicias que experimenta el alma que ha concebido por obra del Verbo Encarnado, [1105] porque las madres según la carne pasan muchas penas, disgustos y pesantez, conforme al tiempo de su espera. La esposa sagrada, por el contrario, habiendo sido hecha madre por la gracia, permanece virgen y, como no recibió imperfección alguna en la efusión y simiente de la gracia, no siente incomodidad alguna, por no haber recibido sino lo santo y lo divino. Los sentimientos que experimentó en esta inefable fusión duran en ella varios días, durante los cuales se siente toda transportada en el amor divino. Es esto lo que experimenté después del primer asalto, descrito más arriba, durante la visita secreta de mi esposo. Fue tan grande la violencia de su amor y de su fuego, que mi alma hubiera deseado salir enteramente del cuerpo, rompiendo los lazos y las rejas que la tenían prisionera, para gozar con entera libertad de su Amado por toda la eternidad, en la que el divino Esposo llena sus aspiraciones en banquetes sin fin y en un continuo saborear las delicias divinas. En realidad este enamorado, cuya pasión es dar placer por adelantado en la tierra a su esposa, obra en el entendimiento su banquete por medio de continuas luces y en la voluntad a través de éxtasis deliciosos y derramamientos sagrados, en los que participan todas las demás potencias. Dichos festines llevan consigo su propia música, que es un acorde entre la parte superior y la inferior y un regocijo amoroso entre el esposo y la esposa. ¡Alégrese el cielo y goce la tierra! (Sal_8_1). El cielo es Dios, que goza más que el alma; el esposo y el Padre se alegran al tener un fruto de su matrimonio con mayor alegría que la esposa, que es madre, por haber contribuido más y por haberse reproducido a sí mismo. El hijo lleva su nombre y ocupa su lugar; Dios se reproduce, por así decir, en esta concepción; por ello recibe la mejor parte del júbilo que ocasiona. La tierra se alegra, es decir, la esposa que se ve convertida en madre. La Virgen gloriosa y la humanidad del Verbo participan en este contento, que David describe a continuación, de la cita anterior, la cual anoto en un tema parecido sobre las bodas del [1106] Verbo con el alma que recibe tan insigne favor. Las mujeres grávidas son débiles y sufren pesantez, como ya he dicho. Por el contrario, el alma desposada con el Verbo Encarnado, se encuentra fortalecida a imitación de la santísima Virgen, la cual, en cuanto concibió al Verbo Encarnado, cruzó con rapidez la cima de las colinas más altas de Judea. Apresurándose (Lc_1_39). La razón de esta diferencia se debe a que el amor lleva su propio peso; el amor humano tiene un peso que lo impele a la corrupción y a la tierra, que lo entorpece y lo abruma. El santo amor eleva hasta el cielo, dando la incorruptibilidad. La madre agraciada con él, es aligerada por el divino y amabilísimo peso. La generación terrenal manifiesta la corrupción de la que procede, de la que jamás se exceptúa. A la generación celestial, que es purísima y va precedida de la gracia, se sigue la inmortalidad y la inocencia; y como esta admirable concepción proviene únicamente de la unión íntima del alma con Dios, sólo encuentra su fuerza, su apoyo, su sustento y subsistencia en Dios, al que está estrechamente unida, y con el que tiene una producción en común, que es el fruto de su santo y sagrado matrimonio. No quiero decir que la subsistencia del Verbo obre una unión hipostática en este matrimonio, sino que Dios sostiene al alma de manera admirable. La mujer encinta siente mareos, su color palidece o se ensombrece y su rostro se demuda y abate. La esposa celestial, en cambio, como es cristífera, se encuentra en medio de luces que le confieren, en ocasiones, una belleza arrebatadora que se manifiesta también al exterior, el cual participa a su vez de la luz interior que ilumina al alma con sus reflejos. En ocasiones percibimos ciertos rayos divinos en los ojos de la amada y hasta en su rostro, que reluce o se inflama; tornándose a veces luminosa como efecto de los rayos de la gloria que la circundan. Esto es un reflejo de la plenitud de la luz interior y un destello de la gloria que tendrán los cuerpos de los bienaventurados en la eternidad, si lo he entendido bien: Inmortal es su recuerdo (Sb_4_1).

            La memoria de la generación casta es inmortal; por ello [1107] la esposa no desea recordar las cosas creadas, sepultándolas en un profundo olvido. Tampoco desea tener corazón sino para su divino esposo, no deseando retener en su memoria sino a él y sus favores divinos: A la vista de Dios y de los hombres (Sb_4_1). Dios se complace en que los hombres admiren la generación casta cuando él la da a conocer, lo cual es prueba de su grandísima pureza; la presencia de Dios y del Hombre-Dios la hace santamente gloriosa. Las uniones de los casados, aunque lícitas, que se encuentran en los términos de la caridad conyugal y de un lecho inmaculado, como dice el apóstol, son sin embargo imperfectas; por ello buscan la conveniencia de las tinieblas y la oscuridad, en tanto que la unión espiritual del divino esposo se practica en la claridad de la luz divina. La misma esposa es luminosa en todo su ser porque Dios es luz en sí mismo, y en él no tienen cabida las tinieblas. El alma es luz participada; la esposa castísima pide osada y piadosamente un beso de la boca de su esposo, inquiriendo en qué lugar reposa Él santamente a la hora del medio día. Jamás busca las tinieblas, y no podría siquiera encontrarlas, porque al unirse a Dios se convierte, como ya dije, en luz. ¡Cuán diferente es la concepción celestial y la generación castísima de las concepciones según la carne y la sangre! Es necesario, en fin, que la madre que ha concebido y llevado su fruto llegue al tiempo en que la naturaleza ordena que lo de a luz. Si el parto es feliz, causa gran contento al padre y alivio en la madre. Como la esposa divina concibe el fruto divino, habla de las grandezas de su divino esposo, que le concede una divina elocuencia, situándose él mismo en sus labios y derramando su gracia en ellos, para permitirle hablar con un gozo purísimo de sus sagradas y santas bendiciones. Si en ocasiones lo hace con dificultad, no pudiendo describir tan dignamente como lo desea, sus experiencias de la acción divina, obra como los serafines que se cubren los pies y la cabeza con sus cuatro alas, [1108] adorando al esposo al que confiesa tres veces santo. Santo en su divinidad. Santo en su alma, Santo en su cuerpo. Cuando así lo desea, y por ser la sabiduría divina, el esposo sagrado hace las veces de partera, ayudándole a dar a luz su admirable fruto y recibiéndolo con placer, por ser producto de su esposa. Su divino Espíritu mora en ella y da forma a sus palabras, mismas que El desea ver proclamadas a los demás, ya que es El quien da el habla a los pequeños y concede la elocuencia a su esposa queridísima. Cuando ella produce, a través de sus labios, el fruto de vida, lo engendra de nuevo en otros corazones: Hasta que Cristo sea formado en vosotros, etc. (Ga_4_19).

            De este modo, se teje admirablemente la generación de Jesucristo y se escribe místicamente el libro de su genealogía: Libro de la generación de Jesucristo (Mt_1_1).El es engendrado en muchas almas y así como su Padre jamás deja de engendrarlo en sí por generación eterna, tampoco deja él de engendrar junto con su esposa, en los corazones. Es engendrado primeramente en el alma, su esposa, por ser él esposo y producto del matrimonio, todo a una. El nace en esta alma y después, por su medio, es engendrado en otros corazones, teniendo de este modo un doble nacimiento: el primero en María, su Madre augustísima, en el día de la Encarnación, como dijo el ángel a San José: Porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (Mt_1_21), y el segundo como lo narra San Lucas: Porque hoy os ha nacido, en la ciudad de David un salvador, que es Cristo el Señor (Lc_2_11), que es para nosotros el día de Navidad, en que salió de las entrañas virginales de manera inefable. El otro nacimiento que obra en las almas y en los corazones, en virtud de las palabras, escritos, ejemplos y oración de la esposa que concibió con anterioridad y engendra en sí misma, por ser madre y esposa queridísima, coopera él como en el primero, imprimiendo en él su propia imagen y la de esta alma, a la que podemos designar como madre, porque estos nacimientos se considerarán admirables por siempre jamás; y como estos últimos se realizan en virtud de esta alma y fidelísima esposa, sus hijos llevarán la imagen de sus padres y de sus madres. Se obra, de este modo, una sucesión admirable de generaciones divinas, que gozan de verdaderos deleites por toda la eternidad. Por esta razón exclamó [1109] David: El asienta a la estéril en su casa, madre de hijos jubilosa (Sal_113_9). Las estériles según la carne son fecundas según el espíritu.

            La esposa según el espíritu permanece virgen y, si llega a ser madre de un número infinito de hijos espirituales que se multiplican hasta el fin de los tiempos, se le concederán nuevos favores y gracias sublimes, ya que el esposo la ama cada vez más y no deja de colmarla de bendiciones en razón de su fecundidad. Sus hijos espirituales son los lazos que los ligan y unen más estrechamente, por ser sus producciones en común. Podía añadir los aplausos y las bengalas de gozo que suben hasta el cielo en el nacimiento de estos delfines; llamas que abrazan de nuevo al alma, así como los banquetes que se le ofrecen y felicitaciones parecidas, que pueden más pensarse que expresarse con la palabra o la pluma: Se alegrará el esposo en la esposa; se alegrará en ti tu Dios. (Is_62_25). Resta alimentar y ayudar a crecer a estos hijos del cielo y del espíritu, con gracias y bendiciones, lo cual se logra cuando el alma, a través de los favores que recibe, adelanta y aprovecha en virtud y perfección, ya que entonces es Jesucristo quien crece y llega a su madurez en ella. La esposa alimenta el ser que dio a luz, para ayudarle a desarrollarse. Durante este tiempo, el esposo se retira y deja de comunicarse con ella con tanta frecuencia. La esposa no sobrelleva con tanta impaciencia su ausencia, aunque su deseo no se aminore, haciéndose más fuerte y presentándose con mayor regularidad. El esposo sagrado no se guía siempre por reglas generales; porque aunque el uso del matrimonio corporal causa algún daño a los niños que reciben el alimento de la sangre y leche de su madre, esta imperfección no se da en el matrimonio espiritual entre el divino esposo y la esposa sagrada, cuyas delicias, por ser purísimas e inocentes, no dañan ni a la madre ni a los hijos; por el contrario, aprovechan a unas y a otros, porque el niño sólo aprovecha lo que hace bien a la madre, y ésta aprovecha en proporción a la comunicación del Verbo Encarnado con ella, originando así nuevas gracias. Esta unión jamás se da entre ella y el Verbo Encarnado sin un provecho y adelanto [1110] grandísimo. Si el esposo divino deja algún tiempo a su esposa, como si se tratara de una nodriza que se ocupa de la crianza de sus hijos sagrados, sin visitarla en la familiaridad y privacía conyugal, ella sufre durante las lactancias, pero sin aflicción ni angustia, porque se ocupa en todo momento de su amor, sea que lo abrace como a esposo suyo, sea que lo bese por haberse convertido en hijo suyo de manera admirable y mística.

            Si su divina majestad no me hubiese mandado ni hecho que mis directores me ordenaran escribir algo sobre estas uniones divinas y el matrimonio purísimo y virginal del Verbo Encarnado con su esposa, jamás lo hubiera hecho. Los que aman la pureza y la virginidad los leerán con una mente pura: todo es puro para los limpios de corazón. En cuanto a aquellos que los lean preocupados por pensamientos ajenos a los del divino esposo, en nada contribuyo a su malicia: Para los limpios, todo es limpio; mas para los contaminados e incrédulos, nada hay limpio, pues su mente y conciencia están contaminadas (Ti_1_15). El esposo divino dice a su esposa: ¡Eres toda hermosa, amiga mía, y no hay mancha en ti! (Ct_4_7); y como admirando la pureza que él le comunica: ¡Qué bella eres, qué encantadora, oh amor, oh delicias! (Ct_7_6), comparándola con una palmera cultivada por su divino esposo, que la hace fecunda y le da la victoria sobre todo lo que es impuro y material, porque toda ella está espiritualizada, por no decir divinizada. Ella gusta del vino generoso de las delicias divinas, exclamando: Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo (Ct_7_10).

            A esta perfecta unión o unidad, se aplica admirable y divinamente lo que se dice en el Génesis: el esposo es todo para su esposa, siendo dos en un mismo espíritu, es decir, en una carne virginal y divina, en especial después de la santa comunión. Amén.

Capítulo 153 - Los dulces consuelos que Dios concedió a mi alma después de haberle manifestado mis penas y aflicciones, y admirables gracias que me envió su divina bondad, dándome luz sobre sus misterios de amor, 25 de diciembre de 1642.

            [1113] En esta noche de Navidad, durante maitines, mi alma se encontraba abrumada de penas, tanto a la vista de mis continuas imperfecciones, como en la consideración de los disgustos que recibo de personas a las que favorezco diariamente, que parecen pagarme con ingratitudes. En esta disposición, cansada de mí y de todo lo que podía darme algún consuelo, me presenté al sacramento de la confesión para acusarme de mis faltas, tratando de tener contrición de ellas, lo cual me concedió mi Amor en su bondad, permitiéndome expresarle mis penas. Comencé con estas palabras: Me pusieron a guardar las viñas, ¡mi propia viña no la había guardado! (Ct_1_6). Los que me afligen me han puesto a vigilar una viña que está mal cuidada; soy incapaz de guiar a los demás, porque yo misma me aparto de los senderos que conducen sólo a ti, y el amor propio me aparta de mí misma. No sé cómo atreverme a ir a Belén para adorarte, en medio de disposiciones tan contrarias a las de todos aquellos que llamas allá. Ah, si me dijeras como David: ¿Quién será la valiente enamorada que me diera de beber, con un deseo de amor, de la cisterna de Belén? te ofrecería las lágrimas que derramo. No sé si son de temor o de amor, al verme culpable y al mirarte a ti, tan bueno.

            ¡Quién me diera que mirases mis ojos cual si fueran dos piscinas del Hermón! Soy en verdad hija de un tropel de pensamientos, porque el amor y el dolor me los producen continuos y dispares. Mis pecados causan los de mi indisposición, y tu amor los de mi confianza en tu infinita bondad. No sé cómo elegir; los primeros me hacen temblar y los segundos me harían, tal vez, muy atrevida. Permaneceré en mi propia confusión, en lo oculto de mi temor, pero no puedo retirarme, ni me atrevo a avanzar. Después de expresar mis penas, escuché: Si no lo sabes, ¡Oh la más bella de las mujeres!, sigue las huellas de tus ovejas (Ct_1_8): Querida [1114] enamorada, a la que mi amor ha favorecido por encima de todas las criaturas de tu sexo, después de mi santa Madre; sal de las consideraciones de tus propios defectos y de tu natural flaqueza, y ven al establo; pero, antes de entrar en él, observa los pasos de tu rebaño; con ello me refiero a tus inclinaciones y afectos. ¿No soy acaso el cordero de la roca del desierto, enviado a la cima del monte y al corazón de la hija de Sión? Este desierto es el seno de mi Padre eterno, cuyo Hijo único soy. Tú amas a mi Padre y a mí con nuestro mismo amor, que es el Espíritu Santo. Hija, las emanaciones eternas e internas son tus rebaños; el amor da de su sustancia al objeto amado; cuando el amor es omnipotente, como el divino, es todo magnificencia: en cuanto recibe se entrega, haciendo la voluntad de los que le temen y siendo las delicias de los corazones que le aman. El amor tiene recursos para alegrarlos, que son propios sólo de él. Quien tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a la hija de la Iglesia, por no decir a la hija de nuestro amor. Pero, mi todo amable, ¿Cómo podré seguir o alcanzar estas divinas emanaciones? Hija, después de haberte humillado, contempla cómo mi Padre me engendra como principio de sus vías, y admira cómo emano de su entendimiento, cuyo inmenso término soy desde el principio hasta el fin. Abarcarás una inmensidad al adorarlo. Amor, me perderé en esta senda si prosigo contemplando la producción del Espíritu Santo: la vía es inmensa, y el término infinito, lo mismo que el principio que produce este amor subsistente. Me abismo en ella; ¿es esto seguir las huellas de mis ovejas? Si te contentas con mis deseos y mi admiración, y que esto signifique ir tras los pasos de mi rebaño, por tratarse de mis inclinaciones y afectos amorosos, caminaré por tan inmensa vastedad: haz de mí, si así lo quieres, un traslado al interior de ustedes mismos, que será tan admirable como el de Henoc. Pero, ¿es acaso tu deseo que more yo en el paraíso de tu divinidad, para encontrar en ella delicias sin fin? Me dices que, con la segunda persona, desciendo de lo más alto de los cielos hasta la tierra.

            ¿Te dignarías comparar los pasos de una pequeñuela con los de un gigante, si él mismo no la porta en sus brazos, para ser su caminar? Se recrea, cual atleta, corriendo su carrera. A un extremo del cielo es su salida, y su órbita llega al otro extremo (Sal_19_6s).

            El mismo se te presenta, hija mía, para escuchar. Acepta su caritativa cortesía, a pesar de que su apariencia sea la de un niño débil y mudo. A él se refiere San Pablo en la epístola de una de las misas de esta solemnidad: Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas: en estos últimos tiempos nos [1115] ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos, el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (Hb_1_1s).

            Querido amor, sé bien que estas ofertas proceden de tu benignidad, que hoy se manifiesta a la raza humana. Renuncio a mis imperfecciones y a los deseos del siglo, privándome de todo lo que no es Dios, y aceptando la gracia que me ofreces con tanta humanidad como bondad, la cual no se fija en mi falta de méritos, animándome también por tu gran misericordia, la cual te movió a hacer un baño con tu propia sangre para purificarme, derramándola sobre mí en abundancia. Siendo un gran Dios elevado en el trono de tu grandeza, te dignas aparecer como un niñito abajado hasta el pesebre de nuestra bajeza; tu Padre te engendra en su lecho, augustamente ensalzado, y tu Madre te tiende en el pesebre como un pobre esclavo, ligado no sólo de pies y manos, sino en todo tu cuerpecito, como dice San Lucas: Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento (Lc_2_7).

            Dulce cordero, me dices que siga los pasos de mis ovejas y que las apaciente junto a los albergues de los pastores. Como me hiciste semejante a tu yegüita, me has enlazado y unido a ti por amor junto a tu Santa Madre y San José. Los cuatro llevaremos la gloria de tu nombre por todo el mundo. Me considero feliz al no haber conocido qué camino seguir cuando llegué a maitines, porque he encontrado al Hombre-Dios que todo lo sabe, y que es mi guía. Estoy en paz y feliz en el establo, que es más ilustre que la mansión o palacio de Augusto.

            Amada mía, tú eres mi pequeña Augusta, más dichosa que él, porque sabes que posees a Aquel a quien él poseyó ignorándolo, lo cual dije a Pilato afirmando que el poder de condenarme le era concedido de lo alto. Jamás Augusto me habría obligado, a través de un edicto, a enrolarme en el número de sus súbditos, si el poder no se le hubiera dado de lo alto, por tratarse de la ostentosa vanidad de dicho príncipe, que intentaba hacer un inventario de toda la tierra. Se trató más bien de un concilio eterno para dar cumplimiento a la profecía de Miqueas, a fin de que yo naciera en Belén de Judá, como Hijo de David según mi humanidad, e Hijo de Dios en mi divinidad. El deseaba mostrarme como miembro de una tribu de un humano, y lo hizo de [115bis] uno que bajó del cielo para colmar el cielo y la tierra; mismo que es el cielo supremo y la tierra sublime que es plenitud increada y plenitud creada. En mí habita corporalmente la plenitud de la divinidad. En mí se ocultan los tesoros de la ciencia y la sabiduría de mi Padre. Hija mía, Augusto no conoció la gloria de este imperio. Como ignoraba la posesión de la verdad, se glorificó en la vanidad de la extensión de su imperio. Tú, en cambio, pequeña Augusta, que eres instruida por mí acerca de los gloriosos e inmensos tesoros que posees, eres mucho más rica y noble que él. Su carro triunfal en nada iguala al tuyo, porque, al apoyarte en mí, te elevo en la naturaleza que he tomado para igualarla con la divina. En mi individualidad, en mi cuerpo y en mi alma, toman ustedes posesión de la divinidad, pues lo que el Verbo tomó una vez, no lo dejará jamás. Dos naturalezas tendrán, por toda la eternidad, una divina hipóstasis: el hombre y Dios serán, por toda la extensión de la infinitud, una sola persona; la comunicación de los idiomas es ventajosa para ustedes; pero mis acciones divinamente humanas y humanamente divinas, en cuanto teándricas, son de un mérito infinito. Como Augusto ignoraba mi excelencia, era pobre en medio de sus riquezas e infeliz en su prosperidad. Dominaba un mundo según su ambición, pero estaba dominado por sus pasiones. Ustedes han oído decir que en su tiempo apareció una Virgen que llevaba un hijo en sus entrañas. Hija, es mi voluntad que todo, trátese de fábulas, mito o realidad, obtengas provecho para la gloria de tu amor, que es Dios, a quien la Virgen engendró.

            Soy yo, mi toda mía, el que para ti nació y el que te ha sido dado, por medio de mi Padre y de Ella, porque has conocido el don de Dios y quién es el que te habla, para ofrecerte el agua de la vida que salta hasta la vida eterna, y que al poseerme llegues a poseerla. Sal de ti y sigue el curso de este manantial, que te servirá de senda y de vida; mora conmigo cuando te detenga; camina cuando te lo pida. Seamos las cuatro ruedas impulsadas por mi Espíritu: Yo, mi santa Madre, san José y tú. Este carro será más excelente y más glorioso que el de la visión del profeta Ezequiel. Si lo deseas, permanece conmigo en Belén; quédate a vivir en esta casa de David, en la que se encuentra la fuente de la gracia abierta a tus inclinaciones. Admira cómo mi Padre envía a los ángeles para adorarme y para recrearse en sus motetes angélicos. ¿Qué ninfa, en los mitos, ha sido más afortunada que tú en la realidad de la fe animada de mi caridad, que me impulsa a darte todo bien? Cuando me entrego a ti, llegas a poseer el todo.

            La Esposa pedía que le hiciese el honor de [1115ter] conducirla al lugar donde me solazo al mediodía, a fin de poder conocerme en pleno día. El medio día de la ley no era tan luminoso como la media noche de la fe, que es la noche de mi nacimiento, más clara para los gentiles que el cenit para los judíos: El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en la tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos (Is_9_1).

            Los judíos no festejaron mi nacimiento; únicamente los pobres pastores, que nada significaban ante la sinagoga, debido a que los escribas y fariseos los tenían por basura de su casa. El profeta Isaías dijo con mucha razón: Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría (Is_9_2). El que nació en esta noche, más clara que el día, vale más que diez mil; las hijas de Israel no deben tenerme en menos que a su padre David, el cual, en mi nombre, venció a Goliat. Hija mía, haz lo que omitieron los judíos: intensifica tu alegría al adorarme y considerarme en mi nacimiento como Rey de los gentiles, con la misma vehemencia con que los judíos me desconocieron en presencia de Pilato, prefiriendo ser tributarios de Cesar y no hijos míos, con la libertad que yo les ofrecía. Mi Apóstol diría que, después de haberles anunciado mi reino, y haberles ofrecido la parte que mi bondad deseaba darles por ser el pueblo que había escogido para mí, naciendo de su raza y siendo de su nación, prefirieron a aquel que dijo que no deseaba tener parte en David ni en la heredad del hijo de Isaac, hostigando a Israel y reduciéndolo a su tabernáculo.

            Querida hija, esto se ha prolongado hasta el presente. Déjalos en su ceguera, enfrascados en las sombras y en las figuras, que no son sino vanos elementos; y goza del sacramento del amor, que es en ti y para ti el pan vivo y vivificante: en Belén se encuentra la casa donde comerás el pan del trigo puro y virginal elaborado por el Espíritu Santo y cocido en el fuego del santo amor. Mi santa Madre te lo ofrece y mi Padre te lo entrega del todo. Bebe de este vino purísimo, en el que no hay ni habrá hez alguna. Come manteca y miel con el divino Emmanuel, y considera a mi Madre como una admirable Débora, que significa abeja, la cual te dará la miel lo mismo que mi Padre, que es la piedra del desierto que la destila, porque la divinidad es inaccesible y abstraída de todo lo creado, por ser en sí superesencial, ya que sólo ella se comprende total y divinamente. Mi Padre me ha enviado a ti al lugar que es, gracias a nuestra bondad, una montaña en Sión, en la que enseñamos con dulzura nuestra ley de amor y no más el terror en medio del cual se dio la ley al pueblo judío, que no se atrevía a acercarse a la cima de la montaña ni oírme hablar a través del ángel, sin miedo a morir de espanto. [1116] Mira cuán bueno y amable soy, manifestándome como la misma bondad, lleno de gracia y de verdad. Escucha a los ángeles que cantan la gloria de Dios mi Padre en los cielos y la paz para los hombres de buena voluntad, porque les ha nacido un Salvador que el amor les ha enviado, el cual es término de la voluntad del Padre y del Hijo, y es conocido como su bondad. Contempla la deferencia de los ángeles hacia los hombres desde que me ven hecho hombre. Alaban a mi Padre en el cielo y, súbitamente, para alabarme en la tierra, alaban a los hombres mis hermanos y coherederos, considerándolos hijos de adopción y príncipes de sangre, que son honrados por los celestiales cortesanos en medio de un respeto angélico.

            Al contemplarme cual pequeño infante, me contemplan como un gran Dios que yace en el pesebre y brilla en un trono de gloria en el cielo. Admiran mi silencio y, no pudiendo adivinar los pensamientos que no les revelo, están como temblando en presencia de mi majestad. Aun las potestades, como canta la Iglesia en el prefacio, y las dominaciones están en adoración continua. Los ángeles y arcángeles se van a proclamar mi nacimiento a los pastores, en tanto que los principados se convierten en mis pajes de honor; las virtudes en el escabel de mis pies; los tronos en mi trono; los querubines en mis abanderados y los serafines en guardias de mi cámara, como los sesenta fuertes de Israel, para espantar a los enemigos nocturnos que arden de rabia y se hielan de envidia al ver a la humanidad honrada de esta suerte, hurgando en sus mentes para averiguar si soy yo el Verbo Encarnado que destruirá su imperio. Lo que les da algunas pistas es el ver a la milicia ocupada a mi lado, mostrando tanto respeto. Si tuviesen la luz del apóstol, sabrían que mi Padre los envió desde lo alto de los cielos y han bajado hasta la tierra para adorarme. Estos espíritus, privados de la gracia y de la luz de la gloria, no pueden ver lo que sucede en el cielo, ni escuchar lo que mi Padre dice a los cortesanos celestes. Los demonios no están enteramente seguros de quién soy. Saben que se trata de un gran santo y un profeta extraordinario, porque escuchan las maravillas que ensalzan los pastores y los reyes; pero al verme tiritar en un pesebre y sujeto a las miserias humanas, no pueden imaginar que deseo valerme de la humildad para abatir su orgullo. Solían temer mis rayos y truenos, preguntándose qué pasaría en el Sinaí cuando, por mediación de un ángel, entregaba yo la ley a Moisés.

Capítulo 154 - La santísima Virgen se sienta en el establo como una Débora; en él, junto con su Hijo, juzga a Israel. A dicho juicio son llamados los Reyes y los pastores. Gracias que recibió mi alma en este lugar. 25 de diciembre de 1642.

            [1119] Mi divino amor, después de conversar conmigo desde maitines hasta las dos de la mañana y esto por espacio de tres meses, me permitió acostarme y dormir, para volver a acariciarme en cuanto despertara. No me dejó para nada en esos tres meses, de modo que podía yo decirle: Mi amado para mí, y yo para mi amado (Ct_2_16).

            Querido amor, pareces mudo como un niño, y me hablas como un doctor. El que ama nunca termina de decir a su amada cuánto la ama: Lo que se ama nunca produce hartura. Así como me complacía en manifestar mis misterios a mi discípulo amado, me complazco en revelártelos. Mi Madre, que te dio sus alas así como Juan sus ojos gozaba mientras que yo te instruía durante vísperas, el sermón, maitines y las misas. Ven, corazón mío, a adorarme sobre su seno, que es adorable como su trono, del que verás salir rayos y truenos a manera de destellos más deliciosos que espantables. Ven al establo para presentarte ante el juicio del amor y de la gracia. Contempla a la que juzga a Israel: es mi santa Madre, la admirable Débora que se sienta bajo la palma victoriosa de todas las criaturas y es Madre del Creador, que es súbdito suyo. A pesar de ser rey, está bajo su tutela. Ella es regente, preceptora y autoridad, por ser mi Madre, algo que no tuvieron ni los reyes de [1120] Judá, ni los jueces de Israel. Ella sostiene la balanza y el cetro, colocando digna y diestramente la espada sobre su muslo, ocultándola entre lienzos que sirven de vaina a la justicia para tratar a los hombres con misericordia: Ciñe tu espada a tu costado, oh valiente (Sal_45_3). Los muslos de mi Madre, que son todos de mármol virginal, son fecundos y poderosos. ¿Quién podrá contar dignamente su generación? Produjeron un Hombre-Dios, un bravo David, al que ella ocultó con sus lienzos a los demonios, cuando hicieron que Herodes lo buscara para quitarle la vida; ella esconde su arco, que tú ves tenso sobre el pesebre, listo para lanzarte sus flechas. Las vendas de lienzo que me envuelven son las cuerdas de dicho arco, y mis suspiros y miradas de fuego, los dardos amorosos que lanzo una y otra vez hacia ella y contra el cielo, a fin de atraer gracias para la humanidad.

            Mi Padre envía a los ángeles para invitar a los que deben venir a adorarme. Como en el último día, habrá señales en el cielo. En este primer día, vemos una estrella; la diferencia es que en el último día los signos serán espantosos y causarán terror, ya que será un día de ira y de venganza; el día de mi nacimiento, en cambio, será un día de gracia y de clemencia, cuyas señales significan dulzura y alegría. La gracia y la benignidad aparecieron para que reinara la paz en la tierra y la gloria en el cielo, para todos aquellos que son y serán personas de buena voluntad. Nadie asiste a dicho juicio sino los buenos, porque los malos no son invitados a él. El ángel anuncia a los pastores: deben acudir a este juicio, que es un jubileo. No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad (Lc_2_10); [1121] Los reyes son invitados a él por una estrella que los guía hasta el palacio de Herodes, donde desaparece por no ser signo de alegría para el tirano, ya que no merecía verla ni asistir a dicho juicio, que era un jubileo. Se redujo a darle señales de terror, ya que los ojos de este niño son signos de dulzura, como los de su Madre. No fue llamado al juicio de los buenos. Los reyes salieron de su palacio y, Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra (Mt_2_10). Encontraron al niño real y divino sobre su trono, en el regazo de su Madre, adherido a sus pechos plenos de leche celestial y más dulce que la miel. Ambas colinas destilaban una dulzura espiritual y misteriosa que enseñó a los reyes los secretos del cielo, pudiendo decirse que fueron alimentados sobrenaturalmente del pecho del Rey de reyes, que se alimentaba naturalmente de ellas. Dicho trono dio para ellos una leche mil veces deliciosa. Esta admirable Débora se encuentra bajo la palma, Jesucristo, quien es la victoria que vence al mundo. El es nuestra victoria y su autor; él es la miel que esta deliciosa Débora liba para nosotros, por ser la abeja, el panal y el dulce producto y la cera virgen, Débora quiere decir abeja. Sus pechos alimentan el fuego sagrado que está adherido a ellas. ¡Ah! qué antorcha ésta, que es luz de luz; que arde en su Madre y sobre su Madre sin consumirla. El es el sol que esta aurora produjo a media noche. Jamás hubo un día tan grande; el de Josué fue nada en comparación. La Escritura dice que, ante su palabra, el sol se detuvo, y que Dios obedeció a la voz y al mandato del hombre hasta que se hubo vengado de sus enemigos. La misma Escritura dice que el sol estuvo sujeto, mediante su ley, a una mujer y a su esposo, no sólo por un día, sino para siempre, durante el cual Dios dio y seguirá dando la gracia a sus almas, porque dicho sol, que alumbra a su Madre, no lo hace para ser delante de ella como una tea de su cólera, sino un astro de su bondad, que sólo juzga por benevolencia y misericordia; por ello este día de bondad es propio de ella. No encontramos a su Hijo en el establo sin ella; [1122] él sólo habla por medio de ella, siendo como un niño que está bajo la tutela y autoridad de su Madre. En él es Israel, su Dios y su súbdito, en el que ella se glorifica por ser su salvador. Ella alaba su reino, ofreciéndole reyes como súbditos y tributarios, que presentan con sus propias manos el tributo al hijo y a la Madre, acompañándolos de profundas adoraciones. Ofrecen oro, incienso y mirra, reconociéndolo como rey, Dios y hombre mortal. Fue voluntad de su sabiduría que estuviesen presentes en este juicio, en el que le ofrecen las obras de sus manos: el oro, para enriquecerlo con tesoros en cuanto rey; el incienso, para ofrecerle sacrificio en cuanto Dios; y la mirra, para ser utilizada en su muerte, ya que el amor lo convirtió en mortal. Es necesario señalar que sus presentes debieron ser de gran valía, puesto que el evangelista los llama tesoros. ¿Quién vio jamás una mujer con más dignidad que María, Madre de Jesús, la cual le presentó reyes para ser capitanes de sus ejércitos, los cuales juraron fidelidad, depositando sus cetros y sus coronas a sus pies? Los pastores, que representan a los reyes de Israel, fueron los primeros en ser invitados, lo cual no sucedió sin misterio, ya que los primeros guía y reyes de Israel fueron pastores; Adán mismo fue el primero de ellos, porque Dios condujo hasta él todos los animales (para ser sus rebaños) en el paraíso terrenal, mandándole que les diera su nombre y los cuidase, guiase y dominase.

            En cuanto a Abraham, ¿no tuvo acaso numerosos rebaños? Isaac y Jacob apacentaron en los campos como pastores, y el segundo tuvo en nada guardar las ovejas de Labán durante catorce años para obtener a Raquel, cuyo nombre significa oveja. Moisés y David fueron pastores. La Virgen es la Madre y la pastora del soberano pastor, que es el cordero al que engendró virginalmente del desierto de sus entrañas virginales, conservando su integridad al darnos a este cordero, que lleva siete cuernos de luz, más brillantes que las estrellas: Allí suscitaré a David un fuerte vástago (cuerno,), aprestaré una lámpara a mi ungido (Sal_132_17). En el día de la luz, una multitud de ángeles llama a los elegidos del pueblo judío, y una estrella a los primeros escogidos del pueblo gentil. Dicha estrella fue sin duda el Espíritu Santo, o uno de los ángeles de mayor rango. Estrella mañanera en la que debió ocultarse el Espíritu Santo, porque la [1123] vocación de los gentiles debía ser poderosa, a fin de que el nombre del Salvador fuera grande entre los gentiles. El de la Virgen no fue engrandecido por los judíos, como sucedió entre los gentiles. Aquellos ingratos, por desprecio, dijeron: María, su madre, José y sus hermanos, ¿no viven acaso entre nosotros? ¿Es que no sabemos que él es Hijo de este pobre carpintero? omitiendo, en cambio, decir que pertenecía a la raza real de David. El cuidó al cordero que es más precioso que todo el cielo y la tierra, el cual es más valioso que el vellocino de oro. José guarda a la oveja sin par, que es la santísima Virgen, con la que Raquel no se puede comparar. María edifica un trono para su Hijo, conquistando para él los reinos junto con sus reyes: más que hacerles la guerra, les ofrece llamados de paz. Ella es más fecunda que Lía. Los deseos que el pueblo de Belén y los amigos de Booz expresaron cuando tomó a Ruth por esposa, se cumplen eminentemente en la Virgen, que es ejemplo de todas las virtudes, norma de toda santidad y cuyo nombre es alabado en el cielo y en la tierra. Ella dio a luz en Belén a Aquel que debe regir el pueblo de Israel y el pueblo gentil. A través de su Hijo reinan los reyes, porque servirle es reinar.

            Débora salió para ir con Barach, a fin de que éste obtuviese la victoria; sin ella, le hubiera sido imposible asediar al enemigo. El Verbo no quiere entrar al mundo sino por su Madre, la cual le entrega las armas de nuestra flaqueza. Ella lo acompañará hasta el Calvario, teniéndose en pie junto a la cruz para recibir el botín junto con el muy Amado del Rey de los ejércitos, su Hijo, que está constituido en representación suya: El amado del Rey de los ejércitos, comparte los despojos con la hermosa de la casa. No desea vencer ni obtener la victoria de todos sus enemigos sobre el Calvario en ausencia de su Madre, complaciéndose en que se la llame coadjutora suya en la redención, y que por su medio sean vencidos los demonios. Ella destroza la cabeza de la serpiente con su talón y desconcierta al enemigo con leche cuando alimenta al que debe alcanzar el triunfo. Ella trastorna a Satán, representado por Sízara, cegándolo en las tinieblas infernales y castigándolo con una muerte eterna; es Jael, que lo conculca [1124] bajo sus pies después de haberlo clavado, con un desdén eterno, en el centro de la tierra sin otro martillo que su calcañar, cuando él se aprestó a guerrear en contra de Barach, su Hijo, y de todos sus hermanos. María es Madre en Israel. La victoria le pertenece; Barach venció con ella, porque su santa humanidad es de la misma carne de María. Levántate, Débora, gloriosa Virgen; estás llena de gloria y de victoria. Eleva tu palma después de vencer a tus enemigos y compártela con tus amigos. Juzga a Israel. Da gloria a tu Hijo, que es Dios y hombre. Juzga los méritos de estos pastores y de estos reyes, que fueron llamados por la gracia para asistir a este juicio. Bendice a los benditos del Padre celestial y hazlos participes del reino de David en Belén, de la unción real, de la devoción, del santo amor, de su resplandor. Pero, ¿Qué digo? Eres la esposa de Lapidot que significa rayo (Jc_4_4); es decir, del Espíritu Santo, que es todo fuego y emisión de rayos. ¡Mira! Los experimento en este asalto, pues al mismo tiempo que contemplo a tu hijo como un arco extendido, soy herida por sus saetas, que son más ardientes y fuertes que un proyectil de cañón. ¿Es necesario, Señora, que este juicio de gracia ponga fin a mis días con la muerte preciosa que es la muerte de amor? En este lugar, el fuego está sobre la paja y la pólvora; es una mina secreta que eleva mi corazón y mi espíritu hasta los cielos; aunque sin salir de este establo me encuentro ya en el cielo, porque contemplo en él al trono de gracia, que es más excelente que el de la gloria, por estar animado y por ser el cuerpo de la Virgen, del que fue formado, edificado y perfeccionado el del Hombre-Dios, que es arco y arquero a la vez, que hiere dichosamente. El libra la guerra del amor para dar la paz de la gloria, iniciada en la tierra y, por la gracia, consumada en el cielo.

Capítulo 155 - Luces admirables sobre el bautismo del Salvador, y de los favores que recibí, contemplándolo después como ardiendo todo en amor, enero de 1643.

            [1127] Mi divino Salvador, el Verbo Encarnado, deseoso de instruirme en el misterio de su bautismo, me dijo que consultara la Escritura, que es como las cartas de los enamorados, que nunca dejan de encontrar algunas cosas que pasan por alto en la lectura de las cartas que les dirigen sus amigas. Por ello, en la Santa Escritura, dictada por el Verbo e inspirada por el Espíritu Santo, que es el mismo amor, la amada aprende siempre nuevos significados. Al ser animada a leerla, escuché que veía en ella cosas que dejé de observar en otras ocasiones; por ejemplo, que el sacrificio de Elías fue figura del que el divino Salvador ofreció en el Jordán en su bautismo, durante el cual el fuego subsistió y ardió en medio de aquellas dichosas aguas, [1128] diciéndome que San Juan Bautista había venido con el espíritu de Elías; que era más que un profeta y, por ello, más grande que Elías.

            Este profeta poseía las llaves del cielo, al que cerró y, en él, las aguas y las lluvias; a las que, al abrirlo, dejó correr en abundancia. Cuando San Juan Bautista bautizó al Salvador en el Jordán, el cielo se abrió.

            Elías preparó canales de agua para su sacrificio; San Juan, en cambio, tuvo el Jordán a su disposición. El Espíritu Santo descendió sobre el Verbo Encarnado, de la misma manera que el fuego del cielo sobre la víctima de Elías. San Juan conocía al Salvador mediante el anuncio de su enviado, el ángel Gabriel, el cual recibió el mandato de anunciar los misterios del Verbo Encarnado.

            Escuché con gran placer que el Salvador apareció en el Jordán como el árbol del Paraíso, plantado sobre la corriente de las aguas, cargado de frutos de felicidad y hojas de salvación y manifestándose como un sagrado delfín en medio de las aguas, [1129] presagiando la calma y disolviendo las tempestades. Era como un águila que subía desde el Jordán hasta la fuente misma de la luz en el entendimiento del Padre, del que emana en cuanto Verbo; era como un manantial que brotaba y se elevaba desde el cauce de ese río. Mientras admiraba tales maravillas, mi alma fue divinamente iluminada, contemplando cómo el Verbo producía al Espíritu Santo, y a esta Persona descender sobre el Verbo Encarnado. Vi la fuente de la divinidad derramándose en él, y comprendí que el diluvio de Noé, aunque abismó a los hombres, no ahogó sus pecados. El divino Salvador, en cambio, se sumergía en las aguas para ahogar en ellas los pecados y apartar de ellos a los pecadores; su amor lo movía a buscar el pecado para darle muerte en medio de esas aguas, bajo las cuales seguía respirando y envenenando al mundo. ¿No es éste un pecado inaudito? Por ello, a la vista del divino pecador, se abrieron los cielos que hasta entonces habían estado cerrados y el Espíritu Santo, deteniéndose sobre el Salvador, apareció en forma de paloma para simbolizar la plenitud de la unción con la que había sido ungido y consagrado por encima de todos sus [1130] hermanos. La unción que fue derramada sobre la cabeza de Aarón, aunque abundante, sólo figuraba la del Salvador, a quien el Padre nunca da con medida. El posee toda la bondad y la belleza esencial, al igual que el Padre y el Espíritu Santo, de los que es inseparable.

            San Miguel y sus ángeles, al ver descender al Espíritu Santo sobre Aquel que habían deseado ver desde hacía tanto tiempo, fueron presa de un júbilo nuevo; y el divino Padre, como arrobado ante la belleza de su Hijo, exclamó: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias (Mt_3_17). Como él era la luz del sol de justicia, gozó con su vista. Por medio de sus rayos, tan admirables como amables, el Espíritu Santo dio a conocer lo que obraría en las almas a las que se comunicaría con amorosa dilección.

            Durante todos estos conocimientos, sentía en mí la operación del Espíritu Santo, una especie de unción sagrada que se derramaba en mi alma y una llama en mi corazón, mediante la cual todos mis afectos fueron consagrados. Un río de paz y de [1131] facilidad en todo se difundió en mí, sobre todo porque amo la penitencia de la confesión, en la que me lavo con tanta frecuencia, purificándome de mis defectos e imperfecciones.

            El resto de este gran misterio fue representado en mi corazón, siendo bautizada con un bautismo nuevo, ahogando en él mis pecados mediante el poder de Aquel que los siguió hasta el fondo de los abismos de las aguas, el cual me dio a entender, con sentimientos inenarrables, que el amor lo apremiaba a salvarme y a perseguir por todas partes a mis enemigos: mis pecados e imperfecciones, que se alimentaban en las aguas de mi ligereza. Me manifestó la manera en que permanece estable e inflamado por mi amor en estas aguas, y que todos los torrentes, aún el mar de mi fragilidad, no podrían disminuir la llama que le devoraba las entrañas; y para demostrarme lo que decía, se me apareció en visión, mostrándome su seno y su costado abierto por una gran abertura, invitándome a que me acercara para contemplar atentamente sus entrañas, que estaban quemadas del todo.

            Expresar los sentimientos de mi corazón ante este espectáculo, me parece imposible. Dije a mi amado: Como el fuego todo lo ha consumido en ti, al grado en que no veo en ti ni corazón ni entrañas, comprendo bien el misterio: es tu deseo que ocupe yo su lugar. Acepto. Te doy mi corazón, mis entrañas y todo lo que soy por ti. Ya no me pertenezco; soy toda tuya, mi incomparable amor. Era muy necesario para aliviar tu llama un río o un mar, por no decir para extinguirla. Aquel que presumía de tragar el Jordán no te esperaba. Su rabia no merece ser masacrada por tu dilección. Ven, amor mío, entra en mí, o piérdeme en ti: el amor esta del todo en el amor. El amor no tiene punto de retorno. Tú amas porque amas. ¿Podría culpárseme ante mi vehemente deseo de morir para amarte?

            [1133] Al considerar esta consumación de amor, mi alma se perdió felizmente en tu amor. Donde hay amor, no existe el dolor. Me dijiste que la consumación obrada por el amor te complacía, pero que la crueldad de los pecadores obstinados te resultaba muy dolorosa; que ellos no sólo se contentaron con arar sobre tus espaldas, sino que cavaron fosos en tu humanidad; que su ingratitud se ahondaba sin cesar, lo cual no habría podido expresar el profeta Isaías al describirte como un hombre de dolores, sino diciendo que eras el dolor y el menosprecio personificados, al grado en que llegaste a carecer, si es que puedo explicarme, de apariencia humana.

            ¿Podría yo decir, Salvador de los hombres, que me pareciste semejante a un cadáver quemado, no percibiendo cómo tu alma podía animar el cuerpo que veía yo en pie, en el que no vi ni corazón, ni hígado, ni entrañas, porque todo estaba quemado? Si el corazón es el primero en vivir, el último en morir, y sede de la vida: ¿Cómo podías vivir sin tenerlo? No puedo explicarme la vida que veía en ti. No podía verla, pero te veía vivo gracias a un milagro que me parece tan incomprensible como inefable.

Capítulo 156 - El divino Salvador es consagrado rey eterno por su Padre, 5 de enero de 1643.

            [1135] El 5 de enero, víspera de Reyes, en la oración, consideré al Verbo Encarnado consagrado por su divino Padre como Rey del cielo y de la tierra. Supe que dicha unción fue la divinidad y su propia sangre, la cual se derrama sobre todo lo que le rodea, hasta la franja de su vestidura.

            Fui invitada por mi divino esposo a llegar hasta él, diciéndome que por ser yo el borde de su vestidura, recibía la unción en abundancia y que cualquiera que me tocara sería curado. Como signo y señal de esto, tenía yo los favores que había concedido a varias personas en consideración mía, añadiendo que agradecería todos los servicios que se me hicieran; que llevaba yo las granadas y las campanillas, teniendo todas las cosas a los pies de mi esposo y que, al tocar sus santos pies, tocaba sus afectos.

            [1136] En esta franja sagrada se detenía el ungüento, ya que el contacto se realiza por la fe, que siempre ha sido grande en mi alma.

 Capítulo 157 - Arrobamiento en que el corazón de la amada es el incensario de oro que exhala humo de incienso y mirra. 6 de junio de 1643.

            [1137] El día de Reyes sufrí un gran asalto y transporte, durante el cual sentí que en mi corazón se hacía la ofrenda que los Reyes presentaron en este día, porque mi corazón palpitó de manera extraordinaria.

            Escuché que mi corazón era como un incensario de oro fino a causa de la caridad que mi divino esposo me concedía, y como el altar de oro de Timnat, se exhalaba cual fumarola de incienso, en la que no faltaba la mirra. En el mismo instante fue herido mi corazón, no habiendo sólo un sacrificio de incienso, sino una víctima que el amor ofreció en holocausto. La mortificación, [1138] representada por la mirra, se encontró en él, y mi divino amor me dijo que en esto sentía él que mi ofrenda era más preciosa que la de los reyes, que sólo dieron presentes materiales e inanimados. Lo que más le agradó de ellos fue su devoción y fervor; pero que mi incienso le agradó por tener entendimiento y mi oro por estar vivo y animado, lo mismo que la mirra; por ello podía yo decir con el apóstol: Por amor a ti, deseo mortificarme todos los días y llevar la cruz sin descanso alguno, sin apartarme de la mortificación que me pides. Deseo adherirme a la cruz muriendo a mí misma, viviendo sólo para ti, diciendo con el mismo apóstol: Vivo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí (Ga_2_20).

Capítulo 158 - Diversos estados en que se encuentran las almas a las que Dios prueba cuando lo cree conveniente para su provecho, 4 de febrero de 1643.

            [1139] Esta mañana, al pensar en que se me reprocha como un defecto que hablo con demasiada libertad al referirme a dios, mi espíritu fue elevado en un sublime conocimiento de los designios del dios de bondad sobre mí, el cual me dijo que él revelaba cuando así lo quería, lo que a los hombres parecía tener que estar oculto; que los secretos de los reyes no pueden ser publicados, porque, al ser descubiertos, manifestarían los proyectos de estado y dificultarían su ejecución. Los de su consejo divino, en cambio, tienen sus propios efectos cuando él desea recurrir a su poder y providencia infalible, complaciéndose en elevar a los pequeños y darlos a conocer como sus predilectos. Al verlos fieles en lo poco, los constituye en mucho, coronándolos de gloria y de honor y poniendo a su disposición su reino así como su padre lo preparó para él. Me pidió que contemplase al Verbo humanado, y cómo el espíritu santo formó para él un cuerpecito que creció como el de los demás niños, hasta llegar a la edad perfecta, aunque se alargó debido a las cuerdas que dislocaron sus miembros moribundos cuando fue tendido en la cruz. después de su muerte, acrecentó su imperio: su cuerpo permaneció en el sepulcro, pero su alma fue hasta los limbos, donde manifestó sus grandezas a las almas de los santos padres, compartiendo con ellos su magnificencia, coronándolos de su benignidad, rodeándolos con su luz y anunciándoles que él era la muerte de su muerte y el aguijón del infierno, cargando de hierros al príncipe de las tinieblas y abismándolo, con todos sus secuaces, en una confusión eterna: y una vez despojados los principados y las potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_15). Me aseguró que yo sería su victoria, con la condición de que nada le robase, por amor propio, de lo que le [1140] pertenece, y de que no impidiera sus designios oponiéndome a su voluntad; que nada decía yo temer, aunque sí recordar lo que me prometió el día de san Ignacio, lo cual cumpliría enteramente, y que su amor era el peso que lo atraía hacia mí por exceso de bondad que me parece indecible.

            Lamenté con él los sentimientos de cólera que mi mal humor me causaba, y que llegaba a sentir aún durante sus comunicaciones divinas, admirando su incomprensible caridad que me favorecía al mismo tiempo con una luz purísima en el extremo superior del espíritu, a pesar de la turbulencia de su parte inferior. Mientras le describía mi pena en medio de la confusión y la confianza, me hizo saber que su sabiduría obraba con frecuencia este prodigio, situando al alma en estados bien diferentes; no sólo sucesivamente, uno sucediendo al otro, sino al mismo tiempo, de manera que ella puede sentirse en el paraíso, en el infierno, en el purgatorio y en el limbo casi en el mismo instante.

            Añadió que el trono de su Majestad está rodeado de un arco iris, y cuando emite rayos y truenos, el alma puede encontrarse en el paraíso por la gracia y por la luz que ilumina la parte superior, pero también en el infierno a causa de sus culpas, que son materia de la desesperación, de la rabia, del disgusto, de la tristeza, del rechazo a la vida y sentimientos parecidos. Ella se ve en el purgatorio mediante el deseo de ver a Dios en las diversas ocasiones de pena y de dolor y en la esperanza diferida de la mortificación con que es necesario enfrentar las pasiones, a las que desea ella dominar enérgicamente en su interior; y en el limbo, mediante la negación y privación de la luz, a pesar de que esto suceda sin mayor sufrimiento; la esperanza de volver a ver la luz después de las tinieblas impide que esto se convierta en un infierno: Me levantaré: espero la aurora después de las tinieblas (Jb_17_12). Dios se complace en probar a las almas a las que deja en diversas tribulaciones, permitiendo que el espíritu de desesperación, de cólera, de melancolía y de codicia las tiente para servirles de materia de gloria y para manifestarles que al mismo tiempo que se libra este combate en su parte inferior, siguen gozando, en la superior, de la paz; y que ellas son el trono circundado por el arco iris y hecho de esmeralda; a saber, de una firme esperanza que jamás será confundida. Cuando el alma es alcanzada por el rayo, parece quebrantarse bajo los truenos del temor; los demonios, sin embargo, no se pueden acercar a ella, ni en medio de su confusión destronar al que está sentado en el fondo del corazón, al que [1141] posee por medio de su gracia. Escuché que el alma de la dulcísima Virgen nunca estuvo en el infierno y el paraíso al mismo tiempo, porque jamás cometió pecado alguno; y que tampoco estuvo sujeta a sus pasiones, que en nada llegaron a turbar su razón. Jamás experimentó la confusión, sino siempre el reposo celestial en un paraíso continuo. Hija, así como hice un prodigio de bondad en mi Madre, hago un milagro de poder en ti, uniendo todos estos estados, tan diferentes en una misma alma, la cual no deja de ser el tabernáculo del Dios Altísimo, a pesar de verse invadida de sus tempestades. Los demonios no pueden acercarse al tabernáculo santificado por mí a través del sufrimiento. De este modo, consolándome y confortándome, el Dios de amor me exhortó a esperar en él, porque él mismo sería mi luz, mi salvación y mi poderosísimo protector. Me aseguró en su providencia que dispondría de todo para su gloria y mi mayor bien, a pesar de que mi alma no percibiera claramente que él era en ella un Dios escondido y Salvador, el cual rodeaba su lecho nupcial de tinieblas para no ser visto en ella por los espíritus nocturnos, a los que vela sus designios. Prosiguió acariciándome, diciendo que confiara en él; que confirmaba mis palabras; que desde hacía varios años me había iluminado con la verdad de sus luces, entregándome los sellos; que todo lo que tuviera la impronta de éstos sería siempre auténtico, que su espíritu rendía testimonio a favor del mío, y cuanto yo decía era ratificado por su sabia bondad, para que no cayera en el error, dándome signos para el bien y amándome porque es bueno e infinitamente misericordioso.

 Capítulo 159 - Así como el amor movió al Padre a dar a su Hijo para salvar a los hombres, debemos estar dispuestos a morir a nosotros mismos para vivir en el divino Salvador, que murió por nosotros, 28 de agosto de 1643.

            [1143] El día de nuestro Padre San Agustín, me diste a probar el poderoso amor que te inclinó, Padre divino, a dar a tu Hijo único a los hombres para salvarlos y glorificarlos él mismo. Dicho amor, que es el mismo que el Hijo los amó y los ama, lo movió, lo mueve y lo moverá a transformarlos, atrayéndolos a ti a fin de que todos sean uno; es decir, que sean consumados en uno mediante el fuego que produces con él: tu divino y común Espíritu. Es él quien se complace en obrar esta sagrada consumación y perfectísimo holocausto, que te es acepto por los méritos de Jesucristo, con el que son configurados los que le aman, prevenidos con la felicidad del amor hermoso.

            Es propio del amor transformar a los que se aman, sacándolos de lo que animan para penetrar y morar con placer en lo que aman. Al conocer el amor con que tu Hijo los ama, pronuncian con fervor ardentísimo las palabras del gran apóstol, quien, estando muerto en su amor natural, sólo vivía del sobrenatural; es decir, de su divino Salvador: El que no quiera al Señor, ¡sea anatema! (1Co_16_22).

            ¡Oh Trinidad augusta! ¿Cómo podría yo expresar las maravillas que cada una de tus divinas personas me permitía escuchar, y la alegría que mi alma recibía al amar, caminar y atravesar este abismo de amor? Al perderme dichosamente, me encontraba en ti. Si vivía en apariencia, ya no era yo, sino Jesucristo el que vivía. Repetía yo maravillada: Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida en que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga_2_20). Un alma que ama no se pertenece más a ella, sino a su amor, lleva en su interior un movimiento sagrado que la impele a avanzar: Los que son hijos de Dios, dice San Pablo, son movidos por su Espíritu, que los conduce. El mismo apóstol dice [1144] a los que aman con autenticidad: Están muertos y su vida está escondida en Jesucristo, en Dios. Cuando aparezca en su gloria, aparecerán con él. Así como Dios está en Cristo reconciliando el mundo consigo, que encuentre en ustedes una morada digna para atraer a él a las almas a las que llama a una sublime perfección, las cuales no deben detenerse en el camino. Cada una de ellas debe decirle con amorosa confianza en su bondad: Sondéame, oh Dios, mi corazón conoce, pruébame, conoce mis desvelos, mira no haya en mí camino de iniquidad. Que tu Espíritu bondadosísimo me guíe por la tierra de los inocentes y rectos de corazón que se adhieren a ti, que es la tierra de los vivos, donde se encuentra mi porción y mi heredad para gloria de tu santo nombre. Haz que viva de tu vida de amor, y llévame por el camino eterno (Sal_139_23s).

Capítulo 160 - Dios es la fuente de toda bendición. El da la gracia, la gloria y bendición a los santos, dándoles en participación este gozo bendito, 6 de septiembre de 1643.

            [1145] Un día en que mi alma meditaba en estas palabras: bendigan al Señor, orígenes de Israel, la luz divina me hizo saber que estas fuentes sagradas eran Jesucristo, la Virgen, los antiguos Patriarcas y los nuevos; es decir, los fundadores de órdenes religiosas, que han merecido ser llamados Israelitas por haber tenido visiones divinas y superado las tentaciones con las que el Dios del amor quiso probarlos, como hizo con Abraham. Todos ellos son orígenes de Israel porque concibieron y engendraron a los hijos de la luz y del cielo, que, como estrellas, brillarán por toda la eternidad, a manera de fuentes celestiales que bendicen al Dios de Israel, que los hizo participantes de sus divinas bellezas. Mientras admiraba esta adorable bondad, contemplé al Padre eterno, que es la fuente de origen, y al Hijo como fuente de vida que sale de la fuente sin dejar el origen Paterno, y cómo toda la esencia del Padre y del Hijo se derramaba en el Espíritu Santo, que recibe toda la inmensidad del Padre y del Hijo, siendo una fuente tan perfecta como el principio del que recibe su abundancia y su ser. Pude contemplar cómo él detiene el torrente que lo produce, por ser el término de las emanaciones divinas. Lo vi tan fontanal como el Padre y el Hijo, considerándolo como un recipiente inmenso, que recibe todas las aguas producidas por el Padre y el Hijo. Contemplé estas tres fuentes distintas, coeternas e iguales entre sí, que son Dios y están en Dios; las tres [1146] son idénticas porque no contienen sino una misma agua que, sin división ni disminución, se encuentra en la vasta extensión de tres recipientes, que son las tres hipóstasis: el Padre nada recibe de persona alguna, por ser la plenitud fontanal y la fuente original que se derrama en el Hijo y ambos en el Espíritu Santo, hasta el que llegan todas las emanaciones y derramamientos.

            Dichas fuentes se bendicen suficientemente a sí mismas, y nosotros no podemos alabar más altamente a Dios sino presentándole la alabanza y bendición que él se da a sí mismo.

            El curso de las divinas aguas, que se detuvieron en el Espíritu Santo antes de la Encarnación, se descarga, por un maravilla adorable, en Jesucristo y en la Virgen, y por medio de ambos, a manera de canal, sobre todos los elegidos, lo cual da origen a tres clases de santidad: una de suficiencia, que es común a los santos; otra de abundancia, que es propia de la Virgen, y la tercera de excelencia y eminencia, que reconocemos sólo en, Jesucristo, el Hijo de Dios y Santo de los santos.

 Capítulo 161 - El Verbo divino me ordenó hablar de sus bondades, sin temor a las contradicciones de las personas del mundo, 15 de septiembre de 1643.

            [1147] Un día del mes de septiembre, pensaba en algunas conversaciones que había yo tenido con personas doctas, a las que mis discursos parecían demasiado elevados para una mujer. A pesar de que dichas luces demostraban con gran evidencia que me venían del Padre de todas las ilustraciones, me reproché a mí misma mi temeridad y grandísima facilidad para comunicar lo que Dios me concedía. Mi amado se dignó consolarme, diciendo que no debía yo temer; que este desbordamiento había agotado las aguas de la fuente eterna, que deseaba correr por mi medio; que los manantiales pequeños pueden ser contenidos, y que las riberas tienen lechos y canales para ello; pero que el mar era extenso y no se le pueden fijar límites. Añadió que la voz que oyó San Juan era la voz de muchas aguas, de las cuales unas impelían a las otras con tanta impetuosidad, que una ola era empujada por otra como intentando precipitarse en el océano. Comprendí que jamás daría más de lo que Dios me concede, que la palabra del Padre es eterna; que de él emana un Verbo eterno y que el día produce la palabra que es el Verbo, luz de luz, y la noche anuncia a otra noche su saber: El día anuncia su palabra a otro día (Sal_19_2); que durante los días clarísimos de las dulzuras y prosperidades, y durante las noches de las aflicciones, el Dios de bondad me hablaría siempre, enseñándome la ciencia de los santos. El sería mi luz y mi salvación, y nada debía yo temer, porque el hombre no puede afligir para siempre a los que Dios ama con un amor eterno, porque es bueno y su bondad es en sí comunicativa. El profeta Isaías se arrepintió de haber callado, y las disculpas de Jeremías no fueron válidas para dispensarlo de anunciar lo que Dios le decía para comunicarlo al pueblo; que [1148] casi todos los profetas, al anunciar su palabra, sufrieron desprecios, injurias y, muchos, la muerte. El Verbo Encarnado recibió un bofetón por haber respondido al pontífice que él no había enseñado su doctrina en secreto a unos cuantos de sus discípulos, sino que había hablado en público en sus sinagogas; y que podía indagarlo de algunos que lo habían escuchado decir que lo verían venir sobre las nubes del cielo en majestad, en el día en que dictaría sentencias de confusión para los malos y de gloria para los buenos. Dicho pontífice se ofendió ante esta verdad, diciendo que Jesús había blasfemado al afirmar que era el Hijo de Dios; por ello no hacía falta otro testimonio para declarar reo de muerte al inocente. Caifás dijo que su palabra misma lo condenaba a morir. Hija, que no te asombre el que los hombres tengan qué decir ante tu ingenuidad, y que intenten hacerte callar. No pueden obrar de otro modo, porque su prudencia no es conforme a la mía. Yo dije al que me golpeó delante del pontífice que repitiera todo lo que yo había dicho, para que se pudiera juzgar si había yo hablado mal o faltado al respeto al confesar que yo era el Hijo de Dios.

            Habiéndome conminado él mismo a decir la verdad, se disgustó ante ella. A pesar de ello, la verdad permaneció y permanece eternamente. Yo soy la verdad, el camino y la vida; quien habla por medio de mí y por mi causa, no puede mentir. El que va por esta senda no yerra; el que vive de mi vida, no está sujeto a la segunda muerte. El mundo prefiere a los suyos; su espíritu no concuerda con el mío, al que no puede ver ni recibir. Sus máximas son contrarias a las mías. Los mundanos creen ofrecer a Dios un sacrificio cuando afligen a mis servidores, los cuales son purificados y santificados en el sufrimiento. Pocos profetas son aceptados en su tierra.

            Se intentó aprehenderme cuando reprendí a los vendedores y compradores del templo; se pretendió sorprenderme en mis palabras, y se me dijo abiertamente: Se hace y se dice Hijo de Dios; es reo de muerte. Hija mía, yo dije que mi palabra debe ser anunciada en toda la tierra: los escribas y los fariseos trataron de hacer callar a los niños en el día de ramos, pero vanamente, porque mi Padre les ordenó hablar. De los niños y niñas del pecho de la gracia, recibiré alabanza perfecta, para confusión de mis enemigos.

Capítulo 162 - Inclinación que tiene Dios de comunicarse y las divisiones y uniones que obra el amor. Cuatro génesis que me dio a conocer, 7 de febrero de 1644.

            [1149] El 7 de septiembre de 164, Dios me reveló, en una altísima contemplación, que la inclinación que tiene a comunicarse es tan grande, que si supiéramos que no puede estar sujeto a pasión alguna, y que su soberana sabiduría es infalible, calificaríamos su amor de santa locura y pasión extrema.

            Entendí que el amor lleva a la división y a la unión al mismo tiempo, porque quien ama quisiera desprenderse y arrancarse de sí mismo para comunicarse y unirse a su objeto, haciéndose uno con él. Sansón permitió que su querida Dalila lo atara y encadenara externamente, por estarlo ya interiormente. Los lazos sensibles del cuerpo parecían aligerar los que ya llevaba en su espíritu, porque, cuanto más fuertemente se está atado en el alma, tanto más ardientemente se desean los lazos que atan nuestro cuerpo con el objeto que [1150] amamos, si es sensible. En medio de los bulliciosos amores del mundo, vemos que los listones, las trenzas, los cabellos y otros lazos parecidos son testimonios de afecto; tan verdadero es que el amor exige los lazos, la unión y la división. Se goza en sus heridas, sin que la una impida la otra, a pesar de parecer contrarias entre sí. Comprendí que Dios, al multiplicarse en sí mismo mediante la distinción de personas, retiene la unidad de la esencia y de la divinidad, permaneciendo siempre indivisible.

            Contemplé cómo las personas en Dios, a pesar de su distinción y multiplicación, están unidas en la identidad de la simplísima naturaleza que poseen. Las admiré enlazadas por el vínculo indisoluble de su amor, que es el Espíritu Santo, que liga al Padre y al Hijo, uniéndose a ellos con un mismo lazo que lo afianza a ellos con un mismo nudo. Dios está dividido en sí mismo, permítaseme la expresión, mediante la división de personas, y sin afectar su unidad, se difunde fuera de sí compartiendo sus perfecciones con las criaturas por una división admirable, a pesar de permanecer en sí mismo con toda la inmensidad de sus atributos y de su grandeza, pues esta división no se efectúa con jirones o piezas arrancadas del ser de Dios, sino por una participación de perfecciones semejantes que Dios comunica a las criaturas al compartir con ellas su ser. Si, movido por su amor, quisiera, además, recolectar, por así decir, estas divisiones y como parcelas de su bondad, y ligarse a criaturas con entendimiento, que son las únicas capaces de este enlace, las atraería a sí con ataduras de caridad para entregarse a ellas: atrajo a Adán con sus cordeles. Son éstas las continuas atracciones de Dios hacia la criatura, y de ésta hacia Dios, cuya intermediaria es la caridad.

            El amor infinito de Dios no se contentó con estos lazos y divisiones, sino que ideó un medio por el cual Dios, indivisible en sí mismo, se situó en estado de sufrir cierta clase de división y sujeción, lo cual puso por obra en la Encarnación, mediante la cual, al hacerse hombre, experimentó en su alma las divisiones y sentimientos del amor en la diversidad de sus afectos y en la variedad de las mociones de su corazón. Lo mismo sucedió con las heridas del mismo amor en su cuerpo, que, por dichas razones, quiso que fuera pasible. Por ello, fue dividido y guardó, como trofeos del amor, las huellas y cicatrices de las llagas y divisiones que el amor imprimió en su carne inocente, aunque para esto se haya servido de la mano mortífera de sus enemigos.

            [1152] Comprendí que, aunque Adán no hubiera pecado, el Verbo se habría encarnado a fin de satisfacer la tendencia de su amor, y hacerse capaz de dichas divisiones. Para hacerlo con mayor provecho, no impidió la ofensa de Adán, la cual le dio ocasión de exponer su vida y recibir en su cuerpo pasivo y mortal las heridas y fragmentaciones cuyas cicatrices seguimos adorando.

            En cuanto a los lazos, su propia hipóstasis sirvió de atadura al Verbo para unirlo estrecha y sustancialmente a la criatura humana. Se ligó a las entrañas de su Madre virgen, adhiriéndose de tal suerte a ella que se fundieron en un solo ser, por lo que ella pudo exclamar: Cayéronme los cordeles en parajes amenos; y me encanta mi heredad. Bendigo al Señor, porque me dio consejo (Sal_16_7). La bondad y la belleza divinas me poseen admirablemente, por haberse ligado a una parte de mi sustancia. Bendigo al Padre eterno por haberme entregado a su Hijo, que es el término de su entendimiento, para hacerse hijo mío, el cual nos es común por ser indiviso. El es heredero universal de todos sus bienes. Es mi hijo y mi heredad. Es el primogénito de todos sus hermanos. Lo que es por naturaleza, quiso que fuera yo por la gracia. Está ligado conmigo como con su madre. [1153] Estamos unidos eterna, deliciosa, humana y divinamente. El ama estos lazos y se ha atado con las especies sacramentales en la Eucaristía. En ella ha ligado sus sentidos, que subsisten sin ejercer sus funciones; y así como los que aman se miran y dejan atar voluntariamente, el Salvador ama el estado al que lo reduce el sacramento, porque en él se contempla en un verdadero estado de amor, permaneciendo siempre uno en conjunción con su Padre, aunque parezca estar dividido y separado de él por la Encarnación. Es éste el gran misterio que reveló a San Juan, su predilecto, al que apretó contra su pecho, ligándolo a su seno para figurar la unión que deseaba tener con todos sus elegidos por la gracia y por la gloria.

            Después de la gran inclinación de Dios, que lo mueve a amar hasta las divisiones y uniones, mi divino amado me reveló cuatro clases de génesis: uno eterno en Dios; otro temporal en la creación del mundo, que duró seis días; un tercero en la Encarnación del Verbo, que fue el término y restauración del segundo, y un cuarto que es el de los bienaventurados en la gloria.

            En el primer génesis, que no tuvo principio ni terminará jamás, observé la comunicación que de su ser hace el Padre al Hijo, y del de ambos al Espíritu Santo. Vi también que en esta distinción de personas radica la unidad de la esencia que impide que la multiplicación cause la división del ser, así como la circumincesión, por la que el Padre está en el Hijo y el Espíritu Santo en ellos. Vi cómo el Espíritu Santo, como amor subsistente y sustancial, es el lazo de unión entre el Padre y el Hijo, a los que él mismo se ata. Comprendí que el génesis del tiempo, que Moisés nos describió, ocupó a Dios por espacio de seis días, a pesar de que hubiera podido terminar esta obra en un momento. Sin embargo, quiso comportarse como un joven aprendiz que se ejercita en trabajos muy fáciles y de poca monta, antes de ocuparse en los más importantes. Vi que el hombre fue la última pieza del universo en la que Dios trabajó, habiéndose como ensayado en las demás; y que no descansó hasta la formación de Eva, no sólo porque Adán no debía quedar sin compañía, pues no fue creado únicamente para él, sino porque Dios no terminó su obra sino hasta después de haber creado a María, de la que Jesús, el ornato del cosmos, para cuya gloria trabajó Dios, debía nacer. Por ello, sólo ocupó seis días en este segundo génesis. En el tercero, que es el de Jesucristo y de María, transcurrieron más de cuatro mil años. Dios y la naturaleza engendraron tan [1155] maravillosa obra. El génesis que escribió para nosotros San Mateo es mucho más noble y misterioso que el que nos dejó Moisés.

            Dios se arrepintió de haber creado al hombre, ya que su obra distaba de ser perfecta porque él mismo, con sus propios delitos, destruyó y empañó la belleza que recibió de su divino artesano. Dios permitió esta destrucción para hacerlo mejor. Tales son las industrias de Dios: derriba para construir y afirmar, cuando se piensa que el edificio se ha desmoronado y es una ruina. En el tercer génesis, los designios de Dios consistieron en abolir la maldición en que el hombre, su obra principal, había incurrido. Quiso que su Hijo, al tomar esta maldición sobre sí, nos atrajera la bendición. Para figurarla, impidió que Balán maldijera al pueblo de Israel durante la persecución del rey Balac, pues su propio Hijo quiso llevar y borrar esta maldición con la infamia de su muerte, y levantar así la maldición fulminada sobre el orden natural. El se perdió para liberarnos, amando sus propias pérdidas para hacerse nuestra ganancia y remuneración, y permitiendo que los mismos vicios sirvieran para su reparación. Así, el incesto de Lot dio comienzo a la raza de Moab, de la que descendió Ruth, una de las antepasadas de Jesús, Dios y hombre, lo cual, no sin misterio, recordó San Mateo.

            [1156] Ahora bien, como todo este génesis ocurrió en el seno de María, y su hijo la amó más que a todo el resto de las criaturas, puedo afirmar no sólo que esta Virgen Madre levantó la maldición del mundo, sino que su hijo la creó y comenzó a existir en ella, librándola de las impurezas de la concepción y de los dolores, manchas e inmundicias que acompañan a los partos, así como de toda clase de culpa original y actual; y que este divino Hijo de sus benditas entrañas la amó con una pasión más grande que la de Rebeca hacia Jacob, pues esta última, deseando obtener la bendición de Isaac, su marido, y el derecho de primogenitura para su querido Jacob, se expuso a recibir una maldición sobre ella si el buen anciano se daba cuenta del engaño. Jesucristo sufrió en verdad el anatema para alcanzar las bendiciones del cielo sobre sus elegidos, haciéndolo por prevención en su madre. Le profesó tanto amor como el Sansón cuando vio a la filistea; de cuyos encantos quedó tan prendido, que le fue imposible seguir morando con sus padres y dejó todo por ella. De manera semejante, cuando el Verbo contempló a María en la mente divina desde la eternidad, a partir de entonces, por así decir, resolvió dejar el seno de su Padre para encarnarse en sus entrañas.

            Fue María quien lo atrajo a la tierra, y fue por María que se entregó, o tuvo lugar, el primer combate en el empíreo entre los ángeles. Lucifer y sus secuaces, hinchados de la vanidad de su propia hermosura, no pudieron sufrir que el Verbo se dejara atraer y atar a una naturaleza que consideraban inferior a la suya, pues desconocían las excelencias de aquella hija, madre y esposa, cualidades sobremanera incompresibles.

            Este Hijo divino surgió del seno virginal como del seno del Padre eterno, sin lesionar la virginal pureza de su madre. El Espíritu Santo había purificado y santificado divinamente su seno, comunicándole claridades adorables para concebir al que el divino Padre engendra en el esplendor de los santos, que es su Hijo único. El Espíritu Santo, viendo que la Virgen no hubiera podido resistir tan resplandeciente luz, la cubrió con la sombra de una adorable nube, a manera de pabellón, cuya hermosura hacía palidecer la belleza de los pabellones de Jacob, a pesar de que su encantador panorama arrebató de admiración a Balán, moviéndolo a cambiar su maldición en bendición; belleza que es imposible comparar a la que adornó a María.

            El Verbo Encarnado se lanzó como otro Jonás al fondo del océano para apaciguar la justicia de su divino Padre y para seguir sus inclinaciones. Se ligó a María, y por ella a los elegidos, mediante el cordel de Adán y con lazos de caridad, lazos que lo unían primeramente a su madre; lazos de caridad con [1158] los que se ató para librarnos de las ataduras con las que el pecado nos tenía impedidos. Se ligó con las cuerdas de su paciencia, que la gravedad de los tormentos no pudo romper; y a los que se habría atado, si lo hubiera juzgado más conveniente para nosotros, hasta el fin de los siglos y por una sola alma. Estos lazos son inexplicables; únicamente la Virgen conoce los secretos de las ataduras del amor en la Encarnación. Ella es la Dalila que abatió la fuerza divina, permítaseme la expresión, como Dalila los cabellos de Sansón. Dicha fuerza le descubrió los misterios de su amor; pues él reposó sobre sus rodillas con nuestras debilidades y nuestras dolencias, para comunicarnos su fortaleza.

            Los que participan de las gracias de la misma Virgen María, reciben con frecuencia claros conocimientos de los lazos que unen al Salvador con nosotros.

            Dios descansó en la consideración de su obra después de la creación, complaciéndose en la hermosura que plasmó en sus diversas criaturas, pero fue presa de un grandísimo amor al contemplar su obra póstuma.

            En cuanto Jesucristo apareció en el Jordán y sobre el Tabor, el Padre eterno, como sorprendido por un exceso de gozo, y arrebatado ante la belleza de aquel Hombre-Dios, exclamó: Este es mi hijo amadísimo. He aquí a mi querido Hijo, mi amado, [1159] mi único, al que amo. Que todas las criaturas lo reconozcan como tal; que sea honrado y obedecido. En él encuentro mis complacencias; en él tengo mis delicias y mi reposo desde la eternidad.

            Escuché que el cuarto y último génesis tendrá lugar en la gloria, que es como el sábado y el reposo que seguirá los precedentes durante el transcurso de la infinitud, en la que veremos cómo Dios nos ha amado, sin jamás poder comprender del todo cómo es admirable. Será sábado de sábados, pasando del Padre al Hijo y del Hijo al Espíritu Santo, contemplando que nos han amado con el mismo amor con el que se aman ellos mismos. Allí se hará la unión de todos los corazones en aquel que sólo es su amor.

            Allí veremos la creatividad del amor de un Dios para comunicarse, para compartirse y dividirse, si es necesario expresarlo de este modo, a fin de unirse y ligarse a sus criaturas y a ellas con él. Si nuestros corazones no recibieran la capacidad de soportar este amor, se dividirían y estallarían de amor por el mismo esfuerzo del amor.

            Mi alma, suspendida en la admiración y consideración de estos génesis, exclamó: ¿Quién podrá contar su generación?

            Mi divino amor me respondió que yo misma lo haría, asombrando al mundo con mis palabras y mis escritos; que yo ensalzaba la gloria de este Dios todo bueno, que [1160] nunca parece tan grande como cuando se vale de los seres pequeños y débiles para cumplir sus designios. Me aseguró que ya me había dicho que sentía gran inclinación hacia mi sexo, y hacia mí en particular, debido a mi sencillez y candor. Me hizo notar que todos los nombres de Dios son femeninos: divinidad, trinidad, sabiduría, felicidad, y otros semejantes.

            Mi divino esposo me dijo además que siempre había enaltecido con sus bendiciones y favores más escogidos a quienes le habían levantado altares, como No‚ después del diluvio, Abraham, Isaac, Jacob y otros, y que no sería mezquino conmigo, que le preparaba una orden en la que tendría una gran multitud de altares sobre los que reposaría en el adorable sacramento de la Eucaristía; y que obraría un génesis tan agradable y numeroso en esta orden, que no se podría nombrar su generación en mí.

            En este mismo día escribí acerca de las grandezas de la Virgen, sobre la anchura de las cuatro dimensiones.

Capítulo 163 - El Espíritu Santo apremió al Padre y al Hijo a comunicarse al exterior. La divina bondad eligió a san José para darle la verdadera posesión de la divinidad humanada. José fue el eunuco que pagó el precio de la virginidad y bebió de la fuente de vida que poseyó, por haber sido guardián del mismo Dios, 18 de marzo de 1645.

            M.R.P. Que el Verbo divino sea siempre nuestro todo.

            [1161] Ayer vi este Verbo en medio del Padre y del Espíritu Santo, sosteniendo una esfera y mostrándome que llevaba el mundo con tres dedos porque su reino es más grande que él, por ser inmenso y divino; la misma esencia de su Padre es su reino. Fue el Hijo amadísimo quien dijo: Ungiré a mi Hijo amado con óleo de mi cuerno: él es su fuerza, su dulzura, su sustancia, su claridad, su sabiduría, su eternidad, etcétera.

            El Padre, principio, fuente y origen de la Trinidad, comunica en su interior toda su esencia a su Verbo, constituyéndolo Rey de este modo; es el cuerno de la abundancia del el aceite que es fuerza divina, dulzura divina, claridad divina, sabiduría divina, inmensidad divina, belleza divina y plenitud divina. Le comunicaré, en nuestra próxima entrevista lo que podría decir acerca de esta fuente, de esta claridad, de esta sabiduría, de esta inmensidad, de esta belleza, de esta plenitud y de esta bondad que produce el amor, el cual abrasa y [1162] contiene todo en su interior, a través de un ardor indecible que impulsa al Padre y al Hijo a comunicarse al exterior.

            Hoy por la mañana, día de San José, medité en la elección que la divina bondad hizo de este santo, dándole el privilegio de la verdadera posesión de su divinidad, al entregarle a María, que llevaba a Jesús en sus entrañas: María estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo (Mt_1_18).

            Mi divino amor se dignó revelarme que retó en duelo a José, permitiéndole elegir las armas y el campo y que, sin ser vencido, lo hizo vencedor, obteniendo, a causa de su virginidad, a la Virgen coronada y encinta del Rey de las vírgenes. José es el eunuco que pudo llevarse el premio de la virginidad, ganando, por una gracia indecible, al ángel del gran consejo, sin lesión de nervio alguno, sin que la aurora ni la claridad del mediodía le obligaran a retirarse, y sin pedir permiso para ello como sucedió con Jacob. José, al permanecer virgen, conservó su integridad. El sabía que combatir para ganar a Dios es combatir por la unión, es decir, por la unidad y por la integridad divina.

            Así como Dios combatió para salvarnos, unirnos y hacernos uno [1163] con su Padre, él permitió que su cuerpo y su alma se separaran unos días y horas a fin de pagar en rigor de justicia la falta cometida por la naturaleza humana, separándose de Dios por el pecado. Los designios de Jesucristo consisten en regresarnos, con todas las criaturas, a la única divinidad de la que tomamos nuestro ser, y que permanezcamos en la integridad divina.

            El Padre eterno ganó a María con su arco y su flecha, arrebatándola a los amorreos, ásperos y rebeldes. Dios de mi corazón, qué puedo decir, Dios envió al Verbo y al Espíritu Santo para María, para preservarla de la amargura del pecado y de las rebeliones de nuestra naturaleza. Porque María, a causa de la naturaleza heredada de nuestros primeros padres, debía ser esclava del pecado y del diablo; pero el Verbo, arco del Padre, es engendrado de su entendimiento, al que el Verbo abarca de un confín al otro permítaseme la expresión, por ser Hijo de su principio, que es su Padre, y principio junto con el Padre del Espíritu Santo, al que produce; el cual es término de las emanaciones divinas, así como el [1164] Padre es la fuente de origen. La flecha que parte del carcaj de la Trinidad, de su pecho amoroso, es el Espíritu Santo; saeta que el Padre y el Hijo enviaron a María, no para dividir, sino para darle sombra, ocultar este arco en sus entrañas y obrar su encarnación sin lesionar su virginidad, realzando el lustre y esplendor; es decir, transformando su virginidad natural en una pureza sobrenatural y divina por participación, convirtiéndola en jardín admirable que contiene las perfecciones que Dios puso en ella por encima de todas las demás criaturas y privativamente a todas ellas, posando o produciendo en sus prados la plenitud de la divinidad y rodeando sus entrañas y su seno virginal, de modo que, al ser Madre de Jesucristo, posee al Hijo común por indivisibilidad con el Padre y, por estar preservada de pecado, es el vergel donde se encuentra la fuente de Jacob, la fuente del Padre eterno, la fuente que es dada a nuestra naturaleza para purificarla y saciarla. Dicha fuente, que se encontraba en el prado de José, hizo su morada en sus entrañas durante nueve meses, y varios años fuera de ellas me refiero al seno de María. Aquella fuente se sometió a la voluntad de María y de José, a quienes no pareció una ofensa el preguntarle dónde había pasado tres día [1165] sin su permiso. El les dio razón de su ausencia, diciendo que había ocurrido por mandato de su Padre eterno.

            Era una fuente tan alta y tan profunda, que, a pesar de que María y José la poseía n, no les era posible penetrar en ella ni comprenderla.

            María y José bebieron de esta agua, que llevaba en sí la vida eterna. Ellos contemplaron al Mesías, hablaron con el Verbo y fueron custodios del mismo Dios, sabiendo que era el don que Dios les daba. Con él, tuvieron todo lo que ha tenido el ser, lo que es y lo que será; el comienzo y el fin. El Rey eterno e infinito, que a todo sustenta, el cual salió del monte eterno, alto y extendido, al que regresó después de haber alimentado todo, dando todo al todo, pero, ¿qué digo? dando lo suyo unido al todo.

            Mi adorable Jesús, me pierdo en este todo que me permitiste contemplar en la visión de esta mañana. Es una raíz luminosa, que me dijiste ser la [1166] raíz de Jesé, portada por tu hipóstasis. Espero la visita de Ud. para comunicarle el resto.

 Capítulo 164 - Transfiguración del Verbo Encarnado, nuestro Señor, que es el sacrificio de gloria y de luz, al que asistieron Moisés, Elías y los tres apóstoles escogidos, 6 de agosto de 1645.

            [1167] El Padre eterno quiso, en esta día, dar testimonio de su Hijo en presencia del cielo, de la tierra y de los infiernos. Quiso felicitarlo por su generoso valor, y darlo a conocer como el generalísimo de todos sus ejércitos de naturaleza, de gracia y de gloria. En su nacimiento, envió a los ángeles para cantar: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad (Lc_2_14). Es muy claro y evidente que los cielos se abrieron, envolviendo en luz a los pastores a los que el ángel anunciaba las buenas nuevas concedidas a los hombres: La gloria del Señor los envolvió en su luz (Lc_2_9), como nos dice el evangelista San Lucas. En dicho nacimiento, la naturaleza humana se vio elevada por el soporte divino y el Salvador fue reconocido como Rey, habiendo nacido Rey, pero Rey armado de nuestras debilidades, mediante las cuales sometió desde entonces toda la creación a su divina grandeza.

            Los ángeles, los hombres, los seres animados y hasta las estrellas, se sometieron humildemente a su imperio. El las sostuvo en su mano como bajo un sello, ofreciendo al Padre, al nacer, el sacrificio de naturaleza en el primer día de su vida mortal.

            Presentó el sacrificio de la gracia en el bautismo, en presencia de su precursor, del divino Padre y del Espíritu Santo, que estuvieron presentes en él y dieron testimonio del divino Salvador. Los cielos se abrieron, el Padre hizo oír su voz, y el Espíritu Santo se [1168] apareció en forma de paloma. En este día viene al Tabor para ofrecer el sacrificio de gloria, acompañado de tres de sus discípulos. El Padre eterno reitera su testimonio: Este es mi Hijo muy amado, en el que me complazco, añadiendo: Escuchadle (Lc_9_35). ¿Qué dice tu Padre, santo Hijo? Habla del exceso que se cumpliría en Jerusalén. ¿Con quién habla? Con estos dos hombres, que aparecen en gloria y majestad: Y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías, los cuales aparecían en gloria y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. (Lc_9_30s).

            ¿En qué día les habla? Al día siguiente de la confesión de San Pedro, en el que manifestaste su generación eterna en el divino esplendor, que es invisible para la carne y la sangre. Fue la octava de ese día, en el que el Mesías dijo: Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles. Pues de verdad os digo que hay algunos, entre los aquí presentes, que no gustarán la muerte hasta que vean el Reino de Dios. Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y dos hombres hablaban con él (Lc_9_26). En el día de la octava de mi promesa, fue voluntad de mi Padre que mi gloria se manifestara en el Monte Tabor; y como yo estoy seguro de su buena voluntad, que es la mía, vine a orar y a ofrecer el sacrificio de gloria, que Moisés y Elías encomiaron llamándolo exceso, porque yo lo hago parecer admirable. Yo soy la piedra que será rechazada por los fariseos y los escribas, misma que debían recibir para gloria de su Jerusalén terrenal; sin embargo, como optaron por su confusión, odiando la verdadera gloria, hinchados de ambición, sedientos de avaricia e inflados por la concupiscencia, su fin sería ignominioso. Enemigos de la cruz, jamás entrarán en el gozo; los que, en cambio, aman mi cruz, tendrán parte en mi gloria. [1169] Tienen, desde ahora, su conversación en el cielo: Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas (Flp_3_20s). Este glorioso apóstol no estuvo presente en el Tabor para contemplar en él al Salvador glorioso, porque aún no se había convertido; pero vio a Jesucristo en el camino de Damasco en todo su esplendor, el cual lo sacó de tal manera de sí mismo, que su conversación dejó de ser de la tierra porque el Espíritu está más en lo que ama, que en lo que anima. San Pedro dormía mientras que el Verbo Encarnado oraba, despertando cuando se hablaba del exceso de gloria; el esplendor de Jesucristo hirió sus pupilas. Si sus palabras se hubiesen referido a la cruz, San Pedro no hubiera pedido establecer su morada en aquel monte, ni levantar tres tiendas: una para su Salvador, otra para Moisés, y otra para Elías. Tenía demasiada aversión a oír hablar de la muerte de su Maestro. No podía sufrir que se encontrara en la ignominia, considerando esto indigno del Hijo del Altísimo y pensando que la muerte no convenía al Hijo del Dios vivo.

            Se me puede objetar que San Pablo dice que Jesucristo se humilló y anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo sin dejar la de Dios, pudiendo, con todo derecho, considerarse igual a su Padre, queriendo humillarse hasta la muerte de la cruz, por la cual recibió un nombre sobre todo nombre, ante el que toda rodilla se debe doblar. Estoy de acuerdo, pero él habla de la morada permanente de Jesucristo a la diestra de gloria. Por mi parte, me estoy refiriendo a la de la Transfiguración, que debe pasar en pocas horas, sobre la que escuché, hoy por la noche, que sería el sacrificio de gloria ofrecido por el Hijo. Como era peregrino, aunque comprensor, deseaba ratificar la promesa que hizo a sus amigos, de que verían al Hijo del hombre en la dulzura de su gloria, ya que debían probar la amargura de su muerte.

            Deseaba demostrar que él no era Moisés, ni Elías, ni Juan Bautista resucitado, y que a él correspondía [1170] hacerlos gloriosos en la eternidad; que él tenía el poder de prevenirla, permitiéndoles momentáneamente ser revestidos de gloria en la cumbre del Monte Tabor, ya que acudían a presenciar su digno sacrificio, por cuya causa el Padre lo confesó como sus delicias y el legítimo heredero de su gloria, por ser el esplendor de la misma; su Hijo amadísimo, la impronta de su sustancia, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su majestad; en fin, el que lleva en sí toda la palabra de su poder, de la que Moisés y Elías sólo eran ministros, encontrándose ante ella para rendir homenaje a su divina grandeza; Palabra que los adornó de gloria para poder hablar de la gloria que le es esencialmente debida, a la que ocultaba por un exceso de amor a todos los demás hombres, a fin de morir por el rescate universal. Si los judíos hubieran conocido claramente su gloria, no lo hubieran crucificado: Desconocida de todos los príncipes de este mundo; pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria (1Co_2_8).

            Si el Salvador hubiese querido tratar de su pasión, o que coincidieran las tinieblas y la luz, vistiendo hábitos resplandecientes para tratar de la muerte y del poder de las tinieblas, que estaban reservadas para el día de su afrenta, el Padre eterno habría guardado un extremo silencio hasta el momento en que su Hijo le preguntara por qué lo había abandonado a las angustias y a la ignominia, en un lugar donde el sol se avergonzaría y se cubriría de confusión. En este día el Verbo Encarnado apareció como el sol verdadero, cuyo rostro brillaba y resplandecía. Jamás había yo tenido una visión tan clara sobre este misterio de la Transfiguración, deteniéndome tan sólo en las explicaciones comunes; pero en esta noche mi divino amor me confió que posee secretos que aún no ha revelado, ya que tiene un tiempo para hacerlo; que dejase yo a otros explicarlos, sin refutarlos, pero que no temiera decir un día lo que él me enseñó esta noche, porque la Escritura me sirve de texto formal, y la luz que él me da me ilumina abiertamente, de suerte que soy confirmada en esta verdad aun por el sentido común, por la razón [1171] y por la hermosa conformidad entre este misterio y las personas que asisten a él, de que él no hizo oración en el Monte Tabor para revelar la cruz, reservando dicha oración para la noche después de la Cena, en el Huerto de los Olivos, donde trataría de la misericordia hacia los pecadores, saliendo fiador por ellos. En el Tabor quiso manifestar que no se había llamado Hijo de Dios sin serlo, y que su Padre daba testimonio de todo lo que había dicho, proclamándolo como su Hijo amadísimo, en el que tiene sus complacencias desde la eternidad, y en el que encuentra y encontrará para siempre todas sus delicias. Quiso revelar que moriría porque había querido aceptar la cruz para entrar en su gozo, que le era debido en razón de la naturaleza divina. Es verdad que, al hablar de su gloria, muestra el exceso de su amor, que aceptó enfrentarse al cabo de algunos días horribles desprecios, y que era menester un exceso de amor divino para resolverse a sus sufrimientos; y así como el negro sirve de lustre para destacar mejor la blancura, que Moisés y Elías conocieran, mediante estos contrarios, la maravilla del Hombre-Dios, y cómo podía permitir dos contrarios en un mismo sujeto. Elías pudo constatar cuán adorable y divino era el Salvador, que fue el verdadero carro y el más excelente auriga de Israel, el cual llevaba en sí la totalidad de la gloria, no sólo de los ángeles, sino de la divinidad, siendo un Dios único sobremanera con el Padre y el Espíritu Santo. Moisés proclamó con toda razón en su cántico: Escucha, Cielo, conoce o percibe, tierra, lo que quiero decir; que mi boca les anuncie la abundante alegría de mi corazón.

            Pero no, soy tartamudo; escuchemos al Verbo del Padre según sus mandatos, el cual habla a los ángeles y a los hombres con su divina elocuencia, que los arrebata. Es un Dios que habla con palabras que todo lo penetran mediante su agudeza, ensalzando todo a través de su excelencia, llenándolo todo con su abundancia y fortificando todo con su [1172] amoroso poder, que puede crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Las primeras palabras que pronuncié deben desaparecer, como avergonzándose de su fealdad. Escuchemos al divino legislador de la ley de gracia y de amor. Si yo fui un fiel administrador y servidor de la casa de su Padre, él es el Señor en ella, por ser el mismo Hijo, que hace siempre lo que place al divino Padre, el cual acaba de testificar que se complace en él desde la eternidad.

            La ley que bajé conmigo del monte estaba grabada sobre piedras. La que él viene a anunciar está impresa en corazones de carne purificados de toda sensualidad. El mismo viene trayéndola sobre su propio corazón, que es la caridad misma. El es el Dios todo de fuego y llamas, pero llamas deliciosas que no espantan a las almas, sino que las unen a su principio y centro, elevándolas al lado de los serafines. Las del Monte Sinaí, en cambio, existieron para imprimir el temor en el corazón endurecido del pueblo, que era de dura cerviz y llegó hasta tentar la bondad del Dios de majestad por espacio de cuarenta años en los desiertos, donde le llovió el maná, cuya dulzura lo fastidio.

            Fue necesario tratarlos como meras personas de la tierra y no del cielo, por tener los sentimientos del hombre viejo. Los de la ley de gracia, en cambio, recibirán el don de ser revestidos de la justicia y santidad del nuevo, que es del todo celestial. Me refiero al profeta divino que su Espíritu me manifestó, para anunciar a ustedes que debía ser Dios, hombre y hermano según la carne de los de nuestra nación: de los descendientes de Abraham y de David, el cual se mostró resplandeciente como la nieve y cuyo rostro brillaba como el sol en lo más fuerte de su claridad. El es el carro glorioso que levantará a los suyos para introducirlos en su tálamo divino: su pecho adorable, sobre el cual su Benjamín dormirá en reposo en la noche de la cena, que será un día pleno de delicias y radiante de claridad cuando diga que aparezca la luz que fue creada al comienzo del mundo. Al final de su vida mortal, al referirse a la claridad inmortal que tenía con su Padre desde antes que el mundo existiera, [1173] la produciría en el entendimiento de su predilecto, que llegaría a ser el águila evangélica que miraría fijamente el sol divino, que es luz de luz y Dios de Dios, el cual se hizo carne para morar entre los hombres, a los que quiso mostrar su gloria por adelantado en la cumbre de aquel monte de la pureza.

Capítulo 165 - Caminos por los que Dios lleva a las almas santas. Me entregó su estandarte y me nombró su abanderada, 7 de abril de 1646. Sábado de Pascua

            [1175] Hoy medité en la bondad y justicia del Salvador de los hombres en los caminos que les propone, que son santísimos, por ser sendas de vida y leyes inmaculadas para las almas que las observan fielmente, amándolas como lo hizo David. Se dice en el Éxodo que Dios condujo a su pueblo; del mismo modo se complace en guiar a las almas a través de las dulzuras sensibles de su humanidad, hasta los conocimientos y alegrías más íntimas de la divinidad, según lo que está escrito: Las maravillas que he puesto en tu mano (Ex_4_21); puso un signo en la mano de los israelitas.

            Escuché que me había entregado su estandarte, para que pudiera yo ser llamada su abanderada, porque llevaba el signo de amor y de esposa; que tenía siempre un monumento y un memorial delante de mis ojos [1176] al contemplar en todo momento al divino Salvador: sea naciendo, sea creciendo, enseñando, instituyendo el divino sacramento, o crucificado, sepultado, resucitado o presentándose a sí mismo a mi entendimiento, diciéndome que era para mí un signo de bondad para confundir a mis enemigos y que había puesto su ley en mi boca: La ley del Señor en tus labios, añadiendo que deseaba que la llevara en la mano para contemplarla y observarla. Por ser una ley de amor debía estar en mi corazón, el cual debía amarla con una perfecta dilección y una amorosa dilatación, inclinándose a observarla con un deleite pacífico, porque la abundancia de paz es concedida al alma que ama esta ley inmaculada, que fue la nube que alumbró a los hebreos, en tanto que las tinieblas cegaban y confundían a los egipcios. La misma nube sigue guiando amorosa y fuertemente a todos: los buenos encuentran en ella sus delicias y los malos la consideran como una sentencia que los condena al suplicio. Por su mediación, los buenos se acercan al Padre y al Hijo a través del amor del Espíritu Santo, cuyos dones aprovechan. Los malos, en cambio, lo contristan mientras está en ellos, [1177] resistiéndose a sus designios y haciéndose indignos de su inhabitación a causa de los pecados que cometen contra sus continuas inspiraciones, a las que conocen pero, a causa de su malicia más que por debilidad, se niegan a seguir, o corresponder a las gracias que se les ofrecen.

            Si las reciben, es en vano a causa de su frialdad, con la que ahuyentan el fuego que su bondad desearía encender en su corazón, obrando como aquellos a los que se dirigió San Esteban: ¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! (Hch_8_51).

 Capítulo 166 - Incomparable pureza de la Virgen, exenta de todo pecado original y actual. No incurrió en la deuda del pecado a causa de la gracia de conveniencia con que la honró el Verbo Encarnado, 8 de septiembre de 1646.

            [1177] En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas (Gn_1_1s).

            Este principio es el Verbo, por quien y para quien la Virgen fue la primera en ser creada, siendo también el cielo y la criatura que el Verbo, que es Dios, poseyó desde el inicio de sus vía s. María fue la primera en la intención, aunque haya existido después de Eva en la ejecución; suele suceder con frecuencia que la primera intención viene a ser la última en la práctica, por ser el fin perfecto al que se dirige el objeto. Toda consumación mira a su fin según el orden divino, llegando al día que fija el cielo y no la tierra, porque el cielo ilumina la tierra.

            Dios creó, por tanto, el cielo y la tierra. María es el cielo y Eva la tierra vana, vacua y errática. Vana porque fue soberbia, deseando ser semejante a Dios; vacía porque se privó de la gracia por el pecado; vagabunda porque fue expulsada del paraíso terrenal, estando sujeta a la ignorancia que lleva al error. Su desobediencia la condujo al desorden, destruyendo el orden que Dios había establecido al formarla para Adán, tomando una de sus costillas para edificar aquella obra admirable que debía ser llevada hasta el cielo empíreo sin jamás caer a tierra, si el pecado no la hubiese reducido al polvo. Fue, sin embargo, tierra descompuesta y reducida a la corrupción; a ello se refirió una de las amenazas que Dios hizo a Adán: Porque eres polvo y [1178] al polvo tornarás; serás labrador y te ganarás la vida con el sudor de tu frente. Por estar ocioso, aceptaste morder lo prohibido de manos de tu mujer, que lo recibió de la serpiente, la cual se arrastrará sobre la tierra: Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida (Gn_3_14). Adán, como castigo a tu falta, la tierra te dará espinas, aunque la trabajes para obtener flores y frutos: Espinas y abrojos te producirá (Gn_3_18).

            En cuanto a ti, delicada Eva, padecerás dolores agudísimos en tus partos, y te verás sujeta a tu marido, del que eras compañera; mejor dicho, señora, porque en tu creación fuiste más noble, por haber sido creada en el paraíso y de su costado, que se levantaba por encima del limo del que fue creado; barro cuyas obras fueron objeto de maldición cuando Dios maldijo la tierra. Adán, cegado por el amor de su mujer, no se fijó en las imperfecciones en que incurrió al caer en el pecado, siendo a partir de entonces madre de los que mueren, a pesar de que él la llamó madre de los vivientes, como debió serlo antes del pecado.

            El bueno de Adán se embriagó con el mosto que había gustado, que yo pienso fue una uva, en la que la serpiente introdujo su veneno y engaños: Eva no hubiera sido tan descortés como para ofrecer a su marido una manzana después de haberla mordido. Como la uva viene en racimo, después de comerla, la ofreció a su marido. Dicha uva fue alimento y bebida. Por la uva se entregaron al pecado y fueron despojados de la gracia de Dios, según el propósito de la serpiente, que deseaba privarlos para siempre del amoroso afecto de Dios, que podía hacerlos felices, a fin de que fuesen eternamente infelices con ella; pero el reptil se engaño a sí mismo.

            La sabiduría eterna sabía como obtener el antídoto de la misma serpiente. Por un hombre y una mujer, el pecado entró en el mundo; por un hombre y una mujer, el pecado fue expulsado de él. No vemos que Dios haya escogido la manzana ni el higo para curar, como signo o sacramento, los males espirituales, ni para comunicarse con la humanidad. Lo que sí nos consta es que escogió el pan y el vino para darse a nosotros. El pan alimenta y el vino nos alegra. Subrayo lo que dijo a Adán: Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado (Gn_3_19).

            [1179] Fue como si Dios hubiera dicho: Planté para ti un árbol en medio del paraíso, para que admirases mi sabiduría y para darte su alegría cuando lo deseara. Si hubieses sido fiel en lo poco, te hubiera constituido sobre mucho, dándote el pan sin trabajo y el vino sin esfuerzo; pero como pecaste, las espinas serán tu pan y con el sudor de tu frente lo comerás, en lugar de la dulzura del vino que deseaba yo ofrecerte después de haberlo prensado con mi amor. Es menester fijarse en el titulo que David asignó al octavo salmo: A la manera del cántico Los Lagares (Sal_8_1), en el que habla del nombre de Dios, que es admirable en la tierra. Después de ponderar su magnificencia sobre los cielos y alabar las obras de sus manos, (David) se asombra ante el cuidado que tiene del hombre, de que se digne visitarlo y de que lo haya constituido sobre todas las cosas, a pesar de tener una naturaleza inferior a los ángeles antes de la Encarnación, después de la cual lo coronó de gloria y honor, haciéndolo señor de las obras de sus manos, divinizándolo y confiriéndole el poder de producir su cuerpo.

            Pero, ¿Cuál fue la obra singular de las manos de Dios? San Juan y los otros evangelistas dicen que Jesús tomó el pan y lo bendijo, diciendo: Este es mi cuerpo, que será entregado por ustedes. Y tomando la copa de vino: Este es el cáliz de mi sangre, que será derramada por ustedes y por muchos en remisión de los pecados.

            ¿Podré pensar en la uva? Sí, ya que te serviste de la materia que causó el mal para hacerla sacramento de curación y de vida para los elegidos: su trigo y el vino que engendra vírgenes. Jesús mandó a los apóstoles y a los sacerdotes que hicieran lo mismo en memoria suya.

            Jacob, por haber tenido la visión de tan gran misterio, se refirió a él dignamente, dirigiéndose a Judá, su hijo, y diciéndole con espíritu profético: El cetro no será quitado de Judá, ni de su posteridad el caudillo, hasta que venga el que ha de ser enviado y este será la esperanza de las naciones. El ligará a la viña su pollino y a la cepa, ¡Oh hijo mío, su asna! Lavará en vino su vestido, y en la sangre de las uvas su manto. [1180] Sus ojos son más hermosos que el vino, y sus dientes más blancos que la leche (Gn_49_10).

            Judá, hijo mío, no se irá el cetro de ti ni de tu linaje, ni el bastón de mando de entre tus piernas hasta que venga en persona el Mesías prometido, el cual será la esperanza de las naciones. El atará a la viña su pollino y a su cepo la indómita naturaleza humana de Adán y sus descendientes; es decir, a sí mismo, que es la verdadera vid y cuyo Padre es el viñador, porque el Padre lo engendra y lo guarda en su seno hasta enviarlo a la tierra para atarse a nosotros con un lazo indisoluble, pero de manera inefable a la carne de María, tomándola para no dejarla jamás. Con la carne y la sangre de María desea alimentarnos y curarnos, uniéndonos a él por su mediación.

            Jacob, arrebatado de admiración, lanzó esta exclamación de gozo indecible, viendo a través de la luz divina la obra del Mesías, que sería su Hijo: ¡Oh hijo mío! su asna. El primer milagro que obró Jesús fue para su Madre, para la cual cambió el agua en vino. Eva fue causa de que el vino de alegría se transformara en agua de dolor al persuadir a Adán que comiera del fruto, perjudicando así a toda la humanidad. María hizo cambiar el agua en vino, alegrando a todos los convidados. ¡Oh Jesús, cuán inefables son estas palabras!: ¿Mujer, qué nos va a ti y a mí? Aún no ha llegado mi hora (Jn_2_4).

            Mujer digna de soportar todos los pensamientos humanos, ¿Qué hay entre tú y yo? El secreto de mi Padre te ha sido revelado, por ser mi Madre y mi esposa. ¿Era necesario que tu hora sonara antes que la mía, que aún no ha llegado? Sí, Hijo mío, el amor no puede esperar hasta la última cena. Es menester que en este día manifiestes el gran sacramento que debes instituir, cambiando el agua en vino a favor de Eva, madre de los vivientes, y colmando de alegría a este pueblo, por ser yo el amoroso lagar que te presiona. Estás ligado a mí por ser la madre que te concibió, te dio a luz y te amamantó. Tu ley te obliga a obedecerme, en espera de obedecer a tu Padre en el día de la Cena, en el que lavarás tu túnica en el vino y tu manto en la sangre de la uva sobre la cruz. Tus ojos son bellos como el vino; sólo el mirarte, embriaga, ocasionando la pérdida de sí mismo y el [1181] vivir sólo para ti. Tus ojos engendran la virginidad y tus dientes son más blancos que la leche de la inocencia que el pobre Adán y su mujer perdieron al comer del fruto prohibido que aún no estaba maduro, legando tan contagioso mal a su posteridad, del cual sólo tú y yo estamos exentos. Por ello me atrevo a pedirte que obres este milagro, en nombre de la inocencia y a favor de estos casados que te invitaron. A través de estas bodas de la tierra, anuncia las bodas del cielo, revelando qué clase de vino darás a beber a los tuyos, ya que lo das a beber de manera tan excelente en la tierra.

            Muestra un destello de la visión beatífica a través de tus ojos bellos como el vino, y su fruición en tus dientes blancos como la leche, que son un festín para fuertes y débiles; un banquete divino y humano.

            La Virgen conocía bien el poder que tenía sobre las inclinaciones de su Hijo y el secreto que había entre ellos. Como el amor no puede ocultarse, se manifiesta en los ojos y en la boca de los enamorados. Jesús no pudo disimular el amor que tenía por su Madre y por la humanidad. El era la vid y su Padre y su Madre eran los lagares. Sus esposas son también sus lagares porque aman y son amadas, presionándolo de manera inefable mediante la fuerza y el peso de su amor, que les da, unidas a él, todos estos recursos.

            Jacob sabía muy bien que el amor era poderoso y dulce; su Raquel fue figura de María, por la que Jesucristo se hizo servidor, no catorce años, sino treinta y tres; pero, ¿qué digo? por toda la eternidad; y si quiso estar sujeto por medio de ella a su Padre, continúa administrando del mismo modo la gloria a los elegidos: Yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá (Lc_12_37).

            El bueno de Jacob se extasió de admiración al ver las maravillas de Judá y su gran belleza; el poder del vino, del Rey, de la mujer y de la verdad, es grande. María es eminentemente todo esto: María aportó el vino, María engendró al Rey, María es mujer, pero mujer fuerte y sin par.

            Jesucristo, que es el camino y la vida, por ser la vía del entendimiento paterno y de la vida del Padre, cuando dijo: [1182] Yo soy el camino, la verdad y la vida, se refirió a lo que es en verdad, sin recurrir a metáfora alguna. El es la verdadera vid y los elegidos unidos a él son los pámpanos o sarmientos.

            Josué y Caleb nada encontraron más admirable en la tierra prometida que el fruto de la vid. Al llevar como muestra un racimo, hicieron falta dos personas para cargarlo. ¿No era acaso necesario que el cepo que sostenía dicho racimo fuera un árbol grueso? Pero, ¿por qué es menester que la vid tenga apoyo? ¡Ay! es nuestro infortunio y nuestra dicha; yaceríamos en tierra sin fruto si el Verbo divino no nos hubiese apoyado con su propia naturaleza, misterio que figuraba que Jesús y María nos darían la uva de la gracia y de la gloria. La esposa habla con mucha frecuencia de la vid y de la uva, mostrando así la gran estima en que la tiene. Mejor dicho, el Espíritu Santo se expresa en ella, prensándola y poniéndola entre sus pechos, para alimentar en él a los elegidos, que lo encuentran más sabroso que el vino ordinario, por tratarse de un vino celestial y divino que embriaga para embellecer.

            Fue así como Jacob pudo contemplar en toda su belleza los ojos de Judá y la blancura de sus dientes, que eran más bellos aún después de haber tocado a Aquel que sigue siendo leche para las almas infantiles e inocentes.

            La flor de la vid es adversaria de la serpiente. Jesucristo, flor del campo paterno y admirable y bello retoño virginal de María, es contraria a la serpiente. Existe la enemistad entre la descendencia purísima de María y el veneno de la serpiente; la flor de Jesé, que se eleva hasta el trono divino, humilla a la serpiente hasta el centro de la tierra maldita que toca con el vientre, la cual es su elemento y alimento por haber engañado a la mujer que acechaba, la cual, con un desprecio y desdén representado por el talón, destroza y humilla su soberbia, simbolizada por su cabeza, a la que aplasta valerosamente: Ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar (Gn_3_15).

            La viña llora al ser podada: Jesucristo es la viña que llora tempranamente, al ser circuncidado. Lloró también al ver que Jerusalén se apartaría de él mediante el tajo de sus ingratitudes. Lloró cuando estuvo en el huerto, pero lágrimas [1183] mezcladas con sangre y agua; en ese lugar ató a la viña su parte inferior, que es su pollina. Amarró su sagrada humanidad a la viña de la justicia divina, deseoso de lavar en el vino su túnica, que es su alma, y su manto, que es su cuerpo, en la sangre de la uva. Su alma santa se santificó y su sagrado cuerpo se consagró más plenamente en el sufrimiento, doliente pero amoroso; por ello le agrada la viña. Nunca dijo que el manzano hubiera servido para nuestra redención, quiero decir como materia para aplicarle la forma de algún sacramento; el vino, en cambio, le sirve de materia. Antes de la caída de Adán, la viña era un hermoso árbol en el paraíso terrenal, y su fruto era el mejor. Dios mismo la plantó, y podría pensarse que su tronco era recto. Después del pecado, sin embargo, pudo haberse torcido para simbolizar el camino desordenado al que el pecado redujo al hombre, y para figurar la malicia de la engañosa serpiente, que se escondió debajo del árbol donde Dios la maldijo.

            En ninguna parte se nos dice que el pobre Adán haya jamás gustado de la vid, ni que haya sabido cultivarla: antes de Noé, ninguno de su generación había probado el vino. Dios reservó esta planta para el buen Noé, después de la purificación del mundo. Adán no debía probarlo de nuevo sino con el nuevo Adán, en el reino eterno.

            Cuando el buen Noé se embriagó de vino, no cometió pecado, a pesar de lo cual se desnudó y Cam, el maldito, cometió el mal burlándose de él. A pesar de ello, no dejo de ver aquí un gran misterio. Cuando Adán y Eva se vieron desnudos, tuvieron vergüenza de aparecer desnudos ante Dios. Fue éste un ardid de la serpiente, que les sugirió esta disculpa para evitar la curación de su falta, que les hubiera sido perdonada si, al mismo tiempo, con una humilde contrición, se hubiesen arrodillado ante Dios, su Padre bueno, pidiéndole perdón con una verdadera sencillez. Mas no lo hicieron; por el contrario, trataron de culpar a la sabiduría divina por haberlos creado desnudos, como si una vestimenta pudiese ocultar a Dios los cuerpos que hizo y que puede ver aun cuando estuvieran en el centro de la tierra, ya que está en todo por presencia, por esencia y por poder, penetrándolo todo y llevando todo en sí.

            [1184] Dios permitió que un solo hombre, aunque inocente, fuera señalado para castigar en Noé la falta de Adán, que aún no tenía un hijo que se burlara de él, el cual, me atrevo a decirlo, se hubiera burlado de su Padre, que era Dios. San Lucas narra la generación de Jesucristo del pasado al presente y San Mateo del presente al pasado. San Lucas dice para no comenzar con mucha anticipación y nombrar lo que antecedió: Hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios (Lc_3_38).

            Como si Adán hubiese dicho a Dios: Me preguntas por qué huyo de tu rostro; es porque estoy desnudo. Ignoro lo que había en tu mente cuando me creaste de este modo; la serpiente se ha burlado ya de mí.

            El ardid de la serpiente consistió en infiltrar en el espíritu de Adán un juicio contra las obras de Dios y, sobre todo, murmurar de su sabiduría, llegando a enloquecer a causa del pecado, en castigo del cual Dios permite que los dementes se desnuden sin pecar por ello, porque sus pensamientos no son como los nuestros: los suyos están más distantes de los nuestros de lo que están el cielo y la tierra. El permite que los locos se desnuden a fin de mostrar a la humanidad la insensatez del pecado, cuyo cuerpo quiso destruir al enviar a su Hijo desnudo al seno de una Virgen, desnudo al pesebre y desnudo a la cruz. Por eso San Pablo dice que él destruyó el cuerpo del pecado, a fin de que no sirvamos más al pecado. Dios reprobó la insensata sabiduría de la carne, del mundo y del demonio por medio de la vida y muerte de su Hijo. ¿Ignoráis, dice el apóstol a los Romanos, que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado (Rm_6_3s). El nos mandó despojarnos de esta mortalidad y [1185] caminar en una nueva vida. La carne se rodea de sus concupiscencias; Jesucristo la priva de ellas, crucificándola en él, aunque inocente, por todos los culpables. El mundo ama la vanidad; Jesucristo escogió las afrentas y desprecios, desnudándose de todo honor creado.

            El diablo ofrece astucias y engaños; Jesucristo, la sinceridad y la sencillez, asegurando que los hombres no entrarán en el cielo, del que fue expulsado el demonio, si no son como niños pequeños, cuya única preocupación que permanecer en el seno de sus madres, que es su elemento y su alimento, y dejarse conducir y llevar a donde ellas desean.

            Jesucristo quiso dar muerte de una sola vez al pecado, a fin de que Dios viva para siempre y que los elegidos, despojados de las cosas creadas, sean revestidos de la divinidad increada, haciendo que, por sus méritos y su fidelidad, puedan entrar en el gozo de su Señor, que viste su desnudez. Por ello el apóstol dice que el fin no consiste en despojarse, sino en estar revestido de inmortalidad. Fue éste el plan inicial de Dios al crear desnudo al hombre, a fin de que pudiera desear, estando sobre la tierra desnuda, ir al cielo a ver al descubierto la divina bondad y belleza, para ser revestido de ella, adorándola con amorosa humildad y reconociendo que por ella y su caridad posee este bien, para no hincharse de ambición, como sucedió con Lucifer, en castigo de la cual fue privado para siempre de la gracia y de la gloria, permaneciendo en una horrible desnudez y abatido en una profunda confusión en el centro de la tierra, que se avergüenza de haberlo recibido a causa de su continuo desorden: El sheol, allá abajo, se estremeció por ti saliéndote al encuentro (Is_14_9). Más adelante el profeta, lleno de asombro, le dirige estas palabras en la persona del orgulloso monarca: ¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Has sido abatido a la tierra, dominador de naciones! Tú que habías dicho en tu corazón: Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios, alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el extremo norte. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo. ¡Ya!; al sheol has sido precipitado, a lo más hondo del pozo (Is_14_12). [1186] El profeta Isaías tuvo mucha razón al mofarse de este soberbio, describiendo los pensamientos de su corazón, inflado de arrogancia, y mostrando la vergüenza que le ha servido de patrimonio junto con los tormentos eternos, lo mismo que a todos aquellos que han imitado su vanidad, los cuales no sólo son despojados de la gloria, sino afligidos con los golpes mortales de su indiferencia, porque la ambición de ser grande sin la sumisión a la divina grandeza es como tener un corazón laxo y desear la nada; ya que sólo a Dios corresponde conceder la verdadera grandeza a los que son humildes en su presencia. Por ello San Gabriel dijo que Juan Bautista sería grande delante de Dios y Jesucristo, ratificando la palabra del ángel, dijo: No ha surgido, entre los nacidos de mujer, uno mayor que Juan el Bautista (Mt_11_11). Como a este ángel del gran consejo se habían revelado las inclinaciones del Padre eterno, que lo había enviado, se consideró indigno de desatar la correa del calzado del Mesías, el cual, al elegirlo para que lo bautizara, lo ensalzó por encima del astro supremo del cielo empíreo, colocando a su humilde precursor a mayor altura que su adorable cabeza, a pesar de las humildes protestas de su indignidad. Jesucristo es el sol de justicia que mandó a San Juan que cumpliera en él toda justicia. Lucifer y sus secuaces cometieron y siguen cometiendo toda clase de injusticias contra Dios y contra ellos mismos. Por haberse despojado de todo bien, son sumergidos en el abismo de todos los males por toda la eternidad. El mandato del gran Dios no da lugar a término medio. Cada uno es recompensado según sus obras; por eso dice San Mateo: Estos irán al suplicio; los justos, a la vida eterna (Mt_25_46). Las vestiduras de los condenados son los suplicios eternos en el fondo de los terribles abismos. Se burlaron de Dios en el camino, y Dios se ríe y se burla de ellos en el término. Los justos vivirán en perpetua alegría, contemplando la justa venganza de Dios sobe los inicuos, que se verán obligados a confesar en alta voz: Dios es bueno en sí y justo con nosotros, admitiendo su desastroso final como el resultado de haberse desviado de la rectitud para la que Dios les había creado. Como se mofaron de su creador y Padre común [1187], son maldecidos justamente por no haber querido recibir la segunda bendición que Dios Padre envió a la tierra: su Hijo benditísimo, que se hizo anatema por sus infames culpas, a fin de que la justicia divina, satisfecha en todo rigor, no tuviera que exigir algo más. Fue desnudado y befado por los suyos, para reparar el escarnio que el pecado cometió en contra de los mandatos divinos. Después de embriagarse en la Cena con el vino de nuestro amor, del que mostró un gran signo en su último sermón y en el don adorable que hizo de sí mismo en el divino sacramento, en el que cambió el pan en su cuerpo y el vino en su sangre, se plantó como una vid admirable en medio de los corazones. Judas se burló de él y le vendió, pero su bondad paternal no lo maldijo por ello como enemigo; al contrario, lo llamó amigo desde aquella Cena. El se embriagó de tal manera, que le fue necesario subir al lecho de la cruz después de derramar toda su sangre, durmiendo en el sepulcro durante cuarenta horas, en espera de beber y dar de beber a los suyos en el reino de su Padre del vino de la gloria, en la que, despojado de toda mortalidad, está revestido de vida eterna, cubriendo con ella a sus elegidos, que para entonces estarán despojados de todo rastro de pecado y desnudos de toda materialidad, es decir, de sí mismos. La sabiduría de Dios pareció locura a los insensatos demonios y a los hombres que tropezaron con esta piedra viva; los que cayeron sobre ella, se sintieron ofendidos; y aquellos sobre los que cayó, fueron aplastados. Los demonios quisieron situarse sobre ella, al verla destinada a ser un astro admirable. Dios Padre reservó a Jesucristo, su Hijo, para ser el sol del cielo y de la tierra, a lo que ellos se opusieron, considerando que su naturaleza era mucho más noble que la humana. Por ello dijo Lucifer: Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios, alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el extremo norte. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo (Is_14_13s).

            Escuché el anuncio de que un hombre debía ser exaltado en el cielo, lo cual es decreto y alianza. Me opondré a ello y me elevaré por encima del Hombre-Dios, del astro divino que será también humano, por estar compuesto de alma y cuerpo, teniendo dos naturalezas: según la divina, es más digno que [1188] yo; según la humana, está muy por debajo de mí. Por ello pondré mi trono a mayor altura que él, sentándome en el monte de la reunión del lado de aquilón. Seré un frío desprecio hacia esta tierra o esta nube, que se halla tan elevada por estar unida a la divinidad; pero como existe una gran diferencia entre mi naturaleza espiritual y el natural corpóreo que él desea asumir, demostraré que debe ceder ante mí, porque yo soy más conforme al Altísimo. Obtendré el derecho de heredero de la alianza, o bien lo suprimiré.

            Te equivocas, ciego de tanta luz, empequeñecido de tanta grandeza, pobre en la demasiada riqueza, loco e ignorante en el exceso de suficiencia y de conocimiento: al sheol has sido precipitado, a lo más hondo del pozo (Is_14_15). Miguel te expulsará del cielo empíreo para precipitarte hasta el centro de la tierra; la mujer vestida de sol será protegida en el seno del mismo Dios, que es un desierto. Desde la eternidad Dios ha permanecido en su propio ser, debiendo obrar la creación ad extra: hacia el exterior. Su bondad lo movió a darte el ser, lo mismo que a todas las demás criaturas, pero su amor eligió a María entre todas y sobre todas ellas, para ser Madre de su Hijo único, que sería el primogénito de María. Por esta razón ella es el primer cielo creado en las intenciones divinas, siendo poseída desde el inicio de su senda, que es el Verbo, por el que fue creada y destinada a ser su Madre. Por ello el Espíritu Santo preparó un millón de favores que deseaba desbordar en María, que es como un mar sobre cuyas aguas se cierne el Espíritu Santo, protegiéndola y reservándola para sí: Desde el principio, antes de los siglos, etc. (Si_24_14). María es el cielo admirable que el Verbo asentó y que el Espíritu de su boca adornó con tantas bellezas y bondades arrebatadoras, de las que la Trinidad se prendó y sigue prendada amorosamente. A ella corresponde ser Madre, no sólo de los vivos, sino de la vida, por ser Madre del Verbo Encarnado. María no es, como Eva, tierra vacía, por haber engendrado al que es toda plenitud; sino el cielo en el que la luz se hizo carne: Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz (Gn_1_3).

            Desde el primer instante de su concepción, Dios dijo que se hiciera en María la luz de la gracia, y surgió María llena de gracia, la cual permanecerá eternamente en la [1189] plenitud de las gracias: En todos los pueblos busqué dónde posar, y en la heredad del Señor fijé mi morada (Si_24_11).

            Ella debía morar para siempre en la heredad del Señor como posesión suya, incontaminada desde la eternidad: ella fue ordenada por Aquel que lo ordena todo. Es la tierra sacerdotal exenta de los tributos que los hijos de Adán deben y han debido pagar, porque el Verbo divino es su Padre, su esposo y su Hijo que llega a la madurez.

            Este sacerdote eterno escogió a su Madre entre todas y por encima de las simples criaturas, como hostia viva y agradable a Dios; es la mujer rodeada de sol, coronada de estrellas y calzada de luna. Adán y Eva fueron creados bajo la luna, que fue, cual infortunada Jericó, el lugar en que se los despojó de la gracia, se les afligió con toda clase de golpes mortales y se les abandonó al borde de la muerte, hasta que muriera el Samaritano que les daría una segunda vida a través de su primera resurrección.

            María tomó posesión de su herencia en Jerusalén suya, y hundió sus raíces en Dios; las tres divinas personas eran los pueblos con los que María trataba y conversaba pasivamente, en tanto que Dios la miraba bondadoso y complacido: Judá, mi rey (Sal_107_9). María, de la tribu de Judá, fue Reina desde la eternidad en la mente eterna y reservada para ser Madre del Verbo Encarnado, a fin de que él se pudiera gloriar de nacer de una Madre impecable por la gracia y por conveniencia, así como se ufana de nacer de un Padre impecable por naturaleza.

            El Verbo quiso manifestar el misterio oculto a los siglos que transcurrieron dentro de su ser, que constituye las inmensas riquezas del divino Padre. Aquella Madre, destinada para ese hijo nobilísimo, no debía degradar la genealogía de su Hijo, el cual sería caballero en línea directa, por derecho y no por favor acordado. María es súbdita por creación y Dama por su elección, que existió antes de que Adán fuera creado. Así como decimos, discurriendo con la razón, que el ser es anterior al acto, según nuestra manera de pensar y de hablar, no podemos definir en

            Dios una sucesión de tiempos anteriores y posteriores. Lo único que afirmamos es que, como [1190] María debía engendrar a Jesús, tuvo que existir antes de comunicar su sustancia a Jesús, su Hijo. Pero como confesamos en Dios un poder eminente que puede hacer todo en un instante, sin necesitar, como nosotros, comenzar, proseguir y terminar. Decir Fiat, Hágase, es pronunciar una palabra perfecta. Decir: María es Madre de Jesús, y Jesús es Hijo de María, es afirmar que el Verbo se hizo carne y nació en María, porque así lo dijo Dios. Ella es la primera entre todas las criaturas: Reina de los ángeles y de los hombres, súbdita de Dios por su creación y Señora por su elección, a la que el Verbo Encarnado quiso someterse en calidad de Hijo, para que, a su vez, ella lo sometiera al divino Padre en el tiempo y en la eternidad.

            ¡Oh Señora ensalzada, Señora iluminada, Señora que da luz que nace rodeada de sol del centro mismo de la luz y del océano del divino amor! Tu Oriente nace con el Oriente, no por la esencia común a las tres divinas personas, que son un solo Dios en su naturaleza simplísima, sino por tu participación en el ser divino; emanas de Dios y eres ungida por encima de todas las demás criaturas, con óleo de alegría.

            Eres la mirra purísima que no tuvo necesidad de una incisión y fuiste rodeada de luz como con un manto. Eres la casa de marfil; eres la amada y la enamorada del divino Rey. En Sión está su dignidad; a esta casa conviene la santidad por estar destinada a ser la habitación de Dios: Poseerá el Señor a Judá, porción suya en la Tierra Santa, y elegirá de nuevo a Jerusalén. ¡Silencio, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa Morada! (Za_3_16s).

            Que la carne guarde silencio si quiere hablar con torpeza. Es menester dejar hablar al Espíritu de Dios por boca de María, que es el santuario divino que se eleva hasta Dios, que se ha complacido en preservarla de toda corrupción, sin permitir que su santuario viera la corrupción ni que ésta lo mirara. El pecado jamás se atrevió a contemplar a María, ni Dios permitió que ella lo viera: el privilegio de amor la [1191] eximió de ello. Ella es Virgen de Dios, oculta en Dios: Alma: Santa Madre Virgen reservada para el Hijo del Altísimo, que quiso honrarla con su divina dignidad: Es un honor para quien el Rey quiere honrar (Est_6_7).

            A ella se refirió David cuando dijo: Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad, etc. Hay que observar que ella dice en el verso anterior: Ni sacrificio ni oblación quería s; dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad. Dios mío, en tu ley me complazco, en el fondo de mi ser (Sal_40_7s). Como ella nada debía por el pecado, Dios nada le exigió por él, invitándola a presentarse ante él con toda su pureza. Ella responde: He aquí que me presento ante ti como la primera inscrita en tu libro, que es el Verbo, el Cordero divino, el libro de vida en el que escribiste mi nombre Antes de la creación del mundo, antes de Adán y Eva, junto con el Verbo Encarnado que es su Hijo. En tanto que encarnado, se sitúa después de mí; pero en cuanto Verbo, va delante de mí. Sin Verbo no hay libro, porque él es el libro.

            El miró de frente el pecado y lo llevó sobre sí, haciéndose pecado y muriendo por el pecado sin ser pecador. Como es Dios, pudo pagar en rigor de justicia y combatir el pecado que ofendió a la divinidad, algo de lo que era yo incapaz por ser sólo una criatura; era necesario un mérito infinito, que mi Hijo dio a la carne que tomó en mí. Se acepta el que yo haya sido concebida sin pecado, debido a que no debe negarse el privilegio que las tres divinas personas me concedieron de no estar sujeta a él. Jamás estuve bajo el pecado de Adán, sino retirada y preservada en Dios como su primogénita, la primera en ser engendrada antes que todas las criaturas. Yo tuve la primacía en todo debido a que el Verbo tomaría en mí la carne, para llegar a ser una hostia viva y agradable a Dios, sin estar sujeta a caer; de otro modo Satán hubiera podido decir: Tienes una Madre que debía caer con las demás, a la que rescataste con anticipación. Debía ser esclava como los demás hijos de Adán; me arrebataste lo que me [1191] pertenecía a causa de la caída de Adán. Esto sería verdad si hubiera estado bajo Adán, pero estaba sobre él con el nuevo Adán, que fue el primero en la intención divina, aunque existía después de él en la realidad.

            Jesús es impecable por naturaleza y María por gracia, gracia perfecta que no permitió que incurriera en la obligación de los hijos de Adán, ni en las declaraciones de culpas, como implicada en el atentado divino. No hubiera yo podido vivir al presenciar semejante crimen. Mi Hijo, que es Dios, pudo hacer aquello por tener una naturaleza divina que sostuvo el alma y el cuerpo en el día de la venganza. Yo pagué en él lo que no debía, aportando la materia y él, el precio y la dignidad. Si este cuerpo y esta carne hubieran debido caer, la ofrenda hecha a la divina justicia hubiera detectado al culpable, que hubiera tenido necesidad de redención y mi Hijo sería el fruto de una mujer que debía ser esclava. Pudiendo eximirme de esta obligación, ¿por qué no haberlo hecho? Yo debía aportar la materia para rescatarme. ¡Cuán indigno sería esto para la Madre del Altísimo!

            Si Adán y Eva no hubiesen caído, jamás hubieran tenido necesidad de redención. Los ángeles no fueron rescatados, pero sí confirmados en gracia mediante la adoración que rindieron a mi Hijo. Que este privilegio me fue concedido con ellos, nadie puede negarlo, porque estoy tanto más elevada cuanto la dignidad de Madre eleva por encima de la de servidor. Los que nacen príncipes son más nobles que aquellos a quienes el rey nombra príncipes, ya que carecen de este titulo por haber nacido rústicos: El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras, desde el principio, antes que criase cosa alguna. Desde la eternidad tengo yo el principado, desde antes de los siglos, primero que fuese hecha la tierra, etc. (Pr_8_22s).

            El Señor me poseyó desde el inicio de sus vías, antes de crear cosa alguna, antes de dar comienzo a las criaturas. Yo soy más antigua que todo; antes de que hiciese la tierra, ya estaba destinada a ser su madre; los abismos cubiertos de tinieblas aún no existían y yo ya estaba concebida en las claridades divinas. Era yo una nube de gracia [1193] antes de que las fuentes brotaran; aún no había montes ni collados y yo ya estaba en Dios, quien disponía conmigo todas las cosas, sometiéndomelas en él junto con su Hijo, que debía nacer de mí. Yo fui su deleite cada día de la creación y trazaba un círculo sobre la redondez de la tierra. El jugaba conmigo y yo con él, por él y en él, porque yo no vivía en mi ser, careciendo por entonces de la existencia y subsistencia propia. Estaba yo en la mente de Dios sostenida por su ser, para el que nada es pasado ni futuro, porque todo está presente. El que me halla, ha hallado la vida, ha logrado el favor del Señor. Pero el que me ofende, hace daño a su alma; todos los que me odian, aman la muerte (Pr_8_15s).

            Estuve exenta de la deuda del pecado porque el Señor se colocó a mi derecha mediante su presciencia y providencia divina: Pongo al Señor ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; pues no has de abandonar mi alma al sheol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre (Sal_16_8s). Pero a mí, que estoy siempre contigo, de la mano derecha me has tomado, me guiarás con tu consejo, y tras la gloria me llevarás (Sal_73_23s).

            Por eso mi corazón está siempre alegre, mi lengua lo alaba y mi carne descansa segura en espera de ser Madre del Verbo, que jamás buscó la mayor dignidad para que yo estuviese en el rango de los tres. Evitó espantarme con el horror del pecado, tratándome como a una delicada princesa a la que no se desea mostrarle lo que la disgusta.

            El príncipe, que es más fuerte debe estar alerta para quitarlo y ahuyentarlo de su vista. Mi Hijo, que es Dios, pudo avistar el pecado para obligarlo a morder el polvo y precipitar [1194] su muerte; mas no yo, que soy una simple criatura a la que Dios ha mostrado las sendas de vida por las que debe pasar, colmándola de alegría con la visión de su rostro divino, que me ha mirado y mandado contemplarlo con delicia, sin temor al pecado, porque estoy a su derecha, y él en la mía. Por ello me tomó de la mano derecha, conduciéndome deliciosamente con su gracia, recibiéndome en la posesión de su gloria y glorificándose en mí: Tras la gloria me llevarás (Sal_72_24). Siempre me he mantenido a su diestra, donde se encuentran los goces eternos. Nunca he deseado tener sino a Dios en el cielo y en la tierra. Mi amor me ha llevado hasta él, de suerte que mi cuerpo y mi espíritu desfallecen anhelando vivir sólo para Dios y por Dios, que es el Dios de mi corazón y mi porción por toda la eternidad: Bueno es para mí estar con Dios y hallar mi refugio en el Señor y anunciar tus mandatos en las puertas de la hija de Sión (Sal_72_28).

            A fin de publicar todas tus obras en la puerta de las hijas de Sión (Sal_72_28): para anunciar a los ángeles, que son las hijas de Sión, tus predicaciones públicas. Los ángeles las conocen, mas no las que haces en privado. San Pablo dice que él juzgará a los ángeles, y que evangelizará a los principados y a las dominaciones.

            ¿Puedo dejar de anunciar a los ángeles los secretos que aprendí de mi Hijo? Yo le di un cuerpo virginal y él me comunicó su secreto escondido a los ángeles y a los hombres. Se trata de un secreto virginal, que sólo debe revelarse a la Madre Virgen, que es una misma carne, un mismo espíritu, un mismo amor con él, que consiste en una admirable y adorable unidad de Dios con su criatura, de la Madre con el Hijo, de la esposa con el esposo, de la parte con su todo, que es para ella todas las cosas. San Pablo quiso juzgar; yo, en cambio sólo deseo abogar, porque no quiero el oficio de juez, sino el de abogada de los pecadores, intercediendo por su causa con autoridad y mostrando que jamás tengo dos seres bajo la ley del que litiga, porque mi Hijo aceptó someterse a la ley naciendo de mí, a fin de tomar en mí un cuerpo para redimir a los que estaban bajo la ley. Es verdad que yo jamás hubiera podido hacer este rescate de condigno, porque, siendo finita, no podía satisfacer al infinito si mi Dios-Hijo no lo hacía. Como las acciones son de los soportes, las suyas eran teándricas. [1195] El presenció la corrupción, es decir, sondeó la llaga, por ser médico. Yo era demasiado delicada para tolerar la vista de tan horrible herida; no hubiera podido soportarla sin desvanecerme. Al estar junto a la cruz, estuve de pie en todo momento sufriendo que el cuerpo de mi Hijo fuera desgarrado, taladrado, herido y torturado hasta la muerte para librar al género humano del mal de la culpa. Como soy Señora e hija amada en la mente divina, llevo y llevaré el nombre del señorío principal que Adán y Eva poseyeron por algún tiempo, que es la gracia. Por ser Madre y esposa del primogénito entre muchos hermanos, dicho señorío me corresponde, porque así lo desean mi Padre, mi Hijo y mi esposo. Asuero descendió de su trono para levantar a Ester, que se había desmayado por temor a la ley que él había decretado. El príncipe, acariciándola, le dijo que dicha ley no se había hecho para ella, porque ser su hermana y su esposa. Estas consideraciones, unidas al amor que sentía por ella, la hicieron su igual y no súbdita suya. Más aún: el amor la constituyó en Dama y Reina suya, aunque no en Madre suya, como María, que es madre del Verbo Encarnado, el promulgador de todas las leyes. El Padre sólo da órdenes a través de su palabra; ¿sería propio del Verbo, que todo lo sabe, todo lo prevé y todo lo puede, anotar el nombre de su madre bajo esta ley para después librarlo de ella? No, ella siempre ha experimentado su bondad, que reina en el cielo y la tierra.

            El Espíritu Santo, que la llama su esposa y dos veces su toda hermosa, ¿hubiera permitido que estuviese en peligro de ser [1196] afeada, que fuera necesario prever el peligro de una esposa gravada por la culpa? No hubiera sido toda pura y sin mancha estando en esta obligación, para ser librada de ella. Sería una suerte de infamia el ser presentada a la puerta de una prisión, aunque un liberador esperara en ella para impedir que una ingresara en ella. Se la podría reprochar: De no ser por éste, habría quedado prisionera. El ha cancelado tu ficha.

            Esta exención en nada disminuye el agradecimiento que debe a la santísima Trinidad y a su Hijo, que la eligió desde toda la eternidad: Dios la eligió y la predestinó, llevándola a morar a su tabernáculo (Sal_90_10). Ella fue el tabernáculo de Dios, y Dios fue el suyo: No ha de alcanzarte el mal, ni la plaga se acercará a tu tienda (Sal_90_10).

            El mal se acercó al Salvador, porque él lo tomó sobre sí para pagar a la divina justicia, que mandó se le azotara con todo rigor. La respuesta que dio a Pilato nos muestra que el procurador no habría tenido poder sobre él para entregarlo y condenarlo al látigo si dicho poder no le hubiera sido dado de lo alto.

            David dijo en la persona del Salvador: Pues yo estoy a punto de resbalar, y siempre tengo presente mi dolor (Sal_38_17). Dios no obligó a María a ley alguna. Cuando fue a la Purificación. El evangelista dice que se dirigió al templo según la ley de Moisés, aclarando que María no estaba sujeta a ella por haber concebido un hijo del Espíritu Santo, sin lesión ni menoscabo de su virginidad. Ella no podía ser impura como las demás mujeres de la tierra, porque de ella surgió la estrella de Jacob. La Virgen dio a luz al Salvador así como los rayos del sol dan brillo a una estrella.

            Al nacer de María, fue verdaderamente hombre mortal, nacido de María, sin dejar de ser en todo momento el Hijo del Padre eterno: Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla (Sb_7_26). Al salir de María como la claridad divina y omnipotente, [1197] no permitió que María fuese mancillada, porque debía ser la madre del candor sin mancha de la majestad divina. Era necesaria una majestad para engendrar la majestad. A esta imagen de la bondad y la belleza increada, quiso él contraponerle una creada que fuese la copia más perfecta jamás reproducida, deseando conservarla por siempre en su gabinete divino, para no exponerla al peligro de ser decolorada, manchada o robada. Sólo él permaneció unido a esta imagen, que jamás se apartó de sus divinos ojos: Es ella, en efecto, más bella que el sol, supera a todas las constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora porque a la luz sucede la noche (Sb_7_29s). Es hermosa como el sol que la escogió para él antes de asentar las constelaciones; me refiero a los ángeles, que son estrellas confirmadas en gloria, para coronarla con la corona que no puede ser vista por ojos legañosos, ya que la diadema con que la santísima Trinidad ciñe su frente no puede ser percibida por el ojo creado, ni el oído del hombre es capaz de oír los elogios que el Verbo le tributa, ni el corazón puede ascender con el pensamiento para valorar el premio que le otorga el espíritu de amor. La divinidad reservó para sí y para María este conocimiento, ya que la amó y la ama con un amor singular antes de llegar la noche de Eva, a la que sucedió. Dios no hubiera puesto su obra maestra en peligro de ser robada. No, Jacob nunca tuvo tanto miedo de perder sus bestezuelas, sus hijos y la misma Lía, como el de quedarse sin su Raquel; temeroso de que ella se espantara al ver a Esaú furioso y encolerizado, quiso hacer las paces con él enviándole presentes antes de que ella llegara, asegurando su buena disposición hacia él, y pidiéndole se marchara para no apresurar a su Raquel o verse privado de su belleza durante los días que tardara en reunírsele. El amor tiene recursos admirables para no alejarse del objeto amado, porque el enamorado está más en la amada que en sí mismo, no pudiendo abarcarla enteramente en él; pero lo que es imposible a la criatura, es posible para Dios. El escogió a María como su Sión celestial, en la que reina [1198], quebrantó el poder de los enemigos; no hubo que fabricar escudos ni espadas, porque la guerra cesó para siempre. El Señor de los ejércitos sólo combatió por su Madre en el sagrado combate del amor, al que la llevaría. Si en cuanto Dios él la lleva, en cuanto hombre e Hijo suyo le da el triunfo, porque el amor condesciende: María, por ser Madre, ama a su Hijo y es como ejército en orden de batalla (Ct_6_4). Así lo confiesa en respuesta a las alabanzas que se le tributan por ser la aurora que se levanta bella como la luna, brillante como el sol y terrible como un ejército bien ordenado, después de haber sido llamada cuatro veces por las tres personas divinas y otras dos por el Hombre-Dios, a través de los ángeles y de todas las criaturas, para ser admirada. Ella responde a los que claman para mirarla: ¿Qué veréis en la Sulamita, sino ejércitos ordenados en coros? (Ct_7_1) ¿Qué pueden ver en mí sino un coro de ejército comparado a un coro de música? No hay en mí confusión alguna de pecado. Si me turbara, sería por piedad, al ver que el diablo desea entrar con sus carros en las almas rescatadas por mi Hijo, pero estoy en paz al ver que no son forzadas a darle entrada si no lo desean. Mi hijo mostró gran turbación en la Cena al verlo apoderarse de Judas. Yo sigo teniendo los corazones en orden; en mí ha erigido Dios su propio corazón, en el que se ama con amor interior e inmenso. Me escogió para amarme y comunicarme sus luces inefables, así que de mí, por encima de toda otra persona, puede decirse: Fulgurante de luz Tú, poderoso, viniste, de los montes eternos. Se turbaron los ignorantes de corazón (Sal_75_5s). Aquellos que no son iluminados con las luces de la sabiduría, se turbarán al verme resplandecer con las irradiaciones que las tres divinas personas me comunican, así como de los eternos procedimientos con que se [1199] dignan iluminarme, invitándome a subir en su luz hasta ellas. Al verme ascender, me alaban de este modo: ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! (Ct_7_2). ¡Ah, bellos son tus pasos! La luna te sirve de calzado, estás revestida de sol y coronada de estrellas. Sólo tú puedes andar sobre la luna, donde las demás sufrirían peligrosas caídas. Sabes mantenerte firme, hija de Príncipe, hija de Dios exenta de todo pecado y del gravamen de la culpa. Que los ignorantes se turben en su ignorancia. Aquel que dijo: Obraba escondida desde la constitución del mundo (Mt_13_35), llama roca al alma a la que se digna besar, manifestándole que está lleno de amor hacia su Madre y que está en su corazón como en su trono, porque ella es un trono para él.

            Es ésta una admirable circumincesión, en la que están el uno en la otra. El se denomina Dios escondido y Salvador de María, pero, habiéndola preservado para sí antes de la caída, la llama Alma, Santa: una virgen escondida a las criaturas, que son incapaces de verla tal y como existe en la divinidad y ante Dios; todo lo que no es Dios está debajo de ella. Sólo Jesucristo, su Hijo, es capaz de conocerla en cuanto Dios y hombre; de otro modo, jamás habría sido conocida por la pura deidad. Aun cuando sólo existiera María en el mundo, Dios se hubiera encarnado para honrarla y servirla dignamente. El Padre dijo desde la eternidad: A través del Verbo divino, es necesario que la luz sea hecha porque yo soy la luz increada emanante e inmanente en ti como luz de luz, Dios de Dios y término de tu entendimiento. Yo no soy la luz creada; es necesario que María sea la meta de nuestras delicias al exterior, y la luz admirable que manifestará la luz adorable, Separemos las tinieblas de la luz. Separemos a María de las demás criaturas, de los ángeles y de los hombres, que son como noches comparados con ella, que es un bello día. Es menester llamarla día; cuando la luz fue creada, Dios vio que era buena y separó la luz de las tinieblas: Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz día, y a la oscuridad la llamó noche. Y atardeció y amaneció: día primero (Gn_1_4s). Cuando Dios apartó a María de las tinieblas, llamándola día, a fin de que fuese reconocida distintamente, tuvo piedad de las tinieblas. Quiso que, por compasión [1200] fuese ella un día oriente junto con la tarde poniente de Eva, que yacía en las sombras de la muerte. María trajo consigo la claridad, la vida y una hermosa mañana que alegra a los pobres afligidos, brindándoles la esperanza de la salvación eterna. E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento.

            Y así fue. Y llamó Dios al firmamento cielos (Gn_1_7s). Para mostrar la excelencia de María por encima de todas las criaturas, la separó como un firmamento de todas las que son mutables y cambiantes y, aunque María tuvo la misma naturaleza humana de Adán y Eva, fue sin embargo exenta del pecado y confirmada en la gracia que Dios le había reservado antes de la creación de Adán. Fue un firmamento cuyas aguas fueron reservadas en lo alto para solaz del Espíritu Santo, para su tálamo y sus delicias: El espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas (Gn_1_2). La tierra, empero, estaba vacía, vana y sin rumbo. Cuando las tinieblas fluctuaban en la superficie del abismo, María poseía la luz y la luz la poseía; la luz se hizo al mismo tiempo que María, porque ella poseyó la claridad en cuanto tuvo el ser. Al ser producida por la naturaleza humana, apareció como un firmamento en el que brillaban todas las virtudes que la coronaban. Antes de su nacimiento, la aguardaba ya esta corona. María nació Reina; el sol de justicia la revistió en cuanto tuvo el ser y la luna se ocultó a sus pies para recibir la firmeza y por no atreverse a ser vista con sus inconstancias en este sólido firmamento. María apareció y fue llamada cielo por el Verbo, para mostrar la distancia que hay entre ella y la tierra, manifestando que ella pertenece al primer cielo creado, que fue el primero en ser concebido en la mente divina, fundamentado por el Verbo y adornado por el Espíritu Santo. Dios Padre creó, pues, este cielo desde el comienzo, en el principio que es su Verbo, el cual es el comienzo de las vías del Padre o de su intelecto, en el que se contempla y todo lo ve. El conoce a su Verbo mediante la ciencia de visión, la ciencia de simple inteligencia y la ciencia condicional de todo lo que ha existido, existe y existirá; de todo lo que puede ser y no será, así como lo que sucedería si se hiciese esto o aquello. La libertad de la criatura no siempre la mueve a obrar como desearía Dios para [1201] concederle su gracia si ella obrara según su beneplácito. Esta ciencia no difiere en Dios de la ciencia de visión ni de la de simple inteligencia, sino en la criatura, que hace o deja de hacer, recibiendo lo que Dios le ha prometido bajo ciertas condiciones.

            La Virgen fue poseída por el Verbo con una posesión perfecta. El la contempló como la más bella de todas las criaturas, favoreciéndola con la maternidad divina privativamente a toda otra. Como permaneció virgen, cumplió perfectamente todas las condiciones que Dios le exigió para tomar en ella sus delicias, para salvar a la humanidad, para acrecentar el gozo de los ángeles, para reparar las ruinas ocasionadas por los malos y para llegar a la meta señalada por la suprema grandeza que Dios preparó para ella. María cumplió la voluntad y los deseos del Espíritu Santo para su santificación. Jamás recibió la gracia en vano; el autor de la gracia no encontró ningún otro receptáculo digno de él fuera de su Madre. Ella contentó a Dios fuera de él, porque Dios es Shadday, es decir, se basta a sí mismo en el interior de su esencia simplísima. Dios es todo interior y no un compuesto; la pureza de su ser sólo es perfecta y totalmente conocida por las tres divinas personas, que están la una en la otra penetrándose divinamente y abarcándose con inmensidad. Es una sola majestad, una misma bondad, un solo poder; es un Dios más adorable que visible, más amable de lo que puede ser amado, a no ser de sí mismo, porque se ama con tanta perfección como perfecto es.

            La fe nos asegura que esta verdad nos concede el descanso amabilísimo de saber que Dios se glorifica con una gloria condigna a su grandeza divina; con la gloria que tenía antes de crear los siglos y todas las criaturas. El alma, satisfecha ante el contento divino, se alegra al ver que Dios no necesita de sus criaturas; pero Dios ha comunicado su bondad a su exterior, a sus criaturas, deseoso de hacerlas felices ya desde este mundo, porque la gracia es la gloria iniciada, así como la gloria en la otra vida es la gracia consumada. Ella se alegra al saber que en Jesucristo se encuentra la plenitud de la gracia y de la gloria, es decir, de la divinidad, porque cuando era mortal, [1202] la plenitud de la divinidad moraba corporalmente en él. Ella sabe que lo que Dios concedió una vez a nuestra naturaleza, que fue asumido una vez por la divinidad, jamás lo dejará ni desaparecerá; Dios no se arrepiente de sus dones. La naturaleza divina permaneció en el alma y en el cuerpo de Jesucristo a pesar de que el compuesto haya sido separado: el Verbo Divino jamás abandonó el alma que se estaba en los limbos ni el cuerpo que yacía en el sepulcro.

            El eterno decreto no impuso una necesidad al Verbo divino. Se hizo hombre porque así lo quiso. Se le propuso el gozo y escogió la cruz. Pudo haber conferido a su humanidad la gloria que podía tener sin sufrir la cruz, pero quiso satisfacer en rigor de justicia a la divinidad ofendida, redimiendo a la humanidad de manera inefable. Para satisfacer su amor, que es extremo, sufrió el dolor hasta el extremo, a fin de que lo amáramos sin límites, según la fuerza que nos diera.

            Su santa Madre, que es Madre del amor hermoso, lo amó, lo ama y lo amará incomparablemente, por ser la incomparable; lo cual constituye la alegría de los elegidos, que aman parcialmente por haber recibido parcialmente la gracia. María la posee en plenitud. Como está llena de gracia, está llena de gloria junto a su Hijo, que es su cabeza; y ella, el cuello por cuyo medio nos son dadas las gracias. A nosotros corresponde recibirlas en abundancia, ya que el Hijo y la Madre tanto nos aman.

            Virgen santa, Madre del Dios de amor, concédenos el puro amor, del que eres Madre después de Dios, que es su Padre. Así lo esperamos de tu bondad, que participa de la de Dios por encima de todas las criaturas. El que tiene el amor de Dios, el que tiene a Dios, tiene al todo, al todo adorabilísimo. Sé para mí todo en todo, para siempre.

 Capítulo 167 - La inmaculada concepción de la Virgen Madre. La sabiduría eterna preservó para él, en su santa Madre, la simiente de la gracia original, que pudo ser conocida por los ángeles y los profetas.

            [1205] ¡Oh altura y profundidad de la sabiduría, que es tu consejera! ¿Quién podrá saber tus secretos y tus vías, sino aquellos a quienes te complace revelarlos?

            Salomón, refiriéndose a ti, dice: Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, e innumerables las doncellas. Única es mi paloma, mi perfecta. Ella, la única de su madre, la preferida de la que la engendró (Ct_6_8); que tú tenías sesenta reinas, ochenta concubinas y un número infinito de jovencitas, pero que por encima de todas tienes una paloma única e inmaculada, que es la Virgen sagrada, la única concebida sin pecado. Por medio de dichas jóvenes nos das a conocer la primera modalidad de la gracia que concediste a la naturaleza humana, que después cayó en el pecado original.

            En el vientre de la Virgen Madre obras la santificación, así como en Jeremías, San Juan Bautista y algún otro. El número de sesenta representa a los que se santifican durante la noche. La cifra de ochenta concubinas simboliza la confirmación en gracia que el Espíritu Santo [1206] concedió a los apóstoles el día de Pentecostés, favor que concede también a otras personas. La mención de innumerables jovencitas se refiere a las almas que, después de su muerte y durante su vida, están en gracia suficiente para ser salvadas y morar un día en la corte del gran rey. Son llamadas jóvenes porque siguen sujetas a caer por debilidad en faltas muy grandes; no saben si se salvarán, pero Dios sí lo sabe, ya que puede levantarlas con su gracia.

            Ahora bien, la paloma es la única Virgen concebida sin pecado y preservada para el lecho de Salomón con exclusión de toda otra, lo cual afirma la sabiduría en la persona de la Virgen: El Señor me tuvo consigo al principio de sus vías (Pr_8_22).

            Nos dices de este modo, Virgen sapientísima en toda doctrina, que Dios sólo ha tenido una senda; y haciendo a un lado varias de las más básicas, por así llamarlas, me fijaré en dos de las que mencionas, mediante las cuales te poseyó. La primera es divina; la segunda, humana. En la primera, Dios, desde toda la eternidad, vio en su Verbo, que es la vía de su entendimiento, a todas sus criaturas, amándolas como tales por vía de su Espíritu Santo, que es el camino de la voluntad del Padre y del Hijo; y si desde toda la eternidad las amó en sí, las amó con mayor afecto según el grado en que llegarían a poseer la perfección que su bondad debía comunicarles.

            La Virgen es poseída por Dios por las [1207] vías de la sabiduría y de la bondad: la primera la escogió por Madre y la segunda por esposa y el mismo Padre, como hija. Las tres personas se complacieron en esta elección, tomando posesión de la Virgen como la más singular y perfecta de todas las criaturas, ángeles u hombres, y para dar comienzo a la manifestación de este misterio. Me separaré de estas vías, que no tienen principio, por ser Dios y estar en Dios.

            La Virgen nos dice que, desde su inicio, dichas vías se dirigen al exterior; me refiero a las tres divinas personas, a su sustancia y a su única esencia, en seguimiento a la acción eterna de sí mismo, que es interna. Dios quiso iniciar las vías externas, que están fuera de él. Dejo la creación de los cielos y de los ángeles, es decir, la creación de la tierra y de las demás criaturas, para detenerme en la creación del hombre para el cual las creó. Dios al mirarlas, dijo que todas eran buenas, no tanto en su ser, como en su fin, que es el ser humano, que es más excelente que ellas; porque Dios dijo una palabra y fueron creadas. Dios, misteriosamente, quiso decir más de una palabra al crear al hombre, haciendo a un lado el singular para hablar en plural y diciendo en una asamblea de tres personas: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gn_1_26), como diciendo: hagamos el compendio de todas nuestras obras y posemos en él nuestra imagen, nuestra impronta, para que las criaturas al verlo puedan conocernos en él; y si ellas se unen contra él, sabrán que lo hacen contra nosotros mismos, porque una de nuestras personas irá a vengar el daño que se le haga, revistiéndose de la naturaleza humana, en cuya acción [1208] participarán las otras dos. Yo por la misión; y el Padre dice; y yo dando la sombra del Espíritu Santo. Partamos y mostremos nuestra imagen a la naturaleza angélica, a la que deseamos sea superior a causa de nuestra imagen, que ven grabada en ella, y porque un día el Verbo asumirá esta naturaleza. Pero dejaremos a todos para que su voluntad escoja libremente: o adorar nuestra imagen en nuestra divinidad humanada, o de no hacerlo. Todos los ángeles son comunes en su creación, porque ángeles fueron creados al mismo tiempo, sin comenzar con uno y seguir con el otro, como los seres humanos, a los que hice dependiendo sólo de mí en su creación, pero dejándolos en libertad para elegir sin que un ángel dependa necesariamente de otro para ir donde lo desee, en caso de no querer seguir al otro.

            Ahora bien, dijo Dios, les presento a mi Hijo humanado, al que rendirán honor como a mí, y que se sentará con su humanidad a mi derecha. Si lo hacen, serán eternamente confirmados en gracia; si no, ustedes mismos se ratificarán en desgracia, porque su pecado no será de ignorancia, sino de malicia, en la que serán asentados por mi justicia. Los buenos, en su deber de santa humildad y reconocimiento, aceptarán la confirmación de gracia procedente de la mano de la misericordia, adorando al Verbo humanado; los otros, llenos de presunción al verse libres en sus opciones, preferirán caer en manos de la justicia, antes que reconocer a Dios en el hombre que consideran inferior a ellos. Enfurecidos al ver que no pueden ser independientes de Dios según la creación y su naturaleza, terminarán por no desear depender según la gracia, que les sería confirmada al reconocerlo como su soberano Señor, el Verbo humanado. Al decir ¡No!, fueron confirmados en malicia. El humildísimo san Miguel se había ofrecido como servidor de Dios; pero movido por amor a él y también a la humanidad, tomó las armas contra Lucifer: Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. [1209] También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos (Ap_12_7s). Estalló una gran guerra en el cielo, mas no sólo por la causa de Dios, por el que clamó san Miguel: ¿Quién es como Dios para no adorarlo de cualquier manera que lo desee, y porque le complace hacerse hombre? Combato, pues, por el hombre, del que no depende defender su querella. Veo que es voluntad de Dios que yo luche por él, y no sólo a esta hora, sino para siempre, como se verá, porque yo seré príncipe de la Iglesia militante para combatir en contra tuya. A esa hora Lucifer fue expulsado del cielo con todos sus cómplices, y los otros fueron constituidos ciudadanos eternos del cielo.

            Dios dijo: Hagamos al ser humano a nuestra imagen. Su poder unido a la sabiduría había creado todas las cosas de la nada. Su bondad creativa la inició, aunque parece que la sabiduría se involucró más en la creación del hombre que las otras personas, ya que San Juan dice en su Evangelio refiriéndose al Verbo: Todo fue hecho por él, y sin él nada tuvo vida (Jn_1_4). En él todos los seres [1210] tienen vida; es pues muy cierto que la sabiduría hizo al hombre: Entonces Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente (Gn_2_7). La tierra misma se petrificó para formar su cuerpo, después de lo cual Dios inspiró en su rostro el aliento de vida, soplo que procedía de él y que imprimió en Adán los admirables atributos de la justicia original en la que fue creado; y Dios, al ver a esta criatura tan perfecta, que tenía todas las propiedades de las otras, sea del cielo, sea de la tierra, quiso darle parte de las suyas, reservándolas para unirla a la divinidad.

            La divina sabiduría previó la caída que causaría la instigación de la cautelosa serpiente, la cual, más tarde, para vengarse del Verbo, engañaría al ser humano, moviéndolo a desobedecer con sus argumentos con una desobediencia que empañaría la imagen de Dios en el hombre. Fue así como, no pudiendo atacar directamente a Dios en su ser, agredió su imagen grabada en el hombre que, siendo el primero, mancillaría en consecuencia a toda la naturaleza humana. La sabiduría, empero, no reveló todo lo que haría para impedir los malvados designios de los enemigos. Es ella quien nos dice: Si comienzan una construcción y no la terminan, se les llamará insensatos. El gran arquitecto construyó de tal manera el edificio de la naturaleza humana sobre la columna fundamental de la justicia original de Adán, que ideó, en su divina previsión, el medio de conservarla en pie a través de la misma naturaleza, a pesar de que Adán la perdió. Su amor [1211] nos daría pistas para ello, porque su divina sabiduría quiso siempre, en medio de la ruina de sus criaturas, conservar algunas cosas para que sirvieran de memorial a la posteridad, obrando como un jardinero que, al ver el fin de las plantas, conserva semillas para preservarlas y, de este modo, renovar la planta moribunda para transformarla en una planta viva y más bella.

            El quiso que una parte de los ángeles, me parece que la mayoría, quedara en pie después de la ruina de los que apostataron. Cuando envió el diluvio a la tierra, mandó a Noé que conservara todas las especies de animales, metiéndolos en el arca para, después del diluvio, devolverlos a la tierra, donde crecerían gracias al poder que él les dio de engendrar, a fin de que sus obras no fuesen destruidas, ya que eran buenas, como él mismo pudo comprobar. Si la sabiduría recurrió a su prudencia para la conservación de las criaturas inferiores, no dejó de utilizarla más admirablemente para la preservación de la gracia original. El mismo quiso guardar esta piedra preciosa en los campos de su ser, para confirmar la aprobación que otorgaba a la justicia original, escondiendo su misterio a Lucifer para demostrarle un día que su ciencia natural no era sino ignorancia, [1212] y que un día humillaría a la naturaleza humana valiéndose de la mujer, débil y fácil de engañar, por no estar hecha a sus trampas para cuidarse de ellas, como si se tratara de una jovencita inexperta. Por ser menor de edad, Dios cuidaría de su herencia en calidad de tutor.

            Habiendo creado Dios al hombre como un hijo queridísimo, su amor natural y paternal, por voluntad suya, lo movió a conceder a Adán el premio de la justicia original para deleitarse al verla en manos de su querido primogénito, lo cual fue un efecto del amor.

            La sabiduría sabía muy bien que Satanás era un mono que deseaba obrar en contra de sus acciones y que, a sus expensas, había indagado la clase de culpa que perdería, mediante la desobediencia, la justicia original, pensando en un fruto de bella apariencia que le haría perder y echar por tierra, al desobedecer, el hermosísimo fruto de la gracia de su Padre.

            Bestia cruel, tu envidia no pasa desapercibida a este buen Padre, que sabrá cómo castigar tu malicia, deseosa de anonadar a la más bella criatura de sus manos. ¡Ah! no la hizo para dejarte destruirla con tus ardides, que están patentes a su mirada. El te echará el velo de la ignorancia, porque ve que tu malicia y tu envidia desean exterminar la bella planta que trasplantó del campo de Damasco a su vergel del paraíso terrenal. El mismo sembrará el grano y el germen de la justicia original, que es germen de inmortalidad, preservándolo en [1213] el vientre de Sta. Ana germen del que sería concebida la Virgen sin pecado original. David dijo refiriéndose a dicha simiente: No dejarás a tu amigo ver la fosa (Sal_16_10).

            Dios mío, no permitiste que pereciera ese santo germen, porque un día lo uniría hipostáticamente al Verbo, que eres tú mismo. No, Señor, tu sabiduría no quiso que Adán viera a tu Hijo, a causa de su puerilidad: lo habría revelado a la serpiente, que deseaba engañarle. Lo ocultaste a Satán a causa de su malicia, para un día confundirlo con el mismo sujeto con que él pensaba desquiciarnos: una mujer y un hombre, ambos vírgenes y corona de las vírgenes, que lo confundieron para siempre; y como la serpiente se dirigió primeramente a la mujer, creyéndola más débil, Dios quiso también fortalecerla antes que al hombre que vino a tomar su fuerza de ella. Me refiero a la humanidad de Jesucristo. Por esta razón los evangelistas nos dicen que se sometió a su Madre hasta los treinta años: Y les estaba sujeto (Lc_2_51). Porque, a causa de la divinidad, dijo a su Madre cuando le pidió cambiar el agua en vino: Mujer, ¿qué tengo que ver contigo? Mi divinidad no depende de otros, sino de mi Padre y yo. Y la respuesta que le dio cuando ella le preguntó: Hijo, ¿por qué hiciste esto? muestra su divinidad, que daba fuerza a todos estos hechos. Pero volvamos a su [1214] humanidad. El amor a la naturaleza da la fuerza, constituyéndola en la Virgen. Por eso Dios, amenazando a la serpiente, le dijo: Pondré gran enemistad entre ti y la mujer, que será inmortal; yo haré que, para humillar tu soberbia, te aplaste la cabeza con su talón: Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: ella te pisará la cabeza (Gn_3_15), desdeñándote de manera que no podrá verte, y tú serás vencida por ella, que es sólo una criatura.

            En cuanto a mí, que seré Dios y hombre, no habrá necesidad de que se me admire por mi poder o el de mi madre, que es hija de Adán, porque lo sumiré en un sueño. Pero, Dios de mi corazón, ¿qué trabajo hizo Adán para tener necesidad de reposo? Hace apenas unas horas que fue creado. Parecería más razonable que permanezca despierto y en pie, para manifestar la buena disposición que le concediste al crearlo.

            Pero, querida nodriza, Madre amorosa y Padre todo bueno, ya dije antes que tu amor paternal te movió a conceder a Adán la justicia original como una joya para recrearlo; de un precio tal, que bastaría para enriquecer eternamente su raza al conservarla, o empobrecerla al perderla. Tu sabiduría, que nada ignora, al ver acercarse al engañador, que es Satán, para arrebatársela, estableció el orden diciendo: Yo haré que mi hijo duerma y le sacaré una costilla, de la que formaré a Eva, su compañera, que le parecerá ser todo lo que le prometí; y al verla dirá: Esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne (Gn_2_23); pero le ocultaré el germen de inmortalidad que mi amor paternal le quitó mientras dormía, ya que [1215] me pertenece como Creador y bienhechor. Al asignarme su tutela y la de todos sus hijos preservaré este germen de inmortalidad para revestirme de él al hacerme hombre, siendo su primogénito, porque desde el día de su nacimiento me engendró mientras dormía, a causa de lo cual no supo bien lo que pasó. Mi real profeta diría: Te engendré de mis entrañas antes de la aurora (Sal_109_3). De otro modo, no sería Hijo del hombre, como me haría llamar en varias partes de mi santo Evangelio; y observen que me llamaré Hijo del hombre y no Hijo de los hombres. Mi apóstol San Pablo, que fue instruido en el cielo, me llamaría el nuevo Adán y heredero de su nombre y de su justicia, lo cual se debe a mi divina sabiduría, que preparará sólidamente esta maravilla para oponerse a los planes de mis enemigos, y suavemente para mis amigos. Mi Madre dijo con toda razón: El Señor me tuvo consigo al principio de sus vías (Pr_8_22), diciendo Señor y no Dios, por referirse a mí, que soy Señor de la humanidad; ya que me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mt_28_18), lo cual se refiere a mi humanidad, ya que soy igual a mi Padre en lo concerniente a mi divinidad.

            [1216] Escucha lo que el Cantar dice de mi Madre: Yo te levanté debajo de un manzano donde fue desflorada tu madre, donde fue violada aquella que te dio a luz (Ct_8_5). Es decir, bajo el árbol del mal, donde tu madre Eva fue violada, te desperté antes de que el pecado te hallara con ella. Quise sacarte de la costilla de Adán antes de la culpa; eres la única de tu madre y llevas el nombre que tenía antes del pecado. Como yo soy el nuevo Adán, tú eres la nueva Eva; como yo soy el Hijo mayor, tú eres la primogénita. Puedes decir: El Señor me tuvo consigo al principio de sus vías y seguiré viviendo en los siglos futuros (Si_24_14), porque así como prometí a Adán y Eva trasladarlos al cielo en cuerpo y alma si perseveraban en la justicia original, si no hubiese yo sabido en mi previsión que tú sería Eva y yo Adán, no hubiera hecho esa promesa, porque mi sabiduría no habla en vano. Di cumplimiento al sentido literal y al sentido místico de mi palabra porque No pasará una sola i o una tilde de la ley (Mt_5_18). Por eso mi Madre y yo subimos al cielo en cuerpo y alma con las dignidades de rey y reina, para administrar a la humanidad y a los ángeles los dones de Dios: Cristo subió a la altura, llevando cautivos y dio dones a los hombres (Ef_4_8).

            Dios preservó, de este modo, el germen de inmortalidad para revestirse de él al tomar nuestra humanidad en la Virgen, lo cual no se dio [1217] sin el misterio. ¡Oh sabiduría eterna! que en cuanto hombre moriste entre dos ladrones, dado que tomaste la humanidad en un santo robo, a pesar de que todo derecho es tuyo; pero puede ser que, si hubieses dicho a nuestros primeros padres: Mi sabiduría prevé que ustedes perderán, por el pecado, toda la belleza natural que ella les dio. Denme una de sus semillas para que yo la conserve en su integridad, para que con ella pueda purificar y redimir su naturaleza. Ustedes, en su aventura, desobedecieron el mandato que les di de no comer del fruto. Esta fue, señor, la causa por la que perpetraste aquel feliz latrocinio. Querido tutor de tus hermanos, que te agradezcamos el habernos quitado la heredad de nuestro Padre. Preservaste para nosotros este germen, haciendo de él un gran árbol para alimentar a toda la naturaleza humana. Cuán felices somos al tener un tutor como tú, que añade a nuestra herencia la suya, que es la divinidad que recibe de su Padre. Como Hijo único, tu filiación es única en todos sus aspectos, porque eres el único del Padre eterno, el único de Adán, el único de Eva, el único del Espíritu Santo, que te formó en el vientre [1218] de la Virgen, tu santa Madre. ¡Oh tú, Hijo único de la misma Virgen, que desea ser el único de nuestras almas! haz que ellas no den a luz lo que no seas tú. De este modo, engañarás a la serpiente que te quiso burlar en Adán y Eva, los cuales se avergonzaron al verse despojados de la túnica de la inocencia, no atreviéndose a presentarse ante tus ojos que son como una vara vigilante para castigarlos y expulsarlos del paraíso terrenal. Pero, Padre, bueno, para poder alojarlos un día en el celestial, fue necesario que les hicieras sentir el dolor para su bien, a pesar de que lo que esto repugna a tu bondad paternal, y a que tu misericordia detiene el paso de tu justicia hasta el mediodía: El Señor Dios se paseaba en el paraíso al tiempo de la brisa después del mediodía (Gn_3_8). A esta hora, en verano, nos detiene como cansados de caminar. íbamos despacio mientras te paseabas por el paraíso terrenal, preguntando a Adán: ¿Dónde estás? dándole tiempo para admitir el extremo al que el pecado lo había reducido, a fin de que pidiera perdón a la misericordia antes de que la justicia pronunciara la sentencia de muerte y de destierro del mismo paraíso, hasta tu resurrección, que les entregaría las cartas de su readmisión, pero esta vez al paraíso celestial. Mas, pobre Adán, no pides perdón, disculpando tu falta y echándola sobre la mujer que él te dio.   

            Acababas de decir: Esto es hueso de mis huesos, al verla en [1219] la inocencia, y a esta hora, en que la ves mancillada por el pecado, aduces: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí (Gn_3_8). Culpas a la que Dios te dio, como atribuyéndole tu falta, y ella se excusa con la serpiente.

            Señor mío, maldice, pues, a la serpiente y la tierra por la que andará, y no a tus hijos porque tus varas no están cegadas por la pasión, como las de los padres de este mundo, que sin consideración maldicen más a sus hijos que a sus pecados. Tu vara vigilante, en cambio, ve bien dónde los golpea y de qué manera los echa fuera.

            Helos ahí, fuera del paraíso. Cuando la peste infesta una ciudad, causando la muerte de todos sus habitantes, no se cierran las puertas de algunos lugares que no están infectados, a los que algunos dignatarios se retiran y en los que se conserva un gran tesoro reservado al príncipe o gobernador de la ciudad. ¡Oh amor mío! me enseñas con esto que preservaste para ti el tesoro y germen de la inmortalidad, queriendo, con esta levadura, hacer buen pan para nosotros. Algún día nos lo revelarías al decir que el reino de los cielos es semejante a un poco de levadura que la mujer añade a la harina. ¿Quién es esta mujer, sino tu divina sabiduría, que nos ocultaría la levadura de inmortalidad hasta que tomara forma en el cuerpo de la Virgen, para que después, al ser ensalzado por la gracia de Belén, pudiéramos verle y adorarle?

            [1220] Es un grano de mostaza que conservas para hacer salir de él un árbol que ofrezca albergue a los pájaros del cielo: Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas (Mt_13_32). Mandaste entonces un querubín llameante para que guardara el paraíso terrestre, a fin de que el resplandor de su espada atemorizara a los pobres desterrados, impidiéndoles la entrada a él y ocultando este misterio a Satán, que pensó haber logrado que nuestros primeros padres lo perdieran todo.

            Pero, ¿reservarás este tesoro hasta el tiempo de tu Encarnación en el paraíso terrenal? Henoc y Elías, como se piensa, harían en él su morada hasta los últimos tiempos, en que volverían para predicar. Mas no, me parece que buscarás muy pronto otros lugares para trasplantarlo, haciéndolo mediante la inspiración a tus profetas y la gracia a los patriarcas. ¿Acaso no lo revelaste a Abraham cuando le dijiste: Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré? (Gn_12_1).

            ¿Verdad que en este punto le permitiste ver que sembrabas esta semilla en su generación? Por eso se humilló tanto, sintiéndose indigno de hablarte, como expresando: Deseas colocar este precioso tesoro de inmortalidad en la ceniza y polvo mortal que ocasionó el pecado. Y para probar que Abraham vio de lejos este misterio, dijiste estas palabras a los judíos: Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio Isaac y se alegró (Jn_8_56). [1221] La vio de lejos al hablar de este campo aromático, dirigiéndose no sólo a su hijo Jacob, sino a ti, el heredero del reino de Jacob. Este, a su vez, pudo verlo mientras dormía sobre la piedra, en la que contempló la escala mística que llevaba de la tierra al cielo, en cuya parte alta estaba Dios y por la cual subían y bajaban los ángeles. A causa de este germen enviaste a tus ángeles en embajada a los hombres, llevándoles presentes en signo de la alianza que deseabas establecer con ellos. Tú estas en lo alto de esta escalera, para descender muy pronto y venir a nosotros después de recibir nuestras plegarias, que fueron llevadas por los ángeles.

            Jacob, empero, ¿vio algo más? Un lugar terrible e inaccesible a los demonios, diciendo: ¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo! (Gn_28_17) ¿Cuál es la casa de Dios sino el germen de inmortalidad? Habla también de la puerta del cielo, lo cual nos muestra que dicha casa no es el cielo empíreo, sino sólo la puerta. Buen Jesús, tú eres la puerta por la que entraremos: tu Madre es la primera puerta que nos conduce a ti, que eres el más cercano al palacio paterno.

            Jacob dijo que lo ignoraba. Santo Patriarca, si esta maravilla hubiese procedido de la divinidad, no hubieras tenido razón al decir que la desconocías, porque está en todas partes; pero hablabas de la humanidad, como diciendo: He aquí una casa divina cuyo material es mi naturaleza; y yo no lo sabía. Esto, [1222] por voluntad de Dios, me pertenece, y yo lo ignoraba. ¿Qué debo hacer para poseerla o para ver claramente en qué consiste? No puedo percibirlo con claridad. Pero, ¡cómo, gran Dios! ¿Quieres que yo luche para ver si puedo conquistarla? Reto a duelo al que la robó por amor a mi padre Adán. El me liga con el lazo de su caridad, mediante la cual me impele a combatir. Yo, a mi vez, deseo tirar del lazo de Adán, con el que le veo atado; por esta verdad, no me preocupa perder la vida.

            Esto es todo lo que tengo; por eso huí de mi hermano Esaú, que desea quitármela, a causa de la heredad de mi padre, que obtuve con su bendición; pero veo aquí una herencia más grande a conquistar, en la que poseeré la bendición de aquel que desea combatir conmigo, porque aunque me hiere en el muslo y cojeo por esta causa, no dejaré de luchar. He ahí a Jacob combatiendo con el ángel del gran consejo, revestido místicamente con e germen de inmortalidad como de un vestido hecho para él, que, como ya dije, robó por amor, obrando como los ladrones que se retiran al llegar el alba, por temor a ser descubiertos, porque no desean devolver lo que han robado. Así, fue Jesús quien dijo: Suéltame, que ha rayado el alba (Gn_32_17). Deja que me retire, llega la aurora y su claridad revelará lo que tomé de la naturaleza humana, lo cual aún no deseo aún revelar a sus hijos hasta que nazca mi Madre, que es la verdadera aurora, porque yo soy su sol. Prefiero darte mi bendición. Cómo, [1223] Dios mío, ¿deseas retirarte en las nubes? Yo moro con el Altísimo y mi trono se asienta en una columna de nubes, me respondes. O, como dijo el profeta, haré un trono de zafiro en los cielos; mas, ¿Qué es lo que veo? La Virgen es el verdadero zafiro del que nace el rubí que brillará sobre el Monte Tabor, en el que mostrará su brillante resplandor, cuya gloria hará exclamar a San Pedro: Bueno es para nosotros estar aquí. (Lc_9_33). Fue lo mismo lo contempló Moisés en la zarza ardiente, cuando dijiste: No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada (Ex_3_5). Es necesario descalzarse del pecado original en esta tierra santa, que es la justicia original en la que la divinidad, como arbusto ardiente, conserva a los animales, que son los hombres que a causa del pecado, han perdido la razón y se dejan llevar de los quemantes apetitos que los transforman en bestias, viéndose impedidos a entrar en el lugar donde el fuego de la divinidad preserva para Jesús el germen de inmortalidad sin consumirlo.

            Moisés, ¿dejarás ahí la heredad que has ganado? El amor de Dios, vencido por tu oración, te dirá, como cansado de oír tu voz: Deja ya de clamar, para conceder al fin tu petición y entregarte dicho tesoro. Sube solo a la montaña. Debes hacer para él un tabernáculo y un arca, que será el propiciatorio que guarde el germen de la [1224] inmortalidad. Esto manifestará que tu pueblo obtendrá tantas victorias, que tendrán razón al decir: Ninguna otra nación es tan grande, que tenga dioses tan cercanos a ella (Dt_4_7). La Sabiduría preservará siempre este germen, que es su tabernáculo, deseosa de guardarlo en la tienda fabricada por ti. Mas cuando nazca David, ¿podrá ver algo de él? Sí, porque tendrá una mirada penetrante, capaz de verlo en el sol, ya que nos dice: Asentó su tienda en el sol (Sal_19_4). Sabe, además, que el germen está en el arca debido a las grandes bendiciones que la casa de Obed recibió de Dios, y por tantas maravillas que obra en los Israelitas, castigando a sus enemigos. David, ¿Qué ves en esta arca, que te obliga a danzar alegremente delante de ella, sino dicho germen? Micol, tu mujer, incapaz de verlo, se burló al verte bailar de ese modo. Conocías bien la excelencia de dicha simiente, y quisiste prepararle un templo que construiría tu Hijo Salomón. Y tú, Salomón, ¿percibes algo de él? Serás tú quien posea el don de sabiduría, y quien dirá el día de la dedicación del templo que Dios descendió en una nube.

            Se trata de este germen, acompañado de la divinidad. ¿Dónde reposará? En el Santo de los Santos o propiciatorio, lo cual hará él mismo, porque su madre será el Santo de los santos. Pero, ¿Quién guardará este tesoro? Los querubines, que fueron los primeros guardianes del paraíso terrenal; permaneciendo en él tal vez hasta la plenitud de los tiempos, en que el designio de la Trinidad se cumplirá: Y el Verbo se hizo carne. A manera de velo, enviará un ángel a Santa Ana para decirle que en su vientre estéril será concebida una hija sin par. Pero, ángeles, ¿le dicen cómo se hará esto? Ana no se lo pregunta de este modo, no, pero el silencio de ustedes nos da a entender que esta concepción es admirable, ya que, milagrosamente, concibió a María sin pecado original. En esto consiste el germen de inmortalidad que Dios puso en ella, originando así la Inmaculada Concepción de María.

            ¡Oh Virgen! Hallaste tu reposo en todo lugar, pudiendo decir con toda razón: Busqué mi descanso en todo lugar, y en la heredad del Señor fijé mi morada. Has habitado, desde la eternidad, en la heredad del Señor, porque Dios te atesoraba en sí para convertirte en Madre de su Hijo único y en esposa del Espíritu Santo, siendo tú la única hija de este Padre de amor, y heredera sin par de él mismo y de todos sus [1226] bienes. Sólo tú puedes decir: El Señor me tuvo consigo al principio de sus vía y seguiré viviendo en los siglos futuros. Cuando Dios te creó, te poseyó por encima de las demás criaturas. Por ello puedes continuar diciendo: Entonces el creador de todas las cosas dio sus órdenes, y me habló; y el que a mí me dio el ser, estableció mi tabernáculo, y me dijo: Habita en Jacob, y sea Israel tu herencia, y arráigate en medio de mis escogidos (Si_24_11s).

            Te dijo: Descansa en mi tabernáculo. Habita en Jacob y asienta en Israel tu heredad. Mora, arca mía santísima, con este pueblo mientras permanezca sea fiel a mí, y con mis elegidos, que son redimidos por mi Hijo, que es la verdadera sabiduría. Hunde tus raíces en los que forman la Iglesia, su esposa, la cual celebrará tu Inmaculada Concepción proclamando en alta voz por inspiración del Espíritu Santo: ¡Eres tú la toda hermosa, por no tener pecado original; eres toda bella, por estar preservada del pecado actual; en ti nada hay manchado! Eres toda hermosa, amiga mía, y mancha no hay en ti.

Capítulo 168 - Dios da generosamente la gracia suficiente para la salvación en virtud de los méritos del Salvador, que murió por la humanidad. Algunos se condenan a causa de su resistencia a la gracia por hacer mal uso de su libertad. En cualquier estado en que sean llamados, pueden obtener la salvación, 23 de noviembre de 1649.

            [1229] Esta mañana, día de San Clemente, papa, me desperté después de las dos, pareciéndome difícil levantarme, como es mi costumbre, debido a que tenía un dolor de costado y una extraordinaria pesadez de cabeza.

            La compasión que tiene el alma del cuerpo al que informa, la mueve con frecuencia a ser muy indulgente con él y, como dice el apóstol, nadie odia su propia carne. Dicha inclinación natural encontró la razón favorable para concederle un alivio, permitiéndole un poco de reposo para fortalecerla, a fin de que pudiera soportar los dolores que padece todo el día. Me dejé [1230] ganar por sus persuasiones, tratando de conciliar el sueño, pero el guardián de Israel, que nunca duerme, me comunicó que deseaba instruirme y que la debilidad, aunada a mi dolor de costado y a los desagradables humores que abrumaban mi cabeza, no estaba por encima de sus potencias, invitándome a entrar en ellas, aunque débil e ignorante, por lo que dije con David: Como soy pobre en letras, me apoyaré en la sabiduría del Señor (Sal_70_15s).

            Hija mía, aunque no hayas aprendido las letras, no dejes de escribir lo que escuchas de mí, que fortalece tu debilidad e ilustra tu ignorancia por medio de una clemente dispensación.

            Hoy elevo tu espíritu y te muestro a mi fiel servidor Clemente, papa, al que mi Iglesia festeja en la solemnidad de este día, y a quien el Cordero mostró la fuente. Hija mía. fue él quien envió a su Maestro, san Dionisio, el apóstol de Francia, a París, para llevar a ese lugar la luz de la fe, que había arraigado en él, pero en el que había disputas referentes a la gracia.

            El santo dijo maravillas de los misterios divinos, y para [1231] conocer tú misma su profunda humildad, considera cómo se sometió al juicio del que fue su discípulo, así como Timoteo lo fue de Pablo.

            Cuando Dionisio, divinizado, habló de la Trinidad, de nuestras personas y de la unidad de nuestra simplísima esencia, mostrando con una claridad divina la fuente de luz y haciendo gustar la fuente de la bondad, confesó que él alaba más convenientemente por negación la Trinidad y la unidad, y que adora en la clara penumbra lo que no puede conocer y mirar fijamente en el luminoso esplendor de la divina claridad.

            Su inteligente entendimiento lo elevó hasta Dios, y su profunda humildad lo anonadó por debajo de todo lo creado, al adorar humildemente lo increado, lo cual debe servir de lección a los doctores del siglo, que discuten sobre la gracia con más curiosidad y apego a su propio sentir, que entusiasmo por mi gloria. [1232] Muchos abundan en sus puntos de vista, estando muy lejos de humillarse ante el de nuestro espíritu. Esto, hija mía, es lo que me aleja de ellos y de muchos sabios, en tanto que mi clemencia me mueve a acercarme a los humildes y pequeños, que se confiesan ignorantes, al grado en que acudo a despertar a una pequeñuela a la hora en que me pide compasión de sus enfermedades, viéndose incapaz de la acción intelectual y sintiéndose impedida a causa de los humores e indisposiciones de sus órganos corporales: Levántate pronto, hija mía, asistida de mi gracia, que está muy por encima de la naturaleza, y escribe más movida por la misma gracia.

            Señor, permíteme comenzar con las palabras del apóstol San Pablo, exclamando: ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! (Rm_11_33). Señor, es tu voluntad que les hable como tu oráculo; obedezco: En virtud de la gracia que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual (Rm_12_3). La medida que tu bondad [1233] divina se complace en darme. Obraré según tus luces y asistida por ellas. Hija, hay tres distinciones de tiempo, por no decir tres leyes: la de la naturaleza, desde que Adán cayó en el pecado, al que verás sufrir sus propias flaquezas, en lo que mi justicia se satisfizo, teniendo paciencia hasta el diluvio y reservando para mí a Noé, que era figura de la gracia, el cual la encontró antes de mi venida, en previsión de los méritos del Salvador.

            Comencé mandando a Abraham la circuncisión, que fue una señal mediante la cual deseaba yo poner orden al desorden de la naturaleza. Después de haber conducido a los hijos de Abraham, de Isaac, y de Jacob a través de los desiertos, bajo la guía de Moisés, no suprimí dicha ley, añadiéndole abundantes mandatos y preceptos rigurosos, y dando la ley escrita en dos tablas de piedra por ministerio de los ángeles, que trataban con los hombres como lo creían conveniente, instruyendo a Moisés en todo lo que debían observar. Para entonces [1234] ya había dado a los ángeles la misión de gobernar en calidad de preceptores a los hombres que me eran fieles, y con algo más de rigor a los demás, afligiéndolos en ocasiones para concederles el espíritu. Ellos se hicieron temer cuando hablaron, produciendo truenos, relámpagos y rayos, ya que conocían bien a ese pueblo, rebelde y de dura cerviz, lo cual también sabía Moisés, el cual me representaba los males que sufriría si el divino poder no lo preservaba de su malicia, o si mi soberana bondad no les concedía lo que deseaban tener para vivir a su gusto en los desiertos por los que los conduje después de sacarlos de Egipto, para que se arrepintieran de sus imperfecciones, mediante las cuales se apegaban a los ajos y cebollas, que simbolizan la corrupción de la naturaleza desordenada. Mi justicia les dio codornices, las cuales devoraron tanta avidez, que asfixiaron su vida natural y se orillaron a la tumba, a la que se dio el nombre de sepulcro de concupiscencia.

            Aquellos a los que guió Josué a la tierra prometida, fueron obligados a la observancia de la ley como en tiempos de Moisés, ley que retuvo el nombre de Ley [1235] Mosaica hasta la promulgación de la ley de la gracia. Por ello el secretario del divino amor, Juan Evangelista, el águila que hizo inteligible el Evangelio de Dios, dice en su primer capítulo que el Verbo se hizo carne, y que vino a habitar con los hombres, los cuales vieron su gloria, como del hijo único y natural, igual al divino Padre, lleno de gracia y de verdad.

            Quiso decirnos así que la ley natural y la ley escrita fueron sólo rigores y sombras de dulzura, ya que el Verbo Encarnado traería la verdad y la gracia de la que está colmado, por ser él mismo la gracia de Dios y la gracia sustancial. El Padre dio a su Hijo la gracia sin medida, teniendo una plenitud de gracia y de gloria de la que todos reciben: De cuya plenitud todos hemos recibido, y gracia por gracia, que nos han llegado por Jesucristo (Jn_1_16s).

            La ley fue dada por comisión y a través de Moisés, pero la gracia fue creada y la verdad aportada por Jesucristo, que es autor de la gracia y la Palabra de la eterna verdad: él es la verdad esencial y la gracia sustancial; la verdad de Dios y la gracia de Dios, el cual fue a la muerte por todos: Por la gracia de Dios, gustó la muerte para bien de todos (Hb_2_9), dando amorosa y voluntariamente su vida, que era de un mérito infinito, para salvar a toda la humanidad. El nos dio a conocer claramente que desea nuestra salvación, deseoso de salvarnos a todos, obrando una copiosa redención y dando gracia por gracia.

            Muchos se detienen a discutir la predestinación y la reprobación; a saber, si Dios predestina [1236] previniendo los méritos, o después de ellos. Unos dicen que la gracia suficiente no lo es, en tanto que otros afirman que la gracia eficaz impulsa poderosamente al espíritu a consentir, sin que la libertad pueda resistir. Esto es suprimir el franco arbitrio, y decir que Dios salva por demasía de amor a éste, condenando a aquél con denso aborrecimiento. Unos dicen: Es seguro que yo soy del número de los predestinados o de los reprobados. Si estoy predestinado, me salvaré; si estoy reprobado, me condenaré.

            Si sólo tengo la gracia suficiente, no me puedo salvar; si poseo la eficaz, no puedo condenarme, ya que ésta me es concedida por Dios por exceso de bondad. Aquella me es dada por compasión, porque soy indigente e impotente para hacer alguna buena acción sin la gracia, pero ésta es una gracia que no sobrepasa mis debilidades, las cuales me abaten de suerte que, más que caminar, me arrastro; más que vivir, boqueo. El menor ataque de la tentación me abate. Hago el mal que aborrezco, y no el bien que amo. La fidelidad a la gracia en este estado significa, para éste, estar en el camino de la salvación.

            Querido amor, me ordenas escribir que tu secreto está en ti, que la predestinación es ante todo un acto de benévola misericordia que concede tu bondad, porque es buena en sí y tu justicia, al ver las resistencias de alguna otra, dice: la abandonaré, no teniendo cuenta de aquella que se niega a reconocerme y adorarme en espíritu y en verdad.

Capítulo 169 - La dimensión del seno de María es inexplicable por haber encerrado a aquél que los cielos no pueden contener.

            [1237] Mi amor me instruyó explicándome el gran signo que vio San Juan en su Apocalipsis: una mujer coronada de estrellas, revestida de sol y teniendo bajo sus pies a la que todos suelen considerar inconstante. Su corona son los profetas, los santos y todo el firmamento; la luna con sus fases, mas no las estrellas del firmamento, que conservan siempre la misma plenitud de luz. ¿De dónde viene que la luna simbolice la inconstancia? Sus cambios apuntan a la mutabilidad del estado de esta vida, en tanto que las estrellas figuran la de la gloria, que no está sujeta a las vicisitudes.

            La Virgen manda su influencia a todas partes; es decir, sobre seres humanos inconstantes en medio de los cambios. Ella siempre da con largueza en todo lugar, tanto en su vida mortal como ahora en la gloria, sobre los hombres y los ángeles, que conocieron muchos secretos por medio de la Virgen. Si San Pablo dijo que él juzgaría a los ángeles y los enseñaría. ¿Quién podrá dudar que este privilegio haya sido concedido con mayor titulo a la Virgen? El sol simboliza la divinidad. La luna es un planeta húmedo, que representa para nosotros el Espíritu Santo, que refrescó, a través de la humedad de su sombra sagrada, el ardor que consumió a la Virgen en el momento de la Encarnación; luna que podemos tomar por el Espíritu Santo, aunque él toma posesión en la unidad.

Capítulo 170 - Un alma poseída por Dios no puede tener sentimiento o resentimiento alguno hacia otra cosa que no sea complacerlo, abril de 1653.

            [1239] En esta semana de Pascua, mi divino Esposo abrasó mi corazón con su amor, ardiendo con tanto amor en mi pecho, que me vi obligada a recurrir a remedios refrescantes para moderar las llamas que me consumían poco a poco, provocándome desmayos que la debilidad de mi cuerpo casi no podía soportar.

            Me encontraba en tal estado de indiferencia, que todo lo que no era Dios no me inspiraba sentimiento alguno: el honor, el desprecio, las alabanzas, las calumnias, las injurias y las aflicciones; todo me era igual y no llegaba a alterarme. Aun los furores concebidos en mi contra en las materias más sensibles, y otras muchas consideraciones que debían interesarme, por proceder de una persona de dignidad eclesiástica que me [1240] ofendía extrañamente, influida por otra persona que era religiosa. Tanto el uno como la otra intentaban gobernar mi alma, lo cual no era voluntad de Dios, porque yo no podía dejar a aquel que se ocupaba de ella con tanto fervor.

            Estaba alegre en medio de los desprecios que se les ocurrían. Supe que mi director, por el que él, tenía un gran afecto, habiendo venido a Lyon no había podido visitarme a causa del entorpecimiento de su parálisis. Me dirigí entonces a mi divino esposo, diciéndole que no tenía yo ningún otro afecto sino él, y que si era su voluntad que no pudiese ver a este padre; que no sentiría pena alguna por ello, diciéndole con David que me permitiera hacer todo lo que fuese agradable a sus ojos.

            Aquello en lo que tus ojos se complazcan. Solo miraré los movimientos de sus ojos para hacer y seguir su voluntad, ya que ellos son los resortes mediante los cuales deseo entrar y salir según sus divinas inclinaciones.

            Mi divino amor me manifestó que le había agradado este acto y el estado en que se encontraba mi alma gracias a su misericordia, [1242] pero que no me privaría del consuelo de esta visita; que el padre vendría, porque él así lo deseaba para consolarlo, ya que su fidelidad al dirigirme lo había complacido, añadiendo que San Pedro le tenía cariño al ver que apacentaba sus ovejas.

Capítulo 171 - El amor ardiente de san Martín, la alabanza y la gloria que el divino amor le concedió, y mediante la intercesión de dicho santo, a su indigna enamorada. Tres testamentos, 11 de noviembre de 1653.

            [1243] Como te complace, divino amor mío, que continúe por obediencia la narración de tus gracias y de tus bondades hacia mí en todo tiempo y lugar, quiero obedecer y decir que, habiendo estado durante varios días en una tristeza inexplicable, ésta se acrecentó la víspera de (la fiesta) de San Martín, de suerte que me parecía estar en un abismo de miseria, por no decir de desesperación. Sentía pena al acercarme a los dos sacramentos que podían aliviarme, y si el temor a disgustarte, divino Salvador mío, que los diste a la Iglesia en un exceso de caridad para lavar y alimentar a los tuyos, no me hubiese apremiado, tal vez me hubiera retirado de ellos de inmediato. Digo tal vez, porque casi durante cuarenta y tres años he comulgado todos los días, no siéndome posible, sin hacerme una extrema violencia, retirarme de la [1244] santa mesa que tu caridad preparó y adornó para fortalecerme y defenderme de aquellos que desean afligirme. Al verme en un dolor extremo y afligida por mil imperfecciones, te dignaste, en tu divina piedad, derramar la unción de tu benignidad, dulcificando mis males y lavando mis heridas con el agua de mis propias lágrimas, a las que añadiste el vino de tu amor, mezclando con ellas el óleo de tu misericordia. Convertiste mi alma hacia ti, mi dulcísima esperanza, infundiéndole una dulce esperanza, alegrando mi corazón y abriéndolo con destreza para entrar en él por ti mismo, echando fuera todas las contrariedades. Ante estos prodigios de gracia y de bondad se encontró presente el Señor Abad de Cérisy, al que describí mis dolores y mis penas de la mañana, las cuales habían pasado de mí a ti para dar inicio a mi alegría, por ser tú su origen, que a eso de las seis de la tarde se manifestaba como un oriente de delicias.

            Así como la aurora obligó a retirarse al ángel que luchaba con Jacob, porque no deseaba ser descubierto, la noche obligó a retirarse al Señor Abad de Cérisy, al que tú mismo llamaste el ángel que ayudó a preparar tus caminos para el establecimiento de tu Orden en París en 1643, y para [1245] venir tú mismo al corazón que te pertenece con exclusividad a cualquier otro. Me dijiste que él era el amigo del esposo, que se alegraba al saberte conmigo, tu esposa, aunque indignísima, para colmarme de tus divinas dulzuras, apoyándome tú mismo en elevaciones sublimes de tu poderosa diestra, que manifestaba su fuerza en mi debilidad.

            Al verme desfallecer, me dijiste: Mi carne y mi corazón se consumen; ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! (Sal_73_26). Reconocí, mediante la felicidad de tu presencia, cuánto se sufre en tu ausencia: Sí, los que se alejan de ti perecerán. Tú aniquilas a todos los que fornican lejos de ti (Sal_73_27).

            No puedo expresar cuánto bien y provecho experimentó mi alma. Elevándome a tu bondad, que es en sí comunicativa, puse en ti toda mi esperanza, sabiendo que no sería en vano. Merecía la tribulación por mi desconfianza en el pasado, y tu amor me dio la gloria. Tomando mi mano derecha, me condujo hasta el torrente de tus dulzuras, no sólo según tu santa voluntad, sino mediante la inclinación de tu abundancia sagrada, en la que me embriagaste con el néctar delicioso de tus amabilísimas dulzuras.

            [1246] ¡Cuán bueno es el Dios del amor con los que le aman con intención pura, deseando complacerlo sólo por amor a él! Experimenté las palabras del apóstol: Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio (Rm_8_28).

            Padre de las luces, me permitiste conocer divinamente que San Martín, cuyas vísperas ya había cantado la Iglesia, era uno de tus santos predilectos, al que previniste con tus bendiciones, predestinaste en tu amor y transformaste conforme a la imagen de tu bondad, que es tu Hijo amadísimo, figura de tu sustancia y esplendor de tu gloria, en la que fue transfigurado.

            Al admirar a este Pontífice revestido de luz, adornado de divina belleza, mi alma se elevó fuerte y suavemente, exclamando en diversas ocasiones: ¡Oh feliz Pontífice que amó a Cristo entrañablemente, sin jamás temer al rey ni a los príncipes del imperio!

            Escuché lo siguiente mientras contemplaba a este santo, que ardía con un fuego más que seráfico: Francisco es figura de la sagrada humanidad del esposo divino y Martín de la divinidad, la del Verbo hecho carne. Ambos, despojadas en la tierra a causa del [1247] divino amor, entraron ricos en el cielo, alabados por los coros angélicos y glorificados por el soberano Dios, que es admirable en sus santos, los cuales se congregan, por mandato divino, al lado de su Majestad, que manda esto a causa de su testamento eterno, porque su reino no tiene fin.

            En esta admirable narración, fui instruida acerca de tres testamentos que la divina bondad se dignó hacer a favor de los hombres, en consideración a sus elegidos.

            La primera se refiere al testamento de los bienes de naturaleza y de fortuna se mantuvo, de hecho, en medio de sombras, figuras y profecías, lo cual es fácil de observar en la mayor parte de los patriarcas y de los justos de la ley, sin detenerme a especificar. Por referirse este primer testamento a bienes naturales y perecederos de fortuna, podría parecer un testamento de muerte.

            El segundo testamento tuvo lugar en la Última Cena, con los primeros padres de la Iglesia militante, que son los apóstoles, a través de los cuales fue comunicado a sus sucesores y a todos los cristianos y fieles católicos. Este segundo testamento, que es una alianza de gracia, fue hecho a la muerte del Salvador, que debía morir para vivificarnos. Gracias a su muerte los cristianos recibieron la vida; por ello nos dice San Pablo que su vida debe estar escondida con Jesucristo en Dios, y que deben morir con Jesucristo para resucitar con él. Primeramente en él, que es su cabeza y que está en Dios; es la primera Resurrección, pero como aún no ha llegado lo definitivo, los cristianos todavía no resucitan en sus propios cuerpos físicos y naturales, los cuales, en el último día, se levantarán de la tierra en la que fueron sembrados por ser meros despojos y cuerpos terrestres. Se levantarán más tarde pero [1248] celestiales y espirituales, para ser impasibles, inmortales y espirituales por toda la eternidad, teniendo atributos gloriosos que el rey de la gloria y Señor omnipotente adquirió para ellos, llamándolos reyes y pueblo que redimió.

            Después de sacarlos de las tinieblas y sombras, los ilumina con su propia luz en la Iglesia: primeramente con la de la fe, que recibieron en el bautismo, que es sacramento de luz. Después los fortalece con el sacramento de la fe ¿del amor?: la adorable Eucaristía, en la que les ofrece su gracia en plenitud. En este segundo testamento, que es de muerte y de vida, se encuentra el germen de la gloria eterna, llamada tercer testamento.

            Por ser un testamento de paz, de vida y de vida eterna, sus herederos son admitidos a la heredad eterna del soberano bien, que es indeficiente. En él son hechos participes de la gloria de Aquel que los eligió antes de la creación del mundo para que poseyeran la luz eterna y fueran uno con su Padre y él, que es el Hijo amadísimo, y por mediación del Espíritu Santo en la unidad de su amor, su eterno beso y su círculo inmenso que termina divina e inmensamente las divinas emanaciones y que, mediante un ardor inefable a todo espíritu creado, abrasa a todos los santos para consumarlos en uno, según la divina y amorosa inclinación del Salvador, [1249] entregándose con sus propias manos después de que su Padre le hubo entregado todo, porque amaba a los suyos con un amor infinito, con un amor que llega hasta el éxtasis. Al hablar de todo esto, me parecía salir de mí para penetrar en sus llamas, que me abrasaban interior y exteriormente. En cuanto a San Martín, las llamas del amor aparecían exteriormente, cual globo de fuego, cuando él celebraba la santa misa, en la que el fuego esencial es ofrecido al divino Padre, ya que con este cuerpo y esta sangre, el alma y la divinidad del Verbo no se aparta del Padre y del Espíritu Santo, quienes lo acompañan por concomitancia.

            Al considerar al glorioso pontífice revestido de claridad y fuego divino, me vi toda iluminada y participando de su gloria, alegrándome con todos los ángeles ante su dicha. Te plugo, divino esposo mío, hablar a tus ángeles con palabras dignas de tu amor bienhechor, que, por exceso de cortesía divina, se complace en coronar sus misericordias, confesando haber recibido dones de aquellos a los que todo lo dio en otra ocasión. Les conté una vez que Martín, cuando sólo era catecúmeno, me cubrió con la mitad de su manto; ahora les digo que esta querida hija me ha revestido en todas las hijas a las que ha ayudado a ser religiosas, privándose ella misma de la dignidad del hábito [1250] por mi amor y para gloria mía. Me glorifico en lo que ella me da en sus hijas congregadas, vistiéndolas y alimentándolas. Me complazco en los hábitos de mi orden, que me representan los que una vez llevé. Me complazco en los monasterios que ella me levanta y funda. Me complazco en recibir de sus manos y de su corazón los dones que me ofrece y me da en calidad de dones concedidos a ella por mi sabia providencia. Si tanto estimé la mitad de una capa recibida de un catecúmeno; ¿en qué estima no tendré todo lo que mi esposa me regala?

            Querido amor, ¿Quién no se confundiría y gloriaría ante estos testimonios amorosos de un Dios por su criatura, que sólo es lo que tu amorosa bondad le permite ser? De tus ojos benignísimos y de tu rostro adorable procede mi juicio.

            Hija, no temas los poderes creados. Yo soy la fuerza y tu mayor recompensa; has vivido ya muchos años favorecida con la intercesión de este Pontífice, al que amas y que a su vez te ama fuerte y tiernamente. Los ángeles, tus hermanos, cuidan de ti. Los santos son también tus hermanos, que desean para ti la madurez sagrada. Hijita, tienes un gran Dios que te protege: El que mora a la sombra del Altísimo, habitará bajo la protección del Dios de los cielos (Sal_91_1). [1251] Hija, estás bajo mi protección. Si los grandes de la tierra parecen desampararte o abandonarte, el Dios del cielo se complace en demostrarte que te ama. Dices que tu padre y tu madre, que te criaron con tanto cariño, te han desamparado; pero yo te levanto y te llevo en mi regazo. Dime, pues, junto con David, que yo soy tu refugio y espera en mí, porque yo soy tu Dios, que te libra de la malicia y engaños de tus enemigos. Mi santa humanidad, simbolizada por mis hombros, te da su sombra. Levanta el vuelo en mi corazón divino con un amor ardentísimo, con la esperanza de que mi gracia te engendrará a la gloria. Hija, mi verdad es mi escudo. No temas los espíritus insensatos y nocturnos; sus saetas envenenadas no te dañarán.

            Sus tenebrosas tácticas desaparecerán ante la claridad que mi amor envía a tu alma. Si ellos tratan de producir luces fatuas, no te alarmes pensando que el espíritu que se transfigura en ángel de luz causará tu pérdida en el mediodía de la falsa presunción. Yo los venceré en todo: en los densos vapores de la tristeza y en las vanas alegrías de su júbilo aparente. Cuando con aspavientos de pena, piensen haberte hecho caer en la desesperación, o que a través de las tentaciones de propia suficiencia se apoyen en tu espíritu y en la ciencia que te concedo con preferencia a los demás, estaré a tu lado y en ti, prohibiéndoles acercarse a mi santuario.

            Los abatiré a tus pies, sea en el tiempo de la aflicción, sea en el de la prosperidad, porque daré a conocer claramente que todo lo has recibido de mí y nada de ti. El látigo del rigor no se acercará a ti, que eres mi tabernáculo. Mis ángeles tienen la misión de cuidarte en todas partes; yo, que soy el ángel del gran consejo, nunca te abandonaré. En esta noche te hago caminar sobre el áspid y el basilisco, que con sus miradas, desearían ofenderte. Pisa con un coraje viril al león y al dragón, que parecían querer devorarte esta mañana. La esperanza que tuviste en mi te libró de ellos. Su rabia es vana y yo te he liberado. Canta, pues, el cántico de alabanza a tu liberador y redentor.



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TRATADOS  SOBRE LA EXPLICACIÓN DEL CANTAR DE LOS CANTARES

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Cantares 6, 7, 8 y Apocalipsis

Cantar 6

            [1] Quiero que sepas, mi amada y queridísima esposa, que cuando me ruegas por los pecadores ingratos y casi obstinados, tus ojos derretidos en lágrimas y tu corazón lleno de amor, son armas tan formidables, que mi justicia cede sus armas a la misericordia, la cual no puede ni desea rechazar tus peticiones. Soy más atraído por tu amor de lo que lo fue Asuero por la bella Esther. Por ello, te concedo la liberación, no sólo de los inocentes afligidos, sino aun de los culpables. Yo convierto a los que te aman en otros Mardoqueos, y perdono a todos los demás. A ti te concedo mi amor, que, mediante la gracia, es la totalidad de mi Reino. Aún si no quisiera yo acrecentar tus méritos, me obligarías, por los atractivos de tus ojos, a cambiar mi decisión para permitirte gozar de mí glorioso en la tierra, o para llevarte muy pronto a mi gloria celestial. Privaría con ello a la tierra de la dicha que posee al gozar de tu persona, y de un domicilio en el que las almas que esperan pueden invocar mi presencia, para que las atienda movida por la piedad y la compasión.

            Cuando la cananea vio que yo la rechazaba, se dirigió a mis apóstoles, los cuales me movieron a acceder a su petición. De igual manera, las almas a las que parezco desoír [2] acuden a ti, que eres mi predilecta, para obtener, por tu medio lo que por ellas mismas no pueden conseguir. El amor todo lo puede. El amor que arde en tu corazón lanza sus llamas a través de tus ojos, que me hieren con dardos de un atractivo tan potente, que me disuelvo en ti, para que más tarde puedas derramarte en mí. Para que así suceda, es menester que te diluyas del todo, de modo que puedas desear lo mismo que mi Apóstol, el cual fue urgido por tales llamas, que se vio obligado a exclamar: ¡Ay de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rm_7_24). Agobiado por la caridad y el celo de las almas, llegó hasta aceptar el ser anatema y verse privado de todo consuelo por el bien de sus hermanos (Rm_9_3). Ahora bien, como por mi amor deseas amar al prójimo: Retira de mí tus ojos, que me subyugan (Ct_6_5).

            Aparta los ojos del deseo de verme glorioso en el cielo, pues al verte aspirar y suspirar por mí, me veo como los que atienden un enfermo sediento, al que dan de beber por lástima antes de que desfallezca. Ceden, de este modo, al deseo ardiente del enfermo, pero desobedeciendo al médico que desea lograr su perfecta salud. Es verdad que mi gracia puede ser tan grande, que al satisfacer tu vehemente deseo no dejo de hacerte merecer en un momento lo que sería diferido en otras almas, porque mi ojo [3] es bueno, como dije a los trabajadores de la viña Sin embargo, con objeto de respetar mi mandato, aparta tu vista de las alegrías que podrías gozar en la gloria, y date cuenta de que una amazona valiente debe combatir mientras se encuentra en la batalla. Puedes escuchar de mí lo que dije a santa Teresa, que se moría de deseos de verme: moría porque no moría. Yo le manifesté que era necesario sufrir para gozar de la gloria que le tenía reservada, pero mediante un amor singular. Le dije que, si la gloria aun no llegaba, el mismo amor que la hacía esperar no la había creado para contraer un segundo matrimonio. Mi amor es suave y fuerte; mediante la dulzura, se inclina ante tu anhelo de verme, y mediante él me atraes hacia ti para que te traiga al cielo. Sin embargo, como mi amor es fuerte, desea que permanezcas en la tierra mientras que yo me escondo en el cielo, llevando a él conmigo todos tus afectos y aun los pensamientos más ordinarios, que son como los cabellos de tu cabeza. Tu entendimiento se eleva a través de conocimientos sublimes, que semejan las cabras que se apacientan en el monte de Galaad: Tu melena cual rebaño de cabras que ondulan por el monte Galaad (Ct_6_5). Así como las cabras son ligeras y saltan al subir, así tus pensamientos son sutiles y llenos de alegría, de un gozo que estallar al saberme glorioso en el cielo. Así como Jacob se alegró al saber que su José gozaba y era feliz en su calidad de virrey de Egipto, así te alegras de que, en el cielo, se perciba claramente la verdad [4] de todo lo que la Escritura dice de mí y de todo lo que he dicho. Mis santos se alegran al verte fiel, iluminada por una fe firme que te acerca más a mí. Fe viva que, al ser animada por la caridad, causa que ésta arregle tus cabellos en rizados bucles para venir a cautivarme hasta mi trono, haciendo para mí un collar más precioso que las cadenas de oro y pedrería que suelen portar los reyes. Tus cabellos están aderezados con polvos de violeta de aroma admirable, que es la humildad. Fe, humildad y caridad que ejercen tanto poder sobre mí, que me obligan a ceder a sus deseos. Si los enamorados del siglo se glorían al portar las libreas de sus amadas, yo, que sé amar más que ellos, me glorío mucho más en ellas: Tus dientes, un rebaño de ovejas, que salen de bañarse. Todas tienen mellizas, y entre ellas no hay estéril (Ct_6_6). Es tal la purificación de tus sentidos, que parecen ser espíritus; son tan ingenuos y sencillos, que sólo tienden al soberano bien. Han escogido la mejor parte. De Marta que eran, se han convertido en María gozando de un dominio absoluto sobre todos los objetos que pueden conmocionarlos o atribularlos. Su modestia arroba a los ángeles de admiración. Cuando consideran lo que es puramente material o corporal, imitan, con el poder de mi gracia, todo lo que es espíritu. Tu modestia me honra. La belleza que se manifiesta en tus sentidos es como una vestidura luminosa. [5] El profeta dice que estoy revestido de luz. En el día de mi Transfiguración, mis vestidos aparecían blancos como la nieve y mi rostro brillaba como el sol. Esta belleza atrajo a Moisés del limbo, a Elías del paraíso terrenal y a mis apóstoles de la tierra, cuya cabeza y príncipe, no pudo menos de exclamar, extasiado ante tanta belleza: Señor, bueno es estarnos aquí (Mt_17_14), más aún; mi Padre y el Espíritu Santo, como movidos por santos y divinos celos, acudieron, podría parecer, deseosos de proclamar su amor. Como sobre esta montaña, estábamos en consejo yo y mis servidores, mi evangelista dice: Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra: se trataba de la persona del Espíritu Santo. Y de la nube salía una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle (Mt_17_5). Advierte, querida mía, que mi Padre quiso mostrar así que mi belleza es el objeto de su amor y complacencia. La conversación que tuvo lugar se refirió al exceso de amor que llegaría a su culmen en Jerusalén, donde me entregaría yo a los hombres mediante la institución del divino Sacramento. Dicho exceso de amor se cumplió a la letra en Jerusalén; un exceso de la benevolencia de nuestra Trinidad, que quiso entregarse a la humanidad a través del don que haría yo de mi cuerpo glorioso, bajo las especies de pan y vino: Cuyo bien procede de él, y cuyo poder nos da el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes (Za_9_17). [6] La Transfiguración fue figura de todo esto. Deseaba yo demostrar que podía tan bien dar mi cuerpo oculto bajo las especies, sosteniéndolas sin su propia sustancia, como había yo suspendido mi gloria mediante un milagro continuo, que dejó de darla a mi cuerpo por espacio de treinta años. En el primer caso, obré una transfiguración exterior; en el segundo, una transubstanciación interior, cambiando el pan en mi cuerpo. La primera se dio para permitir a los hombres admirar la gloria que había yo ocultado; la segunda, para admiración de los ángeles, al ver el recurso del amor, que deseaba de ese modo ocultarse para alimentar a la humanidad, obrando un exceso de prodigalidad divina, que sobrepasaría todos los banquetes de los hombres, pero de una manera admirable, para alimentar y revestir a mi esposa, a fin de que sus dientes se blanquearan al beber mi sangre, blanca como la leche, y al comer mi cuerpo, puro como la flor del trigo, saboreando ya en la tierra el mismo manjar que los bienaventurados en el cielo, pero con un doble privilegio: el acrecentamiento de gracia y de gloria. Cuando un alma crece en grados de gracia, acrecienta su grado de gloria.

            [7] Por ello es muy cierto que los dientes de la esposa semejan un rebaño de ovejas, ya que sus sentidos interiores y exteriores son moldeados por mí mediante la manducación de mi cuerpo. Así como soy un cordero, ella se transforma en oveja, que produce dos frutos gemelos: la gracia y la gloria. Son éstos bienes eternos para los espíritus y dones para el cuerpo, debido a que este sacramento ser germen de inmortalidad y causa de la resurrección de los cuerpos. Ya desde esta vida, los cuerpos recibir n alivio mediante su recepción. También serán mortificados, por ser una realidad que éste es un baño en el que el alma es purificada y transformada en aquel a quien recibe: el Cordero sin mancha que lava y blanquea las túnicas de sus amadas, y que borra los pecados del mundo en virtud de su preciosa sangre. Cuando la esposa comulga, alegra a los espíritus celestiales: los ángeles y los santos, y conforta a los habitantes de la tierra. El doble fruto, los que están en el purgatorio y los que siguen en la Iglesia Militante, son como corderitos gemelos. La Iglesia Militante obtiene el alimento de estas pobres almas, que están como amortajadas y sin posibilidad de ayuda, si no se les pone el pezón el la boca mediante los sufragios. Las otras son como hijos ya crecidos, que aportan su cooperación, por estar aún en estado de merecer.

            Pero así como el alma o la esposa deben haber esquilado, mediante la vía purgativa, la lana superflua, no se dice en el segundo pasaje que sus dientes son emparejados, como las ovejas del primero, que ya expliqué. [8] Por ello no debe afirmarse que esta redención es innecesaria y superflua, en tanto que la primera se lleva todo el sentido. La primera es propia para la meditación: se la compara con los dientes que mastican el alimento, y que hacen el oficio de navaja, cortando por sí mismos y desechando el alimento superfluo.

            La segunda forma se refiere a la contemplación, que une el alma a su amado. Por ello, no tiene nada en común con la primera, en la que se dice: y entre ellas no hay estéril (Ct_6_6), como si el esposo quisiera decir: Aunque posees grandes gracias, existen imperfecciones entre tus obras y las mías." La consideración del castigo y del deseo de recompensa que se deslizan en sus intenciones, y sus consideraciones no estériles, producen dos gemelos: el temor al juicio y el deseo del salario o de la dicha del reposo celestial. El otro pasaje dice: y entre ellas no hay estéril. Las operaciones de los sentidos no se hacen ya por temor al sufrimiento ni con esperanza de una recompensa, sino para agradar al amado, que es el único fin en su calidad de esposo único, al que pertenece la esposa, que ha dejado de ser de sí misma.

            Tus mejillas, como cortes de granada a través de tu velo (Ct_6_7). Querida mía, la granada es agradable a la vista y al paladar al ser cortada. Cuando es dada o presentada a un amigo, o por compasión a un enfermo, le complace doblemente, tanto por ser agradable, como porque es ofrecida por amor, que es la causa de que el ser amado la estime más . Lo que de ordinario, gusta más al enfermo, es lo que apetece y le ofrece la mano de una persona querida. El beso casto y espontáneo de una esposa, es más agradable que si el esposo lo tomara por autoridad, sin que la esposa accediera a sus deseos.

            Por ello, amada mía, como herido de tu amor y conquistado por ti, gozo del beso que me cura, pero mucho más el afecto interior que hay en ti, y que me das en tan delicioso beso. Tu interior oculto es una santa y divina participación del amor puro infundido por el Espíritu Santo que habita en ti, el cual adorna tus mejillas con mi sangre, cual si fueras otra Inés: Puso un signo en mi rostro, para que no reconozca otro amor sino el suyo solía decir mi angélica Inés.

            Todo, pues, en tu rostro, es un signo de mi singular amor. Al no desear amar sino a mí, yo mismo te digo: [10] Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, e innumerables las doncellas (Ct_6_8). Tengo sesenta reinas entre las almas que están en estado de gracia, de almas santificadas desde su infancia. Tengo ochenta concubinas, es decir, las que son confirmadas en gracia después de sus caídas. Tengo también otras que, cual innumerables jovencitas, pueden caer pero también ser elevadas a un estado altísimo. Todas ellas están destinadas a mi palacio y serán, en ocasiones, admitidas a mi tálamo. Tú, en cambio, la más querida, eres mi única paloma. Tú eres mi perfecta y la que es, con mayor legitimidad, elegida y engendrada por tu madre. La caridad te da la vida; caridad que es Dios, y que te mueve a decir por participación: "El que vive en el amor, vive en Dios, y Dios en él" (1Jn_4_16). El que se adhiere a Dios, se hace un mismo espíritu con él.

            Entre amigos, todas las cosas son comunes. Este ha sido el deseo de mi Padre para el mundo desde toda la eternidad: darle a su propio Hijo, a fin de él mismo lo salve (Jn_3_16). Sí, ha querido salvar al mundo mediante su propio Hijo, aunque el mundo lo haya tratado con tanta rudeza. Si tanto amó a sus enemigos, ¿puedes imaginar cómo manifestar su amor a sus amigos? Ni el ojo ha visto ni el oído oyó, ni el corazón humano al elevar sus pensamientos ha podido llegar a comprender los bienes que el amor divino prepara para los que ama (1Co_2_9).

            El profeta Isaías vio de muy lejos el amor que tenía yo a todas las almas rescatadas, el cual manifestaría a muchos después de mi Encarnación. [11] Para las almas escogidas, todas las reglas generales tienen excepciones. Tú eres una de ellas, amada mía, mi paloma, mi toda hermosa: Única es mi paloma, mi perfecta. Ella, la única de su madre, la preferida de la que la engendró. Las doncellas que la ven la felicitan, reinas y concubinas la elogian (Ct_6_9).

            Asuero quiso presentar a su Esther para que fuera el ornamento de su mesa. Deseaba también mostrarle sus delicias y la gloria de su reino, en el que reemplazaría a Vashti, la cual, debido a su soberbia, perdió esta felicidad. De igual manera, amada mía, quiero presentarte a mi derecha adornada de mi gracia por diversos dones. A causa de su orgullo, Lucifer fue expulsado de mi diestra. De haberlo querido, Lucifer, que significa portador de luz, hubiera sido un astro brillante en el cielo. Su arrogancia, empero, lo cambió de luminoso en tenebroso; y así como fue príncipe de luz, es ahora príncipe de tinieblas. Quiero que tú ocupes las ruinas causadas por este espíritu rebelde, y que mis ángeles y todos mis santos: los inferiores, los intermedios y los superiores, te alaben y te proclamen dichosa.

            Yo, que soy la causa de tu gloria, deseo glorificarme en ti y por ti en presencia de todos mis príncipes. Quiero que sepas [12] que yo bajar‚ de lo más alto de los cielos, es decir de mi trono, sin dejar mi diestra. Bajar‚ para venir a ti, fijando mis ojos y mi corazón en ti, presentándote el cetro de mi gloria para besarte. Llevo mi principalidad sobre mis hombros --las llaves de la vida y de la muerte. Reino por medio de ambas. Reino en gracia y reino en gloria. Vivo en lo más alto de todos los cielos y contemplo al humilde.

            Tanto en el cielo como en la tierra, deseo levantar al pobre que parece estar sumergido en el cieno y en peores condiciones de vida, a fin de colocarlo entre los príncipes, pero los príncipes de mi pueblo elegido. Por esta razón exclama el profeta: ¿Quién como el Señor, nuestro Dios, que se sienta en las alturas, y se abaja para ver los cielos y la tierra? El levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo. El asienta a la estéril en su casa, madre de hijos jubilosa (Sal_113_5s).

            Yo tomo a las almas que parecen estériles según los criterios humanos, para que moren conmigo en el cielo, haciéndolas madres de méritos deliciosos en sumo grado. Ellas son causa de conversiones admirables, que son como hijos de alegría. Yo hago fecunda su virginidad y casta su generación, que es bellísima en su luminosidad. Tú eres mi más querida, escogida para ser la admiración de todas mis criaturas, de manera que todas ellas exclaman: ¿Quién es ésta que surge cual la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como batallones? (Ct_6_10). [13] ¿Quién es ésta que nos saca de la noche de nuestros malos hábitos mediante la claridad de su vida, con la luz que recibe del sol, que está próximo a obrar un nuevo Oriente en ella? La vemos aumentar en esplendor y belleza como la aurora, adornada con tan bellos colores, que encanta nuestros ojos y nuestro corazón, invitándonos a levantarnos del lecho de nuestros vicios, donde yacíamos como en la sombra de la muerte, sepultados en las tinieblas de nuestras iniquidades, con las que pretendíamos servir al que nos da el ser, poniendo nuestros pecados como una barrera que obstaculizaba (la entrada) de su gracia en nuestras almas.

            Esta bella aurora, sin embargo, surge con tanto adelanto, que no podemos tardar más en levantarnos para ocuparnos en las obras de la luz, cuando nuestros pecados serían todavía más negros que la costumbre, que se ha hecho en nosotros como una segunda naturaleza. Ella es hermosa como la luna. Ella nos hará partícipes de las influencias que Dios quiere que comunique en la tierra. El divino sol de justicia la hace semejante a él por participación de luz, según su poder y la oración que dirigió a su Padre la noche de la Cena. Más todavía: la maravilla que observamos en ella es que es terrible ante los enemigos, como un batallón ordenado por la estrategia del Señor de los ejércitos, el cual le comunica su poder o su fuerza, exponiéndose por ella y sus amigos. Lo que es más de admirar, es que este ejército se mantiene pacífico [14] en sí mismo, cual un coro de música armoniosa en presencia de Dios, de los ángeles y de los hombres, que son los espectadores de las maniobras que realiza, que son recompensadas con dotes riquísimas por aquel que posee en sí mismo todos los tesoros de las riquezas de la ciencia y de la sabiduría del Padre. El Padre se alegra al ver que su Hijo tiene una esposa tan valerosa como otra Judith, siendo la alegría de su pueblo y la gloria de Jerusalén (Jdt_15_9). Su luz brilla sobre la tierra, glorificando con sus buenas obras al Padre que está en el cielo.

            Esta aurora no deja de emerger, tendiendo a su pleno día porque esta vida nos es dada para crecer y multiplicarse. Es un camino en el que, no avanzar, es retroceder. Avance que, lejos de envejecer a la esposa, la embellece como una luna llena, a la que el sol hace luminosa con su presencia, preparándola a ser elegida por el Padre, a cuya derecha pueda sentarse, como su Hijo lo pidió: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté están también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo (Jn_17_24).

            Cuando Dios habla al alma por su profeta, dice que la ha amado por toda la eternidad: Refulgente como el sol (Ct_6_9). Los demonios temen acercarse a esta alma. Se espantan ante la que, con su solo mandato, deshace todas sus argucias. Si tratan de construir una torre de presunción sobre sus fuerzas naturales, de la que Job dijo que no hay fuerza en la naturaleza humana que se le pueda comparar; la gracia que se concede a esta brava guerrera, los hace morder el polvo. La confusión resultante los confunde más aún, haciéndoles olvidar sus intentos. Ella se da cuenta de su astucia gracias a la inspiración del divino Espíritu, el cual condujo al Salvador al desierto para ser tentado y derrotar en él a todos los demonios. A la esposa se le concede una victoria similar para triunfar sobre todos ellos, afirmándose tranquila y gloriosa en el nombre de su esposo, al que atribuye su gloria. Los ángeles se acercan para servirle manjares celestiales, y para unir su voz a esta música, conservando su partitura y, el Espíritu Santo, el compás. Al nogueral había yo bajado para ver la floración del valle, a ver si la vid estaba en cierne, y si florecían los granados (Ct_6_11).

            ¿Qué quieres decir, querido amor, con este descenso al huerto de los nogales a fin de contemplar la floración de los valles, y observar si la viña florece, si comienzan a brotar las granadas? Significa que vienes a probar de algún modo amargo a tu esposa, y comprobar que posee virtudes interiores como el meollo de la nuez, que puedan dar aceite cuando el fuego de tu amor y la prensa de las aflicciones traten de machacarla. Tú mismo quieres tentarla y probarla, a fin de hacerla digna de imitarte, sobre todo en estas tres virtudes: la dulzura, que se compara al aceite; la humildad, que se equipara a los manzanos de los valles. Quieres ver si continúa siendo humilde después de sus victorias y si te las atribuye, cual debe ser. Deseas, como otro Noé, constatar si la viña plantada de tu propia mano ha florecido; si tu esposa exhala un buen olor hacia el prójimo, y si en ella crecen las granadas de la caridad mediante el celo por las almas, diciéndole que no nació para ella sola.

            ¿Qué significa esto, amado mío? ¿Quién hubiera dicho que ibas a escrutar tan de cerca a tu esposa, exponiéndola, en fin, a una rendición de cuentas tan exacta? Sé bien que se dijo que examinarías de cerca a la vieja Sinapá y a la antigua Jerusalén con una luz ardiente. Pero a esta nueva Jerusalén [17] adornada de tus gracias, acariciada por ti con ternura, ¿Quién lo pensaría, de no ser porque tú mismo dijiste que a tus amados los reprendes y castigas? Yo a los que amo, los reprendo y corrijo; al justo más lo justificar‚ y más lo santificar (Ap_3_19).

            Purificas a tu esposa como el oro purísimo, como dice san Juan, el águila, al referirse a la santa ciudad de la nueva Jerusalén. Lo haces para hacerla semejante a ti, que fuiste probado hasta morir sobre una cruz. Eres como una nuez golpeada y triturada para dar a los pecadores el aceite de la misericordia, cual un manzano abatido hasta las partes inferiores de la tierra, en los valles del limbo. Tú eres la viña en la que tu Padre es el viñador, el cual ninguna pena te ahorró. A través de inclementes trabajadores, te obligó a cavar, podar, atar, deshojar, cortar de nuevo, pisar y prensar. Tu caridad, empero, te hizo borbotear y surgir, al grado en que podemos cambiar las palabras del profeta para significar que las naciones acuden a sacar vino de las fuentes del cuerpo del Salvador, que es el verdadero pan que reconforta y el vino que alegra el corazón del hombre. [18] De este modo, aunque el alma no sea lo suficientemente fuerte para poder beber de este vino, a causa de la fiebre de sus continuas faltas, eres para ella un fruto de granada, para recrear el apetito estragado del enfermo. Tu cuerpo es, en su incisión, como una granada en el costado, sin cuya abertura no se vería lo que está escondido en su interior, que es tu corazón amoroso, embriagado de puro amor. Tu costado derramó sangre y agua en abundancia, hasta la última gota, deseando así pagar por nosotros en rigor de justicia, diciéndonos: Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco, ¿Qué se hará? (Lc_23_31).

            En esta pasión, la creación entera parece estar conmovida y desolada. Los ángeles de paz lloran amargamente, el sol se oscurece, tiembla la tierra, las piedras se desgajan, los sepulcros se abren y devuelven a sus muertos; el velo del templo se rasga y la Virgen es traspasada por la espada de dolor, sostenida por el poder divino de pie junto a la cruz de aquel que, a pesar de sostener el mundo o globo terráqueo con tres dedos, está reducido a sufrir la humillación de esta pasión, según las narraciones de sus evangelistas.

            San Juan dice que, afirmó que sería traicionado, y que todo el que lo recibe, recibe a aquel que lo envió: Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior (Jn_13_21). Y en san Mateo: Comenzó a sentir tristeza y angustia (Jn_26_37). Y en san Marcos: Y comenzó a sentir pavor y angustia (Mc_14_33). En san Lucas: Pedid que no caigáis en la tentación. Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración (Lc_22_40s). Y más tarde: Eloí, Eloí, lema sabacthani? que quiere decir, Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mc_15_34).

            Como dije antes, todas las cosas son comunes entre amigos. Por eso nos dices, Jesús mío, que preparas tu reino para los tuyos, así como tu Padre lo hizo para ti, y que debemos soportar la tentación en tu compañía.

            No es de admirar, por tanto, que permitas la tentación, ni que sometas a la prueba a tu esposa con un suave rigor, que sin embargo la aflige y pone a prueba su mente, no sabiendo a qué atenerse por ignorar la causa de un cambio tan brusco.

            Cinco días antes de tu muerte fuiste proclamado bendito en la ciudad de Jerusalén, donde se agitaron palmas como signo de victoria. Tú, en cambio, derribaste las mesas y los bancos e hiciste un látigo [20] con las cuerdas para atar a los animales que vendían en el Templo, echando fuera de él a los vendedores y compradores; y mostrando con ello tu poder absoluto sobre toda las creación.

            El viernes siguiente, sin embargo, fuiste clavado en una cruz, despreciado y abandonado casi de todos. Tu Padre, que había dicho que eras su Hijo amado, pareció desconocerte, y tuviste que preguntarle por qué te abandonaba de ese modo, como si ignoraras que su amor a los hombres permitía todo aquello, como en una ocasión dijiste a Nicodemo.

            La esposa, afligida, por desconocer de pronto la causa de sus penas, exclama: Sin saberlo, mi deseo me puso en los carros de Aminadab! (Ct_6_12). Como si dijera: Cuando podía estar en reposo y gozando la gloria de mis victorias pasadas, escucho un ruido como de carros de un príncipe, que se acerca como para entrar en nuestras tierras. No sentimos temor. Su fragor parecía el de los carros de Aminadab en su paso por el Mar Rojo.

            Aunque las aguas se abrieron, no dejé de amedrentarme, pensando que podrían cerrarse estando yo en medio de ellas, devorándome en sus olas, que por aprensión natural han invadido mi alma, que se ha turbado por su causa, [21] ya que ignora si estas aflicciones me vienen para gloria de mi esposo, o que, siendo culpable, haya resuelto hundirme en el mar de su ira, como hizo con los Egipcios. ¿Será que desea que saque fuerzas de mi debilidad y lo contemple como Aminadab, después de que hubo dicho que el príncipe de las tinieblas nada tenía en común con él, y que deseaba manifestar el amor que tenía a su Padre observando a la letra sus mandatos?: Pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado. Levantaos, Vámonos de aquí (Jn_14_31), O tal vez que lo considere saliendo del huerto después de haber orado y dicho a sus apóstoles: Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos, vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca (Mt_26_45s).

            Judas, el que me traicionar, se nos acerca con su tropa, armado no sólo con las armas ordinarias, sino con una rabia extraordinaria. Todo el infierno integra su banda, que es capitaneada por príncipe de las tinieblas, el cual recurrir en esta hora a su poder decisivo, para perderlo con mi muerte, que ser la muerte de la muerte y el aguijón del infierno. ¡Valor! Salgamos al encuentro de este ejército. Ten confianza, esposa mía. Yo he vencido al mundo. Yo he convertido los tormentos en delicias; yo he calmado las aguas [22]; yo he embotado las armas de los enemigos, para que sus carros de guerra no te atribulen. Comparado al enemigo, Aminadab no debe asustarte. Si avanza para combatir, lo haré retroceder. Quizás yo mismo soy este Aminadab, que te abre los caminos en el Mar Rojo de mi sangre para permitiré pasar a pie enjuto.

            ¡Oh, mi arca mística! ¡Ten valor y no huyas! No dejo de complacerme en tu aflicción, al verte dudar si soy yo quien abre camino; no quieres arriesgarte, temiendo seguir a un príncipe extraño para ti. Con ello muestras tu fidelidad a tu rey, tu esposo, tu hermano y tu Dios. Dios, que es trino en persona y uno en esencia, es quien te llama para encontrar sus delicias contemplándote; y al hacerlo, colmarte de sus gracias mediante una divina infusión, que penetra todo tu ser. ¡Vuelve, vuelve, Sulamita! (Ct_7_1).

Cantar 7

            Vuelve, pacífica Sulamita, por el poder del Padre; vuelve a través de la sabiduría del Hijo; vuelve mediante el amor del Espíritu Santo; vuelve en la única voluntad de la Trinidad Santísima. Es la voluntad de Dios, que se hizo hombre, que seas divinizada por participación. Dios mismo desea penetrar en ti. [23] Las tres divinas personas, que desde el comienzo del mundo dijeron: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gn_1_26), te llaman para comunicarte sus dones. La segunda persona, que se hizo hombre, te llama de nuevo y por cuarta vez a fin de que sus dos naturalezas te penetren: presta, pues, atención: ¡Vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve, que te miremos! (Ct_7_1). ¿Qué miráis en la Sulamita, sino a una danza de dos coros? (Ct_7_2)

            Sabes muy bien, Dios mío, que estoy en la milicia; que es necesario que disponga siempre de las armas para combatir. Es verdad que tu gracia es suficientemente poderosa para darme la victoria, y que cuando te dignas combatir por mí, el orden que hay en mí es como un coro de música, que causa la dispersión del enemigo. Tú, amigo mío, permaneces conmigo por amor, pensando en mí; la fuerza y la gracia que hay en mí proceden más bien de tu bondad que de mis méritos. ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! Las curvas de tus caderas son como collares, obra de manos de artista (Ct_7_2).

            [24] ¡Mi muy amada! ¡Cuán bellos son tus pasos y tu caminar en tu calzado! Muestras claramente que eres hija de príncipe. Tu porte es siempre real y arrebata mi corazón de rey más fuertemente que el de Judith a Holofernes, cuando ella salió en su búsqueda con sus hermosas sandalias, de las que se dijo: La sandalia de ella le robó los ojos, su belleza le cautivó el alma, y la cimitarra atravesó su cuello (Jdt_16_9).

            Tu humildad y el temor que tienes a extender tus afectos a otro que no sea yo, son el calzado que cubre así tus pies, calzado que está atado por bellas rosas entretejidas de oro precioso; con cintas enriquecidas con las perlas y piedras precisas de las virtudes, anudadas por tu firme resolución de no amar sino a mí. Tu calzado es brillante como una luna cuando el sol le comunica su claridad.

            Así como la luna no tocaría la tierra sino con un extremo, si se la pusiera encima de ella, a causa de la forma que tiene, así tú, amada mía, cuya conversación es más del cielo que de la tierra, la tocas muy poco, únicamente lo que pide la naturaleza, y eso por pura necesidad.

            Has extendido tu calzado aun a la Idumea, atrayendo a mí almas pecadoras, debido al progreso en la perfección [25] y a los pasos de tu caridad, los cuales hacen volver a mi ley a los más alejados. Tú encadenas a las almas como un collar compuesto de varias cadenillas o hebillas adornadas con piedras de gran precio, que atraen a dichas almas, en especial a las jóvenes. Por ello siguen tus huellas, admirando tu caminar y tu porte majestuoso, que las motivan para seguir sus atractivos, que presentas con pasos amorosamente castos, por poseer en ti una modesta diligencia.

            La alegría de tu corazón te da la gracia, la cual tiene su origen en mi amor, que te pone al ritmo de mi voluntad. Se trata de mi divino Espíritu, el admirable artífice, que ha compuesto la articulación de tus muslos en forma de collar místico, divinamente elaborado, uniendo la fecundidad con la virginidad. Estas gemas preciosas son las virtudes que nuestro amor produce como hijos perfectísimos, que son el adorno de la Iglesia, de la que se dice que es el cuello y yo, su cabeza. Cuello que me cautiva, pero sobre todo al unirte a mí mediante una divina unión, que debe llamarse unidad, ya que se dice que mediante el matrimonio hecho en presencia de mi Iglesia, los casados son dos en una carne.

            En nuestro matrimonio perpetuo, sagrado y divino, somos dos en un Espíritu, [26] es decir, somos uno mediante la fuerza del amor castísimo y virginal. La unión de nuestros cuerpos se consuma divinamente, aumentando en ti la pureza, de manera que puedes exclamar a una con Inés, mi esposa: Amo a Cristo, a cuya cámara nupcial entraré; cuya madre es virgen; cuyo Padre no conoce mujer. El es para mí un órgano melodioso, a cuyo son cantaré. Cuando le amo, permanezco casta; cuando lo toco, sigo siendo pura; cuando lo recibo, sigo siendo virgen. Me ha dado en arras el anillo de su fidelidad; me ha adornado con joyas preciosas. Tu ombligo es un ánfora redonda donde no falta el vino (Ct_7_3).

            Esposa mía, tu ombligo es un canal bien redondeado que nunca se seca, porque posees en tu seno un río, que es el Espíritu Santo, al que has recibido. Tú eres mi canal; por tu medio, por tu ombligo, concedo mis gracias. Jamás está vacío o indigente, por ser capaz de llevar en él virtudes y almas cual pequeños infantes, que en sus entrañas de caridad buscan su alimento. Este ombligo hace de ti una mamá. Eres un conducto que nutre a los pequeñuelos, dándoles su poción, que es la sustancia de la madre en que te convierto. Madre que recibe en ella las aguas de la fuente de vida que es Dios, mediante la infusión de la gracia que el Espíritu Santo derrama en ella. Esto significa que él transforma a esta esposa en un manantial que brota y del que fluye agua viva. La esposa dice: El que crea en mí, como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva. [27] Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él (Jn_7_38s).

            Como la fe acerca a Dios y Dios dice por Oseas que desposa al alma en la fidelidad, es muy cierto entonces que, siendo esposo, ha recibido a su Santo Espíritu, el cual obra y produce en ella estas aguas celestiales, que son pura inteligencia, y de las que se alimentan las almas. Ella tiene para dar su poción a los sedientos, que encuentran en ella su refección perpetua, lo cual no debe interpretarse como cosa corporal.

            El esposo le dice además: Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado (Ct_7_3). Tu vientre, amada mía, es fecundo en castidad. Es José, que acrecienta la provisión del trigo de los elegidos. Todas sus comuniones, al juntarse, producen méritos, de manera que, sin salir al campo a pizcar, tienes con qué alimentar una cantidad de almas. Soy yo quien, estando escondido en ti, me abajo para fructificar. Soy el grano que muere para darte la vida, multiplicando en ti mi simiente para enriquecerte castísimamente. Es así como sobre este trigo se siembran lirios de pureza, que hacen visible la pureza de nuestro matrimonio, produciéndolos a manera de lirios blanquísimos, en su primera inocencia. Tus dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela (Ct_7_4). Tus pechos, como dos gemelillos de cabra, [28] que absorben su alimento de la fuente divina. Uno de ellos es el amor a Dios; el otro, el amor al prójimo. Ambos pechos son succionados por la boca de las dos naturalezas del divino esposo, no por indigencia, sino ante todo por complacencia. De manera similar, quiso el Salvador que sus apóstoles le entregaran los peces que habían pescado y la miel que les había quedado, para mostrarles que se complacía en su comida y en su compañía tanto como en la de la gloria; y que los peces que les había ayudado a capturar le eran tan agradables como los manjares que los ángeles le servían en el cielo, que son del todo espirituales, más aún, él no tomó la naturaleza y sustancia angelical para unirse a ella como a la naturaleza humana, a la que se unió mediante la unión hipostática, situándola sobre el soporte divino, deseoso de que su persona divina, a través de la naturaleza humana, se alimentara de los pechos de su madre, que estaban colmados de leche del cielo, que él absorbía complacido; leche de la gracia que la llenaba, pero también leche natural y sustancia virginal suya.

            Tu cuello, como torre de marfil (Ct_7_4). Tu cuello, esposa mía, es puro como una torre de marfil, cuya blancura llena de placer. Se parece a mi corazón, al que deben atribuirse estas palabras: Su vientre, de pulido marfil, recubierto de zafiros (Ct_5_14), ya que a través de la unión que hago contigo, somos hechos semejantes, porque el amor asemeja a los enamorados.

            Tu cuello está adornado con mis zafiros celestiales y todas mis piedras preciosas. Tu cuello es el canal mediante el cual mi Padre, el Espíritu Santo y yo vertemos los licores de nuestras gracias, para ser el alimento de los hijos, cuyo padre es el amor y la caridad, la madre. Eres una torre repleta de vituallas para los que están destinados a combatir al enemigo. Eres una torre que brinda seguridad, porque mi amor es su centinela. El la vigila como a su ciudad, refugiándose en ella cuando los pecados lo expulsan del mundo y le hacen la guerra.

            El es este amor gemelo, porque se ama a sí mismo y a sus criaturas, adheridas a su cuello cual si se tratara de dos bebés colgados del cuello de su madre, a los que ella mira dulcemente, con ojos que les muestran cuánto desea su bien, y el contento que experimenta al alimentarlos con su propia sustancia. Según san Juan, el amor nutricio no es inferior al amor maternal. Nos lo dice repitiendo con Jesús que el Padre amó tanto al mundo que le dio a su propio y único Hijo para salvarlo mediante su muerte, que fue el alumbramiento de los hijos de la Iglesia. El mismo discípulo amado, deseoso de expresarnos el ardor del amor nutricio, exclama: Como amaba a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn_13_1). [30] Como si dijera: Jesús, después de dar a luz a sus apóstoles, quiso él mismo ser su nodriza, alimentándolos con su propia sustancia al instituir el santo Sacramento del altar con un amor infinito. Sus ojos divinos, que sabían y podían penetrar todos los secretos divinos y humanos, anunciaban a su corazón amoroso la providencia que deseaba dejar a sus hijos; ojos que fueron como las piscinas de Jesbón (Jn_9_7), cercanas a la puerta de Bat Rabbim.

            Con preferencia al Templo de Salomón, dejó a su Iglesia católica, que quiere decir universal en cuanto a multitud, su ojo y su corazón amantísimo. Su ojo es el divino Sacramento, en el que se encuentra en persona el Verbo divino revestido de nuestra humanidad, y por concomitancia el Padre y el Espíritu Santo; ojo que nos transmite su influjo por pertenecer al sol divino, que es causa de toda nuestra dicha.

            Su corazón es el divino Paráclito, el cual ha dado y dejado a su Iglesia, [31]. Habló de él antes de su muerte, exhortando a sus discípulos a observar sus mandatos y diciéndoles para consolarlos de su ausencia visible: Yo pedir‚ al Padre y os dar otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volver‚ a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama, y el que me ame, será amado de mi Padre: y yo le amaré y me manifestaré a él (Jn_14_16s), más tarde el mismo Salvador, refiriéndose a los dones que deseaba concederles: Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiar hasta la verdad completa; pues no hablar por su cuenta, sino que hablar lo que oiga, y os anunciar lo que ha de venir. El me dar gloria, porque recibir de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibir de lo mío y os lo anunciará a vosotros (Jn_16_12s).

            [32] Como se dice ordinariamente que el conocimiento engendra y produce el amor, mi Padre, al contemplarse, me engendra y juntos producimos el amor común, nuestro divino Espíritu, el cual recibe de mí y de mi Padre nuestra producción. Así como mi Padre puso todo en mis manos, así me entrego a mi Iglesia en el divino Sacramento. Lo hago en calidad de ojo divino, de sabiduría eterna, para ser en ella una piscina que rebose con las aguas de mi gracia en ella; como la hija de la multitud (Bat Rabbim), que siempre tiene las puertas abiertas para recibir en ella a sus hijos, aun los que se han extraviado y desean volver a ella. Tus ojos, las piscinas de Jesbón, junto a la puerta de Bat Rabbim. Esta insigne piscina es el divino Espíritu Santo, que es todo amor, por ser el mismo amor. Es nuestro corazón divino, y también un ojo muy penetrante, cuya vista iguala en todo a la de mi Padre y la mía. Estos dones se dan a la Iglesia para que vea con dos ojos y para derramar y distribuir, como dos piscinas, las aguas de nuestro divino manantial, para lavar, purificar y saciar con ellas a todos sus hijos. Tan pronto estas piscinas fluyen con dulces lágrimas de grandísimo gozo, como con lágrimas de una suave y amarga contrición por todos los pecados cometidos contra mi [33] voluntad, sea por los católicos, sea por los herejes y paganos. Y así como las fuentes que proceden de un manantial vivo y abundante no dejan de correr, sin desperdiciar sus aguas aun cuando nadie las aproveche, mi esposa la Iglesia nada pierde cuando la malicia de los obstinados les impide lavarse y beber de dicha agua. Como esta fuente procede de mí y a mí retorna, obtiene de mí sus méritos. A ella me referí cuando dije a mis apóstoles: Si en algún lugar no reciben la paz, ella volverá a ustedes. Yo mismo me complazco en beber de estas aguas, mismas que pedí a la samaritana y en las que me bañé para santificarlas de nuevo. Tu nariz, como la torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco (Ct_7_5).

            Los herejes no tienen ni piscina ni agua, por no estar unidos a esta hija de la multitud. Carecen también de nariz y de torre, de manera que se encuentran siempre en manos del príncipe de las tinieblas, siendo cegados por él. Tampoco sienten ni descubren sus huellas: Es como un lobo que los sofoca si intentan ladrar. Cuando él los sitia, carecen de torre de refugio o de municiones. No pueden ni quieren subir por encima de su razón humana, ni dejarse cautivar por los misterios de la fe. Por eso sus enemigos los saquean y cautivan. [34] La suya es una condición miserable de la que no desean salir, complaciéndose en este Egipto y en su gastronomía, que no vale más que las cebollas y los ajos que añoraba el pueblo hebreo. Así como algunos de dicho pueblo despreciaron el maná del mismo modo estos infortunados menosprecian el Sacramento divino.

            Mi prudente esposa, en cambio, tiene la nariz adecuadamente larga para distinguir la huella de mis ligeros pasos, de la de mi enemigo. Ella me abre la puerta, lo mismo que a todos mis deseos y divinas inspiraciones, haciendo la voluntad de mi Padre, que es mi alimento, como dije a mis apóstoles cuando me encontraron con la samaritana. En la prudencia de mi esposa encuentro, como en una torre, las provisiones que necesito. La contemplo toda blanca como el Líbano. Ella vela, para rechazar a los enemigos del lado de Damasco y evitar que la sorprendan. Ella se eleva mediante su esperanza en mí, a pesar de estar bien cimentada en el abismo del conocimiento de su propia bajeza, que es la nada. Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como la púrpura; un rey en esas trenzas está preso (Ct_7_6). Tu cabeza, esposa mía, es tan hermosa como el carmín, que está cargado de mis bendiciones. [35] Tu cabeza, del color de los polvos del rey. Peluca que cautiva mis gracias más selectas; y aun cuando no estuviera revestido de la púrpura real del amor, la adoptaría para portar tus libreas, con el deseo de que tu cabellera y tus santos pensamientos constituyeran el tejido de mi manto real. Sin embargo, como por tu amor quise hacerme hombre, este mismo amor ha hecho enrojecer mi cabeza con las punzaduras de las espinas, que sigo conservando como valiosos favores realzados por mi gloria. No sólo mi cabeza, sino mis pies, mis manos y mi sagrado costado, son cinco canales sagrados que se cierran o abren con el poder de tu trenza. Con ella deseas atraerme, mediante tus dulces pensamientos, que son para mí conductos por los que desciendo a ti, y por los que te atraigo de nuevo a mí. Con ellos atraes al prójimo la abundancia de mis gracias, que son aguas de salvación. Yo soy el cielo al que das órdenes como otro Elías, no para privar de las aguas, sino para que no vierta sobre los pecadores el rigor de mi cólera, porque el espíritu que traje al mundo no es tan rígido como el de Elías. Como dije a Juan y a Santiago, no deseo tirar piedras, sino más bien infundir llamas deliciosas en los corazones de los humanos, ganándolos por amor. Te hago ejecutiva de este deseo. Esta es tu misión. Di, pues, como mi apóstol, poniendo en ello todos tus afectos: Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: reconciliaos con Dios (2Co_5_20).

            Qué bella, qué encantadora, oh amor, oh delicias. Tu talle se parece a la palmera, tus pechos, a los racimos (Ct_7_7s). Qué hermosa eres. Qué amable, esposa mía querida, en tus delicias. Tu exterior es tan atrayente, que me movió a hacerme corporal; a mí, que había permanecido espiritual e invisible por toda la eternidad. Tu talle es parecido a la palmera, que fructifica en presencia de su palmero, que soy yo. Mientras más estés cargada de frutos, que son tus afectos, más levantas tu esperanza hasta mí, no doblándote bajo su peso. Mientras más eres acariciada por mí, más te humillas y más te exalto. Tu interior está tan bien ordenado en el gozo de mis delicias, que son todas tuyas, porque la amada goza de todo lo que pertenece a su amor, y aun del mismo enamorado. Estoy tan íntimamente unido a ti como un fruto a su palmera.

            [37] Todos los que desean gozar de mis dulzuras y de mis gracias, por saber que eres mi predilecta, acuden a rendirte honores, diciendo en general y en particular: Me dije: Subiré a la palmera, recogeré sus frutos (Ct_7_9). Si queremos obtener el efecto de nuestras peticiones, subamos a esta palma, y obtendremos el fruto que por amor está adherido a ella, y que es uno con ella. Sean tus pechos como racimos de uvas, el perfume de tu aliento como el de las manzanas (Ct_7_9). Amada mía, no sólo mis elegidos recurrirán a ti, sino que, en un éxtasis de amor, seré como un pequeñuelo que aprende a dar sus primeros pasos desde el suelo hasta el seno de su madre, abrazándose a su cuello con los brazos y con su boca a su pecho, que es más dulce para él que el vino o la uva que cuelga de la vid. Esta, empero, es una uva que se halla en su lugar natural, sin ser trasladada por manos extrañas a lugares donde se podría temer que no madurase, o que se secara.

            Pero la maravilla de esta uva es que, permaneciendo íntegra, no deja de darme su vino místicamente: no sólo eres nodriza y viña, sino también manzano. [38] Sólo necesito acercarme para aspirar el aroma de las manzanas; y como por esencia soy para ti todas las cosas, tú representas para mí, por amor, todo placer y delicias. Tu paladar como vino generoso. El va derecho hacia mi amado, como fluye en los labios de los que dormitan (Ct_7_10).

            Oh tú, la esposa más querida de mi amado Hijo. Aunque estoy oculto en el cielo, es necesario que para alabarte el Espíritu Santo y yo nos demos a conocer. Tu paladar es tan dulce, que cuando hablas, tus palabras no exhalan sólo el aroma de sabrosas manzanas, sino que eres como una cava colmada de vino excelentísimo. Este vino es la viña que planté en ti. Yo soy el viñador y mi Hijo es la vid que has recibido en el divino Sacramento del altar. Así como los que reciben el sacramento del bautismo reciben al Espíritu Santo y el agua de la gracia que los regenera, haciendo brotar en ellos una fuente que surge hasta el cielo y que es alimento, así tú, queridísima esposa de mi único Hijo, eres convertida en viña, en manzano y en una bodega de vino riquísimo al paladar. Eres digna de ser saboreada con la boca de mi Hijo amadísimo, que es también tu amado. Por ello sus labios, en los que están difundidas mis gracias, que se irradian a todos, por ser fuente de todas ellas igual que yo, se complace en retener tu sabor. Cuando sus dientes la mastican, hacen un ruidito que alegra como los leves chasquidos o murmullos de las aguas, que son tan agradables al oído [39]. Parece repetir, entre dientes y labios semiabiertos, el dulce tararear de tu garganta, alimentándose con ellos, porque lo que agrada satisface o nutre; es decir, encanta, como sucede con tu música.

            Padre de misericordia, Dios de todo consuelo, ¿Qué dices en tu caridad inefable a la más humilde de tus siervas?: Yo soy para mi amado (Ct_7_11). Yo, la esclava más pequeña, soy para mi amado; soy suya por esencia, por ser y por opción de la voluntad, así como lo soy en sustancia por toda la eternidad. Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo (Ct_7_11). Su misericordia y su amor obran lo que soy, y su bondad íntima lo hace todo mío. Como soberano bien, se complace en comunicarse y volverse a mí, dejándose poseer en reciprocidad por una pequeña criatura, una nada; él, que es el ser y el Creador, inabarcable excepto para sí mismo. La Iglesia admira que se haya encerrado y dejado llevar, por medio de la Encarnación, al seno y regazo de la Virgen madre, que es un mar y un paraíso inmenso a mi lado. Yo sólo soy una gota de agua, un puntito, indigna de recibir un nombre. [40] Por ello le admira que el mismo Dios, de otra manera mística, se deje poseer por mí, penetrando en un corazón tan limitado. ¿Cómo es posible que goces, Amado mío, al penetrar en tanta estrechez? Salgamos juntos. Olvidaré a mi pueblo y la casa de mi padre si te dignas complacerte en contemplar la belleza que tu gracia me ha dado. Llévame contigo a los espaciosos campos de tu divinidad. Como el ser humano, al vivir su vida natural, no puede ver la extensión ni contemplar la inefable claridad de tus campiñas, que son todas luz, ven en ayuda de mi debilidad. Que en virtud de tu luz humana, pueda ver la divina. Albérgame en la torre de tu humanidad, que es torre de puro cristal, a través de la cual contemplaré los rayos de tu divina hermosura. Que tu humanidad sea una cúpula edificada en medio del templo de mi corazón, para iluminarlo con tus divinos resplandores, y que tus perfecciones sean los retratos, figuras y cuadros. Que abarquen éstos a tu Madre y a tus santos; que todos ellos sean para mí ejemplos, sea para adorarte, sea para admirarte, sea para imitarte. Oh, ven, amado mío, salgamos al campo. Pasaremos la noche en las aldeas (Ct_7_12). Sabes muy bien, amado mío, que en la ciudad de mi cuerpo hay tanto alboroto, que mis sentidos son para mí continuos disturbios, y sus tendencias una continua distracción, porque la parte sensorial no comprende tus misterios divinos. Este cuerpo, que entorpece al alma, inclinándola hacia la tierra, es su lecho de molicie. Pero, si habitáramos en el campo, podrías decirme: De mañana iremos a las viñas; veremos si la vid está en cierne (Ct_7_13). Levantémonos de madrugada. No quiero levantarme sin ti: sería algo inútil para mí madrugar antes de mi día, que eres tú. Así como no poseo un ser natural sin ti, y eres tú quien me lo da, así no puedo ni deseo tener uno sobrenatural. Si tu gracia no es mi reposo, mi despertar, mi día, mi apoyo y mi guía, nada queda de mí. David dice que, apoyado en el Señor, pudo rebasar los muros. Repito lo mismo, a pesar de ser mucho más débil que David. Todo lo puedo en ti, si tú me confortas. Levantémonos, querido y dulce esposo mío, al alba de tu bondad, que no puede retrasarse ni ser impedida, porque ¿qué tenemos que no hayamos recibido? El Oriente de sus dones se levanta siempre antes que nosotros.

            [42] Subamos a su claridad y veamos nuestras viñas. Miremos a todas las almas. Te suplico les des tu bendición. Sin embargo, como tú dijiste: ¿De qué‚ sirve a alguien ganar todo el mundo si pierde su alma? detengámonos ante la mía, que es toda tuya. Veremos si la vid está en cierne (Ct_7_13). Tú, empero, no te contentas con simples flores. Exiges también los frutos: Veamos si las yemas se abren (Ct_7_13). Observa, mi muy amado, si los buenos deseos que me has dado están a punto de engendrar efectos. Tan sólo di una palabra, y esto será realidad. Manda a mis perfecciones que se detengan. Son ellas el Mar Rojo que me obstaculiza el salir de la servidumbre en que me tienen los enemigos de mi felicidad, que son el mundo, el demonio y la sensualidad.

            Ordena a estas aguas que hagan para mí dos muros, uno de cada lado. El primero ser el conocimiento de tu bondad, que tolera mis grandes imperfecciones. El segundo ser el conocimiento y el desprecio de mí misma. Que tus ojos vean mis imperfecciones. A medida que las observen, tendrán piedad de mí y me darán la conversión. [43] Así como el basilisco mata con la mirada, tú, Salvador mío, das la muerte a las imperfecciones y la vida de la gracia con tu dulce mirar. Tú eres el divino Sol que hace producir los frutos que amas en tus vergeles, en los que soy un manzano. Obra en mí todo cuanto pueda agradarte; que dichos frutos sean inmortales y para tu eterna gloria y si florecen los granados, allí te entregaré el don de mis amores (Ct_7_13). Amado mío, así como no basta con que demos frutos para los fuertes, es decir, que edifiquemos a los virtuosos que están sanos de alma, es necesario, si te place, que tu gracia haga florecer el fruto del granado para dar un jugo sabroso a los enfermos que yacen en el lecho de sus pecados, estando aun próximos a la muerte. También a otros que son tan débiles ante tus inspiraciones, que son como niñitos alejados de sus nodrizas. Si, a través de la caridad, me conviertes en madre para ellos, te ofreceré mis pechos: uno que es oración, y el otro que es acción, con la condición de que me des en todo momento la leche de tus bendiciones. Las mandrágoras exhalan su fragancia. A nuestras puertas hay toda suerte de frutos exquisitos. Los nuevos, igual que los añejos, los he guardado, amado mío, para ti (Ct_7_14).

            Raquel concibió a José, el Salvador del pueblo, al favor de las mandrágoras. Después de insistir tanto ante Jacob: Dame hijos, o morir‚ al verme estéril (Gn_30_1s), Rubén, el primogénito de Jacob, le llevó unas mandrágoras. Esto explica la naturaleza angélica de uno de sus primeros hijos, lo cuales, en cuanto nacían, se multiplicaban mediante tu gracia, aportando dones. Tantas almas que son tan fecundas hoy día en la Iglesia, que me es imposible contarlas. A ellas cedo la alegría de los placeres que podría yo tener en las dulces uniones, éxtasis y suspensiones de esta noche. Prefiero aceptar mi propia dicha y ofrecerte sus frutos. Amado mío, si ello te agrada, deseo ser tu viña. Quiero ser tu grano, que te d‚ un Jacob que acreciente los graneros para todo el pueblo y para los que a él vendrán, imitándote así devolver el bien por mal. Concédeme ser una granada que lleve su corona; que la caridad perfecta me acompañe hasta el último suspiro, ya que el fin corona la obra. [45] Que dé un jugo sabroso a los que me corten y despedacen con los cuchillos de las persecuciones y maldiciones. Que imite a tus apóstoles, quienes bendecían cuando eran maldecidos; que oraban cuando se blasfemaba de ellos; que, al ser despojados de sus bienes, y aun de su propia piel, revestían a las almas con gracias obtenidas de ti, para sus verdugos. La oración de San Esteban da testimonio de lo anterior. Fue él la persona por cuyo medio tu bondad se dignó revestir de luz a Saulo en los caminos de Damasco. En esta oración se consumó el nuevo mandamiento, que nos diste con tus mismas palabras, oh Jesús mío: amar a los enemigos. Los antiguos decían: Ama a tu amigo y odia a tu enemigo. Pero desde que viniste a la tierra, tu esposa te dice que ella ha estado en guardia por ti, sirviéndote a tus puertas y ofreciéndote manzanas nuevas y antiguas. Es porque ella ama a sus enemigos cuando la echan fuera de la puerta de la ciudad, así como hicieron contigo y con san Esteban. Son éstas las primeras manzanas que te sirvió, ya que tú oraste por tus enemigos y san Esteban oró primero por el alma de aquellos, levantando su voz al tiempo que doblaba las rodillas para caer en tierra: Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y diciendo esto, se durmió (Hch_7_60). Este sueño demuestra que estaba embriagado con el vino de la caridad, adormeciéndose en ti, Señor, que eras su lecho de reposo. En medio de las piedras y guijarros, abriste los cielos y las puertas eternas para mostrarle tu diestra y tu gloria, Dios de bondad. Cuando san Esteban enseñaba tu ley a los que no la habían observado, le rechazaron así como lo hicieron antes con tu Hijo. En presencia de Esteban, rechinaban los dientes de rabia y furor en su contra, cuando él sólo quería hablarles para su bien: Al oír esto sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él (Hch_7_54). Parecían perros, osos, leones, leopardos y tigres ansiosos de desgarrarlo con sus propias y crueles mandíbulas de venenosos dientes, [47] deseando borrar cuanto antes su rostro, que tenía una belleza, no sólo humana, sino angelical y hasta divina. Ellos estaban llenos del espíritu del mal, y Esteban del espíritu divino de bondad. Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios (Hch_7_55).

            Sorprendido ante la maravilla de ver los cielos abiertos; no sólo las doce puertas custodiadas por los doce ángeles, sino las del palacio imperial, contempló en directo el trono de Dios. En él admiró su gloria, y a Jesús a su diestra. Ante él se abrieron las doce puertas eternales. Dios dijo a Moisés: Un ser humano es incapaz de contemplarme en vida. Por ello, Moisés, mi querido amigo, contemplar s sólo mi espalda. Verás la tierra prometida, pero no entrar s a ella por no haber creído que con sólo hablar a la roca, te habría dado agua. La golpeaste por tu propia iniciativa. Esteban, en cambio, habló a la piedra: Y la roca era Cristo (1Co_10_4), sin tocarla, diciéndole que no les tuviese en cuenta sus pecados, y absteniéndose con ello de romper las tablas de la ley del amor. [48] Como por entonces Saulo perseguía al Dios de la ley, poseía la fe del granito de mostaza; tal vez él mismo era un granito. Esteban, en cambio, estaba lleno de fe y del Espíritu Santo: Y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo (Hch_6_5). Esteban había crecido como un árbol al que acudían los pájaros del cielo para anidar. Los ángeles le tomaron por espejo, imprimiendo en él su rostro. Los apóstoles, en el cielo (Los cielos proclaman la gloria del Señor, Sal 19:1), se contemplan reposados cuando Esteban administra el pan sagrado, seguros de que dar el alimento a las mujeres fieles, que eran los pajarillos del cielo de la Iglesia primitiva, a la que con razón se equipara al cielo, ya que en ella los cristianos no tenían sino un corazón y una sola alma; es decir, una voluntad que era la de Dios; voluntad que es la de todos los bienaventurados, por dar testimonio de la soberana verdad.

            Pero este joven levita, este santo diácono, este gran árbol, fue además el depositario de las personas divinas. [49] El Espíritu Santo moraba en él como en su nido, como una paloma mística anidando en el corazón de san Esteban, que era una roca adherida a Jesucristo, piedra viva. Como Jesús era su amor y su tesoro, era, por tanto su corazón. Cuando dos o tres de ustedes se reúnan en mi nombre, dice Jesús, allí estar‚ en medio de ustedes.

            El cuerpo y el espíritu de san Esteban estaban reunidos en el nombre de Jesús, para confesarle y sufrir por él el martirio. El espíritu que poseía, cuando se contradecía la auténtica doctrina del amable Jesús, dio más gloria a san Esteban que las piedras con las que lapidaron su santo cuerpo. El contempló la gloria de Dios y a Jesús a su derecha; una gloria y una diestra tan cercanas a él, que penetraron en él y él en ellas. Por ello no dijo solamente: Veo (Hch_7_56), sino que ante exclamó: He aquí como extasiado ante el triunfo divino que le servía de trono. Cayó sobre sus rodillas y, como Esteban quiere decir corona, al estar de hinojos colocó la corona en el suelo, para dar gloria a Dios y a su divinidad. También la dio a Nuestro Señor, el Cordero, protestando y afirmando que el que murió está vivo y en pie a la derecha de Dios. No volver a ser clavado en la cruz, sino que está libre y sin ataduras para asistir a quienes lo reclamen. El es el verdadero rey de Israel, que resucitó de la muerte, que da vida eterna a sus amigos y aun a sus enemigos, cuando aquellos ruegan por éstos siguiendo su ejemplo. [50] Llegan a ser así como un grano de mostaza arrojado en tierra, que crece como un árbol donde anidan los pájaros que su Padre le ha dado, sin que ninguno de ellos se pierda, salvo el cauteloso y traicionero Judas. El Cordero sigue presente en el Smo. Sacramento para que podamos anidar en él y él en nosotros, haciendo realidad las palabras de Job: a través de su muerte, multiplicará sus días, siendo su voluntad renacer en nosotros como un ave fénix. En la noche en que fue traicionado, quiso arder él mismo en la llama infinita de su inmenso amor. Haciendo memoria de su pasión, instituyó el sacramento de vida sobre el monte Sión. A manera de un nuevo nacimiento, fue como el partero que se recibió a sí mismo, preservándose como un divino Moisés a pesar de la cólera de Faraón. Era éste el príncipe de las tinieblas y maestro de la humanidad, que intentó expulsarlo, no sólo de la Judea, sino de toda la tierra, pretendiendo desarraigarlo de ella. Puso este pan sobre el madero, clavándolo con gruesos clavos durante el tiempo en que perdía la vida, creyendo que no podría arraigar de nuevo y quedaría muerto de ahí en adelante.

            Pero estos insensatos se equivocaron. El Salvador, que era el grano de trigo, debía fructificar plenamente después [51] de su muerte y no antes de ella. Así lo hizo; pero queriendo representar su muerte estando todavía en vida, obró como el ave fénix, consumiéndose en las llamas del madero aromático preparado por él mismo. Batió sus alas en la calidez de los rayos del sol, por representar ellas sus mismos deseos: con gran deseo dijo a sus apóstoles. Estos rayos eran las dos personas divinas, con las que él producía la tercera en una misma esencia. Ambas personas se encuentran con él por concomitancia en este divino misterio.

            Construyó su nido durante la Cena, y multiplicó sus días, prometiéndonos permanecer en él para nosotros, con nosotros y en nosotros hasta el fin del mundo. Se mantuvo en ella erecto como la palmera, enderezándose él mismo cuando estaba más abrumado de aflicciones, de tristeza y de amor. Si el amor pesara como los grandes fardos, el mayor peso de Jesús seguiría siendo su amor y continuaría inclinándose hacia donde éste lo lleva. Su amor lo lleva a todas partes, sobre todo a donde hay pecado. Su amor fue el que lo movió a tomar sobre sí los pecados del mundo para borrarlos todos, a fin de reinar en todos y en todas partes. Sin embargo, como el amor todo lo quiere por amor y no por la fuerza, no se impone a la libertad de las voluntades. [52] Oh Jesús, mi Jesús, emplea tu fuerza en la mía. Pero, ¿Qué digo, acaso es forzar una cosa cuando la pedimos, cuando con todo derecho nos pertenece, y es para nuestro bien mayor? ¿Acaso la libertad auténtica no consiste en tender a su fin y a su centro? ¨

            ¿No nos hiciste para ti, y no estarán nuestros corazones siempre inquietos hasta que lleguen a ti? Serán como esclavos cruelmente oprimidos si se apegan a ellos mismos o a cualquier criatura, en especial si lo hacen con la miserable furia infernal que es el pecado. Pecado que es padre del infierno de horrendas tinieblas. ¿Quién creó el infierno? El pecado. Sin el pecado, no ardería el fuego del infierno. No habría tinieblas ni mazmorras si el pecado no hubiera descendido junto con Lucifer y sus cómplices desde el cielo hasta el centro de la tierra. El pecado es, pues, el padre de los suplicios. El pecado es lo único que se opone al amor, impidiendo que Jesús multiplique sus gracias en nuestros corazones cuando son obstinados.

            Si, empero, los encuentra vacíos de pecado, hace en ellos su nido. Se multiplica como la palma. Nos transforma en otra ave fénix que resucita en sus llamas. [53] El es el grano de mostaza triturado por los tormentos, que fortalece con su místico aroma a toda la Iglesia. Después de haber sufrido el peso de la cruz, los clavos y la agonía, expiró entregando su alma santa como una suave fragancia que se impuso al hedor de los cadáveres del Calvario. El consoló a su Madre, que pudo permanecer en pie, lo mismo que a san Juan, su predilecto, que es como el cerebro o entendimiento de la Iglesia.

            San Juan debía hablar del Verbo, al que el entendimiento del Padre engendra desde la eternidad al conocerse a sí mismo. Verbo que es la adhesión eterna. Todo lo que existe fue hecho por él y toda la creación obedece su absoluto mandato. El es la luz verdadera que vino al mundo para iluminar a los hombres. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Lo rechazaron, pero a quienes lo recibieron, como san Esteban, les dio el poder de ser hijos de Dios que nacen no de la sangre ni de la voluntad de la carne, ni de querer humano, sino de Dios, que los engendra y los recibe. A ellos se presenta, como a san Esteban, cuando sufren por él. Es muy cierto que se encuentra a su lado cuando en su martirio lo confiesan y lo invocan; cuando son oprimidos o se quebrantan sus huesos. Es menester que estos granitos de mostaza exhalen un aroma tan fuerte que las personas se fortifiquen.[54] Su mente sabiendo que existe una vida eterna, y que los tormentos llegan a parecer tan dulces a los mártires, cambiarían cien de ellos por un millar.

            Pero, como ya dije, Jesús es el árbol que recibe a estas aves para que aniden en las cavidades de sus llagas, protegiéndolos a la sombra de sus alas. Como hizo con nuestro buen san Esteban, los introduce en su corazón cual pequeñines o aguiluchos del corazón que sabe perdonar de corazón, imitando así a su Salvador, el cual lo recibe al expirar. Al cerrar los ojos corporales, abre los del espíritu para contemplar el sol a su gusto. Jesucristo mismo se convierte en su tabernáculo.

            Como un esposo que sale de su tálamo, se recrea, cual gigante, corriendo su carrera A un extremo del cielo es su salida (Sal_19_6). El Salvador acudió, como un esposo alegre, a recibir a san Esteban. Vino saltando de gozo, en un solo impulso desde la diestra divina y sin agitación alguna. Estuvo al lado de san Esteban, el cual adoró su grandeza mientras oraba por sus enemigos: Y diciendo esto, se durmió en el Señor (Hch_7_60). Enteramente seguro ante la presencia de su amoroso Señor, [55] se durmió entre sus brazos. Cuán preciosa es la muerte del que sabe conservar para su amado sus frutos antiguos y nuevos, ofreciéndoselos a las puertas de entrada y salida de su vida y dejando en pos de sí un olor a mandrágoras. Así como el Salvador acudió a recibir a san Esteban con pasos de gigante, regresó con el mismo paso a lo más alto de los cielos, llevando consigo a su aguilucho para que contemplara de cerca sus rayos luminosos, acercándolo a su cuerpo, que es la forma del sol, en la que mora la plenitud de la claridad divina. San Esteban, adornado con las piedras preciosas de su martirio, que lo coronaban y hacían resplandecer su cuerpo, fue doblemente enriquecido por Jesús, que es una corona tan preciosa como una gema de precio infinito. Fue ésta la recompensa de los frutos antiguos y nuevos que san Esteban le había ofrecido, el cual recibió no sólo el céntuplo, sino el valor incalculable y la vida eterna. Había dejado todo para seguir a su maestro, y éste lo premió con su infinita riqueza.

Cantar 8

            La esposa hace el mismo comentario al ofrecerle sus manzanas, sea con frutos recibidos de los amigos, sea de los enemigos, mediante su observancia de los mandamientos antiguos y nuevos. Llega a parecerle que nada posee ya en la tierra, por haberse dedicado a su esposo tanto en la juventud como en la ancianidad, por ello exclama: Ah, si fueras tú un hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre. [56] Podría besarte, al encontrarte afuera, sin que me despreciaran (Ct_8_1).

            ¿Quién me dará, hermano mío, por ser tu Padre el mío como dijiste, verte alzado hasta el pecho de mi madre? La divinidad es mi madre, pero de manera muy particular, la tuya. Es para ti madre y nodriza, apoyándote en la hipóstasis y uniéndote a los pechos divinos, pero con tanta dulzura, que tu humanidad se adhiere fuertemente al seno divino, de manera que dos naturalezas forman una sola persona en Jesucristo, que es Dios y hombre.

            ¡Ah! ¿Quién me concederá el favor de salir de mí para contemplarte fuera de todo lo que no es Dios, y que nada de lo que no es él me retenga en la tierra o en el cielo? ¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen: Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre. Mas para mí, mi bienestar junto a Dios.

            Si estuviera despegada de todas las cosas, y nada opusiera obstáculo a mi amor, encontraría extraño todo lo que no es Dios. Te contemplaría en la unidad de esencia y en la Trinidad de personas. Presenciaría la circumincesión divina: a las tres divinas personas como están la una en la otra, y te vería adherido y levantado hasta el pecho del Padre [57] que te engendra, y de qué manera estás asociado al Espíritu Santo, al que produces. Sería testigo de cuán amada del Espíritu Santo es tu humanidad, a la que el mismo Espíritu formó en las entrañas de la Virgen, dándole leche celestial para alimentarla. Te vería como persona distinta en un trono particular, por encima de todos los santos y de todos los cielos, adherido al pecho de la diestra divina que es madre de los elegidos, cuyo primogénito eres tú.

            Si pudiese estar allí, te tomaría por derecho de bodas y de nuestros desposorios, y te besaría tanto cuanto tu bondad lo permitiera y me diera audacia para ello. Por ser tu esposa, no tenería que alguien se atreviera a reñirme o a despreciarme por esta santa presunción, porque la esposa es del esposo tanto como él lo es de ella. Te besaría con un dulce y castísimo beso, por ser un ósculo entre hermano y hermana, entre un esposo y su esposa, cuyo amor es indivisible. Beso tiernamente amoroso, por ser el de una madre a su hijo, pero beso de un Dios a su criatura, por tener todo el derecho de hacer lo que desee, [58] y de encontrar sus delicias con los hijos de los hombres, sin que ángel o criatura alguna puedan murmurar por ello. El Padre y el Espíritu Santo, lejos de menospreciar a la esposa del Hijo, la honran y aman tierna y fuertemente. Te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre, y tú me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granados (Ct_8_2).

            El amor confiere un santo atrevimiento, y el derecho de matrimonio, una santa temeridad. Es necesario que la tome y la lleve a casa de mi Madre, la santa Virgen. Ella será para mí una madre más favorable de lo que la tierra fue para él, según la narración que nos presenta esta verdad. Si la Sma. Virgen me abre su pecho, la casa de mi corazón, te llevaré a él. Pero, ¿Qué estoy diciendo? Tú siempre estás allí. En él me enseñarías a practicar las virtudes de la humildad, de la paciencia y de la caridad. Allí te daría el agua de mis lágrimas, que son para ti como una suave bebida del vino de nuestro divino amor, por haber perdido enteramente el sabor del amor propio. Te daría del jugo de mis granadas.

            Comenzarías por besarme sin que yo te lo pidiese, previniéndome con tu ternura y dándome tu amor como [59] cortejándome, admirando las gracias que me has concedido y haciendo que tus criaturas acudan a admirar contigo a la que no merece ser vista.

            ¡Cuántos coloquios y alabanzas! ¡Cuántos perfumes y serenatas! ¡Cuántos motetes cantados por tus ángeles, que a tu vez me entregas y dedicas para encantarme y atraerme a tu amor! ¡Cuánta dulzura sagrada! ¡Qué raudal de santas discreciones, según tus riquezas! ¡Qué abundantes profusiones y divinas prodigalidades, tanto sobre mis sentidos, como sobre mi espíritu!

            Has querido atraerme a la soledad con la poción de la leche de la devoción del agua de Naffe, de las lágrimas del vino delicioso (Ct_5_1), de los consuelos del río impetuoso del torrente de tus delicias. En fin, pensé quedarme en medio de esta abundancia, diciendo con David que nada cambiaría, o con san Pedro, que era bueno estar allí. No pensaba sino en mi propio contento, como una adolescente que se complace en jugar y saltar. Al jugar contigo, me darías el derecho y la ganancia, porque te gusta contentarme. Tú eras mi laúd y mi cítara de diez cuerdas, en armonía con los nueve coros angélicos. [60] Tú y tu santa Madre, ambos a una, me hacen dar saltos como una cervatilla sedienta que huye de los cazadores. Con ello me invitan a dejar las vanidades para buscar descanso y solaz en la fuente de vida que es tu divina bondad; manantial de fuerza y de vida. Sembrabas espinas en mis caminos cuando yo quería seguir el mundo; pero al ir en pos de ti, los sembrabas de flores perfumadas. Me atraía el olor de tus perfumes. Tu nombre precioso era para mí tan aromático, que todas mis potencias corrían hacia él; y aunque jóvenes para la devoción, parecían amarlo mucho.

            Durante el día, sólo pasear en las altas y fecundas consideraciones, es decir, en contemplaciones; de manera que, si los ardores del sol eran demasiado fuertes, me servías de árbol para ponerme a su abrigo. Mientras estaba a tu sombra, tu fruto dulcificaba mi paladar. Me lo infundías de manera divina, como no pudiendo sufrir que tuviese el trabajo de masticarlo. Si desmayaba, me rodeabas de manzanas y de flores, llevándome a tu bodega para embriagarme en ella, [61] a fin de que nada sintiera cuando plantaras el estandarte del amor: tu cruz sacratísima, en el fondo de mi corazón. Los clavos me eran tan dulces y el madero tan ligero, que me parecía volar. Si al llevar tu estandarte, parecieron agudos a otras, los convertías en lirios para mí: Como el lirio entre los cardos, así mi amada entre las jovencitas (Ct_2_2).

            Era yo como una varita de incienso perfumado. Tu lengua parecía manar siempre leche y miel, y tus labios eran para mí un panal. Tus labios, es decir, tu santa humanidad. Cuando el sol de tu divinidad caía de lo alto, ella destilaba en mí dulzuras tan deliciosas como un panal de miel. Cuando me dabas el dulce beso de tu boca, exclamaba yo que tu paladar era suavísimo. Me enamorabas como un amigo queridísimo, y a mi vez yo lo hacía, cada quien a su turno.

            Es necesario que explique lo que he aprendido acerca de la manera en que se procede este buen esposo cuando escoge a las almas para manifestarse a ellas y elevarlas al sublime amor que comprende todos los grados de caridad perfecta.

            [62] Al principio se comporta como un joven enamorado al ver a una muchacha de la que se ha prendado tan fuertemente, que se impacienta durante el tiempo que no pasa con ella. Envía mensajero tras mensajero con cartas y regalos. Cuando la amada contempla sus dones, exclama: Si tanto me ama, que se presente; que venga, pues, él mismo a hablarme de viva voz. Por ello dice la esposa: "Que me bese con un beso de su boca". Al principio del Cantar, ella parece tomar la iniciativa, mas no por eso es la primera. Tiene que ser el amado, el cual se ha dedicado a cortejarla por medio de sus ángeles, de sus dones y de sus inspiraciones. El alma, prevenida y conmovida ante ellas, exclama: "Que me bese con un beso de su boca". Ella da su consentimiento; hela ahí, comprometida, pero el matrimonio aún no se ha consumado. El esposo la acaricia con toda clase de delicias. No escatima ni perfumes, ni ternura, ni aderezos, ni instrumentos de música, ni caricias, ni zalamerías. Hace, además, despliegue de sus tesoros, sabiendo que ella ha renunciado a cualquier otro amor, diciendo a todos: Retírate de mí, patíbulo de muerte, porque ya pertenezco a otro amor. [63] Habiendo recibido las potencias del divino esposo, se ve adornada por ellas con la propia mano de su esposo: Ha ceñido mi diestra y mi cuello con piedras preciosas, y adornado mis oídos con perlas de valor incalculable. Me ha regalado pulseras más hermosas que las de Rebeca (Gn_24_22), que son signo de esperanza y seguridad para la esposa. Ha ceñido mi cuello con el collar de su caridad; ha colgado a mis oídos pendientes de preciosas perlas, que son sus fieles palabras, que para mí valen más que el oro y el topacio. Ha puesto sobre mi frente una diadema admirable y tan rica, que ningún otro enamorado sería capaz de darme una parecida.

            El mismo se ha incrustado en ella, a fin de que nadie pretenda cortejarme: Puso un signo en mi rostro para que no reconozca a otro enamorado sino a él. Me rodeó con piedras y gemas resplandecientes. Me ha dado en arras el anillo de su fidelidad; me ha adornado con pendientes admirables. El Señor me coronó con una túnica dorada. Miel y leche me han dado sus labios y su sangre adorna mis mejillas. Sólo a él sirvo con fidelidad; a él me entrego con toda devoción. Me ha mostrado tesoros incomparables, que son para mí promesas seguras.

            En fin, no hay favor que mi esposo haya omitido desde el principio, dice la esposa. [64] Me ha arrebatado hasta el tercer cielo, revelándome secretos indecibles a cualquier ser humano. Los ángeles estaban como extasiados de admiración al verle tratar conmigo con tanta bondad, y tomarme por esposa. Consideraban un gran honor el servirme como ministros.

            Pero, querido Esposo, ¿acaso ignoras que al mismo tiempo que Pablo era arrebatado a las delicias de la misericordia, la justicia le preparaba cruces durísimas, conforme dijo el Salvador a Ananías: Le mostraré cuánto tendrá que sufrir por causa de mi nombre? (Hch_9_16). Estuvo en éxtasis tres días, y casi toda su vida fue afligido, como él mismo cuenta más tarde, llegando a contarse en el número de los infortunados y anhelando la destrucción de su cuerpo para librarse de la ley, que resiste al espíritu. Es cautivo de dicha ley, que lo atrae al pecado, al que aborrece. Aunque victorioso de toda culpa, no se deja abatir por la pena. Afirma que hace el mal que no quiere y no el bien que ama. Dice que castiga su cuerpo y lo reduce a servidumbre, temiendo que, al reprender a los demás, sea condenado él, que era un vaso de elección. Podría seguir con tantas otras penas que sufrió este santo al ser probado. Por esta razón, nos aconseja hacer acopio de mucha paciencia y de todas las virtudes, ya que Dios mismo quiso que se ejercitara en ellas.

            Quiso por ello que su esposa fuese probada, casi abandonándola en el temor de ser reprobada. La palabra casi demuestra que ella no ha perdido ni la esperanza ni la fe ni la caridad, pero que sus virtudes eran como un fuego ardiendo bajo la ceniza; como una cuerda de tres cordeles tan bien entretejidos, que la esposa no los percibía.

            ¡Ah, quién podría describir los dolores, los disgustos, las aflicciones, las tristezas, los sufrimientos, los martirios, es decir, las muertes por las que atraviesa la esposa! Ella vive sin vivir y muere sin morir, diciendo: Porque para mí, la vida es Cristo y la muerte, una ganancia (Flp_1_21). Jesucristo es su vida, y para ganarla, aceptaría morir cuanto antes. No existe otro consuelo para ella sino la muerte, porque piensa que hallar en ella a su esposo, al que no descubre en vida.

            Ella no lo contempla sino mediante la ciencia segura de la fe, que la instruye en todas partes. No es atea, pero ¡ay! es la pobreza misma. Se cree infiel al ver la fidelidad de las otras. [66] No que se sienta pagana, pero sí en una especie de infidelidad que la aflige. En el sentirse así radica su fidelidad. Pobre esposa. Puedes en verdad decir, estando tan afligida, que es un mal extremo el no poder gozar del bien amado. Ella piensa y vuelve a pensar en sus faltas, por creer que son la causa del alejamiento de su esposo. Se culpa y desea el martirio, lamentando la partida de su amado. Vivo sin vivir; ¿por qué no he muerto ya?

            Ella es como Elías cansado de vivir. Se espanta ante la menor criatura de este mundo; ella, que hubiera podido hacer bajar fuego del cielo después de haberlo cerrado para no dejar que lloviera. Ella lo obliga a desplegar o desbordar los tesoros de sus aguas en cuanto eleva su oración de siete peticiones, con el rostro entre sus rodillas, rostro que Dios no podía dejar abatirse de este modo sin escuchar su oración, hecha con extrema humildad y sumisa reverencia, abajando el alma con el cuerpo, representado por las rodillas. El hijo que ella alimentaba era su esperanza contra toda esperanza. Al verlo, pues, como el pobre Elías [67], perseguido y desterrado de todo consuelo, desearía dejar de vivir corporalmente, por no entender si aún había vida en su espíritu.

            Pero Dios, cual buen amigo, se manifiesta en la necesidad. En primer lugar, a manera de poderoso rey, envía a sus procuradores y a sus heraldos: manda un ángel a la pobre desamparada y afligida para darle la seguridad de su amor por ella. Despacha un ángel que despierta a la pobre enferma, hiriéndola con una doble llaga que la solaza.

            Citaré aquí algo que pasó hace cuatro años. Conozco una persona que, después de haber gozado de consuelos indecibles y multitud de favores, a pesar de casi no conocer los libros, ya había experimentado toda clase de ternuras y caricias descritas en ellos; escritas por santa Gertrudis, o por santa Catalina de Siena, o por Santa Teresa. Por espacio de nueve años casi continuos, y casi sin privaciones, tuvo presente a su derecha, al divino esposo, de una manera mística y amorosa. Esto impedía el temor y producía una alegría interna, situando aun su cuerpo en un dulce reposo, como si estuviese ya en la gloria, sin riesgo de sufrir. David lo explica con estas palabras: [68] Pongo al Señor ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa (Sal_16_8s). Al cabo de aquellos nueve años, esta alma se encontró en la sequedad, o más bien en algo parecido al desamparo. Así como las que suelen recibir caricias se sienten abandonadas cuando no se les habla, así el Señor nos manda grandes penas cuando dejamos de sentir su asistencia, porque todo nuestro ser depende de Dios. Si él se retirara, dejaríamos de existir. Lo mismo sucede cuando retira sus consuelos de un alma que los ha experimentado largo tiempo. ¡Ay, ay! ¡Qué pena da ver a un príncipe alimentado con sabrosos manjares, forzado a comer pan de avena o de cebada sin ser purificado de su pajilla, cuyas puntas parecen estrangular la pobre vida que le resta!

            Así se veía esta alma, que ignoraba dónde estaba el Dios de su corazón. Le parecía que cada criatura le preguntaba dónde estaba aquel que tanto la amaba, y que no parecía tener ojos sino para contemplarla, pero que al presente parecía tenerlos sólo para desdeñarla. [69]

            Humillada por tan diversos pensamientos, la pobre huérfana fue mirada con piedad por aquel que se llama el padre de los huérfanos y el juez de las viudas. Cual nuevo Booz hacia esta pobre Ruth, mandó que se la dejara recolectar asiduamente, permitiendo que mojara su pan seco en el vinagre, para que probara nuevos sabores y terminando por tomarla por esposa después de que ella le hubo revelado su identidad.

            El dulce Jesús no ignoraba que dicha alma era su esposa, ni que había dejado su propio país, renunciando a todo lo que no es Dios y a sus posesiones. A imitación de María Virgen, había hecho voto de castidad, rechazando los placeres del mundo. Durante esta hambre o privación de los consuelos del cielo, no había dejado de esperar valientemente.

            Este dulce y benigno padre, este amorosísimo esposo, después de haber ejercitado la paciencia de su esposa, reveló a una joven compañera suya, que todas sus aflicciones pasadas no se debieron a desamparo alguno de su parte, y que le dijera en su nombre que su infinita bondad siempre la había amado, la amaba y la amaría con una caridad perpetua o eterna. Así lo hizo la buena muchacha, acudiendo sin tardar a decirlo a la esposa.

            Estas palabras fueron como flechas lanzadas directamente a su corazón oprimido, para abrirlo a la alegría que le traía semejante noticia. [70] De pronto, ante su gran asombro mezclado con temor, sintió el amor agridulce, y sus ojos se convirtieron en dos fuentes de lágrimas mezcladas con el recuerdo de los dolores apenas pasados, con el beneficio que aún no acababa de captar, debido a la grandeza de su amor. ¿Acaso no dijo él, resucitado: Yo me acuesto y me duermo, me despierto, pues el Señor me sostiene? (Sal_3_6). A punto está mi corazón, oh Dios, a punto está mi corazón (Sal_108_1). Tú enciendes mi corazón, mi corazón quiere ir delante de ti. Mas no, prefiero seguirte: Voy a cantar, voy a salmodiar, anda, gloria mía, despertad, arpa y cítara, ¡a la aurora he de despertar! Te alabaré entre los pueblos, Señor, te salmodiaré entre las gentes, porque tu amor es grande hasta los cielos, tu lealtad hasta las nubes. ¡Alzate, oh Dios, sobre los cielos, sobre toda la tierra, tu gloria! Para que tus amados salgan libres (Sal_108_1s).

            Y así el resto de este salmo, que es conforme a lo que siente el alma: Triunfaremos con el auxilio del Señor, el cual aplastar a nuestros enemigos (Sal_108_14).

            La esposa se ve libre de todos sus males al recuperar a su esposo, que es su soberano bien. En él encuentra ella todas las cosas. Todo parece estarle sujeto; domina en todo y sobre todo. Sólo cuenta su amado, que es su rey y su Dios. Pero también es su esposo, lleno de amorosa bondad. [71] Ella es toda de este amor, mediante el cual goza de todos sus placeres. Las dominaciones y las tribus de todas las naciones son también cautivas de la esposa: Judá es mi cetro; Moab, la jofaina de lavarme (Sal_108_9s). Aun los contrarios más acérrimos: Sobre Edom, tiro mi sandalia, contra Filistea lanzo el grito de guerra. ¿Quién me conducir hasta la plaza fuerte, quién me guiará hasta Edom? (Sal_108_10s).

            Ella reconoce que todas sus gracias proceden de su amado, y a él las atribuye; pero como es propio del amor engrandecer al ser amado, el esposo desea convertirla en su Señora, como ya dije antes, exigiendo únicamente su fidelidad.

            Ahora bien, los deseos de la esposa consisten en gozar de su amado, que es el Deseado de las naciones y de los collados eternos. El Padre y el Espíritu Santo se complacen en este Salvador, que es su esposo, y todo de ella. De manera que si no tuviese la misma esencia indivisible con el Padre y el divino Espíritu, podría parecer que la ley del matrimonio establecida divinamente haría que él dejara todo para unirse a esta esposa.

            Pero así como la unidad que él tiene con el Padre y el Espíritu Santo es su felicidad total, [72] así la esposa es dichosamente elevada sin divagar, con todos los honores y todas las grandezas de la Virgen, de la Virgen Madre, que dio el cuerpo del esposo divino, el cual fue tomado del seno virginal de una manera virginal. Así como el Verbo es engendrado virginalmente por el Padre, así el Espíritu Santo es producido virginalmente por el Padre y el Hijo.

            De manera semejante el esposo habita virginalmente con su esposa, la cual lo ama, exclamando por ello: Amo a Cristo, a cuya cámara nupcial entraré; cuya madre es virgen; cuyo Padre no conoce mujer. Su voz, al cantar, es para mí un órgano melodioso. Cuando le amo, permanezco casta. (Sta. Inés). Amo a Jesucristo, en cuyo tálamo soy admitida; a Jesucristo, cuya madre es Virgen, y cuyo Padre divino no conoce mujer. Sus palabras castísimas son para mí más armoniosas que las cítaras. Mi corazón se complace al imitarlo, y todas mis potencias establecen con él un ensamble musical que nos atrae al uno y a la otra al amor. Cuando le amo, sigo siendo casta; cuando lo toco, sigo siendo pura. Cuando él me besa, quedo incólume; cuando lo recibo, sigo siendo virgen. Estoy desposada con aquel a quien sirven los ángeles, cuya hermosura admiran el sol y la luna. Sólo a él serviré con fidelidad (Sta. Inés).

            Yo soy la esposa queridísima del Señor de los ángeles, cuya hermosura admiran el sol y la luna. [73] Sólo a él servir‚ con fidelidad de esposa. A él me entrego con toda devoción (Sta. Inés). Soy toda suya por inclinación de mi franca y libre voluntad. Deseo ser enteramente suya, así como su bondad lo mueve a ser todo mío.

            El alma de la que antes hablé, que recibió el favor de escuchar de labios de su compañera el mensaje de su esposo, recuerda una visión intelectual que tuvo el día de san Martín. Pero antes contaré lo que precedió a este favor.

            Cierto día del mes de noviembre, encontrándose la esposa en una capilla, se sintió fuertemente atraída, sin saber cómo, de suerte que su corazón pareció salir de su pecho debido a la fuerza de dicho atractivo. No fue como los asaltos que había experimentado en otras ocasiones. Dios mío, decía ella, ¿Qué quieres de este corazón al que atraes tan poderosamente a ti, sin que sepa por qué ni cómo; sin ver lo que pides de él, ni aun si en realidad eres tú? Pero como no se eleva ni se abre por sí mismo, debe tratarse de ti. Su corazón tuvo tantos asaltos, que se abrió a su amado, el cual hizo la brecha. Con ello [74] quiso cambiar la nada en botín, para entregarse todo a la esposa, transformándola en el más rico trofeo. Después de gozar a su amado, éste le reveló cómo había obrado en ella, diciéndole: Mi toda mía, he morado en tu corazón de manera admirable. Por derecho de matrimonio sagrado entre nosotros dos, me he deslizado en tu corazón cual divino semen. Cuando tu corazón sintió los primeros deseos de mi amor, fue como una casta llama. Cuando se acercó a mí para hacer la unión mediante el beso de paz, fue como una llama límpida; pero cuando nos unimos de manera inefable, a la que puedo llamar unidad, me recibiste como Verbo humanado en tu corazón derretido de amor, abierto por deleite y dilatación, introduciéndote en él a manera de injerto, para absorber tu sustancia y cambiarla en mí al darte la mía. En tu tronco exterior parecerás la misma, pero tu interior seré yo mismo y los frutos que darás serán míos, porque proceden de mí.

            El esposo, no contento con explicar esta gracia que concedía a su esposa, quiso, un día de san Martín, mostrarse en visión, mostrando un cuerpo compuesto de luz, cual clara diafanidad, o como el cristal de un vitral. [75] Llevado por su amorosa ligereza, parecía venir de lo alto con una divina impetuosidad, para abrazar a su esposa. Dicha visión no era sensible, sino imaginativa y espiritual.

            No intentaré describir todos los favores que concedió a su esposa, porque me sería imposible. Cerca de la fiesta de san Lucas, quiso de nuevo conversar con su esposa en términos encantadores y dulcísimos, diciéndole: Has de saber, amada mía, que cuando has sentido mis abandonos, pretendía yo estar alejado de ti como si me hubiese ido a una tierra extraña, deseoso de conquistar para ti bienes y grandes riquezas. Te dejé las arras de mi fidelidad, es decir, mi propio corazón con sus afectos, después de pedirte la llave del tuyo, a fin de que en mi ausencia no abrieras a nadie. La llave no es otra que la promesa fiel de ser toda mía. Volví cuando tú dormías, para sorprenderte. Al despertar, quisiste saber quién se acercaba a ti, sin tener la intención de admitir en tus amores a otro que no fuera aquel a quien los diste. Al asegurarte que era yo, me abriste la puerta; mejor dicho, no pudiste levantarte, sorprendida por el temor y el amor. [76] Por el temor, dudando que se tratara de una voz que imitase la mía. Por el amor, sintiendo, con un instinto divino que era yo. Tu corazón, que sufría y se alegraba, fluctuaba entre estos sentimientos, ocasionando algún dolor a tu pobre estómago. Conociendo al fin que en realidad era yo, se desvaneció el temor y tu corazón se abrió alegremente a mis delicias, aspirando dulcemente de mí tus sagrados placeres. Yo me derramaba en ti a través de mis sagrados deseos, abrazándote castamente, es decir, de manera divina y mística, como se hace en el puro amor, porque todo esto procede de él mismo y en él, y él solo obra esta metamorfosis. Tú moras en mí y yo en ti, así como mi Padre y yo estamos el uno en el otro. Esta unidad produce un mismo amor que es Dios como nosotros, el cual está también en nosotros. Tres personas distintas integran un Dios trino y uno, que se basta a sí mismo. Si Dios se basta a sí mismo, serás muy avara si no te basta con él. Si anhelas la claridad, él es todo luz. Si deseas la bondad, él lo es por esencia. Si deseas la sabiduría, él es la misma ciencia. Si deseas el poder, él es la omnipotencia. Si deseas grandezas, él es la suprema altura. [77] Si deseas hijos celestiales y divinos, él es la fecundidad cuya generación es innumerable: Y su generación, ¿Quién podrá contarla? (Is_53_8). Qué puedes desear que no encuentres en él, esposa sagrada. El es todo tuyo. Goza a tu holgura en tu lecho celestial. A ello te invita él amorosamente. Ven, mi elegida, y te daré un trono, y el rey se prendará de tu hermosura (Sal_44_12). ¡Acudan, elegidos míos! Por ser el sol, pondré y asentaré mi trono en ti, porque el amor real y divino codicia tu belleza. Ven a mi derecha para ser justificada por mí; ven al sitial de la sabiduría que te ofrezco. Que tú seas mi trono de marfil, de zafiro y de toda clase de piedras preciosas. Contémplame como el esplendor del Padre y figura de su sustancia. Llévame grabado en ti, que soy imagen de su bondad divina. De este modo, serás el Monte Tabor en el que muestro mi gloria. Si no te sientes feliz, acude al cielo empíreo con libertad de esposa: nadie menospreciará la osadía de tu santa libertad. Es mi bondad la que te apremia; bondad divina que también es tu madre. Dime: Te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre, y tú me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granados (Ct_8_2). [78] A pesar de mi indignidad, te tomaré por esposo, ya que el matrimonio en que te dignas unirte a mí me permite hacerlo. Te conduciré, no por poder de autoridad, sino por el imperio que el amor ejerce sobre ti. Esta gracia es un lazo que te mueve a inclinarte divinamente y por bondad, a lo que ella desea. Te llevaré a la casa de mi madre, la caridad eterna, en la que me has amado en ti mismo antes de haberme creado. Allí me darás a conocer tus deseos con tus fulgores: en tu luz contemplaré la luz. Ahí te daré una bebida agradabilísima, pero que no procede de mí como de su fuente, sino de ti. En todo soy instrumento, y todo lo que soy estará dedicado a ti. Lo que eres en mí y lo que me haces ser en ti, será como un vino delicioso. Contendrá el sabor o jugo de las granadas de las obras de caridad que tu divino Esposo me hará producir como fruto de su bondad, la cual se comunica tan dulcemente a mí, que sus delicias manan de mí a través de un suave éxtasis, en el que soy sostenida por ti, queridísimo esposo mío, ya que [79] tengo la impresión de que tu mano izquierda está sobre mi cabeza, cuidando que no caiga yo en un mal mayor y que el deseo del cielo, que es la casa de mi Madre, no sea para mí tan violento que me quite la vida.

            Que tu diestra me abrace para decirme que viva con paciencia, porque no estoy sin ti, que permaneces conmigo en el divino sacramento. Con tantas visitas que tu amor me hace, conserva mi espíritu en medio de tantos peligros. Tu mano izquierda impide que los males me derroten, en tanto que tu derecha me comunica sus bienes para alegrarme y embriagarme de tus delicias.

            Tú que vives al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente (Sal_91_1). Si estoy bajo tu protección y en brazos de tu caridad, ¿Qué temeré? Diré con el real profeta: Muchos dicen: ¿Quién nos hará ver la dicha? ¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro! Señor, tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo. En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo, pues tú solo, Señor, me asientas en seguro (Sal_4_7s). Tu rostro se detiene sobre mí como un sol, como signo de tu divina providencia, siempre presente; dando con ello un gozo y alegría indecible a mi corazón, alimentándolo con la abundancia del trigo de los elegidos [80], embriagándolo con el vino que engendra vírgenes y ungiéndolo con bálsamo de alegría. Por ello, en una paz divina y extática, me duermo entre tus brazos, perdiéndome en ellos y olvidando en ellos mis cuidados, porque en ti está toda mi esperanza. Tú mismo eres mi sola confianza y mi posesión eterna.

            Este esposo benignísimo, al ver que su amada esposa no piensa sino en él, y que, como una bebita se duerme entre sus brazos como si él fuera su nodriza, conjura a las hijas de Jerusalén, a los ángeles aunque pacíficos, a todas las obras aunque sean virtuosas, para que no despierten a su amada hasta que ella quiera: Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, no despertéis, no desveléis a mi amada, hasta que le plazca (Ct_8_4). No sólo no la despierten enteramente; eviten hasta el más ligero ruido para no turbar su reposo. Esperen a que esté enteramente satisfecha del sueño de su contemplación mística. No les extrañe que los someta a las leyes de sus mandatos; yo mismo, a pesar de ser su Señor, su esposo y su Dios, me someto a ellos por amor. Yo hago la voluntad de los que me temen. Piensen que mi bondad cumple diligentemente la de los que me temen y me aman, ya que todo coopera en bien de los que temen a Dios. [81] El divino Paráclito al que se atribuye la bondad, intercede por ellos. A esto se refiere el Apóstol en el capítulo en que nos dice que, cuando la esposa se encuentra en medio de una dichosa debilidad, ignorando lo que debe pedir, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios. Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó. Ante esto ¿Qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿Quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros; ¿Cómo no nos dar con él graciosamente todas las cosas? (Rm_8_26s).

            Si el Padre nos ha dado a su propio Hijo, dándonos todo en todo, ¿Quién pondrá en duda los dones y gracias que concede a su esposa? La colma de grandes favores, la enriquece con sus propias riquezas, la adorna con su belleza y la hace semejante a él por participación; de suerte que los ángeles y todas las demás criaturas, arrebatadas de admiración, exclaman: [82] ¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado? (Ct_8_5). ¿Quién es ésta que sube del desierto rebosando en delicias? Nos asombra muchísimo el ver a una persona que, sin el apoyo de las criaturas, y estando sola, se eleve por encima de ella misma, colmada de delicias. Los desiertos no suelen producir sino espinas y rigores, y sus habitantes son casi salvajes. Sin embargo, vemos todo lo contrario en esta enamorada. Es verdad que el amor domestica, pero en los desiertos no se encuentren galas y ungüentos tan preciosos como para adornar a los que viven en él. ¿Quién hubiera pensado jamás que, en o debajo de la tierra, hubiera delicias como las del cielo? Santos ángeles, confieso a ustedes que, antes de la Encarnación, esto era difícil de encontrar; pero después de ella, el Verbo Encarnado aportó los tesoros de la ciencia divina y de la sabiduría del Padre, enviando al Espíritu Santo con todos sus dones. El es el amor inefable que ha hecho todo esto; es la caridad del Padre que tanto amó al mundo, que le dio a su propio y único Hijo para que morara en él hasta la consumación de los siglos. Todo lo que tienes en el cielo se encuentra en la tierra, aunque no al descubierto. Escuchen el secreto de la Ascensión, de esta esposa y de sus delicias. [83] Ella se apoya en los méritos de su esposo, y en su mismo esposo. El se dignó ejercer el oficio de cargador en la cruz y, me atrevo a decirlo, también el de escudero. ¡Ah, la manera divina de actuar! El espíritu de este esposo engalanado, esta esposa, que es un cielo, y todo, es una realidad. Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos; por el soplo de su boca toda su mesnada (Sal_33_6). Debajo del manzano te desperté, allí donde te concibió tu madre, donde concibió la que te dio a luz (Ct_8_5).

            Querida mía, a fin de que conozcas el gran cuidado que tengo de ti, no sólo como esposo, padre y nodriza, sino también como médico, me propongo cuidarte con mi vigilancia, por temor a que las alabanzas que se te prodigan encanten tu oído y te cierren los ojos, impidiéndote ver tu origen. Tú sabes que en Adán y Eva todos los hombres pecaron, que fuiste concebida en iniquidad y que debajo de un manzano, tu madre Eva fue violada o engañada por las falacias de la serpiente. También tú estabas debajo del mismo árbol; dormías en Eva, ignorando aun tu nacimiento; pero yo te veía presente, porque todo está presente ante mí. Quería despertarte yo mismo. Dormías con un sueño como de sombra de muerte; [84] un sueño letárgico. Para despertarte, quise bajar de los cielos; más tarde lo hizo mi Santo Espíritu, en medio de un ruido ensordecedor, bajando con vehemencia sobre los que estaban en el Cenáculo: no sólo mis apóstoles, sino los que creían en la resolución eterna que tomé de crear, volver a crear y santificar la creación. Cuando el alma se infunde en el cuerpo, encuentra en él al pecado. Sólo mi madre por privilegio, y yo por naturaleza, fuimos exentos de él.

            En la regeneración del Bautismo, te desperté. Bajo el árbol del mal, estaba tu madre corrompida por la astucia de la serpiente. Más tarde fue privada por su propia sensualidad, ya que nadie es ofendido sino por sí mismo.

            Las vanidades y las alabanzas podrían corromperte, haciéndote creer que tienes de ti alguna cosa. Por eso quiero que atribuyas todo a mi bondad y no a tus méritos; que conozcas que de tu ser sólo has recibido el pecado, que borré de ti en el bautismo. Como sabes, acepté reclinarme sobre el árbol tenido por el más afrentoso entre los instrumentos de tortura para los criminales: Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará (Sb_2_20).

            [85] Pero recuerda también que llevas en ti la inclinación al pecado. Esta sensualidad fue causa de que tu madre violara mis leyes, aun teniéndola en su poder absoluto, porque en ese tiempo reinaba la razón. La parte superior dominaba a la inferior. Este recuerdo debe humillarte y hacerte dudar de ti en todo, amando y agradeciendo mi cuidado en preservarte de tantos males en los que podrías incurrir, si mi gracia y mi amor no fueran tus centinelas y no te protegieran. Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el sheol la pasión; Saetas de fuego, sus saetas (Ct_8_6). Como tú eres mía por tantas razones: creación, redención o adquisición, conservación, dependencia, d diva de la franca y libre voluntad, ponme como un sello sobre tu corazón; que pueda estar seguro de que este corazón al que deseo todo para mí, está bien sellado con todos mis tesoros y mi corazón mismo. Quiero ser su guardián, por no fiarme de ninguna criatura. Esto es una dicha para ti, porque nadie es capaz de custodiarlo sino yo. Mi sagrada humanidad es la cera. Mi divinidad, el fuego. [86] Mi santísima y divina persona es su sello. Si lo deseas, tú ser s la cera y el fuego; y yo, el omnipotente, el sello. Mi amor ser tu peso, así como es el mío, porque me inclino hacia donde él me lleva: hasta tu corazón, para regir tus pensamientos y afectos. Pero esto no es todo. Exijo que me pongas como un sello sobre tu brazo; que tus pensamientos y tus palabras, que salen de la abundancia del corazón, no sean solo míos, sino también tus acciones, simbolizadas por el brazo. La verdadera prueba del amor son las obras. Decir y no hacer, es nada. Amar de palabra y no de hecho, no me complace. No se abrirá el cielo a los que sólo dicen: ¡Señor, Señor! El cielo es para los que hacen la voluntad de mi Padre. El amor es fuerte como la muerte. Así como la muerte no perdona a nadie, así mi amor no cede a criatura alguna. La muerte causa la separación del alma y del cuerpo. Por esta razón, mi amor desea la separación eterna de todo lo que no es el bien, sin aceptar nunca el pecado. Así como el infierno jamás devuelve a las almas que ha encerrado en sus mazmorras, [87] mi amor jamás te devolverá a ti misma. El infierno posee esta rivalidad para conservar a los condenados en la eterna privación de todo bien y en la vejación infinita de todos los males, no permitiéndoles jamás volver a su libertad primera.

            Por ello mi amor no desea jamás devolverte a ti misma: caerías en la cautividad y dejarías de poseer la dicha esencial. Obra de este modo para que dejes la nada, a fin de que poseas el todo. Así como él se te ha dado todo, te desea toda para él. Un corazón dividido en sí mismo está desolado. El amor que te tengo me movió a permitir, sobre todo, la separación de mi alma y de mi cuerpo, para no verte privada de la gracia y del mismo amor. Es necesario que la humanidad escoja el amor eternal. Las lámparas del amor son focos de fuego y llamas. Como se dice que Dios es fuego que consume sin ser consumido, todo debe transformarse en el amor y para amar. Toda la claridad del entendimiento, toda la solidez de la memoria, debe ser para el amor, que es la voluntad; amor que desea predominar, como una viva llama separada de su pesada masa; de todo lo que es burdo, material y, me atrevo a decirlo, creado. [88]

            Las tres personas desean, en una esencia, poseer al alma con sus tres potencias, lo cual es devolver a Dios lo que es de Dios. Como el corazón tiene una forma triangular, pertenece al Dios trino y uno, que lo hizo para él. Por ello estar inquieto hasta que llegue a su término infinito, es decir, hasta la fuente de la divina bondad, subiendo siempre a lo alto, hacia Dios, que es su centro. El fuego parece inquietarse cuando se intenta desviar la punta de su llama. Si se hace con una cosa blanda, no tardar en derretirla; pero si se trata de un material muy duro, dejar de ser fuego con esta materia. Así obra Dios con los obstinados, que se niegan a obedecerle. Aun cuando Dios no castigara sino con su privación, esto sería demasiado. ¡Ay, verse privado de Dios! Ser privado de todo bien es, como ya dije, ser acribillado por todos los males, porque la justicia no conoce punto intermedio. Es ella quien prende las llamas de la muerte eterna del infierno, en los corazones que no aceptaron las llamas de vida eterna del paraíso. Las primeras son tan severas, que un gran profeta exclamó: ¿Quién de nosotros podrá habitar con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros podrá habitar con las llamas eternas? (Is_33_14). Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera todos los haberes de su casa por el amor, se granjearía el desprecio (Ct_8_7).

            Ni todas las aguas de las aflicciones de esta vida, podrán jamás extinguir la caridad. Así se trate de penas interiores, sufrimientos del cuerpo, menosprecios, ángeles malos con sus tentaciones, o buenos que luchan, como el que combatió con Jacob (Gn_32_25). Ni los impetuosos ríos de la vanidad, con su flujo y reflujo, podrán sofocarla. Si alguien diera toda su heredad, es decir, todos sus bienes temporales, los corporales, los espirituales como la fe, la esperanza y las demás virtudes, sus posesiones a los pobres, su cuerpo al martirio; si poseyera la elocuencia de los ángeles y de los hombres, es decir, la humanidad de Jesucristo si pudiera ser separada de la divinidad, que es la misma caridad y amor, todo esto sería reputado en nada, porque el amor perfecto a Dios y al prójimo es el tesoro más grande en el cielo o en la tierra. Sería preferible perder todo lo que hay en el mundo, y aun la propia vida, que perder la caridad y el amor. [90] Sería preferible sufrir las penas del infierno y privarse de los goces del paraíso, si éstos no se pudieran llamar alegrías por falta de caridad y amor. La esposa ama por amor al esposo; y aunque no hubiera paraíso o cielo empíreo, él no sería menos amado por su fiel enamorada, que sólo ama el paraíso por amor de su Dios. Se trata de un amor despojado. Todo lo que no es Dios, es nada para ese amor. Ella misma no se pertenece, sino a su Dios. El paraíso con su altura, el infierno con su profundidad, el instante de esta vida, la eternidad de la otra, el hambre de contemplar muy pronto a Dios, la falta de todo consuelo, los peligros cuando se vive en el mundo, que es un mar: todo le parece nada. Aun cuando su Señor lo ordenara, mostrándole la gloria como a san Martín, ella diría que, si pudiera servir a la caridad y al amor, no rechazaría los trabajos ni las persecuciones, ni la espada, repitiendo a una con el apóstol: ¿Quién nos separar del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó (Rm_8_35s). Pero con una dilección y amor que lo movió a darnos a su Hijo único, para morir por nosotros:

            Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rm_8_38s).

            Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella? (Ct_8_8). ¡Cuánto valor das a una pequeñita!

            Nuestra hermana es pequeña; es humilde porque no tiene cuenta de sí. Se ha perdido a sí misma, para encontrarse en Dios, porque el amor vacía al ser amado de sí mismo. La sagrada humanidad de nuestro Señor no tuvo sustancia propia, sino sólo la del Verbo. Su humanidad careció de los pechos de la propia complacencia; atribuyendo sus obras sólo a la divinidad. Por ser ella su soporte, sus obras son teándricas: divinamente humanas y humanamente divinas, así como se conoce a un ser humano con sólo ver su cabeza. Cuando se pinta en un cuadro, basta con ella. El cuerpo sin cabeza carecería de nombre, por no tener espíritu ni entendimiento. Cuando se pinta un ángel, se le da una cabeza coronada por alas. Durante su predicación, el Salvador solía decir: Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. Si alguno quiere cumplir su voluntad, [92] ver si mi doctrina es de Dios o hablo yo por mi cuenta. El que habla por su cuenta, busca su propia gloria. El que busca la gloria del que le ha enviado, ese es veraz; y no hay impostura en él (Jn_7_16s).

            El buen Jesús daba toda la gloria a la divinidad, por ser el origen de su propio soporte. ¿Qué dijeron las tres personas divinas? Nuestra hermana es pequeña, aún no tiene pechos. Esta humanidad que tenemos con nosotros cual hermana queridísima, carece de pechos. ¿Qué haremos en el día en que se hable de ella, en que se hable a su Madre, la virgen, para realizar un matrimonio entre esta humanidad y nuestra divinidad?

            Contemplamos esta humanidad en la nada, no teniendo el ser sino de nosotros y por nosotros. La vemos humillada, anonadándose libre y voluntariamente; ofreciendo servir a toda criatura y padeciendo lo que sea voluntad nuestra, por tener un cuerpo y un alma. El cuerpo es propio para sufrir, y el alma, en su parte inferior, se presenta para sufrir también, sin contrariar nuestro mandato. Aun cuando se le presenta el gozo, escoge la cruz, deseando morir para que la humanidad viva [93] con una vida de gloria inmortal. No se echa atrás: entrevé las penas que debe sufrir; las comprende y se abraza a ellas, porque el mismo Verbo se las ha dado a conocer. No tiene pechos todavía para creer que puede darse en matrimonio a nuestra divinidad, cuya voluntad es que ella sea madre y nodriza de sus hijos. ¿Qué haremos cuando haya que hablarle para tratar este matrimonio? Ella es como un muro: edifiquemos parapetos sobre él: Si es una muralla, construiremos sobre ella almenas de plata: si es una puerta, apoyaremos contra ella barras de cedro (Ct_8_9).

            Si la Sma. Virgen había resuelto guardar la virginidad como un huerto cerrado y una ciudad rodeada de murallas, edifiquemos almenas sobre ellas; fortifiquemos aún más a esta pequeña Virgen. Hagámosla madre sin que pierda su virginidad; es decir, ensalcemos su virginidad por medio de la maternidad divina. Hagámosla más fuerte que cualquier otra criatura. Construyamos en ella torrecillas de plata, que resonarán tan lejos, que todas las criaturas la llamarán dichosa, moviéndola a razonar y decir que hemos mirado su humildad; que tuvimos en cuenta que carecía de pechos de complacencia propia, de vanidad; y que lejos de desear atraer a ella criatura alguna, se ofreció ella misma como esclava. [94] Como es una puerta cerrada a todos, es el conducto del Señor. Obremos en ella de suerte que nuestra divinidad pueda depositar en ella manjares divinos. Ayudémosle a ser pura; levantémosla muy alto, para alimentar por su medio a la raza humana, para la que será constituida Madre de misericordia, así como la nombramos Madre del amor hermoso y nodriza del Salvador. Que sea puerta del cielo y refugio de pecadores. Pero consideremos a esta humanidad que de ella tomamos, para unirla al Verbo, al que contemplamos en un abismo de humildad. Todo un abismo de grandeza atrayendo al abismo de la bajeza, para hacerlo igual a nosotros mediante la hipóstasis del Verbo. En cuanto él vio todo esto, exclamó diciendo: En verdad, en verdad os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Yo soy la puerta. Si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto (Jn_10_7s). Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres. Así soy a sus ojos como quien ha hallado la paz (Ct_8_10). Yo soy un muro, pero un muro de fuego para guardar a los elegidos y para consumir a los réprobos. Mis pechos son torres de refugio bien pertrechadas. Fui creada en presencia de mi Padre: la redención de las almas es su deliciosa cena. Yo las alimento en paz, las albergo en la paz; moro con ellas en paz. [95] Pero volviendo al alma esposa del Dios del amor, los ángeles, los santos y Dios mismo dicen: Nuestra hermana es pequeña porque viene de la nada; pequeña ante sus ojos; pequeña porque no se ha perdido en el amor, habiendo renunciado a sí misma. Cuando hablamos de desposarla con un Dios hecho hombre, ella exclama: ¿Cómo será esto? (Lc_2_34). Por haber resuelto vivir como una desconocida, rodeada por un muro sellado. No se atreve ni a tener el pensamiento de aparecer, por considerarse una inútil. ¿Qué haremos cuando se hable de ella? ¿Qué podrá respondernos, si carece de pechos para alimentar a los hijos que su esposo le dará? ¿Acaso no ha dicho que no tiene virtud ni ciencia para gobernar e instruir a sus hijos? ¿No nos dijo que ella misma es una niña que necesita ser llevada a los pechos y no alguien que puede amamantar a otros? Su humildad parece oponernos resistencia, como una fuerte muralla. Ella misma es una puerta de hierro. Seamos amables; atraigámosla a nosotros así como el imán atrae el hierro. No podrá resistirnos. Como es un muro, edifiquemos en él torreones de plata. Hagámosla elocuente. [96] Si es humilde, digámosle que en los humildes y temerosos se asienta como en su trono nuestro espíritu, y que donde hay humildad, hay sabiduría. Si es casta como un huerto cerrado o una fuente sellada y escondida, seremos en él lirio, árbol de vida y cedro plantado en medio de su corazón, para producir en él un manantial vivo. Hagamos en ella un río impetuoso que alegre la ciudad divina. Santifiquémosla como al tabernáculo del Altísimo; ella es el monte Sión, donde el unicornio divino desea edificar por siempre su santuario y su morada santísima: Su fundación sobre los santos montes ama el Señor: las puertas de Sión más que todas las moradas de Jacob. Glorias se dicen de ti, ciudad de Dios (Sal_87_1s).

            Como reconoces tu nada, deseando ser tenida por la última y peor de todas las criaturas, eres levantada por mi bondad, y tus cimientos se colocan sobre la montaña sagrada. Debes saber que tu Señor ama tu puerta, ¡oh Sión pacífica!, más que todos los tabernáculos de Jacob. Sólo él pasar por esta puerta, para morar en ella en efigie y en su propia persona. El la guardar. El es el verdadero Líbano donde los cedros se yerguen altísimos. Si eres casta, el te hará castísima, por ser él la fuente [97] y el primer modelo de la virginidad. El es Dios y hombre. El es la corona de las vírgenes. Las puertas reales muestran sobre ellas el escudo de armas del rey. Tendrás sobre ti y en ti al rey como escudo viviente. ¡Cuán bueno es este conserje hacia los buenos domésticos, y cuán terrible para los malos, que son ladrones y enemigos!

            Por esto digo con presteza: Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte (Ct_8_6). Las puertas del infierno no estarán más firmemente cerradas ante los que la justicia divina ha constituido en ella, de lo que tú lo estarás ante los enemigos que fingen ser amigos, pretendiendo pasar por ella. Tú vencerás pacífica y castamente. Jacob fue suplantador al combatir contra el ángel, porque era peregrino. Pero tú, sin agitarte ni forzarte a combatir, vencer s en mí mismo, que me glorío al ser vencido por tu amor. Por tu parte, puedes gloriarte en el mío, que es más fuerte que la muerte, por que él es la muerte de tu muerte y el aguijón del infierno. He aquí la esclava (Lc_1_38). Glorias se dicen de ti, ciudad de Dios (Sal_87_3). Proclama mi alma la grandeza del Señor; mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la humildad de su sierva (Lc_1_46). [98] Por bondad tuya, Dios mío, me han sido concedidas estas gracias. Heme aquí, dispuesta a lo que desees obrar en mí y de mí. Yo soy una muralla. Soy un muro cimentado y cuidado por ti. Veo claramente que tu gracia me ha dado pechos que son como torres. Tu amor y tu providencia están conmigo. Tú eres mi fuerza y mi suficiencia, así como la de todos aquellos que me has dado y quieres darme. Me conviertes en pan de paz, por ser tú el maná dulcísimo que me sacia, lo mismo que a nuestros hijos, en el desierto celestial. Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres. Así soy a sus ojos como quien ha hallado la paz (Ct_8_10).

            Querido esposo mío, no contento con ser padre y esposo, te conviertes en un niño adherido a mis pechos, encerrándote en la misma torre que eres tú, sobre todos los cielos, a fin de estar conmigo en paz, como en tu Sión. Se te puede aplicar lo que se dice de la leona, que es casi inalcanzable para los cazadores, la cual se detiene cuando una virgen se coloca en su camino, por detectar su seno virginal. Pareces huir de tantos cazadores fuertes y diligentes que te persiguen y, al encontrarte conmigo, pobre niñita, te dejas apresar. Es la bondad, es el amor; permanece eternamente conmigo, amado mío. [99] Salomón tenía una viña en Baal Hamón. Encomendó la viña a los guardas, y cada uno le traía por sus frutos mil siclos de plata (Ct_8_11).

            Tú has sido y eres mi viña pacífica, porque te he dado y te doy mi paz. He ordenado tus potencias para que no sean turbadas por los enemigos: te he dado a mis ángeles por guardianes, y yo soy tu esposo y hombre, que concede mil favores a los ángeles y a los hombres por el cuidado que tienen de ti, al presentarme los frutos que mi gracia te hace producir. Ellos estiman más estos favores que mil piezas de plata. Yo los hago partícipes de mis secretos contigo. Ellos ven claramente cuánto te amo, alegrándose mucho por ello. Ellos ven que estás en el camino para crecer en gracia y dar frutos y méritos, que carecen de valor esencial cuando se llega al cielo. Mi viña, la mía, está ante mí; los mil siclos para ti, Salomón (Ct_8_12). Mi viña más querida eres tú y siempre estás en mi presencia. Yo soy tu amado y tu guardián. Me eres más querida que mil de mis ángeles, aunque ellos contemplan mi rostro pacífico y glorioso. No he dado por ellos mi naturaleza para unirla a la suya por hipóstasis, como quise unir a mí la tuya, [100] para no ser sino una persona con dos naturalezas, un Hombre-Dios. Así como esta humanidad existe por siempre, desde mi Encarnación, no sólo ante mí, sino unida conmigo sustancialmente y ella es .... (texto faltante) la tengo en más estima que todos los ángeles. No fue de esta humanidad que se dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado. Esto se aplica a la persona de Jesucristo, cabeza de los ángeles y de los hombres. Esta alianza con tu naturaleza se hizo sólo conmigo y por amor a mí.

            Esposa mía, mi Padre te tiene siempre a su lado con más amor que a miles de ángeles; y así como ellos no tienen necesidad de ser cuidados y dirigidos, por haber alcanzado su fin, estando confirmados en gracia y en gloria, me preocupo más por ti que por todos ellos, tanto porque eres pequeña, como porque me eres tan querida. Te amo con la ternura que se da a un lactante, meciéndote sobre mi regazo al darte mi leche. Tú eres mi Jerusalén pacífica, santificada por mi gracia y mediante el don altísimo y perfecto que procede del Padre de las luces, al que ninguna criatura puede dar sombra. Don que es el Espíritu que te renueva.

            Tú eres mi nueva Jerusalén que baja del cielo coronada de mí, tu esposo. Tú eres el tabernáculo de Dios con los hombres, en el que yo habito con ellos. [101] Ellos son mi pueblo y yo soy su Dios. Yo mismo, mediante el fuego del amor, seco sus lágrimas, cambiando en júbilo tus gritos y lamentaciones. Yo caliento la frialdad que tendrías en la devoción, y refresco los ardores de la concupiscencia, que te secarían sin mi particular asistencia. Te hago puerta del cielo, y mi morada divina, que es agradabilísima para los ángeles y elegidos, pero terrible para los demonios: ¡Que temible es este lugar!, esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo (Gn_28_17).

            Me dijiste que yo era escogido entre miles de afectos de tu corazón, y yo te respondí que me eras más querida que mil espíritus angélicos. Te vuelvo a decir que te amo más que a mil almas. Doy doble recompensa a los hombres que cuidan de ti, a los que he confiado tu cuidado en calidad de confesores tuyos: la recompensa de la gracia, la recompensa de la gloria, gloria esencial y gloria accidental. Y doscientos para los guardas de su fruto (Ct_8_12).

            Además de servirte de ayuda en la perfección, los hago partícipes de dones particulares, dones que los mueven a perfeccionarse. Santa Teresa dice que un alma escogida y querida por Dios no puede amar mucho tiempo a alguien, a menos que esto sea para el adelantamiento común. [102] Esta alma es el recipiente y el canal del que deriva la fuente de la bondad. La fuente es para ella, pero el canal es para el prójimo. ¡Oh tú, que moras en los huertos, mis compañeros prestan oído a tu voz, deja que la oiga! (Ct_8_13).

            Yo sé que te complaces ante mis peticiones, y que mi voz te agrada, sea al alabarte, sea al darte gracias, sea al pedirte perdón. En cuanto a ti, deseas que te pida cosas grandes. Sabes bien que me encuentro en una tierra extraña; que estoy en peligro mientras no sea confirmada en gracia, y que, a pesar de las caricias que me prodiga tu caridad, no dejo de ofenderte. Mientras más me levantas, más debo temer la caída. Los navíos que nada llevan no son perseguidos por los piratas, ni hundidos durante la noche. Las cosas humildes no son tan azotadas de los vientos como arruina a los campanarios. Yo soy un campanil; tú eres la campana y el tañido. Sin embargo, temo que el eco me bambolee, obligándome a caer y a recibir tus gracias en vano; en una palabra, temo que la vanidad me haga daño.

            No tomes a mal, por ello, que te pida con urgencia el descanso seguro. Te lo digo a ti, que vives en el jardín celestial con tus santos y tus queridos predilectos a tu lado. Ellos, como amigos, entienden tus secretos, pero se esconden de mí por estar en el cielo empíreo, velados a mis ojos legañosos. Hazme oír tu voz, dime, lo mismo que a todas mis potencias, colocándolas a tu derecha: Venid, benditos de mi Padre, a heredar el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo (Mt_25_34).

            ¡Ah! Si tu gracia hubiese obrado en mí al grado de que entendiese estas palabras, dándote a comer el manjar de tu voluntad, que es la de tu Padre, de la que tienes hambre; y que te diese a beber del agua de mis lágrimas, tanto de mi entera conversión como de la de mi prójimo. Si te recibiera dignamente en el divino sacramento del altar cuando te dignas venir a morar en mí, lo mismo que tus inspiraciones. Haz que ellas encuentren mi corazón dispuesto a aceptarlas y conservarlas en él. Que te cubra, que te vaya a visitar afligido por mi amor. Que, al verte atado por los lazos de tu caridad, que desea mi bien, quiera y pueda adherirme a ti, teniendo un mismo espíritu contigo; que mi libertad se entregue del todo a ti, [104] porque tu bondad se pone como límite u obstáculo mi libertad, no queriendo forzarla.

            Que no niegue a los pobres los alimentos necesarios, sea del espíritu, sea del cuerpo; que dé de beber a los que carecen del agua del buen ejemplo. Que reciba y ayude a curar a tus pobres, sea corporal, sea espiritualmente. Que los visite si están presos, sea en el cuerpo, sea en el espíritu, a causa del pecado. Que dé testimonio de vivir en ti, de ti, por ti y para ti. Que, por toda la eternidad, viva para ti y de ti, transformada en otro tú. Toma posesión de mí como mi rey, mi esposo, mi Dios.

            Que escuche tu voz, oh ruiseñor divino, que moras en el jardín delicioso donde tus amigos están separados de tus enemigos, para nunca volver a ser turbados ni de su odio ni de su envidia, que fueron las dos bestias feroces que se apoderaron de ti en el Huerto de los Olivos. Cuando te retiraste ahí con tus amigos: Pedro, Santiago y Juan, hiciste escuchar tu voz, pero tan suavemente, que un ángel vino del cielo para escucharla, aunque lúgubre y triste. ¿Qué decían ustedes, ángeles, al escuchar el murmullo de voz, las gotas de sangre y el agua que brotaba de aquel que, siendo Dios impasible, se hizo hombre pasible para rescatar a la humanidad? [105] Era el valiente jardinero que se complace en los jardines para borrar el pecado obrado en el primer jardín. Dile que conceda mi petición; que haga resonar en el oído de mi corazón la voz y el débil murmullo del arroyuelo mezclado de sangre y agua. Cayó sobre la tierra (Lc_22_44). Puedes decir, con toda razón: Tierra ingrata, si este licor fluyera sobre los cielos, lo apreciaríamos mucho más que tú. Estaríamos mucho más atentos a la armonía de esta incomparable música. El Padre y el Espíritu Santo se deleitan en ella.

            Dios justísimo, ¿puedes gozar cuando tu justicia se venga de nuestros pecados sobre este justo Abel? Esta preciosa sangre te venga del pecado y reconcilia contigo al pecador. Tú estás, oh Dios, en Cristo, reconciliando por él al mundo. Que la voz de su sangre se haga oír a la divinidad ofendida por los hombres, para contentarla y satisfacerla en este jardín de los Olivos, por los crímenes cometidos en el jardín del Edén y en todo el mundo. Judas sabía muy bien, oh Jesús, que tú te complacías, cual incomparable jardinero, en visitar este jardín: Judas, el que lo había de traicionar, conocía también el lugar, porque Jesús solía ir allí con sus discípulos (Jn_18_2). Que tus amigos estén más alertas y vigilantes, pero los del cielo, porque los de la tierra se han dormido.

            Ángeles de paz, ¿desean contribuir a esta música? Lloren amargamente, pero tomando cuerpos para acompañar al rey de la paz, que negocia nuestra paz eterna con la elocuencia de su preciosa sangre. Como amigos del esposo de sangre, estén a la escucha. Que escuche yo su voz, porque la voz de este río es dulce al oído de mi corazón, y la triste faz de mi Jesucristo es hermosa a mis ojos.

            Jesús mío, adorna mis mejillas con tu sangre purísima; que escuche yo su voz y contemple su color. Su belleza y su bondad me extasían. Ya no vivo para mí. Tu sangre, Salvador mío, brota de tus venas; tu alma saldría de tu santo cuerpo si el amor, más fuerte que la muerte, no la detuviera. Está triste hasta la muerte, pero a pesar de eso, saldrá sólo con una orden de la vida que está en ti, porque marcaste su camino con el Padre y el Espíritu Santo. Cuando inclines la cabeza, por estar todo consumado, habrás terminado tu misión. Es necesario que ella haga oír su música sobre el monte Calvario, no sólo al oído de los amigos, sino de los mismos enemigos. Es menester que seas el espectáculo de los ángeles, de la humanidad y de la Trinidad sobre esta montaña. Las tres personas quieren contemplar [107] al que es el deseado de las colinas eternas y el esperado de todos los pueblos. ¡Huye, amado mío, sé como la gacela o el joven cervatillo, por los montes de las balsameras!

            El amor y la caridad fueron más fuertes que el odio y la envidia de tus enemigos. Una te empujaba y la otra tiraba de ti; pero tan pronta y fuertemente, que te condujeron hasta el Monte Calvario, donde te adhirieron más estrecha y fuertemente que las cuerdas y los clavos. Los verdugos no estaban tan rabiosos de crueldad, que tú apremiado por el amor. Amor que te hizo sufrir, haciéndote el espectáculo de los hombres, de los ángeles y de Dios. Amor que te hacía sufrir todas las contradicciones de los pecadores y la podredumbre de las osamentas esparcidas en ese lugar. Sin embargo, la infección de las almas obstinadas era la más hedionda de todas.

            Huye, amado mío, descansa al volar y vuela descansando. Sé llevado sobre la pluma de los vientos. Que mi pluma vuele llevada por los dulces vientos de tu divino Espíritu. Que, mediante sus divinas inspiraciones, te lleve con ella a los corazones, y que éstos lleguen a ser montes de perfección enriquecidos por tus gracias y todas las virtudes. Que sean tu buen olor, Jesucristo mío. Que estos corazones lleven sembradas [108] las violetas de la humildad, los lirios de la pureza y las rosas de la caridad. Es más que razonable que tú poseas los suaves aromas, porque hiciste que florecieran las infectas podredumbres, y que cortes las rosas después de haber sentido las picaduras de las espinas.

            Huye, amado mío, sobre lo más alto de los cielos. Rebásalos. Aseméjate a los cabritos; que tu vista penetre los secretos que la divinidad quiere dar a conocer a tu santa humanidad. Que seas portado sobre las alas de los querubines, para ser todo ojo, todo sabiduría. Que tu celeridad se asemeje a los cabritos que vemos subir a las colinas aromáticas, o a los ciervos cuando se alejan de los cazadores durante el verano, buscando refugio en las aguas de una fuente fresca y cristalina. Asciende al huir, y huye subiendo. Sobrepasa la mirada de los hombres y de los ángeles. Llega hasta la derecha del Padre, a recibir la gloria que quiere darte por haberla merecido. Aseméjate al ciervo urgido de mis deseos. Entra en el gozo de las delicias del manantial divino de agua viva, reposando después de haber trabajado tanto.

            Envuélvete en los perfumes aromáticos de tus méritos y de tus divinas perfecciones. [109] Recibe la fragancia de los sacrificios que han sido, son y serán ofrecidos; en especial el sacrificio de alabanza que te honra. Recibe el aroma del incienso del ángel que había y ha juntado todas las oraciones de tus santos, que por tu medio son tan aceptados, según nos dice tu apóstol, al hablar de ti a los hebreos: Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por pecados propios como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por los del pueblo: y esto de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Es que la Ley instituye Sumos Sacerdotes a hombres frágiles; pero la palabra del juramento, posterior a la Ley, hace al Hijo perfecto para siempre. Este es el punto capital de cuanto venimos diciendo, que tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en el cielo, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre (Hb_7_24s). [110] Pero, amado mío, ¿nadie te sigue mientras huyes? Tú dijiste que cuando fueras elevado sobre la tierra, atraerías todo a ti. Te recuerdo tu promesa. Atráenos a todos. En especial, atrae mi corazón a ti, con todos mis afectos. Tú eres mi amor; que seas también mi peso, que me lleve a donde tú quieras llevarme. Mi corazón te expresa sus aflicciones. Mi cara, cubierta de lágrimas, te manifiesta lo que siento. Vivir‚ pacientemente en este valle de miseria, no viéndote más en él. Tendré en deseo la muerte de los santos, que es preciosa ante tus ojos. Me ofrezco en sacrificio. Concédeme la gracia de enviarme tu fuego sagrado que obre en mí un holocausto; que sea yo un ave fénix renovada en tus aromáticas llamas. Que pueda decir que mi conversación está en el cielo. Que no tenga aquí ciudad permanente, sino que camine siempre hacia la futura. Que, cual ave fénix, viva sola, sin unirme a cosa alguna creada; que como ella, permanezca siempre en los árboles de tus misterios gozosos, dolorosos y sobre las altas colinas de los gloriosos, esperando el día en que, cara a cara, y gracias a tu bondad, te veré para ofrecerte el sacrificio de alabanza eterna en la unidad de la gloria y del amor eterno [111] que tienes con el Padre y el Espíritu Santo, que es el amor con el que se aman.

            Dios trino y uno; Jesús, amor que enciendes sin cesar las llamas del corazón de tu santa Madre, de manera especial, y los corazones de los santos, entre los que vives glorioso. Que lo seas también en mí. Y que todos mis pensamientos y acciones se dirijan a tu mayor gloria, Jesús, amado mío.

            Mi queridísimo esposo, que acudes prontamente a morar en las almas, que son tus amigas ocultas en el mundo, para habitar en ellas como Dios oculto y Salvador. Los tesoros ocultos son más seguros que los que están al descubierto. Por ti, están a salvo del enemigo. Ayúdame a escuchar tu voz única; que yo sea tu vergel, tu prado, tu jardín de placer; que permanezca escondida contigo en Dios. Habita en mí. Recréate en mí, si puedo ser para ti un prado; haz de mí un lugar de paseo para ti. Por ser jardín, corta en él todas las flores por ti plantadas; por ser vergel, resérvate todos los frutos. Que el fuerte viento de la vanidad no los abata, y que el gusano del amor propio no los roa ni los carcoma.        

Apocalipsis

            [112] Que mi memoria recuerde tu poder sobre mi debilidad; mi entendimiento, tu luz sobre mi ignorancia; mi voluntad, tus bondades, a pesar de mi malicia. Que tu todo estabilice mi memoria; que tu claridad ilumine mi entendimiento; que tu pronta bondad ilumine infinitamente sus llamas en mi voluntad. Que esté yo escondida en ti, y tú en mí. Que el divino amor nos una mutuamente, uno en el otro. Que él sea la voz que me harás oír. Si así te place, que sea yo llamada a las bodas divinas y eternas, adornada por tu liberalidad y tú mismo. Que sea yo la santa ciudad de la nueva Jerusalén. Que no te trate como la antigua; que no rechace tus inspiraciones; que no sofoque los santos deseos que me da tu Santo Espíritu; que no tenga pensamientos y afectos sino de ti y para ti. Que sea del todo celestial y divinizada, como lo pediste a tu Padre. Y así como él y tú son uno, que sea yo consumada en la unidad con ustedes.

            Te pido este favor por ti y para ti. Que me pierda a todo lo que no sea tú; que tú seas por siempre mi vida, esposo mío. Que de mí no salga jamás otra voz sino la tuya; que sea yo la tienda de Dios en la humanidad. Que por mi medio te dignes comunicarle tus bendiciones de gracia y de gloria. Que sea su canal; que conozca siempre mi vacío y mi nada, y que sólo tu misericordia sea su subsistencia, por ser ella la que impidió a tu justicia consumirme en las llamas eternas. Que merezca ser más grande que esas llamas. Que sea yo tu casa, custodiada y rodeada por tus ángeles, terribles con los enemigos, y una dulcísima mansión para tus amigos.

            Que nuestro matrimonio sea un sacramento de amor irreprensible; es decir, que sea yo dotada de tus gracias y de ti mismo, que eres impecable; porque de mí sólo soy pecado e imperfección y nada en cuanto al ser. De la malicia a la bondad, y a la bondad infinita, hay una distancia infinita. Si la misma bondad no se derramara, no daría el ser en participación al no-ser. Que sea yo el cielo nuevo y la tierra nueva que vio san Juan, lo cual consiste en que no tenga ya en mí los afectos turbulentos del mundo, que es un mar de flujo y reflujo.

            [114] Que sea yo tu trono, donde al estar sentado digas y para ti decir, es hacer: Mira que hago un mundo nuevo (Ap_21_5). Que tú seas el principio y el fin de todos mis pensamientos, palabras y acciones. Que tu amor me lleve a tener sed de tu gloria. Dame a beber gratis del agua de vida, porque nada tengo para darte. Sé mi fuerza, a fin de que rebase todo impedimento. Que llegue a poseer esta agua, para que tú seas mi Dios, y yo, tu hija. Expulsa de mi corazón todo lo que te disguste en él.

            Elévame a la contemplación de tu sagrada humanidad, de tu santa Madre y de tu Iglesia triunfante, que por ser tu esposa además, posee tu claridad y una luz semejante a las piedras preciosas y al cristal; cuyos muros son elevados y fortísimos, con doce hermosas puertas guardadas por doce valientes porteros, los doce ángeles que hacen guardia.

            Todas estas perfecciones fueron vistas por el águila mística en Patmos, las cuales anotó en su Apocalipsis, que está compuesto de los misterios del pasado, del presente y del porvenir. Parece que este predilecto estuvo más en el cielo que en la tierra; en Dios, que en sí mismo. Dios le preguntó si era capaz de guardar los secretos, no sólo del castigo a Sodoma, sino de la generación temporal de su hijo a Abraham. No, podría parecer que no pudo, según nuestra manera de hablar, porque Dios no usa de la fuerza sobre sus criaturas. [115] Sólo su amor lo llevó a hacer lo que hizo: mantener oculta su generación eterna hasta que san Juan la contara, al comienzo de su Evangelio. Juan también es llamado Benjamín; y después de haber contemplado el sol, esta águila se dejó caer en tierra para atrapar su presa, que es Jesucristo.

            Es menester poner más atención a este santo que a los demás evangelistas, respecto a lo que nos dice acerca de la institución del divino sacramento: Jesucristo quería dar su cuerpo en alimento, y su sangre como bebida. Se le llama Benjamín por la altura de sus pensamientos. También es conocido como el discípulo amado del Señor, el hijo de la diestra, el águila del corazón, pero ante todo Benjamín, lobo rapaz, que atrapa su presa por la mañana para comerla, repartiendo sus despojos al atardecer.

            El vio al cordero degollado desde el origen del mundo, y lo tomó en alimento la tarde del jueves santo, manteniéndolo apretado entre sus labios. Su espíritu comprendió lo que era espiritual y divino; su cuerpo, lo que era corporal. El escuchó los secretos de la divinidad, que abrasaba su alma. El se recostó sobre el pecho de su maestro, adueñándose del corazón del Salvador; y al hacerlo, sacó para sí la médula de aquel cedro del Líbano. ¡Qué despojo! Jesús es el botín.

            El vio lo que existió desde el comienzo del mundo, lo que sucedió en la plenitud de los tiempos. El contempló el infierno, viendo además lo que suceder al final y después del fin. Ni el cielo nuevo ni la tierra nueva cambiarán. El vio la ciudad celestial y a todos sus ciudadanos, seres humanos y ángeles. El vio el trono de Dios y el río de agua viva y espléndida, parecida al cristal, que procedía del trono de Dios y del Cordero: En medio de la plaza, a una y otra margen del río, hay árboles de Vida (Ap_22_2). [116] Juan contempló la dicha y la felicidad perpetua de los bienaventurados. Vio la recompensa de los santos, de los apóstoles, de los doctores, de las vírgenes, de los inocentes, de los mártires, que lavaron su estola en la sangre del cordero, a fin de tener parte en el madero de vida, asemejándose al cordero sacrificado. Los vio al entrar por la puerta de la gloria, por haber pasado antes por la puerta de la virtud, de la paciencia caritativa.

            El vio que los bienaventurados son los llamados a las bodas del cordero. El describió las grandezas divinas y humanas del esposo, y cuáles comunica a su esposa. En su Evangelio, nos dice que Jesucristo es verdadero hijo de Dios; en su Apocalipsis, manifiesta su generación en la tierra: Yo soy la raíz y el Hijo de David, la estrella de la mañana (Ap_22_16). La estrella que ascendió en Jacob. El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! Y el que oiga, diga: ¡Ven! (Ap_22_17). Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida. El Espíritu que gobierna la Iglesia llama a estas bodas. La Iglesia, al ser llamada como una buena Madre, al escucharlo acude a buscar el agua de la vida sin pagar nada a cambio.

            Jesús, el esposo, es misericordioso como David y amoroso como Jacob con su querida Raquel. El no sirvió catorce años, sino treinta y tres años. Murió, además por sus esposas, deseando celebrar las bodas, pero en el lecho de la cruz.

            También lloró, lanzando un fuerte grito, redoblado por la fuerza del amor. Cuando todo había sido consumado, besó a su esposa y entregó su espíritu, deseoso de que se lo pidamos a su Padre.

            El dijo: Sí, vengo pronto. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. ¡Amén! (Ap_22_20s).

            Que la gracia de Jesucristo, del Padre y del Espíritu Santo, esté con nosotros por siempre. Gloria a la Santísima Trinidad. Amén.




Más información  
LIBRO: Orar para vivir image
Libro : ORAR PARA VIVIR
María del Carmen Farías Rodríguez
2017

Orar y vivir, dos palabras que por sí solas cada una, tienen un gran contenido, pero juntas, son el fuego que santifica a las almas escogidas y en Jeanne Chézard de Matel fueron un binomio inseparable, lo practicó durante toda su vida.
Oración y acción, Jeanne siempre se preocupó por ayudar al prójimo y agradar así al Padre.
Fe y fortaleza espiritual, basadas en ese encuentro personal con su Amado Jesús.

Anunciar y prolongar la Encarnación del Verbo entre los hermanos, Jesús le pidió que lo hiciera con el testimonio de su vida.
La humildad y obediencia, sobresalen, pues ella sabe bien, que no quería ser más que nadie y se dejó guiar en todo por Dios.
Bondad, que desde pequeñita ya se le notaba, y no le faltaron oportunidades para actuar bondadosamente.
Ella nos escribió, con total sencillez, lo que hoy es, nuestro gran Tesoro, yo le llamo:

                                                       “Un Testamento de Amor”
La obra de Jeanne Chézard de Matel fue escrita en francés en el siglo XVII. Sus manuscritos fueron celosamente guardados por las hermanas de la Orden durante tres siglos. Décadas después fueron traducidos del francés antiguo al francés moderno y a mediados de la década de los 70 se inició la traducción al español y posteriormente al inglés.

Sabemos, que Jeanne no asistió a ninguna universidad a estudiar y que su Maestro fue Jesús Verbo Encarnado, que durante su oración, le fue revelando todo lo que necesitaba para realizar el establecimiento de la Orden.

Uno de los frutos de las enseñanzas de su Divino Amor, es el dominio de la Sagrada Escritura, que se nota, cuando cita con acierto, textos del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Así también, cita a varios Teólogos y Doctores de la Iglesia lo que asombró a los que leyeron sus escritos en su época y a muchos de nosotros en este siglo XXI, nos deja verdaderamente maravillados.

A lo largo de toda su obra, ella va señalando las festividades litúrgicas y una constante mención de muchos Santos, esto nos sitúa en un contexto preciso, y nos deja ver el conocimiento de las virtudes y cualidades que ellos tenían y por eso quería imitarlos.

Jeanne escribió su autobiografía utilizando expresiones con abundantes calificativos, como se usaban en ese tiempo, para narrar y escribir lo que veía o sentía y, lo hizo bellamente.

Describió excepcionalmente signos y símbolos que ella vio durante su oración, las frecuentes comparaciones que el Señor hizo de ella con algunos personajes bíblicos o santos.
“Orar para vivir” es un texto que nos ayudará a comprender mejor los escritos de Jeanne Chézard de Matel y sobre todo a disfrutar los diálogos amorosos con Jesús Verbo Encarnado.

Sabemos que Dios concede a las almas escogidas dones especiales, a ella, le regaló grandes dones como locuciones, éxtasis, visiones y otros más.

Tengamos claro que leer la Palabra de Dios, nos hace reflexionar, meditar, contemplar a quien es “La Palabra” misma. Jeanne nos escribe su experiencia mencionando estos textos bíblicos y su reflexión personal nos la dejó escrita, es por eso que para comprender mejor su mensaje es preciso orar primero, de preferencia con los textos que menciona y después llegará la comprensión de ellos con la gracia que Dios nos conceda personalmente, como Él lo quiera.

El desarrollo de este trabajo está dividido en cinco etapas, con las cuales, trato de que esta lectura sea más ligera y, al mismo tiempo provoque una diferente profundidad en la reflexión del lector, sobre las diferentes formas que Jeanne de Matel se encontró con su Amado y que son las narraciones del testimonio de su vida de oración-acción. 

  • Primera etapa: Antes de su nacimiento.
  • Segunda etapa: De su nacimiento hasta su adolescencia.1596-1611
  • Tercera etapa: Durante su juventud. 1611-1634
  • Cuarta etapa: En su madurez.1634-1664
  • Quinta etapa: Al término de su vida.1664-1670

  • PRIMERA ETAPA                                                         Antes de su nacimiento
En su Autobiografía, Diario Espiritual y Cartas Jeanne Chézard de Matel, nos dejó escrito a detalle los acontecimientos de su vida, para que,,con ella agradeciéramos al Señor llenos de júbilo por la extraordinaria protección llena de amor y ternura que le tuvo desde antes de su nacimiento. Ella inició sus escritos orando a Dios:
“Para comenzar, ayúdame, Todopoderoso, ya que los obedientes cantan victoria, quiero contigo, superar las inclinaciones de mi propia resistencia…Tu sabiduría permitió, por las razones que tú conoces, que mi padre y mi madre permanecieran diez años sin poder criar niños ni educarlos.” [1]

Dios preparó el seno familiar donde ella nacería. Durante esos diez años, la señora de Matel, tuvo cuatro hijos, pero todos ellos murieron y después de mucho orar, felizmente volvió a concebir. “Esta pena les dio ánimo y motivo para recurrir a la oración y dirigirse a ti, mi divino amor, mediante la intercesión de tus santos y santas. Hicieron voto, que tú no rechazaste, de ofrecer dones a la iglesia de san Esteban de Roanne en honor de la gloriosa santa Ana, madre de tu santísima Madre, y de llevar a la pila bautismal por dos pobres, el primer hijo que tu misericordia le concediera y vestirlo de blanco, en honor de san Claudio y de san Francisco de Asís, suplicándote concedieras una vida larga y feliz a este primer hijo que debería nacer. “Poco tiempo después me concibió mi madre.” [2]

Jeanne nos dice que sintió la protección de Dios desde el seno de su madre y describe su maravilloso, y asombroso nacimiento, por el eminente peligro que representaba, que naciera prematuramente en condiciones de muerte por la hemorragia que sufrió su madre. Por la fuerza de oración comunitaria (toda la ciudad de Roanne) Dios bendijo a este matrimonio. Ese mismo día, sus padres Jean y Jeanne, y sus padrinos, dos niños pobres, también llamados Jean y Jeanne, llevaron a bautizar a la pequeña Jeanne a la Iglesia de San Esteban en Roanne. “Me hiciste nacer pronto y felizmente el seis de noviembre de 1596… ¡Oh maravilla de bondad! ¡Qué acción de gracias puedo darte por la amorosa!
¡Providencia que tuviste y por el cuidado que prodigaste a la madre y a la hija mientras ella me llevaba en sus entrañas! “Mi nacimiento, fue un consuelo para toda la ciudad de Roanne porque él, regocijaba a mis padres después de tantos años de aflicción.” [3]

[1]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 1, p. 2
[2]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 2, p. 2
[3]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 2, p. 4

  • SEGUNDA ETAPA                         De su nacimiento hasta su adolescencia 1596-1611
  Es palpable que Dios ha escogido a Jeanne para una gran misión. La señora Matel, su mamá, dándose cuenta que tenía poca leche y que no podía alimentar bien a su hijita, contrató una nodriza para que Jeanne no muriera por falta de alimento. Dios revela a la nodriza su misión para con Jeanne de manera admirable como ella nos narra:  

“La nodriza que habías escogido, oh mi Divino Amor, se presentó casi inmediatamente, y en contra de todos los consejos que las vecinas le daban de no recibir una niña moribunda, ella resolvió llevarme a su casa, porque me dijo que oyó interiormente estas palabras: ‘Recibe esta niña; no morirá.’ Y creyó que eras tú quien la aseguraba de mi vida. No se equivocó. Esos excesos de bondad hacia mí me hacen decir como al real Profeta*David: ‘Fuiste tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre, desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eras mi Dios. (Sal_21_10s). En el vientre materno ya me apoyaba en ti. Muchos me miraban como a un milagro, porque tú eres mi fuerte refugio (Sal_70_6s).’” [4]

A muy temprana edad, ya junto a sus padres, dio muestras de piedad y devoción a Dios y a la Virgen María, haciéndose cuestionamientos y dando respuestas, con un tinte de entrega a Dios inusuales para su edad. Las oraciones vocales y sacrificios llenaban de gozo a su pequeña alma. El diálogo con su madrina del cómo evitar ir al infierno es una muestra de ello.
“Apenas había cumplido tres años y ya me informaba de todo lo que se me podía enseñar a esa edad, preguntando a mi madrina, que tenía seis años más que yo, como podía hacer para ir al paraíso, y si el camino era muy difícil. Ella me dijo que había que pasar por una tabla que no era más gruesa que un cabello de la cabeza. Yo dije: ¿Cómo podré pasar? yo peso más de lo que un cabello de la cabeza puede sostener. Viendo que yo tenía temor, me decía: No te preocupes de nada, los buenos pasan fácilmente, pero los malos caen abajo, en un abismo que es el infierno.

Esta pobre niña sin cultura me decía esas cosas y otras que no estaban mal, y que al saberlas me inspiraban miedo al pecado por temor de caer en el infierno.

En otra ocasión, pregunté qué se hacía en el paraíso. Se me contestó que los bienaventurados siempre estaban sentados. Esa palabra "siempre" me extrañaba:
¿Cómo podré permanecer siempre sentada? no pudiendo comprender tu eternidad. Adoro tu Providencia que entretenía mi espíritu infantil con esos pensamientos mientras estaba en mi cama para que no me aburriera, pues me hacían acostar temprano porque yo no era fácil para dormirme pronto. Mi espíritu no podía permanecer inactivo; se ocupaba de los pensamientos de la eternidad con demasiada concentración.” [5]

¡Qué preparación tan esmerada tuviste, Señor para con la pequeña Jeanne! Gracias porque le escogiste una excelente familia y unos padres maravillosos que la guiaron llenos de amor mientras ella crecía y aprendía todo lo que podía para agradar a Dios, como María, según tus palabras: “Deseaba aprender a saberte rezar devotamente, pero mi padre no permitió que me enseñaran a leer tan pronto. Entonces yo procuraba aprender unas oraciones de memoria, y cuando él me quería cerca de él yo le decía: Me quedaré contigo, con la condición de que me enseñes la oración que dice que nuestra Señora es el palacio de Jesucristo, y la de mi ángel, al que yo amaba por inclinación, sabiendo que él era mi guardián, y me acuerdo que sin saber lo que fuera un ángel, amaba yo uno que estaba pegado en un mueble.

No pudiendo quitarlo de ahí, me abrazaba de él y lo acariciaba con mucho cariño. Tenía tanta confianza en nuestra Señora, tu digna y santa Madre en todas mis pequeñas aflicciones que me dirigía a ella, con una entera confianza, haciéndole promesa de servirla si me libraba de mis penas, y mi sencillez llegó a tal punto que le pedía me enseñara a bailar, prometiéndole que rezaría el rosario en su honor, porque yo no quería aprender de los hombres.” [6]
Su padre Don Jean Chézard, le había prometido que cuando cumpliera seis años aprendería a leer y a escribir, ella nos dice:
“Me estremecí de júbilo, cuando supe que los había cumplido. Tú sabes, querido Amor, con qué fervor de espíritu rogaba a santa Catalina virgen y mártir obtenerme la gracia aprender muy pronto a leer, para tu gloria y para mi salvación.

Mi oración fue escuchada, en cuanto a aprender en poco tiempo. Sobrepasé a todas las de mi edad y la previsión de mis padres, lo que aumentó el amoroso afecto que tenían ya demasiado grande porque estando enferma con frecuencia.” [7]

“A la edad de siete años, deseaba ayunar la víspera de las fiestas solemnes, lo que obtuve muy fácilmente. Habiendo llegado a los nueve o diez, quise ayunar en la Cuaresma lo que hice con un gran valor, aunque mi intención no fue recta porque tenía una pequeña complacencia y una satisfacción de mi misma. En éste mismo año me llevaron una vez al sermón en el que oí decir que las vírgenes seguían al Cordero a cualquier parte que él fuera.

Me informe qué debía hacer para ser virgen. Me respondieron que era necesario no casarse, respuesta que me alegró mucho resolviéndome a permanecer virgen para seguir al Cordero por todas las campiñas en una inocente recreación. Mi espíritu buscaba siempre estar ocupado, y no pudiendo dejar a mi cuerpo descansar en un lugar se me veía siempre buscando nuevas ocupaciones.” [8]

Por su inquietud infantil, maravillosa actitud frente a la vida, siempre luchó hasta conseguir lo que se proponía.
“Tu sabiduría, oh mi Amor que disponía todas las cosas suavemente y con firmeza para mi bien, quiso o permitió que encontrara una docena de páginas arrancadas de la vida de santa Catalina de Siena en las que decía que guardaba los consejos evangélicos. Yo creía que ella entendía el Evangelio en latín, y como a esa edad yo no pensaba que el Evangelio pudiera estar escrito en otra lengua, te dije: "Señor, si yo entendiera el latín del Evangelio como esta santa, te amaría tanto como ella." Dicho esto, no pensé más en eso. Oh, Dios de mi corazón, tú no lo olvidaste, esperando hasta el día en que me harías recordar, para tu gloria y gran beneficio mío, como diré después cuando hable de la gracia que me concediste de entender el latín.” [9]

A los once años Jeanne, tuvo fiebre cuartana que le obligaba a un reposo extremo, ya que experimentaba fatiga, hambre y frío, sin embargo, ella practicaba el ayuno y abstinencia la mitad de la Cuaresma. Leamos como sintió el gran deseo de comulgar y la exhortación del Señor para ser virgen: “Tuve un gran deseo de comulgar durante este décimo-primer año, pero no me lo permitieron, lo que me afligió mucho. Un día paseándome, entré en una casa donde vivía una joven devota ahijada de mi padre, que, al presente, es religiosa conversa en el convento de religiosas de Beaulieu de la Orden de Fontevraux. Esta joven tenía un libro de los milagros de nuestra Señora, tu santa Madre, que yo leí.

De inmediato me sentí movida a servirla con fidelidad y a rezar el rosario en su honor todos los días a la hora que lo pudiera rezar. La nodriza que alimentaba a uno de los hermanos de esta joven que practicaba también la devoción quiso llevarnos una tarde con los Capuchinos. El portero que era muy devoto, sus palabras y conversación siendo dulces, se posesionaron de mi alma fácilmente, siendo conformes a mi inclinación porque él nos exhortó a elegirte por nuestro Esposo y consagrarte nuestra virginidad, asegurándonos que tendrías tus delicias con nosotras y que seríamos tus queridas esposas.” [10]

Fue invitada formalmente por Jesús a guardar perpetua virginidad y sembró en ella el deseo de ser religiosa. “La misma tarde, estando con esta joven y otra que nos frecuentaba, platicábamos de lo que el buen religioso nos había dicho. Experimenté para mi provecho la verdadera promesa que tú habías hecho de estar en medio de los que están reunidos en tu Nombre.

Elevaste mi entendimiento por medio de un vuelo de espíritu tan fuerte y tan suave, que él no hubiera querido jamás volver a la tierra. No tuve ninguna visión por entonces, y si mi espíritu estuvo extasiado en un lugar deliciosamente agradable, que atraía suavemente mis inclinaciones, yo no dudo que tú estabas hábilmente escondido. Por eso eres llamado por el Apóstol: ‘Imagen de Dios invisible’ (Col_1_15). Estabas en ese momento presente con una presencia amorosa, aunque fueras Dios escondido, hablándome por medio de tus ángeles que me decían que, si yo quería guardar la virginidad perpetua, tu Majestad me tomaría por esposa, me amaría mucho, y que yo te agradaría si permanecía constante en el deseo de guardar la virginidad. Decir si fue un vuelo que sacó mi espíritu del cuerpo o si se pasó en la parte superior de mi alma, tú lo sabes.” [11]

¡Cuánto esperaba Jeanne el momento de recibir el Cuerpo y Sangre de Jesús!, a quien amaba tanto. La alegría que le dio el Señor, el día de su Primera Comunión, la fortaleció para el resto de su vida, era más, que un alimento cotidiano, este Pan de vida fue su fortaleza.

“Habiendo cumplido mis doce años, se me permitió comulgar, lo que fue para mí una grandísima consolación. Comulgué ese año cada mes y a los trece lo hice con más frecuencia; a los catorce, casi cada ocho días. Leía las vidas de los santos y santas con un gran deseo de imitarlas, especialmente las vírgenes. Admiraba yo el valor que tú les dabas para morir por tu Nombre. Yo hubiera querido tener esa dichosa suerte, pero no era digna de eso.” [12]
Todos estos acontecimientos fueron fundamentales para su vida. El amor y la bondad que día a día se acrecentaban, serían la Piedra Angular para la misión y el establecimiento de la Orden, que Jesús Verbo Encarnado le encomendaría posteriormente.

[4]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 2, p. 6
[5]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 3, p. 8
[6]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 3, p. 9
[7]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 4, p.10
[8]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 4, p. 11
[9]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 4, p. 12 ; St. Pierre, Biografía, p.19
[10]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap.5, p. 14
[11]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 5, p. 15
[12]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 6, p. 16

  • TERCERA ETAPA                                         Durante su juventud
   Su vida transcurría alegremente, disfrutando de lo que hacía en su casa paterna al lado de su madre y sus tres hermanas.
Un día, su tía la invitó a pasar unos meses con ella, pero allá lejos de su cotidianidad, sufrió al no tener a su madre cerca…poco a poco sus devociones se fueron enfriando. Ella nos relata lo que sintió su corazón:
“Una hermana de mi madre mandó a buscarme para que me quedara con ella cinco meses, durante los cuales me relajé mucho de mi primera devoción, siguiendo las inclinaciones de las jóvenes que yo frecuentaba y complaciéndome en sus caprichos. Me desvié de los deberes que tenía para contigo; apenas comulgué tres veces en cinco meses. No hay por qué extrañarse si me volví tibia en tu servicio, al que no me aplicaba sino raramente y por costumbre. Rezaba aún el rosario, pero sin atención.” [13]

“Querido Amor, yo experimentaba lo dicho por el Rey Profeta: Estando con los buenos, yo trataba de ser buena, y con los perversos me pervertía. (Sal 1,1) Me dejaba llevar a las diversiones de las jóvenes que viven según las máximas del mundo, las cuales hubieran cambiado todas las buenas inclinaciones que me habías dado, si no me hubieras retirado a tiempo de esas compañías contrarias a la devoción a la que me llamaste. Tu derecha me retiró de ahí santa y suavemente; permitiste que me enfadara en ese lugar para que regresara con mi madre a Roanne, despreciando esas compañías, para conversar con otras que eran de familias más honorables.” [14]

“Me engañaste santamente o permitiste que lo fuera yo misma. Tu designio era atraerme a ti de nuevo por la conversación de esa buena joven, con toda la repugnancia que tuviera de dejar a las de buena posición para frecuentar a ésta que era hija de un carnicero. Tu gracia fue más fuerte que la naturaleza; me fui retirando poco a poco de la comunicación de las que me llevaban a la vanidad del siglo y volví a mis ejercicios de devoción empleando una gran parte del día en oraciones vocales oyendo varias misas. Esos excesos molestaban a mi madre y a un tío y se resolvieron a mortificarme para hacerme comprender que debía estar a la hora de comer. Las mortificaciones que ellos me proporcionaban me eran muy sensibles.

De eso me quejaba contigo diciéndote: "Sufro todo eso por ti. Las jóvenes devotas que no son de posición son más dichosas que yo, nadie espía sus acciones ni el tiempo que permanecen en la iglesia". Después de haber llorado ante ti, pacifiqué mi espíritu o, más bien, tú mismo lo pacificaste. Acortaba las horas de la misa y me ocupaba manualmente cerca de mi madre. Mi devoción era más fervorosa en verano que en invierno, acomodándose a la estación y no a la obligación que yo tenía de amarte en todo tiempo ya que me habías amado con amor eterno atrayéndome con misericordia lo cual te agradezco, mi divino amor.” [15]

“Dije a mis padres que me quería hacer religiosa, pero mi padre no quiso consentir a mis deseos, lo cual me afligía indeciblemente. Esperaba con paciencia que tu diestra cambiara sus decisiones continuando mis ejercicios. Ayunaba para todas las fiestas de precepto y muchas de los santos a los que tenía* devoción. No falté al ayuno... no practicaba todavía la oración mental; sólo meditaba los misterios del rosario.” [16]
Sus padres querían que disfrutara del mundo igual que otras jóvenes de su edad y le buscaron algunas oportunidades para divertirse, pero Dios Nuestro Señor, le fue mostrando que esa no era su Voluntad.

“A la edad de diecisiete o dieciocho años comulgaba todas fiestas de precepto y todos los domingos. Durante ese último año, una tía mía, hermana de mi madre, se casó, a la boda de la cual yo no quería ir para evitarme las distracciones que hubiera podido tener, pero no por eso pude evitar las visitas; teniendo el espíritu agradable y condescendiente, trataba por un deber de educación, con un familiar del que se había casado con mi tía, el cual dijo después que había estado encantado de mi conversación, que no podía imaginar que una joven que jamás había tratado sino de cosas de devoción y que se mantenía retirada en su oratorio, hablara tan perfectamente de las cosas de las que ella ignoraba la práctica.” [17]

Inserta en un mundo, tan lleno de frivolidades, envidias, guerras, que sin la oración no se hubiera tenido fuerza para lograr su meta, por ello, el Salvador su gran Maestro, le enseña a orar y le concede ser testimonio de vida excepcional. Dejemos que Jeanne nos platique, como le enseñó a meditar en las cosas que su Espíritu se ocuparía día y noche.
“Amigo amable y divino, quisiste llevarme tú mismo a subir el monte de la mirra y las colinas del incienso; al enseñarme a orar mentalmente, me guiaste hacia la soledad interior y me hiciste escuchar: ‘Por tanto, mira, voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón’ (Os_2_16).[18]

“Al hablarme al corazón, me hiciste ver que la hermosura de los campos residía en ti; habiéndome convertido en abeja mística, me sumergías en tus misterios en plena floración, y me proponías tus divinas Escrituras como flores en las que tu Santo Espíritu me hacía libar la miel de mil santos pensamientos en medio de deleites inenarrables.” [19]
“En otras ocasiones oraba vocalmente llamándote con gritos como los polluelos de la golondrina. Meditaba, después, como la paloma, imitando al rey que sanaste de una enfermedad que le hacía languidecer, dándole quince años más de vida para recompensar las amorosas lágrimas que derramó confiadamente en tu presencia: ´Día y noche me estás acabando. Como una golondrina estoy piando, gimo como una paloma’ (Is_38_14).” [20]
No es raro imaginarse que Jeanne, inmersa en oración total durante todo el día, nos escribiera lo siguiente:
“Mis oraciones comenzaban por la mañana y duraban hasta el anochecer. Nada me distraía de la oración, sin importar la ocupación exterior que tuviera, tu amor verificaba en mí el dicho del Apóstol*San Pablo: ‘Oren en todo tiempo’ no solamente de tiempo en tiempo, sino en el momento presente.’(Efe, 6-18)[21]

[13]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 6, p. 17
[14]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 6, p. 17
[15]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 6, p. 17
[16]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 6, p. 19
[17]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 7, p. 20
[18]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 44
[19]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 44
[20]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 44
[21]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 44

Tampoco es raro que describa lo que su cuerpo sentía en esos momentos:
“Meditaba yo día y noche en tu amorosa ley, y durante mi meditación se encendía el fuego; tú estabas conmigo para cumplir el designio por el cual viniste a la tierra, que es encender el fuego en los corazones, deseando verles arder en tu amor. Yo te decía: ‘Acepta las palabras de mi boca, acoge mi meditación’ (Sal_18_15), porque tú eras mi amoroso Redentor que me hacía probar la copiosa redención que llevaste a cabo para poseerme, librándome del dominio de mis sentidos, porque me parecía que los tenías del todo sujetos a la razón; mis pasiones estaban tan amortiguadas, que me parecía estaban muertas, a menos que se tratara de tu gloria, para la cual se aplicaban del todo.” [22]

“No experimentaba yo odio alguno, como ya he dicho, sino para odiar lo que tú odiabas y amor para amarte a ti. No amando sino a ti "en todas las cosas y todas las cosas por ti, mi sólo deseo era agradarte, y mi sólo temor desagradarte. Tenía aversión de aquello que se oponía a las buenas costumbres y a la virtud; mi alma estaba siempre alegre contigo; no podía entristecerme sino por las ofensas cometidas contra tu bondad. Esperaba todo de ti, y no esperaba nada de mí…” [23]

Ella nos describe también, con gran realismo sus enfermedades y dolencias que le aquejaron durante varios años, producto de su frágil naturaleza humana y de los arrobamientos y éxtasis que experimentaba, pero al mismo tiempo nos dice como Nuestro Señor le ayudó a sobrellevarlas, como la consolaba y ella en un acto de entrega total y para no ofender a su Amado, aceptó el sufrimiento con alegría.
“Tú sabes, querido Amor, que los frecuentes arrobamientos y los casi continuos éxtasis que yo experimentaba me causaron frecuentes y largas enfermedades por espacio de seis años, ya que no mencionaba a los médicos que me trataban, que mis continuas fiebres tercianas y doble-tercianas proveían de estos arrobamientos y éxtasis. Tomaba todos los remedios que me ordenaban y sufría con grandísima alegría todos los dolores y los ardores que estas fiebres me causaban; si mis indiscreciones las acrecentaban no era mucho, porque querido Esposo mío, no deseaba yo desobedecer a mis confesores ayunando o haciendo más penitencia de lo que se me permitía, a pesar de mis deseos.” [24]

“Hubo un tiempo en que mi deseo era tan fuerte, y aunque estoy bien lejos de ser favorecida como santa Teresa, que repetía con frecuencia sus palabras: ‘O padecer o morir,’ pidiéndote lo uno o lo otro con la impetuosidad del amor; luego me resignaba a tus mandatos por medio de la sumisión que creía deber a tus deseos, conformando mis inclinaciones. En esto fui ayudada por tu benignidad, que obraba como una buena madre, la cual sondea o pone a prueba las fuerzas de su hijo, para hacerlo andar o para permitirle trabajar según su capacidad, no enviándolo a clases sino cuando tiene capacidad para los estudios.” [25]

Aguantó todo con tal de llegar a ser semejante a su querido Esposo:
“El Apóstol dice que tú eres fiel, que no permites que una persona sea tentada por encima de sus fuerzas, y yo me digo que eres enteramente bueno hacia mí, que tu bondad previene todas las aflicciones que tu justicia podría enviarme con toda razón: Y de igual manera, ‘el espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza’ (Rm_8_26).Tu Espíritu, que es compasivo en extremo, se ocupa de aliviarme de todas mis dolencias, dulcificándolas de suerte que no sufro casi nada ni en el espíritu ni en el cuerpo, y cuando no sé orar, ‘él ora en mí y por mí, con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu.,‘ (Rm_8_26s) “Yo le suplico pida en mí lo que más agrade a él, a ti y al divino Padre”: ‘Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman.’ (Rm_8_28). “Mi deseo es llegar a ser, por gracia y por tu providente bondad, semejante a ti, mi querido Esposo, que eres desde la eternidad la imagen de tu divino Padre, y que serás para siempre, en nuestra humanidad, la de tu queridísima Madre, imágenes que no hacen sino un Jesús-Cristo; un Verbo Encarnado, mi prototipo y mi adorable arquetipo”.[26]
En varias ocasiones describe que siente fuego que arde constantemente en su pecho y los malestares físicos que le ocasionaban.

He aquí el relato:
“El fuego que encendiste en mi pecho fue tan ardiente, que lo convirtió en un horno que ardía continuamente; en la opinión de los médicos, mi sangre estaba quemada. Dos contrarios les preocupaban al recetarme medicinas, pues mi estómago estaba indigesto a pesar del continuo ardor que sentía en el pecho, en el corazón, en las entrañas y en el hígado. Cuando me ordenaban remedios calientes, acrecentaban mis llamas; y cuando me los ordenaban fríos, debilitaban todavía más mi estómago, pero como el ardor de la sangre sobrepasaba la frialdad del estómago, tenía necesidad de remedios refrescantes, que pedía continuamente y que siguieron dándome para templar las llamas que tu bondad, oh divino amor, vino a encender en mi corazón sin mérito alguno mío. Puedo decir con toda verdad que he contribuido muy poco a estos ardores, siendo tu caridad la que ha venido a poner este fuego dentro de mí, haciendo que arda según su deseo. Continúa, Señor, hasta mi muerte y hazme, si es de tu agrado, un holocausto perfecto, para que pueda decir en verdad con el Apóstol, sabiendo que eres mi abogado delante de tu Padre: ‘¿Quién me separará de tu amor? Nada de lo que aflige al cuerpo y al espíritu: Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separamos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor Nuestro’ (Rm_8_38s).” [27]

[22]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 45
[23]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 45
[24]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 84
[25]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 84
[26]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 86
[27]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 85

Admiremos la valentía que Jeanne de Matel tiene. Su fe y paz en los momentos de sufrimiento físico son grandes y firmes. Cuándo leo estos párrafos llenos de virtud, mueven mi corazón, me hacen actuar de diferente manera y puedo sentir que mi piel se enchina cuando pienso en mi pequeñez y cobardía.

“Que los dolores de cabeza que he sufrido durante veinte años seguidos; que las afecciones de los ojos que he tenido durante casi diez años, que los cálculos me desgasten hasta mi muerte; que los cólicos me atormenten tanto como te plazca; que la repugnancia a toda clase de comida dure hasta el fin de mi vida, pero que te complazcas en bendecirme, así como lo hiciste desde el comienzo, quiero decir mi nacimiento. ‘Todo esto me parece nada; lo que me confunde es que muy seguido no hago el bien que deseo, sino el mal que aborrezco:’ (Rm_7_15b).” [28]

Jeanne de Matel también escribió como Dios le fue concediendo favores y dones, he aquí algunas citas:
“Mi divina bondad es comunicativa en sí misma; mi placer consiste en comunicarte los grandes dones que mi amor desea hacerte a pesar de tus temores; no te considera en tus debilidades, sino en su poder…recibe pues mis gracias con humilde agradecimiento, y soporta el que te amé y desborden*en ti los torrentes de mi bondad." [29]

“Tú sabes que me he hecho y me sigo haciendo gran violencia para obedecer; es por ello que creas en mí palabras para hacer un inventario de tus gracias y dones, y una rendición de cuentas de lo que he recibido de tu divina liberalidad. Me alegro en ti, que elevas mi alma sobre todas las grandezas de la tierra, nutriéndome con el mismo alimento del gran Jacob, tu padre por naturaleza y mío por adopción, que se complacía en ti, que cumpliste todas sus voluntades, las que confesaste eran tu alimento, diciendo: ‘Para mí es alimento cumplir el designio del que me envió y llevar a cabo su obra’ (Jn_4_34). ‘Mi alma está alimentada divinamente de ti mismo y de tus palabras divinas, como lo declaran tus propios labios al aplicarme estas palabras: Entonces el Señor será tu delicia. Te pondré en las alturas de la tierra, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, ha hablado la boca del Señor’ (Is_58_14).” [30]

Era tal la cantidad de experiencias divinas que parecía imposible escribir todo el mismo día, su fluidez al escribir era más lenta que la misma experiencia vivida y ella pide perdón a su Querido Amor por su falta de memoria y así mismo le ruega envíe a su Espíritu para que esto no ocurriera.

“Te pido perdón, querido Amor, porque he retardado escribir los varios dones de los que me hubiera podido olvidar si tú mismo no los reproduces en mi memoria por medio del Espíritu que enviaste a tus apóstoles para que se acordaran de lo que les habías dicho.” [31]

Cada santo en el cielo, tienen una brillantez diferente, pero que, gracias a su fidelidad al Señor, al servir a los hermanos con los dones que Dios les regaló en vida, viven ahora en plenitud eterna. ¡Qué hermoso ha de ser!

“Dios comunica sus dones y su gracia a todos los santos, dependiendo de su destino a un mayor o menor grado de amor. A todos concede un fondo de gracia, a fin de que obtengan en la administración del mismo un fondo de gloria para ellos y para Dios, que les ha concedido con qué negociar. De este modo, son hechos participes de aquel en quien habita la plenitud de la ciencia y sabiduría de la divinidad. Los santos no son iguales en gracia y en gloria: unos pueden compararse al sol, otros a la luna y otros a las estrellas.” [32]

“Al hacer la distribución de tus dones, has concedido a unos el apostolado, a otros, la profecía; a éstos, el don de evangelizar; a aquellos, el de doctores. En fin, has colmado a todos de bienes según la medida de tu poderosa, sabia y amorosa bondad. Deseas que todos seamos perfectos en la adopción filial de tu Padre eterno: ’en la madurez de la plenitud de Cristo’ (Ef_4_13). Tú eres la medida de toda perfección”. [33]

[28]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 85
[29]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 14, p. 39
[30]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 52
[31]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 147, p. 1043
[32]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 48, p. 58
[33]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 152, p. 891

“El 17, octava que entró del diacono San Lorenzo* el cielo en un lecho de fuego más abrasador que el carro flameante que llevó a Elías al paraíso terrestre, fui llevada con suspiros inflamados, según mis inclinaciones y peticiones, a ti, mi Amor y mi todo, rogándote te acordaras de esta pobre a la que tantas veces le has dado tus caritativos tesoros para enriquecerla con tus múltiples dones que le han hecho reconocer que eres el donador infinitamente liberal, dándote tú mismo con tu divina plenitud llena de amor. Y exclamé: ‘Todas tus olas y tus crestas, han pasado sobre mí.’ (Sal_41_8).” [34]

¡OH Señor, qué maravillosa experiencia le hiciste experimentar a Jeanne! Ver, pedrería fina en la tierra es hermoso, más hermoso ha de ser ver lucir estas joyas en a quien por tu bondad infinita has regalado allá contigo.
“El día de Santa Inés, a eso del atardecer, estando, según mi costumbre, retirada para hacer oración, me ofrecí a mí misma en sacrificio a mi divino esposo, renunciando a todos los amores criados y a todo lo que no es él. Al hacerlo repetí con esta virgen: Aléjate de mí, pábulo de muerte: he sido destinada a otro amador.” [35]

“Mi querido esposo me ayudó a conocer y sentir que me había recibido como esposa, que su amor me trataba como a tal, y que me daba los mismos adornos y joyas que a Santa Inés. Me dijo amorosamente que me daba pendientes más preciosos e inestimables. Me dio como sortijas los dones del Espíritu Santo, que es el dedo de la diestra divina, siendo la argolla admirable las tres divinas personas…Las tres son inseparables y sus propiedades personales en nada dividen la esencia común que es su naturaleza simplísima e indivisible...Este divino collar, añadió, no podría deshacerse ni separarse. Si conservo su amor en mi alma, encontrar‚ en él toda la belleza simbolizada por la inmensa pedrería que dicha santa dijo le fue concedida.” [36]

“La caridad, tejido de oro purísimo, era mi túnica, de la que su bondad me había revestido. Su amor me coronaba y me comunicaba sus tesoros infinitos, que son nada menos que las riquezas de la sabiduría que recibe, junto con su esencia, de su divino Padre, al que había rogado me hiciera partícipe de la claridad que tiene con él desde antes de la constitución del mundo.” [37]

Es grato escuchar a los demás y compartir sus vivencias y en ocasiones gozamos
unas más que otras, pero escribirlas es mucho más difícil. Jeanne expresa que ella es incapaz de escribir tanto amor que le prodiga su Divino Amor es indecible.

“Son para mí indecibles las caricias que mi divino esposo prodigó a mi alma; mi pluma es incapaz de expresarlas. Las almas que no han tenido la experiencia de semejantes favores, difícilmente creerían en ellas. Si David exclama, al considerar los favores que Dios concedía en la antigua ley a los que vivían en su temor, ‘Cuan grande es tu bondad, Señor, que reservaste para los que te temen’ (Sal_31_19’); ¿Qué podemos pensar de las caricias divinas con que regala a las esposas que ama con tanta ternura en la ley de la gracia?” [38]

“Se trata de un secreto entre el esposo divino y la esposa virgen, a la que corona con sus méritos para introducirla en su tálamo nupcial y divino, cuyas tiendas y pabellones son claridades arrebatadoras debido a que este esposo es un sol y la esposa un cristal a través del que él se filtra con sus divinos rayos. Es él quien imprime en su rostro la luz de su gloria, que reserva para sí en esta esposa, sin concederla a nadie más. Él es todo de ella, y ella es toda de él, por lo que ella puede exclamar con toda verdad: ‘Mi amado es para mí y yo para mi amado, el cual se apacienta entre azucenas hasta que declina el día y comienzan las sombras’ (Ct_2_16s).” [39]

“Contemplé en él mi vida sobrenatural de la gracia y sus perfecciones, y cómo poseía mi libertad para rehusar o recibir la vida de la gracia y los dones sobrenaturales que Dios me comunicaba.” [40]

El Señor le daba a Jeanne regalos y regalos ¡Un verdadero enamorado! En todos sus escritos encontramos narraciones donde esta gran afluencia de regalos siempre le fue dada, y como ella bien decía: “Dios comunica sus dones y su gracia a todos los santos…A todos concede un fondo de Gracia” Deseo destacar tres, sin menospreciar muchos otros que sin la menor duda tenía:

[34]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 152, p. 1083
[35]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap.150, p. 876
[36]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I,Cap.150, p. 876
[37]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap.150, p. 876
[38]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 150, p. 876
[39]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 150, p. 876
[40]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 26, p. 224

El don de comprender el latín.
“Al día siguiente (3 de febrero de 1613) * me fui al sermón que trataba del juicio. Me parecía que las palabras: ‘¡Vayan, malditos, al fuego eterno!’ debían dirigirse a mí. Me vi tan indigna de estar en tu presencia, que no sabía dónde esconderme, pero tus pensamientos no eran sino de paz y bendición hacia mí; era característica tuya ver con tanta dulzura a la que te había ofendido tanto. Me sentía extremadamente enfadada conmigo misma.

En ese día bendito para mí, me comunicaste el conocimiento del latín de la Escritura, y pude así comprender la epístola y el evangelio. Admiraba este favor, pudiendo decir con David: Señor, no estudié las letras, pero es tu bondad misma la que me enseña, para hacerme entrar en sus dominios. Aunque no sé expresarme, entraré en tu fortaleza; a proclamar ‘Señor, que sólo tú eres justo. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas.’ (Sal. 70, 16s).

Me hiciste recordar las palabras que yo te había dicho hacía ya nueve años, que si me hacías comprender el evangelio en latín como yo pensaba que santa Catalina de Siena lo entendía, te amaría tanto como ella te había amado.” [41]

  El don de la oración y el don de lágrimas.  "Me diste el don de oración junto con el don de lágrimas; mis ojos eran dos fuentes, dos piscinas, y ese don de lágrimas duró muchos años, siendo fuente de alegría. La unción del Espíritu era tan abundante en mi alma que me vi totalmente consagrada a tu amor. Pasaba dos horas y más en oración mental, sin tener una sola distracción. A partir de ese día me hiciste odiar las cosas que tú odias y amar las que amas.” [42]

Oración de quietud o de recogimiento  y de  paz interior “Como encontraba en ti todo mi bien, y que todo era nada para mí fuera de ti, mi alma vivía en una paz que sobrepasaba todos los deleites de los sentidos corporales, a los cuales no tenía ella necesidad de recurrir para buscarte por medio de las cosas visibles, ya que tú vivías íntimamente en ella, recogiendo todas mis potencias y siendo mi divino Amador y mi tesoro. Mi corazón estaba dentro de ti y tú mismo eras el Dios de mi corazón. Te decía las palabras del hombre que encontraste según tu corazón, y que hacía todas tus voluntades: ‘¿A quién tengo en el cielo? Contigo, ¿qué me importa la tierra? Aunque se consuman mi espíritu y mi carne. Dios es la roca de mi espíritu, mi lote perpetuo. Sí, los que se alejan de ti se pierden, tú destruyes a los que te son infieles’ (Sal_72_25s). ¿Qué buscaré en el cielo fuera de ti, qué podría yo desear en la tierra si no es encontrar sólo a ti, sobrepasando a todas las creaturas para llegar a ti?” [43]

“Más ya que tu bondad me favorece tanto que mora en mi alma, estoy en calma; que mi cuerpo sea debilitado y que mi corazón se pierda felizmente en sí para encontrarse en ti, que eres mi Dios y mi porción por la eternidad. Si mis potencias se alejaran de ti, se perderían miserablemente y tendrías justa razón de castigarlas privándolas de su más grande dicha, dejándolas vagabundas y sin guía, sin llamarlas a este dulce reposo en el que tu amor las recoge gloriosamente: ‘Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio y contar todas tus acciones’ (Sal_72_28). ‘Mi esperanza está ya en mi seno, como decía el santo Job’ (Jb_19_27).” [44]

“Al poseerte amorosamente en mi corazón, todas las potencias de mi alma corrían al olor de tus perfumes; si ellas se hubieran dispersado, el vino oloroso y dulce como la miel que procedía de tu garganta sagrada de una manera inexplicable las atraería y las encerraría en el nicho de tu sagrado costado abierto, donde encontrarían ellas la dulcísima miel de tu divinidad que las ocuparía y alimentaría deliciosamente. Tu corazón, de una dulzura real, era el rey de estas abejas místicas, del que ellas adoraban y seguían los movimientos que no las privaban de su reposo amoroso ni de esta agradable quietud.” [45]

“Yo sentía una gran suavidad al adherirme a tu bondad, la cual se proponía recogerme, considerando su gloria al decirme estas palabras amorosas: "Tu eres mi fiel israelita; me gloriaré en ti." Ante esta palabra de gloriarte, mi alma se sentía mucho más recogida y experimentaba las palabras del mismo profeta, sobre todo cuando te había recibido en el divino sacramento de la Eucaristía, me decías que te alojara como un peregrino que saldrá o dejará de estar corporalmente bajo mi techo cuando las Especies se hubieran consumado, y me invitabas a revestirte de mí misma, como un enamorado que se había desnudado por mí para cubrirse solamente de un fragmento de pan, privado de su propia sustancia, ya que las Especies de pan no son sino accidentes que subsisten milagrosamente gracias a tu gran poder: ‘Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz, como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor’ (Is_58_7s). En este mediodía, me diste un reposo que era casi continuo.” [46]

“Mi alma estaba llena de esplendor y mi cuerpo aliviado, porque me hiciste tu jardín de recreación donde hiciste crecer flores deliciosas, las cuales estaban abundantemente regadas, porque tú mismo eras la fuente; desbordabas en ellas un río de paz. Me decías que tu morada dentro de mi alma era para ti un desierto agradable porque no albergaba amorosamente sino a ti, y que lo cimentarías tan profundamente, que las generaciones futuras podrían subsistir en él con seguridad.” [47]

Entresacar y separar temas concretos, es difícil, debido a que en una misma cita hay varios temas presentes. Podemos darnos cuenta cómo Dios fue entretejiendo las maravillas extraordinarias y extra naturales que hizo en la vida de su amada hija. Jeanne, muy devota de los santos, que mientras oraba, Nuestro Señor le quiso mostrar, en sus visiones, muchos detalles que resaltaron la vida de algún santo o santa.

Ella nos quiso dejar por escrito, estos encuentros admirables: Algún santo para resaltar sus cualidades o virtudes, con algún personaje bíblico para que entendiera la Sagrada Escritura o para que comprendiera un mensaje especial, con elementos de la naturaleza y objetos para enseñarle el simbolismo que tienen, decirle cuanto le ama, para consolarla, mostrarle los detalles de su misión y del establecimiento de la Orden, enseñarle a entender sus Misterios de la Santísima Trinidad, la Eucaristía y el Dogma de la Inmaculada Concepción, por ejemplo.


[41]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 10, p. 31
[42]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18 , p. 32;
St. Pierre, Biografía p.35
[43]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20 , p. 50
[44]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20 , p. 50
[45]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20 , p. 50
[46]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20 , p. 51
[47]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 51

Algún santo para resaltar sus cualidades o virtudes. Todos los santos tuvieron sus méritos para serlo y estar gozando cerca de Dios. Señor mi alma desea ardientemente ir a vivir eternamente a esa tierra prometida.
“El día de la fiesta de santa Catarina, virgen y mártir, murió con la muerte de los santos después de haber ganado la indulgencia plenaria. De muy buen juicio, con un entendimiento iluminado por tus luces, la voluntad inflamada por tu amor divino, edificó, al expirar, a todos los padres y hermanos que se hallaban presentes para ayudarle a bien morir.” [48]

“Sublimes luces que Dios comunicó a san Dionisio, y cuan humilde y obediente fue en la recepción y manifestación de ellas, según la divina voluntad, que siempre fue la regla o directriz de su espíritu.” [49]

“Estoy muy mortificada debido a que la medicina que hoy tomé me impidió comunicarle las innumerables maravillas que mi divino amor me ha revelado acerca de las excelencias de mi maestro san Dionisio. Después de conversar conmigo sobre ellas durante varias horas, me hizo ver varias veces montículos de arena dorada; y al sorprenderme la repetición de esta visión, me enseñó que se trataba de la multitud de los dones divinos y de las gracias conferidas a este santo, el cual, mediante su correspondencia a dichos favores divinos, multiplicó de tal manera sus méritos, que éstos llegaron a ser tan numerosos como las arenas del mar”.[50]

“Me dijo que la humildad y la obediencia de san Dionisio fueron admirables; que por la humildad se abajó hasta un abismo, y por la obediencia se elevó tan alto, que llegó a la penetración de los misterios más eminentes; obediencia que Dios me hizo ver como el seguimiento de su divina voluntad.” [51]

“Por medio de mi fiel san Miguel, te he enviado favores que son verdaderas joyas, dándole orden de enterarse si deseas ser mi esposa. Tú has respondido, como Rebeca que venías a mí por su medio, y has llegado acompañada de tu nodriza que es el Santo Espíritu, el cual no te ha retirado la leche de sus dulzuras desde que se complació en mostrarte que deseaba alimentarte de sus pechos reales y divinos. El jamás morirá; no es mortal como la nodriza de Rebeca la cual fue sepultada: ’En las inmediaciones de Betel, debajo de una encina; y él la llamó la Encina del Llanto’ (Gn_35_8).” [52]

“Citaré aquí algo que pasó hace cuatro años. Conozco una persona que, después de haber gozado de consuelos indecibles y multitud de favores, a pesar de casi no conocer los libros, ya había experimentado toda clase de ternuras y caricias descritas en ellos; escritas por santa Gertrudis, o por santa Catalina de Siena, o por Santa Teresa. Por espacio de nueve años casi continuos, y casi sin privaciones, tuvo presente a su derecha, al divino esposo, de una manera mística y amorosa. Esto impedía el temor y producía una alegría interna, situando aun su cuerpo en un dulce reposo, como si estuviese ya en la gloria, sin riesgo de sufrir.” [53]

“David lo explica con estas palabras: ‘Pongo al Señor ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa’ (Sal_16_8s). Al cabo de aquellos nueve años, esta alma se encontró en la sequedad, o más bien en algo parecido al desamparo. Así como las que suelen recibir caricias se sienten abandonadas cuando no se les habla, así el Señor nos manda grandes penas cuando dejamos de sentir su asistencia, porque todo nuestro ser depende de Dios. Si él se retirara, dejaríamos de existir. Lo mismo sucede cuando retira sus consuelos de un alma que los ha experimentado largo tiempo. ¡Ay, ay! ¡Qué pena da ver a un príncipe alimentado con sabrosos manjares, forzado a comer pan de avena o de cebada sin ser purificado de su pajilla, cuyas puntas parecen estrangular la pobre vida que le resta! Así se veía esta alma, que ignoraba dónde estaba el Dios de su corazón. Le parecía que cada criatura le preguntaba dónde estaba aquel que tanto la amaba, y que no parecía tener ojos sino para contemplarla, pero que al presente parecía tenerlos sólo para desdeñarla.” [54]

[48]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 52, p. 1121
[49]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 7, p. 57
[50]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 7, p. 57
[51]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 7, p. 57
[52]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 41, p. 133
[53]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, 1619. Cantar 8 , p. 66
[54]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 31 p. 66

Con algún personaje bíblico para que entendiera la Sagrada Escritura o para que comprendiera un mensaje especial. En un mismo texto notamos la capacidad que el Señor le concede a Jeanne cuando escribe lo que ve, nos ayuda para mirar al personaje o santo bíblico de una manera que no se puede imaginar uno. En los detalles de sus descripciones destacan cualidades, virtudes, dones quizá gustos que cada uno de estos santos tenía en vida y que allá donde su Divino Amor le gustaba llevar a Jeanne veía con gran atención y admiración. ¡Qué gran escritora!

“En su bondad, el divino Salvador se dignó hacerme partícipe del amor que concedió a su amada Magdalena, y revelarme la bondad y belleza de los pies que anuncian la paz, junto con muchas otras maravillas relativas a su enamorada… El día de la gran Santa Magdalena, maravilla del divino amor, habiendo recibido a mi divino esposo en la comunión, fui íntimamente unida a él… Se dignó elevar mi espíritu para que conociera y sintiera el amor que había comunicado a esta enamorada suya, a la que imaginé a los pies del amable Salvador, de los que se podría decir: ‘Oh cuan hermosos son los pies de aquel que anuncia la paz; de aquel que anuncia la buena nueva’ (Is_52_7) …El contacto con esos pies sagrados comunicó y produjo el amor y la paz en Magdalena. Aquellos pies divinos abatieron su soberbia, pisotearon su vanidad y domaron su orgullo, venciendo todo lo que era enemigo de su salvación y del Dios que estaba más enamorado de ella, que ella de él, a pesar de que lo amaba tanto. Contemplé esos pies tan bellos en su calzado, que no era otro que los cabellos, los labios y las lágrimas de esta santa penitente, que se había transformado en enamorada y se gloriaba en emplear todo lo que tenía de más querido para que sirviera de adorno a esos pies adorables, bajo los cuales dobló amorosamente su cabeza” [55]

“Tu amor hacia mí hace ver a todos tus santos que tu bondad no tiene otros motivos que ella misma para comunicarse a mí. Tú renuevas en mi alma casi todos los misterios que la Iglesia nos representa acerca de tu vida en el curso del año. Como respuesta, me decías: "Hija, al igual que Zorobabel, eres un signo ante mi faz; así como dije a Noé que al ver el arco en el cielo recordaría la alianza de paz que había hecho, y de no volver a enviar un diluvio, de igual modo al verte recuerdo mi bondad, que es comunicativa en sí misma. Es mi esencia; no puedo ignorarla: es lo mismo que mi ciencia y mí ser; es mi naturaleza.” [56]

“Querido Amor, desde que me dijiste que mi suerte está en tus manos, siempre me he visto rica en ti. Me equivocaría si menospreciara las riquezas y los tesoros de tu benignidad. Me contristo al ver que otros las desprecian al acumular un tesoro de ira para el día de tu justa venganza.” [57]

“Mi divino esposo me dijo además que siempre había enaltecido con sus bendiciones y favores más escogidos a quienes le habían levantado altares, como Noé después del diluvio, Abraham, Isaac, Jacob y otros, y que no sería mezquino conmigo, que le preparaba una orden en la que tendría una gran multitud de altares sobre los que reposaría en el adorable sacramento de la Eucaristía; y que obraría un génesis tan agradable y numeroso en esta orden, que no se podría nombrar su generación en mí.” [58]

Jeanne gozaba, se deleitaba viendo, admirando y sintiendo todo aquello que su Amado le mostraba con gran ternura y misericordia.

“Contando con mi consentimiento, tu Majestad quiso visitarme nuevamente en unión de todos los santos de su corte celestial. Por la noche, al encontrarme en mi habitación, toda tu corte me felicitaba por la amorosa predilección que mostrabas hacia mí, alabando tu misericordiosa caridad, que había escogido a una jovencita para proclamar tu Nombre eterno y temporal, extendiendo la gloria sobre la tierra. n resonar estas palabras de Isaías: ‘Consolad, consolad a mi pueblo’ (Is_40_1).Todas sus alabanzas me confundían; imprimiste en mi alma un conocimiento tan profundo de mi nada, que repetí, contando con tu agrado, las palabras de tu santa Madre: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’ (Lc_1_38). Oh amorosa dulzura, me hiciste escuchar, sin saber quién me hablaba: ‘Bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán en ti las palabras del Señor’ (Lc_1_45)”.[59]

“En la fiesta de san Lucas te rogué me pasaras de clase, mi divino Maestro; consideraba que me podías bien sacar de mi ignorancia que me ponía no sólo a nivel de los animales, sino más bajo aún. Estaba reducida a la nada, no poseyendo en mí, poder ni instinto para hacer el bien. Con frecuencia me acercaba al altar para ser mirada por tus ojos misericordiosos, pero mi ceguera no los podía ver; estaba ciega, sorda y muda en tu presencia. ¡Oh Dios, qué estado! Este santo Evangelista, pintor y médico, fue caritativo conmigo como lo había sido varias veces en el día de su fiesta. Yo no estaba poseída del demonio que arrojaste, como nos narra este santo; mis ojos, lengua y oídos me servían para aquello para lo que me los habías dado físicamente, pero en mi interior sentía una impotencia inexplicable; no oía hablar tus palabras eficaces y encantadoras y no experimentando este consuelo, no sabía si debía hablar a tu Majestad como en otros tiempos, esperando contra toda esperanza, o si debía permanecer muda, sorda y ciega.” [60]

“Los días de los santos apóstoles san Simón y san Judas, les pedí que por caridad rogaran por mí y que me señalaran dónde se alojaba tu Majestad seguido de todos tus santos, en mi alma ya que es propio de tu bondad producir la luz en las tinieblas como lo asegura el Apóstol a quien iluminaste en la ceguedad. ‘Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, él ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios.’ (2Co_4_6).

Me hiciste, oh delicia de todas las naciones, experimentar el placer que tienes al escuchar a la tierra cuando ésta ruega al cielo, y cómo eres grande y admirable en tus sacramentos, mis tinieblas y mis penas se disiparon desde ese día. La tarde de la víspera de Todos santos al entrar a nuestra capilla para hacer mi oración, oí: Se te invita al sacrificio. Ven como víctima. Tan pronto como me puse de rodillas elevaste mi espíritu de una manera admirable y me hiciste ver sobre el altar a muchos santos entre las que distinguí a san Pedro. A todos estos santos las veía con sus cuerpos ágiles como los espíritus, ocupados todos en llevar un cordero que no pesaba nada.” [61]

[55]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 59, p. 411
[56]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p.120
[57]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p.120
[58]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 44, p. 120
[59]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p. 162
[60]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 147, p. 1038
[61]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 147, p. 1040

 Con elementos de la naturaleza y objetos para enseñarle el simbolismo que tienen. Existe tal riqueza y claridad en los signos y símbolos que describe en sus visiones, que nos indica que Jeanne era una mujer extraordinariamente sensible y con una gran capacidad de admiración, que todo eso lo transformaba en expresiones de alabanza y adoración a Dios, al terminar tan maravillosas manifestaciones y por si fuera poco, cuando ella no comprendía algo, su Divino Amor se lo explicaba.
“Cuatro cadenas que representan los diversos estados de las almas en el camino y al llegar a su fin.

Durante la Octava de Reyes, mi divino amor, haciendo sentir a mi alma su dicha a causa de la elección que él se dignó hacer de ella por iniciativa propia, me dio a entender y a conocer la diversidad que existe en los estados en que se encuentran las almas que están oprimidas por diversas cadenas.

La primera cadena es de hierro, la cual aherroja y abruma con su peso a los pecadores obstinados en este mundo y a los condenados en el infierno, entre los que sólo hay la diferencia del fuego, que atormenta interiormente a los que se encuentran en camino y material y sensiblemente a los que han llegado al término. Como los que van por la vida no suelen aparecer ante los hombres como pecadores obstinados, reprobados y condenados por su impenitencia, la ejecución de la sentencia sólo es diferida. Los que están en el infierno, en cambio, por haber llegado a su fin, sufren ya los suplicios de sus crímenes y la pena a la que están condenados. Por haber muerto en pecado mortal, serán privados eternamente de la visión beatifica.

Los desventurados que van en camino se obstinan en resistir al Espíritu Santo y a forjar pecado sobre pecado, con los que forman la cadena de sus malos hábitos, que encadena unos con otros, y como jamás se enmendarán, están como condenados en presencia de Dios. La ejecución del suplicio es sólo aplazada, como se dice antes; sus cadenas no pueden romperse por rehusar la conversión y exponerse a que el Dios justísimo les abandone a causa de su endurecimiento, aunque esta imposibilidad sólo se de en los condenados, que están en un estado en el que ya no hay redención, porque ya no están en camino para hacer penitencia.

Dicha imposibilidad se da en quienes resisten al Espíritu Santo. Desafortunadamente para ellos, no hay remisión alguna ni en este mundo ni en el otro, como dijo el Salvador. Cadena doblemente temible. Cuando pienso en ella, me siento espantada porque encadena a dos clases de culpables: los que se encuentran en camino que ofenden a Dios durante su eternidad, porque jamás se enmendarán; y a los que llegaron a su fin durante la eternidad de Dios, lo cual es justísimo. Como emplearon su eternidad en ofenderle, es razonable que él los castigue durante la suya: ‘Por que aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas (Sal_51_6).’

La segunda cadena es de plomo, que puede fundirse y licuarse en el fuego. Ella encadena a las almas que no son obstinadas, pero que se encuentran, no obstante, en pecado mortal, del que pueden lavarse, purificarse y deshacer su opresión mediante la gracia que Dios desea concederles. Esta cadena puede ser fundida a través del temor de Dios, cuya ardiente caridad puede reformarlas o transformarla en la hoguera del divino amor, que produce la contrición amorosa.

La tercera cadena es de oro brillante y sirve de corona y collar honorífico más que de grilletes. Esta cadena es para las almas que sirven a Dios por su amor y por la recompensa de la gloria, todo a una. Hay muchos en este número: ‘Inclino mi corazón a practicar tus preceptos, recompensa por siempre’ (Sal_119_112).

La cuarta, que es maravillosa, está formada de luz, sin ser pesada como la de oro. Las almas que la llevan son iluminadas, no encadenadas por ella y son conducidas por el esplendor de la luz eterna que es el Verbo, el cual es su camino, su verdad y su vida: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida’ (Jn_14_6). Dios mora en estas almas y se reproduce en ellas cada vez que las ilumina. ‘Allí a David suscitaré un cuerno, aprestaré una lámpara a mi ungido’ (Sal_132_17), dándoles su amor, que es dulce, fuerte, muy bien representado por el cuerno y simbolizado por la luz de Cristo, que es el ungido y la unción. David, contemplándolo como rey, dijo: ‘Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros’ (Sal_45_8). Con estas almas afortunadas, por ser sus esposas queridas, comparte su alegría. Junto con la luz, reciben la unción sagrada de reinas; luz que les da el impulso para moverse de acuerdo a las exigencias de la gloria eterna. Son resplandecientes como el sol, blancas, cándidas y plateadas como la luna; el sol no tiene otro color que el de la luz; estas almas, tan felizmente ligadas, no tienen ni color ni tinte de criatura alguna; sólo el blanco de la inocencia.

Frecuentemente, durante esta octava, el rayo de luz brilló con fuerza sobre mi cabeza y mi rostro. Sentí una dulce brisa y escuché: El espíritu sopla donde quiere; no siempre le gusta manifestar de dónde proviene su soplo, ni a dónde va, pero se complace en dar a conocer que es él quien mueve al alma para que obre según sus mociones. Es él quien produce en ella mil gracias de bondad y de complacencia, adornándola con sus dones para hacerla agradable al Padre y al Hijo, lo cuales, con el Espíritu Santo, fijan en ella su morada. La santísima Trinidad reside plenamente en su parte superior como en su domicilio: ‘Que así me ha dicho el Señor: Reposaré y observaré desde mi puesto, como calor ardiente al brillar la luz, como nube de rocío en el calor de la siega’ (Is_18_4).

Esta cadena de luz liga e ilumina de manera inefable a los bienaventurados que están en el término, y a las almas de las que ya he hablado, que van por la vida; porque las que han llegado al final se encuentran en la plena alegría de la gracia consumada, a la que llamamos gloria del cielo. Las que siguen en camino participan de la gloria iniciada que se denomina gracia en la tierra; cadena bien diferente de la que aprisiona a los obstinados en el camino y a los réprobos en el término’”. [62]

“Los símbolos de la cruz han sido muy ilustres: el arca de Noé, el reparador del mundo; la vara de Moisés, el incensario de Aarón, el sacrificio de Abraham, el báculo de Jacob, el cetro de David, el trono y la litera de Salomón Todos aquellos a quienes se concedió como en depósito bajo el velo de las figuras, fueron siempre ilustres; y hasta María y Jesús, honra del cielo y de la tierra, todos la llevaron en figura y en ejemplo o imitación. Nadie está exento de la cruz, sea por temor, sea por amor a Jesús.” [63]
“Llegó la Pascua. Durante este tiempo caí enferma cerca de un mes, aunque esta enfermedad no me impidió comulgar diario. Recibí, además, grandes consolaciones de tu santa Madre, la cual me confortaba mientras que la fiebre me desgastaba tan duramente. Para aliviarme en el sufrimiento causado porque te escondías de mí, al cabo de algunos días e ignorando la causa, vi tres coronas sostenidas y ensartadas en una vara, y también unos cálices. Ignoraba el significado de todas estas visiones, hasta que te dignaste, mi divino Intérprete, dejarte ver de mí. Al retomarme amorosamente, me dijiste: ‘Hija, te has quejado con tu confesor de mi ausencia, como de una pena intolerable a una esposa acostumbrada a los mimos de su divino esposo; mi santa Madre te ha visitado y consolado. ¿No te había yo hecho ver cruces y cálices, y después esas tres coronas en una vara? Todo eso eran signos de aflicciones que yo deseo coronar.’

Al decirme estas palabras, se me apareció una grande y pesada cruz de mármol blanquísimo. Tu Majestad, al verme espantada por las dimensiones de esta cruz, me dijo: ‘Hija, tú no cargarás con esta cruz; es la cruz quien te llevará. Es toda de roca de mármol, y sobre ella deseo fundar el Instituto. La esposa del Cantar dijo que mis piernas son columnas de mármol. Yo soy la verdadera roca sobre la cual está fundada mi Iglesia. Animo, hija, fundaré mi Orden sobre mí mismo.’ Al mismo tiempo, vi un cáliz lleno de flores. Mi amable Doctor me dijo: ‘Mi bien amada, este cáliz lleno de flores es para embriagarte y embellecerte, a ello se refería David cuando dijo: ‘Unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa’, (Sal_22_5)’.Cuando le hice comprender que mi divina misericordia deseaba acompañarle todos los días de la vida. Tú puedes decir lo mismo: es lo que te he prometido. Mis promesas son infalibles.” [64]

Es tan expresiva al escribir, que transmite su sentimiento con respecto a lo que ve y no se diga si quien lo explica es el mismo Verbo Encarnado, su Rabbunni, (su querido maestro)

“Algunos días después de lo ocurrido, el P. de Meaux vino a informarme de la consulta que los médicos habían tenido, y que estaba por partir, lo cual me entristeció en el acto… En cuanto él salió de mi habitación, se me presentó san Miguel para ofrecerme su ayuda. Al desaparecer, te hiciste ver con una tiara hecha en madera, sin joyas ni adornos. Me sorprendió que tu Providencia, en su diligencia admirable, no la hubiese adornado de piedras preciosas. Estas visiones me hicieron ver que habías dado a san Miguel una nueva comisión de asistirme, encomendándole el Instituto que deseabas establecer. Me le diste como uno de mis maestros, a fin de que me instruyera en tu voluntad por medio de irradiaciones y coruscaciones deslumbradoras. Me diste a entender, por medio de la tiara sin adornos que tenías al principio, que iniciabas tus proyectos en la más pobre apariencia, y los llevabas a cumplimiento por medio de ricos efectos; me enseñaste que eras mi buen Pontífice que proveería a todas mis necesidades, y que me compadecías en todo.” [65]

“Fui revestida de una túnica de candor brillantísima para mí sin explicación. Mi madre estaba conforme con todas tus voluntades, por lo que me permitió en seguida seguir tus inspiraciones, aunque sufría un dolor extremo al privarse de mí, a quien amaba más que a todas mis hermanas. Me dijo así: ‘Hija, mi inclinación natural es no permitir que me dejes, pero deseo sobreponerme para seguir la divina inspiración’”.[66]

“Hablando de la gloria esencial según san Dionisio, me parece que olvidé la accidental, pero tu sabiduría me ha guiado suavemente hacia los discursos que me hiciste sobre esta última, mostrándome un ramo de jancitos levantado en alto, los cuales, me dijiste, eran figura de los grados de gloria accidental que concedes a los santos, y que esas sortijas son además gracias concedidas a quienes se encuentran todavía en camino, y son para ellos gloria esencial y que, cuando las obtienen mediante el favor de las oraciones de los santos y santas del cielo, o que a imitación suya practicaron las virtudes en vida, acrecientas la gloria accidental de los santos concediendo este anillo a todas tus esposas que pertenecerán a tu Orden, y que, a su vez, tus manos están hechas para dar todo, y para dejar colocar amorosamente estas alianzas en quienes son de tu agrado, y que bien sabía yo que, estando todavía en la casa paterna, me hiciste ver los diamantes que prepararías a mis hijas, y entre todos, me hiciste ver uno en forma de cruz que me habías destinado, puesto que debía sufrir muchas contradicciones comparables a golpes de martillo, y a ser con frecuencia moldeada y golpeada para ser más conforme a ti.” [67]

Revestida de todos los regalos que le prodigaba su amado gozó plenamente, pero cuando se trataba de ver situaciones terribles que también le mostraba, ella sufría.

“Llevo en la mano un báculo de hierro, insignia de mi poder, para quebrantar las cabezas de los rebeldes que me declaran abiertamente la guerra en la persona de mis fieles. Yo soy el Esposo de la Iglesia, siempre presente, aunque invisible; mi Espíritu santísimo la gobierna, impidiéndole caer en el error. El la sostiene y mantiene en la verdad católica, que posee la revelación auténtica que manifesté a mis apóstoles, quienes la legaron a sus sucesores.” [68]

[62] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 48, p. 352
[63] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 25, p. 635
[64] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 40, p. 127
[65] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 40, p. 128
[66] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 44, p. 165
[67] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 75, p. 356
[68] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 1044

“El divino amor inventó la cruz, que convirtió en signo de grandeza y en estandarte de gloria, 3 de mayo de 1634. El día del hallazgo de la Cruz, me uní a Santa Elena para encontrarla. Comprendí que no sólo debía buscar la cruz de madera en la que fue clavado el Salvador, sino la cruz mística en la que, mediante la divinidad unida a la humanidad, Dios se hizo hombre y el hombre, Dios. Se trata de una cruz cruzada, en la que la fuerza está unida a la debilidad, la eternidad al tiempo, la inmutabilidad al cambio, el Creador a la criatura, la majestad a la ignominia y la grandeza a la bajeza.” [69]

“El día de la dedicación de san Pedro y san Pablo, estando en oración, me hiciste ver un Pontífice con su tiara, con el pecho abierto, y una multitud de víctimas que se ofrecían a él en su pecho y eran consumidas en holocausto, perdían la vida humana y natural y recibían la divina y sobrenatural. Esta consunción de ellas mismas las divinizaba, vi una paloma blanca que se unía nuevamente a este pecho sagrado por un maravilloso afecto para ser allí consumida como las otras víctimas, las que no tenían más su propia vida ni sus propios sentimientos. Esta paloma sufría por verse todavía en estado de ser devuelta a la tierra y poder volar. Si hubiese podido hablar habría dicho: ¿Por qué estoy todavía en esta vida mortal? El amor me fuerza a morir con las otras víctimas y consumirme en ese pecho que ha cambiado la vida natural y humana de esas víctimas afortunadas, en una vida divina. Las veo dichosamente pérdidas para todo lo que no eres tú, oh mi Dios y mi todo”.[70]

“Habiendo recibido las potencias del divino esposo, se ve adornada por ellas con la propia mano de su esposo: ‘Ha ceñido mi diestra y mi cuello con piedras preciosas, y adornado mis oídos con perlas de valor incalculable. Me ha regalado pulseras más hermosas que las de Rebeca’ (Gn_24_22), que son signo de esperanza y seguridad para la esposa. Ha ceñido mi cuello con el collar de su caridad; ha colgado a mis oídos pendientes de preciosas perlas, que son sus fieles palabras, que para mí valen más que el oro y el topacio. Ha puesto sobre mi frente una diadema admirable y tan rica, que ningún otro enamorado sería capaz de darme una parecida.” [71]

En este punto, podría haber copiado todos sus escritos, ya que durante todos los momentos de su vida Nuestro Señor, le decía cuanto le amaba. Ninguna cita, vale más o menos. Ésta es solo es una selección para ilustrar estas bellas experiencias.
 
 Decirle cuanto le ama
“Me acuerdo que un día, durante la octava de san Juan Bautista o la octava de la Visitación de Nuestra Señora, tu santa Madre, me dijiste: ‘Hija mía, mientras que mi Madre conversa con santa Isabel, entra a este claustro virginal. Deseo hablar y tratar de amor contigo; ven con mi Precursor, que me ve y platica conmigo aunque se encuentre en las entrañas de su madre. Él ha estallado en gozo al ver al esposo cerca de su esposa. Es mi amigo y tu patrón. Yo le escogí como saeta de elección.’” [72]

“Como encontraba en ti todo mi bien, y que todo era nada para mí fuera de ti, mi alma vivía en una paz que sobrepasaba todos los deleites de los sentidos corporales, a los cuales no tenía ella necesidad de recurrir para buscarte por medio de las cosas visibles, ya que tú vivías íntimamente en ella, recogiendo todas mis potencias y siendo mi divino Amador y mi tesoro. Mi corazón estaba dentro de ti y tú mismo eras el Dios de mi corazón. Te decía las palabras del hombre que encontraste según tu corazón, y que hacía todas tus voluntades: ¿A quién tengo en el cielo? Contigo, ¿Qué me importa la tierra? Aunque se consuman mi espíritu y mi carne. Dios es la roca de mi espíritu, mi lote perpetuo.” [73]

“Al poseerte amorosamente en mi corazón, todas las potencias de mi alma corrían al olor de tus perfumes; si ellas se hubieran dispersado, el vino oloroso y dulce como la miel que procedía de tu garganta sagrada de una manera inexplicable las atraería y las encerraría en el nicho de tu sagrado costado abierto, donde encontrarían ellas la dulcísima miel de tu divinidad que las ocuparía y alimentaría deliciosamente. Tu corazón, de una dulzura real, era el rey de estas abejas místicas, del que ellas adoraban y seguían los movimientos que no las privaban de su reposo amoroso ni de esta agradable quietud.” [74]

[69] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 108, p. 635
[70] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 147, p.1044
[71] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, 1619. Cantar 8, p.63
[72] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 22, p. 58
[73] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 50
[74] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 51

Escuchar a su Amor era lo máximo
y Jesús Verbo Encarnado en platicarle y mostrarle con su divina tecnología lo que Él quería.

“Yo sentía una gran suavidad al adherirme a tu bondad, la cual se proponía recogerme, considerando su gloria al decirme estas palabras amorosas: "Tu eres mi fiel israelita; me gloriaré en ti. "Ante esta palabra de gloriarte, mi alma se sentía mucho más recogida y experimentaba las palabras del mismo profeta, sobre todo cuando te había recibido en el divino sacramento de la Eucaristía, me decías que te alojara como un peregrino que saldrá o dejará de estar corporalmente bajo mi techo cuando las Especies se hubieran consumado, y me invitabas a revestirte de mí misma, como un enamorado que se había desnudado por mí para cubrirse solamente de un fragmento de pan, privado de su propia sustancia, ya que las Especies de pan no son sino accidentes que subsisten milagrosamente gracias a tu gran poder” [75]

“En este mediodía, me diste un reposo que era casi continuo. Mi alma estaba llena de esplendor y mi cuerpo aliviado, porque me hiciste tu jardín de recreación donde hiciste crecer flores deliciosas, las cuales estaban abundantemente regadas, porque tú mismo eras la fuente; desbordabas en ellas un río de paz. Me decías que tu morada dentro de mi alma era para ti un desierto agradable porque no albergaba amorosamente sino a ti, y que lo cimentarías tan profundamente, que las generaciones futuras podrían subsistir en él con seguridad.” [76]

“Al día siguiente continuaste hablándome de las maravillas de este santo, diciéndome: Hija mía, entiende un gran misterio. El Verbo Encarnado, tu amor sobre todos los cielos, parece en este día como el cielo supremo al bienaventurado glorificado con mis llagas resplandecientes como un espectáculo de gloria y Francisco la tiene en proporción. San Francisco está oculto en una cueva con sus llagas, manteniéndose de pie para admiración de aquellos que pueden descender allí. Es una copia sacada de su original que soy yo, y he querido hacerlo mi expresión por una maravilla inefable a los hombres mortales.” [77]

“El día de la Circuncisión de 1653, me dijiste: Hija mía, te doy de aguinaldo toda la Sagrada Escritura; me llamo Jesús Nazareno, y te doy en este día el nombre de nueva Jerusalén. Como ves la primera letra de mi nombre es la misma que la del tuyo y así sucede en la Biblia, la primera y la última letra también son iguales a las de nuestros nombres. El Génesis empieza: En el principio, el Apocalipsis termina Ven Señor Jesús. Amen ‘Ap_22_20’. Juan mi favorito también empieza su Evangelio In principio y termina en el Apocalipsis con Jesús Amén. Lo que es de tu esposo, es tuyo también, es tu adorno que hace gozar a los ciudadanos celestes.” [78]

Sin duda el mejor consuelo era su Divino Amor que buscaba siempre darle ánimo y fortaleza en todas sus aflicciones, aunque a veces se quejaba de no sentir estos consuelos. El Señor estaba ahí con ella en todo momento.

Para consolarla
“La víspera de san Lorenzo, encontrándome indispuesta, me acosté después de haber comulgado. Tu bondad, que se inclina siempre favorablemente a mí, quiso alegrarme en el lecho, donde estaba postrada no solamente por enfermedad corporal, sino afligida espiritualmente por una hermana que no viene al caso nombrar. Me dijiste: "Hija, vine a consolarte y para decirte que tengas confianza en mí. Estableceré mi Orden por medios que nadie imagina. Tú verás la unión de la tiara y de la corona de Francia en esta fundación. Repite con David: Tengo fe, aun cuando digo: ‘Muy desdichado soy’, yo que he dicho en mi consternación: ‘Todo hombre es mentiroso.’ ‘¿Cómo a Yahvé podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahvé’. (Sal_116_10s). Habla, hija mía, de mis maravillas porque no puedes dudar de las verdades que te enseño. Yo he permitido que te veas afligida, a fin de hacerte practicar este gran sentimiento de humildad que sientes en tu alma, y puedes decir a quienes ignoran el exceso del amor que siento por ti, que todo hombre es mentiroso cuando piensa afligir al alma que yo consuelo." Mi divino Consolador, ¿qué puedo ofrecerte en reconocimiento de tantas gracias que continuamente me das?” [79]

Mostrarle los detalles de su misión y del establecimiento de la Orden

A pesar de sus debilidades, ella estaba sostenida por su Divino Amor, a quien siguió totalmente y se entregó confiadamente para realizar la fundación de la Orden, convencida que ella era el instrumento y Jesús Verbo Encarnado el fundador que le proporcionaría lo necesario para que se fuera cumpliendo su voluntad y luchó tenazmente contra todo lo que se opusiera para el establecimiento canónico de la Orden, pero siempre con una obediencia ciega en la Palabra de su Amado. “El día de san Claudio, Arzobispo de Besançon, la Hna. Catherine me dijo que debíamos iniciar la Congregación lo más pronto posible. No estaba yo resuelta a salir de la casa de mi padre hasta tener otros sentimientos interiores. Le dije entonces, riéndome de ella: ‘¡Comienza tú misma la Congregación!’ Ella se dio cuenta de que hablaba yo así por ironía. Al considerarla, la encontraba buena, pero carente de destreza, sin saber leer bien y mucho menos escribir; incapaz de enseñar las costumbres de la época o la urbanidad que necesitan aprender las jóvenes de buena crianza, la cual los padres de familia consideran más importante que sus deberes de enseñarlas a ser piadosas, pues temen que tu Majestad las escoja para ser esposas suyas. Hay tantos ciegos que en lugar de buscar para sus hijas primeramente el Reino de Dios y su justicia, hacen lo contrario. Más para que lleguen a ser piadosas, nos proponemos enseñarles buenos modales, para que lleguen a serte fieles. Es necesario recurrir a estas estratagemas, aunque no para convencerlas de ser religiosas, ya que solamente tu Espíritu da el don de la vocación.” [80]

“Tú, Señor, que haces las cosas de la nada, impulsaste a esta joven a decirme: ‘¡Sí, sí, yo comenzaré! Dios puede muy bien concederme las cualidades que me faltan. Al rehusarte a comenzar, ¡estás resistiendo al Espíritu Santo! ’" [81]

“Habiéndome dicho estas palabras, mi espíritu se sintió vencido: conocí que tu Espíritu me hablaba por boca de esta joven, la cual se puso a orar delante del altar de Nuestra Señora del Rosario; yo hice lo mismo ante el gran altar de la iglesia de san Esteban de Roanne, después de haber asistido a Vísperas en la misma iglesia. Querido Amor, en cuanto me puse de rodillas, la adorable Trinidad y todos tus bienaventurados me rodearon de luz y me cercaron gloriosamente.” [82]

“Todos los santos me representaban los deseos que tenían de esta fundación, diciéndome que sería el compendio de tus maravillas; que por ella tu divino Padre te clarificaría como recompensa de la glorificación que le habías dado al estar pasible en la tierra; a su vez, deseaba glorificarte ahora que eres impasible. Tu santa Madre me decía que deseaba favorecer todo el honor que le prodigabas al proteger los establecimientos dedicados a su nombre y a su persona, favoreciendo a su vez esta Orden que tendría como fin honrarte.” [83]

“No puedo describir todo lo que ella y los santos me dijeron, ni las caricias inefables que me prodigó toda la santa Trinidad, la cual descendió de su lugar, si puedo hablar de esta manera, sabiendo que está en todo por su inmensidad, para revestirme de una manera inefable. Al verme tan gloriosamente rodeada de un cerco de luz, me rendí después de decirme tu Majestad que permanecería cercada por estos resplandores hasta que prometiera iniciar la Congregación lo más pronto que pudiera. Amor, eres tan prudente como poderoso. Te prometo que saldré de casa tan pronto como reciba el consentimiento del P. Jacquinot, al cual tu Majestad concederá la voluntad de permitírmelo. Habiendo dicho esto, levantaste el sitio, y aunque yo fuera la vencida, tu benignidad, caballerosa en extremo, me regaló sus victorias, prometiendo hacerme triunfar. Adorable Bondad, nada puede comparársete.” [84]

Jeanne tuvo grandes momentos de sufrimiento por la fundación de la Orden. Muchas veces sintió que el mundo se le venía encima, a veces se sintió indigna de ser la fundadora, pero por su humildad y sencillez confiada siempre en el Señor y procurando cumplir su voluntad en cada acontecimiento. Sus angustias eran aminoradas siempre que estaba en oración, en Misa o frente al Santísimo Sacramento en el altar.

“Mi confesor, que era por entonces el P. Nicolás Dupont, me dijo que el P. Jacquinot regresaba de París a Toulouse pasando por este Colegio de la Provincia de Toulouse y que había llegado ya. Me asombré al escuchar la noticia, considerando lo que tuvo que hacer este padre para recorrer algunas leguas más y poderme ver, ya que tú se lo habías inspirado.

No me equivoqué; llegó el sábado 21 de junio por la noche, lo cual me comunicó al momento mi confesor, pero no pude verle hasta el día 22 por la mañana. Este buen padre me dijo: ‘Hija, sólo por consideración a ti he pasado por esta ciudad. Padre, esperaba esto de su caridad; la gloria de Dios le ha hecho pasar. El cielo y la tierra me presionan a comenzar la Congregación. El P. Rector, mi confesor, y el de a Hna. Catherine, el P. Bonvalot, son de la misma opinión. Yo he prometido, a condición de que usted lo ratifique y después de pensarlo me dé una respuesta. Querido Amor, el padre lo pensó seriamente. Temía muchas contradicciones que no me comunicaba, y daba largas al permiso, diciéndome: ¿Qué dices a esto, hija? Padre, nuestro Señor me ha prometido que él mismo lo hará. Me ha ordenado le diga que usted y yo sentiríamos su bondad y que sumergiríamos nuestros corazones en su poder, pues él me hará la distribuidora de los bienes de su casa. Después de enterarse que tu Majestad lo deseaba, me dijo: ‘Comienza, hija, en cuanto puedas hacerlo.’ Su consentimiento te complació.

Después del mediodía quise regresar a verlo con la Hna. Catherine Fleurin; ella habló con él. Mientras hablaban, fui a la iglesia del colegio para hacer oración. Al orar, vi una corona de espinas; dentro de ella estaba tu Nombre, Jesús, bajo el cual había un corazón donde estaba escrito Amor meus. Me dijiste entonces: "Hija, mi Nombre es un bálsamo derramado. Muchas jóvenes serán atraídas a esta Orden por su dulzura; haz colocar sobre el escapulario rojo lo que ahora acabas de ver en esta visión, afín de que yo repose sobre el pecho de mis fieles esposas. Mientras estaba en la tierra, me quejé con toda razón de que los zorros tenían sus guaridas y los pájaros sus nidos, y que no tenía dónde reposar mi cabeza. Háganme reposar sobre su pecho". Te pedimos que así sea, querido Amor de nuestros corazones, y que cesen así tus quejas en estos últimos siglos: ‘Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza’ (Mt_8_20).” [85]

[75] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 51
[76] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 50
[77] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 124, p. 886
[78] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 127, p. 901
[79] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 57, p. 253
[80] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 43, p. 159
[81] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 43, p. 159
[82] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 43, p. 160
[83] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 43, p. 160
[84] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 43, p. 161
[85] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p. 164

“El día de san Basilio el Grande, durante la octava del Smo. Sacramento (1635), nueve de mis hijas y yo la décima, a imitación de san Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y de sus nueve compañeros, hicimos voto de vivir y morir en la prosecución del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, en presencia del Smo. Sacramento, que estaba expuesto.” [86]

“Me vino a la mente lo que tu santa Madre me había dicho, de ofrecerme solamente al designio de tu sabiduría escondido en ella, asegurándome que tú, el único que obra maravillas, serías tan bueno como poderoso para darle cumplimiento en el tiempo previsto por ti. Estos dos querubines admiraban el amor demostrado por tu Majestad hacia una jovencita, la cual era iluminada por una claridad desconocida a quienes viven en la tierra ya pesar de ser nada, escogiéndola para llevar a cabo un designio tan augusto, comunicándole de manera divina los favores que tu divino Padre había manifestado a Abraham, deseando hacerla madre de una multitud de hijas que serían como estrellas brillantes en esta Orden de amor, introduciendo nuevamente a su primer nacido al mundo mediante este Instituto que sería una extensión de la admirable Encarnación: ‘Y nuevamente, al introducir a su Primogénito en el mundo, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios’.(Hb_1_6). Ordenaste a todos, Oh divino Padre, adorar a tu Hijo que deseaba ser introducido” en el mundo por medio de este Instituto. Me dijiste que me darías en él al germen de David, Rey, y que tu misericordia y tu verdad precederían a tu obra, la cual estaba siempre en tu presencia, y que mi alma probaría el júbilo del que habla este Rey Profeta: ‘Justicia y Derecho, la base de tu trono. Dichoso el pueblo que la aclamación conoce’ (Sal_89_15s).Me dijiste que en la luz de tu rostro caminaría en tus sendas; claridad que nunca me abandona, ya que después de tantos años sus rayos me siguen alumbrando por pura bondad tuya, elevando mi espíritu, cuya asunción obras tú mismo.” [87]

“La víspera de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, habiendo ido por la tarde a la iglesia del Colegio, mi alma se encontró triste al pensar en las contradicciones que tendría, y que ya empezaban a asaltarme.

Me hiciste comprender que el establecimiento de esta Orden se haría como el del templo: ‘Con una mano cuidaba cada uno de su trabajo, con la otra empuñaba el arma,’ (Ne_4_1) diciéndome que la oración, la paciencia y la fortaleza con tu gracia me eran necesarias para perseverar en los largos períodos de espera que no me especificaste en manera alguna. Al día siguiente, día de la fiesta de esos dos grandes Apóstoles, me hiciste ver, después de la Comunión, toda clase de armas, con las cuales no pudieron herirme quienes las portaban, aunque fueran expertos en su manejo. Tú eras mi escudo.” [88]

Qué maravillosas intervenciones de Dios para darle confianza a Jeanne Chézard de Matel sobre la fundación. Ella sabía perfectamente que había gente que no quería que hubiera esa fundación y por lo tanto, a ella. Todas estas contradicciones también fueron voluntad del Señor para bien de esta Congregación y que Jeanne trabajara por cumplir el deseo que, su Divino Amor le había pedido realizar y a petición del mismo Jesús, Jeanne se puso en manos de María.

“Por la noche, al hacer mi examen, vi un pozo profundo dentro del cual vi un sol como en su origen. Los que portaban esas armas querían destruirlo con ellas, pero sus esfuerzos eran vanos. Me dijiste: ‘Hija, ¿qué pueden estas armas contra este sol? Así será en todas las oposiciones que habrá contra mi Orden.’ Al mismo tiempo, se me apareció la imagen de Nuestra Señora de Puy, y escuché estas palabras: ‘Confíate a ella; ella te ayudará y yo no te abandonaré jamás.’” [89]

“En la comunión de la mañana siguiente haciéndome gran fiesta, elevaste mi espíritu como le plugo a tu magnificencia cerca de ti y de varios cardenales entre los que estaba el Cardenal Bérulle que había fundado una Congregación de sacerdotes que no hacen más votos que los que hacen los sacerdotes al ordenarse. Me dijiste: Hija mía, no te confundas, te revisto de mí mismo todos los días cuando me recibes, yo te revisto de mí mismo. Querido Amor, sé bien que no soy digna de tus favores ni del hábito de tu Orden, pero se habla tanto de mí porque no lo llevo parecen decir que el darlo a nuestras hijas no me cuesta y es que yo no merezco tener este consuelo visible por mis pecados.

Hija mía, ¿a quién debes dar cuenta sino sólo a mí que te he dicho que no te comprometas hasta que te lo diga? Tus directores opinan como yo, no sufras pues, eres como Melquisedec, sin padre, sin madre y sin parientes que te ayuden a establecer mi Orden que es tuya también. Extraña a muchos ver a una joven que sin ayuda de nadie funde y establezca casas, pero soy yo quien te da los bienes espirituales y los temporales. San Francisco, sin ser sacerdote mandaba a los sacerdotes. Alégrate mi muy querida, hago y haré todo por ti, acabaré mi obra, abajaré las colinas del mundo en el camino de mi eternidad.” [90]

El Señor le comunicaba hechos históricos, por mencionar algunos:
 
  • Que el arzobispo Charles Miron moriría, 
  • La Reina tendría a su hijo,
  • El rey Luis XIII saldría victorioso en la Rochelle.
  • No era su deseo que la Orden del Verbo Encarnado fuera unida a la del Santísimo Sacramento.
“Un día, durante el mismo año, estando en la Iglesia de los Carmelitas descalzos, me dijiste en una suspensión: ‘Hija mía, heriré al pastor y se dispersarán las ovejas’ (Mc_14_27). Sentí temor ante estas palabras, y respondí: ‘¿Cómo, ¿Señor, al herir a nuestro pastor dispersarás nuestra Congregación, tu rebaño?’ ‘No sientas dolor ante este golpe, hija mía, pues él te hará ir a París.’ El 29 o 30 de abril, un año después, estando todavía en la misma capilla de los Padres Mínimos, fui arrebatada y me dijiste una vez más: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño (Mc_14_27). En esta segunda ocasión, mi corazón se sintió como herido o rasgado. ‘Mi bien amado, me siento desolada; este arzobispo me favorece en todo y me lo quieres quitar.’ ‘Hija mía, irás a París.’ Tuve que resolverme a este golpe, porque tú lo querías.” [91]

“Estableceré mi Orden por medios que nadie imagina… Hija, no deseo que sean unidas estas dos Órdenes. Quiero que ustedes vivan separadas de estas religiosas, que por ahora son hijas de la consolación, pues todo les sonríe. Bernabé significa hijo de la consolación, y tú eres un pequeño Pablo, a quien mi Providencia ha destinado a sufrir grandes contradicciones. Endureceré el corazón de quienes deberían ayudarte, para hacer ver en ti y en esta Orden el poder de mi derecha, que con su virtud te exaltará cuando llegue el tiempo para ello. No dudes, hija; soy yo quien te predice estos sufrimientos. Estaré contigo para hacerte crecer en medio de las contradicciones; podrás, así, decir: ‘En la angustia tú me abres salida’ (Sal_4_2). Estas religiosas no se extenderán como ellas presumen, porque se apoyan en los grandes de la tierra. ‘Entiende lo que quiero decirte, pues el Señor te dará la inteligencia de todo’ (2Tm_2_7). Este Señor es tu Esposo, que está ante ti y que contempla lo que vas a sufrir por él.” [92]

“En el mes de agosto de 1634, estando en el confesionario después de haberme confesado, te complaciste, misericordioso Salvador mío, en felicitarme por las grandes gracias que me habías concedido y me concederías en el futuro, todas las cuales considero como venidas de tu bondad. Te doy las gracias por ellas, consciente de mi bajeza, que me confunde en presencia de tu Majestad, la cual, llevada de su divina caridad, me dijo que me había hecho templo suyo, y que establecería su Orden donde ella se agradará de habitar.” [93]

Como María recibió la noticia que iba a ser la Madre de Dios, espero su tiempo y dio a luz a Jesús, así Imagino a NVM recibiendo la noticia que espero tanto.
¡Qué alegría debió haber sentido! y ¿Cómo se vería su rostro en esos momentos?
“Me retiré para orar, y estando en ello, mi alma se sintió afligida ante el temor de un largo retraso; pero, oh mi soberano Consolador, no pudiste sufrir el verme llorar sin consolarme. Me dijiste: "Animo, hija. ‘La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo’ (Jn_16_21). Hija mía, ha llegado la hora en que debes darme a luz en el mundo; falta muy poco; te llenarás de gozo cuando nazca de ti, por segunda vez, en la tierra." [94]

[86] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25, p. 999
[87] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p. 118
[88] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 44, p. 167
[89] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 44, p. 167
[90] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 130, p. 937
[91] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 51, p. 205
[92] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 57, p. 256
[93] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 66, p. 300
[94] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 83, p. 399

Enseñarle como debía entender sus Misterios. 

Si el Verbo Encarnado mismo era su maestro, como no enseñarle todo lo que se relacionaba con su familia y cómo vivían. Con qué divina emoción Jesús le explicaría a Jeanne este misterio tan bello, que nuestra mente no comprende y nuestro espíritu aún dispuesto del todo, le cuesta trabajo entender las maravillas que encierra. Jeanne como buena discípula escuchó y vio con mucha atención para después, escribir haciendo explícita su emoción.

Santísima Trinidad

“Me enseñó que el Padre eterno engendra a su Verbo virginalmente, comunicándole su esencia por vía del entendimiento y de purísima generación. Por estar este Verbo divino en su Padre, la imagen de su bondad, la figura de su sustancia y el esplendor de su gloria, lleva en sí todo su poder. El Padre se contempla en su Verbo con suma perfección, que se expresa mediante su purísimo, ardentísimo y castísimo amor. Es así como se abrazan mutuamente, produciendo por un solo principio al divino Espíritu, que es llamado el amor del Padre y del Hijo, que es con ellos un mismo Dios igual y consubstancial.

El Espíritu es el lazo de unión y el término infinito de las divinas emanaciones o producciones. Es así como en estas tres divinas personas se encuentra la virginidad fecunda, lo cual hace exclamar a los bienaventurados arrebatados de admiración: ‘Oh, cuan bella es la generación casta con esclarecida virtud. Inmortal es su memoria, y en honor delante de Dios y de los hombres.’ (Sb_4_1).” [95]

“Hija mía, en la cabeza de Dionisio estaban toda la Trinidad y todos los ángeles en tres órdenes: superior, medio e inferior. Purificando, iluminando y perfeccionando, nuestra divinidad cumplir sus oficios en este divino Dionisio, a quien te he dado como maestro para que te enseñe la teología mística. Pablo, que fue el suyo, es mi conquistador; Dionisio es mi adorador.” [96]

“Mi Dios y mi todo, ya que plugo a tu amor servirme de maestro y director, anotar‚ aquí lo que has tenido a bien enseñarme sobre el origen y excelencia del estado religioso.

Te complació elevar mi espíritu hasta tu adorable Trinidad, fuente, prototipo y excelencia de todas las órdenes religiosas y de todos los religiosos, los cuales, por proceder de ti, deben retornar a ti, su principio y su fin.” [97]

“Me dijiste, Padre y santo amor mío: Hija, ¿quieres ver mi primera comunidad religiosa en su esencia y subsistencia; la orden divina y admirable de la que se derivan todas las órdenes? Contempla la persona del Padre comunicando su esencia a su Verbo por generación, y al Espíritu Santo por producción, el cual es el término inmenso e infinito y el guardián en la divinidad. El Padre es el general; el Hijo, el provincial.

El Padre no es engendrado, sino que engendra. No es producido, sino que produce al Santo Espíritu. El Hijo es engendrado sólo por el Padre, junto con el cual produce en un solo principio al Espíritu Santo, que es el custodio, recibiendo su producción del Padre y del Hijo y terminando en si este orden divino, que es Dios mismo. Él ha perdurado por toda la eternidad y permanecerá por toda una infinitud siempre poderosa, siempre sabia y siempre buena.

El rango que existe en esta religión divina no es de superioridad y dependencia de una persona a la otra, sino de divina unidad y divina Trinidad; unidad de esencia y Trinidad de personas, las cuales poseen sus tres distintas hipóstasis. El Padre no es Hijo, ni el Hijo es Padre; el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo. Estas tres personas forman una divina sociedad, permaneciendo la una dentro de la otra en su circumincesión divina, con su inefable relación; clausura inmensa en su longitud sublimísima, en su altura infinita, en su fondo abismal, en su hondura. ‘¡Oh profundidad!’ (Rm_11_33). Como este orden no se guarda por dependencia, sino por eminencia, los tres votos de castidad, pobreza y obediencia corresponderían aquí a las excelencias divinas, comunes y distintivas.

Jesucristo, amor mío, dijiste que tu Padre es mayor que tú, y, en otro pasaje afirmaste que el que te ve a ti, ve también a tu Padre; que tú estás en él y él en ti, que todo lo que tienes es de él, y todo lo que él tiene es tuyo. Tú eres la soberana verdad y no puedes mentir. No debo extenderme y explicar estas palabras, por disponer de poco tiempo libre.

He dicho que la Trinidad es la comunidad religiosa sin par, lo cual es una verdad incontestable. Declaro también que el Verbo Encarnado es todo lo que es en la Trinidad. Siendo Dios, eres también indivisible; el Padre y el Espíritu Santo son también inseparables, aunque distintos, de tu persona.

Permanecen siempre en ti, así como tú permaneces en ellos. Toda la plenitud de la divinidad habita corporalmente en la humanidad, la cual no tiene otro apoyo, que el de tu divina persona. Esta es su bien y su gloria divina; sus acciones son su soporte, y a pesar de haber sido hechas humanamente, son de un mérito infinito, por ser teándricas.

¡Qué! Vienes a instituir una vida religiosa como y según aquella que has visto y contemplas en la divina Trinidad, en la cual y de la cual eres la segunda persona. Acudes a practicar una obediencia admirable, permaneciendo de pie detrás de la pared, atisbando por los resquicios de la ventana de los sentidos de la Virgen, la gota purísima de su sustancia que deseabas tomar, la cual no quisiste aceptar sino hasta después de que el largo discurso de su prudente humildad hubiera terminado, al decir al ángel para concluir su embajada: He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra. En el mismo instante, obedeciendo, mira en ti al Verbo Encarnado, con el que concurren el Padre y el Espíritu Santo.

Si perseveran (las religiosas) guardándome con ellas y en ellas, mi Padre y el Espíritu Santo vendrán conmigo para establecer en ellas una perpetua morada en el tiempo y en la eternidad, en la que su fidelidad será coronada por la visión de nuestras tres divinas personas.

¡Oh Jesús, amor mío!, concédenos esta gracia por todo lo que eres, mediante la intercesión de tu santísima madre y de todos los santos.” [98]

La familia de Jesús, la Santísima Trinidad amaba a María inigualablemente, ¿cómo expresar el amor tan admirable y adorable que le prodigaban? Jeanne nos lo narra de tal manera que la lectura se hace breve y deliciosa que no queremos dejar de leer hasta llegar a su fin. Es difícil acortar las citas y siento como si estuviera mutilando esta grandeza escrita.

“El amor que toda la Trinidad siente por ti la inclina a hospedarse en ti de una manera adorablemente admirable y admirablemente adorable, para gloria nuestra y provecho tuyo, a fin de que, gozando de nuestra Compañía, no te aflijas en este valle de miseria, donde vives en penosas debilidades; hija mía, quien tiene a Dios, lo tiene todo." a partir de este momento, me encontré divinamente acompañada de tus Tres Divinas Personas, de las que no me he vuelto a separar. Si desde hace veintitrés años, se han velado durante algunos días, ha sido para ayudarme a conocer, mediante la privación de sus esplendores, la felicidad de la que gozo al poseerlas. Me dijiste: "No hemos hecho un favor parecido entre todas las naciones; así como el Rey Profeta dijo que Dios era conocido en Judea y que su Nombre era grande en Israel, de igual manera la divinidad ha deseado ser conocida en ti, y hacer que su Nombre sea engrandecido en una jovencita: ‘Su tienda está en Salem, su morada en Sión’ (Sal_76_3s). *

Tú experimentas la paz que nuestra Sociedad divina confiere a todas las potencias de tu alma que residen en la parte suprema del espíritu; gozas de la alegría en el centro de tu alma, y tu corazón es la habitación de Dios, que te ama. Se dice que el justo la ofrece y la da desde la aurora a su Creador; pero nosotros hemos venido a hacer nuestra morada en ti, para poseerte sin interrupción. Nosotros apartamos de ti todas tus penas y todas tus guerras deteniendo a tus enemigos mediante nuestro poder, afín de que no se te acerquen. Sientes, por experiencia, cómo te iluminamos por nosotros mismos: ‘Fulgurante eres tú, maravilloso en los montes eternos’ (Sal_76_5) *.

Nuestras tres divinas y distintas hipóstasis te prodigan caricias amorosas por diversas comunicaciones, por complacernos en ello, y aunque nuestras operaciones externas sean comunes por las maravillas del Amor, nos agrada favorecerte haciéndote conocer que el Padre que me envía a ti siente un deleite (que los ángeles no pueden comprender) de comunicarte de manera admirable su paternidad, haciéndote madre de su propio Hijo. Soy yo, mi bien amada, quien se complace en hacerte el espejo de mis esplendores, donde reflejo mi belleza, y el Espíritu Santo hace en ti un compendio de su bondad amorosa. Mi Padre afirma tu memoria para que no pueda confundirse, y yo ilumino tu entendimiento, el cual refleja las claridades que le envío como lo haría una pieza de cristal. El Espíritu Santo enciende tu voluntad con una llama que te abrasa sin consumirte, como si fueras la zarza ardiente que atrajo a Moisés hacia las maravillas de mi sabiduría divina, despreciando todas las que había conocido de los egipcios, cuya sabiduría le hacía admirar no solamente a Faraón y a todos los adivinos y sabios de Egipto, según el mundo, sino a todas las naciones que han sabido y sabrán que hablaba con él cara a cara, y que le hice mi legislador. Yo le escogí para proclamar fielmente mis oráculos a todas las personas a quienes le enviaba.” [99]

“Me contestaste: "Hija mía, ¿Has considerado que el maná no cayó más cuando el pueblo de Israel llegó a la tierra prometida, por tener ya sus frutos? Ahora que estás en la tierra de la promesa, puedes saborear los nuevos frutos. ¿No son tus hijas fruto de mis promesas? Alégrate en ellas y en el cumplimiento de mis promesas." Habiendo comulgado, elevaste mi espíritu hasta tu Augustísima Trinidad, diciéndome que deseabas viera yo cómo la Trinidad entera moraba en mi alma de un modo admirable, añadiendo que estas Tres Personas eran, sin comparación, más preciosas y deleitables que todo cuanto existe en el cielo y en la tierra. "A ti, hija mía, se ha dado el conocer y recibir el reino divino. Nuestra sociedad viene a tu alma en su totalidad, porque el Dios todo bueno ama quienes guardan su palabra. Yo soy la Palabra del Padre, y tú guardas mi palabra en tu espíritu, en tu corazón y en tu Orden, que es la mía, por habérseme consagrado y dedicado." [100]

[95] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 2, p. 6
[96] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 7, p. 63
[97] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 15, p. 153
[98] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 15, p. 165
[99] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 31, p. 96
[100] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 31, p. 411

“¿Es necesario que después de haber visto este establecimiento no vea nada interesante en la tierra? Querido Amor, que tu voluntad se haga en todo. Me conformo a ella completamente. No pudiste más verme enferma, me calmaste el dolor de ojos, pero la devoción deliciosa que yo tenía antes de este establecimiento no me la devolviste muy pronto que digamos”. [101]

“Te doy las gracias, Madre de Dios, Emperatriz universal, divina Noemí, que eres toda hermosa y sin mancha. Reconozco que esta Orden fue engendrada en tu regazo. Nació para honrar a tu Hijo Encarnado, y para gloria tuya. Hace profesión de honrar afectuosamente tu Inmaculada Concepción. No me atrevería a decir que te amo; soy muy imperfecta, pero bien puedo afirmar que, en este Verbo Encarnado, que ha querido tener un nuevo y místico nacimiento por medio de esta Orden, tienes un Hijo que te ama más que todos los hombres y todos los ángeles; recibe su Orden en tu seno. Es tuya, aliméntala con tu leche, llévala entre tus brazos, preséntala al divino Padre con tus santas y sacratísimas manos, para que todas las hijas de esta Orden sean fieles servidoras de tu Majestad. Oh Reina de los hombres y de los ángeles, hazlas muy humildes delante de Dios, en presencia de los ángeles, para la edificación de la humanidad.” [102]

“El Padre comunica su esencia al Hijo sin empobrecerse, y el Hijo la recibe sin rebajarse. De manera similar, el Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo sin disminuir su plenitud, y el Espíritu Santo recibe su esencia y su ser sin dependencia. Su soporte personal termina por entero la producción del Padre y del Hijo, siendo el término de su única voluntad sin estrecharlos. El límite que les presenta es la inmensidad misma, la cual encierra a tan única divinidad y adorable Trinidad, que posee sus operaciones internas, distintas y propias, junto con su única y del todo común esencia, permítaseme la expresión.” [103]

Eucaristía     
Al comulgar o al estar frente al Santísimo Sacramento nuestros corazones se alegran NVM Jeanne Chézard de Matel. Este admirable Sacramento, alimento principal de nuestra alma, es un regalo de incalculable valor. En estas citas hay frases que me impresionan porque nunca las había escuchado en la doctrina o catequesis que normalmente se da. Con ellas aprendí a entender más la Eucaristía y a saber valorar y adorar a Jesús en el altar y en mi alma. Les invito a meditar en este Sacramento de vida que posee toda la totalidad divina y que al comulgar, Él late en nuestro interior para unirnos más a Él y transformarnos y como dice Jeanne: ‘en la encarnación se hizo carne para habitar en nuestra naturaleza’ [104] –Y alabarlo diciendo: ‘¡Señor, cuánta bondad para los hombres!’ [105]

“Como hijas de la Iglesia, alegrémonos de la santidad de ambos, acordándonos que este santo Obispo nos dice que tenemos un Señor muy bueno; sintamos su bondad y busquémosla con sencillez de corazón, amando a este Salvador que se hace nuestro alimento. Al no estar satisfecho de haber creado para nosotros cielo y tierra, y de habernos regalado dones y sacramentos, canales de sus gracias, quiso darse él mismo en la Eucaristía, que es un hecho de su amor y la acción de gracias divina; Dios de Dios, Luz de luz, fuente de dulzura en la cual sacamos con abundancia de la fuente de sus santas Llagas. Saciémonos y embriaguémonos diciendo extasiados: ¡Señor, cuánta bondad para los hombres!: ‘Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz’ (Sal_35_9s).” [106]

“El día de todos Santos quisiste hacerme una gran fiesta y tu santa Madre me hizo favores que te agradaron y que no puedo expresar. Entendí que todos tus santos con ella, estaban cerca de los altares en que estabas presente por la adorable Eucaristía que has instituido para suplir las faltas que los hombres hacen allí mismo, por el desprecio a este adorable sacramento, su impiedad y grandes crímenes y que allí había quién pidiese vengar las ofensas hechas a este Smo. Sacramento.”
“Después de la fiesta de la santísima Trinidad, Misterio adorable y a mi alma muy amado y venerado, fui invitada al banquete de tu amorosa Eucaristía. Humillándome ante tu Majestad te pedí conocer como la Cananea mi indignidad y sentí con Lázaro mis llagas y mi necesidad de comer las migajas que caían de tu mesa, tú que eres inmensamente rico, posees todos los tesoros de tu Padre, que guardas en esta amorosa Eucaristía, en este sagrado Cuerpo que posee toda la plenitud, de la divinidad.

¿Podrías, ¿querido Amor, rechazar o dejar hambrienta a esta pobre que tiene tantas bocas para pedirte esta caridad, como heridas abiertas causadas por los dardos de tu amor? ¿Te es indiferente por sus debilidades? ¿Su languidez no moverá a piedad este corazón que es el trono de la misericordia? No queriendo retenerte más por tu sabiduría, tu bondad me hizo entender que eres plenamente humano, el Dios Hombre que deseó hacer el banquete en la adorable cena con sus amigos, para saciarlos con el trigo de los elegidos y embriagarlos con el vino que engendra vírgenes y ser su corona. Quisiste ser el Cordero que los recibe en este jardín alimentándolos de ti mismo haciendo su camino recto, su verdad cierta y su vida indeficiente, entrando en su pecho por la comunión para alojarlos en el tuyo por una divina transformación.” [107]

“Eres tú, Eucaristía, la gracia de la tierra que alegra a los ciudadanos celestiales, los que adoran admirando y admiran adorando estos formidables y amados misterios, expuestos en nuestros tabernáculos para alojar y extasiar a las almas peregrinas en esta vida, siendo su viático en las muertes misteriosas o si me atrevo a decir, místicas, pues el alma que recibe esta maravillosa ambrosía, se extasía, se abisma exclamando: ‘Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia.’ (Flp_1_21). El alma dice con más ventaja que David: ‘En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo.’ (Sal_4_9). [108]

“Veo divinamente las visiones maravillosas de este Profeta Ezequiel en la donación de tu cuerpo en esta institución de tu Eucaristía, en esta divina unión; en este divino resumen y compendio de tus maravillas, y si me atrevo a decir de tus milagros, el milagro de amor, el amor mismo, veo el fuego, veo círculos concéntricos que llevan al espíritu de vida a todo lugar llenando el cielo y la tierra. Uno de estos círculos ha llegado a cada hombre es tu benigna humanidad, tu gracia y tu bondad. El viernes santo yo puede decir: ‘Para mí la vida es Cristo y la muerte, una ganancia’ (Flp_1_21). Porque todo lo que no eras tú, no podía contentarme.” [109]

“Por añadidura, escucho: Hija mía, yo puedo conceder a mi Espíritu Santo varias veces, Juan lo recibió también en Pentecostés. Reitero cada día el don de mí mismo en el Santísimo Sacramento del altar. ¡Oh Jesús, mi querido Esposo!, concédeme a este Paráclito con tanta frecuencia como tu amor quiera hacerlo. Puesto que en la Eucaristía vienes a mí todos los días, me obtendrás meritoriamente a este Santo que allana el camino a tu corazón. Es él quien late en mi pecho. No tengo otro corazón sino el tuyo. Quiero amar en ti a todos los que deseas que ame según el mandamiento de tu caridad; pero amo más a los que más te aman.” [110]

[101] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 84, p. 411
[102] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 84, p. 409
[103] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p. 803
[104] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 15, p. 100
[105] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 111, p. 781
[106] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 121, p. 781
[107] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 135, p. 969
[108] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 145, p. 1032
[109] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 157 bis, p. 1126
[110] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Carta No. 8

“Él nos dio su cuerpo, su alma y su divinidad en la eucaristía.” [111]
“El 15 de abril, al despertar, escuché‚ estas palabras del Apocalipsis: ‘Bienaventurado y santo, quien tiene parte en la primera resurrección’ (Ap_20_6), que me sirvieron de meditación y de preparación para la santa comunión. Por ellas me di cuenta de que aquellos de que habla san Juan son los elegidos que murieron en Jesucristo para resucitar a una vida nueva en él; que el germen de la resurrección, aun corporal, era el santo sacramento y que el cuerpo del Salvador, por haber estado siempre unido, aun en la muerte, al Verbo que es la vida sustancial, esencial y divina, había elegido la vida que se daría a nuestro cuerpo, y que ahora en la Eucaristía era el germen de David, ‘Si Dios no nos hubiera dado el germen, seríamos como Sodoma y Gomorra’ (Is_1_9).Este germen sagrado produce la pureza de cuerpo y espíritu.” [112]

“Mi amado me mostró el cáliz y el dolor mezclados con el de la Eucaristía, el cual es verdaderamente saludable, pues me hace morir a mí misma y a todas las criaturas para no vivir sino en él; que en ello consiste la preciosa muerte de los santos, ofreciendo mis votos y cumpliendo mis promesas con un amor tierno, fuerte y sincero, en medio de Jerusalén, en presencia de los Ángeles y de los santos, apareciendo como la esclava de mi Dios e hija de la Iglesia, su sierva y esposa, en la que trataré de hacer las santas voluntades que su amor me ha inspirado, y que, en fin, era ésta la gloria que me habían ganado mis lágrimas.” [113]
¡Oh! ¡Dios mío, gracias! He aprendido tanto sobre la Eucaristía, a través de los escritos de Jeanne, que la palabra Gracias, es pequeña para expresar lo que he comprendido y sentido después de meditar en estas citas tan claras y sencillas.
“En ese tiempo me fueron representadas en visión tres clases de vino: uno blanco como el cristal, que es el vino de la gloria, como ya expliqué; el otro, mezclado de blanco y rojo, que es la Eucaristía; el tercero era un vino ordinario que representaba la gracia y sabiduría que Jesucristo comunica a la generalidad de los justos.” [114]

“Al recibir la divina Eucaristía, recibimos por concomitancia al Padre y al Espíritu Santo debido a que estas tres personas distintas son indivisibles en su esencia simplísima.
También quiero añadir que, al recibir esta unidad esencial, experimentamos las comunicaciones admirables de las tres hipóstasis, a las que puedo llamar cataratas abiertas que fluyen e influyen en el alma de manera admirable.
Los tres divinos soportes parecen padecer la urgencia de dar a conocer por experiencia su magnífica largueza y munificencia hacia sus humildes criaturas.” [115]

“He aquí la manera en que el alma adquiere la filiación y cómo Dios es fecundo fuera de sí mismo, produciendo hijos de la luz y pequeños dioses por medio de la simiente de la gracia. El alma que está en gracia posee también la cualidad de esposa, cuyo matrimonio consuma en la sagrada Eucaristía, en la que se obra la unión de los cuerpos, pudiendo decir con Santa Inés: Ya a su cuerpo está asociado el mío. Matrimonio que no es infecundo ni estéril.” [116]

Mostrando que él es el Señor todopoderoso que estableció su gloria y la de sus fieles, prometiendo que los resucitaría gloriosos el último día, por la virtud de este alimento sacramental y en el que precipitará la muerte temporal, dejando los condenados en la muerte eterna, porque no recibieron santamente la Vida que él les quería dar por este divino sacramento. Hermoseó las maravillas de su sabiduría con la eucaristía, que es manjar de los grandes, la cual concede sin disminuir su grandeza, que tampoco puede decrecer, porque Dios es suficiente a sí mismo desde la eternidad hasta la infinitud. Para realizar esta maravilla no necesitó del consejo de los ángeles ni de los hombres ¿Quién hubiera osado imaginar semejante comunicación? Sólo su bondad, que lo impulsó a tanta generosidad, dándose todo a todos y todo a cada uno de nosotros. Cada cosa afirma la excelencia de la otra, ‘¿quién se hartará de contemplar su gloria?’ (Si_42_26).” [117]

“Al odiar el pecado, amemos la gracia; este divino sacramento es llamado Eucaristía, que significa la gracia misma, acción de gracias. En ella se encuentra el autor de la gracia. Los demás sacramentos confieren la gracia, pero éste contiene al Dios de la gracia, Jesucristo, pleno de gloria y de verdad, la cual vemos a través de la fe al confesar que él es el unigénito y único del Padre eterno, que en la encarnación se hizo carne para habitar en nuestra naturaleza.” [118]

“Su Padre es su cabeza, y él, cabeza de la Iglesia; por ello puede afirmarse con verdad que los sacramentos dimanan de la cabeza y del corazón de Jesucristo, habiendo entre ellos uno que abarca a todos los demás: el sacramento de la Eucaristía.” [119]

Cuando era pequeña, gustaba de platicar con Jesús después de comulgar, así nos lo inculcaron las religiosas del colegio donde estudiaba y todavía no comprendía la magnitud de este hecho, solo mencionaban pide a Jesús lo que gustes, Él te lo concederá si eres buena. Después de un tiempo comprendo que he desperdiciado grandes momentos y le suplico perdone mi ignorancia en adelante trataré de que no pases desapercibido ningún minuto de mi vida. Al seguir la lectura entenderán por qué lo digo.
“El Verbo celebra las bodas que son como extensiones de la Encarnación cuando penetra en sus esposas mediante la Eucaristía. Al recibirlo en la comunión, son transformadas en su lecho nupcial y, en su calidad de esposas, les revela secretos que son divinamente llamados los secretos del tálamo, que destilan tanta pureza, que la esposa dice con Santa Inés: Amo a Cristo, en cuyo tálamo entraré; cuya Madre es Virgen, cuyo Padre no conoció mujer; cuya voz me canta con acentos de órgano melodioso. Cuando lo amo, permanezco casta; cuando lo toco, soy pura; cuando lo recibo, sigo siendo virgen. Estoy desposada con Aquel a quien los ángeles sirven y cuya hermosura contemplan el sol y la luna.” [120]

“Jesucristo quiso ser nuestro precursor, entrando en la gloria que sus méritos nos adquirieron, la cual nos da en prenda y como arras en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, en virtud de cuya recepción resucitaremos. Es éste el germen de inmortalidad que dará la vida de la gloria no sólo a nuestras almas, sino además a nuestros cuerpos, que serán gloriosos en los cuatro confines de la gloria.” [121]

“Él es heredero universal de todos sus bienes. Es mi hijo y mi heredad. Es el primogénito de todos sus hermanos. Lo que es por naturaleza, quiso que fuera yo por la gracia. Está ligado conmigo como con su madre. Estamos unidos eterna, deliciosa, humana y divinamente. El ama estos lazos y se ha atado con las especies sacramentales en la Eucaristía.” [122]

“Permíteme preguntar querido Amor, esta pequeña hija tuya, ¿cómo puede entender lo que dijiste, que, de los nacidos de mujer, ninguno había tan grande como Juan Bautista? Hija mía, me dijiste, entiende este secreto, en los días de Juan Bautista dije esas palabras, en razón de su santidad y penitencia; pero el día de mi Cena, día en que actué en que reproduje sacramentalmente mi cuerpo, mi sangre, y mi alma por concomitancia con mi divinidad indivisible, Juan evangelista fue otro yo, recibiendo un divino nacimiento en mi propio seno, un fénix que renacía no de cenizas, sino de mis llamas. Tuvo la gracia de subsistir en el esplendor de la santidad, antes del día de la resurrección de mi cuerpo físico y natural apropiándose en mi resurrección estas palabras del profeta real: ‘Él me ha dicho, tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy’ (Sal_2_7). El real Profeta las decía de mí, en nombre de mi Padre, y yo se las dije en mi seno a mi amado san Juan; lo engendré antes de mi muerte y de mi resurrección; lo hice sacerdote sirviéndole de mitra y ornamento, sobre el altar de mi pecho lo consagré siendo como soy, el ungüento y la unción, el aceite y la alegría de mi Eterno Padre.” [123]

“Al día siguiente, que era lunes 23, habiendo comulgado, mi espíritu fue arrebatado. Me hiciste ver entonces al Santísimo Sacramento en el sol de una custodia, el cual, conteniendo a este divino Sacramento, se sostenía por su virtud en el aire entre las nubes, donde te me apareciste, mostrándote como de treinta y tres años. Te vi coronando a una joven arrodillada sobre las nubes a tus pies. Me diste a entender que yo era la joven agraciada con estos favores por el exceso de tu amor que me coronaba, no por mis méritos. Yo veía que esta sagrada custodia que contenía al divino Sacramento se inclinaba amorosamente hacia mí, diciéndome: ‘Mi amor es mi peso.’ ‘Una multitud de ángeles estaban también en el aire, diciéndose unos a otros: He aquí la esposa del Cordero; venid a ver a la esposa del Cordero: ‘Gocemos y exultemos, y démosle gloria, porque llegó la boda del Cordero, y su esposa se ha vestido de gala a ella ha sido dado el poder de adornarse con la justificación de los santos para ser agradable a su divino esposo, que es el candor de la luz eterna’ (Ap_19_7s).” [124]

¡Gracias Jesús Verbo Encarnado por tu entrega total y regalarnos tu presencia y alimento en este Santísimo Sacramento!

[111] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 30, p. 255
[112]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 33, p. 265
[113] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 45, p. 332
[114] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 56, p. 400
[115] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 116, p. 680
[116] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 129, p. 752
[117] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 12, p. 75
[118] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 15, p. 100
[119] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 95, p. 656
[120] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p. 1037
[121] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 145, p. 1058
[122] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 162, p. 1152
[123] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 127, p. 902
[124] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 44, p. 164

Dogma de la Inmaculada Concepción y Madre nuestra
Este tema me impresiona tanto que lleva huella permanente en mí. Me da tanta alegría saber que a través de sus escritos puedo confirmar lo que en la doctrina o catequesis se nos enseñó, porque doscientos años antes de que se declarara este dogma, Nuestra Venerable Madre, admiró a la Inmaculada Concepción en sus éxtasis, visiones y locuciones. Además, el Espíritu Santo, en varias ocasiones, le dijo a Jeanne de Matel que escribiera eso que había oído y visto, que considero aspectos importantes, ya que nunca, al menos yo había oído o leído en ningún lado.

Su Santidad el l Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus, proclama que la Inmaculada Concepción de María es dogma de fe: "...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de todo mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelado por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles… "

“Les dije palabras que las hicieron compartir mis sufrimientos, y me ofrecí a todo género de penas para reparar la ofensa hecha a nuestra toda pura Princesa, pidiendo a todas que hiciéramos actos de reparación en común y en particular, por todas las injurias que el sacerdote había pronunciado en nuestro púlpito y nuestra Iglesia, y renovamos el voto que habíamos hecho varios años antes de nuestro establecimiento, de mantener el honor de la Inmaculada Concepción aún a costa de nuestra vida; acordándome que esta santísima Virgen desde el año de 1619, en la misma fecha, me prometió establecer la Orden del Verbo Encarnado, si yo escribía y sostenía de viva voz, la verdad de su Inmaculada Concepción; tanto que puedo jurar en materia de revelación, que el Espíritu santo me explicó y me dijo en ese día de 1619, que no saldría del éxtasis que me tenía boquiabierta en la Iglesia de san Esteban de Roanne, a menos de prometerle escribir lo que por pura locución me decía, explicándome esta maravilla por la Sagrada Escritura, que en ese tiempo no había leído porque no la tenía.” [125]

“El día de la Inmaculada Concepción de la Virgen, mi alma fue elevada en un sublime conocimiento tocante a la pureza de tan admirable concepción. Se me reveló que no fue el placer que propone la naturaleza, sino el deseo de obedecer la divina voluntad, mediante una secreta inspiración, lo que unió a San Joaquín y a Santa Ana para obtener la bendición que debía ser el gozo de los ángeles y de los hombres, y presentar al Verbo una Madre; bendición que nos muestra la aurora que traerá para nosotros al sol de justicia. Convenía a la majestad del Hijo del Altísimo que su Madre fuera concebida sin pecado y que su cuerpo sagrado fuese organizado en el momento en que el alma se le infundiera, sin esperar el tiempo ordinario que la naturaleza emplea en la conformación de nuestro cuerpo. En María se inició la redención de la humanidad; Dios no deseaba retardarla porque acelera siempre las obras de amor y de misericordia, siendo lento y tardío en las de la justicia, como se dice en el Génesis. ‘Dios caminaba o paseaba bellamente en el Paraíso después del medio día: Yahvé Dios se paseaba por el jardín a la hora de la brisa’ (Gn_3_8).” [126]

“El Espíritu Santo, que deseaba obrar en la santísima Virgen el misterio de la Encarnación en el tiempo previsto, fue quien se ocupó en la Inmaculada Concepción de María. ‘No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo’ (Ml_2_15). ‘No hay un sensato, no hay quien busque a Dios’ (Rm_3_11).Por estas palabras debemos entender que la Virgen, al venir para cooperar a nuestra redención, debía recibir la gracia y el espíritu con medida, y que su Hijo, el nuevo Adán, la recibiría sin medida por ser Dios. María fue creada para ser Madre de Dios; por ello recibió fuerza del Padre y fecundidad para engendrar un Hijo, que les es común por indivisibilidad. Recibió además la sabiduría por mediación del Verbo, y el Espíritu Santo le comunicó su amor. María es la admirable compañera del hombre nuevo y también su madre, que recibió en ella la simiente de Dios cuando el Verbo tomó carne en su seno.” [127]

Repetir que la Virgen es la Inmaculada Concepción, es fácil, lo difícil está en explicarse a sí mismo y poder explicar a los demás este misterio. Si solamente me quedo con lo que aprendí del catecismo, o incluso después de él, no sería ni la mínima parte de lo que he aprendido con Jeanne.

“Consideré tres misterios escondidos en Dios a los siglos pasados, que siguen estando ocultos para nosotros. Como nos están velados, no podemos comprender claramente la manera en la que se obraron. El primero es la Concepción Inmaculada de la Virgen; el segundo, la Encarnación del Verbo; el tercero, la presencia del mismo Verbo Encarnado en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, en el que se oculta bajo frágiles accidentes que no sabríamos penetrar. Aunque la Virgen y los bienaventurados tienen conocimiento de ellos en el cielo, que es la Iglesia triunfante, siguen siendo misterios ocultos para la militante.” [128]

“Me detendré ahora en el misterio de este día. ¿No es una realidad lo que Mardoqueo vio en su misterioso sueño? ‘De una pequeña fuente nació un gran río de abundantes aguas. La luz y el sol surgieron y los humildes se alzaron y devoraron a los soberbios’ (Est_10_6).’ En su concepción y en su nacimiento, la Virgen es una fuentecilla que en la Encarnación se convierte en sol debido a que encierra al Hombre-Dios, que es el Oriente venido de lo alto, ocultándolo en su seno. Este misterio sólo fue visto de Dios y de los ángeles antes de la Visitación, después de la cual, y en la natividad, la Virgen produjo el Océano y mar de la divinidad, unida por unión hipostática a nuestra humanidad: ‘De una pequeña fuente nació un gran río de abundantes aguas. La luz y el sol surgieron y los humildes se alzaron y devoraron a los soberbios’ (Est_10_6).” [129]

“Habiendo engendrado al Verbo Encarnado, permanece llena de Dios y de sus gracias. El Verbo Encarnado quiso alimentarse de sus pechos, de la misma sangre que formó y alimentó su cuerpo sagrado en sus entrañas maternales. Dicha sangre, transformada en leche, fue para él un néctar delicioso y celestial, que en él se convertía en divino, sirviéndole de alimento, de solaz y de crecimiento mientras que fue alimentado por la Virgen y llevado en sus brazos, adhiriéndose a su seno como amadísimo infante a su progenitora, colmándola de caricias infantiles y divinamente inocentes. Cuán inexplicables debieron parecer al corazón virginal y materno que las recibía. Fueron delicias inconcebibles para nosotros.” [130]

“El ángel rebelde, dragón infernal, vio su cabeza destrozada por esta maravillosa mujer. Intentó vomitar un río envenenado de rabia en contra de su descendencia, pero la tierra divina lo enjugó y la Virgen fue preservada de sus trampas y exenta de todo pecado: original o actual. Jamás pudo él turbar las aguas de tan cristalina fuente, ni profanarlas con su aliento envenenado de furia. María fue concebida sin pecado.” [131]

[125] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 112, p. 784
[126] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 783
[127]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 783
[128] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 784
[129] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 784
[130] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 785
[131] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 785

¡Cuántas frases llenas de sabiduría y con tanta claridad que ayudan a comprender lo incomprensible! Exenta de pecado original.

“Tampoco fue capaz de impedir la Encarnación del Verbo Divino, que quiso darse como alimento en el Santísimo Sacramento del altar, deseando, de manera singular, ser la porción de Leví. María estaba en el Verbo y el Verbo en ella como la porción de Leví, porque nunca quiso poseer la tierra en heredad. Dios se dio a ella para poseerla en calidad de Madre, así como ella lo posee en calidad de Hijo, haciéndose, por María, el germen de David, al que pertenecen la unción y el trono real. El reinará en Jacob eternamente, porque su reino no tiene fin. María, su Madre, fue constituida por él Reina del cielo y de la tierra por toda la infinitud. El Espíritu Santo descendió a ella en una exuberancia indecible para los ángeles y los hombres. El mismo espíritu reposó en su Hijo, el cual hundió sus raíces en los elegidos a través de María, su Madre, que provenía de la raíz de Jesé. En esta admirable flor reposó el Espíritu Santo, ungiéndola para anunciar los designios divinos al mundo y a la humanidad.” [132]

“Jesús y María son las fuentes de Israel. María encerró en sus entrañas virginales toda la gloria de Israel; el Verbo es la fuente que salta hasta la vida eterna, que consiste en conocer al Salvador y por él al Padre, que lo envió a la tierra. La Virgen, que lo engendró y que lo posee como descendencia suya, es su Señora y Madre. Él es todo de ella, así como ella es toda de él, mostrándose como Madre al dárnoslo.” [133]

“María es la causa de nuestra alegría, como la llama la Santa Iglesia. Es un vaso purísimo que fue digno de recibir a Dios, que es Espíritu. Su cuerpo es más puro que todos los espíritus creados de los ángeles y de los hombres, del que el Verbo increado quiso tomar uno, queriendo unirlo a él mediante una unión hipostática.“ [134]

“La Virgen encerró en su seno a este Hombre-Dios, en el que habita toda la plenitud de la divinidad. ‘Bendecid al Señor, fuentes de Israel’ (Sal_67_27).” [135]

“Al día siguiente era la fiesta de san Joaquín el bienaventurado padre de tu digna Madre y le rogué que ofreciera al Padre el divino sacrificio del altar, él que había engendrado a su hija con toda la Trinidad presente en ella.” [136]

“El favor hecho a san Joaquín y a santa Ana, quienes sí te glorificaron, es incomparable. Produjeron el mar de gracias, la tierra bendita, la tierra sublime, la tierra en la que quisiste apoyar tu hipóstasis; tierra prometida por todos los Profetas, tierra sacerdotal exenta de todo tributo, de todo pecado original y actual.” [137]

“San Joaquín y santa Ana fueron elevados por un divino favor, a una suspensión, o maravillosa contemplación, en la que la santísima Trinidad dispuso su unión, que produjo el sagrado cuerpo de María, en el que infundió el alma santa que lo informó, sin que este sagrado cuerpo ni esta bendita alma hubiesen sido sometidos al pecado ni a la corrupción. ‘Ni los demonios ni el pecado se le acercaron:’(Hch_13_35). No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Este santo cuerpo es en el que el santo de Dios, el Verbo, se iba a encarnar. Desde el momento en que esta Virgen fue concebida, vivió y marchó por caminos de santidad, fue mar de alegría ante la faz y los ojos de Dios, que la destinaba a ser Reina revestida de todas las virtudes, sentada para siempre a su derecha.” [138]

“La santísima Virgen honra a Dios más que todas las creaturas juntas, y san Joaquín y santa Ana, dando a Dios todo lo que tenían, dándose a sí mismos. Todo se ofrecía a Dios, los presentes y ofrendas dadas al Templo, las limosnas hechas a los pobres y la tierra de donde obtenían sus alimentos y donde vivían con su familia.” [139]

“La noche, víspera de la Concepción de tu purísima madre en 1652, vi como un mar en donde había varios barcos, me aproximé a uno que estaba un poco más alejado de los otros y vi sobre la borda a un pescador vestido con una túnica blanca y roja, que sostenía entre los dedos pulgar e índice un diamante sin tallar; en los ángulos se veían llamas pero no salían fuera, parecía que en él se encerraba toda la luz de los astros. El pescador que contemplaba el diamante era san Juan Evangelista quien lo había recibido de un hombre muy amable que estaba al borde del mar que vestía como él túnica blanca y roja. Eras tú, mi Amor, que ordenaste a tu discípulo amado me diera ese diamante para que yo lo diera a conocer y lo enseñara a estimar. Me extrañé que los hombres que estaban cerca de mí no admiraran ese diamante que tu favorito me había dado. Este discípulo tú favorito, parecía ser otro tú mismo, yo me gozaba de que parecieran uno solo. Me hiciste comprender que siendo tú, hijo de la Virgen quisiste que san Juan también lo fuera porque el amor infinito que le tienes lo ha transformado en ti ya que el amor unifica. Uno y otro me presentaron ese diamante, haciéndome ver, por un favor divino la pureza de tu santísima Madre y su Concepción Inmaculada. Me dijeron que esta Madre Inmaculada era toda bella, resplandeciente y luminosa pero que guardaba sus claridades sin hacerlas ver sino a aquellos a quienes tu bondad y sabiduría concedía ese privilegio, como a san Juan quien tocó y vio al Verbo de vida que esta Virgen encerró en sus entrañas revistiéndose de su purísima sustancia.” [140]

[132] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 786
[133] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 786
[134] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 787
[135] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 787
[136] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 117, p. 824
[137] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 117, p. 824
[138] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 117, p. 824
[139] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 117, p. 827
[140] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 126, p. 895

“Virgen santísima, ¿Cómo podré contemplarte en la plenitud de la gloria, si su esplendor me deslumbra? El ojo admira la hermosura de su resplandor. ‘¿Quién puede resistir de cara el ardor de sus rayos?’ (Si_43_1). ‘Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas’ (Sal_42_8)*.Admirable para mi es tu ciencia’ (Sal_139_6). Virgen santa, el abismo de debilidad y de bajeza llama al abismo de fuerza y de grandeza para proclamar la excelencia de tu gloria. Cuando la paciencia de Dios terminó en tiempos de Noé, abrió las cataratas de los cielos para enviar un diluvio, a fin de purificar la tierra de su corrupción, lo cual no sucedió según a la inclinación de su natural bondad, sino para hacer justicia a nuestras culpas, porque él es bueno en sí y justo hacia nosotros.” [141]

“Castigar es una acción extraña a la divina bondad, cuya propiedad es conceder gracia y misericordia. Dios es el soberano bien, en sí comunicativo. Sólo el pecado impide sus amables comunicaciones, que son gracia, gloria y participación de sus maravillosos atributos. Dios aplazó la gloria de María para consolar a la Iglesia militante, aunque a la triunfante le pareció muy larga la espera. Si Dios pudiera sentirse oprimido, habría sufrido el peso de la gloria que deseaba derramar en abundancia en María, Hija, Madre y Esposa suya en el día de su triunfante Asunción. La Virgen, que siempre estuvo exenta de pecado original y actual, fue destinada desde la eternidad para recibir la plenitud de la divinidad por encima de todas las criaturas. Cuando el ángel la saludó como llena de gracia, añadió que su Señor estaba con ella; razón por la cual poseía en grado eminente, toda plenitud, por ser él la gracia, la gloria y la suprema divinidad. Afirmó que el Espíritu Santo descendería sobre ella, y que la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra a fin de que no se derritiera en el ardor de sus rayos, como cera que se funde en el calor.” [142]

Si comprendiéramos en su totalidad, las palabras de María en el Magnificat Jeanne afirma: “que el que la engrandece es poderoso y que su nombre es santo” y nos dice en otro pasaje “que la Virgen siempre se humilló durante su vida mortal, pero Dios la ensalzó en todo momento desde la creación del mundo.” Dios creador, la pensó desde la creación, lo más puro que haya existido entre los hombres “y le concedió grandes privilegios.” Según leeremos más adelante ´recibió la plenitud de la gracia creada en cuanto Madre de Dios, con preferencia a cualquier otra criatura.´

“David dijo que su corazón se licuaba en medio de su vientre como cera derretida por el fuego. Si la sombra de la ley escrita fundía el corazón del profeta rey, ¿no lo haría, con mayor razón, el sol enviado para establecer la ley de gracia en la Virgen, derritiendo a la Hija, Madre y Esposa del amor? si Dios no hubiese manifestado la fuerza de su brazo en el momento de la Encarnación, María hubiera perdido la vida, desapareciendo en el ser que le había dado la existencia. María dice mucho cuando afirma que el que la engrandece es poderoso y que su nombre es santo; pero con la santidad esencial y divina, porque ella es obra del Altísimo y el vaso más excelso que él haya creado fuera de sí, ya que la humanidad de Jesucristo fue portada por la naturaleza divina, lo cual equivale a decir que su alma y su cuerpo fueron ciertamente creados. Sin embargo, el Verbo que los porta es increado y, por tanto, interior como el Padre y el Espíritu Santo, que se encuentran en él, así como él está en ellos mediante su penetración y plenitud esencial y divina.” [143]

“La Virgen no es Dios ni tiene su esencia, pero todo lo que no es Dios está por debajo de ella. Jesucristo, en cuanto Dios, está sobre ella; pero en cuanto hombre, está sujeto a ella y, como es Madre del Hombre-Dios, da órdenes al Dios encarnado, que se anonadó al tomar en ella nuestra naturaleza tomando la forma de siervo y conservando la forma divina, lo cual no le impidió mostrarse como un esclavo y hasta como un leproso, oprobio de los hombres y abyección de los pueblos.” [144]

“San Pablo va más lejos diciendo que se manifestó como la carne del pecado, haciéndose maldición por nosotros, enemigos suyos, a quienes amaba. Si el amor apasionó a Dios de tal suerte hacia los culpables; ¿Qué sentimientos no tendrá por la Virgen? ¿Qué entendimiento puede vislumbrar su amor, sea de los ángeles, sea de los hombres? Por esta razón Dios nos dice en Isaías: Sus pensamientos no son mis pensamientos, que están más elevados y por encima de los suyos, que la distancia entre el cielo y la tierra. Si esto se dijo en el tiempo en que sólo conversaba con los hombres a través del ministerio de los ángeles, que eran como cielos elevados por encima de nuestra pobre naturaleza terrestre, ¿Qué dirá al presente, en que se unió a nuestra naturaleza en el seno de la Virgen, que fue ensalzada hasta la altura de su divina maternidad? Él me dijo: Tus pensamientos, aunque parezcan sublimes, están más alejados de las maravillas que he comunicado a María de lo que está el cielo de la tierra. Dios Altísimo, adoro tus pensamientos en María y sobre María. Creo firmemente que de lo finito a lo infinito no existe proporción alguna, y que a pesar de que los hombres y los ángeles la alaben con toda su capacidad, sus alabanzas son sólo una sombra de las divinas y verdaderas alabanzas que tú mismo le tributas y con las que la dignificas. ‘El que se gloría, gloríese en el Señor. No aquel que se alaba a sí mismo, sino al que Dios alaba’ (1Co_1_31).” [145]


“La Virgen siempre se humilló durante su vida mortal, pero Dios la ensalzó en todo momento desde la creación del mundo, por medio de figuras y profecías en la ley de la naturaleza, en la ley escrita y en la realidad, en la ley de gracia; sin embargo, desde que ella entró en la gloria, Dios se complace en aumentar sus alabanzas con un placer divino, glorificándose con ellas en sumo grado al exterior, ya que él mismo constituye su divina alabanza. Por ello canta la Iglesia: Gloria al Padre, y al Hijo, etc., porque él se basta a sí mismo. De no ser así, no sería tan feliz por esencia, por excelencia y por sí mismo.” [146]

“El mismo Dios que hizo todo, que da vida a todo ser viviente, el mismo que da la inspiración, es el único en conocer los admirables privilegios que ha concedido a María, a la que constituyó Hija, Madre y Esposa suya de manera excelentísima y sublime. Ella es hija de Dios, pero hija Virgen de Dios, que procede de él mediante la más pura emanación que haya jamás dimanado de su esencia, pero sin afirmar que es una emanación interna, sea del entendimiento, sea de la voluntad de Dios al exterior. Únicamente las dos divinas personas: el Verbo y el Espíritu Santo, emanan y son los términos del fecundo entendimiento del Padre y del Hijo, cuya humanidad exceptúo debido a que posee la gracia supereminente, por estar unida al Verbo de Dios.” [147]

“María es, como digo, Virgen de Dios en su mente eterna, que emana a su exterior purísima en cuanto a la naturaleza, perfectísima en gracia y eminentísima en gloria; y que estuvo siempre unida a Dios mediante una unión inefable, que él ensalzó incesantemente a través de crecimientos inenarrables, comunicándole una gracia que creó exprofeso para ella y que excluye cualquier otra. A esto se refiere el apóstol cuando habla de la diferencia de los santos en la gloria y la de las gracias hecho que compruebo en la gracia tan sublime de María, que está tan por encima de todas las concedidas a la humanidad como el sol, cuya claridad es tan diferente al fulgor de las estrellas.” [148]

“Nadie pone en duda que Jesucristo tenga en sí la gracia sustancial, ni que sea la gracia divina, que quiso entregarse a la muerte, como dice San Pablo. Ya dije que todo lo que es Dios está por encima de María; el Verbo Encarnado, por ser Hijo de María, relaciona en él la gracia de María, porque es para él y a través de él, que ella posee la sublime plenitud de la gracia. Dios se complace en diversificar a sus criaturas y, mientras más nobles son, más se pluralizan. Los ángeles, que tienen una naturaleza puramente espiritual, son más variados que los hombres, que están compuestos de cuerpo y espíritu.” [149]

“Cada ángel es de una especie diferente. También decimos en la fiesta de un santo confesor que no se ha hallado otro semejante, que guarde a su manera los mandatos de la ley del Altísimo. Si alguien me dice que la Virgen tuvo un cuerpo cuya materia no era espiritual, y que el espíritu angélico es más puro por tener una forma más parecida a la divinidad, que es espíritu, respondo que la Virgen recibió de Dios un espíritu más puro que el de los ángeles, y que su cuerpo estaba destinado a revestir al mismo Dios, que se encarnaría en ella haciendo su carne divina a través de la unión hipostática del Verbo eterno.” [150]

[141] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 909
[142] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 909
[143] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 910
[144] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 910
[145] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 910, 911
[146] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 911
[147] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 911
[148] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p.912
[149] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 912
[150] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 912

“Su Hijo humanado debía ser cabeza de los hombres y de los ángeles, cuya gloria se incrementaría al servir y adorar al Hombre-Dios, debido a que la divinidad deseaba manifestarles los secretos de su admirable y adorable consejo, prodigándoles claridades que les tenía reservadas hasta este tiempo, no sólo por medio de J.C., sino de María, que debía establecer una jerarquía sublime en la naturaleza, en la gracia y en la gloria, porque sólo ella está exenta de todo pecado. Como dote natural, recibió la plenitud de la gracia creada en cuanto Madre de Dios, con preferencia a cualquier otra criatura. Poseyó además la dote de la gloria, que sobrepasó todas las dotes que Dios ha concedido y concederá a los ángeles y a los hombres. Dios creó a los ángeles al mismo tiempo, y a pesar de ello aprendemos de san Dionisio que todos se distinguen en tres órdenes y en nueve coros, que purifican iluminan y perfeccionan. Los inferiores reciben la mediación de los que son superiores a ellos, y los superiores inmediatamente de Dios.” [151]

El amor a María de parte de Dios es enorme, y así como nos lo narra Jeanne es absolutamente hermoso.

“Antes de la Encarnación sólo Dios estaba en el cielo, puramente en su esencia en cuanto Dios, pero desde de que María estuvo cerca de Jesús, que es el mediador de redención y de gloria, la comunica a su Madre como a su más cercana vecina, como a otro él mismo, a plomo, colmándola de su esplendor de manera inexplicable, porque la ama con un amor inefable cuya medida es la de su gloria, así como ella fue la de su gracia. Fue este amor el que impulsó a Dios (si puedo referirme así al Altísimo, que es inmutable y omnipotente), en un éxtasis, a comunicar al exterior de su esencia la más preciosa emanación creada por él, que es la gracia concedida a María.” [152]

“Cuando hablo del amor de Dios a María, que toda carne y todo espíritu haga como los serafines que vio el profeta Isaías, que velaban sus pies y rostro, porque jamás conocerán su comienzo ni su fin; su principio ni su término. Que vuelen con alas de contento, alegrándose en el placer divino, diciendo: Santa es María en el momento de su creación. Más santa es María en el de la Encarnación de amor. Santísima es María en el día de su glorificación, en la que Dios quiso manifestar las riquezas impenetrables de su gloria en el empíreo, porque la tierra es demasiado pequeña, pero en el cielo preparó él mismo el trono y el carro glorioso del triunfo de María, porque el amor divino triunfa por ella. A mí, Soberano mío, me confía la misión de proclamar las riquezas de tu gloria. Si son inenarrables, ¿Cómo podré hablar si tú mismo no me das tu Palabra divina para expresarlas divinamente? Ah, Dios de gloria. Soy una mujer, pero como escoges a los débiles del mundo para manifestar tu poder, y a los pequeños para hablar de la grandeza de tu amor a María, diré con el apóstol: ‘A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo’ (Ef_3_8).” [153]

“María constituye la riqueza de Jesucristo; es su tesoro, en el que ha puesto el corazón. María es la sabiduría de Dios. Jesucristo es la sabiduría divina y el mismo Dios; María es el misterio oculto en Dios: ‘El misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas’ (Ef_3_9); ‘destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo’ (1Co_2_7s); ‘y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria’ (Col_1_26s). Dios quiere en verdad que nos apliquemos con el entendimiento y la voluntad a contemplar sus divinas riquezas, y que pongamos en ellas nuestros corazones.” [154]

“El sabio nos prohíbe poner nuestro afecto en las riquezas aparentes, que no tienen sino espinas, cuya posesión es pura aflicción de espíritu y que sirven de lazos para atarnos a las tentaciones. La gloria de María es la gloria de los suyos; a ella podemos decirle que es la alegría de su pueblo, que era culpable de esa majestad divina y humana, porque los judíos lo crucificaron; ella sigue siendo la luz de los gentiles, que se condenaron por demencia por considerar la cruz como una locura. Mediante ella, la Iglesia fue iluminada.” [155]

“Por nuestra causa la Virgen fue dejada en la tierra. Los judíos la despreciaron porque nació en su provincia, pero, al decir de su Hijo, ningún profeta es aceptado ni recibe el honor que merece en su patria. El vino y los suyos lo desconocieron y no lo recibieron. Por ello dio poder a los que lo recibieron, para llegar a ser hijos de Dios, no por la sangre, no por la voluntad de la carne, no por la sabiduría humana, sino por la gracia divina que los adoptó como hijos por mediación de su Hijo, que es Hijo de María, dándoles un nuevo nacimiento que los transforma en hijos de Dios y coherederos con J.C., que es el Verbo hecho carne, para habitar con nosotros, a fin de manifestarnos su gloria, gloria del único hijo del Padre y de María, a la que glorificó con su gloria sublime así como la favoreció con su gracia singular, habiéndola creado para el Espíritu Santo, que derramó sobre y en ella un mar de claridad y de gloria. Si el sol le sirvió de velo al exterior, ¿qué claridad no tendría en el interior? Sí, la gloria de la hija del rey está en el interior desde que nace. Por ello, ni los ángeles ni los hombres son capaces de comprender el primer favor que Dios le concedió en el momento de su concepción, lo cual es causa de que aun los más iluminados lo perciban con deficiencia y que, desde hace varios años, anhelen ser instruidos por el Padre de las luces con suficiente claridad en el misterio de su Inmaculada Concepción, a fin de que sea declarada artículo de fe por el Vicario de Jesucristo, para toda la Iglesia.” [156]

“María continuaba viviendo, y por ello el Salvador no les dijo que proclamaran sus alabanzas, ni aun les reveló sus excelencias. ¿Sería tal vez porque no hubieran podido separarse de ella? Sólo el discípulo amado se encargó de servirla como Hijo y de honrarla como a su Señora; y eso porque Dios le mostró la gran señal que apareció en el cielo cuando ella se encontró en la gloria, reconociendo así el favor que su Maestro le concedió junto a la cruz al dársela por Madre. De modo similar se dice en San Mateo que el ángel dijo a José que su esposa estaba encinta por obra del Espíritu Santo, para que aprendiera: ‘Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús’ (Mt_1_25). Digo que San Juan, a pesar de que percibió una santidad eminente en María, en sus conversaciones con ella, no entrevió sus maravillas; la tierra no era un escenario apropiado para expresarlas, ni los oyentes capaces de escucharlas. Dios, por una especial providencia, reservó el cielo para describírselas a San Juan, en medio de la claridad celestial. Aquella águila vio el gran signo rodeado del sol, coronado de estrellas y de pie sobre la luna. Si dicha águila real no hubiera recibido la misión de hablarnos de la generación eterna, nos hubiera dicho grandes cosas acerca de la generación temporal de aquella mujer maravillosa, lo cual se debió a la providencia del Hijo, que conocía bien la malicia de los hombres, que hubieran podido pensar y decir que Juan fue sobornado por el Hijo, y prisionero a tal grado del amor de aquella que se le dio por Madre, que hablaba de ella como un ardiente enamorado. San Pablo dijo: ‘Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas’ (Ef_5_11); y a los Efesios: ‘Aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos’ (Ef_5_16). Esto hubiera dado mayor libertad a los herejes para pronunciar las blasfemias que han vomitado en contra de la Virgen pura. Dios reservaba los siglos venideros, exentos de toda duda, a fin de que la gloria de su Madre fuera publicada con mayor peso y grandeza por los doctores irrefragables e irreprochables, de ser engañados por sus sentidos. Quería manifestarla en la luz de la fe, a través de milagros y mediante el sentir común de los santos Padres, en proporción a la admiración que deseaba despertar por ella.” [157]

“Así como dio al mundo filósofos para discutir, ha querido ocupar a los teólogos para discurrir acerca de su Madre, cuyas maravillas son incomprensibles e inenarrables. Todos confesarán, después de haber expresado todo lo que podrían decir de ella, que han dicho muy poco en comparación a sus excelencias, lo cual durará hasta el fin de los siglos, hasta el día del juicio en que vendrá con ella como Hijo del Hombre y sentado en ella como en el trono de su majestad. Para compensar la afrenta que se le hizo en el Calvario, donde estuvo en persona cuando fue crucificado, y para honrar a la que estuvo de pie en el día de su confusión, María debe sentarse en la gloria de su Hijo, y el Hijo en la gloria de su Madre, que es su trono de nubes en el que Dios será eternamente glorioso y ella infinitamente gloriosa en Dios.” [158]

“El gran San Pablo nos dice que no existe mandato de su Maestro para hablar de la virginidad, pero que respecto a ella aconseja a la virgen que piense en Dios y en las cosas divinas. Si Jesucristo le hubiera encargado hablar de la Virgen, su dignísima Madre, cuántas maravillas nos habría dicho de ella, por haberlas aprendido en el cielo del Señor de gloria, pero como no quiso retrasar ni adelantar su tiempo, lo movió a expresar a los suyos los decretos de su providencia, a fin de que la santidad de su Madre fuese más radiante. En la Iglesia naciente del tiempo de los apóstoles la luz surgía como en el oriente. El deseaba que esperásemos el medio día para que se hablara más ardiente y claramente de aquella que lo acogió en el medio día del más ferviente amor, recostándolo en su seno y alimentándolo con su sustancia virginal. Era el deseo de nuestra pobre naturaleza, que exclama en el cántico de amor: ‘Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño al mediodía’ (Ct_1_7).Ese medio día estaba reservado a los siglos venideros, en los que Dios tenía el designio de manifestar la gloria maternal de María, así como él es la de su divino Padre.” [159]

“La Virgen es el espejo sin mancha de la majestad que trajo a la tierra el poder del Padre, al que nada es imposible, como dijo el ángel a María al anunciarle la gloria que Dios le había destinado por toda la eternidad en el reino de su Hijo, que sería infinito” [160]

Se han escrito tantas cosas sobre María que ni filósofos, ni teólogos han podido expresar la hermosura que NVM admiró sobre la Virgen María que le hizo exclamar muchas frases como las siguientes:
“Tú, que no sólo eres Reina del cielo y de la tierra, sino Reina y Señora mía por derecho de Maternidad divina, serás por siempre la gloria de la naturaleza humana y la alegría de los ángeles. Mira cómo acuden a ti para admirarte todos los que elegí para ser reyes y sacerdotes en la ciudad santa: llegando a su presencia, todos a una voz la bendijeron diciendo: ‘Tú eres la alegría de Israel, tú, el honor de nuestro pueblo, porque has obrado varonilmente. Tu corazón se ha fortalecido porque has amado la castidad’ (Jdt_15_9s).” [161]

[151] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 912
[152] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 913
[153] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 913
[154] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 914
[155] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 914
[156] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 914
[157] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 915
[158] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 916
[159] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 916
[160] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 917
[161] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 918

“Bendita seas, María. Tú eres la gloria de Jerusalén, la alegría de Israel, la honra de nuestro pueblo, porque engendraste un Hombre-Dios y tuviste el valor y el corazón suficientemente grande para tomar la inquebrantable decisión de conservar la virginidad, que amas de manera idéntica a la maternidad divina. Mediante esta fuerte resolución, venciste al mismo Dios cuando te vio virgen de cuerpo y humilde de espíritu y de corazón humildad que fortaleció grandemente tu castidad. ‘Jamás conociste varón antes de tu parto virginal, ni después de él, permaneciendo siempre virgen purísima: Por esto también la mano del Señor te ha confortado, y por lo mismo serás bendita para siempre” (Jdt_15_11)” [162]

“No sólo la mano del Señor, sino también su brazo omnipotente, hizo en ti grandes cosas; el Señor estuvo contigo y lo estará eternamente; y tú con él para siempre. Entra en la gloria de tu Padre, de tu Hijo y de tu Esposo. Recibe la corona de todos los favores que el divino Padre te dio en dote, por ser su hija mayor y la más amada. Toma posesión del manantial supremo: ‘Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas’ (Si_1_15). Toma también en posesión la fuente inferior: ’la altura del cielo, la latitud de la tierra y la profundidad del abismo’ (Si_1_2).” [163]

“¿Quién puede abarcar tu gloria, Dios Encarnado? Sólo tú, porque todo lo que no es Dios, es inferior a María: ‘El Señor mismo la creó, la vio y la contó’ (Si_1_9) Sólo Jesucristo es capaz de medir su grandeza, porque sólo él la conoce. Fue el quien derramó sus gracias en María, y por mediación de María, sobre la humanidad, según los dones de su bondad, dando a todos el mandato de amarla y honrarla en calidad de Madre suya y Señora universal de todas las criaturas. En esto consiste la corona de su gozo inefable. El invita a todas las hijas de Sión a salir de ellas mismas, a través de un éxtasis divino, para contemplar a la Reina-Madre coronada en el día de sus desposorios y de la alegría de su corazón; porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo gozan al concederle en este día la triple corona. Dios aparece en el ardor del medio día en el divino tabernáculo, para invitar a todas las criaturas, tanto del cielo como de la tierra, al banquete y a la alegría de estas bodas: ‘alégrense los cielos, regocíjese la tierra, retumbe el mar y cuanto encierra; exulte el campo y cuanto en él existe’ (Sal_96_11). Que los ciudadanos del cielo se alegren gloriosamente.” [164]
“Que los de la tierra se unan jubilosos, y que todas las criaturas se regocijen en esta fiesta, que les proporciona una alegría indecible. Es el sabbat universal, en el que ella encuentra su reposo, porque en María no se lamentarán. El pecado jamás tuvo lugar en esta Virgen; porque jamás las engendró entre dolores y gemidos de parto, de los que habla el apóstol. El primer sábado que Dios santificó después de la creación de nuestros primeros padres es digno de alabanza, pero el que estableció en el cielo en el día de la Asunción y de la coronación de María, es la alabanza del Dios de la gloria, el cual perfeccionó su obra sublime manifestándola a los hombres y a los ángeles como su obra maestra por excelencia, para que se la considere digna de admiración, por no decir el límite de su poder.” [165]

¿Quién es María para mí, para ti o para alguien más? Lee como lo expresa Jeanne NVM.
“María es un día luminoso que santificó el Altísimo. Es su tabernáculo. María es un río sagrado e impetuoso que alegra toda la ciudad de Dios. Es un mar, un mar de vidrio ardiente, porque Dios, que es un fuego consumidor, se encuentra en ella de manera inefable, así como estuvo en sus entrañas en la Encarnación. El la conserva Virgen, por ser la zarza ardiente que llamea sin consumirse, siendo la tierra santa y bendita del Dios de toda bendición. Ahora, en el cielo, ella es el mar de vidrio y de fuego: Dios en ella y ella en Dios, teniendo tanto frescor como llamas, porque dicho mar es frescura, y el fuego es ardor; es claridad y es inmensidad: claridad, por ser ella un cristal iluminado con la luz de Dios; inmensidad por ser un mar en cuya presencia los santos pulsan sus cítaras santamente, o cantan alabanzas con sus arpas de diversa manera, según la relación que tienen con sus admirables perfecciones, porque ella encierra en sí a todos los elegidos, siendo reina de los patriarcas y de todos los demás. Así como es invocada en la tierra, es glorificada en el cielo. Por su mediación Dios comunica la gloria a los santos, y el Espíritu de amor los impulsa a cantar conforme a su grado de santidad: mientras más alto sea en presencia de este mar, más alta y llena de amor será su música.” [166]

“La Virgen es la puerta que vio Juan en el cielo, abierta a los bienaventurados, a fin de que por ella tengan una entrada singular en las luces divinas. Su Hijo está sentado en María, que es una esmeralda y Madre de misericordia, del amor hermoso y de la santa esperanza. Su Hijo a nadie condena cuando fija su mirada en este trono de misericordia. Cada vez que dice a los malvados: Id, malditos, contempla en ellos su justicia vengadora; pero si mira en dirección al trono en el que está sentado, carece de fuerza para condenar porque el cristal, que es la Madre de misericordia, conmueve sus entrañas con su sola vista; mar que es inmutable para gloria de los buenos, y cuya condición maternal no tolera el castigo de los malos, porque jamás quiso participar en calidad de juez, llamándose en cambio abogada de pecadores. Todos sus atributos se relacionan con su Hijo y dependen de sus grandezas pero jamás se nos dijo que haya tolerado recibir el de juez.” [167]

“María es, pues, el trono de misericordia adornado de piedras preciosas de bondad. Su Hijo está en ella como en el trono de esmeralda, siendo nuestra esperanza y apaciguado del todo al contemplar los ojos benignos de su Madre. Está rodeado del arco iris, signo de paz, pero de una paz tan dulce, que ofrece reposo a los veinticuatro ancianos en tronos de gloria, vistiéndolos con túnicas blancas y coronándolos de firmeza inquebrantable: ‘Vi veinticuatro tronos alrededor del trono, y sentados en los tronos, a veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro sobre sus cabezas’ (Ap_4_4). Del trono virginal salían rayos, voces y truenos. María era y es toda voz; María es trueno. Mediante el resplandor de sus destellos, todo el cielo es iluminado e impulsado a cantar las alabanzas divinas. Todos los santos reciben la ley de María, que es como un trueno que los mueve a producir actos de amor inexplicables para una criatura mortal como yo. ‘Delante de este trono virginal hay siete lámparas ardientes que son los siete espíritus de Dios: siete ángeles que sirven a Dios, asistiendo también a su Madre, que es el mar de cristal en el que contemplo, como en un espejo grandísimo, la inmensidad de la gloria que Dios concedió, concede y concederá a su Madre. En medio del trono, y en torno al trono, cuatro animales llenos de ojos por delante y por detrás’ (Ap_4_6).” [168]

“Cuando los cuatro vivientes dan gloria, honor y bendición al que está sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se prosternan delante de él, adorando al que vive por los siglos de los siglos, depositando sus coronas delante del trono y reconociendo a María, que adquirió para ellos, con su divina maternidad, la corona y el reino que poseen, y refiriendo toda su gloria al Verbo Encarnado, diciéndole: Eres digno, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo, que por tu libre y amorosa voluntad estaba en tu mente eterna, la cual proyectaba crear admirables maravillas para la naturaleza humana, y las creó. Las mayores alabanzas, sin embargo, son las de María, que es su gloria maternal así como él es su gloria filial. El águila, empero, tiene la vista más penetrante y fuerte que los otros tres Evangelistas; por ello el discípulo de gloria contempló con más fijeza y claridad la luz de María y su admirable diversidad. El la vio, como digo antes, revestida de sol, coronada de estrellas y caminando sobre la luna con paso firme y garboso, como hija del soberano príncipe que admira sus pies en su calzado. El la contempló semejante a la claridad de Dios, diciendo que la misma claridad divina la penetró; que sólo ella es la ciudad de Dios perfecta en sus doce puertas, que son perlas preciosísimas.” [169]

“Los doce frutos del Espíritu Santo están sólidamente incrustados en ella, tanto para encerrarla en su inmensidad, como para hacerla administradora de sus amores, que tienen tanta luz como bondad, en los que radican el entendimiento y la alegría, que son frutos de sabor inefable y deliciosos a la vista. Juan contempló a María como un río de agua viva, viviendo de la vida de Dios mediante el favor del divino Padre, que la albergó en su seno al lado del único hijo que les es común, el cual apoya las peticiones de su Madre, que se identifican con la que él hizo en la tierra, como una copia sacada del original, es decir, que él deseaba, en cuanto Hijo natural del divino Padre, que todos los que le habían sido dados se encontraran donde él está, sobre todo y de manera incomparable María, porque sólo ella es su Madre natural. Así como él, en cuanto verdadero Hijo sustancial, es figura de la sustancia del Padre, así es la impronta de María; y María, la suya luego ‘me mostró el río de agua de vida, brillante como el cristal, que manaba del trono de Dios y del Cordero’ (Ap_22_1).”[170]

[162] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 918
[163] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 919
[164] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 919
[165] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 919
[166] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 919
[167] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 920
[168] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 921
[169] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 922
[170] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 922

Ya había mencionado antes sobre las oraciones que salen de su espíritu cuando escribe:

“En Dios encarnado y en los bienaventurados, este río de agua viva produce una dulzura inefable, porque riega el árbol de vida que lleva y da sus frutos en el cielo y en la tierra; sus hojas son capaces de dar la salud a los viajeros de la tierra, y frescura a los prisioneros del purgatorio. La Virgen no puede ya sentir las maldiciones dirigidas a su Hijo y a ella en el Calvario, porque el Dios de gloria y cordero de paz está sentado en ella y ella está unida a él como Hija, Madre y Esposa de gloria, en la que es transformada como en su principio y en su fin infinito, hablándonos desde allí con las inspiraciones del Espíritu Santo. ‘El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oiga, diga: Ven. Y el que tenga sed, que se acerque, y el que lo desee, reciba gratis agua de vida’ (Ap_22_17); más para ir allá, es necesario que María pida al Verbo Encarnado que sea nuestro guía. Ven, divino amor mío, a buscar a tu Jeanne, diciéndole: ‘Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús’ (Ap_22_20), en el momento señalado por tu bondad. Amén.” [171]

“El primer domingo de Cuaresma, por tu gran amor y amorosa Pasión, me ofreciste tus victorias. El lunes quisiste invitarme a poseer tu Reino como bendita de tu divino Padre; y el día de santo Tomás de Aquino me dijiste: Ven a ver otro ángel distinto de aquellos que son esencias espirituales, es decir, que son únicamente espíritu sin cuerpo. Es Tomás, quien por la fuerza de mi gracia y por el espíritu de sabiduría ha sido elevado hasta el sol para escribir las maravillas de mi Encarnación, y también, ver mi Aurora, en su purísima Concepción, misterio escondido a muchos, en los siglos precedentes, en Dios que ha creado todo. La santidad de mi santa Madre es un gran sacramento que contiene las inexpugnables riquezas de mi humanidad en la que habita toda la plenitud de mi divinidad corporalmente.” [172]

“Me dijiste que no me extrañara de que así como habías escogido a santa Teresa, para hacer admirar en estos últimos siglos la gloria de san José, me llamabas a mí, que soy nada, para anunciar las grandezas de san Joaquín, padre de tu admirable Madre, a la que engendró por deseo de la santísima Trinidad. En este dichoso momento san Joaquín y santa Ana participaron del beso que, por un especial amor, dio el Señor a esta Hija del Padre, a esta Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, que fue declarada: tierra santa, tierra de promesa, tierra sublime, tierra sacerdotal, templo, morada y tabernáculo del Señor, recibiendo milagrosamente el ser de naturaleza y gracia; el trono revelado al profeta Isaías, que vio lleno de la Majestad de Dios, cerca del cual los serafines volaban cantando sanctus, sanctus, sanctus, etc.” [173]

Jeanne llena del amor misericordioso del Padre escribe tan exquisitamente, que me contagia y me lleva constantemente a parar y alabar a Dios por estas grandezas.

“Por el Fiat de María, el Verbo se hizo carne para habitar con los hombres. Fue necesario además que dijera Fiat mediante su presencia en mi muerte, para consumar la boda y engendrar a la Iglesia de mi costado. La sangre y el agua son la simiente purísima y el alimento que ella me dio. Lo que tomé de ella en mi concepción, lo conservo y conservaré después de mi muerte. El Verbo jamás dejará lo que una vez tomó. Mi alma salió de mi cuerpo, pero seguía siendo, de manera independiente a ella, emanación de la divinidad, aunque de distinta manera. Le era deudora porque de ella salió la materia a la que informó. Esta concepción e infusión se hicieron en un instante a través de la prontísima acción del divino Espíritu y la virtud del Altísimo, que la cubrió de manera excelente, haciendo nacer en ella la santidad esencial, la imagen de tu bondad y la figura de tu sustancia, la cual, bajo el nombre de Hijo de Dios, portó, en el momento mismo de la encarnación, el nombre de Hijo de María, en y de la cual nací.” [174]

Qué encuentros y qué diálogos sobre estos misterios de nuestra fe. Grandes horas de encuentros extraordinarios con su querido Amor, quien le explicaba lo que ella tenía confusión, llevándola para que viera, las maravillas que obró el Señor.

Ella maravillada, extasiada se quedaba meditando en ello para después poderlo escribir. Jeanne de Matel nos comparte con mucha claridad lo que está viendo. Nos describe: “Querido Amor, me diste este ejemplo para que sobrelleve con mansedumbre mi propia imperfección, esperando el día de la venida de este divino Paráclito, el cual prometiste enviarme, y lo hiciste. En ese día sagrado, al comulgar, quedé extasiada. Llenaste de gozo mi corazón, y vi una mano que, con el dedo índice, me mostraba el oriente del cual deseabas, en unión con tu divino Padre, enviar al Espíritu que de ustedes procede, que es todo amor. Me sentía confusa al verme tan imperfecta y privada de toda virtud. Este piadoso Padre de los pobres me consoló y me lavó, haciéndome renacer en este baño admirable, en el que recibí un nacimiento nuevo que arrebató y elevó mi espíritu en presencia de la santa Trinidad. Contemplé a estas Tres divinas Personas, que obraban esta admirable regeneración, llevándome en brazos como una niñita a la que lavaban con el agua que destilaba una nube. Escuché estas palabras: ‘Destilad, cielos, como rocío de lo alto’ (Is_45_8). Que esta nube llueva al justo, y que en esta joven sea producido el divino Salvador.” [175]

[171] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 921
[172] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 132, p. 952
[173] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 159 bis, p. 1137
[174] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 198., p. 1128
[175] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 41, p. 130

“Vi doce lenguas de fuego, que fueron transformadas en doce puertas que representaban las doce entradas a la Jerusalén celestial. Me dijiste que tu Espíritu hace pasar a las almas por estas puertas, concediéndoles la justificación, mediante la cual es posible entrar por las doce puertas al interior de la celeste Sión Sólo a través de estas doce entradas tendrán acceso a la gloria las naciones.” [176]

“Querida hija, mi Espíritu es un fuego que abre las puertas y que concede hablar en lenguas a los Apóstoles y a las personas que elijo para dedicarlas al gran ministerio de la conquista de las almas. Él te ha concedido el lenguaje y la palabra para expresar mis misterios, a pesar de no ser tú sino una jovencita. Él te abrirá las puertas que los enemigos de mi gloria desearían cerrarte; no temas, hija, la bendición de los hermanos de Rebeca es para ti, porque eres la querida esposa de tu Isaac, que soy yo.

Recibe las felicitaciones de tus hermanos santificados y glorificados, los cuales se regocijan por el favor que has recibido de toda la santa Trinidad, la cual te ha elegido mediante una alianza tan augusta y una misión tan gloriosa. Todos te dicen a una voz como a Rebeca: ‘Oh hermana nuestra, que llegues a convertirte en millares de miríadas, y conquiste tu descendencia la puerta de sus enemigos’ (Gen_24_60).” [177]

Como dije al inicio del documento, las palabras “orar y vivir” son fuego que poco a poco, como el oro en crisol, purificaron, fortalecieron y santificaron el espíritu de Jeanne.

El tema de la oración en Jeanne Chezard de Matel es inmenso, maravilloso e intensamente profundo. Ella sabe que es difícil escribir lo que nuestro Señor le dice, yo le agradezco que se haya esforzado en su momento, para que hoy, esté leyendo sus escritos, aun cuando tenga partes muy complejas para comprender y que solamente con la oración se me ha aclarado un poquito más. La fidelidad de Jeanne en todo, pero en concreto para escribir su experiencia de vida a pesar de que mencione que tiene poca fidelidad, es un ejemplo a seguir. Te pido Padre, me envíes a tu Espíritu Santo para serte fiel al menos el 1% de lo que ella fue.
Mi vida es tuya… lo sabes… enséñame a “orar para vivir” para cumplir tu voluntad, todos los momentos de mi existencia. Continuemos con esta adorable lectura de sus escritos.

“Esto no se debe, querido Amor, a que alguna vez hayas deseado probarme con tentaciones de orden inferior que tanto hacen sufrir a muchas personas virtuosas, sino a la poca fidelidad con que respondo a tus gracias, que siempre están dispuestas, como lo está tu misericordia, a hacerme ver tus bondades. El pensamiento de no ser digna de ser probada debe servirme de una continua humillación, viendo que desconozco la experiencia de tentaciones por las que haces pasar a otros, y aunque la esperanza del cumplimiento de tus promesas sea diferida, todo esto no me afecta sino muy poco. Si fuera fiel a fijar en ti la mirada con prontitud, en cuanto los pensamientos de esta prórroga me asaltan, el disgusto que pueden causarme se desvanecería en el mismo instante en que surgen en mi interior. ” [178]

“Pasé la noche anterior a este día en la habitación de la Sra. de Vedeine, sin poder dormir un solo momento. Justo a media noche, dije a todas las potencias de mi alma: ‘Viene el Esposo, salid a recibirlo.’(Mateo 25: 6).Mi alma, junto con todas sus inclinaciones y afectos amorosos, quiso salir a tu encuentro, pero tu bondad no las hizo esperar a la puerta. Te me apareciste prontamente, permaneciendo de pie a mi lado. Abriendo entonces tu pecho, me mostraste tu corazón amoroso, abierto y dilatado en forma de una rosa admirable, para albergar en él a todas tus esposas. Vi dentro de este corazón divino esta flor, este árbol y este germen de carne virginal que era tu Orden plantada en tu pecho, en medio de tu corazón. Veía el seno de tu divino Padre, el tuyo en cuanto Verbo Increado y Encarnado, y el mío estando unidos de tal forma, que estos tres senos no eran sino uno; tú y yo permanecíamos en el seno inmenso de tu Padre.” [179]

“Me dijiste: "Mi toda mía, considera el amor que tengo por esta Orden, que será una flor y una rosa de buen olor, un árbol que fructificará en mi Iglesia y el germen de David que te prometí: una carne virginal que engendrará vírgenes. Seré para ellas Padre y Esposo, y te constituiré madre de todas." Mientras que me comunicabas estas maravillas, vi a la derecha al Espíritu Santo, quien se dirigió hacia mí con la impetuosidad del amor en forma de paloma, a la manera en que los pintores lo representan bajando sobre tu incomparable Madre en el momento de la Encamación, y aunque soy tan indigna de esta comparación, no encuentro palabras más apropiadas para describir la venida de este Espíritu de amor hacia mí. Pasé todo el resto de la noche sin poder dormir, por estar sumamente indispuesta; pero en mi debilidad podía exclamar que era fuerte en ti, mi Dios, que me confortabas.” [180]

“El día de la fiesta de san Bartolomé, mi alma sintió grandes deseos de orar para pedir el desprendimiento de todo la que no es Dios. Te adoré como a lo más grande y lo más pequeño. Grande, por tu inmensidad, pequeño, por la sencillez de tu ser sin adición. Eres el centro que está en todas partes y cuya circunferencia no se encuentra en ninguna; eres soberanamente abstracto, habitas en una luz inaccesible a tus creaturas. Te bastas a ti mismo, eres un acto puro más convenientemente alabado por negación que por afirmación. Gran Apóstol san Bartolomé, fuiste verdaderamente desprendido, desollado, despojado de tu piel, pero este despojo de tu piel te mereció ser revestido con glorioso y divino vestido de luz.” [181]

“El 27 de agosto, al arrodillarme para adorarte, mi amable Salvador, y ofrecerte la aflicción que tenía por el desprecio de aquellas a quienes amaba en tu amor, me invitaste a descansar bajo el árbol de tu cruz, dándome del fruto de tus trabajos, me pareció tan dulce, que te pude decir: ‘A su deseada sombra estoy sentada y su fruto me es dulce al paladar’ (Ct_2_3).” [182]

¡Jeanne fuiste consolada, amada y cuidada con gran esmero, nada más y nada menos que por la Santísima Trinidad! ¿Hay acaso nobleza mayor?

“Querido Amor, tú sabes consolar bien a los corazones afligidos modelándolos deliciosamente para que olviden sus disgustos y no piensen más que en tu amor.” [183]

“Abandonada de todos los que podían consolar mis penas, pero no quitármelas, quisiste tomarlas sobre ti, y como buena nodriza tomaste la medicina amarga y me diste la leche de tu propio pecho haciéndome decir que era mejor que el vino de todas las consolaciones de las creaturas.” [184]

“En la tarde, al entrar como de ordinario a esta capillita, donde todos los días se celebraba la Misa me dijiste, mi divino Pontífice, que querías cumplir mi gusto, para no compartir solamente mis necesidades sino también mis deseos. En ese momento vi en espíritu a todos los bienaventurados, quienes llevaban un pozo que colocaron en la capilla: lo veía muy profundo. Me dijeron: Este es el pozo de la Sabiduría, lo miraban con gran atención y sacaban de una manera admirable agua, pero sin que viese emplearan la cuerda que estaba bien acomodada en su polea para descender y tampoco vi cubo.” [185]

[176] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 41, p. 131
[177] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 41, p. 132, 133
[178] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 85
[179] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 83., p. 401
[180] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 83., p. 401
[181] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 123, p. 879
[182] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 123, p. 879
[183] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 123, p. 879
[184] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 123, p. 879
[185] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 125, p. 889

“Yo quedé arrobada ante los innumerables favores que me hacías. Ven, me dijiste, a ver el sacrificio de amor, de dolor y de fuerza sobre el monte Moria. Ve primero la figura, después te haré ver y gozar de la verdad. Considera a Abraham ofreciendo a Isaac, el brazo levantado para sacrificarlo, y ve también mi amorosa Providencia que la sustituye por un carnero enredado por los cuernos a las espinas que el pecado de Adán produjo.” [186]

“Ese carnero, Hija mía, era yo, que me presentaba al Padre Eterno bajo esta figura que hizo cambiar el extremo dolor del corazón de Abraham en una extrema alegría porque sometió los sentimientos paternales a la orden divina, y su entendimiento a la fe...Hija mía, el Carnero era yo. Era yo, hija mía, era yo, mi favorita. Al oír par tercera vez esto, mi alma quiso dejar el cuerpo para entrar en ti, estando como estaba fuera de mí misma, me detuviste diciéndome: Mantente firme para ver a la Virgen de las Vírgenes, a mi santa Madre, que es la sacrificadora que ofrece y sacrifica al Pontífice eterno que es su carne y su sangre, que se presenta y se ofrece para una oblación adorable y verdadera, por miles y miles de mundos haciendo ver que el amor es más fuerte que la muerte.” [187]

“Levanté mis ojos a ti que eres como siempre mi ayuda y mi socorro, me hiciste ver una tiara pontifical cubierta con un velo, como se cubre el tabernáculo con un conopeo cuando estás en la adorable Eucaristía, diciéndome que me protegías como a hija de la iglesia contra aquellos que actuaban contra mí y que tú me cubrías como a tu tabernáculo. Supe lo que esta visión significaba, que debía tener aún un poco de paciencia.” [188]

“Por la tarde asistió al sermón que predicaba un padre capuchino en la parroquia, el cual, hablando de la pobreza espiritual, dijo que el Hijo del Hombre no había tenido dónde reclinar su cabeza. Escuchó entonces estas palabras: Hija mía, durante mi vida mortal, quise estar pobremente alojado, al menos durante treinta y tres años; pero ahora, en el Santo Sacramento donde deseo morar para siempre, quiero verme acogido en la riqueza del oro de la caridad. Deseo ver que se construyan mis moradas en este amor. Fui presa entonces de un vehemente deseo de poseer riquezas de la más alta perfección, para ser digna de alojar a su Rey. Siguió escuchando: Cuando instituí este sacramento, escogí una sala grande y bien dispuesta. ¡Oh amor mío, respondió ella, cuántas veces me has dicho que en la casa de tu Padre hay tantas moradas! En la casa de mi madre la Iglesia, también hay muchas. Ven a vivir en ellas, y enriquece a las que te albergan cada día. Esta petición la hizo también para usted.” [189]

NVM Jeanne Chézard de Matel estuvo dispuesta a sufrir en todo momento por los hermanos más necesitados, auxiliándolos en lo que podía, pero también practicó mucho durante su vida, pedirle a su Divino Amor librara a las almas más necesitadas, y que ella vio en sus visiones, porque quería sufrir por ellas.

“El domingo, día de Todos los Santos, la dulzura de su amado la colmó desde la mañana. Sintió, por esta causa, gran agotamiento en el cuerpo, el cual fue fortalecido en cuanto recibió la santa comunión, debido a la intensidad con que se unió a este sacramento. Durante esta experiencia, vio una mano de oro que la bendecía levantando tres dedos. Se le comunicó que esta mano era el signo del Dios vivo en tres personas y una sola esencia, y que el resplandor y el calor que sintió sobre la frente la hicieron pensar que había sido marcada junto con las tribus que menciona san Juan en la epístola. Suplicó entonces a su amor que se dignara marcarlo a usted también.” [190]

“Al terminar se dirigió de inmediato a recibir la santa comunión. El ardor la embargó a tal grado antes del comienzo de la misa, que no pudo recitar verbalmente la penitencia que le fue impuesta, acercándose a la sagrada mesa encendida en fervor. Después de haber recibido al Salvador en su boca, le dijo: No pasarás al corazón si no libras a las almas del purgatorio; ellas te alabarán en el cielo, puesto que deseas dejarme todavía en la tierra.

Se volvió en seguida hacia los ángeles guardianes, quienes parecían ansiar la liberación de las queridas almas confiadas a sus cuidados, diciéndoles: Oh, presenten al Padre este Hijo que acabo de recibir. Díganle que, en unión con él, salgo fiadora.

Escuchó entonces lo siguiente: Las bodas se celebraron ayer. La primera mesa fue para la Iglesia triunfante; la segunda, para la Iglesia militante; el resto es para la Iglesia purgante. Hay tantos manjares en esta última como en las dos primeras. Recuerda que, cuando el banquete se realizó en el monte, de dos peces y cinco panes sobraron doce canastos. Esto la movió a presionar a su Salvador, pidiéndole que las librara: Deseo padecer por ellas. Le pareció recibir la misma respuesta que dio él a santa Catalina: que tendría que pasar por grandes sufrimientos, puesto que así lo había querido.” [191]

“En ese día ofrece la santa Comunión por todos los que, como usted, se dedican a la dirección de las almas. Después de la comunión, experimentó un reproche por haber dudado de lo que tantas veces le había dicho la divina bondad, al lamentar que hubiera permitido que el convento de santa Úrsula se quedara vacío, sin sus religiosas.” [192]

Las citas siguientes son expresiones del amor más puro, el enamorado perfecto hablándole a su novia, en este caso el diálogo de un Dios con su gran amor.

“Hija mía, quiero que tú sola me sirvas como lo hubieran hecho todas ellas. Debes saber que eres la perla única, y que por adquirirte lo he dado todo; después de las arras de gloria y los dones de la gracia, te he entregado al Autor de la gracia.” [193]

“Escuchó entonces al Padre eterno: Hija mía, para poseerte, te entregué a mi Amado Hijo. ¡Cuán preciosa eres para mí! Una vez más le pareció recibir reproches por haber callado esto a usted y por no comunicarlo al P. de Villards. Oyó además: Si las ursulinas hubieran permanecido aquí, hubieras deseado ingresar con ellas y habrías tenido mucho que sufrir sin disfrutar de los bienes que ahora gozas. Con todo, El no aminoró el deseo que tiene ella de llegar a ser religiosa.” [194]

“Un día, estando en oración ante el Santísimo Sacramento, con el cual se lamentaba de que le prohibían los libros que la conducían a estos dulces éxtasis, escuchó: Hija, Yo soy el libro principal, en el que te doy a leer la voluntad de Dios, mi Padre. Obra conforme a ella.” [195]

[186] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 125, p. 890
[187] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 125, p. 890
[188] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 125, p. 890
[189] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas No. 2 ,
[190] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 2
[191] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 2
[192] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 2
[193] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 2
[194] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 2
[195] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 3

“Y en otra ocasión: Hija mía, no has recibido tu ciencia evangélica de los hombres, sino de mí, como apóstol mío. Deseo la comuniques a quienes son mis representantes. Te dije hace tiempo que hablarías de mis testimonios delante de los reyes, que son mis sacerdotes, y que no serías confundida.

Lo anterior le fue dicho en la fiesta de santa Catalina; mejor dicho, al día siguiente. Llegó un momento en que, sintiéndose admirada ante la ingenuidad y el atrevimiento con que manifestaba las gracias divinas a quienes se le mandaba, escuchó en latín, por ser esta lengua la más ordinaria de sus revelaciones: Soy yo quien da testimonio de mí mismo.” [196]

Todos los santos tuvieron las manifestaciones que Dios quiso tuvieran, pero me llenan de emoción y hasta he llorado de alegría, por haberle regalado tantas a Jeanne, y ahora a través de sus escritos alabo y glorifico a Dios por permitirme participar de esos regalos.

“Por la tarde, al estar en compañía de algunas personas, su corazón fue atravesado por una saeta del amor divino. Comprendió bien que él deseaba retirarla de ahí para que subiese a su oratorio a hacer oración. Dejó, pues, la reunión, resistiendo la oposición de su cuerpo enfermo y del frío tan extremo que hizo ese día. Habiendo subido, se puso a orar comenzando con tristes quejas que hizo a su amor, pues seguía viéndose tan imperfecta después de haber recibido tantos favores divinos. Temía continuar profesando un gran afecto hacia las cosas creadas.”[197]

“Entonces experimentó un asalto impetuosísimo que hizo desfallecer su cuerpo, teniendo que apoyarse en su reclinatorio. Poco después se retiró a causa de la debilidad y del miedo de estar enferma. Escuchó: Hija mía, cuando me tengas presente mediante la práctica y el discurso amoroso, no te privaré de los afectos que tengas hacia las creaturas, así como el esposo no reprocha a su esposa el que esté con otra persona cuando sabe que él está presente en espíritu y se siente seguro del amor que ella siente por él… Acto seguido se puso a orar por su prójimo, diciendo: Oh, amor, deseo que otros participen en esta compasión. Hija mía, yo también lo deseo. Mi Apóstol dijo que mi pasión se comunica. Comparte con tu prójimo. En seguida se sintió toda transformada en una amorosa condolencia en el cuerpo y en el espíritu.” [198]

“Hija mía, al estar yo pálido y descolorido, mi rostro era tan agradable al Padre eterno, que pudo decirme que se lo mostrara, pues era bello y mi voz muy dulce, como lo digo en el himno. Hija mía, cuando estaba más desfigurado, era la verdadera imagen de la bondad divina, pues ¿Qué padre hubiera permitido este sufrimiento en su hijo, de no ser un padre de bondad infinita?” [199]

“Por la tarde al asistir a vísperas, se sintió absorta y, dejando la oración vocal, se dejó llevar a la mental en seguimiento de su amor, hacia el desierto, donde escuchó: Fíjate cómo mi palabra profética es también mística. Confundí a Satán cuando me propuso que, si era el Hijo de Dios, cambiara las piedras en pan. Bien sabía que Dios alimentó a los israelitas durante muchos años con el pan del maná y sació su sed con el agua de la piedra; pero yo le dije que el hombre vive no sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Con esto quise decir que, para alimentar al ser humano, cambiaría el pan en carne y en palabra procedente de la boca de Dios. Yo soy el Verbo y palabra expresada de la sabiduría de mi Padre, que es el altísimo, la cual alimenta el espíritu y el cuerpo cuando así lo deseo.” [200]                          ojo aquí me quede

[196] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 3
[197] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 10
[198] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 10
[199] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 10
[200] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 20

“Después fue arrobada hacia el exterior y escuchó: Hija mía, ven a mi jardín. ¿No sientes que respiras un aire como el del valle de Josafat? En el día del juicio yo soy el árbol de vida y la flor de los campos que fue plantada en un claro fuera de la ciudad el día del viernes santo. Ahí recogí todos mis méritos y los mezclé para alimentar y dar de comer a mis amigos y embriagar a mis muy amados. Así será en el día del juicio, y estos amados reposarán bajo el árbol de mi santa Cruz, cuyo fruto será dulce a su paladar. Embriágate ahora, querida mía, pues hice para ti esta mezcla de mis favores y de tu obediencia. Mi cruz, que deseas llevar, te ofrece desde hoy su dulcísimo fruto. Mi juicio se realiza dentro de ti mediante el fuego delicioso que llevas ya en el corazón.” [201]

Me asombra mucho la forma en que selecciona tan atinadamente la cita bíblica, tanto del Antiguo testamento como del Nuevo testamento, esta habilidad requiere del dominio total de la Sagrada Escritura y el mejor apuntador que tuvo fue Espíritu Santo, quien guiaba su pluma, por ello pudo la riqueza de su alma, y ella escribiera que no era la mejor escribiendo.

“Este año de 1619, el día de la octava de la Concepción Inmaculada de tu santa Madre, estando en la iglesia del Colegio de Roanne, me elevaste en un arrobamiento muy sublime, durante el cual me dijiste que debía someterme al examen de varios doctores y grandes prelados de la tierra, pero que no tuviera temor alguno, pues tú te ocuparías de hacerme discernir y reconocerte, que me parecerías más blanco que la nieve. Me explicaste estos versículos del Salmo 67: ‘Mientras vosotros descansáis entre las tapias del aprisco, las alas de la Paloma se cubren de plata, y sus plumas de destellos de oro’ (Sal_67_14).” [202]

“Hija, duerme y reposa en medio de todos los ruidos desagradables y mortificantes en extremo; yo haré maravillas que se realizan y se realizarán en ti. Mantén siempre tus alas de paloma; declara con sencillez todas mis palabras, que son claras como el sonido de la plata; sé franca con tus directores. Conserva junto conmigo este oro de caridad que se esconde entre tú y yo; es un reclinatorio donde me complace quedarme; di a tu confesor que deseo me recibas todos los días." [203]

“En medio de nuestros coloquios, me fue presentado en visión imaginativa un corazón abierto, en el que había un crucifijo formado de la sustancia del corazón. Diría más bien que transformaba el corazón en sí mismo, no restando sino el exterior, que rodeaba a este crucifijo. Una persona a quien no vi lo sostenía con las dos manos. Me pareció que alguien decía: ¿Conoces este corazón? Yo lo ignoraba. Así es como hay que ser. Lo deseo en verdad. Eres tú, mi bien amada. Durante estos días el amor y la obediencia te han crucificado el corazón. ¡Oh, bondad, oh incomprensible bondad: Está satisfecho, está satisfecho! ¡Oh, mi todo, qué contenta estoy! ¡Oh palabra de verdad! Me has colmado del todo sin especies sensibles. Sabes hacerlo muy bien; y si alguien viniese a decirme: Comulga, no lo haría sino para obedecer, pues estoy más satisfecha que en otras ocasiones en que he comulgado.

Esto no se debía a los consuelos que experimentaba, sino por sentir mi parte superior unida al Dios de los consuelos, a quien he encomendado y sigo encomendando a usted así como Jesucristo pidió por todos aquellos que lo crucificaron” [204]
“Entonces mi dulce amor me rodeó de su luz y me hizo escuchar grandes maravillas, mientras derramaba yo abundantes y deliciosas lágrimas. Me reveló de qué manera había resuelto que esto se hiciera, y los grandes dones y favores que concedería a esta Orden religiosa; que, después del Santísimo Sacramento, ella sería el compendio y el memorial de sus prodigios, y figura de la Santísima Trinidad, de la humanidad del Salvador y de la Santísima Virgen, hasta en el estilo del hábito con el que deseaba revestirla. Pídeme, me dijo, y te daré como heredad las naciones, pues por la misericordia del Padre, el compasivo Señor Jesús será el camino y el término de esta obra.” [205]

“En fin, mi divino amor me dijo: Deseo morar en tu corazón, predilecta mía, porque es un desierto que no alberga otro amor sino el mío; en él deseo estar enteramente solo. Me vi entonces en un absoluto desprendimiento de todas las criaturas y en una agradable soledad, recordando las palabras del Profeta Oseas: ‘Por eso yo voy a seducirla; la llevar‚ al desierto y hablar‚ a su corazón’ (Os_2_16), y las del Profeta Jeremías: ‘Que se siente solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone’ (Lm_3_28). Hablando del hombre solitario, mi alma fue elevada por encima de ella misma al considerar a mi Salvador humillándose más abajo que todos los hombres y convertirse en el último de ellos en la Encarnación mediante su anonadamiento.” [206]


  • Cuarta etapa:
Edad madura 1634-1664
¡Como gozaba eso grandes momentos de oración y de encontrarse con su amado!
Me maravilla cómo escribe estos diálogos de amor y del encuentro con su amado, sus expresiones son de una persona tan enamorada que cuando menciona las diferentes formas de orar que el Señor le permitió experimentar, y que explica con tanta naturalidad, sencillez y transparencia estas experiencias, se antojan… Sus diálogos de amor son muy profundos…a veces no entendibles, porque son misterios de fe…Me hace pensar que el Señor, concede esto, de diferentes formas, a muchas otras personas, muchas cercanas a nosotros pero, que nos hace falta amarnos de verdad y darnos cuenta de las virtudes y dones de nuestros semejantes. ¿Con cuántos santos y santas estoy conviviendo? Dame Señor vista y sensibilidad de corazón para ver en el otro las virtudes que tiene y juntos te alabemos y te demos gracias.
Jesús Verbo Encarnado, gran Maestro particular de Jeanne, ¡Qué pedagogía tan extraordinaria utilizaste para explicarle a Jeanne la estructura de todo tu ser divino, qué delicadeza para hablar de ti mismo!
“Ya dije más arriba que jamás te he pedido me conduzcas por medio de revelaciones ni visiones, sino por el camino que es el más perfecto, y que me llevará más directamente a ti. Me dijiste un día: ‘Hija, No se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia’ (Rm_9_16). Me agrada llevarte yo mismo por el camino de las visiones. Te he hecho ver en el Verbo, que soy yo, el espejo necesario a mi Padre, el cual se ve en mí, que soy la figura de su sustancia, el esplendor de su gloria y la imagen de su bondad. Yo soy la alegría de estas visiones por mi raigambre en la región de los vivos; el Padre y el Santo Espíritu están en mí, viviendo la misma vida que yo vivo en ellos; mi Padre me engendra en las claridades eternas. El ve en mí y en mis pensamientos todas sus divinas perfecciones. Soy tanto su visión, como su dicción, el vapor de su virtud, la emanación sincera de la divina claridad, el espejo sin tacha de la Majestad; yo produzco junto con él al Espíritu común, que es un Dios simplísimo en nosotros. Muchas veces te he elevado hasta la contemplación de la simplísima esencia y de las distinciones personales. He deseado instruirte acerca de la estructura de todo el ser divino y al enseñarte de esta suerte:
a) Te he conducido a la tierra de visión que es la divinidad que vive en ti, y tú en
ella.
b) Te he comunicado los misterios adorables de mi Humanidad, que has
contemplado en diversas figuras, en diferentes visiones.
c) Te he dado la Comunión diaria, que es una tierra de visión.
d) Te enseño por la Escritura, que es un lugar de visión.
e) Estableceré por tu medio mi Orden, que será una tierra de visión, lo cual ya has
experimentado, y seguirás experimentando en el futuro.” [207]

“No permitiré que te equivoques; no me has pedido tú esta senda, y te he destinado para atraer otros a mí, y para ser guía de muchas almas. Cuando te mostré la corona de espinas colocada sobre un sol, disponía tu espíritu a contemplar y admirar esta maravilla. Te haré pasar por grandes contradicciones, de las que saldrás victoriosa en el tiempo designado por mi Providencia. Seré misericordioso con quien yo quiera; me apiadaré del que yo quiera apiadarme. Por tanto, no se trata del que quiere o del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Pues dice la Escritura a Faraón: ‘Te he suscitado precisamente para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea conocido en toda la tierra. Así pues, usa de misericordia con quien quiere y endurece a quien quiere’ (Rm_9_14s).” [208]
“Escuché intelectualmente cómo le sugerías lo que decía de san Dionisio, el cual estaba abismado en la adoración de tu Majestad y en la admiración de tu bondad, pero muy especialmente durante la descripción que me hiciste de sus gracias, méritos, virtudes y de la gloria que le concediste. Me parecía que se escondía como si se encontrara en una confusión de reconocimientos inexplicables, de un sentimiento que le hacía salir de sí, que vi terminar para entrar en ti, que eres inmenso, como si en su humilde reconocimiento me hubiera dicho: "Al admirar lo que el Verbo te dice de las maravillas que hizo en mí, dirígete al principio de toda mi felicidad, que es su bondad; haz una circunvolución, hija, con todos los coros de los ángeles y de los santos." Mientras más se humillaba este santo, más grande me lo mostraba el Verbo por mediación de san Juan, expresándome las excelencias que le comunicó en vida y lo que le había de dar en el cielo, exhortándome a escribir lo que escuché en esa noche, durante dos horas de arrobamiento y éxtasis. Te dije: "Señor, ¿cómo podré escribir estas maravillas cuando mi entendimiento, suspendido y fortificado por ti de un modo tan sublime, ha sido testigo y escucha de tu divina retórica y bellezas?” [209]
“Querido Amor, deseo tener un recuerdo eterno de los pechos que me crían y me alimentan como a un niño pequeño que debe crecer, mientras que tú mismo me unirás a ti, adornada como una esposa, embellecida y amada de su divino esposo, el cual le comunica sus claridades y sus llamas, haciéndole ver y experimentar de qué manera es ella consorte de su divina naturaleza.

Este recuerdo producirá en mí el reconocimiento de los favores pasados; si este éxtasis me diera la entrada para la eternidad en ti, en la sede de la gloria que es el término, aceptarás que diga yo a todos tus elegidos lo que has hecho a mi alma, aunque lo vean en ti, puesto que todo permanece amorosamente en ti; en ti están todos los tesoros de la ciencia y la sabiduría del Padre; en ti residen todas las ideas. Tú eres el Archivo de todo lo creado y lo increado.” [210]
“El día de la gloriosa virgen y mártir Sta. Cecilia, a eso del anochecer, me retiré delante del Santísimo Sacramento para pedir a nuestro divino amor que él, que es el Evangelio de Dios, se complaciera en reposar en mi pecho. Mi alma fue elevada por un impulso amoroso según estas palabras del Cantar: ‘El olor de tus vestidos, como la fragancia del incienso’ (Ct_4_11), que apliqué dignamente a la santa ya que sus vestiduras estuvieron consagradas del todo a Dios y a que el Evangelio que llevaba sobre el pecho las convertía en incienso perpetuo. Sin embargo, el divino Enamorado que se complace en alabar tanto la gracia que concede como la gloria, me dijo: Recibe, tanto para ti como para Sta. Cecilia, estas palabras.” [211]

“El Eterno se hizo encarnarse en la plenitud de los tiempos tomando un cuerpo mortal, apoyándolo en su divino soporte a manera del alma que lo informaba. El, que en cuanto Dios es un espíritu simplísimo, se unió hipostáticamente al compuesto de materia temporal; el amor supo unir lo finito y lo infinito. Dos naturalezas infinitamente alejadas se unieron en un mismo soporte; lo que el * Verbo tomó una vez, no volverá a dejarlo; el Hijo único del divino Padre, y delicia suya, no pudo, al parecer, contenerse hasta darse él mismo para ser todo del ser humano y orar por él.” [212]

Hay peticiones que Jeanne le hizo a su Amado y que al reflexionar en ellas, solo pienso que como ella no puede estar sin él a su lado, le suplica humildemente seguir gustando de los consuelos divinos que eran muchos.
“Divino Amado, si he encontrado gracia ante tus ojos y tú bondad se digna inhalar en olor de suavidad el sacrificio de mi consentimiento a todas tus inclinaciones y amabilísimos designios, que more en mi corazón por toda la eternidad.

Concédeme el Evangelio de amor que recree mi alma en coloquios sagrados contigo mismo. Que, a imitación de esta santa, que se transformó toda en ti, y cuya su boca produjo cánticos melodiosos de la abundancia de su corazón amoroso, mi alma y mi cuerpo sean inmaculados delante de ti. Que pueda yo entonar el himno de acción de gracias en tanto que me instruyes por medio de tus justificaciones. Es bueno que me humilles a fin de que las aprenda.” [213]
“Un día de los Santos Inocentes, los invité a venir con el cordero a mi casa, en el monte Sión, diciéndoles que eran las primeras flores de su Iglesia; que me rodearan por ser el lecho florido del esposo. Como murieron sin hablar, no pudiendo confesar con la boca a aquel por quien morían, yo podía confesarlo con el corazón y con los labios para satisfacer lo que les faltó, en mi calidad de hija del Verbo, quien me da la palabra por ellos. Como no tengo la oportunidad de morir por él como ellos, les pedí que unieran su muerte a mi confesión y me obtuvieran el favor de culminar su martirio como dijo san Pablo, afirmando que completaba en él lo que faltó a los sufrimientos del cordero, al que confesaron al morir, y al que siguen en la gloria, permaneciendo en su compañía en el monte Sión por ser su infantería.” [214]
“Les dije: recuerdo que mi divino amor me puso entre ustedes un día de su fiesta en el año 1619, marcando mi frente con su santo nombre y el de su divino Padre con la mano de su amor, que es el Espíritu Santo. Pude sentir dicha marca, a pesar de ser invisible. La bondad del Dios trino y uno le movió a darme un dulce beso, soplando en mi rostro con un aliento delicioso, para hacerme vivir la vida de amor que ustedes viven en el cielo.” [215]

“A continuación el Verbo Encarnado se dignó expresarme su deseo de que le organizara una compañía de pequeñas inocentes que preparasen su segunda venida, vistiéndolas de blanco y rojo para comparecer como víctimas inocentes que, desde su más tierna edad, se presentaran al sacrificio para su gloria, realizando en ellas lo que dijo en Isaías: ‘Lo de antes, ya ha llegado, y anuncio cosas nuevas’ (Is_42_9).Así como hubo inocentes del sexo masculino, quería inocentes del sexo femenino, a las que daría nuevas gracias por amor de su nombre. Añadió que no daría esta gloria a ninguna otra, porque le es debida, y sus hijas están del todo dedicadas a ella.” [216]


He aquí una prueba más, de cómo podía interpretar las citas de la Sagrada Escritura.
Jeanne lo adaptó perfectamente a las hermanas de la orden. Mt 25,36 ss.

“Que él obre en las tres Órdenes de mis hijas, las religiosas, las hermanitas y las pensionistas, como hizo con las tres hijas de Job: que ilumine a las primeras, para que alumbren a las almas como si fuera de día; que las segundas sean como la canela olorosa, casia, apartándose de la impureza que infecta a la juventud.

Que las que por su estado se hallan en el mundo, no olviden las buenas enseñanzas ni las prácticas piadosas que oyeron y pusieron en práctica; que sean llamadas cuernos de abundancia, enseñando a todo el mundo cómo hacer provisión de virtudes y buenas obras, para que se presenten sin confusión a la derecha de aquel que dirá a las buenas: ‘Vengan, benditas de mi divino Padre, a poseer el reino que les está preparado desde la constitución del mundo. Tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estuve desnudo y me vistieron; fui peregrino y me albergaron; estuve prisionero y me visitaron. Lo que hicieron por mis pobrecitos que creen en mí, lo considero como hecho a mí mismo. Tuve hambre y sed de su salvación y ustedes correspondieron a mis inspiraciones, no recibiendo en vano mis gracias. Estuve en la prisión del sagrario y allí me visitaron con amor y compasión. Fui peregrino venido del cielo a la tierra, y me recibieron. Estuve desnudo, cubierto con una tenue hostia, y me revistieron con su propio corazón. Ahora les doy el mío junto con mi reino y mi gloria’ (Mt 25,36 ss).” [217]
No resisto la tentación de expresar que fui llamada por Él, y quisiera que también hundiera sus raíces en mí como dice Jeanne más adelante.
“El viernes, primer día de mayo de 1637, al meditar en la costumbre que tienen los enamorados de sembrar una planta de maíz a la puerta de las jóvenes que pretenden tomar por esposas, me dirigí a mi amado para decirle que, si se lo pedía a su Padre eterno, él mismo lo plantaría en mí cual árbol que no puede ser arrancado de cuajo, que es la verdadera dilección; y que su divino Padre encuentra un placer inefable en hundir sus raíces en sus elegidos, extendiéndolas a todas las potencias de mi alma.” [218]

“El día dos se dignó despertarme diciendo: ‘Ábreme, hermana mía, amiga mía, porque está llena de rocío mi cabeza y del relente de la noche mis cabellos’ (Ct_5_2). Ábreme, amiga mía queridísima, porque mi cabeza está cubierta de rocío. Por mi cabeza debes entender a mi Padre eterno, que es fecundo con una inmensa plenitud. Al contemplarse a sí mismo, me engendra a mí, su Verbo, que recibe sin empobrecerlo toda su plenitud, la cual me comunica al comunicarme su esencia. Soy inherente y de la mano*de su divino entendimiento; yo soy el principio del que dijo: ‘Contigo el principado el día de tu nacimiento en esplendor de santidad; antes del lucero, como al rocío, te engendré’ (Sal_109_2).” [219]
“Él puede pronunciar con soberana autenticidad estas palabras: Estoy colmado de palabras. Estoy colmado del Verbo que es la palabra increada, que abarca toda mi sabiduría; por su medio deseo crear a los ángeles y a los hombres. Lo engendro por generación activa, y con él produzco activamente al Espíritu de nuestra común espiración, que es nuestro amor. Escuché Sermonibus, sin entender varias palabras de la divinidad; sino más bien, ésta sola palabra. El expresa todo lo que es unidad, y todo lo que se multiplica en las criaturas: ‘Dios ha hablado una vez, dos veces, lo he oído: Que de Dios es la fuerza y tuya, Señor, la misericordia’ (Sal_62_12).” [220]
“La caridad eterna” como se dice a sí mismo Jesús Verbo Encarnado continúa prodigando a Jeanne de indecibles gozos aunque sea por un instante como ella nos lo dice:
“El amor que produzco junto con el Hijo nos apremia a hacer el bien a la humanidad. Soy la caridad eterna que los ama por sí misma, deseando atraerlos con la red de Adán y el lazo de la caridad inefable que me mueve a encarnarme, sin añadir algo en nuestra fecunda divinidad. El Espíritu de amor quiere que me derrame en su humanidad cual rocío sobre el vellón de Gedeón, que fue figura de mi santa Madre, a cuyo seno fui enviado. Yo soy el rocío celestial que se derrama del seno paterno al seno materno, haciendo que germine el Salvador sin dejar de ser el Verbo increado. Me convertí, en un instante, en Verbo Encarnado en las entrañas virginales.

Ábreme, hija mía; todas las potencias de tu alma, pues las amo y deseo que recibas y percibas el divino rocío que quiere descender a tu interior sin dejar el cielo paterno para darte a conocer y gozar tanto como él lo desee y tu condición de viajera mortal lo permita, las alegrías del Padre al engendrar eternamente a un Hijo igual y consustancial a sí mismo.” [221]

“Ábreme, hija mía, o permite que abra yo tu mente para narrarte mi genealogía, que el desventurado Arrio intentó suprimir negando mi filiación divina y tratando de arrebatarme la consustancialidad que tengo con mi Padre eterno.

El dragón infernal convirtió a ese hombre execrable en su rabiosa cola, por cuyo medio atrajo en gran parte a las estrellas que mi bondad había colocado en el firmamento de la Iglesia militante, que tanto tuvo que sufrir. Sin embargo, según la divina promesa, las puertas del infierno no prevalecieron; ella permaneció firme como una roca, aunque azotada por las tempestades de dicha herejía, que fue perdición para tantas almas, aun para algunas constituidas en las más altas jerarquías.

Valor, hija mía, emprende el vuelo hacia mí con las dos fuertes alas que te he dado gratuitamente: la inteligencia de la Santa Escritura, y el conocimiento de la sagrada teología; que el ojo de tu espíritu me contemple fijamente y sin temor de ser oprimido por mi gloria. Yo la suprimiré poderosamente para conservarte firme en el desierto inaccesible a las criaturas, por medio de diversas dispensaciones. No temas la persecución del dragón, que no puede dañarme por ser yo igual a mi Padre omnipotente, a cuya diestra estoy sentado en mi reposo, y de pie para acudir en ayuda de mis elegidos, que combaten valerosamente para apoyar las verdades divinas.” [222]

“Estoy a la derecha de los divinos deleites, para prepararte goces inmortales. Confiésame, querida mía, delante de los hombres y yo te confesaré delante de los ángeles. Mi amor quedará insatisfecho si no te presento a mi Padre eterno, que te conoce a través de mí. Él y yo te visitamos mediante nuestra espiración común, que sigue siendo un rocío admirable y prodigiosamente fecundo. Ábreme los entendimientos de la humanidad, que permanecen cerrados a mi luz; sé mi pasaporte, introdúceme en los espíritus que no estén ciegamente obstinados por obra del príncipe de las tinieblas, que es la potestad del mundo depravado, por el que no quise orar; mundo que mi predilecto describió tan bien al decir que su fundamento radica en la malicia: pero la sabiduría no vence a la malicia. No, hija, la sabiduría no rebasa la malicia porque no violenta el libre albedrío que di al ser humano. Llega, sin embargo, a todos los confines inspirando fuerte y suavemente a todos sus amados para enseñarles el camino de la prudencia divina.” [223]

Señor, puedo pedirte muchas cosas y estoy plenamente segura que recibiré, aquellas que tu voluntad me dé. Una súplica más: no deseo tener la sabiduría del mundo, más bien quiero que tu sabiduría llene mi ser.
“Hija, mi sabiduría reprueba la sabiduría del mundo, que es locura ante mí. Me complazco en escoger a los débiles para manifestar mi fuerza, y llamar al que carece del ser, para destruir al que se gloría en tenerlo. Porque lo que no es, debes entender a los que no se estiman sabios por sí mismos, a causa de su propia suficiencia. Me complazco en escogerte para confundir a muchos que se glorían vanamente en su saber. Todos ellos se admiran al verte iluminada por la inteligencia que te concedo movido por mi bondad y no a causa de tus méritos.” [224]
“Deseo valerme de ti para reparar el daño que las mujeres ocasionaron a mi divinidad al apoyar a los herejes, fomentando las herejías con su autoridad mal encauzada: muchas fueron las reinas y emperatrices que respaldaron a los heresiarcas, causando con ello grandes males. Quiero, mi toda mía, que seas una columna de verdad. Mucho te lo he demostrado al llamarte a grandes cosas y al instruirte yo mismo, prometiendo que confirmaría mis ojos sobre ti, con la condición de que permanezcas atenta a mis luces, que serán para ti verdades permanentes si eres fiel a mi voluntad.” [225]

“En cuanto a ti, deseo corroborar las palabras del Génesis que menciona el apóstol de la gloria: ‘Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo Jesús ‘(2Co_4_6).

Permíteme, queridísimo Amor, que te hable de parte de las potencias de esta alma a la que tanto favoreces, diciéndote humildemente: ‘Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros’ (2Co_4_7).

Mi debilidad me haría temer la pérdida de tus tesoros, si tú mismo, al dármelos, no cuidaras de ellos. Al considerarlos en un vaso tan frágil, afirmo que el poder sublime de un Dios infinitamente bueno es tan amable como admirable: Eliges mi debilidad para manifestar tu poderosa diestra, a fin de que cante yo con el rey profeta: ‘La diestra del Señor me ha exaltado, la diestra del Señor ha hecho proezas. No, no he de morir, que viviré y contaré las obras del Señor ‘(Sal_118_16).” [226]


De una u otra manera los santos expresaron esta idea, que la bella oración de Charles de Foucault nos dice: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí, y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo. Y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque Tú eres mi Padre.” Jeanne nos lo ha expresado a su estilo muchas veces, he aquí una más.

“Ven, Dios mío, ven, mi Señor, ven, Verbo increado, Hijo eterno del Padre, ven Soberano mío, Hijo temporal de tu Madre Virgen, de la que tomaste nuestra naturaleza sin dejar la tuya. Quiero exclamar con la Iglesia: Dios se hizo hombre. Lo que ya existía, subsistió y lo que no, fue asumido sin que se diera en ello mezcla ni división.

Unión admirable de dos naturalezas que no se mezclan. Oh sabiduría divina, cuán adorable eres al asumir nuestra pobre naturaleza, que quisiste tomar dándole tu soporte, a fin de que el ser humano fuera Dios, uniendo lo finito a lo infinito en unidad de personas, sin confundir las sustancias. Te adoro con todas las criaturas. Quisiera que todo entendimiento creado se extasiara ante tus esplendores, y que todos los corazones fueran abrasados con tus llamas.

Heme aquí dispuesta, al menos con el deseo, a recibir, tanto cuanto tu gracia me capacite para ello, la plenitud del rocío que emana de tu cabeza y las gotas que relucen cual perlas orientales en tus cabellos. Tu sagrada humanidad te hace más agradable a nuestra imperfecta mirada por adaptarse más a nosotros, siendo una naturaleza creada y visible, que tan bien te va sin serte necesaria, ya que tu divinidad posee en grado eminente toda su creación del cielo y de la tierra.” [227]

¡Qué hermosas imágenes nos narra Jeanne! Estar abierta de par en par, estar de pie, es decir estoy lista para…heme aquí Señor se bienvenido…entra.

“Estoy de pie para recibir tu divino rocío. Estoy preparada para recoger las gotas de la noche, porque la Encarnación es una noche debido a que las criaturas son incapaces de percibir la manera en que se obró este misterio. El ángel no lo manifestó a la Virgen, cediendo este oficio al Espíritu Santo. Mientras que él obraba, la virtud del Altísimo cubrió con su sombra a la Virgen, en la que se obró esta maravilla con su propia sustancia.

La sangre de la Virgen asumió las gotas de la noche; por ello se la llama con toda verdad Santa, Virgen oculta, Virgen singular y dulcísima, a la que el Verbo descendió cual lluvia fecunda para tomar su sustancia y unirla a su divina subsistencia, convirtiéndose en Verbo humanado en sus castas entrañas para salvar por sí mismo a todos los hombres con una copiosa redención, derramando su sangre preciosa a través de una santa prodigalidad a la que llama gotas de la noche cuando pide a sus esposas le abran las puertas de sus almas a fin de enriquecerlas con el abundante rocío de su divinidad y con las amables gotas de su bondadosa humanidad, que desea manifestarse visiblemente a todos a pesar de que ninguno hayamos merecido este favor, por estar adormilados en la pereza desde que el pecado nos aletargó.” [228]

“¿Cuántas personas, hoy en día, rehúsan levantarse para abrirle? ¿Quiénes se molestan un poco para recibir tan gran tesoro, que contiene la plenitud de las riquezas de la divinidad en forma corporal? Cuántas esposas indignas de este nombre dejan al esposo a la puerta de su corazón, desde donde las invita con inspiraciones continuas a que le abran para su bien. Porque nada se puede hacer de lo nuestro: lo que toma de nosotros se reduce a simples miserias y sufrimientos. Quiso hacerse pobre para enriquecernos. Se despojó para revestirnos. Llevó sus heridas para sanar las nuestras; se hizo mortal y quiso morir para darnos su vida, a fin de hacernos inmortales un día.” [229]
“Ven, gloria mía, para que te abrace después de adorarte. Seas bienvenido, oh el más querido de todos los amores: ‘Mi amado metió la mano por la hendidura; y por él se estremecieron mis entrañas’ (Ct_5_4).
Es tu derecho entrar con tu sutilidad divina en mi entendimiento, y tomar mi corazón con tu delicada y preciosa mano, tan hábil para abrir cualquier cerrojo, aun si estuviera cerrado con mil llaves. Tú eres la llave de David: cuando abre, nadie puede cerrar. Cuando has dado a un alma la confianza de ir hasta ti. Nadie puede impedírselo ni distraerla. Aun cuando todos los hombres y los ángeles quisieran detenerla, no querría emplear el poco tiempo de que dispone para permanecer en su compañía, a no ser para que le digan dónde podrá hallarte cuando te ausentas de ella. Sus conversaciones la afligen; sus palabras le parecen pesadas como golpes que ofenden su corazón herido por tu ausencia.

Estaría dispuesta a dejarles su manto si intentaran retenerla por la fuerza. Quiero decir que dejaría con gusto el cuerpo, que es como un fardo para la pobre alma que languidece de amor, que no puede pensar ni hablar sino del que es la luz de sus ojos y el fuego de su enamorado corazón.” [230]

“Escucho, querido Amor mío. Ante tu palabra mi alma se derrite en medio de un amoroso temor de haberte dejado esperando ante mi puerta más de lo debido. Perdón, mi buen Señor; tú eres la misma dulzura; tu bondadoso corazón no puede disgustarse sin hacerse violencia, violencia que sería capaz de causarme la muerte. Tu ausencia me ha dejado ya como una planta carente de vigor. Vierte tu rocío para vivificarla por ti mismo; haz de ella un árbol para que seas su injerto. Así te complacerás en ser el Verbo encarnado; transforma en ti mi corazón indómito.” [231]
“Oh dulzura de los ángeles y de los hombres; oh ambrosía de tu Padre y del Espíritu Santo, tu paladar es suavísimo; tú eres el deseado de los collados eternos. Si eres plantado en medio de mi pecho, obrarás la salvación en medio de la tierra. Todos mis afectos te rodearán por ser su salvador. Mi alma cantará con el buen anciano: ‘Haz Señor, o permite, oh mi camino, que yo camine hacia Ti, según tu palabra, deseo seguirte hasta la cruz.’” [232]

“No tengo tantos años como el buen profeta, que esperó por tanto tiempo la consolación de Israel. Deseo servirte en la tierra antes de gozar de los placeres de tu diestra, en la que me sumergirás en el torrente de gloria. Si ya desde este mundo quieres hacerme participe del árbol de la vida, y que tus cuatro Evangelistas sean para mí cuatro ríos de gracias que rieguen el jardín de mi alma, no huiré de ello. Tu espíritu, se complació en ser llevado sobre las aguas por medio de un amoroso afecto, planeando sobre su superficie y volando desde allí. Envíamelo: mi deseo e inclinación es elevarme por encima de las nubes por medio de las contemplaciones sublimes que tu bondad se digna concederme.”[233]
Señor te doy las gracias a Ti y a Jeanne por permitirme gozar con estos escritos y reflexionarlos una y otra vez para contemplar tu grandeza, Dios de Dios; Luz de Luz; Dios verdadero de Dios verdadero…
“Allí estoy contenta; esto es darme gracia sobre gracia; es darme la tierra, el mar y el cielo; es darme lo que es don por excelencia. Tu rocío me parece un mar en el que me abismo sea al contemplarte en la profundidad del seno paterno, sea que te contemple en el seno de tu Madre o en el Calvario y aun en el sepulcro.

Te contemplo en todo momento como bondad inefable y amor infinito. Te encuentro en todas partes semejante a ti mismo; te contemplo lleno de gloria como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad, que vive por toda la eternidad.” [234]
“Soy peregrina en la tierra y estoy lejos de mi patria.” [235]
“Oh maravilla admirable. Mi alma adora al Padre y al Hijo, que se extasían divinamente delante de dicho mar de vidrio, que es también un arpa divina que penetra al Padre y al Hijo, que se hallan en él a través de su divina compenetración.” [236]

“Oh admirable misterio: un Dios verdadero Hombre, y un hombre verdadero Dios: unidad adorable, dos naturalezas con un solo soporte, que jamás salió del seno paterno al tomar nuestra humanidad en el seno materno.” [237]
“La tierra de tu cuerpo sagrado lleva en plenitud tu posesión divina.” [238]
“Ve cerca de tu Padre que no te ha dejado nunca solo.” [239]
“Virgen santa. Al orar te transfiguras; ya la gloria te circunda, penetrándote con sus rayos gloriosos. El sol vuelve a entrar en su aurora para mostrar en los cielos una nueva claridad. Virgen santa, Te desvaneces en sus delicias; si expiras al recibir el beso de su boca.” [240]
“Sean los edecanes de la Reina; ustedes reunieron a los apóstoles para presenciar su dormición; todos ellos la rodearon como doce fuentes de las que ella fue origen. La maravilla que admiro es que María jamás se extralimitó a causa de las emanaciones que comunicó a otros, ni debido a las irrupciones que recibió: cuando el Verbo penetró en ella en la Encarnación, María lo engrandeció en su alma y en su espíritu, alegrándose en su divino Salvador; si se eleva sobre los montes de Judea, no rebasa sus cimas de gloria, por encontrarse en aquel que llena el cielo y la tierra, que la encumbró a la divina maternidad sin privarla de su integridad virginal.” [241]

Selecciono una y otra cita porque son preciosas y dejan mensajes claros, o explican cosas que no entendía, me maravillan y no puedo hacer otra cosa que contemplar las escenas que se van describiendo y que por supuesto invitan a la oración, a la adoración, a la alabanza y amar a la Virgen María.

La Virgen María “toda su vida mortal fue moderada por la norma divina, sin inclinarse ni a la derecha ni a la izquierda. Todo en ella se amoldaba a la medida de las virtudes que Dios deseaba depositar en ella. Aun cuando estaba llena de gracia en la encarnación, la profusión de la venida del Espíritu Santo en ella la prolongó y dilató para que pudiera contener al Verbo, que es la gracia sustancial, y para ser contenida por él sin manifestar al exterior aquel diluvio inefable.

Dios en ella y ella en Dios: milagro tras milagro, que a los ojos humanos pasa desapercibido. Cuando el Espíritu Santo permitió un vistazo a su prima, a través de su Hijo, sumergió a todos en transportes de alegría. María es siempre María, es un mar: ‘Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir’ (Qo_1_7), lo cual demuestra que María tiene una capacidad indecible; que es vaso admirable y obra del Altísimo.” [242]

“Mientras describo tan excelentes gracias, veo a María penetrar de gloria en gloria: de la gloria del alma a la del cuerpo. Por mediación del Espíritu del Señor, es resucitada y sale de su sepulcro glorioso en un cuerpo divinizado, por ser el mismo que llevó en sí la divinidad por espacio de nueve meses, del que dio al Verbo una vestidura de su propia sustancia, que se unió al soporte del Verbo divino.” [243]
“No encuentro dificultad en adorarla como Madre de Dios, por la relación que tiene con el Verbo. Si se me permite, mejor dicho, si se me ordena adorar la cruz, que llevó al mismo Salvador, ¿por qué se me prohibirá adorar a María, porta-Dios y Cristófora auténtica? No la adoro en cuanta criatura, sino como Madre del Creador, con el que dicha adoración se relaciona por ser principio y término del mencionado honor. Dichosos los que vivieron en tiempo de María. Los ángeles conocen bien su dignidad y contemplan el trono de gloria que su Padre, su Hijo y su Esposo destinaron para ella La Virgen se me aparece saliendo de la tierra, ensalzada y llevada en triunfo por su Hijo.” [244]

“La Madre entra como esposa en la cámara nupcial; a ella se declara el secreto inefable que ni los ángeles ni los hombres, entenderán jamás. Es el privilegio de esta única paloma, de la toda hermosa, cuyo rostro pide ver el esposo, así como escuchar su voz, que es dulce. La Virgen canta un cántico de amor que ninguna criatura puede entonar, haciéndolo en calidad de emperatriz universal y digna Madre del soberano Dios.” [245]
“Miguel es tan grande, que después de Jesús y María constituye la visión del mismo Dios, Quiero que sepas, hija mía, que a toda la Trinidad le pareció oportuno que Miguel fuera la penumbra en la que el divino Padre desplegó el poder de su brazo omnipotente y lleno de esplendor. Era necesario crear una atmósfera para preservar a María de ser consumida.” [246]

“María, la más excelsa de todas las reinas y emperatriz del universo, fue escogida por la Trinidad para ser Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa queridísima del Espíritu Santo; asignándole no sólo al gran san Gabriel para ser su guardián… Fue Miguel quien reveló a san José el misterio de la Encarnación; San Lucas se enteró por la Virgen que Gabriel había sido enviado en su calidad de guardián…San Miguel tuvo, a no dudar, tantos deseos de ver la Encarnación, como los tuvo para ser fiel y combatir al que quiso impedirla.” [247]
En el apartado, escrito al inicio, donde Jeanne escribe sobre algún santo, expreso que Jesús le dice o enseña mensajes cuando lo pone como ejemplo. En esta cita, ella nos narra que recibió grandes gracias y favores de Santa Lucía “y supo que el alma movida por la gracia, es más excelsa cuando la recibe y se extasía dejando de actuar.” Incluso comenta que no pudo escribir lo que contempló su espíritu impedida por los achaques de su salud.

“El día de Santa Lucía recibí grandes gracias y favores de esta santa. Hoy, al invocarla, mi divino amor me dio a conocer en un éxtasis la grande gloria de esta santa. Me pareció verla toda luminosa, como sugiere su nombre. Escuché que tiene un grado de gloria semejante al de san Lorenzo. También vi un unicornio y escuché estas palabras: ‘Allí suscitaré a David un cuerno, aprestaré una lámpara a mi ungido ‘(Sal_132_17), y que el cuerno de David, el verdadero Salvador, había aparecido entre esplendores en esa azucena sagrada. Vi tantas maravillas, que llegó a parecerme que Dios me había escogido para describir la gloria de esta santa; pero no he podido escribir lo que contempló mi espíritu, distraída o impedida por mis achaques. Solamente diré que dicha santa estaba fortalecida por el Espíritu Santo, que la escogió para ser su morada y que el Verbo gozaba de manera inefable al comunicarle su claridad. Ella fue el templo del Espíritu de amor, que se complació en consagrarla con la profusión de su unción sagrada.” [248]

“El día de la Ascensión, sintiéndome molesta a causa de mi salud y tan afligida que no podía encontrar solaz en lugar alguno, me retiré a nuestra capilla, haciéndome violencia para orar ante aquel que había subido a su gloria, ascendiendo sobre los cielos para convertirse en el cielo supremo. Al cabo de un rato el divino Salvador, que es mi Rey y mi reino, se inclinó a mis deseos; mejor dicho, me elevó hasta él diciéndome amorosamente que había subido hasta la gloria suprema, que fue adquirida por su poderosa diestra a través de sus sufrimientos. Me dijo maravillas, que describí lo mejor que pude a mi director espiritual.
Permite a mi alma, divino Salvador mío, que alabe tu bondad, que es tan grande, magnífica y generosa con nuestra naturaleza, a la que uniste a tu divina persona. Oh Verbo eterno El Salvador se entrega en este sacramento, no para ejercer en él su justicia hacia nosotros, sino para complacerse en él con nosotros y para visitar su templo. El apóstol dice que los cristianos son templos de Jesucristo, en los que él se complace en orar y enseñar.” [249]
“Esta mañana, día de Todos los Santos, me encontraba muy indispuesta para orar. Me hice violencia, pidiendo a los santos que fueran mi fuerza y me rodearan con su protección. Aunque deseaba meditar en su gloria, no pude hacerlo a causa de una enfermedad que me impedía estar de rodillas o en la disposición que hubiera deseado. Mi divino amor me dio a entender que no era necesario detenerse en estas consideraciones; que habiendo sido elevado a su gloria, en la que habita en una luz inaccesible a las criaturas, se digna fijar sus ojos en una pequeñuela y, como dice el profeta: ‘Levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo ‘(Sal_113_7s).
El adorable madero estaba revestido con dicho paño dorado, para darme a entender que la desnudez de la cruz estaba engalanada de gloria. Vi el trono de la misericordia divina en medio del Paraíso, siendo instruida admirablemente de que todos los santos estaban en ronda o como en círculo en torno a ella, en la que se asienta la alianza de la que habló David diciendo: ‘Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron’ (Sal_50_5).
Como el Verbo era Dios, aunque sólo sufrió en su humanidad, le confirió un mérito infinito porque las acciones son de los soportes, y las del Verbo Encarnado eran teándricas, es decir, humanamente divinas y divinamente humanas. Mi alma encontró la gloria en la cruz en compañía de los santos, que se alegraron en ella como en su meta de gloria. Si el apóstol no deseó sino a ella en la tierra, donde fue menospreciada, ¿qué podríamos pensar de la exaltación y de la exultación de los santos en el término? Les puedo aplicar las palabras del rey-profeta: ‘Exulten de gloria sus amigos, desde su lecho griten de alegría ‘ (Sal_149_5).” [250]
¡Qué hermosas y tiernas frases, llenas de amor! Expresa Jeanne:
“Mi divino Salvador, que se complace en acariciarme en todo tiempo y lugar, me previno por su bondad, haciéndose la preparación de mi corazón. Cierto día, al orar con él en la capilla del noviciado de su Compañía en París, fijó mi atención en estas palabras del salmo: ‘Como un ungüento fino en la cabeza, que baja por la barba, la barba de Aarón, hasta la orla de sus vestiduras’ (Sal_133_2), diciéndome que la parte que recibió más ungüento en la consagración del gran sacerdote Aarón, fue la extremidad de la franja de su túnica, porque la cabeza y todo el resto se descargaron en ella.

Su bondad me ordenó tomarlo por la franja, que es su humanidad, en la que están reunidas todas las gracias hechas a los demás santos, diciéndome que ella fue la extremidad a la que arribaron y en la que terminaron todas las profecías, lo cual movió al apóstol a decir que Dios habló por medio de los profetas de muchas maneras, pero que en los últimos tiempos nos envió a su Hijo para hablarnos a través de su Verbo hecho carne. Añadió que la Orden que deseaba instituir en esos últimos tiempos hablaría mediante su palabra encarnada, por ser poseedora de su orla sagrada y que él recogería en sí las gracias que fueron concedidas a las demás órdenes, pero con la abundancia que el Verbo le daría por ser la fuente de la elocuencia.

Prosiguió exhortándome a pensar grandes cosas de su liberalidad, diciéndome que sus manos estaban hechas al torno para dar abundantemente.” [251]

“Mi solo amor, ¿cómo te daré gracias por tantos favores que te dignas concederme sin mérito alguno de mi parte? Cuando pienso en el poco tiempo libre que tengo para oraren tu compañía, no dejo de experimentar cierta pena en mi espíritu.

Cuando por la noche acudo a ti para decirte que estoy libre y que te complazcas en aquella que te pertenece por todos conceptos, me muestras un amor santamente diligente.” [252]

“Te decía el día tres de este mes que, después de escuchar tan grandes maravillas de tu sabiduría increada, ¿cómo podría yo aplicar mi espíritu a las cosas creadas? Querido amor, cuán agradable es hablar de ti. Tu Padre eterno confiesa que en ello consisten las delicias que posee desde la eternidad, por ser tú el término de su entendimiento; eres tú su providencia en él, por él y para el Espíritu Santo, Espíritu que dijiste recibe de ti todo cuanto posee como procedente de su principio junto con el Padre, en el seno de la Trinidad.”[253]

“Me dijiste que mi humildad movió tanto la tuya, que tuviste el deseo de que te aplicara estas palabras: ‘La tierra estaba informe y vacía’ (Gn_1_2); y te dignaste instruirme diciendo: Hija, acude a considerar esta maravilla del comienzo o principio, que es el Verbo, que es Dios.” [254]

“La tierra de mi cuerpo pareció vacía e infecunda; por ello dije: ‘pero la carne es débil’ (Mt_26_41), aun después de haberlo llevado treinta años sobre la tierra. Te enseñaré, corazón mío, cómo debes entender mi celo.
No tuve soporte adecuado para la humanidad, atribuyendo todo a la divinidad, en lo que experimentaba un grandísimo afecto. El celo de la gloria divina me devoraba y me causaba sed.
Ofrecí todas las cosas creadas, pero nada fueron. Obré entonces en mí un continuo holocausto, pero tan admirable, que los hombres y los ángeles no sabrían describir lo que corresponde al Verbo expresar.

Subí por la llama de mi sacrificio, orando con Dios en el punto supremo del espíritu, donde la gloria divina era contemplada por la parte superior de mi alma, en tanto que la inferior permanecía en un abismo de tinieblas, cubierta por la confusión de los pecados de los ángeles y de los hombres: de los ángeles malos no para redimirlos, sino para ver que sus actos de malicia se opondrían largo tiempo al Verbo, que el Verbo les daría el ser y que tascarían siempre la rabia de no ser suficientemente poderosos para oponerse a sus designios, junto con el pesar de no tener tanto odio como amor tiene él por la humanidad, ya que no igualan en malicia la bondad y amor de Dios y carecen de infinitud en muchos sentidos.” [255]

¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! (Sal 8) Cómo amas a lo que creaste y cómo tu Misericordia llega más allá de lo que podemos imaginar. No permitas que caiga en tentación y líbrame del mal.

“Hija, yo los sostengo y les doy el ser, que ellos emplean en odiarme; no fue este mi designio, pero ellos se obstinaron. Después de ser condenados, les preservé su naturaleza espiritual y excelente, que nunca me han agradecido. No quise combatir con ellos en el cielo, dando esta comisión a Miguel.

¿Deseas contemplar mi bondad en la tierra? Jamás quise combatirlos con rigor, moderando mi justicia cuando me interpelaban. Al arrojarlos de los cuerpos humanos, les permití entrar en los cuerpos de las bestias. Después del juicio final, mi misericordia seguirá permitiéndoles habitar en los lugares subterráneos.” [256]

“Mi aliento no extinguirá esos seres humeantes de malicia en contra mía, permitiéndoles retener su naturaleza espiritual. Manifestaré además mi bondad al no reducir a la nada las cañas cascadas de los hombres y mujeres que se condenaron. Lo que es más de admirar es que, odiando esencialmente el pecado, permito a esa nada, que es mi enemigo capital, reinar entre los ángeles y los hombres en el infierno.” [257]

“Mi bondad me mueve a tolerar la nada del pecado, que no fue creada por mí, a la que aborreceré infinitamente en el ángel y en el ser humano. Así como amo mi esencia, así odio el pecado.

Hija, admira mi benignidad, que deja el poder a los demonios para defender los injustos derechos que usurpan sobre mis bienes y adquisiciones, que son los hombres, los cuales me niegan y me abandonan. Qué confusión sufrió mi alma bendita al considerar los pecados de los ángeles y de los hombres. Estaba cubierta de tinieblas y sumergida en un abismo, sabiendo que la divinidad estaba ofendida por seres soberbios que jamás se humillarían ante mí. ¿Acaso lo anterior fue para ti como una vestidura de doble confusión, Jesús, amor de mi corazón?” [258]
Cuando El Señor le pide a Jeanne que medite en lo anterior, vean qué respuesta le da. Llama a su querido Salvador “Alma humildísima, abismada en la humildad, y¿… y quién no hubiera muerto ante el peso de tanta tristeza?” [259]
“Hija, medita estas cosas y siente, si puedes lo que yo sentí. Alma humildísima, abismada en la humildad. No puedo hacerlo. ¿Dónde estabas, amor mío? ¿Dónde te encontrabas en esa confusión ante la divinidad? Sería necesario conocerla como tú la conociste. Sería menester amarla como tú la amaste y odiar el pecado al igual que tú; confusión que ocasionó conflictos y heridas a tu corazón, torrentes de lágrimas a tus ojos y raudales de sangre que brotaron de tus poros. ¿Quién hubiera podido sufrir, y quién no hubiera muerto ante el peso de tanta tristeza? ¿Quién no hubiera sido devorado en el océano de las contradicciones que te causaban los pecadores, en cuya profundidad se sumergía tu alma? El aceite de la divina misericordia te sirvió entonces de antorcha para retirarla de los pecadores, sabiendo que tu alma se entregaba por ellos al Padre eterno, deseando estar triste para obtenerles la alegría eterna. Él te escuchó mientras te ocultabas debajo de la tempestad y probabas las aguas de la contradicción, sobre las que se cernía el espíritu divino, que es el Paráclito. Dime, si te place, Espíritu Consolador, ¿acaso no tuviste un deseo indecible de descender a estas aguas? ¿No era tu amor tu peso, que llevaba al Salvador?
Si hubieses tenido un cuerpo y un alma como los del Verbo, ¿te habrías sentido atraído, considerándote como otro San Pablo al sentir sus dolores? Sí, pero convenía más que estuvieras exento de dichos sufrimientos, a fin de que, mediante una suficiencia de excelencia, pudieras considerarlos.” [260]

Jeanne dice: “Ocúltate en mi corazón, pruébame Oh, mi todo” Yo expreso como San Pedro: “Señor, tú sabes que te amo.” (Juan 21, 15-19)
“Queridísimo amor, para enseñarme lo que debo hacer durante la noche, me darás la luz que preside en ella, la cual es comparada a la pequeña luminaria que no deja de derramar sus influencias sagradas en el corazón que amas, aun en el tiempo en que pareces ocultarte, o en el que pruebas a tus amados con destierros penosísimos, dándoles, en tu providencia admirable, resoluciones inquebrantables que son como estrellas fijas que brillan en sus almas en esas noches de aflicción. Tú puedes hacer, oh mi todo, que, mediante tu poder, produzca yo virtudes vivas y animadas del puro amor, amor que nunca está ocioso ni inerte, porque se complace en la acción: ‘Produzcan las aguas reptiles animados que vivan, y aves que vuelen sobre la tierra, debajo del firmamento del cielo. Creó, pues, Dios los grandes peces, y todos los animales que viven y se mueven’ (Gn_1_20s).” [261]

“Me someteré a las operaciones divinas, porque, al estar en ti, no desearé obrar sino por ti, para ti y en ti, Verbo eterno, que eres fuente de la sabiduría en el entendimiento paterno, del que jamás saldrás en cuanto Verbo increado, pero al que subiste como Verbo Encarnado. Tú regarás tu paraíso de delicias, haciéndolo agradable a tus ojos divinos y enviando a él la suave brisa de tu divino Espíritu. Tú eres el árbol de la vida que será plantado en medio de mi corazón, en el que serás el verdadero Adán celestial, y tu santa Madre una Eva admirable, verdadera Madre de los vivientes, y, por una gracia sin par, Madre de la vida. En él obrarás y lo guardarás, no permitiendo que la serpiente halle una entrada a él. Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas; en ella están contenidos los mandatos eternos. Raíz de sabiduría que ha sido revelada; ‘¿Quién conocerá sus sutilezas? ‘(Si_1_5s).” [262]

“Tu prudencia es más diestra que sus ardides; tú la engañarás santamente, destruyendo sus argucias y convirtiéndome en tu paraíso de delicias, porque te complace encontrarlas con los hijos de los hombres. Haz de mí, por tanto, tu paraíso de delicias, rociándome con las aguas supremas. Que tu espíritu me mueva a obrar en tu compañía, porque tú deseas mi cooperación. Se para mí y yo para ti, porque dijiste que no era bueno que el hombre estuviera solo. ¿Convendría eso a una mujer? Ven, Señor, ven. Amén”.[263]

“Estos príncipes, tan corteses como caritativos, me hicieron escuchar: ‘Vuelve, vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve, que te miremos’ (Ct_7_1) ¿Qué verán en la Sulamita, sino coros de ejércitos? Ustedes quieren verme; pero hay mucha diferencia entre estos y aquellos años: ‘Tengo tantas y tan diversas ocupaciones, y tal cúmulo de asuntos. Tengo tantas personas a quienes dirigir, y hago todo tan mal, que me desconozco a mí misma. Si no lo sabes, Oh la más bella de las mujeres, sigue las huellas de las ovejas, y lleva a pacer tus cabritas junto al jacal de los pastores ‘(Ct_1_7).” [264]

Oh mi querida Jeanne, tu alejada de la oración, no puede ser, todo día que pasa estabas en oración, pero si te refieres a ir a la capilla, está bien. Refieres que eran horas perdidas en el locutorio, y pienso que no, eran almas que ganabas para el cielo.

“Hermanos celestiales y caritativos; en otra ocasión me dijisteis: ‘Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía’ (Ct_8_8). Es verdad que soy su pobre hermanita, privada de los pechos de la constancia debido a mis ligerezas, por acudir tan raramente a la oración, y por carecer del fervor y cuidado que debo tener de las hijas que me son confiadas para alimentarlas con la leche de la devoción y del buen ejemplo. Tengan piedad de mí al decirse unos a otros: ‘¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella? Si es una muralla, construiremos sobre ella almenas de plata; si es una puerta, apoyaremos contra ella barras de cedro’ (Ct_8_9).” [265]
“Nos dices que acudes raramente a la oración, por detenerte en el recibidor, hacia el que sientes disgusto. Piadosos admonitores; es verdad que me mortifico muchísimo cuando es necesario estar adherida a una reja, debido a las faltas que allí cometo, perdiendo horas enteras que podría emplear en la oración, en la que me encuentro indispuesta debido a achaques corporales como dolor de cabeza y de riñones, causados por las diversas visitas, que me obligan a estar sentada mucho tiempo. Al salir del locutorio, digo a todos ustedes: ‘No lo advertí, se conturbó mi alma por los carros de Aminadab’ (Ct_6_11).Las consideraciones y los respetos humanos penetran con frecuencia en un espíritu demasiado fácil en condescender en lo que él mismo desaprueba. Esencias inmutables; les confieso mis debilidades y mis continuas faltas, que no dejan de ignorar; fidelísimos guardianes, ¿acaso no debería enrojecer por corresponder tan mal a sus constantes inspiraciones?” [266]
“Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado. Tu corazón está colmado del trigo de los elegidos, al que recibes todos los días, el cual se multiplica en favores celestiales y divinos, blancos como lirios que producen virginalmente maravillas de pureza.” [267]
“Miguel, su príncipe y mi excelente Maestro, con su cortesía y caridad acostumbradas, se dignó explicarme las palabras de San Pablo: ‘He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles’ (1Co_11_10), diciéndome: Ve más allá de la explicación ordinaria que suele darse a estas palabras, y escucha las que te enseño. Observa que este pasaje no dice precisamente que la mujer deberá llevar un velo, sino, en verdad, y a la letra: ‘He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles; es decir, que debe tener poder sobre su cabeza a causa de los ángeles’ (1Co_11_10) y por eso debe tener poder sobre su cabeza a causa de los ángeles.” [268]
“Tu pequeña discípula te escucha con placer; haz que esto no suceda sin los frutos que deseas obtenga yo de todo, para gloria de Dios, mi salvación y la de mi prójimo.” [269]
Después de esto, yo la más pequeña de las pequeñas digo: ¡Divino Verbo Encarnado, te adoro y amo con todo mi corazón! Ayúdame a serte fiel.
“Profeta, ve a anunciar la llegada del sol, pero antes de que gocen de sus rayos, cierra sus ojos; antes de que escuchen al Verbo, endurece sus oídos, tápales las orejas; endurece y ciega sus corazones, por temor a que presuman de él y de sus bellezas según su punto de vista, con palabras mágicas de complacencia humana; como su corazón se vuelve a los afectos terrenales, nada comprende que no sea carnal y temporal. Deseo que cubras con velos a los judíos, a fin de que no me conozcan con los ojos de la carne y de la sangre, ni que pretendan que, por ser de su raza, les conceda grandezas terrenales. No quiero dar dones perecederos: iré a evangelizar a los pobres, para darles un reino del cielo y no de la tierra.” [270]

“Ve, Profeta, y anuncia los misterios velados a la casa de David diciéndole: Oíd, pues, casa de David: ‘¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel: Dios con nosotros’ (Is_7_13s); un Dios velado con un cuerpo, un Dios oculto y Salvador.” [271]


 
  • e    Al término de su vida
  • Quinta etapa: Al término de su vida 1664-1670
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 Sin duda alguna, una alegre fidelidad y una agradable oblación total de Jeanne a su Divino Amor. En esta parte no cita tan seguido a las Sagradas Escrituras, sino más bien expresa con sus palabras lo que ya vio, meditó, oró, escribió y, asumiendo éstas en sus diálogos cada vez más llenos de amor. Siento que algunas veces siente la necesidad de mencionarlas.

“Esta mañana del 18 de noviembre, mientras estaba con otras personas, sentí mi corazón herido por los deliciosos dardos de mi divino esposo. Al sentirlos, desee que fuesen todavía más agudos, ya que mi corazón gusta más de la herida que de cualquier curación. Consideré poca cosa todo lo que se me decía; es decir, nada, a pesar de que se me hablaba con grande afecto de las gracias que mi único amor me ha concedido. No desprecio los dones, pero estimo al donante, al que amo por amor a él mismo”. [272]

“Al verme, después de varios meses, en una gran indiferencia hacia todo lo que no es Dios, no deja de admirarme el permanecer tanto tiempo en este estado. Me refiero al fondo de mi alma, pues la parte inferior no está siempre en esa indiferencia hacia todo lo que no es Dios.

En cuanto a la parte superior, vive en paz. Lo que puede llegar a cansarla es oír que se me alabe, y para mantenerla en un gozo extraordinario, es menester que se me demuestre desprecio. Esta alegría no me viene por razonamientos ni por humildad, sino mediante un don que se me concede gratuitamente de lo alto, sin que contribuya a él mediante algún acto perfecto de virtud. Este don no impide que cometa yo algunas faltas muy materiales, que desedifican bastante a las personas que viven conmigo.” [273]

“Debería yo afligirme de ellas para corregirme, pero no puedo hacer ninguna de las dos cosas. Mi espíritu experimenta repentinamente la paz, y no atino a hacerme violencia para corregirme. Pienso con frecuencia que soy la persona más culpable de la tierra, pero en lugar de afligirme por ello, me humillo ante Dios, acusándome de todo cuando tengo acceso a mi confesor, aun cuando deba hacerlo varias veces al día. La confesión me da confianza para orar.” [274]

“Cuando acudo a la oración, como sucedió esta tarde a las cuatro, al entrar en nuestra capilla pienso que soy muy imperfecta para dialogar con mi divino amor, el cual me ha dado a entender que si la sangre de las víctimas y de los sacrificios antiguos servía para purificar, ‘Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia’ (Hb_9_14).” [275]

Cada vez que Jeanne escribe sobre la Trinidad, aprendo algo nuevo, le doy las gracias por quitarme los velos que tenía ante mis ojos. Gracias Señor, por permitir que aumente mi fe y mi amor hacia Ti.

“Ante estas palabras tan favorables, y prevenido por el mediador que apacigua a su divino Padre, mi espíritu fue acogido con gran caridad por la augusta Trinidad, a la que adoré sin tardanza, abandonándome a todo lo que quisiera hacer de mí y en todo lo que puede sucederme inmediatamente de su parte, o por medio de las criaturas, diciendo al divino Padre: Si la gloria de tu poder se acrecentó tan poco a causa de mi confusión y mis debilidades, las acepto. Y al amadísimo Hijo: Si la gloria de tu sabiduría brilla más en mi ignorancia, necedad y confusión, la deseo. Y al Espíritu todo amor, todo bondad, todo llamas: Si tu gloria es mayor en mis frialdades y aun en mis imperfecciones porque me humillan, acepto las primeras y sufro las segundas.” [276]

“Así, al presentar a las tres divinas personas, con una mente sencilla, el variado sentir de otras personas acerca de las repentinas gracias que se me conceden, el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo me dio a entender lo siguiente: todo don bueno y perfecto en sumo grado procede de lo alto, del Padre de las luces, que es él mismo; permitiéndome ver, en medio de delicias, el rayo que me es ordinario, pero extraordinariamente multiplicado, manteniéndose muy recto sobre mi cabeza, casi siempre a manera de antorcha y después en forma de globo, diciéndome: Esta claridad no tolera sombra alguna de las criaturas, porque están debajo de ella. El Verbo de Dios ha descendido a ti; no temas a los que lo desconocen.” [277]
“La Trinidad divina me inspiraba una grande confianza en ella; dentro de mi pecho, la llama se intensificaba, abrasándome del todo. A esto siguió un asalto impetuoso. No puedo ni me atrevo a expresar las muestras de ternura que el divino amor me dispensó por espacio de seis horas. Tampoco puedo repetir los nombres que me dio, que nos parecerían salir de su corazón y de su boca con la ternura e impetuosidad de un Padre, de una Madre, de un Esposo, urgidos, por no decir apasionados, por el amor hacia un hijo, una hija y una Esposa amada hasta el extremo. Me dio a entender que me amaba con más amor que Asuero a Esther, diciéndome en medio de un amor cordial y afectuoso: ¿Qué deseas, amada mía, querida mía, corazón mío y más de lo que le puedo contar; qué deseas de mí? ¿Me pides acaso la mitad de mi reino? No, mi divino amor, tu reino es indivisible. No puede ser dividido y jamás será abatido.” [278]

“Hija, me respondes sabiamente; mi reino no es semejante a los reinos del mundo, que no pueden ser repartidos sin ser aminorados o disminuidos; mi reino es inmenso e infinito; es incomunicable. Está todo en ti, y lo recibes todo, mas no totalmente. Está en tu corazón y en tu espíritu. Como el grano de mostaza, ha crecido y llegado a ser un árbol corpulento, en el que mis santos, que son mis pájaros del cielo, acuden a reposar, alegrándose en él y haciéndote parte de su contento, dándote elocuencia, por orden mía, sobre los misterios sagrados, y moviéndome a decirte las palabras que fueron dichas a Abraham: ¿Podré ocultar mis secretos a la que renunció a su gloria para procurar la mía? Dijiste que mi reino no podía ser dividido ni abatido; dices bien, pero es necesario que te confíe un secreto del amor que está oculto bajo los velos, porque me agradas en tus escritos.
Nada me es imposible; todo es fácil para mi amor. Amo y hago lo que me place en el cielo y en la tierra; y como te amo y te digo mis secretos, que consideras preciosos, confiesas que tu doctrina procede de mí y no de ti. Aquellos profesan fidelidad a mi Padre, al Espíritu Santo y a mí, conocerán la doctrina que te enseño.” [279]

Cómo un alma enamorada, experimenta lo que no se puede expresar tan fácilmente con palabras, así cómo es el amor de su amado, así de bello nos lo transmite. ¡Vaya. Maravillosa definición del beso más puro!

“Si pudiese estar allí, te tomaría por derecho de bodas y de nuestros desposorios, y te besaría tanto cuanto tu bondad lo permitiera y me diera audacia para ello. Por ser tu esposa, no temería*que alguien se atreviera a reñirme o a despreciarme por esta santa presunción, porque la esposa es del esposo tanto como él lo es de ella. Te besaría con un dulce y castísimo beso, por ser un ósculo entre hermano y hermana, entre un esposo y su esposa, cuyo amor es indivisible. Beso tiernamente amoroso, por ser el de una madre a su hijo, pero beso de un Dios a su criatura, por tener todo el derecho de hacer lo que desee, y de encontrar sus delicias con los hijos de los hombres, sin que ángel o criatura alguna puedan murmurar por ello.

Comenzarías por besarme sin que yo te lo pidiese, previniéndome con tu ternura y dándome tu amor como cortejándome, admirando las gracias que me has concedido y haciendo que tus criaturas acudan a admirar contigo a la que no merece ser vista.” [280]

Me quedo sin palabras, admirada y boquiabierta, al darme cuenta de tantos bellos detalles que Jeanne escribe al sentirse cortejada y amada por Jesús Verbo Encarnado. ¿Señor por qué no nos damos cuenta de quién eres? Con estas palabras que nos dicen cómo amas a Jeanne, en presente porque todavía la ama. Aun los novios y estando muy enamorados quedamos chiquitos ante esto. Disfrutemos la lectura.

“¡Cuántos coloquios y alabanzas! ¡Cuántos perfumes y serenatas! ¡Cuántos motetes cantados por tus ángeles, que a tu vez me entregas y dedicas para encantarme y atraerme a tu amor! ¡Cuánta dulzura sagrada! ¡Qué raudal de santas discreciones, según tus riquezas! ¡Qué abundantes profusiones y divinas prodigalidades, tanto sobre mis sentidos, como sobre mi espíritu! ‘Has querido atraerme a la soledad con la poción de la leche de la devoción del agua de Naffe, de las lágrimas del vino delicioso’ (Ct_5_1), de los consuelos del río impetuoso del torrente de tus delicias. En fin, pensé quedarme en medio de esta abundancia, diciendo con David que nada cambiaría, o con san Pedro, que era bueno estar allí. No pensaba sino en mi propio contento, como una adolescente que se complace en jugar y saltar. Al jugar contigo, me darías el derecho y la ganancia, porque te gusta contentarme. Tú eras mi laúd y mi cítara de diez cuerdas, en armonía con los nueve coros angélicos. Tú y tu santa Madre, ambos a una,*me hacen dar saltos como una cervatilla sedienta que huye de los cazadores. Con ello me invitan a dejar las vanidades para buscar descanso y solaz en la fuente de vida que es tu divina bondad; manantial de fuerza y de vida. Sembrabas espinas en mis caminos cuando yo quería seguir el mundo; pero al ir en pos de ti, los sembrabas de flores perfumadas. Me atraía el olor de tus perfumes. Tu nombre precioso era para mí tan aromático, que todas mis potencias corrían hacia él; y aunque jóvenes para la devoción, parecían amarlo mucho.” [281]

“Era yo como una varita de incienso perfumado. Tu lengua parecía manar siempre leche y miel, y tus labios eran para mí un panal. Tus labios, es decir, tu santa humanidad. Cuando el sol de tu divinidad caía de lo alto, ella destilaba en mí dulzuras tan deliciosas como un panal de miel. Cuando me dabas el dulce beso de tu boca, exclamaba yo que tu paladar era suavísimo. Me enamorabas como un amigo queridísimo, y a mi vez yo lo hacía, cada quien a su turno.” [282]
“El mismo se ha incrustado en ella, a fin de que nadie pretenda cortejarme: Puso un signo en mi rostro para que no reconozca a otro enamorado sino a él. Me rodeó con piedras y gemas resplandecientes. Me ha dado en arras el anillo de su fidelidad; me ha adornado con pendientes admirables. El Señor me coronó con una túnica dorada. Miel y leche me han dado sus labios y su sangre adorna mis mejillas. Sólo a él sirvo con fidelidad; a él me entrego con toda devoción. Me ha mostrado tesoros incomparables, que son para mí promesas seguras.” [283]

“! Ella vive sin vivir y muere sin morir.” [284]
“La esposa se ve libre de todos sus males al recuperar a su esposo, que es su soberano bien. En él encuentra ella todas las cosas. Todo parece estarle sujeto; domina en todo y sobre todo. Sólo cuenta su amado, que es su rey y su Dios. Pero también es su esposo, lleno de amorosa bondad.” [285]
“Ahora bien, los deseos de la esposa consisten en gozar de su amado, que es el Deseado de las naciones y de los collados eternos. El Padre y el Espíritu Santo se complacen en este Salvador, que es su esposo, y todo de ella. De manera que si no tuviese la misma esencia indivisible con el Padre y el divino Espíritu, podría parecer que la ley del matrimonio establecida divinamente haría que él dejara todo para unirse a esta esposa.” [286]
“Yo soy la esposa queridísima del Señor de los ángeles, cuya hermosura admiran el sol y la luna. Sólo a él servir‚ con fidelidad de esposa. A él me entrego con toda devoción (Sta. Inés). Soy toda suya por inclinación de mi franca y libre voluntad. Deseo ser enteramente suya, así como su bondad lo mueve a ser todo mío.” [287]

“Que tu diestra me abrace para decirme que viva con paciencia, porque no estoy sin ti, que permaneces conmigo en el divino sacramento. Con tantas visitas que tu amor me hace, conserva mi espíritu en medio de tantos peligros. Tu mano izquierda impide que los males me derroten, en tanto que tu derecha me comunica sus bienes para alegrarme y embriagarme de tus delicias.” [288]

Qué gran respeto hacia Jeanne, la amada, la esposa…expresiones del verdadero amor que nunca imagine leer y escuchar que Dios podía tener. ¡Qué deleite!

“Este esposo benignísimo, al ver que su amada esposa no piensa sino en él, y que, como una bebita se duerme entre sus brazos como si él fuera su nodriza, conjura a las hijas de Jerusalén, a los ángeles aunque pacíficos, a todas las obras aunque sean virtuosas, para que no despierten a su amada hasta que ella quiera: ‘Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, no despertéis, no desveléis a mi amada, hasta que le plazca ‘ (Ct_8_4). No sólo no la despierten enteramente; eviten hasta el más ligero ruido para no turbar.” [289]
“Querida mía, a fin de que conozcas el gran cuidado que tengo de ti, no sólo como esposo, padre y nodriza, sino también como médico, me propongo cuidarte con mi vigilancia, por temor a que las alabanzas que se te prodigan encanten tu oído y te cierren los ojos, impidiéndote ver tu origen.” [290]
“También tú estabas debajo del mismo árbol; dormías en Eva, ignorando aun tu nacimiento; pero yo te veía presente, porque todo está presente ante mí. Quería despertarte yo mismo. Dormías con un sueño como de sombra de muerte; un sueño letárgico. Para despertarte, quise bajar de los cielos; más tarde lo hizo mi Santo Espíritu, en medio de un ruido ensordecedor, bajando con vehemencia sobre los que estaban en el Cenáculo: no sólo mis apóstoles, sino los que creían en la resolución eterna que tomé de crear, volver a crear y santificar la creación. Cuando el alma se infunde en el cuerpo, encuentra en él al pecado. Sólo mi madre por privilegio, y yo por naturaleza, fuimos exentos de él.” [291]
¡Qué extraordinario, que te quieran más que a los ángeles! Padre, tú eres el Creador
De todo lo visible e invisible y que a través de Jeanne me has revelado.
“Esposa mía, mi Padre te tiene siempre a su lado con más amor que a miles de ángeles; y así como ellos no tienen necesidad de ser cuidados y dirigidos, por haber alcanzado su fin, estando confirmados en gracia y en gloria, me preocupo más por ti que por todos ellos, tanto porque eres pequeña, como porque me eres tan querida. Te amo con la ternura que se da a un lactante, meciéndote sobre mi regazo al darte mi leche. Tú eres mi Jerusalén pacífica, santificada por mi gracia y mediante el don altísimo y perfecto que procede del Padre de las luces, al que ninguna criatura puede dar sombra. Don que es el Espíritu que te renueva.” [292]
“Me dijiste que yo era escogido entre miles de afectos de tu corazón, y yo te respondí que me eras más querida que mil espíritus angélicos. Te vuelvo a decir que te amo más que a mil almas. Doy doble recompensa a los hombres que cuidan de ti, a los que he confiado tu cuidado en calidad de confesores tuyos: ‘la recompensa de la gracia, la recompensa de la gloria, gloria esencial y gloria accidental. Y doscientos para los guardas de su fruto’ (Ct_8_12).” [293]
La forma tan agradable y sencilla con la que Jeanne entreteje las obras de Misericordia en estos diálogos, me lleva a pedirte perdón Señor, por no cumplir con mis deberes de cristiana y me duele darme cuenta, cada vez más, que he desperdiciado mi vida, en todo y en nada.
“¡Ah! Si tu gracia hubiese obrado en mí al grado de que entendiese estas palabras, dándote a comer el manjar de tu voluntad, que es la de tu Padre, de la que tienes hambre; y que te diese a beber del agua de mis lágrimas, tanto de mi entera conversión como de la de mi prójimo. Si te recibiera dignamente en el divino sacramento del altar cuando te dignas venir a morar en mí, lo mismo que tus inspiraciones. Haz que ellas encuentren mi corazón dispuesto a aceptarlas y conservarlas en él. Que te cubra, que te vaya a visitar afligido por mi amor. Que, al verte atado por los lazos de tu caridad, que desea mi bien, quiera y pueda adherirme a ti, teniendo un mismo espíritu contigo; que mi libertad se entregue del todo a ti, porque tu bondad se pone como límite u obstáculo mi libertad, no queriendo forzarla.” [294]

“Que no niegue a los pobres los alimentos necesarios, sea del espíritu, sea del cuerpo; que dé de beber a los que carecen del agua del buen ejemplo. Que reciba y ayude a curar a tus pobres, sea corporal, sea espiritualmente. Que los visite si están presos, sea en el cuerpo, sea en el espíritu, a causa del pecado. Que dé testimonio de vivir en ti, de ti, por ti y para ti. Que, por toda la eternidad, viva para ti y de ti, transformada en otro tú. Toma posesión de mí como mi rey, mi esposo, mi Dios.” [295]

El estar enamorado siempre ha sido maravilloso, son momentos de gracia que Dios permite a los seres humanos, pero este Amor, expresado aquí, está más allá de lo terrenal y que llega hasta la belleza celestial. ¡Es increíble! Una creatura terrenal y una celestial…

“Jesús mío, adorna mis mejillas con tu sangre purísima; que escuche yo su voz y contemple su color. Su belleza y su bondad me extasían. Ya no vivo para mí. Tu sangre, Salvador mío, brota de tus venas; tu alma saldría de tu santo cuerpo si el amor, más fuerte que la muerte, no la detuviera.” [296]
“Huye, amado mío, descansa al volar y vuela descansando. Sé llevado sobre la pluma de los vientos. Que mi pluma vuele llevada por los dulces vientos de tu divino Espíritu. Que, mediante sus divinas inspiraciones, te lleve con ella a los corazones, y que éstos lleguen a ser montes de perfección enriquecidos por tus gracias y todas las virtudes. Huye, amado mío, sobre lo más alto de los cielos. Rebásalos. Aseméjate a los cabritos; que tú vista penetre los secretos que la divinidad quiere dar a conocer a tu santa humanidad.” [297]
“Envuélvete en los perfumes aromáticos de tus méritos y de tus divinas perfecciones. Recibe la fragancia de los sacrificios que han sido, son y serán ofrecidos; en especial el sacrificio de alabanza que te honra. Recibe el aroma del incienso del ángel que había y ha juntado todas las oraciones de tus santos, que por tu medio son tan aceptas, según nos dice tu apóstol* (Pablo), al hablar de ti a los hebreos: Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor.” [298]
Se me viene a la mente, lo que dice nuestro Himno actual (Padre Castro) “hazme luz, hazme flor, hazme nido, Haz de mi tu florido vergel.” ¡Qué mi espíritu también sea un lugar de paseo para ti, donde gocemos ambos!

“Mi queridísimo esposo, que acudes prontamente a morar en las almas, que son tus amigas ocultas en el mundo, para habitar en ellas como Dios oculto y Salvador. Los tesoros ocultos son más seguros que los que están al descubierto. Por ti, están a salvo del enemigo. Ayúdame a escuchar tu voz única; que yo sea tu vergel, tu prado, tu jardín de placer; que permanezca escondida contigo en Dios. Habita en mí. Recréate en mí, si puedo ser para ti un prado; haz de mí un lugar de paseo para ti. Por ser jardín, corta en él todas las flores por ti plantadas; por ser vergel, resérvate todos los frutos. Que el fuerte viento de la vanidad no los abata, y que el gusano del amor propio no los roa ni los carcoma.” [299]

Por el amor a Jeanne, el Señor me deja estática…y admiro esta comparación con expresiones usadas para la Virgen María, le dice que los rayos que ella tiene, y que no puede verlos, Él los hace visibles, a quien juzga conveniente para aumentar la devoción y respeto hacia su Majestad. ¡Es grandioso!
“Querida hija, entre todos los destinatarios de los dones, te miraba para dártelos con largueza, y para hacer ver en ti a los ángeles y a los hombres una reproducción mística de los misterios más renombrados y más orientados a mi gloria visible y a la salvación de los hombres. Sufre, aunque te sientas confusa, pues te digo que tú sigues siendo esta mujer maravillosa sobre la tierra, que encierra en forma mística al Hombre Oriente que soy yo. Eres tú esta mujer que fue un signo prodigioso revestido de sol, coronada de estrellas y calzada con la luna, que tienes bajo los pies, despreciando las vicisitudes y las vanidades de la tierra; tu mente rebosa de ciencia. Los doctos, en Daniel, son comparados a las estrellas que brillarán en perpetua eternidad; los esplendores con que adorno tu alma, irradian al exterior. Tienes varios testigos de estas claridades, aunque ignores, como Moisés, que tu mente y tu rostro aparecen iluminados con frecuencia. Estos rayos que tú no ves, son visibles a los demás cuando yo lo juzgo conveniente para infundirles devoción y respeto a mi Majestad, que se hace ver en quien le place.” [300]
"Debes saber que esto es un signo visible del sol invisible, que te hace su cielo iluminado con sus luces. La constancia que otros perciben al perseverar tú en mis designios muestra tu firmeza, y que no estás agitada por incesantes inconstancias, que son propias de tu sexo.” [301]


Sin duda, bellas y muy emotivas palabras por el significado que tienen. Jeanne dará a luz en la Iglesia, a la Congregación, con este nacimiento místico, que será una extensión de su Encarnación. ¡Alabado sea el Verbo Encarnado!

“Es mi gracia, hija, que te afirma en mi voluntad. Es mi gracia que te hace agradable a mis ojos. Es mi gracia que desea hacerte mi madre en forma maravillosa, y que te hará dar a luz en la Iglesia, mediante un nacimiento místico una extensión de mi Encarnación, a Aquél que mi Madre parió en Belén.” [302]

“Esto se hará a pesar de las envidias, la ira, la furia de los demonios y las contradicciones de los hombres. Te he dado ojos y alas de águila para verme en el seno de mi Padre, en el foco de los divinos resplandores, y para volar a la soledad de este seno paterno, donde se encuentra el Hijo único que te revela estos misterios, porque ha sido del divino placer honrar de esta manera a aquella a quien se complace en honrar con insignes favores. Como mi Madre jamás levantó la voz, quiso clamar a través de los Profetas que deseaba este nacimiento, y así dio a luz sin dolor.” [303]

“Moisés se me apareció llevando dos tablas en las que no había nada escrito, cosa que me extrañó al mirarlas, pero entendí que este legislador venía ahí con los santos a cantar la ley de gracia, que yo buscara en ellas la ley del amor, y entonces conocería lo que deseabas que hiciera.” [304]

“Querido Amor, en tus manos pongo mi suerte, en tus ojos mis energías y en tu seno está mi tesoro. Eres mi bien donde quiera que estés. San Pedro no supo lo que dijo, por eso yo quiero aprender de ti lo que quieres que haga.” [305]
“Es el fin de tu Transfiguración, úneme a ti, átame con tus lazos, quiero ser tu cautiva, si estoy muda como un pez, cógeme en tus redes, en ti encontraré mi elemento y mi alimento, ya que eres el mar inmenso en donde mi espíritu se desplegará y perderá, pues eres mi vida, y mi ganancia está sólo en ti.” [306]
“El alma que posee la paz, es el cielo del Señor.” [307]
“El tercer domingo te pedí mantener en paz tu reino, y que fueras en mí el muy amado, que yo no fuese dividida, porque según dijiste: Todo reino dividido es desolado, lo que es verdad infalible. Haz que por tu gracia sea toda tuya y tú seas mi amor y mi todo, bendiciendo a aquella que te llevó, dio a luz y alimento.” [308]

“El 5 de abril de 1633, día en que se celebra la fiesta de san Joaquín, al que profeso una particular devoción junto con Santa Ana, cuyas oraciones me han favorecido. Por ser hija adoptiva de esta abuela del Verbo Encarnado, me sentí también hija de san Joaquín y hermana de Nuestra Señora.” [309]

“El día del hallazgo de la Cruz, me uní a Santa Elena para encontrarla.” [310]
“Para buscar esta cruz no tuve que hurgar en los sepulcros ni cavar: el amor divino se encargó de elevarme hasta el seno del Padre eterno, en el que contemplé al Verbo, no sólo como Hijo natural y unigénito del Padre, sino como primogénito de todas las criaturas, las cuales sólo fueron creadas para cooperar a su gloria.” [311]

“Con su obediencia, las injurias y afrentas que Dios recibió de aquellos espíritus altaneros y rebeldes, aceptando morir por la gloria de su Padre y para satisfacer las ofensas que los hombres cometían contra su majestad a instigación de Lucifer.” [312]
“Prefirió el gozo eterno que con ello recibiría su Padre, a la confusión temporal que sufriría en sí mismo: ‘El cual, en vista del gozo que le estaba preparado, sufrió la cruz sin hacer caso de la ignominia’ (He_12_2).” [313]

Que admirable plática, Moisés fue llamado a conducir a su pueblo hacia la libertad y Jeanne fue llamada a conducir a su congregación hacia la salvación. En ambos casos Dios les concede la gracia de estar ahí con Él, en lugar santo, en tierra santa.
“Tuvimos una plática durante la cual vi una admirable llama que se apoyaba sobre un pedestal de la misma sustancia que la flama, a la que sostenía de manera inefable. Me pareció admirable porque dicha llama no consumía un verde rosal sin florecer que estaba a su lado. La llama quiso unirse a mí y entrar en mí para abrasarme y conservarme divinamente. Escuché que esta visión era figura del Verbo Encarnado y de la santa humanidad, que se apoya en su divina hipóstasis, la cual estaba representada por el pedestal de fuego que era su so porte. La llama obraba sin que percibiera yo moción alguna.” [314]
“Añadió que me concedería salir victoriosa de las contradicciones de mis enemigos, tanto presentes como futuras; que su designio reverdecería siempre en medio de las llamas de la cólera de los oponentes. Moisés fue llamado a conducir a su pueblo después de contemplar*la zarza que ardía sin consumirse en medio de las llamas; y, en calidad de teniente.” [315]

“El Dios todo bueno me dijo que me había mostrado el rosal verde en medio del fuego para asegurarme que deseaba servirse de mí para sacar a muchas personas de la esclavitud del mundo, que es el Egipto del pecado y del demonio, para conducir los, no solo a través de los desiertos como Moisés, sino hasta la tierra prometida de la Orden del Verbo Encarnado, que manaría leche y miel, afirmando que sería yo como otro Josué que las introduciría hasta su heredad.” [316]

“El día de san Miguel, en 1638, el Verbo eterno se dignó descubrirme en la oración diversas maravillas relacionadas con la creación de los ángeles, diciéndome que me enseñaba e instruía acerca de su creación por medio de admirables conocimientos, así como lo hizo con Moisés sobre la creación del hombre, y que en su inefable bondad se complacía en manifestar sus maravillas a una humilde pequeña.” [317]

“Me dijo, por tanto, que la augustísima Trinidad, ha permanecido eternamente en la posesión de la felicidad que las tres divinas personas disfrutan en ellas mismas al contemplar su simplísima naturaleza y sus admirables atributos, haciendo un ciclo continuo en sus emanaciones y en sus amores, que son ruedas que giran una dentro de la otra mediante sus circumincesiones, en un movimiento que Dios tiene en sí mismo y que puede ser llamado una rotación o una evolución; movimiento que es todo fuego y llamas, al que su amor excita eternamente impulsado por la violencia del mismo amor que desea comunicarse al exterior.” [318]
El capítulo de OG-07c lleva por título: “En este Instituto, se verán realizadas las visiones del libro del Apocalipsis.” Más que explicar, ella adapta los textos bíblicos al Instituto y a todas las hijas que forman incluyendo que debe hacer cada una y lo que significa portar el hábito.

“Primeramente, esta santa águila vio una puerta abierta en el cielo, y la primera voz que escuché fue como de una trompeta que le hablaba llamándola a subir muy arriba. Esta puerta que vio en el cielo es la gracia, y esta primera voz es la inspiración que procede de lo alto, del Padre de las luces. Vio después hileras de asientos dispuestos en el cielo, pero sobre todo uno sobre el que estaba sentado Aquél que brillaba como piedras preciosas, teniendo al arco iris alrededor de su trono parecido a una piedra de jaspe y de sardia. Y alrededor del solio sillas, y en ellas veinticuatro ancianos sentados, revestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. Y del trono salían fuertes voces y truenos, y siete lámparas estaban ardiendo, que son los siete espíritus de Dios. Y alrededor del solio vio un mar transparente de vidrio, semejante al cristal; y en medio del espacio en que estaban las sillas y alrededor de él, cuatro animales llenos de ojos delante y detrás. Era el primer animal parecido al león; el segundo a un becerro, el tercero tenía cara como de hombre, y el cuarto parecía un águila volando. Todos tenían alas, y por fuera y por dentro estaban llenos de ojos: y no reposaban de día ni de noche, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios todopoderoso, el cual era, el cual es, y el cual ha de venir.’(Ap_4_1-8).’¿Qué quiero decir con esto? que, así como el Cordero tenía en torno a sí a los cuatro evangelistas y a los veinticuatro ancianos, ser conveniente establecer un rango entre las religiosas que pertenezcan a este instituto.” [319]

“La Superiora debe ser un trono de blanco y durísimo marfil, coronado del arco iris, es decir, de la paz; las vestiduras azul, blanco y rojo representan a los cabellos de lana blanca de Aquél que está sentado en el trono, cuya cabellera es blanca como la lana”. [320]
“Ella debe hacer brillar el poder de Jesucristo en forma de misericordia. Debe defenderse a sí misma y a sus hermanas, rechazando a sus enemigos y a los de todas; animosa, por ser responsable de una familia.” [321]
“No temerá solamente ofenderlo, sino dejar de agradarlo con la mayor perfección. Temerá únicamente a Dios; al tenerlo por amigo, no sentirá miedo a nada, sino que amará con piedad y devoción sólida.” [322]
“Se hará fuerte en la oración para no dejarse llevar por otro criterio que la mayor gloria de Dios.
Estudiará cada día la eminente santidad de Jesucristo crucificado para enseñarla a sus hijas, temiendo que, al enseñar a las otras, se vea carente de virtudes, sobre todo la humildad, a la que Dios ama tanto. Resistirá la soberbia; será [45] piadosa, para que la devoción perfecta brille en su interior y en su exterior.” [323]
“Hagan, con amor, oraciones semejantes a las de Moisés, o más bien como las mías, ofreciéndolas por la salvación del mundo y engendrando almas con peligro de su vida mortal. Sean otras Rebecas, porque yo soy su Isaac, pero al mismo tiempo, el carnero sacrificado por ustedes. Yo soy el abogado de su fecundidad, pues sin mí no pueden engendrar a nadie; yo fui escuchado por mi reverencia. Entren a la habitación de mi Madre y reparen las tristezas que su ausencia causó a la tierra. Así como ella fue la mujer embriagada que confundió a Salem, el mundo y la carne. Sean mujeres generosas, abajen la cabeza de esos tres enemigos que asedian hoy en día la mayor parte de las poblaciones. Salgan, por su intrépido valor, victoriosas de la concupiscencia de la carne, de la codicia de los ojos, y de la soberbia de la vida, que imperan en el mundo. Mi Padre fortificará su brazo. Adórnense con los hábitos de sus bodas: ‘Revístanse del Señor Jesucristo crucificado’ (Rm_13_14). Lleven mi corona de espinas, así como las hijas de Sión, quienes fueron invitadas a salir a verme a mí, el rey pacífico, en el día de mis bodas, llevando la diadema que mi madre me dio al abrazar mi principado, cargándolo sobre mis espaldas: es mi cruz y el júbilo de mi corazón, porque al amor, que es fuego, le parece suave el yugo y ligera la carga.” [324]
“Recordarán que este anillo representa el recuerdo de Aquel que las tiene grabadas en la palma de sus manos, y que las ama con una caridad perpetua, atrayéndolas a sí con una gran dulzura. Este anillo será un sello sobre el corazón y las llevará a amar a su esposo con un amor más fuerte que la muerte. El nombre de Jesús que llevarán sobre la frente se referirá a lo que dijo la bienaventurada Inés: Puso sobre mi rostro una señal, para que no reconozca otro enamorado sino a él, a quien me entrego del todo, rechazando todas las cosas creadas. Desde ahora me siento unida a él en espíritu por la gracia, con la que me ha prevenido, esperando morar durante toda la eternidad en la gloria, mediante el vínculo de la caridad perfecta. Con el Padre y el Santo Espíritu, a quien se dé gloria infinita. AMEN”. [325]
Invito a leer toda su obra para descubrir cómo están entretejidos los rasgos de esta Espiritualidad Mateliana tan admirable, y el por qué, seleccionar poco a poco las citas de un solo tema.
Leer sus escritos, me ayudó a comprender que su vida estaba inmersa en un camino Salvación general, pero otro y muy importante el personal. Para mi punto de vista estos escritos son un compendio la historia de salvación y me atrevo a decir un evangelio revelado.
Primero quedarán enamorados de Dios, trino y uno, de su bondad, amor y misericordia… Comprenderán muchas cosas que nadie les había explicado antes, y si ya lo sabían, es una gran oportunidad de recordar y profundizar en ello y después llenos de admiración y respeto a NVM Fundadora Jeanne Chézard de Matel quien, nos lleva de la mano, a través de Jesús, María, los arcángeles y todos los santos hasta Dios.
Qué vida tan escogida, especial, extraordinaria, un alma llena de amor y fidelidad en una entrega total a su Divino Amor. Hubo dolor y sacrificios, pero el Señor tenía el bálsamo exacto para curarla. Le dio ánimo y le pidió que a pesar de las contradicciones que existirían siempre, Él estaría presente para que su fundación se realizara como la había proyectado desde siempre.
Los ASVE, escuchamos el llamado especialísimo como Jeanne: “Tu Padre me manda oírte, habla, Señor, que tu sierva calla para oír en paz y quietud.”OG-02 Capítulo 142 y respondimos con un SI pronunciado el día de nuestro compromiso.
Te pedimos fuerzas a ti Verbo Encarnado, que también eres nuestro “Querido Amor” para perseverar y ser fieles para siempre, diciéndole como Jeanne: “en tus manos pongo mi suerte, en tus ojos mis energías y en tu seno está mi tesoro. Eres mi bien donde quiera que estés.”OG-02 Capítulo 142
Si Portamos el emblema y vestimos los colores del hábito como signo de pertenencia esta Congregación fundada por el mismo Jesús Verbo Encarnado, ¿Qué se espera de nosotros?
No nos podemos conformar solo con poquito, hay que lanzarse a descubrir este gran océano, navegar en él.

Todo lo escrito por Jeanne es de gran relevancia para vivir nuestra vida diaria cristiana e ir profundizando en nuestro caminar, en nuestro actuar con los hermanos para agradar a Dios en lo que nos va pidiendo a cada uno, porque es el “Testamento de amor” que nos dejó Jeanne Chézard de Matel a todos sus hijos. Me verán lleno de gracia y de verdad, para cumplir en ti y en mi Orden todas las promesas que te he hecho, que te hago y que te haré." [326]

Hermanos todos, el amor que el Señor le profesa a Jeanne Chézard de Matel, es absolutamente increíble y maravilloso, pero a nosotros también, por ello hay que leer con los ojos del alma y del corazón para poder comprenderlo. Leerlo poco a poco ayudara.

“Grandes y maravillosas son tus obras Señor, Dios Omnipotente” (Apoc. 15, 3-4)
“Dios trino y uno; Jesús, amor que enciendes sin cesar las llamas del corazón de tu santa Madre, de manera especial, y los corazones de los santos, entre los que vives glorioso. Que lo seas también en mí. Y que todos mis pensamientos y acciones se dirijan a tu mayor gloria, Jesús, amado mío.” [327]
























TABLA PARA LA UBICACIÓN DE CITAS



 
 
OG-01 
 
Borrador de la Autobiografía
 
Capítulos 1 al 90
 
 
OG-02
 
Autobiografía  1642 -  1665  
 
Capítulos del 91 al 178
 
 
OG-03
 
Cartas
 
1-302
 
 
OG-04
 
Diario Espiritual I
 
Capítulos 1- 221
 
 
OG-05
 
Diario Espiritual  II  
 
Capítulos 1 - 171
 
 
OG- 06 a-c
 
Tratados
 
 
 
OG-07 a-e  
 
Otros escritos
 
 
 








[1]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 1, p. 2
[2]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 2, p. 2
[3]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 2, p. 4
[4]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 2, p. 6
[5]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 3, p. 8
[6]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 3, p. 9
[7]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 4, p.10
[8] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 4, p. 11
[9] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 4, p. 12 ; St. Pierre, Biografía, p.19
[10]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap.5, p. 14
[11]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 5, p. 15
[12]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 6, p. 16
[13]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 6, p. 17
[14]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 6, p. 17
[15]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 6, p. 17
[16]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 6, p. 19
[17]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 7, p. 20
[18]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 44
[19]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 44
[20]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 44
[21]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 44
[22]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 45
[23]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18, p. 45
[24]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 84
[25]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 84
[26]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 86
[27]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 85
[28]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 85
[29]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 14, p. 39
[30]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 52
[31]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 147, p. 1043
[32]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 48, p. 58
[33]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 152, p. 891
[34]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 152, p. 1083
[35]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap.150, p. 876
[36]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I,Cap.150, p. 876
[37]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap.150, p. 876
[38]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 150, p. 876
[39]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 150, p. 876
[40]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 26, p. 224
[41]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 10, p. 31
[42]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 18 , p. 32; St. Pierre, Biografía p.35
[43]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20 , p. 50
[44]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20 , p. 50
[45]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20 , p. 50
[46]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20 , p. 51
[47]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 51
[48]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 52, p. 1121
[49]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 7, p. 57
[50]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 7, p. 57
[51]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 7, p. 57
[52]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 41, p. 133
[53]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, 1619. Cantar 8 , p. 66
[54]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 31 p. 66
[55]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 59, p. 411
[56]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p.120
[57]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p.120
[58]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 44, p. 120
[59]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p. 162
[60]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 147, p. 1038
[61]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 147, p. 1040
[62] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 48, p. 352
[63] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 25, p. 635
[64] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 40, p. 127
[65] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 40, p. 128
[66] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 44, p. 165
[67] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 75, p. 356
[68] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 1044
[69] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 108, p. 635
[70] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 147, p.1044
[71] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, 1619. Cantar 8, p.63
[72] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 22, p. 58
[73] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 50
[74] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 51
[75] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 51
[76] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 20, p. 50
[77] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 124, p. 886
[78] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 127, p. 901
[79] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 57, p. 253
[80] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 43, p. 159
[81] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 43, p. 159
[82] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 43, p. 160
[83] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 43, p. 160
[84] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 43, p. 161
[85] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p. 164
[86] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25, p. 999
[87] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p. 118
[88] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 44, p. 167
[89] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 44, p. 167
[90] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 130, p. 937
[91] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 51, p. 205
[92] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 57, p. 256
[93] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 66, p. 300
[94] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 83, p. 399
[95] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 2, p. 6
[96] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 7, p. 63
[97] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 15, p. 153
[98] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 15, p. 165
[99] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 31, p. 96
[100] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 31, p. 411
[101] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 84, p. 411
[102] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 84, p. 409
[103] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 38, p. 803
[104] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 15, p. 100
[105] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 111, p. 781
[106] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 121, p. 781
[107] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 135, p. 969
[108] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 145, p. 1032
[109] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 157 bis, p. 1126
[110] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Carta No. 8
[111] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 30, p. 255
[112]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 33, p. 265
[113] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 45, p. 332
[114] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 56, p. 400
[115] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 116, p. 680
[116] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 129, p. 752
[117] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 12, p. 75
[118] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 15, p. 100
[119] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 95, p. 656
[120] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p. 1037
[121] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 145, p. 1058
[122] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 162, p. 1152
[123] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 127, p. 902
[124] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 44, p. 164
[125] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 112, p. 784
[126] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 783
[127]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 783
[128] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 784
[129] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 784
[130] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 785
[131] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 785
[132] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 786
[133] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 786
[134] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 787
[135] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 114, p. 787
[136] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 117, p. 824
[137] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 117, p. 824
[138] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 117, p. 824
[139] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 117, p. 827
[140] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 126, p. 895
[141] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 909
[142] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 909
[143] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 910
[144] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 910
[145] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 910, 911
[146] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 911
[147] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 911
[148] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p.912
[149] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 912
[150] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 912
[151] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 912
[152] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 913
[153] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 913
[154] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 914
[155] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 914
[156] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 914
[157] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 915
[158] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 916
[159] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 916
[160] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 917
[161] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 918
[162] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 918
[163] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 919
[164] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 919
[165] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 919
[166] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 919
[167] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 920
[168] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 921
[169] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 922
[170] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 922
[171] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 130, p. 921
[172] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 132, p. 952
[173] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 159 bis, p. 1137
[174] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 198., p. 1128
[175] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 41, p. 130
[176] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 41, p. 131
[177] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 41, p. 132, 133
[178] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 28, p. 85
[179] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 83., p. 401
[180] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 83., p. 401
[181] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 123, p. 879
[182] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 123, p. 879
[183] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 123, p. 879
[184] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 123, p. 879
[185] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 125, p. 889
[186] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 125, p. 890
[187] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 125, p. 890
[188] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 125, p. 890
[189] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas No. 2 ,
[190] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 2
[191] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 2
[192] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 2
[193] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 2
[194] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 2
[195] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 3
[196] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 3
[197] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 10
[198] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 10
[199] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 10
[200] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 20
[201] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 20
[202] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 33., p. 103
[203] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 33., p. 103
[204] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 51
[205] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 57
[206] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 144., p. 827
[207] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 66., p. 303
[208] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 66., p. 304
[209] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 75., p. 357
[210] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 75., p. 353
[211] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 38, p. 311
[212] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 38, p. 311
[213] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 38, p. 313
[214] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 44, p. 337
[215] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 44, p. 337
[216] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 44, p. 337
[217] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 44, p. 338
[218] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 441
[219] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 441
[220] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 441
[221] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 442
[222] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 442
[223] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 444
[224] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 445
[225] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 445
[226] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 445, 446
[227]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 446
[228] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 446
[229] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 447
[230] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 447
[231] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 447
[232] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 447
[233] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 447
[234] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 448
[235] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 71, p. 468
[236] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 71, p. 472
[237] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 71, p. 472
[238] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 71, p. 474
[239] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 557
[240] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 559
[241] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 562
[242] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 562
[243] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 562
[244] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 562,563
[245] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 566
[246] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 600
[247] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 85, p. 601
[248] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 88, p. 619
[249] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 9, p. 651
[250] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 107, p. 739
[251] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 123 p. 871
[252] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.875
[253] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.875
[254] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.875
[255] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.876

[256] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.876
[257] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.877
[258] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.876
[259] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.876
[260] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.878
[261] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.890
[262] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p. 881
[263] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p. 881
[264] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p. 1009
[265] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p.1011
[266]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p.1011
[267] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p.1011
[268] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p. 1011
[269] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p.1013
[270] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p.1016
[271] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p. 1017
[272] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1061
[273] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1062
[274] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1062
[275] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1063
[276] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1063, 1064
[277] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146. P.1064
[278] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1064 y 1065
[279] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p.1066
[280] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 58
[281] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 59
[282] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 61
[283] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 63
[284] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 65
[285] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 70
[286] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 71
[287] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 72
[288] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 79
[289] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 80
[290] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 83
[291] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 83
[292] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 100
[293] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 101
[294] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 103
[295] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 104
[296] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 106
[297] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 107
[298] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 108
[299] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 111
[300] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 59., p. 269
[301] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 59., p. 270
[302] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 59., p. 270
[303] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 141, p. 270
[304] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 141, p. 1004
[305] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 142, p. 1013
[306] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 142, p. 1014
[307] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 142, p. 1014
[308] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 142, p. 1014
[309] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p.219
[310] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 635
[311] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 635
[312] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 635
[313] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 635 y 636
[314] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 999
[315] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 180., p. 1000
[316] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 180., p. 1000
[317] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 106., p. 727
[318] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 728
[319] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 35
[320] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 39
[321] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 39
[322] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 40
 
  • Primera etapa
  • Antes de su nacimiento
En su Autobiografía, Diario Espiritual y Cartas Jeanne Chézard de Matel, nos dejó escrito a detalle los acontecimientos de su vida, para que,,con ella agradeciéramos al Señor llenos de júbilo por la extraordinaria protección llena de amor y ternura que le tuvo desde antes de su nacimiento. Ella inició sus escritos orando a Dios:
“Para comenzar, ayúdame, Todopoderoso, ya que los obedientes cantan victoria, quiero contigo, superar las inclinaciones de mi propia resistencia…Tu sabiduría permitió, por las razones que tú conoces, que mi padre y mi madre permanecieran diez años sin poder criar niños ni educarlos.” [1]


 
  • Dios preparó el seno familiar donde ella nacería.  Durante esos diez años, la señora de Matel, tuvo cuatro hijos, pero todos ellos murieron y después de mucho orar, felizmente volvió a concebir.
  “Esta pena les dio ánimo y motivo para recurrir a la oración y dirigirse a ti, mi divino amor, mediante la intercesión de tus santos y santas. Hicieron voto, que tú no rechazaste, de ofrecer dones a la iglesia de san Esteban de Roanne en honor de la gloriosa santa Ana, madre de tu santísima Madre, y de llevar a la pila bautismal por dos pobres, el primer hijo que tu misericordia le concediera y vestirlo de blanco, en honor de san Claudio y de san Francisco de Asís, suplicándote concedieras una vida larga y feliz a este primer hijo que debería nacer. “Poco tiempo después me concibió mi madre.” [2]
  
  • Jeanne nos dice que sintió la protección de Dios desde el seno de su madre y describe su maravilloso, y asombroso nacimiento, por el eminente peligro que representaba, que naciera prematuramente en condiciones de muerte por la hemorragia que sufrió su madre. Por la fuerza de oración comunitaria (toda la ciudad de Roanne) Dios bendijo a este matrimonio. Ese mismo día, sus padres Jean y Jeanne, y sus padrinos, dos niños pobres, también llamados Jean y Jeanne, llevaron a bautizar a la pequeña Jeanne a la Iglesia de San Esteban en Roanne. 
 “Me hiciste nacer pronto y felizmente el seis de noviembre de 1596… ¡Oh maravilla de bondad! ¡Qué acción de gracias puedo darte por la amorosa!
¡Providencia que tuviste y por el cuidado que prodigaste a la madre y a la hija mientras ella me llevaba en sus entrañas! “Mi nacimiento, fue un consuelo para toda la ciudad de Roanne porque él, regocijaba a mis padres después de tantos años de aflicción.” [3]
 

  • Segunda Etapa
  • De su nacimiento hasta su adolescencia 1596-1611
  
  • Es palpable que Dios ha escogido a Jeanne para una gran misión. La señora Matel, su mamá, dándose cuenta que tenía poca leche y que no podía alimentar bien a su hijita, contrató una nodriza para que Jeanne no muriera por falta de alimento. Dios revela a la nodriza su misión para con Jeanne de manera admirable como ella nos narra:
 
“La nodriza que habías escogido, oh mi Divino Amor, se presentó casi inmediatamente, y en contra de todos los consejos que las vecinas le daban de no recibir una niña moribunda, ella resolvió llevarme a su casa, porque me dijo que oyó interiormente estas palabras: ‘Recibe esta niña; no morirá.’ Y creyó que eras tú quien la aseguraba de mi vida. No se equivocó. Esos excesos de bondad hacia mí me hacen decir como al real Profeta*David: ‘Fuiste tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre, desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eras mi Dios. (Sal_21_10s). En el vientre materno ya me apoyaba en ti. Muchos me miraban como a un milagro, porque tú eres mi fuerte refugio (Sal_70_6s).’” [4]
A muy temprana edad, ya junto a sus padres, dio muestras de piedad y devoción a Dios y a la Virgen María, haciéndose cuestionamientos y dando respuestas, con un tinte de entrega a Dios inusuales para su edad. Las oraciones vocales y sacrificios llenaban de gozo a su pequeña alma. El diálogo con su madrina del cómo evitar ir al infierno es una muestra de ello.
“Apenas había cumplido tres años y ya me informaba de todo lo que se me podía enseñar a esa edad, preguntando a mi madrina, que tenía seis años más que yo, como podía hacer para ir al paraíso, y si el camino era muy difícil. Ella me dijo que había que pasar por una tabla que no era más gruesa que un cabello de la cabeza. Yo dije: ¿cómo podré pasar? yo peso más de lo que un cabello de la cabeza puede sostener. Viendo que yo tenía temor, me decía: No te preocupes de nada, los buenos pasan fácilmente, pero los malos caen abajo, en un abismo que es el infierno.

Esta pobre niña sin cultura me decía esas cosas y otras que no estaban mal, y que al saberlas me inspiraban miedo al pecado por temor de caer en el infierno.

En otra ocasión, pregunté qué se hacía en el paraíso. Se me contestó que los bienaventurados siempre estaban sentados. Esa palabra "siempre" me extrañaba:
¿cómo podré permanecer siempre sentada? no pudiendo comprender tu eternidad. Adoro tu Providencia que entretenía mi espíritu infantil con esos pensamientos mientras estaba en mi cama para que no me aburriera, pues me hacían acostar temprano porque yo no era fácil para dormirme pronto. Mi espíritu no podía permanecer inactivo; se ocupaba de los pensamientos de la eternidad con demasiada concentración.” [5]
  
  • ¡Qué preparación tan esmerada tuviste, Señor para con la pequeña Jeanne! Gracias porque le escogiste una excelente familia y unos padres maravillosos que la guiaron llenos de amor mientras ella crecía y aprendía todo lo que podía para agradar a Dios, como María, según tus palabras:
  “Deseaba aprender a saberte rezar devotamente, pero mi padre no permitió que me enseñaran a leer tan pronto. Entonces yo procuraba aprender unas oraciones de memoria, y cuando él me quería cerca de él yo le decía: Me quedaré contigo, con la condición de que me enseñes la oración que dice que nuestra Señora es el palacio de Jesucristo, y la de mi ángel, al que yo amaba por inclinación, sabiendo que él era mi guardián, y me acuerdo que sin saber lo que fuera un ángel, amaba yo uno que estaba pegado en un mueble.

No pudiendo quitarlo de ahí, me abrazaba de él y lo acariciaba con mucho cariño. Tenía tanta confianza en nuestra Señora, tu digna y santa Madre en todas mis pequeñas aflicciones que me dirigía a ella, con una entera confianza, haciéndole promesa de servirla si me libraba de mis penas, y mi sencillez llegó a tal punto que le pedía me enseñara a bailar, prometiéndole que rezaría el rosario en su honor, porque yo no quería aprender de los hombres.” [6]
Su padre Don Jean Chézard, le había prometido que cuando cumpliera seis años aprendería a leer y a escribir, ella nos dice:
“Me estremecí de júbilo, cuando supe que los había cumplido. Tú sabes, querido Amor, con qué fervor de espíritu rogaba a santa Catalina virgen y mártir obtenerme la gracia aprender muy pronto a leer, para tu gloria y para mi salvación.

Mi oración fue escuchada, en cuanto a aprender en poco tiempo. Sobrepasé a todas las de mi edad y la previsión de mis padres, lo que aumentó el amoroso afecto que tenían ya demasiado grande porque estando enferma con frecuencia.” [7]

“A la edad de siete años, deseaba ayunar la víspera de las fiestas solemnes, lo que obtuve muy fácilmente. Habiendo llegado a los nueve o diez, quise ayunar en la Cuaresma lo que hice con un gran valor, aunque mi intención no fue recta porque tenía una pequeña complacencia y una satisfacción de mi misma. En éste mismo año me llevaron una vez al sermón en el que oí decir que las vírgenes seguían al Cordero a cualquier parte que él fuera.

Me informe qué debía hacer para ser virgen. Me respondieron que era necesario no casarse, respuesta que me alegró mucho resolviéndome a permanecer virgen para seguir al Cordero por todas las campiñas en una inocente recreación. Mi espíritu buscaba siempre estar ocupado, y no pudiendo dejar a mi cuerpo descansar en un lugar se me veía siempre buscando nuevas ocupaciones.” [8]
Por su inquietud infantil, maravillosa actitud frente a la vida, siempre luchó hasta conseguir lo que se proponía.
“Tu sabiduría, oh mi Amor que disponía todas las cosas suavemente y con firmeza para mi bien, quiso o permitió que encontrara una docena de páginas arrancadas de la vida de santa Catalina de Siena en las que decía que guardaba los consejos evangélicos. Yo creía que ella entendía el Evangelio en latín, y como a esa edad yo no pensaba que el Evangelio pudiera estar escrito en otra lengua, te dije: "Señor, si yo entendiera el latín del Evangelio como esta santa, te amaría tanto como ella." Dicho esto, no pensé más en eso. Oh, Dios de mi corazón, tú no lo olvidaste, esperando hasta el día en que me harías recordar, para tu gloria y gran beneficio mío, como diré después cuando hable de la gracia que me concediste de entender el latín.” [9]
  
  • A los once años Jeanne, tuvo fiebre cuartana que le obligaba a un reposo extremo, ya que experimentaba fatiga, hambre y frío, sin embargo, ella practicaba el ayuno y abstinencia la mitad de la Cuaresma.  Leamos como sintió el gran deseo de comulgar y la exhortación del Señor para ser virgen:
 “Tuve un gran deseo de comulgar durante este décimo-primer año, pero no me lo permitieron, lo que me afligió mucho. Un día paseándome, entré en una casa donde vivía una joven devota ahijada de mi padre, que, al presente, es religiosa conversa en el convento de religiosas de Beaulieu de la Orden de Fontevraux. Esta joven tenía un libro de los milagros de nuestra Señora, tu santa Madre, que yo leí.

De inmediato me sentí movida a servirla con fidelidad y a rezar el rosario en su honor todos los días a la hora que lo pudiera rezar. La nodriza que alimentaba a uno de los hermanos de esta joven que practicaba también la devoción quiso llevarnos una tarde con los Capuchinos. El portero que era muy devoto, sus palabras y conversación siendo dulces, se posesionaron de mi alma fácilmente, siendo conformes a mi inclinación porque él nos exhortó a elegirte por nuestro Esposo y consagrarte nuestra virginidad, asegurándonos que tendrías tus delicias con nosotras y que seríamos tus queridas esposas.” [10]

 
  • Fue invitada formalmente por Jesús a guardar perpetua virginidad y sembró en ella el deseo de ser religiosa.
 “La misma tarde, estando con esta joven y otra que nos frecuentaba, platicábamos de lo que el buen religioso nos había dicho. Experimenté para mi provecho la verdadera promesa que tú habías hecho de estar en medio de los que están reunidos en tu Nombre.

Elevaste mi entendimiento por medio de un vuelo de espíritu tan fuerte y tan suave, que él no hubiera querido jamás volver a la tierra. No tuve ninguna visión por entonces, y si mi espíritu estuvo extasiado en un lugar deliciosamente agradable, que atraía suavemente mis inclinaciones, yo no dudo que tú estabas hábilmente escondido. Por eso eres llamado por el Apóstol: ‘Imagen de Dios invisible’ (Col_1_15). Estabas en ese momento presente con una presencia amorosa, aunque fueras Dios escondido, hablándome por medio de tus ángeles que me decían que, si yo quería guardar la virginidad perpetua, tu Majestad me tomaría por esposa, me amaría mucho, y que yo te agradaría si permanecía constante en el deseo de guardar la virginidad. Decir si fue un vuelo que sacó mi espíritu del cuerpo o si se pasó en la parte superior de mi alma, tú lo sabes.” [11]
¡Cuánto esperaba Jeanne el momento de recibir el Cuerpo y Sangre de Jesús!, a quien amaba tanto. La alegría que le dio el Señor, el día de su Primera Comunión, la fortaleció para el resto de su vida, era más, que un alimento cotidiano, este Pan de vida fue su fortaleza.

“Habiendo cumplido mis doce años, se me permitió comulgar, lo que fue para mí una grandísima consolación. Comulgué ese año cada mes y a los trece lo hice con más frecuencia; a los catorce, casi cada ocho días. Leía las vidas de los santos y santas con un gran deseo de imitarlas, especialmente las vírgenes. Admiraba yo el valor que tú les dabas para morir por tu Nombre. Yo hubiera querido tener esa dichosa suerte, pero no era digna de eso.” [12]
Todos estos acontecimientos fueron fundamentales para su vida. El amor y la bondad que día a día se acrecentaban, serían la Piedra Angular para la misión y el establecimiento de la Orden, que Jesús Verbo Encarnado le encomendaría posteriormente.
 
  •  
  • Tercera etapa
  • Durante su juventud
   Su vida transcurría alegremente, disfrutando de lo que hacía en su casa paterna al lado de su madre y sus tres hermanas.
Un día, su tía la invitó a pasar unos meses con ella, pero allá lejos de su cotidianidad, sufrió al no tener a su madre cerca…poco a poco sus devociones se fueron enfriando. Ella nos relata lo que sintió su corazón:
“Una hermana de mi madre mandó a buscarme para que me quedara con ella cinco meses, durante los cuales me relajé mucho de mi primera devoción, siguiendo las inclinaciones de las jóvenes que yo frecuentaba y complaciéndome en sus caprichos. Me desvié de los deberes que tenía para contigo; apenas comulgué tres veces en cinco meses. No hay por qué extrañarse si me volví tibia en tu servicio, al que no me aplicaba sino raramente y por costumbre. Rezaba aún el rosario, pero sin atención.” [13]

“Querido Amor, yo experimentaba lo dicho por el Rey Profeta: Estando con los buenos, yo trataba de ser buena, y con los perversos me pervertía. (Sal 1,1) Me dejaba llevar a las diversiones de las jóvenes que viven según las máximas del mundo, las cuales hubieran cambiado todas las buenas inclinaciones que me habías dado, si no me hubieras retirado a tiempo de esas compañías contrarias a la devoción a la que me llamaste. Tu derecha me retiró de ahí santa y suavemente; permitiste que me enfadara en ese lugar para que regresara con mi madre a Roanne, despreciando esas compañías, para conversar con otras que eran de familias más honorables.” [14]

“Me engañaste santamente o permitiste que lo fuera yo misma. Tu designio era atraerme a ti de nuevo por la conversación de esa buena joven, con toda la repugnancia que tuviera de dejar a las de buena posición para frecuentar a ésta que era hija de un carnicero. Tu gracia fue más fuerte que la naturaleza; me fui retirando poco a poco de la comunicación de las que me llevaban a la vanidad del siglo y volví a mis ejercicios de devoción empleando una gran parte del día en oraciones vocales oyendo varias misas. Esos excesos molestaban a mi madre y a un tío y se resolvieron a mortificarme para hacerme comprender que debía estar a la hora de comer. Las mortificaciones que ellos me proporcionaban me eran muy sensibles.

De eso me quejaba contigo diciéndote: "Sufro todo eso por ti. Las jóvenes devotas que no son de posición son más dichosas que yo, nadie espía sus acciones ni el tiempo que permanecen en la iglesia". Después de haber llorado ante ti, pacifiqué mi espíritu o, más bien, tú mismo lo pacificaste. Acortaba las horas de la misa y me ocupaba manualmente cerca de mi madre. Mi devoción era más fervorosa en verano que en invierno, acomodándose a la estación y no a la obligación que yo tenía de amarte en todo tiempo ya que me habías amado con amor eterno atrayéndome con misericordia lo cual te agradezco, mi divino amor.” [15]

“Dije a mis padres que me quería hacer religiosa, pero mi padre no quiso consentir a mis deseos, lo cual me afligía indeciblemente. Esperaba con paciencia que tu diestra cambiara sus decisiones continuando mis ejercicios. Ayunaba para todas las fiestas de precepto y muchas de los santos a los que tenía* devoción. No falté al ayuno... no practicaba todavía la oración mental; sólo meditaba los misterios del rosario.” [16]
Sus padres querían que disfrutara del mundo igual que otras jóvenes de su edad y le buscaron algunas oportunidades para divertirse, pero Dios Nuestro Señor, le fue mostrando que esa no era su Voluntad.

“A la edad de diecisiete o dieciocho años comulgaba todas fiestas de precepto y todos los domingos. Durante ese último año, una tía mía, hermana de mi madre, se casó, a la boda de la cual yo no quería ir para evitarme las distracciones que hubiera podido tener, pero no por eso pude evitar las visitas; teniendo el espíritu agradable y condescendiente, trataba por un deber de educación, con un familiar del que se había casado con mi tía, el cual dijo después que había estado encantado de mi conversación, que no podía imaginar que una joven que jamás había tratado sino de cosas de devoción y que se mantenía retirada en su oratorio, hablara tan perfectamente de las cosas de las que ella ignoraba la práctica.” [17]

Inserta en un mundo, tan lleno de frivolidades, envidias, guerras, que sin la oración no se hubiera tenido fuerza para lograr su meta, por ello, el Salvador su gran Maestro, le enseña a orar y le concede ser testimonio de vida excepcional. Dejemos que Jeanne nos platique, como le enseñó a meditar en las cosas que su Espíritu se ocuparía día y noche.
“Amigo amable y divino, quisiste llevarme tú mismo a subir el monte de la mirra y las colinas del incienso; al enseñarme a orar mentalmente, me guiaste hacia la soledad interior y me hiciste escuchar: ‘Por tanto, mira, voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón’ (Os_2_16).[18]
“Al hablarme al corazón, me hiciste ver que la hermosura de los campos residía en ti; habiéndome convertido en abeja mística, me sumergías en tus misterios en plena floración, y me proponías tus divinas Escrituras como flores en las que tu Santo Espíritu me hacía libar la miel de mil santos pensamientos en medio de deleites inenarrables.” [19]
“En otras ocasiones oraba vocalmente llamándote con gritos como los polluelos de la golondrina. Meditaba, después, como la paloma, imitando al rey que sanaste de una enfermedad que le hacía languidecer, dándole quince años más de vida para recompensar las amorosas lágrimas que derramó confiadamente en tu presencia: ´Día y noche me estás acabando. Como una golondrina estoy piando, gimo como una paloma’ (Is_38_14).” [20]
No es raro imaginarse que Jeanne, inmersa en oración total durante todo el día, nos escribiera lo siguiente:
“Mis oraciones comenzaban por la mañana y duraban hasta el anochecer. Nada me distraía de la oración, sin importar la ocupación exterior que tuviera, tu amor verificaba en mí el dicho del Apóstol*San Pablo: ‘Oren en todo tiempo’ no solamente de tiempo en tiempo, sino en el momento presente.’(Efe, 6-18)[21]

Tampoco es raro que describa lo que su cuerpo sentía en esos momentos:
“Meditaba yo día y noche en tu amorosa ley, y durante mi meditación se encendía el fuego; tú estabas conmigo para cumplir el designio por el cual viniste a la tierra, que es encender el fuego en los corazones, deseando verles arder en tu amor. Yo te decía: ‘Acepta las palabras de mi boca, acoge mi meditación’ (Sal_18_15), porque tú eras mi amoroso Redentor que me hacía probar la copiosa redención que llevaste a cabo para poseerme, librándome del dominio de mis sentidos, porque me parecía que los tenías del todo sujetos a la razón; mis pasiones estaban tan amortiguadas, que me parecía estaban muertas, a menos que se tratara de tu gloria, para la cual se aplicaban del todo.” [22]

“No experimentaba yo odio alguno, como ya he dicho, sino para odiar lo que tú odiabas y amor para amarte a ti. No amando sino a ti "en todas las cosas y todas las cosas por ti, mi sólo deseo era agradarte, y mi sólo temor desagradarte. Tenía aversión de aquello que se oponía a las buenas costumbres y a la virtud; mi alma estaba siempre alegre contigo; no podía entristecerme sino por las ofensas cometidas contra tu bondad. Esperaba todo de ti, y no esperaba nada de mí…” [23]

Ella nos describe también, con gran realismo sus enfermedades y dolencias que le aquejaron durante varios años, producto de su frágil naturaleza humana y de los arrobamientos y éxtasis que experimentaba, pero al mismo tiempo nos dice como Nuestro Señor le ayudó a sobrellevarlas, como la consolaba y ella en un acto de entrega total y para no ofender a su Amado, aceptó el sufrimiento con alegría.
“Tú sabes, querido Amor, que los frecuentes arrobamientos y los casi continuos éxtasis que yo experimentaba me causaron frecuentes y largas enfermedades por espacio de seis años, ya que no mencionaba a los médicos que me trataban, que mis continuas fiebres tercianas y doble-tercianas proveían de estos arrobamientos y éxtasis. Tomaba todos los remedios que me ordenaban y sufría con grandísima alegría todos los dolores y los ardores que estas fiebres me causaban; si mis indiscreciones las acrecentaban no era mucho, porque querido Esposo mío, no deseaba yo desobedecer a mis confesores ayunando o haciendo más penitencia de lo que se me permitía, a pesar de mis deseos.” [24]

“Hubo un tiempo en que mi deseo era tan fuerte, y aunque estoy bien lejos de ser favorecida como santa Teresa, que repetía con frecuencia sus palabras: ‘O padecer o morir,’ pidiéndote lo uno o lo otro con la impetuosidad del amor; luego me resignaba a tus mandatos por medio de la sumisión que creía deber a tus deseos, conformando mis inclinaciones. En esto fui ayudada por tu benignidad, que obraba como una buena madre, la cual sondea o pone a prueba las fuerzas de su hijo, para hacerlo andar o para permitirle trabajar según su capacidad, no enviándolo a clases sino cuando tiene capacidad para los estudios.” [25]
 

  • Aguantó todo con tal de llegar a ser semejante a su querido Esposo:

 “El Apóstol dice que tú eres fiel, que no permites que una persona sea tentada por encima de sus fuerzas, y yo me digo que eres enteramente bueno hacia mí, que tu bondad previene todas las aflicciones que tu justicia podría enviarme con toda razón: Y de igual manera, ‘el espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza’ (Rm_8_26).Tu Espíritu, que es compasivo en extremo, se ocupa de aliviarme de todas mis dolencias, dulcificándolas de suerte que no sufro casi nada ni en el espíritu ni en el cuerpo, y cuando no sé orar, ‘él ora en mí y por mí, con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu.,‘ (Rm_8_26s) “Yo le suplico pida en mí lo que más agrade a él, a ti y al divino Padre”: ‘Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman.’ (Rm_8_28). “Mi deseo es llegar a ser, por gracia y por tu providente bondad, semejante a ti, mi querido Esposo, que eres desde la eternidad la imagen de tu divino Padre, y que serás para siempre, en nuestra humanidad, la de tu queridísima Madre, imágenes que no hacen sino un Jesús-Cristo; un Verbo Encarnado, mi prototipo y mi adorable arquetipo”.[26]
En varias ocasiones describe que siente fuego que arde constantemente en su pecho y los malestares físicos que le ocasionaban. He aquí el relato:
“El fuego que encendiste en mi pecho fue tan ardiente, que lo convirtió en un horno que ardía continuamente; en la opinión de los médicos, mi sangre estaba quemada. Dos contrarios les preocupaban al recetarme medicinas, pues mi estómago estaba indigesto a pesar del continuo ardor que sentía en el pecho, en el corazón, en las entrañas y en el hígado. Cuando me ordenaban remedios calientes, acrecentaban mis llamas; y cuando me los ordenaban fríos, debilitaban todavía más mi estómago, pero como el ardor de la sangre sobrepasaba la frialdad del estómago, tenía necesidad de remedios refrescantes, que pedía continuamente y que siguieron dándome para templar las llamas que tu bondad, oh divino amor, vino a encender en mi corazón sin mérito alguno mío. Puedo decir con toda verdad que he contribuido muy poco a estos ardores, siendo tu caridad la que ha venido a poner este fuego dentro de mí, haciendo que arda según su deseo. Continúa, Señor, hasta mi muerte y hazme, si es de tu agrado, un holocausto perfecto, para que pueda decir en verdad con el Apóstol, sabiendo que eres mi abogado delante de tu Padre: ‘¿Quién me separará de tu amor? Nada de lo que aflige al cuerpo y al espíritu: Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separamos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor Nuestro’ (Rm_8_38s).” [27]
Admiremos la valentía que Jeanne de Matel tiene. Su fe y paz en los momentos de sufrimiento físico son grandes y firmes. Cuándo leo estos párrafos llenos de virtud, mueven mi corazón, me hacen actuar de diferente manera y puedo sentir que mi piel se enchina cuando pienso en mi pequeñez y cobardía.

“Que los dolores de cabeza que he sufrido durante veinte años seguidos; que las afecciones de los ojos que he tenido durante casi diez años, que los cálculos me desgasten hasta mi muerte; que los cólicos me atormenten tanto como te plazca; que la repugnancia a toda clase de comida dure hasta el fin de mi vida, pero que te complazcas en bendecirme, así como lo hiciste desde el comienzo, quiero decir mi nacimiento. ‘Todo esto me parece nada; lo que me confunde es que muy seguido no hago el bien que deseo, sino el mal que aborrezco:’ (Rm_7_15b).” [28]

Jeanne de Matel también escribió como Dios le fue concediendo favores y dones, he aquí algunas citas:
“Mi divina bondad es comunicativa en sí misma; mi placer consiste en comunicarte los grandes dones que mi amor desea hacerte a pesar de tus temores; no te considera en tus debilidades, sino en su poder…recibe pues mis gracias con humilde agradecimiento, y soporta el que te amé y desborden*en ti los torrentes de mi bondad." [29]

“Tú sabes que me he hecho y me sigo haciendo gran violencia para obedecer; es por ello que creas en mí palabras para hacer un inventario de tus gracias y dones, y una rendición de cuentas de lo que he recibido de tu divina liberalidad. Me alegro en ti, que elevas mi alma sobre todas las grandezas de la tierra, nutriéndome con el mismo alimento del gran Jacob, tu padre por naturaleza y mío por adopción, que se complacía en ti, que cumpliste todas sus voluntades, las que confesaste eran tu alimento, diciendo: ‘Para mí es alimento cumplir el designio del que me envió y llevar a cabo su obra’ (Jn_4_34). ‘Mi alma está alimentada divinamente de ti mismo y de tus palabras divinas, como lo declaran tus propios labios al aplicarme estas palabras: Entonces el Señor será tu delicia. Te pondré en las alturas de la tierra, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, ha hablado la boca del Señor’ (Is_58_14).” [30]

Era tal la cantidad de experiencias divinas que parecía imposible escribir todo el mismo día, su fluidez al escribir era más lenta que la misma experiencia vivida y ella pide perdón a su Querido Amor por su falta de memoria y así mismo le ruega envíe a su Espíritu para que esto no ocurriera.

“Te pido perdón, querido Amor, porque he retardado escribir los varios dones de los que me hubiera podido olvidar si tú mismo no los reproduces en mi memoria por medio del Espíritu que enviaste a tus apóstoles para que se acordaran de lo que les habías dicho.” [31]

Cada santo en el cielo, tienen una brillantez diferente, pero que, gracias a su fidelidad al Señor, al servir a los hermanos con los dones que Dios les regaló en vida, viven ahora en plenitud eterna. ¡Qué hermoso ha de ser!

“Dios comunica sus dones y su gracia a todos los santos, dependiendo de su destino a un mayor o menor grado de amor. A todos concede un fondo de gracia, a fin de que obtengan en la administración del mismo un fondo de gloria para ellos y para Dios, que les ha concedido con qué negociar. De este modo, son hechos participes de aquel en quien habita la plenitud de la ciencia y sabiduría de la divinidad. Los santos no son iguales en gracia y en gloria: unos pueden compararse al sol, otros a la luna y otros a las estrellas.” [32]

“Al hacer la distribución de tus dones, has concedido a unos el apostolado, a otros, la profecía; a éstos, el don de evangelizar; a aquellos, el de doctores. En fin, has colmado a todos de bienes según la medida de tu poderosa, sabia y amorosa bondad. Deseas que todos seamos perfectos en la adopción filial de tu Padre eterno: ’en la madurez de la plenitud de Cristo’ (Ef_4_13). Tú eres la medida de toda perfección”. [33]

“El 17, octava que entró del diacono San Lorenzo* el cielo en un lecho de fuego más abrasador que el carro flameante que llevó a Elías al paraíso terrestre, fui llevada con suspiros inflamados, según mis inclinaciones y peticiones, a ti, mi Amor y mi todo, rogándote te acordaras de esta pobre a la que tantas veces le has dado tus caritativos tesoros para enriquecerla con tus múltiples dones que le han hecho reconocer que eres el donador infinitamente liberal, dándote tú mismo con tu divina plenitud llena de amor. Y exclamé: ‘Todas tus olas y tus crestas, han pasado sobre mí.’ (Sal_41_8).” [34]



¡OH Señor, qué maravillosa experiencia le hiciste experimentar a Jeanne! Ver, pedrería fina en la tierra es hermoso, más hermoso ha de ser ver lucir estas joyas en a quien por tu bondad infinita has regalado allá contigo.
“El día de Santa Inés, a eso del atardecer, estando, según mi costumbre, retirada para hacer oración, me ofrecí a mí misma en sacrificio a mi divino esposo, renunciando a todos los amores criados y a todo lo que no es él. Al hacerlo repetí con esta virgen: Aléjate de mí, pábulo de muerte: he sido destinada a otro amador.” [35]

“Mi querido esposo me ayudó a conocer y sentir que me había recibido como esposa, que su amor me trataba como a tal, y que me daba los mismos adornos y joyas que a Santa Inés. Me dijo amorosamente que me daba pendientes más preciosos e inestimables. Me dio como sortijas los dones del Espíritu Santo, que es el dedo de la diestra divina, siendo la argolla admirable las tres divinas personas…Las tres son inseparables y sus propiedades personales en nada dividen la esencia común que es su naturaleza simplísima e indivisible...Este divino collar, añadió, no podría deshacerse ni separarse. Si conservo su amor en mi alma, encontrar‚ en él toda la belleza simbolizada por la inmensa pedrería que dicha santa dijo le fue concedida.” [36]

“La caridad, tejido de oro purísimo, era mi túnica, de la que su bondad me había revestido. Su amor me coronaba y me comunicaba sus tesoros infinitos, que son nada menos que las riquezas de la sabiduría que recibe, junto con su esencia, de su divino Padre, al que había rogado me hiciera partícipe de la claridad que tiene con él desde antes de la constitución del mundo.” [37]

Es grato escuchar a los demás y compartir sus vivencias y en ocasiones gozamos
unas más que otras, pero escribirlas es mucho más difícil. Jeanne expresa que ella es incapaz de escribir tanto amor que le prodiga su Divino Amor es indecible.

“Son para mí indecibles las caricias que mi divino esposo prodigó a mi alma; mi pluma es incapaz de expresarlas. Las almas que no han tenido la experiencia de semejantes favores, difícilmente creerían en ellas. Si David exclama, al considerar los favores que Dios concedía en la antigua ley a los que vivían en su temor, ‘Cuan grande es tu bondad, Señor, que reservaste para los que te temen’ (Sal_31_19’); ¿qué podemos pensar de las caricias divinas con que regala a las esposas que ama con tanta ternura en la ley de la gracia?” [38]

“Se trata de un secreto entre el esposo divino y la esposa virgen, a la que corona con sus méritos para introducirla en su tálamo nupcial y divino, cuyas tiendas y pabellones son claridades arrebatadoras debido a que este esposo es un sol y la esposa un cristal a través del que él se filtra con sus divinos rayos. Es él quien imprime en su rostro la luz de su gloria, que reserva para sí en esta esposa, sin concederla a nadie más. Él es todo de ella, y ella es toda de él, por lo que ella puede exclamar con toda verdad: ‘Mi amado es para mí y yo para mi amado, el cual se apacienta entre azucenas hasta que declina el día y comienzan las sombras’ (Ct_2_16s).” [39]

“Contemplé en él mi vida sobrenatural de la gracia y sus perfecciones, y cómo poseía mi libertad para rehusar o recibir la vida de la gracia y los dones sobrenaturales que Dios me comunicaba.” [40]

El Señor le daba a Jeanne regalos y regalos ¡Un verdadero enamorado! En todos sus escritos encontramos narraciones donde esta gran afluencia de regalos siempre le fue dada, y como ella bien decía: “Dios comunica sus dones y su gracia a todos los santos…A todos concede un fondo de Gracia” Deseo destacar tres, sin menospreciar muchos otros que sin la menor duda tenía:
 
  • El don de comprender el latín.
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 “Al día siguiente (3 de febrero de 1613) * me fui al sermón que trataba del juicio. Me parecía que las palabras: ‘¡Vayan, malditos, al fuego eterno!’ debían dirigirse a mí. Me vi tan indigna de estar en tu presencia, que no sabía dónde esconderme, pero tus pensamientos no eran sino de paz y bendición hacia mí; era característica tuya ver con tanta dulzura a la que te había ofendido tanto. Me sentía extremadamente enfadada conmigo misma.

En ese día bendito para mí, me comunicaste el conocimiento del latín de la Escritura, y pude así comprender la epístola y el evangelio. Admiraba este favor, pudiendo decir con David: Señor, no estudié las letras, pero es tu bondad misma la que me enseña, para hacerme entrar en sus dominios. Aunque no sé expresarme, entraré en tu fortaleza; a proclamar ‘Señor, que sólo tú eres justo. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas.’ (Sal. 70, 16s).

Me hiciste recordar las palabras que yo te había dicho hacía ya nueve años, que si me hacías comprender el evangelio en latín como yo pensaba que santa Catalina de Siena lo entendía, te amaría tanto como ella te había amado.” [41]

  
  • El don de la oración y el don de lágrimas.
  "Me diste el don de oración junto con el don de lágrimas; mis ojos eran dos fuentes, dos piscinas, y ese don de lágrimas duró muchos años, siendo fuente de alegría. La unción del Espíritu era tan abundante en mi alma que me vi totalmente consagrada a tu amor. Pasaba dos horas y más en oración mental, sin tener una sola distracción. A partir de ese día me hiciste odiar las cosas que tú odias y amar las que amas.” [42]
   
  • Oración de quietud o de recogimiento  y de  paz interior
  “Como encontraba en ti todo mi bien, y que todo era nada para mí fuera de ti, mi alma vivía en una paz que sobrepasaba todos los deleites de los sentidos corporales, a los cuales no tenía ella necesidad de recurrir para buscarte por medio de las cosas visibles, ya que tú vivías íntimamente en ella, recogiendo todas mis potencias y siendo mi divino Amador y mi tesoro. Mi corazón estaba dentro de ti y tú mismo eras el Dios de mi corazón. Te decía las palabras del hombre que encontraste según tu corazón, y que hacía todas tus voluntades: ‘¿A quién tengo en el cielo? Contigo, ¿qué me importa la tierra? Aunque se consuman mi espíritu y mi carne. Dios es la roca de mi espíritu, mi lote perpetuo. Sí, los que se alejan de ti se pierden, tú destruyes a los que te son infieles’ (Sal_72_25s). ¿Qué buscaré en el cielo fuera de ti, qué podría yo desear en la tierra si no es encontrar sólo a ti, sobrepasando a todas las creaturas para llegar a ti?” [43]

“Más ya que tu bondad me favorece tanto que mora en mi alma, estoy en calma; que mi cuerpo sea debilitado y que mi corazón se pierda felizmente en sí para encontrarse en ti, que eres mi Dios y mi porción por la eternidad. Si mis potencias se alejaran de ti, se perderían miserablemente y tendrías justa razón de castigarlas privándolas de su más grande dicha, dejándolas vagabundas y sin guía, sin llamarlas a este dulce reposo en el que tu amor las recoge gloriosamente: ‘Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio y contar todas tus acciones’ (Sal_72_28). ‘Mi esperanza está ya en mi seno, como decía el santo Job’ (Jb_19_27).” [44]

“Al poseerte amorosamente en mi corazón, todas las potencias de mi alma corrían al olor de tus perfumes; si ellas se hubieran dispersado, el vino oloroso y dulce como la miel que procedía de tu garganta sagrada de una manera inexplicable las atraería y las encerraría en el nicho de tu sagrado costado abierto, donde encontrarían ellas la dulcísima miel de tu divinidad que las ocuparía y alimentaría deliciosamente. Tu corazón, de una dulzura real, era el rey de estas abejas místicas, del que ellas adoraban y seguían los movimientos que no las privaban de su reposo amoroso ni de esta agradable quietud.” [45]

“Yo sentía una gran suavidad al adherirme a tu bondad, la cual se proponía recogerme, considerando su gloria al decirme estas palabras amorosas: "Tu eres mi fiel israelita; me gloriaré en ti." Ante esta palabra de gloriarte, mi alma se sentía mucho más recogida y experimentaba las palabras del mismo profeta, sobre todo cuando te había recibido en el divino sacramento de la Eucaristía, me decías que te alojara como un peregrino que saldrá o dejará de estar corporalmente bajo mi techo cuando las Especies se hubieran consumado, y me invitabas a revestirte de mí misma, como un enamorado que se había desnudado por mí para cubrirse solamente de un fragmento de pan, privado de su propia sustancia, ya que las Especies de pan no son sino accidentes que subsisten milagrosamente gracias a tu gran poder: ‘Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz, como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor’ (Is_58_7s). En este mediodía, me diste un reposo que era casi continuo.” [46]

“Mi alma estaba llena de esplendor y mi cuerpo aliviado, porque me hiciste tu jardín de recreación donde hiciste crecer flores deliciosas, las cuales estaban abundantemente regadas, porque tú mismo eras la fuente; desbordabas en ellas un río de paz. Me decías que tu morada dentro de mi alma era para ti un desierto agradable porque no albergaba amorosamente sino a ti, y que lo cimentarías tan profundamente, que las generaciones futuras podrían subsistir en él con seguridad.” [47]
Entresacar y separar temas concretos, es difícil, debido a que en una misma cita hay varios temas presentes. Podemos darnos cuenta cómo Dios fue entretejiendo las maravillas extraordinarias y extra naturales que hizo en la vida de su amada hija. Jeanne, muy devota de los santos, que mientras oraba, Nuestro Señor le quiso mostrar, en sus visiones, muchos detalles que resaltaron la vida de algún santo o santa.

Ella nos quiso dejar por escrito, estos encuentros admirables: Algún santo para resaltar sus cualidades o virtudes, con algún personaje bíblico para que entendiera la Sagrada Escritura o para que comprendiera un mensaje especial, con elementos de la naturaleza y objetos para enseñarle el simbolismo que tienen, decirle cuanto le ama, para consolarla, mostrarle los detalles de su misión y del establecimiento de la Orden, enseñarle a entender sus Misterios de la Santísima Trinidad, la Eucaristía y el Dogma de la Inmaculada Concepción, por ejemplo.
 
  • Algún santo para resaltar sus cualidades o virtudes.
 Todos los santos tuvieron sus méritos para serlo y estar gozando cerca de Dios. Señor mi alma desea ardientemente ir a vivir eternamente a esa tierra prometida.
“El día de la fiesta de santa Catarina, virgen y mártir, murió con la muerte de los santos después de haber ganado la indulgencia plenaria. De muy buen juicio, con un entendimiento iluminado por tus luces, la voluntad inflamada por tu amor divino, edificó, al expirar, a todos los padres y hermanos que se hallaban presentes para ayudarle a bien morir.” [48]

“Sublimes luces que Dios comunicó a san Dionisio, y cuan humilde y obediente fue en la recepción y manifestación de ellas, según la divina voluntad, que siempre fue la regla o directriz de su espíritu.” [49]

“Estoy muy mortificada debido a que la medicina que hoy tomé me impidió comunicarle las innumerables maravillas que mi divino amor me ha revelado acerca de las excelencias de mi maestro san Dionisio. Después de conversar conmigo sobre ellas durante varias horas, me hizo ver varias veces montículos de arena dorada; y al sorprenderme la repetición de esta visión, me enseñó que se trataba de la multitud de los dones divinos y de las gracias conferidas a este santo, el cual, mediante su correspondencia a dichos favores divinos, multiplicó de tal manera sus méritos, que éstos llegaron a ser tan numerosos como las arenas del mar”.[50]

“Me dijo que la humildad y la obediencia de san Dionisio fueron admirables; que por la humildad se abajó hasta un abismo, y por la obediencia se elevó tan alto, que llegó a la penetración de los misterios más eminentes; obediencia que Dios me hizo ver como el seguimiento de su divina voluntad.” [51]
“Por medio de mi fiel san Miguel, te he enviado favores que son verdaderas joyas, dándole orden de enterarse si deseas ser mi esposa. Tú has respondido, como Rebeca que venías a mí por su medio, y has llegado acompañada de tu nodriza que es el Santo Espíritu, el cual no te ha retirado la leche de sus dulzuras desde que se complació en mostrarte que deseaba alimentarte de sus pechos reales y divinos. El jamás morirá; no es mortal como la nodriza de Rebeca la cual fue sepultada: ’En las inmediaciones de Betel, debajo de una encina; y él la llamó la Encina del Llanto’ (Gn_35_8).” [52]

“Citaré aquí algo que pasó hace cuatro años. Conozco una persona que, después de haber gozado de consuelos indecibles y multitud de favores, a pesar de casi no conocer los libros, ya había experimentado toda clase de ternuras y caricias descritas en ellos; escritas por santa Gertrudis, o por santa Catalina de Siena, o por Santa Teresa. Por espacio de nueve años casi continuos, y casi sin privaciones, tuvo presente a su derecha, al divino esposo, de una manera mística y amorosa. Esto impedía el temor y producía una alegría interna, situando aun su cuerpo en un dulce reposo, como si estuviese ya en la gloria, sin riesgo de sufrir.” [53]

“David lo explica con estas palabras: ‘Pongo al Señor ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa’ (Sal_16_8s). Al cabo de aquellos nueve años, esta alma se encontró en la sequedad, o más bien en algo parecido al desamparo. Así como las que suelen recibir caricias se sienten abandonadas cuando no se les habla, así el Señor nos manda grandes penas cuando dejamos de sentir su asistencia, porque todo nuestro ser depende de Dios. Si él se retirara, dejaríamos de existir. Lo mismo sucede cuando retira sus consuelos de un alma que los ha experimentado largo tiempo. ¡Ay, ay! ¡Qué pena da ver a un príncipe alimentado con sabrosos manjares, forzado a comer pan de avena o de cebada sin ser purificado de su pajilla, cuyas puntas parecen estrangular la pobre vida que le resta! Así se veía esta alma, que ignoraba dónde estaba el Dios de su corazón. Le parecía que cada criatura le preguntaba dónde estaba aquel que tanto la amaba, y que no parecía tener ojos sino para contemplarla, pero que al presente parecía tenerlos sólo para desdeñarla.” [54]

 
  • Con algún personaje bíblico para que entendiera la Sagrada Escritura o para que comprendiera un mensaje especial.
 En un mismo texto notamos la capacidad que el Señor le concede a Jeanne cuando escribe lo que ve, nos ayuda para mirar al personaje o santo bíblico de una manera que no se puede imaginar uno. En los detalles de sus descripciones destacan cualidades, virtudes, dones quizá gustos que cada uno de estos santos tenía en vida y que allá donde su Divino Amor le gustaba llevar a Jeanne veía con gran atención y admiración. ¡Qué gran escritora!
 

 “En su bondad, el divino Salvador se dignó hacerme partícipe del amor que concedió a su amada Magdalena, y revelarme la bondad y belleza de los pies que anuncian la paz, junto con muchas otras maravillas relativas a su enamorada… El día de la gran Santa Magdalena, maravilla del divino amor, habiendo recibido a mi divino esposo en la comunión, fui íntimamente unida a él… Se dignó elevar mi espíritu para que conociera y sintiera el amor que había comunicado a esta enamorada suya, a la que imaginé a los pies del amable Salvador, de los que se podría decir: ‘Oh cuan hermosos son los pies de aquel que anuncia la paz; de aquel que anuncia la buena nueva’ (Is_52_7) …El contacto con esos pies sagrados comunicó y produjo el amor y la paz en Magdalena. Aquellos pies divinos abatieron su soberbia, pisotearon su vanidad y domaron su orgullo, venciendo todo lo que era enemigo de su salvación y del Dios que estaba más enamorado de ella, que ella de él, a pesar de que lo amaba tanto. Contemplé esos pies tan bellos en su calzado, que no era otro que los cabellos, los labios y las lágrimas de esta santa penitente, que se había transformado en enamorada y se gloriaba en emplear todo lo que tenía de más querido para que sirviera de adorno a esos pies adorables, bajo los cuales dobló amorosamente su cabeza” [55]
“Tu amor hacia mí hace ver a todos tus santos que tu bondad no tiene otros motivos que ella misma para comunicarse a mí. Tú renuevas en mi alma casi todos los misterios que la Iglesia nos representa acerca de tu vida en el curso del año. Como respuesta, me decías: "Hija, al igual que Zorobabel, eres un signo ante mi faz; así como dije a Noé que al ver el arco en el cielo recordaría la alianza de paz que había hecho, y de no volver a enviar un diluvio, de igual modo al verte recuerdo mi bondad, que es comunicativa en sí misma. Es mi esencia; no puedo ignorarla: es lo mismo que mi ciencia y mí ser; es mi naturaleza.” [56]
“Querido Amor, desde que me dijiste que mi suerte está en tus manos, siempre me he visto rica en ti. Me equivocaría si menospreciara las riquezas y los tesoros de tu benignidad. Me contristo al ver que otros las desprecian al acumular un tesoro de ira para el día de tu justa venganza.” [57]

“Mi divino esposo me dijo además que siempre había enaltecido con sus bendiciones y favores más escogidos a quienes le habían levantado altares, como Noé después del diluvio, Abraham, Isaac, Jacob y otros, y que no sería mezquino conmigo, que le preparaba una orden en la que tendría una gran multitud de altares sobre los que reposaría en el adorable sacramento de la Eucaristía; y que obraría un génesis tan agradable y numeroso en esta orden, que no se podría nombrar su generación en mí.” [58]

Jeanne gozaba, se deleitaba viendo, admirando y sintiendo todo aquello que su Amado le mostraba con gran ternura y misericordia.

“Contando con mi consentimiento, tu Majestad quiso visitarme nuevamente en unión de todos los santos de su corte celestial. Por la noche, al encontrarme en mi habitación, toda tu corte me felicitaba por la amorosa predilección que mostrabas hacia mí, alabando tu misericordiosa caridad, que había escogido a una jovencita para proclamar tu Nombre eterno y temporal, extendiendo la gloria sobre la tierra. n resonar estas palabras de Isaías: ‘Consolad, consolad a mi pueblo’ (Is_40_1).Todas sus alabanzas me confundían; imprimiste en mi alma un conocimiento tan profundo de mi nada, que repetí, contando con tu agrado, las palabras de tu santa Madre: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’ (Lc_1_38). Oh amorosa dulzura, me hiciste escuchar, sin saber quién me hablaba: ‘Bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán en ti las palabras del Señor’ (Lc_1_45)”.[59]

“En la fiesta de san Lucas te rogué me pasaras de clase, mi divino Maestro; consideraba que me podías bien sacar de mi ignorancia que me ponía no sólo a nivel de los animales, sino más bajo aún. Estaba reducida a la nada, no poseyendo en mí, poder ni instinto para hacer el bien. Con frecuencia me acercaba al altar para ser mirada por tus ojos misericordiosos, pero mi ceguera no los podía ver; estaba ciega, sorda y muda en tu presencia. ¡Oh Dios, qué estado! Este santo Evangelista, pintor y médico, fue caritativo conmigo como lo había sido varias veces en el día de su fiesta. Yo no estaba poseída del demonio que arrojaste, como nos narra este santo; mis ojos, lengua y oídos me servían para aquello para lo que me los habías dado físicamente, pero en mi interior sentía una impotencia inexplicable; no oía hablar tus palabras eficaces y encantadoras y no experimentando este consuelo, no sabía si debía hablar a tu Majestad como en otros tiempos, esperando contra toda esperanza, o si debía permanecer muda, sorda y ciega.” [60]

“Los días de los santos apóstoles san Simón y san Judas, les pedí que por caridad rogaran por mí y que me señalaran dónde se alojaba tu Majestad seguido de todos tus santos, en mi alma ya que es propio de tu bondad producir la luz en las tinieblas como lo asegura el Apóstol a quien iluminaste en la ceguedad. ‘Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, él ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios.’ (2Co_4_6).

Me hiciste, oh delicia de todas las naciones, experimentar el placer que tienes al escuchar a la tierra cuando ésta ruega al cielo, y cómo eres grande y admirable en tus sacramentos, mis tinieblas y mis penas se disiparon desde ese día. La tarde de la víspera de Todos santos al entrar a nuestra capilla para hacer mi oración, oí: Se te invita al sacrificio. Ven como víctima. Tan pronto como me puse de rodillas elevaste mi espíritu de una manera admirable y me hiciste ver sobre el altar a muchos santos entre las que distinguí a san Pedro. A todos estos santos las veía con sus cuerpos ágiles como los espíritus, ocupados todos en llevar un cordero que no pesaba nada.” [61]


 
  • Con elementos de la naturaleza y objetos para enseñarle el simbolismo que tienen.
 Existe tal riqueza y claridad en los signos y símbolos que describe en sus visiones, que nos indica que Jeanne era una mujer extraordinariamente sensible y con una gran capacidad de admiración, que todo eso lo transformaba en expresiones de alabanza y adoración a Dios, al terminar tan maravillosas manifestaciones y por si fuera poco, cuando ella no comprendía algo, su Divino Amor se lo explicaba.
“Cuatro cadenas que representan los diversos estados de las almas en el camino y al llegar a su fin.

Durante la Octava de Reyes, mi divino amor, haciendo sentir a mi alma su dicha a causa de la elección que él se dignó hacer de ella por iniciativa propia, me dio a entender y a conocer la diversidad que existe en los estados en que se encuentran las almas que están oprimidas por diversas cadenas.

La primera cadena es de hierro, la cual aherroja y abruma con su peso a los pecadores obstinados en este mundo y a los condenados en el infierno, entre los que sólo hay la diferencia del fuego, que atormenta interiormente a los que se encuentran en camino y material y sensiblemente a los que han llegado al término. Como los que van por la vida no suelen aparecer ante los hombres como pecadores obstinados, reprobados y condenados por su impenitencia, la ejecución de la sentencia sólo es diferida. Los que están en el infierno, en cambio, por haber llegado a su fin, sufren ya los suplicios de sus crímenes y la pena a la que están condenados. Por haber muerto en pecado mortal, serán privados eternamente de la visión beatifica.

Los desventurados que van en camino se obstinan en resistir al Espíritu Santo y a forjar pecado sobre pecado, con los que forman la cadena de sus malos hábitos, que encadena unos con otros, y como jamás se enmendarán, están como condenados en presencia de Dios. La ejecución del suplicio es sólo aplazada, como se dice antes; sus cadenas no pueden romperse por rehusar la conversión y exponerse a que el Dios justísimo les abandone a causa de su endurecimiento, aunque esta imposibilidad sólo se de en los condenados, que están en un estado en el que ya no hay redención, porque ya no están en camino para hacer penitencia.

Dicha imposibilidad se da en quienes resisten al Espíritu Santo. Desafortunadamente para ellos, no hay remisión alguna ni en este mundo ni en el otro, como dijo el Salvador. Cadena doblemente temible. Cuando pienso en ella, me siento espantada porque encadena a dos clases de culpables: los que se encuentran en camino que ofenden a Dios durante su eternidad, porque jamás se enmendarán; y a los que llegaron a su fin durante la eternidad de Dios, lo cual es justísimo. Como emplearon su eternidad en ofenderle, es razonable que él los castigue durante la suya: ‘Por que aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas (Sal_51_6).’

La segunda cadena es de plomo, que puede fundirse y licuarse en el fuego. Ella encadena a las almas que no son obstinadas, pero que se encuentran, no obstante, en pecado mortal, del que pueden lavarse, purificarse y deshacer su opresión mediante la gracia que Dios desea concederles. Esta cadena puede ser fundida a través del temor de Dios, cuya ardiente caridad puede reformarlas o transformarla en la hoguera del divino amor, que produce la contrición amorosa.

La tercera cadena es de oro brillante y sirve de corona y collar honorífico más que de grilletes. Esta cadena es para las almas que sirven a Dios por su amor y por la recompensa de la gloria, todo a una. Hay muchos en este número: ‘Inclino mi corazón a practicar tus preceptos, recompensa por siempre’ (Sal_119_112).
La cuarta, que es maravillosa, está formada de luz, sin ser pesada como la de oro. Las almas que la llevan son iluminadas, no encadenadas por ella y son conducidas por el esplendor de la luz eterna que es el Verbo, el cual es su camino, su verdad y su vida: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida’ (Jn_14_6). Dios mora en estas almas y se reproduce en ellas cada vez que las ilumina. ‘Allí a David suscitaré un cuerno, aprestaré una lámpara a mi ungido’ (Sal_132_17), dándoles su amor, que es dulce, fuerte, muy bien representado por el cuerno y simbolizado por la luz de Cristo, que es el ungido y la unción. David, contemplándolo como rey, dijo: ‘Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros’ (Sal_45_8). Con estas almas afortunadas, por ser sus esposas queridas, comparte su alegría. Junto con la luz, reciben la unción sagrada de reinas; luz que les da el impulso para moverse de acuerdo a las exigencias de la gloria eterna. Son resplandecientes como el sol, blancas, cándidas y plateadas como la luna; el sol no tiene otro color que el de la luz; estas almas, tan felizmente ligadas, no tienen ni color ni tinte de criatura alguna; sólo el blanco de la inocencia.

Frecuentemente, durante esta octava, el rayo de luz brilló con fuerza sobre mi cabeza y mi rostro. Sentí una dulce brisa y escuché: El espíritu sopla donde quiere; no siempre le gusta manifestar de dónde proviene su soplo, ni a dónde va, pero se complace en dar a conocer que es él quien mueve al alma para que obre según sus mociones. Es él quien produce en ella mil gracias de bondad y de complacencia, adornándola con sus dones para hacerla agradable al Padre y al Hijo, lo cuales, con el Espíritu Santo, fijan en ella su morada. La santísima Trinidad reside plenamente en su parte superior como en su domicilio: ‘Que así me ha dicho el Señor: Reposaré y observaré desde mi puesto, como calor ardiente al brillar la luz, como nube de rocío en el calor de la siega’ (Is_18_4).

Esta cadena de luz liga e ilumina de manera inefable a los bienaventurados que están en el término, y a las almas de las que ya he hablado, que van por la vida; porque las que han llegado al final se encuentran en la plena alegría de la gracia consumada, a la que llamamos gloria del cielo. Las que siguen en camino participan de la gloria iniciada que se denomina gracia en la tierra; cadena bien diferente de la que aprisiona a los obstinados en el camino y a los réprobos en el término’”. [62]

“Los símbolos de la cruz han sido muy ilustres: el arca de Noé, el reparador del mundo; la vara de Moisés, el incensario de Aarón, el sacrificio de Abraham, el báculo de Jacob, el cetro de David, el trono y la litera de Salomón Todos aquellos a quienes se concedió como en depósito bajo el velo de las figuras, fueron siempre ilustres; y hasta María y Jesús, honra del cielo y de la tierra, todos la llevaron en figura y en ejemplo o imitación. Nadie está exento de la cruz, sea por temor, sea por amor a Jesús.” [63]
“Llegó la Pascua. Durante este tiempo caí enferma cerca de un mes, aunque esta enfermedad no me impidió comulgar diario. Recibí, además, grandes consolaciones de tu santa Madre, la cual me confortaba mientras que la fiebre me desgastaba tan duramente. Para aliviarme en el sufrimiento causado porque te escondías de mí, al cabo de algunos días e ignorando la causa, vi tres coronas sostenidas y ensartadas en una vara, y también unos cálices. Ignoraba el significado de todas estas visiones, hasta que te dignaste, mi divino Intérprete, dejarte ver de mí. Al retomarme amorosamente, me dijiste: ‘Hija, te has quejado con tu confesor de mi ausencia, como de una pena intolerable a una esposa acostumbrada a los mimos de su divino esposo; mi santa Madre te ha visitado y consolado. ¿No te había yo hecho ver cruces y cálices, y después esas tres coronas en una vara? Todo eso eran signos de aflicciones que yo deseo coronar.’
Al decirme estas palabras, se me apareció una grande y pesada cruz de mármol blanquísimo. Tu Majestad, al verme espantada por las dimensiones de esta cruz, me dijo: ‘Hija, tú no cargarás con esta cruz; es la cruz quien te llevará. Es toda de roca de mármol, y sobre ella deseo fundar el Instituto. La esposa del Cantar dijo que mis piernas son columnas de mármol. Yo soy la verdadera roca sobre la cual está fundada mi Iglesia. Animo, hija, fundaré mi Orden sobre mí mismo.’ Al mismo tiempo, vi un cáliz lleno de flores. Mi amable Doctor me dijo: ‘Mi bien amada, este cáliz lleno de flores es para embriagarte y embellecerte, a ello se refería David cuando dijo: ‘Unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa’, (Sal_22_5)’.Cuando le hice comprender que mi divina misericordia deseaba acompañarle todos los días de la vida. Tú puedes decir lo mismo: es lo que te he prometido. Mis promesas son infalibles.” [64]

Es tan expresiva al escribir, que transmite su sentimiento con respecto a lo que ve y no se diga si quien lo explica es el mismo Verbo Encarnado, su Rabbunni, (su querido maestro)

“Algunos días después de lo ocurrido, el P. de Meaux vino a informarme de la consulta que los médicos habían tenido, y que estaba por partir, lo cual me entristeció en el acto… En cuanto él salió de mi habitación, se me presentó san Miguel para ofrecerme su ayuda. Al desaparecer, te hiciste ver con una tiara hecha en madera, sin joyas ni adornos. Me sorprendió que tu Providencia, en su diligencia admirable, no la hubiese adornado de piedras preciosas. Estas visiones me hicieron ver que habías dado a san Miguel una nueva comisión de asistirme, encomendándole el Instituto que deseabas establecer. Me le diste como uno de mis maestros, a fin de que me instruyera en tu voluntad por medio de irradiaciones y coruscaciones deslumbradoras. Me diste a entender, por medio de la tiara sin adornos que tenías al principio, que iniciabas tus proyectos en la más pobre apariencia, y los llevabas a cumplimiento por medio de ricos efectos; me enseñaste que eras mi buen Pontífice que proveería a todas mis necesidades, y que me compadecías en todo.” [65]
“Fui revestida de una túnica de candor brillantísima para mí sin explicación. Mi madre estaba conforme con todas tus voluntades, por lo que me permitió en seguida seguir tus inspiraciones, aunque sufría un dolor extremo al privarse de mí, a quien amaba más que a todas mis hermanas. Me dijo así: ‘Hija, mi inclinación natural es no permitir que me dejes, pero deseo sobreponerme para seguir la divina inspiración’”.[66]

“Hablando de la gloria esencial según san Dionisio, me parece que olvidé la accidental, pero tu sabiduría me ha guiado suavemente hacia los discursos que me hiciste sobre esta última, mostrándome un ramo de jancitos levantado en alto, los cuales, me dijiste, eran figura de los grados de gloria accidental que concedes a los santos, y que esas sortijas son además gracias concedidas a quienes se encuentran todavía en camino, y son para ellos gloria esencial y que, cuando las obtienen mediante el favor de las oraciones de los santos y santas del cielo, o que a imitación suya practicaron las virtudes en vida, acrecientas la gloria accidental de los santos concediendo este anillo a todas tus esposas que pertenecerán a tu Orden, y que, a su vez, tus manos están hechas para dar todo, y para dejar colocar amorosamente estas alianzas en quienes son de tu agrado, y que bien sabía yo que, estando todavía en la casa paterna, me hiciste ver los diamantes que prepararías a mis hijas, y entre todos, me hiciste ver uno en forma de cruz que me habías destinado, puesto que debía sufrir muchas contradicciones comparables a golpes de martillo, y a ser con frecuencia moldeada y golpeada para ser más conforme a ti.” [67]

Revestida de todos los regalos que le prodigaba su amado gozó plenamente, pero cuando se trataba de ver situaciones terribles que también le mostraba, ella sufría.

“Llevo en la mano un báculo de hierro, insignia de mi poder, para quebrantar las cabezas de los rebeldes que me declaran abiertamente la guerra en la persona de mis fieles. Yo soy el Esposo de la Iglesia, siempre presente, aunque invisible; mi Espíritu santísimo la gobierna, impidiéndole caer en el error. El la sostiene y mantiene en la verdad católica, que posee la revelación auténtica que manifesté a mis apóstoles, quienes la legaron a sus sucesores.” [68]
 
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  • “El divino amor inventó la cruz, que convirtió en signo de grandeza y en estandarte de gloria, 3 de mayo de 1634. El día del hallazgo de la Cruz, me uní a Santa Elena para encontrarla. Comprendí que no sólo debía buscar la cruz de madera en la que fue clavado el Salvador, sino la cruz mística en la que, mediante la divinidad unida a la humanidad, Dios se hizo hombre y el hombre, Dios. Se trata de una cruz cruzada, en la que la fuerza está unida a la debilidad, la eternidad al tiempo, la inmutabilidad al cambio, el Creador a la criatura, la majestad a la ignominia y la grandeza a la bajeza.” [69] 
 
“El día de la dedicación de san Pedro y san Pablo, estando en oración, me hiciste ver un Pontífice con su tiara, con el pecho abierto, y una multitud de víctimas que se ofrecían a él en su pecho y eran consumidas en holocausto, perdían la vida humana y natural y recibían la divina y sobrenatural. Esta consunción de ellas mismas las divinizaba, vi una paloma blanca que se unía nuevamente a este pecho sagrado por un maravilloso afecto para ser allí consumida como las otras víctimas, las que no tenían más su propia vida ni sus propios sentimientos. Esta paloma sufría por verse todavía en estado de ser devuelta a la tierra y poder volar. Si hubiese podido hablar habría dicho: ¿Por qué estoy todavía en esta vida mortal? El amor me fuerza a morir con las otras víctimas y consumirme en ese pecho que ha cambiado la vida natural y humana de esas víctimas afortunadas, en una vida divina. Las veo dichosamente pérdidas para todo lo que no eres tú, oh mi Dios y mi todo”.[70]

“Habiendo recibido las potencias del divino esposo, se ve adornada por ellas con la propia mano de su esposo: ‘Ha ceñido mi diestra y mi cuello con piedras preciosas, y adornado mis oídos con perlas de valor incalculable. Me ha regalado pulseras más hermosas que las de Rebeca’ (Gn_24_22), que son signo de esperanza y seguridad para la esposa. Ha ceñido mi cuello con el collar de su caridad; ha colgado a mis oídos pendientes de preciosas perlas, que son sus fieles palabras, que para mí valen más que el oro y el topacio. Ha puesto sobre mi frente una diadema admirable y tan rica, que ningún otro enamorado sería capaz de darme una parecida.” [71]

En este punto, podría haber copiado todos sus escritos, ya que durante todos los momentos de su vida Nuestro Señor, le decía cuanto le amaba. Ninguna cita, vale más o menos. Ésta es solo es una selección para ilustrar estas bellas experiencias.
  
  • Decirle cuanto le ama
  • “Me acuerdo que un día, durante la octava de san Juan Bautista o la octava de la Visitación de Nuestra Señora, tu santa Madre, me dijiste: ‘Hija mía, mientras que mi Madre conversa con santa Isabel, entra a este claustro virginal. Deseo hablar y tratar de amor contigo; ven con mi Precursor, que me ve y platica conmigo aunque se encuentre en las entrañas de su madre. Él ha estallado en gozo al ver al esposo cerca de su esposa. Es mi amigo y tu patrón. Yo le escogí como saeta de elección.’” [72]
 
“Como encontraba en ti todo mi bien, y que todo era nada para mí fuera de ti, mi alma vivía en una paz que sobrepasaba todos los deleites de los sentidos corporales, a los cuales no tenía ella necesidad de recurrir para buscarte por medio de las cosas visibles, ya que tú vivías íntimamente en ella, recogiendo todas mis potencias y siendo mi divino Amador y mi tesoro. Mi corazón estaba dentro de ti y tú mismo eras el Dios de mi corazón. Te decía las palabras del hombre que encontraste según tu corazón, y que hacía todas tus voluntades: ¿A quién tengo en el cielo? Contigo, ¿qué me importa la tierra? Aunque se consuman mi espíritu y mi carne. Dios es la roca de mi espíritu, mi lote perpetuo.” [73]

“Al poseerte amorosamente en mi corazón, todas las potencias de mi alma corrían al olor de tus perfumes; si ellas se hubieran dispersado, el vino oloroso y dulce como la miel que procedía de tu garganta sagrada de una manera inexplicable las atraería y las encerraría en el nicho de tu sagrado costado abierto, donde encontrarían ellas la dulcísima miel de tu divinidad que las ocuparía y alimentaría deliciosamente. Tu corazón, de una dulzura real, era el rey de estas abejas místicas, del que ellas adoraban y seguían los movimientos que no las privaban de su reposo amoroso ni de esta agradable quietud.” [74]


Escuchar a su Amor era lo máximo y Jesús Verbo Encarnado en platicarle y mostrarle con su divina tecnología lo que Él quería.

“Yo sentía una gran suavidad al adherirme a tu bondad, la cual se proponía recogerme, considerando su gloria al decirme estas palabras amorosas: "Tu eres mi fiel israelita; me gloriaré en ti. "Ante esta palabra de gloriarte, mi alma se sentía mucho más recogida y experimentaba las palabras del mismo profeta, sobre todo cuando te había recibido en el divino sacramento de la Eucaristía, me decías que te alojara como un peregrino que saldrá o dejará de estar corporalmente bajo mi techo cuando las Especies se hubieran consumado, y me invitabas a revestirte de mí misma, como un enamorado que se había desnudado por mí para cubrirse solamente de un fragmento de pan, privado de su propia sustancia, ya que las Especies de pan no son sino accidentes que subsisten milagrosamente gracias a tu gran poder” [75]

“En este mediodía, me diste un reposo que era casi continuo. Mi alma estaba llena de esplendor y mi cuerpo aliviado, porque me hiciste tu jardín de recreación donde hiciste crecer flores deliciosas, las cuales estaban abundantemente regadas, porque tú mismo eras la fuente; desbordabas en ellas un río de paz. Me decías que tu morada dentro de mi alma era para ti un desierto agradable porque no albergaba amorosamente sino a ti, y que lo cimentarías tan profundamente, que las generaciones futuras podrían subsistir en él con seguridad.” [76]

 
  • “Al día siguiente continuaste hablándome de las maravillas de este santo, diciéndome: Hija mía, entiende un gran misterio. El Verbo Encarnado, tu amor sobre todos los cielos, parece en este día como el cielo supremo al bienaventurado glorificado con mis llagas resplandecientes como un espectáculo de gloria y Francisco la tiene en proporción. San Francisco está oculto en una cueva con sus llagas, manteniéndose de pie para admiración de aquellos que pueden descender allí. Es una copia sacada de su original que soy yo, y he querido hacerlo mi expresión por una maravilla inefable a los hombres mortales.” [77]
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  • “El día de la Circuncisión de 1653, me dijiste: Hija mía, te doy de aguinaldo toda la Sagrada Escritura; me llamo Jesús Nazareno, y te doy en este día el nombre de nueva Jerusalén. Como ves la primera letra de mi nombre es la misma que la del tuyo y así sucede en la Biblia, la primera y la última letra también son iguales a las de nuestros nombres. El Génesis empieza: En el principio, el Apocalipsis termina Ven Señor Jesús. Amen ‘Ap_22_20’. Juan mi favorito también empieza su Evangelio In principio y termina en el Apocalipsis con Jesús Amén. Lo que es de tu esposo, es tuyo también, es tu adorno que hace gozar a los ciudadanos celestes.” [78] 
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  • Sin duda el mejor consuelo era su Divino Amor que buscaba siempre darle ánimo y fortaleza en todas sus aflicciones, aunque a veces se quejaba de no sentir estos consuelos. El Señor estaba ahí con ella en todo momento.
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  • Para consolarla
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  •  “La víspera de san Lorenzo, encontrándome indispuesta, me acosté después de haber comulgado. Tu bondad, que se inclina siempre favorablemente a mí, quiso alegrarme en el lecho, donde estaba postrada no solamente por enfermedad    corporal, sino afligida espiritualmente por una hermana que no viene al caso nombrar. Me dijiste: "Hija, vine a consolarte y para decirte que tengas confianza en mí. Estableceré mi Orden por medios que nadie imagina. Tú verás la unión de la tiara y de la corona de Francia en esta fundación. Repite con David: Tengo fe, aun cuando digo: ‘Muy desdichado soy’, yo que he dicho en mi consternación: ‘Todo hombre es mentiroso.’ ‘¿Cómo a Yahvé podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahvé’. (Sal_116_10s). Habla, hija mía, de mis maravillas porque no puedes dudar de las verdades que te enseño. Yo he permitido que te veas afligida, a fin de hacerte practicar este gran sentimiento de humildad que sientes en tu alma, y puedes decir a quienes ignoran el exceso del amor que siento por ti, que todo hombre es mentiroso cuando piensa afligir al alma que yo consuelo." Mi divino Consolador, ¿qué puedo ofrecerte en reconocimiento de tantas gracias que continuamente me das?” [79]
 
 
  • Mostrarle los detalles de su misión y del establecimiento de la Orden

  • A pesar de sus debilidades, ella estaba sostenida por su Divino Amor, a quien siguió totalmente y se entregó confiadamente para realizar la fundación de la Orden, convencida que ella era el instrumento y Jesús Verbo Encarnado el fundador que le proporcionaría lo necesario para que se fuera cumpliendo su voluntad y luchó tenazmente contra todo lo que se opusiera para el establecimiento canónico de la Orden, pero siempre con una obediencia ciega en la Palabra de su Amado.
 “El día de san Claudio, Arzobispo de Besançon, la Hna. Catherine me dijo que debíamos iniciar la Congregación lo más pronto posible. No estaba yo resuelta a salir de la casa de mi padre hasta tener otros sentimientos interiores. Le dije entonces, riéndome de ella: ‘¡Comienza tú misma la Congregación!’ Ella se dio cuenta de que hablaba yo así por ironía. Al considerarla, la encontraba buena, pero carente de destreza, sin saber leer bien y mucho menos escribir; incapaz de enseñar las costumbres de la época o la urbanidad que necesitan aprender las jóvenes de buena crianza, la cual los padres de familia consideran más importante que sus deberes de enseñarlas a ser piadosas, pues temen que tu Majestad las escoja para ser esposas suyas. Hay tantos ciegos que en lugar de buscar para sus hijas primeramente el Reino de Dios y su justicia, hacen lo contrario. Más para que lleguen a ser piadosas, nos proponemos enseñarles buenos modales, para que lleguen a serte fieles. Es necesario recurrir a estas estratagemas, aunque no para convencerlas de ser religiosas, ya que solamente tu Espíritu da el don de la vocación.” [80]

“Tú, Señor, que haces las cosas de la nada, impulsaste a esta joven a decirme: ‘¡Sí, sí, yo comenzaré! Dios puede muy bien concederme las cualidades que me faltan. Al rehusarte a comenzar, ¡estás resistiendo al Espíritu Santo! ’" [81]

“Habiéndome dicho estas palabras, mi espíritu se sintió vencido: conocí que tu Espíritu me hablaba por boca de esta joven, la cual se puso a orar delante del altar de Nuestra Señora del Rosario; yo hice lo mismo ante el gran altar de la iglesia de san Esteban de Roanne, después de haber asistido a Vísperas en la misma iglesia. Querido Amor, en cuanto me puse de rodillas, la adorable Trinidad y todos tus bienaventurados me rodearon de luz y me cercaron gloriosamente.” [82]

“Todos los santos me representaban los deseos que tenían de esta fundación, diciéndome que sería el compendio de tus maravillas; que por ella tu divino Padre te clarificaría como recompensa de la glorificación que le habías dado al estar pasible en la tierra; a su vez, deseaba glorificarte ahora que eres impasible. Tu santa Madre me decía que deseaba favorecer todo el honor que le prodigabas al proteger los establecimientos dedicados a su nombre y a su persona, favoreciendo a su vez esta Orden que tendría como fin honrarte.” [83]

“No puedo describir todo lo que ella y los santos me dijeron, ni las caricias inefables que me prodigó toda la santa Trinidad, la cual descendió de su lugar, si puedo hablar de esta manera, sabiendo que está en todo por su inmensidad, para revestirme de una manera inefable. Al verme tan gloriosamente rodeada de un cerco de luz, me rendí después de decirme tu Majestad que permanecería cercada por estos resplandores hasta que prometiera iniciar la Congregación lo más pronto que pudiera. Amor, eres tan prudente como poderoso. Te prometo que saldré de casa tan pronto como reciba el consentimiento del P. Jacquinot, al cual tu Majestad concederá la voluntad de permitírmelo. Habiendo dicho esto, levantaste el sitio, y aunque yo fuera la vencida, tu benignidad, caballerosa en extremo, me regaló sus victorias, prometiendo hacerme triunfar. Adorable Bondad, nada puede comparársete.” [84]

Jeanne tuvo grandes momentos de sufrimiento por la fundación de la Orden. Muchas veces sintió que el mundo se le venía encima, a veces se sintió indigna de ser la fundadora, pero por su humildad y sencillez confiada siempre en el Señor y procurando cumplir su voluntad en cada acontecimiento. Sus angustias eran aminoradas siempre que estaba en oración, en Misa o frente al Santísimo Sacramento en el altar.

“Mi confesor, que era por entonces el P. Nicolás Dupont, me dijo que el P. Jacquinot regresaba de París a Toulouse pasando por este Colegio de la Provincia de Toulouse y que había llegado ya. Me asombré al escuchar la noticia, considerando lo que tuvo que hacer este padre para recorrer algunas leguas más y poderme ver, ya que tú se lo habías inspirado.

No me equivoqué; llegó el sábado 21 de junio por la noche, lo cual me comunicó al momento mi confesor, pero no pude verle hasta el día 22 por la mañana. Este buen padre me dijo: ‘Hija, sólo por consideración a ti he pasado por esta ciudad. Padre, esperaba esto de su caridad; la gloria de Dios le ha hecho pasar. El cielo y la tierra me presionan a comenzar la Congregación. El P. Rector, mi confesor, y el de a Hna. Catherine, el P. Bonvalot, son de la misma opinión. Yo he prometido, a condición de que usted lo ratifique y después de pensarlo me dé una respuesta. Querido Amor, el padre lo pensó seriamente. Temía muchas contradicciones que no me comunicaba, y daba largas al permiso, diciéndome: ¿Qué dices a esto, hija? Padre, nuestro Señor me ha prometido que él mismo lo hará. Me ha ordenado le diga que usted y yo sentiríamos su bondad y que sumergiríamos nuestros corazones en su poder, pues él me hará la distribuidora de los bienes de su casa. Después de enterarse que tu Majestad lo deseaba, me dijo: ‘Comienza, hija, en cuanto puedas hacerlo.’ Su consentimiento te complació.

Después del mediodía quise regresar a verlo con la Hna. Catherine Fleurin; ella habló con él. Mientras hablaban, fui a la iglesia del colegio para hacer oración. Al orar, vi una corona de espinas; dentro de ella estaba tu Nombre, Jesús, bajo el cual había un corazón donde estaba escrito Amor meus. Me dijiste entonces: "Hija, mi Nombre es un bálsamo derramado. Muchas jóvenes serán atraídas a esta Orden por su dulzura; haz colocar sobre el escapulario rojo lo que ahora acabas de ver en esta visión, afín de que yo repose sobre el pecho de mis fieles esposas. Mientras estaba en la tierra, me quejé con toda razón de que los zorros tenían sus guaridas y los pájaros sus nidos, y que no tenía dónde reposar mi cabeza. Háganme reposar sobre su pecho". Te pedimos que así sea, querido Amor de nuestros corazones, y que cesen así tus quejas en estos últimos siglos: ‘Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza’ (Mt_8_20).” [85]

“El día de san Basilio el Grande, durante la octava del Smo. Sacramento (1635), nueve de mis hijas y yo la décima, a imitación de san Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y de sus nueve compañeros, hicimos voto de vivir y morir en la prosecución del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, en presencia del Smo. Sacramento, que estaba expuesto.” [86]
“Me vino a la mente lo que tu santa Madre me había dicho, de ofrecerme solamente al designio de tu sabiduría escondido en ella, asegurándome que tú, el único que obra maravillas, serías tan bueno como poderoso para darle cumplimiento en el tiempo previsto por ti. Estos dos querubines admiraban el amor demostrado por tu Majestad hacia una jovencita, la cual era iluminada por una claridad desconocida a quienes viven en la tierra ya pesar de ser nada, escogiéndola para llevar a cabo un designio tan augusto, comunicándole de manera divina los favores que tu divino Padre había manifestado a Abraham, deseando hacerla madre de una multitud de hijas que serían como estrellas brillantes en esta Orden de amor, introduciendo nuevamente a su primer nacido al mundo mediante este Instituto que sería una extensión de la admirable Encarnación: ‘Y nuevamente, al introducir a su Primogénito en el mundo, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios’.(Hb_1_6). Ordenaste a todos, Oh divino Padre, adorar a tu Hijo que deseaba ser introducido” en el mundo por medio de este Instituto. Me dijiste que me darías en él al germen de David, Rey, y que tu misericordia y tu verdad precederían a tu obra, la cual estaba siempre en tu presencia, y que mi alma probaría el júbilo del que habla este Rey Profeta: ‘Justicia y Derecho, la base de tu trono. Dichoso el pueblo que la aclamación conoce’ (Sal_89_15s).Me dijiste que en la luz de tu rostro caminaría en tus sendas; claridad que nunca me abandona, ya que después de tantos años sus rayos me siguen alumbrando por pura bondad tuya, elevando mi espíritu, cuya asunción obras tú mismo.” [87]
“La víspera de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, habiendo ido por la tarde a la iglesia del Colegio, mi alma se encontró triste al pensar en las contradicciones que tendría, y que ya empezaban a asaltarme.

Me hiciste comprender que el establecimiento de esta Orden se haría como el del templo: ‘Con una mano cuidaba cada uno de su trabajo, con la otra empuñaba el arma,’ (Ne_4_1) diciéndome que la oración, la paciencia y la fortaleza con tu gracia me eran necesarias para perseverar en los largos períodos de espera que no me especificaste en manera alguna. Al día siguiente, día de la fiesta de esos dos grandes Apóstoles, me hiciste ver, después de la Comunión, toda clase de armas, con las cuales no pudieron herirme quienes las portaban, aunque fueran expertos en su manejo. Tú eras mi escudo.” [88]

 
  • Qué maravillosas intervenciones de Dios para darle confianza a Jeanne Chézard de Matel sobre la fundación. Ella sabía perfectamente que había gente que no quería que hubiera esa fundación y por lo tanto, a ella. Todas estas contradicciones también fueron voluntad del Señor para bien de esta Congregación y que Jeanne trabajara por cumplir el deseo que, su Divino Amor le había pedido realizar y a petición del mismo Jesús, Jeanne se puso en manos de María.
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  • “Por la noche, al hacer mi examen, vi un pozo profundo dentro del cual vi un sol como en su origen. Los que portaban esas armas querían destruirlo con ellas, pero sus esfuerzos eran vanos. Me dijiste: ‘Hija, ¿qué pueden estas armas contra este sol? Así será en todas las oposiciones que habrá contra mi Orden.’ Al mismo tiempo, se me apareció la imagen de Nuestra Señora de Puy, y escuché estas palabras: ‘Confíate a ella; ella te ayudará y yo no te abandonaré jamás.’” [89]
 
“En la comunión de la mañana siguiente haciéndome gran fiesta, elevaste mi espíritu como le plugo a tu magnificencia cerca de ti y de varios cardenales entre los que estaba el Cardenal Bérulle que había fundado una Congregación de sacerdotes que no hacen más votos que los que hacen los sacerdotes al ordenarse. Me dijiste: Hija mía, no te confundas, te revisto de mí mismo todos los días cuando me recibes, yo te revisto de mí mismo. Querido Amor, sé bien que no soy digna de tus favores ni del hábito de tu Orden, pero se habla tanto de mí porque no lo llevo parecen decir que el darlo a nuestras hijas no me cuesta y es que yo no merezco tener este consuelo visible por mis pecados.

Hija mía, ¿a quién debes dar cuenta sino sólo a mí que te he dicho que no te comprometas hasta que te lo diga? Tus directores opinan como yo, no sufras pues, eres como Melquisedec, sin padre, sin madre y sin parientes que te ayuden a establecer mi Orden que es tuya también. Extraña a muchos ver a una joven que sin ayuda de nadie funde y establezca casas, pero soy yo quien te da los bienes espirituales y los temporales. San Francisco, sin ser sacerdote mandaba a los sacerdotes. Alégrate mi muy querida, hago y haré todo por ti, acabaré mi obra, abajaré las colinas del mundo en el camino de mi eternidad.” [90]

El Señor le comunicaba hechos históricos, por mencionar algunos:
 
  • Que el arzobispo Charles Miron moriría, 
  • La Reina tendría a su hijo,
  • El rey Luis XIII saldría victorioso en la Rochelle.
  • No era su deseo que la Orden del Verbo Encarnado fuera unida a la del Santísimo Sacramento.
 
“Un día, durante el mismo año, estando en la Iglesia de los Carmelitas descalzos, me dijiste en una suspensión: ‘Hija mía, heriré al pastor y se dispersarán las ovejas’ (Mc_14_27). Sentí temor ante estas palabras, y respondí: ‘¿Cómo, ¿Señor, al herir a nuestro pastor dispersarás nuestra Congregación, tu rebaño?’ ‘No sientas dolor ante este golpe, hija mía, pues él te hará ir a París.’ El 29 o 30 de abril, un año después, estando todavía en la misma capilla de los Padres Mínimos, fui arrebatada y me dijiste una vez más: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño (Mc_14_27). En esta segunda ocasión, mi corazón se sintió como herido o rasgado. ‘Mi bien amado, me siento desolada; este arzobispo me favorece en todo y me lo quieres quitar.’ ‘Hija mía, irás a París.’ Tuve que resolverme a este golpe, porque tú lo querías.” [91]
“Estableceré mi Orden por medios que nadie imagina… Hija, no deseo que sean unidas estas dos Órdenes. Quiero que ustedes vivan separadas de estas religiosas, que por ahora son hijas de la consolación, pues todo les sonríe. Bernabé significa hijo de la consolación, y tú eres un pequeño Pablo, a quien mi Providencia ha destinado a sufrir grandes contradicciones. Endureceré el corazón de quienes deberían ayudarte, para hacer ver en ti y en esta Orden el poder de mi derecha, que con su virtud te exaltará cuando llegue el tiempo para ello. No dudes, hija; soy yo quien te predice estos sufrimientos. Estaré contigo para hacerte crecer en medio de las contradicciones; podrás, así, decir: ‘En la angustia tú me abres salida’ (Sal_4_2). Estas religiosas no se extenderán como ellas presumen, porque se apoyan en los grandes de la tierra. ‘Entiende lo que quiero decirte, pues el Señor te dará la inteligencia de todo’ (2Tm_2_7). Este Señor es tu Esposo, que está ante ti y que contempla lo que vas a sufrir por él.” [92]
“En el mes de agosto de 1634, estando en el confesionario después de haberme confesado, te complaciste, misericordioso Salvador mío, en felicitarme por las grandes gracias que me habías concedido y me concederías en el futuro, todas las cuales considero como venidas de tu bondad. Te doy las gracias por ellas, consciente de mi bajeza, que me confunde en presencia de tu Majestad, la cual, llevada de su divina caridad, me dijo que me había hecho templo suyo, y que establecería su Orden donde ella se agradará de habitar.” [93]
Como María recibió la noticia que iba a ser la Madre de Dios, espero su tiempo y dio a luz a Jesús, así Imagino a NVM recibiendo la noticia que espero tanto.
¡Qué alegría debió haber sentido! y ¿cómo se vería su rostro en esos momentos?
“Me retiré para orar, y estando en ello, mi alma se sintió afligida ante el temor de un largo retraso; pero, oh mi soberano Consolador, no pudiste sufrir el verme llorar sin consolarme. Me dijiste: "Animo, hija. ‘La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo’ (Jn_16_21). Hija mía, ha llegado la hora en que debes darme a luz en el mundo; falta muy poco; te llenarás de gozo cuando nazca de ti, por segunda vez, en la tierra." [94]
  
  • Enseñarle como debía entender sus Misterios. 
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  • Si el Verbo Encarnado mismo era su maestro, como no enseñarle todo lo que se relacionaba con su familia y cómo vivían. Con qué divina emoción Jesús le explicaría a Jeanne este misterio tan bello, que nuestra mente no comprende y nuestro espíritu aún dispuesto del todo, le cuesta trabajo entender las maravillas que encierra. Jeanne como buena discípula escuchó y vio con mucha atención para después, escribir haciendo explícita su emoción. 
  • Santísima Trinidad
  “Me enseñó que el Padre eterno engendra a su Verbo virginalmente, comunicándole su esencia por vía del entendimiento y de purísima generación. Por estar este Verbo divino en su Padre, la imagen de su bondad, la figura de su sustancia y el esplendor de su gloria, lleva en sí todo su poder. El Padre se contempla en su Verbo con suma perfección, que se expresa mediante su purísimo, ardentísimo y castísimo amor. Es así como se abrazan mutuamente, produciendo por un solo principio al divino Espíritu, que es llamado el amor del Padre y del Hijo, que es con ellos un mismo Dios igual y consubstancial.

El Espíritu es el lazo de unión y el término infinito de las divinas emanaciones o producciones. Es así como en estas tres divinas personas se encuentra la virginidad fecunda, lo cual hace exclamar a los bienaventurados arrebatados de admiración: ‘Oh, cuan bella es la generación casta con esclarecida virtud. Inmortal es su memoria, y en honor delante de Dios y de los hombres.’ (Sb_4_1).” [95]
“Hija mía, en la cabeza de Dionisio estaban toda la Trinidad y todos los ángeles en tres órdenes: superior, medio e inferior. Purificando, iluminando y perfeccionando, nuestra divinidad cumplir sus oficios en este divino Dionisio, a quien te he dado como maestro para que te enseñe la teología mística. Pablo, que fue el suyo, es mi conquistador; Dionisio es mi adorador.” [96]

“Mi Dios y mi todo, ya que plugo a tu amor servirme de maestro y director, anotar‚ aquí lo que has tenido a bien enseñarme sobre el origen y excelencia del estado religioso.

Te complació elevar mi espíritu hasta tu adorable Trinidad, fuente, prototipo y excelencia de todas las órdenes religiosas y de todos los religiosos, los cuales, por proceder de ti, deben retornar a ti, su principio y su fin.” [97]
“Me dijiste, Padre y santo amor mío: Hija, ¿quieres ver mi primera comunidad religiosa en su esencia y subsistencia; la orden divina y admirable de la que se derivan todas las órdenes? Contempla la persona del Padre comunicando su esencia a su Verbo por generación, y al Espíritu Santo por producción, el cual es el término inmenso e infinito y el guardián en la divinidad. El Padre es el general; el Hijo, el provincial.

El Padre no es engendrado, sino que engendra. No es producido, sino que produce al Santo Espíritu. El Hijo es engendrado sólo por el Padre, junto con el cual produce en un solo principio al Espíritu Santo, que es el custodio, recibiendo su producción del Padre y del Hijo y terminando en si este orden divino, que es Dios mismo. Él ha perdurado por toda la eternidad y permanecerá por toda una infinitud siempre poderosa, siempre sabia y siempre buena.
El rango que existe en esta religión divina no es de superioridad y dependencia de una persona a la otra, sino de divina unidad y divina Trinidad; unidad de esencia y Trinidad de personas, las cuales poseen sus tres distintas hipóstasis. El Padre no es Hijo, ni el Hijo es Padre; el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo. Estas tres personas forman una divina sociedad, permaneciendo la una dentro de la otra en su circumincesión divina, con su inefable relación; clausura inmensa en su longitud sublimísima, en su altura infinita, en su fondo abismal, en su hondura. ‘¡Oh profundidad!’ (Rm_11_33). Como este orden no se guarda por dependencia, sino por eminencia, los tres votos de castidad, pobreza y obediencia corresponderían aquí a las excelencias divinas, comunes y distintivas.
Jesucristo, amor mío, dijiste que tu Padre es mayor que tú, y, en otro pasaje afirmaste que el que te ve a ti, ve también a tu Padre; que tú estás en él y él en ti, que todo lo que tienes es de él, y todo lo que él tiene es tuyo. Tú eres la soberana verdad y no puedes mentir. No debo extenderme y explicar estas palabras, por disponer de poco tiempo libre.

He dicho que la Trinidad es la comunidad religiosa sin par, lo cual es una verdad incontestable. Declaro también que el Verbo Encarnado es todo lo que es en la Trinidad. Siendo Dios, eres también indivisible; el Padre y el Espíritu Santo son también inseparables, aunque distintos, de tu persona.

Permanecen siempre en ti, así como tú permaneces en ellos. Toda la plenitud de la divinidad habita corporalmente en la humanidad, la cual no tiene otro apoyo, que el de tu divina persona. Esta es su bien y su gloria divina; sus acciones son su soporte, y a pesar de haber sido hechas humanamente, son de un mérito infinito, por ser teándricas.
¡Qué! Vienes a instituir una vida religiosa como y según aquella que has visto y contemplas en la divina Trinidad, en la cual y de la cual eres la segunda persona. Acudes a practicar una obediencia admirable, permaneciendo de pie detrás de la pared, atisbando por los resquicios de la ventana de los sentidos de la Virgen, la gota purísima de su sustancia que deseabas tomar, la cual no quisiste aceptar sino hasta después de que el largo discurso de su prudente humildad hubiera terminado, al decir al ángel para concluir su embajada: He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra. En el mismo instante, obedeciendo, mira en ti al Verbo Encarnado, con el que concurren el Padre y el Espíritu Santo.

Si perseveran (las religiosas) guardándome con ellas y en ellas, mi Padre y el Espíritu Santo vendrán conmigo para establecer en ellas una perpetua morada en el tiempo y en la eternidad, en la que su fidelidad será coronada por la visión de nuestras tres divinas personas.

¡Oh Jesús, amor mío!, concédenos esta gracia por todo lo que eres, mediante la intercesión de tu santísima madre y de todos los santos.” [98]


La familia de Jesús, la Santísima Trinidad amaba a María inigualablemente, ¿cómo expresar el amor tan admirable y adorable que le prodigaban? Jeanne nos lo narra de tal manera que la lectura se hace breve y deliciosa que no queremos dejar de leer hasta llegar a su fin. Es difícil acortar las citas y siento como si estuviera mutilando esta grandeza escrita.

“El amor que toda la Trinidad siente por ti la inclina a hospedarse en ti de una manera adorablemente admirable y admirablemente adorable, para gloria nuestra y provecho tuyo, a fin de que, gozando de nuestra Compañía, no te aflijas en este valle de miseria, donde vives en penosas debilidades; hija mía, quien tiene a Dios, lo tiene todo." a partir de este momento, me encontré divinamente acompañada de tus Tres Divinas Personas, de las que no me he vuelto a separar. Si desde hace veintitrés años, se han velado durante algunos días, ha sido para ayudarme a conocer, mediante la privación de sus esplendores, la felicidad de la que gozo al poseerlas. Me dijiste: "No hemos hecho un favor parecido entre todas las naciones; así como el Rey Profeta dijo que Dios era conocido en Judea y que su Nombre era grande en Israel, de igual manera la divinidad ha deseado ser conocida en ti, y hacer que su Nombre sea engrandecido en una jovencita: ‘Su tienda está en Salem, su morada en Sión’ (Sal_76_3s). *

Tú experimentas la paz que nuestra Sociedad divina confiere a todas las potencias de tu alma que residen en la parte suprema del espíritu; gozas de la alegría en el centro de tu alma, y tu corazón es la habitación de Dios, que te ama. Se dice que el justo la ofrece y la da desde la aurora a su Creador; pero nosotros hemos venido a hacer nuestra morada en ti, para poseerte sin interrupción. Nosotros apartamos de ti todas tus penas y todas tus guerras deteniendo a tus enemigos mediante nuestro poder, afín de que no se te acerquen. Sientes, por experiencia, cómo te iluminamos por nosotros mismos: ‘Fulgurante eres tú, maravilloso en los montes eternos’ (Sal_76_5) *.

Nuestras tres divinas y distintas hipóstasis te prodigan caricias amorosas por diversas comunicaciones, por complacernos en ello, y aunque nuestras operaciones externas sean comunes por las maravillas del Amor, nos agrada favorecerte haciéndote conocer que el Padre que me envía a ti siente un deleite (que los ángeles no pueden comprender) de comunicarte de manera admirable su paternidad, haciéndote madre de su propio Hijo. Soy yo, mi bien amada, quien se complace en hacerte el espejo de mis esplendores, donde reflejo mi belleza, y el Espíritu Santo hace en ti un compendio de su bondad amorosa. Mi Padre afirma tu memoria para que no pueda confundirse, y yo ilumino tu entendimiento, el cual refleja las claridades que le envío como lo haría una pieza de cristal. El Espíritu Santo enciende tu voluntad con una llama que te abrasa sin consumirte, como si fueras la zarza ardiente que atrajo a Moisés hacia las maravillas de mi sabiduría divina, despreciando todas las que había conocido de los egipcios, cuya sabiduría le hacía admirar no solamente a Faraón y a todos los adivinos y sabios de Egipto, según el mundo, sino a todas las naciones que han sabido y sabrán que hablaba con él cara a cara, y que le hice mi legislador. Yo le escogí para proclamar fielmente mis oráculos a todas las personas a quienes le enviaba.” [99]
“Me contestaste: "Hija mía, ¿Has considerado que el maná no cayó más cuando el pueblo de Israel llegó a la tierra prometida, por tener ya sus frutos? Ahora que estás en la tierra de la promesa, puedes saborear los nuevos frutos. ¿No son tus hijas fruto de mis promesas? Alégrate en ellas y en el cumplimiento de mis promesas." Habiendo comulgado, elevaste mi espíritu hasta tu Augustísima Trinidad, diciéndome que deseabas viera yo cómo la Trinidad entera moraba en mi alma de un modo admirable, añadiendo que estas Tres Personas eran, sin comparación, más preciosas y deleitables que todo cuanto existe en el cielo y en la tierra. "A ti, hija mía, se ha dado el conocer y recibir el reino divino. Nuestra sociedad viene a tu alma en su totalidad, porque el Dios todo bueno ama quienes guardan su palabra. Yo soy la Palabra del Padre, y tú guardas mi palabra en tu espíritu, en tu corazón y en tu Orden, que es la mía, por habérseme consagrado y dedicado." [100]

“¿Es necesario que después de haber visto este establecimiento no vea nada interesante en la tierra? Querido Amor, que tu voluntad se haga en todo. Me conformo a ella completamente. No pudiste más verme enferma, me calmaste el dolor de ojos, pero la devoción deliciosa que yo tenía antes de este establecimiento no me la devolviste muy pronto que digamos”. [101]

“Te doy las gracias, Madre de Dios, Emperatriz universal, divina Noemí, que eres toda hermosa y sin mancha. Reconozco que esta Orden fue engendrada en tu regazo. Nació para honrar a tu Hijo Encarnado, y para gloria tuya. Hace profesión de honrar afectuosamente tu Inmaculada Concepción. No me atrevería a decir que te amo; soy muy imperfecta, pero bien puedo afirmar que, en este Verbo Encarnado, que ha querido tener un nuevo y místico nacimiento por medio de esta Orden, tienes un Hijo que te ama más que todos los hombres y todos los ángeles; recibe su Orden en tu seno. Es tuya, aliméntala con tu leche, llévala entre tus brazos, preséntala al divino Padre con tus santas y sacratísimas manos, para que todas las hijas de esta Orden sean fieles servidoras de tu Majestad. Oh Reina de los hombres y de los ángeles, hazlas muy humildes delante de Dios, en presencia de los ángeles, para la edificación de la humanidad.” [102]

“El Padre comunica su esencia al Hijo sin empobrecerse, y el Hijo la recibe sin rebajarse. De manera similar, el Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo sin disminuir su plenitud, y el Espíritu Santo recibe su esencia y su ser sin dependencia. Su soporte personal termina por entero la producción del Padre y del Hijo, siendo el término de su única voluntad sin estrecharlos. El límite que les presenta es la inmensidad misma, la cual encierra a tan única divinidad y adorable Trinidad, que posee sus operaciones internas, distintas y propias, junto con su única y del todo común esencia, permítaseme la expresión.” [103]

 
  • Eucaristía      
  • Al comulgar o al estar frente al Santísimo Sacramento nuestros corazones se alegran NVM Jeanne Chézard de Matel. Este admirable Sacramento, alimento principal de nuestra alma, es un regalo de incalculable valor. En estas citas hay frases que me impresionan porque nunca las había escuchado en la doctrina o catequesis que normalmente se da. Con ellas aprendí a entender más la Eucaristía y a saber valorar y adorar a Jesús en el altar y en mi alma. Les invito a meditar en este Sacramento de vida que posee toda la totalidad divina y que al comulgar, Él late en nuestro interior para unirnos más a Él y transformarnos y como dice Jeanne: ‘en la encarnación se hizo carne para habitar en nuestra naturaleza’ [104] –Y alabarlo diciendo: ‘¡Señor, cuánta bondad para los hombres!’ [105]
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 “Como hijas de la Iglesia, alegrémonos de la santidad de ambos, acordándonos que este santo Obispo nos dice que tenemos un Señor muy bueno; sintamos su bondad y busquémosla con sencillez de corazón, amando a este Salvador que se hace nuestro alimento. Al no estar satisfecho de haber creado para nosotros cielo y tierra, y de habernos regalado dones y sacramentos, canales de sus gracias, quiso darse él mismo en la Eucaristía, que es un hecho de su amor y la acción de gracias divina; Dios de Dios, Luz de luz, fuente de dulzura en la cual sacamos con abundancia de la fuente de sus santas Llagas. Saciémonos y embriaguémonos diciendo extasiados: ¡Señor, cuánta bondad para los hombres!: ‘Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz’ (Sal_35_9s).” [106]
“El día de todos Santos quisiste hacerme una gran fiesta y tu santa Madre me hizo favores que te agradaron y que no puedo expresar. Entendí que todos tus santos con ella, estaban cerca de los altares en que estabas presente por la adorable Eucaristía que has instituido para suplir las faltas que los hombres hacen allí mismo, por el desprecio a este adorable sacramento, su impiedad y grandes crímenes y que allí había quién pidiese vengar las ofensas hechas a este Smo. Sacramento.”
“Después de la fiesta de la santísima Trinidad, Misterio adorable y a mi alma muy amado y venerado, fui invitada al banquete de tu amorosa Eucaristía. Humillándome ante tu Majestad te pedí conocer como la Cananea mi indignidad y sentí con Lázaro mis llagas y mi necesidad de comer las migajas que caían de tu mesa, tú que eres inmensamente rico, posees todos los tesoros de tu Padre, que guardas en esta amorosa Eucaristía, en este sagrado Cuerpo que posee toda la plenitud, de la divinidad.
¿Podrías, ¿querido Amor, rechazar o dejar hambrienta a esta pobre que tiene tantas bocas para pedirte esta caridad, como heridas abiertas causadas por los dardos de tu amor? ¿Te es indiferente por sus debilidades? ¿Su languidez no moverá a piedad este corazón que es el trono de la misericordia? No queriendo retenerte más por tu sabiduría, tu bondad me hizo entender que eres plenamente humano, el Dios Hombre que deseó hacer el banquete en la adorable cena con sus amigos, para saciarlos con el trigo de los elegidos y embriagarlos con el vino que engendra vírgenes y ser su corona. Quisiste ser el Cordero que los recibe en este jardín alimentándolos de ti mismo haciendo su camino recto, su verdad cierta y su vida indeficiente, entrando en su pecho por la comunión para alojarlos en el tuyo por una divina transformación.” [107]
“Eres tú, Eucaristía, la gracia de la tierra que alegra a los ciudadanos celestiales, los que adoran admirando y admiran adorando estos formidables y amados misterios, expuestos en nuestros tabernáculos para alojar y extasiar a las almas peregrinas en esta vida, siendo su viático en las muertes misteriosas o si me atrevo a decir, místicas, pues el alma que recibe esta maravillosa ambrosía, se extasía, se abisma exclamando: ‘Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia.’ (Flp_1_21). El alma dice con más ventaja que David: ‘En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo.’ (Sal_4_9). [108]
“Veo divinamente las visiones maravillosas de este Profeta Ezequiel en la donación de tu cuerpo en esta institución de tu Eucaristía, en esta divina unión; en este divino resumen y compendio de tus maravillas, y si me atrevo a decir de tus milagros, el milagro de amor, el amor mismo, veo el fuego, veo círculos concéntricos que llevan al espíritu de vida a todo lugar llenando el cielo y la tierra. Uno de estos círculos ha llegado a cada hombre es tu benigna humanidad, tu gracia y tu bondad. El viernes santo yo puede decir: ‘Para mí la vida es Cristo y la muerte, una ganancia’ (Flp_1_21). Porque todo lo que no eras tú, no podía contentarme.” [109]
“Por añadidura, escucho: Hija mía, yo puedo conceder a mi Espíritu Santo varias veces, Juan lo recibió también en Pentecostés. Reitero cada día el don de mí mismo en el Santísimo Sacramento del altar. ¡Oh Jesús, mi querido Esposo!, concédeme a este Paráclito con tanta frecuencia como tu amor quiera hacerlo. Puesto que en la Eucaristía vienes a mí todos los días, me obtendrás meritoriamente a este Santo que allana el camino a tu corazón. Es él quien late en mi pecho. No tengo otro corazón sino el tuyo. Quiero amar en ti a todos los que deseas que ame según el mandamiento de tu caridad; pero amo más a los que más te aman.” [110]
“Él nos dio su cuerpo, su alma y su divinidad en la eucaristía.” [111]
“El 15 de abril, al despertar, escuché‚ estas palabras del Apocalipsis: ‘Bienaventurado y santo, quien tiene parte en la primera resurrección’ (Ap_20_6), que me sirvieron de meditación y de preparación para la santa comunión. Por ellas me di cuenta de que aquellos de que habla san Juan son los elegidos que murieron en Jesucristo para resucitar a una vida nueva en él; que el germen de la resurrección, aun corporal, era el santo sacramento y que el cuerpo del Salvador, por haber estado siempre unido, aun en la muerte, al Verbo que es la vida sustancial, esencial y divina, había elegido la vida que se daría a nuestro cuerpo, y que ahora en la Eucaristía era el germen de David, ‘Si Dios no nos hubiera dado el germen, seríamos como Sodoma y Gomorra’ (Is_1_9).Este germen sagrado produce la pureza de cuerpo y espíritu.” [112]
“Mi amado me mostró el cáliz y el dolor mezclados con el de la Eucaristía, el cual es verdaderamente saludable, pues me hace morir a mí misma y a todas las criaturas para no vivir sino en él; que en ello consiste la preciosa muerte de los santos, ofreciendo mis votos y cumpliendo mis promesas con un amor tierno, fuerte y sincero, en medio de Jerusalén, en presencia de los Ángeles y de los santos, apareciendo como la esclava de mi Dios e hija de la Iglesia, su sierva y esposa, en la que trataré de hacer las santas voluntades que su amor me ha inspirado, y que, en fin, era ésta la gloria que me habían ganado mis lágrimas.” [113]
¡Oh! ¡Dios mío, gracias! He aprendido tanto sobre la Eucaristía, a través de los escritos de Jeanne, que la palabra Gracias, es pequeña para expresar lo que he comprendido y sentido después de meditar en estas citas tan claras y sencillas.
“En ese tiempo me fueron representadas en visión tres clases de vino: uno blanco como el cristal, que es el vino de la gloria, como ya expliqué; el otro, mezclado de blanco y rojo, que es la Eucaristía; el tercero era un vino ordinario que representaba la gracia y sabiduría que Jesucristo comunica a la generalidad de los justos.” [114]
“Al recibir la divina Eucaristía, recibimos por concomitancia al Padre y al Espíritu Santo debido a que estas tres personas distintas son indivisibles en su esencia simplísima.
También quiero añadir que, al recibir esta unidad esencial, experimentamos las comunicaciones admirables de las tres hipóstasis, a las que puedo llamar cataratas abiertas que fluyen e influyen en el alma de manera admirable.
Los tres divinos soportes parecen padecer la urgencia de dar a conocer por experiencia su magnífica largueza y munificencia hacia sus humildes criaturas.” [115]
“He aquí la manera en que el alma adquiere la filiación y cómo Dios es fecundo fuera de sí mismo, produciendo hijos de la luz y pequeños dioses por medio de la simiente de la gracia. El alma que está en gracia posee también la cualidad de esposa, cuyo matrimonio consuma en la sagrada Eucaristía, en la que se obra la unión de los cuerpos, pudiendo decir con Santa Inés: Ya a su cuerpo está asociado el mío. Matrimonio que no es infecundo ni estéril.” [116]
Mostrando que él es el Señor todopoderoso que estableció su gloria y la de sus fieles, prometiendo que los resucitaría gloriosos el último día, por la virtud de este alimento sacramental y en el que precipitará la muerte temporal, dejando los condenados en la muerte eterna, porque no recibieron santamente la Vida que él les quería dar por este divino sacramento. Hermoseó las maravillas de su sabiduría con la eucaristía, que es manjar de los grandes, la cual concede sin disminuir su grandeza, que tampoco puede decrecer, porque Dios es suficiente a sí mismo desde la eternidad hasta la infinitud. Para realizar esta maravilla no necesitó del consejo de los ángeles ni de los hombres ¿Quién hubiera osado imaginar semejante comunicación? Sólo su bondad, que lo impulsó a tanta generosidad, dándose todo a todos y todo a cada uno de nosotros. Cada cosa afirma la excelencia de la otra, ‘¿quién se hartará de contemplar su gloria?’ (Si_42_26).” [117]
“Al odiar el pecado, amemos la gracia; este divino sacramento es llamado Eucaristía, que significa la gracia misma, acción de gracias. En ella se encuentra el autor de la gracia. Los demás sacramentos confieren la gracia, pero éste contiene al Dios de la gracia, Jesucristo, pleno de gloria y de verdad, la cual vemos a través de la fe al confesar que él es el unigénito y único del Padre eterno, que en la encarnación se hizo carne para habitar en nuestra naturaleza.” [118]
“Su Padre es su cabeza, y él, cabeza de la Iglesia; por ello puede afirmarse con verdad que los sacramentos dimanan de la cabeza y del corazón de Jesucristo, habiendo entre ellos uno que abarca a todos los demás: el sacramento de la Eucaristía.” [119]
Cuando era pequeña, gustaba de platicar con Jesús después de comulgar, así nos lo inculcaron las religiosas del colegio donde estudiaba y todavía no comprendía la magnitud de este hecho, solo mencionaban pide a Jesús lo que gustes, Él te lo concederá si eres buena. Después de un tiempo comprendo que he desperdiciado grandes momentos y le suplico perdone mi ignorancia en adelante trataré de que no pases desapercibido ningún minuto de mi vida. Al seguir la lectura entenderán por qué lo digo.
“El Verbo celebra las bodas que son como extensiones de la Encarnación cuando penetra en sus esposas mediante la Eucaristía. Al recibirlo en la comunión, son transformadas en su lecho nupcial y, en su calidad de esposas, les revela secretos que son divinamente llamados los secretos del tálamo, que destilan tanta pureza, que la esposa dice con Santa Inés: Amo a Cristo, en cuyo tálamo entraré; cuya Madre es Virgen, cuyo Padre no conoció mujer; cuya voz me canta con acentos de órgano melodioso. Cuando lo amo, permanezco casta; cuando lo toco, soy pura; cuando lo recibo, sigo siendo virgen. Estoy desposada con Aquel a quien los ángeles sirven y cuya hermosura contemplan el sol y la luna.” [120]
“Jesucristo quiso ser nuestro precursor, entrando en la gloria que sus méritos nos adquirieron, la cual nos da en prenda y como arras en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, en virtud de cuya recepción resucitaremos. Es éste el germen de inmortalidad que dará la vida de la gloria no sólo a nuestras almas, sino además a nuestros cuerpos, que serán gloriosos en los cuatro confines de la gloria.” [121]
“Él es heredero universal de todos sus bienes. Es mi hijo y mi heredad. Es el primogénito de todos sus hermanos. Lo que es por naturaleza, quiso que fuera yo por la gracia. Está ligado conmigo como con su madre. Estamos unidos eterna, deliciosa, humana y divinamente. El ama estos lazos y se ha atado con las especies sacramentales en la Eucaristía.” [122]
“Permíteme preguntar querido Amor, esta pequeña hija tuya, ¿cómo puede entender lo que dijiste, que, de los nacidos de mujer, ninguno había tan grande como Juan Bautista? Hija mía, me dijiste, entiende este secreto, en los días de Juan Bautista dije esas palabras, en razón de su santidad y penitencia; pero el día de mi Cena, día en que actué en que reproduje sacramentalmente mi cuerpo, mi sangre, y mi alma por concomitancia con mi divinidad indivisible, Juan evangelista fue otro yo, recibiendo un divino nacimiento en mi propio seno, un fénix que renacía no de cenizas, sino de mis llamas. Tuvo la gracia de subsistir en el esplendor de la santidad, antes del día de la resurrección de mi cuerpo físico y natural apropiándose en mi resurrección estas palabras del profeta real: ‘Él me ha dicho, tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy’ (Sal_2_7). El real Profeta las decía de mí, en nombre de mi Padre, y yo se las dije en mi seno a mi amado san Juan; lo engendré antes de mi muerte y de mi resurrección; lo hice sacerdote sirviéndole de mitra y ornamento, sobre el altar de mi pecho lo consagré siendo como soy, el ungüento y la unción, el aceite y la alegría de mi Eterno Padre.” [123]
“Al día siguiente, que era lunes 23, habiendo comulgado, mi espíritu fue arrebatado. Me hiciste ver entonces al Santísimo Sacramento en el sol de una custodia, el cual, conteniendo a este divino Sacramento, se sostenía por su virtud en el aire entre las nubes, donde te me apareciste, mostrándote como de treinta y tres años. Te vi coronando a una joven arrodillada sobre las nubes a tus pies. Me diste a entender que yo era la joven agraciada con estos favores por el exceso de tu amor que me coronaba, no por mis méritos. Yo veía que esta sagrada custodia que contenía al divino Sacramento se inclinaba amorosamente hacia mí, diciéndome: ‘Mi amor es mi peso.’ ‘Una multitud de ángeles estaban también en el aire, diciéndose unos a otros: He aquí la esposa del Cordero; venid a ver a la esposa del Cordero: ‘Gocemos y exultemos, y démosle gloria, porque llegó la boda del Cordero, y su esposa se ha vestido de gala a ella ha sido dado el poder de adornarse con la justificación de los santos para ser agradable a su divino esposo, que es el candor de la luz eterna’ (Ap_19_7s).” [124]

¡Gracias Jesús Verbo Encarnado por tu entrega total y regalarnos tu presencia y alimento en este Santísimo Sacramento!
 
  • Dogma de la Inmaculada Concepción y Madre nuestra
 
Este tema me impresiona tanto que lleva huella permanente en mí. Me da tanta alegría saber que a través de sus escritos puedo confirmar lo que en la doctrina o catequesis se nos enseñó, porque doscientos años antes de que se declarara este dogma, Nuestra Venerable Madre, admiró a la Inmaculada Concepción en sus éxtasis, visiones y locuciones. Además, el Espíritu Santo, en varias ocasiones, le dijo a Jeanne de Matel que escribiera eso que había oído y visto, que considero aspectos importantes, ya que nunca, al menos yo había oído o leído en ningún lado.

Su Santidad el l Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus, proclama que la Inmaculada Concepción de María es dogma de fe: "...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de todo mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelado por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles… "

“Les dije palabras que las hicieron compartir mis sufrimientos, y me ofrecí a todo género de penas para reparar la ofensa hecha a nuestra toda pura Princesa, pidiendo a todas que hiciéramos actos de reparación en común y en particular, por todas las injurias que el sacerdote había pronunciado en nuestro púlpito y nuestra Iglesia, y renovamos el voto que habíamos hecho varios años antes de nuestro establecimiento, de mantener el honor de la Inmaculada Concepción aún a costa de nuestra vida; acordándome que esta santísima Virgen desde el año de 1619, en la misma fecha, me prometió establecer la Orden del Verbo Encarnado, si yo escribía y sostenía de viva voz, la verdad de su Inmaculada Concepción; tanto que puedo jurar en materia de revelación, que el Espíritu santo me explicó y me dijo en ese día de 1619, que no saldría del éxtasis que me tenía boquiabierta en la Iglesia de san Esteban de Roanne, a menos de prometerle escribir lo que por pura locución me decía, explicándome esta maravilla por la Sagrada Escritura, que en ese tiempo no había leído porque no la tenía.” [125]
“El día de la Inmaculada Concepción de la Virgen, mi alma fue elevada en un sublime conocimiento tocante a la pureza de tan admirable concepción. Se me reveló que no fue el placer que propone la naturaleza, sino el deseo de obedecer la divina voluntad, mediante una secreta inspiración, lo que unió a San Joaquín y a Santa Ana para obtener la bendición que debía ser el gozo de los ángeles y de los hombres, y presentar al Verbo una Madre; bendición que nos muestra la aurora que traerá para nosotros al sol de justicia. Convenía a la majestad del Hijo del Altísimo que su Madre fuera concebida sin pecado y que su cuerpo sagrado fuese organizado en el momento en que el alma se le infundiera, sin esperar el tiempo ordinario que la naturaleza emplea en la conformación de nuestro cuerpo. En María se inició la redención de la humanidad; Dios no deseaba retardarla porque acelera siempre las obras de amor y de misericordia, siendo lento y tardío en las de la justicia, como se dice en el Génesis. ‘Dios caminaba o paseaba bellamente en el Paraíso después del medio día: Yahvé Dios se paseaba por el jardín a la hora de la brisa’ (Gn_3_8).” [126]

“El Espíritu Santo, que deseaba obrar en la santísima Virgen el misterio de la Encarnación en el tiempo previsto, fue quien se ocupó en la Inmaculada Concepción de María. ‘No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo’ (Ml_2_15). ‘No hay un sensato, no hay quien busque a Dios’ (Rm_3_11).Por estas palabras debemos entender que la Virgen, al venir para cooperar a nuestra redención, debía recibir la gracia y el espíritu con medida, y que su Hijo, el nuevo Adán, la recibiría sin medida por ser Dios. María fue creada para ser Madre de Dios; por ello recibió fuerza del Padre y fecundidad para engendrar un Hijo, que les es común por indivisibilidad. Recibió además la sabiduría por mediación del Verbo, y el Espíritu Santo le comunicó su amor. María es la admirable compañera del hombre nuevo y también su madre, que recibió en ella la simiente de Dios cuando el Verbo tomó carne en su seno.” [127]

Repetir que la Virgen es la Inmaculada Concepción, es fácil, lo difícil está en explicarse a sí mismo y poder explicar a los demás este misterio. Si solamente me quedo con lo que aprendí del catecismo, o incluso después de él, no sería ni la mínima parte de lo que he aprendido con Jeanne.
“Consideré tres misterios escondidos en Dios a los siglos pasados, que siguen estando ocultos para nosotros. Como nos están velados, no podemos comprender claramente la manera en la que se obraron. El primero es la Concepción Inmaculada de la Virgen; el segundo, la Encarnación del Verbo; el tercero, la presencia del mismo Verbo Encarnado en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, en el que se oculta bajo frágiles accidentes que no sabríamos penetrar. Aunque la Virgen y los bienaventurados tienen conocimiento de ellos en el cielo, que es la Iglesia triunfante, siguen siendo misterios ocultos para la militante.” [128]
“Me detendré ahora en el misterio de este día. ¿No es una realidad lo que Mardoqueo vio en su misterioso sueño? ‘De una pequeña fuente nació un gran río de abundantes aguas. La luz y el sol surgieron y los humildes se alzaron y devoraron a los soberbios’ (Est_10_6).’ En su concepción y en su nacimiento, la Virgen es una fuentecilla que en la Encarnación se convierte en sol debido a que encierra al Hombre-Dios, que es el Oriente venido de lo alto, ocultándolo en su seno. Este misterio sólo fue visto de Dios y de los ángeles antes de la Visitación, después de la cual, y en la natividad, la Virgen produjo el Océano y mar de la divinidad, unida por unión hipostática a nuestra humanidad: ‘De una pequeña fuente nació un gran río de abundantes aguas. La luz y el sol surgieron y los humildes se alzaron y devoraron a los soberbios’ (Est_10_6).” [129]

“Habiendo engendrado al Verbo Encarnado, permanece llena de Dios y de sus gracias. El Verbo Encarnado quiso alimentarse de sus pechos, de la misma sangre que formó y alimentó su cuerpo sagrado en sus entrañas maternales. Dicha sangre, transformada en leche, fue para él un néctar delicioso y celestial, que en él se convertía en divino, sirviéndole de alimento, de solaz y de crecimiento mientras que fue alimentado por la Virgen y llevado en sus brazos, adhiriéndose a su seno como amadísimo infante a su progenitora, colmándola de caricias infantiles y divinamente inocentes. Cuán inexplicables debieron parecer al corazón virginal y materno que las recibía. Fueron delicias inconcebibles para nosotros.” [130]

“El ángel rebelde, dragón infernal, vio su cabeza destrozada por esta maravillosa mujer. Intentó vomitar un río envenenado de rabia en contra de su descendencia, pero la tierra divina lo enjugó y la Virgen fue preservada de sus trampas y exenta de todo pecado: original o actual. Jamás pudo él turbar las aguas de tan cristalina fuente, ni profanarlas con su aliento envenenado de furia. María fue concebida sin pecado.” [131]

¡Cuántas frases llenas de sabiduría y con tanta claridad que ayudan a comprender lo incomprensible! Exenta de pecado original.


“Tampoco fue capaz de impedir la Encarnación del Verbo Divino, que quiso darse como alimento en el Santísimo Sacramento del altar, deseando, de manera singular, ser la porción de Leví. María estaba en el Verbo y el Verbo en ella como la porción de Leví, porque nunca quiso poseer la tierra en heredad. Dios se dio a ella para poseerla en calidad de Madre, así como ella lo posee en calidad de Hijo, haciéndose, por María, el germen de David, al que pertenecen la unción y el trono real. El reinará en Jacob eternamente, porque su reino no tiene fin. María, su Madre, fue constituida por él Reina del cielo y de la tierra por toda la infinitud. El Espíritu Santo descendió a ella en una exuberancia indecible para los ángeles y los hombres. El mismo espíritu reposó en su Hijo, el cual hundió sus raíces en los elegidos a través de María, su Madre, que provenía de la raíz de Jesé. En esta admirable flor reposó el Espíritu Santo, ungiéndola para anunciar los designios divinos al mundo y a la humanidad.” [132]

“Jesús y María son las fuentes de Israel. María encerró en sus entrañas virginales toda la gloria de Israel; el Verbo es la fuente que salta hasta la vida eterna, que consiste en conocer al Salvador y por él al Padre, que lo envió a la tierra. La Virgen, que lo engendró y que lo posee como descendencia suya, es su Señora y Madre. Él es todo de ella, así como ella es toda de él, mostrándose como Madre al dárnoslo.” [133]

“María es la causa de nuestra alegría, como la llama la Santa Iglesia. Es un vaso purísimo que fue digno de recibir a Dios, que es Espíritu. Su cuerpo es más puro que todos los espíritus creados de los ángeles y de los hombres, del que el Verbo increado quiso tomar uno, queriendo unirlo a él mediante una unión hipostática.“ [134]

“La Virgen encerró en su seno a este Hombre-Dios, en el que habita toda la plenitud de la divinidad. ‘Bendecid al Señor, fuentes de Israel’ (Sal_67_27).” [135]
“Al día siguiente era la fiesta de san Joaquín el bienaventurado padre de tu digna Madre y le rogué que ofreciera al Padre el divino sacrificio del altar, él que había engendrado a su hija con toda la Trinidad presente en ella.” [136]
“El favor hecho a san Joaquín y a santa Ana, quienes sí te glorificaron, es incomparable. Produjeron el mar de gracias, la tierra bendita, la tierra sublime, la tierra en la que quisiste apoyar tu hipóstasis; tierra prometida por todos los Profetas, tierra sacerdotal exenta de todo tributo, de todo pecado original y actual.” [137]
“San Joaquín y santa Ana fueron elevados por un divino favor, a una suspensión, o maravillosa contemplación, en la que la santísima Trinidad dispuso su unión, que produjo el sagrado cuerpo de María, en el que infundió el alma santa que lo informó, sin que este sagrado cuerpo ni esta bendita alma hubiesen sido sometidos al pecado ni a la corrupción. ‘Ni los demonios ni el pecado se le acercaron:’(Hch_13_35). No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Este santo cuerpo es en el que el santo de Dios, el Verbo, se iba a encarnar. Desde el momento en que esta Virgen fue concebida, vivió y marchó por caminos de santidad, fue mar de alegría ante la faz y los ojos de Dios, que la destinaba a ser Reina revestida de todas las virtudes, sentada para siempre a su derecha.” [138]
“La santísima Virgen honra a Dios más que todas las creaturas juntas, y san Joaquín y santa Ana, dando a Dios todo lo que tenían, dándose a sí mismos. Todo se ofrecía a Dios, los presentes y ofrendas dadas al Templo, las limosnas hechas a los pobres y la tierra de donde obtenían sus alimentos y donde vivían con su familia.” [139]

“La noche, víspera de la Concepción de tu purísima madre en 1652, vi como un mar en donde había varios barcos, me aproximé a uno que estaba un poco más alejado de los otros y vi sobre la borda a un pescador vestido con una túnica blanca y roja, que sostenía entre los dedos pulgar e índice un diamante sin tallar; en los ángulos se veían llamas pero no salían fuera, parecía que en él se encerraba toda la luz de los astros. El pescador que contemplaba el diamante era san Juan Evangelista quien lo había recibido de un hombre muy amable que estaba al borde del mar que vestía como él túnica blanca y roja. Eras tú, mi Amor, que ordenaste a tu discípulo amado me diera ese diamante para que yo lo diera a conocer y lo enseñara a estimar. Me extrañé que los hombres que estaban cerca de mí no admiraran ese diamante que tu favorito me había dado. Este discípulo tú favorito, parecía ser otro tú mismo, yo me gozaba de que parecieran uno solo. Me hiciste comprender que siendo tú, hijo de la Virgen quisiste que san Juan también lo fuera porque el amor infinito que le tienes lo ha transformado en ti ya que el amor unifica. Uno y otro me presentaron ese diamante, haciéndome ver, por un favor divino la pureza de tu santísima Madre y su Concepción Inmaculada. Me dijeron que esta Madre Inmaculada era toda bella, resplandeciente y luminosa pero que guardaba sus claridades sin hacerlas ver sino a aquellos a quienes tu bondad y sabiduría concedía ese privilegio, como a san Juan quien tocó y vio al Verbo de vida que esta Virgen encerró en sus entrañas revistiéndose de su purísima sustancia.” [140]

“Virgen santísima, ¿cómo podré contemplarte en la plenitud de la gloria, si su esplendor me deslumbra? El ojo admira la hermosura de su resplandor. ‘¿Quién puede resistir de cara el ardor de sus rayos?’ (Si_43_1). ‘Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas’ (Sal_42_8)*.Admirable para mi es tu ciencia’ (Sal_139_6). Virgen santa, el abismo de debilidad y de bajeza llama al abismo de fuerza y de grandeza para proclamar la excelencia de tu gloria. Cuando la paciencia de Dios terminó en tiempos de Noé, abrió las cataratas de los cielos para enviar un diluvio, a fin de purificar la tierra de su corrupción, lo cual no sucedió según a la inclinación de su natural bondad, sino para hacer justicia a nuestras culpas, porque él es bueno en sí y justo hacia nosotros.” [141]

“Castigar es una acción extraña a la divina bondad, cuya propiedad es conceder gracia y misericordia. Dios es el soberano bien, en sí comunicativo. Sólo el pecado impide sus amables comunicaciones, que son gracia, gloria y participación de sus maravillosos atributos. Dios aplazó la gloria de María para consolar a la Iglesia militante, aunque a la triunfante le pareció muy larga la espera. Si Dios pudiera sentirse oprimido, habría sufrido el peso de la gloria que deseaba derramar en abundancia en María, Hija, Madre y Esposa suya en el día de su triunfante Asunción. La Virgen, que siempre estuvo exenta de pecado original y actual, fue destinada desde la eternidad para recibir la plenitud de la divinidad por encima de todas las criaturas. Cuando el ángel la saludó como llena de gracia, añadió que su Señor estaba con ella; razón por la cual poseía en grado eminente, toda plenitud, por ser él la gracia, la gloria y la suprema divinidad. Afirmó que el Espíritu Santo descendería sobre ella, y que la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra a fin de que no se derritiera en el ardor de sus rayos, como cera que se funde en el calor.” [142]

Si comprendiéramos en su totalidad, las palabras de María en el Magnificat Jeanne afirma: “que el que la engrandece es poderoso y que su nombre es santo” y nos dice en otro pasaje “que la Virgen siempre se humilló durante su vida mortal, pero Dios la ensalzó en todo momento desde la creación del mundo.” Dios creador, la pensó desde la creación, lo más puro que haya existido entre los hombres “y le concedió grandes privilegios.” Según leeremos más adelante ´recibió la plenitud de la gracia creada en cuanto Madre de Dios, con preferencia a cualquier otra criatura.´

“David dijo que su corazón se licuaba en medio de su vientre como cera derretida por el fuego. Si la sombra de la ley escrita fundía el corazón del profeta rey, ¿no lo haría, con mayor razón, el sol enviado para establecer la ley de gracia en la Virgen, derritiendo a la Hija, Madre y Esposa del amor? si Dios no hubiese manifestado la fuerza de su brazo en el momento de la Encarnación, María hubiera perdido la vida, desapareciendo en el ser que le había dado la existencia. María dice mucho cuando afirma que el que la engrandece es poderoso y que su nombre es santo; pero con la santidad esencial y divina, porque ella es obra del Altísimo y el vaso más excelso que él haya creado fuera de sí, ya que la humanidad de Jesucristo fue portada por la naturaleza divina, lo cual equivale a decir que su alma y su cuerpo fueron ciertamente creados. Sin embargo, el Verbo que los porta es increado y, por tanto, interior como el Padre y el Espíritu Santo, que se encuentran en él, así como él está en ellos mediante su penetración y plenitud esencial y divina.” [143]

“La Virgen no es Dios ni tiene su esencia, pero todo lo que no es Dios está por debajo de ella. Jesucristo, en cuanto Dios, está sobre ella; pero en cuanto hombre, está sujeto a ella y, como es Madre del Hombre-Dios, da órdenes al Dios encarnado, que se anonadó al tomar en ella nuestra naturaleza tomando la forma de siervo y conservando la forma divina, lo cual no le impidió mostrarse como un esclavo y hasta como un leproso, oprobio de los hombres y abyección de los pueblos.” [144]

“San Pablo va más lejos diciendo que se manifestó como la carne del pecado, haciéndose maldición por nosotros, enemigos suyos, a quienes amaba. Si el amor apasionó a Dios de tal suerte hacia los culpables; ¿qué sentimientos no tendrá por la Virgen? ¿Qué entendimiento puede vislumbrar su amor, sea de los ángeles, sea de los hombres? Por esta razón Dios nos dice en Isaías: Sus pensamientos no son mis pensamientos, que están más elevados y por encima de los suyos, que la distancia entre el cielo y la tierra. Si esto se dijo en el tiempo en que sólo conversaba con los hombres a través del ministerio de los ángeles, que eran como cielos elevados por encima de nuestra pobre naturaleza terrestre, ¿qué dirá al presente, en que se unió a nuestra naturaleza en el seno de la Virgen, que fue ensalzada hasta la altura de su divina maternidad? Él me dijo: Tus pensamientos, aunque parezcan sublimes, están más alejados de las maravillas que he comunicado a María de lo que está el cielo de la tierra. Dios Altísimo, adoro tus pensamientos en María y sobre María. Creo firmemente que de lo finito a lo infinito no existe proporción alguna, y que a pesar de que los hombres y los ángeles la alaben con toda su capacidad, sus alabanzas son sólo una sombra de las divinas y verdaderas alabanzas que tú mismo le tributas y con las que la dignificas. ‘El que se gloría, gloríese en el Señor. No aquel que se alaba a sí mismo, sino al que Dios alaba’ (1Co_1_31).” [145]
“La Virgen siempre se humilló durante su vida mortal, pero Dios la ensalzó en todo momento desde la creación del mundo, por medio de figuras y profecías en la ley de la naturaleza, en la ley escrita y en la realidad, en la ley de gracia; sin embargo, desde que ella entró en la gloria, Dios se complace en aumentar sus alabanzas con un placer divino, glorificándose con ellas en sumo grado al exterior, ya que él mismo constituye su divina alabanza. Por ello canta la Iglesia: Gloria al Padre, y al Hijo, etc., porque él se basta a sí mismo. De no ser así, no sería tan feliz por esencia, por excelencia y por sí mismo.” [146]

“El mismo Dios que hizo todo, que da vida a todo ser viviente, el mismo que da la inspiración, es el único en conocer los admirables privilegios que ha concedido a María, a la que constituyó Hija, Madre y Esposa suya de manera excelentísima y sublime. Ella es hija de Dios, pero hija Virgen de Dios, que procede de él mediante la más pura emanación que haya jamás dimanado de su esencia, pero sin afirmar que es una emanación interna, sea del entendimiento, sea de la voluntad de Dios al exterior. Únicamente las dos divinas personas: el Verbo y el Espíritu Santo, emanan y son los términos del fecundo entendimiento del Padre y del Hijo, cuya humanidad exceptúo debido a que posee la gracia supereminente, por estar unida al Verbo de Dios.” [147]

“María es, como digo, Virgen de Dios en su mente eterna, que emana a su exterior purísima en cuanto a la naturaleza, perfectísima en gracia y eminentísima en gloria; y que estuvo siempre unida a Dios mediante una unión inefable, que él ensalzó incesantemente a través de crecimientos inenarrables, comunicándole una gracia que creó exprofeso para ella y que excluye cualquier otra. A esto se refiere el apóstol cuando habla de la diferencia de los santos en la gloria y la de las gracias hecho que compruebo en la gracia tan sublime de María, que está tan por encima de todas las concedidas a la humanidad como el sol, cuya claridad es tan diferente al fulgor de las estrellas.” [148]

“Nadie pone en duda que Jesucristo tenga en sí la gracia sustancial, ni que sea la gracia divina, que quiso entregarse a la muerte, como dice San Pablo. Ya dije que todo lo que es Dios está por encima de María; el Verbo Encarnado, por ser Hijo de María, relaciona en él la gracia de María, porque es para él y a través de él, que ella posee la sublime plenitud de la gracia. Dios se complace en diversificar a sus criaturas y, mientras más nobles son, más se pluralizan. Los ángeles, que tienen una naturaleza puramente espiritual, son más variados que los hombres, que están compuestos de cuerpo y espíritu.” [149]

“Cada ángel es de una especie diferente. También decimos en la fiesta de un santo confesor que no se ha hallado otro semejante, que guarde a su manera los mandatos de la ley del Altísimo. Si alguien me dice que la Virgen tuvo un cuerpo cuya materia no era espiritual, y que el espíritu angélico es más puro por tener una forma más parecida a la divinidad, que es espíritu, respondo que la Virgen recibió de Dios un espíritu más puro que el de los ángeles, y que su cuerpo estaba destinado a revestir al mismo Dios, que se encarnaría en ella haciendo su carne divina a través de la unión hipostática del Verbo eterno.” [150]
“Su Hijo humanado debía ser cabeza de los hombres y de los ángeles, cuya gloria se incrementaría al servir y adorar al Hombre-Dios, debido a que la divinidad deseaba manifestarles los secretos de su admirable y adorable consejo, prodigándoles claridades que les tenía reservadas hasta este tiempo, no sólo por medio de J.C., sino de María, que debía establecer una jerarquía sublime en la naturaleza, en la gracia y en la gloria, porque sólo ella está exenta de todo pecado. Como dote natural, recibió la plenitud de la gracia creada en cuanto Madre de Dios, con preferencia a cualquier otra criatura. Poseyó además la dote de la gloria, que sobrepasó todas las dotes que Dios ha concedido y concederá a los ángeles y a los hombres. Dios creó a los ángeles al mismo tiempo, y a pesar de ello aprendemos de san Dionisio que todos se distinguen en tres órdenes y en nueve coros, que purifican iluminan y perfeccionan. Los inferiores reciben la mediación de los que son superiores a ellos, y los superiores inmediatamente de Dios.” [151]

El amor a María de parte de Dios es enorme, y así como nos lo narra Jeanne es absolutamente hermoso.

“Antes de la Encarnación sólo Dios estaba en el cielo, puramente en su esencia en cuanto Dios, pero desde de que María estuvo cerca de Jesús, que es el mediador de redención y de gloria, la comunica a su Madre como a su más cercana vecina, como a otro él mismo, a plomo, colmándola de su esplendor de manera inexplicable, porque la ama con un amor inefable cuya medida es la de su gloria, así como ella fue la de su gracia. Fue este amor el que impulsó a Dios (si puedo referirme así al Altísimo, que es inmutable y omnipotente), en un éxtasis, a comunicar al exterior de su esencia la más preciosa emanación creada por él, que es la gracia concedida a María.” [152]

“Cuando hablo del amor de Dios a María, que toda carne y todo espíritu haga como los serafines que vio el profeta Isaías, que velaban sus pies y rostro, porque jamás conocerán su comienzo ni su fin; su principio ni su término. Que vuelen con alas de contento, alegrándose en el placer divino, diciendo: Santa es María en el momento de su creación. Más santa es María en el de la Encarnación de amor. Santísima es María en el día de su glorificación, en la que Dios quiso manifestar las riquezas impenetrables de su gloria en el empíreo, porque la tierra es demasiado pequeña, pero en el cielo preparó él mismo el trono y el carro glorioso del triunfo de María, porque el amor divino triunfa por ella. A mí, Soberano mío, me confía la misión de proclamar las riquezas de tu gloria. Si son inenarrables, ¿cómo podré hablar si tú mismo no me das tu Palabra divina para expresarlas divinamente? Ah, Dios de gloria. Soy una mujer, pero como escoges a los débiles del mundo para manifestar tu poder, y a los pequeños para hablar de la grandeza de tu amor a María, diré con el apóstol: ‘A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo’ (Ef_3_8).” [153]

“María constituye la riqueza de Jesucristo; es su tesoro, en el que ha puesto el corazón. María es la sabiduría de Dios. Jesucristo es la sabiduría divina y el mismo Dios; María es el misterio oculto en Dios: ‘El misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas’ (Ef_3_9); ‘destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo’ (1Co_2_7s); ‘y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria’ (Col_1_26s). Dios quiere en verdad que nos apliquemos con el entendimiento y la voluntad a contemplar sus divinas riquezas, y que pongamos en ellas nuestros corazones.” [154]

“El sabio nos prohíbe poner nuestro afecto en las riquezas aparentes, que no tienen sino espinas, cuya posesión es pura aflicción de espíritu y que sirven de lazos para atarnos a las tentaciones. La gloria de María es la gloria de los suyos; a ella podemos decirle que es la alegría de su pueblo, que era culpable de esa majestad divina y humana, porque los judíos lo crucificaron; ella sigue siendo la luz de los gentiles, que se condenaron por demencia por considerar la cruz como una locura. Mediante ella, la Iglesia fue iluminada.” [155]

“Por nuestra causa la Virgen fue dejada en la tierra. Los judíos la despreciaron porque nació en su provincia, pero, al decir de su Hijo, ningún profeta es aceptado ni recibe el honor que merece en su patria. El vino y los suyos lo desconocieron y no lo recibieron. Por ello dio poder a los que lo recibieron, para llegar a ser hijos de Dios, no por la sangre, no por la voluntad de la carne, no por la sabiduría humana, sino por la gracia divina que los adoptó como hijos por mediación de su Hijo, que es Hijo de María, dándoles un nuevo nacimiento que los transforma en hijos de Dios y coherederos con J.C., que es el Verbo hecho carne, para habitar con nosotros, a fin de manifestarnos su gloria, gloria del único hijo del Padre y de María, a la que glorificó con su gloria sublime así como la favoreció con su gracia singular, habiéndola creado para el Espíritu Santo, que derramó sobre y en ella un mar de claridad y de gloria. Si el sol le sirvió de velo al exterior, ¿qué claridad no tendría en el interior? Sí, la gloria de la hija del rey está en el interior desde que nace. Por ello, ni los ángeles ni los hombres son capaces de comprender el primer favor que Dios le concedió en el momento de su concepción, lo cual es causa de que aun los más iluminados lo perciban con deficiencia y que, desde hace varios años, anhelen ser instruidos por el Padre de las luces con suficiente claridad en el misterio de su Inmaculada Concepción, a fin de que sea declarada artículo de fe por el Vicario de Jesucristo, para toda la Iglesia.” [156]
“María continuaba viviendo, y por ello el Salvador no les dijo que proclamaran sus alabanzas, ni aun les reveló sus excelencias. ¿Sería tal vez porque no hubieran podido separarse de ella? Sólo el discípulo amado se encargó de servirla como Hijo y de honrarla como a su Señora; y eso porque Dios le mostró la gran señal que apareció en el cielo cuando ella se encontró en la gloria, reconociendo así el favor que su Maestro le concedió junto a la cruz al dársela por Madre. De modo similar se dice en San Mateo que el ángel dijo a José que su esposa estaba encinta por obra del Espíritu Santo, para que aprendiera: ‘Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús’ (Mt_1_25). Digo que San Juan, a pesar de que percibió una santidad eminente en María, en sus conversaciones con ella, no entrevió sus maravillas; la tierra no era un escenario apropiado para expresarlas, ni los oyentes capaces de escucharlas. Dios, por una especial providencia, reservó el cielo para describírselas a San Juan, en medio de la claridad celestial. Aquella águila vio el gran signo rodeado del sol, coronado de estrellas y de pie sobre la luna. Si dicha águila real no hubiera recibido la misión de hablarnos de la generación eterna, nos hubiera dicho grandes cosas acerca de la generación temporal de aquella mujer maravillosa, lo cual se debió a la providencia del Hijo, que conocía bien la malicia de los hombres, que hubieran podido pensar y decir que Juan fue sobornado por el Hijo, y prisionero a tal grado del amor de aquella que se le dio por Madre, que hablaba de ella como un ardiente enamorado. San Pablo dijo: ‘Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas’ (Ef_5_11); y a los Efesios: ‘Aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos’ (Ef_5_16). Esto hubiera dado mayor libertad a los herejes para pronunciar las blasfemias que han vomitado en contra de la Virgen pura. Dios reservaba los siglos venideros, exentos de toda duda, a fin de que la gloria de su Madre fuera publicada con mayor peso y grandeza por los doctores irrefragables e irreprochables, de ser engañados por sus sentidos. Quería manifestarla en la luz de la fe, a través de milagros y mediante el sentir común de los santos Padres, en proporción a la admiración que deseaba despertar por ella.” [157]
“Así como dio al mundo filósofos para discutir, ha querido ocupar a los teólogos para discurrir acerca de su Madre, cuyas maravillas son incomprensibles e inenarrables. Todos confesarán, después de haber expresado todo lo que podrían decir de ella, que han dicho muy poco en comparación a sus excelencias, lo cual durará hasta el fin de los siglos, hasta el día del juicio en que vendrá con ella como Hijo del Hombre y sentado en ella como en el trono de su majestad. Para compensar la afrenta que se le hizo en el Calvario, donde estuvo en persona cuando fue crucificado, y para honrar a la que estuvo de pie en el día de su confusión, María debe sentarse en la gloria de su Hijo, y el Hijo en la gloria de su Madre, que es su trono de nubes en el que Dios será eternamente glorioso y ella infinitamente gloriosa en Dios.” [158]

“El gran San Pablo nos dice que no existe mandato de su Maestro para hablar de la virginidad, pero que respecto a ella aconseja a la virgen que piense en Dios y en las cosas divinas. Si Jesucristo le hubiera encargado hablar de la Virgen, su dignísima Madre, cuántas maravillas nos habría dicho de ella, por haberlas aprendido en el cielo del Señor de gloria, pero como no quiso retrasar ni adelantar su tiempo, lo movió a expresar a los suyos los decretos de su providencia, a fin de que la santidad de su Madre fuese más radiante. En la Iglesia naciente del tiempo de los apóstoles la luz surgía como en el oriente. El deseaba que esperásemos el medio día para que se hablara más ardiente y claramente de aquella que lo acogió en el medio día del más ferviente amor, recostándolo en su seno y alimentándolo con su sustancia virginal. Era el deseo de nuestra pobre naturaleza, que exclama en el cántico de amor: ‘Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño al mediodía’ (Ct_1_7).Ese medio día estaba reservado a los siglos venideros, en los que Dios tenía el designio de manifestar la gloria maternal de María, así como él es la de su divino Padre.” [159]

“La Virgen es el espejo sin mancha de la majestad que trajo a la tierra el poder del Padre, al que nada es imposible, como dijo el ángel a María al anunciarle la gloria que Dios le había destinado por toda la eternidad en el reino de su Hijo, que sería infinito” [160]

Se han escrito tantas cosas sobre María que ni filósofos, ni teólogos han podido expresar la hermosura que NVM admiró sobre la Virgen María que le hizo exclamar muchas frases como las siguientes:
“Tú, que no sólo eres Reina del cielo y de la tierra, sino Reina y Señora mía por derecho de Maternidad divina, serás por siempre la gloria de la naturaleza humana y la alegría de los ángeles. Mira cómo acuden a ti para admirarte todos los que elegí para ser reyes y sacerdotes en la ciudad santa: llegando a su presencia, todos a una voz la bendijeron diciendo: ‘Tú eres la alegría de Israel, tú, el honor de nuestro pueblo, porque has obrado varonilmente. Tu corazón se ha fortalecido porque has amado la castidad’ (Jdt_15_9s).” [161]
“Bendita seas, María. Tú eres la gloria de Jerusalén, la alegría de Israel, la honra de nuestro pueblo, porque engendraste un Hombre-Dios y tuviste el valor y el corazón suficientemente grande para tomar la inquebrantable decisión de conservar la virginidad, que amas de manera idéntica a la maternidad divina. Mediante esta fuerte resolución, venciste al mismo Dios cuando te vio virgen de cuerpo y humilde de espíritu y de corazón humildad que fortaleció grandemente tu castidad. ‘Jamás conociste varón antes de tu parto virginal, ni después de él, permaneciendo siempre virgen purísima: Por esto también la mano del Señor te ha confortado, y por lo mismo serás bendita para siempre” (Jdt_15_11)” [162]
“No sólo la mano del Señor, sino también su brazo omnipotente, hizo en ti grandes cosas; el Señor estuvo contigo y lo estará eternamente; y tú con él para siempre. Entra en la gloria de tu Padre, de tu Hijo y de tu Esposo. Recibe la corona de todos los favores que el divino Padre te dio en dote, por ser su hija mayor y la más amada. Toma posesión del manantial supremo: ‘Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas’ (Si_1_15). Toma también en posesión la fuente inferior: ’la altura del cielo, la latitud de la tierra y la profundidad del abismo’ (Si_1_2).” [163]

“¿Quién puede abarcar tu gloria, Dios Encarnado? Sólo tú, porque todo lo que no es Dios, es inferior a María: ‘El Señor mismo la creó, la vio y la contó’ (Si_1_9) Sólo Jesucristo es capaz de medir su grandeza, porque sólo él la conoce. Fue el quien derramó sus gracias en María, y por mediación de María, sobre la humanidad, según los dones de su bondad, dando a todos el mandato de amarla y honrarla en calidad de Madre suya y Señora universal de todas las criaturas. En esto consiste la corona de su gozo inefable. El invita a todas las hijas de Sión a salir de ellas mismas, a través de un éxtasis divino, para contemplar a la Reina-Madre coronada en el día de sus desposorios y de la alegría de su corazón; porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo gozan al concederle en este día la triple corona. Dios aparece en el ardor del medio día en el divino tabernáculo, para invitar a todas las criaturas, tanto del cielo como de la tierra, al banquete y a la alegría de estas bodas: ‘alégrense los cielos, regocíjese la tierra, retumbe el mar y cuanto encierra; exulte el campo y cuanto en él existe’ (Sal_96_11). Que los ciudadanos del cielo se alegren gloriosamente.” [164]
“Que los de la tierra se unan jubilosos, y que todas las criaturas se regocijen en esta fiesta, que les proporciona una alegría indecible. Es el sabbat universal, en el que ella encuentra su reposo, porque en María no se lamentarán. El pecado jamás tuvo lugar en esta Virgen; porque jamás las engendró entre dolores y gemidos de parto, de los que habla el apóstol. El primer sábado que Dios santificó después de la creación de nuestros primeros padres es digno de alabanza, pero el que estableció en el cielo en el día de la Asunción y de la coronación de María, es la alabanza del Dios de la gloria, el cual perfeccionó su obra sublime manifestándola a los hombres y a los ángeles como su obra maestra por excelencia, para que se la considere digna de admiración, por no decir el límite de su poder.” [165]
¿Quién es María para mí, para ti o para alguien más? Lee como lo expresa Jeanne NVM.
“María es un día luminoso que santificó el Altísimo. Es su tabernáculo. María es un río sagrado e impetuoso que alegra toda la ciudad de Dios. Es un mar, un mar de vidrio ardiente, porque Dios, que es un fuego consumidor, se encuentra en ella de manera inefable, así como estuvo en sus entrañas en la Encarnación. El la conserva Virgen, por ser la zarza ardiente que llamea sin consumirse, siendo la tierra santa y bendita del Dios de toda bendición. Ahora, en el cielo, ella es el mar de vidrio y de fuego: Dios en ella y ella en Dios, teniendo tanto frescor como llamas, porque dicho mar es frescura, y el fuego es ardor; es claridad y es inmensidad: claridad, por ser ella un cristal iluminado con la luz de Dios; inmensidad por ser un mar en cuya presencia los santos pulsan sus cítaras santamente, o cantan alabanzas con sus arpas de diversa manera, según la relación que tienen con sus admirables perfecciones, porque ella encierra en sí a todos los elegidos, siendo reina de los patriarcas y de todos los demás. Así como es invocada en la tierra, es glorificada en el cielo. Por su mediación Dios comunica la gloria a los santos, y el Espíritu de amor los impulsa a cantar conforme a su grado de santidad: mientras más alto sea en presencia de este mar, más alta y llena de amor será su música.” [166]
“La Virgen es la puerta que vio Juan en el cielo, abierta a los bienaventurados, a fin de que por ella tengan una entrada singular en las luces divinas. Su Hijo está sentado en María, que es una esmeralda y Madre de misericordia, del amor hermoso y de la santa esperanza. Su Hijo a nadie condena cuando fija su mirada en este trono de misericordia. Cada vez que dice a los malvados: Id, malditos, contempla en ellos su justicia vengadora; pero si mira en dirección al trono en el que está sentado, carece de fuerza para condenar porque el cristal, que es la Madre de misericordia, conmueve sus entrañas con su sola vista; mar que es inmutable para gloria de los buenos, y cuya condición maternal no tolera el castigo de los malos, porque jamás quiso participar en calidad de juez, llamándose en cambio abogada de pecadores. Todos sus atributos se relacionan con su Hijo y dependen de sus grandezas pero jamás se nos dijo que haya tolerado recibir el de juez.” [167]
“María es, pues, el trono de misericordia adornado de piedras preciosas de bondad. Su Hijo está en ella como en el trono de esmeralda, siendo nuestra esperanza y apaciguado del todo al contemplar los ojos benignos de su Madre. Está rodeado del arco iris, signo de paz, pero de una paz tan dulce, que ofrece reposo a los veinticuatro ancianos en tronos de gloria, vistiéndolos con túnicas blancas y coronándolos de firmeza inquebrantable: ‘Vi veinticuatro tronos alrededor del trono, y sentados en los tronos, a veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro sobre sus cabezas’ (Ap_4_4). Del trono virginal salían rayos, voces y truenos. María era y es toda voz; María es trueno. Mediante el resplandor de sus destellos, todo el cielo es iluminado e impulsado a cantar las alabanzas divinas. Todos los santos reciben la ley de María, que es como un trueno que los mueve a producir actos de amor inexplicables para una criatura mortal como yo. ‘Delante de este trono virginal hay siete lámparas ardientes que son los siete espíritus de Dios: siete ángeles que sirven a Dios, asistiendo también a su Madre, que es el mar de cristal en el que contemplo, como en un espejo grandísimo, la inmensidad de la gloria que Dios concedió, concede y concederá a su Madre. En medio del trono, y en torno al trono, cuatro animales llenos de ojos por delante y por detrás’ (Ap_4_6).” [168]

“Cuando los cuatro vivientes dan gloria, honor y bendición al que está sentado en el trono, que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se prosternan delante de él, adorando al que vive por los siglos de los siglos, depositando sus coronas delante del trono y reconociendo a María, que adquirió para ellos, con su divina maternidad, la corona y el reino que poseen, y refiriendo toda su gloria al Verbo Encarnado, diciéndole: Eres digno, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo, que por tu libre y amorosa voluntad estaba en tu mente eterna, la cual proyectaba crear admirables maravillas para la naturaleza humana, y las creó. Las mayores alabanzas, sin embargo, son las de María, que es su gloria maternal así como él es su gloria filial. El águila, empero, tiene la vista más penetrante y fuerte que los otros tres Evangelistas; por ello el discípulo de gloria contempló con más fijeza y claridad la luz de María y su admirable diversidad. El la vio, como digo antes, revestida de sol, coronada de estrellas y caminando sobre la luna con paso firme y garboso, como hija del soberano príncipe que admira sus pies en su calzado. El la contempló semejante a la claridad de Dios, diciendo que la misma claridad divina la penetró; que sólo ella es la ciudad de Dios perfecta en sus doce puertas, que son perlas preciosísimas.” [169]
“Los doce frutos del Espíritu Santo están sólidamente incrustados en ella, tanto para encerrarla en su inmensidad, como para hacerla administradora de sus amores, que tienen tanta luz como bondad, en los que radican el entendimiento y la alegría, que son frutos de sabor inefable y deliciosos a la vista. Juan contempló a María como un río de agua viva, viviendo de la vida de Dios mediante el favor del divino Padre, que la albergó en su seno al lado del único hijo que les es común, el cual apoya las peticiones de su Madre, que se identifican con la que él hizo en la tierra, como una copia sacada del original, es decir, que él deseaba, en cuanto Hijo natural del divino Padre, que todos los que le habían sido dados se encontraran donde él está, sobre todo y de manera incomparable María, porque sólo ella es su Madre natural. Así como él, en cuanto verdadero Hijo sustancial, es figura de la sustancia del Padre, así es la impronta de María; y María, la suya luego ‘me mostró el río de agua de vida, brillante como el cristal, que manaba del trono de Dios y del Cordero’ (Ap_22_1).”[170]

Ya había mencionado antes sobre las oraciones que salen de su espíritu cuando escribe:

“En Dios encarnado y en los bienaventurados, este río de agua viva produce una dulzura inefable, porque riega el árbol de vida que lleva y da sus frutos en el cielo y en la tierra; sus hojas son capaces de dar la salud a los viajeros de la tierra, y frescura a los prisioneros del purgatorio. La Virgen no puede ya sentir las maldiciones dirigidas a su Hijo y a ella en el Calvario, porque el Dios de gloria y cordero de paz está sentado en ella y ella está unida a él como Hija, Madre y Esposa de gloria, en la que es transformada como en su principio y en su fin infinito, hablándonos desde allí con las inspiraciones del Espíritu Santo. ‘El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oiga, diga: Ven. Y el que tenga sed, que se acerque, y el que lo desee, reciba gratis agua de vida’ (Ap_22_17); más para ir allá, es necesario que María pida al Verbo Encarnado que sea nuestro guía. Ven, divino amor mío, a buscar a tu Jeanne, diciéndole: ‘Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús’ (Ap_22_20), en el momento señalado por tu bondad. Amén.” [171]
  
  • “El primer domingo de Cuaresma, por tu gran amor y amorosa Pasión, me ofreciste tus victorias. El lunes quisiste invitarme a poseer tu Reino como bendita de tu divino Padre; y el día de santo Tomás de Aquino me dijiste: Ven a ver otro ángel distinto de aquellos que son esencias espirituales, es decir, que son únicamente espíritu sin cuerpo. Es Tomás, quien por la fuerza de mi gracia y por el espíritu de sabiduría ha sido elevado hasta el sol para escribir las maravillas de mi Encarnación, y también, ver mi Aurora, en su purísima Concepción, misterio escondido a muchos, en los siglos precedentes, en Dios que ha creado todo. La santidad de mi santa Madre es un gran sacramento que contiene las inexpugnables riquezas de mi humanidad en la que habita toda la plenitud  de mi divinidad corporalmente.” [172]
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  •  “Me dijiste que no me extrañara de que así como habías escogido a santa Teresa, para hacer admirar en estos últimos siglos la gloria de san José, me llamabas a mí, que soy nada, para anunciar las grandezas de san Joaquín, padre de tu admirable Madre, a la que engendró por deseo de la santísima Trinidad. En este dichoso momento san Joaquín y santa Ana participaron del beso que, por un especial amor, dio el Señor a esta Hija del Padre, a esta Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, que fue declarada: tierra santa, tierra de promesa, tierra sublime, tierra sacerdotal, templo, morada y tabernáculo del Señor, recibiendo milagrosamente el ser de  naturaleza y gracia; el trono revelado al profeta Isaías, que vio lleno de la Majestad de Dios, cerca del cual los serafines volaban cantando sanctus, sanctus, sanctus, etc.” [173]
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  • Jeanne llena del amor misericordioso del Padre escribe tan exquisitamente, que me contagia y me lleva constantemente a parar y alabar a Dios por estas grandezas.
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  •  “Por el Fiat de María, el Verbo se hizo carne para habitar con los hombres. Fue necesario además que dijera Fiat mediante su presencia en mi muerte, para consumar la boda y engendrar a la Iglesia de mi costado. La sangre y el agua son la simiente purísima y el alimento que ella me dio. Lo que tomé de ella en mi concepción, lo conservo y conservaré después de mi muerte. El Verbo jamás dejará lo que una vez tomó. Mi alma salió de mi cuerpo, pero seguía siendo, de manera independiente a ella, emanación de la divinidad, aunque de distinta manera. Le era deudora porque de ella salió la materia a la que informó. Esta concepción e infusión se hicieron en un instante a través de la prontísima acción del divino Espíritu y la virtud del Altísimo, que la cubrió de manera excelente, haciendo nacer en ella la santidad esencial, la imagen de tu bondad y la figura de tu sustancia, la cual, bajo el nombre de Hijo de Dios, portó, en el momento mismo de la encarnación, el nombre de Hijo de María, en y de la cual nací.” [174]
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  • Qué encuentros y qué diálogos sobre estos misterios de nuestra fe. Grandes horas de encuentros extraordinarios con su querido Amor, quien le explicaba lo que ella tenía confusión, llevándola para que viera, las maravillas que obró el Señor.
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  • Ella maravillada, extasiada se quedaba meditando en ello para después poderlo escribir.  Jeanne de Matel nos comparte con mucha claridad lo que está viendo. Nos describe:
  “Querido Amor, me diste este ejemplo para que sobrelleve con mansedumbre mi propia imperfección, esperando el día de la venida de este divino Paráclito, el cual prometiste enviarme, y lo hiciste. En ese día sagrado, al comulgar, quedé extasiada. Llenaste de gozo mi corazón, y vi una mano que, con el dedo índice, me mostraba el oriente del cual deseabas, en unión con tu divino Padre, enviar al Espíritu que de ustedes procede, que es todo amor. Me sentía confusa al verme tan imperfecta y privada de toda virtud. Este piadoso Padre de los pobres me consoló y me lavó, haciéndome renacer en este baño admirable, en el que recibí un nacimiento nuevo que arrebató y elevó mi espíritu en presencia de la santa Trinidad. Contemplé a estas Tres divinas Personas, que obraban esta admirable regeneración, llevándome en brazos como una niñita a la que lavaban con el agua que destilaba una nube. Escuché estas palabras: ‘Destilad, cielos, como rocío de lo alto’ (Is_45_8). Que esta nube llueva al justo, y que en esta joven sea producido el divino Salvador.” [175]

“Vi doce lenguas de fuego, que fueron transformadas en doce puertas que representaban las doce entradas a la Jerusalén celestial. Me dijiste que tu Espíritu hace pasar a las almas por estas puertas, concediéndoles la justificación, mediante la cual es posible entrar por las doce puertas al interior de la celeste Sión Sólo a través de estas doce entradas tendrán acceso a la gloria las naciones.” [176]

“Querida hija, mi Espíritu es un fuego que abre las puertas y que concede hablar en lenguas a los Apóstoles y a las personas que elijo para dedicarlas al gran ministerio de la conquista de las almas. Él te ha concedido el lenguaje y la palabra para expresar mis misterios, a pesar de no ser tú sino una jovencita. Él te abrirá las puertas que los enemigos de mi gloria desearían cerrarte; no temas, hija, la bendición de los hermanos de Rebeca es para ti, porque eres la querida esposa de tu Isaac, que soy yo.

Recibe las felicitaciones de tus hermanos santificados y glorificados, los cuales se regocijan por el favor que has recibido de toda la santa Trinidad, la cual te ha elegido mediante una alianza tan augusta y una misión tan gloriosa. Todos te dicen a una voz como a Rebeca: ‘Oh hermana nuestra, que llegues a convertirte en millares de miríadas, y conquiste tu descendencia la puerta de sus enemigos’ (Gen_24_60).” [177]
 

 Como dije al inicio del documento, las palabras “orar y vivir” son fuego que poco a poco, como el oro en crisol, purificaron, fortalecieron y santificaron el espíritu de Jeanne.
 

  • El tema de la oración en Jeanne  Chezard de Matel es inmenso, maravilloso e intensamente profundo. Ella sabe que es difícil escribir lo que nuestro Señor le dice, yo le agradezco que se haya esforzado en su momento, para que hoy, esté leyendo sus escritos, aun cuando tenga partes muy complejas para comprender y que solamente con la oración se me ha aclarado un poquito más.
  La fidelidad de Jeanne en todo, pero en concreto para escribir su experiencia de vida a pesar de que mencione que tiene poca fidelidad, es un ejemplo a seguir. Te pido Padre, me  envíes a tu Espíritu Santo para serte fiel al menos el 1% de lo que ella fue.
Mi vida es tuya… lo sabes… enséñame a “orar para vivir” para cumplir tu voluntad, todos los momentos de mi existencia. Continuemos con esta adorable lectura de sus escritos.
“Esto no se debe, querido Amor, a que alguna vez hayas deseado probarme con tentaciones de orden inferior que tanto hacen sufrir a muchas personas virtuosas, sino a la poca fidelidad con que respondo a tus gracias, que siempre están dispuestas, como lo está tu misericordia, a hacerme ver tus bondades. El pensamiento de no ser digna de ser probada debe servirme de una continua humillación, viendo que desconozco la experiencia de tentaciones por las que haces pasar a otros, y aunque la esperanza del cumplimiento de tus promesas sea diferida, todo esto no me afecta sino muy poco. Si fuera fiel a fijar en ti la mirada con prontitud, en cuanto los pensamientos de esta prórroga me asaltan, el disgusto que pueden causarme se desvanecería en el mismo instante en que surgen en mi interior. ” [178]

“Pasé la noche anterior a este día en la habitación de la Sra. de Vedeine, sin poder dormir un solo momento. Justo a media noche, dije a todas las potencias de mi alma: ‘Viene el Esposo, salid a recibirlo.’(Mateo 25: 6).Mi alma, junto con todas sus inclinaciones y afectos amorosos, quiso salir a tu encuentro, pero tu bondad no las hizo esperar a la puerta. Te me apareciste prontamente, permaneciendo de pie a mi lado. Abriendo entonces tu pecho, me mostraste tu corazón amoroso, abierto y dilatado en forma de una rosa admirable, para albergar en él a todas tus esposas. Vi dentro de este corazón divino esta flor, este árbol y este germen de carne virginal que era tu Orden plantada en tu pecho, en medio de tu corazón. Veía el seno de tu divino Padre, el tuyo en cuanto Verbo Increado y Encarnado, y el mío estando unidos de tal forma, que estos tres senos no eran sino uno; tú y yo permanecíamos en el seno inmenso de tu Padre.” [179]

“Me dijiste: "Mi toda mía, considera el amor que tengo por esta Orden, que será una flor y una rosa de buen olor, un árbol que fructificará en mi Iglesia y el germen de David que te prometí: una carne virginal que engendrará vírgenes. Seré para ellas Padre y Esposo, y te constituiré madre de todas." Mientras que me comunicabas estas maravillas, vi a la derecha al Espíritu Santo, quien se dirigió hacia mí con la impetuosidad del amor en forma de paloma, a la manera en que los pintores lo representan bajando sobre tu incomparable Madre en el momento de la Encamación, y aunque soy tan indigna de esta comparación, no encuentro palabras más apropiadas para describir la venida de este Espíritu de amor hacia mí. Pasé todo el resto de la noche sin poder dormir, por estar sumamente indispuesta; pero en mi debilidad podía exclamar que era fuerte en ti, mi Dios, que me confortabas.” [180]
“El día de la fiesta de san Bartolomé, mi alma sintió grandes deseos de orar para pedir el desprendimiento de todo la que no es Dios. Te adoré como a lo más grande y lo más pequeño. Grande, por tu inmensidad, pequeño, por la sencillez de tu ser sin adición. Eres el centro que está en todas partes y cuya circunferencia no se encuentra en ninguna; eres soberanamente abstracto, habitas en una luz inaccesible a tus creaturas. Te bastas a ti mismo, eres un acto puro más convenientemente alabado por negación que por afirmación. Gran Apóstol san Bartolomé, fuiste verdaderamente desprendido, desollado, despojado de tu piel, pero este despojo de tu piel te mereció ser revestido con glorioso y divino vestido de luz.” [181]

“El 27 de agosto, al arrodillarme para adorarte, mi amable Salvador, y ofrecerte la aflicción que tenía por el desprecio de aquellas a quienes amaba en tu amor, me invitaste a descansar bajo el árbol de tu cruz, dándome del fruto de tus trabajos, me pareció tan dulce, que te pude decir: ‘A su deseada sombra estoy sentada y su fruto me es dulce al paladar’ (Ct_2_3).” [182]

¡Jeanne fuiste consolada, amada y cuidada con gran esmero, nada más y nada menos que por la Santísima Trinidad! ¿Hay acaso nobleza mayor?

“Querido Amor, tú sabes consolar bien a los corazones afligidos modelándolos deliciosamente para que olviden sus disgustos y no piensen más que en tu amor.” [183]

“Abandonada de todos los que podían consolar mis penas, pero no quitármelas, quisiste tomarlas sobre ti, y como buena nodriza tomaste la medicina amarga y me diste la leche de tu propio pecho haciéndome decir que era mejor que el vino de todas las consolaciones de las creaturas.” [184]

“En la tarde, al entrar como de ordinario a esta capillita, donde todos los días se celebraba la Misa me dijiste, mi divino Pontífice, que querías cumplir mi gusto, para no compartir solamente mis necesidades sino también mis deseos. En ese momento vi en espíritu a todos los bienaventurados, quienes llevaban un pozo que colocaron en la capilla: lo veía muy profundo. Me dijeron: Este es el pozo de la Sabiduría, lo miraban con gran atención y sacaban de una manera admirable agua, pero sin que viese emplearan la cuerda que estaba bien acomodada en su polea para descender y tampoco vi cubo.” [185]

“Yo quedé arrobada ante los innumerables favores que me hacías. Ven, me dijiste, a ver el sacrificio de amor, de dolor y de fuerza sobre el monte Moria. Ve primero la figura, después te haré ver y gozar de la verdad. Considera a Abraham ofreciendo a Isaac, el brazo levantado para sacrificarlo, y ve también mi amorosa Providencia que la sustituye por un carnero enredado por los cuernos a las espinas que el pecado de Adán produjo.” [186]

“Ese carnero, Hija mía, era yo, que me presentaba al Padre Eterno bajo esta figura que hizo cambiar el extremo dolor del corazón de Abraham en una extrema alegría porque sometió los sentimientos paternales a la orden divina, y su entendimiento a la fe...Hija mía, el Carnero era yo. Era yo, hija mía, era yo, mi favorita. Al oír par tercera vez esto, mi alma quiso dejar el cuerpo para entrar en ti, estando como estaba fuera de mí misma, me detuviste diciéndome: Mantente firme para ver a la Virgen de las Vírgenes, a mi santa Madre, que es la sacrificadora que ofrece y sacrifica al Pontífice eterno que es su carne y su sangre, que se presenta y se ofrece para una oblación adorable y verdadera, por miles y miles de mundos haciendo ver que el amor es más fuerte que la muerte.” [187]

“Levanté mis ojos a ti que eres como siempre mi ayuda y mi socorro, me hiciste ver una tiara pontifical cubierta con un velo, como se cubre el tabernáculo con un conopeo cuando estás en la adorable Eucaristía, diciéndome que me protegías como a hija de la iglesia contra aquellos que actuaban contra mí y que tú me cubrías como a tu tabernáculo. Supe lo que esta visión significaba, que debía tener aún un poco de paciencia.” [188]

“Por la tarde asistió al sermón que predicaba un padre capuchino en la parroquia, el cual, hablando de la pobreza espiritual, dijo que el Hijo del Hombre no había tenido dónde reclinar su cabeza. Escuchó entonces estas palabras: Hija mía, durante mi vida mortal, quise estar pobremente alojado, al menos durante treinta y tres años; pero ahora, en el Santo Sacramento donde deseo morar para siempre, quiero verme acogido en la riqueza del oro de la caridad. Deseo ver que se construyan mis moradas en este amor. Fui presa entonces de un vehemente deseo de poseer riquezas de la más alta perfección, para ser digna de alojar a su Rey. Siguió escuchando: Cuando instituí este sacramento, escogí una sala grande y bien dispuesta. ¡Oh amor mío, respondió ella, cuántas veces me has dicho que en la casa de tu Padre hay tantas moradas! En la casa de mi madre la Iglesia, también hay muchas. Ven a vivir en ellas, y enriquece a las que te albergan cada día. Esta petición la hizo también para usted.” [189]

NVM Jeanne Chézard de Matel estuvo dispuesta a sufrir en todo momento por los hermanos más necesitados, auxiliándolos en lo que podía, pero también practicó mucho durante su vida, pedirle a su Divino Amor librara a las almas más necesitadas, y que ella vio en sus visiones, porque quería sufrir por ellas.

“El domingo, día de Todos los Santos, la dulzura de su amado la colmó desde la mañana. Sintió, por esta causa, gran agotamiento en el cuerpo, el cual fue fortalecido en cuanto recibió la santa comunión, debido a la intensidad con que se unió a este sacramento. Durante esta experiencia, vio una mano de oro que la bendecía levantando tres dedos. Se le comunicó que esta mano era el signo del Dios vivo en tres personas y una sola esencia, y que el resplandor y el calor que sintió sobre la frente la hicieron pensar que había sido marcada junto con las tribus que menciona san Juan en la epístola. Suplicó entonces a su amor que se dignara marcarlo a usted también.” [190]

“Al terminar se dirigió de inmediato a recibir la santa comunión. El ardor la embargó a tal grado antes del comienzo de la misa, que no pudo recitar verbalmente la penitencia que le fue impuesta, acercándose a la sagrada mesa encendida en fervor. Después de haber recibido al Salvador en su boca, le dijo: No pasarás al corazón si no libras a las almas del purgatorio; ellas te alabarán en el cielo, puesto que deseas dejarme todavía en la tierra.

Se volvió en seguida hacia los ángeles guardianes, quienes parecían ansiar la liberación de las queridas almas confiadas a sus cuidados, diciéndoles: Oh, presenten al Padre este Hijo que acabo de recibir. Díganle que, en unión con él, salgo fiadora.

Escuchó entonces lo siguiente: Las bodas se celebraron ayer. La primera mesa fue para la Iglesia triunfante; la segunda, para la Iglesia militante; el resto es para la Iglesia purgante. Hay tantos manjares en esta última como en las dos primeras. Recuerda que, cuando el banquete se realizó en el monte, de dos peces y cinco panes sobraron doce canastos. Esto la movió a presionar a su Salvador, pidiéndole que las librara: Deseo padecer por ellas. Le pareció recibir la misma respuesta que dio él a santa Catalina: que tendría que pasar por grandes sufrimientos, puesto que así lo había querido.” [191]

“En ese día ofrece la santa Comunión por todos los que, como usted, se dedican a la dirección de las almas. Después de la comunión, experimentó un reproche por haber dudado de lo que tantas veces le había dicho la divina bondad, al lamentar que hubiera permitido que el convento de santa Úrsula se quedara vacío, sin sus religiosas.” [192]

Las citas siguientes son expresiones del amor más puro, el enamorado perfecto hablándole a su novia, en este caso el diálogo de un Dios con su gran amor.

“Hija mía, quiero que tú sola me sirvas como lo hubieran hecho todas ellas. Debes saber que eres la perla única, y que por adquirirte lo he dado todo; después de las arras de gloria y los dones de la gracia, te he entregado al Autor de la gracia.” [193]

“Escuchó entonces al Padre eterno: Hija mía, para poseerte, te entregué a mi Amado Hijo. ¡Cuán preciosa eres para mí! Una vez más le pareció recibir reproches por haber callado esto a usted y por no comunicarlo al P. de Villards. Oyó además: Si las ursulinas hubieran permanecido aquí, hubieras deseado ingresar con ellas y habrías tenido mucho que sufrir sin disfrutar de los bienes que ahora gozas. Con todo, El no aminoró el deseo que tiene ella de llegar a ser religiosa.” [194]

“Un día, estando en oración ante el Santísimo Sacramento, con el cual se lamentaba de que le prohibían los libros que la conducían a estos dulces éxtasis, escuchó: Hija, Yo soy el libro principal, en el que te doy a leer la voluntad de Dios, mi Padre. Obra conforme a ella.” [195]

“Y en otra ocasión: Hija mía, no has recibido tu ciencia evangélica de los hombres, sino de mí, como apóstol mío. Deseo la comuniques a quienes son mis representantes. Te dije hace tiempo que hablarías de mis testimonios delante de los reyes, que son mis sacerdotes, y que no serías confundida.

Lo anterior le fue dicho en la fiesta de santa Catalina; mejor dicho, al día siguiente. Llegó un momento en que, sintiéndose admirada ante la ingenuidad y el atrevimiento con que manifestaba las gracias divinas a quienes se le mandaba, escuchó en latín, por ser esta lengua la más ordinaria de sus revelaciones: Soy yo quien da testimonio de mí mismo.” [196]

Todos los santos tuvieron las manifestaciones que Dios quiso tuvieran, pero me llenan de emoción y hasta he llorado de alegría, por haberle regalado tantas a Jeanne, y ahora a través de sus escritos alabo y glorifico a Dios por permitirme participar de esos regalos.

“Por la tarde, al estar en compañía de algunas personas, su corazón fue atravesado por una saeta del amor divino. Comprendió bien que él deseaba retirarla de ahí para que subiese a su oratorio a hacer oración. Dejó, pues, la reunión, resistiendo la oposición de su cuerpo enfermo y del frío tan extremo que hizo ese día. Habiendo subido, se puso a orar comenzando con tristes quejas que hizo a su amor, pues seguía viéndose tan imperfecta después de haber recibido tantos favores divinos. Temía continuar profesando un gran afecto hacia las cosas creadas.”[197]

“Entonces experimentó un asalto impetuosísimo que hizo desfallecer su cuerpo, teniendo que apoyarse en su reclinatorio. Poco después se retiró a causa de la debilidad y del miedo de estar enferma. Escuchó: Hija mía, cuando me tengas presente mediante la práctica y el discurso amoroso, no te privaré de los afectos que tengas hacia las creaturas, así como el esposo no reprocha a su esposa el que esté con otra persona cuando sabe que él está presente en espíritu y se siente seguro del amor que ella siente por él… Acto seguido se puso a orar por su prójimo, diciendo: Oh, amor, deseo que otros participen en esta compasión. Hija mía, yo también lo deseo. Mi Apóstol dijo que mi pasión se comunica. Comparte con tu prójimo. En seguida se sintió toda transformada en una amorosa condolencia en el cuerpo y en el espíritu.” [198]

“Hija mía, al estar yo pálido y descolorido, mi rostro era tan agradable al Padre eterno, que pudo decirme que se lo mostrara, pues era bello y mi voz muy dulce, como lo digo en el himno. Hija mía, cuando estaba más desfigurado, era la verdadera imagen de la bondad divina, pues ¿qué padre hubiera permitido este sufrimiento en su hijo, de no ser un padre de bondad infinita?” [199]

“Por la tarde al asistir a vísperas, se sintió absorta y, dejando la oración vocal, se dejó llevar a la mental en seguimiento de su amor, hacia el desierto, donde escuchó: Fíjate cómo mi palabra profética es también mística. Confundí a Satán cuando me propuso que, si era el Hijo de Dios, cambiara las piedras en pan. Bien sabía que Dios alimentó a los israelitas durante muchos años con el pan del maná y sació su sed con el agua de la piedra; pero yo le dije que el hombre vive no sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Con esto quise decir que, para alimentar al ser humano, cambiaría el pan en carne y en palabra procedente de la boca de Dios. Yo soy el Verbo y palabra expresada de la sabiduría de mi Padre, que es el altísimo, la cual alimenta el espíritu y el cuerpo cuando así lo deseo.” [200]

“Después fue arrobada hacia el exterior y escuchó: Hija mía, ven a mi jardín. ¿No sientes que respiras un aire como el del valle de Josafat? En el día del juicio yo soy el árbol de vida y la flor de los campos que fue plantada en un claro fuera de la ciudad el día del viernes santo. Ahí recogí todos mis méritos y los mezclé para alimentar y dar de comer a mis amigos y embriagar a mis muy amados. Así será en el día del juicio, y estos amados reposarán bajo el árbol de mi santa Cruz, cuyo fruto será dulce a su paladar. Embriágate ahora, querida mía, pues hice para ti esta mezcla de mis favores y de tu obediencia. Mi cruz, que deseas llevar, te ofrece desde hoy su dulcísimo fruto. Mi juicio se realiza dentro de ti mediante el fuego delicioso que llevas ya en el corazón.” [201]

Me asombra mucho la forma en que selecciona tan atinadamente la cita bíblica, tanto del Antiguo testamento como del Nuevo testamento, esta habilidad requiere del dominio total de la Sagrada Escritura y el mejor apuntador que tuvo fue Espíritu Santo, quien guiaba su pluma, por ello pudo la riqueza de su alma, y ella escribiera que no era la mejor escribiendo.

“Este año de 1619, el día de la octava de la Concepción Inmaculada de tu santa Madre, estando en la iglesia del Colegio de Roanne, me elevaste en un arrobamiento muy sublime, durante el cual me dijiste que debía someterme al examen de varios doctores y grandes prelados de la tierra, pero que no tuviera temor alguno, pues tú te ocuparías de hacerme discernir y reconocerte, que me parecerías más blanco que la nieve. Me explicaste estos versículos del Salmo 67: ‘Mientras vosotros descansáis entre las tapias del aprisco, las alas de la Paloma se cubren de plata, y sus plumas de destellos de oro’ (Sal_67_14).” [202]

“Hija, duerme y reposa en medio de todos los ruidos desagradables y mortificantes en extremo; yo haré maravillas que se realizan y se realizarán en ti. Mantén siempre tus alas de paloma; declara con sencillez todas mis palabras, que son claras como el sonido de la plata; sé franca con tus directores. Conserva junto conmigo este oro de caridad que se esconde entre tú y yo; es un reclinatorio donde me complace quedarme; di a tu confesor que deseo me recibas todos los días." [203]

“En medio de nuestros coloquios, me fue presentado en visión imaginativa un corazón abierto, en el que había un crucifijo formado de la sustancia del corazón. Diría más bien que transformaba el corazón en sí mismo, no restando sino el exterior, que rodeaba a este crucifijo. Una persona a quien no vi lo sostenía con las dos manos. Me pareció que alguien decía: ¿Conoces este corazón? Yo lo ignoraba. Así es como hay que ser. Lo deseo en verdad. Eres tú, mi bien amada. Durante estos días el amor y la obediencia te han crucificado el corazón. ¡Oh, bondad, oh incomprensible bondad: Está satisfecho, está satisfecho! ¡Oh, mi todo, qué contenta estoy! ¡Oh palabra de verdad! Me has colmado del todo sin especies sensibles. Sabes hacerlo muy bien; y si alguien viniese a decirme: Comulga, no lo haría sino para obedecer, pues estoy más satisfecha que en otras ocasiones en que he comulgado.

Esto no se debía a los consuelos que experimentaba, sino por sentir mi parte superior unida al Dios de los consuelos, a quien he encomendado y sigo encomendando a usted así como Jesucristo pidió por todos aquellos que lo crucificaron” [204]

“Entonces mi dulce amor me rodeó de su luz y me hizo escuchar grandes maravillas, mientras derramaba yo abundantes y deliciosas lágrimas. Me reveló de qué manera había resuelto que esto se hiciera, y los grandes dones y favores que concedería a esta Orden religiosa; que, después del Santísimo Sacramento, ella sería el compendio y el memorial de sus prodigios, y figura de la Santísima Trinidad, de la humanidad del Salvador y de la Santísima Virgen, hasta en el estilo del hábito con el que deseaba revestirla. Pídeme, me dijo, y te daré como heredad las naciones, pues por la misericordia del Padre, el compasivo Señor Jesús será el camino y el término de esta obra.” [205]

“En fin, mi divino amor me dijo: Deseo morar en tu corazón, predilecta mía, porque es un desierto que no alberga otro amor sino el mío; en él deseo estar enteramente solo. Me vi entonces en un absoluto desprendimiento de todas las criaturas y en una agradable soledad, recordando las palabras del Profeta Oseas: ‘Por eso yo voy a seducirla; la llevar‚ al desierto y hablar‚ a su corazón’ (Os_2_16), y las del Profeta Jeremías: ‘Que se siente solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone’ (Lm_3_28). Hablando del hombre solitario, mi alma fue elevada por encima de ella misma al considerar a mi Salvador humillándose más abajo que todos los hombres y convertirse en el último de ellos en la Encarnación mediante su anonadamiento.” [206]

[201] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 20
[202] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 33., p. 103
[203] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 33., p. 103
[204] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 51
[205] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Cartas, No. 57
[206] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 144., p. 827

. Cuarta etapa:
Edad madura 1634-1664
¡Como gozaba eso grandes momentos de oración y de encontrarse con su amado!
Me maravilla cómo escribe estos diálogos de amor y del encuentro con su amado, sus expresiones son de una persona tan enamorada que cuando menciona las diferentes formas de orar que el Señor le permitió experimentar, y que explica con tanta naturalidad, sencillez y transparencia estas experiencias, se antojan… Sus diálogos de amor son muy profundos…a veces no entendibles, porque son misterios de fe…Me hace pensar que el Señor, concede esto, de diferentes formas, a muchas otras personas, muchas cercanas a nosotros pero, que nos hace falta amarnos de verdad y darnos cuenta de las virtudes y dones de nuestros semejantes. ¿Con cuántos santos y santas estoy conviviendo? Dame Señor vista y sensibilidad de corazón para ver en el otro las virtudes que tiene y juntos te alabemos y te demos gracias.

Jesús Verbo Encarnado, gran Maestro particular de Jeanne, ¡Qué pedagogía tan extraordinaria utilizaste para explicarle a Jeanne la estructura de todo tu ser divino, qué delicadeza para hablar de ti mismo!

“Ya dije más arriba que jamás te he pedido me conduzcas por medio de revelaciones ni visiones, sino por el camino que es el más perfecto, y que me llevará más directamente a ti. Me dijiste un día: ‘Hija, No se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia’ (Rm_9_16). Me agrada llevarte yo mismo por el camino de las visiones. Te he hecho ver en el Verbo, que soy yo, el espejo necesario a mi Padre, el cual se ve en mí, que soy la figura de su sustancia, el esplendor de su gloria y la imagen de su bondad. Yo soy la alegría de estas visiones por mi raigambre en la región de los vivos; el Padre y el Santo Espíritu están en mí, viviendo la misma vida que yo vivo en ellos; mi Padre me engendra en las claridades eternas. El ve en mí y en mis pensamientos todas sus divinas perfecciones. Soy tanto su visión, como su dicción, el vapor de su virtud, la emanación sincera de la divina claridad, el espejo sin tacha de la Majestad; yo produzco junto con él al Espíritu común, que es un Dios simplísimo en nosotros. Muchas veces te he elevado hasta la contemplación de la simplísima esencia y de las distinciones personales. He deseado instruirte acerca de la estructura de todo el ser divino y al enseñarte de esta suerte:
a) Te he conducido a la tierra de visión que es la divinidad que vive en ti, y tú en ella.
b) Te he comunicado los misterios adorables de mi Humanidad, que has
contemplado en diversas figuras, en diferentes visiones.
c) Te he dado la Comunión diaria, que es una tierra de visión.
d) Te enseño por la Escritura, que es un lugar de visión.
e) Estableceré por tu medio mi Orden, que será una tierra de visión, lo cual ya has
experimentado, y seguirás experimentando en el futuro.” [207]

“No permitiré que te equivoques; no me has pedido tú esta senda, y te he destinado para atraer otros a mí, y para ser guía de muchas almas. Cuando te mostré la corona de espinas colocada sobre un sol, disponía tu espíritu a contemplar y admirar esta maravilla. Te haré pasar por grandes contradicciones, de las que saldrás victoriosa en el tiempo designado por mi Providencia. Seré misericordioso con quien yo quiera; me apiadaré del que yo quiera apiadarme. Por tanto, no se trata del que quiere o del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Pues dice la Escritura a Faraón: ‘Te he suscitado precisamente para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea conocido en toda la tierra. Así pues, usa de misericordia con quien quiere y endurece a quien quiere’ (Rm_9_14s).” [208]

“Escuché intelectualmente cómo le sugerías lo que decía de san Dionisio, el cual estaba abismado en la adoración de tu Majestad y en la admiración de tu bondad, pero muy especialmente durante la descripción que me hiciste de sus gracias, méritos, virtudes y de la gloria que le concediste. Me parecía que se escondía como si se encontrara en una confusión de reconocimientos inexplicables, de un sentimiento que le hacía salir de sí, que vi terminar para entrar en ti, que eres inmenso, como si en su humilde reconocimiento me hubiera dicho: "Al admirar lo que el Verbo te dice de las maravillas que hizo en mí, dirígete al principio de toda mi felicidad, que es su bondad; haz una circunvolución, hija, con todos los coros de los ángeles y de los santos." Mientras más se humillaba este santo, más grande me lo mostraba el Verbo por mediación de san Juan, expresándome las excelencias que le comunicó en vida y lo que le había de dar en el cielo, exhortándome a escribir lo que escuché en esa noche, durante dos horas de arrobamiento y éxtasis. Te dije: "Señor, ¿Cómo podré escribir estas maravillas cuando mi entendimiento, suspendido y fortificado por ti de un modo tan sublime, ha sido testigo y escucha de tu divina retórica y bellezas?” [209]

“Querido Amor, deseo tener un recuerdo eterno de los pechos que me crían y me alimentan como a un niño pequeño que debe crecer, mientras que tú mismo me unirás a ti, adornada como una esposa, embellecida y amada de su divino esposo, el cual le comunica sus claridades y sus llamas, haciéndole ver y experimentar de qué manera es ella consorte de su divina naturaleza.

Este recuerdo producirá en mí el reconocimiento de los favores pasados; si este éxtasis me diera la entrada para la eternidad en ti, en la sede de la gloria que es el término, aceptarás que diga yo a todos tus elegidos lo que has hecho a mi alma, aunque lo vean en ti, puesto que todo permanece amorosamente en ti; en ti están todos los tesoros de la ciencia y la sabiduría del Padre; en ti residen todas las ideas. Tú eres el Archivo de todo lo creado y lo increado.” [210]

[207] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 66., p. 303
[208] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 66., p. 304
[209] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 75., p. 357
[210] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 75., p. 353

“El día de la gloriosa virgen y mártir Sta. Cecilia, a eso del anochecer, me retiré delante del Santísimo Sacramento para pedir a nuestro divino amor que él, que es el Evangelio de Dios, se complaciera en reposar en mi pecho. Mi alma fue elevada por un impulso amoroso según estas palabras del Cantar: ‘El olor de tus vestidos, como la fragancia del incienso’ (Ct_4_11), que apliqué dignamente a la santa ya que sus vestiduras estuvieron consagradas del todo a Dios y a que el Evangelio que llevaba sobre el pecho las convertía en incienso perpetuo. Sin embargo, el divino Enamorado que se complace en alabar tanto la gracia que concede como la gloria, me dijo: Recibe, tanto para ti como para Sta. Cecilia, estas palabras.” [211]

“El Eterno se hizo encarnarse en la plenitud de los tiempos tomando un cuerpo mortal, apoyándolo en su divino soporte a manera del alma que lo informaba. El, que en cuanto Dios es un espíritu simplísimo, se unió hipostáticamente al compuesto de materia temporal; el amor supo unir lo finito y lo infinito. Dos naturalezas infinitamente alejadas se unieron en un mismo soporte; lo que el * Verbo tomó una vez, no volverá a dejarlo; el Hijo único del divino Padre, y delicia suya, no pudo, al parecer, contenerse hasta darse él mismo para ser todo del ser humano y orar por él.” [212]

Hay peticiones que Jeanne le hizo a su Amado y que al reflexionar en ellas, solo pienso que como ella no puede estar sin él a su lado, le suplica humildemente seguir gustando de los consuelos divinos que eran muchos.
“Divino Amado, si he encontrado gracia ante tus ojos y tú bondad se digna inhalar en olor de suavidad el sacrificio de mi consentimiento a todas tus inclinaciones y amabilísimos designios, que more en mi corazón por toda la eternidad.

Concédeme el Evangelio de amor que recree mi alma en coloquios sagrados contigo mismo. Que, a imitación de esta santa, que se transformó toda en ti, y cuya su boca produjo cánticos melodiosos de la abundancia de su corazón amoroso, mi alma y mi cuerpo sean inmaculados delante de ti. Que pueda yo entonar el himno de acción de gracias en tanto que me instruyes por medio de tus justificaciones. Es bueno que me humilles a fin de que las aprenda.” [213]

“Un día de los Santos Inocentes, los invité a venir con el cordero a mi casa, en el monte Sión, diciéndoles que eran las primeras flores de su Iglesia; que me rodearan por ser el lecho florido del esposo. Como murieron sin hablar, no pudiendo confesar con la boca a aquel por quien morían, yo podía confesarlo con el corazón y con los labios para satisfacer lo que les faltó, en mi calidad de hija del Verbo, quien me da la palabra por ellos. Como no tengo la oportunidad de morir por él como ellos, les pedí que unieran su muerte a mi confesión y me obtuvieran el favor de culminar su martirio como dijo san Pablo, afirmando que completaba en él lo que faltó a los sufrimientos del cordero, al que confesaron al morir, y al que siguen en la gloria, permaneciendo en su compañía en el monte Sión por ser su infantería.” [214]

“Les dije: recuerdo que mi divino amor me puso entre ustedes un día de su fiesta en el año 1619, marcando mi frente con su santo nombre y el de su divino Padre con la mano de su amor, que es el Espíritu Santo. Pude sentir dicha marca, a pesar de ser invisible. La bondad del Dios trino y uno le movió a darme un dulce beso, soplando en mi rostro con un aliento delicioso, para hacerme vivir la vida de amor que ustedes viven en el cielo.” [215]

“A continuación el Verbo Encarnado se dignó expresarme su deseo de que le organizara una compañía de pequeñas inocentes que preparasen su segunda venida, vistiéndolas de blanco y rojo para comparecer como víctimas inocentes que, desde su más tierna edad, se presentaran al sacrificio para su gloria, realizando en ellas lo que dijo en Isaías: ‘Lo de antes, ya ha llegado, y anuncio cosas nuevas’ (Is_42_9).Así como hubo inocentes del sexo masculino, quería inocentes del sexo femenino, a las que daría nuevas gracias por amor de su nombre. Añadió que no daría esta gloria a ninguna otra, porque le es debida, y sus hijas están del todo dedicadas a ella.” [216]

He aquí una prueba más, de cómo podía interpretar las citas de la Sagrada Escritura.
Jeanne lo adaptó perfectamente a las hermanas de la orden. Mt 25,36 ss.

“Que él obre en las tres Órdenes de mis hijas, las religiosas, las hermanitas y las pensionistas, como hizo con las tres hijas de Job: que ilumine a las primeras, para que alumbren a las almas como si fuera de día; que las segundas sean como la canela olorosa, casia, apartándose de la impureza que infecta a la juventud.

Que las que por su estado se hallan en el mundo, no olviden las buenas enseñanzas ni las prácticas piadosas que oyeron y pusieron en práctica; que sean llamadas cuernos de abundancia, enseñando a todo el mundo cómo hacer provisión de virtudes y buenas obras, para que se presenten sin confusión a la derecha de aquel que dirá a las buenas: ‘Vengan, benditas de mi divino Padre, a poseer el reino que les está preparado desde la constitución del mundo. Tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estuve desnudo y me vistieron; fui peregrino y me albergaron; estuve prisionero y me visitaron. Lo que hicieron por mis pobrecitos que creen en mí, lo considero como hecho a mí mismo. Tuve hambre y sed de su salvación y ustedes correspondieron a mis inspiraciones, no recibiendo en vano mis gracias. Estuve en la prisión del sagrario y allí me visitaron con amor y compasión. Fui peregrino venido del cielo a la tierra, y me recibieron. Estuve desnudo, cubierto con una tenue hostia, y me revistieron con su propio corazón. Ahora les doy el mío junto con mi reino y mi gloria’ (Mt 25,36 ss).” [217]

No resisto la tentación de expresar que fui llamada por Él, y quisiera que también hundiera sus raíces en mí como dice Jeanne más adelante.

“El viernes, primer día de mayo de 1637, al meditar en la costumbre que tienen los enamorados de sembrar una planta de maíz a la puerta de las jóvenes que pretenden tomar por esposas, me dirigí a mi amado para decirle que, si se lo pedía a su Padre eterno, él mismo lo plantaría en mí cual árbol que no puede ser arrancado de cuajo, que es la verdadera dilección; y que su divino Padre encuentra un placer inefable en hundir sus raíces en sus elegidos, extendiéndolas a todas las potencias de mi alma.” [218]

“El día dos se dignó despertarme diciendo: ‘Ábreme, hermana mía, amiga mía, porque está llena de rocío mi cabeza y del relente de la noche mis cabellos’ (Ct_5_2). Ábreme, amiga mía queridísima, porque mi cabeza está cubierta de rocío. Por mi cabeza debes entender a mi Padre eterno, que es fecundo con una inmensa plenitud. Al contemplarse a sí mismo, me engendra a mí, su Verbo, que recibe sin empobrecerlo toda su plenitud, la cual me comunica al comunicarme su esencia. Soy inherente y de la mano*de su divino entendimiento; yo soy el principio del que dijo: ‘Contigo el principado el día de tu nacimiento en esplendor de santidad; antes del lucero, como al rocío, te engendré’ (Sal_109_2).” [219]

“Él puede pronunciar con soberana autenticidad estas palabras: Estoy colmado de palabras. Estoy colmado del Verbo que es la palabra increada, que abarca toda mi sabiduría; por su medio deseo crear a los ángeles y a los hombres. Lo engendro por generación activa, y con él produzco activamente al Espíritu de nuestra común espiración, que es nuestro amor. Escuché Sermonibus, sin entender varias palabras de la divinidad; sino más bien, ésta sola palabra. El expresa todo lo que es unidad, y todo lo que se multiplica en las criaturas: ‘Dios ha hablado una vez, dos veces, lo he oído: Que de Dios es la fuerza y tuya, Señor, la misericordia’ (Sal_62_12).” [220]

[211] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 38, p. 311
[212] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 38, p. 311
[213] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 38, p. 313
[214] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 44, p. 337
[215] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 44, p. 337
[216] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 44, p. 337
[217] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 44, p. 338
[218] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 441
[219] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 441
[220] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 441

“La caridad eterna” como se dice a sí mismo Jesús Verbo Encarnado continúa prodigando a Jeanne de indecibles gozos aunque sea por un instante como ella nos lo dice:
“El amor que produzco junto con el Hijo nos apremia a hacer el bien a la humanidad. Soy la caridad eterna que los ama por sí misma, deseando atraerlos con la red de Adán y el lazo de la caridad inefable que me mueve a encarnarme, sin añadir algo en nuestra fecunda divinidad. El Espíritu de amor quiere que me derrame en su humanidad cual rocío sobre el vellón de Gedeón, que fue figura de mi santa Madre, a cuyo seno fui enviado. Yo soy el rocío celestial que se derrama del seno paterno al seno materno, haciendo que germine el Salvador sin dejar de ser el Verbo increado. Me convertí, en un instante, en Verbo Encarnado en las entrañas virginales.

Ábreme, hija mía; todas las potencias de tu alma, pues las amo y deseo que recibas y percibas el divino rocío que quiere descender a tu interior sin dejar el cielo paterno para darte a conocer y gozar tanto como él lo desee y tu condición de viajera mortal lo permita, las alegrías del Padre al engendrar eternamente a un Hijo igual y consustancial a sí mismo.” [221]

“Ábreme, hija mía, o permite que abra yo tu mente para narrarte mi genealogía, que el desventurado Arrio intentó suprimir negando mi filiación divina y tratando de arrebatarme la consustancialidad que tengo con mi Padre eterno.

El dragón infernal convirtió a ese hombre execrable en su rabiosa cola, por cuyo medio atrajo en gran parte a las estrellas que mi bondad había colocado en el firmamento de la Iglesia militante, que tanto tuvo que sufrir. Sin embargo, según la divina promesa, las puertas del infierno no prevalecieron; ella permaneció firme como una roca, aunque azotada por las tempestades de dicha herejía, que fue perdición para tantas almas, aun para algunas constituidas en las más altas jerarquías.

Valor, hija mía, emprende el vuelo hacia mí con las dos fuertes alas que te he dado gratuitamente: la inteligencia de la Santa Escritura, y el conocimiento de la sagrada teología; que el ojo de tu espíritu me contemple fijamente y sin temor de ser oprimido por mi gloria. Yo la suprimiré poderosamente para conservarte firme en el desierto inaccesible a las criaturas, por medio de diversas dispensaciones. No temas la persecución del dragón, que no puede dañarme por ser yo igual a mi Padre omnipotente, a cuya diestra estoy sentado en mi reposo, y de pie para acudir en ayuda de mis elegidos, que combaten valerosamente para apoyar las verdades divinas.” [222]

“Estoy a la derecha de los divinos deleites, para prepararte goces inmortales. Confiésame, querida mía, delante de los hombres y yo te confesaré delante de los ángeles. Mi amor quedará insatisfecho si no te presento a mi Padre eterno, que te conoce a través de mí. Él y yo te visitamos mediante nuestra espiración común, que sigue siendo un rocío admirable y prodigiosamente fecundo. Ábreme los entendimientos de la humanidad, que permanecen cerrados a mi luz; sé mi pasaporte, introdúceme en los espíritus que no estén ciegamente obstinados por obra del príncipe de las tinieblas, que es la potestad del mundo depravado, por el que no quise orar; mundo que mi predilecto describió tan bien al decir que su fundamento radica en la malicia: pero la sabiduría no vence a la malicia. No, hija, la sabiduría no rebasa la malicia porque no violenta el libre albedrío que di al ser humano. Llega, sin embargo, a todos los confines inspirando fuerte y suavemente a todos sus amados para enseñarles el camino de la prudencia divina.” [223]

Señor, puedo pedirte muchas cosas y estoy plenamente segura que recibiré, aquellas que tu voluntad me dé. Una súplica más: no deseo tener la sabiduría del mundo, más bien quiero que tu sabiduría llene mi ser.

“Hija, mi sabiduría reprueba la sabiduría del mundo, que es locura ante mí. Me complazco en escoger a los débiles para manifestar mi fuerza, y llamar al que carece del ser, para destruir al que se gloría en tenerlo. Porque lo que no es, debes entender a los que no se estiman sabios por sí mismos, a causa de su propia suficiencia. Me complazco en escogerte para confundir a muchos que se glorían vanamente en su saber. Todos ellos se admiran al verte iluminada por la inteligencia que te concedo movido por mi bondad y no a causa de tus méritos.” [224]

“Deseo valerme de ti para reparar el daño que las mujeres ocasionaron a mi divinidad al apoyar a los herejes, fomentando las herejías con su autoridad mal encauzada: muchas fueron las reinas y emperatrices que respaldaron a los heresiarcas, causando con ello grandes males. Quiero, mi toda mía, que seas una columna de verdad. Mucho te lo he demostrado al llamarte a grandes cosas y al instruirte yo mismo, prometiendo que confirmaría mis ojos sobre ti, con la condición de que permanezcas atenta a mis luces, que serán para ti verdades permanentes si eres fiel a mi voluntad.” [225]

“En cuanto a ti, deseo corroborar las palabras del Génesis que menciona el apóstol de la gloria: ‘Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo Jesús ‘(2Co_4_6).

Permíteme, queridísimo Amor, que te hable de parte de las potencias de esta alma a la que tanto favoreces, diciéndote humildemente: ‘Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros’ (2Co_4_7).

Mi debilidad me haría temer la pérdida de tus tesoros, si tú mismo, al dármelos, no cuidaras de ellos. Al considerarlos en un vaso tan frágil, afirmo que el poder sublime de un Dios infinitamente bueno es tan amable como admirable: Eliges mi debilidad para manifestar tu poderosa diestra, a fin de que cante yo con el rey profeta: ‘La diestra del Señor me ha exaltado, la diestra del Señor ha hecho proezas. No, no he de morir, que viviré y contaré las obras del Señor ‘(Sal_118_16).” [226]

De una u otra manera los santos expresaron esta idea, que la bella oración de Charles de Foucault nos dice: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí, y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo. Y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque Tú eres mi Padre.” Jeanne nos lo ha expresado a su estilo muchas veces, he aquí una más.

“Ven, Dios mío, ven, mi Señor, ven, Verbo increado, Hijo eterno del Padre, ven Soberano mío, Hijo temporal de tu Madre Virgen, de la que tomaste nuestra naturaleza sin dejar la tuya. Quiero exclamar con la Iglesia: Dios se hizo hombre. Lo que ya existía, subsistió y lo que no, fue asumido sin que se diera en ello mezcla ni división.

Unión admirable de dos naturalezas que no se mezclan. Oh sabiduría divina, cuán adorable eres al asumir nuestra pobre naturaleza, que quisiste tomar dándole tu soporte, a fin de que el ser humano fuera Dios, uniendo lo finito a lo infinito en unidad de personas, sin confundir las sustancias. Te adoro con todas las criaturas. Quisiera que todo entendimiento creado se extasiara ante tus esplendores, y que todos los corazones fueran abrasados con tus llamas.

Heme aquí dispuesta, al menos con el deseo, a recibir, tanto cuanto tu gracia me capacite para ello, la plenitud del rocío que emana de tu cabeza y las gotas que relucen cual perlas orientales en tus cabellos. Tu sagrada humanidad te hace más agradable a nuestra imperfecta mirada por adaptarse más a nosotros, siendo una naturaleza creada y visible, que tan bien te va sin serte necesaria, ya que tu divinidad posee en grado eminente toda su creación del cielo y de la tierra.” [227]

¡Qué hermosas imágenes nos narra Jeanne! Estar abierta de par en par, estar de pie, es decir estoy lista para…heme aquí Señor se bienvenido…entra.

“Estoy de pie para recibir tu divino rocío. Estoy preparada para recoger las gotas de la noche, porque la Encarnación es una noche debido a que las criaturas son incapaces de percibir la manera en que se obró este misterio. El ángel no lo manifestó a la Virgen, cediendo este oficio al Espíritu Santo. Mientras que él obraba, la virtud del Altísimo cubrió con su sombra a la Virgen, en la que se obró esta maravilla con su propia sustancia.

La sangre de la Virgen asumió las gotas de la noche; por ello se la llama con toda verdad Santa, Virgen oculta, Virgen singular y dulcísima, a la que el Verbo descendió cual lluvia fecunda para tomar su sustancia y unirla a su divina subsistencia, convirtiéndose en Verbo humanado en sus castas entrañas para salvar por sí mismo a todos los hombres con una copiosa redención, derramando su sangre preciosa a través de una santa prodigalidad a la que llama gotas de la noche cuando pide a sus esposas le abran las puertas de sus almas a fin de enriquecerlas con el abundante rocío de su divinidad y con las amables gotas de su bondadosa humanidad, que desea manifestarse visiblemente a todos a pesar de que ninguno hayamos merecido este favor, por estar adormilados en la pereza desde que el pecado nos aletargó.” [228]

“¿Cuántas personas, hoy en día, rehúsan levantarse para abrirle? ¿Quiénes se molestan un poco para recibir tan gran tesoro, que contiene la plenitud de las riquezas de la divinidad en forma corporal? Cuántas esposas indignas de este nombre dejan al esposo a la puerta de su corazón, desde donde las invita con inspiraciones continuas a que le abran para su bien. Porque nada se puede hacer de lo nuestro: lo que toma de nosotros se reduce a simples miserias y sufrimientos. Quiso hacerse pobre para enriquecernos. Se despojó para revestirnos. Llevó sus heridas para sanar las nuestras; se hizo mortal y quiso morir para darnos su vida, a fin de hacernos inmortales un día.” [229]

“Ven, gloria mía, para que te abrace después de adorarte. Seas bienvenido, oh el más querido de todos los amores: ‘Mi amado metió la mano por la hendidura; y por él se estremecieron mis entrañas’ (Ct_5_4).
Es tu derecho entrar con tu sutilidad divina en mi entendimiento, y tomar mi corazón con tu delicada y preciosa mano, tan hábil para abrir cualquier cerrojo, aun si estuviera cerrado con mil llaves. Tú eres la llave de David: cuando abre, nadie puede cerrar. Cuando has dado a un alma la confianza de ir hasta ti. Nadie puede impedírselo ni distraerla. Aun cuando todos los hombres y los ángeles quisieran detenerla, no querría emplear el poco tiempo de que dispone para permanecer en su compañía, a no ser para que le digan dónde podrá hallarte cuando te ausentas de ella. Sus conversaciones la afligen; sus palabras le parecen pesadas como golpes que ofenden su corazón herido por tu ausencia.

Estaría dispuesta a dejarles su manto si intentaran retenerla por la fuerza. Quiero decir que dejaría con gusto el cuerpo, que es como un fardo para la pobre alma que languidece de amor, que no puede pensar ni hablar sino del que es la luz de sus ojos y el fuego de su enamorado corazón.” [230]

[221] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 442
[222] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 442
[223] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 444
[224] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 445
[225] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 445
[226] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 445, 446
[227]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 446
[228] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 446
[229] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 447
[230] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 447

“Escucho, querido Amor mío. Ante tu palabra mi alma se derrite en medio de un amoroso temor de haberte dejado esperando ante mi puerta más de lo debido. Perdón, mi buen Señor; tú eres la misma dulzura; tu bondadoso corazón no puede disgustarse sin hacerse violencia, violencia que sería capaz de causarme la muerte. Tu ausencia me ha dejado ya como una planta carente de vigor. Vierte tu rocío para vivificarla por ti mismo; haz de ella un árbol para que seas su injerto. Así te complacerás en ser el Verbo encarnado; transforma en ti mi corazón indómito.” [231]

“Oh dulzura de los ángeles y de los hombres; oh ambrosía de tu Padre y del Espíritu Santo, tu paladar es suavísimo; tú eres el deseado de los collados eternos. Si eres plantado en medio de mi pecho, obrarás la salvación en medio de la tierra. Todos mis afectos te rodearán por ser su salvador. Mi alma cantará con el buen anciano: ‘Haz Señor, o permite, oh mi camino, que yo camine hacia Ti, según tu palabra, deseo seguirte hasta la cruz.’” [232]

“No tengo tantos años como el buen profeta, que esperó por tanto tiempo la consolación de Israel. Deseo servirte en la tierra antes de gozar de los placeres de tu diestra, en la que me sumergirás en el torrente de gloria. Si ya desde este mundo quieres hacerme participe del árbol de la vida, y que tus cuatro Evangelistas sean para mí cuatro ríos de gracias que rieguen el jardín de mi alma, no huiré de ello. Tu espíritu, se complació en ser llevado sobre las aguas por medio de un amoroso afecto, planeando sobre su superficie y volando desde allí. Envíamelo: mi deseo e inclinación es elevarme por encima de las nubes por medio de las contemplaciones sublimes que tu bondad se digna concederme.”[233]

Señor te doy las gracias a Ti y a Jeanne por permitirme gozar con estos escritos y reflexionarlos una y otra vez para contemplar tu grandeza, Dios de Dios; Luz de Luz; Dios verdadero de Dios verdadero…
“Allí estoy contenta; esto es darme gracia sobre gracia; es darme la tierra, el mar y el cielo; es darme lo que es don por excelencia. Tu rocío me parece un mar en el que me abismo sea al contemplarte en la profundidad del seno paterno, sea que te contemple en el seno de tu Madre o en el Calvario y aun en el sepulcro.

Te contemplo en todo momento como bondad inefable y amor infinito. Te encuentro en todas partes semejante a ti mismo; te contemplo lleno de gloria como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad, que vive por toda la eternidad.” [234]

“Soy peregrina en la tierra y estoy lejos de mi patria.” [235]

“Oh maravilla admirable. Mi alma adora al Padre y al Hijo, que se extasían divinamente delante de dicho mar de vidrio, que es también un arpa divina que penetra al Padre y al Hijo, que se hallan en él a través de su divina compenetración.” [236]

“Oh admirable misterio: un Dios verdadero Hombre, y un hombre verdadero Dios: unidad adorable, dos naturalezas con un solo soporte, que jamás salió del seno paterno al tomar nuestra humanidad en el seno materno.” [237]

“La tierra de tu cuerpo sagrado lleva en plenitud tu posesión divina.” [238]

“Ve cerca de tu Padre que no te ha dejado nunca solo.” [239]

“Virgen santa. Al orar te transfiguras; ya la gloria te circunda, penetrándote con sus rayos gloriosos. El sol vuelve a entrar en su aurora para mostrar en los cielos una nueva claridad. Virgen santa, Te desvaneces en sus delicias; si expiras al recibir el beso de su boca.” [240]

[231] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 447
[232] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 447
[233] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 447
[234] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 67, p. 448
[235] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 71, p. 468
[236] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 71, p. 472
[237] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 71, p. 472
[238] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 71, p. 474
[239] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 557
[240] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 559

“Sean los edecanes de la Reina; ustedes reunieron a los apóstoles para presenciar su dormición; todos ellos la rodearon como doce fuentes de las que ella fue origen. La maravilla que admiro es que María jamás se extralimitó a causa de las emanaciones que comunicó a otros, ni debido a las irrupciones que recibió: cuando el Verbo penetró en ella en la Encarnación, María lo engrandeció en su alma y en su espíritu, alegrándose en su divino Salvador; si se eleva sobre los montes de Judea, no rebasa sus cimas de gloria, por encontrarse en aquel que llena el cielo y la tierra, que la encumbró a la divina maternidad sin privarla de su integridad virginal.” [241]

Selecciono una y otra cita porque son preciosas y dejan mensajes claros, o explican cosas que no entendía, me maravillan y no puedo hacer otra cosa que contemplar las escenas que se van describiendo y que por supuesto invitan a la oración, a la adoración, a la alabanza y amar a la Virgen María.

La Virgen María “toda su vida mortal fue moderada por la norma divina, sin inclinarse ni a la derecha ni a la izquierda. Todo en ella se amoldaba a la medida de las virtudes que Dios deseaba depositar en ella. Aun cuando estaba llena de gracia en la encarnación, la profusión de la venida del Espíritu Santo en ella la prolongó y dilató para que pudiera contener al Verbo, que es la gracia sustancial, y para ser contenida por él sin manifestar al exterior aquel diluvio inefable.

Dios en ella y ella en Dios: milagro tras milagro, que a los ojos humanos pasa desapercibido. Cuando el Espíritu Santo permitió un vistazo a su prima, a través de su Hijo, sumergió a todos en transportes de alegría. María es siempre María, es un mar: ‘Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir’ (Qo_1_7), lo cual demuestra que María tiene una capacidad indecible; que es vaso admirable y obra del Altísimo.” [242]

“Mientras describo tan excelentes gracias, veo a María penetrar de gloria en gloria: de la gloria del alma a la del cuerpo. Por mediación del Espíritu del Señor, es resucitada y sale de su sepulcro glorioso en un cuerpo divinizado, por ser el mismo que llevó en sí la divinidad por espacio de nueve meses, del que dio al Verbo una vestidura de su propia sustancia, que se unió al soporte del Verbo divino.” [243]

“No encuentro dificultad en adorarla como Madre de Dios, por la relación que tiene con el Verbo. Si se me permite, mejor dicho, si se me ordena adorar la cruz, que llevó al mismo Salvador, ¿por qué se me prohibirá adorar a María, porta-Dios y Cristófora auténtica? No la adoro en cuanta criatura, sino como Madre del Creador, con el que dicha adoración se relaciona por ser principio y término del mencionado honor. Dichosos los que vivieron en tiempo de María. Los ángeles conocen bien su dignidad y contemplan el trono de gloria que su Padre, su Hijo y su Esposo destinaron para ella La Virgen se me aparece saliendo de la tierra, ensalzada y llevada en triunfo por su Hijo.” [244]

“La Madre entra como esposa en la cámara nupcial; a ella se declara el secreto inefable que ni los ángeles ni los hombres, entenderán jamás. Es el privilegio de esta única paloma, de la toda hermosa, cuyo rostro pide ver el esposo, así como escuchar su voz, que es dulce. La Virgen canta un cántico de amor que ninguna criatura puede entonar, haciéndolo en calidad de emperatriz universal y digna Madre del soberano Dios.” [245]

“Miguel es tan grande, que después de Jesús y María constituye la visión del mismo Dios, Quiero que sepas, hija mía, que a toda la Trinidad le pareció oportuno que Miguel fuera la penumbra en la que el divino Padre desplegó el poder de su brazo omnipotente y lleno de esplendor. Era necesario crear una atmósfera para preservar a María de ser consumida.” [246]

“María, la más excelsa de todas las reinas y emperatriz del universo, fue escogida por la Trinidad para ser Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa queridísima del Espíritu Santo; asignándole no sólo al gran san Gabriel para ser su guardián… Fue Miguel quien reveló a san José el misterio de la Encarnación; San Lucas se enteró por la Virgen que Gabriel había sido enviado en su calidad de guardián…San Miguel tuvo, a no dudar, tantos deseos de ver la Encarnación, como los tuvo para ser fiel y combatir al que quiso impedirla.” [247]

En el apartado, escrito al inicio, donde Jeanne escribe sobre algún santo, expreso que Jesús le dice o enseña mensajes cuando lo pone como ejemplo. En esta cita, ella nos narra que recibió grandes gracias y favores de Santa Lucía “y supo que el alma movida por la gracia, es más excelsa cuando la recibe y se extasía dejando de actuar.” Incluso comenta que no pudo escribir lo que contempló su espíritu impedida por los achaques de su salud.

“El día de Santa Lucía recibí grandes gracias y favores de esta santa. Hoy, al invocarla, mi divino amor me dio a conocer en un éxtasis la grande gloria de esta santa. Me pareció verla toda luminosa, como sugiere su nombre. Escuché que tiene un grado de gloria semejante al de san Lorenzo. También vi un unicornio y escuché estas palabras: ‘Allí suscitaré a David un cuerno, aprestaré una lámpara a mi ungido ‘(Sal_132_17), y que el cuerno de David, el verdadero Salvador, había aparecido entre esplendores en esa azucena sagrada. Vi tantas maravillas, que llegó a parecerme que Dios me había escogido para describir la gloria de esta santa; pero no he podido escribir lo que contempló mi espíritu, distraída o impedida por mis achaques. Solamente diré que dicha santa estaba fortalecida por el Espíritu Santo, que la escogió para ser su morada y que el Verbo gozaba de manera inefable al comunicarle su claridad. Ella fue el templo del Espíritu de amor, que se complació en consagrarla con la profusión de su unción sagrada.” [248]

“El día de la Ascensión, sintiéndome molesta a causa de mi salud y tan afligida que no podía encontrar solaz en lugar alguno, me retiré a nuestra capilla, haciéndome violencia para orar ante aquel que había subido a su gloria, ascendiendo sobre los cielos para convertirse en el cielo supremo. Al cabo de un rato el divino Salvador, que es mi Rey y mi reino, se inclinó a mis deseos; mejor dicho, me elevó hasta él diciéndome amorosamente que había subido hasta la gloria suprema, que fue adquirida por su poderosa diestra a través de sus sufrimientos. Me dijo maravillas, que describí lo mejor que pude a mi director espiritual.
Permite a mi alma, divino Salvador mío, que alabe tu bondad, que es tan grande, magnífica y generosa con nuestra naturaleza, a la que uniste a tu divina persona. Oh Verbo eterno El Salvador se entrega en este sacramento, no para ejercer en él su justicia hacia nosotros, sino para complacerse en él con nosotros y para visitar su templo. El apóstol dice que los cristianos son templos de Jesucristo, en los que él se complace en orar y enseñar.” [249]

“Esta mañana, día de Todos los Santos, me encontraba muy indispuesta para orar. Me hice violencia, pidiendo a los santos que fueran mi fuerza y me rodearan con su protección. Aunque deseaba meditar en su gloria, no pude hacerlo a causa de una enfermedad que me impedía estar de rodillas o en la disposición que hubiera deseado. Mi divino amor me dio a entender que no era necesario detenerse en estas consideraciones; que habiendo sido elevado a su gloria, en la que habita en una luz inaccesible a las criaturas, se digna fijar sus ojos en una pequeñuela y, como dice el profeta: ‘Levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo ‘(Sal_113_7s).

El adorable madero estaba revestido con dicho paño dorado, para darme a entender que la desnudez de la cruz estaba engalanada de gloria. Vi el trono de la misericordia divina en medio del Paraíso, siendo instruida admirablemente de que todos los santos estaban en ronda o como en círculo en torno a ella, en la que se asienta la alianza de la que habló David diciendo: ‘Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron’ (Sal_50_5).

Como el Verbo era Dios, aunque sólo sufrió en su humanidad, le confirió un mérito infinito porque las acciones son de los soportes, y las del Verbo Encarnado eran teándricas, es decir, humanamente divinas y divinamente humanas. Mi alma encontró la gloria en la cruz en compañía de los santos, que se alegraron en ella como en su meta de gloria. Si el apóstol no deseó sino a ella en la tierra, donde fue menospreciada, ¿Qué podríamos pensar de la exaltación y de la exultación de los santos en el término? Les puedo aplicar las palabras del rey-profeta: ‘Exulten de gloria sus amigos, desde su lecho griten de alegría ‘ (Sal_149_5).” [250]

[241] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 562
[242] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 562
[243] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 562
[244] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 562,563
[245] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 566
[246] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 80, p. 600
[247] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 85, p. 601
[248] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 88, p. 619
[249] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 9, p. 651
[250] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 107, p. 739

¡Qué hermosas y tiernas frases, llenas de amor! Expresa Jeanne:
“Mi divino Salvador, que se complace en acariciarme en todo tiempo y lugar, me previno por su bondad, haciéndose la preparación de mi corazón. Cierto día, al orar con él en la capilla del noviciado de su Compañía en París, fijó mi atención en estas palabras del salmo: ‘Como un ungüento fino en la cabeza, que baja por la barba, la barba de Aarón, hasta la orla de sus vestiduras’ (Sal_133_2), diciéndome que la parte que recibió más ungüento en la consagración del gran sacerdote Aarón, fue la extremidad de la franja de su túnica, porque la cabeza y todo el resto se descargaron en ella.

Su bondad me ordenó tomarlo por la franja, que es su humanidad, en la que están reunidas todas las gracias hechas a los demás santos, diciéndome que ella fue la extremidad a la que arribaron y en la que terminaron todas las profecías, lo cual movió al apóstol a decir que Dios habló por medio de los profetas de muchas maneras, pero que en los últimos tiempos nos envió a su Hijo para hablarnos a través de su Verbo hecho carne. Añadió que la Orden que deseaba instituir en esos últimos tiempos hablaría mediante su palabra encarnada, por ser poseedora de su orla sagrada y que él recogería en sí las gracias que fueron concedidas a las demás órdenes, pero con la abundancia que el Verbo le daría por ser la fuente de la elocuencia.

Prosiguió exhortándome a pensar grandes cosas de su liberalidad, diciéndome que sus manos estaban hechas al torno para dar abundantemente.” [251]

“Mi solo amor, ¿Cómo te daré gracias por tantos favores que te dignas concederme sin mérito alguno de mi parte? Cuando pienso en el poco tiempo libre que tengo para oraren tu compañía, no dejo de experimentar cierta pena en mi espíritu.

Cuando por la noche acudo a ti para decirte que estoy libre y que te complazcas en aquella que te pertenece por todos conceptos, me muestras un amor santamente diligente.” [252]

“Te decía el día tres de este mes que, después de escuchar tan grandes maravillas de tu sabiduría increada, ¿cómo podría yo aplicar mi espíritu a las cosas creadas? Querido amor, cuán agradable es hablar de ti. Tu Padre eterno confiesa que en ello consisten las delicias que posee desde la eternidad, por ser tú el término de su entendimiento; eres tú su providencia en él, por él y para el Espíritu Santo, Espíritu que dijiste recibe de ti todo cuanto posee como procedente de su principio junto con el Padre, en el seno de la Trinidad.”[253]

“Me dijiste que mi humildad movió tanto la tuya, que tuviste el deseo de que te aplicara estas palabras: ‘La tierra estaba informe y vacía’ (Gn_1_2); y te dignaste instruirme diciendo: Hija, acude a considerar esta maravilla del comienzo o principio, que es el Verbo, que es Dios.” [254]

“La tierra de mi cuerpo pareció vacía e infecunda; por ello dije: ‘pero la carne es débil’ (Mt_26_41), aun después de haberlo llevado treinta años sobre la tierra. Te enseñaré, corazón mío, cómo debes entender mi celo.
No tuve soporte adecuado para la humanidad, atribuyendo todo a la divinidad, en lo que experimentaba un grandísimo afecto. El celo de la gloria divina me devoraba y me causaba sed.

Ofrecí todas las cosas creadas, pero nada fueron. Obré entonces en mí un continuo holocausto, pero tan admirable, que los hombres y los ángeles no sabrían describir lo que corresponde al Verbo expresar.

Subí por la llama de mi sacrificio, orando con Dios en el punto supremo del espíritu, donde la gloria divina era contemplada por la parte superior de mi alma, en tanto que la inferior permanecía en un abismo de tinieblas, cubierta por la confusión de los pecados de los ángeles y de los hombres: de los ángeles malos no para redimirlos, sino para ver que sus actos de malicia se opondrían largo tiempo al Verbo, que el Verbo les daría el ser y que tascarían siempre la rabia de no ser suficientemente poderosos para oponerse a sus designios, junto con el pesar de no tener tanto odio como amor tiene él por la humanidad, ya que no igualan en malicia la bondad y amor de Dios y carecen de infinitud en muchos sentidos.” [255]

¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! (Sal 8) Cómo amas a lo que creaste y cómo tu Misericordia llega más allá de lo que podemos imaginar. No permitas que caiga en tentación y líbrame del mal.

“Hija, yo los sostengo y les doy el ser, que ellos emplean en odiarme; no fue este mi designio, pero ellos se obstinaron. Después de ser condenados, les preservé su naturaleza espiritual y excelente, que nunca me han agradecido. No quise combatir con ellos en el cielo, dando esta comisión a Miguel.

¿Deseas contemplar mi bondad en la tierra? Jamás quise combatirlos con rigor, moderando mi justicia cuando me interpelaban. Al arrojarlos de los cuerpos humanos, les permití entrar en los cuerpos de las bestias. Después del juicio final, mi misericordia seguirá permitiéndoles habitar en los lugares subterráneos.” [256]

“Mi aliento no extinguirá esos seres humeantes de malicia en contra mía, permitiéndoles retener su naturaleza espiritual. Manifestaré además mi bondad al no reducir a la nada las cañas cascadas de los hombres y mujeres que se condenaron. Lo que es más de admirar es que, odiando esencialmente el pecado, permito a esa nada, que es mi enemigo capital, reinar entre los ángeles y los hombres en el infierno.” [257]

“Mi bondad me mueve a tolerar la nada del pecado, que no fue creada por mí, a la que aborreceré infinitamente en el ángel y en el ser humano. Así como amo mi esencia, así odio el pecado.

Hija, admira mi benignidad, que deja el poder a los demonios para defender los injustos derechos que usurpan sobre mis bienes y adquisiciones, que son los hombres, los cuales me niegan y me abandonan. Qué confusión sufrió mi alma bendita al considerar los pecados de los ángeles y de los hombres. Estaba cubierta de tinieblas y sumergida en un abismo, sabiendo que la divinidad estaba ofendida por seres soberbios que jamás se humillarían ante mí. ¿Acaso lo anterior fue para ti como una vestidura de doble confusión, Jesús, amor de mi corazón?” [258]

Cuando El Señor le pide a Jeanne que medite en lo anterior, vean qué respuesta le da. Llama a su querido Salvador “Alma humildísima, abismada en la humildad, y¿… y quién no hubiera muerto ante el peso de tanta tristeza?” [259]

“Hija, medita estas cosas y siente, si puedes lo que yo sentí. Alma humildísima, abismada en la humildad. No puedo hacerlo. ¿Dónde estabas, amor mío? ¿Dónde te encontrabas en esa confusión ante la divinidad? Sería necesario conocerla como tú la conociste. Sería menester amarla como tú la amaste y odiar el pecado al igual que tú; confusión que ocasionó conflictos y heridas a tu corazón, torrentes de lágrimas a tus ojos y raudales de sangre que brotaron de tus poros. ¿Quién hubiera podido sufrir, y quién no hubiera muerto ante el peso de tanta tristeza? ¿Quién no hubiera sido devorado en el océano de las contradicciones que te causaban los pecadores, en cuya profundidad se sumergía tu alma? El aceite de la divina misericordia te sirvió entonces de antorcha para retirarla de los pecadores, sabiendo que tu alma se entregaba por ellos al Padre eterno, deseando estar triste para obtenerles la alegría eterna. Él te escuchó mientras te ocultabas debajo de la tempestad y probabas las aguas de la contradicción, sobre las que se cernía el espíritu divino, que es el Paráclito. Dime, si te place, Espíritu Consolador, ¿acaso no tuviste un deseo indecible de descender a estas aguas? ¿No era tu amor tu peso, que llevaba al Salvador?
Si hubieses tenido un cuerpo y un alma como los del Verbo, ¿te habrías sentido atraído, considerándote como otro San Pablo al sentir sus dolores? Sí, pero convenía más que estuvieras exento de dichos sufrimientos, a fin de que, mediante una suficiencia de excelencia, pudieras considerarlos.” [260]

[251] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 123 p. 871
[252] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.875
[253] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.875
[254] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.875
[255] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.876
[256] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.876
[257] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.877
[258] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.876
[259] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.876
[260] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.878

Jeanne dice: “Ocúltate en mi corazón, pruébame Oh, mi todo” Yo expreso como San Pedro: “Señor, tú sabes que te amo.” (Juan 21, 15-19)
“Queridísimo amor, para enseñarme lo que debo hacer durante la noche, me darás la luz que preside en ella, la cual es comparada a la pequeña luminaria que no deja de derramar sus influencias sagradas en el corazón que amas, aun en el tiempo en que pareces ocultarte, o en el que pruebas a tus amados con destierros penosísimos, dándoles, en tu providencia admirable, resoluciones inquebrantables que son como estrellas fijas que brillan en sus almas en esas noches de aflicción. Tú puedes hacer, oh mi todo, que, mediante tu poder, produzca yo virtudes vivas y animadas del puro amor, amor que nunca está ocioso ni inerte, porque se complace en la acción: ‘Produzcan las aguas reptiles animados que vivan, y aves que vuelen sobre la tierra, debajo del firmamento del cielo. Creó, pues, Dios los grandes peces, y todos los animales que viven y se mueven’ (Gn_1_20s).” [261]

“Me someteré a las operaciones divinas, porque, al estar en ti, no desearé obrar sino por ti, para ti y en ti, Verbo eterno, que eres fuente de la sabiduría en el entendimiento paterno, del que jamás saldrás en cuanto Verbo increado, pero al que subiste como Verbo Encarnado. Tú regarás tu paraíso de delicias, haciéndolo agradable a tus ojos divinos y enviando a él la suave brisa de tu divino Espíritu. Tú eres el árbol de la vida que será plantado en medio de mi corazón, en el que serás el verdadero Adán celestial, y tu santa Madre una Eva admirable, verdadera Madre de los vivientes, y, por una gracia sin par, Madre de la vida. En él obrarás y lo guardarás, no permitiendo que la serpiente halle una entrada a él. Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas; en ella están contenidos los mandatos eternos. Raíz de sabiduría que ha sido revelada; ‘¿Quién conocerá sus sutilezas? ‘(Si_1_5s).” [262]

“Tu prudencia es más diestra que sus ardides; tú la engañarás santamente, destruyendo sus argucias y convirtiéndome en tu paraíso de delicias, porque te complace encontrarlas con los hijos de los hombres. Haz de mí, por tanto, tu paraíso de delicias, rociándome con las aguas supremas. Que tu espíritu me mueva a obrar en tu compañía, porque tú deseas mi cooperación. Se para mí y yo para ti, porque dijiste que no era bueno que el hombre estuviera solo. ¿Convendría eso a una mujer? Ven, Señor, ven. Amén”.[263]

“Estos príncipes, tan corteses como caritativos, me hicieron escuchar: ‘Vuelve, vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve, que te miremos’ (Ct_7_1) ¿Qué verán en la Sulamita, sino coros de ejércitos? Ustedes quieren verme; pero hay mucha diferencia entre estos y aquellos años: ‘Tengo tantas y tan diversas ocupaciones, y tal cúmulo de asuntos. Tengo tantas personas a quienes dirigir, y hago todo tan mal, que me desconozco a mí misma. Si no lo sabes, Oh la más bella de las mujeres, sigue las huellas de las ovejas, y lleva a pacer tus cabritas junto al jacal de los pastores ‘(Ct_1_7).” [264]

Oh mi querida Jeanne, tu alejada de la oración, no puede ser, todo día que pasa estabas en oración, pero si te refieres a ir a la capilla, está bien. Refieres que eran horas perdidas en el locutorio, y pienso que no, eran almas que ganabas para el cielo.

“Hermanos celestiales y caritativos; en otra ocasión me dijisteis: ‘Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía’ (Ct_8_8). Es verdad que soy su pobre hermanita, privada de los pechos de la constancia debido a mis ligerezas, por acudir tan raramente a la oración, y por carecer del fervor y cuidado que debo tener de las hijas que me son confiadas para alimentarlas con la leche de la devoción y del buen ejemplo. Tengan piedad de mí al decirse unos a otros: ‘¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella? Si es una muralla, construiremos sobre ella almenas de plata; si es una puerta, apoyaremos contra ella barras de cedro’ (Ct_8_9).” [265]

“Nos dices que acudes raramente a la oración, por detenerte en el recibidor, hacia el que sientes disgusto. Piadosos admonitores; es verdad que me mortifico muchísimo cuando es necesario estar adherida a una reja, debido a las faltas que allí cometo, perdiendo horas enteras que podría emplear en la oración, en la que me encuentro indispuesta debido a achaques corporales como dolor de cabeza y de riñones, causados por las diversas visitas, que me obligan a estar sentada mucho tiempo. Al salir del locutorio, digo a todos ustedes: ‘No lo advertí, se conturbó mi alma por los carros de Aminadab’ (Ct_6_11).Las consideraciones y los respetos humanos penetran con frecuencia en un espíritu demasiado fácil en condescender en lo que él mismo desaprueba. Esencias inmutables; les confieso mis debilidades y mis continuas faltas, que no dejan de ignorar; fidelísimos guardianes, ¿acaso no debería enrojecer por corresponder tan mal a sus constantes inspiraciones?” [266]

“Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado. Tu corazón está colmado del trigo de los elegidos, al que recibes todos los días, el cual se multiplica en favores celestiales y divinos, blancos como lirios que producen virginalmente maravillas de pureza.” [267]

“Miguel, su príncipe y mi excelente Maestro, con su cortesía y caridad acostumbradas, se dignó explicarme las palabras de San Pablo: ‘He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles’ (1Co_11_10), diciéndome: Ve más allá de la explicación ordinaria que suele darse a estas palabras, y escucha las que te enseño. Observa que este pasaje no dice precisamente que la mujer deberá llevar un velo, sino, en verdad, y a la letra: ‘He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles; es decir, que debe tener poder sobre su cabeza a causa de los ángeles’ (1Co_11_10) y por eso debe tener poder sobre su cabeza a causa de los ángeles.” [268]

“Tu pequeña discípula te escucha con placer; haz que esto no suceda sin los frutos que deseas obtenga yo de todo, para gloria de Dios, mi salvación y la de mi prójimo.” [269]

Después de esto, yo la más pequeña de las pequeñas digo: ¡Divino Verbo Encarnado, te adoro y amo con todo mi corazón! Ayúdame a serte fiel.
“Profeta, ve a anunciar la llegada del sol, pero antes de que gocen de sus rayos, cierra sus ojos; antes de que escuchen al Verbo, endurece sus oídos, tápales las orejas; endurece y ciega sus corazones, por temor a que presuman de él y de sus bellezas según su punto de vista, con palabras mágicas de complacencia humana; como su corazón se vuelve a los afectos terrenales, nada comprende que no sea carnal y temporal. Deseo que cubras con velos a los judíos, a fin de que no me conozcan con los ojos de la carne y de la sangre, ni que pretendan que, por ser de su raza, les conceda grandezas terrenales. No quiero dar dones perecederos: iré a evangelizar a los pobres, para darles un reino del cielo y no de la tierra.” [270]

[261] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p.890
[262] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p. 881
[263] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 124, p. 881
[264] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p. 1009
[265] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p.1011
[266]Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p.1011
[267] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p.1011
[268] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p. 1011
[269] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p.1013
[270] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p.1016

“Ve, Profeta, y anuncia los misterios velados a la casa de David diciéndole: Oíd, pues, casa de David: ‘¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel: Dios con nosotros’ (Is_7_13s); un Dios velado con un cuerpo, un Dios oculto y Salvador.” [271]

  • Quinta etapa:                                                       Al término de su vida 1664-1670  
 Sin duda alguna, una alegre fidelidad y una agradable oblación total de Jeanne a su Divino Amor. En esta parte no cita tan seguido a las Sagradas Escrituras, sino más bien expresa con sus palabras lo que ya vio, meditó, oró, escribió y, asumiendo éstas en sus diálogos cada vez más llenos de amor. Siento que algunas veces siente la necesidad de mencionarlas.

“Esta mañana del 18 de noviembre, mientras estaba con otras personas, sentí mi corazón herido por los deliciosos dardos de mi divino esposo. Al sentirlos, desee que fuesen todavía más agudos, ya que mi corazón gusta más de la herida que de cualquier curación. Consideré poca cosa todo lo que se me decía; es decir, nada, a pesar de que se me hablaba con grande afecto de las gracias que mi único amor me ha concedido. No desprecio los dones, pero estimo al donante, al que amo por amor a él mismo”. [272]

“Al verme, después de varios meses, en una gran indiferencia hacia todo lo que no es Dios, no deja de admirarme el permanecer tanto tiempo en este estado. Me refiero al fondo de mi alma, pues la parte inferior no está siempre en esa indiferencia hacia todo lo que no es Dios.

En cuanto a la parte superior, vive en paz. Lo que puede llegar a cansarla es oír que se me alabe, y para mantenerla en un gozo extraordinario, es menester que se me demuestre desprecio. Esta alegría no me viene por razonamientos ni por humildad, sino mediante un don que se me concede gratuitamente de lo alto, sin que contribuya a él mediante algún acto perfecto de virtud. Este don no impide que cometa yo algunas faltas muy materiales, que desedifican bastante a las personas que viven conmigo.” [273]

“Debería yo afligirme de ellas para corregirme, pero no puedo hacer ninguna de las dos cosas. Mi espíritu experimenta repentinamente la paz, y no atino a hacerme violencia para corregirme. Pienso con frecuencia que soy la persona más culpable de la tierra, pero en lugar de afligirme por ello, me humillo ante Dios, acusándome de todo cuando tengo acceso a mi confesor, aun cuando deba hacerlo varias veces al día. La confesión me da confianza para orar.” [274]

“Cuando acudo a la oración, como sucedió esta tarde a las cuatro, al entrar en nuestra capilla pienso que soy muy imperfecta para dialogar con mi divino amor, el cual me ha dado a entender que si la sangre de las víctimas y de los sacrificios antiguos servía para purificar, ‘Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia’ (Hb_9_14).” [275]

Cada vez que Jeanne escribe sobre la Trinidad, aprendo algo nuevo, le doy las gracias por quitarme los velos que tenía ante mis ojos. Gracias Señor, por permitir que aumente mi fe y mi amor hacia Ti.

“Ante estas palabras tan favorables, y prevenido por el mediador que apacigua a su divino Padre, mi espíritu fue acogido con gran caridad por la augusta Trinidad, a la que adoré sin tardanza, abandonándome a todo lo que quisiera hacer de mí y en todo lo que puede sucederme inmediatamente de su parte, o por medio de las criaturas, diciendo al divino Padre: Si la gloria de tu poder se acrecentó tan poco a causa de mi confusión y mis debilidades, las acepto. Y al amadísimo Hijo: Si la gloria de tu sabiduría brilla más en mi ignorancia, necedad y confusión, la deseo. Y al Espíritu todo amor, todo bondad, todo llamas: Si tu gloria es mayor en mis frialdades y aun en mis imperfecciones porque me humillan, acepto las primeras y sufro las segundas.” [276]

“Así, al presentar a las tres divinas personas, con una mente sencilla, el variado sentir de otras personas acerca de las repentinas gracias que se me conceden, el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo me dio a entender lo siguiente: todo don bueno y perfecto en sumo grado procede de lo alto, del Padre de las luces, que es él mismo; permitiéndome ver, en medio de delicias, el rayo que me es ordinario, pero extraordinariamente multiplicado, manteniéndose muy recto sobre mi cabeza, casi siempre a manera de antorcha y después en forma de globo, diciéndome: Esta claridad no tolera sombra alguna de las criaturas, porque están debajo de ella. El Verbo de Dios ha descendido a ti; no temas a los que lo desconocen.” [277]

“La Trinidad divina me inspiraba una grande confianza en ella; dentro de mi pecho, la llama se intensificaba, abrasándome del todo. A esto siguió un asalto impetuoso. No puedo ni me atrevo a expresar las muestras de ternura que el divino amor me dispensó por espacio de seis horas. Tampoco puedo repetir los nombres que me dio, que nos parecerían salir de su corazón y de su boca con la ternura e impetuosidad de un Padre, de una Madre, de un Esposo, urgidos, por no decir apasionados, por el amor hacia un hijo, una hija y una Esposa amada hasta el extremo. Me dio a entender que me amaba con más amor que Asuero a Esther, diciéndome en medio de un amor cordial y afectuoso: ¿Qué deseas, amada mía, querida mía, corazón mío y más de lo que le puedo contar; qué deseas de mí? ¿Me pides acaso la mitad de mi reino? No, mi divino amor, tu reino es indivisible. No puede ser dividido y jamás será abatido.” [278]

“Hija, me respondes sabiamente; mi reino no es semejante a los reinos del mundo, que no pueden ser repartidos sin ser aminorados o disminuidos; mi reino es inmenso e infinito; es incomunicable. Está todo en ti, y lo recibes todo, mas no totalmente. Está en tu corazón y en tu espíritu. Como el grano de mostaza, ha crecido y llegado a ser un árbol corpulento, en el que mis santos, que son mis pájaros del cielo, acuden a reposar, alegrándose en él y haciéndote parte de su contento, dándote elocuencia, por orden mía, sobre los misterios sagrados, y moviéndome a decirte las palabras que fueron dichas a Abraham: ¿Podré ocultar mis secretos a la que renunció a su gloria para procurar la mía? Dijiste que mi reino no podía ser dividido ni abatido; dices bien, pero es necesario que te confíe un secreto del amor que está oculto bajo los velos, porque me agradas en tus escritos.
Nada me es imposible; todo es fácil para mi amor. Amo y hago lo que me place en el cielo y en la tierra; y como te amo y te digo mis secretos, que consideras preciosos, confiesas que tu doctrina procede de mí y no de ti. Aquellos profesan fidelidad a mi Padre, al Espíritu Santo y a mí, conocerán la doctrina que te enseño.” [279]

Cómo un alma enamorada, experimenta lo que no se puede expresar tan fácilmente con palabras, así cómo es el amor de su amado, así de bello nos lo transmite. ¡Vaya. Maravillosa definición del beso más puro!

“Si pudiese estar allí, te tomaría por derecho de bodas y de nuestros desposorios, y te besaría tanto cuanto tu bondad lo permitiera y me diera audacia para ello. Por ser tu esposa, no temería*que alguien se atreviera a reñirme o a despreciarme por esta santa presunción, porque la esposa es del esposo tanto como él lo es de ella. Te besaría con un dulce y castísimo beso, por ser un ósculo entre hermano y hermana, entre un esposo y su esposa, cuyo amor es indivisible. Beso tiernamente amoroso, por ser el de una madre a su hijo, pero beso de un Dios a su criatura, por tener todo el derecho de hacer lo que desee, y de encontrar sus delicias con los hijos de los hombres, sin que ángel o criatura alguna puedan murmurar por ello.

Comenzarías por besarme sin que yo te lo pidiese, previniéndome con tu ternura y dándome tu amor como cortejándome, admirando las gracias que me has concedido y haciendo que tus criaturas acudan a admirar contigo a la que no merece ser vista.” [280]

[271] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 144, p. 1017
[272] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1061
[273] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1062
[274] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1062
[275] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1063
[276] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1063, 1064
[277] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146. P.1064
[278] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p. 1064 y 1065
[279] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 146, p.1066
[280] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 58

Me quedo sin palabras, admirada y boquiabierta, al darme cuenta de tantos bellos detalles que Jeanne escribe al sentirse cortejada y amada por Jesús Verbo Encarnado. ¿Señor por qué no nos damos cuenta de quién eres? Con estas palabras que nos dicen cómo amas a Jeanne, en presente porque todavía la ama. Aun los novios y estando muy enamorados quedamos chiquitos ante esto. Disfrutemos la lectura.

“¡Cuántos coloquios y alabanzas! ¡Cuántos perfumes y serenatas! ¡Cuántos motetes cantados por tus ángeles, que a tu vez me entregas y dedicas para encantarme y atraerme a tu amor! ¡Cuánta dulzura sagrada! ¡Qué raudal de santas discreciones, según tus riquezas! ¡Qué abundantes profusiones y divinas prodigalidades, tanto sobre mis sentidos, como sobre mi espíritu! ‘Has querido atraerme a la soledad con la poción de la leche de la devoción del agua de Naffe, de las lágrimas del vino delicioso’ (Ct_5_1), de los consuelos del río impetuoso del torrente de tus delicias. En fin, pensé quedarme en medio de esta abundancia, diciendo con David que nada cambiaría, o con san Pedro, que era bueno estar allí. No pensaba sino en mi propio contento, como una adolescente que se complace en jugar y saltar. Al jugar contigo, me darías el derecho y la ganancia, porque te gusta contentarme. Tú eras mi laúd y mi cítara de diez cuerdas, en armonía con los nueve coros angélicos. Tú y tu santa Madre, ambos a una,*me hacen dar saltos como una cervatilla sedienta que huye de los cazadores. Con ello me invitan a dejar las vanidades para buscar descanso y solaz en la fuente de vida que es tu divina bondad; manantial de fuerza y de vida. Sembrabas espinas en mis caminos cuando yo quería seguir el mundo; pero al ir en pos de ti, los sembrabas de flores perfumadas. Me atraía el olor de tus perfumes. Tu nombre precioso era para mí tan aromático, que todas mis potencias corrían hacia él; y aunque jóvenes para la devoción, parecían amarlo mucho.” [281]

“Era yo como una varita de incienso perfumado. Tu lengua parecía manar siempre leche y miel, y tus labios eran para mí un panal. Tus labios, es decir, tu santa humanidad. Cuando el sol de tu divinidad caía de lo alto, ella destilaba en mí dulzuras tan deliciosas como un panal de miel. Cuando me dabas el dulce beso de tu boca, exclamaba yo que tu paladar era suavísimo. Me enamorabas como un amigo queridísimo, y a mi vez yo lo hacía, cada quien a su turno.” [282]

“El mismo se ha incrustado en ella, a fin de que nadie pretenda cortejarme: Puso un signo en mi rostro para que no reconozca a otro enamorado sino a él. Me rodeó con piedras y gemas resplandecientes. Me ha dado en arras el anillo de su fidelidad; me ha adornado con pendientes admirables. El Señor me coronó con una túnica dorada. Miel y leche me han dado sus labios y su sangre adorna mis mejillas. Sólo a él sirvo con fidelidad; a él me entrego con toda devoción. Me ha mostrado tesoros incomparables, que son para mí promesas seguras.” [283]

“! Ella vive sin vivir y muere sin morir.” [284]
“La esposa se ve libre de todos sus males al recuperar a su esposo, que es su soberano bien. En él encuentra ella todas las cosas. Todo parece estarle sujeto; domina en todo y sobre todo. Sólo cuenta su amado, que es su rey y su Dios. Pero también es su esposo, lleno de amorosa bondad.” [285]

“Ahora bien, los deseos de la esposa consisten en gozar de su amado, que es el Deseado de las naciones y de los collados eternos. El Padre y el Espíritu Santo se complacen en este Salvador, que es su esposo, y todo de ella. De manera que si no tuviese la misma esencia indivisible con el Padre y el divino Espíritu, podría parecer que la ley del matrimonio establecida divinamente haría que él dejara todo para unirse a esta esposa.” [286]

“Yo soy la esposa queridísima del Señor de los ángeles, cuya hermosura admiran el sol y la luna. Sólo a él servir‚ con fidelidad de esposa. A él me entrego con toda devoción (Sta. Inés). Soy toda suya por inclinación de mi franca y libre voluntad. Deseo ser enteramente suya, así como su bondad lo mueve a ser todo mío.” [287]

“Que tu diestra me abrace para decirme que viva con paciencia, porque no estoy sin ti, que permaneces conmigo en el divino sacramento. Con tantas visitas que tu amor me hace, conserva mi espíritu en medio de tantos peligros. Tu mano izquierda impide que los males me derroten, en tanto que tu derecha me comunica sus bienes para alegrarme y embriagarme de tus delicias.” [288]

Qué gran respeto hacia Jeanne, la amada, la esposa…expresiones del verdadero amor que nunca imagine leer y escuchar que Dios podía tener. ¡Qué deleite!

“Este esposo benignísimo, al ver que su amada esposa no piensa sino en él, y que, como una bebita se duerme entre sus brazos como si él fuera su nodriza, conjura a las hijas de Jerusalén, a los ángeles aunque pacíficos, a todas las obras aunque sean virtuosas, para que no despierten a su amada hasta que ella quiera: ‘Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, no despertéis, no desveléis a mi amada, hasta que le plazca ‘ (Ct_8_4). No sólo no la despierten enteramente; eviten hasta el más ligero ruido para no turbar.” [289]

“Querida mía, a fin de que conozcas el gran cuidado que tengo de ti, no sólo como esposo, padre y nodriza, sino también como médico, me propongo cuidarte con mi vigilancia, por temor a que las alabanzas que se te prodigan encanten tu oído y te cierren los ojos, impidiéndote ver tu origen.” [290]

[281] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 59
[282] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 61
[283] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 63
[284] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 65
[285] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 70
[286] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 71
[287] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 72
[288] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 79
[289] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 80
[290] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 83

“También tú estabas debajo del mismo árbol; dormías en Eva, ignorando aun tu nacimiento; pero yo te veía presente, porque todo está presente ante mí. Quería despertarte yo mismo. Dormías con un sueño como de sombra de muerte; un sueño letárgico. Para despertarte, quise bajar de los cielos; más tarde lo hizo mi Santo Espíritu, en medio de un ruido ensordecedor, bajando con vehemencia sobre los que estaban en el Cenáculo: no sólo mis apóstoles, sino los que creían en la resolución eterna que tomé de crear, volver a crear y santificar la creación. Cuando el alma se infunde en el cuerpo, encuentra en él al pecado. Sólo mi madre por privilegio, y yo por naturaleza, fuimos exentos de él.” [291]

¡Qué extraordinario, que te quieran más que a los ángeles! Padre, tú eres el Creador
De todo lo visible e invisible y que a través de Jeanne me has revelado.
“Esposa mía, mi Padre te tiene siempre a su lado con más amor que a miles de ángeles; y así como ellos no tienen necesidad de ser cuidados y dirigidos, por haber alcanzado su fin, estando confirmados en gracia y en gloria, me preocupo más por ti que por todos ellos, tanto porque eres pequeña, como porque me eres tan querida. Te amo con la ternura que se da a un lactante, meciéndote sobre mi regazo al darte mi leche. Tú eres mi Jerusalén pacífica, santificada por mi gracia y mediante el don altísimo y perfecto que procede del Padre de las luces, al que ninguna criatura puede dar sombra. Don que es el Espíritu que te renueva.” [292]

“Me dijiste que yo era escogido entre miles de afectos de tu corazón, y yo te respondí que me eras más querida que mil espíritus angélicos. Te vuelvo a decir que te amo más que a mil almas. Doy doble recompensa a los hombres que cuidan de ti, a los que he confiado tu cuidado en calidad de confesores tuyos: ‘la recompensa de la gracia, la recompensa de la gloria, gloria esencial y gloria accidental. Y doscientos para los guardas de su fruto’ (Ct_8_12).” [293]

La forma tan agradable y sencilla con la que Jeanne entreteje las obras de Misericordia en estos diálogos, me lleva a pedirte perdón Señor, por no cumplir con mis deberes de cristiana y me duele darme cuenta, cada vez más, que he desperdiciado mi vida, en todo y en nada.

“¡Ah! Si tu gracia hubiese obrado en mí al grado de que entendiese estas palabras, dándote a comer el manjar de tu voluntad, que es la de tu Padre, de la que tienes hambre; y que te diese a beber del agua de mis lágrimas, tanto de mi entera conversión como de la de mi prójimo. Si te recibiera dignamente en el divino sacramento del altar cuando te dignas venir a morar en mí, lo mismo que tus inspiraciones. Haz que ellas encuentren mi corazón dispuesto a aceptarlas y conservarlas en él. Que te cubra, que te vaya a visitar afligido por mi amor. Que, al verte atado por los lazos de tu caridad, que desea mi bien, quiera y pueda adherirme a ti, teniendo un mismo espíritu contigo; que mi libertad se entregue del todo a ti, porque tu bondad se pone como límite u obstáculo mi libertad, no queriendo forzarla.” [294]

“Que no niegue a los pobres los alimentos necesarios, sea del espíritu, sea del cuerpo; que dé de beber a los que carecen del agua del buen ejemplo. Que reciba y ayude a curar a tus pobres, sea corporal, sea espiritualmente. Que los visite si están presos, sea en el cuerpo, sea en el espíritu, a causa del pecado. Que dé testimonio de vivir en ti, de ti, por ti y para ti. Que, por toda la eternidad, viva para ti y de ti, transformada en otro tú. Toma posesión de mí como mi rey, mi esposo, mi Dios.” [295]

El estar enamorado siempre ha sido maravilloso, son momentos de gracia que Dios permite a los seres humanos, pero este Amor, expresado aquí, está más allá de lo terrenal y que llega hasta la belleza celestial. ¡Es increíble! Una creatura terrenal y una celestial…

“Jesús mío, adorna mis mejillas con tu sangre purísima; que escuche yo su voz y contemple su color. Su belleza y su bondad me extasían. Ya no vivo para mí. Tu sangre, Salvador mío, brota de tus venas; tu alma saldría de tu santo cuerpo si el amor, más fuerte que la muerte, no la detuviera.” [296]

“Huye, amado mío, descansa al volar y vuela descansando. Sé llevado sobre la pluma de los vientos. Que mi pluma vuele llevada por los dulces vientos de tu divino Espíritu. Que, mediante sus divinas inspiraciones, te lleve con ella a los corazones, y que éstos lleguen a ser montes de perfección enriquecidos por tus gracias y todas las virtudes. Huye, amado mío, sobre lo más alto de los cielos. Rebásalos. Aseméjate a los cabritos; que tú vista penetre los secretos que la divinidad quiere dar a conocer a tu santa humanidad.” [297]

“Envuélvete en los perfumes aromáticos de tus méritos y de tus divinas perfecciones. Recibe la fragancia de los sacrificios que han sido, son y serán ofrecidos; en especial el sacrificio de alabanza que te honra. Recibe el aroma del incienso del ángel que había y ha juntado todas las oraciones de tus santos, que por tu medio son tan aceptas, según nos dice tu apóstol* (Pablo), al hablar de ti a los hebreos: Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor.” [298]

Se me viene a la mente, lo que dice nuestro Himno actual (Padre Castro) “hazme luz, hazme flor, hazme nido, Haz de mi tu florido vergel.” ¡Qué mi espíritu también sea un lugar de paseo para ti, donde gocemos ambos!

“Mi queridísimo esposo, que acudes prontamente a morar en las almas, que son tus amigas ocultas en el mundo, para habitar en ellas como Dios oculto y Salvador. Los tesoros ocultos son más seguros que los que están al descubierto. Por ti, están a salvo del enemigo. Ayúdame a escuchar tu voz única; que yo sea tu vergel, tu prado, tu jardín de placer; que permanezca escondida contigo en Dios. Habita en mí. Recréate en mí, si puedo ser para ti un prado; haz de mí un lugar de paseo para ti. Por ser jardín, corta en él todas las flores por ti plantadas; por ser vergel, resérvate todos los frutos. Que el fuerte viento de la vanidad no los abata, y que el gusano del amor propio no los roa ni los carcoma.” [299]

Por el amor a Jeanne, el Señor me deja estática…y admiro esta comparación con expresiones usadas para la Virgen María, le dice que los rayos que ella tiene, y que no puede verlos, Él los hace visibles, a quien juzga conveniente para aumentar la devoción y respeto hacia su Majestad. ¡Es grandioso!

“Querida hija, entre todos los destinatarios de los dones, te miraba para dártelos con largueza, y para hacer ver en ti a los ángeles y a los hombres una reproducción mística de los misterios más renombrados y más orientados a mi gloria visible y a la salvación de los hombres. Sufre, aunque te sientas confusa, pues te digo que tú sigues siendo esta mujer maravillosa sobre la tierra, que encierra en forma mística al Hombre Oriente que soy yo. Eres tú esta mujer que fue un signo prodigioso revestido de sol, coronada de estrellas y calzada con la luna, que tienes bajo los pies, despreciando las vicisitudes y las vanidades de la tierra; tu mente rebosa de ciencia. Los doctos, en Daniel, son comparados a las estrellas que brillarán en perpetua eternidad; los esplendores con que adorno tu alma, irradian al exterior. Tienes varios testigos de estas claridades, aunque ignores, como Moisés, que tu mente y tu rostro aparecen iluminados con frecuencia. Estos rayos que tú no ves, son visibles a los demás cuando yo lo juzgo conveniente para infundirles devoción y respeto a mi Majestad, que se hace ver en quien le place.” [300]

[291] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 83
[292] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 100
[293] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 101
[294] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 103
[295] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 104
[296] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 106
[297] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 107
[298] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 108
[299] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 111
[300] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 59., p. 269

"Debes saber que esto es un signo visible del sol invisible, que te hace su cielo iluminado con sus luces. La constancia que otros perciben al perseverar tú en mis designios muestra tu firmeza, y que no estás agitada por incesantes inconstancias, que son propias de tu sexo.” [301]

Sin duda, bellas y muy emotivas palabras por el significado que tienen. Jeanne dará a luz en la Iglesia, a la Congregación, con este nacimiento místico, que será una extensión de su Encarnación. ¡Alabado sea el Verbo Encarnado!

“Es mi gracia, hija, que te afirma en mi voluntad. Es mi gracia que te hace agradable a mis ojos. Es mi gracia que desea hacerte mi madre en forma maravillosa, y que te hará dar a luz en la Iglesia, mediante un nacimiento místico una extensión de mi Encarnación, a Aquél que mi Madre parió en Belén.” [302]

“Esto se hará a pesar de las envidias, la ira, la furia de los demonios y las contradicciones de los hombres. Te he dado ojos y alas de águila para verme en el seno de mi Padre, en el foco de los divinos resplandores, y para volar a la soledad de este seno paterno, donde se encuentra el Hijo único que te revela estos misterios, porque ha sido del divino placer honrar de esta manera a aquella a quien se complace en honrar con insignes favores. Como mi Madre jamás levantó la voz, quiso clamar a través de los Profetas que deseaba este nacimiento, y así dio a luz sin dolor.” [303]

“Moisés se me apareció llevando dos tablas en las que no había nada escrito, cosa que me extrañó al mirarlas, pero entendí que este legislador venía ahí con los santos a cantar la ley de gracia, que yo buscara en ellas la ley del amor, y entonces conocería lo que deseabas que hiciera.” [304]

“Querido Amor, en tus manos pongo mi suerte, en tus ojos mis energías y en tu seno está mi tesoro. Eres mi bien donde quiera que estés. San Pedro no supo lo que dijo, por eso yo quiero aprender de ti lo que quieres que haga.” [305]
“Es el fin de tu Transfiguración, úneme a ti, átame con tus lazos, quiero ser tu cautiva, si estoy muda como un pez, cógeme en tus redes, en ti encontraré mi elemento y mi alimento, ya que eres el mar inmenso en donde mi espíritu se desplegará y perderá, pues eres mi vida, y mi ganancia está sólo en ti.” [306]

“El alma que posee la paz, es el cielo del Señor.” [307]
“El tercer domingo te pedí mantener en paz tu reino, y que fueras en mí el muy amado, que yo no fuese dividida, porque según dijiste: Todo reino dividido es desolado, lo que es verdad infalible. Haz que por tu gracia sea toda tuya y tú seas mi amor y mi todo, bendiciendo a aquella que te llevó, dio a luz y alimento.” [308]


“El 5 de abril de 1633, día en que se celebra la fiesta de san Joaquín, al que profeso una particular devoción junto con Santa Ana, cuyas oraciones me han favorecido. Por ser hija adoptiva de esta abuela del Verbo Encarnado, me sentí también hija de san Joaquín y hermana de Nuestra Señora.” [309]

“El día del hallazgo de la Cruz, me uní a Santa Elena para encontrarla.” [310]
“Para buscar esta cruz no tuve que hurgar en los sepulcros ni cavar: el amor divino se encargó de elevarme hasta el seno del Padre eterno, en el que contemplé al Verbo, no sólo como Hijo natural y unigénito del Padre, sino como primogénito de todas las criaturas, las cuales sólo fueron creadas para cooperar a su gloria.” [311]

“Con su obediencia, las injurias y afrentas que Dios recibió de aquellos espíritus altaneros y rebeldes, aceptando morir por la gloria de su Padre y para satisfacer las ofensas que los hombres cometían contra su majestad a instigación de Lucifer.” [312]
“Prefirió el gozo eterno que con ello recibiría su Padre, a la confusión temporal que sufriría en sí mismo: ‘El cual, en vista del gozo que le estaba preparado, sufrió la cruz sin hacer caso de la ignominia’ (He_12_2).” [313]

Que admirable plática, Moisés fue llamado a conducir a su pueblo hacia la libertad y Jeanne fue llamada a conducir a su congregación hacia la salvación. En ambos casos Dios les concede la gracia de estar ahí con Él, en lugar santo, en tierra santa.
“Tuvimos una plática durante la cual vi una admirable llama que se apoyaba sobre un pedestal de la misma sustancia que la flama, a la que sostenía de manera inefable. Me pareció admirable porque dicha llama no consumía un verde rosal sin florecer que estaba a su lado. La llama quiso unirse a mí y entrar en mí para abrasarme y conservarme divinamente. Escuché que esta visión era figura del Verbo Encarnado y de la santa humanidad, que se apoya en su divina hipóstasis, la cual estaba representada por el pedestal de fuego que era su so porte. La llama obraba sin que percibiera yo moción alguna.” [314]

“Añadió que me concedería salir victoriosa de las contradicciones de mis enemigos, tanto presentes como futuras; que su designio reverdecería siempre en medio de las llamas de la cólera de los oponentes. Moisés fue llamado a conducir a su pueblo después de contemplar*la zarza que ardía sin consumirse en medio de las llamas; y, en calidad de teniente.” [315]

[301] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 59., p. 270
[302] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 59., p. 270
[303] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 141, p. 270
[304] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 141, p. 1004
[305] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 142, p. 1013
[306] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 142, p. 1014
[307] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 142, p. 1014
[308] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Autobiografía, Cap. 142, p. 1014
[309] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p.219
[310] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 635
[311] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 635
[312] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 635
[313] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 635 y 636
[314] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 999
[315] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 180., p. 1000

“El Dios todo bueno me dijo que me había mostrado el rosal verde en medio del fuego para asegurarme que deseaba servirse de mí para sacar a muchas personas de la esclavitud del mundo, que es el Egipto del pecado y del demonio, para conducir los, no solo a través de los desiertos como Moisés, sino hasta la tierra prometida de la Orden del Verbo Encarnado, que manaría leche y miel, afirmando que sería yo como otro Josué que las introduciría hasta su heredad.” [316]

“El día de san Miguel, en 1638, el Verbo eterno se dignó descubrirme en la oración diversas maravillas relacionadas con la creación de los ángeles, diciéndome que me enseñaba e instruía acerca de su creación por medio de admirables conocimientos, así como lo hizo con Moisés sobre la creación del hombre, y que en su inefable bondad se complacía en manifestar sus maravillas a una humilde pequeña.” [317]

“Me dijo, por tanto, que la Augustísima Trinidad, ha permanecido eternamente en la posesión de la felicidad que las tres divinas personas disfrutan en ellas mismas al contemplar su simplísima naturaleza y sus admirables atributos, haciendo un ciclo continuo en sus emanaciones y en sus amores, que son ruedas que giran una dentro de la otra mediante sus circumincesiones, en un movimiento que Dios tiene en sí mismo y que puede ser llamado una rotación o una evolución; movimiento que es todo fuego y llamas, al que su amor excita eternamente impulsado por la violencia del mismo amor que desea comunicarse al exterior.” [318]
El capítulo de OG-07c lleva por título: “En este Instituto, se verán realizadas las visiones del libro del Apocalipsis.” Más que explicar, ella adapta los textos bíblicos al Instituto y a todas las hijas que forman incluyendo que debe hacer cada una y lo que significa portar el hábito.

“Primeramente, esta santa águila vio una puerta abierta en el cielo, y la primera voz que escuché fue como de una trompeta que le hablaba llamándola a subir muy arriba. Esta puerta que vio en el cielo es la gracia, y esta primera voz es la inspiración que procede de lo alto, del Padre de las luces. Vio después hileras de asientos dispuestos en el cielo, pero sobre todo uno sobre el que estaba sentado Aquél que brillaba como piedras preciosas, teniendo al arco iris alrededor de su trono parecido a una piedra de jaspe y de sardia. Y alrededor del solio sillas, y en ellas veinticuatro ancianos sentados, revestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. Y del trono salían fuertes voces y truenos, y siete lámparas estaban ardiendo, que son los siete espíritus de Dios. Y alrededor del solio vio un mar transparente de vidrio, semejante al cristal; y en medio del espacio en que estaban las sillas y alrededor de él, cuatro animales llenos de ojos delante y detrás. Era el primer animal parecido al león; el segundo a un becerro, el tercero tenía cara como de hombre, y el cuarto parecía un águila volando. Todos tenían alas, y por fuera y por dentro estaban llenos de ojos: y no reposaban de día ni de noche, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios todopoderoso, el cual era, el cual es, y el cual ha de venir.’(Ap_4_1-8).’¿Qué quiero decir con esto? que, así como el Cordero tenía en torno a sí a los cuatro evangelistas y a los veinticuatro ancianos, ser conveniente establecer un rango entre las religiosas que pertenezcan a este instituto.” [319]

“La Superiora debe ser un trono de blanco y durísimo marfil, coronado del arco iris, es decir, de la paz; las vestiduras azul, blanco y rojo representan a los cabellos de lana blanca de Aquél que está sentado en el trono, cuya cabellera es blanca como la lana”. [320]
“Ella debe hacer brillar el poder de Jesucristo en forma de misericordia. Debe defenderse a sí misma y a sus hermanas, rechazando a sus enemigos y a los de todas; animosa, por ser responsable de una familia.” [321]

“No temerá solamente ofenderlo, sino dejar de agradarlo con la mayor perfección. Temerá únicamente a Dios; al tenerlo por amigo, no sentirá miedo a nada, sino que amará con piedad y devoción sólida.” [322]

“Se hará fuerte en la oración para no dejarse llevar por otro criterio que la mayor gloria de Dios.
Estudiará cada día la eminente santidad de Jesucristo crucificado para enseñarla a sus hijas, temiendo que, al enseñar a las otras, se vea carente de virtudes, sobre todo la humildad, a la que Dios ama tanto. Resistirá la soberbia; será [45] piadosa, para que la devoción perfecta brille en su interior y en su exterior.” [323]

“Hagan, con amor, oraciones semejantes a las de Moisés, o más bien como las mías, ofreciéndolas por la salvación del mundo y engendrando almas con peligro de su vida mortal. Sean otras Rebecas, porque yo soy su Isaac, pero al mismo tiempo, el carnero sacrificado por ustedes. Yo soy el abogado de su fecundidad, pues sin mí no pueden engendrar a nadie; yo fui escuchado por mi reverencia. Entren a la habitación de mi Madre y reparen las tristezas que su ausencia causó a la tierra. Así como ella fue la mujer embriagada que confundió a Salem, el mundo y la carne. Sean mujeres generosas, abajen la cabeza de esos tres enemigos que asedian hoy en día la mayor parte de las poblaciones. Salgan, por su intrépido valor, victoriosas de la concupiscencia de la carne, de la codicia de los ojos, y de la soberbia de la vida, que imperan en el mundo. Mi Padre fortificará su brazo. Adórnense con los hábitos de sus bodas: ‘Revístanse del Señor Jesucristo crucificado’ (Rm_13_14). Lleven mi corona de espinas, así como las hijas de Sión, quienes fueron invitadas a salir a verme a mí, el rey pacífico, en el día de mis bodas, llevando la diadema que mi madre me dio al abrazar mi principado, cargándolo sobre mis espaldas: es mi cruz y el júbilo de mi corazón, porque al amor, que es fuego, le parece suave el yugo y ligera la carga.” [324]

“Recordarán que este anillo representa el recuerdo de Aquel que las tiene grabadas en la palma de sus manos, y que las ama con una caridad perpetua, atrayéndolas a sí con una gran dulzura. Este anillo será un sello sobre el corazón y las llevará a amar a su esposo con un amor más fuerte que la muerte. El nombre de Jesús que llevarán sobre la frente se referirá a lo que dijo la bienaventurada Inés: Puso sobre mi rostro una señal, para que no reconozca otro enamorado sino a él, a quien me entrego del todo, rechazando todas las cosas creadas. Desde ahora me siento unida a él en espíritu por la gracia, con la que me ha prevenido, esperando morar durante toda la eternidad en la gloria, mediante el vínculo de la caridad perfecta. Con el Padre y el Santo Espíritu, a quien se dé gloria infinita. AMEN”. [325]

[316] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 180., p. 1000
[317] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual II, Cap. 106., p. 727
[318] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Diario Espiritual I, Cap. 25., p. 728
[319] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 35
[320] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 39
[321] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 39
[322] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 40
[323] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 45
[324] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 51
[325] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 53

Invito a leer toda su obra para descubrir cómo están entretejidos los rasgos de esta Espiritualidad Mateliana tan admirable, y el por qué, seleccionar poco a poco las citas de un solo tema.
Leer sus escritos, me ayudó a comprender que su vida estaba inmersa en un camino Salvación general, pero otro y muy importante el personal. Para mi punto de vista estos escritos son un compendio la historia de salvación y me atrevo a decir un evangelio revelado.

Primero quedarán enamorados de Dios, trino y uno, de su bondad, amor y misericordia… Comprenderán muchas cosas que nadie les había explicado antes, y si ya lo sabían, es una gran oportunidad de recordar y profundizar en ello y después llenos de admiración y respeto a NVM Fundadora Jeanne Chézard de Matel quien, nos lleva de la mano, a través de Jesús, María, los arcángeles y todos los santos hasta Dios.

Qué vida tan escogida, especial, extraordinaria, un alma llena de amor y fidelidad en una entrega total a su Divino Amor. Hubo dolor y sacrificios, pero el Señor tenía el bálsamo exacto para curarla. Le dio ánimo y le pidió que a pesar de las contradicciones que existirían siempre, Él estaría presente para que su fundación se realizara como la había proyectado desde siempre.
Los ASVE, escuchamos el llamado especialísimo como Jeanne: “Tu Padre me manda oírte, habla, Señor, que tu sierva calla para oír en paz y quietud.” [325b] y respondimos con un SI pronunciado el día de nuestro compromiso.

Te pedimos fuerzas a ti Verbo Encarnado, que también eres nuestro “Querido Amor” para perseverar y ser fieles para siempre, diciéndole como Jeanne: “en tus manos pongo mi suerte, en tus ojos mis energías y en tu seno está mi tesoro. Eres mi bien donde quiera que estés.” [325b]

Si Portamos el emblema y vestimos los colores del hábito como signo de pertenencia esta Congregación fundada por el mismo Jesús Verbo Encarnado, ¿Qué se espera de nosotros?
No nos podemos conformar solo con poquito, hay que lanzarse a descubrir este gran océano, navegar en él.

Todo lo escrito por Jeanne es de gran relevancia para vivir nuestra vida diaria cristiana e ir profundizando en nuestro caminar, en nuestro actuar con los hermanos para agradar a Dios en lo que nos va pidiendo a cada uno, porque es el “Testamento de amor” que nos dejó Jeanne Chézard de Matel a todos sus hijos. Me verán lleno de gracia y de verdad, para cumplir en ti y en mi Orden todas las promesas que te he hecho, que te hago y que te haré." [326]

Hermanos todos, el amor que el Señor le profesa a Jeanne Chézard de Matel, es absolutamente increíble y maravilloso, pero a nosotros también, por ello hay que leer con los ojos del alma y del corazón para poder comprenderlo. Leerlo poco a poco ayudara.

“Grandes y maravillosas son tus obras Señor, Dios Omnipotente” (Apoc. 15, 3-4)
“Dios trino y uno; Jesús, amor que enciendes sin cesar las llamas del corazón de tu santa Madre, de manera especial, y los corazones de los santos, entre los que vives glorioso. Que lo seas también en mí. Y que todos mis pensamientos y acciones se dirijan a tu mayor gloria, Jesús, amado mío.” [327]

325 b OG-02 Capítulo 142      ojo    checar
325 c OG-02 Capítulo 142

[326] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 45, p. 171

[327] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 76
[323] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 45
[324] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 51
[325] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Otros escritos, Cap. 8., p. 53
[326] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Borrador de la Autobiografía, Cap. 45, p. 171
[327] Jeanne CHÉZARD DE MATEL, Tratado sobre la explicación del Cantar de los Cantares, p. 76





















TABLA PARA LA UBICACIÓN DE CITAS



 
 
OG-01 
 
Borrador de la Autobiografía
 
Capítulos 1 al 90
 
 
OG-02
 
Autobiografía  1642 -  1665  
 
Capítulos del 91 al 178
 
 
OG-03
 
Cartas
 
1-302
 
 
OG-04
 
Diario Espiritual I
 
Capítulos 1- 221
 
 
OG-05
 
Diario Espiritual  II  
 
Capítulos 1 - 171
 
 
OG- 06 a-c
 
Tratados
 
 
 
OG-07 a-e  
 
Otros escritos
 
 














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